jueves, 23 de julio de 2015

El carnaval del diablo

El carnaval del diablo
Por: Juan Sebastián Ohem


            Dudley Alflatt era bien conocido en la taberna del león, gastaba las pocas monedas que ganaba en cerveza y juegos de azar. Ésta noche, sin embargo, era diferente. Ésta noche era una celebración, el décimo aniversario. Bebió un tarro tras otro, no creía en maldiciones, pero sí tenía miedo. Aquella noche, diez años atrás, le habían marcado para siempre. Sus amigos se cansaron de él rápidamente, no dejaba de hablar del judío. Cabeza contra el mostrador de pino y su mirada vagando por las llamas de la pira en medio de la taberna, tarro en mano. Entre dos le cargaron un par de cuadras hasta su casa. Se trataba de una casa humilde, construida con piedras y argamasa, con un techo de madera y paja. Tenía pocas comodidades y le dejaron tirado sobre el cúmulo de paja en la que solía dormir. El tabernero, un grosero y corpulento hombre con un ojo de madera hizo las cuentas y, cuando era momento de cerrar, se dio cuenta que nadie había pagado por Dudley Alflatt. Decidido a cobrar su dinero caminó hasta su casa y al verle por la ventana el tabernero, quien pocas veces en su vida había sentido temor, se puso pálido, como si viese un fantasma. Y en cierto modo lo hacía. Dudley Alflatt estaba colgado del techo, sus ropas cortadas y brutalmente golpeado. Tenía una marca, como la del ganado con el número XIII. La voz se corrió por Doncaster, primero entre los asustados vecinos y luego por los soldados de pesados cascos de metal y cuero. La noticia llegó una hora después a la corte del lord Kendall. Escuchó la sombría noticia y asintió con gravedad. Había empezado. Sus hijos, el barón Kirby y los soldados esperaron por una orden. Lord Alexander Kendall se aclaró la garganta.
- Traigan a Kenway.


            Thomas Kenway no se encontraba lejos y un par de días después de la muerte de Dudley Alflatt fue escoltado hacia Doncaster. El feudo se había formado sobre la ladera de una montaña de peligrosos riscos. Era evidente que, en épocas anteriores, había sido un feudo importante, pues ahora las murallas estaban desechas casi por completo. La cuaresma se aproximaba y no hacía frío, pero había algo en Doncaster que le daba un aspecto de ruina. El castillo en la cima del risco, el burgo y la villa construidos en una forma serpenteante y de algún modo apretados entre sí, con extensos campos de cultivo en la base de la montaña. Los guardias habían construido palizadas a lo largo de estos cultivos y altas torres de madera, pero incluso éstas parecían viejas y poco resistentes. Cabalgó por los sinuosos caminos que llevaban hasta el castillo, una inmensa y antigua construcción de muchas torres y separada por un foso. Un vasallo se encargó de su caballo y Kenway fue llevado, con todas sus pertenencias, un bolso y un cuchillo, hasta la corte. Vestía como los vasallos, tenía una camisa de lana larga amarrada por su cinturón, pantalones y un batón viejo y descolorido. Las mujeres en el castillo susurraban a su alrededor, pues desentonaba incluso con los comunes y no podían creer que ese fuera el misterioso Kenway de quien lord Kendall se había referido crípticamente en un par de ocasiones.

            Le llevaron directamente a la corte, donde lord Kendall hizo las introducciones. Alexander era un hombre maduro, pero visiblemente enfermo de la tisis y no dejaba de toser en ningún momento. Presentó a sus hijos, Thomas y Eric. Al barón Charles Kirby y su esposa lady Lois, a Devon Gladstone administrador de sus tierras y al sacerdote Dunstan Sheldon. Thomas inclinó la cabeza con cada nombre y esperó instrucciones. Thomas Kendall, el hijo mayor, era un hombre apuesto de respingada nariz que, a juzgar por su elaborada indumentaria tenía un gusto por las cosas refinadas. Su hermano menor, Eric, tenía un mentón fuerte y parecía incluso ofendido por su presencia. El barón y su esposa le parecieron como los cortesanos más típicos, él con batones de terciopelo y medias hasta las rodillas, ella con un elaborado peinado en un cono con largas telas que parecían flotar a su alrededor. Devon Gladstone tenía una cabellera cana y largas barbas que imponían con su mera presencia. El cura le miró con intensidad, Kenway se imaginaba que sabría de su fe bogomil, pero le prestó poca atención. Dunstan Sheldon miró a otra parte, era un hombre calvo casi por completo con amplia barriga y entrado en años. Lord Kendall ordenó que se sentase a su izquierda, haciendo a un lado al padre Sheldon. Había otras personas en la corte, sentados en una mesa que parecían esperar su turno.
- Guildas y comunes.- Explicó lord Kendall.- Les tengo que admitir en mi corte, pero con cada día que pasa, con cada día que pierdo de vida, me parecen más y más como buitres.
- Padre,- Le interrumpió Thomas, señalando a las dos personas de pie en la mesa de la esquina. La corte estaba sobriamente decorada, tenía la misma peculiar sensación de decadencia que todo lo demás. Kenway notó que muchos de los vidrios estaban rotos y enredaderas y musgo comenzaban a crecer. Algunos tapices y tapetes amenizaban el lugar.- ¿Paul Marden?
- Sí, sí.- Paul Marden le miraba sin saber qué esperar. Vestía como cualquier otro común, con una larga bata encintada, pero tenía anillos y decoraciones que valían más que los tapices en la pared.- Sus cosechas han sido más que generosas, merece un espacio en mi corte. Y en cuanto a lady Wendolyn Colton, no tenía que preguntar.
- Mi lady.- Eric se paró de inmediato, le tomó de la mano y le llevó hasta su mesa. Wendolyn Colton era una hermosa rubia de larga cabellera adornada en trenzas.
- Mi hijo pareciera estar en las nubes Kenway, pero no lo está, supervisa a Devon Gladstone como un halcón. Uno nunca puede ser demasiado cuidadoso.
- ¿Mi lord?- Un viejo y frágil hombrecillo se puso de pie y pidió la palabra.
- Francis Brady, de la guilda de vidrieros.- Anunció un vasallo, aunque lord Kendall sabía quién era.- Solicita su audiencia.
- Otro día, si la competencia le parece injusta no es mi problema. No por ahora. No, ahora mi problema es un poco más… urgente.
- Padre, no creerás en…
- Por supuesto que sí Thomas, he vivido lo suficiente para merecer el ser supersticioso. Además, no había nada de supersticioso en el cadáver, ahí estaba. No era invento alguno. Cobrará venganza.- Tosió por un largo rato y Thomas Kenway esperó respetuosamente antes de hablar.- Mi primo te conoce, dice que eres un hombre discreto, confiable, que se ha enfrentado a esta clase de brutalidades en el pasado. Cierto caso macabro…
- Lo recuerdo bien.- Dijo Kenway secamente.
- Tenemos una situación y es muy tétrico todo el asunto. Se enteran de esto en Redshire y lord Reddington podría hacerse la idea que la edad me ha hecho débil. Mi vecino y Doncaster no están en la mejor de las situaciones diplomáticas. Será mejor que el padre Sheldon te explique.
- Hace diez años, durante la purga de judíos, hubo uno que insistió en quedarse. Seguimos con la ius judeus, nada de asociarse o casarse con cristianos devotos de Nuestro Señor, nada de usura… Este en particular, Moshe Ereman, a él no le importaba nada. Se dice que sacrificaba bebés en liturgias macabras y obscenas. Tenía un vasto conocimiento en las ciencias arcanas, la gente eventualmente se cansó de vivir con miedo. Hace diez años cinco comunes lo arrastraron fuera de su casa, que sigue aún intacta en su colina, y con la ayuda de tres testigos hicieron un juicio. Le encontraron culpable y le colgaron del árbol frente a su casa. Antes de morir dijo que tendría su venganza, que había despertado algo más allá de nuestro entendimiento y que regresaría en diez años para matar a aquellos que le ahorcaron.
- Dudley Alflatt fue el primero, ¿quiénes son los otros?- Preguntó Kenway, comiendo uvas de un tazón de madera.
- William Morley, Ramsay Gladman, Jonah Brattle y Augustus Browne. Fue un acto illegal por nuestras leyes, pero también un acto de desesperación. Tres mujeres atestiguaron sus rituales a la luz de la luna y los sacrificios a animales pequeños.
- Yo le vi.- Dijo Lois de Kirby, la esposa del barón.- Matando a una cabra y dibujando extraños símbolos en las cavernas bajo nuestro feudo.
- ¿Quiénes son los otros testigos?
- Son todas mujeres. Además de la esposa del barón, Martha Clapham y Judith Anderton.
- Tengo entendido que Dudley Alflatt fue colgado, ¿qué les hace pensar que hay algo más?
- Fue marcado por el número 13, el número de la mala suerte.- Intervino Eric.
- Quizás haya más que eso…- Dijo Kenway, meditando.- Si el asesino desea vengar la muerte de Moshe Ereman escogería la numerología de los hebreos. Sé un poco de sus números y el simbolismo que conllevan.
- ¿Lo añadiría a su lista de herejías?- Preguntó el padre Sheldon.- Lord Kendall me ha pedido que olvide su bogomilismo, pero me resulta difícil hacerlo.
- Si confía en mi criterio, o en el de lord Kendall, entonces hágalo. Estudié para el sacerdocio y pude leer de muchas herejías. El judaísmo no es mi fuerte, pero sé que todos los nombres atribuidos a Satanás en hebreo son divisibles por trece, pues las letras hebreas son también números. Israel se rebeló ante Dios trece veces en su marcha a su tierra santa. Tenía razón, lord Kendall, el asesino apenas comienza.
- ¿Y usted nos protegerá?- Un caballero entró a la sala con la frente en alto y mirada de arrogancia. Vestía aún con la cota de malla sobre su pecho y guantes de metal. Tenía su escudo en la espalda y una larga espada envainada con la cresta de Doncaster, el cuervo.- Un académico para un problema como este.
- Sir Clayton Sutton.- Thomas Kendall lo presentó. El caballero, un hombre apuesto y fornido tenía el pecho inflado y parecía dominar la habitación.- Si necesitamos a alguien para que extorsione a algún vasallo por un par de monedas le haremos saber sir Clayton. Necesitamos a alguien con algo en la cabeza y mi padre tiene confianza en el señor Kenway.
- He arrestado a un borracho que pudo haberlo hecho.
- No. Nuestro asesino no estaría ebrio.- Dijo Kenway y todos se rieron del caballero quien se alejó derrotado.

            Al caer la noche un vasallo le mostró el camino a su dormitorio. Lord Kendall le ofrecía ropas en un pesado armario y una espada, pero Thomas se conformaba con su cuchillo. Regresó por los pisos de piedra y paja hasta la corte. Entre los arcos de piedra podía ver a Eric Kendall quien caminaba llevando una antorcha. Sir Clayton apareció poco después. Thomas gruñó y regresó a la cama. Tendría mucho por hacer al día siguiente. El barón Charles Kirby parecía estarle esperando en la entrada del castillo, pues incluso tenía las riendas de su caballo. Mientras que el caballo del barón vestía tan elegante como él, el de Thomas tenía una gastada silla de montar y nada más. Cabalgaron y hablaron, yendo de derecha a izquierda conforme las calles de piedra y lodo se insinuaban de un lado u otro.
- No he oído de ningún aquelarre, pero después de todo, si los brujos son buenos en lo que hacen, y ese judío lo era, no deberíamos oír de ellos. ¿Me equivoco? He asignado docenas de soldados para patrullar los bosques y las cavernas. Me parece que daremos con ellos en cualquier momento.
- ¿Qué le hace pensar que hay más de uno?
- ¿Qué otra cosa podría ser, señor Kenway? A menos que sea el fantasma en persona de Moshe Ereman, es obvio que sus amigos judíos han decidido llevar a cabo su venganza.- Llegaron hasta otras caballerizas, donde una gran cantidad de ganado pastaba en los terrenos donde antes había habido altas murallas. Se bajaron de los caballos y lady Lois de Kirby saludó a su marido y a Thomas Kenway con una reverencia.
- ¿Le sorprende, señor Kenway?- Vestía como una mujer acostumbrada al trabajo con reses, aunque siempre portaba una dignidad que fácilmente le caracterizaba de los vasallos que obedecían sus órdenes.
- Honestamente sí.
- Mi esposa no le teme al trabajo manual, prácticamente se crío entre el ganado. Me parece que por eso me escogió a mí.- Bromeó el barón, mugiendo como una vaca y besando a su esposa en la frente.- Su familia solía tener la mayor cantidad de ganado de todo el ducado.
- ¿Y sus padres aprueban de su estilo de vida?
- Soy huérfana, mi padre, el duque, falleció hace poco.
- Discúlpeme, no lo sabía. De hecho quería hablar con usted, podría estar en peligro.
- Tonterías, no detendré mi vida por un loco.
- Al menos déjame que acomode guardias para tu itinerario.- Le rogó el barón y Lois se sonrojó.
- ¿Mirándome todo el día?
- Te miran de por sí, pero lo prefiero así.
- Así sea. ¿Usted cree en las venganzas desde la tumba, señor Kenway?
- No lo sé, no he visto una, aún. Por ahora asumo que nuestro enemigo es el mismo enemigo que hemos enfrentado siempre. Satanail.
- ¿Disculpe?
- En casos como este olvido, o pretendo olvidar que el sacrificio de Jesús lanzó al dios de este mundo al abismo. He visto demasiada maldad para poder decirlo con plena seguridad. Estamos hechos a su imagen, quizás no fue suficiente.
- ¿Entonces por qué hace lo que hace? Había oído de usted, por mi padre.
- Estoy peregrinando en el mundo del pecado en busca de virtud. ¿Acaso no lo estamos todos?
- Sabia respuesta.- Dijo el barón, luego de meditarla unos momentos.- ¿Qué sugiere hacer?
- Hablar con todos en esa lista. Con su ayuda podría ser más fácil, quizás no estén dispuestos a hablar conmigo, a ser francos, hasta que sea demasiado tarde y más víctimas aparezcan.

            William Morley tenía su granja más allá de los ruinosos muros, criando gallinas y cerdos. No parecía muy alterado por la muerte de Dudley, ni le ponía demasiada atención a la supuesta maldición. La presencia del barón parecía incomodarle y Kenway le pidió que les diera algo de espacio. El barón, algo ofendido, regresó a la villa cabalgando.
- No es de los fantasmas que debería preocuparse, es de ese castillo y los secretos que guarda. ¿Es cierto que el lord está a punto de morir?
- Está enfermo, pero nada más.
- Espero que no le pase nada, siempre ha tenido la mano dura con sir Clayton…
- Veo que el caballero andante no es muy popular.
- Sin nada qué hacer, ¿qué esperaba? De vez en cuando protege a los comerciantes.

            Eso era todo lo que podría sacar de ese hombre. Cruzó por los extensos campos de cultivo hasta las hectáreas de cebada. Según le había explicado el barón, en un mapa crudamente dibujado, Ramsay Gladman vivía la mayor parte del tiempo en sus propios cultivos en una casa de madera y yeso, supervisando a sus vasallos.
-  No le temo a ninguna maldición. Ha sido una broma pesada o algo así. Dudley se hizo de enemigos en la guilda de herreros hasta que le echaron. Si quiere saber qué me da miedo, es ese Linwood Clapham, dudo que quede algo de humanidad en él.
- ¿A qué se refiere?
- Él destila toda la cerveza en Doncaster, tiene su destilería del otro lado del muro. Me paga centavos para hacerse rico. Aún así, puedo estar agradecido que es mejor que la cerveza inmunda que beben en Redshire.
- Veo que estos dos feudos no están en buenas relaciones.- Ramsay, un hombre delgado y de mirada inteligente señaló los daños a las murallas y sonrió con sus pocos dientes.- ¿Martha Clapham es hermana o esposa de ese Linwood Clapham?
- Esposa, y vaya esposa, es una belleza de mujer. Linwood lo tiene todo.

            La destilería era un enorme edificio con alambiques y paredes con barriles de techo a piso. Tenían sus destiladoras ardientes conectadas a tubos que iban hasta los barriles y Linwood Clapham, luego de presentarse, se mostró como lo haría un orgulloso padre de familia. Su otro orgullo estaba a su lado, Martha Clapham, su pelirroja esposa que había testificado contra el hechicero judío.
- Yo sé lo que vi, señor Kenway. Extrañas marcas en los árboles muertos, como círculos dentro de cuadrados… Algo estaba llamando a ese tal Moshe, o quizás al revés, algo lo llamó a él. Sea como sea, está muerto y el asunto zanjado. Me preocupa más qué luciré para el carnaval que su  supuesta maldición. El adiós a la carne será en unos días, y a juzgar por los pronósticos habrá mucha carne, suficiente para pasar cuarenta días aburriéndonos a pan y agua.- Bromeó Martha.- En fin, yo tengo que ir al mercado, hacer algunas compras.
- Sólo… tenga cuidado.- Le dijo Thomas. La observó con cuidado, tenía un vestido escotado y demasiado perfume para ir al mercado. Thomas gruñó y se despidió de un gesto, pero decidió seguirla.

            Martha Clapham no fue al mercado. Le siguió por los ruinosos muros que eran usados como pared para construcciones, o que eran canibalizados para construir más casas. Salió al campo y la pudo ver con Paul Marden, el dueño de las abundantes cosechas que había sido aceptado en la corte. Mirando el sórdido espectáculo volvió a preguntarse por la virtud, pero alejó el pensamiento de inmediato. El mundo material le pertenecía a Satanail y no podía exigir mucho de la carne.

            Cabalgó de regreso al burgo, pues le habían dicho que Jonah Brattle laboraba en la guilda de vidrieros y vitralistas. El edificio de la guilda ocupaba gran parte de la manzana y empleaba a docenas de jornaleros que aprendían el fino arte de preparar el vidrio y armar los vitrales. Reconoció a Francis Brady, el gran maestre, de inmediato, por la mala recepción que había sufrido la noche anterior. Brady le hizo pasar y le presentó a su mano derecha, Ackley Beckwith, un muchacho fornido y de buen carácter.
- Está en los hornos, trabajando.- Le dijo al gran maestre, pero en cuanto se alejaron le confesó la verdad a Kenway.- Está borracho, de nuevo. Trato de mantenerlo en el oficio.
- ¡Ackley!- Jonah estaba tirado a un lado del horno de arcilla donde dos jornaleros cuidadosamente ingresaban una placa de vidrio.- Bebe una conmigo.
- Ésta es la última, o le diré al gran maestre. Has bebido lo suficiente. Ve a casa, o a donde quieras irte, pero piensa si quieres tener un oficio o no. En fin, este es Kenway, se supone que tiene preguntas para ti.
- Es por la lista, ¿no es cierto?
- No irán a creer esas cosas.- Dijo Ackley al ver que Kenway asentía.- Dudley no era muy querido. Habría muerto de borracho en el carnaval, de no ser porque alguien se le adelantó.
- Yo estuve ahí Ackley, con ese judío de ojos de fuego, nada menos que el demonio.- Entre los dos le pusieron de pie y le sentaron en un banco. Ackley le quitó la botella de cerveza y la derramó en el suelo.- Yo creo en la brujería. Yo creo que la otra guilda nos hace eso, magia negra. Nada menos que eso. Paul Marden y sus cosechas, Linwood y sus cofres llenos de oro, ¿qué no será magia, pactos con el diablo?
- O quizás trabajan en vez de embriagarse.- Le cortó Ackley.
- Sería recomendable que fuera cuidadoso, se mantuviera siempre cerca de amigos.- Dijo Kenway.- Y sí, deje de beber en el trabajo, podría terminar en un horno.
- Vendrá por mí, ¿qué diferencia tiene? Le matamos entre todos esa noche. Diez años atrás, jugamos con fuerzas que no entendíamos. Era culpable, y judío además, pero aún así, la memoria me atormenta. Adelante, Kenway, haga lo que pueda, pero nada puede hacerse contra un brujo como éste.- El ruido de los vidrios rotos interrumpió la conversación. Ackley salió corriendo y Thomas le siguió de cerca. Sir Clayton empujaba al frágil gran maestre Francis Brady contra la pared de ladrillos.
- Y quiero que sea lindo y grande para mi casa, y nada de cobrarme viejo, ¿me entiendes?
- Métete con alguien de tu tamaño.- Le espetó Ackley, aunque el caballero era mayor. Sir Clayton le soltó una bofetada con su guante de metal que lo lanzó al suelo. Thomas le puso la mano en la metálica muñeca y le miró a los ojos.
- Lord Kendall se enterará de esto. Adelante, haga lo que quiera conmigo. No le tengo miedo.
- Pues deberías hombrecito.- Le levantó la mano con la intención de golpearle, pero se quedó a centímetros de su rostro.
- ¿Eso es todo, sir Clayton?- El viejo gran maestre largó una carcajada y el caballero se fue.

            El último en su lista era Augustus Browne, tabernero al norte de la villa, cerca del castillo. La taberna parecía inclinarse hacia  un costado y estaba al borde de un rocoso desfiladero. Augustus salió nervioso de la trastienda para atender a su nuevo cliente. Ya caía la tarde y pronto los vasallos y jornaleros llegarían por su cena y cerveza, pero mientras tanto el lugar estaba vacío. La taberna, adornada con cabezas de venados era espaciosa y tenía una enorme chimenea al fondo de tabiques y piedras.
- Gracias por el aviso, pero ya estaba avisado, el barón pasó hace poco. Tendré cuidado.- Añadió, sin ofrecerle nada de beber, era obvio que le quería fuera. Thomas agradeció y salió de la taberna. Le dio la vuelta hasta el acceso lateral, donde Thomas Kendall, el hijo mayor del lord amenazaba al tabernero. Les pudo mirar a través de los agujeros en la madera.
- No te hagas al inocente que sé que tu hijo mayor, Mallory, tiene una taberna en Redshire. No me mires tan sorprendido, tengo espías allá también. No te lo diré dos veces, aléjate de Hellen Reddington. Yo sabré si viajas más allá de nuestros arruinados muros. No me obligues a hacer cosas que disfrutaré haciendo.

            Kenway gruñó y se alejó caminando. Un soldado caminó hacia él, se quitó el pesado casco de cuero y metal y se lo puso bajo el brazo. Parecía nervioso y asustado. Le indicó que le siguiera hasta una callejuela entre dos casas de dos plantas de madera y yeso pintado.
- Mi nombre es Derrick Smith, ¿usted es el señor Kenway que vino por la maldición?- Kenway asintió y el soldado pareció aliviado.- Señor, yo fui el verdugo encapuchado que lo ahorcó.
- No estabas en mi lista.
- No, porque nadie lo sabe. Sólo usted. Es la costumbre aquí en Doncaster, imagino que en todas partes es igual. Los verdugos son elegidos al azar, muchas veces ejecutamos a primos de vecinos y es mejor mantener el silencio y el anonimato.- Le mostró los colguijes en su cuello, talismanes hechos de madera y piedras.- ¿Qué puedo hacer?
- Rezar el padre nuestro, la oración que Jesús nos enseñó. No pongas tu fe en cosas hechas por la materia, que le corresponden al engañador. Pater noster, qui es in caelis,- Repitió Derrick de memoria.- sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in caelo, et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris.
Et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo. Quia tuum est regnum, et potéstas, et glória in sæcula sæculorum. Amen
- Amén.
- ¿Sabes qué quiere decir eso?- Derrick se sonrojó, era obvio que no sabía el latín.- Dios se encarnó en Jesús y este les dio a sus discípulos el arma contra el engañador, el rezo. Quiere decir, Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén. Son las seis peticiones que todo hombre ha de pedir al verdadero Dios.
- Gracias, en verdad.
- Y sigue manteniendo el secreto.- Le detuvo antes que comenzara a despedirse.- He oído de cavernas debajo del feudo, ¿me las puedes mostrar?
- Sí, pero tengo poco tiempo, tengo que estar en mi puesto en una hora.

            Derrick Smith le explicó que en otros tiempos habían servido de catacumbas, luego de bases militares cuando Redshire atacó, y eventualmente quedaron en desuso. A la entrada de la cueva, que aún era usada como bodega de trastes viejos, el soldado le encendió una antorcha y le deseó buena suerte. Recorrió el laberinto de las cavernas, marcando con su cuchillo las flechas que indicaban su camino. Podía ver, enterrado contra la piedra, vestigios de la civilización romana que parecían como comidos por la montaña. En su mayoría parecían ser columnas pero pudo adivinar un rostro, ahora irreconocible por la humedad y la erosión. Thomas se detuvo al escuchar un eco, fue distante al principio, pero cobró fuerza. Colgó su antorcha entre dos piedras y se alejó hacia la oscuridad, cuchillo en mano, esperando a su atacante, pero no llegó ninguno.
- ¿Qué esperanzas- El eco llevó una voz ronca, casi irreconocible hasta él.- puedes tener de detenerme?
- Muéstrate y verás.- Le retó Kenway.
- Me has ofendido Thomas, no hay más Dios que yo. Los judíos tienen razón.- Thomas sintió un escalofrío desde la base de la espalda, pero trató de sonar severo.
- Padre nuestro, que estás en los cielos…- Las carcajadas lo detuvieron.
- ¿Es que acaso no soy un dios?, ¿qué sabes tú del mal?
- Conozco el recto sendero.
- Lo has perdido Thomas, ¿dónde está la virtud?, ¿dónde el alma?
- No necesito ver para creer.
- Te postrarás ante mí, antes que yo termine mi obra. Thomas, soy tu verdadero Dios.
- ¡Déjame en paz!- La carcajada resonó de nuevo y Kenway recitó el padrenuestro, antorcha y cuchillo en mano de regreso a la salida.

            Kenway cabalgó de regreso a la villa, su mente vagando por oscuros pensamientos. ¿Era posible que su oscuro peregrinaje le hubiese llevado a ese momento? Recordó la pregunta de lady Lois de Kirby, el propósito de su solitario peregrinaje. Recobró el ánimo recordando lo que Jesús le había dicho a Pedro mientras era ejecutado, que aquellos eran el objeto de burla, y él mismo se reía de ellos pues estaban cubiertos por el velo de la ignorancia, por la mano de Satanail. En la caballeriza dejó el caballo a resguardo de un vasallo. Aún temblaba, pero se trató de convencer a sí mismo que era por la fría noche. Acompañó a su caballo unos metros hasta escuchar las risas de dos cómplices amantes. Ocultándose entre los caballos pudo ver a sir Clayton subiéndose los pantalones y saliendo de una bodega, rápidamente seguido de Martha Clapham, la testigo esposa de Linwood el cervecero. Kenway gruñó y caminó hacia el castillo.

            Cenó en la cocina, donde los sirvientes se preparaban para el carnaval, el adiós a la carne y tenían una bodega entera de saladas carnes. Escuchó la agitación de los soldados en el castillo llevando las malas noticias, William Morley estaba muerto en el pantano. Cabalgó a toda prisa junto con el barón y sir Clayton, no habían dado detalles, pero el siguiente nombre en la lista y, hasta ahora, Moshe o el demonio que había liberado, cumplía con su palabra. Bajaron la montaña y cabalgaron al este, donde un pantano cubría gran parte del terreno y hacía de frontera pues, según explicó el barón Kirby, era una trampa mortal para quienes no le conocían bien. Los soldados clavaron varias largas antorchas alrededor del cuerpo, el cura Dunstan Sheldon ya estaba ahí, pálido de miedo.

            William Morley estaba sentado y atado de tal forma que su cabeza estaba inclinada hacia atrás y su boca estaba abierta y quemada por los ardientes carbones que habían sido forzados hasta su esófago. Kenway pidió que le quitasen los carbones con cuidado, eran nueve de ellos. Los soldados temblaban, y no era por el frío. El padre Sheldon trató de calmar la situación, asegurándoles que Moshe no podía haber regresado de entre los muertos, pero no sonaba muy convencido. Eventualmente se acercó a Kenway con mirada suplicante.
- ¿Qué significan esos carbones?
- Han sido nueve… Tres es el número de lo completo, tres por tres es el número del juicio.
- No creo que haya calmado a los soldados porque yo mismo no estoy calmado. Yo expulsé a los judíos, yo fui quien desarmó sus redes de conspiraciones y…- No dijo nada más, pero Kenway imaginó las torturas a las que les habría sometido.- Moshe Ereman lo resistió todo, y decidió quedarse hasta… Bueno, hasta Morley y los demás lo enjuiciaron. Su casa en la colina aún permanece como una amenaza, dando pesadillas a los niños.
- Me gustaría ver esa casa.
- Regresemos a la villa, me ocuparé del cuerpo de Morley más tarde para darle cristiana sepultura.

            La casa de Moshe Ereman se encontraba sobre una colina rocosa en la villa y Kenway notó que la gente hacía un deliberado esfuerzo por no verla. Se trataba de una casa humilde, de piedras y argamasa, de techo de madera y paja, pero en el veían la maldad del hechicero. Kenway forzó la cerradura y entró en compañía del padre Sheldon, quien lanzó agua bendita por todas partes y comenzó a rezar el rosario. Kenway encontró una covacha pequeña en una esquina, con dos anaqueles de frascos donde fermentaba raíces para producir venenos. Los tiró todos al suelo. Buscó por una vela o una lámpara, pues la única iluminación provenía de la antorcha del guardia en la entrada que no se atrevía a entrar. Eventualmente encontró un candelero y encendió las velas. En el suelo, al centro de la casa había marcas de cera y de quemaduras. Sheldon lanzó agua bendita y Thomas gruñó. Sabía lo que eran, hechizos en la forma de círculos que contienen cuadrados mágicos, repletos de letras en hebreo. Encontró también unos cuantos pelos de su mismo tono de rubio y un escalofrío involuntariamente le hizo ponerse de pie. El padre encontró libros en hebreo, los cargó y los tiró a la calle para que fueran quemados.
- Tengo fe en el Señor y en su tradición apostólica, señor Kenway.- Dijo el padre Sheldon mientras salían de la casa.- Sé que las ánimas permanecen en el infierno, en el purgatorio o en el cielo. En el infierno en el caso de Moshe Ereman, por eso sé que no puede ser él, sino más bien el demonio.
- El engañador jala los hilos, padre Sheldon, pero ¿cuántos títeres tiene aquí en Doncaster? Eso queda aún sin resolver. Por ahora necesito comida y algún licor fuerte.

            Thomas Kenway caminó hasta la primera posada que encontró, la posada del ahorcado con el deseo de cenar en soledad, pero su presencia había atraído demasiada atención. La encargada de la posada, Madeline Cooper y el encargado del cementerio, Ambrose Furner, resultaron ser los chismosos del pueblo. Exageraron los hechizos del judío, culpándole de cada parto difícil, de cada vaca cuya leche se agriaba e incluso de las tormentas eléctricas.
- Me hace pensar en mudarme a Redshire,- Dijo la posadera.- de no ser por la mala sangre entre nosotros. No somos bienvenidos allí y el sentimiento es mutuo.
- Suficientes cosas pasan ya aquí en Doncaster, como para pensar en Redshire.- Dijo el cuidador del cementerio en tono de misterio.- Los hijos del lord salen de noche, Dios sabrá para qué.
- ¿Y les ha visto?- Ambrose señaló por el ventanal hacia una figura envuelta de un pesado abrigo con capucha.
- Ese es Eric Kendall, estoy seguro pues le he visto antes con ese abrigo.

            Kenway se terminó el potaje, pagó lo que debía y salió a seguirlo, Ambrose le siguió a él, pese a sus insistencias. Le siguieron de lejos, por entre los huertos de la villa hasta una casa que también hacía de taller. Ambrose conocía bien el lugar, le pertenecía a Garrick Rowley. Se acercaron un poco más, una mujer le invitó a entrar y Ambrose la señaló como Anne Rowley, la esposa del gran maestre de la guilda de herreros. Kenway gruñó, por las ventanas redondas no podía ver al marido por ninguna parte. Regresaron a la posada, donde el cuidador se despidió y él siguió caminando. Escuchó el nombre de Garrick Rowley por la voz de sir Clayton Sutton. Se agazapó contra la esquina de una casa de piedra para observarles bien. El caballero le detuvo con violencia. Garrick parecía asustado aunque trataba de disimularlo.
- ¿Por qué será que los grandes maestros de las guildas siempre se quejan de lo mal que va el negocio?- Le preguntó Clayton, quien aún vestía con las ropas de un caballero y la cota de malla en su cuello que le llegaba hasta el pecho.- Sé muy bien que tu guilda te ha dejado mucho dinero.
- No más de lo usual.- Sir Clayton señaló la pequeña bolsa de cuero que colgaba de su cinturón.- ¿Me va a robar de mi dinero?
- No, no te robaré ese dinero. Más de lo que gana cualquier maestro de guilda, por cierto. Haremos un trueque. Yo sé muy bien, lo he sabido por años, que mataste a tu primo en las cavernas para evitar que hablara sobre ciertas cosas indebidas.- Garrick se puso pálido.- Me parece que mi silencio vale lo que está en esa bolsa.
- Pero, ¿cómo…- Sir Clayton le interrumpió robándole la bolsa. Se sorprendió de su peso, calculándola con su mano.
- ¿De dónde sacas tanto dinero Garrick?
- Trabajando.
- Sí, claro, trabajando. Necesito del dinero, y ya llevaba tiempo guardándome el secreto, sabía que valdría algo tarde o temprano. Puedes irte Garrick, pero no olvides, yo sé lo que pasó en esa cueva y, aunque hayas pagado por mi silencio, esto no borra el recuerdo.

            Garrick Rowley se alejó corriendo y entró a una taberna, sacando las monedas que había escondido en un bolsillo secreto de su cinturón. Kenway regresó a la posada, no tenía ganas de ir al castillo. Entre las piras pudo ver de nuevo a Eric Kendall, quien caminaba con la cabeza gacha hacia el muro, donde Lois de Kirby le esperaba con una lámpara  a la entrada de su ranchería. Escondido entre las reses y la composta les siguió hasta una bodega. Eric se quitó el pesado abrigo y se sentó a un lado de la esposa del barón Kirby sobre un barril.
- Sé que tu esposo podría sospechar lo peor de mí si se enterara.
- No lo hará, lo prometo.
- Lois, sé que tienes el oído de lady Wendolyn, quiero que hables a mi favor. Se ha encariñado con Hugh Anderton, no sé por qué.- Thomas tardó un tiempo en relacionar el apellido con otra de las testigos, Judith Anderton.- Sé que tu marido es amigo de los Anderton, pero tal vez le convendría cambiar de actitud. El barón me tiene muy poca estima, pero eso también debería cambiar. Su amistad con mi hermano… Bueno, sólo digamos que las cosas van a cambiar cuando muera mi padre, y ambos sabemos que será pronto. La tisis le ha afectado mucho. Más de lo que la gente cree.
- Hablaré con Wendolyn sobre ti, pero yo no tengo poder sobre mi marido, no puedo decirle que deje de ser amigo de tu hermano Thomas, ni de los hermanos Anderton.

            Eric le besó la mano y se fue. Kenway gruñó y salió de entre las reses, caminando con calma hasta la posada del ahorcado, donde pagó por una habitación. Soñó con Lois de Kirby y su pregunta, se veía a sí mismo en aquellas cavernas, en aquellas ruinas romanas que habían sido devoradas casi por completo. Soñó con los ecos que se mofaban de él, que le retaban con preguntas que no podía contestarse. ¿Era posible que su oscuro peregrinaje, su solitario andar en el recto sendero le llevase hasta ese momento, hasta las fauces de Satanail? Se levantó inquieto y sudando frío a primera hora del día. Al abrir los ojos notó que su cuchillo estaba clavado en la pared sobre su cabeza, y que había también un crudo dibujo de gis en la puerta de un rostro cornudo. Sacó el cuchillo y lo volvió a guardar. Borró el dibujo, pero no podría borrar su pesadilla. Sospechando que Eric Kendall le había descubierto espiándole, o quizás Lois de Kirby, decidió seguirla. Resultó que no era difícil, en todo momento tenía a un guardia con arco y espada siguiéndole los pasos a prudente distancia. La mujer parecía no descansar nunca. Luego de ordenar a sus vasallos con los trabajos diurnos en la granja cabalgó hacia los campos fuera de los dilapidados muros. Kenway la siguió por un tiempo hasta verla en las tierras de Paul Marden, el común cuyas cosechas le habían valido un espacio en la corte. No parecían felices de verse mutuamente y discutieron acaloradamente. Intentó acercarse, pero el soldado preparó una flecha y le ordenó de un grito que se alejara, pues le había notado siguiéndoles. Thomas gruñó y decidió desayunar en el castillo.

            Aunque trató de escabullirse a la cocina el barón Kirby insistió que desayunara con lord Kendall en su espacioso, aunque maltratado, salón. Le pareció a Kenway que el castillo, quizás todo Doncaster, se había contagiado de la enfermedad de lord Alexander Kendall, quien en aquella mañana tenía problemas para mantenerse recto. Se cubría con su abrigo como lo hacen los ancianos, y expulsó a los médicos que le insistían en otra terapia de sanguijuelas.
- ¡Kenway! ¿Adónde te habías metido?
- Dormí en una posada, mi lord.- Lord Kendall le invitó a sentarse. Desayunaron carne, y le dio la impresión que eso era todo lo que comerían, mañana, tarde y noche, antes de despedirse de ella y lanzarla a sus vasallos durante el carnaval.
- Acuñar nuestras propias monedas dejaría grandes ganancias para el comercio.- Dijo Eric Kendall y el barón negó con la cabeza.
- A corto plazo.
- ¿Y hacerle pensar a lord Reddington que estamos jugándole chueco?- Preguntó lord Kendall.- Ya de por si sus cosechas fueron pobres, no necesitamos más antagonismos. ¿Qué hay de este asunto tan espantoso? Tan cerca de la cuaresma, me da escalofríos.
- Las fiestas deben respetarse.- Dijo el padre Sheldon.- Estoy seguro que daremos con los responsables.
- No suenas muy seguro.- Le retó Thomas Kendall, el hijo mayor.- ¿Se ha vuelto supersticioso?
- No… No del todo.

            Terminado el desayuno el padre Sheldon invitó a Kenway a caminar por los campos del señor. Los vasallos se tomaban turnos para trabajar y Devon Gladstone parecía estar en todas partes, vigilando cada aspecto del proceso. Incluso cuando no había mucho qué hacer.
- Ustedes los bogomiles, ¿creen en fantasmas?
- Creemos que este mundo, el material, fue creado por Satanail. No pudo crear al Hombre, necesitó la ayuda de Dios. Ciertos textos hablan sobre la reencarnación, sobre un cobrador de impuestos, por decirlo de alguna manera, que examina tus errores y faltas. Dudo aplique a los judíos, ellos adoran al diablo.
- Es el mismo Dios, aunque estén ciegos de la revelación de Nuestro Señor Jesucristo.
- Ciegos o sordos no importa, alguien me visitó en la noche, mientras dormía. Clavó mi cuchillo sobre mi cabeza y dejó su marca en la puerta. La marca del diablo.
- No desiste señor Kenway.- El padre Sheldon sonrió.-  Qué situación más peculiar, yo, defensor de la fe cristiana, rogándole a un hereje para que se quede. El barón Kirby es un hombre brillante, pero necesita de su ayuda. Después de todo, si lo dejásemos en manos de sir Clayton nuestros asesinos podrían matar a toda la villa antes que se diera cuenta.
- ¿Qué le hace pensar que hay más de uno?
- Morley tuvo que ser arrastrado al pantano y amarrado, me estoy haciendo la idea, señor Kenway, que estas muertas, si nada sobrenatural ha metido su horrible mano, son producto de varias personas.
- Y el demonio dijo que era Legión.- El padre comprendió la alusión al Nuevo Testamento y sonrió.- Pero hay uno solo. Un engañador, y se encuentra en Doncaster. El feudo de la lujuria y los secretos.
- ¿Es que todo lo que ve son pecados?
- Estamos hechos de pecado, padre Sheldon. Pocos son los que caminan el recto sendero, los que saben la verdad, que Gabriel, hijo de Dios, entró en Jesús y dejó que su cuerpo fuera atormentado para enseñar que la carne es débil, patéticamente débil y hecha de pecado, pero el alma, la virtud, eso no puede ser destruido.

            El padre Sheldon le miró desaprobatoriamente, pero antes que pudiera decir otra palabra sonaron las campanas de los guardias y sonaron los gritos. Corrieron a la caballeriza y cabalgaron hasta una casa en el burgo. La casa de yeso pintado estaba rodeada de soldados, pero no era obra del hechicero Moshe, explicaron de inmediato, sino más bien de algo más mundano. Arrastraron a una mujer en cadenas, estaba empapada en sangre y gritaba histéricamente sobre las amantes de su esposo.
- Le clavó un cuchillo en la garganta señor, luego siguió acuchillando. Nos dimos cuenta por casualidad, le escuchamos llorando en una esquina, hablando de su libidinoso marido.
- ¿Quiénes son?- Preguntó Kenway.
- La víctima era el gran maestre de la guilda de vidrieros de los Commonway. Arthur Commonway, y su esposa es Mary Anne.
- Interesante.- Dijo Kenway.- Tengo que ir a la guilda de Francis Brady.
- ¿Usted cree que haya algo más?- Preguntó el padre.
- No confío en nadie en este momento.

            Cabalgaron juntos a la guilda. Francis Brady les recibió, ya había escuchado la noticia y hacía lo mejor posible por fingir que estaba adolorido. Sus jornaleros y aprendices hacían lo mismo. Todos habían estado trabajando, insistió Brady, pero el padre Sheldon le tranquilizó, tenían a la culpable, su esposa Mary Anne.
- ¿Y por qué haría algo así?- Preguntó Ackley Beckwith, su mano derecha.
- Lío de faldas.- Explicó Kenway, señalando el labio partido de Ackley.- ¿Sir Clayton?
- Ha regresado y más enojado aún, quiere que trabajemos para él sin pago alguno.
- ¿Y el borracho?
- Jonah está sobrio.- Dijo Ackley, quien le acompañó hasta los hornos donde le pudo ver trabajando.- El susto le mantiene sobrio, escuchó sobre ese tal Morley.
- Yo hablaré con sir Clayton.- Dijo el cura.- Esto no puede seguir así.
- ¡Kenway!- Reconoció la voz del barón Kirby en la calle, buscándole.- Suba a su caballo.
- ¿Qué ocurre?
- Mi mujer debía verme en mi casa a estas horas y no ha llegado.

            Le siguió a caballo a toda velocidad por las curvilíneas calles de Doncaster, casi aplastando a un niño que descuidadamente jugaba afuera de una casa. Eventualmente la encontraron en el granero. Entre los sacos de harina y trigo Lois de Kirby había sido amarrada a una viga en el techo. No era la única víctima. Mientras el barón lloraba a sus pies, Kenway se acercó al guardia que debía protegerla. No le había servido de mucho, había sido apuñalado en el pecho y su cuerpo yacía escondido entre los sacos. Kenway se acercó a la difunta, aún amarrada de sus muñecas y colgando del techo. Contó los latigazos en la espalda de su desnudo cuerpo, eran 18.
- En el libro de Jueces, Israel fue mantenido en cautiverio por 18 años, primero por Eglon y luego por Ammon.- Examinó su cabeza, había sido apuñalada en la nuca.- Aunque eso no es lo que la mató, nuestro asesinó dejó su marca. No hay duda de eso. Las testigos están en riesgo. 
- Santa madre de Dios.- Dijo el padre Sheldon. El barón lloraba hincado a los pies de su esposa, abrazándoles. Su duelo se convirtió en rabia y se acercó a Kenway con los nudillos blancos.
- ¿Cuándo planea hacer algo señor Kenway?
- Yo traté de seguir a su esposa, pero su guardián me lo impidió.
- Lo castigaré hoy mismo, alguien responderá por la muerte de mi Lois… Dijo que la siguió, ¿qué hizo o con quién habló?
- Paul Marden.- Dijo Kenway, luego de unos segundos de duda.

            El barón Kirby se subió a su elegante caballo y Kenway le siguió a toda prisa, dejando atrás al sacerdote. Salieron de los muros y cabalgaron por las tierras de Marden. El barón gritaba su nombre y tenía la espada bien agarrada. Marden estaba ahí, supervisando a sus vasallos y miró a ambos con auténtica expresión de temor. El barón lo golpeó en el estómago, desenvainó su espada cuando Marden estaba en el suelo y le colocó el filo en el cuello.
- No, por Dios, no me maten, no hice nada malo, lo juro.
- ¿De qué discutieron usted y Lois de Kirby?- Preguntó Kenway. La palabra discusión enojó aún más al barón.
- Vacas, sólo de vacas perdidas. Ella me acusaba de haberle robado ganado, pues dos de sus vacas se habían perdido, seguramente habló con otros comunes. Por favor, yo no hice nada.
- No le creo.- Dijo el barón. Kenway gruñó y se agachó de cuclillas.
- Piense muy bien lo que está a punto de decir señor Marden, pues puede costarle la vida. ¿Qué hizo desde el amanecer hasta ahora?
- He estado aquí, ni siquiera he ido a mi casa en el burgo, aún quedan muchos detalles de las cosechas. Puede preguntarle a cualquiera.
- Hablando se obtienen más respuestas que cortando cabezas.- Kenway convenció al barón de guardar la espada y éste le pidió un momento a solas para poder llorar en paz.
- ¿Qué pasó?- Preguntó Paul Marden, poniéndose de pie.
- Su esposa, fue otra víctima más de una diabólica conspiración.- Se acercó al barón y le dio una palmada en la espalda que pareció hacerle reaccionar.- Quizás deberíamos alertar a las otras testigos. Quizás eso le ayude a pasar el tiempo antes del funeral.
- Sí, sí, estoy demasiado… Vamos. Los Anderton primero, son amigos cercanos.

            Los hermanos Judith y Hugh Anderton eran dueños de dos de los tres molinos del feudo por una concesión de lord Kendall mediante el barón Charles Kirby. Los hermanos le dieron el pésame y Judith trató de hacerle sentir mejor regalándole su mejor pan, pues ella era también repostera y tenía su cocina en el burgo.
- Empezamos de cero, fuimos vasallos del barón por muchos años.- Explicó Judith, mientras su hermano seguía consolando al barón.- Ahora somos comunes y es todo gracias a él, me parte el corazón verle de esa forma. Es gracias a él que nos podemos quedar con el diez por ciento de todo lo que pasa por los molinos. Es un buen hombre… Lois, yo solía llevarle el desayuno a la cama. Ella estaba acostumbrada a esas cosas siendo hija de un duque y todo eso. Era una mujer ruda, pero en el buen sentido. ¿La conoció?
- Tuve el honor.
- Todos los días pasaba por nuestra casa y me pedía un pan. ¿Puede creerlo? El gesto es… como era ella… No tenía por qué hacerlo, seguro hay panaderos y reposteros que son mejores que yo, pero aún así ella iba a nuestra casa y nos trataba como a todo el mundo.
- Llueve sobre los justos y los injustos.
- Yo estaré bien protegida, tengo a mi hermano Hugh que me cuidará en todo momento.
- No le quitaré el ojo de encima.- Dijo Hugh con plena seriedad.- Aunque quede visco.
- ¿Disculpe?
- Tiene sus ojos sobre lady Wendolyn Colton.- Le susurró Judith Anderton.
- ¿Es realmente obra del demonio?
- Sí, pero ese demonio tiene nombre y apellido. Satanail actúa a través de la pecaminosa carne. Por eso es necesario saberlo todo, algo me dice que hay una trama mucho más grande que una mera venganza, o la simulación de una.
- Pueden hablar con franqueza.- Les dijo el barón.- Lord Kendall le tiene tanta confianza como a mí, y les pido que le tengan la misma confianza que tienen sobre mi persona.
- No es nada…- Dijo Hugh, notoriamente nervioso.- Es sólo que es difícil obligar a ciertas personas a pagar por moler los granos.
- ¿A qué se refiere?- Preguntó Kenway, admirando los dos molinos. Los dos molinos de viento estaban ayudados por algunos vasallos y una mula que caminaba en círculos. Thomas pensó que era una de las pocas construcciones en Doncaster que no le daba una extraña sensación de inexplicable nerviosismo.
- Ramsay Gladman no paga, siempre pone excusas, ya sabe cómo es él barón Kirby. Paul Marden al menos tiene excusa, Eric Kendall le deja moler los granos a su antojo. Al final del día estos molinos son concesionados por los lores, no nos pertenecen a nosotros.

            El barón parecía más tranquilo, pero al ver a su mujer en un ataúd le partió el corazón y volvió a llorar. No estaba, y lo dejo saber a viva voz, muy impresionado por los métodos de Thomas Kenway. El padre Sheldon trató de consolarlo y llevar a cabo la misa. Kenway esperó afuera, no creía en la Iglesia, ni en sus misas, pero rezó un padrenuestro para que el alma de Lois de Kirby fuera encontrada inocente de toda culpa y no reencarnara.
- Aquellos vasallos dirían lo que fuera.- Thomas no se dio cuenta del paso del tiempo. Había estado comiendo frutas de un vendedor ambulante frente a la iglesia hasta entrada la noche. La misa se había alargado, pues la familia de lord Kendall y prácticamente todas las personas de importancia en Doncaster habían acudido para darle el pésame. El barón se subió a su caballo y Kenway le imitó, pues sabía a dónde iba.

            Cabalgaron de regreso a las tierras de Paul Marden, pero los vasallos les dijeron que ya no estaba ahí. Corroboraron su coartada, pero lord Kirby no estaba satisfecho. Cabalgaron a toda prisa por las apretadas calles de Doncaster hasta el burgo, donde las casas de yeso pintado y madera parecían, por estar casi en la cima de la montaña, supervisar la villa y sus pequeños huertos. Kenway trató de detenerle e hizo correr la voz con los soldados que el barón estaba a punto de hacer algo terriblemente torpe. Despertaron a todos en el burgo, pues Kirby gritaba a todo pulmón que quería arrancarle el corazón a Paul Marden y lanzárselo a los lobos. Una docena de soldados llegaron cuando el barón abrió la puerta de la residencia a patadas y desenvainó su espada.
- Tenga cuidado con lo que hace con eso.- Le increpó Devon Gladstone. Paul Marden se escondía a sus espaldas, pálido de miedo.
- Mató a mi mujer.
- No lo sabemos.- Dijo Kenway.
- Suficiente de hablar, suficiente de tus métodos de esperar y ver que todos se mueran. No, quiero a Marden.
- Lord Kirby,- El administrador de las tierras del señor consiguió calmarle un poco, al menos para que envainara su espada y los soldados elegantemente le empujaron fuera del domicilio.- lamento su pérdida como le dije en el funeral de su amada Lois, pero no conseguirá nada bueno así. ¿Ha preguntado a los vasallos si Marden estaba con ellos?
- Mandé gente durante el funeral, todos dijeron que estuvo ahí todo el día.- Admitió finalmente.

            Los soldados consiguieron calmar al barón, quien eventualmente aceptó ir al castillo. Kenway no le siguió, estaba más intrigado por las andanzas nocturnas de Eric Kendall y su posible amorío con Anne Rowley, la esposa del gran maestre Garrick de la guilda de herreros. Esperó en la posada del ahorcado, donde cenó algo rápido y trató de evitar los chismes. Eventualmente apareció Eric Kendall de nuevo, con su pesado abrigo y su capucha. Le siguió de lejos hasta la casa-taller de los Rowley. Podía escuchar sus pisadas, y también el distintivo sonido de las monedas de oro que seguramente llevaba en el pequeño bolso al que se aferraba con ambas manos. Se escondió entre los huertos por unos momentos, pues Eric volteaba para todas partes buscando posibles mirones. Anne Rowley le abrió la puerta y Kenway se acercó a la casa, agazapándose contra una de las paredes de madera. Asomó la cabeza por un instante. En el taller se encontraba también Garrick. Si el hijo menor del lord estaba teniendo un amorío lo guardaba muy en secreto. Trató de escuchar la conversación pero antes de poder cambiar de posición escuchó pisadas detrás de él y súbitamente un golpe a la cabeza que lo desmayó.

            Thomas Kenway se despertó en el bosque, su pie amarrado a un árbol muerto. El miedo dio paso a la adrenalina. Podía ver que faltaban horas para el amanecer y podía ver Doncaster en la lejanía. Si le querían muerto, lo habrían matado. Se levantó, aún adolorido y notó que el suelo había sido limpiado. Se encontraba cerca de un círculo mágico, había leído sobre ellos cuando aún estaba preparándose para ser sacerdote. El círculo, alrededor del árbol muerto contenía letras en hebreo que histéricamente borró tirando piedras y tierra. Sabía, desde su despertar espiritual, desde que aprendió de los textos bogomiles la verdadera fe y el recto sendero, que el dios de los judíos era Satanail, creador del mundo material. Mientras forzaba el mecate contra una rama gruesa no pudo sino preguntarse a sí mismo una simple pregunta, ¿adónde le llevaría su peregrinaje oscuro? Los peregrinos católicos visitaban reliquias o se aventuraban a tierra santa, pero ¿qué esperaba encontrar él, quien en todo veía el velo del pecado, sino a su peor enemigo? Mientras rompía el mecate y se revisaba el chipote en la cabeza se preguntó si era posible que finalmente hubiese llegado a su meta final, desconocida para él, pero conocida para su peor enemigo.

            Regresó a Doncaster caminando y muerto de hambre. No se detuvo en su andar hasta llegar al castillo, e incluso entonces no entabló conversación con lord Kendall, quien estaba preocupado por él. Fue directo a su habitación por ropa limpia. Lord Kendall le ofreció un baño en su tina, podía escoger a la sirvienta que quisiera, pero Thomas no estaba de ánimo. Le explicó que había sido asaltado en la noche, pero omitió todo acerca de su hijo Eric, a quien desesperadamente deseaba confrontar. Salió del castillo luego de un desayuno con mucha carne y le buscó en las tierras señoriales. Eric Kendall parecía ocupado, podía verle de lejos discutiendo con el administrador de las tierras, Devon Gladstone. Decidió esperar a que la conversación terminara, y también para que él mismo pudiera calmarse, pero el destino le tenía otros planes. Siguió a los soldados que salieron corriendo del castillo.

            Les siguió hasta una pequeña casa en la villa. Un soldado explicó que Derrick Smith, quien había sido el anónimo verdugo del brujo Moshe, había heredado esa casa de su hermana y ocasionalmente la usaba para mujeres de baja categoría, cuando no llegaba a dormir en los cuarteles. Se abrió paso entre los soldados y le vio colgado de una viga en el techo. Una nota descansaba sobre una mesa, el único mueble, además de una cama y una silla. Un soldado trató de leerla, pero no sabía leer y el padre Sheldon se la arrancó de las manos.
- Dice así, “lamento haber matado a un hombre inocente y culpo a los falsos fiscales de haberme injuriado en busca de ganancias y a las testigos por haber mentido.” No lo entiendo.
- Debió ser él bajo la capucha.- Aventuró un soldado.
- Eso no es todo.- Kenway cortó el nudo con su cuchillo, los soldados le ayudaron a acostar el cuerpo boca abajo. Tenía en la espalda de su ligera camisa de lana el mismo círculo mágico en el que Kenway había despertado.
- Se suicidó por la culpa.- Dijo un soldado.
- Tonterías.- Dijo el padre Sheldon.- Moshe Ereman merecía la muerte y más que eso.
- El padre tiene razón.- Dijo Thomas, mostrando que Derrick Smith tenía el pulgar roto en su mano izquierda.- Él no podría haber hecho ese nudo. Alguien le ayudó, el mismo alguien que le dictó esa nota suicida. Me tengo que ir, padre Sheldon, ¿puede encargarse?
- Recibirá cristiana sepultura señor Kenway, no se preocupe.

            Thomas decidió alertar a Martha Clapham del peligro que corría. Le encontró en la destilería de su esposo Linwood. Le advirtió, aunque no tenía que hacerlo, ya sabía de lo que había sido de Lois de Kirby. Omitió su conocimiento sobre sus dos amantes, Paul Marden y sir Clayton Sutton. Linwood no prestaba atención, estaba discutiendo con Paul Marden. Martha parecía muy incómoda de tenerle tan cerca.
- Yo sólo quiero lo que es justo, te vendo la cebada al mismo precio que Ramsay Gladman, sabes que es buen negocio.- Notó la presencia de Kenway y se puso nervioso, buscando a lord Kirby.
- No, no está aquí, y está a salvo señor Marden.
- Lo pensaré Paul.- Le dijo Linwood como despedida.
- Lo hará.- Susurró Martha, en tono conspirativo.- Ya ni se habla con Ramsay Gladman.
- Bajo mi cuidado,- Dijo Linwood Clapham.- mi Martha no se meterá en problemas.

            Thomas gruñó, pero no dijo nada más. Escuchó la voz de lord Kirby y del padre Sheldon. Cabalgó para verles a la entrada de la villa. Lord Kirby estaba cansado de esperar. Buscaba terminar con el diabólico aquelarre de una vez por todas. Tenía a todos los soldados que podía usar para revisar cada bosque, cueva y hasta en los pantanos.
- Lleven a sir Clayton, quizás así tenga algo que hacer. No puedo ir con ustedes.
- ¿No cree que tengamos suerte o quiere seguir hablando?
- Es algo más personal.- Kenway no dio más detalles y el padre Sheldon le hizo una seña a lord Kirby para que no indagara más.
- Por cierto, el lord le busca.

            Lord Alexander Kendall le vio en su habitación, las toses le afectaban demasiado para ocuparse de la política cortesana, dejando a cargo a su hijo mayor, Thomas. Insinuó que había escogido a lady Wendolyn Colton para él. Thomas gruñó y asintió con gravedad, no sabía si debía decirle que Eric la deseaba tanto, o más, que Hugh Anderton, y que su hijo Thomas ya tenía a alguien en mente en su feudo rival de Redshire. Lord Kendall parecía incómodo y luego de algunos silencios logró llegar al fondo del asunto. Explicó que tras la expulsión de los judíos por los cargos de herejía y usura, y otra docena de cargos inventados, algunos se convirtieron al cristianismo. Al menos, añadió con semblante sombrío, eso creía el padre Sheldon.
- Garrick Rowley era judío, se casó en cuanto empezaron los problemas, convirtiéndose en el proceso, pero he oído de dos más que trabajan para él. Armin Munson y Lucius Trent. Ellos también se convirtieron a la buena fe, o al menos eso dicen.- Thomas gruñó, audiblemente ésta vez. No le gustaba que Eric Kendall apareciera tan frecuentemente en todo el asunto.
- ¿Por qué tiene a su hijo supervisando a su supervisor?
- ¿A Gladstone? Vieja historia. Tres años atrás hizo una mala contabilidad y se perdió algo de dinero. Eric fue quien encontró el pequeño error, si eso es lo que era. Gladstone es mi primo, creo que primo tercero o cuarto, no lo sé. No puedo cortarle la cabeza, así que hago que mi hijo se encargue. Cuando muera y mi Thomas ocupe mi asiento quiero que Eric se haga cargo directamente. Honestamente Kenway, ¿el diablo ha venido a reclamarlos o es una persona física de carne y hueso?
- Sí.
- ¿A cuál?
- A las dos.

            Thomas acudió a la guilda de herreros y Garrick Rowley le atendió. En cuanto mencionó su pasado judaico el gran maestre se puso nervioso. Juró de todas las maneras cristianas que su conversión a la buena fe había sido legítima. La conversación llegó a otros oídos y dos jornaleros salieron por un acceso lateral. Garrick confirmó sus sospechas, eran Armin Munson y Lucius Trent. Les persiguió por las callejuelas del burgo, pero se dividieron y conocían mejor el lugar que él. Eventualmente consiguió saltar sobre uno de ellos, aferrándose a sus pies. El jornalero se fue de bruces, la caja que cargaba se deshizo en el suelo y se rompió un diente. Kenway le puso el cuchillo al cuello y trató de recuperar el aliento.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Armin Munson señor. No estaba huyendo, lo juro.
- ¿Y qué es todo eso?- Le preguntó, cuando le dejó ir para que recogiera las partes mecánicas.
- No lo sé, sólo me dijeron que las ensamblara… Mire, señor Kenway, mi amigo y no queremos problemas, somos cristianos lo juró por Cristo. Es un estigma que me perseguirá toda mi vida. Moshe me odiaba, nos odiaba a los dos, por ceder, es decir, por convertirnos. El padre Sheldon ya nos había torturado bastante para que nos abandonaron los demonios que nos mantenían ciegos, nos mantenía en su iglesia rezando día y noche. Nos convirtió a ambos, pero Moshe… Yo no sé si vuelva por nosotros dos. Las cosas no son tan en blanco y negro.
- ¿A qué te refieres?
- Ramsay Gladman le debía muchísimo dinero. Augustus Browne sedujo a su hija y la abandonó, ella murió de fiebres poco después. Dudley Alflatt embriagó a su mujer e hizo Dios sabe qué. Ella murió también por las mismas fiebres. William Morley le estafó por mucho dinero. Moshe, como Job, aguantó todo, pero en algún momento decidió atacar de regreso. Cosas raras comenzaron a pasar, niños desaparecieron, tormentas eléctricas golpearon durante época de secas… Extraños sueños y fiebres que fueron como una plaga… Le mataron, pero no lo suficiente.

            Thomas rumeó todo lo que sabía, y lo que no sabía, en una posada construida contra lo que quedaba de la muralla. Una violenta tormenta se desató desde la tarde. Salió, protegido por el porche, para seguir masticando el mismo pan que había estado comiendo por horas. Había algo que se le estaba escapando de entre los dedos. La referencia que Armin había hecho al libro de Job no ayudaba tampoco. Podía escuchar su nombre en el viento, quiso convencerse que eran alucinaciones, su propia imaginación aún en shock por la terrible mañana que había tenido. Job lo había aguantado todo, Moshe Ereman había estallado. No tenía duda que Moshe era un ser diabólico, adoraba, después de todo, a Satanail, pero ¿podía esperarse menos de una persona? Torturados, expulsados, ¿no era lógico que estallara de alguna forma? La referencia a Job le hizo contemplar la violenta y escandalosa tempestad hasta entrada la noche. ¿Qué podía hacer un hombre, un solitario y confundido hombre, contra un dios? Job lo había aguantado. Moshe no. ¿Podría él hacer lo que Job?

            Pensó que escuchaba su nombre de nuevo, por encima de los truenos, pero luego reconoció el sonido, eran gritos. Un soldado que patrullaba, lámpara en mano parecía escucharlo también y tras mirarse a los ojos salieron corriendo en la tempestad para buscar el origen de los alaridos. Mientras que trataban de ubicar el origen de los gritos Ramsay Gladman se desangraba en el campo. Tenía un collarín con fierros filosos y cada leve movimiento le producía cortaduras. Trató de correr, pero eso sólo lo hizo peor. Para cuando llegó la ayuda ya era demasiado tarde. Kenway y el soldado le encontraron muerto entre sus cosechas de cebada. El soldado chifló e hizo sonar su campana, para llamar la atención de sus compañeros. Algunos vasallos se acercaron de poco en poco, pues temían a la tormenta. Ackley Beckwith apareció entre ellos, tuvo que acercarse casi al oído de Kenway para poderse hacer entender.
- Lo escuché desde la taberna, ¿debo decirle a Jonah que huya de Doncaster mientras aún pueda? No quedan muchos nombres más en la lista.
- Primero llevemos el cuerpo a esa casa.- Le arrastraron hasta su casa en el campo y Kenway removió los aros de metal que tenían los fierros y los contó en un tenso silencio.- Sesenta fierros, símbolo del orgullo y la arrogancia. La imagen de Nabucodonosor medía sesenta cubos de alto.

            Kenway aprovechó la oportunidad para buscar entre sus cosas, mientras los curiosos que llegaban se aglutinaban fuera de la casa. Encontró cartas de  amor de Anne Rowley y su libro de cuentas, la mayoría de los números estaban en rojo. Thomas preguntó si Linwood Clapham estaba entre los curiosos y lo estaba. Le mostró el libro y Linwood se estremeció al ver el cuerpo. Revisó los números y admitió que la deuda era tan grande hacia él que ahora sería prácticamente dueño de sus cultivos de cebada, o por al menos por las siguientes tres cosechas. Parecía, en cierto modo, aliviado y rápidamente explicó la razón. Eric Kendall le había prestado dinero durante el invierno y ahora tenía los medios para pagar su deuda. Insistió en su inocencia, alegando que había estado ocupado en la taberna del trueno y varios de los presentes testificaron a su favor. Kenway gruñó, la lista se acortaba. Sólo faltaban Jonah Brattle, Augustus Browne, Martha Clapham y Judith Anderton. No había duda, Satanail los reclamaría a todos.

            A la mañana siguiente Jonah Brattle se despidió de sus amigos, recogió lo poco que tenía en un par de bolsas y le pidió a lord Kendall que un soldado le escoltara, al menos hasta los límites de Doncaster. Seguido de un soldado se despidió de su hogar y se marchó, nervioso y asustado. Cruzaron por un puente de madera y el soldado miró bajo sus pies. Caminaban sobre una plancha de madera y podía oler el olor de la brea. La realización llegó demasiado tarde. La brea ardió y una lanza atravesó por el piso al caballo del soldado. Ambos ardieron hasta morir. La lanza fue removida por el barón Kirby, quien cabalgó de regreso al castillo y se la tiró a los pies de Thomas Kenway, quien ya había oído de las noticias.
- Tiene tallada en la madera el número 600 como puede ver, señor Kenway. Siendo el experto en herejías supongo que sabe lo que quiere decir.
- El faraón persiguió a Israel 600 carros de guerra, la lanza de Goliat pesaba seiscientos shekels de hierro. Símbolo de la guerra. Esta escalada es poco menos que preocupante, debo ver su casa.
- ¿La casa del muerto?, ¿y espera encontrar al asesino ahí?
- No, espero encontrar respuestas.

            Cabalgó hasta la villa, preguntando por la casa de Jonah Brattle hasta que finalmente dio con ella en una esquina contra el muro. Alguien estaba en la casa. Sacó el cuchillo y esperó agazapado contra la puerta. Thomas Kendall salió, guardándose una serie de notas en su elegante abrigo. Tomándole por sorpresa le quitó las notas y comenzó a leerlas, pese a las protestas del hijo mayor del lord. Tenía anotaciones detalladas de las ganancias de las guildas y los rumores sobre muchas otras guildas.
- Era mi espía, a veces las guildas se hacen pasar por pobretones para no pagar impuestos. Uno nunca puede estar demasiado informado.- Buscó por la guilda de herreros, la de los Rowley. Tenía anotado que Armin se había roto un dedo y el gran maestre aún así le hacía trabajar. También tenía anotado que sir Clayton había extorsionado a Lucius Trent en una ocasión aunque no adivinaba el por qué. Kenway lo sabía, era por su judaísmo.
           
            Kenway regresó al castillo, no tenía ganas de funerales. En su habitación encontró, sobre su cómoda, un cráneo y un reloj de arena. Memento mori. Un poderoso mensaje que Kenway no lo tomó por las buenas. Lanzó el cráneo hasta la otra pared y destrozó el reloj. El cráneo tenía una breve nota. “Hinca la rodilla ante el único Dios que conoces, admite que le tienes más reverencia que a tu falso dios y todo acabará”. Kenway quemó la nota sin pensarlo. Lord Kendall invitó a Augustus Browne a vivir en el castillo, se trataba del último nombre en la lista de fiscales y tenía tanto miedo que le costaba trabajo hablar.

            Kenway y la guilda de vidrieros pasaron gran parte del día ayudando a los soldados para buscar testigos. El puente del río blanco quedaba lejos de Doncaster y no podían encontrar a ningún mercader que hubiese pasado por allí, ni a ningún niño juguetón que se hubiese aventurado tan lejos para ver a alguien colocar un piso de madera falso para esconder la brea.
- Jonah, él sabía que pasaría y no pudo escapar.- Dijo Ackley Beckwith.- Maldito tonto, le dije que se fuera desde que murió la esposa del barón, pero el borracho era demasiado haragán incluso para eso.

            Al anochecer decidió asegurarse que las testigos estuvieron bien. Martha Clapham y Judith Anderton eran los otros dos nombres en la lista, y Kenway sabía que, con Augustus Browne escondido como estaba el asesino iría por las mujeres. Probó primero con la casa de los Clapham, pero pudo escucharles discutiendo y lanzando platos. Martha y Linwood discutían histéricamente, en cierto modo le produjo algo de alivio. Cabalgó hasta los molinos, pero los Anderton se habían ido. Kenway estaba por irse hasta que notó un brillo extraño a la luz de la pira en la calle. Había algo dentro de un saco de harina. Se trataba de monedas, o al menos círculos, hechos de hojalata, el símbolo de la debilidad humana. A toda prisa preguntó por la casa de los Anderton y al llegar al burgo se encontró con que Hugh gritaba y lloraba en la puerta. Había hecho llamar a un médico y éste negó la cabeza al ver a Kenway. Entre sollozos el marido explicó que su esposa solía beber de más, y que súbitamente se había sentido enferma hasta desmayarse sobre su plato de comida. Kenway contó los círculos de hojalata, había cuarenta de ellos.
- Israel fue probado por cuarenta años en su peregrinaje, Jonás predicó el juicio a Nínive por cuarenta días. En el libro de Jueces, a Israel fueron dados cuarenta años de descanso bajo Othniel, Barak y Gideon.
- ¿Y qué significa todo eso?
- Prueba, pero… ¿Usted bebió de la misma botella que su hermana?
- No.- Regresó a la casa y le dio la botella de vino, estaba prácticamente vacía.- Yo dejé ese vicio porque a lady Wendolyn no le gustan los borrachos.
- ¿Dónde consigue su vino?
- De la misma vinatería de siempre, el viejo Rumpus vende lo que traen de otras tierras en una casucha no muy lejos de ahí.

            Siguiendo sus instrucciones cabalgó hasta la casa y en el camino se encontró con el barón Kirby, quien tenía detenido a un sospechoso, Lucius Trent. Le explicó, mientras cabalgaban, que había trabajado en esa vinatería hasta que Rumpus descubrió que era judío y le echaron, únicamente Rowley le empleaba.
- Era y es judío, de eso estoy seguro.- Dijo el barón.
- ¿Señor Rumpus?- Le explicó al viejo la situación con Judith Anderton y él quedó pálido, le mostró sus botellas, eran de otro tono de verde.- El asesino cambió las botellas mientras ellos trabajaban. ¿Qué más tiene sobre ese Lucius Trent?
- Algunas cosas escritas en hebreo.- Cabalgaron hasta una posada, donde Lucius Trent había sido amarrado. Rezaba el rosario y juraba por todos los santos que se había convertido, explicando que aquellas anotaciones en hebreo eran una lista de lo que necesitaba del mercado.
- Pregúntele a Garrick Rowley si este hombre se alejó de la guilda en cualquier momento, dudo que le sea honesto, así que pruebe con la fuerza si es necesario, pero no creo que tenga nada que ver con la muerte de Judith Anderton…

            Thomas dejó la oración a medias y al barón con la palabra en la boca. Podía ver la casa en la colina, la temida casa del hechicero judío. Alguien, oculto entre las sombras, salió por una ventana y cabalgó hacia los campos. Kenway le siguió tan rápido como pudo por las sinuosas calles a través de los cultivos de la villa y después fue más despacio al ver su figura contra la luna llena. La pálida luna dibujó su contorno hasta perderse en las cuevas. Le siguió, cuchillo en mano, siguiendo el eco de sus pisadas. El desconocido había removido algunas piedras y Kenway encontró que la cueva tenía toda clase de pasadizos en la vieja construcción romana. Marcó las piedras para no perderse y se agazapó al escuchar el eco de una poderosa voz. Se movió despacio entre las estalactitas y los remanentes de viejas columnas romanas. Pudo ver bajo él un piso romano iluminado por antorchas. Había trece pesados hábitos alrededor de un hombre con hábito rojo. Lord Kirby había tenido razón después de todo, sí había un aquelarre. El hombre de rojo se removió la capucha, llevaba una máscara de madera con la forma de un diablo. Pasó entre cada uno de sus trece apóstoles murmurando extrañas encantaciones que Kenway no logró escuchar del todo bien. Súbitamente alzó los brazos y exclamó en latín, en una voz chillona e insoportable que resonaba por las húmedas paredes.
- Potentes dominus prolatum a tenebris Judeus est apud nos, mea tredecim apostolorum et opus eius est adimplenda.- Kenway lo tradujo en su mente como “El poderoso señor traído a nosotros por el macabro judío está entre nosotros, mis trece apóstoles, y su trabajo debe ser terminarse”. El hombre de la máscara miró hacia Kenway y por un instante pensó que podía ver a través de su alma.- Quid faciat homo contra Dei? ¿Qué puede un hombre hacer contra un Dios, Kenway? Su sacrificio no sirvió para nada, él nunca fue un dios.

            Antes que Thomas pudiera reaccionar sintió otro golpe en la cabeza y luego las manos que le sofocaban con un trapo. A la mañana siguiente un grupo de juguetones niños encontraron el cuerpo de Thomas Kenway a la entrada de la cueva. El doctor le revisó, pero era obvio que no había nada que pudiera hacer por él, estaba muerto. Dunstan Sheldon realizó el funeral, al que atendió el enfermo lord Kendall, sus dos hijos y el barón Kirby. Fue enterrado esa noche y nadie lloró sobre su tumba de humilde madera.

            Kenway podía sentir las llamas del infierno, al mirar hacia arriba veía los rostros de todos los sacerdotes que había conocido en su vida, todos desaprobando sus herejías. Exclamaba por su Dios, pues había recorrido el recto sendero, pero ellos insistían en que no había nada en sus creencias que fuera palabra de Dios. Las llamas le ardieron y sintió que no podía respirar. Las visiones infernales se fueron oscureciendo y, asustado por completo, comenzó a moverse. Estaba atrapado y pensó que pasaría la eternidad así en el infierno, confinado a la oscuridad. La falta de oxígeno sin embargo pareció regresarle a la cordura. Empujó su ataúd con todas sus fuerzas, pero estaba seis metros bajo tierra y no podría levantarla por sí mismo. En su desesperación encontró un hilo y lo jaló una y otra vez, histéricamente. No sabía si servía de algo, en la completa penumbra no tenía idea de cuánto tiempo había pasado en ese estado. Recordaba vívidamente el aquelarre con trece apóstoles infernales. La maldad, sabía bien, era tan real como la bondad, tan real como las asfixiantes paredes de madera de pino que le enclaustraban. Había visto la maldad, cara a cara. ¿Qué podía hacer un hombre contra un dios? Se preguntó, con una lágrima en el ojo, rogándole a Dios por unos días más de vida, por un poco más de tiempo para caminar por el recto sendero.

            Escuchó las palas golpeando el ataúd y lo primero que vio fue el asombrado rostro de Ambrose Furner, el cuidador del cementerio. El hilo estaba unido a la campana que alertaba de las posibles víctimas de ataques de catatonia. Aún tembloroso pidió que hiciera lo mismo con la tumba de Judith Anderton. El hilo había sido cortado. La mujer había arañado el ataúd hasta que se reventó las uñas y manchó todo de sangre hasta eventualmente morir asfixiada. Sin decir nada caminó temblorosamente hasta el castillo, donde todos estaban sorprendidos de verle. Ignoró a los hijos del lord, quienes llamaron a su padre, y luego lo ignoró a él también. Se dejó caer sobre su cama y acarició su bolso donde escondía las anotaciones que había hecho de memoria de los textos que la Iglesia consideraba heréticos o apócrifos. Una enorme araña salió del bolso y Kenway, aún afectado por haber sido enterrado vivo lanzó el bolso contra la pared y mató a la araña con su bota.
- ¡Nunca!- Gritaba desesperadamente.- No me hincaré nunca ante ti, sé que puedes oírme Satanail, ¡nunca jamás!
- ¿Se encuentra bien?- Thomas se sintió algo avergonzado al darse cuenta que la puerta había estado abierta todo el tiempo. Reconoció a la mujer, era lady Wendolyn Colton.
- No, no estoy bien. ¿Por qué no puedo creerlo, en lo más profundo de mi ser que su sacrificio realmente levantó el velo del pecado sobre el mundo?, ¿por qué he de pedir más?- Kenway se detuvo un momento y se tranquilizó, sentándose en su cama. Lady Wendolyn le sirvió un vaso de agua y se paró junto a él.- Discúlpeme, fui enterrado vivo y necesito algo de sueño. No debería poner sobre sus hombros las cargas de un hombre en crisis. Sobre todo en una mujer que tiene su propia crisis.
- La crisis ha pasado.- Dijo ella, convencida.- Eric Kendall podrá ser muy infantil de vez en cuando, pero es un buen hombre y será un buen esposo. No nací en la opulencia como él, espero saber comportarme como es debido.
- Estoy seguro que sí.- Kenway bebió más agua y la imagen de las trece figuras envueltas en hábitos le produjo un escalofrío. ¿La muerte de Judith había cambiado en algo su decisión, o quizás en la decisión de Hugh Anderton de pelear por su amor?, ¿podría estar involucrado Eric Kendall? No podía depender de nadie, lo sabía con certeza.
- Nos casaremos al terminar las pascuas.- Accidentalmente dejó caer su velo y Thomas se agachó para recogerlo. Notó que debajo de la cama había marcas de gis. Devolviéndole el velo le pidió que se moviera. Jaló la pesada cama de madera hasta mostrar el dibujo de un ojo con una calavera en su centro.
- El mal de ojo.- Una sirvienta se asustó al verla y Kenway ordenó que limpiaran el piso.- No me iré de aquí. No pueden forzarme, no pueden comprarme, ni intimidarme.
- Usted nunca se da por vencido.- Dijo lady Wendolyn, asombrada.- Veo por qué le llamaron.
- Tengo más fe en Dios que en el diablo. Mis ojos ven el velo del pecado en la materialidad del mundo, pero mi corazón está en Dios y siempre lo estará.

            Thomas se echó a dormir unas horas. Los sueños no eran tan vívidos, pero las imágenes eran escalofriantes. Le despertó el barón Kirby a la mitad de la noche. Martha Clapham había sido encontrada muerta en una calle. Cabalgaron juntos hasta unas calles de distancia de la destilería. Tenía catorce apuñaladas en el torso.
- ¿Qué significa ese número?- Preguntó el barón.
- De acuerdo a ciertas tradiciones hebraicas Israel llegó a su tierra prometida el día catorce del primer mes. Pasaron catorce generaciones desde el rey David hasta ser llevados a Babilonia. Otras catorce generaciones hasta Jesucristo. Es el número de la salvación.- Kenway gruñó y señaló a Linwood Clapham, quien era arrastrado por los soldados. El hombre estaba notoriamente ebrio y vomitó al ver el cuerpo de su esposa. Kenway lo tomó de las mangas y lo azotó contra la pared de una casa.- Necesito saber sobre qué discutieron esa noche, y sabes a qué noche me refiero Linwood.
- Mi mujer era una cualquiera, se acostaba con sir Clayton.- Se largó a llorar histéricamente admitiendo que había estado demasiado borracho cuando escuchó el primer y único grito. Al interrogarle sobre lo que vio al llegar a la esquina, donde se desmayó de borracho se puso pálido, miró a Kenway y dijo.- El diablo, vi al diablo, Dios en las alturas, he visto al diablo.
- No le sacaremos nada más a este y dudo que pudiera orinar sin caerse de bruces si su vida dependiera de ello.- Dijo el barón Kirby.

            A la mañana siguiente se dio el funeral. Kenway esperó cerca de la casa de los Clapham, donde pudo ver salir a sir Clayton con un manojo de cartas. Le creía a Linwood, seguramente le habría cachado en alguna de sus aventuras, aunque no parecía saber de Paul Marden. La mente de Kenway estaba demasiado perturbada aún. Se preguntó si sólo eran cartas las que sir Clayton había extraído, y si él sería uno de los trece apóstoles del diablo. Francis Brady, el gran maestre de la guilda de vidrieros, asistido por Ackley Beckwith le pasaron en la calle. Ackley le echó en cara que había dejado morir a su amigo Jonah pero Brady le corrigió, había algo más oscuro en todo el asunto.
- ¿Usted cree…- Le preguntó al viejo Brady.- Yo no sé a quién preguntarle, pero ¿si pudiera salvarlos al menos al único nombre que queda en la lista, Augustus Browne, a costa de mi alma… sería santidad o locura?
- Ésa pregunta,- Le dijo el gran maestre.- sólo la puede contestar Dios.

            Permaneció sentado sobre una banca por un par de horas más. Tenía demasiadas preguntas en la mente y demasiadas coincidencias perversas. Finalmente se activó al ver a Armin Munson y Lucius Trent caminando con capuchas y tratando desesperadamente de no llamar la atención mientras cargaban con pesadas cajas. Les siguió de lejos, escondiéndose en cada esquina que pudo hasta llegar a un viejo taller. Esperó unos segundos, en caso que los dos fueran allí simplemente para dejar las cajas e irse, pues el edificio parecía dilapidado y al borde de la ruina, pero no salieron de ahí. Se asomó por las polvorientas ventanas y les vio en compañía de Garrick Rowley rezando en hebreo y leyendo del Talmud. Esperó un tiempo, pensando que se trataba de su sinagoga secreta, pero pronto los tres se pusieron a trabajar fundiendo oro. Encontró la manera de violar la cerradura y entró en silencio. Lucius Trent le atacó primero, golpeándole con una vara ardiente. Garrick Rowley fue el primero en escapar. Kenway sacó su cuchillo y le cortó el pie a Lucius y de un salto trató de aferrarse de Armin, pero sólo consiguió herirlo en su muslo. Gritando por ayuda un soldado logró detener a los dos y pronto apareció sir Clayton cabalgando. Kenway le mostró el libro en hebreo, suficiente razón para encerrar a ambos. No le dijo de Garrick Rowley, por si acaso, y además no confiaba tampoco en el caballero. De hecho, no confiaba en nadie. Les vio alejarse y se acercó a las pesadas herramientas para fundir oro. No había mucho, pero algo reluciente se había caído en la huida de Garrick Rowley. Una moneda que no era un ducado, pues tenía una K. Thomas gruñó y decidió que necesitaba pasar más tiempo en el castillo.

- Explícame Thomas,- le pidió el lord durante la cena de la corte.- más sobre ese dualismo del que el padre Sheldon tanto me ha advertido.
- La maldad, lord Kendall, es tan real como la virtud, tan real como el bien y tan real como este cerdo que estamos comiendo. Existe el bien y en su opuesto existe el mal. Los católicos se preocupan que se haga del mal, del demonio, un dios.
- ¿Y tú le tomas por un dios?
- Hay días que el velo del pecado es removido de mis ojos y veo la virtud que Dios insufló en la creación de Satán, en el alma, pero hay días en que no. Y en esos días, ¿qué puede hacer un hombre contra un dios?
- Me he vuelto lo suficientemente viejo para la filosofía, pero demasiado enfermo para entenderla.- Devon Gladstone se presentó frente a su mesa y le saludó con una reverencia que el tísico lord apuró con un gesto.- Señor, el común Paul Marden desea vender parte de sus cosechas al feudo de Redshire.
- Ja, qué perfecta idea. Que lo haga, y que nos pague lo debido. Eso le enseñará a ese lord Reddington. Nosotros salvándoles el pescuezo.- Lord Alexander Kendall se puso de pie, el hall se mantuvo en silencio y con la copa alzada anunció la boda de lady Wendolyn Colton con su hijo Eric.- ¿Y cuándo nos sorprenderás Thomas con una prometida? Al menos una novia o un lío de faldas para tu enfermo padre.
- Veremos padre, veremos.- Respondió Thomas Kendall, algo avergonzado.
- Sea como sea, disfruten la carne que pronto habrá que despedirnos de ella. Haremos el carnaval, suficiente sangre se ha desparramado en este feudo como para violentar las leyes divinas.

            Kenway siguió a Thomas Kendall después de la cena, quien le enseñaba a Augustus Browne sus nuevas acomodaciones. Se trataba de una cómoda habitación en una torre. Augustus no parecía muy feliz, era el último nombre en la lista y no quería pasar el resto de su vida encerrado. Eso, por el otro lado, hacía muy feliz a Thomas Kendall.
- Es mejor así Augustus.- Dijo Thomas Kendall. Kenway le escuchaba por el eco de las escaleras de caracol.- Así no podrás ir a Reddington, ni tratar de hablar mal de mí a los oídos de lady Helen Reddington.
- Podría decirle a tu padre un par de cosas, lo sabes.
- Y sabes que eso sólo acortaría tu estancia. Disfruta tu encierro.

            Kenway tomó una habitación en la misma torre y se obligó a vivir de pan y agua con apenas lo suficiente para sus rezos y meditaciones. Satanail no esperaría a que Browne saliese del castillo, estaba seguro. Tenían a sir Clayton en la puerta como único responsable de su bienestar, de modo que el engañador tendría que tratar algo diferente y entonces Kenway actuaría. El engañador tenía más recursos que él, contaba con trece leales sirvientes. Podía adivinar la identidad de algunos, pero el mero número le era desconcertante. No se trataba de un aquelarre de paganos, eran satanistas que sabían perfectamente bien a quién le vendían su alma. En el día antes del carnaval escuchó una voz que le llamaba desde lo más profundo del averno. El suelo se abrió, dejándole ver el infierno en el que pasaría una eternidad. Kenway cerró los ojos, pero las visiones no le dejaban de atormentar. Se lanzó contra el banco donde tenía el agua, lanzó el jarrón contra la pared. El agua era entregada cada mañana y había sido envenenado, y sabía perfectamente por qué estaba siendo envenenado justo en ese día. Salió de su habitación con paso tembloroso, ignorando las voces que llamaban por su alma, las voces del engañador que le tentaban y le preguntaban ¿qué puede hacer un hombre contra un dios?
- ¿Y adónde crees que vas tú?- Le detuvo sir Clayton en la puerta de Augustus Browne.- El hombre está a salvo, toda su comida es probada por vasallos antes de ser entregada.
- Lo matarán ahora, no tenemos tiempo para esto.
- No, yo no tengo tiempo para esto.
- Sé de tus extorsiones a esos judíos, sé de las cartas de amor que robaste y podría citar una docena de faltas cometidas, pero la única que importa es la falta de imaginación.

            Antes que sir Clayton pudiera reaccionar, Kenway le tomó del brazo y lo empujó por las escaleras. Se encerró en el cuarto de Augustus Browne y cerró tras él con dos pesados seguros. Browne parecía alegre de tener compañía, tenía ante sí un festín y parecía darse la gran vida, aunque confinado a cuatro paredes. Kenway se tranquilizó y dejó de alucinar voces.
- Te dicen que es todo igual, pero comer comida que otros han metido las manos… Es desagradable. ¿Es mi salvador, señor Kenway?
- Eso espero.
- El pan, por ejemplo, nunca es igual cuando pasa de mano en mano, debe estar recién horneado.- Abrió un paquete y sacó una larga hogaza de pan. Le dio una buena mordida y se sacudió de inmediato. El pan tenía un polvo y el sabor era inmundo. Antes que Thomas pudiera detenerle, Augustus trató de pasarse el asco con agua. La lengua empezó a quemarle y se salpicó de agua por toda la cara.
- ¡Es lejía!- Gritó Kenway, buscando entre los frascos del sibarita. Las quemaduras empezaban a notarse y Augustus corría histéricamente por más agua. Kenway le detuvo de vaciarse un jarrón de agua y en su lugar le echó vinagre. El ardor subsidió y Augustus Browne quedó sentado contra la ventana gritando de dolor, pero con vida.- El sudor y el agua en su lengua reaccionaron a la lejía. El aceite de lámpara le ayudará.

            Inscrito en el paquete se encontraba el número 66. Kenway conocía su significado, era once veces seis, once siendo el número de la confusión y seis siendo el número del hombre. Idolatría, la confusión del Hombre que se hace un ídolo de sí mismo. Sir Clayton abrió la puerta de un golpe y al verle rociándole de aceite para lámparas asumió lo peor. Augustus no podía hablar, tenía la lengua hinchada y con desagradables pústulas. Kenway saltó sobre la cama y bajó corriendo las escaleras a toda prisa. Sir Clayton finalmente pidió por ayuda, pero Thomas había saltado de un balcón contra un árbol del jardín de la corte exterior y corría en delirio por entre la gente que ya salía disfrazada, preparándose para la gran fiesta.

            Vagó por las calles, el veneno aún en su sistema, sabiendo que los soldados estarían buscándole muy pronto. Se escondió en la casa de Dudley Alflatt la primera víctima y pasó la noche entera rezando el padrenuestro. Podía oír a los soldados dando su descripción a gritos y amenazando a quienes le refugiasen. Augustus Browne estaba con vida, podía sentirlo, pero no podía decirle la verdad al lord, ¿o quizás Thomas Kendall no lo permitía?, ¿quizás uno o ambos de sus hijos pertenecían a aquel aquelarre demoníaco? Incluso con el hambre y la leve fiebre, producida por el agua envenenada, al salir el sol encontró las respuestas que buscaba y dejó de rezar. Consiguió hacerse de una máscara y una sotana de un grupo de villanos que celebraban el carnaval. A la entrada del castillo se había construido una plataforma para el lord y sus dos hijos donde podían lanzar carnes y tirar monedas a los más necesitados. En aquel día el idiota era coronado y muchos poetas cantaron burlonas canciones del enfermizo lord, quien no paraba de reír y aplaudir. Como era costumbre en el feudo un preso fue liberado y lord Kendall se lavó las manos, como Poncio Pilatos.

Entre las risas y la embriaguez Thomas Kenway caminó hacia la plataforma, vestido  como un monje con una máscara de madera con la cara de un asno.  No tenía duda, la comida del lord estaría envenenada. Se abrió paso entre los borrachos enmascarados y subió a la plataforma del lord. Se lanzó contra su plato de comida y la lanzó al suelo, junto con su botella y copa de vino.
- Lord Kendall, su comida estará envenenada, tratan de matarlo.
- ¿Kenway?- Un guardia logró quitarle la máscara y Thomas lo pateó tirándole de la plataforma.
- Ya tuvimos suficiente de ti.- Eric Kendall trató de tomarle del brazo, pero Kenway se aferró a sus bolsillos para romperlos, histéricamente buscando algo, hasta que cayó una pequeña botella de vidrio al suelo.- Yo nunca había visto eso en mi vida, lo juro.

            Un guardia le jaló de un pie, pero consiguió patearle en el suelo y escabullirse entre los borrachos que cargaban barriles de cerveza en procesión desde la destilería. En la frenética cacería consiguió evadir a los guardias y encerrarse en la iglesia, donde el padre Dunstan Sheldon pasaba el tiempo barriendo el suelo. Cerró las puertas y las trabó.
- No me gustan los borrachos.- Explicó el padre Sheldon.- ¿A usted tampoco, señor Kenway?
- Soy inocente, traté de salvar a Augustus y estoy seguro que la verdad saldrá a la luz, era lejía, era…- Sheldon le indicó que se calmara y respirara profundo.- Pido asilo.
- Asilo…- Repitió el padre, comprendiendo las calamidades que eso podría provocar.- Esto no se ve bien para usted, ni para mí.
- Las cosas no se veían bien en esa cueva tampoco… Trece discípulos congregados por un maestro… Aunque claro, hablamos del engañador. No. Nunca hubo trece discípulos, sólo dos y el maestro. Usted era el maestro.
- ¿Pero qué ha dicho?
- ¿Cómo supo el asesino que el verdugo enmascarado era Derrick Smith si me juró que sólo me lo había dicho a mí? A mí, y claro está, a su confesor. Sir Clayton extorsionó a Rowley por el homicidio de su primo, otro pequeño secreto, ¿o qué tal la esposa del gran maestre de la guilda de vidrieros que mató a su esposo porque se enteró de su amante? El que controla los secretos tiene un gran poder, Satanail favorece a los poderosos, y usted los fue soltando de poco en poco para acomodar sus fichas.
- Está diciendo tonterías, ¿por qué vengaría la muerte de un judío muerto hace diez años?
- Para cumplir con su amenaza, para adquirir mayor control sobre sus dos títeres. Usted fue quien les persiguió, usted habló con ellos, se impregnó de su cultura, alguien como usted sabría de su numerología. ¿Fue desde ese entonces que se cuestionó si su dios existía de verdad?
- No diga tonterías señor Kenway, porque puedo abrir esas puertas y…
- Sus títeres, sus discípulos en su macabro tutelaje le dejaron mal, muy mal. Debería estar avergonzado de ellos. Lord Kirby, por supuesto que era él. Sólo a él le dije que veía a Satán como a un dios en mis crisis de fe y luego me atrae con cualquier excusa, Lucius Trent, para que yo siga a un intruso saliendo de la casa del judío Moshe. Una trampa muy burda, pero necesitaban hacerme creer que había trece discípulos que no eran más que ropas en piedras. Su esposa Lois… Otra metedura de pata, piénselo bien. El guardia murió de una puñalada al pecho, ¿quién si no el barón podría acercarse lo suficiente para hacerlo? Pero usted disfrutó cada momento de su falso duelo, de ese espectáculo que montó. La esposa era más rica que él por herencia del duque.
- No, lo que dice son tonterías.
- No, le entiendo, lo aborrezco pero lo entiendo. Usted, hombrecillo ridículo postrado en su confesionario escuchando las confesiones más vulgares de alientos a cerveza. Sexo y deseos repugnantes. Escuchar de sus fornicaciones, de sus candentes confesiones y horribles secretos por tantos años, la total impotencia de actuar sobre sus propios deseos carnales. Y entonces aparece Moshe Ereman, las viciosas torturas que ejecutó, una canalización de sus deseos más profundos. Fue con los trucos baratos de Moshe que realmente estalló, ¿o quizás fue después? Venenos, mala reputación y magia negra. Cuestiona su fe y se da cuenta que si ese Jesús, impotente y crucificado que cuelga de esa pared no responde a sus plegarias entonces el dios de Moshe Ereman sí lo hará. Y lo hizo, ¿no es verdad? Sintió la presencia del mal y le transformó.
- ¿Y servir a esa estatua sin valor?- Bramó Sheldon, con esa voz chillona e insoportable que había escuchado en la caverna. Tomó su escoba y la lanzó contra el crucifijo.- Sí, pasé diez años estudiando de sus números y aprendiendo de venenos. Diez años y la situación se presentó por sí sola, la venganza. La tan temida venganza, Satán debía cumplirla y lo hizo a través de mí. Soy su conducto. ¿Kirby? Ése fue fácil de convencer, tengo horribles secretos que le erizarían la piel sobre él, fue fácil hacer que mate a su mujer, y le convino también. Lo hizo porque quería, porque podía hacerlo. Lo hizo porque le dije que lo hiciera.
- Sí, pero fue Ackley Beckwith quien lo echó a perder más aún. Heredaría la guilda, Brady tiene un pie en la tumba. La guilda sería la única en el feudo. Fue él quien me drogó en la cueva, pero más que eso fue la tormentosa noche cuando él llegó antes que los demás. Dijo que lo escuchó desde su taberna, pero los gritos de Ramsay Gladman apenas y eran audibles a la entrada de Doncaster. Lord Kirby es amigo de Thomas, logran hacer que se muera el viejo y culpan a Eric Kendall, su chivo expiatorio. Se casa con Helen Reddington y unifican Doncaster y su vecino en un mismo poder. Pero un par de días en el potro y el vidriero abrirá la boca, dirá todo.
- No, mi poder sobre él es mayor, es el poder de Satán.
- Me rehúso a creer eso, no es un dios, y tú no conseguirás nada porque el lord vive. El plan era bueno, lo admito. Thomas se casa con Helen Reddington, el barón encontraría la simpatía de los familiares de Lois y el idiota de Ackley Beckwith se contentaría con ser gran maestre de la única guilda de vidrieros. Su eslabón más débil, sin duda.
- No hay guilda establecida en Redshire, Ackley era más ambicioso de lo que piensa. Te di tu oportunidad Thomas, ya sabes que adoro a un dios, híncate y tendrás tu asilo. Abre la puerta y encontrarás la muerte. ¿Qué puede hacer un hombre contra un dios?
- Nunca.- El padre Sheldon soltó un chillido desesperado y tomando un largo candelero trató de atacarle. Kenway se hizo a un lado a tiempo y le golpeó en la nariz con tanta fuerza que se la reventó y le dejó tirado en el suelo. Puso su bota sobre su cuello y le miró desafiante.- Yo te diré lo que puede hacer, resistir como Job, no ceder ante sus tentaciones como tú hiciste a cambio de poder y sangre. Resistir, pelear y seguir en el recto sendero.
- Mátame entonces.
- No. Ya habrá tiempo para eso.- Kenway abrió las puertas principales y fue hecho prisionero a golpes.

            Kenway fue arrastrado hasta el castillo, recibiendo patadas de los borrachos y escupitajos. Lord Kendall quería verlo por sí mismo. Augustus Browne había escrito a su favor, pues su lengua seguía terriblemente inflamada. Explicó todo lo que tenía que explicar ante el lord y sus dos hijos. Sobre la locura del padre Sheldon, sobre sus títeres, Ackley y el barón Kirby. Las preguntas y la evidencia convenció a lord Kendall.
- Eso no es todo, desafortunadamente.- Dijo Kenway, quien estaba repleto de sangre y lodo.- Devon Gladstone y Paul Marden le están estafando. ¿Aquella noche que Kirby trató de matar a Marden? Gladstone estaba ahí, y le diré por qué. Las cosechas milagrosas de Paul Marden le corresponden a usted. Con la ayuda de su hijo Eric se destinan parte de las cosechas a Marden, amante de Martha Clapham.
- Esto es un absurdo.- Declaró Eric, pero su padre levantó la mano.
- No, quiero oírlo todo.
- Cómo decía… Linwood descubrió el fraude, por eso pelearon esa noche, y por eso Devon o Marden tuvieron que matarla. Por eso no tenía sentido ese número, 14, liberación o salvación. Pero ellos no sabían nada de numerología hebrea, a diferencia del sacerdote. Su homicidio pasa desapercibido, pero suficiente para hacer que Linwood no abra la boca. La cosecha milagrosa era tan grande que Eric le deja usar los molinos a su antojo, simplemente tiene más de lo que cosecha. Y con Eric vigilando como halcón, ¿quién sospecharía? Finalmente, Devon Gladstone le convence que Paul Marden pueda vender su cosecha a Redshire. De ese modo Eric tiene suficiente dinero para hacer su propia moneda, que ya había comenzado a manufacturar gracias a esos judíos conversos, a quienes le pido que deje libres. Todos esperaban su muerte, lamento decirlo, pero de manera natural, fue el barón quien puso el veneno en las ropas de Eric. Él tendría suficiente oro para acuñar su propia moneda, Thomas podría casarse finalmente con lady Helen Reddington y unificarse con Redshire.
- Es cierto padre.- Dijo Thomas Kendall.- Quiero casarme con ella, terminar esta rivalidad absurda. Y sí, todos esperábamos tu muerte con nuestros propios planes, y me avergüenza decirlo.
- Si Gladstone ha estado robando,- Dijo Eric, visiblemente nervioso.- yo no me he dado cuenta.
- No… tú sabías y creo que te críe demasiado listo por tu propio bien, por eso te desheredo desde ahora. En cuanto a ti Thomas… Está bien, quizás este viejo enfermo deba rectificar sus rencillas. No quiero dejar este mundo con malos sabores de boca, además de la traición de mi propio hijo. En cuanto a ti Kenway…
- Ahora sí aceptaré su oferta de un baño en tina.

            Al día siguiente sir Clayton le dio la noticia, tras ser sometido a algunas torturas Ackley confesó a todo, como también lo hicieron Sheldon y Kirby. Kenway se disculpó por haberle tirado de las escaleras, tomó sus cosas y se fue del castillo. Lord Kendall le esperaba afuera.
- Se supone que debo guardar mi apetito matutino, es la peor parte de estos cuarenta días.- Kenway sacó un pan de su saco y comenzó a comerlo, compartiéndole un pedazo.
- No soy católico.- Lord Alexander se río entre tosidos.
- Serán decapitados esos tres. Quiero que lo sepas. Kirby aceptó que me envenenarían en el postre, su amistad con mi hijo mayor le dejaría en un mejor rango una vez unificados los feudos y ya estaba en contacto con la herencia que le pertenecía por ser marido de la hija de un duque.
- No, si quiere curar a Doncaster, entonces cuélguelos en el mismo árbol en que colgaron a Moshe Ereman. Después queme el árbol y destruya esa casa.
- Suena como un consejo más sabio. ¿Ya  te vas?
- Mi peregrinaje oscuro continúa. Pensé que confrontaría a Satanail aquí, pero estaba equivocado, era sólo un gordo e impotente sacerdote que resultó un sádico y un maniático.
- ¿Maniático?, ¿no crees que haya estado poseído como él mismo afirma?
- Poseído sí, pero humano después de todo.
- ¿Y crees que tu peregrinaje terminará eventualmente con esa confrontación? Oscuro sería tu destino, Thomas Kenway.
- ¿Quién sabe? Quizás no haya Satanail, quizás el sacrificio de Jesús en el árbol fue suficiente para que dejara de ser un dios y fuera simplemente Satán. O quizás sea el carnaval, donde el idiota se corona, los sacerdotes se hacen hechiceros y yo me permito ver el mundo sin el velo del pecado que lo cubre.

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