jueves, 23 de julio de 2015

La ley de la calle

La ley de la calle
Por. Juan Sebastián Ohem

Del escritorio del detective Martin Felton
            Turno de cementerio. Café y cigarros. Aviones de papel. El timbre del teléfono nos asustó a los dos. Larry contestó. Su expresión no era amable. Morton. Triple homicidio en una balacera en la calle. Andamos con la sirena a todo volumen. No teníamos prisa. Nadie tiene prisa para entrar a Morton, aunque muchos mueren para salir de Morton. El peor barrio. Lo que solía ser la zona roja antes de que se tornara peor. El gueto. Proyectos urbanos, como les llaman los políticos. La cloaca, como le llaman todos los demás.

            La tormenta arreciaba cuando llegamos. Los truenos Los mirones no solo saciaban su morbo, lloraban. Eso no es bueno. Era un llanto desesperado. Manos en la garganta y bocas abiertas. El auto había sido ataco en una esquina. El agua helada de la lluvia nos tenía al borde. Dentro del vehículo había dos pandilleros negros y un niño negro de diez años. Una bala le perforó el cuello, otra le entró por el cachete. Oz señaló hacia la posición de un segundo tirador, a un par de metros de distancia. Tomados desprevenidos, no tenían oportunidad alguna.

- Vaya, vaya, vaya.- Un hombre se abrió paso de entre la multitud. Alto como un ropero y ancho como un toro. Un par de años menor que Larry, pero mucho mejor conservado. Conservaba todo su cabello, con un poco de gris. El rostro era severo, parecía estar tallado en madera.- El mago de Oz.
- Lynch, hijo de perra ¿sigues vivo?- Abrazos. Sonrisas. Me quedo en la tormenta mirándolos como un niño. Me ignoran, pero la mirada de ese niño no me ignora. De la multitud emerge otra bestia. Un ropero rubio con un bigote largo y una entallada camisa de manga corta.
- Este es mi compañero, Brian Taylor.
- Sigues en anti-bandas, pensé que te retirarías o te sacarían de rotación.
- No tengo tanta suerte como tú.
- Este es mi compañero, Martin Felton. Felton, éste es Henry Lynch y su compañero Brian Taylor. Henry y yo fuimos compañeros por seis largos y dolorosos años. Lo tuve que andar acarreando como a un niño, de un problema a otro.
- Lo hagas caso Martin, tú conoces a este dinosaurio, seguramente lo has tenido que cargar completamente ebrio a su departamento.
- No, dejo que lo recoja el servicio de basura, ese no es realmente mi trabajo.
- Me caes bien.- El amistoso golpe al hombro me duele como un macanazo. Las risotadas sobrepasan los llantos y lastiman mis oídos.- Es bueno verte, o verlos, pero ¿qué hacen de este lado de Morton? Negruchos de este lado de la avenida West de Morton, es cosa de anti-bandas. Detectives de homicidios es para gente blanca o negruchos educados.
- ¿Alcanzas a ver ese cartel?- Oz señaló al cartel de la esquina.- Esos idiotas tomaron el tren a villa tumba del lado equivocado de la avenida. Técnicamente es nuestro territorio, pero tú lo conoces mejor, así que trabajamos juntos.
- Me parece perfecto.- Los policías de azul creaban un perímetro y empujaban a la gente. No había prensa. A nadie le importa.  Revisamos de nuevo la escena. El niño me miraba directo a los ojos. Lynch señaló algunas bandanas.- Colores. Son pandilleros, no hay duda. Crips de Morton.
- ¿Detectives?- Un policía uniformado jaló a una negra flaca, de hambre y no de vanidad. Falda corta. Tacones altos. Maquillaje corrido. La peluca rubia se ha deslizado hacia un lado, debido a la lluvia. Está nerviosa. Debería estarlo.
- Déjenme en paz.- La negras se liberó del uniformado. Quiso hacerle una seña obscena. Se contuvo.-  Dos sujetos los sorprendieron en el semáforo. No sonaron como armas grandes, pero eran automáticas.
- Tengo preguntar, pero ya sé la respuesta. ¿De qué raza?
- Negros, uno muy alto con bigote y otro más pequeño.
- De nuevo, tengo que preguntar, pero ya sé la respuesta. Si te mostramos fotos ¿los reconocerías?
- No, la verdad no.- Lynch la empujó. La ramera hizo equilibrios con los tacones. Plataformas en charcos de cinco centímetros. Aleteo de brazos. Un segundo de desesperación y regresa a la normalidad. La mujer regresa a la oscuridad de la que salió.
- Al diablo con los pandilleros, me interesa el niño.- La idea me sale de la boca. Tenía que ser dicha. La mirada del pobre diablo me dolía en la nuca.- Chimpancés se matan a diario, es el niño el que ha traído a la congregación.
- Nadie nos  ha dicho su nombre.- Se entrometió un uniformado. Miradas frías. El hombre dio dos pasos para atrás.
- Busquen el arma homicida.- Avergonzado, el policía nos dejó. Cuidadosamente movemos los cuerpos para buscar carteras. No que importe, los peritos de escena del crimen no se ocupan de estos casos. No encuentro nada. Oz busca en la guantera. Lotería.
- Negrata uno se llamaba Carson Hicks. Negrata dos se llamaba Barry Norman.
- Dos menos, faltan varios miles.- Dijo Taylor guiñándome el ojo. Trato de responder con el mismo gesto, pero es demasiado tarde y ya no me está viendo.
- Encontramos una pistola bajo un basurero. ¿La enviamos para sacar huellas y a balística?- El mismo policía regresó, con la mirada gacha.
- No, quiero que la regresen a su lugar, quería ver si estaba, eso es todo.- Respondió Lynch. Oz se ríe. Brian Taylor gruñe. Finjo una sonrisa. Reviso el chico, no tiene cartera.
- Ese es mi hijo.- Una pareja trataban de pasar del cerco policial. Lynch hizo una seña y los padres se acercaron.- Somos sus padres, ¿está bien?
- Está genial. ¿Usted qué cree? Está muerto.- George Devlin y Yolanda Travis eran dos negros flacos y ojerosos. Una mirada de arriba abajo. Dentadura destrozada con el humo de la pipa. Marcas en los brazos. Tiemblan, pero no es el frío de la lluvia.
- ¿Qué hacía su hijo en ese coche?- Me entrometí.
- Es que, algunas veces ellos cuidan de Steve.
- Vaya que los cuidaron.- George Devlin se puso bravo. Lynch le dio un par de bofetadas y los empujaron del otro lado del cerco. Abucheos y gritos. Aún no llega la ambulancia.- Vámonos de aquí, hay que agitar el avispero.
- ¿Conoces bien la banda?
- ¿Bromeas viejo? Tengo un archivo tan gordo como mi brazo. Sé por dónde podemos empezar. Sigan nuestro auto.
- Nunca vengas solo.- Me dice Larry en el auto. Hay tristeza en sus ojos.- Policías han muerto aquí. Son muy unidos, pero son igual de salvajes. Te cortarán en pedazos y trataran de esconder tu cadáver en la coladera.
- ¿Era así de malo cuando tú trabajabas?
- Era igual. En Morton todo es igual. Los hombres mueren a los 35, pero tienen sus primeros hijos a los 16. Es evolución, la naturaleza los compele a reproducir a edades más tempranas, de otro modo se extinguirían y nos harían a todos un favor. Los nombres cambian, pandillas van y vienen, pero todo sigue igual. Lo mejor que puedes hacer es mantenerlos asustados, quizás así sean más discretos.- Edificios altos y pequeños, todo es igual. Grafiti encima de grafiti, generaciones de lealtades y siglas. Oz enciende la luz de la sirena. El color rojo resalta a los transeúntes. Todos parecen camellos, prostis o ladrones. Probablemente lo sean.- Llegamos.
- Un verdadero palacio.- La sala de billas ocupaba el sótano de un edificio de renta congelada. Las ventanas abarrotadas. La puerta principal reemplazada por un pedazo de madera. Lynch obliga al negro de la entrada del sótano a abrirnos paso.
- Nadie se mueva, venimos a hacer preguntas.- Lynch y Taylor mostraron sus escopetas. Larry sacó su arma. Lo imité, pero estaba nervioso. En la mesa de billar a mi lado una chica inhalaba líneas, su acompañante tenía un cuchillo, que escondió al vernos entrar. Seis mesas en total. Escondieron armas y drogas tan rápidamente como pudieron. Taylor se queda cerca de la puerta, en caso que necesitemos escapar. No estoy acostumbrado a contemplar la posibilidad se salir huyendo, pero conforme nos acercamos al negro del fondo, me voy acostumbro rápidamente. Hay odio en sus ojos y pistolas escondidas en su ropa. Vivimos porque el negro del fondo, Lynch lo llama Kedrick Brown, quiere que vivamos.- Kedrick.
- Lynch, ¿qué quieres viejo? Pagamos el impuesto la semana pasada.
- Eso se la pagas a la patrulla, yo no tengo idea de lo que me hablas.
- Sí como no. ¿Qué quieres?- Los sujetos que antes estaban pegados contra la pared dan un par de pasos al frente. Un poco más y estaremos cercados.- No tengo toda la noche para complacerte cerdo.
- Elegiste mala noche Brown. Sabes de la balacera, probablemente la provocaste. ¿Quiénes son?
- ¿Para qué quieres saber? Te conozco Lynch, te importa un comino si un pandillero muere, por eso somos nuestra propia policía.
- Suficiente de ti, me hartaste.- Lo golpea con la culata de la escopeta en la boca. Cae al suelo gritando de dolor. Oz se da media vuelta y les apunta a los que sacan sus armas. Brian grita que se detengan. Lynch está en su elemento. Lo patea en el suelo. Le quita su arma. Le escupe a su novia. Lo hinca apuntándole a la cabeza y levantándolo.- Yo soy el que manda, negrito sandia, que no se te olvide. Este barrio lo construyeron blancos, ustedes lo echan a perder, pero nosotros aún mandamos.
- Está bien, está bien. Carson y Barry.
- Nombres completos.
- Carson Hicks y Barry Norman. Un par de don nadies, debieron haber insultado a la persona equivocada.- Lynch parecía hacer memoria. Sonrió como un niño travieso.
- No me mientas, Hicks me suena conocido.
- Está bien, era teniente.
- ¿Y dónde está el chimpancé principal?
- No sé donde está O.
- Orson Baslin, todo un degenerado.- Comentó Lynch.- Le gustan las perras golpeadas y que rueguen. He visto cuando se sale de control.
- ¡Cerdo!- Gritó una muchacha y lanzó una botella. Se reventó a mi lado. Brinqué del susto. Hubo risas. Me ruboricé y traté de parecer amenazante.
- Vámonos. Brian, la rocola.- Brian descargó un par de tiros antes de irnos.
- Al menos tenemos nombres. ¿Adónde ahora?
- Sigue mi auto Oz, se me ocurre otro lugar.

            Viajamos en silencio. El corazón aún me late con fuerza. Mi mano tiembla tanto que tengo que ocultarla. Me tomo un par de benzedrinas. Eso siempre me pone en la zona.  Cuando llega a mi corriente sanguínea mis venas estallan. Mi mente va a mil por horas. Veo a los camellos en la calle sonriendo como si fueran dueños del lugar. Tengo que ganas de golpearlos y borrar esa sonrisa. Pasamos por la West, la avenida donde fue la balacera. Los cuerpos ya fueron llevados a la morgue. El auto ya no está. La gente no se ha ido. Un pequeño altar honra la memoria de Seteven Devlin. Sus padres piden limosna para comprar más crack.
- Parece que ahí hay otro.- Llegamos a una callejuela repleta de proxenetas y prostis. Un gorila con un rastas usa un paliacate azul y playera azul. Nuestra presencia asusta algunas chicas, pero no a todas. Hay un grupo de mujeres que acompañan al gorila mientras éste fuma plácidamente apoyado contra su auto.
- Manny Sanders, pensé que estarías aquí.- Collares de oro. Dientes de oro. Encendedor de oro.- Lynch. Como una garrapata, nunca nos podemos deshacer de ti.
- Mejores que tú lo han intentado. ¿Qué sabes de la balacera?
- ¿Qué balacera? Oí disparos, no me asomé. Aquí estoy bien.
- No me vengas con esas negrito, o te humillo frente a tus perras.- Una de ellas, con un abrigo dorado y nada abajo, me tocó el hombro. Brinqué del susto. La benzedrina me pega como mula. La ahuyento con la mirada.- Parece que a mi amigo no les gustan sucias como a ti. ¿Dónde está Orson?
- No lo sé Lynch, es real. Tampoco sé de la balacera. A mí Orson no me dice nada. Kedrick y Carson tampoco. No me importa. Tú sabes por qué estoy aquí. El dinero y las perras.
- ¿Qué es eso?- Oz señaló sus cadenas de oro. Manny se rió.
- ¿Qué tiene? Ya sabes que los negros no saben gastar dinero.- Dijo Lynch.
- Parece que te olvidas de lo que te enseñé.- Le quitó las cadenas. Una de ellas tenía un colgante dorado con forma de calavera.- Esta clase de porquerías ayudan su autoestima. Eso implica que se atreven a violar la regla de oro. Las calles son de los policías.
- Devuélveme eso viejo.- Oz lo empujó de regreso contra el auto y comenzó a atacarlo salvajemente con sus cadenas de oro. Lynch estaba divertido. Las mujeres gritaban. Me dolían los tímpanos.
- Suficiente.- Tranquilicé a Oz y le quité las cadenas.
- Vamos Felton, diviértete.- Lynch me empujó para que lo golpeara. El negro me miró desde el suelo. Su piel tan negra como la oscuridad que lo envolvía, lo único que podía ver eran sus dientes de oro. Tenían sangre. Lynch me empujaba y lo repetía una y otra vez. Lo empujé hacia atrás, agarré a una de las muchachas, la más malnutrida y la miré a los ojos.- Derrite está porquería y véndela. Sal de aquí antes que ese negro te mate.
- No toques a mis perras.- La benzedrina me tenía con todos mis motores. La chica no sabía qué hacer. Saqué mi arma y puse el barril en la boca de Manny Sanders.
- Las golpeas, las torturas, las explotas. Y eso es lo que he visto hasta ahora.- Larry me mira nervioso. Lynch sonríe. Él cree que lo tengo bajo control. No lo tengo. La benzedrina me empuja pero estoy nervioso como una colegiala. El negro me mira y sonríe. Sabe que no jalaré el gatillo. Se lo toma a broma.- Aún si te volara la tapa de los sesos, no lo entenderías.
- Bienvenido a Morton, Martin. Vámonos de aquí. Esto es inútil. Quiero ver tu expediente de estas bestias.- Regresamos al auto. Estoy molesto. Sabía que no lo haría. Golpeado y en el suelo, y sabía más sobre mí que yo mismo.
-  ¿Cómo aguantaste tantos años Oz?
- No lo hice.- Encendió un cigarro y bebió un trago de su licorera.- A los tres años quisieron transferirme a crímenes sexuales. Eso era mejor que estar aquí. Me peleé con el capitán y no me transfirieron. Míralo de esta forma. Sin gente como Lynch, estos negros estarían por todas partes. ¿Te imaginas Baltic en manos de pandilleros? Nos guste o no, Lynch hace un buen trabajo.
- Supongo.- Lo peor de la benzedrina está pasando. Pongo algo de jazz. Oz no se molesta, eso es novedad. El silencio y el sonido de los limpiaparabrisas batallando contra la tormenta nos ponía nerviosos.- ¿Qué se siente que tu discípulo no se está quedando calvo?
- Muy gracioso. Lindo detalle el que tuviste con esa prosti, ¿es la primera vez que interactúas con una mujer que no inflaste tú mismo?
- Chistoso. Iba a hacer un chiste sobre tu mamá, pero no me gusta la arqueología.- Oz me mira a los ojos. Segundo de silencio. Nos reímos tan fuerte que opacamos la música.

            La oficina de anti-bandas ocupa un segundo piso. La mitad de la división son jaulas para detenciones. Nos llevan a sus oficinas, a puerta cerrada. Fotos por todas partes. Libros de fotos en los escritorios. Anotaciones en un bloc que cuelga de la pared. Las máquinas de escribir están enterradas bajo reportes y anuncios. Lynch monta el organigrama de la pandilla. Tienen fotos viejas de arrestos anteriores. Explica que han operado por varios años. Tomaron el lugar de otra banda y se adueñaron de la mitad de Morton. Controlan narcóticos, prostitución, apuestas y extorsiones. El único líder es Orson Baslin, sus tenientes de confianza son Manny Sanders, Kedrick Brown y Carson Hicks. Nos enseñan fotos más recientes de algunos capos. Mary Pollock, Barry Norman, Fred Lee y Oswald Duffy.
- Cada uno, como es obvio, tiene su sobrenombre de pandilla. Nunca me los acuerdo. Los capos son más peligrosos que los tenientes. Se ensucian las manos. Mientras más alto, menos se manchan, por eso nunca hemos podido arrestar a Baslin. Jamás está en la misma habitación que las drogas o que el dinero. Eso es algo que han aprendido de los italianos.
- Ese es un pensamiento aterrador.- Dijo Oz.
- Mary Pollock hizo tres años por prostitución, asalto con agravantes y fraude.- Brian nos mostró la fotografía. Mary tenía una cicatriz en el labio.- Herida de navaja en prisión. Una joyita. Oswald Duffy hizo diez años, tenía trece cuando lo arrestamos por primera vez. Asalto a mano armada. Le disparó al dependiente de la tienda en el brazo.
- A Duffy le dicen Oz, de Oswald.- Bromeó Lynch.- Me parte de la risa cada que lo veo.
- Realmente no me recuerdan.- Murmuró Oz.- Como si nada.
- Casi todos los que conocías están muertos o en prisión.- Dijo Lynch.
- Casi. Vamos Martin, te pago unos tragos.
- Conoces a alguien, ¿no es cierto?- Dije, cuando llegamos al auto.
- Sí, alguien con la oreja en el suelo. Dixon Jones, tiene un bar en la orilla de Morton.
- No logró escapar, no del todo ¿verdad?
- Sí, no del todo.
- ¿Qué te hace pensar que te recuerda o que quiere hablar contigo?
- A veces, cuando me pongo… Cuando no tengo nada que hacer, voy al bar. Además, me recuerda perfectamente, yo le saqué el ojo a punta de golpes.
- Vaya, yo pensé que lo  conocías porque era tu novio, pero eso es aún mejor.
- Descuida Martin, él es todo tuyo. Es casi ciego, así que no se dará cuenta lo feo que eres.

            El bar era pequeño. Las moscas volaban sobre los tarros sucios. Los pocos clientes huían de la lluvia. Seguí a Larry hasta su taburete favorito. Dixon era un hombre con algunas canas, pero del tamaño de un oso. Pulía la barra con un trapo sucio. Olió a Larry de inmediato.
- El mago de Oz. ¿Lo usual? Whisky y una oreja dispuesta.- Extendió la mano para cualquier otro lugar. Larry lo saludó y nos sentamos.- ¿Quién es tu amigo?
- Amiga, estuvo cerca.
- Huele a… policía.- Me extendió la callosa mano y se la estreché. Se dio media vuelta y sirvió los dos vasos de whisky con una velocidad impresionante.
- Viejo Dixon.- Le pagó con dos billetes de cincuenta.
- Tan viejo como tú.- Dixon se apoyó contra la barra y sonrió.- Con una ventaja, no tengo que ver Morton.
- Ésa sí es una ventaja Dixon, no hay duda. Dile a mi compañero cómo perdiste el ojo.
- Vamos viejo, no seas así.
- Es una gran historia.
- Entonces cuéntala tú.- Oz se encendió un cigarro y su humor mejoró.- El buen Dixon tuvo una infancia problemática. Creció robando billeteras. En su adolescencia se creía el mejor proxeneta del mundo. ¿Su establo? Dos inmigrantes ilegales y un maricón. Le robaban y se burlaban de él.
- El que ríe al último,- Intervino Dixon.- ríe mejor.
- Es cierto. Lo abandonaron por otro que tenía una mejor esquina. Terminaron muertos y descartados en un charco de lodo, como si fueran juguetes. Hizo un año por posesión de narcóticos y un arma. Se graduó y empezó a hacer asaltos. No la clase de asaltos normales, dependientes de tiendas de autoservicio y esas tonterías. No, el buen Dixon aprendió una o dos cosas en prisión. Asaltos a departamentos. Los amarraba y robaba todo lo que no estuviera clavado a la pared. Fue un dolor de muelas rastrearlo. No vendía nada. Se iba de la ciudad para vender lo robado, eso fue lo que nos distrajo. Hacía notas falsas de compra, por eso tampoco lo denunciaron allá. Durante un verano asaltó quince hogares por toda la ciudad. Me acerqué por métodos, poco ortodoxos.
- Se acostó con mi novia.
- Bueno sí, pero te hice un favor. Esa perra me robó la cartera. Busqué los antecedentes de esos crímenes, interrogué a todos los que estaban en prisión y fui descartando media docena de sospechosos. La mayoría culpables de otras cosas.
- Hasta que dio conmigo.
- Así es, hasta que di con Dixon. Sus últimas víctimas fueron golpeados sin perdón. Uno de ellos quedó en silla de ruedas. Una mujer quedó tan traumatizada que se suicidó a la semana siguiente.
- Estaba de malas, me robaste a mi novia.
- Finalmente lo tengo, pero sé que no tengo un buen caso para la corte. Ningún testigo. Nada de huellas. Ni su novia quería hablar. Así que le di dos opciones.
- Dixon, me dijo, te mando a prisión por el resto de tu vida o te doy la golpiza de tu vida. Naturalmente, escogí lo segundo. Me sacó un ojo a golpes, el otro está casi ciego por completo.
- Soy mi propio sistema de readaptación social. ¿Te adapté, no es cierto?
- Me ayudaste a sobornar al encargado de licencias de licores y me diste algo de dinero. No tuyo, por supuesto, sino de camellos.
- Soy dadivoso. Pero funcionaba, eso es lo importante.
- Ahora tenemos un niño muerto.- Interrumpí.
- Siempre ha habido niños muertos.- Dijo Dixon.
- Diez años y muere en una camioneta con un teniente de Orson Baslin y uno de sus capos.
- Eso es malo. No había oído esa historia.- Sirvió más whisky.
- ¿Y qué sabes de la pandilla?
- Tan violenta  como las demás, tan estúpidos como los demás. Sé algo, que Manny Sanders es la oveja negra. Ese negro sólo quiere poder. Sanders controla casi toda la prostitución y apuestas. También tiene una fuerte base de contribuyentes, han llegado a cobrarme impuesto hasta aquí.
- ¿Porqué no me dijiste?
- No, no, ¿para qué? Preferí pagar.
- Si Manny Sanders controla todo eso,- dije después de tragar el peor whisky que había probado en mi vida.- ¿qué controla Orson Baslin?
- Narcóticos. Heroína, cocaína y las porquerías sintéticas. Las cocinan y venden por mayoreo. He escuchado, y es solo un rumor, que hacen tanto dinero porque su producto cubre todo Morton y llega hasta los clubes en Oceanic y las escuelas de Baltic. Ellos rompen tu ley Oz.
- ¿Qué ley es esa?- Pregunté. Oz se terminó su whisky y Dixon le sirvió otra.
- Nosotros, los policías, somos los reyes de la calle. Pueden matarse entre ellos, sin involucrar civiles. No pueden pavonearse por las calles, orgullosos de sus porquerías. Como ese Manny al que le metiste la pistola en la boca. No pueden ganar más que los blancos. No pueden salir de Morton. No pueden vender drogas a los niños. La pena es la muerte. O solía serlo en mis tiempos. Te secuestramos, te ponemos una bala en la cabeza y escondemos el cadáver en la carretera.
- Sigue siendo así. He oído que ese Lynch es tan malo como tú. Los tiempos cambian, eso es todo. La policía se hace más suave. La Fuerza quiere fingir que no son otra mafia, como ellos. Les atan las manos, pero Lynch lo sigue haciendo.
- Aún así, un niño.- Me quejé. El alcohol y la benzedrina conspiraban en mi contra. Veía la cara de ese niño y veía las caras de los hijos de mi hermana.- Tengo que irme.
- No regreses a Morton.- Dijo Oz.
- Seré cuidadoso. Llama una patrulla cuando acabaes. Nos vemos después.

            Tenía que hacerlo. Manejé mientras la tormenta seguía. La avenida West estaba como siempre había estado, prostis en las esquinas, un camello bajo una cornisa y un proxeneta fumando marihuana en un auto. El altar estaba ahí. Más grande que la última vez. Yolanda Travis y George Devlin ya no estaban. El bote de limosnas tampoco. Un junkie escondido detrás de un coche forcejeaba para abrirlo. Unas cuantas monedas por su esfuerzo.

            Estaciono. No me atrevo a ir lejos. Veo el altar. Flores protegidas por las cornisas del edificio de atrás. Quiero dejar dinero. Mejor no. Fotos de Steve Devlin y de otros niños muertos. No es la primera vez. No sería la última. No sé qué quería hacer. No haría diferencia alguna. Morton es Morton. Sus miradas de acusaban. Algo tenía que hacer. Detengo al drogadicto mientras corre de atrás del auto y pasa a mi lado. Le pregunto dónde encontrar a los padres de Steve. No sabe. No le importa. Tiene para su medicina. Me siento compelido a quitárselo. No haría diferencia. Le robaría a alguien. Pasan pocos transeúntes. Me evitan. Soy blanco. Imaginan que soy policía. Detengo a un niño. Lo soborno con cincuenta dólares si me lleva a casa de Steve. Lo piensa. Lo duda. Acepta. Caminamos bajo la lluvia por tres cuadras. Señala el edificio. Le pago. Quiero creer que no me estafó. Un hombre cuida la entrada.
- Cinco dólares.- Le muestro mi placa.- Dos dólares.
- ¿Yolanda Travisy George Devlin viven aquí?
- ¿Cómo voy a saberlo? Mucha gente vive aquí.- Un muchacho detrás de él suelta la risotada. Escuchó el metálico sonido de un arma. Esos dos dólares no son opcionales. Le pago y subo piso por piso. Pregunto por ahí hasta que me dicen dónde.
- ¿Quién es?
- Policía, abra.- Escucho que corren. Escucho una ventana que se abre. No quiero patear la puerta. En lugares como estos la puerta puede estar reforzada. Corro al callejón a un lado del edificio. El guardia en la entrada me mira y sonríe.
- Gracias por venir, vuelva pronto.
- Deténganse.- Cansado, saco mi arma. George tiembla y no es el frío. Yolanda baja los últimos escalones de la escalera de servicio. Se resbala y se cae a la basura. Guardo el arma y la ayudo.- Soy a la única persona que le importa Steve. ¿Quieren que encuentre al hombre que lo mató? Hablen conmigo. De otro modo, el asunto nunca quedará claro.
- ¿Estás loco, blanquito?- Yolanda estaba ofendida. George vomitó y cayó sobre bolsas de basura.- Hablar con la policía es suicida. No me meto con ellos, no se meten conmigo.
-  ¿No se mete con ellos? Su hijo de diez años anda con ellos. ¿Quiere explicarme eso?
- Blanquito, hazte un favor y vete. Deja que resolvamos las cosas como podamos.
- ¿Cómo puedan? Se están matando entre ustedes, ¿está bromeando?- La agarro de la boca y aprieto. Quiero lastimarla. Quiero tirarla al piso y golpearla. La benzedrina me tiene alterado.- Disculpe, me salí de control. No quise lastimarla. Yolanda, perdió a su hijo esta noche. ¿Esto es lo que quiere hacer esta noche, correr de la policía con su marido desmayándose?
- George no es el padre de Steve, aunque tenga su apellido. El papá es Oz.- Reprimo la sonrisa.
- ¿Oswald Duffy?
- Sí. A veces se lo dejo, para que lo cuide mientras George y yo…
- Entiendo.
- Siempre lo regresan en la noche. Steve jugaba mucho con ellos, son buenos niñeros.
- Sí, la pandilla homicida que extorsiona y padrotea es un buen lugar para dejar niños. Claro, la alternativa sería con ustedes. ¿Dónde puedo encontrar a Duffy a estas horas? E imagino que no está durmiendo.
- Oz nunca duerme.- Reprimo otra sonrisa.- No sé dónde puede estar.
- No me mienta Yolanda, vamos, él no sabrá que lo encontré por usted.
- Se pasea por Irwin, supongo que tiene negocios por ahí.

            Tomo más benzedrina. Ésta será una larga noche. Manejo por la calle Irwin y sus alrededores, sin suerte. Tendré que caminar bajo la lluvia. Entro a cada licorería y antro que encuentro. Me topo con un bar con un camello en la puerta. Vende pastillas mientras decide qué negro flacucho y sin futuro puede entrar y cuál no. Le muestro la placa y la empujo. La benzedrina me altera, lo empujo demasiado fuerte. Lynch le habría roto la nariz. Eso me contenta. El lugar está a reventar. La banda de jazz desafina y toca a toda velocidad. Pocas mesas. La gente baila o se apoya en la barra. El calor es espantoso. Choco contra los cuerpos que bailan. Con la benzadrina sigo el ritmo alocado del jazz. Quiero perder el control en esa jungla de cuerpos. No puedo porque Steve me mira y me juzga con la fiereza de un juez. Encuentro a Oz. Es enorme y calvo. Su mirada es asesina. Sus tatuajes y la corte de seis matones a sus lados me intimidan.
- Detective Felton.
- ¿Qué?- Duffy me mira burlonamente y finge sordera. Lo grito lo más fuerte posible.- ¿Qué quieres? No vendo, ve afuera o donde quieras, pero yo no traigo nada.
- No quiero nada.
- Mentira, con esos ojos se nota que estás en algo, ¿coca? No, estás demasiado novato para eso, ¿benzedrina?- No quiero reaccionar pero lo hago. Se burlan de mí. Oz está complacido.
- Estoy aquí por Steve Devlin.
- Habla más fuerte blanquito.- Lo grito de nuevo, pero se hace al sordo. Lanza una mirada a sus compinches. Me empujan hacia la multitud. Manos y brazos por todas partes. Empujándome fuera. Lucho contra ellos. Lanzo codazos, me identifico como policía, no les importa. Me tropiezo y me caigo al suelo. Siento patadas. Me levanto y alguien me empuja con todas sus fuerzas. Me caigo contra una de las pocas mesas. Una mujer me tira su cerveza. El jazz truena detrás de mí. La trompeta y mi benzedrina no se llevan. Pienso en Oz. Pienso en Lynch. Una mujer me jala de la corbata, otra me da una bofetada. Saco el arma. Doy media vuelta. Disparo contra la señal luminosa a un lado del trompetista. Los músicos sueltan sus instrumentos y corren. Me doy media vuelta de nuevo y disparo contra la puerta. Detengo la migración. Apunto a todas partes. Se tiran al suelo. Todos menos Duffy y sus secuaces.
- Lo único que me importa es Steven, el resto de ustedes pueden volver a África o matarse entre ustedes. No me importa.
- Vaya, está bien. Era broma.
- Mataron a tu hijo esta noche. Quiero creer que hay algo de decencia detrás de esos ojos fríos. No soy Lynch. No soy Taylor. No quiero creer que tú mataste a tu hijo. No si sabías que estaba en ese auto. Así háblame de él. ¿Por qué no estaba contigo si Yolanda te lo dio?
- Esa tipa me lo deja como si fuera la maldita tintorería. No quiere que su hijo vea que mami chupa lo que sea por unos dólares. No quiere verla a ella, ni a George, chupando de la pipa y quemando sus sesos.
- ¿Estuvo contigo todo el día?
- No, se lo di a Mary.  Es buena con los niños.- Mary Pollock. Recordé su rostro. Recordé su cicatriz. Recordé su historial.- Ella estuvo con Steve un tiempo y se lo dejó a Kedrick. Debió dejárselo finalmente a Carson. No podemos andar por ahí con un niño, no queremos que vea… La realidad de las cosas.
- La realidad de las cosas es que tu hijo está muerto.

            Regreso al auto. Nadie dice nada. El mensaje les queda claro. No queda claro para mí. Una guardería de maleantes. No logro decidirme qué sería peor, si Yolanda cuidara de su propio hijo o la pandilla. Entregarlo al gobierno tampoco es buena idea. ¿Quién querría adoptar un negrito de diez años que ha visto cosas que ningún adulto decente fuera de Morton debería ver? Steven estaba muerto. Aún antes de subir a ese auto. Pero el que jaló el gatillo fue el que decidió. Él decidió que ninguna de las tres opciones era válida.
- Martin, maldita sea llevo media hora en la radio. Contesta. Deja de masturbarte con fotos de sospechosos y contesta.
- Aquí Felton.
- Te tomaste tu tiempo. ¿Qué estabas haciendo? No importa.  Quiero que vengas a la joyería Ramsés, está en la 50 entre la Julian y 30 este. En Morton. Parece que no podemos escapar de aquí.
- ¿Qué pasó?
- Parece que Hicks y Norman asaltaron este lugar hace dos días.
- No me tardo.- El lugar queda a pocas cuadras de ahí. Oz fuma bajo una farola. Una estatua de mal humor.
- ¿Qué conseguiste Martin? Espero que no un novio.
- Yolanda dejaba a su hijo en manos de Oz, digo de Duffy. Él lo iba pasando de maleante en maleante conforme se cansaban. Devolvían al chico en la noche.
- Caso cerrado, entonces.- Señaló la joyería.- Ahora, siguiendo con nuestro trabajo policial. Nuestras víctimas fueron arrestadas por un robo en esta joyería.
- ¿Qué hacían afuera entonces?- Seguí a Oz mientras explicaba caminando, hacia un callejón largo.
- La alarma sonó. Milagrosamente, había una patrulla cerca. Carson Hicks y Barry Norman corrieron hacia este callejón. Los diamantes desaparecieron. Las máscaras también. Los dependientes estaban en el piso, no los vieron bien. Los policías no los vieron realmente salir de la joyería, solo asumieron que eran ellos porque echaron a correr.- Recorrimos el callejón. Dos puertas de servicio, un basurero y una humeante coladera. Nada más.
- ¿Revisaron el basurero?
- Claro que sí, y las puertas de servicio están soldadas por dentro. Aún así, nada.
- Finalmente tenemos motivo.
- Tenemos cientos de motivos. Sabemos poco de la pandilla. Quizás los mataron rivales. Quizás Manny elimina la competencia para quedarse con todo. Quizás Barry Norman se acostó con la novia del jefe. Cualquier cosa. Pero tienes razón, los diamantes son diamantes. Es mucho dinero. Vale la pena investigar si esos dos no se quedaron con algunos diamantes. Esa sería razón suficiente.- Lynch y Taylor estacionaron frente al callejón.
- Tenemos noticias. Las huellas del arma pertenecen a Fred Lee, es un capo de Orson Baslin.
- Resulta,- intervino Taylor.- que hizo tiempo con Kedrick Brown. Así que no sé si ese golpe fue aprobado por Orson o por Kedrick.
- ¿Tienen domicilio conocido? A quien engaño, Fred Lee no debe estar en ningún registro.
- Sí, tienes razón. Pedí en el precinto que usen a sus chivatos y nos den una dirección.
- Hablé con Dixon, ¿lo recuerdas?
- Claro, si yo estaba en el lugar cuando le diste esa golpiza.- Lynch encendió un cigarro. La candela, protegida por el sombrero, iluminó sus duras facciones.- ¿Qué cuenta el viejo chismoso?
- Me dio un par de direcciones que quiero comprobar. Quizás tengamos suerte.
- ¿Qué pasa ahí?- Señalé a una ambulancia a una cuadra de distancia.
- Otro caso de junkie. Van tres esta noche. La droga les salió mala. Tenemos dos fiambres más. Camellos. No sé si estén relacionados. Tengo a otros dos detectives trabajando en el caso. No quiero que lo tiren a la basura.
- Sospechas guerra civil.- Dijo Oz. Lynch asintió con la cabeza.- Vamos, sigan nuestro auto.

            La tormenta no cede. Las luces de ambulancias y patrullas iluminan donde las farolas no alcanzan. Oz bebe de su licorera. Mi benzedrina está pasando. Estoy cansado. Estoy fastidiado. Quiero ir a casa. Quiero bañarme por media hora. Quiero dormir hasta pasado mañana.
- Parece que tenemos suerte. Dixon Jones es muchas cosas, pero es confiable.- El edificio de una planta era una tienda de mascotas. Lo miré extrañado.- Entrenamiento básico anti-bandas. Número uno, ¿cuántas tiendas de animales puede haber en un lugar como este? Número dos, no tiene grafiti, mientras que las casas a los lados sí lo tienen. Número tres, tiene su propia iluminación.
- Buen ojo.- Brian violó la cerradura. Entramos al edificio con linternas y pistolas. Quiero creer que estoy listo para todo. No lo estoy.
- Hay otra puerta aquí.- Jaulas de cachorritos y una caja registradora en un espacio minúsculo. El resto del edificio está separado por una gruesa puerta de acero. Brian se pone a trabajar, pero son cinco cerraduras de dos tipos distintas. Número cuatro, cerraduras demasiado caras para el lugar.
- ¿Qué otra dirección te dio Jones?
- Un prostíbulo.- Lynch anotó la dirección.- Hay que poner a esta pandilla fuera del juego.
- Sí, ésta fue la última. Ese Dixon tiene datos jugosos, ¿qué más te dijo?
- No sabía mucho más, o no quiso decirme. Cualquiera de las dos. Hablamos del pasado, ¿de qué otra cosa podríamos hablar? Hablamos de los chicanos y sus perros de pelea, ¿te acuerdas?
- Recuerdo cuando soltaste a los perros y se comieron a ese tipo, ¿cómo se llamaba?
- Guardo. Violador en serie. ¿Cuántas llevaba, once?
- Quince. El fiscal le sacó 28. No sé si sea verdad, era Rosen, cuando era el chico de oro. Le gustaba montar grandes espectáculos y hacer peor las cosas.
- Hablamos de Elbert  Butler, ¿te acuerdas de él? Cocinero que tenía kilos de cristal por semana. Pan caliente. Fue invierno memorable. Nunca lo pudimos agarrar.
-  Salió del gueto cuando se casó con una dependienta de no me acuerdo qué tienda. Sally Claxton se llama. Viven en Hills, no les va mal.
- Sí, Dixon me contó, la despidieron hace medio año.
- ¿Te acuerdas de ese ladrón, el gato pardo o algo así?- Oz me codea, le gusta la historia. Bajo nosotros Brian suda y maldice con cada intento fallido.- Robó seis departamentos, todos en pisos altos. Nadie sabía quién era.
- Recuerdo que pensaban que era un cirquero.- Oz no paraba de sonreír.- Robó de un piso décimo, el techo más cercano era a tres pisos. Fui el único con suficiente cerebro para rastrear robos a farmacias. El idiota dejó huellas. Encontramos la mercancía en una bodega a nombre de su ex-esposa. El gato nocturno, le llamaban los periódicos.
- Ya está.

El espacio era muy reducido. Un dormitorio con una cama sin colchón. Una tele. Un baño grande. Una mesa enclenque de metal y una silla metálica. Un espacio vacío donde debería estar la sala. El diminuto departamento estaba cortado del resto del edificio por paredes falsas y una puerta pequeña donde no terminaban de instalar la pared falsa sobre la puerta. Un enorme espacio vacío sobre la puerta donde telarañas se habían formado. La puerta no tenía cerradura. Después de ella había un almacén vacío. Había algunas cajas. Un diablo para cargar. Nada más. El piso, a diferencia del departamento, estaba limpio. En la esquina izquierda había una regadera. Oz se puso guantes blancos de plástico y se arrodilló a un lado de la coladera. Pasó los dedos. De un bolsillo sacó herramientas pequeñas. Usó un desarmador para sacar la coladera. Pasó los dedos de nuevo. Bingo. Heroína.
- Almacén de drogas, sin duda. La quitaron hace poco. Lavan lo que entra en contacto con la heroína, pero no se queda en la coladera por mucho tiempo.- Me distraigo y regreso a la puerta. Hay cuatro marcas equidistantes en la duela.
- ¿Crees que Dixon les dijo que la sacaran?
- Imposible, deben guardar mucho aquí. Además, si Dixon les avisa que habló con nosotros, sería hombre muerto.- Oz enciende un cigarro mientras regresamos a los autos. Brian notifica a las patrullas.
- No hay nada que ate a Orson con este lugar. No creo que haya un rastro de papeles para este edificio. Pierden la bodega, perderán el prostíbulo que me diste, pero al final sigue su negocio tan robusto como siempre.
- Lynch.- Brian regresó corriendo.- Tenemos un pitazo. Un chivato le dijo a Merkel donde encontrar a Fred Lee.
- Vamos.- El lugar queda cerca de ahí. Estoy cansado y la noche aún no termina. Me meto otras tres pastillas. Necesito estar alerta.
- Hablé con el teniente.- Dijo Oz.- No está feliz de que estemos aquí.
- ¿Quiere que nos encarguemos de otro caso?
- Sí, dice que esto queda bien en manos de anti-bandas. Debo decir que estuve tentado. ¿Tú?
- No, vemos esto hasta el final.
- No será bonito.- Oz estacionó frente a una casa de una planta, apretada entre casas de tres paredes.- Ya llegamos. Veamos lo que Fred Lee tiene que decir sobre la balacera.

            Fred Lee estaba en casa. No nos dijo nada. Estaba muerto en el suelo, rodeado de un charco de agua. El alambre con el que fue ahorcado aún estaba en su cuello. Las quemaduras en su cuello y la sangre seca. La casa no tenía muchos muebles. Lee los había vendido para conseguir heroína. Lynch realizó una prueba de parafina. Encontramos rastros de pólvora en la mano. Mucha. Era nuestro hombre, no había duda. Pero llegamos tarde. “Que valga la pena” dijo Oz. Revisamos el lugar de lado a lado. Drogas por todas partes. Jeringas y pipas. Cucharas dobladas y encendedores gastados. No encontramos diamantes, y buscamos por todas partes. Buscamos dentro de la ropa y en cada centímetro. Oz encontró algo que nos motivaría. Un tarro de un bar “Loma azul”.
- Una ex-amiga de Martin se hará cargo. Pero por ahora, sólo tenemos esto. Sabemos a dónde le gusta ir.- No se dijo nada más. Era lo poco que teníamos, había que trabajarlo.
- ¿Crees que tenía los diamantes?
- Puede ser. Puede que no esté relacionado. Quizás quiso unirse a Manny. Lo usaron, no hay duda.

            El bar estaba en el corazón de Morton. Las patrullas no atreven a pasar. Oz instintivamente guarda la sirena. No quieren llamar la atención. Lynch y Taylor avanzan por la calle paralela. Queremos cerrar las salidas. Normalmente lo haríamos con patrullas. No tendremos refuerzos. Me tomó otras tres pastillas. Para aliviar el miedo. La descarga me llega como un relámpago. La visión se nubla. Los sonidos aumentan. El frío metal de mi revólver se me antoja cómodo.
- Es hora de la acción.- Bajamos del auto y corremos a la entrada. Los ociosos y los camellos corren por sus vidas. Entramos y Oz cierra la puerta. Para bien o para mal, estamos encerrados.
- Apaguen la música.- Oz dispara al techo y la música se muere. La gente está inquieta. Los que están armados acercan sus armas a sus pistolas.- Queremos hablar con ustedes sobre Fred Lee.
- Noches, noches.- Lynch entró por atrás y bloqueó las salidas. Apuntó a uno de los maleantes en un sillón al fondo.- Orson, finalmente te encontramos.
- No hice nada, así que pueden irse ya.
- Todos al suelo.- Gritó Brian antes de disparar la escopeta.- Todo será rápido si conseguimos saber lo que nos interesa. Hasta entonces, quiero a todos boca abajo con las palmas en el suelo.
- Hablamos con Kedrick, tiene una actitud parecida, de hecho todos parecen tener la misma actitud.- Lynch lo golpeó con la culata de la escopeta. Le dio de patadas antes de levantarlo, lanzarlo contra una mesa y tirarle whisky encima.
- Es un desperdicio de whisky.- Se quejó Oz. Le dio un par de bofetadas antes de ponerlo de pie.- ¿Qué sabes de la balacera? No me digas que nada.
- Sé tanto como ustedes.- Los parroquianos se ponían nerviosos. Uno de ellos, a mi izquierda acercaba su mano a su pistola. Si las balas empezaban a volar, ninguno de nosotros saldría con vida. Le aparté la mano de una patada. Me distraje. La benzedrina me altera. Una mujer se levanta de un salto. Brian grita un ultimátum. Va en serio.  Todos me voltean a ver mientras la mujer se me lanza. Brian apunta. Brian carga la escopeta. Agarro a la mujer de la muñeca y la jaló contra una mesa.
- Cerdos.- La mujer me escupe. Orson trata de ayudarla. Es su novia.
- Cálmate o esto terminará peor.- Le susurro. Trata de morderme. La levanto y le doy una cachetada. Otra mujer se lanza. No contra mí, sino contra ella. Quiere calmarla.
- Eso estuvo cerca.- Dijo Oz. Me disponía a acompañarlos en su conversación cuando la reconocí. Era Mary Pollock. La cicatriz en la boca era fácil de identificar. No vestía como yo pensé que vestiría. Tenía infantiles donas de pelo y un abrigo infantil.
- Pollock, quiero hablar contigo.- Mary me miró extrañada.
- Es sobre Steven Devlin. El chico murió junto con tus otros, y más peligrosos, amigos. No me importan realmente ellos, pero quiero hacerme una idea general sobre su último día.
- ¿Por qué te interesa un niño negro?- Le hice una seña a Brian para que nos dejara en paz. La novia, Laura, regresó al suelo a los pies de Mary
- Yo… No lo sé.
- No sé si te pueda ayudar.
- Sí puedes. Sé que Yolanda le deja su hijo con Oswald Duffy.
- ¿Eso te dijo?
- George come del menú de niños. Su maridito es una joya. Lo prefirió sobre Oz, nunca sabré porqué. Lo cuidé en la tarde, lo dejé con Kedrick. Más allá de eso no puedo decirte nada sin un abogado presente.
- ¿Viste ayer a Fred Lee?
- No sé quién es ese negro.- Mentía. No tenía que ver con Steve, no estaba interesada.
- Fred es nuestro principal sospechoso. A ellos les importa porque quieren resolver una posible guerra de pandillas, a mi me importa porque mató a Steven.
- ¿Fred mató a Steven?
- Sí, pero recibió ayuda. Ayuda que lo mató.
- ¿Fred está muerto?- Era noticia para ella.
- Fred era un don nadie.- Dijo Laura desde el suelo.
- ¿Qué me pueden decir de él?
- No sé nada de él.
- Es lo único que queremos. ¿A ustedes qué les importa? Está muerto.
- Taller de tapicería. Trabajaba ahí. En el taller de la calle Forrest.-  Laura  quería que nos fuéramos. Estaba tan nerviosa como yo.
- ¿Oz? Podemos irnos.- No le sacaron nada a Orson. Él lo celebraba. La música regresó en cuanto nos apoyamos contra los autos.
-Eso fue inútil. Nadie habla.
- Si esto no se soluciona rápido, tendremos que embolsarlo antes que la guerra llegue a las calles.- Una ambulancia cruzó a toda velocidad. Seguramente otro drogadicto envenenado.
- ¿Embolsarlo?- Era demasiado tarde cuando me di cuenta que había hecho la pregunta.
- ¿Qué pasa, nunca han embolsado a nadie en la división de homicidios?
- Palas, pistolas recicladas imposibles de rastrear y bolsas negras.- Dijo Oz con monótono.- Interrogarlos no nos dice nada.
- Creo que tengo algo. Hay una tapicería en la calle Forest, Fred Lee trabajó ahí, pasaba tiempo allá dentro. Según la novia de Orson.
- Vaya que eres bueno.- Lynch me felicitó con un una palmada en la espalda.

            El sol no parece querer salir. Siento como si fueran ya las nueve de la mañana y el estuviera cobardemente escondido en el horizonte. Oz no dice nada. Está cansado. Yo no digo nada tampoco. No se me ocurre nada qué decir. Pasamos por la West. El altar sigue ahí. Ahora es más grande. Tiene congregación. Es pequeña, pero no se van. Se protegen de la lluvia y cantan canciones de iglesia. Como si eso los fuera traer de regreso al mundo de los vivos. Activistas gritaban consignas contra nosotros. Un muchacho le escupió al auto. Lo ignoramos. Estábamos demasiado cansados para discutir con ellos. Mejor llegar a la tapicería y rogar que el sol salga pronto. No tardaría.
- Mejor hacerlo con dinero, aflojarles la lengua.- Las luces de la tapicería estaban encendidas.
- Como quieras viejo.- En el lugar un grupo de cinco vagabundos se inyectaban alrededor de una lámpara tirada en el suelo.  Sus sucias barbas y su ropa andrajosa se reflejaban por la luz haciéndoles parecer más grandes. Maldita benzedrina, juega conmigo.
- Buenos días.- Oz sacó algo de dinero y lo fue pasando.- Queremos saber sobre un amigo suyo.
- No tenemos amigos.- Dijo uno de ellos. Había sangre en sus ojos. Oz se reprimió.
- Un amigo muerto. Fred Lee.- El más joven tenía treinta. Sería el más factible para ser amigo de Lee.- Murió esta noche. Queremos darnos una idea de él.
- ¿Cuatro detectives para un junkie perdedor?- Su voz era gruesa. Había perdido casi todos sus dientes, pero no sus neuronas.
- Es en relación con la muerte de Steven Devlin, un chico de diez años.- Me apuré. Parecieron meditarlo. Se miraron entre ellos y asintieron silenciosamente.
- Fred no mataría a un niño. No creo. Estaba hasta el cuello en deudas. Estaba emocionado, desde ayer. Dijo que tenía una oportunidad de negocio.
- Eso dice siempre.- Interrumpió otro vagabundo.- Trató de incluirme, le dije que no quería nada que ver con él, o con su negocio.
- ¿Mencionó algo sobre ese negocio?- Preguntó Oz.
- Siempre tenía grandes planes. Nunca funcionaban. La última semana, los últimos días, había estado más deprimido que antes. Hasta que le salió este negocio. Imagino que el negocio no salió bien.
- ¿Por qué estaba deprimido?
- Dependía de un dinero que nunca le llegó. Dijo que el trabajo de Ramsés se hizo, pero nadie le dio su tajada. No sé qué haya querido decir con eso.
- Yo sí.- Oz  le dio otro billete y salimos. Lynch y Oz encendieron cigarros.- Es la hora. Hay que cerrarles el negocio para siempre.
- De acuerdo.- Murmuramos todos.- ¿Qué habrá sido de los diamantes?
- Buena pregunta Brian, Fred no los tenía. No hay duda.
- Estoy cansado.- Dijo Oz.- Quiero dormir un par de horas. ¿Algún plan para mañana?
- Amanece en una o dos horas.- Lynch parecía divertido.- ¿Qué pasa, ya no aguantas? Estos negros no se levantan temprano. Podemos regresar a trabajar a las once, ¿de acuerdo?
- Suena bien para mí. ¿Cuál será nuestro primer paso?
- Tengo un plan para alebrestar al avispero. ¿Once y media?
- Perfecto, duermo en el precinto, ¿y tú, Martin?
- Sí, pero quiero hacer algo antes. Ve con ellos, me llevo el auto.
- Como quieras.

            Cansados. Fastidiados. Al borde de la exasperación. Ha dejado de llover. El sol está oculto detrás de las nubes. Navego por las calles a vuelta de ruedo. Sigo la ruta de la ejecución en la avenida West. Paso por el altar. Ahora es más grande. Hay más fotos. Oz tiene razón, ésta tiene que ser la última. Un predicador y varios activistas. No veo a los Devlin. Le doy de vueltas a la cuadra del edificio de George Devlin y Yolanda Travis. No sé qué quiero hacer. Tengo sueño. Estoy cansado. Sé que no me dormiría. Steven me espera pacientemente en mis sueños. Me harto. Me dispongo a un par de horas de sueño en las literas del precinto cuando veo a George salir a la calle. Se rasca los brazos y tiembla. Revisa en los basureros. Me estaciono y lo sigo de cerca. No se da cuenta. Lo arrincono en un callejón y lo golpeó. Trata de escapar, pero lo tiro contra la basura y me voy contra él. Pienso en lo que me dijeron Mary Pollock y Laura, el abuso sexual. No me importa que pida por ayuda. Es un pedófilo menos. Cuando se le cae un diente me detengo. No quiero matarlo. No sé porqué no. No se me ocurre nada ingenioso. No tengo excusas.
- ¡Salvaje!- Uno de los activistas nos separan. Vienen más de ellos, corriendo desde el altar.- Otro caso de brutalidad policíaca. ¿Adónde crees que vas?

            Me zafo y me echó a correr. De regreso al auto. Acelero cuando la turba se viene contra mí. Escupen contra el parabrisas. Alguien quiere abrir la puerta. Me deshago de ellos y regreso al precinto. En el camino cuento otras dos ambulancias. Junkies que se inyectan muerte. Me acuesto pero no duermo. Tengo el olor de George Devlin conmigo. Cierro los ojos y me vence el cansancio.
- Despierta, bella durmiente.- Oz trae café. Es rancio, pero funciona. Me lavo los dientes y me peino. Bajo a la oficina principal de pandillas.
- Despachamos seis patrullas con órdenes de aprehensión para Laura Campbell, la novia de Orson Baslin.- Explica Brian.- No tenemos nada contra ella, no lo necesitamos. La dirección que nos diste era real. No nos hemos movido.
- ¿Están esperando interrogar a Laura?- Oz estaba un paso más adelante.- Tienen un par de datos, interrogamos a Laura, no llegamos a ninguna parte. La dejamos ir y atacamos y cerramos todos los lugares conocidos, arrestamos camellos y padrotes. Tienes razón Lynch, eso agitará al avispero.
- Creo que ya la tienen.- Dos uniformadas la hacen subir y la dejan en un cuarto de interrogación. Está golpeada y cansada. No ha dormido. Lynch entra y nos deja ver por el espejo doble.- Hola.
- ¿Qué quieren cerdos?
- Nada.
- No les diré nada, no sé nada y no me importa.
- Ya lo sé.- Lynch le hizo una señal a Brian para ejecutar los arrestos y movilizaciones.
- ¿Y bien?- Laura estaba desesperada. Desayunamos pegados al vidrio de doble cara. Un uniformado le trae el desayuno a Lynch. Comemos en silencio.- Dije ¿y bien?
- Te escuché la primera vez changuita. ¿Quieres desayunar?
- No, no quiero desayunar blanquito. ¿Qué está pasando?
- ¿Quieres decir algo? Si no, estás en tu derecho. Tendré mi desayuno en paz.
- Malditos cerdos, están locos.- Pasa una hora en silencio. Terminamos el desayuno. Lynch lee el periódico. Nos muestra la página ocho, un reporte sin fotografía. Nuestros nombres aparecen mal escritos. No les importa.
- Ya está.- Brian regresa corriendo y golpea el espejo. Lynch sale del cuarto.- Tenemos más de doce arrestos e incautamos de todo. Tengo a Collins y Wallace exprimiendo sospechosos por información. No encontramos a Kedrick, ni a Manny, pero sabemos dónde se esconde Oswald Duffy. Además, hay tres casos más de camellos muertos, ya está empezando la guerra.
- Muy bien. Dejaremos a la princesa en el gueto, que nos vean. Creerán que habló. Es todo lo que necesitamos. ¿Encontraron drogas?
- Tenemos más de cuarenta kilos de coca y un depósito de heroína. Ese dato del burdel funcionó a la perfección.

            Duffy se esconde en un taller de autos. Entramos con escopetas. Los trabajadores se tiran al suelo. No es la primera vez que esto pasa. Duffy duerme en un sillón. Kit de junkie a su lado. Papel metálico, cuchara doblada y quemada, aguja y un encendedor viejo. Oswald abre un ojo. Hay un momento de calma antes de que se asuste. Lynch lo toma del cuello y lo tira al suelo.
- Buenos días, guapo.- Nos mira asustados. Me reconoce. Ya no sonríe.
- ¿Qué quieren ahora?
- Hay una montaña de camellos muertos que va subiendo y subiendo, ¿quién ordenó esos golpes?
- Cer…- Se detuvo a media palabra. Me miró, tratando de decidir si era la misma persona. Armo la escopeta de un golpe. No le apunto a la cara. Sabe que no le dispararíamos a la cara tan fácilmente. Le apunto a un pie. Podemos decir que fue defensa propia y extraer información.- Manny se cansó de esperar. Quiere ocupar el puesto, pero muchos de los camellos son más leales a Orson que a ese psicópata. Es un idiota, quiere ser el jefe como en los viejos tiempos. Orson es más inteligente. Algunos camellos nos están dejando, la droga de Orson es basura. Manny es el único que tiene buenas reservas.
- Estás bajo arresto Duffy.- Brian le puso las esposas y se lo llevaron en su auto.
- ¿Crees que el plan de Lynch funcione?
- No sé.- Dijo Oz.- Tiene potencial. No sé si podamos detener la guerra de pandillas, o si debamos.
- ¿Prefieres que se maten entre ellos en vez de construir casos en su contra?
- ¿Tú qué crees? No tenemos nada contra los tenientes principales, ni contra Orson.- Al pasar por la avenida West nos detuvimos. Un grupo de activistas, al ver el auto de Lynch, les cerraron el paso. Nos bajamos del auto para sacarlos del camino. Fue un error. Me reconocieron.
- Es el mismo de la mañana.- Una señora me tomó de las solapas del abrigo y me jaló hacia la turba. Dos veces en el mismo día. Ésta vez fue peor. El pastor trataba de calmar a su gente, era demasiado tarde. Me golpearon hasta tirarme al suelo. Escuché el rugir de una escopeta. Lynch no tenía paciencia.
- Déjenlo ir o estarán todos bajo arresto por asaltar a un oficial de policía.- Oz me ayudó a levantarme. Alguien le tiró un huevo que le dio justo en la cara. Ahora era él quien estaba furioso.
- Oz, calma.- Traté de detenerlo, pero se fue contra un chico menor de edad. Le dio un golpe en la nariz y un codazo a un activista.
- Se les olvida que ustedes pueden hacer lo que quieran en la banqueta, pero ¡yo soy dueño de la calle!-  Tomó al pastor del cuello y lo empujó contra el altar.
- No son dueños de nada.- Replicó el pastor, cuando lo ayudaron a levantarse.- Miren lo que pasó, ¿ustedes lo evitaron? Claro que no, solo lo hacen más difícil.
- ¿Y qué quiere que haga?- Oz lo enfrentó a centímetros de su rostro. Puños cerrados. Aliento alcohólico. Ropa arrugada. Fuego en los ojos.- ¿Qué prenda una velita como ustedes y le ruegue a mi amigo imaginario para que todo salga bien? Ódienme todo lo que quieran, pero me necesitan.
- Lo que usted necesita,- dijo el pastor.- es detener los abusos de autoridad. Ese hombre asaltó a un miembro de mi congregación sin ningún motivo. Así no detendrán a las pandillas.
- Entonces tenga mi arma.- Oz puso su revólver en sus manos.- Marche al bar, burdel o antro donde esté escondido Orson Baslin y póngale una bala en la cabeza. Detenga esta locura.
- Usted está loco. Lo reportaré.- Oz le quitó el arma.
- ¿Cuánto dinero dona Baslin a su congregación? Si no está dispuesto a detener la guerra, entonces sálgase de nuestro camino y cierre el hocico. No olvide la ley de la calle, la calle es de la policía.

            Regresamos al precinto sin decir nada. No quiere saber porqué golpeé a ese hombre. No quiero decirle. No sé bien porqué lo hice. Procesan a Duffy y traen a dos camellos golpeados. Fuego cruzado en la guerra. Un civil recibió una bala en el muslo. Estamos ansiosos. Sabemos que hay un barril de pólvora. Lo podemos oler. Estallará en cualquier momento. Algún junkie nos da la ubicación de Kedrick Brown. Su departamento. Es en un multifamiliar. No podemos ir ahí sin refuerzos. Sería suicida. Lo hacemos rápido. Lo hacemos sucio. Golpeamos todo lo que se interpone en nuestro camino. Marchamos a toda velocidad. Derrumbamos la puerta. Oz le señala a los demás a que se queden en su sitio. Entramos los cuatro detectives.
- Huele a muerto.- Dice Brian. Tiene razón. Algo apesta espantoso. Registramos una puerta. Es el baño. Hay fango y aceite por todas partes.
- ¡No te muevas!- Lynch y Taylor registraron otra puerta. El dormitorio. Kedrick tenía un pie en la cornisa de la ventana. Nos vio asustados y miró el arma en su mano. La tiró por la ventana. Ahora no lo teníamos ni por posesión ilegal.
- Está bien, estoy calmado.- Puso los pies en el suelo y las manos detrás de la espalda. Lynch lo sometió de una patada a la rodilla izquierda.
- No te muevas desgraciado.- Lo esposan contra la cama. Encuentro ropa de mujer, pero el departamento está vacío. Le señaló a Oz unos calcetines y unas donas de pelo infantiles.
- Tuvo compañía anoche, y no creo que haya sido mayor de edad.- La idea me repulsa. Quiero golpearlo, pero Lynch y Taylor me ganaron.
- Está bien, está bien. – Kedrick pidió clemencia.
- Malditos changos.- Se quejó Lynch.- ¿Qué no saben que nosotros somos dueños de Morton?
- Es por el dinero.- Dijo Brown.- ¿Qué más voy a hacer?
- Ese no es mi problema. ¿Encontraron drogas?- Oz negó con la cabeza.- Maldita sea. Debí haberlas traído conmigo, procesarlo por algo sólido.
- Fred Lee. Háblame de él.- Dijo Oz.- Sé que él estaba involucrado en el golpe a la joyería.
- Ese negro tuvo la idea. Lo reemplazaron de último minuto. ¿Lo conocieron? Era demasiado inestable. No sé quién robó la joyería. Es en serio.
- Mientes.- Taylor lo golpeó en la nariz. Brown gritó de dolor. Estaba rota. Su fino bigote se manchó de sangre.- Carson y Barry fueron arrestados ahí mismo.
- No les encontraron nada. De hecho nadie lo hizo. Sólo ellos sabían dónde estaba la mercancía, a órdenes expresas de Orson. Fue muy claro en eso. Iban a reunirse con el gran jefe, cuando…
- Cuando los mataron.- Terminó Lynch.- Vamos, hay que llevarlo a la jaula.
- ¿Qué podemos hacer?- Los uniformados se llevaron a Brown. Nos quedamos contemplando la miseria de Morton desde el barandal. Niños jugando entre la basura.- Aún si encontramos a todos. Aún si los arrestamos…
- No conseguiremos encierros.- Terminó Lynch. Oz asintió. Le dio un trago a su licorera y eructó.
- No hay que descartar la posibilidad de embolsar a alguien.
- ¿A Orson?
- Puede ser. Pero entonces tendríamos que matar a Manny, y a todos los tenientes.
- Ciudad matadero.- Lynch encendió un cigarro y gruñó. Podía ver en su cara que odiaba a Morton. Más años trabajando ahí que Oz, debía haber enfrentado situaciones semejantes media docena de veces. Los resultados siempre los mismos. Morton es Morton.
- Lynch,- Brian habló con un uniformado y regresó con nosotros.- Laura Campbell está muerta. Baleada y dejada en la calle.
- Una víctima necesaria para zanjar el asunto. Lástima que no podamos zanjarlo.
- El pueblo necesita un rey.- Dijo Oz.- Y sólo uno. Hay que saldar cuentas.

            El plan fue puesto en acción. Teníamos las direcciones, luego de horas de torturar camellos y junkies, de Orson Baslin y Manny Sanders. Esperamos a que Kedrick  fuera liberado. Pusimos una bolsa sobre su cabeza. Oz le golpeó con el tubo de metal que siempre guarda en su guantera y lo metimos al auto. Orson estaba escondido en otro multifamiliar. Lo sacamos a punta de pistola y le dimos el mismo proceso. Pasamos por un departamento a la salida de Morton. Oz tenía armas escondidas ahí. Recicladas e imposibles de rastrear. No quise saber porqué tenía otro apartamento. Tampoco quería saber cuando había usado esas armas. Me dio una automática sin decir nada. Al ver que se ponía guantes lo imité. Estaba nervioso. Sentado en la parte delantera con Oz, escuchando los gemidos de nuestras dos víctimas de secuestro, supe que algo horrible estaría a punto de pasar. Oz consiguió la dirección de una vieja bodega abandonada. Lynch y Taylor tenían a Manny Sanders. Nos confinamos a una pequeña oficina. Pusimos a los tres juntos detrás del escritorio. Los cuatro nos quedamos en la puerta.
- Suficiente.- Brian los separó mientras Baslin y Brown atacaban a Sanders.- Están aquí para negociar la paz. Si no pueden, matamos a uno de ustedes y lo hacemos por ustedes.
- Entonces maten a este negro.- Dijo Brown, señalando a Manny.
- ¿Qué hay de los diamantes?
- No sé donde están.- Dijo Baslin.- Si ese es el precio de esta negociación lo pagaría con mucho gusto, pero no los tengo. Puedo darles efectivo, ¿cuánto es?
- Yo sé donde están los diamantes.- Dijo Larry.- Los tiene Kedrick. ¿Dónde podían esconder los diamantes durante la persecución? Había una coladera, ahí los dejaron. Es el material más resistente del mundo, no les pasaría nada. Le dijeron a Kedrick donde estaban. Tu departamento olía a cloaca, el fango y el aceite aún estaba en el baño.
- Te los iba a dar.- Admitió Kedrick. Orson lo golpeó en la nariz. Brown pateaba desde el piso.
- Todo un traidor.- Dijo Lynch.- Tú ayudaste a Lee y luego lo mataste.
- De hecho,- interrumpió Oz.- ese fuiste tú.
- ¿Qué?- Me agarró por sorpresa. Lynch levantó su arma. Oz disparó más rápido. La bala en el brazo lo hizo caer. La pistola se resbaló de sus dedos. Me quedo como estúpido, de cuclillas, sin saber qué hacer. Brian gira con la escopeta, Larry le dispara en la cabeza. La escopeta se dispara, me falla por centímetros. Saco mi pistola nerviosamente. Cae al suelo. La agarro con mano temblorosa. No quiero estar ahí. Kedrick trata de escapar por una pequeña ventana. Oz le dispara por la espalda.
- ¿Estás bien Martin?
- No… Dame un segundo.- Me pasa su licorera y bebo un fuerte trago.- No me di cuenta de Lynch. Me di cuenta de algo más. El chico, Steven, él era la clave.
- ¿Porqué?
- Él vio algo que no debía ver. Las marcas en la duela en la falsa tienda de mascotas. Justo frente a la puerta. La clase de cosas que haría un niño para mirar por arriba de la puerta. ¿Qué había ahí? Ladrillos de heroína y cocaína. ¿Por qué los junkies se están enfermando? Porque Mary Pollock, su guardiana en ese momento, estaba cambiando ladrillos o adulterándolos. Fue pasado con Kedrick Brown, el chico se lo dice. Es inocente y no sabe lo que está pasando. Brown se da cuenta de la oportunidad. Las donas de pelo que viste en su departamento, no son de una niña, sino de Mary Pollock. La estaba extorsionando, o estaban juntos. Por eso pensé que era Kedrick.
- No lo había visto así, tiene mucho sentido. Kedrick es un oportunista.- Desde el suelo nos miraba con odio. Perdía mucha sangre.- Pero él no mató a Fred Lee. Fred ni siquiera mató a esos pandilleros y al chico. Él era el chivo expiatorio. Lo sometieron, lo cual no era difícil. Le pusieron sus huellas en el arma. Lo obligan a disparar. En Morton hay balazos a todas horas, nadie se daría cuenta, pero tendría cordita en las manos. Para que coincidiera con la hora de la balacera pusieron su cadáver en una tina con hielo, de esa manera alteran la hora de la muerte. El agua que lo empapaba eran hielos. Clásica operación negra. Esta guerra civil la empezó Lynch, mató al chico que sabía demasiado, Mary trabaja para él y por eso envenenó la droga. Manny es el único con buenas reservas. Lo ponen en el trono y la policía controla el flujo de drogas. Seguramente pensabas usar a Elbert Butler para cocinarlas.
- Perdió su empleo hace seis meses, está desesperado.- Lynch resoplaba y gemía de dolor.- ¿Por qué no? Sacamos algo extra y mantenemos en paz a Morton. Manny es perfecto, es estúpido, solo quiere dinero y creerse un capo de la mafia.
- Maldito.- Manny se lanza contra él. Oz le dispara en la cabeza.
- Martin tiene razón, era el chico. Lo vio todo, cuando Mary me lo dijo sabía que teníamos que actuar rápido. Eliminarlo de raíz y de paso empezar la guerra.
- Clásico montaje.- Dijo Oz.- Desde la prosti que nos quiere convencer de que vio a los atacantes de noche y durante una tormenta, al cadáver en el hielo.
- Orson tenía que irse.- Orson estaba de pie. Miró a Oz con salvajismo. No lo dudó ni un segundo, le disparó en el pecho tres veces.- Adiós negrito. ¿Qué harás Oz, matar a todos?
- Sé donde están los diamantes.- Dijo Kedrick.- No me mates, puedo dártelos si me llamas una ambulancia. Vamos viejo, no duraré mucho tiempo más.
- ¿Qué te pasó Oz? Solíamos ser los reyes de la calle.- Dijo Lynch.- ¿Recuerdas la ley de la calle? Tú me la enseñaste. He seguido tu libro desde el principio. Las calles son de nosotros. Al diablo con ellos. ¿Qué tiene de malo si de todas maneras se van a envenenar?
- Lynch, pobre idiota.- Se puso encima de él y apuntó al corazón.- Inventé esa ley para poder dormir en la noche. Ya no la necesito. Nunca existió. ¿Qué no lo sabes? Sólo hay una ley. El más fuerte sobrevive.
- Oz…- Fue lo último que Henry Lynch dijo antes de que Oz le disparara dos veces en el pecho.
- Vamos viejo, no me mates...- Me quedé petrificado, absorbiéndolo todo. Dos detectives condecorados asesinados. La sangre estaba en todas partes. Oz colocó pistolas en las manos de Orson y Manny y disparó varias veces hacia todas direcciones. Simulando una balacera. Se acercó a Brown. Debatió internamente entre agacharse a escucharlo o matarlo. Se agachó. Oz escuchó. Se levantó y le disparó en el cuello.
- ¿Estás bien?- Salimos de la pequeña oficina. El olor a pólvora me daba náuseas. Quería vomitar. Oz me dio su licorera. Me la terminé de un trago. Volvió a preguntarme lo mismo. Me di cuenta que no me preguntaba si estaba físicamente bien. No me preguntaba mi opinión. Me preguntaba si estaba bien con el hecho de que mi compañero hubiese matado a cinco personas a sangre fría.
- Oz,- dije, cuando finalmente me calmé.- Mataron a un niño de diez años para que pudieran controlar la miseria y el vicio de la cloaca de la sociedad. Ser rey del basurero no es ser rey en lo absoluto.
- Al demonio con ellos.- Dijo Larry.
- Al demonio.- Dije yo.

            El mago de Oz montó su magia. Preguntó por Lynch y Taylor. Se preocupó por ellos. Encontraron los cuerpos. Nada nos ataba. Nadie, confiable, sabía que habíamos secuestrado a Orson y a Kedrick. El departamento los honró como héroes. No dijimos nada. Oz fue al funeral y abrazó a las viudas. Yo me quedé en el auto. Tratando de darle sentido a todo. Oz regresó y fuimos por los diamantes. Entró a la estación de Baltic. Salió con las manos vacías. Brown nos había mentido.

            En las semanas siguientes comenzaron los reportes en periódicos amarillistas sobre diamantes que aparecían en los buzones de las madres que habían perdido a sus hijos. Las madres que hicieron el altar para honrar a Steven y a los otros niños. El pastor no recibió nada. Se quejó con el reportero. Nadie le hizo mucho caso. Leí la noticia y se la mostré a Oz una mañana. La hojeó y sonrió sin decir nada. Una fortuna millonaria repartida entre las madres de Morton. Dormí en casa de mi hermana. Jugué con sus hijas pequeñas. Les mostré la noticia. Pensaron que era una hada que les regalaban lágrimas de ángeles. No les dije la historia completa. Pero les aseguré que no era ninguna hada, a menos que las hadas fueran alcohólicos pelirrojos que pierden su cabello y ganan unos cuantos kilos. Me reí de mi propio chiste toda la noche. Las niñas me miraron raro.

            Si Lynch se parecía a Oz entonces los capitanes seguramente lo odiaban. Lo hicieron un mártir. Lynch y Taylor recibieron condecoraciones después de morir. Los capitanes salieron en las noticias contando historias heroicas de los dos detectives. La mejor manera de tratar a los enemigos es etiquetarlos y olvidarlos rápidamente. Tres semanas después y Morton tenía nuevas pandillas y nuevas víctimas. Morton es Morton.

El teniente quiso saber todos los detalles. ¿Se olía algo? Probablemente. Tenía acceso a los primeros reportes policiales. Los que hacen énfasis a que muchos de ellos fueron disparados en unos ángulos imposibles, si todos hubiesen estado de pie. Los siguientes reportes, y los capitanes se aseguraron, omitieron todas las partes potencialmente vergonzosas. El teniente sabía. El teniente no podía no saberlo. Al final del interrogatorio nos miró a los dos con intensidad. Sabía. Pero antes que eso sabía la ley de la calle.
  

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