jueves, 23 de julio de 2015

Momo: Los lujos que valen la pena

Los lujos que valen la pena
Por: Juan Sebastián Ohem

Antes:
            Los casos de amoríos son los peores, involucran mucha espera y aburrición. Aún así, Bruno dice que lo siga, así que lo sigo. La necesidad es la madre de todas las invenciones, pero el aburrimiento es la madre de toda filosofía. Bruno detesta la filosofía, según él un detective privado nunca debe ponerse filosófico, confunde su misión. Estaría de acuerdo, de no ser que Antonio Uc me ha hecho esperar cuatro horas en mi auto, esperando a ver qué hora sale de su trabajo. Estoy tentado a ir por él, a pegarle un par de bofetadas y arrastrarlo hasta su amante, sea quien sea. Bruno me cortaría en pedazos, por no contar que mi licencia de detective privado se haría polvo. Muchos exámenes para tener esa licencia, la policía nos odia y se nota, es más fácil comprar un título de medicina y hacer operaciones de corazón abierto que mantener una licencia de detective privado con licencia para armas. Letras grandes y rojas “Beltrán y asociados”. No hay asociados, no a menos que uno cuente su colección de discos de blues y la cafetera. Yo no soy asociado, soy el novato que hace lo mejor posible por no pisar sus agujetas y caer de bruces.


            Vamos, Antonio Uc, pon de tu parte. Te necesito libidinoso, y te necesito ahora. No tengo a otra persona a quien culpar, más que a mí mismo. Bruno me dijo que llevara una revista, no le hice caso. Eventualmente veo a Antonio Uc, sale de su oficina quitándose la corbata. Sonrío, no debe gustarle tener la corbata ahorcándole mientras piensa en su amante. Le marco a Bruno, me conozco los rituales de este pobre diablo, me dará tiempo de pasar a recogerlo. Mi corazón acelera, hoy es el día. No es mi primer caso, pero es mi primer caso a solas. Bruno quiere acompañarme, es como un examen final y me pongo nervioso. Sé adónde irá Antonio Uc, siempre come en el mismo lugar para quedar bien con los jefes, pero no sé dónde se verá con su amante y por eso acelero, no puedo fallar ahora. Recojo a Bruno, regresamos al restaurante, la marca sigue ahí. Bruno Beltrán es fornido, aunque no lo parece, sabe como esconder sus músculos en su traje de diseñador. No  puede esconder las dos enormes entradas de calvicie, solía intentarlo con un sombrero, pero hasta él mismo se dio cuenta que se veía ridículo.
- Quita esto de aquí.- Saca la cámara con telefoto del tablero y la esconde bajo su asiento.- ¿Qué tal si te detiene la policía?
- No es ilegal tener una cámara, además, tengo mi licencia y no podrían acusarme de nada.
- Si serás bruto.- Me mete un zape y se enciende un cigarro.- Trata todo lo que haces con el máximo cuidado, incluso si es legal. La policía te mira, esperando en el auto por horas, ve la cámara y se podrían poner nerviosos. Claro, te zafarás, pero ¿qué hay de la marca? Sale de la oficina y te ve discutiendo con la policía.
- Buen punto.- Me muestra una bolsa del oxxo, me compró algo de comer.- Gracias, estaba famélico. Tengo un buen presentimiento Beltrán, ésta es la tarde. Puedo sentirlo en el aire.
- Creo que tienes razón.- Antonio sale del restaurante, platica con compañero de trabajo mientras se fuma un cigarro y revisa nerviosamente su reloj.- ¿De qué crees que hablan?
- Qué sé yo, es irrelevante al caso.
- Nada es irrelevante, nunca. Lo aprenderás el día que aprendas a vestirte.
- ¿Qué tiene de malo esto?- Señalo la camisa hawaiana y él se ríe.
- Siempre vístete mejor que tu cliente y la marca. Eso impone más. Como te ven, te tratan. Ahora, dime de qué están hablando.
- No tengo idea, no leo labios.
- Yo tampoco, pero es obvio.- Espera que diga algo, pero soy una tabla en blanco. Odio esa sensación, pero Beltrán siempre logra que me sienta como un torpe neófito.- Mira como se inclina el otro, manos en los bolsillos. Tiene dos manchas de salsa de tomate en sus pantalones, tiene la corbata puesta y marcas de gel en el cabello. Ahora mira a Antonio, él está nervioso, revisando su reloj, pero ninguna marca de comida.
- Antonio está nervioso, quiere llegar con su amante. Son precavidos, si hablan por teléfono no lo hacen en público, creo que me daría cuenta.
- Su compañero Momo, está a punto de ser despedido. Se preocupa por verse presentable, pero está hecho un manojo de nervios. Parece de los peleadores, aunque sabe que está perdiendo, por eso las manos en los bolsillos, porque está vulnerable. Si se llegase a enterar de la amante, lo usaría en su contra. Memoriza esa cara, si esta tarde no conseguimos lo que queremos podríamos tener que preocuparnos por él. Ahí viene su coche, apunta sus placas.
- Nada es irrelevante, lección aprendida.
- Llegó el auto de Uc, síguelo a tres autos de distancia.- Me pongo tenso. No estaba así el resto de la semana, siguiéndolo por todas partes. Lo estoy ahora. Beltrán tiene ese efecto.- Nunca subestimes al otro, ni siquiera al cliente. Hay dos tipos de personas en el mundo Momo, los que hacen y los que se dejan hacer, ésa es la regla número uno, nunca seas de la segunda clase.

            Antonio Uc nos lleva hasta un modesto hotel al este de la ciudad. Estaciona a dos cuadras, no quiere tener el ticket del estacionamiento. En el fondo sabía que esto pasaría, mi examen final no podía ser tan fácil. No podía ser un par de clicks desde el auto y vamos a comer algo decente, no, tenía que ser más que eso. Beltrán quiere las fotos, la clienta quiere las fotos. No tengo otra opción. Hora de probarte Momo. Entro al hotel como si tuviera todo el tiempo del mundo. Edificio de cuatro pisos, un corredor por piso. No es como si pudiera llamar a Antonio y preguntarle donde está. De hecho, es lo único que puedo hacer. El encargado marca el número de la habitación, para cuando levanta la cabeza ya no estoy. Espero hasta que la mucama haya dejado el corredor. Beltrán me enseñó a violar cerraduras, practico cada noche en mi casa. No es suficiente, estoy nervioso y estoy dejando marcas con mis ganzúas. Cinco interminables minutos, los gemidos de la amante me hacen compañía. Abro lentamente y apunto con mi cámara digital, pero no están en la cama. Entro al cuarto, el corazón en la garganta. Fotografía a la bolsa de la mujer y su contenido, Margarita Ojeda, gerente regional de Mexicana. Lindo trabajo, linda foto con marido e hijos. Están en la regadera, al menos la señora Ojeda se preocupa por la higiene. Tomo un par de fotos, suficientes para ver caras y cosas que harían sonrojar a un pervertido.

Regreso al auto trotando, soy un campeón. Beltrán aplaude, invita la comida, eso significa mucho para el cubano. Nunca me dijo qué solía hacer en la isla, pero no quiero saberlo. El sujeto es un genio, puede leer a una persona en cuestión de segundos. Lo hace en el restaurante, mientras nos entregan la orden para llevar, saca al menos dos padres divorciados y un marido homosexual. Me jura que nunca lo ha hecho conmigo, sé que está mintiendo pero no lo presiono. Además, la comida es buena, incluso si tenemos que comerla en la agencia, en la pequeña oficina sin aire acondicionado.
- ¿Extrañas el calor de Cuba? Dios inventó el aire acondicionado para sobrevivir en lugares como éste.- Ahora tengo una silla y un escritorio. Me muevo en el mundo, voy para arriba. Apoyo las piernas contra la ventana abierta del tercer piso. Beltrán hace lo mismo y miramos a las oleadas de gente que cruzan por el centro a estas horas.
 - Me gusta el calor, saca la verdad de la gente. Ya mandé las fotos, nos pagarán mañana en la mañana, la señora de Uc no dijo mucho. Ella ya sabía.
- ¿Cómo sabes eso?
- Porque se inclinó cuando vino a verme, sus pupilas no se dilataron cuando sugerí que podría tener una amante. El anillo era pequeño, mostraba una marca más grande de alianza de matrimonio. Típico de segundo marido, aunque con menos dinero para el anillo. Me dijo que su hermana se había divorciado por las mismas circunstancias, pero no tenía hermana, inventó el nombre y al hacerlo miró hacia la esquina superior derecha. Eso haces cuando mientes al momento. La gente repite patrones, recuérdalo Momo.
- ¿Yo miro a la esquina superior derecha cuando miento?
- No, tú bajas la cabeza, apenas unos grados y tensas la quijada. Es muy obvio.
- No hago eso.
- ¿Sigues viéndote con mi hermana?
- No.- Me mira como si fuera un chiquillo. Nos hemos estado viendo por meses, nada oficial.- Quizás.
- Cuando alguien dice quizás, dice “sí, pero quiero ser vago al respecto”. Aléjate de mi hermana Maribel, esa mujer significa problemas. Por cierto, hueles a uno de sus perfumes.
- ¿Algo más, señor?
- Sí, mejora tu gusto musical. Maribel odia tu música de cholo. Escucha blues, le gusta el blues.- Sonríe y me guiñe el ojo. Estoy por decir algo cuando suena el timbre. Escondemos todo como si fuera la escena de un crimen. Beltrán hace entrar al cliente, yo me quito la carne de entre los dientes con un tenedor y finjo seriedad.
- Mi nombre es Miguel Canel, y quiero contratarle. Tiene excelentes referencias.
- Gracias.- Beltrán le sirve agua helada y se sienta frente a él con esa mirada que pone cuando está leyendo a alguien. Canel es un hombre moreno y feo, tiene ojos saltones, un traje barato y su pulso tiembla al beber el agua. Está en problemas, pero es obvio que Beltrán ve más allá.
- Trabaja para el gobierno, hay un problema de dinero, es divorciado dos veces, tiene una hija de siete años que no ve tanto como le gustaría, sus padres se divorciaron y están lejanos. Vino aquí porque está desesperado, pero duda que seamos de ayuda.
- ¿Cómo supo todo eso?
- Es mi trabajo saber estas cosas. ¿Cuál es el problema?
- Trabajo para la tesorería, así que tiene razón sobre eso. Hace unos días un empresario llamado Rodolfo Alancón ganó un concurso mercantil por una urbanización en ciudad Caucel. Ganó otros antes, el hombre estaba limpio como la virgen María. El gobierno transfirió treinta millones de pesos a la cuenta de su compañía. El dinero desapareció y Alancón murió en un incendio esta mañana. La policía busca el dinero, es obvio, pero yo necesito ayuda adicional.
- ¿Hizo trampa?
- No, él no al menos. Verá, para transferir el dinero se necesitan de muchas firmas, como es obvio, nosotros nos saltamos varios pasos todo el tiempo, es rutinario.
- Pero la policía no lo verá así. Se olvidarán de su muerte y del dinero, investigarán a ustedes y encontrarán que tal o cual burócrata no firmó y usted termina en el bote.
- Exacto. ¿Puede ayudarme?- Miguel Canel le entrega un sobre y le mira suplicante. Beltrán revisa el contenido y murmura los datos adicionales.
- Son veinte mil pesos ahora, otros veinte cuando todo haya terminado.
- ¿Cuarenta mil?
- ¿Quiere ir a prisión?
- No, pero...
- Pero si no le gusta puede invertir esos cuarenta mil en un buen abogado. ¿Quién sabe? Quizás el gobierno del estado olvide que perdieron treinta millones de pesos.
- Está bien.- Escribió el cheque ahí mismo y se fue poco después.
- ¿Qué opinas Momo?
- Se ve complicado, alguien tiene treinta millones de pesos. Será difícil saber quién, son treinta millones de poderosas motivaciones.
- No, me refiero al cliente. Siempre pregúntate esto Momo, ¿qué ángulo está jugando, en qué podría estar mintiendo y por qué?
- El proceso pudo ser más turbio de lo que él describió.
- Sí, de eso me encargaré yo. Tú empieza por la viuda de Rodolfo Alancón, su nombre es Elisa Cobiella y nos dejó su número y dirección en este papel.
- De un seguimiento a otro, la glamurosa vida de un detective privado.
- ¿Quieres hacerme un favor antes? Necesito expedientes. No quiero saber la historia por una sola fuente. Hora de que hagas contactos Momo.

            No me quejo, es mejor que seguir a Antonio Uc y sus andanzas amorosas. Busco conocidos en el MP, no veo a ninguno. Beltrán me lo advirtió, pero no hay manera de verdaderamente advertir el desgastante caos que es el ministerio público. Nunca sobornas a uno solo, siempre tienes que alimentar a todos los pollitos. Técnicamente el registro es público, el caso está cerrado, pero esto es México y aquí la guadalupana te dejará en el infierno a menos que le pagues algo. Le digo a Beltrán lo que tengo, que es lo mismo que él tiene. Rodolfo Alancón se encontraba en una casa en construcción cuando hubo una explosión. La llave del gas había quedado abierta, error humano predecible. Muchos le vieron entrar a solas, pero después no salió, al menos no en una pieza. Le identificaron por el reloj y sus joyas, además de los dientes. Ningún arresto. En cuanto al dinero, todo es un gran misterio.

            La viuda, Elisa Cobiella, no me dice nada nuevo. Me deja pasar, aunque incómoda. Beltrán tenía razón, no debo vestirme así. Aprovecho la oportunidad para revisar el estudio que Alancón tenía en su casa. No sé qué busco, así que anoto todos los nombres y números. La viuda me sorprende, me echa de la casa. Eso no debía pasar. Beltrán dice que leo demasiados libros de autoayuda, solo fue uno pero a él le pareció hilarante. Dice que me veo como en una película, pero las cosas no siempre resultan así. Tiene razón, y alguien tiene treinta millones de razones para cerciorarse que no sea así.

            No debería, pero hago el esfuerzo extra. Visito la oficina de Rodolfo Alancón. Le he visto en fotos, era un farol. Le gustaba el oro, los coches buenos y las oficinas vistosas. Todo es de cristal, alfombra nueva y esos cuadros que se supone tienen sentido si eres inteligente, o con mucho dinero. La oficina está al norte, en un lindo vecindario que hace hasta lo imposible por tratar de fingir que es un suburbio gringo. La seguridad es una burla, un cerrojo fácil de violar y nada más. La oficina de Alancón es fácil de ubicar, nombre en oro en una puerta de metal. La computadora está protegida por contraseña, pero tengo suerte, nadie ha vaciado el lugar y hay muchos papeles dando de vueltas. Nadie espera morir en un accidente como ese, si es que fue un accidente, de modo que tengo su vida frente a mí, codificada en forma de cartas, anotaciones, recibos y papeles de reciclaje en la impresora. Es un caos, pero lo tomo con calma. Ahora entiendo la fascinación por el blues de la familia Beltrán. Necesito la calma, tengo que pensar. Cotejo lo que tengo de su casa, y apunté una clave importante aún sin saberlo. Tiene un socio misterioso, alguien que no aparece en papeles oficiales, pero aparece continuamente en sus cuentas de banco e incluso títulos de propiedad de dos autos y una casa de fraccionamiento. Una buena manera de cubrir sus deudas, dándole coches y casas. Me pregunto si la deuda acumulada es de treinta millones.

            Regreso al auto, Maribel está ahí. Es la cubana más hermosa que haya visto en mi vida. Una de esas mezclas que ni un genetista nazi podría haber imaginado. Alemana con negra, una morena de ojos azules, abultado cabello rizado, una cara angelical y un cuerpo que tentaría al Papa. No dice nada. Me besa y me agarra el trasero. Me suelta y me interrumpe de nuevo, empujándome contra el auto. Regreso a la Tierra unos segundos después y por un instante olvido absolutamente todo.
- Te extrañaba.- Dice finalmente, en un susurro que desarmaría a cualquiera.
- Y yo a ti.- Saco el celular, pongo mi dedo en sus labios.- Tengo que hablar con tu hermano, no digas nada. Creo que está afilando el hacha con la que me cortará la cabeza si te huele de nuevo en mi camisa.
- ¿Momo? Ya era hora, ¿qué tienes?
- Esto te encantará, Alancón tenía deudas con un sujeto llamado Rafael Villafaña. Buen motivo para robar y matar, ¿no crees?
- Excelente, quédate con la viuda, esa Cobiella está ocultando algo, estoy seguro. La vi hace un rato y no actúa como debería actuar una viuda. Yo me encargaré de Villafaña.
- Entendido y anotado.
- Espera un segundo, ¿estás con mi hermana?
- No.- No puede verme a los ojos, no puede ver si bajo la cabeza un poco, si miro hacia una esquina. En realidad no lo hago, no puedo quitarle los ojos de encima a Maribel.
- Muy bien, sigue así. Nos vemos mañana.

Ahora:
            El verano no refresca, la noche no ayuda de nada. La cantina se ve incluso más miserable que de costumbre. Me refugio en una esquina, cerveza tras otra, tratando de capitalizar en la leve brisa que se cuela por la ventana. Podría ir a mi departamento, arriba de la cantina, disfrutar de un aire acondicionado, de cerveza importada y de algo de blues. No puedo, el cliente me citó diciendo que era urgente. Todos dicen lo mismo, incluso cuando no lo es. Es urgente para ellos, eso es lo que cuenta. Además, la urgencia es buena, significa dinero. Las carteras se abren fácil cuando están contra la pared. Sin esas carteras no tendría mi aire acondicionado, mi cerveza de importación y mi blues. El cliente se demora cuarenta minutos, pero eventualmente llega. Se pone incómodo en la cantina, no es de ese mundo. Tiene un aire de superioridad que suena a dinero. Es larguirucho, como un espantapájaros, con pequeños anteojos redondos y un reloj rolex de oro.
- ¿Momo?- Me termino la cerveza y asiento con la cabeza. El cantinero nos ofrece otra ronda. El cliente paga. Suelta 200 pesos como si no supiera lo que vale la Corona al tiempo.- Mi nombre es Julio Molina, soy doctor, psicólogo para ser preciso. Tengo un problema.
- Todos tenemos problemas, ¿no es lo que dicen ustedes los loqueros?- Me enciendo un cigarro, me aflojo la corbata. Traen las cervezas y las mira como si no supiera qué son. Me gusta este sujeto.
- Me robaron algo muy valioso, y muy valioso para mis pacientes. Mis anotaciones.- Me muestra su blackberry, tiene fotografías de su cuaderno.- Algunos pacientes han dicho ciertas cosas que yo he anotado. En las manos equivocadas podría... No, prefiero no pensar en eso.
- Chantaje.
- Sí, el chantajista me mandó estas fotos y este mensaje.- Lo leo por encima, dice la clásica jugarreta de amenazas. Treinta mil pesos, dos pagos, los tres pacientes.
- Es terrible, no hay duda. ¿Por qué no va con la policía?
- Porque yo... No es fácil de explicar.
- ¿Embarazó a una paciente?
- No, por Dios. Es que la ley requiere que yo reporte cualquier confesión criminal, pero no lo hice. No hay nada terriblemente ilegal ahí, y la confianza de mis pacientes vale oro para mí.
- Hábleme de ellos.
- El primero es Ramón Echeverría, es un corredor de bolsa en Vórtice casa de bolsa. Le robó algo de dinero a su mejor amigo, Ernesto Masid, además que tiene un amorío con la esposa de Ernesto, una mujer llamada Sarah, Ech es su apellido de soltera.
- Vamos, no lo reporta a la policía por algo peor.
- Yo invertí dinero con Ramón Echeverría, tuve muy buenos resultados. Aún así, me he enterado que ha hecho algunas transacciones poco... ilegales. La policía creerá que yo tuve algo que ver.
- ¿Y los otros dos?
- Mariano Ix, es ayudante de un diputado del PRI. Me ha confesado cosas que le dejarían en prisión. Es un hombre corrupto, pero sus hábitos han dejado una profunda marca en su psique, un patrón de remordimiento que lo carcome.
- Sí, me imagino. ¿El tercero?
- Esther Morales, es una dama de sociedad casada con un César Orozco. El señor Orozco es dueño de una empresa de seguridad privada, Traco.
- ¿Los palurdos de los centros comerciales que andan en esas estúpidas máquinas?
- Sí, los mismos.- Concedió, un tanto apenado.
- ¿Y ésta qué hizo?
- Esther Morales es lesbiana. Sostiene una relación con una mujer casada de nombre Laura Cruz. La señora de Orozco he confesado ciertas cuestiones indecorosas a gran detalle. La arruinaría, usted puede entenderlo.
- Sí, la verdad tiene ese efecto. Usted les saca la verdad, yo la mantengo escondida. Puede hacerse.
- Excelente, y en cuanto a sus servicios...
- Treinta mil cada uno, pero imagino que usted también está siendo chantajeado.
- Efectivamente.
- Será en dos entregas, de modo que son 60 mil. Es un total de 240 mil entre los cuatro. Es una jugosa movida. Yo sólo pido veinte ahora, veinte acabando.
- No sé... Es decir, no sabía cuánto costaría algo así.- El psicólogo estaba confundido, limpiando sus gafas obsesivamente. No era el dinero, la cifra no le cambió la expresión, era la situación completa.- Sí, claro que sí. ¿Qué necesita?
- Un par de cosas. Hable con todos, explíqueles y dígales que me haré cargo del asunto. Necesitaré hablar con todos.
- ¿Pero por qué?
- Porque esas anotaciones valen tanto como su vida, imagino que no las dejaría olvidadas en algún restaurante. No, alguien se las robó, y quien haya sido le conoce bastante bien. Uno nunca sabe.
- Pues es cierto, nunca me despego de ellas. A excepción de cuando salgo a comer, junto con mi secretaria. El cuaderno se queda adentro, y cuando regresé ya no estaba. Sólo un paciente podría saberlo, a veces lo escondo mientras el paciente aún no se ha ido. Ni mi secretaria sabría donde buscarle. ¿Usted cree que uno de los tres pacientes podría ser el responsable?
- Posiblemente. Necesitaré sus direcciones, números y toda la información que se le pueda ocurrir. Mándelo a mi celular, tiene mi número.- Termino la cerveza y me pongo de pie. Recupero mi saco, el doctor sale junto conmigo.- Aún no es muy tarde, empezaré por Ramón Echeverría. Mándeme esa información cuanto antes. Y otra cosa.
- Sí, lo que sea.
- No salgas de Mérida. Me entero que me dejaste con el desastre en las manos y no terminará bien para ti. No lo olvides, no soy tu paciente.

            Sus pacientes desembolsaron miles de pesos en sus consultas, para pagar otros miles de pesos para mantener sus secretos a salvo. Se habrían ahorrado mucho sin terapia. El doc manda lo que necesito, me dirijo a San Ramón Norte, son las nueve de la noche pero algo me dice que el corredor es de los que salen a cenar. La noche de verano se ve diferente desde el auto. El calor se ha ido, sólo quedan las luces de los autos y la promesa de la incertidumbre. Ramón Echeverría se lanza a ella, el corredor tiene planes y lo agarro justo a tiempo. Tiene un jaguar, un reloj costoso y un traje a la medida. Se da la gran vida en una residencia lujosa en una calle sin pavimentar, con la vegetación creciendo salvajemente. Le sigo en silencio, me fumo un cigarro. Echeverría no va lejos, un restaurante argentino en Prolongación Montejo. Le conocen ahí, y cuando estacionan su auto lo hacen a la entrada, para que otros clientes vean la clase de lugar que es. No tiene reservación y espera en la barra, junto a las parejitas y los don nadie como yo. Habla con su amante, la esposa de su mejor amigo Ernesto Masid, y Sarah Ech no está feliz en lo absoluto. Ramón le pide terminarlo, sabe que tiene problemas en puerta y no necesita esa clase de problemas. Ramón será muchas cosas, pero al menos es sensato.

            Pensé que la vería ahí, o alguna otra amante, pero Echeverría tiene otra clase de problemas. Este problema es feo y calvo, con un traje arrugado y una sonrisa triste. Van a su mesa, yo les espero afuera. Paso el tiempo jugando rayuela con los del valet parking. Una colección de adictos a las pastillas y a las carreras de auto. Pierdo algo de dinero, soporto la conversación, quiero estar cerca de la puerta. El truco funciona, Echeverría y su amigo misterioso salen juntos. Le advierte de la posible demanda. Al parecer ya no hay luna de miel en Vórtice casa de bolsa. Le entrega una tarjeta que Ramón Echeverría finge que guarda en su abrigo, para tirarla al suelo. El abogado es otro corredor de bolsa, para Centurión casa de bolsa. Apesta a gato encerrado desde kilómetros. Aprovecho el favor de los valets y yo voy por el auto de Echeverría. Él es demasiado importante como para caminar diez metros a su Jaguar, espera que alguien se lo traiga. Me consienten, pero el coche me importa poco. Reviso por encima y encuentro, escondido bajo el asiento del acompañante las cuentas de estado que Echeverría tiene abiertos en Centurión con nombres ligeramente diferentes, así como cuentas de su amigo Ernesto Masid en ambos lugares. Entrego el coche, ni me ve a la cara, pero no importa, lo estaré viendo pronto.

            Se puede ver, como la luz de un tren, este caso será diferente. Algo me dice que aquí hay más que chantaje. La luz se hará más grande, pero para cuando pueda verla bien el tren me pasará por encima. Pienso en ir a la cama, propuesta atractiva. Pruebo suerte, hay otro nombre que podría estar despierto en la noche, Mariano Ix. Sus revelaciones podrían ganarle muchos enemigos en su partido, pero también me suena como la clase de persona capaz de realizar un chantaje como este, luciéndose como la víctima para despistar. Es perverso, pero él es político. Mi tío Franco solía decir que podía saber cuando un político mentía, la evidencia es que mueven los labios. Buena observación, y él era político en municipio perdido. Mintió toda su vida, menos en esa frase. Al igual que mi tío, Mariano Ix es difícil de ubicar. No está en casa, su esposa cena a solas y con cara de enojada. Tampoco está en su oficina, pero antes de darme por vencido lo escucho en la radio. El edificio del DIF tiene un evento oficial, alcaldes y diputados estarán ahí. Vale la pena.

            Un par de preguntas después y alguien me señala a Mariano Ix. Tiene esa rara mezcla entre la cara de idiota y los ojos de un tiburón. Viste guayabera, pero en su bolsillo guarda unos Ray-Ban clásicos. Está empapado en sudor, como el resto de nosotros, pero finge que se siente en el paraíso viendo a un gordo político no decir nada en un discurso de hora y media. La noche de verano es infernal, pero no me muevo de mi lugar. Espero hasta que todos hayan dicho adiós, hasta que cada mano haya sido estrechada y hasta que todos terminen de fingir que quieren estar ahí. Mariano Ix no maneja a su casa. Le sigo de cerca, dudo que se preocupe por una cola. No va a la oficina. Maneja a la García Ginerés, hasta una casa chica rodeada de hermoso jardín. Se echa algo de colonia antes de salir del auto, no visita a su abuela. Salgo del auto y espero en la acera de enfrente, oculto por una frondosa bugambilia. Le veo revisarse con un espejo de mujer, sus dientes están perfectos pero se echa un poco más de colonia. Se alisa la guayabera y abre la portezuela del jardín delantero. La casa se ilumina. La puerta se abre. El calor me hace sudar. El sudor se resbala de mi frente, ahoga mis cejas y quema mis ojos. Estoy a más de cien metros, sudor en los ojos y cada poro de mi cuerpo gritando por el calor. Aún así la veo. Aún así puedo sentirla. Aún así puedo olerla. La noche se hace infinitamente más profunda. Es ella. Nunca pensé que la vería así. Es Maribel Beltrán. La noche veraniega se congela. El aire es como una puñalada de hielo a mis nervios. La veo besarlo. Lo veo acariciar su trasero a través de su larga falda. Ella se ve perfecta pero en sus manos se ve sórdida y vulgar. Entran a la casa. Yo me quedó ahí, peleando por respirar. Las luces no se apagan por mucho tiempo y yo sé, desde lo más profundo de mi ser, que ella ha vuelto de verdad y yo nunca estaré preparado para ella, no de nuevo.

Antes:
            Paso el día convertido en la sombra de Elisa Cobiello, viuda de Rodolfo Alancón alias el tostado. Finjo que sé lo que busco, pero no tengo ni idea. La sigo de cerca, hago todo para lo que Beltrán me entrenó, me hago invisible pero siempre presente. Soy el maldito Espíritu Santo. Ella quiere sacar la póliza por el seguro de vida de su marido, tiene deudas que debe pagar. No se me hace sospechoso, cualquier viuda haría lo mismo. Además, no me parece realista que una mujer que esconde treinta millones de pesos pelearía por esa póliza con uñas y dientes. Aún así, Bruno insiste. Dice que podría ser todo un acto. Regla número uno, nunca seas de los que se dejan hacer. La viuda es de las que hacen, podría fingir para ser inocente y gastar ese dinero dentro de tres años cuando la cosa se calme. Yo sé que yo lo haría, si tuviera ese dinero. Sigo el entrenamiento de Bruno a cada paso, menos en lo concerniente a su hermana. Soporto los largos días porque al final sé que estaremos juntos en la noche.
- ¿Alguna vez te conté de mi tío Archibaldo? Se ganó una lotería local, vivía en Motul. El problema, es que compró ese boleto de rifa con su amante y le dijo a mi tía que esa amante ya ni vivía en Motul.- Acarició su cabello y dejo que el olor llegue a mí. No tengo mucho, un par de colchones en el suelo, muebles viejos y una tele que funciona cuando quiera. Aún así, Maribel lo hace sentirse como si fuera un palacio. El ruidoso ventilador de techo nos hace compañía, es lo único que evita que muramos de calor. Eso y que estamos desnudos.
- ¿Y qué hizo?
- ¿Qué podía hacer? No lo cobró. Pensó que el dinero se perdería para siempre, pero su amante lo cobró. También era amante del organizador, así que no hubo problema. Mi tía se enteró, eventualmente, estaba más enojada que no tomara el dinero que por la amante.- Ella se ríe. Pasa sus manos por mi pecho y luego recoge la corbata del suelo.
- ¿Y esto?
- Tengo que aprender a vestirme bien, y a escoger buena música. Tu hermano no deja de insistir en ello. Creo que tiene un fetiche.
- No, tiene buen gusto. Digo, cada quien sus gustos Momo, pero ¿Los Tigres del Norte?
- ¿Qué tienen de malo? Tienen su valor estético... Tú ganas, nada de banda desde mañana.- La beso como si tuviera todo el día, porque si fuera por mí la besaría todo el día.- Pero tienes que prometerme que aprenderás a cocinar. No es algo sexista, es solo que no había visto a nadie que quemara las tostadas en la tostadora.
- Una chica no puede ser buena en todo.

            Nos besamos de nuevo hasta que suena su celular. No se da cuenta, pero memorizo el número. Es casi la media noche y ella reacciona a la llamada como si fuera alarma de ataque nuclear. Se levanta de un salto, se viste en segundos. Se caen sus prendedores de mariposa y se los levanto con calma. Tiene su collar de mariposas, sus aretes y prendedores de mariposas. Me dice alguna excusa a la que no le presto atención y finjo que entiendo. Ella sale corriendo y me levanto a la misma velocidad. Aprovecho los pocos contactos que he cosechado para conseguir más información de ese número. Era local y no era celular, lo cual lo hace más fácil. Mi contacto me escupe la dirección, no necesito apuntarla. Me calmo en el auto, pero no me molesto en racionalizarlo. No es como si fuera mi esposa y ella no quiere nada serio, pero aún así, si estoy compitiendo con alguien me gustaría más saber de qué trata. Ubico la dirección en una fea colonia del sur, es una clínica de ortodoncia, con una sola luz encendida y un solo coche en el estacionamiento. La luz de la farola me deja ver, en el asiento del copiloto, lo único que necesito ver. Hay una tanga, la reconozco bien, es de Maribel. Estiro el brazo por la ventana a medio cerrar de la parte trasera, abro el seguro y reviso los papeles en la guantera. Mi competencia tiene nombre, Alfredo López. Salgo del auto y me quedo en la puerta, pensando qué hacer. La idea de entrar y agarrarlo a golpes es tentadora, pero estúpida. Maribel quiere hacer las cosas a su manera y me toma cada fibra de mi ser el aceptar la mano que su amor me ha dado. La jugaré a su manera, no tengo otra opción.
- Te estoy diciendo Bruno, la viuda no lo tiene.- Ahora visto de traje y llego temprano, pero la noche anterior sigue dándome de vueltas en la cabeza.- Al menos nada indica a esa posición. ¿Qué hay de Villafaña? Nuestro acreedor misterioso se ve muy sospechoso.
- Sospechoso de aquí a la luna.- Dice Bruno, con su profundo acento cubano mientras hace el café.- ¿Quieres? Es brasileño. Acostúmbrate al buen café, me lo agradecerás cuando no te den agruras.
- ¿Y crees que Villafaña tenga el dinero?
- No, al menos nada apunta a esa dirección. Sigue con la viuda, ahora que ha sacado el dinero por el seguro de vida podría tratar de justificar sus nuevos gastos con esa excusa. Si empieza a gastar en cosas caras, la clase de cosas que Alancón nunca le hubiera regalado, entonces la tendremos. Si ella tiene el dinero no aguantará más que unos días para empezar a usarlo.- Me pasa una taza, tengo que admitir que el café es bueno.- ¿No te lo dije?
- Mejor que Nescafé.
- Los mejores lujos son los lujos pequeños, eso decía mi padre todo el tiempo y tenía razón. Amistad, amor, café, licor y comida. No hay nada más.- Brindamos con tazas de café. Está por decir algo cuando suena mi celular. Reconozco el número, es Maribel.
- Mi amigo en la aseguradora.- Me apresuro a decir, mientras salgo de la oficina. Me aseguro de darle la espalda, lo último que quiero hacer es discutir con Bruno sobre su hermana.
- ¿Momo?
- ¿Qué ocurre? Suenas asustada.
- He estado investigando a ese Villafaña, el acreedor de Rodolfo Alancón...
- ¿Y?
- Leí los apuntes de mi hermano, descubrí algo que él no sabe y traté de extorsionar a Villafaña.
- ¿Hiciste qué?- Escupo el café por la sorpresa y los señores del elevador rápidamente aprietan el botón para alejarse del loco en el corredor.
- ¿Quieres calmarte? Estás más asustado que yo. Como si tú nunca lo hubieras hecho.
- No a solas. ¿Qué hay que Bruno no sabe?
- ¿Prometes no decirle?
- Está bien, está bien.
- La instalación de gas en esa casa en que murió Rodolfo Alancón es de la misma compañía de Rafael Villafaña. Él puso la instalación de gas. Le dije que sabía algo, no le dije nombres por supuesto, y creo que lo hice enojar más de la cuenta.
- Con treinta millones de pesos involucrados, no me sorprende. Está bien, veré el asunto. Quiero saber más sobre ese Rafael Villafaña.
- ¿Qué vas a hacer?
- Iré a su oficina, descuida, todo estará bien.

            Regreso la taza de café y me voy sin dar explicaciones. La extorsión de Maribel, un ángulo adicional a tener en cuenta. Me lanzo como Lancelot, pero la chica probablemente sabe más de esto que yo. Lo he hecho antes, pero siguiendo a Beltrán. Limpio, rápido, efectivo. Nada de sumas exageradas, nada de complicaciones. Tengo la intuición que Maribel no comparte esa filosofía. Me quejo en silencio, pero lo haré de todas formas. El lugar no es difícil de encontrar, “Instalaciones Villafaña” tiene su edificio en la Jacinto Kanek, un par de pisos con un pequeño letrero en la puerta. Anuncian instalaciones hidráulicas, pero en la recepción me entero de las promociones para instalaciones de gas en fábricas y edificios grandes. Curioso, que Villafaña instalara en una casa. Más curioso aún, que haya habido una filtración de gas durante la noche. Quizás se enojó de las constantes demoras de su deudor, quizás le sacó el dinero a Alancón y luego eliminó. Me gusta la puerta número dos, pero por ahora sólo busco la puerta de la oficina de Rafael Villafaña. Finjo que represento a Bachoco y me dan el tratamiento real. El ingeniero Villafaña no está, pero alguien señala su oficina, al fondo del segundo piso. Me escabullo a la primera y entro como si el lugar fuera mío.

            Tiene presupuestos para fábricas, tiene contratos para instalaciones hidráulicas y todo parece muy legal hasta que encuentro, escondidos en un cajón, un par de cheques viejos de Rodolfo Alancón. Le pagó cincuenta mil en cada uno, a unas semanas de diferencias. Se me hace un rompecabezas en la mente hasta que escucho la espectral voz de Beltrán, pidiendo por algo de reflexión. Todo depende de la pregunta, esa es su regla número dos. La pregunta que importa es, ¿por qué no los cobró? La respuesta es obvia, no podía. Alancón le debe dinero y no puede pagarle. Reviso el cesto de la basura, tiene un presupuesto para el desarrollo en el que Alancón trabajaba, ninguna mención de la instalación de gas. Debió ser un regalo, uno que le costó a Alancón treinta millones y su vida.
- Dijeron que venías de Bachoco.- El gorila abre la puerta y me tiene en cuatro revisando el cesto de basura. La patada en la boca del estómago me golpea la espalda contra el escritorio de piedra. Me jala de una pierna y me suelta un gancho al hígado que me paraliza por un instante.- Dile a tu novia que Rafael Villafaña no tiene nada que esconder.
- Linda manera de probarlo.- Me deja ponerme de pie, para agarrarme del cabello y azotarme contra el marco de la puerta.
- Soy Ricardo Murillo, podrías decir que soy el jefe de seguridad de este edificio.- Me empuja fuera y me acompaña hasta las escaleras, agarrándome del cinturón.- ¿Por qué no mejor llamo a la policía?
- No lo harás, no eres tan estúpido como pareces. Una llamada y la policía sabrán todo sobre esa misteriosa instalación de gas que no debía existir.
- Un comediante, perfecto, lo que me faltaba.- Me empuja por las escaleras, voy dando de tumbos hasta quedar boca abajo y arrastrándome hasta la puerta. Espera que me ponga de pie en la acera, frente a la mirada atónita de todos los empleados. Me entrega mi cartera y me empuja.- Lárgate de aquí y no vuelvas. Dile a tu novia que se enfríe, o yo la enfriaré a ella.

            Me duele cada músculo del cuerpo, pero me duele más el orgullo. Me agarraron con las manos en la masa. Podría arruinar el caso de Beltrán, podría arruinar la extorsión de Maribel. Tuve suerte esta vez, pero sir Lancelot debería ser más precavido en el futuro. No trabé la puerta, me tardé demasiado, me puse en una posición imposible de defender. Se fue el hambre, de hecho se fue todo menos el dolor y el pensamiento de Maribel. Sigo su tonada, voy a la escena del crimen. El viaje es largo, le da la oportunidad a mi cuerpo de calmarse, pero tendré unos sucios moretones que durarán por muchos días más.

            La casa sigue en ruinas. La policía colocó un sello en la puerta, pero al inmueble le falta una pared. La lógica judicial en todo su esplendor. El lugar es ceniza, madera quemada y tabiques ahumados. Puedo ver, a través del espejo en el baño, que un auto se estaciona atrás del mío. Lo reconozco a la primera, es Ricardo Murillo, el gorila que me debe una paliza. Ésta vez le sacaré más respuestas a él que a la escena del crimen. Me sigo de largo, como si nada pasara. Salgo de la casa por un hueco, tomo un tubo galvanizado y espero a que salga por donde la puerta solía estar. El golpe le da en el estómago y lo tira al suelo. El espacio entre las casas es reducido, un jardín lateral que por ahora sólo es grava. Poco espacio para el tubo, pero hago que funcione. Le golpeo en un brazo cuando trata de levantarse.
- Muy bien, ahora ¿dónde estábamos?
- ¿Sigues molesto por la golpiza? Vamos comediante, vete de aquí antes que te lastime de verdad.
- ¿Dónde esconde el dinero? No me hagas adivinar, eso sería más doloroso para ti.
- Realmente eres un idiota.- Murillo se sienta en el suelo y apunta detrás de mí. No lo escuché acercarse, pero escuché el arma.
- Vaya, vaya, vaya, y yo que pensé que solo había ratones bajo este horrible sol. Nada que ver aquí más que casas a medio terminar, ¿o me equivoco?- Suelto el tubo y pongo las manos en alto. El policía no es municipal, es un judicial tan grande como un ropero que apunta su arma a los dos.
- No es nada oficial.- Dijo Murillo.- Es que lo atrapé con mi novia, eso es todo. ¿No es así?
- Sí, disculpe que me haya puesto tan a la defensiva, pero creo que esa chica es para quedarse.
- Ponte de pie y apóyense contra la pared.- Nos revisa a ambos, pero no encuentra nada.- Soy el oficial Ulises Cabrisas, y soy judicial, par de maricones, eso significa que los subo a mi nave y nadie tiene por qué saber en dónde terminaron. ¿Entienden?
- Sí oficial.
- Lárguense de aquí.

            Estuvo demasiado cerca. El judicial Cabrisas nos tenía en sus manos, de haber traído mi arma estaría llamando a Bruno con toda clase de explicaciones que no quisiera dar. Manejo en círculos por casi una hora, asegurándome que he perdido a Murillo definitivamente. Una vez convencido me dirijo directo a Maribel, hay un par de preguntas que me gustaría hacerle. Espero que las pueda conseguir sin más moretones y golpes. Maribel me abre la puerta en un camisón que revelaría menos si estuviera desnuda. Difícil recordar lo que estaba por decirle. Me limpia las heridas en el sofá de su sala con algodón, alcohol, vendas y muchos besos. Ella podría ser enfermera, podría hacer que cualquiera olvidara que tiene cáncer o un disparo. Le digo todo, no omito las partes vergonzosas, pues son gran parte de la historia. Ella termina, pone algo de blues y se sienta sobre mí, acariciando mi rostro.
- ¿Cómo fue que lo puso? Amistad, amor, café, licor y comida. Los lujos que valen la pena.
- Suena como algo muy sabio.
- ¿Qué tienes con Villafaña? Sabemos que le debía dinero, sabemos que él instaló el gas, pero tú debes tener algo más, sonabas demasiado segura.
- Lo voy a traer.- Se pone de pie y me guiña el ojo.
- Pero camina más despacio, la vista es buena.
- Eres un romántico empedernido Momo.- Regresa con un cigarro en la boca y un pequeño bloc negro de anotaciones.- ¿Sabes qué es esto?
- Intuyo que no es tu diario.
- Intuyes bien. Es un bloc de policía. Más específicamente el bloc de uno de los policías que pasaron la noche entera, y el día, en un retén. Este retén está inmediatamente saliendo de Caucel, si alguien iba o salía de esos desarrollos, su placa estaría aquí junto con la fecha, incluso si no lo cuestionan. ¿Adivina quién estuvo ahí esa madrugada?
- Rafael Villafaña.
- Exactamente, y esto lo demuestra. Le dijo a la policía que pasó la noche en la oficina, esto lo desmiente. Incluso tuvo a un sujeto que lo apoyó, un gorila que dijo ser jefe de seguridad.
- Ricardo Murillo.- Leo el bloc. Varias placas, horarios, un par de albures y algunos dibujos obscenos. Ella señala el número de su placa. Lo tenemos justo donde lo queremos, limpio, rápido y, sobre todo, contundente.
- Toda esta emoción... Me pone creativa.- Se hinca frente a mí y me abre el cinturón.
- ¿Segura que tienes tiempo? Dios no lo quiera y te llaman al celular.
- Momo...- Se detiene y me mira divertida. Tengo cara de idiota, no necesito un espejo para saberlo. Trato de sonar casual, no hay nada de casual en esto.- No te pongas celoso de una vieja flama. Es un anestesiólogo que cree que me trae muerta. Es parte de mi equipaje y no quiero embarrarte con él, quiero hacerlo bien, al menos una vez.
- ¿Por qué las más lindas siempre son las más peligrosas?
- Buena pregunta, ¿por qué será?
- Porque valen la pena.- Maribel se ríe, se le hace romántico y juvenil. Yo me rió también.- Lo saqué de una película. Sonaba mejor ahí.
- Sí, estoy segura que sí, pero la intención es lo que vale.- Me mira plácidamente, su respiración tranquila y un destello en los ojos que no puedo estar imaginando.- ¿Por qué te dicen Momo?
- No sé, siempre ha sido así. Lo prefiero a Mario Orson. Mi papá me decía así. Es lo único que me queda de él, esas visitas al penal. Crecí con mi mamá y mis tíos.
- Tus cientos de tíos.- Dijo, encendiéndome un cigarro y acostándose en mis piernas.
- Sí, creo que la familia quería poblar el estado entero. Por eso me da miedo salir con chicas yucatecas, podría ser mi prima. Pasó una vez, gracias a Dios no llegó a más. Mi tío Justiniano me quería entrenar para policía, pero soy demasiado decente para eso.
- Demasiado decente y demasiado inteligente. Mírate nada más,- Dijo con dulzura.- tienes 25 años y ya eres todo un detective.
- Mejor que lo que obtuvo mi papá, vida en prisión. Bueno, dicen vida pero es más como muerte. Lo apuñalaron cuando cumplí veinte. Ya casi no lo visitábamos para ese entonces. El viejo se hizo suave, le falló algo y adiós. Linda lección de vida. Es como Bruno siempre dice, los aciertos no los cuentes, los fallos son lo que sacan tu número. ¿Y qué hay de ustedes dos, extrañas Cuba?
- Fue hace muchos años, no hay mucho que extrañar. Bruno y yo nunca tuvimos una familia muy unida. Haces lo mejor que puedes con las herramientas que tienes, ¿no es cierto? Mi hermano mayor y tú tienen ese cerebro especial. Yo tengo... Lo que ves.
- Eres más lista que cualquiera de nosotros, y más peligrosa.
- Que bueno que te gusta el peligro.
- Me encanta.- Susurro, mientras la beso con calma.

Ahora:
            Siempre existen un par de indicadores que te muestran cómo avanza el tiempo. Los anuncios espectaculares, la música de centros comerciales y las mujeres que has amado. Ella aparece de nuevo y me doy cuenta que han pasado diez años. Una década que se hizo el doble de larga al verla de nuevo. Maribel Beltrán, incluso pensar su nombre me hace sentir más viejo. Me gustaría decir que me hace sentir más cercano a la muerte, pero no es cierto, ella me hace sentir más cercano a la vida. No hay nada más peligroso que algo que te hace sentir vivo. Quizás es cierto, quizás el cuerpo, en el fondo, no puede esperar para morir. Por eso te enamoras de las peligrosas, por eso te atrae la velocidad y la violencia. Derrite un corazón que ha estado congelado y es imposible seguir el caso sin dejar de pensar en ella.

            No pude dormir en lo absoluto. Las aspas del ventilador no consiguieron hipnotizarme. A primera hora estoy en el Club Campestre, Esther Morales se encuentra jugando canasta con aburridas amas de casa que atienden por la promesa de tener sus rostros en la sección de sociales. No es fea, pero eso no dice mucho. Es una rubia con apariencia de aburrida, pero con un secreto que le costaría todo. Aquí estoy yo, para esconder la verdad, para quitarle ese estúpido velo de santidad moral y regresarla a donde pertenece, la oscuridad.
- Sería terrible, impensable.- Repite hasta que llegamos a la puerta, lejos de los oídos curiosos.- No puedo ni decirlo en voz alta. ¿Qué puedo hacer?
- Le daré un consejo, señora Morales...
- Orozco.
- Como sea, señora Orozco, pague el dinero. La mejor manera de atrapar al maldito es con el dinero.
- ¡César, querido, que bueno que llegas!- Me interrumpe con un saludo que me deja sordo. César Orozco es un hombre de estatura media, con cara de aburrido y una costosa camisa de algodón egipcio.- Quiero que conozcas a Mario Orson.
- Momo, por favor.- Estrechamos manos sin saber qué decir.
- Momo es un reportero y está pensando hacer un artículo sobre nosotros.- Eso le llama la atención y sonrío, es la mentira perfecta.
- ¿Cómo va el negocio con Traco?
- A la perfección, nos estamos expandiendo rápidamente.- Un par de frases neutras y el marido se va. Esther respira tranquila por unos momentos, pero los nervios no se van.
- No puedo conseguir los treinta mil pesos sin que César se dé cuenta. No tengo mi propia cuenta.
- ¿Qué hay de su... ¿Qué hay de Laura Cruz?
- Ella no me quiere hablar desde que le mencioné el chantaje. Tiene tanto que perder como nosotros, quizás ella no aparezca en Sociales, pero podría destruirla.
- Quizás yo podría convencerla, deme su dirección.

            No quiero perder tiempo. El esposo de Laura Cruz, Juan Esteban Cintra, podría estar en casa. Prefiero ir a la casa de bolsa Centurión, queda cerca y hay varias preguntas que quiero hacerle al misterioso abogado. Entro a la recepción para preguntar por él, pero no hay nadie. La secretaria acompaña a los visitantes. No les prestaría mayor atención, de no ser que entre ellos está Mariano Ix, el político del PRI y amante de Maribel Beltrán. La tentación de romperle el cráneo es llamativa, pero tendrá que esperar, al menos por ahora. Está discutiendo con su grupo y uno a uno se van yendo con la misma cara que con la que entraron. Lo espero apoyado contra su auto, es el último en irse. Disfruto la sombra, la poca briza que hay, pero mis nudillos están blancos.
- ¿Mariano Ix? Soy Momo, el doctor Molina debió haber hablado con usted.- Deja de sonreír. De hecho, de deja de moverse. No puede ni parpadear, el miedo estalla desde la base de su columna y trata miserablemente de decir algo más coherente que algunos murmullos.
- Puedo conseguir el dinero, ¿servirá de algo?
- Sí, servirá de mucho. ¿Conoce a un Ramón Echeverría?- Niega con la cabeza. Valía la pena intentarlo, el corredor de bolsa de Vórtice está en la misma lista de chantajeados. Podría decirme la verdad, pero no lo hará. Incluso si no le conoce directamente es obvio, si está en Centurión, que tienen amistades en común. Podría ser coincidencia, los pacientes del doctor provienen de los mismos círculos. Podría ser eso, podría haber algo más. La mera presencia de Maribel apunta a eso.
- Mencioné nombres y mencioné... Si recupera esas anotaciones no significará nada, pero si no lo hace, si esos apuntes ven la luz del día...
- Lo destruirían.
- Exactamente. A mí y a muchos más que no estarían muy felices conmigo. Nada felices.
- ¿Quiénes sabían que Julio Molina era su terapeuta? Me refiero a enemigos, la clase de gente que podría atender a un par de sesiones y aprovechar la oportunidad de hacerse del cuaderno.
- No se me ocurre nadie.
- Vamos, has el esfuerzo.- Quiero estrangularlo, pero me contengo.- Todos tenemos enemigos.
- Nadie sabía que iba al terapeuta, ni siquiera mi mujer. Es vergonzoso.
- No, vergonzoso es que te cachen. Otro nombre en la lista conocía al doctor Molina, no íntimamente sino en cuestión de negocios. Le pidió consejos y esa clase de cosas que los psicólogos no deberían hacer. Me preguntaba si no habría hecho lo mismo contigo.
- No exactamente.
- No tengo paciencia para “no exactamente”. Eso es un sí, ¿qué fue?
- Nada grave, quería saber si el estado podía cambiar leyes sobre similares. Ya sabe, los medicamentos. Él prescribe solo similares. Es más barato.
- He oído eso.
- Le dije que no, es algo federal. Fue hace casi un año, con la campaña contra similares, su hermano fabrica similares aquí y por eso quería saber. Fuera de eso, creo que odia a la política.
- Cualquier persona decente lo haría. Prepara el dinero, cuando el chantajista mande instrucciones actuaré, y podría ser en cualquier momento.

            Mariano Ix confirma todo lo que la gente ya sabe sobre los políticos. Si mueve los labios está mintiendo, y los movió mucho. Conoce a Ramón Echeverría, estoy seguro, pero no sé cómo y no sé para qué. Algo me dice que el chantajista sí lo sabe, pero tendré que dar un rodeo para enterarme por mí mismo. Quiero lavarme los oídos, escuché suficiente basura por un día. Quiero visitar a la amante casada de Esther Morales de Orozco, pero sé que no llegaré hasta allá. Alguien me sigue, sería peligroso llevar mi cola hasta su casa. Tomo una glorieta, le doy cinco vueltas. El coche estaba a dos autos de distancia, un Audi blanco bien mantenido. La puedo ver al volante, es Maribel Beltrán. Me adelanto un poco, estaciono en una plaza y la espero afuera. Si quiere dispararme, tendrá que esperar, escogí un buen lugar con muchos testigos. Me enciendo un cigarro para aparentar tranquilidad mientras ella estaciona a mi lado y sale. No ha envejecido ni un día. Ahora viste más decente, como la amante de un político debería vestir. Aún así, conserva su collar de mariposas. Es bueno ver que algunas no cambian.
- ¿Qué quieres con Mariano?- Se cruza de brazos, va directo al grano.
- No me seguiste desde la mañana, tú estabas siguiendo a Mariano Ix. ¿Por qué, cuál es el ángulo?
- Tengo algo estable con él.
- No, no lo tienes. ¿Cuál es el ángulo?
- ¿Cuál es el tuyo?
- ¿En serio? Diez años y vamos a recurrir a tácticas de niños de escuela. ¿Ahora operamos bajo la política de “yo lo dije primer”?
- Tú y yo Momo, no operamos bajo ninguna política. No desde lo de mi hermano.
- Mariano está siendo chantajeado, junto con otras personas. Hablaron de más con un psicólogo. Ahí está, ¿qué hay de tu ángulo?
- ¿Te asustaría saber que tenemos una relación estable?
- Me asustan muchas cosas Maribel, tú eres una de esas, pero no me asusta la mentira que me acabas de decir.  
- Mariano tiene el lodo hasta las rodillas. Habla mucho en la cama y grabo muchas cosas. He estado vendiendo secretos de partido al PAN por un rato, a veces con su ayuda y a veces sin él. ¿De eso trata el chantaje?
- No, desfalco. Descuida, estás protegida.
- Me siento muy segura ahora, gracias Momo.- Se sube a su auto y hace reversa como si no hubiera nadie. Está fuera de mi vista en un pestañeo.

            No dejo de pensar en ella mientras manejo a la casa de Laura Cruz. La amante casada tiene una pequeña casa en la parte fea de la Emiliano Zapata. Es más que las casas de piedras y argamasa que le rodean, pero mucho menos que las residencias y mansiones de la siguiente cuadra. Existe a varios escalones sociales de Esther Morales de Orozco, de eso no hay duda. Me reconoce a la primera, me hace pasar y me ofrece un vaso de agua. No tiene mucho, pero al menos es un hogar. Tiene una pared cubierta de fotografías. Su matrimonio con Juan Esteban Cintra, del comienzo hasta la navidad pasada. Son pequeñas cápsulas del tiempo. Juan Esteban tiene un camión de mudanzas, luego es de mensajería, luego la oficina de Mensayuc, luego una flotilla de tres camiones. Mientras tanto aparecen cada vez más alejados en las fotografías y ella cada vez más desesperada. No me engaño, el chantaje a Esther es tanto para ella como lo es para Laura. Ella no se engaña tampoco, sabe que tendrá que saquear su cuenta de ahorros.
- Hablé con ella hace una hora, me dijo que la fue a visitar. Ella tiene algo de dinero que puede usar, además de empeñar algunas joyas que su marido no extrañará. Podremos reunir el dinero.
- Todo esto durará poco, se lo prometo.
- Es que no puedo...- Su rostro, delicado y casi pálido, se pone rojo y sus ojos se inundan de lágrimas.- No puedo divorciarme de Juan Esteban, y no es por dinero o nada parecido. Es que le ha estado yendo tan bien y sería tan sorpresivo... Al menos para él sería abrupto. Mensayuc consiguió ser la primera mensajería privada local para el gobierno del estado, es algo por lo que ha luchado toda su vida. ¿Sabe lo que le harían si se enteraran que su esposa es una...
- Entiendo, lo harían pedazos. Vivimos en un monasterio sin paredes, pueden soportar tener algunos políticos maricones, pero saldrían con alguna clausula moral para quitarle esos contratos.

            Se lanza a mis brazos y se suelta a llorar. Ahora la entiendo, vive encerrada en esas cuatro paredes con un amor prohibido y el corazón en la garganta. Esther Morales podrá empeñar algunas perlas, no las extrañará, pero Laura Cruz perdería mucho más que solo el dinero. Le hago un té de tila y la dejo más calmada. Yo no estoy más calmado, estoy tenso como cuerda de violín. Mi tía Anastasia solía decir que la tensión mata, vivió como hippie en Umán por muchos años hasta que la atropelló un camión. El conductor mencionó que parecía muy calmada en sus últimos momentos. Yo no estaré así. Estoy tan encerrado como Laura Cruz de Cintra. Camino en un laberinto que se hizo más peligroso el momento en que Maribel reapareció en mi vida.

            Trato de comer algo, pero hasta eso se arruina. El doctor Molina ha recibido instrucciones. No quiero decírmelas por teléfono así que me arruina el bistec y el vino tinto. Podría hacerlo por teléfono, pero el psicólogo cree que estamos en película de espías así que manejo hasta su consultorio y lo encuentro temblando en el sillón que sus pacientes usan. Me extiende su Blackberry con el mensaje. El sujeto es listo, usó un número diferente para cada imagen que envió y ahora para el mensaje. Los treinta mil de cada uno en dos maletas, llevarlas hasta el cuarto 434 del Hotel real en el centro, la llave electrónica estará en el florero del pasillo a las once de la noche. Aviso a todos los involucrados, el doctor recogerá el dinero y yo me haré cargo desde ahí. Manejo a mi casa para recoger algunas cosas y la veo sentada en las escaleras de mi departamento.
- ¿No me vas a invitar a entrar?- Me congelé unos segundos. Abro la puerta nerviosamente y la dejo entrar. Echa un vistazo a todo y no parece sorprendida.- Muebles minimalistas, no me sorprende. ¿Esa es una colección de discos de blues?
- Sí, me creció la afición.
- Todo es tan... Limpio y meticuloso. ¿Comprar cosas caras tapa el hueco en tu corazón?
- No, pero el revólver que llevas en el bolso pondrá uno ahí.- Ella me mira sin reaccionar, tira el bolso sobre la mesa y yo le quito las balas.
- Es exactamente el lugar que uno esperaría ver en alguien como tú. Alguien vacío, sin amigos, sin amor, sin nada que lo ate a este mundo más que el dinero.
- ¿Te gusta la psicología?
- La detesto. Yo no quería regresar, tenía algo seguro en Cancún. No quería, pero lo hice.
- ¿Por qué lo hiciste?
- Mariano Ix es un idiota, pero uno que hace dinero y me permite hacer dinero a mi manera.
- ¿Quieres algo de tomar?
- Tequila.- Se impresiona al ver la barra, tengo una botella de cada cosa y todo de la mejor calidad. Sirvo dos vasos pequeños de tequila. Necesitaré más que un tímido caballito de tequila para calmarme.- Tenía miedo de volver, pensé que si lo hacía te encontraría a ti. Así que finalmente lo hago, regreso a Mérida con la certeza que nuestros caminos no se cruzarán y entonces te veo.
- ¿Tienes algo que ver con el chantaje del psicólogo?
- Nada.
- Entonces nuestros caminos no se cruzarán de nuevo.
- No bromees sobre eso... Maldito seas Momo, ¿tienes que ser tan frío?
- Sí, porque si no lo fuera no sobreviviría el verte.

            Me lanza la bofetada más fuerte que he sentido en mi vida. Me saca una lágrima y el cachete me arde como si me hubiese lanzado ácido de batería. Le detengo la siguiente y yo le suelto una que le voltea el rostro. Me mira con esa expresión que solo las leonas pueden tener cuando se lanzan a matar. La agarro del rostro y la beso con todas mis fuerzas. Me empuja, pero la agarro de nuevo. La tiro sobre el sofá y dejo que me ahorque, dejo que me pegue, dejaría que me disparara si eso quisiera. Me arranca la camisa con la misma furia con la que yo le arranco la blusa. No hay nada más que el fuego, nada más que aquello que te hace sentir vivo pero que te matará de mil maneras antes de expirar. No nos importa, lo hacemos aunque sabemos que está mal, aunque sabemos que es tóxico, aunque sabemos que no conoce otro nombre más grosero y más obsceno que amor. Debe ser el mismo amor que la flama tiene con el gas, el mismo amor que el cáncer tiene con las células. Terminamos desnudos en el piso, gruñendo y maldiciendo. No queremos lastimarnos, pero lo hacemos. Quizás siempre sea así, que lo que más deseas te lastima con mayor intensidad. Lo es para mí, porque yo la deseo a ella tanto como ella quiere matarme, tanto como ella quiere poseerme y tanto como ella me desea a mí. Al final terminamos desnudos y jadeando, recuperando el aliento bajo el frío abrazo del aire acondicionado central. Nos miramos en silencio, somos dos reos en sentencia de muerte, sabemos que esto no irá a otro lugar más que a la tumba, pero si es así, ¿por qué la deseo tanto?
- Te odio porque te amo.- Dijo ella. Lógica de desesperación, pero tiene sentido para mí.- Te amo tanto que me odio a mí misma. Diez años...
- Diez años, nueve meses y trece días. Recuerdo la fecha mejor de lo que recuerdo el funeral de mi madre.- Se estira para sacar los cigarros de mi pantalón y me pasa uno.
- Mi hermano era todo lo que tenía y no lo he visto desde...
- Desde hace cinco años, lo visitaste en su cumpleaños y en Navidad. Tenía amigos en el penal en ese tiempo.
- Venía para verlo desde Cancún y regresaba. Valía la pena. No pude seguir viniendo. No podía seguir viéndolo así, cada vez más desesperado y más golpeado. Me pidió que no lo visitara nunca más. Ese fue el día que realmente lo perdí. ¿Sentiste eso cuando tu papá estaba en prisión?
- Sí.- No sabía qué decir. No había nada realmente que pudiera decir. Esa clase de preguntas no buscan una respuesta, buscan algo más profundo.- ¿Desde cuándo estás en Mérida?
- Unos meses. Conocí a Mariano en Cancún, conectamos de inmediato.
- ¿Conectaron?
- Él cree que sí, ¿importa la verdad?
- No, no realmente. ¿Qué tiene con las casas de bolsa?
- Ix y otros de su camarilla usan Centurión para su desfalco. Han estado teniendo un juego de esconder el dinero y lavarlo desde hace tiempo.
- ¿Y tú lo apretarás con eso?
- No, Ix tiene mucha cola que le pisen. No quiero apretarlo, quiero sacar dinero a sus expensas. Además, no bromeaba cuando dije que era algo estable. Me trata bien, me consiente, cree que es más listo que yo, ¿no es el sueño de toda mujer?
- ¿Y lo amas?
- ¿Importa la verdad?
- Importa para mí.
- Tú ya no tienes derecho a la verdad Momo, no desde que me quitaste a mi hermano.
- La verdad es complicada.
- Vaya que lo es.- Se pone de pie y comienza a vestirse.- Me tengo que ir, Mariano me llevará a cenar esta noche. No lo toques, no bromeo.
- ¿Qué crees que haría?
- Si realmente eres tan frío como pareces ser, entonces nada. Si no lo eres, le partirás el cuello como a un pollo.
- Estoy tentado, pero cuarenta mil pesos dicen que termine el caso y encuentre al chantajista.
- Me lo suponía. Buena suerte Momo,- Dijo, mientras recolectaba sus cosas y caminaba a la puerta.- espero que tu dinero te haga compañía en la noche. Por cierto, ¿has oído la noticia?
- ¿Qué noticia?- Me hace esperar. Se queda en la puerta mientras yo trato de reunir algo de dignidad sentándome desnudo en la sala de mi departamento.
- Bruno salió de prisión la semana pasada. Que pases buena noche.

            Incluso si tuviera ropa estaría vulnerable por completo. Nunca me había sentido tan desnudo. Bruno Beltrán salió del lugar de donde se suponía pasaría el resto de su vida. Mi mundo, frío, controlado, estable, se derrumba a mí alrededor. Maribel aparece de nuevo y le prende fuego a todo lo que quisiera creer sobre mí mismo. Su hermano hará algo peor que eso. Algo infinitamente peor. Habría vomitado del susto, de no ser por la hora. Tenía que capturar a un chantajista, nada de tiempo para el miedo, ni para los nervios. Un silencio, profundo y ensordecedor me acompañó hasta el consultorio del doctor. Era una nada tan honda y temible que me asfixiaba. Peor que el veneno, era un espejo, y no salía bien librado.

            Aún así, todo debe estar controlado, todo por compartimientos. Finjo que cierro la gaveta que lee “Beltrán”, pero ese es un cajón que nunca permanecerá cerrado. Llevo las dos maletas al hotel, sigo las instrucciones al pie de la letra. Reviso cada ángulo, pistola en mano. Nadie sospechoso en el lugar. Abro la puerta de golpe, pero me quedo en el marco. La habitación esta sola. Tiene que haber un ángulo, el chantajista no es tan estúpido como para esperar unas horas y entrar por las maletas. Tenía razón, no lo es. Un sobre en el marco de la ventana me da las últimas instrucciones. Me asomo, el camión de redilas está ahí como prometido, tiro las maletas y el vehículo avanza a toda velocidad. Corro para perseguirlo, pero es muy tarde. Se ha ido con el dinero y me mejor oportunidad para atraparlo.

            La noche aún no termina, hay otra pregunta que me está quemando por dentro. ¿Cómo hizo Bruno Beltrán para salir de prisión? Engraso algunas manos en el ministerio público y en menos de una hora tengo algunas respuestas. El abogado Hassan Alfid se hizo cargo del caso seis meses atrás, encontró ciertas irregularidades en el proceso y los tecnicismos lo liberan. No pierdo tiempo, ubico la oficina de la firma de Hassan Alfid y violo un par de cerraduras para entrar. El perro de ataque protege la parte delantera del edificio, pero uso algo del cloroformo que guardo en el maletero con un poco de comida y está fuera de combate. Las alarmas electrónicas se quedaron en los ochenta y en menos de diez minutos estoy en la oficina de Hassan Alfid, guantes de látex y lámpara agarrada con mis dientes.

            Hassan Alfid es un abogado mercantilista, no penal, esa es la primera luz de alarma. El lugar tiene un enorme cuadro de arte contemporáneo que adorna una oficina pulcramente ordenada al estilo minimalista japonés. Reviso lo que encuentro y me formo una idea de la clase de lugar. Alfid supervisa los permisos y trámites para una compañía que quiere surtir florerías por varios pueblos, tiene contratos para abrir franquicias de helados y el gordo archivo criminal de Bruno Beltrán. Hermosa historia del sistema penal mexicano, Alfid “descubrió” que el expediente estuvo mal redactado diez años antes. Es un pase fuera de prisión que debió costarle muy caro.

            Regreso a mi casa, espero verle ahí. Entro, pistola en mano, pero no está. Intento con la casa de Maribel y encuentro a un BMW vigilando el lugar. Estaciono a dos cuadras, los vigilo con binoculares. Algo me dicen que me conocen y eso podría traer problemas. Le llamo a Mariano Ix, le pregunto si puso a alguien en casa de su amante. Está casi tan asustado como yo. Dos minutos después una patrulla los corre. Les sigo desde lejos, no puedo arriesgarme. Es difícil mantener la distancia cuando transitan avenidas que a esa hora de la noche están vacías. Me muevo pegado a la banqueta, luces apagadas. A más de cien metros soy prácticamente invisible, pero tengo que tener los sentidos agudizados al máximo para evitar las patrullas.

            Llegamos al centro, pero el BMW maneja por rutas poco conocidas. Termina en una casona con un estacionamiento en la parte de al lado. Les veo entrar a la casona por una vieja puerta de madera que tiene a un guardia vigilando. Estaciono en el mismo lugar tratando de seguir al valet que lleva al BMW. Le veo colocar la llave en un pequeño arreglo de madera. Aprovecho que nadie lo vigila para echar un vistazo. Tienen revólveres de plata bajo los asientos y media docena de celulares. Llamo desde cada uno a mi celular, para luego borrar el registro. Ningún número es el de mi chantajista. Son celulares desechables, no tienen mensajes ni memoria, existen para contactar con camellos o pedir algo y luego tirarlos por la ventana. Dejaron sus carteras atrás también, tienen suficiente dinero en los bolsillos como para olvidarse de ellas. Mis gorilas ahora tienen nombres, Horacio Machado y Gerardo Benavides. Salgo del estacionamiento para ir a la casona. La juego suave, sonrisa en los labios y con ritmo interior.
- ¿Le puedo ayudar en algo?- El rubio me mira con cara de aburrido, pero yo sonrió como un estúpido. Saco la cartera, arreglo mis billetes, me aliso el cabello y sonrío aún más. Repite la pregunta, pero en inglés y de inmediato sé qué clase de lugar es este.
- Tú no, pero las chicas adentro, creo que sí.- Se lo digo en inglés y él sonríe y me deja pasar.

            Había escuchado de lugares así, son burdeles para los gringos retirados que ahora prácticamente son dueños del centro, al menos de las partes lindas. Los hay de todas las edades, junto con algunos locales. Las chicas y los chicos también son de todas las edades. El patio está decorado como fiesta griega, supongo que se ajusta a la situación. El edificio, construido al estilo español, tiene dos pisos de habitaciones que se cobran por la hora. Entablo conversación con un par de clientes, nada de preguntas y nada de detalles. Compro algunas bebidas del bar, no causo impresión alguna y los vigilantes, verdaderos halcones que se pasean entre todos, no podrían imaginar lo que tengo en mente. No dejo de pensar en Maribel, en Bruno, en esos dos matones, en mi chantajista y en el laberinto en el que estoy metido. Eventualmente los veo y hago lo posible por no ser visto. Se eligen a dos jovencitas tailandesas muertas de hambre y suben al segundo piso. Les veo desde abajo, a través de un vaso de cognac barato. Subo las escaleras con calma, silbando una canción, preguntándole a las chicas sus precios. Tercera puerta, está entreabierta y me asomo lo suficiente para saber que están en la tina del baño.
- ¿Le puedo ayudar?- Es mujer, pero comanda respeto. Vestido de coctel que esconde un cuchillo de hoja retráctil en el escote.
- Me preguntaba si pudiera tener habitación con tina y televisión.
- Todo es posible en esta vida. Están ocupadas, pero si gusta acompañarme podríamos encontrar un... amor que le venga bien.
- Eso estaría perfecto.- No puedo forzar mi mano, pero al escuchar sus voces en la habitación, peleándose para contestar un teléfono y acallar a las mujeres tengo que improvisar algo.- ¿Cuál es su política sobre grupos? Tengo amigos en Chetumal que les encantaría venir.
- Bueno, eso depende.- Me planto en el umbral de la puerta y la miro como si me importara un demonio lo que tiene que decir. Escucho la conversación por celular, pero es difícil, la mujer no parece fácil de engañar.
- Llegará por el puerto de Progreso...- Decía uno de los mafiosos.- los técnicos tendrían que estar listos para entonces... Entiendo, ¿pero quién contratará los camiones? Tendrían que ser dos...
- Disculpe,- Dije en cuanto le escuché despedirse.- ¿por qué no seguimos la conversación abajo? No quiero molestar a los huéspedes.

            Media hora de plática después y yo estoy fuera. Quería irme antes, pero no valía la pena. La habría puesto nerviosa, recordaría la habitación y con una simple descripción yo estaría quemado. El cártel está involucrado en algo, no quisiera saber en qué, pero algo me dice que ese algo tiene que ver conmigo. Manejo de regreso, sabiendo que no dormiré esa noche tampoco.

Antes:
            Mis actividades extracurriculares con Maribel se detienen, Bruno recibe una pista prometedora. No me pregunta por su hermana, y por ello estoy infinitamente agradecido. Comenta en mi corbata, dice que no tengo gusto, pero es un paso delante de las camisas hawaianas y las playeras de equipos de football. La viuda de Rodolfo Alancón usó su tarjeta para comprarse siete mil pesos en abrigos. Elisa Cobiella se ha dado la gran vida tras el lamentable fallecimiento de su marido, tal como Bruno lo había predicho. La encontramos aún en Chapur, cargada de bolsas y con una sonrisa en la boca como si el lugar le perteneciera. Quiero llegar a presentarme, pero Bruno me detiene. La seguimos un poco, la vemos escoger algunas cosas y volver locas a las dependientes con toda clase de preguntas.
- Aún no, quiero esperar a que se pruebe zapatos.
- ¿Por qué?
- ¿Le viste los pies? Creo que cazamos a Pie Grande.- Esperamos en la sección de trajes y sastrería, el lugar está tan abandonado que podría robarme todo su inventario y ni así llamaría la atención de los vendedores.- No tendrán de su talla, eso la hará emocionalmente vulnerable. Cualquier cosa será una ventaja.
- Crees que Alancón sacó el dinero pero nunca le dio su parte a Villafaña. Crees que ella sabía en dónde estaba el dinero y ha empezado a gastarlo.
- Exactamente. Estás mejorando en esto.- Me ruborizo, pero él finge que no se da cuenta.- Tienes que pensar en los ángulos Momo. Ésta no es mi única teoría, pero es la mejor que tengo. Dime, ¿qué ves en ella?
- Años, liberación, frenética.
- ¿Quién dice que los jóvenes no aprenden? Vamos, acaban de informarle que sus pies son monstruosamente grandes.- La abordamos mientras se aleja, con la cabeza gacha.
- Mi nombre es Bruno Beltrán, detective privado.- Le muestra la identificación y de inmediato le ayuda con algunas bolsas.
- ¿Son del seguro? Porque ellos me dijeron que el dinero ya era mío.- Nos mira asustada. Me pongo atrás de ella, como Bruno me enseñó. Su reflejo en el espejo del otro corredor me deja ver una mujer pálida y asustada.
- ¿Cuánto le pagó su aseguradora?
- Ese no es problema suyo.
- Rodolfo Alancón se hizo de una fortuna antes de morir, la tesorería lo está buscando.
- ¿Y qué? Rodolfo nunca me dio nada. Además, yo puedo gastar mi dinero cuando quiera.
- No si es dinero de los contribuyentes. ¿Alguna idea de dónde pudo haberlo dejado? No es la clase de cosas que uno olvida en el buró antes de salir.
- La policía ya me interrogó y no tengo por qué revivirlo de nuevo. Devuélvame la bolsa.
- ¿Esta bolsa?- Bruno la lanza por encima de una mesa con zapatos en oferta tirando algunos.
- Malditos fuereños.- Se hace pasar, recupera su bolso y yo sigo a Bruno que se aleja sonriendo.
- ¿Qué fue eso?
- ¿Quieres un chicle?- Abre un envoltorio de chicles, toma uno y me lo ofrece.
- ¿Qué? No, gracias. ¿Qué fue eso?
- ¿Seguro? Es un paquete nuevo.- Se detiene en las escaleras al estacionamiento y repite la pregunta.- ¿Seguro que no quieres un chicle?
- ¿Qué obsesión tienes con los chicles? No, gracias. No quiero chicles. ¿Ahora me dirás?
- Algunas personas toman el chicle, quienes lo hacen son la clase de gente que puedes quebrar. Es psicología aplicada, nada más. Lo de la bolsa fue lo mismo. Esa mujer tiene mucho que ocultar.
- ¿Cómo treinta millones de cosas que ocultar?
- Eso creo. Está todo en el comportamiento. Al menos una parte de mi teoría ha quedado comprobada. Se me antoja comida italiana, ¿me acompañas? Conozco un excelente lugar donde cocinan con vino blanco italiano, y no esa porquería en caja que suelen usar.
- No, tengo algo que hacer, pero gracias de todas maneras.

            Moría de hambre, pero tenía algo más importante que comida italiana en la cabeza. Había tenido tiempo para pensar las cosas. Mi incursión fallida a la oficina de Villafaña, la golpiza de Murillo y esa pequeña excursión a la casa en ruinas tenían una pieza que sobraba. El judicial, Ulises Cabrisas. Demasiada coincidencia que un judicial estuviera ahí, a solas y sin ningún otro motivo que las ganas de quemarse al sol entre casas a medio terminar. Aprovecho algunos contactos de Bruno, finjo que es para él y reparto algo de dinero. Ese algo me cuesta una buena parte de mis ahorros, pero la información funciona. Ulises Cabrisas tiene una de esas casas de tres muros en Miguel Hidalgo sección IV. Las colonias que tienen sección ya hablan por sí mismas y mientras más números tienen peor es. Cuadra tras interminable cuadra de las mismas casas y la misma pobreza. El número 187 está pintado en graffiti y el auto no está en la entrada. Recojo los panfletos que encuentro en las casas y me presento como vendedor. La idea es estúpida, nadie quiere a los vendedores, pero por obra del Espíritu Santo funciona. Mi tío Ricardo hacía lo mismo, sólo que era vendedor de aspiradoras, siempre decía que si quieres sexo rápido y fácil no hay mejor manera que fingir ser vendedor de aspiradoras. Según su filosófica teoría antropológica, las mujeres que están lo suficientemente desesperadas para escuchar a alguien hablar sobre vendedoras y entonces estaban lo suficientemente rápido para algo de acción clandestina. Era sabio mi tío, hasta que le dio clamidia y su truco dejó de funcionar. Mi tío habría adorado a la esposa de Ulises Cabrisas, ella quería saberlo todo. Tenían una tele nueva, un sofá nuevo y una vajilla que parecía costosa. Me dejó saber que su marido esperaba un dinero y pronto. Era todo lo que necesitaba saber, lo difícil fue despegarme de ella.

            Ulises llegó a comer poco después. Corrí a la tienda para calmar el estómago y le esperé a cuadra y media de distancia. Ulises no tardó mucho, pero no salió a un ministerio público, fue directo a la viuda, Elisa Cobiella. No pude escuchar la conversación, pero ella estaba a la defensiva y él quería algo de ella con gran insistencia. Vestía como judicial, con la misma horrible camisa que les hace parecer gordos, pero nunca señaló su insignia, ni la quiso asustar con su placa. Nunca confíes en un policía, menos en uno que se le olvida que es policía. El tour no había terminado, Ulises Cabrisas me llevó al centro, a la agencia Beltrán. Aprovechó la ventaja de tener una patrulla y estacionó a un lado del edificio. No podía quedarme allí así que aproveché que no miraba hacia la calle para avanzar y desesperadamente encontrar un sitio en línea amarilla. Regresé corriendo la cuadra, pero me quedé en la esquina, fingiendo que compraba playeras para turistas que ni ellos usan. No entró a la agencia, se quedó agachado a un lado de la consola de Telmex. Violó el candado con un desarmador y de su bolsillo sacó otro idéntico. Era obvio que lo había hecho antes. Abrió la consola e, incluso sin verle, supe que estaba instalando una escucha electrónica. Luego de eso regresó a la patrulla y se alejó a toda velocidad. Caminé con calma a la consola, rompí el candado con una piedra y quité la escucha, algo como un clip negro con antena y dos pequeños focos.

            Me fui de ahí, sin saber qué pensar o qué decirle a Bruno. ¿Cabrisas quería escucharlo a él o a mí? Era posible que supiera mi identidad, que supiera que investigo el caso desde otro ángulo y que supiera sobre la extorsión a Villafaña. Era posible que el judicial hubiera estado ahí para proteger a Murillo, en cuyo caso no tardarían mucho en averiguar que Maribel Beltrán tenía la evidencia de extorsión. Decidí omitirle el incidente a Bruno, con la esperanza que la extorsión terminaría rápido. Maribel pareció leerme el pensamiento, pues me llamó en ese preciso instante.
- Mujer mariposa, estaba pensando en ti.
- Ahora me siento fatal por decirte en lo que pensaba.
- ¿Villafaña?
- Exacto. No suena tan romántico así.- Oír su voz me relaja, me deja conducir en silencio. Enciendo un cigarro al mismo tiempo que escucho que ella lo hace.- ¿Adivina qué llamada hice?
- La importante.
- Bueno, la segunda importante, la primera en importancia es siempre llamarte a ti. ¿Eso sonó más romántico?
- Mucho. ¿Lo hiciste en un lugar cerrado, usaste un pañuelo, dijiste solo los detalles y nada más?
- Te sorprenderá saber que ésta no es la primera vez que lo hago.
- Lo siento, es solo que estoy volando solo en esto. ¿Cuándo y cómo?
- Hoy a las ocho en un parque. 25 mil pesos.

            Una sola oportunidad, veinticinco mil razones para que todo salga bien. Se me antoja la música de banda, pero pongo el CD de Coltrane que Bruno me prestó y me tomo una de sus cervezas oscuras de importación. No puedo decir que me encante, pero de alguna manera todo ese caos de notas y esa falta de dirección cobran sentido cuando veo a Maribel, esperándome fuera de su casa. Se mete al auto, aunque faltan horas para el pago. Me muestra el bloc de policía y nos besamos. Hurga en mi colección de discos y se ríe.
- ¿Tienes a Miles Davis a un lado del Potro mayor?
- Ese hombre es un maldito tesoro nacional.
- ¿No te molesta hacer esto? Me refiero sin mi hermano mayor.
- Llevo poco más de año y medio con tu hermano, creo que me ha enseñado lo suficiente.
- Al parecer no, si estás conmigo.- Se juega sus enormes aretes de mariposas y sonríe pícaramente.- ¿Te dijo que soy problemas?
- Algo así se le cruzó. No cambiaría de sitio con nadie en el mundo. Además, necesitas mi ayuda.
- Tienes razón, podría tener un repentino antojo de la Banda Limón.

            Lo único que hacemos es hablar. Lo podríamos hacer por años enteros. El paso de las horas no se siente, pero cuando enciendo la marcha me tenso de nuevo. Tengo que estar tenso, cualquier cosa podría pasar. La noche se hace silenciosa, sigue al ritmo del blues porque va para donde quiere. Podríamos morir en ese lugar o podríamos salir cada uno con poco más de doce mil pesos. Curioso, si uno lo piensa así, que tu vida pueda valer eso o menos. Nunca fui muy religioso, sé que la vida tiene precio y casi siempre es más barata de lo que asumimos. Mi tío Andronico sí era religioso, se hizo sacerdote y se fue Chiapas para estar con los pobres, el gran orgullo de su familia. Murió en la rebelión zapatista. Su vida valía una bala, nada más y nada menos. Creyeron que era demasiado joven para entenderlo, no lo era. Maribel vale más que todo el oro en el mundo, pero esa es mi idea, no la de Villafaña y su bulldog, Ricardo Murillo.

            Maribel encontró el lugar perfecto. El parque estaba vacío y oscuro, alejado de las casas miserables de una colonia sin nombre, sólo con número. Llegamos hora y media más temprano, pero ellos ya habían llegado. Maribel salió con el bloc en la mano, yo me quedé a varios pasos de distancia. Rafael Villafaña y Ricardo Murillo no la vieron hasta que pasó una farola. Se acercaron, con los brazos abiertos. Murillo cargaba una bolsa de plástico con el dinero, que lanzó a los pies de Maribel. Ella les presentó el bloc, pero no podía escuchar lo que decían. Por primera vez en muchos años me encontré a mí mismo rezando. Rezándole a Dios porque esos dos primates tomaran el bloc y se alejaran. Le rogué al mismo Dios al que le rezan todos los enfermos de SIDA, todos esos niños famélicos de África y todos esos pobres desgraciados que se encuentran en un avión picada. La clase de Dios que es sordo y ciego. Villafaña le soltó una bofetada y la tomó de la muñeca derecha. Todo se hizo silencioso y lento. Saqué el arma, apunté con cuidado mientras caminaba hacia ellos. Podía escuchar a Bruno en mi mente. No corras, eso altera la puntería. Respira profundo. No jales el gatillo, apriétalo suavemente. Toma el arma con ambas manos y vacía tu mente. Mi mente no estaba vacía, tenía a Maribel. El primer tiro le dio a Rafael Villafaña en el cuello, una fuente de sangre estalló hacia todas partes. Maribel se tiró al suelo, pero Murillo no estaba asustado. Me apuntó con un pequeño revólver que escondía en los pantalones. Jalé el gatillo menos de un segundo antes, pero ese tiempo hizo toda la diferencia. Le acerté al pecho y él disparó contra los arbustos.
- ¿Estás bien?- Maribel tiembla de miedo, cubierta en sangre y lágrimas en los ojos.
- Hijo de perra...- Alcanzó a decir Murillo al ver que su amigo Rafael estaba muerto. Se tomó de la herida y trató de sentarse, pero era inútil. Un brazo se extendió hacia su arma.
- No esta noche.- Le disparé de nuevo, ésta vez se quedó muerto.- ¿Estás bien?
- ¿Qué vamos a hacer? Dios mío, Momo, estamos perdidos.
- Calma, lo difícil ya pasó.
- ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?- No tenía una respuesta para eso. Ni yo lo sabía.
- A menos que regresen de entre los muertos, no te harán nada. Tenemos que hablarle a Bruno.
- Me matará Momo, no me lo perdonará.
- Nos preocupamos de eso cuando el momento llegue.- Guardo el arma, olvidando el detalle que el cañón estaba ardiendo, pero no le presto atención, tengo que hacer la llamada más importante de mi vida. Se tarda en responder, está entre el sueño y la borrachera. Yo tengo algo que lo regresará a la sobriedad fácilmente.- Bruno, tengo un enorme problema y necesito que me salves el trasero.
- ¿Otra vez confundiste a las trasvestis por las chicas?
- No, eso no. Maté a dos personas.- Silencio en la línea. ¿Cómo puedo estar tan tranquilo?
- ¿Dónde estás?- Le doy la dirección, junto con algunas instrucciones.- Quédate ahí y no te muevas. Si puedes esconder los cuerpos, hazlo.
- ¿Le dijiste de mí?- Preguntó Maribel cuando guardé el celular.
- No, tú puedes irte. Yo me quedaré. Vas a estar bien.
- No.- Se detiene a medio camino y regresa corriendo.- No, este es mi desastre y es mi problema.
- ¿Segura?
- Estoy segura, sir Lancelot.

            Arrastramos los dos cuerpos hasta los arbustos y esperamos en las sombras. Bruno Beltrán se tomó su tiempo, pero eventualmente llegó. Estaba histérico. Groserías y bofetones. Me agarró del cuello y me insultó de todas las formas posibles. Maribel intercedió, explicó que había sido su idea. Bruno seguía enojado, no era tanto la extorsión o el homicidio, era la manera burda y los errores. No estaba enojado de que lo intentara, estaba enojado que fallara. Me quedé callado, primero porque tenía razón, segundo porque mi cuerpo había decidido doparse a sí mismo y existía en un trance que sabía que no duraría mucho. Bruno se figuró un plan en un par de segundos. Conocía de un buen lugar donde desaparecer un cuerpo. Cada uno se llevó un auto, siguiendo a Bruno hasta una fábrica en el periférico. Se bajó a solas, cargando una jeringa con alguna droga. El cuidador estaba dormido y lo inyectó. Abrió la reja para dejarnos pasar y me ayudó a cargar los cuerpos hasta un horno industrial.
- Problema resuelto.- Nos alejamos del horno, el calor era insoportable.
- ¿Vas a seguir insultando a Momo?- Le preguntó Maribel.- Él llegó para salvarme, de no ser por él... No quiero ni pensarlo.
- ¿No te dije que te alejaras de mi hermana?- Estaba enojado, se relamía los labios como siempre hacía y caminaba en círculos.- Aún así, le salvaste la vida.
- ¿Ya puedo salir con tu hermana?
- Como si no lo hicieras ya.- Beltrán sonrió y comenzó a aplaudir.- Maldita sea Momo, eres maravilloso y si no fuera porque finges ser heterosexual frente a mi hermana yo te besaría. Nunca lo olvidaré hermano.
- Aprendí del maestro.- Bruno me abraza tan fuerte que no puedo respirar.
- Yo me voy a mi casa, ustedes dos... Vayan a donde quieran, pero dejen el auto de Villafaña lejos de aquí y limpia tus huellas.
- ¿Y bien, sir Lancelot?- Nos quedamos apoyados contra los autos mientras Bruno se aleja.- ¿Mi casa o la tuya?
- La mía. Acabo de comprar una cama.
- Me seduces a la primera.

Ahora:
            La noche es benevolente y me deja dormir. Tengo suficiente en mi cabeza como para enloquecer a cualquiera, pero mi cuerpo estaba agotado. Despierto antes del amanecer, sin moverme, sin siquiera respirar. Las sábanas de seda se deslizan en mi piel, el aire acondicionado funcionó toda la noche y el lugar es una heladera. Funciono mejor cuando mi cerebro está en el congelador. Mirar hacia atrás es como hacer una lista de mercado, son muchos ángulos en tener en cuenta. El psicólogo Julio Molina es chantajeado, alguien tiene sus anotaciones. Ramón Echeverría, corredor de bolsa y probable defraudador. Mariano Ix, político que vende secretos de partido y que se trae algo con su camarilla. Algo que sin duda toca a Echeverría. Esther Morales, la dama de sociedad que prefiere a las mujeres. Maribel Beltrán está usando a Mariano Ix, ella dice que vende secretos pero podría estar mintiendo. Además de eso Bruno salió de prisión. El abogado es un beduino que debió engrasar las ruedas de la justicia con mucho dinero. Me apuesto algo que los dos narcos están con Hassan y Bruno. Horacio Machado y Gerardo Benavides esperan algo que llegará al puerto de Progreso. Mi dinero está en un cargamento de drogas. Aún así, ¿cómo se conecta Bruno con los dos narcos?, ¿será él el chantajista? Y en cuyo caso, ¿qué es lo que quiere, además de dinero? Me vuelve loco, pero no me muevo. Decido quedarme ahí, más muerto que vivo. Cierro los ojos, escucho el aire acondicionado, siento las sábanas de seda y huelo el café recién hecho. Eso me hace saltar como un gato asustado. Me visto con el pijama, salgo de ahí con pistola en mano.
- Buenos días.- Bruno Beltrán está en mi cocina haciendo café y desayunando waffles.- Dejaste el aire prendido anoche, pero me gusta más así.
- Me alegra que te guste.
- ¿Café brasileño? Tienes buen gusto.- Tiene las mismas entradas de cabello, más algunas canas. Se ve fornido, duro por años de constante tensión y violencia.- Le eché una hojeada a tu colección de discos de vinil.
- ¿Te gusta? Son tuyos, los saqué de tu casa cuando fuiste a prisión. No pensé que te sirvieran.- Bruno contiene la risa y termina de tragar sus waffles.
- Muy bien Momo, muy bien. Esa es una excelente manera de medir mis reacciones. Aprendiste bien.
- No reaccionaste, eso te hace infinitamente más peligroso.- Jalo el martillo, pero él no pestañea. Sabe que no lo mataré.
- Por favor, desayuna conmigo.- Me sirvo un vaso de leche y como algunas galletas esperando despertar del sueño, pero eso no ocurre.- Entré el diario, espero no te moleste.
- Esos dos matones fuera de la casa de Maribel son tuyos, la estaban protegiendo. ¿Qué quiere ese abogado tuyo a cambio de tu libertad?
- No vine a hablar de eso.
- ¿Viniste por el café y la compañía?
- Vine a decirte algo. Quiero una tregua.
- No estoy lo suficientemente ebrio para creer eso. Mataste mi apetito.- Le arranco el plato y el mío, los lanzo al fregadero. Lanzo un manotazo que avienta su taza de café varios metros hasta mi alfombra oriental.- ¡Viniste aquí a matarme!
- La idea me cruzó por la mente.- Lo dice lento, lo dice con calma. Tiene tiempo, ahora que ha pasado tiempo.- Me mandaste a prisión a morir.
- Deberías irte. Vete de mi casa, vete de Mérida y vete del estado. Esto no acabará bien. Sea lo que sea que estás planeando, no funcionará. Maribel enterrará a su hermano.
- No has cambiado mucho Momo, aún te pones nervioso cuando yo estoy. Ya no eres el chico medio torpe, ahora eres el adulto medio torpe.- Camina hacia la puerta, pero se queda en el marco.- No mucho ha cambiado en diez años.
- Eras mi ídolo.
- Sí, y mira donde nos dejó eso.

            Se va de mi departamento, pero no de mi vida. No quiero perder tiempo, tengo una pista que seguir. El camión de redilas que se llevó el dinero pasó por algunas cámaras de vigilancia en un Banorte cercano. Siempre puedes confiar en los bancos para guardar absolutamente todo y, por una módica cantidad, puedo ver sus grabaciones. No se ve mucho, pero tengo la placa. Un par de llamadas después averiguo que es rentado y tengo la dirección. El dependiente resuelve el sudoku del diario en un trance de aburrimiento absoluto. El lugar es pequeño, no es una franquicia y no hay mucho que ver, aún así tiene un Iphone nuevo y un collar de oro. No quiere decirme nada, le pagaron para olvidar. Le describo a Bruno Beltrán de mil maneras, tratando de medir su reacción. Él se siente confiado, Beltrán no estaba en el volante. No significa nada, bien podría ser la mente maestra. Es una pista que no me lleva a nada, pero si Beltrán es la mente maestra del chantaje entonces tengo un par de cartas que jugar, la primera de ellas Ramón Echeverría. Todo se conecta al dinero, a las casas de bolsas. Mariano Ix y su pandilla tienen negocios con Centurión y Echeverría también. Es hora de enfrentarlo, de saber lo que Bruno planea debajo del chantaje. El corredor de bolsa está Vórtice desde temprano. Finjo ser uno de sus clientes y me dirigen a su cubículo.
- Excelente trabajo, por cierto. El doctor me dijo que pediste el dinero.
- Esto aún no acaba Echeverría. Hay mucho más en juego. Háblame de Centurión casa de bolsa.
- ¿Qué hay que decir? Podría estar trabajando pronto.
- Lo dudo, tu amigo en Centurión no es tan tu amigo. ¿Problemas legales?- Echeverría me mira de los pies a la cabeza.- ¿Qué hay de Mariano Ix?
- No conozco a nadie con ese nombre.
- Está bien, es justo.

            Le dejo pensar que ganó la partida, pero el pobre iluso no tiene ni idea. Activo la alarma contra incendios y me escondo bajo el escritorio de un cubículo vacío. Es una táctica infantil, pero funciona. Me muevo en panal de cubículos cuando todos se han ido y reviso la computadora de Echeverría. Tengo unos cinco minutos, cuando mucho. Reviso su correo y me doy una buena idea de todo lo que no me dice. Ramón es la clase de farol que dice más cuando no dice nada. Tiene correos de Mariano Ix, muchos correos. La jugarreta es inteligente. Ix y varios de sus asociados crean carteras comunales en Vórtice, meten toda clase de dinero que no podrían explicar en un banco con una seguridad decente. Ramón Echeverría es el contacto, él vende esas carteras comunales a Centurión, donde su amigo el abogado misterioso reparte el dinero y las ganancias individualmente. El último correo me da un escalofrío. Ix menciona que Maribel le ha avisado que varios burócratas del PAN se están poniendo sospechosos y que deberían terminarlo rápido. El dinero acumulado debe sobrepasar los cientos de miles de pesos. Ella mintió, sabía de todo. Me pregunto cuánto sabía el doctor Molina, si pidió consejos e invirtió dinero podría saber más de lo que admite. El dinero hace esa clase de cosas en la gente, pero aún así el chantaje no me cuadra. Si Molina tiene sus manos en esta mina de oro difícilmente montaría un chantaje, esas carteras comunales valen el triple de lo que el chantajista está pidiendo.

            Salgo del edificio por una ventana antes que todos regresen a sus puestos. Llamo a la oficina de Ix, aún se encuentra ahí. Le cuelgo y manejo tan rápido como puedo. Maribel entra al edificio, se me congela el corazón al verla de lejos. Espero por más de una hora hasta que finalmente salen y les sigo desde lejos. Me llevan hasta Altabrisa, el lugar perfecto para abordar a ambos. Trato de convencerme que no lo hago por Maribel, pero es mentira. Ella le toma del brazo, le besa el cuello y se ríe de sus chistes. Yo camino a solas, con muerte en la mente y el nudo de la horca ajustándose en mi cuello. Daría todo lo que tengo por estar en sus zapatos. Me convenzo que solo le está usando, pero aún así, es mejor que caminar a solas. Tienen cola, los detecto por el reflejo de un ventanal. Son Horacio Machado y Gerardo Benavides, los dos narcos del burdel para gringos. Beltrán la mantiene bien vigilada. Quizás Ix no se da cuenta, pero esos sujetos son profesionales. Me detectan como si trajeran un radar. Les veo reducir la velocidad, cerrar los puños, miradas silenciosas entre ellos. Preparan la trampa. No me quedo a ver esas escuadras de oro más de cerca. Me doy media vuelta y echo a correr. Los de seguridad gritan algo que no escucho cuando ellos también corren. Los de seguridad son de Traco, la empresa de Césaro Orozco, el marido de la lesbiana de sociedad. Mi mente da vueltas, podría ser una conexión, podría ser que todo esté unido. Por ahora me limito a correr. Subo las escaleras eléctricas de dos en dos, empujando clientes y asustando niños. Los narcos son atletas olímpicos, esos sujetos corren como gacelas. Logro darme algo distancia, pero quizás no sea suficiente. Paso por entre tiendas en construcción, paredes de madera con el logotipo del centro comercial. Una de las puertas sin cerrojo se abren, un par de delicadas manos me agarran del brazo y me meten. Maribel cierra después de ella y retrocede entre el material de construcción. Escuchamos a los narcos, corriendo, jadeando y pasándose de largo.
- Lindos amigos.
- No son mis amigos, son de mi hermano. Momo, él quiere matarte.
- Sí, lo he notado preciosa.- Me mira diferente. Ayer todo era juego y diversión, era la novedad, diez años de pasión contenida. Ahora me mira como si me fuera a morir, esa mirada de pena que uno le lanza al convaleciente. Ya no me habla igual, espera lo peor y le duele desde lo más profundo del alma. A mí me duele peor.- Tú sabías del juego del dinero, sabes que el PAN se pone sospechoso. Lo leí en un correo de Mariano Ix a Ramón Echeverría.
- Tengo algo bueno aquí Momo. No lo olvides como la última vez.
- Dime qué tan bueno es.
- Puedo venderle la primicia al PAN, agarrar a seis importantes políticos del PRI lavando su dinero. Además de ciertos secretos de partido que he estado grabando.- Me toma de las manos pero no puede verme a la cara. Para ella, yo estoy desahuciado.- Ayúdame Momo.
- Es como la historia repitiéndose.
- No tiene por qué acabar igual.
- No sé, eso creía mi tía Urbina. Cada novio que tenía le pegaba, pero creía que la historia podía cambiar.
- ¿Y cambió?
- Mató al último con una pala, así que creo que sí.
- Yo no te mataré con una pala.
- Sí, tú lo harías diferente.
- Eso sonó mal, disculpa.
- Tu hermano necesitó mucho dinero para salir de prisión, Hassan Alfid no es de los baratos. ¿Le prestaste el dinero?
- No, no habría tenido el suficiente dinero.- Le creo, no sé por qué, pero le creo. No es que esos hermoso ojos azules no puedan mentir, en el fondo es el azul del hielo, pero algo en mí dice que tiene sentido lo que dice. Algo en mí hace clic en alguna pieza que no encuentro.
- Te ayudaré, ¿los tienes grabados?
- Sí, sólo me faltaba una conversación con Mariano y termino mi colección.
- ¿Qué sabes de Traco?
- ¿Los de seguridad que se visten como paramilitares y ahuyentan vagos con sus linternas?
- Los mismos.
- No creo que sean un peligro nacional... Aunque, había oído de ellos antes. El gobierno del estado permitió que demandaran a la otra firma grande, ahora es prácticamente un monopolio. Si no son policías del gobierno, es Traco. Hay mucho dinero en seguridad privada, ¿piensas aplicarte?
- No creo, no me quedan bien los trajes de paramilitar.

            La beso apasionadamente y luego de eso nos separamos. Yo salgo por entre los locales en construcción. Los narcos están del otro lado y no me ven. Me quedo lo suficiente para ver a Maribel, corriendo a los brazos de Mariano. Mi tío Julardo solía decir que con las mujeres hay que caer en sus brazos, pero nunca en sus manos. Era homosexual, no sabía nada de mujeres, pero aún así tenía razón. Es difícil, sin embargo, saber si uno está en sus brazos o en sus manos. Hay algo en las mujeres que te hacen olvidar que tienes dos hemisferios cerebrales. Hay algo que no olvido, el abogado mercantilista, el beduino Hassan Alfid. En su oficina me dicen el restaurante en el que se encuentra, creyeron que yo era un cliente. Soy algo como un cliente. El restaurante queda al sur, una marisquería en una calle ocupada. Adivino cuál es su auto a la primera, el único de lujo en el lugar. Me asomo un momento, finjo que leo el menú en la entrada. Hassan no está solo, tiene a cuatro personas con abrigos de doctor a quienes subrepticiamente entrega un sobre. No entiendo lo que dicen, tienen un fuerte acento tabasqueño que no me deja entenderles. No puedo quedarme, Hassan está contra un espejo y podría verme. Regreso a la calle, bajo un inclemente sol que me quema la piel. Hasta la iguana que se pasea en una pared tiene que correr a la sombra.

            ¿Qué querría Hassan con esos cuatro doctores tabasqueños? No tiene sentido, pero aún así, muchas cosas no tienen sentido en el caso. La he jugado por las buenas hasta ahora, pero es momento de cambiar de táctica. Reúno algunos palos, les pongo botellas en las puntas y les acomodo que se sostengan contra la cajuela del auto de Hassan. Es un lindo motivo decorativo y un viejo truco que Beltrán me enseñó. Me quedo oculto atrás de un auto, esperando mi momento. Me siento en la banqueta tras cinco dolorosos minutos de estar de cuclillas. Me fumo un cigarro mientras que empujo un vidrio roto con el pie, hasta tener el reflejo de la puerta del restaurante. A solas, sudando por el sol carente de viento, espero sin moverme. Debería haberlo imaginado, todo esto, nada se queda enterrado. Todo regresa, tarde o temprano, y el pasado suele hacerse venenoso cuando está repleto de arrepentimientos y culpas. El beduino se toma su tiempo, pero eventualmente sale. Los doctores se van primero, muchas risas y abrazos. Me preparo, la ventana de oportunidad será corta. Hassan enciende el auto y en cuanto se mueve unos metros las botellas caen y se rompen. El ruido lo saca del auto, sale para averiguar. Entro a la parte trasera, aprovecho los vidrios ahumados para tirarme al suelo y esperar que regrese. Le dejo alejarse un par de cuadras antes de salir de entre los asientos apuntándole mi arma a sus costillas.
- Ya era hora que tú y yo habláramos.- Le entierro la pistola y el abogado detiene el auto contra la banqueta. Sube las manos, le tiemblan horriblemente pero finge que no está asustado.
- Tengo dinero en la cartera y puedes llevarte el auto.
- No, gracias. Tentador, pero no gracias. No sé, los abogados son la clase de gente que no importa qué les hagas, te sientes justificado. Sobre todo si eres tú.
- ¿Vas a matarte?
- No, vengo a instruirte. ¿Beltrán? Se hizo suave en prisión, se hizo torpe. Tú sabes quién soy.
- Momo.
- Exacto. Sabes de lo que soy capaz. No quiero matarte, quiero un empleo.
- Bruno me advirtió que harías exactamente esto. No le quise creer, pero tenía razón.
- Todo lo que él puede hacer, yo lo puedo hacer mejor. Me entrenó el mejor, después de todo. Además, soy más joven y tengo más recursos. Me probaré, te daré una oportunidad para que juzgues por ti mismo.
- No hago contrataciones.
- ¿Machado y Benavides te tienen en correa corta? No debe ser agradable, son un par de trogloditas.
- Debo admitir que me asustan.- Se calma un poco. Manos al volante, aún así no se atreve a moverse. Le extiendo mis cigarros, mi pequeña oferta de paz.- Esos trogloditas sólo son buenos para matar, no como Beltrán. No, él es un genio y nos hará mucho dinero. Aún así, mis manos están atadas y Bruno... Bueno, debo admitir que es reciclable, como Machado y Benavides. Son solo herramientas, pero no es bueno cambiar de caballo a la mitad de la carrera.
- Al diablo con esos tres Hassan, yo puedo darte algo que te hará buen dinero, no tienes por qué compartirlo con esos tres. ¿Crees que me gustaría estar en las manos de asesinos como Machado y Benavides? No, prefiero trabajar para gente como tú, gente más civilizada.
- ¿De qué estás hablando?- Ha picado. Mordió el anzuelo y se lo tragó.
- Puedo darte evidencia irrefutable, grabaciones muy cándidas, de lavado de dinero en altas esferas del PRI. Involucra a más de un diputado, dinero de campañas que se esfuma y regresa con intereses. Puedes usarlo en su contra, puedes venderlo al PAN, puedes vendérselo a ellos. Haz lo que quieras con esas grabaciones. Valen oro.
- Pero, ¿cómo harás que...
- Tengo a alguien en el interior. Pasará muy pronto, pero este tren sólo se detiene unos momentos. Si quieres hacer dinero, si quieres deshacerte de Machado, de Benavides y de Beltrán, entonces este es tu momento para decidir.
- Está bien, está bien, acepto. Luego de esa serie de incendios en las zapaterías del centro que esos dos narcos hicieron, no puedo esperar para venderlos a la AFI y liberarme de ellos.
- ¿Y Beltrán? Sabes que los dos no cabemos en el mismo planeta.
- Olvida a Beltrán, es sólo un ex-convicto que podría regresar a prisión antes de lo que se imagina.

            Salgo del auto y le dejo alejarse. Los abogados son como los políticos, basta con que muevan los labios para saber que están mintiendo. Tengo lo que quería de él, ahora es momento de rogar porque los planes no se caigan en pedazos. Nunca hay que subestimar la avaricia del otro, regla número cuatro de Bruno Beltrán. Este mundo se mueve con dinero y todo tiene un precio, empezando por la vida. La vida vale una bala, ni más ni menos. ¿Pero cuánto vale el amor, y cuánto vale la verdad? La verdad vale poco, el amor no tengo ni idea. No sé de qué sea capaz Maribel, odio y amor son una combinación poderosa. Tendré que jugarla de oído y odio tener que hacer eso. No soporto caminar sin rumbo, pero no importa qué planes tenga, Bruno ya pensó en eso. Es difícil enfrentarte a alguien que puede leerte la mente. La única otra persona que puede hacerme eso es Maribel, y llama cuando llevo un par de cuadras. No dura mucho, sólo tiene una cosa qué decir.
- Tengo todas las grabaciones juntas en un USB, ven a verme.

            Eso es Momo, lánzate al vacío. Lánzate a sus brazos y ruega por no quedar en sus manos. Juega su juego. Baila a su ritmo. Quizás tenga suerte, quizás no escuche el martillo. Quizás la bala sea silenciosa. En cuanto a la verdad, al diablo la verdad. La única verdad que importa no me habla, no me muestra la luz al final del camino. Los doctores tabasqueños, el monopolio Traco, el lavado de dinero, la extorsión de Maribel, el chantaje de las notas del doctor Molina, el paquete esperado por los narcos. Todo eso me da vueltas, nada de eso encaja. Sólo me queda esperar a que esa luz al final del túnel no sea un tren.

Antes:
            Freud solía decir que el sexo y la muerte van de la mano. Era un judío pervertido pero tenía razón. Maribel me mira distinto, como si fuera su salvador. Hay algo en sus ojos que no había visto antes, una profunda admiración que me hace sentir como King Kong con cocaína. Lo hacemos toda la noche, la adrenalina y los nervios nos hacen sentir vivos. El cielo empieza a cambiar de color, el sueño terminará pronto. Desnudos y abrazados como una pareja de cangrejos que espera la primera ola del día para arrastrarlos y separarles. La vida nos cubrirá, nos alejará y lo único que puedo hacer es rogar para que esa misma ola nos reúna. El sol se asoma por el horizonte y Maribel se mete a bañar. Nos despedimos con un beso y me quedó frente a mi puerta como un idiota, como si ella siguiera allí. Recuerdo que me muero de hambre pero no llego a la cocina. Alguien toca a la puerta. No es ella, no es suave ni delicado. Es la policía.
- ¿Les puedo ayudar en algo?
- Soy el agente Vicente Muñoz, del ministerio público. Queremos hacerle unas preguntas.
- ¿Sobre qué?
- La muerte de Ricardo Murillo y Rafael Villafaña.

            La sangre se convierte en hielo, pero de camino al MP me sereno, no pueden tener nada en mi contra. Los dos cuerpos son cenizas, para ahora deben estar camino a Progreso. No saben donde murieron, no es posible. Incluso si alguno de los dos le dijo a su esposa o a su amante sobre el chantaje, nunca hubo nombres y todo puede ser fácilmente negado. Los policías, gordos y de aliento alcohólico me ayudan a bajar de la patrulla de un empujón, cerrándome las esposas hasta que me duela. Clásica rutina de poli, no tienen nada pero si lo hacen todo sonar de lo más oficial entonces quizás te pondrán nervioso. No podrían hacerlo, no aunque trajeran a la madre llorona de Villafaña, Beltrán me entrenó bien y la libertad de Maribel está en juego, no habrá errores. Para cuando me sientan, ofrecen café y el agente enciende la grabadora quisiera reírme de ellos. Lo juego a su manera, bailo a su ritmo, pero estoy más sereno que una monja en misa.
- No te lo hagas más difícil de lo que debe ser Mario.
- Agente Muñoz, por favor llámeme Momo. ¿Puedo llamarte Vicente?
- Muñoz, Vicente no me gusta.
- Bueno, Vicente, yo no maté a esas dos personas. ¿Por qué haría algo así?
- Vamos Momo, sabemos que o bien fuiste tú, o tú sabes qué pasó. Ya está en el acta.- Acta. Estos agentes siempre hablan de actas y registros. Todo muy oficial, un borrón cuesta cinco mil pesos y un extravío puedes pagarlo con ronda de cervezas y un viaje a Cancún.- La evidencia ya está en el acta.
- ¿Qué evidencia podría ser?
- Tu credencial para votar.
- ¿Mi qué?- Me sonrojo, no esperaba eso.- Mi IFE está en mi cartera.
- ¿Seguro de eso?- Me levanto y trato de sacar mi billetera, pero tengo las manos esposadas. Muñoz me abre las esposas. Mi IFE no está. Mi memoria se activa. Dispara el recuerdo como una bala. La golpiza. Murillo me devolvió la cartera, bien pudo quedarse con mi credencial.
- Y no está, no lo sabía. ¿Me la van a devolver o debería sacar otra?
- Saca otra, sé un buen ciudadano.
- Aún así, no veo el problema. ¿La tenía cuando murió?
- Primero dime cómo llegó a sus manos.
- Eso es fácil.- Me extiende un cigarro. Se sienta en la mesa metálica, ahora es todo sonrisas y amabilidad.- Soy detective privado, como ya sabes. Murillo no fue muy amable, me agarró a golpes y me tiró por las escaleras. La cartera se me cayó y me la devolvió. Me debió haber quitado la IFE en ese momento. Pueden llamar a su oficina, los empleados lo vieron. Fue vergonzoso. No entiendo por qué Murillo se quedaría con ella hasta su muerte.
- Espera un momento.- Muñoz se va de la oficina. Me dejan a solas y me espían por el espejo de doble vista. Termino mi cigarro con calma, dejo que el agente llame al edificio de Villafaña. Regresa media hora después con una sonrisa torcida y un vaso de agua.- Así pasó. Encontramos la credencial en su oficina, con sus cosas. No sabes qué fue de él.
- Gente peligrosa, vidas peligrosas. No te culpo por intentar Muñoz.
- Investigamos cada posible callejón del asunto. Alancón desapareció treinta millones de pesos antes de morir, Villafaña era uno de nuestros sospechosos.- Salimos de la sala de interrogación y le sigo hasta la cafetera entre los escritorios donde me ofrece una taza.- Villafaña tiene enemigos, pero su desaparición nos ha dejado a todos a ciegas. Alancón trató, hace muchos años, de ponerle una demanda por usura que nunca prosperó.
- ¿Creen que Villafaña mató a Alancón?
- ¿Y tú no? Oficialmente es una muerte accidental, esperábamos cambiar el estatus del expediente cuando tuviésemos más mugre sobre Villafaña.- Estamos en su escritorio, el expediente sobre la montaña de papeles es sobre la muerte de Rodolfo Alancón.- ¿Cuál es tu ángulo? No quería preguntarlo allá adentro, no quería que fuera oficial, pero si tienes algo que podría ayudarnos eso valdría mucho. ¿Quién sabe? Quizás te harías de algunos amigos. Esos treinta millones harán carreras, te lo digo desde ahora. El que los encuentre tendrá las llaves de la ciudad. Si no los gasta primero, claro está.
- Ahora ya no sé si sirva para algo.- Arrastro las palabras, me hago al misterioso para estirarme y agarrar el expediente. Muñoz no tiene problema así que me aprovechó.- Indaguen sobre la instalación de gas en la casa que estalló.
- No vimos nada raro en su momento, la válvula estaba abierta pero eso difícilmente demuestra homicidio voluntario.
- No, la marca. Villafaña tiene una empresa que instala gas y agua, pero eso ya lo saben. Lo hace en fábricas, lugares grandes...
- Menos en este caso.- Dice Muñoz, rascándose la cabeza.- Eso sí que es extraño.
- Como dije, a menos que Villafaña se aparezca por ahí, la información no vale mucho.
- Sí, yo creo que o está fuera del país o está muerto.
- ¿Te molesta?- Le indico el expediente, él mira hacia todas partes y luego asienta, con un guiño en el ojo.  

            Rodolfo Alancón encendió su último cigarro, el lugar se convirtió en una bola de fuego antes de estallar. La fotografía no es bonita. Seres queridos identificaron sus joyas y un dentista comparó el registro dental y pudieron identificarlo. El dentista es Alfredo López. Tiene su dirección, no la conozco pero el nombre me parece conocido. Dejo el expediente, hago algo más de conversación y me voy directo a desayunar. ¿Dónde había escuchado ese nombre? Me vuelve loco mientras como huevos rancheros. La imagen llega a mí durante el café. Hijo de perra, es el amante de Maribel, la vieja flama. Su nombre estaba en los papeles del coche. La dirección era otra, seguramente su casa, pero he visto la clínica en la que trabajaba. Maribel dijo que era anestesiólogo, que era una vieja flama. La gente miente.

            Salgo corriendo y sin pagar. Marco a la agencia, pero no hay nadie y Beltrán no contesta su celular. Maribel me cuelga las llamadas y eventualmente lo apaga. Pasan varios minutos hasta que me doy cuenta que he estado manejando sin rumbo. No sé qué hacer. Vuelo a solas, el pato que se queda atrás y no tiene idea de cómo volver a casa. Las piezas caen en su sitio, pero cada una me golpea la cabeza y me empujan a un precipicio. Uno puede estar viéndolo todo y estar completamente ciego al mismo tiempo. Llamo a la tesorería, pregunto por Miguel Canel pero no importa cuántas veces lo deletree esa persona no existe. El cliente que llegó a nosotros no existe, o al menos no es quién dice ser. ¿Quién sí lo es?

            Sólo me queda una alternativa, el dentista, Alfredo López. Manejo a la dirección que tenía el expediente judicial y llego en diez minutos. Se trata de una casa de una planta en un barrio bonito. Nadie responde a la puerta aunque puedo ver, por las planchas de vidrio de las ventanas que los ventiladores están encendidos. La puerta está abierta, ese es solo el prólogo de lo que está por venir. Cruzó la pequeña sala, voy directo al dormitorio. Nunca lo conocí, pero estoy seguro que tenía toda esa sangre dentro de su cuerpo y estaba menos horizontal. Alfredo López está muerto, tijeras al pecho. Me acerco, aunque cada fibra de mi ser me exige que me vaya corriendo. Algo suelta un brillo debajo del buró, me agacho por él y es un prendedor de mariposa. Maribel, de pronto todo tiene sentido, una revelación que es como un tren que te pasa por encima. Hora de irme, pero es demasiado tarde. El judicial, Ulises Cabrisas, aparece en la puerta de entrada y me apunta al pecho, detrás de mí el dentista se enfría en la cama, tijeras y todo.
- ¿Alfredo?
- ¿Lo conoces?
- Me pagaba bien, ahora no tendré nada gracias a ti.
- No, espera, yo no fui.- Me apunta a la cara y cierro los ojos.
- No podías dejar de husmear por ahí, ¿no es cierto?
- Yo no fui, te lo digo, yo no fui.
- ¿Y cómo piensas probarlo?
- Puedes matarme aquí mismo y hacer muchas explicaciones a tus superiores o puedes verlo por ti mismo. Revisa ese café, está frío. Yo no estaba aquí, estaba en el ministerio público toda la mañana.
- ¿Y por qué debería creerte?
- No me mates, sacaré mi celular.- Lo hago lento y marco el número que guardé del agente del ministerio público. Le paso el teléfono cuando puedo escuchar la voz del agente Muñoz.
- Habla el policía judicial Ulises Cabrisas, ¿usted conoce a un Momo?
- Mario Orson.
- Sí, Mario Orson.
- Sí, lo trajimos para unas averiguaciones.
- ¿Toda la mañana?
- Sí, toda la mañana.
- Te lo dije.- Extiendo el brazo para tomar el celular, pero él vuelve a subir el arma. No ha terminado y eso es lo que me temo.
- ¿De qué se trata esto oficial?
- Tienen que venir aquí, hay un cadáver y su amigo es el primero en la escena. Su nombre es Alfredo López.- Le pasa la dirección, me devuelve el teléfono y sonríe.- Ahora veremos de qué trata todo esto.
- No quieres saber amigo, no quieres saber. Yo quisiera no saberlo.

            Las patrullas no tardan. Cuando vi al primer grupo de uniformados fue todo como si el tiempo se detuviera, como si todos los sonidos se hiciesen sordos. Me arrestaron, de nuevo, ésta vez las esposas estaban aún más apretadas. Me llevaron, pero no al ministerio público. Los policías querían un caso fácil. Me llevaron detrás de una bodega y me trabajaron como si fuera una piñata. Me golpearon en el piso, me patearon y cuando eso no fue suficiente probaron con algo de refrescos por mis fosas nasales. Sentía que me ahogaba, mis pulmones ardían como si pasara ácido. Querían que confesara y por un momento estuve tentado a hacerlo. Eventualmente les llamaron por radio, les estaban esperando. Me presentaron así, mi playera rota por completo, con sangre y moretones. Jugué mi parte, dije que traté de escapar y no quería reportar nada. Eso me salvó de otra sesión en la bodega del ministerio. Muñoz dejó de sonreír, cerró la puerta con fuerza, tiró la mesa con una fuerza que no pensé que tuviera. Lo puso muy sencillo, él podía decir que yo me fui temprano y nadie tendría por qué saber nada más. Estaba tentado, pero después pensé en ella. Maribel mató al dentista, pero el juego era mucho más grande. Sólo tenía una carta que jugar, la peor de ellas. Algo horrible y estúpido llamado la verdad. Un veneno suave que destruye todas aquellas fantasías con que adornas tu vida. Yo adorné la mía con muchas de ellas. Escuchar la verdad salir de mis labios rotos e inflamados fue como una traición a mí mismo. Mataba mis ilusiones, y no haya nada peor que eso. Es peor que la muerte.
- Dime ahora mismo quién mató a Alfredo López.
- Beltrán.
- ¿Tiene nombre este Beltrán?
- Sí... Bruno. Bruno Beltrán, detective privado. Yo trabajo en su agencia.
- ¿Y por qué haría algo así?
- Tiene treinta millones de razones para hacerlo.- Me mira sorprendido. Me mira como si le hubiera curado el cáncer. Oh sí, ahí viene la grande.
- Explícate.
- Esto empezó hace unos días. Rodolfo Alancón se robó el dinero, pero no para hacer más que pagar sus deudas con Rafael Villafaña, para tener otra vida.
- Alancón murió.
- Sí, pero no murió en el incendio. Alfredo López falsificó el reporte, ustedes tienen el cadáver de otra persona.
- ¿Por qué Alfredo López haría algo así?- Yo sé la verdad. Maribel lo motivó. Ella motivaría al diablo de congelar su infierno.
- Dinero, obviamente. Treinta millones es mucho dinero. Bruno Beltrán planeó todo.

            Les digo una versión abreviada, mi mentor me deja atrás mientras hace sus juegos pero la verdad es mucho más íntima que eso. Maribel seduce al dentista, pero hace mucho más que eso. La extorsión estuvo planeada por Bruno. La historia más vieja del mundo. Me advierte sobre su hermana, algo de psicología a la inversa. Mientras más lo prohíbe más la deseo. Ella extorsiona a Villafaña, él acude a Bruno seguramente y él le dice que pague. Total, tienen mucho más dinero que ese. Sabía lo que pasaría. Maribel y Bruno sabían que estaba loco de amor, que jugaría a ser sir Lancelot. Contaba con que yo los matara. Bruno se deshizo de Alancón, yo me deshice de Villafaña y Maribel se deshizo del dentista que se puso codicioso, que pagó a un judicial para asegurarse que Beltrán jugara como era debido.
- No sé, Alancón muerto, el dentista muerto, ¿Villafaña muere igual?
- No lo sé, pero tendría sentido. No tenía ni idea, hasta que llamé a tesorería para saber sobre nuestro cliente, Miguel Canel. No existe, es sola otra pieza de su ajedrez.
- ¿Cómo sé que tú no estás involucrado en todo?
- Porque yo sé donde puedes encontrar a Bruno y a los treinta millones.

            Es la respuesta del millón, o más bien, de los treinta millones. Me gana lo suficiente para ser liberado. Me quedo cerca, no tengo a dónde ir. Lo juego en mi mente todo el tiempo. Luego aprendería que Miguel Canel, el falso cliente, era un actor pagado. Maribel me mantuvo distraído, lo suficiente para que Bruno opere en las sombras y yo esté de un lugar a otro siguiendo a la viuda o asistiendo al chantaje. La muerte de Alfredo López, el dentista, es lo que más duele. Maribel lo mató, eso lo entiendo bien, pero es algo peor que eso. Una intuición que me quema desde dentro. Tengo que saberlo y se lo pregunto al judicial. Él tampoco puede ir muy lejos, tiene toneladas de papeles que firmar y concluir. Quiero saber por qué acudió a la casa de López. Sabe que ya perdió todo el dinero que el dentista le había prometido. Él fue más listo que yo, no se dejó engañar por Maribel y lo empleó para tener algunas certezas. Bruno debió haberlo sabido, después de todo el judicial recibió una llamada anónima que le dirigió a la casa del dentista. La llamada de un hombre. Si algo salía mal entonces Maribel es encontrada culpable. Vendió a su hermana para darse espacio.
- ¡Ya la encontramos!- Grita Muñoz desde su escritorio, teléfono en alto. Todos aplauden, yo no me siento con ganas de aplaudir. No me siento con ganas de respirar.
- ¿Dónde estaba?- Pregunta Cabrisas.
- Bruno Beltrán estaba camino a la Habana como copiloto, con una maleta con treinta millones de pesos. Momo nos alertó de la gerente de Mexicana, Margarita Ojeda. Vaya plan de escape.

Ella había sido la verdadera marca en el caso de Antonio Uc, el marido calenturiento. Mi examen final era parte del plan general, una excelente manera de escapar del país, convencer mediante al chantaje a una persona que te puede hacer copiloto y sellar tu maleta como valija diplomática. Bruno se divierte en Cuba, su hermana queda al aire, quizás nunca la acusan del asesinato o quizás sí. Pero es más que eso, la idea se le cruzó. Ella me engañó, pero ni aún así la dejaría al aire de esa manera.

Las autoridades cubanas lo arrestan de inmediato y lo suben a un avión de regreso. Disfrutó un total de dos minutos de libertad. El aeropuerto es un circo, hay reporteros por todas partes. Lo mueven en la base aérea militar. Mi nombre queda fuera, todo fue gracias al agente Muñoz y al judicial Cabrisas. Lo prefiero así, pero Maribel se entera. Se entera o une dos más dos. Me lo echa en cara. Me grita, en el umbral de mi puerta. Me escupe, me abofetea y me maldice. No sabía que su hermano se llevaba el dinero, pero me juzga por tomarme tan a pecho la extorsión a Villafaña. No tiene ni idea que Bruno no pensaba mandarle ni un centavo, que no había ningún boleto de avión en su futuro. Lo idolatro, incluso más de lo que yo lo hago. Quizás pensó que entendería, que algún día yo visitaría la isla y me aceptaría a su mansión. Seguramente pensó que nunca me daría cuenta de lo que planeaba hacer con su hermana. Y si lo sabía, ¿habría juzgado que yo preferiría que la investigasen con tal de compartir su dinero? No me hago ilusiones, me habría matado en Cuba de haber tratado de tocar su dinero. Si era capaz de enviar a su hermana a prisión, sería capaz de hacerme cualquier cosa. Amistad, amor, café, licor y comida, los lujos que valen la pena. Yo me quedé sin amistad y sin amor. Ella finalmente se calla y me mira a los ojos. Quiere una respuesta. No puedo decirle que su hermano la traicionó así que cierro la puerta y lloro. Ella me sigue gritando hasta que se va, le quité a su hermano para toda la vida. Yo la perdí, quizás porque la amé demasiado, quizás porque en el fondo quería me lastimara por haber lastimado a mi ídolo. Al final del día, nada de eso importa. Haces o dejas que te hagan, nunca dejes que te hagan. Fuera de eso, ya no queda nada.

Ahora:
            El chantajista quiere su segunda ración de dinero, nos da hasta la noche. El doctor Morales trata de convencer a sus pacientes, rojo de vergüenza. Sabe que perderá a sus clientes, pero sabe que quizás evitará ir a prisión. Esther Morales, la dama de sociedad con gustos exóticos es la más problemática. Lo aprovecho, quería ver a su esposo de todas formas. César Orozco, el dueño de Traco, una linda coincidencia que no sé cómo se ajuste.
- No sé qué haré, Laura no puede pagar nada más.- Otra vez el Club campestre, pero ésta vez caminamos por los jardines. Su marido nos mira con suspicacia, no está feliz de verme. Ella se asusta al verle, pero yo insisto en quedarme en mi lugar.
- ¿Le puedo ayudar en algo? Puedo ver a mi esposa llorando desde allá.
- Mi nombre es Momo, soy un arreglador. Me temo que tenemos un chantaje.- Esther me mira como si acabase de clavarle el último clavo en la cruz.- Su esposa no quiere involucrarle, pero yo le insisto que no hay otra opción.
- ¿De qué está hablando Esther?
- Ciertos secretos suyos quedarán expuestos. Alguien se hizo de las anotaciones del doctor Molina, aprovecha esos secretos para hacer algo de dinero, treinta mil pesos para ser exactos. Sus secretos están ahí.
- ¿Esther?
- Pensé que podía hablar libremente.- Lo hace perfectamente. Ahora se tambalea y balbucea.
- ¿Le dijiste de los sobornos para arruinar a la competencia?
- Hay más, no seamos inocentes que no hay mucho tiempo.- Me enciendo un cigarro y dejo que se trague el susto.
- ¿A qué se refiere?
- Vórtice y Centurión, las casas de bolsa. El lavado de dinero de sus amiguitos en el PRI.
- ¿De qué demonios me está hablando?- Es convincente, debo darle algo de crédito.
- Eso dicen ellos, pero puedo protegerlo.
- ¿Dijo treinta mil? Lo pagaré, pero no me parece justo que me extorsionen por cosas que no hice. No sé nada de lavado de dinero. Son solo esas demandas que fueron irregulares, nada más, todo para hundir a la competencia pero así son los negocios.
- Es buena idea que pague, pero no quiero darle la impresión de que yo soy quien le extorsiona, es por ello que le daré algo para protegerse, algo muy valioso. El lavado de dinero y todas esas cosas que usted no hizo están en grabadas. Se las daré, para que haga con ellas lo que quieran. Vamos, no sea tímido, tiene una agencia de seguridad privada usted no llegó a dónde está por jugar bonito. Le daré más instrucciones después, pero ahora necesitamos su dinero.
- Tendrá el dinero, además de un extra si puede hacer eso que dice.
- Hay muchas cosas que puedo hacer.

            Mi siguiente parada es con Mariano Ix y Maribel me está esperando. Sugerí algo con clase, pero Ix teme ser visto. Esa es buena señal. Nos sentamos en una de las mesas en la banqueta de un pequeño café en una abandonada calle en el centro, pero nadie está de ganas de beber algo. Mariano es un manojo de nervios, Maribel le acaricia el cabello para calmarlo pero estoy seguro que lo hace para encenderme más. Ya no podría estar más encendido, con Bruno en la ciudad yo estoy en llamas. Mi departamento ya no se siente igual. Busqué en cada rincón, por si acaso, su mera aparición me robó de todo concepto de hogar o intimidad, pero es difícil devolverle el favor si no sé dónde está y qué planea.
- ¿Posible grabación, qué demonios quiere decir eso?
- Es lo que suena, palabra por palabra.- Maribel me mira inquisitivamente, lo jugará a mi modo porque sabe que en el fondo le convendrá.- Hassad Alfid es un abogado que tiene material incriminatorio, tiene varios archivos de audio que cubren varias de sus actividades... extraescolares.
- ¿Pero quién nos pudo haber grabado?
- Ramón Echeverría.- Maribel respira más tranquila. Al diablo Echeverría, en la escala no puede ni competir con Maribel.- Eso dice el abogado.
- ¿Y cuánto quiere este abogado?
- No lo sé, eso tendrás que verlo con él.

            No hablamos mucho más, él no tiene ganas de hacerlo. Me despido, pero no me voy lejos. El auto de Maribel me sigue poco después y vamos a su casa. Sus gustos no han cambiado mucho. La casa es colorida, con decoraciones de todas partes de Latinoamérica y un enorme vitral con forma de mariposas en la entrada de la cocina. Me muestra su laptop en su habitación, las grabaciones en el USB son dinamita pura. La clase de conversación donde cualquier porquería se hace parte de una broma, la clase de cosas que la prensa adora. Me entrega el USB y lo guardo en mi saco. Me besa el cuello y acaricia mi cabello. Es fácil dejarse llevar, pero ella aún piensa en otras cosas mucho más peligrosas.
- ¿Le darás el USB al abogado?, ¿no te da miedo que le diga a mi hermano?
- No se lo daré a Hassan, pero él creerá que sí. Se lo daré sólo para que se lo venda a Mariano Ix.
- ¿Quieres ser más su amigo que mi hermano?- Me lee como un libro, pero la juego como si fuera de braile.
- La última en ser sospechada serás tú, porque pensarán que todo es culpa de Echeverría, o una jugarreta de Hassan.
- ¿Y si se rastrea hasta ti?
- Soy un niño grande, sé cuidarme solo. Plantaremos parte del dinero en Echeverría, en alguna parte que no sea muy obvia pero donde la policía buscaría si alguien decide investigarlo a profundidad. Ramón pisa la grande, seguido de Hassan y, por supuesto, de Ix y compañía.
- ¿Qué dinero?- Me susurra al oído. Podría susurrarme que me apuñalará por la espalda y aún así me haría ronronear. Mi diabla de ojos de azules sabe qué botones tocar.
- El del chantaje, pero necesito ayuda con el chantajista y creo que sabes quién es.
- No sé, y no sé si mi hermano tiene las manos metidas en eso. Lo único que sé es que salió, me vio hace unos días y no hablamos de mucho.
- Hablaron de mí.
- Ten cuidado Momo, él jura que no quiere hacerte daño pero está mintiendo.
- La idea me ha cruzado por la mente.

            Me empuja hasta el sofá, subiéndose la falda pero yo quiero la cama. Sé que Mariano Ix ha estado ahí y en el fondo los hombres somos trogloditas. Ella me susurra, me dice que soy su sir Lancelot. No recuerdo cómo acabó esa historia. Algunos dicen que huyó con la reina, otros dicen que murieron juntos. No hay nada romántico en morir juntos, no soy ningún Romeo. Me meto a bañar mientras ella duerme la siesta. Me siento tentado a despertarla, pero lo prefiero así. No el bañarme a solas, podría usar su compañía, pero prefiero que se bañe después. La despierto y espero unos minutos para salir silenciosamente de la casa. Me asomo a la enorme Escalade que le compró Mariano, tiene un GPS que tendrá las respuestas que busco. Reviso sus rutas nocturnas, ha tenido algunos viajes misteriosos de medianoche. Mintió sobre su hermano, le ha estado viendo cada noche pero no esperaba que dijera la verdad. Ahí debe estar Bruno, moviendo sus hilos, formando la soga con la que me ahorcará.

            No quiero que el abogado la vea, así que la convenzo de quedarse afuera. Mariano le dijo la hora en la que pasaría al bufete de Hassan Alfid y yo llego unos diez minutos antes para hacer conversación. Él se la juega como todos los abogados, dice mucho sin querer decir nada más. Lo único que habla es el dinero, y habla cualquier lenguaje. Mariano Ix llega a la oficina mientras yo le sirvo un trago al abogado. Tiene un sobre en la mano y cara de pocos amigos.
- 25 mil pesos.- Los pone en la mesa y yo le acerco el USB.- Espero no verlos de nuevo.
- Es mutuo.- Dijo Hassan, contando su dinero.
- Te enviaré más copias esta noche, es una mina de oro.
- Creo que te subestimé Momo.- Ahora es él quien me sirve algo de Chivas Reagal.- Eres un operador suave, pero contundente.
- Cada quien hace uso de las herramientas que Dios le dio.- Me mira inquisitivamente mientras se sienta en su sillón de escritorio.- ¿Qué? Es un dicho común. Mi tío Jacobo lo decía todo el tiempo, él enterraba los muertos en Cholul. Olvido el nombre de ese trabajo. Dicen que se enterró solo el día que murió, o que murió enterrado, no recuerdo cuál es cuál.
- No me refería a eso. Esperaba el momento en que me preguntas sobre Bruno, más específicamente que quieras pagar para matarlo.
- Soy demasiado suave para eso. Gracias por el Chivas.

            Salgo de ahí, cabeza en alto y como si acabase de darle una buena mordida a la manzana del Edén. Gente como Hassan sólo pueden ser tratados de ese modo, la violencia les hace escurridizos pero si consigues que crea que eres tan hipócrita y sórdido como él, lo tendrás en la mano. Bruno Beltrán me enseñó eso. Me enseñó muchas cosas más, pero nunca me enseñó cómo ponerle una bala en la cabeza. Espero a que Mariano se termine de despedir de Maribel, incluyendo nalgada y guiño. Maribel sonríe, acaba de comprar las grabaciones que ella hizo y se lo agradece como si tuviera la cura para el cáncer. Mi celular suena en el lobby, pero no tengo ganas de contestar afuera al sol. Maribel entra al aire acondicionado cuando Ix se aleja.
- Tenemos instrucciones.- Dice el doctor Molina.- Y ya tengo el dinero.
- ¿Cuáles son las instrucciones?
- A las ocho, kilómetro siete a Progreso tirar las maletas de dinero a las hierbas. Dios mío Momo, ¿puedes hacer algo con eso?
- Es la clase de suerte que estaba esperando doc, son las seis así que tengo algo de tiempo.
- ¿Qué pasa?- Pregunta Maribel, mientras me toma del brazo y salimos a la calle. No había sentido su brazo de esa forma en mucho tiempo.
- Instrucciones para el último pago.
- ¿Quieres que te acompañe?
- No, quiero alejarte del doctor Molina y de todo el asunto lo más posible. Tengo algo de tiempo, puedo llevarte a tu casa. ¿Me quieres acompañar a mi casa? Tengo algunas cosas que debo recoger.
- ¿Crees que tengamos tiempo?- Se muerde el labio y guiñe.
- Cancún te hizo bien, por lo que veo.
- Cállate, soy muy romántica.

            Recojo lo que necesito en mi departamento y manejo en silencio hacia la García Ginerés. Maribel habla, pero no la escucho. No puedo escuchar nada, hay un silencio que me ensordece sin importar cuánto le subo a la radio. Me estaciono a una cuadra de su casa y salgo del auto, directo a la cajuela. Maribel me sigue, sin saber qué decir.
- Disculpa, pero esos matones de tu hermano ya me persiguieron una vez y no quiero correr riesgos, prefiero mantenerme lejos de tu casa.
- ¿Me vas a llamar cuando termines lo del dinero?
- Sí, pero antes de eso...- La beso con todas mis fuerzas porque podría ser la última vez que la beso en mi vida. Ella lo sabe, hay algo de desesperación en el modo en que lo hace. Trata de advertirme pero es tarde para eso, fue demasiado tarde diez años antes. Quizás todo estaba destinado a terminar así, siempre a medias y con sospechas de toda clase.
- Regresa a mí.- Dice ella, con un hilillo de voz. Recojo lo que necesito de la cajuela, pero no me levanto.
- Cloroformo.
- ¿Qué?- Le pongo el trapo contra la boca y dejo que se relaje en mis brazos.
- Dije, cloroformo. Lo siento nena, pero por ahora serás mi equipaje... Lo has sido por diez años.

            La meto a la cajuela y ordeno todo lo que debo ordenar. Manejo a buena velocidad, me alejo lo suficiente pero no quiero llamar la atención. Hago un par de llamadas, algunas maniobras de hombre ahogado. Son desesperadas, pero estoy desesperado. El nudo se cierra, el piso está a punto de abrirse bajo mis zapatos. No seré un lindo cadáver, pero ninguno lo es. No lo fue el de ese pobre dentista, hace diez años, ni lo será Bruno Beltrán. Me alejo del norte, no tengo intención alguna de ir a Progreso. Manejo al centro, a la dirección que saqué del GPS de Maribel. Todos los caminos llevan a Roma.

            El lugar es bonito, una de esas viejas casonas al estilo español. Tiene los techos altos y la entrada de madera vieja con la portezuela abierta. Al centro del dilapidado edificio hay una mesa pesada de azulejos con una vieja máquina de café y sentado, en una vieja silla de metal está Bruno, hay otra silla frente a él, a un lado de la cafetera. No creo que me haya estado esperando, pero lo finge muy bien. Tengo la pistola en la mano y camino con calma. Bruno me señala la silla y el café. Traigo la maleta de ejercicio repleta de dinero y dejo que ella haga las introducciones.
- Traté de dejar el vicio en prisión.- Se enciende un cigarro y sigue disfrutando su café.- ¿Te gusta, es brasileño?
- Colombiano.
- Muy bien, pasas el examen. ¿Viniste a matarme?
- ¿Esto? Digamos que es protección.- Me siento, quiero que crea que bailo a su ritmo.- ¿Extrañaba el aire fresco?
- La idea de sentarte en un patio, beber café, fumar cigarros... Todo eso es como veneno cuando estás ahí por el resto de tu vida.
- Diez años para pensarlo Beltrán, diez largos y tortuosos años... Y fallaste, oh Dios mío cómo fallaste. Te estrellaste en llamas, estás quemado.
- No sé de qué me hablas.
- Lo tenías que hacer personal, esa fue tu debilidad Beltrán. No es mí debilidad, yo nunca lo hago personal, yo no tengo nada personal. Nada, me lo enseñaste bien. Pero tú no, tú tenías que dejarme saber que estabas libre. Grave error. Desde que supe que estabas libre sabía que todo a mí alrededor era completamente falso. Todo, hasta las paredes. Todo, claro está, a excepción de la razón por la que te liberaron, la gran operación.
- Yo tengo una historia Momo, como las tuyas de tus tíos. Mi tía Juliana solía decir que el truco más importante que el diablo logró hacer fue hacerle creer a la gente que existe. Piénsalo bien, siempre nos cuentan la otra cara de la moneda, ¿no es cierto? Nos dicen que el diablo nos engañó, haciéndonos creer que no existe y así no podemos distinguir el mal de aquello que se justifica. No, nos hizo creer que existe, porque así nos decimos a nosotros de que no, y que si no existe entonces debe ser una jugarreta suya. ¿Te suena conocido?
- Tiene esa clase de lógica retorcida que tanto te gusta.
- Veo que tienes el dinero.
- Sí, no habrá retén policiaco para mí.- Bruno sonríe, pero su sonrisa desaparece cuando suena un celular en la mesa de azulejos. Lo recojo, leo el número y se lo paso, pero él no lo contesta.- ¿No lo vas a contestar? Es el doctor Molina, diciéndote que algo salió mal. No podrá entrar a mi casa y plantar las anotaciones. César Orozco está ahí, probablemente con su gente de Traco. Era una buena idea. Me detienen en la carretera con dinero que no puedo explicar, el psicólogo me apunta como el chantajista. Puede falsificar citas en su calendario, hacer parecer que yo he estado en su consultorio, que yo podría haberlo robado. Revisan mi casa, encuentran las anotaciones y yo termino en prisión. ¿Por qué no? He estado animando a la gente a pagar la extorsión.
- Las dos caras de la moneda Momo, el diablo, exista o no, de cierta forma existe.
- Habría caído, era buena. Todo eso con Vórtice y Centurión, las casas de bolsa, el lavado de dinero y el PRI era todo una enorme cortina de humo. El doc insistía en ellos y Maribel me convenció en Mariano Ix. No, lo único que importaba, además del doctor, era la lesbiana, o mejor dicho la amante.
- ¿El juego con Mexicana? El blues de la tercera banda. Aprendiste bien.- Lo enmascara, pero puedo ver el odio en su rostro. No se mueve mucho, no quiere vea dónde esconde el arma.
- Decidí quitar todo lo que sobra. Al diablo el chantaje del doctor, quería saber cuál era tu gran operación. Los dos mafiosos dijeron un par de cosas valiosas. Dijeron que algo venía en barco a Progreso. Pensé que eran drogas, pero no tenía sentido. No necesitarían técnicos si fueran drogas, además de los dos camiones. Luego estaban los hombres que Hassan contrató, gente tabasqueña con esas batas de doctor. No tenía sentido que fueran doctores, pero no encontraba otra explicación. Luego recordé algo que escuché por ahí, que el doctor tiene un hermano que produce medicamentos similares. Algo grande, algo que necesita de técnicos, un lugar que produce drogas legales, esos de bata bien podrían ser químicos. Una operación de producción de drogas sintéticas al por mayor. ¿Estaba Mensayuc involucrado, esa  empresa de envíos de mensajería con contratos del gobierno?
- El gobierno no sospecharía de esos camiones yendo por todas partes del estado. Hassan ya estableció una compañía de florerías al por mayor, necesitarían de muchos envíos.- Beltrán sonríe y aplaude, con cuidado de no tirar la taza entre las piernas.- Muy bien, muy bien. Impresionante diría yo. ¿Y qué tiene? Nada de eso se puede rastrear hacia mí. No puedes siquiera demostrar que el doctor Molina es el chantajista. No puedes demostrar que estableceremos una producción masiva de metanfetaminas. Saber y demostrar son dos cosas muy diferentes. Saber, el simple saber, se queda en tu cerebro y basta una bala para acallarlo definitivamente.
- ¿Qué hay del USB que Ix compró a Hassan?
- ¡No me decepciones!- Bramó Beltrán con una furia impresionante. La taza cayó al suelo y se quebró. No pude evitar saltar del susto.- ¿Crees que Hassan caería en tu pequeña trampa? No seas transparente Momo, ¿qué no aprendiste nada?
- Beltrán...- Me echo a reír, un par de buenas carcajadas.- Por supuesto que sabía que te diría todo, contaba con eso. El diablo, ¿recuerdas? Si existe o no, si existe pero hace creer que no existe... Claro que Hassan te dijo, claro que hizo todo lo que le dijiste que hiciera. Contaba con eso.
- Intrigante...
- No podía dejar que nadie escuchara esos audios, son más que dinamita, son veneno. Maribel aparece en ellos, tarde o temprano sumarían una cosa con la otra. No, yo le di un USB, pero no el que estaba esperando. Hassan le vendió a Ix una grabación de otro tipo, una mucho más divertida. Es un pequeño regalo de mi parte. Lo grabé mientras discutimos en su auto. No sé si te dijo algo al respecto, pero fue una conversación iluminadora, y no faltarán aquellos que harán buen uso de ese material. Habló de ti, de esos dos narcos amigos tuyos, de sí mismo, de sus tratos con el PRI...- Beltrán me mira de los pies a la cabeza, espera ver un micrófono oculto. Saco mi celular, le muestro que está apagado y lo pongo en la mesa.
- Todo se puede componer, además Machado y Benavides han estado insistiendo en matarte. Sabía que no podías hacernos daño, y no estaba equivocado.
- No has preguntado por tu hermana, pero eso es un patrón contigo. Sabías que esas grabaciones suyas podían llegar hasta ella, llegar y con muchas balas.
- Es una niña grande, sabe cuidarse sola.
- ¿Cómo cuando le dijiste que matara al dentista, hace diez años, sabiendo que la podían investigar? Encontré uno de sus prendedores de mariposa en el lugar, ¿te imaginas lo que habría sido si la policía hubiese llegado primero, como es judicial al cual le hablaste?
- ¡Eran treinta millones de pesos y tú me hablas de detalles menores! Ese dinero compra muchos abogados.
- ¿Y yo? Estaba casi tan expuesto como ella, podían decir que era lío de faldas, que la maté por celos. Mucha gente nos vio juntos y mucha gente la vio con ese dentista. Lindo fondo del retiro, una mansión en Cuba mientras todos los que te querían se pudren en prisión.
- Esa clase de dinero compra una nueva conciencia. Yo trabajé muchos años para tener un golpe como ese. Ahora mi dinero seguramente habrá sido gastado por un montón de políticos corruptos.
- El PRI la buscaría Beltrán, ¿crees que el partido no puede hacerle daño por sus propios medios?
- Puede irse del país. Este negocio con Machado y Benavides vale millones. Saben que puedo operar con guante de seda, puedo establecerles un negocio de treinta o cuarenta millones al año. ¿Sabes lo que es ese dinero para gente como tú o como yo?
- No me incluyas en tu grupo, Beltrán. El dinero es lo único que me gusta, pero Maribel me gusta más. Eras mi ídolo Beltrán. Fui un idiota, pensé que me casaría con tu hermana, que seguiríamos trabajando por años, los tres juntos. Tú tenías que arruinarlo todo, tenías que meter la cruda realidad entre nosotros. ¿Por qué no te quedaste abajo, con el resto de nosotros?, ¿por qué quisiste arruinarlo todo con tus juegos? Amistad, amor, café, licor y comida, los únicos lujos que valen la pena.
- No me hables como si me conocieras Momo, tú eras un niño salido de la calle, no eras nadie. Yo te enseñé todo lo que sabes, y si no supiste leer entre líneas no es mi problema. En esta vida tú agarras al toro por los cojones y le haces darte lo que quieras. Todo lo demás es para ilusos. Tú lo sabes ahora, gracias a mí. Y ahora que, francamente, esta conversación se tornó insulsa te haré una única pregunta, y quiero que la medites bien. ¿Cuál es tu utilidad? Me dijiste un montón de cosas que son ciertas, pero que no puedes probar. El doctor Molina no habrá podido plantar la evidencia, pero sigue siendo útil, su hermano nos dejará cocinar toneladas de metanfetaminas. Yo aún tengo muchos planes. Hassan nos cubrirá las espaldas, ¿y tú?
- Yo soy el que te entrega el dinero. 120 mil pesos, tómalo ahora y vete del país.- Me pongo de pie, pongo la maleta sobre la mesa, abro el zipper y le muestro el dinero.- ¿Lo ves? Está todo aquí, es tuyo Beltrán, tú te lo ganaste.
- No has contestado mi pregunta.- Se pone de pie, saca el revólver que tenía metido en el cinturón, pero no me apunta.
- Tendrás al PRI en tu contra, Hassan habló de ti y ahora mismo el partido entero ya lo habrá escuchado. ¿Estás pensando en esa fábrica para producir drogas? No, ya avisé a las autoridades que esperen un cargamento en Progreso, cualquier clase de maquinaria química. Incluso les dije del doctor Molina y de su hermano. ¿Quién sabe? Quizás Machado y Benavides puedan sobornar a las autoridades, pero incluso si eso pasa, ¿qué utilidad tendrías tú? Te sacaron de prisión, desembolsaron mucho dinero para hacerlo, ¿y qué les darás a cambio, unos mugrosos 120 mil pesos? Eso no cubre nada. No cubrirá tu trasero.
- No, todo tiene arreglo. Conocí al doctor Molina y a su hermano a través de un chantajista que trató de hacerle lo mismo, era su cómplice pero el doctor Molina se arrepintió. Pude revertir eso, puedo revertir esto, puedes tenerlo por seguro. He aprendido mucho en prisión. Si tuviera todas las habilidades que tengo ahora unos diez años antes no estaríamos aquí.
- Pero estamos.
- Sí, y tú estás ganando tiempo. Vamos Momo, ya dijiste todo lo que tenías que decir.
- No, me faltó algo.- Bruno alza una ceja, su brazo tensa, está esperando su momento.
- Vamos, di tus últimas palabras.
- Tres celulares.- Saco los dos celulares de los bolsillos de mi saco, los pongo sobre la mesa y sonrío.- Te estás haciendo viejo.

            Maribel aparece en la puerta, pistola en mano y lista para usarla. Fue un tratamiento duro, pero necesario. La dejé en el maletero con agua, comida, un arma, la llave, un mensaje para que me diera tiempo y un celular en llamada con uno de los míos. Pensé que Beltrán se asustaría por el asunto de la grabación de Hassan, por eso necesitaba de los celulares que tenía en mi departamento, le mostré el que estaba apagado y no se figuró que podía tener más. Lo hizo personal, él quería hablar, él quería demostrarme lo inteligente que es. La verdad es que es cierto, es simplemente brillante, pero en esta vida no gana el que más se esfuerza o el que es más inteligente, lo único que vale en el mundo es la astucia. Mi padre solía decirlo todo el tiempo. Un celular apagado, uno en llamada al maletero y otro que grabe toda la conversación. Beltrán quería conocer mi arma secreta, pero mi arma secreta era él.
- ¡Me ibas a dejar en Mérida, en prisión! Bruno, ¿cómo pudiste?- Beltrán le apunta a ella y después a mí. Yo le apunto a la cabeza, respiro tranquilo y trato de ordenar el caos a mi alrededor.- ¿Qué fue lo que me dijiste cuando llegamos a Mérida? Dilo o te mato.
- No.
- Maldito cobarde, me dijiste que, pasara lo que pasara, siempre estaríamos juntos.
- ¡Éramos niños Maribel! Finalmente lo tenía, el suficiente dinero para tenerla hecha toda mi vida.
- ¿Sin mí? Momo no me dijo porque sabía lo mucho que te idolatraba, no le habría creído. Cuando regresaste, cuando me dijiste que querías vengarte de él, aunque fuera un poquito y yo estaba deshecha. No sabía qué pensar, pero la sangre es la sangre. Me convertiste en lo que más odio para hacer unos cuantos billetes y dejarme colgada en el aire.
- Maribel, eres mi hermana pero si me haces elegir tendré que disparar.
- Estos diez años me hiciste creer que Momo se había acobardado, que te había entregado porque estaba envidioso que tú tuvieras el dinero, que no creía que tú lo compartirías con él, que había decidido que si él no lo tenía entonces nadie lo tendría. Fui una idiota porque Momo te habría seguido hasta La Habana nadando, hasta el infierno te hubiera seguido... Y yo también.
- Basta.- Alargo el brazo hasta el hombro de Maribel para calmarla.- No, esto no acaba así. No, maldita sea, no te voy a perder otra vez. No mates a tu hermano Maribel, no seas como él.
- Es un maldito.
- Sí, lo es, pero esto no es justo para ti, ni para mí. No, Bruno merece estar solo, merece vivir con miedo el resto de su vida.
- No descansará hasta matarte Momo.
- No me importa.- Bajo el arma y Beltrán me mira, me mide. Siempre fue bueno para eso.- No voy a matarte Bruno, no lo haré. Fuiste como mi padre por un tiempo, no te puedo hacer esto. Por favor, no mates a Maribel, ni hagas que tu hermana te mate, piensa en ella, al menos una vez. Toma el dinero, está todo ahí. Suficiente para salir del país, establecerte en otra parte.
- Estás mintiendo.
- Mírame a la cara Bruno, ¿estoy mintiendo?

Maribel baja la pistola cuando su hermano lo hace. Le tiro el dinero al centro del patio y los dos lo observamos en silencio. Lo recoge sin decir nada, se guarda el arma y sale del lugar. Pasa a nuestro lado, la cabeza gacha, los ojos repletos de lágrimas y entonces sé que ese es el peor momento de su vida. Le seguimos afuera y caminamos de regreso al auto sin decir nada. No queda nada qué decir. La verdad tiene ese efecto, corta la conversación como un hacha. Nada que añadirle, nada que pulir, la verdad en su estado puro destruyó a Beltrán y sé que destruyó un poco a Maribel. Había sido muy fácil, había sido mucho mejor creer que yo había traicionado a su hermano, quien había sido como un padre para mí, por algo vulgar como odio o cobardía. Me apoyo contra el auto, me enciendo un cigarro. Mis manos aún tiemblan. Le muestro el USB que me había dado en su casa, lo tiro al piso y lo aplasto con fuerza.
- Deberías borrarlo todo Maribel, es tóxico de maneras que no quieres ni imaginar.
- ¿Por qué no me dijiste?
- No lo sé, naturaleza humana. Natural como huir, como lastimar, como enojar a miembros del cartel... Maribel, ese dinero no será suficiente.
- Lo sé.- Lo dice fríamente. Sabe que mandé a su hermano a morir pero no puede sentir nada al respecto.
- Todos estos años pensé que eras alguien distinto. Pensé que eras frío, calculador, incapaz de intimar, incapaz de sentir, amante únicamente del dinero.
- No, pensabas bien. Era esa persona, pero cuando estoy contigo soy otra persona completamente.
- ¿Alguien mejor?
- Vamos, nos esperan en mi departamento.

            César Orozco seguía ahí, junto con algunos de sus matones. El doctor Molina trató de entrar, de forzar la cerradura, le agarraron con las manos en la masa y se lo llevó una patrulla. Le devuelvo los treinta mil, le mentí a Beltrán, saqué algo para Orozco. Nos dejan a solas y pasamos la noche abrazados en el sofá, escuchando blues. Nadie dice nada, nadie quiere moverse. Nos quedamos encerrados por varios días, es nuestra burbuja que espera pincharse. Sucede finalmente, nos enteramos que Bruno fue baleado tratando de cruzar a Guatemala. Lo enterraron en una tumba sin nombre, sin funeral y sin seres queridos que le lloraran. Maribel no dejó caer ni una sola lágrima, yo tampoco. Habíamos vertido suficientes para estas alturas. Al día siguiente la llevo al aeropuerto, regresa a Cancún. No soporta Mérida, pero no lloramos, sabemos que nos veremos de nuevo. La beso antes de dejarla ir, esa frialdad se apodera de mi corazón otra vez. Ella me regala su collar de mariposas. Yo le dejo una nota en su maleta. Un papelito que dice “Amor, amistad, café, licor y comida, los únicos lujos que valen la pena”.

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