jueves, 23 de julio de 2015

Los años de tormenta

Los años de tormenta
Por: Juan Sebastián Ohem

1.-
            Pocos entendían, o podían explicar, la manera orgánica que las guildas habían ido tomando forma desde su autonomía, tras la gran guerra. La guilda de agricultura estaba, en cierto modo, fraccionada por guildas autónomas. Alec Orss había sido elegido democráticamente para formar parte de la junta directiva de la guilda de especias y granos. Una guilda pequeña ubicada en la capital del reino del Miskatonic. Se trataba de un edificio de tres pisos que parecía empotrado violentamente contra la inmensa cuadra de veinte pisos, sostenida por sus poderosas columnas y contrafuertes. La guilda estaba en el tercer nivel y el edificio estaba del lado de la avenida que daba a la calle. Aquello era objeto de gran reverencia, aunque cada hora pasaba flotando un zepelín de riel a centímetros de sus ventanas. Aunque no se encontraban en los niveles superiores, aunque estuvieran rodeados, de ambos lados, por la maraña de tubería de vapor y tuvieran que soportar el constante ajetreo del tráfico por pequeños camiones a vapor, todos los miembros se sentían orgullosos. El descubrimiento del nuevo mundo, además, solidificaría a esa pequeña guilda, quizás incluso reubicándola en los niveles más altos. Con algo de suerte y podrían ver el cielo, en vez del techo de granito con sus lámparas de gas y tungsteno.

            Alec probó un cigarro drario que había comprado en el puerto. Le hizo toser, pues eran más fuertes. Sacaba un humo azul que asombró a todos los burócratas, y decidió quedárselo. Subió por las apretadas escaleras hasta las pequeñas oficinas separadas por paneles de madera y frágiles cristales. Los escritorios estaban repletos de papeles, había mucho trabajo. En el último piso, antes de seguir, se topó con quien había estado buscando. Bruss Fass, quien también había sido votado entre los trabajadores de ese ramo, era en realidad el títere de los lores alquímicos Vanrose.
- ¿De dónde has sacado eso?- Le preguntó, mientras trataban de ocultarse en una oficina. Era imposible ocultarse del todo, había gente yendo y viniendo constantemente. Sin embargo, aquella oficina del rincón, la más odiada, estaba penetrada desde el suelo hasta el techo por una tubería de vapor de emergencia, para los niveles superiores. La tubería no era muy grande, pero tenían que tener cuidado, pues de vez en cuando escupían vapor los tornillos. La guilda de vapores, por supuesto, no lo tenía por prioridad.
- El puerto, es de draria, o como se llame ese lugar.
- Mira esto.- Le mostró lo que parecía ser un reloj de bolsillo, pero en cambio era de cerámica. Tenía una rara inscripción y podía abrirse. Bruss había apretado una fotografía de su esposa, aunque era obvio que no servía para eso.- No tengo idea qué es, no entendí el nombre.
- ¿Cerámica?- No le veía lo sorprendente.
- Tócalo, no es porosa como nuestra porcelana. Es vidriado. ¿Te imaginas lo que esto significa? Muchas partes de nuestros mecanismos neumáticos emplean cerámica que debe reemplazarse cada dos años, ésta cerámica sería perfecta y duraría décadas. Es de Xue.
- ¿Csue?
- No, shue. Son esos raros vampiros.
- Ni me hables de ellos, me dan miedo... ¿vampiros teniendo su propio país? ¿Por qué no dejamos que los ghouls tengan su propio reinado?- Se terminó el cigarro y, asegurándose que no hubiese nadie más, fue directo al grano.- ¿Cómo está todo arriba?
- La junta aún no comienza.- Bruss se río.- Sí, sí, ya sé, éstas juntas empiezan horas antes de empezar y terminan cuando oficialmente comienzan.
- ¿Y?- Un zepelín de riel pasó por las ventanas, interrumpiendo la conversación. El ruido era escandaloso, los rieles nunca estaban bien engrasados. La guilda de zepelines, por supuesto, no lo tenía por prioridad.
- Está cerrado, hablamos de muchas coronas. Muchos granjeros se verán afectados.
- Sí, eso ya lo sabía, ¿qué opinan los Vanrose?
- No hay lugar en las guildas para nobles, sabes que es la ley.- Dijo, con un guiño.- Por supuesto que están con nosotros. Y, en el fondo, la corona lo estará también. Los impuestos... Santísimo Yog, los impuestos pagarían por mejores tuberías y rieles bien engrasados.
- Perfecto, vayamos.

            Las juntas de guildas se realizaban en la oficina más grande, que difícilmente contenía a los trece miembros y sus secretarios. El número, ordenanza del rey, estaba diseñado para poder llegar a un punto nulo y recurrir a instancias superiores que, con diversos títulos, eran al final el linaje en el poder, los Wercer. El problema era por todos conocido, llegaban a los puertos infusiones y especias muy deseables para el consumidor, así como otras especias semejantes a las locales, aunque a precios inferiores. Uno de los miembros colocó un mapa en la mesa, era todo lo que los cartógrafos reales habían conseguido descubrir, hasta el momento. Alec, como todos, sintieron un nudo en la garganta. El reino del Miskatonic, incluso las tierras venenosas de los Shoggoth al sur, parecían como un pequeño punto dentro de algo mucho más grande. Al noroeste se encontraba Hiperbórea, la tierra de donde había procedido el unicornio del rey Wercer, pieza definitiva al final de la guerra. Los Vandrecker dominaban la zona y tenían el único puerto de contacto antes de llegar a Königsport. Se trataba de un viaje de dos meses, para luego resumir un viaje de dos a tres meses hasta el reino. Se señaló la tierra de los drarios con un pedazo de carbón, parecía enorme.
- La escala no está definida aún.
- No puede estarlo.- Dijo alguien.- No puede ser tan grande. ¿Cinco veces el reino? Imposible.
- Imposible.- Dijo Urs, un viejo conservador que se sentía deprimido desde los descubrimientos, hacía ya un año.- Hace un año sabíamos que los dioses habían puesto a Vandrar aquí, pues era la única tierra habitable. Ahora sabemos que hay otras, ahora sabemos que otras gentes, otros dioses y otras formas de vivir. Ahora ya nada es imposible.
- Las especias.- Cortó Alec Orss, para llevar el tema al nivel práctico.- Éstas gentes que se ponen toallas en al cabeza y visten con gemas, quieren comerciar sus especias con nosotros. Muchas producen infusiones que ya son populares. Opino que deberíamos aceptar el trato, subiendo los impuestos claro está, para no herir el comercio local. Opino que un... ¿50%?
- Están desesperados, lo aceptarán.- Añadió Bruss.

            La discusión continuó por más de una hora. Alec tenía esperanzas, muchos veían el negocio que representaba. Los demás, los conservadores, creían que podían aislarse del mundo, del mundo que acababa de crecer en tamaño. Tomó un globo aerostático, era más caro pero pronto sería rico y podía darse esos lujos. El globo descendió prácticamente en la entrada de su casa. Los grandes complejos de piedra y vitrales, de veinte o treinta niveles, con docenas de miles de personas viviendo juntas con apenas unos metros, aún no devoraba todo Königsport. Quedaban barrios, como el suyo, donde aún podían verse casas y diminutos jardines repletos de flores. Ralsa, su esposa, le sorprendió en la entrada vistiendo con la sábana de su cama. Habían oído de sus exóticos bailes y sus raras formas de vestir, y les pareció de lo más divertido.
- Mira lo que compré.- Le arrastró a la sala y le mostró una extraña pipa que se conectaba a una estatuilla de cristal.- Lo usan para fumar.
- ¿Qué no inventaron la pipa? Estos salvajes, mi amor, no saben lo que tienen. Te lo digo desde ahora, a ellos les sobra la seda y las especias, como a nosotros la lana o el algodón. Aceptarán lo que sea, después de todo, si no pudieron inventar el reloj mecánico, o el tren, o siquiera el sombrero de copa y el globo de aire caliente, ¿qué podemos esperar de esos simplones?
- ¿Dónde está Viktor? Pensé que te había ido a buscar, eso dijo.
- Ese muchacho, ya sé dónde encontrarlo. Los drarios llegaron ayer, estarán paseándose por todo Königsport. A ver si eso les sirve para civilizarse. Descuida, sé dónde encontrarle.

            Viktor Orss no sabía nada acerca del imperio drario. Se había conseguido una fotografía, de las primeras expediciones y su imaginación voló hacia todas partes. Tenía que verles de cerca, hablar con alguno. Los drarios estaban en los jardínes de Yog, un hermoso jardín en el techo de una construcción de cincuenta pisos, divididos en cinco niveles, con tres elevadores y un sistema de ocho globos aerostáticos. Se trataba de la mejor zona de la ciudad, él mismo había estado allí una o dos veces a lo más. Acudió, fotografía en mano. Era la imagen de un lugar como el que nunca había visto. Se podía ver un río, una serie de construcciones de piedra que le parecieron como un castillo, aunque tenían extrañas torres y, en el centro, una inmensa estatua que debía medir más siete pisos con tres rostros esculpidos en la piedra, con una base de cientos de rostros, algunos animales y otros humanos. No podía entenderla, por más que la veía. No había edificios, no como él los conocía, no había vapor ni metal.

Los drarios se paseaban por los jardines, vestían de pantalones de lana, con camisas coloridas y telas que se hacían colgar. Tenían barbas y bigotes en sus morenos rostros. Las mujeres usaban vestidos decorados de dorado y muchos colores. No era como los vestidos que él conocía, eran de una pieza y sin embargo le parecían refinados. Se apoyó contra la baranda, al lado de una joven de su edad y le mostró la fotografía.
- Mi nombre es Viktor, ¿hablas mi idioma?
- Todos lo hacemos, estamos conocerte.
- Conociendo.
- Tu idioma es difícil. ¿Cómo se llama?
- Se llama... No tiene nombre, no conocemos otro. Existe el antiguo, que hablaron nuestros antecesores hace miles de años, pero no tiene nombre. Tú eres draria, yo soy yo.
- Soy vasha.
- Mucho gusto en conocerte.
- No, yo soy vasha. Mi nombre es Priviti. Tú eres tuleano, adoras a Tul.
- Cthulhu. ¿Qué es una vasha?
- Es mi casta.- La chica se rió al ver su cara.- En el imperio cada persona corresponde a su casta. Los vashas somos comerciantes y artistas. Los shatriyas son, lo que ustedes llamarían nobles. Los Brahmas son líderes espirituales. Los shudras son obreros.
- Entonces creo que yo también soy un vasha. Mi padre trabaja en una guilda, así nos organizamos mejor... Y es obvio que no sabes de qué te hablo. ¿Qué es esto?- Le mostró la fotografía.
- Parece el valle de Rujab, es un hermoso lugar. No como esto. Mucha gente, mucho ruido. ¿Por qué viven en ciudades de metal y vapor?
- Porque así es el mundo... O era. No sabíamos que había más lugares que éste. Creíamos, creemos, que fuimos escogidos por los dioses. Verás, la versión resumida es que Yog-sogoth y Cthulhu...- Se detuvo hasta que Priviti pudo pronunciar correctamente sus nombres.- Estaban en guerra, en las estrellas. Formaron una tregua al crear al Hombre, a nosotros. ¿Qué son estos dioses tuyos?
- La Trimurti, los dioses de los Brahmas, los dioses de los despertados. Quiere decir las tres formas, o las tres caras, pues los tres son lo mismo. Brahman, el creador, Vishnu el protector, Shiva la destructora. Las formas se manifiestan en estas caras que ves en la base, son sus avatares. Tsathoggua es una, tengo entendido aparece en su Necromon.
- Necronomicon. Sí, aparece.
- Quizás Cthulhu y Yog-Sogoth sean manifestaciones de la Trimurti.

            Se quedaron hablando por más de una hora. Alec y Ralsa les encontraron. Ella estaba conmocionada, semejante mezcla se le hacía algo impuro. Alec le detuvo, el mundo había cambiado, había nuevas reglas y la chica era tan solo una distracción juvenil. Les dejaron hablando por otra hora, sentados en una banca a lo lejos. Ralsa se siguió quejando, pero todo en lo que Alec Orss podía pensar era en el dineral que estaba a punto de hacer.


2.-
            Dezba trabajaba en la mina desde que su villa había sido invadida. El grillete y la cadena ya no le eran pesados, se había acostumbrado. Un guardia fue por ella, era un cimerio como ella, que se había convertido al enemigo. El traidor le abrió el grillete y se la llevó a empujones. El traidor vestía de pantalones, zapatos, camisa y saco. Dezba, como cualquier cimeria tenía pieles que cubrían gran parte de su pecho, otro para su entrepiernas y primitivas botas. Le insultó mentalmente, ella había cazado los animales con que vestía, mientras que el traidor simplemente bajaba la cabeza a los invasores. Le explicaron que se despediría en Ituka, su hermana. Dezba usó cualquier excusa para ir a la villa. Crom ya no estaba con ellos, era obvio. Ahora estaba Tulhu, el odioso ser con tentáculos por boca. Les habían convertido, o eso creían. Sabía que muchos se habían convertido, después de todo si un dios podía derrotar a Crom entonces merecía su respeto y adoración. Dezba se sentía avergonzada, su hermana había sido transformada, y no solamente en la fe. Entró a su cabaña y se dio un susto al ver a Sacrom. El rebelde era un hombre fornido, prácticamente un gigante como todos los cimerios.
- Sacrom, debes andar con cuidado. Los Vandrecker tienen espías en la villa.
- Y yo tengo los míos.- Le mostró un puñal que escondía en sus pieles y lo puso en sus manos.- Ituka ya no es tu hermana. Eso lo sabes bien. Habla su lengua, no la lengua de Crom.
- Sí, lo sé. Me harán vestirme como ellos, tengo mi ropa aquí. Puedo esconder el puñal.
- Dezba,- Sacrom la abrazó con fuerza.- Crom nunca nos dejaría, seres guerreros hasta el final.

            Se sentía sucia al vestirse como los tuleanos. Falda, botas de cuero, una blusa con botones que ella tardó mucho tiempo en poder cerrar adecuadamente. Era demasiado pudoroso, los cimerios estaban acostumbrados a la desnudez. Los tuleanos, le parecía, estaban acostumbrados a avergonzarse de sus cuerpos más que de sus acciones. Escondió el cuchillo dentro de uno de los largos guantes y se presentó con la guardia Vandrecker. Vestían con un peto de acero con inscripciones que no sabía leer. Nunca había visto a alguien usar metal como ropa, le parecía pesado y absurdo. La subieron a una carroza y se prepararon para el viaje. Cimeria, o Hiperbórea como sabía que los extraños le llamaban, había cambiado mucho. En sus costas existían ahora ciudades de miles de personas, desordenadamente viviendo en casas  muy diferentes a las que ella conocía. Los puertos eran monumentales, podía contar treinta barcos en los muelles, otros cincuenta en la distancia y siempre había más construcciones. Eso, aprendió rápido era la debilidad de los tuleanos. Les encantaba construir, y mientras más grande mejor. Podían hacerlo ahora que la mano de obra era tan barata que eran prácticamente esclavos. Un enorme edificio estaba siendo construido, había escuchado que era un castillo. Se imaginó que sería como los fuertes que ella conocía, de piedras y maderas. Éste era diferente, era cuadrado y enorme. Los Vandrecker tenían cientos de obreros trabajando de día y de noche. La carroza se detuvo en el puerto e Ituka la abrazó en cuanto la vio. Ituka, una mujer de gran estatura y cabello rojo, vestía una falda floreada que parecía flotar, una blusa con extrañas decoraciones de oro, con el cabello recogido hacia atrás.
- El orgullo de Cthulhu.- Dijo el hombre que la acompañaba.- Esto demostrará a todos que los cimerianos pueden civilizarse. Mírala, ¿acaso tu hermana no es igual a nosotros?
- Sí.- Dijo Dezba con las manos atrás y lentamente liberando el cuchillo.
- No podía irme sin decirte adiós Dezba. Dejaré Hiperbórea, quizás para siempre. Cthulhu tiene nuevos planes para mí. Embajadora de paz, hablaré por nuestra gente Dezba, por la explotación que sufrimos. Yog es compasivo, escuchará mis plegarias.
- ¿Qué hay de Cimeria?
- Los tuleanos hermana, ellos se pensaban únicos también. Hay todo un mundo por explorar y desearía que pudieras venir conmigo, pero sólo podrías hacerlo si te conviertes y sé que eso no pasará.

            Dezba sacó el cuchillo y pero no lo usó. No podía. Era su hermana, después de todo. Se despidió de ella, vio cómo se alejaba el barco hasta llegar al horizonte. Se paseó por Hiperbórea, lo que ella había conocido como Cimeria. Instalaban extrañas máquinas que funcionaban con el carbón que le hacían extraer. Sacaban vapor y movían grandes máquinas para construir más eficientemente el puerto. Se asomó a la fábrica de tabiques. No eran hechos como ella había visto, a mano y con arcilla quemada. Una enorme máquina escupía los ladrillos y tragaba el lodo como una bestia enloquecida. Las máquinas, ruidosas, impersonales, soltaban vapor y chillaban de vez en cuando. Los obreros la sacaron de allí. Las casas, hechas de esos tabiques, tenían el rostro de Cthulhu, quien ahora dominaba Hiperbórea. Soltó una lágrima y se apuñaló en el corazón. Manchó de sangre el rostro de Cthulhu. Eso era, Dezba estaba segura, lo que ese perverso dios quería, pero jamás tendría su alma, pues ésta se quedaría en Cimeria, en compañía de sus antepasados y eso, ni los Vandrecker, ni el mismísimo Cthulhu, podían conquistar.

3.-
            Kalanidhi estaba exhausto. Los shudras se habían ido, buscando mejores oportunidades en Hiperbórea. El par de acres era todo suyo, pero aquello significaba poco sin el mucho trabajo que implicaba. No le avergonzaba ser un vasha que cumplía con los deberes de los shudras, después de todo, le avergonzaría más no poder proveer por su familia. Además, había cierta satisfacción al ver sus árboles y arbustos frondosos y saludables. Cosechaba sus hojas y cosechaba de los cafetales. Las hojas eran para el té negro común que vendía por centavos de rupia, el café le daba lo mismo. Juntaba lo poco que tenía y hacía lo posible por mantener a su familia. Salió de sus ensoñaciones al ver a Punjaraba hablando con su vecino. Le siguió, intrigado, nunca le había caído bien su vecino. Se quitó el turbante, se limpió el sudor y se lo puso contra el hombro. Sonrió pensando que ahora sí parecía un shudra. Punjaraba, a quien seguía viendo como la hermosa doncella con quien se había casado, parecía muy preocupada.
- Anda Bajali, dile a mi marido.
- Me voy Kalanidhi, mis shudras se han ido y mis acres necesitan de demasiado trabajo. Iré a Hiperbórea, dicen que hay mucho trabajo allí. Los tuleanos necesitan gente.
- Tuleanos.- Se mofó Kalanidhi.- Herejes adoradores de Tul. ¿Qué saben ellos de la raza de Vorvados y el libro de Iod? No saben de dónde venimos, ¿crees que sepan a dónde iremos?
- Sí, pero ¿y de dónde sacaré las rupias para mis hijos? Vorvados no me las dará, y la última vez que revisé por más que agitaba el libro de nuestra casta, las rupias no caían.- Señaló a sus acres, a sus arbustos y parcelas de trigo.- Además, todas estas tierras son de los Brahmas, ni siquiera son mías. Sus impuestos me dejarán en deuda y prefiero irme antes que eso pase. Fuiste bien vecino Kalanidhi, y respeto lo que haces. Nunca te vi como un shudra, sé que siempre serás de la gente de Vorvados, como yo.
- Gracias, significa mucho para mí. Buena suerte Bajali, pero no olvides tus raíces.
- Pobre Bajali.- Dijo Punjaraba, arreglándose el largo cabello.- Al menos no va a Miskatonic, he oído cosas horribles allí. Dicen que tienen dioses que son máquinas, que viven en ellas, en ellas Kalanidhi. Que te mastican con sus dientes de acero.

            Punjaraba se olvidó de todo aquello cuando fue a recoger a sus hijas al colegio de vashas. Sarajan era un niño precoz y juguetón, Rajalandra ya pasaba de la pubertad y crecía para ser una hermosa mujer. Sarajan estaba muy confundido, la clase de geografía había sido un desastre. Prácticamente tenían que verlo todo de nuevo. Poco se sabía del reino de Miskatonic y Sarajan quedó confundido por todos los detalles. Hablaron de aquel río, pensando que quizás era como para ellos su río sagrado, que ahora estaba en manos de los Xue y los yitianos. Siguieron el mismo camino de casas y pequeños edificios, pero algo había cambiado. El mercado era mucho más grande y la curiosidad les impelió a acudir. Extraños artefactos del reino de Miskatonic habían llegado y la gente pagaba grandes rupias por ellas.
- Olvídese de las brujas.- Explicaba el vendedor que tenía ahora a otros diez vashas trabajando para él, debido a la demanda.- Los tuleanos son expertos en la alquimia y la magia. Ahuyentan a sus fantasmas con luces de tungsteno, lleve este polvo azul y verá que las brujas que andan flotando por el pueblo les dejarán en paz.
- Yo quiero esto.- Dijo Rajalandra, comprando un reloj de bolsillo.- Míralo mamá, se mueven las estrellas. ¿Crees que tengan las mismas estrellas que nosotros?
- No lo sé hija... Eso, ya sé cómo animar a tu padre.

            Punjaraba, que siempre era cuidadosa con el dinero, compró una pesada máquina que cargaron entre todos. El vendedor le demostró cómo funcionaba, se trataba de una cámara fotográfica a base de pólvora. Rajalandra llevaba la bolsa de pólvora, Sarajan, el más pequeño, cargaba el tripie que era más grande que él y Rajalandra llevaba la cámara con sumo cuidado. Kalanidhi no sabía qué pensar de todo eso. Trataron de recordar las instrucciones del vendedor, pero lo había hecho tan rápido, por lo ocupado que estaba, que difícilmente lo recordaban.
- Vino frutal, hace calor.- Kalanidhi sirvió los vasos de terracota y los fue pasando. Se sentó en el piso, mirando alegre a su esposa y sus retoños mientras descubrían que el tripie podía mantenerse de pie con un mecanismo muy pequeño. Punjaraba montó la cámara y la canaleta donde iba la pólvora.- ¿No es peligroso? Hijo, aléjate de la pólvora, no vaya a ser que dispare algo.
- Entonces enciendes esta mecha, que llega a la pólvora y... no sé que hace, pero luego sacas esta lámina y tienes la foto.
- ¿Foto?- Kalanidhi nunca había escuchado de semejante cosa.
- Sí, es una imagen, como una pintura, pero más realista. Se ve idéntico, en blanco y negro.
- ¿Y se verá toda la casa?
- No, ven.- Punjaraba levantó el pesado velo y le dejó mirar por el foco. El marido brincaba de emoción y sus hijos se reían. Les podía ver, aunque al revés. Sacó el brazo por la cortina y les saludó. Ellos saludaron de regreso.
- ¿Qué me pongo?- Preguntó Rajalandra, mirando su ropa humilde con vergüenza. Corrió por un velo que la cubriera un poco más y regresó al patio.
- Las láminas las venden por separado, sólo pude comprar una, pero mi amor puedes eternizar los recuerdos. ¿Te imaginas de haberlo tenido en nuestra boda?
- Este.- Dijo Kalanidhi con el pecho inflado, sudando por el trabajo de shudra y vistiendo ropas ya descosidas y viejas.- Este recuerdo hay que eternizar. Todos, pónganse en la entrada de la casa. Yo encenderé la mecha, no vaya a ser que me deje sin brazo.
- Corre papá.- Le gritó Sarajan cuando la mecha encendió. Se reunió con ellos corriendo. Kalanidhi se colocó al centro, con su esposa a su lado inclinándose en su hombro y sus dos hijos a sus lados. Esperaron tensos, sin moverse ni respirar. La pólvora hizo una gran luz y siguieron quietos, sin moverse, por más de un minuto.
- ¿Tú crees que ya esté?- Le preguntó el marido, apenas moviendo la boca.
- Espero que sí.

            Ella sacó la lámina que se convirtió en fotografía. Era el recuerdo perfecto. Lo miraron por largo rato, hasta que llegó el atardecer y se terminaron el vino frutal. Punjaraba colgó la fotografía al centro de la sala y todos comieron en el suelo, alrededor de la mesa baja con sus miradas en aquella imagen.

5.-
            Alec Orss sabía que pasaría, pero aún así lo celebró dando de saltos. La guilda permitía la importación de las especias del imperio drario con unos elevadísimos impuestos, de los cuales ellos percibían unas ganancias jugosas. Alec, ahora contando con una gran fortuna, pasó las siguientes semanas monopolizando el tráfico de especias. La guilda de agricultura perdió una batalla legal y terminaron por ceder, ahora la pequeña guilda de Alec controlaba todas las especias que venían del imperio drario y de los diversos calfas yitianos. Su voz era determinante ahora en la guilda, sus decisiones eran rara vez cuestionadas, pues Alec tenía gran talento para hacer negocios. Consiguió algunos tratos poco éticos con los de la guilda de puertos con tal de hacer más fuerte el control sobre aquellos bienes.

            Aprovechando su nueva posición social Ralsa, como todas las esposas ricas decentes, se unió a uno de los muchísimos movimientos contra inmigrantes. Alec decidió participar activamente, no le dejaba ganancia alguna, de hecho desperdiciaba cientos o miles de coronas, pero era para una buena causa. Hiperbórea estaba captando gran parte de las migraciones, pero Königsport se estaba llenando de gente rara y costumbres ajenas. A Alec no le incomodaban los drarios, con sus turbantes y sus raros bigotes, reconocía cierta dignidad en ellos y no le sorprendía que se refirieran a ellos mismos, no como drarios, ni como imperiales. Los yitianos tampoco le preocupaban demasiado, era gente del desierto que vestía en túnicas, aunque se murieran de frío en Königsport. Los yitianos eran silenciosos, siempre se quedaban en sus grupos y cubrían a sus mujeres de pies a cabeza. Se quejaban, eso sí, de la licenciosa vida que se daban los tuleanos, pero nadie les tomaba en serio pues eran pocos. Las guildas, además, tenían prohibido, por edicto real, contratar a cualquier inmigrante siquiera para barrer el piso. Eso, por supuesto, llevaba a los inmigrantes a poner sus propios negocios o, en su defecto, al crimen. Esto último tampoco le preocupaba, eran los Xue quien le daban un miedo terrible. Les veía en la noche, vistiendo esas coloridas ropas con mangas muy anchas y esos extraños zapatos de madera. Tenían los ojos negros, por completo negros, y eran sumamente arrogantes. Se habían empezado a mudar al barrio fantasma, a un lado del puerto, pues tanto los fantasmas como ellos pertenecían al reino de los muertos. El movimiento en el que los Orss se habían incluido tenía por líder a Amir Wercer, primo segundo del príncipe heredero. Aquella era otra razón por la que Alec se había unido. Se reunían en la primera planta de un edificio del puerto, más que nada para quejarse y convocar a más gente para quejarse.

            La reunión de esa noche era diferente, Amir Wercer había conseguido el permiso real para echar a los Xue del barrio fantasma, por la fuerza de ser necesario. Nadie lo haría por la fuerza, le temían a los vampiros, pero les darían un ultimátum, pues el rey prefería aniquilar todo el barrio antes de tener un floreciente barrio de vampiros. La infección en Arkham, después de todo, les había dejado con temibles recuerdos de lo que podía pasar cuando se dejaba una herida infectada sin curar. Los soldados cargaron con  máquinas, parecidas a rifles con esferas de vidrio en el medio, que soltaban tungsteno y otros venenos, diseñados por el rector de la Universidad del Miskatonic, para poder moverse por el área infestada de fantasmas, sin que sus propias almas se convirtieran en uno de ellos, como pasaba con los borrachos marineros. Los soldados dispararon, soltando una niebla azul y pronto la masa de decididos ciudadanos se redujo a una quinta parte. El tungsteno, después de todo, hacía visible aquello que existía en el plano astral y pocos se atrevían a andar entre fantasmas. Ellos no les notaban, seguían con sus vidas, pues no sabían que estaban muertos y estaban vagamente conscientes de lo que ocurría a su alrededor. A excepción de los fantasmas, el barrio era como cualquier otro viejo barrio portuario, a excepción de los Xue. Ellos ya tenían tiendas, comerciaban entre ellos, modificaban los edificios a su propia estética y estaban instalando una escuela.
- ¿Los traductores?- Preguntó Amir Wercer, al llegar a una pequeña plaza con tiendas Xue, repletas de dragones extraños, demasiado alargados, sonrientes y hasta con bigotes largos y finos.
- Se fueron, en su mayoría.- Le contestó Alec, quien permanecía a su lado, rodeado de soldados.
- Mi nombre es Amir Wercer.- Les informó a los Xue, mediante traductor, que rápidamente se reunían con ellos. La mayoría tenían colmillos que sobresalían de sus labios y muchos tenían rostros como de murciélagos.- Eso no significa mucho para ustedes, pero significa mucho aquí. Soy un linaje y este es nuestro ultimátum. Váyanse mañana en la noche.
- Sólo queremos un lugar tranquilo donde vivir, no lastimaremos a nadie.- Dijo un Xue, mediante su propio traductor. Le mostraba las bolsas de sangre y Wercer puso cara de asco.- Le compramos la sangre a los pobres. No matamos a nadie.
- Nadie quiere este lugar.- Dijo otro Xue mientras un fantasma caminaba, atravesándole, y hacía como si recogiese una caja imaginaria para colocarla con las otras. Todos los fantasmas hacían cosas así, por toda la eternidad. El vampiro mostró lo que parecía un frasco de perfume, apretó la bolsa de caucho y el fantasma se detuvo. Le acarició el rostro, sin atravesarlo y le susurró unas palabras. El fantasma aceptó con la cabeza y salió corriendo. Evadió el tungsteno y los vapores como si fuera la peste y desapareció.- Le he mandado que le diga a primo que tenemos visitas y que nos quieren correr. Todos deberían oír su ultimátum.
- Los Wercer somos linaje, pero soldados de corazón.- Extrajo una pistola, semejante a esos rifles. Apuntó a una niña fantasma que jugaba con un perro que no estaba ahí. Disparó un dardo que soltaba un humo verde y el fantasma dejó de existir.- Su supuesta superioridad alquímica no existe. Tenemos venenos que les sacarían ronchas hasta matarlos. No queremos eso, no queremos enojar a la nación Xue.
- ¿A quién le hacemos daño?- Le espetó uno de los vampiros que llegaban. Estaban rodeados por completo. Los soldados disparaban sus gases casi compulsivamente, pues tenían miedo. Alec tenía aferrado su sombrero de copa, estaba aterrado. Amir Wercer, en su casaca verde militar les miró a todos con asco.
- Ésta es la tierra de Cthulhu, de Yog-Sogoth y los Antiguos. Ustedes vienen aquí y, si es cierto lo que dicen y no matan para comer, son como hormigas. Se toleran las hormigas y pronto tienes una infestación.
- ¿Nos reduce a insectos?
- No, a una infección. El vampirismo, en nuestras tierras, es una infección. No nos obliguen a amputar un brazo, como dije no queremos problemas con los Xue. Pensé que ellos tampoco querían problemas con nosotros. Vuelvan a sus hogares, es una orden.
- Vaya que les dimos una lección.- Dijo Alec, cuando salieron del barrio, nerviosamente encendiéndose un cigarro.
- Seguramente irán a Hiperbórea. Qué asco de lugar, ¿cómo pueden vivir los Vandrecker en un suelo que no tiene historia?
- Sí, tiene toda la razón. Esto de las mezclas... El comercio, claro está, es asunto aparte.
- ¿Y qué hay de tu hijo?, ¿realmente crees que él y esa extranjera simplemente se agarran de las manos y se miran a los ojos? Señor Orss, meta orden en su casa.

            Alec quedó petrificado. Había conseguido fortunas inimaginables en cuestión de semanas. Se había sentido pletórico, lleno de vida. Ahora, con un simple comentario, estaba tan asustado como los Xue que les habían implorado, en su inentendible lengua de rodillas o en el suelo. Tenía que encontrarle, y rápido, su futuro estaba en juego.

            Viktor no podía dejar de pensar en Priviti. Había faltado a la universidad para poder seguirla, y a la pequeña comitiva. Los embajadores les habían llevado de un lado a otro de la capital, les habían demostrado el poderío del carbón en un breve tour por las calderas subterráneas, les habían mostrado el poder de sus fábricas y el cómo eran capaces de producir cien o mil veces más que ellos en cuestión de días. Priviti consiguió algo de privacidad de su familia, quien no le tenían mucho aprecio al muchacho, después de todo, no era de ninguna casta.
- Muéstrame.- Le dijo Viktor en un pequeño parque, en el nivel tercero de otra gótica construcción gigantesca. Estaban frente al palacio de justicia, con sus rosetones y sus vitrales, y el parque, repleto de gente, tenían espacio para enamorados con enredaderas y un piso de arena. Le pasó una rama que rompió y le repitió la frase.
- Éstas son las citadelas, como tortugas, y tienen domos iridiscentes, normalmente de color ámbar. Los brahmanes viven ahí, a veces los más adinerados se hacen sus citadelas. La citadela de la capital es del tamaño de tu capital. Yo vivía aquí.- Hizo una línea abajo y dibujó un cuadrado.- La casa no era mucho, pero mi papá es un diseñador de sueños y vivíamos bien.
- No entiendo, ¿vivían en las calderas?- Priviti soltó una carcajada.- Es que dibujaste abajo.
- Sí, abajo. La citadela flota. Es piedra de luna, como esa piedra gris. Los Xue las venden al imperio. Pueden flotar por años enteros, siglos incluso. No sirven en el agua, pero sirven para hacer barcos. Ahora que perdimos el río, todo nuestro comercio es en barcos flotantes.
- ¡Barcos flotantes! Es increíble, algún día tengo que verlo. ¿Pero por qué no puedes vivir allá arriba? Mi casa ve hacia el cielo, las cinco mil personas que viven en este complejo ven un techo a diez pisos de altura y muchas lámparas. ¿Tú que ves?
- Piedra lunar, y no puedo vivir ahí. No soy brahmana.
- ¿Y cómo aplicas para el trabajo, te metes a una guilda o es cosa de linajes o noblezas?
- No tonto,- Priviti ya le había tomado cariño y se atrevió a acariciar sus manos.- tú naces en una casta y no puedes salir de ella. Reencarnas en una mejor o peor, dependiendo de tus actos.
- Eso no tiene sentido.
- Nosotros creemos que cada casta viene de un pueblo distinto, en las estrellas. Nosotros venimos de Vorvados. Drario es la unión de todas estas tribus, pero tú no cambias de raíces por que sí.
- Me gustas mucho Priviti.- Ella se sonrojó y él se atrevió a robarle un beso.
- No, no Viktor, no lo hagas. Me gustas a mí también, pero mi familia probará suerte en Hiperbórea. No nos quedaremos mucho tiempo. Además, tú y yo somos diferentes.
- No, sólo crecimos en dos lugares distintos. La gente de Dunwich es distinta a la gente de Arkham o de Königsport, pero somos la misma cosa. ¿No te gustaría vivir aquí?
- No.- Dijo ella, horrorizada.- Entre tanta gente, tanto vapor y tantas máquinas... Los drarios no estamos obsesionados por la mecánica, como ustedes. Tienen leyendas sobre ustedes, rumores. Dicen que sus dioses son máquinas, dicen que viven en engranes y que si los atraviesas en vez de sangrar, sale maquinaria de reloj.
- No, sale la misma sangre que la tuya.- Le puso la mano en el corazón y se besaron de nuevo.
- ¡Viktor!- Alec apareció de la nada, apartó a los novios del brazo y se lo llevó a empujones hasta un abarrotado zepelín de riel. Viktor y Priviti se despidieron con una mirada y ambos contuvieron una lágrima, pues no se verían de nuevo.- ¿En qué estás pensando muchacho? Mezclándote con esa chusma simplona. Ellos y sus muchos dioses, es gente rara Viktor.
- Y hacerte rico a costa suya está bien, me imagino.
- Eso es diferente.- Le ladró Alec, rojo de furia y Viktor no se atrevió a decirle nada.- Los Wercer saben de tu amorío. Me has dejado en vergüenza y justo ahora, justo ahora que tanto trabajo nos ha dado los frutos que merecíamos. Una nueva casa, la guilda la haremos en un techo. ¡Un techo Vikto! Miraré las nubes desde mi oficina, millones de coronas, eso compra mucho hijo mío.
- No importa papá. Ella odia este lugar, se irá a Hiperbórea.
- Pues qué mejor. Los desperdicios van a ese lugar sin historia. Prométeme que la olvidarás.
- Lo prometo.- Le mintió su hijo.

6.-
            Hiperbórea se extendía hacia el norte, hacia el corazón de las tierras cimerias. Los Vandrecker se vieron obligados a escuchar a los obispos de Cthulhu, de modo que la avanzada consistía de una brigada fuertemente artillada y un pelotón de sacerdotes. Urs Yaless y Ralek Mirrel eran los dos obispos encargados de la conversión. Nunca habían tenido problema semejante. Los niños crecían y se enteraban por sí mismos, sea por sus padres o por la escuela, sobre Cthulhu y los dioses de las estrellas. Cimeria era pagana, palabra que tenía que inventarse para la situación y que anteriormente había existido únicamente como una posibilidad teórica para los epistemólogos de la Universidad del Miskatonic. Los obispos no terminaban de ponerse de acuerdo, Urs pensaba que la humildad sería la virtud que canalizaría sus almas al recto sendero. Ralek argumentaba que, dada la importancia que los cimerios le daban a cosas como la fuerza física o el honor, el mejor método era doblegar sus espaldas para doblegar sus almas. En la villa de Trurok Urs Yaless decidió probar su teoría. Llevaba consigo a sus traductores, que igualmente servían de soldados.
- Que alguien me diga, ¿qué es esta cosa?- Preguntó Urs a los curiosos. Los cimerios le vieron sin entender, les parecía obvio que aquel árbol muerto era el alma del guerrero Murok, quien bendecía y cuidaba de su villa. Sin él, le explicaron, toda clase de plagas vendrían para atormentarles.
- Ahí lo tienes.- Le dijo Ralek.- Supersticiones que no se sacarán de encima con sermones.
- No planeo eso.

            Urs tomó prestada una pesada hacha. Los cimerios eran hombres muy grandes y él, a comparación, parecía muy pequeño. Taló el árbol muerto hasta tirarlo por completo. Les preguntó dónde estaba su héroe, dónde estaba Crom y su temible venganza. La gente de la villa gritó histérica, lanzándose al piso y chillando de terror. Su mundo se había fraccionado como ese árbol. Realmente esperaban a las plagas, pero luego de unas horas no ocurrió nada. Uno de los más fieros guerreros de la tribu Trurok fue el primero en ponerse de pie, espada en mano. La espada era ancha, era de hierro en vez de acero, pero era obvio que había sido usada en muchas ocasiones. Se acercó a Urs, clavó la espada a sus pies y se hincó ante él, después de todo, aquel hombrecillo había derrotado a Crom en una justa batalla espiritual.
- Ustedes cimerios, que creen que el Hombre es eterno, que siempre ha estado aquí.- Dijo Urs, en el poco cimerio que conocía, y asistido por traductores.- Están equivocados. Ahora que han visto cómo han crecido solos, naturales y sin más guía que sus nobles conciencias, quiero que aprendan del Necronomicon.
- Necro-no-mi-con.- Repitió el guerrero lentamente y toda la villa, reuniéndose en torno a ellos, repitieron la palabra hasta aprenderla.
- “Que no sea pensado,- Leyó Urs de su pesado tomo de cuero y piel de cordero, como estaba escrito que el libro debía estar encuadernado. Lo conocía de memoria, pero prefería hacerlo así.- que el Hombre es ni el más viejo ni el último de los amos de la Tierra, o que las formas comunes de vida y sustancia caminan solas. Los Antiguos eran, los Antiguos son, y los Antiguos serán. No en los espacios que conocemos, sino entre ellos, Ellos caminan serenos y primigenios, sin dimensiones e invisibles para nosotros. Yog-Sothoth conoce la puerta. Yog-Sothoth es la puerta. Yog-Sothoth es la llave y el guardián de la puerta. Pasado, presente, futuro, todo es uno en Yog-Sothoth. Él conoce de donde los Antiguos se liberaron hace mucho, y de dónde se liberaron ahora una vez más. Él conoce donde Ellos caminan por los campos de la Tierra, y donde Ellos aún permanecen, y por qué nadie puede verlos en sus andares. Por su olor a veces algunos hombres pueden saber que están cerca, pero de su semblanza ningún hombre puede saber, salvo de aquellas formas que Ellos han mostrado a la humanidad. Caminan sin ser vistos en lugares sagrados y en lugares perversos, en lugares solitarios y en las almas de los hombres donde las Palabras se han dicho y donde los Ritos se han convocado en sus temporadas. El viento susurra con Sus voces y la tierra murmulla con Sus conciencias.”
- Crom, Crom es una de esas formas.- Dijo el guerrero y toda la villa le apoyó. Los obispos se miraron, era mejor no decirles que estaban equivocados.

            Pasaron el día enseñando los nuevos ritos, pero los cimerios eran reacios a abandonar sus viejas costumbres. Cierta mezcla se fue produciendo, los cimerios ya tenían rituales con dólmenes, de modo que los rituales de tuleanos que requerían el uso de dólmenes y altares no les parecieron tan extraños. Los tuleanos, además, traían comida para todos de modo que no tuvieran que trabajar o salir a la cacería, que era su principal ocupación. Urs y Ralek sabían que los estómagos llenos eran más fáciles de convertir. Los errores doctrinales, se convencieron mutuamente, los podrían resolver más adelante, después de todo, aún no sabían la diferencia entre Dagón, Cthulhu y Yog. Durmieron en la villa, preparados para el largo proceso de conversión. No durmieron mucho. Sacrom y sus rebeldes aparecieron de entre los bosques y atacaron con saña. Usaban arcos, lanzas, escudos y espadas. Los soldados de Vandrecker, con sus pesados petos no sentían las flechas, y con sus rifles de repetición pudieron repeler el ataque rápidamente. Sacrom había escapado, inflando aún más su leyenda. El factor sorpresa había contado para mucho y, para sorpresa de los tuleanos, la mayoría de las víctimas eran cimerios.
- Sacrom es la plaga.- Dijo una señora.- Crom nos ha castigado.
- Sacrom es una plaga, en eso tiene razón.- Ralek fue directo a las cajas con armas, sacó rifles y revólveres. Les enseñó cómo usarlos a los guerreros.- Tomen su venganza, honren a Cthulhu.
- ¿Seguro que sabes lo que haces?- Le preguntó Urs.
- Lo probamos a tu manera, ahora lo haremos a la mía.

            La villa entera se armó, incluyendo a las mujeres. Los atacantes habían huido, pero habían sido descuidados. Los cazadores dieron con la brigada de rebeldes y en la matanza las armas tuleanas probaron ser más eficaces, pues aunque estaban en clara desventaja, pudieron matar a más de cien hombres, mujeres y niños. La sed de venganza, sin embargo, no cesaría ahí y en los siguientes días cazarían a más rebeldes. Ralek entregó más armas a aquellos que se convertían, convenciéndoles que Sacrom era el verdadero enemigo. El norte de Hiperbórea se tiñó de sangre y, aunque las carnicerías no podían ser escuchadas en el puerto Vandrecker, los rumores corrieron de ejércitos de salvajes, armados con armas de gente civilizada, masacrando a los cimerios norteños y paganos. Cada victoria, cada villa incendiada y cada montaña de cadáveres reforzaba más, en la mente de los cimerios convertidos, el poder de Cthulhu y los Antiguos que habían salido de entre las estrellas por una puerta conocida sólo a Yog-Sothoth. Urs hizo lo posible en insistirles que aquella puerta estaba en sus almas y que podían cruzarla mediante la piedad, el honor, la reverencia y la caridad. Los cimerios conocían poco de eso. Sus protestas, sin embargo, convencieron a Hans Vandrecker, pues era peligroso armar a los salvajes. Se les acabarían las  balas, no sabrían cómo producirlas, eso era cierto, pero en el puerto la gente temía que la carnicería se desplazara al sur. Hans, cansado de todos los problemas que los cultistas habían provocado, convocó a un juicio en la corte exterior del castillo que aún no estaba terminado. Había mandado traer filósofos de la Universidad del Miskatonic y, por supuesto, a los dos obispos a cargo de la conversión. Los filósofos se sentaron en las tribunas académicas, de pesada madera labrada y ornamentada, Hans ocupaba un asiento más parecido a un trono, tenían a un cimerio encadenado al suelo y Urs y Ralek harían de abogado y fiscal, respectivamente.
- Las matanzas cesarán pronto, no tienen suficientes municiones. Además, fraccionar al pueblo cimerio es clave para poderlos conquistar.- Se defendió Ralek. Vandrecker no estaba interesado en las excusas para sus decisiones y se lo hizo saber con un ademán, para que continuara. Los obispos se alisaron sus sotanas y se miraron a los ojos sin decirse nada. Se conocían bien, aunque no eran amigos.- Los cimerios son de inteligencia inferior al promedio, pero ha quedado filosófica y teológicamente comprobado que semejante inteligencia no equivale a la posesión de un alma típicamente humana. La conversión es, para ellos, una cuestión epistémica, se trata de nuevos conocimientos. Como el niño que aprende a darle cuerda a un reloj. Nada más. Teorías del mundo que son supersticiones incoherentes.
- Es difícil ver el alma de una persona cuando está oprimida, bota en el cuello.- Dijo Urs, señalando al cimerio que no entendía ni una palabra.- Sin embargo, ahí está, esperando florecer. Tienen idioma, cosa que antes mi colega y otros académicos ponían en duda. Todos esos uc, trok, y demás voces son en realidad un lenguaje complejo con una gramática que, aunque simple, califica como un idioma.
- ¿Y acaso las abejas no se comunican mediante sus bailes?
- Sí, pero estos tienen gramática. Una gramática que diferencia entre el pasado, presente y futuro. Los animales difícilmente tienen eso. Además, en su gramática pueden hablar de cosas que pudieron haber pasado o que podrían pasar. Los animales definitivamente no pueden hacer.
- ¿Y la gramática determina la presencia del alma?- Se mofó su colega.- Los bebés no la tienen.
- Pero la pueden aprender. Además, no baso mi argumentación únicamente en la gramática. Hemos visto que pueden reír y llorar, tienen sentido de la vergüenza y la dignidad, ¿acaso no son esas las características del alma humana?
- Cuidado colega, hablas de características secundarias. El sentido del humor es al hombre como la manía de los perros por dar de vueltas antes de acostarse. Es accidental. Uno no determinaría si tal cosa es un perro porque da de vueltas.
- ¿Y qué hay de sus ritos funerarios, sus leyendas y mitos?
- Meras supersticiones. Tú mismo has visto el poder que semejantes cosas tienen sobre ellos. Lo mismo pasa con un perro que ha sido golpeado muchas veces con el diario, le muestras el diario y se asusta.
- ¿Pero estas supersticiones no conforman una forma de ver el mundo? Tienen valores, un modo de ver el mundo que les rodea que incluye, sí supersticiones, pero también elementos característicamente humanos, como la poesía de un atardecer, la incertidumbre de la noche y el temor antes de la tormenta. Incluyen también sus leyes, supuestamente sagradas, y complejas prescripciones para cuestiones como comercio o para casos de retribución, un primitivo sistema legal. Todo ello es una forma de ver el mundo. ¿Y no es la filosofía misma un modo de ver el mundo?
- La filosofía se basa en la verdad, si ellos se basan en la mentira, ¿llamarías a eso filosofía?
- Si supieran la verdad, entonces serían tan filósofos como cualquier otro.
- Bueno, basta ya.- Dijo Vandrecker, cansado del ir y venir.- Son animales, pero esto no me incumbe, por eso he traído a los respetables filósofos. Me importa más lo que hemos de hacer con ellos. ¿Puede la gente civilizada convivir con semejantes bestias carentes de pudor que honran la violencia por encima del diálogo y la barbarie sobre la civilización?
- Hemos llegado a una conclusión.- Dijo uno de los filósofos, luego de varios minutos de debates en murmullos.- Los cimerios tienen alma humana. Si se trata de un alma igual o inferior en su calidad será cosa de estudiarse con calma. En cuanto a lo que usted solicita, somos de la opinión que Hiperbórea debe ser lavada antes de ser colonizada. Cthulhu perdonará la eliminación de seres que, hablando propiamente, no fueron elegidos, como nosotros que venimos de Vandrar, y que simple y sencillamente debieron escapar de la conflagración de la gran guerra de los dioses como a veces los insectos se esparcen de una punta del mundo a la otra cuando hay una guerra.
- Mis tropas podrán hacerlo.- Dijo Vandrecker, meditando la cuestión.- Es cosa de establecer límites, de avanzar por cuadrillas, limpiar de sector en sector. No conocemos la extensión de la isla, ni siquiera si se trata de una isla o más bien de una península. Por ahora sólo sabemos cómo navegar aquí dando un rodeo a los mares donde Dagón domina con fiereza.
- ¡No!- Gritó  Urs, desesperado.- Los rebeldes son un problema, lo entiendo, pero muchos otros no lo son. La gente de esa villa, ellos pueden encontrar el camino si les tenemos paciencia. Pueden ser civilizados. Si pudimos domesticar a las vacas y a los gatos, ¿por qué no a los cimerios? Protejan las villas, si no es por ellos, entonces por la incertidumbre, pues si estamos sobre una península y encontramos que los cimerios poseen un largo territorio nos enfrascaremos en una larga y cruenta guerra. No quemen las villas, conquístenlas pero no los maten. Por favor, no quedemos registrados en la historia como aquellos que desaparecieron una cultura entera.
- Historia...- Dijo Vandrecker, con cierto odio.- Este lugar carece de ella... No, me miento a mí mismo, ahora mismo hacemos historia. Ésta es la historia de Hiperbórea. Se hará como dices.

            Urs pasó días antes de atreverse a tomar el tren hacia el norte. Las vías estaban recién puestas, para agilizar la minería. Tomó un carruaje de vapor hasta la villa de Trurrok. La villa estaba intacta. Los hombres ya no eran cazadores, trabajaban colocando las vías del tren. Las mujeres recogían los sembradíos con ayuda de máquinas de vapor y la mayor parte les era arrebatado para los graneros Vandrecker. Temía que lo mataran a pedradas, pero se encontró con que se hincaban ante él. Se trataba de un hombre santo, pues había salvado su villa y muchas otras. Habían pintado sobre una gran pared a Cthulhu, con los motivos cimerios de espadas, cuervos y hachas rodeándole, y una puerta llena de estrellas en la que aparecía él, Urs Yaless con los brazos abiertos y rodeado de niños.


7.-
            Fenerir Toxur y Lars Varna eran una misión antropológica enviada desde la Universidad del Miskatonic para recorrer lo más que pudieran del imperio drario. Gameron Vontral les hacía de chaperón, debido a su dignidad como linaje, pero tenía sus propios motivos para estar ahí. Millones de rupias y millones de coronas estaban cambiando de mano, de modo que cuando escuchó de la invitación del general Mukesh aceptó de inmediato. El shatriya incluso ofrecía dinero por su tiempo, cosa que Vontral noblemente declinó. Viajaron en un barco flotante, parte de una flotilla militar hacia la frontera sureña donde el imperio se enfrentaba constantemente con los Xue por el control del río sagrado. La flotilla aterrizó cerca de un puerto, pues no la piedra lunar no funcionaba bien estando sobre el agua. Les escoltaron hasta un barco de guerra, donde Mukesh se presentó con todos los honores. Vestía un turbante decorado con gemas que valían más que todo lo que el trío, y sus ayudantes, tenía puesto. Encima de una camisa simple vestía telas rojas repletas de condecoraciones y pantalones anchos que llevaban su espada, de mango de oro y vaina incrustada en diamantes, además de un rifle sobre el hombro.
- Disputamos este pequeño tramo del río.- Señaló las aguas verdes y, al fondo, un bosque que daba hacia altas montañas. Había menos de cien soldados del otro lado, pero era de día. Según explicó el shatriya se trataba de familiares, sirvientes humanos en espera de conversión.- Estamos en el dominio Kantemir, es una de las líneas sanguíneas más poderosas de los Xue, pues es una de las tres antiguas. Ellos nos esperan en el bosque, por eso no iremos ahora. La batalla será de noche, estarán seguros aquí. Este barco no zarpará, a menos que haya algún dudoso imprevisto.

            Les ofreció todas las comodidades que pudo y respondió a todas las preguntas de los antropólogos. Al caer la tarde les retiró a sus habitaciones, pero le pidió a Gameron Vontral que viese de cerca la batalla, junto con él. Los vampiros y los imperiales disputaron en el agua y las pocas incursiones que los imperiales consiguieron hacer en tierra fueron brutales. Gameron prestó atención a los cañones de los barcos y a los rifles. Eran muy primitivos, tenían que cargar la pólvora y la bala, además que desconocían de pistolas. Mukesh le explicó que los brahmanes temían al cambio, que veían con recelo a los vashas, pero siendo comerciantes les permitían hacer su arte. Le planteó la posibilidad que Vontral tanto ansiaba. Los shatriyas, como casta, necesitaban poder sobre los vashas, algo más allá del título. Los vashas podían convertirse en la casta más importante del imperio, quizás no en título, pero sí de facto. Los shatriyas querían comprar armas y Vontral, cuya familia era dueña de las principales fábricas de armas, accedió complacido. Hablaron de números mientras la batalla continuaba, pero con tan solo verle las gemas que tan descuidadamente portaba en su vestimenta, Gameron supo que se haría de una fortuna.
- Llevan horas así, ¿y por un río?- Se preguntó Fenerir, tratando de concentrarse en su juego de cartas con Lars. Estaba casi seguro que hacía trampa, pero no le importaba.- Supongo que haríamos lo mismo por el Miskatonic.
- Hace dos días estabas extático. Tú y tus teorías.
- Mejores que las tuyas, por cierto. Por favor Lars, tú viste lo mismo que yo.
- Pero no observamos lo mismo.
- ¿En serio? El imperio es, decoraciones más o menos, lo mismo que el reino. No tenemos castas, pero es la misma organización. Hay una raíz debajo de estas culturas, una raíz universal.
- No seas ingenuo Fenerir. Todas esas creencias suyas, esa magia rara que tienen, son modos en que tratan de explicar el cosmos. Modos erróneos, por supuesto. En cuanto a la organización, no resulta sorprendente. Las abejas en Arkham y en Dunwich hacen los mismos panales. Es una estructura orgánica. Las estructuras, te lo acepto, son iguales. Pero no necesitas de presupuestos metafísicos, ves el bosque y te niegas a ver los árboles. ¿Qué similitud hay entre la Trimurti y Cthulhu y Yog? Ninguna, por el amor de Cthulhu Fenerir, ellos creen que la realidad es una ilusión y el sustrato es... Es inentendible, pero eso no es Cthulhu, eso es seguro.

            La batalla sufrió un revés. Los vampiros asaltaron desde un puerto escondido y el barco del shatriya zarpó, atacando con sus tres galerones de cañones. Los Xue no eran buenos navegantes, pero no podían ahogarse. Se zambullían al agua y atacaban los barcos con espadas y arcos. Los soldados respondían con fuego y tratando de dispararles al corazón, o decapitarlos con sus espadas. Uno a uno los barcos se fueron incendiando y hundiendo, haciendo compañía a otros cientos de barcos que habían pasado por lo mismo. El barco del shatriya fue fuertemente cañoneado desde la costa y Fenerir y Lars casi salen volando cuando una bola de cañón atravesó su pared. Otras doce atacaron la base y el barco violentamente se balanceó de un lado. Los dos antropólogos se lanzaron al agua mientras el enorme buque de guerra encallaba.

            Lars despertó primero, la corriente se los había llevado, aferrados a planchas de madera. Despertó a Fenerir y a los demás. El barco, la batalla, no podía verse desde donde estaban. Luego de la histeria les sobrevino la sobriedad, tenían que encontrar a Gameron Vontral. Caminaron un par de horas por la playa, hasta que se vieron rodeados de familiares, Xue humanos, a caballo. No necesitaban hablar su idioma para saber que tenían que seguirles. El trayecto fue lento y tortuoso, cansados y con hambre atravesaron un bosque repleto de guerreros samurái. Subieron hacia la montaña hacia un extraño castillo. Fenerir trató de dibujarlo, empezando por el techo. Tenía líneas que curveaban, con motivos decorativos en su mayoría dragones. Parecía que un piso se repetía sobre el otro, siempre con muchos detalles. Era una fortaleza, pero muy diferente a las que conocía. En la entrada del castillo, a oscuras, fueron recibidos por dos vampiros de largos colmillos y brillantes ojos negros. Se presentaron como Shizuka val Sujin y Masao val Sujin. Los traductores hicieron lo posible por traducir, pero la pareja Xue ya hablaba su idioma. Les llevaron por el castillo de ventanas cerradas hasta una estancia donde un Xue con una dorada casaca le hizo una seña a la pareja de vampiros para que se retiraran. Los traductores prefirieron quedarse afuera, pues temían lo peor. El vampiro, alto y lento en sus movimientos, les invitó a sentarse. Los dos vampiros anteriores, Shizuka y Masao trajeron el té y volvieron a retirarse.
- Mi nombre es Anatoly val Kantemir. No parezcan tan sorprendidos, su idioma es algo burdo y es fácil de aprender. Tengo 1,200 años, aprendo fácilmente. Estos son dominios Xue, pero ustedes no son enemigos. Son blancos, aunque no blancos como nosotros. Estarán seguros aquí.
- ¿Y los demás?
- A veces las tropas necesitan comer. No sé de su compañero, ni del shatriya.
- ¿Nos retendrán aquí?- Anatoly lanzó una carcajada y se tranquilizó bebiendo de una copa repleta de sangre. Unas gotas se derramaron por su mejilla y los dos antropólogos quedaron pálidos.
- No, los val Sujin se ocuparán de ustedes. No son prisioneros.- Se acercó al traje de samurái que decoraba la habitación. Acarició la máscara que había usado en muchas ocasiones. Un rostro colmilludo y enojado, como un demonio. Señaló el peto, era duro y de metal. Señaló el cuello de la armadura, era de acero. Extrajo la espada con todo y vaina.- Resiste una bala, resiste una flecha y el cuello es muy difícil de romper. Somos muy fuertes y, cuando queremos, podemos ser muy veloces.
- Sí, hemos visto parte de la pelea.- Anatoly val Kantemir, moviéndose como el viento, dio tres pasos hacia ellos, desenvainó su espada de acero y de un corte partió la mesa de café en dos.
- Nuestra cultura, nuestro acero, es superior al suyo. No tienen nada que me impresione y francamente me aburren, por eso irán con los Sujin.

            Los sirvientes les esperaban afuera. Había caído la noche y en un carruaje floreado les llevaron hasta una villa en las montañas. Cruzaron por enormes campos de árboles que nunca habían visto antes, soltaban flores blancas y rosas al mecerse con el viento. Les acomodaron en casa de Masao. La habitaciones eran sobrias una cama al nivel del suelo, una cómoda y algunos decorados. Los antropólogos no sabían qué pensar, asumieron que eran rehenes hasta que Masao les invitó al té. En el porche, en compañía de su esposa, una vampira hermosa con un revelador vestido, habían acomodado una pequeña mesa y cojines en el suelo. El ritual del té era medido, cuidadoso. Ningún movimiento sobraba y tenían toda la paciencia del mundo. Masao también les ofreció de la poca comida humana que los familiares tenían y los antropólogos la devoraron hambrientos.
- No hay niños.- Comentó Fenerir, para cubrir el silencio.- Nunca había estado en un lugar sin niños. ¿Cuántos años tiene usted?
- Quinientos. Soy joven aún, por eso soy sirviente. Pero mi línea es aceptada, de modo que he de aceptar lo que soy.- Los antropólogos le miraron sin entender.- Kantemir es una línea antiguo, proviene de los venerables ancianos del desierto nocturno. Nuestra línea cae en el rango de las aceptadas, es menos pura. ¿No hay vampiros en Miskatonic?
- Sí.- Dijo Lars, avergonzado.- Pero no son como ustedes, es una enfermedad, como al gripe mortal. Salen cuando hay muchos cuerpos como los ghouls. No sé si los conozcan.
- Hemos lidiado con ellos.- Fenerir probó el té de nuevo. Era delicioso, y no era sangre.
- Pensé que sólo podían beber sangre.
- Los Xue somos los mejores alquimistas del mundo.
- Ja, dígaselo a mi amigo Lars. Él es de la opinión que las culturas foráneas son meras estructuras orgánicas que buscan darle sentido al mundo porque carecen de la ciencia, de nuestra ciencia, se sobreentiende. Nosotros tenemos alquimia,- Fenerir señaló a los duendes que entraban y salían de la casa y a las pixies que flotaban en el aire nocturno.- sabemos del cuidado de las criaturas mágicas.
- ¿Tienen brujas?- Masao señaló al cielo. Alguien gritaba y tardaron en ver el origen. Se trataba de una cabeza cercenada que flotaba, con todo y su columna vertebral y parte de sus entrañas. Los antropólogos se asustaron. Vieron correr a un par de samurái. Brincaban de techo en techo con una agilidad increíble y en movimientos preciso cazaron la cabeza y la atravesaron.- Los necromagos se han hecho de cierto sacerdocio. No está prohibido en las Nocturnalias, nuestro libro sagrado, pero no debería estar bien visto. Regresan muertos a la vida por sus propios medios. Controlan mediante sueños e implantan ideas. Muy peligrosos.
- Anda Fenerir, prueba tu teoría. Mi amigo dice que existe una raíz universal a todos los credos, un hilo que conecta a todas las civilizaciones. Lo dice a pesar de la filosofía draria, del averroísmo yitiano tan seco y de su... propio misticismo. Lo hemos oído de pasada, espero no le parezca insultante mi ignorante.
- El ignorante que quiere aprender es más sabio que se contenta con lo que tiene.- Dijo la esposa de Masao. Era obvio que en esa cultura las mujeres eran iguales a los hombres y su sentido del pudor y de la sensualidad sería visto con reproche en el reino del Miskatonic, sin duda era visto como insulto entre los yitianos.- El lenguaje  está en el silencio, el significado está más en lo que no se dice, que en lo que sí se dice.
- Lógica circular.- Se quejó Lars, sin pensarlo.
- Sí, en efecto. Una lógica que obliga a tu yo a ponerse a  un lado, a actuar sin pensar en el yo, tal es el deber. El deber es el camino a la noche, como lo es la meditación.- Lars entendió de inmediato que esa idea de la noche no se refería a lo que precede al día.
- Háblanos de la noche.
- La noche no puede ser dicha, la noche que es dicha, no es la noche.

            Hablaron hasta la madrugada, cuando se retiraron a dormir. Fenerir y Lars realizaban apuntes frenéticamente. Pasaron varios días en compañía de Masao. Vieron de cerca a los samurai, guerreros crueles y eficientes. Fenerir dudaba que ni un millar de imperiales podrían con ellos. Ellos también tenían su código de honor. Servían a su señor y, si le llegaban a fallar en su principal encomienda, la vergüenza le llevaba al suicidio ritual. El camino del samurái, según les explicó un viejo guerrero con enormes colmillos. Era buen amigo de Shikuza, habían sido convertido por el mismo Antiguo de la línea Sujin, y como tales sentían el llamado de su maestro en todo momento.
- Bushido, el código del samurái.- Dijo, sentado sobre una piedra y bebiendo sangre de una botella.- Tiene siete códigos para vivir. No hablaría con extraños normalmente. Lo Xue somos orgullosos, los ricos son los banqueros del mundo, nosotros los mejores guerreros. Aún así, Masao habla bien de ustedes.
- Lo que pueda enseñarnos, noble guerrero, será generosamente aceptado. Dijo Lars, con una exagerada reverencia que puso de buen humor al guerrero.
- Tendremos que acostumbrarnos a ustedes, supongo.- Se frotó una loción en el pecho desnudo, tatuado como un tigre.- Los extranjeros traen enfermedades que infectan a los Xue, otra razón para mantenerles lejos. Nuestra alquimia, que es la mejor del mundo, cura casi cualquier cosa. Pero en fin, ustedes quieren saber sobre el Bushido.
- Así es.- Dijo Fenerir. Le mostró su cuaderno y pluma, como pidiendo permiso, y el guerrero aceptó.
- Rectitud, el samurái conoce el bien y el mal, y todas sus decisiones deben ser rectas. Coraje, reemplaza el miedo por el respeto y la precaución. Los imperiales salen a la batalla, espada en mano. Nosotros no lo hacemos. Nosotros matamos de un solo golpe, desenvainar es, para nosotros señal de batalla. Benevolencia, el samurái es compasivo, no disfruta de la masacre y ayuda a sus iguales en todo momento. Respeto, el samurái nunca es cruel, se gana el respeto con sus acciones, no con sus palabras. Honestidad, hablar y hacer son la misma cosa, siempre dice la verdad aunque duela. La mentira está reservada para le rico y el político. Honor, el juez último del samurái es uno mismo. Lealtad, lo que dice o hace le pertenece hasta el final, ha de ser responsable de sus señores hasta el final. Tales son los siete preceptos. ¿Existe algo parecido en la lejana tierra de donde viene?
- Sí.- Dijo Fenerir con orgullo, cortando a su compañero Lars.- Con otros nombres, pero sí. El noble, en teoría, debe reunir esas cualidades.

            Permanecieron un par de días más. Ahora los Xue no eran como las infecciones que ambos habían visto en Arkham, de seres animales que atacaban salvajemente. Había civilización allí, incluso en esa aldea humilde. Se enteraron que Gameron Vontral estaba en el castillo y Shizuka les llevó ante él. Gameron Vontral estaba en la salida. No parecía muy feliz. Explicó que Anatoly val Kantemir no estaba impresionado por sus armas, que se aburría de él y les quería fuera de sus dominios. Shizuka les acompañó hasta la frontera durante la noche, donde un pequeño barco imperial les recogió para el viaje de vuelta. Gameron Vontral no parecía enojado, ni frustrado, llevaba consigo cofres repletas de oro y gemas. En su felicidad les hizo saber que, antes de verse con Kantemir, había hablado con las líneas aceptadas, quienes vivían prácticamente como sirvientes de un lord feudal que no se preocupaba por ellos. Aquellos sí estaban interesados en las armas. Negocio, por supuesto, que no compartiría con los shatriyas. En broma les mostró un mapa del sur del imperio, el río sagrado, y los dominios Xue. Marcó con el dedo la manera que los shatriyas partirían en dos al dominio Xue. Acción militar que dependería enteramente de Gameron y el linaje Vontral.

8.-
            Las insistencias de su esposa, y su propia curiosidad, hicieron que Kalandihi se aventurara al siempre creciente mercado del pueblo. Había más tuleanos ahora, mercaderes que ahora vivían en la villa. Les miraban con rareza, vestían con mucha ropa y sus casas siempre tenían raras inscripciones, las hacían de ladrillos diferentes a los imperiales y solían terminar en techos de dos aguas y con muchos picos. El agricultor llevaba a rastras el pesado canasto. Había tenido que vender su única mula para poderle comprar ropa a sus hijas. Ahora todo lo hacía de su propio esfuerzo. No esperaba gran cosa, unas cuantas rupias para mantenerse a flote y demás. El tuleano, pálido y vestido con sombrero de copa en vez de turbante, que ya comenzaba a ser la nota característica de aquellos que vivían lejos de su amado Miskatonic, probó las hojas de té y el café. Se preparó una pequeña infusión y sonrió. Le compró todo de golpe por una pesada bolsa de rupias. Kalandihi regresó feliz, olvidándose de su dolor de espalda, tenía suficiente para comprar una mula y consentir a su familia.

            El plan de la mula quedó en el olvido rápidamente, su esposa Punjaraba lo gastó casi todo al día siguiente. El mercado parecía crecer, una parcela por semana. Más y más mercaderes, yitianos, tuleanos y drarios se asentaban en el pueblo. Un cierto código de honor entre mercaderes se impuso entre ellos, no todos eran vashas, pero en el fondo de sus almas era como si lo fueran. Llevó a sus hijos al mercado que, por sus coloridas telas que tenía por techo, bañaba de colores a las diferentes tiendas y productos. Sarajan y Rajalandra quedaron entusiasmados por la miel de pixie que venía directo de Miskatonic. El sabor era dulce, pero les llamaba más la atención que no se comieran a los pixies, era como tener a una vaca por mascota. El tuleano casi pierde el sombrero al enterarse que ellos comían duendes y pixies como si fuera manjar.
- Mis primos llevan cosas al Miskatonic, a mi tierra.- Dijo el mercader, señalando el juguete que Sarajan llevaba descuidadamente. Se trataba de un elefante con ruedas y un mecate. El elefante era una cerámica especial, muy dura, con la mayor parte del cuerpo de una piedra labrada.- Ese... lo que sea, podría valer algo.
- ¿Este cachivache?- Rajalandra le quitó el juguete a su hermano.
- Les daré... digamos, treinta rupias.- Rajalandra quedó impávida. El juguete había costado un par de rupias y Sarajan no era tan apegado a él. Aceptó de inmediato.- ¿Cómo se llama esta criatura?
- Un elefante, ¿nunca han visto un elefante?- Sarajan le extendió su libro de escuela que el mercader hojeó. Las lecciones incluían imágenes de selvas, de tigres, elefantes, aves exóticas y muchos animales desconocidos en el Miskatonic. El mercader lo compró por diez rupias, casi diez veces el valor real del libro.
- Ustedes también llevan cosas para allá. Disculpe, soy Rajalandra, esposa de Kalandihi.
- Tendrá que disculpar, amable señora, pero todos sus nombres me suenan igual.- Dijo el tuleano, sombrero en mano. Aquel gesto causaba gracia entre los imperiales. Quitarse el turbante estaba mal visto en público, a menos que fueran muy buenos amigos o estuviesen enfermos, o fuera una emergencia. Los tuleanos se descubrían la cabeza por cualquier cosa.
- Mi marido le vendió café y té, lo trajo cargando ayer.
- Ah sí, dígale que si quiere buenos precios, que venga conmigo.- Se asomó para verle sus pies, vestía los zapatos de siempre, meras bases de caucho sujetadas por telas. Le ofreció botas y zapatos sin tacón. La piel era auténtica y le resultaron más cómodos a Rajalandra.- Y para el pequeño, que me ha dado tanto. ¿Te gustaría jugar al cazador de shoggoth?
- ¿Es como un shuggoth?- El vendedor no le prestó atención. No sabía qué era eso, había oído de los shuggoth, unas versiones mucho más pequeñas de los terribles shoggoth que a veces cruzaban las montañas del sur y causaban gran destrucción. Puso sobre su mesa un juguete de cuerda, algo que parecía como el caparazón de una tortuga con muchos tentáculos. Le mostró cómo darle cuerda, el shoggoth de juguete se puso a dar de vueltas agitando los brazos.- Son temibles en el Miskatonic. Por eso los niños juegan con ellos, para que les pierdan el miedo.
- ¿Les temen a los shuggoth?- Preguntó la hija, casi en broma, señalando que el más grande le llegaba a la rodilla.
- Estos son tres veces más grandes que el templo que tienen al sur. Quince rupias.- En realidad el juguete se vendía en masa, por dos coronas podía conseguirse algo mejor. La familia aceptó, y él hizo los cálculos, salía ganando por once coronas por una triquiñuela sin importancia.

            Rajalandra se probó las botas, le quedaban perfectas, aunque desentonaba con su vestido. Protegían sus pies y parte de sus piernas, que siempre terminaban lastimadas al ayudar a su marido en el campo. No habló, sin embargo, en todo el trayecto a casa. Dejó a sus hijos en casa, sacó a empujones a Kalandihi, quien seguía trabajando y quejándose que no tenía una mula. Le llevó al mercado para que comprometiera toda su cosecha a los tuleanos. Era lo lógico, los yitianos pagaban siete rupias por kilo, pues aunque había poca tierra cultivable en los desiertos, tenían mucho café. Los tuleanos, sin embargo, se peleaban entre ellos para ofrecerle hasta veinte rupias por kilo. Kalandihi, quien no olvidaba que, aunque trabajase como uno de la casta de shudras, era en el fondo un vasha, decidió hacer planes rápidamente. Usó el dinero para hacerse de shudras y trabajar también las tierras de su vecino que se había mudado. La época de cosecha estaba en su punto más álgido y en tan solo tres semanas había triplicado su dinero, comprado tres caballos de carga y un ejército de shudras que estaban tan bien pagados, por hora trabajada, que incluso lo hacían de noche. Estaba prohibido por leyes antiguas, pero no les importó pues estaban sentados en una mina de oro y todos querían quedar bien con su patrón quien, habiendo sido shudra él mismo una larga temporada, sabía de los dolores y dificultades del obrero común.

            Rajalandra vestía ahora como princesa vasha, de grandes vestidos de color azul y algunas modestas gemas. Sus hijos, que seguían atendiendo la misma escuela, ya no usaban ropa gastada y poco a poco habían dejado los pantalones de pana por los de algodón, los turbantes por los sombreros de copa, adornados, eso sí, con gemas falsas e inscripciones religiosas para la buena suerte, como ya empezaban a hacer sus compañeros. Kalandihi, viendo que su dinero aumentaba en sus arcas, supo que debía hacer lo correcto. Las tierras de su vecino, como las suyas, eran de los brahmanes, y aunque no habían sido reasignadas, en ningún momento le pidió permiso al dueño para explotarlas.

Pidió audiencia con el Brahma Maharaj en su modesto palacio selvático. El lugar daba la impresión de no tener paredes, pues había enredaderas y árboles por todas partes, con enormes fuentes que hacían de cataratas y un río interior que cruzaba por todo el palacio. Maharaj era un anciano venerado y respetable. Sus decisiones eran justas e imparciales y pocos eran los que, al recibir un fallo en su contra, permanecían enojados mucho tiempo con él. Le decían palacio a su hogar, y en verdad era grande, pero el braahma era un hombre sencillo, sin adornos, que permanecía la mayor parte del día en profunda meditación. Enseñaba yoga a sus aprendices y dirimía disputas mediante su sabiduría, pero era férreo cuando se trataba de su propio tiempo para el yoga. Para sorpresa de Kalandihi, quien estaba dispuesto a esperarle tres horas en los verdes y hermosos jardines, el Brahma interrumpió sus meditaciones para verle.
- Si la ilusión trae goce al espíritu, como el libro al lector deseoso, ¿hemos de asumir que la ilusión misma es portadora, como las nubes, tanto de dulces lluvias como de peligrosas tormentas?- Kalandihi se dobló hasta la cintura, el Brahma le levantó de un gesto.- ¿O deberías asumir que aquellos goces, pasajeros a fin de cuentas, son como los destellos de la iluminación, como una tela negra que deje ver, por lo crudo de su tejido, a la luz solar que trata de esconder?
- No le sigo.- Admitió con vergüenza. Se sentaron en el fresco pasto, a un lado del río. Maharaj puso sus manos en el río y se lavó la cabeza rapada.- Los vashas entendemos poco de la sabiduría, no somos como los shatriyas.
- Mentira, me entiendes a la perfección, pues hablo de ti. Te has hecho un hombre rico, por tu propia mano y estoy orgulloso de tu éxito como vasha. No temiste reducirte a un shudra, a un obrero, pues aquel que, de corazón es rey, no teme ser vasallo. Es una decisión importante para ti, y has venido a mí más por mi consejo que por mi permiso para explotar las tierras a mi título. Por cierto, puedes tener todas las tierras que no están siendo trabajadas.
- Gracias, sabio Maharaj.- El Brahma le tiró un manotazo, quitándole el sombrero de copa que había olvidado quitarse y le señaló el saco que traía puesto. Era tuleano, con tejidos drarios de motivos vegetales.
- Ya viste como el enemigo.
- No tienen que ser nuestros enemigos, podemos comerciar. Quizás, sabio Maharaj, el último yuga no sea tan malo. Después de todo, no llegó Tul con su cara de metal a comerlo todo.
- ¿No?- Preguntó el sabio señalando sus ropas.- Eso es exactamente lo que hace, esta gente de metal, fuego y vapor.
- Sí Maharaj, pero aunque ellos tienen el monopolio de las maderas duras para realizar semejantes viajes tan largos, ellos están apretados en un lugar muy pequeño, con muy pocos recursos y necesitan más de nosotros que nosotros de ellos.
- “Tul se rodea de fuego, pero es portador de tormentas, y tras sus días de regla los años de tormenta azotan sobre justos e injustos, donde los santos son alzados por Trimurti y los demás serán devorados por Tul” Conoces bien esa expresión del Tul-Gita.- Kalanidhi bajó la cabeza, estaba avergonzado. Se sonrojó tanto que era visible, incluso por su tez morena quemada por el sol.- Es injusto de mi parte hijo mío, poner sobre tus hombros los problemas de una casta superior. Deja que nosotros, cuyo deber es la rectitud espiritual, lidiemos con estos asuntos. Tú debes hacer lo que debes hacer. ¿Cuál es el deber de un vasha?
- Nuestro deber es el arte en cada acción.- Recitó de memoria.
- Pues aplica tu arte, estafa a esos ignorantes tuleanos lo más que puedas.- Dijo el sabio, guiñándole el ojo para hacerle sentir mejor.

            El vasha trabajó rápido, ahora contaba con muchas más tierras y mucho más producto. Su casa seguía siendo la misma humilde morada de una familia de campesinos, pero ahora estaba adornada de oro, diamantes y gemas. Los pocos shudras que no se habían mudado a hiperbórea trabajaban para él, pues la voz corrió y se supo que Kalanidhi pagaba bien, era comprensivo y justo. En un abrir y cerrar de ojos, en apenas un mes, tenía a más de cien shudras y tres capataces, tenía una cuatro caballos de carga y siete carretas de mula transportando las hojas de té negro y de café directamente a las bodegas de los tuleanos. Finalmente, cuando Kalanidhi adquirió el suficiente poder decidió que era momento de voltear la situación. Decidió rebajar su precio por kilo, pero exigía a cambio un contrato legal, ante el reino del Miskatonic y ante el imperio drario. Uno de los pocos contratos de su tipo. Se contrató legalistas que revisaron cada párrafo y le celebraron, pues su negocio estaba bien pensado y, al no ser codicioso, haría una fortuna a largo plazo.
- Ésta es la firma Barsel.- Dijo uno de los legalistas tuleanos que había viajado por semanas para cerrar el trato.- Los Barsel son la familia mercante más poderosa del reino. Son lores alquímicos.
- ¿Qué son esos, como vashas?
- No señor, son más como... Shatriyas de alta dignidad. El rey en persona consulta con ellos. No podría estar en mejores manos para negociar el traslado de cinco toneladas por semestre.
- A diez años, renovable por otros diez y yo tengo una tolerancia de hasta dos toneladas.- Dijo Kalanidhi, quien sabía exactamente lo que hacía.

            Firmaron los documentos, pero no quiso celebrarlo en grande. Regresó a casa, abrazó a su familia y con ternura miró la fotografía, ahora enmarcada en oro, de una familia humilde que descubría un nuevo mundo. Aunque estaba enmarcada en oro, y rodeada de docenas de otras fotografías, nada había cambiado.

9.-
            Gupta era un harija. Él no había decidido ser un paria, había nacido así. Sus padres habían muerto por enfermedades. Él no lo había decidido. Dioses, desconocidos para él, lo habían decidido con la misma frialdad que el suelo en el que dormía. Sus ropas eran lo único que había decidido, meros harapos encontrados en la basura. La máscara de madera, con ojos y sin boca, tampoco la había decidido. Los harijas no podían trabajar sin una, y los shudras ya tenían todos los buenos trabajos. A veces barría, a veces lavaba los platos en restaurantes de mala calidad y casi siempre vivía de la caridad de otros que le miraban como lo que era, un harija, un ser sin pueblo, sin pasado ni futuro. Había escuchado de Hiperbórea y Gupta decidió, por sí mismo, que iría allí. En el gigantesco puerto de Kuntra fue comprado por más rupias de las que jamás había visto. Fue subido a un barco, con más de mil harijas que habían tomado la misma decisión. Dormían en el piso, comían las sobras de la tripulación. El viaje de dos meses les pareció eterno y varios murieron de enfermedades. Aún así, el momento en que todos partieron sus máscaras de madera y las lanzaron al mar sintieron que todos aquellos sufrimientos valían la pena.

            En el puerto de Hiperbórea les hicieron bajar, marchando en fila india. Otros tres barcos hacían lo mismo. La línea de parias se perdía en el horizonte, mucho más allá de la floreciente ciudad. Un hombre a caballo bajó de uno de los barcos y le seleccionó al azar. Le amarró de las manos y le hizo correr tras el caballo, pese al hambre y a su frágil compostura. Al llegar a un castillo casi por terminar le tiraron comida, como a un perro, pero era más comida de la que jamás había visto en su vida.
- Come, ahora que puedes.- Le dijo el jinete.- Habrá mucha más comida a dónde irás. Comida por trabajo, y jugosas coronas, o rupias como ustedes les llaman. Ya verás, tus días de paria han terminado.
- Bors Vontral, vaya sorpresa, no sabía que hablabas drario.- Hans Vandrecker le saludó en la corte exterior, entre las columnas de Cthulhu y las esculturas en bronce de los reyes y los linajes.- ¿Te gusta mi castillo?
- Avanza muy rápido, se dice que tienes a cien esclavos trabajando.
- Baja la voz.- Dijo, en broma.- Se supone que no hay esclavitud. Órdenes del rey Wercer.
- Sí, pero estamos muy lejos del reino.
- La pregunta es, ¿qué tan lejos?- La pregunta tenía un doble sentido que Vontral entendió a la primera. Se alejaron del mugroso mendicante, paseando entre la construcción de lo que sería un gigantesco castillo, prácticamente una fortaleza hecha en cuadrados con tres plazas antes de las residencias. Era obvio que había sido planeado para la guerra. Los obreros tuleanos cargaban las máquinas, el lugar tendría todas las comodidades que el vapor, los pistones y los mecanismos de tensión podían proveer.- Mira este lugar, tan amplio... ¿Habías visto algo así? Estábamos muy apretados en casa. ¿Sesenta millones en un lugar que, ahora sabemos, ocupa un tercio del mundo? Me pregunto cuántos imperiales habrá. O más específicamente, cuántos de esos rijas.
- Harijas, son parias. Mendicantes todos ellos. Mi hermano, Gameron Vontral los envía como regalo. No hay razón por la que los Vontral y los Vandrecker no queden en buenas relaciones. La guerra ya fue hace mucho y este descubrimiento del nuevo mundo, y del nuevo-viejo mundo ha cambiado las cosas, las cambió hasta su esencia.
- Sí, todos quieren quedar bien con el único puerto de tránsito...
- ¿Acaso los Barsel pueden proveerte de esclavos? Y sólo pedimos una suma ridícula a cambio, para el siguiente viaje.
-  ¿Y el imperio no dará problemas?
- ¿Quién crees que los vende? Se los quieren quitar de encima. Mejores obreros que esos imposibles cimerios, estoy seguro.- Vandrecker y Vontral se dieron la mano sonriendo. En verdad, su futuro se veía brillante.

            Gupta fue llevado con los demás a la larga marcha. Cruzaron planicies, ascendieron montañas repletas de minas y llegaron a extensos valles cultivables. Les hicieron usar collares que al centro, en madera, tenían el rostro de Cthulhu. Gupta no sabía nada de Tulu, siendo un paria la religiosidad le estaba vetada. Les hicieron trabajar los campos, algunos arando y otros cortando árboles y matorrales para crear más espacio cultivable. Los cultivos, se dio cuenta, cuando cargaba sobre su espalda los pesados cargamentos de trigo, se perdían más allá del horizonte. La comida era mejor que en casa, si es que alguna vez tuvieron casa, y los capataces, aunque sádicos con sus látigos, siempre les cuidaban la salud con extrañas alquimias tuleanas que podían curar sus malestares más comunes. Era obvio para Gupta, les querían saludables para trabajar. Al final de la jornada dormían en el suelo, o bajo débiles estructuras, pero con el paso del tiempo se fueron construyendo, con mano de esclavo, inmensas casas para albergarles y protegerles de los elementos.

            Los constructores de casas hicieron correr la voz. Estaba planeado, ahora que llegaban más esclavos, cientos de ellos, construir casas incluso hasta por familias. La noticia motivó tanto a los esclavos que los sádicos capataces quedaron en shock. Les vieron hacerse máscaras de madera, pintadas de verde, con el rostro de Cthulhu. Eran harijas, eso no se iría nunca, pero ahora pertenecían a amos mucho más compasivos que los drarios que a duras penas y les soltaban unas cuantas monedas. Gupta no se hizo de una máscara y para su sorpresa a los capataces no les importó, bastaba con que usara aquel pendiente sobre su cuello. El trabajo se intensificó en las siguientes semanas, mientras más casas se construían, mientras más comida les era ofrecida, mientras más mujeres llegaban en esos barcos, más eficientemente trabajaban. Los capataces, luego del segundo mes, rara vez tenían que usar los látigos.

            Gupta, con ayuda de dos mulas, llevó los muchos kilos de trigo y cebada hasta los depósitos en las altas montañas. La línea era impresionante y avanzaba con lentitud. Nuevos graneros estaban siendo construidos. La línea se detuvo. En la distancia podía verse una batalla. Habían escuchado de Sacrom, un hombre, blanco como los tuleanos, que reclamaba Hiperbórea como suya y estaba dispuesto a poner su sangre, y la de sus rebeldes, para reclamarla. Gupta no entendía de esas cosas, nunca había poseído nada. La batalla fue cruenta, atacaron los sembradíos, pues buscaban matar a los esclavos. Los harijas, preocupados, comenzaron a gritar y los soldados que protegían el granero se vieron obligados a tirarlos al suelo a punta de golpes y tiros al cielo con tal que no corrieran a socorrer a sus amigos y familias. La batalla, además, duró poco, Sacrom se tuvo que replegar cuando las tropas avanzaron disparando.
- Odian a los extranjeros, sean quienes sean.- Dijo un capitán de infantería a un lado de Gupta, en su idioma.- No lo entienden, simplemente no lo entienden. Esto es Hiperbórea, ya no hay extranjeros. Todos somos extranjeros, ustedes, nosotros, los comerciantes yitianos, los cimerios incluso.- Les indicaron que siguieran en su trabajo y se levantaron del suelo. El capitán detuvo a Gupta, tomándole del hombro. Era un harija silencioso, trabajador que nunca molestaba a nadie.- Tú, que eres esclavo, tú que eres harija, ésta es tu casa ahora.
- Usted no sabe nada de los harijas, no descendemos de pueblo alguno, no como las otras castas. Nosotros  estábamos ahí, como las vacas. Nunca fuimos dueños de nada, ¿por qué habría de sentir pertenencia a este lugar?
- Porque este lugar, que es tu hogar, es la tierra de las segundas oportunidades. Ya no eres harija, eres un tuleano como yo.
- Tul.- Acarició la cara de Cthulhu en la madera que pendía de su cuello con mecate.- Soy tuleano. Me gusta.

10.-
            Alec Orss no dejaba de mirar al cielo. Veía los zepelines que cruzaban entre las enormes construcciones de piedra y metal, tapando al sol. Ya había hecho el depósito para hacerse de una flotilla. También tenía su nuevo departamento en el último piso, con un inmenso tragaluz que ocupaba gran parte del lugar, de modo que pudieran ver el cielo y las estrellas. Aquellos eran los lujos de los ricos. Su hijo, Viktor, seguía enamorado pero la chica ya no estaba, de modo que no le prestaba mucha atención. Las guildas que, aunque autónomas, siempre estaban en contacto entre ellas, bullían de actividad. Alec Orss se preparó para una importante reunión con la guilda de ferrocarrileros, quizás una de las guildas más importantes. No tenían su guilda en un edificio empotrado, como por un gigante, rodeado de otros edificios. La guilda de ferrocarriles tenía su propio edificio encima de un complejo de tres niveles. Era la zona más exclusiva de la capital. El complejo, sostenido por columnas decoradas con gárgolas e inmensas estatuas de cobre tenía un hermoso parque rodeaba al edificio de la guilda. El edificio mismo era una obra de arte, sus cuatro paredes eran rosetones con vitrales que contaban la historia de la última guerra en coloridos vidrios. Alec se revisó en el espejo de la entrada. Únicamente la mejor seda Xue tocaba su piel, tenía un saco largo de color rojo, decorado una tela que le rodeaba del hombro a la cintura, al estilo drario. Su sombrero de copa, largo y de suave terciopelo color vino tinto. Usaba monóculo ahora, porque se figuraba que eso hacían los ricos. No tenía graduación, no la necesitaba.
- Señor Orss, es un gusto tenerle con nostros.- La sala de junta era inmensa. En la mesa de caoba, donde se sentaban los trece miembros de alto rango, tenía un tren de plata que daba de vueltas al centro impulsado por mecanismos de reloj. Alguien jaló de una cadena de terciopelo, del techo descendieron las trece plataformas con algo de té y los papeles necesarios.
- Tener el té no es suficiente,- Empezó Alec.- hay que moverlo. No hablamos de mover algodón o zapatos de mujer. Todos en el reino lo beben, es casi tan popular como la cerveza y, en algunos círculos, más popular que el café.
- En verdad, lo es. Entendemos su postura, no crea que no. Su dominio sobre las especias implica, por supuesto, ciertos aranceles para con nosotros. Los aranceles, sin embargo, son muy altos. ¿Cómo es que pretenden que distribuyamos su producto pagándonos las miserias que nos pagan los joyeros? Son hierbas, después de todo.
- Bueno, ustedes entenderán que la guilda, en este momento, está en un momento de transición.- Alec tenía todo un discurso preparado, pero todo se vino abajo al probar el té. Era delicioso, más fuerte y estimulante que el té que él conocía.- Veo que le gusta agregar algo de especias a su té.
- No, no es ninguna especia.- Dijo otro, plácidamente. Le mostró la caja que tenía doce bolsas de té. La fueron pasando, de mano en mano, hasta que llegó a Alec. La caja era diferente. Su guilda las fabricaba, mediante la guilda de industriales, de un color amarillo con la imagen de un rostro drario, bigotón y con turbante. Ésta caja era roja, tenía por portada unos barcos. Miró la parte de abajo. Tenía el sello de los Barsel. Alec sentía que se desmayaba.- Los Barsel han asegurado tratos para traer té en grandes cantidades. Usarán la guilda de importaciones, su propia invención, para mover el té y ya ha asegurado un trato con nosotros. No nos exige nada, confía en su producto. Por eso le preguntamos de nuevo, ¿no quiere renegociar sus tratos con nuestra guilda?

            Alec terminó por acceder. Le hicieron saber que los Vanrose, la competencia de su amigo Bruss, el espía de los Vontral, habían asegurado la existencia de la guilda mediante un edicto real. Era cuestión de semanas antes de tener barcos repletos viniendo desde Hiperbórea. Alec trató de mediar con su propia guilda, pero no había manera de maquillarlo. Su té costaba tres coronas la taza, Barsel lo ofrecía a una corona o quizás incluso menos. La guilda, que había pedido préstamos a todas partes, tuvo que mudarse de vuelta a su nuevo edificio. Lo más difícil para Alec fue enfrentar a su esposa en su recién inaugurado hogar. Tenían hipoteca y la pagaban en préstamos, él esperaba que su negocio con los zepelines les diera más que suficiente para saldar las cuentas.
- Amor, los últimos Xue se han ido, ya es oficial.- Ralsa le saludó con un beso y de un aplauso se deshizo de la cocinera que se había contratado. Estaba harta de cocinar. La cocinera, una inmigrante yitia que apenas y hablaba el idioma, se retiró silenciosamente. Ralsa señaló al techo de cristal, el cielo estaba azul y tenía algunas nubles blancas.- ¿No es hermoso? Antes teníamos que viajar dos horas hasta el parque más cercano para ver los cielos atiborrados de globos aerostáticos y zepelines.
- Se me fue el hambre. Ralsa, creo que estamos en problemas. El monopolio de las especias... Es decir, la guilda tiene aún el monopolio sobre esas especias picantes que los cocineros tanto compran, tiene más azafrán del que será necesario, ni qué decir del ajonjolí y muchos otros vegetales populares, pero el té... Ya no es monopolio. Los lores alquímicos Barsel, de alguna forma que ignoro, se han hecho de productores estables, contratos y todo, sus barcos estarán llegando en masa a partir de un mes o menos. Té por una corona. No podemos competir. Malditos extranjeros, parece que nos arruinaron de nuevo.
- Pero la casa, la hipoteca, el nuevo colegio de Victor...- Le golpeó en el hombro y gritó furiosa lanzando los platos.- ¡No! Estábamos tan cerca Alec, tan cerca. Tanto que habías trabajado.
- Los siento Ralsa, pero nos la tendremos que apañar.
- ¿No hay nada que se pueda hacer?, ¿el tribunal de guildas?
- Imposible, se formó una guilda para controlar las importaciones y establecer sus precios. No lo vi venir, aunque debí haberlo hecho. Los Barsel y los Vanrose se aseguraron de eso. Notariado por el rey Aldrich Wercer en persona.

            Los peores pronósticos de Alec se convirtieron, de algún modo, en peores realidades. Se vieron obligados a mudarse, con deudas hasta el cuello. Ralsa empezó a trabajar para la guilda de costureras. Ocho largas horas tejiendo y costurando la clase de vestidos que ella había usado durante su opulencia de unos meses. Ahora Alec había vendido todos sus vestidos y joyas para librarse de sus acreedores por un tiempo. Las costuras ahora seguían las modas nuevas, los trabajosos patrones yitianos que eran como mosaicos geométricos, y los dragones Xue. Alec siguió en la guilda pero, tal y como se lo esperaba, los trabajadores votaron para que dejara la junta y le relegaron a labores burocráticas con un sueldo por mucho inferior. Hacían lo posible por mantener a su hijo en la escuela, pero al cabo de un par de meses, cuando las manos de Ralsa estaban destrozadas por completo, cuando los acreedores de Alec le obligaron a vender casi todos los muebles de su diminuto departamento, Viktor decidió dejar la escuela y trabajar en la fábrica. La guilda, ya de por sí atestada de obreros, no le consideraba con la suficiente experiencia para los trabajos más importantes. Pasaba los días, y a veces las noches, engrasando los pistones. Tenía que hacerlo con cuidado, cualquier error podía costarle el brazo, pues el pistón pesaba tres toneladas y caía a toda velocidad. La paga era miserable, a veces simplemente le pagaban con comida. La guilda de obreros  le ofreció, al cumplir dos meses de labores sin penalización, la opción de dormir en la fábrica. Cuando sus padres vendieron el departamento para salir de deudas tuvo que aceptarlo. Viktor, quien había tenido una enorme habitación repleta de libros sobre culturas ajenas vivía ahora entre el boiler de tres pisos y los pesados engranes, apretado con otros dos groseros obreros borrachos. Veía a su familia en fines de semana, ahora viviendo en un departamento tan pequeño que carecía de habitación.
- Hay dos papas y tengo algo de estofado.- Comieron en el suelo, pues carecían de muebles, más allá del colchón y lo indispensable en la cocina. Alec no comió nada, podía robar comida en la oficina y prefería pasar hambre que dejar que su hijo, quien ahora estaba flaco y cansado, se debilitara aún más.
- Ahora vengo.- Alec se levantó y recuperó una fotografía, de entre la pequeña montaña de ropa que era la suya y la de su mujer. La fotografía era la familia en su primera casa, cuando apenas empezaba en la guilda. En aquellos días cargaba cajas y limpiaba el piso. Lo hacía con orgullo, ahora había perdido al orgullo. Se sentó con ellos y les mostró la fotografía.- Las demás se perdieron entre las mudanzas, no cabían aquí de todas formas.
- No te preocupes papá, en seis meses me darán apartamento en la fábrica, y me subirán el sueldo dos coronas.
- Ya no me corto las manos.- Dijo Ralsa. Tenía marcas por todas partes.- Y se abrió la posición de aprendiz de capataz. Creo que voy a aplicar. Somos cuarenta, pero podríamos tener sueldo. Son tres coronas más.
- No. Se acabó. La familia Orss ha quedado en la miseria, pero ésta familia tiene aún su orgullo.
- Alec, tu hijo y yo no te culpamos de nada. Tú lo sabes, no fue tu culpa. Es esta loca economía y estos inmigrantes y ese maldito continente.
- No Ralsa, es que los inmigrantes aquí somos nosotros. Míranos por Yog, míranos. Vivimos como esos yitianos que llegan sin nada, que trapean los pisos y cocinan como sirvientes. Inmigrantes en nuestro propio mundo, ¿no hay algo peor que eso?
- Saldremos adelante, ya verás.
- Lo haremos mi amor, yo sé que lo haremos. Les voy a pedir un favor, el máximo favor.
- Lo que sea padre.- Dijo Viktor, tomándole del brazo y dándole fuerzas.
- Quiero que confíen en mí. Lo hicieron una vez y los arruiné, pero quiero que confíen en mí de nuevo.- Los dos asintieron con la cabeza.- Nos mudaremos a Hiperbórea. Necesitan gente, tuleanos con buenos talentos. Ralsa, has aprendido mucho. Viktor, tienes estudios, allá no hay escuelas decentes y podrías ser maestro. Yo sé mucho del funcionamiento de las guildas. Ésa es la clase de cosas que necesitan, cerebros, pues la mano de obra la tienen de sobra. ¿Darían ese paso conmigo?
- Iría hasta  R’lyeh por ti.- Dijo su mujer y lo besó.

            La familia empacó todo en una maleta. Abordaron el inmenso barco de pasajeros. No tenían suficiente para camarotes, dormirían en las bancas. No les importaba. Además, siendo tuleanos estaban acostumbrados a estar abarrotados de gente. Viktor se paseó por el barco. Se congeló un segundo y salió corriendo, sus padres detrás de él llevándose la maleta en caso de robo. Viktor sorprendió a Priviti y la abrazó. El destino les habían unido. Alec abrazó a su esposa, ahora estaba seguro, estarían bien.

11.-

            La ciudad portuaria imperial de Kuntra, antes una simple mancha en el mapa, crecía como una floreciente capital de comercio. Tajib, un mercenario que había dejado el tráfico humano por un trabajo decente se encontró regresando al mismo trabajo, pero ésta vez era legal. Los parias eran subidos a barcos rumbo al norte, para ser comprados como esclavos en Hiperbórea. Ayudó a subir la mercancía, en su mayoría sueños de diseñador, otro mercado floreciente en ambos continentes. Un hombre estaba a cargo, Gameron Vontral. No entendía su extraño dialecto, pero podía ver que era sumamente prepotente. El viaje, apretados entre harijas y cajas de sueños de diseñador duró poco más de un mes. Una pequeña flotilla mercante les esperaba, a la mitad de la nada, para trasladar a los esclavos y llevárselos a su destino. El barco, que había tenido que dar un rodeo por algunas islas inhóspitas, pasó el día y la noche entera vaciándose casi por completo. Tajib calculaba al menos mil harijas, no que le importara, pues él era, o había sido, un shatriya y su casta era por mucho superior. El barco, ahora mucho más ligero, continuó su viaje hasta el puerto de Königsport, palabra que difícilmente podía pronunciar.

            El puerto del nuevo continente, o el viejo, como los tuleanos insistían en llamarle, le recordó mucho a Kuntra. Se trataba de un crisol de culturas y lenguas. No le gustó, sin embargo, el barrio fantasma. Había muchos de esos en el imperio, pero eran temidos con una reverencia que no parecía haber entre los tuleanos. Tajib ayudó con la mercancía, pero no salió del inmenso puerto que albergaba hasta cincuenta navíos, con muchos más esperando su turno. El barco alzó banderas, extrañas para él, que avisaban que había un noble en el barco y podía tardar más de lo necesario. Aquello, estaba seguro, enfurecería a los demás marinos mercantes, deseosos de llegar a puerto. Los pasajeros sí dejaron el barco. Había varios yitianos, gente del desierto que veían la ciudad de piedra, acero y vapor con gran temor, un grupo de Xue rodeados de lámparas que emitían oscuridad y la misión antropológica de la universidad, así como el noble encargado de la misión. Se movieron como caravana hasta el palacio real y les acomodaron en una de las amplias salas.
- Esto es fascinante.- Dijo Fenerir, señalando a los extranjeros que estaban pasmados ante la estética del palacio.- La gente de la Universidad debe estar igual de emocionada.
- He oído maravillas de la alquimia tuleana.- Dijo un Xue, alejado de las ventanas.- He probado algunos de sus elíxires y debo admitir que sus alquimistas están a la par con los nuestros.
- ¿Y los diseñadores de sueños?
- Los Xue no soñamos, vamos al desierto nocturno donde la estrella Magra nos hace compañía. Yo tengo 1,200 años, no recuerdo qué es un sueño. No me interesa, el estar despierto es más importante que perderse en las ilusiones de la mente.
- Los sueños revelan al alma.- Dijo un yitiano, vestido con su vestimenta del desierto, sus telas que le cubrían casi del todo.- Los sueños comunican lo que la mente no quiere aceptar.
- Los sueños,- Dijo el drario, acomodándose las gemas en su turbante.- son tan reales como esa silla o este extraño tapiz. Su realidad es efímera, como esa silla o ese extraño tapiz. No es de sabios asignarle una mayor realidad a una cosa u a la otra.
- Fascinante.- Dijo Ralek Mirrel y Urs Yaless repitió lo mismo.
- ¿Caballeros?- Amir Wercer apareció en la habitación junto con embajadores que se llevaron a los representantes de cada pueblo por su lado. El primo del príncipe no salió. Cerró la puerta y tomó asiento. Los dos antropólogos le imitaron. Amir se encendió un cigarro y suspiró cansado. Aquellos días de cambio le daban muchas migrañas. Les pidió silencio con un gesto, hasta que Gameron Vontral se les unió, disculpándose de su tardanza.- Ahora que estamos completos, ¿qué encontraron?
- Ha sido realmente fascinante. Mi colega sostiene que existe una raíz común entre todos los pueblos. Yo soy de la opinión que sus prácticas se deben a malas explicaciones del mundo que les rodea. Me parece que...
- Compartimos ciertos ritos.- Le cortó Urs.- E incluso dioses. Los yitianos reciben su nombre por la adoración de Yith. El Necronomicon menciona a la gran raza de Yith, como una de las predecesoras del tiempo del Hombre. Los drarios, entre sus libros, tienen los cantos de Dohl y el libro de Eibon. Ellos igualmente mencionados en textos antiquísimos que, los sabios concuerdan, son tan fiables como el Necronomicon mismo. No hay razón, por tanto, para asumir que exista entre nosotros una barrera epistémica infranqueable, conclusión que mi colega está inevitablemente atado.
- ¿Epistémica?- Preguntó Wercer.
- En el fondo somos tan distintos que la comunicación, mediante el comercio por ejemplo,- Explicó Ralek.- será superficial. La esencia de sus modos de pensar y de ver el mundo nos serán inescrutables. Es imposible pensar una completa asimilación.
- Dinero, sexo y amor.- Cortó Gameron Vontral.- Ahí tienen su asimilación. Y ambición.
- Concuerdo.- Dijo Amir.- Ya hemos tenido vergonzosos casos de amoríos entre las naciones. El rey está francamente preocupado. ¿Un reino poblado de gente de turbante que adora a otros dioses y rompe con nuestras maneras de hacer las cosas? Impensable.
- No necesariamente.- Dijo Urs.- La industrialización, el elemento que estos pueblos desconocen, podría facilitar la comunicación entre las civilizaciones. Si están a la par, mecánicamente, técnicamente, entonces será más fácil. Tienen tecnología, tienen alquimia, rifles... Algunas fábricas, pero en ningún momento pensaron en gigantescas calderas, potentes pistones y ciudades fábricas.
- Son retrasados.- Cortó Vontral de nuevo.- Muy primitivos.
- No.- Ésta vez fue Wercer quien cortó.- No primitivos. Los Xue, por lo que he visto, son excelentes banqueros. Los yitianos son mercaderes por naturaleza, proveniendo del desierto. Los imperiales, bueno, ellos usan gemas y alhajas en esas toallas sobre la cabeza que sonrojarían a la reina. Están inundados en gemas de una forma que nuestras minas... Bueno, quebrarían en cuestión de días. No, sería peligroso tomarles por tontos.
- Quizás,- Aventuró Ralek.- mi colega tenga razón. La industrialización podría alterar por completo sus estructuras mentales, adaptarlas a las correctas, a las nuestras.
- ¿Industrializar a un imperio que, no solamente es el triple de tamaño que nuestro reino, sino diez veces más rico?- Planteó Wercer.- Nuestra madera es la única que puede hacer semejantes viajes, ¿pero y si ellos plantan los mismos cedros? La industrialización les será inevitable, y sin embargo... ¿Qué hay de los yitianos? Parecen salvajes fáciles de manipular.
- Al contrario.- Dijo Urs.- Se dividen en calfas, que son familias. Ellos reinan por linajes, pero están desunidos desde cierta guerra. Aún así, son conocidos por ser guerreros y fuertes. Son dominantes con sus mujeres, al grado de taparlas completamente. Desean el comercio, pero aunque no vistan con gemas, mi opinión personal es que son muy peligrosos.
- Concuerdo.- Dijo Vontral.- Difíciles de tratar. Los imperiales están divididos, sus castas, su mayor fortaleza en cuanto a la distribución de su sociedad, es también su mayor debilidad. Los vashas...
- ¿Los qué y qué es una casta?
- Uno nace en una clase social, no puede uno subir o bajar. Los vashas son mercaderes o artistas, el diseño de sueños les ha hecho poderosos, estos negocios con nosotros les ha hecho aún más poderosos. Los shatriyas, que son nobles y soldados, ellos no quieren quedarse atrás. Podemos poner unos contra otros. Los brahmas, la casta sacerdotal, ellos no durarán mucho.
- ¿Quién rige  el imperio, cómo se llama su emperador?
- No tienen emperador, los brahman están hasta arriba... Es como si nos gobernasen los obispos de Cthulhu. Carecen de ejército, viven de los impuestos y no gobiernan, eso lo hacen los nobles.- Amir lanzó una carcajada.
- Los más ricos y los más tontos, vaya coincidencia. Poner el poder en manos de sacerdotes... ¿Qué hay de los Xue?
- Salvajes, intratables.- Dijo Vontral.- Animales sanguinarios.
- No.- Terció Urs y Ralek estuvo de acuerdo.- Son un dominio, sin un gobierno central. Se dividen por líneas de sangre. Dependiendo de quién te convierte ocupas cierto rango. Son como linajes, y están los antiguos, que tienen todo el poder, los aceptados que tratan como sirvientes y los comunes, que son como nosotros conocemos a los vampiros. Tienen una civilización que, de las tres, es la más parecida a la nuestra. Sus códigos guerreros son como los nuestros, tienen valores muy semejantes y, quitando el hecho que sólo comen sangre, son muy parecidos a nosotros.
- ¿Están muy unidos?
- La guerra les convirtió en la frontera entre los yitianos y los drarios. Eso impide la guerra.- Explicó Ralek.- Las líneas aceptadas, que serían como los lores o quizás algo más bajo, están bajo un yugo injusto. Los Xue, sin embargo, son arrogantes y difícilmente lo demostrarían ante los extranjeros. Son muy cerrados.
- Interesante... Muy interesante. No parece que quieran expandirse, ¿es así?
- Así es, señor.- Wercer apagó el cigarro en un enorme cenicero de piedra que era una escultura de un guerrero y se encendió otro. En su mente trataba de dibujar un mapa para explicárselo al rey.
- Disculpe el atrevimiento, mi señor, ¿pero planean acciones ofensivas?
- Por supuesto que planeamos, planeamos para cualquier eventualidad. No pasará, sin embargo, mucho dinero en juego. Además, ¿cómo podríamos invadir naciones que no entendemos? Ni siquiera tenemos sus mapas. Ellos, estoy seguro, hacen lo mismo. Ya deben estar estableciendo sus redes de espionaje. No, comerciaremos con ellos, pero hasta ahí. Que la distancia marítima nos sirva como barrera. Ya suficientes problemas dan los Vandrecker y sus violaciones contra las leyes que prohíben la esclavitud.
- He hecho mis tratos comerciales.- Dijo Vontral, con gran orgullo.- Es muy posible que mi linaje pueda servir al trono con una red de espías que nos entreguen mayor información.
- Gameron, tu vanidad te ha dejado ciego. ¿No has visto que este reino es como un hormiguero salido de control? La economía está mejor que nunca, mejor que antes de la guerra. Las oportunidades y ventajas que tenemos... ¿No te han hecho pensar que quizás otros buscan ventajas también? Sé muy bien de tus tratos, y de tus armas. Le pediré al rey que lo permita, por ahora los drarios parecen la alianza comercial más sólida que podríamos tener.
- Ha hablado de otras personas y oportunidades... He estado lejos todos estos meses, mi señor.
- Los Barsel buscan ser linaje, no les basta con ser lores alquímicos. Los Vanrose hacen lo mismo. Tienen ciertos tratos que guardan muy en secreto. Muchas sorpresas nos aguardan.- Wercer se puso de pie, la reunión había terminado.- Ustedes dos, pueden ir a la universidad. El rector Aleister Lovecraft ansía verles. Espero que hayan tomado muchas notas.  

            Wercer les acompañó hasta los jardines del palacio. Gameron Vontral regresó al barco, malhumorado y apresurando a Tajib para que cargara más rápido en órdenes que no podía entender. Las cajas, había visto por curiosidad, contenían relojes mecánicos y piezas industriales. Otras tenían objetos que ni siquiera sabía cómo catalogar. De algo estaba seguro, la era de Tul sí era de acero, pero les había faltado un detalle, también era de vapor, de barcos, de mucho dinero y ambición.


12.-
            Bors Yeguer había llegado a Hiperbórea hacía poco más de un año, junto con su esposa. Se había enlistado, pues no sabía hacer otra cosa. El lugar mismo le rodeaba de incertidumbre. No estaba rodeado de altas paredes, no había vitrales, ni grandes monolitos de cobre. Había mucha comida, la paga era buena y podía tener una mejor vida con su esposa, Helinda. Vivían en una casa, ya no en un edificio de acero y vapor. Estaban lejos de las nacientes fábricas y, aunque no tenían todas las comodidades que el reino ofrecía la vida no era tan mala.
- Mírales.- Dijo Gustav, su amigo, señalando a la brigada mixta. Tenían cimerios entre sus filas. Vestían las mismas casacas verdes, pero insistían en sus guantes y botas de pieles de animales. Lo permitían, no solo porque les diferenciaba de aquellos brutos, que ya de por si eran fáciles de determinar debido a su gran altura y robusta complexión. Les daba cierto sentido de pertenencia que los Vandrecker no deseaban arrancarles del todo.- Le rinden pleitesía a un rey que no conocen, de una tierra donde nunca han estado. Si les muestras un mapa no sabrían distinguir Hiperbórea del río Miskatonic. Aún así, aquí están. Yo los prefería en reservaciones.
- Órdenes son órdenes. Además Gustav, estamos completamente en desventaja numérica, necesitamos de cada soldado.- Gustav le alzó una ceja.- No es que le tema a los salvajes, pero quizás sea para mejor que estas bestias se queden cerca y bien vigilados. Además, ¿has visto a sus mujeres? Son un espectáculo, y les gusta bañarse en ríos.
- Ja, y el casado eres tú.
- Nueve meses de embarazo, de escuchar sus quejas y sus hormonas, ¿qué esperabas?

            Gustav y Bors se unieron a la brigada mixta y siguieron a su comandante. Los mapas ahora eran más detallados, los exploradores y cartógrafos habían trabajado muy duro los últimos dos años y medio. Sabían, con relativa certeza, dónde se encontraba el corazón de la rebelión cimeria. Se trataba de un boscoso valle que, entre ellos, era conocida como la fortaleza de Crom debido a su terreno desigual, a sus ríos y denso bosque. Los cañoneros tenían otra opinión. Cargaron los cañones con balas explosivas y balas encadenadas. Tumbarían el bosque entero de ser necesario, y al principio eso hicieron. Aunque la orden era estricta, proteger a las villas, los soldados cimerios violaron la orden cuando hasta las mujeres y los ancianos se alzaron en armas. Bors reprimió el asco, se trataba de una masacra. Disparó su rifle semi-automático, mató a seis mujeres en cuestión de medio minuto. En el fondo del batallón los soldados cargaban la pesada estatua de Cthulhu sobre un podio de piedra. La empujaban con hilos sobre una plataforma de ruedas. Habían visto que la defensa de Cthulhu en su plaza central era la pieza clave para dominarlos psicológicamente.
- ¡Cuidado!- Gustav se lanzó contra Bors, salvándole de un hacha que casi le cortaba la cabeza. En el suelo disparó su revólver y mató al guerrero cimerio.- Deja de pensar en esas voluptuosas mujeres mi amigo, que tienes un bebé en camino.
- Gracias.- Gustav le ayudó a levantarse, jalándole del peto.
- Mátenlo.- Gritaban los cimerios convertidos. Los capitanes se entrometieron en lo que quedaba de batalla, una escaramuza entre Sacrom, líder de los rebeldes y los soldados cimerios convertidos.
- No.- Gritó un capitán.- A este lo arrastraremos hasta el puerto. Merece la vergüenza.
- ¡Por Tulhu!- Gritaron los convertidos.
- Traidores, ¿no ven que les harán lo mismo?- Les echaba en cara Sacrom, mientras era atado de pies y manos al caballo de un capitán.- Les usan como esclavos y cuando dejen de ser útiles se desharán de ustedes.
- Tú,- Le espetó otro guerrero.- el más fuerte entre nosotros, ¿no has visto lo fácil que ha sido el derrotarte? Tú, que mataste a tu propia gente, ¿estás ciego de la verdad más evidente? Que somos cimerios y nunca hemos tenido bandera. Crom, Tul, la batalla ha quedado decidida, pero uno nunca deja de ser cimerio.
- Se arrepentirán.- Les decía Sacrom, a gritos.- Les usan como nosotros a los perros cuando cazamos los grandes elefantes, pero nunca les aceptarán.
- ¿Y no hicieron lo mismo nuestros abuelos y nuestros padres con aquellos que no creían en Crom y vivían del pescado y las largas ballenas? Les exterminaron por completo, al menos los tuleanos se abren a nosotros. Nos usan, sí, pero nosotros ya veremos cómo usarlos a ellos.
- Cimeria.- Le dijo el soldado al capitán, quien hablaba su lengua.- No distinguimos tierra de gente o personas. Cim es gente, o tierra, -eria es luz. Nos vistamos con la ropa que sea, estamos hechos de luz. Pocos llorarán a Sacrom, pues la derrota es una vergüenza para nosotros, más aún que la conquista misma.

            Regresaron a la base, el capitán se siguió de largo hacia el puerto, llevando a Sacrom a rastras. Un mensajero le dio la noticia. Hizo traer a Bors Yeguer, su esposa Helinda estaba por dar a la luz. Bors pensó en la partera, pero el capitán insistió en ir al castillo Vandrecker. La fortaleza ya había sido terminada. Construida entre colinas, prácticamente inexpugnable. A Bors le importaba poco el prisionero, que lanzaba maldiciones, quería ver a su mujer. El capitán, sonriente, le dijo que su Helinda ya estaba en el castillo y le esperaba. En una de las cuatro entradas Hans Vandrecker les recibió con aplausos. Desenvainó su espada ornamental y se la clavó a Sacrom en el estómago con tanta fuerza que lo clavó al suelo.
- Bárbaros que ansían la muerte por la espada, te daré ese gusto.- Sacrom se agitó violentamente, su muerte fue lenta y agonizante. Sus gritos fueron escuchados más allá de las colinas.- Cimeria muere con él. Hiperbórea nace contigo Bors Yeguer.
- Me han dicho que mi Helinda está en el castillo, ¿se encuentra enferma?- Vandrecker dejó al muerto y a su espada en el suelo, le llevó dentro abrazándole de un hombro. Habían instalado en una sala un potente elevador neumático que facilitaba el traslado por la alta fortaleza.
- Tu esposa está sana y feliz. He solicitado que dé a luz en mis habitaciones. Pueden quedarse ahí unos días.- Atravesaron largos corredores de terso empapelado, con los bustos de reyes y héroes hechos de cobre y piedra. Las enormes puertas de la habitación estaban abiertas. Helinda daba a luz rodeada de un séquito de doctores, con sus largas sotanas negras y sus máscaras de cuervo, con sus largas narices para protegerles de infecciones. En sábanas de seda Helinda dio a luz a un saludable bebé. Bors pudo cargarlo, una vez que fue bañado y se lo devolvió a Helinda, quien lloraba de alegría. Bors, algo confundido, fue ante Vandrecker, quien miraba su puerto desde uno de los amplios ventanales con vitrales.
- Mi señor, ha sido usted muy amable, no tenía que hacerlo.
- Pero al contrario Bors Yeguer, era mi obligación.- Señaló el puerto, siempre creciendo, siempre comerciando. Las zonas residenciales ya tenían forma. Las calles ya empezaban a empedrarse, las farolas de gas ya se habían instalado.- Me tienen por tirano y monstruo. Los esclavos y los cimerios. No lo soy Bors, yo soy el constructor de naciones y a veces hay que realizar sacrificios. Yo construyo, está en mi naturaleza. Pero tú y Helinda, ustedes dos tuvieron el primer bebé hiperbóreo. ¿No lo ves? El primer ciudadano del nuevo mundo. El mundo donde cualquiera, por más pobre que sea, puede venir y probar suerte. Una segunda oportunidad, no sólo para los Vandrecker que ya hemos dejado atrás al reino del Miskatonic, sino para todos, parias, bárbaros, los pobres y oprimidos del Miskatonic. Bajan de esos barcos, más y más. Aquí hay lugar para todos, no como en el reino. Aquí Bors, en el mundo que los Vandrecker construyen, tus hijos, los hijos de los harijas, de los cimerios y de los inmigrantes, ellos serán igualmente hiperbóreos y entonces... Entonces Bors... Por Cthulhu, ¿es que estoy embriagado de esperanza?

13.-
            Ryoko val Kosho y Fukosawa val Xin-ju compartían pocas cosas en común. Ambos pertenecían a líneas aceptadas y, como tales, sufrían la opresión de las elitistas líneas antiguas. Ambos eran ingenieros. Ambos estaban obligados a ser rivales. Se conocían poco, se hablaban poco, pero los Kosho y los Xin-ju habían estado en constante fricción desde hacía siglos por eventos que ya no recordaban. No se habrían reunido con los extranjeros, de no haber sido el pedido de un venerable anciano. Conocieron al extranjero en la villa de Yin-shu, el orgullo de Ryoko val Kosho. La villa, como sus sembradíos, ocupaban lo que antes había sido un pantano inhóspito. El extranjero, cuyo nombre tardaron en poder repetir, era Gumass Barsel, quien estaba acompañado de un séquito. Traían regalos, como todos los extranjeros. Mostraron su lámparas negras, unas lámparas que, en vez de proyectar un haz de luz, proyectaban un haz de oscuridad. Gumass Barsel, vestido de traje de tres piezas y sombrero de copa se paseaba, con su sirviente traductor, entre los humildes vampiros que salían de día, por primera vez en siglos, sorprendidos por el poder de aquellas lámparas. Caminaba entre ellos, vestidos como humildes campesinos, con una expresión de gran admiración. Los dos ingenieros Xue se presentaron y el extranjero se dobló como hacían ellos.
- Estas pagodas y sus sembradíos de arroz, ¿flotan?- Preguntó, a través de un traductor.
- No,- Contestó Fukosawa, con recelo.- no del todo. El arroz es para los humanos, a cambios nos dan su sangre. Ryoko consiguió que las parcelas flotaran, pero los edificios tienen construcciones por abajo del agua. Los Xue no nos ahogamos.
- Los Barsel somos como ustedes, los aceptados. Somos lores, pero no somos... no somos como los antiguos. No gobernamos, pero sí tenemos poder, más que ustedes. Y tenemos algo que ustedes quieren.
- ¿Qué puede querer un Xue, además de sangre?
- Vengan conmigo, mi hermano está en Gamal, no queda lejos. Sé que ustedes compran de los yitianos su sangre, sé que las líneas aceptadas reciben las sobras de los antiguos, permítanos ayudarles. Ésta ayuda, claro está, viene con un precio que ustedes querrán aceptar.

            Ryoko y Fukosawa aceptaron, no solamente por las luces negras que extenderían sus noches como las velas extendían el día de los vivos, sino por una vaga curiosidad. El extranjero se traía algo entre manos y juzgaron prudente saber más al respecto. También juzgaron prudente no mencionar la rivalidad entre los Kosho y los Xin-ju. La arrogancia natural de los Xue no les cegó del hecho que este extranjero era diferente. Deseaba conocer sobre las Nocturnalias y la noche de la que tanto se hablaba. Le explicaron, durante un trayecto nocturno, a lo cual él no se quejó, que aquella noche era la sustancia última, que siempre se amolda, que como el agua convierte a la piedra más dura en suave arena y que como aire da vida a todas las cosas. Barsel se figuró que hablaban de algún elemento alquímico, pero los Xue insistieron que la vía de la noche es la vía del silencio, no de la palabra, del vacío no del lleno, de la justa medida y  no del exceso.

            Mientras Gumass viajaba entre las montañas, su hermano Arsur ya estaba en Gamal, un calfa que había crecido mucho debido a su cercanía con Kuntra, el principal puerto del continente. Anwar Gamal no paraba de jactarse del poderío de los yitianos. Le mostró metales desconocidos a ellos, así como lujos extravagantes, especias y la fe simple en Yith. Arsur Barsel tenía un as bajo la manga. Con permiso del calfa, un hombre de grandes barbas y mirada inteligente, cubrió de madera un kilómetro y medio y dispuso a sus obreros a trabajar en un proyecto secreto. Los yitianos a diario se asomaban, pero no verían nada. Arsur, que no dejaba de vestir de traje pese a estar en el desierto, aceptó cambiar su sombrero de copa por el tocado yitiano, una tela sostenida por una banda y con suaves telas que caían, le protegían del sol y secaban su sudor. Eventualmente el calfa, quien ya estaba harto del misterio, se presentó ante Arsur Barsel.
- Los shuggoth.- Dejó que sus sirvientes llevasen una pesada caja sobre ruedas en la que, dentro de una jaula, había seres gelatinosos y llenos de tentáculos. Barsel dio un brinco hacia atrás y Hamal se rió.- Se crían en el desierto, los drarios los compran desesperadamente. ¿Acaso una criatura tan pequeña, como un perro, le da miedo a un tuleano?
- He estado en su majestuoso palacio, con sus altas torres de marfil, sus domos de oro y sus poderosas forticaciones, pero los shoggoth, de donde yo vengo, pueden medir más que eso. Viven en las tierras tóxicas del sur, a veces escalan las montañas y tenemos que cazarlos. Nunca les había visto tan pequeños.
- ¿Y ésta es su gran sorpresa?- Dijo el calfa, señalando a la enorme caja de kilómetro y medio donde más de cien obreros laboraban sin descanso.- He visto cajas grandes.
- Mi hermano llega esta noche, en compañía de dos Xue. Entiendo que le desagrade la idea, pero estos son de los aceptados, no de los antiguos, y el negocio que tenemos en mente les será beneficioso a los tres.
- Los yitianos somos los mercaderes por excelencia, criados en el desierto no tenemos otra opción. Nos hicimos del río sagrado, al menos casi todo, y forzamos a los vashas a usar barcos flotantes con piedra de luna que compran a los Xue. Dudo mucho, extranjero, que puedas ofrecerme algo que en verdad me conmueva. ¿Qué es lo que quiere de nosotros? Mi instinto me dice que no es dinero.
- No, sangre. Tanta como sea posible. No para nosotros, por supuesto, sino para estos Xue. Mi hermano llegará en la noche. Encuéntrenos aquí, le prometo la sorpresa de su vida.

            Los visitantes llegaron en la noche. Los hermanos Barsel se saludaron, tras su larga ausencia. Gumass traía consigo una comitiva de vampiros, los Xue eran todos de líneas aceptadas y en sus misteriosos rostros de ojos negros podía detectarse un profundo desagrado por el lugar. El calfa Gamal, y su séquito se presentó, con el mismo desagrado. La sorpresa se reveló, se trataba de kilómetro y medio de ferrocarril. La máquina, y un vagón de carga, fue operada por los maquinistas. Alcanzó  una gran velocidad a medio kilómetro, debido a lo ligera de su carga. Una locomotora, en la parte de atrás y más pequeña, la trajo de regreso. La estela de humo asombró a los curiosos que, por temor a los Xue, no se animaban a dejar la floreciente ciudad. Arsur se subió al vagón contenedor, ayudó al calfa a subir y le miró sonreír.
- El peso cuenta para poco, es acero contra acero y la fricción es casi nula. Treinta o cincuenta de estos vagones, repletos de mercancías, cruzando entre los desunidos calfas. Usted, por supuesto, decidirá por dónde y cómo. Le ofrezco el tren, y todo lo que eso conlleva. Mover gente y comercio a miles de kilómetros en días, en vez de semanas o meses.
- Esto vale toda la sangre de mis sirvientes y aún más.- Dijo el calfa, con suspicacia.- Sospecha, me decía mi padre, de quien te ofrece oro a cambio de cobre.
- Llegaremos a eso, su excelencia.- Le ofreció a Ryoko val Kosho y a Fukosawa val Xin-ju subirse con ellos. Les ofreció la mano, pero los Xue eran por mucho más ágiles y veloces que los vivos. Estaban tan sorprendidos que habían olvidado su rivalidad, el temor a los extranjeros y el desagrado de cohabitar con los yitios.
- Los dominios Xue,-  Dijo Gumass Barsel a sus invitados.- controlan gran territorio, pero nosotros hemos aprendido que el territorio vale poco, lo que vale es el poder atravesarlo. Los antiguos, ellos nunca aceptarían al tren, nunca aceptarían semejante comunicación entre quienes son sus líneas rivales. Ustedes, los aceptados, forzados a vivir juntos pese a pertenecer a líneas diferentes y obedecer a Antiguos diferentes, ¿acaso no se beneficiarían con algo como esto?
- La ruta de la piedra lunar.- Le dijo Ryoko a Fukosawa, como si eso explicara todo. Se dirigió a los demás para explicar, a través de sus traductores mientras veía el espacio vacío del vagón que estaba lleno de oportunidades.- Las líneas antiguas mantienen su dominio en el comercio de la piedra lunar a los drarios. La ruta es de su propiedad, nosotros debemos pagar peaje y es injusto. Nosotros merecemos nuestra propia ruta.
- La transacción está casi completada.- Dijo Gumass.- Ahora, un viaje en barco.
- Ustedes los Barsel,- Bromeó el calfa, de excelente humor y dándole una fuerte palmada en la espalda.- son capaces de llevarme a Hiperbórea y venderme el puerto más importante del mundo.
- No, su alteza, no Hiperbórea. Algo mejor.

            El viaje en barco duró más de un mes, la espera fue tensa. Los Barsel no decían nada. Se trataba de una embarcación privada, de lujo y tenía todas las comodidades que supusieron necesarias. Atracaron cerca de unas inhóspitas islas donde Roderik Vanrose les esperaba, viviendo en una cabaña junto con varios de sus allegados. Desembarcaron de día, pero con ayuda de las lámparas negras los Xue pudieron acompañarles. Las islas, un grupo de cinco islas, tenía algunas colinas y árboles, y nada más. Roderik Vanrose les saludó afectuosamente, aunque sin saber cómo dirigirse a los extranjeros. Disculpó su humilde morada, una casa de madera de dos pisos con apenas lo suficiente para las ocho personas que vivían allí. Colocó un mapa de las islas sobre una mesa y ofreció vino. Los Xue declinaron, llevaban su propia sangre.
- El área de las islas es poco mayor a Kuntra.- Dijo Arsur Barsel. El calfa le miró sin entender.
- No hay nada de valor aquí, nada que minar y ciertamente nada que establecer. Están divididas por varias lenguas de océano. Un barco, como el que nos ha traído, podría navegar entre ellos.
- Lo sé.- Dijo Gumass Barsel.- Es por ello que los ingenieros Xue son tan necesarios. ¿No lo ven ahora? Construiremos una ciudad en estas islas. Una ciudad parcialmente flotante, como lo que Ryoko y Fukosawa han hecho con parcelas cultivables y pequeñas villas. Será en grande, construiremos desde el lecho marino. Una ciudad portuaria, entre el reino del Miskatonic y el continente. Más cerca que Hiperbórea. Los Xue lo harán, pagado con la sangre que usted, calfa Gamal puede proveer. A cambio, le daremos el tren. Y, claro está, podrá invertir en el proyecto.
- Los Vanrose y los Barsel pondrán gran parte del dinero.- Explicó Roderik.- Pero una empresa tan ambiciosa requerirá de mucho dinero. Éste será el punto obligado para cualquier viaje transoceánico. Ésta será la capital del comercio. La capital del mundo.
- Cuenten con la sangre de mis súbditos. Y cuenten con todo el oro en mis arcas, si me prometen mi puerto. Quiero tener privilegios, por encima de los drarios. Y los otros calfas lo querrán también.
- Los Xue no estamos cerrados al comercio, al menos no nuestras líneas aceptadas.
- Nuestra guilda de importaciones verá esos detalles. Un puerto les estará esperando aquí.
- La bandera será Wercer.- Dijo Gumass Barsel.- Pero ésta ciudad, será mundial. Sus calles serán de empedrado, pero sus avenidas de agua. Sus carruajes serán barcas y el mundo girará en torno a ella.


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