jueves, 23 de julio de 2015

Pulpazoid!

Pulpazoid!
Por: Sebastián Ohem


            Hank se sintió extraordinariamente cómodo en la cama tamaño individual de sábanas blancas, en su habitación de mosaicos blancos, con su ventana de madera mostrando el amplio jardín de Restwood, instituto psiquiátrico. Sabía que la comodidad se debía más a las drogas que a su situación, pues con tan solo pensar en lo que le había ocurrido se volvía a tensar. Le parecían recuerdos lejanos, gracias a las drogas milagrosas, y prefería vivir en la negación ocupándose del tiempo presente. La enfermera se asomó sonriente y le dio la señal a los doctores para que entraran. Reconoció a ambos, no había estado del todo sobrio desde que le inyectasen aquellas drogas, pero recordaba ciertos detalles. Recordaba con temor el extraño episodio que le hizo violento, recordaba a los policías sometiéndole, a los robustos enfermeros de Restwood y luego a los doctores inyectándole sustancias y conversando con él en una antesala. No recordaba la conversación, pero recordaba bien que estaba lo suficientemente drogado para sonreír a todo mundo.

- ¿Nos recuerdas?- El doctor joven, poco mayor de cincuenta, era un hombre de aspecto desgarbado, con sienes plateadas y un rostro afable. Tomó una silla y se sentó a su lado, mientras su compañero, un hombre mayor, moreno y con calvicie, permaneció de pie.- Soy el doctor Ezra Rolfe, éste es mi colega el doctor Brian Mills. Hablamos con usted cuando llegó.
- Nos gustaría retomar la conversación, si es posible.- El doctor Mills abrió su carpeta y le miró inquisitivamente. Hank sonrió pensando que ya tenía un expediente, por lo que la cosa debía ser grave.- ¿Cree poder hacerlo?
- Sí... Pero no recuerdo de qué hablamos la primera vez.
- Descuide, lo haremos de nuevo. Díganos, ¿cuál es su nombre?
- Hank Hellman, soy escritor, vivo en Alvarado #222, tercer piso, departamento 18.
- Muy bien.- Dijo Mills, satisfecho de alguna forma.- Háblenos de su familia.
- Mis padres fallecieron hace unos años. Accidente de avión. Mi papá era doctor y mamá era secretaria. Tengo a mi hermana Isabel, ella estudió... ¿cómo se llama? Para enseñar a niños chiquitos, no recuerdo el nombre. Está casada con Edwin Buckley, buen sujeto aunque algo aburrido. ¿Le dirán que dije eso?
- No, por supuesto que no, todo cuanto nos diga es confidencial.- El doctor Rolfe sonrió y le guiñó el ojo.- Parece que las cosas empiezan a regresar a su estado natural. ¿Usted qué opina doctor Mills?
- Opino que su estado es más frágil de lo que supone. Me parece que debería escuchar nuestra conversación anterior.- Con una seña le indicó a la enfermera que le trajera la pesada grabadora de carrete, la cual apoyó sobre la cama, accionó y se retiró de la habitación.- Ésta es la conversación que sostuvimos con usted, tras su episodio psicótico.
“- ¿Cree que pueda hacerlo?- Reconoció la voz del doctor Mills y se sorprendió al escuchar la suya.
- Sí, ya me siento mejor. Mi nombre es Edward Wallace, soy hijo único. Mi madre nos dejó cuando tenía diez años, y mi papá pagó las cuentas lo mejor que pudo. El viejo es escritor, seguro han oído del gran Benjamin Wallace, ganó un premio hace unos años por una de sus novelas. Supongo que estaba destinado a ser autor, pero nunca fui tan bueno como él, así que decidí dar el siguiente paso. De escribir para revistas pulp a ser dueño de una. Pulpazoid, y nos va muy bien. No sé por qué habré tenido ese episodio... No lo sé. Timely, de Nueva York, ha mencionado una posible venta, DC también. Los comics no son lo mío, pero eso leen los soldados y eso tendrán. Sigo siendo autor, eso se lleva en la sangre. Ahora inventé un nuevo personaje, el Escorpión. No es tan popular como The Shadow, Doc Savage o la Muerte Roja, pero creo que tiene lo suyo. Resulta que su padre era un súper villano, se da cuenta cuando regresa de India. Así que se pone su disfraz, tras la muerte del padre, y lucha contra el mal y la superstición con las armas de la ciencia. Usted pensará que es freudiano, pero usted no entiende que vender revistas depende de evocar lo más íntimo de las personas.
- ¿Y usted cree que este Escorpión exista?
- Vaya pregunta... Pues claro que no. ¿Quién está drogado aquí, usted o yo? Imagino que leyeron los últimos números de Pulpazoid. Sé por dónde viene usted doctor Mills. Yo soy un personaje en ella, igual que la revista. Lo llamo narración autoconsciente, cuando la ficción se asume como tal. Mi padre quedará fascinado, ya verá. Y sí, yo estoy ahí, muy sorprendido que todo eso que escribo, esa literatura de cuarta, sea real. Y claro que aparece el Escorpión y me vuelvo un personaje central de  una historia que, la verdad sea dicha, no es muy buena y no sé cómo acaba. ¿Usted cree que si al final yo soy quien salve al mundo entonces será egolatría o demasiado absurdo para los lectores comunes? No lo sé, algo se me tiene que ocurrir. Parece que escribiré el último capítulo aquí.”
- ¿Qué le parece?
- Vaya...- Hank reconocía su voz, pero le sonaba diferente, como si a la vez fuera otra persona. Entendió de inmediato la preocupación de los doctores, y él se preocupó también.
- Pareciera que su trabajo, el escribir estas historias, sirvieran de una necesidad imperiosa de ser alguien más. Ésta última historia en particular, “Pulpazoid” debió serle a su mente como algo más real y más deseable que su vida cotidiana. Mi colega, el doctor Rolfe, es de la opinión que su escritura es precisamente aquello que había estado evitando el brote psicótico al que sucumbió ineludiblemente. Yo creo que su brote psicótico es resultado directo de su juego con la fantasía. Su mente simplemente no entiende que ese Edward Wallace, esa revista y esas aventuras no existen, y prefiere desasociarse de la realidad.
- No estoy loco.- Dijo Hank, a la defensiva.- Cansado sí, pero no loco. Escribí doce historias el último mes, todas para diferentes revistas. ¿No puede ser cansancio?
- Quizás.- Medió Rolfe.- Pero en tu episodio psicótico confrontaste una alucinación y eso es lo que nos ha puesto muy nerviosos. ¿La recuerdas?
- No muy bien.- Mentía, la recordaba bien, aunque lejana como si fuera un sueño.
- Según los testigos, los paramédicos, los oficiales de policía y los enfermeros aquí en Restwood no dejabas de gritar sobre un túnel hecho de luz y de estar rodeado de muchas caras, miles de rostros, todos hablando. Esas voces en la mente Hank, no se irán así nomás. Necesitas estar aquí, someterte a terapia y aceptar que tienes un problema más grave que simple colapso nervioso a causa de agotamiento.- Hank asintió con la cabeza, sabía que no podía hacer gran cosa y estaba lo suficientemente preocupado de su salud mental para aceptar el relativo encierro.- Aquí en Restwood tratamos a muchos pacientes, con distintos problemas y de distintos lugares. No estarás en las celdas de los pacientes que legalmente están aquí como prisioneros por algún delito u otro, ni dormirás en las recámaras comunales con nuestros casos más peligrosos. Estarás aquí, en esta habitación que podrás decorar como quieras. Tendrás doctores y enfermeras a tu alrededor todo el día y el doctor Mills y yo supervisaremos tu progreso con sesiones. Puedes recibir visitas, pero por favor no te vayas, la policía fue muy clara sobre ese punto. Parece que lastimaste algunas personas, no gravemente gracias a Dios, pero será mejor que te quedes aquí, a exponerte que alguien te levante cargos y recibas terapia en la prisión del condado. Quédate aquí, participa en las actividades y únete al programa de trabajo. Algo de aire libre y nuevos amigos te hará muy bien.

            Hank se animó a llamar a su hermana Isabel por el teléfono del corredor, sutilmente vigilado por un enfermero que debía ser más celador que enfermero. Fue parco y vago, Isabel ya estaba enterada. Al borde de las lágrimas le prometió visitarle en cuanto tuviera la oportunidad, en unas horas, y después colgó. Hank se apuntó para trabajar de jardinero en los enormes jardines que rodeaban la casona y sus módulos aislados. Al principio no quiso hablar con nadie, la mayoría de sus compañeros vestían los uniformes regulares de color gris, mientras que otros usaban naranjas y llevaban cadenas con grilletes en los talones. Los prisioneros parecían estar en otra parte, caminaban lentamente, arrastrando sus herramientas y en la mayoría de las ocasiones se quedaban ahí, entretenidos por las mariposas y las nubes, hasta que los guardias les quitaran las herramientas y empujaran a sus celdas. Los de uniforme gris tampoco parecían estar saludables, muchos rapados, algunos babeándose o murmurando incoherencias. Hank estaba aterrado, ¿sería ese su futuro? Extrañó su departamento, por más pequeño que fuera, las discusiones su editor Albert Bulow y los viernes en la noche en el pub de McGintys donde todos conocían su nombre y le hacían sentir en casa. El sentimiento de vergüenza le arqueaba la espalda, ¿y si se enteraban en McGintys?

Uno de los pacientes se le acercó para ayudarle a quitar malas hierbas de un inmenso parche de plantas y rosales. Hank le tenía miedo, era muy esbelto, con una enorme nariz ganchuda, y parecía estar hablando en susurros todo el tiempo, mordiéndose ansiosamente el cuello de su camisa de lana gris. El paciente, Alex Gorky, se presentó amablemente e inició conversación. Hank sintió que cierta tensión se iba de su cuerpo, Alex era divertido y simpático, aunque desbalanceado y nervioso, pero le trataba como a una persona normal, común y corriente que fuera nuevo en algún club de campo.
- ... Y esa es Gloria, pero no hables con ella. Se altera fácilmente y cree que tiene piojos en las venas. Loca de verdad. Tampoco hables con los de naranja.
- ¿Son peligrosos?- Hank terminó de meter las hierbas malas a la cubeta y se sentó en el pasto a un lado de Alex.
- No, para nada, pero a los guardias no les gusta que los pongan ansiosos. No que valga la pena intentar, no tienen suficiente cerebro para alterarse. ¿Entiendes, “suficiente cerebro”?- Alex se llevó el índice a la cabeza e hizo un sonido como taladro.- Lobotomía. No sé para qué se ponen humanitarios y mejor no los matan. No se enterarían.
- ¿Lobotomía?- Gorky señaló hacia una enorme torre de ladrillos sin ventanas, su mano temblando de nervios.
- ¿Ves la torre vieja que fue reserva de agua? Está prohibida, ahí te quitan el cerebro.
- Gorky no le llenes la cabeza de ideas.- Amenazó un enfermero con su porra.- Es una bodega y nada más. Tiene material clínico muy costoso que podría romperse si le ponen las manos encima.
- Sí señor, disculpe señor.- Alex le hizo reverencias como si fuera un señor feudal. Hank pensó que se burlaba, y que el guardia le golpearía, pero lo hacía en serio. Se fue alejando, de reverencia en reverencia, hasta una pequeña arboleda, donde se escondió detrás de un árbol.
- ¿Alex?- Hank le siguió y Gorky lo empujó para esconderle.
- Hablé de más, quizás se olvide. Sí, quizás se olvide. No digas nada, hay un espía.- Alex tomó una piedra y con ella ahuyentó a una pareja de ardillas.- No me engañan, no a mí.
- Creo que solo quieren bellotas.- Hank estaba a punto de irse, hasta que Alex suspiró cansado y le mostró un par de cigarros que había escondido en su calcetín. Se sentó con la espalda contra el árbol y Hank le imitó. Sabía que no estaba loco, al menos no como Alex quien a veces perdía la coherencia al hablar, y se sintió mejor sabiendo que a comparación de todos los demás pacientes tenía un pie afuera. Si tenía suerte estaría de vuelta en su departamento antes del fin de semana.
- Mucha gente habla, por eso no puedes confiar en nadie. ¿Tú hablas?
- Alex, yo solo estaré aquí unos días y me iré. No te preocupes por tus secretos.
- La gente habla Hank, y la gente dice que eres escritor. ¿Es sobre Tarzan?
- No, ésa es otra editorial. Nosotros hacemos, entre otras cosas, al Escorpión.- Alex sacó humo por nariz y miró su mano contra el sol, tratando de recordar algo.
- ¿Es cómo la Muerte Roja?
- No, ése es un plagio de The Shadow. El mío es un plagio de Doc Savage y The Green Hornet. Es un tipo genial, su padre era un villano y ahora él usa el mismo atuendo para corregir las maldades de su padre. Él es un químico y hace toda clase de creaciones, según la necesidad. En el primer capítulo del primer número escribí que tenía un ácido específicamente para el acero, pero que no dañaba nada más.- Disfrutó de su cigarro y de su conversación. La verdad es que no hablaba de eso en McGintys e Isabel y Edwin no aprobaban de su profesión. No había conseguido ser un escritor de verdad, de modo que era escritor fantasma para revistas de pulpa de papel que  se venden a medio dólar.
- Dicen que estás aquí por una historia que escribiste, debe ser una gran historia.
- No, es una de refrigerador.- Alex le miró sin entender.- Las de refrigerador son las historias básicas que reciclas con distintos personajes. Básicamente hay algo que debe ser encontrado, unos diamantes, talismán demoníaco o lo que sea, agregas una balacera cada cinco páginas, un par de trampas inesperadas para cuando no sabes cómo concluir un capítulo y santo remedio.
- Ésa no es razón suficiente para perder las canicas Hank.- Alex le revolvió el cabello amistosamente.- Yo era cocinero. Odiaba cocinar. Era un restaurant ruso, ¿a quién le gusta esa comida? Ni a los rusos. Al menos tú, cuando salgas, puedes hacer algo divertido. Inventar aventuras y cosas así. Yo no tengo muchas cosas qué hacer... No saldré de aquí.
- No digas eso Alex. Apuesto que estás mejor hoy que el día cuando llegaste.
- ¿El día en qué llegué hace dos años? Estaba tan cuerdo como tú. La gente no viene aquí a sanar Hank, viene aquí para la campana de acero.
- ¿La campana de acero?
- Mi hermano está en el ejército, a veces me escribe. Me dijo que las minas de tierra las sacan con cuidado y las colocan debajo de una enorme campana de acero que tiene un agujero para hacerlas estallar. No quieren que estallemos en la sociedad civilizada, así que estallamos aquí.- Alex golpeó el árbol y miró intensamente hacia las ramas.- Algo se movió... ¿Se movió algo?
- No, nada se movió Alex.
- Olvida lo que dije. Tú seguirás plagiando autores que plagian a otros autores.- Alex se puso de pie y se despidió con un gesto.- Bienvenido a Restwood.

            Isabel llegó al atardecer, poco antes que se terminaran las horas de visitas. Vestía un holgado vestido primaveral, pero su rostro era de funeral. Saludó a su hermano con una tristeza enorme y Hank hizo lo posible por mantenerse alegre. Le ayudó a decorar su cuarto, con una conversación distraída sobre el clima y la guerra. Hank sabía lo que ocurría, su hermana no creía que fuera a salir. La sentó a su lado en la cama, cuando todos los libros y pósters quedaron en su lugar. No la había visto así desde el funeral de sus padres y le estaba matando.
- No estoy muerto Isabel. No sé qué me pasó, pero estoy bien ahora. Sólo tengo que ser yo mismo, convencer a los doctores que estoy bien y volver a casa.
- Hank, tú siempre fuiste el aburrido de los dos estoy segura que convencerás a los doctores. La verdad es que nunca te recuperaste de lo que le pasó a mamá y papá. No pudiste terminar la carrera, luego pasó lo de tu ex-novia... No sé Hank, quizás necesitabas estallar de alguna forma.
- Sí, y ya estallé. Ahora todo estará bien, ¿no es la línea que te toca decir?
- Adiós Hank, el enfermero dice que debo irme. Vendré mañana, y el día después de mañana. No te preocupes por nada.- Hank la siguió hasta la puerta de la casona para abrazarla de nuevo y la vio marcharse. Siendo escritor sabía que su hermana había dicho muchísimas líneas, las obligadas y las que no están obligadas. Sin embargo, había una línea que nunca dijo. Isabel nunca dijo todo estaría bien. Y Hank empezó a pensar que quizás no lo estaría.

Mystery and Action #78. Pulpazoid! Primera parte. Por: Hank Hellman
            Joe no había tenido noticias de casa en sus años de aprendizaje en la misteriosa India. Su tórrido romance con la gurú Raja Chandra le distrajo del imperio comercial que su padre había instaurado. Incapaz de informarse de las fechorías del terrible Escorpión vivió una vida de ascetismo, pasión y ciencia. Sus idílicos años de combinar la sabiduría oriental con la química occidental llegaron a su abrupto final tras la muerte de su padre. Ahora, heredero del emporio Malone, Joe junior descubre el verdadero rostro de su padre quien por años aterrorizó Malkin como el Escorpión para facilitar la expansión de sus negocios. Joe y Raja Chandra han jurado ahora rectificar la maldad del Escorpión usando su misteriosa figura y las herramientas científicas de Joe. Habiendo arruinado los planes del perverso doctor Morne y encontrado los papeles de Joseph Senior, nuestros protagonistas se han dado a la tarea de descubrir todas las tramas malévolas del Escorpión.
- Esto podría tardar años Raja.- Joe se sentó en su cómodo sofá frente a la chimenea, cansado de pasar horas leyendo documentos confidenciales.- Mi padre causó tanta maldad que los finos hilos de sus conspiraciones parecen estar en cada trato, en cada carta y en cada recibo, y a la vez no podemos encontrar nada seguro.
- Paciencia Joe, ¿acaso no aprendiste nada en aquel templo en Dehli?- Raja se sentó a su lado y le mostró una carta vieja, con el papel descolorido.- A veces hay que transformarnos en el vehículo de la transformación, para que aquello que deseamos se presente ante nosotros.
- Aprendí mucho, pero prefiero el método científico.- Leyó la carta por encima y besó a Raja.- Pero por encima del método científico te prefiero a ti.
- En este carta menciona a un defraudador profesional y un lucrativo negocio de falsas beneficencias. Parece que nunca se vieron cara a cara.
- No, pero este tal George Hindel le pagó un porcentaje por años a mi padre. Parece que Hindel tendrá una visita del Escorpión.

            Joe Malone se dirigió a la habitación secreta de la vieja mansión, detrás de la escultura del David de Miguel Ángel. Luego de su aventura para detener al maléfico doctor Morne albergó ciertas esperanzas de no tener que usar el traje de su padre otra vez, pero su juramento le impelía a vestirse nuevamente como el Escorpión, pero ésta vez con sus propias mejoras. Añadió una cota de malla revestida de una tela de su propia creación a la camisa de cuero de botones laterales con el símbolo del Escorpión. Estaba casi seguro que resistiría un disparo a corta distancia, pero no lo había probado aún y deseaba no tener que hacerlo nunca. Se cubrió las manos con un guante especial para los ácidos y se colocó la máscara del Escorpión con sus gogles especiales para visión nocturna. Preparó finalmente al Aguijón, su arma predilecta. Un pesado revolver con capacidad para balas de verdad, cápsulas de gas o ácido y un aditamento de aire comprimido para lanzar un pequeño gancho de titanio con una fina cuerda, dura como el acero, para escalar grandes distancias. Desde su última aventura Chandra había decidido seguirle hasta el final, por lo que Joe le preparó un traje de Escorpión idéntico, pero la belleza hindú decidió quedarse con las automáticas que su padre le había regalado poco antes de morir. El recuerdo era amargo, los disturbios que llevaron a los militares ingleses a defender a las minorías hinduistas del pueblo de Haglan. Por más doloroso que fuera el recuerdo, también le hacía pensar en el heroísmo de Joe que la salvó de la balacera que hirieron a su padre a muerte.

            George Hindel se estiró cansado al frente de su escritorio en la lujosa oficina de “Ayuda al exterior”. La beneficencia que supuestamente enviaba barras de chocolate a los soldados en el frente occidental le había dejado con suficiente dinero para abrir su oficina principal en el penthouse de un edificio de departamentos. También le había dejado suficiente dinero para contratarse a un ejército de abogados, para liberarle de cualquier revisión gubernamental y de suficientes elementos de seguridad para poder dormir tranquilo en la noche. Cerró la oficina con llave y se congeló de miedo al ver a uno de sus guardias tirado en el suelo. Rápidamente corrió hacia el corredor de servicio para alertar a los otros cuatro guardias del penthouse, pero no encontró a ninguno. Regresó en sus pasos cuando se fue la luz, retrocediendo de memoria para no tropezarse con los adornos. Sintió el cañón del Aguijón en la nuca y sus rodillas le temblaron. Alguien le pateó con tanta fuerza que su cuerpo abrió las puertas de su oficina. La luz de la luna iluminó a dos aterradoras figuras. Reconoció el símbolo del Escorpión en el pecho de la figura más alta, así como la máscara con la aterradora sonrisa colmilluda pintada de blanco. La segunda figura le levantó del suelo con increíble fuerza y le lanzó contra un sillón.
- No te he pagado porque no hay dinero Escorpión.
- Suficiente.- Joe sabía que los filtros de aire de la máscara enmascaraban su voz, como habían hecho con la de su padre. Un elemento que le había venido bien en el pasado.- El día ha llegado. No sé si matarte o... quitarte esas beneficencias de las manos.
- No... El doc los envió, ¿no es cierto? No puede ser, no he cruzado al Ojo, lo juro. Nunca lo haría.- Chandra abrió las gavetas cerradas con llave y fue sacando papeles.- Me matarán...
- ¿Y qué crees que haré yo?- Joe apuntó a centímetros de su cabeza y disparó una bala. George se tiró al suelo, llorando.
- Está bien, está bien. Tú ganas. Esos guardias eran todos veteranos de guerra, no sé cómo lo hiciste, pero la verdad es que nunca te entendí del todo. Tus poderes mágicos... sobrevivieron a todo ese tiempo en que no apareciste por ninguna parte. Quédate con “Amigos del frente”, “Amor para hacer casas”, “orgullo patriótico”... Todas, quédate con todas pero no con “esfuerzo ciudadano” el Ojo me matará si cometo un solo error y él lo sabe todo.
- Policías.- Chandra señaló por el ventanal a la patrulla que había estacionado en la plaza de entrada.- Parece que algún guardia tocó el botón de pánico a tiempo. Tengo todo lo que necesitamos aquí.
- La alarma se activa automáticamente cada diez minutos, a menos que uno de mis hombres pulse la contraseña. Hay una salida secundaria, te la mostraré si me prometes no meterme en problemas con el Ojo.
- Preocúpate por lo que le dirás a la policía sobre todos estos archivos de beneficencias con otros nombres.
- La prensa se enterará... El Ojo se enterará.- George se puso de pie, gritando de miedo. Antes que el Escorpión pudiera detenerle el enloquecido George Hindel se lanzó por la ventana treinta pisos hasta su muerte.
- Se volvió loco.- Dijo Chandra.- Pensó que tenía alas.
- No sé nada de ángeles, pero sé que el miedo le da al Hombre alas. Yo quiero saber más sobre ese sujeto al que llaman el Ojo.- Los dos patrulleros llegaron gritando órdenes e iluminándose por sus linternas. El Escorpión no se inmutó, disparó una cápsula de gas para dormir y Joe y Chandra salieron del edificio sin ningún apuro.

            En los siguientes días el Escorpión fue visitando las oficinas de la docena de beneficencias falsas que George Hindel había creado con los años. El Escorpión era una figura tan temida por el submundo criminal, y tan odiada por la policía, que en ocasiones sólo era necesario que revisara la oficina a la mitad de la noche y dejara su marca para que los administradores abandonaran la beneficencia, obligándola a cerrar. Una única beneficencia parecía genuina. Hindel había ayudado a ponerla en marcha, gracias a sus amistades adineradas, el “esfuerzo ciudadano” reunía dinero que iba directamente al ejército para comprar más armamento para los soldados en el frente de batalla. Raja y Joe buscaron por todas partes, aprovechándose de sus propias conexiones en el mundo de la política y la milicia, pero no consiguieron dar con algo ilegal. Joe incluso recurrió a su amigo Joshua Pope, el taciturno jefe de la policía. Joshua, un hombre duro y avaro, pero diligente en su trabajo, se asombró tanto del escepticismo de su joven amigo que le llevó a la oficina de “esfuerzo ciudadano”.
- Como puede ver,- explicaba una secretaria, nerviosa de estar frente al jefe de la policía.- todas las beneficencias son reportadas a la secretaría de Hacienda, quien nos hace una auditoría cada fin de año fiscal. He oído de todas esas beneficencias fraudulentas que han estado cerrando tras el suicidio del pobre señor Himel, pero ésta no es una de ellas.
- ¿Suicidio?- Preguntó Pope con escarnio, acariciando sus abultados bigotes.- El Escorpión lo lanzó de esa ventana, sin duda por una disputa monetaria.
- Joshua, tú y tu obsesión por ese ser ficticio.
- Nada hay de ficticio en él. Desmayó a dos de mis muchachos con alguna clase de gas, pudo haberlos matado. Pero suficiente sobre el Escorpión muchacho, ¿qué opinas ahora?
- Sin duda es una causa noble.- La secretaria terminó su recorrido con las oficinas donde se llevaba registro de todos los miembros y benefactores, con archivos con sus direcciones para suscribirles a la revista semanal de la beneficencia y otras publicaciones patrióticas.
- ¿Qué pasa?- Chandra, quien se había mantenido en silencio todo ese tiempo, no pudo dejar de notar el cambio de humor en Joe. Algo le había sorprendido y ahora parecía apurado para irse.
- Él.- Joe señaló a un hombre de mediana edad que hablaba por teléfono sin poder ver nada sospechoso. En la calle se despidió de su amigo Joshua y subió al auto rápidamente. Con Chandra como chofer miró por la ventana por varias cuadras antes de hablar.- Mi padre creía que la raíz de todo poder se encontraba en el mundo de la magia. Ese hombre que hablaba por teléfono, Maxwell Fren... Le vi con mi padre en varias ocasiones, otro apasionado del ocultismo.
- Si este movimiento esconde algún secreto no puede ser monetario.- Dijo Chandra, contemplativamente.- No, aquí hay algo siniestro y quizás ese Maxwell Fren sea la clave. Quizás el Escorpión debería visitarle en la noche.
- El Escorpión... o más precisamente, mi padre.

            Chandra encontró la dirección del ocultista Maxwell Fern, en una casa en Brokner con jardín delantero al estilo inglés. El Escorpión entró por la puerta trasera, usando ácido para abrir el cerrojo en segundos. La casa entera parecía un museo de artefactos mágicos y el lugar entero le traía demasiados recuerdos dolorosos de su infancia, cuando la locura de su padre le llevó hacia las artes prohibidas, trasgresión que se pagó con sangre. Fern estacionó su lujoso auto y sintió su presencia después de dejar las llaves en el tazón de la entrada. Sonrió mientras se preparaba un trago en el pequeño bar de la sala. Joe se apoyó contra el umbral de la cocina y le dio tiempo. Tenía al Aguijón en la pistolera de su costado pues apostaba por ganarse su confianza con los viejos momentos de gloria. Max se sentó en un sillón y se terminó el whisky antes de hablar.
- Estás más silencioso que de costumbre.
- Eso hago cuando trato de decidir.- Joe aguantó la respiración, dudando de su suerte. Podía ser que, si bien la voz era alterada por los filtros de aire, Max hubiera pasado suficiente tiempo con Joe senior como para detectar la diferencia. Si lo hizo no lo mostró.
- Vamos viejo, te olvidaste de mí, no podía quedarme sentado sin hacer nada. Un hombre necesita poner pan en la mesa.
- ¿Y el Ojo te da suficiente pan?
- Suficiente y de sobra. No te pongas celoso, te caería bien. Nadie sabe quién es, o nadie habla. Paga bien, es un ocultista consumado. A comparación yo soy un mago de feria. No me preguntes por cuál es el juego. Me dijo que estuviera en esa oficina supervisando y eso hago. Ni siquiera me dejan entrar a ver ese cargamento persa, sea lo que sea, que tienen en las bodegas del aeropuerto.
- George Hindel está muerto. Pensé que te podría interesar.
- Un dinosaurio... ¿Quién lo dijera? El verdadero dinero está en las beneficencias legítimas. Aunque claro, siempre estoy dispuesto a más trabajo, si se te ocurre hacer algo. Nunca olvidaré esa posesión de hace unos años, esos policías nunca fueron los mismos.
- Estaré en contacto.

            Las bodegas del aeropuerto, varios edificios de módulos cerrados con candados, ocupan cinco cuadras de difícil acceso. Chandra pensó que estaría manejando por horas, hasta que la respuesta se presentó por sí sola. Uno de los edificios tenía a dos guardias en la entrada con armas largas, y podían verse más guardias de civiles en el interior. El Escorpión usó la pistola de aire comprimido para escalar una pared hasta el techo de la bodega. Intentó con el acceso trasero, pero estaba igualmente protegido. Era obvio que fuera lo que fuera que protegían debía valer mucho, sin duda el epicentro de toda la operación. Al escuchar sus conversaciones se dio cuenta que eran policías y se escondió a tiempo cuando, el que parecía ser el líder del grupo, salió a fumar un cigarro en la entrada de camiones. Escorpión bajó por la pared a un corredor lateral, tratando de no hacer ruido. Escondido detrás de unos tambos vacíos esperó a que los policías dejaran a su líder a solas para disparar un dardo con tranquilizante de caballo. El hombre cayó al suelo en segundos y aprovechó la oportunidad para revisar su billetera. La placa era de teniente, Robert Marioni. Le quitó el dardo para cubrir sus huellas y regresó al auto.
- ¿Tan rápido?
- El lugar es una trampa. La seguridad corre a cargo de Bob Marioni, es prácticamente una leyenda en la Fuerza. No Raja, creo que en esta ocasión me guiaré por la sabiduría hindú.
- Si el Ojo puede comprar a tantos policías... ¿qué crees que quiera?
- Ésa es una buena pregunta, pero no creo que los tenga comprados. El hombre que parece tener ojos por todas partes no necesariamente tendría mucho dinero, pero sí mucha información.
- Chantaje.
- Exacto.
- Es una buena deducción, ya hasta pareces detective.- Bromeó Raja.- Investigaré los nombres de los benefactores. La gente decente suele ponerse nerviosa de la mera mención de chantaje.
- Yo me ocuparé de Marioni.

            Desvelado, pero alerta, gracias a su educación espiritual por misteriosos faquires del oriente, desayunó con Joshua Pope para sutilmente dirigir la conversación hacia las leyendas de la Fuerza y en particular de Bob Marioni. Joshua no parecía muy feliz de oír su nombre, aludiendo a los problemas de Marioni con el juego y unas considerables deudas. Añadió, relamiéndose los bigotes, que el teniente estaba en la orilla del abismo, un reporte más, sobre apuestas o lo que sea, y quedaba fuera sin pensión. Al caer la noche Raja se fue a entrevistar con los benefactores, empezando por aquellos que fueran funcionarios públicos, en cualquier capacidad, o parientes cercanos de funcionarios. El Escorpión visitó a Bob Marioni en su lujoso departamento. Durmió a su esposa e hijos con gas para dormir en cuanto escaló por la ventana, poco después que viera al teniente estacionándose afuera. Esperó a un lado de la puerta, escuchando los pasos del teniente. En cuanto la puerta se abrió le jaló del brazo y le lanzó al suelo. Cerró la puerta de una patada y le arrancó la pistola de la mano.
- Ya le dije al doc que tenía su dinero.- Marioni, aún en el suelo, recuperó un pesado sobre de dinero de su bolsillo trasero y se lo tiró.
- ¿Te parezco un doctor?- Marioni se puso de pie y de un salto echó a correr hasta la cocina, donde encontró a su familia en el suelo.- Están bien. Despertarán en una hora o dos con un dolor de cabeza y nada más. Tú no tendrás tanta suerte si no hablas de una vez. ¿Qué cuidas en esa bodega y quién es el Ojo?
- Así que fuiste tú el que me desmayó ayer...- Marioni se apoyó contra la alacena y suspiró.- Así que el Escorpión no trabaja para el Ojo. ¿No te gusta la competencia?
- Algo así. George Hindel pensó que se saldría con la suya. Aún hoy están sacando sus dientes del pavimento. ¿Realmente quieres acabar así? Te ofrezco terminar el chantaje aquí y ahora.
- No seas iluso, ya es demasiado tarde. Fue Murphy sin duda, el maldito se hace parecer ayudante de congresista, el usurero sabe esconderse.- Joe reconoció el nombre, asistente de concejal Kevin Murphy, uno de los nombres en la lista de Chandra.- Él me delató al Ojo cuando llegó la presión. La verdad es que todo el mundo habla cuando se le acaban las fichas y la dama de la suerte resulta ser una caza fortunas.
- Entonces únete a mí.- Marioni sonrió con sorna.
- No, me iría mejor si simplemente te mato.- El teniente sacó una pistola de un cajón y disparó antes que Joe pudiera lanzarse a un lado. La bala estalló en el yeso de la pared a su lado y antes que pudiera calcular una estrategia estaba en el suelo rodando contra un mueble.- Me pagará muy bien si le entrego la cabeza del Escorpión. Quién sabe, quizás me saque a Pope de encima.

            Marioni salió de la cocina disparando contra los muebles de la sala. Joe consiguió protegerse contra un sillón, pero no serviría por mucho. Desenfundó al Aguijón y disparó un par de balas a ciegas. El teniente, demasiado listo para quedarse en el mismo sitio, ya se había lanzado al suelo para tratar de rodearle. Joe buscó el pequeño dispositivo, en forma de una esfera de plástico, en uno de sus bolsillos y lo lanzó hacia la dirección de Marioni. El espeso humo le cegó y le hizo toser, revelando su ubicación. Joe levantó una mesita de café con todas sus fuerzas y la lanzó por encima de un sillón contra el teniente, quien luchaba para respirar. Le quitó la pistola de un golpe y lo levantó del cuello de la camisa, mientras el teniente Marioni lloraba por el humo y seguía tosiendo descontroladamente.
- Todos respetan al Escorpión, pero todos temen al Aguijón.- Lo lanzó al piso y con el cañón del Aguijón en la cabeza le observó retorcerse.- No, tú vives. Regresaré cualquiera de estos días, o quizás te reporte al jefe Pope, o quizás le diga al Ojo o a sus hombres que me ayudaste. Nunca lo sabrás hasta que sea demasiado tarde y sientas el Aguijón. Ése es tu castigo.

            Chandra había recorrido Marvin Gardens de arriba para abajo. No había podido hablar con todos los nombres de la lista, pero la historia había sido la misma con cada persona con quien hablaba. La mera mención de un posible chantaje les ponía colorados, no necesitaba mayor confirmación que esa. Vestía como el Escorpión y eso les ponía nerviosos, pero el chantaje les hacía comportarse de una manera diferente, unos cerraban la puerta para que sus parejas no les escuchasen, otros más sensatos se rompían a llorar. Algunos incluso le mencionaron las cifras de su chantaje, algunas más altas que diez mil dólares pagadas religiosamente a una organización secreta que parecía conocer todos y cada uno de sus movimientos. El último de los nombres era Kevin Murphy, asistente a un concejal de distrito, un hombre soltero que, según su gorda casera irlandesa se la vivía en un pub cercano. Asumiendo su personaje de Escorpión entró a la oficina trasera por una pequeña ventana. Preparó sus cuchillos envenenados y se escondió detrás del escritorio mientras oía a alguien salir del baño de la extensa oficina. El gorila llevaba un revólver en su cinto y le miró sorprendido mientras ella le lanzaba un pequeño cuchillo. La hoja se enterró en su brazo, no era lo suficientemente grande para causarle daños graves, pero sí lo suficientemente envenenado para dormirlo antes que pudiera emitir la alarma. Lo arrastró de regreso al baño cuando la puerta de la oficina se abrió de golpe.
- ¿Qué en nombre de Jesús eres tú?- Reconoció a Murphy por la fotografía, pero no se esperaba que llevara un arma en el cinto. La casera, se dio cuenta muy tarde, omitió la parte en que el pub era un refugio para criminales.
- Te estaba buscando.- Le apuntó con una de sus automáticas y le fue siguiendo mientras Murphy caminaba en reversa hacia el bar. Raja no se dio cuenta de la trampa hasta que fue muy tarde y sintió la culata de una escopeta contra la nuca. El golpe la tiró al suelo y Murphy aprovechó para patearla un par de veces.
- Mató a Hubert, madre de Dios, ese loco mató a Hubert.
- No es ningún loco Tyler, es una loca.- Dijo Murphy, mientras la arrastraba de los brazos y la sentaba en una silla.- Una loca muy peligrosa.
- ¿Así es como el Ojo te chantajea?, ¿por tu empleo nocturno?- Murphy sonrió señalándole.
- ¿Cómo crees que conseguí ese empleo de asistente? No sé como el Ojo se enteró, pero no importará mucho. Al menos no a ti.- Murphy le apuntó a la cabeza y sonrió.- Adiós preciosa.
- Espera un segundo Kevin, quiero ver su cara.- Dijo el de la barra, saltándosela con excepcional agilidad para un hombre de complexión robusta mayor de cuarenta.
- Adelante, dicen que a los irlandeses les gustan las morenas.- Bromeó Raja, mientras sutilmente llevaba sus dedos enguantados hacia el cinto trasero de sus pantalones, de donde tomó dos navajas pequeñas que podía tomar como garras.
- Está bien, haré los honores.- Murphy tomó la base de la máscara y Chandra usó sus armas para cortarle los brazos y el rostro.

            Aprovechando la confusión le quitó sus automáticas y se lanzó contra la barra mientras sus cuatro compañeros abrían fuego. Disparó sin ver y luego hacia la entrada de la barra, de donde se asomaba el cañón de una escopeta. Se quitó a tiempo, antes que los perdigones la cortaran en dos, y consiguió herir la mano que disparaba. Uno de los matones brincó sobre la barra y le disparó al pecho. Mató al de la escopeta que trataba de levantarse y estaba punto de matar a otro que se asomaba de una mesa cuando sintió el balazo en la espalda que la tiró al suelo. No podía respirar, pero se relajó sabiendo que no sentía ningún orificio porque la loca invención de Joe había dado resultados. Murphy, herido en el físico y en el orgullo, apareció en la entrada de la barra con una sonrisa y malas intenciones. Un disparo reventó el cristal de la entrada y Chandra sonrió bajo la máscara. Uno de los matones se asomó por el hueco y recibió una bala de goma que salió rebotando por todas partes, destrozando botellas y vasos. Murphy disparó contra la entrada y Chandra se concentró lo suficiente, por encima del dolor, para darse vuelta y matarlo de un tiro.
- ¿Raja?- Joe entró al pub con el Aguijón apuntando a todas partes.
- Ya los tenía.
- Sí, eso veo. Parece que tuviste una noche interesante.- Chandra saltó por encima de la barra y le acompañó afuera. Corrieron un par de cuadras para evitar a las patrullas y se quitaron las máscaras.- Marioni estaba siendo chantajeado por deudas de juego. Casi me mata. Mencionó a Murphy y recordé que estaba en tu lista.
- El Ojo tiene chantajeados a muchos miembros de la beneficencia. ¿Ese será el truco?
- Lo dudo. Parece que tiene ojos por todas partes. Si quisiera chantajear... ¿para qué hacer todo un movimiento ciudadano para apoyar a las tropas? No, creo que el chantaje es sólo un primer paso.
- Si semejante operación de chantaje es el primer paso... ¿Qué podría venir después?
- Ésa es la pregunta Raja.
- Y esta podría ser parte de la respuesta.- Raja le mostró los periódicos recién entregados a un quisco.- Reconozco a muchas de esas caras y a muchos de esos nombres. Todos juntos animando a la población entera a sumarse a este movimiento.
- Quizás para eso los quiere, para usar su influencia con los ciudadanos comunes. Y algo tiene que ver con ese misterioso cargamento persa que tan celosamente guardan, ¿pero qué será?
- No sé, pero esta persona me resulta conocida. Mira esto.- Raja levantó una revista de pulpa de papel llamada “Pulpazoid”. Hojeó los diversos artículos e historias y sonrió sorprendida.
- ¿Qué tiene de especial?
- Mira la portada.- En la portada se encontraba el Escorpión y su acompañante saltando a la acción, saliendo de las hojas de la revista Pulpazoid, con un grupo de matones muy parecidos a la banda de irlandeses con que Raja se había topado.- La historia es... No puedo creerlo, es sobre tú y yo y nuestra misión. Aparece la beneficencia, está tu pelea con ese teniente Marioni, ¿le tiraste una mesa encima?
- Sí, y mira lo que dice mi diálogo: “Regresaré cualquiera de estos días, o quizás te reporte al jefe Pope, o quizás le diga al Ojo o a sus hombres que me ayudaste. Nunca lo sabrás hasta que sea demasiado tarde y sientas el Aguijón. Ése es tu castigo.” Es lo que le dije, palabra por palabra.
- No aparece todo... No están nuestros nombres, gracias a Vishnu. Aunque promete que será la revelación tarde o temprano. Aparece aquí una pelea que no tuviste en esa bodega de almacenaje, pero lo demás es increíblemente parecido. ¿Qué significa Joe?
- No sé Raja... Nuestras vidas en un pulp de 50 centavos… ¿Cómo termina?
- No puede ser… ¡No puede ser!- Raja dejó caer la revista y se tapó el rostro con las manos.
- Déjame ver...- Joe levantó la revista y leyó en voz alta, sin poder creerlo.
            “- No sé Raja... Nuestras vidas en un pulp de 50 centavos… ¿Cómo termina?
- No puede ser… ¡No puede ser!- Raja dejó caer la revista y se tapó el rostro con las manos.
- Déjame ver...- Joe levantó la revista y leyó en voz alta, sin poder creerlo.
Y así el Escorpión y su amante leyeron y releyeron ésta, su humilde Pulpazoid que nunca defrauda y siempre electriza. Disfrazados como los poderosos escorpiones, pero temerosos como niños pequeños mientras que el dueño del kiosco se pregunta lo mismo que ustedes, ¿qué fascinantes aventuras esperan a los escorpiones?, ¿cuáles son los planes del perverso Ojo?, ¿qué será de este, su humilde editor y autor excepcional, cuando nuestros héroes le confronten sobre esta impensable coincidencia? Todo esto, además de más Karma, Muerte Roja, Juan Calavera y nuestra serie de estreno “los condenados”, cuando salga el próximo número y ustedes desembolsen esos 50 centavos que nos mantienen a nosotros entreteniéndoles. Y recuerden, lo leyeron aquí primero en Pulpazoid.”

            Hank pasó varias horas antes de su primer sesión con el doctor Mills en su cuarto, pensando en lo que diría para demostrar que no estaba loco. Albergaba la esperanza de poder convencerle que sus nervios habían estallado en una ocasión que era aislada y ahora bajo control. Nada le habría preparado para la sesión, y en cuanto vio entrar al doctor Mills junto con tres fornidos enfermeros supo que no sería una de esas sesiones para hablar. De hecho, el doctor Mills no tenía mucho interés en hablar, pues ya había escogido su modo de regresarlo a la cordura y evitar más episodios de disociación de la realidad. En una fría antesala le amarraron a una silla de madera con agarres de cuero y lo cargaron dentro de una habitación de blancos mosaicos con una pequeña alberca de agua helada. Intentó protestar, pero los enfermeros le colocaron un bozal para callarlo. Unieron la silla a una grúa por medio de unas poleas y jalando de unas cuerdas le colocaron sobre el agua. Hank rogó, con lágrimas en los ojos, porque no le metieran al agua.
- Es una terapia de shock, es de lo más efectiva.- Explicó Brian Mills, mientras leía su expediente.- El trauma ayudará a su mente a reprimir esas peligrosas fantasías.

            Sin previo aviso le bajaron al agua de golpe. La silla entera cayó al agua helada hasta quedar enteramente sumergido. El agua estaba tan fría que podía sentir cómo sus pulmones y corazón se detenían. Le quemaba por todas partes, como si estuviera desnudo y enterrado entre cubos de hielo. Su mente se había detenido, el shock era tan grande que no sabía cómo procesarlo. Los enfermeros le subieron para dejarle respirar, su pijama gris empapado de agua helada. Temblando y titiritando intentó zafarse de los amarres, pero era inútil. Mills dijo algo que no alcanzó a oír, prefería tratar de gritar para que no le sumergieran de nuevo. El doctor dio una señal y los enfermeros le hicieron descender de nuevo. La segunda vez quemó tanto como la primera, sabía que era una terapia a la que nunca se acostumbraría. Una y otra vez le dejaban bajo el agua, entre enormes cubos de hielo, por lo que le parecía una eternidad pero debía ser medio minuto. Agotado y derrotado permaneció en su silla cuando le sacaron definitivamente y le desconectaban de la grúa. Mills le pasó el haz de luz de su pluma por los ojos, para checar sus pupilas y después le inyectó una sustancia que ardía como si fuera de fuego. Hank se removió en su silla mientras la sustancia recorría sus venas y se desmayó mientras los enfermeros le zafaban de su aparato de tortura y cargaban a su cuarto.
- ¿Hank?- Escuchó la voz del doctor Rolfe en la puerta mientras se despertaba con la cabeza entre las almohadas. Se encontró con un pijama nuevo y por alguna razón la idea de haber sido cambiado por los enfermeros como a un niño pequeño le inundaba de vergüenza. Se frotó los brazos como si tuviera frío, aunque podía sentir el inclemente sol de la tarde entrenado por su ventanal. - ¿Puedo pasar Hank?
- ¿Qué? Sí, sí, pase.- Se sentó en la cama, cubriéndose con la sábana como si estuviera desnudo.
- ¿Cómo te sientes?
- He estado mejor.
- Me quiero disculpar por mi colega, el doctor Mills es de la vieja escuela. Cree que puede curar a una persona al infundirle terror. Lamentablemente es una arraigada creencia, que el enfermo debe ser castigado por sus conductas antisociales como si fuera un niño, o un prisionero, usando técnicas de shock que, según ellos, no causan ningún efecto adverso. Claro está que nunca las han usado para ellos. Yo prefiero que hablemos, me parece que si entablamos una relación de confianza podremos llegar al fondo de este asunto. ¿Te parece bien?
- Me parece bien.- Hank seguía demasiado afectado por la terapia de shock como para pensar las cosas, y la verdad era que cualquier terapia que no involucrara tortura estaba bien para él. El doctor Ezra empujó su silla hasta el costado de su cama, donde apoyó su maletín y un librito.
- Es un libro de escritura creativa. Recordé que me habías dicho que tenías un bloqueo de escritor, así que pensé que tu profesión sería una excelente manera de conocerte más a fondo, y las raíces de tu enfermedad, si conseguías superar ese bloqueo.
- ¿Qué hay en esa torre?- Preguntó Hank, de la nada.
- ¿En la torre? Es donde la psiquiatría va a morir.- Dijo Ezra con un tono triste. Sacó un bloc de hojas de blanco y una pluma que le entregó en sus manos y después le mostró una botellita con gotero.- Esto es mezcalina, un compuesto psicotrópico que potenciará tu creatividad. Te tomarás una gota de esto y quiero que escribas sobre tu historia de vida. Deja correr tu imaginación, escribe o dicta, según prefieras, y déjate escapar. ¿Listo?
- Sí, hagámoslo.

            La sesión del doctor Mills se rehusaba a desaparecer de su memoria, mientras que la sesión con el doctor Rolfe era un borroso manchón de recuerdo. Se integró a la rutina de los demás pacientes, con sus horas al sol, sus horas de juegos de mesa, sus terapias grupales y sus horas de trabajo. Podía escuchar los murmullos entre los locos, señalándole con pena y murmurando sobre la terapia de shock de Mills. Todos parecían haber pasado por ella, y todos le daban su más sentido pésame cuando se enteraron que Mills había decidido aplicar su terapia de shock tres veces por semana. Hank temía la llegada de ese día como si fuera el día de su ejecución. Gritaba y berreaba cuando ya era hora y los enfermeros llegaban por él, sufría ataques de pánico y exabruptos de ansiedad conforme las horas se acercaban e incluso en los días donde no tenía terapia no dejaba de estar nervioso, con temblores esporádicos y un profundo miedo que le hacía actuar como los demás pacientes. Se temió en secreto lo que Alex dijo en voz alta un día durante el trabajo de jardinería.
- Te quieren curar con miedo, ¿quién no se volvería loco?
- No estoy loco Alex.- Dijo Hank, mientras se mordía la manga de su camisa gris, arrancándole hilo por hilo. Gorky le miró con la ceja alzada, ahora se comportaba casi igual que él, menos por la paranoia.- No importa, mi papá es un escritor conocido. Él habló en la cena gala del gobernador cuando lo eligieron. Se llevan bien, él me sacará de aquí.
- Tienes suerte de tener un padre con buenas conexiones.
- ¿De qué hablas? Mis padres murieron hace unos años. Nunca tuvo conexiones.- Alex le miró extrañado y Hank no entendía por qué, hasta que recordó lo que acababa de decir de forma natural, sin pensarlo. Alex esperó a que un enfermero estuviera fuera de alcance para empujar a su amigo contra la esquina de la casona y, mirando a todas partes, le susurró al oído.
- No te tomes las medicinas que dan aquí, están hechas para volverte loco. Envenenan la comida también, no quieren que nadie salga de Restwood. Tienes que preguntarte, ¿en qué puedes confiar?, ¿seguro que te llamas Hank Hellman? Nos drogan lo suficiente para creer cualquier cosa.
- Ya no lo soporto, tengo que irme. Llamaré a mi hermana para que venga por mí.
- Así se habla, pero yo que tú no confiaría en nadie, ni siquiera en tu supuesta hermana.

            Llamó a su hermana desde el teléfono público del lobby, tratando de aparentar normalidad frente a los guardias. El teléfono sonó y sonó y se convenció de colgar después de cinco minutos. ¿No estaba Isabel en casa o simplemente no existía semejante casa ni semejante persona? Recordaba a Isabel de toda su vida, desde su tierna infancia, así como su amistad durante la preparatoria, la época en que sus padres se separaban, luego la época en que regresaban, su apoyo durante la carrera, etc. Todo aquello le daba cierta consolación, pues juzgaba demasiado improbable que las drogas pudieran injertarle memorias como pedazos de piel. En su habitación encontró algunas hojas arrancadas del bloc que el doctor Rolfe le había regalado. Siguiendo sus instrucciones había tratado de escribir algo, aunque no estuviera relacionado a la inconclusa historia “Pulpazoid”. Leyó sobre templos ocultos en India, sobre revueltas musulmanas y la peligrosa colonia inglesa en el país del Ganges. Con lágrimas en los ojos leía esos párrafos de vívidas descripciones y se entristecía, pues ya no podía separar la ficción de sus recuerdos. Lo veía a través del proyector de cine de su cabeza como si fueran sus recuerdos, podía oler la exótica comida y sentir el cálido aliento de Raja Chandra. Se golpeó la cabeza furiosamente, destrozó las páginas y las tiró por la ventana. Su nombre no era Joe Malone junior, ni Edward Wallace, su nombre era Hank Hellman. Se lo repitió una y mil veces, con la cara contra las almohadas, pero en el fondo no dejaba de cuestionarse cuánto tardaría antes de preferir ser Edward Wallace o Joseph Malone en vez de ser el fracaso Hank que perdía la cordura en Restwood.

            El miércoles, día de terapia de shock, se despertó antes del amanecer con un amplio charco de orina en las sábanas y se congeló de pánico. Mills lo vería y le castigaría por ello como a un niño pequeño. Inventaría otra cruel tortura para él y no se detendría hasta arrancarle la cordura como si le removiera un tumor cancerígeno. Se vistió con la ropa de civil que su hermana había traído el primer día e intentó salir de Restwood en cuanto iniciaron las horas de visita. No podía cargar su maleta, sería demasiado obvio, así que se llevó lo que tenía puesto y esperó en el umbral de la casona. Recorrió el amplio jardín siguiendo a una pareja que venía a visitar a su hijo. Entabló conversación, como si fuera otro familiar más, y pensó que podría pasar por la seguridad de la entrada si le creían su actuación. Recordaba que había hecho algo parecido hacía unos años, cuando había tratado de ser reportero antes de ser escritor de pulps. No estaba seguro si ese era su recuerdo o la fabricación de Ed Wallace, y no le importaba con tal de salir de ahí. Tenía los pies casi en la calle cuando fue tacleado por un enfermero que le reconoció. Chilló de pánico, tratando de aferrarse de los visitantes que se alejaban corriendo. Le regresarían a Mills, a su terapia de shock, le volverían loco y había estado tan cerca de la libertad que había sentido el aire fresco en su rostro.
- Ya basta contigo.- El guardia le dio un golpe en el costado que le tiró al suelo. Incapaz de seguir forcejeando fue llevado prácticamente a rastras hasta la oficina de Brian Mills.
- Estoy muy decepcionado contigo Hank. Mostrabas un gran progreso, pero no me volverás a engañar. Llévenlo a la mesa y déjenlo ahí por 72 horas. Necesita pensar sobre lo que ha hecho.

            Los guardias le llevaron hasta una pequeña habitación de techo alto donde lo acostaron sobre una incómoda mesa metálica y le sujetaron de muñecas y tobillos. Hank imploró de todas las formas que pudo, pero no sirvió de nada. Los guardias cerraron tras ellos y le dejaron solos por horas y horas. El miedo de las primeras horas dio paso al aburrimiento y una parte de él se maravilló de la tortura. Era el aburrimiento de estar amarrado a una mesa por 72 horas sin moverse lo que torturaba su mente con mayor eficacia que todas las golpizas del mundo. Trató de medir el tiempo, pero era inútil, la habitación carecía de ventanas y tan solo tenía un poderoso foco en el techo que le impedía dormir. Sabía que el foco había sido encendido horas antes del anochecer, como para hacer la medición del tiempo aún más incierta y que lo dejarían encendido hasta que se cumpliera el plazo. Sintió un hambre atroz y supo que ya había pasado al menos un día cuando el hambre desapareció, pero no así la sed que le acompañó en todo momento mientras el potente foco del techo le deshidrataba. La sed era atroz, era como si su boca fuese una lija industrial y ni siquiera se atrevía a tragar el espeso líquido que se hacía pasar por su saliva. Se concentró en el punzante dolor de su espalda, debido a la mala posición, para evitar que su mente divagara por doquier, pero su técnica, aunque había resultado por muchas horas, terminó por ser inútil.

            Recordaba los veranos en Seattle, cuando su padre trabajaba en una emisora de radio. Recordaba los veranos en Nueva York cuando su madre le llevaba de paseo con tal de alejarlo del monstruo con el que se había casado. Recordaba los veranos en los scouts, esperando ansiosamente en el campamento a que terminara la semana y sus padres llegaran por él para llevarle a comer helado y al cine. Hank Hellman dejaba de existir, como también Edward Wallace y Joe Malone, se iban erosionando como las piedras al contacto con las mareas, de poco a poco, molécula de arena tras molécula de arena. Todo se iba, hasta que sólo quedaba el foco que le quemaba los ojos a través de sus párpados. Sentía como si su alma se desprendiera de su cuerpo, llevándole a un extraño lugar, a un túnel hecho de luz. Temerosamente avanzaba, sin saber si seguía en aquel cuarto o si algo había pasado que no conseguía recordar. El pasado era, para ese entonces, algo plástico e incierto. Recorrió el túnel del luz hasta un recinto donde podía ver miles de caras a su alrededor, todas ellas hablándole. Miles de voces en su cabeza, ninguna tenía sentido, pero no dejaban escucharle a su propia voz, le ahogaban en el ruido. Luego de eso, una oscuridad completa. Cuando la puerta se abrió finalmente y el foco se apagó Hank, o quien fuera que fuese, estaba más muerto que vivo. Se rehúso a salir de su cuarto por un día entero, demasiado agotado para socializar. Decidió que nunca más saldría, pero sabía que lo arrastrarían a las sesiones del doctor Mills si era necesario. El enfermero le convenció de salir al anunciarle su visita.
- Gracias a Dios, nadie respondía el teléfono.- Hank se tiró a los brazos de Edwin y lo abrazó.
- Estamos cambiando de número telefónico. ¿Cómo estás?- Le ofreció un cigarro con mirada de lástima. Estaba pálido, ojeroso, no podía dejar de temblar y se mordía las uñas compulsivamente.
- No muy bien, quieren volverme loco Edwin. Me castigaron por tratar de...
- De escapar, ya lo sé. El doctor Mills nos llamó y avisó. Está muy preocupado por ti.
- ¿Por qué no vino Isabel?
- Todo esto le resulta muy difícil Hank, y luego de lo que el doctor Mills dijo... En fin, está muerta de preocupación. Cree que si viene aquí se partirá en pedazos y llorará hasta morir.- Edwin se encendió su cigarro, cerró la puerta de la habitación y se sentó sobre la cama con actitud conspirativa.- Quiere que te diga que todo estará bien y que vendrá por ti en cuanto te den de alta, pero yo quería decirte algo más.
- ¿No me van a sacar de aquí?
- No podemos, la policía dijo que tenías que ser dado de alta. Por eso es importante que me escuches Hank, porque por lo que veo tu vida está en peligro. El lugar en donde estás... Necesitas terapia, pero también necesitas salir de aquí. Tienes que hacer tu mejor esfuerzo y aguantar, porque este maldito sistema te mastica vivo y te escupe. Tu episodio psicótico no es el problema de fondo, ellos están seguros que tienes algo peor en el fondo. Creen que tienes esquizofrenia y para eso usarán terapia de electroshock hasta que tu cerebro esté tan frito que no escuches voces. Terminarás como cualquiera de los otros pobres diablos, babeando en el suelo y masturbándote furiosamente. Te dejarán que envejezcas aquí, puré mañana, tarde y noche, con suficientes drogas para mantenerte catatónico y si llegas a encanecer te mandarán a uno de los hospitales privados para que mueras en algún rincón y nadie se entere. Por eso Isabel no vino, porque no quiere verte morir. Y yo tampoco quiero eso, por eso te ruego, por todos los santos, finge si es necesario pero no les hagas pensar que escuchas voces.

            Hank permaneció en silencio, no se despidió de su cuñado. Apenas y protestó cuando el doctor Mills llegó con sus fornidos enfermeros para quitarle todos sus adornos y libros con la excusa que le alteraban. Le hubiera echado gas y prendido fuego que no habría protestado tampoco. Edwin decía la verdad y lo sabía. No le dijo que empezaba a recordar vidas ficticias que había escrito, no le dijo que nunca estaba del todo seguro quién era, y pensó que era para lo mejor. Gorky estaba loco, pero su paranoia estaba justificada y Mills podría tener micrófonos por todas partes. El doctor Rolfe aludió a la visita durante su sesión esa tarde, pero Hank evitó el tema tan elegantemente como pudo. Hundido en una espantosa depresión que le devoraba de sus fuerzas para seguir viviendo tenía que fingir, debía actuar como un profesional para salir de ahí. Habló con Rolfe sobre episodios de su vida, cuidadoso al momento de escoger sus palabras y de evitar circunstancias psicológicamente traumáticas que podrían ser de excusa para etiquetarlo como un loco. Al día siguiente, cuando Alex le mostró una alta escalera de mano que mantenían abandonada detrás de una arboleda, no lo pensó dos veces y la colgó contra la pared para saltar a la calle. No sabía quién era, pero sabía que sería libre o moriría en el intento. Era hora de buscar respuestas.

Mystery and Action #79. Pulpazoid! Segunda parte. Por: Hank Hellman
            Edward Wallace llegó temprano a su oficina, como hacía siempre. Había trabajado muy duro y pisado muchos dedos para conseguir el dinero suficiente para abrir su revista. Con la vigilancia de un halcón y la cruel eficiencia de una máquina supervisaba y administraba a sus empleados con puño de hierro. La competencia era feroz, pero había sido autor por suficientes años como para saber qué funcionaba, qué no, y lo que el público quería. Muchos de sus autores se quejaban, argumentando que su única solución a cualquier pregunta era “¿el público quiere eso?” No tenía interés alguno en el arte, ni en la creatividad, únicamente en los números vendidos. Wally Duncan, escritor y amigo, quizás su único verdadero amigo, hacía de las veces de asistente por la falta de mano de obra. Esa mañana en particular Wally había llegado con las estadísticas y una copia de los pulps más populares del mes. Wally creía en fomentar la creatividad para ofrecerle a los lectores unas historias de calidad, Eddie tenía otras ideas sobre lo que la calidad era.
- Mira esto Wally, hay tres balaceras y dos mujeres sensuales en este número de The Shadow. ¿Crees que leyeron esta historia para enterarse de los platillos típicos del sur de Brasil? Por supuesto que no.- Contestó antes que Wally pudiera abrir la boca.- Biggs se empeña en esas historias artísticas de clásicos para jóvenes, pero a nadie le importa “Crimen y Castigo” versión adolescente. El público quiere ver a la usurera regresar de la muerte, la quieren sensual en vez de vieja y quieren que el asesino sea un gángster de nombre florido. Llámale ahora mismo, dile que tengo que tener dos amantes brasileñas, algún artilugio místico de China y alguna alusión a la Muerte Roja. Es nuestra serie más pedida, mientras más personajes le podamos endilgar mejor.
- ¿No crees que deberíamos comprar la historia que Jules está vendiendo, la copia de siete mil leguas bajo el mar? Finch quiere comprarla.
- ¿No me has oído? Dile a Jules que produzca algo que pueda vender y se lo compro. Pero cómprale la historia de todas formas, sé lo mucho que Finch la quería para “Amazing Science”. Pero cambia el título al “submarino fantasma” mete al menos un fantasma o espectro o algo sobrenatural, que sea una capitana bien dotada, que los marinos sean fornidos... africanos, eso es, fornidos africanos. Los doble sentidos serán el gancho. ¿Cuántas partes tiene?
- Tres.
- Que sean seis, quiero tener cerca a Jules. ¿No lo ves Wally?- Le tomó de los hombros con la pasión de un demente y señaló al ventanal como si le mostrara los más altos rascacielos, aunque lo único que podía verse era la pared de ladrillos de la tabaquería de al lado.- Tú y yo mi amigo, tú yo contra el mundo. Creamos ilusiones aquí, es una fábrica de los sueños. Una nueva mitología americana para que tú y yo, y la Muerte Roja, Karma, Juan Calavera, Escorpión y todos los demás, la rellenemos con nuestras fantasías.
- Está bien Ed, hablaré con Jules. No sé si quiera cambiar todo eso...
- Con la economía como está, ¿estás bromeando? No tiene donde caerse muerto y me necesita más a mí de lo que yo le necesito a él. El balance cósmico, como yo le llamo.

            Demasiado fascinado por los números que indicaban el éxito de su revista no reparó en los ruidos fuera de su ventana. La ventana fue descorrida silenciosamente y aunque sintió la brisa moviendo las páginas no levantó la nariz, hasta que la puerta de la oficina se cerró con llave y las cortinas se habían corrido. Pensó que era un asalto, pero la pareja estaba disfrazada para Halloween. Pensó que era una broma de su staff, disfrazar a dos sujetos como a los escorpiones y hacerles entrar por la ventana, pero luego recordó que nadie en su staff lo quería, a excepción de Wally. Se sentó sobre su pesado escritorio y rió divertido.
- Si hay disfraces disponibles en tiendas de regalo entonces parece que mi creación sí despegó después de todo. Alertaré a Timely y DC, quizás quieran quitármelos de las manos.- El Escorpión torció el cuello y miró a Chandra sin saber qué decir. Había sorprendido a mucha gente de esa manera, pero jamás había recibido ese saludo.- Y hasta tienes al Aguijón. Todos dijeron que era una tontería, pero es precioso, es un cetro de magia. ¿Quién dice que no puedes tener magia en una revista de ciencia ficción? Y hasta parece realista.
- Toma.- Joe la desenfundó y la puso en sus manos. Chandra aceró sus manos a sus automáticas en las sobaqueras, por si acaso, pero era obvio que no planeaba usar la fantástica arma.
- Vaya, es muy pesada.- Pasó sus dedos por el titanio del enorme revólver y pudo entrever las cápsulas de gas y de ácido en los carretes del tambor.
- Es porque es real. Yo soy el Escorpión.- Se la arrancó de las manos y se paró tan cerca que lo forzó a estirarse hacia atrás. Ed se maravilló con el detalle, pero algo en esa distorsionada voz le decía que hablaba en serio.- Nos encontramos con tu mugrosa revista y queremos saber más.
- No es necesario insultar amigo mío, para que lo sepas...- Trató de bajarse del escritorio pero el Escorpión lo sentó de nuevo. Chandra le tiró la arrugada revista entre las piernas.- Vamos, no hay tal cosa como héroes y villanos. Creo que el mundo sabría si Doc Savage apareciera por la radio alertando de Dios-sabe-qué plaga mutante de algún pantano cercano. No he visto a la Muerte Roja en el diario, ni qué decir de...
- Es real y esto puede ser un problema.
- No hay un Joe Malone junior y Raja Chandra.- Joe y Raja se quitaron sus máscaras y Ed se asustó tanto que se removió en su sitio y cayó de cara contra el viejo y húmedo tapete. Raja se agachó de cuclillas a su lado y le mostró el diario. Era la sección de finanzas y había marcado Malone Inc. en la larga lista de cotizaciones de bolsa.- Tiene que ser una coincidencia... No, es real, es idéntico al siguiente número de Pulpazoid... ¿pero cómo?
- Eso queríamos saber nosotros dos. Por cierto, si divulgas mi identidad o la de mi padre mucha gente estará muy enojada y eso no será bueno para ti.
- Además escribiste que yo era bailarina exótica en Nueva Delhi.- Chandra le apuntó con una de sus automáticas en la entrepierna y apretó.
- Sonaba más sexy que nada más amante de los caballos, el misticismo y adoración por su padre.- Chandra le dejó ir y Eddie se puso de pie, caminando en reversa hasta la pared.- ¿Qué tanto es real? He escrito más de cien historias en los últimos cinco años. La mayoría basura, pero ésta última también era basura hasta que me incluí en ella para promocionarme.
- He estado leyendo tu “literatura”- dijo Chandra, simulando comillas en el aire.- la única cercanía con la realidad es tu última historia. ¿Qué pasa al final, qué planea el Ojo y quién es?
- No sé, me inventé el personaje porque pensé que al público le gustaban las historias de chantaje. El Ojo, no tenía imaginación cuando lo nombré. Igual que cuando nombré a Karma, no sé que estaba pensando, pero a la gente le gusta el orientalismo. ¿Existe él también?
- Concéntrate Edward Wallace.- El modo en que Joe lo decía no dejaba espacio a la imaginación. El editor de Pulpazoid abrió un cajón y les mostró el último número.
- Aún no ha salido a la venta, pero no tardará. Es la continuación de la historia. La razón por la que les creí... bueno, ustedes pueden leerlo.
- Ya veo, la historia empieza con nosotros entrando a la oficina y teniendo una conversación muy semejante. Aunque quién sabe, según esta narración el Wallace con quien hablamos tiene una dorada y espesa caballera, tiene porte atlético y es popular con las mujeres.
- Como dije, promocionarme.
- ¿Y qué pasa después?- Preguntó Chandra.
- Te diré que pasa después, escucha esto: “- ¿Y qué pasa después?- Preguntó Chandra”.
- Esto te aseguro hombrecito,- le dijo Raja a empujones.- si llegas a escribir nuestros nombres... De hecho, si vuelves a escribir sobre nosotros desearás no haber nacido. No sé cuál es tu juego y nos enteraremos de alguna manera, pero por ahora deja de escribir.
- Sí, eso también está ahí.- Dijo Ed Wallace con miedo en la voz.
- Ya basta, esto me volviendo loco.- Dijo Joe separando a los dos.- Ahorraré tiempo, lo voy a leer: “- Esto te aseguro hombrecito,- le dijo Raja a empujones.- si llegas a escribir nuestros nombres... De hecho, si vuelves a escribir sobre nosotros desearás no haber nacido. No sé cuál es tu juego y nos enteraremos de alguna manera, pero por ahora deja de escribir.
“- Mejor veamos cómo se desarrolla la historia en esta revista, Pulpazoid.- Dijo el Escorpión mientras el valiente editor Ed Wallace se encendía un habano y le sonreía a Raja.- Podrían haber otras historias reales pasadas por ficción, pero por ahora ciñámonos a ésta. Aquí dice que vamos a la bodega donde guardan el cargamento persa y nos enfrentamos a una trampa... Vaya, eso nos ahorró una mala pasada. Aquí aparece la dirección del verdadero lugar. Pero me pregunto, ¿el leer la historia cambiará el resultado?
“- A mí no me vean,- dijo el editor, visiblemente maravillado de presenciar a sus creaciones.- yo pensé que era ficción. La llamo narrativa autoconsciente, cuando el autor se integra a la historia. No he escrito más nada después de este número y temo que no encontrarán la conclusión a su aventura. Pero por curiosidad, ¿podrían decirle a sus amigos superhéroes que lean Pulpazoid?”
- ¿En serio puso eso?
- Sí, y se pone peor, así que mejor me lo brinco.
- Esperen... Están diciendo que no puedo escribir más sobre ustedes. Pero es que esas noticias vagas que me inspiraron... es decir, nadie cree que existan y los policías lo cubren tan bien que son más como un secreto entre ellos.- Wallace trató de asimilarlo todo, pero era inútil.- Es decir, escribo una historia donde yo aparezco y hablo con ustedes sobre esa historia que escribo, después en la vida real se aparecen ustedes, casi igual a como yo lo escribí... No se puede comprar publicidad de este tipo.- Raja le miró negando con la cabeza.
- Tienes las prioridades en cualquier otra parte señorito, ¿no has pensado que si nosotros existimos entonces el Ojo también? Más te vale que no lea esta historia.
- ¿Eres así porque tu padre te inscribió a una escuela militar en Delhi que era para hombres y tuviste que demostrarte todos los días?- Raja le miró sorprendido y después miró a Joe, quien estaba igualmente sorprendido.
- Esto es demasiado confuso, mejor lidiemos con una amenaza a la vez.

            Joe le explicó a Chandra, a partir de lo que había leído de la revista Pulpazoid, que en esa historia ellos leían de la trampa y se enteraban del verdadero lugar donde el misterioso cargamento era guardado. Confundidos y poniendo a prueba la exactitud del relato ficticio de su aventura se dirigieron a un edificio abandonado en Morton. Evitaron a los matones del frente y Escorpión usó su pistola de aire comprimido para lanzar el gancho hasta la ventana abierta del tercer piso en la calle lateral. Con Raja colgada de sus hombros escaló hasta el desprotegido acceso y silenciosamente entraron al edificio.

            Siguieron el sonido de una conversación hasta el segundo piso, donde un par de matones discutían acaloradamente del servicio que debían prestarle al Ojo como pago por su chantaje. No tenían idea de cómo el Ojo podía conocer sus íntimos secretos, pero no dudaban ni en un segundo en las amenazas del doc si se atrevían a traicionar a su jefe. Aprovecharon un descuido, mientras uno de los matones iba al baño y el otro se asomaba por la ventana de un departamento vacío para discutir con su relevo, para bajar las escaleras principales hasta el lobby. Joe pudo verlo de lejos, era una alta columna de motivos persas. Un hombre pasaba una lija y recogía la arena con muchísimo cuidado sobre un tapete de plástico para no desperdiciar ni una molécula. La columna estaba en pésimo estado y en la parte superior había sido limada hasta que quedó una punta roma. Un matón con metralleta estaba sentado a su lado, ociosamente leyendo el diario. Otros dos matones patrullaban el lobby mientras un auto se estacionaba en el frente y un hombre de impecable traje era escoltado al interior. Joe y Raja se escondieron detrás de un colchón viejo que había quedado en la escalera y espiaron por un diminuto agujero.
- Todo anda bien doc.- Dijo uno de los matones, con cierta sorna.- No hay necesidad de venir.
- Lamentablemente con algo tan delicado como la columna, sí lo hay. Usted es el experto arqueólogo doctor Molligan, ¿qué tan rápido puede moverla sin romperla?
- Preferiría no moverla, pero en fin. Necesito unas dos horas, suficiente tela de envolver, un camión de doce ejes para evitar el movimiento excesivo y al menos seis manos hábiles.
- Lo tendrá, estos caballeros no tienen nada mejor que hacer. Y no olviden, esta columna fue bendecida por Mahoma en persona durante la expansión de su imperio. Un solo grano vale más que sus vidas. Hagan lo que el doctor Molligan les diga. ¿Dónde están los hermanos Benino?
- Arriba, ya bajan.

            Joe recordó los matones de los pisos superiores y supo que era momento de irse. Chandra reaccionó primero, se dio vuelta en cuanto escuchó las pisadas con sus automáticas preparadas. Abrió fuego antes que pudieran reaccionar. Joe desenfundó el Aguijón y disparó un par de bombas de gas para darse espacio. Subieron las escaleras, perseguidos por las balas que parecían salir de todas partes. En la subida colocó un par de trampas, pequeños explosivos unidos por cordeles para hacer de minas en las escaleras. Había contado al menos doce matones, sabía que habían liquidado al menos a cinco y no estaba muy preocupado mientras subían las escaleras. La adrenalina se había convertido en una adicción, y mientras más peligro enfrentaba más fogosa se tornaba Raja, entrenada por militares ingleses desde que era una niña, adoradora de la filosofía hindú del yoga, pero amante de la acción. Ambos sonreían, aunque no podía verse detrás de sus máscaras, pero dejaron de hacerlo al oír las patrullas. El Ojo tenía a muchos policías en su bolsillo y no temía usarlos.

            La persecución duró por varios pisos, mientras que la policía rodeaba al edificio y se apostaba en los techos de los edificios vecinos. La red había sido lanzada contra el Escorpión y las opciones se le agotaban. Había jurado que usaría fuerza letal únicamente cuando mafiosos o maleantes la usaran en su contra, y que nunca mataría policías. Ellos, sin embargo, no habían jurado nada semejante. Tres patrulleros les seguían de cerca, las minas ya habían estallado dejando a más de un maleante con graves heridas en las piernas. Los patrulleros llegaron al sexto piso y revisaron departamento tras departamento. Ahora eran sólo cubos de concreto con uno o dos cuartos cerrados por puertas incompletas. No encontraron nada, como tampoco sus compañeros que llegaron hasta el décimo piso sin encontrar al Escorpión. Los detectives, histéricos de rabia, obligaron a los patrulleros a revisar de nuevo. En el sexto piso, ocultos sobre el endeble techo de cartón, los escorpiones esperaron su momento. Ocultaron el acceso, el espacio sin techo, usando una lona y los patrulleros nunca vieron hacia arriba. Joe los desmayó a ambos con dardos y usaron sus ropas para cambiarse. Se llevaron sus ropas originales en un bulto que encontraron en las escaleras y caminaron rápidamente hasta el acceso trasero. La columna ya había sido transportada, sin duda con ayuda de la policía, y nadie reparó en las dos figuras, una muy femenina, que se alejaban a toda prisa con bultos en la mano hasta que un detective encontró a los dos patrulleros desmayados y en calzones.
- Eso estuvo cerca.- Dijo Chandra en la mansión, luego de cambiarse de ropa. Joe leía la revista en su sillón favorito con una copa de cognac en la mano.- Difícilmente la bebida para semejante tipo de literatura.
- No seas tan dura con ellos.
- Para un hombre que ha memorizado de corazón el Bhagavad Gita, estoy sorprendida. Por cierto, ¿así es como ocurre en la historia?
- No, al parecer había una bomba que tuvimos que desactivar, eso claro está después que el doc te secuestra y mientras sacan la columna, la cual aquí menciona de oro. No dice el origen de la columna, lo cual me sorprende.
- ¿Y tú la conoces?
- De los escritos de mi padre, sí. Una columna removida del Templo de Jerusalén que fue llevada a Persia, donde se le hicieron algunas modificaciones para que el objeto sagrado cupiera dentro de su cultura. La columna se fue trasladando de un lado a otro, una familia de comerciantes se hizo de ella y termino en la Meca. Mahoma tuvo su gran batalla allí, cuando tomaron la ciudad. Las leyendas han sobrevivido en ciertos círculos desde entonces, sobre una parte de la lucha en la cual Mahoma fue herido de muerte y curado por el tacto con esa columna. Muchos han gastado fortunas en encontrarla y gastado años en entender sus poderes mágicos.
- Bueno, pues parece que nuestro amigo Ed Wallace no lo sabe todo. Entonces me atan a alguna parte, me salvas la vida, desconectas la bomba, ¿y luego qué?
- Hay una larga balacera... No sé cuántas balas cree que tiene el Aguijón porque aquí mato a veinte personas. Debe creer que estamos en la guerra. Seguimos a un mafioso, más balaceras, finalmente llegamos a un sujeto llamado Bruno Maglia. Me sorprende que lo conociera.
- ¿Quién es Bruno Maglia?- Preguntó Raja mientras se sentaba en el apoyabrazos de su sillón y se fumaba un cigarro.
- Aquí es un matón más. Parece que les vemos sacar unas cajas sospechosas y llegamos hasta Maglia a punta de balazos, pero descubrimos que las cajas tienen propaganda de “Esfuerzo ciudadano”. Él nos dice del rally al cual atendemos, donde somos invitados a una fiesta. Y termina con un montón de matones que tratan de matarnos en el rally por hacer demasiadas preguntas.- Joe dejó el pulp y se terminó el cognac, tratando de pensar.- Podríamos saltarnos esa parte, ir al rally y dejar que nos inviten a la fiesta, pero quiero ver a Bruno Maglia. Es un mafioso de la vieja escuela, debe tener ya como 80 años, pese a que en la historia es un bruto fornido con quien peleo mano a mano y casi me parte en dos de no ser por tu ayuda. El sujeto ya no está a cargo de ninguna familia, pero tiene buena memoria y lo mejor de todo, hizo negocios con mi padre. Sé dónde encontrarle, y no tiene protección alguna porque nadie querría lastimarlo.
- Aún así, podría practicar boxeo en la casa para ancianos, ten cuidado. No olvides, si no hay una balacera cada quince minutos los lectores nos dejarán.- Bromeó Raja.
- Me alegra ver que te lo tomas con mayor filosofía ahora, teniendo en cuenta que probablemente sabe cómo te ves desnuda.
- Mejor, que se muera de envidia mi amor.

            Chandra manejó hasta la pequeña Italia en Baltic. Joe no le dijo cómo era que Maglia y su padre se habían conocido. Había sido durante un secuestro, el Escorpión había ayudado a secuestrar a seis niñas a quienes usó para sus perversos experimentos. Bruno Maglia coordinó el dinero del rescato, lo demás lo dejó en manos de Joe senior. Joseph Malone había regresado cuatro niñas luego de días de tortura, y a dos cuerpos sin vida en bolsas de basura. Joe sospechaba que el viejo mafioso nunca había respetado a su padre, pero seguramente le había tenido el suficiente temor como para tener otros negocios juntos. No podía dejar de sentirse culpable sabiendo que en sus mejores años de su vida, viviendo en India, su padre había aterrorizado a una ciudad completa y lo podría haber detenido de haberse quedado en Malkin. Sin embargo, luego que su madre les abandonara, sin duda harta de los abusos de su padre, no encontró ninguna conexión valedera y simplemente decidió desaparecer en el rincón más lejano que se le ocurrió. Ahora había regresado, ahora sabía, ahora era demasiado tarde. No podía detener a su padre, el tiempo lo había hecho por él, pero podía aprovechar su reputación para hablar con Bruno Maglia en el viejo salón de fiestas donde vivía día tras día rodeado de sus recuerdos en las fotos enmarcadas en la pared. Chandra decidió seguirle, pero acordó quedarse atrás para no hacer sospechar al viejo Maglia. Entró por la puerta trasera, desmayando a los mafiosos en la cocina que usaban los teléfonos para su centro de apuestas. El lugar estaba cerrado al público, por la hora, pero había un par de meseros atendiendo a Maglia.
- No pensé que sabría de ti antes de morir.- Bruno apartó el plato de sopa y le miró sin sonreír. Los meseros llevaron sus manos a sus armas escondidas, pero el viejo les detuvo con un gesto.- No hay nada de malo en dos socios hablando sobre el pasado.
- No vengo por el pasado.- Bruno sonrió complacido y asintió lentamente.
- Ya nada queda del pasado. Nada queda de las familias, ahora todo es con negros y monstruos de circo. ¿Quién hubiera pensado que un don nadie podría chantajear a mis propios nietos?
- El Ojo está fuera de lugar.- Bruno le miró sorprendido.- No trabajo para él y nunca lo haría. No confío en chantajistas. No confío en mucha gente.
- No confías en mí.
- Confío lo suficiente... Don Maglia.- La referencia le hizo sonreír y brindó con su copa de vino tinto.- Los jóvenes temen a la muerte, los adultos se hacen pragmáticos, pero los viejos permanecen fieles. ¿A qué le puede temer un hombre que está próximo a morir?
- Me alabas, eso es nuevo.
- ¿Quién es el Ojo?
- No lo sé.- Joe estaba por decir algo más, pero el viejo le detuvo. Su voz era temblorosa, no quedaba nada de su voz de mando, pero sus ademanes eran bruscos y serios.- Algo se trae con ese grupo de ayuda a las tropas, pero que yo sepa todo es legal y hay poco que no sepa. Rara vez les pide dinero, pide favores en apariencia simples, en otras solo pide que atraigan más gente al movimiento. Una molestia, pero la toleran lamentablemente porque el Ojo sabe de testigos de algún crimen, sabe de algún chantaje a la policía y como demostrarlo, de algún negocio sucio o disputa entre familias. Sabe cosas que son imposibles de saber. Pero nadie sabe quién es, sé que muchos han enviado espías a todas partes, pero nadie conoce su identidad. Pero yo creo, y lo dice un anciano que ya nada sabe, que un hombre que vive en el anonimato nunca es nadie, siempre es alguien. Después de todo, si nadie conoce tu rostro, podrías ser un cualquiera, un don nadie que parece no tener nada que ver con nada. Un inocente, un verdadero lobo vestido de oveja. Sabremos quién es, eventualmente, y entonces todos nos preguntaremos cómo es que no lo vimos antes.

            Raja y Joe regresaron a la mansión, sin saber bien a bien qué habían ganado con aquella conversación. En todo caso la reputación del Escorpión quedaba intacta ante un influyente mafioso. Asistieron al rally en la tarde para ser invitados a la fiesta. Cientos de ciudadanos salían a las calles a marchar por toda la avenida Yule hasta un mitin donde celebridades animaban a todos a donar, aunque fuera un dólar, para apoyar a las tropas. Los organizadores fueron pasando entre la muchedumbre para regalar folletos y el pin del movimiento con la figura de un sol. Joe sonrió, lo aceptó y después lo escondió en un pañuelo. A Raja le gustó hasta que Joe se lo quitó de la mano y se acercó para susurrarle al oído.
- ¿No sientes de qué está hecho? Es piedra, es la arena compactada de la columna.- Raja chifló sorprendida y dejó que Joe lo guardara junto al otro en su pañuelo, para después tirarlo a una alcantarilla. Chandra sutilmente le indicó a la mujer que se acercaba a ellos, franqueando docenas de manifestantes que llevaban carteles y banderas.
- ¿Disfrutando el rally, señor Malone?
- Mucho, diría que cualquier cosa que apoye a nuestras tropas es la causa indicada.
- Me parece perfecto que opine así, pues haremos una pequeña fiesta esta noche y nos encantaría que pudiera asistir. Usted y su chofer, si lo desea.- Raja sonrío y gruñó al mismo tiempo, algo que Joe no sabía que pudiera hacer.- Mi nombre es Melanie Peters y estoy para servirle.
- Sí Joe,- dijo Raja cuando la atractiva mujer en entallado vestido les dejo a solas.- está para servirte, no como tu chofer.
- Descuida preciosa, tú en ese vestido rojo de coctel y te aseguro que nadie te hablará de esa forma nunca jamás. Una sensación desagradable, saber que te diriges a tu muerte.
- No hay muerte, sólo renovación.- Recitó Chandra.- No te alejes de la sabiduría Joe... Pero qué sé yo, sólo soy la chofer morena.
- Raja…- Joe se echó a reír, no la había visto tan ofendida en mucho tiempo.- Olvídalo.

            En la noche se presentaron a la gala como el señor Malone y su compañera. El presentador la tenía anotada como la chofer, pero Raja le convenció de cambiar el título con su agarre a la nuca que podía desmayar a una persona. Joe se aburrió de muerte, como hacía siempre que estaba rodeado de millonarios. Extrañaba la adrenalina y la acción y no podía interesarse en desabridas historias de golf  y debates sobre cuál cognac era el mejor o cuántos puntos subiría la bolsa. Los organizadores contaron historias de terror sobre la guerra y las penurias que los soldados sufrían por la falta de uniformes, comida, armas y medicina. Joe firmó varios cheques, estrechó varias manos y sonrió como estúpido por varias horas. Raja, el centro de atención de la porción masculina de la gala, entretuvo a los invitados con historias de la India y les mantuvo pasmados por su belleza. Al ver a Joe, sonriendo entre viejos millonarios, le recordó que debía esforzarse por parecer más estúpido, de modo que nadie uniera los puntos y le tomara por el perverso Escorpión. Joe aceptó la idea con un gesto, pero en cuanto vio a Melanie se deshizo de los viejos y la siguió por la inmensa mansión. Melanie cruzó el amplio salón hacia un corredor que llevaba a la cocina y de ahí a unas escaleras. Joe tuvo un mal presentimiento, pero cuando trató de salir de la cocina fue demasiado tarde.
- Por favor, señor Malone.- Dijo Melanie mientras encendía la luz de la escalera y sin necesidad de voltear. Un gorila le apuntaba con un rifle recortado contra la espalda baja.- No se detenga ahora.
- ¿Es un crimen buscar un vino mejor y tener una conversación con usted?
- Tengo un buen ojo para los problemáticos y usted está en mi lista. No me gustó la manera en que trató al pin de nuestra organización. Sígame, y por favor, no obligue a mi amigo a partirlo en dos.
- Sugerente invitación, ¿cómo negarme?

            ¿Cómo se librará Joe de esta situación de extremo peligro?, ¿la identidad del Escorpión será descubierta?, ¿qué rol juega el editor Ed Wallace en esta intrincada red de conspiración, chantaje y muerte? Descuiden amables lectores, el Escorpión regresará el próximo mes.

            Hank pasó su primera noche de libertad durmiendo en la parada de un autobús. El miedo a ser atrapado, así como el miedo al terrible castigo que le esperaría, era una omnipresente sensación de pánico que se tornaba en muchos casos en una situación paralizante. Entendió que si el doctor Mills no lo volvía loco, el temor al doctor Mills seguramente lo haría. Se hizo de ropas y dinero con James, un amigo de la infancia. Temía contactar con cualquiera, pensando que si Hank Hellman no existía entonces todos aquellos que afirmaran que sí estarían trabajando para el enemigo. Aprovechó un descuido de James para salir huyendo de su casa con una mochila llena de ropa, un bolsillo lleno de dinero e ideas terribles en la cabeza. No conseguía sacudirse la creencia que él no era Hank Hellman y que sus recuerdos estaban sembrados, por lo que pensó que lo único que le regresaría a la cordura era investigarlo.

            En la sala de registros encontró el acta de nacimiento de Hank Hellman, de Isabel Hellman, de Edwin Buckley, de sus padres, de su editor el señor Bulow. Tanto era factible suponer, si la trampa era lo suficientemente elaborada sería obvio que esos papeles existieran. Encontró tres actas de nacimiento para Edward Wallace y una para Joseph Malone. El nombre de Edward Wallace era relativamente común, por lo que se concentró únicamente en aquellos nacidos alrededor del cambio de siglo para que tuvieran su edad. No había ninguno. El único Joseph Malone se había casado con una Eloise Billings, sacado una licencia para explosivos y fallecido un año después en un accidente industrial. Si bien era raro que alteraran los registros de Edward Wallace, también era posible que no existiera más que como un elemento de su ficción. Aún así, no estaba convencido. Su mente corría en círculos alrededor de un espantoso laberinto cimentado sobre el miedo. Nada le parecía suficiente, sin duda nada que fuera oficial o de algún modo obvio, como las actas de defunción de sus padres y las menciones al accidente aéreo en la hemeroteca. Encontró a Hank Hellman graduándose de la universidad, acompañado de su hermana, pero ¿no era factible creer que crearían esas imágenes y alterarían esos archivos de hemeroteca? Para Hank, todo era posible.

            Recorrió todas las organizaciones de escritores y editoriales que encontró en busca de Pulpazoid y de Edward Wallace, sin encontrar nada. Buscó en el archivo de las editoriales de pulps por cualquier mención de Eddie Wallace, pero lo único que encontró fue a Hank Hellman, ni siquiera una mención secundaria a un personaje llamado el Escorpión. No podía concentrarse, sabía que tenía una misión que cumplir, pero su mente estaba exhausta. Cada patrullero parecía mirarle con desconfianza y de vez en cuando se encontraba paralizado en la acera cuando hacía contacto visual con un conductor. Sin saber si era coincidencia o si venía por él, para llevarle de regreso a las torturas, corría por las calles ocultándose en húmedos callejones y durmiendo en bancas de parque.

            La insoportable vida en las calles le impedía descansar, y con cada confirmación de la versión oficial de su vida sentía que perdía piso, que estaba a punto de estallar. Dormía en el concreto, con apenas una mochila como almohada, vivía con hambre robando lo que pudiera, percibido por la sociedad como un vago, un don nadie peligroso. Luego de buscar los anuarios de primarias y preparatorias y rastrear la vida de Hank Hellman, año con año, mirando su retrato evolucionando a quien era, desistió de su búsqueda. Tenía que regresar a casa. Era Hank Hellman, pues incluso si modificaran los registros oficiales, las hemerotecas o los anuarios de primaria, no habrían podido forzar a editores, escritores, directores de escuela y reporteros a olvidar todo sobre Edward Wallace y mentir descaradamente al decir que su nombre era Hank Hellman. La cacería había terminado, sus recuerdos eran legítimos y podía descansar.

            Se presentó en la casa de Isabel con ropas limpias y luego de varios abrazos dijo que le habían dado de alta. Isabel y Edwin no podían estar más emocionados y le ofrecieron el cuarto de huéspedes para que pudiera descansar y dejar que alguien más le hiciera de comer y lavara su ropa. No se había atrevido a ir a su departamento, temiendo encontrarse con esos matones disfrazados de enfermeros esperándole en la puerta. Su mente pudo descansar finalmente, creyendo que las torturas habían terminado, las del doctor Mills y las propias.
- Ya lo verás,- le dijo Edwin en el desayuno, antes de irse a trabajar.- todo esto será como un mal sueño. Volverás a escribir en cualquier momento, ¿y quién sabe? Quizás hasta abras Pulpazoid.
- Eso sería lindo... Pero soy un inútil, ya ni siquiera puedo escribir.
- No te digas esas cosas.- Isabel le dio un coscorrón mientras le servía huevos con tocino.- No eres inútil, eres una maravillosa persona que, por razones difíciles de entender, está insatisfecho con su vida. Pero descuida, puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Esos psiquiátricos son de lo peor. Además, si quieres sentirte útil puedes ayudarme con mis labores.
- Eso me gustaría, en serio.- Edwin se despidió de su esposa con un beso y con gesto de Hank. Mientras Hank recogía los platos el teléfono sonó y Isabel contestó mientras lavaba los platos.
- ¿Diga? Doctor Mills, ¿cómo está usted? Sí, mi hermano está perfecto. ¿Quiere hablar con él?

            Hank dejó caer los platos al suelo y su cuerpo se activó como un resorte. Empujó a su hermana para correr hasta la puerta. Estaba dispuesto a regresar a las calles con nada más que lo que traía puesto. El doctor Brian Mills había mandado enfermeros antes de llamar. Golpeó a uno con una fuerza que no sabía que tenía, saltó encima del otro y se habría escapado de no ser por el gigantesco gorila que le tacleó al salir de un lado de la camioneta de Restwood. Gritando y pataleando, sabiendo lo que le esperaba, luchó para liberarse con todas sus fuerzas. Los enfermeros usaron macanas, mientras que Isabel trataba de ayudar a su hermano, pero era detenida por dos oficiales de policía. Hank suplicó, pero de nada sirvió cuando le pusieron la chaqueta sin mangas y lo lanzaron al contenedor de la camioneta. Mientras los policías le explicaban a Isabel que había violado su libertad provisional y debía regresar a recibir tratamiento, Hank se rompió a llorar. Había fallado en su único intento de tener una vida normal.

            Cuando la camioneta llegó a Restwood Hank se mordió la lengua con tanta fuerza que casi se la arranca. Los paramédicos tuvieron que golpear su quijada, al punto de rompérsela, para liberar la lengua de entre los dientes y ponerle un aparato de goma que hacía como un bozal. Había sangrado muchísimo, pero no lo suficiente para morirse de la hemorragia. Entre quejidos trató de rogarle ayuda al doctor Rolfe. No podía hablar, con su boca parcialmente paralizada y la quijada inflamándose por el golpe, pero Ezra Rolfe entendió lo que trataba de decirle.
- Tú y yo teníamos un acuerdo de confianza. Yo confié en ti Hank y me has dejado mal. Yo soy nuevo aquí, mi empleo podría irse por la ventana gracias a ti. Quiero que pienses en las consecuencias de tus actos mientras estés en terapia con el doctor Mills.

            Hank sabía lo que la terapia significaba. Aún con la chaqueta para locos le ataron a la silla con las amarras de cuero. Casi no podía respirar de por si, por el bozal plástico y el intenso dolor del golpe a la quijada, pero eso no importó. La grúa levantó la silla y le dejaron caer al agua helada. El shock fue más fuerte que mil voltios, sus nervios simplemente no podían continuar. Sus esfínteres se relajaron, se orinó encima y su mente se puso en blanco. Sentía el punzante dolor en la quijada, ahora inflamada como si tuviera una naranja, y el insoportable ardor en los ojos cuando le tiraban una y otra vez al foso helado. Sabía que no buscaban shockear su mente, sino quebrar su espíritu. Y sabía que no podía vencerlos, que ya era demasiado tarde, que ya no tenía nada más.

            Secaron su cuerpo entre seis enfermeros para llevarle a una cama, donde conectaron los electrodos en su cabeza. Aunque escuchaba las voces no reconocía las palabras. Estaba como muerto, titiritando de frío, mirando hacia los rostros serios de los doctores. La máquina se activó y las luces del laboratorio disminuyeron en intensidad. Miles de voltios cruzaron por su cuerpo, ya de por si desgastado. Incapaz de pensar, todo lo que existía era miedo y dolor. La terapia se repitió, una y otra vez, hasta que Hank se desmayó.

            Se despertó como si hubiera vivido entre sueños. Estaba de pie, golpeando las paredes de colchones, y recordaba vagamente las alucinaciones, el túnel de luz, las caras y las voces. Las voces aún resonaban en su mente como ecos. ¿Cómo podía saber que una de esas voces no eran la suya? No terminó de despertar, iba y regresaba de la conciencia, babeándose con la lastimada lengua de fuera. Eventualmente el doctor Rolfe abrió la puerta y le ayudó a levantarse. Le llevó a su oficina y trató de despertarlo de su aletargamiento.
- ¿Te sientes mejor?
- Sí...- Hank le miró y por un instante no le reconoció. Sabía que no debía decirlo, algo en el fondo de su ser le alertaba que no debía decir mucho.- Perdón que me escapé.
- No hay problema, convencimos al fiscal de perdonar tu caso, después de todo no hiciste nada grave y la gente que lastimaste ya salió del hospital.- Rolfe puso papeles y lápices en la mesa y de su portafolio de doctor extrajo una jeringa con un líquido transparente.- Algo para tus nervios.

            Hank despertó en una incómoda cama en la sección comunal del hospital. Había perdido el derecho a su propia habitación, era obvio. Anochecía, pero no tenía idea de saber qué día era. La inflamación en su cachete iba disminuyendo, por lo que sabía que habían sido más de tres días. ¿Dónde había estado? Se imaginó que en el cuarto acolchado, babeando, alucinando, escuchando voces, drogado, torturado y encerrado para no salir nunca más. Mirando al techo mohoso permaneció en silencio mientras oía a los guardias asignando pastillas a cada enfermo y repartiendo los juegos de mesa. Hank lloró en silencio, ahora había llegado a casa, su única casa.
- Vamos compañero, no te desanimes.- Alex se sentó a su lado, se encendió un cigarro y se lo regaló. Hank se sentó contra el respaldo de acero y trató de no pensar en nada. No importaba por dónde se fueran sus pensamientos, había picos y pozos en cada sendero que su mente podía tomar.- Llegaste lejos, eres mi héroe. Por eso confío en ti. Por eso sé que no trabajas para ellos.
- ¿No lo entiendes Alex? No tengo éxito, nadie lee mis porquerías. No tengo mi propia revista, con mis propios amigos, como Eddie Wallace. No hay Pulpazoid, no hay Escorpión, no hay Chandra. Sólo soy un don nadie con episodios psicóticos y esquizofrenia. ¿Entiendes por qué me mordí la lengua? Quería morir Alex, ya no puedo más. Ya no puedo seguir. Lo haré de nuevo y de nuevo hasta que lo haga bien. Haré una cosa bien Alex, una sola, terminar con mi miserable existencia.
- Oye no, vamos... ¿Quieres saber un secreto?- Alex se paró sobre su cama y se asomó por la ventana con barrotes hacia los jardines.- Estás loco como nosotros, y los locos no somos aburridos. No señor, ¿quién dice que no hay ondas venusinas leyendo nuestros pensamientos como cree Phil? Vamos, si lo piensas es perfectamente racional. Quizás eso explique cómo es que los roedores han estado escuchando mis conversaciones por años. Tú eres Eddie Wallace, o quizás no y seas alguien más. ¿Cómo puedes saberlo?
- Gorky, te calmas o te calmo.- Le amenazó el enfermero en la entrada.
- ¡Nadie le habla así a la Muerte Roja!- Alex saltó de cama en cama, recogiendo una amplia bata roja para usarla como capa. Simulando tener pistolas en las manos disparó contra los enfermeros.- Mr. Green nunca me atrapará con vida, ¡nunca!
- Ya te dije que te bajes.- El enfermero se puso nervioso, los demás pacientes corrían y saltaban como si fueran superhéroes y Hank se echó a reír, saltando sobre la cama.
- Escorpión, ayúdame.
- Secuaces de mi padre, pagarán su insolencia.- Hank se puso una rasgada funda de almohada como máscara y saltó sobre las camas hasta Alex, para evitar que el enfermero le agarrara.

            Las enfermeras detrás del escritorio separado por vidrio se pusieron nerviosas y apretaron el botón de alarma. Los pacientes corrían por todas partes, tirando mesas y sillas y gritando incoherencia. Hank rió y rió hasta lágrimas le salieron de los ojos. Finalmente pasaba, todos sus personajes favoritos habían sido reunidos bajo un mismo techo en una conjura imposible de describir. No tenían sus armas, pero tenían sus voluntades. Podía ver a Karma en una esquina, devorando un pay de manzana completo mientras que con la otra mano usaba una silla para alejar a los enfermeros. Juan Calavera bailaba sobre una mesa, rodeado de la legión del desastre y los relojeros que lanzaban píldoras al techo. Doc Savage estaba ahí, sin camisa como siempre, gritando fórmulas químicas mientras arrancaba las sábanas de las camas para fabricar un avión que les liberara. The Shadow estaba también, en alguna sombra hablándole a Hank. Su voz era tan fuerte y poderosa como la había oído en la radio, le decía que Joe Malone había sido apresado por el Ojo. ¿Quién más, si no el misterioso y perverso Ojo podría montar una trama tan elaborada? Chandra estaba en problemas, seguramente en la zona prohibida y necesitaba de su ayuda. Tres enfermeros taclearon a Hank al suelo, pero él no se quejó. Recordaba que era Joe Malone, sabía que Chandra estaba en problemas y que el Escorpión debía atacar una vez más.

            Luego de una ronda de golpes e inyecciones los pacientes fueron puestos a dormir y los doctores fueron notificados. El doctor Mills les despertó al alba y les regañó como si fueran niños pequeños, apuntando a Alex Gorky como al incitador. El doctor Rolfe medió con los pacientes, quienes prometieron comportarse debidamente y encontró una sana manera de dejarles ventilar su ansiedad. Cargó una pesada máquina de escribir hasta el comedor, la cargó con papeles y le asignó a Hank un nuevo empleo.
- Olvídate de la jardinería. Tú eres escritor y vas a escribir.
- Pero tengo bloqueo.
- Eso está en tu mente.- Rolfe se sentó a su lado y suspiró.- Mira Hank, tú puedes curarte y dejar Restwood atrás, pero nunca lo harás hasta que te des cuenta de lo talentoso que eres y de la maravillosa vida que espera a Hank Hellman allá afuera. Escribe lo que sea, recetas de cocina si es necesario. Isabel vino ayer, no pudo verte por el pequeño disturbio que estoy seguro que causaste tú. Estaba muy preocupada y ¿sabes lo primero que me preguntó?
- ¿Qué?
- Si estabas escribiendo. Escríbele una carta o lo que sea, pero deja salir a tu creatividad. Demuéstrale a Mills que ya no necesitas electroshocks.

            La última parte le dio todos los ánimos que necesitaba. Contempló la primera hoja blanca por más de una hora hasta que la idea le vino a la mente y luego de eso ya no pudo parar. Escribió cartas a su hermana, a su cuñado, a su editor el señor Bulow, al doctor Rolfe y a todos sus conocidos. Luego escribió historias breves para sus compañeros y eso fue la sensación. Cada que el doctor Mills lo hacía ser arrastrado hasta sus sesiones, siempre preguntaba por la terapia experimental del doctor Rolfe, esperando encontrar un fracaso. Hank contuvo su miedo para mostrarle lo que escribía. No sirvió de nada y siguió recibiendo electroshocks cada semana, pero para Hank era la máxima victoria, demostrarle que seguía cuerdo pese a sus mejores intentos.
- Ésta es la revisión del expediente HH7872-12N.- El doctor Mills llamó a Hank a su oficina y sin explicarle nada activó su pesada grabadora.- El paciente Hank Hellman ha estado bajo tratamiento psiquiátrico por dos meses. Ha sido tratado por el doctor Ezra Rolfe y Brian Mills, hablando. ¿Cómo te sientes Hank?
- Mejor.
- Lamentablemente el paciente sufre de una regresión psíquica y los síntomas de su esquizofrenia se han empeorado.- Hank quiso ponerse de pie, pero recordó al enfermero que permanecía detrás de él con sus brazos cruzados.- La terapia de electroshock no ha sido suficiente, una vez por semana, y recomiendo tres veces por semana. El paciente padece de sueños obsesivos con sus alucinaciones, así como severas disasociaciones con la realidad pese a sus intentos infantiles de encubrirlos. Y es una pésima influencia para los demás pacientes al alentar sus patologías con escritos breves que, incidentalmente, reflejan una visión distorsionada de la realidad donde todo se soluciona con violencia y las personas se transforman en objetos.
- Pero no es justo, yo soy Hank Hellman y ya no lo dudo.
- ¿Seguro?- Mills le mostró las trascripciones de sus sesiones con el doctor Rolfe y se aclaró la garganta antes de hablar.- Aquí dice, y cito: “...Me gusta viajar, no puedo hacerlo mucho por mi salario como escritor, pero una vez fui a India. Me enamoré de una mujer muy misteriosa, Raja Chandra. Me pregunto qué fue de ella.” Aquí hay otro fragmento, tomado de tu carta a tu editor Albert Bulow “¿cómo estás viejo? Espero que tus nuevas obligaciones manejando mi editorial no sean demasiado para ti. Pospón esa historia de Verne, ese submarino se me hace que debería volar, pero te lo dejo en las manos. La semana pasada leí la nueva historia de Doc Savage, ¿la del aparatejo volador del Amazonas? Creo que el público respondió favorablemente.” No puedes engañarnos Hank, tu identidad está fracturada por completo. Eres Eddie Wallace, el editor respondón y carismático, eres Joe Malone el superhéroe científico... Estás muy enfermo.
- Maldito monstruo.- Hank saltó sobre la mesa y lo estranguló. El enfermero lanzó a un lado la silla para jalarle de los pies, pero no sirvió de mucho.- ¿Dónde está Raja? Quiero ver a Chandra, sé que la tienes escondida. Suéltame maldito seas. ¿Crees que puedes vencer al Escorpión?
- Sácalo de aquí.- Mills se liberó de su poderoso agarre y trató de respirar mientras el enfermero golpeaba a Hank en el suelo y se lo llevaba.
- No pueden hacerme esto, ¿acaso no saben quién soy yo? Lo pagarán muy caro.- Gritaba Hank mientras era arrastrado por el suelo hasta la sala de electroshocks. Entre tres enfermeros lo acostaron y le sometieron con amarres de cuero.- Pueden hacer esto todo lo que quieran, ¡pero nadie detiene al Escorpión!
- Este sujeto está realmente pirado.- Comentó uno de los enfermeros, mientras le ponían la goma en la boca para que no se mordiera la lengua.
- ¿Ya lo tienen listo?- Mills entró a la sala, aún acariciándose el cuello.

            Hank se removió en su sitio tanto como pudo y antes que el doctor pudiera accionar la máquina su mente se partió en pedazos. Se encontró de regreso en el túnel de luz, escuchando cientos de voces que le llegaban hasta él como si las tuviera dentro. Al salir del túnel se encontró con cientos de rostros mirándole y hablándole. Luego de eso sintió la electricidad y se desmayó. No sabía cuántos días había permanecido en la sala acolchonada, pero sabía que habían sido semanas enteras porque recordaba ser llevado hasta la sala de electroshocks. Nuevamente el doctor Rolfe le sacó de la sala y le acompañó hasta el dormitorio comunal, donde Hank se tiró para no moverse en todo el día. Mills se encargó que todos lo vieran llevándose la máquina de escribir del comedor y regañando al doctor Rolfe por empeorar la situación. Hank no le prestó atención, sabía que el Ojo era capaz de tales jugarretas infantiles. El Escorpión solo estaba interesado en una cosa, vencer al Ojo y liberar a Chandra, lo demás le era pasajero.

            Una noche fingió estar dormido hasta el cambio de turno de las tres de la mañana y, tras dejar unas almohadas bajo las sábanas para fingir que seguía acostado, caminó de puntitas hasta la puerta. Sabía que la cerraban cada noche, pero durante los días anteriores había estado aflojando la pequeña ventana en la parte superior de la puerta, por encima del cristal protegido por rejillas. Escaló como pudo, con un pie contra el yeso de la pared y con una mano empujándole desde la rejilla y terminó de abrir la ventanita para salir por ahí. Recorrió en silencio el corredor, aprovechando el cambio de guardias y llegó a la sala de máquinas donde tenían al boiler y la bomba de agua. Cerró la puerta detrás de él y esperó a que el guardia diera su primera ronda para salir y deslizarse por el corredor, con cuidado de no levantar la cabeza para ser visto por los vidrios de las puertas, y encontró la salida al jardín. Escondido en la arboleda se alejó lo suficiente del edificio principal para poder ver la vieja torre de reserva de agua. Una llovizna ligera había empezado a caer, pero aún así pudo ver la bata de doctor corriendo por el pasto hasta la torre. Una parte de su ser se preguntaba si no era una alucinación, como las alucinaciones con el túnel de luz que empezaba a tener con mayor recurrencia, pero ya no importaba. Era demasiado tarde para regresar, Hank se había lanzado a las profundidades de su inconsciente.

            Sabía que no podría llegar hasta la torre sin ser visto, pero decidió que aún le faltaba algo por hacer. Rodeando el edificio, aprovechando la oscuridad y manteniéndose por debajo de las ventanas, dio con la oficina del doctor Mills. Usó un pedazo de metal que había estado afilando por días para abrir el seguro y entró con cuidado de no empujar la silla y hacer ruido. Podía escuchar a dos enfermeros afuera, el puesto de guardia quedaba inmediatamente después de la puerta. El Escorpión no tenía miedo de ellos, pero prefería andarse con cuidado. Aún así, la curiosidad fue demasiado grande.
- ...Es ese maldito Mills. Cree que maneja un ejército aquí. Diciéndome cuándo puedo o no ir al baño.- Se quejaba uno de ellos.- Se cree dueño.
- Es que es el dueño, uno de varios. Por eso no lo pueden correr. Tiene un contrato con el gobierno o algo así, le pagan por cada vegetal ambulante que hospede temporalmente, hasta que, claro está, se lo lleven a otra parte. ¿Por qué crees que odia tanto a ese doctor Rolfe?

            Hank se alejó de la puerta con una mala punzada en la base del estómago. Revisó los papeles del psiquiatra, su agenda y sus anotaciones. No encontró nada sobre el Ojo o sobre Chandra, pero sabía que sería demasiado listo para eso. En sus anotaciones encontró varias quejas contra el psiquiatra nuevo, el doctor Rolfe, pero eso no le sorprendía. En su diario de sesiones encontró sus recomendaciones en tinta roja para el paciente Hank Hellman. Según ellas dudaba él mismo de la eficacia de los electroshocks y recomendaba en cambio la lobotomía si el paciente no mejoraba perceptiblemente en las siguientes semanas. Salió de la oficina dejando todo como había estado. Había preparado la operación por muchos días, había aflojado una ventana del dormitorio comunal para ser abierta por fuera. Regresó a su cama y trató de dormir, pero encontró que no pudo. Sus días estaban contados. La máxima jugada del Ojo estaba por darse y lo perdería todo.

Mystery and Action #80. Pulpazoid! Tercera parte. Por: Hank Hellman.
            Mellanie Peters sospechó de Joe Malone desde el mitin. Le invitó a la mansión para la cena gala de beneficencia para ponerle a prueba. Joe aprovechó la primera oportunidad que tuvo para seguirla, hasta caer en su trampa. Ahora, empujado por el cañón de un rifle, baja las escaleras hacia el sótano siguiendo a la joven y atractiva Mellanie. Frente a una inmensa cava de vinos se encontraba una silla debajo de una lámpara de alta potencia. El cañón del rifle recortado le empujó hasta la silla, donde la potente luz le impedía ver los rostros de sus próximos torturadores. Contó a tres hombres armados y podía ver el borde de la falda del vestido de Peters.
- Su amistad con el jefe de policía Joshua Pope, no es secreto alguno.- Mellanie se encendió un cigarro y le dio una bofetada. Rió entre dientes, disfrutando de su sufrimiento.- Un hombre como usted, un millonario aburrido y sin imaginación, tendría que estar firmando cheques y convenciendo a sus amistades de unirse al movimiento. En vez de ir a un rally por sospechas. ¿Pope le pidió que hiciera esto?
- No sé de qué me habla. Me gusta conocer la beneficencia a la que me inscribo y debo decirle señorita que el servicio es pésimo.- Uno de los matones le dio una bofetada tan fuerte que casi le tira.- Oiga, eso es innecesario.
- Usted se unirá a nosotros, señor Malone. De una manera o de otra.
- ¿Cree que es la primer situación de peligro en la que he estado? Vivía en India muchos años y llegué a pelear contra piratas a bordo de un carguero holandés. A comparación, sus matones no me parecen tan amenazantes.- Uno de los matones le mostró el arma y le dio otra bofetada.- También aprendí cosas que les pondrían los nervios de punta, como el canto de invocación de Chandrakar, diosa de la oscuridad.
- Sí, bueno, todo eso muy interesante...- Mellanie estaba divertida, nunca había conocido a un millonario tan despistado en su vida. Joe enunció desde la boca del estómago, usando su garganta para evocar un canto que parecía salir con eco de una bóveda enorme.
- ¿Qué hacemos?- Preguntó uno de los matones.
- Esperar a Chandrakar.- Bromeó Mellanie, mientras Joe enunciaba cada vez más fuerte.- No podemos lastimarlo demasiado, mejor esperemos a que entienda su posición.

            Joe terminó y sonrió. Un segundo después se fue la luz. Con la velocidad de un relámpago desarmó a uno de los matones y con la culata del revólver noqueó al hombre con el rifle. Aprovechando la oscuridad pateó a otro en la entrepierna y con un segundo culatazo desmayó al tercero. Escuchó los pasos de Melanie huyendo por el polvoso sótano y supo que no podía perseguirla sin parecer más sospechoso. Regresó corriendo a la cocina donde Chandra le esperaba para salir de la mansión.
- Te dije que ese canto sería útil.- Dijo Raja, con cierto orgullo.
- ¿Lo escuchaste bien?
- Se proyectó hasta el salón y supe que estabas en problemas. Te había visto entrando a la cocina, así que corrí a la caja de fusibles en la choza de la entrada y arranqué los que estaban etiquetados para cocina y sótano. ¿Qué les dijiste que era el canto?
- La invocación de Chandakar. Nuevamente un simple principio físico infunde un temor supersticioso en estos matones. Lástima que la chica escapó por el sótano.
- Ya me adelanté, le coloqué un rastreador de pintura invisible a su auto. Podríamos ver el rastro con los gogles del Escorpión.
- Primero a ubicar el otro acceso al sótano.- Rodearon la mansión corriendo, suscitando toda clase de divertidos chismes por los millonarios dentro de la residencia, quienes les miraban por los altos ventanales. Un mozo les indicó el acceso al sótano desde el segundo garaje y Chandra señaló el espacio donde había estado el deportivo de Melanie.
- Parece que la perdimos, por ahora al menos.
- Sí, pero esto me parece más interesante. Y más mortal.- Joe notó que la puerta al sótano había quedado atorada y al abrirla recogió algo que debió caer del bolso de Melanie mientras huía. Era la revista de Pulpazoid.- Esto no estaba escrito en su historia. Eddie Wallace no sabe ni lo que le espera. Creo que sé a dónde se dirige Melanie.
- A su víctima- dijo Raja en tono misterioso.- o a su jefe.

            Chandra manejó a toda velocidad mientras Joe extraía sus trajes del maletero, luego de mover los asientos traseros. Aprovechando los vidrios ahumados se vistió como el temido Escorpión. Con su camisa de cuero abotonada en un costado de color negra, con el símbolo del escorpión en blanco. La máscara, con sombrero, filtro de aire y gogles, ya empezaba a parecerle un segundo rostro. Usando la visión nocturna podía ver mejor que cualquier búho, y podía manipular los delgados filtros visuales para detectar el color invisible de la tinta en el rastreador del auto de Melanie. Dirigió a Chandra, siguiendo el hilillo de pintura hasta la oficina de Pulpazoid. Raja se vistió mientras Joe entraba a la oficina por la ventana del tercer piso usando la pistola de aire comprimido en el Aguijón.
- Con cuidado, podrían seguir aquí.- Raja y Joe recorrieron la oficina, pero era obvio que era demasiado tarde, estaban solos. Frustrado y enojado pateó una silla y sintió ganas de destrozar el lugar, pero Raja probó ser más templada y le chifló desde la oficina.
- “Aquel que actúa su ira se pierde en el incendio.”- Recitó Chandra con un cuadernillo en la mano.- Sus notas para los siguientes números. Nuestra advertencia no fue suficiente.
- Describe mi escape de la fiesta,- leyó Joe por encima del hombro de su amante hindú.- es bueno saber que cumplió su palabra de no revelar mi identidad. ¿Lamont Crane? Vaya nombre.
- Sí, relata cómo escapas con el canto tibetano... Este Eddie es un idiota. Escucha esto: “escena dramática, los matones llegan a mi oficina y me raptan... ¿Hipódromo? Algo como sala VIP, con muchos lujos. Nada de torturas, tengo que parecer un tipo duro, pero gracioso. Contar el chiste del submarino polaco de puerta corrediza.”
- Eddie debe estar haciendo ese chiste ahora mismo.
- No creo Joe, en cuanto vea las armas y huela la pólvora nuestro heroico editor se dejará de chistes... Luego de eso no tiene mucho, además de una alusión a una maleta pesada.
- ¿Maleta pesada? Espero que no con su cuerpo.
- No, el Ojo lo querrá con vida. Si no es que no es él, el Ojo.
- Hay una manera de saberlo Raja, iremos al hipódromo.

            Raja había aprendido a manejar en las bulliciosas calles de Nueva Delhi y para ella el tan odiado tráfico de Malkin le resultaba una nadería. Ninguno de los dos dijo mucho, ambos se esperaban lo peor. Eddie Wallace podía ser el Ojo, escondido a la vista de todos, capaz de conocer cosas que nadie tendría modo de saber, o bien podía ser un escritor con muy mala suerte que atinó en su ficción como si cumpliendo el principio del número infinito de monos con máquinas de escribir que eventualmente escriben Hamlet. Irrumpieron al hipódromo escalando por una de las paredes. Tenían las armas listas, pero ya no había nadie. Probaron con el palco VIP y respiraron tranquilos al ver que no había sangre en ninguna parte.
- Es obvio que hubo alguna especie de conferencia. Melanie le trajo aquí para algo.- Joe señaló el puro en el cenicero, las botellas abiertas y los vasos que habían sido usados.
- Sabes que odio ser pesimista, pero desde aquí veo algo que es peor que la sangre.- Raja recuperó un billete de cien dólares bajo un sillón y saliendo a la calle encontró un par de billetes más hasta llegar al estacionamiento.- Billetes, maleta muy pesada... ¿Soborno o pago? Si Wallace no es el Ojo, ahora trabaja para él.
- Sí, pero hay algo que hemos pasado por alto. Eddie Wallace podría no haber escrito todas las ideas que rondaban por su cabeza.- Raja desenfundó sus armas instintivamente.- El Ojo está impresionado, le ofrece empleo y le pregunta por nosotros dos. Puedo ver la tinta del rastreador que colocaste en el auto de Melanie, se fueron hace poco.
- Sabrían que vendríamos a los palco VIP, eso quiere decir que entraríamos por algún punto cercano aquí y no por... ¡Joe cuidado!- Chandra empujó al Escorpión para protegerlo detrás la puerta metálica corrediza que accedía al estacionamiento. Usando su visión nocturna detectó al francotirador al otro extremo del hipódromo. La bala rebotó contra el metal, fallándole a la cabeza de Joe por centímetros. Un segundo disparo, de un segundo rifle, alcanzó a Raja en el pecho, lanzándola un par de metros hacia atrás.
- ¡Raja!- Joe la arrastró hasta detrás de un auto cuando escuchó que un pesado Buick entraba al estacionamiento de invitados con dos matones saliendo por las ventanas disparando sus Tompson automáticas. Las balas perforaron los autos y obligaron a Joe a correr de cuclillas dejando atrás a Raja. Preparó el Aguijón y disparó contra los focos de las lámparas frente al edificio y después contra las farolas de la calle.

            Los matones bajaron del Buick con linternas, agitándolas nerviosamente para encontrarle. El Escorpión podía verles mejor que si fuera a mediodía y aprovechó la ventaja para lanzar un par de granadas de humo venenoso. Sorprendió a uno de ellos, que había encontrado las botas de Chandra, y le desmayó de un certero golpe a la cabeza. Los asesinos, visiblemente nerviosos y tosiendo descontroladamente, decidieron disparar para todas partes. Joe disparó con cuidado y los fue eliminando de uno a uno. Un segundo auto entró al estacionamiento, podía ver al doc manejando nervioso y gritando órdenes a mafiosos que no querían bajarse del auto. Sabía que tenía poco tiempo antes que los francotiradores y sus amigos rodearan el hipódromo y tenía que actuar rápido. Las puertas traseras del vehículo se abrieron de golpe y dos gorilas con escopetas se bajaron con miedo. Uno recibió una cápsula de ácido en la cara y el segundo no sintió ganas de probar suerte y decidió salir huyendo. El doc aceleró para salir del estacionamiento y el Escorpión memorizó la placa, por si acaso.
- ¿Raja, me escuchas?- Raja tosió y se sintió el pecho, quitándose la bala que había penetrado el cuero hasta romper la cota de malla y terminar enterrada en la gruesa tela que Joe había diseñado.
- Creo que la tela funciona Joe, pero duele como los mil demonios.
- Ya, ya, ¿qué pasó con eso de no actuar la ira?- Raja se quitó la máscara y sonrió. Le dio una bofetada de broma y le pidió ayuda para levantarse.
- Quema como los mil demonios.- Raja besó la máscara del Escorpión y la volvió a usar.- ¿Qué hiciste aquí?
- El Ojo emplea matones que no quieren trabajar para él, así que no se esfuerzan mucho.

            Regresaron al auto y ubicaron el rastro de tinta invisible del rastreador para seguir el auto de Melanie Peters. El rastro les alejó del vecindario de Eddie Wallace, así que era obvio que no le había llevado a su casa después del secuestro y soborno. La tinta, a punto de acabarse, les llevó hasta una zona residencial en Baltic, donde terminaba con el auto deportivo de Melanie Peters. Había cuatro edificios y dos casas en esa cuadra. Los nombres en los buzones no correspondían y los edificios no tenían nombres visibles en los timbres. Incapaces de quedarse mucho tiempo allí, curioseando de edificio en edificio disfrazados, pero igualmente incapaces de quitarse los disfraces e ingeniárselas para entrar a los edificios y revisar los buzones y correspondencia hasta encontrar el departamento de Melanie, se vieron obligados a renunciar.
- Ha sido un día largo y una noche aún más larga Raja, quizás deberíamos ir a dormir e intentarlo en la mañana.
- ¿Y quién dice que vamos a dormir?
- Incluso debajo de esa máscara suenas sensual.
- Nada mal para una “chofer”, ¿no es cierto?
- Las mujeres y sus celos...

            Joe y Raja no durmieron en toda la noche. Joe no quería comunicarle sus miedos a Raja, pero ambos pensaban en lo mismo. A punta del alba la policía podía reventar la puerta de la mansión y podrían tener a Joshua Pope en persona arrestándoles. Eddie Wallace podía revelar su identidad, y si la policía no les arrestaba entonces tendrían a todo el mundo criminal de Malkin tras ellos. Joe se preparó para salir antes del desayuno, en cuanto el sol se filtró por sus cortinas en la habitación, dejó a Raja en la cama y decidió que encontraría a Wallace de una manera o de otra. Raja Chandra había pensado lo mismo y antes que Joe subiera al auto le detuvo agitando el periódico, aún en bata y camisón.
- Mira esto.- Joe leyó la segunda parte de la portada del Heraldo de Malkin y sintió una úlcera.- Sí, yo puse la misma cara. Teníamos razón en la dirección, era uno de esos edificios, en el piso once. Melanie Peters cayó todos esos pisos hasta la acera. Me sorprende que tuvieran suficiente cara para reconocerla. No parece que haya sido suicidio.
- Parece que le pagaron bien para matar a Melanie. Le teníamos tan cerca Raja... Y lo dejamos ir.

            Buscaron a Eddie Wallace por cielo, mar y tierra sin encontrar ni rastro de él. Entrevistaron a sus conocidos y no obtuvieron ningún resultado. Joe usó sus contactos en el crimen organizado y en la policía para tratar de ubicar la columna persa, pero fue la mismo. El Escorpión saboreó su primera derrota, imposible de reconfortar incluso por Raja. El diario vespertino anunciaba, con bombo y platillo, que el jefe Pope, el alcalde y el gobernador estarían juntos en el rally de “esfuerzo ciudadano”. Joe vio la fotografía, los tres hombres con sus pines distintivos con forma de sol hecha de la pierda arenizca de la mágica columna y supo que el Ojo había ganado, al menos por ahora.
- Ánimo Joe, el Ojo cometerá un error y cuando lo haga, lo tendremos.
- Sí, o él nos tendrá a nosotros.

            Un final agridulce pero que es sólo un “hasta luego”. ¿Realmente creían que los dejaríamos así? Justo ahora, cuando el Escorpión se encuentra en su momento más vulnerable y sus enemigos parecen ya disfrutar la victoria. Eddie Wallace regresa, pero ¿de qué lado afectará la balanza de tantos destinos humanos? Esto y más lo sabrán los escorpiones y ustedes amables lectores, el próximo mes en Mystery and Action #81 cuando entreguemos la cuarta y última parte de Pulpazoid.

            Cuando Hank comenzó a mostrar su mejor comportamiento los doctores sospecharon que era una actuación. Tenía que convencerles que genuinamente creía ser Hank Hellman, mientras que él mismo tenía dudas al respecto. Sabía que había tratado de demostrar que Eddie Wallace existía, o Joe Malone o Joshua Pope, y había encontrado un rastro de papeles, fotografías, conocidos y recuerdos que sólo apuntaban hacia Hank Hellman. Lo sabía tan bien como sabía que el sol salía del este, pero aún así su mente parecía divagar hacia recónditos lugares ficticios. Podía recordar sus años en India con tanta claridad como recordaba sus años de primaria en Malkin y su maestra de tercer grado, la anciana señora Vellman que había sido como la mamá de todos los alumnos del colegio. Había llamado a la anciana maestra Vellman, ahora retirada, desde Restwood tras conseguir su número y habló con ella por más de diez minutos. Tenía problemas de memoria, pero le recordó por la vez que habían hecho una obra teatral y él había sido aplaudido más que a los de sexto. Sabía que era casi imposible que una organización, por tantos recursos que pudieran tener, fuera capaz de inventar a la maestra Vellman y conseguir una artista con tal de seguir con la farsa. Aplicaba ese conocimiento en sus sesiones con el doctor Rolfe, porque en el fondo de su ser nada estaba sólido, nada estaba seguro, y las voces que veía en sus alucinaciones violentas comenzaban a brotar en su vida cotidiana.
- Te ves nervioso.- Dijo el doctor Rolfe durante una de sus sesiones.
- Son las sesiones del doctor Mills. No me gustan.
- Lo entiendo, pero has estado caminando mucho en estos días. ¿No puedes descansar?
- Descanso bien, pero me aburro.
- Sabes que puedes escribir en estas sesiones. ¿Has escrito algo?
- No mucho, y gracias por dejarme quedar con ese bloc y los lápices. Me da algo que hacer en el dormitorio comunal. Tengo algunos apuntes para terminar Pulpazoid. La tercera parte no me convenció mucho, debió ser más sobre Eddie Wallace. Tendría que ser el protagonista en la cuarta parte.- Rolfe anotó todo lo que iba diciendo y Hank le mostró su bloc de anotaciones.- Quizás Eddie se hace en villano. Ese podría ser un giro inesperado para la vieja rutina del ciudadano arrinconado por mafiosos. Quizás en unos números trata de vender la identidad del Escorpión al mejor postor en una subasta. Una buena manera de tener a todos los villanos de pulps.
- La sesión pasada me dijiste que no te gustan las categorías de héroes y villanos, y dijiste lo mismo sobre tu padre cuando me hablaste de tu infancia. ¿Lo recuerdas?
- Mi papá era un hombre complicado. En cuanto a los pulps... Hay que darle a la gente lo que le gusta. Leen la Muerte Roja porque el sujeto es un villano, es un antihéroe, como el Avispón Verde pero más violento.
- ¿Has soñado con Eddie Wallace de nuevo?- Hank mintió y gesticuló que no. La verdad es que sus sueños ya no eran suyos, como su memoria ya no era suya y a veces su monólogo interno ya no era suyo.- Muy bien, es todo por hoy. Le recomendaré al doctor Mills que no te asigne una terapia más... radical. Creo que hacemos progreso.

            Hank se imaginó que el doctor Rolfe había hablado con Mills, pues cuando vino a recogerlo con tres fornidos enfermeros le escuchó mascullar sobre lo mucho que detestaba los consejos del novato doctor. Hank sabía que la resistencia era inútil, pero no podía evitarlo. Sabía el infierno que le esperaría, en cada una de esas sesiones de tres veces por semana y su cuerpo simplemente se rehusaba a marchar hasta la tortura. Los guardias le sometieron con macanas, pero Mills evitó que le inyectaran un sedante. El doctor le miró con odio y siguió caminando, refunfuñando a solas. Hank había tratado de contenerlo, pero con cada semana que pasaba, el miedo a la lobotomía y a las terapias de Mills llevaba su mente al límite. Comenzó a gritar incoherencias, escuchando voces en su mente que le insultaban y denigraban, que le hacían dudar de quién era a cada minuto y que no podía controlar por más que quisiera.
- Para eso están las sesiones Hank, para callar tus voces.- Dijo Mills mientras lo sometían a la silla con grúa para meterle al agua helada.

            Ésta vez le dejaron más tiempo abajo. Hank se removió histéricamente, tratando de escapar y respirar aire fresco. Eventualmente sus músculos reaccionaron por instinto, abriendo la boca para respirar. El agua helada entró hasta sus pulmones y comenzó a desvanecerse. Le subieron de golpe y dejaron que tosiera un poco del agua antes de meterlo de nuevo. Cuando Hank ya no podía forcejear le llevaron a la mesa de electroshocks. Con lágrimas en los ojos, sabiendo que lo único a lo que podía esperar era la lobotomía, se resignó a recibir los cientos de voltios en su cerebro. Incapaz de controlar las voces en su mente y las vívidas alucinaciones su mente le llevó de paseo a lugares terribles que no sabía que su alma tuviera. El doctor Mills le inyectó una solución para despertarlo, algo que corría por sus venas como aceite hirviendo. Le dio la última descarga cuando su cuerpo se tensó y espuma salió por su boca. El shock fue más largo ésta vez, su cuerpo arqueado hasta que se tensó tanto que sintió un doloroso esguince en la espalda. Incluso los enfermeros, sádicos por naturaleza, le miraron con expresiones de dolor. Mills, por el otro lado, no estaba interesado en dolores musculares, sino en lo que trataba de decir. Le quitó la goma de entre los dientes y con una toalla le quitó algo de la espuma. Hank estaba riendo como un demente, algo que ni el doctor ni los enfermeros habían visto en sus vidas.
- ¿De qué se ríe, señor Hellman?
- Sé cómo termina la historia.- Dijo en tono de broma pero con la intensidad en los ojos de una bestia enjaulada.- Sé cómo termina Pulpazoid.
- Está completamente perdido.- Comentó Mills mientras anotaba algo a su expediente clínico.- Quizás sea momento de probar algo más radical. Por ahora llévenselo a una de las celdas acolchadas, es obvio que necesita descanso.

            Su cuerpo estaba flácido como un muñeco de trapo y le llevaron cargándole como a un bulto. Le depositaron descuidadamente en la celda y cerraron la puerta tras él. La luz sobre su cabeza era cegadora y la deshidratación le mantuvo despierto. Ya nada quedaba de él, lo sabía muy bien, y pronto quedaría aún menos. Isabel visitaría a un vegetal ambulante, un mueble con vida que ni siquiera sabe que está con vida. Cuando sus pensamientos, que ya no sabía si eran sus propios en la tormenta de diálogos que se suscitaba en su cabeza, eventualmente encallaban en las playas de su mente, podía ver el final de la historia. Le pareció hilarante, ya no podría escribirla, seguramente su editor el señor Bulow se habría olvidado de él hacía meses, pero por alguna razón todo le había llegado a su mente.

            Revivido por la violenta tormenta eléctrica que estallaba más allá de las paredes acolchadas, Hank se arrinconó, moviéndose violentamente y por espasmos, y sin pensarlo dos veces se mordió la yema del dedo medio derecho con tanta fuerza que estalló la sangre y no pudo evitar arrancarse algo del músculo. El intenso dolor no rivalizaba con el dolor agonizante, punzante e insoportable que sentía en su mente. Se mordió de la misma manera el pulgar, llorando y gritando escandalosamente tratando de arrancarse las voces mediante el dolor. La visión de su propia sangre le hizo levantarse de golpe. El intenso rojo contra el sucio blanco de los cojines le parecía una explosión de colores. Eventualmente un enfermero se asomó por la rendija y le vio corriendo en círculos dentro de la celda, mordiéndose las yemas de los dedos. Profiriendo maldiciones abrió la puerta de la celda y entró con un compañero. Hank le escupió sangre a uno de ellos, para luego agacharse y robarle la macana. Asaltó a los dos enfermeros con tanta violencia que no se detuvo hasta que les vio sangrar en la celda.

            La tempestad eléctrica reflejaba su tempestad interior. Miles de voces gritaban a la vez, exigiendo atención, manteniendo conversaciones imposibles de seguir, pero de entre todas ellas aún podía reconocer la suya propia. ¿Era la voz de Hank Hellman, de Edward Wallace, de Joe Malone, del Ojo, de Joshua Pope o de alguien más? No podía saberlo y no le importaba. Era su voz, quien quiera que fuera, y con eso bastaba. Atacó a otro guardia por la espalda y haciéndose de sus llaves abrió un acceso lateral al jardín. Corrió entre la lluvia con relámpagos, su ropa manchada de sangre y gimiendo de dolor. No se detuvo hasta llegar a la vieja reserva de agua y con una poderosa patada derribó la única puerta.

            El lugar era una vieja bodega con artículos médicos de toda clase. Encontró sillas para operar, mesas, viejas máquinas eléctricas y anaqueles en desuso. No sintió miedo, pese a lo que las miles de voces decían en su interior. Él sabía cómo terminaba la historia, él sabía que había algo más que una simple bodega. Sufriendo incontrolables espasmos de ansiedad empujó los artículos médicos de un lado a otro hasta que accidentalmente abrió una puerta disimulada en una pared falsa. Bajó las escaleras hasta una segunda pared, ésta vez de acero como si fuera de prisión. Los seguros estaban abiertos y la abrió con todas sus fuerzas, manchando la agarradera oxidada con su sangre. Entró a un túnel hecho de luz, el mismo que el de su alucinación. Parecía estar hecho de plástico y tener muchísimos foquillos pequeños, pero en ese momento no le importó. Estaba penetrando en su arranque psicótico, sin manera de saber si era real o si todo estaba en su mente. Se arrancó otra yema, ésta vez de un dedo meñique, y el intenso dolor pareció regresarle cierta coherencia. Caminó en ese túnel como en un sueño, mirando hacia todas partes. El túnel le llevó hasta una amplia y altísima estancia. En el techo abovedado podía ver cientos de rostros, todos ellos hablando a la vez.
- No debiste venir aquí.- Trató de defenderse, pero le había tomado por sorpresa. Sintió un fortísimo golpe en la espalda que le tiró al suelo. Instintivamente se arrastró por el suelo, tapando con una mano ensangrentada las cientos de caras que parecían hablarle como si quisiera a la vez detener las voces en su cabeza.
- Pero, ¿por qué?- Dijo Hank entre sollozos. El doctor Ezra Rolfe le miró de pie, apuntándole con un revólver.- Quería que siguiera escribiendo, quería detener a Mills para que no convirtiera en un vegetal pero no entiendo todo. Mi cabeza está a punto de estallar y no entiendo. Tú... eres nuevo, ¿eres el doc del Ojo?
- Alguien tenía que vigilarte.- Rolfe caminó en círculos, apuntándole mientras Hank se levantaba.- Lo siento Hank, en serio.

            Rolfe jaló el martillo del revólver, pero antes que pudiera disparar un hombre saltó desde el túnel de luz y lo tacleó al suelo, quitándole la pistola. Hank lo reconoció de inmediato, era el Escorpión. En la pelea el doc trató de zafárselo de una patada, pero el Escorpión consiguió evadirla y quitarle el extraño talismán que colgaba de su cuello, idéntico al que llevaba Escorpión.
- No entiendo, ¿soy el Ojo?- Preguntó Hank.
- No,- Escorpión dejó que Ezra se levantara, pateando el revólver hacia Hank, pero no le devolvió el talismán.- tu nombre era Edward Wallace, fundador y editor de la revista Pulpazoid.
- No eres yo,- Una potente luz se encendió al fondo, detrás del doctor Rolfe y el Escorpión.- pero eres como yo. Puedes ver el futuro, aunque caóticamente. Yo veo el presente y, cómo puedes ver por el techo, me las he ingeniado para tener ojos en todas partes.
- Los pines de piedra de esa beneficencia.- Dijo Hank, recordando su historia.
- No es magia del todo.- El Escorpión señaló los tanques de oxígeno contra la pared que parecían estar conectados a los extraños aparatos que daban vida a las imágenes.- No, el Ojo parece ser muchas cosas, pero vive de las apariencias. Pude ver bien al doc, revisé su matrícula para obtener su verdadero nombre y comprobé que no era doctor realmente. Luego, fue cuestión de seguirlo hasta aquí. Disculpa que haya tardado tanto.
- Quiero saber qué pasó. ¿Qué le pasó a Ed, a mí?
- Te soborné y funcionó.- Contestó el Ojo, oculto frente a la luz.- No te dije de todo lo que puedes llegar a hacer, ni te dije de la enorme importancia que tienes. Eres, sin duda alguna, la persona más importante de toda la ciudad y si la gente supiera quién eres, o qué eres, te aseguro que se hincarían ante ti. No te lo dije, pues sabía que era demasiado para una sola vez. Melanie te llevó a su departamento para seguir convenciéndote, pero ella te dijo toda la verdad, en contra de mi voluntad. Ed se asustó, pensó que estaba metido muy profundo con la mafia y accidentalmente empujaste a Melanie cuando discutieron. Ella cayó desde el balcón hasta muerte.
- ¿La maté yo? Pero... no entiendo cómo es que existe Hank Hellman y no Eddie Wallace.
- Estabas muerto de miedo y de culpa. Tenías tanto miedo que te tiraste frente a un tren a toda velocidad. Tu cuerpo quedó irreconocible, por eso el Escorpión nunca te encontró.
- ¿Qué quieres decir con que me tiré a un tren?
- Estás muerto Hank, estás en Undercity, en el purgatorio.- Le dijo Escorpión.- Tenías otros recuerdos, otra vida, mientras que la vida de Edward Wallace dejó de existir.
- Pero, ¿y mis recuerdos de Eddie, de Pulpazoid?
- Algo salió mal, sin duda.- Dijo el Ojo.- Salió mal porque no eres como las demás almas, eres especial. Retuviste ciertos recuerdos anteriores que plasmaste en esa historia, “Pulpazoid”. Eso te llevó al episodio psicótico por el que terminaste en Restwood. Sabía que te encontraría de nuevo y fue fácil una vez que escribiste esa historia. Ezra debía asegurarse que ese estúpido de Brian Mills no te hiciera daño. No iba a dejar que te hicieran esa lobotomía Hank, pero tenía que esperar a que tú mismo te dieras cuenta de lo mucho que puedes hacer.
- Estoy muerto...- Repitió Hank, una y otra vez.- Recuerdo la luz, la vibración en el suelo, sí... recuerdo al tren a toda velocidad. Maté a una mujer, merezco lo que me pasó.
- Nadie se lo merece.- Le interrumpió el Escorpión.- En cuanto a ti Ojo, despídete de tu operación de chantaje y espionaje.
- No seas idiota Escorpión, esto se trata de Hank.- El Ojo se agachó en cuclillas cuando Hank lo hizo. No podía ver nada más que la oscura figura frente al potente reflector, pero se imaginaba que estaba sonriendo y señalándole.- Sólo hay cuatro Atalayas del Universo Hank, cuatro Ojos de la misma bestia. No soy un gangster pero tenía que dejar que lo creyeras, porque es más factible que la realidad. Protegemos la tela misma del cosmos, de los vivos y de los muertos. No quería que Melanie te lo dijera. Ella y yo teníamos cierta historia juntos... Pero te perdono, yo lo hice mal y no quiero que creas que merecías lo que ese estúpido Mills te hizo. Lo que le espera será tan espantosos que al infierno al que le mandaré le parecerán vacaciones.
- ¿Era tu novia?- Preguntó Hank.
- Lo fue, hace tiempo. Y me culpo a mí por entero. Pero es que ha pasado tanto tiempo Hank, tantos océanos de tiempo para que aparecería otro Ojo que por décadas pensé que estaba condenado a existir a solas. Quiero enseñarte lo que eso significa.
- No le pondrás la mano encima Ojo, porque te partiré en dos antes que eso pase.
- ¡Ya basta!- Hank gritó a todo pulmón, recogió el revólver y lo apuntó a los tanques de oxígeno.- ¡Basta! Ya no solo soporto más. Esto es el infierno y volaré a todos en mil pedazos si no se callan por un instante y me dejan pensar.
- ¡No!- El Ojo le rogó hincado y después tomó un hacha con la que destrozó los monitores que tenía cerca. Los aparatos estallaron en chispas y gran parte de la red de pantallas se vino abajo, silenciando a muchas voces.- Perdóname por la manera en que te abordé Hank, fui un estúpido. Pero por favor no te mates, haré lo que sea.
- Quiero vivir mi maldita vida y ser yo mismo. No quiero hablen de mí como si fuera una maldita ficha en su juego.
- Está bien, entonces ofreceré algo bueno para todos.- Dijo el Ojo, dejando caer el hacha al suelo.- Dejaré que Escorpión destruya “esfuerzo civil” y mi operación a gran escala de chantaje y espionaje. Pero tienes que regresarle ese talismán a Ezra, no podrá salir de Undercity sin él. Y a ti Hank, te ofrezco quitarte estos horribles recuerdos, curar tu mente de la tortura a la que te han sometido y darte una nueva oportunidad en Undercity. Sin presiones.
- ¿Me dejarás en paz?
- Te lo juro. He esperado tanto para encontrar a un hermano que haría lo que fuera. Prefiero que nunca sepas que eres un Ojo, que nunca entiendas el maravilloso don que tienes, a perderte definitivamente. Estaré cerca, por si algún día recuerdas quién eres y qué puedes hacer.
- ¿Harías eso?- El Escorpión estaba tan asombrado como Hank.
- Por otro Ojo haría lo que fuera. Si tuvieran idea de mis responsabilidades sabrían que estoy diciendo la absoluta verdad.
- Acepto.- Dijo Hank, dejando caer la pistola.

            Hank se preparó desde temprano para llegar al edificio antes que los demás. Sabía que Isabel y Edwin no tardarían en llegar, ni los agentes de la prensa. Su hermana se había preparado para lo peor, luego de su aparatoso accidente de auto y los meses en coma, pero en cuanto le vio despertar con renovados bríos supo que llegaría hasta donde quisiera. Los hermanos se abrazaron y miraron llegar a los reporteros.
- ¿Nervioso?- Preguntó Edwin.
- Emocionado. Esos cuatro millones de dólares que me pagó el otro automovilista servirán muy bien. Sé que aún no lo perdonas Isabel, por saltarse el rojo y pegarme como lo hizo, pero tienes que admitir que cuatro millones es mucho dinero.
- Es mucho dinero, pero no habrían significado nada si no despertabas de ese coma.- Isabel señaló el enorme letrero sobre las ventanas del tercer piso y sonrió.- ¿Por qué el nombre?
- No lo sé, simplemente se me ocurrió junto con la primera historia que voy a escribir.
- ¿Es sobre Juan Calavera?- Preguntó Edwin, visiblemente emocionado y apenado de aceptar que le gustaba leer los pulps.
- No, es algo que llamo “narración autoconsciente”. Ya tengo las primeras historias listas. Es sobre los cuatro Ojos del cosmos y de un editor-autor cuyas historias predicen eventos, y que tiene fantásticas aventuras mientras a la vez maneja su revista “Pulpazoid”. Ya lo verán, lo tengo todo planeado. Nuevos héroes, como el Escorpión, villanos desagradables como el temible doc Mills, aventuras en la India y lugares misteriosos, incluso más allá de la tumba...
- ¿Y no crees que se te acabarán las ideas?- Preguntó Edwin.
- No, es cuestión de plantear una pregunta en cada historia, y encontrar el modo de responderla satisfactoriamente a la vez que planteando otra pregunta nueva.
- ¿Sabes una cosa Hank?- Le dijo Isabel antes que su hermanito se fuera a hablar con los reporteros.- El futuro te espera con los brazos abiertos.

- Lo sé.- Dijo Hank con una sonrisa.

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