El profeta
Por: Sebastián Ohem
La
cocina económica “El Negro” se hacía llamar la mejor comida de Uman, y aunque
todo el mundo sabía que era falso, el lugar era popular entre aquellos que
hacían su vida en la carretera. Todos los policías municipales comían allí, era
un buen lugar para que sus esposas pasasen tiempo con ellos. Sarah Pool hacía
lo posible por dejar a sus hijos bajo la supervisión de su hermana para verse
con su marido, Renato Montes, antes que él continuara con su trabajo. Renato
era el prototipo del policía, era un hombre corpulento y bigotón, con gafas de
aviador y constreñido uniforme oficial. Sarah lo amaba aún así, pues detrás de
esa cara de perro enojado se escondía un gigante dulce. Le pidió lo mismo que
el día anterior, y el día antes de ese, que ayudara a la familia de Humberto
Fuentes a ubicar al muchacho. Sospechaban que estaría en Mérida, la familia
tenía un negocio allí, pero no habían tenido noticias de él y ahora estaban
preocupados. Renato terminó de comer, besó a su esposa, prometió que iría a
Mérida para sacar respuestas y regresó a su patrulla.
Renato
manejó a Mérida, pero lo último en su mente era Humberto Fuentes. Lo único en
lo que podía pensar, era en Galván Puc. Se habían conocido en un bar hacía poco
menos de seis meses, él era un maestro de preparatoria, un joven moreno, ancho
de hombros y con labios abultados y ojos expresivos.
Tenía una maestría en algo
que nunca entendía bien qué era, pero eso importaba poco. Se vieron en el hotel
de siempre, el oficial Montes no escatimaba gastos cuando se trataba de su
amante. Galván escuchó atentamente a sus chismes y se interesó más en la
desaparición del joven Humberto que el mismo Renato, e insistió en ayudarle a
encontrarlo. Era una fantasía hecha realidad para los dos, nunca habían
compartido el mismo auto, de hecho nunca habían sido vistos en público fuera
del hotel. Galván se sintió derrotado, aunque Renato intentó advertirle, cuando
el gran misterio se resolvió en una breve conversación con los primos lejanos
de Humberto. El muchacho había encontrado a Jesús y se había ido a Nueva
Jerusalén, poblado cercano a Umán y a sus familiares.
- No sé, yo esperaba algo más...
Misterioso.- Dijo Galván.
- Esto no es una película... Aún
así, no me gusta. Nueva Jerusalén queda muy cerca de su casa, y si se puso
religioso, ¿por qué no avisó a su
familia?- Se encendió un cigarro y respiró profundo en su patrulla.- No me
gusta, mejor que lo vea por mí mismo.
- Ya sé, ya sé, no puedo ir
contigo.
- No me mires así, ésta semana te
prometo que nos vemos.
El
viaje de regreso fue silencioso. Sus fantasmas y remordimientos ocupaban tanto
espacio en esa patrulla que se sentía invadido. No quería ni pensar en la
confusión que existía en su corazón y en su mente. Sabía que estaba mal, pero
lo hacía de todas formas, como si pudiera quitarse el antojo de hombres,
saciarse de Galván y dejarlo. Al llegar a Nueva Jerusalén dejó de perder el
tiempo y, poniéndose su sombrero, gruñó a causa del inclemente sol y puso su
mejor cara de policía. Nueva Jerusalén era un pueblo, aparentemente idéntico a
todos los demás. Tenía un par de granjas
pequeñas, una plaza y pocas cuadras de casas de piedra y argamasa. Lo primero
que le llamó la atención fue que la cantina estaba cerrada y los borrachines
usuales no tomaban el fresco en el parque de la plaza. Entrevistó a varios,
preguntando si habían visto al joven Humberto Fuentes, pero nadie sabía nada.
Si había llegado a Nueva Jerusalén, nadie parecía saberlo.
- Mi nombre es Gabriel de Jesús,
¿en qué puedo servirte hermano?- Sintió su presencia antes de escuchar su voz. El
hombre vestía una camisa larga y pantalones de la misma talla, sin zapatos ni
adornos. Tenía un abultado cabello enrulado rubio sin peinar y un rostro
apuesto y sonriente.
- Busco a una persona, Humberto
Fuentes. Se hizo religioso, vino aquí, ¿dónde está?
- Me temo que no lo conozco, pero
no es la primer persona que pregunta por él, ¿usted cree que esté en
problemas?- Gabriel señaló al hombre moreno de jeans y camisa que preguntaba lo
mismo que él. El hombre vio que le señalaban y corrió hacia ellos. Era de
estatura baja, con un fino bigote y prominente nariz. Renato pensó que parecía
una rata, y luego lo reconoció, era realmente una rata. El ingeniero Mario
Rivera, acaudalado ejidatario tenía toda clase de fraudes y negocios por esa
región.- Nueva Jerusalén ya no es el pozo de vicio y desesperación que era
antes, ha cambiado y para mejor. Quizás el muchacho cambió de parecer.
- A mí no me engañas.- Dijo Mario
Rivera, señalándole con el dedo y escupiendo a un lado. Toda la plaza se
detuvo. Todos le miraban atentamente. Había cruzado la línea, pero al ingeniero
no le importaba.- Tengo negocios con ese chico y sé que está aquí. Su novia le
condujo de Umán hasta aquí, me lo dijo esta mañana.
- A los descarriados ama más
Jesús, pues son más difíciles de encontrar. Quizás nosotros deberíamos buscar a
este muchacho también, ¿sería de utilidad?- El hombre habló y el pueblo se
movió de nuevo. Renato sintió un escalofrío desde la base de la columna. Mario
Rivera no lo notó, sus ojos estaban rojos por la cocaína y sus nervios
demasiado alterados. El ingeniero se fue, el policía se despidió, agradeció la
ayuda y se escondió a las afueras del pueblo.
Se
quitó la camisa de policía por una que tenía en la cajuela y siguió a un
numeroso grupo de campesinos. Regresaban al trabajo, cantando canciones de
alabanza. Eso le puso nervioso, pero cuando vio que ninguno estaba borracho, se
tensó aún más. Conocía bien a esos campesinos, les gustaba cobrar su quincena
con cajas de cerveza, ahora parecían reformados y cargaban picos y palas.
Cuidadosamente espió la operación, tratando de no llamar la atención. Cavaban
en sus tierras y ponían sacos como abono. Uno de ellos se rompió en el
traslado, era un muerto. Había muerto hacía años, estaba seguro por la
descomposición, pero eso solo significaba una cosa, estaban vaciando el
cementerio del pueblo. El descubrimiento le dejó pálido, miró la mazorca que
estaba comiendo y la escupió horrorizado. El último de los sacos era nuevo y tenía
manchas de sangre. Se acercó para ver su contenido, era Humberto Fuentes. Sacó
la pistola y la placa, arrestando a los más de cuarenta campesinos y
pueblerinos que hacían el tramo de las tierras hasta el panteón. Nadie pareció
prestarle mucha atención y siguieron con su trabajo. Tiró a un campesino de un
golpe, pero sintió una pala contra la cabeza antes que todo se hiciera oscuro.
Despertó en la parte
trasera de una pick-up, atado de pies y manos. Le llevaron a Nuevo Hebrón,
cerca del anterior pueblo. Le cargaron como a un paquete hasta una iglesia.
Gabriel de Jesús estaba ahí, rezando junto con la congregación de más de
cincuenta fieles. Estaba muerto de miedo, pero al ver que el altar era enorme,
como para una persona, y que una anciana colocaba una copa de oro bajo los
agujeros que salían del altar entendió cómo había muerto Humberto Fuentes.
Gritó, amenazó y finalmente suplicó, pero eso no cambió nada. Gabriel de Jesús
les ayudó a atarlo al altar sacrificial, levantó su puñal rojo de hoja larga y,
luego de un Padre Nuestro, lo apuñaló tres veces en el pecho. Renato Montes
murió en el altar, su sangre saliendo por los agujeros que llevaban hasta la
copa. Su último pensamiento no fue en Galván, ni en su esposa, sino del día que
recibió la placa. La copa pasó de fiel en fiel, cada uno bebiendo una gota,
hasta que no quedó nada. Eso no les preocupó, faltaban muchos más sacrificios
humanos.
Ludovico
Salazar conocía cada rincón de la universidad Marista, había estudiado
periodismo allí, hacía ya muchos años, y en la misma universidad, aunque años
después, había conocido a Julieta Hurtado. Le llevaba casi siete años de
diferencia de edad, pero los dos habían congeniado a la primera. Ludovico, un
hombre de rostro afable, de espesas cejas
y tez morena oscura, se había enamorado de Julieta desde el primer día
que la conoció. Ella era una mujer extrovertida, un tanto loca, que vivía para
la literatura y el arte. Se vestía con coloridas faldas y blusas folclóricas y
tenía un prendedor artesanal por cada lugar que visitaba. Julieta se había
enamorado igual de rápido, Ludo era un periodista de investigación y era más
listo de lo que parecía. La diferencia de edad no era un problema, aunque la
esposa de Ludovico sí lo era.
- Estos de las becas están
ciegos, no hay manera que se enteren.- Decía Julieta, mientras terminaba de
comer en la cafetería del campus.- PAPIIT y el instituto de la cultura nunca
leen los trabajos. Tengo dos títulos y dos descripciones vagas, y con eso
basta.
- ¿Y el trabajo?
- Sí, es lo único malo, tengo que
hacerlo. Pero no por ellos, para sacar mi doctorado.
- ¿Y de qué trata?- Ludo la tomó
de las manos y se perdió en sus ojos. No estaba escuchando. Podía decirle que
se iba a la Luna que habría seguido con la misma sonrisa de idiota.
- Tengo que investigar
folklorismos en los pueblos yucatecos que tengan que ver con el resurgimiento
de la teología de la liberación. Iré a una docena de pueblos, inventaré los
demás, y tendré mi doctorado. ¿No es emocionante?
- Mucho. ¿Quieres que te lleve a
tu casa, para que luego me abandones?
- Son solo un par de días que
estaré entre pueblos, nada más.- Julieta sonrió y se sonrojó. Sus ojos se
perdían cuando sonreía, por sus espesas pestañas. Tenía una piel morena clara,
con labios sensuales y una nariz respingada. Nadie la había visto como Ludo la
veía, y la volvía loca.- ¿Me amas?
- Lo suficiente para sobrevivir
tu ausencia, pero no lo suficiente para dejarte ir con una sonrisa.
La
llevó a su casa, hasta la otra parte de la ciudad, pero no entró con ella. Se
quedó atrás, pues reconocía el auto estacionado en la esquina. La había
seguido, su esposa ahora bajaba del auto y se acercaba con pisotones y roja de
furia. No la escuchó, no lo necesitaba. Sabía que las cosas habían estado mal
entre los dos por mucho tiempo, pero a veces no podía estar seguro si era la
verdad o la verdad que se le hacía más cómoda. Ana Patricia quería el divorcio,
lo pedía como si fuera lo más fácil. Ludo sabía que perdería todo su dinero si
lo firmaba, Patricia podía ser muy peligrosa cuando se enojaba. Era una mujer
guapa, de rasgos fuertes, castaño claro y un cuerpo entrenado en gimnasio.
Llevaban cuatro años de casados, y Patricia no podía perdonarle que no la
hubiese dejado estudiar en el extranjero, cuando tuvo la oportunidad, con la
excusa de su matrimonio.
- Así que aquí vive la zorra esa.
- No le digas así.
- ¿O qué?
- O... O te pediré que no le
digas así y confiaré en tu sano juicio.
- Me casé contigo Ludovico, eso
habla mucho de mi sano juicio.
- Yo...- Podía ver a Julieta detrás
de la cortina, escondiéndose en su propia casa.- Lo siento.
- Eres un miserable, ¿lo sabías?
Firma el maldito divorcio o te corto de donde más te duele.
- Patricia, por favor...
- Es que tú no sabes Ludovico,
porque no te quise decir. No quería que me humillaras regresando conmigo como
si yo fuera una carga insoportable.
- ¿De qué hablas?
- Estoy embarazada, pedazo de
imbécil.
Ludovico sintió que se
desmayaba. La sangre se hizo hielo, el corazón dejó de latir unos segundos y el
mundo entero se quedó congelado. Nada podía moverse, ni siquiera una mosca.
Patricia no dijo más, no necesitaba hacerlo. La vio regresar a su auto,
acariciando su vientre. Se quedó allí, al rayo del sol y sudando copiosamente.
Algo en él quería gritar, pero se contuvo. Julieta salió con una maleta, la
subió a su auto y se despidió de lejos para irse y no mirar atrás. Ludovico se
sentó en la acera, tratando de absorber el hecho que sería un papá y
admitiéndose finalmente que no tenía idea de lo que hacía con su vida.
El ingeniero Mario
Rivera se fue Nueva Jerusalén con la certeza que había asustado al religioso,
pero al llegar a Umán comprendió que sus fieles no se asustan fácilmente. Su
casona había sido incendiada. La casa más grande del pueblo, conocida por todos
y símbolo de su colmillo para los negocios ahora era un infierno de llamas que
era combatido por media docena de bomberos con muy poca presión de agua en el
viejo camión. No era la pérdida de su ropa, decoraciones o muebles, aunque le
dolía en el alma perder las fotografías de su amada difunta esposa, Leticia,
era algo más básico y práctico. Mario Rivera desconfiaba de los bancos, tenía
todo su dinero escondido por toda la casa, y ahora no tenía nada. Profirió
maldiciones, jurando venganza y fue directo a Mérida. Golpeó el volante durante
el trayecto, insultando a todo el que se le cruzaba. Era intocable en Umán, eso
todos lo sabían. Nadie conseguía su prebenda, su bono, su licencia o su grano
del gobierno sin su autorización. La ofensa mayor, en su mente, era que un grupo
de pirados religiosos se atrevieran a atacarle de esa forma. Cuando consiguió
tranquilizarse, al menos lo suficiente para usar su celular, le marcó a Rebeca
Moguel, su contacto en la SAGARPA. Tenía que responder y lo haría con toda la
furia del cielo, sobre Nuevo Jerusalén hasta que no quedara ni una gallina que
no pasara hambre. Rebeca le esperó en una cafetería y esperó hasta que Mario se
calmara en su auto.
- Estos desgraciados... Pero van
a ver Rebeca, van a ver con quién se meten.
- ¿Y perdiste todo?
- Mi única cuenta de banco tiene
ocho mil pesos, así que sí, yo diría que todo. ¿Qué reciben del gobierno? Y por
favor, dime que tienes algo sobre ese loco.
- Sabemos de Gabriel de Jesús, se
hace pasar por profeta, pero no ha dado problemas. Es decir, no a nosotros, los
campesinos cada vez piden menos granos y menos ayuda. Según mi jefe, el sujeto
nos hace un favor.
- Tu jefe es un idiota.
- No estaría aquí si no fuera
así.
- Había un policía haciendo
preguntas.- Mario tronó los dedos y sonrió como si fuera Navidad.- Renato
Montes, me conoce. Él podría ayudarnos.
- ¿Renato Montes?- Rebeca le miró
sorprendida. Su rostro, circular y cubierto en maquillaje pareció empalidecer.-
Me enteré por Jorge, a Renato Montes lo encontraron muerto en la carretera. Hay
que tener cuidado Mario, ésta gente no está jugando. ¿Crees que sea un cártel?
- No, es algo peor, son
cristianos.
Galván
Puc no dejaba de pensar en Renato. Había pasado un día y no tenía respuesta.
Marcó su número casi cien veces, pero su amante no le contestaba. Él no era
así, tenía que estar en apuros. Aprovechando que eran vacaciones manejó hasta
Umán. A lo lejos pudo ver una procesión de luto, pero pensó que se debería a la
casona que ahora estaba en ruinas. No conocía a nadie de la vida de Renato, de
modo que no reconoció a la viuda hasta que se asomó a la iglesia y vio la
fotografía de su Renato, con ese bigote distintivo y sus lentes de aviador. Le
explicó a la difunta, Sarah Pool, que era un amigo de Mérida. Galván lloraba
tanto como la viuda y se dio a entender entre gemidos y chillidos. Ella,
hablando de la misma manera, le explicó que alguien había confesado al crimen.
Si bien eso no le traía a su esposo de regreso, al menos podría dormir sabiendo
que el maldito sufriría en prisión. Galván no podía quedarse en el funeral,
vomitó en los arbustos del parque, un par de patrulleros le miraron acongojados
y le ayudaron a encontrar la municipalidad, donde tenían al asesino en una
jaula.
- ¿Amigo de Renato? Nosotros
también lo éramos.- Explicó uno de los patrulleros. Se tronaban los nudillos y
se tensaban, querían golpear al asesino casi tanto como Galván.
- Vamos, saben que no pueden
entrar aquí y matarlo.- Dijo el presidente del municipio. Galván pudo entrar,
no tenía facha de policía. Recorrió las oficinas hasta la bodega donde le
tenían. Esperaba ver a un hombre más grande y fuerte que su Renato, pero era un
muchacho escuálido, pálido, pecoso y con expresión de calma absoluta.
- Yo lo hice, si a eso viniste.
Lo encontré en la carretera a un kilómetro de Nuevo Hebrón y lo apuñalé. Me
llevarán a Mérida, no tienes que preocuparte por mí.- Galván no sabía qué
esperaba, pero no era eso.
- ¿Por qué?
- No importa el por qué, yo lo
hice. Ya había matado antes. A Jesús no le gustan los mentirosos, así que confesé
y aquí estoy.
- Pero Renato era una buena
persona, uno de los pocos buenos policías que deben existir en Yucatán. ¿Por
qué matarías a ese osito castaño?, ¿al menos lo viste a esos ojos verdes
preciosos que tenía antes de hacerlo?
- No me gustó su pelo castaño, no
me gustaron sus ojos verdes, así que lo hice.- Galván se detuvo en seco. No
tenía el cabello castaño, ni ojos verdes. Él no había hecho, pero confesaría de
todas formas.- ¿Por qué dijiste que eran preciosos?
- No eran verdes, eres un
mentiroso, tú no lo mataste.
- ¿Tu?- El hombrecillo aplaudió
divertido y comenzó a saltar.- ¿Eres uno de esos gays? Qué asco, Jesús sufrió
en la cruz para que vivas en la Verdad y no en pecado. ¿El poli también era de
ese bando? Ahora me siento mejor de haberlo matado.
- Él era un hombre hermoso y lo
amaba.- Galván metió sus brazos entre las rejas y azotó su cabeza con todas sus
fuerzas.
- ¿Qué porquerías son estas?
El
presidente del municipio no los pudo detener. La confesión de Galván les hizo
cambiar de objetivo. No había excusas, ni explicaciones que importasen, los
patrulleros lo agarraron a golpes, llevándole de empujones hasta la calle. La
esposa, Sarah Pool, también lo había escuchado. Había abandonado el funeral
para ver al asesino en persona. Insultó a Galván con todas las groserías que
conocía y ayudó a los policías a patearlo. Le dejaron en la calle, camisa rota,
labio ensangrentado, con moretones por todas partes. El sol quemaba sus ojos,
pero el verdadero dolor lo tenía en el alma. Se fue cuando escuchó que llegaban
más, tenía a un lugar a donde ir, Nuevo Hebrón. Los golpes se fueron sintiendo
durante el trayecto, de más de una hora, y todo su cuerpo le gritaba por
alivio. No tendría alivio, eso lo sabía bien, porque no tendría a Renato.
El
pueblo de Nuevo Hebrón se había vaciado, todos estaban en la iglesia. Entró,
siguiendo a Julieta, pues se figuraba que una chica vestida con esa ropa no
podía ser del lugar. Nunca le había interesado la religión, pero se dio cuenta
que había algo raro en todos esos sermones. Mencionaban sólo tres lugares, como
si el resto del mundo no existiera, Nueva Jerusalén, Nuevo Hebrón y Nuevo
Sinaí. No había duda, el asesino pertenecía a ese grupo cristiano, y Gabriel de
Jesús había orquestado todo. Hablaba siempre suave, despacio, con gran amor y
cariño, pero Galván no podía ser engañado, sabía que era un asesino a sangre
fría y le haría pagar de una manera o de otra.
- Jesús prometió que el Paráclito
llegaría, un espíritu de justicia y rectitud, enviado del Espíritu Santo. Yo he
llegado y quienes acepten a Cristo conocerán la gloria eterna, pero no hay
mucho tiempo. Mi labor es difícil, recordarles que la hora del juicio se
acerca. El juicio llegará con mi muerte, el Escathón. Lloverá fuego, habrá
tinieblas, los muertos se levantarán de sus tumbas y todos quienes no tomen mi
mano se perderán en el valle de la muerte. Prediquen, salven a todos los que
puedan que Dios ya no tiene paciencia para sus enemigos.
- ¿No te conozco de alguna
parte?- Galván se dio vuelta, no reconoció su rostro de inmediato pero él si le
reconocía bien. Era el presidente municipal de Umán y con cada momento que
pasaba se excitaba más, gritando y señalando hacia todas partes.- Tú eres ese
homosexual, claro que sí. No te preocupes hijo, te ayudaremos.
- No, en serio, no es necesario.
No soy gay.
- ¡Por aquí, profeta! Redime su
pecado.- Galván se vio rodeado de más de ochenta enardecidos creyentes que
gritaban oraciones y jalaban para subirlo hasta el altar donde Gabriel de Jesús
le invitaba, con una sonrisa y los brazos abiertos.
- ¡Déjenlo ir!- Julieta pateó al
presidente municipal en una rodilla y aprovechó el caos para jalar a Galván y
abrirse paso.- Están locos, ¡esto es secuestro!
- No los dejen irse.- Bramó
Gabriel de Jesús.
Julieta
y Galván no llegaron lejos. Un trío de fornidos albañiles les taclearon al
suelo y un par de señoras comenzaron a atarles con cordeles. Les pedían que se
tranquilizaran, les aseguraban que todo estaría bien, pero la realidad era que
les ataban y jalaban por el suelo, chillando y rogando, hasta el misterioso
profeta que sonreía con dulzura. Julieta pensó que iba a morir, y al mirar el
aterrorizado rostro de Galván supo que él pensaba lo mismo. Los disparos los
detuvieron. Se escucharon desde lejos, pero parecían acercarse. Una voz era
llevada en el aire, era el ingeniero Mario Rivera, drogado y borracho que había
llegado al pueblo para saldar algunas cuentas. Se levantaron como pudieron,
siguiendo la marea humana que salía del edificio en confuso pánico. Se
desamarraron y corrieron hacia el ingeniero pidiendo su ayuda.
- ¡Por aquí! Llegó justo a
tiempo.
- ¿Quiénes son ustedes?
- Julieta.
- Galván, creo que nos iban a
matar.
- Soy Mario.- Dijo, con una
caballerosidad que desentonaba de su aspecto descuidado. Hizo una reverencia
exagerada y mostró sus dos revólveres como si fueran su orgullo, para luego
disparar otro par de tiros al cielo.- ¿Dónde está el hijo de perra que quemó mi
casa?
- Yo creo que es el loco de
blanco, buena suerte.- Dijo Julieta, jalando a Galván del brazo para que
corrieran hacia sus vehículos.- No es necesario ver como acaba esa historia.
- Paulo, ¿por qué me persigues?-
Gabriel de Jesús apareció de atrás de un árbol en el parque. Julieta y Galván
se detuvieron en seco, y ella se cayó al suelo del susto. No podían imaginar
cómo había salido de la iglesia, al fondo de la plaza y cruzado otro par de
cuadras antes que ellos.- No los queremos lastimar, queremos quitarles su
dolor.
- Ahí está el malnacido.- Mario
le disparó un par de veces al pecho. El profeta salió volando de espaldas y
cayó apoyado contra una banca.- Ahí está, es un inicio.
- ¿Lo mataste?- Preguntó Galván.
- ¿Y quién me iba a detener?
- ¿Qué tal ellos?- Julieta señaló
hacia el incendio a un par de cuadras, dos autos estaban en llamas.
- ¡Mi auto! Se llevaron mi casa y
¿ahora mi auto?
- Y el mío también. Galván,
¿dónde estacionaste?
- Por allá.- Galván señaló, sin
darse vuelta. Él seguía viendo al profeta, o más bien, el sitio donde había
estado su cuerpo, pues ahora no había nada. Julieta le jaló del brazo, pero
Galván no podía moverse. Le había visto muerto y ahora no estaba. Los gritos de
los fieles que cruzaban el parque, luego de incendiar los autos, le despertó de
su estado comatoso.
Todos
los perros de Nuevo Hebrón comenzaron a ladrar y todos persiguieron a los tres
sujetos que intentaban llegar al viejo Tsuru de Galván. La tarde aún no
terminaba, el cielo estaba naranja y llevaba el humo del incendio hacia todas
partes. Las cenizas cayeron sobre los que huían y los ladridos de los perros,
de los más de treinta de ellos, resonaban con ferocidad increíble al rebotar
entre las paredes de las humildes casas. Galván le lanzó las llaves a Mario,
quien había llegado primero. Julieta entró al coche por la ventana y Galván
saltó a la ventana abierta del asiento del pasajero, con un perro mordiéndole
los jeans. Subieron las ventanillas, protegiéndose de los enloquecidos animales
y apurando al ingeniero para que se apurara, pues el pueblo entero les
perseguía, lanzando ladrillos y palos. Las llantas rechinaron por las
callejuelas, doblando a toda velocidad entre las casas y entre los fieles que
intentaban detenerles al ponerse al centro del camino. Mario los rodeó a todos,
aunque golpeó a más de uno. Al ver la carretera, lejos de la gente y de los perros,
pensaron que estarían a salvo, pero estaban equivocados. El profeta se apreció
a la mitad de la nada, sosteniendo a una niña de la mano. Mario no pensaba
frenar, puso el pedal hasta el fondo y gritó desesperado. El profeta se agachó,
le dijo algo a la niña y ella corrió hacia ellos, persiguiendo el auto. Mario
no cesaba de gritar, completamente fuera de sí. Julieta jaló el volante,
salvando a la niña, pero casi tirándoles a una trinchera.
- ¡Se fue! La niña, se fue. Se
fueron los dos.- Decía Galván, mirando hacia atrás.- ¿Cómo demonios hizo eso?,
¿qué está pasando?
- ¡Cuidado!- Mario detuvo a
Julieta de estrellarse cuando frenó en seco. Un trueno había caído para partir
un árbol en dos, aunque segundos antes el cielo había estado claro. La tormenta
arreció con tanta virulencia que los caminos terrosos se hicieron de lodo y más
truenos y relámpagos cayeron a su alrededor.- No vamos a llegar, maldita sea no
vamos a llegar a Mérida. Vamos a morir en esta maldita selva.
- ¿Adónde puedes llegar?
- No puedo ir por la principal,
pasaríamos por Nueva Jerusalén y ni de loco paso por ahí.- Explico el ingeniero
mientras se encendía un cigarro y le pasaba la cajetilla y encendedor a Galván,
quien los pedía.- No, tenemos que irnos por los caminos poco usados, los conozco
todos, soy ejidatario. Hay un pueblo que yo sé que no está loco, Ukmal. Queda a
diez minutos de aquí, si es que llegamos.
El
editor Juan Uch del De Peso conocía bien a Ludovico y a su trabajo. Sabía que
podía hacer buenas notas investigativas, pero también sabía que cada que se
ponía flojo empezaba a inventar. Lo había mandado a los pueblos, para
investigar en los municipios más pequeños, pero sus últimas dos noticias,
estaba muy seguro, eran inventadas. No podía probarlo, pero no necesitaba
hacerlo. Amenazó a Ludovico por más de media hora, hasta que se dio cuenta de
la hora y lo mandó a su casa, ya casi era cierre de la tarde. Ludovico se contó
suertudo, y aunque se prometió a sí mismo que trabajaría duro por cada centavo
sabía que haría hasta lo imposible para pasar cada segundo con Julieta. Salió
de la oficina y preparó sus cosas, pero al ver llegar a Patricia imaginó lo
peor. Apareció entre los cubículos de los escritores cargando una caja con su
ropa vieja.
- Patricia, aquí no, por Dios.
- Lo haré breve, quiero el
divorcio y quiero que firmes algo más.- Le pasó una tarjeta mientras sonaba el
celular de Ludovico. No necesitaba ver quién era, esa tonada sólo sonaba para
ella.- Por favor, ¿me puedes escuchar dos minutos? Créeme, esto tampoco es fácil
para mí. Sólo quiero que vayas a ese abogado y firmes papeles.
- ¿Qué es la segunda cosa?
- Quiero que renuncies a la
patria potestad de mi hijo. No me mires así, no soy la mala de la película. Tú
ni siquiera quieres a este niño, así que nada cambia. Será mío, estaré bien.
- Pero...- El celular seguía
sonando. La llamada había entrado a buzón tres veces antes. Julieta no era así,
estaba en problemas.- ¿Me puedes esperar? Es de trabajo.
- Sólo firma el maldito papel y
sal de mi vida. Y sí, te dejaré sin nada porque ese dinero es mío, ¿me
entendiste?
- Sí, ajá, te escucho.- Trató de
mandarle mensaje, pero ella seguía llamando.
- ¿Cuánto va a durar tu sabor de
la semana?
- Patricia, no te ofendas, pero
otras cosas que hacer.- Corrió hacia el baño y respiró profundo antes de
contestar. No podía ser el padre para su hijo, pero ella tenía razón, no quería
hacerlo. Lo imaginó creciendo, para siempre odiando a su padre tanto como él
odiaba al suyo. La imagen no era linda, pero se engañaba a sí mismo si quería creer
que deseaba ser un papá para una criatura. Para la décimo quinta llamada
finalmente respondió el celular.
- ¡Dónde estabas! Estoy en la
carretera y tienes que venir por mí, estamos en Ukmal.
- Suenas asustada, ¿qué pasa?
- Nos quieren matar.
La
última parte lo disparó como un resorte. No necesitaba saber más, ella estaba
en peligro y él tenía que llegar allí, con ayuda del GPS de su celular pues no
conocía el lugar. Al salir del edificio casi se estrella contra Patricia, la
rebasó sin decirle nada y entró a su auto. Dos horas y quince minutos después,
los encontró a los tres en la carretera. Estaban apoyados contra las ruinas de
un viejo Tsuru, con expresión de puro terror. Subieron al auto, Galván se
despidió del Tsuru y manejó de vuelta a Mérida. Les preguntó por qué el Tsuru
tenía el parabrisas roto y le faltaba una llanta, con todo y eje en la parte de
atrás. Les preguntó muchas cosas, pero no pudieron responder ninguna.
Necesitaban un café caliente, un cigarro y una oportunidad para dejar ventilar los
nervios. Les llevó a la cafetería más cercana, se sentaron juntos y diez
minutos después empezaron a hablar. No podía creer lo que escuchaba, pero nadie
que no hubiese estado ahí lo habría hecho.
- No me mires así, no estoy
loca.- Ludovico abrazó a Julieta y prometió que le creía, aunque en el fondo no
podía hacerlo.
- Yo tampoco lo creería, pero lo
vi.- Dijo Mario.- Lo maté, dos al pecho y se levantó. Ese hijo de perra es...
No sé que es, pero es algo que no se ve todos los días.
- Voy al baño, si puedo caminar
de ida y vuelta sabré que estaré bien.- Bromeó Julieta. Recorrió el desierto
café, pero al llegar a la mitad volteó hacia arriba. El ventilador cayó del
techo, con todo y yeso, y Julieta apenas tuvo tiempo de tirarse al suelo. Las
aspas y el mecanismo golpearon una mesa y después terminaron en el suelo cerca
de ella.
- ¡Fue él!- Gritó el ingeniero.-
Nos ha seguido hasta aquí, es un hechicero.
- Lo que hizo con los perros, con
el clima, con esa niña fantasma, su resurrección...- Decía Galván, en voz baja,
mientras Ludo recogía a Julieta del piso y la regresaba a la mesa.- No sé cómo
lo hace, pero no es nada sobrenatural. Esto fue, no sé, una coincidencia o algo
así.
- Coincidencia mis narices.-
Replicó Mario.- Es un hechicero, mi abuela tenía razón, sí existen.
- No creo que se convierta en
chivo.- Bromeó Ludovico, aunque era mal momento para bromas.- Estoy seguro que
la policía verá los coches en llamas y actuará como tiene que hacerlo. Eso
sería una buena noticia, puedo cubrirla.
- No harán nada sobre Renato,
menos ahora que saben que es gay.
- Espera un segundo, ¿eres
homosexual?- Preguntó Mario, con mirada de asco.
- Madura.- Le dijo Julieta.- Su
homosexualidad debería ser el menor de tus preocupaciones ahora.
- Sí, es cierto, disculpa.
Lamento tu pérdida muchacho.
- Sí, un montón, estoy seguro.
Quiero que el mundo sepa que Gabriel de Jesús es un asesino, si tú puedes
hacerlo Ludovico, pues qué mejor, si no, lo haré yo mismo.
- Calma Rambo,- Dijo Mario.- no
sabemos a qué nos enfrentamos. Además, yo le disparé, debe estar muy enojado
conmigo. Quizás te deje ir a ti, y a ti también Julieta.
- Sí, pero solo por si acaso,
mejor compartamos números. Uno nunca sabe.
Galván
no pudo dormir en los días siguientes, pero eventualmente durmió casi todo el día.
No sabía qué esperar, pero nada extraño le había pasado. Pensó que quizás el
ingeniero tenía razón, él solo había escapado de Nuevo Hebrón, mientras que
Mario le había disparado al pecho, y eso enojaría a cualquiera. Trató de no
pensar en Renato, y el trabajo ayudó. Las vacaciones estaban por terminar, los
maestros habían sido convocados a una junta en la preparatoria México. El
edificio era enorme, tenían preparatoria y varias carreras, y contaban con
muchísimos maestros, de modo la junta convocó a más de cuarenta docentes.
Esperó su turno, junto a sus colegas, y los chismes y rumores aliviaron sus
preocupaciones. No mencionó sus últimos días, el amorío con un policía, su
homicidio, la tapadera, la golpiza en Umán, el hechicero que lavaba las mentes de
cientos de personas. Todo aquello le parecía en otra vida, una muy lejana al
simple cotilleo y las preocupaciones comunes de preparar clases y soportar
directivos.
- ¿Maestro Puc? Un padre de
familia le espera abajo.- Le avisó la secretaria. Bajó las escaleras hacia las
oficinas administrativas. Un hombre, en un traje barato sonrió al verle.
- ¿Es usted padre de algún alumno
mío?- Preguntó cuando se sentó frente a él.
- No exactamente Galván. Te ves
mejor, los moretones se han ido. ¿Te sigue doliendo el costado?
- ¿Qué es esto?
- Calma, no soy uno de los polis
que te agredieron. Hicieron mal, no es tu culpa ser gay, es una enfermedad,
como la demencia o la depresión. No es tu culpa, ¿pero no crees que te aísle?
Es decir, hay mucha gente intolerante en Yucatán. Tener que mentirle a tus
colegas y amigos... No vengo a eso, por cierto, no te preocupes. Es tu vida, no
me voy a meter en ella. Sólo te ofrezco ser normal, tener una vida feliz y
plena.
- Salga de aquí o llamaré a
seguridad.- El hombre bajó la cabeza, la subió de nuevo y ahora era Gabriel de
Jesús.
- No tengas miedo, no quería
lastimarlos, sólo hablar con ustedes.
- Por poco y morimos ahí.
- ¿Morir de qué? Galván, tú
mereces ser feliz. Lo veo en tu corazón.
- Déjame en paz.- Galván lo
repitió una y otra vez, alzando su voz. Le tiró cuadernos y hojas,
eventualmente una engrapadora y el profeto alzó las manos en forma de rendición
y se fue caminando. El ruidero había llegado hasta arriba, pero Galván se apuró
a salvar apariencias, corriendo hasta las escaleras con una sonrisa como si
todo estuviera bien.- Un vendedor, ¿lo puedes creer? Fingió ser padre de
familia para venderme fotocopiadoras, como si yo necesitase eso.
- Ésta gente, se pone peor cada
semestre.- Dijo una maestra, para hacer conversación.- La junta se pospuso,
según el jefe por unos minutos. Recibió visitas.
- Que poco profesional.
- ¿Galván Puc?- El director se
asomó de su oficina y le indicó que entrara. Se congeló en la puerta, Sarah
Pool estaba sentada con sus dos hijos en la oficina de su jefe. Sabía lo que
vendría, pero no podía estar preparado para ello. La viuda de Renato se había
enterado de dónde trabajaba, sin duda gracias al profeta.
Sarah
le dijo todo al licenciado Fernando, incluso dio a entender que había oído de
muchos amoríos con alumnos menores de edad. Había viajado hasta Mérida, según
ella, como un servicio a la comunidad, culpándole incluso de la muerte de
Renato por haberle metido ideas pervertidas en la cabeza. Galván se defendió,
pero sabía que era inútil. El licenciado, insistiendo que su sexualidad no
tenía nada que ver, le despidió en términos suaves y cordiales. No era sólo
este trabajo, estaba seguro, no podría contar con sus referencias y el
licenciado Fernando haría hasta lo imposible para que sus futuros empleadores
le tomaran por un violador de menores. Fue escoltado al estacionamiento, aunque
su Tsuru había dejado de existir y había llegado en camión. Sarah estaba ahí,
fingiendo que no le veía, esperando el mismo camión.
- Gabriel sabe donde golpear.-
Dijo Galván en voz baja. Su rostro estaba rojo, pero se prometió que no
lloraría. Le había quitado al amor de su vida y a su trabajo, pero se prometió
que nunca se dejaría vencer.- Renato me dijo que pensaba en mí cada que se
acostaba con usted. Debe ser cierto, es decir, mírese en un espejo, es un seis
a lo más, incluso bajo estándares de pueblo, que ya de por sí son muy bajos.
Anímese, hágase una cirugía estética, al menos con un rifle.
- Pervertido.- Dijo ella, jalando
a sus hijos al camión.
El
ingeniero no se atrevía a regresar a Umán. Se había quedado en Mérida, apurando
a sus deudores para engordar su cuenta de banco y así poderse pagar un
miserable departamento que habría cabido en su dormitorio en la casona de Umán.
Aunque no le gustaba Mérida en lo particular, existía un único lugar del que no
podía alejarse, el panteón donde estaba enterrada su difunta esposa Leticia. Lo
visitaba cada que podía, así como sus colegas de Umán visitaban sus centros
comerciales y bares. Rebeca Moguel, su contacto en la SAGARPA sabía dónde
encontrarle cada que no respondía a su celular. Detestaba la idea de competir
con su difunta esposa, o al menos con el recuerdo de ella, pues la realidad era
que peleaban todo el tiempo por las infidelidades de Mario. Además, el lugar le
daba escalofrío al rodearse de tantas tumbas que, por más coloridas que fueran,
siempre le hacían pensar en una ciudad de pequeños edificios, con crucifijos y
flores muertas, poblada de muertos, recuerdos y malas sensaciones.
- ¿Y qué hay del policía? Tiene que
haber algo, lo que sea Rebeca.
- No me regañes a mí, no soy
judicial. Todo está en orden, alguien confesó, salieron testigos, no habrá más
investigación. ¿Esos coches incendiados que mencionaste? Tampoco.
- Uno de ellos era mío, ¿y cómo
que tampoco?- Preguntó Mario, mientras dejaba flores frescas en la tumba de su
Leticia.
- Tampoco, o sea, nada, o sea, no
existen, nadie los ha visto, nada de testigos y nada de investigaciones. Puedes
usar el mío, tengo dos.- Le entregó unas llaves y lo abrazó. Mario la abrazó de
vuelta, besándole el cabello aunque no estaba pensando en ella.- ¿Qué pasó en
Nuevo Hebrón? Nunca te había visto asustado.
- Ese profeta, ese Gabriel de
Jesús es un... Es un... Es complicado, no sé cómo ponerlo.
- Puse nerviosos a algunas personas,
haciendo tantas preguntas me refiero. Nueva Jerusalén y Nuevo Hebrón son
realmente modelos desde hace poco menos de un año. Nada de disputas de
borrachos, nada de accidentes de autos, nada de desperdiciar recursos, nada de
evadir impuestos. Esos dos pueblos están habitados por santos, así de fácil.
Incluso los camellos se han entregado a la policía por su propia voluntad.
- ¿Por qué se pusieron nerviosos?
- Diez minutos de cuestionar a mi
jefe recibo una llamada, me pidió nombre y oficio, sabía mi dirección y mi
teléfono. Me dijo que dejara de preguntar.
- Y eso es lo que harás, no sabes
de lo que son capaces.
Platicaron
un rato más, pero Mario prefirió quedarse unos minutos más con su Leticia. Su
mente estaba ocupada haciendo toda clase de planes de contingencia. Saldría
avante, estaba seguro, pero en el fondo aún temía regresar a los pueblos, aún
le temía al hechicero. Se despidió de Leticia y caminó fuera del panteón, pero
rápidamente se perdió. La calle iba doblando, creando callejones sin salida.
Recorrió docenas de tumbas que antes habían estado acomodadas de diferente
forma. Estaba seguro de eso, pues las conocía bien, recordaba a las que tenían
unas veladoras rojas de cristal que había pasado a su derecha y ahora
bloqueaban su paso. Echó a correr, sabiendo que el hechicero estaba cerca, pero
eso sólo le confundió más. Estaba perdido en el panteón, sufriendo el espantoso
calor veraniego y la cegadora luz del sol. Se sentía como si estuviera loco, y
cuando las tumbas comenzaron a agilizarse se sintió aún más angustiado. El
profeta había llegado por él, y estaba seguro que llegaría por todos los demás.
Estaba encerrado en una película de terror y cuando las tapas de las tumbas se
fueron abriendo de una en una supo que se volvería loco.
- Esos son tus pecados.- Sonó una
voz en el viento.- Y tienes mucho.
- Sácame de aquí, por favor
sácame de aquí.
- Sólo tú puedes hacerlo,
arrepiéntete de ellos y estarás bien.- Manos, negras y descompuestas, salieron
de sus tumbas. Mario chilló a todo pulmón, corriendo en círculos. Gabriel se
materializó a su lado, le tomó de los brazos y sintió una descarga de
tranquilidad como la que nunca había sentido.- Bebe de la copa del Señor,
alivia tus penas. Deja que Jesús tome tu dolor.
- Quiero irme de aquí.
- No la amas, a Rebeca me
refiero, no como ella te ama a ti, pero la usas porque te es conveniente.
- ¡Basta!- Mario gritó de nuevo,
corrió entre los brazos que salían de sus tumbas y accidentalmente golpeó su
cabeza. Cayó desmayado al suelo, y al abrir los ojos se encontró con que todo
estaba en su lugar y el cuidador le ofrecía ayuda para levantarse.
Julieta
conocía algunos sacerdotes que habían sobrevivido la purga que sobrevino a la
teología de la liberación. Algunos habían mantenido sus creencias en secreto por
muchos años, y de ellos una cantidad minúscula continuaba en el sacerdocio. Su
tesis de maestría había sido prácticamente redactada por ellos, y ahora
necesitaba consultarlos una vez más. Demasiados accidentes fortuitos la habían
perseguido en esos días, estaba convencida que aquel profeta era más de lo que
aparentaba. El padre Rodolfo Machado aceptó verla en su casa, era un hombre
apuesto, con costados repletos de canas y profundas gafas que le daban un
aspecto jovial. Reconoció el nombre a la primera, Gabriel de Jesús ya era una
celebridad entre los pueblos de Yucatán. Le conocía, sin embargo, por su
verdadero nombre, o al menos el nombre que empleó para iniciarse en el
sacerdocio, Gabriel Tamayo. Su historia era más macabra de todo lo que Julieta
podría haberle dicho y no lo habría creído si hubiese venido de otros labios.
Gabriel
estaba fascinado con la teología de la liberación, su vocación era el ayudar a
los pobres y sostenía profundos debates teológicos con sus superiores cuando
defendía la idea de encontrar la salvación en la mejora de las condiciones
socioeconómicas. Solicitó, durante todos los años en que estuvo con ellos,
becas para estudiar teología en la Universidad del Vaticano. Cuando se fue, sus
compañeros supusieron que regresaría como un espía, situación común entre todos
los sacerdotes que regresaban de Italia, con nuevos conocimientos y mucha
curiosidad sobre lo que cada uno piensa y dice. Gabriel no regresó como espía,
se dedicó a vivir con indígenas chiapanecos y entonces fue que empezó su
verdadera vocación. Se proclamó a sí mismo profeta, pese a las amenazas de ser
expulsado e incluso excomunicado. La expulsión final llegó cuando mandó a sus
fieles a sacar a los muertos de sus tumbas.
- Los hacían en abono.- Explicó
el padre Machado mientras bebía su segunda taza de café. El café de Julieta ya
se había hecho frío, no había bebido ni una gota.- Yo estuve ahí, regresamos a
todos los cuerpos a sus tumbas... Bueno, eso hubiéramos querido, pues había
cien tumbas y 80 cadáveres... Eso sí, muchos de esos campesinos estaban
gorditos y satisfechos.
- Satisfechos...- Repitió
Julieta, la revelación descubriéndose en su mente. Su taza se deslizó de entre
sus dedos y cayó al suelo.- ¿Y por qué no hicieron nada?
- Hicimos. Unos curas
investigaron, él no fue a la universidad, nunca se apareció. Sí estuvo en
Italia, pero aprendió otras cosas de fuentes mucho más oscuras. Nos enteramos
gracias a la INTERPOL, tenían una investigación pendiente por el homicidio de
un Genaro Uzzini. El señor Uzzini escribía libros de alquimia, angelología y
magia. El único sospechoso era un mexicano que se hacía pasar por sacerdote
estudiante universitario. Ya había desaparecido de Chiapas para cuando le
buscamos para entregarlo a los italianos. Gabriel debió aprender mucho, trajo
consigo un extraño anillo que él llamaba “la cabeza de Cristo”, es de metal
como el acero viejo y sin pulir, es la cabeza de nuestro Señor en la cruz, si
se le mira bien tiene la corona de espinas y está como mirando hacia abajo. Se
lo robaron una vez, nos enteramos en la sierra, durante la persecución. No fue
difícil ubicar así a Gabriel, hubo un lecho de muertes inexplicables y extraños
accidentes hasta que regresó a su oscuro amo. Luego de eso, nada. Yo me mudé
aquí hace seis meses, escuché que él llegó a Yucatán hace como dos años,
caminando y sin ningún apuro. Lo que sea que este tramando, no es cristiano y
no es... humano. Usted disculpe el tono melodramático.
Ludovico
Salazar visitó Nueva Jerusalén presentándose como reportero que iniciaba una
nota sobre el pueblo perfecto. Había escuchado el relato de terror de los tres
sobrevivientes, pero no veía nada de la violencia, ni de la amenaza en la gente
simple y bienintencionada del pueblo. No era normal, sin embargo, nadie bebía,
nadie fumaba, nadie perdía el tiempo en ocios que no estuvieran de alguna
manera ligada a la única iglesia funcionando, la del Nuevo Pacto. La gente
estaba limpia, los niños se portaban bien, trabajaban duro y parecían alegres y
obsequiosos. Aunque le pareció extraño, no se podía imaginar nada tan oscuro
como un culto siniestro y sacrificios humanos. La primera pista que encendió
todas sus alarmas fue la negación contundente, por parte de grandes y chicos,
sobre el poblado menonita “Redención” a quince minutos en camión. El lugar
simplemente no existía. Se figuró que era uno de esos achaques de fervor
religioso irracional, como cuando algunos se niegan a usar vacunas en sus
hijos, así que probó con los niños aunque tuvo el mismo resultado. Por último
trató con el camionero local, el hombre que veía al poblado constantemente en
sus andanzas de pasajeros.
- No, no me suena conocido.
- Es que lo buscaba, para
incluirlo en la noticia, ya sabe.
- Lo habría visto, yo manejo por
aquí todo el tiempo, pero no existe.
- Y oiga, usted que es más, como
quien dice, hombre de mundo, ¿por qué dicen que es profeta ese tal Gabriel de
Jesús?
- Porque es un profeta, habló con
Jesús, nos lo dijo.
- Pero ya sabe, la gente a veces
dice cosas raras y no son ciertas.
- Pero él sí habló con Jesús, así
de frente a frente en la selva. Le dijo muchas cosas y le ayuda a hacer muchas
cosas, ya sabe, para mejorar nuestras vidas. Además, está el Escathon.
- ¿El qué?
- El fin de los días, como él es
el Paráclito, o como quien dice el Espíritu Santo, cuando su cuerpo mortal se
muera empezará el fin del mundo. Los muertos saldrán de sus tumbas, habrá
oscuridad y plagas y muchas cosas más. Por eso me convertí, porque no queda
mucho tiempo.
Visitó
el pueblo menonita, una villa de la Holanda del 1500’s que le pareció como a un
set de película. La escena, sin embargo, era deprimente. Las vacas estaban
enflaquecidas, había muchos niños enfermos con purulencias y fiebres, los
accidentes mortales ocurrían todo el tiempo, había un luto generalizado pues
las embarazadas habían sufrido abortos misteriosos e incluso los campesinos le
temían a sus cultivos, por una misteriosa plaga de langostas que había llegado
desde hacía días. No era lo suficientemente cínico para jugar a ser al ciego,
Gabriel de Jesús había arruinado a ese poblado. Manejó de vuelta preguntándose
qué le haría a Mérida y qué le haría a él.
Su
editor aceptó la noticia, era una investigación ligera sobre los dos pueblos
perfectos con muchos datos anecdóticos, nombres y entrevistas. No había
incluido nada malo, necesitaba probar las aguas primero. Mario, Galván, Julieta
y Ludovico se reunieron cuando la historia fue publicada. Los cuatro querían
hacer algo, pero no se imaginaban qué podía ser. Concluyeron que existía un
dato que debían corroborar. Habían escuchado de tres lugares que eran los
pilares del apostolado de Gabriel de Jesús, Nueva Jerusalén, Nuevo Hebrón y
Nuevo Sinaí. El tercer nombre era desconocido, ningún pueblo llevaba ese nombre
y prometieron que cada uno investigaría por su lado. Ludovico se olvidó de todo
eso, pero fue quien encontró la respuesta por accidente, pues tenía una cita
con su esposa para hablar con su abogado.
- Nadie te avisa de este
momento.- Dijo Patricia de pronto. Esperaban en la pequeña recepción con aire
acondicionado, sentados uno pegado al otro por la falta de espacio y revisando
las revistas para pasar el tiempo.- Claro, sabes cuando te casas que podrías
terminar aquí, pero no es igual.
- Sí, sé a lo que te refieres. La
vida es muy extraña.
- ¿Alguna vez te dije que nuestro
viejo vecino, Álvaro, siempre me coqueteaba? Quería que te dejara y huyera con
él. Estaba tentada, por Dios que estaba tentada.- Patricia miró a su marido, no
con furia, ni con tristeza, si no con la mirada de alguien que no puede
encontrarle pies ni cabeza a una imagen.- Pude haberlo hecho, nuestras vidas
serían muy diferentes. ¿Te imaginas si esto fuera al revés? Tú serías el
histérico.
- No eres histérica, no lo eres.
Serás mamá, estarás sola... Tu familia ayudará, pero no es lo mismo. Tienes
todo el derecho del mundo de explotar y gritarme, de insultarme y decir lo que
quieras. Quiero ser parte de su vida.
- ¿Lo dices porque quieres ser
papá o porque no quieres darme el dinero que me corresponde?
- Quiero ser papá.- Dijo, con
tono dubitativo y medio minuto demasiado tarde.
- Eres pésimo mentiroso. ¿Julieta
lo sabe?
- No, y preferiría que quedara
así, al menos por ahora.
- Ojalá le dé cáncer y se muera.
Sin ofender. Tú dirías lo mismo de Álvaro si hubiese aceptado su oferta. Ahora
ya se casó, encontró que una vieja novia que le adoraba era modelo, viven en
Cancún, felices y contentos.
- ¿En qué momento la vida se hizo
tan insoportablemente complicada, Patricia?
- No sé.
- Oye Patricia, ¿cómo llamas a un
abogado honesto? Uno muerto.
- Eres un idiota Ludo, pero me
haces reír.
- ¿Estamos listos?- El abogado
se asomó y Ludovico se paró de golpe, señalando un prendedor en la solapa de su
traje.- Es el Nuevo Pacto, me convertí ayer. He encontrado a Jesús en el Nuevo
Sinaí.
- ¿El Nuevo Sinaí?
- Sí, es lo que antes era la
iglesia del séptimo día por el Holliday Inn.
Ludovico
dio media vuelta y salió corriendo, escuchando los gritos de su esposa para que
firmara los papeles. Tenía que verlo él mismo. ¿Había llegado la infección
hasta Mérida? Olvidó mandarles mensaje de texto a los demás y entró a la
iglesia sin saber qué hacer. El lugar era inmenso, pero necesitaban más espacio
para todos los fieles, de todas las clases y caminos. Todas las conversaciones
cesaron en cuanto entró al recinto principal, y tras unos segundos de silencio
la gente estalló en júbilo, llamándole por su nombre e invitándole a pasar. Se
había convertido en el hijo pródigo, el profeta le invitaba desde su podio y la
gente le cargó sobre sus cabezas para acercarlo. Las más de mil personas
gritaban alabanzas, muchas hablaban en lenguas y se sacudían violentamente.
Cuando Ludo fue depositado delicadamente sobre la tarima pensó que se volvería
loco al ver a la gente que había perdido la razón. Asustado, se arrastró
sentado hacia atrás, hasta la pared bajo el inmenso crucifijo. El profeta se
acercó a la gente que se lanzaba hacia él. Acercó una mano y fue como si una
incontenible oleada de energía barriese con el público, cientos de personas se
desmayaron hacia atrás. Algunos estaban inconscientes por completos, otros
permanecían en éxtasis con los ojos en blanco y otros se agitaban con
convulsiones. El profeta miró a Ludovico, luego le mostró su anillo y con él
señaló de abajo para arriba, yendo de cuclillas hasta estar de pie y todos
aquellos que habían sentido esa fuerza desbordante se pusieron de pie.
- Están locos, todos ustedes
están locos...- Se repetía Ludovico en posición fetal, en apenas unos murmullos.
Estaba seguro que moriría ahí o que perdería la razón entre tanta gente.- Soy
el único que no está loco, pero no me van a engañar.
- Ese amor que crees que perdiste
hacia tu esposa, te lo puedo devolver.- Le dijo Gabriel, ofreciéndole una mano
para que se pusiera de pie. Ludo se paró, pero no se alejó de la pared.- Esa
pasión que sientes hacia Julieta esa una simple mezcla de lujuria y confusión.
- La amo.
- Ludovico,- Gabriel le puso la
mano en el hombro y le miró entristecido.- tú no sabes lo que esa palabra
significa. ¿Por qué te resistes a Jesús?
- No me engañarás con tus
discursos.- Le quitó la mano de encima, ahora más enojado que asustado.-
Ustedes matan gente, ¿qué clase de culto es este? Ponen a sus muertos como
abono, se comen esos frutos como si fuera su carne y cualquiera que se pase de
la raya o haga muchas preguntas termina como sacrificio humano. Lindo negocio
el que traes Gabriel, pero no servirá por mucho tiempo más. No podrás
esconderlo para siempre.
- Es terrible, lo sé. Casi
siempre el sacrificado es un voluntario, pero hemos tenido que recurrir a los
enemigos de Dios. Se tiene que hacer, uno cada luna llena. Sé que crees que soy
un monstruo, pero resuélveme esto, ¿qué dirías si te propongo un intercambio?
Nadie morirá de enfermedades leves, ni de alcoholismo o muertes relacionadas a
la bebida, o a las drogas, y lo único que hay que sacrificar es a una persona
que, en la mayoría de las ocasiones, desea ser sacrificada. Ya no más
violencia, ya no más adicciones, ya no más ocios peligrosos, ya no más odios y
tontos prejuicios, ya no más sentirte como un barco que perdió la dirección
hace mucho... Jesús te espera.
- Sí, claro, y tú eres el fin del
mundo, señor Apocalipsis. Tu secta se termina sin tu anillo.
Ludovico
lo golpeó en la boca del estómago y rápidamente le sujetó una muñeca para
quitarle el anillo. Pensó, por un instante, que quizás aquella fuente de poder
tenía a todos hipnotizados y lo mejor era quitarle el anillo. La idea no era
mala, pero el anillo le ardió como si estuviera al rojo vivo y el factor
sorpresa no le sirvió de mucho. La audiencia estaba consternada, pero cuando
Gabriel hizo un gesto y Ludo salió volando al techo todos lo tomaron como
muestra de su apostolado. Ludovico se estrelló contra el techo como si hubiese
sido el suelo, y trató de volver a respirar mientras su cuerpo era arrastrado
por fuerzas invisibles hacia una ventana abierta. Extendió sus brazos,
sujetándose con todas sus fuerzas, la mitad de su cuerpo saliendo hacia la entrada
repleta de gente. Sintió que perdía terreno, sus manos se resbalaban del yeso
y, justo cuando pensó que saldría disparado como bala de cañón, sintió unas
manos en sus tobillos que le jalaron al suelo. Galván y Mario lo salvaron,
subiéndose a una escalera, y cayeron los tres al suelo. Los creyentes no
querían dejarles ir, pero los tres se abrieron paso a golpes y empujones para
escapar. Ludovico, cuando estuvieron fuera de peligro, les preguntó cómo habían
encontrado el lugar.
- Para ser un reportero, tú no te
enteras de mucho.- Galván le mostró su celular, tenía la primera página del
diario de Yucatán. La primicia era demoledora, Rolando Zapata y gran parte de
su gabinete se convirtieron al Nuevo Pacto. La infección se aceleraba.
Julieta
dejó de ser el epicentro de extraños accidentes y supuso que quizás el profeta
Gabriel tenía mejores cosas que hacer, como convertir a todo el gobierno a su
secta, que estarse preocupando por cuatro personas que ni siquiera formaban una
amenaza creíble. Entregó su adelanto de su tesis doctoral, pero su asesora no
quiso ni hojearlo. Le informó que su estafa a las becas había sido descubierto
y su doctorado pendía de un hilo.
- ¿Pero cómo se enteraron? Pasa
todo el tiempo, todos lo hacen.
- Yo les dije.- Contestó su asesora
sin miramientos.- Julieta, tienes que aprender a vivir cristianamente. Mentir
es pecado, lo hago por tu bien.
Salió
de esa oficina con pasos temblorosos, su mundo se venía abajo. La primera
persona en quien pensó fue Ludovico, pero él sufría un día semejante. Su esposa
ya no le pedía el divorcio, se había convertido al Nuevo Pacto y esperaba que
regresara, y ahora su editor también se había convertido, así como los dueños
del diario. Su nota, sobre los sacrificios humanos, sobre el sectarismo y la tortura
a los menonitas había sido rechazada y su empleo estaba en riesgo.
- Vivir cristianamente...- Se
lamentó Ludovico.- Me echarán cristianamente, eso es lo que quiso decir. Todos
se están convirtiendo, es inútil.
- No es justo, la vida no es tan
sencilla como ellos creen.- Dijo Julieta mientras miraba su comida, sin
probarla.- Galván ya había perdido el empleo, me pregunto qué será del inge.
Mario
Rivera había dejado de escuchar de Rebeca Moguel por varios días, y cuando
finalmente recibió una llamada suya las noticias no eran alentadoras. Se había
convertido y quería comunicarle que pensaba confesar al desfalco que habían
realizado por casi una década. No le importaba la prisión, y estaba claro que
no le importaba si Mario iba a prisión también. No pudo convencerla de cambiar
de opinión, ningún halago, ninguna amenaza y ninguna súplica fueron
suficientes, en el fondo, ella quería vivir cristianamente, en la calle o en la
cárcel. El ejidatario no se tomó la noticia con calmada resignación, frente a
la amenaza de la prisión se reactivó su hábito por la cocaína y su amor por las
armas. Cargando con un revólver acudió a Nuevo Sinaí. La calle que llevaba
hasta la iglesia estaba cerrada, las casas circundantes habían sido donadas
para extender la iglesia por muchos cientos de metros más. Sería insuficiente,
aún quedaban cientos de personas acampando en la calle para ver a su profeta,
quien se aparecía dos o tres veces al día cuando no viajaba a Nueva Jerusalén y
Nuevo Hebrón. El lugar era completamente pacífico, no había borrachos, ni
peleas, ni siquiera basura, y los policías asignados al lugar no tenían nada
que hacer, resignándose a orar con los fieles y sólo actuar su parte cuando
había políticos o funcionarios. Mario no tuvo ningún problema para entrar a la
iglesia, tomó una Biblia, saludó a los policías con muchas sonrisas y se abrió
paso entre los atestados corredores para buscar al profeta y encontrar la
manera de matarlo. Temía que la pistola no fuera suficiente, pero lo sería para
cualquier creyente que se interpusiera en su camino. Logró entrar al recinto
principal, argumentando que conocía a uno de los conversos, lo cual era cierto,
pues en la larga fila para beber la sangre en el cáliz de Gabriel de Jesús se
encontraba Galván Puc. Se sentó casi al frente, escuchando a los funcionarios
del gobernador y al alcalde, mientras vigilaba a Galván.
- No quiere mudarse al palacio de
gobierno, ya se lo dije mil veces.- Decía el gobernador.- No quiere alejarse de
Nueva Jerusalén, no sé cuál sea su importancia.
- Debe tenerla, el profeta
siempre sabe más.
- Sí, claro que sí. Yo sólo
decía, por su comodidad, pero nuestro amado profeta no se preocupa por su
comodidad, sólo la de los pobres. Es lo mejor que le pudo haber pasado a
Yucatán, no hay duda. El camino de pétalos entre los dos pueblos y Mérida está
avanzando sin problemas. Ahora mismo, es mi única preocupación. No hay más.
Bueno, eso y eliminar toda la corrupción, por supuesto.
- Galván Puc,- Dijo Gabriel al
verlo. Mario intercambió lugares, escondiéndose de la mirada del profeta, pero
sin quitarle los ojos de encima.- ¿aún lamentas la muerte de Renato Morales?
- Sí.
- Te tengo una sorpresa, sabía
que vendrías.- Con un gesto de la mano invitó a Sarah Pool, la viuda, a
acercarse.- Para que te quite el dolor, tú mismo deberás perdonarte.
- Te perdono.- Le dijo la viuda,
entre lágrimas y se abrazaron.
- Bebe de la copa, únete a
nosotros.- Galván bebió entre sollozos y se alejó, abrazando a la viuda de su
amante.- ¿Mario, quieres convertirte o has venido a perseguirme como Paulo?
- ¡No lo dejen ir!- Gritó una
señora, mientras Mario huía entre la gente.- ¡Que se convierta!
- ¡No, déjenlo ir!- Dijo el
profeta.- No tiene adónde ir, no puede esconderse de sus pecados.
Las
semanas pasaron y la comunidad católica, asustada por las conversiones masivas,
comenzó una campaña de desprestigio que no duró mucho. El obispo, y varios
prominentes sacerdotes se convirtieron a la iglesia del Nuevo Pacto, dejando
atrás sus hábitos e invitando a todos a seguir su ejemplo. El escándalo duró
poco, los diarios, así como los políticos, ya estaban del lado del profeta
yucateco y poco a poco, cada sector de la población, comenzó a unirse. Los
primeros en verse afectados fueron los bares y cantinas, pero los dueños no
pudieron hacer nada al respecto. Cuando la tasa de criminalidad fue en descenso
los diarios encontraron la mejor manera de abogar por la nueva denominación
cristiana y pocos fueron capaces de criticarles en voz alta. Ludovico, Julieta
y Mario habían decidido actuar, aún a costa de convertirse en fugitivos, pero
conservaban la esperanza que una vez muerto el monstruo su poder hipnótico se
iría con él.
- Veo que les encuentro a
tiempo.- Galván entró por la puerta de Julieta y los tres quedaron mudos. Ya no
vestía sus camisetas tipo polo y sus jeans, ahora era un traje decente y otro
corte de pelo.- No me miren así, no me convertí, no en serio. Ese monstruo mató
a mi Renato, ¿creen que lo perdonaría tan fácilmente?
- Entonces por qué...
- ¿Por qué me uní? Necesito
trabajar, todos los directores y administradores de escuelas y universidades en
Mérida se enteraron de mi sexualidad. Ahora puedo conseguir trabajo, les hago
creer que soy heterosexual y como visto y hablo como cristiano, ellos me creen.
- ¿Y sigues siendo desviado?-
Preguntó Mario.
- Desviado como una curva. Ahora
escuchen esto.- Galván se asomó por la ventana rápidamente, para luego cerrar
las cortinas y sentarse con ellos. Mario le ofreció un cigarro, que aceptó sin
dudar.- Se vuelven caras estas cosas, muchos ya ni venden cigarros. Mérida se
está volviendo loca.
- ¿Qué ibas a decirnos?
- Creo que algunas cosas ya las
conocen, el anillo es la clave, pero hay más. He visto que se cansa en la
noche, sobre todo en la oscuridad. Siempre hace lo posible por mantenerse en
lugares iluminados, creo que si estuviera totalmente a oscuras podría morir.
Nueva Jerusalén es la clave, ahí empezó todo y lo que sea que esté ahí debe ser
muy valioso para él. Siempre pregunta si hay problemas y cosas por el estilo,
no hace eso en Nuevo Hebrón o aquí en Mérida, o como ellos quieren cambiarle el
nombre, en Nuevo Sinaí.
- El camino de pétalos.- Dijo
Julieta, tras un segundo de silenciosa consideración.- Va de Mérida a los
pueblos, la procesión será enorme pero eso serviría a nuestra ventaja.
- Te olvidas de una cosa.- Interrumpió Ludovico.- Ahora que
el gobierno es limpio como el agua pura, han instalado farolas por todas
partes. Toda esa carretera estará iluminada. El viaje que harán será de noche,
pero no importará mucho porque estará a la luz todo el tiempo.
- No si la electricidad falla.-
Dijo Mario, con una sonrisa.- Esos lugares nunca tienen la suficiente
protección, cualquier cosa podría pasar en el momento menos indicado. Conozco
la planta que hay que deshabilitar, está a la mitad de la nada y cuando empiece
la procesión estará aún más desprotegida. Mi primo trabajaba en eso, me enseñó
todas las maneras para sabotearlas.
- ¿No hay reactores de
emergencia?- Preguntó Galván, disfrutando su cigarro.
- ¿Reactores de emergencia? Esto
es Yucatán, no una película de acción. Yo saboteo ese lugar y la carretera
estará a oscuras por dos días.
- Parece que todo estará en
nuestras manos.- Dijo Ludovico, tratando de sonar convencido.
- ¿Qué tan cerca nos puedes
poner?- Le preguntó Julieta a Galván.
- Viajará en un descapotable, yo
estaré en el turibus que irá enfrente, en la parte de arriba. Puedo reservarles
dos lugares abajo, para que él no les vea. Brinquen al coche durante el caos,
quítenle el anillo y mátenlo, con cuchillos o pistolas o con lo que sea.
Mátenlo bien, que no quede lo suficiente de él para un funeral de ataúd
abierto.
El
plan estaba hecho y el día de su ejecución se realizó todos los preparativos
necesarios. Julieta y Ludovico ocuparon sus lugares, fingiendo estar
emocionados, pero en el fondo totalmente aterrados. Sabían lo que debían hacer,
esperar a la oscuridad, luego correr hasta las escaleras o a la salida del
camión, saltar al otro coche y apuñalarlo lo suficiente para hacerlo picadillo,
para después huir en la conmoción. Los cuarenta vehículos que formaban la
procesión fueron avanzando, con el descapotable en medio y el profeta saludando
a todos, lanzando bendiciones y besando bebés. A una hora de camino Ludovico
llamó a Mario, como estaba acordado. Él ya había entrado a la estación
eléctrica, los dos guardias habían faltado a sus labores para ver al profeta.
Tenía la dinamita preparada y conectaba todo para volarlo en pedazos y dejarles
en completa penumbra. Las luces de los autos serían la única iluminación, pero
contaban con que habría tanta gente alrededor de los autos que esa luz serviría
para nada.
- ¿Ya están listos?- Preguntaba
Mario por el teléfono.- Pónganse de pie, empiecen a acercarse a las escaleras.
Si lo hacen por la calle podría haber demasiada gente.
- Estamos listos.
- Muy bien, tres, dos... Espera,
no, está llegando gente.- Ludo pudo escuchar los gritos, había gente que
llegaba corriendo, identificándose como policías.- Alguien boqueó Ludo, alguien
boqueó...
Ludovico
colgó y miró a Julieta con una expresión tensa de terror. El plan se había ido
por la tubería, no tendrían ninguna ventaja. Julieta quería abandonar la idea,
sería más fácil matar al Papa que al profeta, sobre todo cuando estaba rodeado
de tanta gente. Salió del camión, seguida de Ludo, pero él vio un parche de
oscuridad a medio kilómetro, un par de luminarias que se habían echado a
perder. Caminó hacia el descapotable, cuchillo en mano. Trató de avisarle a
Julieta, pero ella estaba siendo empujada por la marea humana. Se acercó al
auto justo cuando pasaban por la zona oscura, y entonces sintió el bastón de
policía contra las piernas y tres policías de civil le tomaron de los brazos.
- ¿Dónde está la chica? Viajaba
con alguien.- Dijo uno de los policías, viendo hacia los cientos de personas
que les miraban asustados.- La perdimos.
- No importa, tenemos a este.
¿Qué hacemos con él?- Le preguntó al profeta.
- Mi oveja descarriada. Dios las
ama más.- Dijo Gabriel, sonriéndole a Ludo como si fuera su amigo de toda la
vida.- Llévenlo a Nueva Jerusalén, en patrulla. Será convertido esta misma
noche.
Ludovico
se resistió durante todo el camino, pero las esposas podían contenerlo. Al
llegar al pueblo, completamente vacío pues todos habían salido a ver la procesión,
le escoltaron hacia la nueva iglesia, ahora del tamaño de un estadio. Le
dejaron en una bodega, acompañado de Mario, quien había recibido el mismo
trato. No hablaron durante las siguientes tres horas de tensa espera. El
profeta llegó, rodeado de mariachis y canciones, y fue directo a la iglesia del
Nuevo Pacto. Les sacaron de la bodega y les arrastraron, pateando y mordiendo,
hasta el centro donde se había preparado un enorme altar, del tamaño de una
persona. Una anciana esperaba a su lado, pero ella sonreía complacida.
- Tengo cáncer.- Les explicó de
pronto.- No viviré más de un mes, mejor morir ahora e irme al cielo, que sufrir
todas esas penurias.
Rodeado
de cientos de personas el profeta ayudó a la anciana a subir al altar, para
luego apuñalarla en el pecho. Un joven recogió la sangre en el cáliz, que el
profeta tomó en sus manos. Usó su cuchillo sacrificial para cortarse un poco el
dedo, de modo que mezclara su sangre con la de la víctima. Mario bebió de la
copa, seguido de Ludovico y todos estallaron
en júbilo. El profeta prometió que casaría a Ludovico de nuevo, y Patricia
estaba ahí, saludando a su esposo con mucha alegría, como si este hubiese
regresado de un viaje largo. Ludovico la saludó, emocionadamente. Julieta,
quien se había sentado en las primeras gradas, se descubrió la cabeza que
ocultaba con su sudadera. Ludovico la miró, con expresión neutra y después miró
a su profeta. No la había reconocido, o al menos la reconocía tanto como a su
plomero, y Julieta cubrió su cabeza, tratando de no romper en lágrimas. Su
Ludovico había dejado de existir, y la pena en su corazón se sintió como una
daga helada que la traspasaba.
Las
semanas que siguieron a la procesión fueron marcadas por un extenuante trabajo.
Nueva Jerusalén crecía cada vez más, era la capital espiritual de Yucatán y
todos querían estar cerca de su profeta. Se levantaron casas en cuestión de
días, se habilitaron nuevos caminos y negocios. Incluso el gobernador pasó más
tiempo allá, recibiendo consejo espiritual, que en la capital Mérida. El Nuevo
Pacto siguió creciendo, ahora enviando cientos de personas a esparcir la
palabra por todo el estado y por toda la península. La migración a los pueblos,
sobre todo a Nueva Jerusalén abrió las puertas a muchos trabajos y negocios.
Julieta se quedó en el pueblo, trabajando de recepcionista de un doctor. No
podía irse a Mérida, pues en el fondo sabía que si lo hacía estaría admitiendo
una derrota que no estaba dispuesta a tolerar. Podía verlos, a Ludovico y
Patricia, caminando de su casa al trabajo, un pequeño periódico que crecía
rápidamente, y luego a la iglesia. Tenía que atender, no podía dejarse
descubrir como la oveja negra de la comunidad perfecta. Ya no fumaba, ni bebía,
y seguía las reglas al pie de la letra. Podía vivir con eso, pero no podía
vivir sin Ludovico.
- Es peligroso lo que haces.-
Galván la descubrió en la minúscula casa de argamasa y piedra, llorando en un
rincón. El lugar apenas tenía espacio para una hamaca, un refrigerador y una
cocineta. La puerta era de palos de madera y Galván la había escuchado desde la
calle.- Eres la única persona que llora en Nueva Jerusalén, pero no me refiero
a eso.
- ¿Tú no lloras, por Renato?
- Sí, pero ahora me
medio-obligaron a tener novia y tengo que ser cauteloso.
- ¿Y no lloras por lo que nos
hiciste? Tú sabías del plan, tú nos traicionaste Galván.
- ¿Yo hice qué? No puedo creer
que me acuses de eso. ¿Por qué ayudaría a la persona que mató a mi novio? Si
Gabriel de Jesús lo hubiese querido ustedes habrían sido secuestrados desde
Mérida, no tiene sentido que yo les ayudara solo para quedar bien con ellos. Yo
ya estoy bien con ellos, estoy horriblemente mal conmigo mismo, pero bien con
ellos.
- No tiene sentido Galván, ya no
tengo ganas.
- No digas eso.- Galván la ayudó
a levantarse y le acercó la única silla en la casa para que se sentara.- Nadie
más lo hará si no somos nosotros. ¿Y si llegan a Campeche y Tabasco? A la velocidad
que esto se mueve, ¿qué pasará cuando llegue a Ciudad de México o Monterrey? Y
si el presidente se convierte, ¿qué hacemos entonces? No, yo me rehúso a vivir
como alguien que no soy. Hablan de curarme, ¿pero qué está mal conmigo? No
estoy enfermo, y no tengo por qué disculpar mi existencia a un montón de
monaguillos y pedantes. Tú tampoco tienes por qué hacerlo.
- ¿Pero qué podemos hacer? Ese
sujeto lanzó Ludovico al techo, controla a los animales, es indestructible,
controla el clima... Y más importante aún, controla a miles de personas.
- Sí, pero me enteré del núcleo
de todo el asunto.
- ¿El anillo?
- El cementerio. Sacan a los
muertos, ¿recuerdas? Lo harán ahora, con Mérida. Los usarán de abono, ¿pero por
qué mandan gente cercana al profeta para hacerlo? Hay muchos obreros
disponibles allá, no necesitan hacerlo. Tienen seis camiones de volteo
estacionados a las afueras del pueblo, están esperando instrucciones.
- No sé, a veces lo pienso,
quizás sería más fácil rendirse, vivir como ellos... Pero no serviría, no
dejaría de amarlo.- Los golpes en la portezuela les congelaron. No podían
correr el riesgo de tener a chismosos profesionales señalándoles como si fueran
amantes.
- ¿Julieta?- Era la voz de Mario.
Galván no esperó a ver, salió por la ventana lateral de un salto unos segundos
antes que el ingeniero abriese la puerta.- ¿Estás sola?
- Si vienes a decirme las buenas
nuevas, es muy tarde, las he oído y Jesús ahora vive en mi corazón.
- ¿De qué demonios estás
hablando?- Julieta respiró tranquila y sonrió.- Odio ese discurso, tengo que
decirlo mañana, tarde y noche. Y Rebeca Moguel quiere casarse conmigo, ¿qué
pensaría mi Leticia de mí si ahora me viera?
- Veo que estás como yo.
- Sí, y no somos muchos. Mira, no
sé si pueda confiar en Galván, yo creo que él boqueó, pero necesito ayuda.
- ¿Ir tras el profeta?
- ¿Qué? No, algo un poco más
realista. Van a saquear el panteón de Mérida, mi Leticia está ahí. No puedo
dejar que la conviertan en abono. Podemos ir juntos, ellos me confían ahora.
Además, algo muy extraño está pasando con todo el asunto del cementerio, están
enviando gente desde aquí y eso no tiene sentido. Vamos, sé que tú y yo no
somos mejores amigos, ni nada por el estilo, pero no puedo hacerlo solo.
- Está bien, vamos.
Cruzaron
el pueblo hasta donde los camiones estaban estacionados y los dos separaron.
Mario le aseguró que podía subir a uno de los camiones que seguían abiertos y
podrían viajar hasta Mérida, pero algo le había llamado la atención. Uno de los
camiones abiertos tenía las herramientas, como palas y picos, pero también
tenía algo más. Abrió varios sacos y descubrió extrañas cajas de metal que
parecían tener tubos plásticos que debían ser conectados con algo más. Le
parecieron como féretros, pero con un extraño repujado y con una superficie
repleta de relieves, como burbujas, con canicas y extraños cristales verdes. Se
bajó del camión e instintivamente se escondió debajo de él al escuchar voces.
Un grupo de tres corpulentos policías revisaron los camiones abiertos que
llevaban gente, la estaban buscando. Escuchó su nombre varias veces, y la voz
de Mario. Galván no les había traicionado, pero Mario encontró la manera de
quedar bien con la secta para evitar los años de prisión. Se arrastró de un
camión a otro y después salió corriendo hacia los árboles, cambiando el forro
de su saco y peinándose de manera diferente. La buscarían, estaba segura de
eso, irían a su casa y después revisarían cada vehículo y cada salida. Entró a
la casa de Ludovico por una ventana, el lugar era considerablemente más grande
que su casucha, pero era muy humilde y apenas tenía un cuarto, cocina y
baño.
- ¿Qué haces aquí?- Le preguntó
Ludovico, mientras ella se limpiaba un poco del lodo que se le había pegado
estando debajo del camión.- Es muy impropio, además, yo soy un hombre casado.
- Ludo, sacaron cuerpos del
cementerio, pero nunca nos preguntamos qué ponían en su lugar. Galván tenía
razón, él no nos traicionó, fue Mario, ¿no lo ves? Por eso el profeta no quiere
alejarse de aquí, porque aquí está todo su poder, y tiene que estar en el
cementerio.
- Hablas como una loca y el
profeta es un hombre cristiano, le repugna toda afición por la muerte.
- Quieres herirme, pero lo veo en
tus ojos Ludo, veo esa desesperación con la que solías verme cuando estabas
casado.- Ludo trató de decir algo, pero sus ojos se hincharon de lágrimas y su
quijada comenzó a temblarle.
- Te deseo más que al aire, pero
es pecado. ¿No ves que iremos al infierno?
- Ya estamos en él.
- No blasfemes, eso...- Ludovico
la tomó de la muñeca y le plantó un beso, largo y salvaje. Se abrazaron y
besaron, empujando los muebles hasta tirar un par de cuadros y no se soltaron
hasta que ya no podían respirar.- Extraño cada poro de cuerpo y no hay nada en
el mundo que pueda suplantarte. Quiero estar contigo, quiero que estés loca,
quiero discutir estupideces contigo y dormir contigo. Quiero todo eso Julieta,
pero no se puede. Mi deber es a mi esposa y a mi hijo.
- ¿Vas a tener un hijo? No me
importa, ¿me escuchaste? No me importa. Serás un pésimo padre si no amas a tu
esposa, si cada vez que le haces el amor piensas en mí, si cada vez que la
besas te preguntas qué estaré haciendo yo. Yo estaré haciendo exactamente lo
mismo.
- Lo siento Julieta, pero mi
esposa ya me perdonó.- Le señaló a la puerta, donde Patricia esperaba sonriente
y paciente. La llevó a la salida, cortésmente y lentamente besó su mejilla.-
Adiós Julieta, y buena suerte.
- Adiós Ludo, adiós.- Se quedó
mirando la puerta cerrada, desesperada por completo pero incapaz de moverse,
hasta que sintió una mano que la hacía girar. Era Galván, y había llegado justo
a tiempo, pues un grupo de policías corría hacia la casa del matrimonio
Salazar.
- Es triste,- Decía Patricia.-
que ella tenga un amor no correspondido, pero estoy segura que Jesús le
encontrará a alguien perfecto, después de todo, es una buena chica.
- Sí, lástima...- Ludo se
interrumpió al escuchar la puerta y dejó que los policías entraran solos,
acompañados de Mario Rivera.- ¡Mario! Llegas segundos tarde, Julieta estuvo
aquí con toda clase de ideas locas. Tenemos que detenerla, antes que se lastime
a sí misma. Debemos hablar con el profeta, no sería cristiano dejarla sin
ayuda.
El
hogar del profeta no era la casa más vistosa, ni la más grande. Su lugar de
residir era del tamaño de una casa normal de pueblo, con apenas espacio para
sus libros y su hamaca. El resto de la casa, de simple tabique y yeso sin
pintar, estaba destinado a su horno de herrería, su yunque y sus aparatos
alquímicos. Les hicieron esperar, había varios diputados y senadores que habían
viajado por muchas horas para convertirse hincados frente al profeta Gabriel de
Jesús. Esperaron calmadamente en el taller alquímico, nunca habían visto nada
semejante y no podían adivinar lo que la mitad de las herramientas hacía. El
profeta eventualmente apareció, disculpando su tardanza.
- Es mi culpa,- Dijo Ludovico.-
Julieta sigue enamorada de mí y yo nunca me tomé el tiempo de dejarle en claro
que todo eso debía cesar. No lo hice hasta hace un rato, cuando se apareció en
mi casa contando toda clase de historias raras. Está obsesionada con el panteón
de Nueva Jerusalén, aunque no me imagino por qué. ¿Qué podemos hacer para que
ella se ayude a sí misma?
- El Paráclito ha llegado para
que aquellos que tengan fe encuentren su camino, pero aquellos que se resisten
sólo les queda el Juicio de Dios. Estará con ese Galván, pobre alma
descarriada. El momento ha llegado, han tenido ya muchas oportunidades, mejor
lidiar con esto ahora y para siempre.
Galván
y Julieta consiguieron entrar al cementerio escalando por la pared cuando nadie
les veía. El lugar seguía ahí, relativamente intacto, aunque cubierto por capas
de polvo y tierra, debido a todos los saqueos. Caminando de cuclillas, y
escondiéndose de todos los sonidos, encontraron una tumba cuya tapa estaba un
poco abierta. Silenciosamente la abrieron y Galván usó la lámpara en su celular
para ver la escalera que parecía hundirse por muchos metros bajo tierra.
Bajaron con cuidado, la escalera era firme pero el viaje era largo.
Desconcertados miraron hacia todas partes, había una caverna debajo del
panteón, con algunas escaleras que salían a la superficie por las tumbas. Julieta
reconoció los extraños sarcófagos de metal con cristales brillantes que emitían
una fosforescencia. Estaban conectados entre sí, por tubos de plástico que
parecían comunicar una extraña sustancia viscosa de color verde oscuro, pero
también parecían conectados al suelo y al techo, formando en algunas partes
unas enredaderas de tubos.
- Están envenenando la tierra con
esta porquería.- Dijo Julieta con una mezcla de asombro y terror.- Yo sé que es
esto, es Xibalba, la mansión de la muerte, ciudad de las torturas en la
mitología maya.
- ¿Julieta?- La voz de Ludo
resonó por las paredes de la extensa caverna mientras descendía tan rápido como
podía.- ¿Estás aquí?
- ¿Qué haces aquí? Pensé que no
podías estar conmigo.
- Julieta, ¿segura que podemos
confiar en él?- Preguntó Galván, visiblemente asustado.
- Mi esposa estaba en la puerta,
tenía que decir algo. ¿Qué es este lugar?- Se acercó a Julieta, la abrazó y le
extendió la mano a Galván.
- Es lo que estamos tratando
de... ¿Trajiste gente?- Galván retrocedió unos pasos, pero Ludovico lo detuvo
al mostrar un arma.- Tenías que mantenernos ocupados mientras llegaba la
caballería.
- Parece que llegamos a tiempo.-
Dijo Mario, mientras terminaba de bajar. El profeta iba inmediatamente después
de él, seguido de otros dos fieles.
- ¿Están ciegos? Vean este lugar,
¿qué demonios es?
- No tiene nada de extraño, pero
no es para que cualquiera lo vea.- Dijo Gabriel, con una sonrisa. Al tocar el
suelo el techo se encendió, había extraños bulbos verdosos que emitían una
fuerte luminiscencia, mostrando así los cientos de metros que cubría la
caverna.- Es tierra santa. Y a ustedes dos les he dado suficientes
oportunidades para que vean la luz y dejen de estar ciegos, sometidos por el
pecado y la lujuria.
- El mundo entero se ha vuelto
loco.- Se defendió Julieta.- Es hechicería, es barbárico. Matar para vivir,
esos poderes mágicos y este lugar... Tú no eres el bueno de la historia.
- ¿Y tú sí?, ¿tú eres la que sabe
cómo deben vivir los demás? Tu vida no es ejemplo alguno de nada, vives a
partir de las mentiras y la lujuria. La Biblia es infinitamente más sabia, pero
te empecinas en creer que tú sabes más que Dios, ¿acaso no te sientes sola y
perdida en un mundo que no comprende? El Espíritu Santo ha comenzado un reino
de paz y justicia. Sin corrupción, sin violencia, sin vicio, en completa paz
espiritual. Lo lamento por tus sentimientos mal colocados, pero es hora que
madures y te des cuenta que hay más en juego que tus infatuaciones juveniles.
- Yo abogué por ti.- Dijo
Ludovico.- Y por Galván, pero no está realmente en mis manos.
- No, no puede ser, no puede
acabar así.- Gritó Galván.- No, matar está mal y quien mata tiene que hacerse
responsable. Mataste a Renato porque hizo demasiadas preguntas, no te hagas al
santo ahora. ¡No puede terminar así, no pueden sacrificarnos a su locura!
- Lo siento, no hay otra opción.-
Ludovico, pistola en mano, empujó a Julieta para que se hincara frente al
profeta, mientras que Mario hacía lo mismo con Galván.
- Será difícil para ti, Ludovico,
pero estarás bien.- Dijo el profeta.
- Estaré bien, pero no lo
suficiente para dejarla ir con una sonrisa.- Tomó al profeta de los brazos
mientras ella sacaba la hoja de metal que él le había entregado, al abrazarla,
y le apuñaló en un costado con ella. El profeta gritó de dolor y se deshizo de
Ludovico, quien le disparó a los otros dos creyentes en las piernas, para
inutilizarlos.- Tenía que entrar al laboratorio alquímico, tenía que robar
metal del mismo material que el del cuchillo sacrificial, lo único que he visto
que te lastima.
- ¿Están locos? Desatarán el
Escathon.- Repetía Mario.
Julieta
lo apuñaló un par de veces más y Mario pudo quitarse de encima a Galván,
lanzándolo contra una de las extrañas cajas de acero. Gabriel empujó a todos de
un gesto, dándose espacio para subir por las escaleras. Mario le siguió de
cerca, mientras Galván se quedaba atrás, volteando las cajas de acero y
rompiendo los tubos. Julieta y Ludovico subieron rápidamente, llegando a tiempo
para evitar que Mario tirara la escalera. La gente que se había reunido les
miraba por horror, afuera de las rejas del cementerio, el profeta estaba
gravemente herido. Gabriel maldijo sus nombres y de un gesto comandó a todas
las aves del pueblo para atacarles. La destrucción de su palacio de la muerte
le afectaba, los bulbos pegados al techo emitían chillidos desagradables al
morir y eso parecía debilitarle.
Defendiéndose
de los cuervos y palomas se lanzaron sobre él, sus creyentes también sufrían el
ataque de las aves y no pudieron hacer nada para evitarlo. Gabriel tomó a Ludo
de la garganta y con una fuerza sobrehumana lo levantó del suelo y comenzó a
ahorcarlo. Julieta le atravesó de nuevo, liberando a Ludovico, quien le quitó
el puñal sacrificial que llevaba en su cinto y, tomándole de la muñeca, le
cortó la mano que portaba su anillo mágico. El anillo se convirtió en chispas y
llamas, para luego desaparecer por completo. Las aves se alejaron volando y
Ludovico apenas tuvo tiempo de usar su arma para alejar a los fieles
enloquecidos que se lanzaban para atacarles. Galván salió de la tumba, le quitó
el puñal a Ludo y, aprovechando que el profeta estaba hincado en el suelo, le
cortó la garganta de oreja a oreja con tanta fuerza que su cabeza quedó apenas
pendiendo de un pellejo. El profeta Gabriel de Jesús estaba muerto y todos los
habitantes de Nueva Jerusalén estallaron en la locura, lanzándose hacia las
rejas del cementerio hasta echarlas abajo. Ludo se vio obligado a dispararle a
un par de creyentes, y a Mario Rivera. Corrieron hacia su profeta, pero él
ardió en llamas, llenando el aire con el desagradable olor de la carne quemada
y eventualmente no quedaron más que cenizas que se repartieron al cielo.
- ¿Dónde está su Escathon?- Les
preguntaba Galván.- ¿Dónde está el fin del mundo? Los engañó, no era quien
decía ser, era el diablo, un hechicero y un farsante. ¿Dónde está Dios
aplastándonos por destruir a su enviado?
El
arma se había quedado sin balas, y los argumentos de Galván no tenían cabida en
mentes histéricas y fuera de sí. Salieron del cementerio saltando sobre una
pared, ayudados de una tumba. Aprovecharon que todos en el pueblo confiaban en
sus vecinos para robar un coche que tenía las llaves puestas. Galván manejó
hacia Mérida, con los dos amantes en la parte de atrás. La carretera estaba
desierta casi por completo, pues constantemente podían verse los autos de
aquellos fieles que habían tenido que frenar para soltarse a llorar. La radio
estaba muerta, todas las estaciones se habían convertido en estaciones
cristianas, y ahora nadie sabía qué decir y un luto se había impuesto.
- Se les pasará, se impondrá el
sentido común.- Dijo Galván, de pronto. Había manejado en silencio, los amantes
habían estado besándose por más de dos horas y ya no lo soportaba. Ya casi
llegaban a Mérida y no sabía de qué otra manera separarles, que no incluyera
una cubeta de agua fría.
- ¿Eso es antes o después que nos
quieran matar? No quedo nada de él, las cenizas ya cubren la península, eso lo
hará más fácil.- Dijo Julieta, con una sonrisa.
- ¿Qué crees que había allá
abajo? Tú eres la doctora en literatura, tú dinos.
- Nada bueno. Yo creo que, cuando
la cosa se calme, como dijo Galván, se hará lo mismo con Nuevo Hebrón. Todo el
control que solía tener, se habrá ido. Menos mal lo hicimos antes de que
ocurriera en Mérida. No me gustaría haber...
- Maldito tráfico, pensé que
había pasado lo peor tras el periférico, deben estar llorándolo.- Dijo Galván,
señalando a los autos estacionados que hacían largas filas. Revisó su celular,
ociosamente, por más noticias y encontró lo que esperaba.- Última hora, Yucatán
en luto, el resto del mundo riéndose de nosotros.
- No se ve como que estén parados
por el semáforo, no hay nadie en el coche a mi lado, ni enfrente.
Ludovico
salió del auto y caminó varios metros, todos los autos estaban abandonados.
Julieta le siguió hasta la esquina, los habían dejado marchando e incluso con
puertas abiertas. Escucharon los gritos y corrieron al auto. Un grupo de
histéricos corrió por la intersección, gritando y agitando los brazos. Ludo
asomó la cabeza y sintió que algo le quemaba. Una tormenta de granizo cayó
sobre la ciudad, azotó con fuerza y era caliente como el acero hirviendo.
Galván, presa del pánico, salió del embotellamiento chocando el auto contra los
otros y atravesó la intersección cuando los histéricos acababan de salir.
Manadas de peligrosos perros callejeros perseguían a todos, soportando la
lluvia de fuego. Galván continuó lo más que pudo, hasta que una camioneta casi
les choca de frente, la conductora había quedado enceguecida por las
purulencias y las llagas. Subió la banqueta y avanzó varios metros hasta entrar
al estacionamiento de un centro comercial. Corrieron, pateando a los perros
salvajes y sufriendo por el insoportable granizo candente. Entraron al
edificio, acompañando a un grupo de desesperados compradores que chillaban y
aullaban de terror. Todos decían lo mismo, era el Escathon. Julieta abrazó a
Ludo, temblando de miedo, y Galván señaló el cristal de la puerta, apuntando a
los incendios causados por el granizo y a los muertos que habían salido del
panteón y ahora recorrían las calles. Los tres escucharon las alarmas de
incendio, el humo avanzaba como una negra marea de hollín, pero no podían abrir
la puerta, no podían enfrentarse a los perros, ahora calvos casi por completo
debido a las quemaduras, ni soportaban la imagen de las docenas de cadáveres
ambulantes, todos de traje o vestido, que se acercaban hacia ellos
amenazadoramente. Antes que el humo les llegara colapsó el techo, murieron
rápido, su último pensamiento dedicado al hermoso rostro del profeta que
cumplía su amenaza.
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