Continuación de la primera parte
DIARIO
DE JULIA ANNET DELON
18 de marzo, 1928
La
música que escuché en Budapest se ha vuelto más fuerte, insoportable incluso.
Escucho los murmullos de Benson y Trejo, y siento sus miradas en mi espalda,
creen que tengo mal genio e incluso sospechan de mí, pero no tienen idea de
cuán fuerte resuena en mí esa música. No me arrepiento de haber dejado la
comuna, ellos mataron al monstruo que mató a mi madre de miedo y que infectó a
todos de forma tan macabra. Les debo más que la vida.
Hemos
acampado cerca del jeque, iremos a matarlo. He visto a Ingersoll realizando
extraños rituales con animales muertos y le he ayudado a formar un perímetro de
sangre y piedras alrededor de la propiedad del jeque. Vernon dice que es para
contenerlo en esa zona, y he visto suficiente magia gitana para saber que
funcionará. Preparamos nuestras armas y repasamos nuestra misión, pero la fecha
de la ejecución fue retrasada por un evento inesperado. Farisal ibn Kaliq salió
de su propiedad, una alargada mansión de un piso que me hizo recordar a todas
las historias de las mil y una noches. Al verlo salir en procesión me tapé los
oídos, la música era insoportable.
- Escucharás esa música en todo
el mundo, pero aquí encontraremos la fuente.- Me dijo Vernon.
Ibn
Kaliq llevaba algo en el cuello, como un pesado collar. Escondidos detrás de
las siempre cambiantes dunas del desierto, nos asomamos por turnos. Vernon usó
sus binoculares y se emocionó. Reconoció aquél objeto octagonal de piedra,
cuando le preguntamos sobre él se limitó a decir que era una brújula y que la
necesitaría para después, aunque no aclaró para qué motivo. El jeque y sus
cultistas no salieron del perímetro que habíamos marcado, el ritual había
funcionado. Vestido con telas viejas y raídas tenía grandes anillos en cada
dedo y muchos collares de oro. Sus seguidores vestían con mejores ropas y
mostraban un miedo fervoroso a su líder. Debatimos en ese momento de matarlo
con el rifle de larga distancia, pero Ingersoll se negó, alegando que era
imperativo robar aquella brújula.
El
hechicero realizó algunas invocaciones y la música se hizo aún más fuerte.
Sentimos el aire gélido, como el peor invierno europeo, que parecía nacer de la
arena. De inmediato tuvimos la sensación que algo vivía bajo las dunas, algo
terrible y cruel. Vernon nos jaló para que le siguiéramos. Benson, el favorito
de Vernon, me cargó, pues la música sonaba tan aguda que sentía mi cabeza como
a punto de estallar. Montamos los camellos y Vernon le ordenó a los guías a que
hicieran lo mismo y nos siguieran. Cabalgamos lejos del lugar y sin detenernos.
- El perímetro está asegurado, no
saldrá de ahí. Regresaremos en la noche.
- ¿Qué era ese viento frío?-
Preguntó Trejo.
- Sus ojos y oídos. No dejen que
les toque, ha matado a más gente de la que imaginan.
Esperamos
a tres horas de distancia de la mansión del jeque. Los camellos estaban
alejados entre sí, dando la impresión de ser una manada de camellos salvajes, y
no una expedición. Incluso a esa distancia escuchamos los gritos, era imposible
entenderlo pues provenía de un lenguaje muy antiguo, uno que únicamente le
había escuchado a las brujas gitanas sin apenas entender lo que decían. La
mejor descripción del idioma me la dio la bruja Lorea, cuando entre susurros me
hizo saber que aquella lengua sería algún día universal, como el idioma de
antes de la caída de la torre de Babel. Lorea dijo que los sobrevivientes
usarían ese idioma “el día en que las estrellas caigan como ceniza”. En su
momento no pensé mucho sobre esa descripción, ahora tenía sentido.
La
única palabra que logré entender, y que se repetía lo suficiente como para
memorizar, incluso por encima de la estridente música era “Yog-Sothoth” y
“Yogoth”. Llegó la noche y seguíamos esperando, con los nervios crispados y las
manos en los rifles. Benson señaló al cielo, el corazón se me detuvo por un
momento y la sangre se hizo hielo. Era como una pesadilla, pero era real. La luna,
más grande que en los Pirineos, estaba peligrosamente cercana a la Tierra e
incluso daba la impresión de estar a punto de estrellarse. Sin embargo, eso no
era lo que asustaba. La luna era azul y no tenía las sombras que tanto habíamos
visto en nuestras vidas. Algo me daba la impresión de que aquello no era un
satélite, sino algo vivo.
- Esa no es nuestra luna, ni esas
nuestras estrellas.- Dijo Vernon con toda calma.- Pero lo serán si fallamos.
Cinco
de nuestros guías decidieron huir. No los culpamos. La visión duró algunas
horas y después se desvaneció en un parpadeo. ¿Cuántas veces lo había hecho el
jeque loco?, y más importante ¿cuántas veces más antes de que lo haga bien?
Hemos
regresado a nuestras posiciones, el viento gélido se ha ido. Se supone que
debemos dormir, nadie podrá hacerlo. Mañana mataremos.
PERIÓDICO
BRITAIN’S PRIDE
20 de noviembre, 1780
Singapur. Hace dos días toda la
colonia se estremeció cuando un grupo de soldados encontraron lo que ellos
mismos llamaron el “laboratorio de la muerte”, ubicado en una bodega propiedad
del mercader local y patrono de las artes, Vander Hawkings. Como él mismo
explicó la bodega ha estado abandonada por mucho tiempo y era presa continua de
pandillas y borrachos. El capitán Hawkings se lamentó de ver el mal uso que el
sádico torturador hizo de su bodega y ha decidido donar el edificio para
convertirlo en refugio de los más necesitados.
El capitán Hawkings quien, como
nuestros lectores ya sabrán, ha realizado considerables contribuciones a la
corona y ha financiado la construcción de la casa de ópera, se reunió ayer con
el gobernador, el venerable señor Creed, para disculparse en persona y
ofrecerse para manejar el refugio. El capitán Hawkings dijo a la prensa que
“existe en esta colonia una enorme población flotante de marinos y capitanes
caídos en desgracia que beben sus días y duermen en el frío suelo o en la
peligrosa jungla. Lamentablemente muchos de ellos recurren al crimen, y otros
simplemente desaparecen. Un refugio temporal serviría para hacerles de hogar,
aunque no me hago ilusiones, estoy seguro que muchos de ellos continuarán
desapareciendo en la nada.” Pues podemos decir aquí que el Britain’s pride le
desea la mejor de las suertes a nuestro querido patrono de las artes y cuidador
de los desposeídos.
DIARIO
DE JAMES BENSON
20 de marzo, 1928
Salimos
ayer al atardecer, cuando el sol nos azotaba como un escorpión del desierto.
Vernon y yo fuimos a pie y nos untamos ese aceite dorado de olor inmundo por
cada parte de las ropas y las pocas partes del cuerpo que sobresalían. Vernon
no habló, la misión lo tenía tenso. La verdad es que no era el mejor plan, y no
teníamos idea de cuánta seguridad podía haber dentro del edificio. Me indicó
que no sacara mi pistola al ver a los guardias, y conforme dimos pasos cortos y
titubeantes noté que los guardias no podían vernos.
Entramos
a la mansión por la parte de atrás y caminamos tan cerca de los guardias que
pensé que nos escucharían. La residencia era de ensueño, con docenas de arcos
de herradura, mosaicos coloridos en las paredes y techos abovedados. En la
fuente central ubicamos el sanctum sanctorum del diabólico jeque. Nos acercamos
con cuchillos y pistolas, y avanzamos en cuclillas. Pegados a la pared
escuchamos sus pasos y el pasar de hojas de algún enorme libro. Le sorprendimos
por la espalda. Farisal ibn Kaliq era más alto de lo que había creído, y mucho
más delgado. Hojeaba un enorme tomo usando una vara dorada para no tocar sus
impías inscripciones. Como Vernon me había instruido saqué el dispositivo de mi
mochila, un frasco de gasolina con una vara de dinamita en un extremo. El jeque
se dio vuelta, nos había escuchado, y podía vernos.
La
boca del jeque se abrió más de lo normal, como si su mandíbula tuviera otros
huesos, y en su garganta pude ver algo monstruoso, era como una flor de cinco
pétalos. Recitó algo que no pude escuchar, pero que tuvo un efecto devastador
en mí. Sentí una opresión en mi pecho, como si un elefante me aplastara.
Ingersoll parecía no notarlo, pues se lanzó contra el diabólico jeque con su
cimitarra y le cortó el cuello de un tajo, robándole la brújula en el proceso.
Liberado de la terrible opresión que estaba por hacer reventar mi corazón
encendí la dinamita. Ibn Kaliq dio unos pasos hacia atrás, cubriéndose la
garganta con sus manos, y su piel comenzó a derretirse. Aquella forma humana no
era sino un disfraz, un caparazón de algo más terrible. Su rostro se hizo
aplastado de los lados y sus ojos parecían de los de un reptil, los huesos de
sus manos sobresalían de la carne como afiladas garras.
Los
guardias escucharon a su líder y corrieron para ayudarlo. Estaríamos atrapados
en cuestión de segundos. Le disparé en la cabeza hasta que el revólver quedó
sin balas y le lancé la bomba. Me lancé sobre un diván y lo usé como protección
cuando estalló dispositivo. Ingersoll estaba en la puerta disparando su
metralla y no vio lo que fue del jeque. La explosión le arrancó parte del pecho
y las llamas lo consumían. Las telas se quemaron, dejando ver un cuerpo
enfermizo y repleto de purulencias con una piel gris y escamosa. Me recordó a
la tribu de los Tcho-Tcho de quienes me había hablado Vernon, seres como
iguanas que vivían en la ciudad sin nombre. Entonces lo entendí, en ese año en
el desierto Farisal había muerto, reemplazado por uno de los sumos sacerdotes
para regresar a la ciudad, y a sus letales misterios, a su antiguo esplendor.
Corrió en círculos, avivando las llamas, su carne despidiendo un hedor que sólo
había olido en las tumbas comunales abiertas. Su cabeza, achicharrada, se
desprendió de su cuerpo gracias al ataque de Vernon y el jeque, o lo que fuera
que le reemplazaba, estaba muerto.
Vernon
no podía seguir manteniendo a raya a los guardias, y en ese momento apareció la
caballería. Trejo y Delon cabalgaban a toda velocidad, en compañía de los
guías, abriéndose paso a tiros. Corrimos hasta la fuente, protegiéndonos de los
disparos y montamos nuestros camellos. Hicimos nuestra huida, pero los
seguidores de ibn Kaliq, ahora desesperados al punto de la histeria, cabalgaron
detrás de nosotros. Vernon montaba adelante, mostrando el camino. Los guías
árabes fueron desertando en masa de la suicida expedición y no podíamos avanzar
muy rápido pues dos de nuestros camellos cargaban con una lancha motorizada.
Gracias a la excelente puntería de la gitana nos deshicimos del primer ataque,
pero ya había uno segundo acercándose a toda velocidad.
- ¡Tenemos que dejar el bote!-
Gritaba Trejo.
- Nunca, es nuestro seguro de
vida.- Gritaba Vernon.
Vernon
se posicionó detrás de una roca, estábamos en el desierto prohibido. Le ayudé a
desamarrar el bote motorizado, aunque no veía para qué. Por toda respuesta
señaló al desierto prohibido el “espacio vacío” como algunos le llamaban.
Parecía un valle que se extendía hasta perderse de vista. Nuestros
perseguidores nos alcanzaron y mientras el sol desaparecía hicimos nuestra
defensa. Julia fue alcanzada en una pierna, había sangre por todas partes. Le
apliqué un torniquete usando mi turbante, pero el dolor la incapacitaba para
disparar. Gritaba sobre la música que hacía cada vez más fuerte y en ese
momento fue que ocurrió el milagro. El valle se llenó de agua que parecía subir
desde la arena. Subió tan rápido que apenas tuvimos tiempo de acomodarnos en el
bote. Nuestros perseguidores, asustados, retrocedieron en masa. La mayoría se
ahogó antes de alcanzar sus camellos. Ahora viajamos a la ciudad sin nombre. La
gitana pierde sangre y tiene fiebre, seguramente de esa escandalosa música que
nadie, mas que ella, puede escuchar. Nuestros camellos nadaron y se ubicaron en
un pequeño pedazo de roca que quedó como islote.
Con
pocas municiones, la gitana mal herida y fuera de combate, y sin saber qué nos
espera, estoy seguro que ésta será mi última anotación.
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
23 de Agosto, 1800
Veinte
años de enriquecer a los capitanes de Singapur y de mantener gordos y felices a
los gobernadores tenía que terminar. Veinte años, y sin una sola arruga.
Después de que descubrieran mi laboratorio alquímico, la gente comenzó a
especular. Lo había visto antes. No importa mudarme, después de todo este no es
mi mundo. En estas partes del mundo es fácil empezar de cero y falsificar
documentos. Me conocen como Vander Waite y me aseguré de que la gente pensara
que Vander Hawkings había muerto en un ataque de piratas.
Vivir
entre los autodenominados “civilizados” fue un error. Ahora tengo propiedades
en Singapur, la isla de Nicobar y Burma, y me encuentro en constante
movimiento. La privacidad es costosa, pero mantengo bien sobornados a los
oficiales y a los capitanes. En Burma he encontrado más cultistas y les he
enseñado los misterios de Ithaqua. Ellos no ven nada más que el viento
tempestivo, yo lo veo todo. Nos lleva en su lomo, furiosa e histérica. Cruzamos
las montañas de Burma y nos internamos en la selva. Si los cultistas lo
hubieran visto, la mayoría nativos y piratas de poca monta, sin duda habrían
enloquecido. Entre esos remolinos se esconde su figura primigenia, su cuerpo
huesudo y largo, con tres partes con patas semejantes a la de moscas peludas,
con muchas poderosas alas y ojos desde las puntas de largos tentáculos como
trompas que provienen de protuberancias carnosas semejantes a tumores o llagas.
Yo sé que no es Ithaqua, sino una de su progenie pero viene a nosotros cuando
la despertamos porque tenemos un buen trato juntos.
Una
noche cabalgamos los vientos encadenados al puerto de Bengala. Ithaqua quería
sacrificios. Aquellos que no mataba los prensaba con sus fuertes trompas y las
lanzaba al aire. Para los demás era como si lo tirara al cielo y su cuerpo
desapareciera, pero no para mí. Sobre nosotros se abría el cielo como una tela
rasgada con violencia, develando ese otro mundo temible y poderoso. Eran
llevados a esos planetas desconocidos y recibidos por criaturas estelares
indescriptibles. Bajo el cobijo de la locura, y protegidos del monzón, nosotros
robamos todo lo que podíamos cargar. Al regreso repartimos las riquezas según
me convino y gran parte del botín sirvió para mantener felices a los capitanes
que dicen ser mis amigos.
Pero
no puedo hacerlos felices a todos. Ahora que los números de mis seguidores
superan la centena, he atraído atención hacia mi persona. Jericho Thorne, a
quien he hecho inmensamente rico, ahora me desconfía. Le he visto en visiones
producidas por el ajenjo de los dioses, siguiéndome a todas partes. Era de
esperarse, ya no puedo seleccionar víctimas de mi refugio temporal en la
colonia de Singapur, por lo que a veces recurro a británicos de Burma. Sé que
Thorne planea algo, y que sabe más de lo que debería, pero desconozco sus
planes. ¿Habrá visto mis laboratorios en el barco Sardan II?, ¿habrá visto los
tóxicos humos que salen de mi residencia en las montañas?
Las
visiones van tomando forma. Como lo imaginaba, no hay orden en el caos pero si
la mente se adecúa a la intempestiva naturaleza de lo extraordinariamente
irracional, se puede comprender. Pero no son irracionales, sino
extrarracionales, de la misma manera en que habitan en el espacio entre los
espacios, a la vez del tamaño de una molécula y a la vez más grandes que un
planeta. Yog-Sothoth es la Llave, pero Cthulhu es el sumo sacerdote. Los
Antiguos y los Exteriores siempre en batalla, pero unidos por un lazo
incomprensible para el Hombre. Estaban antes de que lo está se hubiera
manifestado. He visto los ángulos del cosmos, sentido las esquinas del
Universo, visto dos estrellas colisionando para dar nacimiento a una entidad
más vasta y potente que cualquier dios que la imaginación humana hubiera
concebido jamás. Existen como atrapados en otro Universo, esperando a que las
estrellas se encuentren bien alineadas para romper los sellos. Pero solo
Cthulhu los puede romper, dejando que Yog-Sothoth abra la Puerta de los Otros
Dioses. Y el grandioso Cthulhu lo hará, con tal de escapar de la ciudad
sumergida de R’lyeh.
Sospecho
que los sellos de R’lyeh deben ser abiertos físicamente, por eso debo encontrar
la ciudad sumergida. Esos mapas aborígenes que robé en Londres han sido de
mucha ayuda. Muchos de ellos no representan el mundo en el que vivieron, sino
otro mundo, infinitamente más terrible y antiguo, cuya sabiduría fue
transmitida generacionalmente. Pero no ha sido suficiente. Tengo que recrear la
geografía antediluviana para encontrar el continente que sobrevivió de último,
donde las leyendas estarán menos llenas de fantasía y más cercanas a la fuente
original. Estoy casi seguro que está en Asia, quizás más al Norte, pero hasta
ahora no he tenido suerte.
Mis
seguidores realizan pesquisas, pero ignoran las implicaciones cósmicas de mi
búsqueda. Que así sea, mientras menos sepan mejor. Aquel que despierte al sumo
sacerdote será el más beneficiado. He visto el mundo que nos espera, ellos
despertarán de todas formas, ¿por qué no hacer una ganancia con eso? Tendré
todas las riquezas, placeres y conocimientos que podría desear y aún más. Aún
más.
DIARIO
DE ELISA SUSANA ELLERY
20 de abril, 1928
No
había estado en Lima desde que era pequeña. No me molestaría acostumbrarme,
porque no regresaré a Argentina, a Buenos Aires ni qué decir. Escondida en la
casa de mi amiga Regina me siento mucho más segura, manteniendo un bajo perfil.
Después de la pesadilla en la casa del profesor me siguieron a todas partes,
llamando a la Universidad y pidiendo cita para verme en alguna casa o lugar
poco concurrido. Toda una carrera tirada por la borda. Pero Nestor tiene razón,
conservo la vida y eso es más preciado. Y existe otra razón también, que el
soldado americano Silas, dijo cuando se recuperó de su mal de nervios tras
aquel tenebroso encuentro en Quintana Roo.
- Ésta expedición es de peligro
mortal, pero también estamos en peligro si no lo hacemos. En un peligro aún
mayor. No soportaría la idea de acobardarme ahora, sabiendo que en cualquier
momento se acabará el mundo.
Para
empeorar la situación hemos estado leyendo reportes desde Europa del este y
Medio Oriente. Noticias de la muerte de un Crin Antonescu y el incendio de su
castillo, e inmediatamente después hay noticias de Oman, en la península
arábiga, sobre un jeque muy religioso y su muerte. En ambos casos apuntan a
extranjeros cuya descripción es idéntica a las historias de terror de un tren
camino a la villa Donelescu. Algo encontraron ahí que les llevó al desierto
prohibido en la frontera de Oman. Nestor había escuchado del lugar y me mostró
un libro que habla de la ciudad sin nombre, donde el árabe loco Abdul Al-Hazred
escribió el Necronomicon, del cual había tenido la mala suerte de leer algunos
extractos. En aquella ciudad, al menos según la leyenda, permanece el árabe
loco y su libro prohibido. No hay duda, hay otra expedición y no sabemos qué
tanto saben y cuál es su siguiente paso. Pero sí sabemos su diabólico objetivo,
despertar a los Antiguos.
En
mis investigaciones del pirata brujo van Soest, y completando la de Nestor,
hemos encontrado noticias de él en Singapur, Burma, India, Tibet y también al
sur de la península arábiga, por no contar muchos años antes en Estados Unidos.
Sin duda, ese Vernon Ingersoll debe estar revisitando lugares conocidos. Todo
eso nos mantiene con los nervios de puntas, nos obliga a apurarnos. El avance
en Yucatán será nuestra clave al éxito. Las semillas que Nestor plantó en ese
cenote por donde cruzan las corrientes provenientes de la ciudad sumergida
florecerán por donde quiera que la tierra se nutra de esas aguas malditas.
Nestor piensa que nos llevará a Lemuria y yo opino lo mismo.
Mientras
me mantenía oculta en casa de mi amiga he estado buscando noticias en
periódicos Sudamericanos en busca de mesianismo apocalíptico. Los cultistas
saben lo que viene y se preparan. Aquí en Perú está el llamado “diácono de
Dios”, Armando Andrade. La expedición le seguirá, para determinar qué tan
peligroso es y qué secretos oculta. Nestor me preguntó si quería unirme y
decidí hacerlo. No solo por lo que Silas dijo, y con toda razón en ese español
tan extraño que masculla, sino por algo más profundo. Además de que si vuelvo a
casa me matarán como eliminaron al viejo profesor, hay algo mal en todo esto.
Mi experiencia de vida se resume en libros, y aún así sé que no puedo quedarme
de brazos cruzados mientras las únicas personas en el mundo salen a defender a
la especie entera.
DIARIO
DE JULARDO TREJO
24 de marzo, 1928
La
ciudad sin nombre sobresalía de las aguas como una garra de cinco pilares que
trataba de emerger. En muchos puntos se formaba una vegetación que nunca había
visto antes y, estoy seguro, ha permanecido extinta en el resto del mundo por
millones de años. Entre los pilares sobre el agua se encontraba el acceso al
nivel submarino y subterráneo. Atracamos en la isla de piedra y musgo y Vernon ató
el bote a una columna derruida con varios nudos. Benson trataba de calmar la
fiebre de la gitana, enloquecida por la música que nadie más escuchaba. Al ver
su herida supe que no le quedaba mucho tiempo.
La
isla, de menos de 300 metros, estaba coronada por unos escalones irregulares y
una entrada peculiar, era ancha pero muy baja, no diseñada para la especie
humana. Vernon sintió el suelo y detectó el aire gélido. Corrimos al otro
extremo de la isla, lejos de la puerta. Cargué a la gitana como pude, silenciándola
con la mano. El viento helado se hizo cada vez más fuerte y comenzó a ganar
terreno. En cuestión de segundos nos envolvía, y a juzgar por la mirada de
horror en el rostro de Vernon, eso no era bueno. Benson propuso que nos
tiráramos al agua, pero eso arruinaría nuestras armas y el mar a nuestro
alrededor formaba olas de varios metros de distancia. Al final nos escondimos
en la parte trasera del promontorio, detrás de la puerta donde las corrientes
eran menos violentas. Nos sujetamos de los brazos mientras el huracán helado
surgía de esa entrada y se extendía por el mar. Las olas eran tan grandes que
rompían a pocos metros de nosotros y en más de una ocasión me resbalé
sosteniendo a la gitana y fui salvado por Benson. Nuestro bote salió volando y varias
de las cuerdas que le ataban se rompieron por la tensión, pero afortunadamente
una de ellas sobrevivió.
Cuando
el huracán hubo abandonado el templo corrimos a la entrada. La gitana podía
caminar, sin apoyar mucho su pierna, pero aún estaba frágil por la música que
la volvía loca, y pálida por la sangre que había perdido. Las escaleras
parecían durar eternamente, y apenas iluminadas por la linterna de Benson
notamos las inscripciones en las paredes, y que la oscuridad a cientos de
metros bajo nosotros no parecía terminar nunca. Cuando finalmente llegamos a
una pequeña sala con cuatro entradas, Vernon nos llevó por el laberinto de
túneles.
- Usa el papel que traje, está en
tu mochila Benson, rómpelos y velos dejando en el suelo. En caso que algo me pase,
sigan el camino hasta la superficie. Pero solo por si el viento nos alcanza
aquí abajo, usen los picos para romper un poco las paredes, de modo que sepan
en dónde han estado.
- Nada te pasará Vernon,
saldremos de ésta juntos.- Le contestó Benson, con miedo en la voz.
Las
paredes nunca parecían estar normales, en ocasiones daba la impresión que
estaba ladeadas al frente, en otras que la parte media sobresalía y en otras
que se hundía casi medio metro. A pocos centímetros del suelo había una
canaleta, casi oculta por completo, con petróleo que Vernon usó para mostrar el
camino. El fuego salió disparado hacia adelante y se perdió entre los túneles,
sin duda iluminando todo el complejo. Con ayuda de la luz me fijé en las
paredes y el suelo, sin encontrar marcas de tabiques. La ciudad entera había
sido tallada en la piedra, ¿qué intelecto superior sería capaz de lograr tal
hazaña?, ¿qué colosales seres la construyeron y qué demonios habitaban en ella?
Vernon
apretó el paso al escuchar los quejidos de la gitana, el tiempo se agotaba y ya
llevábamos más de dos horas allá abajo. Nos llevó atravesando extensas naves
con columnas, otras con amplísimos techos en forma de pirámide, otras tan bajas
que teníamos que arrodillarnos. Ni con un mapa podríamos haberlo cruzado de esa
manera. Todas las escaleras, sin embargo, eran iguales y pensé que eso
describía en parte a los seres que moraron en aquella ciudad. Los escalones
eran bajos, como también los techos, pero tenían hendiduras en la pared como
pasamanos. Lo que me llamó la atención era que eran tres de ellos a distintas
alturas. Estaba ocupado con la gitana, tratando de mantenerla de pie lo más
posible, así que no me fijé en los techos. Benson, sin embargo, sí lo hizo. Más
tarde me habló de las escenas que describían los recintos más amplios. Contaban
de una guerra entre dos razas, una que parecían vegetales de cuerpo triangular,
cabeza de cinco puntas y extremidades como tentáculos, y la progenie de
Cthulhu. Describían a los shogoths, creaciones de los seres de cabeza de cinco
estrellas, unos seres amorfos capaces de asumir distintas formas que, al final,
se rebelaron contra sus amos. Esos no eran, sin embargo, los seres que
habitaron aquel lugar. Los habitantes de la ciudad sin nombre parecían más como
reptiles por sus cabezas, pero con enormes hocicos y múltiples extremidades.
Conforme avanzábamos las pinturas mostraban la degradación de estos seres,
conforme el desierto ganaba terreno, mezclándose con humanos en la forma que él
había visto en el jeque árabe.
Finalmente
llegamos a lo que Vernon llamó “el cuarto de mapas”. El recinto tenía ocho
paredes y en una de ellas un mapa. En el medio había una roca que terminaba en
punta, y en su extremo tenía una extraña forma. Vernon me mostró lo que le
había robado al jeque, y en su parte inferior tenía exactamente esa figura. Lo
entendí de inmediato, era la llave de un mecanismo que no había sido usado
desde hacía miles de años. La brújula en sí era de piedra, con ocho lados, y la
parte de arriba tenía el dibujo de una cabeza alargada con tentáculos en la
parte inferior, el sello de R’lyeh. Vernon me explicó después que el sumo
sacerdote en persona lo había diseñado. Colocó la brújula en su lugar y, como
una llave, le dio ocho vueltas. Al principio no pasó nada, pero segundos
después escuchamos un ligero temblor. La gitana gritó histérica y se desmayó.
Antes que pudiera ayudarla noté que el recinto se iluminaba desde fuentes
lumínicas invisibles. Los mapas se hicieron brillantes y la parte superior de
la brújula se abrió. De su interior Ingersoll extendió un largo rollo de
pergamino rojo con extrañas palabras que contenían los conjuros más espantosos.
La brújula se iluminó desde el fondo, las letras se hicieron doradas y después
despidieron una luz verde que iluminó el mapa. Poco a poco esas luces verdes se
fueron concentrando en un lugar del mapa.
- India.- Benson se acercó al
mapa y tocó la parte iluminada. El mapa era semejante a lo que nosotros
conocíamos, pero tenía continentes demás y faltaban algunas penínsulas.- Debe
ser el norte de India, quizás Nepal. India es donde Vander van Soest aprendió
gran parte de la sabiduría de los cultos antediluvianos.
- Eso es precisamente lo que
temo, que todo se relacione a él.- Dijo Vernon, aunque yo no entendí por qué
era tan importante.
- El contrabandista y el lama
rebelde... Las cartas de Antonescu.- Dije yo.- Sea lo que sea que los Impuros
traman, estamos en la pista.
- Julia se pone peor.- Benson le
sostuvo la cabeza a la gitana y ella se despertó, gritando alocadamente y regresando
a la inconsciencia.
- Es la fiebre, la música la está
cambiando. Pronto será uno de los Impuros.- Vernon guardó la brújula y se
acercó a ella.- El viento regresará en una hora.
- Llevamos casi tres horas aquí
abajo, no alcanzaremos la superficie. Pero incluso si lo hacemos, ¿a dónde
iremos? Ella necesita un doctor, y el más cercano está a tres días de
distancia, sin contar que seguramente somos buscados ahí por homicidio.
- No, nadie muere aquí. No aquí.
Sólo queda una opción, nos internaremos aún más. Los mapas que he leído de este
lugar indican que la fuente de la música está más abajo. Sé cómo llegar.
- ¿Qué hay del viento?
- No sé, pensaremos en algo
cuando pase.- De su mochila extrajo collares para los tres con cuentas de
marfil adornadas con extraños glifos que me recordaron a los dibujos mágicos de
Rene Coty.- Esto nos hará invisible a los moradores invisibles, pero no por
mucho tiempo. Pero hagan lo que hagan, no miren al techo, ellos duermen ahí.
Mientras usen estos collares podrán ver parte de ellos.
Cargué
a la gitana de los hombros y Benson de los pies y seguimos corriendo a Vernon,
mientras se internaba aún más en los túneles y estrechos pasadizos. Conforme
bajábamos, y trataba de cincelar lo más posibles los muros en caso de que
Vernon muriera, nosotros también escuchamos la música. Al principio era apenas
un rumor, pero se hacía cada vez más fuerte. Sonaba como gaitas, pero más
agudas. La curiosidad, la peor enemiga de la cordura, se apoderó de mí. Me
atreví a ver hacia el techo apenas iluminado por las canaletas de petróleo. Lo
que vi solo puede ser descrito como la encarnación del miedo. Eran
transparentes, si es que eran más de uno, pero en su corporeidad traslúcida se
advertían ciertos rasgos demenciales. En una sola mirada se insinuaron en mi
persona imágenes que me hicieron pensar en capullos abultados, garras con ojos,
hocicos dentro de lenguas larguísimas, extremidades como amebas peludas y
muchas otras formas demasiado asquerosas para ser plasmadas en papel.
- No tienen materia como nosotros
la comprendemos.- Vernon debió haber intuido que había desobedecido su orden al
escuchar mi grito desesperado.- Existen transdimensionalmente, en ocho o diez
dimensiones diferentes. Espacio y tiempo son solo juegos para ellos. Se
manifiestan en nuestras tres dimensiones, pero lo que queda inmanifestado es
aún peor.
Al
final de unas larguísimas escaleras tocamos pasto y nos adentramos en una
gigantesca sala, de al menos un kilómetro de radio, con dos puertas gigantescas
puertas de marfil, una en cada extremo y con una nauseabunda sustancia bulbosa
en el techo que irradiaba luz y calor. Una de las puertas estaba cerrada y la
otra abierta. La música provenía de ahí, y era tan escandalosa que nos hizo
sangrar los oídos. La gitana se convulsionaba con violencia y finalmente se
cayó de nuestras manos. Vernon empleó la cuerda en atarnos a una enorme piedra
tallada con encantamientos antediluvianos.
- Los Impuros pueden oírla, y
aquellos que pasan mucho tiempo con ellos, como nuestra gitana.
- Me gusta la idea de la cuerda,
pero ¿qué haremos con ella?
- Aquí crecen hongos que
únicamente se dan en este punto y en Yuggoth.
- ¿Y dónde queda ese lugar?
- Es el último planeta del
sistema solar.
- ¿Qué hay en la otra puerta?-
Preguntó Benson señalando a la puerta cerrada.
- Los Tcho-Tcho. Viven aquí
abajo, en un paraíso subterráneo. Tratemos de no hacer mucho ruido.
Vernon
juntó algunos hongos de apariencia enferma, grises y bulbosos en su punta y
aplastándolos en una roca hizo un concentrado con algunas sustancias con las
que cargaba. Terminó la composición y se la administraba a Julia en la herida
cuando escuchamos las ráfagas de viento que se acercaban a nosotros. Estábamos
atrapados y mientras más cerca estaba, más fuerte sonaba la música, amenazando
de convertirnos en Impuros si no huíamos de aquel lugar. Encerrados, me aseguré
de que las cuerdas estuvieran bien sujetas, pero no encontré a Benson.
- ¡Ahí!- Vernon señaló hacia las
puertas abiertas que conducían a un megalítico túnel. Benson se había desamarrado
para alcanzar llegar a ese lugar.- Sácalo de ahí, apúrate.
- Amárrame con otra soga,
necesito llegar a él.
Entré
al túnel donde la música era tan atronadora que embotaba mis pensamientos.
Benson se encontraba colocando explosivos en las paredes, histérico de nervios
sabiendo que Ithaqua regresaba a la morada en la que vivía encadenada. No
quería irse sin antes terminar de colocar los explosivos y me rogaba que le
dejara ahí, para llevarme el interruptor a un lugar seguro.
- ¡No hay lugar seguro!
- Nos volverá locos a todos,
tengo que hacerlo.- Sus gritos apenas se hacían audibles mientras se zafaba de
mis brazos y me empujaba. Benson señaló hacia el túnel, el cual tenía
periódicamente unas extrañas formas de piedra y marfil, como dientes que se
movían con el aire. Era un gigantesco órgano que se extendía por miles de
kilómetros a miles de metros bajo la civilización humana. Era el centro del
grotesco coro de los Impuros.
- Nadie muere aquí James, ya
escuchaste a Vernon. No dejaré que lo hagas así tenga que dispararte en el
pie.- Le arranqué el último de sus explosivos y lo lancé lejos dentro del
túnel.
Era
demasiado tarde, el viento ya nos había alcanzado. Luchamos contra el huracán,
mientras me aferraba del interruptor. Benson tenía el carrujo de cable, que
giraba descontroladamente mientras las cargas eran empujadas cada vez más
adentro. Por obra de algún milagro nos aferramos del marco de la puerta y
Benson se lanzó a Vernon, quien a duras penas consiguió sujetarle lo
suficientemente fuerte para amarrarlo a la piedra. James alargó su brazo para
agarrarme, pero resbalé en el pasto y el viento huracanado me jaló con tanta
violencia que me sacó el aire del pecho. Un segundo golpe me aplastó las
costillas, eran Vernon y James sujetando la cuerda con todas sus fuerzas, en un
desesperado intento por jalarme.
Aunque
estaba sujetado firmemente a cinco metros sobre el suelo, pude sentir que
Ithaqua me jalaba hacia un lugar mucho más distante que nuestro sistema solar.
Sentí los vientos solares de negras y burbujeantes estrellas soplándome en la
cara. Fue entonces cuando, en un brevísimo abrir y cerrar de ojos, un simple
pestañeo como tantos que había hecho en mi vida, me mostraron milenios de una
Historia tan arcana, tan terrible, tan increíblemente espeluznante que mis
nervios se crisparon al máximo y mi mente estalló en mil pedazos. En un
instante contemplé extraños y desolados parajes que se extendían por miles de
kilómetros, poblados por seres amorfos que se dirigían a una sola fuente, una
criatura más grande que una montaña con hocicos por doquier para devorarlos. Vi
el nacimiento de estrellas y de gigantescas amebas estelares con increíbles
ecosistemas en su interior ser jaladas por la gravedad de un extraño planeta
dorado. Vi la evolución de millones de años en un centésima de segundo de
extrañas criaturas nacidas de vegetales bulbosos, la caída de estrellas, el
sometimiento a los Antiguos, su abandono a nuevas estrellas y nuestro propio
planeta invadido de criaturas demasiado terribles para ser pensadas. Pero lo
que más me asustó fue que aquel planeta no se encontraba en su infancia, en la
prehistoria, sino en nuestros días. Vi emerger a la ciudad. Vi las masas de
miles de personas huyendo de criaturas aladas y mortíferas que consumían a sus
víctimas con larguísimos tentáculos.
Al
siguiente pestañeo estaba del otro lado del umbral y la puerta se cerraba
detrás de mí. Un último viento me sujetaba de los pies y me jalaba con la
fuerza de miles de años de rabia contenida. Vernon y James me sujetaban de las
manos, pero perderían. Benson se separó, pese a las protestas de Vernon y
accionó el interruptor de las cargas explosivas. De inmediato la criatura me
dejó ir. Las detonaciones sonaron muy lejanas, pero con la suficiente fuerza
para hacer temblar a la ciudad sin nombre. Si temblaba por la dinamita, o por
la furia no lo sé. Aún tembloroso y llorando de miedo Vernon me jaló del brazo
para que corriera junto con ello, y con la gitana que se veía mucho mejor. La
música se había ido.
Los
habitantes de aquellas cavernas sin duda habían escuchado las explosiones y
corrían hacia la superficie, hacia su puerta, para darnos persecución. Los
moradores invisibles, afortunadamente, no nos pudieron ver gracias a nuestros
collares, y ésta vez no me atreví a mirarles. Los primeros quince minutos
únicamente escuchábamos nuestros pasos mientras retrocedíamos nuestro camino,
pero después oímos a los despreciables Tcho-Tcho. A la hora de correr el
agotamiento se apoderó de mí, había vivido un año entero de horrores en un parpadeo
y no podía continuar. La perspectiva de ser destazado vivo ya no me era tan
terrible. ¿Qué esperanza había para la especie humana si aquellas criaturas
serían liberadas cuando las estrellas estuvieran en su posición?, la triste
realidad es que si logramos detener a los Impuros, ¿estamos salvando a la
humanidad, o prolongado su existencia sin sentido, constantemente destruyéndose
a si misma?
Benson
no me dejaría morir, y me tomó del hombro para que corriéramos juntos. Vernon
nos llevó por nuevos caminos, atravesando estrechísimos corredores hacia
escaleras empinadas. Las criaturas debieron perdernos inicialmente, pues
dejamos de escucharlas. A la segunda hora y media, cuando todos estábamos
exhaustos, caminábamos en vez de correr hasta que les oímos detrás de nosotros.
Cerca de la superficie, según podíamos oler por el agua de mar, escuchamos las
primeras cerbatanas. Nos defendimos a tiros y logramos contenerlos en aquellas
escaleras oscuras. Al salir a la superficie pudimos verles en toda su putrefacta
malignidad. La decadencia de su especie era visible, pues sus cabezas de
reptiles, con esos ojos como iguanas, estaban carcomidas y se les podían ver
los huesos. Sus patas eran más toscas, casi como muñones con garras, y su
puntería era atroz con las lanzas. Agoté las municiones de la Thompson al
llegar a la lancha motorizada, pero la gitana demostró de nuevo su excelente
puntería al diezmar sus números con el rifle.
Los
reptiles no se rendirían fácilmente. Se tiraron al agua y demostraron ser
excelentes nadadores. Benson mató a uno de ellos con su cuchillo y le disparó a
otros dos. Les ganamos distancia gracias al motor, pero Vernon nos dijo que el
agua se iría en cualquier momento. A la hora, cuando afortunadamente les
habíamos ganado suficiente espacio, las aguas bajaron tan rápidas como habían
subido. Después de eso mis nervios se alteraron de nuevo, debido al cansancio y
me desmayé. En ésta ocasión fue a mí quien cargaron. Según me cuentan el viaje
hasta los camellos duró todo un día. Desperté en el camello, mientras tomaban
turnos para dormir y cuidar de los camellos. Nunca me había sentido tan feliz
de ver a James y a Vernon platicando, y a la gitana afilando su cuchillo.
- Vas a tener pesadillas unas
semanas.- Me advirtió Vernon.- Pero se irán. Tocó tu mente, y seguramente ha
dejado una larva dentro de ella. Es como una mariposa astral que te contagia de
sus sueños. Si eres fervoroso, aplícate a tu fe y se irá por si sola en dos o
tres semanas.
- Tengo una mariposa en el
cerebro, eso sí es nuevo.
- Gracias por no dejarme abajo.-
Dijo la gitana.
- Nada de eso, somos un equipo.
Nadie se muere, todos sobreviviremos a esta expedición. No sé si con la misma
cordura, pero lo lograremos.
- Por cierto,- dijo Benson.-
cuando estaba en el túnel noté inscripciones tibetanas. Las conozco porque he
estudiado su cultura. Pero jamás había escuchado de tibetanos viajando a la
península arábiga, y sin duda no eran nuevas las inscripciones, por el tamaño
de ellas y la antigüedad de las grafías. No me lo explico.
- Túneles... ¡Túneles!- Vernon
gritó y se golpeó en la frente con la palma.- ¿Cómo pude haber sido tan ciego?
La noticia que Pierre nos facilitó en su reporte, el túnel en la mina en
México, después el viaje a Yucatán, donde está repleto de túneles subterráneos y
ojos de agua.
- No entiendo.
- ¿No lo ves Julardo? Hay túneles
hasta los confines de la Tierra, construidos miles de años en el pasado remoto.
Así es como se comunican, eso explica las bizarras migraciones. Un enorme mapa
esotérico del mundo. Y esa expedición lo está siguiendo, sin duda hasta R’lyeh.
¡Ellos prácticamente tienen el trabajo hecho!
- ¿Entonces por qué no vamos a
América?
- No Julia, no podemos. El que
los despierta antes de tiempo está en Sudamérica en este instante, pero sus
lacayos están por todas partes y planeando algo grande. Si los Impuros ya
supieran cómo llegar a la sumergida ciudad del sumo sacerdote, ¿por qué
arreglarían que escapara un contrabandista que les llevara hasta el lama
rebelde Dorje? Quizás quieren acompañar el evento con algo más, algo que les
ayuda de alguna manera. Sea lo que sea, debemos encontrarlo y detenerlo.
Finalmente
hemos acampado en un oasis. No me atrevo a dormir, pero no me atrevo a
detenerme ahora y dejar que esa espantosa visión del futuro se haga realidad.
Hemos de detener a esa otra expedición y a sus lacayos Impuros, el mundo
depende de ello.
CARTA
DE LAWRENCE STEWART
Recibida el 22 de abril, 1928
Percy,
Espero que la dirección a la que
me dijiste que enviara las cartas sea la correcta y no hayan dejado ya Lima.
Primero que nada, de parte de tu hermana y mía, le agradecemos profundamente a
tu patrón por el dinero que nos mandó. Pensábamos guardarlo para cuando
terminaras tu expedición, pero me temo que ya lo hemos gastado casi todo en
hospitales.
No
soy muy bueno en dar malas noticias, así que iré al grano. Miriam tuvo un
accidente en auto. Sobrevivió, pero está muy lastimada. Al parecer se quedó
dormida en el volante y los frenos fallaron, chocó contra un hidrante en plena
tercera avenida. Miriam jamás se dormiría al volante, además que eran las dos
de la tarde. Yo mismo revisé esos frenos tres días antes en el taller y estaban
en perfectas condiciones, eran nuevos. Las historias de terror que he leído en
tus cartas y las conversaciones telefónicas que tuviste con Miriam, seguramente
perturbadoras por sus cambios de humor, nos han llevado a considerar lo peor.
Miriam
salió ayer del hospital, está en silla de ruedas y aunque perdió muchísima
sangre, ya está mucho mejor. Ha sobrevivido de milagro. Te escribo para decirte
que pasaremos escondidos una temporada. No me atrevo a decirte dónde estaremos,
nadie lo sabe, y me da miedo pensar que alguien podría interceptar esta carta.
Miriam me pidió que te dijera, como única dirección, que te quitaron una muela
cerca de ahí. Ella dice que entenderás el significado.
Sus
nervios le impidieron escribir esta carta, pero ella te desea lo mejor y yo
también.
Buena suerte Percy,
Lawrence.
CARTA
DE JAMES BENSON
9 de abril, 1928
Amada
Ewa,
Hemos visto a la oscuridad de
cerca y hemos escapado. De lo que ocurrió en la ciudad sin nombre prefiero no
decirlo, pero puedo tranquilizar tus nervios asegurándote que no tuvimos
problema alguno al entrar, ni al salir. Quizás lo más peligroso fue salir de
este continente árabe. Espero que no hayas leído los periódicos de la
península, pues te habrías llevado un gran susto. Nos registramos en un vuelo
en Teherán y una tormenta deshizo el avión en pleno vuelo. Vernon tuvo razón en
no abordarlo. Trejo nos ha fabricado nuevas identidades y con ellas hemos
realizado el largo y tortuoso viaje hasta Jaipur, India.
Los
amuletos que Vernon nos dio, piedras verdes con extrañas inscripciones, deben
funcionar perfectamente, pues no llamamos la atención de nadie. Es lo más
cercano a ser invisibles, y sin duda eso ayudará para permanecer fuera del mapa
de los Impuros. No son para nada como el medallón que Vernon cuida como oro y
lleva consigo todo el tiempo. Supongo que es uno más de sus secretos. Ahora que
estamos en la colonia británica Vernon ha podido mandar telefonear a Pierre
Macri para que investigue a un Rajendra Hussain, contrabandista al norte de
India.
Según
he encontrado en las hemerotecas hay reportes de Nepal, cerca del Tíbet de
criaturas peludas y hombres desnudos que atacan a los montañistas. Extrañamente
coinciden con la época en que Rajendra Hussain escapó de prisión. He revisado
los periódicos más antiguos en busca de Vander van Soest y lo he encontrado en
varias noticias aunque con nombres diferentes. Existe en todas ellas una
constante, desapariciones, laboratorios de la muerte, rituales macabros y
piratería. Al parecer, acechó Asia desde Singapur hasta Burma y las costas de
India. ¿Qué locura más perversa puede llevar a un hombre, si es que era un
hombre, a llevar semejante existencia tan plagada de horror y muerte?
La
misteriosa expedición en América, la conspiración de los Impuros, la
infatigable búsqueda de van Soest, Hawkings, Holt, Waite y otros alias, el
florecimiento de sus seguidores y esos túneles que conducen a la ciudad
subterránea son piezas de un mismo rompecabezas. Mi sospecha de la
supervivencia del pirata hechicero se ha confirmado, y parece que nos llevan la
ventaja de tener un rumbo fijo. Mientras nosotros seguimos la ruta de los
Impuros hasta su fuente ellos no parecen encontrar conflicto alguno con esa
despreciable secta.
He
querido viajar más al sur, a las costas que van Soest atacó con furia
sobrenatural, pero Vernon insiste en continuar el rumbo. Trejo ha estado
investigando logias masónicas y dice haber encontrado una logia de los Impuros.
Hemos de andarnos con cuidado. Aún después de salvarle la vida a la gitana su
espíritu combativo se mantiene, quizás eso le permite sobrellevar mejor los
horrores a los que nos hemos expuesto y que han ido erosionando nuestra
cordura, llenándonos de manías, tics y pesadillas.
- ¿Cómo conocías tan bien esa
ciudad?- Le interrogó Julia.
- Ha habido algunos curiosos que
sobrevivieron a la exploración de sus secretos,- dijo Vernon.- dejaron atrás
recuentos detallados y mapas. Ninguno sobrevivió más de un año después.
- Eso lo entiendo, pero ¿cómo es
que sabías que habrían hongos en lo profundo y cómo mezclarlos si según tú,
esos hongos únicamente crecen en otro
planeta y en ese punto?
Vernon
cambió de tema, pero la pregunta aún me queda. La gitana tenía razón en
preguntar, es una duda legítima. Aún así, ella estuvo expuesta a esa espantosa
música mucho más tiempo que el resto de nosotros, ¿realmente podemos confiar
que no es una de los Impuros? Después de todo, nos ayudó cuando Antonescu ya
estaba muerto. ¿No tendría sentido plantar un espía entre nosotros cuando nada
sobrevivía ya del dragón de los Carpatos? Al mismo tiempo Trejo estuvo expuesto
a cierta entidad que no quiero describir aquí, y solo digamos que le salieron
canas después de eso. Vernon dijo que tendría una especie de larva psíquica por
varias semanas, ¿y si esa larva crece para apoderarse de su mente?
Conforme
se suman los peligros nacen las dudas. Tú eres la única persona en quien confío
lo suficiente para externar mis preocupaciones. No puedo empezar a describirte
lo mucho que te extraño, que extraño estar contigo y reír abrazados en el
teatro. No desesperes mi amada, no falta mucho. Pronto estaremos juntos de
nuevo.
Tu prometido que te ama hasta el
fin del mundo,
Jim.
PERIÓDICO
LA JOYA DE DEHLI
12 de agosto, 1819
A pocos meses después del ataque
al puerto de Ceylan, donde más de cincuenta personas perdieron la vida y otras
veinte desaparecieron en el monzón, se calculan que los pillajes se hicieron de
casi la mitad de la exportación de té en el puerto. El ataque de estos
misteriosos piratas que siguen a los monzones recuerda a todos el vicioso
ataque al puerto de Bengala y al de la isla de Nicobar. El gobierno de las
colonias lanzó una extensa investigación en todas las colonias de Asia para dar
con los responsables y, aunque no han llevado a ningún arresto, sus
descubrimientos han dejado a toda la comunidad en vilo. Según la investigación
oficial desde 1780 hasta la fecha han habido más de 500 desapariciones, 219
casos de mutilación relacionados a cultos de la selva y 28 cementerios ilegales
con al menos 189 víctimas de tortura y homicidio. En un lapso de casi cuarenta
años se han redactado más de 42 reportes oficiales de piratería, un aumento de
casi el doble en la época de 1740 a 1780. Esto a pesar de la intensa seguridad
de nuestros navíos británicos.
En
tan sólo tres años ha habido seis revueltas de colonos británicos contra villas
en la selva y población nativas. Aunque un gran número de británicos culpan de
la escalada de la violencia a los nativos de las junglas poco exploradas por el
hombre blanco, las autoridades han desestimado estas versiones. El inspector
Martins dijo en entrevista a este diario que “existe evidencias de una
organización muy amplia de mercenarios y piratas que llevan a cabo extraños
rituales. Sabemos que estos rituales implican sacrificios humanos y, lamento
decirlo, incluso canibalismo. Sin embargo, también sabemos que en esta
organización criminal hay hombres blancos e incluso que su líder es un
ciudadano inglés.” Aunque su declaración fue polémica y muy discutida lo que es
seguro es que el inspector Martins ha solicitado a Scotland Yard que envíe a
sus mejores inspectores y que estos se encuentran en camino en este preciso
momento.
Otra
acusación popular se dirige a los capitanes mercantes de la zona. No es extraño
oír fantásticas historias, ficcionales por completo, de viajes por ríos poco
explorados y ciudades de oro sólido. Así mismo han existido siempre rumores de
capitanes que le venden su alma al diablo, o al mar o a ambos con tal de hacer
riquezas. Sin embargo, un respetado capitán mercante que pidió permanecer
anónimo insiste en que ésta teoría es correcta. Según su versión de los hechos
existe un culto de piratas que se extiende desde Bombay hasta Borneo y tiene
por líder absoluto al capitán Vander Waite. El capitán Waite es un respetado
capitán y patrono de las artes que tan solo el año pasado donó miles de libras
para la construcción de dos hospitales, uno en Calcutta y otra en Gongal,
Burma. Hasta el momento de la impresión no fue posible contactar con el capitán
Waite.
PERIÓDICO
EL NACIONAL
6 de abril, 1928
San José, Perú. Finalmente fue
resuelto el misterio de la desaparición del llamado “diácono del pueblo” Armando
Andrade. El sacerdote regresó anoche rodeado de más de cien de sus fieles y
habló con nosotros sobre su estancia en las montañas. “Estuve meditando,
acercándome cada vez más a Dios, para llevar al pueblo a la tierra prometida y
proteger el Camino” nos dijo el diácono, mientras el pueblo le hacía fiestas.
Uno de sus seguidores, Fidel Góngora dijo a este reportero que “Armando Andrade
es un hombre del pueblo y para el pueblo. Él ha predicho muchas cosas y nos ha
prometido más para el futuro”. Ésta mañana el obispo Abreu hizo público su
rechazo a la “teología heterodoxa” y las “prácticas aberrantes” del culto de
Andrade y comunicó que mandaría una solicitud a la Santa Sede para que
excomulgaran al diácono del pueblo.
PERIÓDICO
EL SOL DE BURMA
2 de septiembre, 1829
Un
barco encalló ayer por la mañana en la playa de Adrián, quince kilómetros al
sur del puerto de Congar, el buque “Royal Sea” del capitán Jericho Thorne. Tras
una inspección los soldados bajaron corriendo y ordenaron que el buque fuese
hecho arder ahí mismo. Uno de los soldados, que pidió como condición el
permanecer anónimo, informó que encontraron al capitán Thorne y a toda su
tripulación, de al menos 35 marinos, muertos y desde hacía al menos una semana.
Según su declaración los marinos murieron debido a repetidas mordidas de
venenosas serpientes. Siendo que no es irregular que un barco mercante lleve
entre sus mercancías a variedades de ponzoñosas serpientes, se le insistió al
soldado por la razón que les llevó a quemar al barco entero. El soldado declaró
que todos los muertos tenían monedas en los ojos, florines del 1600, así como
marcas de brujería y extraños símbolos. El cuerpo del capitán Jericho Thorne,
respetado marino al servicio de la corona, fue incinerado en las llamas que
consumieron al barco entero.
DIARIO
DE JULIA ANNET DELON
11 de abril, 1928
Vernon
sigue seguro de su teoría sobre los túneles. Según él, los túneles se
construyeron en el período Cámbrico, hace millones de años, y se fueron
mejorando tan tardíamente como el 800 D.C. Lo que nos falta saber, es la
ubicación del centro de aquellos túneles, su corazón. Benson me ha hablado
sobre Shangri-La, la ciudad mítica en cuyo subsuelo existen túneles a todas
partes del mundo. Vernon apuesta que el corazón se encontrará en el Tíbet,
origen de aquella ciudad legendaria. Escondidos en un minúsculo hotel,
constantemente mirando sobre nuestro hombro y temiendo a las multitudes, que en
India parecen estar en todas partes, nos hemos coordinado lo suficientemente
bien.
Se
supone que debo evitar las multitudes, en caso que uno de los Impuros esté
entre ellos y nos puedan seguir, pero por alguna extraña razón me parece
relajante. La pequeña ciudad existe en paz, totalmente ignorante del
apocalipsis que se avecina conforme las estrellas continúan en su implacable
camino hasta alinearse lo suficiente para permitirle despertar a los Antiguos.
He dicho que existe en paz, pero no en tranquilidad. La gente blanca trata de
fingir que vive en una región sobrepoblada de Inglaterra, mientras que los
hindúes parecen no prestarles demasiada atención. Son bichos raros esos
hindúes, adoran a las vacas y constantemente dan muestras de caridad, mientras
que a la vez laboran como gente blanca e imitan sus manierismos. Internándome
en callejuelas coloridas y estrechas me he topado con toda clase de gente, y en
sus mercados pude entender la más profunda diferencia entre los blancos y esos
morenos de tez casi roja. Los ojos de los ingleses son jóvenes, han visto poco
y recuerdan poco. Los ojos de los hindúes, sin embargo, son viejos porque en su
memoria colectiva han visto todo, y lo han visto varias veces. Incluso sus
cultos a esas extrañas deidades monstruosas es radicalmente distinta a los
cultos a la cruz. Por un lado, porque no existe el mismo orden que con los
cristianos. Todo ese desorden, ¿es un recuero primitivo del cosmos en su
juventud? No tengo duda que esa mirada profunda no cambiaría ni cuando los
Antiguos despierten, luchen y abran las puertas a los dioses Exteriores. Me cabe la menor duda que
ya lo han visto antes, y varias veces.
Esas
relajantes caminatas me hacen falta, sobre todo después de los sueños. No dejo
de soñar con peludos y asesinos seres en las faldas de los Himalayas, y con
personas desnudas que no parecen verse afectados por el frío. Y a veces, entre
ellos, puedo distinguir a Vernon. En la tormenta de nieve consigo distinguir
algo enorme y terrible, algo que me puede ver y justo antes de devorarme, me
despierto.
- Es normal tener pesadillas,
hemos visto muchas cosas.- Me dijo Vernon mientras se abría una cerveza y se
sentaba con los pies sobre la diminuta mesa de café.- Tu interacción con los
Impuros te ha dotado de nuevas sensibilidades. Aunque no la suficiente para
ganar la lotería.
- ¿Cómo puedes seguir viviendo
sabiendo lo que sabes? Este mundo se acabará en cualquier momento, ¿quién sabe
cuánta ventaja nos lleve la otra expedición, con van Soest entre ellos, y de
cuánta información dispongan que nosotros no sepamos? Estamos siempre a
milímetros de ellos, constantemente al borde del contacto. ¿Cómo puedes beber
cerveza, jugar naipes con el portero y hacer bromas?
- Precisamente porque el mundo se
va a acabar. Al menos luchamos para ganarnos unos años más. ¿No crees que vale
la pena? Como yo lo veo, si ganamos hemos ganado tiempo de vida, y si perdemos
no tengo que pagar mis deudas. Y son muchas.
- Es usted un cínico, señor
Ingersoll... Y le envidio.
- No lo veo como si el orden del
cosmos fuera amenazado por estos seres. El cosmos nunca fue ordenado. ¿Escuchas
el tráfico allá afuera? La humanidad entera es un caos. Nos matamos, nos
amamos, nos perseguimos, inventamos banderitas que no sirven para nada realmente
y después nos sentamos a cenar con toda la parsimonia de una reunión religiosa.
¿Y para qué? En cualquier momento este mundo se prenderá fuego como un incendio
forestal. Es una broma, una enorme y cruel broma. Afortunadamente para mí,
tengo un retorcido sentido del humor.
Hay
algo en el sentido del humor de Vernon que siempre nos hace sonreír, liberando
un poco de presión. Trejo quedó perturbado después de lo que vio en aquella
ciudad, Benson también quedó muy nervioso de todo el asunto y yo soy un cúmulo
de nervios. Aunque el silencio de la hemeroteca me pone ansiosa, acepté ayudar
a Benson en su búsqueda por más pistas sobre Rajendra Hussain. Sin duda es el
que las cartas de Antonescu mencionaban, el contrabandista había sido liberado
de prisión una semana después de esa carta. Benson me mostró su información, y
era muy reveladora. El tiempo que pasó Hussain en prisión fue dedicado a
convertir a los presos en cultos anteriores al hinduismo, cultos que se
pensaban perdidos para siempre. Vaticinó que sería rescatado de su encierro y
cuando finalmente pasó los reos lo vieron como la confirmación de un
desencadenamiento de eventos apocalípticos. Tan persistente fue la creencia que
más de un guardia de seguridad se unió al culto.
Benson
hojeaba los reportes y las fotografías cuando le detuve. Había una imagen antes
de su viaje al norte de Nepal, su último viaje y el más accidentado, y después
había una fotografía en prisión. En ambas imágenes no tenía camisa, pero había
una diferencia, el tatuaje. James lo identificó de inmediato, era un mapa. Me
dijo que durante su sacerdocio había estudiado las religiones del Tíbet y
estaba familiarizado con mapas de la zona. Ayudándose con un libro que tomó de
una biblioteca pública fue delineando el mapa Rajendra Hussain en un mapa más
específico. Tiene sentido, Hussain encontró algo en esas montañas, sin duda el
lama rebelde, y fue aprehendido antes que pudiera regresar. En su desesperación
debió haberse tatuado el mapa, para poder regresar algún día.
- Es de lo más fascinante el
Tíbet.- Dijo James mientras caminábamos de regreso al hotel.- Sus cultos son
incluso anteriores al hinduismo, pero lo que destaca es que ya eran metafísicos
incluso cuando las poblaciones del Ganges eran animistas. Por no contar lo que
Ouromov escribió sobre las migraciones tibetanas en sus “movimientos
asiáticos”. Los pobladores del Tíbet, al igual que con India muchos siglos
después, fueron colonizados por una sociedad que ya poseía una cultura
compleja. No hubo evolución, sino que simplemente se manifestó por sí sola.
Muchos afirman, como Ouromov, que ese pueblo provenía de Hiperbórea, aún más al
norte, cerca de lo que hoy es el polo norte pero en algún momento, cuando la
Tierra estaba inclinada diferente, era una región habitable.
Gracias
a las fotografías y al mapa ya tenemos una nueva misión. Hicimos los
preparativos y conseguimos todo lo necesario para lanzarnos a la locura que
habita en las montañas al norte de Nepal.
CARTA
DE FLORINDA SÁNCHEZ
8 de abril, 1928
Señor Miguel Colunga,
Siendo usted editor del diario Clarín de Lima
me parece que debe estar informado de la desaparición de mi marido Josefo. Mi
esposo fue parte del grupo de fieles de Armando Andrade, y no es el primero en
desaparecer. Josefo tiene un buen corazón y eso le llevó a rechazar las
diabólicas doctrinas de Andrade. Debió contárselo a alguien, pues ha
desaparecido de la faz de la Tierra. Ruego a Dios que esté vivo, y no le
escribo solo por mi esposo, sino por muchos más.
Entre
las cosas de Josefo encontré folletos y libritos del diácono del pueblo.
Algunos no son dados al público, sino únicamente a sus seguidores más cercanos.
Lo que cuentan es espantoso e inmoral y usted tiene la obligación de publicarlo
en su periódico. No olvide sus obligaciones sociales, y por favor no deseche el
asunto como han hecho otros periódicos. Le transcribo una parte para que usted
decida por sí solo:
“El verdadero pescador estuvo
entre nosotros mucho antes que Jesús, que es una copia absurda del primero.
Multiplicó los panes para todos los pobres de América y les ayudó a construir
sus ciudades. Al igual que con el farsante Nazareno, su reino no es de este
mundo, sino de otro. Pero a diferencia del farsante todos podemos ir ahí en
vida. ¿Te imaginas mi amigo? Nos daremos de la mano y cruzaremos la Puerta. El
pescador de almas nos invita a su recinto para convidarnos de sus joyas y sus
alimentos sagrados. Los españoles lo conocían, pero preferían al farsante
crucificado, por eso hicieron destruir los templos. Ellos quieren que seamos
pobres y serviles, quieren las riquezas para ellos mismos. ¿Te les unirás
amigo, o vendrás con nosotros a un mundo maravilloso? Unamos a los americanos,
regresemos a los orígenes y regresemos a la ciudad submarina.”
Y
como eso tengo docenas de textos más. Algunos son demasiado oscuros para
entenderlos, hablan de R’lyeh, los Profundos, Cutlulu y muchas otras cosas
prohibidas por la Iglesia de nuestro Señor Jesús. Si esto se sabe, ¿por qué no
lo ha publicado su periódico?
Como
le dije, no está Josefo solo en esto, hace dos meses desapareció Patricia Mol,
dos meses atrás fueron Jacinto y David Molinar, tan solo en esta semana
desaparecieron Camila Huerta y Nancio Julio. ¿Cuánta gente más tiene que morir
a manos de ese hereje antes que usted recobre su sentido de deber social y lo
publique para que el mundo vea las vergüenzas de ese Andrade?
Le suplico recapacite. Florinda
Sánchez.
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
3 de febrero, 1928
Los
colonos empezaron a notar que no había envejecido ni un día. Tengo ya 180 años
y me enfrenté a los mismos problemas que tuve en Nueva Inglaterra. Algo me ha
quedado claro, basta que una docena de
aburridas amas de casa se sienten a tomar el té para hacer correr los más
terribles rumores por todas las colonias asiáticas. Aún siendo precavido, no
era difícil hilar los grotescos descubrimientos que hizo Scotland Yard hasta
mí. Afortunadamente no encontraron la otra mitad de mis actividades, y no
existe un solo papel legal que me impute cargo alguno que pudiera en algún
momento perseguirme por todo el imperio británico y quedar alojado en los
libros de Historia. Puedo comprar a todos los gobernadores, sobornar a todos
los magistrados, y ganar la simpatía de muchos construyendo hospitales y
teatros, pero los chismosos locales, la gente corriente, ella es más difícil de convencer. Para hacerlo debí
exponerme más a la vista, pero si lo hubiera hecho habrían notado que no
envejecí en ningún momento.
Para
la turba de linchamiento debió parecer la caída en desgracia de un monstruo. Un
episodio más en la eterna lucha entre el bien y el mal. En algo tuvieron razón,
no lo vi venir aunque debí haberlo hecho. La muerte de Jericho Thorne alejó a
todos los hipócritas que se habían enriquecido a mis costillas, y los obvios
casos de corrupción en la investigación de Scotland Yard alertó a muchos
fervorosos cristianos. Tacharon mi mansión de “casa del horror”, pero solo
juzgaron desde afuera, pues si la hubiesen visto en su esplendor se habrían
hincado ante mí rogando clemencia. Cuando el incendio en los astilleros
revelaron mi templo clandestino varios magistrados y colonos unieron algunas
piezas, no las suficientes para conectarme a todos los horrores que por tantas
décadas había azotado Asia, pero sí lo suficiente como para saber que era yo
quien pedía aquellos cargamentos de extrañas sustancias, que fui yo quien maté
Jericho Thorne, y que yo era la cabecilla del culto del sumo sacerdote Cthulhu.
Tras
mucha práctica, y muchos terribles y sanguinarios errores en la selva de Burma,
aprendí a igualar la arquitectura extradimensional de los templos de los
Antiguos. Reconstruí los dos sótanos prácticamente de cero, con ayuda de una
veintena de fieles a quienes daba de comer las semillas que crecen únicamente
con el agua malsana de las corrientes de R’lyeh. Toda la estructura tenía que
cambiar, convertirse en una caja de resonancia de las frecuencias cósmicas. Los
Exteriores me ayudaron en esta tarea, y en violentas visiones me mostraron cada
detalle de lo que necesitaba hacerse. La forma era casi esférica, con ángulos
desde la parte y superior que, a manera de romboide, debía formar una
estructura en medio con ocho triángulos, cada uno de ellos lanzando aristas
hasta tocar la esfera. Era la mejor traducción euclidiana de una geometría
imposible en nuestro mundo, basados en múltiples dimensiones y con geometría
que sigue reglas totalmente diferentes. Los materiales debían hacerse de hueso
humano, de roble y de una mezcla de sangre de cinco especies diferentes,
elefante, tiburón, humano, pulpo y rana, solidificado con gomas
extraordinariamente difíciles de conseguir. Se necesitaban galones de esa
sustancia y eso retrasó la construcción por más de dos meses. Aunado a esas
dificultades mi terapia para conservar la inmortalidad por poco se vio
interrumpida por las investigaciones y mis obligadas apariciones en público. En
sueños me fueron revelados los compuestos que hacen más fáciles la creación de
mi elixir, pero la sangre humana continúa siendo uno de los elementos
principales.
Estaba
demasiado ocupado en la construcción de mi sótano para darme cuenta de lo que
ocurría afuera. Espías vigilaban el predio día y noche. Veían los ocho kilos
diarios de carne que eran consumidos, pero rara vez veían a alguien. La
criatura que invocaba, un shoggoth hambriento, necesitaba comer para
manifestarse en nuestro plano. Sin duda notaron las extrañas luces que
pululaban por la mansión, paseándose entre las ventanas durante las noches. El
edificio entero comenzaba a convertirse en una puerta, quizás no La Puerta,
pero un minúsculo reducto para los exiliados cósmicos.
Realizamos
ceremonias cada noche. Las visiones me guiaban a R’lyeh, mostrándome el modo de
aproximarme a los sellos y abrirlos por la fuerza. No podía reconocer el lugar,
se trataba de una selva con un volcán cerca. Si esa visión correspondía al
mismo lugar hacía miles, o quizás millones de años, ¿estaría ahora de la misma
forma?, ¿podrían ser ahora desiertos congelados en los Himalaya, o quizás islas
sumergidas por completo en el Pacífico? Vi a los shoggoth bajo las órdenes de
los Profundos, la espantosa progenie de Cthulhu, desarrollando órganos y
apéndices para cavar en la tierra. Hordas de humanos esclavos le daban forma y
decoraban. ¿Dónde estaban esos túneles, adónde llevan y cómo puedo alcanzarlos?
La
noche en que ocurrió los dioses mostraron que me necesitan. Me necesitan. La
ceremonia se interrumpió de golpe y tuve la visión de lo que ocurriría en menos
de una hora. Les vi derribar la puerta y encontrar el sótano. Las luces se
apagaron, devolví los shoggoth a su dimensión correspondiente y le ordené a mis
sirvientes que le prendieran fuego a todo, empezando por el sótano. En el techo
de la mansión les vi recorrer la calle con sigilo, armados hasta los dientes.
Invoqué a Ithaqua, el viento encadenado. Se reventó la tormenta con una furia
asesina, inundando el puerto, derribando las casas más pequeñas y haciendo caer
un aguacero tan poderoso que sus mosquetes se empaparon y sus pistolas se
hicieron inútiles. La tormenta dejó caer los rayos, y tres de los asesinos
murieron calcinados. Trataron de huir, pero Ithaqua decidió llevárselos a su
morada interestelar. Al estar en el ojo de aquel potente huracán la iluminación
llegó a mi mente como un relámpago. Aprendí cómo construir todo aquel templo
con mi mente retorcida por las garras de los Antiguos. El viento me llevó en la
noche, dejando tras de mí la muerte y la destrucción. Ellos habrán destruido
mis mansiones y podrán confiscar mis bienes y congelar mis cuentas de banco,
pero finalmente he aprendido cómo abrir una puerta a los seres que moran más
allá de las estrellas. Quizás no encuentre la ciudad sumergida, pero podré
abrir los sellos.
PERIÓDICO
THE ASIAN SUN
15 de abril, 1928
Hace tres días, en la provincia
Hing-Lo al norte de Nepal se estrelló un pequeño avión de pasajeros del cual no
parecen haber sobrevivientes. Las autoridades de Nepal afirman que se sabe que
la expedición salió de Katmandú, donde rentó la aeronave, y que presentaron
pasaportes de la colonia británica de India bajo los nombres de Julian
Tremaine, James Samuel Benson, Julia Davensham y Vernon Jacobson. Autoridades
indias han estudiado el caso e iniciado una averiguación sobre los cuatro
ocupantes pues, según explicó el comandante Dunsay, India no tiene
conocimientos de esas personas, ni existe registro alguno de haber emitido
pasaportes bajo esos nombres. Se presume que los cuatro eran contrabandistas y
falsificadores.
PERIÓDICO
EL CLARÍN
17 de abril, 1928
El día 14 nuestro editor en jefe
Miguel Colunga fue bautizado por el diácono del pueblo Armando Andrade en la
población de Río verde y comenzó la peregrinación hacia los andes. La
celebración se vio empañada, sin embargo, por agitadores católicos quienes bajo
amenazas y pedradas, trataron de detener la peregrinación a lo que el diácono
del pueblo llama “el oasis del alma”. Muchos fieles del ministerio de Armando
Andrade se quejaron argumentando que la curia católica había enviado espías
entre sus filas, para sembrar la duda y la discordia. En la eterna lealtad a la
verdad del que este diario se enorgullece, se investigaron esas quejas y se
encontró al menos uno de esos agentes encubiertos. Uno de los fieles, que no se
sabía las canciones de alabanza como “el ángel Sotot”, “el canto submarino” y
“amanecer cósmico” que incluso los lugareños católicos conocen por repetición,
mintió sobre su nombre en una breve entrevista, pues como descubrió después uno
de nuestros periodistas, rentó su auto a nombre de Manolo Nestor Cusamano.
¿Agitador, curioso o espía? Es muy temprano para levantar el dedo acusador,
pero lo que es seguro es que, como nuestro editor en jefe dijo en su discurso
antes de partir “Armando, amigo del pobre y del necesitado, es la identidad de
nuestro pueblo y el chivo expiatorio de muchos enemigos oligarcas”.
DIARIO
DE JULIA ANNET DELON
20 de abril, 1928
Lo
que nos atacó en el aire no puede ser explicado. Los vientos tórridos son
comunes en las faldas de las montañas más grandes del mundo, pero los vientos
no tienen garras. Al menos eso fue lo que yo vi, enormes garras huesudas entre
la nieve que destrozó el ala izquierda en dos y nos lanzó dando giros y
piruetas. Benson jura haber visto un hocico de cinco lenguas con ojos en sus
puntas. A Trejo le pareció ver más bien alas con espinas. Vernon simplemente
gritó y trató de comandar ese ataúd ambulante. Atravesamos el viento y la nieve
y, con el único motor que nos quedaba, el aeroplano logró nivelarse lo
suficiente para estrellarnos en un banco de nieve. Conseguimos salvar un poco
de la comida y todas las armas antes que estallara. Cada momento que el viento
ululaba nos parecía sentir aquella entidad apenas a pocos metros, dispuesta a
terminar su trabajo. Alcanzamos una extensa meseta de hierbajos y colinas y
descansamos luego de cinco horas de caminata soportando los vientos más fríos
que había sentido en mi vida. Vernon no sentía el frío, lo que no dejó de
recordarme sobre mi sueño. Le prestó sus abrigos gruesos a Trejo, el español
que nunca había escalado una montaña más grande que una colina.
- Según el mapa podemos recorrer
esta meseta, cruzar la entrada de las montañas y llegaríamos a la meseta de
Juang a tiempo para acampar.- Quizás por obra de los nervios la entrada a las
montañas, apenas visible en el horizonte, me pareció una gruta oscura y
terrible.- Después de eso estaremos a un día de distancia.
- La comida nos alcanza, pero
apenas.- Dijo Trejo mientras revisaba las mochilas.- Eso si no pasamos más que
medio día en nuestro objetivo y nos damos media vuelta.
- Es una locura, no sabemos qué
hay allá afuera. Tenemos comida suficiente para regresar, yo digo que
regresemos y lo intentemos por otra ruta.
- Julia, no hay tiempo para eso.-
Dijo Benson.- Van Soest y su expedición
podrían estar en R’lyeh ahora mismo. Si nos equivocamos y no encontramos aquí
el corazón de esos túneles y la cúspide de la jerarquía de los Impuros,
podríamos ver el cielo partirse en dos. Al menos lo intentaremos.
- He visto lo que hay allá afuera,
lo he visto en sueños. Si regresamos podemos traer guías que nos muestren
caminos más rápidos. Estaremos a día y medio de la población más cercana,
perderíamos uno o dos días cuanto más.
- ¿Y regresar a dónde?- Gritó
Vernon.- Nos damos media vuelta y esa cosa nos destripará antes de que nos
demos cuenta, y ésta vez no estaremos en una lata de sardinas voladora que nos
salve el pellejo. No tenemos otra opción.
- ¿Qué tal si te equivocas
Vernon?
- Los ríos que nacen estas
montañas abastecen de agua a la mitad de la población. Llegan de Afganistán a
Bangladesh, a Bután, China, India, Nepal, Birmania, Camboya, Kazahastan,
Tailandia, Paquistán y quién sabe cuántos lugares más. Es Shangri-la, la ciudad
de los túneles. Si Antonescu ordena que Hussain sea liberado para que lleve a
los Impuros al lama Dorje, que no puede estar lejos de donde el mapa tatuado
del contrabandista indicaba, ¿qué crees que estén planeando? Sea lo que sea
tiene que ver con túneles y agua. Las órdenes de Antonescu fueron dadas hace muchas
semanas, ¿quién sabe si lleguemos a tiempo o qué clase de monstruosidades han
hecho ya?
No
me convenció del todo, pero acepté el plan. La apertura entre dos montañas
resultó ser un peligroso peñasco de tierra húmeda y resbaladiza que llevaba, en
el mínimo espacio disponible, hacia formaciones rocosas escarpadas y difíciles
de cruzar. Al menos ya no se abrían abismos insondables frente a nuestros pies,
pero las piedras en las paredes y columnas era filosa como navajas. Cuando las
montañas comenzaron a despejarse el suelo se fue llenando de hierbas y extraños
hongos y flores. Ingersoll nos indicó que nos tapáramos la boca con cuidado,
pues aquellos vegetales sueltan letales esporas.
Vientos
nevados comenzaron a soplar al momento que atravesábamos la cadena montañosa,
tres horas después, y salíamos a la
meseta de Juang con sus lagos y ríos. Todo aquello me recordaba a mi sueño y
Vernon instintivamente preparó su rifle. En la gran apertura había un enorme
espacio que formaba una cueva truncada, donde un extraño limo negro se había
apoderado de las paredes. Escondidos desde allí escuchamos pasos, eran cortos
pero se acercaban. Había dos hombres, de apariencia chinos, que caminaban
semidesnudos en el frío.
- No tienen frío, como tú.
- Yo lo aprendí cuando era joven,
pero éstas personas... Murieron hace mucho.
Preparé
mi rifle de larga distancia, pero no quería disparar. Hasta ahora esa pobre
gente no nos había hecho nada. Aparecieron otros dos como ellos y deambulaban
sin rumbo fijo. Uno de ellos cayó hincado y algo pasaba bajo la piel de su
cabeza. La piel se puso morada, después roja y se abrió como herido de cientos
de cortadas de navajas. Eran sus músculos que empujaban hacia afuera. Su cráneo
estalló y de su interior apareció una masa gelatinosa, amorfa al principio, que
iba tomando forma con forme avanzaba torpemente. Me pareció que era un insecto,
pero su estructura ósea estaba al descubierto, como un cefalópodo con alas que
empezaba a aletear y trataba de volar. Vernon disparó antes que yo y lo mató.
Los otros cuatro siguieron caminando como si no hubieran escuchado. Vernon lo
explicó, pero ya era obvio. Aquellas esporas de la extraña vegetación que se
asentaba allí habían hecho germinar criaturas parasitarias en sus cráneos.
Aunque la explicación me pareció muy natural, eso no mitigaba el horror. ¿Y esa
vegetación se asentaba en todo el mundo?, ¿la raza humana tendría que vivir en
un mundo donde el hijo tendría que estar dispuesto a disparar a su madre en
nombre de la sobrevivencia?
Trejo
salió del escondite y mató a los otro cuatro con un tiro en la cabeza. Me
ahorró el malestar de matar gente inocente. Él es fuerte, puede cargar con la
culpa, aún si ya estaban muertos. Al verlo horrorizado salimos de la cueva y
nos petrificamos a su lado. Había otros cinco muertos, con sus cráneos
reventados desde adentro. ¿Dónde estaban los parásitos monstruosos que
habitaban en sus cabezas? Vernon nos empujó para que bajáramos la ladera a toda
velocidad, hasta los pastizales de la meseta. Me di vuelta al llegar al pasto y
miré hacia arriba. Cinco cefalópodos voladores, del tamaño de un perro,
revoloteaban entre las imponentes paredes de la montaña. Entre jadeos Vernon
explicó que devoran el cerebro de sus víctimas, pero vuelven a tener hambre
unas horas después. Corrimos como locos hasta que Trejo gritó que una de esas
cosas, con huesudas patas como cangrejo y cabeza en forma de fresa repleta de
ojos, se acercaba a nosotros. Vernon tomó a Benson y lo tiró al suelo,
colocándose encima para protegerlo. Julardo y yo también nos tiramos al suelo,
escondido por los altos pastos.
El
viaje de apenas dos horas caminando se hizo eterno mientras avanzábamos pecho
tierra, constantemente volteando a ver a los engendros glotones que
revoloteaban sobre nuestras cabezas. Definitivamente Vernon cuida más a Benson
que a nosotros dos, quizás por sé cuidarme a mí misma y Trejo es un tipo duro,
pues la razón por la que nos retrasábamos era porque quería mantener a Benson
cubierto en todo momento. Ingersoll nos mantuvo alejado del agua, seguro de que
ahí moraban también criaturas de épocas antediluvianas. Al caer la noche
tratamos de dormir en el suelo, pero era imposible. Al llegar la oscuridad los
parásitos emitían luces brillantes desde sus centros carnosos entre sus sólidas
estructuras óseas. Volaron por toda la meseta, en ocasiones encontrando
pequeños animales para cazar, en una danza multicolor. Aún ahora danzan,
iluminándome lo suficiente para escribir esta entrada, quizás mi última.
Imagino que, cuando era niña, ver este espectáculo me hubiera parecido
conmovedor. Esa niña murió hace mucho. Los engendros sobre nosotros quieren mi
carne. Lo que he vivido ha logrado convertir lo que antes era maravilloso en
aterrador, lo que antes hubiera sido enternecedor en maligno.
DECLARACIÓN
DE ISMAEL AMARU
25 de abril, 1928
Lo
que diré a continuación parecerán las locuras de un viejo que ha bebido
demasiado, o de un fanático de Dios, si tal cosa existe. Yo mismo no lo habría
creído, de no haber presenciado el infierno en carne propia. Habrá quien dirá
que nosotros matamos a Andrade, pero él ya era un hijo de Satanás desde hacía
mucho tiempo. La expedición siguió al extranjero que caminaba en la
peregrinación entre los andes. En su ausencia el señor Percy estaba a cargo,
junto a la señorita Eva, la señorita Elisa y el señor Silas. Al principio no
confiamos en el señor Silas, pues era muy silencioso y parecía tener miedo todo
el tiempo, como si estuviera a punto de estallar en gritos desesperados. Todos
nosotros odiábamos a Andrade de por si, pues éramos todos fieles católicos,
pero los tres fuereños le tenían miedo. Al principio tratábamos de explicarles
que Jesús siempre es más fuerte y que, si andas con él, nada debe darte miedo.
No les convencía, y la verdad es que tenían razón.
A
la segunda noche el que espiaba al campamento de Andrade, un señor Nestor, nos
explicó que seguían el rastro de las peculiares orquídeas que habían parecido
surgir recientemente, y que Andrade las fuma y las adora. Había logrado ver un
mapa de su destino, las ruinas que popularmente llamamos del diablo por los
sacrificios humanos que se encontraron ahí hace cinco años. Así fue como
pudimos adelantarnos durante la noche hasta el camino en la cima de las
montañas de Kechu y Mía. El camino es angosto y peligroso cuando bajan las
nubes. Tomamos una desviación en el camino de San Martín, pues si seguíamos ahí
nos habrían visto los más de cien fieles que llevaba Armando Andrade.
El
campamento de Andrade se acomodó en la ciudad inca de Winayhuayna, a menos de
una hora de las ruinas del diablo. La ciudad en las nubes cobraba vida de nuevo
con las fogatas y los herejes cánticos de ángeles con tentáculos, estrellas que
bajaban de los cielos y predican evangelios y otras mentiras como esas.
Nosotros nos escondimos en el camino selvático que lleva a Machu Picchu a ocho
kilómetros de ahí. Al anochecer marchamos en un grupo de diez hacia las ruinas
del diablo, dando un rodeo a Winayhuayna, y acercándonos a las ruinas del
diablo sin ser visto. Andrade caminaba para allá, y en el camino se encontró
con otras personas. Pudimos verlos bien cuando se situaron entre las ruinas, un
amplio círculo de columnas. A la luz de la fogata los que acompañaban a Andrade
parecían más aterradores. Eran personas, pero distintas. Algo en sus caras nos
dio miedo, eran de nariz larga y con mentón prominente. Quizás eran los ojos
pequeños debajo de esas enormes frentes antinaturales que nos dieron un
escalofrío inicial en lo que se convertiría en un pérfido aquelarre.
Se
tiraron al suelo y escucharon con la oreja pegada al pasto, mientras Andrade
decía algo en voz baja al fuego, como si pudiera contestarle. Pronto escuchamos
lo que ellos podían oír. Era música, pero imposible de describir, era rítmica y
veloz, pero a su vez parecía como latidos del titánico corazón de una inmensa
criatura subterránea. Esas extrañas personas comenzaron a danzar alrededor del
fuego, mientras que Andrade se desnudaba de sus ropas y las dejaba en un
rincón. Extendió su mano y se cortó el dedo pulgar izquierdo como si no fuera
suyo. Fue tan súbito que a todos nos tomó por sorpresa. Estando a un lado del
fuego pudimos ver la sangre que manaba de su herida, era verde y estaba
acompañada de gusanos que se reventaban al caer al fuego. Andrade no sintió
dolor, o al menos así parecía, pues comenzó a cantar en una lengua que no es
quechua, ni español, y no se parecía a nada que hubiese oído antes. La única
parte que recuerdo decía algo así:
“Fataguen Yogsotu, Fataguen
Niarlat, Cutluli Ñondumen, Fataguen Yogsot, Fataguen Niarlat, Shubigurrat
Ñondumen.”
El
señor Nestor se puso pálido y señaló a la vegetación alrededor de ese
anticristo, todo se moría y el radio de su muerte iba creciendo. En ese momento
entendí que Andrade consumiría Perú como había consumido la vegetación en las
ruinas del diablo. A lo lejos vimos a las masas de seguidores que caminaban
hacia él cantando alegremente. Mi primo Norberto me señaló el cielo y todos nos
asustamos terriblemente. Había algo allá arriba, algo que volaba y tenía cola
de dragón, pero también ojos y hocicos por todas partes. No le podíamos ver
bien, pues volaba alto y la luna no le iluminaba. El señor Nestor dio sus
órdenes, el señor Percy debía robar las ropas de Andrade, el señor Silas debía
detener la procesión, y la señorita Eva y él abrirían fuego para ganar terreno.
El
pelirrojo, el señor Percy, fue muy valiente porque se deslizó por la ladera de
la colina junto a las ruinas y robó la ropa antes que esos frentones amigos de
Andrade trataran de impedirlo. Cuando el anticristo se dio cuenta de lo que
ocurría ya era tarde. El señor Silas lanzó algo que parecía un frasco de vidrio
contra la entrada a las ruinas. Un fuego enorme consumió la entrada, evitando
que los fieles le vendieran sus almas al diablo. La señorita Eva y el señor
Nestor empezaron a disparar, y quienes tenían armas de nosotros dispararon
también. Percy entregó la ropa y regresó disparando de su metralla directamente
contra Andrade. Le destrozó el cuello, separó su cabeza y encendió una dinamita
en su pecho. Los amigos de Andrade se consumieron en el fuego y nosotros
echamos a correr. Ésta mañana los extranjeros se despidieron de nosotros. El
señor Nestor ofreció dinero, pero declinamos, después de todo hicimos la obra
del Señor.
CARTA
DE JAMES BENSON
27 de abril, 1928
Amada
Ewa,
Escribo porque te amo, pero
también escribo porque te extraño y tengo miedo. Nunca había tenido tanto miedo
en mi vida. Ahora estamos atorados, no podemos salir de nuestro escondite y
podríamos estar aquí toda la noche. Probablemente nunca mande esta carta, pero
quizás si lo escribo parezca menos real, pues la mera perspectiva de vivir en
un mundo donde esto que hemos visto, y que veremos, existe con la misma
frialdad que existen las tormentas o los insectos, se hace intolerable la idea
de seguir adelante. Intolerable, de no ser porque te tengo a ti.
Después
del encuentro con esas insólitas criaturas avanzamos por la meseta lentamente.
Eventualmente dejamos atrás a los insectos carnívoros y pudimos andar de pie.
Escalamos por escarpadas colinas y poco explorados caminos repletos de nieve y
hielo, hasta que encontramos a una población nómada. Eso me alegró, pues quería
decir que estábamos más cerca del Tíbet, y más cerca del mapa tatuado de
Rajendra Hussain. Cuando los nativos vieron que Vernon no siente frío entre los
hielos nos invitaron a acompañarlos. Nos acomodamos entre los ñus y lo enormes
búfalos, en humildes carretas de palos. En dos horas llegamos al plató
tibetano, una apertura como valle de muchos kilómetros de tamaño, con un enorme
largo y serpenteantes ríos. Vernon habló con los nómadas, y no me sorprende
saber que habla su dialecto. Después de hablar con ellos aceptó su comida y nos
convidó, pues estábamos hambrientos y deseábamos conservar nuestras raciones.
- Ésta gente ha vivido aquí de la
misma forma por 60 mil años.- Nos contó Vernon.- Por lo que les entendí su peor
temor siempre ha sido, seguramente desde hace siglos, los Lamas que viven más
allá de las montañas en la ciudad prohibida. Ahora están felices, porque dicen
que son protegidos por otro Lama, uno llamado Dorje.
- ¿Estos nómadas son Impuros?
- Ellos no lo saben, ni lo
llamarían así, pero sí, tienen los mismos dioses y cultos semejantes. Dudo que
incurran en canibalismo, pero surgen de la misma idea. Los lamas seguramente
han tratado de aniquilar todo rastro de los primeros pobladores de esta zona.
Ellos se detendrán a comer en cualquier momento, y les ofrecerán algo de beber.
Según me dijeron es agua mágica que Dorje les hace beber para tener visiones y
mantener su fe en el orden original. Vi que es idéntica al agua, es
transparente, pero hagan lo que hagan no lo beban.
Tal
y como Vernon lo había predicho nos hicieron beber del agua. No fueron
agresivos, sino amables. Por 60 mil años, generación tras generación, habían
vivido de la misma forma y ya no les parecía extravagante ni extraño. En cierto
modo me sentí mal por lo que Vernon había dicho, los Lamas buscaban
aniquilarlos. ¿Realmente eran tan amenazantes? No eran como los Impuros, no
buscaban despertar a los Antiguos, ¿el rezarles es suficiente para matarlos? Lo
que en algún momento fue mi Iglesia habría dicho que sí en la Edad Media.
Cruzamos
un río de cristalina agua mediante un improvisado puente y llegamos a la zona
marcada por el mapa del contrabandista, la media luna en la ladera de una
montaña. Nos separamos de la tribu nómada y seguimos nuestro camino. Mientras
más me acercaba a la zona marcada por el mapa, más apreciaba lo que me rodeaba.
La visión de las monumentales montañas, el inmenso plató tan repleto de calma y
solemnidad, los ríos del agua más pura que háyase visto y el aire tan puro
hacían de balance a los horrores que nos esperaban.
El
mapa tatuado de Rajendra mostraba una media luna, en cuyo extremo aparecía una
pequeña catarata, en medio los ríos y el lago y entre las montañas había una
flecha a una piedra con forma de mano. Luego de más de una hora de buscar dimos
con la piedra en forma de mano, eran cinco piedras como columnas que se
apoyaban en una entrada que permanecía prácticamente invisible desde casi todos
los ángulos. Trejo señaló las huellas en el piso, nosotros no éramos los
primeros en entrar ahí. La caverna pronto se convirtió en una inmensa estancia
que brillaba por los pequeños riachuelos en las paredes que llevaban el agua de
la nieve calentada más arriba. Seguimos las marcas de llantas hacia un camino
en descenso. Estábamos por tomarlo cuando la gitana escuchó un ruido. Nos
ocultamos entre las pequeñas cavernas del otro lado de un riachuelo congelado
en el suelo. Nadie entraba a la caverna, ni subía por el camino recién
descubierto. Trejo dedujo que, debido al eco, el origen debía estar cerca de
ahí. Cerca de la entrada encontramos a Rajendra Hussain. Estaba vivo y gemía de
dolor, pero se encontraba encerrado en alguna clase de capullo de piedra. El
Himalaya lo había reclamado como suyo después de develar sus secretos.
- Por favor, mátenme. Me comen
desde los pies.- Hussain lloraba amargamente y Vernon nos traducía desde el
dialecto hindú que usaba.- Le mostré el camino a Dorje, el camino que encontré.
El camino lleva al centro de la Tierra.
- Pregúntale si venía solo o
acompañado.- Dijo Trejo. Vernon lo preguntó en ese extraño dialecto y le dio un
par de bofetadas a Rajendra para mantenerlo despierto.
- Eran muchos y trajeron máquinas
en camiones. Después vinieron los otros camiones... Tenían tambores como de
petróleo, y eran toneladas.
- ¿Cuándo fue eso?
- La semana pasada. Mátenme, se
los suplico.
- Si tú lo dices.- Trejo sacó el
cuchillo, pero Vernon lo detuvo.
- No, se lo merece.
- ¿No crees que esa tortura es
suficiente por haber mostrado una caverna?
- ¿Qué crees que hay en esos
tambos? Recuerda, aquí nace el agua que alimenta los ríos de la mitad de la
población mundial. Están envenenando el agua. Ya vimos un adelanto con esas
malditas esporas. ¿Qué pasará cuando haya suficiente veneno?
Nos
preparamos para bajar por el sendero, cuando escuchamos los jinetes. Nos
ocultamos en una caverna, agachados detrás de una media pared de estalactitas.
Los jinetes dejaron sus caballos, revisaron sus armas y la mitad bajó por el
sendero cargando bolsas y sacos de provisiones. Si la otra mitad nos descubre
habrá disparos y alertaremos a nuestros enemigos. No hay manera de matarlos
silenciosamente, pues nos detectarían en cuanto saliésemos de esta caverna.
Nuestra única opción es esperar, y esperar y sobrevivir.
No sé si estaré vivo mañana. A
estas alturas pensé que no me daría miedo, pero me da. Te amo.
James.
DIARIO
DE MAYNARD THORNE
7 de febrero, 1820
Los
medios lo reportaron como un monzón fuera de temporada. Yo sé lo que fue, fue
el diablo en persona. Todo el asunto es demasiado increíble, dudo que los
magistrados me crean. La verdad es que no podía ser de otra manera, estaba
sujeto a fuerzas superiores. Mi hermano siempre llevaba su diario consigo
cuando zarpaba. Siempre a excepción de una única vez, cuando zarpó por última
vez. Los militares incendiaron el barco, habría sido imposible rescatar sus
notas. ¿Habrá sido la Providencia la que forzó el olvido en la mente de mi
hermano?, ¿o quizás el diablo que quería que su hijo le acompañara en el
infierno?
En
su diario leí de su alianza con Vander Waite. Leí de las riquezas, de las arcas
siempre rebosantes de Waite, y de su carácter siempre dispuesto a regalar sus
sobras. Leí de la corrupción, la liga de piratas y entonces empezó a describir
los extraños cultos, los asesinatos, el pillaje sanguinario de la bahía de
Bengala. Las terribles insinuaciones de Waite, las miradas cómplices de sus
marinos. Era dinero manchado de sangre. Aún recuerdo la manera en que él lo
describió “en el barco que navega sobre el fuego el pirata hechicero brama
contra la tempestad, conquistándola”.
Tras
el asunto del astillero fue innegable que Vander Waite era culpable de al menos
media docena de crímenes, si tan solo la policía se hubiera interesado lo
suficiente. Reuní capitanes y magistrados, quienes nos compartieron los
descubrimientos extra-oficiales de los inspectores que Scotland Yard había
enviado. Eran tan aterradores que embotaban nuestras mentes pero encendían el
fuego de nuestra decisión. Las autoridades no harían nada, se hacían cada día
más gordas e inútiles a expensas de Waite. Debíamos hacerlo nosotros.
Estacionamos
espías día y noche para vigilar la mansión Waite. Sus historias de luces
brillantes durante la noche, de los extraños y tóxicos humos, y de los alaridos
de horror habrían sido demasiado fantasiosas de no haber sido por lo que leí en
el diario de mi hermano. Corrección, de mi hermano asesinado. ¿Qué tenía en ese
sótano que pudiera requerir tanta carne diariamente?
La
noche del golpe fuimos seguidos por serpientes venenosas. Ésa debió haber sido
nuestra principal señal de alarma. No tenía duda que esa era la misma especie
de serpiente que había matado a mi hermano y a toda la tripulación. La gota que
derramó el vaso. Debió saber que veníamos, pues la mansión se prendió fuego. Ninguno
de los sobrevivientes lo admitiría, pero le vimos en el techo. Le vimos en el
centro de esa tormenta, y ni siquiera fue movido por el viento. Yo vi a
Stevens, a Sanderson y a Mercer salir volando hacia arriba, jalados por el
viento. Compton, justo a mi lado, fue fulminado por un trueno y corrió por ahí
como una antorcha humana.
Han
empezado las investigaciones oficiales, y sé que hemos perdido nuestra
oportunidad. Vander Waite quizás habría delatado a los demás integrantes de su
culto bajo tortura. Ahora se han ido, escaparon a la selva y seguramente
esperan el regreso de su maestro.
DIARIO
DE PERCY COLLINS
27 de abril, 1928
Huimos a toda prisa y en la
mañana dejamos atrás a nuestros guías. Andrade está muerto, su diabólico culto
ha sido terminado. Entre las ropas que robé encontramos un llavero y un recibo
gastado de una tintorería en el pueblo de San José. Por los periódicos que
habíamos leído ya teníamos idea de que aquel había sido su hogar durante casi
toda su vida. El lugar es tan pequeño que no aparece en los mapas para turistas
y tuvimos que conseguir uno más especializado. Salir de la selva y entrar a los
pueblos nos llenaba de terror, oíamos las radios y las conversaciones y la
mayoría de las personas lamentaban la muerte del diácono del pueblo. Finalmente
Nestor fue quien bajó de la colina, entró a un pueblo y consiguió más comida y
un mejor mapa.
Seguimos
avanzando por la sierra a paso lento y cuidadoso. Silas está perdiendo la razón
y me destroza el corazón verlo tan de cerca. ¿Es ése el destino que nos espera
a todos? Lo único que le impide volverse loco es Eva, de quien está
perdidamente enamorado. Si Eva le sigue la corriente porque le corresponde sus
sentimientos o por lástima, no lo sé. A estas alturas ambas son aceptables.
Elisa no deja de tener pesadillas que la despiertan gritando y
convulsionándose. Nestor ha tratado de calmarla mediante sedativos que él mismo
prepara, pero no han servido de nada. Yo también tengo pesadillas, y a veces
alucinaciones a la mitad del día sobre monstruos en el aire o los caníbales de
cabeza cónica. Incluso Nestor se ha vuelto aún más serio, aún más intenso. Se
preocupó mucho por lo de mi hermana y me ofreció enviarle más dinero. Se lo
agradecí, pero no pude dejar de preguntarme ¿de dónde saca tanto dinero? Dice
que cuando sueña ve a la otra expedición, y que está seguro que busca despertar
a los Antiguos de que podamos llegar a la ciudad sumergida. Si Andrade escribió
algo, nos daría una nueva ventaja. Aún así, ¿cómo podemos saber que los otros
no han encontrado ya la manera de despertarlos?, ¿cómo saber que no es
demasiado tarde?
Bajamos
de la sierra a San José y anduvimos por separado. Los pueblerinos eran muy
cerrados, y lamentaban la muerte de Andrade como si se hubiera tratado de un
héroe local. Nos era imposible presionar a la gente para conseguir la dirección
de su casa sin atraer demasiada atención. Tuve suerte en un bar, donde a un
borracho se les escapó decir dónde vivía el diácono del pueblo. La casa de dos
pisos pasaba desapercibida entre casas similares. El techo era de dos aguas,
con tejas viejas y rotas casi en su totalidad. Me pareció que éramos vigilados,
pero eso era natural, todos los pueblerinos de hecho nos vigilaban. Silas abrió
el primitivo cerrojo con poderosos ácidos y nos abrió la puerta. Tras echarle
una mirada a la desolada calle entramos rápidamente y cerramos detrás de
nosotros. Los extraños ídolos en las repisas de la sala asustaron a Elia hasta
dejarla pálida, algo vio ella en esos moldes primitivos, en esas grotescas
formas de murciélagos, pulpos y deformes batracios, que le sugirió a su mente
las más perversas y perturbadoras posibilidades. El lugar estaba repleto de
extraños patrones geométricos que Eva reconoció como incas, pero también tenía
otras decoraciones que no eran tan fácilmente explicables. Había cruces
colgadas boca abajo, máscaras de madera con formas de pesadilla y extraños
hongos alargados con fibras tan finas como cabellos que crecían en los rincones
del techo.
- Encontré el despacho.- Dijo
Nestor parado en el umbral de una habitación al fondo, pasando las escaleras de
piedra.- Puede que no tengamos mucho tiempo. Percy, tú vigila la entrada.
Silas, vigila la parte trasera. Elisa y Eva, ustedes hagan guardia en las
escaleras, en caso algo esté allá arriba.
- No quiero estar aquí, no quiero
estar aquí.- Elisa temblaba como una hoja, la podía ver desde atrás del sillón
que usaba como escondite. Eva trataba de calmarla, pero la pobre mujer echaba
furtivas miradas hacia arriba y se golpeaba la cabeza contra la pared.- No
quiero morir...
- Calma Eva, ya casi salimos de
aquí.- Eva iba a decir otra cosa, pero escuchó algo.
- ¿Qué fue eso?- Elisa se agachó
y señaló sobre ella.- ¿Son pasos?
- Tenemos que salir de aquí.-
Susurró Eva. Oímos la ventana que se rompía y cargué la escopeta.
- ¿Dónde fue eso?- Nestor
apareció cargado de papeles que violentamente guardaba en su mochila.
Eva
y Elisa bajaron corriendo, señalando hacia arriba y con miradas de pánico.
Silas cruzó el corredor hacia nosotros justo a tiempo, porque el despacho se
prendió fuego y las llamas saltaron e incendiaron el pasillo. Se estacionaron
dos camiones frente a la casa, eran los mismos seres frentones que habíamos visto
la otra noche. Con la diferencia que ahora estaban armados. Abrí fuego detrás
del sillón y reventé el ventanal. Silas cargó uno de sus explosivos y lo lanzó
a uno de los camiones, haciéndole estallar con tanta violencia que el golpe nos
sacudió con fuerza. Nestor disparaba hacia atrás, a las escaleras, donde un
grupo de esas criaturas disparaban ocultos detrás de la pared y tosiendo por el
humo del incendio que pronto les calcinaría si no regresaban por donde habían
venido. Avancé a la puerta y junto con Silas nos defendimos del segundo grupo.
Vendrían otros, muchos otros, y no teníamos tiempo. Nos abrimos paso hasta la
camioneta que no estaba en llamas y escapamos justo a tiempo. Detrás de
nosotros el incendio de la casa era devastador, las llamas reclamaban los
horrores ocultos entre esos muros.
DIARIO
DE JULIA ANNET DELON
7 de abril, 1928
Los
jinetes que esperaban en la entrada debieron haber terminado su vigilancia,
pues sin mediar palabra revisaron sus rifles y bajaron por el largo camino
subterráneo. Salimos de nuestro escondite y marchamos en cuclillas y en fila
india, con Vernon a la cabeza y Benson al final. El camino descendente medía
seis metros de ancho y pronto se abrió mucho más. Se trataba de una ancha y
larga ladera rocosa hasta el río subterráneo. El camino era irregular, y en
muchas ocasiones tenía desviaciones a caminos secundarios que no iban tan
profundos y terminaban en un callejón sin salida. Tomamos uno de esos caminos
al acercarnos a las luces eléctricas y al zumbar del generador de gasolina. Al
fondo, donde el camino llegaba al anchísimo y profundo canal, había un grupo de
personas supervisando enormes máquinas. Los tambos estaban ahí, y más de
cincuenta estaban vacíos. Con cuidado vertían la sustancia de los tambos en un
alto aparto que procesaba el líquido con otras sustancias y lo vertía al río.
Vernon había tenido razón, estaban contaminando a la mitad de la población. De
inmediato imaginé ejércitos de cadáveres, esos hongos creciendo salvajemente en
las calles y aquellos moluscos voladores haciendo nidos sobre enormes
edificios.
Había
dos tipos de personas supervisando el trabajo, algunos que parecían oficiales
chinos y otros seres semidesnudos con grandes cráneos que Benson identificó
como Cromagnones, un escalón evolutivo de la raza humana que convivió con homo
sapiens por muchos siglos, hasta desaparecer misteriosamente. Aquellos
ancestros debieron haber sobrevivido por eones en las cavernas inexploradas del
Himalaya. Los oficiales chinos, y algunas personas hindúes, preparaban las
sustancias con las que el líquido de los tambores era mezclado en aquel enorme
aparato. Usaban tinas de cristal donde vertían gotas de diversas sustancias en
frascos de vidrio y lo mezclaban con alguna especie de carne sanguinolenta. Nos
acomodamos en un camino superior a ellos y permanecimos en silencio, mientras
que los de abajo trabajaban en la extinción de la raza humana. Hablaban en
chino y en un dialecto hindú que únicamente Vernon podía entender. Por lo que
tradujo, en silenciosos susurros, eran Impuros celebrando a “aquel que vino
antes de tiempo”, preparándose para despertar a todos los Antiguos. Planeaban
vivir en túneles subterráneos mientras las batallas entre los Antiguos
encerrados en nuestro mundo se llevaban a cabo. Sus líderes serían parte del
sacerdocio de los Profundos y, cuando el momento fuera el apropiado,
regresarían a la superficie para acompañar a sus amos y gobernar este mundo,
dirigiendo su evolución por los siguientes eones. El motivo más viejo de todos,
el poder, con el instrumento más cruel, la destrucción completa de la
civilización humana.
Debatíamos
qué hacer cuando escuchamos un nuevo grupo de personas que bajaban por el largo
sendero descendente. Era el lama rebelde Dorje, un tibetano anciano con una
mirada fría y una sonrisa siniestra. Le acompañaban una docena de nómadas que
parecían estar hipnotizados por Dorje. Una ceremonia repleta de danza y oscuras
invocaciones provocó que partes del techo de la caverna, a más de cien metros
sobre el agua, se iluminara. Al principio no podía entender lo que era,
mientras más esferas se iluminaban de distintos colores el cuerpo quedó
revelado. Vernon los reconoció de inmediato como los shoggoth, los esclavos de
los Antiguos, criaturas que se amoldan a las necesidades de sus amos. Sus
cuerpos carnosos estaban repletos de tumores, como desagradables bulbos que
respiraban con purulencias incandescentes que les iluminaban. Se movían como
gusanos, pero pude notar que tenían miembros, como tentáculos, que se retorcían
violentamente por el techo. Debajo de aquellas infernales y demenciales
criaturas Dorje acomodaba a sus víctimas hipnotizadas sobre una mesa con agujeros de cuyos extremos
surgían mangueras a la tina de composición de la sustancia vertida al río.
Aquella carne sanguinolenta, ese último ingrediente maligno no era sino carne
humana y, por lo que vimos con el primer sacrificado, la mitad de la carne era
para los Cro Magnones.
Trejo
no pudo más, tenía que hacer algo antes que mataran a los demás. Salió del
escondite resbalándose cuidadosamente por la pared hacia la parte trasera del
generador eléctrico. Con todos los malévolos Impuros participando en la
ceremonia nadie le notó cuando tomó la gasolina de sus tanques plásticos y la
tiraba sobre los tambos de aquel líquido perverso. Pudo vaciar dos y tiró el
otro entero sobre los tambores. Ahora sabían que había intrusos, y no estaban
muy felices. Trejo disparó la pistola de bengalas y la gasolina ardió en un
segundo. El tanque plástico de gasolina que había tirado entero explotó con tal
violencia que gran parte de los Cro Magnones se prendió fuego y los tambores se
hicieron inútiles.
- Quédate aquí James, por el amor
de Dios no salgas de aquí.- Benson iba a decir algo, pero Vernon insistió.- No
te muevas de aquí.
Con
mi rifle de larga distancia pude matar a tres guardias armados antes que
pudieran ver de dónde venían las balas. Trejo se defendió desde atrás de una
enorme piedra y Vernon colocó tres palos de dinamita en la máquina surtidora
del río y la inutilizó. Rodeado de balas se lanzó al río y desapareció bajo su
superficie. Yo había visto lo suficiente para saber que cuando el Lama rezaba y
hacía señas extrañas al aire, no podía ser bueno. Traté de matarlo,
deslizándome por la piedra hacia una posición donde pudiera proteger mejor al
español, pero sus guardias se sacrificaron por él. Uno de los chinos tenía consigo una metralla
y descargó su cartucho contra Trejo, quien gritando de furia se escondía en una
porción más pequeña de su escondite, mientras que otros dos guardias le
rodeaban para terminarlo. Traté de ayudarlo, pero estaba entre los tambores que
ardían y la enorme máquina descompuesta, defendiéndome de los Cro Magnones que
me atacaban con cuchillos. Descargué mi revólver y no tenía oportunidad de usar
mi automática, pues la lucha contra esos primitivos cavernarios era demasiado
rápida y violenta. Uno de ellos me cortó el brazo, pero pude cortarle la
garganta para defenderme del otro. Cuando volteé hacia atrás Trejo le disparaba
a los dos guardias que le habían rodeado, pero uno de ellos le disparó en el
estómago.
Vernon
salió del agua pegando un brinco y se despachó a tres Impuros chinos y a uno de
los hindúes. Soltó al suelo extraños cristales que asustaron a los
prehistóricos habitantes de aquellos túneles y se hincó al suelo con las manos
hacia arriba y rezando. Los shoggoth del techo, que ahora irradiaban tanta luz
como poderosos focos, cayeron al suelo. Eran tres, uno cayó al agua, otro cerca
de Vernon y el tercero sobre la máquina descompuesta justo encima de mí. Me
escurrí entre los Cro Magnones, huyendo de los tentáculos que, como látigos, me
azotaron en la espalda y me hicieron sangrar. Defendí a Trejo de los Cro
Magnones y le ayudé a levantarse para ir escapando por el sendero. Vernon
terminó lo que estaba haciendo y atacó al lama. Naturalmente, las balas no le
hicieron daño. Pensé que el lama había invocado a los shoggoth, pero estaba
equivocada. Algo más estaba en esa delirante y sangrienta caverna, algo mucho
peor. No pude advertir su forma exacta, pues era semi-invisible, sin duda
existiendo en múltiples dimensiones simultáneamente, como Vernon me había
explicado anteriormente. El lama sonrió como un loco, pero después su sonrisa
se borró, Vernon había invocado algo más. Se podían ver luces como flashes, y
extrañas figuras, como escamas peludas y tentáculos con ojos. Las dos criaturas
luchaban entre sí, Dorje había jugado su mano y le había fallado. Histérico
empuñó un cuchillo y atacó a Vernon, clavando su hoja en su pierna. Ingersoll
esquivó otro ataque, empujó lejos a un Cro Magnon y lanzó su cuchillo que se
clavó en el pecho de Dorje.
El
shoggoth que me había atacado se nos acercaba lentamente, sus tentáculos cada
vez más cerca. Trejo gritaba de dolor y se me resbaló, empujándose del suelo
para escapar de la satánica criatura. De un túnel escondido emergieron más de
esos Cro Magnones, y me defendí de ellos lo mejor que pude, pero no conseguía
adelantarme, escapar de ese shoggoth. Al darme vuelta vi que Dorje atacaba a
Vernon, y le habría matado, de no ser porque Benson luchó contra tres
cavernícolas caníbales y logró alcanzar al lama rebelde por la espalda,
clavándole una hacha en la nuca y golpeando furiosamente hasta arrancarle la
cabeza. En cuanto la cabeza cayó al piso Benson robó todos los papeles que
habían quedado en una mesita que cayó al suelo en el enfrentamiento. El cuerpo
del lama creció, como hinchado, y al reventarse sus costillas algo salió de
allí. No pude verlo bien, pues seguía peleando contra los Cro Magnones y
tirando los únicos dos palos de dinamita que tenía contra el shoggoth. Sea lo
que fuere asustó a Benson y a Ingersoll lo suficiente para lanzarse al agua y
nadar a nuestra posición. Las dos criaturas que el Lama y Vernon habían
invocado chillaron histéricas con una potencia tan titánica que toda la caverna
empezó a temblar. Los shoggoth se detuvieron, y había algo en el modo en que
volteaban hacia la cacofonía visual en el techo que me hizo pensar que tenían
miedo. James y Vernon nos ayudaron a escapar, disparando contra los Cro Magnones
y cargando a Trejo por el largo sendero hacia la superficie. Aquello que había
habitado en el Lama rebelde estaba creciendo, parecía un árbol por su cuerpo
horizontal y la carencia de una cabeza, pero era gris y parecía tener venas
pulsantes, así como largas ramas como tentáculos que crecían, se pegaban a las
paredes y al suelo y nos seguían. El techo de la caverna comenzó a colapsar, lo
cual hizo titubear a los caníbales lo suficiente para que pudiéramos escapar.
- Déjenme aquí.- Dijo Julardo,
con sus manos empapadas de la sangre de su herida en el estómago.- No viviré
hasta la noche. Solo los retrasaré.
- No, de ninguna manera. Nadie
muere aquí. Muy pronto estaremos todos en un bar riéndonos de todo esto. Ya lo
verás Julardo, todo va a estar bien.
- ¿A quién engañas Vernon? Todos
vamos a morir, este es mi momento.
Julardo señaló a la
entrada, el suelo se estaba cubriendo de esas lianas grisáceas y pulsantes.
Podíamos ver el colapso del techo, pero fue lo suficientemente pausado para que
pudieran salir dos Cro Magnones y tres de los Impuros, con sendos agujeros de
bala en el techo. Los Impuros se desplomaron al suelo y sus cabezas estallaron,
liberando a extraños cefalópodos que eran distintos a los que habíamos visto
antes, sus cuerpos sólidos no crecían, pero sí sus tentáculos que
complementaban a la criatura más grande. Usé la escopeta de Benson para matar a
los dos Cro Magnones y seguimos retrocediendo a la entrada.
- Ellos duermen, pero no duermen
como los vivos. Se proyectan y siempre traen algo a este mundo.- Nos dijo
Rajendra desde su prisión-capullo en la pared.- Son semillas de maldad.
- Ya cállate.- Trejo lo mató de
un balazo y se tiró al suelo. Tratamos de levantarlo, pero no quería, buscaba
la dinamita de Benson y se aseguraba que su encendedor funcionara.- Usen los
caballos de los guardias y déjenme aquí.
- No Julardo, no seas necio.- Le
decía Benson.- Somos un equipo.
- ¡Váyanse maldita sea! Antes que
pierda demasiada sangre. Sé lo que hago.- Se puso de pie y caminó hacia las
lianas que avanzaban y daban zarpazos ciegos, buscándonos. Vernon iba a decir
algo, pero Trejo gritó.- ¿Por qué siguen aquí? Váyanse de una maldita vez.
- Perdóname Julardo.- Llegó a
decir Vernon, mientras nos subíamos a los caballos.- Nunca debí dejar que te
unieras.
- No, perdóname a mí. Pude haber
hecho más. Mi diario está en mi mochila. No lo pierdas.- Encendió los dos
gruesos cartuchos de dinamita y dejó que las lianas se enredaran en sus pies y
le jalarán hacia la caverna.- ¿Me quieres, maldito aborto enloquecido? ¡Pues te
llevo al infierno conmigo!
Segundos
después escuchamos la explosión y el graznido agudo y lastimero, después de eso
la caverna colapsó. Cabalgamos en silencio y llorando. A la noche me di la
vuelta para vigilar la cueva con binoculares y vi a un grupo de Cro Magnones
alrededor de una fogata comiendo carne cruda. Espero que les haya sabido a
dinamita.
Nadie
quiso dormir, así que seguimos avanzando. A la mañana siguiente, mientras
comíamos a caballo, Vernon se colapsó llorando. Estaba histérico. Benson trató
de calmarlo. Entre los papeles que robó aparecían los planes para China, India
y media docena más de países. El agua habría llegado en menos de una semana, y
en dos semanas se habría terminado todo rastro de civilización asiática. Se
mencionaban los planes de despertar a los Antiguos y aunque no eran específicos
para encontrar la ubicación exacta, sí aparecían nombres de Impuros. Por
primera vez ya no teníamos alias y oscuras referencias, sino nombres,
apellidos, logias y fechas. Vernon aceptó aquellos papeles y dijo que se los
mandaría a Pierre Macri en cuanto pudiera. Aún así, no era suficiente. Se
sentía culpable del asunto, y se culpaba también por haberse equivocado.
- Tenía sentido, juro que tenía
sentido. Los túneles subterráneos, Shangri-la y sus túneles, la avanzada
cultura tibetana... Todo conectaba, pero no, era un callejón sin salida.
- ¿Callejón sin salida?- Tenía
ganas de abofetearlo, pero me contuve.- Ésos monstruos continúan el trabajo que
Vander van Soest estuvo a punto de finalizar en los muelles londinenses antes
de volar en pedacitos, o sobrevivir, o ambas. Salvamos al mundo en es terrible
cueva, nadie se va a enterar pero lo que hicimos valió la pena.
- ¿Y qué hay de la otra
expedición? No sirve de nada lo que hicimos si encontraron la ciudad sumergida
y planean despertar a Cthulhu. Podrían estar ahí mismo en este preciso
instante.
- Un día a la vez.- Le dije.
- Sí, hasta que no queden más
días.
PERIÓDICO
THE COLONIAL
11 de febrero, 1820
Las autoridades condenaron
nuevamente el ataque a la mansión Waite en el marco de los extraños eventos en
la prisión Dareen que ocurrieron anoche y han dejado estupefactos a los
guardias y al alcaide. Todo el mundo recuerda que la mansión Waite fue atacada
durante el último monzón y se provocó un incendio que cobró la vida de tres
sirvientes y de Vander Waite. Como les informamos hace dos días, el líder del
grupo de la turba asesina, Maynard Thorne, fue arrestado y compartió celda con
cinco de sus compañeros conspiradores.
En
la fría y ventosa noche anterior la prisión de Dareen hizo sonar la alarma poco
después de la una de la mañana. El alcaide movilizó a los guardias y una
intensa búsqueda fue coordinada con la policía para buscar a Richard Price y
Walter Sutton. Dos horas después la policía local informó a este diario que
Maynard Thorne había sido salvajemente acuchillado en su celda en compañía de
otros tres de los conspiradores, Norman Bell, Bruce Yeats y Howard Phelps.
Price y Sutton desaparecieron sin dejar rastro, ni forzar cerraduras no romper
los barrotes de la ventana. La búsqueda, hasta ahora, ha sido infructuosa.
Un
oficial que ha deseado permanecer anónimo, nos reveló que las heridas sobre
Thorne y sus compañeros asesinos, eran de un salvajismo que nunca había visto
antes. Contradijo la versión oficial según la cual el arma había sido un
cuchillo largo, o quizás una espada, diciendo que las heridas eran tan gruesas
y profundas que incluso había separado brazos y piernas completas. Maynard
Thorne, hermano del fallecido capitán Jericho Thorne, había sido diagnosticado
por un alienista como “obsesivo y delirante, con un fuerte complejo de paranoia
y superioridad moral”.
CARTA
DE SILAS EZEKIEL DEWITT
30 de abril, 1928
Benjamin,
Gracias por las noticias de
Europa y esas referencias a Oriente Medio. La otra expedición está
simultáneamente lejos y cerca. Tan cerca que nos tienen del cuello. ¿Qué saben
ellos que nosotros no? No te puedo escribir de lo que nosotros hicimos, porque
técnicamente es ilegal. Pero si la policía nos captura, confía en que el daño
que hicimos no es nada comparado al daño que ese monstruo estaba por hacer. Yo
miré al cielo, yo vi lo que estaba cruzando a nuestro mundo con la malignidad
del infierno, con las más tenebrosas intenciones y con el más voraz apetito. Yo
lo vi, y su imagen me persigue. En las noches desearía abrirme la tapa de los
sesos y remover mi memoria con mis propios dedos. Me persigue en sueños Ben,
¡en mis sueños! Y no estoy loco, porque las heridas que me provoco huyendo por
esa selva ¡siguen ahí en la mañana! Esos enormes ojos de varias pupilas, ese
hocico tan repleto de escamosas lenguas, la piel como hongos y esas colas con
brazos de cangrejo. Cada noche que soy lo suficientemente insensato para dormir
me persigue por la selva, cada noche está más cerca de alcanzarme. No he
dormido en semanas y no lo soporto más. De no ser por Eva, yo dejaría que me
atrapara e hiciera de mí lo que quisiera. Cómo me gustaría que conocieras a
Eva, y como me gustaría haberla conocido antes, cuando sonreía y reía y no era
el ridículo manojo de nervios que soy ahora. No sé cómo Percy lo hace, tampoco
puede dormir bien, pero es un irlandés duro. Elisa está igual que yo, está
perdiendo la cabeza. Solo Eva sigue igual, aunque más seria, y Nestor sigue
siendo el mismo misterioso.
Entre
los papeles que Nestor pudo salvar antes del incendio encontró figuras que
Elisa reconoció, esas fórmulas mágicas son idénticas a las líneas de Nazca,
unos enormes dibujos de pájaros y monos a la mitad de la nada y tan
increíblemente largas que solo pueden ser apreciadas desde muy arriba. Quien
quiera que las haya hecho, las hicieron para algo que vivía en el cielo, algo
que no es de esta tierra. Según los diarios esas líneas están reverdeciendo con
las flores que Nestor plantó en el cenote de Xibalba. Hay muchas fórmulas en
los papeles que Nestor recuperó, gran parte de ellas sobre magia. Lo poco que
es entendible habla sobre despertar a los Antiguos. Una parte decía algo como
“el insensato que los despierta antes de tiempo, él habla con Quien Acecha En
La Oscuridad. Guiado por una mano muerta hacia su Despertar. Hacia el Final.”
Todo eso se relaciona a ese pirata holandés, Vander van Soest, el que vivió
muchos años en Asia y aprendió toda clase de terrores por medio de las artes
oscuras. Se dice que podía invocar tormentas y seres invisibles, que había
aprendido a esconder sus móviles con tanta pericia que sus cercanos habrían
jurado que era un santo. Fue temporalmente detenido en Londres, además que no
conoce los túneles y el camino a R’lyeh que Nestor conoce y que juntos habremos
de destruir. A juzgar por la expedición del otro lado del océano, van Soest aún
no conoce lo que nosotros conocemos, pero ¿qué saben que nosotros no? La
pregunta nos está volviendo locos.
Te
escribo en tren, muy pronto llegaremos a Santiago de Chile. Ahí mandaré la
carta. Cuánto tiempo nos quedemos ahí, eso no lo sé. Seguiremos viajando al
sur, y no dejo de tener la sensación que hay algo ahí, enterrado en las nieves
del sur, que llama mi nombre.
Reza por mí,
Silas.
REPORTE
DE LA POLICÍA DE SRI LANKA
20 de abril, 1928
Mi nombre es Abili Punja y
confieso ser parte del grupo de contrabandistas del puerto de Colombo. Sobre el
incendio y las muertes es difícil hablar sin explicar dos cosas, primero que yo
nunca fui violento, ni estaba entre los favoritos de nuestro jefe, y segundo
que Rashid Batt, nuestro líder, se volvió muy religioso desde el año pasado.
Esto lo menciono porque su religión era diferente, muy diferente. Nos daba a
miedo a mí y a casi todos. Estaba en un culto donde había serpientes y adoraba
piedras extrañas que dijo haber recuperado del océano. Operábamos en “la
mansión”, una casa en el puerto que Rashid había conseguido quién sabe cómo
hace cosa de un año. Insisto que no era uno de los favoritos y por eso no me la
pasaba en esa mansión, además que escuché toda clase de historias sobre sus
prácticas religiosas. Me enteré que había tomado tres rehenes extranjeros, dos
hombres y una mujer. Nunca los vi, pero me lo dijo Bhanu Pratap y él si era de
los favoritos de Rashid.
La
noche del 17 me fui para interceptar un cargamento de opio de Rangoon y
llevarlo a un barco inglés, el “Destiny”. Con el dinero en la mano regresé a
Kotta. La mansión estaba en llamas cuando yo regresé y no sé qué lo ocasionó. Escuché
disparos y me escondí. Fue entonces cuando lo vi, y juro que estaba sobrio. No
había usado nada del dinero en opio o alcohol, Rashid lo habría sabido porque
siempre sabía cuando alguien le mentía. Lo vi en el agua, en el puerto, era un
barco mercader chino. Era muy antiguo y envuelto en nieblas. Soy hombre de mar,
yo había oído hablar de ese barco fantasma. El barco del que nadie regresa con
vida.
Al
oír gritos en la mansión traté de ayudarlos, pero el fuego me lo impedía. Entre
las llamas y el humo vi algo más, algo que también resulta imposible de creer.
Hasta yo mismo lo dudaría, de no haberlo visto con mis propios ojos. Eran
monstruos, engendros del mar. Atacaron a mis compañeros y me dio tanto miedo
que me eché a correr.
Anotaciones finales: Abili Punja
fue encontrado vagando y en estado de ebriedad, fumaba opio y llevaba consigo
medio kilo de esa sustancia. Fue arrestado por iniciar el incendio y causar la
muerte de cinco personas. Por su propia confesión se añaden los cargos de
tráfico de opio y asociación criminal. La información ha sido transmitida al
puerto de Rangoon para que lleven a cabo las pesquisas necesarias con el buque
“Destiny”.
PERIÓDICO
LA PROVIDENCIA DE CHILE
8 de mayo, 1928
Editorial de Jorge Lajoye. Dos
sucesos ilógicos y desproporcionados han azotado a Puerto Montt, el pueblo más
al sur del país. El primero de ellos fue el encallecimiento del buque mercantil
Coralte en las costas cercanas al pueblo. En esto mismo hay dos cuestiones que
son de llamar la atención. El buque parecía haber sido atacado por uno de los
monstruos marinos de Verne, pues tenía las marcas que dejaría un calamar
gigante. Eso en sí mismo, sin embargo, no explica por qué toda la tripulación
fue hallada muerta con extrema violencia. Los militares se han hecho del caso,
y como todos sabemos, eso significa que no se hablará más del asunto. Ése fue
el primer suceso.
El
segundo suceso es aún más incomprensible. Tres noches después de que el barco
encallara, más de cien familias se fueron del puerto para no volver.
Simplemente empacaron sus cosas y se fueron. Los militares, que “estudiaban” el
caso del buque, no pudieron impedirlo. Las familias que permanecieron hablaron
con el reportero Jorge Peniche, de este mismo periódico, y le dijeron que
habían estado escuchando cada noche, desde que el buque fue atacado por alguna
bestia marina creída extinta, unos gritos guturales que provenían del mar. La
gente de Montt está acostumbrada al frío, al sonido de las olas contra el
impresionante desfiladero cerca de ahí, así que usted y yo, amable lector,
podemos estar seguros que no es gente que se asuste fácilmente. Este extraño
caso de histeria colectiva ha llamado la atención de la Universidad Nacional,
que había mandado algunos psicólogos para estudiar el suceso. Anoche esos
psicólogos fueron detenidos por los militares y enviados de regreso. No
quisieron explicar su comportamiento y, mientras obtenemos respuestas o el
asunto se olvida, dos cosas quedan seguras en todo este mar de incertidumbres.
En primer lugar, que los militares parecen tener una política de que nadie
entra pero la gente de Montt puede salir cuando quiera y, que en la mansión
Phillips, icónica residencia de la población portuaria, hay un enorme letrero
pintado en la pared que dice “Los dioses arquetípicos se despiertan”. Sea lo
que sea que eso signifique, es parte de la histeria colectiva que los militares
no quieren que sea investigado.
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
2 de diciembre, 1848
Luego
de tan provechosos viajes a los desiertos de Arabia y de mi búsqueda frustrada
en Haití, terminé de mudarme a mi nueva residencia en Londres. Se siente bien
estar de vuelta, donde los viejos enemigos murieron ya de vejez, mientras que
yo me conservo a los 208. Mi primera prerrogativa ha sido restablecer contacto
con la familia Marsh después de tantos años. Para mi sorpresa el viejo Pierce
tuvo familia y su familia, marinos y exploradores, ha tenido mucha más familia.
El culto aún existe, como aún existe en Singapur, India, Nepal y Burma. He
invitado al culto de Peter Orne de Nueva Inglaterra para que vengan aquí, me
harán falta. Las autoridades nunca sabrán lo que pasó en mi anterior
residencia, ni de cómo escapé en esa tormenta. Me dan por muerto y mi cambio de
nombre en Haití funciona aquí también. Escogí Vander Hawthorne como burla a los
hermanos Thorne. Disfruté matando tanto a Jericho como a Maynard, y quizás aún
más a Maynard.
Encontré
la manera de invocar a Yog-Sothoth, aunque Él es la Llave necesito despertar a
Cthulhu para que haga de sumo sacerdote y muestre los caminos. Tras mi fracaso
en Haití me doy por vencido, estaba segurísimo que allí encontraría a R’lyeh,
pero incluso si no estoy físicamente ahí puedo aún así hacerle surgir del mar y
abrir los sellos. Para hacerlo necesitaré de mucho trabajo y de la ciudad de
Londres. Ésta ciudad tiene antiquísimas cloacas, prácticamente una ciudad
subterránea debajo del Támesis y por todas partes. Es la única manera, eso lo
aprendí trágicamente en Haití, cuando la sed de sangre se apoderó de mí y maté
a esa veintena de pobladores en una noche. Las visiones me habían hecho perder
el control, y eso me preocupa. Sé que la mente es una sustancia plástica que
puede amoldarse, pero ¿qué tanto puede extenderse sin romperse por completo?,
¿me veré reducido a un deforme y babeante loco en algún rincón olvidado matando
gallinas y trazando sigiles en la tierra como he visto a muchos hechiceros en
mis viajes? Quizás Ellos no permitan que eso pase, mientras que les sea útil.
Contraté
un secretario personal, Howard Wilkinson. Es perfecto para el trabajo, es
geólogo por lo que será útil para que analice mis muestras y me dé dataciones
más o menos precisas de su origen. Además que carece de imaginación e
iniciativa. Aún así debo ser precavido con él, no sea que sospeche y lo arruine
todo. Pero más que eso debo tener cuidado con las visiones. Aunque no me
asustan, ni me asquean, esos vistazos a los enormes parajes de dioses
extradimensionales consumiendo sangre y los abortos de Shub-Nigurrath que vagan
sin rumbo más allá del cinturón de Orion, sí afectan mi psique patéticamente
humana. Pero puedo sentirlo, los Antiguos despertarán su sueño eterno y los
dioses arquetípicos me darán todo el mundo cuando acaben de comer. El destino
de un dios me espera, ¿acaso la cordura no es justo precio?
DIARIO
DE ELISA ELLERY
15 de mayo, 1928
Anoche
Nestor entró a mi cuarto mientras tenía pesadillas. Gritaba y pateaba para
alejarme de un ente inaudito que en la niebla me tomaba de los brazos y me
jalaba hacia su enorme hocico de metro y medio con afilados colmillos en tres
series que giraban. El mismo sueño que he estado teniendo ésta última semana.
Platicamos tonterías y me pidió mi ayuda para que tuviéramos un sueño
colectivo. Tomamos algo que él llamó hidromiel de Levi, un líquido azul
brillante. El efecto fue casi instantáneo.
Nestor
me ayudó a levantarme, pero vi mi cuerpo acostado en la cama. Nos acercamos a
la ventana y había un murciélago enorme, más grande que un caballo, y con
escamas en vez de pelaje y con lenguas que me hicieron pensar en una mosca, que
salían de un hocico sin dientes. Nos aferramos de las gruesas escamas y nos
hundimos en las nubes sobre nosotros. Durante todo el viaje Nestor habló sobre
los viajes astrales y los sueños lúcidos, para distraerme del hecho que
volábamos sobre un engendro mitad murciélago y mitad mosca.
- Éste es el mejor sueño que he
tenido en mucho tiempo.
- Lo sé.
- Me está afectando. Ya no duermo, ni como... No sé si puedo seguir.
- Tenemos que seguir, el destino
de la humanidad depende de que sacrifiquemos la poca salud mental que nos
queda. Nunca lo sabrán, jamás darán las gracias, pero vale la pena. Incluso si
somos internados en un manicomio valdrá la pena.
Las
aves, o insectos, debían volar muy rápido, o muy alto, pues alcanzamos las
líneas Nazca de Perú. Las criaturas se acercaron lo suficiente para que
pudiéramos ver lo que ocurría abajo. Había masas de gentes llevando a cabo
extraños rituales. Estaban felices, los Antiguos despertarían. Los bichos
alados se dieron la vuelta y regresamos a Chile, descendiendo lentamente sobre
un extenso y bellísimo valle rodeado de altísimas montañas y con un lago justo
al medio. Un grupo de personas, iluminadas por fogatas y antorchas. Del agua
emergió una montaña y una de las laderas tembló, dejando salir algo que había estado enterrado allá abajo
por miles de años. Pese a mis reclamos las abominaciones que nos llevaban bajaron al suelo a pocos
kilómetros de ahí. Lo que vivía en la montaña parecía estar encadenada por
grilletes invisibles. Aún sumergido en la oscuridad era parcialmente visible. Nestor
le llamó Ghatanothoa, el abismo en la cúspide. Era un intempestivo caos de
patas arácnidas, ojos de pupilas incandescentes, hocicos y selvas de
tentáculos. Carecía de lo que llamaríamos cuerpo, pues parecía simplemente
empujar su presencia hacia afuera, hacia la libertad. Aquellas patas no podrían
sostenerle, ni aquellos tentáculos parecían controlarse. Todo en él era locura.
Y aquél era nuestro destino, un mundo extirpado de su civilización, desnudos
ante nuestros miedos, sin la espada de la ciencia, sin el escudo de la moral.
Terriblemente desnudos y huyendo de Ghatanothoa y de todos como él. Huyendo
hacia las colinas, viviendo atemorizados de los horrores que podrían atacar en
cualquier momento. Con un ojo en el vecino y otro en el cielo, aguardando el
momento para ser asesinado en cualquiera de esas dos direcciones. El cielo
dejaría ser el recurso de los poetas y la maravilla de los científicos, para
convertirse en las fauces abiertas de una apocalíptica demencia que se cierne
cada vez más cerca, cada vez más real, cada vez más espantosa y nauseabunda,
hasta invadir nuestros hogares, nuestros pocos reductos de paz, nuestra cordura
misma. Lloré cuando me di cuenta que
arrancarme los ojos no sería suficiente. Me asqueaba aquella entidad deforme e
insana, pero el horror no estaba allí, el horror estaba en mí.
Nestor
me calmó y me mostró los papeles que había rescatado del incendio, uno de ellos
era un mapa de una serie de islas, y un mapa astronómico. Me dijo que siendo
astróloga, quizás reconocería algunas de las estrellas. Apuntó hacia arriba y
miré un panorama que no había visto antes. Había más estrellas de lo habitual,
y otras simplemente habían desaparecido.
- Las estrellas que sobran son
las que se extinguieron antes de la raza humana. Las que no se ven es porque Azathoth
las eclipsaba en ese momento, hace muchos cientos de miles de años, cuando
Ghatanothoa era adorada más por miedo que por fervor, y alimentada con carne
humana que los Cro Magnones le conseguían con sus constantes cacerías.
- ¿Y eclipsa estrellas enteras?
Tendría que ser enorme.
- Más de lo que podrías imaginar.
Azathoth es el primer motor del caos, la antítesis de la creación, el necio
sultán de los demonios; el que roe, gime y babea en el centro del vacío final.
El dios idiota y ciego que se mueve con la música de sus flautistas infernales.
- ¿Van a liberar a ese engendro
apocalíptico?
- Eso quisieran. Ese Vernon
Ingersoll busca despertar a todos los Antiguos, eso enoja a los cultistas, pues
ellos querrían liberar a su dios particular primero y antes que los otros, pues
los Antiguos se odian mutuamente. Yo cuento con que estén lo suficientemente
enojados para que podamos destruir la entrada de R’lyeh y clausurarla para
siempre. Sin Cthulhu ninguno de los otros Antiguos puede ser liberado.
Fijándome
en las estrellas pude hacer similitudes con los mapas de Andrade, y señalé la
zona de una isla que correspondía con la constelación de Eridanus, o que al
menos se parecía mucho. Andrade buscaba algo, y se guiaba por las estrellas
para hacer referencia a coordenadas de mapas mucho más antiguos que debió haber
transcrito de alguna fuente original milenaria. Nestor prácticamente brincaba
de emoción.
- Tenemos lo que Vander nunca
encontró. Esa isla que señalaste es Lemuria y en su costa se encuentra R’lyeh.
Seguiremos las flores hasta la costa al sur, después acabaremos con nuestra
tarea antes que Vander van Soest pueda encontrarlo del otro lado.
Regresamos
a los demonios alados y en poco tiempo estuvimos de vuelta al hotel. Antes de
que Nestor tocara una campana para despertarnos le pedí que me dejara en ese
estado. Era lo más cercano a dormir que había podido estar en semanas. Le pedí
que me dejara a solas, y lloré a un lado de mi cuerpo hasta que salió el sol y
Nestor tocó la campana. Aún sigo llorando, no tuve la valentía de rogarle que
me dejara en ese estado, un fantasma que finalmente pueda descansar.
PERIÓDICO
THE HERALD
24 de octubre, 1849
En Ipswich condado de Suffolk se
registró ayer el quinto caso de profanación de tumba en el antiguo cementerio
Warwick. En ésta ocasión el guardián del cementerio fue atacado, dejado
inconsciente y posteriormente atado. En las cuatro ocasiones anteriores se
habían profanado dos tumbas sin marcas que debieron ser colocadas en su lugar
no antes de 1780. En ésta ocasión se profanaron cinco tumbas la sección moderna
del cementerio. Las discrepancias no terminan ahí, mientras que en ocasiones
anteriores el ataúd había sido dejado vacío, en este ataque los cuerpos fueron
descuartizados. Un policía que pidió permanecer anónimo nos contó, con miedo y
asco, que había señales de canibalismo. Estos grotescos crímenes, sumados a los
dos incidentes semejantes hace dos meses en Chelmsford y a la profanación de
seis tumbas en Maidstone, donde también hubo señales de canibalismo, ha dejado
expuesto al público una ola incontrolable que las autoridades no parecen ser
capaces de detener.
DIARIO
DE SILAS EZEKIEL DEWITT
17 de mayo, 1928
Nuestra
estadía en Santiago se prolongó más de lo planeado, después que Nestor
anunciara que sabía cómo llegar a R’lyeh y me pidiera que hiciese explosivos
submarinos de gran potencia. Necesité de dos días para conseguir los
componentes y fabricar Ciclotrimetilentrinitramina. Eso me recordó a mis años de
estudio en la base militar, donde la fabricación de un kilo de RDX me ganó una
promoción. En ésta ocasión hice quince kilos en varios paquetes, cada uno con
su propio detonador. Los cristales de RDX son muy seguros e incluso pueden
soportar incendios y disparos sin explotar. Por lo que Nestor me había dicho la
ciudad sumergida tiene un templo principal, que es la que saldría primero a la
superficie. Con quince kilos de esta sustancia podríamos aplanar tres manzanas
en Nueva York, espero que sea suficiente para destruir un templo construido
hace millones de años.
En
cuanto lo terminé tomamos el barco a las islas de Pascua. En el viaje Nestor me
habló del archipiélago de Juan Fernández, donde aún sobrevive un adoratorio de
la raza maya más antigua, los feroces y colmilludos de cabeza cónica. Nos
hospedamos en un acogedor mesón en la parte más activa de la isla. Las enormes
cabezas, llamadas Moai por los pobladores, nos turbaron hasta la médula. Eran
ellos a quienes habíamos visto en compañía de Andrade, eran ellos quienes
trataron de matarnos en la casa del diácono del pueblo. Estábamos en su patria.
El armamento de Percy y mis quince kilos de explosivos no me parecieron
suficiente seguridad. En apariencia el lugar era apacible, un edén tropical en
un fresco otoño, con vendedores animados y guías serviles. Pero debajo de la
superficie podía sentir un mal tan sombrío y perverso que me congelaba la
sangre.
El
guía de turistas explicó que había mil cabezas y figuras por toda la isla. No
se conocía el autor de tales colosales obras, ni el destino del pueblo que las
formó de la ladera del volcán. Aunque eran famosas las cabezas que miraban a
Chile, sin duda al punto a donde la corriente submarina proveniente de R’lyeh
pasaba por debajo y hasta algún túnel en la costa chilena, la mayoría de los
Moai se encontraban de camino al volcán, como metáfora de las migraciones al
volcán que, según las leyendas, contenía la entrada al mundo utópico de
Hawaiki. Al final del recorrido nos separamos del grupo y seguimos a Nestor hacia
la selva, donde con ayuda de ciertos artilugios metálicos invocó serpientes.
Nos hicimos para atrás ante las docenas de serpientes que reptaron a Nestor. Le
vimos susurrarles algo y eso me recordó a Vander van Soest, de quien se decía
perteneció a un culto de serpientes y aprendió a hablar con ellas. Se lo dije a
Eva y ella me tranquilizó.
- Silas, si Nestor realmente
fuera Vander van Soest, ¿no crees que
usaría más magia? Es la otra expedición, ese Vernon Ingersoll quien es la
amenaza.
- Sí pero, ¿cómo podemos estar
seguros de que siquiera existen?
- ¿Crees que Nestor lo habría
inventado? No creo. Si Nestor fuera van Soest, ¿por qué hemos tenido tantos
problemas? A cada paso hemos encontrado muerte y peligro.
- Tienes razón, son los nervios.
Las
serpientes debieron haber entendido las órdenes de Nestor, pues reptaron juntas
y nos condujeron a un camino secreto que llevaba al volcán. Percy notó las
huellas en la tierra, eran recientes. Habíamos encontrado una entrada al
volcán, escondido detrás de palmeras y custodiado por hombres que escondían sus
caras con sombreros, los moai. Percy quería entrar a balazos, pero todos nos
negamos. Elisa quería que olvidásemos el asunto, y la verdad es que yo estaba
de acuerdo, quizás podríamos haber encontrado un camino que no llevara a una
trampa. Nestor nos convenció, faltaba un último esfuerzo para poner fin a la
pesadilla. Regresamos a nuestra base y compramos un bote mientras que Percy y
Elisa rentaban una destartalada camioneta. Subimos el bote a la camioneta y
explicamos que iríamos de pesca del otro lado de la isla. El vendedor insistió
en que podíamos salir de ahí y darle la vuelta a la isla, que después de todo
no era tan grande. Algunas excusas y mentiras después estábamos armados con
todo lo que necesitábamos. Ya no éramos el comando bien articulado que fuimos
en algún momento. Elisa temblaba como una hoja y yo tenía enormes ojeras y un
cansancio crónico, Percy estaba constantemente ansioso y Eva no dejaba de
morderse las uñas y lanzar furtivas miradas sobre su hombro.
Percy
y yo nos acercamos a pie y nos escondimos detrás de una enorme cabeza moai. Los
guardias en la entrada parecían atentos, y por el modo en que sostenían sus
armas entendí que estaban listos para usarlas. Nos disponíamos a rodearles cuando
vimos llegar al vendedor de lanchas. Habló con los guardias haciendo extrañas
señas, y comprendí de inmediato que nos estaba describiendo. Ya no había marcha
atrás, nos estarían esperando en la posada y en el puerto de salida. Estábamos
atrapados en aquella isla y nuestra ruta de escape incluía adentrarnos al
infierno. Percy no le dio la misma importancia que yo, y en cuanto el vendedor
se fue nos pusimos manos a la obra. Nestor nos había dado una serie de
medallones de cobre con inscripciones de estrellas y caracteres en algún idioma
antediluviano. Asistidos por un mapa colocamos las piezas en la selva y
rodeando al enorme volcán, sin ser vistos por los guardias. Los puntos en el
mapa parecían una constelación que debía ser imitada a la perfección, lo cual
implicaba que escalásemos parte del volcán y nos arriesgásemos a dejarlos
incluso en el camino de turistas.
Cuando
regresamos a nuestro punto de encuentro Nestor, Elisa y Eva no estaban. Ellos
tenían que estar terminando de colocar medallones en el otro lado, y aún
faltaba colocar algunos dentro de la gruta secreta del volcán. Hubo un ligero
temblor que hizo agitar a las palmeras y los guardias en la entrada hablaron
entre ellos, finalmente decidiendo a entrar. Era nuestra oportunidad, pero cada
fibra de mi ser me decía que me diera vuelta y corriera. No valía la pena el
dinero y a cada momento dudaba más de nuestra misión, ¿no podían hacerlo ellos,
ahora que les había dado los explosivos necesarios?
A
regañadientes seguí a Percy, pero debí haber huido en la otra dirección. La
entrada oculta daba paso a un largo y ancho corredor cavernoso con extrañas
inscripciones que concluía en un muro falso que los guardias habían empujado,
como a una puerta, pero que sin duda habría despistados a los turistas casuales.
El camino se hizo aún más grande y llevaba a una pequeña ciudad de casas de
adobe, iluminada por la verdosa luz del río subterráneo, que bullía estando tan
cerca del ardiente azufre del volcán, sin duda metros más allá del techo y las
paredes. Percy y yo nos pusimos las máscaras anti-gas, el hedor del azufre era
vomitivo. Las casas habían sido erigidas a orillas del río, lo que nos permitió
acercarnos entre las columnas talladas con desfigurados rostros. Esperamos
escondidos a que llegarán Nestor, Eva y Elisa. Por mi cabeza pasaban los
crímenes más atroces cometidos a Eva. Es deprimente pensar que me di cuenta en
ese momento de lo mucho que la amo por cuánto me preocupaba que fuera
despedazada y devorada por enloquecidas jaurías de mezclas de Cro Magnon. Percy
me tocó el hombro y señaló por encima de le piedra detrás de la cual nos
escondíamos, en una de las calles más grandes de aquella ciudad. Era el
vendedor de lanchas y tiraba pedazos de carne cruda al agua con los ojos
saltones y la mirada de un loco.
- ¡Que no sueñe!, ¡hagan que
duerma profundo!- Treinta de los moai cantaban invocaciones, pero no parecía
funcionar.
Escuchamos
a los otros tres corriendo detrás de nosotros. Nestor colocaba los últimos
medallones. Del río aparecieron largos tentáculos con filosos colmillos tan
gruesos como un árbol y tan altos que en ocasiones raspaban el altísimo techo.
La luz verdosa del río se hizo más fuerte y cuando Nestor me explicó que había
que llevar el bote a ese río para que nos llevara directo y sin escalas hasta
R’lyeh empalidecí y por poco me desmayo. El agua parecía arremolinarse, y junto
a los tentáculos emergía cuerpos gelatinosos con ojos y hocicos que se alzaban
y regresaban al agua. Toda la población de moai se acercaba al río e invocaban
a la pesadilla apocalíptica que se alzaba con la fuerza de una locomotora.
- Ahora o nunca.- Dijo Nestor.-
Percy y yo iremos por el bote motorizado. Ustedes tres quédense aquí y protejan
el camino. Estos moai puede que tengan más de un as bajo la manga y no tenemos
mucho tiempo más.
- Estamos muy expuestos.- Elisa
se pegó a mi brazo, temblando de miedo. La criatura no dejaba de crecer y
devorar a sus adoradores. Eva señaló hacia la casa de adobe más cercana.-
Nestor invocó a uno de los esbirros ultradimensionales de Azathoth para
contrarrestar al sueño de Cthulhu y abrirnos paso. Eso no quiere decir que no
nos matará si nos quedamos aquí.
Elisa
no quería moverse, la verdad es que yo tampoco, pero el plan de Eva tenía
sentido. Con todos los cultistas en la orilla del río sus casas estarían
desocupadas. Avanzamos en fila india con mi Thompson lista para disparar y
algunas granadas en mi cinturón. Empujé la puerta de paja y las dejé entrar. Me
encerré después de que entró Elisa, y justo a tiempo pues en el techo de la
enorme pesadilla subterránea se formaron nubes de colores brillantes. La
consistencia es lo primero que llamó mi atención, no eran de agua, sino de algo
pegajoso que se extendía adhiriéndose a la piedra hirviente. La espesa formó
burbujas incandescentes y sonó un sonido como de flauta, o quizás gaita,
mientras de entre la bruma se asomaban ojos y larguísimos cabellos que, como
enloquecidas vainas, se agitaban hacia abajo. Aquellos dos engendros
transdimensionales debían odiarse terriblemente, pues parecían estar
enfrascados en una batalla de fuerzas iguales.
Eva
me tocó el hombro y me di vuelta. Nuestro plan no había sido tan bueno después
de todo. En el rincón opuesto de la casucha había una sustancia oscura que
parecía un capullo, por sus cabellos negros que enredaban algo que pulsaba en
su interior, pero también tenía venas que bombeaban y algo como el tallo de un
bulbo que me hizo pensar que aquello era alguna especie de vegetal adorado por
esas bestias enloquecidas que allá afuera disparaban contra la criatura del
techo. El capullo se extendió y se contrajo con violencia. Elisa brincó detrás
de mí y preparé la Thompson. Tomé a Eva del brazo y la coloqué detrás de mí.
Aquel era el as bajo la manga de los moai, sus perros guardianes. Nació del
capullo reventando la parte inferior y soltando una inmunda sustancia negruzca
y aceitosa. Afortunadamente nuestras máscaras de gas nos protegieron de sus
insalubres y asquerosos gases. No nació como niño, si es que estaba vivo y
realmente había nacido, pero tenía una forma que me recordó a la humana. Sin
embargo, las cuatro extremidades y la cabeza eran lo único humano en aquella
visión aterradora. Su cabeza tenía un hocico donde la nariz debería ir, y dos
pares de ojos, unos encima de otros, con tres pupilas en cada ojo. Sus manos
parecían más bien extremidades de un batracio, pues estaban palmeadas y
coronadas con afiladas garras. Estaba hambriento y no le dejé avanzar más de un
par de pasos, en aquella jorobada manera de caminar. Jalé el gatillo y lo partí
en dos. Hubo un momento de triunfo, sumergidos en la cacofonía de los disparos
y los guturales bramidos desde el agua, pero el momento fue breve. Ésa extraña
sustancia, ese capullo virulento estaba en todas las casas, y había casi cien
casas, y por lo que pude ver el capullo estaba listo para expulsar a otro
aborto nacido de la más espantosa magia negra.
La
puerta fue abierta con la suficiente violencia para arrancarla de tajo y otras
dos de esas criaturas se lanzaron contra Elisa y Eva. Asustada como estaba, Elisa
disparó su revólver hasta quedarse sin balas y preparó su rifle. Eva usó un
machete para destrozarle el cráneo a otra de esas innombrables atrocidades a la
naturaleza. Le tiré una granada al capullo y salimos corriendo. La explosión
derribó la casa, pero los habitantes de las profundidades no se darían cuenta,
pues del río emergían seres con forma de batracios, mitad hombres y mitad pez,
que parecían hambrientos y dispuestos a comer carne cruda. La batalla entre los
dos enloquecedores horrores milenarios continuaba, pero el ser bajo el agua
parecía estar perdiendo, pues regresaba a las aguas. Estábamos rodeados de
aquellas criaturas jorobadas, maté a tres con una granada, Eva y Elisa
despacharon a cinco frente a nosotros y mi Thompson se encargó de otros cuatro.
No sería suficiente. De las más de cien deformidades la mayoría luchaba contra
los seres batracios, pero había al menos treinta de ellos que querían devorar
nuestras carnes. Grité desesperado mientras jalaba a Eva lejos de los zarpazos
de uno de ellos. Justo cuando pensé que no duraríamos ni un minuto más, cuando
mi mente estaba embotada por el espanto al grado de coquetear con la
inconsciencia, Nestor y Percy bajaron corriendo. Empujaban la lancha motorizada
con sus ruedas y disparaban con furia.
Nosotros
tres les seguimos al río subterráneo, lejos del sueño milenario de Cthulhu,
pero cruzando el campo de batalla de los pocos moai sobrevivientes y los seres
batracios. Por más de cinco mil años habían adorado a ese río subterráneo,
ahora eran devorados por él, su maldad erradicada de la Tierra por la misma
impía trasgresión inmunda que habían ayudado a cruzar desde su morada prohibida
hasta nuestro mundo. Tiramos la lancha al agua y nos lanzamos todos juntos con
tanta desesperación que casi se da vuelta y no tira a todos. Encendí el motor
mientras Percy usaba mis granadas para
mantener alejados a los grotescos deformes que corrían hacia nosotros. El motor
encendió sin problemas, pero tampoco habría sido necesario, pues la
contracorriente era tan fuerte que prácticamente nos chupó al mar a una
velocidad increíble. La lancha avanza tan rápido que, si no fuera por nuestro
peso, se alzaría de la punta y se daría vuelta. La contracorriente a Cthulhu
nos lleva, nos arrastra como el paso de los siglos arrastra al destino,
implacablemente. No hay marcha atrás. R’lyeh es nuestro destino, y su destino
son mis quince kilos de explosivos submarinos.
PERIÓDICO
THE MORNING HERALD
22 de diciembre, 1849
Editorial de Richard Burton.
Mientras que la prensa en nuestro país va ganando la dudosa fama de ser la más
amarillista de Europa, he detectado una corriente que va en sentido opuesto.
Algunos periódicos, con tal de no ser contados entre los amarillistas,
prefieren ignorar aquellas notas que, las delicadas consciencias de nuestros
compatriotas, podrían encontrar grotescas y sí, amarillistas. Me parece que, al
menos en este esfuerzo, se ha pasado por alto la noticia que, a mi parecer, es
la más importante de la segunda mitad de nuestro año que está por concluir.
Hace unos meses empezaron los
reportes de desaparecidos, borrachos y vagabundos en su mayoría, en las
poblaciones costeras de Harwick, cerca de Ipswich, Aldeburgh, Walton on the
Naze y Clacton. El atento lector podrá objetar que siempre hay desapariciones,
que casi siempre es gente que pasa desapercibida y que no hay conexión alguna.
Sin embargo hay dos elementos que destacan a estas desapariciones. El primer
elemento es que el promedio de desapariciones de este tipo se duplicó en esas
poblaciones costeras, y el segundo elemento es que todos, más de veinte
personas en total, desaparecieron durante tormentas fuera de época. ¿Acaso no
tiene sentido secuestrar a alguien durante una tormenta de manera que los
potenciales testigos no le vean a uno la cara?
Sin embargo todo esto habría
pasado desapercibido, sobre todo por el celo de no parecer alarmistas, de no
haber sido por las desapariciones en Octubre de tres niños, Marion, Herbert y
Patrick Wells, sobrinos del alcalde de West Mersea. El mes pasado se contaron
ocho desapariciones en Maldon, todos ellos obreros y dos oficinistas. Al
parecer el dinero engrasa las ruedas de la justicia, pues fue gracias a la
insistencia del alcalde Victor Wells que Scotland Yard comenzó a investigar la
indetenible ola de desapariciones. En este mes desaparecieron cinco personas
más en la población de Burnham, dos de ellos menores de edad. Sin duda el
lector observador habrá notado que todas estas poblaciones, además de ser
costeras, siguen otro curioso patrón. Han empezado en Aldeburgh y han estado
avanzando hacia el sur. ¿Llegarán hasta Londres o Scotland Yard será capaz de
detenerlas?
Por si eso no fuera suficiente
para que los detractores de la letra impresa consideren esta editorial una
muestra más del amarillismo que, como una plaga, ha infectado a todos los
periódicos, existe otro extraño fenómeno. En Septiembre un grupo de amas de
casa de Wivenhoe, cerca de West Mersea y Clacton, reportaron haber visto
extraños individuos que parecían salir del mar y cuyos rostros eran de lo más peculiares,
como peces. En mi opinión un relato como ese puede ser fácilmente explicado
como un caso de histeria femenina, pero llama la atención que ha habido
reportes idénticos en Harwick, Aldeburgh, Maldon y hace unos días en Gravesend,
a pocas horas de Londres. ¿Reportaje informativo o nota amarillista? Eso se lo
dejo a usted amable lector, de tarea.
REPORTE
DE PIERRE MACRI
15 de abril, 1928
En cumplimiento de sus
instrucciones he coordinado los esfuerzos de nuestros detectives en América
Latina. Tenemos la identidad de los expedicionarios que han estado viajando al
sur. Percy Collins, mercenario americano, Silas Ezekiel DeWitt experto en
explosivos y químico del ejército americano recientemente dado de baja, y Eva
Michelle Fontaine, académica de Boston, parecen estar liderados por Manolo
Nestor Cusamano de quien no tenemos suficiente información. La expedición de
Vander van Soest navegó el canal de Panamá para atracar en Perú entre el 15 y
18 de abril, según la información que los detectives obtuvieron del manifiesto
aduanal. Sus fechas coinciden con la desaparición de Armando Andrade, figura
mesiánica peruana. Otro dato curioso es que se ha reportado la aparición de
orquídeas que se pensaban extintas en Yucatán, gran parte de Centroamérica y
tan al sur como en la Patagonia en Argentina y la costa sur de Chile. El
science quaterly le dedicó una mención la semana pasada.
La
situación en América del sur está completamente fuera de control y coincide
perfectamente con esa otra expedición. Los encabezados que me han comunicado
nuestros detectives hablan por sí solos, y son testamento a una locura en
espiral hacia la aniquilación total. Cada culto del que teníamos noticia se ha
vuelto mucho más activo, atrayendo publicidad y eso no parece molestarse. Ése
es quizás el detalle más aterrador. Saben que serán descubiertos, pero no les
importa porque saben que la victoria está al alcance de sus manos. Nunca había
visto algo así, y quizás el mundo tampoco. Por favor, encuentre a R’lyeh antes
que la otra expedición y ponga fin a esta locura.
Estos son algunos ejemplos del
sanguinario frenesí que azota al sur de América.
- En el lago Rogagua Bolivia
fueron encontrados los restos de quince mujeres jóvenes con claras muestras de
canibalismo.
- En Challapata Perú veinte vacas
fueron mutiladas, dejando muestras de ser atacadas por un animal. Según la
descripción de un testigo los cuerpos mostraban marcas de quince centímetros de
longitud que parecían haberlas agarrado y sostenido, como tentáculos ácidos.
- En el puerto de Barretos en
Brasil 13 casas construidas sobre el río se derrumbaron en un deslave, pero sus
cuerpos no han sido encontrados, a excepción de algunas partes mutiladas.
- En Paracatú, Brasil, la policía
detuvo una ceremonia en la selva que incluía el sacrificio de tres niños
pequeños. Los cultistas se ahorcaron en sus celdas, sus cuerpos desaparecieron
al día siguiente. Entre los predios de los cultistas encontraron dos entierros
con al menos 32 personas.
- Puerto Montt, Chile, un barco
encalló después de ser atacado por un calamar gigante, todos los marinos fueron
muertos con violencia. Un gran número de familias evacuaron el pueblo después
de escuchar extrañas voces del mar.
- San Javier, Ecuador, un grupo
de veinte personas incendió la selva, consumiendo a más de 30 personas que
vivían en esa comunidad. Los pocos sobrevivientes hablaron de criaturas en el
fuego, con descripciones muy contradictorias entre si.
- En Charagua, Guatemala, más de
quince pescadores fueron atacados por algo desde la profundidad del mar y
desaparecieron.
- En Villa Monta Belice, treinta
miembros de un culto caníbal fueron arrestados cuando se les sorprendió en un
frenesí de violencia, yendo de puerta en puerta matando familias y comiendo
pedazos.
- Se reporta la desaparición del
pueblo de Baures en Paraguay, más de cien personas desaparecidas sin dejar
rastro. Lo único que quedó fue una inscripción tallada en un árbol “Cutluku”.
- Las plumas en la Patagonia
Argentina fue atacada por un grupo de indios que dispararon contra todo lo que
se moviera y se llevaron más de cinco cadáveres para realizar rituales obscenos
en el río, donde los soldados les encontraron y mataron.
- En san Sebastián, Tierra del
fuego, un culto esotérico incendió cuatro iglesias cristianas, encerró a un
grupo de católicos en misa y les prendieron fuego. La policía los persiguió
hasta que se lanzaron al mar.
- En Temuco Perú, más de treinta
personas han muerto a manos de un culto de asesinos en serie que anunciaron sus
intenciones de dar la bienvenida a sus dioses que en cualquier momento
despertarían. La policía ha hecho arrestos, pero no ha encontrado a todos. Once
de las víctimas habían sido cocinadas, y unas ocho de ellas eran niños
pequeños.
Y
así tengo otras treinta noticias. Todo el continente es un barril de pólvora a
punto de estallar. Las intenciones de la expedición de van Soest es clara,
finalmente ha encontrado la dirección de los túneles que llevan la corriente
submarina de R’lyeh. Es imposible saber si ya lo han encontrado. Por favor, si
sabe a dónde se dirigen o si tiene al menos una ligera sospecha, no pierda
tiempo. Encuéntrelos antes que ellos encuentren a los Antiguos. Nuestras vidas
dependen de eso.
Pierre.
DIARIO
DE JULIA ANNET DELON
17 de abril, 1928
Nunca antes había tenido tanto
miedo. Pensé que conocía el miedo, durante nuestro peregrinaje por India,
usando extrañas joyas que nos hacían temporalmente invisibles para los
guardianes de las montañas. Estábamos desanimados y al borde la locura. Nadie
podía dormir, pero no podíamos abandonarlo tampoco. Julardo Trejo había muerto,
nuestro funeral sin cuerpo fue breve y silencioso. Internándonos en la colonia
de India nos fuimos alojando en los peores hostales que podíamos encontrar,
tratando de mantener el perfil más bajo posible. Podíamos sentir a los Impuros
respirando sobre nuestras nucas. Habían infiltrado a la masonería y con ella a
las estructuras de poder. Nada estaba demasiado lejano para ellos, y contaban
con miles de ojos y orejas por el mundo entero.
- Vamos a morir como Julardo.-
Dijo Benson una noche, mientras los tres permanecíamos despiertos y mirando por
la diminuta ventana, esperando ver a los asesinos entrar al hostal.
- Nadie más va a morir.- Dijo
Vernon.- Pero el tiempo se agota, ustedes leyeron el reporte de Pierre. El cono
sur se encuentra en un frenesí de sangre, quizás ya sea demasiado tarde.
- Van al sur, a Chile, ¿y después
qué? No sabemos adónde van.- Dije yo mientras bebía de nuestra cantimplora. Nos
negábamos a beber agua de la llave, prefiriendo comprar agua embotellada.
- Le doy vueltas al asunto y no
lo veo. Entiendo que son túneles subterráneos, las corrientes de R’lyeh y que
las han seguido pero, ¿a dónde conducen? No podemos ir al primer incidente, al
norte de México porque tardaríamos demasiado tiempo recreando sus pasos. Quizás
la clave está en el origen de esos túneles. Adoradores y cultistas,
probablemente miles de años antes de la civilización humana, ¿de qué me pierdo?
- Todo el sur de América es un
misterio.- Benson apoyó su cabeza contra el ladrillo y suspiró cansado.- La
teoría oficial es que el homo sapiens cruzó por el estrecho de Bering y fue
poblando América hacia el sur. Eso explica por qué los esquimales parecen
japoneses o mongoles. Pero no explica la diversidad étnica. Los pieles rojas no
se parecen a los esquimales, ni se parecen a los incas y a los araucanos. Pero
la mera idea de una segunda migración es impensable, el océano que separa
América de las filipinas o Nueva Zelanda es enorme. No tenían barcos tan
avanzados como los modernos.
- Una migración del sur.- Vernon
se golpeó la frente varias veces.- Soy un idiota. Por supuesto, estaba ahí todo
este tiempo. El océano no era tan grande cuando existió Lemuria, además que el
polo sur fue cálido en algún punto. Lemuria abarcaba desde Australia hasta
Nueva Zelanda y mucho más al este, y quizás tan arriba como Micronesia. Así es
como dieron el salto, no era tan grande. R’lyeh debe ser parte de lo que en
algún momento fue Lemuria, que se hundió cuando Cthulhu y los otros Antiguos
fueron aprisionados por los Exteriores.
- Más o menos teníamos idea de
eso, pero ¿dónde exactamente? El Pacífico sur es un lugar muy grande.- Vernon encontró un mapa del mundo
entre las cosas de su mochila y dibujó el lugar que había ocupado el continente
perdido. Nueva Zelanda, Australia y Nueva Guinea eran las costas occidentales y
se extendía sobre el Pacífico ocupando lo que ahora son las islas de Fiji, tan
al norte como las islas Cook, tan al este como Tahití, y sobre el océano casi
hasta llegar a las islas de Pascua, a pocos kilómetros de Chile.- Es un inicio.
¿Tenemos un plan?
- Sí, llegar a Nueva Zelanda.
Algo se me ocurrirá en el camino. Quizás podamos adelantarnos a van Soest
viajando al oeste. Necesitamos llegar a Sri Lanka, de ahí volaremos a Darwin
Australia. No puede ser nada oficial, así que usaremos contrabandistas.
Benson
envió cartas de Sri Lanka, yo no tenía a nadie en el mundo. Encontramos a los
contrabandistas, o quizás ellos nos encontraron a nosotros. Apuesto que Benson
se golpea la cabeza ahora arrepintiéndose de haber abierto la boca. Fuimos
útiles, de eso no hay duda. Los contrabandistas nos engañaron en aquella vieja
mansión en el puerto y nos secuestraron, pero no a Vernon. Debí haberlo visto
venir, era un acto, todo aquello de preocuparse por nuestra seguridad era un
acto. Los piratas le acogieron como a uno de ellos, era más que un igual, era
su santo patrono el azote de Asia, Vander van Soest. Benson llora porque nos
matarán a ambos, pero llora más porque ese monstruo es su tatara tío o algo
así. Está relacionado a ese monstruo. Ahora entiendo por qué lo cuidaba tanto,
es el último vestigio de su hermano muerto hace siglos. Nos encerraron en la
bodega de este barco chino. Entre las roídas tablas he visto hacia el mar, y no
he encontrado agua, únicamente llamas azules que nos llevan a toda prisa hasta
el punto en que seremos sacrificados. Vander van Soest ha invocado algo, lo
escuchamos Benson y yo, y ese algo ha respondido. No sé por qué escribo esto.
Van Soest desechará el diario a la basura, o quizás lo leerá para reírse un
rato. Espero que haga eso, para que pueda leer esto, no puedes ganar van Soest,
nunca encontrarás a esa maldita ciudad sumergida y si llegas a hacerlo y
despiertas a Cthulhu para que él pueda despertar a los otros, te comerán a ti
primero. Al menos yo estaré muerta cuando te arranquen la piel y te traguen
vivo. Disfruta disolviéndote en ácidos estomacales maldito engendro del
infierno.
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
10 de agosto, 1850
Lentamente
todo se está saliendo de control. Los cultistas que llegaron del Atlántico y
Nueva Inglaterra se han vuelto difíciles de tratar, incluso desobedientes. Los
casos de canibalismo se han vuelto tan notorios que la policía los investiga y
los diarios lo reportan. En la selva era distinto, el racismo inglés se
contentaba con que ningún blanco saliera herido, pero no aquí. Comen cadáveres
y cometen necrofilia en el mismo cementerio, ni siquiera se los llevan a sus
guaridas en las cloacas. Se lo advertí a Peter Orne, pero no quiere escuchar.
Él quiere adelantar la fecha, se muere por ver el apocalipsis lo más pronto
posible.
No
puedo decir que esos desobedientes cultistas retrasen el programa, aunque sí lo
hacen peligrar. Fueron de lo más útiles en ayudarme a invocar al shoggoth y
moldearlo para mis necesidades. Tiene pulmones, vísceras, ocho corazones,
huesos lo suficientemente gruesos, y expuestos, para extraer su médula cuando
es necesario y muchas otras partes útiles. Su apetito es voraz, pero los
cultistas le traen comida constantemente. Mi secretario particular, Howard
Wilkinson me parece que ha sospechado algo, pues ha hecho demasiadas preguntas.
Ésta mañana moví al shoggoth a una de mis bodegas del muelle.
Tengo
que cuidarme de él, es útil pero no idiota. Mis visiones se hacen más fuertes y
vívidas conforme el final se acerca. Ayer una de ellas me llegó mientras le
dictaba recados a mis banqueros para transferir fondos a compañías fantasmas en
Burma, para financiar a los cultos asiáticos. Argumenté que era el cansancio,
pero no sé qué tanto grité, ni en qué idioma. Me vi a mí mismo en las junglas
de Ceylon en compañía de fieles que invocaban de los mares tormentosos a los
Profundos y juntos que aniquilábamos una población para hacer lugar a los
altares. No fue una simple visión, estuve ahí. Ésta mañana, mientras regresaba
del muelle tuve otra visión, igual de vívida, pero no era del presente sino del
futuro cercano. Vi el Támesis cubierto en fango, con hordas de Profundos
saliendo del agua, vi a Cathunga, el devorador de ahogados, salir del agua tan grande
como la ciudad misma. Se dejó caer sobre las casas, una informe masa de
tentáculos y hocicos. Sus gigantescas fauces abiertas y hambreadas. Sus gordos
tentáculos reventaron los puentes como si fueran de lodo, sus larguísimas patas
derrumbaban edificios y su inmunda pestilencia se extendía como raíces o
troncos que invadían a la ciudad entera. Le vi rugiendo, alimentado por sus
shoggoth y por los Profundos. Cientos de personas adheridas a sus tentáculos
siendo depositadas en su monumental garganta. Yo estaba ahí, en medio del caos,
sobre las ruinas de Westminster adorándole como un dios, preparándome para el
equinoccio macabro, el regreso de los dioses Antiguos y la hora de permitir a
sus fieles humanos entre sus filas. Mis poderes crecen, de eso no hay duda, me
tienen en consideración. Pero, ¿qué tanto durará mi mente? Es como mi ser
pudiera extenderse hasta el otro lado del mundo, como si mi mente fuera tan
dúctil que abarcara todas las dimensiones a la vez. Ahora puedo ver sus sueños
por todas partes, invisibles y encerrados en otra dimensión, esperando ser
liberados. Está cerca.
DIARIO
DE JAMES BENSON
3 de mayo, 1928
Cómo
llegamos a Australia no lo sé. La embarcación fantasma no navegaba, de eso
estoy seguro, pues el barco no se movía. Recuerdo las inmundas jaulas, la
comida echada a perder y las burlas de esos marinos deformes y malvados. En
esos ojos había más maldad que en cualquier libro de teología. Cualquier
teólogo se habría vuelto loco con tan solo notar aquellas miradas de infinito
odio, esas burlonas sonrisas de quienes preparaban sus cuchillos para
sacrificarnos en el altar de sus espantosos dioses olvidados. Al atracar nos
bajaron con todo y jaula y mientras fuimos descargados del barco pude ver a
Rashid mostrándole a Vernon una soga bajo el mar, al parecer larguísima porque
jalaron por tres días y tres noches. Esos tres días permanecimos ahí, bajo el
furioso sol y soportando las bajísimas temperaturas nocturnas. Nos golpeaban
con ramas y orinaban sobre nosotros. Habrían violado a la gitana de no ser que
Rashid ordenó a toda su asquerosa tripulación a ayudarles a jalar de la
kilométrica soga. En la noche del tercer día finalmente recuperaron del mar un
objeto cubierto de algas que Vernon limpió con muchísimo cuidado. Era alguna
especie de tótem, enterrado en las profundidades del océano por muy buenas
razones. Medía un metro y estaba hecho de metal. La cabeza hasta arriba era de
la de Cthulhu, como la de un pulpo con tentáculos donde debería ir la boca. La
cabeza del medio era un enorme ojo con protuberancias alrededor, que me imaginó
era una rudimentaria representación de Yog-Sothot, la Llave y la Puerta. La
cabeza hasta abajo era un murciélago con tentáculos por patas, una de las miles
de formas de Nyarlathotep el dios mensajero entre los exiliados de las
estrellas y los exiliados en los planetas.
La mera presencia impía y grotesca de aquel tótem era sugerente al borde
del espanto.
En
el largo trayecto al altísimo risco todos comieron de las algas que habían
cubierto al tótem por milenios, y eso afortunadamente salvó a la gitana de ser
tumultuosamente violada por los voraces marinos, aunque les detuvo de
propinarme golpizas por diversión. Julia atendía mis heridas cuando nadie nos
veía, pero temíamos hablar entre nosotros, no fuera que despertáramos peores
señales de aborrecimiento. En la cúspide nos encontramos con aborígenes
pintados por todo el cuerpo, quienes habían preparado ya un altar de piedra. Al
ver a Vander van Soest se tiraron al suelo, chillando de emoción. Vernon les
alejó con una señal de repugnancia y, agradecidos, quisieron dar muestras de su
devoción al amarrarse de sogas al altar y tirarse al vacío, a pocos pasos de
ahí. Regresaban cantando canciones en idiomas que afortunadamente no conocía.
Mientras que todos
estaban ocupados preparando el ritual, haciendo uso de toda clase de símbolos y
danzas, pensé en la cultura de aquellos aborígenes. Había leído sobre ellos en
el seminario, y recuerdo que me llamó la atención el término de “tiempo de
sueño”. Al parecer no crean una diferencia tajante entre la vigilia y el sueño,
pensando que es toda la misma realidad. Al mismo tiempo el sueño es un término
que hace referencia al pasado mítico, y al conjunto de creencias espirituales
de cada persona. El alma de un hombre podía ser a la vez el sueño de un
escorpión, de una piedra o de las olas. Me había parecido fascinante, incluso
tierno, pero ahora las implicaciones de aquellas creencias me resultaban
abominables. ¿Qué no estaba Cthulhu dormido también, y con sus sueños
proyectando los horrores que crecen desde los rincones del mundo?
Al
llegar la madrugada las danzas concluyeron y los fuegos se apagaron. Vinieron
primero por Julia. Traté de detener aquellas manos sanguinarias, pero
finalmente la jalaron del cabello y golpeándola en la cara. Vernon se la llevó
jalándola del brazo hasta el altar y con un cuchillo la desnudó de sus ropas,
entregándole otras ropas aún húmedas de la sangre de la víctima. Grité y me
agité dentro de la jaula, pidiéndoles que me mataran a mí primero, cuando descubrí
que la gitana había conseguido abrir mi jaula mientras era removida con
violencia. Detuve mis forcejeos y medí mis oportunidades. Tenía a un pirata a
pocos metros de distancia, totalmente fascinado por el tenebroso ritual y con
un revólver que sostenía perezosamente del mango. A más de veinte metros estaba
el camión en que los aborígenes habían llegado. Era suicida, pero era mejor que
eso.
Mientras
la gitana se vestía en el suelo, ocultándose detrás del altar, Vernon sostuvo
el tótem sobre su cabeza y lanzó hechizos que hicieron que todos se hincaran.
Rashid se acercó, no quería estar lejos del pirata hechicero. Con una serie de
pase de manos y guturales sonidos el tótem se abrió desde una bisagra
invisible, en posición horizontal. Había un líquido allí dentro, uno tan
venerado y amado que quienes estaban hincados yacían ahora en el suelo. Gritó
encantaciones que tenían que ver con Cthulhu y hubo un gran terremoto, algo se
removía en el océano, algo que se acercaba a toda velocidad. Al oír los sombríos
cantos desde el agua Vernon tomó a la gitana del cuello y la lanzó al vacío, la
primera víctima en su insensata liturgia.
Vernon acercó el tótem
a la orilla del risco, pero en vez de tirarlo se dio media vuelta y lo lanzó
contra los fieles. De la pistolera en su cintura extrajo su revólver y mató a
Rashid a su lado. El significado de aquel líquido debía ser espantoso, pues
aquellos que fueron bañados en él trataban de quitárselo, a veces cortando su
propia piel con tal de liberase de aquella ponzoña. Salí de mi jaula y me lancé
contra el pirata con el revólver, éste cayó al suelo y rodamos juntos pero yo
conseguí el arma y le puse una bala entre las cejas. Todo el entrenamiento que
Julardo me había dado, no había sido en vano. Vernon disparó también, pero
estaba más ocupado en jalar de la soga con la que había amarrado a la gitana,
regresándola a la superficie.
- Roba las maletas de Rashid,
están detrás de la carreta.
Salté
por encima de la carreta, protegiéndome de las balas. Tomé la maleta de Rashid
y me defendí lo mejor que pude, hasta que las balas se acabaron. Julia gritó
algo sobre el mar, algo uque se acercaba. Al ver hacia la orilla vi aquellos
tentáculos de cinco o seis metros que se alzaban contra el risco y se golpeaban
con la fuerza de una locomotora, haciendo temblar al suelo. No faltaba mucho
para que crecieran lo suficiente para atraparnos. Vernon mató al aborigen que
trataba de huir en el camión, lo puso en marcha, agachándose de las balas y se
detuvo a mi lado para que me subiera. Al ver hacia atrás alcancé a ver los
tentáculos que alcanzaban el risco y apresaban a quienes trataban de huir.
Ellos lo habían querido invocar, ahora ellos eran su desayuno. Me parece justo.
- ¡Maldito!- Julia le pegó con
todas sus fuerzas en el hombro y casi chocamos en nuestra huída.- Pudiste
habernos matado. ¿Cómo pudiste hacernos eso?
- Rashid era uno de los Impuros,
lo supe de inmediato. Al ver sus intenciones dije que era Vander van Soest,
después de todo soy quien más sabe del tema, después de Jim. Se la creyó,
afortunadamente. Tenía que saber qué tan involucrado estaba y necesitábamos
llegar a Australia.
- Nos pudieron haber matado.-
Dije.- Pudieron haber violado a Julia, todo esto pudo haber salido muy mal. ¿Es
que no te importa lo que sea de nosotros?
- ¿Cómo puedes decirme eso?
Después de Julardo... Su muerte fue mi culpa, no iba a dejar que nada les
pasara. No tuve ocasión de hacérselos saber, Rashid no me confiaba del todo.
Llegamos
a Tennant Creek después del medio día. Reservamos dos cuartos de hotel. Vernon
quería uno, pero Julia insistió en una habitación aparte. Lloré mientras me
bañaba, no sólo por el susto, sino porque aquella fue una dolorosa lección. Nos
enseñó a Julia y a mí que debíamos estar preparados para perder, no sólo la
vida y la salud mental, sino también la dignidad. No justifico la jugarreta que
Vernon nos hizo, pero lo entiendo. ¿Yo habría hecho lo mismo? Prefiero no
contestarme.
PERIÓDICO
SIDNEY’S BEST
7 de mayo, 1928
Fueron encontrados los mutilados
cuerpos de al menos ocho hombros, tres de ellos de origen asiático y cinco de
ellos aborígenes locales. El crimen fue perpetrado al oeste de Darwin y a
cuatro horas de la carretera más cercana, lo cual retrasó el descubrimiento por
varios días, según atestigua el estado de los cuerpos. En el suelo se
encontraron algas, conchas y restos de coral, así como impresiones en la tierra
de un origen que hasta ahora no ha sido explicado. Éstas marcas, comunes en las
playas y en los muelles, han llamado la atención de las autoridades, debido a
que se encuentran a un risco a más de once metros del mar.
CARTA
DE CHARLES DOYLE
15 de agosto, 1850
Estimado Howard,
Te escribo brevemente para
ponerte en sobre aviso del diablo a quien sirves. Richard Rice, un teólogo
amigo mío de la Universidad de Oxford, me habló de un enfrentamiento que
sostuvo con un hombre llamado Vander Hawthorne. Le encontró en el campus, era
un manojo de nervios y, según me dijo Richard, parecía que no había dormido en
días. Le pidió ayuda para una tesis, aunque de inmediato se dio cuenta que
aquel no era un estudiante. Le preguntó insistentemente sobre los sellos del
libro de las Revelaciones. Siendo teólogo, le mencionó de todas las ocasiones
que las Sagradas Escrituras menciona sellos y sus funciones espirituales. Él no
estaba interesado en eso. Agarró a Richard por los hombros y le sacudía
frenéticamente mientras le hacía preguntas raras, no quería saber sobre la
sagrada Biblia, quería saber cómo abrir esos sellos. Entre sus arrebatos de
locura mencionó los “sellos de Ryle” o
de Rilé, o alguna ficción semejante.
Lo
que me llamó la atención del relato de mi amigo Richard, pues no es la primera
vez que un teólogo es cuestionado por un fanático religioso, ni será la última,
es el cambio que se suscitó en aquel demente. Le dejó abruptamente y dos horas
después se lo volvió a encontrar. Estaba coqueteando con una secretaria, había
ayudado a un alumno con su tarea y le sonreía a todo el mundo como si se
hubiera ganado la lotería. Entabló conversación de nuevo, ésta vez habló sobre
Oxford y su peculiar historia. En el curso de la conversación dejó entrever que
conocía a Richard, su horario y el nombre de sus hermanas. No era amenazante,
eso es lo peor, era dulce y amigable. Todos habían caído en su manipulación,
incluso Richard. Quien tuvo que explicarle que esos sellos son cosa de Dios y
no de los Hombres. Se despidió de él y se fue.
Todo
aquello me pareció de lo más raro. ¿Un caballero que habla sobre abrir los
sellos del Apocalipsis? Más raro aún su inusitada transformación, su capacidad
de hacerse agradable y de manipular a los demás. Finalmente me enteré de quién
era tu nuevo patrón, y las extrañas historias que se cuentan sobre él. Todo
aquello me llegó de golpe, no era un loco el que manipulaba a mi amigo el
teólogo, y no eran incoherencias lo que decía sobre abrir los sellos. Realmente
quiere hacerlo, y yo sé mi querido Howard, yo sé que recorrerá el espacio y el
tiempo para conseguir lo que quiere. Esos sellos son su obsesión, y encontrará
la manera de abrirlos. Huye ahora, sálvate de su furia y de la furia del Señor.
Muy atentamente,
Charles Doyle.
DIARIO
DE PERCY COLLINS
20 de mayo, 1928
La
velocidad del boté disminuyó, pero no cambió la dirección. Se acercaba el
final, pero aún había más dolor y terror. Estábamos cansados, exhaustos,
habíamos visto demasiada sangre, demasiada muerte y nuestras agotadas mentes
rayaban en la histeria. Había sido peor que Juárez. Mil veces peor. Había
matado niños en Juárez, algunos de ellos por necesidad y otros por ebriedad. No
podía regresar a casa después de eso, y aquellos horrores me habían servido
como una macabra consolación, pues no importaría qué pasara después, no podía
ser peor que Juárez. Estaba equivocado, y de haberlo sabido me habría pegado un
tiro antes de aceptar el trabajo en Zacatecas, antes de sumergirme en un mundo
infinitamente más oscuro y terrible que la revolución. Es desesperante cuando
ni siquiera el suicidio es una salida. ¿Qué queda de un hombre cuando se le ha
quitado la esperanza en las cosas más pequeñas, el goce de las minucias y su
propia redención?
Aprovechando la
neblina fuimos atacados por sorpresa. La lancha era más veloz y querían
nuestras vidas. Abrimos fuego, pero era tarde. Silas fue herido en el pecho. Su
sangre me salpicó en la cara. Quise usar uno de los explosivos de Silas, pero
Nestro se rehusó. Lancé dos paquetes de palos de dinamita hacia la lancha y los
hundimos antes que alguien más resultara herido. Le apliqué un torniquete a mi
amigo, pero su rostro tenso por el dolor tenía la mirada más dulce. No tenía
que decirlo, yo sabía lo que pensaba. Él ansiaba la muerte. Moriría como un
valiente, si es que queda alguien en el mundo que pueda leer mi diario.
Nestor le hizo beber una extraña sustancia
que le quitaría los dolores y funcionó, pues su rostro se relajó, pero no podía
hacer nada por la sangre más que apretar sobre la herida. Insistí en que
regresáramos, pero Nestor no quiso. Elisa estaba de mi lado, con tal de
alejarse del curso habría saltado al agua y nadado de regreso a Chile. Quizás Eva
tenía razón, nuestros enemigos vendrían de ahí, seguramente de la isla de
Pascua. El debate fue inútil, pues pronto nos vimos rodeados por dos botes
pequeños y quince rifles. Los marinos eran asiáticos, o al menos lo parecían, y
nos hicieron dejar la lancha, quitándonos nuestras armas y los explosivos de
Silas. Mientras esperábamos que llegara el barco de donde habían salido
nuestros enemigos, Silas murió. La herida debió ser más profunda de lo que
pensé, pues alimentaba la esperanza de al menos mantenerlo con vida por día y
medio.
El barco apareció media hora después, un
barco pesquero. Nos hicieron subir a golpes, amenazando con violar a Eva y
Elisa. Nos encerraron en un clóset mientras decidían qué hacer con nosotros.
Durante las horas que siguieron en aquella diminuta habitación donde apenas
cabíamos de pie, Elisa no paraba de llorar y la consolé lo mejor que pude, pero
yo también estaba histérico. Eva recordó las veces en que Silas, muerto de
miedo, había salvado el día con increíbles muestras de heroísmo. Ahora ella
quería dedicarle una. Cuando uno de los pescadores entró para violar a Eva ella
no ofreció resistencia. Apenas la sacó del diminuto clóset, brincó sobre él y
le rompió el cuello echando todo su cuerpo hacia un lado. Silenciosamente salimos
y recorrimos el corredor hasta una entrada resguardada por dos marinos.
Desesperadamente busqué un cuchillo, y me contenté con un vidrio roto. Le
rebané la garganta a uno y se lo clavé en el ojo al otro.
Escuchamos los cantos
y las risas de los marinos borrachos mientras recorríamos la parte inferior del
barco. Encontramos nuestras cosas en un camarote y nos armamos. Elisa tomó una
Thompson, pero se la cambié por una escopeta corta, pues tenía miedo que jalara
el gatillo y se volviera loca, accidentalmente matándonos a todos. Había dos
accesos a cubierta, Nestor y Eva cubrieron uno, Elisa y yo tomamos otro. La
académica me miró muerta de miedo, me habría gustado que todo saldría bien,
pero le habría mentido. Subí primero a estribor, pegándome a la pared a mi
derecha. No necesitaba asomarme para saber que estaban ahí, bebiendo y jugando
cartas. Elisa señaló una de las ventanas abiertas y me deslizó dos palos de
dinamita. Encendí las mechas, me puse de pie
y las tiré con todas mis fuerzas. La dinamita cayó bajo una mesa, lo
cual redujo el tamaño de la explosión, pero incapacitó a seis de ellos.
Del otro lado del barco se escucharon
disparos y Elisa y yo avanzamos por la cubierta hasta la entrada de la cocina.
Ahora eran ellos quienes estaban en desventaja, les teníamos rodeados y les
habíamos tomado por sorpresa. Elisa disparó como una maniática contra dos
marinos detrás de nosotros, yo me asomé por la puerta con la Thompson y los
rocié de plomo. No quería tener que entrar, pues no estaba seguro de dónde se
escondían todos, así que con el rifle disparé contra los que se escondían
detrás de una delgada mesa, y con el revólver maté a los heridos por la
dinamita. Recorrimos la cubierta a toda prisa, había un disparador en uno de
los dos techos. Afortunadamente estaba ebrio y por el movimiento del barco no
pudo acertarnos. Lo maté antes que Elisa malgastara sus balas.
Nestor y Elisa estaban
del otro lado del edificio del capitán. Nos abrimos paso tomando a los marinos
por la espalda y alcanzamos a los otros dos, quienes estaban esquinados detrás
de los instrumentos. El capitán y sus tres marinos se acercaban poco a poco,
disparando indiscriminadamente contra sus controles de navegación. Elisa gritó
histérica y descargó su revólver contra dos de los marinos, hiriendo el otro en
un brazo. Maté al herido y le disparé al capitán en una pierna. Lo
necesitábamos vivo.
- ¿Por qué nos atacaron?
- Nos pagaron muy bien.
- ¿Quiénes?- Le disparé en la
mano y cuando la tuvo en el suelo la aplasté con mi bota.
- Unos chilenos, son
contrabandistas o eso dicen.- Por suerte la radio había sobrevivido al
encuentro y se la extendí.- Insistieron
en traer a algunos de sus hombres aquí
- Llámeles, dígale que nos
mataron y tiraron todo al mar. Y tenga cuidado con lo que dice, hablo español.
No me obligue a tener que prenderle fuego a sus genitales.
El
capitán hizo su llamada y, por lo que pudimos escuchar, hizo enojar a sus
clientes pero los pudo convencer. Le puse una bala en la cabeza cuando terminó
la comunicación. Nestor estaba devastado que habíamos perdido nuestro bote y
Silas había muerto. Elisa gritó, disparando su revólver sin balas contra la
ventana. Eran tres marinos, pero ya estaban muertos. No tenían armas, pero no
venían en son de paz. Les disparé con la Thompson hasta que cayeron al suelo y
no se levantaron, pero algo estaba vivo dentro de ellos. Lo podíamos ver debajo
de su piel, alguna especie de enorme parásito que ahora trataba de salir. Uno
de ellos salió de la boca, otro disolvió el ojo derecho y salió de la cuenca y
el tercero simplemente agrandó el agujero de bala en el pecho.
Eran
babosos y por sus cuerpos me recordaron a arañas, pero usaba larguísimos fibras
gruesas para moverse. El contacto con el aire las cambió de color y pasaron de
rosas a verdes, pero también crecieron. Desarrollaron largas patas desde la
parte superior de sus cuerpos. Se movieron hacia nosotros, ansiosos de invadir
nuestros cuerpos y devorarnos desde adentro. Le atiné a dos de ellos, pero el
tercero se escurrió a mi lado. Elisa disparó, pero no tenía balas. El parásito
brincó sobre su pierna y se adhirió como si le succionara. De sus costados
pudimos ver ácidos que disolvían su ropa y le permitían introducir sus fibras.
Eva usó un hacha para cortarlo en dos y separarlo de su pierna. Elisa gritaba y
se revolcaba de dolor, la herida era tremenda.
Me
aseguré de cargar las armas y Nestor robó las pistolas de nuestros agresores.
Habíamos tenido razón, había más de esas cosas. Eran más grandes y más
desesperadas. Una de ellas se pegó a la ventana principal, Nestor quiso
dispararle, pero le detuve. Aquella era nuestra mejor protección. Dejamos
encerradas a las mujeres y en la tormenta que se había formado cazamos a
nuestros cazadores. Matamos al de la ventana sin ningún problema, pero detrás de
nosotros escalaba otra de esas criaturas. Nestor pudo dispararle a tiempo, pues
sus fibras se empezaban a adherir a mi espalda. En la cubierta había otras dos,
grandes como perros. De la cocina salieron dos más, eran veloces y ágiles,
siendo capaces de succionarse a la cubierta, mientras que nosotros nos
balanceábamos torpemente en la furiosa tempestad. Perdí piso y me resbalé hasta
los costales que estaban amarrados al suelo, accidentalmente perdiendo mi
revólver. Armé la Thompson a tiempo, mientras uno de esos esperpentos escalaba
los costales, pero se trabó en el peor momento posible. Saltó sobre mí, sus
patas cayeron a mis costados. Desenfundé el cuchillo de mi cinturón a tiempo y
acuchillé a aquella bestia con todas mis fuerzas. El ácido me quemaba, pero no
me importó, lo partí en dos y lo lancé al mar. Cuando pude hacer funcionar mi
metralla terminé de matar al último de aquellos parásitos.
Al
oír gritos en la cabina principal pensamos que habíamos dejado atrás alguno más
de esos parásitos. Por la ventanita de la puerta pude ver a Eva escalando sobre
los controles y saliendo por la ventana destruida. Elisa, infectada por aquél
terrible parásito, se había lanzado contra la ventana hasta romperla y quería
lanzarse al agua. Eva la alcanzó a tiempo, forcejeando con ella hasta que
Nestor y yo la sostuvimos de los brazos. Lo que haya quedado de Elisa después
de todas las repulsivas brutalidades y las espantosas visiones, se disolvía
rápidamente bajo el embrujo de la más atroz demencia. Entre sus chillidos incoherentes
gritaba sobre R’lyeh y su deseo de regresar a casa. Tranquilizarla era
imposible, así que terminamos por amarrarla de la ventana del centro de
comando. Ella apunta hacia R’lyeh, nuestra brújula maldita. Ella nos dirige a
la muerte.
Termino
esto porque Eva ha visto tierra finalmente, aunque es difícil saberlo con toda
la niebla verde que nos ha rodeado desde hace más de una hora.
DIARIO
DE JULIA ANNET DELON
11 de mayo, 1928
No
podemos descansar tampoco en Sidney. Cuando cierro los ojos veo la carnicería
que se avecina cuando los Antiguos despierten, y cuando los abro veo a los
Impuros rodeándonos en cualquier momento. Cada amanecer me llena de terror,
¿veré salir el sol, o será el hocico de una entidad extradimensional que ha
cruzado a nuestra realidad para servirse el desayuno? Cada extraño es un
potencial enemigo y ésta paranoia no es
mía únicamente, ésta mañana no subimos a un taxi por miedo de que el taxista
fuera uno de los Impuros y nos reportara. ¿Hay límite a nuestra paranoia bien
justificada? Cuando Vernon me ató de la soga y me tiró al vacío, a ese enorme
calamar de cinco ojos, pensé en mi hogar en el campamento de gitanos. Esto es
aún peor, aún peor que Boinko.
A
juzgar por las maletas de Rashid que Benson había robado, el contrabandista
planeaba un viaje largo a Australia. Entre la ropa encontramos correspondencia
con un cartógrafo australiano llamado Roger Nate. Según los diarios el señor
Nate murió la semana pasada en situación sospechosa. En la fotografía del
periódico era visible su casa y la calle. Entramos a la casa sin hacer ruido y
robamos todo lo que podría ser útil. Vernon usó el dinero que Pierre le envió
para que nos compráramos ropa nueva. También tenía noticias, la otra expedición
había estado en Chile cuando el diácono del pueblo, alguna especie de mesías
enloquecido, había muerto. No había duda que había sido la otra expedición, y
que todo lo que él supiera ellos lo sabrían también.
No
dejo de sospechar de Vernon, ¿y si él fuese Vander van Soest? Ese Pierre Macri
podría trabajar con él para mandar noticias falsas o manipular la información
de modo que nosotros sospecháramos de la otra expedición. ¿Y si ellos han
recorrido la mitad de un continente para detenernos a nosotros? Vernon sabe
magia, y sabía demasiado de la ciudad sin nombre como para achacarlo a arduas
lecturas. Viéndole en el departamento que rentamos, hablando con Benson y
revisando entre las cosas robadas del cartógrafo Roger Nate, no podía dejar de
pensar que nos enfilaba a una trampa. Y que su constante protección a James se
debía a que era su último lazo con su pasado familiar. La única vez que traje
el tema a colación, estando James y yo a solas, él rechazó todo eso. Argumentó
que de haber sido Vander van Soest nos habría sacrificado y navegado en ese
barca fantasma hasta R’lyeh. Después de todo, si él era Vander van Soest, ¿por
qué peleábamos constantemente contra los Impuros? Nosotros habíamos seguido la
pista de los Impuros, ¿y la otra expedición qué había hecho? Se dirigían
directamente a la ciudad sumergida. Argumentos convincentes, pero no del todo.
No quise tocar el tema de nuevo por dos motivos. En primer lugar, no confío lo
suficiente en Benson, ¿cómo sé que ellos dos no están conspirando a mis
espaldas? En segundo lugar, su prometida Ewa O’neal le envió una carta desde un
monasterio de puertas cerradas. Los horrores de los que le había escrito la
empujaron al encierro. Toda chispa de vida se apagó en sus ojos.
- La conocí mientras ella se
decidía a ser monja. La he asustado tanto, con mi investigación de mi relación
de parentesco con Vander van Soest y con ésta expedición a la oscuridad que su
fe la regresó a la vida espiritual. No la culpo, hizo bien. De todas maneras la
humanidad entera morirá en menos de una semana, quizás despierten esta noche.
Es mejor si ella está en el claustro rezando por la salvación de su alma,
porque no creo que la mía tenga salvación después de lo que he vivido.- Benson
se terminó su cerveza y se sentó a un lado de los papales que robamos en la
casa del cartógrafo. Vernon se encendió un cigarro y Benson le pidió uno.- ¿Qué
sentido tiene cuidar la salud a estas alturas?
- Ánimo Jim, sobreviviremos a
esto. Nadie más muere.- Dijo Vernon.- Y cuando todo esto termine, tú regresarás
al sacerdocio. Ocúltate en la fe, estarás más seguro.
- No podría. El saber que Ellos
existen, que eso de lo que se ha discutido por siglos realmente existe, pero
que nos contempla con indiferencia e incluso odio... Es peor que el ateísmo.
- Entonces vive una mentira,
convéncete a ti mismo de tu fe en la humanidad. ¿De qué sirve vivir en la
verdad, si ésta erosiona tu cordura hasta volverte loco?
- No lo sé...- Benson no quería
hablar más de eso y cambió de tema.- Julia, ¿encontraste noticias de buques
perdidos?
- Sí, aquí están algunas
anotaciones.- Le pasé mi bloc de notas a Vernon, quien las inspeccionó
detenidamente.- El mapa que trazaste parece más o menos exacto. En el último
año han ido ascendiendo el número de buques, botes y lanchas que desaparecen o
son atacados al este de Nueva Zelanda. No es suficiente para tener coordenadas,
pero es un inicio.
- ¿Nueva Zelanda?- Benson se
tensó de la espalda y escarbó entre los papales obtenidos del despacho de Roger
Nate hasta que finalmente dio con un pequeño papel azul.- Pagó una cuenta de
instalación de gas para una casa en Nueva Zelanda, en la población de
Christchurch.
- Debemos ir de inmediato.
- Sí Vernon, pero ¿cómo?- No lo
quise admitir frente a ellos, pero estaba muerta de miedo.- Cada paso que damos
nos lleva a una tortura cada vez peor. Ha sido así desde el inicio. Casi muero
en el desierto, después Julardo en el Tíbet, esos malditos piratas de camino
aquí... Si nos quedamos para planear el viaje de modo que no nos puedan
rastrear, los Impuros nos encontrarán, o será demasiado tarde. Pero si tomamos
un avión algún ser de pesadilla lo derrumbará como pasó en los Himalaya, si
tomamos un barco... No quiero ni pensar lo que sería de nosotros.
- Un hombre sabio dijo alguna
vez: Cuando el Hombre se enfrenta a una fuerza que no puede comprender ni dominar,
el Hombre se destruye a sí mismo.- Terminó su cerveza ceremoniosamente y se
puso de pie de un brinco.- Tengo un plan.
- Eso temía que dijeras.
- Descuida, ésta vez no te
lanzaré de un risco.
Se
fue después de eso, no sé a dónde. ¿Estará concertando algún plan con los
Impuros? Simplemente no lo sé. Estoy agotada y nerviosa, y por mi mente pasan
las peores posibilidades. No dejo de pensar en lo dijo, es cierto pero si él ha
estado consciente de los horrores que habitan en los confines de la Tierra y en
los rincones del cosmos, ¿cómo es que no se ha destruido a sí mismo aún?
DIARIO
DE HOWARD WILKINSON
18 de agosto, 1850
Decir
que algo está mal equivale a no comprender la situación en lo absoluto. Tras la
desaparición de mi amigo Charles Doyle lo que antes eran vagas sospechas, se
han ido materializando en oscuras y nefastas realidades. Fue difícil no notar
las ingentes cantidades de carne que eran traídas a diario, nadie las comía.
Nadie que yo pudiera ver. Encerrado en el despacho me dedicaba a transcribir
las notas que el señor Hawthorne me ha pedido, pero ni siquiera así pude
hacerme de la vista gorda. Vi a los criados, a esas personas horribles de ojos
saltones, llevar la carne al sótano y regresar con las cubetas vacías.
Tampoco
podía ignorar las espeluznantes prácticas místicas y esos guturales cantos en
el ático. A veces duran toda la noche y entre la música de gaitas y tambores
escucho los gritos de algo que no es humano. Diría que chilla como un bebé, de
no ser que esa voz es demasiado profunda y lejana, como amplificada por
inmensos ecos, que llegan hasta mi alma y me retuercen por dentro. Esos dos
elementos son, en suma, muy sospechosos, pero hubo uno tercero. Me tiene
revisando libros de editoriales sin nombre en busca de cultos caníbales del
pasado. En la entrevista de trabajo me preguntó si leía el diario y le dije que
no, con tal de conseguir el trabajo. La verdad es que lo leo con avidez, y más
ahora cuando un culto caníbal en Inglaterra que deja atrás un desconcertante
rastro de maldad y muerte mientras viaja por las costas del norte hasta aquí
mismo en Londres.
Tenía
que renunciar, pero la muerte de Doyle bajo esas sospechosísimas circunstancias
me ha impelido a hacer algo más que renunciar. Ayer encontré la manera de
acceder al sótano, mientras los criados ayudaban a su amo y yo debía estar
encerrado en la biblioteca. El sótano está bien iluminado y es obvio que
mudaron los muebles que habían estado ahí. Seguramente en esa mudanza a los
muelles que tanta curiosidad me suscitó. Había una segunda jaula, de tamaño
suficiente para encerrar a una persona, y con extraños caracteres labrados en
sus barrotes. Estaba abierta, pero eso en sí mismo no me asustó, pues podía ver
todo el sótano y no había nada escondido allí. De inmediato pensé en toda esa
carne que era traída a este sótano. Luego encontré un enorme acceso, disimulado
entre los ladrillos de la pared, que llevan hacia el drenaje kilométrico de la
ciudad de Londres. ¿Llevarían la carne a las cloacas? Y más importante aún,
¿qué horror había permanecido encerrado en esa jaula, que ahora vagaba
libremente por el drenaje?
Regresé
corriendo a la biblioteca y nadie notó mi ausencia. No dejo de pensar en el
drenaje y en la cosa que ahora ha hecho de ella su morada. Algo que consume más
de diez kilos de carne. Pero más que eso, no dejo de pensar en el diabólico
engendro que se hace llamar Vander Hawthorne y que ahora grita encantaciones
oscuras y terribles en el ático.
DIARIO
DE JAMES BENSON
15 de mayo, 1928
El plan maestro de
Vernon consistió en robar un pequeño avión de un aeródromo a las afueras de la
ciudad. Volamos en la noche, para no regresar jamás. Llegamos a la carretera a
Christchurch justo a tiempo, no había ya más combustible. Nadie habló durante
el viaje, sabíamos que en cualquier momento el avión sería derribado. Los que
habitan debajo de la superficie de la realidad, detrás de una pared del grosor
de una hoja de papel, no obedecen lógica alguna. Esperábamos que cruzaran de su
prisión, aunque fuera momentáneamente, para destrozar el avión y hundirnos en
las olas negras debajo de nosotros. El miedo es insoportable. El miedo es el
que nos acabará matando. Cuando era teólogo creía que cada respiro era un
milagro de Dios, ahora he aprendido que la línea entre milagro y maldición es
muy fina; y que toda instancia en la que algo suprahumano y algo humano
convergen es a la vez maravilloso e indescriptiblemente aterrador.
Mientras caminábamos a
Christchurch pensé en la decisión de Ewa. No sólo la entendía, sino que la
envidiaba. La gitana trató de consolarme, pero no sirvió. Además, no confío en
ella. ¿Cómo estar seguros que ella no es, en realidad, uno de los Impuros?
Estaba en ese campamento de gitanos que habían vendido sus almas al diablo
llamado Crin Antonescu. Ella entabló contacto con nosotros. Ella escuchaba esa
misteriosa música y quizás los Impuros nos encontraban a cada paso que dábamos
porque ella les ponía sobre aviso. Si todo esto es cierto, moriremos mañana.
Hemos llegado demasiado lejos, o demasiado cerca, si hay una trampa en todo
esto, se manifestará mañana.
En
la madrugada encontramos la casa de Roger Nate, habitada por quien debía ser su
hermano, pues tenía un aire familiar muy poderoso. Nos escondimos entre las
piedras de la playa, comimos de las raciones militares que Vernon compró en
Sidney y le miramos marcharse a la diez en punto. Nuestros músculos estaban
cansados y me tronaban los huesos. Nadie había dormido en al menos tres días, y
nadie había conseguido dormir una noche completa, aunque fuera con pesadillas,
desde hacía más de una semana. Los sueños repetitivos son los peores, pues son
los más reales. Cada noche veo a Vander van Soest en su barco pirata “Sardam”
llegando a R’lyeh, celebrado por una hueste de deformes batracios y rodeado de
una nauseabunda neblina verde. El barco era devorado por las fauces de la
entrada del templo y después, en un abrir y cerrar de ojos, una potente luz
estallaba fuera de R’lyeh. Me despierto inmediatamente después, con la certeza
que Cthulhu había despertado, y con él todos los Antiguos, para después abrirle
las Puertas a los Exteriores.
Seguimos
al hermano hasta una logia masónica con el sello de un hombre-pez, eran los
Impuros. Regresamos a la casa costera y entramos por la puerta trasera. No
sabíamos de cuánto tiempo disponíamos, así que nos dimos prisa. Julia encontró
un telegrama en el bote de basura de la cocina “Cusamano está en Chile.
Encontró la corriente.” Aquel recordatorio de nuestra tenebrosa competencia
heló mi sangre. ¿Ya habían llegado? Si una cegadora luz nacía desde el Pacífico
al este de donde estábamos, tendría mi respuesta.
- Lo tengo.- Vernon llegó
corriendo a la cocina sosteniendo un mapa del Pacífico. El cartógrafo debía
haber encontrado lo que buscaba, pues había remarcado un conjunto de islas no
muy lejos de nosotros.- Tiene las coordenadas 47º 9’ sur, 126º 43’ oeste. Sólo
hace falta que robemos un barco, una brújula y un buen mapa y quizás lleguemos
antes que Cusamano.
- Quizás eso no sea necesario.-
Señalé el calendario en la puerta del refrigerador.- Marcaron el día de mañana
y dice “expedición”. ¿Quieren apostar que se preparan para un viaje de una sola
ida?
- Regresemos todo donde estaba,
parece que tendremos chofer.
- ¿Esperas que me suba a un barco
repleto de Impuros? La última vez que me subí a un barco contigo, no acabó tan
bien.
- Confía en mí Julia. Además, si
nos vamos por nuestro lado, nos encontrarán. ¿No crees que tendrían un
patrullaje en el océano? Buscarían proteger su pieza más valiosa, la ciudad
sumergida, sobre todo después de la manera en que arruinamos sus planes en las
montañas tibetanas.
Julia
aceptó, pero tiene sospechas. Yo también las tengo. ¿De quién sospecha Vernon?
PERIÓDICO
THE LONDON HERALD
30 de agosto, 1850
Ayer fueron encontrados los
cuerpos de cuatro ingenieros civiles que realizaban inspecciones en el sistema
de drenaje. Los ingenieros parecen haber sido atacados por un animal grande,
aunque los investigadores no pudieron explicar las marcas de ácido en su piel
que dificultó de sobremanera su identificación. Una investigación subsecuente
reveló al menos cinco “altares paganos”, hechos con tablas y adornados con
idolitos de origen desconocido. También se encontraron marcas hechas con
pintura, y muy recientes, que se extendían por varios kilómetros por todas
direcciones. Las marcas parecían ser letras de un alfabeto desconocido. Hasta
el momento la investigación no ha encontrado sospechosos.
DIARIO
DE JULIA ANNET DELON
19 de mayo, 1928
Antes
de salir de Christchurch Vernon envió telegramas urgentes, mientras que Benson
y yo nos las ingeniamos para robar municiones. Compramos las últimas ropas que
usaremos en nuestra vida y pasamos desapercibidos en los muelles, para entrar
al barco “Old Glory”, un pequeño barco de carga. Mientras los marinos subían el
cargamento nosotros tres pasamos desapercibidos bajando las escaleras desde
cubierta hasta la sala de máquinas. Fingimos que reparábamos una sección, como
hacían otros dos marinos, y en cuanto tuvimos oportunidad nos escondimos detrás
de una caldera, ocultos bajo las mantas que usaban para poner sobre las
tuberías gruesas y llenas de fugas de vapor. Después de dos horas de absoluto
silencio los motores se encendieron y navegamos rumbo a R’lyeh, para atestiguar
el Gran Despertar de los Antiguos.
- Conté cinco que estoy seguro
son Impuros, ¿cuántos contaste tú?- Me preguntó Vernon.
- Quince marinos, ocho Impuros,
había tres trajeados detrás de la puerta de un camarote discutiendo por algo.
¿No crees que los marinos viajen con nosotros?
- ¿Para algo como esto? No lo
creo.
- ¿Qué eran todas esas cosas que
cargaban?- Preguntó Benson.
- Lo que estaban en las cajas son
relicarios y altares. Lo que estaba en los costales no lo sé.
- Hay diez galones de ácido aquí
abajo, del otro lado del motor, enganchados a la pared.- Dije yo. Los dos me miraron
sorprendidos, según me percaté en la oscuridad debajo de la manta.- Soy
observadora. Está en latas grandes y según la etiqueta fueron vendidas en
Sidney.
- Si están desesperados tratarán
de disolver los sellos que aprisionan a Cthulhu.
Permanecimos
inmóviles por lo que me parecieron eternidades. Comencé a escuchar, en la
lejanía, un extraño canto. No provenía de arriba, aunque escuchábamos sus
alaridos e invocaciones, provenía de abajo. El océano cantaba y, aunque los
demás no lo escuchaban, James comenzó a agitarse. Tenía el oído puesto a la
pared, escuchando el océano y jalándose el cabello. Estábamos tan acostumbrados
al ruido del agua que cuando dejamos de oírlo el silencio nos pareció
insoportable. Vernon le dijo a Benson que se quedara donde está y le acompañé
hacia las escaleras. Subimos lentamente, empuñando nuestras armas y Vernon
abrió la puerta delicadamente lo suficiente para dejarnos ver dentro de la
enfermería. Subí después que él, estaba por salir del edificio hacia la
cubierta cuando me tomó del brazo y señaló la ventana. No navegábamos en el
agua, y eso no era el cielo. Era negro, pero no como el negro de la noche, sino
un negro brillante. No había estrellas, sino destellos multicolores y pude ver
una parte de algo más grande, un algo terroríficamente enorme. Observé
hipnotizada, mientras mi mente y mi frágil estado de salud mental llegaban a un
acuerdo. Incluso antes de pensarlo lo sabía, pese a las devastadoras
implicaciones, yo sabía que navegábamos en los confines del espacio.
- Los Impuros lo están haciendo,
para llegar más rápido.- Vernon abrió la puerta de salida lo suficiente para
dejarme ver el ritual de hombres desnudos y rezando.- Yog Sothoth debe estar
presente para el Despertar.
James
abrió la puerta de las escaleras de una patada, venía cargando con dos
pesadísimas latas de ácido. Vernon trató de detenerlo, pero Benson estaba
histérico. Su cabello enmarañado como un demente, sus ojerosos ojos como dos
bolas saltonas y una expresión inconfundible de pánico. Estaba loco, pero eso
no le impedía de tener toda la razón. Salió de la enfermería hacia el centro de
la cubierta. Abrió las tapas sin dejar de sostener las azas y lanzó una de
ellas al centro de la ceremonia. Los ocho hombres leían de peculiares libros
hechos de cuero, quizás piel, y hacían gestos siniestros mientras declamaban
oscuros poemas. Al ver a Benson gritaron
histéricos. La lata que tiró salpicó de ácido a su círculo de sangre y derribó
las extrañas estatuillas negras de abominables seres imposibles. Con la otra
lata les roció con violencia, gritando maldiciones y haciendo su mejor esfuerzo
por no mirar hacia arriba. Los Impuros se arrastraban por el suelo, gritando de
dolor, consumiéndose rápidamente. Vernon les disparó antes que alcanzaran su
ropa y sus armas y yo corrí para recuperar a Benson quien, enloquecido como
estaba, les gritaba obscenidades y los pateaba.
Al
irrumpir el ritual, también había alterado el orden. El barco se agitó con
violencia mientras que los objetos más pequeños en la cubierta salieron
flotando. No había mucho tiempo antes de que el pulso gravitatorio nos
absorbiera a todos. Vernon gritó algo que, entre los alaridos de dolor, no pude
escuchar. Imaginé que me decía que no mirara hacia arriba, pero de lo que
trataba de advertirme era de los Impuros. Aún muertos estaban vivos. Jalé a
Benson del brazo y lo empujé hacia Vernon, pero algo se aferró a mi pierna y me
tropecé. Los Impuros llevaban algo consigo que me hizo recordar a los
infectados en el Himalaya, pero infinitamente más aterrador, pues aquella era
la fuente de su determinación y de su vida, y no meros parásitos de otras
dimensiones. Habían crecido en sus cuerpos hasta tener su mismo tamaño, y ahora
que su vehículo había muerto trataban desesperadamente de salir y ocupar otro. Lo
que salía de la boca del muerto no tenía cabida en nuestro mundo. Era como una
enorme lengua, peluda de fibras blancuzcas, que avanzaba sobre mí, empujando el
resto de su cuerpo fuera de la boca del Impuro, reventándole la quijada y
haciendo estallar su garganta.
Usé
mi cuchillo para cortarlo, pero de su herida emergían más fibras que como
pequeños tentáculos se adherían al suelo y a mi piel. Un cuerpo óseo salió de
lo que antes había sido la boca del Impuro, y era ahora un sanguinolento
cráter. Otras lenguas y patas salieron de ahí, y lo mismo salía de los demás
Impuros. Cuando la gravedad comenzó a hacerme sentir ligera me lancé al
barandal y cerré los ojos, pero el ácido de aquellas fibras me obligó a
abrirlos. Vi a los otros cuerpos salir volando hacia arriba y mis pies colgaron
hacia arriba, el parásito que trataba de invadirme estaba adherido a mí piel,
pero el pulso era tan fuerte que esa lengua reventó y salió disparada hacia el
vacío. Me sostuve con toda mi fuerza y en vez de mirar hacia arriba volteé
hacia el centro de la cubierta. El altar principal, hecho de piedra tallada con
símbolos de dioses marinos olvidados desde hace centurias, así como uno de los
idolitos negros, permanecía en su lugar.
- El ídolo de Yog-Sothoth.- Me
gritó Vernon desde la enfermería.- Tíralo antes que la gravedad nos lleve a
todos.
- No puedo, me voy a caer.
Vernon
desapareció detrás de la puerta y supe que iba a morir. Mis dedos se fueron
resbalando, perdí un zapato y mis brazos se estiraban, muy pronto estaría
agarrada por mis yemas y no dudaría ni un minuto. La certeza de mi muerte me
llevó a mirar hacia arriba, contemplar mi verdugo. Aquello que había visto por
la ventana, tenía razón, era sólo una parte. Me es imposible describirlo con
exactitud, se necesitaría de mucho opio para hacerlo. Al principio pensé que
estaba vivo, y después pensé que era un edificio. No estaba hecho de materia
orgánica, pero tampoco era de piedra. Estaba hecho de lo mismo que está hecho
el espacio, es la única manera de describirlo. Era de un negro tan oscuro que
nada hay en nuestro mundo que se parezca. Se iluminaba por unas extrañas y
oscilantes luces multicolores que parecían salir de todas partes, y a la vez de
ninguna. Vernon me ha explicado que es la Puerta de Yog-Sothoth, por donde atravesaría
a nuestro mundo. Por mero egoísmo humano siempre había pensado que Yog-Sothoth,
como los dioses Exteriores, tendrían dimensiones humanas, pero estaba
equivocado. Aquella estructura debía medir más que nuestro planeta, y estando a
millones de kilómetros ocupaba todo el espacio sobre nosotros. Parecía estar
compuesto de tres partes más o menos circulares, donde en la parte media se
extendían hacia los lados dos extrañas bocas en unos ángulos imposibles para
nuestra geometría euclidiana. No había sido hecho de algo semejante a
ladrillos, e incluso me hizo pensar en el coral o en los hongos, pues parecía
tener consistencia semejante. Nada había de liso en aquellas superficies
kilométricas, ni de plano tampoco. Mientras mis brazos cansados se extendían me
pareció ver que aquella superficies estaban hechas de algo vivo, de algo que se
movía con la dexteridad de un cefalópodo.
Al
sentir un golpe en las costillas se rompió el trance hipnótico. Vernon y
Benson, pegados al techo de la enfermería, me extendían un larguísimo tubo que
debieron haber encontrado en la sala de máquinas. En un segundo intento lo
colocaron entre mis brazos y me pude sujetar, atorándolo entre los barandales
para no salir volando. El barco empezaba a crujir, la gravedad comenzaba a conquistar
incluso su peso. Mientras recorría el tubo saqué el revólver y apunté con
cuidado. Disparé justo en medio de aquella estatuilla de un murciélago cíclope
con tentáculos en vez de colmillos. Inmediatamente después caí al suelo. El
espacio sideral desapareció detrás de una cortina de llamas y nuevamente
escuchamos el golpe de las olas. Me quedé en el suelo, exhausta y Vernon corrió
hacia mí, para sentarme y tratar de calmarme con un cigarro que acepté gustosa.
James estaba acurrucado en una esquina, llorando. Él había entendido lo que yo,
y lo que Julardo debió haber comprendido al enfrentarse al viento carnívoro en
las profundidades de la ciudad sin nombre. Comprendí nuestra infinita pequeñez
y nuestros ridículos intentos de imponer orden en un Universo que carece de
cualquier orden.
- Pensé usar una soga, pero
serían dos veces en un mismo mes y no pensé que te gustaría que te jalara
mientras estás al borde de la desesperación y la locura.
- Qué sensible, gracias.
- ¡No lo soporto más!- Benson
trató de tirarse al agua, pero Vernon lo sometió a cachetadas.- Vamos a morir,
no tiene sentido. De nada servirá. La Puerta ya está construida, pasará tarde o
temprano. No vale la pena.
- Vale la pena,- dijo Vernon.-
porque aún tenemos aliento en el cuerpo y latidos en el corazón. Pelearemos
hasta perderlo todo. No podemos regresar atrás.
Dejo
de escribir porque después de navegar por unas horas James ha divisado tierra y
estamos rodeados de una niebla verde que, según Vernon, indica que R’lyeh está
cerca. Si alguien lee este diario, quiero que entienda que peleamos. Aún cuando
habíamos quedado locos para siempre, al menos peleamos. No sé si eso valga para
algo.
DIARIO
DE HOWARD WILKINSON
5 de septiembre, 1850
Reunir
el equipo no fue difícil, hay mucha gente preocupada por la maligna presencia
de Vander Hawthorne en nuestra ciudad y en la provincia encontramos a mucha
gente dispuesta a ayudarnos, gente que había perdido a alguien a manos del
culto caníbal o cuyos antepasados habían sido removidos de sus tumbas y
probablemente devorados por esos extraños hombres-pez de lo que tanto hablaban.
La
noticia sobre los ingenieros civiles encontrados muertos en el drenaje confirmó
mis sospechas, la criatura de la segunda jaula vivía ahí. Sabíamos que no
podíamos acudir a la policía, primero porque Hawthorne me mandaría matar en
cuanto fuera investigado, y en segundo lugar porque estamos bastante seguros
que tiene amigos poderosos en Scotland Yard. Yo mismo le vi cenar en varias
ocasiones con jueces y prominentes políticos cuyos nombres guardo en mi
escondite, por si acaso algo me pasara a mí. Era ilegal lo que hacíamos, pero
tenía que hacerse. Y encontrarlo no fue tan difícil. Hace dos días me ordenó
que guardara todos sus papeles y me despidió. Cuando regresé a buscar algunos
objetos personales que había dejado en su residencia, los criados me dijeron
que no había regresado desde el momento en que me despidió. Yo sabía dónde
estaba. Seguimos la ruta de extrañas marcas en las paredes por más de dos
horas. Iluminados a penas por dos lámparas de petróleo caminamos temerosos de
nuestras propias sombras.
No
nos topamos con su extraña mascota, y el sendero nos llevó a un callejón sin
salida. Victor, quien era ingeniero civil, amigo de los cuatro muertos, y que
conocía el drenaje como a la palma de su mano, identificó que estábamos justo
en los muelles. Recordé que Hawthorne tenía una bodega en los muelles, así que
sabía que estábamos en el lugar indicado. Retrocedimos en nuestros pasos hasta
un par de cuadras más atrás y subimos por fangosas escaleras de mano.
Llevábamos suficientes explosivos para derribar al Big Ben, y los colocamos
afuera de la bodega. Escuchábamos voces adentro, parecían estar cantando y, al
mirar por una de las polvosas ventanas, pudimos ver a Vander Hawthorne
oficiando una macabra e impía misa a sus deformes acólitos.
Al colocar la última
de las cargas escuchamos el rugido. Algo estaba en ese callejón, algo que era
grande y con muchos ojos. Oímos gritos a nuestra derecha, habíamos sido
descubiertos. La puerta trasera se abrió y abrimos fuego contra todos. Los
cultistas, desnudos y empapados en sangre, nos atacaban con cuchillos y en
oleadas desesperadas. Escuché los gritos de terror detrás de mí, cuando la
bestia en el callejón saltaba sobre mis compañeros. Alguien debió usar su
lámpara de petróleo como arma, pues la bestia rugió espantosamente. No miré
atrás, sino que entré a la bodega con mi pistola cargada. Vander trató de decir
algo, señalando hacia el muelle a su lado, pero le disparé tres veces en el
pecho. Vi morir al monstruo y salí por otra puerta. Los pocos sobrevivientes de
la masacre me encontraron encendiendo las mechas. Las descripciones de la
bestia, con seis patas, con tentáculos y dos hocicos me parecieron absurdas en
su momento, pero recordando toda la carne que entraba a la mansión Hawthorne no
puedo evitar sino considerarla fidedigna. La bestia entró a la bodega, en busca
de su amo y no pude ver nada más, pues me jalaron para corriera con mis
compañeros.
Las cargas estallaron casi todas al mismo
tiempo. La explosión fue tan demoledora que el golpe nos lanzó por los aires y
nos dejó sordos por más de un día. El edificio prácticamente se desintegró. Los
ladrillos salieron disparados y la bola de fuego devoró desde dentro hasta el
techo. Incluso la bodega de al lado se incendió. La policía aún busca a los
responsables, pero nunca dará con nosotros. Nos hemos separado, yo me he mudado
a Essex con mis tíos. No le diré a nadie sobre lo que hicimos, pero la
conciencia no me pesa. Hicimos lo correcto. Los deformes seres de aspecto
batracio han abandonado el país, los robos de tumbas han cesado y la mansión
Hawthorne se incendió. El testamento a la maldad de Vander Hawthorne no soportó
existir sin el corazón negro de su amo y se desintegró.
Termino aquí mi diario. Desde mañana usaré
uno nuevo y nunca jamás haré relación a estos macabros y detestables sucesos.
DIARIO
DE PERCY COLLINS
Lo que escribiré a continuación
es el relato de lo que ocurrió el 23 de mayo, 1928 hasta donde tengo
conocimiento. Ese día llegamos al solitario atolón, una especie de isla casi
circular con un gigantesco lago en su interior que se conecta al océano, y de
pocos kilómetros de tierra y vegetación en las orillas. Al desembarcar Nestor
nos explicó cómo se forman. Por lo que entendí es que antes había allí un
volcán. El volcán más al este de Lemuria y en R’lyeh. El volcán hizo erupción
millones de años atrás, la roca
volcánica se fue erosionando por el contacto con el agua, pero se formó una
densa capa de corales a su alrededor, como un anillo. El volcán desapareció,
pero los corales sobresalieron del agua lo suficiente para formar el anillo.
Aquel era el lugar idóneo para una ciudad sumergida, o al menos para su templo,
que es lo que nos interesaba encontrar. La inmunda neblina que nos había
rodeado era más densa aquí, y provenía del lago central. Al cruzar la poca
selva que había en las playas de la orilla, con sogas y los explosivos
preparados, miramos con horror a la neblina que se disipaba casi por completo,
dejando entrever la cúspide del templo de Cthulhu. Eso no fue lo único que
vimos.
La
otra expedición ya estaba ahí, a menos de un kilómetro de distancia de nuestra
posición, e igualmente sorprendidos. Eran dos hombres y una mujer, mientras que
de nuestro lado estábamos dos hombres, una mujer y Elisa, a quien habíamos
bajado amarrada porque no dejaba de chillar y tratar de escapar para regresar a
su hogar submarino. Ambos grupos nos escondimos en la jungla mientras que el
suelo temblaba con violencia. Del centro del lago emergía la ciudad submarina
de R’lyeh. Sus retorcidas columnas negras repletas de limo salieron como los
colmillos de una bestia feroz. Cuando empezaron los disparos corrimos a los
pilares, cargando a Elisa con muchas dificultades. Nuestros agresores se
escondían entre la vegetación y estaban decididos a matarnos.
- Él es Vander van Soest, él es
nuestro enemigo.- Gritó el líder de su grupo, Vernon Ingersoll.- Llegó para
despertar a los Antiguos.
- No te hagas al gracioso,
maldito pirata holandés.- Gritó Nestor.- ¿Pensabas que nadie podría impedir que
terminaras tu sacrílega misión? Debe matarte por dentro saber que fallaste en
tu único propósito en el mundo por más de tres siglos. Tu magia es
inconfundible.
- Dios mío.- Pude ver al otro
hombre, Benson, que parecía estar casi tan enloquecido como la pobre de Elisa,
que agitaba a Vernon del cuello de su camisa.- Crin Antonescu te reconoció.
Hasta ahora lo relacioné, te apuntó y te dijo algo porque sabía quién eras.
¿Pasó lo mismo con Farisal ibn Kaliq?
- No seas absurdo Jim.- Dijo
Vernon.- Si yo fuera van Soest, ¿por qué habría detenido que envenenaran los
ríos que nacen del Himalaya? Así es Cusamano, ¿no te enteraste que Antonescu,
ibn Kaliq y Dorje están muertos? No envenenarán a nadie en el infierno donde
pertenecen.
- Me cuidabas más a mí porque soy
tu pariente...- Benson no parecía convencido.- Y por eso conociste tan bien a
la ciudad sin nombre. Por eso sabías de los hongos y de dónde encontrar todo.
- James, escúchame bien.- Vernon
le quitó las manos de encima y le miró con la tristeza más profunda que haya
visto antes.- Yo soy Vander van Soest, pero no soy la misma persona que crees
que fui. No realicé toda esta expedición para despertar a los Antiguos, sino
para detener a Cusamano de hacerlo.
- Monstruo.- Benson se le tiró
encima, ahorcándolo. La mujer, Julia, trató de detenerlos golpeando a Benson
con la culata del enorme arponero que traía consigo, y tuve un tiro limpio a su
cabeza, pero por más que Nestor insistía no quise tomarlo.- ¿Cómo pudiste matar
a toda esa gente? Nos usaste desde el principio.
- James, por favor...- Decía
Vernon entrecortadamente.- Los Impuros quieren que suceda, que destruya los
sellos que yo nunca tuve oportunidad de destruir, por eso los hemos estado
luchando desde el principio. No es lo que crees. Quieren despertar a todos a la
vez, los cultistas lo quieren detener porque quieren despertar a uno solo,
ganar sus favores. Si me matas, ellos ganarán. Viene antes de tiempo.
- Un segundo.- Me agaché entre
los enormes pilones y miré a Eva y a Nestor.- La profecía del que viene antes
de tiempo... Los cultistas no quieren que pase, no así. Lo que el hombre dijo
en el volcán, quería dormirlo y no despertarlo.
- ¿Qué dices?- Me preguntó Eva.
- Piénsalo, el misterioso
despacho de Andrade. Los asesinos no estaban ahí, pero tenía que hacerlo para
recoger solo aquellos que no llevaban su nombre. La sustancia que le dio a
Silas, lo relajó porque era para matarlo, después de todo ya había cumplido su
parte en el plan.
- Percy, ¿cómo puedes creer eso,
después de todo lo que hemos vivido?- A Nestor no le gustaron mis acusaciones,
y mucho menos que pusiera mi Thompson en su cara.
- Y el peor de todos... Le di la
dirección de mi hermana para que le mandara dinero, por eso la encontraron.
Pudieron haberla matado Nestor.- Elisa gritó histérica mientras terminaba de
roer sus amarras y se liberaba. La confusión de Elisa corriendo entre los
torcidos pilares para lanzarse al agua fue lo único que evitó que jalara el
gatillo.
- Dios mío Percy, tienes razón.-
Eva bajó mi arma y apuntó su revólver al cuello de Nestor.- Mató a Silas, el
maldito nos usó desde el principio. ¿Crees que podamos confiar en los otros?
- No sé, el maldito ese es Vander
van Soest.
- Tienes razón.- Eva se volteó y
me disparó en la pierna. Caí al suelo y levanté el arma, pero fue muy tarde.
Eva Fontaine sonrió y me dio un culatazo en la cabeza. La miré desde el suelo
mientras las luces se apagaban. Lo último que dijo fue.- Descuida, te comerá a
ti primero y será indoloro.
CARTA
DE VANDER VAN SOEST
1 de septiembre, 1850
Peter Orne,
La locura que me ha aquejado todo
el año se debió a un ajuste de perspectiva. Como bien sabes eso es normal entre
nosotros. Quienes no están dispuestos a aceptar que son menos que polvo en el
gran abismo infinito del caos pierden la cordura. Aquellos que se sobreponen,
como tú y yo, somos capaces de alcanzar grandes cosas en honor a los Otros
dioses, a los Verdaderos Dioses. Gente como tú o como Antonescu han sido
receptáculos de una sabiduría transhumana. Yo he logrado más, y por eso me
llaman con afecto “su alteza macabra”. Lo que yo he logrado, no creo que nadie
pueda duplicarlo jamás. He visto el horror en los rostros de miles de personas.
He lamido el sudor que solo aparece con el pánico que suscita encontrarse con
un cuchillo enterrado en las vísceras. Me he visto a mismo en los ojos
aterrorizados de docenas de mujeres que, con indescriptible horror que
satisface a nuestros oscuros amos, me miran mientras devoro sus entrañas
calientes. He estado en los pilares de Carcosa, he visto la explosión de
estrellas moribundas más allá de las Pléyades, he montado a Ithaqua, he
acariciado al Durmiente y sentido el pulsar de Yog-Sothoth. Es por eso que me
han honrado con su amistad, su asistencia, su dinero y su lealtad.
Me
he sobrepuesto a la locura asesina y he entendido algo que va más allá de lo
que ustedes podrían siquiera imaginar. He visto lo ínfima que es la existencia
humana y, con toda sinceridad, me parte de la risa. Más allá de los horrores,
la sangre, los sacrificios, los parásitos extradimensionales que prácticamente
convocamos para nuestra diversión, y más allá incluso de los dioses, reside la
eterna e infinita ironía de la existencia. Y me parte de la risa. La
determinación fogosa que por siglos me impulsaron a avanzar en nuestro glorioso
sendero de miedo consumía mis esfuerzos. Lo francamente hilarante de la ironía
universal me da vida.
Contentaré
al ridículo culto que me enviaste al abrir el pasaje, pero sólo lo haré para
ofrecerlos como sacrificio y después cerraré las vías para siempre. Para cuando
leas esto ya será demasiado tarde. ¿Para qué quiero un planeta entero si no me
puedo reír de gente como tú? Con las vías cerradas me quedaré con todos estos
maravillosos poderes, con todo su dinero y con mi preciada inmortalidad. Mi
última burla al mundo será dejar de ser Vander van Soest.
En mi defensa, lo debiste haber
visto venir. Después de todo, soy un pirata de corazón.
Riéndome de ti por toda una
eternidad de lujos y placeres, tu Alteza macabra,
Vander van Soest.
Post-data JA JA JA JA JA JA JA JA
JA JA JA JA
REPORTE
DE VANDER VAN SOEST
Sobre lo ocurrido el 23 de mayo,
1928 y para completar la entrada del diario de Percy Collins.
Cuando
Eva Fontaine le disparó y desmayó a Percy Collins, Julia la mató con su rifle
con una pala justo en el temple. Habíamos escuchado toda su discusión, pero
aquello no convencía a Benson. Se lanzó encima de mí mientras Julia y yo
corríamos por la ciudad sumergida, disparándole a Nestor quien cargó los
explosivos submarinos en su cinturón y se lanzó al agua. Nos deslizamos por el
limo hasta las sogas que la expedición de Nestor había llevado y James trató de
usarla para ahorcarme. En su histeria sus esfuerzos eran el doble de fuertes y,
de no haber sido por Julia, me habría matado ahí mismo.
- Este no es momento, lo matas
después.- Dijo Julia.- Yo tampoco le confío.
- Regresa al barco James, no creo
que logremos matar a Nestor.- James me golpeó en la nariz y caí sentado.-
Supongo que me lo merezco.
- Te mereces un cuchillo en la
garganta.
- No hay tiempo, Nestor se lanzó
al agua para volar los sellos.- Julia me levantó del suelo.- ¿Qué hacemos?
- Nos zambullimos. Trae tu arpón.
Julia
y yo nos echamos al agua, y al ver hacia arriba pude ver que el cielo cambiaba
de color. Estaba pasando, Yog-Sothoth cruzaría la Puerta en cualquier momento. Los
sellos de la entrada del templo de R’lyeh no estaban lejos y Nestor ya había
colocado un explosivo. La otra mujer, Elisa Ellery, se convirtió en un híbrido
entre humano y batracio y nadando a velocidades increíbles instaló otro. Julia,
azul de tanto aguantar la respiración, le disparó su arpón dándole justo en la
pierna y, jalando de la cuerda, regresó a la superficie.
Yo
aprendí a aguantar la respiración por quince minutos en Singapur, pero mi
ventaja era limitada, pues los Profundos empezaban a salir de sus cavernas.
Aquellos peces con cuerpo humano no parecían interesados en nosotros, en cambio
buscaban despertar a la progenie de Cthulhu en lo más profundo y, cuando eso
pasara ellos dominarían las aguas. Logré quitar una de las minas entre aquellas
columnas de 45º que parecían apuntas a todas partes. En la confusión no pude
ver a Nestor, quien nadaba justo detrás de mí y consiguió cortarme con su largo
cuchillo. Nadé entre los anchos picos sobre la entrada del templo,
escondiéndome de sus furiosos ataques. En aquellas aguas aceitosas y mugrientas
no vi la cuerda hasta que me golpeó en la cabeza. Julia tiene su carácter, pero
también su sentido del humor. Me aferré de la cuerda y dejé que Nestor se
acercara a mí. Me apuñaló en el hombro y ésta vez le agarré de la muñeca,
jalando la cuerda con la otra mano.
Nestor
se removía histérico. Los Profundos habían despertado a la progenie de Cthulhu
en sus celdas submarinas y por el resplandor en sus ojos pude ver que no
estaban felices de verme de nuevo. La cuerda subió rápidamente y levanté mis
piernas a tiempo antes que un enorme tentáculo pudiera agarrarlo. Julia me
ayudó a levantarme y con ayuda de Benson jalamos a Nestor. Trató de huir hacia
las columnas, pero James le disparó en la cabeza repetidas veces. Elisa Ellery
se había transformado completamente en una criatura del mar, y ahora estaba
muerta sofocada. Les alerté de la progenie y corrimos de la orilla. Julia
recordaba esos enormes tentáculos de su encuentro cercano en Australia. Fue
entonces cuando miré al cielo, era el mismo espacio sideral que habíamos visto
desde el barco, pero era peor. La Puerta estaba ahí, pero muy lejos. Algo
empezaba a salir, congelado desde hacía millones de años. Algo tan grande como
una ciudad, algo que se acercaba cada vez más. Algo que, detrás de todo ese
hielo, nos miraba con sus tres pupilas.
Benson
gritó y señaló el cuerpo de Nestor, que estaba de pie y sin parte del cráneo.
El tronido de la caja torácica era inconfundible. Su cuerpo de hinchó hasta
proporciones cómicas, y después la piel comenzó a partirse. La parte inferior
seguía siendo la misma, pero la parte superior era una especie de aterrador y
repulsivo árbol con un tronco que pulsaba y enormes venas, sus ramas se
deslizaban como serpientes y variaban en tamaño. Si existe un árbol de la vida,
aquel era el árbol de la muerte. Sus raíces le sostuvieron de pie al cuerpo de
Nestor, mientras que continuaba ascendiendo y lanzando sus ramas. El ojo, y
toda la criatura congelada, continuaba acercándose. El hielo empezaba a
partirse. El ojo medía docenas de kilómetros de largo y pronto ocuparía todo el
cielo. Pronto se tocarían. Pronto estaríamos en el apocalíptico epicentro del
renacimiento de los Antiguos. Las raíces que empezaban a cubrir a todo R’lyeh
romperían los sellos y, cuando se tocara aquel árbol de la muerte con uno de
los ojos de Yog-Sothoth, entonces todo estaría terminado.
- No toquen las raíces.- Corrimos
entre los pilares, saltando sobre las raíces y agachándonos de los golpes de
aquellos tentáculos furiosos. Llegamos a la selva y miramos a los tentáculos
que salían del mar, ahora eran casi diez de ellos. Pronto serían cien.- James,
necesito que confíes en mí.
- Eres Vander van Soest, no me
pidas eso.- Benson estaba pálido y temblaba como una hoja.
- El destino de toda la humanidad
está sobre tus hombros. Yo sé que es injusto pedírtelo, pero la única manera de
detener el ascenso de R’lyeh es con el barco. Está anclado del otro lado de
esta selva, a un lado de una de las entradas del río. Tienes que meter el
barco, y asegúrate que tenga mucha gasolina. La progenie de Cthulhu hará el
resto.
- Pero quedaremos atrapados.
- Ahí entra la parte de la
confianza. Lo haría yo, pero tengo que lidiar con eso.- Los Profundos empezaban
a salir a la superficie, conforme R’lyeh temblaba y ascendía poco a poco.-
Julia, tú quédate aquí y ayuda a James a saltar del barco cuando lo meta.
Corrí
de regreso a R’lyeh y recuperé el cuerpo de Percy. Me quedé con la Thompson
mientras Julia le llevaba a un lugar seguro. Los Profundos son increíblemente
veloces en el agua, y sus garras son capaces de reventar el caso de barcos
pequeños, pero su escamosa piel no es muy dura. Me defendí de sus avances,
mientras esquivaba las ramas serpentinas del árbol que ahora medía más de cien
metros de altura y sus raíces debía estar cubriendo gran parte de R’lyeh. Los
Profundos venían específicamente por mí, y contaba con eso. Quizás los demás
tendrían la oportunidad de escapar.
El
ojo sobre nosotros cubría todo el horizonte y me miraba a mí. Me quería de
regreso. El olor de la pólvora era lo único que mitigaba el nauseabundo hedor
del mar muerto. Muerto más allá de toda muerte. Cuando se acabaron las balas de
la Thompson usé los dos revólveres. El barco entraba por el río que era apenas
lo suficientemente grande para dejarlo pasar. Miré de reojo al árbol de la
muerte, pulsaba con una vida maligna y los hielos más grandes crujieron, era el
cuerpo de Yog-Sothoth saliendo de las aperturas de la Puerta. Las balas se me
acabaron cuando Benson saltaba del barco hacia la selva. Tres enormes
tentáculos se habían agarrado del barco. James usó el ácido que quedaba para
hacer una bomba. La explosión fue feroz y me lanzó al suelo. El barco se hundió
justo frente a la entrada del templo del dios dormido. No era suficiente, pero
podría retrasar el apocalipsis. Sin balas, aún mareado por la explosión, y
apenas armado con un cuchillo de cazador me defendí de los Profundos. Uno de
ellos se lanzó sobre mí, mientras que otro metía sus garras en mi herida del
hombro. Mis gritos de dolor solo les animaban más. Debía saberlo, yo lo había
visto miles de veces. Uno de la progenie de Cthulhu debió haberme olido cerca,
pues su tentáculo reptaba por entre las ruinas ardientes del barco “Old Glory”.
Sostuve el cuello del Profundo sobre mí, sus colmillos a centímetros de mi
cara.
El
disparo fue increíblemente certero. El Profundo cayó muerto. Hubo otro disparo,
y después otro. Julia y su excelente puntería me habían salvado la vida. Benson
me ofreció la mano y me ayudó a levantarme.
- No podíamos dejar que te
mataran.
- Quizás haya sido en vano.-
Señalé al cielo mientras corríamos a la selva. Una punta del hielo cósmico
estaba a un metro del árbol, ahora tan grande que su tronco ocupaba casi todo
el espacio de la fracción superficial de R’lyeh.
- Quizás, pero al menos
peleamos.- Al ver lo que quedaba del cuerpo de Nestor Cusamano se me ocurrió la
idea.
- ¿Tienes un arma?
Tomé
su revólver y les grité que corrieran a la playa del otro lado de la selva. Uno
de los Profundos corría hacia mí con sus cuatro extremidades, como un perro
subido del infierno submarino para arrastrarme con él a una eternidad de
tormentos. Le disparé justo entre los ojos mientras corría entre los pilares,
ahora cubiertos totalmente por sus raíces. Me deslicé debajo de una gruesa rama
que se extendía hasta el mar. Seguí avanzando hacia mi muerte con calma, aún
sabiendo que la punta del árbol de la muerte comenzaba ya a flirtear con los
hielos cósmicos que se reventaban sobre nosotros con unos crujidos tan potentes
que sonaban como cañones. Le disparé a otros dos profundos mientras que con el
cuchillo me habría paso entre las lianas y las ramas hacia el tronco. Nestor se
había dejado el cinturón de explosivos submarinos. Jalé todos los interruptores
de todas las bombas y salí corriendo. Mirando sobre mi hombro noté que los
Profundos no me perseguían, sino que miraban al cielo. El hielo en uno de los
ojos de Yog-Sothoth se cuarteó seguido de un grito gutural e infinitamente
lejano. El agua de R’lyeh se iluminó de verde brillante desde su base cuando me
adentraba en la selva.
El
sonido fue ensordecedor. El espacio entero chillaba aumentado por el eco de
incontables galaxias de lejanía. Empujé a Julia y a James, quien cargaba a
Percy como costal, al agua cuando las bombas explotaron. Fue un segundo sonido
ensordecedor, pero éste fue seguido de un resplandor enceguecedor. La explosión
evaporizó el pequeño estrecho de selva y nos lanzó varios metros al agua. Nos
sumergimos lo más posible mientras que la gigantesca bola de fuego lo cubría
todo a kilómetros de distancia. Cuando emergimos ya no quedaba nada de la
selva, ni nada de aquel diabólico árbol de la muerte. El cielo, en un parpadeo,
regresó a su azul normal. Nos habíamos salvado. Estábamos demasiado agotados
para celebrar. Caminamos hacia el lago central para ver lo que quedaba de
Nestor Cusamano, poco menos que cenizas. La ciudad, y todos los horrores que en
ella habitan, regresaron a su lugar. Apliqué un torniquete con mi camisa
ensangrentada y me quité mi medallón de dragón para apretarlo repetidas veces.
- Te dije que algún día me
salvaría la vida.
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
19 de noviembre, 1890
Ésta
será mi última anotación, ahora que empiezo a vivir mi último capítulo de mi
vida. Entré en contacto con el club Enoc en Berlín. Sabían quién era y me
acogieron como a un héroe, pero yo no me siento así. No solo por las
monstruosidades que cometí bajo el influjo de esa perversa idolatría, sino
porque no pude cerrar los caminos a tiempo. Ese idiota tenía que jugar a ser el
héroe. ¿Por qué no pudieron detenerme antes, cuando estaba seducido por las
oscuras promesas? Me tenían que detener cuando hacía lo único bueno en toda mi
vida.
Parece
que los dioses tuvieron su venganza. Conservo algo de mis habilidades mágicas y
de una inmortalidad que no requiere de elixir alguno. Eso no es bendición, es
el retorcido humor del cosmos. Viviré para atestiguar el fin del mundo. Vendrán
por mí y mostrarán conmigo la vileza, la saña y la crueldad más insólita. Pero
no cuentan con que sea, en el fondo, un pirata. Pelearé para ganarme cada
segundo del poco tiempo que me queda. Haré trampa. No puedo ganar, pero vale la
pena pelear.
Me
cambié el nombre legalmente a Victor van Allen después de entregar todos mis
papales al club Enoc. Me dejaron matar a Peter Orne yo mismo. Uno menos, faltan
cientos. Tendrán este diario y todas mis anotaciones. Con mi ayuda el club
busca mantener cerrado el paso a los Antiguos y a los que moran en pesadillas
más allá de las estrellas.
REPORTE
FINAL
6 de agosto, 1928
Le
había telegrafiado las coordenadas a Pierre y Benson había tenido el buen tino
de salvar uno de los botes salvavidas del Old Glory. En el largo viaje les
expliqué que ya no era el pirata hechicero y creo que me creyeron. La señal del
medallón fue lo suficientemente fuerte para ser captada desde el aire y nos
recogieron al día siguiente. Insistí en que todos me acompañaran a Alemania.
Especialmente Percy, cuya herida se había infectado.
Investigaciones
posteriores muestran que Manolo Nestor Cusamano era un mago de la Golden Dawn y
que entró en contacto con los Impuros en Roma. Tardó más de dos años en
organizar todo el montaje con su hermana Eva, quien se hacía pasar por Eva
Michelle Fontaine. Necesitaban de mano de obra, por eso el encubrimiento. Los
otros diarios seguían en el barco en que el grupo de Percy llegó al atolón y
los pudimos recobrar sin problemas.
La
información recopilada a lo largo de la expedición ya ha empezado a rendir
frutos. Con las muertes de Antonescu e ibn Kaliq fallecen las dos únicas
personas que podrían reconocerme como Vander van Soest, y mentiría si digo que
no se sintió bien el eliminarlos.
Percy
Adam Collins se mejoró y se mudó a vivir con su hermana Miriam en Chicago. El
club ha contratado un detective privado para protegerlos, sólo por si acaso.
Julia Annet Delon entra y sale de hospitales psiquiátricos y ha aceptado
trabajar para el club. Su única condición es que no quiere involucrarse con
nada que implique viajar. James Samuel Benson regresó al clero y aún mantiene
correspondencia con Ewa O’neal. James oficia misa aquí mismo en Berlin, aunque
tuve que insistir mucho para que aceptara. Lo quiero tener cerca, después de
todo es la única familia que tengo. Asisto cada domingo, incluso dejo que
confiese mis horrores. Parece hacerlo feliz, así que lo hago.
En
cuanto a mí persona, solicito urgentemente unas largas y tranquilas vacaciones.
Al menos hasta que los cultos se calmen, como parece que lo han estado haciendo
en Sudamérica, y hasta que nuestros agentes del club eliminen a los Impuros con
los que nos topamos en nuestro viaje. Después de mis vacaciones me gustaría que
me asignaran algo más tranquilo, como el proyecto mecánico en el que trabaja el
club Enoc, ese misterioso “proyecto Frost” del que tanto he oído, sobre esas
extrañas botellas con péndulos.
Sea como sea, es bueno estar en
casa. Quedo a sus órdenes,
Victor van Allen.
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