miércoles, 22 de julio de 2015

El sol negro

El Sol Negro
Por: Juan Sebastián Ohem

1 de Mayo 1945
                Günther había oído las noticias en la mañana. El Führer había muerto. El sueño había terminado. Tanques soviéticos sobre Berlín, la rendición sería en cualquier momento. Se vio con Hans afuera de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, como cada mañana. Hans estaba pálido y tembloroso, sin duda había escuchado las noticias. Se sentaron en la escalera sin decir nada, fumando y tratando de buscar las palabras. Günther tenía miedo y confiaba en Hans. Aunque era su superior se habían hecho buenos amigos desde que la Ahnenerbe los había mandado a Argentina.
- Dönitz está a cargo ahora, ¿crees que se rinda?
- No creo que tenga opción.- Günther se quitó el sombrero. Respetaba la opinión de Hans, había trabajado con la Ahnenerbe desde el principio en operaciones clasificadas y conocía a la SS a profundidad.- No podremos regresar a casa. ¿Sabes lo que los judíos harán ahora que han ganado?
- Tenemos que desaparecer.- Caminaron hacia el parque, evitando a los oídos curiosos.
- El gobierno argentino simpatiza con nosotros Günther, somos afortunados de estar aquí ahora.
- Todo miembro de la Ahnenerbe es miembro de la SS, y como tú mismo lo dijiste, nuestros enemigos atacarán con saña. Lo que nos hicieron en Versalles lo harán de nuevo.
- Nos casarán como animales.- Hans estaba ansioso, no podía quedarse quieto y caminaba en círculos.- Mi hermana… Ruego que esté bien. Ella se mudó a Berlín hace un mes, tengo que contactarla.
- No, de ninguna manera.
- Günther, tú también tienes familia, ¿no quieres saber qué ha pasado con ellos?
- Por supuesto que quisiera, pero no se puede. Somos SS, somos enemigos de los Aliados. Quien quiera que pierda una guerra, pierde las condecoraciones. No habrá héroes de guerra, sólo criminales.
- Estar en público me pone nervioso.


                Habían rentado un par de departamentos en el mismo edificio, uno al lado del otro. No era un lugar agradable, pero el casero no hacía preguntas. Entraron en el de Günther y, mientras Hans se servía Cognac, Günther repasaba los documentos y libros apoyados en la mesa. Representaban meses de investigación. Buscaban confirmar alguna de las dos teorías antropológicas de la SS, el ario se había desarrollado en Hiperbórea, en el Polo Norte, y el Polo era lo suficientemente cálido para sostener la vida o bien porque en algún momento la Tierra estaba inclinada de otra manera, por ejemplo, que el Polo fuese el Ecuador, o bien porque Hiperbórea estaba dentro de la Tierra, y el planeta era hueco. Todos en la Ahnenerbe sabían cuánto amaba el Líder esa teoría. Habían investigado entre mitos, documentos históricos, reportes geológicos y estudios raciales y no habían logrado comprobar ninguna de las dos. Pero sabían que estaban cerca.

                Hans corrió a su departamento mientras Günther  empacaba su ropa en una maleta y en otra empacaba todos sus papeles y cada hoja de la investigación que llevaban a cabo. Hans se movía con la agilidad de un tigre, regresó con sus papeles y cualquier cosa que pudiera identificarlo como agente de la SS y lo puso en la segunda maleta de Günther. Manejaron hasta un callejón a veinte minutos de distancia y le prendieron fuego a la maleta abierta. Esperaron hasta que estuvieran seguros que nadie rescataría información importante y se dirigieron a la estación de tren. Hasta ese momento todas sus acciones habían sido gobernadas por el pragmatismo, ahora que permanecían absortos frente a la lista de trenes y horarios, fueron asimilándolo todo.
- No lo puedo creer. ¿Qué hicimos mal?
- Nada Hans, nosotros hicimos todo lo que pudimos. Le servimos al partido y al pueblo alemán. Esto no es nuestra culpa.
- ¿Porqué tenían que hacernos la guerra?- Hans estaba histérico, enrojecido y gritando en alemán.- Estúpidos decadentes, queríamos salvar Europa, no condenarla.
- Calma Hans, nos están viendo. Nadie debe saber quiénes somos.
- “Quiénes somos”.- Se plantó en pose de soldado y extendió su brazo derecho.- ¡Sieg Heil!
- Basta.
- ¿Qué hay de los otros Günther? Piensa en Werner, Vogel, Friedrich, todos ellos. ¿Habrán salido con vida?
- Dalos por muertos, porque tú y yo no existimos. Morimos junto con el Führer. Vamos a subir a un tren,- Hans lloraba desconsoladamente, el mundo se caía a su alrededor.- ¡Hans!
- No puedo Günther, no puedo.- Günther le dio una cachetada tan dura que le volteó la cabeza y lo dejó frío.
- Sí puedes. Por el amor de Dios eres un oficial de la SS y eres mi superior. Ahora escúchame, subiremos a un tren al sur, lejos de ciudades importantes, y haremos una nueva vida. Evitaremos la política, jamás saldremos en los diarios, nos inventaremos un nuevo nombre y sobreviviremos.
- Günther… Ha sido un honor ser tu amigo. Te buscaré en unos años, hasta entonces, cuídate.
- Gracias Hans.

                Se abrazaron con fuerza, se separaron y cada uno escogió un tren al azar. Era el fin del mundo, y esperando en línea apretados entre cientos de personas, se dieron cuenta que estaban solos y siempre lo estarían.

25 de Abril 1957
                Friedrich terminó su café y tiró su periódico en el basurero de la estación de camiones. Estaba nervioso, aunque había sido de la SS, nunca había estado en acción de esa manera. Fingió que se ataba las agujetas mientras se aseguraba que Alexander Kresse y Karl Müller metían la mano al bote y recogían un paquete. Encontrarían su nuevo pasaporte y papeles de identidad. Ya no serían Kresse ni Müller, nuevos nombres eran necesarios. Él ya no era Friedrich Zenker, era Friedrich Hertz profesor universitario de química. Werner Landau era ahora Werner Koch. Pequeños sacrificios en el altar del Tercer Reich.

                Moría de ganas por hablar con ellos, hacía una década que no los veía, pero era imperativo que no cruzaran miradas. Ya llegarían a San Rafael y tendrían tiempo para charlar. Se preguntó si ellos estarían tan nerviosos como él. Seguramente no, ya habían hecho algo semejante hacía muchos años. Müller había comandado una de las misiones más importantes al polo Norte. Werner sentía un gran respeto por ellos y había trabajado por semanas para rastrearlos y entrar en contacto con ellos. Müller y Kresse habían sido parte de la primera etapa del proyecto de la Nueva Atlántida. No habían estado en una posición lo suficientemente privilegiada para saber de qué trataba, como él o como Werner, pero se habían arriesgado por la Ahnenerbe y triunfado en su gloriosa misión.

                Debatiéndose entre el aburrimiento y la ansiedad releyó la carta de amor de Victoria. Era una mujer dulce y atractiva. Había tenido que mentir, sobre él, sobre su pasado, sobre sus opiniones, pero su amor era real. Quizás, más adelante, si se casaban podría ser honesto con ella. Werner no debía saberlo por supuesto, él era demasiado rígido. Su superior había vivido consumido por su labor en el viejo hogar, y en el exilio seguía siendo el mismo. El Reich iba primero, incluso primero que su vida personal o amorosa.

                El camión se detuvo, Friedrich no podía ver nada, alguien había detenido al chofer. Si era la policía, él estaría a salvo, pero quizás los papeles de sus dos compañeros no eran tan buenos. No eran policías, eso era seguro. Un comando armado subió al autobús y a punta de gritos mantuvo a todos sentados. Todos vestían de verde militar, pero no parecían soldados argentinos. Uno se quedó hasta atrás, los otros dos sacaban gente y las alineaban en la carretera. El que se quedó atrás salió con un bolso repleto de artículos robados. Uno de ellos fue pasando de pasajero en pasajero para robar carteras y relojes. El líder del grupo, un sujeto fornido  y nariz  ganchuda fue pasando de persona en persona, estudiando su rostro.

                Friedrich temblaba de miedo, estaba seguro que venían por él. El bandido lo miró con expresión de asco y pasó a la siguiente persona. Le acababan de robar, pero estaba vivo, y eso le dejó respirar. Al mismo tiempo, se dio cuenta que estos no eran bandidos, no venían por el dinero, buscaban a alguien. Buscó a Kresse y a Müller con la mirada, estaban casi al fondo de la línea. Judíos, cazadores de nazis, o un grupo mercenario. Había leído sobre ellos, judíos resentidos en busca de venganza, pero nunca había sentido cerca a la amenaza.
- ¡No se hagan los héroes!- El líder del grupo pateó a Karl y apuntó su rifle contra Alexander.
- Por favor, no me mate, soy un simple mecánico.
- ¿Cómo me llamaste?- Sabían lo que ocurría, los asesinos fingían que ellos se habían hecho los héroes.
- Por favor…

La ensordecedora ráfaga los hizo saltar del susto. La mayoría tenía el rostro contra el suelo, llorando de miedo. Friedrich se dejó caer de espaldas, Kresse y Müller yacían muertos con la mirada fija en él. Los asesinos se subieron a su camioneta y se alejaron. Nadie se atrevía a moverse, Hertz lloraba desesperado. Habían estado tan cerca, ¿cómo los habían encontrado? Quizás habían sido descuidados, los judíos podrían haberlos seguido desde Chile. Pero, ¿y qué tal si el descuidado había sido él? Cuando los pasajeros comenzaron a levantarse y organizarse, Friedrich seguía en el suelo, llorando cara a cara con las miradas congeladas de sus amigos.

20 de Septiembre 1949
                Había sido un intelectual, un investigador, ahora servía café y cocinaba en la pequeña cafetería de la estación de tren de Neuquén. Había sido el primer tren al que se subió, se bajó en la estación y pidió trabajo. No le incomodaban las largas horas de trabajo, ¿qué más podía hacer? Pero siempre se preguntaba por Hans, lo había visto subirse a un tren hacia el sur, ¿pero dónde podía estar? Había pasado de ser Günther Ernst a ser Günther Eckert. No habría soportado cambiarse el nombre que su madre le había puesto. ¿Qué nombre habría escogido Hans Rudolf Battel?
- Günther, las mesas.- El dueño de la cafetería era judío. La ironía no se le escapaba. Sin embargo, era un buen hombre, trabajador y comprensivo. Casi podía decir que era como su amigo.
- Sí señor.- Ya casi era hora de cerrar. Limpió las mesas tan rápido como pudo, todos querían ir a casa. En su apuro no notó que una de las mesas aún tenía a un cliente.- Disculpe, no la vi.
- No se preocupe, deben estar apurados.- Terminó su café de un trago, le dio la taza a Günther y se puso de pie.
- Gracias.- La había visto antes. Era una mujer de rostro cansado pero con una bondadosa sonrisa. Solía ir al café tres veces por semana, comer un sándwich, beber café y leer un libro. Se sentía apenado de la atracción que sentía por su cabello rojizo, sus ojos verdes y su sonrisa. Terminó de asear el lugar tan rápido como pudo para acompañarla afuera.- Discúlpenos, no fue nuestra intención echarla del lugar. Hoy empezamos temprano y supongo que ya estamos cansados a esta hora. Lamento haber arruinado su rutina.
- La rutina no lo es todo. Me llamo Rosa Laura, ¿tú eres Günther correcto?
- Günther Eckert. ¿Hay alguna forma en que pueda salvar su rutina? Hay una cafetería a media cuadra, su comida es mejor que aquí. Debería saberlo, yo la cocino.
- No sé, si me acompañas a esa cafetería, entonces ¿qué sería de tu rutina?- Günther se sorprendió al oír eso.- Te veo todas las noches salir del trabajo y sentarte en esta banca para leer tus libros en alemán. Claramente, no podemos hacer las dos cosas.
- Tú lo dijiste, la rutina no lo es todo. ¿Qué tal si inventamos una nueva rutina?

                Caminaron hasta el parque mientras Rosa hablaba sobre su vida diaria. Trabajaba para el servicio postal, tres veces por semana tenía que entregar y recibir reportes del tren de correos. Dejaba a su hija de ocho años con una de sus hermanas. Kristina era su princesa, pero al mismo tiempo era muy cansada, sobre todo desde que su padre había muerto hacía dos años. Empezó a hacer preguntas y Günther se puso nervioso. No podía decirle la verdad, pero al mismo tiempo no quería alejarla. Optó por un camino intermedio. Le contó sobre su infancia en Badenburg, el primer nombre inventado que le vino a la cabeza, y le relató su experiencia de guerra. El pueblito había sido bombardeado, vivió dos semanas entre escombros, cazando ratas y gatos para vivir. Su familia murió ahí. Se tomó el primer barco a Argentina que encontró y trabajó en el primer lugar que se le cruzó.
- Debe ser difícil perder toda  tu familia y el lugar donde  naciste. Con razón lees tantos libros en alemán.
- Sí, no ha sido fácil.- Le mostró el librito que guardaba en el saco.- Pero no leo sobre Alemania, son unos libros de historia Argentina que compré en una librería de libros usados.
- Quieres entender tu nuevo hogar, buena suerte, yo aún no lo entiendo.- Rosa le tomó de las manos. Günther, quien siempre había sido inseguro con las mujeres, no sabía qué hacer.
- No, no quiero entender, quiero olvidar Alemania. Quiero ser un argentino más.
- Te prometo que te ayudaré a olvidar.- Günther decidió apostarlo todo, se inclinó para besarla y Rosa se inclinó también.

15 de Junio 1957
                Las pesadillas no se iban a ninguna parte. En sus sueños Müller y Kresse le rogaban ayuda. En sus sueños Friedrich les daba la espalda y el comando mercenario le guiñaba el ojo, como si él los hubiera mandado a fusilar. Lo peor de sus pesadillas era que lentamente perdía noción de cuánto estaba en su memoria y cuánto formaba parte de su sueño. Anoche se levantó sudoroso y aterrado a la mitad de la noche. Salió de la cama, con cuidado de no despertar a Victoria y se refugió en la cocina. Ya tenía 44 años de edad, no era un jovenzuelo con la suficiente energía como para pasar días de mal dormir. Abrió la cortina para ver el amanecer, y notó que el buzón de correos del otro lado de la calle estaba marcado con gis. Werner quería verlo. Se vistió y caminó un par de cuadras hasta un teléfono público.
- ¿Qué ocurre?
- Nuestro amigo el piloto ha terminado. ¿Puedes venir al rancho?

                No era una pregunta, sino una orden. Regresó a casa para avisarle a Victoria que la universidad le pedía que se presentara para revisar las tesis. Victoria no estaba convencida. Se despertaba a horas raras de la noche y gritaba cosas en alemán en sus sueños. Sabía que le estaba mintiendo, pero no sabía cómo sacarle la información.
- No mientas Friedrich, te lo suplico. La última vez que me mentiste así te fuiste de Bahía Blanca, te seguí en mi auto.- Hertz pasó de vergüenza a rabia.
- ¿Qué te crees, siguiéndome de esa forma?
- Me preocupo por ti, tus pesadillas empezaron cuando…
- Victoria, no digas otra palabra.- Le había seguido, ¿habría sido lo suficientemente torpe como para hablarlo con alguien más? Así podrían haber encontrado a Vogel y a Fischer, y después a Müller y a Kresse.
- Quiero ir contigo.- ¿Podría ser cierto, Victoria una espía? Era como en su sueño donde ya no podía distinguir memoria de pesadilla, ahora no podía distinguir paranoia de sentido común.
- Victoria…- ¿Qué podía hacer? Si la enojaba demasiado seguro le diría a alguien más y entonces toda la operación estaría en peligro. Tendría que tragarse el orgullo.- No soy la persona adecuada para ti, estoy demasiado traumado y no quiero arrastrarte conmigo.
- Pero lo podemos superar juntos.
- ¡No! No te amo, te desprecio y me das asco.
- ¿Por qué estás diciendo eso?- Victoria comenzó a llorar. Hertz quería abrazarla, besarle y decirle que no era cierto, que la amaba y quería envejecer con ella.
- Porque…. Porque te odio.- Se dio media vuelta y salió.

                No pudo resistir las lágrimas mientras conducía por la autopista hacia el sur. Más que extrañar a Victoria, extrañaba a su esposa Helga. La había conocido en la universidad, ella estudiaba literatura y tenía un gran sentido del humor. Cuando Berlín cayó ella se había quedado atrás, cuidando de su prima con retraso mental. Los soviéticos la violaron antes de matarla. Una parte de su alma había muerto ahí con ella. Werner lo convenció de abordar el barco con él, pues lo único que él quería era morir. Werner le regresó propósito a su vida, podían salvar al mundo. Cuatro camaradas habían muerto, todos amigos suyos y compañeros de trabajo antes de la guerra. Daño colateral, la guerra debía proseguir.

                Manejó desde el amanecer hasta bien entrada la noche. No quería arriesgarse a tomar el tren. Los militares mantenían un fuerte control sobre los ferrocarriles. Estaba casi seguro que su nombre no estaba en ninguna lista, aún así no quería arriesgarse. Tomó una carretera secundaria hasta la entrada del rancho, a medio día de camino del puerto de Rawson en el corazón de la Patagonia. Werner Koch, como se hacía llamar ahora, lo estaba esperando sentado en los arcos de la entrada de la vieja construcción. Explicó que el piloto estaba terminando su labor y se dirigía de regreso a la base. La pista de aterrizaje estaba disimulada por una lona del mismo color que los pastizales. Escondían el avión dentro del edificio principal y los tambos y barriles se guardaban en el sótano, conectados a explosivos en caso que fueran descubiertos y el plan tuviera que ocultarse a toda costa.
- Te ves cansado.
- Ni te imaginas.- Al escuchar el sonido del motor corrieron a la pista para retirar la lona.- ¿Cuántos vuelos ha hecho?
- Cuatro. Tengo que regresar mañana en la mañana a la Universidad, y además roció casi todo lo que teníamos.
- Perfecto.- El avión se detuvo y su piloto salió. Era un hombre joven y emocionado. Werner lo había encontrado en una compañía de aviones rociadores de DDT para los campos. El joven había sido despedido por sus piruetas. Era un excelente piloto, demasiado bueno para las empresas privadas, demasiado extravagante para los militares.
- Ven Enzo, conoce a mi amigo.- Enzo realizó el saludo nazi y Friedrich quedó petrificado.- Está bien, es de los nuestros. Vamos al sótano.
- ¿Queda más metal? Pensé que había rociado todo.- Werner bajó primero por la húmeda escalera hacia el subsuelo donde guardaban el material.- He leído sobre Antártica y los nazis. Desde 1938 mandaron expediciones con toda clase de científicos. Encontraron aguas termales, cuevas y volcanes. ¿Es cierto que establecieron una base militar para submarinos?
- Tienes suerte Enzo, serás parte de la historia.- Encendió la luz del sótano, no tenía suelo de cemento, sino de tierra. A excepción de algunos barriles, el lugar estaba vacío. Enzo no entendía que pasaba. Werner tomó su arma y le disparó en el corazón.
- ¡Werner por Dios!- Koch le pasó una pala y le indicó dónde había que cavar la tumba.- Al menos podrías avisar, ¿no crees que lo van a extrañar?
- Nadie sabe que vino conmigo, descuida. Mientras te deshaces del cuerpo tengo que empujar el avión hasta el hangar y tapar la pista. No puedo faltar a la Universidad, pero tampoco podía dejar que el cadáver de Enzo se pudriera. Buena suerte.

Cavando la tumba, envuelto casi por completo en la penumbra, se preguntó cuántas pesadillas tendría con el cadáver de Enzo mirándolo desde el suelo. Extrañaba su hogar, pero también extrañaba dormir.

20 de Enero 1951
                Werner Landau había cambiado su nombre a Werner Koch, y tenía los papeles falsificados que lo demostraban. Los había conseguido en el barco, a cambio de la colección de relojes que su papá le había regalado cuando recibió su uniforme de la SS. Estaba tan orgulloso de su Werner que lo hizo jurar que nunca usaría otro apellido. Ahora nadie debía saber su verdadero apellido, ni su verdadera historia. Se presentó ante la comunidad alemana de Buenos Aires como un maestro de preparatoria que había huido de la guerra. Había cientos de casos semejantes, por lo que cuando notaron que Werner bebía mucho y lloraba cuando estaba solo, pensaron que extrañaba su hogar. Era cierto, pero además extrañaba a su familia, al Führer y al tercer Reich. Todas las mañanas se había levantado alegre, finalmente pertenecía a algo, y era algo tan grande que lo llenaba de orgullo. Era parte de la Ahnenerbe, nunca peleó en combate, pero pensaba que su labor era tan importante como la de un soldado. Ellos destruían y protegían, mientras que Werner y su equipo podían garantizarle al pueblo alemán la cultura y los valores que los llevarían de ser una sociedad materialista y judaizada, a ser nuevamente una sociedad solar de espíritu heroico. Él y su equipo hacían que el Sol negro, el verdadero e invisible sol que es Dios del Universo, brillara tan fuerte que el sol material palideciera. El Sol negro existía en el centro de su ser, como un astro rey ordenando cada aspecto de su persona, calentando su alma y moviéndolo equilibradamente.

                Algunos de sus compañeros alemanes exiliados se dedicaban a alguna droga, él no era la excepción. No era la heroína, ni el opio, sino la memorabilia. Había conocido a Jorge en el barco, le había prometido los papeles falsos, y había cumplido, y cada mes le presentaba nuevos artículos del tercer Reich. La última vez le había entregado un uniforme de soldado. Se había pavoneado frente al espejo por horas, leyendo un librito de los discursos de Hitler y llorando en su sillón mientras terminaba su botella de ron y se quedaba dormido. Ahora Jorge había zarpado a Europa, sin duda le traería más artículos para vender. Era lo único que lo mantenía con vida.

En la mañana había llegado la carta. Su padre la había escrito con otros nombres, en caso de que su correo fuese inspeccionado. Las noticias no eran buenas. Su hermano había fallecido en un bombardeo, su mamá se había fracturado la cadera durante la evacuación. No había suficiente espacio para ella en los hospitales militares. Murió desangrada en manos de su esposo. No tenía noticias de Elisa, su amante, solo podía suponer que había muerto. Su papá le preguntaba si Hitler estaba muerto, le importaba saberlo pues él lo quería matar. Había provocado la guerra que había terminado con su familia. Werner no sabía qué pensar, su padre tenía toda la razón.

No había comido en todo el día. La tristeza le había impedido levantarse del piso de la sala. No sabía que la tristeza podría ser tan fuerte. Extendió su brazo hacia el bar, tomó otra botella. Era de whisky. Sabía horrible, pero no le importaba. Si seguía tomando así, razonaba Koch, moriría en menos de un día. Se lamentó de no tener pistola, sería más rápido. Apagado por su tristeza y embrutecido por el alcohol se preguntó si había un dios. Él sabía la respuesta, Dios había muerto en el ’45 cuando los tanques soviéticos entraron a Berlín.
- ¿Señor Werner?- Alguien tocaba a la puerta. Era Matilda, la dueña del departamento. Le gustaba visitar a sus inquilinos para lavarles la ropa, un servicio por el que cobraba muy poco y le daba la oportunidad de chismear y darles compañía. Seguía llamando, pero Werner no podía contestar. No podía hacer nada. Tirado en el suelo veía el haz de luz proveniente del corredor. No tenía fuerzas para llorar, menos para hablar.- ¡Herr Koch!
- Nein…- Alcanzó a decir. La mujer lo levantó del suelo con un solo empujón. Su gordura le hacía parecer una vikinga. Le colocó en el sillón y le trajo un bote de basura para que vomitara.
- Le daré agua con sal, eso debería limpiarlo.- Werner empezaba a perder conciencia y, finalmente, sentía cierto placer. Estaba muriendo. No había otra explicación. Sintió que Matilda le forzaba la bebida y, segundos después, sintió las arcadas. Vomitó con fuerza e ininterrumpidamente por diez minutos.- Madre de Dios, Herr Koch, no haga eso. ¿Se encuentra bien?
- Déjame morir…
- ¡Werner!- Le dio una bofetada con todas sus fuerzas. El dolor era intenso y su mareo por poco lo tira de la silla. Vomitó de nuevo mientras Matilda encendía el televisor.- Ni se le ocurra. Mi padre murió así, no dejaré que haga lo mismo. Entiendo que extrañe su hogar, pero la vida sigue.
- …Esta noche en el reportaje sorpresa, ¿Hitler está vivo?- El anunciador sonreía como un estúpido mientras mostraban fotografías de Hitler que supuestamente lo mostraban en Chile.- Stalin lo da por desaparecido y dos pilotos de la aviación alemana en Berlín relatan en los diarios la partida de Hitler hacia Sudamérica.
- Por favor…- Matilda iba a apagarlo, pero Werner le tomó del brazo.- ¿Quiere ver esa porquería? Supongo que trata de Alemania, en cierto modo, pero bueno, si evita que se suicide, lo que sea.

                Matilda se sentó a su lado y le tomó de la mano. Le gustaba sentirse la madre de los exiliados, favor que ellos agradecían infinitamente. Werner miraba el televisor, su cabeza apoyada sobre su hombro y con apenas las suficientes fuerzas para mantener los ojos abiertos. El programa era sensacionalista, pero mostraban imágenes que le gustaban. Los estandartes, las columnas y los altares de la SS. La emisión habló sobre la comunidad tibetana que se había unido al tercer Reich tras el contacto que sostuvieron el Dalai Lama y la SS. Algunos murieron como soldados, la mayoría se suicidó. El tercer Reich les había prometido Shangri-la, su ciudad mítica. Werner sintió una punzada en el corazón y se irguió de inmediato.
- ¿Se encuentra bien?- Proyecto Nueva Atlántida. Podía suceder. La primera fase había sido concluida, él podía encargarse de la segunda. Sabía dónde encontrar a Friedrich Zenker.
- Matilda.- Werner se levantó, el color había regresado a sus mejillas, su depresión había desaparecido. El Sol negro brillaba con cegadora luminosidad.
- ¿Se siente bien?
- Me has salvado Matilda, nunca lo olvides.- La abrazó con todas sus fuerzas y salió del departamento. Tenía que comprar un boleto de tren y salvar al mundo.

7 de Marzo 1957
                Günther no se entendía con Kristina desde que ésta había avanzado de la pubertad a la adolescencia. Aún era una niña, pero era muy rebelde. El primer gran cambio ocurrió cuando le dejó de llamar “papá” y prefirió decirle Günther o, peor aún, Eckert. Rosa trataba de minimizarlo, pero Günther sentía una daga en el corazón cada vez que ella se rehusaba a llamarle “papá”. Ahora estaba cruzando la línea, desde hacía semanas había empezado a coleccionar libros sobre el nazismo. Al principio no le dio importancia, pero se fue dando cuenta que eran libros gráficos, compuestos básicamente de imágenes. ¿Y si su rostro aparecía ahí? Recordaba muchas fotos con Hans, Werner, Karl y los demás, pero ¿era lo suficientemente importante como para aparecer ahí?
- Tú siempre me haces lo mismo.- Kristina había crecido a ser una pelirroja muy atractiva, naturalmente Günther se había tornado sobre protector.- Odias a mis amigos, odias todo lo que hago, es como si no te dieras  cuenta que no soy tu hija.
- ¡Kristina! Günther te ha cuidado siempre y lo tratarás como a tu padre.
- ¿Cómo puedes ser tan ingenua? Tú no lo conoces, no sabes dónde ha estado o qué ha hecho.
- Cuidado Kristina.- Advirtió Günther.- Mejor nos calmamos antes de decir algo que de veras nos lastime. No quiero que vayas a esa fiesta, está muy lejos y van a ir muchachos grandes.
- Te pude haber mentido, pero no lo hice, porque no quiero ser como tú.- Esa fue la gota que derramó el vaso. Günther se levantó, pateando la silla y caminó a pisotones hasta el cuarto de Kristina.- ¿Adónde vas?
- Kristina, maldita sea. Sabes cuánto le duele a tu… A Günther haber perdido todo en Badenburg. Ahora trabaja como negro para que tú jamás pases por esa situación, ¿y a si le pagas, coleccionando libros sobre los nazis? Ellos le quitaron todo, es lo último que quiere ver en su vida.
- Se acabó.- Günther apareció cargando los libros, abrió la puerta del sótano y lanzó los libros hacia el vacío para después cerrar con llave.- Y no irás a esa fiesta. Ódiame hoy, pero a futuro verás que tuve razón. Me tengo que ir, terminó mi hora de comida, hora de volver a la oficina.
- Hasta luego cariño.- Se besó con Rosa y se detuvo frente a Kristina. No se atrevía a acercarse demasiado, estaba furiosa, se contentó con tocarle el cabello.

                La vida de familia no era un oasis, pero era una vida. Kristina le desesperaba, pero estaba vivo y libre. No lo habían encontrado aún. Había leído sobre detenciones en Brasil, Chile y Argentina. Había escuchado rumores sobre comandos armados financiados desde Israel. El Führer les había prometido su propia tierra, su propio Sión. Se negaron y, a fin de cuentas, parecía que lo habían obtenido a pesar de todo.

                Tenía una rutina fija en la cual apenas tenía contacto con la sociedad, de esa forma limitaba las probabilidades de ser descubierto. Había cambiado de trabajo, ya no laboraba en la cafetería de la estación, ahora fungía como contador en una tienda departamental. Rosa Laura le había conseguido el empleo a través de su primo. Entraba al edificio por la parte de atrás, se encerraba en su oficina, terminaba horas antes de tiempo y se dedicaba a la lectura. Era aburrido, pero ese aburrimiento le mantenía con vida.

                Su jefe, el primo de Rosa, era un hombre llamado Adolfo. Nuevamente, la ironía no se le escapaba. Era comprensivo y le tenía una gran estima. Jamás llegaba tarde, nunca faltaba y siempre terminaba a tiempo su trabajo. Adolfo sabía que Günther terminaba antes y dedicaba sus horas de ocio a la lectura, y lo respetaba por ello. Le había dado la oficina con ventana como regalo por tan excelente trabajo. Günther no esperaba nada nuevo, a decir verdad, odiaba todo lo nuevo, costumbre de exiliado, pero al ver a Adolfo esperándolo en la puerta de su oficina sintió miedo. Un hombre había hablado, de una compañía de contadores “Jabalina”, preguntando por Günther Ernst. Adolfo pensó que se trataba de un error, que quizás habían anotado mal su nombre. Günther le prometió que no había metido sus papeles en ninguna oficina de contaduría, que se trataba de un gran error y que no había razón para preocuparse. Mentía. Había toda razón para preocuparse. Alguien sabía su verdadero nombre y lo estaba cazando.

                Terminó su trabajo tan rápido como pudo, pero no se dedicó a la lectura. Teléfono en mano buscó la compañía “Jabalina”. No existía. Habían pasado más de diez años desde su última fotografía, ahora se rasuraba la cabeza y se dejaba un largo bigote. Eso podría alentar la cacería, pero no era suficiente para estar a salvo. Desde su ventana podía ver al estacionamiento. Escondido detrás de las cortinas fue estudiando cada rostro en busca de algo sospechoso. Era difícil, no estaba entrenado para ello, pero su supervivencia, y la de su familia, estaban en juego. Escondido en un cajón guardaba un libro sobre cazadores de nazis, lo había comprado porque tenía fotografías. No podía ver bien a todo el estacionamiento, algunos estaban directamente debajo de él. De uno de esos autos bajó un hombre que recorrió el estacionamiento y compró cigarros a un niño vendedor. Sostuvo el libro a la altura de sus ojos y alternaba su mirada del hombre a las fotografías. Solomon Bergman. No había duda.
- Adolfo, ¿puedo hablar contigo?- Le entregó el trabajo del día y le contó una triste historia sobre cómo su esposa estaba aburrida, Kristina se juntaba con malas compañías y la rutina amenazaba a su matrimonio.
- Vaya, Günther, te toma una eternidad pedirme un favor.
- Es que no quiero abusar, has sido una gran ayuda. Un verdadero amigo.
- Günther, Günther, adoro a mi prima y ella te adora a ti. ¿Quieres vacaciones?
- Sí.- Se sentía avergonzado de tener que recurrir a eso, pero era sobrevivencia.- Iremos a Tucumán, hay un hotelito que a Rosa le encanta.
- Tómate el resto de la semana. Descuida, los números estarán aquí cuando vuelvas.- Recogió sus cosas y bajó por la escalera que conducía a la tienda. Conocía a una empleada, quien siempre le vendía cigarros de importación, y sabía que saldría de su turno en cualquier momento. Al verla caminando sin uniforme hacia el estacionamiento corrió tras de ella.
- ¡Regina!- Por la periferia del ojo podía adivinar a Solomon escondiendo su rostro detrás de un diario.- ¿No tienes más cigarros?
- No, los militares los prohibieron.
- Ni modo. Por cierto, me voy de vacaciones a Tucumán, mañana mismo.
- Suertudo.
- Te traeré un regalo.

                Estaba hecho. Convencer a su familia no sería difícil. Rosa amaba ese hotel. Kristina podría ser problemática, pero no tendría opción. Solomon los acompañaría, la ocasión era demasiado tentadora. Atrapar a un oficial de la SS en sus vacaciones, y hacerlo frente a mucha gente. No podría pedir más. Esa noche se fue a dormir cansado. Estaba cansado de tener miedo. Estaba cansado de ser perseguido como a un monstruo. Nunca había matado a nadie, pero lo estaban orillando. Mataría por primera vez. No para un Líder, ni para un partido, sino para su familia. Quedó despierto casi toda la noche, pensando cómo contactar a Hans.

5 de Septiembre 1947
                Hans Rudolf Battel, ahora simplemente Hans Funke, no había soportado la tentación. Había escuchado mucho acerca de ese lugar. Camaradas simpatizantes del nacionalsocialismo se juntaban en la antigua casona de la calle Patria y formaban reuniones. El ambiente era vibrante, jóvenes y viejos, avalentonados por el vino cantaban canciones y lanzaban discursos. Se alegró al ver a tantos intelectuales entre los reunidos, vestidos prolijamente en sus trajes sastre y sombreros de panamá. Celebraban la insurrección nazi chilena que el 5 de septiembre acabó en masacre, luego de que la policía y los militares abrieran fuego sobre los golpistas rendidos en el edificio del seguro obrero. La matanza del seguro obrero había abierto los ojos a intelectuales, políticos y entusiastas.

                Algunos vestían uniformes nazis, otros distribuían material en alemán y español. Hans sintió ganas de llorar. Estaba de vuelta en casa. No conocía a nadie, pero no le importaba, le era suficiente mirar. Se sentó en uno de los sillones y secó sus lágrimas con su pañuelo.
- ¿Se siente bien?- Le preguntó un anciano con marcado acento chileno.
- Sí, es solo que todo esto es tan hermoso…- Estaba a punto de decirle quién era en realidad, pero se reprimió. No podía confiar en nadie, ni siquiera en los ancianos. Los enemigos del Führer eran astutos y engañosos.
- ¿Sabe usted porqué el saludo de Hitler se hace de esa forma?- Él había sido oficial nazi y no lo sabía. El anciano sonrió al verlo perplejo.- Brazo recto, dedos apuntando ligeramente hacia arriba. Uno puede hacerlo tanto cuanto quiera, pero sólo algunos saben hacerlo de verdad, ¿sabe a lo que me refiero?
- No, no realmente.
- Himmler se lo enseñó a Hitler. Se trata de dirigir las energías del chakra del corazón hacia arriba. Los dedos forman un transistor cósmico que transmuta los valores. Los esoteristas de la SS eran capaces de entrar en un trance muy especial y de esa forma acercarse al paraíso de Thule.
- Norberto, otra vez con eso.- Le interrumpió una mujer, no mayor de 30 años, de cabello rubio y grandes ojos azules como platos. Se apoyó en el sillón del anciano y le sonrió a Hans.- ¿Y tú cómo te llamas?
- Hans Funke, ¿y tú?
- María Balducci. Yo no vengo todas las semanas, pero no te había visto antes. Este es Norberto Larios, es un tanto extravagante, pero es leal hasta la médula. ¿Tú fuiste soldado en la guerra, o quizás comandante? Perón les ha abierto las puertas y vemos entrar a docenas de alemanes que se hacen pasar por héroes.
- Nada de eso, yo no soy soldado, ni miembro del partido. Un simple colaborador que vio como las fuerzas del demiurgo detenían la gloria de la raza aria.
- Finalmente, un intelectual.- Dijo Norberto. María rió complacida.- Hitler era un gnóstico, su Dios era el Dios verdadero, sol negro más allá del sol visible. El demiurgo, dios de los judíos y masones, domina la tierra con ignorancia y odio. Es el dios enemigo del impulso vital, del honor, la vida.
- Ya, fuera de aquí.- María lo corrió y se sentó al lado de Hans. Era una mujer hermosa, no había duda, y joven de cuerpo y espíritu.
- Vaya anciano, hay cada loco en este mundo…
- Es mi tío, prácticamente me crió desde bebé.- Hans se sonrojó y trató de ocultar su rostro detrás del sombrero, pero quería seguir viéndola.- Descuida, pasa todo el tiempo.
- Ahora me siento mal, ¿puedo invitarte algo de beber?
- Sólo si me cuentas todo sobre Alemania.
- No sé si abran este lugar hasta tan tarde, pero nos tendremos que conformar.

20 de Diciembre 1956
                La ranchería era grande, inhóspita y carecía de tierra realmente cultivable. El precio era ridículamente bajo. Fischer puso el nombre y la firma, Werner se quedó con las llaves. Arno Vogel, un espécimen ario, y Otto Fischer, un gordito simpático, habían desembarcado como marinos obreros hacía 6 años. Celebraron como hermanos reunidos y se contaron historias y rumores. El destino había sido cruel con ellos, su Líder estaba muerto, y la antorcha de la Verdad y el Honor estaba en sus manos. Las manos de un hombre envejecido y paranoico.

                Arno y Werner prepararon la pista de aterrizaje con materiales que Vogel había podido robar de la fábrica. El verano era terrible, quedaron exhaustos al atardecer, cuando Otto había terminado de acondicionar una bodega como hangar. Aún no tenían avión o piloto, aquel era problema de Koch. Faltaban los materiales que habían robado durante más de nueve meses. Fischer traía suficiente combustible para el avión para dar mínimo veinte rondas. Vogel había robado los metales y los químicos que Werner había ordenado. Koch fue rodando los tambores de gasolina hacia el hangar, mientras Vogel y Fischer llevaban los otros contenedores al húmedo sótano.

                El trabajo había sido agotador, pero milagroso. Koch se había podido distraer durante todo el día. Distraerse de la verdad. Aún desde la bodega podía escuchar sus risas. Cansadas, inocentes. Empujó el último contenedor de gasolina con grandes esfuerzos, el cansancio ya no alejaba a su mente de lo que debía hacer.

                Aprovechó que aún no terminaban para hacer la cena. Tenían camastros en los amplios dormitorios, por lo que podrían dormir en la ranchería. Arno y Otto emergieron victoriosos del sótano, tenían más de 45 años y aún podían ejercitarse como jóvenes. Rieron y bebieron mientras bebían el potaje y masticaban los pedazos de carne.
- ¿Qué hay de Friedrich Zenker?
- Trabaja conmigo en la universidad.
- ¿Te acuerdas de Rudolf Battel? Al que expulsaron del proyecto.
- Una injusticia, Hans fue una parte fundamental del proyecto Atlántida. Estaba aquí en Argentina cuando nuestro amado Führer se suicidó. Estaba investigando con Günther Ernst.
- ¿Muerto, Hitler?
- ¿Son noticias para ti?- Arno y Werner rieron. Otto se terminó la cerveza de un golpe y la azotó contra la mesa.
- ¿Qué te hace pensar que está muerto? Nosotros estamos muertos, técnicamente, y bebemos y comemos. ¿Qué tal si el Führer estuviera vivo aquí en Argentina?
- No sé, tanta gente lo odia que ya lo habrían matado. Hay un país entero con todo el dinero de Estados Unidos, que lo odia por completo.
- Lo deforman por completo.- Arno ya estaba un poco borracho. Werner sintió una punzada en el corazón y por poco se deshace.- ¿Qué ocurre Werner?
- He hecho un pacto con el diablo.- Le miraron extrañados, sus ojos pestañeando rápidamente. Ya no tenían fuerzas para hablar, ni caminar.

                Fue a su habitación mientras esperaba el sonido. La botella de veneno era pesada en su bolsillo. En cinco minutos escuchó ambos cuerpos caer al suelo. Subió ambos cuerpos a su auto, manejó media hora en carreteras secundarias y tiró los cuerpos. Tendría que desaparecer el camión de Arno, pero eso no sería problema. Regresando por el mismo camino se detuvo y, ocultándose entre los árboles, vio al camión que se acercaba a los cuerpos. Se acurrucó en el auto y lloró, ¿cuántos más querría el diablo antes de venir por él?

8 de Marzo 1957
                Rosa Laura disfrutaba de un masaje y Kristina estaba en la alberca con calefactor. Había preparado su coartada a la perfección. Anunció que saldría a caminar por el monte. Disfrutaba de largas caminatas, pero con los años se había vuelto sedentario y quisquilloso. No se sentía culpable de tener que matar a Solomon Bergman, aquello era necesario. La culpa era por otra cosa. Rosa se había vuelto mucho más apasionada desde que salieron de Neuquén y Kristina había dejado de insultarlo. Vacaciones era lo que necesitaban. Aquella mañana Kristina lo había abrazado como saludo. Rosa le dijo que era una buena chica, eso ya lo sabía Günther. Era una buena persona con muchas hormonas, como cualquier adolescente. Su verdadero padre había muerto y eso la confundía, lo cual era totalmente comprensible. Günther avanzó por el prado con una enorme sonrisa, había encontrado la felicidad. “Si tan solo matara más seguido…” bromeó.
- Günther Ernst.- Aquella debía ser la voz de Solomon.- No te pareces en nada a la vieja fotografía, pero sé que eres tú.
- Solomon Bergman, un gusto conocerle.- El judío tenía un arma.- ¿Trajiste a un escuadrón de asesinos?
- No, conmigo basta. El asesino eres tú.
- No maté a nadie.
- Eres un oficial de la SS.
- Ahnenerbe pedazo de idiota, somos intelectuales.
- Intelectuales que justifican la masacre de judíos, mejor aún. No vales mucho dinero, pero si te presento como oficial de alto rango de la SS me darán una jugosa recompensa. Muerto es mejor que vivo, he visto a demasiadas cucarachas como tú salir libres de los juzgados.
- ¿Qué tal un dos por uno, camarada?- Hans apareció de entre los árboles.
- Que bueno que vino solo señor Bergman.- Hans le soltó un golpe con el arma y Bergman cayó al suelo. Apoyado encima del cuerpo torció su cabeza hasta que su cuello se torció haciendo “crack”.
- No estacioné lejos, lo podemos cargar.- Tardaron media hora en alcanzar el auto y subirlo en la cajuela.
- ¿No estaba lejos?
- Disculpa, pensé que estaba menos lejos.- Quedaron mudos, uno frente al otro, luego hubo una sonrisa y finalmente se lanzaron en un abrazo fuerte. El abrazo de los amigos. El abrazo de los hermanos.- Mírate nada más, un hombre de familia.
- Tú tampoco te ves nada mal.
- ¿Rosa y Kristina?
- Bien, estamos de vacaciones por un par de días. ¿Qué tal María?
- Bien, estamos perfectos. Debo decirte que no sabes lo que te pierdes. Ella me acepta por quien fui, por quien siempre seré.
- ¿Le dijiste la verdad?- Había un tono de urgencia en su voz.
- Claro que no… Bueno, no toda la verdad. No sabe que existes, ni sabe que soy de la SS. Ella es nacionalsocialista.- Se llevó la mano contra la frente, se acababa de acordar de algo.- Casi lo olvido, ¿te acuerdas de Friedrich Zenker?
- Sí, por supuesto.
- Lo he visto. Nos saludamos. Fue increíble. No le dije que tú estás aquí. Ya sabes, hay que ser precavido.- Dijo, señalando el cadáver del judío.- Lo más interesante del asunto, es que está metido en algo.
- ¿A qué te refieres?
- No sé, pero estaba muy emocionado sobre algo. Mencionó algo de Ovnis y un antiguo proyecto del que formé parte, análisis orográfico y geológico del polo sur.
- ¿Qué es eso de Ovnis?
- Ya sabes, platillos voladores. Están de moda en estos días.

                Se despidieron y cada quien se fue por su lado. Hans se llevaría el cuerpo hasta la carretera y lo dejaría tirado, mientras que Günther regresaba a su familia. Pasaron el día juntos y al atardecer se refugiaron en el bar del hotel. Kristina platicaba con uno de los meseros, un guapo italiano llamado René Domingo que vivía en el mismo pueblo que ellos. Günther, sentado del otro lado de la barra, no aprobaba de aquello, pero lo calmó su esposa, no valía la pena arruinar las vacaciones.
- Te amo Günther.
- Te amo Rosa.- Uno de los meseros se asomó a la puerta y cargó con los diarios de la edición vespertina. Los dejó sobre la barra y regresó a jugar cartas con sus compañeros, quienes no dejaban de lanzarles miradas a René y a Kristina.
- Déjame ver el clima de mañana.- En la portada se encontraba el cuerpo de Solomon Bergman. “Valiente cazador de nazis es encontrado muerto en Tucumán, no se descarta robo”. Günther podía sentir como su sangre se helaba. Había pensado que Rosa Laura no leería el diario, después de todo eran vacaciones, pero no contaba con los reportes climatológicos.- Ya viste esto.
- Dame eso.- Le arrebató el diario con furia. Trató de calmarse, pero aunque Rosa le sonreía, no podía evitar sentir que ella había detectado algo.- ¿Periódicos en vacaciones? Absurdo.
- Pero el clima…
- Que sea una sorpresa.- Se levantó y la tomó del brazo.- Ven, quiero mostrarte las estrellas desde el mirador del quinto piso. ¿Te suena bien?
- Perfecto.- Rosa no podía evitar estar nerviosa. Aquella noche, cuando Günther empezara a balbucear incoherencias en su idioma nativo, ella bajaría al bar por una copia, quería ver qué había sido de Solomon Bergman.

30 de Marzo 1959
                Era una tarde fría para estar desnudos, pero Friedrich y Ruth estaban abrazados. Ruth se había graduado de su clase hacía un año y, luego de múltiples insinuaciones, Hertz la había invitado a salir. Era una judía bellísima y muy alegre. En Alemania le habían prohibido entablar amistad con judíos y las relaciones sexuales con judías estaba penalizado en la SS. Afortunadamente, ya no estaba en Alemania.
- Yo nunca entendí eso de los ghettos, mucho menos lo del Holocausto. Claro, yo era profesor de ciencias, no politólogo. Siempre lo vi como algo cultural, una lucha contra cierta cultura típicamente judía, ya nos habíamos hartado de los usureros y los legalismos. Aún así, ¿porqué atacar a la gente?- Ruth colocó su cenicero sobre el pecho de su amante y se encendió un cigarro.
- Así que no eres racista, solo odias mi cultura.
- ¿Tu cultura te hace proclive a tener sexo conmigo?
- Eres un cerdo.
- ¿Entonces no soy kosher?- Ruth se rió sin pena. A Friedrich le gustaba más Ruth que Victoria, aunque ella era una mujer y Ruth apenas una jovencita. No podría tener nada serio con ella, pero ¿cómo podía tener algo serio si tenía que mentir sobre su vida?
- Leí una revista…
- Bien por ti, sigue leyendo.- Ruth le permitía tener 20 de nuevo, y olvidarse que tenía 50.
- Tonto. En una revista leí que los nazis tenían ovnis.
- ¿Ovnis?
- Sí, esos platillos voladores. ¿Tú los viste alguna vez?
- Interesante historia. Un amigo fue testigo del proyecto. Querían hacer una nave con una turbina al centro. La porquería se elevó medio metro antes de caer al suelo. La turbina jalaba la basura del suelo. No podían darle equilibrio tampoco. No creas todo lo que lees, son solo exageraciones.
- Si es una exageración, ¿cómo es que los americanos dicen haberlos visto, si solo habían existido como parte de un proyecto ultra secreto alemán? También leí que los científicos nazis se fueron a América.- Hubo un golpe en la puerta.
- Ignóralo, seguramente es un encuestador.- Escucharon una llave y la puerta se abrió. Era Victoria.
- ¡Hertz!- Ruth se vistió con las sábanas, mientras que Friedrich se ponía de pie totalmente desnudo.- El casero me dio la llave, quería verlo por mi misma.
- Ruth, sé que es grosero que te lo pida, ¿pero nos puedes esperar en tu cocina? Victoria y yo tenemos cosas de qué hablar.- Victoria estaba roja de furia. Ruth parecía sentir la furia, pues corrió a su lado como una gacela, aún vestida apenas con su toga de sábana.
- ¿Vas a defenderte? Adelante, dime roba chicas, ¿cuál es tu brillante excusa? Porque siempre tienes una.
- No, no tengo ninguna.- Victoria quedó petrificada.- Y no diré que no eres tú, soy yo. Eres tú. Estás vieja y te has puesto de mal carácter. Ruth es más bonita y joven.
- ¿Qué acabas de decir? Y ponte ropa, por favor.
- No quiero. Ahora vete de aquí.- Victoria se acercó y le dio una bofetada. Adolorido, Friedrich se la regresó con más fuerza.- Vete, antes de que te saque sangre.
- Friedrich… ¿Qué te pasó?- Fue lo único que dijo antes de salir del departamento para nunca verlo de nuevo. Se vistió mientras Ruth regresaba.
- ¿Qué le hiciste?
- Algo muy malo Ruth. Escucha, yo no soy…- No podía decírselo, mucho menos siendo judía, sin embargo no quería lastimarla.- Eres una chica estupenda, yo soy un viejo promiscuo. Consíguete a alguien más, o si quieres seguimos teniendo sexo ocasional, pero no te enamores.

                Salió del departamento sin escuchar lo que Ruth tenía que decir. No le importaba, solo podía pensar en Victoria. Ahora lo odiaría, era justo lo que quería que pasara. En el auto lloró y golpeó el volante con rabia. Se odiaba por lastimarla de esa manera. Se odiaba por amarla con tantas fuerzas. Se odiaba por haberla dejado de esa manera. Pero Werner tenía razón, nadie podía recrear su hogar. No importaba cuánto amara a Victoria, ella nunca sería su Helga, nadie podría revertir el tiempo y regresar a la tierra dorada, ellos tendrían que hacerlo por si mismos.

1 Julio 1960
                Günther disfrutaba sus domingos, era su día libre y podía salir con Rosa a dar un paseo por el pueblo. Casi todo el pueblo estaba en misa, pero él no era católico, había creído fielmente a la SS y a su código espiritual. Rosa tampoco era muy devota, pero de vez en cuando tenía que ocultar sus verdaderos sentimientos anti-cristianos. No podía dejar de sentir nostalgia, había conocido a Berlín en su opulencia, pero estaba libre y eso valía todo. Kristina parecía ir dejando la fase de odiarlo, rara vez hablaban, pero ahora era cordial. De hecho, Günther estaba orgulloso de su Kristina, era una gran estudiante que disfrutaba sus tardes en la biblioteca. Rosa quería unos zapatos, pero sabía cuánto odiaba su esposo las largas esperas, por lo que lo dejó que entrara en la tabaquería.
- ¿Günther?- Friedrich dejó las pipas que tenía en la mano y se lanzó a abrazarlo.- Günther, Dios mío. Mírate nada más, hasta has subido de peso.
- Friedrich, hace siglos que no te veo. Hans me habló de ti, estaba tan feliz de saber que habías salido a tiempo. ¿Dónde se reubicaron tú y Helga? Espera no, mejor no me lo digas. Protocolo de exiliado, es mejor si nadie sabe nada.
- Helga se quedó allá. Está muerta.
- Lo siento.- Se sintió torpe, pero Friedrich le tomó la mano y sonrió.- ¿Qué pasa? Perdimos y la humanidad está condenada a la mediocridad y el trabajo. Incluso el peronismo fracasó, tendiendo siempre al burocratismo.
- El Fénix, querido Günther, volará de nuevo. Al demiurgo le queda poco tiempo. Llevamos años preparándolo.
- No puede ser, tienen que tener cuidado, los militares son todos unos paranoicos.
- Te diría más, pero no puedo.- No pudo evitar pensar en los rostros de Müller y Kresse.- Sólo digamos que si soy parte de un grupo de sobrevivientes tendría que preguntarles a ellos qué tanto contacto podemos tener.
- Ojalá te vea de nuevo, entiendo que no puedas hablar mucho. Cuídate, por favor.
- Haremos algo maravilloso Günther, y cuando quede hecho el mundo entero verá la Verdad.- Se abrazaron como si se despidieran para siempre y se separaron. Pocos clientes los habían notado, además hablaron en alemán, por lo que era seguro suponer que estaba a salvo. El dueño del local le cobró los tabacos y le mostró una medalla. Había servido como sargento en el ejército de Mussolini. Sus ojos eran tristes y melancólicos. En ese momento, compartido en silencio, Günther y él hablaron por horas. Se entendían perfectamente, hasta la médula. Se separaron y suspiraron tristes, la magia se había ido, regresaba la terrible realidad. Rosa Laura apenas salía de la tienda, derrota en su rostro.- ¿Qué pasa, no te gustó nada?
- No, nada me llamó la atención.- La tienda estaba en inventario, no estaban vendiendo nada. Rosa había salido de la tienda, pero no había querido entrar, pues veía a su esposo con un amigo. Aquello era raro, su esposo no tenía amigos. Mucho menos amigos que abrazar tan efusivamente. No quería hacerlo, pues su marido era un hombre trabajador y honesto. Seguramente había una razón inocente, pero no dejaba de darle vueltas al asunto. Finalmente se convenció, una simple pregunta y podría olvidarlo todo.- El que salió antes que tú, ¿era del trabajo? Me pareció que hablaban.
- ¿Quién? Ah, ese señor estaba perdido, quería direcciones para la carretera.- Se le hizo un hueco en el estómago, había mentido. Se sentía culpable por haber preguntado, como si hubiese fisgado entre sus papeles a la mitad de la noche. Eso simplemente no se hacía, mucho menos una mujer decente como ella. Se repetía aquello una y  otra vez, pero eso no detenía el terrible cosquilleo.
- ¿Esa no es Kristina?
- Sí, es ella, y está sentada en el parque. Me alegra que se dé tiempo para tomar el sol.- Estaba detrás de unos arbustos, pero no estaba sola, se encontraba con René Domingo.- No puede ser.
- Cálmate, no sirve de nada que te enojes.
- ¡Me mintió!
- Tú no eres quién para quejarte, ahora déjala ser.- Furiosa se alejó de él, dando de pisotones. Günther quedó ahí, al sol, confundido por la actitud de su esposa y, en el fondo, sentía el regreso de la vieja sensación, el miedo.

10 de Noviembre 1950
                María Balducci fumaba en la amplia cocina de la casona de la calle Patria. Estaba nerviosa, pero sonreía. Su tío, Norberto Larios, había escuchado a ciertos miembros jóvenes, Juan y Roberto, y habían comenzado a agruparse en células. Era momento de pasar de las fiestas a la acción. Acción como un relámpago. Un grupo estaría destinado a politizar, el otro se encargaría de los fondos y uno tercero se dedicaría a la acción. Bajo la nube de humo de cigarro y con el olor del mate fraguaban una revolución. Existían muchos hombres y mujeres, en posiciones importantes, que estarían dispuestos a financiarlos, siempre y cuando sus nombres nunca fueran públicamente nombrados. La acción política no debía ser tan difícil tampoco. Entre los usuales de la casona se encontraron a tres abogados, de impecable pasado, que empezarían a meter presión en las comunidades agrícolas alrededor de Bahía Blanca. El banco había elevado sus intereses sin avisar, un hecho ilegal que dejaría a docenas de propietarios en la calle y que, naturalmente, los políticos locales no estaban dispuestos a ayudar. María quería ser parte del grupo de acción. Hans se había negado, pero lo había seducido para que aceptase. Debía sentirse avergonzada de manipular a su amante de esa manera, pero se sentía orgullosa de su Hans, pragmático y metódico.
- Yo digo que de día. Antes de que abran al público.- Guillermo Lopertazzi, un italiano fornido y peludo que constantemente acosaba a María. Hans no estaba dispuesto a tolerar eso.
- No seas idiota. Se hace de noche.
- Vamos ya, son judíos.
- Eso ya lo sé, claro que sé que son judíos. Odio a los judíos tanto como cualquier persona, pero no estoy dispuesto a ponerles una bomba.
- ¿Tienes miedo?- Gerard, un francés amanerado que, según Norberto, le gustaba jugar a ser nazi por los uniformes.
- Déjenlo hablar.- Norberto azotó la mano sobre el mapa del banco y le sonrió a Hans.
- Un ataque diurno implica testigos. Somos una guerrilla, no podemos ser vistos. Si matamos gente la célula política se las verá negras para presentarse como una alternativa viable. Serán detenidos e interrogados. Es cierto, ellos no nos conocen. O al menos eso queremos pensar. Aún así remitirán a las autoridades a esta casona y estamos fritos. Se hace de noche, entre las cuatro y las cinco, a esa hora los bomberos duermen la mona, se incendiará más rápido que de día.
- ¿Tenemos el material?
- De eso no te preocupes Norberto, suficiente para volar en pedazo a ese banco.
- Te deseo…- María se arrimó contra Hans, mordisqueándole el oído.
- ¿Ahora?- Susurró Hans.
- Ahora.- Hans se retiró del grupo y, sin hacer ruido, subió al segundo piso, con María besándole apasionadamente.- Eres un caso perdido.
- Y te gusta.- Entraron a un cuarto y María lo lanzó a la cama. Comenzó a quitarse el suéter y la blusa cuando Hans la detuvo.
- Tenemos que irnos.- Por la ventana podía ver a dos patrullas acercándose lentamente y a un equipo de cuatro soldados avanzando por la calle.- Ahora.
- ¿Qué es eso?- María tardo en reconocer lo que ocurría. Antes que pudiera hacer nada Hans la jalaba del brazo al tiempo que revisaba que su revólver estuviera armado. Había sido un idiota al creer que podía revivir el sueño.- Norberto, tenemos que ir por mi tío.

                Empezaron los disparos. Todos estaban armados y envalentonados por el alcohol. Hans recorrió la casona hasta la última habitación, podían saltar al techo del vecino y de ahí a la esquina de la calle Patria. Si tenían suerte los soldados no estarían vigilando la intersección. María gritó de miedo y de furia, pero Hans le cerró la boca y la aplastó contra la pared. No había tiempo de ser romántico, sólo había tiempo para sobrevivir.
- Tú tío está muerto. Es un hecho. Podemos regresar a nuestras vidas si haces lo que te digo, es un hecho. No podemos quedarnos, ese es otro hecho. La razón, soy un oficial de la SS. Mis papeles son falsos. Me arrestan y me torturarán por días, quizás me vendan a los judíos, y maldita sea sobreviví a la caída del Reich, sobreviviré a esto.

                María no dijo otra palabra. Lo siguió a través de la ventana, brincando un metro hacia el techo del vecino. Los disparos habían cesado, podían escuchar las órdenes, pero no a sus camaradas. Saltaron al suelo y corrieron sin detenerse. No podían ver atrás, corrían el riesgo de convertirse en estatuas de sal, congeladas en la melancolía y la tristeza.

3 de Abril 1962
                Era un hombre viejo. El hombre del espejo tenía 65 años, el otro estaba muerto. Había muerto hacía mucho, durante la guerra. Murió el día que leyó el reporte de prisioneros judíos de la SS, su familia había sido transportada de Leipzig a Dachau. Leyó el reporte y lo regresó a la mesa, sin expresar emoción alguna, después de todo los otros oficiales lo observaban. La SS había matado a su familia, él era también un oficial de la SS y nada había podido hacer. Markus Brecht, ese nombre le daba asco. Su familia le había puesto Markus Kleinmann, pero su familia estaba muerta. Era imposible no recordar esas épocas, había sobrevivido mediante el engaño y la astucia y, por supuesto, el absoluto terror. Recopilaba información y la vendía. Ahora hacía lo mismo, pero sin el terror paralizante. Ahora eran los nazis quienes le temían a muerte.

                Ésta mañana soportaba verse al espejo, se vería con su soplón. No quería identificarse, pero ya tenía una idea vaga de su identidad. Había pasado meses enteros leyendo el historial de Solomon Bergman, un cazador de nazis como él. Su asesinato había quedado impune. No por mucho tiempo. Su soplón había aportado evidencias, y más importante, estaba dispuesto a vender a dos oficiales de la SS, Hans Rudolf Battel y Friedrich Zenker. La última pieza, sus nuevas identidades y localizaciones, serían entregadas en persona en una banca del parque al medio día.
- Llegas tarde.- Kleinmann se acomodó en la banca, su soplón se sentó detrás de él.
- Quería asegurarme de que estuvieras solo.
- Nunca dejo mal a mis soplones. Siéntate conmigo.- Su soplón se sentó a su lado y le mostró un periódico doblado.
- Dentro hay un sobre con lo que necesitas.
- ¿De Battel y Zenker?
- Sí.- Kleinmann apoyó su portafolios contra la pierna del soplón.- ¿Aquí está todo?
- ¿No confías en mí?
- Quiero escucharte decirlo. Mi familia estará bien.
- Tu familia Günther Ernst no será tocada, nadie sabrá quién eres en realidad.
- Quien fui.
- Tengo que saberlo, ¿quién mató a Solomon?- Günther lo estudió en silencio y se fue.

25 de Octubre 1961
                Había sido un tonto. Aquella fue la conclusión a la que llegó para cuando terminó la botella de ron. El Reich de mil años, la utopía por la que tanto habían sacrificado, había muerto. Su sueño juvenil de revivir la revolución en la vieja casona de la calle Patria, también había muerto. Trató de ser un buen esposo y María se esforzó por ser buena esposa. Compartían su secreto y María le admiraba. Pensaron que podrían ser una familia, criar un hijo juntos, pero también eso había muerto. María tuvo un aborto natural. No podía sostenerle la mirada, sabía que era su culpa. Su alma muerta no había podido dar vida a otro ser. Le había fallado a su amante. No era como Günther, un hombre con un trabajo respetable y una vida familia. No era tampoco como Friedrich, él tenía una meta en la vida, él seguía siendo un caballero de la orden de la SS. ¿Qué era él?

                La casona en la calle Patria había sido demolida hacía años, en su lugar se había erigido un banco, la ironía era perfecta. María jamás hablaba de Norberto, solo entre sueños. Quería seguir manejando, alejarse de todo, pero le dolía la espalda. Además de estar muerto por dentro, era un viejo. Había escuchado de un bar “águila de acero”, donde se reunían jóvenes simpatizantes del nacionalsocialismo. Decidió darles una oportunidad.
- ¿Qué haces cuando ves a un negro hablando con una mujer aria? Le partes la cabeza.- Mientras se preparaba una banda de sinkheads el vocalista trataba de decir un discurso. Los borrachos le gritaban insultos. Tatuajes, ropa de cuero, playeras con símbolos. Hans sintió asco.- Este país necesita una identidad de la que pueda sentirse orgulloso. Hay que sacar a los judíos y a los indios, a los negros los regresamos a África y les tiramos la bomba atómica.
- Sí, y después matamos europeos del este, después rusos, luego italianos, criollos, morenos, asiáticos y comunistas. Así, cuando la Tierra esté vacía los cinco sobrevivientes vivirán felices.
- Bien dicho viejo, ¿qué  te sirvo?- El cantinero sabía que estaba ebrio, inclinándose de un lado al otro. Pidió un whisky, le dio una cerveza. No le servía de nada si se desmayaba.- ¿Seguro que no te equivocaste de bar?
- No sé, ¿hay nazis aquí o no?
- ¿Quieres problemas?- El joven a su lado, no mayor de 25, con una suástica tatuada en su garganta y con perforaciones en la ceja y nariz.
- Todo cuanto en la vida humana se halla por debajo del mito, pertenece al plano de lo infrahumano.
- Suena como algo que un judío diría.- Se le sumó un amigo, raquítico y de dientes partidos.- Quizás deberías contarle lo que le hiciste a ese negro cubano ayer.
- Debes estar muy orgulloso.- El alcohol lo hacía valiente, hasta el cantinero le hacía señas de que se detuviera.- El Führer te habría castigado por ello, el racismo era ilegal.
- Basta,- intercedió el cantinero.- ustedes déjenlo en paz. Viejo, llévate la botella, pero vete.

                No quería manejar. Caminó en silencio, dando de tumbos, tratando de contener el llanto. Al final, no pudo. Todo había muerto, su amado Líder, Norberto y la casona, su hijo e incluso el nacionalsocialismo. En su nombre se levantaban jóvenes deformes e ignorantes. La eugenesia se habría librado de ellos. ¿Y qué había de todo ese hablar del holocausto? No sabía qué creer, no sonaba como algo que su amado Líder haría. Podrían ser fabricaciones judías, ignorancia y exageración, después de todo tenían fiscales, pero nadie se atrevía a actuar de abogado defensor. Eso no era un juicio justo. Pero, a la vez, nada era justo. Él sobrevivió, mientras que miles murieron o terminaron bajo el yugo soviético. Su papá seguramente habría muerto.

                El cielo le envió una señal. En el basurero a su lado se encontraba un conjunto de los diarios de ayer. El dueño del quiosco de enfrente había tirado los que no había podido vender. En la primera plana, una fotografía en una esquina. Markus Brecht, aunque no lo conocía directamente, sabía que había sido oficial de la SS. Sin embargo, algo no cuadraba. “Markus Kleinmann promete continuar su búsqueda, ahora en Argentina”. Era un judío. La rata se había infiltrado en la SS, ahora ejecutaba su venganza. Debía sentirse asqueado, pero estaba feliz. Era una señal, ni más ni menos, su vida tenía sentido de nuevo. Había vida dentro de él. La suficiente como para matar a Markus Kleinmann, encontrar con Friedrich Zenker y unirse a lo que fuera que planeaba con sus asociados.

21 de Junio 1962
                Nadie debía bajar al sótano, aquella era la regla. Se trataba del refugio personal de Günther, donde podía pasar horas enteras. Rosa lo defendía, Günther no pasaba tardes enteras ahí, ni usaba el sótano como una manera de evadir los problemas familiares. Kristina odiaba ese sótano. Su madre la encontró leyendo los libros sobre el nazismo que, por más de una década, Günther le había estado confiscando. Habían peleado, como siempre, y Rosa Laura pensó que quizás podría entrar en razón a su hija. Era inútil, Kristina estaba cerrada por completo.
- Es un buen hombre.
- ¿Buen hombre?- Kristina se levantó del escritorio y lanzó el libro contra la pila de libros bajo la ventana.- ¿Dónde era que había vivido toda su vida?
- Badenburg, ya lo sabes.
- Ese pueblo no existe. Lo he buscado en el Atlas, la enciclopedia, incluso en la sección de libros alemanes en la biblioteca. Badenburg no existe.
- Cállate.- Rosa se encendió un cigarro y se apoyó contra la pared.- No digas eso de tu padre.
- No es mi padre y te estoy diciendo la verdad.
- ¡Ya lo sé!
- ¿Entonces porqué sigues con él? Cómo pudiste pasar de mi padre a ese monstruo no lo entiendo.
- ¡Kristina!- Le soltó una bofetada y chupó de su cigarro.- No hables de tu padre, no lo conociste. No podía salir de casa toda la semana porque me dejaba los ojos morados. Sólo salía los domingos, estaba desmayado en alcohol. Eso, si tenía la suerte de que no me quemara con sus cigarros, entonces me quedaba a llorar todo el día.
- Mamá…- Kristina se calmó, nunca había escuchado esa honestidad brutal.- No lo sabía.
- Con Günther puedo salir, y además me ama. Lo único que quiere es una familia, y a cambio nos ha dado todo. ¿Porqué no puedes aceptarlo como se presenta?, ¿qué te importa lo que hizo durante la guerra? Lo conozco y créeme, él nunca lastimaría a nadie que no lo atacara primero.
- Mamá, entiendo lo que dices…- Kristina siempre había fantaseado acerca de su padre biológico, creía que no había muerto en aquel accidente de tráfico, o que quizás había muerto haciendo algo heroico. Conforme asimilaba la nueva información podía sentir que maduraba por diez años.- pero es que… No sé, digo, es nazi. Mataron millones de judíos con gas venenoso. ¿No te parece algo, no sé, desagradable? No puedes decir que lo conoces, si te ha mentido por tantos años.
- Yo te mentí por muchísimos años sobre tu padre, ¿eso me hace una mala persona?
- Es distinto, tú no eras parte de una dictadura genocida.- Recorrió la pared contra la escalera, su empapelado cayéndose en pedazos, en busca de un espacio en particular.- Quiero mostrarte algo.
- Kristina, ¿qué tanto has hecho aquí abajo?
- Encontré su escondite.- Cuidadosamente retiró un pedazo del empapelado, revelando una abertura en el panel de madera, abrió el cajón secreto y extrajo su contenido, un par de carpetas y un libro.- Al principio pensé que eran documentos de su pasado nazi, pero son recientes.
- Tu padre no es un espía.
- Un espía o un loco. Tiene información sobre Ovnis, apuntes sobre la Atlántida y reinos legendarios. Lo más peligroso es esto, son apuntes de una persona llamada M. Kleinmann, es parte de una lista de judíos. Los revisé y son cazadores de nazis.
- Naturalmente está preocupado de ser descubierto, no tiene nada de malo.
- ¿Qué me dices de Solomon Bergman?
- Regresa esos papeles a su lugar.- ¿Kristina sabía? Ella estaba segura que su marido había matado a Bergman durante sus vacaciones en Tucumán. Tenía la esperanza que Kristina nunca se enterara.
- Mamá…
- Es una orden jovencita. Jamás diremos otra palabra al respecto. Vas a subir esas escaleras y cuando tu padre llegue, y así le llamarás de hoy en adelante, le agradecerás por todo lo que ha hecho. Deja de jugar detective. ¿A quién le has dicho?
- A nadie, me da asco y miedo.
- ¿Segura que no le dijiste al inútil de René?
- No le digas así, es mi novio y me sacará de esta pocilga.
- Es un hippie bueno para nada.
- ¡Es el padre de mi hijo!

                Rosa la abrazó nerviosamente, mientras Kristina rompía a llorar. Prometió no decirle nada a Günther si ella prometía regresar todo a su lugar y tratarlo mejor. Kristina la abrazó con fuerza, había pasado de ser su madre a ser su confidente, pero aunque la apreciaba ahora más que nunca, no podía dejar de ansiar el momento en que René ahorrara lo suficiente para mudarse de la mancha de sangre que amenazaba con manchar a su nueva familia.

19 de Diciembre 1961
                No había sido fácil, y María y Hans no habían querido hacerse notar durante su búsqueda. Deseaban encontrar a Friedrich, pero temían la posibilidad de que su torpeza pudiera poner a algún judío sediento de gloria bajo su pista. Detectives privados no eran una opción, tendrían que hacerlo ellos mismos. Debido a su edad debía tener un empleo sedentario. Su entrenamiento yacía en la geología y química. Ambos factores combinados resultaban en una posibilidad muy obvia, Hertz era maestro. Ya habían visitado dos universidades y esperado en los jardines, sin éxito. Hans estaba sorprendido, María tenía más fuerza que él. La pérdida de su hija la hacía más fuerte, o bien la hacía aferrarse más a su nueva misión en la vida.

                La Universidad Fénix. Demasiado obvio. Sin embargo, María estaba segura que tendrían suerte. Habían estado monitoreando la Universidad por tres días, cafetería, entrada y edificios. Finalmente, en el cuarto día, Hans vio a Friedrich cruzando el parque hacia la rectoría. Lo reconoció en el camino y fingió que no lo veía. Hans le hizo una seña a María para que no lo siguiera y fue tras él. Lo acompañó, varios pasos atrás, hasta el tercer piso del antiguo edificio. Friedrich le mostró una oficina y esperó hasta que hubiera entrado para cerrar la puerta.
- ¿Te das cuenta del riesgo que corremos? Si quiero contactarte, lo haré.
- Han sido demasiados años, necesito saber.
- ¿Saber qué?
- Necesito saber que alguien no se ha rendido.- Estaba desesperado, agarraba a Hertz de las mangas y las agitaba con fuerza.- No quiero morir así, vencido y anciano. Quiero ser útil, tengo que ser útil. Yo sé que has estado trabajando con alguien en algo muy especial, tienes que incluirme.
- Si pudiera incluirte a ti y a Günther, lo haría.- Encendió un cigarro y bufó.- ¿No te vas a rendir tan fácil, no es cierto?
- No puedo rendirme, no sé cómo.
- Nueva Atlántida. ¿Recuerdas ese nombre?
- Sí, uno de mis proyectos frustrados. Los altos mandos lo consideraron imposible.
- Los altos mandos ya no están.- Hans no dijo nada, pero sentía que la vida le regresaba.- ¿Porqué no hacerlo? La mitad del trabajo ya está hecho.
- ¿Y la otra mitad?
- Ya casi.- Hans lo abrazó con fuerza.
- Gracias, gracias Friedrich.- Hertz lo separó con fuerza y corrió a la ventana.- ¿Qué ocurre?
- ¡Idiota!- Le dio una bofetada y le mostró, un hombre se metía a su auto y se alejaba.- Ese hombre, siempre he sospechado que trabaja para Markus Kleinmann.
- ¿Kleinmann?- Era una doble bendición. Como un Fénix su alma renacía, el proyecto Nueva Atlántida le daba vida de nuevo, mientras que Kleinmann le daba dirección. Más determinado que nunca salió de la oficina, saboreando la muerte próxima del cazador de nazis.
- ¿Y bien?- Friedrich sabía que no estaba lejos. Werner entró a la oficina, estaba complacido.- Podemos incluirlo, él trabajo en el diseño original del proyecto. Hans y Günther son de confiar.
- Quizás.
- Los conocemos, por el amor de Dios, podemos confiar en ellos.
- Serán útiles al proyecto, sobre todo Hans, si matan a Kleinmann. Ya con eso podemos darnos por satisfechos.
- Usarlos como agentes prescindibles, ¿eso es todo?
- ¿Cuántos años hemos tardado en este proyecto? Tú sabes bien cuántos han muerto. Ha sido suerte, quizás el destino, que ellos hayan muerto y nosotros no. Müller, Vogel, Fischer y Kresse. ¿Necesitamos más mártires?
- Necesitamos manos, es una operación grande.
- Veremos, mi querido Zenker, veremos.

31 de Agosto 1962
                Estaba esperándole. Rosa había salido de compras, Kristina se había quedado sola sentada en la silla de la cocina esperando al hombre que no era su padre. Günther entró a la casa, silbando canciones de niños y fue directo a la cocina. Algo en la mirada de Kristina le advertía que algo serio estaba pasando. Del refrigerador sacó una cerveza y se sentó del otro lado de su hija.
- Durante la guerra serví como oficial de la SS en la Anhenerbe, conduciendo estudios culturales y científicos. Me encontraba en Argentina cuando el Reich cayó. No tenía otra opción, por lo que me quedé aquí.- Kristina no estaba sorprendida. Ya se había imaginado que sabía su pasado.
- Cuando René regrese de trabajar en Tucumán me mudaré con él.
- No puedes decirle a nadie.
- ¿Por qué no? Lo amo y merece saber.
- Tu vida, y la de tu mamá, podría estar en peligro. Los cazadores de nazis podrían culparlos de cobijar a un criminal de guerra.
- No puedes escapar de tu pasado Günther.
- ¡No maté a nadie!- Bramó Günther. Se paró de golpe y bebió de su cerveza.- Me enjuiciarán como oficial de la SS, me incriminarán y me matarán como un perro. Era un intelectual, no un soldado. Millones de muertos y ninguno de ellos era mi responsabilidad.
- Pudiste detenerlo, tú y todos los cobardes como tú.
- ¿Detener qué? Deja de pensar como los americanos, es fácil para ellos quejarse de otros países y jamás alzarse contra las injusticias del suyo propio. ¿Alzarnos contra el partido que nos sacó de la miseria, que protegió los recursos naturales, organizó sindicatos de obreros manejados por obreros y que detuvo a los bancos de quedarse con el país? Es muy fácil desde ahora juzgar las acciones del pasado, pero es distinto verlo desde el momento.
- Hitler era un loco, quería conquistar el mundo.
- Quería la Alemania de antes del tratado de Versalles que puso todo en manos de gordos banqueros y otras naciones. Mil veces les rogó a los británicos por un tratado de paz, pero siempre se rehusaron, no veían la amenaza del comunismo. Ahora sí la ven, pero es muy tarde.
- Era un rabioso racista, ¿a cuántos judíos mató en esos campos de concentración?
- No sé.- Se desplomó de regreso en su silla, estaba cansado, el peso de las mentiras doblaban su espalda.- No sé Kristina, no sé qué pensar. Excesos fueron hechos, como en cualquier guerra y era una dictadura militar, pero había tanto que no sabíamos y tanto que ustedes no saben. Era otra época, luchábamos por algo espiritual, algo que combatiera toda esta decadencia, este ambiente industrializado lleno de usureros, mentirosos y tiranos. Era otra época, hace una vida. Allá tuve muchas cosas que aquí no existen, pero aquí pude tener una familia. Tu madre es lo mejor que me ha pasado, y tú también Kristina, aunque no lo creas. Con o sin mi pasado, te quiero mucho. No he sido el mejor padre del mundo, nunca supe como abrirme contigo, o como dejar que confiaras en mí. Ahora que lo pienso, me convertí en mi padre, melancólico y frío. ¿Crees que algún día puedas perdonarme?
- ¿Por qué ahora?- Kristina comenzó a llorar.- No es justo.
- ¿Qué cosa?
- Estaba aquí para decirte que te odio, me mudaré con René tan pronto regrese y estoy embarazada. Ahora ya no te odio y quiero saber porqué eliges ser honesto ahora.
- ¿Embarazada?- Esperaba que le gritara, que le diera un largo sermón sobre las responsabilidades, pero en vez de eso la abrazó cariñosamente.- Kristina, qué bueno.
- ¿Porqué eres así ahora?
- Porque me voy de viaje.
- ¿Muy lejos?
- Sí, me voy al sur, muy al sur. No sé si volveré.
- No…- Kristina lo abrazó y ambos lloraron.- No te vayas papá, no me dejes papá.
- Te amo Kristina. Pase lo que pase, quiero que sepas que lo que haré lo hago por amor.- Günther lloró, sabiendo que René nunca volvería.

29 de Septiembre 1955
                La rectoría le había dado la noticia esa mañana, la coordinación del departamento de geología de la Universidad del Fénix era suya. Le encantaba el nombre de la Universidad, parecía una señal de la providencia. Insistió en la necesidad de un barco para tareas de investigación. Se habían negado al principio, pero sabía que era cosa de tiempo antes de que tuviera su propia embarcación. Werner Koch no podía estar más complacido. Diez años tarde, pero era un avance. Sabía que la operación no estaría completada hasta en muchos años, quizás otros diez, pero era un hombre paciente. ¿Qué eran diez años comparados con una eternidad en el Valhala? Al final quedaría registrado como el héroe y padre de una nueva era para la humanidad. Todas esas vidas perdidas no habrían sido en vano. El mundo vería a la victoria de los aliados como un impedimento temporal y a la conquista soviética como la muestra absoluta de una decadencia que debía ser limpiada de la faz de la Tierra. América tenía la bomba, él tenía la Atlántida.

                Regresó temprano a su departamento, quería cambiarse para asistir a la fiesta de cumpleaños de Susana, su futura secretaria. Se dio cuenta que algo estaba mal desde su auto. Su departamento daba a la calle y por la ventana pudo ver una figura. Mientras estacionaba se gritaba a si mismo, había sido absurdo no cargar con el arma en el auto. Temía a las revisiones carreteras, pero él quería estar cerca de su pistola para ocasiones como ésta. Entró al edificio buscando un arma. Frente a uno de los departamentos se encontraban las botellas vacías de leche, esperando ser cambiadas. Envolvió una de las botellas en su saco y la rompió, sin hacer ruido se había hecho de un cuchillo. Mentalmente se preparaba para la disposición del cadáver, en el mejor escenario posible se trataría de un asalto común, en cuyo caso podía acudir a la policía. No quería ni pensar en el peor escenario posible. Aunque había sido entrenado militarmente nunca había matado a nadie y mientras subía las escaleras veía su barriga grande y se preguntaba si recordaría su entrenamiento una década y varios kilos después.

                Su departamento era el tercero a la derecha del corredor. La puerta estaba abierta. Con el corazón acelerado se acercó sin hacer ruido, caminando en cuclillas con su cuchillo de vidrio listo para atacar. El lugar estaba hecho un desastre, pero al ver sus cubiertos de plata en el suelo se dio cuenta que no lidiaba con el mejor escenario posible. Todo estaba en silencio y Werner no se atrevió a dar otro paso. Súbitamente se escuchó un vidrio en su habitación. Pegó un brinco y sintió que la sangre se le congelaba. No vio sombras cerca de la puerta de su cuarto, se acercó al marco de la puerta y de un esfuerzo entró al cuarto blandiendo su cuchillo. El asaltante no estaba. La puerta del baño se abrió atrás de él y escuchó el martillo de un revólver.
- Suelta el arma Werner Landau.
- ¿Cómo me encontraste?
- ¿La verdad? La tripulación del barco que atracó en Buenos Aires, el barco que te trajo. Hablaste demasiado.
- Supongo que no puede uno confiar en la gente.- Se dio media vuelta y quedó boquiabierto. Avanzó hacia atrás hasta quedar sentado en su cama.- ¿Markus Brecht?
- ¡Kleinmann!- Le soltó una bofetada que lo dejó temblando. Había trabajado con Markus e incluso lo había llegado a considerar su amigo.- Mi nombre es Markus Kleinmann. Luego de tantos años, finalmente puedo usar mi verdadero nombre.
- ¿Cómo es posible?
- Antes de le guerra falsificaba papeles, era un experto. Cuando comenzó el antisemitismo y asaltaron mi villa para mandarnos a ghettos, presenté papeles falsos. Pasé la guerra fingiendo ser de la SS, nadie esperaba que un judío tuviera el suficiente valor para hacerlo.
- Me conoces Markus, yo no maté a nadie.
- ¿Y qué?
- Yo ni siquiera sabía del genocidio. Todos sabíamos de las reubicaciones, de los ghettos, de las políticas sobre los matrimonios y la eugenesia, pero yo no tuve parte en eso. Incluso lo platicamos tú y yo, ¿lo recuerdas? Yo te dije que no entendía eso.
- Lo recuerdo.- Markus le dio sus cigarros y le permitió fumarse el susto.- Dijiste que solo sería durante la guerra y que el Führer nos daría una nueva Sión, en Palestina.
- He visto las fotos… Markus, fue horrible.
- Ni lo digas. Mi familia murió ahí, me dejaron solo en este mundo.
- Yo también estoy solo.
- No, tú conoces gente. No estoy aquí para matarte o entregarte. Aunque lo haré si no colaboras conmigo.
- ¿Quieres que delate a mis camaradas?
- Sí, eso es lo que harás.
- No lo haré.- Kleinmann disparó contra la cama, a centímetros de su brazo.
- Muy bien, entonces mueres.- Se acercó con el arma, el cañón aún ardiendo. Werner se hizo para atrás, temblando de miedo.
- Está bien, está bien.
- ¿A quién conoces?
- A nadie aún.- Tenía que pensar rápido, no podía poner en riesgo todo su progreso, pero a la vez no podía dejar que Kleinmann lo matara. Trató de planear su asesinato, pero sabía que Markus era inteligente, mucha gente sabría dónde estaba.
- No me convences.
- Kresse y Müller, sé que vendrán en uno o dos años. Te diré dónde y cómo.
- Más te vale Werner, porque si me doy cuenta que me engañas, que no me das información útil, ni siquiera me tomaré la molestia de detenerte y presentarte a un tribunal internacional.

                Markus se fue, dejando a Werner temblando de miedo. Con el departamento revisado y la puerta abierta, se acurrucó en su cama, ya no podría dormir tranquilo, había vendido su alma.

1 de Septiembre 1962
                Markus Kleinmann llevaba cuatro horas de viaje en carretera a través de la Patagonia. La carretera era plana, recta y sin ningún atractivo visual. Había necesitado bajar la ventana para mantenerse despierto. Günther le había fallado una vez, la persona del sobre no se había presentado en el día programado. Pudo haber detenido a Günther Ernst en ese momento, alertar a la comunidad judía y comenzar el papeleo, pero no lo hizo. Günther, ahora conocido como Günther Eckert, era un contador con esposa e hija. Nunca había sido un soldado, su título en la SS era un simple añadido protocolario. En suma, el sujeto estaba aterrado de él. En esta ocasión la información sería veraz. Le mostró la carta que Hans Rudolf Battel le había mandado, citándolo en la posada “El Gaucho”. Kleinmann sabía que Günther era bueno para una sola ocasión, no como Werner, de modo que arrestaría a ambos. Habían dos autos estacionados en la posada. Preparó el arma y entró. La posada estaba casi abandonada, las sillas volteadas sobre las mesas, la barra sin botellas y no parecía haber nadie más.
- Suelta el arma judío.- María Balducci le apuntaba con un rifle de caza.
- Lamento recurrir a esto, Brecht.- Günther dijo eso último con asco.
- No, no puedes hacerme esto.
- ¿Pensaba que le daría a mi mejor amigo?- Hans se sorprendió al oír eso. Nunca se lo habían dicho entre ellos, pero sin duda él sentía lo mismo. Salió de entre las sombras con una .45.
- María, ahora.- Markus sintió el golpe en la nuca y pudo ver a Günther lanzándose contra él, impidiéndole descargar la pistola.
- No estoy solo, tengo gente que me espera en Buenos Aires.
- Primero que nada, nadie encontrará su cuerpo, en segundo lugar, nada de eso importará después de que hagamos lo que tenemos que hacer.- María estaba demasiado determinada para divertirse, pero no podía evitar una leve sonrisa.
- Atenlo en la silla de la cocina, ya tengo todo preparado.- Günther le puso una pistola en la espalda y lo hizo marchar. María lo ató contra una pesada silla metálica mientras Günther le atoraba la boca con una servilleta.- Muy bien señor Kleinmann, vamos a tener una plática interesante. Mi amigo Friedrich me ha pedido un favor, una simple pregunta.
- No les diré nada.- Günther volvió a taparle la boca. Hans le enterró un cuchillo que había calentado hasta dejarlo al rojo vivo. El metal traspasó su pierna como si fuera mantequilla.
- ¿Cómo encontraron a Müller, Kresse, Vogel y Fischer? Sé que un comando asesinó a Müller y Kresse, ¿pero cómo mataron a Vogel y a Fischer?
- Malditos.- Günther le liberó la boca una vez más.- Merecían morir.
- ¿Cómo los encontraron?
- Tendrán que matarme.- Günther volvió a taparle la boca. Hans escogió la otra pierna, dándole un largo corte horizontal. Cuando Markus pensó que ya había pasado lo peor, Hans tomó unas pinzas del agua hirviendo. María usó un cuchillo para abrirle los pantalones en la entrepierna. Se removió, lloró y gritó de desesperación. En el último centímetro posible Hans le dio la señal a Günther.- De la misma manera que encontré a Günther. Tengo a mi soplón, alguien que sabe lo suicida que es el tratar de matarme. Werner Landau.
- Imposible…- Werner era el oficial a cargo de la misión, ¿cómo podía él, un hombre centrado y meticuloso, vender a sus camaradas?- No, está mintiendo.
- Idiotas, los venderá a todos. ¿Creen que estoy solo? Somos miles, y Landau está en mi lista, si alguien me mata, entonces alguien más vendrá por él.
- Eso no será problema.- Dijo Hans.
- Pero ustedes no están en mi lista, lo juro. Si me dejan ir, les prometo que…- María le disparó contra el pecho. El rifle rugió dentro de la pequeña cocina, el cuerpo de Markus salió despedido hacia atrás con todo y la pesada silla metálica.

                Nadie dijo nada. No había nada que decir. Eran una liga de ancianos, ya habían pasado la época de la pasión, luego la de la moral y finalmente, en sus años de ocaso, se encontraban en una época de pragmatismo. Envolvieron el cuerpo con manteles y lo subieron a la cajuela del auto de Hans. Podrían tirar el cuerpo en altamar y deshacerse del problema.

                Los autos manejaron por cinco horas, hasta ya avanzada la noche, hasta que divisaron la fogata que Werner y Friedrich habían preparado para ellos. El barco de la Universidad los esperaba. Apenas cruzaron palabras, se encontraban en el momento decisivo de la Historia humana.

7 de Julio 1940
                Hans se acomodó el uniforme antes de entrar al salón. Nunca antes había estado en Wewelsburg, aunque había oído rumores. Un primo suyo, alto mando en la SS, le había confiado que Himmler consideraba aquel castillo como un nuevo Vaticano, que serviría de punto de reunión de la orden teutona que, después de la guerra, reemplazaría al partido nacionalsocialista. Estaba aliviado de saber que Friedrich y Werner estarían ahí, había trabajado muchos años con ellos. No hablaría con Himmler, eso estaba claro desde el principio, en cambio Herr Brehme actuaría como su reemplazo. Llamaron su nombre y atravesó la puerta con un movimiento grácil.
- ¡Heil Hitler!- Ladró Brehme.
- ¡Heil Hitler! – Respondieron todos. Zenker y Landau le sonreían para darle ánimos, mientras que Brehme le veía con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
- Muy bien señor Battel, me dicen que tiene una idea que compartir conmigo.
- Sí señor.- Werner ya había colocado los mapas y documentos en la pizarra al frente de la mesa. Hans tomó su apuntador y señaló los polos terrestres.- Los polos magnéticos y los polos geomagnéticos son dos puntos diferentes, los polos magnéticos son las dos posiciones en la superficie terrestre donde el campo magnético es  totalmente vertical. En otras palabras, la inclinación de los campos terrestres son de 90 grados al norte y menos 90 en el polo magnético sur.
- ¿Y?- Brehme no estaba impresionado.- Eso lo sabe cualquier colegial.
- La localización de los polos no es estática, varía en un promedio de 15 kilómetros al año. Al menos esa es la versión oficial. La verdad es que existe evidencia que demuestra que su movimiento no es constante, sino errático. Por ejemplo, el polo magnético sur está más alejado del polo sur geográfico que vemos en el mapa, de lo que está el polo norte de su polo magnético. Estudios recientes de la Anhenerbe demuestran que la teoría de Darwin de la vida humana como algo que se propagó desde África de manera uniforme sobre una superficie terrestre, muy semejante a la conocida hoy día, es totalmente falsa. El barón Evola, entre otros, han rastreado nuestros antepasados al norte, muy al norte. Thule se encontraba casi en el polo Norte, la hiperbórea era lo que hoy es el polo Norte, eso explica la migración, más o menos simultánea, a India y Europa, por ejemplo.
- Eso lo sabe todo oficial fiel a la SS. Los arios eran seres altos de estructura ósea frágil y capaces de resistir el frío.
- No, nada eso, ¿porqué asumimos que eran capaces de resistir fríos polares, cuando los polos han ido cambiando de lugar de manera errática? La base de la Esfinge de Giza muestra señales de haber estado parcialmente sumergida. Los estudios de sedimentos en el fondo oceánico indican que el campo magnético, es decir, la posición de los polos, ha variado enormemente. Ésa es la clave de las migraciones arias.- Brehme consideró la información, primero sonrió satisfecho, pero después mostró escepticismo.
- Es bueno saber que la Anhenerbe ha sabido utilizar su tiempo, ¿pero cómo justifica esta información una solicitud al brazo operativo de la Anhenerbe?
- Sencillo, podemos variar los polos con la adecuada tecnología y el proceso correcto. Las inversiones polares son irregulares y ocurren todo el tiempo, aunque de manera imperceptible. La llamada “Anomalía del Atlántico Sur” hace referencia al campo magnético que está disminuyendo diez veces más rápido que en otros lugares.
- ¿Podemos mover los polos?
- Más o menos. El polo norte es demasiado fuerte, no se ha movido lo suficiente. Nuestro objetivo debe ser el polo sur, aunque no podemos hacerlo sin alterar también el campo magnético del polo norte. Se trata de un proceso en conjunto, ambos polos geográficos deben estar preparados.
- ¿No sería contraproducente? Nadie quiere que Berlín termine convirtiéndose en un desierto.
- Si el cambio fuese abrupto encontraríamos terremotos, volcanes y huracanes azotando la Tierra. Las inundaciones probablemente matarían tres cuartas partes de la vida humana. Sin embargo, no existe la tecnología necesaria para efectuar un cambio drástico. Lo que se puede hacer es acelerar un proceso natural ya existente a un ritmo que asegure la continuación de la civilización. Un par de millones de muertos, máximo. Como algo extra a considerar, el polo geográfico, es decir, la verticalidad polar, favorece más a Rusia que a Europa dada la inclinación terrestre.
- ¿Cómo sugiere hacerlo?- Ese dato extra había funcionado maravillas, Brehme era supersticioso.
- Necesitaremos submarinos y aviones.- Le dio una lista de los compuestos metálicos y químicos a Brehme y continuó su exposición.- Necesitaremos imantar artificialmente a los polos. Es posible establecer largos circuitos de cobre, por debajo de la superficie congelada y al mismo tiempo rociar la superficie con la ferranina y los otros compuestos metálicos de esa lista. Se pueden armar grandes baterías de zinc o de litio, cuyos esquemas encontrará entre mis documentos. Una descarga repentina sería capaz de imantar todo el metal que hayamos dejado, irrumpiendo en el proceso natural de los polos magnéticos. Según mis cálculos la descarga en el Polo Sur sería más eficiente, pues hemos encontrado actividad volcánica, lo que implica la presencia de metales que, seguramente, no existen en el polo norte.
- Muy bien, ya puede retirarse.- Hans no sabía qué pensar, buscó en los ojos de Werner y Friedrich por alguna pista, pero fue inútil. Finalmente salió de la sala y acompañó a Vogel y a Ernst. No podía decirles nada, pero ellos sólo querían saber cómo le había ido. El estaba tan a ciegas como ellos.- Landau, ¿qué opina?
- Tiene sentido y la investigación es clara, es posible. Hay otro punto importante, nuestras investigaciones sobre la Atlántida, su orografía montañosa, sus lagos y ríos subterráneos, bien podría tratarse del Polo Sur en una época en que se encontraba más cercano al ecuador. El polo Norte no es otra cosa  que hielo, pero el Sur es más grande que Europa, suficiente espacio para que la raza aria se desarrollara por milenios hasta el cambio de eje y la “gran inundación”.
- Existe una posibilidad, aunque ínfima, que no ganemos ésta guerra.- Brehme se encendió un cigarro y se relajó en la silla, tratando se parecer más casual. Werner y Friedrich no lo acompañaron, sospechaban que podía ser una trampa.- Si eso ocurre debemos tener planes de emergencia, soluciones finales. Si los judíos ganan, si los soviéticos conquistan Europa, alguien debe estar preparado para limpiar Europa de todas sus faltas. Una inversión polar, aunque tomase un siglo, sería suficiente para ahogar a los soviéticos, castigar la decadencia europea y rescatar a la Atlántida como nuevo refugio de la raza aria. Zenker, ¿a quiénes asignarías para esta misión?
- Hemos trabajado bien con Arno Vogel y Otto Fischer, son discretos y eficientes. Werner, es decir, mi capitán Landau ha obtenido buenos resultados en el pasado.
- Excelente. Quiero incluir a dos personas más, Alexander Kresse, quien tiene experiencia en misiones de reconocimiento en el Polo Norte y Karl Müller, tiene experiencia en submarinos. Hans Rudolf Battel queda fuera de esto, no es negociable. Le dirán que hemos desechado la idea, no debe mencionársela a nadie más, bajo pena de muerte, quiero que esta misión, quizás la más importante de todas, se lleve a cabo únicamente con el personal esencial.

                Salieron del salón con caras de tristeza. Hans no se tomó bien la noticia. Salió con Vogel y Günther a una cervecería, donde se emborrachó hasta que Günther lo cargó a su dormitorio. Aquella noche soñó con que el eje vencía sobre sus adversarios y él se encontraba lejos, escuchando las noticias en una radio en un campamento en el Ártico, muriendo de hambre y frío.

3 de Septiembre 1962
                Fueron día y medio de viaje en la embarcación universitaria. Las habitaciones eran pequeñas bodegas, lo suficientemente grandes para una cama individual. Lanzaron el cuerpo de Kleinmann por la borda y celebraron con champaña. Atracaron lejos de los navíos pescadores y se dividieron la carga. Cada vehículo cargaba con tres contenedores de gasolina, alimento para dos días, una pistola de señales luminosas y una radio. El trecho era largo y difícil, querían estar preparados para cualquier eventualidad. Afortunadamente, el mapa era muy exacto y después de cuatro horas de viaje alcanzaron una montaña de nieve, aparentemente idéntica a las  otras. Era el momento de la verdad, tenía que haber una portezuela en la pared de la montaña. Los cinco la buscaron desesperadamente, hasta que Werner dio con ella.
- Es lo más hermoso que he visto.- Dijo María. Se congregaron alrededor de la puerta metálica y contemplaron el águila de acero antes de dedicarse a golpear el hielo con sus herramientas.
- El Almirante Doenitz confesó al mundo entero que estaban construyendo una fortaleza inexpugnable, un nuevo Shangri-la. Se alimentaría de la energía del volcán, tiene aguas termales y suficiente terreno montañoso para establecer una colonia o una base militar.
- ¿Crees que pudieron terminar  todo eso?- Preguntó Friedrich.- No había fondos para el ’44.
- Construyeron lo suficiente.- Dijo Werner, cuando la puerta cedió. La abrieron con grandes esfuerzos, revelando una escalera de piedra.- Damas primero.
- De hecho Werner, hay algo de lo que queremos hablarte.- Friedrich sacó su arma y María le apuntó con su rifle.- Sabemos que tú vendiste a tus camaradas a Markus Kleinmann.
- Ustedes no entienden, tenía que hacerlo por el bien de la misión, por el bien de la humanidad.
- Suficiente Friedrich, no quiero gastar otro segundo con esta escoria.- Friedrich le disparó en la cabeza y Werner cayó muerto. Antes de entrar sacaron los contenedores de gasolina y los dejaron a la entrada de la puerta.
- El ejército americano mandó una misión para encontrar este lugar, muchos de sus aviones se perdieron. ¿Creen que la teoría de los Ovnis sea real?- Todos miraron a María, pero nadie respondió.- ¿Por qué no? Estamos en una base secreta, ¿no es así?
- ¿Tú crees que si activamos ésta máquina un ejército de Ovnis, liderado por Hitler en persona, saldrá de la Tierra Hueca y conquistará el mundo? Deja de leer a Serrano.
- Aunque, la realidad es más extraña que la ficción.- Friedrich encendió una lámpara y mostró el camino a través de las resbalosas piedras. Se aferraron de una cuerda que hacía las veces de pasamanos.- Si el plan fue llevado a cabo exitosamente desde Berlín, entonces la SS sí desarrolló la bomba atómica. Hitler no quería usarla, ni sus científicos querían dársela, pero según la leyenda obtuvieron suficiente plutonio para un par de bombas.
- ¿Y eso qué tiene que ver?- Preguntó Günther.
- Se supone que el submarino está aquí, debajo de algún glaciar, en un río submarino. Ha estado esperando por décadas. La bomba estallará bajo tierra, suficiente energía y calor para galvanizar los sedimentos metálicos y con un pulso eléctrico lo suficientemente potente para alimentar los kilómetros de cables de cobre que harán de esta masa de Tierra un gigantesco imán.
- Pensé que se habían apegado a mi plan, aún sin decírmelo.- Hans estaba visiblemente irritado.
- No te preocupes, tus especificaciones fueron acatadas, lo del submarino es un extra.
- ¿Pero no haría más veloz a la inversión polar?- Preguntó Günther.
- Mucho más veloz. En vez de un siglo, sería en cincuenta años, quizás menos. La Antártica será un continente ecuatorial. Europa se congelará. La gente tendrá suficiente tiempo para migrar. El cono sur se convertirá en el cono norte, y todas las naciones pobres del mundo, las víctimas del sionismo del hemisferio sur, serán el nuevo hemisferio norte. Total inversión.
- No es suficiente tiempo, millones quedarán atrapados en continentes que pasarán por glaciaciones.- Llegaron a su destino. Una sala subterránea repleta de mecanismos metálicos, poleas y sistemas de calefacción. Quienes habían construido el lugar habían dejado cincuenta barriles de gasolina, los suficientes para alimentar los motores. Ellos habían traído más gasolina, en caso que fuera necesario.
- Es un sacrificio necesario Günther, por el bien de la humanidad.- Dijo Hans.

                La sala de operaciones funcionaba como un enorme mecanismo para activar dos cilindros, sostenidos por cadenas en sus puntas y en posición horizontal. Según la teoría, los cilindros de cobre y oro girarían tan rápido que formarían un campo magnético lo suficientemente poderoso para imantar al Polo Sur. Si tenían suerte y el submarino realmente existía, se activaría al sentir el pulso magnético, realizando su fisión nuclear en un ambiente controlado. Friedrich, Hans y María repasaban cada centímetro del lugar donde había insignias nazis. Runas de la Ahnenerbe, águilas de acero y esvásticas. Hans comenzó a llorar, estaba en casa. Después de tanto tiempo. Luego de tantas muertes, desilusiones y fracasos, había regresado a su hogar. Günther se dio cuenta en ese momento cuánto extrañaba a Rosa y a Kristina. La sala podía estallar, matándolos instantáneamente, pero eso no era lo que le daba miedo. Günther temía lo que podría pasar si el demente y dudoso plan funcionaba. No se trataba únicamente de las millones de muertes, aunque no podía olvidarlo, sino que era algo más profundo. Tres hombres buscaban revivir algo que había muerto, hacía mucho tiempo. Algo hermoso, pero que se había transformado en un peso muerto que había hundido sus vidas a un lugar de desesperación y muerte. Se sentó en uno de los pequeños barriles mientras los contemplaba, absortos en sus recuerdos. ¿Cómo algo tan brillante y hermoso se había convertido en motivo de oscuridad en sus vidas? Eso le hizo pensar en Kristina, ¿René regresaría de Tucumán?, ¿cómo tendría a esa nueva vida?
- ¿Te sientes bien Günther?
- Sí María, gracias. Sólo estaba pensando en cuánto extraño a mi hija y cuánto quiero ver el final de esa historia.- Ella no le prestaba atención, había sido una pregunta retórica. Hans y Friedrich trataron de calmarse, era hora de trabajar.


                Günther subió las escaleras, aferrándose a la cuerda cada vez que sus pies resbalaban. Los otros no lo notaron. Escuchó el rumor de la maquinaria dentro del búnker, haciéndose cada vez más fuerte, incluso cuando estaba en la superficie. Günther tomó los pesados contenedores de gasolina y los abrió, tirándolos al suelo donde formaron una catarata hacia las escaleras. Se alejó del lugar hacia su vehículo, pasando por encima de Werner, cuyo rostro sorprendido estaba siendo cubierto por la nieve. Antes de alejarse disparó su pistola de señales justo contra los contenedores de gasolina. Éstos estallaron con violencia y, segundos después, el búnker entero explotó. No sintió la necesidad de voltear hacia atrás mientras que el pesado humo negro se alzaba hacia un cielo totalmente azul. Su melancolía se fue, se quedó en el interior de aquella montaña. A medida que el barco se alejaba de allí y se acercaba a su hogar, sintió una profunda paz y una gran felicidad, iría a ver a su esposa y a su hija, su sol negro, vería cómo acababa esa historia.

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