Vidas cruzadas
Por: Juan Sebastián Ohem
0.-
Dorian
se pasó la mano por el cabello negro y trató de calmarse. Vestía su traje
blanco de siempre, con una camisa negra y tenía una corbata roja. La había
encontrado, siempre lo hacía. Ella siempre se escondía, pero él siempre daba
con ella. La puerta estaba abierta, la casa estaba decorada era vieja,
española, con muebles cuya pintura se descarapelaba. Al centro de una sala,
rodeada de telas rojas, ella le estaba esperando. Era una mujer de cuidado,
Dorian lo sabía, podía ser dulce y tierna o enojarse fácilmente. Era hermosa,
aunque escondía su brazo izquierdo, y su mano, con una larga manga del vestido
y guantes, pues había quedado desfigurada. Dorian tomó una vieja silla, se
sentó contra el respaldo y se encendió un cigarro.
- Mi hermano no estará feliz de
saber que estás aquí.
- Tú no le dirás, además, no le
temo a tu hermano.- Del interior de su saco extrajo un mazo de cartas que
colocó en la mesa.
- Dorian, tú y tus juegos.- Ella
revolvió las cartas del tarot y de un suave movimiento con la derecha las extendió
como un abanico.- Uno de estos días...
- Sí, pero no hoy. Además, hay
días y días. Algunos días tardan meses.
- Te pones filosófico cuando no
sabes qué decir, ¿lo ves? Te conozco bien.
- Antiguos amantes se conocen
fácilmente.- No se atrevió a acariciarle la mano. Ella puso sus ojos en las
cartas, le indicó que comenzara y luego le interrumpió.
- Algunas cartas le pertenecen a
mi hermano, reconozco este mazo.- Ella separó algunas y Doria gruñó, no se
esperaba eso.- Ahora sí, comienza.
- El loco.
- ¿Hay mejor manera de empezar?
- La Emperatriz, El Ermitaño, El
Colgado...
- ¿Qué es lo que planeas
Dorian? Es una jugada muy difícil.
- Yo no planeo nada, ya me
conoces, soy como tú. La Estrella, La Templanza, El Papa, La Luna.
-
Estás más loco de lo que dicen.
- Locura y cordura son límites
difusos, tú deberías saberlo.
- Los Enamorados, La Fuerza, La
Torre, El Juicio, El Mago, El Sol y El Mundo.
- Es un orden extraño.
- ¿Me deseas lo mejor?
- Yo no deseo nada Dorian,
antiguos amantes deberían saberlo.
1.- El Loco
Ahmed
Ul-Yawar era conocido en Equs simplemente como Ahmed. Le tomaban por libanés,
aunque sus padres insistían siempre en ser jordanos. Sus padres no estaban ahí.
Sus padres no sabían que él estaba ahí. En el fondo, no creía que sus padres
supieran lo que significa ser un DJ, mucho menos para él, mucho menos en Equs.
Vestido de brillante camisa verde y apretados jeans amarillos bailó un rato y,
cuando era su momento, se retiró a la cabina de DJ. Saludó a los de siempre,
estaban Mauro y Elsa besuqueándose y haciendo líneas en unas de las diminutas
mesas. Estaba Jorge también, bailando con una chica. Le saludaron de lejos,
como pequeñas fotografías, por la luz estroboscópica. Hizo lo suyo, sabía que
no era Tiesto, pero era lo suficientemente bueno para ganarse sus miles de
pesos. Gastaba la mayoría en lo que sus padres detestaban, un mejor reloj,
mejores zapatos, más guardarropa y colección de colonias. El resto dinero iba
para ellos, pues creían que Ahmed trabajaba de guardia nocturno.
- Lo hiciste muy bien.- Le gritó
Mauro, cuando terminó su turno, o eso le pareció escuchar por el ruido. Le
agradeció y salió un segundo a fumar. Parecía que todos estaban ahí, fumando en
el acceso secundario y bailando. Las chicas querían bailar con él, él no se negaba.
- No te vayas ceniciento, apenas
son las dos.- Le dijo una borracha que se acomodaba la falda.
- Tengo otro trabajito, ya sabes,
la party nunca acaba.- La chica le aulló a la luna.
Apestaba
a alcohol y cigarros. Más cosas que sus padres no toleraban. Se cambió en el
auto, un Malibu viejo que se había comprado con su propio dinero. Su padre,
Omar, era de la vieja escuela, quería que él siguiera su gran legado,
“Esquinera”, una tienda de abarrotes como había miles en Mérida. Ahmed miró a
las pocas estrellas en el cielo, se preguntó si había alguna para él, una
distante a esa tienda y a ese futuro. Radio a todo volumen se salvó del
alcoholímetro. Debía ser su noche de suerte, pensó. Eso cambió pronto.
Llegó
a Fraccionamiento Jardines del norte con las ventanillas abiertas para que se
le fuera el olor. Reconoció a lo lejos, en una esquina del parque a Jorge. No
conocía su apellido, una de esas débiles amistades de antro. Reconoció su auto
también, acelerando a toda velocidad. Segundos después escuchó los gritos de su
madre. Aceleró, saltándose el paso peatonal, el coche golpeándose contra el
asfalto. Estacionó y bajó corriendo, Omar y Ashida gritaban en árabe, conocía
el idioma aunque a medias. No necesitaba entenderlos. La tienda era un
desastre. Vidrios rotos, pintura, graffitis ofensivos. Su madre se lanzó a sus
brazos, tenía la pañoleta en la cabeza y vestía de negro, pero siempre había
sido una mujer atractiva. Su padre, Omar, era un hombre regordete, de barba
cuidadosamente cortada y ligeras gafas. Él no decía mucho, tenía las manos en
la cabeza, su legado había sido vandalizado.
- Es porque somos musulmanes,
estos malditos cristianos y su hipocresía.- Dijo finalmente, resignándose a
recoger los vidrios.
- No papá, son sólo unos chavos
borrachos y nada más.
- Los libaneses, esos la tienen
fácil.- Decía su madre.- Muchos ni parecen árabes.
- No pienses en eso mamá, les
ayudo a recoger todo.
El
lugar era un desastre. Aprovechó la oportunidad para meter el dinero que había
ganado en la caja registradora. Su madre se daba cuenta, un guardia nocturno no
ganaba tanto. Nunca diría nada, pues confiaba en el buen corazón de su único
hijo. Ahmed no confiaba en su buen corazón, él estaba tan dolido como su padre.
A la madrugada, mientras aplicaban thinner contra la pintura y los dibujos
obscenos, pensó en algo tan perverso que sabía que debía guardárselo. Ese
borracho, Jorge, y su pandilla de amigos, no sabían que él trabajaba allí.
Tendría su venganza.
Trabajó,
como todos los días, en la tienda de abarrotes, aburriéndose de muerte. La
gente entraba, ponía cosas en el mostrador, pagaban y se iban. Nadie hablaba
con ellos. A veces un viejo lo hacía, pero todos decían que estaba loco, así
que no contaba. Ahmed miraba su reloj, su Longines auténtico. Su padre no sabía
de esas cosas, usaba un Timex viejo de correa plástica negra. Tampoco sabía
dónde conseguir éxtasis, pero Ahmed sí.
Esa
noche fue a Equs, compró seis pastillas de éxtasis al camello del antro. No era
su noche, lo cual era perfecto. Se acercó a Jorge y sus amigos. Le conocían por
ser DJ. Les pagó una ronda, amistades automáticas. Salieron como a la una.
- Post-copeo.- Insistió Ahmed.
- Vas.- Dijo Horacio y Jorge
estuvo de acuerdo.
- Las vacas, Mariana está allá.-
Dijo Jorge, mientras se texteaba.
Les
siguió en su auto, las pastillas en el bolsillo de su camisa de seda falsa.
Estaba nervioso, pero estaba decidido. En un alto desvió su mirada. Les había
estado vigilando toda la noche. Nada de remordimientos. ¿Y si lo hacían de
nuevo? Ésa era la gran pregunta. Quizás la próxima vez llegarían más temprano,
quizás la próxima vez su padre trataría de defender lo que era suyo y entonces
las cosas podían terminar mucho peor. Se detuvo en esa avenida y respiró
profundo. Nunca había hecho algo semejante. Tenía la esperanza que simplemente
les enfermaría, luego de alterarlos lo suficiente para asustarlos. Ciertamente
no quería causar nada grave. Se miró, reflejado en la ventana de otro auto.
¿Era esa persona ahora, un vengativo árabe que envenenaba a sus enemigos, que
no eran sino una partida de borrachos que hacían cosas de borrachos? Empujó las
dudas fuera de su mente. Ya tenía el éxtasis, sólo tenía que ponerlas en sus
bebidas y nada más.
- ¡Arbados, hemos llegado!- Le
bromeó Horacio. Ahmed sonrió, pero estaba muerto de nervios. Se dio cuenta
entonces que era un buen muchacho. Odiaba cuando su madre se lo decía, siempre
quería hacerse al tipo duro. Era un buen muchacho, a punto de hacer algo muy
malo.
- Cervezas.- Ordenó Jorge y el
mesero no tardó en traer los tarros. Ahmed se palpó el bolsillo de la camisa,
las pastillas seguían ahí. Jorge le codeó, sacándole de su hipnosis y le señaló
a una chica que dejaba a sus amigas y se acercaba.- Ahí viene, ella es Mariana.
Ahmed
no prestó atención hasta que ella se sentó a su lado en una de las sillas
plásticas. Mariana era mujer moreno claro, era alta, esbelta, de un rostro maya
y cabello azul eléctrico. Ahmed quedó boquiabierto. Olvidó el éxtasis. Olvidó
que todos estaban ahí. Ahmed estaba enamorado.
2.- La emperatriz
Elsa,
Ángel, Yamili y Mauro bailaron hasta tarde en Equs, era jueves, el verdadero
inicio de fin de semana. Salieron borrachos, pero Mauro tenía un as bajo la
manga. Se detuvieron en el Mercedes de Yamili frente a una cafetería pequeña,
cerca del antro, llamada De paso. Entraron con paso vacilante, platicando entre
ellos, y se sentaron en la primera mesa que encontraron. Elsa Sarabia miró a su
alrededor, no le gustaba para nada. Ella era San Ramón Norte, el lugar era como
del centro, con demasiada gente naca. Mauro le tronó los dedos a la mesera, se
presentó con Dafne, no que les importara. Pidió café, vasos de agua para todos
y algo de tomar.
- Qué bárbara Yamili, tres
vodkas, jersey shore- style.
- ¿Yo? Elsa estaba como embudo,
esos shots la dejaron loca.- Elsa, despeinada por completo, sonrió y fingió que
bailaba en la mesa.
- Ya era hora.- Le dijo Elsa a la
mesera que traía la bandeja.- En serio, a ustedes los indios se les dan
tantitas oportunidades y se creen la gran cosa.
- Qué lugar tan chafa Mauro,
hasta dejan entrar vagabundos.- Se quejó Yamili.
Elsa
caminó al baño en zig-zag. Se miró al espejo, pero no podía verse, estaba
demasiado borracha. Sacó la coca de una bolsita, se hizo una línea en el
lavamanos y con un billete de quinientos se inhaló todo de golpe. Ahora se
sentía mejor. Regresó más animosa, se tomó dos vasos de agua de un golpe y,
como todos los demás, estaban deseos de irse de ese lugar. Notó que habían
estado hablando de ella, pues se callaron en cuanto la vieron entrar.
- ¿Qué?
- ¿Ernesto Aldrete?- Ángel le
mostró su Iphone, ella le había deseado un feliz cumpleaños y le había dedicado
un abrazo.- ¿El gótico super looser? No inventes.
- ¿Ese perdedor? Era una broma.-
Mentía, sonaba convincente, pero Mauro no se lo tomaba a broma. Habían salido
ya un par de veces, en sus mentes eran novios. Tenía sentido, Elsa era la guapa
del Patria, Mauro tenía billete e iba al gimnasio.
- Yo escuché que hasta te
texteabas con él.- Dijo Yamili, con mirada de inocencia.
- Ya quisiera él.- Elsa lo dijo
en broma, pero en realidad le atraía ese perdedor. Era un chico guapo, aunque
odiaba que se vistiera de negro y escuchara esa música. Además, el sujeto era
un perdedor que se juntaba con perdedores.- Quiero que crea que es como Glee y
todos cabemos en el mismo mundito.
- Eso es amiga, diles, hay ellos
y los BP, beautiful people.- Hicieron pinkie promise.
-Ya bueno,- Dijo Ángel.- ¿nos
podemos largar? Me siento naco estando aquí.
El
Mercedes se alejó por Montejo. Elsa quedó callada, no se sentía bien. Ángel se
dio cuenta que estaba verde. Yamili no quería que vomitara en su auto,
estacionó en el frente del Fiesta Americana. Mauro la acompañó al baño más
cercano donde vomitó los seis shots, los tres martinis y los tequilas. Mauro le
sostenía el cabello mientras lo hacía. Le ayudó a limpiarse la cara. Tenía una
nariz respingada, unos ojos azules y un cuerpo atlético. Mauro era ancho de
hombros y sólo lo mejor tocaba su piel. Se lo susurró a los oídos y eso la
calentó. Se fajaron en el baño, ambos aún muy borrachos, hasta que alguien más
entró y se aclaró la garganta. Se vistieron rápidamente, Elsa se bajó el
micro-vestido y salieron riendo. Elsa se separó de Mauro, caminó a la escalera
eléctrica. Le pareció reconocer a alguien. La pudo ver de cerca, aunque ella no
le vio. Era Darla, su mamá, besándose con un hombre que no era su papá y
metiendo el brassiere en la bolsa. El hombre, le había visto un par de veces
antes, era el jefe de su padre.
Les
miró alejarse, no la notaron. Mauro la arrastró al coche. No dijo nada. No
sabía qué decir, ni qué pensar. En la mañana del viernes, con una resaca
tremenda, se decidió a confrontar a su madre o decirle a su padre. Su padre, Moisés
Sarabia, ya había salido al trabajo, Darla le saludó desde la alberca y envió
al chofer para que se la llevara de la casa. Los viernes, en el Patria, eran un
ritual. Se decidía a qué fiesta se debía ir, a qué fiesta estaba uno invitado y
qué fiesta sería la mejor. Elsa estaba invitada a todas, incluso por default.
El chofer le dejó en la entrada sin mediar palabra. Todos la miraban, y no de
buena manera. Los góticos, chicos vestidos como emos, se burlaban de ellas,
pero también lo hacía su amiga Yamili. Mauro había revisado su celular. Se
había estado texteando con Ernesto Aldrete por semanas. La vergüenza la dejó
roja, hasta los nacos se atrevían a llamarle nombres. Agradeció que empezara la
escuela, quizás por primera vez.
Todos
entraron a clase. Todos estaban ahí, todos los maestros, administrativos y
hasta el servicio de limpieza. La única persona que sobraba era Dorian.
Recorrió un pasillo, en su gastado traje blanco, con camisa negra y corbata
verde. Se rascó el cabello negro y dio unos pasos de baile antes de encender la
alarma contra incendios. Los profesores
fueron sacando a los alumnos. La directora tenía que revisar cada espacio.
Abrió la puerta del baño de mujeres y se topó con Elsa Sarabia haciéndose una
línea. Le arrancó la bolsita de cocaína, que tiró por el excusado y la jaló
hasta su oficina. Elsa estaba pálida, le temía a la policía, le temía al
regaño, le temía más que nada al ridículo. La llevó a la oficina, la sentó con
una agresividad que la asustó aún más.
- Tengo tu número.- Dijo la
directora, levantando el auricular de su teléfono.- Tu padre llama de vez en
cuando, para saber cómo estás.
-
Sí, porque nunca me lo pregunta.
- O puedo llamar a la policía, a
ver si te gusta que te hagan un anti-doping.
- No, por favor, haré más tarea,
estudiaré más.- La directora lo pensó, sonrió y colgó el teléfono. Aquel gesto
tranquilizó a Elsa. Pensó que se saldría con un sermón, y siempre podía comprar
más. No era como si fuera adicta, dejaba la coca por meses enteros para no
terminar como una de esas perdedoras en televisión.
- Tengo una vecina, no es una
anciana, pero es una mujer grande. Necesita ayuda.
- ¿Quiere que sea su enfermera?-
Preguntó, con cara de asco.
- No, niña malcriada, quiero que
la ayudes a cuidarse, tiene algunos... problemas, nada grave. No confiaría a
nadie con problemas médicos a tu cuidado. Se llama Sofía Mercado. Sabré si no
estás ahí, ten eso en cuenta.- Le escribió la dirección en un papel y se lo
paso.
- Esto no está en el norte.- Dijo
Elsa, con cierta ofensa.
- ¿Sabes llegar?- La directora
quería ahorcarla, pero sabía que no podía.
- Obvio mi Iphone tiene GPS.
- Desde hoy, y recuerda, yo sabré
si faltas, es mi vecina.
3.- El ermitaño
Vidal
Chan colocó su manta en el mercado, a un lado de los rastafarios. Tenía
pantalones y camisa, pero a primera se notaba que pertenecía a la Plaza Grande.
Tenía los hombros anchos, un rostro alargado con ojos tristes y mentón fuerte.
Era un vagabundo, se le notaba incluso por las rotas suelas de zapatos y la
incipiente barba. Pasó las horas en silencio, vendiendo lo que podía. Vidal no
hablaba mucho. Un cliente se lo dijo, interesado en un collar de piedras
relucientes con forma de aves, hecho con pedazos de latas. Vidal le miró a los
ojos y le dijo que lo esencial de la conversación era el silencio, no las
palabras. El cliente no entendió, pero lo compró de todas formas.
Compró
algunas piedras que le parecieron interesante, recogió sus cosas en su manta y
se alejó caminando. Llevaba un carro de supermercado, lo usaba para robar las
bolsas de basura que dejaban fuera los restaurantes y las oficinas. Se quedó
fuera de un restaurante, mientras un grupo de gente esperaba mesa. No podían
fumar dentro, así que aprovechaban la espera. Esa noche tuvo suerte, dejaron
sus cigarros a la mitad. Los recuperó del suelo, podía secar a los más húmedos
y se encendió uno de ellos. Llevaba una chamarra donde guardaba los cigarros y
otros pequeños artículos que le parecieran interesante. Intentó vender algunos
aretes en un bar, pero lo sacaron los meseros. Sabía que lo harían, pero en la
distracción pudo hacerse de una canasta de pan. Al menos tendría para la cena.
Llegó a lo que antes había sido una oficina, cerca del centro, ahora un espacio
vacío. Abrió el candado con una llave que él mismo se había hecho. El espacio
estaba vacío, tenía pocas ventanas para la luz y para el aire, pero le bastaba.
Tenía
sus obras de arte con él. Algunas más grandes que otras. Tenía un acuario de
peces, hecho de plástico transparente con peces hechos de botellas plásticas
que pintaba y buzos hechos con clips. Sabía que podría venderlo fácil, más
fácil que la joyería. Revisó entre la basura. Había algo de comida que devoró
hambriento. No había comido bien en varios días. Alguien había tirado una
botella de agua que se tragó de un golpe. Empujó a un costado aquello que le
servía, como latas o pedazos de unicel, y lo demás lo metió en bolsas que dejó
afuera. Entre la basura había conseguido un reloj digital, había decidido
venderlo, el tiempo le importaba poco, pues no tenía adónde ir, ni tenía prisa
para llegar a ninguna parte.
Deambuló
por el centro, pidiendo caridad. Recibió muchas miradas feas y nada más. Se
animó a entrar al café De paso. Siempre lo hacía, pero siempre le costaba
trabajo decidirse. Había dejado de ir a la Casa de Todos desde que la policía
había decidido asustar a todos. Ya no necesitaba policías, había tenido
suficientes policías para durarle una vida.
- No me gustan los que no
consumen nada.- Le dijo el dueño del lugar, en cuanto se sentó en una esquina.
Vidal no se enojó, hacía eso rara vez. Ya se había enojado mucho en su vida, no
necesitaba eso. Contó el efectivo con el que contaba, suficiente para un café.-
¿Y nada más? Voy a tener que poner un letrero de consumo mínimo para los
solitarios.
- Y una hamburguesa, con todo.-
Dorian se sentó frente a él.- Ya no está solitario, ¿o sí?
- Está bien.- Dorian le soltó un
billete de cien. Le ofreció otro a Vidal que aceptó agradecido, murmurando
algo.- Yo quiero un vaso de agua.
- Como sea, Dafne, es tu mesa,
hoy estás en la luna.- Dafne era una morena de nariz amplia que siempre atendía
a Vidal. Se sorprendió al ver al extraño. Le costaba distinguir sus rasgos,
quizás por la luz, pero era difícil de perder de vista. Tenía un traje blanco y
una camisa tan negra como su cabello.- No te preocupes Vidal, la comida viene
en cualquier momento.
- Gracias.- Dijo, finalmente.
- Eres del tipo silencioso, ¿no
es cierto?- Le preguntó Dorian, pero el vagabundo se limitó a asentir.- Me
llamo Dorian, ¿cómo te llamas?
- Vidal.- La comida llegó y
Dorian le miró comer con desesperación. El café no se lo bebía, era su excusa
para que no le echaran. La comida venía con una galleta de la fortuna. Vidal la
abrió, curioso por el mensaje y sonrió riendo en voz baja. Se la mostró a
Dorian.
- “A mí no me mires, me pagan
salario mínimo”.- Dorian se echó a reír.- ¿Quién escribirá semejantes cosas?
- Quien busca sabiduría en el
texto, frecuentemente olvida el papel.- Dijo Vidal. Sentía que podía confiar en
el extraño, y no solamente por la cena gratis. Un trasvesti entró al café y
Vidal le señaló, aún con su sonrisa pálida.- Él olvida el papel, y quien hace
eso, olvida el texto.
- Un gusto conocerte Vidal.-
Dorian se levantó y se fue.
- Vaya sujeto.- Dijo Dafne,
señalando a Dorian, quien se perdía entre la gente. Dafne miró sobre su hombro,
el dueño no estaba. Se sentó a su lado y bufó cansada. Dafne no podía hablar
con su hermana, mucho menos con su padre, y cada noche que Vidal entraba al
lugar acudía a él, sin saber por qué. No se conocían, no realmente, pero había
en el vagabundo que le daba tranquilidad.- Mal día, mala semana, mal mes. Tú lo
sabes bien Vidal, la vida es difícil, justo cuando crees que tienes algo cerca,
de repente ya no te sientes fuerte, ya no suena la misma música de antes, por
decirlo así. Atorada aquí, podría ir a Cancún al zoológico que están por abrir,
pero no sé, estoy aquí.
- Vida y muerte son abstracciones
del crecimiento; Dificultad y facilidad son abstracciones del progreso; Cerca y
lejos son abstracciones de la posición; Fuerza y debilidad son abstracciones
del control; Música y habla son abstracciones de la armonía; Antes y después
son abstracciones de la secuencia.
- Siempre dices esas cosas, lo
haces parecer fácil.
- Aquel que está satisfecho, es
verdaderamente rico.
- ¿Tú eres rico?
- Mírame, ¿crees que soy rico?-
Bromeó Vidal y Dafne sonrió con complicidad.
El
ambiente cambió cuando entraron los adolescentes, eran vulgares y despectivos.
La insultaron a ella, pero no se atrevió a decir nada. Dafne bajó la cabeza,
hizo como se le ordenaba. No le gustaba enfrentarse a sus clientes, ni a los
borrachos, prefería pensar en animales. Era veterinaria de corazón y encontraba
mayor consolación entre los animales que entre las personas. Los borrachos
pagaron en grandes billetes, y Dafne buscó a Vidal, pero ya se había ido. Vidal
regresó a su oficina vacía, roció de agua sus bonsáis, sus pequeñas plantas que
crecían en botellas, colocó la delgada manta y durmió en el piso.
4.- El Colgado
Mario
Ceballos había redactado el mismo texto tres veces, le había revisado cinco. Se
detuvo, el zumbar de la copiadora no se detenía nunca. Sabía, sin decirlo, que
era un zombie corporativo. Tenía su camisa blanca, corbata aburrida, como los
demás. Un cubículo, como los demás, en un panal de cubículos. Eran vidas
contenidas, incluso las comidas venían en contenedores plásticos para una sola
persona. En una pared, a lo lejos, se leía el nombre de la empresa “Onicom”. Su
cuerpo estaba ahí, su mente en otra parte. Así era siempre, por ocho horas al
día, lunes a viernes prácticamente todo el año. Estuardo, compañero de trabajo,
se apoyó contra la endeble pared del cubículo y le miró desafiante.
- Ese contrato Verdaguer-Nextel,
del que todos hablan... Será mío.
- Qué bueno, es... bueno.
- Sí, ya sé que planeas algo
Ceballos, pero es mío. Es mucho dinero involucrado.
- Ajá.
Conocía
bien el contrato, sabía que era millonario. No le importaba. Nada de eso le
importaba. Tenía ganas de llorar en el auto. Sentía que su vida era una novela
que se negaba a terminar. Una novela que se estancaba, que le daba vueltas al
mismo asunto. Tuvo que calmarse antes de llegar a su casa. No quería que su
esposa le viera en ese estado. Vivía donde tendría sentido que viviera, en el
contexto de su historia. Era una casa amplia de una planta, su mujer quería
comprar una mucho más grande. Rosa Moguel estaba en la sala, que había
convertido en su estudio. Pintaba cuadros para hoteles. Mario nunca había
tenido el corazón de decirle que eran feos, pero Mario nunca había tenido el
corazón para decirle muchas cosas más.
- No despiertes al bebé.- Le dijo
al besarle.- Finalmente durmió. Me lo llevaré con Ana, quiere que juegue con el
suyo para estimular su inteligencia.
- ¿Y la música?- Rosa le indicó
que bajara el volumen.
- Chopin, es para que nuestro
bebé crezca más inteligente.
Cenaron
casi en silencio. La comida no estaba en paquetes individuales, pero bien
podían estarlo. Rosa vivía en su mundo, Mario en el suyo. Tras lavar los platos
Rosa cargó al bebé y se fue. Mario se metió al cuarto, abrió el clóset, se
sentó en la cama y suspiró. Se puso de pie, mirándose al espejo. Era un hombre
moreno claro, casi blanco, muy delgado y de facciones delicadas. Abrió el baúl
porque sabía que lo haría. Sacó el vestido, las medias, los zapatos, la caja
con sus cosméticos. Se tomó su tiempo, pues sólo vestido de mujer se sentía
cómodo. El resto del tiempo era como si vistiera piel que no era suya. Se
llamaba María ahora, eso le tenía sentido. Caminó coqueto por la casa, como
para sacarse el estrés de encima y subió a su auto.
El
Lipstick, su antro favorito, se hacía sonar desde una cuadra de distancia. Tony
le esperaba allí. Era un hombre de aspecto masculino, pero gay por completo. Julián
llegó en su auto, pero se había transformado. Julián era un hombre moreno y
gordo de estatura media, pero tras unas manos de maquillaje se convertía en
Julia, la diva del Lipstick. Tenía un vestido entallado, lleno de colores y
brillantes. Sus pestañas falsas eran enormes, sus labios rojo carmín y mucha
sombra como para que sus ojos pareciesen las colas de pavorreal. Se saludaron y
entraron a bailar. María estaba en su elemento, con su peluca y sus movimientos
se miraba en los espejos y era toda una mujer. Tony le señaló a la chica de
pelo azul que bailaba con otro sujeto, de aspecto árabe. El muchacho era un
bombón. Julia, María y Tony les acompañaron, ellos parecían estar felices de
verles. Bebieron un poco y María se pasó la noche insinuándosele al muchacho
árabe.
- ¿No quieres ir a otra parte,
guapo?- Le preguntó al oído.
- Vamos afuera, quiero fumar.-
María se decepcionó, les siguió a la calle. La diva, Julia, le mandaba besos a
los conductores.
- Ahmed, es trasvesti.- Le
explicó la chica del pelo azul.
- Soy... Mario Ceballos.- Dijo,
con tristeza. Lágrimas en los ojos.
Se
cambió en el baño del garaje. Llegó cuando su esposa ya estaba dormida. Le dijo
que fue a casa de Estuardo. Esa noche Mario no durmió, porque no sabía si su
personaje debía dormir. Sabía lo que pasaría al día siguiente. Mismo cubículo.
Mismo Estuardo. Mismo contrato. Misma incomodidad. Mismas noches alegres.
Mismas candentes infidelidades. Misma cama. Mismo día. A la mañana se quedó en
la cocina. Avisó a su trabajo que se sentía mal, ya le debían días por
enfermedad y quería tomarse uno.
- ¿Qué pasó?- Le preguntó su
esposa, cargando al bebé.
- No voy a ir al trabajo.- Rosa
le besó en la cabeza, señaló la fotografía de la casa de sus sueños. La había
enmarcado a un lado de la fotografía de su boda y el nacimiento de su hijo.
- Algún día amor, tú y yo en esa
casa, ya lo puedo ver.
- Rosa, soy gay.
Soltó
la bomba. Recordó las filmaciones viejas de las pruebas nucleares. Las falsas
villas con edificios y casas que eran azotadas por los vientos de la explosión.
Eso no empezaba a describirlo. Rosa dejó al bebé a su cuna, chillando
histérico. Ella también estaba histérica. Él ya no estaba contenido. Mario ya
no estaba su cubículo, con su comida para uno y su vida simple, tortuosa y
silenciosa. Su casa era un torbellino. Sabía que vendría, aún así, era impactante.
- Pero es que... ¿Cómo?
- No lo sé Rosa, sólo sé que soy
homosexual y no podemos vivir una mentira.
- Tienes razón.- Dijo finalmente,
sentándose a su lado, tomándole de las manos.- Lo solucionaremos juntos amor.
No somos la primera pareja que sufre esto, con el amor de Jesús y mucho
tratamiento puedes curarte. Sé que fue difícil decirlo, así que déjame dar el
siguiente paso.
- ¿Qué haces?- La siguió a la
habitación. Mario no dejaba de ver su baúl. Ella no lo había tocado, ni notado,
detrás de tanta ropa y bajo tantas cajas. Ella fue directo a su computadora,
sentándose en la cama. Se acomodó a su lado. Había mucha información sobre
terapias sexuales.
- Mira, tratamientos en grupo de
hombres casados con tendencias homosexuales. ¿Ves como no estás solo? Sólo
júrame que nunca...
- No, nunca amor, nunca te haría
eso.- Mentía, pero tenía que hacerlo. Aquel era el único sexo que disfrutaba.
No la había tocado en meses, achacándolo al bebé que siempre interrumpía. En el
fondo se preguntaba qué pasaría si estuviera en una situación irremediablemente
romántica con su esposa. Había pensado en sus novios al tener sexo con ella
durante su noviazgo y breve matrimonio.
- Lo esencial es que pongas de tu
parte Mario.- Abrazó a su marido y un escalofrío le nació desde la base de la
espalda.- Júramelo que lo vas a intentar.
- Pondré todo mi empeño amor. Mi
hogar está aquí, quiero curarme. Quiero que la novela termine. Quiero ser
normal.
5.- La Estrella
Horacio,
Jorge, Mariana y Ahmed se vieron a una cuadra del Equs. Ahmed sabía que no
debería estar ahí. Les odiaba, por lo que le habían hecho a la tienda de sus
padres, y sin embargo fingía ser su amigo. Él sabía que, en el fondo, estaba
allí por Mariana, la chica del cabello azul. Ella no quería entrar al Equs, la
fila era mortal y tenía ganas de bailar sin presiones.
- No iré a ese bar de maricones,
ni siquiera por ti.- Dijo Jorge.
- Pues ni modo, nos texteamos
luego, irá al Lipstick.
Ahmed
no se quedó mucho tiempo con ellos. Sonreía y bromeaba, pero les era
insoportable. Manejó al bar, pidiendo indicaciones. Los taxistas le veían raro,
era un conocido antro gay. No la vio afuera, y aunque odiaba tener que entrar,
lo hizo. La miró de lejos, ella bailaba como si no hubiera nadie más en el
mundo. Mariana le miró, jalándole del brazo al centro de la pista. Bailaron muy
pegados, sin mirarse a los ojos. Pronto se sumaron otros, un gay, una chica que
no dejaba de insinuársele y un gordo travesti que era el prototipo de la diva
drag. Cansado de las insinuaciones de María salieron por un cigarro. Mariana
parecía divertida. Le dijo que era un hombre, él se presentó como Mario
Ceballos. Ahmed quería reír, no por el sujeto, sino por haberle confundido.
- Es que pareces una mujer.- Eso
no pareció alegrarle mucho y se fue, dejando a todos con la palabra en la boca.
Mariana, cuando quedaron solos, se apoyó contra la pared y ociosamente arrancó
pedazos de los carteles.
- Así que... ¿Te gustan los bares
gays?
- No, es que... No, para nada, no
soy así, no que le vea algo malo, me refiero a ser... Ya me... Soy un idiota.-
Se encendió un cigarro y miró al cielo. No podía verla a los ojos y decirle la
verdad. Se sentía avergonzado.- Tus amigos destrozaron la tienda de mis padres.
- Ahmed, Dios mío. Yo traté de
detenerles, lo juro.
- Sí, te creo.- Mariana entendió
todo de golpe y le miró con odio.
- Y tu venganza está en meterte
en mis pantalones.- La miró de abajo para arriba. Tenía altos tacones, unos
jeans ajustados, una camiseta cortada hasta el hombro, su hermoso rostro
alargado y su cabellera azul eléctrica que parecía salvaje. Quería decirle que
sí quería estar con ella, que la deseaba, pero no podía decirlo.
- No, quería lastimarlos a ellos,
y llegaste tú y me miraste y te miré y todo cambió. Ahora no dejo de pensar en
ti, me junto con la gente que odio para estar unos momentos contigo.
- Es una lástima que seas así,
pensé que podías ser mi amigo.
Aquellas
palabras pesaron sobre su cabeza durante todo el día. Omar Ul-Yawar no se daba
cuenta, pero su madre Ashida podía verlo. Su hijo tenía un mal de amores.
Acomodaba cosas, cargaba garrafones y barría el suelo con la mirada perdida. No
veía a “Esquinera” con los mismos ojos que su padre inmigrante, él soñaba con
mucho más, pero por el momento soñaba con su chica del cabello azul. El ringtone
de su celular sonó, era DJ Tiesto. Se lanzó de un lado a otro de la tienda para
revisarlo. Era un mensaje de Mariana, le invitaba a comer. Saltó de emoción,
incluso asustando a los clientes.
- Ahmed, compórtate que no eres
un niño. Carga las cajas de atrás, haz lugar.
- No,- Dijo su madre, con un
guiño.- mejor ve por mi hilo. Ya sabes, el que me gusta tanto.
- Gracias mamá.
Manejó
el viejo Malibu revisándose en el espejo todo el tiempo. Había oído del
restaurante, un rincón bohemio llamado “La Cueva”, cerca de un parque en la
parte del centro que ya estaba toda prácticamente comprada por inmigrantes
americanos. El parque era disfrutado por quienes paseaban perros, pero aquellos
que no tenían el tiempo para hacerlo le pagaban a alguien para que los pasease.
Andrea paseaba siete perros a la vez, dos de ellos Gran Daneses, un American
Standford y varios chiquitos. Curiosamente, los más pequeños eran los más
terribles. Dorian dejó que el cigarro se consumiese entre sus dedos y lo tiró.
Se levantó de la banca del parque, su traje blanco no parecía tener arrugas. Se
alisó un poco la camisa negra y saludó a Andrea.
- Perdón, pensé que eras otra
persona. Es que esperaba a mi prima, creo que allá va, mira.
Andrea
volteó, Dorian usó una navaja para cortar la amarra principal, y los perros
salieron corriendo. Habían caminado mucho, estaba hambrientos y las puertas de
“La Cueva” estaban abiertas de par en par, como invitándoles. Ahmed detuvo a
Mariana, el Gran Danés casi se la lleva por delante. Los clientes gritaron
horrorizados, uno de los meseros, que le temía a los perros, se subió a una
mesa y la cocina se hizo un desastre.
- Y ahí va un plan tirado a la
basura.- Dijo Mariana, entre risas. Nunca había visto nada semejante y le
encantaba. A Ahmed le encantaba ella. Vestía una playera con el lema “Lo
hirónico no es irónico”. Le había sacado una carcajada.
- Mejor vamos a otra parte.- Dijo
Ahmed.- Conozco de un lugar cerca.
- Oye, lo de anoche... Ellos
hicieron mal y tú también... Oh no, tú no, ellos a veces pueden ser unos
pesados. Todos los animadores son pesados, yo se supone que soy animadora. Hago
bodas, a veces. No me gusta controlar borrachos, pero me gusta bailar y la paga
es buena.
- Mejor que trabajar en una
tienda.
- Oye, eres DJ, eso cuenta.
- Sí, pero mis papás no lo saben
son... estrictos.
- No sabía que los libaneses eran
tan estrictos.
Caminaron
un par de cuadras más y Ahmed se congeló. Estaba frente a la única mezquita en
Mérida, la visitaba mensualmente cuando su padre se ponía nostálgico. Nadie en
su familia hacia las oraciones, pero a ellos les recordaba Jordania, su hogar.
La mezquita era un edificio pequeño que podía pasar por una iglesia, de no ser
por sus entradas, y ventanas, en formas de herradura, con una fuente a la
entrada donde los que atendían se lavaban las manos y por los mosaicos azules
que adornaban todo el lugar. Mariana estaba enamorada del lugar, le jaló del
brazo. Ahmed se hizo de una pañoleta para Mariana, al ver las miradas
horrorizadas de la minúscula población islámica en Yucatán. El lugar era muy
humilde, un espacio para los tapetes, algunas bancas para las pláticas y, al
fondo, un frondoso jardín donde los niños jugaban y aprendían. Mariana se
sentía como en una película, había visto muchas iglesias, demasiadas, y el mero
hecho de estar en un lugar religioso sin una cruz le era un shock. No tenían
muchos adornos, aunque sí tenían fotografías de la Meca. Caminó entre los
creyentes hasta el jardín, donde una enorme fuente dominaba sobre el verde, con
las paredes espesas en enredaderas y con altos árboles de todo tipo.
- No soy libanés, mis papás
vienen de Jordania.- Mariana le miró intrigada, no sabía donde quedaba eso.- Al
este de Arabia Saudita... Al oeste de Israel, muy cerca... ¿Debajo de
Afganistán? Lejos, muy lejos.
- Ya.- Mariana soltó la carcajada
y Ahmed se rió también, pues él tampoco estaba seguro de dónde quedaba. Mariana
se tocó el paño y miró a las mujeres.
- No, no todas se visten como
fantasmas de Pac-Man, menos en México. Somos descendientes de Abraham.
- ¿Abraham era tu abuelo?
- No, los musulmanes.- Se sentó
con ella, en el borde de la fuente, dándole la espalda a la mezquita.- Abraham
tenía una fe simple, la misma religión que Adán. Ésa es el Islam. Eso dicen
ellos, yo no sé. Se supone que rezas y te inclinas y te medio acuestas en los
tapetes cuando el sol sale y se pone, mirando a la Meca.
- ¿Por qué?
- Porque la Meca es el centro del
mundo. Eso creían. Todos necesitamos un centro, supongo.
- Tú.- Le dijo Mariana,
acariciando su rostro.- Tú eres como esa pieza de metal en el tocadiscos, yo
soy el disco. Yo giro y giro, pero tú estás centrado. Dime algo.- Su rostro
estaba a centímetros del suyo, podía sentir su respiración.- Algo musulman.
- “Aquel que cesa de disputar,
teniendo la razón, un hogar de alto rango le espera en el paraíso. Aquel que
cesó de disputar, teniendo solo mentiras y fabricaciones, un palacio al centro
del paraíso le espera”. Eso le dice mi mamá a mi papá cada que pelean.- Ahmed
acarició su rostro con cuidado, mariposas en su estómago.- Dime algo. Algo
tuyo.
- La cordura es la excusa del
aburrido.
Ahmed
la besó y ella le devolvió el beso. Se acariciaron apasionadamente. Ahmed le
quitó el velo y siguieron así por más de una hora. El mundo había dejado de
existir. Una señora quería reprenderlos, pero el Imam le hizo desistir, eran
jóvenes enamorados después de todo.
6.- La Templanza
El
dueño del café De paso ya se había ido, era hora de cerrar y Vidal seguía allí,
masticando las sobras que subrepticiamente le había pasado Dafne. Se ofreció a
ayudarle a cerrar, ella aceptó con gusto, ofreciéndole algo de dinero que Vidal
rechazó. Aquellas eran sus propinas.
- Gracias por ayudar Vidal, tengo
el auto a unas cuadras, ¿quieres aventón?
- No gracias, me gusta caminar.-
Caminaron en silencio, pero Dafne tenía que decir algo. El indigente era como
algo que no hubiese visto nunca antes.
- ¿Cómo es que sabes tanto?
- Saber algo es perderlo. Apresas
a una liebre y se pone loca. Le ofreces comida y vendrá a ti.- Dafne se
encendió un cigarro y le convidó otro.- Hice algunos años en prisión. Entiendo
si eso te asusta. Caminar de noche con un ex-convicto.
- ¿Por qué te encerraron?
- Robo. Y no era inocente. No
diré que fue justo. La prisión no es justa. Nada que hacer. Ésa es la tortura,
el aburrimiento. Recogí un libro, el libro del Tao. Lo leí un millón de veces.
- No había oído de él. ¿Es una
novela?
- Depende.- Vidal se rió. Era la
primera vez que le veía reír.- Lo escribió un chino, hace mucho. Para mí, era
como si lo hubiese escrito ese día que lo recogí. Me salvó la vida. Me limpié,
me alejó de los problemas. Aprendí mucho.
- Y ahora haces arte.
- Ven.- Vidal le alejó del coche,
recuperó su carrito de super que había encadenado. Estaba repleto de basura. Le
indicó que le siguiera, tan solo un par de cuadras, quería mostrarle algo.-
Quiero mostrarte algo.
- No tengo prisa.- Admitió Dafne,
además era buena excusa para seguir charlando con él.- Las cosas en mi casa no
están... Bien.
- Está todo al revés, eso
aprendí.
- ¿A qué te refieres?
- El Tao te kin dice: Acepta y serás completo, Inclinate y serás
recto, Vacíate y quedarás lleno, Decae, y te renovarás, Desea, y conseguirás, Buscando
la satisfacción quedas confuso.
- No sé qué significa, no curará
a mi papá, no arreglará las cosas con mi hermana tampoco.
- El mundo es como es, el
problema lo pone uno. Mira.
Se
pararon en una calle del centro. En la lejanía, en alguna parte de la cuadra,
alguien tocaba el piano. Era una linda melodía. Vidal había construido, contra
una pared, una especie de grafiti. Lo había hecho a partir de botellas partidas
por la mitad, latas y piezas de televisores y radios tirados a la basura.
Tenían la forma de un rostro sonriente, rodeado de colores que formaban
animales pequeños, éstos pintados en el interior de latas de refrescos. La
melodía se hizo más suave y romántica. Dafne sintió un nudo en la garganta. Era
ella. La había escuchado, o sobre escuchado. Vidal le había prestado atención.
Más que su ex-novio o que su hermana. Sabía de su amor por los animales y el
retrato era casi idéntico. La pieza era tan hermosa que merecía estar en un
museo, y era fácil entender por qué el dueño de la casa lo había dejado.
- Es... Mágico.- Dijo Dafne,
resumiendo a su amistad, su retrato, su arte, la música. Sus complicaciones,
sus problemas, habían desaparecido. El vago tenía razón, el mundo era mágico,
ella ponía los problemas.- Vidal, tienes que ir a un museo, eres un artista.
- Quien ansía oro, pronto se hace
de oropel.
- Gracias.- Vidal se sonrojó
tanto que parecía un tomate. Era un hombre joven, pero grande, de hombros, de
rostro masculino y de manos. Aún así, parecía un chiquillo. Dafne le tomó de la
mano y se lo repitió.
- El que no ansía, recibe más.-
La melodía había acabado y los dos amigos sonrieron.
- Gracias Vidal, me siento mucho
mejor. ¿Quieres que te lleve a tu casa, te ayude con tu carrito?
- No, estaré bien. Hasta luego
Dafne.
- Sí, nos vemos mañana.
Manejó
hasta su casa como si flotara sobre una nube. Sabía que los problemas estarían
allí, en la casa, pero también sabía que podría manejarlos. Su casa era
humilde, aunque la zona era decente. La compartía con su hermana y su papá. No
la sentía propia. Su hermana lo había decorado todo. Tenía un cuadro de
delfines saltando sobre atardeceres que ella odiaba. Lo había robado de un
hotel, según le confesó en una navidad, ya bien tomada. Dafne siempre se
preguntaba, al verlo al salir o entrar de la casa, quién podía pintar
semejantes cosas. Sobre todo habiendo artistas talentosos, como Vidal que
prácticamente vivían en la banqueta. Ana Luisa, su hermana, le esperaba en la
cocina. La conversación era la misma de siempre. Ana Luisa quería irse a
Campeche, a trabajar en otro banco, pero no quería llevarse al viejo. Dafne
tenía los dedos cruzados por su oportunidad laboral en Cancún y tampoco quería
quedarse con su padre.
- Yo no voy a pagar un... Uno de
esos lugares donde van. Además, es papá,
no sería justo abandonarlo en Mérida en una casa de ancianos.
- ¿Y por qué no lo colocas en una
como esas en Campeche?
- ¿En serio quieres abandonarlo a
una casa de ancianos? Yo lo decía como ejemplo.- No era cierto, pero Dafne
fingió como si su hermana hubiese estado hablando de una hipotética situación.
- No deberíamos hablarlo así Ana
Luisa, ¿y si nos oye?
- Está más que dormido, las
pastillas lo dejan muerto.- Se asomaron a su minúscula habitación, Andrés
Pineda no estaba ahí.
Andrés
Pineda salió de su casa en pijamas. Se habían terminado sus cigarros. Se le
hizo natural salir a la tienda, la Esquinera, por un paquete. Era más de la
medianoche, pero su mente no lo racionalizaba de esa forma. El lugar, por
supuesto, ya hacía horas que estaba cerrado. Tocó la puerta, trató de abrir y
hasta gritó un par de veces. Ninguna respuesta. Se le acercó un hombre vestido
de traje blanco y camisa negra. Tenía una cajetilla de cigarros abierta y le
ofrecía una.
- Cerró hace horas.
- Es que tengo que comprar
cigarros, comprar cigarros, cigarros, los tengo que comprar.
- Tome uno, adelante.- Le empujó
levemente para que cruzara la calle hacia el parque. Andrés tomó un cigarro e
hizo como si tuviera un encendedor imaginario. Se miró la mano, estaba
sorprendido que no encendiera. Agitó el imaginario encendedor, no escuchaba
nada. Dorian le ofreció el suyo.- Pruebe con el mío, tome asiento. Parece
cansado.
- Estoy. Cansado. Estoy cansado.
Cansado es como estoy. Gracias por el fuego, por el fuego.- Le devolvió
ceremoniosamente su encendedor. Se buscó, entre los bolsillos de su pijama por
una botella de aspirinas.
- ¿Le duele la cabeza?
- No. Son para... Estúpidos doctores.
Episodios maniáticos.- Abrió la botella y le mostró las pastillas blancas.- Las
pongo aquí. Aquí es donde las pongo. La gente sana toma aspirinas. Yo tomo
aspirinas. Yo estoy sano.
- Su familia debe pensar lo
contrario.- Dorian señaló a Dafne y a Ana Luisa que cruzaban el parque.
- No me quieren con ellas. Con
ellas no me quieren. A mí. No me pasa nada. Nada me pasa. No a mí.- Dorian puso
la mano en la botella de aspirinas y se la guardó en el saco. En su lugar puso
una idéntica, con aspirinas auténticas. Se puso de pie, se despidió de un gesto
y se perdió en la oscuridad del parque.
- Papá, te estábamos buscando.
- Cerraron la tienda, los árabes.
Los árabes la cerraron. ¿Se habrán ido?
- No papá, es tarde. Ya vámonos a
dormir.- Estaban a medio camino de cruzar el parque cuando escucharon los
rechinones. Dafne se dio vuelta, había un par de vándalos en la tienda, en la
Esquinera. Una chica de pelo azul, dentro del auto, les gritaba que se
detuvieran, pero era inútil.- Apúrate Ana Luisa, hay mucha gente rara por aquí.
7.- El Papa
Elsa
Sarabia no estaba emocionada de conocer a Sofía. Había oído de gente como esa,
acumuladores, tenían un programa en televisión. Trató de vestirse lo más naca
posible. Sofía era una mujer mayor de 50 que se había dejado de maquillar desde
hacía mucho tiempo. Tenía adornos, como collares y anillos, y vestía con viejos
vestidos de los ochenta. La casa era amplia, pero tenía tantas cosas que se
reducía a un laberinto de pasillos. Tenía viejos televisores, tapas rotas de
excusados, revistas de hacía muchos años y toda clase de cosas.
- Voy a terapia, eso ayuda.-
Explicó Sofía.- Tengo que ponerlo todo en cajas.
- ¿Estas?- La sala entera eran
cuatro hileras de cajas de plástico en columnas de ocho.- Suena como mucho
trabajo. No soy la chacha de nadie, yo soy Elsa Sarabia, como en Sarabia.
- Está bien, lárgate que tampoco
me caes bien. Le diré a mi vecina y...
- Está bien.- Dijo Elsa,
recordando la amenaza.- ¿Por dónde empiezo?
- Todo tiene orden.- Elsa ladeó
la cara y alzó una ceja, no parecía haberlo.- Lo de hasta arriba primero, yo te
voy guiando. Y tenme paciencia, hay cosas que tengo que tirar a la basura, pero
no puedo. Simplemente no puedo.
- ¿Cómo esto?- Le mostró un
payaso de cerámica que había perdido la cabeza. Lo llevó al canasto que pensó
que era de la basura y Sofía chilló aterrada.
- No, eso no, eso no, puedo
encontrarle la cabeza y repararle. No lo tires. Yo te digo qué tienes que
tirar. Empieza por las revistas.- Sonó el timbre y Sofía dudó un instante de
dejar a esa insolente a solas entre sus cosas, pero el timbre insistía.
- ¡Mamá!- Era su hija. Se lanzó a
un abrazo. Sólo hacía eso cuando necesitaba dinero o dejar a su hijo. Ésta vez
fue la segunda.- ¿Qué crees? Nos vamos a Houston, ¿no es genial? Pero todo eso
de viajar, hoteles, shopping, no es como para Bayardo. ¿Lo puedes cuidar unos
días?
- Claro.- Se resignó Sofía.
- Una semana o dos. Gracias mamá,
por eso eres la mejor.
Prácticamente empujó
dentro al muchacho. Le dijo que todos estaban bien, en una conversación
monosilábica que duró un par de minutos. Bayardo tenía 23 años, era gordo, de
pelo enchinado que le llegaba a los hombres y una barba incipiente. Bayardo
tenía la edad mental de un niño de diez años. Quería mucho a su abuela, y Sofía
lo adoraba. No le molestaba que se lo dejarán así nomás, como si se tratara de
una mascota. Temía, sin embargo, de lo que pudiera pasar cuando ella finalmente
muriera. Bayardo se presentó y Elsa no sabía qué pensar.
Elsa Sarabia siguió
cumpliendo condena. Las cajas se siguieron apilando. Al principio sentía cierta
repugnancia por Bayardo, pero en el fondo le gustaban los niños de diez años,
así que no se molestaba cuando la embarraba de chocolate o se sentaba
justamente en la caja que pretendía mover. Sofía la dirigió, con su propio
sistema y fueron colocando las cajas en sus debidos lugares, por etapa
cronológica, haciendo lugar en la casa.
- Toda esta basura,- Dijo Elsa,
sentándose sobre una de las cajas y encendiéndose un cigarro.- creo que lo
entiendo.
- No, no creo.- Dijo Sofía a
secas. No le había crecido cariño alguno por la mimada niña rica que la hacía
menos. Permaneció en su rincón, acariciando la montaña de engrapadoras que sabía que tenía que tirar a la basura.
- No, en serio. Hay una historia
en todo esto. Lo he visto en programas de televisión. Esas primeras cajas,
cuando todo empezó, tenía muchas fotos, luego tenía cosas que pedía por
correo... No sé, me da la impresión que hay una historia. ¿Qué fue lo que pasó?
- Problemas familiares, no
entenderías.
- Mi mamá se acuesta con el jefe
de mi papá.- Le soltó Elsa, con cierta amargura.- Entiendo.
- Mi marido murió, mis hijos...
Ellos le sacaron todo el dinero que pudieron, apenas y sobrevivo con mi
pensión. No esperan el día que me muera para quitarme la casa. Bayardo... él
brinca de tío en tío. Me lo tiran como si fuera nada, pobre chico.- Señaló su
viejo vestido, descosido por algunas partes, sus collares y anillos.- No quería
avanzar, eso dijo el terapista, que quiero quedarme en el momento en el que
todo marchaba bien.
- Yo voy a Hoggwarts.- Dijo
Bayardo, entrando a la sala con un caramelo.- Si hay fantasmas, me voy a la
escuela de magia.
- Ese chico sabe más que mi
terapista.
- Muere Voldemort.- Bayardo usó
un viejo bastón quebrado para picar a Elsa. Ella sonrió, quizás por primera vez
desde que trabajaba ahí. Hizo ruidos de explosiones, como si fueran ataques
mágicos.
- Le encanta Harry Potter. Si
tuviera dinero le compraría un disfraz o algo así.- Elsa se levantó de golpe y
tronó los dedos.
- Sé del lugar perfecto, vamos.
- No.- Sofía gritó de miedo.- Me
cuesta salir de mi casa.
- Entonces me lo llevo. No es
problema, en serio. Mi primo Rodrigo tiene su edad... Mental.
Bayardo
no dejaba de lanzar hechizos mágicos en el auto. Elsa casi choca por su culpa,
pero no le prestó atención. Su celular vibraba todo el tiempo. Decidió no
contestar, necesitaba de esa soledad de todas formas. Seguían hablando de ella
y de Ernesto Aldrete. Él se había burlado de ella. Eso no le pasaba nunca.
Necesitaba regresar a su juego, regresar a la cima. Tenía el cuerpo, la cara y
el carisma, no entendía por qué eso no bastaba. Estacionó y accidentalmente
golpeó a otro.
- No te vayas lejos, quiero ver
si lastimé mi auto.- Se asomó por un segundo, no había daño. Al darse vuelta,
Bayardo ya no estaba.
- Cuidado amiguito.- Dorian
rescató a Bayardo de ser atropellado por un camión. Le cargó del piso y le dio
toda una pirueta hasta dejarlo frente a Elsa.
- Dios mío.- Elsa abrazó a
Bayardo, temblando de nervios. Se le escapó una lágrima.- Bayardo ten cuidado,
te dije que te quedaras cerca.
Le
llevó a una librería llamada “Mundo de Mundos”. El lugar era espacioso, pero
atendido por unos maricones que sabrían cuidar de Bayardo. Les explicó que
Bayardo tenía la edad mental de un niño de diez años y estaba interesado en
Harry Potter. Tony chilló de emoción y Julián corrió por los pasillos para
mostrarle lo que tenían. Mundo de Mundos estaba repleto de libros para niños,
así como toda clase de juguetes de Harry Potter. El celular de nuevo. Pensó en
contestarlo, los maricones se ocupaban de Bayardo. Le miró por un segundo, a
ese adolescente sonriente que reía como chiquillo. Corría en círculos mientras
los vendedores le vestían como Harry Potter y le hacían creer que estaba en
Hoggwarts. Julián, que era el más fuerte por su peso, levantó las viejas
decoraciones para darle un aire medieval a la tienda. Elsa se olvidó del
celular.
- ¿Te gusta?- Bayardo tenía la
bata de Harry Potter, cargaba la de las otras casas, una varita mágica, un
libro de cuentos sobre magos, un sombrero de mago y una máscara de Voldemort.
- No sé cuál elegir.
- Es un buen chico.- Le dijo
Julián, al borde de las lágrimas y corrió llorando a una esquina. Bayardo,
curioso por naturaleza, le siguió por la tienda, cargando con todo.
- ¿Por qué lloras?
- No entenderías.
- Sí entiendo, no soy estúpido.-
Dijo Bayardo, ofendido.- Te hicieron un hechizo.
- Sí.
- Es porque no tienes una bata
mágica.- Se volteó a Elsa y sonrió.- Ya sé que me quiero llevar, la bata
mágica.
- Llévate todo. Mi papá lo paga,
de todas formas.- Tony le cobró con una sonrisa al ver la American Express.
Sofía
estaba tan feliz que lloraba. Elsa y Bayardo construyeron, con sábanas y las
viejas cajas que conservaba Sofía, una especie de castillo. En la mente de
Bayardo podía ser cualquier cosa. Se probó todas las batas y recitó todo lo que
sabía de Harry Potter. Sofía le insistió que leyera su libro, para calmarlo y
le dejaron rodeado de almohadones y cajas en su propio mundo. Sofía miró a Elsa
sin saber qué decir. Ya era hora de que se fuera, le acompañó a la puerta y
para cuando se decidió a agradecerle de nuevo sonó el cel de Elsa. Ésta vez
tenía que contestarle. Le cortó con un gesto y contestó. Era Mauricio.
- Hola Mau.
- Hola chiquita, ¿pre-copeo,
pre-Equs? Claro, eso si tienes tiempo para nosotros.
- Sabes por qué hago esto.
- ¿Entonces qué, ya terminaste
con la loca y el retrasado?- Elsa miró hacia la casa y sonrió.
- No, creo que me quedaré hasta
más tarde. Yo te marco.
8.- La Luna
Mario
y Rosa se vieron con el terapista. El hombre aseguraba haber tenido una gran
cantidad de éxitos. Les explicó, mostrándoles folletos y citando libros, que la
homosexualidad era una enfermedad mental, como las manías. La terapia grupal
podía hacerles reconocer lo erróneo que era ese estilo de vida. Mario prometió
ir a la terapia y lo decía en serio. Dejó a Rosa en casa y, un par de mentiras
después, estaba en Mundo de mundos. Se quedó afuera, sin saber qué hacer.
Sentía que salía de un mundo para entrar a otro, pero no se sentía como salir
de una puerta y entrar a otra, era más como un pasillo que nunca terminaba. Les
miró desde afuera, había un adolescente con alguna clase de deficiencia mental
que consolaba a Julián. La chica, que debía ser su hermana, pagó miles de pesos
y esperó a que se hubiesen ido para acompañar a Julián, quien seguía llorando.
- Habla con él.- Le pidió Tony.-
No me quiere decir nada.
- Oye Julián, ¿qué pasa?- Le
ofreció un kleenex y entraron a la trastienda.
- Es que ver a ese chico... Las
hormonas, debe ser la menopausia.
- Eso le dirás a Tony, no me
mientas a mí.
- ¿Te acuerdas que diseño
software?
- Sí, me has matado de aburrición
con eso varias veces.
- Me quieren, o dicen que me
quieren contratar en Cancún.- Mario le abrazó, sabía que Julián ganaba casi
nada como asistente en Mundo de mundos y hacía mucho que no vendía software a
escuelas o empresas.- Debería estar feliz, ¿no es cierto?
- Y no lo estás. Estaríamos a
cuatro horas de distancia, nos...- Mario lo recordó de golpe. Se salía de la
vida. No le pareció buen momento para sacarlo a colación.
- Mírame, soy moreno, feo y
gordo. Soy miserable, me siento miserable. Me siento... Yo soy Julia, ¿me
entiendes? Claro que me entiendes, mejor que Tony. Tú y yo sólo somos felices,
realmente felices, si somos mujeres, si nos vestimos como lo que somos. Tu caso
es diferente, eres María, yo soy un engendro. Soy algo de circo para que los
niños apunten y se rían. Cancún no cambiará nada. Trabajar en una firma
importante... ¿Y luego qué? No sé, llévame a casa.
Mario
le llevó al lugar donde vivía, que no era una casa. Julián había perdido todo.
Vivía en un teatro abandonado. Tenía sus propios candados y había separado un
espacio, en el backstage para su departamento y sus computadoras. Le gustaba
pintarlo como algo bohemio, pero en realidad no había boiler, la luz fallaba
todo el tiempo y podía suceder, cualquier día, que el dueño reclamase la
propiedad. Sabía que estaba intestada, pero aún así, el teatro pasaría a manos
de alguien y Julián se quedarían viviendo como parásito en casa de Tony. Entraron
prácticamente a ciegas. El lugar era enorme y las únicas luces que funcionaban
estaban hasta atrás. Mario sabía que lo que quería hacer, quería ser una diva
para afrontar sus problemas. Lo hacía siempre.
- ¿Te imaginas a este teatro como
un bar, lounge con cine y todo? Debió ser grandioso, en su momento. Ahora es
una ruina, como yo.- Dijo Julián, limpiándose las lágrimas para comenzar a
maquillarse. Mario sacó uno de sus vestidos y lo colocó en el sillón a su lado.
- Oye Julián, había ido a la
tienda para... Esto no es fácil.- Quedó en silencio por varios minutos mientras
Julián se metía en un apretado corset antes de vestirse.- Estoy casado y sabes
lo culpable que me siento cuando le pongo el cuerno a mi mujer. Lo he hecho...
Dios, cientos de veces. Y fue hermoso y fue candente y fue todo lo que no es
cuando estoy obligado a hacerlo con ella. Tengo un hijo, no quiero que mi
hijo...
- ¿Sepa que su padre es maricón?
- No es eso, no quiero que mi
hijo crezca... Lo que trato de decir es que iré a terapias para, ellos dicen
curar, pero yo lo pienso más como convencerme a ser heterosexual.
- ¿Te conté de cuando mi papá
amenazó de dispararse frente a mí? Me culpaba, decía que se iba a matar porque
yo era gay. Nadie me habla en mi familia, mi prima me vio como la diva que soy
y adiós familia. Tengo a Tony, te tengo a ti, un par de amigos... Mario, ¿quién
me cuidará cuando quede demasiado viejo?
- No digas eso, eres una diva,
las divas no envejecen, se añejan como el vino.
- ¡Sí!- Julia brincó de pronto,
bailó flamenco y arrastró a Mario de vuelta a su coche.- Necesito algo de
música. Conozco el lugar perfecto.
- Julia, ¿qué te acabo de decir?
- Calla, estás con una diva y
harás lo que dice. Conduce chofer, ésta es mi noche y tu noche.
- No iré a ningún antro, no le
pondré el cuerno a mi esposa.
- Para aquí.
- ¿Qué hay aquí?- Se bajaron en
una calle oscura del centro. Julia se acercó a los barrotes de la ventana de
una vieja casa española donde sabía que vivía una niña pianista. Le pidió que
tocara algo. Algo especial para un baile. La niña, que conocía bien a la diva y
le daba mucha gracia, decidió tocar algo para ellos.
- Mira,- Julia le mostró,
asomándose por la esquina, a un vagabundo y una mesera observando una obra de
arte sobre una pared.- es el lugar perfecto. Ahora calla. Pon tu mano en mi
cintura, toma mi otra mano y guía. Sé el hombre. Dame al menos eso Mario, antes
que te desaparezcas de mi vida para siempre. Dame una última pieza.
9.- Los enamorados
Horacio
y Jorge tocaron el timbre de la casa de los abuelos de Mariana por diez minutos
hasta que ella apareció. No ofreció dejarles pasar, sus abuelos estaban en
casa. Horacio y Jorge parecían emocionados. Tenían grandes noticias. Un crucero
en Cancún les había contratado como animadores.
- Es mucho dinero, no puedes
estafar a tus abuelos para siempre.- Le bromeó Horacio.
- ¿Por qué no me contestas las
llamadas?- Jorge estaba entusiasmado, pero también enojado.
- No quiero que haya ninguna
vibra rara en el crucero.- Contestó ella.- Lo que tú y yo... Horacio, tápate
los oídos... lo que hacíamos ya no lo podemos hacer más.
- ¿Tienes novio?
- No, pero no quiero ser tu
novia.
- Bueno, lo hablaremos en Cancún.
Los
abuelos no estaban, pero Ahmed estaba en su habitación. Sabía que Jorge le
llamaría, como había estado haciendo. La vibra estaría definitivamente rara en
ese crucero. Ahmed estaba asombrado en su habitación. Mariana tenía muchos
libros, que hacían de estantes para más libros y adornos. Mariana entró a la
habitación, se quitó la playera, le puso los dedos en los labios de Ahmed y se
lanzaron a la cama. Lo hicieron torpemente al principio, pero pronto
encontraron su propio ritmo. Mariana cantaba, cuando estaba excitada y Ahmed
casi pierde la concentración cuando ella empezó a recitar el Ave María a todo
pulmón entre sus gemidos.
- ¿Quieres ver algo genial?
- ¿Más que tú?- Preguntó Ahmed,
acariciando su cuerpo desnudo. Mariana levantó el brazo, buscando en los
anaqueles sobre su cama. Se cayeron algunos duendes que coleccionaba y
finalmente encontró un pesado legajo, un álbum de fotografías con recortes de periódicos
y toda clase de frases que recortaba de libros y guardaba allí para la
posteridad.
- Yo escribía las frases, las
leyendas que ponían en las galletas chinas.
- No.
- Sí, alguien tiene que hacerlo,
¿no es cierto?
- Supongo.
- ¿Y sabes cómo hacen las
galletas con el papel adentro? La masa es como una tortilla que prensan para
doblarla y alguien mete el dedo para doblarlas. Tiene que usar guantes, es muy
caliente. Mira, aquí tengo algunas mías. Nadie las leía, así que hice algo de
sabotaje industrial. “A mí no me mires, me pagan salario mínimo”.- Ahmed soltó
una carcajada.- “Si buscas fortuna, deja tragar y trabaja”, “gracias por
participar, inténtelo de nuevo”, “la siguiente galleta tiene un premio”, “no es
broma, este trabajo me orilla al suicidio”, “sí, tu mujer te engaña”.
- Eres una malvada.- Ahmed fue
hojeando y se topó con obituarios.- ¿En serio?
- Sí, pero ahora todo es cortar y
pegar, sólo cambian el nombre. Es cuando quería ser escritora.
- Eso veo, tienes más libros que
una biblioteca. Deberías ser escritora.
- Sí, como no. Mira.- Le mostró
una sección diferente y le dejó a solas, en lo que iba por el diario. Corrió
desnuda por la casa, Ahmed se estiró para verla a cada segundo. Empezó a
vestirse mientras le animaba a leer.
- “Se busca mucama para cripta,
salario mínimo.”, “Ce Vuska korrrrecktorr de hortografhia”, “se buscan enanos
para liga de baloncesto semi-profesional”. Me encantan.
- Gasto bastante para mantenerlos
por semanas.
- ¿Y alguien acude?
- No tengo idea, las direcciones
son reales pero nunca me ha dado la curiosidad.- Le pasó el diario y Ahmed
revisó entre los avisos de ocasión.- “se buscan magos para pelear contra
fantasmas tartamudos y tercos”. Oye Mariana, tenemos que ir.
- Nadie va a ir.
- ¿Cómo sabes?
Se
animaron a ir. Terminaron de vestirse y manejaron a la dirección del anuncio.
Se trataba de un terreno que había quedado baldío, dentro del cual estaban las
ruinas de una vieja casa de piedra y argamasa. Se asomaron lo suficiente y se
partieron de la risa. Una señora, ya mayor, una jovencita y un adolescente
hacían toda clase de locuras allá adentro. Seguramente combatían fantasmas
tartamudos y tercos. Mariana tenía ganas de pasearse, de modo que fueron al
centro. Ella siempre le compraba al indigente de pantalón y camisa sucia, con
chamarra. No hablaba mucho, aunque los hippies decían que su nombre era Vidal.
Le compró un par de aretes hechos pedazos de máquinas que, soldados, parecían
elefantes mecánicos. Mariana y Ahmed se pasearon por un par de horas, pero al
anochecer ella sintió un vacío en el estómago y un nudo en la garganta.
Insistió en ir al parque de las Américas. Su mamá había muerto ahí, su ex-novio
la había cortado allí y le pareció que era correcto seguir con la maldición.
- Ahmed, tú eres... Te amo.
- Yo también te amo.- Dijo Ahmed,
sin entender lo que pasaba.
- Mis abuelos no tienen mucho
dinero y, como sabes, soy animadora. Nos contrataron para ir a un crucero que
partirá de Cancún por algunos meses.
- ¿Meses? No, Mariana, por favor,
yo no viviré meses sin ti, me volveré loco.
- Nos hablaremos todo el tiempo,
te lo juro, estoy loca por ti y si me esperas...
- Claro que te espero, yo te
esperaría años. Amor, Mariana, por favor no me dejes, te necesito como el aire.
Sé que suena cliché pero tú... Maldita sea, eres la mosca en la comida, eres la
canción que no se sale de tu cabeza, eres mágica y todo en ti me sorprende, y
eres como los mosquitos que no se van, como todas las estúpidas metáforas del
amor que crees que son idioteces cuando las lees en facebook hasta que todas se
hacen realidad.
- Seis meses. Ahmed, te amo, no
me dejes.
- No te dejaría aunque lloviera
fuego.
- Preparo mis cosas mañana,
quizás me vaya mañana.
- Buena suerte.- La abrazó con
fuerza y la besó. De algún modo se sintió como una despedida.
- Ahmed, ¡Ahmed!- Era inútil, el
amor de su vida ya se había ido. Temía que no le esperara, temía que lo que
tenían fuera pasajero, que regresara con su novio en el crucero y después le
partiera el corazón. Temía por tantas cosas que necesitaba sentarse.
- ¿Problemas del corazón?- Le
preguntó Mario Ceballos.- Te vi en ese club, Lipstick, traté de ligarme a tu
novio.
- María, ya, ahora te recuerdo.
- ¿Es tu novio?
- Sí, pero no sé cuánto dure.
Problemas del corazón.
- Tengo problemas parecidos.
¿Cómo arruinamos todo tan fácilmente?
- Sé lo que eres realmente...
Dios, vaya cliché. Sé que suena a cliché, sé lo falso y difícil que es, si es
que se puede ser realmente quien uno es. Después de todo, ¿quién eres?
Mario
cerró los ojos. Sonaba una canción que le gustaba. Rihanna, Disturbia. Se puso
de pie, contoneando las caderas. Se subió a la fuente, agua hasta los tobillos.
Ojos cerrados. Bailó como si estuviera solo. Escuchaba los chiflidos y las
bromas. Mariana le aplaudía, Mariana le animaba a que siguiera, a que bailara
hasta quedar agotado. Eso quería hacer ella.
10.- La Fuerza
La
amistad entre Dafne y Vidal había crecido a tal grado que, cuando su prima le
dijo que necesitaba unas manos extras en el zoológico del Centenario, ella
pensó en su amigo. Vidal conocía el lugar, le comentó que le gustaba caminar
del centro al Centenario y mirar a los animales. Estela, la prima de Dafne,
hacía sus prácticas de campo vacunando a los tigres. Les tenían en jaulas
separadas, con bozales y restricciones, pero aún así les temía. El año pasado
uno de los tigres había conseguido herir a una compañera suya, no quería correr
el mismo riesgo. Vidal ayudó a sujetarlo del brazo y pegó su cabeza al costado
de la pesada cabeza del tigre.
- ¿Segura que sabe lo que hace?-
Preguntó Estela.
- No.- Respondió Dafne.- Ten
cuidado Vidal, son cinco inyecciones y les duele mucho.
- No está enojado, está
confundido. Las jaulas hacen eso, lo sé bien.- Acarició la parte de abajo del
hocico y el tigre pareció calmarse un poco.- La confusión es como la niebla, se
pierde con el sol. La calma detiene a la tormenta, no la tormenta a la calma.
- No te preocupes, siempre habla
así. ¿Te gustan los tigres Vidal?
- Me gustan más los monos.
- Sí, se parecen a nosotros, son
graciosos.
- No, nosotros nos parecemos a
ellos.- Estela terminó con la última inyección y dejaron que el tigre regresara
con sus compañeros.- Ven, quiero alimentar a los venados. ¿Me soltarás una
perla de sabiduría por eso?
- El venado te alimenta más a ti,
que tú a él. Unos cuantos pastitos, hojitas y ramitas, y el venado te da su
ternura y su confianza.- Dafne le miró sonriente.- ¿Qué pasa?
- Es la segunda vez que hablas de
ti mismo. Ésta vez, sin saberlo.- Vidal soltó una carcajada. Sonó el celular de
Dafne, era su hermana.
- Ven ya, papá tiene un episodio.
Dafne
manejó como una loca hasta su casa en fraccionamiento jardines del norte. No
sabía qué esperar, pero rogaba porque no fuera lo peor. Recordó el último
episodio, cuando su papá decidió que tenía sentido prenderle fuego al sillón
para redecorar la casa. Vidal no dijo nada, no sabía qué decir así que prefirió
no decir nada. Ana Luisa les esperaba en la puerta.
- No lo entiendo, se ha tomado
sus pastillas. Yo lo vigilo, mientras tú te diviertes claro.
- Ayudaba a mi prima.
- Como sea. Esta recaída Dafne...
No puedo con esto, simplemente no puedo.
Andrés había tirado varios muebles y estaba
obsesionado por reacomodar los cubiertos en el tapete, los libros en el piso
por tamaños y tenía un caos de papeles arrancados. Explicó, entre gritos y
gestos, que ahora lo entendía todo y trataba de enseñárselos.
- Papá, ya sabes cómo es esto. Te
sientes en la cima del mundo, lleno de ideas y teorías, pero mírate estás hecho
un desastre. Por favor, tómate las pastillas que traje de la clínica, necesitas
reposo.
- Perdón,- Le dijo Dafne a
Vidal.- que te metiera en esto, que no te pudiera acercar al centro. Te daré
dinero para un taxi.
- ¿Qué le pasa a tu papá?
- Tiene episodios maniáticos y...
hace eso.
- Es hermoso.- Dijo, mirando
sobre el hombro de Dafne.
Dafne
le dejó pasar, pese a los reclamos de Ana Luisa. Vidal se sentó en el suelo,
pegado contra la pared y miró a Andrés y sus manías. Había una lógica en ellas,
pero era difícil de entender. Las hermanas repetían los síntomas, pero Vidal no
prestaba atención. Lo había visto antes, él lo hacía todo el tiempo. Esa
supuesta manía, de tocarlo todo, de asegurarse que todo estuviera en su lugar
no era un tic. Andrés se movía por el suelo, creptaba, sus manos sintiendo la
alfombra y sus pies empujando el sillón. Gritaba histérico cuando las hermanas
intentaban acercarse. Se movía como serpiente entre el caos, repitiendo que lo
entendía y que ya no necesitaba doctores, que su cerebro estaba bien. Vidal se
tiró al piso, boca arriba y le miró a los ojos. Se acercó lentamente,
extendiendo sus manos. Los pasó por los cubiertos, por el piso, por el tapete,
por entre los papales y hasta le ayudó a acomodar una de las torres de libros.
- Hola.- Le dijo Vidal.- ¿Por qué
no pones las hojas de papel a un lado de las cucharas? Las texturas, son las
texturas, ¿no es cierto?
- Exacto, es metálico, es duro y
frío, es terso y caliente, es ondulante y fácil de perder y es ordenado como
castillo.- Las hermanas se miraron sin entender.
- ¿De qué habla?- Le preguntó
Dafne a Vidal.
- De él.
- No necesito doctores.
- El papel ondula, se quema, se
hace cenizas, pero los castillos se vienen abajo con el tiempo.- Tiró los
papeles contra los libros. Para sorpresa de las hermanas, Andrés no protestó.-
¿Y no es el metal como el suelo frío?
- Sí.- Dijo él, lanzándolas de un
manotazo fuera de la alfombra.
- Vamos.- Vidal se puso de pie,
le ofreció la mano y se sentaron en un sillón. Le ofreció una pluma y un libro
para que apuntara todo. Ana Luisa preparó las cuatro pastillas y el vaso de
agua. Vidal se las ofreció.- Podrás explicarlo mejor si estás calmado.
- Pero...
- La llama que quema el doble se
consume más rápido, la tormenta que ruge más furiosamente se termina más
rápido. El carbón que arde, sin fuego, ese tarda más en consumirse.- Andrés
asintió veinte veces antes de tomar su medicamento.
- Tengo que llamar al médico,
cambiarle sus medicinas.- Dijo Ana Luisa.- No puedo, es mucho trabajo. Tendrá
que...
- No.- Dijo Dafne.- Yo me quedo,
no iré a Cancún. Yo lo cuido. Vidal me ayudará.
- No quiero que detengas tu vida
por papá, ya es viejo y a su edad...
- No detiene mi vida.- Le
contestó Dafne, plácidamente.- La vida no se detiene, solo cambia de ritmo. No
será una carga. El amor nunca lo es.
11.- La Torre
Mario
Ceballos fue de los últimos en enterarse que el jugoso contrato
Verdaguer-Nextel era suyo, sería su cuenta con todo lo que aquello implicaba.
Lo celebró. No dejaba de sentirse como un zombie corporativo, como si hubiese
algo artificial en todo lo que le rodeaba, incluso en la gente. Los rumores
decían que Estuardo lo había perdido todo, por una llanta ponchada. Su jefe,
Gabriel, le explicó que había un bono de millón y medio para él. Mario no podía
esperar para decírselo a su esposa, era justamente lo que valía la casa de sus
sueños.
- Tus días de cubículos se
terminaron Mario, te mudarás a una oficina arriba.
- Es un sueño hecho realidad, fue
mucho trabajo... Tengo decírselo a su esposa.
Rosa
estaba haciendo el super cuando sonó su celular. Las buenas noticias le
hicieron saltar de emoción. Su vida, y su matrimonio, finalmente estaba
cuadrando a la perfección. Accidentalmente tiró su bolso y no se dio cuenta.
Dorian, de traje blanco y camisa negra, pasaba por ahí y recogió el bolso. Rosa
le notó desde la esquina del ojo. Los papeles que había impreso en internet,
así como los folletos, se habían desparramado por el suelo. Rápidamente los
recogió, roja de vergüenza.
- Mi marido, va a Alcohólicos
Anónimos.
- Es bueno que se quiera
recuperar. La clave está en llamar a esos lugares, darle seguimiento y
mantenerlo monitoreado.- Rosa no había pensado en eso.
- Gracias.
- No es nada.
En
cuanto terminó de guardar las cosas fue la primera llamada que hizo. El
terapista le dio la noticia, Mario no había aparecido en ninguna de las
sesiones, de hecho no había hecho el último pago. Rosa gritó y maldijo, tirando
sus cuadros, sus pinturas y sus pinceles. El bebé lloraba y todo en lo que ella
podía pensar eran las mentiras. Calmó al bebé, pero no se calmó ella. Le esperó
sentada en la cocina, por más de dos horas y media. Mario entró a la casa,
hablando del contrato, la promoción, la subida en la paga y el jugoso bono
corporativo.
- Eso es lindo.- Dijo Rosa, con
amargura.
- Es más que lindo.- Dijo Mario,
señalando la foto enmarcada de la casa de ensueño.- Mi amor, tendremos la casa
que merecemos. Esto va para arriba.
- Nunca fuiste a esas terapias.-
Mario se quedó congelado en la sala. Se sentía tan vulnerable como si le
hubiese atrapado vestido de mujer.
- Amor, no necesito ir a esas
terapias, no soy como ellos. Puedo hacerlo solo.- Se hincó a sus pies, abrazó
sus piernas.
- Mario...
- Te lo digo desde el fondo de mi
corazón, yo quiero cambiar y puedo hacerlo solo.- Estaba siendo honesto y ella
podía verlo en sus ojos. Se puso de pie, descolgó el teléfono inalámbrico y lo
puso en sus manos.- Llama al vendedor de la casa. El lunes me transfieren el
dinero y de la cuenta va directo a ellos. Notariamos el martes. Contratamos
mudanzeros y para la próxima semana estaremos viviendo como merecemos vivir.
- Me hiciste una promesa y la
rompiste.- Rosa estaba más relajada. Confiaba en su marido y, en el fondo,
sabía que se moriría de vergüenza si sus amigas se enteraban que su esposo iba
a terapias sexuales para quitarle lo maricón. Aún así, sabía que muchos adictos
decían las mismas frases.- Voy a llamar, te amo, pero mi amor... Quiero que te
tomes unas horas y pienses en cómo tus mentiras están arruinando nuestro
matrimonio. Vete Mario, y no vuelvas hasta que no decidas ir a esas terapias.
Mario
manejó con la radio encendida, no quería escucharse llorar. Manejó al parque de
las Américas, pues el lugar siempre le relajaba. Se sentó en la fuente, mirando
sus zapatos y tratando de pensar. No quería ver al frente, pues veía muchos
caminos y no solamente la casa de ensueño y la familia promedio. La rara chica
de pelo azul se sentó a su lado y se llevó un susto al verla allí.
- ¿Problemas del corazón?- Le
preguntó Mario Ceballos.- Te vi en ese club, Lipstick, traté de ligarme a tu
novio.
- María, ya, ahora te recuerdo.
- ¿Es tu novio?
- Sí, pero no sé cuánto dure.
Problemas del corazón.
- Tengo problemas parecidos.
¿Cómo arruinamos todo tan fácilmente?
- Sé lo que eres realmente...
Dios, vaya cliché. Sé que suena a cliché, sé lo falso y difícil que es, si es
que se puede ser realmente quien uno es. Después de todo, ¿quién eres?
Mario
cerró los ojos. Sonaba una canción que le gustaba. Rihanna, Disturbia. Se puso
de pie, contoneando las caderas. Se subió a la fuente, agua hasta los tobillos.
Ojos cerrados. Bailó como si estuviera solo. Escuchaba los chiflidos y las
bromas. Mariana le aplaudía, Mariana le animaba a que siguiera, a que bailara
hasta quedar agotado. Más allá de los aplausos, chiflidos, insultos y bromas él
escuchaba que algo caía, algo pesado. Sabía lo que era. Era su vida.
12.- El Juicio
Ahmed
le dijo todo a sus padres. Tenía que hacerlo. Se había encerrado en su cuarto,
en la parte trasera de la tienda y lloraba a todo pulmón. No lloraba así desde
que era un niño. Lloraba hasta que se atoraba la garganta y chillaba a todo
pulmón. Sentía que su corazón le era arrancado del pecho. Omar y Ashida le
escucharon atentos. No estaban felices que fuese DJ y estuviese en un mundo que
ellos consideraban sórdido. Su padre tampoco aprobaba el asunto de la chica con
el cabello azul, pero se lo guardó pues sabía que no era su momento.
- Calma muchacho, la tienda no se
irá a ninguna parte. Ya verás, el dolor se te irá.
- ¿Tú crees? No creo que quede
nada de mí si ella no regresa o si ella regresa con alguien más.- Se apoyó en
el hombro de su madre, quien acarició su cabello.
- Vamos muchacho, estos amores,
son cosa de jóvenes, ya crecerás. Tendrás una cocina económica, como siempre
hablas. No ahora, claro, no me animo con esta economía, pero hay oportunidades
en Mérida. Quizás más que en casa.
- Tú no entiendes papá, esto es
casa para mí. Ella es casa para mí.
Le
dejaron a solas, pero sus corazones se contraían cada que le escuchaban llorar,
y lloró toda la noche. No había podido dormir. Por primera vez abrió la tienda
antes que su padre. Acomodó los periódicos Diario de Yucatán en su lugar y,
solo por curiosidad, buscó entre los anuncios. Pensó que si seguía uno de esos
locos anuncios que Mariana solía poner lo podría recortar para la posteridad.
Había un aviso y le hizo saltar de emoción. Su madre se preocupó por el cambio
de humor. La abrazó y bailó con ella en la acera. Salió corriendo con el diario
en la mano. El mensaje decía “Se busca enamorado musulmán cuyo corazón se vaya
en crucero y su alma se quede en Mérida” Desconocía la dirección, pero fue
preguntando a quién podía. Tardó más de dos horas para ubicar un barrio
prácticamente desconocido al sur de la ciudad, casi llegando al periférico. Se
bajó del Malibu y corrió por la calle, pero no estaba Mariana. No podía
creerlo, tenía que ser ella. Y sin embargo, no estaba. Había un almacén
industrial y una extraña bodega que tenía un lote enrejado repleto de carritos
de hot-dog. Estaban alineados al azar, se podía ver que había más en la bodega
y hasta en el techo había algunos, ya viejos y oxidados. Pateó la llanta
delantera de su auto. Se encendió un cigarro y recorrió la banqueta. Ella no
estaba.
- Nunca me había detenido a
pensar qué era de esos carritos.- Ahmed se sorprendió al escuchar la voz. No le
había visto. Sentado sobre una piedra, al lado de un árbol, un hombre de traje
blanco y camisa negra parecía meditar.- Soy Dorian. Tú eres el loco que patea
llantas, ¿tienes nombre?
- Ahmed, y no estoy de humor.- Se
sentó en la banqueta, a su lado. Nada tenía sentido. Estaba más perdido que la
noche anterior, pues había recibido unas falsas esperanzas.
- Ellos tampoco.- Dijo Dorian,
señalando los carros.- Los que no pagan licencia los tienen que dejar, los
pueden volver a comprar, pero no tienen el dinero. ¿Me regalas un cigarro?
- Claro.- Le pasó la cajetilla y
Dorian se encendió uno.- ¿Y tú qué haces
aquí? Vestido así, no parece tu barrio.
- ¿Yo? Perdiendo el tiempo.
Supongo que todos lo hacemos, ¿no es cierto? Lo perdemos, rara vez ganamos
tiempo. E incluso, perderlo o ganarlo, ¿qué es lo que se pierde o se gana?
Pensaba comprar uno de esos carritos. ¿Tú qué haces aquí, vienes a lo mismo?
Son unas gangas.
- No, es un anuncio que...
Olvídalo, no tiene sentido. Por ahora, sólo quiero perder tiempo, seis meses de
tiempo. Seis largos y dolorosos meses.
- ¿Cuánto valen esos seis meses?
Es mucho tiempo.
- Ella lo vale.
- Lástima, parece que terminarás
como uno de esos carros.- Dorian se puso de pie, se limpió un poco las piernas
del traje y se fue caminando.
Ahmed
no quería volver a casa. Perdió el tiempo manejando, comió donde pudo,
distraídamente y sin mirar a nadie. Regresó a la Esquinera cuando ya caía el
sol. Frenó tan fuerte que sus llantas rechinaron. Pensó que habían sido
atacados de nuevo, vándalos otra vez. No era así. El frente estaba pintado de
azul, con líneas blancas como si fueran mosaicos. Su padre tenía cerrada la
puerta. Ahmed la abrió y Mariana saltó a sus brazos. Estaba cubierta en pintura
y se colgó de él en un largo y apasionado beso. Sus padres, enternecidos,
rieron con ellos y le mostraron el lugar. Subieron al techo que Mariana había
empezado a decorar, había convencido a su padre de ampliar.
- Es perfecto.- Dijo Ahmed,
contra las protestas de su padre, quien temía que la inversión fuera muy
grande.- Los carros de hot-dogs con licencias expiradas son una ganga, me acabo
de enterar. Empezamos con eso. Mejor que una cocina económica.
- Lo haremos un lounge árabe.-
Dijo Mariana, besándole de nuevo. Señaló donde pondría las columnas, cómo
penderían las telas, dónde irían los carritos y Ahmed no prestó atención
alguna. La miraba a ella. Sólo a ella. Poesía en movimiento. Los padres les dejaron
a solas. Los novios se sentaron al borde de la tienda, sus piernas al aire,
agarrados de la mano y mirándose a los ojos. En el bolsillo trasero de los
jeans repletos de pintura de Mariana estaba un crudo recorte de un anuncio del
De Peso que decía “se busca chica loca para amar para siempre”.
Regresa tarde a la tienda, todo
está distinto. Mariana redecoró como palacio árabe, repleta de pintura, él
quiere poner carritos de hot-dogs en el techo, hacerlo un lounge, los padres la
aceptan porque llegó con muchas ideas y es buena chica. Se besan, en su
bolsillo trasero un recorte de anuncio “se busca chica loca para amar para
siempre”.
13.- El Mago
En
el Patria los rumores sobre Elsa habían bajado en intensidad por el paso de los
días. Había nuevos chismes, nuevas fiestas. Mauricio, sin embargo, no le
perdonaba. Ya no salían juntos, ya no salían de antro y Elsa no había aparecido
en ninguna de las fiestas a las que era invitada cada semana. Elsa trató de no
prestarle atención, pero Mauricio había convencido a sus amigos. La reina del
Patria se convertía en paria a los ojos de la élite. Cuando las clases
terminaron Elsa ya estaba harta de la de las insinuaciones y los comentarios de
quienes ella suponía eran sus amigos del alma. Mientras algunos esperaban a sus
choferes y otros iban a sus autos, Elsa simplemente estalló. Le dio una
bofetada a Mauricio que le dobló la cara. Todos los ojos en ella. Siempre
estaban en ella, era la mujer perfecta para más de la mitad de la escuela.
Ahora era distinto. Cierta etiqueta había sido violada, por ni más ni menos que
la reina del Patria.
- ¿No se cansan del Equs, de la
coca, el chupe y siempre lo mismo?
- ¿Quieres ir al Zeus?- Preguntó
Yamili, sin entender la pregunta.- Dicen que la fiesta de Regina tendrá DJ,
¿quieres ir a eso?
- Ustedes no lo entienden.
- Elsa, ¿qué te pasa
últimamente?- Mauro quiso gritarle algo peor, pero se contuvo.
Elsa
se alejó de ellos y fue empujando la gente. Irrumpía de un círculo de amigos a
otro, como si irrumpiera de una sociedad a otra. En el rincón, los perdedores,
cuchicheaban sobre ella. Tomó a Ernesto Aldrete de las amarras de su mochila y
lo besó frente a todo el mundo. Ernesto quedó paralizado. Todos estaban
paralizados, era poco menos que una guerra civil. Elsa se fue corriendo y llorando.
Sabía lo que había hecho. Se había quedado sin amigos. Pensaba que se había
quedado sin el respeto hacia su madre, pero en el fondo ella nunca había estado
ahí. Al ver el auto de sus padres corrió hacia el chofer, pero se sorprendió al
ver que eran sus padres. Moisés y Darla Sarabia se habían enterado del problema
que tenía Sofía Mercado.
- Hacerte la chacha de esa...
señora, aunque podría decir algo peor, es vergonzoso.- Le decía Moisés.- Ahora
mismo vamos para allá, para que te despidas.
- No la conocen.
- Es una loca.- Dijo su madre.-
¿Y qué sabes tú de cuidar niños retrasados?
- Bayardo no es retrasado, y creo
que, a estas alturas, sé más sobre maternidad que tú.
- ¡Elsa!- Le gritó tu padre.- No
le hables así.
- Claro, hay que guardar apariencias,
¿no mamá?
- Y hacerme manejar al sur, por
Dios Elsa, de todas las tonterías que me has hecho limpiar...
- No pueden juzgarla sin
conocerla, esa señora es buena y Bayardo es especial.
- ¿A quién quieres engañar Elsa,-
Le preguntó su padre.- a ti nunca te importaron los demás?
- No me voy a despedir, sólo pido
que la conozcan.
Las
introducciones, por supuesto, fueron incómodas. Moisés y Darla vestían de
diseñador, mientras que Sofía Mercado usaba un viejo vestido con feos collares
y anillos. Bayardo asomó la cabeza, estaba embarrado de helado de limón. Moisés
alzó una ceja. Sofía les ofreció a entrar. No tenía mucho, pero se los ofrecía.
El lugar se veía mucho mejor que antes, las cajas ocupaban menor espacio y casi
toda la basura se había ido. Los padres de Elsa se sentaron incómodos en un
viejo sofá sosteniendo sus vasos de agua como si no supieran lo que era.
Bayardo corría por la casa como si fuera Superman. Elsa entró a la cocina con
Sofía, quien parecía muy nerviosa.
- Olvida a mis papás.
- No es eso... Elsa, me voy a
mudar, no me alcanza la pensión. Mi hija en Cancún me ofrece vivir con ella,
necesita a alguien que lave y planche.
- ¿Y Bayardo?
- Bayardo... Como siempre,
brincará de una familia a otra.- Elsa salió de la cocina. Sus padres ya querían
irse. Sofía le hizo conversación a Moisés y Elsa prácticamente jaló a su madre
hasta el corredor.
- Hija, ya nos vamos, despídete.
- No.
- ¿No?
- Quiero que contrates a Sofía
como organizadora, ella es muy meticulosa. Obsesivamente.- Darla la miró como
si tuviera diez años y Elsa encontró una fuerza que no sabía que tenía.- No, lo
vas a hacer, es una orden. Lo harás o le digo a papá de tu amorío con su jefe.
No lo niegues, te vi en el Fiesta Americana.
- Elsa, hija,- Darla estaba
conmocionada. Su tono cambió, ahora era algo doloroso.- te lo íbamos a decir en
la casa. Tu papá ya lo sabe. Nos vamos a divorciar. Me mudaré con Gonzalo, su
jefe. No quería decírtelo así, mucho menos en esta pocilga.
- Muchas gracias por todo.-
Insistía Moisés caminando hacia ellos y prácticamente empujándoles hacia la
salida. Elsa estaba al borde de las lágrimas. Sintió que se le bajaba la
presión. Sus padres se divorciaban. La apariencia ante todo. Él lo sabía. Se
quedó en la puerta de la casa, mientras sus padres caminaban al Mercedes-Benz.-
Elsa, vamos.
- Necesito más tiempo.- Su madre
entendió y se fueron sin ella.
- ¿Elsa?- Cayó sentada al suelo y
se echó a llorar. Sofía se hincó a su lado y le acarició el cabello.- ¿Qué pasa
hija?
- Mi vida se rompió, como la
tuya.
- Vamos, saquemos todo a la
basura. ¿Recuerdas lo que dijo el terapista? Sacar los recuerdos es liberarse
de ellos.
- Abuela,- Le preguntó Bayardo,
mientras ella y Elsa sacaban todas las cajas plásticas a la calle para que se
la llevara quien quisiera.- ¿vas a perder la memoria?
- No hijo,- Bromeó ella.- haré
nuevas. Tú también Elsa.
- Mis papás se divorcian.- Dijo
ella, cuando Bayardo no estaba. Siguieron apilando las cajas en silencio por un
buen rato. Sofía no encontraba qué decir.- Toda mi vida, lo único de lo que
estaba segura eran sus padres. Ahora les miraba diferentes, del mismo modo como
veía a Mauricio.
- Abuela, hay que ir aquí.
- Ahora no Bayardo.- Bayardo les
correteaba en círculos con periódicos en la mano.- Y tira los periódicos, todo
se va. Es ahora o nunca. Mañana no sé si pueda hacerlo.
- ¡La última!- Anunció Elsa. La
lanzó contra la acera. Ya habían curiosos que se robaban lo que podían. Los de
la basura terminarían el trabajo.
- Abuela, mira.
- Te dije que tiraras el
periódico.
- No mira, me necesitan, “se
buscan magos para pelear contra fantasmas tartamudos y necios”.- Sofía le
arrancó el periódico, para tirarlo, pero Elsa la detuvo.
- Hora de salir de casa Sofía. Si
quieres yo manejo.
Manejó
hasta la dirección, se trataba de un terreno amplio cuyos árboles escondían las
ruinas de una vieja casa de piedra y argamasa. Bayardo, vestido de Harry
Potter, lanzaba sus hechizos y corría por el pequeño espacio. Elsa tomó a Sofía
de las manos. Ella temblaba de nervios, no le gustaba salir de casa. Sofía se
quitó los anillos y los collares y los lanzó al centro. Miró a Elsa y la
abrazó, agradeciéndole por todo. Elsa contuvo las lágrimas. Se alejó un poco para
hablar por teléfono.
- ¿Ernesto? Perdón por el beso
tan... abrupto, ojalá que no te hayan molestado mucho. Fui una perra con tus
amigos, supongo que contigo también. La verdad es que me gustas mucho. ¿Quieres
salir a platicar alguna vez? Pero no me pidas que me vista de negro.- Bromeó
Elsa, aunque estaba muerta de los nervios.
- Claro sí, vamos por un café,
cuando quieras.- Elsa colgó, se quedó de cuclillas unos segundos, tenía que
pensar. Le faltaba una llamada por hacer.
- ¿Mamá?
- Elsa, gracias a Dios. ¿Por qué
no contestabas?
- Había fantasmas tartamudos y
necios.
- ¿Qué? Oye, queremos hablar
contigo sobre el divorcio.
- Me duele, saben que me duele,
pero no se preocupen por mí, encontré una familia amorosa que servirá de
colchón. Sofía y Bayardo, ellos son mi familia ahora.
- No Elsa, por favor no nos
castigues así, no te castigues a ti misma.
- No mamá, tú no entiendes. No me
estoy castigando, ya me cansé de castigarme, quiero algo real, quiero curarme y
ellos me curan.
- No nos dejes, por favor, vuelve
a casa.
- ¿A qué casa?
- No nos dejes, somos tus padres,
sabes que te amamos.
- Yo no voy a regresar mamá, y no
es por el divorcio, es más que eso. No voy a regresar, a menos que tú me
prometas algo. Una promesa que sea más sólida que la de la fidelidad. Quiero
que contrates a Sofía Mercado como organizadora. Puede hacerlo desde su casa.
Tú quieres que seamos una familia, aunque disfuncional y divorciada, pues no es
tan fácil mamá. Ya lo aprendí, si quieres algo, tienes que dar algo a cambio.
Dame esto mamá, y yo te perdonó por amar a otro hombre.
- Está bien Elsa. Pero regresa.
- Los veré en la noche.- Colgó y
corrió hasta Sofía, quien abrazaba a Bayardo.- No irás a Cancún, tienes trabajo
aquí. Organizadora, serás perfecta y el sueldo es muy bueno. Después de lo que
ustedes dos hicieron por mí, es lo de menos.
14.- El Sol
Mario
supo que la vida contenida del ambiente corporativo había cambiado. Había más
plática, más risas. No era el contrato millonario, era distinto. Un par de
horas después y alguien tuvo el corazón para incluirlo en la broma. Le enviaron
un video a su celular. Se quedó congelado. Era Mario, más precisamente, era
María bailando en Lipstick, vestido, tacones y peluca, besándose con hombres y
cachondeando con otros. Había llegado al punto, más allá de la vergüenza, donde
nada le importaba. La vida se había hecho gris. Su jefe, Gabriel, le llamó a su
oficina. No escuchaba lo que decía, no podía. Estaba sordo. No podía despedirlo
por homosexual, pero eso era precisamente lo que hacía. La cuenta del nuevo
contrato iría a Estuardo. Mario no dijo nada, no había nada qué decir. Gabriel
temía que demandara, de modo que, tras el visto bueno de sus jefes, le extendió
un cheque por dos millones de pesos. El dinero del bono de la cuenta, más su compensación.
Se puso de pie, como para despedirlo de su oficina. Mario se guardó el cheque y
tardó en reaccionar.
- Puedes clarear tu cubículo.
- No.- Dijo finalmente.- No hay
nada aquí que quiera llevarme.
Lloró
en el auto. Nunca había sentido tanta pena y tanta rabia al mismo tiempo.
Cuando sonó su celular estaba decidido a no contestarlo, seguía llorando, pero
vio que era Julián. Pensó en él, la diva gorda, el espectáculo de circo, como
otros le veían. Ahora lo entendía, él era lo mismo.
- Tengo que confesarte algo.- Le
dijo Julián, era obvio que también había estado llorando.- Estaba muy ofendido
contigo por dejar la vida, todos lo estábamos. El regresar al clóset, tú lo
sabes, es el peor estigma que puede haber en nuestra comunidad. Quiero que
sepas que ya no te juzgo, no estoy ofendido. Te perdono Mario, porque además
mereces ser perdonado, es tu vida y si quieres tener esposa, hijos y todo el
paquete, es tu decisión. No somos nadie para juzgarte.
- Gracias, eso significa mucho.
- Gracias por el último baile
Mario. Ya me voy a Cancún, me contrataron. Supongo que yo también dejo la vida,
uno no puede ser diva y empleado a la vez, ¿y si me descubren?
- Te entiendo, créeme, te
entiendo. Me grabaron, no sé cuándo y no sé cómo se filtró.
- Eso es horrible Mario, ¿estarás
bien?
- No, ¿pero qué puedo hacer?
Mario
manejó a su casa, pero manejó lento. Era un manojo de nervios. El shock de
verse en video había sido como una cubetada de agua fría. Todos le vieron,
todos se rieron. Le gustaba que le vieran, como realmente era, como María.
Dejaba de ser el introvertido Mario Ceballos para convertirse en una chica
divertida y con ritmo. Podía olvidarse del ritmo, ese baile en la fuente había
sido su último baile. Estacionó en su casa y Rosa se asomó preocupada. Era muy
temprano. Sonaba Chopin, el bebé dormía.
- ¿Pasó algo?
- Me despidieron. Se enteraron
que era gay.
- Esos malditos, hay que
demandarlos.
- Eso se temían, me dieron dos
millones de pesos para mantenerme callado.
- ¿Dos millones? Mi amor, eso es
excelente. Puedes conseguir otro trabajo, eres muy listo y tienes una muy buena
carrera.
- Hay más.- Le detuvo Mario.
Sabía que sería la bomba atómica otra vez. Tampoco estaba preparado para ésta,
pero es que no había modo de prepararse.- Cuando era gay me vestía de mujer, me
grabaron así y todos en la oficina tienen ese video.
- ¿Tú, de mujer?
- Amor, soy travesti. Rosa, el
ser gay no se cura, siempre lo he sido. Intenté no serlo, ser normal y casarme
contigo pero... Uno no cambia lo que es. Yo soy una mujer en el cuerpo de un
hombre.
- Que asco.- Le salió del alma.
Comenzó a gritarle, a pegarle y humillarle.- Maldito poco hombre, eres un
maricón asqueroso. ¿Usaste mi ropa para tus porquerías? Dime qué usaste para
que ahorita mismo lo queme.
- Yo tengo mi ropa. Rosa, ¡Rosa!
Me haré cargo del bebé, que no te quede duda, es nuestro hijo, pero no puedo
estar contigo.
- Lárgate de mi casa.
Mario
subió al auto y se fue a toda velocidad. Se sentía calmado, como si la tormenta
hubiese terminado, o más que eso, como si estuviera haciendo lo correcto.
Manejó hasta el teatro abandonado. Entró corriendo, tropezando en la oscuridad
hacia el único foco que servía. Julián ya había empacado. Gritó como mujer al
verle. Mario lo abrazó con todas sus fuerzas y le besó en el cachete.
- Tú no te irás a Cancún, está
decidido. Tengo dos millones que usaremos para el teatro, ¿recuerdas tu sueño
de habilitarlo? Pues es nuestro ticket al mundo al que pertenecemos. Julia y
María tendrán este lugar funcionando, repleto de gente.
- ¿Y Rosa?
- La rosa tiene espinas. Me
divorciará, o lo haré yo, pero firmamos el prenupcial, este dinero es todo mío.
Mejor dicho, este dinero es de María y de Julia.
- ¡Sí!- Gritó Julio, tomando a
Mario en sus brazos y girando en círculos.- Nuestro lugar para ser como somos.
15. El Mundo
Dorian
se paró al costado de la carretera, a la mitad de la nada. No hacía nada, de
vez en cuando se alisaba el traje blanco y nada más. Veía pasar los autos y
camiones de un lado a otro. El Viejo se puso a su lado y al principio no
dijeron nada.
- No puedes rescatarlos a todos.-
El autobús camino a Cancún pasó a su lado. A menos de un kilómetro le fallaron
los frenos, colisionó con otros autos y el choque fue tan terrible que dejó al
camión hecho jirones de metal bañados en sangre.- Sofía, Dafne, Bayardo,
Mariana, Julián, todos ellos debían ir en ese camión. Es inevitable, lo sabes.
- Yo me escapé de tus manos,
otros pueden hacerlo. Si le das la oportunidad a la vida.- El Viejo, que era la
Muerte, se mofó de aquella expresión.
- Suerte estuvo involucrada, tuvo
que estarlo.
- No, ella nunca se involucra, tú
lo sabes, la buena o la mala suerte son imparciales. No le dijo a su hermano,
el Destino, pero eso es todo.
- No estará feliz el Destino.
- El Destino rara vez lo es, pero
no puede tocarme. Ya no, una vez que me liberé de ti.
- Temporalmente Dorian.- Dorian
lanzó una carcajada y le dio palmadas en la espalda.
- Yo entiendo el ritmo de la
vida, en sus cosas dulces y amargas, cosas que tú nunca entenderás. El ritmo,
ese ritmo es mágico. Mariana hará grandes cosas, antes de casarse con Ahmed y
tocar aún más vidas. Dafne hará de Vidal un artista respetado, y tú sabes lo
que eso significa. Tú que ves el porvenir, sabes que Rodrigo Uc se hará su
discípulo y eso evitará que termine en el terrible accidente para el que estaba
destinado. Julián y la pareja que salvará, y lo que la pareja hará. Todos, como
las ramas de un árbol frondoso. Todo se entreteje.
- Al final, yo conoceré a todos.
- Al final, salvar a uno es
salvar a cientos.
- Bien jugado.- Dijo la Muerte,
luego de un rato de silencio y le estrechó la mano.
Dorian
y la muerte contemplaron el accidente. Llegaron patrullas y ambulancias.
Sacaron los cuerpos al atardecer, y al caer la noche, en la oscuridad, ambos
desaparecieron.
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