El carnaval del diablo
Por: Juan Sebastián Ohem
Dudley Alflatt era bien conocido en
la taberna del león, gastaba las pocas monedas que ganaba en cerveza y juegos
de azar. Ésta noche, sin embargo, era diferente. Ésta noche era una celebración,
el décimo aniversario. Bebió un tarro tras otro, no creía en maldiciones, pero
sí tenía miedo. Aquella noche, diez años atrás, le habían marcado para siempre.
Sus amigos se cansaron de él rápidamente, no dejaba de hablar del judío. Cabeza
contra el mostrador de pino y su mirada vagando por las llamas de la pira en
medio de la taberna, tarro en mano. Entre dos le cargaron un par de cuadras
hasta su casa. Se trataba de una casa humilde, construida con piedras y
argamasa, con un techo de madera y paja. Tenía pocas comodidades y le dejaron
tirado sobre el cúmulo de paja en la que solía dormir. El tabernero, un grosero
y corpulento hombre con un ojo de madera hizo las cuentas y, cuando era momento
de cerrar, se dio cuenta que nadie había pagado por Dudley Alflatt. Decidido a
cobrar su dinero caminó hasta su casa y al verle por la ventana el tabernero,
quien pocas veces en su vida había sentido temor, se puso pálido, como si viese
un fantasma. Y en cierto modo lo hacía. Dudley Alflatt estaba colgado del
techo, sus ropas cortadas y brutalmente golpeado. Tenía una marca, como la del
ganado con el número XIII. La voz se corrió por Doncaster, primero entre los
asustados vecinos y luego por los soldados de pesados cascos de metal y cuero.
La noticia llegó una hora después a la corte del lord Kendall. Escuchó la
sombría noticia y asintió con gravedad. Había empezado. Sus hijos, el barón
Kirby y los soldados esperaron por una orden. Lord Alexander Kendall se aclaró
la garganta.
-
Traigan a Kenway.
Thomas Kenway no se encontraba lejos
y un par de días después de la muerte de Dudley Alflatt fue escoltado hacia
Doncaster. El feudo se había formado sobre la ladera de una montaña de
peligrosos riscos. Era evidente que, en épocas anteriores, había sido un feudo
importante, pues ahora las murallas estaban desechas casi por completo. La
cuaresma se aproximaba y no hacía frío, pero había algo en Doncaster que le
daba un aspecto de ruina. El castillo en la cima del risco, el burgo y la villa
construidos en una forma serpenteante y de algún modo apretados entre sí, con
extensos campos de cultivo en la base de la montaña. Los guardias habían
construido palizadas a lo largo de estos cultivos y altas torres de madera,
pero incluso éstas parecían viejas y poco resistentes. Cabalgó por los sinuosos
caminos que llevaban hasta el castillo, una inmensa y antigua construcción de
muchas torres y separada por un foso. Un vasallo se encargó de su caballo y
Kenway fue llevado, con todas sus pertenencias, un bolso y un cuchillo, hasta la
corte. Vestía como los vasallos, tenía una camisa de lana larga amarrada por su
cinturón, pantalones y un batón viejo y descolorido. Las mujeres en el castillo
susurraban a su alrededor, pues desentonaba incluso con los comunes y no podían
creer que ese fuera el misterioso Kenway de quien lord Kendall se había
referido crípticamente en un par de ocasiones.
Le llevaron directamente a la corte,
donde lord Kendall hizo las introducciones. Alexander era un hombre maduro,
pero visiblemente enfermo de la tisis y no dejaba de toser en ningún momento.
Presentó a sus hijos, Thomas y Eric. Al barón Charles Kirby y su esposa lady
Lois, a Devon Gladstone administrador de sus tierras y al sacerdote Dunstan
Sheldon. Thomas inclinó la cabeza con cada nombre y esperó instrucciones.
Thomas Kendall, el hijo mayor, era un hombre apuesto de respingada nariz que, a
juzgar por su elaborada indumentaria tenía un gusto por las cosas refinadas. Su
hermano menor, Eric, tenía un mentón fuerte y parecía incluso ofendido por su presencia.
El barón y su esposa le parecieron como los cortesanos más típicos, él con
batones de terciopelo y medias hasta las rodillas, ella con un elaborado
peinado en un cono con largas telas que parecían flotar a su alrededor. Devon
Gladstone tenía una cabellera cana y largas barbas que imponían con su mera
presencia. El cura le miró con intensidad, Kenway se imaginaba que sabría de su
fe bogomil, pero le prestó poca atención. Dunstan Sheldon miró a otra parte,
era un hombre calvo casi por completo con amplia barriga y entrado en años.
Lord Kendall ordenó que se sentase a su izquierda, haciendo a un lado al padre
Sheldon. Había otras personas en la corte, sentados en una mesa que parecían
esperar su turno.
-
Guildas y comunes.- Explicó lord Kendall.- Les tengo que admitir en mi corte,
pero con cada día que pasa, con cada día que pierdo de vida, me parecen más y
más como buitres.
-
Padre,- Le interrumpió Thomas, señalando a las dos personas de pie en la mesa
de la esquina. La corte estaba sobriamente decorada, tenía la misma peculiar
sensación de decadencia que todo lo demás. Kenway notó que muchos de los
vidrios estaban rotos y enredaderas y musgo comenzaban a crecer. Algunos
tapices y tapetes amenizaban el lugar.- ¿Paul Marden?
-
Sí, sí.- Paul Marden le miraba sin saber qué esperar. Vestía como cualquier
otro común, con una larga bata encintada, pero tenía anillos y decoraciones que
valían más que los tapices en la pared.- Sus cosechas han sido más que
generosas, merece un espacio en mi corte. Y en cuanto a lady Wendolyn Colton,
no tenía que preguntar.
-
Mi lady.- Eric se paró de inmediato, le tomó de la mano y le llevó hasta su
mesa. Wendolyn Colton era una hermosa rubia de larga cabellera adornada en trenzas.
-
Mi hijo pareciera estar en las nubes Kenway, pero no lo está, supervisa a Devon
Gladstone como un halcón. Uno nunca puede ser demasiado cuidadoso.
-
¿Mi lord?- Un viejo y frágil hombrecillo se puso de pie y pidió la palabra.
-
Francis Brady, de la guilda de vidrieros.- Anunció un vasallo, aunque lord
Kendall sabía quién era.- Solicita su audiencia.
-
Otro día, si la competencia le parece injusta no es mi problema. No por ahora.
No, ahora mi problema es un poco más… urgente.
-
Padre, no creerás en…
-
Por supuesto que sí Thomas, he vivido lo suficiente para merecer el ser
supersticioso. Además, no había nada de supersticioso en el cadáver, ahí
estaba. No era invento alguno. Cobrará venganza.- Tosió por un largo rato y
Thomas Kenway esperó respetuosamente antes de hablar.- Mi primo te conoce, dice
que eres un hombre discreto, confiable, que se ha enfrentado a esta clase de
brutalidades en el pasado. Cierto caso macabro…
-
Lo recuerdo bien.- Dijo Kenway secamente.
-
Tenemos una situación y es muy tétrico todo el asunto. Se enteran de esto en
Redshire y lord Reddington podría hacerse la idea que la edad me ha hecho
débil. Mi vecino y Doncaster no están en la mejor de las situaciones
diplomáticas. Será mejor que el padre Sheldon te explique.
-
Hace diez años, durante la purga de judíos, hubo uno que insistió en quedarse.
Seguimos con la ius judeus, nada de asociarse o casarse con cristianos devotos
de Nuestro Señor, nada de usura… Este en particular, Moshe Ereman, a él no le
importaba nada. Se dice que sacrificaba bebés en liturgias macabras y obscenas.
Tenía un vasto conocimiento en las ciencias arcanas, la gente eventualmente se
cansó de vivir con miedo. Hace diez años cinco comunes lo arrastraron fuera de
su casa, que sigue aún intacta en su colina, y con la ayuda de tres testigos
hicieron un juicio. Le encontraron culpable y le colgaron del árbol frente a su
casa. Antes de morir dijo que tendría su venganza, que había despertado algo
más allá de nuestro entendimiento y que regresaría en diez años para matar a
aquellos que le ahorcaron.
-
Dudley Alflatt fue el primero, ¿quiénes son los otros?- Preguntó Kenway,
comiendo uvas de un tazón de madera.
- William
Morley, Ramsay Gladman, Jonah Brattle y Augustus Browne. Fue un acto illegal por nuestras
leyes, pero también un acto de desesperación. Tres mujeres atestiguaron sus
rituales a la luz de la luna y los sacrificios a animales pequeños.
-
Yo le vi.- Dijo Lois de Kirby, la esposa del barón.- Matando a una cabra y
dibujando extraños símbolos en las cavernas bajo nuestro feudo.
-
¿Quiénes son los otros testigos?
-
Son todas mujeres. Además de la esposa del barón, Martha Clapham y Judith
Anderton.
-
Tengo entendido que Dudley Alflatt fue colgado, ¿qué les hace pensar que hay
algo más?
-
Fue marcado por el número 13, el número de la mala suerte.- Intervino Eric.
-
Quizás haya más que eso…- Dijo Kenway, meditando.- Si el asesino desea vengar
la muerte de Moshe Ereman escogería la numerología de los hebreos. Sé un poco
de sus números y el simbolismo que conllevan.
-
¿Lo añadiría a su lista de herejías?- Preguntó el padre Sheldon.- Lord Kendall
me ha pedido que olvide su bogomilismo, pero me resulta difícil hacerlo.
-
Si confía en mi criterio, o en el de lord Kendall, entonces hágalo. Estudié
para el sacerdocio y pude leer de muchas herejías. El judaísmo no es mi fuerte,
pero sé que todos los nombres atribuidos a Satanás en hebreo son divisibles por
trece, pues las letras hebreas son también números. Israel se rebeló ante Dios
trece veces en su marcha a su tierra santa. Tenía razón, lord Kendall, el
asesino apenas comienza.
-
¿Y usted nos protegerá?- Un caballero entró a la sala con la frente en alto y
mirada de arrogancia. Vestía aún con la cota de malla sobre su pecho y guantes
de metal. Tenía su escudo en la espalda y una larga espada envainada con la
cresta de Doncaster, el cuervo.- Un académico para un problema como este.
-
Sir Clayton Sutton.- Thomas Kendall lo presentó. El caballero, un hombre
apuesto y fornido tenía el pecho inflado y parecía dominar la habitación.- Si
necesitamos a alguien para que extorsione a algún vasallo por un par de monedas
le haremos saber sir Clayton. Necesitamos a alguien con algo en la cabeza y mi
padre tiene confianza en el señor Kenway.
-
He arrestado a un borracho que pudo haberlo hecho.
-
No. Nuestro asesino no estaría ebrio.- Dijo Kenway y todos se rieron del
caballero quien se alejó derrotado.
Al caer la noche un vasallo le
mostró el camino a su dormitorio. Lord Kendall le ofrecía ropas en un pesado
armario y una espada, pero Thomas se conformaba con su cuchillo. Regresó por
los pisos de piedra y paja hasta la corte. Entre los arcos de piedra podía ver
a Eric Kendall quien caminaba llevando una antorcha. Sir Clayton apareció poco
después. Thomas gruñó y regresó a la cama. Tendría mucho por hacer al día
siguiente. El barón Charles Kirby parecía estarle esperando en la entrada del
castillo, pues incluso tenía las riendas de su caballo. Mientras que el caballo
del barón vestía tan elegante como él, el de Thomas tenía una gastada silla de
montar y nada más. Cabalgaron y hablaron, yendo de derecha a izquierda conforme
las calles de piedra y lodo se insinuaban de un lado u otro.
-
No he oído de ningún aquelarre, pero después de todo, si los brujos son buenos
en lo que hacen, y ese judío lo era, no deberíamos oír de ellos. ¿Me equivoco?
He asignado docenas de soldados para patrullar los bosques y las cavernas. Me
parece que daremos con ellos en cualquier momento.
-
¿Qué le hace pensar que hay más de uno?
-
¿Qué otra cosa podría ser, señor Kenway? A menos que sea el fantasma en persona
de Moshe Ereman, es obvio que sus amigos judíos han decidido llevar a cabo su
venganza.- Llegaron hasta otras caballerizas, donde una gran cantidad de ganado
pastaba en los terrenos donde antes había habido altas murallas. Se bajaron de
los caballos y lady Lois de Kirby saludó a su marido y a Thomas Kenway con una
reverencia.
-
¿Le sorprende, señor Kenway?- Vestía como una mujer acostumbrada al trabajo con
reses, aunque siempre portaba una dignidad que fácilmente le caracterizaba de
los vasallos que obedecían sus órdenes.
-
Honestamente sí.
-
Mi esposa no le teme al trabajo manual, prácticamente se crío entre el ganado.
Me parece que por eso me escogió a mí.- Bromeó el barón, mugiendo como una vaca
y besando a su esposa en la frente.- Su familia solía tener la mayor cantidad
de ganado de todo el ducado.
-
¿Y sus padres aprueban de su estilo de vida?
-
Soy huérfana, mi padre, el duque, falleció hace poco.
-
Discúlpeme, no lo sabía. De hecho quería hablar con usted, podría estar en
peligro.
-
Tonterías, no detendré mi vida por un loco.
-
Al menos déjame que acomode guardias para tu itinerario.- Le rogó el barón y
Lois se sonrojó.
-
¿Mirándome todo el día?
-
Te miran de por sí, pero lo prefiero así.
-
Así sea. ¿Usted cree en las venganzas desde la tumba, señor Kenway?
-
No lo sé, no he visto una, aún. Por ahora asumo que nuestro enemigo es el mismo
enemigo que hemos enfrentado siempre. Satanail.
-
¿Disculpe?
-
En casos como este olvido, o pretendo olvidar que el sacrificio de Jesús lanzó
al dios de este mundo al abismo. He visto demasiada maldad para poder decirlo
con plena seguridad. Estamos hechos a su imagen, quizás no fue suficiente.
-
¿Entonces por qué hace lo que hace? Había oído de usted, por mi padre.
-
Estoy peregrinando en el mundo del pecado en busca de virtud. ¿Acaso no lo
estamos todos?
-
Sabia respuesta.- Dijo el barón, luego de meditarla unos momentos.- ¿Qué
sugiere hacer?
-
Hablar con todos en esa lista. Con su ayuda podría ser más fácil, quizás no
estén dispuestos a hablar conmigo, a ser francos, hasta que sea demasiado tarde
y más víctimas aparezcan.
William Morley tenía su granja más
allá de los ruinosos muros, criando gallinas y cerdos. No parecía muy alterado
por la muerte de Dudley, ni le ponía demasiada atención a la supuesta
maldición. La presencia del barón parecía incomodarle y Kenway le pidió que les
diera algo de espacio. El barón, algo ofendido, regresó a la villa cabalgando.
-
No es de los fantasmas que debería preocuparse, es de ese castillo y los
secretos que guarda. ¿Es cierto que el lord está a punto de morir?
-
Está enfermo, pero nada más.
-
Espero que no le pase nada, siempre ha tenido la mano dura con sir Clayton…
-
Veo que el caballero andante no es muy popular.
-
Sin nada qué hacer, ¿qué esperaba? De vez en cuando protege a los comerciantes.
Eso era todo lo que podría sacar de
ese hombre. Cruzó por los extensos campos de cultivo hasta las hectáreas de
cebada. Según le había explicado el barón, en un mapa crudamente dibujado,
Ramsay Gladman vivía la mayor parte del tiempo en sus propios cultivos en una
casa de madera y yeso, supervisando a sus vasallos.
- No le temo a ninguna maldición. Ha sido una
broma pesada o algo así. Dudley se hizo de enemigos en la guilda de herreros
hasta que le echaron. Si quiere saber qué me da miedo, es ese Linwood Clapham,
dudo que quede algo de humanidad en él.
-
¿A qué se refiere?
-
Él destila toda la cerveza en Doncaster, tiene su destilería del otro lado del
muro. Me paga centavos para hacerse rico. Aún así, puedo estar agradecido que
es mejor que la cerveza inmunda que beben en Redshire.
-
Veo que estos dos feudos no están en buenas relaciones.- Ramsay, un hombre
delgado y de mirada inteligente señaló los daños a las murallas y sonrió con sus
pocos dientes.- ¿Martha Clapham es hermana o esposa de ese Linwood Clapham?
-
Esposa, y vaya esposa, es una belleza de mujer. Linwood lo tiene todo.
La destilería era un enorme edificio
con alambiques y paredes con barriles de techo a piso. Tenían sus destiladoras
ardientes conectadas a tubos que iban hasta los barriles y Linwood Clapham,
luego de presentarse, se mostró como lo haría un orgulloso padre de familia. Su
otro orgullo estaba a su lado, Martha Clapham, su pelirroja esposa que había
testificado contra el hechicero judío.
-
Yo sé lo que vi, señor Kenway. Extrañas marcas en los árboles muertos, como
círculos dentro de cuadrados… Algo estaba llamando a ese tal Moshe, o quizás al
revés, algo lo llamó a él. Sea como sea, está muerto y el asunto zanjado. Me
preocupa más qué luciré para el carnaval que su
supuesta maldición. El adiós a la carne será en unos días, y a juzgar
por los pronósticos habrá mucha carne, suficiente para pasar cuarenta días
aburriéndonos a pan y agua.- Bromeó Martha.- En fin, yo tengo que ir al
mercado, hacer algunas compras.
-
Sólo… tenga cuidado.- Le dijo Thomas. La observó con cuidado, tenía un vestido
escotado y demasiado perfume para ir al mercado. Thomas gruñó y se despidió de
un gesto, pero decidió seguirla.
Martha Clapham no fue al mercado. Le
siguió por los ruinosos muros que eran usados como pared para construcciones, o
que eran canibalizados para construir más casas. Salió al campo y la pudo ver
con Paul Marden, el dueño de las abundantes cosechas que había sido aceptado en
la corte. Mirando el sórdido espectáculo volvió a preguntarse por la virtud,
pero alejó el pensamiento de inmediato. El mundo material le pertenecía a
Satanail y no podía exigir mucho de la carne.
Cabalgó de regreso al burgo, pues le
habían dicho que Jonah Brattle laboraba en la guilda de vidrieros y
vitralistas. El edificio de la guilda ocupaba gran parte de la manzana y
empleaba a docenas de jornaleros que aprendían el fino arte de preparar el
vidrio y armar los vitrales. Reconoció a Francis Brady, el gran maestre, de
inmediato, por la mala recepción que había sufrido la noche anterior. Brady le
hizo pasar y le presentó a su mano derecha, Ackley Beckwith, un muchacho
fornido y de buen carácter.
-
Está en los hornos, trabajando.- Le dijo al gran maestre, pero en cuanto se
alejaron le confesó la verdad a Kenway.- Está borracho, de nuevo. Trato de
mantenerlo en el oficio.
-
¡Ackley!- Jonah estaba tirado a un lado del horno de arcilla donde dos
jornaleros cuidadosamente ingresaban una placa de vidrio.- Bebe una conmigo.
-
Ésta es la última, o le diré al gran maestre. Has bebido lo suficiente. Ve a
casa, o a donde quieras irte, pero piensa si quieres tener un oficio o no. En
fin, este es Kenway, se supone que tiene preguntas para ti.
-
Es por la lista, ¿no es cierto?
-
No irán a creer esas cosas.- Dijo Ackley al ver que Kenway asentía.- Dudley no
era muy querido. Habría muerto de borracho en el carnaval, de no ser porque
alguien se le adelantó.
-
Yo estuve ahí Ackley, con ese judío de ojos de fuego, nada menos que el
demonio.- Entre los dos le pusieron de pie y le sentaron en un banco. Ackley le
quitó la botella de cerveza y la derramó en el suelo.- Yo creo en la brujería.
Yo creo que la otra guilda nos hace eso, magia negra. Nada menos que eso. Paul
Marden y sus cosechas, Linwood y sus cofres llenos de oro, ¿qué no será magia,
pactos con el diablo?
-
O quizás trabajan en vez de embriagarse.- Le cortó Ackley.
-
Sería recomendable que fuera cuidadoso, se mantuviera siempre cerca de amigos.-
Dijo Kenway.- Y sí, deje de beber en el trabajo, podría terminar en un horno.
-
Vendrá por mí, ¿qué diferencia tiene? Le matamos entre todos esa noche. Diez
años atrás, jugamos con fuerzas que no entendíamos. Era culpable, y judío
además, pero aún así, la memoria me atormenta. Adelante, Kenway, haga lo que
pueda, pero nada puede hacerse contra un brujo como éste.- El ruido de los
vidrios rotos interrumpió la conversación. Ackley salió corriendo y Thomas le
siguió de cerca. Sir Clayton empujaba al frágil gran maestre Francis Brady
contra la pared de ladrillos.
-
Y quiero que sea lindo y grande para mi casa, y nada de cobrarme viejo, ¿me
entiendes?
-
Métete con alguien de tu tamaño.- Le espetó Ackley, aunque el caballero era
mayor. Sir Clayton le soltó una bofetada con su guante de metal que lo lanzó al
suelo. Thomas le puso la mano en la metálica muñeca y le miró a los ojos.
-
Lord Kendall se enterará de esto. Adelante, haga lo que quiera conmigo. No le
tengo miedo.
-
Pues deberías hombrecito.- Le levantó la mano con la intención de golpearle,
pero se quedó a centímetros de su rostro.
-
¿Eso es todo, sir Clayton?- El viejo gran maestre largó una carcajada y el
caballero se fue.
El último en su lista era Augustus
Browne, tabernero al norte de la villa, cerca del castillo. La taberna parecía
inclinarse hacia un costado y estaba al
borde de un rocoso desfiladero. Augustus salió nervioso de la trastienda para
atender a su nuevo cliente. Ya caía la tarde y pronto los vasallos y jornaleros
llegarían por su cena y cerveza, pero mientras tanto el lugar estaba vacío. La
taberna, adornada con cabezas de venados era espaciosa y tenía una enorme
chimenea al fondo de tabiques y piedras.
-
Gracias por el aviso, pero ya estaba avisado, el barón pasó hace poco. Tendré
cuidado.- Añadió, sin ofrecerle nada de beber, era obvio que le quería fuera.
Thomas agradeció y salió de la taberna. Le dio la vuelta hasta el acceso
lateral, donde Thomas Kendall, el hijo mayor del lord amenazaba al tabernero.
Les pudo mirar a través de los agujeros en la madera.
-
No te hagas al inocente que sé que tu hijo mayor, Mallory, tiene una taberna en
Redshire. No me mires tan sorprendido, tengo espías allá también. No te lo diré
dos veces, aléjate de Hellen Reddington. Yo sabré si viajas más allá de
nuestros arruinados muros. No me obligues a hacer cosas que disfrutaré
haciendo.
Kenway gruñó y se alejó caminando.
Un soldado caminó hacia él, se quitó el pesado casco de cuero y metal y se lo
puso bajo el brazo. Parecía nervioso y asustado. Le indicó que le siguiera
hasta una callejuela entre dos casas de dos plantas de madera y yeso pintado.
-
Mi nombre es Derrick Smith, ¿usted es el señor Kenway que vino por la
maldición?- Kenway asintió y el soldado pareció aliviado.- Señor, yo fui el
verdugo encapuchado que lo ahorcó.
-
No estabas en mi lista.
-
No, porque nadie lo sabe. Sólo usted. Es la costumbre aquí en Doncaster,
imagino que en todas partes es igual. Los verdugos son elegidos al azar, muchas
veces ejecutamos a primos de vecinos y es mejor mantener el silencio y el
anonimato.- Le mostró los colguijes en su cuello, talismanes hechos de madera y
piedras.- ¿Qué puedo hacer?
-
Rezar el padre nuestro, la oración que Jesús nos enseñó. No pongas tu fe en
cosas hechas por la materia, que le corresponden al engañador. Pater noster,
qui es in caelis,- Repitió Derrick de memoria.- sanctificetur nomen tuum. Adveniat
regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in caelo, et in terra. Panem nostrum
quotidianum da nobis hodie, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris.
Et
ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo. Quia tuum
est regnum, et potéstas, et glória in sæcula sæculorum. Amen
-
Amén.
-
¿Sabes qué quiere decir eso?- Derrick se sonrojó, era obvio que no sabía el
latín.- Dios se encarnó en Jesús y este les dio a sus discípulos el arma contra
el engañador, el rezo. Quiere decir, Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes
caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén. Son las seis peticiones que
todo hombre ha de pedir al verdadero Dios.
-
Gracias, en verdad.
-
Y sigue manteniendo el secreto.- Le detuvo antes que comenzara a despedirse.-
He oído de cavernas debajo del feudo, ¿me las puedes mostrar?
-
Sí, pero tengo poco tiempo, tengo que estar en mi puesto en una hora.
Derrick Smith le explicó que en
otros tiempos habían servido de catacumbas, luego de bases militares cuando
Redshire atacó, y eventualmente quedaron en desuso. A la entrada de la cueva,
que aún era usada como bodega de trastes viejos, el soldado le encendió una
antorcha y le deseó buena suerte. Recorrió el laberinto de las cavernas,
marcando con su cuchillo las flechas que indicaban su camino. Podía ver,
enterrado contra la piedra, vestigios de la civilización romana que parecían
como comidos por la montaña. En su mayoría parecían ser columnas pero pudo
adivinar un rostro, ahora irreconocible por la humedad y la erosión. Thomas se
detuvo al escuchar un eco, fue distante al principio, pero cobró fuerza. Colgó
su antorcha entre dos piedras y se alejó hacia la oscuridad, cuchillo en mano,
esperando a su atacante, pero no llegó ninguno.
-
¿Qué esperanzas- El eco llevó una voz ronca, casi irreconocible hasta él.-
puedes tener de detenerme?
-
Muéstrate y verás.- Le retó Kenway.
-
Me has ofendido Thomas, no hay más Dios que yo. Los judíos tienen razón.-
Thomas sintió un escalofrío desde la base de la espalda, pero trató de sonar
severo.
-
Padre nuestro, que estás en los cielos…- Las carcajadas lo detuvieron.
-
¿Es que acaso no soy un dios?, ¿qué sabes tú del mal?
-
Conozco el recto sendero.
-
Lo has perdido Thomas, ¿dónde está la virtud?, ¿dónde el alma?
-
No necesito ver para creer.
-
Te postrarás ante mí, antes que yo termine mi obra. Thomas, soy tu verdadero
Dios.
-
¡Déjame en paz!- La carcajada resonó de nuevo y Kenway recitó el padrenuestro,
antorcha y cuchillo en mano de regreso a la salida.
Kenway cabalgó de regreso a la
villa, su mente vagando por oscuros pensamientos. ¿Era posible que su oscuro
peregrinaje le hubiese llevado a ese momento? Recordó la pregunta de lady Lois
de Kirby, el propósito de su solitario peregrinaje. Recobró el ánimo recordando
lo que Jesús le había dicho a Pedro mientras era ejecutado, que aquellos eran
el objeto de burla, y él mismo se reía de ellos pues estaban cubiertos por el
velo de la ignorancia, por la mano de Satanail. En la caballeriza dejó el
caballo a resguardo de un vasallo. Aún temblaba, pero se trató de convencer a
sí mismo que era por la fría noche. Acompañó a su caballo unos metros hasta
escuchar las risas de dos cómplices amantes. Ocultándose entre los caballos
pudo ver a sir Clayton subiéndose los pantalones y saliendo de una bodega,
rápidamente seguido de Martha Clapham, la testigo esposa de Linwood el cervecero.
Kenway gruñó y caminó hacia el castillo.
Cenó en la cocina, donde los
sirvientes se preparaban para el carnaval, el adiós a la carne y tenían una
bodega entera de saladas carnes. Escuchó la agitación de los soldados en el
castillo llevando las malas noticias, William Morley estaba muerto en el
pantano. Cabalgó a toda prisa junto con el barón y sir Clayton, no habían dado
detalles, pero el siguiente nombre en la lista y, hasta ahora, Moshe o el
demonio que había liberado, cumplía con su palabra. Bajaron la montaña y
cabalgaron al este, donde un pantano cubría gran parte del terreno y hacía de
frontera pues, según explicó el barón Kirby, era una trampa mortal para quienes
no le conocían bien. Los soldados clavaron varias largas antorchas alrededor
del cuerpo, el cura Dunstan Sheldon ya estaba ahí, pálido de miedo.
William Morley estaba sentado y
atado de tal forma que su cabeza estaba inclinada hacia atrás y su boca estaba
abierta y quemada por los ardientes carbones que habían sido forzados hasta su
esófago. Kenway pidió que le quitasen los carbones con cuidado, eran nueve de
ellos. Los soldados temblaban, y no era por el frío. El padre Sheldon trató de
calmar la situación, asegurándoles que Moshe no podía haber regresado de entre
los muertos, pero no sonaba muy convencido. Eventualmente se acercó a Kenway
con mirada suplicante.
-
¿Qué significan esos carbones?
-
Han sido nueve… Tres es el número de lo completo, tres por tres es el número
del juicio.
-
No creo que haya calmado a los soldados porque yo mismo no estoy calmado. Yo
expulsé a los judíos, yo fui quien desarmó sus redes de conspiraciones y…- No
dijo nada más, pero Kenway imaginó las torturas a las que les habría sometido.-
Moshe Ereman lo resistió todo, y decidió quedarse hasta… Bueno, hasta Morley y
los demás lo enjuiciaron. Su casa en la colina aún permanece como una amenaza,
dando pesadillas a los niños.
-
Me gustaría ver esa casa.
-
Regresemos a la villa, me ocuparé del cuerpo de Morley más tarde para darle
cristiana sepultura.
La casa de Moshe Ereman se
encontraba sobre una colina rocosa en la villa y Kenway notó que la gente hacía
un deliberado esfuerzo por no verla. Se trataba de una casa humilde, de piedras
y argamasa, de techo de madera y paja, pero en el veían la maldad del
hechicero. Kenway forzó la cerradura y entró en compañía del padre Sheldon,
quien lanzó agua bendita por todas partes y comenzó a rezar el rosario. Kenway
encontró una covacha pequeña en una esquina, con dos anaqueles de frascos donde
fermentaba raíces para producir venenos. Los tiró todos al suelo. Buscó por una
vela o una lámpara, pues la única iluminación provenía de la antorcha del
guardia en la entrada que no se atrevía a entrar. Eventualmente encontró un
candelero y encendió las velas. En el suelo, al centro de la casa había marcas
de cera y de quemaduras. Sheldon lanzó agua bendita y Thomas gruñó. Sabía lo
que eran, hechizos en la forma de círculos que contienen cuadrados mágicos,
repletos de letras en hebreo. Encontró también unos cuantos pelos de su mismo
tono de rubio y un escalofrío involuntariamente le hizo ponerse de pie. El
padre encontró libros en hebreo, los cargó y los tiró a la calle para que
fueran quemados.
-
Tengo fe en el Señor y en su tradición apostólica, señor Kenway.- Dijo el padre
Sheldon mientras salían de la casa.- Sé que las ánimas permanecen en el
infierno, en el purgatorio o en el cielo. En el infierno en el caso de Moshe
Ereman, por eso sé que no puede ser él, sino más bien el demonio.
-
El engañador jala los hilos, padre Sheldon, pero ¿cuántos títeres tiene aquí en
Doncaster? Eso queda aún sin resolver. Por ahora necesito comida y algún licor
fuerte.
Thomas Kenway caminó hasta la
primera posada que encontró, la posada del ahorcado con el deseo de cenar en
soledad, pero su presencia había atraído demasiada atención. La encargada de la
posada, Madeline Cooper y el encargado del cementerio, Ambrose Furner,
resultaron ser los chismosos del pueblo. Exageraron los hechizos del judío,
culpándole de cada parto difícil, de cada vaca cuya leche se agriaba e incluso
de las tormentas eléctricas.
-
Me hace pensar en mudarme a Redshire,- Dijo la posadera.- de no ser por la mala
sangre entre nosotros. No somos bienvenidos allí y el sentimiento es mutuo.
-
Suficientes cosas pasan ya aquí en Doncaster, como para pensar en Redshire.-
Dijo el cuidador del cementerio en tono de misterio.- Los hijos del lord salen
de noche, Dios sabrá para qué.
-
¿Y les ha visto?- Ambrose señaló por el ventanal hacia una figura envuelta de
un pesado abrigo con capucha.
-
Ese es Eric Kendall, estoy seguro pues le he visto antes con ese abrigo.
Kenway se terminó el potaje, pagó lo
que debía y salió a seguirlo, Ambrose le siguió a él, pese a sus insistencias.
Le siguieron de lejos, por entre los huertos de la villa hasta una casa que
también hacía de taller. Ambrose conocía bien el lugar, le pertenecía a Garrick
Rowley. Se acercaron un poco más, una mujer le invitó a entrar y Ambrose la
señaló como Anne Rowley, la esposa del gran maestre de la guilda de herreros.
Kenway gruñó, por las ventanas redondas no podía ver al marido por ninguna
parte. Regresaron a la posada, donde el cuidador se despidió y él siguió
caminando. Escuchó el nombre de Garrick Rowley por la voz de sir Clayton
Sutton. Se agazapó contra la esquina de una casa de piedra para observarles
bien. El caballero le detuvo con violencia. Garrick parecía asustado aunque
trataba de disimularlo.
-
¿Por qué será que los grandes maestros de las guildas siempre se quejan de lo
mal que va el negocio?- Le preguntó Clayton, quien aún vestía con las ropas de
un caballero y la cota de malla en su cuello que le llegaba hasta el pecho.- Sé
muy bien que tu guilda te ha dejado mucho dinero.
-
No más de lo usual.- Sir Clayton señaló la pequeña bolsa de cuero que colgaba
de su cinturón.- ¿Me va a robar de mi dinero?
-
No, no te robaré ese dinero. Más de lo que gana cualquier maestro de guilda,
por cierto. Haremos un trueque. Yo sé muy bien, lo he sabido por años, que
mataste a tu primo en las cavernas para evitar que hablara sobre ciertas cosas
indebidas.- Garrick se puso pálido.- Me parece que mi silencio vale lo que está
en esa bolsa.
-
Pero, ¿cómo…- Sir Clayton le interrumpió robándole la bolsa. Se sorprendió de
su peso, calculándola con su mano.
-
¿De dónde sacas tanto dinero Garrick?
-
Trabajando.
-
Sí, claro, trabajando. Necesito del dinero, y ya llevaba tiempo guardándome el
secreto, sabía que valdría algo tarde o temprano. Puedes irte Garrick, pero no
olvides, yo sé lo que pasó en esa cueva y, aunque hayas pagado por mi silencio,
esto no borra el recuerdo.
Garrick Rowley se alejó corriendo y
entró a una taberna, sacando las monedas que había escondido en un bolsillo
secreto de su cinturón. Kenway regresó a la posada, no tenía ganas de ir al
castillo. Entre las piras pudo ver de nuevo a Eric Kendall, quien caminaba con
la cabeza gacha hacia el muro, donde Lois de Kirby le esperaba con una
lámpara a la entrada de su ranchería.
Escondido entre las reses y la composta les siguió hasta una bodega. Eric se
quitó el pesado abrigo y se sentó a un lado de la esposa del barón Kirby sobre
un barril.
-
Sé que tu esposo podría sospechar lo peor de mí si se enterara.
-
No lo hará, lo prometo.
-
Lois, sé que tienes el oído de lady Wendolyn, quiero que hables a mi favor. Se
ha encariñado con Hugh Anderton, no sé por qué.- Thomas tardó un tiempo en
relacionar el apellido con otra de las testigos, Judith Anderton.- Sé que tu
marido es amigo de los Anderton, pero tal vez le convendría cambiar de actitud.
El barón me tiene muy poca estima, pero eso también debería cambiar. Su amistad
con mi hermano… Bueno, sólo digamos que las cosas van a cambiar cuando muera mi
padre, y ambos sabemos que será pronto. La tisis le ha afectado mucho. Más de
lo que la gente cree.
-
Hablaré con Wendolyn sobre ti, pero yo no tengo poder sobre mi marido, no puedo
decirle que deje de ser amigo de tu hermano Thomas, ni de los hermanos
Anderton.
Eric le besó la mano y se fue.
Kenway gruñó y salió de entre las reses, caminando con calma hasta la posada
del ahorcado, donde pagó por una habitación. Soñó con Lois de Kirby y su
pregunta, se veía a sí mismo en aquellas cavernas, en aquellas ruinas romanas
que habían sido devoradas casi por completo. Soñó con los ecos que se mofaban
de él, que le retaban con preguntas que no podía contestarse. ¿Era posible que
su oscuro peregrinaje, su solitario andar en el recto sendero le llevase hasta
ese momento, hasta las fauces de Satanail? Se levantó inquieto y sudando frío a
primera hora del día. Al abrir los ojos notó que su cuchillo estaba clavado en
la pared sobre su cabeza, y que había también un crudo dibujo de gis en la
puerta de un rostro cornudo. Sacó el cuchillo y lo volvió a guardar. Borró el
dibujo, pero no podría borrar su pesadilla. Sospechando que Eric Kendall le
había descubierto espiándole, o quizás Lois de Kirby, decidió seguirla. Resultó
que no era difícil, en todo momento tenía a un guardia con arco y espada
siguiéndole los pasos a prudente distancia. La mujer parecía no descansar
nunca. Luego de ordenar a sus vasallos con los trabajos diurnos en la granja
cabalgó hacia los campos fuera de los dilapidados muros. Kenway la siguió por
un tiempo hasta verla en las tierras de Paul Marden, el común cuyas cosechas le
habían valido un espacio en la corte. No parecían felices de verse mutuamente y
discutieron acaloradamente. Intentó acercarse, pero el soldado preparó una
flecha y le ordenó de un grito que se alejara, pues le había notado
siguiéndoles. Thomas gruñó y decidió desayunar en el castillo.
Aunque trató de escabullirse a la cocina
el barón Kirby insistió que desayunara con lord Kendall en su espacioso, aunque
maltratado, salón. Le pareció a Kenway que el castillo, quizás todo Doncaster,
se había contagiado de la enfermedad de lord Alexander Kendall, quien en
aquella mañana tenía problemas para mantenerse recto. Se cubría con su abrigo
como lo hacen los ancianos, y expulsó a los médicos que le insistían en otra
terapia de sanguijuelas.
-
¡Kenway! ¿Adónde te habías metido?
-
Dormí en una posada, mi lord.- Lord Kendall le invitó a sentarse. Desayunaron
carne, y le dio la impresión que eso era todo lo que comerían, mañana, tarde y
noche, antes de despedirse de ella y lanzarla a sus vasallos durante el
carnaval.
-
Acuñar nuestras propias monedas dejaría grandes ganancias para el comercio.-
Dijo Eric Kendall y el barón negó con la cabeza.
-
A corto plazo.
-
¿Y hacerle pensar a lord Reddington que estamos jugándole chueco?- Preguntó
lord Kendall.- Ya de por si sus cosechas fueron pobres, no necesitamos más
antagonismos. ¿Qué hay de este asunto tan espantoso? Tan cerca de la cuaresma,
me da escalofríos.
-
Las fiestas deben respetarse.- Dijo el padre Sheldon.- Estoy seguro que daremos
con los responsables.
-
No suenas muy seguro.- Le retó Thomas Kendall, el hijo mayor.- ¿Se ha vuelto
supersticioso?
-
No… No del todo.
Terminado el desayuno el padre
Sheldon invitó a Kenway a caminar por los campos del señor. Los vasallos se
tomaban turnos para trabajar y Devon Gladstone parecía estar en todas partes,
vigilando cada aspecto del proceso. Incluso cuando no había mucho qué hacer.
-
Ustedes los bogomiles, ¿creen en fantasmas?
-
Creemos que este mundo, el material, fue creado por Satanail. No pudo crear al
Hombre, necesitó la ayuda de Dios. Ciertos textos hablan sobre la
reencarnación, sobre un cobrador de impuestos, por decirlo de alguna manera,
que examina tus errores y faltas. Dudo aplique a los judíos, ellos adoran al
diablo.
-
Es el mismo Dios, aunque estén ciegos de la revelación de Nuestro Señor
Jesucristo.
-
Ciegos o sordos no importa, alguien me visitó en la noche, mientras dormía.
Clavó mi cuchillo sobre mi cabeza y dejó su marca en la puerta. La marca del
diablo.
-
No desiste señor Kenway.- El padre Sheldon sonrió.- Qué situación más peculiar, yo, defensor de
la fe cristiana, rogándole a un hereje para que se quede. El barón Kirby es un
hombre brillante, pero necesita de su ayuda. Después de todo, si lo dejásemos
en manos de sir Clayton nuestros asesinos podrían matar a toda la villa antes
que se diera cuenta.
-
¿Qué le hace pensar que hay más de uno?
-
Morley tuvo que ser arrastrado al pantano y amarrado, me estoy haciendo la
idea, señor Kenway, que estas muertas, si nada sobrenatural ha metido su
horrible mano, son producto de varias personas.
-
Y el demonio dijo que era Legión.- El padre comprendió la alusión al Nuevo
Testamento y sonrió.- Pero hay uno solo. Un engañador, y se encuentra en
Doncaster. El feudo de la lujuria y los secretos.
-
¿Es que todo lo que ve son pecados?
-
Estamos hechos de pecado, padre Sheldon. Pocos son los que caminan el recto
sendero, los que saben la verdad, que Gabriel, hijo de Dios, entró en Jesús y
dejó que su cuerpo fuera atormentado para enseñar que la carne es débil,
patéticamente débil y hecha de pecado, pero el alma, la virtud, eso no puede
ser destruido.
El padre Sheldon le miró
desaprobatoriamente, pero antes que pudiera decir otra palabra sonaron las
campanas de los guardias y sonaron los gritos. Corrieron a la caballeriza y
cabalgaron hasta una casa en el burgo. La casa de yeso pintado estaba rodeada
de soldados, pero no era obra del hechicero Moshe, explicaron de inmediato,
sino más bien de algo más mundano. Arrastraron a una mujer en cadenas, estaba
empapada en sangre y gritaba histéricamente sobre las amantes de su esposo.
-
Le clavó un cuchillo en la garganta señor, luego siguió acuchillando. Nos dimos
cuenta por casualidad, le escuchamos llorando en una esquina, hablando de su
libidinoso marido.
-
¿Quiénes son?- Preguntó Kenway.
-
La víctima era el gran maestre de la guilda de vidrieros de los Commonway.
Arthur Commonway, y su esposa es Mary Anne.
-
Interesante.- Dijo Kenway.- Tengo que ir a la guilda de Francis Brady.
-
¿Usted cree que haya algo más?- Preguntó el padre.
-
No confío en nadie en este momento.
Cabalgaron juntos a la guilda. Francis
Brady les recibió, ya había escuchado la noticia y hacía lo mejor posible por
fingir que estaba adolorido. Sus jornaleros y aprendices hacían lo mismo. Todos
habían estado trabajando, insistió Brady, pero el padre Sheldon le tranquilizó,
tenían a la culpable, su esposa Mary Anne.
-
¿Y por qué haría algo así?- Preguntó Ackley Beckwith, su mano derecha.
-
Lío de faldas.- Explicó Kenway, señalando el labio partido de Ackley.- ¿Sir
Clayton?
-
Ha regresado y más enojado aún, quiere que trabajemos para él sin pago alguno.
-
¿Y el borracho?
-
Jonah está sobrio.- Dijo Ackley, quien le acompañó hasta los hornos donde le
pudo ver trabajando.- El susto le mantiene sobrio, escuchó sobre ese tal
Morley.
-
Yo hablaré con sir Clayton.- Dijo el cura.- Esto no puede seguir así.
-
¡Kenway!- Reconoció la voz del barón Kirby en la calle, buscándole.- Suba a su
caballo.
-
¿Qué ocurre?
-
Mi mujer debía verme en mi casa a estas horas y no ha llegado.
Le siguió a caballo a toda velocidad
por las curvilíneas calles de Doncaster, casi aplastando a un niño que
descuidadamente jugaba afuera de una casa. Eventualmente la encontraron en el
granero. Entre los sacos de harina y trigo Lois de Kirby había sido amarrada a
una viga en el techo. No era la única víctima. Mientras el barón lloraba a sus
pies, Kenway se acercó al guardia que debía protegerla. No le había servido de
mucho, había sido apuñalado en el pecho y su cuerpo yacía escondido entre los
sacos. Kenway se acercó a la difunta, aún amarrada de sus muñecas y colgando del
techo. Contó los latigazos en la espalda de su desnudo cuerpo, eran 18.
-
En el libro de Jueces, Israel fue mantenido en cautiverio por 18 años, primero
por Eglon y luego por Ammon.- Examinó su cabeza, había sido apuñalada en la
nuca.- Aunque eso no es lo que la mató, nuestro asesinó dejó su marca. No hay
duda de eso. Las testigos están en riesgo.
-
Santa madre de Dios.- Dijo el padre Sheldon. El barón lloraba hincado a los
pies de su esposa, abrazándoles. Su duelo se convirtió en rabia y se acercó a Kenway
con los nudillos blancos.
-
¿Cuándo planea hacer algo señor Kenway?
-
Yo traté de seguir a su esposa, pero su guardián me lo impidió.
-
Lo castigaré hoy mismo, alguien responderá por la muerte de mi Lois… Dijo que
la siguió, ¿qué hizo o con quién habló?
-
Paul Marden.- Dijo Kenway, luego de unos segundos de duda.
El barón Kirby se subió a su
elegante caballo y Kenway le siguió a toda prisa, dejando atrás al sacerdote.
Salieron de los muros y cabalgaron por las tierras de Marden. El barón gritaba
su nombre y tenía la espada bien agarrada. Marden estaba ahí, supervisando a
sus vasallos y miró a ambos con auténtica expresión de temor. El barón lo
golpeó en el estómago, desenvainó su espada cuando Marden estaba en el suelo y
le colocó el filo en el cuello.
-
No, por Dios, no me maten, no hice nada malo, lo juro.
-
¿De qué discutieron usted y Lois de Kirby?- Preguntó Kenway. La palabra
discusión enojó aún más al barón.
-
Vacas, sólo de vacas perdidas. Ella me acusaba de haberle robado ganado, pues
dos de sus vacas se habían perdido, seguramente habló con otros comunes. Por
favor, yo no hice nada.
-
No le creo.- Dijo el barón. Kenway gruñó y se agachó de cuclillas.
-
Piense muy bien lo que está a punto de decir señor Marden, pues puede costarle
la vida. ¿Qué hizo desde el amanecer hasta ahora?
-
He estado aquí, ni siquiera he ido a mi casa en el burgo, aún quedan muchos
detalles de las cosechas. Puede preguntarle a cualquiera.
-
Hablando se obtienen más respuestas que cortando cabezas.- Kenway convenció al barón
de guardar la espada y éste le pidió un momento a solas para poder llorar en
paz.
-
¿Qué pasó?- Preguntó Paul Marden, poniéndose de pie.
-
Su esposa, fue otra víctima más de una diabólica conspiración.- Se acercó al
barón y le dio una palmada en la espalda que pareció hacerle reaccionar.-
Quizás deberíamos alertar a las otras testigos. Quizás eso le ayude a pasar el
tiempo antes del funeral.
-
Sí, sí, estoy demasiado… Vamos. Los Anderton primero, son amigos cercanos.
Los hermanos Judith y Hugh Anderton
eran dueños de dos de los tres molinos del feudo por una concesión de lord
Kendall mediante el barón Charles Kirby. Los hermanos le dieron el pésame y
Judith trató de hacerle sentir mejor regalándole su mejor pan, pues ella era
también repostera y tenía su cocina en el burgo.
-
Empezamos de cero, fuimos vasallos del barón por muchos años.- Explicó Judith,
mientras su hermano seguía consolando al barón.- Ahora somos comunes y es todo
gracias a él, me parte el corazón verle de esa forma. Es gracias a él que nos
podemos quedar con el diez por ciento de todo lo que pasa por los molinos. Es
un buen hombre… Lois, yo solía llevarle el desayuno a la cama. Ella estaba
acostumbrada a esas cosas siendo hija de un duque y todo eso. Era una mujer
ruda, pero en el buen sentido. ¿La conoció?
-
Tuve el honor.
-
Todos los días pasaba por nuestra casa y me pedía un pan. ¿Puede creerlo? El
gesto es… como era ella… No tenía por qué hacerlo, seguro hay panaderos y
reposteros que son mejores que yo, pero aún así ella iba a nuestra casa y nos
trataba como a todo el mundo.
-
Llueve sobre los justos y los injustos.
-
Yo estaré bien protegida, tengo a mi hermano Hugh que me cuidará en todo
momento.
-
No le quitaré el ojo de encima.- Dijo Hugh con plena seriedad.- Aunque quede visco.
-
¿Disculpe?
-
Tiene sus ojos sobre lady Wendolyn Colton.- Le susurró Judith Anderton.
-
¿Es realmente obra del demonio?
-
Sí, pero ese demonio tiene nombre y apellido. Satanail actúa a través de la
pecaminosa carne. Por eso es necesario saberlo todo, algo me dice que hay una
trama mucho más grande que una mera venganza, o la simulación de una.
-
Pueden hablar con franqueza.- Les dijo el barón.- Lord Kendall le tiene tanta
confianza como a mí, y les pido que le tengan la misma confianza que tienen sobre
mi persona.
-
No es nada…- Dijo Hugh, notoriamente nervioso.- Es sólo que es difícil obligar
a ciertas personas a pagar por moler los granos.
-
¿A qué se refiere?- Preguntó Kenway, admirando los dos molinos. Los dos molinos
de viento estaban ayudados por algunos vasallos y una mula que caminaba en
círculos. Thomas pensó que era una de las pocas construcciones en Doncaster que
no le daba una extraña sensación de inexplicable nerviosismo.
-
Ramsay Gladman no paga, siempre pone excusas, ya sabe cómo es él barón Kirby.
Paul Marden al menos tiene excusa, Eric Kendall le deja moler los granos a su
antojo. Al final del día estos molinos son concesionados por los lores, no nos
pertenecen a nosotros.
El barón parecía más tranquilo, pero
al ver a su mujer en un ataúd le partió el corazón y volvió a llorar. No
estaba, y lo dejo saber a viva voz, muy impresionado por los métodos de Thomas
Kenway. El padre Sheldon trató de consolarlo y llevar a cabo la misa. Kenway
esperó afuera, no creía en la Iglesia, ni en sus misas, pero rezó un
padrenuestro para que el alma de Lois de Kirby fuera encontrada inocente de
toda culpa y no reencarnara.
-
Aquellos vasallos dirían lo que fuera.- Thomas no se dio cuenta del paso del
tiempo. Había estado comiendo frutas de un vendedor ambulante frente a la
iglesia hasta entrada la noche. La misa se había alargado, pues la familia de
lord Kendall y prácticamente todas las personas de importancia en Doncaster
habían acudido para darle el pésame. El barón se subió a su caballo y Kenway le
imitó, pues sabía a dónde iba.
Cabalgaron de regreso a las tierras
de Paul Marden, pero los vasallos les dijeron que ya no estaba ahí.
Corroboraron su coartada, pero lord Kirby no estaba satisfecho. Cabalgaron a
toda prisa por las apretadas calles de Doncaster hasta el burgo, donde las
casas de yeso pintado y madera parecían, por estar casi en la cima de la
montaña, supervisar la villa y sus pequeños huertos. Kenway trató de detenerle
e hizo correr la voz con los soldados que el barón estaba a punto de hacer algo
terriblemente torpe. Despertaron a todos en el burgo, pues Kirby gritaba a todo
pulmón que quería arrancarle el corazón a Paul Marden y lanzárselo a los lobos.
Una docena de soldados llegaron cuando el barón abrió la puerta de la
residencia a patadas y desenvainó su espada.
-
Tenga cuidado con lo que hace con eso.- Le increpó Devon Gladstone. Paul Marden
se escondía a sus espaldas, pálido de miedo.
-
Mató a mi mujer.
-
No lo sabemos.- Dijo Kenway.
-
Suficiente de hablar, suficiente de tus métodos de esperar y ver que todos se
mueran. No, quiero a Marden.
-
Lord Kirby,- El administrador de las tierras del señor consiguió calmarle un
poco, al menos para que envainara su espada y los soldados elegantemente le
empujaron fuera del domicilio.- lamento su pérdida como le dije en el funeral
de su amada Lois, pero no conseguirá nada bueno así. ¿Ha preguntado a los
vasallos si Marden estaba con ellos?
-
Mandé gente durante el funeral, todos dijeron que estuvo ahí todo el día.-
Admitió finalmente.
Los soldados consiguieron calmar al
barón, quien eventualmente aceptó ir al castillo. Kenway no le siguió, estaba
más intrigado por las andanzas nocturnas de Eric Kendall y su posible amorío
con Anne Rowley, la esposa del gran maestre Garrick de la guilda de herreros.
Esperó en la posada del ahorcado, donde cenó algo rápido y trató de evitar los
chismes. Eventualmente apareció Eric Kendall de nuevo, con su pesado abrigo y
su capucha. Le siguió de lejos hasta la casa-taller de los Rowley. Podía
escuchar sus pisadas, y también el distintivo sonido de las monedas de oro que
seguramente llevaba en el pequeño bolso al que se aferraba con ambas manos. Se
escondió entre los huertos por unos momentos, pues Eric volteaba para todas
partes buscando posibles mirones. Anne Rowley le abrió la puerta y Kenway se
acercó a la casa, agazapándose contra una de las paredes de madera. Asomó la
cabeza por un instante. En el taller se encontraba también Garrick. Si el hijo
menor del lord estaba teniendo un amorío lo guardaba muy en secreto. Trató de
escuchar la conversación pero antes de poder cambiar de posición escuchó
pisadas detrás de él y súbitamente un golpe a la cabeza que lo desmayó.
Thomas Kenway se despertó en el
bosque, su pie amarrado a un árbol muerto. El miedo dio paso a la adrenalina.
Podía ver que faltaban horas para el amanecer y podía ver Doncaster en la
lejanía. Si le querían muerto, lo habrían matado. Se levantó, aún adolorido y
notó que el suelo había sido limpiado. Se encontraba cerca de un círculo
mágico, había leído sobre ellos cuando aún estaba preparándose para ser
sacerdote. El círculo, alrededor del árbol muerto contenía letras en hebreo que
histéricamente borró tirando piedras y tierra. Sabía, desde su despertar
espiritual, desde que aprendió de los textos bogomiles la verdadera fe y el
recto sendero, que el dios de los judíos era Satanail, creador del mundo
material. Mientras forzaba el mecate contra una rama gruesa no pudo sino
preguntarse a sí mismo una simple pregunta, ¿adónde le llevaría su peregrinaje
oscuro? Los peregrinos católicos visitaban reliquias o se aventuraban a tierra
santa, pero ¿qué esperaba encontrar él, quien en todo veía el velo del pecado,
sino a su peor enemigo? Mientras rompía el mecate y se revisaba el chipote en
la cabeza se preguntó si era posible que finalmente hubiese llegado a su meta
final, desconocida para él, pero conocida para su peor enemigo.
Regresó a Doncaster caminando y
muerto de hambre. No se detuvo en su andar hasta llegar al castillo, e incluso
entonces no entabló conversación con lord Kendall, quien estaba preocupado por
él. Fue directo a su habitación por ropa limpia. Lord Kendall le ofreció un
baño en su tina, podía escoger a la sirvienta que quisiera, pero Thomas no
estaba de ánimo. Le explicó que había sido asaltado en la noche, pero omitió
todo acerca de su hijo Eric, a quien desesperadamente deseaba confrontar. Salió
del castillo luego de un desayuno con mucha carne y le buscó en las tierras
señoriales. Eric Kendall parecía ocupado, podía verle de lejos discutiendo con
el administrador de las tierras, Devon Gladstone. Decidió esperar a que la
conversación terminara, y también para que él mismo pudiera calmarse, pero el
destino le tenía otros planes. Siguió a los soldados que salieron corriendo del
castillo.
Les siguió hasta una pequeña casa en
la villa. Un soldado explicó que Derrick Smith, quien había sido el anónimo
verdugo del brujo Moshe, había heredado esa casa de su hermana y ocasionalmente
la usaba para mujeres de baja categoría, cuando no llegaba a dormir en los
cuarteles. Se abrió paso entre los soldados y le vio colgado de una viga en el
techo. Una nota descansaba sobre una mesa, el único mueble, además de una cama
y una silla. Un soldado trató de leerla, pero no sabía leer y el padre Sheldon
se la arrancó de las manos.
-
Dice así, “lamento haber matado a un hombre inocente y culpo a los falsos
fiscales de haberme injuriado en busca de ganancias y a las testigos por haber
mentido.” No lo entiendo.
-
Debió ser él bajo la capucha.- Aventuró un soldado.
-
Eso no es todo.- Kenway cortó el nudo con su cuchillo, los soldados le ayudaron
a acostar el cuerpo boca abajo. Tenía en la espalda de su ligera camisa de lana
el mismo círculo mágico en el que Kenway había despertado.
-
Se suicidó por la culpa.- Dijo un soldado.
-
Tonterías.- Dijo el padre Sheldon.- Moshe Ereman merecía la muerte y más que
eso.
-
El padre tiene razón.- Dijo Thomas, mostrando que Derrick Smith tenía el pulgar
roto en su mano izquierda.- Él no podría haber hecho ese nudo. Alguien le
ayudó, el mismo alguien que le dictó esa nota suicida. Me tengo que ir, padre
Sheldon, ¿puede encargarse?
-
Recibirá cristiana sepultura señor Kenway, no se preocupe.
Thomas decidió alertar a Martha
Clapham del peligro que corría. Le encontró en la destilería de su esposo
Linwood. Le advirtió, aunque no tenía que hacerlo, ya sabía de lo que había
sido de Lois de Kirby. Omitió su conocimiento sobre sus dos amantes, Paul
Marden y sir Clayton Sutton. Linwood no prestaba atención, estaba discutiendo
con Paul Marden. Martha parecía muy incómoda de tenerle tan cerca.
-
Yo sólo quiero lo que es justo, te vendo la cebada al mismo precio que Ramsay
Gladman, sabes que es buen negocio.- Notó la presencia de Kenway y se puso
nervioso, buscando a lord Kirby.
-
No, no está aquí, y está a salvo señor Marden.
-
Lo pensaré Paul.- Le dijo Linwood como despedida.
-
Lo hará.- Susurró Martha, en tono conspirativo.- Ya ni se habla con Ramsay
Gladman.
-
Bajo mi cuidado,- Dijo Linwood Clapham.- mi Martha no se meterá en problemas.
Thomas gruñó, pero no dijo nada más.
Escuchó la voz de lord Kirby y del padre Sheldon. Cabalgó para verles a la
entrada de la villa. Lord Kirby estaba cansado de esperar. Buscaba terminar con
el diabólico aquelarre de una vez por todas. Tenía a todos los soldados que
podía usar para revisar cada bosque, cueva y hasta en los pantanos.
-
Lleven a sir Clayton, quizás así tenga algo que hacer. No puedo ir con ustedes.
-
¿No cree que tengamos suerte o quiere seguir hablando?
-
Es algo más personal.- Kenway no dio más detalles y el padre Sheldon le hizo
una seña a lord Kirby para que no indagara más.
-
Por cierto, el lord le busca.
Lord Alexander Kendall le vio en su
habitación, las toses le afectaban demasiado para ocuparse de la política
cortesana, dejando a cargo a su hijo mayor, Thomas. Insinuó que había escogido
a lady Wendolyn Colton para él. Thomas gruñó y asintió con gravedad, no sabía
si debía decirle que Eric la deseaba tanto, o más, que Hugh Anderton, y que su
hijo Thomas ya tenía a alguien en mente en su feudo rival de Redshire. Lord
Kendall parecía incómodo y luego de algunos silencios logró llegar al fondo del
asunto. Explicó que tras la expulsión de los judíos por los cargos de herejía y
usura, y otra docena de cargos inventados, algunos se convirtieron al
cristianismo. Al menos, añadió con semblante sombrío, eso creía el padre
Sheldon.
-
Garrick Rowley era judío, se casó en cuanto empezaron los problemas,
convirtiéndose en el proceso, pero he oído de dos más que trabajan para él.
Armin Munson y Lucius Trent. Ellos también se convirtieron a la buena fe, o al
menos eso dicen.- Thomas gruñó, audiblemente ésta vez. No le gustaba que Eric
Kendall apareciera tan frecuentemente en todo el asunto.
-
¿Por qué tiene a su hijo supervisando a su supervisor?
-
¿A Gladstone? Vieja historia. Tres años atrás hizo una mala contabilidad y se
perdió algo de dinero. Eric fue quien encontró el pequeño error, si eso es lo
que era. Gladstone es mi primo, creo que primo tercero o cuarto, no lo sé. No
puedo cortarle la cabeza, así que hago que mi hijo se encargue. Cuando muera y
mi Thomas ocupe mi asiento quiero que Eric se haga cargo directamente.
Honestamente Kenway, ¿el diablo ha venido a reclamarlos o es una persona física
de carne y hueso?
-
Sí.
-
¿A cuál?
-
A las dos.
Thomas acudió a la guilda de
herreros y Garrick Rowley le atendió. En cuanto mencionó su pasado judaico el
gran maestre se puso nervioso. Juró de todas las maneras cristianas que su
conversión a la buena fe había sido legítima. La conversación llegó a otros
oídos y dos jornaleros salieron por un acceso lateral. Garrick confirmó sus
sospechas, eran Armin Munson y Lucius Trent. Les persiguió por las callejuelas
del burgo, pero se dividieron y conocían mejor el lugar que él. Eventualmente
consiguió saltar sobre uno de ellos, aferrándose a sus pies. El jornalero se
fue de bruces, la caja que cargaba se deshizo en el suelo y se rompió un
diente. Kenway le puso el cuchillo al cuello y trató de recuperar el aliento.
-
¿Cuál es tu nombre?
-
Armin Munson señor. No estaba huyendo, lo juro.
-
¿Y qué es todo eso?- Le preguntó, cuando le dejó ir para que recogiera las
partes mecánicas.
-
No lo sé, sólo me dijeron que las ensamblara… Mire, señor Kenway, mi amigo y no
queremos problemas, somos cristianos lo juró por Cristo. Es un estigma que me
perseguirá toda mi vida. Moshe me odiaba, nos odiaba a los dos, por ceder, es
decir, por convertirnos. El padre Sheldon ya nos había torturado bastante para
que nos abandonaron los demonios que nos mantenían ciegos, nos mantenía en su
iglesia rezando día y noche. Nos convirtió a ambos, pero Moshe… Yo no sé si
vuelva por nosotros dos. Las cosas no son tan en blanco y negro.
-
¿A qué te refieres?
-
Ramsay Gladman le debía muchísimo dinero. Augustus Browne sedujo a su hija y la
abandonó, ella murió de fiebres poco después. Dudley Alflatt embriagó a su
mujer e hizo Dios sabe qué. Ella murió también por las mismas fiebres. William
Morley le estafó por mucho dinero. Moshe, como Job, aguantó todo, pero en algún
momento decidió atacar de regreso. Cosas raras comenzaron a pasar, niños
desaparecieron, tormentas eléctricas golpearon durante época de secas… Extraños
sueños y fiebres que fueron como una plaga… Le mataron, pero no lo suficiente.
Thomas rumeó todo lo que sabía, y lo
que no sabía, en una posada construida contra lo que quedaba de la muralla. Una
violenta tormenta se desató desde la tarde. Salió, protegido por el porche,
para seguir masticando el mismo pan que había estado comiendo por horas. Había
algo que se le estaba escapando de entre los dedos. La referencia que Armin
había hecho al libro de Job no ayudaba tampoco. Podía escuchar su nombre en el
viento, quiso convencerse que eran alucinaciones, su propia imaginación aún en
shock por la terrible mañana que había tenido. Job lo había aguantado todo,
Moshe Ereman había estallado. No tenía duda que Moshe era un ser diabólico,
adoraba, después de todo, a Satanail, pero ¿podía esperarse menos de una
persona? Torturados, expulsados, ¿no era lógico que estallara de alguna forma?
La referencia a Job le hizo contemplar la violenta y escandalosa tempestad
hasta entrada la noche. ¿Qué podía hacer un hombre, un solitario y confundido
hombre, contra un dios? Job lo había aguantado. Moshe no. ¿Podría él hacer lo
que Job?
Pensó que escuchaba su nombre de
nuevo, por encima de los truenos, pero luego reconoció el sonido, eran gritos.
Un soldado que patrullaba, lámpara en mano parecía escucharlo también y tras
mirarse a los ojos salieron corriendo en la tempestad para buscar el origen de
los alaridos. Mientras que trataban de ubicar el origen de los gritos Ramsay
Gladman se desangraba en el campo. Tenía un collarín con fierros filosos y cada
leve movimiento le producía cortaduras. Trató de correr, pero eso sólo lo hizo
peor. Para cuando llegó la ayuda ya era demasiado tarde. Kenway y el soldado le
encontraron muerto entre sus cosechas de cebada. El soldado chifló e hizo sonar
su campana, para llamar la atención de sus compañeros. Algunos vasallos se
acercaron de poco en poco, pues temían a la tormenta. Ackley Beckwith apareció
entre ellos, tuvo que acercarse casi al oído de Kenway para poderse hacer
entender.
-
Lo escuché desde la taberna, ¿debo decirle a Jonah que huya de Doncaster
mientras aún pueda? No quedan muchos nombres más en la lista.
-
Primero llevemos el cuerpo a esa casa.- Le arrastraron hasta su casa en el
campo y Kenway removió los aros de metal que tenían los fierros y los contó en
un tenso silencio.- Sesenta fierros, símbolo del orgullo y la arrogancia. La
imagen de Nabucodonosor medía sesenta cubos de alto.
Kenway aprovechó la oportunidad para buscar entre
sus cosas, mientras los curiosos que llegaban se aglutinaban fuera de la casa.
Encontró cartas de amor de Anne Rowley y
su libro de cuentas, la mayoría de los números estaban en rojo. Thomas preguntó
si Linwood Clapham estaba entre los curiosos y lo estaba. Le mostró el libro y
Linwood se estremeció al ver el cuerpo. Revisó los números y admitió que la
deuda era tan grande hacia él que ahora sería prácticamente dueño de sus
cultivos de cebada, o por al menos por las siguientes tres cosechas. Parecía,
en cierto modo, aliviado y rápidamente explicó la razón. Eric Kendall le había
prestado dinero durante el invierno y ahora tenía los medios para pagar su
deuda. Insistió en su inocencia, alegando que había estado ocupado en la
taberna del trueno y varios de los presentes testificaron a su favor. Kenway
gruñó, la lista se acortaba. Sólo faltaban Jonah Brattle, Augustus Browne, Martha
Clapham y Judith Anderton. No había duda, Satanail los reclamaría a todos.
A la mañana siguiente Jonah Brattle se despidió de
sus amigos, recogió lo poco que tenía en un par de bolsas y le pidió a lord
Kendall que un soldado le escoltara, al menos hasta los límites de Doncaster. Seguido
de un soldado se despidió de su hogar y se marchó, nervioso y asustado.
Cruzaron por un puente de madera y el soldado miró bajo sus pies. Caminaban
sobre una plancha de madera y podía oler el olor de la brea. La realización
llegó demasiado tarde. La brea ardió y una lanza atravesó por el piso al
caballo del soldado. Ambos ardieron hasta morir. La lanza fue removida por el
barón Kirby, quien cabalgó de regreso al castillo y se la tiró a los pies de
Thomas Kenway, quien ya había oído de las noticias.
-
Tiene tallada en la madera el número 600 como puede ver, señor Kenway. Siendo
el experto en herejías supongo que sabe lo que quiere decir.
-
El faraón persiguió a Israel 600 carros de guerra, la lanza de Goliat pesaba
seiscientos shekels de hierro. Símbolo de la guerra. Esta escalada es poco
menos que preocupante, debo ver su casa.
-
¿La casa del muerto?, ¿y espera encontrar al asesino ahí?
-
No, espero encontrar respuestas.
Cabalgó hasta la villa, preguntando por la casa de
Jonah Brattle hasta que finalmente dio con ella en una esquina contra el muro. Alguien
estaba en la casa. Sacó el cuchillo y esperó agazapado contra la puerta. Thomas
Kendall salió, guardándose una serie de notas en su elegante abrigo. Tomándole
por sorpresa le quitó las notas y comenzó a leerlas, pese a las protestas del
hijo mayor del lord. Tenía anotaciones detalladas de las ganancias de las
guildas y los rumores sobre muchas otras guildas.
-
Era mi espía, a veces las guildas se hacen pasar por pobretones para no pagar
impuestos. Uno nunca puede estar demasiado informado.- Buscó por la guilda de
herreros, la de los Rowley. Tenía anotado que Armin se había roto un dedo y el
gran maestre aún así le hacía trabajar. También tenía anotado que sir Clayton
había extorsionado a Lucius Trent en una ocasión aunque no adivinaba el por
qué. Kenway lo sabía, era por su judaísmo.
Kenway regresó al castillo, no tenía
ganas de funerales. En su habitación encontró, sobre su cómoda, un cráneo y un
reloj de arena. Memento mori. Un poderoso mensaje que Kenway no lo tomó por las
buenas. Lanzó el cráneo hasta la otra pared y destrozó el reloj. El cráneo
tenía una breve nota. “Hinca la rodilla ante el único Dios que conoces, admite
que le tienes más reverencia que a tu falso dios y todo acabará”. Kenway quemó
la nota sin pensarlo. Lord Kendall invitó a Augustus Browne a vivir en el
castillo, se trataba del último nombre en la lista de fiscales y tenía tanto
miedo que le costaba trabajo hablar.
Kenway y la guilda de vidrieros
pasaron gran parte del día ayudando a los soldados para buscar testigos. El
puente del río blanco quedaba lejos de Doncaster y no podían encontrar a ningún
mercader que hubiese pasado por allí, ni a ningún niño juguetón que se hubiese
aventurado tan lejos para ver a alguien colocar un piso de madera falso para
esconder la brea.
-
Jonah, él sabía que pasaría y no pudo escapar.- Dijo Ackley Beckwith.- Maldito
tonto, le dije que se fuera desde que murió la esposa del barón, pero el
borracho era demasiado haragán incluso para eso.
Al anochecer decidió asegurarse que
las testigos estuvieron bien. Martha Clapham y Judith Anderton eran los otros
dos nombres en la lista, y Kenway sabía que, con Augustus Browne escondido como
estaba el asesino iría por las mujeres. Probó primero con la casa de los
Clapham, pero pudo escucharles discutiendo y lanzando platos. Martha y Linwood
discutían histéricamente, en cierto modo le produjo algo de alivio. Cabalgó hasta
los molinos, pero los Anderton se habían ido. Kenway estaba por irse hasta que
notó un brillo extraño a la luz de la pira en la calle. Había algo dentro de un
saco de harina. Se trataba de monedas, o al menos círculos, hechos de hojalata,
el símbolo de la debilidad humana. A toda prisa preguntó por la casa de los
Anderton y al llegar al burgo se encontró con que Hugh gritaba y lloraba en la
puerta. Había hecho llamar a un médico y éste negó la cabeza al ver a Kenway.
Entre sollozos el marido explicó que su esposa solía beber de más, y que
súbitamente se había sentido enferma hasta desmayarse sobre su plato de comida.
Kenway contó los círculos de hojalata, había cuarenta de ellos.
-
Israel fue probado por cuarenta años en su peregrinaje, Jonás predicó el juicio
a Nínive por cuarenta días. En el libro de Jueces, a Israel fueron dados
cuarenta años de descanso bajo Othniel, Barak y Gideon.
-
¿Y qué significa todo eso?
-
Prueba, pero… ¿Usted bebió de la misma botella que su hermana?
-
No.- Regresó a la casa y le dio la botella de vino, estaba prácticamente
vacía.- Yo dejé ese vicio porque a lady Wendolyn no le gustan los borrachos.
-
¿Dónde consigue su vino?
-
De la misma vinatería de siempre, el viejo Rumpus vende lo que traen de otras
tierras en una casucha no muy lejos de ahí.
Siguiendo sus instrucciones cabalgó
hasta la casa y en el camino se encontró con el barón Kirby, quien tenía
detenido a un sospechoso, Lucius Trent. Le explicó, mientras cabalgaban, que
había trabajado en esa vinatería hasta que Rumpus descubrió que era judío y le
echaron, únicamente Rowley le empleaba.
-
Era y es judío, de eso estoy seguro.- Dijo el barón.
-
¿Señor Rumpus?- Le explicó al viejo la situación con Judith Anderton y él quedó
pálido, le mostró sus botellas, eran de otro tono de verde.- El asesino cambió
las botellas mientras ellos trabajaban. ¿Qué más tiene sobre ese Lucius Trent?
-
Algunas cosas escritas en hebreo.- Cabalgaron hasta una posada, donde Lucius
Trent había sido amarrado. Rezaba el rosario y juraba por todos los santos que
se había convertido, explicando que aquellas anotaciones en hebreo eran una
lista de lo que necesitaba del mercado.
-
Pregúntele a Garrick Rowley si este hombre se alejó de la guilda en cualquier
momento, dudo que le sea honesto, así que pruebe con la fuerza si es necesario,
pero no creo que tenga nada que ver con la muerte de Judith Anderton…
Thomas dejó la oración a medias y al
barón con la palabra en la boca. Podía ver la casa en la colina, la temida casa
del hechicero judío. Alguien, oculto entre las sombras, salió por una ventana y
cabalgó hacia los campos. Kenway le siguió tan rápido como pudo por las
sinuosas calles a través de los cultivos de la villa y después fue más despacio
al ver su figura contra la luna llena. La pálida luna dibujó su contorno hasta
perderse en las cuevas. Le siguió, cuchillo en mano, siguiendo el eco de sus
pisadas. El desconocido había removido algunas piedras y Kenway encontró que la
cueva tenía toda clase de pasadizos en la vieja construcción romana. Marcó las
piedras para no perderse y se agazapó al escuchar el eco de una poderosa voz.
Se movió despacio entre las estalactitas y los remanentes de viejas columnas
romanas. Pudo ver bajo él un piso romano iluminado por antorchas. Había trece
pesados hábitos alrededor de un hombre con hábito rojo. Lord Kirby había tenido
razón después de todo, sí había un aquelarre. El hombre de rojo se removió la
capucha, llevaba una máscara de madera con la forma de un diablo. Pasó entre
cada uno de sus trece apóstoles murmurando extrañas encantaciones que Kenway no
logró escuchar del todo bien. Súbitamente alzó los brazos y exclamó en latín,
en una voz chillona e insoportable que resonaba por las húmedas paredes.
-
Potentes dominus prolatum a tenebris Judeus est apud nos, mea tredecim
apostolorum et opus eius est adimplenda.- Kenway lo tradujo en su mente como
“El poderoso señor traído a nosotros por el macabro judío está entre nosotros,
mis trece apóstoles, y su trabajo debe ser terminarse”. El hombre de la máscara
miró hacia Kenway y por un instante pensó que podía ver a través de su alma.- Quid
faciat homo contra Dei? ¿Qué puede un hombre hacer contra un Dios, Kenway? Su
sacrificio no sirvió para nada, él nunca fue un dios.
Antes que Thomas pudiera reaccionar
sintió otro golpe en la cabeza y luego las manos que le sofocaban con un trapo.
A la mañana siguiente un grupo de juguetones niños encontraron el cuerpo de
Thomas Kenway a la entrada de la cueva. El doctor le revisó, pero era obvio que
no había nada que pudiera hacer por él, estaba muerto. Dunstan Sheldon realizó
el funeral, al que atendió el enfermo lord Kendall, sus dos hijos y el barón
Kirby. Fue enterrado esa noche y nadie lloró sobre su tumba de humilde madera.
Kenway podía sentir las llamas del
infierno, al mirar hacia arriba veía los rostros de todos los sacerdotes que
había conocido en su vida, todos desaprobando sus herejías. Exclamaba por su
Dios, pues había recorrido el recto sendero, pero ellos insistían en que no
había nada en sus creencias que fuera palabra de Dios. Las llamas le ardieron y
sintió que no podía respirar. Las visiones infernales se fueron oscureciendo y,
asustado por completo, comenzó a moverse. Estaba atrapado y pensó que pasaría
la eternidad así en el infierno, confinado a la oscuridad. La falta de oxígeno
sin embargo pareció regresarle a la cordura. Empujó su ataúd con todas sus
fuerzas, pero estaba seis metros bajo tierra y no podría levantarla por sí
mismo. En su desesperación encontró un hilo y lo jaló una y otra vez,
histéricamente. No sabía si servía de algo, en la completa penumbra no tenía
idea de cuánto tiempo había pasado en ese estado. Recordaba vívidamente el
aquelarre con trece apóstoles infernales. La maldad, sabía bien, era tan real
como la bondad, tan real como las asfixiantes paredes de madera de pino que le
enclaustraban. Había visto la maldad, cara a cara. ¿Qué podía hacer un hombre
contra un dios? Se preguntó, con una lágrima en el ojo, rogándole a Dios por
unos días más de vida, por un poco más de tiempo para caminar por el recto
sendero.
Escuchó las palas golpeando el ataúd
y lo primero que vio fue el asombrado rostro de Ambrose Furner, el cuidador del
cementerio. El hilo estaba unido a la campana que alertaba de las posibles
víctimas de ataques de catatonia. Aún tembloroso pidió que hiciera lo mismo con
la tumba de Judith Anderton. El hilo había sido cortado. La mujer había arañado
el ataúd hasta que se reventó las uñas y manchó todo de sangre hasta
eventualmente morir asfixiada. Sin decir nada caminó temblorosamente hasta el
castillo, donde todos estaban sorprendidos de verle. Ignoró a los hijos del
lord, quienes llamaron a su padre, y luego lo ignoró a él también. Se dejó caer
sobre su cama y acarició su bolso donde escondía las anotaciones que había
hecho de memoria de los textos que la Iglesia consideraba heréticos o
apócrifos. Una enorme araña salió del bolso y Kenway, aún afectado por haber
sido enterrado vivo lanzó el bolso contra la pared y mató a la araña con su
bota.
-
¡Nunca!- Gritaba desesperadamente.- No me hincaré nunca ante ti, sé que puedes
oírme Satanail, ¡nunca jamás!
-
¿Se encuentra bien?- Thomas se sintió algo avergonzado al darse cuenta que la
puerta había estado abierta todo el tiempo. Reconoció a la mujer, era lady
Wendolyn Colton.
-
No, no estoy bien. ¿Por qué no puedo creerlo, en lo más profundo de mi ser que
su sacrificio realmente levantó el velo del pecado sobre el mundo?, ¿por qué he
de pedir más?- Kenway se detuvo un momento y se tranquilizó, sentándose en su
cama. Lady Wendolyn le sirvió un vaso de agua y se paró junto a él.-
Discúlpeme, fui enterrado vivo y necesito algo de sueño. No debería poner sobre
sus hombros las cargas de un hombre en crisis. Sobre todo en una mujer que
tiene su propia crisis.
-
La crisis ha pasado.- Dijo ella, convencida.- Eric Kendall podrá ser muy
infantil de vez en cuando, pero es un buen hombre y será un buen esposo. No
nací en la opulencia como él, espero saber comportarme como es debido.
-
Estoy seguro que sí.- Kenway bebió más agua y la imagen de las trece figuras
envueltas en hábitos le produjo un escalofrío. ¿La muerte de Judith había
cambiado en algo su decisión, o quizás en la decisión de Hugh Anderton de
pelear por su amor?, ¿podría estar involucrado Eric Kendall? No podía depender
de nadie, lo sabía con certeza.
-
Nos casaremos al terminar las pascuas.- Accidentalmente dejó caer su velo y
Thomas se agachó para recogerlo. Notó que debajo de la cama había marcas de
gis. Devolviéndole el velo le pidió que se moviera. Jaló la pesada cama de
madera hasta mostrar el dibujo de un ojo con una calavera en su centro.
-
El mal de ojo.- Una sirvienta se asustó al verla y Kenway ordenó que limpiaran
el piso.- No me iré de aquí. No pueden forzarme, no pueden comprarme, ni
intimidarme.
-
Usted nunca se da por vencido.- Dijo lady Wendolyn, asombrada.- Veo por qué le
llamaron.
-
Tengo más fe en Dios que en el diablo. Mis ojos ven el velo del pecado en la
materialidad del mundo, pero mi corazón está en Dios y siempre lo estará.
Thomas se echó a dormir unas horas.
Los sueños no eran tan vívidos, pero las imágenes eran escalofriantes. Le
despertó el barón Kirby a la mitad de la noche. Martha Clapham había sido
encontrada muerta en una calle. Cabalgaron juntos hasta unas calles de
distancia de la destilería. Tenía catorce apuñaladas en el torso.
-
¿Qué significa ese número?- Preguntó el barón.
-
De acuerdo a ciertas tradiciones hebraicas Israel llegó a su tierra prometida
el día catorce del primer mes. Pasaron catorce generaciones desde el rey David
hasta ser llevados a Babilonia. Otras catorce generaciones hasta Jesucristo. Es
el número de la salvación.- Kenway gruñó y señaló a Linwood Clapham, quien era
arrastrado por los soldados. El hombre estaba notoriamente ebrio y vomitó al
ver el cuerpo de su esposa. Kenway lo tomó de las mangas y lo azotó contra la
pared de una casa.- Necesito saber sobre qué discutieron esa noche, y sabes a
qué noche me refiero Linwood.
-
Mi mujer era una cualquiera, se acostaba con sir Clayton.- Se largó a llorar
histéricamente admitiendo que había estado demasiado borracho cuando escuchó el
primer y único grito. Al interrogarle sobre lo que vio al llegar a la esquina,
donde se desmayó de borracho se puso pálido, miró a Kenway y dijo.- El diablo,
vi al diablo, Dios en las alturas, he visto al diablo.
-
No le sacaremos nada más a este y dudo que pudiera orinar sin caerse de bruces
si su vida dependiera de ello.- Dijo el barón Kirby.
A la mañana siguiente se dio el
funeral. Kenway esperó cerca de la casa de los Clapham, donde pudo ver salir a
sir Clayton con un manojo de cartas. Le creía a Linwood, seguramente le habría
cachado en alguna de sus aventuras, aunque no parecía saber de Paul Marden. La
mente de Kenway estaba demasiado perturbada aún. Se preguntó si sólo eran
cartas las que sir Clayton había extraído, y si él sería uno de los trece
apóstoles del diablo. Francis Brady, el gran maestre de la guilda de vidrieros,
asistido por Ackley Beckwith le pasaron en la calle. Ackley le echó en cara que
había dejado morir a su amigo Jonah pero Brady le corrigió, había algo más
oscuro en todo el asunto.
-
¿Usted cree…- Le preguntó al viejo Brady.- Yo no sé a quién preguntarle, pero
¿si pudiera salvarlos al menos al único nombre que queda en la lista, Augustus
Browne, a costa de mi alma… sería santidad o locura?
-
Ésa pregunta,- Le dijo el gran maestre.- sólo la puede contestar Dios.
Permaneció sentado sobre una banca
por un par de horas más. Tenía demasiadas preguntas en la mente y demasiadas
coincidencias perversas. Finalmente se activó al ver a Armin Munson y Lucius
Trent caminando con capuchas y tratando desesperadamente de no llamar la
atención mientras cargaban con pesadas cajas. Les siguió de lejos,
escondiéndose en cada esquina que pudo hasta llegar a un viejo taller. Esperó
unos segundos, en caso que los dos fueran allí simplemente para dejar las cajas
e irse, pues el edificio parecía dilapidado y al borde de la ruina, pero no
salieron de ahí. Se asomó por las polvorientas ventanas y les vio en compañía
de Garrick Rowley rezando en hebreo y leyendo del Talmud. Esperó un tiempo,
pensando que se trataba de su sinagoga secreta, pero pronto los tres se
pusieron a trabajar fundiendo oro. Encontró la manera de violar la cerradura y
entró en silencio. Lucius Trent le atacó primero, golpeándole con una vara ardiente.
Garrick Rowley fue el primero en escapar. Kenway sacó su cuchillo y le cortó el
pie a Lucius y de un salto trató de aferrarse de Armin, pero sólo consiguió
herirlo en su muslo. Gritando por ayuda un soldado logró detener a los dos y
pronto apareció sir Clayton cabalgando. Kenway le mostró el libro en hebreo,
suficiente razón para encerrar a ambos. No le dijo de Garrick Rowley, por si
acaso, y además no confiaba tampoco en el caballero. De hecho, no confiaba en
nadie. Les vio alejarse y se acercó a las pesadas herramientas para fundir oro.
No había mucho, pero algo reluciente se había caído en la huida de Garrick
Rowley. Una moneda que no era un ducado, pues tenía una K. Thomas gruñó y
decidió que necesitaba pasar más tiempo en el castillo.
-
Explícame Thomas,- le pidió el lord durante la cena de la corte.- más sobre ese
dualismo del que el padre Sheldon tanto me ha advertido.
-
La maldad, lord Kendall, es tan real como la virtud, tan real como el bien y
tan real como este cerdo que estamos comiendo. Existe el bien y en su opuesto
existe el mal. Los católicos se preocupan que se haga del mal, del demonio, un
dios.
-
¿Y tú le tomas por un dios?
-
Hay días que el velo del pecado es removido de mis ojos y veo la virtud que
Dios insufló en la creación de Satán, en el alma, pero hay días en que no. Y en
esos días, ¿qué puede hacer un hombre contra un dios?
-
Me he vuelto lo suficientemente viejo para la filosofía, pero demasiado enfermo
para entenderla.- Devon Gladstone se presentó frente a su mesa y le saludó con
una reverencia que el tísico lord apuró con un gesto.- Señor, el común Paul
Marden desea vender parte de sus cosechas al feudo de Redshire.
-
Ja, qué perfecta idea. Que lo haga, y que nos pague lo debido. Eso le enseñará
a ese lord Reddington. Nosotros salvándoles el pescuezo.- Lord Alexander
Kendall se puso de pie, el hall se mantuvo en silencio y con la copa alzada
anunció la boda de lady Wendolyn Colton con su hijo Eric.- ¿Y cuándo nos
sorprenderás Thomas con una prometida? Al menos una novia o un lío de faldas
para tu enfermo padre.
-
Veremos padre, veremos.- Respondió Thomas Kendall, algo avergonzado.
-
Sea como sea, disfruten la carne que pronto habrá que despedirnos de ella.
Haremos el carnaval, suficiente sangre se ha desparramado en este feudo como
para violentar las leyes divinas.
Kenway siguió a Thomas Kendall
después de la cena, quien le enseñaba a Augustus Browne sus nuevas
acomodaciones. Se trataba de una cómoda habitación en una torre. Augustus no
parecía muy feliz, era el último nombre en la lista y no quería pasar el resto
de su vida encerrado. Eso, por el otro lado, hacía muy feliz a Thomas Kendall.
-
Es mejor así Augustus.- Dijo Thomas Kendall. Kenway le escuchaba por el eco de
las escaleras de caracol.- Así no podrás ir a Reddington, ni tratar de hablar
mal de mí a los oídos de lady Helen Reddington.
-
Podría decirle a tu padre un par de cosas, lo sabes.
-
Y sabes que eso sólo acortaría tu estancia. Disfruta tu encierro.
Kenway tomó una habitación en la
misma torre y se obligó a vivir de pan y agua con apenas lo suficiente para sus
rezos y meditaciones. Satanail no esperaría a que Browne saliese del castillo,
estaba seguro. Tenían a sir Clayton en la puerta como único responsable de su
bienestar, de modo que el engañador tendría que tratar algo diferente y
entonces Kenway actuaría. El engañador tenía más recursos que él, contaba con
trece leales sirvientes. Podía adivinar la identidad de algunos, pero el mero
número le era desconcertante. No se trataba de un aquelarre de paganos, eran
satanistas que sabían perfectamente bien a quién le vendían su alma. En el día
antes del carnaval escuchó una voz que le llamaba desde lo más profundo del
averno. El suelo se abrió, dejándole ver el infierno en el que pasaría una
eternidad. Kenway cerró los ojos, pero las visiones no le dejaban de
atormentar. Se lanzó contra el banco donde tenía el agua, lanzó el jarrón
contra la pared. El agua era entregada cada mañana y había sido envenenado, y
sabía perfectamente por qué estaba siendo envenenado justo en ese día. Salió de
su habitación con paso tembloroso, ignorando las voces que llamaban por su
alma, las voces del engañador que le tentaban y le preguntaban ¿qué puede hacer
un hombre contra un dios?
-
¿Y adónde crees que vas tú?- Le detuvo sir Clayton en la puerta de Augustus
Browne.- El hombre está a salvo, toda su comida es probada por vasallos antes
de ser entregada.
-
Lo matarán ahora, no tenemos tiempo para esto.
-
No, yo no tengo tiempo para esto.
-
Sé de tus extorsiones a esos judíos, sé de las cartas de amor que robaste y
podría citar una docena de faltas cometidas, pero la única que importa es la
falta de imaginación.
Antes que sir Clayton pudiera
reaccionar, Kenway le tomó del brazo y lo empujó por las escaleras. Se encerró
en el cuarto de Augustus Browne y cerró tras él con dos pesados seguros. Browne
parecía alegre de tener compañía, tenía ante sí un festín y parecía darse la
gran vida, aunque confinado a cuatro paredes. Kenway se tranquilizó y dejó de
alucinar voces.
-
Te dicen que es todo igual, pero comer comida que otros han metido las manos…
Es desagradable. ¿Es mi salvador, señor Kenway?
-
Eso espero.
-
El pan, por ejemplo, nunca es igual cuando pasa de mano en mano, debe estar
recién horneado.- Abrió un paquete y sacó una larga hogaza de pan. Le dio una
buena mordida y se sacudió de inmediato. El pan tenía un polvo y el sabor era
inmundo. Antes que Thomas pudiera detenerle, Augustus trató de pasarse el asco
con agua. La lengua empezó a quemarle y se salpicó de agua por toda la cara.
-
¡Es lejía!- Gritó Kenway, buscando entre los frascos del sibarita. Las
quemaduras empezaban a notarse y Augustus corría histéricamente por más agua.
Kenway le detuvo de vaciarse un jarrón de agua y en su lugar le echó vinagre.
El ardor subsidió y Augustus Browne quedó sentado contra la ventana gritando de
dolor, pero con vida.- El sudor y el agua en su lengua reaccionaron a la lejía.
El aceite de lámpara le ayudará.
Inscrito en el paquete se encontraba
el número 66. Kenway conocía su significado, era once veces seis, once siendo
el número de la confusión y seis siendo el número del hombre. Idolatría, la
confusión del Hombre que se hace un ídolo de sí mismo. Sir Clayton abrió la
puerta de un golpe y al verle rociándole de aceite para lámparas asumió lo peor.
Augustus no podía hablar, tenía la lengua hinchada y con desagradables
pústulas. Kenway saltó sobre la cama y bajó corriendo las escaleras a toda
prisa. Sir Clayton finalmente pidió por ayuda, pero Thomas había saltado de un
balcón contra un árbol del jardín de la corte exterior y corría en delirio por
entre la gente que ya salía disfrazada, preparándose para la gran fiesta.
Vagó por las calles, el veneno aún
en su sistema, sabiendo que los soldados estarían buscándole muy pronto. Se
escondió en la casa de Dudley Alflatt la primera víctima y pasó la noche entera
rezando el padrenuestro. Podía oír a los soldados dando su descripción a gritos
y amenazando a quienes le refugiasen. Augustus Browne estaba con vida, podía
sentirlo, pero no podía decirle la verdad al lord, ¿o quizás Thomas Kendall no
lo permitía?, ¿quizás uno o ambos de sus hijos pertenecían a aquel aquelarre
demoníaco? Incluso con el hambre y la leve fiebre, producida por el agua
envenenada, al salir el sol encontró las respuestas que buscaba y dejó de
rezar. Consiguió hacerse de una máscara y una sotana de un grupo de villanos
que celebraban el carnaval. A la entrada del castillo se había construido una
plataforma para el lord y sus dos hijos donde podían lanzar carnes y tirar
monedas a los más necesitados. En aquel día el idiota era coronado y muchos
poetas cantaron burlonas canciones del enfermizo lord, quien no paraba de reír
y aplaudir. Como era costumbre en el feudo un preso fue liberado y lord Kendall
se lavó las manos, como Poncio Pilatos.
Entre las risas y la embriaguez
Thomas Kenway caminó hacia la plataforma, vestido como un monje con una máscara de madera con
la cara de un asno. No tenía duda, la
comida del lord estaría envenenada. Se abrió paso entre los borrachos
enmascarados y subió a la plataforma del lord. Se lanzó contra su plato de
comida y la lanzó al suelo, junto con su botella y copa de vino.
-
Lord Kendall, su comida estará envenenada, tratan de matarlo.
-
¿Kenway?- Un guardia logró quitarle la máscara y Thomas lo pateó tirándole de
la plataforma.
-
Ya tuvimos suficiente de ti.- Eric Kendall trató de tomarle del brazo, pero
Kenway se aferró a sus bolsillos para romperlos, histéricamente buscando algo,
hasta que cayó una pequeña botella de vidrio al suelo.- Yo nunca había visto
eso en mi vida, lo juro.
Un guardia le jaló de un pie, pero
consiguió patearle en el suelo y escabullirse entre los borrachos que cargaban
barriles de cerveza en procesión desde la destilería. En la frenética cacería
consiguió evadir a los guardias y encerrarse en la iglesia, donde el padre
Dunstan Sheldon pasaba el tiempo barriendo el suelo. Cerró las puertas y las
trabó.
-
No me gustan los borrachos.- Explicó el padre Sheldon.- ¿A usted tampoco, señor
Kenway?
-
Soy inocente, traté de salvar a Augustus y estoy seguro que la verdad saldrá a
la luz, era lejía, era…- Sheldon le indicó que se calmara y respirara
profundo.- Pido asilo.
-
Asilo…- Repitió el padre, comprendiendo las calamidades que eso podría
provocar.- Esto no se ve bien para usted, ni para mí.
-
Las cosas no se veían bien en esa cueva tampoco… Trece discípulos congregados
por un maestro… Aunque claro, hablamos del engañador. No. Nunca hubo trece
discípulos, sólo dos y el maestro. Usted era el maestro.
-
¿Pero qué ha dicho?
-
¿Cómo supo el asesino que el verdugo enmascarado era Derrick Smith si me juró
que sólo me lo había dicho a mí? A mí, y claro está, a su confesor. Sir Clayton
extorsionó a Rowley por el homicidio de su primo, otro pequeño secreto, ¿o qué
tal la esposa del gran maestre de la guilda de vidrieros que mató a su esposo
porque se enteró de su amante? El que controla los secretos tiene un gran
poder, Satanail favorece a los poderosos, y usted los fue soltando de poco en
poco para acomodar sus fichas.
-
Está diciendo tonterías, ¿por qué vengaría la muerte de un judío muerto hace
diez años?
-
Para cumplir con su amenaza, para adquirir mayor control sobre sus dos títeres.
Usted fue quien les persiguió, usted habló con ellos, se impregnó de su
cultura, alguien como usted sabría de su numerología. ¿Fue desde ese entonces
que se cuestionó si su dios existía de verdad?
-
No diga tonterías señor Kenway, porque puedo abrir esas puertas y…
-
Sus títeres, sus discípulos en su macabro tutelaje le dejaron mal, muy mal.
Debería estar avergonzado de ellos. Lord Kirby, por supuesto que era él. Sólo a
él le dije que veía a Satán como a un dios en mis crisis de fe y luego me atrae
con cualquier excusa, Lucius Trent, para que yo siga a un intruso saliendo de
la casa del judío Moshe. Una trampa muy burda, pero necesitaban hacerme creer
que había trece discípulos que no eran más que ropas en piedras. Su esposa
Lois… Otra metedura de pata, piénselo bien. El guardia murió de una puñalada al
pecho, ¿quién si no el barón podría acercarse lo suficiente para hacerlo? Pero
usted disfrutó cada momento de su falso duelo, de ese espectáculo que montó. La
esposa era más rica que él por herencia del duque.
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No, lo que dice son tonterías.
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No, le entiendo, lo aborrezco pero lo entiendo. Usted, hombrecillo ridículo
postrado en su confesionario escuchando las confesiones más vulgares de
alientos a cerveza. Sexo y deseos repugnantes. Escuchar de sus fornicaciones,
de sus candentes confesiones y horribles secretos por tantos años, la total
impotencia de actuar sobre sus propios deseos carnales. Y entonces aparece
Moshe Ereman, las viciosas torturas que ejecutó, una canalización de sus deseos
más profundos. Fue con los trucos baratos de Moshe que realmente estalló, ¿o
quizás fue después? Venenos, mala reputación y magia negra. Cuestiona su fe y
se da cuenta que si ese Jesús, impotente y crucificado que cuelga de esa pared
no responde a sus plegarias entonces el dios de Moshe Ereman sí lo hará. Y lo
hizo, ¿no es verdad? Sintió la presencia del mal y le transformó.
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¿Y servir a esa estatua sin valor?- Bramó Sheldon, con esa voz chillona e
insoportable que había escuchado en la caverna. Tomó su escoba y la lanzó
contra el crucifijo.- Sí, pasé diez años estudiando de sus números y
aprendiendo de venenos. Diez años y la situación se presentó por sí sola, la
venganza. La tan temida venganza, Satán debía cumplirla y lo hizo a través de
mí. Soy su conducto. ¿Kirby? Ése fue fácil de convencer, tengo horribles
secretos que le erizarían la piel sobre él, fue fácil hacer que mate a su
mujer, y le convino también. Lo hizo porque quería, porque podía hacerlo. Lo
hizo porque le dije que lo hiciera.
-
Sí, pero fue Ackley Beckwith quien lo echó a perder más aún. Heredaría la
guilda, Brady tiene un pie en la tumba. La guilda sería la única en el feudo.
Fue él quien me drogó en la cueva, pero más que eso fue la tormentosa noche
cuando él llegó antes que los demás. Dijo que lo escuchó desde su taberna, pero
los gritos de Ramsay Gladman apenas y eran audibles a la entrada de Doncaster.
Lord Kirby es amigo de Thomas, logran hacer que se muera el viejo y culpan a
Eric Kendall, su chivo expiatorio. Se casa con Helen Reddington y unifican
Doncaster y su vecino en un mismo poder. Pero un par de días en el potro y el
vidriero abrirá la boca, dirá todo.
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No, mi poder sobre él es mayor, es el poder de Satán.
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Me rehúso a creer eso, no es un dios, y tú no conseguirás nada porque el lord
vive. El plan era bueno, lo admito. Thomas se casa con Helen Reddington, el
barón encontraría la simpatía de los familiares de Lois y el idiota de Ackley
Beckwith se contentaría con ser gran maestre de la única guilda de vidrieros.
Su eslabón más débil, sin duda.
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No hay guilda establecida en Redshire, Ackley era más ambicioso de lo que
piensa. Te di tu oportunidad Thomas, ya sabes que adoro a un dios, híncate y
tendrás tu asilo. Abre la puerta y encontrarás la muerte. ¿Qué puede hacer un
hombre contra un dios?
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Nunca.- El padre Sheldon soltó un chillido desesperado y tomando un largo
candelero trató de atacarle. Kenway se hizo a un lado a tiempo y le golpeó en
la nariz con tanta fuerza que se la reventó y le dejó tirado en el suelo. Puso
su bota sobre su cuello y le miró desafiante.- Yo te diré lo que puede hacer,
resistir como Job, no ceder ante sus tentaciones como tú hiciste a cambio de
poder y sangre. Resistir, pelear y seguir en el recto sendero.
-
Mátame entonces.
-
No. Ya habrá tiempo para eso.- Kenway abrió las puertas principales y fue hecho
prisionero a golpes.
Kenway fue arrastrado hasta el
castillo, recibiendo patadas de los borrachos y escupitajos. Lord Kendall
quería verlo por sí mismo. Augustus Browne había escrito a su favor, pues su
lengua seguía terriblemente inflamada. Explicó todo lo que tenía que explicar
ante el lord y sus dos hijos. Sobre la locura del padre Sheldon, sobre sus
títeres, Ackley y el barón Kirby. Las preguntas y la evidencia convenció a lord
Kendall.
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Eso no es todo, desafortunadamente.- Dijo Kenway, quien estaba repleto de
sangre y lodo.- Devon Gladstone y Paul Marden le están estafando. ¿Aquella
noche que Kirby trató de matar a Marden? Gladstone estaba ahí, y le diré por
qué. Las cosechas milagrosas de Paul Marden le corresponden a usted. Con la
ayuda de su hijo Eric se destinan parte de las cosechas a Marden, amante de Martha
Clapham.
-
Esto es un absurdo.- Declaró Eric, pero su padre levantó la mano.
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No, quiero oírlo todo.
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Cómo decía… Linwood descubrió el fraude, por eso pelearon esa noche, y por eso
Devon o Marden tuvieron que matarla. Por eso no tenía sentido ese número, 14,
liberación o salvación. Pero ellos no sabían nada de numerología hebrea, a
diferencia del sacerdote. Su homicidio pasa desapercibido, pero suficiente para
hacer que Linwood no abra la boca. La cosecha milagrosa era tan grande que Eric
le deja usar los molinos a su antojo, simplemente tiene más de lo que cosecha.
Y con Eric vigilando como halcón, ¿quién sospecharía? Finalmente, Devon
Gladstone le convence que Paul Marden pueda vender su cosecha a Redshire. De
ese modo Eric tiene suficiente dinero para hacer su propia moneda, que ya había
comenzado a manufacturar gracias a esos judíos conversos, a quienes le pido que
deje libres. Todos esperaban su muerte, lamento decirlo, pero de manera
natural, fue el barón quien puso el veneno en las ropas de Eric. Él tendría
suficiente oro para acuñar su propia moneda, Thomas podría casarse finalmente
con lady Helen Reddington y unificarse con Redshire.
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Es cierto padre.- Dijo Thomas Kendall.- Quiero casarme con ella, terminar esta
rivalidad absurda. Y sí, todos esperábamos tu muerte con nuestros propios
planes, y me avergüenza decirlo.
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Si Gladstone ha estado robando,- Dijo Eric, visiblemente nervioso.- yo no me he
dado cuenta.
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No… tú sabías y creo que te críe demasiado listo por tu propio bien, por eso te
desheredo desde ahora. En cuanto a ti Thomas… Está bien, quizás este viejo
enfermo deba rectificar sus rencillas. No quiero dejar este mundo con malos
sabores de boca, además de la traición de mi propio hijo. En cuanto a ti
Kenway…
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Ahora sí aceptaré su oferta de un baño en tina.
Al día siguiente sir Clayton le dio
la noticia, tras ser sometido a algunas torturas Ackley confesó a todo, como
también lo hicieron Sheldon y Kirby. Kenway se disculpó por haberle tirado de
las escaleras, tomó sus cosas y se fue del castillo. Lord Kendall le esperaba
afuera.
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Se supone que debo guardar mi apetito matutino, es la peor parte de estos
cuarenta días.- Kenway sacó un pan de su saco y comenzó a comerlo,
compartiéndole un pedazo.
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No soy católico.- Lord Alexander se río entre tosidos.
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Serán decapitados esos tres. Quiero que lo sepas. Kirby aceptó que me
envenenarían en el postre, su amistad con mi hijo mayor le dejaría en un mejor
rango una vez unificados los feudos y ya estaba en contacto con la herencia que
le pertenecía por ser marido de la hija de un duque.
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No, si quiere curar a Doncaster, entonces cuélguelos en el mismo árbol en que
colgaron a Moshe Ereman. Después queme el árbol y destruya esa casa.
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Suena como un consejo más sabio. ¿Ya te
vas?
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Mi peregrinaje oscuro continúa. Pensé que confrontaría a Satanail aquí, pero
estaba equivocado, era sólo un gordo e impotente sacerdote que resultó un
sádico y un maniático.
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¿Maniático?, ¿no crees que haya estado poseído como él mismo afirma?
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Poseído sí, pero humano después de todo.
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¿Y crees que tu peregrinaje terminará eventualmente con esa confrontación?
Oscuro sería tu destino, Thomas Kenway.
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¿Quién sabe? Quizás no haya Satanail, quizás el sacrificio de Jesús en el árbol
fue suficiente para que dejara de ser un dios y fuera simplemente Satán. O
quizás sea el carnaval, donde el idiota se corona, los sacerdotes se hacen
hechiceros y yo me permito ver el mundo sin el velo del pecado que lo cubre.
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