La ley de la calle
Por. Juan Sebastián
Ohem
Del escritorio del detective Martin Felton
Turno de
cementerio. Café y cigarros. Aviones de papel. El timbre del teléfono nos
asustó a los dos. Larry contestó. Su expresión no era amable. Morton. Triple homicidio
en una balacera en la calle. Andamos con la sirena a todo volumen. No teníamos
prisa. Nadie tiene prisa para entrar a Morton, aunque muchos mueren para salir
de Morton. El peor barrio. Lo que solía ser la zona roja antes de que se
tornara peor. El gueto. Proyectos urbanos, como les llaman los políticos. La
cloaca, como le llaman todos los demás.
La
tormenta arreciaba cuando llegamos. Los truenos Los mirones no solo saciaban su
morbo, lloraban. Eso no es bueno. Era un llanto desesperado. Manos en la
garganta y bocas abiertas. El auto había sido ataco en una esquina. El agua
helada de la lluvia nos tenía al borde. Dentro del vehículo había dos
pandilleros negros y un niño negro de diez años. Una bala le perforó el cuello,
otra le entró por el cachete. Oz señaló hacia la posición de un segundo
tirador, a un par de metros de distancia. Tomados desprevenidos, no tenían
oportunidad alguna.
- Vaya, vaya, vaya.- Un hombre se abrió paso de entre la
multitud. Alto como un ropero y ancho como un toro. Un par de años menor que
Larry, pero mucho mejor conservado. Conservaba todo su cabello, con un poco de
gris. El rostro era severo, parecía estar tallado en madera.- El mago de Oz.
- Lynch, hijo de perra ¿sigues vivo?- Abrazos. Sonrisas.
Me quedo en la tormenta mirándolos como un niño. Me ignoran, pero la mirada de
ese niño no me ignora. De la multitud emerge otra bestia. Un ropero rubio con
un bigote largo y una entallada camisa de manga corta.
- Este es mi compañero, Brian Taylor.
- Sigues en anti-bandas, pensé que te retirarías o te
sacarían de rotación.
- No tengo tanta suerte como tú.
- Este es mi compañero, Martin Felton. Felton, éste es
Henry Lynch y su compañero Brian Taylor. Henry y yo fuimos compañeros por seis
largos y dolorosos años. Lo tuve que andar acarreando como a un niño, de un
problema a otro.
- Lo hagas caso Martin, tú conoces a este dinosaurio,
seguramente lo has tenido que cargar completamente ebrio a su departamento.
- No, dejo que lo recoja el servicio de basura, ese no es
realmente mi trabajo.
- Me caes bien.- El amistoso golpe al hombro me duele
como un macanazo. Las risotadas sobrepasan los llantos y lastiman mis oídos.-
Es bueno verte, o verlos, pero ¿qué hacen de este lado de Morton? Negruchos de
este lado de la avenida West de Morton, es cosa de anti-bandas. Detectives de
homicidios es para gente blanca o negruchos educados.
- ¿Alcanzas a ver ese cartel?- Oz señaló al cartel de la
esquina.- Esos idiotas tomaron el tren a villa tumba del lado equivocado de la
avenida. Técnicamente es nuestro territorio, pero tú lo conoces mejor, así que
trabajamos juntos.
- Me parece perfecto.- Los policías de azul creaban un
perímetro y empujaban a la gente. No había prensa. A nadie le importa. Revisamos de nuevo la escena. El niño me
miraba directo a los ojos. Lynch señaló algunas bandanas.- Colores. Son
pandilleros, no hay duda. Crips de Morton.
- ¿Detectives?- Un policía uniformado jaló a una negra
flaca, de hambre y no de vanidad. Falda corta. Tacones altos. Maquillaje
corrido. La peluca rubia se ha deslizado hacia un lado, debido a la lluvia.
Está nerviosa. Debería estarlo.
- Déjenme en paz.- La negras se liberó del uniformado.
Quiso hacerle una seña obscena. Se contuvo.-
Dos sujetos los sorprendieron en el semáforo. No sonaron como armas
grandes, pero eran automáticas.
- Tengo preguntar, pero ya sé la respuesta. ¿De qué raza?
- Negros, uno muy alto con bigote y otro más pequeño.
- De nuevo, tengo que preguntar, pero ya sé la respuesta.
Si te mostramos fotos ¿los reconocerías?
- No, la verdad no.- Lynch la empujó. La ramera hizo
equilibrios con los tacones. Plataformas en charcos de cinco centímetros.
Aleteo de brazos. Un segundo de desesperación y regresa a la normalidad. La
mujer regresa a la oscuridad de la que salió.
- Al diablo con los pandilleros, me interesa el niño.- La
idea me sale de la boca. Tenía que ser dicha. La mirada del pobre diablo me
dolía en la nuca.- Chimpancés se matan a diario, es el niño el que ha traído a
la congregación.
- Nadie nos ha
dicho su nombre.- Se entrometió un uniformado. Miradas frías. El hombre dio dos
pasos para atrás.
- Busquen el arma homicida.- Avergonzado, el policía nos
dejó. Cuidadosamente movemos los cuerpos para buscar carteras. No que importe,
los peritos de escena del crimen no se ocupan de estos casos. No encuentro
nada. Oz busca en la guantera. Lotería.
- Negrata uno se llamaba Carson Hicks. Negrata dos se
llamaba Barry Norman.
- Dos menos, faltan varios miles.- Dijo Taylor guiñándome
el ojo. Trato de responder con el mismo gesto, pero es demasiado tarde y ya no
me está viendo.
- Encontramos una pistola bajo un basurero. ¿La enviamos
para sacar huellas y a balística?- El mismo policía regresó, con la mirada
gacha.
- No, quiero que la regresen a su lugar, quería ver si
estaba, eso es todo.- Respondió Lynch. Oz se ríe. Brian Taylor gruñe. Finjo una
sonrisa. Reviso el chico, no tiene cartera.
- Ese es mi hijo.- Una pareja trataban de pasar del cerco
policial. Lynch hizo una seña y los padres se acercaron.- Somos sus padres,
¿está bien?
- Está genial. ¿Usted qué cree? Está muerto.- George
Devlin y Yolanda Travis eran dos negros flacos y ojerosos. Una mirada de arriba
abajo. Dentadura destrozada con el humo de la pipa. Marcas en los brazos.
Tiemblan, pero no es el frío de la lluvia.
- ¿Qué hacía su hijo en ese coche?- Me entrometí.
- Es que, algunas veces ellos cuidan de Steve.
- Vaya que los cuidaron.- George Devlin se puso bravo.
Lynch le dio un par de bofetadas y los empujaron del otro lado del cerco.
Abucheos y gritos. Aún no llega la ambulancia.- Vámonos de aquí, hay que agitar
el avispero.
- ¿Conoces bien la banda?
- ¿Bromeas viejo? Tengo un archivo tan gordo como mi
brazo. Sé por dónde podemos empezar. Sigan nuestro auto.
- Nunca vengas solo.- Me dice Larry en el auto. Hay
tristeza en sus ojos.- Policías han muerto aquí. Son muy unidos, pero son igual
de salvajes. Te cortarán en pedazos y trataran de esconder tu cadáver en la
coladera.
- ¿Era así de malo cuando tú trabajabas?
- Era igual. En Morton todo es igual. Los hombres mueren
a los 35, pero tienen sus primeros hijos a los 16. Es evolución, la naturaleza
los compele a reproducir a edades más tempranas, de otro modo se extinguirían y
nos harían a todos un favor. Los nombres cambian, pandillas van y vienen, pero
todo sigue igual. Lo mejor que puedes hacer es mantenerlos asustados, quizás
así sean más discretos.- Edificios altos y pequeños, todo es igual. Grafiti
encima de grafiti, generaciones de lealtades y siglas. Oz enciende la luz de la
sirena. El color rojo resalta a los transeúntes. Todos parecen camellos,
prostis o ladrones. Probablemente lo sean.- Llegamos.
- Un verdadero palacio.- La sala de billas ocupaba el
sótano de un edificio de renta congelada. Las ventanas abarrotadas. La puerta
principal reemplazada por un pedazo de madera. Lynch obliga al negro de la
entrada del sótano a abrirnos paso.
- Nadie se mueva, venimos a hacer preguntas.- Lynch y
Taylor mostraron sus escopetas. Larry sacó su arma. Lo imité, pero estaba
nervioso. En la mesa de billar a mi lado una chica inhalaba líneas, su
acompañante tenía un cuchillo, que escondió al vernos entrar. Seis mesas en
total. Escondieron armas y drogas tan rápidamente como pudieron. Taylor se
queda cerca de la puerta, en caso que necesitemos escapar. No estoy
acostumbrado a contemplar la posibilidad se salir huyendo, pero conforme nos
acercamos al negro del fondo, me voy acostumbro rápidamente. Hay odio en sus
ojos y pistolas escondidas en su ropa. Vivimos porque el negro del fondo, Lynch
lo llama Kedrick Brown, quiere que vivamos.- Kedrick.
- Lynch, ¿qué quieres viejo? Pagamos el impuesto la
semana pasada.
- Eso se la pagas a la patrulla, yo no tengo idea de lo
que me hablas.
- Sí como no. ¿Qué quieres?- Los sujetos que antes
estaban pegados contra la pared dan un par de pasos al frente. Un poco más y
estaremos cercados.- No tengo toda la noche para complacerte cerdo.
- Elegiste mala noche Brown. Sabes de la balacera,
probablemente la provocaste. ¿Quiénes son?
- ¿Para qué quieres saber? Te conozco Lynch, te importa
un comino si un pandillero muere, por eso somos nuestra propia policía.
- Suficiente de ti, me hartaste.- Lo golpea con la culata
de la escopeta en la boca. Cae al suelo gritando de dolor. Oz se da media
vuelta y les apunta a los que sacan sus armas. Brian grita que se detengan.
Lynch está en su elemento. Lo patea en el suelo. Le quita su arma. Le escupe a
su novia. Lo hinca apuntándole a la cabeza y levantándolo.- Yo soy el que
manda, negrito sandia, que no se te olvide. Este barrio lo construyeron
blancos, ustedes lo echan a perder, pero nosotros aún mandamos.
- Está bien, está bien. Carson y Barry.
- Nombres completos.
- Carson Hicks y Barry Norman. Un par de don nadies,
debieron haber insultado a la persona equivocada.- Lynch parecía hacer memoria.
Sonrió como un niño travieso.
- No me mientas, Hicks me suena conocido.
- Está bien, era teniente.
- ¿Y dónde está el chimpancé principal?
- No sé donde está O.
- Orson Baslin, todo un degenerado.- Comentó Lynch.- Le
gustan las perras golpeadas y que rueguen. He visto cuando se sale de control.
- ¡Cerdo!- Gritó una muchacha y lanzó una botella. Se
reventó a mi lado. Brinqué del susto. Hubo risas. Me ruboricé y traté de
parecer amenazante.
- Vámonos. Brian, la rocola.- Brian descargó un par de
tiros antes de irnos.
- Al menos tenemos nombres. ¿Adónde ahora?
- Sigue mi auto Oz, se me ocurre otro lugar.
Viajamos
en silencio. El corazón aún me late con fuerza. Mi mano tiembla tanto que tengo
que ocultarla. Me tomo un par de benzedrinas. Eso siempre me pone en la
zona. Cuando llega a mi corriente
sanguínea mis venas estallan. Mi mente va a mil por horas. Veo a los camellos
en la calle sonriendo como si fueran dueños del lugar. Tengo que ganas de
golpearlos y borrar esa sonrisa. Pasamos por la West, la avenida donde fue la
balacera. Los cuerpos ya fueron llevados a la morgue. El auto ya no está. La
gente no se ha ido. Un pequeño altar honra la memoria de Seteven Devlin. Sus
padres piden limosna para comprar más crack.
- Parece que ahí hay otro.- Llegamos a una callejuela
repleta de proxenetas y prostis. Un gorila con un rastas usa un paliacate azul
y playera azul. Nuestra presencia asusta algunas chicas, pero no a todas. Hay
un grupo de mujeres que acompañan al gorila mientras éste fuma plácidamente
apoyado contra su auto.
- Manny Sanders, pensé que estarías aquí.- Collares de
oro. Dientes de oro. Encendedor de oro.- Lynch. Como una garrapata, nunca nos
podemos deshacer de ti.
- Mejores que tú lo han intentado. ¿Qué sabes de la
balacera?
- ¿Qué balacera? Oí disparos, no me asomé. Aquí estoy
bien.
- No me vengas con esas negrito, o te humillo frente a
tus perras.- Una de ellas, con un abrigo dorado y nada abajo, me tocó el
hombro. Brinqué del susto. La benzedrina me pega como mula. La ahuyento con la
mirada.- Parece que a mi amigo no les gustan sucias como a ti. ¿Dónde está
Orson?
- No lo sé Lynch, es real. Tampoco sé de la balacera. A
mí Orson no me dice nada. Kedrick y Carson tampoco. No me importa. Tú sabes por
qué estoy aquí. El dinero y las perras.
- ¿Qué es eso?- Oz señaló sus cadenas de oro. Manny se
rió.
- ¿Qué tiene? Ya sabes que los negros no saben gastar
dinero.- Dijo Lynch.
- Parece que te olvidas de lo que te enseñé.- Le quitó
las cadenas. Una de ellas tenía un colgante dorado con forma de calavera.- Esta
clase de porquerías ayudan su autoestima. Eso implica que se atreven a violar
la regla de oro. Las calles son de los policías.
- Devuélveme eso viejo.- Oz lo empujó de regreso contra
el auto y comenzó a atacarlo salvajemente con sus cadenas de oro. Lynch estaba
divertido. Las mujeres gritaban. Me dolían los tímpanos.
- Suficiente.- Tranquilicé a Oz y le quité las cadenas.
- Vamos Felton, diviértete.- Lynch me empujó para que lo
golpeara. El negro me miró desde el suelo. Su piel tan negra como la oscuridad
que lo envolvía, lo único que podía ver eran sus dientes de oro. Tenían sangre.
Lynch me empujaba y lo repetía una y otra vez. Lo empujé hacia atrás, agarré a
una de las muchachas, la más malnutrida y la miré a los ojos.- Derrite está
porquería y véndela. Sal de aquí antes que ese negro te mate.
- No toques a mis perras.- La benzedrina me tenía con
todos mis motores. La chica no sabía qué hacer. Saqué mi arma y puse el barril
en la boca de Manny Sanders.
- Las golpeas, las torturas, las explotas. Y eso es lo
que he visto hasta ahora.- Larry me mira nervioso. Lynch sonríe. Él cree que lo
tengo bajo control. No lo tengo. La benzedrina me empuja pero estoy nervioso
como una colegiala. El negro me mira y sonríe. Sabe que no jalaré el gatillo.
Se lo toma a broma.- Aún si te volara la tapa de los sesos, no lo entenderías.
- Bienvenido a Morton, Martin. Vámonos de aquí. Esto es
inútil. Quiero ver tu expediente de estas bestias.- Regresamos al auto. Estoy
molesto. Sabía que no lo haría. Golpeado y en el suelo, y sabía más sobre mí
que yo mismo.
- ¿Cómo aguantaste
tantos años Oz?
- No lo hice.- Encendió un cigarro y bebió un trago de su
licorera.- A los tres años quisieron transferirme a crímenes sexuales. Eso era
mejor que estar aquí. Me peleé con el capitán y no me transfirieron. Míralo de
esta forma. Sin gente como Lynch, estos negros estarían por todas partes. ¿Te
imaginas Baltic en manos de pandilleros? Nos guste o no, Lynch hace un buen
trabajo.
- Supongo.- Lo peor de la benzedrina está pasando. Pongo
algo de jazz. Oz no se molesta, eso es novedad. El silencio y el sonido de los
limpiaparabrisas batallando contra la tormenta nos ponía nerviosos.- ¿Qué se
siente que tu discípulo no se está quedando calvo?
- Muy gracioso. Lindo detalle el que tuviste con esa
prosti, ¿es la primera vez que interactúas con una mujer que no inflaste tú
mismo?
- Chistoso. Iba a hacer un chiste sobre tu mamá, pero no
me gusta la arqueología.- Oz me mira a los ojos. Segundo de silencio. Nos
reímos tan fuerte que opacamos la música.
La
oficina de anti-bandas ocupa un segundo piso. La mitad de la división son
jaulas para detenciones. Nos llevan a sus oficinas, a puerta cerrada. Fotos por
todas partes. Libros de fotos en los escritorios. Anotaciones en un bloc que
cuelga de la pared. Las máquinas de escribir están enterradas bajo reportes y
anuncios. Lynch monta el organigrama de la pandilla. Tienen fotos viejas de
arrestos anteriores. Explica que han operado por varios años. Tomaron el lugar
de otra banda y se adueñaron de la mitad de Morton. Controlan narcóticos,
prostitución, apuestas y extorsiones. El único líder es Orson Baslin, sus
tenientes de confianza son Manny Sanders, Kedrick Brown y Carson Hicks. Nos
enseñan fotos más recientes de algunos capos. Mary Pollock, Barry Norman, Fred
Lee y Oswald Duffy.
- Cada uno, como es obvio, tiene su sobrenombre de
pandilla. Nunca me los acuerdo. Los capos son más peligrosos que los tenientes.
Se ensucian las manos. Mientras más alto, menos se manchan, por eso nunca hemos
podido arrestar a Baslin. Jamás está en la misma habitación que las drogas o
que el dinero. Eso es algo que han aprendido de los italianos.
- Ese es un pensamiento aterrador.- Dijo Oz.
- Mary Pollock hizo tres años por prostitución, asalto
con agravantes y fraude.- Brian nos mostró la fotografía. Mary tenía una
cicatriz en el labio.- Herida de navaja en prisión. Una joyita. Oswald Duffy
hizo diez años, tenía trece cuando lo arrestamos por primera vez. Asalto a mano
armada. Le disparó al dependiente de la tienda en el brazo.
- A Duffy le dicen Oz, de Oswald.- Bromeó Lynch.- Me parte
de la risa cada que lo veo.
- Realmente no me recuerdan.- Murmuró Oz.- Como si nada.
- Casi todos los que conocías están muertos o en
prisión.- Dijo Lynch.
- Casi. Vamos Martin, te pago unos tragos.
- Conoces a alguien, ¿no es cierto?- Dije, cuando llegamos
al auto.
- Sí, alguien con la oreja en el suelo. Dixon Jones,
tiene un bar en la orilla de Morton.
- No logró escapar, no del todo ¿verdad?
- Sí, no del todo.
- ¿Qué te hace pensar que te recuerda o que quiere hablar
contigo?
- A veces, cuando me pongo… Cuando no tengo nada que
hacer, voy al bar. Además, me recuerda perfectamente, yo le saqué el ojo a
punta de golpes.
- Vaya, yo pensé que lo
conocías porque era tu novio, pero eso es aún mejor.
- Descuida Martin, él es todo tuyo. Es casi ciego, así que
no se dará cuenta lo feo que eres.
El bar
era pequeño. Las moscas volaban sobre los tarros sucios. Los pocos clientes
huían de la lluvia. Seguí a Larry hasta su taburete favorito. Dixon era un
hombre con algunas canas, pero del tamaño de un oso. Pulía la barra con un
trapo sucio. Olió a Larry de inmediato.
- El mago de Oz. ¿Lo usual? Whisky y una oreja
dispuesta.- Extendió la mano para cualquier otro lugar. Larry lo saludó y nos
sentamos.- ¿Quién es tu amigo?
- Amiga, estuvo cerca.
- Huele a… policía.- Me extendió la callosa mano y se la
estreché. Se dio media vuelta y sirvió los dos vasos de whisky con una
velocidad impresionante.
- Viejo Dixon.- Le pagó con dos billetes de cincuenta.
- Tan viejo como tú.- Dixon se apoyó contra la barra y
sonrió.- Con una ventaja, no tengo que ver Morton.
- Ésa sí es una ventaja Dixon, no hay duda. Dile a mi
compañero cómo perdiste el ojo.
- Vamos viejo, no seas así.
- Es una gran historia.
- Entonces cuéntala tú.- Oz se encendió un cigarro y su
humor mejoró.- El buen Dixon tuvo una infancia problemática. Creció robando
billeteras. En su adolescencia se creía el mejor proxeneta del mundo. ¿Su
establo? Dos inmigrantes ilegales y un maricón. Le robaban y se burlaban de él.
- El que ríe al último,- Intervino Dixon.- ríe mejor.
- Es cierto. Lo abandonaron por otro que tenía una mejor
esquina. Terminaron muertos y descartados en un charco de lodo, como si fueran
juguetes. Hizo un año por posesión de narcóticos y un arma. Se graduó y empezó
a hacer asaltos. No la clase de asaltos normales, dependientes de tiendas de
autoservicio y esas tonterías. No, el buen Dixon aprendió una o dos cosas en
prisión. Asaltos a departamentos. Los amarraba y robaba todo lo que no
estuviera clavado a la pared. Fue un dolor de muelas rastrearlo. No vendía
nada. Se iba de la ciudad para vender lo robado, eso fue lo que nos distrajo.
Hacía notas falsas de compra, por eso tampoco lo denunciaron allá. Durante un
verano asaltó quince hogares por toda la ciudad. Me acerqué por métodos, poco
ortodoxos.
- Se acostó con mi novia.
- Bueno sí, pero te hice un favor. Esa perra me robó la
cartera. Busqué los antecedentes de esos crímenes, interrogué a todos los que
estaban en prisión y fui descartando media docena de sospechosos. La mayoría
culpables de otras cosas.
- Hasta que dio conmigo.
- Así es, hasta que di con Dixon. Sus últimas víctimas
fueron golpeados sin perdón. Uno de ellos quedó en silla de ruedas. Una mujer
quedó tan traumatizada que se suicidó a la semana siguiente.
- Estaba de malas, me robaste a mi novia.
- Finalmente lo tengo, pero sé que no tengo un buen caso
para la corte. Ningún testigo. Nada de huellas. Ni su novia quería hablar. Así
que le di dos opciones.
- Dixon, me dijo, te mando a prisión por el resto de tu
vida o te doy la golpiza de tu vida. Naturalmente, escogí lo segundo. Me sacó
un ojo a golpes, el otro está casi ciego por completo.
- Soy mi propio sistema de readaptación social. ¿Te
adapté, no es cierto?
- Me ayudaste a sobornar al encargado de licencias de
licores y me diste algo de dinero. No tuyo, por supuesto, sino de camellos.
- Soy dadivoso. Pero funcionaba, eso es lo importante.
- Ahora tenemos un niño muerto.- Interrumpí.
- Siempre ha habido niños muertos.- Dijo Dixon.
- Diez años y muere en una camioneta con un teniente de Orson
Baslin y uno de sus capos.
- Eso es malo. No había oído esa historia.- Sirvió más
whisky.
- ¿Y qué sabes de la pandilla?
- Tan violenta
como las demás, tan estúpidos como los demás. Sé algo, que Manny Sanders
es la oveja negra. Ese negro sólo quiere poder. Sanders controla casi toda la
prostitución y apuestas. También tiene una fuerte base de contribuyentes, han
llegado a cobrarme impuesto hasta aquí.
- ¿Porqué no me dijiste?
- No, no, ¿para qué? Preferí pagar.
- Si Manny Sanders controla todo eso,- dije después de
tragar el peor whisky que había probado en mi vida.- ¿qué controla Orson
Baslin?
- Narcóticos. Heroína, cocaína y las porquerías
sintéticas. Las cocinan y venden por mayoreo. He escuchado, y es solo un rumor,
que hacen tanto dinero porque su producto cubre todo Morton y llega hasta los
clubes en Oceanic y las escuelas de Baltic. Ellos rompen tu ley Oz.
- ¿Qué ley es esa?- Pregunté. Oz se terminó su whisky y
Dixon le sirvió otra.
- Nosotros, los policías, somos los reyes de la calle.
Pueden matarse entre ellos, sin involucrar civiles. No pueden pavonearse por
las calles, orgullosos de sus porquerías. Como ese Manny al que le metiste la
pistola en la boca. No pueden ganar más que los blancos. No pueden salir de
Morton. No pueden vender drogas a los niños. La pena es la muerte. O solía
serlo en mis tiempos. Te secuestramos, te ponemos una bala en la cabeza y
escondemos el cadáver en la carretera.
- Sigue siendo así. He oído que ese Lynch es tan malo
como tú. Los tiempos cambian, eso es todo. La policía se hace más suave. La
Fuerza quiere fingir que no son otra mafia, como ellos. Les atan las manos,
pero Lynch lo sigue haciendo.
- Aún así, un niño.- Me quejé. El alcohol y la benzedrina
conspiraban en mi contra. Veía la cara de ese niño y veía las caras de los
hijos de mi hermana.- Tengo que irme.
- No regreses a Morton.- Dijo Oz.
- Seré cuidadoso. Llama una patrulla cuando acabaes. Nos
vemos después.
Tenía
que hacerlo. Manejé mientras la tormenta seguía. La avenida West estaba como
siempre había estado, prostis en las esquinas, un camello bajo una cornisa y un
proxeneta fumando marihuana en un auto. El altar estaba ahí. Más grande que la
última vez. Yolanda Travis y George Devlin ya no estaban. El bote de limosnas
tampoco. Un junkie escondido detrás de un coche forcejeaba para abrirlo. Unas
cuantas monedas por su esfuerzo.
Estaciono.
No me atrevo a ir lejos. Veo el altar. Flores protegidas por las cornisas del
edificio de atrás. Quiero dejar dinero. Mejor no. Fotos de Steve Devlin y de
otros niños muertos. No es la primera vez. No sería la última. No sé qué quería
hacer. No haría diferencia alguna. Morton es Morton. Sus miradas de acusaban.
Algo tenía que hacer. Detengo al drogadicto mientras corre de atrás del auto y
pasa a mi lado. Le pregunto dónde encontrar a los padres de Steve. No sabe. No
le importa. Tiene para su medicina. Me siento compelido a quitárselo. No haría
diferencia. Le robaría a alguien. Pasan pocos transeúntes. Me evitan. Soy
blanco. Imaginan que soy policía. Detengo a un niño. Lo soborno con cincuenta
dólares si me lleva a casa de Steve. Lo piensa. Lo duda. Acepta. Caminamos bajo
la lluvia por tres cuadras. Señala el edificio. Le pago. Quiero creer que no me
estafó. Un hombre cuida la entrada.
- Cinco dólares.- Le muestro mi placa.- Dos dólares.
- ¿Yolanda Travisy George Devlin viven aquí?
- ¿Cómo voy a saberlo? Mucha gente vive aquí.- Un
muchacho detrás de él suelta la risotada. Escuchó el metálico sonido de un
arma. Esos dos dólares no son opcionales. Le pago y subo piso por piso.
Pregunto por ahí hasta que me dicen dónde.
- ¿Quién es?
- Policía, abra.- Escucho que corren. Escucho una ventana
que se abre. No quiero patear la puerta. En lugares como estos la puerta puede
estar reforzada. Corro al callejón a un lado del edificio. El guardia en la
entrada me mira y sonríe.
- Gracias por venir, vuelva pronto.
- Deténganse.- Cansado, saco mi arma. George tiembla y no
es el frío. Yolanda baja los últimos escalones de la escalera de servicio. Se
resbala y se cae a la basura. Guardo el arma y la ayudo.- Soy a la única
persona que le importa Steve. ¿Quieren que encuentre al hombre que lo mató?
Hablen conmigo. De otro modo, el asunto nunca quedará claro.
- ¿Estás loco, blanquito?- Yolanda estaba ofendida.
George vomitó y cayó sobre bolsas de basura.- Hablar con la policía es suicida.
No me meto con ellos, no se meten conmigo.
- ¿No se mete con
ellos? Su hijo de diez años anda con ellos. ¿Quiere explicarme eso?
- Blanquito, hazte un favor y vete. Deja que resolvamos
las cosas como podamos.
- ¿Cómo puedan? Se están matando entre ustedes, ¿está
bromeando?- La agarro de la boca y aprieto. Quiero lastimarla. Quiero tirarla
al piso y golpearla. La benzedrina me tiene alterado.- Disculpe, me salí de
control. No quise lastimarla. Yolanda, perdió a su hijo esta noche. ¿Esto es lo
que quiere hacer esta noche, correr de la policía con su marido desmayándose?
- George no es el padre de Steve, aunque tenga su
apellido. El papá es Oz.- Reprimo la sonrisa.
- ¿Oswald Duffy?
- Sí. A veces se lo dejo, para que lo cuide mientras
George y yo…
- Entiendo.
- Siempre lo regresan en la noche. Steve jugaba mucho con
ellos, son buenos niñeros.
- Sí, la pandilla homicida que extorsiona y padrotea es
un buen lugar para dejar niños. Claro, la alternativa sería con ustedes. ¿Dónde
puedo encontrar a Duffy a estas horas? E imagino que no está durmiendo.
- Oz nunca duerme.- Reprimo otra sonrisa.- No sé dónde
puede estar.
- No me mienta Yolanda, vamos, él no sabrá que lo
encontré por usted.
- Se pasea por Irwin, supongo que tiene negocios por ahí.
Tomo más
benzedrina. Ésta será una larga noche. Manejo por la calle Irwin y sus
alrededores, sin suerte. Tendré que caminar bajo la lluvia. Entro a cada
licorería y antro que encuentro. Me topo con un bar con un camello en la puerta.
Vende pastillas mientras decide qué negro flacucho y sin futuro puede entrar y
cuál no. Le muestro la placa y la empujo. La benzedrina me altera, lo empujo
demasiado fuerte. Lynch le habría roto la nariz. Eso me contenta. El lugar está
a reventar. La banda de jazz desafina y toca a toda velocidad. Pocas mesas. La
gente baila o se apoya en la barra. El calor es espantoso. Choco contra los
cuerpos que bailan. Con la benzadrina sigo el ritmo alocado del jazz. Quiero
perder el control en esa jungla de cuerpos. No puedo porque Steve me mira y me
juzga con la fiereza de un juez. Encuentro a Oz. Es enorme y calvo. Su mirada
es asesina. Sus tatuajes y la corte de seis matones a sus lados me intimidan.
- Detective Felton.
- ¿Qué?- Duffy me mira burlonamente y finge sordera. Lo
grito lo más fuerte posible.- ¿Qué quieres? No vendo, ve afuera o donde
quieras, pero yo no traigo nada.
- No quiero nada.
- Mentira, con esos ojos se nota que estás en algo,
¿coca? No, estás demasiado novato para eso, ¿benzedrina?- No quiero reaccionar
pero lo hago. Se burlan de mí. Oz está complacido.
- Estoy aquí por Steve Devlin.
- Habla más fuerte blanquito.- Lo grito de nuevo, pero se
hace al sordo. Lanza una mirada a sus compinches. Me empujan hacia la multitud.
Manos y brazos por todas partes. Empujándome fuera. Lucho contra ellos. Lanzo
codazos, me identifico como policía, no les importa. Me tropiezo y me caigo al
suelo. Siento patadas. Me levanto y alguien me empuja con todas sus fuerzas. Me
caigo contra una de las pocas mesas. Una mujer me tira su cerveza. El jazz
truena detrás de mí. La trompeta y mi benzedrina no se llevan. Pienso en Oz.
Pienso en Lynch. Una mujer me jala de la corbata, otra me da una bofetada. Saco
el arma. Doy media vuelta. Disparo contra la señal luminosa a un lado del
trompetista. Los músicos sueltan sus instrumentos y corren. Me doy media vuelta
de nuevo y disparo contra la puerta. Detengo la migración. Apunto a todas
partes. Se tiran al suelo. Todos menos Duffy y sus secuaces.
- Lo único que me importa es Steven, el resto de ustedes
pueden volver a África o matarse entre ustedes. No me importa.
- Vaya, está bien. Era broma.
- Mataron a tu hijo esta noche. Quiero creer que hay algo
de decencia detrás de esos ojos fríos. No soy Lynch. No soy Taylor. No quiero
creer que tú mataste a tu hijo. No si sabías que estaba en ese auto. Así
háblame de él. ¿Por qué no estaba contigo si Yolanda te lo dio?
- Esa tipa me lo deja como si fuera la maldita
tintorería. No quiere que su hijo vea que mami chupa lo que sea por unos dólares.
No quiere verla a ella, ni a George, chupando de la pipa y quemando sus sesos.
- ¿Estuvo contigo todo el día?
- No, se lo di a Mary.
Es buena con los niños.- Mary Pollock. Recordé su rostro. Recordé su
cicatriz. Recordé su historial.- Ella estuvo con Steve un tiempo y se lo dejó a
Kedrick. Debió dejárselo finalmente a Carson. No podemos andar por ahí con un
niño, no queremos que vea… La realidad de las cosas.
- La realidad de las cosas es que tu hijo está muerto.
Regreso
al auto. Nadie dice nada. El mensaje les queda claro. No queda claro para mí.
Una guardería de maleantes. No logro decidirme qué sería peor, si Yolanda
cuidara de su propio hijo o la pandilla. Entregarlo al gobierno tampoco es
buena idea. ¿Quién querría adoptar un negrito de diez años que ha visto cosas
que ningún adulto decente fuera de Morton debería ver? Steven estaba muerto.
Aún antes de subir a ese auto. Pero el que jaló el gatillo fue el que decidió.
Él decidió que ninguna de las tres opciones era válida.
- Martin, maldita sea llevo media hora en la radio.
Contesta. Deja de masturbarte con fotos de sospechosos y contesta.
- Aquí Felton.
- Te tomaste tu tiempo. ¿Qué estabas haciendo? No
importa. Quiero que vengas a la joyería
Ramsés, está en la 50 entre la Julian y 30 este. En Morton. Parece que no
podemos escapar de aquí.
- ¿Qué pasó?
- Parece que Hicks y Norman asaltaron este lugar hace dos
días.
- No me tardo.- El lugar queda a pocas cuadras de ahí. Oz
fuma bajo una farola. Una estatua de mal humor.
- ¿Qué conseguiste Martin? Espero que no un novio.
- Yolanda dejaba a su hijo en manos de Oz, digo de Duffy.
Él lo iba pasando de maleante en maleante conforme se cansaban. Devolvían al
chico en la noche.
- Caso cerrado, entonces.- Señaló la joyería.- Ahora,
siguiendo con nuestro trabajo policial. Nuestras víctimas fueron arrestadas por
un robo en esta joyería.
- ¿Qué hacían afuera entonces?- Seguí a Oz mientras
explicaba caminando, hacia un callejón largo.
- La alarma sonó. Milagrosamente, había una patrulla
cerca. Carson Hicks y Barry Norman corrieron hacia este callejón. Los diamantes
desaparecieron. Las máscaras también. Los dependientes estaban en el piso, no
los vieron bien. Los policías no los vieron realmente salir de la joyería, solo
asumieron que eran ellos porque echaron a correr.- Recorrimos el callejón. Dos
puertas de servicio, un basurero y una humeante coladera. Nada más.
- ¿Revisaron el basurero?
- Claro que sí, y las puertas de servicio están soldadas
por dentro. Aún así, nada.
- Finalmente tenemos motivo.
- Tenemos cientos de motivos. Sabemos poco de la
pandilla. Quizás los mataron rivales. Quizás Manny elimina la competencia para
quedarse con todo. Quizás Barry Norman se acostó con la novia del jefe.
Cualquier cosa. Pero tienes razón, los diamantes son diamantes. Es mucho
dinero. Vale la pena investigar si esos dos no se quedaron con algunos
diamantes. Esa sería razón suficiente.- Lynch y Taylor estacionaron frente al
callejón.
- Tenemos noticias. Las huellas del arma pertenecen a
Fred Lee, es un capo de Orson Baslin.
- Resulta,- intervino Taylor.- que hizo tiempo con
Kedrick Brown. Así que no sé si ese golpe fue aprobado por Orson o por Kedrick.
- ¿Tienen domicilio conocido? A quien engaño, Fred Lee no
debe estar en ningún registro.
- Sí, tienes razón. Pedí en el precinto que usen a sus
chivatos y nos den una dirección.
- Hablé con Dixon, ¿lo recuerdas?
- Claro, si yo estaba en el lugar cuando le diste esa
golpiza.- Lynch encendió un cigarro. La candela, protegida por el sombrero,
iluminó sus duras facciones.- ¿Qué cuenta el viejo chismoso?
- Me dio un par de direcciones que quiero comprobar.
Quizás tengamos suerte.
- ¿Qué pasa ahí?- Señalé a una ambulancia a una cuadra de
distancia.
- Otro caso de junkie. Van tres esta noche. La droga les
salió mala. Tenemos dos fiambres más. Camellos. No sé si estén relacionados.
Tengo a otros dos detectives trabajando en el caso. No quiero que lo tiren a la
basura.
- Sospechas guerra civil.- Dijo Oz. Lynch asintió con la
cabeza.- Vamos, sigan nuestro auto.
La
tormenta no cede. Las luces de ambulancias y patrullas iluminan donde las
farolas no alcanzan. Oz bebe de su licorera. Mi benzedrina está pasando. Estoy
cansado. Estoy fastidiado. Quiero ir a casa. Quiero bañarme por media hora.
Quiero dormir hasta pasado mañana.
- Parece que tenemos suerte. Dixon Jones es muchas cosas,
pero es confiable.- El edificio de una planta era una tienda de mascotas. Lo
miré extrañado.- Entrenamiento básico anti-bandas. Número uno, ¿cuántas tiendas
de animales puede haber en un lugar como este? Número dos, no tiene grafiti,
mientras que las casas a los lados sí lo tienen. Número tres, tiene su propia
iluminación.
- Buen ojo.- Brian violó la cerradura. Entramos al
edificio con linternas y pistolas. Quiero creer que estoy listo para todo. No
lo estoy.
- Hay otra puerta aquí.- Jaulas de cachorritos y una caja
registradora en un espacio minúsculo. El resto del edificio está separado por
una gruesa puerta de acero. Brian se pone a trabajar, pero son cinco cerraduras
de dos tipos distintas. Número cuatro, cerraduras demasiado caras para el
lugar.
- ¿Qué otra dirección te dio Jones?
- Un prostíbulo.- Lynch anotó la dirección.- Hay que
poner a esta pandilla fuera del juego.
- Sí, ésta fue la última. Ese Dixon tiene datos jugosos,
¿qué más te dijo?
- No sabía mucho más, o no quiso decirme. Cualquiera de
las dos. Hablamos del pasado, ¿de qué otra cosa podríamos hablar? Hablamos de
los chicanos y sus perros de pelea, ¿te acuerdas?
- Recuerdo cuando soltaste a los perros y se comieron a
ese tipo, ¿cómo se llamaba?
- Guardo. Violador en serie. ¿Cuántas llevaba, once?
- Quince. El fiscal le sacó 28. No sé si sea verdad, era
Rosen, cuando era el chico de oro. Le gustaba montar grandes espectáculos y
hacer peor las cosas.
- Hablamos de Elbert
Butler, ¿te acuerdas de él? Cocinero que tenía kilos de cristal por
semana. Pan caliente. Fue invierno memorable. Nunca lo pudimos agarrar.
- Salió del gueto
cuando se casó con una dependienta de no me acuerdo qué tienda. Sally Claxton
se llama. Viven en Hills, no les va mal.
- Sí, Dixon me contó, la despidieron hace medio año.
- ¿Te acuerdas de ese ladrón, el gato pardo o algo así?-
Oz me codea, le gusta la historia. Bajo nosotros Brian suda y maldice con cada
intento fallido.- Robó seis departamentos, todos en pisos altos. Nadie sabía
quién era.
- Recuerdo que pensaban que era un cirquero.- Oz no
paraba de sonreír.- Robó de un piso décimo, el techo más cercano era a tres
pisos. Fui el único con suficiente cerebro para rastrear robos a farmacias. El
idiota dejó huellas. Encontramos la mercancía en una bodega a nombre de su
ex-esposa. El gato nocturno, le llamaban los periódicos.
- Ya está.
El espacio
era muy reducido. Un dormitorio con una cama sin colchón. Una tele. Un baño
grande. Una mesa enclenque de metal y una silla metálica. Un espacio vacío
donde debería estar la sala. El diminuto departamento estaba cortado del resto
del edificio por paredes falsas y una puerta pequeña donde no terminaban de
instalar la pared falsa sobre la puerta. Un enorme espacio vacío sobre la
puerta donde telarañas se habían formado. La puerta no tenía cerradura. Después
de ella había un almacén vacío. Había algunas cajas. Un diablo para cargar.
Nada más. El piso, a diferencia del departamento, estaba limpio. En la esquina
izquierda había una regadera. Oz se puso guantes blancos de plástico y se
arrodilló a un lado de la coladera. Pasó los dedos. De un bolsillo sacó
herramientas pequeñas. Usó un desarmador para sacar la coladera. Pasó los dedos
de nuevo. Bingo. Heroína.
- Almacén de drogas, sin duda. La quitaron hace poco.
Lavan lo que entra en contacto con la heroína, pero no se queda en la coladera
por mucho tiempo.- Me distraigo y regreso a la puerta. Hay cuatro marcas
equidistantes en la duela.
- ¿Crees que Dixon les dijo que la sacaran?
- Imposible, deben guardar mucho aquí. Además, si Dixon
les avisa que habló con nosotros, sería hombre muerto.- Oz enciende un cigarro
mientras regresamos a los autos. Brian notifica a las patrullas.
- No hay nada que ate a Orson con este lugar. No creo que
haya un rastro de papeles para este edificio. Pierden la bodega, perderán el
prostíbulo que me diste, pero al final sigue su negocio tan robusto como
siempre.
- Lynch.- Brian regresó corriendo.- Tenemos un pitazo. Un
chivato le dijo a Merkel donde encontrar a Fred Lee.
- Vamos.- El lugar queda cerca de ahí. Estoy cansado y la
noche aún no termina. Me meto otras tres pastillas. Necesito estar alerta.
- Hablé con el teniente.- Dijo Oz.- No está feliz de que
estemos aquí.
- ¿Quiere que nos encarguemos de otro caso?
- Sí, dice que esto queda bien en manos de anti-bandas. Debo
decir que estuve tentado. ¿Tú?
- No, vemos esto hasta el final.
- No será bonito.- Oz estacionó frente a una casa de una
planta, apretada entre casas de tres paredes.- Ya llegamos. Veamos lo que Fred
Lee tiene que decir sobre la balacera.
Fred Lee
estaba en casa. No nos dijo nada. Estaba muerto en el suelo, rodeado de un
charco de agua. El alambre con el que fue ahorcado aún estaba en su cuello. Las
quemaduras en su cuello y la sangre seca. La casa no tenía muchos muebles. Lee
los había vendido para conseguir heroína. Lynch realizó una prueba de parafina.
Encontramos rastros de pólvora en la mano. Mucha. Era nuestro hombre, no había
duda. Pero llegamos tarde. “Que valga la pena” dijo Oz. Revisamos el lugar de
lado a lado. Drogas por todas partes. Jeringas y pipas. Cucharas dobladas y
encendedores gastados. No encontramos diamantes, y buscamos por todas partes.
Buscamos dentro de la ropa y en cada centímetro. Oz encontró algo que nos
motivaría. Un tarro de un bar “Loma azul”.
- Una ex-amiga de Martin se hará cargo. Pero por ahora,
sólo tenemos esto. Sabemos a dónde le gusta ir.- No se dijo nada más. Era lo
poco que teníamos, había que trabajarlo.
- ¿Crees que tenía los diamantes?
- Puede ser. Puede que no esté relacionado. Quizás quiso
unirse a Manny. Lo usaron, no hay duda.
El bar
estaba en el corazón de Morton. Las patrullas no atreven a pasar. Oz
instintivamente guarda la sirena. No quieren llamar la atención. Lynch y Taylor
avanzan por la calle paralela. Queremos cerrar las salidas. Normalmente lo
haríamos con patrullas. No tendremos refuerzos. Me tomó otras tres pastillas.
Para aliviar el miedo. La descarga me llega como un relámpago. La visión se
nubla. Los sonidos aumentan. El frío metal de mi revólver se me antoja cómodo.
- Es hora de la acción.- Bajamos del auto y corremos a la
entrada. Los ociosos y los camellos corren por sus vidas. Entramos y Oz cierra
la puerta. Para bien o para mal, estamos encerrados.
- Apaguen la música.- Oz dispara al techo y la música se
muere. La gente está inquieta. Los que están armados acercan sus armas a sus
pistolas.- Queremos hablar con ustedes sobre Fred Lee.
- Noches, noches.- Lynch entró por atrás y bloqueó las
salidas. Apuntó a uno de los maleantes en un sillón al fondo.- Orson,
finalmente te encontramos.
- No hice nada, así que pueden irse ya.
- Todos al suelo.- Gritó Brian antes de disparar la
escopeta.- Todo será rápido si conseguimos saber lo que nos interesa. Hasta
entonces, quiero a todos boca abajo con las palmas en el suelo.
- Hablamos con Kedrick, tiene una actitud parecida, de
hecho todos parecen tener la misma actitud.- Lynch lo golpeó con la culata de
la escopeta. Le dio de patadas antes de levantarlo, lanzarlo contra una mesa y
tirarle whisky encima.
- Es un desperdicio de whisky.- Se quejó Oz. Le dio un
par de bofetadas antes de ponerlo de pie.- ¿Qué sabes de la balacera? No me
digas que nada.
- Sé tanto como ustedes.- Los parroquianos se ponían
nerviosos. Uno de ellos, a mi izquierda acercaba su mano a su pistola. Si las
balas empezaban a volar, ninguno de nosotros saldría con vida. Le aparté la
mano de una patada. Me distraje. La benzedrina me altera. Una mujer se levanta
de un salto. Brian grita un ultimátum. Va en serio. Todos me voltean a ver mientras la mujer se
me lanza. Brian apunta. Brian carga la escopeta. Agarro a la mujer de la muñeca
y la jaló contra una mesa.
- Cerdos.- La mujer me escupe. Orson trata de ayudarla.
Es su novia.
- Cálmate o esto terminará peor.- Le susurro. Trata de
morderme. La levanto y le doy una cachetada. Otra mujer se lanza. No contra mí,
sino contra ella. Quiere calmarla.
- Eso estuvo cerca.- Dijo Oz. Me disponía a acompañarlos
en su conversación cuando la reconocí. Era Mary Pollock. La cicatriz en la boca
era fácil de identificar. No vestía como yo pensé que vestiría. Tenía
infantiles donas de pelo y un abrigo infantil.
- Pollock, quiero hablar contigo.- Mary me miró
extrañada.
- Es sobre Steven Devlin. El chico murió junto con tus
otros, y más peligrosos, amigos. No me importan realmente ellos, pero quiero
hacerme una idea general sobre su último día.
- ¿Por qué te interesa un niño negro?- Le hice una seña a
Brian para que nos dejara en paz. La novia, Laura, regresó al suelo a los pies
de Mary
- Yo… No lo sé.
- No sé si te pueda ayudar.
- Sí puedes. Sé que Yolanda le deja su hijo con Oswald
Duffy.
- ¿Eso te dijo?
- George come del menú de niños. Su maridito es una joya.
Lo prefirió sobre Oz, nunca sabré porqué. Lo cuidé en la tarde, lo dejé con
Kedrick. Más allá de eso no puedo decirte nada sin un abogado presente.
- ¿Viste ayer a Fred Lee?
- No sé quién es ese negro.- Mentía. No tenía que ver con
Steve, no estaba interesada.
- Fred es nuestro principal sospechoso. A ellos les
importa porque quieren resolver una posible guerra de pandillas, a mi me
importa porque mató a Steven.
- ¿Fred mató a Steven?
- Sí, pero recibió ayuda. Ayuda que lo mató.
- ¿Fred está muerto?- Era noticia para ella.
- Fred era un don nadie.- Dijo Laura desde el suelo.
- ¿Qué me pueden decir de él?
- No sé nada de él.
- Es lo único que queremos. ¿A ustedes qué les importa?
Está muerto.
- Taller de tapicería. Trabajaba ahí. En el taller de la
calle Forrest.- Laura quería que nos fuéramos. Estaba tan nerviosa
como yo.
- ¿Oz? Podemos irnos.- No le sacaron nada a Orson. Él lo
celebraba. La música regresó en cuanto nos apoyamos contra los autos.
-Eso fue inútil. Nadie habla.
- Si esto no se soluciona rápido, tendremos que
embolsarlo antes que la guerra llegue a las calles.- Una ambulancia cruzó a
toda velocidad. Seguramente otro drogadicto envenenado.
- ¿Embolsarlo?- Era demasiado tarde cuando me di cuenta
que había hecho la pregunta.
- ¿Qué pasa, nunca han embolsado a nadie en la división
de homicidios?
- Palas, pistolas recicladas imposibles de rastrear y
bolsas negras.- Dijo Oz con monótono.- Interrogarlos no nos dice nada.
- Creo que tengo algo. Hay una tapicería en la calle
Forest, Fred Lee trabajó ahí, pasaba tiempo allá dentro. Según la novia de
Orson.
- Vaya que eres bueno.- Lynch me felicitó con un una
palmada en la espalda.
El sol
no parece querer salir. Siento como si fueran ya las nueve de la mañana y el
estuviera cobardemente escondido en el horizonte. Oz no dice nada. Está
cansado. Yo no digo nada tampoco. No se me ocurre nada qué decir. Pasamos por
la West. El altar sigue ahí. Ahora es más grande. Tiene congregación. Es
pequeña, pero no se van. Se protegen de la lluvia y cantan canciones de
iglesia. Como si eso los fuera traer de regreso al mundo de los vivos.
Activistas gritaban consignas contra nosotros. Un muchacho le escupió al auto.
Lo ignoramos. Estábamos demasiado cansados para discutir con ellos. Mejor
llegar a la tapicería y rogar que el sol salga pronto. No tardaría.
- Mejor hacerlo con dinero, aflojarles la lengua.- Las
luces de la tapicería estaban encendidas.
- Como quieras viejo.- En el lugar un grupo de cinco
vagabundos se inyectaban alrededor de una lámpara tirada en el suelo. Sus sucias barbas y su ropa andrajosa se
reflejaban por la luz haciéndoles parecer más grandes. Maldita benzedrina,
juega conmigo.
- Buenos días.- Oz sacó algo de dinero y lo fue pasando.-
Queremos saber sobre un amigo suyo.
- No tenemos amigos.- Dijo uno de ellos. Había sangre en
sus ojos. Oz se reprimió.
- Un amigo muerto. Fred Lee.- El más joven tenía treinta.
Sería el más factible para ser amigo de Lee.- Murió esta noche. Queremos darnos
una idea de él.
- ¿Cuatro detectives para un junkie perdedor?- Su voz era
gruesa. Había perdido casi todos sus dientes, pero no sus neuronas.
- Es en relación con la muerte de Steven Devlin, un chico
de diez años.- Me apuré. Parecieron meditarlo. Se miraron entre ellos y
asintieron silenciosamente.
- Fred no mataría a un niño. No creo. Estaba hasta el
cuello en deudas. Estaba emocionado, desde ayer. Dijo que tenía una oportunidad
de negocio.
- Eso dice siempre.- Interrumpió otro vagabundo.- Trató
de incluirme, le dije que no quería nada que ver con él, o con su negocio.
- ¿Mencionó algo sobre ese negocio?- Preguntó Oz.
- Siempre tenía grandes planes. Nunca funcionaban. La
última semana, los últimos días, había estado más deprimido que antes. Hasta
que le salió este negocio. Imagino que el negocio no salió bien.
- ¿Por qué estaba deprimido?
- Dependía de un dinero que nunca le llegó. Dijo que el
trabajo de Ramsés se hizo, pero nadie le dio su tajada. No sé qué haya querido
decir con eso.
- Yo sí.- Oz le
dio otro billete y salimos. Lynch y Oz encendieron cigarros.- Es la hora. Hay
que cerrarles el negocio para siempre.
- De acuerdo.- Murmuramos todos.- ¿Qué habrá sido de los
diamantes?
- Buena pregunta Brian, Fred no los tenía. No hay duda.
- Estoy cansado.- Dijo Oz.- Quiero dormir un par de
horas. ¿Algún plan para mañana?
- Amanece en una o dos horas.- Lynch parecía divertido.-
¿Qué pasa, ya no aguantas? Estos negros no se levantan temprano. Podemos
regresar a trabajar a las once, ¿de acuerdo?
- Suena bien para mí. ¿Cuál será nuestro primer paso?
- Tengo un plan para alebrestar al avispero. ¿Once y
media?
- Perfecto, duermo en el precinto, ¿y tú, Martin?
- Sí, pero quiero hacer algo antes. Ve con ellos, me
llevo el auto.
- Como quieras.
Cansados.
Fastidiados. Al borde de la exasperación. Ha dejado de llover. El sol está
oculto detrás de las nubes. Navego por las calles a vuelta de ruedo. Sigo la
ruta de la ejecución en la avenida West. Paso por el altar. Ahora es más
grande. Hay más fotos. Oz tiene razón, ésta tiene que ser la última. Un
predicador y varios activistas. No veo a los Devlin. Le doy de vueltas a la
cuadra del edificio de George Devlin y Yolanda Travis. No sé qué quiero hacer.
Tengo sueño. Estoy cansado. Sé que no me dormiría. Steven me espera
pacientemente en mis sueños. Me harto. Me dispongo a un par de horas de sueño
en las literas del precinto cuando veo a George salir a la calle. Se rasca los
brazos y tiembla. Revisa en los basureros. Me estaciono y lo sigo de cerca. No
se da cuenta. Lo arrincono en un callejón y lo golpeó. Trata de escapar, pero
lo tiro contra la basura y me voy contra él. Pienso en lo que me dijeron Mary
Pollock y Laura, el abuso sexual. No me importa que pida por ayuda. Es un
pedófilo menos. Cuando se le cae un diente me detengo. No quiero matarlo. No sé
porqué no. No se me ocurre nada ingenioso. No tengo excusas.
- ¡Salvaje!- Uno de los activistas nos separan. Vienen
más de ellos, corriendo desde el altar.- Otro caso de brutalidad policíaca.
¿Adónde crees que vas?
Me zafo
y me echó a correr. De regreso al auto. Acelero cuando la turba se viene contra
mí. Escupen contra el parabrisas. Alguien quiere abrir la puerta. Me deshago de
ellos y regreso al precinto. En el camino cuento otras dos ambulancias. Junkies
que se inyectan muerte. Me acuesto pero no duermo. Tengo el olor de George
Devlin conmigo. Cierro los ojos y me vence el cansancio.
- Despierta, bella durmiente.- Oz trae café. Es rancio,
pero funciona. Me lavo los dientes y me peino. Bajo a la oficina principal de
pandillas.
- Despachamos seis patrullas con órdenes de aprehensión
para Laura Campbell, la novia de Orson Baslin.- Explica Brian.- No tenemos nada
contra ella, no lo necesitamos. La dirección que nos diste era real. No nos
hemos movido.
- ¿Están esperando interrogar a Laura?- Oz estaba un paso
más adelante.- Tienen un par de datos, interrogamos a Laura, no llegamos a
ninguna parte. La dejamos ir y atacamos y cerramos todos los lugares conocidos,
arrestamos camellos y padrotes. Tienes razón Lynch, eso agitará al avispero.
- Creo que ya la tienen.- Dos uniformadas la hacen subir
y la dejan en un cuarto de interrogación. Está golpeada y cansada. No ha
dormido. Lynch entra y nos deja ver por el espejo doble.- Hola.
- ¿Qué quieren cerdos?
- Nada.
- No les diré nada, no sé nada y no me importa.
- Ya lo sé.- Lynch le hizo una señal a Brian para
ejecutar los arrestos y movilizaciones.
- ¿Y bien?- Laura estaba desesperada. Desayunamos pegados
al vidrio de doble cara. Un uniformado le trae el desayuno a Lynch. Comemos en
silencio.- Dije ¿y bien?
- Te escuché la primera vez changuita. ¿Quieres
desayunar?
- No, no quiero desayunar blanquito. ¿Qué está pasando?
- ¿Quieres decir algo? Si no, estás en tu derecho. Tendré
mi desayuno en paz.
- Malditos cerdos, están locos.- Pasa una hora en
silencio. Terminamos el desayuno. Lynch lee el periódico. Nos muestra la página
ocho, un reporte sin fotografía. Nuestros nombres aparecen mal escritos. No les
importa.
- Ya está.- Brian regresa corriendo y golpea el espejo.
Lynch sale del cuarto.- Tenemos más de doce arrestos e incautamos de todo.
Tengo a Collins y Wallace exprimiendo sospechosos por información. No
encontramos a Kedrick, ni a Manny, pero sabemos dónde se esconde Oswald Duffy.
Además, hay tres casos más de camellos muertos, ya está empezando la guerra.
- Muy bien. Dejaremos a la princesa en el gueto, que nos
vean. Creerán que habló. Es todo lo que necesitamos. ¿Encontraron drogas?
- Tenemos más de cuarenta kilos de coca y un depósito de
heroína. Ese dato del burdel funcionó a la perfección.
Duffy se
esconde en un taller de autos. Entramos con escopetas. Los trabajadores se
tiran al suelo. No es la primera vez que esto pasa. Duffy duerme en un sillón.
Kit de junkie a su lado. Papel metálico, cuchara doblada y quemada, aguja y un
encendedor viejo. Oswald abre un ojo. Hay un momento de calma antes de que se
asuste. Lynch lo toma del cuello y lo tira al suelo.
- Buenos días, guapo.- Nos mira asustados. Me reconoce.
Ya no sonríe.
- ¿Qué quieren ahora?
- Hay una montaña de camellos muertos que va subiendo y
subiendo, ¿quién ordenó esos golpes?
- Cer…- Se detuvo a media palabra. Me miró, tratando de
decidir si era la misma persona. Armo la escopeta de un golpe. No le apunto a
la cara. Sabe que no le dispararíamos a la cara tan fácilmente. Le apunto a un
pie. Podemos decir que fue defensa propia y extraer información.- Manny se
cansó de esperar. Quiere ocupar el puesto, pero muchos de los camellos son más
leales a Orson que a ese psicópata. Es un idiota, quiere ser el jefe como en
los viejos tiempos. Orson es más inteligente. Algunos camellos nos están
dejando, la droga de Orson es basura. Manny es el único que tiene buenas
reservas.
- Estás bajo arresto Duffy.- Brian le puso las esposas y
se lo llevaron en su auto.
- ¿Crees que el plan de Lynch funcione?
- No sé.- Dijo Oz.- Tiene potencial. No sé si podamos
detener la guerra de pandillas, o si debamos.
- ¿Prefieres que se maten entre ellos en vez de construir
casos en su contra?
- ¿Tú qué crees? No tenemos nada contra los tenientes
principales, ni contra Orson.- Al pasar por la avenida West nos detuvimos. Un
grupo de activistas, al ver el auto de Lynch, les cerraron el paso. Nos bajamos
del auto para sacarlos del camino. Fue un error. Me reconocieron.
- Es el mismo de la mañana.- Una señora me tomó de las
solapas del abrigo y me jaló hacia la turba. Dos veces en el mismo día. Ésta
vez fue peor. El pastor trataba de calmar a su gente, era demasiado tarde. Me golpearon
hasta tirarme al suelo. Escuché el rugir de una escopeta. Lynch no tenía
paciencia.
- Déjenlo ir o estarán todos bajo arresto por asaltar a
un oficial de policía.- Oz me ayudó a levantarme. Alguien le tiró un huevo que
le dio justo en la cara. Ahora era él quien estaba furioso.
- Oz, calma.- Traté de detenerlo, pero se fue contra un
chico menor de edad. Le dio un golpe en la nariz y un codazo a un activista.
- Se les olvida que ustedes pueden hacer lo que quieran
en la banqueta, pero ¡yo soy dueño de la calle!- Tomó al pastor del cuello y lo empujó contra
el altar.
- No son dueños de nada.- Replicó el pastor, cuando lo
ayudaron a levantarse.- Miren lo que pasó, ¿ustedes lo evitaron? Claro que no,
solo lo hacen más difícil.
- ¿Y qué quiere que haga?- Oz lo enfrentó a centímetros
de su rostro. Puños cerrados. Aliento alcohólico. Ropa arrugada. Fuego en los
ojos.- ¿Qué prenda una velita como ustedes y le ruegue a mi amigo imaginario
para que todo salga bien? Ódienme todo lo que quieran, pero me necesitan.
- Lo que usted necesita,- dijo el pastor.- es detener los
abusos de autoridad. Ese hombre asaltó a un miembro de mi congregación sin
ningún motivo. Así no detendrán a las pandillas.
- Entonces tenga mi arma.- Oz puso su revólver en sus
manos.- Marche al bar, burdel o antro donde esté escondido Orson Baslin y
póngale una bala en la cabeza. Detenga esta locura.
- Usted está loco. Lo reportaré.- Oz le quitó el arma.
- ¿Cuánto dinero dona Baslin a su congregación? Si no
está dispuesto a detener la guerra, entonces sálgase de nuestro camino y cierre
el hocico. No olvide la ley de la calle, la calle es de la policía.
Regresamos
al precinto sin decir nada. No quiere saber porqué golpeé a ese hombre. No
quiero decirle. No sé bien porqué lo hice. Procesan a Duffy y traen a dos
camellos golpeados. Fuego cruzado en la guerra. Un civil recibió una bala en el
muslo. Estamos ansiosos. Sabemos que hay un barril de pólvora. Lo podemos oler.
Estallará en cualquier momento. Algún junkie nos da la ubicación de Kedrick Brown.
Su departamento. Es en un multifamiliar. No podemos ir ahí sin refuerzos. Sería
suicida. Lo hacemos rápido. Lo hacemos sucio. Golpeamos todo lo que se
interpone en nuestro camino. Marchamos a toda velocidad. Derrumbamos la puerta.
Oz le señala a los demás a que se queden en su sitio. Entramos los cuatro
detectives.
- Huele a muerto.- Dice Brian. Tiene razón. Algo apesta
espantoso. Registramos una puerta. Es el baño. Hay fango y aceite por todas
partes.
- ¡No te muevas!- Lynch y Taylor registraron otra puerta.
El dormitorio. Kedrick tenía un pie en la cornisa de la ventana. Nos vio
asustados y miró el arma en su mano. La tiró por la ventana. Ahora no lo
teníamos ni por posesión ilegal.
- Está bien, estoy calmado.- Puso los pies en el suelo y
las manos detrás de la espalda. Lynch lo sometió de una patada a la rodilla
izquierda.
- No te muevas desgraciado.- Lo esposan contra la cama.
Encuentro ropa de mujer, pero el departamento está vacío. Le señaló a Oz unos
calcetines y unas donas de pelo infantiles.
- Tuvo compañía anoche, y no creo que haya sido mayor de
edad.- La idea me repulsa. Quiero golpearlo, pero Lynch y Taylor me ganaron.
- Está bien, está bien. – Kedrick pidió clemencia.
- Malditos changos.- Se quejó Lynch.- ¿Qué no saben que
nosotros somos dueños de Morton?
- Es por el dinero.- Dijo Brown.- ¿Qué más voy a hacer?
- Ese no es mi problema. ¿Encontraron drogas?- Oz negó
con la cabeza.- Maldita sea. Debí haberlas traído conmigo, procesarlo por algo
sólido.
- Fred Lee. Háblame de él.- Dijo Oz.- Sé que él estaba
involucrado en el golpe a la joyería.
- Ese negro tuvo la idea. Lo reemplazaron de último
minuto. ¿Lo conocieron? Era demasiado inestable. No sé quién robó la joyería.
Es en serio.
- Mientes.- Taylor lo golpeó en la nariz. Brown gritó de
dolor. Estaba rota. Su fino bigote se manchó de sangre.- Carson y Barry fueron
arrestados ahí mismo.
- No les encontraron nada. De hecho nadie lo hizo. Sólo
ellos sabían dónde estaba la mercancía, a órdenes expresas de Orson. Fue muy
claro en eso. Iban a reunirse con el gran jefe, cuando…
- Cuando los mataron.- Terminó Lynch.- Vamos, hay que
llevarlo a la jaula.
- ¿Qué podemos hacer?- Los uniformados se llevaron a
Brown. Nos quedamos contemplando la miseria de Morton desde el barandal. Niños
jugando entre la basura.- Aún si encontramos a todos. Aún si los arrestamos…
- No conseguiremos encierros.- Terminó Lynch. Oz asintió.
Le dio un trago a su licorera y eructó.
- No hay que descartar la posibilidad de embolsar a
alguien.
- ¿A Orson?
- Puede ser. Pero entonces tendríamos que matar a Manny,
y a todos los tenientes.
- Ciudad matadero.- Lynch encendió un cigarro y gruñó.
Podía ver en su cara que odiaba a Morton. Más años trabajando ahí que Oz, debía
haber enfrentado situaciones semejantes media docena de veces. Los resultados
siempre los mismos. Morton es Morton.
- Lynch,- Brian habló con un uniformado y regresó con
nosotros.- Laura Campbell está muerta. Baleada y dejada en la calle.
- Una víctima necesaria para zanjar el asunto. Lástima
que no podamos zanjarlo.
- El pueblo necesita un rey.- Dijo Oz.- Y sólo uno. Hay
que saldar cuentas.
El plan
fue puesto en acción. Teníamos las direcciones, luego de horas de torturar
camellos y junkies, de Orson Baslin y Manny Sanders. Esperamos a que
Kedrick fuera liberado. Pusimos una
bolsa sobre su cabeza. Oz le golpeó con el tubo de metal que siempre guarda en
su guantera y lo metimos al auto. Orson estaba escondido en otro multifamiliar.
Lo sacamos a punta de pistola y le dimos el mismo proceso. Pasamos por un
departamento a la salida de Morton. Oz tenía armas escondidas ahí. Recicladas e
imposibles de rastrear. No quise saber porqué tenía otro apartamento. Tampoco
quería saber cuando había usado esas armas. Me dio una automática sin decir
nada. Al ver que se ponía guantes lo imité. Estaba nervioso. Sentado en la
parte delantera con Oz, escuchando los gemidos de nuestras dos víctimas de
secuestro, supe que algo horrible estaría a punto de pasar. Oz consiguió la
dirección de una vieja bodega abandonada. Lynch y Taylor tenían a Manny
Sanders. Nos confinamos a una pequeña oficina. Pusimos a los tres juntos detrás
del escritorio. Los cuatro nos quedamos en la puerta.
- Suficiente.- Brian los separó mientras Baslin y Brown
atacaban a Sanders.- Están aquí para negociar la paz. Si no pueden, matamos a
uno de ustedes y lo hacemos por ustedes.
- Entonces maten a este negro.- Dijo Brown, señalando a
Manny.
- ¿Qué hay de los diamantes?
- No sé donde están.- Dijo Baslin.- Si ese es el precio
de esta negociación lo pagaría con mucho gusto, pero no los tengo. Puedo darles
efectivo, ¿cuánto es?
- Yo sé donde están los diamantes.- Dijo Larry.- Los
tiene Kedrick. ¿Dónde podían esconder los diamantes durante la persecución?
Había una coladera, ahí los dejaron. Es el material más resistente del mundo,
no les pasaría nada. Le dijeron a Kedrick donde estaban. Tu departamento olía a
cloaca, el fango y el aceite aún estaba en el baño.
- Te los iba a dar.- Admitió Kedrick. Orson lo golpeó en
la nariz. Brown pateaba desde el piso.
- Todo un traidor.- Dijo Lynch.- Tú ayudaste a Lee y
luego lo mataste.
- De hecho,- interrumpió Oz.- ese fuiste tú.
- ¿Qué?- Me agarró por sorpresa. Lynch levantó su arma.
Oz disparó más rápido. La bala en el brazo lo hizo caer. La pistola se resbaló
de sus dedos. Me quedo como estúpido, de cuclillas, sin saber qué hacer. Brian
gira con la escopeta, Larry le dispara en la cabeza. La escopeta se dispara, me
falla por centímetros. Saco mi pistola nerviosamente. Cae al suelo. La agarro
con mano temblorosa. No quiero estar ahí. Kedrick trata de escapar por una
pequeña ventana. Oz le dispara por la espalda.
- ¿Estás bien Martin?
- No… Dame un segundo.- Me pasa su licorera y bebo un
fuerte trago.- No me di cuenta de Lynch. Me di cuenta de algo más. El chico,
Steven, él era la clave.
- ¿Porqué?
- Él vio algo que no debía ver. Las marcas en la duela en
la falsa tienda de mascotas. Justo frente a la puerta. La clase de cosas que
haría un niño para mirar por arriba de la puerta. ¿Qué había ahí? Ladrillos de
heroína y cocaína. ¿Por qué los junkies se están enfermando? Porque Mary
Pollock, su guardiana en ese momento, estaba cambiando ladrillos o
adulterándolos. Fue pasado con Kedrick Brown, el chico se lo dice. Es inocente
y no sabe lo que está pasando. Brown se da cuenta de la oportunidad. Las donas
de pelo que viste en su departamento, no son de una niña, sino de Mary Pollock.
La estaba extorsionando, o estaban juntos. Por eso pensé que era Kedrick.
- No lo había visto así, tiene mucho sentido. Kedrick es
un oportunista.- Desde el suelo nos miraba con odio. Perdía mucha sangre.- Pero
él no mató a Fred Lee. Fred ni siquiera mató a esos pandilleros y al chico. Él
era el chivo expiatorio. Lo sometieron, lo cual no era difícil. Le pusieron sus
huellas en el arma. Lo obligan a disparar. En Morton hay balazos a todas horas,
nadie se daría cuenta, pero tendría cordita en las manos. Para que coincidiera
con la hora de la balacera pusieron su cadáver en una tina con hielo, de esa
manera alteran la hora de la muerte. El agua que lo empapaba eran hielos. Clásica
operación negra. Esta guerra civil la empezó Lynch, mató al chico que sabía
demasiado, Mary trabaja para él y por eso envenenó la droga. Manny es el único
con buenas reservas. Lo ponen en el trono y la policía controla el flujo de
drogas. Seguramente pensabas usar a Elbert Butler para cocinarlas.
- Perdió su empleo hace seis meses, está desesperado.-
Lynch resoplaba y gemía de dolor.- ¿Por qué no? Sacamos algo extra y mantenemos
en paz a Morton. Manny es perfecto, es estúpido, solo quiere dinero y creerse
un capo de la mafia.
- Maldito.- Manny se lanza contra él. Oz le dispara en la
cabeza.
- Martin tiene razón, era el chico. Lo vio todo, cuando
Mary me lo dijo sabía que teníamos que actuar rápido. Eliminarlo de raíz y de
paso empezar la guerra.
- Clásico montaje.- Dijo Oz.- Desde la prosti que nos
quiere convencer de que vio a los atacantes de noche y durante una tormenta, al
cadáver en el hielo.
- Orson tenía que irse.- Orson estaba de pie. Miró a Oz
con salvajismo. No lo dudó ni un segundo, le disparó en el pecho tres veces.-
Adiós negrito. ¿Qué harás Oz, matar a todos?
- Sé donde están los diamantes.- Dijo Kedrick.- No me
mates, puedo dártelos si me llamas una ambulancia. Vamos viejo, no duraré mucho
tiempo más.
- ¿Qué te pasó Oz? Solíamos ser los reyes de la calle.-
Dijo Lynch.- ¿Recuerdas la ley de la calle? Tú me la enseñaste. He seguido tu
libro desde el principio. Las calles son de nosotros. Al diablo con ellos. ¿Qué
tiene de malo si de todas maneras se van a envenenar?
- Lynch, pobre idiota.- Se puso encima de él y apuntó al
corazón.- Inventé esa ley para poder dormir en la noche. Ya no la necesito.
Nunca existió. ¿Qué no lo sabes? Sólo hay una ley. El más fuerte sobrevive.
- Oz…- Fue lo último que Henry Lynch dijo antes de que Oz
le disparara dos veces en el pecho.
- Vamos viejo, no me mates...- Me quedé petrificado,
absorbiéndolo todo. Dos detectives condecorados asesinados. La sangre estaba en
todas partes. Oz colocó pistolas en las manos de Orson y Manny y disparó varias
veces hacia todas direcciones. Simulando una balacera. Se acercó a Brown.
Debatió internamente entre agacharse a escucharlo o matarlo. Se agachó. Oz
escuchó. Se levantó y le disparó en el cuello.
- ¿Estás bien?- Salimos de la pequeña oficina. El olor a
pólvora me daba náuseas. Quería vomitar. Oz me dio su licorera. Me la terminé
de un trago. Volvió a preguntarme lo mismo. Me di cuenta que no me preguntaba
si estaba físicamente bien. No me preguntaba mi opinión. Me preguntaba si estaba
bien con el hecho de que mi compañero hubiese matado a cinco personas a sangre
fría.
- Oz,- dije, cuando finalmente me calmé.- Mataron a un
niño de diez años para que pudieran controlar la miseria y el vicio de la
cloaca de la sociedad. Ser rey del basurero no es ser rey en lo absoluto.
- Al demonio con ellos.- Dijo Larry.
- Al demonio.- Dije yo.
El mago
de Oz montó su magia. Preguntó por Lynch y Taylor. Se preocupó por ellos.
Encontraron los cuerpos. Nada nos ataba. Nadie, confiable, sabía que habíamos
secuestrado a Orson y a Kedrick. El departamento los honró como héroes. No
dijimos nada. Oz fue al funeral y abrazó a las viudas. Yo me quedé en el auto.
Tratando de darle sentido a todo. Oz regresó y fuimos por los diamantes. Entró
a la estación de Baltic. Salió con las manos vacías. Brown nos había mentido.
En las
semanas siguientes comenzaron los reportes en periódicos amarillistas sobre
diamantes que aparecían en los buzones de las madres que habían perdido a sus
hijos. Las madres que hicieron el altar para honrar a Steven y a los otros
niños. El pastor no recibió nada. Se quejó con el reportero. Nadie le hizo
mucho caso. Leí la noticia y se la mostré a Oz una mañana. La hojeó y sonrió
sin decir nada. Una fortuna millonaria repartida entre las madres de Morton.
Dormí en casa de mi hermana. Jugué con sus hijas pequeñas. Les mostré la
noticia. Pensaron que era una hada que les regalaban lágrimas de ángeles. No
les dije la historia completa. Pero les aseguré que no era ninguna hada, a
menos que las hadas fueran alcohólicos pelirrojos que pierden su cabello y
ganan unos cuantos kilos. Me reí de mi propio chiste toda la noche. Las niñas
me miraron raro.
Si Lynch
se parecía a Oz entonces los capitanes seguramente lo odiaban. Lo hicieron un
mártir. Lynch y Taylor recibieron condecoraciones después de morir. Los
capitanes salieron en las noticias contando historias heroicas de los dos
detectives. La mejor manera de tratar a los enemigos es etiquetarlos y
olvidarlos rápidamente. Tres semanas después y Morton tenía nuevas pandillas y
nuevas víctimas. Morton es Morton.
El teniente
quiso saber todos los detalles. ¿Se olía algo? Probablemente. Tenía acceso a
los primeros reportes policiales. Los que hacen énfasis a que muchos de ellos
fueron disparados en unos ángulos imposibles, si todos hubiesen estado de pie.
Los siguientes reportes, y los capitanes se aseguraron, omitieron todas las
partes potencialmente vergonzosas. El teniente sabía. El teniente no podía no
saberlo. Al final del interrogatorio nos miró a los dos con intensidad. Sabía.
Pero antes que eso sabía la ley de la calle.
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