miércoles, 22 de julio de 2015

Con el peso del pasado

Con el peso del pasado
Por: Juan Sebastián Ohem

Del escritorio del detective Larry Gustav Ozfelian

            Winston Fredericks está rojo. Tiene los ojos de una fiera. Sus manos descansan sobre una montaña de documentos y expedientes. No es la primera vez. Trató de acorralarme hace seis años, por el homicidio de Terry y Daisy Kinnley. La pareja había matado a su hijo adoptivo en una disputa. No había suficiente evidencia. Estaban muy seguros de sí mismos. Lo suficiente como para decírmelo en la cara. Ese fue su último error. Winston sabía que fui yo. Lo sabía con certeza metafísica. Me libré por falta de evidencias y por la honorable intervención de Bosch, el jefe de detectives. Ahora me tiene de nuevo, al menos eso cree. Habla de Herbert Hill como si hubiese sido un santo. Mató a una prostituta a golpes, torturó a la hija pequeña de la prosti y mató al padrote. Hill no era un santo. Yo tampoco. Fredericks le trata de demostrar a la comisión investigadora que traté de extorsionar a Hill, que accedió y más tarde el remordimiento lo llevó al suicidio. Fredericks me mira como un niño hambriento a una hamburguesa, pero ésta vez él está equivocado. No que importe, la verdad no tiene nada que ver en esto. Pise demasiados pies. Alguien me quiere rostizado. Puedo oler mi carne quemada mientras los tres investigadores dan sus últimas opiniones. La diminuta silla de madera es más incómoda que una celda. Las luces sobre mí me hacen sudar. Cuando finalmente termina la sesión del día, estoy cansado y frustrado.


            Una cacería de brujas. Mi abogado se lo tomaba en serio. Ese fue su error. Lo despedí cuando insinuó traer un polígrafo. A Winston le encantaría saber más sobre mi pasado. Afortunadamente para mí hay partes de mi pasado que coinciden con el pasado de gente importante. Mi cochinero es el suyo. Ahora entiendo a Vinnie Paranoias, el teniente frío y analítico que se preocupa más por la política que por los casos en los que trabajamos. Winston se despide con un caballo de Troya “Bosch está cansado de ti, dinosaurio, él ya no te protegerá”. Lo miro de arriba para abajo y acaricio mi pistola, le hago saber que soy peor de lo que piensa pero mejor de lo que desearía.
- Larry, tenemos algo.- Felton se acariciaba el lugar donde había estado su bigote.
- Y yo que quería descansar un momento.
- Vamos viejo, puedes descansar en el auto.
- Tu refinado sentido del humor.- Lo detengo con un gesto.- Martin creo que todavía tienes un bigote de leche.
- ¿Aquí?- Se señala consternado. Me parto de la risa mientras le quito las llaves del auto.

            El vecino llamó a la policía al ver que el enorme rottweiler del vecino estaba suelto y la puerta delantera estaba abierta. Es la zona aparentemente civilizada de Baltic, casas delgadas de ladrillos de dos plantas. Para cuando llegamos el lugar está rodeado de patrullas y mirones. El cadáver está en el recibidor. Alguien estaba furioso. El sujeto fue atacado contra la garganta con un cuchillo grande, heridas en los brazos indican que se resistió, pero era demasiado tarde.
- La identificación en la cartera dice que se llamaba Jack Conroy.- Explicó con uno de los uniformados, mientras los peritos de escena del crimen tomaban fotos.
- ¿Qué han descubierto los Einstein de la investigación forense?
- Se defendió, y según los patrones de sangre en las paredes y en los muebles, fue asesinado de espaldas a la puerta, probablemente a la entrada de la cocina.
- La cerradura no parece haber sido forzada.- Dijo Felton.- El señor Conroy conocía a su asesino.
- Vaya amistades.- Exploramos la pequeña casa de Conroy. Discos de Jazz, libros sobre Jazz, todo en orden y una maleta con un millón de dólares en efectivo descansando sobre un mueble al lado de las escaleras.- Jazz y mucho dinero en efectivo. Normalmente esas dos cosas no se juntan.
- Es un millón cerrado.- Dijo el uniformado que contaba los fajos y los guardaba en las bolsas de evidencia.
- ¿Qué opinas?- La clásica táctica de Felton cuando no sabe qué decir.
- Algo salió mal, y no me refiero al matarlo. Eso salió bien. Me refiero al dinero.
- Mira.- Martin tomó una de las fotografías al lado de la maleta marrón con el dinero. El difunto y varias meseras frente a la barra de un bar, sobre ellos el letrero “Midnite Jazz”.
- ¿Encontraron el arma homicida?
- Estaba en los arbustos.- Uno de los peritos acercó la bolsa de evidencia. Un cuchillo grande de carnicero, para cortar carnes.- Trataremos de sacar huellas digitales, pero parece que fue limpiado.
- Notifiquen a su familia, si tiene alguna. No veo fotos familiares, ni parece del tipo sentimental. Iremos al bar para hablar con sus empleados.

            Felton está emocionado. Ama el jazz. Yo estoy más emocionado por el prospecto del whiskey. El Midnite Jazz es un bar mediocre en el sur de Pacific, casi en Morton. Solía ser una bodega, ahora tiene un pequeño escenario y veinte mesas. Voy directo a la barra. Es temprano en la mañana, pero me siento como si hubiera pasado una semana. Aún puedo oler el aliento de Winston Fredericks. El sujeto de la barra sabe que soy policía, aún así espera que le pague. Medito la posibilidad de golpearlo con mi arma. La desecho. Hay cosas más importantes que hacer. Martin reúne a las meseras y al del bar y les da la noticia. Caras tristes. La iluminación es un asco y no hay ventanas, aún así se puede ver el descontento.

            Entrevistamos a las meseras. Chicas altas. Faldas cortas y escotes amplios. No sé para qué, con la iluminación que tienen con suerte los clientes verán sus vasos. Fumo un cigarro y me termino el whisky mientras Martin y yo absorbemos la Gestalt del lugar. Midnite Jazz era el sueño de Conroy. Obtuvo su jazz a la media noche, un solo con un cuchillo de carnicero. Financiaba su pocilga con su verdadero negocio, las apuestas. No dieron específicos, no los pedimos, pero nos aseguraron que tenía más clientes apostadores que clientes en su bar. Les pagaba bien, pero no a los músicos. En su concepto de jazz no entra el salario mínimo, ni a tiempo. Las meseras los refieren a los músicos que afinan sus instrumentos al fondo del bar, sobre el escenario.
- Detective Ozfelian y éste es mi compañero el detective Felton, queremos hacerles unas preguntas.- Los tres músicos los miran con miedo. Tres negritos flacuchos con ojos rojos. En la oscuridad pude adivinar marcas de aguja.- Jack Conroy fue asesinado anoche, ¿es cierto que tenía problemas con los músicos?
- No que yo sepa.- Dijo el líder del grupo.- Pagaba bien, todos lo queríamos.
- Que extraño, me contaron otro cuento.- Le doy una cachetada y señalo al más débil de los tres.
- La paga es miserable, pero no era mala persona. Me dejó apostarle a los caballos y no me cobró intereses. Menner lo odia, se pelearon ayer en la tarde.
- ¿Quién es Menner?
- W.G. Menner. William George. Creo que se llama así.- Respondió el líder de los fracasados. El golpe no había sido fuerte, pero lo había despertado de su trance. Estaba obediente como un perrito.- Menner es saxofonista, es bueno aunque no el mejor. Estaba enojado porque no le pagaron a tiempo. Nosotros no hacemos eso, necesitamos el dinero.
- ¿Y Menner no lo necesita?
- No es eso, es que se cree hecho por los dioses. Tiene un amorío con una chica rica, una pelirroja con un tatuaje en la mano. Una media luna en la mano izquierda.
- ¿Qué hay de Conroy? Además de esta riña, ¿Conroy tenía pareja?
- Esther Mulligan. Rara vez venía, pero se notaba que eran novios.
- ¿Dónde puedo encontrar a Menner?
- W.G tiene un departamento, pero no recuerdo donde.
- ¿Alguna libreta donde anotaba nombres y deudas?
- No, él era famoso por su memoria. Lo tenía todo en su cabeza.
- Martin, - nos despedimos de los músicos y regresamos hacia las meseras.- quédate aquí. Quiero que compiles una lista de personas que apostaban con Jack Conroy. Estoy seguro que saben más de lo que dicen. Si amaba a este lugar, entonces probablemente habló con sus apostadores aquí en algún momento. 
- ¿Y tú qué harás?
- Quiero encontrar al jazzista y a su novia.

            El viaje a la comisaría no es tranquilo. Pienso en Fredericks y sus marionetas montando su investigación en mi contra. Puedo oler el pasillo de la prisión, y no me gusta. Trato de distraerme con Jack Conroy. Quienquiera que le haya arrancado la garganta con ese cuchillo sabía lo que hacía. Me sorprende que no se llevara el dinero. Quizás no sabía exactamente lo que hacía, o quizás quiere que piense eso. ¿Qué quiero que piense Winston? Que se vaya al demonio Fredericks, escojo a Conroy mil veces por encima. Con o sin garganta, es menos molesto.

            Cubículos de madera. Humo de cigarro. Las máquinas de escribir suenan como fuego de metralla. Los sombreros cuelgan de pequeños percheros. Los detectives me miran y cuchichean. Mis días están contados. En el escuadrón anti-bandas me dijeron eso al menos seis veces. Les demostré que este dinosaurio tiene trucos bajo la manga. El teniente me llama. No está solo. Lo acompaña el capitán Adam Corbett, una mole calva y de anchos hombros. El teniente me mira sin decir nada. El capitán cierra la puerta y bufa.
- Seré breve, detective Ozelian.
- Ozfelian.
- Como sea.- El capitán se aclaró la garganta y fijó sus ojos azules en mí.- Lo quiero fuera de la investigación del asesinato de Jack Conroy.
- ¿Y puedo preguntar por qué?
- No, no puede. Pero se lo diré de todas formas. Está siendo investigado por extorsión y homicidio culposo. Su participación en este o cualquier caso puede significar exoneraciones en la corte. Quien sea arrestado puede usar su oscuro pasado para demostrar fallas en la investigación.
- ¿Teniente, usted qué piensa?- Vincent Simone se remueve en su sillón, visiblemente incómodo.
- No le pregunte al teniente. Es una orden directa de su superior.
- Ustedes los capitanes tienen una forma muy rara de ver las cosas. He estado en el lodo desde el principio, trabajando los casos más oscuros y sórdidos de la ciudad. Mis métodos no son los más limpios, pero me necesitan. Me necesita más de lo que yo lo necesito a usted.
- ¡Ozfelian!- El capitán estaba rojo de furia.
- Me asignan al lodo y después me persiguen porque tengo las manos sucias. No recuerdo a ningún capitán tomándome de la mano cuando trabajaba en anti-bandas y resolvía guerras de pandillas sin soltar una sola bala. Claro, siempre y cuando no se vea todo estará bien.
- Le advierto detective, ya de por si está en hielo fino.- El capitán salió de la oficina dando pisotones. Simone y yo nos quedamos viendo, sin saber qué decir.
- ¿Me asignan al lodo y me persiguen por que mis manos están sucias? Brillante.- Dijo Vincent, con media sonrisa en el rostro. Media sonrisa es lo más que cualquier mortal podría aspirar.
- ¿Qué interés tienen Corbett con Conroy?
- No lo sé, pero por sobre todas las cosas no me gusta ser manipulado por los capitanes.
- Eso quiere decir que no estoy fuera del caso.
- ¿Usted qué cree Ozfelian?

Claro como el agua. El lenguaje del teniente es parco, se limita a palabras claves, a miradas e intenciones ocultas. Un juego peligroso que domina con facilidad. No estoy hecho para eso. Que el teniente se ocupe de Corbett, yo quiero hablar con Menner. Consigo su dirección haciendo llamadas y rastreando su nombre con la compañía de luz. Manejo a la 33 con Figueroa, William George Menner no se da la gran vida. El edificio es una madriguera. El camello en la entrada quiere veinte dólares. Nada de lo que hay adentro vale tanto.
- Menner, abre la puerta.- Golpeo con furia su puerta  y tapo la mira. No quiero que corra.
- ¿Quién es?- Apenas abre la puerta un par de centímetros lanzo mi peso contra él y saco mi arma. El departamento está prácticamente vacío. Un par de sillones, un televisor sobre un tabique, y un par de cómodas anticuadas. No hay nadie más.
- Detective Larry Ozfelian, quiero hacerte preguntas y no quería que te asustaras.
- Tiene una manera extraña de hacer eso.- Su mirada lo  traiciona. Está viendo hacia el televisor. Lo agarro de su flacucho y blancuzco brazo y reviso detrás del aparato. Suficiente cocaína y heroína para arrestarlo por intención de venta.
- Tranquilo chico, si juegas tu papel todo saldrá bien.- Enciendo dos cigarros y le paso uno. Se sienta en uno de sus sillones y tiembla.- Jack Conroy, ¿lo conoces?
- Usted sabe que sí. Soy jazzista y a veces toco en su local. Es una rata, ¿por qué la pregunta?
- La rata está muerta. Anoche lo mataron con extrema violencia. Fue algo personal.
- Pues yo no fui, si a eso se refiere.
- ¿Por qué no? Claramente necesitas el dinero.
- Conroy era una rata, pero no valía la pena matarlo. Al menos no para mí. Tenía mucho dinero porque estaba bien conectado. Además de las apuestas, ¿sabía que era corredor de apuestas?
- Sí, ya lo sabía. ¿Qué quieres decir con que estaba conectado?
- Estaba conectado con gente rica, la clase de gente que no haces enojar. Sé que tenía tratos con un Roger Lawrence Pickwood III para construir un galgódromo.
- Un gran paso para un corredor de apuestas. Conroy no es el único conectado, ¿no es así?
- No sé de qué me habla.
- No me mientas Menner, puedo hacer de tu vida un infierno. Odio el jazz y a los jazzistas. Así que sé honesto conmigo, ¿quién es la chica del tatuaje de media luna?
- Ella y yo somos… Amigos. Está bien, somos más que amigos. Le gustan los jazzistas como yo.
- ¿Muertos de hambre?
- Talentosos.
- Si tú lo dices. ¿Nombre?
- Anastasia Bell. Estuve con ella anoche.- Fumé en silencio mientras pensaba. Apagué el cigarro en el sillón de Menner, a un lado de su mano.
- ¿Ella te mantiene? Tienes hábitos caros y no parece que tu carrera esté volando por los cielos.
- Sí, ella es… quiero decir que tiene dinero. Es la prometida de Roger Pickwood.
- Interesante. Te acuestas con la prometida del socio de tu jefe.
- Pickwood es un perfecto idiota.
- No lo dudo chico, cualquiera que incluya números en su nombre está en mi lista de idiotas. ¿El duque Pickwood tercero sabe del amorío?
- No lo creo. No me importa.
- Eso es todo. Por ahora. Me mantendré en contacto. Si tratas de abandonar la ciudad te cazaré como a un perro. ¿Nos entendemos?
- Entiendo la rutina.
- Eso es lo que me asusta Menner. Eso es lo que me asusta.

            De regreso a la comisaría y Felton está haciendo aviones de papel. Trata de que lleguen al bote de basura. Como ingeniero aerodinámico se moriría de hambre. Lo sorprendo por atrás. Por poco se cae de su silla. Cuelgo mi sombrero y le doy un par de tragos a mi licorera antes de preguntar. Martin saca una hoja con nombres posibles.
- Aquí tengo de todo. He checado algunos nombres. Muchos no aparecen en ninguna parte, alias o gente sin arrestos. Tendría sentido, casi todos los nombres que pude verificar son de gente acaudalada. Jack Conroy era inteligente, sólo aceptaba apuestas de gente que pudiera pagarlas.
- Conroy estaba asociado con un Roger Lawrence Pickwood III. Menner se tira a su prometida, la mujer del tatuaje en la mano, Anastasia Bell.
- Vaya nombrecito. ¿Qué hacían juntos Conroy y el III?
- Un galgódromo.- Se le iluminó la cara.- Dime que tienes algo y no te emocionaste porque te acordaste dónde dejaste las llaves de tu casa.
- Entre los nombres que pude verificar hay una entrenadora de galgos. Moira Stevenson
- ¿Tienes su dirección?
- Sí, aquí la tengo.
- Bien, antes de hablar con ella quiero busques las direcciones de la novia de Conroy, Esther Mulligan, y del pedante Pickwood y su prometida virginal. Si estamos tratando con gente rica, quizás el teniente sepa algo de ellos.- Toco la puerta cuando el teniente lee una guía de términos legales y procedimientos judiciales interdepartamentales. Leer el título en el dorso del libro me provoca dolor de cabeza. Estudia mi caso, pero me preocupa que lo estudie más como una curiosidad que con la intención de ayudarme.
- ¿Qué ocurre Ozfelian?
- Nos estamos haciendo una idea más o menos sólida de nuestra víctima. Hay varios nombres de gente con dinero. No es mi mundo, por eso quiero pasarle algunos nombres para que me diga si le resultan conocidos.
- ¿Gente rica? Parece que estamos cerca de descubrir cuál es el interés de Corbett en el caso.
- Roger Lawrence Pickwood III, Anastasia Bell, Moira Stevenson y también parece que estaban construyendo un nuevo galgódromo. Eso implica mucho dinero. ¿Sabe algo sobre cualquiera de los anteriores? Quizás alguno de ellos es amigo del capitán, o quizás también es socio para la construcción del galgódromo.
- No me suena ningún nombre, pero lo investigaré por mi parte. La actitud del capitán Corbett me ha dejado intrigado. ¿Cuál es su siguiente paso?
- Esther Mulligan, la novia de Conroy. No hay que desechar la idea de una pelea de amantes.
- Dudo que sea tan sencillo, pero me parece que es el camino correcto.

            Armados con la bendición papal Martin y yo visitamos la casita de una planta de Esther Mulligan. El estilo falso colonial desentona con las demás casas. Jardines delanteros con pasto amarillento. Puertas de mosquiteros. Vecinas en bata y rulos a las tres de la tarde. Latas de cerveza alrededor de los botes metálicos de basura. Mulligan contestó de inmediato. Le dimos la noticia. Rompió a llorar. No había oído de él por muchas horas, estaba preocupada. Nos sentamos en la sala y esperamos a que deje de llorar.
- ¿Quién lo hizo?
- En eso estamos señorita Mulligan. ¿Quiere un café? Martin, ve a la cocina y prepara café.- Me ajusto la corbata, nuestro código secreto para “ve a husmear en la casa mientras la mantengo distraída”.- Hábleme de su novio. ¿Tenía deudas de juego?
- ¿De qué me habla?
- Era agente independiente de apuestas. Es posible que él mismo apostara.
- No, Jack era cuidadoso. Ni siquiera pensaba que lo que hacía era ilegal. Nadie salía lastimado.
- A menos que alguien no pagara, ¿a quién mandaba para disciplinarlos?
- Se ha confundido de persona, mi Jack no haría nada de eso. Tenía ideas raras sobre las inversiones, eso es todo.- Se limpia la nariz y le ofrezco un cigarro.- ¿Puede creer que lo dejé hace años? Al cigarro me refiero.
- Yo lo dejo todas las noches, y lo recupero todas las mañanas. Hábleme del galgódromo.
- Esa maldita cosa era todo en lo que Jack podía pensar. Soñaba dormido y despierto. Tendría otro Midnite Jazz en las instalaciones. Sería agente de apuestas legal. Estaba demasiado tenso.
- ¿Querían viajar a París?- Felton trajo una taza de café y un panfleto sobre París con dos boletos aún sin fechar.- Veo que las reservaciones no tenían fechas.
- Él no estaba seguro, quería quedarse hasta que el galgódromo se terminase, pero eso no iba a pasar. Pickwood tiene toda clase de excusas. Que si la maquinaria se echó a perder con la lluvia, que si los obreros hicieron huelga, que si les desconectan la electricidad por accidente. Excusas.
- Así que Conroy pone el dinero y Pickwood pone las excusas, ¿algo así?
- Sí, más o menos. – Usó una taza vacía como cenicero y me lo extendió para que lo usara.
- ¿Además de Pickwood, se le ocurre algún enemigo?
- Roger y Jack no eran enemigos, yo le dije mil veces que Roger estaba retrasando tanto la obra que pronto nos quedaríamos sin dinero y sin galgódromo.
- ¿Usted vivía de lo que ganaba su novio? – Martin apuntaba todo a mil por hora, como el teniente le había enseñado. Vinnie paranoias no es tonto, sabe que si Martin escribe todo con detalle no podrá hablar y decir alguna tontería.
- La verdad es que sí. Me gustaría mentirles, sé que admitir esto me hace sospechosa, pero  la triste realidad es que mis negocios nunca funcionan. El único que funcionaba era mi taller de autopartes, lo cerré cuando me mudé aquí hace más de tres años.
- ¿Y ahora tiene algún negocio por su cuenta?
- Jardinería y diseño de interiores. Me mato trabajando, pero no consigo buen dinero. Anoche pasé casi toda la noche en el jardín de Marie cavando para poner más árboles y plantando más flores.
- ¿Marie?
- Marie Rockwell, una conocida de Jack.
- ¿Qué hay del Midnite Jazz, su novio tenía enemigos?- Esther lo pensó por un largo tiempo, hasta que resopló.- ¿Está pensando en alguien en específico?
- ¿Qué quiere que le diga? Los músicos no lo querían. Jack siempre tenía en la cabeza la idea del jazzista que gana miserias y tiene más talento que necesidad.
- William George Menner.- Esther afirmó con un gesto.
- No conozco a Menner personalmente, más allá de que es músico. Me lo presentó Anastasia, la prometida de Pickwood, son amigos. Jack ya lo había mencionado, pero no creo que fuese capaz de matar a mi novio. Aunque claro, alguien fue capaz.
- Sí, alguien. Encontraremos a ese alguien, señorita Mulligan.

            El sol azota al pavimento. El tráfico común parece peor, las camisas tienen manchas de sudor y las mujeres han perdido el maquillaje. Martin se pone nervioso, ahora que no tiene su bigote no sabe qué hacer con sus manos. Quiere sintonizar jazz, se lo prohíbo. Suficiente jazz de medianoche para durarnos un mes. Sé que tocará el tema, no lo puede resistir. Saboreo su indecisión. Cuando finalmente lo hace se atraganta con la saliva y pierde la voz por un momento.
- ¿Y cómo te va con la investigación? – No puedo ser muy estricto con él, fue su mejor intento.
- De maravilla, el presidente se reunirá conmigo mañana para que coordinemos mi camino al estrellato. ¿Cómo crees que me va? Son policías que queman policías.
- Mi primo es abogado, si quieres puedo llamarlo.- Me arrepiento de ser tan duro con él. Martin es un buen chico, pero está en el lugar equivocado. Conmigo. Alguien tiene que enseñarle que el mundo es una fiera que te mastica y te escupe.
- No, gracias. No vale la pena hundir la carrera de nadie más junto con la mía.
- ¿Tan mal? Eres el mago de Oz, si alguien puede quitárselos de encima, eres tú.
- ¿Qué puedo decir? Mi magia no sirve con esos traidores. Recuérdalo bien Martin, el día que vendes a una placa por una promoción, vendes tu alma. Somos una hermandad. Somos lo único que detiene que las bestias que ves allá afuera se maten entre ellas. No me importa si el policía mató a golpes a una monja, venderlo es traición.
- ¿Qué tan sólida es su evidencia?
- Soy inocente, es lo único que diré. No extorsioné a Herbert Hill y no lo llevé al suicidio.- Enciendo un cigarro y me doy cuenta de lo que pasa.- Apelas a mi vanidad, ¿qué es lo que quieres?
- Jazz Oz, quiero Jazz.
- Está bien, vuélvete loco.- Lo sintoniza y lo amplifica. Me echa a perder mi cigarro.

            Moira Stevenson vive en un pequeño departamento en un edificio de tres plantas. Todo en su interior se centra alrededor de su granja de galgos. Fotografías, recortes de periódico, trofeos y pinturas de perro. Moira no está feliz de vernos. Es más hermosa de lo que había pensado. Esperaba un híbrido entre un galgo y un humano, pero sus facciones eran finas y su cuerpo atlético.
- Jack Conroy falleció anoche. Sabemos que usted estaba interesada en que se abriera el galgódromo de Pickwood. ¿Es cierto?
- Pobre Jack… ¿Creen que su muerte está relacionada con el galgódromo?
- Puede ser. ¿Qué le hace creer eso?
- El galgódromo era su sueño. El mío también. Mantener esa granja no es fácil. Necesitan un lugar donde correr, un lugar fijo. Los infinitos retrasos y las constantes excusas parece que impidieron que Jack pudiera ver el fruto de su sueño, y de su financiamiento.
- ¿Qué tan bien conocía a Conroy?
- No muy bien. Lo conocí a través de una conocida mutua, Marie Rockwell.
- ¿También entrena perros?- Me rasco la frente, señal para Martin de que se calle y apunte cada palabra. Moira trata de evadir la pregunta, habla sobre entrenar galgos y su granja.
- ¿Marie Rockwell?- Moira se sirve algo de beber y se sienta en un sillón.
- ¿Estarían ustedes interesados en delitos menores que podrían existir en la periferia de su caso?
- No, en lo absoluto.- Miento, pero es la respuesta que ella quiere. Los casos son su periferia, es la única manera de verlo. Moira parece aliviada, pero mira con sospecha a Martin, mientras sigue escribiendo. Le hago una señal para que no registre las actividades ilegales.
- Vivimos, o vivíamos, en un ambiente que le coquetea a la ilegalidad. Yo entreno y corro perros para apuestas, Jack era agente de apuestas, y queríamos que ese maldito de Pickwood III construyera un centro de apuestas.
- ¿Y Marie Rockwell?
- Marie tiene un negocio exitoso. Ella apuesta con Jack, o apostaba, a nombre de chicos ricos. Las apuestas son a través de ella, Conroy no sabía sus nombres, perfecto anonimato. Si la policía investigaba, como ahora, solo sabrían de su nombre y no de los verdaderos apostadores. Claro, ella se lleva una buena tajada de las victorias.
- Una prestanombres de gente rica. Ya van dos prestanombres en lo que va del caso.
- ¿Quién más además de Marie?
- El mismo Conroy, ¿o acaso hay recibos de su dinero a su nombre entre los papeles de Pickwood?
- No sé qué haya entre los papeles de ese engreído, pero sin duda no aparece Jack por nombre. El Midnite Jazz no deja lo suficiente, la mayor parte de las ganancias vienen de las apuestas.
- Apuesto que se siente mejor. Habiendo confesado ese asunto de Marie.
- Sí, mejor. Aunque la muerte de Jack… Es desafortunada.
- ¿Dónde estaba anoche?
- En el Bongo. Es un bar sobre la 21, a pocas cuadras de aquí. Estoy segura de mi inocencia, no me molestaría si preguntan por mí. Les dirán que estuve ahí toda la noche. Me encanta el jazz.
- Bien por usted.- Nos despedimos y no lo dudamos ni un minuto. Tenemos que ir al Bongo.
- ¿La mujer tostada con lindo cuerpo?- Preguntó uno de los meseros del Bongo.- Sí, la recuerdo. Moira algo. Fue noche de jazz, ella se queda toda la noche oyendo a los distintos músicos.
- ¿La recuerdan a pesar de toda la gente?- El local era grande, y el mesero no parecía dudarlo.
- Anoche eran puros desconocidos. Jerry Como, Louis Barry, W.G. Menner y otros más.
- Gracias.- Salimos a la calle. La luz me deslumbra, pero la coincidencia me enfría.
- Es mucha coincidencia.- Dice Felton.- ¿Crees que se conocen?
- En el sentido bíblico Martin. Más importante aún, Menner mintió.- El sol me fastidia.- Vamos, hay que hablar con su alteza Roger Lawrence Pickwood III.

            Llega un Mercedes-Benz al mismo tiempo que nosotros. El sol comienza a ponerse y resalta las mansiones del norte de Transit. Estoy cansado. Quiero golpear alguien. Con suerte le arruinaré al día a Pickwood III. Nos hace pasar una ama de llaves, nos anuncia como “Ozelian y Fellini”. Está cansada y neurótica. No la culpo, la mansión tiene tres pisos y ocupa una cuadra entera. Debe recoger mucho polvo.
- Detectives Ozfelian y Felton. Queremos hacerle unas preguntas sobre Jack Conroy.
- Sí, supe de su muerte.- Es alto y con cara de caballo. Su traje cuesta más que mi pensión. Nos hace pasar a su lujosa sala. Martin babea con su colección de discos de Jazz, yo babeo por su colección de botellas de whisky.- Jack era uno de mis inversores principales.
- ¿Inversor de qué? Por lo que he escuchado ese galgódromo es una fantasía.
- Tuvimos problemas con la compañía de luz y una dragadora se descompuso. Ha sido un desastre. Le diré lo mismo que le dije a Conroy, los sueños tardan en materializarse.
- Los sueños de Conroy se refiere, usted parece vivir el sueño.- Pickwood se ríe con una risa falsa y aguda. Le gusta pretender que es rico. Su ama de llaves quizás le crea. Sin duda su prometida adúltera. Martin incluso le cree. Yo no. Si es tan rico ¿por qué necesita del dinero de un agente de apuestas en un roñoso bar de jazz?
- No es mi único inversor.
- Moira Stevenson.
- Entre otros. Moira aporta unas sumas ridículas. La verdad es que necesita el dinero que ganará con mi proyecto y lo necesita urgentemente, su granja es un desastre. Sus galgos tienen los peores promedios del estado. Le prometí que no le cobraría comisión por dejar que sus galgos compitan.
- El sueño americano. Proyectos, fantasías y avaricia. Les vendió a Conroy y a su novia unas lindas ideas, pero como usted dice, tardan en materializarse. Lástima que Jack no tenía suficiente tiempo.
- Ni me hable de su novia. Esther Mulligan le robaba dinero a Jack, es una ladrona y siempre lo ha sido.
- ¿Otra vez hablando mal de Esther? pensé que teníamos un trato.- Anastasia Bell bajó de las escaleras con un vestido tan caro como mi auto. Es esbelta y pelirroja. Empuja sus caderas cuando camina. Sus ojos se posan sobre mí y súbitamente deseo ese whisky más y más.
- Disculpen a mi prometida, Anastasia Bell. Es amiga de Esther, siempre lo ha sido. Anastasia la sacó de la pobreza y prácticamente la mantuvo con vida hasta que encontró a Jack.
- ¿Cuál es su relación con Marie Rockkwell?- Martin finalmente intervino cuando el silencio se hizo demasiado incómodo. Anastasia me aguantaba la mirada, me veía de lado a lado y no se dejaba apantallar. Su prometido se conformaba con mirar el fondo de su vaso.
- Marie era cercana a Jack, creo que hizo un par de apuestas.
- Hizo más que un par de apuestas y todos aquí lo sabemos. No la arrestaremos por eso.
- Eso es un alivio.- Apuró su trago y lo dejó en la barra.- Nosotros no apostamos, sabemos el valor del dinero, pero siempre hay algunos que les gusta ensuciarse un poco. Usted comprenderá.
- Comprendo que el valor de su dinero y el valor del mío están a mundos de distancia.
- Sí, supongo que sí.- Le parecía encantadoramente gracioso.- Marie apuesta a nombre de otras personas. Se lleva una comisión más que generosa. Está remodelando su casa, pero más allá de eso… No se me ocurre otra cosa. La ama de llaves me llama, regresaré en un momento. Por favor, sírvanse lo que quieran, están en su casa.
- Señorita Bell, ese es un tatuaje interesante.- Anastasia lo trata de cubrir, apenada.- ¿Su prometido sabe que su pasión al jazz se extiende a los músicos? Hablé con Menner.
- Oficial, por favor.
- Detective.
- Detective, por favor. Eso lo podemos discutir en mi departamento. Menner no es importante, es una indiscreción pasajera. Por favor no le diga a nadie más.
- ¿Dónde estábamos?- Pickwood regresó a la sala y rompió el silencio incómodo.
- Estaba a punto de decirnos dónde estuvo anoche.
- En una cena en el Astoria, tratando de convencer a más inversores.
- ¿Y usted?
- En mi departamento. Me temo que no salí anoche, no me sentía bien.
- Sí, el jazz de media noche te hace eso.- Pickwood no entendió, pero Martin y Anastasia lo entendieron al momento.
- Eso parece ser todo.- Apuró Martin.
-  Cualquier duda que tengan, pueden llamarme o visitarme cuando quieran.
- Sólo una cosa más. ¿Por qué su nombre tiene un número? No le veo la lógica. ¿No tuvo su familia suficiente con dos hombres llamados Roger Lawrence? Uno pensaría que aprenderían de sus errores.- Martin me arrastra del brazo prácticamente hasta al auto.

            Nos detenemos para comer algo. Martin hace unas llamadas. La coartada de Pickwood se sostiene. Más de treinta personas pueden asegurar que estuvo ahí hasta pasadas las dos de la mañana. Jack murió cerca de las once. Mi sospechoso favorito se libró de mí. De momento.
- Hay un último nombre en la lista.- Dijo Martin mientras terminaba su perro caliente.
- Dos.
- Marie Rockwell y ¿quién más?
- Anastasia, quiero hablar con ella.
- ¿En su departamento?
- ¿Por qué no? Seguramente será tarde.
- Y déjame adivinar, ese interrogatorio lo quieres hacer a solas.
- Debes ser psíquico Martin.
- No es correcto involucrarte con sospechosos.
- ¿Por qué no? En dos o tres días Winston Fredericks y los demás traidores a la hermandad azul tendrán mi placa. ¿Qué diferencia da?
- No se me ocurre qué decir.
- No me sorprende. No te esfuerces demasiado Martin, te provocarás un esguince. Vamos al auto.

            Marie Rockwell vivía el sueño. Se enriquecía con la indiscreción de sus clientes. Su casa modernista tenía un amplio jardín, visible desde el patio frontal por un corredor. Un auto de lujo estacionado en la cochera y un tapete persa en la entrada. La mujer sabía vivir. Le pedí a Martin que se quedara en el auto. No estaba muy feliz. Le dije que esto requería de la magia de Oz y era por su bien. Me miró con odio. Podré vivir con ello.
- ¿Marie Rockwell? Soy el detective Larry Ozfelian. Llámeme Oz. Quiero hablar con usted.
- Nunca he tenido a un policía en mi casa.- Me hace pasar directamente a su barra. Me ofrece un vaso de whisky. Le quito la botella. Estoy cansado y el viejo Jack Daniels repara mis nervios.
- Debería acostumbrarse. Por su trabajo, me refiero.
- ¿Mi trabajo? Compro y vendo antigüedades.
- Jack Conroy está muerto. Alguien le arrancó la garganta con un cuchillo de carnicero. Trató de defenderse, pero no sirvió de nada. Los chorros de sangre alcanzaron el techo.- Marie se sentó en un sillón blanco y buscó en su bolso por sus cigarros. Se los quité de la mano y me agaché a su nivel.
- Los chicos bien te dan su dinero para que apuestes. Conroy era tu corredor de apuestas. ¿Cuánto dinero le debías? O quizás fue al revés, quizás no podía pagarte su deuda.
- Absurdo.
- ¿Por qué?- Le doy un trago a la botella mientras camino en círculos a su alrededor.- ¿También invertiste en el colosal fraude de Pickwood? Quizás perdiste tu dinero ahí y tus estribos con el buen Jack. ¿Qué pasa Marie, no estás acostumbrada a hablar con la policía?
- Yo no maté a Jack Conroy. Es absurdo. Ganaba mucho dinero a costas de Jack, todos lo hacíamos. Pickwood y Anastasia sin duda, Esther lo robaba descaradamente.
- Quiero una lista de tus clientes.
- No.
- No estás en posición de negarme nada Marie.- Negó con la cabeza y aventé la botella con tanta fuerza que estalló en pedazos contra una pintura de arte moderno. El vidrio rasgó el papel y el alcohol manchó la pintura. En total, creo que la mejoré.
- Por favor no me arreste.- Se levantó y caminó hasta su estudio. La seguí con la pistola en la mano, en caso de que quisiera sorprenderme.- Aquí están.
- Interesante…- Había una docena de nombres, entre ellos, Victor Corbett.- ¿Victor Corbett?
- Bastardo me debe cien mil dólares. Se protege con su papi, creo que es capitán de policía o algo así. Me está pagando en mensualidades, pero claro que no puedo cobrar intereses.
- ¿Conroy sabe quiénes son tus clientes?
- No, ni le importa. Yo hago la apuesta, yo cubro las pérdidas. Tuve que vender las joyas de mamá para pagarle. Maldito Corbett por poco me arruina.
- Tiene una casa bonita, ¿contrató algún diseñador de interiores?- Encendió las luces de afuera y pude ver el jardín a través de un ventanal. Había hoyos en el suelo y macetas por todas partes.
- Esther Mulligan diseñó casi todo.
- Es lindo.
- Es un bodrio, ¿pero qué puedo decirle a Jack Conroy?
- Nada, está muerto. ¿Estuvo en casa anoche?
- No. Dejé sola a Esther en el jardín. Cerré todas las puertas con llave, por si acaso. Me fui y cuando regresé seguía ahí.
- ¿Y usted?
- Reunión de ex-alumnos en el Red-Red.
- No sabía que los prestanombres estudiaran en la misma escuela.
- No se haga el gracioso.
- Si no le gusta mi acto de humor debería ver mi acto de magia, incluye esposas, una patrulla y una noche en el calabozo.
- Estaré en contacto.

            Pongo al corriente a Martin. La lista nos pone nerviosos a los dos. Lo mando al Red-Red a probar su coartada. Yo tengo una cita con Anastasia. Felton aún no me perdona. Le hago un trato, puede llevarse el auto y nos vemos en la comisaría.  Al menos no tendrá que irse en taxi. Mi taxista es aficionado al jazz. Dios debe tener un sentido del humor negro y sádico.

            Anastasia vive en un departamento en un décimo piso de un decorado edificio. Prefiero llegar sin anunciarme. En el ascensor los habitantes me miran con sospecha. La corbata no se decide entre anudarse o desamarrarse por completo. Mi gabardina tiene arrugas encima de arrugas. Mi camisa está sudada y mi sombrero mal acomodado. Tratan de hacerme sentir incómodo. Aparto la gabardina, coloco mis manos en mi cintura, ven mi placa y mi arma. Las miradas se posan al frente.
- ¿Quién?- Un hombrecillo de pelo relamido abre la puerta.
- ¿Aquí vive Anastasia Bell?
- Un momento.- El hombrecillo le gritó a Bell que un policía quería verla. Me dejó pasar y sacó sus maletas.
- ¿Ya se va? Ni siquiera me ha dado la oportunidad.
- Mi esposa llega esta noche.
- Olvide a Carl, está emocionado porque será papá. Entre por favor.- El departamento es enorme. Hacía cinco años el edificio era una bodega industrial, ahora la renta era más costosa que mi auto. Anastasia apenas está vestida en camisón. Se sirve un trago y se queda en la barra. Me atrae con su belleza, como a un gatito obediente.- Carl es mormón, no bebe. Mejor para mí, así es como lo veo.
- ¿Necesita a un compañero de departamento para pagar la renta? Pensé que el señorito III podría pagarlo fácilmente.
- No me gusta que me controlen, mucho menos con dinero. ¿Algo de tomar?- Me sirvo whisky y me enciendo un cigarro. Camina ligera hacia el ventanal de la sala. La vista no es tan buena, a dos casas de distancia tiene a otro departamento justo enfrente.- Gracias por no decirle nada a mi futuro esposo. Mi Roger podrá ser muchas cosas, pero no es un hombre malo.
- ¿Y Carl?
- Carl no es muy hombre que digamos. No me acuesto con él, si a eso se refiere.- Su rostro se ilumina en la oscuridad cuando enciende un cigarro.- Usted viene por Menner.
- Antes de eso quiero saber otra cosa.- El camisón transparente me hipnotiza.- Victor Corbett, ¿cuál es su relación con su prometido? Tengo la sospecha que es algo más que simples apuestas y una considerable deuda de juego.
 - Corbett es dueño de varios negocios. Tiene constructoras, servicio de pintura, servicio de jardinería de golf, en fin, sus intereses están por todos lados. Si tiene alguna deuda de juego, estoy segura que puede pagarlo, pongámoslo así.
- Pongámoslo como quiera, pero se está formando un cuadro muy claro.
- No sé de qué me habla detective.
- Me explico, la gente invierte en el galgódromo de su prometido y su prometido contrata a las compañías de Victor Corbett. Les dan largas, Corbett hace hasta lo imposible por retrasar la obra y entre ellos dos se quedan con todo el dinero.
- Usted asume demasiado, ¿no le parece?
- No, no me lo parece.
- Mi Roger no haría nada de eso. No sea absurdo.- Me termino el whisky y tiro mi cigarro en el vaso. Me acerco al ventanal. Anastasia abre del todo sus ojos y hay algo torcido en su sonrisa.
- Su Roger seguramente piensa que usted no haría nada malo, como acostarse con Menner.
- William George Menner, vaya perdedor. Lo comparto en la cama, si sabe a lo que me refiero.
- ¿Con quién?
- Moira Stevenson.- No me sorprende. La coincidencia del Bongo era demasiado grave.- Esa chica es todo un estuche de monerías.
- Se refiere, ¿además de acostarse con Menner?
- Le gusta apostar, y fuerte. No solo entrena a sus galgos, apuesta en sus carreras.
- ¿Qué tiene eso de malo?
- Apuesta en contra. Sabe que sus perros son pésimos y capitaliza sobre eso. Jack se dio cuenta, no estaba muy feliz. Dejó de aceptarle apuestas, luego de que casi  lo deja en la bancarrota.
- ¿Y cómo sabe todo eso? Menner no le diría esas cosas.
- Esther  y yo somos amigas, ¿recuerda? Nosotras las mujeres tenemos que permanecer fuertes.
- Usted permanece muchas cosas con ese camisón. El tatuaje le da otro aire, si sabe a lo que me refiero.- Trató de ocultarlo, pero era demasiado tarde.- Trabajé mucho tiempo investigando bandas peligrosas, sé el significado de los tatuajes. ¿Dónde hizo el tiempo?
- Alabama. Un año. Mi abogado logró que desecharan el caso y anularan el juicio. Robo de automóviles, aunque nunca pudieron demostrar nada. Una víctima más de la policía.
- La vida es  injusta, señorita Bell. Le llueve a los justos y a los injustos por igual.
- Y usted, ¿en qué categoría queda?
- En la categoría de mojado. No salga de la ciudad, quizás tenga otras preguntas que hacerle.
- Puede hacerme las preguntas que quiera. Mi casa es su casa.
- Lo tendré en cuenta.

            No voy por un taxi, quiero hacer algo antes de ir a la comisaría. Camino por el patio central hacia el otro edificio. Una ligera llovizna baja la temperatura. La humedad me ahoga. Calculo cuál sería el departamento que mira de frente al de Anastasia. Toco a la puerta y me contesta un joven adormilado. Me hago pasar a empujones. Lo asusto con mi placa. Le cuento historias sobre una investigación que requiere de su ayuda. Lo controlo argumentando que puede ir a prisión por mentirme. El chico, Julian, quiere cooperar.
- Anastasia Bell.- No la conoce. Lo llevo de la oreja hasta el ventanal de su sala. Le señalo al departamento de enfrente. Anastasia fuma contra la ventana.
- Pero no…
- Guárdatelo. Una chica tan hermosa como ella difícilmente vuela debajo de tu radar.
- Bueno, es guapa y…
- Sin duda la tienes en cuenta. Por lo que veo vives solo y no pareces del tipo que tiene novia y una vida sexual sana. No hay nada de ilegal en enamorarse de la vecina de enfrente.
- ¿No lo hay? Digo, claro que no. No es que yo la vigile.- Le di opción, la ruta que tomar, no lo quise acorralar del todo, la verdad es su única escapatoria.- No tengo muchas cosas que hacer, menos de noche. Cuando ella está… pues me doy cuenta.
- ¿Y anoche?- Acaricio las cortinas que cubren el ventanal. Son delgadas, pero no demasiado, Anastasia no podría ver a detalle la identidad de su fisgón.
- La vi anoche, de diez a una, cuando me fui a dormir.
- ¿Estaba con alguien?
- No, de hecho caminaba en su departamento, estaba sola. Era ella y se aburrió durante la noche. ¿Está en problemas?
- ¿Acaso no lo estamos todos?

            Lo dejo con esa perla de sabiduría y tomo un taxi a la comisaría. Martin se sorprende de verme. Habría jurado que me quedaría con ella hasta la mañana. En otras condiciones, lo pensaría, pero mañana temprano tengo otra sesión con la inquisición. Martin compró café y donas. Somos un cliché. Apuntó en la pizarra de gis a nuestros sospechosos, sus coartadas y sus relaciones.
- La coartada de Marie Rockwell está bien confirmada. Estuvo ahí toda la noche.
- Muy bien, ¿qué es lo que tenemos?
- Jack Conroy es agente de apuestas e inversor en un galgódromo que, todo parece indicar, jamás se terminará.
- Según Anastasia Victor Corbett tiene el contrato, él pone a las empresas de construcción y demás y después no hace nada más. Pickwood  convence con sus aires de superioridad.
- Creo que la única víctima real es Conroy.- Martin bebió de su café, hipnotizado por los nombres en la pizarra.- Corbett y Pickwood hacían buen dinero, lo cual quiere decir que Anastasia hace dinero. A menos que hubiese habido traición entre Corbett y Pickwood y Conroy. Marie tenía un buen negocio con Jack. Esther parece perder, aunque seguro le toca parte de la herencia.
- La herencia no puede ser muy grande, gran parte de su capital es ilegal, no lo puede intestar oficialmente. Claro, le puede dar la vuelta al asunto, pero aún así no creo que haya muerto con mucho dinero. Además del millón en la maleta.
- ¿Qué hay de Marie Rockwell? Si Corbett le debía 100 mil dólares, ella los tenía que pagar de su bolsillo. Siendo mujer no hay mucho que pueda hacer para obligar a sus clientes a pagar.
- Tu cerebro está funcionando en horas extra, asegúrate de que te las paguen.- Enciendo un cigarro y trato de verlo todo desde la perspectiva de Rockwell y Corbett.- Corbett le debía, pero Conroy le suelta dinero, podía regresarle su propio dinero. Lo más seguro es que Corbett se gaste cada centavo. Entiendo lo que dices sobre Marie, quizás tiene motivo, pero si le debía dinero a Jack ¿porqué Conroy tenía tanto dinero en su maleta? Corbett, lo mismo que Pickwood, no lo querían muerto, hacían demasiado dinero con él.
- ¿Y si es chantaje y por eso tenía tanto efectivo a la mano?
- Quizás, pero no se me ocurre de qué. Además, si es chantaje, ¿por qué el asesino no se lleva el dinero? Quizás es algo más, quizás se iba a mudar de ciudad y empezar de cero. No lo sé.
- Entonces fue personal Oz, no hay otra salida. ¿Menner quizás? Lo detestaba, además que Conroy dejó de aceptar las apuestas de Moira. Menner siempre necesita dinero.
- Tendría sentido, de no ser que Moira y Menner estaban en el Bongo.
- No exactamente Oz, Moira estuvo ahí. Menner tocó, pero no toda la noche. Ella tiene coartada y móvil, ya no podía apostar en contra de sus galgos.
- Sí y no, me refiero que si ella corre galgos debe conocer al menos una docena de corredores de apuestas a quienes estafar. Aún así tienes un buen punto Martin, el jazzista pudo terminar su turno, asesinado a Jack y regresado con Moira. Algo huele mal con eso.
- ¿A qué te refieres?
- ¿Porqué no usó esa coartada desde el principio? Usó a Anabel, quien no dudó en quemarlo en un segundo. Además Anabel es la prometida de un hombre poderoso, si hubiese mencionado a Moira no habría sido tan sospechoso.- Terminé mi café y me preparé para irme.
- ¿Crees que Bell es algo pasajero, pero que está enamorado de Moira?
- Es cursi, pero creo que sí. Es un quebradero de cabeza, pero al menos sabemos porqué Adam Corbett está tan interesado en que dejemos el caso. Protege a su hijo. Habrá que hablar con él, pero no será fácil, el capitán se masticará nuestras placas por esa insolencia.
- ¿Ya te vas Larry?
- Ya, estoy cansado y no puedo pensar.- Martin me acompañó al auto. Quería decir algo, lo conozco demasiado, pero no se atrevía.- Es tarde y estoy cansado, ¿qué quieres saber?
- Cuando te esperaba estuve leyendo sobre el caso de Herbert Hill.- Solté un bufido y me apoyé contra el auto. Martin no desistía.- ¿Qué es lo que pasó?
- ¿Para qué quieres saber?
- Vamos Oz, nunca hablaría con ellos, son traidores, como tú dijiste.
- Winston Fredericks tiene una copia del archivo que leíste, ¿sabes cuál es la diferencia entre ambos archivos? Menciona la tortura a la hija de la prostituta, Alice, una sola vez y no tiene fotografía. Hill no era un santo. La quemó con un cigarro y le dislocó la muñeca.
- Soy tu compañero Oz, sólo quiero saber la verdad.
- La verdad vale poco, pero eres demasiado joven para saberlo. La verdad y la justicia no siempre van de la mano. Winston cree que yo extorsioné a ese animal y que eso lo llevó al suicidio.
- ¿Y qué pasó en realidad? - El chico tiene razón. Merece saber la verdad.
- No lo extorsioné. Trató de sobornarme. Tomé el dinero, ¿y por qué no? Herbert era un parásito. Cuando la pequeña Alice tuvo una crisis de pánico y me dijo que no testificaría, supe que el maldito saldría libre. Le puse una bala en la cabeza. Fui demasiado bueno, Winston cree que fue suicidio.
- Vaya…- No tenía palabras. Quería saberlo, ahora lo sabe y no sabe qué hacer con la revelación.
- ¿Tú qué habrías hecho?
- No sé…
- No mientas Martin, a ti te vuelve loco cuando lastiman niños.
- Yo…- Martin me miró a los ojos, al borde de las lágrimas.- Lo habría hecho sufrir toda la noche. Al diablo con el reglamento.
- Pues sí, ahora tengo a Winston tan arriba en mi trasero que me duele cuando me siento. Lo más gracioso es que me culpa de cosas que técnicamente soy inocente. Aunque sea culpable.
- Supongo que tienes razón, justicia y verdad son dos cosas diferentes.

            Cansado. Frustrado. Derrotado. Sólo puedo pensar en dormir y matar a Winston Fredericks a golpes. No lo noté cuando entré al departamento. Me di cuenta cuando encendí la luz. Una carta bajo la puerta de entrada. Sabía que necesitaría una cerveza para poder absorber lo que fuera que estuviese adentro. No eran buenas noticias, de eso estaba seguro. La carta estaba mecanografiada. El mensaje era claro. El autor era un misterio. Se identificó como “el testigo sorpresa de tus acusadores. Yo sé que Herbert Hill te dio una considerable cantidad de dinero. Hablé con él.” Sabe que soy inocente, que no se trataba de extorsión, pero puede hacer que me libren de todos los cargos o me manden a prisión por el resto de mi vida.  Naturalmente, lo que quiere a cambio, es dinero. La misiva termina con la dirección de un teléfono público.

Termino mi cerveza en el auto. Desearía haber traído más. Enciendo la sirena para distraerme. Regresa el viejo sentimiento. La certeza de estar en la mira de una escopeta desconocida. No es Winston Fredericks, eso lo sé. Alguien arriba de él me quiere frito. Pero este juego es muy distinto. ¿Puedo confiar en el autor de la carta? Y más importante aún ¿puedo darme el lujo de ignorarlo? Si en verdad hay un testigo sorpresa que sabe que Herbert Hill sacó mucho dinero de su cuenta para dármelo a mí, entonces me conviene tenerlo de mi parte. No puedo excluir la posibilidad, al mismo tiempo, que se trate de una trampa. El comité que me investiga podría esperando que me incrimine a mí mismo. Un par de cuadras después estoy en el teléfono. Un  papel cuelga del techo, con un el número de otro teléfono público. Marco el número mientras termino mi cerveza, éste podría ser el final de mi carrera, no me gustaría afrontarlo sobrio.
- ¿Ozfelian?
- No, el hada madrina. ¿Quién eres?
- Preferiría  no hablar de eso.- Se tapa la voz con un trapo, pero no es un profesional. Puedo escuchar campanas tocando y un tren. Con un poco de ayuda, podría tener su ubicación en diez minutos. No sé si impericia es algo bueno, o algo peligroso. Podría ponerse nervioso y quemarme sin recibir dinero, sólo por los nervios.- Sé que eres inocente, y también sé que soy la única persona que te puede ayudar. Soy tu único amigo Ozfelian.
- Un amigo anónimo. Sabes mi nombre, ¿cómo te llamo a ti?
- Alan.
- Bueno, Alan, no sé de qué me hablas. Estoy siendo investigado por una cacería de brujas, yo no hice nada y no necesito tu ayuda.
- Pero la necesita detective, y mucho. ¿Cree que Fredericks no tiene que reportarse con nadie? El caso depende de mí. Entiendo que crea que es una trampa de la fiscalía.
- La idea me pasó por la mente.
- Estaremos en contacto y, téngalo por seguro, tendré mi dinero. Tendremos que tener cuidado, usted quiere confiar que no soy de la fiscalía, yo quiero ser cuidadoso para que la fiscalía no me descubra. Buenas noches detective, estaré en contacto.

            Él tuvo buenas noches. Yo no pude dormir. Vi el amanecer sentado en mi tina, vestido y borracho. El sol atravesó las ventanitas y se reflejó en las vacías botellas verdes de cerveza. Mi vitral personalizado. El caleidoscopio de mi vida. Colores bailando y nauseas subiendo. Pensé en Jack Conroy y en todos los involucrados. Estaba en el mismo estado que yo, atado a un poste en la fría región de la nada. Ni inocente, ni culpable. Su sueño, su redención de años de ser un agente apostador de segunda frente a sus narices pero siempre demasiado lejos.

            Llego temprano a la oficina. La fiscalía llega más temprano. Ahora realizan sus procesos en el piso superior. Un mensaje sutil, los jefes están interesados. La prensa ha comenzado a reportar. No les importa Herbert Hill, pero varios de esos buitres me conocen. Casi todos ellos me odian. Winston habla con Adam Corbett. La increíble coincidencia aún pesa sobre mis hombros. Sabe que su hijo será sospechoso tarde o temprano, quiere evitarlo cortando al mal desde la raíz. Theresa Mallory, la secretaria personal de Winston se me acerca antes de la siguiente ronda de preguntas y testigos. Finge que se preocupa por mí. Una trampa de Winston. Tengo ganas de tirarle el agua en la cara, pero me retengo.
- Alan Baskin es nuestro testigo, conoció a Hill. Él puede hundirte Oz, por favor tienes que hacer un trato. Un par de años en prisión es mejor que el resto de tu vida.
- Mallory, dile a tu jefe que merezco más que unos cuantos años, pero no será él mi verdugo.

            El testigo no testifica. No aún. El hombrecillo me mira desde su silla, en un rincón. Está nervioso. ¿Trata de ver si lo delataré a Fredericks? Debería saberlo, no soy tan tonto.  Me gustan los plan B, sobre todo cuando el plan A nunca existió. Vecinos y conocidos de Hill. Todos ellos diciendo lo mismo, era un sujeto normal, pagaba sus impuestos, sacaba la basura y ayudaba a la anciana vecina a bajar a su gato del árbol. Me tachan de  monstruo. No quieren creer que Herbert mató a esa personas, porque si lo hacen ¿de qué serían ellos capaces? Afirman que los hostigué, que los obligué a que me dieran datos negativos sobre su personalidad. Es completamente cierto, pero lo niego. Quiero verlo bailar, quiero que Winston al menos se esfuerce por su salario.

            Termina el circo. Bosch aún debe tenerme la espalda, de otro modo estaríamos un par de pisos más arriba, con reporteros en la sala. Bosch me debe favores horribles. La sangre que he hecho correr por él me ha ganado su favor. Aún así, Corbett debe tener algo con él, algo que pueda usar para forzarlo a dejarme colgado en el aire. Paso de un circo a otro. Simone discute con Felton.
- Ozfelian, estás fuera del caso. Te transferiré a otra cosa.
- ¿De qué habla teniente? Puedo hacer esto, no es la primera vez que me persiguen.
- Pero parece que será la última. Lo último que quieres es enojar al joven Corbett. Martin y yo seguiremos el caso.
- Irán a hablar con él en este momento, ¿no es cierto?
- Se requiere diplomacia  y tacto Ozfelian, virtudes de las que carece.

            No quiero otro caso. Vinnie paranoias piensa que soy terco. Lo soy. Me ha funcionado antes, no veo porqué tengo que cambiar. Mientras Martin y Simone se codean con la crema y nata yo visito a otro tipo de perdedor. La clase de perdedor que no tiene el dinero suficiente como para esconder sus indiscreciones.  William George Menner me hace pasar sin hacer preguntas. Sabe que yo sé que él me mintió. Está preparado. Su mentira funcionó durante un día, pero no podía durar para siempre. El apartamento apenas tiene muebles, la cocina es el único lugar con cierto orden.
- Moira Stevenson.
- Lo sé, lo sé. Es que no quería que la molestaran.- Me encendí un cigarro y me apoyé contra la ventana. Estaba tan melancólico como el jazzista fracasado.- Debí haberlo imaginado.
- Ella aparecería tarde o temprano. Sus galgos, eso la conecta.
- Ambos odiaban a Conroy. Ella apostaba en contra de sus propios perros.
- Sí, bueno cada quien hace lo que puede para sobrevivir. No puedes quejarte de la mala mano que te repartió el destino, solamente tratas de jugar al poker con lo poco que tienes.
- Te entiendo Menner.- Estaba sorprendido. Pensó que lo agarraría a golpes. No tenía ganas. Me abrí una de sus cervezas y le di otra.- Es curioso el asunto, nadie se tomaba en serio el galgódromo, ¿no es cierto?
- Jack sí.
- Sí, claro. Él sí. ¿Qué hay de ti?
- ¿Si confiaba en Conroy y en Pickwood? No, para nada.
- No, me refiero a cómo llegaste hasta aquí.- Pase un dedo por la pared, quedó gris de polvo.- ¿Cómo llegaste a vivir el sueño americano que ahora disfrutas?
- Estudié para chef.- Señaló hacia la cocina, donde sus costosos cubiertos y cuchillos descansaban en sus estuches.- No hay mucho espacio para un chef músico. Me tenía que decidir entre alguno de los dos. Escogí música y heme aquí.
- Hete ahí.- Terminé la cerveza y la dejé en la cornisa de la ventana.- Nos estaremos viendo Menner. Mientras tanto, no hagas nada estúpido.

            Regresó a mi escritorio, hay algo que quiero hacer. Aprovecho mi soledad buscando información sobre Alan Baskin. No puedo hacerlo directamente, sería demasiado obvio. Fredericks lo sabría. En vez de ello enlisto la ayuda de los que me deben favores. Terry me debe una luego de la golpiza que le di al alcahuete que amenazaba con chantajearlo con su esposa. Ferris me debe una grande, luego de que robé su auto para que pudiera recolectar el dinero del seguro y pagar sus deudas de juego. Harris está en deuda desde que le di una golpiza al novio de su hija por tener relaciones. La hija de Harris parece más un caballo, la golpiza fue por el mal gusto. Jones y Manfred son dos detectives de robos y homicidios que me deben una grande, luego de que asusté a un reportero que los iba a quemar, robé sus fotos y notas y le prendí fuego a su departamento. Es bueno saber que aún puedo contar con su ayuda. No me han dado la espalda. No lo harían, el mago de Oz resuelve los problemas que no pueden resolver por sí solos. Me necesitan.

            La información que recojo en la primera hora no es evidencia concreta de nada. Pero tiene sentido. Alan Baskin es un banquero común. Un banquero en el mismo banco que Hill. El día que Hill sacó dinero para sobornarme, él lo atendió. ¿Habló con él?, ¿Herbert lo conocía lo suficiente para decirle que me quería sobornar? Quizás dijo algo por el estilo. Quizás Alan Baskin es otra alma descarriada que busca sobrevivir y jugar al poker con la mano que Dios le dio. En algo tiene razón Baskin, él podría hundirme o exonerarme. Aún me perturba la pregunta más importante de todas ¿es una trampa, y aún siéndolo, puedo darme el lujo de dejar pasar la oportunidad?

            Llega Felton con cara de cansado. Vincent Simone debió darle el sermón más largo de su vida. Se sentó a un lado de  mí y esperó a ver que el teniente no estuviera justo detrás. Mi leal compañero, sabe que no estoy fuera del caso.
- ¿Y bien, señor misterio? Dímelo todo.- Enciendo un cigarro y veo cómo Martin saca sus notas y lee hoja tras hoja. Le quito su bloc de notas y lo tiro a la basura.- Vamos, no tenemos todo el día.
- Vinnie Paranoias hizo hasta lo imposible por no incomodar a Victor Corbett, y déjame decirte ese chico necesita una buena tunda. Pudimos sacarle bastante información, el teniente será muchas cosas, pero no es mal interrogador.
- Vamos, al grano, después fantaseas con tu héroe. ¿Qué dijo?
- Las compañías que Pickwood usa son sus compañías, pero jura que no hay fraude. Parece que Conroy ya no podía ser pagando, según Corbett porque Marie Rockwell ya no le pagaba y Moira le sacó muchísimo dinero con su truquito de apostar con sus perros.
- ¿Y su propia deuda?
- Jura que ya la pagó a Marie los cien mil. Quién sabe, yo creo que es cierto. Si no lo pagó él, su papi lo haría felizmente. Y déjame decirte, la sombra de Adam Corbett flota pesada en esa casa.
- ¿Qué más?
- Pickwood III resulta ser dueño de un club de campo, ahí fue como conocieron a Conroy. A través de Esther y Anastasia que van ahí todo el tiempo. De ahí Esther se enamoró de Jack Conroy y todos ellos quedaron unidos.

            Es hora de escribir reportes. Dejo que Martin haga de eso. Me excuso diciendo que estoy fuera del caso. No le agrada mi excusa. No le presto atención. Me dedico a hacer aviones de papel y tirarlos al basurero. Empiezo por los memorándums del teniente. Llega el sujeto del correo. Desde que lo vi soltar el sobre supe de quién se trataba. Nervioso, lo escondí de Martin debajo de una pila de papeles. Me llevé la carta al baño para leerla solas. Mi amigo Alan quiere empezar por unos dos mil dólares en billetes no secuenciales dentro de un maletín para ser entregado en “Kerry Services”. Rastreo la dirección, es de una compañía de pintura. Me da mala espina. Si Winston está detrás de esto, esos dos mil dólares sellarán mi destino. Hay otra consideración a tener en cuenta. No tengo los dos mil dólares, es imposible entregarlos esta noche. No puedo quedarme con los brazos cruzados. Agarro mis cosas y me voy sin decir una palabra.

            Es la hora de salida de los burócratas. Los verdaderos policías se quedan atrás, los quema- policías se van temprano. Supongo que la venganza para ellos tiene horarios fijos. Espero a Winston entre los trajeados que salen del edificio y se dirigen al estacionamiento. Cuando veo a Fredericks me escondo y corro a mi auto. Lo sigo a tres autos de distancia. No me nota. Hace mucho que no es policía, uno de verdad, ya no está acostumbrado. Hace una parada antes de llegar a casa, se detiene para hacer unas compras. Le doy cinco minutos antes de entrar por él.
- Tienes buenos gustos.- Lo sorprendo en la zona de vinos.
- ¿Me estuviste siguiendo Ozfelian?
- ¿Yo? Imposible. Vengo aquí todo el tiempo.
- Difícil de creer, considerando que vives del otro lado de la ciudad.
- Me alegra ver que esos instintos de policía aún existen en un burócrata como tú.- Dejo el vino en su carrito y me miró de arriba para abajo.- ¿No vas a preguntar?
- ¿Qué quieres? No, no lo voy a preguntar. No me importa lo que quieras.
- Lo sé. Tú sabes a qué me refiero, yo lo sé.
- ¿Sabes que perderás el juicio? Es bueno saberlo.
- No te hagas al gracioso. Sé de tu pequeño as bajo la manga. Poco ortodoxo, pero es la clase de cosas que yo habría hecho.
- Tomaré eso como un insulto.- Winston iba a decir algo, pero se lo guardó.- Oz, no tienes ni la más mínima oportunidad.
- Eso lo veremos.
- Bosch solía llamarme día y noche para frenar la investigación. Ahora me llama cada dos o tres días. No le importas. ¿Y tu teniente? Ni creas que te protegerá, luego de las cosas que has hecho por él, con o sin saberlo. Simone te ha traicionado. Te está enfilando al matadero. Tienes dos días máximo con esa placa, tres antes de encontrarte en un autobús color gris con barrotes en las ventanas de camino a la grande.

            No aprendí lo que quería saber. Aprendí lo que no quería saber. No me sorprendió, Simone es demasiado pragmático. Si me protegía era porque de algún modo le soy útil. Tanta sospecha me da hambre. No he comido nada desde la madrugada y estoy famélico. Martin se apunta, el teniente interviene en la línea y sugiere un lugar, el club de campo de Pickwood. Se ven en el lujoso club a las afueras de la Pacific Avenue. Nos sentamos fuera del edificio principal, a un lado del gigantesco campo de golf. El teniente se siente en casa, a mí me enferma. Toda esa gente pretensiosa yendo de un lugar a otro y mirándonos como poco menos que plomeros. A diez cuadras de ahí, en Oslo Avenue los camellos y los jefes de maquiladoras japonesas tiemblan de miedo ante la presencia de una placa. Trato de comer sin pensar en el teniente traidor. Verlo a los ojos me enfurece. Necesito de cada fibra de mi ser para no lanzarme sobre él y golpearlo hasta dejarlo hecho una pulpa. La buena comida es lo único que me detiene.
- Es un agente de apuestas, lo más lógico serían sus deudores.
- Sé a lo que vas con esto Felton.- Lo interrumpió el teniente.- No fue Victor Corbett. Sáquenselo de lo cabeza inmediatamente. No podemos tocar a Corbett.
- Pero teniente…
- Sin peros. Si lo cuestionamos de nuevo su papá cerrará el caso por nosotros y mandará a Ozfelian a la penitenciaría más cercana. No podemos arriesgarnos. Investigaremos todo lo que podamos alrededor de Victor Corbett, pero jamás lo tocaremos.
- Si quitamos dinero, el crimen es pasional. La manera en que murió indica que el asesino lo conocía.- El teniente estaba complacido al ver que Martin recitaba líneas de los libros que el teniente le había prestado.- Sin señal de entrada forzada, la víctima lo dejó pasar. Pero mató a Conroy de frente, él se defendió. No que le sirviera para mucho.
- Esther Mulligan, la novia de Conroy.          
- Imposible, estaba en casa de Marie Rockwell, los vecinos la escucharon cavar y su auto permaneció en el mismo lugar, según un vecino.
- Hay una pieza que no están viendo.- Intervine. Terminé mi bistec y cambié platos con Martin, quien no tenía mucha hambre. El teniente me miró con frialdad.
- Estás fuera del caso Ozfelian, no te emociones.- Me encogí de hombros. Al menos lo intenté.
- Pickwood se pudo haber peleado con Conroy. Aunque, de nuevo, tiene coartada sólida. Pudo haber contratado a alguien para hacerlo por él.
- Implausible Martin, de ser así se hubieran robado el dinero.
- Bueno, si me preguntan.- El teniente mi miró nuevamente con odio. Bajé el trozo de carne con un buen trago de vino.- Y eso es solo si me lo preguntan. Están corriendo en círculos, porque no se hacen la pregunta que importa. ¿Qué hacía Conroy con un millón de dólares en una maleta?
- Ese es un buen punto.-  Dijo Felton, tratando de mediar con el teniente.
- Sí, concedido. Es una buena pregunta.- Miró su reloj y se levantó.- Tengo que irme, quiero reunirme con Winston Fredericks, para ver cómo puedo debilitar su caso. Ozfelian, ve a casa. Puedes asistir con tus opiniones, pero técnicamente hablando estás suspendido. Ve a casa y quédate ahí. Deja que Martin se encargue, ahora que lo has encarrilado en una buena línea de investigación. Y recuerda, no me hagas enojar. Ve a casa, es una orden.
- ¿Y bien?- Preguntó Martin, cuando finalmente se fue el teniente.- ¿Por qué las malas vibras?
- Luego te lo explico.
- No le harás caso al teniente, ¿verdad?
- ¿Tú qué crees? Realmente crees que Corbett es el culpable, ¿no es cierto?
- Podría ser. Es culpable de algo, sin duda. No tiene coartada sólida, dice que estuvo con su padre durante la noche viendo televisión y jugando cartas. Además el teniente notó que faltaban cosas en su casa. Tú sabes, el rectángulo en la pared que es de otro color que el resto de la pared porque una pintura estuvo ahí por años, círculos libres de polvo en sus muebles. Tiene obras de arte de todas partes, deben valer una fortuna. Por eso pienso que pagó su deuda con Marie Rockwell, porque para él habría sido cuestión de vender un par de cuadros y estatuas y listo.
- Quizás. Estoy más interesado en saber porqué Conroy tenía ese dinero. Alguien que podría saberlo es Marie Rockwell. ¿El teniente ya pagó?
- Ya. Entonces tendremos postre para llevar y una botella de vino.

                        No la encontramos en su casa. Un vecino nos dirigió a una plaza comercial cercana, la vio salir para allá hacía minutos. La encontramos en una joyería, empeñando pulceras y collares. No era exactamente su momento más digno. El joyero la veía desesperada y sonreía.
- ¿Problemas con las cuentas?- Se sorprendió al vernos. El joyero le cedió el fajo de dinero y lo contó antes de hablar con nosotros.
- No mis cuentas, las de un cliente. Un chiquillo millonario me debe dinero, me dio las joyas de su abuela. Espero que nunca tenga que explicárselo a su abuela.
- ¿Corbett empeñó algo para pagarle?
- Vendió unas cosas por su parte, me dio unos adelantos y nada más. No me pagó. Se escondió detrás de su papi, un capitán de policía o algo semejante. Me dijo que debería alegrarme de tener eso, o me lanzarían a prisión. Así que, ni modo. Es amigo de Pickwood, él también me dio una amenaza semejante. Es de sabios juzgar a una persona por sus amistades. Al menos eso creo.
- Lo mismo podría decirse de usted. ¿Es muy amiga de Esther Mulligan?
- No, no diría amigas. Es más amiga Anastasia, nunca se separan. Esther es buena para la jardinería, no para interiores, como me di cuenta demasiado tarde, luego de pagar con efectivo en adelantado. La sureña que perdió el acento no tendría trabajo de no ser por su novio que la refería a otras personas. ¿Siguen pensando que Mulligan tuvo algo que ver? Imposible, estaban felices juntos y ella estuvo en mi casa toda la noche. Me encantaría decir lo contrario, pero no puedo.
- ¿Qué hay del dinero que Conroy tenía en su maleta?
- ¿Dinero en una maleta? Buena pregunta. Gastaba todo lo que tenía en ese galgódromo. No puedo imaginar porqué tenía tanto dinero en ese momento. Pregúntenselo a su novia o a Pickwood.
- Eso haremos. Hasta entonces, trate de no empeñar todos los tesoros de la juventud aristocrática.
- No prometo nada.
           
            Hora de volver a visitar a Roger Lawrence Pickwood III. Lo encontramos en la oficina de su club de golf. Comemos los postres en el viaje de regreso al club. Guardo el vino para otro momento. Nos hace pasar una secretaria aburrida y tomamos asiento frente a su escritorio de ébano. Detrás de semejante monstruo de escritorio Pickwood parece ridículamente pequeño y pretensioso.
- ¿Vienen a decirme que ya encontraron al culpable?
- Aún no.
- Vaya, me sorprende que la policía aún siga operando, viendo como tardan tanto para algo tan sencillo.- Encendió un puro con una sonrisa torcida. Le quité la caja de puros y le robé dos.
- Si usted quiere hacerlo por nosotros, adelante.- Martin estaba irritado.- Si quiere dejar su cómoda oficina para arrastrarse por el lodo y la sangre de allá afuera para darle sentido a un mundo violento, cruel e inmisericorde, entonces por favor con todo gusto. Si no está dispuesto a hacer eso entonces guarde silencio y responda nuestras preguntas.- Lo miré con admiración. Mi aprendiz.
- Bueno está bien, fui demasiado lejos. Me retracto. Y sí, puede quedarse con mis puros.
- Gracias. Queremos hacernos una idea de cuánto dinero fue y vino en la construcción del galgódromo. Necesitamos recibos de todo.
- ¿Recibos? Absolutamente no. Si tienen dudas pueden referirlas a mis abogados. Les aseguro que están al tanto de mis operaciones económicas.- Eso llevaría al menos dos años. Para entonces a nadie le importaría Jack Conroy.
- Una última pregunta, espero que no tengamos que referirla a sus abogados. ¿Por qué Jack Conroy tenía una maleta con un millón de dólares?
- No sé si pueda responder a eso, no estoy seguro. La tarde del día en que murió Jack me habló por teléfono. Me dijo que tenía el dinero que faltaba. Me llamó la atención, pues pensé que ya no tenía más dinero para invertir en el galgódromo, había sido muy específico en ese respecto la semana anterior. Estaba sorprendido, y feliz. Ya no pensaba llamarle más, luego de que me dijo que no tenía dinero. No sé de dónde lo habría sacado. De hecho todas las inversiones se depositan en mi cuenta de banco directamente, no manejo efectivo. Lo encuentro algo vulgar.
- ¿Y por qué no lo mencionó antes?- Felton seguía enojado.- ¿No cree que era información valiosa?
- No pensé que importara. Casi se me olvida, para cuando me acordé ya se habían ido y no quise molestarlos.
- La próxima vez, señor III, moléstenos.

            Dejo a Martin en su casa y me voy a la mía. La entrevista con Pickwood nos dejó a los dos con un mal sabor de boca. No pertenecíamos a su casta, éramos una molestia, un penoso inconveniente. El sujeto se dedicaba a estafar con la ayuda de su amiguito el hijo del capitán de policía. Aún así se creía mejor que Conroy, mejor que Marie, mejor que los ladrones callejeros. Como si fuese diferente ser robado por un hombre vestido en harapos que por un hombre vestido en trajes sastre. Me dispongo a abrir la botella de vino y olvidar el asunto cuando encuentro otra carta. Mecanografiada y dejada debajo de la puerta. Alan quiere que nos reunamos cara a cara. Me da la dirección del café Galt. La cita es a las diez de la noche. Ya es tarde. Subo al auto con mi botella de vino, una cerveza y municiones. Llego diez minutos tarde y, mientras me oculto de la luz de la farola me aseguro de que mis dos revólveres estén cargados. Estoy listo para él, si no es que he llegado demasiado tarde.

            Espero nerviosamente, mis manos en los bolsillos y pistolas en los bolsillos. No estoy seguro de mi estrategia. Hay un callejón a media cuadra, puedo forzarlo y golpearlo. Sacarle información. Alan Baskin no es un profesional del chantaje y quizás incluso opere bajo las órdenes de Winston Fredericks. Respondería a mis preguntas, no había duda. Enciendo un cigarro cuando me canso de esperar. La luz de la farola de enfrente comienza a fallar. Su halo de luz, su círculo de día constreñido por la oscuridad de la noche, viene y se va. Ilumina intermitentemente el letrero que dice V.C. Gardening, una compañía de servicios de jardín. La coincidencia me llega de golpe. El primer pago tenía que entregarse en Kerry Services, compañía de pintura. Corro hasta la esquina y le llamo a Martin. Lo  despierto. Quiero los nombres de las compañías de Victor Corbett. Tarda unos momentos en buscar el archivo. Me recita nombres con la voz adormilada. Entre los nombres están V.C. Gardening y Kerry Services. Siento que la sangre se me congela. Es una trampa, la peor de todas.

            Corbett, padre o hijo, tiene un as bajo la manga. ¿Cómo Victor sabía del caso? Su padre se lo dijo. Adam Corbett se hizo íntimo del caso desde la muerte de Conroy. Quiero partirle el cráneo, quiero hacerlo rápido. Me asomo a las oficinas de V.C. Gardening. Lo veo salir. Corro a mi auto y lo sigo por casi una hora. Estoy nervioso con anticipación, tendré sangre esta noche. Aullaré como un lobo cuando la culata de mi revólver le reviente el cráneo. El asunto me es cada vez más claro. Él tendría acceso al nombre del testigo sorpresa, sabría los detalles para hacer plausible la extorsión. Necesitaba el dinero, me tendría fuera de la investigación y destaparían el intento de extorsión como evidencia definitiva de mis crímenes. La única pregunta que me persigue mientras lo veo salir del auto y entrara a una fiesta privada es, ¿por qué no se robó el dinero de Conroy?

            Le doy la botella de vino al hombre de la entrada. Me dejan pasar al casino clandestino. El humo del cigarro forma una neblina permanente sobre mi cabeza. Me quedo atrás, escondido, mientras lo veo apostar fajos de billetes. Hace un par de líneas, se pone loco. Manosea a una invitada. Le tira dinero en la cara. Alguien quiere molerlo a golpes. No lo dejan, su padre es el capitán Corbett. Si el chico quiere, la policía estaría confiscando y arrestando en menos de diez minutos. Está ebrio por el poder, por la cocaína y por el vodka. Fuerza a una prosti a uno de las habitaciones. La pobre chica trata de escapar, pero nadie la ayuda. Me voy de ahí. El lugar está demasiado lleno como para hacer un movimiento contra Corbett, y no tengo ganas de esperarlo afuera. Prefiero regresar a casa y no dormir toda la noche.

            Trato de llegar aún más temprano. Todos llegan media hora antes que yo. Espero fuera de la oficina de crucifixiones. Los investigadores me miran como a una jugosa pieza de carne. De la sala contigua sale el testigo sorpresa, Alan Baskin. Aprieta nerviosamente su sombrero. El teniente sale después y cierra la puerta. No he golpeado a nadie en mucho tiempo, y él parece un buen candidato. Me aguanto, por ahora.
- Es más que oficial,- dice el teniente.- el capitán Corbett quiere su cabeza detective.
- ¿Y qué hay para ti Vinnie?, ¿tú qué ganas o qué pierdes?, ¿a qué debo tu interés?
- Por si no lo sabía Corbett es uno de los capitanes más corruptos de la Fuerza. En otras ocasiones ustedes dos habrían sido excelentes amigos. Lamentablemente yo le debo más favores a él, que él a mí. Como están las cosas Corbett te mandará a prisión, a menos que puedas demostrar que el testigo principal miente. He revisado la investigación de Fredericks, es sólida. El testigo no parece mentir.
- Parece que me tengo que ir.- Entré a la sala. Me esperaban con dos testigos a quienes interrogué.
- ¿Es verdad detective Ozfelian, que cuando la señorita Mernard le dijo que estaba divorciada usted se burló de ella?
- Es cierto.- Interrumpió la mujer. Una vaca francesa con más bigote que frente.- Se rió de mí diciendo que mi marido había encontrado finalmente sus lentes.
- Momento, momento, ¿qué tiene que ver esto con los cargos de extorsión y muerte imprudencial?
- No es muerte imprudencial, detective Ozfelian usted causó la muerte de Herbert Hills. Y estos testigos han sido llamados para declarar acerca de su carácter.
- ¿Mi carácter? Sí, le dije eso a la señorita Mernard. Fue hostil desde el principio y no tenía nada relevante que decir, era una pérdida de tiempo en ese momento y ahora.- Gritaron algo que no me importó escuchar y miré al testigo sorpresa. Algo en su mirada me hizo pensar sobre el caso Conroy y entonces la revelación se fue formando en mi cabeza.- Voy al baño. Discúlpenme.
- De ninguna manera…
- A menos que quiere que ensucie esta prestigiada sala de caza de brujas, insisto en que salgo un momento.
- Está bien.- Los investigadores y fiscales se miraron entre ellos y finalmente aceptaron.- No irá solo. El guardia le acompañará al baño.

            Entré al baño, le quité la tapa al escusado y abrí la puerta lentamente y sin hacer ruido. El guardia, aburrido por completo, se mordía las uñas. Lo golpeé en la cabeza. Cargué su cuerpo desmayado al cubículo del retrete y regresé la tapa de porcelana a su lugar. Salí sin hacer ruido y directo al precinto. Felton y Simone estaban extrañados de verme tan temprano.
- Vamos a dar un paseo. Ya sé quién mató a Conroy. Llegaré hasta las últimas consecuencias y sin importar a quién hago enojar.

            Manejé en silencio. Apagué la radio policial. Sin duda estaban buscándome. Simone estaba complacido. Iría a prisión, no había duda. Me iría, pero me iría peleando. Les recordaría a todos los Pickwood y a todos los Corbett que no importa su casta, siempre que tenga mi placa y una pistola, son todos  parte de la misma escoria que atora la cañería de la sociedad. Llegamos al club de campo de Pickwood. Esther Mulligan, Anastasia Bell y Pickwood III estaban desayunando. Sin decir nada nos sentamos con ellos. Martin a mi derecha, nervioso por las implicaciones. Simone se limitaba a sonreír, entretenido con el vulgar espectáculo.
- ¿Qué significa todo esto?
- La comida es tan buena que decidimos desayunar aquí. Tenemos suerte de encontrarlos a los tres juntos, hay algo de lo que me gustaría hablar.
- Esto es insultante. Llamaré a mi abogado.- Se levantó y le indicó por señas al mesero que le trajera el teléfono. Saqué mi revólver mientras me servía un poco de cerveza.
- No tan rápido. Siéntese.- Pickwood le comunicó a los meseros que nos dejaran en paz. Martin estaba pálido. El teniente no cambiaba esa estúpida mirada.- Moira, Pickwood, Marie y Victor Corbett estaban desangrando las finanzas de Conroy. Aún así consiguió juntar dinero. Alguien lo mató, cuchillo a la garganta. ¿Quién pudo haber sido y, más importante aún, porqué no se llevarían el dinero? Como no hubo robo pensamos que fue personal. No fue nada personal, no realmente. Era todo por el dinero, pero ese maldito perro rottweiler se puso como loco y asustó al asesino, dejando atrás al dinero. Huyendo, el asesino dejó abierta la puerta y el perro escapo. No fue una sola persona, fueron dos. Dos personas íntimamente conectadas en su pasado.
Conroy habría reunido el dinero si Pickwood se lo pedía. Si le hubiesen prometido que sería el último pago, que con ese dinero definitivamente quedaría sellado el asunto. Aún así, Pickwood no lo pidió. Lo pidió Anastasia Bell, hablando por su prometido. Conroy lo creyó.- Anastasia iba a decir algo. Levanto el arma, le dejo en claro que no tiene voz y voto en el asunto.- El vecino de enfrente de Anastasia, un verdadero pervertido, vio que Anastasia iba de un lado a otro. En realidad miraba a su compañero de cuarto. El mormón que pronto sería padre, naturalmente eso pone nervioso a un hombre y lo hace caminar de un lado a otro del departamento durante toda  una noche. Como el vecino miraba a través de una cortina no puede apreciar detalles y ver que se trataba del vecino, quien normalmente no estaría despierto después de las diez.
 Conroy murió con un cuchillo de carnicero, la clase de cosas a las que tendría acceso un estudiante de chef, ahora convertido en jazzista drogadicto, amante de Anastasia. Pero Anastasia no lo empleó a él para le muerte de Jack, porque Anastasia tenía otra amante con quien compartía un pasado. Esther Mulligan perdió su acento sureño, pero mencionó que venía de otra ciudad y tenía un taller de autos. Curioso, porque Anastasia hizo un año por robo de autopartes. Si buscamos antecedentes de Esther veremos que coinciden las fechas y los lugares. Estaban juntas antes de conocer a Pickwood, pero no hay mucho que una ex-convicta y su amante lésbica puedan hacer en la gran ciudad. Así que las dos se consiguieron novios adinerados. El viaje de Esther a Paris, aunque lo planeó con Jack Conroy, lo disfrutaría con su novia y un millón de dólares.
            Los hoyos de jardinería que cavaba Esther, además de ser su coartada, servirían para ocultar el cadáver. ¿Por qué otra razón una chica linda cavaría hasta largas horas de la noche? De no ser por el perro, tendrían el dinero y Anastasia habría llevado el cadáver a la casa de Marie, donde lo habrían enterrado. Si recuperábamos el cadáver culparíamos a Marie, quien tenía motivos para matarlo y robar el dinero y, si llegábamos a estudiar al cadáver, el arma lo uniría a Menner el jazzista que lo odiaba. Si tenían suerte, también conectaríamos a la amante de Menner, quien también tenía motivos para matarlo. Moira lo había engañado con apuestas de sus propios galgos y Jack le había ordenado apostar, además de arruinar su reputación.
- Bravo.- Se limitó a decir Simone. Por la sorpresa en sus ojos, él no había pensado en eso.
- El plan no era perfecto, sabríamos que se habían escapado juntas, pero para entonces y con un millón de dólares en otro continente, jamás las habríamos arrestado. Lo que realmente nos despistó era que dejaron el dinero y nunca tuvieron ocasión de esconder el cadáver.
- Martin, espósalos y llévalos a la patrulla. Llama refuerzos si es necesario.- Martin se llevó a las amantes, quienes gritaban y pataleaban. Anastasia me escupió en el rostro. No me molestó, yo habría hecho lo mismo. Una patrulla ya esperaba afuera. Los meseros habían llamado a la policía, sin saber que yo era detective.
- Ya se los están llevando.- Dijo Martin.- ¿Qué hacemos, quieres regresar a tu juicio o qué?
- Hay algo más.- Encendí un cigarro y, apoyado contra una columna le eché el humo al teniente.- La extorsión de las últimas dos noches, sé que fue usted.
- No sé de qué me hablas.
- Imaginé que diría eso. Quería que uniera a Victor Corbett de alguna forma, ya era sospechoso en este crimen, era solo cuestión de hacerlo aún más sospechoso. Por eso los envíos tenían que ser a sus propiedades e incluso la supuesta cita, la más obvia, era frente a las oficinas de Corbett. Sabía que Victor trabajaba ahí, sabía que saldría de trabajar a esas horas. De esa forma yo lo seguiría. No me estaría esperando, no me conocía. Usted se aseguró de eso, al querer entrevistarlo sin mí. Así, si ambos llegábamos a nuestro destino y me veía, no entraría en pánico. Me mantuvo interesado en el caso, pero a la vez me mandó a casa argumentando que técnicamente estaba suspendido. Una suspensión que no quería ejercer. Fue bastante obvio, quería que fuera a casa y viera la carta. El detalle del testigo sorpresa fue efectivo. No hay tal testigo. Usted simplemente tomó al banquero del mismo banco y quien le dio el dinero a Hill. A Fredericks le encantó la idea de asustarme con eso, y así usted creaba la ilusión, ante Winston Fredericks, que me estaba abandonando a mi suerte. Ingenioso. Sádicamente ingenioso.
- No contaba con el plan de asesinato se había llevado a cabo hasta la mitad, pensé que así había sido pensado. No tuve en cuenta el detalle del perro, buen ojo detective.- Vinnie Paranoias sacó un cigarro, su forma particular de celebrar sus victorias.- El plan se me ocurrió desde que me preguntaron sobre esos nombres. Recordé que Victor Corbett y Pickwood atendían a las mismas fiestas de sociedad. De inmediato imaginé que Corbett estaba involucrado y que el capitán estaría dispuesto a ir a la guerra con tal de enterrar el asunto. Era la única manera como podía protegerlo Ozfelian , al forzar a Adam Corbett a hacer un trato, tú por su hijo. Al crear la idea del testigo, supuestamente para que confesaras por miedo por una sentencia menor, Corbett pensaba que trabajaba con él, cuando en realidad estaba ganando tiempo para llevarte de una pista a otra para que arrestaras a Victor Corbett. Pensé que te dejarías llevar. Me equivoqué. Me sorprende que sea tan objetivo y no se haya comportada como el Neanderthal que normalmente es.
- Como dije, ingenioso. Arresto al chico Corbett por homicidio, desfalco y extorsión a un oficial de policía. El capitán Corbett cae en pánico, no quiere que eso llegue a las noticias. Usted le ofrece el trato, se olvida de mí y usted se asegura que el asunto de su hijo se olvide. De esa forma usted queda en la ventaja, el capitán le debería un favor. Corbett es culpable de muchas cosas, anoche se comportó como bestia en ese casino clandestino, pero no es culpable de esto.
- Sí, básicamente. Lástima que ya no podamos emplear esa estrategia.
- No necesariamente. Aún lo pueden hacer.- El teniente y yo casi nos ahogamos con el humo de nuestros cigarros. Felton parecía muy seguro de sí mismo.- Podemos obligar a Marie a divulgar su nombre. A la prensa le encanta cuando una madame de alta alcurnia amenaza con liberar su libreta negra de nombres. Si Marie Rockwell no es suficiente podemos hacer que Pickwood enfrente cargos de fraude y malversación de fondos y, en un intento por zafarse, él nos entregue a Víctor Corbett. Juntos, los dos harían mucha presión. Claro, si todo lo demás fracasa, podemos ir a la casa de apuestas que Larry conoce, y sacar nombres. Si todos lo queman a la vez, el capitán Corbett no tendrá otra opción más que hacer un trato, en vez de atacar individualmente a todos los acusadores. La mejor parte del asunto sería que si obligamos a hacer un trato al capitán Corbett, y ya no existe la ilusión del testigo sorpresa, la comisión de investigación interna tendrá que dejar el caso.

            Martin el genio. Martin el Napoleón. Martin el mesías. Presionamos a Marie, ella está dispuesta, pero sólo si no va sola. Le aseguramos que tendrá compañía. Pickwood se rehúsa. Llevo a la sala de interrogatorio una cubeta con agua y un directorio. Mojo el directorio y me voy tras él como una piñata. No dura ni quince minutos. Confiesa del fraude, confiesa que se le acabó el dinero hace años. Confiesa que Corbett fue el de la idea. Confiesa que Victor Corbett tiene a un par de prostis de alta calidad. Al final del día tenemos más cargos sobre Víctor Corbett que todos los cargos que se me hayan imputado a lo largo de la carrera. Filtramos la información a la prensa. Simone excusa mi comportamiento. Se toma el crédito del arresto de las lesbianas, pero argumenta que sin mí no habría podido logarlo. La mitad de todo, con el teniente, es verdad y la otra es siempre mentira. Adam Corbett tomó el anzuelo, desesperado hizo un trato con el teniente. Todos los cargos fueron abandonados. Estaba libre. Winston Fredericks se lanzó en mi contra. El teniente me urgía a no empeorar la situación. Le di una patada en la entrepierna, lo azoté contra la pared y le recordé que no era un policía de verdad. Me sentí tentado a decirle la verdad, sólo para verlo sufrir, no lo hice. Quería que anduviera a tientas en la oscuridad. Quizás así, si prestaba atención, escucharía los gritos, los insultos y la violencia en las calles. Caminaría, como todo el resto de nosotros los meros mortales, con el rostro al frente pero encadenados con el peso de nuestro pasado.


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