jueves, 23 de julio de 2015

A Nadie le importa

A Nadie le importa
Por: Juan Sebastián Ohem

Del diario de Roy Keller        

            Lo primero que te enseñan en la escuela de periodismo es apuntarlo todo. Esto no se trata sobre una noticia. Si están leyendo esto, estaré en prisión o muerto. No es una confesión de mis pecados, no tengo suficiente tinta para ellos. Es una admisión de culpa. Un buen reportero consigue la noticia por cualquier medio, yo empleo medios ilegales. Lo hago sabiendo que podría terminar muerto o en la cárcel, pero alguien tiene que hacerlo. A alguien le tiene que importar. Eso me digo a mí mismo. La verdad es que, cuando se trata de las víctimas colaterales del crimen y la corrupción, a nadie le importa.


            Alfred Huxley me citó temprano en un café beatnick. Justo lo que todo veterano de Vietnam quiere ver. Poemas cursis. Haikus sobre la paz. Difícil rimar cuando las balas te pasan por encima. Difícil ser artista cuando el napalm se mete a tu nariz por días. Huxley. Reportero de investigación. Eso dice en su oficina. Eso dice en su tarjeta. Eso dice en su programa “Ojos sobre Malkin”. Él es la cara aceptable, es blanco y guapo. Tiene la pinta de alguien a quien le importa lo que sea de esta ciudad. Me emplea porque es demasiado torpe y perezoso para hacer la investigación. No me quejo. Incluso si el dinero fuera malo, no me quejaría. Es mejor que la guerra. No me hago ilusiones. Cambié una selva por otra. Una selva de mosquitos y charlies, por una cemento y pólvora.
- La extensión de la vía ferroviaria, ¿has oído de eso?
- Por los periódicos.- Contestó Roy Keller. El local observa a Huxley. Le gusta que los ojos de Malkin estén sobre él.- Extender las vías. Extender otra línea del metro.
- Es progreso. Progreso y nada más.
- Debe haber algo más si me llamaste.
- Hay una lamentable oposición. Poco queda del Strip de Broker, pero hay una asociación de empresarios que se niegan a la demolición de los edificios condenados y la clausura de los pocos negocios que quedaban. Además, ha habido algunos incendios misteriosos, o eso me dicen.- Pretende que tiene fuentes. Lee los periódicos, o hace que un asistente los resuma para él.- Ahora, Roy, estos empresarios… No es por nada, pero algo huele mal con ellos. No me malinterpretas, no lo digo porque sean irlandeses, pero algunos dicen que son una pandilla.
- Crees que los irlandeses queman los lugares, exprimen los últimos centavos a lo que prácticamente es un cementerio, ¿las aseguradoras pagan?
- Te pago para que lo sepas.
- ¿Qué más?
- Hombre de pocas palabras… Eras reportero de guerra, pero ya no estás en la guerra…
- No me gusta hablar de eso. Y no me gusta este lugar.
- Como quieras. Le dije a Thomas White que lo entrevistaría, irás en mi lugar. El señor White es el urbanista a cargo del proyecto. Debería hacer rodar la pelota.

            Dinero sobre la mesa. Sé lo que quiere. Sé lo que espera. Yo quiero algo distinto. Algo llamado verdad. Huxley es un parásito, quiere colgar a alguien y parecer un santo al hacerlo. Tiene la historia en la cabeza, no se molesta en cosas como los hechos, datos, fuentes o evidencias. Ahí es donde entro yo. No le digo nada de eso. No creo que lo entienda.

            La señorita en la recepción hace excusas. Tengo que esperar al camarógrafo. No quiere creer que un negro sea reportero. No quiere dejarme pasar hasta ver al señor Huxley. Le digo que está enfermo. Le digo que salió algo urgente. Tantas excusas que las mezclo. Eventualmente nos hacen pasar a la oficina del ingeniero White. Huxley tiene la pinta de periodista duro, de hombros gruesos, de gran mentón. Thomas White es un ratón de campo. Aún así infla el pecho. Se emociona sobre su proyecto. No se emociona tanto cuando le pregunto sobre los incendios.
- No sé nada sobre ellos.- Sobre su escritorio está el Malkin Times, está en primera plana. No insisto.- Me encargué del proyecto desde el principio, es el progreso que Malkin necesita. Incendios o no, es el dinero federal el que rescatará a nuestro sistema ferroviario, por no contar a nuestro sistema de metro. El dinero que sobre, y le puedo asegurar que sobrará, servirá para mejorar nuestras escuelas. Otro proyecto que necesita toda la ayuda que se le pueda dar. En unos días, estoy seguro de esto, el proyecto recibirá luz verde desde Washington, y será un día histórico para la ciudad. Por supuesto que hay oposición, vivimos en una democracia después de todo, pero la mayoría de la gente puede ver que esto será para el beneficio de la ciudad y no para unos cuantos. Dará empleo y estimulará la economía del Strip de Broker.
- Gracias, me parece que es todo lo que necesitamos. Si hay algo más, estoy seguro que el señor Huxley hablará con usted.
- ¿Cómo está su salud?
- No soy su médico. Con permiso.

            El camarógrafo no me quiere acompañar a Broker. Las órdenes de Huxley fueron muy claras. Manejo hacia el Strip. Si tengo algo, estoy seguro que Huxley en persona aparecerá en la entrevista, con su cara de tipo duro y todo el show. El lugar parece un cementerio. No es Morton, no aún. La ciudad dejó de preocuparse por el Strip desde antes que el Tío Sam me reclutara por la fuerza. El lugar es una ciudad fantasma. Pocos negocios aún funcionan. Graffiti en las paredes. Lemas contra la guerra. Lemas contra el gobierno. Pancartas en ventanas. No quieren mudarse. No quieren los centavos que el gobierno les dará por sus casas. Vieja táctica, devaluaron el Strip negando ayuda policíaca. Ahora vale poco, lo comprarán por menos. La gente merece mejor, pero a nadie le importa.

            Hablo con la poca gente que quiere hablar conmigo. Huxley tenía razón, los empresarios irlandeses tienen esqueletos en el clóset. Extorsión y violencia. Jack O’Leary y John Saint John son las voces prominentes. También son la mafia en Broker. Sin el Strip, se quedan sin nada. Entro al pub “O’Leary”. Todos los ojos sobre mí. Debo ser el primer negro en entrar desde que lo construyeron. Muestro mis credenciales. Quiero saber su historia. Noto los bultos en chaquetas, la mitad de ellos están armados. El viejo que atiende la barra baja las manos. Escucho el chasquido de una escopeta. O’Leary se ríe. Todos se ríen. Yo no le veo la gracia. Le muestro la grabadora y habla. No deja de hablar. Es un lugar histórico para ser preservado, no destruido. Menciono los incendios casualmente. Deja de sonreír. El irlandés me mira con la misma mirada que he visto en cientos de hombres. Está listo para la violencia. Le recuerdo que los incendios son una buena manera de asustar a la gente a vender, a facilitar la transición. La mirada cambia, está de acuerdo. Eso debe ser. Mi expresión no cambia, no sonrío, pero no parezco enojado tampoco. No estoy cansado, pero tampoco muestro mi desagrado con este mafioso que probablemente está detrás de los incendios.
- ¿De qué jungla te escapaste negro? Tienes buena cara de póker.
- ‘Nam.- Apago la grabadora. Pago por la cerveza.
- Mi primo está ahí, dice que no es bonito.
- No, no lo es.
- Puedes venir cuando quieras… Al menos hasta que derriben mi local.
- Lo tendré en consideración.

            Brian Bukowski es un polaco con una prótesis en la pierna derecha. Su esposa Ellen lo arrastra a las sesiones de autoayuda. El ejército te promete convertirte en héroe. No te dicen que regresas a un país que te odia, y que te olvidarán con la misma facilidad con la que te ordenaron matar a los amarillos. Bukowski nunca participa. No quiere estar ahí. Prefiere estar en su taxi. Lo hace por Ellen. Haría lo que fuera por su esposa. Mira a su alrededor y se siente peor. Chico sin brazos, otro sin mano. Uno perdió un ojo, otro está ciego por completo. Soldados que regresaron con pedazos faltantes. Entiendo sobre eso.
- Deberías participar.- Le murmura Ellen. Brian finge estar sordo. Cuenta los minutos hasta que termine la dosis semanal. El enorme reloj en la pared es ruidoso, le recuerda al fogueo. Odia el reloj. Odia el lugar. Odia sentirse como un inválido. Odia que se lo recuerden. Eventualmente  termina. Todos aplauden. Brian más fuerte que los demás.- Es bueno tenerte Brian, este último año fue un infierno. Pierna o prótesis, estás mejor que muchos de ellos. No sé por qué pones esa cara, estás bien, tienes un buen trabajo… Bueno, al menos es un trabajo, y pronto tendremos familia. Lo hemos estado intentado desde la noche que regresaste, ¿te acuerdas de esa noche?
- ¿La noche que casi me parto la espalda? Sí, me suena.
- ¿Brian?- Bukowski no recuerda su nombre, Harry o Larry. Algo así. Le detiene en la puerta de la iglesia. Ellen espera en el taxi. Sabe que debería recordar su nombre, estuvieron en la misma compañía. Sólo recuerda que todos le decían Gómez, aunque su apellido era otro.
- ¿Qué pasó Gómez?
- Es Ramírez.- Pone su garfio sobre su hombro y resopla.
- Lo siento, nunca perdí el hábito.
- No, no es eso. Mira, tengo malas noticias.
- ¿Qué pasó?
- Me enteré porque me hicieron lo mismo, de hecho esto es… No somos los primeros en nuestra división, dudo que seamos los últimos.
- Ve al grano, tengo que lleva a mi esposa a casa.
- El ejército está cambiando el registro de tu salida. Ya no estás en el grupo de retiro honroso, eres retiro deshonroso.
- ¿Por qué?
- Porque el Tío Sam quiere ahorrarse algunos centavos. Polaco, ya no te llegará cheque por incapacidad. Me hicieron lo mismo a mí hace unos días, por eso pregunté y así me enteré. Sólo pensé advertirte.
- Gracias Gómez… No le digas a Ellen, ¿quieres?
- Deja de llamarme Gómez y lo haré polaco.
- Perdón, Ramírez.
- Raúl.
- Brian.
- Ya lo sabía.
- Sí, por eso me decías polaco todo el tiempo, ¿no es cierto?- Bukowski intenta sonreír. Una imitación patética, pero Raúl Ramírez finge que no se da cuenta.

            Brian miente sobre la conversación, pero es realmente lo único en lo que puede pensar. Al llegar a su departamento Ellen toca la puerta de sus vecinos de enfrente. No es necesario. El pasillo no es lo suficientemente grande para dos, y todos pueden escuchar cuando llegan o salen. Los vecinos entran con un par de cervezas. Son sus mejores amigos. Mike Saltieri y su novia, Paula. Paula le consiguió el empleo a Ellen como mesera. Saltieri y Bukowski salen a la escalera contra incendios para recibir la brisa. Le dice a Mike sobre las malas noticias. Saltieri se queda callado unos segundos. Siempre hace eso antes de decir algo, como si pensara dos veces cada palabra. El polaco sabe que no es cierto, pero nunca se lo dice a su mejor amigo.
- Si necesitas dinero extra, yo podría ayudar.
- No, no quiero acabar como esos pobres diablos en silla de ruedas con carteles de “soy veterano, dame un dólar”. No gracias, pediré doble turno.
- ¿Y cuándo verás a Ellen? Escucha, sólo escucha. Alguien me está pagando buen dinero para incendiar lugares. Es ilegal, sí, pero nadie sale lastimado. Me aseguro de eso. Además, me dijeron que estaban asegurados y ahora que venderán el Strip de Broker, esa gente necesita el dinero, ¿no es cierto?
- Mike, no lo tomes a mal, pero no gracias. No te juzgo, oye, cada uno se gana la vida con lo que puede, pero no estoy hecho como tú.
- ¿Y eso qué quiere decir?- El polaco sonríe. El italiano siempre tiene un temperamento.
- ¿Te quieres calmar? No dije que fueras un mafioso o algo así. Es que nunca he hecho nada ilegal y, para serte honesto, incluso si no tuviera la prótesis, terminaría arruinándolo todo. Me pongo nervioso cada que me paso un amarillo.
- Está bien, como quieras. Pero si cambias de opinión, la oferta seguirá en pie.

            Roy Keller se vio con Nick el griego en el callejón de un restaurante de comida italiana. Nick el griego es un ladronzuelo que podría estar en prisión ahora, de no haber sido por mi ayuda. Acusado de homicidio y sin el beneficio de la duda, Nadie lo ayudó cuando todos le dieron la espalda. Nick es mi fuente principal en las calles, mis ojos y oídos.
- No Roy, la luciérnaga es una sola persona. Conozco a varios… personajes dedicados a crear humo y llamas donde no las habían. Nadie sabe de dónde viene el dinero, todos quieren el trabajo, pero quien sea, tiene el mismo modus operandi. No es tu variedad común de matón. Lamento decepcionarte.
- Hay algo que quiero que hagas por mí. Involucra dinero.- Me enciendo un cigarro y le paso otro. Nick es bajo y peludo, pero cuando menciono dinero parece crecer unos centímetros.
- Dispara.
- Es peligroso.
- Es dinero. A diferencia de ti, yo sí puedo comprometer mis principios profesionales.
- Quiero que te acerques a los irlandeses del Strip de Broker. O’Leary y los demás.
- ¿Jack O’Lantern? Así le dicen.
- ¿Por qué?
- Mató a un soplón, le cortó la cabeza y puso una calabaza de Halloween sobre sus hombros. Con algo así, es difícil perder el sobrenombre.
- Está perdiendo dinero, ¿sabes de la ampliación de la vía?
- Sí, lo vi en la tele. ¿Por qué confiaría en un griego?
- Porque están perdiendo todo, y eres hábil con las manos. No tienes que ser el padrino en su boda, sólo mantén los oídos listos. Cualquier cosa sobre incendios o algo fuera de lo común, me avisas.
- Fuera de lo común abarca muchas opciones.
- ¿Quieres el dinero?- Tiré el cigarro y caminé al auto. Tengo el mal hábito de dejar a las personas hablando solas. Nick lo haría. Iría a la luna, le ganaría a los rojos, si creyera que la luna está hecha de dinero. Codicioso, pero no violento y sin las agallas para irse a lo grande. Nick era justo lo que necesitaba.

            Llegué cansado a casa. Llegué con la esperanza de ver las luces apagadas. Sarah duerme temprano. No esta noche. Sabía que algo estaba mal desde antes de abrir la puerta. Algo no estaba bien. Demasiado silencio. Sin televisión. Sin radio. La luces encendidas. Me encaminaba a fuego enemigo, lo sabía, pero algunas balas no las puedes eludir. Sarah me esperaba silenciosa en la pequeña sala frente a la cocina. Mirada furiosa. A sus pies mi baúl militar de madera. Lo sé todo antes de que abra la boca. Debió encontrar las tablas de madera sueltas debajo del armario del cuarto de invitados. Hurgó. Encontró. Pensó en un discurso. Pensó en un regaño. Pensó en el divorcio. Pensó en mil cosas qué decirme. No dijo nada. Me quedé en la puerta esperando. Sacó las cartas de su bolso y me las tiró. No pensé que las hubiera guardado. Sello del ejército. Una por semana. Muchas semanas.
- Puras mentiras.- Dijo en un hilo de voz.- Dijiste que eras reportero de guerra.
- Me asignaron como uno.- Abre el baúl. No me asomo. Enciendo un cigarro. Sé lo que está ahí.
- Me moría de nervios cada semana y cada semana, cuando llegaba una carta, me mentías.
- ¿Y qué te iba a decir?- Cierro el baúl. Ella lo abre de nuevo. Saca la foto de la aldea en llamas. Estoy ahí, en una esquina, lleno de lodo, lanzallamas sin gasolina.- No querías saber eso.
- Desde que llegaste, es como si no te conociera Roy.- Saca la máscara. Saca a Nadie. La máscara sin expresión. Reflejo de mi propio rostro sin expresión. Se la arranco de las manos. La guardo en mi chaqueta.- Ahora entiendo por qué estás tan enfermo.
- No estoy enfermo.- Se pone de pie. La empujo para que se siente y cargo con el baúl hasta llevarlo al pequeño jardín. Le tiro gasolina blanca. Al diablo. Debí quemarlo desde el principio. Rescato mis cuchillos, mis armas.
- ¿No estás enfermo? Sabes que tu mamá me llama todo el tiempo. ¿Qué se supone que le diga?
- No me necesita.
- Sí te necesita. Yo te necesito. Roy… ¿quién eres?
- ¡Soy un reportero!- Las llamas se levantan. La madera cruje. Las fotos se destruyen. Mil pecados se consumen en tóxico humo negro.- Trabajo para Alfred Huxley, es todo lo que necesitas saber.
- ¿Lo qué necesito saber? No Roy, soy tu esposa, tú no dictas lo que necesite o no saber. Quiero saberlo todo, prometiste que sería distinto pero no lo es. Tienes a otra, lo sé.
- Sé que te acostaste con Roman.- No es pregunta. Le tiemblan los labios.
- Él te dijo.
- No, tú me lo acabas de decir.- Apago el fuego. La hago a un lado y voy a la cocina.- No importa, estaba en la guerra. Cada semana yo esperaba un “querido John”. Vi lo que esas cartas hacían a mis compañeros. Perdían una razón más para volver vivos a casa.
- ¿No vas a negar que te ves con otra?
- No me veo con otra.- Le miento. Soy bueno en eso.- No preguntes sobre la selva. Nunca me preguntes sobre la selva. Nunca me preguntes sobre la máscara. Nunca hables de esas fotografías. Nunca le digas a nadie lo que había en ese baúl.
- Roy…- La tomo de las muñecas. Lo hago con fuerza. Ve esa mirada. Le asusta. Nunca la había visto antes.
- Fui un reportero de guerra, fin de la discusión.
- ¡Suéltame! Voy a acostarme, tengo que decidir si me divorcio o no. Tú puedes dormir con la ramera con la que te estés viendo o en el sofá.- Fumé en silencio. Ella subió y bajó corriendo.- Y nunca me hables así o juro por Dios que te costará caro.

            Sueños de la selva. Sueños de Digby y Sallers. Los bufones. Sueños del río. Sallers recibió un disparo de francotirador que le voló la cabeza. Estaba a mi lado. Pude haber sido yo. Digby pisó una mina. Salió en pedazos. El vietcong la escuchó. Peleamos por horas. En mis sueños todo parece tan real que cuando estoy despierto y todo está en silencio me pregunto si no me habré dormido. Escucho una voz llamando mi nombre. Despierto cubierto en sudor y gritando. Sarah trata de gritar, pero la tengo del cuello. La dejo ir.
- Perdón Sarah, perdón… Creo que dormir separados es una buena opción. No quise… Quemar el baúl trajo muchas cosas de vuelta. Cosas que dejé en Vietnam.
- Lo pensé toda la noche. No pude dormir.- Busco mis cigarros. Me pasa una taza de café.- No me quiero divorciar, pero tiene que haber cambios Roy.
- No quiero perderte Sarah, pero el Roy que amabas murió en la selva. ¿Quieres que vea a un psicólogo?
- Te opusiste bastante cuando regresaste. Dormiste en el suelo la primera semana. Cuchillo en mano. ¿Así dormías allá?
- Cuando estábamos en la selva, sí.
- No puedo ayudarte, si tú no te ayudas. La pregunta es, ¿quieres ayudarte?- Le beso la mano por qué no sé qué decir. Roman lo llama culpa del sobreviviente. Cree que me culpo por no haber muerto como Sallers o como Digby, como Fredericks, Brigg y muchos otros.
- Es tarde, tengo que hacer llamadas.
- ¿El gran Huxley no puede hacerlas él mismo?
- Ese idiota no distinguiría periodismo de su mano derecha si su vida dependiera de ello.- La hago reír. No lo decía en broma, pero no importa.

            Llamo a aseguradoras. Me oriento. Más de cinco compañías distintas manejaban los edificios y negocios que se redujeron a cenizas. Me hago pasar por Huxley. Mi voz es más profunda, más ronca. Les digo que la televisión lo cambia. Lo creen. El mismo jazz que todas las aseguradoras. Pocas pagaron al principio. Son buenos para cobrar, pésimos para pagar. Cuando la policía finalmente unió dos más dos, dejaron de pagar. Tres personas en custodia, los incendios continúan. Algo no me cuadra. La teoría de Huxley no sostiene agua.
- Arthur Penn, es un excelente psicólogo, mi amiga Maggie fue con él. Es negro y sabe lo que eso significa mejor que cualquier psicólogo blanco.- Me pasa la tarjeta. Sigue hablando sobre segundas oportunidades. Segundos aires. Eventualmente me pregunta algo. No la escucho. Se da cuenta que mi cerebro está en otra cosa.- ¿Roy?
- ¿Cui bono?
- ¿Qué?
- ¿Quién se beneficia si nadie paga? Me tengo que ir.

            El editor del Times sabe que Huxley es el rostro de “ojos sobre Malkin”, pero yo soy quien hace la investigación. Me ofrece la lista de los lugares incendiados y paso la mañana hablando con los dueños quienes tuvieron que mudarse o cerrar sus negocios. Diferentes versiones de la misma miseria. El Strip estaba moribundo, incluso antes que O’Leary y compañía comenzaran con las extorsiones. Los encuentro desparramados por Malkin, en los barrios bajos de Baltic, en Morton, Industrial. Casuchas o departamentos pequeños como cajas de zapatos. Nunca tuvieron mucho, ahora tienen menos. Podríamos morir en una guerra nuclear en un parpadeo, aún así nos interesa sobrevivir. Es lo que nos hace humanos.

Los que se negaban a vender sus propiedades al gobierno fueron intimidados por el incendiario, la luciérnaga. Todos ellos también estaban bajo los pulgares de la mafia irlandesa. Me acuerdo de comer. Mi instinto se activa. Me interesan los lugares que se quemaron y los que aceptaron vender por la intimidación, ¿pero qué hay de los lugares que aún no se queman? Tendría sentido quemar el Strip, pero la luciérnaga no quiere matar. Alguien quiere mantenerlo lo más callado posible. Los que podían quejarse del plan no se atreven, otros pierden todo. Manejo a la oficina de registros de propiedad, uso todos los trucos en el libro. Finalmente una llamada de Alfred Huxley me abre las puertas. La mayor parte del Strip ya había sido comprada hacía meses por una miríada de compañías. Compilo una lista. Apunto todo. Reviso las fechas. Todas coinciden. Las compañías compraron los edificios, terrenos y comercios al menos un mes antes de que la planeación ferroviaria se hiciera pública. Demasiada coincidencia.

            El rastro de las compañías no me lleva a ninguna parte. Los registros de sus dueños se encuentran en la cámara de comercio. Mis trucos no sirven ahí. Algo me dice que el color de mi piel tiene que ver con el sujeto en la entrada y su tatuaje de la bandera confederada. Le ruego a Huxley que llame, el encargado lo detesta, sólo lo hace peor. Lo llama un liberal con agenda comunista y cuelga. A mí me llama otras cosas. Nada que no hubiera escuchado antes. Decido probar suerte con otra carta. Los ojos sobre Malkin no son suficientes, necesito de Kirby.

            Teniente Rick “sonrisa” Kirby. Veterano en la fuerza. Hombre inteligente, honesto y, que yo sepa, nunca ha sonreído. Un trío de ladrones drogados entraron a su casa. Mataron a su esposa y a su hijo. Uno le puso la automática en la boca y jaló el gatillo. Demasiado terco para morir. Sobrevivió, los cazó y los llevó ante la justicia. La cicatriz en su cachete forma una sonrisa macabra. Se niega a removerla con alguna operación estética. Es su recordatorio. Su herida de guerra. Una guerra imposible de ganar. Yo sé de eso. Tengo mis propias heridas.

            El sargento en la entrada no me quiere dejar pasar. Kirby le grita por teléfono. Puedo escucharlo del otro lado del vidrio de protección. Le ayudé en un homicidio, pero no me recibe por eso. Kirby odia los reporteros. Me tolera aunque nunca revele mis fuentes. Sabe que nunca quemaría a un policía honesto, jamás comprometería una investigación en curso y no usaría mi influencia para decirle como hacer su trabajo. Si un policía me dice algo y me pide que me lo guarde, lo hago aunque Huxley me amenace con despedirme.
- Keller.- Me saluda con manazas que podrían aplastar un cuello como una vara.
- Teniente, gracias por recibirme.- Saco mis notas, le muestro algunos nombres.- Son personas que perdieron su domicilio o negocio por los incendios, o porque entendieron el mensaje. Sé que debe tener una lista parecida, pero tienen otra cosa en común, todos estaban siendo extorsionados por Jack O’Leary y la mafia irlandesa.
- No es la noticia del siglo.
- Pensé que ya lo sabría.
- ¿En qué trabajas ahora?
- La ampliación del ferrocarril y el metro, y la luciérnaga.- Veo la foto de su familia. Aún cuelga detrás de su silla. Tipo duro.- Si supiera quién es, se lo diría.
- Te creo.
- Cuando sepa quién es, lo sabrá.
- Te creo. ¿Puedes hacerlo?
- Estoy tomando otra ruta que quizás ustedes no han intentado. Los edificios del Strip que serán demolidos, pero no han sufrido ningún incendio.
- Investigamos crímenes Keller, no ausencia de ellos.
- Eso pensé.
- ¿Qué necesitas de mí?
- Muchos de estos edificios y lotes fueron comprados por varias compañías. Todas ellas antes de que el plan urbano se hiciera público. No es coincidencia.
- Puede serlo.
- No lo es.
- ¿Qué quieres?
- Quiero ejercer mi derecho como agente de la prensa para revisar los registros de la cámara de comercio, quiero saber quiénes son los dueños.
- No voy a empezar una investigación basado en tu teoría conspiratoria.
- No es lo que pido.
- ¿Intentaste hablar con ellos?
- No son amigables, ni con la prensa, ni con los negratas.
- Maldita ciudad… Si los animales tuvieran la oportunidad lincharían negros como esos polis hicieron en el disturbio de Morton.- Señalo el teléfono. Enciende un cigarro. Me recuerda que no trabaja para mí.- La cámara de comercio en esta ciudad se levanta en armas cada que la policía pide algo así. Yo hago esa llamada y puedes apostar que Huxley tendrá una demanda de acoso por la mañana y tú… No durarás ni un día. No luego del escándalo de posible lavado de dinero que apareció en ese programa para el que trabajas.
- Ojos sobre Malkin.
- Como sea, no veo televisión.
- Buena política.
- Tienes tu respuesta. Lo siento, no puedo hacerlo y no te conviene hacerlo.
- Nadie debería hacerlo. Gracias teniente.
- Ten cuidado Keller.- Me estrecha la mano otra vez. Tengo ese raro honor. Pocos lo tienen porque la mayoría se hipnotiza por la herida en el cachete. La amarga sonrisa. He visto peores heridas.

            Estaciono en el callejón del edificio de la cámara de comercio que tiene los registros de propiedades mercantiles y corporativas. Me cambio en el auto. Parece un ritual. Botas militares. Prácticas, silenciosas. Guantes para esconder mis huellas, pero ligeros para no restringir mis movimientos. Herramientas para violar cerraduras. Cuchillo de cacería, es grande, impone y corta lo que sea. Cuchillo ligero, para pelear de cerca. Tiene una hoja retráctil, un resorte lanza la hoja al apretar un botón. Automática del ejército, por si acaso. Estoy cansado de matar, pero tengo que estar listo para todo. Camisa negra y pantalones militares negros. Finalmente la máscara, Nadie. La máscara puede romper las leyes que yo, como reportero, no puedo. Nadie no conoce temor, ni prejuicios. No puede ser sobornado, ni intimidado.

            Entro al edificio escalando el drenaje. Me apoyo contra el aire acondicionado mientras uso el cuchillo para abrir el seguro de la ventana del segundo piso. Tres pisos de extensas galerías con archiveros. Me muevo en la oscuridad. Espero detrás de una puerta. Espero acostumbrarme a la oscuridad. Me adapto y preparo mi linterna. La luna ilumina las ventanas al este, pero es mejor ser precavido. Violo la cerradura y entro al laberinto de archiveros. No necesito la lista, la he memorizado. Empiezo el arduo trabajo alfabéticamente. Es tedioso, pero tengo los nervios de punta, listo para cualquier cosa. Avantos Co., dueña de tres terrenos. Encuentro el fólder, pero está vacío. Bolgran, dueña de un almacén. Encuentro el fólder. También vacío. El patrón es constante. Fueron precavidos.

            Escucho las pisadas antes de ver el haz de luz. Me escondo detrás de las escaleras. Dejo que me pase. El guardia es enorme y camina pistola en mano. Probablemente soldado, no parece de la variedad de policía retirado. No quiero lastimarlo. Subo las escaleras luego de unos minutos, dejo la puerta entreabierta, con una lata sobre la puerta, apoyada contra el marco. Sigo revisando. Pasan diez minutos y la lata rompe el silencio como un cañón. El guardia grita, yo corro. Corredores largos. Demasiado largos. Enciende las luces. Escalar los archiveros ya no es una opción. Llego a la pared. Mis pasos rechinan contra el recién encerado piso. El guardia grita de nuevo, empieza a disparar. Dispara para todas partes. Una bala me roza. Me siento en la jungla otra vez. Llego a la ventana. Los truenos caen, como caían en ‘Nam. Algo helado recorre mi costado. Frío intenso se convierte en calor intenso. Me lanzo por la ventana antes de que pueda apuntar mejor. Caigo al bote de basura. Las bolsas acolchonan mi caída, pero tendré moretones. No pienso en eso. Pienso en la sangre. Vertida. Por otros. Por mí. A causa mía. A causa de otros. Subo al auto sosteniendo mi costado. Grito  de dolor. Me quito la máscara tres calles más adelante.

            He visto muchas heridas de bala. Sé que pasó de lado a lado. Aún así arde y quema. No dañó ningún órgano importante, pero necesito un doctor. Manejo a Morton. Manejo a mi doctor. Mi mejor amigo, Roman Fox. Millonario que ayuda causas perdidas. Yo soy una de ellas. Contengo la hemorragia con un pañuelo y mi cinturón. Aprieto hasta que duele. Me lanzo a su puerta, toco el timbre desesperadamente. Roman se pone pálido y me tropiezo al entrar. Me lleva hasta su sala de operaciones.
- Shock más que nada.- Dice Roman, luego de coserme. Pasa sus dedos por otras heridas.- ¿Te acostumbras?
- No. Nadie lo hace.
- Odio tus juegos de palabra. Tú no eres Nadie.
- Roy estará bien, no necesita transfusión.
- Y detesto cuando hablas en tercera persona.
- Teléfono.- Me acerca el aparato, pero se lo devuelvo.- No, tú. Dile a Sarah que estoy contigo. Estoy bien, rebotando ideas contigo. Nada grave. Roy necesita descansar. No quiero que mi esposa me vea así.
- Está bien.- Hace la llamada. Sarah le cree. Ella quiere creer en lo mejor de las personas. Yo no me doy ese lujo.- Sarah me dice que irás a ver un psicólogo.
- No me dio muchas opciones.
- Puede ayudar. Dios sabe que yo lo he intentado y fallado miserablemente. ¿Dónde está?
- ¿Qué cosa?
- La máscara. Sé que no está en tu auto. Debe estar lleno de sangre, si un policía lo ve tendría que abrirlo. No expondrías a tu posesión más preciada.
- Chaqueta, en el bolsillo secreto.
- ¿De quién fue la idea?
- Prefiero que me disparen otra vez.- Pensé en encender un cigarro, pero aparté la idea. Necesitaba más ejercicio y menos vicios.- Mi última sesión no terminó bien.
- Sí, recuerdo haber escuchado sobre eso. Atravesaste al psicólogo del ejército con una pluma. Tú  y Nadie, son la misma persona.
- Eres un médico, y mi mejor amigo, no un psiquiatra. No estoy loco. No aún. No creo merecer esa excusa.
- Nadie está demasiado lejos, o demasiado escondido que la Gracia de Dios no pueda alcanzarlo.
- Díselo los soldados en la jungla Roman. No hay mucha Gracia en el mundo en estos días. Si no son los comunistas, son los radicales, los hippies, los racistas, los veteranos que pierden la cabeza o cualquier demente que podría apretar el botón rojo y convertirnos en cenizas.
- Te inyectaré un anestésico y te daré algo para el dolor.- Me pasó las pastillas y me dejé inyectar. Sin la adrenalina los dolores se agudizan, pero la inyección funcionó.
- Tengo que irme.
- Tienes que descansar.
- Eso haré. Quiero verla.
- Como tu amigo, tengo que aconsejarte que no lo hagas y como tu doctor, te aconsejo que duermas en la habitación de huéspedes.
- Gracias, pero no gracias. Te equivocaste, por cierto.
- ¿Sobre qué?
- No atravesé su mano con una pluma.
- Es un alivio.
- Fue un lápiz. Gracias por curarme doc, nos estamos viendo.

            La llamo desde el teléfono en la esquina. Dinah, y si Huxley supiera de ella hincaría sus dientes hasta hacerse celebridad nacional. El ardiente amorío entre un negro y una blanca. Peor que eso. Un negro y la esposa al aspirante a alcalde, Michael Dorff. Tienen su propio arreglo, Michael se acuesta con quien sea, ella simplemente es más discreta. Aún así, sabe cómo manejarlo. Dorff es estúpido, narcista, alcohólico y adicto a las pastillas. Ella es honesta y laboriosa. Ella debería estar en el poder. Sería lo mejor para Malkin.

            Quedamos de vernos en un motel. Roman curó mi herida. Dinah cura el mal sabor de boca de la conversación. Hace más que eso. Olvido los malos días. Olvido las balas. Los gritos. Las tripas y sesos. Olvido que vivo en una jungla donde el más fuerte sobrevive. Nuestro paraíso privado en un motel de mala muerte. El eco de las otras parejas rebota en las paredes de barato papel tapiz, amarillento por el humo del cigarro.
-  ¿Qué te pasó?
- Nada, me asaltaron, pero Fox es… Ya lo conoces, si no te pone una venda o algo así, no está feliz. No hablemos de Roy Keller.
- Eres la única persona que encuentra a la política un tema estimulante después del sexo.
- ¿Michael realmente puede vencer a Winters?
- El concejal David Winters hará público su apoyo a nuestra campaña en pocos días. Los demócratas finalmente tenemos una oportunidad en Malkin. Creo que la gente ha despertado.
- No, pero votarán por ti.
- ¿Quieres decir Michael?
- No. Eres la mejor esperanza para Malkin, ¿lo sabes, no es cierto?
- No, no lo sé. Creo que si la ciudad no se cae a pedazos… es un trabajo bien hecho.- Revisa su reloj. Sé lo que dirá y duele más que la herida en mi costado.- Lo siento, pero tengo que irme. Se supone que estoy reuniendo fondos, no puedo decir que la junta duró toda la noche.
- Di que fue un rally, hagámoslo que dure un fin de semana.
- Ésa, es una excelente idea Roy.- Me besa como no besa a su marido y la veo partir.

            Regreso a casa poco antes de la madrugada. Me acuesto en el sofá. Sarah baja a verme. Está por decir algo, y por su expresión no puede ser bueno, cuando nota que estoy sangrando. El sexo debió remover alguna puntada. Me lleva al baño, me cambia las vendas.
- Dios mío Roy, ¿qué pasó? Contigo me refiero. ¿Qué te pasó, quién eres?
- Cuando era niño mi papá me compró un rompecabezas que realmente me gustaba, era una pintura… Curioso, no recuerdo cómo era. Recuerdo que estaba ansioso por terminarla. Roy trabajó en construirla pieza por pieza. Mil piezas. Cuando estaba terminado, faltaban cinco piezas. Un rompecabezas sin terminar. Eso soy yo, eso era antes de la guerra. La violencia y la sangre sólo lo pusieron al descubierto.- Me odio cuando me veo en el espejo. Una lágrima se me escapa. Me recuerda lo débil que soy.- Vuelve a dormir Sarah. Estaré abajo.
- Roy, espera.
- ¿Quieres saber quién regresó de la jungla, Sarah? Nadie. Duerme bien.

            Brian Bukowski conoce las calles de Malkin mejor que cualquier otra persona. Trabaja duro, sin quejarse. El taxi es incómodo, nunca se acostumbra a su extraño olor. La prótesis de mala calidad cansa su pierna, pero está acostumbrado. Acostumbrado al dolor, al cansancio. Enfrenta la vida como enfrentó los horrores de la guerra. Estoico, paciente. Su cliente es un hombre maduro que se remueve en el sillón. Brian teme que saque un arma y le robe, luego ve el pin en el tablero. Redondo y blanco “Detengan la guerra”. La mayoría de los clientes están de acuerdo, de hecho atribuye las propinas a ese adorno. Su cliente está incómodo al verlo, pero no puede quitarle los ojos de encima.
- ¿Le molesta? Puedo quitarlo.- Dice Bukowski.
- No es patriótico, ¿eres alguna clase de hippie?
- No señor, republicano hasta la médula. Mis padres emigraron de Polonia, escaparon de los nazis, pero también de los comunistas. Serví en ‘Nam.
- ¿Te escabulliste?, ¿es eso?
- No, perdí la pierna.- El cliente traga saliva. Se asoma. Brian toca la madera.- Aún la siento, es dolor fantasma, eso dicen los doctores. Duele como el demonio cada que llueve.
- No sabía, disculpa. Soy Victor. Estuve en la campaña de Corea.
- Brian, mucho gusto.
- ¿Republicano?
- Señor, el día que mis padres fueron naturalizados lo celebraron, ¿sabe por qué? Porque podían votar republicano, servir a su país. Yo creo en América, como ellos. Me enseñaron que si trabajas duro, si eres honesto, este país te puede dar una oportunidad. Eso hago. No gano mucho, pero es suficiente para mi familia.
- ¿Tienes hijos Brian?
- No señor, es decir, Victor. Lo estamos intentando.
- Tengo dos, están en Vietnam.
- Yo sólo quiero que termine la guerra, que los comunistas dejen Vietnam y nuestros compañeros puedan regresar.
- Te oigo, quiero a mis chicos de vuelta. Parece que cada generación tiene su propia guerra. Al menos no me recibieron con huevos podridos en el aeropuerto.
- Me llamaron “mata niños” cuando recogí mis cosas. Hippies, no los entiendo. Es decir, los entiendo, pero ¿no tienen nada mejor que hacer? No maté a ningún niño, ¿qué saben ellos?
- Exacto, ¿qué saben ellos? Yo también soy republicano. No me importaba la política hasta que ese idiota, Dorff, se lanzó para alcalde.
- Tiene mi voto en contra. No necesitamos más liberales en el poder.
- Llegamos.
- Cinco dólares.- Se detiene en la esquina de la 120. Victor le da diez dólares.
- Guarda el cambio, y gracias por servir.
- Gracias a usted.

            Brian se guarda la propina en el bolsillo. No es una fortuna, pero necesitará cada centavo cuando Ellen se embarace. No siente envidia del veterano que regresó en una pieza. Está seguro que vio sus horrores. La guerra es el infierno. Brian no dijo nada sobre su retiro deshonroso, sobre el gobierno enviando niños a la guerra y olvidándolos en cuanto regresan como mercancía dañada. Bukowski tiene una política sencilla, nunca estar en desacuerdo con el cliente. Eso es lo primero que aprendió.

            Brian cruza la avenida junto con el tumulto de autos. Ya no le molesta el tráfico, se ha acostumbrado. Escucha el claxon, pero suena como cualquier otro. No se da cuenta hasta que es demasiado tarde. El Buick se pasó el rojo, Brian frena pero es tarde, el coche choca con tanta fuerza que lo lanza por la avenida, dando una vuelta completa. De pronto ve los autos que llegan en sentido contrario. Cierra los ojos. Ve la cara de su mejor amigo en Vietnam cuando le dispararon en el pecho. El horror en sus ojos de veinte años. Apenas un niño. Los abre al escuchar el rechinido de llantas. Frenan con todas sus fuerzas. Vociferan insultos. Brian suspira, pero el sentimiento dura poco. Sale del taxi. Arruinado por completo.

            El chofer del otro auto lo culpa, Brian se defiende. Llama a su jefe para que llegue con la aseguradora. Detesta a su jefe, un gordo que escapó del llamado a las armas con buenos sobornos. Taxis Imperial no tienen seguro. Otra de muchas violaciones que Freddie el gordo pasa por alto. No hace preguntas para Brian, sólo quiere que no lo demanden. La policía no puede ayudar, nadie vio nada. Tráfico infernal, pero todos parecen estar ciegos. Nadie se pone de acuerdo. Sólo el dueño del Buick, y Freddie el gordo. La sentencia llega rápido, es culpa del polaco. Bukowski suda, la pierna le duele más que nunca.
- Estaba en verde, lo juro por Dios. Señor Armitage, por favor, necesito este trabajo.
- ¿Estabas drogado? Todos ustedes son iguales, seguro tienes la marihuana debajo del asiento.- Lo empuja con fuerza y revisa cada recoveco. No encuentra nada, pero sale del taxi con el pin contra la guerra.- ¿Quieres que me demanden?
- No señor, es sólo para hacer conversación, usted sabe…
- Yo sé que nunca debí contratarte Bukowski.- Lo empuja con el dedo con cada palabra. Las arrastra, lo detesta y siempre lo ha hecho.- Tú y tu pierna de palo. Tú y tus quejas.
- Freddie, por favor.
- Es señor Armitage para ti polaco.
- Sí señor.
- ¿Me estás viendo la cara?
- ¿Qué? No, claro que no.
- Estás despedido, regresa a la central y saca tus cosas.
- Señor, no fue mi culpa. Por favor, se lo ruego, ¿quiere que le ruegue? Necesito el dinero.
- ¿Para tus drogas? No por mí, yo soy americano polaco. Tú y tu  clase sólo están de visita. Te di una orden, saca tus cosas y lárgate. El dueño del Buick quiere que pague los daños, ¿tú me darás el dinero?
- Puedo trabajar doble turno, pagar lo que debo.
- Vete, no es una negociación.

            Brian explota cuando le pone el dedo encima por última vez. Su sargento de entrenamiento solía hacer eso. Le agarra del dedo, lo dobla y lo empuja con tanta fuerza que lo lanza al pavimento. Al diablo con él, al diablo con el gordo y sus insultos. Brian grita todos los insultos en polaco que recuerda. Sus padres querían que no supiera el idioma, sólo hablaban en un cortado inglés, pero aprendió las groserías. Se va, pero se arrepiente de no haberlo pateado en el piso hasta hacerlo sangrar.

            Pasa el día buscando empleo, moviéndose en autobús y contando sus centavos. Demasiado torpe para ser mesero. Su familia no tenía dinero para mandarlo a la universidad, y la guerra se interpuso, de modo que no podía aspirar a mucho. Pensó que sería buen recepcionista y se entrevistó con una docena de personas, siguiendo los anuncios clasificados del Times. Aprendió una amarga lección. En la selva podía estar al mando en una docena de hombres, pero en el mundo civilizado era mercancía dañada. Nadie quiere a un veterano sin pierna, todos lo miran como si fuera drogadicto, como si fuera a estallar de locura o algo así. No, el polaco no pierde la fe en su país, pero sí en su gente. Llega temprano a su departamento.
- ¿Brian?- Mike sale de su departamento, sorprendido de escuchar que alguien llega al departamento de los Bukowski antes de las nueve. Nota los ojos rojos y los temblores.- ¿Estás bien amigo?
- No. Perdí mi empleo. La luz estaba en verde, lo juro por Dios. Pasé el día buscando trabajo… Mike, no le digas nada a Ellen. No quiero que piense que lo eché a perder.
- Claro, no lo sabrá de mí.- Bukowski golpea la pared, resopla y se apoya contra la puerta. Saltieri espera paciente, imagina lo que está por decir.
- ¿La oferta sigue en pie? Necesito el dinero.
- Repartido entre los dos son 100 por trabajo. Iba en camino, una bodega de abarrotes. No debe haber nadie a esta hora. He hecho mi tarea. Nadie saldrá lastimado.- Saltieri habla en susurros, sabe que las paredes escuchan.- ¿Tienes experiencia?
- No soy un experto, nunca lo he hecho antes. ¿Cómo lo haces?
- Pues rocío, prendo y salgo corriendo.
- ¿Eso es todo?- Mike ladea la cabeza.- No, tienes que mojar telas, colgarlas y meterlas en las conexiones eléctricas. De otro modo el fuego puede extinguirse sin encontrar más combustible.
- Vamos, tengo todo en mi auto.

            Bukowski está nervioso. Saltieri está nervioso. Rompen el candado de la puerta con una barra de metal. Entran rápido. Mojan trapos. Brian decora el lugar como árbol navideño. Mike no deja de mirar por la ventana, esperando a la policía. Bukowski revisa el lugar por última vez, no hay nadie. Enciende una tela y salen corriendo. Mike le ofrece el hombro para que avance más rápido. En el auto fuman sin hablar. Humo y después llamas que lamen el cielo. Mike arranca el auto. Están fuera del Strip de Broker antes que los vecinos puedan reportarlo.
- Ya era hora.- Ellen y Paula abren la puerta al escucharlos caminar. Paredes tan delgadas que parecen invisibles. Ellen reconoce el caminar de su esposo.- ¿Turno difícil?
- Sí amor, parece que trabajaré noches. ¿Cómo estuvo tu día?
- Dile.- Dice Paula.- Mike, vamos al departamento.
- ¿Qué pasa?
- Trae tu trasero italiano, los casados merecen estar a solas.
- ¿Y?
- Amor, acabo de llegar del doctor. Estoy embarazada.- Brian sonríe. La abraza. Teme. Se alegra. Todo a la vez. No sabe qué sentir. No sabe qué decir. Saltieri le felicita desde su departamento.- Paula dice que puedo seguir trabajando. Si me dan náuseas, puedo decir que estoy enferma. Hasta que este bebé no se horneé y quede como ballena, no tendré problemas.
- Estupendo.- Brian se sienta en una silla. Se deja caer, el peso del mundo sobre sus hombros.- Perdón, es que es tan… Es decir, lo intentábamos y…
- ¿No estás feliz?
- Claro que estoy feliz. No te preocupes nena, entre mi taxi, el cheque del ejército y lo que ahorres de las propinas, no tendremos problemas.- Ellen lo abraza y besa. Brian queda pálido.

            Nick el griego pasa más de una hora llamando a casa de Roy Keller. Finalmente lo ubica. Habla rápido y en susurros. Está en el baño del pub O’Leary. Es un riesgo que está dispuesto a correr. La mafia lo aceptó sin quejarse. Demostró que sus dedos son como plumas. Varias carteras después y lo involucraron en las extorsiones. Mantuvo los ojos abiertos, los oídos listos. Nada sobre los incendios.
- Huxley estaba mal.- Dice Roy.- Los irlandeses son victimarios y víctimas. No tendrían los recursos para hacer desaparecer esos archivos, ni para crear tantas compañías y comprar el Strip.
- No me molesta el dinero extra, pero se está saliendo de control. ¿Qué archivos?
- ¿A qué te refieres? Dijiste que se sale de control.
- Están extorsionando el doble. Ya dejaron a un viejo en el hospital con dos piernas rotas. No volverá a caminar Roy. Nadie debería hacer algo, porque yo no soy suicida.
- ¿Tienen el dinero ahí, alguna evidencia?
- ¿Eres policía? Claro que no, si no son tontos.
- Pensé en llamar a Kirby.
- ¿Sonrisas? Olvídalo, fuera de algunas armas ilegales, no puede detenerlo.
- Nadie puede.
- Exacto. Apúrate, me quiero largar de aquí.
- ¿Aún tienes el número del chico del grafiti?
- Sí, ¿quieres que lo llame?
- Que se apure.

            Para cuando llego el grafiti en la pared de enfrente está seco. El chico es bueno. El lema es sencillo, pero efectivo. “A Nadie le importa”. Nadie golpea la puerta de la parte de atrás del local. Un gordo pelirrojo se asoma. Golpe a la tráquea, patada contra la nariz. Cae al suelo, adolorido y sin poder hablar. Arranco los fusibles. La oscuridad desciende sobre el pub. Las luces de la calle atraviesan los vidrios de colores. Una pequeña catedral. Tomo una bola de billar, la lanzo contra el viejo que tiene la escopeta detrás de la barra. Justo en la frente. Saco el cuchillo de cacería.
- ¿Quién se supone que eres?- Jack O’Lantern. Mirada asesina. Saca un cuchillo.
- Soy Nadie. Las extorsiones terminan hoy.
- No es Halloween todavía, pero eso no significa que no pueda divertirme.- Saint John en una esquina, tiene un revólver. Dos matones a mi derecha, uno de ellos con una mano debajo del periódico. Jack se acerca amenazante. Patada en la entrepierna.

            Son rápidos, pero yo soy más rápido. Tienes que serlo en la jungla. Me doy vuelta y saco sangre al matón que revela el arma. Aúlla cuando la sangre sale de su brazo en un chorro. No quiero matar a nadie, pero no quiero que lo sepan. Jack se lanza sobre mí, pateando y golpeando. Directo a mi herida de bala. No grito. Nadie está acostumbrado al dolor. Las luces de afuera se intensifican. Mis instintos me dicen que algo está mal. No es la policía. No hay azules y rojos. Escucho el clic de un arma automática. John Saint John corre hacia mí, pistola en mano. Volteo a mi izquierda, Nick el griego debajo de un pedestal en la barra. Saint John grita algo. Jack se hace a un lado sin soltarme. Suenan los disparos. Saint John recibe una docena en el pecho. Varios asaltantes. Jack se congela. No es tan duro. Rodillazo en la entrepierna, ésta vez me aseguro de que se quede en el suelo. Me lanzo sobre Nick el griego, lo empujo hacia la salida. Un hombre con máscara de ski entra al local, dispara hacia todas partes. El viejo de la barra dispara su escopeta, falla miserablemente. El atacante no falla.

            Ruedo hasta quedar bajo la mesa de billar. Para cuando saco mi arma el asaltante se ha ido. El mensaje es claro, los quieren muertos y/o asustados. Funciona. Me asomo de un salto contra la ventana. Peligroso. Necesario. Memorizo las placas, pero no disparo. Sigo a Nick el griego por la puerta de atrás. Gastan otros dos clips de metralla antes de meterse al auto e irse. El lugar es un desastre. Nadie camina tranquilo. Nadie no se asusta. Nadie no se paraliza. Sube a su auto, jalando a Nick de su chaqueta de cuero. No necesito seguir el auto de los asesinos. Tengo las placas, tengo otros medios. Además Nick me ruega por todas las vírgenes para que nos larguemos del lugar. Me quito la máscara, mi rostro en el espejo está igual de imperturbable. No me preocupa no asustarme, me preocupa que no me preocupe.

            Dejo a Nick en su casa. La noche no termina aún. Nadie espera al teniente Rick Kirby. Escondido en el paso lateral de su casa en una zona clase media de Marvin’s Garden. El perro guardián lame mis guantes. Tienen sangre. Espero una hora. Sé que su turno terminó. Sé que trabaja tiempo extra, pero nunca pide que se lo paguen. Es un policía honesto, una rareza en esta cloaca. Kirby llega a casa. Nadie se ilumina por sus faros. No es la primera vez que ve la máscara. Cuando Roy no podía divulgar información de un crimen sin comprometer a su fuente anónima, Nadie le dio la información para que hiciera el arresto. La pandilla de violadores fueron encerrados. Kirby pudo atribuirse el crédito. No lo hizo. No lo hace por la gloria.
- “A Nadie le importa”. Lindo mensaje, aunque no soy crítico de arte.- Le extiendo el papel donde anoté las placas.
- Necesito saber quién es dueño del auto.
- Imaginé que no habías sido tú. No es tu estilo.- Me agarra de la chamarra. Prácticamente me levanta.- Pero si cruzas esa línea, te pondré las esposas.
- Saint John está muerto, otros dos también. Jack O’Leary orinará sangre por dos meses. Ése fue Nadie.- Me deja ir y revisa el número.

            Lo sigo a su casa. Llama al precinto. Revisa las placas. No sonríe, la mueca lo hace por él, pero noto que está emocionado. La emoción dura poco. Auto registrado a nombre de un Buzz Martínez. Buena noticia, tiene pasado criminal y es el principal sospechoso. También es el guardaespaldas de David Winters, el concejal que apoyará a Michael Dorff. Ésa es la mala noticia. Kirby no puede hacerle nada. No puede admitir la placa como evidencia. No puede mencionarme. Soy ilegal. Un vigilante. Un rumor callejero y suicidio profesional.
- Winters no es una blanca paloma, pero dice haberse reformado. Buzz es un matón, el detective Mansfield lo arrestó hace unos años, posesión de narcóticos y arma ilegal. Su abogado lo sacó del apuro. Basura humana. No puedo hacer nada.
- Nadie puede.
- Salte de mi casa.

            Llamo a Nick. Quiero otro grafiti. Visible desde la oficina de David Winters. “A Nadie le importa”. Entenderá el mensaje. Winters podría crear esas compañías. Winters podría hacer desaparecer los registros. Manejo a su mansión. Espero. El Cadillac de Buzz Martínez deja a su patrón. Lo sigo desde ahí. Tres coches de distancia. No quiero que vaya a casa. No merece relajarse con una cerveza y algo de televisión. Acelero. Le corto el paso. Le muestro el arma. Nadie abre la puerta antes que pueda sacar la suya. Culetazo contra su enorme cabeza. Cae de rodillas.
- ¿Sabes quién soy?, ¿sabes quién es mi jefe? No pudieron tocarlo en los viejos días. Ahora nadie puede tocarlo.
- Nadie puede.- Rodillazo contra la nariz. Buzz cae al suelo. Se levanta. .45 milímetros de odio. No me encuentra.

            Me voy por la lateral. Lo sigo desde ahí. Sé que está asustado. Sé que hará algo estúpido. Cuento con ello. Maneja a un bar en Baltic. Lugar grande, abandonado a excepción de algunas luces. “Ultima”. El letrero tiene polvo. Las lámparas dan una luz amarilla y enferma. Nadie está listo para la violencia que está por infligir. La violencia que le será infligida. Nadie mira por una ventana mugrosa. Buzz y diez sujetos. Peligrosos. Tres drogados, serán difíciles de dominar. Uno de ellos tiene que hablar. Uno de ellos sabe lo que necesito. Me basta con uno.

            Rodeo el edificio. Engranes decorativos cubiertos de telarañas y polvo. Un guardia en la entrada. Huracán de golpes. Le rompo el brazo. Le rompo la nariz. Lo lanzo al suelo. Uno menos. Entro al lugar sin hacer ruido. Buzz está nervioso. Está gritando. No lo pueden calmar. No notan que algo se mueve en la oscuridad. Tomo una botella, la reviento contra el que tiene la escopeta. La botella se rompe, la clavo contra la pierna de otro, golpeo su rodilla y se quiebra.
- ¡Es él!
- David Winters y el Strip. Empiecen a hablar.

            No esperaba que diera resultados. Me asaltan entre dos. Patada al estómago. Duele, pero mi cuchillo en su hombro duele más. Le arranco la pistola al otro, le rompo la muñeca, le doy un culatazo y le disparo a un tercero en el pie. Salto detrás de las mesas apiladas cuando las metrallas suenan. Ya no huelo el licor y el polvo. Huelo la pólvora. Escucho el fuego de mortero. La muerte desde el aire. Ya no estoy en Malkin. Estoy en la selva. Charlie me rodea. Fuentes, Whitehall y Garfield salen volando por el fuego de mortero. Vietcong a las seis y a las diez. Era una trampa. Uso a uno de los matones como escudo humano. Disparo contra el de la metralleta. Dos balas en la pierna, otra en el brazo. Buzz sale huyendo. Lo tacleo, nadie dispara, temen darle. Puedo escuchar las trampas en el suelo abriéndose detrás de mí. Los Cong lanzando insultos y granadas. Me golpea. Puedo resistirlo. Alguien azota una silla contra mi costado. Dejo ir a Buzz, acuchillo al otro en el estómago. Demasiado drogado para sentir dolor. No lo veo a él, veo a Wendell cuando se volvió loco y empezó a matar civiles desde el helicóptero. Lidio con él de la misma manera. No siente dolor, no me importa. Me aseguro que no vuelva a lastimar a nadie. Le rompo una mano, golpeo su tráquea y el cuchillo de cacería prácticamente le arranca una mano.
- ¡No te muevas!- Dos me apuntan con su revólver. Nadie se levanta. No tiene miedo a morir. Muestra el cuchillo ligero.
- Acepto su rendición.
- ¿Un cuchillo contra dos pistolas?

            Aprieto el botón y me lanzo contra el otro. La cuchilla atraviesa el cuello de uno. No quería matar a nadie, pero no me dieron opción. La guerra no te da opciones. Mata o muere. Le quito el arma al otro cuando dispara por encima de mi hombro. Ruge y escupe plomo. Me deja sordo en un costado. Golpeo su cuello. Patea contra un costado, golpe al pecho y otro a la máscara que me lanza contra el suelo. Va por el arma. Soy más rápido. Saco mi automática, le disparo en el pecho y lo lanzo de espaldas. Nadie se pone de pie. Apunta a los heridos.
- Winters. ¿En qué se maneja?
- No trabajamos para Winters. Ya no.
- ¿Para quién trabajan?- Ninguna respuesta. Disparo a una rodilla.- Tienen dos opciones.- Mi voz es calmada. El cuerpo arde y me duele. Me aguanto. Me ha dolido más. Sigo oliendo a la selva. La emboscada. Una de muchas. Disparo al hombro. Pensé que moriría. Maté a diez de ellos, el médico me cargó de vuelta a la base.- Opción A, me dicen lo que quiero saber y terminan en silla de ruedas o en cama. Opción B, los mato uno por uno y me dirán lo que quiero saber. Escojan.
- Maldito negrata.- Primer muerto.
- Sólo corremos números y apuestas, Buzz se lleva una tajada, eso es todo. No trabajamos para Winters.
- ¿Desde cuándo?
- Desde que se hizo político.
- Difícil de creer.- Nadie dispara contra la mesa a su lado. Matón chilla de miedo. Suenan las sirenas. Sonríen. Le disparo en el estómago. Ya nadie sonríe.

            Salgo por una ventana. Arranco el auto, me alejo a toda velocidad. Las patrullas llegan segundos después. Un momento de vacilación y habría terminado en custodia. El olor de la jungla se queda conmigo. Incluso cuando me quito la máscara. Roy nunca dejó Vietnam. Llega a su casa. Cansado, herido, ensangrentado. Sarah se preocupa, pero el rencor es obvio. Me detiene en las escaleras. Roy le pide las pastillas contra el dolor. Roy se derrumba en el sofá, se quita la ropa. Los moretones durarán varios días.
- Roy no consiguió la evidencia que necesitaba.
- ¿Roy? No hables en tercera persona, estás en casa.- Me acerca las pastillas y agua. Mastico tres y gruño de dolor cuando me revisa el cuerpo.- ¿Qué hiciste?
- Necesitaba información. Hay más en este caso de lo que aparenta.
- Roman dice que si te sigues empujando al abismo seguirás distanciándote de la realidad.
- ¿Eso dice de mí, que estoy loco?- Suena el teléfono. Sarah me mira y tartamudea.
- ¿La oficina de Michael Dorff?- Dinah. Quiere verme. Quiero estar con ella. Quiero sentirla. No quiero que me vea así. No quiero decirle sobre Winters, sobre Buzz, sobre algo que apesta hasta ahogar a los ángeles en el cielo.
- Iba a entrevistarlo, dile que Roy no está. Que no estoy.- Me ofrece comida, pero declino. Quiero vomitar.-  Todavía huelo el río. La selva. La pólvora. El napalm.
- Ya se acabó.
- ¡No es un maldito botón que puedas apagar! Las cosas que hice… Dios perdóname, las cosas que hice… Esos niños no merecían morir. Julian era el médico. En una de las emboscadas, cuando me dieron en el hombro… Cómo dolía, la sangre estaba caliente… Julian estaba a mi izquierda cuando cayó una granada. No la vi. No la escuché. Él gritó algo, empujándome. Un segundo después fue… Fue como si estallara un globo. Un globo humano. Tenía sus vísceras por todas partes. Fragmentos de su cráneo me cortaron el abdomen. Recuerdo arrancarme lo que solía ser su cabeza, pensando que era metralla o algo así… No quería matar a nadie.- Las pastillas hacen efecto. Todo me da vueltas. Sarah habla, no la escucho. Escucho los disparos. Los gritos. Me desmayo en el suelo. Lo último que veo, mientras lucho por mantenerme consciente es a mi esposa cargándome al sillón.

            El garaje huele a aceite y humo de escape. Brian Bukowski y Mike Saltieri están nerviosos. No les gusta la espera. Un auto rechina de subida. Se esconden detrás de un pilar, como si esperar en un estacionamiento fuera algo ilegal. El auto se detiene. Mike suspira para darse valor. Hace las introducciones. Roger Granger es el que suelta los 200 dólares. Mike le da la mitad al polaco.
- Brian Bukowski, te digo que es de confianza. Es bueno también. ¿No lo hicimos bien en la bodega de abarrotes?
- Mejor que tus otros trabajos, pero esto no estaba planeado… Está bien.- Granger se enciende un cigarro.- Tienes la lista, ya te di el dinero. Saben qué hacer.
- Sí señor Granger.- El auto se va. Mike se tambalea.- Me pone más nervioso que los incendios.
- ¿Quién es ese?
- Mientras menos sepas, más seguro estarás. Sólo espero que… Nada, vámonos.
- ¿Qué ibas a decir?- Pregunta Bukowski mientras sube al Buick de Mike.
- Sólo espero que no me mate cuando termine con la lista. Es decir, ¿no sería como otro cabo suelto? Granger me pone nervioso, eso es todo. Vamos, hay una bodega que nos espera.

            La bodega solía ser un edificio de lofts de tres pisos hasta que el crimen ahuyentó a todos los residentes. Entraron por una ventana cargando con la gasolina, los trapos y los aceites. Mike no dejaba de hablar de los rumores sobre contratos mediados por Granger. Bukowski roció todo metódicamente, colocando trapos en las entradas eléctricas y gasolina en las pocas cortinas que quedaban. Se puso nervioso al ver que Mike tenía un revólver. Lo llamó precaución. Brian contuvo la respiración cuando pasó una patrulla. Los pasó de largo, pero el polaco no pudo sacudirse los nervios. Había visto muchas armas, pero eso era la guerra. Ahora debía estar en paz, pero temía casi tanto como en ‘Nam. Terminó de preparar el lugar. Lo encendieron y regresaron al auto.

            El humo salió por las ventanas y éstas estallaron por el calor antes de que el fuego fuera visible. Saltieri encendió el auto, pero Bukowski lo detuvo con la mano. Una chica, adolescente de pelo largo y vestida como hippie trataba de entrar, pateando las maderas en la puerta. Gritaba el nombre de alguien. Bukowski salió del auto y corrió tan rápido como pudo, arrastrando su pierna. La hippie estaba histérica, pero fue fácil entender lo que pasaba. Su novio estaba adentro. Saltieri gritó y embistió las maderas de la puerta, lanzándose al interior, pero retrocediendo por el humo. Bukowski le pasó por encima, se mantuvo agachado, prestando atención a los gritos en el segundo piso. Sabía que era fácil perderse en el humo, quedar calcinado a centímetros de una salida. El hippie salió de su escondite.
- Tenía miedo, hablaban sobre matar gente, no me di cuenta de lo que hacían.- El polaco lo jaló al suelo, el hippie comenzó a desmayarse. Demasiado humo en sus pulmones.

            Lo empujó a través de un muro de llamas. Saltó detrás de él, sintiendo el insoportable calor. Una viga cayó detrás de él. Saltieri lo tomó de la mano y lo jaló al exterior. La chica les llamó héroes. Mike bajó la cabeza avergonzado y el polaco lo siguió a su auto sin decir nada. El italiano manejó en silencio por varias cuadras. Estacionó frente a su edificio y resopló cansado.
- No puedo hacerlo Mike. No puedo. Casi matamos a alguien.
- Brian…
- No Mike, renuncio, y se lo puedes decir a Roger Granger si quieres.

            Roy Keller tuvo pesadillas toda la noche. La violencia mantuvo sus músculos duros, tensos. Algo en su mente le decía que sólo eran flashbacks, comunes en los soldados. No se sentía como recuerdos revividos. Se sentía más real. La jungla y el aeropuerto. Su madre llamando su nombre. Roy mirando ausente hacia la salida. Algo se entromete en su sueño. Una bofetada tan fuerte que lo despierta de golpe. Está cubierto en sudor y cada músculo de su cuerpo duele. El teniente Kirby le suelta otra y se sienta frente a él. Sarah mira todo desde la cocina, mordiéndose el labio. Encendí un cigarro y mastiqué más pastillas.
- Debes pensar que soy estúpido. Reconocí tu voz anoche. Tú fuiste el merodeador en la sala de registros corporativos de la cámara de comercio. El guardia jura que te mató y caíste por la ventana.- Señala la venda ensangrentada. Otra punta se abrió en la pelea.
- ¿Viene a esposarme teniente?
- Tienes un deseo de muerte. Toca en suficientes puertas y la encontrarás.
- Hasta entonces haré lo que hago.
- ¿Qué haces?
- Soy reportero.
- ¿Y fuiste reportero en el club Ultima?
- David Winters está involucrado, pero no conseguí evidencia. ¿Nadie habló en custodia?
- No. El concejal amenaza con demandar a la policía. Buzz Martínez apareció con la nariz rota y malherido. Tengo un par de cadáveres en la morgue.
- Defensa propia, no quise matar a nadie.
- ¿Matar o morir?- Me quita el cigarro y se lo fuma. El sillón le queda chico.
- Club deshabilitado, admitieron estar involucrados en apuestas ilegales.
- Ajá, lo apuntaré en alguna parte. No es noticia Keller. Winters está usando a su abogado, Mitch Hudson para sacarlos de la cárcel. Solía sacar patanes como White hace años. Nunca pudimos conectarlo a nada.
- ¿No es dueño de Ultima?
- No.
- Vi unas decoraciones fuera de lugar, engranes. ¿Significa algo?
- Clockwork. Hace diez años era popular, si querías drogas, mujeres o apuestas. No, Winters no era el dueño. Al menos no oficialmente.
- ¿Quién?
- ¿Por qué te diría?
- Porque puedo hacer cosas que usted no puede teniente. Nadie puede tocarlo.
- Nadie es un psicópata peligroso. Un mito urbano que asusta a patanes como O’Leary. No me asusta a mí.
- No quiero asustarlo.
- ¿Podrías hacerlo?- No digo nada. Recibió un disparo en la boca. Es un tipo duro. Siguió adelante sin su familia. Miro a Sarah. Me mira como si no me conociera. No lo hace.- Nunca atamos a Winters al Clockwork, pero sí a Benedict Miller. Se decía el jefe, nunca lo creí. Tiene una fachada como dueño de perros y galgos en el hipódromo. Él puso el dinero para la fianza de los que arrestamos por posesión de narcóticos. Winters no es tonto.
- El concejal quiere acallar la oposición hasta que pase el plan de extensión urbana. Tengo que saber por qué. Tengo que encontrar la evidencia.
- Tienes que ir a un hospital, pero si te quieres morir, adelante.- El teniente se despidió de Sarah y se fue. Apagué el cigarro y revisé la nevera.
- ¿No vas a decir nada?
- No hay nada qué decir. La policía no se quiere meter.
- ¿Y eso lo hace tu trabajo?
- Tengo que saber por qué. El público tiene que saber por qué.
- Mataste gente, ¿en eso te has convertido?- Bebo un yogurt y dejo que repita la pregunta. Cada vez más fuerte. Cada vez más enojada.
- A alguien tiene que importarle Sarah. Ahora mismo, a Nadie le importa.- Me visto y salgo a la calle. El teniente me espera en apoyado contra mi auto.
- Te voy a arrestar si te sales de la raya. Quedas advertido.
- Por eso confío en usted teniente. A usted le importa.

            Entro al hipódromo. Me convierto en Nadie en la galería de palcos para dueños. Noqueo al guardia. Entro al palco con el nombre de Benedict Miller. El guardaespaldas trata de sacar un arma. Lo golpeo en el pecho, clavo su mano contra la pared con mi cuchillo militar. Benedict pierde interés en la carrera. Mira el cañón de la pistola. Mira la máscara. El rostro inexpresivo.
- Si vienes a matarme, hazlo rápido, soy un hombre ocupado.
- Quiero a tu jefe. Quiero a Winters, o tus sesos contra la ventana. Tu elección.
- ¿Winters? No me hables de él. Era bueno poniendo todo en compartimientos. Nunca encontrarás nada que lo ate a algo criminal. Todo pasaba por mí.
- Mientes.
- No tomaría una bala por ese malnacido desagradecido. Si tuviera algo, te lo daría. Hijo de perra se convierte en político, tiene aspiraciones más grandes pero nunca pensó en sus viejos amigos.
- El Strip de Broker.
- Él compró la mayor parte. Usó nuestro dinero. Promete, como cualquier otro político… Ya que lo quieres tanto, ¿por qué no lo matas por mí? Haré que valga la pena.
- No estoy a la venta. No lo quiero muerto. Lo quiero en prisión.
- Buena suerte.- Arranco el cuchillo. El matón cae al suelo gritando de dolor. Desaparezco.

            Ellen Bukowski dijo tener una infección estomacal, para cubrir por sus náuseas. Jimmy el grasoso, su jefe, no le creyó. Paula tuvo que flirtear con él para que le creyera. Se sintió tan enferma como Ellen. Paula la tranquilizó, después de todo, Jimmy no quiere acostarse con una judía, prefiere a una italiana.
- Ser judía tiene sus beneficios después de todo.
- ¿Por qué Dios me hizo tan hermosa? Es una maldición.- Bromeó Paula.- Lástima que sólo le atraiga a gente como Jimmy el grasoso. Gracias a Dios por Mike, es un santo.
- Ay no…- Ellen miró entrar a los hippies, un grupo despeinado y desgarbado que animosamente buscaban desayuno.- Parece que tendremos problemas.
- ¿No pueden leer el letrero? Se supone que deben entrar por atrás. Yo me encargo Ellen.

            Paula no tenía problema con los hippies, más bien temía por ellos. Sentados del otro lado se encontraba un grupo de veteranos y en la barra un policía con cara de perro. Estaban en la boca del lobo sin saberlo. Les ofreció el menú. Les pidió que se mantuvieran en silencio. Demasiado jóvenes. Demasiado tercos. Demasiado ilusionados. La pelea empezó de la nada. Un veterano, con su abrigo del ejército los insultó y ellos devolvieron el insulto con caras y gestos. El policía sacó el bastón y golpeó a una chica. Les acusó de estar drogados y plantó la marihuana mientras los veteranos empezaron a patearlos en el suelo. Los hippies reaccionaron, de algún modo dos de ellos se levantaron y comenzaron a golpearse con los soldados y a empujar al policía hasta tirarlo al suelo. Paula trató de separarlos, pero recibió un gancho derecho a la mandíbula que la tiró al suelo.

            Gritos. Insultos. La guerra traída a casa. Ellen corrió. Tomó a Paula. Alguien la pateó en el vientre con tanta fuerza que la lanzó por los aires y la tiró al suelo. Casi se desmaya, pero el policía la arrastró lejos. El policía sacó el arma y terminó la disputa con un par de culatazos. Los soldados aplaudieron y silbaron cuando el policía se llevó a todos a su patrulla. Paula gritó horrorizada al ver a Ellen en el suelo, sosteniéndose el vientre.
- Esto es su culpa.- Dijo Jimmy.- Sabes muy bien que no pueden entrar por esa puerta Paula, ¿qué estabas pensando?
- Tengo que llevar a Ellen al hospital.
- A mí me parece que está bien.- Jimmy la levantó, tronó los dedos frente a ella y se encogió de hombros.- Está bien, ¿lo ves? No vas a convertir esto en un día libre Ellen.
- No seas estúpido Jimmy.- Estalló Ellen.- Me preocupa mi bebé.
- ¿Bebé?- Jimmy le gritó al cocinero para que llamara una ambulancia.- Irás al hospital, no te preocupes por nada.
- ¿En serio?
- Sí, ve al hospital y no regreses. No me sirves de nada embarazada. Menos mal que no firmaste ningún contrato.
- Pero…- Ellen sabía que era inútil. Esperó a la ambulancia en la puerta y, cuando llegó, le soltó una bofetada a su jefe que tronó como relámpago. Los clientes rieron. Los ojos de Ellen estaban llenos de rabia.

            Nerviosa se mordió las uñas durante el examen. El doctor y la ginecóloga estaban de acuerdo. El bebé estaba perfectamente bien. Ellen suspiró aliviada y sintió ganas de reír. En el camino a casa cambió de humor. Algo sobre la ciudad le irritaba. Siempre lo había hecho. Encontró a Brian en el departamento, bebiendo la última cerveza en el refrigerador y sentado en la ventana fumando un cigarro. Le contó lo sucedido en orden inverso, empezando por la buena noticia, hasta llegar a la mala.
- ¿Crees que lo logremos Brian?
- No te preocupes por el dinero.
- No me refiero al dinero. Me refiero a… A todo. Esos chicos sólo querían algo de comer, ¿desde cuándo es un crimen? La ciudad está peor cada día y nadie le importa. La luciérnaga sigue quemando Broker, la guerra fría ha detenido parte de nuestras vidas, los comunistas podrían lanzar sus bombas en cualquier momento, la guerra sigue en Vietnam y no creo que termine pronto… Todo es tan ridículo, pelear tan lejos cuando hay tanto por qué pelear aquí. No sé, siento que algo estallará.
- Sí… Designaron un refugio nuclear a dos cuadras de aquí, los vi colocar los altoparlantes. Uno de estos días nos darán el susto del siglo y será entrenamiento, pero otro día… Otro día no lo será. Nada de lo que hagamos, de lo que hemos hecho, nada de eso va a importar ese día. ¿Crees que la lluvia radioactiva limpie los pecados del mundo?
- No, creo que sólo añadirá otros.
- Sí, tienes razón.- Brian sintió ganas de llorar. Miró hacia el búnker con los letreros de prevención nuclear. Pensó en el hippie que casi mata. Pensó en el arma de Mike. Pensó en el dinero que necesitaba. Pensó que moriría pronto, que no vería crecer a su hijo, o hija. Pensó que quizás sería mejor así, si todo terminaba en un pestañeo.- Tengo que irme, otro turno nocturno.
- Buena suerte amor.- Se besaron. Bukowski regresó de la puerta y la besó de nuevo. Con fuerza y pasión. Todo podía terminar en un pestañeo, pero al menos por ahora tenía al amor de su vida.
- Adiós.- Tocó la puerta de Mike y cuando abrió susurró para que su esposa no le escuchara.- Estoy adentro, necesito el dinero. No hay lugar en esta ciudad para alguien como yo.
- Sabía que lo dirías. Tengo todo preparado, vamos.

            Roy Keller pasa el día tratando de conectar al concejal David Winters con las compañías que son dueñas de gran parte del Strip de Broker. Lo único que consigo es referirme a mí mismo en la tercera persona. Si Miller no mintió, entonces Winters usó un intermediario. No tiene muchas propiedades a su nombre, paga impuestos a tiempo y todo parece indicar que se ha reformado. La noche llega y todo una gran nada. La ciudad apesta a cloaca y malas conciencias. Manejo a Morton. Las prostis muestran lo que tienen. Los yonquis se mueven en las sombras. La policía pasa y no hace nada. A Nadie le importa. La ciudad está en espiral descendente. El mundo está al borde del abismo, pero Malkin está en caída libre. La corrupción está enraizada en cada nivel, en cada estrato. No es una enfermedad, es una forma de vida. Roman Fox se preocupa por la gente de Morton. Nadie se mete con él, ni con su casa. No es un palacio, pero a comparación de las torres y casuchas, es una mansión. Me invita a pasar y ofrece whisky.
- Es fácil hablar de la paz mundial en tu sala, es muy cómoda y el licor es bueno.
- Sarah me dijo que te molieron a palos.
- He estado peor…- Enciendo un cigarro y trato de esconder cuánto me duelen los músculos.- Sigo yendo al gimnasio, cuando no tengo trabajo. No quiero olvidar lo que aprendí en el ejército. No sé si sea sano, Sarah dice que me prefiere en un gimnasio que en la morgue.
- Sigue enojada contigo.
- Te quería… No sé cómo decirlo Roman. Agradecer, aunque suene raro. Eres uno de mis pocos amigos blancos, eres una de las pocas personas que conozco que se interesan en ayudar a esta ciudad. Sé que tuviste un amorío con Sarah.
- Te iba a decir, ya pasó, fue momentáneo.
- Lo entiendo, créeme que lo entiendo. No es como si estuviera en una situación como para juzgarla por ello. Gracias por cuidarla. Ella merece seguir con su vida.
- No estás muerto todavía.
- Lo estaba en la selva, todos lo estábamos. Hablábamos como los convictos en prisión, refiriéndonos a la vida civil como “el mundo real”. La jungla era más real, más peligrosa. Invadimos un país, no recuerdo para qué, matamos a la gente que quiere expulsar a los invasores y lo llamamos patriotismo… Todo para regresar a una ciudad que está peor que cuando me fui.
- Sabes que soy pacifista, nada bueno resulta de la violencia.
- Mi sargento de instrucción solía decir “si quieres paz, prepárate para la guerra”.
- ¿Y le creías?
- No, pero no tenía opción. No me dieron opción cuando me hicieron conscripto. No tuve tiempo de huir a Canadá. Nos entrenaron para matar, no para la paz.
- Si quieres ser pacifista, tienes que estar en paz contigo mismo.
- No va a pasar… Hice cosas, vi cosas que nadie debería haber visto o hecho. Lo haces parte de ti mismo.
- Por eso empiezas a disociarte, porque en el fondo no lo quieres. Por eso a veces hablas en tercera persona.
- Hago más que eso. Le dije a Sarah que estaría contigo, pero debo irme.
- ¿Dinah Dorff?
- Ella puede ayudar a esta ciudad Roman, está mejor calificada que cualquier otro. Michael está fuera de la ciudad, tendremos la noche para nosotros dos.
- Para tener tanta ética profesional, no tienes mucha ética personal. ¿Amas a tu esposa?
- ¿Tú la amas?- Roman baja la cabeza. Me levanto para irme.- Cuando tengas una respuesta a esa pregunta, yo te daré la mía.

            Nos vemos en un motel en Morton. Ella llega antes que yo. No quiere que nos vean juntos. No disputo la lógica de eso. El lugar apesta, pero el perfume de Dinah me hace olvidar la cucaracha en el baño y el ratón debajo de la cama. No perdemos tiempo hablando. Besa mis heridas. No quiere saber sobre ellas. No quiero hablar de ellas. Los últimos días han estado llenos de violencia y malos recuerdos. Ésta noche creo buenos recuerdos. Terminamos exhaustos y acurrucados. Me quedo dormido antes que ella. No sueño, y al despertar doy gracias a Dios por ello. Dinah está en el baño, preparándose para irse. Enciendo el televisor y la acompaño.
- Soñé que dejaba a Michael por ti.
- Hay poca tolerancia para las parejas interraciales. Además, odiaría  ver a Dorff en el poder sin tenerte a ti para controlarlo.
- Buen punto.- Dijo, tras lavarse los dientes y meditar el asunto.
- ¿Qué tan extenso es el apoyo de David Winters?
- ¿El concejal? Financiará parte de la campaña. ¿Por qué preguntas sobre Winters?
- Curiosidad, soy reportero después de todo. Es una manzana podrida.
- En la política no siempre puedes escoger a tus aliados.
- Maldita sea…- Dinah ladea la cabeza. Le hablo al televisor, pero no se da cuenta hasta que me acerco y subo el volumen. El noticiero mañanero anuncia otro incendio, y la aprobación de Washington para el plan de desarrollo urbano.- Tengo que hablar con Huxley, antes que haga algo estúpido.
- Los ojos sobre Malkin, el teléfono está en el suelo. Lo tiramos anoche.- Marco el número de su oficina. Responde a la primera. Desesperación en su voz.
- ¿Qué has estado haciendo Keller?
- Mi trabajo. Sé que quieres salir con algo en televisión, pero aún tienes la investigación del centro juvenil. Conseguir tantas fuentes no fue sencillo. Dame tiempo.
- ¿Tiempo? Roy, esta noticia se hará vieja mañana. No tenemos tiempo.
- No te daré nada hasta tener todas las evidencias, es más que una urbanización.
- Dame lo que tengas, no importan los detalles.
- Siempre importan los detalles.
- No seas terco.
- Se llama ser reportero Huxley.- Cuelgo y suspiro. Dinah masajea mis hombros.
- Veo que no lo tomó a bien.
- No, pero hará lo que le digo. Me agradecerá después. Necesito un favor Dinah.
- ¿Personal o de trabajo?
- Un poco de ambas.

            Le tomó una llamada y una conversación ligera de cinco minutos para conseguirme una entrevista con el concejal David Winters. El hombre es maduro, y mientras que Benedict Miller parece un matón de caricatura, él parece distinguido. Corrupción vestida con un traje de 200 dólares. Le dejo hablar. Su reacción personal al plan. Está más que entusiasmado. Mi mirada vaga entre su cara y la ventana. El grafiti en la pared “A Nadie le importa”. Para ahora ya lo habrá visto. Ya sabe lo que significa. No digo nada del asunto, no quiero que sospeche de mí. Le agradezco todo y salgo de su oficina. En cuanto la oportunidad se presenta acciono la alarma contra incendios y me escondo en un clóset.

            Salgo cuando no hay nadie. Encuentro la oficina de su contador. Reviso entre sus papeles y en el archivero. Tengo poco más de siete minutos antes que lleguen los bomberos. No encuentro nada a nombre de las compañías que son dueñas de más de la mitad del Strip. No pensé que fuera tan fácil. Hay copias a carbón de todos los cheques. Difícil saber cuál es importante. Reviso el reloj, tengo dos minutos. Escucho las sirenas en la distancia. Un guardia de seguridad está paseándose para asegurarse que no haya nadie. Estoy por escabullirme cuando encuentro la copia de un cheque firmado por Thomas White, el urbanista. El ratón de campo firmó  un cheque por cien mil dólares a un Brian Bukowski. Me lo guardo y escapo.

            No tiene sentido que el urbanista hubiera elaborado el cheque en esa oficina. Compro el diario, tiene una copia del plan de extensión ferroviaria de Thomas White, incluyendo su firma. Las comparo en el auto. Se parecen, pero es una falsificación. Ubico a Brian Bukowski por el directorio telefónico. Pregunto por él, fingiendo ser un viejo amigo. No será difícil reconocerlo, tiene una prótesis en una pierna que no aún no domina y más bien arrastra. No sé cuál sea su rol en todo el asunto, de modo que espero. Media hora después sale del edificio y toma un camión.

            Lo sigo de una entrevista de trabajo a otra. Difícil no sentir empatía por él. Ambos somos veteranos. Ambos perdimos más que amigos de combate. Ambos regresamos a un país que nos odia. Y ambos carecemos de cien mil dólares. Cinco entrevistas después y entiendo su rol en la farsa. Tiene la soga al cuello y sin saberlo. Es el chivo expiatorio. Y yo sé para qué será utilizado. Dejo de perder mi tiempo con Bukowski, tengo que salvar una vida.

            Brian Bukowski y Mike Saltieri entraron a la barbería del Strip violando la cerradura. Podían escuchar sus corazones a punto de saltar de sus respectivos pechos. Máscaras, bidones de gasolina, aceite de motor y trapos. Cualquier patrullero encontraría a la luciérnaga, probablemente sería ascendido. Entraron apresuradamente. Revisaron el lugar y Mike salió de la trastienda caminando en reversa. Un viejo negro con un revólver plateado le apuntaba al pecho. Brian se escondió contra la pared y en cuanto vio una oportunidad le quito el arma de las manos y lo golpeó en la mandíbula.
- Pensé que estaba vacío, ¿qué hacemos con él?
- No sé,- dijo Mike.- pero no podemos dejarlo ir. Llamará a la policía.
- No voy a matarlo.
- Yo tampoco.- Saltieri arrancó una extensión eléctrica y, pistola en mano, lo amarró contra una de las sillas.- Lo siento, te dejaremos ir cuando terminemos.
- No me quiten esto, por favor, ya pagué la protección. No me quiten el pan.
- Madre de Dios, no sé qué hacer.- Confesó Bukowski. Mike tampoco, pero no se le ocurría ninguna excusa valiosa.
- Está en la lista y no tengo ganas de morir. Cuídalo, yo me encargo.
- ¿Tienes algo de valor?
- ¿También quieren robarme, esto no es suficiente?
- Maldita sea, pregunto si hay algo que quieras llevarte.
- Tengo una caja fuerte, tengo dinero, mis ahorros.
- Sobrevivirán el incendio.
- ¿Tienen que hacerlo?
- Ésa es una buena pregunta.- Jack O’Leary entró con una escopeta.- Tenemos un contrato de seguridad en este local. No dejaré que lo arruines. Di tus últimas palabras, y que sean una oración.
- No me mates.
- No está en el menú.- Brian cerró los ojos. Tronó un disparo. O’Leary gritó de dolor. Mike salió de la trastienda con el revólver. Lanzó el bidón de gasolina contra los espejos de la estética. Brian desamarró al viejo y salieron corriendo.
- Ya prendí la trastienda.- Dijo Mike mientras subían al auto. O’Leary se arrastró por el suelo, la bala atravesó su estómago. Bukowski miró su camisa, tenía parte de su sangre.
- Esto empeora cada vez más Mike.
- Lo sé, lo sé maldita sea. ¿Qué quieres que haga? Sólo falta un lugar, una tintorería.
- Estuvo cerca, demasiado cerca. Pensé que iba a matarme. Gracias Mike.
- Pensé que el viejo me mataría a mí, estamos a mano.

            Ellen y Paula miraron entrar a Brian, temblando de nervios, tocando la sangre como si aún no pudiera entender lo que pasaba. Mike fue directo a bañarse en su departamento. Ellen abrazó a su marido, buscando la herida.
- No es mi sangre, es de un irlandés, un matón. Casi me mata.
- ¿Asaltaron tu taxi?
- Ellen… Perdí mi trabajo. Yo soy la luciérnaga de Broker.
- Fue idea de Mike, ¿no es cierto?- Preguntó Paula.
- No, en serio que no. El dinero era bueno, cien por local. No lastimamos a nadie. Yo lo convencí, no quería hacerlo. Me salvó la vida. No matamos a nadie, lo juro.
- No Brian, Dios mío. No tienes que hacerlo, conseguí un trabajo donde no importa si estoy embarazada.
- ¿Una tintorería?
- No, ¿piensas seguir?
- No, claro que no, era solo una pregunta. Sé que trabajaste en una hace un año.
- No tienes que dejarte  arrastrar por las malas ideas de mi novio Brian, eres un buen hombre. Ahora, si me disculpan, tengo que hablar con mi novio.- Paula salió y azotó la puerta. Los gritos en el otro apartamento eran audibles desde la calle.
- Ven, vamos a bañarnos.

            Ellen y Brian entraron a la diminuta ducha. El chorro nunca tenía suficiente potencia, era apenas para una persona. Ellen le quitó la ropa a su marido y se bañaron en silencio. Estaban nerviosos, aunque aparentaban no estarlo. Brian notó que su cartera no estaba y pensó que se habría caído en la barbería, ahora consumida por las llamas. Ellen lo calmó, si por algún milagro sobrevivía su identificación, lo único valioso en esa cartera, podía decir que era cliente del lugar y ya, o que había sido robado en Broker. Los cien dólares estaban en el bolsillo de su camisa, uno de los arrugados billetes con una gota de sangre. Fueron a acostarse, pero ninguno de los dos durmió esa noche.

            La esposa de Thomas White, el urbanista, se negó a ponerlo al teléfono. Se quejó de las muchas bromas pesadas de los empresarios de Broker. Traté de disuadirla, de advertirla. Una vez aprobado el plan, ya no sería necesario. Estaba a punto de morir, pero no escuchaba. Me quedaban otras cartas.
- Kirby.
- Teniente, tiene que poner seguridad preventiva sobre Thomas White.
- ¿Alguna razón en específico Keller?
- ¿Basta con el hecho de que lo van a matar?
- Ha recibido amenazas de muerte desde que se anunció el proyecto. Le daré un par de unidades, si me dices cómo sabes esto.
- Es una corazonada.
- Trata de nuevo o no me hagas perder el tiempo.
- Ahora que aprobaron el plan Winters matará al urbanista, ya tiene al chivo expiatorio perfecto y las evidencias fabricadas en su contra.
- ¿Quién es el chivo expiatorio?
- No puedo decirle. Winters sabe que si White va a las autoridades o ante la prensa, se arruina su negocio. White muere, se revela que le pagó al pirómano para ahuyentar a las voces de oposición y Winters se sale con la suya. Otra vez.
- Está bien, le asignaré un par de patrulleros, pero quiero saber quién es el…- Cuelgo el teléfono. Sarah me mira mordiéndose las uñas.
- ¿Por qué no le dijiste que una persona inocente podría ir a prisión?
- Porque a nadie le importa un polaco con pata de palo.
- A ti sí.- Sarah me entrega la máscara.- ¿Vas a evitar que lo maten?
- Ese es el plan.
- Evita que te maten a ti también.

                        Kirby asigna dos unidades al urbanista. Thomas White no está libre de culpa. No necesito probarlo. Escapa de su oficina por el acceso trasero. Evade su propia protección. Arranca su auto. Acelera, se quiere perder en el tráfico. No me nota a dos autos de distancia. Evita el tráfico de las avenidas, acelera a toda velocidad. Lo pierdo de vista, pero escucho el choque. Colisión directa con un camión de mudanzas. El Coupé quedó reducido a una cuarta parte. Estúpido, debieron cortar los frenos. Debí revisar su auto. No aceleraba para huir de mí. No evitaba el tráfico por miedo a la policía. Temía por su vida. Tenía razón en temer.

            Nadie llega corriendo al auto, empujando a los curiosos. No queda mucho de Thomas White. El choque empujó algo que estaba oculto bajo su asiento. Levanto la cartera. No tiene dinero, pero sí la identificación de Brian Bukowski. La cartera y el depósito bancario serán suficientes para condenarlo. El concejal Winters quedaría libre de toda culpa. Silbatos de policía. Los patrulleros finalmente lo alcanzaron. Demasiado tarde. Tomo ventaja de la sorpresa. Golpeo a la tráquea, le quito el bastón. Me agacho a tiempo. Golpe a la rodilla, cae al suelo. Patada en la entrepierna, evito un bastonazo. Golpeo la mano que va por el arma. Golpeo una nariz y estalla de sangre. No quiero lastimarlos, pero no puedo dejar que me detengan. No puedo abandonar a Bukowski. Pongo al cuarto al suelo. Desaparezco en la conmoción.

            Kirby no estará feliz. No debió serle fácil encontrar cuatro patrulleros honestos. En esta ciudad el que no es corrupto es demasiado estúpido para serlo. Eso deja sólo una fracción de gente honesta y he puesto a cuatro en el hospital. No me entrenaron para dejar gente en el hospital. Tampoco me entrenaron para interesarme en las causas perdidas. Bukowski es una de ellas. El tiempo se le agota. Un correo anónimo con la copia del cheque con la falsificada firma de White a su nombre está por llegar a la policía. No dudarán. El jurado lo encontrará culpable. Otra mercancía dañada de Vietnam. Otro como yo. A Nadie le importa. A Nadie.

            Subo por la escalera de incendios. Vieja. Oxidada. Movimiento en falso y todo colapsa. Entro a su departamento. Vacío. La policía no ha llegado. Llegarán. Baño. Camisa con sangre. ¿Llegué demasiado tarde?

            Ellen Bukowski había llegado temprano al callejón. Treinta mujeres o más. Chow sólo necesita veinte. Ellen es escogida, las demás se van derrotadas. No se siente ganadora. No puede ir al baño. No puede levantarse de su asiento. No puede quejarse. Sólo trabajo. Una fábrica clandestina de bolsas de diseñador. Chow les grita cuando bajan el ritmo. Ella nunca baja el ritmo. Se pica, se corta y se lastima. No se queja, necesita el dinero. El subsuelo es húmedo y caliente. Las ventanas a la calle apenas permiten ver algo de luz, pero siempre están cerradas. Ventilador de acero se mueve perezosamente en una esquina. Trabaja duro, mecánicamente, pues su mente está en su marido. En silencio reza porque no haga nada estúpido.

            Brian Bukowski y Mike Saltieri entraron a la tintorería con máscaras. Mike sostiene el revólver del dueño de la barbería. El dueño no opone resistencia. Sabe lo que viene. Puede ver los botes y bidones. El inmigrante temía que esto pasaría, pero no dice nada. Lo amarran con cordeles y entre los dos lo tiran al basurero y cierran la tapa metálica. Brian revisa el lugar, no queda nadie más. Mike suelta gasolina sobre la ropa, Brian mezcla los químicos de la parte de atrás y cuelga algunos trapos.
- Con los químicos que tiene, parecerá natural. Al menos a primera vista.
- El último de la lista, creo que desapareceré un rato después de esto. Dudo que Granger quiera dejar cabos sueltos.- Enciende un cerillo, lo lanza a la gasolina.- Vámonos de aquí.
- Espera un segundo.- Brian sale del auto, se agacha torpemente. Puede ver las ventanas de un subsuelo. Puede ver mujeres trabajando.- ¡Tenemos que sacarlas de aquí!
- Pensé que no había nadie.
- Si había un acceso, yo no lo vi, pero el edificio colapsará sobre ellas si no…- El humo oscurece la ventana, pero entre las virutas negras puede ver un rostro. El único que le importa.- ¡Ellen!

            Las mujeres gritan. Pueden oler los químicos, inhalan el humo. El techo cruje. Desesperadas se lanzan en una cacofonía de gritos como estampida humana hacia la salida. La puerta de acero está cerrada con doble candado. Alguien grita por herramientas. Mike dispara contra la puerta, las mujeres chillan y se hacen para atrás. No pueden retroceder demasiado. Las llamas consumen el techo, consumen las telas y cueros. Otro disparo. Manos desesperadas abren la puerta. La estampida sale huyendo, lanzando a Mike al suelo donde es pisoteado. Brian se abre paso, revisa las caras. Todas están llenas de hollín, ninguna es Ellen. Entra al humo, se lanza al suelo y navega entre las mesas. Ellen quedó aplastada cuando las llamas empujaron a todas hacia la salida. Consigue arrastrarla. Mike la carga del otro brazo. La suben al auto. Ellen no responde. Brian llora, revisa su respiración. Usa sus lágrimas para lavar el humo de su rostro.
- Al hospital, rápido, respira pero…
- Calma Brian, va a estar bien, no te preocupes.

            Mike, Paula y Brian miran a Ellen en la cama sin saber qué decir. El doctor entra al silencio sepulcral. Mira a Ellen con una sonrisa fingida. Le asegura que tuvo suerte. No inhaló suficiente humo para dañar sus pulmones permanentemente y los golpes y pisadas sanarán en cuestión de días.
- Lamentablemente… No hay manera fácil de decir esto Ellen, pero perdiste al bebé. Alerté a la sala de operaciones, tenemos que removerlo. Lo siento. Los dejaré unos momentos.
- Oh Dios…- Brian se hinca a su lado. Le toma de la mano.- Nena, no sabía que estarías ahí, yo pensé qué…- Ellen le escupe en la cara.
- Dijiste que no lo harías de nuevo ¡y me mentiste!
- Yo lo convencí.- Dice Mike.- Fue mi culpa.
- No sabía que Chow tenía una fábrica de esclavos bajo la tintorería.- Dijo Brian, entre sollozos.
- No me importa.- El rostro de Ellen está tenso de odio.
- A Nadie le importa.- Salgo del baño. Paula lanza un chillido del susto. Tomo a Mike Saltieri del cuello y lo empujo por la ventana hasta que medio cuerpo queda suspendido.- ¡Dime por qué no debería matarte ahora mismo!
- ¡Déjalo!- Grita Paula, la escucho caminar en reversa hacia la puerta cerrada.
- Alerta a seguridad, recogerán a la luciérnaga con espátula.
- No quisimos lastimar a nadie.- Brian me toma del brazo, me zafo y le agarro del cuello. No lo suficiente para lastimarlo, pero sí lo suficiente para que duela.
- ¡Roger Granger!- Grita Saltieri, mirando los diez pisos al suelo.- Dijo que mi caso de posesión de armas podría reabrirse si no hacía lo que me decía. Me dio una lista.
- ¿Tienes la lista?
- En mis pantalones.- Lo jalo de regreso a la habitación. Produce la lista. La guardo. Podría ser útil para Kirby, por la caligrafía.
- David Winters mató a Thomas White, pero planeó para incriminar a Brian Bukowski.- Le lanzo la billetera.- Recuperada del auto del difunto. Eso y cien mil dólares a tu nombre te dejarían en prisión de por vida.
- No conozco a esas personas.
- Ellos te conocen. ¿Cómo?
- No sé.
- ¿Quién te dio esta lista?
- Roger Granger, es el asistente de mi ex-abogado, Mitch Hudson… Dios mío, Granger conoció a Brian, así supo de tu nombre.
- Usar a un cliente como chivo expiatorio le habría estallado en las manos.- Les doy un papel y lo miran absortos.- Es la dirección de un amigo. Vayan, quédense ahí.
- ¿Por qué nos quieres ayudar?
- Porque a nadie más le interesa. Vi sangre en una de tus camisas, pensé que estarías en el hospital, tuve suerte de encontrarte aquí antes de la policía.
- La policía ya está aquí.- Paula se asoma por la puerta.- Es un gigante con una herida en la cara y un par de patrulleros.
- Distráelos, tenemos que irnos.

            Paula corre hacia ellos, finge que se tropieza, pero logra tirar al teniente. Nadie y los dos pirómanos salen de la habitación, directo a la escalera. En el garaje amenazo a Saltieri, si no lo encuentro en esa dirección, más le vale que nunca lo encuentre. Me cree, lo veo en su cara. No puedo ir con ellos. Nadie tiene que visitar a Mitch Hudson, el abogado del concejal David Winters. La pieza del rompecabezas que me faltaba. Necesito la evidencia para respaldarla. No dejaré que se salgan con la suya. A Nadie le importa.

            Las luces de la oficina de Hudson están prendidas. Puedo adivinar una figura tras las persianas. Llamo a Nick el griego desde el teléfono público. Necesito de su ayuda otra vez. Nick llama a Hudson, le advierte  que tiene el testimonio de Benedict Miller sobre los incendios en el Strip que comprometen directamente a Winters. Pide dinero para hacerlo real. Espero menos de una hora y la oficina se desocupa. Nick no estará en la dirección que le dio. Hudson tendrá que recorrer Malkin antes de darse cuenta que era una falsa llamada. Tiempo suficiente.

            Nadie entra al lobby sin hacer ruido. La secretaria se ha ido. Un gorila está leyendo una revista fuera de la oficina principal. Seguridad privada. Levanta la vista cuando levanto la máquina de escribir y se la lanzo. Directo al estómago. No lo detendrá. No contaba con eso. Lo quiero enojado. Lo consigo. Me agacho antes de que pueda poner sus enormes manos sobre mí. Tropieza con mi pierna. Le rompo el pie. Aplasto su cabeza contra el mármol del suelo hasta que se desmaya. Reviento la puerta de la oficina. No tiene sentido violar la cerradura. No tiene sentido jugarla suave. Ya no. Quiero que tema. Quiero que sepa que hay gente en Malkin a quien sí le importa.

            Utilizo el abrecartas para romper los débiles seguros del archivero personal. Tiene los contratos originales de las compañías que adquirieron muchos de los inmuebles y lotes en el Strip de Broker. Encontré al intermediario de Winters. Guardo todo lo que puedo. Reviso el escritorio. Una bomba cae en mis manos. Es silenciosa, pero para mí hace tanto ruido como el fuego de mortero. El contrato que hace de Mitch Hudson el jefe de campaña de Michael Dorff. Hay mucho dinero en la miseria. Michael Dorff, la esperanza de Malkin, tiene que saberlo. La pregunta es, ¿lo sabe Dinah? La pregunta detona en mi cabeza. Mil Hiroshimas.

            Salgo de la oficina. Regreso a mi auto y manejo a Morton. Roman me hace pasar, Saltieri y Bukowski están nerviosos en la sala. Me cuentan su historia. Le pido a Roman la grabadora y el equipo que dejé en su clóset la última vez. Accede, aunque no está feliz. Está más preocupado que los dos incendiarios.
- Nunca revelo mis fuentes confidenciales Mike. Esto es para caso de emergencia. Necesito que alguien atestigüe contra Granger y Hudson.- Enciendo la grabadora y le doy la señal.

            Mike Saltieri habla nerviosamente. Nunca menciona a Bukowski. Brian tiene la mirada perdida. Piensa en Ellen. Piensa en el bebé que nunca verá. El italiano explica todo desde el principio. Mitch Hudson había sido su abogado cuando fue arrestado por posesión de arma sin licencia. Vivía en Morton en esos días, necesitaba protegerse. Granger le amenazó con que los cargos volverían a aparecer si no aceptaba el dinero. Termina de hablar y Fox les ofrece alojamiento. Estarán seguros, al menos por un tiempo.
- ¿Qué vas a hacer?
- Mi trabajo. Pero antes quiero llamar a Sarah, necesito saber si la policía está sobre mí.- Contesta luego de un minuto. Detecto los nervios en la voz.
- El teniente Kirby llamó, te está buscando. Roy, hay un coche afuera, me están vigilando.
- Detectives de Kirby. No te preocupes, esto ya casi acaba.
- ¿Vienes para aquí?
- No, pero espero no tardar demasiado. Tengo que terminar un par de cabos sueltos.

            Rastreo a Benedict Miller hasta los establos del hipódromo. Su guardaespaldas tiene la mano enyesada. No se molesta en impedir que me acerque. Miller parece entretenido. Sabía que vería a Nadie otra vez, no está sorprendido.
- Si quieres la parte que te corresponde del negocio de tu jefe Winters, sugiero que le hables.
- ¿Y qué se supone que le voy a decir?
- Le pegarás donde le duele. Le dirás que puedes arruinar su carrera política, y no sólo por usar a Buzz Martínez para matar a unos mafiosos irlandeses, sino por el asesinato del urbanista Thomas White.- Me mira ladeando la cabeza.- Hay mucho que Winters no te dice, por eso se asustará. Pide dinero, pero no esperes recibirlo con una sonrisa.
- Si a ti no te importa, llamaré a mis hombres primero.
- Como quieras. Llama después de la medianoche. Necesito algo de tiempo.
- ¿Para qué?
- Para arruinar a Winters por completo.
- ¿La evidencia que lo enviará a prisión?
- Será un linchamiento.

            La línea entre Roy Keller y Nadie se vuelve difusa. Entro al territorio enemigo. Desmayo al perro guardián cuando se lanza a mi yugular. Entro por una ventana. Escucho conversaciones y pasos nerviosos en el piso de arriba. Reconozco la voz del concejal y otra voz femenina que asumo es su esposa. No encuentro a Buzz Martínez por ninguna parte, debe estar buscando a Bukowski. Él y toda la policía. Me muevo silencioso en la oscuridad. Coloco las escuchas en los teléfonos. Puedo predecir lo que pasará cuando Benedict Miller llame. Escondo la grabadora fuera de la casa donde pueda recogerla después. Olvido quitarme la máscara hasta que llego al teléfono público de la esquina. Se ha vuelto parte de mí.
- ¿Bueno?
- Dinah.
- Dios Roy, no llames a mi casa. Menos a estas horas. Tienes suerte que mi marido no está en la ciudad. ¿Pasa algo?
- Necesito verte.
- Son las 11:30.
- Es importante, es sobre la elección.
- No sé si tenga tiempo.
- Fuera de tu casa en quince minutos. Haz tiempo Dinah.- Cuelgo y subo al auto.

            Manejo en silencio mientras la conciencia de Malkin se retuerce. Reviso mis limitadas opciones. Analizo las variables que están fuera de mi control. Si Dinah sabe, si David Winters la menciona no tendré oportunidad. Tendré que usar la grabación, es la única manera de detener a Winters. A Washington no le importa dejar sin hogar a docenas de familias en nombre del progreso, a mí sí me importa. Winters hará el negocio de su vida dejando a gente sin hogar. Tuvo las oportunidades que nadie más tuvo, supo del plan urbano antes que los demás, puso a su abogado como intermediario para comprar el Strip con dinero sucio. David Winters, el que apoyará a Michael Dorff. Mitch Hudson, el jefe de campaña. Un triángulo de corrupción, incendios y homicidio. Alguien tiene que pagar.
- No podemos vernos así Roy, mis vecinos…
- ¿Sabías que Winters es un criminal?
- Te dije, en la política no puedes escoger a tus aliados. Si quiere financiar la campaña…
- Hará más que eso. Invirtió su dinero sucio en el Strip usando compañías fantasmas, a través del jefe de campaña de tu marido. El dinero federal compra el Strip. Winters logra un lavado de dinero silencioso y gana una fortuna. Fue él quien ordenó la muerte del urbanista Thomas White. Fue Mitch Hudson quien le consiguió el chivo expiatorio. Tu marido financiará su campaña con dinero lavado. ¿Ésa es la clase de oportunidad que se merece Malkin?
- No sabía Roy, lo juro…- Ladea la cabeza. Me mira preocupada.- No me crees, ¿no es cierto?
- Ése es el problema, no sé si creerte. Aún así, tengo que correr la historia. Es mi trabajo.
- ¿Y acostarte conmigo era parte de tu trabajo?
- No, eso nunca lo fue. Ahora mismo no sé qué siento por ti. Te vine a advertir, cambien de jefe de campaña y marquen su distancia del concejal Winters. Malkin te merece. Quiero que esta ciudad sea mejor que cuando me fui a ‘Nam, y tú eres la única que puede lograrlo.
- Entonces no hagas un escándalo, esto podría robarnos votos. Podría costarnos la elección.
- No siempre puedes elegir a tus aliados, y no siempre puedes acallar la verdad. El público merece saber Dinah.

            En la madrugada recupero mis escuchas y la grabadora. El perro sigue desmayado. Antes del amanecer llamo a Alfred Huxley. Histérico. Grita hasta quedarse ronco. Ya corrieron noticias sobre la mafia irlandesa, sobre la ampliación de la vía ferroviaria. Lo cito en un café discreto, le prometo que hay mucho más que eso. Una exclusiva. Deja de gritarme. Llamo a Sarah, le prometo que ya casi acaba todo. La policía sigue fuera de la casa. Llamo a Kirby en su casa, pero no lo encuentro. Lo llamo a su oficina, el hombre nunca deja de trabajar. Lo cito al mismo café. Le prometo la verdad. Él me promete grilletes si le miento.
- ¿Le llegó el paquete por correo teniente?
- ¿Los papeles legales de una docena de compañías? No sé qué significa eso.
- Vaya al café Jamba, tendrá sentido cuando lo escuche usted mismo.
- ¿Qué hiciste ahora?
- Lo mismo que usted, mi trabajo.

            Desayuno en el Jamba. No me había dado cuenta de cuánta hambre tenía, ni del cansancio. Roy se cansa, Nadie nunca lo hace. Las líneas se separan cuando pido una doble orden. Alfred Huxley llega malhumorado y sin afeitar. Rick Kirby aparece casi al mismo tiempo. Huxley sabe quién es. Huxley no deja de mirar la herida en su cachete. Kirby parece tener una sonrisa macabra, pero puedo ver que tiene ganas de soltarle un golpe. Me asomo por el ventanal deslizable. Kirby vino solo. Si me va a arrestar lo hará él mismo. Me ha dado el beneficio de la duda. Era todo lo que pedía. Huxley está impaciente. Explico el plan de David Winters, el mafioso convertido en concejal de distrito. Su plan para comprar el Strip sabiendo del plan de urbanización antes que el público, a través de su abogado Mitch Hudson. Lavado de dinero. Hudson ordenó los incendios para silenciar la oposición. El concejal mató al urbanista para atar cabos sueltos. Los dejo sorprendidos. Pongo la enorme grabadora sobre la mesa.
- Tengo una fuente anónima que confirma que Roger Granger, el ayudante de Mitch Hudson es la mente maestra detrás de los incendios.- Le doy mis notas redactadas a Huxley. No hago mención de Bukowski. No hago mención de Nadie. No hago mención de los policías que dejé en el hospital. De los muertos en “Ultima”. Dejo fuera muchas cosas, sin torcer la verdad.
- ¿Dónde está Bukowski?- Pregunta Kirby.
- ¿Quién es Bukowski?- No le prestamos atención a los Ojos sobre Malkin. Ahora mismo los ojos de Kirby y los míos se queman mutuamente.
- Es inocente.
- Ésa no fue mi pregunta.
- No revelo mis fuentes, como nunca le pediría que revelara a sus informantes confidenciales.
- ¿Por qué no te arresto ahora mismo?
- Por esto.- Señalo la grabadora con la cinta preparada. Prendo un cigarro, la enciendo y me cruzo de brazos. Dejo que el barco se hunda por sí solo.
- “¿Cómo es que algo tan sencillo puede salir tan mal, Mitch? Buzz no encuentra a Bukowski, ¿la policía no encontró su billetera en el auto?”
- “Al parecer no. Tienen el cheque falso, creen que White lo contrató para incendiar esos lugares, estoy seguro. Granger dice que lo han estado buscando por todas partes, sólo han encontrado a su esposa. El cordero del sacrificio aparecerá tarde o temprano.”
- “¿Qué hay de mi dinero? Benedict quiere su tajada, no entiende que ya estoy fuera de eso. Los dejé atrás. Puse todo en el Strip, ¿cuándo veré mi dinero?”
- “Te digo como tu amigo, y no como tu abogado. No apresures las cosas, desapareciste los únicos registros de las compañías que tenían tu nombre como beneficiario. La cámara de comercio podrá quejarse, pero no tendrán evidencia alguna. El Tío Sam ya compró toda la tierra, tu dinero está lavado. ¿Qué hay de Miller?”
- “Buzz y sus muchachos trataron de matarlo anoche, pero Benedict no es ningún tonto. Una cosa es cortarle los frenos al auto de White, otra cosa es matar a esa rata escurridiza, pero es cuestión de tiempo.”
- “Ganarás 30% más de lo invertido David, ¿no es suficiente? Dale tiempo. Nadie sabe nada.”- La grabación termina ahí. Huxley está boquiabierto. Kirby deja que la cicatriz en su cachete sonría por él.
- ¿Va a dejar de espiar mi casa?
- Llamaré desde mi auto.
- Tengo que llevarme todo, buen trabajo Roy. Nunca dudé de ti. Estará ésta noche en televisión. Esto será noticia nacional.

            Llamo a Roman Fox para que le avise a Mike y Brian que son libres. Kirby arresta a Granger, Hudson e incluso a Winters y a Buzz Martínez. Roman me dice que puede conseguirle trabajo a los dos. Me invita a su casa, pero prefiero ir a la mía. Quiero dormir. Quiero descansar. Quiero a Sarah. Ella me abraza en cuanto abro la puerta. Me deja dormir en el sillón hasta que es hora de “Ojos sobre Malkin”. Alfred Huxley anuncia los arrestos, se lleva el crédito, corre la noticia y la grabación.
- Increíble, nunca te menciona.
- Es mejor así…- Bajo el volumen y la tomo de las manos.- Sarah, quiero recibir ayuda. Iré a terapia. Quiero mejorar, pero no me pidas que salga del faro.
- ¿El faro?
- Es una vieja historia que escuché en la radio. Trata sobre un barco infestado de ratas. Las ratas matan a la tripulación, desarrollan hambre por carne humana. El barco se estrella en el cabo donde se encuentra un faro. Las ratas tratan de entrar. Los operadores cierran puertas y ventanas. Pasan días encerrados mientras las ratas trepan unas encima de otras buscando entrar, buscando comerlos. Eso es lo que le pasó a este país. Eso es lo que le pasó a Malkin. Estamos todos en ese faro.
- Quitaste muchas ratas.
- No las suficientes.- Sarah sube el volumen.
- “… Lo único que resta por preguntar es, ¿qué tanto sabe Washington y qué harán ahora que la evidencia es irrefutable? El concejal Winters, ese mañoso mafioso lavó su dinero con sus impuestos queridos televidentes.- Huxley a todo lo que da. Es su jazz. No menciona que Hudson es jefe de campaña de Michael Dorff, ni que Winters es uno de los principales contribuyentes. Dinah podrá dormir un poco mejor ésta noche. Aún no sé si le creo. Sé que ya no siento lo mismo por ella. ¿Está en el faro o es otra de las ratas tratando de entrar y terminar el trabajo?- No olviden, Alfred Huxley tiene los ojos sobre Malkin.

- No,- dice Sarah.- Nadie tiene los ojos sobre Malkin.

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