jueves, 23 de julio de 2015

De un latido a otro

De un latido a otro
Por: Juan Sebastián Ohem


            Rolando despertó mientras la camioneta aún se sacudía por la carretera de tierra. El sacerdote le ofreció mezcal de una botella de cristal sin etiqueta y le miró como los viejos miran a los jóvenes tercos. Rolando Bernal aceptó el trago y revisó su camisa de seda floreada, tenía sangre pero no parecía estar lastimado de gravedad.
- Ángel Cabrera.- Dijo el sacerdote mientras le extendía la mano.- Estuviste en un accidente no muy lejos de aquí. Llevabas más de una hora dormido, ¿cómo te sientes?
- Como si Dios me hubiera dado una segunda oportunidad.
- Pero no olvides muchacho, Dios ofrece y uno hace lo demás.
- Y la voy a aprovechar. ¿Adónde vas?
- Voy a Ascensión, ¿dónde te dejo?
- Ascensión está bien.- Rolando miró por la ventana, amanecía y los coyotes perseguían a un conejo hasta la loma. El dolor de cabeza y las sacudidas de la camioneta lo fueron meciendo, sus párpados haciéndose cada vez más pesados.
- Duerme si quieres, yo te despierto. Nomás hazme un favor.
- ¿Qué cosa?
- No te metas en problemas cuando lleguemos.- El sacerdote señaló las cadenas de oro de Rolando y sonrió burlonamente.- Tanto dinero y tan poco gusto.
- Tú sí que le sacas tajada a eso de ser cura, puedes decir lo que sea.
- Te salvé la vida, sólo quiero ese favor de regreso.
- Está bien, está bien viejo. De todos modos yo ya me voy de México, tengo primos en Texas.

            Rolando no desconfiaba de los sacerdotes, pero sí desconfiaba de la raza humana, por eso lo primero que hizo en Ascensión fue revisar su cartera. Tenía algunos dólares y su tarjeta de san Judas que su madre le había regalado de niño. Se reviso en el vidrio de la taberna del Socorro, su pelo engominado estaba en su lugar, su colmillo de oro falso seguía destacándose de su mandíbula como el colmillo de un vampiro y, a pesar de las manchas de sangre, su ropa seguía igual. Le dio coraje la camisa, le había costado cinco dólares en Tucson el día de su cumpleaños hace unos meses. A las muchachas les gustaba y con eso se daba por bien servido.
- ¡Rolando!- El cantinero le saludó de lejos mientras servía tequila a unos ganaderos con cara de pocos amigos.- Genaro te estuvo buscando.
- Perdí mi celular, ¿está en el pueblo?
- Espera, voy a revisar.- Ludovico, el cantinero, asomó la cabeza por la ventana, un agujero en el cemento y se volteó sonriendo.- No lo veo.
- Ese chiste nunca envejece.
- Vino aquí hace una hora, no puede andar lejos.

            Rolando se sentó en la barra, pese a los reproches de los ganaderos. Se le notaba de lejos que era parte de la maña, pero, pensaba Rolando, todos en el norte de Chihuahua eran parte de la maña de una forma o de otra. Se consoló sabiendo que él solo movía autos en la frontera, que era amigo del hermano del capo y que sus primos le habían ofrecido su casa y un trabajo. Rolando había visto suficiente sangre para saber que el narco es buen negocio el primer año, pero luego de eso no hay muchas probabilidades de salir con vida.

            Se aburrió mirando el noticiero nacional. Emboscadas a retenes, decomisos, corrupción y sangre. Rolando entretenía la idea que los noticieros reciclaban historias, nadie se daría cuenta después de todo. Salió de la cantina y deambuló por el pueblo ganadero hasta acomodarse en la banca de la plaza. Limpió sus botas de piel de cocodrilo y estaba a punto de enamorar a una indita cuando sintió la mano de oso de su jefe. Genaro se sentó a su lado y se encendió un cigarro. Genaro había sido ganadero, como su hermano Román, o como el padre de Rolando, pero poco a poco cambiaron de carrera a lo único que deja dinero en Chihuahua. Aún así, para Rolando, los hermanos Herrera tenían toda la pinta de ganaderos, eran corpulentos, bigotones y con cara de perro.
- ¿Dónde estabas?
-  Tuve un accidente, casi me mato. ¿Cómo está tu hermano?
- Román está en Juárez con el Indio, llegan mañana en la mañana. ¿Quieres hacer dinero?
- Usted diga patrón.
- Seis mil dólares, tenemos que pasar 50 coches en Sierra Rica. Lo haremos a la medianoche, los aviones de la DEA dejan de patrullar esa zona.- Genaro sacó un mapa aeronáutico de su bota y se lo mostró a Rolando con una sonrisa en los labios.- Esos pilotos siempre necesitan dinero.
- ¿Quién los trae?
- Los de siempre, los primos del Indio Marcos. Te veo en Sierra Rica a las diez.
- Ahí estaré patrón.- Genaro se puso de pie y escupió al piso como despedida. Rolando no se quejó, era buen patrón, y siempre cargaba dos revólveres de mango de plata en el cinto.

            Le pagó cinco dólares a Wilfredo Cosío, un niño que siempre se le pegaba como chicle cada que pasaba por Ascensión, para que le ayudara a meterse a la secundaria María Cortínez por el muro de la parte de atrás. Román Herrera había financiado parte de la construcción y a cambio le habían cedido su bodega para lo que quisiera. El director, Agustín López, detestaba a Rolando y le habría dado largas para sacar su equipo. Rolando sabía que lo podía denunciar a su patrón o a su hermano y sin duda lo matarían, pero no veía razón para ello, después de todo López lo odiaba porque se acostó con su hermana y la dejó todo en la misma noche. A Rolando no le gustaba que los líos de faldas terminaran a balazos, y aunque había matado antes, había sido por defensa propia. Había sido poco después de su cumpleaños, cuando gatilleros de Sonora empezaron a levantar gente y el cártel decidió mostrar su músculo. Roberto “el Indio” Marcos lo había arrastrado a un Juárez para que le ayudara con los coches. Habían sido emboscados y Rolando aprendió rápidamente a usar una pistola. 

            Encontró las llaves de la pick-up de la escuela debajo del asiento, como Román Herrera le había dejado dicho al director López. Con ayuda de Wilfredo subieron las rampas, los tubos y las herramientas. Cosío no dejaba de hablar, quería ir con él, quería ser un don como Genaro, o un capo como Román. Rolando le prometió llevarlo si sacaba la camioneta de la escuela y le cargaba gasolina. Wilfredo hizo todo eso, y justo a tiempo pues ya era de noche, y Rolando le pidió un último favor. Lo mandó a la iglesia por  una persona imaginaria y en cuanto le perdió de vista se arrancó para Sierra Rica.

            El trayecto era largo y peligroso. Todas las carreteras tarde o temprano doblaban a la derecha, rumbo a Juárez. Lenta y progresivamente el asfalto cedió lugar a la tierra compactada y después a los caminos de tierra en los que es fácil perderse, pues a veces es imposible distinguir el camino del resto de la tierra. Rolando conocía el camino, entre colinas y bosques, pero siempre lo odió. En más de una ocasión estuvo a punto de morir por las manadas de ciervos y venados que cruzan los bosques, o por los lobos y coyotes que vigilan los caminos en espera del pobre diablo que se baje del coche por cualquier pretexto. El último vestigio de civilización es el rancho Emiliano Zapata, luego de eso sus luces desaparecen en el horizonte y no hay nada más que una noche sin luna. Empezó a preocuparse de haberse perdido, hasta que escuchó los camiones cargadores de autos y supo que había llegado. La división entre México y Estados Unidos era una endeble barda con tela de gallinero y oxidado alambre de púas.
- Difícil de creer, ¿no es cierto?- Mario Jiménez se bajó del camión y saludó a Rolando. Los tres, Rolando, Paco Cano y Mario habían robado autos por más de un año, hasta que Paco murió en una balacera.- Pero si aplastamos la valla los gringos se dan cuenta y cierran el negocio.
- Rápido, tenemos cuatro horas antes que los aviones vuelvan a circular.

            Rolando empezó a instalar el puente de acero y aluminio ayudado por Mario y otros dos que no conocía. Lo había hecho docenas de veces y casi podría hacerlo con los ojos cerrados, de no ser por los escorpiones que tenían la costumbre de sorprenderle en la oscuridad. Instalaron la rampa, después el armazón del puente y brincaron al lado americano para recibir las partes y terminar el trabajo. Uno a uno fueron moviendo los autos, la mayoría autos lujosos, y después fueron recibiendo autos robados del otro lado de la frontera para venderse aquí, la mayoría baratos o destinados al tráfico de autopartes. Rolando esperó fumando a un lado de su patrón, quien no le quitaba el ojo de encima a nadie.
- ¿Cómo lo ve patrón?
- Terminaremos a tiempo.- Genaro estaba nervioso y aunque Rolando había trabajado para él por más de seis años, no se atrevía a hacerle preguntas muy directas o muy personales. Genaro notó su intención y habló sin necesidad de preguntarle nada.- No me ha llamado mi hermano de Juárez, tendría que haberme llamado ya. Tenía que ser una venta sencilla a nuevos contactos americanos. Le ruego a Dios no hayan sido de la DEA.
- Ya casi terminamos Rolando, ¿me acompañas?- Mario le hizo señas cuando los últimos tres autos compactos cruzaban la frontera.- La parte más divertida, desarmar el juguete.
- Terminamos en tiempo record, te digo Mario que nos estamos haciendo cada vez más profesionales.
- No gracias a tu colmillo de oro.
- No culpes al jugador, culpa al juego. A las chicas les encanta.
- Si tú lo dices.-  Desarmaron la obra de arte en sentido inverso mientras la pandilla americana terminaba de revisar los autos que habían recibido y contaban el dinero.
- Patrón, todo listo. ¿Quiere ir por el dinero?- Genaro le hizo una seña para que se callara y esperara, trataba de hablar por teléfono pero no conseguía conectar la llamada. Se aseguró de tener bien instalado su sistema satelital en el maletín metálico en el capó de su camioneta y gruñó frustrado.
- No me contesta. Maldita sea, tengo un mal presentimiento.- Su celular sonó y el ranchero ávidamente revisó el mensaje. Lo leyó varias veces mientras Mario y su gente contaban su dinero.
- ¿Vamos a hacer esto o no?- Preguntó Mario finalmente. Genaro se puso pálido mientras leía y releía el mensaje.
- El Indio lo traicionó Rolando. Mi hermano está muerto.
- ¿Qué?- Genaro le dio su celular y sacó sus dos revólveres.
- Maldita sea, se dio cuenta. Mátenlos a los dos.- Gritó Mario.

            Rolando se tiró al suelo cuando escuchó los disparos. Guardándose el celular en el bolsillo y escupiendo tierra se arrastró por debajo de la camioneta de su patrón hasta salir del otro lado. Sin pensarlo dos veces arrancó la camioneta y le gritó a su patrón, pero era inútil. Genaro había matado a dos antes de recibir una bala al abdomen. Mario le creyó muerto y cuando intentó darle el tiro de gracia Genaro Herrera usó sus dos últimas balas. Rolando hizo reversa tan rápido como pudo y manejó de regreso al camino de tierra. Las balas destrozaron el vidrio a su espalda y una llanta, pero él siguió con el pedal hasta el fondo. Desesperado buscó en la guantera y debajo del asiento por un arma hasta encontrar la escuadra de la suerte de Genaro. Tenía a una camioneta detrás de él y al camión que había traído a los autos. Sabía que lo matarían, no había nada que pudiera salvarle la vida, así que su única opción era avanzar y disparar por donde antes había estado el vidrio trasero.

            En Sierra Rica se salió del camino y subió por una colina evadiendo a los árboles que le salían a toda velocidad. El camión transportador de autos se atoró entre dos enormes pinos, pero su otro perseguidor se acercaba cada vez más. El hule de la llanta se desinfló y Rolando perdió el control momentáneamente, de un volantazo esquivó un árbol y yendo de bajada apuntó hacia la camioneta detrás de él y disparó varias veces hasta que la camioneta se derrapó sobre la hierba seca y bajó la colina dando de tumbos.

            Rolando Bernal quería petrificarse de miedo, pero su cuerpo siguió operando en piloto automático. Temblando de nervios trató de pensar con claridad, tenía que cruzar la frontera y esconderse con sus primos, pero para eso necesitaba otro coche pues la camioneta ya empezaba a toser y la llanta no duraría muchos kilómetros más. Sabía que si el capo de capos había autorizado la traición del Indio, entonces lo encontrarían en Estados Unidos. La línea lo encontraría hasta en el infierno. Un plan, nacido del miedo y la necesidad, se fue formando en su cabeza. Se acordó del celular de su patrón como un flashazo y revisó el mensaje que le había dejado saber de la traición y casi le salva la vida de haber sido recibido unos minutos antes. Con un ojo en el camino y otro en el celular buscó el mensaje y lo leyó varias veces.
- “Como lo hablamos, el guardadito de dos millones de dólares está escondido bajo el altar en mi parroquia en el Milagro. No creo llegar hasta allá, buena suerte. El Indio nos cruzó hermano, desconfía de todos.”

            El primer plan fue desechado de inmediato, con dos millones de dólares podría esconderse bien en Estados Unidos o en cualquier parte del mundo. Necesitaba llegar a Milagro, pero eso no sería fácil. El peso entero del cártel caería sobre él en muy poco tiempo, como Rolando lo veía tendría hasta la mañana antes que la Línea mandara a sus gatilleros más experimentados e hicieran uso de los judificiales y la PFP. Absorto en sus contemplaciones pasó por alto al venado que se cruzó por sus luces y asustado se quedó petrificado. Frenó con todas sus fuerzas, la goma de la llanta destrozada finalmente se rompió y luego de derraparse unos metros chocó contra un poste de luz. Se revisó para asegurarse de seguir con vida y después de buscar otro clip para el arma siguió el camino a pie. El venado, quien no sufrió daño alguno, siguió comiendo pasto.

            Al ver las luces del pueblo se persignó y con la automática metida en los pantalones y oculta bajo la camisa de seda se olvidó del frío y echó a correr. El cartel del pueblo llamado “Reforma Agraria Integral” tenía agujeros de balas y grafiti hecho con sangre humana. Había alguna especie de fiesta porque había indios yaquis por todas partes, acompañado de prostitutas y algunos rancheros que se emborrachaban con pulque y mezcal y disparaban al cielo. Rolando tenía la teoría que cuando Dios hizo Chihuahua le dio bosques a los animales y balas a los hombres. El pueblo le pagaba a los peones, indios en su mayoría, con alcohol y marihuana, Rolando pensó que quizás esa era la reforma agraria integral que llevaba por nombre.

Nervioso como estaba no lograba hacerse pasar por alguno de ellos, con la intención de seguir a un borracho a su auto, robarle y usarlo hasta Milagro. Los yaquis habían hecho una taberna en la plaza y regalaban mezcal a quien fuera. Rolando se bajó los nervios con un vaso de plástico y el peor mezcal que había probado en su vida y se puso manos a la obra. Siguiendo a unos borrachos se internó por las pocas cuadras del pueblo, todas con edificios de ladrillo y pintura gastada, ocasionalmente decorada por agujeros de bala. Cuadra por cuadra fue recogiendo retazos de conversación en una mezcla de indígena, con español e inglés. Alguien importante se había muerto, alguna especie de sacerdote yaqui y lo honraban con gruesos cigarros de marihuana y disparos al aire. Todos los peregrinajes de borrachos terminaban en el mismo lugar, el cementerio, el cual era más grande que el pueblo mismo. Una enorme sección añadida, por los muertos recientes, apenas y constaba de tablas de madera con los nombres pintados de blanco.
- Es la noche de los muertos.- Le dijo un campesino borracho.- Siéntate con nosotros.
- Si insiste.- No había sido una recomendación, el campesino lo sentó de golpe sobre una tumba de concreto en un círculo de hombres y mujeres que parecían compartir su propia broma privada.
- Ya llegó el muerto.- Dijo una mujer señalando a un indio desnudo y pintado de colores brillantes por todo el cuerpo. El lienzo humano formaba lunas y estrellas, con plantas de marihuana en el suelo y machetes sangrantes en los brazos. Una comparsa le seguía, cargando a un indio muerto, vestido como campesino, al que dejaron sobre una mesa adornada de altar a un lado de su tumba abierta.  El cementerio entero era como un sueño, con sus lápidas coloridas, con las lámparas de gas y petróleo iluminando desigualmente a los grupos que lloraban al muerto o lo celebraban.
- Parece que lo querían mucho.
- Era un fantasma.- Contestó un indio viejo que bebía de una botella.- La codicia lo hizo así. Al patrón lo mandó a volar y decidió que la marihuana era para él. Se hizo religioso y el patrón de muerto no lo bajaba. Teníamos prohibido hablar con él, después de todo no se habla con los muertos, trae a los malos espíritus.
- Pero si era sacerdote, ¿no daba misa?
- Hacía exorcismos para el campo y seducía muchachitas. Un místico entre nosotros.
- ¿Y si era tan místico, de qué murió?
- Comió de los hongos que cultivaba, predicó la palabra de Dios y murió en el baño.
- Pues vaya héroe.- Rolando bebió de una cacerola de barro que se iban pasando y tragó el pulque tosiendo. Todos en el círculo lo miraban raro y se reían codeándose.- ¿Y de qué se ríen?
- Tú también eres un fantasma, el Indio dice que estás muerto y nuestro patrón también.- Rolando deslizó su mano a la pistola y les miró uno a uno. Casi todos estaban armados, tenía nula posibilidad de salir con vida del cementerio.- El Indio viene para aquí, él te matará en persona.
- ¿Y si no quiero?
- Puedes irte si quieres.- Dijo el anciano.- No llegarás lejos. Como Arnulfo, ¿no lo entiendes? Él pasó por lo mismo, ¿para qué correr si ya estás muerto?
- Suelta la pistola o te quiebro.- No escuchó al hombre que se puso detrás de él, pero sí sintió el rifle en la espalda. Rolando mostró las manos y respiró tranquilo.
- Déjalo en paz feo, él no se muere esta noche. Respeta a Arnulfo, es su noche.- El anciano debía comandar una autoridad espiritual que Rolando no terminaba de captar, pero sí agradecía. El fe se sentó a su lado y Rolando concluyó que el apodo sí le hacía justicia. Eduardo Morín, alias el feo era un gatillero local muy conocido, con ojos hinchados y marcas de acné. Apoyó su cuerno de chivo sobre sus piernas y saludó a Rolando con su sombrero.
- Tienes suerte Rolo, ¿así te dicen?
- Desde ahora sí.
- ¿Sabes quién soy?
- He escuchado de ti, atacaste a un retén militar no hace mucho, ¿es cierto?
- Sí, y también trabajo para Abraham Arrueta. ¿Lo conoces a él?
- ¿Arrueta dio la orden? Lo conozco, trabajaba para mi patrón. ¿El Indio trabaja para Arrueta?
- Ahora todos trabajamos para Arrueta. No es nada personal Rolo. No depende de mí.
- Por ahora depende del anciano. ¿Arrueta paga bien?
- Mejor que los Herrera y si el capo de capos lo decide, entonces esto es suyo. Independientemente de lo que piensen los García que trabajaban para tu patrón.
- Nada de eso tendrá mucho sentido, alguien quitará a Arrueta como quitaron a Herrera, ¿y entonces qué vas a hacer? Estarás en la misma situación que yo.
- Eso no va a pasar.- El feo aceptó la charola con cocaína que se iban pasando y le dio dos líneas. Le ofreció a Rolando, pero declinó, no necesitaba más estimulante que el miedo que empezaba a agarrotar sus piernas.- Párate, ven conmigo.
- No sé, prefiero el clima aquí.
- Dije que vengas.- El feo lo tomó del cabello y lo levantó. El anciano, demasiado drogado para interferir, simplemente sonrió hacia la noche.- Camina y dame tu arma.
- ¿No me vas a dar algo de ventaja?- Rolando le da el arma despacio y el feo Morín lo empuja con el cañón del cuerno de chivo.
- No te voy a matar, no aún. El viejo no quiere que arruines la fiesta de Arnulfo, yo tampoco. Tengo principios.
- Bueno saberlo.
- Así que te voy a amarrar al cofre de mi coche y en cuanto llegue la mañana, si el Indio no ha llegado, te lleno de plomo y me pagan por ti.
- Por favor Morín, no lo hagas, aunque sea déjame escapar. Dame hasta mañana en la mañana.
- Guárdatelo, lo he escuchado todo.- El celular del feo Morín suena y detiene la marcha fúnebre. Escucha atentamente y responde con monosílabos.- Maldito suertudo.
- ¿El Indio?
- No, mi hermano en el retén a un kilómetro, me dice que los García vienen para acá. Quieren aterrorizar a este pueblo hasta que el cártel decide apoyarlos a él en vez de a Arrueta. Pelea con nosotros y te dejo escapar, le diré al Indio que te fuiste en la confusión.
- Está bien, ¿adónde vamos?

            El feo Morín organizó a sus compadres y establecieron puntos de emboscada en las dos entradas del pueblo. Los hermanos García y su pequeño ejército de sicarios llegaron a toda velocidad armados hasta los dientes. La noticia de la traición había llegado rápido y sabían que sólo tendrían una oportunidad. Rolando acompañó a Morín a su pick-up por una bolsa de granadas, dos cuernos de chivo y una docena de clips. Apostados entre una estética y una casa esperaron a las camionetas que escogían el camino secundario al pueblo para abrir fuego y diezmar su flanco. Con el corazón palpitándole en la garganta Rolando sostuvo su cuerno de chivo y se cubrió detrás de una piedra. Escuchó los balazos y las explosiones antes de ver a los autos. Los García, sabiendo que al atravesar el retén a tiros preparaban su propia emboscada, pidieron refuerzos que atacaron desde el otro lado del pueblo.

            Rolando había visto tantas películas de guerra que pensaba que nada le asustaría, pero estaba equivocado. La pared sobre su cara estalló a tiros, una línea recta que le habría cortado en dos de haber estado de pie. Una granada estalló a una cuadra detrás de ellos y la explosión no fue como nada que hubiese escuchado antes. El feo abrió fuego mientras Rolando quedaba hipnotizado por los indios yaquis que corrían riendo por las calles, demasiado drogados para saber lo que pasaba. El hombre pintado bailoteaba cantando canciones de cuna hasta que dos balas atravesaron su cara. El miedo paralizante dio pie al sentido común y Rolando empezó a caminar en reversa.
- ¿Adónde crees que vas cobarde? Tú te quedas aquí.

            El feo se dio vuelta para apuntarle, pero Rolando gritó asustado y jaló el gatillo casi por accidente. Docenas de balas salieron escupidas y el feo cayó al suelo. Sin perder ni un segundo le robó las llaves y corrió a su camioneta. Los García y sus sicarios fueron penetrando cada vez más y Rolando tuvo que dar un par de vueltas cerradas para evitar el tiroteo y se abrió paso empujando una vieja Suburban que había quedado en medio de la calle cuando sus ocupantes fueron acribillados. Dejó atrás Reforma Agraria Integral con la firme decisión de nunca regresar allí y buscó el camino a Milagro. Respiró tranquilo en cuanto vio el río, pues según recordaba Milagro estaba a un lado del río. En la cúspide de una colina, que también era una curva, divisó un retén militar. Demasiado tarde para hacer reversa, eso solo lo haría peor. Tiró las armas por el peñasco y buscó lo mejor que pudo por drogas o más armamento sin encontrar nada. Los dos millones se hicieron cada vez más lejanos conforme se fue acercando. En su mente conservaba una distante esperanza de que quizás estos soldados no lo juzgarían por su manera de vestir. Faltándole quince metros hasta las lámparas de petróleo un grupo de diez soldados le sorprendieron por los costados, ocultos en costales de arena, con armas automáticas y miradas nerviosas.
- No disparen, no he hecho nada.
- Ésta es la pick-up del feo Morín, el hijo de perra dejó aquí un relajo. Bájese del auto y tírese al suelo.
- No es mi camioneta, la tomé prestada.

            Un soldado abrió la puerta por él y jalándole del cabello lo tiró al suelo y lo revisó por armas. Otros dos soldados lo cargaron del cinturón y de los brazos hasta la pequeña estación de ladrillos despintados, donde le encerraron en una jaula a un lado del baño sin tuberías. Trató de explicarse, pero fue inútil. Si manejaba la camioneta del feo era porque trabajaba para el feo. Un capitán, quien se identificó como Dionisio Orozco, le explicó que trabajan para los Arrueta, pese a que detesten al Indio por la matanza que hizo, y que en la ausencia del feo él tendría que pagar los platos rotos por la balacera de la noche anterior.
- Pero es que ni siquiera conozco al feo, le robé la camioneta. Si él me quiere muerto.
- ¿Nombre?
- Rolando Bernal.- El capitán desapareció un segundo y regresó con un pesado libro de registros y un soldado raso.- Si se mueve mucho, mátalo.
- Sí mi capitán.- Dionisio Orozco, un hombre moreno de cachetes abultados y cejas tupidas, fue pasando las páginas del pesado registro hasta que sonrió. Iluminado débilmente por un foco único que colgaba del techo, y rodeados del hedor de las letrinas, Orozco le mostró el registro a su prisionero. Rolando leyó el nombre y estudió la fotografía, le conocía bien.
- Francisco Cano, amigo tuyo. Está aquí en Chihuahua, para ser más preciso en esta parte del norte.
- Cano está muerto.
- No, no lo está. Pero lo va a estar y tú nos vas a ayudar. Me pagarán bien por este, capaz y hasta me sacan de esta pocilga. Y ya sabes, capaz y hasta nos olvidamos de ti.
- Pero yo no disparé...- Rolando sabía que era inútil. Tenía el reloj encima y parecía estar brincando de un problema a otro.- Está bien, ¿qué saben de su ubicación?
- No seas idiota Bernal, si supiéramos exactamente donde está no te ofreceríamos ayuda. Tú lo conoces, ¿adónde iría en la sierra?
- A Paco le gusta cazar, tiene una cabaña no muy lejos de aquí. Una fortaleza, les verá venir porque está en lo alto de una colina y darle la vuelta por la sierra tomaría dos días. Si me ve entonces es posible que salga sin armas.
- Tú lo atraes, nosotros lo terminamos. Soldado, quédese aquí mientras yo preparo las cosas.
- ¿Por qué lo quieren?
- No sé, mató a alguien me imagino.- Rolando se sentó en el suelo y contempló el cubo de ladrillos, el frío del cemento, y la artillería pesada que los soldados guardaban entre sacos de arena.
- ¿Cómo te llamas soldado?
- No me dejan hablar con prisioneros.
- Si el feo mató a un amigo tuyo, sabes que no fui yo, ¿no es cierto?
- Me llamo Arturo Godínez y no te voy a matar.
- Menos mal.
- El capitán lo hará. Tu nombre también está en el registro.

            Dionisio Orozco regresó poco después con una gruesa chamarra y dos escopetas. Le dio una al soldado y juntos sacaron a Rolando para ponerle esposas de plástico y subirlo a la suburban del ejército como un costal de papas. No pensó en su inminente muerte, sino en Paco. Todos habían pensado que había muerto, y ahora lo estaría. No tenía intención alguna de venderlo a sus captores, pero hasta ahora no tenía otra opción más que asistirles. El soldado se puso una chamarra y cuando le ofreció una a Rolando el capitán se la arrebató de las manos, le dio una fuerte bofetada y la tiró por la ventana.
- No falta mucho, hay un camino que asciende a la montaña, las ramas tienen botellas vacías para orientación.

Cada persona que usaba esos caminos, y que tenía una botella disponible, adornaba alguna rama con ella. Varios nativos se quejaban, pero para Rolando aquello era como un adorno navideño, estaban rodeados de fulgores metálicos y plásticos que reaccionaban a las únicas luces, las de la camioneta. Cubiertos parcialmente por la nieve hacían parecer un bosque de ensueño alejado de la violenta realidad de la sierra de Chihuahua.
- Párese aquí, hay un camino a pie, Paco vería las luces.
- Te advierto Bernal, te pones gracioso y te lleno de plomo.

            Titiritando de frío Rolando avanzó primero tratando de recordar la ubicación de la cabaña. Todo parecía idéntico de noche, apenas iluminado por las lámparas de los tres visitantes. Recordaba que Paco hacía fiestas grandes donde hasta llegaban capos y dones, tenía un patio improvisado de piedras y un pequeño camino hacia un mirador donde solía llevar a sus novias en verano. Al sentir las piedras bajo sus botas simultáneamente sintió la tristeza de la melancolía, el miedo de la amenaza y los nervios del porvenir. Sabía lo que quería, pero no sabía cómo lo habría de obtener.
- Es por aquí.- Un débil resplandor era visible colina arriba, alguien estaba en la cabaña.
- Muy bien, haz que salga y lo mato.
- ¿Y si no está solo?
- Llévate a Arturo contigo, él irá armado y tú no.- Dijo el capitán mientras liberaba sus manos de las esposas de plástico con un cuchillo de mango de marfil.- Yo les cuidaré las espaldas. Y no olvides Bernal, tú vida depende de esto. Si yo no regreso al retén estarás en graves problemas, no habrá soldado que no te busque y arma que no te apunte.
- Arturo, quítate eso, pareces soldado.- Avanzaron juntos por el camino de piedra, agitando las lámparas.- ¡Paco!
- Nada de trucos.
- Mira Arturo, tú no digas nada y ruega porque esto no se ponga peor. Yo solo estaba de pasada, sé donde están enterrados dos millones de dólares. Si me ayudas...
- ¿Rolando?- Paco se asomó por la ventana por un segundo y salió corriendo para abrir la puerta.- ¿Cómo estás amigo? Hace mucho que no te veía. ¿Quién es tu amigo?
- Se llama Arturo, me está ayudando hoy.
- Pero pasen, aquí hace un frío de pastorela.- La cabaña no había cambiado nada, había instalado el mejor sistema de sonido que el dinero podía comprar, un generador eléctrico y tapizado las paredes con su colección de pósters de equipos de football.
- Pensé que estabas muerto.
- Tuve que hacerlo, me traicionaron.
- ¡No te muevas!- El soldado sacó su arma mientras Paco buscaba una cerveza en el refrigerador.- Los dos están bajo arresto.
- Arturo, no bromeaba sobre los dos millones de dólares son mi boleto de salida y puede ser el tuyo también. ¿Quieres morir siendo soldado? Todos tus superiores se venden al mejor postor, mejor haz lo inteligente y ayúdanos. Paco es el único que puede encontrarlo.
- ¿Qué? Digo sí, dos millones.
- No me engañaran con eso.- Rolando le mostró el celular en su bolsillo y lo sacó lentamente.
- Mira el mensaje, es de Román Herrera a su hermano Genaro. Román fue traicionado por Abraham Arrueta, mandó al Indio para matarlo. Ahora Román, mi patrón, también está muerto.
- ¿Dos millones de dólares, es posible?- Rolando le arrebató el celular y se lo volvió a guardar.
- Más que posible, era su seguro de vida en caso de emergencias. Tú eres el único que puede sacarnos de este embrollo, dile al capitán que te sometimos y en cuanto puedas nos vemos en el lago que está a un kilómetro de aquí.
- No, el lago no.- Dijo Paco.- Muy vacío, hay una PEMEX a un kilómetro al este, encuéntranos ahí.
- ¿Y nos repartiremos el dinero en partes iguales?
- Hay suficiente para los tres. Está en el Milagro, ese pueblo no está lejos de aquí. Antes del amanecer los tres seremos muy ricos.
- No les daré mi arma, eso no. Dame uno fuerte, déjame un ojo morado y destrocen el lugar, hay que hacerlo creíble para el...- Rolando y Paco siguieron su mirada hacia la ventana abierta de la cocina. El capitán había escuchado cada palabra. Dionisio disparó su escopeta y echó a correr. El disparo le acertó al soldado. El arma cayó al suelo y Paco la recogió. Se asomó por la ventana, pero no podía ver a nadie.
- Maldita sea. Nos lleva poca ventaja pero es militar, ese hijo de perra puede llamar a muchos amigos.
- Amigos que harán lo mismo que él Paco, matarlo para quedarse con el dinero. ¿Tienes auto?
- Claro que tengo auto, una Suburban como siempre.- Paco le tomó del brazo, el arma aún en su mano y sonrió.- ¿Dónde en el pueblo?
- Te diré en el camino.
- ¿Está apuntado en el celular?- Rolando se apoyó contra la barra, la cena a medio preparar y le mostró el celular.- Vaya, vaya... Esto sí que es bueno.
- ¿Y dónde tienes las llaves del auto Paco?
- Guardadas, guardadas.

Lentamente la pistola fue subiendo. Rolando suspiró distraídamente, su mano se posó sobre el cuchillo de cocina. Cuando el arma estaba casi sobre su estómago lo empujó con el hombro y le clavó el cuchillo en el cuello. Paco gritó y disparó, pero sólo le atinó al suelo. Rolando cayó junto con él, desesperadamente tratando de adueñarse de la automática. La sangre brotando como fuente y con sus energías abandonándole, Paco hizo un último esfuerzo por doblar la muñeca y disparar. Rolando rodó a tiempo y evitó la bala, después le arrancó la pistola de un jalón y poniéndose de pie nerviosamente le disparó tres veces al pecho. Se lavó la sangre con una toalla, revisó entre sus bolsillos y entre los muebles y encontró las llaves de su Suburban.

Las llantas se resbalan por la nieve y el hielo, las curvas son empinadas y peligrosas. Aún así Rolando acelera porque sabe que, incluso si Dionisio Orozco no sabe exactamente dónde está enterrado el dinero, le lleva ventaja y podría usar a los militares para hacerle una emboscada si le da el tiempo suficiente. Evitando el camino más usado Rolando se internó por las carreteras secundarias, una colección de serpenteantes curvas donde el ejército no se mete. Arriesgándose a una emboscada de los Arrueta, de los García o de cualquier otro, Rolando siguió las luces del pueblo de Las Cruces después del cual estaría el puente que acortaría su camino por más de un kilómetro y, quizás con suerte, le pondría en ventaja sobre el capitán Orozco.

El pueblo era como Reforma Agraria, con la diferencia que aquí eran pocos los edificios que no tenían muestras de incendio. La población avanzaba en línea recta, cargando apenas con húmedas cajas de cartón conteniendo sus pocas posesiones terrenales. Una guerra se había desatado en las Cruces y los cadáveres aún no eran recogidos. Rolando se detuvo, quería salir de ahí lo más pronto posible, pero su corazón le impedía arrollar a los cuerpos. Pidió ayuda a la gente que caminaba en silencio, pero sólo encontró más silencio. Una mujer que cargaba con dos jaulas de gallinas le escupió en la cara, para que su marido después la jalara del brazo. En solitario, con el único ruido de los pasos de los refugiados y algunas alarmas de coches, fue jalando los cadáveres de los brazos tratando de contener la nausea. No quedaba un vidrio en su lugar, ni una pared que no tuviera las marcas negras del fuego o agujeros de balas. Alguien había matado al pueblo de las Cruces y ahora sus fantasmas migraban. Los sicarios ni siquiera les habían dejado un auto que pudiera funcionar.

Rolando Bernal sabía que nunca olvidaría lo que había visto esa noche, dos millones de dólares no borrarían eso, pero conforme la miseria se hacía cada vez más intolerable su voluntad se hacía cada vez más fuerte. Saldría del país con dos millones de dólares bajo el brazo y viviría lejos de su anterior vida. Terminó de empujar el último cuerpo, un niño de diez de años que había sido alcanzado en el cuello, y lo reunió con sus padres detrás de una enorme estatua del programa Solidaridad, dos manos que se estrechan ahora cubiertas de agujeros de balas, cuando escuchó el disparo. La gente aulló aterrorizada, la pesadilla regresaba. Rolando se agachó y trató de ubicar a los atacantes, pero el disparo había sido solitario. Asomó la cabeza detrás de la estatua y escuchó la serie de disparos que se estrellaron contra el monumento, eran para él.
- ¡Rolando Bernal!- Reconoció la voz, era el Roberto “el indio” Marcos.- Pensé que ya estarías en el Milagro para ahora.
- ¿Tú qué sabes maldito traidor?
- Román trató de comprar mi lealtad a Arrueta con ese cuento. Al menos pensé que era cuento hasta que leí su mensaje.- Rolando preparó su arma y usando un vidrio que encontró en el suelo trató de ubicar a su oponente. El indio estaba escondido en una esquina con una metralleta del ejército.
- ¿Por qué no sales de ahí y lo platicamos indio?- El indio rió y revisó que su arma estuviese cargada. Roberto seguía siendo el mismo moreno chaparro y dientón con cola de caballo y uñas pintadas de negro.
- Voy a encontrar ese dinero Bernal, no haya nada más que eso. No te quiero matar, no necesariamente. Ya tienes suficientes verdugos en Reforma Agraria. El feo Morín tenía amigos.
- Al diablo con el feo y al diablo contigo.- Rolando se asomó lo suficiente para disparar y el indio se agachó y lanzó otra ráfaga.
- Última oportunidad Rolando, puedes unirte a esa gente. Los gringos les darán asilo, tú finge que estás con ellos y podrías escapar.
- Nadie escapa del cártel, tú lo sabes. Quiero ese dinero.- El indio desapareció de la esquina y Rolando echó a correr hasta el final de la plaza, donde se ocultó entre dos coches que  habían recibido cientos de disparos. El indio reapareció del otro lado de la cuadra, disparando hacia el monumento y protegiéndose entre las casas y los coches. Su entrenamiento militar le había servido.
- Deja de esconderte Rolando, ¡muere como hombre!
- No llegarás a tiempo indio, el capitán y su gente ya van para allá.
- ¿Le dijiste a alguien?- El indio cruzó la plaza a zancadas con el dedo en el gatillo. Rolando sabía que no tenía mucho tiempo. Disparó lo mejor que pudo y cruzó la calle para lanzarse detrás de escombros.- Eres un idiota Rolando.
- Se te acaba el tiempo indio, ¿qué será?
- No vales tanto Rolando, no vales tanto.

            El indio abrió fuego contra su Suburban hasta que no quedó llanta, vidrio o centímetro sin balas. Rolando trató de matarlo mientras desaparecía entre las casas, pero fue inútil. Lo único que escuchó después fue al Indio acelerando en su coche. Ahora tenía el doble de oponentes, pero el doble de determinación. No dejaría que ese capitán corrupto o el indio traidor llegaran al dinero antes que él. Corrió por las calles como un loco, buscando un auto en condiciones decentes. Los últimos pobladores le miraron en silencio, habían visto a muchos en ese estado, buscando a sus familiares entre los escombros o los cadáveres. A las afueras del pueblo encontró un tsuru sin ventanas que aún servía, pero que no le llevaría lejos. Utilizando lo que sabía sobre robar coches lo hizo arrancar y tosiendo y agitándose avanzó por la carretera. Temía usar el camino principal, por miedo a los militares, pero sabía que si seguía por el camino secundario por el que estaba llegaría al rancho de Emiliano el negro. El negro había trabajado para los Herrera desde el principio y se llevaba bien con Rolando, pero ahora que Arrueta quería hacerse cargo era difícil saber qué tan buena sería su relación. Cruzó el puente de madera sobre el río y antes de llegar a la bifurcación de los caminos la decisión se tomó por él. Un retén lo detuvo, de corpulentos sicarios con camisas floreadas y dientes de oro.
- ¿De dónde vienes amigo?- Una mano en el techo, otra en la automática dorada frente a su cara.  Rolando trató de pensar en alguna mentira, no sabía quién había desencadenado el baño de sangre en las Cruces, pero por más que trataba de pensar la pistola le tenía hipnotizado.
- Oye, ¿no se te hace conocido?- Preguntó su compañero.- ¿No es Rolando?, ¿el de los coches?
- Sí, ése es.- Rolando tragó saliva y le rezó a la tarjeta de San Judas en su cartera.- ¿Lo matamos?
- No, que decida el patrón. Mira Rolando, tú síguete derecho hasta la hacienda que hay una fiesta. No te vayas a ir a otra parte, ¿me entendiste?
- Sí, entendí.

            Rolando nunca había manejado a su ejecución. Tratando de aliviar la tensión pensó en broma que el cártel era tan poderoso que uno misma iba a la ejecución y hasta pagaba por la bala. El rancho ocupaba una pequeña meseta rodeada de bosque y parecía estar a rebosar de personas. Largas filas de autos ocupaban todas las zonas posibles para estacionar. Los sicarios habían avisado por radio que Rolando llegaría y un sicario, que hacía las veces de valet de estacionamiento, le hizo pasar hasta la entrada. Rolando se hizo pasar entre las docenas de meseros que cargaban con cajas de cervezas para los invitados. El negro solía invitar a las mejores bandas para que tocaran para los macizos y hasta modelos de todo el país. Un sicario mudo le escoltó del brazo a través de la pista de baile, donde todos bailaban a los corridos del cártel de Juárez, hasta los cómodos sillones a un lado de la alberca. De un empujón sentó a Rolando y le hizo entender que esperara allí.
- ¿Y tú vienes todo el tiempo?- Le preguntó un joven de la misma edad que Wilfredo.
- Solía venir.
- Se pone bueno.- Una modelo le ofreció una cerveza y le dio conversación, pero Rolando no podía pensar en nada. El miedo lo había paralizado. Se veía a sí mismo en los chicos de las fiestas, apantallados por las botas caras, los coches y las alhajas.
- Tú, ven aquí.- Emiliano le hizo señas para que le siguiera alrededor de la alberca hasta la casa. La sala se vació de gente en un segundo y sólo quedaban Emiliano el negro y el R.R., Rubén Rodríguez un sicario viejo con más canas que años y el rostro curtido de arrugas.- Román y Genaro están muertos. Abraham Arrueta se quedó con la plaza de esta zona.
- Sí, me enteré a la mala. Trataron de matarnos, Genaro no lo logró.
- El Indio me llamó por teléfono, me dijo que vendrías. Me dijo que te matara.- Emiliano tronó los dedos y Rubén sacó su revólver con mango de marfil y la figura de la virgen de Guadalupe y le apuntó en la cabeza.- El Indio, el que solía llevar mis trajes a planchar me dio órdenes.
- ¿Sabes cuánto mide la vida?- Le preguntó el sicario. Rolando dejó escapar una lágrima y lo miró a los ojos.- Mide de un latido a otro, eso es todo. Lo demás, eso no importa. ¿Lo mato patrón?
- No, al diablo con el Indio y con Arrueta.
- Gracias Emiliano, gracias.- Lágrimas de felicidad brotaron de los ojos de Rolando y tomó al ranchero de las manos con la cabeza gacha. Era el primero viento favorable en toda la noche.
- No me lo agradezcas, eres hombre muerto.- Rubén chifló y señaló a la pista de baile, era el Indio.
- Le habrán dicho que llegó patrón.
- Y no lo voy a contradecir. Saldré a saludarlo, tú encárgate de él. No lo quiero ver de nuevo.

            Rubén empujó con el revólver a Rolando a través de la casa hacia una salida lateral que daba a otra parte de la fiesta. Los invitados les abrieron paso, todos ahí conocían a Rubén, de quien se decía mató a veinte en una noche por una disputa de cartas. Al llegar a las caballerizas Rolando respiró profundo y trató de adivinar si había una fosa detrás de la paja. Súbitamente Rubén se sentó sobre una serie de huacales de madera y se encendió un cigarro. Sin mediar palabra le ordenó que se sentara en el suelo, como el discípulo que atiende a su maestro y le compartió un cigarro.
- Si Emiliano te quisiera muerto, ya estarías muerto. A él no le importa de una manera o de otra, por eso te dejó conmigo. El Indio te va a matar, si te encuentra no dudes que te mata.
- Mataron a mi patrón Rubén, yo sólo muevo coches ¿me entiendes? Yo no estoy en el negocio, no tanto como tú, o como el Indio.
- Niño, la frontera queda para allá.- Señaló Rubén.- ¿Qué haces en sentido contrario?
- Quería irme pero me detuvieron en el retén militar, ese maldito capitán quería que matara a mi amigo y... es una historia larga teniendo en cuenta que ha sido una noche.
- ¿Te refieres al capitán Orozco? Ese pelado debería andarse con más cuidado.
- ¿Lo conoces?
- ¿Conocerlo? Él me renta los uniformes y las camionetas militares cuando se lo digo. Es más,- Rubén sacó su celular Iphone con diamantes en la parte trasera  y apretó un par de botones.- ahorita mismo hablo con ese idiota. Yo le digo cuando se para a la gente y cuándo no.
- Pregúntale donde está.
- Espérame tantito chavo,- Rubén y el capitán intercambiaron unas cuantas líneas y el viejo sicario sonrió maliciosamente.- está asustado el idiota. Le dije que me esperara donde estuviera.
- ¿Y dónde está?
- Hay una parroquia y un monasterio cerca de aquí, en Agua chica.
- Pensé que estaba deshabitado.
- No, se quedaron después de la balacera aunque ahora son menos estrictos. Mi patrón tuvo la comunión de su hijo Jonás ahí.- El sicario se puso de pie y caminó a los caballos. Seleccionó al más flaco y soltándole las riendas se lo ofreció a Rolando.- Vete antes que al Indio se le ocurra buscarte aquí. Directo a la frontera, ¿me escuchaste?
- Sí, voy para allá.

            Rolando no tenía intención alguna de dar marcha atrás, no cuando estaba tan cerca. El caballo estaba reacio a avanzar, el frío agarrotaba sus patas, pero se fue acostumbrando colina abajo. Rolando no pudo evitar pensar en los veranos en el rancho donde trabajaba su tío, cuando salía a montar a solas llevando un rifle con el que nunca casó nada. El recuerdo le pareció ajeno, como si hubiese ocurrido en otra vida, y tenía que serlo porque ahora cabalgaba en la penumbra siguiendo apenas los destellos lejanos del antiguo monasterio español aún iluminado por velas y lámparas de gasolina. Estaba en otro mundo, uno que no era Chihuahua pero que se parecía a él, la oscuridad lo hacía parecer infinito pero el tiempo lo estaba acortando. Para cuando saliese el sol el mundo quedaría amarrado en su garganta y moriría.

            Revisó su pistola y dejó que el aire fresco enfriara sus nervios. Mataría de nuevo, quizás en defensa propia y quizás a sangre fría. Mataría al capitán por esos dos millones, mataría al Indio y mataría a su amigo Paco unas cien veces con tal de conseguir ese dinero y escapar del país. Sería el mojado millonario, pero estaría vivo y podría incluso avanzar al norte hasta Canadá. Para cuando las débiles luces de las lejanas lámparas fueron dibujando las altas paredes del monasterio español el susto que se llevó en la hacienda del negro ya había pasado. Escuchó los cantos del coro como si fueran ángeles en el oscuro cielo y amarro al caballo de un poste de teléfonos.

            Las ventanas habían desaparecido y las ráfagas de balas habían redecorado todo el exterior. Entró por una destruida ventana que aún olía a hollín y caminando a gatas recorrió la polvorienta sala de primero piso del monasterio. El frío lo hacía inhóspito, más aún que las manchas de sangre y los casquillos que aún se escondían bajo las sillas y los muebles. Pistola en mano se acercó a la luz y al ruido esperando ver entre los hombres de sotana y hábito al capitán Orozco. La parroquia había cambiado desde la última vez que la había visitado de niño. Aún estaba pintada de azul cielo, con los frescos infantiles de ángeles y santos rodeados de perros callejeros, de Jesús y sus discípulos en el entronque carretero de Juárez predicando a niños que juegan football llanero. Sobre el altar solía estar una pesada cruz de madera astillada, pero ahora se alzaba una imagen de la santa muerta hecha de porcelana y vestida como una muñeca de niñas. A su lado se encontraba Valverde y rodeándole las ofrendas de los parroquianos, grapas de coca, hojas de marihuana y cuchillos.
- Ven hijo, llegas a tiempo.- Le dijo un monje con los ojos rojos y la nariz reseca por inhalar thinner.- ¿Vienes con el otro?
- Le estoy buscando, ¿dónde está?
- En el atrio exterior, con mis hermanos.

            El esqueleto de la ala oeste del monasterio albergaba al atrio exterior que, según recordaba Rolando, siempre estaba repleto de niños que jugaban alrededor de la pila bautismal, echándose agua bendita cuando las monjas no estaban vigilando, regla en mano. Las pocas monjas que quedaban acompañaban a los frailes y a los dos sacerdotes a una fiesta que Rolando no había visto nunca. Escondido entre las ruinas, esperando ver a Orozco, pudo ver a la monja que repartía hongos y un pequeño frasco de cristal que era inhalado de uno a otro. Cantando canciones cristianas y recitando rezos de la Santa muerte los religiosos agradecieron a la flaca por otro día de vida y a los dioses de las plantas por sus alimentos. Los cantos se fueron disgregando conforme las drogas tomaban efecto, primero en risas y después en gritos ininteligibles. Las monjas se desnudaron más rápido de lo que los monjes preparaban un mantel en el pasto.
- Hijo, ¿qué haces aquí?- Un robusto y desnudo fraile se tropezó sobre él cuando intentó tomarlo de las mejillas. Rolando trató de zafarse, pero el frasco cayó sobre él y por más que trató de limpiarse no pudo evitar ingerir un poco.
- ¿Qué tiene esto?- Preguntó una y otra vez pateando al obeso fraile en el suelo.- Dime qué tiene o te parto en dos hijo de perra.
- Es mescalina hijo, directo de los santos.


            Había escuchado del jugo del peyote y pensamientos franáticos de urgencia y miedo le impelieron a correr para que el aire frío acelerara el proceso y pudiera estar listo para matar. Se dio cuenta que estaba drogado cuando estaba convencido que corría con todas sus fuerzas, pero sus ojos le reportaban que estaba de pie, apoyado en una columna y babeando. La información de sus sentidos se convirtió como en compartimentos, cada uno diciéndole algo distinto. Sus pensamientos cruzaron el umbral a la locura con una sutilidad que le costó trabajo distinguir entre su atención y las débiles visiones. Escuchó la voz de Orozco, de eso estaba seguro. Como una ráfaga de miedo pudo darse vuelta, agacharse en cuclillas y apuntar hacia la figura militar que corría en círculos con los brazos extendidos y una .45 en la mano derecha. No pudo distinguir qué le decía, pero sabía que tramaba algo porque intentaba concentrarse en caminar en línea recta y apuntar su pistola. Rolando corrió y a tropezones avanzó hasta la hierba que crecía salvaje, su perseguidor no estaba lejos.

            El aullido de los coyotes sonó como los gritos de niños pequeños. Revivió las Cruces en una gama fluctuante de colores, imaginó a los exiliados que se iban y a los fantasmas que llegaban para vivir allí. Eran como las personas, pero rostros muertos y cubiertos en telas de colores. El disparo que se impactó cerca de él, como un ancla que lo regresaba a la realidad, le hizo darse vuelta y disparar. Su pistola era gigantesca, sus disparos como cascadas de colores que iban a todas direcciones y estallaban en flores de marihuana. Tenía a Valverde a su derecha, a la santa muerte a la izquierda, sabía que no podía fallar. Orozco, frente a él, miraba los dedos de su mano danzando en la oscuridad, su pistola disparaba alocadamente. El cielo se abrió cuando Rolando disparó, cientos de árboles crecieron en el sentido inverso, sus ramas penetrando la tierra. Orozco aulló como un lobo y todo en él era rojo. El capitán explotó en relámpagos que se convirtieron en conejos y pasaron a Rolando. San Valverde y la santa muerte le tomaron de los hombros y le pusieron de pie. Rolando bailó con la muerte, Valverde sonaba un corrido de Juárez y los Herrera, del traidor Arrueta y el perverso Indio.

            La danza y la música resonaban en sus oídos y en su mente, pero sus ojos veían que se acercaba a Orozco quien yacía en el suelo, con sangre brotando de su pecho. Algo en su interior comandó a sus piernas y arrastrando los pies se alejó del viejo monasterio español. Los ratones y las serpientes estaban hechos de luz y su cuerpo se sentía como un globo de agua. Los centímetros se hacían kilómetros y cada paso era como un temblor en el globo de agua. La santa muerte y Valverde le dejaron en el campo. Su estómago se dio vuelta y vomitó con tanta fuerza que le salieron lágrimas de dolor y temió asfixiarse. Aterrorizado intentaba respirar, pero su estómago seguía desechando todo hasta que sólo quedaba el ácido. Por obra de un milagro se encontró con que avanzaba hacia la camioneta del capitán y cuando pudo dejar de vomitar reventó el cristal con una piedra y entró. Encendió el motor jalando y uniendo cables, puso la calefacción y bebió el litro de agua que Orozco guardaba bajo su asiento.

            Sentía aún los efectos de la mezcalina, había un arrastre en su mente y su visión se distorsionaba en ocasiones, como un túnel que se hacía más pequeño o más grande. Vomitó de nuevo mientras manejaba a Milagro, no quedaba lejos y no le importaba el hedor del vómito, el dinero estaba casi al alcance de su mano. Al ver el letrero acercarse en la última curva que descendía al pueblo apagó las luces y se salió del camino. Milagro era un pueblo de 200 personas, con calles polvosas y tan sólo un par de calles. Los habitantes del pueblo parecían estar dormidos, pues apenas y había unos cuantos focos encendidos en todo el lugar. Pistola en mano cruzó la mano hacia la plaza central, donde pudo ver que la parroquia tenía todas las luces encendidas. El Indio había llegado antes que él, pero si aún no se había ido quería decir que no terminaba de cavar. Determinado a matarlo por la espalda cruzó la plaza y evadió a los borrachos que dormían cubiertos de periódico en las bancas de metal. Un joven vestido de mesero se le cruzó en la calle señalando a la parroquia y sonriendo. Rolando escondió el arma y se detuvo.
- ¿No me digas? Otro que quiere ver la parroquia. ¿Qué tiene de especial?
- ¿Llegó un hombre antes que yo?
- Sí, está adentro ahora mismo. ¿Por qué la parroquia pequeña?
- ¿No es la parroquia de Román Herrera?- El mesero se limpió las manos con su trapo sucio y sonrió divertido.
- No, claro que no. El río cambió de dirección hace un año, tuvimos que cambiar la parroquia de lugar piedra por piedra. Nunca quedó igual, ésta quedó más pequeña.
- ¿Crees que me podrías enseñar dónde estaba la vieja parroquia?
- ¿Cuál es el apuro?- El mesero empezó a desconfiar cuando Rolando le jaló del brazo para alejarse de la parroquia en la plaza.- No quiero problemas señor.
- Calma, no te meterás en problemas. Un amigo mío enterró dinero en el altar y lo compartiré contigo si me ayudas.- El joven lo pensó mientras caminaba y súbitamente echó a correr señalando con los brazos el camino al río.
- No queda lejos y el río está bajo.- Rolando le acompañó a un camino que corría paralelo al río, ahora reducido a un riachuelo frío.- Su amigo allá en el pueblo no me dijo nada de un dinero.
- No es de la clase que comparte.- El mesero se guió por unas piedras en el suelo y midió diez pasos.- ¿Dónde habría estado el altar?, ¿sabes eso?
- Claro que sí, eso fue lo primero en inundarse.- Marcó el río con su bota y empezó a cavar con las manos, soportando el helado riachuelo.
- Tengo una pala en mi camioneta, no te muevas de aquí.

            Rolando corrió con todas sus fuerzas hasta la camioneta y nerviosamente encendió el motor uniendo los cables. Sabía que no podría huir hasta la frontera usando un vehículo militar, pero serviría su propósito. Con el dinero podría comprarse cualquier coche que quisiera, o robar uno y llegar a la frontera al amanecer. Aceleró con todo lo que el motor podía darle y trabajosamente mantuvo el coche en el estrecho camino helado, las llantas parecían tener vida propia y llevaban a la camioneta de un lado a otro. Estacionó a un lado de su nuevo amigo sin nombre y sacó la pala de la cajuela. Cavaron por turnos, el que no tenía la pala hacía lo posible por desviar el tímido riachuelo. La húmeda tierra dio lugar a los cimientos de piedra compacta. Desesperado por terminar Rolando usó la pala como pico hasta romper las piedras. El mesero las retiró con las manos y cuando sintió una maleta se puso de pie de un brinco y empezó a bailar.
- ¡Lo encontramos extraño!
- Y lo prometido es deuda amigo, ya verás.- Rolando se hincó y trató de sacar la maleta, atorada entre las piedras. Con las manos temblando de frío y excitación zafó las piedras que faltaban y con grandes esfuerzos jaló la maleta hasta al suelo.- Aquí está, seremos ricos.
- ¿Por qué en plural?- Reconoció la voz de inmediato, era el Indio. Con una mano sostenía su pistola, con la otra mantenía al mesero como rehén apretándole del cuello.- Dame ese dinero.
- Debí matarte en esa parroquia Indio.
- Lanza la maleta para aquí.- Rolando cargó la pesada maleta envuelta en plástico, pesaba una tonelada y haciendo impulso la lanzó a un lado del Indio.- Te doy un minuto de ventaja, deja el dinero aquí y empieza a correr.
- Está bien, tú ganas. Déjame usar la camioneta, me moriré de frío si no.
- ¿Y eso a mí qué me importa? El minuto está corriendo.

            Rolando empezó a caminar del lado, sin quitarle los ojos de encima al Indio traicionero. El mesero seguía luchando por su vida, aunque Rolando sabía que era inútil, el Indio lo mataría después de matarlo a él. Paso a paso se fue alejando hasta que pateó la pala y aprovechando un descuido del Indio sacó la pistola y disparó. Los tiros le fallaron, pero mataron al mesero quien cayó al suelo como peso muerto. El Indio disparó un par de veces, las balas le fallaron a Rolando por centímetros. Las balas habían atravesado al mesero y llegado al costado del Indio quien después de dos disparos hizo una mueca de dolor y soltó el arma. Rolando disparó de nuevo, pero ya no tenía balas. Aprovechando que la pala estaba a sus pies la recogió y con todas sus fuerzas lo golpeó en el costado. El Indio se lanzó sobre él tratando de asfixiarlo con su mano derecha. Rolando sostuvo la pala y dejó que se deslizara en su mano hasta la parte metálica. El Indio apretó con más fuerza, Rolando se puso morado y manchas negras empezaron a invadir su visión. En un último intento desesperado blandió la pala y la enterró en el cuello del Indio. La sangre manó como una fuente y le dejó ir. Rolando tosió y trató de recuperar el aliento. El Indio se agitaba en el suelo como poseído por un demonio, su mano se posó sobre una piedra y de un golpazo le dio a Rolando en la cabeza.
- Hijo de perra, muérete de una vez.- Rolando se puso de pie, pala en mano y la enterró en su pecho dejando caer todo su cuerpo. El Indio le miró como si no entendiera nada y murió.

            Mareado y muerto de frío cargó la maleta a la camioneta militar. Aceleró fuera de Milagros y en dirección a la frontera con un ojo en el camino y otro en la maleta cerrada. Trató de ubicarse, planeando cómo deshacerse del auto y cuándo. Se alejó del rancho de Emiliano el negro, no recibiría la misma hospitalidad dos veces. No podía unirse al camino oficial, ni tampoco por el camino secundario así que se salió del camino confiando en que la camioneta podría aguantar el terreno. El golpe a la cabeza lo mantenía mareado, pero se rehusaba a abrir la ventana y dejar entrar el aire frío. Encendió la radio y subió el volumen con la esperanza que el noticiero de madrugada lo lograra despertar. Había escuchado tantas veces la misma noticia que ya no prestaba atención, eran siempre las mismas historias de terror sobre levantados y descabezados. La mención del pueblo de las Cruces fue lo único que lo despertó por completo.
- Fuentes cercanas a la procuraduría general de Justicia afirman que la masacre en las Cruces Chihuahua fue obra de una banda de sicarios liderada por los hermanos García. El gobernador está preparando un comunicado que dará a conocer en las próximas horas donde detalla su plan de acción frente a la masacre ocurrida anoche y al ataque al retén militar #404 donde más de treinta personas murieron. Los soldados Gerardo Loria, Arturo Godínez y el capitán Dionisio Orozco murieron camino al hospital. Según la investigación preliminar el ataque fue planeado por Eduardo Morín alias el feo, quien también murió en el atentado. Se especula que fue ajuste de cuentas después que el ejército tomara el rancho de Emiliano Huerta, alias el negro, donde murieron más de quince sicarios, entre ellos Rubén Rodríguez alias el “R.R.” buscado por más de un año por autoridades americanas por la muerte de quince turistas hace seis meses.

            Con sangre manando de su cabeza Rolando trató de respirar tranquilo. Histéricamente, mientras su visión se nublaba y el miedo se apoderaba de su cuerpo abrió la maleta usando un cuchillo. Metió las manos entre los papeles y sacó periódicos viejos. Llorando recordó el funeral de Paco Cano, donde se había despedido de su amigo por última vez. Se limpió la sangre y las lágrimas con los viejos periódicos amarillentos y abrió la puerta del copiloto a patadas para tirar la maleta que tantos horrores le habían causado. Gritando desconsoladamente trató de pensar fríamente, calcular cuánto le faltaba para la frontera. Su cuerpo se fue enfriando sin importar cuánta calefacción tuviera el coche y una neblina cubría sus ojos. Se quedó dormido sin darse cuenta, le pareció un segundo, pero todo a su alrededor había cambiado. Pudo ver el árbol muerto antes de dar el volantazo y la camioneta se derrapó en la fría roca y se estrelló de lado. Su cabeza rebotó del respaldo al volante y perdió el conocimiento.

            Rolando despertó mientras la camioneta aún se sacudía por la carretera de tierra. El sacerdote le ofreció mezcal de una botella de cristal sin etiqueta y le miró como los viejos miran a los jóvenes tercos. Rolando Bernal aceptó el trago y revisó su camisa de seda floreada, tenía sangre pero no parecía estar lastimado de gravedad.
- Ángel Cabrera.- Dijo el sacerdote mientras le extendía la mano.- Estuviste en un accidente no muy lejos de aquí. Llevabas más de una hora dormido, ¿cómo te sientes?
- Como si Dios me hubiera dado una segunda oportunidad.
- Pero no olvides muchacho, Dios ofrece y uno hace lo demás.
- Y la voy a aprovechar. ¿Adónde vas?
- Voy a Ascensión, ¿dónde te dejo?
- Ascensión está bien.


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