jueves, 23 de julio de 2015

Sangre en la nieve

Sangre en la nieve
Por: Juan Sebastián Ohem


            La nieve cayó por días. La ciudad se congela para navidad. La gran separación. Chimeneas, regalos y pavos para unos. Hielo en el asfalto y sangre en la nieve para otros. Gordon Chester Trimble es de la segunda variedad. Santa Claus de tienda departamental. Muerto en el callejón del bar “Congo”. A nadie le importó en vida, a excepción del que le disparó por la espalda. Tiro a quemarropa. Turno de cementerio. Todos se fueron a sus casas. El teniente se aseguró que yo quedara a cargo. Los uniformados que lo reportaron tienen el mismo humor. Muchos chistes de Santa Claus. Nos congelamos en el callejón mirándolo lentamente congelarse. Gordon debía estar acostumbrado a que se rieran de él.

- Fueron los renos, pásalo a anti-bandas Oz.
- Estoy tentado. ¿Qué clase de degenerado muere en navidad? Mis planes de emborracharme en el precinto se fueron al caño.- Me agacho para quitarle el abrigo, los de azul me chiflan. Necesito revisar sus bolsillos, aunque imagino lo que habrá en su cartera. Un dólar y un cupón de desayuno en la tienda departamental “Holt’s” a pocas cuadras del Congo. Llaves de su departamento, y otra llave que me llama la atención. Una llave de candado con inscripción de goma “Astor #9”.
- ¿Qué podía tener guardado, su autoestima?
- No, esa la empeñó para comprarse el traje. Esperen al forense, iré de compras.

            No les digo que el forense está ocupado. Autobús volcado por la nieve. Diez muertos. Estarán ahí hasta la noche. Manejo hacia Holt’s. Ventas navideñas. Fiebre y crédito gastado. Niños llorando. Padres que olvidaron comprar regalos. Quisiera decirles que mataron a Santa. Me contengo. El rompope que robé de la división de vicios tiene más piquetes que un cojín de agujas. Un trago y me regresa el calor. No hay suficiente alcohol en el mundo para entrar a una tienda departamental en la tarde del 24 de diciembre. Me abro paso a empujones, placa en mano. Soy Moisés y parto el mar rojo. El de seguridad me indica que le siga. Un gorila con cara de pocos amigos. Es un manicomio con elevados precios. Nada como comprar el amor de tu familia con juguetes. Dos pisos de turbas compradoras. El tercer piso tiene los escritorios de secretarias, los cubículos de los ejecutivos y las oficinas del dueño. Me asomo del balcón, son como hormigas enloquecidas. No se pondrían tan frenéticas si supieran que mañana se acaba el mundo. Vibra diferente en las oficinas. Todos a pie de guerra, pero nadie trabajando. Me miran nerviosos, aunque no tan nervioso como el dueño y el gorila que le sigue de cerca. Edgar Holt es un obeso bonachón que suda aceite de cocina. La alarma está funcionando, técnicos nerviosos. No saben como apagarla. Eventualmente desesperan y arrancan cables. El ruido era molesto, aunque no tanto como la gente.
- Le puedo asegurar que todo está fantásticamente bien.- Todos los burócratas están de pie. Todos miran al gorila que acompaña a Holt con una mirada de odio. Debe tener una definición liberal en cuanto a lo que es fantástico.
- Claro, los técnicos son parte de la decoración, ¿no es así?
- Claro, claro, entiendo lo que dice. Un mal funcionamiento, eso es todo. No tenían que enviar a un detective para algo tan trivial.- Le muestro la placa, pero no entiende los números.
- Homicidios. Oz. ¿Conoce a un Gordon Chester Trimble?
- No creo, no.- Camino hacia las mesas de secretarias, eso le pone nervioso. Bolsas abiertas, cajones y maletines, todo revisado. El gorila lanza miradas a una oficina, puedo adivinar la forma de una caja fuerte tras el vidrio ahumado.- ¿Cómo era?
- Era un sujeto genial, regalaba juguetes a los niños. Se metía a las casas a la mitad de la noche a robar leche y galletas, o según eso tengo entendido. Era flaco, feo, medio calvo, nariz ganchuda y vestía un traje rojo y una barba falsa.
- ¿Uno de mis Santa Claus?
- Sí, y lamento decirle que no podrá volver a usar esa chaqueta roja, tiene un lindo agujero de bala en él y algo de sangre.
- Hay dos turnos de Santa Claus. Uno de los turnos terminó hace poco, el otro acaba de empezar.- Holt se seca con un pañuelo amarillento. Le tiemblan las manos. A su mascota no.
- ¿Qué hay de ti, preciosa?- Le preguntó a la secretaria que sigue de pie, del otro lado del escritorio. Me mira, se sonroja y ve sus zapatos.
- No moleste a los empleados.- El gorila me pone una mano en el hombro. Le tomo por sorpresa. Lo azoto contra el escritorio con el brazo. Tiene una placa en su chaqueta deportiva.
- Dante Kramer, detective privado. ¿En qué feria ganaste esto?- Me la arranca de la mano y se contiene de golpearme.- Es el nombre más falso que he oído en mi vida.
- Pues si no le gusta detective, es su problema.
- ¿Y cuál es el tuyo? No viniste a agrandar tu colección de muñecas, ¿qué haces aquí?
- Eso es confidencial.
- No, eso es secreto. Confidencial es la manera que te aplastaré el cráneo con esa máquina de escribir hasta que me lo digas.- No alzo la voz. No gesticulo nada. Le miro a los ojos. El sujeto es duro. Cara que parece tallada en madera. Puños grandes y con marcas de pelea.
- Tuvimos un robo a mi caja fuerte. Se llevaron algo de dinero. Nada que el señor Kramer no pueda solucionar. No es necesario agitarse tanto. En cuanto a ese señor Trimble que encontró muerto, no sé cómo ayudarla.
- ¿Dónde encontraste a Santa Claus?- Kramer se tranquiliza un poco.
- Esa es la peor parte, detective Kramer. Lo encontramos dentro de una casa, haciendo cosas que el Santa de los cuentos no haría, y con una mujer ya mayor. No que la mujer se haya quejado.
- ¿Cómo se llama la mujer?
- Deberías conocerla bien Dante, es tu madre.- Holt se interpone para que no me arranque la cabeza. Las secretarias se ríen. Llegarán tarde a sus cenas navideñas, al menos irán con una sonrisa.

            No quiero ir al precinto, no aún. Me doy una vuelta por el departamento de Gordon Trimble. Morton. Nada más deprimente que Morton en navidad. Hasta los camellos están deprimidos. Se congelan hasta los huesos, porque los adictos necesitan su medicina sin importar qué día sea. La clase de edificio que sigue en pie porque es demasiado sórdido para morir. La negrata en mini-falda me pide caridad. Su piel está azul. Los dólares que le doy no la llevarán a la cocina de la esquina, pero se los doy de todas formas. La época de dar, después de todo. Gordon vivía en el tercer piso, entre departamentos de lujuriosos degenerados y gritones. Lindo lugar para llevar una cita. Uso sus llaves, los seis seguros abren fácil. No que tuviera mucho que quisiera proteger de los ladrones. No tenía mucho, pero alguien lo revisó todo a conciencia. El colchón tirado, radio en el suelo y destrozada por si escondía algo adentro. Gordon conservaba las fotografías de su matrimonio anterior. Un pequeño altar de tabiques, una velita y las fotos pegadas a la pared de yeso con tachuelas. Ahora esparcidas por el frío suelo de cemento. Mujer guapa, varios hijos, viaje de pesca y un cumpleaños. Vivía en el pasado. No se lo recrimino. Su presente apestaba y no tenía futuro. Me bebo su última cerveza en su honor. Un tributo cursi, pero le habría gustado verlo.

            En el viaje al precinto trato de imaginar a Gordon Trimble como ladrón de cajas fuertes. No puedo. Tendría sentido. Quizás no se diferenciaba de los perdedores en ese centro comercial. Quizás pensó que el dinero retrocedería el reloj. Estaba equivocado. El tiempo se dispara y no puede regresar, como una bala, y duele todavía peor. Gordon Trimble desaparece de mi mente en cuanto estaciono. Eddie Bosch me espera recargado contra su auto. Colillas a sus pies. Eddie es el jefe de detectives. Un tipo de cuidado. Hemos hecho dinero juntos. Él subió como la espuma, yo me quedé en el lodo. Bosch me protege. Nada como rascarse las espaldas mutuamente como para cimentar una amistad. Si él está involucrado habrá dinero y sangre. Tiene la cara de un político. Su corte de cabello cuesta más que toda mi ropa junta. Sonrisa de campeón. Derrite corazones y deshace carreras. Tiene el traje para combinar. Tres piezas. Ni una arruga. Me sonríe, sus ojos viéndome de pies a cabeza. Zapatos sucios, pantalones arrugados, camisa manchada, saco viejo y una gabardina que parece que duermo en ella. Me quité la corbata en cuanto le vi, antes de salir al auto. Roja con puntos verdes, no necesito esa clase de bromas.
- Larry, pequeño salvaje, ¿cómo estás?- Estrechamos manos y nos abrazamos. No quiere entrar. Yo tampoco. Le acompaño fuera de su auto. Bebo de mi licorera. El rompope pega como patada de mula y se ríe.- ¿Sigues robando a los de Vicio?
- Los robo ciegos, siempre culpan a Harris, pobre diablo. Ya casi es de noche Eddie, pensé que estarías cenando con el gobernador o algo así.
- No este año. Vienen visitas de mi esposa. No soporto la locura de cocinar y arreglar todo. Pensé en visitar y desearte feliz navidad.
- Linda mentira. El que la hayas pensado en el camino es un cumplido.- Se ríe. Eddie siempre se ríe. Toma un cigarro de su cigarrera de oro y me ofrece otro. El gobernador se la regaló en su cumpleaños, y el alcalde le regaló su encendedor de oro.- ¿Cuánto dinero le robaron a Holt?
- Eres rápido.
- El frío me acelera.
- No es el dinero en lo que estoy interesado. ¿Sabes la historia del Hermes del Balmoral?
- Claro, pero repítemela.
- Es una estatua de Hermes, de la época de los griegos. Fue regalada al gobierno británico tras la independencia de Grecia, con cierta ironía por supuesto. Todos sus dueños han muerto, fue pasando de manos hasta llegar aquí. Edgar Holt la compró en medio millón de dólares a un chico rico francés que no tenía idea de lo que su fallecido abuelo guardaba en su sótano.- Eddie deja de sonreír y luego sonríe aún más. Eso nunca es bueno. Es la sonrisa de me atrapaste, pero te destrozaré.- Tenía a un equipo listo para robarla esta tarde. La navidad era el momento idóneo.
- Algo salió mal.
- Estoy congelándome el trasero contigo en vez de estar cenando con mi esposa e hijos, ¿tú qué crees?- Le paso mi licorera y le da un trago fuerte. Me parto de la risa cuando empieza a toser.- ¿Qué tiene esa cosa, anticongelante?
- Entre otras cosas. Bueno para las arterias Eddie.
- Sí, si eres un coche.
- Háblame de tu equipo, y del dinero.
- Les ofrecí 500 mil, que es lo que te ofrezco a ti. Lamentablemente, según me acabo de enterar, la competencia les ofreció más. Nada como la avaricia para destrozar un plan.
- ¿Quiénes son tus competidores?
- Harlan King y James Rooney. Creo que los conoces. No son pesos pesados, pero son de cuidado.
- Harlan King, ¿el que tenía esa fábrica ilegal de licores en el cine Walden?
- Sí, el que cerraste y te llevaste el dinero.
- Oye, fue 50 y 50.
- Tu aritmética jamás dejará de sorprenderme.
- Así soy, un estuche de monerías.
- Como decía, el equipo contaba con tres personas. Eliza Tosh se haría pasar por secretaria para poder hacer un plano y sacar toda la información necesaria. Albert Brecker, un mago de cajas de seguridad. Lamentablemente, según acabo de escuchar, tiene fuertes deudas con un agente de apuestas llamado Charlie Rodino, un patán que trabaja para Harlan King. Robert Zelenko haría de conserje, venía recomendado por Albert Becker. Ellos incluyeron a ese tal Gordon Chester Trimble, un sujeto vestido de Santa Claus que estaría en el lugar y podría desaparecer entre todos los demás disfrazados. Cuando me dijeron que su nombre estaba en la radio, supe que todo había salido mal.
- 500 de los grandes es buen dinero. Lástima que haya competencia.
- Tendrás que moverte rápido Oz, y con todo ese anticongelante que estás bebiendo espero que tu corazón se convierta en motor. ¿Gordon tenía la pieza?
- Es posible. Holt detuvo a todos sus empleados, a los del tercer piso, los revisaron de pies a cabeza y también todas las oficinas y escritorios. Contrató a un detective privado, un pelmazo llamado Dante Kramer. Describe a los ladrones.

            Eddie Bosch tiene memoria fotográfica. Reconozco a Eliza Tosh, una de las secretarias. Al conserje, Robert Zelenko también, estaba en una esquina con cara de regañado. Me da la bendición papal y una palmada en la espalda. El asunto huele mal. Dudo que Bosch me vendería por algo así. El hedor a podrido está en todo lo demás. Los ladrones, cada uno prometiendo la pieza a los competidores, King y Rooney. El disparo a quemarropa. La llave de la bodega. El tráfico estará ligero, pero algo me dice que la noche será larga. Larga como un mal sueño. La noche empieza de camino a Holt’s. Será la última noche para alguien. Quizás para mí. Aún así 500 de los grandes es mucho queso. Perdí mi cuenta de ahorros tras el desastre en anti-bandas. Necesito rearmar mi plan de retiro y medio millón de dólares servirán bien. El dinero hace cosas raras con la gente. Los compradores en Holt’s lo saben muy bien. Edgar Holt también lo sabe. Estaciono frente a la tienda, el dueño está ahí con los últimos empleados, entregando raquíticos sobres de bono navideño. El pañuelo sudado aún en su mano.
- ¿Se acabaron las compras navideñas?- Salta al oír mi voz. Mira a su alrededor, pero sus mal pagados empleados no le tendrán la espalda y Dante Kramer no está por ningún lado.- El dinero no es lo único que fue robado. Suelta la sopa gordito, no querrás pasar la noche en una celda.
- El Balmoral, eso es lo que robaron. Mi estatua de Hermes, valía una fortuna detective.
- ¿Una fortuna?
- El tasador de antigüedades dijo que podía valer más de un millón.- Probablemente más, pero no le digo. Bosch puede gastar medio millón, Harlan y Rooney aún más que eso. No quiero romperle el corazón. No en navidad.- Por eso contraté al detective privado que usted conoció.
- ¿Alguna idea del ladrón?
- Buscamos por todas partes, pero la figura ya no estaba. En cuanto la alarma sonó llamé al detective, lo había usado antes, y detuve todas las actividades que podía detener. No podía cerrar la tienda, no en navidad.
- Sí, en eso contaban.
- Le daré 300 mil dólares si la encuentra antes que Kramer.
- Lo pensaré.- Por el reflejo del ventanal veo a un lindo par de ojos que reconozco. Es la secretaria con quien hablé en la tarde, la ladrona Eliza Tosh. Vigila todo en la callejuela que lleva al Congo. Gordon debió cruzarla horas antes, justo donde ella pisa ahora. Dejo que hable Edgar Holt. Dejo que se vaya. Cruzo la calle. La detengo del brazo. Me detiene de una mirada. Piel como porcelana. Ojos tan grandes como para ahogarte en ellos. Lo sabe.
- Déjeme ir, no he hecho nada malo.
- Sí, eso me lo supongo. Soy Oz, nos conocimos en la tarde. Trabajo para Bosch.- El nombre la tranquiliza. Tiembla de frío y me acompaña al auto, a la calefacción.- ¿Qué pasó y qué no debió pasar?
- La alarma, eso arruinó todo. No debía sonar. Albert debe tenerla. Abrió la bóveda en los quince minutos que el señor Holt pasa hablando con su esposa por teléfono, en la otra oficina. Como reloj. Gordon debió robarla de alguna forma, no lo sé. La alarma sonó, Becker ya iba de salida. Se supone que era agente de ventas. Pero no creo que la tuviera con él, lo registraron antes de salir.
- ¿A quién la ibas a vender?
- A Bosch.- Pone sus manos frente a la calefacción, toma mis manos para que haga lo mismo. Llevo guantes, pero aún así siente sus manos.
- ¿Y a quién realmente?
- A Bosch, es en serio. No me metería con el jefe de detectives. Harlan ofrecía 700 y Rooney 600. Por favor Oz, déjame ayudarte. Podemos compartir el dinero. Podemos compartir mucho más.

            Acepto la oferta. No le creo. No me cree. Es un empate. Necesitaré toda la ayuda que pueda conseguir. Tengo una pista, quizás algo que el asesino de Gordon no conocía, la bodega en Astor. Una débil nevada cae sobre la ciudad. Eliza Tosh me mira a los ojos durante el camino. Le ofrezco de mi licorera. Lo escupe en el suelo. Le digo que tiene estómago virginal, pero no hay de virginal en ella. No que me importe. Las mujeres son como el dinero. Lo hacen a uno hacer cosas raras. Aún así, el dinero no te abraza en la noche, ni te acuchilla en la mañana. Uso la radio policial para conseguir la dirección de las bodegas. Sin tráfico son diez minutos. No me hubiera molestado que fueran dos horas. No hay nadie, pero no me importa. Subo la pluma y entro sin invitación. El lugar no está mal, no son las clásicas bodegas roñosas. La llave abre el candado. Eliza me ayuda a abrir la reja y enciende la luz.
- Vaya.- Eliza silba sorprendida. Una mesa. Una sola cosa sobre esa mesa. El Hermes del Balmoral. Es una copia, no se teletransportó así nada más.
- Gordon Chester Trimble, ¿en qué te metiste?
- ¿Qué hacemos ahora Oz?
- Es pesada.- La tomo en mis manos y la examino. Parece sacada de la tierra, de hace miles de años. Es pesada y mide la mitad de mi brazo.- ¿A quién la iban a vender?
- ¿Otra vez con eso, corazón?
- No tengo tiempo para esto, princesa.- La tomo del brazo y la sacudo un poco. Ella cambia la tonada.- Alguien tiene el Hermes verdadero. Alguien tratará de venderla esta noche. ¿A quién?
- No sé a quién, pero te puedo decir una cosa. El matón que te enfrentó en la tienda, Dante Kramer, trabajaba para James Rooney. Me sorprende que no me haya reconocido.
- ¿Dónde podríamos encontrar a Rooney en una noche como esta?- Le ofrezco un cigarro. Una ofrenda de paz.
- Se me ocurren varios lugares.
- ¿Y cómo es eso, Eliza? Vamos nena, esas piernas tuyas se extenderán metros pero han recorrido kilómetros. ¿Cómo es que sabes tanto sobre James Rooney?
- Él y yo tenemos... Historia juntos.
- Me gusta la historia.
- Qué lástima, no beso y digo.
- Extraña política para una chica como tú.
- No te enojes conmigo Oz, es esta ciudad. En esta ciudad tienes que vender tu conciencia para vivir, o casarte con un viudo rico, pero eso suena como mucho trabajo.
- Tú matarías a cualquiera de un ataque al corazón.
- ¿Siempre eres así de galante, o sólo cuando implicas homicidio?- Tosh truena los dedos. Sus ojos se iluminan aún más.- Albert, él pudo habernos fastidiado a todos. Él tuvo la oportunidad. Sé que un tal Rodino le molestaba todo el tiempo, por dinero.
- Charlie Rodino, Bosch mencionó sus deudas de juego. Rodino trabaja para Harlan King.
- No me preguntes cómo encontrarlo.
- ¿No besas y dices?
- No besé, punto. King es un riquillo que cree que puede hacer lo que quiera y lamentablemente lo puede hacer.
- Yo sé dónde vive. Alguien como King estaría en casa con su familia. Vamos.- Le abro la puerta del auto. Ella acaricia mi brazo. Bate esas alas que tiene por pestañas. Empieza a hacer calor.

            Algo es seguro, ese Gordon no era el perdedor que nos hizo creer desde el principio. Una pieza falsa. Tenía un plan en mente. Su plan involucraba a alguien más. Ese alguien más lo mató. Una imagen trata de formarse. Conexiones por todas partes. Eliza, Dante, Rooney. La imagen no termina de formarse, porque no es una imagen, es algo que se mueve y cambia de forma todo el tiempo. Harlan King no ayudará en gran cosa, pero si puedo verlo a los ojos sabré si ya tiene la pieza o no. King hizo su fortuna asustando a sus competidores. Eliza tiene razón, un chiquillo adinerado que dejó de ser chiquillo hace mucho. El dinero compra muchas cosas, para todo lo demás están sus matones mafiosos. Su mansión en Marvin Gardens, en la mejor cuadra de la ciudad, sólo delata su pésimo gusto. Estaciono en la entrada de lo que bien podría ser una mansión francesa y caminamos hasta la puerta. Dejo la pieza falsa en el auto, es una linda ventaja que me dejó Gordon y no la echaré a perder. Un mozo abre la puerta. La placa no le sorprende, debe verlas todo el tiempo. Nos abre la puerta de servicio. Ya empezó la cena navideña. Me asomo en los corredores, puedo ver piezas arqueológicas de todas partes y cuadros que probablemente fueron robados de algún museo europeo. Entramos a la cocina y una puerta secreta se abre a un lado del refrigerador. Un sujeto nos indica que le sigamos.
- El señor King estará con ustedes en un momento.- Dice el sirviente. El otro sujeto no dice nada.
- Linda oficina.- Es la cava de vinos, con un escritorio traído de Europa y un sujeto amarrado a una silla entre las botellas de vino. El gorila nos mira con aburrimiento y regresa a golpear a su víctima.
- Yo soy Harlan King.- Cualquiera que se introduce a sí mismo en esos términos es un idiota. Harlan es un hombre de cabello castaño, distinguido y con mirada de curiosidad.- Él es Byron Morano. Disculpen sus modales, pero por eso es mi empleado.
- Oz, detective. Ella es Eliza Tosh.- Byron deja de golpear a su víctima y se acerca cautelosamente. Está armado y parece rápido. Es corpulento, pero no demasiado. El pelo negro engominado hacia atrás me recuerda a Dracula, con las mismas entradas y todo.
- No esperen que el caballero sentado se levante. Drake decidió no pagar lo que debía, Byron lo ha estado convenciendo desde la mañana.- Byron se limpia los nudillos ensangrentados y lastimados con el pañuelo de seda que Harlan le ofrece.
- El Balmoral.- Suelto la bomba. Byron no reacciona, pero Harlan sí. Retrocedemos hasta el escritorio. Siento el brazo de Eliza robándose el abrecartas de oro y depositándolo graciosamente en su bolso. Es buena, eso es innegable.
- Sí, los rumores dicen que está en la ciudad. Honor dudoso, considerado que ha matado a todos sus dueños.- La juega casual, pero está ávido y se relame de gusto. No la tiene, pero la quiere más que a nada en el mundo.- ¿Cuál es su interés en el Hermes del Balmoral?
- Puramente financiero. He oído que el precio ronda los 700 mil.
- Ha oído bien. ¿Puede entregarme la pieza?
- Cuando la encuentre lo haré.- Deja de sonreír.- No te desilusiones Harlan, la noche es joven.

            Al salir nos recogemos cola. Byron Morano nos sigue a dos autos de distancia. Harlan no la tiene, eso apunta a James Rooney. Sigo el tour de Eliza. Un paseo por el pabellón de la memoria que podría hacernos medio millón más ricos. Si es que sobrevivimos lo suficiente para usar ese dinero. No trato de perder la cola. Byron podría ser útil. El paseo de Eliza nos lleva por dos lugares, pero tenemos suerte en el tercero. Un restaurante pequeño, nada de clientela y las luces encendidas. Dante Kramer, el confiable detective privado de Edhar Holt, entra al callejón del restaurante con una bolsa de Holt’s. Aprovechamos la oportunidad, la ventana solo durará unos segundos. Lo tacleo al suelo, se resbala por la nieve hasta el callejón, mientras que Eliza hace el cambio. Habría funcionado, de no ser por los matones de James Rooney. Levantan a Kramer y a las dos piezas. Nos hacen acercarnos. Eliza reconoce a Robert Zelenko. Mundo pequeño. Colocan las piezas sobre un basurero, no pueden saber cuál es la verdadera, no a primera vista. James Rooney carga su revólver y sonríe. De una forma u otra, tiene al Balmoral.
- Eres una rata.- Le dice Eliza a Zelenko.
- Rooney paga mejor que Bosch, qué se le va a hacer.
- Te daré tu merecido Oz.- Dante no es mi fan número uno. No puede hacer nada. Tiene una pistola contra las costillas.
- No hay nada como el dinero ahorrado.- Dice Rooney. Sus labios finos hacen una sonrisa perversa.- Tú debes ser el hombre de Bosch.
- Así parece.
- ¿Y te ha estado resultando?
- La noche aún es joven.
- No tanto. ¿A qué viene esa sonrisa?
- No estamos solos.- Ruego porque Byron se avispe, porque haga su movimiento. El disparo viene de la callejuela, mata a uno de los matones. Dante Kramer prefiere recoger sus fichas y largarse. Rooney trata de tomar las piezas. Zelenko lo golpea por la espalda, trata de robar la pieza.
- Zelenko, maldito bastardo.- Rooney se une a los disparos. Sus matones lo jalan al restaurante cuando aparece Byron Morano. El gana a Zelenko por poco. Codazo contra la nariz. Se lleva el verdadero.

            Recupero mi pieza falsa durante el tiroteo. Nos escabullimos por donde llegamos. Zelenko hace como el humo y se desvanece. Uso la radio del auto para llamar una patrulla a la mansión de Harlan King y describo el auto y la placa de Byron. Eliza maldice. Yo lo hago también. Estuvimos cerca. A un par de balazos de distancia. La patrulla va a retrasarlo. No irá directo a King. Aprovecho lo que tengo. Pido propiedades de Byron Morano, tiene varias. Harlan King tendría docenas de departamentos para esconderse. No, Byron debe tener un lugar especial.
- Frena aquí.- Eliza prácticamente sale del auto, aún en movimiento. Entra a un cubículo de teléfono. La espero en el calor del auto. Nunca dije que fuera caballeroso.
- ¿Alguna suerte?-  Regresa titiritando al auto, pero sonriendo. Es más una mueca, pero en su bello rostro parece una invitación. Las serpientes hacen algo parecido.
- Conozco gente Oz, chicas que solían estar con Rooney, y luego decidieron estar con King.- Me roba un cigarro. Ya no quiere probar de mi licorera. Yo sí.- Wendy Markinson, esa chica causó una pequeña revolución. Voló del nido de Rooney, al de King. Sé que fue un lio de faldas, ahora sé con quién. Byron podría esconderse con ella. Tengo su dirección.

            Manejo tan rápido como puedo. Cada segundo es crucial. Medio millón de razones para prender la sirena y cruzar las avenidas como si no hubiera un mañana. Llegamos a la casa de Wenndy Markinson. Cursis figuras de Santa Claus en el césped delantero. Tienen luces rojas y me recuerdan a Gordon. El bueno para nada que casi se sale con la suya. Casi es muy relativo. La puerta está abierta. Marcas de suela. La patearon. Entro como el héroe de la película. Robert Zelenko me golpea en el estómago con la culata de su automática. No lo vi venir. La chica, Wendy, ella tampoco. Está gritando en su habitación mientras yo trato de recobrar el aire. Demasiado viejo. Demasiado tarde. Byron está escondido en la cocina. Zelenko reparte balas como caramelos. Se roba la pieza que descansa en la mesa y huye por el ventanal. Salgo arrastrándome. Eliza intenta taclearlo, Zelenko es demasiado rápido para ella. Byron maldice a todos los cielos y desaparece por la puerta trasera. Eliza me ayuda a subir al auto. Zelenko nos lleva ventaja. Byron sale despedido del garaje antes que nosotros.
- Admítelo Oz, los perdiste.- Tiene razón. Quince minutos y ya he visto al auto de Byron recorriendo manzanas varias veces.- Si tuviera un arma podría ayudarte mejor.
- Las niñas no deberían jugar con pistolas, ¿tu madre nunca te lo dijo?
- No me dijo muchas cosas. Además, soy confiable.
- El arsénico también es confiable.- Me golpeo en la frente. La relación Becker-Zelenko aparece de nuevo.- Albert Becker, ¿recuerdas que lo querías fastidiar? Podría estar fastidiándonos a todos. Él podría saber donde se escondería Robert Zelenko.
- ¿Y si la vende?
- ¿A Rooney? Lo traicionó en cuanto pensó que podría salirse con la suya. No, tengo la esperanza que no iría directo a él. Tengo la esperanza que recurriría a King.
- ¿Y tienes la esperanza que esa patrulla ayude?
- Tengo muchas esperanzas. Es la época, me pone festivo.
- Se nota.- Remarca, mientras bebo de mi rompope con anticongelante.- Si Becker cree que podría hacer dinero, hablaría con Charlie Rodino. Le debe una fortuna.
- Sí, le querría pagar antes que Byron redecore sus órganos internos como hizo con ese pobre diablo en el sótano de la mansión.

            Charlie Rodino es conocido. Tiene expediente. Usa el Coolies para operar. Un bar de mala muerte. Tan deprimente hoy, como en cualquier día del año. No fuimos los primeros con esa idea. Dante Kramer está aplanando la barra con la cara de caballo de Charlie Rodino. No se alegra de verme. No se alegra al ver mi pistola. Acerca su mano a su automática. Jalo el martillo. Aleja la mano. Puedo vivir con su mirada de odio. El detective privado se sirve un trago y resopla malhumorado.
- Este pez tiene muchos pescadores.
- Muchos. ¿Dónde está Becker?
- Con su familia.- Dice Rodino, mientras trata de sentarse en una banca.- Dijo que le sacaría dinero a su hermana para pagarme lo que debe. Eso es lo que le dije a este demente.
- ¿Y dónde vive la feliz familia Becker?
- Avalonn #67.- Pongo un vaso frente a Dante. Mientras me sirve le golpeo en la garganta. Azoto su cabeza contra la barra mientras pateo su banca y cae al suelo. Recupero su libreta de anotaciones. Aún tengo el instinto.- Está bien, está bien, no es Avalon.
- Figueroa.- Lo ayudo a levantarse. Le doy un trago. Le enciendo un cigarro. Señor bi-polar. Señor no-sé-si-matarte-ahora.
- Conozco a este asunto de arriba para abajo. Déjame acompañarte. No tienes opción Oz, el segundo que dejes este bar yo iré al mismo sitio. Es mejor si trabajamos juntos.
- Ya tengo compañera. No te ofendas Dante, pero a ella le queda mejor el liguero.
- Entonces nos estaremos viendo, Oz.
- No puedo esperar.

            Tiene razón. Me sigue de cerca. A veces no tienes otra opción. A veces cierras los ojos y abres el regalo bajo el árbol, puede ser carbón, o una granada. La noche es oscura. El viaje silencioso. Noche nublada, una oscuridad que las farolas no pueden combatir. Todas las casas están iluminadas. Esperaron todo el año para este día. Nosotros esperamos toda nuestra vida por un golpe como este. Eliza tararea una canción. Su mano sobre la mía. Dante Kramer viaja solo. Yo viajo con una cobra vestida de mujer. Aún así, no cambiaría lugares por nada del mundo. Mejor una chica lista que un pedazo de carbón.
- ¿Albert Becker?- El hombrecillo mira con pánico mi placa. Es de corta estatura. Tiene unos kilos de más y una calvicie total. Me mira a los ojos. Piensa correr. Mira sobre mi hombro. Dante Kramer se acerca trotando. Finalmente mira a Eliza no sabe qué pensar.- Calma, nadie te va a arrestar.
- Tú conoces a Robert Zelenko.- Le dice Eliza.- ¿Dónde podemos encontrarlo?
- No sé qué salió mal, es la verdad. Pero nadie hizo nada grave, menos yo. Yo me ensucié las manos y en cualquier momento podrían venir a arrestarme.- Mira al interior de la casa. Le sonríe a su familia. Nada pasa. Sólo algo de robo y muerte, pero nada de qué alarmarse.
- ¿Dónde?- Kramer lo empuja con el dedo. Lo alejo de un empujón. Becker me lo agradece. Al diablo con él, ese Dante me cae mal.
- Robert tiene un departamento sobre un bar en Yule. El Zombie. Si se está escondiendo, lo hará ahí. Creo que tiene varias novias, pero yo he ido a beber con él a ese lugar.
- Suena como una posibilidad.
- ¿Zelenko tiene la pieza?
- Sí.- Le dice Eliza.- Es una historia complicada.
- Puedes confiar que estaré ahí primero.- Dante Kramer camina a mi auto, cuchillo en la mano. Becker cierra su puerta, se imagina lo que viene. Eliza evite que corte una llanta. Le doy un golpe al costado y lo empujo al suelo.
- No hagas esto más difícil Dante, tú no tendrás esa pieza. Así que, puedo matarte ahora o podemos llegar a un acuerdo.
- ¿Y puedo confiar que eres honesto?
- La honestidad es un caso de miopía. Los dos lo sabemos. Recobramos el Hermes del Balmoral. La vendemos a Bosch. Repartimos el dinero en partes iguales.
- Trato.

            Sé que miente. Sabe que miento. Los dos autos viajan por la ciudad nevada. La ciudad está enferma, nosotros somos la fiebre. Eliza hace conversación ligera. Trato de concentrarme, pero veo demasiados ángulos en todo el asunto. Gordon no tenía ni idea. No es su culpa, el plan estaba condenado al fracaso. Condenado como una gorda en presentación de sociedad. Condenado como todos nosotros. Manejamos en otro sitio. En el valle de la muerte. Ciudad vacía. Todos los fantasmas salen a jugar. Bajo las llantas, en el asfalto, crujen los sueños rotos. Manejamos en la oscuridad como un adiós alargado. Noche infinita. Ella susurra algo a mi oído. Ella me besa con calma. Tiene sentido, tenemos todo el tiempo del mundo porque la noche no terminará. No con el Balmoral. No con el dinero. El sol no saldrá nunca. No para nosotros. El diablo sonríe de oreja a oreja al ver la mano que nos ha dado. No me importa. La lengua de Eliza en mi oreja me hace sonreír. Al diablo las cartas. Las balas son el mayor comodín.

            Dante fuerza la entrada del bar. Entramos en silencio. Pistolas primero. Alguien saldrá pies primero. Eliza se arma con un palo de billar y con la pieza falsa. Ruidosas escaleras en la trastienda. Se siente como si un barco se estuviera dando vuelta. Luz bajo la puerta. Oímos su voz. Habla por teléfono. No terminará esa llamada. Dante patea la puerta de una patada. Zelenko salta de la cama a la mesa, a proteger al Balmoral. Error, debió saltar hacia su arma. Dante Kramer no toma la figura, se da vuelta para golpearme. Lo veía venir. Me agacho a tiempo, golpe a la entrepierna. Kramer aúlla de dolor. Se aferra de mí cuando cae al piso. Su automática apunta a mi cabeza. Eliza le lanza la pieza falsa contra la cabeza. El disparo estalla, pero contra la pared. Le entierro el revólver en las costillas. Jalo el gatillo. La sangre y pedazos del pulmón se disparan contra la pared. Me levanto, acariciando mi revólver. No es el del servicio, es el que guardo para ocasiones especiales. Zelenko trata de levantarse, lo pateo con fuerzas.
- Casi arruinas la noche, ¿lo sabías?
- ¿Y me pueden culpar? Necesitaba del dinero. Eliza, necesitaba del dinero.- Se levanta, recostándose contra la cama. Trata de recuperar el aliento. Yo trato de no molerlo a golpes.- ¿Está muerto?
- No, está ganando el concurso de no pestañear.- Me enciendo un cigarro, me siento a su lado.-  ¿A quién se la ibas a vender?
- Estaba hablando con Harlan King. Ese Byron me da miedo. No debí hacerlo, lo entiendo ahora. Si se la vendes a Bosch, al menos dile que no fui un hijo de perra.
- Sensatez, extraña cualidad. Considéralo hecho. Ya tendrás suficientes problemas con Rooney y King.- Asiente con la cabeza, sonriendo como un idiota. No tiene mucho tiempo de vida. Ninguno de nosotros lo tiene. Después de todo, el Balmoral ha matado a todos sus dueños. Y estoy seguro, también a todos los que han tratado de adueñársele.
- ¡No se muevan!- No escuché a Albert Becker subiendo las escaleras. Debió esperar hasta que hubiese matado al detective privado. No le tiembla el pulso y esa automática parece pesada. Eliza levanta la réplica del Balmoral. Las dos cayeron al suelo. Quizás no sabía cuál era la verdadera, o quizás lo hizo a propósito. Como haya sido, Becker cree que es real.- No te atrevas Eliza. Te mataré si es necesario. No me veas así, necesito ese dinero. Seré hombre muerto si no lo consigo.
- Serás hombre muerto si la robas.- La amenaza no sirve de mucho.
- Tira esa pistola Oz, no creas que no mataría a un policía.
- Date media vuelta, regresa a tu familia o te aseguro que nunca los verás de nuevo.
- Más de medio millón... Eso cubre suficiente para protegerme de la policía.- Le arranca la pieza a Eliza y sale corriendo. Ella quiere perseguirlo, pero él dispara un tiro de advertencia.
- ¿Qué haces ahí Oz? Tenemos que recuperarla.- Zelenko se levanta de golpe, se une a Eliza.
- ¿Se quieren calmar? No lo encontraremos así de fácil. Nos lleva algo de ventaja y no es como si pudiera regresar a su casa. Tiene que venderla y pronto. Y a Harlan King.- No les digo que el bonachón viola cajas tiene la pieza falsa. Podría irme directo a casa de Bosch, pero algo en mi interior me molesta. Algo que cualquier otro diría una conciencia moral, dudo que me quede algo de eso. No, es Gordon Chester Trimble en su ridículo disfraz de Santa Claus. Jojojo y blam. Esa llave. Esa réplica. Nada tiene sentido.
- ¿Cuál es tu plan, Oz?
- Empezamos por esconder el cadáver. A menos claro, que Robert quiera tener un nuevo compañero de habitación. Luego de eso, tengo una idea.
- Déjenme ayudarles. Sé que no jugué por las reglas, pero seamos realistas, no hay reglas para algo como esto. No quiero quedar como un idiota ante King, Rooney y Bosch. Al menos me gustaría que el jefe de detectives no quiera mi trasero.
- No, él no batea así. Pero entiendo lo dices.- Llevamos el cuerpo en una sábana y lo metemos a mi cajuela. Dejo la pieza en el departamento, con Zelenko. Pasa la prueba. Baja corriendo, pero olvida la figura.- La réplica, que no se te olvide. Puede sernos de utilidad.
- ¿Y tienes algún plan, además de salvar princesas?- Me abraza. La beso contra el auto. Tenemos un cadáver en la cajuela, pero al demonio, compartimos algo llamado soledad con una pasión que pocos podrían entender. Zelenko nos espera en la puerta, pieza en mano. Eliza se toma su tiempo y los dos lo disfrutamos.
- Odio romper el romance, pero ¿qué hay del plan?
- Ir con Rodino no le servirá de nada, Becker quiere llegar hasta Harlan King. Probará suerte con Byron Morano. Cuando pedí las direcciones de sus propiedades mencionaron una tienda de empeño. Suena como un buen lugar para empezar.

            Tres titiriteros jalando los hilos de sus muñecos desde sus confortables hogares. Eliza, la chica del pasado tormentoso. Becker, el fracasado con deudas. Zelenko, la rata que había trabajado para Rooney desde el principio. Byron Morano, el matón contundente y efectivo de Harlan King. Una colisión de cinco trenes. Mientras parten el pavo nosotros morimos y matamos por una escultura que cualquier otro día habríamos pasado por alto. Gordon estaba en el medio de todo. No sé quién jalaba de sus hilos. Dante Kramer tenía la figura primero. No sabía nada del asunto hasta después que la alarma sonara. Gordon murió antes que él llegara. Todo lo demás son aguas enlodadas. No es la clase de lodo de la que sacas una perla. Es la clase de lodo que te atrapa y te traga. Un movimiento en falso es todo lo que la muerte está esperando. Dante ya dio el suyo. El mío podría ocurrir en cualquier momento.
- Bueno saber que las tiendas de empeño abren a estas horas.- Entramos en grupo. Robert y yo con pistolas. Eliza parece la clase de chica que no necesita una. El dependiente alza los brazos y espera lo peor.- Debe haber muchos regalos navideños aquí.
- Llévense el dinero, pero no me hagan nada.
- ¿No deberías estar con tu familia?- Zelenko lo jala fuera del mostrador y lo empuja contra la pared.
- Tengo excusa, soy judío.
- Ahí sí me agarraste. No venimos a robar. Buscamos a Byron Morano.
- Hazle caso chico, no vale la pena morir por alguien así.- Se da vuelta y nos mira alternativamente. Se sorprende al ver mi placa, pero no lo tranquiliza.
- Está bien, está bien. Byron trafica antigüedades desde aquí, o lo solía hacer. No ha venido en un buen tiempo. Si quieren encontrarlo, vayan con el señor King. Yo sólo atiendo el lugar.
- ¿Y qué hay de esto?- Zelenko recoge un bloc de notas a un lado del teléfono. Lo lee y me lo avienta.- Ahí menciona a Byron.
- Tienes tres segundos antes que te enteres cuál es el verdadero Dios.- Le pongo la pistola en el estómago. Zelenko se para a mi lado y me imita. Ninguno de los dos pestañeamos.
- Un tal Albert Becker llamó. Quería verse con Harlan King en persona, pero él está cenando con su familia y tiene una patrulla afuera monitoreando todo.
- ¿Y qué más?
- Byron le dijo que podían verse en el estacionamiento del hotel Imperial. Se fue luego de eso.
- Nada como una historia navideña para alegrar las festividades.- Zelenko sonríe con una mueca. Eliza lo golpea en la cabeza con un jarrón de bronce. Le quita la pistola de la mano antes que yo pueda reaccionar. Nada más sexy que una ladrona apuntando una pistola. Algo en sus ojos, entre voluntad asesina y la adrenalina del poder de alguna manera trae color a su rostro.
- Lo siento Oz, pero algunas princesas no necesitan salvarse.
- Esa es una opinión.
- Tira el arma. No quisiera tener que darte otro agujero por donde respirar.- Tiro el arma y miro al suelo. Me siento como colegial atrapado con las manos en la masa.- Las llaves de tu auto. Descuida, no le haré daño, confía en mí.
- Confiar en ti debe ser el primer párrafo de muchas historias trágicas.- Le doy las llaves y camino en reversa.- ¿Qué pasó con esos susurros de amor?
- ¿No te has enterado Oz? El amor puede ser letal. Letal como caminar derecho en una curva. La haré en grande. Para eso quiero el capital. Me largaré de esta apestosa ciudad de una vez y para siempre.
- Cuidado princesa, muchas se han ido, y dejado sus cuerpos en la morgue.- Le quita las llaves al dependiente y cierra por fuera, rompiendo la llave para hacer inútil el cerrojo. La veo entrar a mi auto y sonrío como un estúpido. La chica se va a una trampa mortal en mi auto, con la estatua verdadera que vale medio millón de dólares, y un cadáver en la cajuela.- ¿Hay otra salida?
- No.
- Entonces disculpa el desastre.

            Cargo con una pesada caja de música y reviento el cristal de la puerta. Dejo atrás a Zelenko. Su cerebro debe estar inflándose para escapar por sus orejas y tendrá una migraña de días. Sé adónde se dirige, por eso no voy para allá. Tomo el primer taxi que puedo. Agitando mi placa y un fajo de billetes que robé de la tienda de empeño. El negro quería terminar su turno y largarse a ver a sus hijos. El dinero le convenció. Cien dólares para un par de cuadras. Maneja tan rápido que antes que me acomode ya estoy en el restaurante de James Rooney. Un matón en la entrada intenta alejarme. Le dejo una nariz sangrante por su esfuerzo. Automáticas por todas partes. Rooney cena a solas. No parece muy feliz, ni de cenar a solas, ni de verme. La placa es lo único que evita que me perforen por todas partes y tiren mi cadáver junto a la basura de la cocina.
- Calma chicos, vengo en son de paz.- Me siento frente a Rooney y pruebo de su pavo. Sabe a cartón, pero no se lo digo. Lo bajo con mi licorera y se la ofrezco.
- Vaya, prometí que te dejaría vivir, ¿y así es como me pagas? Esta porquería aceitaría mi auto.
- Sí, no es de la mejor calidad.
- Además de envenenarme. ¿Tienes alguna proposición?
- Sé dónde está la pieza.
- Saber dónde está el Balmoral, y tenerlo, son dos cosas diferentes.- Termina de comer. Se limpia con su servilleta y se acomoda en su silla.- Tengo a un niño de diez que está berreando porque papi no pudo ir a la cena navideña de sus abuelos. Todo por esa estatua.
- Todo por esa millonada que vale el Balmoral. El niño dejará de llorar, ese dinero lo pondría en Universidad.- Rooney se enciende un cigarro, me ofrece otro, es el señor amistad.- Hay cosas que no se comparan con el dinero.
- ¿La salud?
- Al diablo la salud. Hablo de Harlan King. Puedo quitártelo de encima. Es mi especialidad.
- Ya me decepcionó Robert Zelenko, no me gustaría pasar por lo mismo.
- No te confundas Rooney, no soy tu empleado. Es una oferta válida, sólo esta noche. La estatua del Balmoral y Harlan King, pero el precio tiene que subir. Quiero 800.
- ¿Estás loco?
- 800 cuando te lo entregue en la mano. No te haré trampa con eso de la mitad ahora y la otra después. No tienes que hacer mucho, además de esperar cerca del teléfono.
- Eso he estado haciendo todo el maldito día. ¿Qué necesitas?
- Nada importante realmente. Un auto de Harlan King. Imagino que debe tener uno en cada garaje de la ciudad. Nada de imitaciones, uno suyo que maneje de vez en cuando. Lo quiero en la entrada del parque McAllen, con las llaves sobre la llanta delantera del conductor.
- ¿Eso es todo?
- Y un auto, el que sea. Cualquiera que maneje algún matón, da igual. Tengo una cita y no quiero llegar tarde.
- ¿Una cita romántica en medio de todo esto?
- No la definiría así. ¿Qué te parece la oferta?
- Hecho.

            Extraño la sirena, pero el auto funciona bien. No la necesito, no en el tráfico muerto. Llego al Imperial en cuestión de minutos. El problema es que Zelenko ya está ahí. Estaciono fuera  y bajo la rampa agachándome. Le veo entre los autos, mirando el espectáculo. No alcanzo a ver a Eliza Tosh, pero sé que debe estar cerca. Albert Becker trató de venderle la pieza falsa. Byron no es ningún idiota. El toro le mete una golpiza que le lanza la cartera y uno de sus dientes. Zelenko se acerca, de auto en auto. Hay una maleta llena de fajos de billetes que llaman su atención, además de la estatua a un lado de ella. Yo sólo quiero mi auto, estacionado lejos de la golpiza, con el motor aún en marcha. Trato de acercarme más, consigo hacerme de la cartera que perdió Albert Becker, pero no soy tan ágil como antes. Byron puede verme. Él no lo duda ni un segundo. Saca la automática y empieza a disparar. Zelenko hace su movimiento, dispara para acercarse más al dinero. Becker es más listo, sólo se tira al suelo y avanza pecho tierra. Zelenko mata a uno de los gorilas que Byron trajo consigo, pero no le sirve de nada. Byron me tiene acorralado y cuando corre, disparando con ambos brazos, para terminarme, le deja el espacio abierto a Albert Becker. El ladronzuelo parece poca cosa, pero agarra el Hermes, el dinero y corre hacia mi auto para salir a toda velocidad. Zelenko no se queda para ver qué pasa conmigo, se da media vuelta y se larga. Byron se acerca, disparando hacia el auto contra el que me escondo. Trato de cargar el revólver, pero no tendré tiempo. Dedos nerviosos. Guantes torpes. Escucho a Eliza. Grita algo que no escucho, mientras golpea a Byron en la cabeza con un tubo. El matón se sacude, pero no cae al suelo. El toro es grande y pesado.
- No te muevas Oz.- Le da con la culata contra la frente. Ella cae sentada. Le apunta en el piso, la matará sin dudarlo. Harlan King aparece de atrás de alguna puerta secreta.
- El hombre de Bosch.- Harlan King aplaude, pero no parece muy feliz. Camino en reversa, hacia la rampa. Me escondo detrás de una columna. Casi cien metros abiertos, Byron me hará una coladera humana antes que llegue a mi auto. Antes que persiga a Albert Becker.- Debe estar desesperado, de querer usar a un dinosaurio como tú.
- Deja a la chica, y no te mataré. Olvida a Byron, a él lo mataré por gusto.
- Un tipo duro hasta el final.- Harlan la levanta del suelo jalándola del cabello.
- No le des nada Oz.- Grita Eliza.
- Eres el mejor argumento a favor del aborto Harlan. Escondiéndote detrás de una mujer.
- Ese es tu problema Oz, crees que todas las mujeres son mujeres realmente, ésta es una harpía.
- También lo fue tu madre, ¿y qué?
- Esto es muy sencillo, cavernícola. Entrégame el Balmoral en tres horas, o la chica muere.
- Santa no te dejó hombría bajo el árbol navideño, por lo que veo.
- Lárgate de aquí.- Brama Byron, con su voz profunda y amenazadora.

            Eso es exactamente lo que hice. Directo al parque McAllen. Rooney no falló. El Buick de lujo de Harlan King está ahí esperándome. Sé que Harlan tenía razón en una cosa, Eliza jamás cantó en el coro de la iglesia. Don Quijote, si el viejo hidalgo fuera un sociópata con placa. Tengo que encontrar a Becker. Eso ocupa todos mis pensamientos. Debo encontrarlo, pero no puedo usar a las patrullas. No quiero que encuentren el cadáver de Dante Kramer en mi auto. No puedo arriesgarme a que un novato rencoroso se quede con las dos estatuas. No, lo tengo que hacer a la antigua, buscando. Becker no regresaría a casa, así que reviso su billetera por alguna pista. Fotografías de familia. Alguien extraña al ladrón. Niños abriendo regalos, papi no está. Se unió a la carrera del diablo. Esto no es un cuento infantil, el final feliz no está garantizado. Ningún final está garantizado, sólo en los programas navideños. Tiene una tarjeta con una dirección apuntada, así que pruebo con mi suerte.
- ¿Le puedo ayudar en algo?- Reconozco a la señora que abre la puerta. Vi su fotografía en el departamento de Gordon Trimble. La ex-esposa. El recuerdo que le aplastaba el corazón. El altar que probaba que la soledad de Gordon tenía su propio código postal. Le muestro la placa, se espera lo peor.- ¿Conoce a un Albert Brecker?
- Sí, amigo del patán de mi ex-marido, ¿en qué se metió ahora?
- Tenía su dirección en su cartera.
- Sí, de vez en cuando viene a regalarnos cosas. Dice que Gordon las envía, pero yo nunca le creí.
- ¿Cuándo fue la última vez que habló con Albert Becker?- Niños juegan adentro. El menor juega con su camión de bomberos, alarma incluida. La pesadilla de cualquier madre soltera.
- Mes y medio.- Se juega nerviosa el fleco de la frente.- ¿Qué hizo ahora ese inútil de Gordon?
- Trató de hacerla orgullosa, pero murió en el intento. Encontraré al asesino, eso lo puede tener por seguro.- El odio acumulado de años se desvanece en un parpadeo. Los adjetivos se van, los recuerdos se quedan. En una frase logré lo que meses de terapia de parejas no habría podido, la diferencia es que ahora es demasiado tarde.- La reconocí por el altar que Gordon tenía de ustedes en su departamento. Es lo único que estaba limpio.
- Pensé que llamaría en navidad, siempre lo hacían. Los chicos lo estaban esperando.- Reprime las lágrimas. Queda roja por completo. El Balmoral no sólo mata a sus dueños, destruye todo a su paso. Un huracán de medio millón de dólares. Todos ven los billetes, nadie ve el daño colateral.- ¿Qué hago?
- Depende de usted. Puede identificar el cuerpo mañana, o pasado. Francamente no servirá de nada ir hoy, ni mañana, hay pocos oficiales de guardia. Si quiere mi consejo, no le diga a sus hijos. No aún. Que tengan una última navidad alegre, de todas formas, Gordon no irá a ninguna parte.

            La dejo en la puerta, llorando en silencio y rodeada de fantasmas. Ellos son honestos, por eso nos asustan. Ni siquiera el rompope que robé a Vicio baja el mal sabor de boca. La dejo en su infierno, me voy al mío. No tengo otra pista de su billetera, pero hay algo que pasé por alto. Becker es un ladrón, pero no es un tipo duro como Byron, como Zelenko o Eliza. Aguantará la tormenta, pero no lo hará en  su casa. Es un hombre de familia, es navidad, quizás le diga a su esposa que no llegará a dormir. Vale la pena intentarlo. No tengo otra opción. El abre-latas humano sufrió la mordedura de la ambición. Le dijimos dónde estaba la pieza. Pudo quedarse en casa. Estuvo en sus manos, y algo me dice que toda su suerte se le irá de ellas, y muy pronto.
- Soy el detective Wally Cash, del departamento de Robos, división metropolitana.- Los títulos asustarían a cualquiera. Tengo el presentimiento que no debería usar mi nombre real. Le muestro la placa rápido, para que no la vea con detenimiento. La esposa de Becker, Regina, se pone a temblar. Sabe la vocación de su marido. Sabe que este día llegaría.- ¿Se encuentra Albert Becker?
- ¿Está en problemas?
- Lo estará si no lo encontramos. Parece que un grupo de ladrones lo ha forzado a hacer algo muy malo y ahora no sabe cómo salirse.- Es una historia de navidad. Todo mentira y todo optimismo. Regina lo cree porque quiere creerlo.
- No se encuentra. Se fue a la mitad de la cena.
- ¿Podría usar su teléfono un segundo?
- Claro oficial, entre a la casa, está más caliente que afuera.

            Escondo la placa y el arma con mi abrigo. Regina me lo agradece. Saludo a todos. El viejo amigo Cash, nada que ver, sigan con la sobremesa. Me lleva hasta la cocina y me deja a solas. Busco cualquier indicio de otra propiedad, pero no encuentro nada. Los chicos ya abrieron sus regalos. Un regalo en la cocina, junto al teléfono. Es un cupón para Regina, un día de mimos y descanso en el spa del hotel Markel. Para un apostador empedernido, ese Becker sí que sabía gastar su dinero. Escrito contra un bloc pegado a la pared Regina ya confirmó la invitación para pasado mañana. Podría estar atendiendo el funeral de su esposo con los hombros más relajados del mundo.
- Acabo de recordar.- La puerta se abre. Me paro como por resorte y finjo que no estaba fisgoneando en su basura. Escondo la servilleta del hotel Markel en mi bolsillo.- Ya llamaron por Albert. Dejaron un número de teléfono.
- ¿Le dieron nombre?- Me señala una nota contra el refrigerador en la que garabateó el número.
- Robert, nada más.
- Gracias.- Llamo a central, pido el directorio en reversa. El número corresponde a una Annie Niemann, Pacific #87. Llamo al número, pero no espero escuchar su voz.
- ¿Diga?- La voz de Eliza Tosh. La gran rehén. La dama amarrada a las vías del tren. Al diablo las tres horas. Me contengo de reír. Ella insiste, atrás escucho la voz de Robert Zelenko.

            Me voy de la casa con una sonrisa en los labios. No saben dónde está Becker. Alianzas desesperadas. A estas alturas todo ese desesperado. Confío en que Becker esperará un tiempo, que aguantará la tormenta antes de sacar la cabeza de nuevo. Aún así, podría ponerse nervioso. Nervioso como político tartamudo. Podría decidir desaparecer de nuevo, irse del Markel y entonces lo habré perdido por completo. Estaciono en el garaje, puedo ver mi auto. No tiene ninguna de las dos estatuas, pero algo me dice que sí tiene el cadáver de Dante Kramer. La placa obra milagros, me dicen el número de  su cuarto. El lobby está repleto de disfrazados de Santa Claus, de enanos y de renos. Los dos restaurantes están a rebosar. Tengo que jugarla suave. La juego como Bogart. Hasta ahora no ha dado muchos resultados. Un par de golpes y varios encuentros cercanos con la parca. Me cierro la gabardina, porque Bogart haría eso. Violo la cerradura y entro, pistola en mano. Albert Becker cenando un coctel de camarones en un sillón. Las dos piezas en la cama. Me mira, y luego a la mesita de café, donde dejó el arma. Se la quito rápidamente, antes que pensamientos suicidas entren a su mente.
- 700 mil dólares es demasiada tentación.- Deja los camarones. Se le fue el hambre.- Una noche ocupada y quedaría cubierto para siempre.
- No lo tomes a mal Becker, no es vergüenza perder ante el peor.
- Byron sólo cargaba 50 mil dólares.- Señala debajo de la cama. Saca el maletín antes que pueda impedirlo. Lo abre sobre la cama y acaricia los billetes.- Te los doy, si me das la estatua. Vamos Oz, no seas idiota, esa cosa está maldita. Matará a su dueño, siempre lo hace.
- Quédate con el dinero. Tu mujer te está esperando Becker, no me obligues a hacerla una viuda.- Meto las dos pesadas estatuas en una bolsa gruesa de la tienda de souvenirs del hotel.

Becker mete las manos al dinero. Maldigo mi estupidez. Byron no planeaba pagar. Llevaba un arma bajo el dinero. Salgo de la habitación en un pestañeo. Le escucho avanzar, saltando sobre la cama. Esposo la perilla de la puerta al tubo de la lámpara de la pared. Abre con todas sus fuerzas, pero no le sirve de mucho. Salgo corriendo hasta el ascensor. Le muestro la placa a un guardia de seguridad. Le digo que hay un loco en la #349, que tiene un arma y está dispuesto a usarla. Bajo hasta el estacionamiento, pero ahí el momentum se detiene. Tengo que cambiar cadáveres de autos y hay una pareja que se divierte en la parte trasera de un Packard. Nada como ver a un desgarbado demente cargando un cadáver en una sábana como para encender la pasión. Los echo, pistola en la derecha y placa en la izquierda. Cambio los cuerpos, confiado que para ahora Becker debe estar arrestado. Estaba equivocado.
- La habitación tenía una puerta a la otra habitación. Por suerte no había nadie.- Becker baja del ascensor, pistola en mano.
- Harry maldito Houdini.- Cierro el maletero del auto de Harlan King. Muevo la mano al arma, pero Becker no es ningún idiota. Camino hacia él, hacia la bolsa de souvenirs que carga ambas estatuas.
- Creo que me llevaré las dos.
- Piensa en lo que haces Becker.- Le muestro la placa cuando me paro sobre las dos estatuas.- Soy policía. Tendrás que matarme si quieres el Balmoral.
- Puedo vivir con eso.
- No, y ese es el asunto. Matar a un policía ya es cosa grave de por sí. Matar a un detective es aún peor. Toda la fuerza policial estará tras de ti como hambrienta jauría. Olvida a Harlan King, o a James Rooney, Eddie Bosch es mil veces peor. Destrozará esa familia que tienes como un niño rompiendo la casa de muñecas de su engreída hermana.
- Si tocan a mi familia...
- ¿Familia? Dile adiós a tu familia Becker.- Sigue caminando. Tengo que pensar rápido.- Esa cocina de mosaicos azules, esa salita de sillones verdes, hasta esa cursilería que tienes por candelabro, todo eso se irá en un pestañeo. No me mires así, claro que he estado en tu casa. Y tu esposa, debo decir, esa Regina tiene un par de piernas que necesitan compañía. Quizás Bosch la consuele cuando te mande a prisión. Quizás ese psicópata te visite con fotos de tu Regina contorsionándose como gitana de feria de pueblo. Acariciará el cabello de tus hijos y sobrinos, hará que le llamen papá.
- Hijo de perra, si tocan a mi familia...- Cae en la trampa. Levanta el brazo. Le doy una patada en la entrepierna que lo levanta varios centímetros del suelo. Golpe a la muñeca, tira la pistola. Culatazo en la sien. Le saco sangre. Lo pateo un par de veces, para estar seguro que está desmayado. Lo empujo debajo de un auto. Un trago a la licorera de la victoria y me enciendo un cigarro, mientras uso el teléfono del garaje.
- Habla Oz, quiero hablar con el señor King.- Me hacen esperar en la línea. Ruidos de fiesta. Risas de niños. Harlan sonríe, no necesito verlo para saberlo.
- Ya casi se termina el plazo. Esa Eliza se ve muy linda en mi sótano.
- Entonces pártela en cubitos, hazla consomé. A mí no me importa.
- Lindo gesto de macho alfa.
- No te hagas al idiota Harlan, no tienes a la chica. Se te escapó. Pero yo quiero venderte la figura.
- ¿Dónde y cuándo?
- No, nada de cara a cara. Eso no le funcionó bien a Albert Becker. Te daré la dirección. Eliza Tosh, y su nuevo amigo, Robert Zelenko, tienen el Balmoral en Pacific #87.
- ¿Y para qué te necesito a ti?
- Sólo quiero un premio de consolación, no soy tan ambicioso. Esa información vale mucho.
- Si Byron la consigue, tendrás tu recompensa.

            Él habla de recompensa, pero sé lo que Byron hará conmigo si me pone las manos encima. Quiero ver esto hasta el final, manejo en mi auto con ambas estatuas. Podría entregársela a Bosch, quitármela de encima. Me gusta la idea. Un único problema. El auto de Harlan King me sigue de cerca. Albert Becker despertó de su ensueño. El gato que tiene siete vidas, o mejor dicho, que quiere que lo maten siete veces. No quise matarlo, fue un error. Ahora maneja con un cadáver en el maletero y me matará en cuanto me baje del auto en la entrada de Bosch. Pienso en tirarla por la ventana, esconderla de alguna forma. Lo pienso demasiado, ya estoy en Pacific. Hago varias vueltas, gano algo de tiempo, dejo a Becker detrás. Me bajo en el primer teléfono. Pongo en sobre aviso a Zelenko. Le digo la verdad, pero no me cree. Es todo un escéptico, hasta que un auto estaciona al frente del edificio. Puedo verlo en la ventana, mirando hacia abajo. Yo me escondo en la oscuridad de una entrada. Byron entra corriendo. Robert Zelenko brinca por alguna ventana de la parte trasera, puedo verlo huyendo por la callejuela de atrás. Nada de Eliza, y eso no me gusta.

            Entro corriendo, subiendo los escalones de dos en dos. Las rodillas me arden, pero no hay tiempo que perder. Byron está pateando la puerta del departamento del fondo. Escucho alguien más detrás de mí. El reflejo de un espejo me muestra a Becker. Debe creer que llevaba la pieza conmigo, o que haría la venta allí. Salgo de las escaleras y me escondo en una entrada. Becker va directo tras Byron, y el toro está tan ocupado que no se da cuenta. Siente la pistola en las costillas mientras yo salgo de mi escondite. Lindo momento para matar a Byron. Él también lo cree, por eso se esconde lo mejor que puede de mi arma. Se da vuelta, le arranca la pistola a Becker y de un cabezazo le rompe la nariz. Escucho el disparo con silenciador, pero nadie más lo hará. Becker retrocede, asombrado de que su suerte se acabó. Antes que yo pueda disparar Byron revienta los seguros de la puerta con otra patada y entra de un brinco. Albert Becker cae de rodillas, sus manos se lanzan hacia mí. No tengo tiempo para él, y él ya no tiene tiempo para nada. Cae muerto, de cara contra la alfombra vieja  y polvosa. No esperaba que la noche terminara así, y ese fue su error.

            Entro con cuidado. Sé que Byron me espera para matarme. Escucho algo, como patadas contra el suelo, los gritos silenciados por una mano. Por el reflejo de la ventana puedo ver a Eliza, amarrada contra el radiador. Zelenko esperaba que la mataran. Linda manera de terminar una relación de negocios. Byron la calla con la mano, esperando que entre. Retrocedo unos pasos. Esto requerirá algo de fineza. Descuelgo con un extinguidor y lo uso para darme algo de espacio. La nube blanca cubre la entrada. Apunto contra el radiador, no puedo ver bien, pero sólo veo el rostro de Eliza, libre y gritando. Ella me advierte, pero no la entiendo hasta que es casi demasiado tarde. Byron debió leerme el pensamiento, cambió de posición. Dispara una vez, mientras yo me agacho, le lanzo el extinguidor encima y salto sobre él. Culata contra la cara, pero eso no lo detiene. Trato de quitarle la pistola, necesito matarlo en silencio para evitar a los vecinos curiosos. Byron es un toro, es joven y tiene experiencia. Las armas salen volando. Me ahorca con una mano, con la otra me agarra de la muñeca. Me tira contra la mesa de café y se revienta bajo mi espalda. Cuchillo en mano se lanza contra mí. Giro para darme vuelta, pero no me servirá de mucho. Eliza alcanza una botella de cerveza, la rompe y la hace girar hasta mí. La recojo del suelo cuando el cuchillo está sobre mi cara. Lo apuñalo en el cuello, lo pateo con todas mis fuerzas. Eso no lo detiene, pero cuando entierro la filosa botella contra su ojo la pelea termina. No está tan asombrado como Becker, pero se le pasará cuando llegue al infierno.
- Los cadáveres se siguen apilando.- Arrastro a Becker al departamento. Coloco una alfombra de baño sobre la mancha de sangre, quizás eso nos dé la noche antes que los vecinos se den cuenta de lo que pasó. Me siento en una silla y me enciendo un cigarro.
- ¿Y yo?- Eliza me mira y señala su muñeca atada al radiador.
- Te ves linda así. Ese radiador resalta tus ojos. Es mejor que lo que Harlan planeaba hacer contigo, tras tu juego del rehén.
- Te salvé la vida en ese estacionamiento. Pero sí, sabía que me iba a matar, por eso me alié con Zelenko, por necesidad. Su novia, Anne, estaba de viaje, así que nos escondimos aquí mientras pensábamos un plan. Ya  sabes, dos cabezas funcionan mejor que una. Como ahora.- Le tiro el cuchillo de Byron y corta sus amarras. No puedo dejarla ahí, la policía le haría toda clase de preguntas embarazosas. La chica me entregaría sin dudarlo.
- Cuidado nena, no te vayas a morder la lengua. No hacen antídotos para tu veneno.- Hora de irnos. Fumo tranquilo bajando las escaleras. Lo tomo con calma. Esa pelea con Byron aún hace que mi corazón bombeé aceite y ardan mis venas. La chica me salvó la vida. Quisiera creer que por eso no la maté ahí mismo. Quisiera creer muchas cosas, pero no tengo el tiempo para la fantasía.
- No me trates así Oz. Los dos sabemos que todo ese discurso de las cenas navideñas, los regalos en el árbol y jugarla a lo seguro es un juego de tontos. Todos vivimos en el filo del cuchillo, pero sólo nosotros lo admitimos. A veces es dulce, a veces es amargo, pero así es el juego. Sólo hay jugadores y jugados, y yo no seré de la segunda clásica.
- Dices todo un jazz muñeca.- La detengo en las escaleras. La tomo de la muñeca y acaricio sus mejillas.- Sabes lo que nunca se dice. Sabes de la oscuridad de la noche y del veneno del amor. ¿Qué quieres de mí? No puedo decirte si hay luz al final del túnel. Eso nadie lo sabe, y quienes aseguran saberlo te están jugando. No hay una salida en el Balmoral, sólo otro juego más.
- Lo sé Oz, ¿crees que no lo sé?- Me empuja y golpea la pared. La mirada de un animal enjaulado.- Claro que lo sé. Sé muchas cosas Oz, ¿no lo entiendes? Sé muchas cosas, pero desearía no saberlas. ¿Acaso eso es tan malo? El juego nos matará un día. Hoy, mañana o cuando seamos viejo, tengamos cáncer o nos atropelle un camión. Un lindo cadáver que alimente los gusanos. El jazz de la vida, pero es un jazz largo y doloroso. ¿Cómo olvidas lo que sabes?
- Si tuviera la respuesta, no estaría aquí.

            Eliza quiere decir algo más cuando escuchamos los tiros. Byron había traído músculo. Se quedó en el auto, esperando a su dueño. Robert Zelenko regresó al lugar. Fue directo a mi auto. El músculo trata de cancelar su boleto. Se protege contra mi auto, revienta una ventana y toma una de las piezas que dejé en el asiento trasero. El matón trata de acercarse, pero Zelenko lo manda al gran adiós. Corremos al auto, pero Zelenko es una gacela. Escapó entre las callejuelas y sale disparado en su auto. Todos los vecinos debieron escucharlo. Es hora de irnos.
- ¿Cuál se llevó Oz?
- La falsa. No tuvo tiempo de más.- Eliza sube al auto y ríe como una loca.
- Eso lo mantendrá ocupado. Vamos a venderle el Balmoral a Bosch, terminemos con esto.
- Una cosa a la vez.- Acelero como un loco, me alejo de las patrullas y dejo el auto de Harlan. Se acabó la blanca navidad para toda la cuadra. Sangre en la nieve.
- No me importa si sólo me queda la propina, cada segundo que el Balmoral está en circulación es un peligro. ¿Quién sabe? Quizás sí esté embrujado.
- A mí me importa Gordon Trimble.
- ¿Ese vagabundo? Becker insistió en él.
- La llave, me está volviendo loco. Su departamento destrozado, buscaban algo.
- Jugó el juego, sabía las consecuencias.
- Todos lo jugamos nena, pero nadie quiere quedarse con las consecuencias. Las consecuencias son para los palurdos con grandes ideales morales.
- ¿Entonces por qué te importa?
- No lo sé. Era un perdedor, un don nadie. No significa nada, pero nosotros tampoco. La importancia es cosa de perspectiva. Zelenko estaba dispuesto a dejarte para que murieras. Somos nadie viajando en la gran autopista al olvida. En esta vida, si quieres ser alguien, tienes que colorear fuera de las líneas.
- ¿Porqué te detienes?
- Tengo un plan. Quiero ver esto hasta el final. Hasta el sanguinario y brutal final. Quizás eso termine la noche. Ésta ciudad podría usar algo de sol. Hablaré con Rooney, con algo de suerte y él termine con nuestros problemas.

            Entramos a una cafetería de 24 horas. Pedimos café y algo de comer mientras hago fila para usar el teléfono. Parece que todos los perdedores de la ciudad decidieron usar el mismo teléfono al mismo tiempo. Café, donas y un cigarro. Todos hablan con sus familiares, yo quiero hablar con un mafioso muy enojado. Le digo que Zelenko ya debió haber hablado con él y tenía razón. La gallina regresa al gallinero. Le suelto la bomba. Se hace silencio en la línea, así que insisto.
- Es falsa, la robó de mi auto. No tienes que creerme, lleva a tu especialista.
- ¿Cómo sé que no es una trampa de Byron?
- Byron está muerto, igual que Albert Becker. Usa esos contactos en la policía que tienes, están en Pacific, tomándosela con calma.
- Será en un lugar que conozco...
- No, cambio de planes Rooney. Ésta vez todos estaremos al mismo nivel. ¿Conoces el teatro Walden? Cerró hace unos años. Es perfecto porque tiene docenas de salidas. Hacemos el intercambio ahí. Un hombre por el dinero, otro por la pieza. Todos bien cubiertos. El especialista revisa las dos piezas, verá que la mía es real.
- En ese caso el precio cambia, 600 mil dólares.
- Convenido. Teatro Walden, dos horas.
- Astuto.- Comenta Eliza, mientras regresamos al frío.- Te pagarán dos veces.
- Quédate cerca nena, tendrás más que una propina.

            El teatro Walden es el lugar perfecto. Conozco bien el lugar, yo ayudé a que lo cerraran. Se ha usado docenas de veces para toda clase de cosas. Ninguna de ellas legal o de buen gusto. Nada sobre el Balmoral ha sido legal o de buen gusto. Llevo el huracán de violencia y sangre a un edificio abandonado. No terminará bien. Ésta clase de cosas nunca lo hace. El edificio nos queda cerca y estaciono a media cuadra antes de entrar. Movemos los paneles de madera, ahuyentamos a los vagos que se drogan en el lobby. Eliza me sigue de cerca mientras me abro paso a una de las salas. La llevo hasta detrás de la pantalla, ahora rasgada y por partes. Algunos alambiques siguen ahí, aunque ya se llevaron el licor.
- Mira Oz, ¿ves esos frascos y aparatos de vidrio? Tienen menos veneno que tu rompope mágico.
- Probablemente, pero nada sabe mejor que lo robado.- Le doy un fuerte trago, lo necesitaré.
- Brindaría por eso, pero no quiero volver a probar ese elixir del diablo. El anticongelante te dejará ciego.- Le pongo la mano en la boca y la obligo a agacharse conmigo. Sabía que nadie esperaría dos horas, no Rooney y ciertamente no Zelenko. Ambos vendrían directos para aquí. El viejo juego de las sillas, nadie quiere quedarse de pie cuando la música acaba. No esperaba que fuera tan rápido. Una sombra traiciona a Robert Zelenko. Me pongo de pie, caminando en reversa.
- Dame la estatua y saldrás con vida.- No se atreve acercarse más. Se esconde detrás de cascajo y partes de la utilería del cine.
- No tienes opción Oz.- Eliza me muestra su arma. Jala el martillo y apunta al pecho.- Tienes la pieza falsa Robert, él quería vendérsela a Rooney, y que en el proceso te matara. Creía que podría robársela a Rooney, para luego vendérsela a Bosch.
- ¿Qué pasó con todo eso de estar cansada del juego?
- Vamos Oz, ambos sabemos que no iba a funcionar.- Me quita la pieza y la intercambia con la de Zelenko, quien finalmente sale de su escondite.- ¿Por qué crees que me ató a ese radiador?
- Ingenioso, jugar de dos bandas.
- Nada personal Oz.- Zelenko se prepara para disparar cuando se encienden las luces. Rooney baja del pasillo entre los asientos. Tiene a un matón en el cubículo del cácaro y se acerca con un sujeto de aspecto académico. Está muerto de miedo, pero carga una pistola en la mano, igual que su jefe.
- Adelante Rooney, que revisen mi Balmoral. Oz trató de hacer su truco de magia, pero no le sirvió de mucho.- Quiere que el mafioso me mate. Lo haría más fácil para él.
- ¿Y bien?- Rooney está ansioso, no lo culpo. Yo estoy peor. El especialista examina la estatua a los pies de Zelenko y Eliza. Se toma su tiempo.
- No querrá que me equivoque, ¿o sí?
- Sólo haz tu trabajo.- Termina con Zelenko y ahora toma mi estatua. El tiempo que tarda avanza como caracoles. Es difícil hacer planes mientras te mueves. Mil cosas pueden salir mal.
- ¿Trajiste el dinero?- Pregunta Eliza, sus ojos sobre el maletín que el mafioso carga consigo.
- Aquí está.- Lo pone en el suelo, entre los jugadores. El especialista termina su examen y regresa a un lado de su jefe.- ¿Y bien?
- La verdadera es la de Ozfelian, no hay duda.

            Eliza me mira como si viniera de otro mundo. No puedes confiar en gente así, pero puedes confiar que siempre serán así. Zelenko tomó la verdadera de mi auto, pero sabía que Eliza me traicionaría. Rooney apunta hacia Zelenko y Eliza. Yo no pierdo tiempo. Me tiro al suelo, pecho tierra. El tirador en lo alto trata de matarme. Le falla por un pelo. Me estiro hacia la maleta con dinero, mientras que con la otra disparo contra los alambiques. Lanzó la maleta abierta. Llueven billetes mientras Zelenko y Eliza se esconden tras una vieja consola y Rooney trata de tirarse hacia los asientos. El especialista queda como queso suizo. Le prometió dinero fácil, sólo le dio una muerte rápida. Retrocedo para esconderme del tirador. Lanzo la gasolina de los frascos de vidrio, empapo el suelo y las cortinas. Todos queremos la pieza en el centro. Zelenko se tira primero, tiene a Eliza cubriéndole. El tirador acciona la gasolina y todo prende como en cuatro de Julio. Zelenko, estatua en mano, trata de meterse billetes en los bolsillos. Rooney sube de nuevo cuando ve a Eliza imitando a su compañero. El fuego nos rodea, pero aprovecho mi única distracción. Empujo una mampara en llamas, destrozo el juego de química que solía hacer el whiskey más ardiente de todos. La explosión enceguece a todos. Cambio las estatuas en el suelo. El tirador en la cabina de proyección no puede ver por el humo, pero es una pelea encarnizada. Tomo el Balmoral y ruedo por el suelo hasta caer a los asientos. Zelenko se da cuenta que no vale su vida, se para y huye de  las llamas. Rooney no tiene tanta suerte. Su traje se prende fuego cuando cae la cortina sobre ellos. El tirador se ha largado y yo empiezo a imitarle. Eliza grita de dolor, mientras se quita la tela en llamas y sostiene la estatua falsa. Al verme lo entiende todo. Un segundo después caen las luces sobre ambos, y dejan de gritar.

            Salgo tosiendo y escupiendo flemas. Los bomberos están cerca y no me quedo a platicar. El Hermes ha dejado un rastro de muerte por toda la ciudad. Gordon Trimble, Dante Kramer, Albert Becker, Byron Morano, Eliza Tosh, James Rooney. No es un Hermes, es la encarnación del ángel de la muerte. Es lo que todos quieren, pero lo que te mata primero. Está hecho de sueños y no existe nada peor que un sueño. Peor que el dinero. Peor que el fuego. Al diablo con todos ellos. La noche se los llevó. Sólo importa Gordon Chester Trimble. Asesinado y de bruces contra la nieve en un ridículo disfraz de Santa Claus. Viviendo en una ratonera como un don nadie. Adorando a la ex-esposa que lo odiaba. Amando a unos niños que crecerán para olvidarse de él. Quizás algún día le pregunten a su madre por alguna fotografía, ella dirá que fue un tío lejano y nunca más pensarán sobre él. La clase de gente que el Universo no extrañará. No tiene sentido que me obsesione, pero lo hago. Tú no puedes bajarte a la mitad de la montaña rusa, te atrapa hasta el final. No voy con Bosch. Es estúpido, es suicida, pero no tengo mucho que perder.

            Reviso por otras propiedades de Anne Niemann y tengo suerte, otro departamento. Espero en la oscuridad. No fumo. No bebo. Ni siquiera pestañeó. Eventualmente se abre la puerta. Robert Zelenko entra corriendo. Jadea. Está muerto de miedo. Demasiada muerte en una noche. Trató por todos los medios, pero fracasó. Ahora quiere recoger sus fichas y abandonar la mesa. Nadie abandona la mesa hasta que el mago de Oz haya hablado. Levanta parte del piso de la cocina y saca fajos de dinero. Escucha el martillo de mi revólver. Enciendo la luz. Tiene cara de tipo duro, pero está pálido como una hoja de papel.
- Tú mataste a Gordon Chester Trimble.- Me pongo de pie y me enciendo un cigarro. Se deja apantallar por la placa al principio, cree que lo que se avecinan son patrullas, interrogatorios, abogados, juzgados y jurados. Me mira a los ojos y todas esas ilusiones se escapan. No hay jueces aquí, sólo mi revólver, y mi justicia no es ciega.- Le plantaste esa llave.
- Eso no puedes saberlo.
- Ese perdedor no podría pagar una bodega como esa. Él no había visto la estatua antes, nadie lo había hecho a excepción de Byron Morano.
- Sí, él fue el tasador que Holt utilizó.
- Sí, el gorila especialista en antigüedades. Él hizo el duplicado.
- Quizás él lo mato.- Suelta el dinero y se acerca, con las manos arriba.
- No, él estaba en el sótano de la mansión de Harlan King. Suavizaba a un don nadie con los puños. Ustedes dos ya tenían un plan, ¿fue demasiada la ambición o algo salió mal?
- Nada salió mal... Bueno, casi nada. Yo accioné la alarma de incendios. Tenía que pasarle la estatua a Gordon desde el balcón al segundo piso, envuelto en una bolsa de la tienda. Le di basura. Escondí la estatua en Holt’s.
- Sí, y saliste a matar a Gordon y desordenar su departamento. Habría funcionado de no ser porque Dante Kramer la encontró antes que tú. Él quería venderla antes que cualquiera de nosotros hubiéramos sabido qué pasó.
- ¿Y qué si lo maté? No era nadie. Rogaba por ser parte del equipo, pero todo lo que hacía era hablar y quejarse. De no ser por Dante, todos habrían pensado que fue Gordon o que el rastro no tenía otra salida.
- Sólo Byron y tú sabían la diferencia entre la estatua verdadera y la falsa. La reconociste cuando Becker robó la pieza falsa la primera vez, por eso te quedaste conmigo, con los ojos en la verdadera estatua en mi auto. Esperabas el momento correcto. Eliza te arruinó en esa tienda de empeños, estabas a momentos de partirme el cráneo y robarte la pieza real.
- Ese truco que hiciste Oz, fue bueno. Eliza me puso nervioso, dudé de mí mismo. La luz del cine no ayudaba.- Se acerca otro paso y señala la cocina, donde tiene una linda pirámide de fajos de billetes.- No debiste incluir a Albert, él era mi amigo.
- Tú no tienes amigos Zelenko. Hice hasta lo imposible por mantenerlo con vida.
- ¿Qué se le va a hacer? Ahora tú tienes la estatua, yo tengo algo de dinero ahorrado. ¿Honor entre ladrones? Vamos Oz, ambos tenemos sangre en las manos. ¿Lavando mis manos lavarás las tuyas?
- No tenías que hacerlo Zelenko, pero lo mataste de todas formas.
­- ¿Y qué te hace mejor que yo? Los dos queríamos esa estatua, más de medio millón de dólares. Eso vale más que la vida de Gordon, de Eliza, la tuya o la mía.
- En eso tienes razón.

            Robert Zelenko está cansado, pero yo lo estoy aún más. Es rápido y hace exactamente lo que yo quería. Me arranca la pistola de un golpe. Forcejeamos, pero es más joven y ágil. Me tira al suelo, por encima de la mesa de café. Demasiado viejo para levantarme de un salto. Se agacha por el revólver y me apunta. Se pone de pie y jala el gatillo. No tiene balas. Lo engañé otra vez y la expresión en su rostro vale más que el Hermes del Balmoral. Es la cara de alguien que mete las piernas al lodo creyendo que es cemento. Cargo contra él como un dinosaurio peleando la extinción. Saco el abrecartas de oro de Harlan King. Lo apuñalo en el centro del pecho pero sigo avanzando. Lo levanto un par de centímetros hasta estrellarlo contra la ventana. El vidrio cruje y se parte. Me toma de los brazos. El dolor agudiza su mente y no morirá sin dar batalla.
- Esto es por Gordon Chester Trimble, hijo de perra.- Lo empujo con todas mis fuerzas. La ventana se revienta y cae cuatro pisos hasta la callejuela nevada. Sangre en la nieve.

            Me robo su dinero y salgo de ahí. Lo cuento en el auto, son casi cien mil dólares. Enciendo la radio y tarareo canciones navideñas. Detrás de mí la violencia, el caos de sirenas que despertaron tras mis pasos. La estatua no estaba maldita. No mató a ninguno de ellos. El dinero tampoco lo hizo. Se sentaron a jugar cartas con la dama de la suerte. Buenas manos. Yo me senté al último. Un revólver y nudillos lastimados. La sangre en el agua atrae tiburones. Dinero fácil atrae a los Becker, Zelenko y Morano del mundo. Pienso en Eliza y en su mirada antes de morir. Quisiera recordarla como en las escaleras de ese edificio. Cansada de jugar el poker asesino. Cansada del lodo. Cansada de las aguas enlodadas que no dejan ver nada. Quería una vida simple. La clase de vida de la que nos burlamos, pero secretamente nos cautiva. No sé, podría haber estado mintiendo. Becker tenía esa vida, después de todo, o podía tenerla al alcance de la mano. Dijo algo como querida, voy por cigarros. Y nunca volverá.
- ¡Oz!- Bosch me abre la puerta en su bata y pijama. Tengo sudor, sangre y hollín en mi abrigo. Apesto a ese inmundo rompope que robé de Vicio y aún tengo el olor de la carne quemada en la nariz. Me hace pasar a su sala. Un grupo de extraños bien vestidos aún platican en la sobre mesa, aunque visiblemente borrachos. Un par de niños aún juegan con sus juguetes, pese a los reclamos de sus padres. Entré en una postal de Rockwell. Soy el marciano que llega en su nave, pero no vengo en son de paz.- Ya me preocupaba por ti. ¿Quieres cenar algo? Ven, conoce a mi familia.
- Mucho gusto.- Saludo a todos sin hacerme ilusiones. No recordaré sus nombres en quince segundos, ni ellos el mío.
- No puede ser que siga trabajando detective.- Me reprimenda la esposa de Bosch.- ¿Qué la ciudad no estará segura si se toma tan sólo un día?
- No, al parecer no. Sólo pasé a darle a su esposo su regalo de navidad.- Le entrego a Bosch la estatua y la toma con ambas manos en absoluta admiración.
- Ven, vamos a la cocina. Te ves fatal Oz, ¿necesitas un doctor?
- No, creo que mi poción mágica funciona.- Me termino el rompope y en alguna parte de mi cerebro se disparan fuegos artificiales. Es como si mi mente se sintiera liberada de la porquería que he estado tomando.
- Mira esto, whiskey de Irlanda.- Limpia y rellena mi licorera con toda calma. Los gritos de Eliza aún resuenan en mi cabeza.- ¿Algún problema del que debería saber?
- Créeme Eddie, te enterarás mañana.- La ciudad parecía estar en guerra, pero él no podría saberlo.- Y cuando lo hagas, no me des sermones.
- No fue fácil obtenerla, me imagino. Espera un segundo.- Me quedo en la cocina, mirando la placidez de su hogar y regresa de su estudio con un maletín de doctor que pesa en sus manos.- Medio millón, puedes contarlos si quieres.
- Te creo Eddie, no habría incendiado un cine si no fuera así.
- ¿Un qué?
- Disfruta el resto de la cena. Te enterarás mañana. Por cierto, gracias por la semana de vacaciones que me acabas de autorizar. Ah, y quizás querrías arrestar a Harlan King. Ha sido un chico muy malo. Uno de sus autos está en Pacific, con el cadáver de Dante Kramer en el maletero. Byron Morano y Albert Becker están en un departamento frente al coche. Y quizás querrás hacer que busquen huellas en el abrecartas en el pecho de Robert Zelenko. Considéralo mi regalo de fin de año.- Me mira como si le hubiera dicho que dejé que su perro ensuciara sus pantuflas. No tiene ni idea de lo que espera mañana.

            Bosch no se queja. Podrá extorsionar a Harlan King para librarlo de prisión. La evidencia desaparece todo el tiempo, después de todo. El rastro de cadáveres lleva por todos lados. Siete fiambres en Navidad. Nada mal para una ciudad en llamas. El whiskey de Bosch es bueno, pero no callará los gritos de agonía de Eliza. Amanece cuando dejo un gorro de Santa Claus con cien mil dólares en el correo de la familia de Gordon Trimble y los gritos desaparecen. Feliz navidad, pobre miserable, tu vida no valía todo ese dinero, pero al menos sabías lo que realmente valía la pena.



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