La muerte roja en:
Contrarreloj
Por: Sebastián Ohem
Austin
Randolph me envió un disco antes de morir. Un cuarteto de jazz con una canción
que conozco demasiado bien. El Viejo la tocaba todo el tiempo. La llamaba la
balada del apocalipsis. Siempre con una sonrisa torcida. Macabro sentido del
humor. Ava y yo recorremos los bares donde la encarnación de la muerte solía
ir. Nadie ha visto al tuerto en los lugares habituales. Me queda otro más en la
lista. “Luz del túnel”, un antro que abre en noches sin luna.
- No se ve como mucho, lo sé...
pero tampoco es mucho.- Luz del túnel en cartel neón. Ventanas tapizadas de
carteles. Nadie cuida la puerta, un alto rectángulo de terciopelo rojo.
- ¿De qué hablas Perry?- Ava
señala el edificio y me mira torcido.- No hay nada aquí. Es un baldío.
- No me sorprende que no lo veas.
No has visto la luz al final del túnel. Espérame en el auto, no creo tardar.
Por si acaso, si no salgo en una hora regresa a tu departamento.
- ¿Esperas problemas?
- Uno nunca sabe.- La beso y le
guiño el ojo, pero no se le hace gracioso.
Entro
al bar y una docena de ojos me escrudiñan por unos segundos. Mesas con
veladoras. Cubículos con lámparas viejas. El escenario al fondo, el cuarteto
está tocando. El de la barra señala el cartel sobre su cabeza. Gasto mi consumo
mínimo en tres tragos de whisky. La pareja a mi lado está pálida y se susurran
cosas que llevarían a Freud a la locura. Están muertos, como muchos clientes.
Atorados en Malkin por una razón u otra. De todos los lugares en el mundo,
Malkin. Me acerco al escenario antes que a la pareja se le ocurra alguna
brillante idea. Me apoyo contra una columna con posters de bandas. A mi
alrededor la peor selección de condenados, suertudos y fantasmas. Algunos saben
quién soy. Reconocen el anillo, el ojo de la muerte. Prefiero que me teman a
que me consideren su amigo. Escucho el jazz de la muerte. Los cuatro son
prácticamente esqueletos con piel. Trompeta, saxofón, bajo y piano. Las viejas
luces al pie del escenario dejaron de funcionar hace mucho. Envueltos en la
oscuridad la luz del techo apenas ilumina sus rostros y cuando dejan de tocar
dan un paso atrás en medio de los aplausos aburridos. Regresan a la nada de la
que vinieron.
- Veo que reuniste la banda.- La
muerte limpia su trompeta y sonríe apuntando a sus compañeros.
- Regresaron. Hace mucho que no
tocábamos.- Los otros tres me saludan quitándose el sombrero, pero no dicen
nada.- Los cuatro jinetes del apocalipsis. Adivina cuál es cuál.
- Te conozco a ti, uno menos.- Me
enciendo un cigarro y le enciendo otro a la muerte.- Déjame adivinar, conquista
está en el piano, guerra en el saxofón y plaga en el bajo.
- ¿Cómo supiste?
- Intuición.- Sabe lo que diré a
continuación, no quiere ni escucharlo.
- No lo intentes, no está en sus
manos.
- No es justo, está en tus manos.
Decidiste esperar y ver si Malkin podía salvarse. ¿Por qué no ellos?
- Yo soy quien lleva la balanza,
no es un cálculo exacto y puedo darle vueltas al asunto por un tiempo. Ellos
no, tienen un trabajo que hacer.- Le da una fumada larga. Su rostro se ilumina
y se pierde de nuevo en una cortina de humo.- No está en sus manos. Está en las
tuyas.
- Vaya trato, y vaya amigos.- Los
otros tres jazzistas me miran en silencio. Fumo con calma. Trato de intuir sus
pensamientos, pero es inútil.- Burócratas de ultratumba, si el formulario está
estampado y por triplicado sus manos están atadas.
- Algo así.- La muerte sonríe y
no tengo idea por qué. Es un jugador neutral, al menos en apariencia. Sus
motivos me escapan. Soy demasiado cínico para tragarme su discurso de la muerte
aburrida, de la muerte con esperanza en el Hombre.- En este bar hay alguien que
formó parte del clan, te ha estado buscando de hecho.
- ¿Y el admirador secreto tiene
nombre?
- Mr. Red. Dijo que tú
entenderías.- Me señala un cubículo en una esquina, donde un hombre se
hipnotiza frente a un reloj de bolsillo y se termina su whisky.
- Por cierto, gracias.
- ¿Por qué?
- Por no darme el sermón de la
esperanza y la naturaleza humana.
- ¿Serviría de algo?
- No realmente, no ahora.- Me da
la mano y se la estrecho. Hemos pasado por mucho. Vaya maestro. Vaya trato. Les
dejo para que el cuarteto del apocalipsis se prepare.
- Perry, mi amigo. Siéntate
conmigo.- Mr. Red me invita a su cubículo.- Entra a mi oficina.
- Yo también te estaba buscando.-
Me sirvo un trago de su botella mientras el cuarteto toca de nuevo. Mr. Red
deja el reloj en la mesa y sonríe. Es regordete, una de esas sonrisas
contagiosas, se tapa la papada con un pañuelo azul moteado. Se está quedando
calvo, pero no quiere admitirlo. Se enciende un cigarro con un encendedor de oro
y sonríe con las manos detrás de la cabeza.
- Mi reemplazo... No sé qué
decir, no puedo decir que esté orgulloso.
- La geografía del Edén, tú lo
entendiste todo. Quiero saberlo.- Red se parte de la risa. Se rasca la barriga
y se revisa las uñas en el oscuro bar como si tuviera todo el día.
- Dejé el clan hace tiempo. Ahora
tengo otros intereses. Soy el jefe de la sociedad de relojeros.- Me muestra su
reloj como si eso respondiera todas mis preguntas.- Compramos y vendemos
tiempo. Es el bien más preciado Perry. Mira a tu alrededor, ¿cuánto crees que
la mayoría de esas almas daría por tan solo una hora más? Muchos cometieron un
error que podría sanarse, de tener tan solo un minuto disponible. Es buen
negocio.
- Con la sinceridad de un
vendedor de autos.- Apago mi cigarro en su trago y le agarro de las muñecas.-
Tú no quieres que llegue el día de lágrimas, arruinaría tu negocio, y el clan
debe estar buscándote. Así que, ¿por qué no me dices lo que quiero saber y no
te vuelo las rodillas y extraigo la información por las malas?
- Con razón la muerte te escogió
como su protegido, aunque eres demasiado violento. Dije sociedad, ¿recuerdas?-
Escucho el martillar de revólveres incluso por encima de la música. Le dejo ir
y se ríe hasta que le salen lágrimas.- Tengo amigos Perry, tú no. ¿Cuál es el
sentido de hacer las cosas si no te entretienen?
- Volarte las rodillas sería
divertido. Al menos para mí. Pero vamos, me estabas buscando para algo más
específico.- Me enciendo otro cigarro. Me sirvo otro trago. Mr. Red no se
quiebra, no deja su sonrisa.- No creo que quieras invitarme al intercambio de
regalos navideño.
- Sé que quieras la geografía del
edén, el plan absoluto a detalle. Momento a momento de los planes del clan,
pero no puede hacerse. Me consumió por completo. Algunos dicen que me dejó
loco, yo diría que me hizo darme cuenta del lado entretenido de las cosas.
Pero,- enfatiza sus palabras dejando un silencio. No muevo ni un músculo. No me
quiebro.- puedo darte algo que ellos han obtenido recientemente.
- La palabra del caballo.
- Así es. Aprendí la palabra del
caballo de un escocés masón llamado William McCaleb en el invierno del ‘39.
Luego de... intoxicarme con la geografía del Edén, destruí todo registro.
Lamentablemente la cabeza cercenada de Juan el Bautista se los dijo. Tengo la
corazonada que también han descubierto el ritual necesario para llevarlo a
cabo. Así que, este es el trato.- Toma aire y sonríe pícaramente mientras saca
un reloj de bolsillo de su saco doblado detrás de él y me lo entrega.- Los condenados son una buena porción de mi
negocio, y el día de lágrimas arruinaría eso, entre otras muchas cosas. Por lo
que tú Perry, encontrarás a quien sea que continúe el trabajo de McCaleb.
Tienes 48 horas. El reloj que te di avanza hacia atrás, te será útil para
recordarte que tienes muy poco tiempo. Si no lo haces... Bueno, sólo digamos
que el clan obtiene lo que quiere, acercan la fecha para el día de las lágrimas
y tú te consigues un nuevo enemigo.
- No suena como si tuviera otra
opción.
- Eres muy intuitivo Perry. Buena
cacería.
Ava
me esperó fumando. Le dije todo, le mostré el reloj. Se moría de ganas de
entrar. Traté de convencerla, hay gente que se muere de ganas por no estar ahí.
Un reloj que avanza hacia atrás. Tengo que empezar por este William McCaleb.
Ava quiere ayudar, ninguno de los dos sabe cómo. Estoy bajo el reloj, pero sigo
ansioso de seguir mi investigación. La lista de Austin Randolph. Los durmientes
del clan de la lámpara roja. Dos me llaman la atención. Robert Marsh, fingió
tener diabetes en prisión para que la enfermera Brenda Upshaw cancelara su
tratamiento, él pudiera demandar al hospital y, gracias a un juez bajo
escrutinio judicial por ciertos muertos colgantes, fue transferido a Fort Mist,
prisión federal. Ahora lava los calzones de cientos de convictos. Marsh vive el
sueño. Detective Robert Swan, por el otro lado, ya no vive. Compró Aries, una
compañía de construcción e ingeniería que no hizo nada en Malkin. Algo huele
mal y no es mi camisa con manchas. Ava promete buscar a McCaleb a través de
hacienda, yo tengo un lugar a donde ir.
Está
en los periódicos. La policía quiere mi cabeza. Suman los muertos. Muchos de
ellos inversores en nuestro querido sistema judicial. No estoy en su reloj. Ni
en el de Mr. Red, aunque él crea lo contrario. El clan no puede eliminarme,
pero pueden detenerme. Están nerviosos, deberían estarlo, me acerco cada vez
más. Aún así, debería jugármela a la segura. No fuerzo la entrada del edificio
de oficinas, entro por la parte trasera. Un obeso guardia duerme la siesta en
la cochera de entregas y llego hasta las escaleras. La empresa Aries tiene sus
oficinas en el quinto piso de un modesto edificio de oficinas. Largos y anchos
corredores al Art Decó para oficinas de empresas detrás de vidrios esmerilados
o ahumados. No debería haber nadie a esta hora, pero escucho pasos que se
alejan. Uso mis ganzúas para entrar, pero no me atrevo a usar mi linterna.
La
oficina tiene doce escritorios, pero todos coleccionan polvo. Arañas tejen sus
hogares del teléfono a la lámpara. Ninguna de ellas conectadas. La oficina
principal alberga los archiveros, el único lugar sin polvo. No sabría ni por
dónde empezar. Subo las persianas, dejo que entre la luz de la luna. No ayuda
mucho. Son dos torres, cuatro cajones cada uno, con docenas de expedientes. Me
esfuerzo por no reírme. Los archivos, en su enorme mayoría, son facturas de
compra de inmobiliario y facturas de venta del mismo inmobiliario. Juegan a la
pelota. Sobreviven el año fiscal con la cantidad común de movimiento, pero sin
hacer nada realmente. Al fondo de una gaveta
se encuentra el único folder de otro color. Una compra de empresa en
1939. Aries compró una empresa local llamada Bullwork. Un eslabón más en la
cadena.
Al
salir paso por el primer escritorio. La telefonista es la única que cuenta con
electricidad y su escritorio no tiene polvo. En un cajón guarda sus revistas de
moda. En otro paquetes de dinero. En el tercero una escopeta recortada. Adoro
el olor del lavado de dinero en la noche. Huele sórdido. La secretaria protege
el lugar durante el día, el gorila que regresa de fumar y se apoya contra la
puerta lo hace de noche. Imposible salir por la ventana y no me gustaría
dejarle saber al clan que llegué hasta aquí. Tengo pocas cartas en su contra y
pienso jugármelas pegado al pecho. Golpe de suerte. El guardia es relevado por
otro que carga su escopeta al hombro. No se queda mucho tiempo, sale a admirar
la vista. Hora de irme.
Sigo
al primer guardia. Un gorila peludo con un traje café barato y una corbata de
coristas. Elegante. No puedo golpearlo tan cerca de la oficina así que le sigo
hasta su departamento en Baltic. Dos matones en el callejón, otro en la puerta.
Esto requerirá fineza. Le pago 50 dólares a los pandilleros locales para que le
tiren piedras a las ventanas del edificio. Los matones los asustan con sus
armas, pero no me ven entrar por la puerta principal. El gorila entró al
edificio y le vi de nuevo en el cuarto piso. Fuerzo mi entrada en silencio. Le
escucho roncar. Me tropiezo con una montaña de cajas de madera. Abro una y no
necesito de los destellos de luna para saber que son rifles de alto poder y
automáticas. Un pequeño arsenal.
El
teléfono suena. El gorila contesta. Los guardias están nerviosos. La caja está
abierta en medio de su sala. Sólo me hace preguntar, ¿cuántas cajas más hay
allá afuera y en cuántos departamentos? Enciende la luz. Carta del tarot sobre
la mesa. No tiene ocasión de decirlo por teléfono. Lo apuñalo en la nuca. Me
preparo para lo que viene. Lo escucharon caer. Los matones están cansados, son
las tres de la mañana. No usarán las escaleras. El ascensor abre sus puertas.
La muerte roja reparte plomo con un par de automáticas robadas de su caja de
dulces. Dejo mi marca en el elevador. El reloj de arena. Se les acabó el
tiempo.
Para
cuando llego al cementerio estoy exhausto. Algo en el aire me dice que aún no
acaba la diversión. Electricidad en el ambiente, una tormenta se acerca. Me
espera apoyado contra su tumba. “Steven Hamilton. Padre e hijo”. Recuerdo el
entierro. De madre judía que se opuso a que la policía se quedara con el
cuerpo. El padre Shane estuvo tentado a hacer una broma sobre judíos, pero
decidió dejarles a ellos el rito. Steven era un hombre apuesto y elegante.
Incluso ahora que parece derrotado. Le digo quién soy. Él ya lo sabe. Escuchó
de mí. Los fantasmas de mi cementerio son unos chismosos. Le llevo a mi cabaña.
Me abro unas cervezas. Me enciendo un cigarro. Steven habla y habla. Tiene
mucho qué decir. Me da tiempo de lavar las manchas de sangre de mi abrigo.
Steven
fue asesinado en su vieja mansión mientras se dormía la borrachera. Sintió el
dolor en la garganta y despertó por apenas un segundo. Pudo ver a su esposa
dormida en su otra cama. Su único remordimiento es que no vivió lo suficiente
para decirle a la policía que su Gloria no lo hizo. Habitación cerrada por
dentro, la policía creerá que fue Gloria. Terminará en prisión si no la ayudo.
Otro reloj que cuenta en reversa. Me termino la cerveza. Me acuesto con el
sombrero sobre el rostro y le pido que me diga todo.
Steven
era dueño del Smooth, uno de los restaurantes más elegantes de Malkin. Gloria
es dueña del salón de bailes Imperial. Se conocieron en una exposición de
bodas. Smooth cocinó para Imperial en eventos importantes. Dos alcaldes, un par
de jueces y varios senadores han estado ahí. Lo dice con orgullo, yo no estaría
tan seguro. Organizaron una fiesta en su mansión, una vieja casona. La mayoría
de los invitados no los conocía, pero sí a los principales. Florence Rivers y
su ex esposo, Mark Yavich. Gloria le dijo a Mark que su esposa Florence tuvo un
amorío con Reginald Bundy, un chef. Le costó el matrimonio y mucho dinero.
George Daniels también atendió, fue el abogado de Florence, aunque no hubo
mucho que pudiera hacer. La trama se complica. Mark Yavich, el esposo engañado,
quedó arruinado por el éxito de Smooth, su restaurante no pudo con la
competencia. Una pieza más. Reginald Bundy, ex-amante de Florence Rivers, era
chef en Smooth hasta que cocinó algunas carnes echadas a perder y lo corrieron.
La prensa se enteró y quedó desempleado por mucho tiempo. Mark Yavich, el
esposo engañado, sería el principal sospechoso de haber introducido esas carnes
podridas. Después de todo, Reginald se acostaba con su esposa y el Smooth lo
arruinó. En esta reunión de alacranes George Daniels, el abogado, llegó
primero. Terminaban de decorar la casa cuando les dio la buena noticia. Los
Hamilton querían tener muchos invitados, y no sólo a esos fantásticos amigos
cercanos, y convenció a muchos de sus clientes de asistir. El resto de la noche
fue un destello. Se emborrachó y se fue a dormir. Gloria detrás de él. Duermen
en camas separadas por sus ronquidos y él escuchó a Gloria cerrar con llave.
Ella durmió primero y luego Steven.
Duermo
un par de horas, dándole de vueltas al asunto. Homicidio en puertas cerradas.
Si hubiera sido suicidio toda clase de alarmas sonarían en mi cabeza, pero aún
así. Inevitable pensar en Mr. Green, ya lleva al menos dos homicidios con el
mismo modus operandi. Que yo sepa. Me preparo mientras amanece. El padre Shane
deja el diario en mi puerta. La policía sabe que estuve en el edificio de
departamentos y le piden ayuda a la prensa. Insisten que no soy uno de los
buenos. En eso estoy de acuerdo. Me culpan de varios que yo no hice, no que me
moleste en lo particular. No lo hago por los encabezados.
Por
si fuera poco, un caso. El primero en mi lista es Mark Yavich. Arruinado por
Smooth, sospechoso de haber arruinado la carrera de Reginald Bundy y sabotear
el restaurante de Steven en el proceso. Me presento como reportero. El caso
está en los diarios y Mark no se ve muy cómodo de leer su nombre en blanco y
negro. Espanta a los meseros y me sienta con él en una de las mesas aún sin
preparar para la primera comida. Un chasquido de dedos y alguien materializa
algo de vino. Otro chasquido y le traen sus cigarros y un cenicero. Yo lo
intento, pero no sirve de nada.
- Había mucha más gente. Gente
que yo no conocía. Conocidos o clientes de George Daniels.
- ¿El hombre que defendió a su
esposa?- Yavich se rasca la calva y tuerce el cuello como si algo fuera
gracioso. Tiembla de arriba para abajo y la ceniza de su cigarro salta para
todas partes. La intuición me dice que no sería capaz de algo tan inteligente,
no sin ayuda, pero he estado equivocado antes.
- No es culpa de George. Me pidió
permiso para tomar el caso y le dije que sí. Imposible ganar y él lo sabía.
- ¿Usted cree que uno de esos
invitados que usted no conocía, sí conocían a Steven?
- No sé, no creo. Se quedó con
nosotros. Era un tipazo, sin duda.- Sonrío. Ahora está muerto. Todos los
muertos resultan más agradables en memoria.- Somos un grupo cerrado. Pero
Steven quería muchos invitados para darle más empuje al Imperial, el salón de
fiestas de su esposa que está por terminar remodelaciones. Un asunto diabólico,
sin duda. Nadie subió, amarraron a su mastín en la escalera principal. Se
durmió de aburrimiento, pero ladraba cuando alguien trataba de subir. Y había
gente afuera, a donde dan las ventanas del dormitorio, así que el asesino no salió
por ahí. Perdón, el o la asesina.
- ¿Qué hay de Gloria?
- Buena mujer. Se querían mucho.
No sé qué más hay. No creo que lo haya hecho. No cuadra.
- ¿Gloria está arrestada?
- No sé, tendría que preguntarle
a su abogado, Herman Atkins.
Yavich
me da la dirección de Atkins, un bufete especializado en casos similares.
Abogados de zapato lustrado y costosos peinados. Me abro paso entre las
secretarias hasta la oficina de Herman. Está ocupado con Reginald Bundy.
Tranquilizo a todos, quiero ayudar a Gloria. Amiga de una amiga. La misma
rutina de siempre.
- Fue Yavich, él me arruinó.-
Reginald tiene toda la pinta de cazador de fortunas. Cola de pato engominado,
una camisa floreada que avergonzaría a un ciego y una colección de cadenas de
oro.
- ¿Por qué no Steven? Su
restaurante, después de todo.- Me quedo detrás de él. Mira a Herman y luego a
mí. Lo incomodo. Los instintos de policía sobreviven después de todo.
- Está bien, admito que no lo
quería mucho, pero yo estaba charlando con las hermanas Culpepper. Clientas de
George. Unas mellizas divinas. Ya hablé con la policía, hablen con ellos.
- Estaré en contacto.- Le susurro
mientras se va. Pregunto por Gloria y Herman suspira.
- Está libre, por ahora. La
arrestarán esta noche seguramente. No tienen arma homicida. Saben que fue un
cuchillo, pero no aparece en toda la casa. La policía llegó antes que cualquier
invitado se fuera y les revisaron a conciencia. En las masetas, en los
inodoros, debajo de cada tapete, todas partes y no aparece. Aún así, puede que
no sea suficiente, la habitación estaba cerrada después de todo. El motivo
también es difuso, tuvieron sus altas y bajas como cualquier matrimonio.
Gloria
no tiene 40 horas. Yo tampoco. Hago malabarismos. Alcanzo a Ava en su
departamento. El caso de Mr. Red sobre el misterioso escocés. Prácticamente me
tira el diario encima. No quiere que deje señal alguna de mi presencia. Supongo
que podría, pero he resuelto muchos casos con apenas la amenaza de mi
presencia. Eso es invaluable. No me quiere ver en prisión. Me amenaza con que
no irá a visitarme. Le digo que no llegará a eso. Eso espero.
- Y además del regaño...- La beso
de nuevo y termino de cocinar el desayuno.
- Mis contactos en Hacienda valen
su peso en oro. Son dos secretarias parlanchinas a las que les envío rosas y
chocolates en sus cumpleaños, navidades, cumpleaños de sus hijos, en fin.- Me
muestra el calendario que cuelga de la pared de su cocina. Pocos son los días
sin anotaciones.- Le pago a los muchachos de la florería de abajo unos 100
semanales y envían todo sin falta.
- Eres diabólica Ava Margo.
Hermosa y diabólica.- Sonrío con medio tocino saliendo de mi boca y ella se
ríe.- ¿Qué haría sin ti nena?
- No aprenderías a comer como la
gente normal, eso es lo primero. A veces me pregunto si entierras ataúdes o si
vives en ellos.- Me quita manchas de aceite con su servilleta y sonríe.- Y mis
chicas tuvieron suerte. William McCaleb empieza a existir fiscalmente en
diciembre de 1937 y desaparece en enero de 1940. Pudo haberse mudado de estado.
- No sé, alguien tan metido en el
clan tendría que quedarse en Malkin.- Me extiende una dirección apuntada en un
papel y termino de comer en dos bocados.- Esto es un buen inicio.
38
horas. Reviso la hora obsesivamente. Tengo dos enfermedades terminales. Miro el
reloj una y otra vez, pero eso no lo hace ir más lento. Empiezo a entender el
negocio de Mr. Red, cualquiera gastaría fortunas por unos cuantos segundos
porque cuando eres empujado al abismo harías lo que fuera por aplazar la
ejecución. Un hombre lanzado del barco, a punto de ahogarse, alguien le
extiende un salvavidas y pide a cambio tan sólo su alma. Sé que Mr. Red no es
un amigo, más bien un aliado temporal. Aún así, no sé hasta qué punto es
abominable. Todo tu dinero por una hora más de vida para resarcir algún daño,
no suena tan mal. Un hombre desea tener el mundo para regalárselo a su familia,
Mr. Red sólo pide un día de su vida. ¿Se lo quitará el día que muera o antes,
evitando que realice algo o forzándole a cumplir su voluntad? Mr. Red
comprendió algo valioso de la geografía del edén, la importancia del tiempo. La
sociedad de relojeros tienen un ambicioso plan. Urdir su propia geografía del
edén. Su propio plan. Distinto grupo, motivaciones semejantes.
Su
buen amigo William McCaleb vivió en un enorme edificio de departamentos en la
orilla de Brokner. La buena, la que da al puente del norte, la que ahora se va
invadiendo de miserables del centro de Brokner. Los nuevos inquilinos del
departamento nunca le conocieron, pero un niño sí lo recuerda. Me muestra un
apretón de manos con dos dedos y de puntitas, McCaleb le dijo que era un
apretón de manos masónico de muy alto nivel en el rito escocés. El niño no
tiene idea de lo que significa, pero sonriente me hace saber otro secreto, el
escocés tenía novia en el edificio. Dejo de sonreír cuando me dice que no la
recuerda. Pregunto por donde pueda, pero es claro que William no ha pisado las
alfombras del edificio en un buen tiempo. Salgo del edificio Art Decó sin saber
qué es lo que busco. Lo que no sabía se aparece frente a mí. Del otro lado de
la calle un vagabundo descansa con su perro. Tiene un carrito de compras, con
algunas lámparas robadas del edificio.
- Aquí tienes viejo.- Le dejo
beber de mi licorera y le tiro un par de billetes. El perro pulgoso me mira con
desgane y se queda tirado cuando su dueño se levanta.
- Era conserje hasta que me
despidieron. ¿Quiere saber sobre William? Le diré lo que sé, viendo que ya
somos amigos. No daba problemas, aunque había un rufián que siempre andaba
vagando por su piso, creo que le estaba espiando. Al menos eso creo que hacía,
porque el escocés no era... usted sabe, de ese tipo. Desapareció a principios
del ’40. Nadie sabía qué hacer con el departamento, quedó vaciado por meses. Alguien
se robó sus cosas del sótano y finalmente se puso a la renta. Ahora, que si
quiere saber sobre su novia en el edificio...- Le suelto otro billete y
sonríe.- 302.
- Gracias viejo.- Le dejo la
licorera. Se la robé a un mafiosos muerto y mi padre siempre dijo que era de
mala suerte beber el trago de un muerto. Mi padre sabía mucho sobre la etiqueta
de la bebida.
- ¿En qué puedo ayudarle?- La
chica del 302 es una morena guapa y casada. Una mención de McCaleb y se pone
nerviosa como gato en perrera.- Por favor oficial, no puede decirle a mi
marido.
- Descuide, no es mi problema. Es
urgente que le encontremos.
- Un mes después que desapareció
alguien me envío esto.- Regresa a su departamento, busca en el fondo de un
cajón y regresa con un pedazo de tabla de madera con una mano pintada de rojo.
Mr. Red, ¿qué le hiciste a tu amigo?- Pensé que era artesanía, la verdad no sé
porqué lo guardé.
- ¿Cómo supo que era de él?
- Me habló varias veces de un
sujeto que parecía un conocido, no un amigo. Mr. Red, sin otro nombre. No era
del trabajo.- Me brillan los ojos y se da cuenta.- McCaleb tenía establos en
Escocia, no necesitaba realmente trabajar, pero le apasionaba la ingeniería. El
bufete desapareció junto con él, fue el primer lugar donde le busqué. Tenía un
colega, Franz Burton. Se preocupó mucho cuando desapareció y me ayudó a
buscarlo. Aunque claro, no podía ser muy obvia al respecto.
La
mujer me da la dirección de Franz Burton y me dirigen a su trabajo en una
fábrica de radios. Cada segundo en tráfico se siente como una pérdida de
tiempo. Son las dos. El estómago gruñe, pero no como hasta llegar a la fábrica.
Franz recibe al oficial Jerry Welles en su oficina. Se aburre de muerte en su
trabajo, cuando William le pagaba podía hacer lo que quisiera, experimentar y
perder el tiempo. Nunca le conoció bien y le creo cuando lo dice. Parece
demasiado aburrido para ser un espía. No reconoce a un Mr. Red, pero sí
recuerda la dirección del bufete y un dato más. Un joven que parecía espiarle
al menos dos veces por semana. William se reiría y no le daría importancia,
pero cuando desapareció Franz siempre imaginó que habría sido él. Aún así, mi
dinero aún está con Mr. Red. Es muy típico del clan matar a quienes ya no son
útiles.
- Por cierto, y sé que quizás le
sonará raro, pero me gustaría su opinión sobre algo. ¿Ha escuchado de una
empresa llamada Bullwork?, ¿construcción, ingeniería, esa clase de cosas?
- No, no me parece. Pero si usted
busca una empresa de construcción,- me dice mientras se arregla la camisa y la
corbata.- tiene que ir con la cámara de comercio. Llevan registros detallados
de todas las empresas que entran a un concurso mercantil.
Me
siento como un idiota por no haberlo pensado antes. Aunque, en mi defensa,
tengo tres investigaciones abiertas que demandan todo mi tiempo. Ruego a los
cielos que pueda terminar una lo más pronto posible y violo todas las leyes de
vialidad para llegar al viejo bufete en Park Place. Acelero todo lo que puedo,
pero el sol no se detiene y sigue bajando contra el horizonte urbano. El
edificio está deshabitado y no me cuesta trabajo meterme por una ventana. Unas
cuantas mesas, sillas y herramientas cubiertas de polvo. McCaleb tenía
caballos, no necesitaba trabajar pero aún así se compró un buen lugar, contrató
a un ingeniero y ¿luego qué?
Espanto
algunos ratones en busca de esa respuesta. Al fondo, en un cubículo que casi
pasa desapercibido detrás de una raída cortina con motivos chinos un ratón se
escurre en un agujero del suelo. El restirador se apoya en una tabla que pasa
por suelo, es una entrada secreta a una escalera de madera podrida que cruje
como condenada mientas bajo al sótano. William tenía una debilidad por los
chocolates. Los ratones encontraron suficientes cajas en una esquina como para
mantenerlos gordos y felices por unos años. Se llevó casi todo antes de irse,
casi. En una mesa encuentro el prototipo del martillo del destino, la enorme
lámpara china que lleva un anillo de almas y una rueda del destino en la parte
inferior. Papeles en el basurero indican cuántas placas de vidrios, metros de
tela y material se necesitarían. También olvidó una placa de aluminio con
columnas e hileras de octaedros, como los que hay en panales. La placa tiene
dobleces en los lados, pero no tengo idea de lo que debería ir allí. Lo demás es
bastante inocente y por más que reviso hasta la basura no consigo nada útil. La
adrenalina bombea, pero se siente como un callejón sin salida. Subo las
escaleras y automáticamente enciendo la luz cuando me doy cuenta, con cierta
aprehensión, que el atardecer ya ha avanzado bastante. Entonces me cae el
veinte. ¿Por qué sigue funcionando la electricidad? Alguien paga por ella.
Pienso
en visitar a George Daniels, el abogado que defendió a Florence Rivers en su
divorcio, pero el edificio de la cámara de comercio queda a un par de cuadras. Dejo
mis herramientas de trabajo en el auto. Me presento como ingeniero urbano. La
secretaria me lleva entre los altos libreros a los legajos notariales. Todo
tiene su código y yo no tengo paciencia. Me busca Bullwork y carga el pesado
tomo a un atril. Bullwork ganó varios contratos a partir de 1931. Nuevas bancas
para un parque. Iluminación para la carretera. Llego a 1932 y sonrío como un
niño. Las piezas encajan. Ganó un contrato para remodelar la prisión federal de
Fort Mist al norte de la ciudad. Peter Marsh tenía que llegar ahí. No podía
esperar. La sorpresa me ciega de lo obvio. La secretaria corre al teléfono. No
sé qué dice, pero me mira a mí y suena asustada. Hora de irme. No llego muy
lejos porque en la entrada un par de gorilas me sorprenden con bates al
estómago. Me cargan de las axilas a un auto y salen disparados de ahí.
Me
preguntan por mi interés en Bullwork. Me hago al desmayado. Un par de
bofetadas, pero no respondo. Dejo que me lleven. El viaje es corto. Viejo
edificio de departamentos. Me arrastran al elevador de carga. Siguen
preguntando con los puños y cuando me tiran al amplio departamento con docenas
de viejas camas y provisiones sé que se acerca lo peor. La familia se prepara
para algo y no hay lugar para chismosos. Me patean en el suelo y me arrastro a
la cocina donde habían estado preparando la cena antes de ser interrumpidos.
Dejé mis herramientas en el auto. Grave error. Las dejé todas, menos mi navaja.
Siguiente patada recibe el filo a través del zapato. Cortó un tendón de Aquiles
y me levanto de un golpe. El tercer matón es rápido y me golpea en la quijada
hasta lanzarme a la cocina. Levanto la olla hirviente y le ciego con salsa
ardiente. Le quito el arma del cinturón y mato a los tres. Escucho voces y no
puedo quedarme a ver. En la entrada mato a otros dos. Uno casi me vuela la
cabeza al disparar su escopeta contra el ascensor. Les robo los clips de dinero
con gruesos fajos de billetes. Más que suficiente para tomar un taxi de regreso
a mi auto. Continuar con mi día.
No
lo puedo seguir posponiendo. Visito a George Daniels el abogado en su oficina
en un rascacielos. El atardecer se filtra por las persianas. La secretaria
estaba a punto de irse. Me presento como detective. Jugada arriesgada, pero no
tengo tiempo para regresar mañana en la mañana. George Daniels es un hombre
alto, de bigote fino y gruesas gafas. Tiene una pequeña biblioteca de libros de
leyes, una cursi colección de Quijotes y algunas novelas rusas. En la pared
frente al escritorio se encuentran sus premios y diplomas para que los clientes
puedan verlos desde los cómodos sillones. Daniels no quiere hablar conmigo,
pero se calma cuando le digo que estoy del lado de Gloria Hamilton. Me ofrece
un brandy, no puedo resistirme.
- Defensa de derechos civiles en
Atlanta, defensa de derechos laborales en México, defensa agrónoma en
Sudamérica, y la lista continua.- George se ruboriza cuando señalo los cuadros.
- No fue mi idea, pero es para
los clientes. ¿Cómo puedo ayudarle?- Se apoya en sus escritorio, yo me quedo de
pie.- Ya he hablado con otros detectives.
- Empecemos por Reginald Bundy.
¿Estuvo con ustedes toda la noche?
- En parte, también se hizo
muy... amigo de las hermanas Culpepper. Mellizas adineradas, mis clientas.
Florence no estaba muy feliz. Aún conserva ciertos sentimientos hacia él, usted
entenderá. Trato de convencerla de olvidarla, pero ese Bundy es un carismático
caza fortunas.
- ¿Qué tal usted abogado? Me han
estado pintando una escena de la fiesta, pero me gustaría escucharlo de todos
los implicados.- George se enciende un cigarro y se quita los lentes. Está
cansado, pero se esfuerza por sonreír. Ha lidiado con policías antes.
- Llegué temprano con la hielera,
me ocupé de la barra. Los Hamilton tienen una pequeña reproducción de un pub
del siglo pasado en su sala. Una belleza. Nos quedamos unidos casi toda la
noche, Steven fue el primero en emborracharse. Gloria también, aunque trató de
esconderlo. Alguien le dijo a la policía que Gloria se peleó con Steven por
haberse alcoholizado de esa forma, pero yo no vi nada de eso. Tampoco Florence,
Mark o Reginald.
- ¿A qué hora se fueron a la
habitación?
- A las diez. Se acabaron las
botellas a las doce, así que salí a comprar más. Una hora, hora y media después
el lugar estaba repleto de policías. Gloria no lo hizo, pero no le veo
solución.
Llamo
a Ava por un favor, pero ya se adelantó. Tiene una copia del expediente
policial. No le digo nada de la paliza que me dieron los matones, pero sí le
hablo de Bullwork y el camino de migajas hacia William McCaleb y su extraño
mirón. No dejo que me acompañe. Lo último que quiero es exponerla a los
mafiosos. No me lo perdonaría. Acepta de mala gana mientras redacta su nuevo
reportaje de investigación sobre el caso Hamilton. Leo y manejo hasta el salón
de fiestas Imperial. Los vecinos dijeron que estaría ahí. La policía no tiene
muchas pistas, y lo poco que tienen no suma a nada relevante. La casona es del
siglo pasado, una de esas viejas chapas de antigua llave, pero el seguro es
pesado y difícil de violar. Una mancha de tinta de periódico en la pared de la
entrada. Steven perforado por la garganta, no pudo gritar. Para cuando llegó la
policía el cuerpo estaba empapado. Pensaron que sería licor, pero era agua. La
puerta estaba cerrada, la llave estaba en la habitación. No se ve bien para
Gloria.
La
sala de fiestas Imperial tiene una fachada Art Deco, con ventanas de vitrales y
su propia calle interna que lleva hasta el salón y un amplio estacionamiento.
Un anuncio en la entrada dice que habrá boda mañana en la noche, pero no lo
parece por dentro. Montañas de tierra en la entrada, cajas de losas, vidrios y
cemento. Tendrán que trabajar las 24 horas y Gloria no estará libe para verlo.
Fuma en cadena apoyada en una columna de la entrada del salón. Tiene ojeras y
ojos rojos de tanto llorar. Se ocupa de la remodelación de último minuto para
no pensar en su esposo. Jura que no tuvieron pelea alguna en la fiesta, una
mentira más de la policía. Según Gloria Florence sigue enamorada de Reginald y
está casi segura que Mark Yavich envenenó la comida de Reginald, también para
hundir a Smooth. Le da vueltas al asunto, pero no sabe que más decir. Al ver a
la patrulla se suelta a llorar y se aferra de mi brazo. Nada que pueda hacer.
Tienen orden de arresto. Me recuerdan que estoy contra el reloj.
Florence
Rivers es la siguiente en mi lista. No sé qué hacer con Aries-Bullwork-Marsh.
No sé cómo conseguir el nombre del que paga la luz en el bufete de William
McCaleb. Espero que las respuestas me caigan por arte de magia. Tic-toc el
reloj va en reversa. El sol cae. Mi cuerpo exige descanso. Mi estómago exige
comida. Donas y café. Teléfono público, necesito ubicar a Florence. No está en
casa, según la chismosa de su madre. Se fue a la casona Hamilton llorando y berreando.
La casona de dos pisos está cercada por cinta amarilla, pero ningún policía.
Lógica de policía, la cinta mantendrá alejados a los ladrones por su mera
presencia. Luz encendida en el segundo piso, la habitación de los Hamilton
según el expediente policial.
La
casona está encerrada entre dos edificios y no tiene jardín posterior. Sólo dos
accesos, las ventanas de arriba y la puerta principal. Según el recuento
general de la fiesta había invitados en la entrada. Imposible saltar por la
ventana de arriba. Un pub en la sala. Steven me cae bien. Avanzo por la
escalera de servicio. La puerta vieja tiene un seguro de barra, pero no creo
que Florence lo haya escuchado. La escucho llorando en la habitación. Sentada
en el suelo entre las dos camas. La mancha de tinta de periódico sigue en su
lugar y una silueta de listón blanco marca la posición del cuerpo de Steven
Hamilton. Me presento como amigo de los Hamilton. Casi se desmaya del susto.
- Imagino que ya se lo ha
preguntado a todos.- La ayudo a ponerse de pie. Florence es una mujer de rasgos
angulosos pero con buen gusto. Fácil saber lo que Bundy veía en ella.- Reginald
no habló conmigo en toda la noche.
- ¿Tenso el ambiente? Su ex
estaba ahí, así como la mujer que arruinó su matrimonio.
- Si está insinuando que...
- No se necesita ser un genio
para sumar dos y dos. Hábleme de la fiesta.
- Pues yo estuve abajo casi todo
el tiempo. Pregúntele a cualquiera.- Se enciende un cigarro y la escolto fuera
de la casa. Acaba de saltar al número de uno de mis sospechosos principales. No
le creo cuando dice que fue a llorar. Gloria le arruinó y Steven arruinó a su
ex. ¿Qué hacía realmente en esa habitación? Imposible sacarle respuestas a
golpes, tendrá que ser por la vía sutil.- Seguimos la fiesta sin ellos. Yo
quería conocer nuevos amigos, usted sabe, entre los clientes de George, pero
ver a Reginald hablando con esas mellizas me quitó las ganas de todo. George
desapareció para ir por más botellas y me avergüenza admitir que después de los
Hamilton fui yo quien se acabó la mayor parte de las buenas botellas. Estuve
platicando con George cuando regresó. Quería preguntarle algo a Gloria, pero el
perro no me dejaba subir. Me fui por la de servicio, estaba cerrada. Toqué la
puerta y escuché los gritos de Gloria. Tuvieron que amarrar al mastín para
dejar pasar a los paramédicos. Un infierno.
- ¿Cuándo se abrió la puerta?-
Florence llegó en taxi así que don Quijote le ofrece llevarla a su auto.
Prácticamente se termina mis cervezas de emergencia que guardo bajo el asiento.
-
Gloria no paraba de gritar, todos la oyeron. Tratamos de tirar abajo la
puerta, pero es muy pesada. Gloria abrió con su llave. Estaba tan nerviosa que
tardó un minuto en girarla.
- Es un extraño grupo de amigos.
- Admito que Gloria no es mi
amiga. Nunca me cayó bien, ni ella ni su ridículo salón de fiestas. Está
prácticamente fuera de Malkin, en carretera 61, ¿no es eso ridículo? Aún así,
el divorcio fue mi culpa. Y antes que pregunte, sí, Mark también tendría
motivo, ¿no cree que lo pensé antes? Hasta ahora la policía no sabe que solía
ser cerrajero de joven, pero aún así, estaba cerrada por dentro.
La
dejo en su casa y hablo con Ava. Adelantos para su artículo. No quiere oírlos,
está muerta de miedo. Me muestra la carta anónima que alguien deslizó por
debajo de la puerta. La acusan de ayudar a la muerte roja. Son muy gráficos en cuanto al castigo.
Me detengo de destrozar la carta cuando leo el membrete. El idiota lo escribió
en papelería de un restaurante italiano. Parece que toqué un nervio y ahora
quieren lastimarme desde Ava.
- ¿Qué hago?- Está en bata y
fumando un cigarro tras otro. La abrazo para calmarla, pero yo no estoy
calmado. Yo quiero sangre.- ¿Llamo a la policía?
- No, déjamelo a mí. Pero tienes
que hacer algo por mí.
- No, ya busqué el asunto de la
electricidad en ese edificio abandonado y no tengo ni idea. No está registrada
la propiedad.
- No me refiero a eso. Escribe
una editorial. Escribe que soy un criminal, que la policía tiene razón en
perseguirme. Mantén tu distancia.- Le cierro los labios con mi dedo.- Esto será
solo el principio si sigues escribiendo que soy alguna especie de héroe. No lo
soy, soy un criminal de carrera. Matón a
sueldo. Peligro para la sociedad.
- Jamás me he dejado vencer por
amenazas como estas.
- Ésta vez es diferente. Ésta
gente me odia más de lo que odian al cáncer. Todo lo que esté relacionado conmigo,
incluso tangencialmente, está en peligro.
Ava
es terca, pero finalmente acepta. Dice que se siente sucia, culpable. Nunca
había cedido a la presión. Siempre hay una primera vez. En Malkin los
reporteros narizones mueren todo el tiempo. Zapatos de concretos. Puñales en la
espalda. Suicidios de balas en la espalda. Accidentes de auto con cinco palos
de dinamita. La lista es larga. La muerte roja puede hacer algo que ellos no
pueden. Algo que la policía tampoco puede hacer. Visito el restaurante y camino
de civil por enfrente un par de veces. Perry, eres un idiota. Es una trampa. No
podría haber sido más obvia. Reconozco a Martin Abruggio, mandé a prisión a su
hermano Dominic hace tiempo. Está acompañado de una brigada de asesinos a
sueldo que finge comer con la izquierda mientras la derecha sostiene el arma
bajo la mesa.
Demasiado
terco para dejar que se quede así. Esto ni siquiera cae en cualquiera de mis
tres investigaciones. No hay ningún reloj para esto. Al diablo los relojes.
Esto es personal. No tengo nada mejor que hacer. Puedo golpear piedras toda la
noche, pero no les sacaré sangre. Es obvio que necesito ojos frescos. El rastro
de McCaleb, las renovaciones de Bullwork y el homicidio a puertas cerradas. La
intuición me dice que están relacionados. Todo está relacionado pero no
encontraré el hilo que me lleve a la fuente dándole de vueltas en el auto. Por
ahora espero, y espero más de una hora. Los matones se aburren. Abruggio es el
primero en irse. Le sigo a cuatro autos de distancia hasta la fábrica de telas
que había sido de su hermano Dominic. Entro por la parte trasera. Avanzo con
cuidado, de un enorme carrete de tela a otro. Escucho pasos y me lanzo al carro
de tintorería. Me cubro con sábanas mientras los matones salen a sus autos para
cumplir el capricho de Abruggio. Escucho a Martin hablando por teléfono y salgo
del carrito en puntitas. Recuerdo un teléfono en una esquina protegida por
gruesos tambores metálicos. Descuelgo con cuidado y detengo la respiración.
- Los negros acaban de comprar
armas de asalto Tony.
- Deja de quejarte Martin. Concéntrate,
¿qué hay de la reportera?
- No creo que sepa quién es la
muerte roja. Le tendimos una trampa, pero no se ha presentado. Mis muchachos
seguirán esperando. Ahora, ¿qué hay de los chicanos?
- Escúchame bien Martin, porque
solo lo diré una vez. Dominic nos trajo mucho dinero con su comercio de
heroína, y fue por respeto a él que te ascendimos a teniente. No me quedes mal.
Las tres familias se limpiarán desde la médula. Tú mantén los ojos abiertos.
Haz lo que te digo y estarás bien. No pidas explicaciones porque no mereces
ninguna. Sigue el plan y saldrás bien librado.
Fuerte tentación de matarlo aquí y ahora. Mala idea.
Ahora mismo Martin Abruggio es mi mejor amigo en todo el mundo, está
convenciendo a sus paisanos que Ava no es amenaza alguna. Me voy de la fábrica
de telar en silencio. La cabeza me da vueltas. Piezas en un tablero, se mueven
sin orden ni concierto, un ajedrez sin reglas. He estado operando como policía
sin placa, fue mi error. Hora de cambiar de estrategia. Regreso al bufete de ingenieros
y echo gasolina por todas partes. Esto tendrá que llamar la atención de
McCaleb, o del mirón. Espero en un callejón. Mi aliento se hace vapor y tiemblo
de frío. A mi lado, debajo de viejos carteles políticos, una mano roja contra
la pared. ¿Sería Mr. Red el mirón? Dijo que aprendió la palabra del escocés,
quizás se la robó. No tiene sentido, el escocés y Red estaban en el mismo
equipo. Quizás el mirón es otro durmiente, alguien encargado de vigilar al
escocés, de asegurarse que McCaleb cumpliera su propósito. El instinto me dice
que lo sabré pronto.
Los
bomberos llegan con un par de patrullas mientras el sol nace del este y la
ciudad despierta. Estudio a los civiles. Uno de ellos se escabulle de la
policía un par de veces. Muestro mi placa de detective y me dejo pasar. El
curioso no deja de preguntarle al jefe de bomberos si puede pasar a ver. No
quiere decir por qué, pero insiste en entrar al edificio. Le robo la cartera y
estudio sus identificaciones. Nigel Jefferson. El conserje-vagabundo dijo que
era calvo, de ojos saltones. Idéntico a Nigel. Dejo que un uniformado se la
devuelva me desaparezco. Lo atraparé en otro momento. Ahora tengo que hablar
con Gloria, quien para ahora estará en la prisión de Leary Hill.
Tengo
13 horas. La estoy jugando a oído. Me dejo llevar por el instinto porque mis
neuronas no consiguen terminar el rompecabezas. Gloria tiene pocas
posibilidades de ganar un juicio, y no le diré a Steven que fallé sólo porque
ese loco del reloj me mandó a una misión por motivos más bien sospechosos. Mis
clientes siempre van primero. Ellos me prestan tiempo, después de todo. Inicia
el horario de visitas. La fila es larga y lenta. Estuve aquí por el caso Brenda
Upshaw y no ha cambiado mucho. Me ordenan seguir la línea verde de visitas
hasta una galería donde los convictos hablan con sus visitantes a través de un
vidrio. Yo debí terminar aquí. Lo intentaron. Pusieron todo su empeño y tenían
muchas evidencias en mi contra, pero me salvé al final. Bueno, eso de salvar es
un decir, pero estando en Leary Hill con
ropa de civil sí es una salvación. Firmo en el registro debajo de “Herman
Atkins”, el guardia dice que su abogado ya pasó por aquí y Gloria no está
lejos. No tengo que esperar nada, ya está sentada frente al vidrio cuando me
siento.
- Herman trajo buenas noticias.-
Está cansada y se le nota. Nadie duerme su primera noche en prisión. Aún no es
convicta, así que recibe mayor vigilancia y literas más cómodas. Aún así, los
gritos de las bestias enjauladas volverían loco a cualquiera.- Hay
posibilidades en mi caso. Muchos sospechosos la libran porque no aparece el
arma mortal. ¿Lo sabía?
- No se confíe, su esposo era un
hombre rico y con muchos amigos. Muchos de ellos querrán un juicio rápido y
agresivo.- Me siento mal por arruinarle la esperanza, pero tenía que hacerlo.
Nada se compara al corazón roto cuando el jurado entrega ese pequeño papelito
que dice “culpable”.- Esta pregunta le sonará rara, pero es importante. Tenía
que oírlo de usted. ¿Cuál fue la primera voz que escuchó? Usted estaba dormida,
¿qué la despertó?
- Reginald.- Lección número uno
de homcidios, la gente miente. No fue Florence. Extraña mentira. Extraña
obsesión por estar en ese cuarto. Un cuarto que fue registrado mil veces por la
policía en busca del arma homicida.- Crocker estaba actuando raro, es el
mastín. Creía que estaba borracho.
- ¿Segura que fue Reginald?
- Sí, claro que estoy segura.
- ¿Reginald o Florence se
portaron raros con usted? Cualquier cosa podría ser importante. ¿Una
conversación que no haya entendido, algún gesto que salía de lugar?
- No... Bueno, hay algo. Florence
me dio un collar.- Gloria se muerde las uñas. No deja de mirar alrededor. Está
muerta de miedo. El ala de mujeres es aún más aterrador que el de hombres.
Algunos hombres quieren ir a prisión, como pandilleros o mafiosos, pero nunca
las mujeres. No hay mejor palanca contra un mafioso que su amante muerta de
miedo de ir a la cárcel.- No le presté mucha atención. Cualquier regalo de ella
no es exactamente bienvenido.
- ¿Le regalo un collar?
- No exactamente, me pidió que lo
guardara. No sé qué habrá sido de él. Lo guardé en mi abrigo, ni siquiera lo vi
bien. Me llevé el abrigo al dormitorio, quizás siga ahí, si es que la policía
no lo robó.
- ¿Era valioso?
- No sé, no le presté atención.
Me lo dio y lo guardé en el bolsillo del abrigo.
Al
menos sé qué buscaba Florence en su cuarto. Encuentro a Florence antes que
salga al trabajo. Se pone pálida cuando menciono el collar. Un regalo de su
amante, Reginald Bundy. Escuchó que el collar pertenecía a una amante anterior,
alguien que estaría en la fiesta y por eso se lo dio a Gloria. Quisiera
exprimirla más, pero no tengo tiempo. 10 horas. Lo hace sonar inocente, pero no
hay nada de inocente en ello. Y no creo que me diga la verdad, pero el reloj
del jefe de la sociedad de relojeros sigue su marcha inversa y no puedo hacer
nada. Le robo el periódico y manejo a la dirección de Nigel Jefferson, el
mirón. Ava trabajo rápido. Leo la editorial de semáforo a semáforo. Parecería
que soy el diablo. Ella siente fatal por hacerlo, pero eso le salva la vida.
La
casa de Nigel en Flush parece inocente por fuera. Pasto verde en la entrada.
Buzón de brillante color rojo sobre un poste con dibujos de abejas. Entro por
la puerta trasera. Cartas en la cocina de la compañía de electricidad, es su
trabajo. Instaló la electricidad del edificio sin avisarle a la compañía.
Reviso en la basura, pero no encuentro nada más que comida echada a perder.
Facturas debajo del cesto de basura. Compra y envío de todo lo que se necesita
para hacer y mantener un invernadero. La nota de envío para fertilizante tiene
una dirección. Reviso el resto de la casa, pero una cosa es muy obvia. Nadie
vive ahí. Casi no hay comida en el refrigerador. Tiene polvo en la sala. Un
guardarropa muy básico en un destartalado armario. Usa la regadera y el baño, pero
no mucho más. Hay un nido de arañas en la entrada a la cochera. La dirección de
envíos parece una mejor apuesta para encontrarle. Salgo por la puerta trasera y
me doy cuenta de algo que no vi en su momento. Abejas muertas. Docenas de ellas
en los escalones de la puerta trasera. No hay panales en el jardín y el marco
de la puerta trasera apesta a desinfectante. Abejas en el poste del buzón.
Abejas en la entrada trasera. Sé que estará conectado más adelante, pero temo
saberlo.
Reviso
la segunda dirección, un departamento de planta baja. Su ropa cuelga de tubos
de cañería. Una radio, un colchón y una silla. Hijo de perra es listo. Las
compañías entregan al departamento vacío, para luego contratar a otra empresa
para que se lleve todo a la verdadera ubicación. Un lugar lo suficientemente
grande como para tener un invernadero. Si alguien se pone de curioso llegaría
hasta aquí, donde no encontraría nada útil para seguir adelante. Ava podría
saber quién paga por el departamento.
- ¿Por qué sólo me visitas cuando
trabajas?
- Porque trabajo todo el tiempo.-
La beso, pero ella está fría. Recortó su editorial. La pegó al refrigerador con
un imán.
- Nunca había mentido de esa
forma. Insulté a mi novio en dos columnas. Por favor, quítame la suciedad de
encima, tírame un hueso.
- Muy bien.- Le escribo la
dirección del departamento vacío y sonríe.
- Esto sí puedo hacer. ¿Tú qué
harás?
- Estoy cerca del trabajo de
Reginald Bundy. La historia del collar me tiene nervioso.
- No te metas en problemas.- Deja
la taza de café y se muerde el labio inferior. No puedo irme cuando hace eso,
la pelirroja me hipnotiza.- ¿No has estado matando mafiosos o algo así?
- No amor, ¿te mentiría?
- Sí, sí lo harías.
- Me portaré bien.
- Ésa no fue una respuesta.
- Lo sé.
El
aroma de Ava me sigue. Hace que el reloj avance más despacio. Entro al nuevo
restaurante de Reginald Bundy, el Frenchies. Uso la puerta trasera. Lo golpeo
en los riñones y lo arrastro afuera. Los meseros quieren intervenir, pero no se
atreven. Un par de golpes más y azoto su cabeza contra el muro de ladrillos.
Quiero la verdad sobre el collar. Reginald olvida su personaje de Don Juan y se
abre como un libro. Steven le regaló ese collar a Gloria hacía tiempo y
Reginald lo robó. Era una trampa. Florence le entregaba el collar, junto con la
mentira. Gloria y Steven se darían cuenta del verdadero origen del collar.
Gloria pensaría que Steven tuvo un amorío con Florence, o Steven pensaría que
Gloria tuvo uno con Reginald Bundy. Buena manera de sembrar dudas. Vaya amigos.
Y vaya plan. No se esperaban que Gloria mataría a Steven mientras dormía. Los
dos entraron en pánico. Florence tenía que robar el collar, evitar que la
policía hiciese más preguntas. Creían que estaban a salvo. De la policía sin
duda, pero no de mí. Tengo el mejor testigo del mundo, la víctima, y aunque no
sabe quién lo mató sí sabe quién no lo hizo.
- Te estoy diciendo la verdad.
¿Por qué mentiría?
- Por muchas razones. Le dirán
todo a la policía, porque yo lo haré y quien llegue primero gana. ¿Nos
entendemos?- Se orina en los pantalones y lo tomo por un sí.- Una última cosa.
- ¿Qué?
- Por cuestión de principios.- Lo
pateo en la entrepierna con tanta fuerza que lo levanto y llora de dolor.
Primitivo, pero me trae satisfacción.
Herman
Atkins no contesta el teléfono de su oficina. Tengo una bomba contra la
policía, algo que podría darle a Gloria la posibilidad de sacar fianza rápido.
En su oficina me dicen que nunca llegó. Esto huele mal. Acelero hasta llegar a
su domicilio. Una casa de tres pisos en Baltic. Casi me tropiezo con el
periódico en la puerta y las cartas. Uso mis ganzúas cuando Herman no contesta
el timbre. Adiós a Herman. Empacó sus maletas lo más rápido que pudo, hay ropa
por toda parte. Florence mintió sobre haber despertado a Gloria, porque cubría
a Reginald, y no puede hacerlos confesar ante la policía porque no tengo el
collar como evidencia, y no lo puedo robar porque no tengo tiempo. Herman
Atkins lo podría haber hecho, y para ahora debe estar cualquier otra parte
menos Malkin. Algo lo asustó.
Seis
horas. Entiendo el negocio de Mr. Red a la perfección. El reloj que avanza
hacia atrás es un lindo detalle. Una manera muy pulcra de decir que el tiempo
se escabulle de entre tus dedos. Pongo a Ava al corriente en el caso Hamilton.
Apunta cada palabra. Será una gran historia, si consigo solucionar el acertijo
de la habitación cerrada. Ésa es la pieza central, y sin ella no tengo nada.
Ava también le da vueltas al asunto.
- ¿No me dijiste que Mark Yavich
era cerrajero? Quizás los tres estaban unidos en el asunto. George Daniels
desaparece por más licor y se ponen manos a la obra.
- ¿El marido, la ex-esposa y el
amante? No creo.
- Piénsalo, Daniels fue quien
invitó más gente, ellos no. Ellos querían que fueran pocos, menos testigos.-
Fuma nerviosa. La carta amenazante aún le cuelga pesado.- Aunque claro, todos
en la fiesta les vieron durante el homicidio.
- Es la tinta de periódico, esa
es la clave.
- ¿De qué?
- No tengo idea, pero no te
desquites conmigo, trabajo tres casos a la vez. ¿Qué hay de Jefferson?
- El departamento está a nombre
de Nigel D. Jefferson. Un cambio sutil, pero una sola letra es suficiente para
tener otra cuenta de banco. Y Nigel D. Jefferson aparece en nuestra pequeña
investigación de durmientes. ¿Recuerdas las propiedades vendidas por los tres
reyes magos? Cambiaron de manos tres veces, pero al final quedó una a nombre de
Nigel D. Jefferson. Un edificio abandonado al oeste de Baltic, la vieja zona
industrial donde ahora avanza Morton. Avenida Dupree #302. El edificio no tiene
electricidad, según la compañía, pero ahora sabemos que no podemos confiarnos
en eso.
- ¿Tú como te sientes?
- He estado mejor, la verdad. Oye
Perry, ¿leíste la editorial?
- ¿Qué editorial?- No necesito
verla para saber que sonríe.
Cuatro
horas. El rastro de migajas ha sido largo. Dedos cruzados para que sea el
último destino. El edificio fue abandonado desde hace años. Tablas de madera en
las entradas. Rodeado de callejuelas, pero las ventanas tienen barrotes. Un
candado nuevo. Nigel cometió ese error. Abro el candado y corro la puerta de
metal de lo que habría sido la cochera. Más abejas muertas. Entro como la
muerte roja, listo para lo que sea. El zumbido que invade todo el edificio
desde el sótano no es mecánico. Colgando de un gancho hay un traje de apicultor.
No estaba preparado para esto. Abro las puertas de miriñaque y bajo las
escaleras de caracol de metal hacia enormes panales. Más de cien metros de
panales artificiales colgados del techo sobre un invernadero de extrañas
plantas. Parecen orquídeas salvajes, los tallos son espinosos y con muchos
brotes. En una mesa de trabajo, rodeado de incontables jarrones de miel
encuentro la misma cuadrícula que la del bufete de ingenieros. Ésta vez está
completo. Una placa con octaedros, como lo que se encuentra en panales. Mide
más de un metro y está enganchado sobre un mapa de Malkin. El mapa está
separado en sectores. Un mapa de ataque. Instintivamente ubico el departamento
de Ava, en el límite entre el sector N-13 y M-13. El cementerio es D-18. Fort
Mist está al norte, A-17. Sigo con el dedo al sur, al Imperial un sector más
abajo, a Industrial dos sectores más abajo, el Athena al este, el rascacielos
donde abrieron los sellos del apocalipsis en O-21. En la pared frente a mí hay
una mano blanca pintada en los gruesos tabiques. No puedo evitar sonreír, la
hizo antes que lo matara con una bomba en su auto.
- Siempre supe que McCaleb
enviaría asesinos tarde o temprano.- Nigel viste el otro traje. Aprieta un
enorme botón rojo. No tiene que decirlo, es la alarma. Tengo el tiempo
contado.- Desapareció sin decirme la palabra, sin decirle a nadie, pero yo supe
el ritual. ¿Y ahora que tenemos la palabra del caballo trata de eliminarme?
- Vivo o muerto vendrás conmigo.
Lo
persigo por debajo de las mesas de flores. Gruesos tubos están conectados a los
panales llevándose la miel por ductos enterrados. Nigel jala una pesada palanca
que cierra los ductos y toma un hacha. Ataca un panal y lo tira encima de mí
para retrasarme. Las abejas están furiosas. Ahora no podré sacar mi arma. Trata
de golpearme con el hacha, pero sólo consigue derribar una estantería de
cristal con toda clase de frascos de vidrios. Puedo ver el miedo en sus ojos a
través del miriñaque del protector de su cabeza. Lanzo todo contra los panales.
Nigel trata de detenerme y forcejeamos. Intenta asfixiarme con el hacha, pero
me libero de un codazo. Los químicos hacen combustión y los panales arden. Le
quito el hacha de un manotazo, pero me derriba de una patada. Usa el
extinguidor contra las flamas, luego contra mi cabeza. Puedo sentir el tic-toc.
No tengo mucho tiempo. Escapa por las escaleras de caracol. Lo freno un poco
lanzándole una maseta contra las piernas. El humo está matando a las abejas y
el piso bajo nosotros está en llamas casi por completo. Me patea cuando subo y
se arranca el traje protector.
- Maldito salvaje.- Salva la
extraña planta como si fuera su hija y produce un cuchillo.- Son especiales,
¿no lo ves? Prehistóricas, de la tierra de Nod. El vagabundo de Nod está por
llegar para el día de lágrimas como siempre lo hace.
- No vivirás para verlo.- El
traje me hace torpe, Nigel está desesperado. Se agacha a tiempo y cuando se
levanta me clava la navaja en el pecho.
- Adiós, muerte roja.
Me
patea con todas sus fuerzas. Reboto por un par de escalones, pero caigo del
riel hasta la mesa de trabajo. Me arranco el traje y me miro la herida. Eso
tardará en sanar. Le falló a mis pulmones por muy poco. Me llevo el mapa y su
llave, solo por si acaso. Nigel está por salir cuando siente el cuchillo que me
clavó en su muslo. Le marco la frente para dejarle saber que se le acabó el
tiempo. Le disparo en una rodilla, solo para estar seguro, y lo pateo al
incendio. El creador muere con su obra, tiene algo de poesía.
El
pecho me arde como si estuviera en llamas. Al llegar a la entrada recuerdo la
alarma. Los matones del clan la escucharon fuerte y claro. El humo no me
protegerá para siempre. Escucho sirenas que se acercan. La luna está en el
cielo nocturno y se me acaba el tiempo. Se acercan a la entrada con el dedo en
el gatillo. Dejo que entren, yo salgo por una entrada lateral. Pateó las
maderas que cubren la puerta, pero no pueden oírlo. Tres autos. Siete matones,
quizás ocho. Les tomo por sorpresa y me llevo a cuatro. Me escudo detrás de un
packard y escojo mis tiros. Las patrullas ya cubrieron la parte delantera del
edificio. Es cuestión de tiempo. Tres matones rodean el auto. Disparo desde
abajo. Al rodar fuera escucho a un policía detrás de mí. Es joven, está
desesperado y sostiene un revólver más grande que su cabeza. Uso a uno de los
matones como rehén. Ya era hora que sirvan de algo.
- No quiero hacerlo viejo, en
serio. Soy tu fan número uno, pero tengo mis órdenes.- Tiembla como una hoja,
pero no el arma. El matón avanza despacio, le disparé en un pie. El pecho me
arde tanto que me cuesta respirar, pero no puedo dejar que esto acabe así.
- Suelta el arma o lo mato. Sabes
que lo haré.- Le hundo el cañón en las costillas para que grite.
- No te servirá de nada, ahí
vienen.- Señala la callejuela lateral. Llega la caballería.
- Para mañana te dejará de doler.
- ¿Qué cosa?- Ava lo golpea con
una llave inglesa por la cabeza y el novato cae al suelo.
- ¿Qué haces aquí?
- Admirando la vista. ¿Qué crees
que hago? Tengo el auto cerca.- Corre por su auto, yo camino en reversa y me
cuido de los disparos. Un policía le da al matón sin nombre en una pierna y
casi cae al suelo. Disparo contra las paredes, para asustarlos, pero eso no
durará para siempre. Ava aparece a toda velocidad y en reversa. Le quitó las
placas, mi Ava es una genio del crimen.
- Sube de una vez.- Empujo al
matón y me tiro sobre él. Ava sale disparada.
- Ésta fue una mala idea, nos van
a seguir.
- No, no lo harán.- Me asomo por
la ventanilla y disparo contra las dos patrullas que rodean el lugar. Directo a
los neumáticos y al motor. Recargo mis armas. Golpeo al matón en la boca del
estómago. Reviso el reloj. Dos horas y media. Todo en media cuadra. La vida no
se hace más lenta cuando te apuñalan en el corazón y la policía te persigue, se
hace más rápida.
- Eso fue demencial.- Ava ríe
como una loca. Yo también. Hasta el matón se ríe.- ¿Qué hago?
- Lo mejor será escapar de su red
con todo y auto. No tienen tus placas, pero si lo agarran tendrán tus huellas.
Además, no podemos dejar a nuestro invitado aquí.
- No sé si te lo había dicho,
pero te amo.- Acaricio su cabello y beso su cabeza mientras maneja entre calles
secundarias y se mantiene alejada de las avenidas iluminadas.
- Algo me intuía, soy detective
después de todo. Yo también te amo. Pero te tengo una mala noticia.
- ¿Qué?
- Creo que nuestro amigo se orinó
los pantalones.
- Perdón.- Se disculpa el matón,
temblando de miedo.
- No te preocupes.- Le susurro al
oído. No quiero que Ava lo escuche.- No vivirás lo suficiente para limpiar el
auto.
- ¿Vamos al bar, la luz del túnel
o como se llame?
- No puedo ir al club todavía, no
sin saber cómo murió Steven.
- ¿Cuánto tiempo tienes?
- Depende, si no se me prende el
foco en la siguiente cuadra, no tendré suficiente.- Golpeo al matón otra vez en
el estómago. Me ayuda pensar.- Piensa Perry, piensa... ¿No sabes si Gloria
salió bajo fianza?
- Sí, llamé hace rato para seguir
mi historia. Antes de salir a rescatarte. Tuve un mal presentimiento.
- Perry eres un idiota.- Quiero
golpearme, pero en vez de eso golpeo al matón.- Para en ese teléfono. No puedo
estar en dos partes a la vez.
- ¿En este?- Ava frena con todas
sus fuerzas en una callejuela. Las patrullas están por todas partes, pero ella
quizás podamos salir de su red a tiempo. Me llevo al matón del cuello del saco
mientras Ava pone las placas de su auto.
- ¿Tienes una moneda?
- ¿Bromeas?- El matón se hace al
gracioso. Mala idea. Le tiro un par de dientes de un golpe. Le arranco monedas
de su bolsillo y llamo a la policía.
- Quiero denunciar a la muerte
roja. Sé dónde estará en menos de una hora.
- Señor,- responde la aburrida
secretaria.- ¿tiene evidencia confirmable de lo que sabe?
- Debería, yo soy la muerte
roja.- Le disparo al matón en el estómago y dejo que grite.- ¿Alguna pregunta?
- Repita su mensaje, está siendo
grabado.- Les doy la dirección y termino con el matón. Le dejo una carta del
tarot para mayor precisión y no puedo evitar sonreír. Quizás lo logre.
Siento
el balazo antes de escucharlo. Me roza una pierna pero arde como mi pecho.
Disparo de regreso, pero me detengo. Tienen a Ava. Dos matones armados con
automáticas y con caras de perro malhumorado. Los recuerdo, son matones de
Abruggio. La matarán. Claro como el agua. Al diablo el reloj. Que me caiga el
castigo del infierno, lo merezco, pero Ava no. Le ponchan las llantas al auto
de Ava y me dan por muerto. Corro en sentido contrario. Atravieso la avenida y
detengo al primer auto que se aparece. Disparo contra el asiento vacío del
copiloto. La señora entiende el mensaje. La arranco del volante y atravieso el
tráfico tocando la bocina. Le doy la vuelta, los mafiosos ya están en la 39.
Pedal al fondo. Izquierda en el volante. Salgo por la ventana y disparo a las
llantas, pero están muy lejos. Dos patrullas encienden sus sirenas. Los
mafiosos disparan de regreso. Se arma la guerra. Autos girando tan fuerte que
chocan entre ellos. Pavimento con vidrios y hule.
Tratan
de perderme en una glorieta cuando los patrulleros atrás de mí me disparan. Me
volteo, cruzo la glorieta por las macetas del centro y disparo un cargador
entero. Llantas, motor, sirenas. Las dos patrullas se salen de control, salen
disparadas dando de tumbos y llevándose otros autos. Esta noche la muerte roja
recorre las calles con sangre en la boca. Vamos al norte, las patrullas ya lo
saben. Los hombres de Abruggio se preguntan por qué no hay retenes cuando
llegamos a la carretera. Cuando me acerco lo suficiente me muestran a Ava en el
asiento trasero, muerta de miedo con una pistola contra la cabeza.
Les
doy algo de espacio. Me ocupo de las patrullas detrás de mí. Sé adónde irán.
Van directo a una trampa. Le dije a la policía que fueran al salón de fiestas
Imperial. La fuga de prisión. Bullwork hizo los arreglos, Aries la compró para
los esquemas y mapas. Un kilómetro de túnel desde el salón de fiestas.
Bastantes montañas de tierra y mucho sudor. Todos se preparaban para ello. Los
italianos ya tenían sus casas de seguridad con camas y cocinas. Los negros y
chicanos lo mismo. Los líderes regresan. La guerra se desata. Estarían fuera en
limosinas, quizás vestidos de traje como insulto final. Las cajas de armas, me
apuesto que iban a Marsh en los carros de tintorería en la fábrica de Abruggio.
La
policía llegó a tiempo. Es una guerra encarnizada. No me importan ellos, sólo
Ava. El auto da vuelta en U al ver los retenes de policías armados hasta los
dientes. Intentan escapar por una callejuela entre una farmacia y la entrada de
un mirador, pero se estrellan contra un auto y el motor deja de funcionar. La
balacera cubre los latidos de mi apuñalado corazón. Cuatro matones. Todos
concentrados en Ava. La sacan jalándola del cabello. El conductor es el primero
en verme cuando salgo del auto. Decisión rápida, el conductor con escopeta o el
obeso con el revólver. Escojo la escopeta. Disparo con ambas manos. Se necesita
una para disparar el revólver. Le dispara antes que le atine a su hombro. Ava
cae al suelo, su cabeza rebota contra el techo del auto. Su cuerpo sin vida me
mira en un río de sangre.
La
herida en mi corazón se abre de nuevo. Mi corazón está en llamas. Corro hacia
ellos disparando como un loco. Los policías no me notan, varias limosinas se
salen del retén cuando vuelan dos de las patrullas. Armas de asalto contra
escopetas y revólveres. Acaricio a Ava en el suelo. Su aroma ya no está. Sólo
queda la pólvora. Me estiro dentro del auto y saco dos metralletas Thompson.
Salgo del callejón y convierto la calle en mi zona de guerra. Disparo contra
las limosinas hasta asegurarme que no quede nada más que carne molida.
Pierdo
el control. Nunca había sido así. Nunca había sido tan malo. Grito con tanta
fuerza que pierdo la voz. Deshago las limosinas. Abro las puertas. Termino los
cargadores. Les robo sus armas. Avanzo contra el salón de fiestas. Más
limosinas quieren salir. La policía se esconde detrás de sus camiones para
arrestos masivos. Puedo verlo en sus ojos. La lástima. El dolor que refleja el
mío. Me convierto en la muerte, destructor de los mundos y una noche de lágrimas
cae sobre mis enemigos. Me rearmo con los muertos. Avanzo hasta el retén y me
aseguro que todos estén muertos. Alguien me disparó en el estómago, pero ni
siquiera lo siento. Y cuando las balas se acaban me hinco y grito desesperado.
Mis lágrimas lavan la sangre de mis guantes.
- Vamos teniente, déjelo ir. ¿Qué
no ve que ya tuvo suficiente castigo?
Me
levanto de nuevo. Dejo mi carta en el suelo. Camino las pocas cuadras que hay
tan al norte de la ciudad. Reviento el reloj de Mr. Red en el suelo. Ya nada
parece importarme. Cuando se acaban las lágrimas robo un auto y regreso a
Malkin. Dejo el cuerpo de Ava en manos de forenses y policías que no entenderán
nada. No sabrán lo que tuvimos. No les importará. Un número más. Algo en el
diario. Alguien dirá que fue una delincuente, por ayudarme. Yo le romperé el
cuello a esa persona, pero no cambiará nada. Los hombres de Abruggio mataron su
cuerpo, Malkin masticará y escupirá su alma.
- Y justo a tiempo.- Red me jala
una silla. No estoy de humor para su sonrisa. Ni para su saludo, ni para nada.-
¿Y bien?
- Vete al demonio. Dijiste que
puedas dar tiempo, ¿lo suficiente para un error?
- Es una oferta que rara vez se
cumple, es una cuestión bastante delicada. Tiene que ver con el plan. Verás, no
podemos crear demasiadas...- Le agarro de la garganta y aprieto. Sus amigos me
apuntan con sus armas. Al diablo con ellos. Mi ropa está bañada en sangre y
parte es mía. Ahora no siento dolor. Lo azoto contra la mesa. El cuarteto deja
de tocar.
- Es una pregunta sencilla, ¿vas
a hacerlo o uso este cuchillo para arrancarte los ojos?
- Está bien, está bien. Era parte
del trato y sé que tú cumpliste. Soy hombre de palabra.
La
música regresa. Como si nada pasara. Me muestra su reloj de bolsillo de oro
puro. Cada pieza, según me explica mientras salimos del lugar, es de un oro
sagrado fundido de la punta de la lanza del destino. No tiene carátula, sólo
engranes y siete manecillas que parecen obedecer sus propias leyes. Mr. Red
aprieta un botón y recorremos la ciudad como fantasmas. Es una ciudad debajo de
la ciudad. Las distancias y los tiempos se hacen relativos. Los vivos son como
planchas de madera, figurillas de cartón opaco y sin color. Recorremos la noche
sobre rayos de luna. Su expresión. No me interesan los detalles, quiero
regresar a ella. Mr. Red no mentía. Llegamos a la carretera, al retén. Los
hombres de Abruggio ya dieron vuelta en U, ya chocaron al tratar de entrar a
una callejuela. Me veo a mi mismo como una estatua y ocupo su lugar. Mr. Red me
guiña el ojo, me desea buena suerte. Yo sólo deseo matarlos a todos.
Escojo
al obeso del revólver. El primer tiro da justo entre los ojos. La izquierda le
dispara al de la automática en el corazón. La derecha le da al tercero, justo
por encima de la cabeza de Ava. El último tiro mata al de la escopeta de un
tiro en la garganta. Ahora lo entiendo, el poder de Mr. Red. Es absoluto. Más
precioso que todo el oro en el mundo. Ava cae hincada, muerta de miedo.
- No quiero hacer eso de nuevo.-
La abrazo tan fuerte que la dejo sin oxígeno.
- Pensé que te perdía para
siempre.- La beso con todas mis fuerzas. El pecho aún me arde como si estuviera
en llamas. Estar erguido es una agonía, pero al diablo todo eso porque tengo a
Ava prensada de mis labios.- Te voy a llevar a casa. Tengo que matar algunas
personas antes.
- No me dejes.
- Jamás Ava, jamás. Ve a la calle
trasera, hay un auto que podemos robar.
- ¿Cómo sabes eso?
- Es la adrenalina nena,
descuida.
Tomo
las dos Thompson y sorprendo a las limosinas mientras me pasan. La policía va
perdiendo el control, igual que la vez anterior. Ahora no desperdicio balas. Nadie
habla sobre arrestarme, todos aprovechan mi ayuda. Las cuatro limosinas que
tratan de salir cuando las patrullas del retén estallan quedan inutilizadas.
Los policías hacen lo demás. Les dejo mi carta para que no olviden quién les
ayudó y regreso a Ava. Robo el mismo auto de la vez pasada y nos largamos de
ahí. Ava no quiere hablar. Tiembla y se muerde las uñas mientras su mente le da
vueltas al terrible episodio. La acaricio. Más para tranquilizarme yo mismo que
para calmarla a ella.
- ¿Me habrías visto?
- No entiendo.- Le enciendo un
cigarro cuando llegamos a su edificio. El cuidador no reconoce el auto, pero no
hace preguntas al verla tan espantada. Está pálida como una hoja. La gente
normal reacciona así, y con justa razón. No tendrían por qué acostumbrarse a la
violencia. Lo entiendo ahora, pero no lo veía así cuando era detective de
narcóticos. Ahora veo muchas cosas que antes no veía, y en todos los sentidos.
- En el cementerio. ¿Me habrías
visto? No soy inocente. He hecho cosas bastante desagradables.
- Te habría visto. Mi anillo te
habría llamado, o me lo hubiera arrancado del dedo. No imagino la vida sin ti,
o lo que sea que tengo por vida.- Me quita la ropa ensangrentada, me deja en
calzones. Cree que la va a lavar. Mira la sangre de cerca y vomita en su sala.-
Yo me encargo muñeca. Ve a la cama, te llevaré un té y unos calmantes. Un par
de docenas.
- Dios mío Perry.- Acaricia mi
herida en el pecho. Usé cinta adhesiva que encontré en el auto para cerrarla.
Ella la quita y la toca con los dedos. El dolor es tan intenso que lagrimeo,
pero no le digo nada. Besa mi herida y acaricia mi rostro.- ¿Cómo es que sigues
vivo?
- Vivo en tiempo prestado, porque
el mío acabó hace mucho.- La cargo a la cama y la beso un poco más hasta que se
queda dormida. Me siento en el suelo a un lado de la cama, acariciando su
rostro y agradeciéndole al cielo que ella exista. Alguien toca la puerta.
Contesto en calzones con mi automática roja, sólo por si acaso. Mr. Red.- No me
sorprende que supieras donde estaba. ¿Puedes ver a todas partes?
- No, pero no lo necesito, no soy
idiota. ¿Cómo está tu amiga?
- Estará bien. Mejor que antes.-
Red se sirve del cognac de Ava y se echa en su sillón blanco. Señala el
ventanal y los altos rascacielos de Malkin.
- Casi no parece una bacinica,
¿no crees?
- Casi.- Agarro una botella de
vodka y me siento en el sillón a su lado.- Gracias, por cierto.
- Un trato es un trato. Sólo
espero que no se repita, es un arte bastante sutil. Una cosa es darle a un
viejo millonario veinte minutos de vida, o a un convicto en espera de la silla
una noche que dure una semana para él, y otra muy distinta es regresar en el
tiempo.- Hace mímica con las manos como si dibujara su explicación y sonríe
como un demente.- Los hilos son precisos y cada segundo en reversa es como
desenmarañar el gran telar cósmico.
- McCaleb es un mejor nombre que
Red.- Sonríe y confirma mi sospecha.- Tenía sentido.
- William McCaleb murió hace
muchos años cuando entendió la geografía del Edén. Es el plan absoluto Perry,
no sólo del clan por cierto, ésa es solo una parte minúscula. No puede ser
enseñado porque cambia según el observador. Sobreviví de milagro... Si a esto
llamas sobrevivir.- Se señala y luego y mi herida en el pecho. Sé a lo que se
refiere.- Sabía que tenía que dejar al clan atrás. Estaba seguro que nunca
tendrían la palabra, pero estaba equivocado. Por eso necesitaba a un matón como
tú. Ya robé lo que necesitaba y lo demás... bueno, eso lo hiciste de maravilla.
- ¿Nigel espiaba para el clan?
- Mr. White nunca me confió del
todo. Nunca supe bien a bien quién era el espía hasta que me llevaste a él. Me
ahorraste la incomodidad de matarlo.
- No te hagas al loco.
- Demasiado tarde.
- Sabes a lo que me refiero. ¿La
palabra del caballo?- William McCaleb suspira y brinca del sillón para servirse
otro trago de cognac, y luego se roba la botella.
- Entre el siglo XVII y XIX
floreció en Escocia una especie de hermandad entre aquellos que trabajaban con
caballos. Una copia de la masonería, muy popular en su tiempo. Piénsalo como el
último respiro de las guildas medievales, escondiendo sus secretos detrás de
metáforas y viajes místicos. La mayor parte eran trucos de circo, cómo entrenar
caballos, tener comida que les guste en el bolsillo y esas cosas.
- ¿Pero?
- Pero el origen de la sociedad
de la palabra del caballo tiene un origen mucho más oscuro, revelado a muy
pocas personas. Mi padre lo recibió de su padre, quien prácticamente fundó la
hermandad.- McCalleb se pone de pie de un brinco, sus manos señalando el
horizonte. Yo suspiro en calzones, me echo vodka en la herida y eructo. Nunca
fui artístico.- Se acerca el aspirante, quiere ser iniciado. El iniciado,
vestido de negro y con una capucha sobre su cabeza le dice “¿quién atrapó al
primer caballo?” a lo cual el joven responde muy animoso “Adán”. “¿Y dónde lo
atrapó?” A lo cual el joven responde, temblorosa su voz y ávido de
conocimiento, “Al este del jardín del Edén, en camino a la tierra de Nod”.
- Tierra de Nod, ya escuché eso
antes. Nigel dijo que sus flores venían de ahí y que se acercaba un vagabundo
de ese lugar. ¿Dónde queda ese lugar?
- Al este del edén.
- En serio, no tengo paciencia.
- Lo digo en serio, al este del
Edén, pero el Edén es un lugar metafísico. La tierra de Nod también. Es posible
convertir cualquier lugar, digamos Malkin, en la tierra de Nod. Eso tendría
ciertos resultados... Interesantes. Los lugares, mi estimado bruto, tienen
cualidades y virtudes secretas. La tierra de Nod es la tierra de la violencia y
la desesperación.
- El ritual que acompaña la
palabra.- Le muestro la placa que robé del sótano del edificio y William sonríe
como si pensara en otras épocas.
- Ese es el mapa, para eso
necesitaban de la miel. La palabra del caballo, en su origen, era la que
llamaba a los caballos de los jinetes del apocalipsis, del cuarteto. Una manera
de mandarlos a trabajar como abejas ocupadas. Menos mal que tenemos al
protegido de la muerte entre nosotros para hacernos sentir más seguros.
- ¿Y qué hay del vagabundo que
mencionó Nigel?
- Te contaré una historia.
- Tú sí que tienes todo el tiempo
del mundo.- Regreso a mi sillón para seguir anestesiando los nervios expuestos
de la herida con vodka, mientras que McCalleb anda de un lugar a otro de la
sala como gran explorador. Maldito Lawrence de Arabia de los nuevos sofás
blancos de Ava. Me matará si le ve una sola mancha.
- Hace mucho, mucho tiempo vivió
un viejo sabio en una montaña. El lugar era inaccesible y en las faldas de la
montaña se desataba una guerra entre facciones musulmanas, además de las
cruzadas. El viejo conoció a un vagabundo, quien le enseñó de las extrañas
flores de la tierra de Nod y la manera de conseguir una miel muy especial a
partir de ella. El viejo comenzó a reclutar seguidores y ganar una popularidad
bastante macabra. Los jeques e imanes no querían saber de su mística herética,
así que envían espía tras espía. Luego asesino tras asesino. Todos se unían y
la gente empezó a creer que se trataba del último Iman. La vieja leyenda
apocalíptica islámica.
- ¿Y qué era?
- Llegaban a él con las peores
intenciones, pero les hacían comer de la extraña miel. Una probada los enviaba
al Edén, como el placer más absoluto. Yo mismo lo he probado, aunque no en
forma de miel, y quizás tú también si los rumores son ciertos.
- La rueda del destino, sí.
- El efecto pasaba y el pasante
quería más y más. En ese estado eran fáciles de utilizar, les enviaban a matar
oponentes políticos o religiosos y lo hacían gustosos. Los cruzados tenían un
nombre para ellos, los Asesinos. ¿El vagabundo? Bueno, él fue enviado al este
del Edén como castigo, era Caín, el primer asesino. El mapa era un mapa de
ataque, aunque no me explico cómo supiste de sus planes para invocar al jinete
de la guerra. No lo vi venir.
- Eso, McCaleb, es entre un viejo
amigo y yo.
- Estaremos en contacto, Mr. Red.
Y no olvides Perry, puedo ser un gran aliado.
- No olvides una cosa.- Le digo
antes que cruce la puerta.- Si te apareces por aquí otra vez, encontraré la
manera de matarte.
- Y sé que lo harías. Buena
suerte Perry.
Una
ducha rápida y ropa limpia. Gazas en la herida y vendajes en mi pecho. Voy
masticando pastillas contra el dolor mientras manejo. Está en todas las
estaciones de radio. El mayor intento de huida en la historia de Malkin. Todos
omiten mi existencia. Fue una pista anónima. Omiten los gritos de agonía del
matón que asesiné por teléfono. Los reportes son confusos al inicio, pero es
claro que quienes cavaron el túnel sabían adónde ir y cómo. La vieja prisión
tenía muchos desagües y espacio entre las paredes. Parece que derribaron un par
de muros, entregaron las armas y el motín más sanguinario de la historia tomó
el control de la prisión. Los peces gordos salieron primero, después todos los
demás. El nombre de Ava podría haber estado en esos reportes. La mera idea me
hace estremecer. Evado la seguridad del edificio sin problema alguno y llego a
la oficina de George Daniels. Abro la puerta con ganzúas y entro armado, pero
él ya no está. Lo tuve a centímetros de distancia y ahora todo lo que queda de
él es una mano pintada de verde en su escritorio. Mr. Green desaparece una vez
más. Aún así, sé que está cerca. Puedo sentirlo en las sombras. Mirando y
esperando. Ahora rechina los dientes. Por primera vez me adelanté a su plan y
lo detuve. No lo detendrá. No realmente. No hasta que le ponga una bala en el
cerebro.
- Fue una buena idea, lo admito.-
Hablo a solas, pero sé que me escucha.- Marsh fue un eslabón débil. Swan
también. La nueva prisión de Marsh, el organizador dentro del lugar, quedaba
muy cerca de ese salón de fiestas. Seguramente fue tu idea cavar desde ahí. Un
asesinato casi perfecto Mr. Green, pero debo decir que se está haciendo débil,
como sus agentes encubiertos. O quizás más desesperado. No lo sé. Fue el
primero en llegar a la fiesta, mientras los Hamilton decoraban y no le
prestaban atención. Te encargaste de la hielera y los licores. ¿Esperaste con
anticipación o estabas relajado? Los conocías bien, sabías que se irían a
dormir. El buen George sale por botellas. ¿Pero sales realmente? Dijeron más
bien que desapareciste, porque las botellas ya las habías escondido al llegar
temprano y estar sin supervisión. Usaste las escaleras de servicio para evitar
al perro. La mancha de periódico fue la pista crucial, una de las dos. Tiraste
la llave al suelo, luego de pasar periódico por debajo de la puerta, para
recuperarla. Era eso o usar tus ganzúas, seguramente pensaste que tuviste
suerte. Todo lo contrario. Donde sea que hayas dejado el diario, quizás en tu
abrigo toda la fiesta, te manchó el guante y tú manchaste la pared al entrar.
Nadie encontró el arma porque el arma desapareció. El charco de agua en el
cuerpo de Steven Hamilton, un cuchillo de hielo, para eso era la hielera. El
arma homicida se descongela, te llevas el diario y cierras la puerta por fuera para
luego tirar la llave por debajo. Recuperas las botellas, de donde sea que las
hayas escondido, y regresas a la fiesta. Ahora puedes chantajear a Gloria para
que termine el trato que ya habían empezado. Por eso no usaste algo con sus
huellas, para prometerle un chivo expiatorio si dejaba que usaran su salón de
fiestas como cubierta para el escape.
Todas
las mafias y pandillas se organizan, se arman y van a la guerra. Malkin estalla
como polvorín y tienen lo que siempre han querido, guerra. Herman Atkins estaba
estorbando, por eso lo ahuyentaste de la ciudad. Se te olvidó el elemento
humano. Nadie recogió el diario, ni las cartas, del suelo. Se fue desde la
noche anterior, pero firmaste con su nombre para hablar con Gloria. Te debí
haber perdido por unos cuantos minutos. Gloria estaba muy feliz. Quizás sabía
de la tormenta que se avecinaba, quizás no. Poco importa, no pasó. Apuesto que
te confiaste de Jefferson, ¿tu causa social agrónoma consiguió las flores
necesarias? Encontraré el resto de esa miel, tenlo por seguro.
Sé
que me escuchó porque al salir me topo con el anillo de bodas de Gloria en el
pasillo. El anillo tiene sangre. La chantajeó para mantenerla callada y
dejarles terminar el trabajo. Lo hizo sin decirle a Steven. Pensó que le
pagarían, se equivocaba. El clan ata los cabos sueltos. Una parada más. Es hora
de decirle todo a Steven. Me siento sobre su tumba y le digo cada sórdido y
espantoso detalle. Le digo de las pueriles revanchas de las serpientes que
cultivaron como amigos, del trato a sus espaldas, el plan del clan, la fuga de
prisión y los jinetes del apocalipsis. Al final poco importa. No le importa el
trato que hizo con el clan. Lo único que le importa es que está muerta.
Desaparece al amanecer y me quedo solo. Rodeado de un jardín de blancas
piedras. Nombres cubiertos de lodo y hojas secas. No juzgo a Steven. Él tenía
razón, sólo le importaba su esposa. Al menos estarán juntos. Extraña
consolación, pero la única que importa. Después de todo se libraron del reloj.
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