El catalizador
Por: Juan Sebastián Ohem
Viernes
Patricio Vol 2 días antes del huracán
Las notas amarillas van a la
pila del lado derecho. Las toma una a una y las anota en un registro de Excel,
concepto de venta, precio, pago con IVA final. Una máquina podría hacer su
trabajo. Patricio suspiró contemplando la enorme pila de notas por procesar.
Las paredes de su cubículo plástico se encogen a cada hora que pasa. “Pronto,”
piensa Patricio Vol “será tan pequeño que no podré escribir a computadora. Esa
sí que sería una buena excusa.” Olió el perfume de su coordinadora, Estela la
vaca. Se plantó detrás de él mientras trabajaba. “Persianarte” estaba teniendo
una buena racha y el personal estaba más amenazado que nunca.
- Pato,-
Detesta que le llamen Pato, pero se aguanta.- no quiero más llamadas personales
en horas de trabajo.
- Sí Estela,
por supuesto. No he usado el teléfono para nada.
- Tú no, pero
te llama Penélope todo el tiempo. No quiero que te andes distrayendo con tu
prometida.- Era una carnada. Sus compañeros de trabajo se detuvieron, esperando
la respuesta. Tenía que decir algo, terminar con el asunto de una vez.
- Ya no es mi
prometida.
- Ah, es
cierto. Eres el cornudo.- Todos en la oficina comenzaron a reír. Patricio
sonrió falsamente y regresó a su trabajo.- Dile a Penélope que no te hable
aquí, y que si sigue buscando a su padre puede escoger uno de aquí, seguro que
todos ya se la echaron.
Hacía dos meses que Penélope le
había soltado la sopa. El bebé no era suyo. La oficina entera estaba enterada,
pero aún así era la broma recurrente. El pato cornudo. Había estado muerto de
nervios, sin estar listo para ser papá. Se habría salido con la suya de no
haber sido por su conciencia. Ella no hubiera podido dormir tranquila sabiendo que
su marido sólo estaba a su lado porque cree que el niño que educa es suyo.
Tarde o temprano se sabría. Temprano era mejor que tarde.
Elsa la vaca hizo otro par de
bromas semejantes a lo largo del día. Penélope volvió a llamarle al trabajo,
ella no sabe que Patricio no tiene teléfono propio. La curiosidad le estaba
ganando. Normalmente le llamaba para disculparse/rogar, pero al paso de los dos
meses había madurado. No amaba al sujeto con quien le fue infiel, pero parecía
una persona decente y responsable. Penélope se quedó a la mitad, había estado
engañando a Patricio por más de tres meses, quería dejarlo por Bobby pero se
acababan de mudar juntos. Se embarazó y decidió seguir la farsa por más de
medio año, pero Patricio tenía límites.
- Pato,
espérame un segundo.- Elsa lo atrapó antes de que abandonara el cubículo.
- Dime Elsa.-
Ella le entregó un sobre manila repleto de dinero.- ¿Nos pagan la quincena?
- Ya
quisieras. No, les pagamos el lunes.
- ¿Y el
huracán? He leído que pega el mañana o pasado.
- ¿Y? El
lunes los quiero a todos aquí tempranito. Nada de excusas, y no doy
oportunidades, ni siquiera a los cornudos. Necesito que lleves eso a la bodega
y ayudes a mover unas cajas.
- Pero ese es
trabajo de Gerardo.
- Despedí a
Gerardo, tú tienes tiempo libre. Yo no tengo tiempo libre, así que adiós y nos
vemos mañana. Te quedas con el licenciado Hernán.
Patricio bajó a la bodega, le
entregó al tesorero el sobre con dinero. Le ayudó a contarlo, separando en
billetes de distintas denominaciones y dejó que el abogado lo guardara todo en
la caja fuerte. El tesorero le pidió que moviera cajas de archivo muerto y, al
verlo hambreado y de mal humor, le dejó irse.
- ¿Patricio?-
Penélope lo esperaba al lado de su auto.
- Penélope,
te ves… a punto de estallar.- La palabra “gorda” le pareció un tanto extrema.
Penélope abrazó su vientre a punto de explotar y sonrió.- ¿Qué haces aquí?
- Quería
hablar contigo.
- Creo que ya
dijimos todo lo que teníamos que decir.- Estela pasaba en auto frente al
estacionamiento, bajó la ventanilla y se rió de él a todo pulmón.- Otro día en
el paraíso.
- ¿Te
acuerdas que platicamos sobre regresar y tener juntos a este bebé?
- No, no
realmente. ¿Me das permiso? Me gustaría ir a casa y embriagarme hasta perder la
conciencia.
- Bobby se
fue.
- ¿Se fue?
- Sí.
- ¿Se fue del
departamento que yo pagué cuando pensé que iba a ser papá o se fue de tu vida?
- Las dos.
- Vaya, que
mala suerte tienes. Eso tenemos en común.
- No tienes
que ser tan irónico.
- ¿Qué te
dijo tu mamá?
- Ya sabes
cómo son mis papás, son demasiado religiosos. Quieren que me mude con ellos.
- Suena como
una buena idea.
- No puedo,
no quiero.
- ¿Te
quedarás en el departamento?
- En el
Cortijo.
- ¿Qué tienes
con ese hotelucho? Siempre que hay un problema escapas allá. No voy a regresar
contigo, parece que Bobby tampoco, así que regresa con tus papás. Serán unos
fanáticos ignorantes, pero al menos te quieren.
- ¿Tú no me
quieres?- Patricio se subió al auto y lo encendió mientras buscaba qué decir.
La respuesta era obvia, pero no quería lastimarla.
- Nuestra
relación era un asco incluso antes de que te embarzaras. Vuelve con tus papás.
- No existe
el “amabas”, solo el amor.- Patricio comenzó a reír hasta que le salían las
lágrimas.
- Cómprate un
diccionario Penélope. Y regresa con tus papás.
El viaje a casa fue silencioso.
Se preocupaba por Penélope, pero no lo suficiente como para regresar con ella y
criar a un hijo que no era suyo. Además, la conocía demasiado bien, en cuanto
ella tenía lo que quería, se aburría y se iba. Le haría lo mismo si regresaba
con ella para jugar a ser papá. Perdió a casi todos sus amigos cuando dejó a
Penélope, eran más amigos de ella que de él y nunca se lo perdonaron.
El estomago gruñó, pero sin su pago no podía parar a comprar nada de
comer. Su única consolación era que los viernes podía pedir una pizza y
emborracharse con cerveza en el sillón mientras veía televisión y platicaba con
Rodrigo. Las paredes de las pequeñas casas de Fraccionamiento Montejo parecían
hechas de papel y su vecino lo escuchaba tanto como él a su vecino Rodrigo.
Ambos de 28 años se habían hecho amigos de inmediato y los viernes era su día
especial. Veían la misma película de bajo presupuesto y la comentaban entre los
dos. Patricio llegó después de las nueve y le platicó su día, a lo cual Rodrigo
concluyó en invitarlo a su casa.
- Ya compré
la pizza, y tú no tienes dinero.
- Gracias
Ro.- La casa de su vecino era idéntica, diferenciándose únicamente en los
retratos y los detalles, pero tenían hasta los mismos muebles. Las casas ya
venían amuebladas al momento de comprarse.- Traigo cerveza.
- Acomódate.-
Rodrigo se acomodó en su sillón reclinable mientras pasaba los canales.- Me
pareció ver anunciada la película de la serpiente gigante.
- Tienes
muchas fotos, yo tenía sólo la de Penélope, que ahora está debajo de la cama.
- Que descaro
ir a verte a tu trabajo.
- Si fuera
por mí, yo me quedo con su hijo y ella con mi trabajo.
- ¿Tan mal
está?
- Hoy tuve el
récord, quince impulsos asesinos en un día. Ahora me tienen trabajando en el sótano
cargando cajas y ayudando al tesorero a meter cosas a la bóveda.- Una de las
fotos llamó su atención, Rodrigo con un grupo de jóvenes que se graduaban.
- ¿Tienen
caja de seguridad?
- Sí,
prefieren dejar el dinero ahí y llevarlo al banco una vez al mes. Está
asegurado, por lo que nuestro salario no corre peligro. Pero eso no es lo que
me enoja…- Patricio se quedó viendo la fotografía, conocía a una de las
mujeres.
- ¿Sabes qué
deberías hacer que te haría sentir mejor?
- ¿Qué?
- Robar el
lugar. Sabes cómo llegar a la caja fuerte, sin duda la puedes sacar de su lugar
y cargarla.
- ¿Para qué?
Sé la combinación.- Se acercó a Ro y le mostró la mujer en la fotografía.-
¿Conoces a esta mujer?
- ¿Gina? Sí,
éramos buenos amigos cuando estudiábamos. Nos fuimos alejando con el tiempo.
¿La conoces?
- Claro que
la conozco, cuando era niño estaba loco por ella. Me acuerdo de su olor, olía
idéntico a mi limonero. Ahora está crecida, pero es idéntica. Apuesto que aún
huele a limones.
- Aguántame
un segundo, ¿tú eras el niño que jugaba a la pelota en la calle y le rompió un
vidrio a la mitad de la noche?
- Sí, ese era
yo, ¿te contó que su mamá estaba asustada?
- Pensaba que
la estaban robando…- Pasaron unos momentos en silencio, mirándose con
curiosidad.- El mundo es un pañuelo. Creo que es soltera, ¿quieres que le
llame? Me platicó mucho de ti, no me di cuenta que eras el mismo Patricio.
- Sí, sí,
háblale.
- Mañana en
la mañana la busco. Pero quiero que me hagas un favor a cambio.
- ¿Qué cosa?
- Piensa en
lo que te dije, sobre robar Persianarte.
- Ja, sí como
no. Yo no soy así, soy…
- ¿Un
perdedor? Aprovecha que la marea cambia a tu favor.
- Lo pensaré,
pero tú tienes que comunicarme con Gina.
Viernes
Frida Maité 2 días antes del huracán
El auto ronroneaba en su lugar
del estacionamiento. Quería obligarse a hacerlo, pero sabía que tenía miedo.
Estaba confundida, pero eso no era novedad. Era parte de su ciclo de malas
decisiones, siempre escogía novios borrachos, manipuladores y groseros. Gonzalo
Farjat había sido de los peores. El hijo del dueño de las tiendas Gran Farjat era
poco menos que un troglodita cavernario. Era enfermizo, de eso no tenía duda,
pero terminar su relación era el primer paso a dejar atrás su rutina de
dependencia. Había otra razón, un plus, y era que su padrastro, Jorge Bran,
estaba en negocios con la familia Farjat. Su padrastro fue el primero en
celebrar que Gonzalo era su novio, ahora tenía la oportunidad de lastimar a su
padrastro y no había nada que él pudiera hacer al respecto. Vivía con él, pero
a regañadientes, su madre pensó que los haría más cercanos. Su madre había
huido a Europa con tal de no tener que vivir con él todos los días.
El momento de la verdad. Revisó
su apariencia en el ascensor, falda larga con botas, blusa de flores y sus
perforaciones en los labios. Gonzalo odiaba cuando se vestía así. Frida odiaba
a Gonzalo. Tan sencillo como eso. Su padre se había cansado de él y le había
dado un trabajo, supervisor del área de electrónicos. Eso quería decir que
podía jugar Xbox 360 todo el día sin que nadie lo molestara.
- Óyeme
ingrato.- Los dos vendedores se irguieron de inmediato y voltearon a ver a
Farjat, con gran expectación.- No me puedes tratar como tapete de bienvenida
sólo porque tienes dinero. No me hables, no me nada. Déjame en paz. Si no te
veo nunca jamás, será demasiado pronto.
- Frida,
querida, cálmate. ¿Es porque te dejé plantada? No pude llegar.- Se hacía el
macho frente a los vendedores que parecían adorarlo.
- Ernesto me
contó que te vio con esa golfa amiga tuya.
- Después de
todo lo que hice por ti, la gente que te conecté, los lugares que te enseñé.-
En un movimiento fluido Frida tomó un artículo del aparador y lo lanzó
fuertemente contra su entrepierne.
- Y otra
cosa, cuando te dije que eras de tamaño
normal, mentía. Adiós chiquito.
Se sentía iluminada.
Revigorizada. Era inmortal, podía doblar el acero, predecir el futuro, volar
por los aires. En ese momento era capaz de cualquier cosa. Faltaba la segunda
parte de su plan, anunciar su decisión a su padrastro y volverlo loco. La
mansión quedaba cerca del Gran Farjat de la colonia México, pero parecía estar
totalmente vacía, a excepción de Julardo el jardinero. Julardo le daba miedo,
ese bigote lo hacía parecer malvado y la cicatriz en la frente lo hacía parecer
violento. Nunca había cruzado palabra con él, pero siempre sentía su mirada.
Entró sin hacer ruido, pero se
encontró a su padrastro en su despacho con la puerta abierta. Aquello era una
novedad, Jorge siempre había sido un hombre muy privado. Frida se escondió
detrás de una columna y aguzó el oído.
- Mi doctor
es tan pesimista que llamó a un sacerdote por mí. La caja, tiene que ser la
caja. Quédate cerca de Oleg, él tiene la caja.
- Está bien,
-dijo Julardo.- pero si no sabemos de cuánto tiempo disponemos, de nada nos
servirá.
- Tú déjamelo
a mí. Hablaré con él, quiero saber qué tiene.
- Yo me quedo
detrás, le guardo las espaldas, ¿ésa es la idea?
- Sí. Todo
gira en el primogénito, el anciano duda que sea Humberto Nanché, tengo que
saber quién es.
- Déjame ir a
preguntarle.
- Bien
pensado, mañana a primera hora. Te pasaré la dirección por celular.
- ¿Qué
hacemos con nuestro templo?
- Déjame la
llave debajo de la rana, como siempre.
El jardinero caminó a
centímetros de Frida, quien aprovechó el primer momento que tenía para salir de
la casa y recorrer el patio. La rana a la que había hecho referencia su
padrastro era una rana de cerámica que servía de maseta. Llave en mano, Frida
buscó en la casita de Julardo. Era una cabaña a medio derruir con una trampilla
en el suelo. La trampilla estaba bajo llave. Una larga escalera de mano le
llevó a un sótano oscuro repleto de velas. Encendió algunas y se quedó pasmada.
El sótano era un lugar macabro
repleto de velas, figuras trazadas con tiza en el suelo, fotografías de
enemigos comerciales y una cabra muerta a medio partir en dos. Frida no podía
asimilar toda la información. Sabía que su padrastro era un hombre extraño y el
jardinero un sujeto macabro, pero jamás se hubiera imaginado que juntos
practicaban magia negra.
Reconoció algunas de las
fotografías como enemigos acérrimos de su padrastro. Una de las fotografías era
la suya, y extrañamente no se sintió sorprendida. Muchas fotografías a medio
quemar de su ahora ex novio, Gonzalo Farjat. Algunas de ellas bañadas en la
sangre del apestoso cadáver de cabra. La habitación le mareaba, el asqueroso
olor de la cabra le ponía de pálida a verde y la mala iluminación hacía que
toda la demencia viajara en círculos. Encendió más velas hasta que se dio
cuenta que había un foco a la mitad de la habitación.
La iluminación mejoró, aunque el
lugar seguía siendo macabro. Se sentó en un banquito en la esquina y trató de
pensar. Desde que había perdido el trabajo que su padrastro le había dado, se
había vuelto caprichosa. Sabía que era su culpa, pero también culpaba a
Gonzalo. Lo único que le importaba era verse bien, ir a lugares exclusivos y
conocer gente igualmente despreocupada. Se sentía traicionada por ella misma.
Algo muy serio estaba pasando y quería saber qué era. Además de las fotografías
la única otra fuente de información que encontró fue una caja de velas que,
según la descripción de la etiqueta eran “hechas a mano para trabajos intensos
por el mejor santero.” Aparecía un nombre “Romino” y la dirección del lote del
mercado.
Regresó todo a su lugar y salió
de ahí, dejando la llave debajo de la rana como la encontró. Era tarde para
hablar con el santero, averiguar qué tanto hacía Jorge Bran, lo podía hacer en
la mañana.
- Julardo
dice que el huracán nos pega mañana.- Jorge apareció detrás de ella en cuanto
entró a la casa.- ¿Tú qué crees?
- No sé,
parece que va a llover.- Se fijó por la ventana, tratando de mantener la
compostura. El ambiente era raro, mucho viento, nubes negras y relámpagos, pero
nada de tormenta.
- Les dije a
doña Queila y doña Luna que se quedaran en sus casas. Me imagino que podemos
hacernos nuestras comidas y vaciar nuestros botes de basura, ¿no crees?
- Sí, claro
que sí.- Subió un par de escalones, pero Jorge le tomó del brazo.
- Hablé con
el señor Farjat, su hijo le contó una historia interesante.
- Corté con
él. Era un grosero maleducado.
- Después de
lo mucho que trabajé para que encontraras novio…- No le gustaba el modo en que
lo dijo, como si hubiera recurrido a trabajos de santería. Una parte de ella se
reía de la idea, otra parte de ella sabía que sin duda así había ocurrido.-
Pero, si no es bueno para ti, que así sea. ¿Qué harás estos días?
- Buscar
trabajo, si no puedo manejar una tienda de ropa, buscaré algo más.- Jorge le
dejo ir, pero la siguió con la mirada hasta su habitación, en la cual se
encerró hasta que el hambre la empujó a bajar a la cocina para robar alimentos.
Viernes
Charlie Puc y Ale Pardo 2 días antes del huracán
Mirarse juntos era lo que único
que hacían. Ya vivían juntos, por lo que estaban muy aburridos de mirarse.
Cuando el hijo del dueño, Gonzalo Farjat, se hizo su superior tenían miedo,
pero con el tiempo le tomaron respeto y aprendían mucho de él. Gonzalo era un
sujeto alivianado que pasaba el día jugando videojuegos y retando a Charlie o a
Ale a un encuentro. Tenía sus desventajas, por ejemplo, Gonzalo nunca llegaba
temprano y, muchas veces, no llegaba en lo absoluto.
- Estoy tan
aburrido que barnizaría los barandales de las escaleras eléctricas con gasolina
y les prendería fuego.
- ¿Eso es
todo? Vamos Charlie, puedes hacerlo mejor.
- ¿Ya acabé?
Luego metería una docena de toros, haría como Pamplona con los toros subiendo
las escaleras y prendería fuego a la gasolina.
- Toros en
llamas, okey eso sí es bueno.- Dijo Ale.
- ¿Tú? Yo ya
dije, te toca a ti.
- Metería
confeti en las cabezas de los maniquíes, les pondría bombas y a eso de las
cinco, cuando está lleno, las haría explotar. Menos agresivo que toros que corren
por escaleras en fuego, pero piensa en las viejitas que les explotaría el
corazón.
- Charlie el
intelectual.- Ale se reclinó en su silla, contemplando sus dominios vacíos de
clientes.- Acecha, hoy es el día y no podemos quedarnos cortos.
- No hay nadie,
olvídate de tu estúpida comisión. Tenemos el dinero, ésta noche tú y yo iremos
a Envy, nos echamos alguna chiqui-rat, y vámonos papá, estamos hechos.
- ¿Sabes
quién nos ayudaría a entrar? Gonzalo, ese wey siempre va y siempre liga.
- Mira, mira,
el rey de Roma.
- Señores.-
Saludó Gonzalo, bostezando mientras se arreglaba la camisa y la corbata.-
¿Quién quiere un torneo de luchas? Nos llegó el nuevo de la lucha libre gringa.
- Vas, pero
antes queríamos pedirte un favor.- Charlie le dio un pisotón para callarlo.
- No es nada,
es sobre nuestra comisión ésta quincena, o sea hoy.
- Ah, sí
ustedes no se preocupen.- Gonzalo los alejó con un gesto al ver entrar a su
novia.- Aguanten, aquí llega la harpía.
- Óyeme
ingrato.- Charlie y Ale se irguieron de inmediato y voltearon a ver a Farjat,
con gran expectación.- No me puedes tratar como tapete de bienvenida sólo
porque tienes dinero. No me hables, no me nada. Déjame en paz. Si no te veo
nunca jamás, será demasiado pronto.
- Frida,
querida, cálmate. ¿Es porque te dejé plantada? No pude llegar.- Se hacía el
macho frente a los vendedores, sabiendo que lo adoraban.
- Ricardo me
contó que te vio con esa golfa amiga tuya.
- Después de
todo lo que hice por ti, la gente que te conecté, los lugares que te enseñé.-
En un movimiento fluido Frida tomó un artículo del aparador y lo lanzó
fuertemente contra su entrepierne.
- Y otra
cosa, cuando te dije que eras de tamaño
normal, mentía. Adiós chiquito.
- Gonzalo,
¿estás bien?- Empujó a Ale mientras se cubría la entrepierna y respiraba con
dificultad.
- Estoy bien,
estoy bien. Mujeres, nunca saben lo que quieren. Su padrastro me rogó que
saliera con ella. Ni modo, que se joda.- Caminó arrastrando los pies hasta
llegar al banquito frente al televisor y preparó el videojuego.- ¿Quién
empieza?
El día transcurrió despacio para
Ale y Charlie, pues únicamente podían pensar en lo mucho que habían esperado
para esa noche. Al llegar a casa se bañaron y vistieron rápidamente y
recolectaron todo el dinero que habían guardado. Lo escondían en frascos de
café, debajo del colchón, dentro de libros y en cada rincón. Sumaron seis mil
pesos y transitaron la Colón hasta llegar al Envy, cuadras antes de llegar al
Fiesta Americana. La expectación los ponía nerviosos.
- No, no lo
creo.- Se burló el cadenero, un sujeto de nariz rota y cabello pintado de rubio
y blanco.- Háganse a un lado, dejen pasar a la gente bonita.
- ¿Charlie y
Ale?- Gonzalo los reconoció en la fila y les hizo señas para que se acercaran.-
Vienen conmigo.
- Sí señor
Farjat.
Les ayudó a entrar y después
desapareció. No les importó, ahora que estaban adentro era momento de ligar
bellezas. Pasaron la primera hora tratando torpemente de invitar a alguna de
las hermosas mujeres a bailar. Cuando se rindieron decidieron invitarles martinis
o champán, y aunque funcionó mejor, cada Martini era de 300 pesos y las chicas
bebían como esponjas.
Bailaron y coquetearon por
varias horas, hasta que Ale chocó con una persona y éste se tropezó. Cayó al
suelo y dejó ir los cinco vasos que sostenía con apenas las uñas. Trató de
disculparse, pero fue inútil. Cuando la persona se levantó le soltó un golpe al
estómago y, antes de que Charlie pudiera intervenir, dos gorilas de seguridad
los sacaron agarrándoles del cinturón. Las chicas con las que habían estado
coqueteando se rieron y se despidieron soltando besos al aire. Los sacaron por
la puerta de atrás y les empujaron con una patada a través de la puerta.
- ¿Tan
rápido?- Gonzalo estaba en las escaleras, fumando marihuana de una pequeña
pipa.
- No es
justo, ahorramos por meses para poder venir aquí y ligar alguna chica.- Ale
daba de patadas a la pared, mientras que Charlie se había resignado.
- Es una
causa perdida Ale, somos de otro mundo.
- ¿Porqué?
Porque ellos tienen dinero y nosotros no, ¿es eso?
- Sí.
- Cualquier
imbécil puede tener dinero.
- Cualquier
imbécil menos nosotros.
- Parece, que
tenemos el mismo problema.- Les sorprendió Gonzalo.- Mi papá ya no quiere darme
dinero, dice que es para que aprenda a ganármelo o alguna excusa semejante.
- Pero tú
eres riquísimo, seguro que si vendes tu televisor sacarías lo suficiente.
-
¿Suficiente? A nadie le gusta lo suficiente, además yo quiero ir a París este
año nuevo, todos mis amigos van a ir, y ni modo de llegar con lo suficiente.
- Pues sí,
parece que es el mismo problema… O algo semejante.
- Quiero
platicarles una idea.- Gonzalo se alejó de la entrada trasera y se apoyó contra
uno de los autos. Les ofreció cigarros a los dos mientras se aseguraba de que
estuvieran solos.- ¿Qué les parece si les digo que hay una manera a prueba de
idiotas de hacer dinero rápido?
- ¿A quién
tengo que matar?
- A nadie
Charlie, de hecho no se necesita violencia ni dar la cara. Eso es lo perfecto
de este plan.
- ¿Cómo es tú
plan?
- Me
secuestran. Le mandamos a mi papá una nota pidiendo un millón de pesos. Eso es
propina para él. Paga el rescate y yo testifico que nunca vi a mis captores.
- No lo sé,
suena peligroso.- Ale miró a Charlie, quien meditaba la propuesta.
- Hay que
pensarle, hay que pensarle.
- No hay nada
que pensar, es facilísimo. Mi amigo Freddie lo hizo hace dos años, dice que es
lo más sencillo del mundo. Te escondes en una casa por un fin de semana, te
llevan a algún parque, te amarran y corres a pedir auxilio. Lo difícil lo haré
yo, ustedes nada más tienen que esconderme y recoger el dinero.
- ¿Y si la
policía nos espera allá?
- Es fácil,
el dinero se deja en alguna parte concurrida, mucha gente pasa al mismo tiempo
y listo. Se hace a la salida de un cine. Es más, yo firmo algún papel donde
diga que es un autosecuestro, si los atrapan yo me hago responsable, pero eso
no va a pasar. Podemos grabarnos el fin de semana, para que la policía se dé
cuenta que no me obligaron a firmar ese papel. Ustedes estarían cubiertos en el
rarísimo caso de que algo saliera mal a la hora de recoger el dinero, por eso
ustedes se quedan con cuarto de millón y yo con el resto.
- ¿Charlie,
qué te parece?
- Suena bien,
suena bien. La cantidad es justa ¿Por dónde empezamos?
- Me gusta
esa actitud. Nos llevamos los autos a algún barrio peligroso, a la Juan Pablo
II, ahí me subo a su auto. En su casa escribimos una nota en la computadora, le
ponemos mi IFE, la dejan en el buzón de mi casa y mañana en algún café internet
que esté repleto de gente le dan las instrucciones. Puede ser para el domingo o
para el lunes. No se preocupen, mi viejo guarda cinco millones en efectivo en
su caja fuerte.
Siguieron el plan al pie de la
letra y, en cuanto regresaron de dejar la nota del secuestro, Gonzalo escribió
una carta explicando su plan y sus intenciones. Gonzalo había hecho una pequeña
visita a su departamento y había sacado su Xbox 360 y su larga colección de
juegos. En caso de huracán, por si se iba la luz, cargaba con su bolsa de
marihuana, cocaína, pastillas y un gotero de ácido. Detestaba el calor, pero
podía evadir los días sin tener que soportar a Ale y a Charlie.
Viernes
Gabriel Correa 2 días antes del huracán
No sabía qué esperar del doctor
Oleg Vrig. Sabía que el viejo masón era un especialista en la historia de la
masonería mexicana de finales del siglo XIX y principios XX y aquello lo hacía
una referencia obligada en su tesis. Lo rastreó en ciudad de México hasta que
finalmente pudo confirmar que había salido de viaje a Mérida, sin revelar la
causa. El doctor se quedaba en la casa rentada de su sobrina, quien había
dejado la ciudad tras la alera de huracán. Gabriel le rogaba al Gran Arquitecto
que el huracán se pasara de largo, afectando a Cuba en vez de tocar las playas
peninsulares. El doctor lo hizo pasar sin hacer preguntas y lo acomodó en los
sillones de la sala.
- Doctor,
muchas gracias por darme la oportunidad de entrevistarlo. Mi nombre es Gabriel
Correa, aunque imagino que ya le han hablado de mí.
- Sí, una
pena que no nos viéramos en el DF, pero tenía que venir de urgencia.- Su acento
ruso pasaba casi completamente desapercibido.
- Espero que
no haya sido una urgencia médica.
- No, nada de
eso. Mi única familia aquí en Yucatán se fue en cuanto escuchó del huracán.
¿Qué le gustaría saber?
- Estoy
interesado en la masonería mexicana de principios del siglo XX, sé que es usted
un experto en la materia.
- Es curioso,
por eso mismo estoy aquí.
- ¿Y qué
sería eso?
- Un pedazo
de historia.- El viejo sonrió, sus gruesas cejas negras le dieron un aire
cómico.- Estoy siendo demasiado enigmático, ¿no es cierto?
- Un poco,
sí.
- En 1900
había docenas de logias escocesas en el DF, muchas de ellas eran irregulares.
Algunas pocas se regularizaron a finales de la primera década. Éste es el caso
de la logia de la estrella oriental. ¿Eso es parte de su tesis?
- La logia
cerró en los 30’s, no tuvo mucho impacto.
- ¿Impacto?-
El doctor hizo un gesto de sorpresa, como si se le escapara la vida por la
boca.- Muchacho, tú no sabes nada. Esa logia es la logia más importante del
siglo XX, inició al hombre más polémico e influyente en el mundo de la magia y
las órdenes paramasónicas.
- ¿En serio,
y quién sería esa persona tan especial?
- Ni más ni menos que Aleister Crowley. Amante,
poeta, ajedrecista y mago. Se inició en 1900 y ascendió rápidamente, no tenían
mucho que enseñarle al hombre predestinado a convertirse en la Bestia del
Apocalipsis.
- Ya veo, un
charlatán.- El doctor por poco le tira su vaso de coca-cola. Sacó una cigarrera
de oro y se encendió un cigarro.- Disculpe, no lo quise ofender.
- Ese hombre
conquistó el mundo de las órdenes esotéricas, se consolidó como el mago más
poderoso del siglo e incluso alteró la historia en modos que aún no
comprendemos. Su fama lo hizo la Bestia y sufrió el castigo de Prometeo,
sentenciado a ser devorado por los tabloides y el cotilleo.
- Pero si la
logia ya cerró, ¿qué lo trae a Yucatán?
- El año de
su iniciación Aleister Crowley le hizo un regalo a su maestro masón.- El doctor
Oleg señaló un mueble en la pared en el que descansaba un pequeño artefacto,
una pesada caja de madera. Su tapa consistía de pequeños cuadrados de cerámica
que, en virtud de un espacio vacío, podían irse moviendo hasta formar una
figura.
- ¿Él hizo
este juguete?- Se lo pasó al doctor quien, sonriente y de buen ánimo, le dio un
manotazo ligero.
- No es
ningún juguete. Se lo regaló a su maestro masón, un hombre llamado Miramón
Nanché, oriundo de Mérida. Cuando las piezas se ponen en su lugar las letras
dicen “Amor es el catalizador de la naturaleza”. ¿No le parece lindo? Un catalizador
es una sustancia que acelera una reacción sin que ella misma cambie.
- Suena
romántico.
- Es más que
romántico, está diciendo algo. El amor acelera las reacciones, siendo él mismo
inagotable.- Contempló la caja con una mirada triste.- Me costó mucho encontrar
esta caja, estaba entre las cosas de un maestro masón amigo mío. En cuanto la
tuve en mis manos comencé a estudiar el tema, tenía que deshacerme de ella.
- ¿Porqué
quiere deshacerse de algo que tanto le gusta? Miramón Nanché debe estar muerto.
- Muerto y
enterrado hijo mío.- Le ofreció un cigarro a Gabriel, quien aceptó gustoso. El
ánimo del viejo le hacía sentirse en casa y no le molestaría pasar horas
escuchándolo.- Pero hay algo que debes saber sobre esta caja. Crowley ya era un
gran mago y puso un hechizo en la caja.
- ¿Un
hechizo, como en los cuentos, hace rana a alguien o pone a princesas bellas a
dormir?
- Sí, igual
que en los cuentos. Crowley la hizo para Miramón Nanché como un regalo a su
primogénito. Cuando la caja está en posesión del descendiente del primogénito
cuando éste tiene a su primer hijo, la caja es capaz de realizar un gran
milagro.
- ¿Cuándo
dejó de estar en manos de la familia Nanché?
- Hace muy
poco, afortunadamente. En el ’49 nació el primer hijo del primogénito de
Miramón, un día después hizo una fortuna al encontrar que el sótano de la casa
que acababan de comprar estaba repleto de oro. En el ’79 al nacer el
primogénito el padre se curó de un cáncer terminal. La caja se regaló, junto
con otras cosas y desapareció hasta hoy.
- ¿Por eso
viajó a Mérida cuando está en peligro de ser azotada por un huracán, ha
rastreado a la familia y el primogénito está por tener su primer bebé?
- Así es, la
familia Nanché vive ahora en Mérida. Se han convertido a la fe mormona, no hay
duda que Crowley se divertiría con eso.
- Sí, la
Bestia del apocalipsis no suena como algo muy mormón.
- ¿Por qué
no? Crowley y Joseph Smith eran magos poderosos. Crowley habló con su ángel
guardián y éste le dio el Libro de la Ley. Smith habló con su ángel guardián,
el arcángel Gabriel, y le mostró las tablas de oro que contenían una nueva
revelación. Claro, los métodos, los tecnicismos y los nombres son diferentes,
pero en esencia es igual. Smith, como Crowley, fue perseguido y llamado una
farsa y un anticristo. Al igual que Crowley fundó su propio retiro espiritual,
rodeado de gente que le temía y le odiaba.
- Debo
admitir que me está interesando todo esto, pero he de confesarle que soy un
poco escéptico de eso de la magia.
- ¿Porqué
duda de algo así, si es de lo más común? Investigando para su tesis ha quedado
hechizado por mí. Mi embrujo ha sido tan potente que viajó miles de kilómetros
con tal de estar frente a mí.
- Es una
manera de ponerlo.
- Sin duda un
joven tan guapo ha enamorado a una mujer, sus mejores ropas, sus mejores
olores, su mejor comportamiento, tratando de crear una imagen. ¿Sabía que la
palabra “mago” proviene de la palabra “imagen”?
- Sí, esas
son maneras de decir las cosas, pero curar cáncer, eso es un brinco de lógica.
- Al
contrario, la magia es lógica, es causa y efecto. El que no conozca la causa de
un efecto, no quiere decir que el fenómeno no se produzca. Le falta intuición,
le falta ver hacia adelante.- El doctor se levantó para correr las cortinas y
le mostró las nubes negras repletas de relámpagos.- ¿Sabe cómo se llama ese
huracán?
- No.
- Es el
primero de la temporada, por lo tanto le pondrán un nombre que empiece por A.
Causa y efecto. Escogieron el nombre de Alistar.
- Es cierto,
hasta ahora lo conecto. ¿Cree que es Crowley que regresa para vigilar su caja
de madera?
- Creo que
Alistar es un efecto y, a su vez, una causa. No sé de qué, no aún, pero ya lo
veremos juntos. Eso, claro está, si no me considera un anciano crédulo.
- No, para
nada. Me encantaría ayudarle, ¿ya ha ubicado al primogénito de la familia
Nanché?
- Sí,
Humberto Nanché. Su esposa está a punto de dar a luz en este mes.- El doctor se
sentó y suspiró.- Algo no me pasa, y es ese hombre.
- ¿A qué se
refiere?
- Creo que me
miente, o que no me confía. Hablamos por teléfono y debí haber sido demasiado
hosco.
- Si quiere
puedo hablar con él.- Oleg le dio la tarjeta del abogado.
- Hijo, eres
un santo. Tú eres parte de la magia, como todos nosotros.
Sábado
Patricio Vol un día antes del huracán
Alistar se había vuelto huracán
de categoría dos y toda la oficina hablaba de eso. El negocio vendía docenas de
persianas metálicas. Elsa cargó más trabajo al escritorio de Patricio y le
informó que tendría que mover varias cajas de archivo muerto en el sótano, para
hacer lugar a los productos por entregar. La posibilidad de robar el local se
hacía cada vez más atractiva. Al principio le había parecido una ilusión
absurda, pero Rodrigo tenía un buen punto, si algo iba a mejorar sus ánimos y
cobrar venganza, sería robarles. El dinero estaba asegurado, nadie perdería ni
un centavo, a excepción de la aseguradora, quien ni siquiera lo sentiría.
- ¡Patricio
deja de soñar despierto!- Elsa le cargó de nuevas facturas.- Dame el oficio del
señor Mena.
- Aquí está.-
Elsa lo empujó con su gordura para acercarse a la impresora.
- ¿Qué es
esta letra?
- Arial 12,
como siempre.
- Pues no la
puedo leer, está muy chiquita.
- Es la misma
de siempre.
- ¿Y? Cambia
las letras, más grandes. Y quiero que salga a color.
- Pero la impresora
es blanco y negro.
- Pato, no
quiero oír excusas, tu actitud deja mucho que desear. Si quiero a color, me das
a color. Susanita tiene a color.
- Sí, claro.
- Y no lo
olvides, tu trabajo pende de un hilo.
Lo iban a despedir, no había
duda. Si había un momento para ejercer su venganza, era ahora. Cambió las
letras e imprimió los reportes en la impresora de la secretaria, quien no
dejaba de hablar sobre su novio. No le prestó atención, pensaba en dejar su
marca. Se imaginó a si mismo sobre su escritorio sosteniendo una metralleta,
gritando y disparando al techo. Todos le temerían, todos sabrían que Patricio
Vol es un hombre al que se le debe temor y respeto. No podría alardear frente a
ellos, sosteniendo fajos de billetes en las manos, pero él sabría la verdad y
con eso le bastaba. Al llegar su hora de comida, cuando todos los demás
trabajadores ya se habían ido, trató de relajarse, pero Elsa se sentó cerca de
él para masticar su comida.
- A mi
sobrino le gustaría conocerte.
- ¿Ah sí, y
eso porqué?- Patricio estaba inseguro de si seguir trabajando o largarse de
ahí, y la conversación de Elsa la vaca le obligaba a quedarse.
- Siempre ha
querido trabajar aquí y me gustaría que le enseñaras la empresa. Sería como un
favor para mí.
- Claro.-
Dijo en voz alta, pero por dentro pensaba algo muy diferente “si quisiera
hacerte un favor te daría una liposucción y un tiro en la cabeza”. A través del
ventanal vio a Rodrigo, quien le saludó desde la calle.- Tengo que irme.
- ¿Y el
trabajo?
- Es mi hora
de comida, el trabajo estará aquí cuando vuelva.- Elsa le miró ofendida, pero
no le dio importancia. El mejor momento de su día era divertirse con su vecino,
y no iba a desperdiciarlo por su trabajo sin futuro.
- ¿Estabas
ocupado?- Rodrigo y Patricio compraron sendas tortas en un pequeño puesto cerca
de ahí y caminaron alrededor de Persianarte.
- Estaba
muerto de hambre, ¿pero tú no tendrías que estar en el trabajo?
- El huracán,
nos mandaron todos a casa. Ya me iba a mi casa cuando se me ocurrió pasar por
aquí y ver si ustedes seguían trabajando.
- Vendemos
cortinas de metal, eso se vende como pan caliente en esta época del año.-
Patricio se sentó en la silla del velador nocturno en la salida trasera del
negocio, mientras que Rodrigo se quedó en el suelo.
- ¿Qué crees?
- No me dejes
en suspenso, ¿hablaste con Gina?
- Ella no se
acordó de ti, no quiere verte.- Le miró fijamente, tratando de ocultar su
sonrisa.
- Ya, en
serio, ¿qué dijo?
- ¡Claro que
se acuerda de ti! Se muere por verte. Casi me saca el aire a golpes por no
decirle que tú eres mi vecino. Te invita la cena esta noche, el Buda Wok a las
nueve. Antes que lo cierren por el huracán.
- Claro que
sí, ahí estaré. Ese lugar es caro, ¿ella tiene mucho dinero? Me refiero que,
obvio pagaré por ella lo que ella quiera, pero espero que no se espere con un
millonario.
- Ella no es
así, olvídate. Quiere verse linda para ti, por eso lo escogió. ¿Por qué crees
que tomó la iniciativa?
- ¿Tú crees?
- Si no
estuviera segura te habría dado su número, dejarte que seas tú el nervioso que
tartamudea al invitarle una taza de café.
- No lo puedo
creer, Gina…
- ¿Vas a
estar bien? Tienes cara como que te vas a orinar de felicidad.
- Creo que ya
me oriné.- Bromeó Patricio. Estaba emocionado, extático, fuera de sí.- ¿Sabes
qué? Al demonio, sí me voy a robar el dinero de la caja fuerte.
- ¿Eso? Sabes
que lo decía en broma, ¿verdad?
- Quizás,
pero entre broma y broma la verdad se asoma. Mi supervisora quiere traer a su
sobrino a que aprenda lo que yo hago, es decir, me van a despedir después del
fin de semana.
- Muy bien
Robin Hood, ¿y cómo planeas hacerlo?
- Mañana
domingo no hay nadie. Normalmente dejan un guardia, bastante avispado, pero por
el huracán no creo que venga. Si viene, pues ni modo, me doy media vuelta y me
voy. ¿Ves esa puerta?- Señaló a una pesada puerta negra con tres cerrojos.- Dos
de los cerrojos son de fantasía, yo tengo una copia de la llave.
- ¿No crees
que eso te vuelve sospechoso?
- Para nada,
Elsa me pidió que duplicara una llave. Me pidió tres llaves, así que dupliqué
tres veces. Al parecer ella quiso decir dos copias y el original, por lo que se
me olvidó darle la llave. No tendría que haber delegado esa responsabilidad, el
jefe se la pidió a ella personalmente. Lo mejor de todo, fue hace tres meses,
nadie se acuerda de mí.
- Vaya,
parece que lo has pensado mucho. ¿El dinero está botado por ahí o qué?
- Toda la
mañana. Y no, está en una caja fuerte. Yo sé la combinación.
- Déjame adivinar,
te sabes la combinación casi por azar.
- Exacto.-
Rodrigo se estiró un poco hasta tomar un periódico que el guardia había dejado
cerca de su silla.
- Mira esto.-
Extendió la página principal de “La República” y se la fue leyendo.- “Gonzalo
Farjat secuestrado. Saidén promete resolución expedita. Gobernadora se reúne
con la familia Farjat.” Secuestraron al hijo del dueño de Gran Farjat.
Seguramente pensaron que se saldrían con la suya, ahora mira la tormenta que
tienen encima.
- ¿Y qué? No
voy a lastimar a nadie, y ni me importa cuánto dinero haya, solo quiero dejar
mal parada a Elsa. Esto de Gina es un mensaje del cielo.
- Pato, a
trabajar.- Elsa se asomó y le tronó los dedos.
- Nos vemos
luego Ro.
- Buena
suerte con Gina.
- Ya
regresaron todos.- Dijo Elsa.- ¿Sabes qué Pato? Tienes que empezar a esforzarte
por tu trabajo, hacer lo mínimo necesario es de zánganos.
- Sí, lo
prometo.
- Se
necesitan más que palabras. ¿Sabes que voy a hacer mañana?- “¿Comer mi peso en
chocolates?” Pensó Patricio.- Voy a estar aquí. El guardia no quiere quedarse,
cree que el huracán pegará mañana. Él hace el mínimo necesario. Yo estaré
sentada al lado de la caja fuerte, porque me esfuerzo.
- Bueno
saberlo.- Dijo Patricio, sin ánimos.
Elsa siempre le destrozaba sus
ánimos. Si no se estaba burlando de él frente a sus compañeros de trabajo, lo
estaba humillando, cargando de trabajo o amenazándolo constantemente con
despedirlos. El malhumor de Patricio duró poco, tenía una cita con Gina y nadie
podría arruinar eso. ¿Qué importaba si no podía vengarse de Elsa? Tendría a
Gina y, el día que lo despidieran, estaría sonriendo por tener el amor de la
mujer más hermosa que había visto. Penélope quedaría para siempre olvidada, su
turbulento pasado amoroso se borraría.
Gina representaba su salvación y
cada minuto que pasaba lo ponía más ansioso. Hizo todo lo que la vaca Elsa le
ordenó, su mente divagando en Gina y en su profundo amor nacido en la infancia.
Elsa trató de retenerlo por una hora más, pero Patricio tomó sus cosas y se fue
a casa sin preguntar. Sus demás compañeros
ya hacía una hora se habían ido, dejando solos al tesorero y a Elsa
soltando amenazas.
Llegó media hora más temprano,
vistiendo lo mejor de su guardarropa y Gina ya estaba ahí. Antes de entrar sonó
el celular, la mamá de Penélope. ¿Le había pedido que hiciera su trabajo sucio
por ella? Sólo había una manera de saberlo.
- ¿Bueno?
- ¿Patricio?
Qué bueno que te encuentro, ¿has visto a Penélope?
- Sí, ayer
pasó a verme al trabajo. ¿Todo bien?
- No sé, no
la he visto. Ya sabes cómo es ella, le gusta esconderse unos días. Se llevó una
maleta y algunos de sus libros.
- No se va
lejos.
- No, yo sé
que no. Pero estoy preocupada, está a punto de dar a luz y lo que más me asusta
es que han venido varias personas a la casa a preguntar por ella.- Patricio se
detuvo un segundo y regresó unos pasos, para que Gina no pudiera verle.
- ¿Cómo que
preguntaron por ella?, ¿quiénes son o qué?
- No sé si
anda metida en algún problema.- “Está embarazada y el padre de la criatura le
abandonó, ¿usted qué cree?” pensó Patricio.- Si la ves, ¿la puedes convencer de
venir a casa, o al hospital?
- Sí, claro,
pero ahora estoy ocupado.
Le colgó y se preparó para ver a
Gina. Seguía siendo tan hermosa como la recordaba. Gina también le reconoció de
inmediato. Patricio era de ojos zarcos, a veces celestes y a veces verdes. Gina
era de estatura mediana, blanca como la nieve con dientes de conejo y una
sonrisa enorme. Ambos estaban nerviosos, pero extrañamente cómodos, como si se
conocieran de toda la vida. Incluso por encima de todos los olores, Gina olía a
limones, como siempre lo había hecho. Hablaron del paso de los años, luego de
mudarse de colonia Gina estudió publicidad, pero nunca se había olvidado de
Patricio.
- Es
raro,-dijo ella.- eran recuerdos tan hermosos que parecían inventados. Como
muchos recuerdos de niños, que ya grande te parecían más grandes, o más
agradables.
- Como cuando
mis papás me llevaron a la feria, me quedé con el recuerdo de un lugar enorme e
inmensamente divertido. Volví a ir hace como un año, todo me pareció más
pequeño.
- Exacto, a
mí me pasa igual. Es bueno saber que mis recuerdos sobre ti no eran falsos.-
Patricio se sonrojó y Gina rió nerviosamente.- Tu celular está vibrando.
- ¿Quién será
a esta hora?- El identificador lo
marcaba como “López”, pero el único López que conocía era de la oficina, y
jamás le llamaría para algún evento social.
- Contesta,
aquí te espero.
- ¿Segura que
no te vas a mudar de nuevo mientras hablo por teléfono?- Gina se rió y le roció
de su whisky mojándose la punta de sus dedos.
- ¿Quién
habla?
- ¿Pato?- No
había duda, era López, uno de los contables favoritos de Elsa y de los primeros
en burlarse de él.
- Sí, ¿qué
pasa?
- Oye, fíjate
que hubo un accidente. Atropellaron a Elsa. Está bien, aunque se rompió las
piernas.
- ¿Cómo fue
eso?
- Un auto
salió de la nada mientras ella cambiaba una llanta ponchada. Acaba de pasar. Me
habló desde el hospital. Estábamos pensando ir allá y pasar un rato con ella.
¿Te apuntas?
- No creo,
estoy con alguien.- Miró furtivamente hacia su mesa, Gina le miraba con una
sonrisa.
- Pato, no
engañas a nadie, tu mano derecha no cuenta como una cita. Todos vamos a ir, no
puedes ser el único en no ir, ¿qué pensará Elsa?
- Con su
obesidad me imagino que cayó en blandito. Tengo mejores cosas que hacer, vayan
y pónganla a pastar.
Colgó sintiéndose Tarzán. Se
sentía como el Patricio que disparaba su metralleta encima de su escritorio.
Había insultado a su jefa, a su compañero de trabajo y estaba en una cita
romántica con Gina. Siguieron hablando sobre sus empleos y sus frustraciones,
cuando Patricio unió los puntos. Si Elsa estaba en el hospital, no estaría
vigilando la caja fuerte. El plan podía funcionar. Sentía ganas de reír
histéricamente, la felicidad lo hacía brillar como una estrella. Aprovechando
su ánimo y su nuevo impulso, le preguntó si le gustaría salir a alguna parte el
domingo. Probablemente pegaría el huracán Alistar, pero Gina estaba tan
emocionada como él.
Esa noche Patricio se acostó con
una sonrisa en la boca. Por primera vez todo le estaba saliendo bien. El
destino le estaba mostrando clemencia. Su suerte estaba cambiando.
Sábado
Gabriel Correa un día antes del huracán
Humberto Nanché lo recibió en su
oficina mientras colocaba periódicos cerca de la ventana. La lluvia empezaba a
arreciar y su oficina tenía goteras. Humberto era un hombre de rostro amable y
un poco de sobrepeso. Ejercía derecho marítimo y la biblioteca detrás de él
consistía casi por completo de libros de cartón que simulan ser antiguas obras
latinas. El doctor Oleg y Gabriel habían formado un plan de batalla,
aprovechando que casi todos los Nanché eran mormones, Gabriel fingiría ser un
especialista en linajes mormones. Un área de gran importancia para los
mormones, siempre obsesionados con los linajes y sus ramificaciones hasta su
profeta o hasta los profetas de su libro del mormón.
- Me tendrán
que disculpar, pero no confío en los catedráticos.- Dijo Humberto mientras
encendía un cigarro.- Yo soy uno de ellos. Conozco a los de mi calaña.
- Bueno, pues
puede confiar en mí.
- Claro,
claro, no me refería a eso. No me gustan los catedráticos por teléfono, eso
indica que no les importa lo suficiente para aparecer en persona. Usted es
diferente, como aquel otro biógrafo.
- ¿Biógrafo?
- Sí, Julardo
Cortez. Está haciendo una biografía sobre Miramón Nanché y nuestros
antepasados. Naturalmente, quiere saber de nuestro árbol genealógico. Imagino
que usted viene por lo mismo.
- Sí, así
funciona mi profesión.- Gabriel tomó un cuaderno y una pluma, fingiendo sumo
interés en todo el árbol genealógico. En realidad solo quería saber cuál era el
primogénito, y estaba también preocupado por la coincidencia de tener a otra persona buscando la misma
información.
- Bueno, pues
le tengo una sorpresa. Yo no soy el primogénito.- Gabriel se sorprendió, aunque
ya se temía eso.
- ¿Entonces
quién es?
- Mi papá
estuvo casado por dos años antes de conocer a mi mamá. Su primera esposa, María
Julia, falleció en un accidente. Su segunda esposa, mi mamá, Sarah Gil, ya me
tenía a mí, después tuvieron a mis hermanos Ricardo y Esteban. Me puse el
apellido Nanché, mi papá me abandonó y la verdad que Marco Nanché siempre me
quiso como a su hijo.
- ¿Y cómo se
llama el primer hijo?
- Hija, es
mujer. Penélope Nanché. Pobrecita, siempre fue la más lenta. Anduvo de novia
con un Patricio Vol. Al parecer se embarazó de otro sujeto que, obviamente la
abandonó. Se separó de Patricio y ahora no sé qué sea de su vida. Vive con
mamá.
Hizo un par de preguntas más,
aunque ya tenía lo que le interesaba. La intuición del doctor Oleg había sido
la correcta, Humberto le había mentido. La primogénita estaba a punto de dar a
luz, por lo que cada segundo era precioso. Al llegar a la casa del doctor había
otro auto estacionado. El doctor hablaba con un hombre de 38 años, con una
barba pequeña, peludo de los brazos y de gran altura, haciéndole parecer un
oso.
- Señor Bran,
éste es el Gabriel de quien le hablé.
- Encantado.-
Su apretón de manos era fuerte, su mirada era escrutadora.- Jorge Bran, pero
llámenme Jorge.
- Jorge es un
entusiasta de todo lo que tenga que ver con Crowley. Naturalmente, está muy
interesado en nuestra labor.
- Devolver
esa caja al primogénito es una ocasión de una vez cada generación. No creo
vivir para ver otra oportunidad.
- Pero toma
asiento hijo, cuéntanos qué pasó.
- Bueno, pues
hay buenas y malas noticias.- Gabriel se sentó frente a los dos y disfrutó de
los cacahuates en la mesita de café.- La buena es que sabemos quién es el
primogénito. Mejor dicho, primogénita. No es
Humberto, es Penélope Nanché. Humberto es mayor porque es de otro padre,
quien los abandonó, su madre se volvió a casar con Marco Nanché. Marco Nanché
tuvo a Penélope con su primera esposa, María Julia quien falleció poco después.
Humberto dice que podemos encontrar a Penélope con su mamá, o madrastra según
la perspectiva. Le pedí la dirección antes de irme.
- Vamos
entonces, no hay un segundo que perder.- Jorge Bran le arrebató la dirección y
ayudó al viejo doctor y subieron a su Mercedes Benz.
- Esto es muy
emocionante.- Dijo el doctor Vrig.-
Estamos en el ojo de un huracán mágico.
- Ya lo
creo.- Dijo Jorge.- Ayer secuestraron a Gonzalo Farjat, hijo del dueño de Gran
Farjat. Quizás no lo conozcan, pero es el Liverpool de Yucatán. También es mi
socio.
- Parece que
el viejo Aleister jala de sus hilos.- Dijo Oleg.
- Casi se me
olvida. Humberto Nanché me confió que no era la primera persona en aparecerme
en su oficina haciendo preguntas sobre primogénitos. Julardo Cortez, ¿lo
conocen?
- No.
- No, pero no
es coincidencia.- Dijo Jorge.- Habrá que darnos prisa.
- ¿Otra vez
lo mismo?- Preguntó Sarah Gil, una mujer arrugada y de largas uñas postizas.-
¿Qué se traen con mi hija?
- ¿A qué se
refiere?- Preguntó confundido.- ¿Ha venido alguien más?
- Sí, dos
personas. Todos quieren saber dónde está mi Penélope.
- ¿Julardo
Cortez?- Preguntó Gabriel.
- Sí, ese fue
el primero. Después vino un tipo extraño, descalzo y lleno de collarcitos de
pelotitas rojas y blancas.- Se desapareció detrás de la puerta por un segundo y
regresó con una tarjeta.- Romino, es lo único que dice. Santero del mercado.
Se despidieron de la señora Gil
y platicaron alrededor del auto. Parecía un callejón sin salida, pero Gabriel
no estaba de acuerdo. Ahora sabían que no estaban solos. Había más gente metida
en el asunto. Jorge decidió que lo mejor que podían hacer era dividirse.
Gabriel hablaría con el santero, mientras que Oleg y él buscarían en los
hospitales. Si Penélope estaba a punto de dar a luz, entonces no tardaría en
acudir a un hospital. Regresaron a la casa del doctor, Gabriel tomó su auto y
se fue. Mientras que el anciano doctor iba al baño Jorge aprovechó la soledad
para hablar por teléfono.
- ¿Qué es lo
que te pasa Romino? No puedes dar tu tarjeta a cada persona con la que hablas.
- Vaya, vaya,
pero si es Jorge Bran. Me preguntaba cuándo llamarías. No he dado con la chica,
aunque he estado dando algunas vueltas.
- O la tienes
o no la tienes. Yo tengo la caja, o la tendré en el momento que me plazca, pero
es inútil si no tengo a la niña.
- La
superstición no te sienta bien, es solo una caja.
- Una caja
que me va a curar mi enfermedad del corazón. Sólo porque no apeste a
verdulería, no quiere decir que no sea magia. Magia más poderosa que la tuya.
- ¿A eso me
llamas? Puedes contratar mis servicios, no mi dignidad. Si quieres algo, dilo.
- Una persona
te va a visitar en cualquier momento. Se llama Gabriel Correa. Es muy
peligroso.
- ¿Y cómo se
ve este Gabriel Correa?
- Pelo largo,
recogido por atrás, es de estatura media, complexión robusta, tiene una barba
de dos días.
- Matarlo
cuesta el doble de lo usual.
- Sí, sí,
maldito médico brujo. Sácalo de circulación y te pago.
- Considéralo
hecho.
Poco después, cuando Gabriel
encontró al santero, Romino lo saludó por su nombre y le ofreció sus mejores
descuentos. Gabriel no sabía cómo sacarle información, por lo que fingió que
quería encontrar a Penélope Nanché, el amor de su vida.
- Lo sé, lo
he visto en sueños.- Romino cubrió su espacio del mercado con una lona y la
aseguró con candados.- Este mercado es peligroso, si uno no se fija le roban.
- ¿Adónde
vamos a ir?
- No puedo
hacer los trabajos aquí.- Señaló a los cientos de compradores y vendedores que
formaban un ruido ensordecedor.- Tengo un cuartito al fondo para esta clase de
trabajos.
- ¿Entonces
me dirá cómo encontrar a Penélope?
- Claro que
sí, y porque me caes bien sólo te cobraré doscientos pesos.
Condujo a Gabriel a través del
mercado, empujándole desde atrás. En cuanto doblaron al fondo del mercado para
adentrarse en el corredor de bodegas, Romino sacó su cuchillo de su cinturón.
La hoja, aún sucia por la sangre seca de su última víctima sacrificial,
temblaba de anticipación. Romino sonrió al ver su bodega, nadie lo escucharía y
tendría la oportunidad de desaparecer el cadáver fácilmente. Jorge Bran lo
haría un hombre muy rico por esto.
Sábado
Charlie Puc y Ale Pardo un día antes del huracán
Gonzalo seguía tan tranquilo
como en la noche anterior. Lo mismo no podía decirse de Charlie y de Ale,
quienes habían comprado todos los diarios y los habían dejado en la mesa. En
todas las primeras planas aparecía la noticia del secuestro. La teoría de
Gonzalo, de que su padre resolvería todo fácilmente, sin atraer la atención,
estaba equivocada.
- ¿Y qué?
Pensé que el viejo se asustaría, pero al parecer su ego puede más. No quiere
decir que sepan qué está pasando. Es más, éstas son buenas noticias, significa
que se lo toma en serio.
- No sé
porqué no soy tan optimista como tú.
- Lo único
que podemos hacer ahora es que se vayan a trabajar. Actúen normal, si la cosa
se pone muy tensa me voy, digo que mis captores me dejaron libre y listo.
No tenía sentido seguir
discutiendo. En cierto sentido Farjat tenía razón, concluyeron que lo mejor que
podían hacer era ir a trabajar y fingir que Gonzalo no estaba escondido en su
casa. No era fácil, por supuesto. Todos en Gran Farjat, vendedores y clientes,
hablaban sobre el secuestro. Los rumores de un ángulo político en el secuestro,
eran aceptados como hechos absolutos. Escondidos en su departamento de electrónicos,
Charlie y Ale decidieron contar los minutos antes de salir. Había pocos
clientes, el clima estaba raro y temían que el huracán pegaría el domingo.
Naturalmente esperaban salir temprano, sin embargo fueron escogidos para
asistir en la ardua y aburrida tarea de hacer inventario para la aseguradora,
de modo que si la tienda sufría daños, la aseguradora sabría cuánto dinero se
había perdido. El inventario no tenía nada de difícil, cada artículo en la
tienda aparecía en algún registro electrónico, por lo que sólo tenían que
mostrar sus registros al agente de la aseguradora y nada más.
- ¿Estás bien
Charlie? Te noto nervioso.- Dijo Alejandro, su supervisor de ventas.
- Es el
huracán, siempre me pone nervioso.
- Y que me lo
digas, mi casa no tiene todas las ventanas.- Alejandro firmó los papeles que
tenía que firmar y, cuando Charlie y Ale regresaban a su estación, les detuvo
con un chiflido.- Casi se me olvida, hay un agente de la PGJ que quiere hablar
con ustedes.
- ¿Sobre qué?
- La muerte
de Lady Di. ¿De qué será?
- Ah, claro.
¿Dónde está el agente?
- Les espera
en su estación.- El agente, Jacobo Soto, era un hombre grande, corpulento y con
una cicatriz debajo del ojo izquierdo. Les pareció un hombre duro y una
terrible amenaza.
- Ustedes
deben ser Carlos “Charlie” Puc y Alejandro Pardo. Soy el comandante Jacobo Soto
de la PGJ.
- Carlos
“Charlie” Puc, cuando lo dice así suena como si fuera el Chapo Guzmán.- Bromeó
Charlie.
- Si lo
conociera, -siguió Ale.- vería que se parece más a Alejandra Guzmán.
- ¿En qué le
puedo ayudar?- Corrigió Charlie.
- Ustedes
trabajan con el señor Gonzalo, ¿es correcto?
- Sí, así es.
- ¿Es su
amigo?
- No, él ya
tiene a sus amigos.
- Pero
salieron anoche juntos a un bar muy exclusivo, ¿su salario les alcanza o él les
invitó?
- Ahorramos.
Mucho tiempo, de hecho. La verdad que fue en vano, nos corrieron poco después
de entrar. Íbamos separados, él no sabía que iríamos al Envy, fue coincidencia.
- El cadenero
dice que él intercedió por ustedes, para hacerlos pasar. Eso suena como algo
que los amigos harían por otros amigos.
- Bueno, nos
llevamos bien con Gonzalo, pero no como amigos.
- Les vieron
salir juntos, ¿adónde fueron?- Iba mal, muy mal. Ambos lo sabían, el comandante
lo sabía, y los tres sabían que el otro sabía que todo iba terriblemente mal.
Eran sospechosos principales.
- A ninguna
parte, o sea, salimos nosotros y Gonzalo ya se iba también. No sé adónde habrá
ido.
- ¿Gonzalo
iba solo?
- Sí.
- ¿No le
parece sospechoso que Gonzalo Farjat, un hombre adinerado, con novia y con la
habilidad de ligar mujeres en bares, se fuera temprano del Envy sin nadie que
le acompañara?
- No tiene
novia.
- Frida
Maité, ¿sabían que era su novia?
- Sí, ayer la
vimos aquí. Vino a cortar con él, fue muy hostil.
-
Interesante. ¿Están seguros que no saben adónde iba o si iba solo?
- No, ni
idea.
- Eso es todo
entonces, que tengan una buena tarde. No se vayan muy lejos, hablaré con
ustedes más tarde.- Le vieron alejarse mientras hablaba por teléfono. Tenían
miedo de respirar, suspirar y relajarse. Tenían miedo de moverse, como si
rascarse la nariz de inmediato le diera al comandante todas las pistas que
necesitaba para arrestarlos.
- Estamos
perdidos.- Dijo Ale.- Somos sospechoso principales.
- ¿Cómo
demonios sabe todo eso?
- Habló con
todos los empleados del Envy, ¿qué esperabas? Gonzalo es de la casta divina.
- Casta
beduina será.
- Como sea,
la policía no escatimará gastos en arrestarnos y meternos a un hoyo.
- Una hora,
eso es todo lo que nos queda. Una hora y nos vamos a casa, hablamos con Gonzalo
y vemos qué se puede hacer.
- Oigan
muchachos.- Alejandro les sorprendió por la espalda.- Ya casi terminamos, media
hora cuanto mucho y ya todos podemos ir a casa. Bueno, al menos ustedes,
nosotros nos quedamos a apagar todo y cerrar.
- Esas son buenas
noticias.- Parecía una reducción de la condena.
- ¿Hablaron
con el comandante? Qué intenso, ojalá no los usen como chivos expiatorios.
- ¿Qué?-
Charlie estaba pálido. Sintió que sus piernas le temblaban y se sentó para
respirar.
- Por cierto,
un reportero quiere hablar con ustedes, Ifigenio Balam, es de la República.
Recuerden promocionar nuestra línea de verano.- El reportero subía las
escaleras mientras Alejandro se despedía de ellos.
- No puede
ser, esto es demasiado.
- Calma.-
Alejandro le puso una mano en el hombro y en voz baja le susurró.- Prepárate
para correr.
Ale se fue antes de que el
reportero lo interceptara, dejando a Charlie temblando de miedo. Entró en la
oficina del supervisor que, debido al inventario, estaba sin vigilar. Se subió
al escritorio sosteniendo una revista y su encendedor. Le prendió fuego a la
revista y la acercó a la regadera de incendios. El mecanismo sintió el fuego y
se activaron los rociadores de la tienda. Ale interceptó a Charlie mientras
corría para alejarse del reportero. Corrieron sin detenerse hasta llegar al
auto y aceleraron lo más rápido posible, tratando de esquivar a los demás
vendedores que aprovechaban la confusión y el desalojo para dar por terminada
su jornada. El día había terminado. Bajaron las ventanillas para respirar el
aire nocturno, pero Charlie manejaba lo más rápido posible para llegar a casa
cuanto antes.
- Calma, me
gustaría llegar con vida.
- Eso estuvo
cerca Ale, demasiado cerca.
- No tenemos
nada de qué preocuparnos, tengo la carta de Farjat en el bolsillo del saco.
Ésta noche lo platicamos y, si seguimos asustados mañana, vemos de terminar
toda la farsa.
- El huracán,
no puedo creer que nos olvidamos de eso. ¿Qué hacemos si nos quedamos sin luz
una semana?
- ¿Usar
velas?
- No, idiota,
me refiero a los vecinos.
- ¿Usarán
nuestras velas?
- No tarado,
salen a la calle, Farjat se muere de calor en la casa. Lo reconocen por las
ventanas y llaman a la policía.
- Piensas
demasiado.- Charlie se siguió en la glorieta de la mestiza, cuando tendría que
haber dado vuelta.- Esa era la vuelta.
- ¡Alguien
tiene que pensar!- Charlie se aferró al volante y giró con todas sus fuerzas.
La lluvia y el asfalto mojado le hicieron derrapar.
- ¡Cuidado!-
Era demasiado tarde, una mujer obesa que luchaba por cambiar la llanta de su
Tsuru fue iluminada por los faros. Charlie trató de esquivarla, pero le pegó
con la esquina del acompañante. La mujer salió volando, se estrelló contra su
auto y cayó al suelo.
- Madre, ¿la
maté?- Por los espejos vieron que la mujer se movía, aunque aullaba de dolor
sosteniéndose la pierna.- ¿Qué hago, qué hago?
- Acelera
idiota, guardamos el auto en la casa.- Ale le dio de zapes a su amigo.- ¿Porqué
te dejé manejar a ti?
Para cuando llegaron estaban
temblando y balbuceando histéricamente. Gonzalo veía la televisión con las
cortinas corridas y trató de tranquilizarlos. Fumaron marihuana y se relajaron
lo suficiente para hablar. Farjat les invitó a emborracharse y jugar
videojuegos para olvidar todo el asunto. Charlie y Ale comenzaron a ver la
situación desde su perspectiva. No necesitaban exponerse a recoger el dinero,
podían golpear un poco a Gonzalo y dejarlo abandonado en la calle. De esa
manera podía fingir que sus captores le habían liberado al asustarse. Lo cual
era cierto. Quedaba el detalle del dinero, pero confiaba en que su padre sería
más laxo en lo concerniente a darle dinero para viajar a París. Gonzalo les
prometió pagarles por las molestias, pero ya no les importaba el dinero, sólo
querían terminar con el asunto.
Fumaron varios porros de
marihuana mientras Farjat se permitía cantidades más fuertes de cocaína y
cerveza. Al cabo de un par de horas Charlie y Ale no podían seguir
concentrándose en nada y decidieron irse a dormir. Gonzalo puso música y bailó
por una hora. Al encontrarse exhausto, mareado y con nauseas fue al baño para
darse un regaderazo. Se le antojó fumar su pipa de crack en la ducha, pero sus
dedos nerviosos la soltaron. Trató de recogerla, su cuerpo perdió el balance y
resbaló en la bañera, golpeándose fuertemente la cabeza. Perdiendo la
conciencia, trató de gritar, pero no encontraba fuerzas. Intentó levantarse y
salir, pero volvió a resbalarse y ésta vez azotó la cabeza contra el lavamanos.
Su mente en blanco, fue perdiendo la conciencia a medida que perdía más sangre.
Al cabo de una hora su corazón dejó finalmente de latir y murió.
Sábado
Frida Maité un día antes del huracán
Se levantó tarde después de una
noche con pesadillas. El templo improvisado le había dejado una impresión muy
fuerte. Tenía que mudarse, no había duda. Tenía que hablar con su mamá y
exponer a Jorge y a Julardo. También estaba el asunto de la conversación que
había sobre escuchado, alguien estaba en peligro mortal. Ella estaba en peligro
mortal si no se cuidaba. Salió del cuarto sin hacer ruido. Bajó a la cocina sin
encontrarse con alguien. No estaban las llaves del Mercedes, Jorge había
salido. Desayunó tratando de idear un plan para escapar. Podía ir a vivir con
su amiga Lorena, aunque después del fiasco en la LOB de Gran Plaza, le daría vergüenza.
Los papás de Lorena eran dueños de la tienda, ella siempre había querido
administrar un establecimiento semejante, por lo que Lorena intercedió por que
le dieran la oportunidad. Ausentismo, robo hormiga y completo desinterés. Su
noviecito en turno la consumía y no tenía lugar para nadie más que para él. Se
daba cuenta ahora que sólo le importaba ella, que había sido una niña
caprichosa. Se sentía más madura ahora, y muy asustada. Tan asustada que quería
a su mamá, pero como siempre no estaba disponible al teléfono ni al celular.
Hurgó entre todos sus escondites
de dinero y se consiguió lo suficiente para un par de noches en un hotel.
Terminó de hacer sus maletas y colocarlas en el auto cuando la puerta del
garaje se abrió. Jorge había regresado, y no estaba solo. Se encontraba
acompañado de un hombre viejo y cejudo que, con una amplia sonrisa, comentaba
sobre cada rincón de la mansión. Frida dejó su maleta en el auto y se escondió
detrás de él. No quería darle explicaciones a su padrastro, por lo que no podía
salir, pero tampoco quería ser descubierta, por lo que no podía permanecer en
cuclillas detrás del auto. Se escabulló por el costado de la casa,
manteniéndose por debajo de las ventanas. Se detuvo antes de llegar al ventanal
del comedor, al cual no se atrevía a cruzar teniendo a su padrastro e invitado
tan cerca. Tapada por un árbol y con la espalda contra la pared bajo la ventana
de la sala, hizo un esfuerzo por escuchar la conversación.
- …Admirable
colección de Crowley, ¿ésta tapa es de cuero?
- Así es
doctor Oleg. Como verá tenemos pasiones en común, la magia es un tema que me
resulta de lo más cautivador. A veces pienso que es un llamado.
- Causa y
efecto Don Bran, usted llegó a ella tanto como ella llegó a usted. Por cierto,
delicioso el té.
- Gracias
doctor, pero dígame, ¿qué era aquello que me quería compartir?
- Observe
esta cajita, es el regalo que Crowley le hizo a Miramón Nanche.
- Fascinante,
he oído mucho sobre ella.- Hubo un momento de silencio en el que Frida se
preguntaba si la habían descubierto. Escuchó ruidos en el pasto, era Julardo
que había entrado por la parte de atrás y avanzaba hacia la puerta trasera.
Frida se pegó lo más posible a la pared, de modo que los árboles le ocultaran
del macabro jardinero.- ¿Conoce usted al primogénito Nanché? Por lo que leí,
así es como funciona.
- Leyó usted
bien, Humberto Nanché es el nombre. Un colaborador hablará con él para que
podamos regalarle la caja, su esposa dará a luz en poco tiempo.
- Me
encantaría estar ahí.
- Faltaba
más. Me parece que le molestaré con el baño.- Frida escuchó mientras Jorge le
acompañaba y, en cuanto la puerta se cerraba, regresaba corriendo para hablar
con Julardo.
- ¿Qué
encontraste?
- Hablé con
Humberto Nanché, resulta que no es el primogénito. Marco Nanché tuvo una hija
con su primera esposa antes que muriera. Su nombre es Penélope Nanché. He
conseguido su dirección, vive con su madrastra Sarah Gil. ¿Cómo quieres hacer
esto?
- Algo muy
importante, ¿está embarazada?
- Ocho meses
y cacho, está a punto de estallar. ¿Mato a la niña?
- No, aún no.
Tengo que hacerlo yo, es la única manera de que la magia de la caja se canalice
hacia mí y me cure mi afección cardiaca.
- ¿Y el
viejo?
- Sigue
creyendo que el primogénito es Humberto. Quiero quedarme cerca de él, en cuanto
la encuentres robaremos su caja. Creo que mencionó un colaborador, habrá que
estar al pendiente.
Frida se quedó petrificada,
matarán a una mujer embarazada. Se quedó esperando a que se fueran todos para
seguir con su plan. Salió en el coche, pero le molestaba la conciencia, tenía
que hacer algo. Le daba miedo ir a la policía, pero podía acudir con su
familia. En el directorio buscó a Sarah Gil y habló con ella, pero al oír su
voz pensó que todo era bastante ridículo “mi padrastro quiere matar a su
hijastra para robarle su vudú”.
- Necesito
hablar urgentemente con Penélope.
- Pero ya le
dije que no sé donde está.
- ¿Podría
estar con sus amigas?
- Mire,
señorita, mi hija se ha vuelto muy rebelde con su embarazo, no me dice las
cosas.
- ¿Usted cree
que si hablo con alguna de sus amigas…
- Está bien,
está bien.- La mujer sonaba muy cansada y harta de la conversación.- Le doy el
número de su mejor amiga Noelia.
En esta ocasión presentó una
mentira estructurada. Le dijo a Noelia que buscaba a Penélope debido a que
había sobre escuchado una conversación de un ex novio que quería lastimarla.
Noelia le habló de Penélope, sus caprichos y su facilidad para perder
amistades. Le dio la dirección de su ex novio, Patricio Vol, y la puso al
corriente de su drama con su amante Bobby Mendez y la paternidad de su hijo.
Penélope tenía la tendencia a desaparecerse cada vez que algo salía mal, por lo
que Noeli no estaba preocupada, siempre terminaba pidiendo ayuda y sin duda
estaría en el hospital en cualquier momento. Frida decidió visitar al ex novio,
quizás él sabría adónde le gustaba esconderse. Antes de salir se despidió de la
mansión, nunca regresaría a ella.
La diminuta casa parecía estar
vacía. Frida se dio cuenta que seguramente estaría trabajando. Comió cerca de
ahí y después se sentó en los escalones de la casa, esperándolo. Una horda de
pintores salían de la casa de al lado y le chiflaban obscenidades. Se sintió
ridícula, pero su miedo a su padrastro la mantuvo firme. Después de fumarse
seis cigarros concluyó que no era tan firme. Regresó al auto para buscar una
pluma y algo donde escribir su número de celular, para pasarlo por debajo de la
puerta. A media calle escuchó los chirridos de las llantas. Desde la periferia
visual divisó al auto verde de Julardo. Echó a correr hacia la banqueta, pero
instintivamente sabía que eso no le detendría. Saltó con todas sus fuerzas
contra el muro que dividía las casas cuando el auto subía a la banqueta y
chocaba contra los botes plásticos de basura. Frida se colgó de la pared y se
brincó el muro cuando el auto frenaba de golpe para evitar el choque. Julardo
hizo reversa y desistió en su intento.
Lloró en el auto mientras
trataba de localizar a su mamá. Se calmó y pensó en Penélope. Una mujer
asustada, a punto de dar a luz. Una víctima que ella podía salvar. Ya había
roto con Gonzalo, eso le había demostrado que era fuerte, ahora podía poner a
su padrastro y a Julardo tras las rejas. Eso le hizo sonreír. Recordó la
etiqueta del brujo del mercado, Romino. Se dirigió al mercado cuando recibió la
llamada del comandante Jacobo Soto. Gonzalo había sido secuestrado. Explicó que
había ido a la mansión, pero no había nadie. Quedaron de verse en Gran Farjat.
La noticia le cayó como una bomba. Gonzalo era egoísta, caprichoso, parrandero,
arrogante y maleducado, pero también era un ser humano capaz de una gran
ternura. No le había atraído su dinero, ni el de su padre, sino aquella
capacidad de mostrar un enorme cariño. Lamentablemente se veía opacada por su
lado negativo, pero aún así la idea de un Gonzalo atado, muerto de miedo y
golpeado, le angustiaba.
- Gracias por
venir.- Soto cruzó la calle cuando Frida se estacionó y ya le tendía la mano
desde antes que apagara el motor.
- Pasaba por
aquí, me quedaba cerca. ¿Qué le pasó a Gonzalo, dónde está?
- No lo
sabemos, fue secuestrado anoche, cuando salió del Envy, ¿conoce el lugar?
- Sí, era su
lugar predilecto. ¿Saben si está bien?
- Sabemos que
fue secuestrado, han hecho contacto con la familia. ¿Usted estuvo con él
anoche?
- No.
- Pero sabía
que iría a ese bar, ¿es cierto?
- Le
encantaba ir.
- ¿Porqué no
fue con él?
- Terminamos
ayer.- Frida se dio cuenta que no la miraba como a una pariente consternada,
sino como a una sospechosa.- Cortamos. No podíamos seguir. Concluimos nuestra
relación.
- Sé lo que
“terminamos” significa, gracias. ¿Porqué terminó con él?
- Es buena
persona, pero es… No era una buena persona.
- Sabía que
consumía drogas.
- Sí.
- ¿Con
usted?- Frida no pudo contener una sonrisa nerviosa.- ¿Está bajo tratamiento
por su adicción a las drogas?
- No tengo
una adicción, de hecho el del problema era él.
- ¿Está
desempleada?
- Sí.
- ¿De dónde
saca el dinero para comprar sus drogas?
- Mire
oficial…
- Comandante.
- Oficial. No
tengo tiempo para esto, tengo que salvar una vida.
- Que
casualidad, yo también.- Soto se fijó en las maletas en la parte trasera del
auto.- ¿Adónde creía que se iría?
- ¿Qué?- Soto
se acercó a ella lentamente, Frida se dio cuenta que tenía las maletas a la
vista y que él pensaba que se iría de la ciudad.- Gonzalo era un pedante, pero
jamás haría algo así. De hecho, si quiere sospechar de alguien, mi padrastro
tenía negocios con el papá de Gonzalo, mi relación con él fue su idea.
Soto estaba a un paso de ella,
un hombre vestido de civil también se acercaba, sin duda un policía encubierto.
Una alarma chilló a todo volumen y los detuvo a los tres. Sonó como una sirena
desde el Gran Farjat. Docenas de personas salían corriendo, algunos asustados,
otros gritando y uno que otro riendo, todos empapados por completo. Frida
aprovechó la confusión para entrar al auto y largarse de ahí, mientras Soto y
el policía de civil corrían hacia la tienda. Imaginó que lo volvería a ver,
sabía dónde vivía y podría rastrear sus tarjetas de crédito. Tenía suerte de
cargar con efectivo.
No podía hacer nada por Gonzalo,
pero sí por Penélope. No dejó de buscar patrullas y sirenas en su trayecto al
centro. Escondió las maletas en su cajuela y entró al mercado. Entre empujones
y pellizcos encontró a Romino, casi al fondo del mercado, poco antes de los
corredores de bodegas. No sería fácil mentirle, Sarah Gil y Noelia eran dos
mujeres con una vida común y corriente, pero este era un chamán y un charlatán,
sin duda su mente se movía de manera más rápida y retorcida.
- ¿Cómo qué
se te antoja guapa?- Se acercó y enmudeció al ver las fotos. Era una mujer de
cabello castaño y pecas que la hacían parecer infantil, el nombre “Penélope
Nanché” estaba escrito con marcador rojo.
- Yo…- Se le
olvidó lo que iba a decir y se sorprendió a si misma diciendo la verdad.- Estoy
interesada en saber si usted trabaja con una persona llamada Jorge Bran.
- Niñas tan
lindas como tú, no deberían hacer esas preguntas.- Se quitó los lentes oscuros
para verla mejor y sonrió mientras se acariciaba la canosa barba.- Tú debes ser
Frida, no te reconocí. ¿Cómo está tu novio Gonzalo?
- No muy
bien. Entonces si trabaja para mi padrastro.
- Emparejarte
con él no fue nada fácil, pero hay poco que Oshún no pueda hacer. Ahora Jorge,
eso es otra cosa, ese adora a Ogún, es hombre de armas, es guerrero. Pero tiene
sus muertos y carga con ellos, ¿entiendes lo que te digo? Se la están cobrando
y su corazón no da para más.
- ¿Ha matado
por él?
- No puedes
adivinar sin un buen sacrificio, tú porque no entiendes, pero yo soy un
babalosha, tengo ahijados consagrados. Consagré a Julardo cuando todavía tenía
pelos en la mano. Cabras, perros, gatos, hay que hacer lo que los Orishas
pidan, ¿me entiendes?
- Sí, creo
que sí.
- Ahora ya lo
sabes, así que vete.
Se alejó del santero, pero no se
fue. Imaginó que Julardo, su aprendiz, se aparecería en cualquier momento. No
sabía bien lo que haría, pero vería alguna manera de averiguar dónde estaba
escondida Penélope y salvarla. Un hombre se acercó a Romino, con el pelo
recogido hacia atrás y una insipiente barba. Al principio supuso que era un
cliente regular, pero a juzgar por el modo en que gesticulaba y Romino guardaba
sus cosas, imaginó que las cosas eran diferentes. Al verles caminar hacia las
bodegas notó el cuchillo de Romino y entonces se convenció. Buscó por un
policía, pero no encontró ninguno. Corrió hacia ellos eludiendo vendedores y
clientes y llegó hasta la zona de bodegas. Constató que se trataba de un
cuchillo, y Romino estaba a punto de matarlo. Un extinguidor colgaba de la
pared a su derecha. Lo tomó y corrió hacia Romino. El golpe contra su cabeza
emitió un ruido metálico. El santero se detuvo un segundo, puso los ojos en
blanco y cayó de rodillas, terminando con la cara contra el suelo. El joven se
quedó petrificado, pero cuando Frida le ofreció la mano le acompañó hasta su
auto.
- …Y por eso
estaba ahí.- Frida le explicó todo acerca de su padrastro, Romino y Julardo
Cortez.- Tengo que salvar a esa pobre mujer. La van a sacrificar como a una
cabra.
- ¿Jorge
Bran? Ya sospechaba yo de algo. ¿Cómo dices que se llama el otro?
- Julardo,
Julardo Cortez, ¿te suena conocido?
- Sí, habló
con Humberto Nanché antes que yo. Tengo que avisarle al doctor.- Puso al
corriente al doctor Oleg, quien prometió cerrar todo con llave y mantenerse en
contacto.- Bueno, no podrán robar la caja ahora.
- Todo por
una estúpida superstición.
- ¿Crees que
es una superstición?
- No, creo
que una cajita de madera tiene ambiguos poderes mágicos capaces de vagas
maravillas.
- Esa
superstición me salvó la vida, por eso estabas ahí.
- No, esa
superstición casi te mata, por eso estabas ahí.
- Causa y
efecto, estamos en el rango de acción de Crowley, todos estamos siguiendo
fuerzas más grandes que nosotros, para bien o para mal.
- No puedo
aceptar eso, tendría que aceptar que la magia existe y que me enamoré de
Gonzalo porque un médico brujo mató un animal e hizo algún ritual ridículo. No,
no lo acepto. Yo soy yo, para bien o para mal, es mi voluntad y soy libre. Tomo
mis propias decisiones.
- Y por eso salvarás
a Penélope.
- Exacto.
- Exacto,
causa y efecto.- Frida le dio un golpe juguetón.
- Contigo no
se puede.
Lo dejó en el Hyatt y ella
también bajó para pedir una habitación. Imaginó que no podía esconderse del
comandante, pero sí podría eludir a su padrastro y a Julardo, al menos
temporalmente. Se acostó con la certeza que, aún si había fuerzas poderosas que
buscaban a Penélope, ella vería alguna forma para salvarla y, pensó antes de
quedarse dormida, si eso era magia, entonces ella también era una maga.
Domingo
Charlie Puc y Ale Pardo el día del huracán
Se levantaron tarde y crudos.
Los sucesos del día anterior eran confusos y nebulosos. Ale abandonó su cuarto
apenas vestido en bóxers y acompañó a Charlie en su desayuno de cereal.
- ¿Y Gonzalo?
- ¿Quién?
- El rehén.
- Casi me
olvidaba.- Dijo Charlie. Se tomó pastillas para el dolor de cabeza y se asomó a
la sala.- No estaba en mi cuarto, ¿estaba en el tuyo?
- No, busca
en el baño. Seguro está vomitando, sea lo que sea que hicimos ayer me está
matando.
- Déjame
ver.- Abrió la puerta a empujones y se encontró muerto a Farjat, el agua
corriendo y sangre por todo el suelo.- ¡Ale, está muerto!
- ¿Quién?
- El otro
rehén, ¿tú qué crees? Se murió.- Ale corrió hacia el baño, se puso pálido y
después verde.
- Dios mío.-
Corrió al lavabo de la cocina y vomitó.
- Parece que
el idiota se cayó… ¿Qué vamos hacer? No puedo ir a prisión, soy demasiado
bonito.
- No sé, no
sé, no sé.- Ale caminaba en círculos golpeándose la cabeza.- ¿Cómo algo tan
fácil puede salir tan mal? Charlie, tienes que pensar en algo. El mundo entero
lo está buscando, parecerá que lo matamos. ¿Dónde tienes la carta que escribió?
- No servirá
de nada, creerán que lo obligamos. Sólo funcionaba si él nos respaldaba o, al
menos, si estaba vivo.- Charlie se vistió y le lanzó ropa a Ale, no quería
acercarse al baño.- Muy bien, hay que pensarlo bien. No podemos tener su
cadáver aquí, habrá que esconderlo. Primero lo primero, lo envolvemos en la
cortina del baño. Lavamos la sangre y lo enterramos en la carretera.
- ¿Y el
huracán?- Ale señaló a la ventana, vientos fuertes y lluvia comenzaban a azotar
a la ciudad.
- No sé, una
cosa a la vez.
Siguieron el plan de Charlie.
Ale volvió a vomitar cuando trataron de levantar el cuerpo de Gonzalo Farjat.
La cortina no lo tapaba del todo, por lo que Ale sacó sus sábanas para terminar de envolverlo. Limpiar la sangre
resultaba algo más difícil. Usaron todas las jergas y toallas que tenían,
lavándolas en la bañera.
- Tengo una
maleta, ahí metemos todas sus cosas.
- ¿Todo?
- ¿Te quieres
quedar con su celular para que la policía te encierre?
- Bueno,
bueno, pero su Xbox no tiene identificación.
- Ya lo
matamos, ¿quieres robarlo? Eso pensará la policía.
- ¿Tú como
sabes lo que pensará la policía?
- Películas,
perdóname si no tengo experiencia, pero es mi primero. Quizás en el futuro,
cuando tengamos experiencia, podamos robarles con calma.
- Yo me lo
quedo, hazle como quieras.- Alguien tocó la puerta, dejándolos helados.-
Tenemos que abrir.
- No podemos
dejar a Gonzalo en la sala.- Escucharon la voz del comandante y
empalidecieron.- Vamos a cargarlo, lo dejamos debajo de tu cama.
- ¡Abran la
puerta!
- Voy, voy.-
Charlie abrió la puerta y el comandante lo empujó para entrar.- ¿Quiere ver si
Gonzalo está aquí?
- Disculpen,
pero no puedo dejar que la alerta roja detenga la investigación.- Recorrió la
cocina, la sala y le echó una mirada a las habitaciones. Ale seguía empujando
el cadáver con el pie.- Disculpen si los desperté.
- No se
preocupe, pero es un poco molesto, ¿no tienen pistas todavía?
- Pistas,
varias, pero pocas confirmaciones. Su ex novia estaba en casa al momento del
secuestro, así lo confirma su padrastro y su laptop, revisamos el registro de
la computadora y de su messenger. Me voy, tengan cuidado con el huracán… ¿Están
seguros que no son homosexuales?
- Mucho
comandante, mucho.
El comandante Soto los dejó, no
sin antes mirarlos fijamente. Al ver que el auto se alejaba Charlie y Ale
suspiraron aliviados y se sentaron en el sillón. Había estado cerca, muy cerca.
Conforme la tormenta empeoraba se ponían más nerviosos. La televisión decía que
el huracán había pegado a pocos kilómetros de Progreso como categoría uno.
Mérida estaría bajo el huracán en pocas horas. Si querían esconder el cuerpo,
tenían que apresurarse. Ocultos en la tormenta escondieron el cadáver en la
cajuela, luchando por doblar sus piernas.
La tormenta inundaba las calles.
En pleno día era necesario encender las luces altas y guiarse por las luces de
los otros autos. Recorrer la colonia les tomó casi media hora, pero las calles
comenzaron a vaciarse. La gente pensante no estaba dispuesta a manejar en esas
condiciones, pero ellos no estaban pensando, sino sobreviviendo. El viento
aullaba con tanta violencia que se colaba por las ventilas de aire acondicionado
y por las ventanas. El interior del auto era una vorágine ensordecedora.
Charlie estaba perdido, aunque no quería admitirlo. Hacía ya más de media hora
que no podía ver los carteles de las calles y había perdido orientación. Pocos
edificios se veían en la tormenta. Ninguno de los dos vio al auto que les chocó
por atrás. Charlie frenó e hizo lo posible por no derraparse. El auto
finalmente se detuvo cuando se golpeó del lado del acompañante. El otro auto
también había derrapado, pero había salido ileso. Un hombre corrió hacia ellos,
haciendo lo posible por no ahogarse en la tormenta.
- ¿Están
todos bien?- El hombre se pegó a la ventana de Charlie, quien la bajó un poco
para oírle claramente.- ¿Nadie está herido?
- No, ¿está
usted bien?- El extraño se dio media vuelta y regresó corriendo a su auto, para
salir disparado.- ¿Qué te parece? Ese tipo está bien loco.
- Charlie,
creo que estamos perdidos, ¿porqué no encontramos un refugio?
- ¿Con
Gonzalo en la cajuela?- Ale señaló a la tormenta, la cual empezaba a arrastrar
techos de lámina y ramas.- Sí, un refugio.
- Pero maneja
con cuidado.- Un par de cuadras más adelante Charlie notó que, además de la
nula visibilidad, el vidrio trasero estaba oscurecido.
- Espera un
segundo.- Se detuvo y salió del auto. La cajuela había sido dañada en el
choque, se abrió en algún momento y Gonzalo ya no estaba.
- ¿Qué
ocurre?- Ale se bajó y vio lo mismo.- ¡Por el amor de Dios Charlie! Cada vez
que manejas pasa algo. Dame las malditas llaves.
- Pero, pero,
pero…
- Pero nada,
Gonzalo se fue. Olvídalo, nos vamos a matar si seguimos manejando. Voy a
orillar el auto y pedimos asilo en alguna casa.
- ¿Y la
policía?
- Al demonio,
no me quiero morir hoy.- Luego de orillar el auto tocaron las puertas de media
docena de casas, hasta que un matrimonio anciano los invitó a pasar. Aguardaron
en silencio, preguntándose dónde estaría Gonzalo y qué nuevos desastres estaría
provocando.
Domingo
Gabriel Correa y Frida Maité el día del huracán
El huracán Alistar pasaría por
Mérida como categoría uno. La alerta estaba en el color rojo. Era demencial
salir a la calle, pero no tenía opción. Había llamado al doctor Oleg media
docena de veces, pero no contestaba. Gabriel temía lo peor. La puerta estaba
cerrada con llave, pero en la lluvia vio una cortina que ondeaba en el jardín
delantero, una ventana estaba abierta. Entró a la casa y llamó el nombre del
doctor.
La transición del ruido de la tormenta, al silencio de la casa, le
parecía dolorosa. Escuchó ruidos en la escalera. Pasos furtivos. Frida le había
descrito a Julardo Cortez en cada detalle, y lo reconoció de inmediato. Julardo
estaba armado, se dio vuelta y se quedaron pasmados. Gabriel lo vio a él y
después el arma. Se tiró al suelo antes de que Julardo disparara. Corría
desesperado, una mano en el arma y otra en la caja de Crowley. Gabriel lo
persiguió agachándose lo más posible. Julardo batallaba con la puerta de
cristal que daba al jardín trasero. Finalmente cedió el cerrojo y la tormenta
abrió la puerta contra él. Gabriel aprovechó el momento de confusión para
lanzarse sobre él sosteniendo una botella de vino que había adornado la mesa.
“Si funcionó ayer, que funcione hoy” pensó antes de golpearlo en la cabeza. La
botella se rompió, Julardo dio media vuelta, histérico por completo, pero antes
de levantar el arma Gabriel asestó otro par de golpes. El vidrio le cortó el
rostro y el brazo. Aullando de dolor soltó el arma y se lanzó al jardín.
Gabriel se tiró sobre él para arrebatarle la caja. Con tal de escapar, Julardo
se olvidó de su objetivo principal.
Regresó a la casa e intentó
cerrar la ventana, pero el viento arrastraba ramas que se estrellaron contra
las paredes del comedor, reventando vidrios y tirando cuadros. Subió las
escaleras en busca del doctor. Lo encontró en su habitación en un estado
plácido e inmóvil. Sus botellas de pastillas estaban abiertas, sin duda lo
había envenado. El doctor sostenía en su brazo derecho un ejemplar de “Magia(k)
en teoría y práctica” de Aleister Crowley. Gabriel se sentó en la cama y lloró.
- Es un honor
haberlo conocido doctor Oleg Vrig, fue usted un maestro.
El libro tenía un separador, lo
abrió en la página y contempló las anotaciones de su maestro. Un gran número de
pasajes subrayados, otros con comentarios y muchos circulados con un grueso
plumón. Había un pasaje en particular que el doctor había marcado en amarillo y
subrayado con violencia “La naturaleza de la Ley es el amor”. Gabriel regresó
el libro a su lugar, bajo su brazo, sin terminar de asimilar el significado de
aquella frase.
Cuando dejó de llorar se levantó
y miró a la codiciada caja, sus piezas aún sin ordenar. “Amor es el catalizador
de la naturaleza”, eso debía leer. ¿Qué significaba eso? El doctor estaba
muerto, dos sociópatas estaban dispuestos a matar por la caja y a matar a
Penélope Nanché. No veía dónde estaba el amor en todo el asunto. Buscó por el
celular de Frida, ella buscaba a Penélope.
- ¿Frida?
- ¿Quién
habla?
- Soy yo,
Gabriel Correa. Me salvaste la vida ayer, ¿me recuerdas?
- Ah, claro.
¿Qué ocurre, encontraste a Penélope?
- No, me
preocupé por el doctor, lo vine a visitar. Julardo Cortez estuvo aquí, el
doctor está muerto.
- Dios mío,
pobre hombre.
- Le robé la
caja de Crowley. Tenemos que encontrar a esa chica, tu padrastro y ese otro
monstruo la van a matar.
- Fui a casa
del ex novio, no estaba. Estoy con Noelia y tratamos de averiguar dónde podría
estar. Su mamá dice que no ha oído nada de ella, ya buscó en los hospitales y
no se ha internado. La última vez que la vio, estaba realmente a punto de dar a
luz.
- Dame la
dirección y voy para allá.
Noelia finalmente se había
preocupado lo suficiente. Frida le dijo que su vida estaba en peligro, de
inmediato comenzó a elaborar una red de amigos y conocidos para ubicarla. Sus
papás colocaban tablas sobre las ventanas mientras Noelia y Frida hablaban por
teléfono y luchaban contra las señales de celulares que en ocasiones se perdían
por el clima. La situación era desesperada, la policía no les ayudaría aunque
hubiese una seria amenaza a su vida pues estaban en alerta roja y prevenían
tragedias por el huracán.
Frida recibió siete llamadas de
su padrastro, no las quiso contestar. Sabía que Jorge la mataría, estaba
enterada de todo, el santero le habría dicho de su aparición. Podía imaginarlo
en aquel macabro templo lanzando huesos de gallinas e invocando a los
espíritus. ¿Romino había producido mágicamente su terrible relación
codependiente con Gonzalo o había sido una coincidencia? El secuestro de
Gonzalo también parecía una coincidencia enorme. La idea de estar predestinada
por brujos le daba más miedo que la idea de Jorge Bran ansiando asesinarle.
Cuando llegó Gabriel la familia
de Noelia había terminado de preparar la casa y estaban involucrados en la
búsqueda. Sin embargo, habían intentado de todo. Habían contactado
absolutamente todos sus conocidos en Mérida, a excepción de Patricio Vol, quien
había apagado su celular y había salido muy temprano en la mañana. Gabriel
preguntó si no era posible que Penélope estuviera con él, pero era imposible,
Patricio no la había perdonado y se negaba a verla. Finalmente, la mamá de
Noelia tuvo una idea. En la preparatoria Noelia y Penélope habían sido mejores
amigas e incluso en la universidad habían sido muy cercanas. En esa época se
escribían cartas y notas continuamente. Noelia rescató la caja en la que se
encontraban todas sus notas y las examinaron una a una.
- Es
desesperado, pero quizás encontremos una que mencione una persona o un lugar
sobre la que no habían pensado.
- ¡Soy una
estúpida!- Gritó Noelia.- Su primera vez, con Paco en segundo semestre. Lo
hicieron en un hotel que se llama el Cortijo, cerca de la prepa uno. Su segunda
pareja, Roberto, fue un desgraciado. Creo que trató de abusar con ella o algo
así, ya no éramos tan íntimas. Penélope se iba al Cortijo para esconderse, de
su mamá, de su pareja o de sus problemas. Se llevaba una mochila que era una
maleta, a veces se quedaba dos noches seguidas. Pero eso fue hace años, no sé
si lo siga haciendo.
- Algo es
algo, vamos Gabriel, yo sé dónde queda.
- No, no,
¿cómo creen que van a salir con el agua así?
- Van a matar
a Penélope, no hay duda. No les importa si hay agua.
- Oye, - Dijo
Gabriel mientras se acomodaba en el auto de Frida.- ¿crees que pasará un
milagro si la caja está con Penélope cuando tenga a su primogénita?
- Creo que
será un milagro si la encontramos viva.
- Aún así,
por tu carácter no te rendirás, ni siquiera con un huracán. Podríamos decir que
estás fatalmente predestinada por tu forma de ser.
- No lo
digas.
- Causa y
efecto.
- Vuelve a
decir eso,-bromeó Frida.- y te saco del auto.
Manejaron despacio y con
cuidado, los vientos huracanados aún no tenían la fuerza para obstruir las
calles. Por todas partes había ramas, pero aún no levantaba techos, ni piedras,
ni tinacos. Cuando llegaron, una hora más tarde, la dueña del hotel estaba
despidiendo a los huéspedes. Buscaron a Penélope desde el auto, pero no la
encontraron. Frida se bajó del auto para hablar con la dueña, una mujer gorda y
vestida en colores pastel.
- ¿Conoce a
usted a una Penélope Nanché?- La dueña la dejó seguirla dentro del edificio.-
Está embarazada, mucho, difícil perderla de vista.
- Ya despedía
a mis clientes, me obligó la policía. No sé quién sea Penélope.
- ¿Entonces
no la ha visto?
- No dije
eso, dije que no sé quién sea.- Frida no entendió al principio, pero la mujer
le señaló con los dedos que quería dinero.
- Dejé mi
cartera en el auto, pero por el amor de Dios, su vida está en peligro, ¿la ha
visto o no, cuándo se fue o adónde?
- ¿No trae
cartera? Qué mala suerte, parece que el destino no quiere que la encuentre.
- ¿Destino?-
Le soltó una bofetada que le dolió los huesos de la mano. La mujer casi cae al
piso y se alejó aullando de dolor.- No me venga con destino, ni magia, ni causa
y efecto, usted me dice dónde encontrarla o le rompo la cara a golpes.
- Está bien,
calma, calma. Estaba aquí, se acaba de ir. Cruzó la calle como hacia las
prepas.
Le explicó lo ocurrido a Gabriel
y comenzaron a buscarla en el auto. Penélope cargaba su vientre a punto de
estallar y se ahogaba con las lluvias torrenciales. Al ver que el auto le hacía
señas con las luces y que se estacionaba, aceleró el paso para huir de ahí.
Frida llamó su nombre y corrió a ella junto con Gabriel, pero Penélope no se
detenía. El guardia de la prepa había dejado la reja con el candado sin cerrar
y los vientos la habían abierto. Penélope entró buscando refugio en el edificio
principal. Subió las escaleras sin detenerse mientras escuchaba su nombre una y
otra vez. Era justo como lo había soñado, pero peor pues era real. En su
pesadilla la perseguían tres hombres y una mujer y todos morían. Un hombre
apuñalaría a su bebé. Parecía tan real que siguió escondida en el hotel, pero
ahora se hacía realidad. En el quinto piso sintió calambres y se arrastró como
pudo hacia uno de los pocos salones que tenían la puerta abierta.
Gabriel estaba sorprendido de su
fuerza, una mujer embarazada que se movía como una leona. Tenía a Frida detrás
de él, sufriendo por el cansancio. Quería detenerse para ayudarla, pero temía
perder a Penélope. Escuchó sus pasos subiendo la escalera, no podía faltar
mucho antes de tener la oportunidad de hablar con ella. Se detuvo para esperar
a Frida y, desde el pasamano de la escalera en el tercer piso, reconoció a
Jorge Bran y Julardo Cortez. Seguramente habían seguido el auto de Frida, el
Hyatt habría sido de los primeros hoteles donde habrían buscado. Frida lo
alcanzó y le urgió a seguir subiendo, Penélope había llegado al quinto piso.
Gabriel los señaló, estaban subiendo la escalera. No tenía opción, tendrían que
subir, ésta vez a punta de pistola y con una sentencia de muerte asegurada.
Domingo
Patricio Vol el día del huracán
Rodrigo había aceptado ser parte
del robo, como su chofer de escapada. Habían bromeado durante todo el trayecto.
Estacionaron en la parte de atrás. Confirmaron que no había agente de
seguridad. Patricio se colocó un pasamontañas y corrió bajo la lluvia hacia la
puerta de metal. No habían cambiado la llave. Entró sin hacer ruido, aunque con
el rugido de la tormenta. Elsa estaba en el hospital, planeando su despido. El
edificio estaba vacío. La contraseña no había cambiado. Varias docenas de miles
de pesos en efectivo, así como papeles importantes de la compañía. No contó el
dinero, se limitó a meterlo en su cangurera, la cual quedó rebosante de
billetes de $200 y $500.
- ¡Somos
ricos!- Gritó mientras recorría a Rodrigo hacia el lugar del acompañante.
- Oye, yo
quería ser el chofer de escapada.
- ¿Cuál
escape? Fue como quitarle un dulce a un bebé.
- ¿Y hay
mucho?
- No lo
conté, lo traigo todo aquí. Fácil son más de cien mil pesos.- Se encendió el
cigarro de la victoria.- Y no te preocupes, tú tendrás tu parte.
- Suena
perfecto subcomandante marcos.- Patricio gritó del susto al verse en el espejo,
aún traía pasamontañas.
- Gracias por
avisarme.
- No tienes
que darme nada, no hice nada.
- Tonterías,
éste dinero es la venganza absoluta, con él haremos lo inverso de lo que
haremos en nuestros respectivos trabajos, cosas como divertirnos.
- Levantarme
tarde.
- Viajar. El
cielo es el límite.
- Al Capone,
su celular está sonando.
- ¿Bueno?-
Era su mamá. Sentía ganas de estallar y decirle lo que acababa de hacer, pero
se contuvo conformándose con una risa nerviosa.- ¿Qué pasa mamá?
- ¿Porqué no
estás en casa?
- Tuve que
salir de urgencia, cosas para el huracán. ¿Ustedes están listos?
- Desde ayer,
tu padre se puso a colocar maderas, hasta en la puerta de entrada. Nos encerró
por un par de horas hasta que los vecinos nos ayudaron a destrabar la puerta.
Imagino que no sabes las noticias.
- ¿Cuáles?
- Así eres
siempre, vives en tu mundo Patricio. La casa vecina a la tuya que estaba a la
venta, le bajaron el precio. Podremos comprarla para ampliar tu casa.
- ¿Se mudó el
señor Barrios?
- ¿Qué? No,
Patricio despierta. La otra casa, donde vivía tu vecino Rodrigo que te caía tan
bien.
- Rodrigo.-
Se puso pálido y se estacionó de golpe.
- Puede que
este no sea el mejor momento, lo hablamos mañana.
- Eso estaría
perfecto.- Miró a Rodrigo fijamente, él le sonrió de regreso.- ¿Rodrigo?
- No me mires
a mí, pensé que tú sabías.- El cigarro cayó de su boca y lo apagó
nerviosamente.
- Tú no eres
real, ¿o sí?
- ¿Por qué
no?
- Porque no
existes, por eso.
- Detalle sin
importancia. Tu frustración no existe, al menos no físicamente. No es un germen
que habite en tu organismo, ni es una molécula que flote dentro de tu oficina,
y sin embargo es real.
- Sí, bueno
eso es distinto.
- ¿Porqué?
- Porque no
tengo conversaciones con mi frustración, ni me siento a ver películas malas y
beber cerveza.
- Estás
haciendo un problema donde no lo hay, soy tu mejor amigo, ¿qué importa si no
puedo ir al mercado y comprarte tomates?
- No, no, no,
Gina. Ella no es real, ¿no es cierto?
- Ella es muy
real, con tan solo pensar en ella vences todos tus miedos. Ayer irradiabas luz
como un faro, hoy cometiste robo y te sientes como King Kong.
- Ustedes no
existen, el mundo dirá que estoy loco, ustedes no existen en la realidad.
- ¿El mundo?
Escúchate por un segundo, ¿qué te importa lo que digan de ti? Pasas la vida
sintiéndote como basura, con la absoluta seguridad que el mundo se burla de ti,
pero ¿estás dispuesto a abandonar a la mujer de tus sueños y a tu mejor amigo
por el mundo? Y más que eso, ¿qué ha hecho la realidad por ti últimamente? En
un trabajo sin futuro, rodeado de gente que te ridiculiza abiertamente, con una
ex novia confundida que cree que aún te ama y un bebé que no es tuyo. La
realidad apesta, ¿y tú le debes favores? Al diablo con ellos Patricio, es hora
de ser tu mismo.
- ¿Yo mismo?
Yo soy un loco, y no estoy hablando contigo.- Cerró los ojos con fuerza,
repitiéndose “tú no eres real” una y otra vez.
- Eso solo
sucede en las películas.
- Me
engañaste, me hiciste robar el dinero de la oficina… Tengo que devolverlo, es
lo único que puedo hacer.
- ¿En serio?
Tuviste suerte una vez, ¿crees que tendrás suerte las dos? Si te descubren
puedes decirle “mi amigo imaginario me obligó”, que además es mentira. Yo lo
mencioné de pasada, no tenía ni idea que tú lo harías.
- Estoy
enfermo, esto no es normal, tengo que ir a un psiquiatra, son alucinaciones.
- Lo estás
haciendo de nuevo, ¿a quién buscas complacer? Quien quiera que sea, no eres tú.
Empieza a preguntarte lo que tú quieres, no lo que la sociedad espera de ti, o
lo que tú crees que es la realidad. Ellos no viven tu vida, tú lo haces y,
seamos sinceros, tú vida estaba en el excusado. Al menos ahora tienes un mejor
amigo y la mujer que siempre has deseado, ¿tirarás todo a la basura para
complacer a gente anónima que ni le importas?
- No eres
real, pero tiene sentido lo que dices.- Patricio miró su reloj, le daba tiempo
de llegar a su cita con Gina.- Veré a Gina, ¿qué importa si no existe? Al
carajo con ellos, la amo y eso es lo único que importa.
- Bien dicho.
La tormenta empeoró, pero no
cambió su decisión. Vería a Gina, así fuera lo último que hiciera. Cuando la
calle se inundó hasta tocar su puerta y la visibilidad se tornó nula se dio
cuenta que probablemente sería lo último que haría. Supuso que estaría solo,
nadie más se atrevería a desafiar al huracán Alistar. Se equivocó, la lluvia no
lo hizo visible hasta que lo tenía demasiado cerca. Le chocó la cajuela y
comenzó a derrapar. El otro auto giró fuera de su campo de visión, Patricio
reconoció que frenar a fondo sería inútil, por lo que trató de dirigir el auto
fuera de peligro. Cuando se detuvo se preocupó por los otros. Salió del auto
deseando que nadie estuviera herido, no que le importara, pero entonces no
llegaría a su cita.
- ¿Están
todos bien?- Corrió hasta pegarse a la ventana del conductor. Eran dos jóvenes,
parecían asustados, pero sanos. - ¿Nadie está herido?
- No, ¿está usted
bien?- No le interesó contestar, se dio media vuelta y regresó al auto.
Gina la esperaba con un paraguas
en la mano que se había doblado. Tomaba refugio en la entrada de una casa.
Patricio corrió hacia ella, la abrazó y la besó con todas sus fuerzas. Rodrigo
tenía razón, no importaba si existía verdaderamente, porque no había tal cosa
como “verdaderamente”, sólo existía lo que era real para él y si su sentimiento
de impotencia y frustración había sido real, entonces era momento de sentir el amor
de Gina. Subieron al auto entre besos y caricias, Rodrigo le cedió su lugar, y
una vez dentro trataron de secarse lo más posible.
- Estamos muy
lejos de mi casa,- dijo Gina.- pero podríamos ir a la tuya.
- No hay
problema.- Se deleitó con su tono coqueto.
- Odio ser
mal trío, pero no esperen que salga y me vaya a casa solito, no traje mi kayak.-
No le hicieron caso, estaban muy ocupados acariciándose y susurrando palabras
de amor.
- Hueles
delicioso, como…
- El árbol de
limón que había en tu jardín cuando eras niño.- Completó Gina.
- Mira, ¿ella
es la que pienso que es?- Rodrigo se metió entre los dos y señaló.- Bajó la
lluvia, aunque no mucho, aún así creo que es ella.
- Es ella.-
Dijo Gina.- Es Penélope.
- ¿Y?
Seguramente sus amigos se…- De inmediato reconoció que no eran sus amigos. El
auto que la seguía se detuvo, comenzaron a perseguirla. Un segundo auto
estacionó detrás del primero y dos sujetos bajaron del auto, uno de ellos con
un arma.- No es justo. No ahora, todo iba tan bien.
- Patricio,
siempre estaremos juntos.
Quería quedarse en el auto,
quedarse con ellos. Su cerebro gritaba para que se quedara con ella, pero el
resto de su ser ya se estaba bajando del auto. No estaba seguro de lo que
pasaría, pero corrió detrás de ellos con la extraña certeza que el huracán lo
había arrancado de su vida y le había dejado en una isla desconocida.
El huracán
La lluvia había bajado de
intensidad mientras la el huracán paseaba el ojo de su tormenta por el poniente
de la ciudad. Conforme Patricio subía las escaleras la intensidad de la
tempestad se hacía cada vez más insoportable. Desde el cuarto piso vio techos
de tejas y aluminio que salían volando, postes de luz que caían al suelo,
espectaculares que recorrían a vuelo colonias enteras. Tuvo que agarrarse del
pasamano para no ser golpeado al suelo por el viento y el agua. En el quinto
piso vio el disturbio. Jorge Bran acomodaba las sillas para el ritual, mientras
Julardo mantenía a los tres a punta de pistola. Penélope lloraba
desconsoladamente, Gabriel le tomó de la mano. Patricio se acercó lentamente,
sin saber qué hacer. El ruido del huracán volvían casi inaudibles las voces.
- Disculpen,
¿me quieren decir qué pasa aquí?- Patricio sintió ganas de golpearse, era la
cosa más idiota que podía decir.
- ¿Y tú quién
demonios eres?- Julardo se alejó de la puerta mientras lo invitaba a pasar.
- ¿Qué
quieren con Penélope?
- Nada, solo
su vida y esto.- Bran mostró la caja que tenía en la mano y sacó un puñal.
- Miren
esto.- Patricio se quitó la cangurera y abrió un poco el zipper. Billetes
volaron dentro del salón de clases.- Deben ser como cien mil pesos en efectivo.
- Hay que
robarle ahora que podemos.- Dijo Julardo.- Es dinero gratis.
- No tenemos
tiempo, lo mataremos después, junto con los otros.- Julardo jaló el martillo.
- Dame el
dinero, lentamente. Lánzalo hacia mí.- Patricio dio un paso atrás y amenazó con
lanzar la cangurera.
- No seas
idiota, lo haces y te mato.
Patricio dejó ir la
cangurera, tirándola hacia arriba. El viento la arrastró hacia el abismo. Julardo
puso a prueba su agilidad lanzándose contra el barandal y pescando la cangurera
con la yema de los dedos. Teniendo casi todo su peso balanceándose en el
barandal, la gravedad hizo lo suyo y su cuerpo cayó cinco pisos hasta su muerte
segura. Los billetes se liberaron de su encierro, cien mil pesos volando en
torbellinos.
Jorge pensó en lanzarse con el puñal hacia Penélope, pero Gabriel y
Frida se pusieron de pie de un brinco y Bran retrocedió. Al verse superado
numéricamente, y sin la ayuda de una pistola, Bran echó a correr, empujando a
Patricio.
- Era igual
que en mi sueño, pero no acabó igual.- Dijo Penélope.- Tú lo hiciste diferente
Patricio, ¿cómo lo hiciste?
- Sonará
estúpido, pero fue el amor.- Frida se lanzó a sus brazos, lágrimas en los ojos.
- Gracias,
gracias, gracias, gracias. No sé de dónde saliste, pero fue magia.
- ¿Están
bien?- Frida afirmó con la cabeza y volvió a abrazarlo. Fue en ese momento que
Patricio la olió. Olía a limones, como el limonero que había tenido en su casa
cuando era niño.
- Hablando de
magia,- Dijo Gabriel.- Penélope rompió la fuente.
- Hay que
llevarla al hospital.
- No hay
tiempo Patricio, creo que yo sé lo que hay que hacer.- Dijo Gabriel.- Estudié
medicina un par de años.
El huracán rugía con todas sus
fuerzas, Frida y Patricio se esforzaron por cerrar la puerta, hasta se
reventaron dos ventanas. Siguieron las indicaciones de Gabriel, procurando
secar tela para arropar al bebé. Patricio le tomaba de la mano y levantaba su
cabeza mientras Gabriel y Frida asistían el parto. El bebé chilló cuando nació
salió al mundo exterior. El huracán dejó de importar, todos miraban al bebé.
Penélope olvidó el dolor y lloró de alegría al ver a su niño bebé sano y salvo,
aunque aún cubierto de líquidos amnióticos y sangre.
- Es lo más
hermoso que he visto.- Dijo Gabriel.- Felicidades.
-
Arropémoslo.- Gabriel cortó el cordón umbilical mientras Frida lo envolvía en
su bufanda y en la camiseta sport que Patricio tenía debajo de su camisa.
- Es
bellísimo…-dijo Penélope.- Alistar, se llamará Alistar.
Sostuvo a su bebé y le mostró la
caja mágica de Crowley. Arregló las letras que para que dijeran “Amor es el
catalizador de la naturaleza” y se lo entregó a su bebé, quien posó sus manos
sobre él como si supiera que es suyo. Exhaustos, pero con la adrenalina en sus
cuerpos, esperaron a que el huracán terminara de degradarse en tormenta
tropical. Frida y Patricio platicaron mientras veían por las ventanas rotas.
Ambos se sentían extrañamente cómodos, como si se conocieran de toda la vida.
Patricio disfrutó de su olor a limón y entendió lo que Gina le había dicho,
siempre estaría con ella. Gabriel aún estaba asombrado por Penélope, su fuerza
para tener a su hijo sin calmantes y, al mismo tiempo, una frágil sensibilidad.
La mantuvo sentada en el suelo y apoyada contra su pecho. Penélope miraba a su
hijo y besaba la mano de Gabriel que le acariciaba el rostro. En un momento en
que los cuatro guardaban silencio Gabriel lo dijo todo “lo que es arriba, es
como lo que es abajo”, y todos sonrieron.
Jorge no había corrido con la
misma suerte. Huyó en cuanto se vio superado numéricamente. Julardo estaba
muerto, al demonio con él. No podían demostrarle nada, contrataría a su mejor
abogado para zafarse del asunto. Le preocupaba más su frágil corazón. Subió al
auto y aceleró a fondo, esquivando ramas y techos de lámina. Frenó el auto al
sentir que algo pegaba contra sus llantas. Salió a la tormenta y vio a Gonzalo.
Le pareció que se movía, una ilusión óptica provocada por la lluvia. Corrió
hacia él creyendo que estaba vivo. Cargó su cuerpo adentro del auto cuando una
patrulla se detuvo a su lado. Los oficiales reconocieron a Farjat y lo
sometieron a golpes para arrestarlo por secuestro.
El huracán de categoría uno se
degradó a una tormenta tropical y los daños fueron mínimos. Con el paso de los
días los titulares dejaban atrás al huracán y sus daños para concentrarse en el
secuestro de Gonzalo Farjat. El comandante Jacobo Soto anunció que Jorge Bran
era el principal sospechoso, aunque se negaba a declarar. La muerte de Julardo
Cortez también fue conectada al secuestro, la policía sospechaba que Cortez
había tratado de robarle a su patrón, lo que explicaba los más de diez mil
pesos en el cadáver y los billetes que se regaron por toda la colonia. Naturalmente
los vecinos se quedaron con el dinero que les había llovido, por lo que era
imposible saber de cuánto dinero se trataba. Jorge Bran finalmente murió
durante un careo con un juez, su corazón dio de sí y se colapsó en el suelo.
Patricio fue despedido, pero
nadie sospechó de él, era demasiado patético para cometer semejante acto de
valentía. No le importó, Frida había heredado parte del dinero de su padrastro
y estaba planeando una tienda de ropa en Gran Plaza. Se hicieron novios rápidamente
y, cuando llegó a casa y se encontró con que ya no estaban Rodrigo y Gina, no
le dio importancia, pues ellos vivían aún, encarnados en Frida y Gabriel.
Penélope regresó a casa de su madrastra temporalmente, Gabriel se mudó a Mérida
y terminó su tesis, Penélope se mudó con él. Ambos hacían una excelente pareja
y continuaron su amistad con Frida y Patricio. El día que abrieron la tienda “Magical
Fashion” Charlie y Ale pidieron trabajo como vendedores. No sabían mucho de
ropa, pero trabajaban duro y no regresarían a Gran Farjat ni por todo el dinero
del mundo.
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