sábado, 25 de julio de 2015

Biografía de Dashiell Hammet. Maestro de la literatura negra

Tomado de la excelente página: http://www.grupotortuga.com/Dashiell-Hammett-la-novela-negra


Dashiell Hammett, la novela negra como radiografía de la sociedad
Martes.1ro de febrero de 2011 3320 visitas Sin comentarios 
Flaco, duro y con estilo #TITRE
Dashiell Hammett, la novela negra como radiografía de la sociedad
Kepa Arbizu
Tercera Información
La novela negra, o mejor dicho la disposición del público respecto a ella, ha seguido un camino de lo más curioso. Del ostracismo de hace unos años y de ser un género menor sólo apto para los más fieles, se ha convertido en una “marca” de éxito, llevando incluso a las grandes editoriales a crear sellos específicos (cosa que es de agradecer). La novela policíaca históricamente ha tomado vertientes diferentes. Por una parte estaba la que utilizaba la “excusa” de la investigación para desgranar y analizar la sociedad del momento. Otra se centraba en un análisis más introspectivo del comportamiento individual y sus claroscuros (no en pocas ocasiones ambas formas eran capaces de fusionarse) y una tercera en la que el peso de la narración se basaba precisamente en desenmarañar el asesinato o el caso de turno.
Dashiell Hammett, nacido en 1894 y del que se cumplen este 10 de enero 50 años de su fallecimiento, desde muy joven ejerció trabajos menores hasta que acabó en la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton, en lo que significaba el primer paso de lo que sería una relación total con el mundo de la investigación. Interrumpe temporalmente su oficio para irse a la I Guerra Mundial, en la que contrae la tuberculosis, enfermedad que le acompañará el resto de sus días.
Su obra se crea en un contexto histórico idóneo para dicho estilo. Son momentos en los que está instaurada la Ley Seca y el poder del hampa estaba muy presente. Si a eso le añadimos sus conocimientos y vivencias extraídas de su labor como detective privado, nos encontramos a un Hammett con unas características ideales para recrear el mundo de la delincuencia.
La revista “pulp” Black Mask será la que le brinde la primera oportunidad de editar sus escritos (también sería el “hogar” de otro de los genios de la novela negra como Raymond Chandler), entre los que ya empiezan a asomar los personajes que más tarde darán vida a las novelas del norteamericano. Su estilo es cortante y directo, repleto de diálogos capciosos y violentos mientras que sus protagonistas son personas pesimistas, poco sociables pero poseedores de cierta nobleza que llama la atención, más sobre todo, al desarrollarse en un entorno social podrido. Ese compendio de cualidades en la escritura será lo que se denominará como “hard-boiled”, un subgénero que en dicha revista irá cobrando importancia y fama.
Su primera novela, y una de las más importantes, “Cosecha roja”, condensa todas esas características en un relato en el que un detective privado intenta limpiar de gansters una pequeña ciudad. Esa lucha contra el hampa en verdad se verá reflejada en una sociedad corrupta donde resulta difícil de discernir entre los que deben cumplir la ley y los dispuestos a quebrantarla. Y es que a pesar de que Hammett suele ostentar el título de creador de la novela negra, el suyo es un estilo en el que los asesinatos o los relatos criminales son secundarios frente a la visión del contexto en el que se desarrollan, casi siempre mostrado de una forma muy crítica y donde las estructuras de poder no están muy separadas de los delincuentes.
No fue la carrera literaria del escritor norteamericano precisamente extensa. Duró unos 5 años, con otras tantas novelas largas y un par más de recopilaciones de relatos cortos. Su obra de mayor popularidad (no necesariamente en concordancia con su mérito artístico), también ayudada por la adaptación cinematográfica realizada por John Houston, es “El halcón maltés”. Una narración protagonizada por Sam Spade, arquetipo de detective de la novela negra y que aparecerá en otros relatos de Hammet, en que se mezcla su cinismo y crudeza con algo de romanticismo en la búsqueda de un objeto preciado que delata la ambición y la codicia.
Con menos nombre, pero de indudable calidad, aparece una obra como “La llave de cristal”, admirada por escritores ajenos al género como Malraux y Gide, en la que mostraba sin ambages la relación entre política y mafia y la subordinación de la primara a otros poderes. Su última novela, “El hombre delgado”, sirve como resumen de lo que supone el estilo y el carácter de la novela negra realizado por Hammett. A partir de este momento no publicará nada más el autor, a pesar de seguir escribiendo. Su obra literaria se condensa entre los años 1929 y 1934, pero su biografía personal continúa dando datos dignos de ser reflejados y que pone sobre la mesa su militancia política que ya se dejaba entrever en sus novelas.
A principio de los años 30 conoce a la actriz Lillian Hellman, con la que entabla una complicada relación aunque duraría hasta el final de sus días. Durante esos años ingresa en el Partido Comunista de EEUU y se hace palpable su compromiso ideológico como demuestra su posición a favor de la República española y a pesar de su estado frágil de salud, que le impidió entrar en combate, ingresó en el ejército norteamericano para alistarse en la II Guerra Mundial.
La llegada del Macarthismo y su persecución a las personas de izquierdas le tocó de lleno a Hammett, más sobre todo porque hacía poco tiempo había decidido formar parte del Congreso de Derechos Civiles de Nueva York, tildado por muchos de comunista. Eso le llevó a ser interrogado en busca de otros militantes. Su silencio y su negativa a delatar a nadie le llevó a pasar una temporada en la cárcel y a la retirada de sus libros de las librerías.
Años más tarde, el 10 de enero de 1961, moría inmerso en el anonimato. Todo lo contrario pasará con el transcurso del tiempo, que le ha encumbrado como uno de los grandes autores de la novela negra. Inventor de una manera de entender este género, su literatura marcó una visión crítica de una sociedad cruel y violenta, a la que intentó combatir tanto desde su arte como con su militancia activa.

In memoriam Dashiell Hammet (1896-1961)
Flaco, duro y con estilo
Juan Sasturain
Página 12
El 10 de enero de 1961, hoy hace justo medio siglo, moría casi secretamente en un hospital neoyorquino Samuel Dashiell Hammett, autor de El halcón maltés y de un puñado de novelas y relatos que en su momento, finales del primer tercio del siglo pasado, cambiaron la narrativa criminal para bien y para siempre.
Más allá del hoy consolidado mito progre que rodea al autor y a algunos de sus afortunados personajes –Sam Spade pasado por Bogart, sobre todo–, la obra narrativa pura y dura de Hammett trasciende largamente el género que eligió para revolucionar desde adentro en lo formal, y desde los bordes, en su modo de circulación. Quiero decir: es más que el fundador de la escuela hard boiled y de la llamada, por los franceses, novela negra.
Hammett es simplemente un notable escritor, a secas; y en ciertos aspectos un caso excepcional, ya que produjo una obra de inusitada calidad durante un breve y prolífico período –de 1927 hasta 1934–, pero que antes de cumplir cuarenta años, cuando concluyó laboriosamente El hombre flaco, en medio del éxito y del mucho dinero, estaba acabado. No lo advirtió en el momento, pero viviría casi treinta años más sin poder volver a escribir.
Así, aquel último invierno del ’61 el flaco y siempre elegante Dash tenía 65 años y venía de una larga década mala. Hacía tiempo que, enfermo y sin recursos, vivía de prestado y de la ayuda de su amiga Lilian Hellmann, compañera con la que compartió treinta años de pareja intermitente y solidaria: de los años locos de Hollywood-Nueva York, con dinero, fiestas y borracheras, a la serena melancolía de los últimos tiempos.
El mito de su entereza y lealtad a códigos que nunca negoció tiene con qué sustentarse. El, que se había alistado para combatir al fascismo con 48 años y sirvió en las Aleutianas, fue perseguido y acusado durante la Guerra Fría por el tristemente célebre senador McCarty & Co, debido a su negativa a dar los nombres de los aportantes de fondos para pagar las fianzas de los militantes comunistas detenidos durante la caza de brujas. El texto taquigráfico de sus respuestas a la Comisión es un ejemplo de coherencia y seca ironía. Declarado culpable, Hammett fue digna y coherentemente a la cárcel por seis meses, a comienzos de los cincuenta.
Al salir, mientras intentaba volver infructuosamente a la escritura por última vez, le embargaron –por impuestos impagos– los derechos de autor de sus antiguas obras que aún se reeditaban, adaptaban al cine o a la radio; además, y por razones ideológicas, lo ralearon de las bibliotecas. Cuando murió, en aquel invierno a comienzos del ’61, ni El halcón maltés ni Cosecha roja ni La llave de cristal ni La maldición de los Dain ni El hombre flaco estaban en las librerías. Lo enterraron en Arlington y fue poca gente.
Escritor de medios populares, Hammett no fue un narrador parejo ni excesivamente riguroso a la hora de publicar. Sin embargo, algunos de sus textos, como La llave de cristal y El halcón maltés, son obras maestras absolutas que pertenecen a la mejor literatura del siglo. Hammett –al decir de Raymond Chandler en ensayo famoso– no sólo sacó el crimen del salón y lo puso en la calle sino que encontró un registro seco, referencial y conductista con el que dio la palabra y describió los actos de personajes reales en situaciones reales. Un laborioso trabajo de estilo que jamás mostró sus costuras.
El efecto –dice Chandler– es que Hammett describió escenas convencionales que “parecen escritas por primera vez”. El peso de los hechos, la sequedad de los diálogos y la reticencia en cuanto a explicitar las motivaciones dan a sus mejores textos cierto efecto de realidad del que decanta la ambigüedad moral, cierto estoico escepticismo que no dice su nombre. Ni él ni sus personajes juzgan ni predican. Exponen lo que ven y lo que hacen. Hammett hablaba poco, pero siempre –desde que irrumpió en la literatura para contar sus experiencias como ex detective de la agencia Pinkerton– pareció que sabía de lo que hablaba. Y uno le cree.
Muchos de los que lo admiramos hemos escrito largamente sobre distintos aspectos de su vida y de su obra. Enfermo crónico de tuberculosis y prácticamente de-sahuciado a los veinticinco, se puso a escribir a contrarreloj. Lo hizo y muy bien. Ganó muchísimo dinero y lo gastó sin cuidado ni control. Alcohólico hasta los cincuenta años, mujeriego, ocasionalmente violento, Hammett nunca fue un tipo cómodo. Ni siquiera o sobre todo para él mismo. Anómalo marxista sin partido, sirvió a su patria en dos guerras y nunca salió de los EE.UU. Sabía mucho y de todo, era culto en serio, pero no soportaba la impostura.
Pocos momentos de la narrativa contemporánea tienen la riqueza significativa de la historia de Mr Flitcraft, el cuento o anécdota que Sam Spade le cuenta a la bella Brigid, sin motivo aparente, en un recodo de El halcón maltés. El capítulo final que le dedica la cuidadosa autobiografía Pentimento, de Lilian Hellmann, o el prólogo que escribió ella misma al recopilar a principios de los setenta algunas de sus novelas breves son textos –si no enteramente veraces– ejemplares. Y en lo interpretativo, nada mejor que la introducción de Steven Marcus a los cuentos del Continental Op para desmenuzar la poética y la ética que sostienen y constituyen la grandeza de sus mejores relatos.
Además, dejó una ciudad escenario –San Francisco en los alrededores del crac del ’29– y cuatro personajes inolvidables, cuatro hombres duros que han quedado para siempre en la historia y la memoria del género. Ninguno es policía. Primero, el innominado agente de la Continental, el gordo, eficaz, imperturbable detective asalariado que cuenta sus aventuras en primera persona y al final rinde cuentas al Viejo, su burocrático jefe. Es el protagonista excluyente de las magistrales Cosecha roja y La maldición de los Dain, y de un puñado de cuentos y novelas cortas de la primera época en la revista Black Mask.
Después está Ned Baumont, que sólo aparece en la memorable La llave de cristal, guardaespaldas y hombre de confianza del gangster Paul Madvig. Su investigación del crimen –en medio de una disputa electoral en la que influye directamente el delito organizado– es producto de la lealtad al jefe, al que debe salvar de culpa y cargo. La Justicia es otra cosa. Nunca Hammett alcanzó tan alto grado de perfección formal ni llevó tan lejos la técnica dialogada de presentación. Ned Beaumont es el arquetipo del personaje que se mueve en ese ambiente de ambigüedad moral que no excluye ni la lealtad ni el amor.
El celebérrimo Sam Spade sólo protagonizó El halcón maltés y un par de cuentos sin demasiada importancia. Es el clásico detective privado que trabaja por su cuenta, tiene de socio al efímero Archer y a Effie Perine de secretaria. Hammett no lo idealizó, le dio carnadura, cinismo y reservada sabiduría. Pragmático, escéptico, portador de un código personal que no le impide andar con la mujer de su socio y acostarse con la misma cliente a la que finalmente entregará, Spade es insensible y eficaz, el duro por antonomasia que sabe cómo tratar a esa comparsa de malvados y desdichados. Sólo Effie lo conoce a fondo, y le da miedo. El último detective de Hammett, el atildado y mundano Nick Charles, protagonista de El hombre flaco, está recién retirado, en pareja con Nora y de paso por Nueva York cuando el problema lo alcanza. Así, en tono de comedia de enredos, se pasa la novela bebiendo cócteles y hablando por teléfono mientras resuelve el caso del inhallable thin man al estilo del detective amateur del policial clásico. Si Bogart fue Spade, el blando Dick Powell fue Charles. El detective amateur, famoso y adinerado paseando por Manhattan cierra la parábola abierta por el anónimo laburante a sueldo que se revolcaba a los tiros en los arrabales de San Francisco.
Después del Gordo, Spade, Beaumont y Nick, sólo cabía el silencio. Y así fue.

Artículos tomados de Rebelión.
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