jueves, 23 de julio de 2015

El profeta

El profeta
Por: Sebastián Ohem


            La cocina económica “El Negro” se hacía llamar la mejor comida de Uman, y aunque todo el mundo sabía que era falso, el lugar era popular entre aquellos que hacían su vida en la carretera. Todos los policías municipales comían allí, era un buen lugar para que sus esposas pasasen tiempo con ellos. Sarah Pool hacía lo posible por dejar a sus hijos bajo la supervisión de su hermana para verse con su marido, Renato Montes, antes que él continuara con su trabajo. Renato era el prototipo del policía, era un hombre corpulento y bigotón, con gafas de aviador y constreñido uniforme oficial. Sarah lo amaba aún así, pues detrás de esa cara de perro enojado se escondía un gigante dulce. Le pidió lo mismo que el día anterior, y el día antes de ese, que ayudara a la familia de Humberto Fuentes a ubicar al muchacho. Sospechaban que estaría en Mérida, la familia tenía un negocio allí, pero no habían tenido noticias de él y ahora estaban preocupados. Renato terminó de comer, besó a su esposa, prometió que iría a Mérida para sacar respuestas y regresó a su patrulla.

            Renato manejó a Mérida, pero lo último en su mente era Humberto Fuentes. Lo único en lo que podía pensar, era en Galván Puc. Se habían conocido en un bar hacía poco menos de seis meses, él era un maestro de preparatoria, un joven moreno, ancho de hombros y con labios abultados y ojos expresivos.
Tenía una maestría en algo que nunca entendía bien qué era, pero eso importaba poco. Se vieron en el hotel de siempre, el oficial Montes no escatimaba gastos cuando se trataba de su amante. Galván escuchó atentamente a sus chismes y se interesó más en la desaparición del joven Humberto que el mismo Renato, e insistió en ayudarle a encontrarlo. Era una fantasía hecha realidad para los dos, nunca habían compartido el mismo auto, de hecho nunca habían sido vistos en público fuera del hotel. Galván se sintió derrotado, aunque Renato intentó advertirle, cuando el gran misterio se resolvió en una breve conversación con los primos lejanos de Humberto. El muchacho había encontrado a Jesús y se había ido a Nueva Jerusalén, poblado cercano a Umán y a sus familiares.
- No sé, yo esperaba algo más... Misterioso.- Dijo Galván.
- Esto no es una película... Aún así, no me gusta. Nueva Jerusalén queda muy cerca de su casa, y si se puso religioso, ¿por  qué no avisó a su familia?- Se encendió un cigarro y respiró profundo en su patrulla.- No me gusta, mejor que lo vea por mí mismo.
- Ya sé, ya sé, no puedo ir contigo.
- No me mires así, ésta semana te prometo que nos vemos.

            El viaje de regreso fue silencioso. Sus fantasmas y remordimientos ocupaban tanto espacio en esa patrulla que se sentía invadido. No quería ni pensar en la confusión que existía en su corazón y en su mente. Sabía que estaba mal, pero lo hacía de todas formas, como si pudiera quitarse el antojo de hombres, saciarse de Galván y dejarlo. Al llegar a Nueva Jerusalén dejó de perder el tiempo y, poniéndose su sombrero, gruñó a causa del inclemente sol y puso su mejor cara de policía. Nueva Jerusalén era un pueblo, aparentemente idéntico a todos los demás. Tenía un par  de granjas pequeñas, una plaza y pocas cuadras de casas de piedra y argamasa. Lo primero que le llamó la atención fue que la cantina estaba cerrada y los borrachines usuales no tomaban el fresco en el parque de la plaza. Entrevistó a varios, preguntando si habían visto al joven Humberto Fuentes, pero nadie sabía nada. Si había llegado a Nueva Jerusalén, nadie parecía saberlo.
- Mi nombre es Gabriel de Jesús, ¿en qué puedo servirte hermano?- Sintió su presencia antes de escuchar su voz. El hombre vestía una camisa larga y pantalones de la misma talla, sin zapatos ni adornos. Tenía un abultado cabello enrulado rubio sin peinar y un rostro apuesto y sonriente.
- Busco a una persona, Humberto Fuentes. Se hizo religioso, vino aquí, ¿dónde está?
- Me temo que no lo conozco, pero no es la primer persona que pregunta por él, ¿usted cree que esté en problemas?- Gabriel señaló al hombre moreno de jeans y camisa que preguntaba lo mismo que él. El hombre vio que le señalaban y corrió hacia ellos. Era de estatura baja, con un fino bigote y prominente nariz. Renato pensó que parecía una rata, y luego lo reconoció, era realmente una rata. El ingeniero Mario Rivera, acaudalado ejidatario tenía toda clase de fraudes y negocios por esa región.- Nueva Jerusalén ya no es el pozo de vicio y desesperación que era antes, ha cambiado y para mejor. Quizás el muchacho cambió de parecer.
- A mí no me engañas.- Dijo Mario Rivera, señalándole con el dedo y escupiendo a un lado. Toda la plaza se detuvo. Todos le miraban atentamente. Había cruzado la línea, pero al ingeniero no le importaba.- Tengo negocios con ese chico y sé que está aquí. Su novia le condujo de Umán hasta aquí, me lo dijo esta mañana.
- A los descarriados ama más Jesús, pues son más difíciles de encontrar. Quizás nosotros deberíamos buscar a este muchacho también, ¿sería de utilidad?- El hombre habló y el pueblo se movió de nuevo. Renato sintió un escalofrío desde la base de la columna. Mario Rivera no lo notó, sus ojos estaban rojos por la cocaína y sus nervios demasiado alterados. El ingeniero se fue, el policía se despidió, agradeció la ayuda y se escondió a las afueras del pueblo.

            Se quitó la camisa de policía por una que tenía en la cajuela y siguió a un numeroso grupo de campesinos. Regresaban al trabajo, cantando canciones de alabanza. Eso le puso nervioso, pero cuando vio que ninguno estaba borracho, se tensó aún más. Conocía bien a esos campesinos, les gustaba cobrar su quincena con cajas de cerveza, ahora parecían reformados y cargaban picos y palas. Cuidadosamente espió la operación, tratando de no llamar la atención. Cavaban en sus tierras y ponían sacos como abono. Uno de ellos se rompió en el traslado, era un muerto. Había muerto hacía años, estaba seguro por la descomposición, pero eso solo significaba una cosa, estaban vaciando el cementerio del pueblo. El descubrimiento le dejó pálido, miró la mazorca que estaba comiendo y la escupió horrorizado. El último de los sacos era nuevo y tenía manchas de sangre. Se acercó para ver su contenido, era Humberto Fuentes. Sacó la pistola y la placa, arrestando a los más de cuarenta campesinos y pueblerinos que hacían el tramo de las tierras hasta el panteón. Nadie pareció prestarle mucha atención y siguieron con su trabajo. Tiró a un campesino de un golpe, pero sintió una pala contra la cabeza antes que todo se hiciera oscuro.

Despertó en la parte trasera de una pick-up, atado de pies y manos. Le llevaron a Nuevo Hebrón, cerca del anterior pueblo. Le cargaron como a un paquete hasta una iglesia. Gabriel de Jesús estaba ahí, rezando junto con la congregación de más de cincuenta fieles. Estaba muerto de miedo, pero al ver que el altar era enorme, como para una persona, y que una anciana colocaba una copa de oro bajo los agujeros que salían del altar entendió cómo había muerto Humberto Fuentes. Gritó, amenazó y finalmente suplicó, pero eso no cambió nada. Gabriel de Jesús les ayudó a atarlo al altar sacrificial, levantó su puñal rojo de hoja larga y, luego de un Padre Nuestro, lo apuñaló tres veces en el pecho. Renato Montes murió en el altar, su sangre saliendo por los agujeros que llevaban hasta la copa. Su último pensamiento no fue en Galván, ni en su esposa, sino del día que recibió la placa. La copa pasó de fiel en fiel, cada uno bebiendo una gota, hasta que no quedó nada. Eso no les preocupó, faltaban muchos más sacrificios humanos.

            Ludovico Salazar conocía cada rincón de la universidad Marista, había estudiado periodismo allí, hacía ya muchos años, y en la misma universidad, aunque años después, había conocido a Julieta Hurtado. Le llevaba casi siete años de diferencia de edad, pero los dos habían congeniado a la primera. Ludovico, un hombre de rostro afable, de espesas cejas  y tez morena oscura, se había enamorado de Julieta desde el primer día que la conoció. Ella era una mujer extrovertida, un tanto loca, que vivía para la literatura y el arte. Se vestía con coloridas faldas y blusas folclóricas y tenía un prendedor artesanal por cada lugar que visitaba. Julieta se había enamorado igual de rápido, Ludo era un periodista de investigación y era más listo de lo que parecía. La diferencia de edad no era un problema, aunque la esposa de Ludovico sí lo era.
- Estos de las becas están ciegos, no hay manera que se enteren.- Decía Julieta, mientras terminaba de comer en la cafetería del campus.- PAPIIT y el instituto de la cultura nunca leen los trabajos. Tengo dos títulos y dos descripciones vagas, y con eso basta.
- ¿Y el trabajo?
- Sí, es lo único malo, tengo que hacerlo. Pero no por ellos, para sacar mi doctorado.
- ¿Y de qué trata?- Ludo la tomó de las manos y se perdió en sus ojos. No estaba escuchando. Podía decirle que se iba a la Luna que habría seguido con la misma sonrisa de idiota.
- Tengo que investigar folklorismos en los pueblos yucatecos que tengan que ver con el resurgimiento de la teología de la liberación. Iré a una docena de pueblos, inventaré los demás, y tendré mi doctorado. ¿No es emocionante?
- Mucho. ¿Quieres que te lleve a tu casa, para que luego me abandones?
- Son solo un par de días que estaré entre pueblos, nada más.- Julieta sonrió y se sonrojó. Sus ojos se perdían cuando sonreía, por sus espesas pestañas. Tenía una piel morena clara, con labios sensuales y una nariz respingada. Nadie la había visto como Ludo la veía, y la volvía loca.- ¿Me amas?
- Lo suficiente para sobrevivir tu ausencia, pero no lo suficiente para dejarte ir con una sonrisa.

            La llevó a su casa, hasta la otra parte de la ciudad, pero no entró con ella. Se quedó atrás, pues reconocía el auto estacionado en la esquina. La había seguido, su esposa ahora bajaba del auto y se acercaba con pisotones y roja de furia. No la escuchó, no lo necesitaba. Sabía que las cosas habían estado mal entre los dos por mucho tiempo, pero a veces no podía estar seguro si era la verdad o la verdad que se le hacía más cómoda. Ana Patricia quería el divorcio, lo pedía como si fuera lo más fácil. Ludo sabía que perdería todo su dinero si lo firmaba, Patricia podía ser muy peligrosa cuando se enojaba. Era una mujer guapa, de rasgos fuertes, castaño claro y un cuerpo entrenado en gimnasio. Llevaban cuatro años de casados, y Patricia no podía perdonarle que no la hubiese dejado estudiar en el extranjero, cuando tuvo la oportunidad, con la excusa de su matrimonio.
- Así que aquí vive la zorra esa.
- No le digas así.
- ¿O qué?
- O... O te pediré que no le digas así y confiaré en tu sano juicio.
- Me casé contigo Ludovico, eso habla mucho de mi sano juicio.
- Yo...- Podía ver a Julieta detrás de la cortina, escondiéndose en su propia casa.- Lo siento.
- Eres un miserable, ¿lo sabías? Firma el maldito divorcio o te corto de donde más te duele.
- Patricia, por favor...
- Es que tú no sabes Ludovico, porque no te quise decir. No quería que me humillaras regresando conmigo como si yo fuera una carga insoportable.
- ¿De qué hablas?
- Estoy embarazada, pedazo de imbécil.

Ludovico sintió que se desmayaba. La sangre se hizo hielo, el corazón dejó de latir unos segundos y el mundo entero se quedó congelado. Nada podía moverse, ni siquiera una mosca. Patricia no dijo más, no necesitaba hacerlo. La vio regresar a su auto, acariciando su vientre. Se quedó allí, al rayo del sol y sudando copiosamente. Algo en él quería gritar, pero se contuvo. Julieta salió con una maleta, la subió a su auto y se despidió de lejos para irse y no mirar atrás. Ludovico se sentó en la acera, tratando de absorber el hecho que sería un papá y admitiéndose finalmente que no tenía idea de lo que hacía con su vida.

El ingeniero Mario Rivera se fue Nueva Jerusalén con la certeza que había asustado al religioso, pero al llegar a Umán comprendió que sus fieles no se asustan fácilmente. Su casona había sido incendiada. La casa más grande del pueblo, conocida por todos y símbolo de su colmillo para los negocios ahora era un infierno de llamas que era combatido por media docena de bomberos con muy poca presión de agua en el viejo camión. No era la pérdida de su ropa, decoraciones o muebles, aunque le dolía en el alma perder las fotografías de su amada difunta esposa, Leticia, era algo más básico y práctico. Mario Rivera desconfiaba de los bancos, tenía todo su dinero escondido por toda la casa, y ahora no tenía nada. Profirió maldiciones, jurando venganza y fue directo a Mérida. Golpeó el volante durante el trayecto, insultando a todo el que se le cruzaba. Era intocable en Umán, eso todos lo sabían. Nadie conseguía su prebenda, su bono, su licencia o su grano del gobierno sin su autorización. La ofensa mayor, en su mente, era que un grupo de pirados religiosos se atrevieran a atacarle de esa forma. Cuando consiguió tranquilizarse, al menos lo suficiente para usar su celular, le marcó a Rebeca Moguel, su contacto en la SAGARPA. Tenía que responder y lo haría con toda la furia del cielo, sobre Nuevo Jerusalén hasta que no quedara ni una gallina que no pasara hambre. Rebeca le esperó en una cafetería y esperó hasta que Mario se calmara en su auto.
- Estos desgraciados... Pero van a ver Rebeca, van a ver con quién se meten.
- ¿Y perdiste todo?
- Mi única cuenta de banco tiene ocho mil pesos, así que sí, yo diría que todo. ¿Qué reciben del gobierno? Y por favor, dime que tienes algo sobre ese loco.
- Sabemos de Gabriel de Jesús, se hace pasar por profeta, pero no ha dado problemas. Es decir, no a nosotros, los campesinos cada vez piden menos granos y menos ayuda. Según mi jefe, el sujeto nos hace un favor.
- Tu jefe es un idiota.
- No estaría aquí si no fuera así.
- Había un policía haciendo preguntas.- Mario tronó los dedos y sonrió como si fuera Navidad.- Renato Montes, me conoce. Él podría ayudarnos.
- ¿Renato Montes?- Rebeca le miró sorprendida. Su rostro, circular y cubierto en maquillaje pareció empalidecer.- Me enteré por Jorge, a Renato Montes lo encontraron muerto en la carretera. Hay que tener cuidado Mario, ésta gente no está jugando. ¿Crees que sea un cártel?
- No, es algo peor, son cristianos.

            Galván Puc no dejaba de pensar en Renato. Había pasado un día y no tenía respuesta. Marcó su número casi cien veces, pero su amante no le contestaba. Él no era así, tenía que estar en apuros. Aprovechando que eran vacaciones manejó hasta Umán. A lo lejos pudo ver una procesión de luto, pero pensó que se debería a la casona que ahora estaba en ruinas. No conocía a nadie de la vida de Renato, de modo que no reconoció a la viuda hasta que se asomó a la iglesia y vio la fotografía de su Renato, con ese bigote distintivo y sus lentes de aviador. Le explicó a la difunta, Sarah Pool, que era un amigo de Mérida. Galván lloraba tanto como la viuda y se dio a entender entre gemidos y chillidos. Ella, hablando de la misma manera, le explicó que alguien había confesado al crimen. Si bien eso no le traía a su esposo de regreso, al menos podría dormir sabiendo que el maldito sufriría en prisión. Galván no podía quedarse en el funeral, vomitó en los arbustos del parque, un par de patrulleros le miraron acongojados y le ayudaron a encontrar la municipalidad, donde tenían al asesino en una jaula.
- ¿Amigo de Renato? Nosotros también lo éramos.- Explicó uno de los patrulleros. Se tronaban los nudillos y se tensaban, querían golpear al asesino casi tanto como Galván.
- Vamos, saben que no pueden entrar aquí y matarlo.- Dijo el presidente del municipio. Galván pudo entrar, no tenía facha de policía. Recorrió las oficinas hasta la bodega donde le tenían. Esperaba ver a un hombre más grande y fuerte que su Renato, pero era un muchacho escuálido, pálido, pecoso y con expresión de calma absoluta.
- Yo lo hice, si a eso viniste. Lo encontré en la carretera a un kilómetro de Nuevo Hebrón y lo apuñalé. Me llevarán a Mérida, no tienes que preocuparte por mí.- Galván no sabía qué esperaba, pero no era eso.
- ¿Por qué?
- No importa el por qué, yo lo hice. Ya había matado antes. A Jesús no le gustan los mentirosos, así que confesé y aquí estoy.
- Pero Renato era una buena persona, uno de los pocos buenos policías que deben existir en Yucatán. ¿Por qué matarías a ese osito castaño?, ¿al menos lo viste a esos ojos verdes preciosos que tenía antes de hacerlo?
- No me gustó su pelo castaño, no me gustaron sus ojos verdes, así que lo hice.- Galván se detuvo en seco. No tenía el cabello castaño, ni ojos verdes. Él no había hecho, pero confesaría de todas formas.- ¿Por qué dijiste que eran preciosos?
- No eran verdes, eres un mentiroso, tú no lo mataste.
- ¿Tu?- El hombrecillo aplaudió divertido y comenzó a saltar.- ¿Eres uno de esos gays? Qué asco, Jesús sufrió en la cruz para que vivas en la Verdad y no en pecado. ¿El poli también era de ese bando? Ahora me siento mejor de haberlo matado.
- Él era un hombre hermoso y lo amaba.- Galván metió sus brazos entre las rejas y azotó su cabeza con todas sus fuerzas.
- ¿Qué porquerías son estas?

            El presidente del municipio no los pudo detener. La confesión de Galván les hizo cambiar de objetivo. No había excusas, ni explicaciones que importasen, los patrulleros lo agarraron a golpes, llevándole de empujones hasta la calle. La esposa, Sarah Pool, también lo había escuchado. Había abandonado el funeral para ver al asesino en persona. Insultó a Galván con todas las groserías que conocía y ayudó a los policías a patearlo. Le dejaron en la calle, camisa rota, labio ensangrentado, con moretones por todas partes. El sol quemaba sus ojos, pero el verdadero dolor lo tenía en el alma. Se fue cuando escuchó que llegaban más, tenía a un lugar a donde ir, Nuevo Hebrón. Los golpes se fueron sintiendo durante el trayecto, de más de una hora, y todo su cuerpo le gritaba por alivio. No tendría alivio, eso lo sabía bien, porque no tendría a Renato.

            El pueblo de Nuevo Hebrón se había vaciado, todos estaban en la iglesia. Entró, siguiendo a Julieta, pues se figuraba que una chica vestida con esa ropa no podía ser del lugar. Nunca le había interesado la religión, pero se dio cuenta que había algo raro en todos esos sermones. Mencionaban sólo tres lugares, como si el resto del mundo no existiera, Nueva Jerusalén, Nuevo Hebrón y Nuevo Sinaí. No había duda, el asesino pertenecía a ese grupo cristiano, y Gabriel de Jesús había orquestado todo. Hablaba siempre suave, despacio, con gran amor y cariño, pero Galván no podía ser engañado, sabía que era un asesino a sangre fría y le haría pagar de una manera o de otra.
- Jesús prometió que el Paráclito llegaría, un espíritu de justicia y rectitud, enviado del Espíritu Santo. Yo he llegado y quienes acepten a Cristo conocerán la gloria eterna, pero no hay mucho tiempo. Mi labor es difícil, recordarles que la hora del juicio se acerca. El juicio llegará con mi muerte, el Escathón. Lloverá fuego, habrá tinieblas, los muertos se levantarán de sus tumbas y todos quienes no tomen mi mano se perderán en el valle de la muerte. Prediquen, salven a todos los que puedan que Dios ya no tiene paciencia para sus enemigos.
- ¿No te conozco de alguna parte?- Galván se dio vuelta, no reconoció su rostro de inmediato pero él si le reconocía bien. Era el presidente municipal de Umán y con cada momento que pasaba se excitaba más, gritando y señalando hacia todas partes.- Tú eres ese homosexual, claro que sí. No te preocupes hijo, te ayudaremos.
- No, en serio, no es necesario. No soy gay.
- ¡Por aquí, profeta! Redime su pecado.- Galván se vio rodeado de más de ochenta enardecidos creyentes que gritaban oraciones y jalaban para subirlo hasta el altar donde Gabriel de Jesús le invitaba, con una sonrisa y los brazos abiertos.
- ¡Déjenlo ir!- Julieta pateó al presidente municipal en una rodilla y aprovechó el caos para jalar a Galván y abrirse paso.- Están locos, ¡esto es secuestro!
- No los dejen irse.- Bramó Gabriel de Jesús.

            Julieta y Galván no llegaron lejos. Un trío de fornidos albañiles les taclearon al suelo y un par de señoras comenzaron a atarles con cordeles. Les pedían que se tranquilizaran, les aseguraban que todo estaría bien, pero la realidad era que les ataban y jalaban por el suelo, chillando y rogando, hasta el misterioso profeta que sonreía con dulzura. Julieta pensó que iba a morir, y al mirar el aterrorizado rostro de Galván supo que él pensaba lo mismo. Los disparos los detuvieron. Se escucharon desde lejos, pero parecían acercarse. Una voz era llevada en el aire, era el ingeniero Mario Rivera, drogado y borracho que había llegado al pueblo para saldar algunas cuentas. Se levantaron como pudieron, siguiendo la marea humana que salía del edificio en confuso pánico. Se desamarraron y corrieron hacia el ingeniero pidiendo su ayuda.
- ¡Por aquí! Llegó justo a tiempo.
- ¿Quiénes son ustedes?
- Julieta.
- Galván, creo que nos iban a matar.
- Soy Mario.- Dijo, con una caballerosidad que desentonaba de su aspecto descuidado. Hizo una reverencia exagerada y mostró sus dos revólveres como si fueran su orgullo, para luego disparar otro par de tiros al cielo.- ¿Dónde está el hijo de perra que quemó mi casa?
- Yo creo que es el loco de blanco, buena suerte.- Dijo Julieta, jalando a Galván del brazo para que corrieran hacia sus vehículos.- No es necesario ver como acaba esa historia.
- Paulo, ¿por qué me persigues?- Gabriel de Jesús apareció de atrás de un árbol en el parque. Julieta y Galván se detuvieron en seco, y ella se cayó al suelo del susto. No podían imaginar cómo había salido de la iglesia, al fondo de la plaza y cruzado otro par de cuadras antes que ellos.- No los queremos lastimar, queremos quitarles su dolor.
- Ahí está el malnacido.- Mario le disparó un par de veces al pecho. El profeta salió volando de espaldas y cayó apoyado contra una banca.- Ahí está, es un inicio.
- ¿Lo mataste?- Preguntó Galván.
- ¿Y quién me iba a detener?
- ¿Qué tal ellos?- Julieta señaló hacia el incendio a un par de cuadras, dos autos estaban en llamas.
- ¡Mi auto! Se llevaron mi casa y ¿ahora mi auto?
- Y el mío también. Galván, ¿dónde estacionaste?
- Por allá.- Galván señaló, sin darse vuelta. Él seguía viendo al profeta, o más bien, el sitio donde había estado su cuerpo, pues ahora no había nada. Julieta le jaló del brazo, pero Galván no podía moverse. Le había visto muerto y ahora no estaba. Los gritos de los fieles que cruzaban el parque, luego de incendiar los autos, le despertó de su estado comatoso.

            Todos los perros de Nuevo Hebrón comenzaron a ladrar y todos persiguieron a los tres sujetos que intentaban llegar al viejo Tsuru de Galván. La tarde aún no terminaba, el cielo estaba naranja y llevaba el humo del incendio hacia todas partes. Las cenizas cayeron sobre los que huían y los ladridos de los perros, de los más de treinta de ellos, resonaban con ferocidad increíble al rebotar entre las paredes de las humildes casas. Galván le lanzó las llaves a Mario, quien había llegado primero. Julieta entró al coche por la ventana y Galván saltó a la ventana abierta del asiento del pasajero, con un perro mordiéndole los jeans. Subieron las ventanillas, protegiéndose de los enloquecidos animales y apurando al ingeniero para que se apurara, pues el pueblo entero les perseguía, lanzando ladrillos y palos. Las llantas rechinaron por las callejuelas, doblando a toda velocidad entre las casas y entre los fieles que intentaban detenerles al ponerse al centro del camino. Mario los rodeó a todos, aunque golpeó a más de uno. Al ver la carretera, lejos de la gente y de los perros, pensaron que estarían a salvo, pero estaban equivocados. El profeta se apreció a la mitad de la nada, sosteniendo a una niña de la mano. Mario no pensaba frenar, puso el pedal hasta el fondo y gritó desesperado. El profeta se agachó, le dijo algo a la niña y ella corrió hacia ellos, persiguiendo el auto. Mario no cesaba de gritar, completamente fuera de sí. Julieta jaló el volante, salvando a la niña, pero casi tirándoles a una trinchera.
- ¡Se fue! La niña, se fue. Se fueron los dos.- Decía Galván, mirando hacia atrás.- ¿Cómo demonios hizo eso?, ¿qué está pasando?
- ¡Cuidado!- Mario detuvo a Julieta de estrellarse cuando frenó en seco. Un trueno había caído para partir un árbol en dos, aunque segundos antes el cielo había estado claro. La tormenta arreció con tanta virulencia que los caminos terrosos se hicieron de lodo y más truenos y relámpagos cayeron a su alrededor.- No vamos a llegar, maldita sea no vamos a llegar a Mérida. Vamos a morir en esta maldita selva.
- ¿Adónde puedes llegar?
- No puedo ir por la principal, pasaríamos por Nueva Jerusalén y ni de loco paso por ahí.- Explico el ingeniero mientras se encendía un cigarro y le pasaba la cajetilla y encendedor a Galván, quien los pedía.- No, tenemos que irnos por los caminos poco usados, los conozco todos, soy ejidatario. Hay un pueblo que yo sé que no está loco, Ukmal. Queda a diez minutos de aquí, si es que llegamos.

            El editor Juan Uch del De Peso conocía bien a Ludovico y a su trabajo. Sabía que podía hacer buenas notas investigativas, pero también sabía que cada que se ponía flojo empezaba a inventar. Lo había mandado a los pueblos, para investigar en los municipios más pequeños, pero sus últimas dos noticias, estaba muy seguro, eran inventadas. No podía probarlo, pero no necesitaba hacerlo. Amenazó a Ludovico por más de media hora, hasta que se dio cuenta de la hora y lo mandó a su casa, ya casi era cierre de la tarde. Ludovico se contó suertudo, y aunque se prometió a sí mismo que trabajaría duro por cada centavo sabía que haría hasta lo imposible para pasar cada segundo con Julieta. Salió de la oficina y preparó sus cosas, pero al ver llegar a Patricia imaginó lo peor. Apareció entre los cubículos de los escritores cargando una caja con su ropa vieja.
- Patricia, aquí no, por Dios.
- Lo haré breve, quiero el divorcio y quiero que firmes algo más.- Le pasó una tarjeta mientras sonaba el celular de Ludovico. No necesitaba ver quién era, esa tonada sólo sonaba para ella.- Por favor, ¿me puedes escuchar dos minutos? Créeme, esto tampoco es fácil para mí. Sólo quiero que vayas a ese abogado y firmes papeles.
- ¿Qué es la segunda cosa?
- Quiero que renuncies a la patria potestad de mi hijo. No me mires así, no soy la mala de la película. Tú ni siquiera quieres a este niño, así que nada cambia. Será mío, estaré bien.
- Pero...- El celular seguía sonando. La llamada había entrado a buzón tres veces antes. Julieta no era así, estaba en problemas.- ¿Me puedes esperar? Es de trabajo.
- Sólo firma el maldito papel y sal de mi vida. Y sí, te dejaré sin nada porque ese dinero es mío, ¿me entendiste?
- Sí, ajá, te escucho.- Trató de mandarle mensaje, pero ella seguía llamando.
- ¿Cuánto va a durar tu sabor de la semana?
- Patricia, no te ofendas, pero otras cosas que hacer.- Corrió hacia el baño y respiró profundo antes de contestar. No podía ser el padre para su hijo, pero ella tenía razón, no quería hacerlo. Lo imaginó creciendo, para siempre odiando a su padre tanto como él odiaba al suyo. La imagen no era linda, pero se engañaba a sí mismo si quería creer que deseaba ser un papá para una criatura. Para la décimo quinta llamada finalmente respondió el celular.
- ¡Dónde estabas! Estoy en la carretera y tienes que venir por mí, estamos en Ukmal.
- Suenas asustada, ¿qué pasa?
- Nos quieren matar.

            La última parte lo disparó como un resorte. No necesitaba saber más, ella estaba en peligro y él tenía que llegar allí, con ayuda del GPS de su celular pues no conocía el lugar. Al salir del edificio casi se estrella contra Patricia, la rebasó sin decirle nada y entró a su auto. Dos horas y quince minutos después, los encontró a los tres en la carretera. Estaban apoyados contra las ruinas de un viejo Tsuru, con expresión de puro terror. Subieron al auto, Galván se despidió del Tsuru y manejó de vuelta a Mérida. Les preguntó por qué el Tsuru tenía el parabrisas roto y le faltaba una llanta, con todo y eje en la parte de atrás. Les preguntó muchas cosas, pero no pudieron responder ninguna. Necesitaban un café caliente, un cigarro y una oportunidad para dejar ventilar los nervios. Les llevó a la cafetería más cercana, se sentaron juntos y diez minutos después empezaron a hablar. No podía creer lo que escuchaba, pero nadie que no hubiese estado ahí lo habría hecho.
- No me mires así, no estoy loca.- Ludovico abrazó a Julieta y prometió que le creía, aunque en el fondo no podía hacerlo.
- Yo tampoco lo creería, pero lo vi.- Dijo Mario.- Lo maté, dos al pecho y se levantó. Ese hijo de perra es... No sé que es, pero es algo que no se ve todos los días.
- Voy al baño, si puedo caminar de ida y vuelta sabré que estaré bien.- Bromeó Julieta. Recorrió el desierto café, pero al llegar a la mitad volteó hacia arriba. El ventilador cayó del techo, con todo y yeso, y Julieta apenas tuvo tiempo de tirarse al suelo. Las aspas y el mecanismo golpearon una mesa y después terminaron en el suelo cerca de ella.
- ¡Fue él!- Gritó el ingeniero.- Nos ha seguido hasta aquí, es un hechicero.
- Lo que hizo con los perros, con el clima, con esa niña fantasma, su resurrección...- Decía Galván, en voz baja, mientras Ludo recogía a Julieta del piso y la regresaba a la mesa.- No sé cómo lo hace, pero no es nada sobrenatural. Esto fue, no sé, una coincidencia o algo así.
- Coincidencia mis narices.- Replicó Mario.- Es un hechicero, mi abuela tenía razón, sí existen.
- No creo que se convierta en chivo.- Bromeó Ludovico, aunque era mal momento para bromas.- Estoy seguro que la policía verá los coches en llamas y actuará como tiene que hacerlo. Eso sería una buena noticia, puedo cubrirla.
- No harán nada sobre Renato, menos ahora que saben que es gay.
- Espera un segundo, ¿eres homosexual?- Preguntó Mario, con mirada de asco.
- Madura.- Le dijo Julieta.- Su homosexualidad debería ser el menor de tus preocupaciones ahora.
- Sí, es cierto, disculpa. Lamento tu pérdida muchacho.
- Sí, un montón, estoy seguro. Quiero que el mundo sepa que Gabriel de Jesús es un asesino, si tú puedes hacerlo Ludovico, pues qué mejor, si no, lo haré yo mismo.
- Calma Rambo,- Dijo Mario.- no sabemos a qué nos enfrentamos. Además, yo le disparé, debe estar muy enojado conmigo. Quizás te deje ir a ti, y a ti también Julieta.
- Sí, pero solo por si acaso, mejor compartamos números. Uno nunca sabe.

            Galván no pudo dormir en los días siguientes, pero eventualmente durmió casi todo el día. No sabía qué esperar, pero nada extraño le había pasado. Pensó que quizás el ingeniero tenía razón, él solo había escapado de Nuevo Hebrón, mientras que Mario le había disparado al pecho, y eso enojaría a cualquiera. Trató de no pensar en Renato, y el trabajo ayudó. Las vacaciones estaban por terminar, los maestros habían sido convocados a una junta en la preparatoria México. El edificio era enorme, tenían preparatoria y varias carreras, y contaban con muchísimos maestros, de modo la junta convocó a más de cuarenta docentes. Esperó su turno, junto a sus colegas, y los chismes y rumores aliviaron sus preocupaciones. No mencionó sus últimos días, el amorío con un policía, su homicidio, la tapadera, la golpiza en Umán, el hechicero que lavaba las mentes de cientos de personas. Todo aquello le parecía en otra vida, una muy lejana al simple cotilleo y las preocupaciones comunes de preparar clases y soportar directivos.
- ¿Maestro Puc? Un padre de familia le espera abajo.- Le avisó la secretaria. Bajó las escaleras hacia las oficinas administrativas. Un hombre, en un traje barato sonrió al verle.
- ¿Es usted padre de algún alumno mío?- Preguntó cuando se sentó frente a él.
- No exactamente Galván. Te ves mejor, los moretones se han ido. ¿Te sigue doliendo el costado?
- ¿Qué es esto?
- Calma, no soy uno de los polis que te agredieron. Hicieron mal, no es tu culpa ser gay, es una enfermedad, como la demencia o la depresión. No es tu culpa, ¿pero no crees que te aísle? Es decir, hay mucha gente intolerante en Yucatán. Tener que mentirle a tus colegas y amigos... No vengo a eso, por cierto, no te preocupes. Es tu vida, no me voy a meter en ella. Sólo te ofrezco ser normal, tener una vida feliz y plena.
- Salga de aquí o llamaré a seguridad.- El hombre bajó la cabeza, la subió de nuevo y ahora era Gabriel de Jesús.
- No tengas miedo, no quería lastimarlos, sólo hablar con ustedes.
- Por poco y morimos ahí.
- ¿Morir de qué? Galván, tú mereces ser feliz. Lo veo en tu corazón.
- Déjame en paz.- Galván lo repitió una y otra vez, alzando su voz. Le tiró cuadernos y hojas, eventualmente una engrapadora y el profeto alzó las manos en forma de rendición y se fue caminando. El ruidero había llegado hasta arriba, pero Galván se apuró a salvar apariencias, corriendo hasta las escaleras con una sonrisa como si todo estuviera bien.- Un vendedor, ¿lo puedes creer? Fingió ser padre de familia para venderme fotocopiadoras, como si yo necesitase eso.
- Ésta gente, se pone peor cada semestre.- Dijo una maestra, para hacer conversación.- La junta se pospuso, según el jefe por unos minutos. Recibió visitas.
- Que poco profesional.
- ¿Galván Puc?- El director se asomó de su oficina y le indicó que entrara. Se congeló en la puerta, Sarah Pool estaba sentada con sus dos hijos en la oficina de su jefe. Sabía lo que vendría, pero no podía estar preparado para ello. La viuda de Renato se había enterado de dónde trabajaba, sin duda gracias al profeta.

            Sarah le dijo todo al licenciado Fernando, incluso dio a entender que había oído de muchos amoríos con alumnos menores de edad. Había viajado hasta Mérida, según ella, como un servicio a la comunidad, culpándole incluso de la muerte de Renato por haberle metido ideas pervertidas en la cabeza. Galván se defendió, pero sabía que era inútil. El licenciado, insistiendo que su sexualidad no tenía nada que ver, le despidió en términos suaves y cordiales. No era sólo este trabajo, estaba seguro, no podría contar con sus referencias y el licenciado Fernando haría hasta lo imposible para que sus futuros empleadores le tomaran por un violador de menores. Fue escoltado al estacionamiento, aunque su Tsuru había dejado de existir y había llegado en camión. Sarah estaba ahí, fingiendo que no le veía, esperando el mismo camión.
- Gabriel sabe donde golpear.- Dijo Galván en voz baja. Su rostro estaba rojo, pero se prometió que no lloraría. Le había quitado al amor de su vida y a su trabajo, pero se prometió que nunca se dejaría vencer.- Renato me dijo que pensaba en mí cada que se acostaba con usted. Debe ser cierto, es decir, mírese en un espejo, es un seis a lo más, incluso bajo estándares de pueblo, que ya de por sí son muy bajos. Anímese, hágase una cirugía estética, al menos con un rifle.
- Pervertido.- Dijo ella, jalando a sus hijos al camión.

            El ingeniero no se atrevía a regresar a Umán. Se había quedado en Mérida, apurando a sus deudores para engordar su cuenta de banco y así poderse pagar un miserable departamento que habría cabido en su dormitorio en la casona de Umán. Aunque no le gustaba Mérida en lo particular, existía un único lugar del que no podía alejarse, el panteón donde estaba enterrada su difunta esposa Leticia. Lo visitaba cada que podía, así como sus colegas de Umán visitaban sus centros comerciales y bares. Rebeca Moguel, su contacto en la SAGARPA sabía dónde encontrarle cada que no respondía a su celular. Detestaba la idea de competir con su difunta esposa, o al menos con el recuerdo de ella, pues la realidad era que peleaban todo el tiempo por las infidelidades de Mario. Además, el lugar le daba escalofrío al rodearse de tantas tumbas que, por más coloridas que fueran, siempre le hacían pensar en una ciudad de pequeños edificios, con crucifijos y flores muertas, poblada de muertos, recuerdos y malas sensaciones.
- ¿Y qué hay del policía? Tiene que haber algo, lo que sea Rebeca.
- No me regañes a mí, no soy judicial. Todo está en orden, alguien confesó, salieron testigos, no habrá más investigación. ¿Esos coches incendiados que mencionaste? Tampoco.
- Uno de ellos era mío, ¿y cómo que tampoco?- Preguntó Mario, mientras dejaba flores frescas en la tumba de su Leticia.
- Tampoco, o sea, nada, o sea, no existen, nadie los ha visto, nada de testigos y nada de investigaciones. Puedes usar el mío, tengo dos.- Le entregó unas llaves y lo abrazó. Mario la abrazó de vuelta, besándole el cabello aunque no estaba pensando en ella.- ¿Qué pasó en Nuevo Hebrón? Nunca te había visto asustado.
- Ese profeta, ese Gabriel de Jesús es un... Es un... Es complicado, no sé cómo ponerlo.
- Puse nerviosos a algunas personas, haciendo tantas preguntas me refiero. Nueva Jerusalén y Nuevo Hebrón son realmente modelos desde hace poco menos de un año. Nada de disputas de borrachos, nada de accidentes de autos, nada de desperdiciar recursos, nada de evadir impuestos. Esos dos pueblos están habitados por santos, así de fácil. Incluso los camellos se han entregado a la policía por su propia voluntad.
- ¿Por qué se pusieron nerviosos?
- Diez minutos de cuestionar a mi jefe recibo una llamada, me pidió nombre y oficio, sabía mi dirección y mi teléfono. Me dijo que dejara de preguntar.
- Y eso es lo que harás, no sabes de lo que son capaces.

            Platicaron un rato más, pero Mario prefirió quedarse unos minutos más con su Leticia. Su mente estaba ocupada haciendo toda clase de planes de contingencia. Saldría avante, estaba seguro, pero en el fondo aún temía regresar a los pueblos, aún le temía al hechicero. Se despidió de Leticia y caminó fuera del panteón, pero rápidamente se perdió. La calle iba doblando, creando callejones sin salida. Recorrió docenas de tumbas que antes habían estado acomodadas de diferente forma. Estaba seguro de eso, pues las conocía bien, recordaba a las que tenían unas veladoras rojas de cristal que había pasado a su derecha y ahora bloqueaban su paso. Echó a correr, sabiendo que el hechicero estaba cerca, pero eso sólo le confundió más. Estaba perdido en el panteón, sufriendo el espantoso calor veraniego y la cegadora luz del sol. Se sentía como si estuviera loco, y cuando las tumbas comenzaron a agilizarse se sintió aún más angustiado. El profeta había llegado por él, y estaba seguro que llegaría por todos los demás. Estaba encerrado en una película de terror y cuando las tapas de las tumbas se fueron abriendo de una en una supo que se volvería loco.
- Esos son tus pecados.- Sonó una voz en el viento.- Y tienes mucho.
- Sácame de aquí, por favor sácame de aquí.
- Sólo tú puedes hacerlo, arrepiéntete de ellos y estarás bien.- Manos, negras y descompuestas, salieron de sus tumbas. Mario chilló a todo pulmón, corriendo en círculos. Gabriel se materializó a su lado, le tomó de los brazos y sintió una descarga de tranquilidad como la que nunca había sentido.- Bebe de la copa del Señor, alivia tus penas. Deja que Jesús tome tu dolor.
- Quiero irme de aquí.
- No la amas, a Rebeca me refiero, no como ella te ama a ti, pero la usas porque te es conveniente.
- ¡Basta!- Mario gritó de nuevo, corrió entre los brazos que salían de sus tumbas y accidentalmente golpeó su cabeza. Cayó desmayado al suelo, y al abrir los ojos se encontró con que todo estaba en su lugar y el cuidador le ofrecía ayuda para levantarse.

            Julieta conocía algunos sacerdotes que habían sobrevivido la purga que sobrevino a la teología de la liberación. Algunos habían mantenido sus creencias en secreto por muchos años, y de ellos una cantidad minúscula continuaba en el sacerdocio. Su tesis de maestría había sido prácticamente redactada por ellos, y ahora necesitaba consultarlos una vez más. Demasiados accidentes fortuitos la habían perseguido en esos días, estaba convencida que aquel profeta era más de lo que aparentaba. El padre Rodolfo Machado aceptó verla en su casa, era un hombre apuesto, con costados repletos de canas y profundas gafas que le daban un aspecto jovial. Reconoció el nombre a la primera, Gabriel de Jesús ya era una celebridad entre los pueblos de Yucatán. Le conocía, sin embargo, por su verdadero nombre, o al menos el nombre que empleó para iniciarse en el sacerdocio, Gabriel Tamayo. Su historia era más macabra de todo lo que Julieta podría haberle dicho y no lo habría creído si hubiese venido de otros labios.

            Gabriel estaba fascinado con la teología de la liberación, su vocación era el ayudar a los pobres y sostenía profundos debates teológicos con sus superiores cuando defendía la idea de encontrar la salvación en la mejora de las condiciones socioeconómicas. Solicitó, durante todos los años en que estuvo con ellos, becas para estudiar teología en la Universidad del Vaticano. Cuando se fue, sus compañeros supusieron que regresaría como un espía, situación común entre todos los sacerdotes que regresaban de Italia, con nuevos conocimientos y mucha curiosidad sobre lo que cada uno piensa y dice. Gabriel no regresó como espía, se dedicó a vivir con indígenas chiapanecos y entonces fue que empezó su verdadera vocación. Se proclamó a sí mismo profeta, pese a las amenazas de ser expulsado e incluso excomunicado. La expulsión final llegó cuando mandó a sus fieles a sacar a los muertos de sus tumbas.
- Los hacían en abono.- Explicó el padre Machado mientras bebía su segunda taza de café. El café de Julieta ya se había hecho frío, no había bebido ni una gota.- Yo estuve ahí, regresamos a todos los cuerpos a sus tumbas... Bueno, eso hubiéramos querido, pues había cien tumbas y 80 cadáveres... Eso sí, muchos de esos campesinos estaban gorditos y satisfechos.
- Satisfechos...- Repitió Julieta, la revelación descubriéndose en su mente. Su taza se deslizó de entre sus dedos y cayó al suelo.- ¿Y por qué no hicieron nada?
- Hicimos. Unos curas investigaron, él no fue a la universidad, nunca se apareció. Sí estuvo en Italia, pero aprendió otras cosas de fuentes mucho más oscuras. Nos enteramos gracias a la INTERPOL, tenían una investigación pendiente por el homicidio de un Genaro Uzzini. El señor Uzzini escribía libros de alquimia, angelología y magia. El único sospechoso era un mexicano que se hacía pasar por sacerdote estudiante universitario. Ya había desaparecido de Chiapas para cuando le buscamos para entregarlo a los italianos. Gabriel debió aprender mucho, trajo consigo un extraño anillo que él llamaba “la cabeza de Cristo”, es de metal como el acero viejo y sin pulir, es la cabeza de nuestro Señor en la cruz, si se le mira bien tiene la corona de espinas y está como mirando hacia abajo. Se lo robaron una vez, nos enteramos en la sierra, durante la persecución. No fue difícil ubicar así a Gabriel, hubo un lecho de muertes inexplicables y extraños accidentes hasta que regresó a su oscuro amo. Luego de eso, nada. Yo me mudé aquí hace seis meses, escuché que él llegó a Yucatán hace como dos años, caminando y sin ningún apuro. Lo que sea que este tramando, no es cristiano y no es... humano. Usted disculpe el tono melodramático.

            Ludovico Salazar visitó Nueva Jerusalén presentándose como reportero que iniciaba una nota sobre el pueblo perfecto. Había escuchado el relato de terror de los tres sobrevivientes, pero no veía nada de la violencia, ni de la amenaza en la gente simple y bienintencionada del pueblo. No era normal, sin embargo, nadie bebía, nadie fumaba, nadie perdía el tiempo en ocios que no estuvieran de alguna manera ligada a la única iglesia funcionando, la del Nuevo Pacto. La gente estaba limpia, los niños se portaban bien, trabajaban duro y parecían alegres y obsequiosos. Aunque le pareció extraño, no se podía imaginar nada tan oscuro como un culto siniestro y sacrificios humanos. La primera pista que encendió todas sus alarmas fue la negación contundente, por parte de grandes y chicos, sobre el poblado menonita “Redención” a quince minutos en camión. El lugar simplemente no existía. Se figuró que era uno de esos achaques de fervor religioso irracional, como cuando algunos se niegan a usar vacunas en sus hijos, así que probó con los niños aunque tuvo el mismo resultado. Por último trató con el camionero local, el hombre que veía al poblado constantemente en sus andanzas de pasajeros.
- No, no me suena conocido.
- Es que lo buscaba, para incluirlo en la noticia, ya sabe.
- Lo habría visto, yo manejo por aquí todo el tiempo, pero no existe.
- Y oiga, usted que es más, como quien dice, hombre de mundo, ¿por qué dicen que es profeta ese tal Gabriel de Jesús?
- Porque es un profeta, habló con Jesús, nos lo dijo.
- Pero ya sabe, la gente a veces dice cosas raras y no son ciertas.
- Pero él sí habló con Jesús, así de frente a frente en la selva. Le dijo muchas cosas y le ayuda a hacer muchas cosas, ya sabe, para mejorar nuestras vidas. Además, está el Escathon.
- ¿El qué?
- El fin de los días, como él es el Paráclito, o como quien dice el Espíritu Santo, cuando su cuerpo mortal se muera empezará el fin del mundo. Los muertos saldrán de sus tumbas, habrá oscuridad y plagas y muchas cosas más. Por eso me convertí, porque no queda mucho tiempo.

            Visitó el pueblo menonita, una villa de la Holanda del 1500’s que le pareció como a un set de película. La escena, sin embargo, era deprimente. Las vacas estaban enflaquecidas, había muchos niños enfermos con purulencias y fiebres, los accidentes mortales ocurrían todo el tiempo, había un luto generalizado pues las embarazadas habían sufrido abortos misteriosos e incluso los campesinos le temían a sus cultivos, por una misteriosa plaga de langostas que había llegado desde hacía días. No era lo suficientemente cínico para jugar a ser al ciego, Gabriel de Jesús había arruinado a ese poblado. Manejó de vuelta preguntándose qué le haría a Mérida y qué le haría a él.

            Su editor aceptó la noticia, era una investigación ligera sobre los dos pueblos perfectos con muchos datos anecdóticos, nombres y entrevistas. No había incluido nada malo, necesitaba probar las aguas primero. Mario, Galván, Julieta y Ludovico se reunieron cuando la historia fue publicada. Los cuatro querían hacer algo, pero no se imaginaban qué podía ser. Concluyeron que existía un dato que debían corroborar. Habían escuchado de tres lugares que eran los pilares del apostolado de Gabriel de Jesús, Nueva Jerusalén, Nuevo Hebrón y Nuevo Sinaí. El tercer nombre era desconocido, ningún pueblo llevaba ese nombre y prometieron que cada uno investigaría por su lado. Ludovico se olvidó de todo eso, pero fue quien encontró la respuesta por accidente, pues tenía una cita con su esposa para hablar con su abogado.
- Nadie te avisa de este momento.- Dijo Patricia de pronto. Esperaban en la pequeña recepción con aire acondicionado, sentados uno pegado al otro por la falta de espacio y revisando las revistas para pasar el tiempo.- Claro, sabes cuando te casas que podrías terminar aquí, pero no es igual.
- Sí, sé a lo que te refieres. La vida es muy extraña.
- ¿Alguna vez te dije que nuestro viejo vecino, Álvaro, siempre me coqueteaba? Quería que te dejara y huyera con él. Estaba tentada, por Dios que estaba tentada.- Patricia miró a su marido, no con furia, ni con tristeza, si no con la mirada de alguien que no puede encontrarle pies ni cabeza a una imagen.- Pude haberlo hecho, nuestras vidas serían muy diferentes. ¿Te imaginas si esto fuera al revés? Tú serías el histérico.
- No eres histérica, no lo eres. Serás mamá, estarás sola... Tu familia ayudará, pero no es lo mismo. Tienes todo el derecho del mundo de explotar y gritarme, de insultarme y decir lo que quieras. Quiero ser parte de su vida.
- ¿Lo dices porque quieres ser papá o porque no quieres darme el dinero que me corresponde?
- Quiero ser papá.- Dijo, con tono dubitativo y medio minuto demasiado tarde.
- Eres pésimo mentiroso. ¿Julieta lo sabe?
- No, y preferiría que quedara así, al menos por ahora.
- Ojalá le dé cáncer y se muera. Sin ofender. Tú dirías lo mismo de Álvaro si hubiese aceptado su oferta. Ahora ya se casó, encontró que una vieja novia que le adoraba era modelo, viven en Cancún, felices y contentos.
- ¿En qué momento la vida se hizo tan insoportablemente complicada, Patricia?
- No sé.
- Oye Patricia, ¿cómo llamas a un abogado honesto? Uno muerto.
- Eres un idiota Ludo, pero me haces reír.
­- ¿Estamos listos?- El abogado se asomó y Ludovico se paró de golpe, señalando un prendedor en la solapa de su traje.- Es el Nuevo Pacto, me convertí ayer. He encontrado a Jesús en el Nuevo Sinaí.
- ¿El Nuevo Sinaí?
- Sí, es lo que antes era la iglesia del séptimo día por el Holliday Inn.

            Ludovico dio media vuelta y salió corriendo, escuchando los gritos de su esposa para que firmara los papeles. Tenía que verlo él mismo. ¿Había llegado la infección hasta Mérida? Olvidó mandarles mensaje de texto a los demás y entró a la iglesia sin saber qué hacer. El lugar era inmenso, pero necesitaban más espacio para todos los fieles, de todas las clases y caminos. Todas las conversaciones cesaron en cuanto entró al recinto principal, y tras unos segundos de silencio la gente estalló en júbilo, llamándole por su nombre e invitándole a pasar. Se había convertido en el hijo pródigo, el profeta le invitaba desde su podio y la gente le cargó sobre sus cabezas para acercarlo. Las más de mil personas gritaban alabanzas, muchas hablaban en lenguas y se sacudían violentamente. Cuando Ludo fue depositado delicadamente sobre la tarima pensó que se volvería loco al ver a la gente que había perdido la razón. Asustado, se arrastró sentado hacia atrás, hasta la pared bajo el inmenso crucifijo. El profeta se acercó a la gente que se lanzaba hacia él. Acercó una mano y fue como si una incontenible oleada de energía barriese con el público, cientos de personas se desmayaron hacia atrás. Algunos estaban inconscientes por completos, otros permanecían en éxtasis con los ojos en blanco y otros se agitaban con convulsiones. El profeta miró a Ludovico, luego le mostró su anillo y con él señaló de abajo para arriba, yendo de cuclillas hasta estar de pie y todos aquellos que habían sentido esa fuerza desbordante se pusieron de pie.
- Están locos, todos ustedes están locos...- Se repetía Ludovico en posición fetal, en apenas unos murmullos. Estaba seguro que moriría ahí o que perdería la razón entre tanta gente.- Soy el único que no está loco, pero no me van a engañar.
- Ese amor que crees que perdiste hacia tu esposa, te lo puedo devolver.- Le dijo Gabriel, ofreciéndole una mano para que se pusiera de pie. Ludo se paró, pero no se alejó de la pared.- Esa pasión que sientes hacia Julieta esa una simple mezcla de lujuria y confusión.
- La amo.
- Ludovico,- Gabriel le puso la mano en el hombro y le miró entristecido.- tú no sabes lo que esa palabra significa. ¿Por qué te resistes a Jesús?
- No me engañarás con tus discursos.- Le quitó la mano de encima, ahora más enojado que asustado.- Ustedes matan gente, ¿qué clase de culto es este? Ponen a sus muertos como abono, se comen esos frutos como si fuera su carne y cualquiera que se pase de la raya o haga muchas preguntas termina como sacrificio humano. Lindo negocio el que traes Gabriel, pero no servirá por mucho tiempo más. No podrás esconderlo para siempre.
- Es terrible, lo sé. Casi siempre el sacrificado es un voluntario, pero hemos tenido que recurrir a los enemigos de Dios. Se tiene que hacer, uno cada luna llena. Sé que crees que soy un monstruo, pero resuélveme esto, ¿qué dirías si te propongo un intercambio? Nadie morirá de enfermedades leves, ni de alcoholismo o muertes relacionadas a la bebida, o a las drogas, y lo único que hay que sacrificar es a una persona que, en la mayoría de las ocasiones, desea ser sacrificada. Ya no más violencia, ya no más adicciones, ya no más ocios peligrosos, ya no más odios y tontos prejuicios, ya no más sentirte como un barco que perdió la dirección hace mucho... Jesús te espera.
- Sí, claro, y tú eres el fin del mundo, señor Apocalipsis. Tu secta se termina sin tu anillo.

            Ludovico lo golpeó en la boca del estómago y rápidamente le sujetó una muñeca para quitarle el anillo. Pensó, por un instante, que quizás aquella fuente de poder tenía a todos hipnotizados y lo mejor era quitarle el anillo. La idea no era mala, pero el anillo le ardió como si estuviera al rojo vivo y el factor sorpresa no le sirvió de mucho. La audiencia estaba consternada, pero cuando Gabriel hizo un gesto y Ludo salió volando al techo todos lo tomaron como muestra de su apostolado. Ludovico se estrelló contra el techo como si hubiese sido el suelo, y trató de volver a respirar mientras su cuerpo era arrastrado por fuerzas invisibles hacia una ventana abierta. Extendió sus brazos, sujetándose con todas sus fuerzas, la mitad de su cuerpo saliendo hacia la entrada repleta de gente. Sintió que perdía terreno, sus manos se resbalaban del yeso y, justo cuando pensó que saldría disparado como bala de cañón, sintió unas manos en sus tobillos que le jalaron al suelo. Galván y Mario lo salvaron, subiéndose a una escalera, y cayeron los tres al suelo. Los creyentes no querían dejarles ir, pero los tres se abrieron paso a golpes y empujones para escapar. Ludovico, cuando estuvieron fuera de peligro, les preguntó cómo habían encontrado el lugar.
- Para ser un reportero, tú no te enteras de mucho.- Galván le mostró su celular, tenía la primera página del diario de Yucatán. La primicia era demoledora, Rolando Zapata y gran parte de su gabinete se convirtieron al Nuevo Pacto. La infección se aceleraba.

            Julieta dejó de ser el epicentro de extraños accidentes y supuso que quizás el profeta Gabriel tenía mejores cosas que hacer, como convertir a todo el gobierno a su secta, que estarse preocupando por cuatro personas que ni siquiera formaban una amenaza creíble. Entregó su adelanto de su tesis doctoral, pero su asesora no quiso ni hojearlo. Le informó que su estafa a las becas había sido descubierto y su doctorado pendía de un hilo.
- ¿Pero cómo se enteraron? Pasa todo el tiempo, todos lo hacen.
- Yo les dije.- Contestó su asesora sin miramientos.- Julieta, tienes que aprender a vivir cristianamente. Mentir es pecado, lo hago por tu bien.

            Salió de esa oficina con pasos temblorosos, su mundo se venía abajo. La primera persona en quien pensó fue Ludovico, pero él sufría un día semejante. Su esposa ya no le pedía el divorcio, se había convertido al Nuevo Pacto y esperaba que regresara, y ahora su editor también se había convertido, así como los dueños del diario. Su nota, sobre los sacrificios humanos, sobre el sectarismo y la tortura a los menonitas había sido rechazada y su empleo estaba en riesgo.
- Vivir cristianamente...- Se lamentó Ludovico.- Me echarán cristianamente, eso es lo que quiso decir. Todos se están convirtiendo, es inútil.
- No es justo, la vida no es tan sencilla como ellos creen.- Dijo Julieta mientras miraba su comida, sin probarla.- Galván ya había perdido el empleo, me pregunto qué será del inge.

            Mario Rivera había dejado de escuchar de Rebeca Moguel por varios días, y cuando finalmente recibió una llamada suya las noticias no eran alentadoras. Se había convertido y quería comunicarle que pensaba confesar al desfalco que habían realizado por casi una década. No le importaba la prisión, y estaba claro que no le importaba si Mario iba a prisión también. No pudo convencerla de cambiar de opinión, ningún halago, ninguna amenaza y ninguna súplica fueron suficientes, en el fondo, ella quería vivir cristianamente, en la calle o en la cárcel. El ejidatario no se tomó la noticia con calmada resignación, frente a la amenaza de la prisión se reactivó su hábito por la cocaína y su amor por las armas. Cargando con un revólver acudió a Nuevo Sinaí. La calle que llevaba hasta la iglesia estaba cerrada, las casas circundantes habían sido donadas para extender la iglesia por muchos cientos de metros más. Sería insuficiente, aún quedaban cientos de personas acampando en la calle para ver a su profeta, quien se aparecía dos o tres veces al día cuando no viajaba a Nueva Jerusalén y Nuevo Hebrón. El lugar era completamente pacífico, no había borrachos, ni peleas, ni siquiera basura, y los policías asignados al lugar no tenían nada que hacer, resignándose a orar con los fieles y sólo actuar su parte cuando había políticos o funcionarios. Mario no tuvo ningún problema para entrar a la iglesia, tomó una Biblia, saludó a los policías con muchas sonrisas y se abrió paso entre los atestados corredores para buscar al profeta y encontrar la manera de matarlo. Temía que la pistola no fuera suficiente, pero lo sería para cualquier creyente que se interpusiera en su camino. Logró entrar al recinto principal, argumentando que conocía a uno de los conversos, lo cual era cierto, pues en la larga fila para beber la sangre en el cáliz de Gabriel de Jesús se encontraba Galván Puc. Se sentó casi al frente, escuchando a los funcionarios del gobernador y al alcalde, mientras vigilaba a Galván.
- No quiere mudarse al palacio de gobierno, ya se lo dije mil veces.- Decía el gobernador.- No quiere alejarse de Nueva Jerusalén, no sé cuál sea su importancia.
- Debe tenerla, el profeta siempre sabe más.
- Sí, claro que sí. Yo sólo decía, por su comodidad, pero nuestro amado profeta no se preocupa por su comodidad, sólo la de los pobres. Es lo mejor que le pudo haber pasado a Yucatán, no hay duda. El camino de pétalos entre los dos pueblos y Mérida está avanzando sin problemas. Ahora mismo, es mi única preocupación. No hay más. Bueno, eso y eliminar toda la corrupción, por supuesto.
- Galván Puc,- Dijo Gabriel al verlo. Mario intercambió lugares, escondiéndose de la mirada del profeta, pero sin quitarle los ojos de encima.- ¿aún lamentas la muerte de Renato Morales?
- Sí.
- Te tengo una sorpresa, sabía que vendrías.- Con un gesto de la mano invitó a Sarah Pool, la viuda, a acercarse.- Para que te quite el dolor, tú mismo deberás perdonarte.
- Te perdono.- Le dijo la viuda, entre lágrimas y se abrazaron.
- Bebe de la copa, únete a nosotros.- Galván bebió entre sollozos y se alejó, abrazando a la viuda de su amante.- ¿Mario, quieres convertirte o has venido a perseguirme como Paulo?
- ¡No lo dejen ir!- Gritó una señora, mientras Mario huía entre la gente.- ¡Que se convierta!
- ¡No, déjenlo ir!- Dijo el profeta.- No tiene adónde ir, no puede esconderse de sus pecados.

            Las semanas pasaron y la comunidad católica, asustada por las conversiones masivas, comenzó una campaña de desprestigio que no duró mucho. El obispo, y varios prominentes sacerdotes se convirtieron a la iglesia del Nuevo Pacto, dejando atrás sus hábitos e invitando a todos a seguir su ejemplo. El escándalo duró poco, los diarios, así como los políticos, ya estaban del lado del profeta yucateco y poco a poco, cada sector de la población, comenzó a unirse. Los primeros en verse afectados fueron los bares y cantinas, pero los dueños no pudieron hacer nada al respecto. Cuando la tasa de criminalidad fue en descenso los diarios encontraron la mejor manera de abogar por la nueva denominación cristiana y pocos fueron capaces de criticarles en voz alta. Ludovico, Julieta y Mario habían decidido actuar, aún a costa de convertirse en fugitivos, pero conservaban la esperanza que una vez muerto el monstruo su poder hipnótico se iría con él.
- Veo que les encuentro a tiempo.- Galván entró por la puerta de Julieta y los tres quedaron mudos. Ya no vestía sus camisetas tipo polo y sus jeans, ahora era un traje decente y otro corte de pelo.- No me miren así, no me convertí, no en serio. Ese monstruo mató a mi Renato, ¿creen que lo perdonaría tan fácilmente?
- Entonces por qué...
- ¿Por qué me uní? Necesito trabajar, todos los directores y administradores de escuelas y universidades en Mérida se enteraron de mi sexualidad. Ahora puedo conseguir trabajo, les hago creer que soy heterosexual y como visto y hablo como cristiano, ellos me creen.
- ¿Y sigues siendo desviado?- Preguntó Mario.
- Desviado como una curva. Ahora escuchen esto.- Galván se asomó por la ventana rápidamente, para luego cerrar las cortinas y sentarse con ellos. Mario le ofreció un cigarro, que aceptó sin dudar.- Se vuelven caras estas cosas, muchos ya ni venden cigarros. Mérida se está volviendo loca.
- ¿Qué ibas a decirnos?
- Creo que algunas cosas ya las conocen, el anillo es la clave, pero hay más. He visto que se cansa en la noche, sobre todo en la oscuridad. Siempre hace lo posible por mantenerse en lugares iluminados, creo que si estuviera totalmente a oscuras podría morir. Nueva Jerusalén es la clave, ahí empezó todo y lo que sea que esté ahí debe ser muy valioso para él. Siempre pregunta si hay problemas y cosas por el estilo, no hace eso en Nuevo Hebrón o aquí en Mérida, o como ellos quieren cambiarle el nombre, en Nuevo Sinaí.
- El camino de pétalos.- Dijo Julieta, tras un segundo de silenciosa consideración.- Va de Mérida a los pueblos, la procesión será enorme pero eso serviría a nuestra ventaja.
- Te olvidas de  una cosa.- Interrumpió Ludovico.- Ahora que el gobierno es limpio como el agua pura, han instalado farolas por todas partes. Toda esa carretera estará iluminada. El viaje que harán será de noche, pero no importará mucho porque estará a la luz todo el tiempo.
- No si la electricidad falla.- Dijo Mario, con una sonrisa.- Esos lugares nunca tienen la suficiente protección, cualquier cosa podría pasar en el momento menos indicado. Conozco la planta que hay que deshabilitar, está a la mitad de la nada y cuando empiece la procesión estará aún más desprotegida. Mi primo trabajaba en eso, me enseñó todas las maneras para sabotearlas.
- ¿No hay reactores de emergencia?- Preguntó Galván, disfrutando su cigarro.
- ¿Reactores de emergencia? Esto es Yucatán, no una película de acción. Yo saboteo ese lugar y la carretera estará a oscuras por dos días.
- Parece que todo estará en nuestras manos.- Dijo Ludovico, tratando de sonar convencido.
- ¿Qué tan cerca nos puedes poner?- Le preguntó Julieta a Galván.
- Viajará en un descapotable, yo estaré en el turibus que irá enfrente, en la parte de arriba. Puedo reservarles dos lugares abajo, para que él no les vea. Brinquen al coche durante el caos, quítenle el anillo y mátenlo, con cuchillos o pistolas o con lo que sea. Mátenlo bien, que no quede lo suficiente de él para un funeral de ataúd abierto.

            El plan estaba hecho y el día de su ejecución se realizó todos los preparativos necesarios. Julieta y Ludovico ocuparon sus lugares, fingiendo estar emocionados, pero en el fondo totalmente aterrados. Sabían lo que debían hacer, esperar a la oscuridad, luego correr hasta las escaleras o a la salida del camión, saltar al otro coche y apuñalarlo lo suficiente para hacerlo picadillo, para después huir en la conmoción. Los cuarenta vehículos que formaban la procesión fueron avanzando, con el descapotable en medio y el profeta saludando a todos, lanzando bendiciones y besando bebés. A una hora de camino Ludovico llamó a Mario, como estaba acordado. Él ya había entrado a la estación eléctrica, los dos guardias habían faltado a sus labores para ver al profeta. Tenía la dinamita preparada y conectaba todo para volarlo en pedazos y dejarles en completa penumbra. Las luces de los autos serían la única iluminación, pero contaban con que habría tanta gente alrededor de los autos que esa luz serviría para nada.
- ¿Ya están listos?- Preguntaba Mario por el teléfono.- Pónganse de pie, empiecen a acercarse a las escaleras. Si lo hacen por la calle podría haber demasiada gente.
- Estamos listos.
- Muy bien, tres, dos... Espera, no, está llegando gente.- Ludo pudo escuchar los gritos, había gente que llegaba corriendo, identificándose como policías.- Alguien boqueó Ludo, alguien boqueó...

            Ludovico colgó y miró a Julieta con una expresión tensa de terror. El plan se había ido por la tubería, no tendrían ninguna ventaja. Julieta quería abandonar la idea, sería más fácil matar al Papa que al profeta, sobre todo cuando estaba rodeado de tanta gente. Salió del camión, seguida de Ludo, pero él vio un parche de oscuridad a medio kilómetro, un par de luminarias que se habían echado a perder. Caminó hacia el descapotable, cuchillo en mano. Trató de avisarle a Julieta, pero ella estaba siendo empujada por la marea humana. Se acercó al auto justo cuando pasaban por la zona oscura, y entonces sintió el bastón de policía contra las piernas y tres policías de civil le tomaron de los brazos.
- ¿Dónde está la chica? Viajaba con alguien.- Dijo uno de los policías, viendo hacia los cientos de personas que les miraban asustados.- La perdimos.
- No importa, tenemos a este. ¿Qué hacemos con él?- Le preguntó al profeta.
- Mi oveja descarriada. Dios las ama más.- Dijo Gabriel, sonriéndole a Ludo como si fuera su amigo de toda la vida.- Llévenlo a Nueva Jerusalén, en patrulla. Será convertido esta misma noche.

            Ludovico se resistió durante todo el camino, pero las esposas podían contenerlo. Al llegar al pueblo, completamente vacío pues todos habían salido a ver la procesión, le escoltaron hacia la nueva iglesia, ahora del tamaño de un estadio. Le dejaron en una bodega, acompañado de Mario, quien había recibido el mismo trato. No hablaron durante las siguientes tres horas de tensa espera. El profeta llegó, rodeado de mariachis y canciones, y fue directo a la iglesia del Nuevo Pacto. Les sacaron de la bodega y les arrastraron, pateando y mordiendo, hasta el centro donde se había preparado un enorme altar, del tamaño de una persona. Una anciana esperaba a su lado, pero ella sonreía complacida.
- Tengo cáncer.- Les explicó de pronto.- No viviré más de un mes, mejor morir ahora e irme al cielo, que sufrir todas esas penurias.

            Rodeado de cientos de personas el profeta ayudó a la anciana a subir al altar, para luego apuñalarla en el pecho. Un joven recogió la sangre en el cáliz, que el profeta tomó en sus manos. Usó su cuchillo sacrificial para cortarse un poco el dedo, de modo que mezclara su sangre con la de la víctima. Mario bebió de la copa, seguido de Ludovico y todos  estallaron en júbilo. El profeta prometió que casaría a Ludovico de nuevo, y Patricia estaba ahí, saludando a su esposo con mucha alegría, como si este hubiese regresado de un viaje largo. Ludovico la saludó, emocionadamente. Julieta, quien se había sentado en las primeras gradas, se descubrió la cabeza que ocultaba con su sudadera. Ludovico la miró, con expresión neutra y después miró a su profeta. No la había reconocido, o al menos la reconocía tanto como a su plomero, y Julieta cubrió su cabeza, tratando de no romper en lágrimas. Su Ludovico había dejado de existir, y la pena en su corazón se sintió como una daga helada que la traspasaba.

            Las semanas que siguieron a la procesión fueron marcadas por un extenuante trabajo. Nueva Jerusalén crecía cada vez más, era la capital espiritual de Yucatán y todos querían estar cerca de su profeta. Se levantaron casas en cuestión de días, se habilitaron nuevos caminos y negocios. Incluso el gobernador pasó más tiempo allá, recibiendo consejo espiritual, que en la capital Mérida. El Nuevo Pacto siguió creciendo, ahora enviando cientos de personas a esparcir la palabra por todo el estado y por toda la península. La migración a los pueblos, sobre todo a Nueva Jerusalén abrió las puertas a muchos trabajos y negocios. Julieta se quedó en el pueblo, trabajando de recepcionista de un doctor. No podía irse a Mérida, pues en el fondo sabía que si lo hacía estaría admitiendo una derrota que no estaba dispuesta a tolerar. Podía verlos, a Ludovico y Patricia, caminando de su casa al trabajo, un pequeño periódico que crecía rápidamente, y luego a la iglesia. Tenía que atender, no podía dejarse descubrir como la oveja negra de la comunidad perfecta. Ya no fumaba, ni bebía, y seguía las reglas al pie de la letra. Podía vivir con eso, pero no podía vivir sin Ludovico.
- Es peligroso lo que haces.- Galván la descubrió en la minúscula casa de argamasa y piedra, llorando en un rincón. El lugar apenas tenía espacio para una hamaca, un refrigerador y una cocineta. La puerta era de palos de madera y Galván la había escuchado desde la calle.- Eres la única persona que llora en Nueva Jerusalén, pero no me refiero a eso.
- ¿Tú no lloras, por Renato?
- Sí, pero ahora me medio-obligaron a tener novia y tengo que ser cauteloso.
- ¿Y no lloras por lo que nos hiciste? Tú sabías del plan, tú nos traicionaste Galván.
- ¿Yo hice qué? No puedo creer que me acuses de eso. ¿Por qué ayudaría a la persona que mató a mi novio? Si Gabriel de Jesús lo hubiese querido ustedes habrían sido secuestrados desde Mérida, no tiene sentido que yo les ayudara solo para quedar bien con ellos. Yo ya estoy bien con ellos, estoy horriblemente mal conmigo mismo, pero bien con ellos.
- No tiene sentido Galván, ya no tengo ganas.
- No digas eso.- Galván la ayudó a levantarse y le acercó la única silla en la casa para que se sentara.- Nadie más lo hará si no somos nosotros. ¿Y si llegan a Campeche y Tabasco? A la velocidad que esto se mueve, ¿qué pasará cuando llegue a Ciudad de México o Monterrey? Y si el presidente se convierte, ¿qué hacemos entonces? No, yo me rehúso a vivir como alguien que no soy. Hablan de curarme, ¿pero qué está mal conmigo? No estoy enfermo, y no tengo por qué disculpar mi existencia a un montón de monaguillos y pedantes. Tú tampoco tienes por qué hacerlo.
- ¿Pero qué podemos hacer? Ese sujeto lanzó Ludovico al techo, controla a los animales, es indestructible, controla el clima... Y más importante aún, controla a miles de personas.
- Sí, pero me enteré del núcleo de todo el asunto.
- ¿El anillo?
- El cementerio. Sacan a los muertos, ¿recuerdas? Lo harán ahora, con Mérida. Los usarán de abono, ¿pero por qué mandan gente cercana al profeta para hacerlo? Hay muchos obreros disponibles allá, no necesitan hacerlo. Tienen seis camiones de volteo estacionados a las afueras del pueblo, están esperando instrucciones.
- No sé, a veces lo pienso, quizás sería más fácil rendirse, vivir como ellos... Pero no serviría, no dejaría de amarlo.- Los golpes en la portezuela les congelaron. No podían correr el riesgo de tener a chismosos profesionales señalándoles como si fueran amantes.
- ¿Julieta?- Era la voz de Mario. Galván no esperó a ver, salió por la ventana lateral de un salto unos segundos antes que el ingeniero abriese la puerta.- ¿Estás sola?
- Si vienes a decirme las buenas nuevas, es muy tarde, las he oído y Jesús ahora vive en mi corazón.
- ¿De qué demonios estás hablando?- Julieta respiró tranquila y sonrió.- Odio ese discurso, tengo que decirlo mañana, tarde y noche. Y Rebeca Moguel quiere casarse conmigo, ¿qué pensaría mi Leticia de mí si ahora me viera?
- Veo que estás como yo.
- Sí, y no somos muchos. Mira, no sé si pueda confiar en Galván, yo creo que él boqueó, pero necesito ayuda.
- ¿Ir tras el profeta?
- ¿Qué? No, algo un poco más realista. Van a saquear el panteón de Mérida, mi Leticia está ahí. No puedo dejar que la conviertan en abono. Podemos ir juntos, ellos me confían ahora. Además, algo muy extraño está pasando con todo el asunto del cementerio, están enviando gente desde aquí y eso no tiene sentido. Vamos, sé que tú y yo no somos mejores amigos, ni nada por el estilo, pero no puedo hacerlo solo.
- Está bien, vamos.

            Cruzaron el pueblo hasta donde los camiones estaban estacionados y los dos separaron. Mario le aseguró que podía subir a uno de los camiones que seguían abiertos y podrían viajar hasta Mérida, pero algo le había llamado la atención. Uno de los camiones abiertos tenía las herramientas, como palas y picos, pero también tenía algo más. Abrió varios sacos y descubrió extrañas cajas de metal que parecían tener tubos plásticos que debían ser conectados con algo más. Le parecieron como féretros, pero con un extraño repujado y con una superficie repleta de relieves, como burbujas, con canicas y extraños cristales verdes. Se bajó del camión e instintivamente se escondió debajo de él al escuchar voces. Un grupo de tres corpulentos policías revisaron los camiones abiertos que llevaban gente, la estaban buscando. Escuchó su nombre varias veces, y la voz de Mario. Galván no les había traicionado, pero Mario encontró la manera de quedar bien con la secta para evitar los años de prisión. Se arrastró de un camión a otro y después salió corriendo hacia los árboles, cambiando el forro de su saco y peinándose de manera diferente. La buscarían, estaba segura de eso, irían a su casa y después revisarían cada vehículo y cada salida. Entró a la casa de Ludovico por una ventana, el lugar era considerablemente más grande que su casucha, pero era muy humilde y apenas tenía un cuarto, cocina y baño. 
- ¿Qué haces aquí?- Le preguntó Ludovico, mientras ella se limpiaba un poco del lodo que se le había pegado estando debajo del camión.- Es muy impropio, además, yo soy un hombre casado.
- Ludo, sacaron cuerpos del cementerio, pero nunca nos preguntamos qué ponían en su lugar. Galván tenía razón, él no nos traicionó, fue Mario, ¿no lo ves? Por eso el profeta no quiere alejarse de aquí, porque aquí está todo su poder, y tiene que estar en el cementerio.
- Hablas como una loca y el profeta es un hombre cristiano, le repugna toda afición por la muerte.
- Quieres herirme, pero lo veo en tus ojos Ludo, veo esa desesperación con la que solías verme cuando estabas casado.- Ludo trató de decir algo, pero sus ojos se hincharon de lágrimas y su quijada comenzó a temblarle.
- Te deseo más que al aire, pero es pecado. ¿No ves que iremos al infierno?
- Ya estamos en él.
- No blasfemes, eso...- Ludovico la tomó de la muñeca y le plantó un beso, largo y salvaje. Se abrazaron y besaron, empujando los muebles hasta tirar un par de cuadros y no se soltaron hasta que ya no podían respirar.- Extraño cada poro de cuerpo y no hay nada en el mundo que pueda suplantarte. Quiero estar contigo, quiero que estés loca, quiero discutir estupideces contigo y dormir contigo. Quiero todo eso Julieta, pero no se puede. Mi deber es a mi esposa y a mi hijo.
- ¿Vas a tener un hijo? No me importa, ¿me escuchaste? No me importa. Serás un pésimo padre si no amas a tu esposa, si cada vez que le haces el amor piensas en mí, si cada vez que la besas te preguntas qué estaré haciendo yo. Yo estaré haciendo exactamente lo mismo.
- Lo siento Julieta, pero mi esposa ya me perdonó.- Le señaló a la puerta, donde Patricia esperaba sonriente y paciente. La llevó a la salida, cortésmente y lentamente besó su mejilla.- Adiós Julieta, y buena suerte.
- Adiós Ludo, adiós.- Se quedó mirando la puerta cerrada, desesperada por completo pero incapaz de moverse, hasta que sintió una mano que la hacía girar. Era Galván, y había llegado justo a tiempo, pues un grupo de policías corría hacia la casa del matrimonio Salazar. 
- Es triste,- Decía Patricia.- que ella tenga un amor no correspondido, pero estoy segura que Jesús le encontrará a alguien perfecto, después de todo, es una buena chica.
- Sí, lástima...- Ludo se interrumpió al escuchar la puerta y dejó que los policías entraran solos, acompañados de Mario Rivera.- ¡Mario! Llegas segundos tarde, Julieta estuvo aquí con toda clase de ideas locas. Tenemos que detenerla, antes que se lastime a sí misma. Debemos hablar con el profeta, no sería cristiano dejarla sin ayuda.

            El hogar del profeta no era la casa más vistosa, ni la más grande. Su lugar de residir era del tamaño de una casa normal de pueblo, con apenas espacio para sus libros y su hamaca. El resto de la casa, de simple tabique y yeso sin pintar, estaba destinado a su horno de herrería, su yunque y sus aparatos alquímicos. Les hicieron esperar, había varios diputados y senadores que habían viajado por muchas horas para convertirse hincados frente al profeta Gabriel de Jesús. Esperaron calmadamente en el taller alquímico, nunca habían visto nada semejante y no podían adivinar lo que la mitad de las herramientas hacía. El profeta eventualmente apareció, disculpando su tardanza.
- Es mi culpa,- Dijo Ludovico.- Julieta sigue enamorada de mí y yo nunca me tomé el tiempo de dejarle en claro que todo eso debía cesar. No lo hice hasta hace un rato, cuando se apareció en mi casa contando toda clase de historias raras. Está obsesionada con el panteón de Nueva Jerusalén, aunque no me imagino por qué. ¿Qué podemos hacer para que ella se ayude a sí misma?
- El Paráclito ha llegado para que aquellos que tengan fe encuentren su camino, pero aquellos que se resisten sólo les queda el Juicio de Dios. Estará con ese Galván, pobre alma descarriada. El momento ha llegado, han tenido ya muchas oportunidades, mejor lidiar con esto ahora y para siempre.

            Galván y Julieta consiguieron entrar al cementerio escalando por la pared cuando nadie les veía. El lugar seguía ahí, relativamente intacto, aunque cubierto por capas de polvo y tierra, debido a todos los saqueos. Caminando de cuclillas, y escondiéndose de todos los sonidos, encontraron una tumba cuya tapa estaba un poco abierta. Silenciosamente la abrieron y Galván usó la lámpara en su celular para ver la escalera que parecía hundirse por muchos metros bajo tierra. Bajaron con cuidado, la escalera era firme pero el viaje era largo. Desconcertados miraron hacia todas partes, había una caverna debajo del panteón, con algunas escaleras que salían a la superficie por las tumbas. Julieta reconoció los extraños sarcófagos de metal con cristales brillantes que emitían una fosforescencia. Estaban conectados entre sí, por tubos de plástico que parecían comunicar una extraña sustancia viscosa de color verde oscuro, pero también parecían conectados al suelo y al techo, formando en algunas partes unas enredaderas de tubos. 
- Están envenenando la tierra con esta porquería.- Dijo Julieta con una mezcla de asombro y terror.- Yo sé que es esto, es Xibalba, la mansión de la muerte, ciudad de las torturas en la mitología maya.
- ¿Julieta?- La voz de Ludo resonó por las paredes de la extensa caverna mientras descendía tan rápido como podía.- ¿Estás aquí?
- ¿Qué haces aquí? Pensé que no podías estar conmigo.
- Julieta, ¿segura que podemos confiar en él?- Preguntó Galván, visiblemente asustado.
- Mi esposa estaba en la puerta, tenía que decir algo. ¿Qué es este lugar?- Se acercó a Julieta, la abrazó y le extendió la mano a Galván.
- Es lo que estamos tratando de... ¿Trajiste gente?- Galván retrocedió unos pasos, pero Ludovico lo detuvo al mostrar un arma.- Tenías que mantenernos ocupados mientras llegaba la caballería.
- Parece que llegamos a tiempo.- Dijo Mario, mientras terminaba de bajar. El profeta iba inmediatamente después de él, seguido de otros dos fieles.
- ¿Están ciegos? Vean este lugar, ¿qué demonios es?
- No tiene nada de extraño, pero no es para que cualquiera lo vea.- Dijo Gabriel, con una sonrisa. Al tocar el suelo el techo se encendió, había extraños bulbos verdosos que emitían una fuerte luminiscencia, mostrando así los cientos de metros que cubría la caverna.- Es tierra santa. Y a ustedes dos les he dado suficientes oportunidades para que vean la luz y dejen de estar ciegos, sometidos por el pecado y la lujuria.
- El mundo entero se ha vuelto loco.- Se defendió Julieta.- Es hechicería, es barbárico. Matar para vivir, esos poderes mágicos y este lugar... Tú no eres el bueno de la historia.
- ¿Y tú sí?, ¿tú eres la que sabe cómo deben vivir los demás? Tu vida no es ejemplo alguno de nada, vives a partir de las mentiras y la lujuria. La Biblia es infinitamente más sabia, pero te empecinas en creer que tú sabes más que Dios, ¿acaso no te sientes sola y perdida en un mundo que no comprende? El Espíritu Santo ha comenzado un reino de paz y justicia. Sin corrupción, sin violencia, sin vicio, en completa paz espiritual. Lo lamento por tus sentimientos mal colocados, pero es hora que madures y te des cuenta que hay más en juego que tus infatuaciones juveniles.
- Yo abogué por ti.- Dijo Ludovico.- Y por Galván, pero no está realmente en mis manos.
- No, no puede ser, no puede acabar así.- Gritó Galván.- No, matar está mal y quien mata tiene que hacerse responsable. Mataste a Renato porque hizo demasiadas preguntas, no te hagas al santo ahora. ¡No puede terminar así, no pueden sacrificarnos a su locura!
- Lo siento, no hay otra opción.- Ludovico, pistola en mano, empujó a Julieta para que se hincara frente al profeta, mientras que Mario hacía lo mismo con Galván.
- Será difícil para ti, Ludovico, pero estarás bien.- Dijo el profeta.
- Estaré bien, pero no lo suficiente para dejarla ir con una sonrisa.- Tomó al profeta de los brazos mientras ella sacaba la hoja de metal que él le había entregado, al abrazarla, y le apuñaló en un costado con ella. El profeta gritó de dolor y se deshizo de Ludovico, quien le disparó a los otros dos creyentes en las piernas, para inutilizarlos.- Tenía que entrar al laboratorio alquímico, tenía que robar metal del mismo material que el del cuchillo sacrificial, lo único que he visto que te lastima.
- ¿Están locos? Desatarán el Escathon.- Repetía Mario.

            Julieta lo apuñaló un par de veces más y Mario pudo quitarse de encima a Galván, lanzándolo contra una de las extrañas cajas de acero. Gabriel empujó a todos de un gesto, dándose espacio para subir por las escaleras. Mario le siguió de cerca, mientras Galván se quedaba atrás, volteando las cajas de acero y rompiendo los tubos. Julieta y Ludovico subieron rápidamente, llegando a tiempo para evitar que Mario tirara la escalera. La gente que se había reunido les miraba por horror, afuera de las rejas del cementerio, el profeta estaba gravemente herido. Gabriel maldijo sus nombres y de un gesto comandó a todas las aves del pueblo para atacarles. La destrucción de su palacio de la muerte le afectaba, los bulbos pegados al techo emitían chillidos desagradables al morir y eso parecía debilitarle.

            Defendiéndose de los cuervos y palomas se lanzaron sobre él, sus creyentes también sufrían el ataque de las aves y no pudieron hacer nada para evitarlo. Gabriel tomó a Ludo de la garganta y con una fuerza sobrehumana lo levantó del suelo y comenzó a ahorcarlo. Julieta le atravesó de nuevo, liberando a Ludovico, quien le quitó el puñal sacrificial que llevaba en su cinto y, tomándole de la muñeca, le cortó la mano que portaba su anillo mágico. El anillo se convirtió en chispas y llamas, para luego desaparecer por completo. Las aves se alejaron volando y Ludovico apenas tuvo tiempo de usar su arma para alejar a los fieles enloquecidos que se lanzaban para atacarles. Galván salió de la tumba, le quitó el puñal a Ludo y, aprovechando que el profeta estaba hincado en el suelo, le cortó la garganta de oreja a oreja con tanta fuerza que su cabeza quedó apenas pendiendo de un pellejo. El profeta Gabriel de Jesús estaba muerto y todos los habitantes de Nueva Jerusalén estallaron en la locura, lanzándose hacia las rejas del cementerio hasta echarlas abajo. Ludo se vio obligado a dispararle a un par de creyentes, y a Mario Rivera. Corrieron hacia su profeta, pero él ardió en llamas, llenando el aire con el desagradable olor de la carne quemada y eventualmente no quedaron más que cenizas que se repartieron al cielo.
- ¿Dónde está su Escathon?- Les preguntaba Galván.- ¿Dónde está el fin del mundo? Los engañó, no era quien decía ser, era el diablo, un hechicero y un farsante. ¿Dónde está Dios aplastándonos por destruir a su enviado?

            El arma se había quedado sin balas, y los argumentos de Galván no tenían cabida en mentes histéricas y fuera de sí. Salieron del cementerio saltando sobre una pared, ayudados de una tumba. Aprovecharon que todos en el pueblo confiaban en sus vecinos para robar un coche que tenía las llaves puestas. Galván manejó hacia Mérida, con los dos amantes en la parte de atrás. La carretera estaba desierta casi por completo, pues constantemente podían verse los autos de aquellos fieles que habían tenido que frenar para soltarse a llorar. La radio estaba muerta, todas las estaciones se habían convertido en estaciones cristianas, y ahora nadie sabía qué decir y un luto se había impuesto.
- Se les pasará, se impondrá el sentido común.- Dijo Galván, de pronto. Había manejado en silencio, los amantes habían estado besándose por más de dos horas y ya no lo soportaba. Ya casi llegaban a Mérida y no sabía de qué otra manera separarles, que no incluyera una cubeta de agua fría.
- ¿Eso es antes o después que nos quieran matar? No quedo nada de él, las cenizas ya cubren la península, eso lo hará más fácil.- Dijo Julieta, con una sonrisa.
- ¿Qué crees que había allá abajo? Tú eres la doctora en literatura, tú dinos.
- Nada bueno. Yo creo que, cuando la cosa se calme, como dijo Galván, se hará lo mismo con Nuevo Hebrón. Todo el control que solía tener, se habrá ido. Menos mal lo hicimos antes de que ocurriera en Mérida. No me gustaría haber...
- Maldito tráfico, pensé que había pasado lo peor tras el periférico, deben estar llorándolo.- Dijo Galván, señalando a los autos estacionados que hacían largas filas. Revisó su celular, ociosamente, por más noticias y encontró lo que esperaba.- Última hora, Yucatán en luto, el resto del mundo riéndose de nosotros.
- No se ve como que estén parados por el semáforo, no hay nadie en el coche a mi lado, ni enfrente.


            Ludovico salió del auto y caminó varios metros, todos los autos estaban abandonados. Julieta le siguió hasta la esquina, los habían dejado marchando e incluso con puertas abiertas. Escucharon los gritos y corrieron al auto. Un grupo de histéricos corrió por la intersección, gritando y agitando los brazos. Ludo asomó la cabeza y sintió que algo le quemaba. Una tormenta de granizo cayó sobre la ciudad, azotó con fuerza y era caliente como el acero hirviendo. Galván, presa del pánico, salió del embotellamiento chocando el auto contra los otros y atravesó la intersección cuando los histéricos acababan de salir. Manadas de peligrosos perros callejeros perseguían a todos, soportando la lluvia de fuego. Galván continuó lo más que pudo, hasta que una camioneta casi les choca de frente, la conductora había quedado enceguecida por las purulencias y las llagas. Subió la banqueta y avanzó varios metros hasta entrar al estacionamiento de un centro comercial. Corrieron, pateando a los perros salvajes y sufriendo por el insoportable granizo candente. Entraron al edificio, acompañando a un grupo de desesperados compradores que chillaban y aullaban de terror. Todos decían lo mismo, era el Escathon. Julieta abrazó a Ludo, temblando de miedo, y Galván señaló el cristal de la puerta, apuntando a los incendios causados por el granizo y a los muertos que habían salido del panteón y ahora recorrían las calles. Los tres escucharon las alarmas de incendio, el humo avanzaba como una negra marea de hollín, pero no podían abrir la puerta, no podían enfrentarse a los perros, ahora calvos casi por completo debido a las quemaduras, ni soportaban la imagen de las docenas de cadáveres ambulantes, todos de traje o vestido, que se acercaban hacia ellos amenazadoramente. Antes que el humo les llegara colapsó el techo, murieron rápido, su último pensamiento dedicado al hermoso rostro del profeta que cumplía su amenaza.

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