jueves, 23 de julio de 2015

Vidas cruzadas

Vidas cruzadas
Por: Juan Sebastián Ohem


0.-
            Dorian se pasó la mano por el cabello negro y trató de calmarse. Vestía su traje blanco de siempre, con una camisa negra y tenía una corbata roja. La había encontrado, siempre lo hacía. Ella siempre se escondía, pero él siempre daba con ella. La puerta estaba abierta, la casa estaba decorada era vieja, española, con muebles cuya pintura se descarapelaba. Al centro de una sala, rodeada de telas rojas, ella le estaba esperando. Era una mujer de cuidado, Dorian lo sabía, podía ser dulce y tierna o enojarse fácilmente. Era hermosa, aunque escondía su brazo izquierdo, y su mano, con una larga manga del vestido y guantes, pues había quedado desfigurada. Dorian tomó una vieja silla, se sentó contra el respaldo y se encendió un cigarro.

- Mi hermano no estará feliz de saber que estás aquí.
- Tú no le dirás, además, no le temo a tu hermano.- Del interior de su saco extrajo un mazo de cartas que colocó en la mesa.
- Dorian, tú y tus juegos.- Ella revolvió las cartas del tarot y de un suave movimiento con la derecha las extendió como un abanico.- Uno de estos días...
- Sí, pero no hoy. Además, hay días y días. Algunos días tardan meses.
- Te pones filosófico cuando no sabes qué decir, ¿lo ves? Te conozco bien.
- Antiguos amantes se conocen fácilmente.- No se atrevió a acariciarle la mano. Ella puso sus ojos en las cartas, le indicó que comenzara y luego le interrumpió.
- Algunas cartas le pertenecen a mi hermano, reconozco este mazo.- Ella separó algunas y Doria gruñó, no se esperaba eso.- Ahora sí, comienza.
- El loco.
- ¿Hay mejor manera de empezar?
- La Emperatriz, El Ermitaño, El Colgado...
- ¿Qué es lo que planeas Dorian?  Es una jugada muy difícil.
- Yo no planeo nada, ya me conoces, soy como tú. La Estrella, La Templanza, El Papa, La Luna.
-  Estás más loco de lo que dicen.
- Locura y cordura son límites difusos, tú deberías saberlo.
- Los Enamorados, La Fuerza, La Torre, El Juicio, El Mago, El Sol y El Mundo.
- Es un orden extraño.
- ¿Me deseas lo mejor?
- Yo no deseo nada Dorian, antiguos amantes deberían saberlo.


1.- El Loco
            Ahmed Ul-Yawar era conocido en Equs simplemente como Ahmed. Le tomaban por libanés, aunque sus padres insistían siempre en ser jordanos. Sus padres no estaban ahí. Sus padres no sabían que él estaba ahí. En el fondo, no creía que sus padres supieran lo que significa ser un DJ, mucho menos para él, mucho menos en Equs. Vestido de brillante camisa verde y apretados jeans amarillos bailó un rato y, cuando era su momento, se retiró a la cabina de DJ. Saludó a los de siempre, estaban Mauro y Elsa besuqueándose y haciendo líneas en unas de las diminutas mesas. Estaba Jorge también, bailando con una chica. Le saludaron de lejos, como pequeñas fotografías, por la luz estroboscópica. Hizo lo suyo, sabía que no era Tiesto, pero era lo suficientemente bueno para ganarse sus miles de pesos. Gastaba la mayoría en lo que sus padres detestaban, un mejor reloj, mejores zapatos, más guardarropa y colección de colonias. El resto dinero iba para ellos, pues creían que Ahmed trabajaba de guardia nocturno.
- Lo hiciste muy bien.- Le gritó Mauro, cuando terminó su turno, o eso le pareció escuchar por el ruido. Le agradeció y salió un segundo a fumar. Parecía que todos estaban ahí, fumando en el acceso secundario y bailando. Las chicas querían bailar con él, él no se negaba.
- No te vayas ceniciento, apenas son las dos.- Le dijo una borracha que se acomodaba la falda.
- Tengo otro trabajito, ya sabes, la party nunca acaba.- La chica le aulló a la luna.

            Apestaba a alcohol y cigarros. Más cosas que sus padres no toleraban. Se cambió en el auto, un Malibu viejo que se había comprado con su propio dinero. Su padre, Omar, era de la vieja escuela, quería que él siguiera su gran legado, “Esquinera”, una tienda de abarrotes como había miles en Mérida. Ahmed miró a las pocas estrellas en el cielo, se preguntó si había alguna para él, una distante a esa tienda y a ese futuro. Radio a todo volumen se salvó del alcoholímetro. Debía ser su noche de suerte, pensó. Eso cambió pronto.

            Llegó a Fraccionamiento Jardines del norte con las ventanillas abiertas para que se le fuera el olor. Reconoció a lo lejos, en una esquina del parque a Jorge. No conocía su apellido, una de esas débiles amistades de antro. Reconoció su auto también, acelerando a toda velocidad. Segundos después escuchó los gritos de su madre. Aceleró, saltándose el paso peatonal, el coche golpeándose contra el asfalto. Estacionó y bajó corriendo, Omar y Ashida gritaban en árabe, conocía el idioma aunque a medias. No necesitaba entenderlos. La tienda era un desastre. Vidrios rotos, pintura, graffitis ofensivos. Su madre se lanzó a sus brazos, tenía la pañoleta en la cabeza y vestía de negro, pero siempre había sido una mujer atractiva. Su padre, Omar, era un hombre regordete, de barba cuidadosamente cortada y ligeras gafas. Él no decía mucho, tenía las manos en la cabeza, su legado había sido vandalizado.
- Es porque somos musulmanes, estos malditos cristianos y su hipocresía.- Dijo finalmente, resignándose a recoger los vidrios.
- No papá, son sólo unos chavos borrachos y nada más.
- Los libaneses, esos la tienen fácil.- Decía su madre.- Muchos ni parecen árabes.
- No pienses en eso mamá, les ayudo a recoger todo.

            El lugar era un desastre. Aprovechó la oportunidad para meter el dinero que había ganado en la caja registradora. Su madre se daba cuenta, un guardia nocturno no ganaba tanto. Nunca diría nada, pues confiaba en el buen corazón de su único hijo. Ahmed no confiaba en su buen corazón, él estaba tan dolido como su padre. A la madrugada, mientras aplicaban thinner contra la pintura y los dibujos obscenos, pensó en algo tan perverso que sabía que debía guardárselo. Ese borracho, Jorge, y su pandilla de amigos, no sabían que él trabajaba allí. Tendría su venganza.

            Trabajó, como todos los días, en la tienda de abarrotes, aburriéndose de muerte. La gente entraba, ponía cosas en el mostrador, pagaban y se iban. Nadie hablaba con ellos. A veces un viejo lo hacía, pero todos decían que estaba loco, así que no contaba. Ahmed miraba su reloj, su Longines auténtico. Su padre no sabía de esas cosas, usaba un Timex viejo de correa plástica negra. Tampoco sabía dónde conseguir éxtasis, pero Ahmed sí.

            Esa noche fue a Equs, compró seis pastillas de éxtasis al camello del antro. No era su noche, lo cual era perfecto. Se acercó a Jorge y sus amigos. Le conocían por ser DJ. Les pagó una ronda, amistades automáticas. Salieron como a la una.
- Post-copeo.- Insistió Ahmed.
- Vas.- Dijo Horacio y Jorge estuvo de acuerdo.
- Las vacas, Mariana está allá.- Dijo Jorge, mientras se texteaba.

            Les siguió en su auto, las pastillas en el bolsillo de su camisa de seda falsa. Estaba nervioso, pero estaba decidido. En un alto desvió su mirada. Les había estado vigilando toda la noche. Nada de remordimientos. ¿Y si lo hacían de nuevo? Ésa era la gran pregunta. Quizás la próxima vez llegarían más temprano, quizás la próxima vez su padre trataría de defender lo que era suyo y entonces las cosas podían terminar mucho peor. Se detuvo en esa avenida y respiró profundo. Nunca había hecho algo semejante. Tenía la esperanza que simplemente les enfermaría, luego de alterarlos lo suficiente para asustarlos. Ciertamente no quería causar nada grave. Se miró, reflejado en la ventana de otro auto. ¿Era esa persona ahora, un vengativo árabe que envenenaba a sus enemigos, que no eran sino una partida de borrachos que hacían cosas de borrachos? Empujó las dudas fuera de su mente. Ya tenía el éxtasis, sólo tenía que ponerlas en sus bebidas y nada más.
- ¡Arbados, hemos llegado!- Le bromeó Horacio. Ahmed sonrió, pero estaba muerto de nervios. Se dio cuenta entonces que era un buen muchacho. Odiaba cuando su madre se lo decía, siempre quería hacerse al tipo duro. Era un buen muchacho, a punto de hacer algo muy malo.
- Cervezas.- Ordenó Jorge y el mesero no tardó en traer los tarros. Ahmed se palpó el bolsillo de la camisa, las pastillas seguían ahí. Jorge le codeó, sacándole de su hipnosis y le señaló a una chica que dejaba a sus amigas y se acercaba.- Ahí viene, ella es Mariana.

            Ahmed no prestó atención hasta que ella se sentó a su lado en una de las sillas plásticas. Mariana era mujer moreno claro, era alta, esbelta, de un rostro maya y cabello azul eléctrico. Ahmed quedó boquiabierto. Olvidó el éxtasis. Olvidó que todos estaban ahí. Ahmed estaba enamorado.

2.- La emperatriz

            Elsa, Ángel, Yamili y Mauro bailaron hasta tarde en Equs, era jueves, el verdadero inicio de fin de semana. Salieron borrachos, pero Mauro tenía un as bajo la manga. Se detuvieron en el Mercedes de Yamili frente a una cafetería pequeña, cerca del antro, llamada De paso. Entraron con paso vacilante, platicando entre ellos, y se sentaron en la primera mesa que encontraron. Elsa Sarabia miró a su alrededor, no le gustaba para nada. Ella era San Ramón Norte, el lugar era como del centro, con demasiada gente naca. Mauro le tronó los dedos a la mesera, se presentó con Dafne, no que les importara. Pidió café, vasos de agua para todos y algo de tomar.
- Qué bárbara Yamili, tres vodkas, jersey shore- style.
- ¿Yo? Elsa estaba como embudo, esos shots la dejaron loca.- Elsa, despeinada por completo, sonrió y fingió que bailaba en la mesa.
- Ya era hora.- Le dijo Elsa a la mesera que traía la bandeja.- En serio, a ustedes los indios se les dan tantitas oportunidades y se creen la gran cosa.
- Qué lugar tan chafa Mauro, hasta dejan entrar vagabundos.- Se quejó Yamili.

            Elsa caminó al baño en zig-zag. Se miró al espejo, pero no podía verse, estaba demasiado borracha. Sacó la coca de una bolsita, se hizo una línea en el lavamanos y con un billete de quinientos se inhaló todo de golpe. Ahora se sentía mejor. Regresó más animosa, se tomó dos vasos de agua de un golpe y, como todos los demás, estaban deseos de irse de ese lugar. Notó que habían estado hablando de ella, pues se callaron en cuanto la vieron entrar.
- ¿Qué?
- ¿Ernesto Aldrete?- Ángel le mostró su Iphone, ella le había deseado un feliz cumpleaños y le había dedicado un abrazo.- ¿El gótico super looser? No inventes.
- ¿Ese perdedor? Era una broma.- Mentía, sonaba convincente, pero Mauro no se lo tomaba a broma. Habían salido ya un par de veces, en sus mentes eran novios. Tenía sentido, Elsa era la guapa del Patria, Mauro tenía billete e iba al gimnasio.
- Yo escuché que hasta te texteabas con él.- Dijo Yamili, con mirada de inocencia.
- Ya quisiera él.- Elsa lo dijo en broma, pero en realidad le atraía ese perdedor. Era un chico guapo, aunque odiaba que se vistiera de negro y escuchara esa música. Además, el sujeto era un perdedor que se juntaba con perdedores.- Quiero que crea que es como Glee y todos cabemos en el mismo mundito.
- Eso es amiga, diles, hay ellos y los BP, beautiful people.- Hicieron pinkie promise.
-Ya bueno,- Dijo Ángel.- ¿nos podemos largar? Me siento naco estando aquí.

            El Mercedes se alejó por Montejo. Elsa quedó callada, no se sentía bien. Ángel se dio cuenta que estaba verde. Yamili no quería que vomitara en su auto, estacionó en el frente del Fiesta Americana. Mauro la acompañó al baño más cercano donde vomitó los seis shots, los tres martinis y los tequilas. Mauro le sostenía el cabello mientras lo hacía. Le ayudó a limpiarse la cara. Tenía una nariz respingada, unos ojos azules y un cuerpo atlético. Mauro era ancho de hombros y sólo lo mejor tocaba su piel. Se lo susurró a los oídos y eso la calentó. Se fajaron en el baño, ambos aún muy borrachos, hasta que alguien más entró y se aclaró la garganta. Se vistieron rápidamente, Elsa se bajó el micro-vestido y salieron riendo. Elsa se separó de Mauro, caminó a la escalera eléctrica. Le pareció reconocer a alguien. La pudo ver de cerca, aunque ella no le vio. Era Darla, su mamá, besándose con un hombre que no era su papá y metiendo el brassiere en la bolsa. El hombre, le había visto un par de veces antes, era el jefe de su padre.

            Les miró alejarse, no la notaron. Mauro la arrastró al coche. No dijo nada. No sabía qué decir, ni qué pensar. En la mañana del viernes, con una resaca tremenda, se decidió a confrontar a su madre o decirle a su padre. Su padre, Moisés Sarabia, ya había salido al trabajo, Darla le saludó desde la alberca y envió al chofer para que se la llevara de la casa. Los viernes, en el Patria, eran un ritual. Se decidía a qué fiesta se debía ir, a qué fiesta estaba uno invitado y qué fiesta sería la mejor. Elsa estaba invitada a todas, incluso por default. El chofer le dejó en la entrada sin mediar palabra. Todos la miraban, y no de buena manera. Los góticos, chicos vestidos como emos, se burlaban de ellas, pero también lo hacía su amiga Yamili. Mauro había revisado su celular. Se había estado texteando con Ernesto Aldrete por semanas. La vergüenza la dejó roja, hasta los nacos se atrevían a llamarle nombres. Agradeció que empezara la escuela, quizás por primera vez.

            Todos entraron a clase. Todos estaban ahí, todos los maestros, administrativos y hasta el servicio de limpieza. La única persona que sobraba era Dorian. Recorrió un pasillo, en su gastado traje blanco, con camisa negra y corbata verde. Se rascó el cabello negro y dio unos pasos de baile antes de encender la alarma contra incendios.   Los profesores fueron sacando a los alumnos. La directora tenía que revisar cada espacio. Abrió la puerta del baño de mujeres y se topó con Elsa Sarabia haciéndose una línea. Le arrancó la bolsita de cocaína, que tiró por el excusado y la jaló hasta su oficina. Elsa estaba pálida, le temía a la policía, le temía al regaño, le temía más que nada al ridículo. La llevó a la oficina, la sentó con una agresividad que la asustó aún más.
- Tengo tu número.- Dijo la directora, levantando el auricular de su teléfono.- Tu padre llama de vez en cuando, para saber cómo estás.
-  Sí, porque nunca me lo pregunta.
- O puedo llamar a la policía, a ver si te gusta que te hagan un anti-doping.
- No, por favor, haré más tarea, estudiaré más.- La directora lo pensó, sonrió y colgó el teléfono. Aquel gesto tranquilizó a Elsa. Pensó que se saldría con un sermón, y siempre podía comprar más. No era como si fuera adicta, dejaba la coca por meses enteros para no terminar como una de esas perdedoras en televisión.
- Tengo una vecina, no es una anciana, pero es una mujer grande. Necesita ayuda.
- ¿Quiere que sea su enfermera?- Preguntó, con cara de asco.
- No, niña malcriada, quiero que la ayudes a cuidarse, tiene algunos... problemas, nada grave. No confiaría a nadie con problemas médicos a tu cuidado. Se llama Sofía Mercado. Sabré si no estás ahí, ten eso en cuenta.- Le escribió la dirección en un papel y se lo paso.
- Esto no está en el norte.- Dijo Elsa, con cierta ofensa.
- ¿Sabes llegar?- La directora quería ahorcarla, pero sabía que no podía.
- Obvio mi Iphone tiene GPS.
- Desde hoy, y recuerda, yo sabré si faltas, es mi vecina.


3.- El ermitaño
            Vidal Chan colocó su manta en el mercado, a un lado de los rastafarios. Tenía pantalones y camisa, pero a primera se notaba que pertenecía a la Plaza Grande. Tenía los hombros anchos, un rostro alargado con ojos tristes y mentón fuerte. Era un vagabundo, se le notaba incluso por las rotas suelas de zapatos y la incipiente barba. Pasó las horas en silencio, vendiendo lo que podía. Vidal no hablaba mucho. Un cliente se lo dijo, interesado en un collar de piedras relucientes con forma de aves, hecho con pedazos de latas. Vidal le miró a los ojos y le dijo que lo esencial de la conversación era el silencio, no las palabras. El cliente no entendió, pero lo compró de todas formas.

            Compró algunas piedras que le parecieron interesante, recogió sus cosas en su manta y se alejó caminando. Llevaba un carro de supermercado, lo usaba para robar las bolsas de basura que dejaban fuera los restaurantes y las oficinas. Se quedó fuera de un restaurante, mientras un grupo de gente esperaba mesa. No podían fumar dentro, así que aprovechaban la espera. Esa noche tuvo suerte, dejaron sus cigarros a la mitad. Los recuperó del suelo, podía secar a los más húmedos y se encendió uno de ellos. Llevaba una chamarra donde guardaba los cigarros y otros pequeños artículos que le parecieran interesante. Intentó vender algunos aretes en un bar, pero lo sacaron los meseros. Sabía que lo harían, pero en la distracción pudo hacerse de una canasta de pan. Al menos tendría para la cena. Llegó a lo que antes había sido una oficina, cerca del centro, ahora un espacio vacío. Abrió el candado con una llave que él mismo se había hecho. El espacio estaba vacío, tenía pocas ventanas para la luz y para el aire, pero le bastaba.

            Tenía sus obras de arte con él. Algunas más grandes que otras. Tenía un acuario de peces, hecho de plástico transparente con peces hechos de botellas plásticas que pintaba y buzos hechos con clips. Sabía que podría venderlo fácil, más fácil que la joyería. Revisó entre la basura. Había algo de comida que devoró hambriento. No había comido bien en varios días. Alguien había tirado una botella de agua que se tragó de un golpe. Empujó a un costado aquello que le servía, como latas o pedazos de unicel, y lo demás lo metió en bolsas que dejó afuera. Entre la basura había conseguido un reloj digital, había decidido venderlo, el tiempo le importaba poco, pues no tenía adónde ir, ni tenía prisa para llegar a ninguna parte.

            Deambuló por el centro, pidiendo caridad. Recibió muchas miradas feas y nada más. Se animó a entrar al café De paso. Siempre lo hacía, pero siempre le costaba trabajo decidirse. Había dejado de ir a la Casa de Todos desde que la policía había decidido asustar a todos. Ya no necesitaba policías, había tenido suficientes policías para durarle una vida.
- No me gustan los que no consumen nada.- Le dijo el dueño del lugar, en cuanto se sentó en una esquina. Vidal no se enojó, hacía eso rara vez. Ya se había enojado mucho en su vida, no necesitaba eso. Contó el efectivo con el que contaba, suficiente para un café.- ¿Y nada más? Voy a tener que poner un letrero de consumo mínimo para los solitarios.
- Y una hamburguesa, con todo.- Dorian se sentó frente a él.- Ya no está solitario, ¿o sí?
- Está bien.- Dorian le soltó un billete de cien. Le ofreció otro a Vidal que aceptó agradecido, murmurando algo.- Yo quiero un vaso de agua.
- Como sea, Dafne, es tu mesa, hoy estás en la luna.- Dafne era una morena de nariz amplia que siempre atendía a Vidal. Se sorprendió al ver al extraño. Le costaba distinguir sus rasgos, quizás por la luz, pero era difícil de perder de vista. Tenía un traje blanco y una camisa tan negra como su cabello.- No te preocupes Vidal, la comida viene en cualquier momento.
- Gracias.- Dijo, finalmente.
- Eres del tipo silencioso, ¿no es cierto?- Le preguntó Dorian, pero el vagabundo se limitó a asentir.- Me llamo Dorian, ¿cómo te llamas?
- Vidal.- La comida llegó y Dorian le miró comer con desesperación. El café no se lo bebía, era su excusa para que no le echaran. La comida venía con una galleta de la fortuna. Vidal la abrió, curioso por el mensaje y sonrió riendo en voz baja. Se la mostró a Dorian.
- “A mí no me mires, me pagan salario mínimo”.- Dorian se echó a reír.- ¿Quién escribirá semejantes cosas?
- Quien busca sabiduría en el texto, frecuentemente olvida el papel.- Dijo Vidal. Sentía que podía confiar en el extraño, y no solamente por la cena gratis. Un trasvesti entró al café y Vidal le señaló, aún con su sonrisa pálida.- Él olvida el papel, y quien hace eso, olvida el texto.
- Un gusto conocerte Vidal.- Dorian se levantó y se fue.
- Vaya sujeto.- Dijo Dafne, señalando a Dorian, quien se perdía entre la gente. Dafne miró sobre su hombro, el dueño no estaba. Se sentó a su lado y bufó cansada. Dafne no podía hablar con su hermana, mucho menos con su padre, y cada noche que Vidal entraba al lugar acudía a él, sin saber por qué. No se conocían, no realmente, pero había en el vagabundo que le daba tranquilidad.- Mal día, mala semana, mal mes. Tú lo sabes bien Vidal, la vida es difícil, justo cuando crees que tienes algo cerca, de repente ya no te sientes fuerte, ya no suena la misma música de antes, por decirlo así. Atorada aquí, podría ir a Cancún al zoológico que están por abrir, pero no sé, estoy aquí.
- Vida y muerte son abstracciones del crecimiento; Dificultad y facilidad son abstracciones del progreso; Cerca y lejos son abstracciones de la posición; Fuerza y debilidad son abstracciones del control; Música y habla son abstracciones de la armonía; Antes y después son abstracciones de la secuencia.
- Siempre dices esas cosas, lo haces parecer fácil.
- Aquel que está satisfecho, es verdaderamente rico.
- ¿Tú eres rico?
- Mírame, ¿crees que soy rico?- Bromeó Vidal y Dafne sonrió con complicidad.

            El ambiente cambió cuando entraron los adolescentes, eran vulgares y despectivos. La insultaron a ella, pero no se atrevió a decir nada. Dafne bajó la cabeza, hizo como se le ordenaba. No le gustaba enfrentarse a sus clientes, ni a los borrachos, prefería pensar en animales. Era veterinaria de corazón y encontraba mayor consolación entre los animales que entre las personas. Los borrachos pagaron en grandes billetes, y Dafne buscó a Vidal, pero ya se había ido. Vidal regresó a su oficina vacía, roció de agua sus bonsáis, sus pequeñas plantas que crecían en botellas, colocó la delgada manta y durmió en el piso.

4.- El Colgado

            Mario Ceballos había redactado el mismo texto tres veces, le había revisado cinco. Se detuvo, el zumbar de la copiadora no se detenía nunca. Sabía, sin decirlo, que era un zombie corporativo. Tenía su camisa blanca, corbata aburrida, como los demás. Un cubículo, como los demás, en un panal de cubículos. Eran vidas contenidas, incluso las comidas venían en contenedores plásticos para una sola persona. En una pared, a lo lejos, se leía el nombre de la empresa “Onicom”. Su cuerpo estaba ahí, su mente en otra parte. Así era siempre, por ocho horas al día, lunes a viernes prácticamente todo el año. Estuardo, compañero de trabajo, se apoyó contra la endeble pared del cubículo y le miró desafiante.
- Ese contrato Verdaguer-Nextel, del que todos hablan... Será mío.
- Qué bueno, es... bueno.
- Sí, ya sé que planeas algo Ceballos, pero es mío. Es mucho dinero involucrado.
- Ajá.

            Conocía bien el contrato, sabía que era millonario. No le importaba. Nada de eso le importaba. Tenía ganas de llorar en el auto. Sentía que su vida era una novela que se negaba a terminar. Una novela que se estancaba, que le daba vueltas al mismo asunto. Tuvo que calmarse antes de llegar a su casa. No quería que su esposa le viera en ese estado. Vivía donde tendría sentido que viviera, en el contexto de su historia. Era una casa amplia de una planta, su mujer quería comprar una mucho más grande. Rosa Moguel estaba en la sala, que había convertido en su estudio. Pintaba cuadros para hoteles. Mario nunca había tenido el corazón de decirle que eran feos, pero Mario nunca había tenido el corazón para decirle muchas cosas más.
- No despiertes al bebé.- Le dijo al besarle.- Finalmente durmió. Me lo llevaré con Ana, quiere que juegue con el suyo para estimular su inteligencia.
- ¿Y la música?- Rosa le indicó que bajara el volumen.
- Chopin, es para que nuestro bebé crezca más inteligente.

            Cenaron casi en silencio. La comida no estaba en paquetes individuales, pero bien podían estarlo. Rosa vivía en su mundo, Mario en el suyo. Tras lavar los platos Rosa cargó al bebé y se fue. Mario se metió al cuarto, abrió el clóset, se sentó en la cama y suspiró. Se puso de pie, mirándose al espejo. Era un hombre moreno claro, casi blanco, muy delgado y de facciones delicadas. Abrió el baúl porque sabía que lo haría. Sacó el vestido, las medias, los zapatos, la caja con sus cosméticos. Se tomó su tiempo, pues sólo vestido de mujer se sentía cómodo. El resto del tiempo era como si vistiera piel que no era suya. Se llamaba María ahora, eso le tenía sentido. Caminó coqueto por la casa, como para sacarse el estrés de encima y subió a su auto.

            El Lipstick, su antro favorito, se hacía sonar desde una cuadra de distancia. Tony le esperaba allí. Era un hombre de aspecto masculino, pero gay por completo. Julián llegó en su auto, pero se había transformado. Julián era un hombre moreno y gordo de estatura media, pero tras unas manos de maquillaje se convertía en Julia, la diva del Lipstick. Tenía un vestido entallado, lleno de colores y brillantes. Sus pestañas falsas eran enormes, sus labios rojo carmín y mucha sombra como para que sus ojos pareciesen las colas de pavorreal. Se saludaron y entraron a bailar. María estaba en su elemento, con su peluca y sus movimientos se miraba en los espejos y era toda una mujer. Tony le señaló a la chica de pelo azul que bailaba con otro sujeto, de aspecto árabe. El muchacho era un bombón. Julia, María y Tony les acompañaron, ellos parecían estar felices de verles. Bebieron un poco y María se pasó la noche insinuándosele al muchacho árabe.
- ¿No quieres ir a otra parte, guapo?- Le preguntó al oído.
- Vamos afuera, quiero fumar.- María se decepcionó, les siguió a la calle. La diva, Julia, le mandaba besos a los conductores.
- Ahmed, es trasvesti.- Le explicó la chica del pelo azul.
- Soy... Mario Ceballos.- Dijo, con tristeza. Lágrimas en los ojos.

            Se cambió en el baño del garaje. Llegó cuando su esposa ya estaba dormida. Le dijo que fue a casa de Estuardo. Esa noche Mario no durmió, porque no sabía si su personaje debía dormir. Sabía lo que pasaría al día siguiente. Mismo cubículo. Mismo Estuardo. Mismo contrato. Misma incomodidad. Mismas noches alegres. Mismas candentes infidelidades. Misma cama. Mismo día. A la mañana se quedó en la cocina. Avisó a su trabajo que se sentía mal, ya le debían días por enfermedad y quería tomarse uno.
- ¿Qué pasó?- Le preguntó su esposa, cargando al bebé.
- No voy a ir al trabajo.- Rosa le besó en la cabeza, señaló la fotografía de la casa de sus sueños. La había enmarcado a un lado de la fotografía de su boda y el nacimiento de su hijo.
- Algún día amor, tú y yo en esa casa, ya lo puedo ver.
- Rosa, soy gay.

            Soltó la bomba. Recordó las filmaciones viejas de las pruebas nucleares. Las falsas villas con edificios y casas que eran azotadas por los vientos de la explosión. Eso no empezaba a describirlo. Rosa dejó al bebé a su cuna, chillando histérico. Ella también estaba histérica. Él ya no estaba contenido. Mario ya no estaba su cubículo, con su comida para uno y su vida simple, tortuosa y silenciosa. Su casa era un torbellino. Sabía que vendría, aún así, era impactante.
- Pero es que... ¿Cómo?
- No lo sé Rosa, sólo sé que soy homosexual y no podemos vivir una mentira.
- Tienes razón.- Dijo finalmente, sentándose a su lado, tomándole de las manos.- Lo solucionaremos juntos amor. No somos la primera pareja que sufre esto, con el amor de Jesús y mucho tratamiento puedes curarte. Sé que fue difícil decirlo, así que déjame dar el siguiente paso.
- ¿Qué haces?- La siguió a la habitación. Mario no dejaba de ver su baúl. Ella no lo había tocado, ni notado, detrás de tanta ropa y bajo tantas cajas. Ella fue directo a su computadora, sentándose en la cama. Se acomodó a su lado. Había mucha información sobre terapias sexuales.
- Mira, tratamientos en grupo de hombres casados con tendencias homosexuales. ¿Ves como no estás solo? Sólo júrame que nunca...
- No, nunca amor, nunca te haría eso.- Mentía, pero tenía que hacerlo. Aquel era el único sexo que disfrutaba. No la había tocado en meses, achacándolo al bebé que siempre interrumpía. En el fondo se preguntaba qué pasaría si estuviera en una situación irremediablemente romántica con su esposa. Había pensado en sus novios al tener sexo con ella durante su noviazgo y breve matrimonio.
- Lo esencial es que pongas de tu parte Mario.- Abrazó a su marido y un escalofrío le nació desde la base de la espalda.- Júramelo que lo vas a intentar.
- Pondré todo mi empeño amor. Mi hogar está aquí, quiero curarme. Quiero que la novela termine. Quiero ser normal.

5.- La Estrella
            Horacio, Jorge, Mariana y Ahmed se vieron a una cuadra del Equs. Ahmed sabía que no debería estar ahí. Les odiaba, por lo que le habían hecho a la tienda de sus padres, y sin embargo fingía ser su amigo. Él sabía que, en el fondo, estaba allí por Mariana, la chica del cabello azul. Ella no quería entrar al Equs, la fila era mortal y tenía ganas de bailar sin presiones.
- No iré a ese bar de maricones, ni siquiera por ti.- Dijo Jorge.
- Pues ni modo, nos texteamos luego, irá al Lipstick.

            Ahmed no se quedó mucho tiempo con ellos. Sonreía y bromeaba, pero les era insoportable. Manejó al bar, pidiendo indicaciones. Los taxistas le veían raro, era un conocido antro gay. No la vio afuera, y aunque odiaba tener que entrar, lo hizo. La miró de lejos, ella bailaba como si no hubiera nadie más en el mundo. Mariana le miró, jalándole del brazo al centro de la pista. Bailaron muy pegados, sin mirarse a los ojos. Pronto se sumaron otros, un gay, una chica que no dejaba de insinuársele y un gordo travesti que era el prototipo de la diva drag. Cansado de las insinuaciones de María salieron por un cigarro. Mariana parecía divertida. Le dijo que era un hombre, él se presentó como Mario Ceballos. Ahmed quería reír, no por el sujeto, sino por haberle confundido.
- Es que pareces una mujer.- Eso no pareció alegrarle mucho y se fue, dejando a todos con la palabra en la boca. Mariana, cuando quedaron solos, se apoyó contra la pared y ociosamente arrancó pedazos de los carteles.
- Así que... ¿Te gustan los bares gays?
- No, es que... No, para nada, no soy así, no que le vea algo malo, me refiero a ser... Ya me... Soy un idiota.- Se encendió un cigarro y miró al cielo. No podía verla a los ojos y decirle la verdad. Se sentía avergonzado.- Tus amigos destrozaron la tienda de mis padres.
- Ahmed, Dios mío. Yo traté de detenerles, lo juro.
- Sí, te creo.- Mariana entendió todo de golpe y le miró con odio.
- Y tu venganza está en meterte en mis pantalones.- La miró de abajo para arriba. Tenía altos tacones, unos jeans ajustados, una camiseta cortada hasta el hombro, su hermoso rostro alargado y su cabellera azul eléctrica que parecía salvaje. Quería decirle que sí quería estar con ella, que la deseaba, pero no podía decirlo.
- No, quería lastimarlos a ellos, y llegaste tú y me miraste y te miré y todo cambió. Ahora no dejo de pensar en ti, me junto con la gente que odio para estar unos momentos contigo.
- Es una lástima que seas así, pensé que podías ser mi amigo.

            Aquellas palabras pesaron sobre su cabeza durante todo el día. Omar Ul-Yawar no se daba cuenta, pero su madre Ashida podía verlo. Su hijo tenía un mal de amores. Acomodaba cosas, cargaba garrafones y barría el suelo con la mirada perdida. No veía a “Esquinera” con los mismos ojos que su padre inmigrante, él soñaba con mucho más, pero por el momento soñaba con su chica del cabello azul. El ringtone de su celular sonó, era DJ Tiesto. Se lanzó de un lado a otro de la tienda para revisarlo. Era un mensaje de Mariana, le invitaba a comer. Saltó de emoción, incluso asustando a los clientes.
- Ahmed, compórtate que no eres un niño. Carga las cajas de atrás, haz lugar.
- No,- Dijo su madre, con un guiño.- mejor ve por mi hilo. Ya sabes, el que me gusta tanto.
- Gracias mamá.

            Manejó el viejo Malibu revisándose en el espejo todo el tiempo. Había oído del restaurante, un rincón bohemio llamado “La Cueva”, cerca de un parque en la parte del centro que ya estaba toda prácticamente comprada por inmigrantes americanos. El parque era disfrutado por quienes paseaban perros, pero aquellos que no tenían el tiempo para hacerlo le pagaban a alguien para que los pasease. Andrea paseaba siete perros a la vez, dos de ellos Gran Daneses, un American Standford y varios chiquitos. Curiosamente, los más pequeños eran los más terribles. Dorian dejó que el cigarro se consumiese entre sus dedos y lo tiró. Se levantó de la banca del parque, su traje blanco no parecía tener arrugas. Se alisó un poco la camisa negra y saludó a Andrea.
- Perdón, pensé que eras otra persona. Es que esperaba a mi prima, creo que allá va, mira.

            Andrea volteó, Dorian usó una navaja para cortar la amarra principal, y los perros salieron corriendo. Habían caminado mucho, estaba hambrientos y las puertas de “La Cueva” estaban abiertas de par en par, como invitándoles. Ahmed detuvo a Mariana, el Gran Danés casi se la lleva por delante. Los clientes gritaron horrorizados, uno de los meseros, que le temía a los perros, se subió a una mesa y la cocina se hizo un desastre.
- Y ahí va un plan tirado a la basura.- Dijo Mariana, entre risas. Nunca había visto nada semejante y le encantaba. A Ahmed le encantaba ella. Vestía una playera con el lema “Lo hirónico no es irónico”. Le había sacado una carcajada.
- Mejor vamos a otra parte.- Dijo Ahmed.- Conozco de un lugar cerca.
- Oye, lo de anoche... Ellos hicieron mal y tú también... Oh no, tú no, ellos a veces pueden ser unos pesados. Todos los animadores son pesados, yo se supone que soy animadora. Hago bodas, a veces. No me gusta controlar borrachos, pero me gusta bailar y la paga es buena.
- Mejor que trabajar en una tienda.
- Oye, eres DJ, eso cuenta.
- Sí, pero mis papás no lo saben son... estrictos.
- No sabía que los libaneses eran tan estrictos.

            Caminaron un par de cuadras más y Ahmed se congeló. Estaba frente a la única mezquita en Mérida, la visitaba mensualmente cuando su padre se ponía nostálgico. Nadie en su familia hacia las oraciones, pero a ellos les recordaba Jordania, su hogar. La mezquita era un edificio pequeño que podía pasar por una iglesia, de no ser por sus entradas, y ventanas, en formas de herradura, con una fuente a la entrada donde los que atendían se lavaban las manos y por los mosaicos azules que adornaban todo el lugar. Mariana estaba enamorada del lugar, le jaló del brazo. Ahmed se hizo de una pañoleta para Mariana, al ver las miradas horrorizadas de la minúscula población islámica en Yucatán. El lugar era muy humilde, un espacio para los tapetes, algunas bancas para las pláticas y, al fondo, un frondoso jardín donde los niños jugaban y aprendían. Mariana se sentía como en una película, había visto muchas iglesias, demasiadas, y el mero hecho de estar en un lugar religioso sin una cruz le era un shock. No tenían muchos adornos, aunque sí tenían fotografías de la Meca. Caminó entre los creyentes hasta el jardín, donde una enorme fuente dominaba sobre el verde, con las paredes espesas en enredaderas y con altos árboles de todo tipo.
- No soy libanés, mis papás vienen de Jordania.- Mariana le miró intrigada, no sabía donde quedaba eso.- Al este de Arabia Saudita... Al oeste de Israel, muy cerca... ¿Debajo de Afganistán? Lejos, muy lejos.
- Ya.- Mariana soltó la carcajada y Ahmed se rió también, pues él tampoco estaba seguro de dónde quedaba. Mariana se tocó el paño y miró a las mujeres.
- No, no todas se visten como fantasmas de Pac-Man, menos en México. Somos descendientes de Abraham.
- ¿Abraham era tu abuelo?
- No, los musulmanes.- Se sentó con ella, en el borde de la fuente, dándole la espalda a la mezquita.- Abraham tenía una fe simple, la misma religión que Adán. Ésa es el Islam. Eso dicen ellos, yo no sé. Se supone que rezas y te inclinas y te medio acuestas en los tapetes cuando el sol sale y se pone, mirando a la Meca.
- ¿Por qué?
- Porque la Meca es el centro del mundo. Eso creían. Todos necesitamos un centro, supongo.
- Tú.- Le dijo Mariana, acariciando su rostro.- Tú eres como esa pieza de metal en el tocadiscos, yo soy el disco. Yo giro y giro, pero tú estás centrado. Dime algo.- Su rostro estaba a centímetros del suyo, podía sentir su respiración.- Algo musulman.
- “Aquel que cesa de disputar, teniendo la razón, un hogar de alto rango le espera en el paraíso. Aquel que cesó de disputar, teniendo solo mentiras y fabricaciones, un palacio al centro del paraíso le espera”. Eso le dice mi mamá a mi papá cada que pelean.- Ahmed acarició su rostro con cuidado, mariposas en su estómago.- Dime algo. Algo tuyo.
- La cordura es la excusa del aburrido.

            Ahmed la besó y ella le devolvió el beso. Se acariciaron apasionadamente. Ahmed le quitó el velo y siguieron así por más de una hora. El mundo había dejado de existir. Una señora quería reprenderlos, pero el Imam le hizo desistir, eran jóvenes enamorados después de todo.

6.- La Templanza
            El dueño del café De paso ya se había ido, era hora de cerrar y Vidal seguía allí, masticando las sobras que subrepticiamente le había pasado Dafne. Se ofreció a ayudarle a cerrar, ella aceptó con gusto, ofreciéndole algo de dinero que Vidal rechazó. Aquellas eran sus propinas.
- Gracias por ayudar Vidal, tengo el auto a unas cuadras, ¿quieres aventón?
- No gracias, me gusta caminar.- Caminaron en silencio, pero Dafne tenía que decir algo. El indigente era como algo que no hubiese visto nunca antes.
- ¿Cómo es que sabes tanto?
- Saber algo es perderlo. Apresas a una liebre y se pone loca. Le ofreces comida y vendrá a ti.- Dafne se encendió un cigarro y le convidó otro.- Hice algunos años en prisión. Entiendo si eso te asusta. Caminar de noche con un ex-convicto.
- ¿Por qué te encerraron?
- Robo. Y no era inocente. No diré que fue justo. La prisión no es justa. Nada que hacer. Ésa es la tortura, el aburrimiento. Recogí un libro, el libro del Tao. Lo leí un millón de veces.
- No había oído de él. ¿Es una novela?
- Depende.- Vidal se rió. Era la primera vez que le veía reír.- Lo escribió un chino, hace mucho. Para mí, era como si lo hubiese escrito ese día que lo recogí. Me salvó la vida. Me limpié, me alejó de los problemas. Aprendí mucho.
- Y ahora haces arte.
- Ven.- Vidal le alejó del coche, recuperó su carrito de super que había encadenado. Estaba repleto de basura. Le indicó que le siguiera, tan solo un par de cuadras, quería mostrarle algo.- Quiero mostrarte algo.
- No tengo prisa.- Admitió Dafne, además era buena excusa para seguir charlando con él.- Las cosas en mi casa no están... Bien.
- Está todo al revés, eso aprendí.
- ¿A qué te refieres?
- El Tao te kin dice:  Acepta y serás completo, Inclinate y serás recto, Vacíate y quedarás lleno, Decae, y te renovarás, Desea, y conseguirás, Buscando la satisfacción quedas confuso.
- No sé qué significa, no curará a mi papá, no arreglará las cosas con mi hermana tampoco.
- El mundo es como es, el problema lo pone uno. Mira.

            Se pararon en una calle del centro. En la lejanía, en alguna parte de la cuadra, alguien tocaba el piano. Era una linda melodía. Vidal había construido, contra una pared, una especie de grafiti. Lo había hecho a partir de botellas partidas por la mitad, latas y piezas de televisores y radios tirados a la basura. Tenían la forma de un rostro sonriente, rodeado de colores que formaban animales pequeños, éstos pintados en el interior de latas de refrescos. La melodía se hizo más suave y romántica. Dafne sintió un nudo en la garganta. Era ella. La había escuchado, o sobre escuchado. Vidal le había prestado atención. Más que su ex-novio o que su hermana. Sabía de su amor por los animales y el retrato era casi idéntico. La pieza era tan hermosa que merecía estar en un museo, y era fácil entender por qué el dueño de la casa lo había dejado.
- Es... Mágico.- Dijo Dafne, resumiendo a su amistad, su retrato, su arte, la música. Sus complicaciones, sus problemas, habían desaparecido. El vago tenía razón, el mundo era mágico, ella ponía los problemas.- Vidal, tienes que ir a un museo, eres un artista.
- Quien ansía oro, pronto se hace de oropel.
- Gracias.- Vidal se sonrojó tanto que parecía un tomate. Era un hombre joven, pero grande, de hombros, de rostro masculino y de manos. Aún así, parecía un chiquillo. Dafne le tomó de la mano y se lo repitió.
- El que no ansía, recibe más.- La melodía había acabado y los dos amigos sonrieron.
- Gracias Vidal, me siento mucho mejor. ¿Quieres que te lleve a tu casa, te ayude con tu carrito?
- No, estaré bien. Hasta luego Dafne.
- Sí, nos vemos mañana.

            Manejó hasta su casa como si flotara sobre una nube. Sabía que los problemas estarían allí, en la casa, pero también sabía que podría manejarlos. Su casa era humilde, aunque la zona era decente. La compartía con su hermana y su papá. No la sentía propia. Su hermana lo había decorado todo. Tenía un cuadro de delfines saltando sobre atardeceres que ella odiaba. Lo había robado de un hotel, según le confesó en una navidad, ya bien tomada. Dafne siempre se preguntaba, al verlo al salir o entrar de la casa, quién podía pintar semejantes cosas. Sobre todo habiendo artistas talentosos, como Vidal que prácticamente vivían en la banqueta. Ana Luisa, su hermana, le esperaba en la cocina. La conversación era la misma de siempre. Ana Luisa quería irse a Campeche, a trabajar en otro banco, pero no quería llevarse al viejo. Dafne tenía los dedos cruzados por su oportunidad laboral en Cancún y tampoco quería quedarse con su padre.
- Yo no voy a pagar un... Uno de esos lugares donde van. Además, es papá,  no sería justo abandonarlo en Mérida en una casa de ancianos.
- ¿Y por qué no lo colocas en una como esas en Campeche?
- ¿En serio quieres abandonarlo a una casa de ancianos? Yo lo decía como ejemplo.- No era cierto, pero Dafne fingió como si su hermana hubiese estado hablando de una hipotética situación.
- No deberíamos hablarlo así Ana Luisa, ¿y si nos oye?
- Está más que dormido, las pastillas lo dejan muerto.- Se asomaron a su minúscula habitación, Andrés Pineda no estaba ahí.

            Andrés Pineda salió de su casa en pijamas. Se habían terminado sus cigarros. Se le hizo natural salir a la tienda, la Esquinera, por un paquete. Era más de la medianoche, pero su mente no lo racionalizaba de esa forma. El lugar, por supuesto, ya hacía horas que estaba cerrado. Tocó la puerta, trató de abrir y hasta gritó un par de veces. Ninguna respuesta. Se le acercó un hombre vestido de traje blanco y camisa negra. Tenía una cajetilla de cigarros abierta y le ofrecía una.
- Cerró hace horas.
- Es que tengo que comprar cigarros, comprar cigarros, cigarros, los tengo que comprar.
- Tome uno, adelante.- Le empujó levemente para que cruzara la calle hacia el parque. Andrés tomó un cigarro e hizo como si tuviera un encendedor imaginario. Se miró la mano, estaba sorprendido que no encendiera. Agitó el imaginario encendedor, no escuchaba nada. Dorian le ofreció el suyo.- Pruebe con el mío, tome asiento. Parece cansado.
- Estoy. Cansado. Estoy cansado. Cansado es como estoy. Gracias por el fuego, por el fuego.- Le devolvió ceremoniosamente su encendedor. Se buscó, entre los bolsillos de su pijama por una botella de aspirinas.
- ¿Le duele la cabeza?
- No. Son para... Estúpidos doctores. Episodios maniáticos.- Abrió la botella y le mostró las pastillas blancas.- Las pongo aquí. Aquí es donde las pongo. La gente sana toma aspirinas. Yo tomo aspirinas. Yo estoy sano.
- Su familia debe pensar lo contrario.- Dorian señaló a Dafne y a Ana Luisa que cruzaban el parque.
- No me quieren con ellas. Con ellas no me quieren. A mí. No me pasa nada. Nada me pasa. No a mí.- Dorian puso la mano en la botella de aspirinas y se la guardó en el saco. En su lugar puso una idéntica, con aspirinas auténticas. Se puso de pie, se despidió de un gesto y se perdió en la oscuridad del parque.
- Papá, te estábamos buscando.
- Cerraron la tienda, los árabes. Los árabes la cerraron. ¿Se habrán ido?
- No papá, es tarde. Ya vámonos a dormir.- Estaban a medio camino de cruzar el parque cuando escucharon los rechinones. Dafne se dio vuelta, había un par de vándalos en la tienda, en la Esquinera. Una chica de pelo azul, dentro del auto, les gritaba que se detuvieran, pero era inútil.- Apúrate Ana Luisa, hay mucha gente rara por aquí.

7.- El Papa
            Elsa Sarabia no estaba emocionada de conocer a Sofía. Había oído de gente como esa, acumuladores, tenían un programa en televisión. Trató de vestirse lo más naca posible. Sofía era una mujer mayor de 50 que se había dejado de maquillar desde hacía mucho tiempo. Tenía adornos, como collares y anillos, y vestía con viejos vestidos de los ochenta. La casa era amplia, pero tenía tantas cosas que se reducía a un laberinto de pasillos. Tenía viejos televisores, tapas rotas de excusados, revistas de hacía muchos años y toda clase de cosas.
- Voy a terapia, eso ayuda.- Explicó Sofía.- Tengo que ponerlo todo en cajas.
- ¿Estas?- La sala entera eran cuatro hileras de cajas de plástico en columnas de ocho.- Suena como mucho trabajo. No soy la chacha de nadie, yo soy Elsa Sarabia, como en Sarabia.
- Está bien, lárgate que tampoco me caes bien. Le diré a mi vecina y...
- Está bien.- Dijo Elsa, recordando la amenaza.- ¿Por dónde empiezo?
- Todo tiene orden.- Elsa ladeó la cara y alzó una ceja, no parecía haberlo.- Lo de hasta arriba primero, yo te voy guiando. Y tenme paciencia, hay cosas que tengo que tirar a la basura, pero no puedo. Simplemente no puedo.
- ¿Cómo esto?- Le mostró un payaso de cerámica que había perdido la cabeza. Lo llevó al canasto que pensó que era de la basura y Sofía chilló aterrada.
- No, eso no, eso no, puedo encontrarle la cabeza y repararle. No lo tires. Yo te digo qué tienes que tirar. Empieza por las revistas.- Sonó el timbre y Sofía dudó un instante de dejar a esa insolente a solas entre sus cosas, pero el timbre insistía.
- ¡Mamá!- Era su hija. Se lanzó a un abrazo. Sólo hacía eso cuando necesitaba dinero o dejar a su hijo. Ésta vez fue la segunda.- ¿Qué crees? Nos vamos a Houston, ¿no es genial? Pero todo eso de viajar, hoteles, shopping, no es como para Bayardo. ¿Lo puedes cuidar unos días?
- Claro.- Se resignó Sofía.
- Una semana o dos. Gracias mamá, por eso eres la mejor.

Prácticamente empujó dentro al muchacho. Le dijo que todos estaban bien, en una conversación monosilábica que duró un par de minutos. Bayardo tenía 23 años, era gordo, de pelo enchinado que le llegaba a los hombres y una barba incipiente. Bayardo tenía la edad mental de un niño de diez años. Quería mucho a su abuela, y Sofía lo adoraba. No le molestaba que se lo dejarán así nomás, como si se tratara de una mascota. Temía, sin embargo, de lo que pudiera pasar cuando ella finalmente muriera. Bayardo se presentó y Elsa no sabía qué pensar.

Elsa Sarabia siguió cumpliendo condena. Las cajas se siguieron apilando. Al principio sentía cierta repugnancia por Bayardo, pero en el fondo le gustaban los niños de diez años, así que no se molestaba cuando la embarraba de chocolate o se sentaba justamente en la caja que pretendía mover. Sofía la dirigió, con su propio sistema y fueron colocando las cajas en sus debidos lugares, por etapa cronológica, haciendo lugar en la casa.
- Toda esta basura,- Dijo Elsa, sentándose sobre una de las cajas y encendiéndose un cigarro.- creo que lo entiendo.
- No, no creo.- Dijo Sofía a secas. No le había crecido cariño alguno por la mimada niña rica que la hacía menos. Permaneció en su rincón, acariciando la montaña de engrapadoras  que sabía que tenía que tirar a la basura.
- No, en serio. Hay una historia en todo esto. Lo he visto en programas de televisión. Esas primeras cajas, cuando todo empezó, tenía muchas fotos, luego tenía cosas que pedía por correo... No sé, me da la impresión que hay una historia. ¿Qué fue lo que pasó?
- Problemas familiares, no entenderías.
- Mi mamá se acuesta con el jefe de mi papá.- Le soltó Elsa, con cierta amargura.- Entiendo.
- Mi marido murió, mis hijos... Ellos le sacaron todo el dinero que pudieron, apenas y sobrevivo con mi pensión. No esperan el día que me muera para quitarme la casa. Bayardo... él brinca de tío en tío. Me lo tiran como si fuera nada, pobre chico.- Señaló su viejo vestido, descosido por algunas partes, sus collares y anillos.- No quería avanzar, eso dijo el terapista, que quiero quedarme en el momento en el que todo marchaba bien.
- Yo voy a Hoggwarts.- Dijo Bayardo, entrando a la sala con un caramelo.- Si hay fantasmas, me voy a la escuela de magia.
- Ese chico sabe más que mi terapista.
- Muere Voldemort.- Bayardo usó un viejo bastón quebrado para picar a Elsa. Ella sonrió, quizás por primera vez desde que trabajaba ahí. Hizo ruidos de explosiones, como si fueran ataques mágicos.
- Le encanta Harry Potter. Si tuviera dinero le compraría un disfraz o algo así.- Elsa se levantó de golpe y tronó los dedos.
- Sé del lugar perfecto, vamos.
- No.- Sofía gritó de miedo.- Me cuesta salir de mi casa.
- Entonces me lo llevo. No es problema, en serio. Mi primo Rodrigo tiene su edad... Mental.

            Bayardo no dejaba de lanzar hechizos mágicos en el auto. Elsa casi choca por su culpa, pero no le prestó atención. Su celular vibraba todo el tiempo. Decidió no contestar, necesitaba de esa soledad de todas formas. Seguían hablando de ella y de Ernesto Aldrete. Él se había burlado de ella. Eso no le pasaba nunca. Necesitaba regresar a su juego, regresar a la cima. Tenía el cuerpo, la cara y el carisma, no entendía por qué eso no bastaba. Estacionó y accidentalmente golpeó a otro.
- No te vayas lejos, quiero ver si lastimé mi auto.- Se asomó por un segundo, no había daño. Al darse vuelta, Bayardo ya no estaba.
- Cuidado amiguito.- Dorian rescató a Bayardo de ser atropellado por un camión. Le cargó del piso y le dio toda una pirueta hasta dejarlo frente a Elsa.
- Dios mío.- Elsa abrazó a Bayardo, temblando de nervios. Se le escapó una lágrima.- Bayardo ten cuidado, te dije que te quedaras cerca.

            Le llevó a una librería llamada “Mundo de Mundos”. El lugar era espacioso, pero atendido por unos maricones que sabrían cuidar de Bayardo. Les explicó que Bayardo tenía la edad mental de un niño de diez años y estaba interesado en Harry Potter. Tony chilló de emoción y Julián corrió por los pasillos para mostrarle lo que tenían. Mundo de Mundos estaba repleto de libros para niños, así como toda clase de juguetes de Harry Potter. El celular de nuevo. Pensó en contestarlo, los maricones se ocupaban de Bayardo. Le miró por un segundo, a ese adolescente sonriente que reía como chiquillo. Corría en círculos mientras los vendedores le vestían como Harry Potter y le hacían creer que estaba en Hoggwarts. Julián, que era el más fuerte por su peso, levantó las viejas decoraciones para darle un aire medieval a la tienda. Elsa se olvidó del celular.
- ¿Te gusta?- Bayardo tenía la bata de Harry Potter, cargaba la de las otras casas, una varita mágica, un libro de cuentos sobre magos, un sombrero de mago y una máscara de Voldemort.
- No sé cuál elegir.
- Es un buen chico.- Le dijo Julián, al borde de las lágrimas y corrió llorando a una esquina. Bayardo, curioso por naturaleza, le siguió por la tienda, cargando con todo.
- ¿Por qué lloras?
- No entenderías.
- Sí entiendo, no soy estúpido.- Dijo Bayardo, ofendido.- Te hicieron un hechizo.
- Sí.
- Es porque no tienes una bata mágica.- Se volteó a Elsa y sonrió.- Ya sé que me quiero llevar, la bata mágica.
- Llévate todo. Mi papá lo paga, de todas formas.- Tony le cobró con una sonrisa al ver la American Express.

            Sofía estaba tan feliz que lloraba. Elsa y Bayardo construyeron, con sábanas y las viejas cajas que conservaba Sofía, una especie de castillo. En la mente de Bayardo podía ser cualquier cosa. Se probó todas las batas y recitó todo lo que sabía de Harry Potter. Sofía le insistió que leyera su libro, para calmarlo y le dejaron rodeado de almohadones y cajas en su propio mundo. Sofía miró a Elsa sin saber qué decir. Ya era hora de que se fuera, le acompañó a la puerta y para cuando se decidió a agradecerle de nuevo sonó el cel de Elsa. Ésta vez tenía que contestarle. Le cortó con un gesto y contestó. Era Mauricio.
- Hola Mau.
- Hola chiquita, ¿pre-copeo, pre-Equs? Claro, eso si tienes tiempo para nosotros.
- Sabes por qué hago esto.
- ¿Entonces qué, ya terminaste con la loca y el retrasado?- Elsa miró hacia la casa y sonrió.
- No, creo que me quedaré hasta más tarde. Yo te marco.

8.- La Luna
            Mario y Rosa se vieron con el terapista. El hombre aseguraba haber tenido una gran cantidad de éxitos. Les explicó, mostrándoles folletos y citando libros, que la homosexualidad era una enfermedad mental, como las manías. La terapia grupal podía hacerles reconocer lo erróneo que era ese estilo de vida. Mario prometió ir a la terapia y lo decía en serio. Dejó a Rosa en casa y, un par de mentiras después, estaba en Mundo de mundos. Se quedó afuera, sin saber qué hacer. Sentía que salía de un mundo para entrar a otro, pero no se sentía como salir de una puerta y entrar a otra, era más como un pasillo que nunca terminaba. Les miró desde afuera, había un adolescente con alguna clase de deficiencia mental que consolaba a Julián. La chica, que debía ser su hermana, pagó miles de pesos y esperó a que se hubiesen ido para acompañar a Julián, quien seguía llorando.
- Habla con él.- Le pidió Tony.- No me quiere decir nada.
- Oye Julián, ¿qué pasa?- Le ofreció un kleenex y entraron a la trastienda.
- Es que ver a ese chico... Las hormonas, debe ser la menopausia.
- Eso le dirás a Tony, no me mientas a mí.
- ¿Te acuerdas que diseño software?
- Sí, me has matado de aburrición con eso varias veces.
- Me quieren, o dicen que me quieren contratar en Cancún.- Mario le abrazó, sabía que Julián ganaba casi nada como asistente en Mundo de mundos y hacía mucho que no vendía software a escuelas o empresas.- Debería estar feliz, ¿no es cierto?
- Y no lo estás. Estaríamos a cuatro horas de distancia, nos...- Mario lo recordó de golpe. Se salía de la vida. No le pareció buen momento para sacarlo a colación.
- Mírame, soy moreno, feo y gordo. Soy miserable, me siento miserable. Me siento... Yo soy Julia, ¿me entiendes? Claro que me entiendes, mejor que Tony. Tú y yo sólo somos felices, realmente felices, si somos mujeres, si nos vestimos como lo que somos. Tu caso es diferente, eres María, yo soy un engendro. Soy algo de circo para que los niños apunten y se rían. Cancún no cambiará nada. Trabajar en una firma importante... ¿Y luego qué? No sé, llévame a casa.

            Mario le llevó al lugar donde vivía, que no era una casa. Julián había perdido todo. Vivía en un teatro abandonado. Tenía sus propios candados y había separado un espacio, en el backstage para su departamento y sus computadoras. Le gustaba pintarlo como algo bohemio, pero en realidad no había boiler, la luz fallaba todo el tiempo y podía suceder, cualquier día, que el dueño reclamase la propiedad. Sabía que estaba intestada, pero aún así, el teatro pasaría a manos de alguien y Julián se quedarían viviendo como parásito en casa de Tony. Entraron prácticamente a ciegas. El lugar era enorme y las únicas luces que funcionaban estaban hasta atrás. Mario sabía que lo que quería hacer, quería ser una diva para afrontar sus problemas. Lo hacía siempre.
- ¿Te imaginas a este teatro como un bar, lounge con cine y todo? Debió ser grandioso, en su momento. Ahora es una ruina, como yo.- Dijo Julián, limpiándose las lágrimas para comenzar a maquillarse. Mario sacó uno de sus vestidos y lo colocó en el sillón a su lado.
- Oye Julián, había ido a la tienda para... Esto no es fácil.- Quedó en silencio por varios minutos mientras Julián se metía en un apretado corset antes de vestirse.- Estoy casado y sabes lo culpable que me siento cuando le pongo el cuerno a mi mujer. Lo he hecho... Dios, cientos de veces. Y fue hermoso y fue candente y fue todo lo que no es cuando estoy obligado a hacerlo con ella. Tengo un hijo, no quiero que mi hijo...
- ¿Sepa que su padre es maricón?
- No es eso, no quiero que mi hijo crezca... Lo que trato de decir es que iré a terapias para, ellos dicen curar, pero yo lo pienso más como convencerme a ser heterosexual.
- ¿Te conté de cuando mi papá amenazó de dispararse frente a mí? Me culpaba, decía que se iba a matar porque yo era gay. Nadie me habla en mi familia, mi prima me vio como la diva que soy y adiós familia. Tengo a Tony, te tengo a ti, un par de amigos... Mario, ¿quién me cuidará cuando quede demasiado viejo?
- No digas eso, eres una diva, las divas no envejecen, se añejan como el vino.
- ¡Sí!- Julia brincó de pronto, bailó flamenco y arrastró a Mario de vuelta a su coche.- Necesito algo de música. Conozco el lugar perfecto.
- Julia, ¿qué te acabo de decir?
- Calla, estás con una diva y harás lo que dice. Conduce chofer, ésta es mi noche y tu noche.
- No iré a ningún antro, no le pondré el cuerno a mi esposa.
- Para aquí.
- ¿Qué hay aquí?- Se bajaron en una calle oscura del centro. Julia se acercó a los barrotes de la ventana de una vieja casa española donde sabía que vivía una niña pianista. Le pidió que tocara algo. Algo especial para un baile. La niña, que conocía bien a la diva y le daba mucha gracia, decidió tocar algo para ellos.
- Mira,- Julia le mostró, asomándose por la esquina, a un vagabundo y una mesera observando una obra de arte sobre una pared.- es el lugar perfecto. Ahora calla. Pon tu mano en mi cintura, toma mi otra mano y guía. Sé el hombre. Dame al menos eso Mario, antes que te desaparezcas de mi vida para siempre. Dame una última pieza.


9.- Los enamorados
            Horacio y Jorge tocaron el timbre de la casa de los abuelos de Mariana por diez minutos hasta que ella apareció. No ofreció dejarles pasar, sus abuelos estaban en casa. Horacio y Jorge parecían emocionados. Tenían grandes noticias. Un crucero en Cancún les había contratado como animadores.
- Es mucho dinero, no puedes estafar a tus abuelos para siempre.- Le bromeó Horacio.
- ¿Por qué no me contestas las llamadas?- Jorge estaba entusiasmado, pero también enojado.
- No quiero que haya ninguna vibra rara en el crucero.- Contestó ella.- Lo que tú y yo... Horacio, tápate los oídos... lo que hacíamos ya no lo podemos hacer más.
- ¿Tienes novio?
- No, pero no quiero ser tu novia.
- Bueno, lo hablaremos en Cancún.

            Los abuelos no estaban, pero Ahmed estaba en su habitación. Sabía que Jorge le llamaría, como había estado haciendo. La vibra estaría definitivamente rara en ese crucero. Ahmed estaba asombrado en su habitación. Mariana tenía muchos libros, que hacían de estantes para más libros y adornos. Mariana entró a la habitación, se quitó la playera, le puso los dedos en los labios de Ahmed y se lanzaron a la cama. Lo hicieron torpemente al principio, pero pronto encontraron su propio ritmo. Mariana cantaba, cuando estaba excitada y Ahmed casi pierde la concentración cuando ella empezó a recitar el Ave María a todo pulmón entre sus gemidos.
- ¿Quieres ver algo genial?
- ¿Más que tú?- Preguntó Ahmed, acariciando su cuerpo desnudo. Mariana levantó el brazo, buscando en los anaqueles sobre su cama. Se cayeron algunos duendes que coleccionaba y finalmente encontró un pesado legajo, un álbum de fotografías con recortes de periódicos y toda clase de frases que recortaba de libros y guardaba allí para la posteridad.
- Yo escribía las frases, las leyendas que ponían en las galletas chinas.
- No.
- Sí, alguien tiene que hacerlo, ¿no es cierto?
- Supongo.
- ¿Y sabes cómo hacen las galletas con el papel adentro? La masa es como una tortilla que prensan para doblarla y alguien mete el dedo para doblarlas. Tiene que usar guantes, es muy caliente. Mira, aquí tengo algunas mías. Nadie las leía, así que hice algo de sabotaje industrial. “A mí no me mires, me pagan salario mínimo”.- Ahmed soltó una carcajada.- “Si buscas fortuna, deja tragar y trabaja”, “gracias por participar, inténtelo de nuevo”, “la siguiente galleta tiene un premio”, “no es broma, este trabajo me orilla al suicidio”, “sí, tu mujer te engaña”.
- Eres una malvada.- Ahmed fue hojeando y se topó con obituarios.- ¿En serio?
- Sí, pero ahora todo es cortar y pegar, sólo cambian el nombre. Es cuando quería ser escritora.
- Eso veo, tienes más libros que una biblioteca. Deberías ser escritora.
- Sí, como no. Mira.- Le mostró una sección diferente y le dejó a solas, en lo que iba por el diario. Corrió desnuda por la casa, Ahmed se estiró para verla a cada segundo. Empezó a vestirse mientras le animaba a leer.
- “Se busca mucama para cripta, salario mínimo.”, “Ce Vuska korrrrecktorr de hortografhia”, “se buscan enanos para liga de baloncesto semi-profesional”. Me encantan.
- Gasto bastante para mantenerlos por semanas.
- ¿Y alguien acude?
- No tengo idea, las direcciones son reales pero nunca me ha dado la curiosidad.- Le pasó el diario y Ahmed revisó entre los avisos de ocasión.- “se buscan magos para pelear contra fantasmas tartamudos y tercos”. Oye Mariana, tenemos que ir.
- Nadie va a ir.
- ¿Cómo sabes?

            Se animaron a ir. Terminaron de vestirse y manejaron a la dirección del anuncio. Se trataba de un terreno que había quedado baldío, dentro del cual estaban las ruinas de una vieja casa de piedra y argamasa. Se asomaron lo suficiente y se partieron de la risa. Una señora, ya mayor, una jovencita y un adolescente hacían toda clase de locuras allá adentro. Seguramente combatían fantasmas tartamudos y tercos. Mariana tenía ganas de pasearse, de modo que fueron al centro. Ella siempre le compraba al indigente de pantalón y camisa sucia, con chamarra. No hablaba mucho, aunque los hippies decían que su nombre era Vidal. Le compró un par de aretes hechos pedazos de máquinas que, soldados, parecían elefantes mecánicos. Mariana y Ahmed se pasearon por un par de horas, pero al anochecer ella sintió un vacío en el estómago y un nudo en la garganta. Insistió en ir al parque de las Américas. Su mamá había muerto ahí, su ex-novio la había cortado allí y le pareció que era correcto seguir con la maldición.
- Ahmed, tú eres... Te amo.
- Yo también te amo.- Dijo Ahmed, sin entender lo que pasaba.
- Mis abuelos no tienen mucho dinero y, como sabes, soy animadora. Nos contrataron para ir a un crucero que partirá de Cancún por algunos meses.
- ¿Meses? No, Mariana, por favor, yo no viviré meses sin ti, me volveré loco.
- Nos hablaremos todo el tiempo, te lo juro, estoy loca por ti y si me esperas...
- Claro que te espero, yo te esperaría años. Amor, Mariana, por favor no me dejes, te necesito como el aire. Sé que suena cliché pero tú... Maldita sea, eres la mosca en la comida, eres la canción que no se sale de tu cabeza, eres mágica y todo en ti me sorprende, y eres como los mosquitos que no se van, como todas las estúpidas metáforas del amor que crees que son idioteces cuando las lees en facebook hasta que todas se hacen realidad.
- Seis meses. Ahmed, te amo, no me dejes.
- No te dejaría aunque lloviera fuego.
- Preparo mis cosas mañana, quizás me vaya mañana.
- Buena suerte.- La abrazó con fuerza y la besó. De algún modo se sintió como una despedida.
- Ahmed, ¡Ahmed!- Era inútil, el amor de su vida ya se había ido. Temía que no le esperara, temía que lo que tenían fuera pasajero, que regresara con su novio en el crucero y después le partiera el corazón. Temía por tantas cosas que necesitaba sentarse.
- ¿Problemas del corazón?- Le preguntó Mario Ceballos.- Te vi en ese club, Lipstick, traté de ligarme a tu novio.
- María, ya, ahora te recuerdo.
- ¿Es tu novio?
- Sí, pero no sé cuánto dure. Problemas del corazón.
- Tengo problemas parecidos. ¿Cómo arruinamos todo tan fácilmente?
- Sé lo que eres realmente... Dios, vaya cliché. Sé que suena a cliché, sé lo falso y difícil que es, si es que se puede ser realmente quien uno es. Después de todo, ¿quién eres?

            Mario cerró los ojos. Sonaba una canción que le gustaba. Rihanna, Disturbia. Se puso de pie, contoneando las caderas. Se subió a la fuente, agua hasta los tobillos. Ojos cerrados. Bailó como si estuviera solo. Escuchaba los chiflidos y las bromas. Mariana le aplaudía, Mariana le animaba a que siguiera, a que bailara hasta quedar agotado. Eso quería hacer ella.


10.- La Fuerza
            La amistad entre Dafne y Vidal había crecido a tal grado que, cuando su prima le dijo que necesitaba unas manos extras en el zoológico del Centenario, ella pensó en su amigo. Vidal conocía el lugar, le comentó que le gustaba caminar del centro al Centenario y mirar a los animales. Estela, la prima de Dafne, hacía sus prácticas de campo vacunando a los tigres. Les tenían en jaulas separadas, con bozales y restricciones, pero aún así les temía. El año pasado uno de los tigres había conseguido herir a una compañera suya, no quería correr el mismo riesgo. Vidal ayudó a sujetarlo del brazo y pegó su cabeza al costado de la pesada cabeza del tigre.
- ¿Segura que sabe lo que hace?- Preguntó Estela.
- No.- Respondió Dafne.- Ten cuidado Vidal, son cinco inyecciones y les duele mucho.
- No está enojado, está confundido. Las jaulas hacen eso, lo sé bien.- Acarició la parte de abajo del hocico y el tigre pareció calmarse un poco.- La confusión es como la niebla, se pierde con el sol. La calma detiene a la tormenta, no la tormenta a la calma.
- No te preocupes, siempre habla así. ¿Te gustan los tigres Vidal?
- Me gustan más los monos.
- Sí, se parecen a nosotros, son graciosos.
- No, nosotros nos parecemos a ellos.- Estela terminó con la última inyección y dejaron que el tigre regresara con sus compañeros.- Ven, quiero alimentar a los venados. ¿Me soltarás una perla de sabiduría por eso?
- El venado te alimenta más a ti, que tú a él. Unos cuantos pastitos, hojitas y ramitas, y el venado te da su ternura y su confianza.- Dafne le miró sonriente.- ¿Qué pasa?
- Es la segunda vez que hablas de ti mismo. Ésta vez, sin saberlo.- Vidal soltó una carcajada. Sonó el celular de Dafne, era su hermana.
- Ven ya, papá tiene un episodio.

            Dafne manejó como una loca hasta su casa en fraccionamiento jardines del norte. No sabía qué esperar, pero rogaba porque no fuera lo peor. Recordó el último episodio, cuando su papá decidió que tenía sentido prenderle fuego al sillón para redecorar la casa. Vidal no dijo nada, no sabía qué decir así que prefirió no decir nada. Ana Luisa les esperaba en la puerta.
- No lo entiendo, se ha tomado sus pastillas. Yo lo vigilo, mientras tú te diviertes claro.
- Ayudaba a mi prima.
- Como sea. Esta recaída Dafne... No puedo con esto, simplemente no puedo.

             Andrés había tirado varios muebles y estaba obsesionado por reacomodar los cubiertos en el tapete, los libros en el piso por tamaños y tenía un caos de papeles arrancados. Explicó, entre gritos y gestos, que ahora lo entendía todo y trataba de enseñárselos.
- Papá, ya sabes cómo es esto. Te sientes en la cima del mundo, lleno de ideas y teorías, pero mírate estás hecho un desastre. Por favor, tómate las pastillas que traje de la clínica, necesitas reposo.
- Perdón,- Le dijo Dafne a Vidal.- que te metiera en esto, que no te pudiera acercar al centro. Te daré dinero para un taxi.
- ¿Qué le pasa a tu papá?
- Tiene episodios maniáticos y... hace eso.
- Es hermoso.- Dijo, mirando sobre el hombro de Dafne.

            Dafne le dejó pasar, pese a los reclamos de Ana Luisa. Vidal se sentó en el suelo, pegado contra la pared y miró a Andrés y sus manías. Había una lógica en ellas, pero era difícil de entender. Las hermanas repetían los síntomas, pero Vidal no prestaba atención. Lo había visto antes, él lo hacía todo el tiempo. Esa supuesta manía, de tocarlo todo, de asegurarse que todo estuviera en su lugar no era un tic. Andrés se movía por el suelo, creptaba, sus manos sintiendo la alfombra y sus pies empujando el sillón. Gritaba histérico cuando las hermanas intentaban acercarse. Se movía como serpiente entre el caos, repitiendo que lo entendía y que ya no necesitaba doctores, que su cerebro estaba bien. Vidal se tiró al piso, boca arriba y le miró a los ojos. Se acercó lentamente, extendiendo sus manos. Los pasó por los cubiertos, por el piso, por el tapete, por entre los papales y hasta le ayudó a acomodar una de las torres de libros.
- Hola.- Le dijo Vidal.- ¿Por qué no pones las hojas de papel a un lado de las cucharas? Las texturas, son las texturas, ¿no es cierto?
- Exacto, es metálico, es duro y frío, es terso y caliente, es ondulante y fácil de perder y es ordenado como castillo.- Las hermanas se miraron sin entender.
- ¿De qué habla?- Le preguntó Dafne a Vidal.
- De él.
- No necesito doctores.
- El papel ondula, se quema, se hace cenizas, pero los castillos se vienen abajo con el tiempo.- Tiró los papeles contra los libros. Para sorpresa de las hermanas, Andrés no protestó.- ¿Y no es el metal como el suelo frío?
- Sí.- Dijo él, lanzándolas de un manotazo fuera de la alfombra.
- Vamos.- Vidal se puso de pie, le ofreció la mano y se sentaron en un sillón. Le ofreció una pluma y un libro para que apuntara todo. Ana Luisa preparó las cuatro pastillas y el vaso de agua. Vidal se las ofreció.- Podrás explicarlo mejor si estás calmado.
- Pero...
- La llama que quema el doble se consume más rápido, la tormenta que ruge más furiosamente se termina más rápido. El carbón que arde, sin fuego, ese tarda más en consumirse.- Andrés asintió veinte veces antes de tomar su medicamento.
- Tengo que llamar al médico, cambiarle sus medicinas.- Dijo Ana Luisa.- No puedo, es mucho trabajo. Tendrá que...
- No.- Dijo Dafne.- Yo me quedo, no iré a Cancún. Yo lo cuido. Vidal me ayudará.
- No quiero que detengas tu vida por papá, ya es viejo y a su edad...
- No detiene mi vida.- Le contestó Dafne, plácidamente.- La vida no se detiene, solo cambia de ritmo. No será una carga. El amor nunca lo es.


11.- La Torre

            Mario Ceballos fue de los últimos en enterarse que el jugoso contrato Verdaguer-Nextel era suyo, sería su cuenta con todo lo que aquello implicaba. Lo celebró. No dejaba de sentirse como un zombie corporativo, como si hubiese algo artificial en todo lo que le rodeaba, incluso en la gente. Los rumores decían que Estuardo lo había perdido todo, por una llanta ponchada. Su jefe, Gabriel, le explicó que había un bono de millón y medio para él. Mario no podía esperar para decírselo a su esposa, era justamente lo que valía la casa de sus sueños.
- Tus días de cubículos se terminaron Mario, te mudarás a una oficina arriba.
- Es un sueño hecho realidad, fue mucho trabajo... Tengo decírselo a su esposa.

            Rosa estaba haciendo el super cuando sonó su celular. Las buenas noticias le hicieron saltar de emoción. Su vida, y su matrimonio, finalmente estaba cuadrando a la perfección. Accidentalmente tiró su bolso y no se dio cuenta. Dorian, de traje blanco y camisa negra, pasaba por ahí y recogió el bolso. Rosa le notó desde la esquina del ojo. Los papeles que había impreso en internet, así como los folletos, se habían desparramado por el suelo. Rápidamente los recogió, roja de vergüenza.
- Mi marido, va a Alcohólicos Anónimos.
- Es bueno que se quiera recuperar. La clave está en llamar a esos lugares, darle seguimiento y mantenerlo monitoreado.- Rosa no había pensado en eso.
- Gracias.
- No es nada.

            En cuanto terminó de guardar las cosas fue la primera llamada que hizo. El terapista le dio la noticia, Mario no había aparecido en ninguna de las sesiones, de hecho no había hecho el último pago. Rosa gritó y maldijo, tirando sus cuadros, sus pinturas y sus pinceles. El bebé lloraba y todo en lo que ella podía pensar eran las mentiras. Calmó al bebé, pero no se calmó ella. Le esperó sentada en la cocina, por más de dos horas y media. Mario entró a la casa, hablando del contrato, la promoción, la subida en la paga y el jugoso bono corporativo.
- Eso es lindo.- Dijo Rosa, con amargura.
- Es más que lindo.- Dijo Mario, señalando la foto enmarcada de la casa de ensueño.- Mi amor, tendremos la casa que merecemos. Esto va para arriba.
- Nunca fuiste a esas terapias.- Mario se quedó congelado en la sala. Se sentía tan vulnerable como si le hubiese atrapado vestido de mujer.
- Amor, no necesito ir a esas terapias, no soy como ellos. Puedo hacerlo solo.- Se hincó a sus pies, abrazó sus piernas.
- Mario...
- Te lo digo desde el fondo de mi corazón, yo quiero cambiar y puedo hacerlo solo.- Estaba siendo honesto y ella podía verlo en sus ojos. Se puso de pie, descolgó el teléfono inalámbrico y lo puso en sus manos.- Llama al vendedor de la casa. El lunes me transfieren el dinero y de la cuenta va directo a ellos. Notariamos el martes. Contratamos mudanzeros y para la próxima semana estaremos viviendo como merecemos vivir.
- Me hiciste una promesa y la rompiste.- Rosa estaba más relajada. Confiaba en su marido y, en el fondo, sabía que se moriría de vergüenza si sus amigas se enteraban que su esposo iba a terapias sexuales para quitarle lo maricón. Aún así, sabía que muchos adictos decían las mismas frases.- Voy a llamar, te amo, pero mi amor... Quiero que te tomes unas horas y pienses en cómo tus mentiras están arruinando nuestro matrimonio. Vete Mario, y no vuelvas hasta que no decidas ir a esas terapias.

            Mario manejó con la radio encendida, no quería escucharse llorar. Manejó al parque de las Américas, pues el lugar siempre le relajaba. Se sentó en la fuente, mirando sus zapatos y tratando de pensar. No quería ver al frente, pues veía muchos caminos y no solamente la casa de ensueño y la familia promedio. La rara chica de pelo azul se sentó a su lado y se llevó un susto al verla allí.
- ¿Problemas del corazón?- Le preguntó Mario Ceballos.- Te vi en ese club, Lipstick, traté de ligarme a tu novio.
- María, ya, ahora te recuerdo.
- ¿Es tu novio?
- Sí, pero no sé cuánto dure. Problemas del corazón.
- Tengo problemas parecidos. ¿Cómo arruinamos todo tan fácilmente?
- Sé lo que eres realmente... Dios, vaya cliché. Sé que suena a cliché, sé lo falso y difícil que es, si es que se puede ser realmente quien uno es. Después de todo, ¿quién eres?

            Mario cerró los ojos. Sonaba una canción que le gustaba. Rihanna, Disturbia. Se puso de pie, contoneando las caderas. Se subió a la fuente, agua hasta los tobillos. Ojos cerrados. Bailó como si estuviera solo. Escuchaba los chiflidos y las bromas. Mariana le aplaudía, Mariana le animaba a que siguiera, a que bailara hasta quedar agotado. Más allá de los aplausos, chiflidos, insultos y bromas él escuchaba que algo caía, algo pesado. Sabía lo que era. Era su vida.

12.- El Juicio
            Ahmed le dijo todo a sus padres. Tenía que hacerlo. Se había encerrado en su cuarto, en la parte trasera de la tienda y lloraba a todo pulmón. No lloraba así desde que era un niño. Lloraba hasta que se atoraba la garganta y chillaba a todo pulmón. Sentía que su corazón le era arrancado del pecho. Omar y Ashida le escucharon atentos. No estaban felices que fuese DJ y estuviese en un mundo que ellos consideraban sórdido. Su padre tampoco aprobaba el asunto de la chica con el cabello azul, pero se lo guardó pues sabía que no era su momento.
- Calma muchacho, la tienda no se irá a ninguna parte. Ya verás, el dolor se te irá.
- ¿Tú crees? No creo que quede nada de mí si ella no regresa o si ella regresa con alguien más.- Se apoyó en el hombro de su madre, quien acarició su cabello.
- Vamos muchacho, estos amores, son cosa de jóvenes, ya crecerás. Tendrás una cocina económica, como siempre hablas. No ahora, claro, no me animo con esta economía, pero hay oportunidades en Mérida. Quizás más que en casa.
- Tú no entiendes papá, esto es casa para mí. Ella es casa para mí.

            Le dejaron a solas, pero sus corazones se contraían cada que le escuchaban llorar, y lloró toda la noche. No había podido dormir. Por primera vez abrió la tienda antes que su padre. Acomodó los periódicos Diario de Yucatán en su lugar y, solo por curiosidad, buscó entre los anuncios. Pensó que si seguía uno de esos locos anuncios que Mariana solía poner lo podría recortar para la posteridad. Había un aviso y le hizo saltar de emoción. Su madre se preocupó por el cambio de humor. La abrazó y bailó con ella en la acera. Salió corriendo con el diario en la mano. El mensaje decía “Se busca enamorado musulmán cuyo corazón se vaya en crucero y su alma se quede en Mérida” Desconocía la dirección, pero fue preguntando a quién podía. Tardó más de dos horas para ubicar un barrio prácticamente desconocido al sur de la ciudad, casi llegando al periférico. Se bajó del Malibu y corrió por la calle, pero no estaba Mariana. No podía creerlo, tenía que ser ella. Y sin embargo, no estaba. Había un almacén industrial y una extraña bodega que tenía un lote enrejado repleto de carritos de hot-dog. Estaban alineados al azar, se podía ver que había más en la bodega y hasta en el techo había algunos, ya viejos y oxidados. Pateó la llanta delantera de su auto. Se encendió un cigarro y recorrió la banqueta. Ella no estaba.
- Nunca me había detenido a pensar qué era de esos carritos.- Ahmed se sorprendió al escuchar la voz. No le había visto. Sentado sobre una piedra, al lado de un árbol, un hombre de traje blanco y camisa negra parecía meditar.- Soy Dorian. Tú eres el loco que patea llantas, ¿tienes nombre?
- Ahmed, y no estoy de humor.- Se sentó en la banqueta, a su lado. Nada tenía sentido. Estaba más perdido que la noche anterior, pues había recibido unas falsas esperanzas.
- Ellos tampoco.- Dijo Dorian, señalando los carros.- Los que no pagan licencia los tienen que dejar, los pueden volver a comprar, pero no tienen el dinero. ¿Me regalas un cigarro?
- Claro.- Le pasó la cajetilla y Dorian se encendió uno.-  ¿Y tú qué haces aquí? Vestido así, no parece tu barrio.
- ¿Yo? Perdiendo el tiempo. Supongo que todos lo hacemos, ¿no es cierto? Lo perdemos, rara vez ganamos tiempo. E incluso, perderlo o ganarlo, ¿qué es lo que se pierde o se gana? Pensaba comprar uno de esos carritos. ¿Tú qué haces aquí, vienes a lo mismo? Son unas gangas.
- No, es un anuncio que... Olvídalo, no tiene sentido. Por ahora, sólo quiero perder tiempo, seis meses de tiempo. Seis largos y dolorosos meses.
- ¿Cuánto valen esos seis meses? Es mucho tiempo.
- Ella lo vale.
- Lástima, parece que terminarás como uno de esos carros.- Dorian se puso de pie, se limpió un poco las piernas del traje y se fue caminando.

            Ahmed no quería volver a casa. Perdió el tiempo manejando, comió donde pudo, distraídamente y sin mirar a nadie. Regresó a la Esquinera cuando ya caía el sol. Frenó tan fuerte que sus llantas rechinaron. Pensó que habían sido atacados de nuevo, vándalos otra vez. No era así. El frente estaba pintado de azul, con líneas blancas como si fueran mosaicos. Su padre tenía cerrada la puerta. Ahmed la abrió y Mariana saltó a sus brazos. Estaba cubierta en pintura y se colgó de él en un largo y apasionado beso. Sus padres, enternecidos, rieron con ellos y le mostraron el lugar. Subieron al techo que Mariana había empezado a decorar, había convencido a su padre de ampliar.
- Es perfecto.- Dijo Ahmed, contra las protestas de su padre, quien temía que la inversión fuera muy grande.- Los carros de hot-dogs con licencias expiradas son una ganga, me acabo de enterar. Empezamos con eso. Mejor que una cocina económica.
- Lo haremos un lounge árabe.- Dijo Mariana, besándole de nuevo. Señaló donde pondría las columnas, cómo penderían las telas, dónde irían los carritos y Ahmed no prestó atención alguna. La miraba a ella. Sólo a ella. Poesía en movimiento. Los padres les dejaron a solas. Los novios se sentaron al borde de la tienda, sus piernas al aire, agarrados de la mano y mirándose a los ojos. En el bolsillo trasero de los jeans repletos de pintura de Mariana estaba un crudo recorte de un anuncio del De Peso que decía “se busca chica loca para amar para siempre”.

Regresa tarde a la tienda, todo está distinto. Mariana redecoró como palacio árabe, repleta de pintura, él quiere poner carritos de hot-dogs en el techo, hacerlo un lounge, los padres la aceptan porque llegó con muchas ideas y es buena chica. Se besan, en su bolsillo trasero un recorte de anuncio “se busca chica loca para amar para siempre”.

13.- El Mago
            En el Patria los rumores sobre Elsa habían bajado en intensidad por el paso de los días. Había nuevos chismes, nuevas fiestas. Mauricio, sin embargo, no le perdonaba. Ya no salían juntos, ya no salían de antro y Elsa no había aparecido en ninguna de las fiestas a las que era invitada cada semana. Elsa trató de no prestarle atención, pero Mauricio había convencido a sus amigos. La reina del Patria se convertía en paria a los ojos de la élite. Cuando las clases terminaron Elsa ya estaba harta de la de las insinuaciones y los comentarios de quienes ella suponía eran sus amigos del alma. Mientras algunos esperaban a sus choferes y otros iban a sus autos, Elsa simplemente estalló. Le dio una bofetada a Mauricio que le dobló la cara. Todos los ojos en ella. Siempre estaban en ella, era la mujer perfecta para más de la mitad de la escuela. Ahora era distinto. Cierta etiqueta había sido violada, por ni más ni menos que la reina del Patria.
- ¿No se cansan del Equs, de la coca, el chupe y siempre lo mismo?
- ¿Quieres ir al Zeus?- Preguntó Yamili, sin entender la pregunta.- Dicen que la fiesta de Regina tendrá DJ, ¿quieres ir a eso?
- Ustedes no lo entienden.
- Elsa, ¿qué te pasa últimamente?- Mauro quiso gritarle algo peor, pero se contuvo.

            Elsa se alejó de ellos y fue empujando la gente. Irrumpía de un círculo de amigos a otro, como si irrumpiera de una sociedad a otra. En el rincón, los perdedores, cuchicheaban sobre ella. Tomó a Ernesto Aldrete de las amarras de su mochila y lo besó frente a todo el mundo. Ernesto quedó paralizado. Todos estaban paralizados, era poco menos que una guerra civil. Elsa se fue corriendo y llorando. Sabía lo que había hecho. Se había quedado sin amigos. Pensaba que se había quedado sin el respeto hacia su madre, pero en el fondo ella nunca había estado ahí. Al ver el auto de sus padres corrió hacia el chofer, pero se sorprendió al ver que eran sus padres. Moisés y Darla Sarabia se habían enterado del problema que tenía Sofía Mercado.
- Hacerte la chacha de esa... señora, aunque podría decir algo peor, es vergonzoso.- Le decía Moisés.- Ahora mismo vamos para allá, para que te despidas.
- No la conocen.
- Es una loca.- Dijo su madre.- ¿Y qué sabes tú de cuidar niños retrasados?
- Bayardo no es retrasado, y creo que, a estas alturas, sé más sobre maternidad que tú.
- ¡Elsa!- Le gritó tu padre.- No le hables así.
- Claro, hay que guardar apariencias, ¿no mamá?
- Y hacerme manejar al sur, por Dios Elsa, de todas las tonterías que me has hecho limpiar...
- No pueden juzgarla sin conocerla, esa señora es buena y Bayardo es especial.
- ¿A quién quieres engañar Elsa,- Le preguntó su padre.- a ti nunca te importaron los demás?
- No me voy a despedir, sólo pido que la conozcan.

            Las introducciones, por supuesto, fueron incómodas. Moisés y Darla vestían de diseñador, mientras que Sofía Mercado usaba un viejo vestido con feos collares y anillos. Bayardo asomó la cabeza, estaba embarrado de helado de limón. Moisés alzó una ceja. Sofía les ofreció a entrar. No tenía mucho, pero se los ofrecía. El lugar se veía mucho mejor que antes, las cajas ocupaban menor espacio y casi toda la basura se había ido. Los padres de Elsa se sentaron incómodos en un viejo sofá sosteniendo sus vasos de agua como si no supieran lo que era. Bayardo corría por la casa como si fuera Superman. Elsa entró a la cocina con Sofía, quien parecía muy nerviosa.
- Olvida a mis papás.
- No es eso... Elsa, me voy a mudar, no me alcanza la pensión. Mi hija en Cancún me ofrece vivir con ella, necesita a alguien que lave y planche.
- ¿Y Bayardo?
- Bayardo... Como siempre, brincará de una familia a otra.- Elsa salió de la cocina. Sus padres ya querían irse. Sofía le hizo conversación a Moisés y Elsa prácticamente jaló a su madre hasta el corredor.
- Hija, ya nos vamos, despídete.
- No.
- ¿No?
- Quiero que contrates a Sofía como organizadora, ella es muy meticulosa. Obsesivamente.- Darla la miró como si tuviera diez años y Elsa encontró una fuerza que no sabía que tenía.- No, lo vas a hacer, es una orden. Lo harás o le digo a papá de tu amorío con su jefe. No lo niegues, te vi en el Fiesta Americana.
- Elsa, hija,- Darla estaba conmocionada. Su tono cambió, ahora era algo doloroso.- te lo íbamos a decir en la casa. Tu papá ya lo sabe. Nos vamos a divorciar. Me mudaré con Gonzalo, su jefe. No quería decírtelo así, mucho menos en esta pocilga.
- Muchas gracias por todo.- Insistía Moisés caminando hacia ellos y prácticamente empujándoles hacia la salida. Elsa estaba al borde de las lágrimas. Sintió que se le bajaba la presión. Sus padres se divorciaban. La apariencia ante todo. Él lo sabía. Se quedó en la puerta de la casa, mientras sus padres caminaban al Mercedes-Benz.- Elsa, vamos.
- Necesito más tiempo.- Su madre entendió y se fueron sin ella.
- ¿Elsa?- Cayó sentada al suelo y se echó a llorar. Sofía se hincó a su lado y le acarició el cabello.- ¿Qué pasa hija?
- Mi vida se rompió, como la tuya.
- Vamos, saquemos todo a la basura. ¿Recuerdas lo que dijo el terapista? Sacar los recuerdos es liberarse de ellos.
- Abuela,- Le preguntó Bayardo, mientras ella y Elsa sacaban todas las cajas plásticas a la calle para que se la llevara quien quisiera.- ¿vas a perder la memoria?
- No hijo,- Bromeó ella.- haré nuevas. Tú también Elsa.
- Mis papás se divorcian.- Dijo ella, cuando Bayardo no estaba. Siguieron apilando las cajas en silencio por un buen rato. Sofía no encontraba qué decir.- Toda mi vida, lo único de lo que estaba segura eran sus padres. Ahora les miraba diferentes, del mismo modo como veía a Mauricio.
- Abuela, hay que ir aquí.
- Ahora no Bayardo.- Bayardo les correteaba en círculos con periódicos en la mano.- Y tira los periódicos, todo se va. Es ahora o nunca. Mañana no sé si pueda hacerlo.
- ¡La última!- Anunció Elsa. La lanzó contra la acera. Ya habían curiosos que se robaban lo que podían. Los de la basura terminarían el trabajo.
- Abuela, mira.
- Te dije que tiraras el periódico.
- No mira, me necesitan, “se buscan magos para pelear contra fantasmas tartamudos y necios”.- Sofía le arrancó el periódico, para tirarlo, pero Elsa la detuvo.
- Hora de salir de casa Sofía. Si quieres yo manejo.

            Manejó hasta la dirección, se trataba de un terreno amplio cuyos árboles escondían las ruinas de una vieja casa de piedra y argamasa. Bayardo, vestido de Harry Potter, lanzaba sus hechizos y corría por el pequeño espacio. Elsa tomó a Sofía de las manos. Ella temblaba de nervios, no le gustaba salir de casa. Sofía se quitó los anillos y los collares y los lanzó al centro. Miró a Elsa y la abrazó, agradeciéndole por todo. Elsa contuvo las lágrimas. Se alejó un poco para hablar por teléfono.
- ¿Ernesto? Perdón por el beso tan... abrupto, ojalá que no te hayan molestado mucho. Fui una perra con tus amigos, supongo que contigo también. La verdad es que me gustas mucho. ¿Quieres salir a platicar alguna vez? Pero no me pidas que me vista de negro.- Bromeó Elsa, aunque estaba muerta de los nervios.
- Claro sí, vamos por un café, cuando quieras.- Elsa colgó, se quedó de cuclillas unos segundos, tenía que pensar. Le faltaba una llamada por hacer.
- ¿Mamá?
- Elsa, gracias a Dios. ¿Por qué no contestabas?
- Había fantasmas tartamudos y necios.
- ¿Qué? Oye, queremos hablar contigo sobre el divorcio.
- Me duele, saben que me duele, pero no se preocupen por mí, encontré una familia amorosa que servirá de colchón. Sofía y Bayardo, ellos son mi familia ahora.
- No Elsa, por favor no nos castigues así, no te castigues a ti misma.
- No mamá, tú no entiendes. No me estoy castigando, ya me cansé de castigarme, quiero algo real, quiero curarme y ellos me curan.
- No nos dejes, por favor, vuelve a casa.
- ¿A qué casa?
- No nos dejes, somos tus padres, sabes que te amamos.
- Yo no voy a regresar mamá, y no es por el divorcio, es más que eso. No voy a regresar, a menos que tú me prometas algo. Una promesa que sea más sólida que la de la fidelidad. Quiero que contrates a Sofía Mercado como organizadora. Puede hacerlo desde su casa. Tú quieres que seamos una familia, aunque disfuncional y divorciada, pues no es tan fácil mamá. Ya lo aprendí, si quieres algo, tienes que dar algo a cambio. Dame esto mamá, y yo te perdonó por amar a otro hombre.
- Está bien Elsa. Pero regresa.
- Los veré en la noche.- Colgó y corrió hasta Sofía, quien abrazaba a Bayardo.- No irás a Cancún, tienes trabajo aquí. Organizadora, serás perfecta y el sueldo es muy bueno. Después de lo que ustedes dos hicieron por mí, es lo de menos.


14.- El Sol

            Mario supo que la vida contenida del ambiente corporativo había cambiado. Había más plática, más risas. No era el contrato millonario, era distinto. Un par de horas después y alguien tuvo el corazón para incluirlo en la broma. Le enviaron un video a su celular. Se quedó congelado. Era Mario, más precisamente, era María bailando en Lipstick, vestido, tacones y peluca, besándose con hombres y cachondeando con otros. Había llegado al punto, más allá de la vergüenza, donde nada le importaba. La vida se había hecho gris. Su jefe, Gabriel, le llamó a su oficina. No escuchaba lo que decía, no podía. Estaba sordo. No podía despedirlo por homosexual, pero eso era precisamente lo que hacía. La cuenta del nuevo contrato iría a Estuardo. Mario no dijo nada, no había nada qué decir. Gabriel temía que demandara, de modo que, tras el visto bueno de sus jefes, le extendió un cheque por dos millones de pesos. El dinero del bono de la cuenta, más su compensación. Se puso de pie, como para despedirlo de su oficina. Mario se guardó el cheque y tardó en reaccionar.
- Puedes clarear tu cubículo.
- No.- Dijo finalmente.- No hay nada aquí que quiera llevarme.

            Lloró en el auto. Nunca había sentido tanta pena y tanta rabia al mismo tiempo. Cuando sonó su celular estaba decidido a no contestarlo, seguía llorando, pero vio que era Julián. Pensó en él, la diva gorda, el espectáculo de circo, como otros le veían. Ahora lo entendía, él era lo mismo.
- Tengo que confesarte algo.- Le dijo Julián, era obvio que también había estado llorando.- Estaba muy ofendido contigo por dejar la vida, todos lo estábamos. El regresar al clóset, tú lo sabes, es el peor estigma que puede haber en nuestra comunidad. Quiero que sepas que ya no te juzgo, no estoy ofendido. Te perdono Mario, porque además mereces ser perdonado, es tu vida y si quieres tener esposa, hijos y todo el paquete, es tu decisión. No somos nadie para juzgarte.
- Gracias, eso significa mucho.
- Gracias por el último baile Mario. Ya me voy a Cancún, me contrataron. Supongo que yo también dejo la vida, uno no puede ser diva y empleado a la vez, ¿y si me descubren?
- Te entiendo, créeme, te entiendo. Me grabaron, no sé cuándo y no sé cómo se filtró.
- Eso es horrible Mario, ¿estarás bien?
- No, ¿pero qué puedo hacer?

            Mario manejó a su casa, pero manejó lento. Era un manojo de nervios. El shock de verse en video había sido como una cubetada de agua fría. Todos le vieron, todos se rieron. Le gustaba que le vieran, como realmente era, como María. Dejaba de ser el introvertido Mario Ceballos para convertirse en una chica divertida y con ritmo. Podía olvidarse del ritmo, ese baile en la fuente había sido su último baile. Estacionó en su casa y Rosa se asomó preocupada. Era muy temprano. Sonaba Chopin, el bebé dormía.
- ¿Pasó algo?
- Me despidieron. Se enteraron que era gay.
- Esos malditos, hay que demandarlos.
- Eso se temían, me dieron dos millones de pesos para mantenerme callado.
- ¿Dos millones? Mi amor, eso es excelente. Puedes conseguir otro trabajo, eres muy listo y tienes una muy buena carrera.
- Hay más.- Le detuvo Mario. Sabía que sería la bomba atómica otra vez. Tampoco estaba preparado para ésta, pero es que no había modo de prepararse.- Cuando era gay me vestía de mujer, me grabaron así y todos en la oficina tienen ese video.
- ¿Tú, de mujer?
- Amor, soy travesti. Rosa, el ser gay no se cura, siempre lo he sido. Intenté no serlo, ser normal y casarme contigo pero... Uno no cambia lo que es. Yo soy una mujer en el cuerpo de un hombre.
- Que asco.- Le salió del alma. Comenzó a gritarle, a pegarle y humillarle.- Maldito poco hombre, eres un maricón asqueroso. ¿Usaste mi ropa para tus porquerías? Dime qué usaste para que ahorita mismo lo queme.
- Yo tengo mi ropa. Rosa, ¡Rosa! Me haré cargo del bebé, que no te quede duda, es nuestro hijo, pero no puedo estar contigo.
- Lárgate de mi casa.

            Mario subió al auto y se fue a toda velocidad. Se sentía calmado, como si la tormenta hubiese terminado, o más que eso, como si estuviera haciendo lo correcto. Manejó hasta el teatro abandonado. Entró corriendo, tropezando en la oscuridad hacia el único foco que servía. Julián ya había empacado. Gritó como mujer al verle. Mario lo abrazó con todas sus fuerzas y le besó en el cachete.
- Tú no te irás a Cancún, está decidido. Tengo dos millones que usaremos para el teatro, ¿recuerdas tu sueño de habilitarlo? Pues es nuestro ticket al mundo al que pertenecemos. Julia y María tendrán este lugar funcionando, repleto de gente.
- ¿Y Rosa?
- La rosa tiene espinas. Me divorciará, o lo haré yo, pero firmamos el prenupcial, este dinero es todo mío. Mejor dicho, este dinero es de María y de Julia.
- ¡Sí!- Gritó Julio, tomando a Mario en sus brazos y girando en círculos.- Nuestro lugar para ser como somos.

15. El Mundo
            Dorian se paró al costado de la carretera, a la mitad de la nada. No hacía nada, de vez en cuando se alisaba el traje blanco y nada más. Veía pasar los autos y camiones de un lado a otro. El Viejo se puso a su lado y al principio no dijeron nada.
- No puedes rescatarlos a todos.- El autobús camino a Cancún pasó a su lado. A menos de un kilómetro le fallaron los frenos, colisionó con otros autos y el choque fue tan terrible que dejó al camión hecho jirones de metal bañados en sangre.- Sofía, Dafne, Bayardo, Mariana, Julián, todos ellos debían ir en ese camión. Es inevitable, lo sabes.
- Yo me escapé de tus manos, otros pueden hacerlo. Si le das la oportunidad a la vida.- El Viejo, que era la Muerte, se mofó de aquella expresión.
- Suerte estuvo involucrada, tuvo que estarlo.
- No, ella nunca se involucra, tú lo sabes, la buena o la mala suerte son imparciales. No le dijo a su hermano, el Destino, pero eso es todo.
- No estará feliz el Destino.
- El Destino rara vez lo es, pero no puede tocarme. Ya no, una vez que me liberé de ti.
- Temporalmente Dorian.- Dorian lanzó una carcajada y le dio palmadas en la espalda.
- Yo entiendo el ritmo de la vida, en sus cosas dulces y amargas, cosas que tú nunca entenderás. El ritmo, ese ritmo es mágico. Mariana hará grandes cosas, antes de casarse con Ahmed y tocar aún más vidas. Dafne hará de Vidal un artista respetado, y tú sabes lo que eso significa. Tú que ves el porvenir, sabes que Rodrigo Uc se hará su discípulo y eso evitará que termine en el terrible accidente para el que estaba destinado. Julián y la pareja que salvará, y lo que la pareja hará. Todos, como las ramas de un árbol frondoso. Todo se entreteje.
- Al final, yo conoceré a todos.
- Al final, salvar a uno es salvar a cientos.
- Bien jugado.- Dijo la Muerte, luego de un rato de silencio y le estrechó la mano.

            Dorian y la muerte contemplaron el accidente. Llegaron patrullas y ambulancias. Sacaron los cuerpos al atardecer, y al caer la noche, en la oscuridad, ambos desaparecieron.



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