jueves, 23 de julio de 2015

El peor de los pecados

El peor de los pecados
Por: Juan Sebastián Ohem

Del escritorio del detective Larry Gustav Ozfelian.

            Lo optimistas dicen que vemos la realidad que creamos para nosotros, y los pesimistas insisten que cada quien vive su propio infierno. Los dos están equivocados, algunas veces la realidad no está en tus manos y algunos mueren por acciones más oscuras que el propio infierno en el que viven. El teniente del escuadrón de homicidios, Vincent Simone, no tiene tiempo para cosas como la realidad o el infierno, es la clase de hombre que crea su propia suerte y de alguna manera los demás tenemos que pagarle a la dama suerte. Caí en sus manos, producto de un terrible final en mi asignación en anti-bandas. El teniente es un cuervo que camina con las manos en la espalda y la espalda curva, es tan frío que congela el verano. Me deja jugarla de oído, produzco resultados y eso le gusta. Aún así, no comparto sus estándares de higiene, etiqueta y, sobre todo, de sobriedad. Ya dejé de ponerle café a mi whiskey, arruinaba el whiskey. La culpa es un juego peligroso, te consume hasta que no queda nada. La gente común se destruye, yo quedo de pie como un edificio bombardeado, estable pero vacío por completo. El whiskey no lo llenará, eso lo sé, tampoco los fiambres que me tocan cada día. Lo que no te destruye te hace más fuerte, otra perla de la sabiduría que es totalmente falsa. Lo fue para mí, lo fue para la víctima. El teniente perdió la paciencia cuando Parks me llamó un vago alcohólico y sin futura y me partí de la risa. Simone no es la clase de persona que te pone la mano al hombro y te dice que te arregles, mostrar una emoción es demasiado pedir. En vez de ello, me asignó un compañero.

- Martin Felton, recién aprobado el lunes.- Simone llama al muchacho en la puerta de la oficina. Es joven y tiene esa mirada de oveja perdida que apela a la crueldad de cualquier veterano. Me da la mano como un militar y dice algo que no escucho. Está bien rasurado y peinado, yo soy su contrario. Mi traje es viejo y arrugado, la camisa tiene manchas por todas partes y mi mirada aún refleja el horror que dejé tras de mí en anti-bandas.- Necesita que un veterano le enseñé las cosas. Ya le he insistido, detective Felton, que todo lo que le enseñaron hasta ahora es sólo una fracción de su nueva asignación. Ozfelian será un buen maestro, si no muere de cirrosis en el intento.
- Gracias por el voto de confianza. Vamos chico, el teléfono suena.

            Recogemos la llamada, parque McAllen. Sabía que sería Morton, o al menos su orilla, ese lugar tiene demasiados fantasmas. No hablamos en el viaje de ida, así que lo pongo a prueba. Relleno mi licorera y sin decir nada pone las manos en el volante para evitar que choquemos. Tiene futuro, si algún día pierde esa mirada de oveja perdida. Me pregunto si yo tuve esa mirada, o si desde siempre fui un cínico asesino con placa. Ruego por haber sido novato alguna vez, aunque no sé por qué, no puedo regresar a serlo como uno no puede escapar de sus pecados. Cinta amarilla, uniformados bebiendo café, demasiado temprano para lo que está al centro. Ella era guapa y joven, el forense calcula 18 años. Falda larga y camisa de puntitos, hasta sus zapatillas están lustradas. Mala combinación para un parque sin iluminación ni policías. Disparo al pecho, laguito de sangre, una vida entera por el drenaje.
- ¿Alguna idea del tiempo?
- A las cuatro, más o menos. Lleva muerta dos horas.- Dice el doctor mientras nos espera para cargar el cadáver a una camilla y a una camioneta.- Linda colonia Oz, ¿cómo se llama?
- Memoria doc Brown, memoria. Vamos chico, ¿qué ves?
- Disparo a quemarropa.- Usa una pluma para mover el orificio de bala y apunta al manchón de pólvora.- Hay lo que parece ser...
- ¿Qué cosa?- Me agacho en cuclillas a su lado y me lo muestra.- Eso, detective Felton, es papa. Es un silenciador muy barato. Alguien fue precavido, ¿qué más?
- No está su bolso, tiene marca de usar reloj pero ya no está. Parece un robo.- Se levanta a la primera, mientras que mis rodillas se quejan como bisagras oxidadas.- No veo cómo identificar a la víctima.
- A la chica Felton, cómo identificar a la chica. No te preocupes, no se quejará si no la llamas víctima. Iremos detrás de usted doc, quiero acompañarles a la morgue y ver si hay manera de identificarla. ¿Y cómo haríamos eso Martin?
- Podemos revisar si tiene algún trabajo de ortodontista, parece de clase media y bien cuidada, por lo que es posible.

            Le dejé manejar hasta la morgue mientras fumaba tranquilo. Identificar víctimas puede ser largo y cansado. Tienen que pasar al menos dos días para que se pueda levantar un acta de desaparición. Tengo suficientes expedientes en mi escritorio como para añadir otro. Le insisto a Felton que maneje más rápido mientras cruzamos parte de Morton. Los proyectos, sus edificios dilapidados y las masas de negratas vendiendo droga en las esquinas me trae malos recuerdos. Morton es la clase de lugar donde los camellos ya están listos incluso antes que los niños de escuela. Martin cree que estoy siendo un patán, pero esa vista me duele tanto como el inclemente sol veraniego. Está nervioso, pero no tengo nada que decirle. No le diré de los muertos, las traiciones, el dinero y el gran incendio que debió haberme matado no hace mucho. Me siento mejor al llegar a la morgue. Todo es frío, metálico, desapegado. Los forenses trabajan a toda marcha, la ciudad siempre tiene víctimas para ellos. Desayunan sobre los cuerpos y se delegan ocupaciones. Les pago 30 dólares para que empiecen por mi chica.
- Eso no salió en el examen.- Dijo Martin con una sonrisa.
- Necesitarías mil dólares para hacerles trabajar en año nuevo.- Doc Brown me mira con resentimiento y me alzo de hombros.- ¿Cuántas veces aplicaste para el examen?
- Una vez.
- Ajá, ¿cuántas veces después de esa?
- Otras tres.- Admite, avergonzado.
- No te sientas mal, el buen doctor Gary Brown manoseó una paciente y por eso está aquí.- El forense está por decir algo cuando le interrumpo de un gesto y nos acercamos a la cama de metal. Su cuerpo desnudo y frío tiene un agujero que salió de su pecho, y un tatuaje en su cadera. Una mariposa en blanco y negro, con las letras “FEM” entre sus alas. Un trabajo apurado, imposible de rastrear.- Interesante, la cadera es el mejor lugar para esconderlo de tus padres.
- Pobre...- Martin la toma de la mano y mira sus ojos vacíos. Toca la herida de bala y cierra los ojos con espanto. Cuando los abre aprieta la mano con fuerzas, sé lo que está pensando. Demasiado joven para morir. Una linda niña blanca que debería preocuparse por exámenes está siendo manoseada por extraños que apoyan sus hamburguesas sobre su abdomen como si fuera una mesa. El contacto con la muerte te enfría a ti también, pero el chico es un novato que cree que siempre sentirá lo mismo. Yo pensaba eso, hasta trabajar más de cien casos. Ves suficientes cuerpos, y enfrías suficientes por tu lado, y olvidas lo que es tener la sangre caliente.
- Vamos novato, hay donas y café en el puesto frente a la estación. Si tardamos más tendremos a los de Vicio haciendo fila.
- ¿Y ella?
- A menos que puedas resucitarla y preguntarle su nombre, tendremos que esperar.

            Llegamos a tiempo por donas y café, aunque Martin no estaba tan entusiasmado como yo. Pone al día al teniente en todos los detalles, mientras yo desayunó y hago aviones de papel. Dejo que el novato llame a todas las asociaciones de padres entrometidos por si nuestra víctima tiene algún reporte. La cacería no dura mucho, habla con los sargentos de cada precinto y todos tienen lo mismo. Patricia Larkin llamó a todos los hospitales y precintos preguntando por su hija Lois. La descripción encaja, menos por el tatuaje. De regreso al forense, para que identifique el cuerpo. Patricia es una mujer de cuarenta, sienes blanquecidas, rasgos duros, puro llanto. No tiene duda, y la fotografía que nos muestra son la cereza del pastel.
- Lois Baker... ¿Su marido falleció?
- No, nos divorciamos. Tomé el apellido de Roger, mi nuevo esposo, porque era importante para él.- Salimos de la sala y le ofrecemos algo de café. Ese tatuaje... Mi nena no tenía tatuajes... Dios mío, ¿la raptaron y se lo pusieron?
- No parece que haya sido hecho con violencia y lleva más de un mes en su piel. Háblenos de ella.
- No sé por qué desapareció anoche, y menos al parque McAllen, sólo negratas y mujerzuelas van ahí. Ella es una chica normal, ya sabe, líos en la preparatoria, un par de profesores que la tiene en contra suya, compañeros que la odiaban mal... Lo normal.
- ¿Cuál es su dirección?- Apunto lo que me dicta, junto con el nombre de la escuela de su hija y dejo que se termine el café, entre sollozos.- Vaya a descansar, estaremos en contacto.
- ¿Qué opinas Gustav?
- Por el amor de Dios no me llames así.- Le doy un buen trago a la licorera y me enciendo un cigarro.- Mi padre era Gustav, yo soy Larry u Oz. Voy a revisar con los servicios de taxis, una chica blanca como Lois no caminaría hasta McAllen. Tú ve a su escuela, has las preguntas de rutina.
- Perfecto, déjame en la escuela primero, queda de paso.
- Sí, eso pensé hasta lo de Gustav. Llama a una patrulla. Ah, y bienvenido a tu nuevo trabajo.

            Martin se va, haciendo pucheros. Me tomo mi tiempo, voy a la licorería. El negro detrás de la pantalla de plástico ya me conoce. Placa contra el plástico y se resigna a sacar las botellas que vende por debajo del mostrador. Regreso a la oficina con suficientes municiones para un día. Llamadas largas, respuestas cortas. Pies sobre el escritorio. Sombrero colgando de mi cabeza y a punto de caer. Cigarro que se consume entre mis dedos. Todos hablan, pero nadie habla. Nadie tiene tiempo para esta clase de cosas. Les da flojera hablar con sus taxistas. Los taxistas tienen flojera de recordar. Podría hacerlo en persona, podría partir un par de cabezas para meter presión. Una hora después y nada de eso es necesario. Taxista de “taxis Imperial” reconoce a una rubia asustada y nerviosa que fue hasta McAllen desde dos cuadras de su casa. El taxista no trató de convencerla de ir a otra parte, no le importaba lo que podría ser de ella. Asesinada y asaltada, hasta no dejar ni las pelusas en los bolsillos de su falda.

            Debo saber en qué estaba metida. Demasiado perfecto para ser un negrata asaltante en ese parque. Iba a verse con alguien. Alguien importante para ella, para ir a semejante lugar, o por algo que le fuera importante. Al taxista no le importó, y empiezo a creer que en su casa nadie se preocupaba por ella tampoco. Reviso si tenemos algo sobre el hogar Larkin-Baker. Corro con suerte, pero no puedo decir lo mismo para Patricia. Dos reportes de violencia casera. Patricia desestimó las dos acusaciones, se cayó de escaleras. Roger Larkin debía estar cerca cuando su esposa le cubrió el trasero. El novato llega a justo a tiempo. El sol le ha hecho sudar, pero no se quiere quitar la chaqueta. Le pongo al día, mientras le convido un cigarro de consolación.
- Escucha esto, Lois Baker dejó de atender la escuela desde hacía meses. Desapareció.
- ¿Y los padres no fueron notificados?
- El directo me lanzó una lista de excusas, pero la verdad es que no les importó.
- Parece ser una constante en su vida.
- Tengo algo más,- Revisa sus notas pulcramente anotadas y sonríe.- compañeros suyos dijeron que se la vivía tomando fotos, quería ser fotógrafa.
- Creo que es hora de ir a su casa. Y no olvides Martin, conocemos a la gente en el peor día de sus vidas, hay que ser gentil y respetuoso.

            Lois Baker vivía a más de media hora del parque McAllen, en una linda zona de Brokner. Casas de varios pisos. Céspedes verdes. Buzones con ridículas figurillas de madera. Autos bien lavados. Amas de casa limpiando amplios ventanales. Nos pasa un autobús repleto de niños a la escuela. Sus madres despidiéndose desde el jardín delantero. Lois no tuvo nada de eso. Su casa es tan grande como las otras. El césped es igual de verde y las ventanas están igual de limpias. Aún así, debajo de esa máscara de tranquilidad Roger golpeaba a su madre. Cada quien en su esquina, Lois dejó la escuela, conoció a un chico de iniciales F.E.M. y recibió un disparo por la espalda. Patricia nos deja entrar. Sentado en las escaleras está Roger Larkin, el padrastro. Corpulento y con rasgos masculinos. Viste una camisa blanca como si fuera exhibición de modas. Fácil de entender por qué Patricia rebotaría de su matrimonio anterior a este patán. En la sala se encuentra Jacob Baker, padre de Lois, tubos entrando y saliendo por todas partes, pero los ojos rojos de lágrimas. Su enfermero, un negro llamado Paul Biden, trata de convencerle de tomar sus pastillas, pero sin ningún resultado.
- Mi papá no ha dejado de llorar, Lois era su princesa.
- Es tu culpa.- Dijo Roger, con amargura.- Si hubieras educado mejor a esa niña...
- ¡No me culpes así!- Martin me codea y señala los moretones de Patricia que pueden verse por el cuello de su vestido. Ésta mujer tiene una pésima relación con las escaleras.
- Mi compañero tiene sed.- Martin se sorprende cuando lo señalo, pero mi mirada está fija en Roger.
- ¿Y bien?- Roger se pone de pie y anima a Patricia, pero ya la detengo con suavidad.
- Le agradecería si usted fuera a la cocina por un vaso.
- Ese marido tuyo.- Masculló Jacob.
- Mi padre nunca perdonó por casarme con Roger.- Dijo Lois, apoyándose contra un sofá.- Sobrevivió a la guerra para hacerse abogado, y se atreve a hablarme a mí de principios morales.
- ¿Atraparán al maldito que mató a mi nieta?
- Haremos lo posible. Me gustaría ver el cuarto de Lois.
- De ninguna manera.- Roger llega dando pisotones. Le quito el vaso de agua, le doy un trago y se lo devuelvo. Trata de empujarme con la mirada, pero no funciona. Podría prenderse fuego ahí mismo que no funcionaría. Mi mirada no tiene nada adentro, sólo cenizas.
- Lois es mi hija... Era mi hija, y yo decido si pueden o no ver su habitación.

            Dejo a Martin abajo. Árbitro de discusiones. Necesito esa distracción. La habitación de Lois parece típica. Algunos libros en una estantería, una vieja casa de muñecas en una esquina y un clóset repleto de lindos vestidos. Golpes de pluma contra la pared del cabezal dorado de la cama. Lo he visto antes. Jóvenes golpeando para callar los gritos que vienen de la habitación de enfrente. Encuentro su diario debajo del buró. Chica lista, dejó de escribir tras la primer golpiza de Roger a su madre. Reviso los libros y revistas para adolescentes, un panfleto cae al suelo. Es propaganda del centro juvenil Brokner, en el parque Ashton. Me siento en la cama y le doy un trago a la licorera, algo no me cuadra. El centro juvenil está lleno de negros, es el límite de Brokner, casi la punta con Baltic que toca Morton. Muchos adolescentes deportistas y otros más problemáticos, la clase de chico que la haría tatuarse una mariposa con sus iniciales.

            Aprovecho que el novato distrae a la familia para intentar con el dormitorio principal. El mismo juego de normalidad y entonces me doy cuenta. Demasiado limpio. El cuarto de Lois, y de Patricia y Roger, tiene marcas de escoba en las esquinas. Se apuró para limpiar. El basurero de Lois estaba vacío, también el baño del dormitorio principal, pero no así el basurero en la esquina del clóset. No le dio tiempo de deshacerse de él. Bolsas de plástico con basura apretadas en el mismo cesto. Debajo de ellas una caja de pañuelos desechables y adentro encuentro la pieza que explica a Patricia Larkin. Morfina, un frasco vacío casi por completo. Buena para suavizar el dolor de los golpes, mala para dejar. Ahora entiendo por qué nunca le prestó atención a Lois, no podía prestarse atención a sí misma. Lois no tenía marcas de agujas, ella no se daba el lujo de escapar de sus problemas.

            Salgo de la habitación y me topo con Paul Biden, el enfermero que se esfuerza por subir la silla de ruedas del viejo Jacob. Le ayudó hasta la habitación y dejo que lo acomode en la cama. El lugar es un desastre. Revistas de política y pasquines racistas en la mesa. Botellas y pastillas por doquier. No veo morfina, pero dudo que el viejo la necesita porque se mete tantas pastillas que su cerebro hace cortocircuito. Saca al enfermero con un brusco gesto y cierro la puerta tras él.
- Cáncer.- Explicó Jacob Baker.
- ¿Qué tipo del cáncer?
- Te daré una pista, no de la clase que te deja morir con dignidad. Atado a una cama o a una silla con ruedas. Con un negrata cambiándome el pañal cada tres horas.
- Además de tu hija a pocos metros recibiendo una tunda.
- En mis buenos días lo habría partido en dos. Con mis manos, o en los tribunales. Nunca abrí la boca, no quería angustiar a Lois. Fue un negrata, ¿no es cierto?
- No sabemos.- Me siento en el borde de la cama. Me enciendo un cigarro. Dejo que le dé un par de fumadas. Está de salida. Una parte pastillas, tres partes cáncer y cinco partes resentimiento. Me hace preguntarme si yo seré así. No creo que mi salida me deje pensar tanto. Las balas son buenas para eso.
- Roger convive con inmundos negratas, él siempre odió a Lois.
- Sutil, hacer que sospechemos de él.
- No tengo tiempo para sutilezas.- Empieza a toser, le quito el cigarro y lo tiro en su vaso de agua.- Siempre odió a Lois. Además, estoy seguro que engaña a Patricia con otra.
- Le preguntaremos su coartada.- Le entrego mi tarjeta y se la guarda bajo el colchón con un guiño en el ojo y una sonrisa perversa.
- Adelante, pregúntame la mía.
- Déjame adivinar, en alguna parte entre la cama y la silla con un pañal pesado y pastillas en la boca. Quizás con su hija leyéndole un cuento de cuna al borde de su cama.
- Más o menos. Eso es lo peor, ser un niño. No hubo cuento, gracias a Dios no ha llegado a eso. No, Patricia no estaba. Por fortuna Paul no se había quedado dormido, como normalmente hace, porque si no fuera por ese negrata Paul, habría muerto en el piso. No estoy listo para eso.
- El instinto de sobrevivir... Es decir, ¿y dejar todo esto? Llámame si se te ocurre algo más.

            Agitación en planta baja. Olla de presión a punto de estallar. Martin trata de mediar. Se muerde las uñas y me mira implorante mientras bajo las escaleras. Patricia nos quiere en la casa. Roger se quiere deshacer de nosotros. Ella dice que su marido es poco hombre. Roger dice que ella es frígida. Se hace al señor de la casa. Ella mira al techo y sus labios tiemblan, su pulso lo hace también. ¿Se pregunta si tiró su jeringa con morfina?
- Es mi casa, yo pagué por ella de tus deudas.
- Oiga, Tarzan.- Roger pone su mano sobre el hombro de su esposa y se lo arranco con tanta fuerza que lo empujo.- Nos vamos cuando se nos haga conveniente. No me obligue a golpearlo frente a su mujer. Ahora, ustedes dos, ¿qué hicieron anoche en la madrugada, entre dos y seis?
- Aquí con mi papá. Lois se escapó mientras yo le cuidaba.- Sé que es mentira. No lo demuestro.
- Yo trabajaba hasta tarde.- Dijo Roger Larkin.- Como le dije a su compañero, tengo una agencia de modelos, y a veces soy fotógrafo.
- Sí, vaya sufrimiento.- Le espetó su esposa.
- Entiendo que su relación con su hijastra era tensa como gato en perrera.
- ¿Sabe lo que es criar a una adolescente?
- No.
- Pues no es fácil. Yo pagué por las deudas de esta casa, porque su amado Jacob no tiene la decencia básica de ceder el título de propiedad a su hijita querida, o a su sobrina amada.
- No se alejen mucho, podríamos regresar.

            Martin me muestra la tarjeta de Roger Larkin, “modelos Larkin”. Fotógrafo y manager con aires de grandeza. Divorciada despechada. Es como ron con cola, una combinación que se hace sola. Martin no quiere manejar. Escribe todo a detalle. Le arranco el bloc de las manos. Lo tiro al asiento trasero. Está por decir algo, pero mi trago a la licorera parece silenciarlo.
- Presta atención a lo que ves novato, no a lo que escribes.
- Veo un detective envejecido y alcohólico.- Le lanzo mirada asesina. No se inmuta. Empieza a caerme bien.- ¿Qué demonios te pasó en anti-bandas que te dejó así?
- Nada bueno. En tus notas, ¿pusiste algo sobre el cuadro en la sala?
- No.- Me mira con miedo. Me parto de la risa. Se calma un poco y se ríe también.- Me toca la radio.
- Lo que sea menos jazz.
- Muy tarde, soy aficionado del jazz.
- De algún modo eso no me sorprende.
- Vamos, dinosaurio, te  haría falta algo de vida.
- A Lois Baker también. Patricia mintió, no estaba en casa. Me lo dijo su padre. Ella limpió su cuarto, y el de Lois, pero no le dijo nada al viejo, porque sin duda le habría cubierto.- Me enciendo un cigarro y le doy vueltas al asunto. Rompecabezas al que le faltan piezas. Le explico lo que vi en los dormitorios y la recuento la conversación con el viejo.- Quiero ver ese club juvenil en Brokner, saber quién es FEM, saber más de la adicción a la morfina de Patricia y revisar más de cerca al marido. No fue un negrata cualquiera en un asalto azaroso. No usan silenciadores de papas.
- Yo quiero ver a las modelos.- Martin se enciende un cigarro y ríe nervioso.- ¿Cuántos intentos le diste tú al examen de detectives?
- Uno.
- Y después de ese, ¿cuántos más?
- Fue a la primera. Tuve ayuda, Romina Stevens, una de las que diseñó el examen, me dio clases privadas. Fueron muy privadas.
- ¿La profesora Stevens? Es un lagarto.- Deja de reír cuando me ve.- Es decir, es una dama que ha envejecido bien.
- Buena salvada.

            El edificio tiene una sola planta, suficiente sordidez para un rascacielos. Las modelos fuman afuera. Bulimia, pastillas y más autoestima que neuronas. Fotografías en las paredes, me recuerda a los menús de restaurantes que usan fotos en vez de descripciones. Pierdo a Martin por completo. Niño en dulcería. Las chicas son guapas, pero tengo mi mente en otras cosas. El olor del alcohol las aleja, bien por ellas. El fotógrafo en el estudio trata de detenernos, es demasiado tarde. Dice que es Lester Glenn, y dice que la modelo en el estudio hace una campaña para tostadoras. La chica sostiene una tostadora en pose de estatua griega. Martin señala a una modelo que distraídamente lee una revista en la recepción. Tiene marcas en una muñeca, un moretón consistente con esposas. No le quito los ojos de encima, Martin tampoco, mientras Lester intenta ganar mi atención. El nexo entre la afición de Lois por la fotografía y el empleo de su padrastro, y de Lester, no despega. Lester no conoce a Lois, únicamente de vista. No sé si creerle, pero cuando la modelo va al baño y hace lo posible por desaparecer yo la sigo a un paso de distancia que Martin. El fotógrafo con cara de rata quiere retenerme, pero no le sirve de nada. Felton duda en entrar al baño de mujeres y eso me arranca una carcajada.
- Tu sentido del pudor cambiará muy pronto, te lo aseguro.- Pateó la puerta y entramos rápido. Una chica sentada en un inodoro se inyecta morfina. Desagradable coincidencia. La modelo que seguíamos se pintaba los ojos hasta que entramos como soldados en búnker enemigo.
- ¿Y los policías no saben tocar?- Le quito la bolsa en busca de identificación. Tiene un cheque, firmado por la compañía de Larkin por 200 dólares.
- Buen dinero, Susan Domenici. ¿Cómo te hiciste eso?
- Una sesión de fotos, tenía que estar encadenada mientras Lester encontraba su inspiración.
- Vamos, te ayudaré.- Martin trata de cargar a la chica del cubículo, pero es tarde. La jeringa está pegada al brazo y tiene los ojos mirando al techo.
- Déjala Martin, dale un segundo.- Martin señala su tobillo izquierdo, las mismas heridas.
- Sí, con ella fue la sesión. Se llama Kelly Durkin. ¿La arrestarán?
- No, pero no puede quedarse con esto.- Martin le muestra el frasco de morfina, con las mismas etiquetas que la que encontré en la basura de Patricia, y se dispone a tirarlo. Le detengo y devuelvo el frasco al bolso de Kelly Durkin.
- No la obligues a comprar otra dosis. Esas botellas son caras. Créeme, no la convencerás de dejar el hábito.- Le doy un buen trago a la licorera y eructo tan fuerte que Susan Domenici da un paso atrás.
- No pueden estar aquí.- Lester Glenn finalmente se arma del coraje suficiente para echarnos.
- Somos oficiales de policía.- Explica Martin, mostrando su placa.

Yo he tenido suficiente. Agarro al cara de rata del cuello de su camisa y lo lanzo dentro del baño. Domenici grita asustada, pero le gusta. Le meto la cabeza en el inodoro y mando a Martin a revisar la oficina. Le dejo respirar, y escupir agua, para volver a meterlo. A la tercera le golpeó en los riñones y le pregunto por Roger Larkin. Me dice que estuvo anoche con él, toda la noche trabajando. He visto a sus chicas. Un par de años más y se quedarán sin empleo, sus figuras no durarán mucho. Imagino el trabajo de estos dos, haciendo realidad los sueños de sus modelos. Lo levanto y lo empujo a la oficina. Lo tiró contra su ridículo tapete morado en el suelo. Las chicas nos miran como héroes. Martin me muestra dos botellas de morfina, un fajo de billetes y seis pequeñas cápsulas de vidrio con la morfina de las botellitas. Le quito la cartera y el contenido de sus bolsillos, lo único que se destaca es un segundo llavero. Dice que es de casa de su madre. Miente con su cara de rata, pero finjo que le creo. Le dejamos ir y nos vamos. Es hora de ir por comida, y seguirlo.
- Lo único que digo Oz, es que tienes toda una vida por delante. No vale la pena matarte con alcohol.- El novato está duro y dale. Repetitivo como perico. Me aguanto, él compró la comida y son los mejores sándwiches italianos que he comido en mi vida. No puedo decirle de la gente que maté, del dinero que robé, de toda la porquería que se acumula con los años. Existimos en planos distintos. Él es un novato, yo estoy condenado.
- Puedes estar conmigo en el coche, o puedes seguirnos en bicicleta.
- Me alegra que me des opciones Oz, es progreso.
- Así soy, viviendo en la tierra del mañana.- Lester sale de la oficina. Las chicas se habían ido. Sube a su auto y se aleja a toda velocidad. Le sigo a tres autos de distancia.- Mira y aprende, novato.
- Sabes que tuve una vida antes que  tú, ¿no es cierto? Es decir, no antes, en el sentido de crecer en la era Jurásica, pero antes de conocerte.
- Buena... Un poco forzada, pero me gusta tu estilo.- Se quita el sombrero en apreciación y pone jazz en la radio.

            Lester está nervioso. Tira un cigarro tras otro por la ventana. Atravesamos la ciudad. Me bajo la comida con whiskey y cigarros. Martin tamborilea los dedos al ritmo de los negros tocando sus trompetas. Música de la selva para un tigre viejo y furioso. Quisiera poner la sirena. Quisiera chocar el auto de Lester. Quisiera golpearlo hasta sacarle una confesión, la que sea, la suya, la de Roger o la mía. La mía duraría años. El fotógrafo con cara de rata nos lleva a otro edificio. Ésta vez no tiene marcas. Una planta, ventanas clausuradas con carteles. Las mismas chicas que en su otro estudio fuman afuera. Las echa a gritos y en cuanto entra echa a las demás. Martin finalmente une los puntos de mi interés por Lester. Lois era aficionada a la fotografía. Su padrastro está metido en cosas ilegales, que podrían ir más allá del tráfico de morfina. Lois fue robada. Un click del momento equivocado y se marca como víctima. Estacionamos cerca. La modelo que se inyectaba un viaje a las estrellas llega poco después que nosotros. La puerta está cerrada, toca varias veces pero nadie le presta atención.
- ¿Kelly Durkin?- Ella no nos reconoce. No me sorprende, cuando la vimos ella navegaba en Júpiter. Tiene el mismo temblor de labios que Patricia.- 200 dólares es buen dinero, aún teniendo en cuenta el trabajo.
- ¿200? Llevo años con ellos y tengo suerte si me pagan 50. ¿Acaso no soy bonita?- Sigue con la mente en las nubes. Se abre el escote de su vestido con estampado de leopardo. Martin la mira con pena, ni siquiera ese amplio escote y su escultural figura, pueden enmascarar su adicción.
- Deberías irte Kelly, no creo que te vayan a abrir.- Martin me chifla mientras corre por la acera hasta la esquina, por donde Lester Glenn se escabulle en un taxi.
- Lo perdimos, maldita sea. ¿Ahora cómo vamos a entrar?
- Por la puerta novato.- Pego la oreja al cristal de la puerta, puedo escuchar a alguien más limpiando el lugar. Saco las ganzúas de mi cartera y agacho, a pesar del dolor de la rodilla.
- ¿Qué haces Oz? Podrían quitarnos las placas por algo así.
- Despierta Martin, no están haciendo pasteles allá adentro. Además, si alguien pregunta, la puerta estaba abierta. Somos policías, la realidad es lo que nosotros apuntemos en el reporte oficial. El cual tú vas a redactar, por cierto.

            Entramos en silencio. Dos ratoncitos armados. Uno de ellos lleva la peste negra. Martin se sorprende al ver el interior. Es otro estudio, no hay duda, con utilería y sets complicados. Un estudio pornográfico. El novato señala las esposas contra el riel de una cama y contra uno de sus postes, el origen de las marcas en las modelos. Avanzamos entre camas y ridículas columnas romanas de cartón hacia el origen de los ruidos. Un ancho corredor lleva hacia tres oficinas. La primera tiene un vidrio viejo y roto, es una oficina donde sólo queda una silla y un teléfono. Uso un espejo para revisar la segunda oficina. Espejo en una mano, pistola en la otra. Es una bodega con utilería de teatro. La tercera oficina tiene cajas con revistas clandestinas y fotografías. Susan Domenici nos escucha primero, el negro lo hace después. La modelo nos lanza una caja de fotografías eróticas, pero el negro no se queda a ver qué pasa. Sale por la puerta trasera corriendo como un conejo. Martin se dispara a perseguirlo. Yo atrapo a la modelo de una muñeca y de un jalón la golpeó contra la pared. La empujo fuera del edificio, pero no la suelto.
- No le hace daño a nadie. Es diversión erótica y todas las chicas son mayores de edad.
- El departamento de Vicio no cree lo mismo, y en el fondo a mí no me importa. Lester Glenn, ¿dónde vive?- La chica se rinde, bufando cansada. Estuvo cargando cajas pesadas en tacones altos, está muerta de cansancio. Me dice la dirección, además de burlarse que su compañero ya estará lejos. Martin regresa con el negrata esposado y una sonrisa de victoria.- ¿Decías primor?
- Vamos adentro ustedes dos.- Pecho inflado. Sombrero para atrás. Sudor en la camisa. Es King Kong. Dejo que disfrute su momento. Empujo a los dos prisioneros contra una cama al estilo egipcio, con todo y esfinges en las esquinas.- Su identificación dice Dale Pitman.
- Entiendo qué hace Roger, Lester y las chicas, ¿pero qué haces tú? Demasiado joven y feo para ser el actor.- Le tiro las fotografías en la cara y cuando se hace al duro le suelto una cachetada que le dolerá hasta el fin de siglo.
- Yo distribuyo las fotografías y armo las revistas.
- Vi un teléfono en la oficina, llamaré a Vicio.- Esposo a los sospechosos contra la cama y sigo a Martin. Le quito el teléfono de la mano y tiro el teléfono de la silla.
- No hagas eso.- Me enciendo un cigarro y dejo que recobre el aliento de la persecución.- Si Vicio se hace cargo nos quita el caso de las manos. Normalmente sería bienvenido, pero no les importará Lois Baker. No llegará a nada si les damos el caso, porque ellos lo harán parte de una investigación que durará más de un año. Para entonces será imposible saber qué fue de Lois.
- Pero tengo que incluirlo en el reporte.
- Simone nos quitará el caso si lee sobre este pequeño incidente.- Martin se apoya contra la pared y resopla enojado. Se enciende un cigarro y me mira intrigado.
- No pensé que te importaría. Lois me refiero.
- Qué sé yo.- Me hago al duro, pero el novato puede ver más allá de la máscara.- Tenía 18, era pura. No sé si eso explique algo. Era pura cuando todos a su alrededor eran tóxicos. El abuelo racista, la madre drogadicta, el padrastro golpeador y pornógrafo.
- ¡Pornógrafo!- Martin piensa lo mismo que yo. Ya no quiere llamar a Vicio. Regresamos a los sospechosos, mientras que ellos terminan de cuchichear entre ellos. Miran a Martin por algo de compasión, pero él no tiene nada. Recuerda la mano fría de Lois Baker y su expresión neutra, luego les observa rodeados de fotografías sexuales.
- Queremos abogados.
- Lois, ¿ella estaba involucrada?- Pregunta Martin, pero miran al piso.
- Déjame hacerte una pregunta, primor.- Me agacho y le muestro el cigarro. La lumbre se acercándose lentamente a su ojo, hasta que ella aparta la mirada.- ¿Crees que no te voy a desnudar en esta cama y usaré este cigarro para hacerte inútil a cualquier pornógrafo?
- No se atreverían, son policías.- Espetó Dale.
- No.- Contestó Martin.- Yo soy policía, él es un demente.
- Aquí tengo a tu abogado, negrata.- Le suelto un derechazo que le tira sobre la cama. Trata de patearme, pero aparto las piernas y golpeó su abdomen hasta dejarle sin aire. Se levanta de nuevo. Lo acuesto de nuevo de un golpe. Me aseguro que orinará sangre hasta la vejez y cuando se lanza a llorar pidiendo por su madre lo levanto del cabello.
- Yo sólo muevo el porno en el centro juvenil. Juro por Dios que no conozco a la hijastra del señor Larkin. La vi una vez nada más, lo juro por Dios, sólo fue una vez. Hace seis meses en la calle, el señor Larkin la saludó mientras ella viajaba con su madre. Juro por Dios...
- Dios no está aceptando llamadas ahora mismo. ¿Y la morfina? Esos son unas lindas cicatrices.
- Ernest Chafee, es un negro del centro juvenil Brokner. Es a él a quien quieren. A Chafee.
- ¿Y qué hay de ti, princesa?- Susan Domenici me mira con absoluto terror, mientras que Dale Pitman se orina los pantalones y ruega por su vida. Le embarro la sangre de Pitman en la cara y se quiebra. Todos se quiebran con algo de la magia de Oz. Martin fue retrocediendo, no está acostumbrado a la violencia. Pocas cosas quedan cuando uno pierde su alma para siempre, el odio, la culpa y la violencia están en esa lista.
- Lois nunca estuvo involucrada, lo juro por mi madre.
- Tu madre tampoco está aceptando llamadas ahora mismo.
- Es verdad, ella fue modelo legítima. Ella quiso, le insistió a Roger mil veces. Tuvo una sesión y su madre la sacó. Lois era una santurrona insoportable, qué bueno que Patricia la fue a recoger.
- Si estás mintiendo,- Martin le apuntó, rojo de furia.- si Lois alguna vez estuvo en este lugar, rogarás porque yo te mate antes que Oz te ponga las manos encima.
- Es verdad, sólo esa vez.
- ¿Y Lester? Le ayudaste a sacar todo, a desaparecer evidencia, junto con nuestro querido amigo Dale. Eres  más que una modelo bulímica drogadicta.
- No soy drogadicta. Conozco a Lester porque tengo un trabajo regular. Yo solo hago esto de vez en cuando, para pagar deudas. Lester me conoció mediante su hermano Mark, él es doctor. Yo soy su secretaria.
- Y qué secretaria debes ser. La clase que no sabe usar la máquina de escribir.- Le tiro mi cigarro y ella se retuerce para quitárselo de encima. Bebo de mi licorera, tratando de pensar.
- ¿Los arrestamos ahora?- Pregunta Martin.
- ¿Bajo qué cargos? Si no reportamos su fotografía erótica, no podemos arrestarlos. No, Dale ya tuvo suficiente. Además, creo que a Susan la veremos de nuevo muy pronto.

            Les dejamos ir, aunque Martin no estaba del todo contento. Se sentía satisfecho con la confesión de Susan Domenici. Yo no. Demasiado santurrona, dijo ella. Una sola visita al set de fotografías legales y Susan desarrolla un odio tan profundo hacia ella. Debió ser una larga visita. Roger la vio desarrollarse de cerca. Una chica linda. Tan lastimada como sus modelos. Tiene sentido, y a la vez no quiero que lo tenga. No se lo digo al novato, nublaría su juicio.

            El sol de la tarde cae sobre el centro juvenil Brokner y estacionamos a un costado del parque Ashton. Canchas de basketball, torneos, rifas y clubes para los jóvenes negros que logran mantenerse lejos de Morton. Martin está nervioso, no sabe cómo empezar. Le explico que el contrabando de morfina es muy irregular, se destaca en las calles como una rubia en el parque McAllen. El rastro no puede ser difícil de seguir, y no lo es. Seguimos primero el olor de marihuana que viene de los baños del edificio. Los chicos nos miran aterrados. Saco el arma, sólo para impresionarlos un poco más. Han estado fumando mucha hierba y necesitan sobriedad. Abren la boca a la primera. Al diablo los otros negros. Dale Pitman les vende revistas pornográficas, pero no lo han visto en un tiempo, ni a Ernest Chafee. No se atreven a tocar la morfina, tienen entre doce y catorce años, les aterran las jeringas. Si eso es lo único que les aterra del prospecto de hacerse adictos, algo está mal con sus mentes. Saben de un cliente regular de Chafee, el coach de basketball, George Pearson. Felton les quita los porros y los jala por el excusado. Amenaza con futuros arrestos. Nada como el miedo para encarrilar a una persona. Les escucho burlarse de nosotros, mientras nos alejamos. No le digo a Martin, no soy tan cruel.
- ¿George Pearson?- El negro es grande, de aspecto inteligente. Coordina a su equipo de jóvenes como un militar. Tiene una playera de manga corta, se cubre el brazo con cicatrices de jeringas. Rápidamente se pone una chaqueta deportiva. Ojo morado y nada de tiempo para nosotros. Insistimos, que haga tiempo.
- Ernest Chafee.- Admitió, avergonzado. No podía vernos a los ojos. La vergüenza dobló su espalda. Puso las manos contra la reja de la cancha y suspiró cansado.- Lo estoy dejando.
- ¿Y por eso Chafee le puso un ojo morado?
- No, él no fue.
- Usted parece pasar mucho tiempo en el centro juvenil. Es obvio que debe haber visto toda la pornografía que ha estado circulando.
- Sí, y la policía no hizo nada al respecto. Lo reporté, pero no les importó. Dale Pitman empezó dando muestras gratis, luego cobró por ellas. Se hace de mucho dinero. Él me golpeó cuando traté de detenerle, antier.
- ¿Qué hay de ayer?, ¿qué hizo en la noche?
- ¿Me pregunta por qué soy negro?
- Sí, ¿eso cambia la respuesta?
- Fui a mi club de lectura con mi esposa, luego de eso fuimos a casa. Aunque no lo crea un hombre de color puede educarse, nos reunimos todo el tiempo en la librería de unos amigos.
- No lo tome a mal, pero no sabía qué clase de negro era usted. Si era de los negros o de los negratas.- Mi explicación le satisface, al parecer comparte mi filosofía racial. Martin curiosea con la bolsa de gimnasio, tratando de abrirla con el pie y el coach se pone nervioso. Buen hombre, malos instintos, ahora Martin está realmente interesado en la bolsa.
- ¿Qué tiene aquí?- George Pearson trata de quitársela, Martin jala más fuerte y la bolsa termina por salir volando y caer al suelo, vomitando su contenido. Libros cayeron al suelo, y una solitaria bala rebotó en el concreto y rodó hasta hierbas malas en la orilla de la cancha. Estaba por recogerla, cuando reparé en el anuario de preparatoria a un lado de los libros de literatura clásica.
- Crimen y castigo.- Dijo, arrancándole el libro de las manos de Martin.
- ¿Y esto? Anuario de la misma preparatoria que Lois Baker. Es del segundo año, el último que Lois terminó.- Busco su rostro, hay fotos marcadas con plumón. 
- Es parte de una investigación de control escolar, estoy en la junta, además de ser entrenador. ¿O acaso eso les sorprende?
- Señor Pearson, estamos más allá de las apariencias heroicas. Baje el tono, o lo bajaré por usted.
- Son alumnos que no terminaron la escuela y perdieron el rumbo.
- Lois Baker.- Le muestro la fotografía y espero que diga algo, pero nada sale.
- Sí, está en la lista.
- ¿Y los padres de estos chicos no fueron notificados?
- No es mi jurisdicción. Además, es algo un tanto vergonzoso tener que decirle a una madre.
- Si cualquiera de los que consideraban vergonzoso, o penoso, o tedioso o incluso sensato, hubieran hecho algo más allá de sus necesidades inmediatas, Lois...- Interrumpo a Martin y le muestro la fotografía de la siguiente hoja. Es un muchacho negro, mucho acné y mucho cabello rizado.- Francis Edward Melcher.
- Vamos Martin, pon de tu parte. Aprende a observar.
- ¡FEM! El tatuaje... Él es el novio.
- ¿No reconoces la cara?
- ¿Debería?- Preguntó, visiblemente nervioso.
- Sí, porque no está mirando ahora mismo. A tu derecha.

            Romeo se pone nervioso. Nos vigilaba. En cuanto Martin voltea, expresión de sorpresa incluida, el negrito se echa a correr. La pubertad debió darle poderes, él era una gacela. Martin corrió detrás de él. Yo corro en la dirección contraria. Cruzo todo el parque y ya siento el peso del whiskey y los cigarros apilándose sobre la edad. Entro al auto y hago reversa a toda velocidad. Mientras Martin salta sobre bancas y se abre paso entre los muchachos que visitan el parque, yo estoy con el pedal hasta el metal. Francis Edward Melcher corre del parque hasta la calle y apenas tengo tiempo para frenar. Choca a toda velocidad contra mi puerta y cae sentado. Abro la puerta de un golpe y lo tiro al suelo. Martin llega poco después, jurando una y otra vez que podía haberlo atrapado. Me enciendo un cigarro y me siento a un lado del muchacho, quien se recupera del golpe y el cansancio. Martin revisa sus bolsillos y encuentra una bolsa cargada de marihuana.
- Espero que el césped del diablo haya sido lo que te empujó a correr, y no algo peor.- Algo más sobresale de su bolsillo trasero, un cuaderno rosado con dibujos de unicornios en la portada.
- Es de mi novia.- Melcher pelea más por el cuaderno, que por la marihuana. Buena señal.
- Tiene cartas de amor.- Explicó Martin, mostrándome el cuaderno.
- Soy Oz.- Le devuelvo el cuaderno y la marihuana. Martin me mira con odio, pero luego entiende que así me gano su confianza, sobre todo después de golpearlo con la puerta de mi auto.- Él es Martin. ¿Lois Baker es tu novia?
- Sí señor.
- Hijo, tengo que decirte algo muy malo.- Mano en el hombro. Me mira aterrado. Sospecha lo que viene, pero mentalmente ruega que no sea así.- Lois Baker murió anoche. Asesinada.
- ¿Lois?- Francis Edward Melcher se estremeció. La idea lentamente procesada en su cabeza. Se echa a llorar. Llantos fuertes y honestos. No le importa que lo vean. Martin se sienta del otro lado, le ofrece su pañuelo de seda. Es obvio que no fue él. Tiene 17 años y, si hubiese matado a su novia o arreglado para que se hiciera, no habría estado en el parque. Hay cosas en los jóvenes que se pierden con la edad, como el llanto sincero y el dolor penetrante, no lo pueden fingir. Le ofrezco uno de mis cigarros y acepta. No es lo peor que ha fumado, y el pobre chico necesita algo para sus nervios.
- Te reconocimos por el tatuaje.
- Sí, ella se lo hizo cuando cumplimos tres meses.
- Sus padres no sabían.
 - ¿Un negro y una rubia? Es impensable. Fuimos muy cuidadosos, en serio. Nadie lo podía saber. Nos conocimos en la preparatoria, en el club de fotografía. Nunca nos tomamos fotos juntos.- Eso le hizo llorar de nuevo. Quiero presionarlo, pero Martin me detiene. Yo me quedo con las golpizas y allanamientos de morada, él se queda con los jóvenes que lloran. Trato justo.- Ella me regaló ese cuaderno. ¿Cuándo...
- Anoche, a las cuatro.
- Yo estaba con mi mamá, ella está enferma. Es enfermera y ahora que está enfermera insiste en que sea enfermero, me ha enseñado algunas cosas. Me quedé dormido en sus brazos, como un niño mientras mi Lois... ¿Qué le pasó?
- No quieres saber chico, en serio.
- ¿Conoces a un Ernest Chafee?- Le pregunta Martin.
- Sí, pero no muy bien. No somos de la misma banda, ellos son mayores, los duques de Brokner se hacen llamar. O se hacían llamar, porque duraron poco antes de hacer tiempo en la juvenil. Me da miedo. No le gusta que venda pasto aquí.
- No deberías hacerlo en ninguna parte.- Dijo Martin.- Mejor ayuda a tu madre y acaba la escuela.
- ¿Dónde se veían?- Cambio el tema. Cambia el carrete. Ojos que centellean.
- Nunca nos veíamos aquí. No creo que ella supiera que vendo pasto. Siempre nos vimos en Yankers, en una plaza comercial, lejos de todo. Nunca en Brokner, temíamos que nos reconocieran.
- ¿Ella hablaba de su casa?
- Todo el tiempo. Pobre Lois, vivía en un infierno. Mi departamento es más pequeño que su casa, y en un lugar más feo, pero mi mamá me quiero muchísimo. Creo que más de lo que su familia alguna vez la amó. Nadie la amó como yo.
- Ve a casa hijo.- Me pongo de pie y lo ayudo a levantarse. Le quito la marihuana y él no protesta. Le llevamos a su edificio en silencio. Martin trató de sermonearlo, pero el chico estaba ido. Me quedo con las manos en el volante cuando el chico ya hace mucho que entró. Martin me mira sin saber qué esperar. Mirada fija en la esquina. Anochece, y los camellos de Morton salen de todas partes con nuevo producto. Podría volver a intentar. Podría regresar en el tiempo. No salvaría Morton. No salvaría a nadie. No me salvaría a mí mismo.
- ¿Oz?- El chico me suavizó, me hizo débil. Una lágrima escapa de un ojo. Hay algo trágico en el camello de la esquina, chaval menor de edad con cadenas de oro y revólver metido en los pantalones. Demasiado joven. Demasiado estúpido. Demasiado perdido. Tan perdido como yo.- ¿Te sientes bien? No me asustes viejo.
- Martin...- Me congelo de nuevo. Destrabo mis brazos del volante. Saco la marihuana por la ventana. La tiro por una coladera.- Melcher recibirá una paliza por no vender su producto.
- Quizás deje de hacerlo.
- No, es muy tarde para él. Es muy tarde para Morton. Lo arrestaremos un día, en unos años, cuando mate al dependiente de una tienda. Un pobre tipo con familia, alguien así.
- No sabes eso.- Saco la licorera, pero Martin me detiene. Lo agarro del cuello y lo azoto contra el tablero. Bebo un fuerte trago y lo miro, lágrimas en mis ojos. Trato de disculparme, me quita las manos de encima.
- Es muy tarde para mí Martin, no te hundas conmigo, porque te haré lo que le hice a todos los demás. Llévatelo a la estación. Pregunta por los duques de Brokner.
- ¿Tú qué harás?
- No sé.
- Pero, regresarás a trabajar mañana, ¿no es cierto?
- Buena suerte chico.

            Bajo del auto, no miro atrás. Camino y bebo por varias cuadras. Ya es de noche. Miradas curiosas por las ventanas. Niños que no pueden salir tras caer el sol. Negratas me observan, manos acariciando las culatas de sus armas. Nada queda ya de anti-bandas. Nada queda ya de la ley de la calle, de los policías como reyes de la calle. Demasiada droga, dinero, sexo, violencia y ambición. El rostro de Lois Baker estampado en todas las mujerzuelas negras que venden sus cuerpos, a veces por partes. Morton es el juego, y el juego devora todo. Los jugadores cambian, el juego permanece. Roger Larkin trató de obligar a Lois Baker a ser actriz en sus sesiones, no tengo duda. Roger mantiene a sus mujeres drogadas, incapaces de defenderse, apegadas a él por necesidad de más dosis. Si Lois hubiera vivido más, habría acabado como su madre. Ambos destinos son trágicos, pero saber que de hecho son destinos, eso es lo más trágico de todo.

            Voy brincando de bar en bar. Viajo en el tiempo. No recuerdo cómo llegué a este bar, pero tengo un trago en la mano y eso es todo lo que importa. Recuerdo manejar, pero no tenía coche. Recuerdo la pelea. Un negrata, tan ebrio como yo. Le rompí la rodilla con un tubo. Lágrimas, risas, cantos y golpes. Alguien me da uno directo a la mejilla izquierda. Su chica grita algo que no escuché, estaba demasiado ocupado en el suelo. La llamé “mi orquídea” y eso no le gustó. Una morena se ríe conmigo en un taxi. Paga con mi cartera en su mano. Abre la puerta de mi departamento con mis llaves. Caigo de bruces al suelo. No recuerdo cómo llegué a mi cama. El sol ardiendo mis ojos. Mi mano cae de la cama, busco mi placa y mi arma. Las dos están ahí, no puedo decir lo mismo de mi cartera. Treinta dólares y un par de identificaciones. Si ella me soportó, se lo merece. Vomito en la cocina. Temblores fríos, reconozco el síntoma. Voy de salida y mi cuerpo finalmente lo nota. El desayuno es un error, vomito en la regadera con tanta fuerza que caigo hincado. Golpeo el piso hasta lastimar mis manos, eso no cambia nada. Vendí mi alma, perdida para siempre. Un dinosaurio enojado y moribundo. Acostado de espaldas en el piso de la regadera, el agua esconde mis lágrimas. Quiero morir, quiero matar. Quiero que Lois Baker despierte de la muerte. Quiero todo eso que ella tenía, pero que las mujerzuelas de anoche nunca conocieron.

            Roto como una figura de porcelana, los pedazos ya no encajan. Cuando escucho voces en la puerta de entrada no puedo gritar de regreso. Me levanto para secarme y vestirme. Las voces siguen allí. ¿Maté a alguien en mi estupor alcohólico? No tengo manera de estar seguro, pero reviso mi arma y tiene todas las balas. Fumo sentado frente a le puerta, viendo los seguros abrirse. La puerta se abre eventualmente, es el casero del edificio y Martin Felton. Miro el reloj, más de la una.
- Te cubrí con el teniente.- Martin despide al casero polaco y se apoya contra la puerta.- Encontré varias cosas interesantes anoche, si es que sigues siendo policía.
- No te hagas al herido y escúpelo. La migraña me está matando.
- Los duques de Brokner fueron el objetivo de una investigación de Vicio. Arrestados hace cinco años, casi toda la banda y los que no se asustaron bastante. Ernest Chafee hizo varios años, pero entre los que evitaron la guerra está Paul Biden, el enfermero de Jacob Baker. El viejo fue su abogado, lo sacó del apuro. Se ganó un enfermero, de eso no hay duda.
- ¿Y Chafee?
- Desaparecido. Hemos buscado por doquier, pero no aparece y dudo que aparezca pronto.- Martin se enciende un cigarro y me mira de abajo para arriba.- ¿Sigues en el caso, Oz? Porque, maldita sea, yo no habría buscado en el dormitorio de Patricia, ni encontrado el novio, ni el estudio pornográfico. No puedo hacer esto solo Oz, y esto se tiene que hacer. Tenía 18 años, seguramente la hicieron posar desnuda. Así que, ¿ahora qué?
- Ahora regresamos a casa de Lois, quizás Paul Biden sepa dónde encontrar a Chafee.- Me pongo de pie, apago el cigarro en el piso. Demasiado terco para morir. Demasiado estúpido para no ver que da lo mismo. Martin tiene razón, la chica no tenía por qué morir por los pecados de todos a su alrededor.  

            Trato de controlar mi licorera, que me dure todo el día. Martin compró donas y cafés. Es un buen muchacho. Le dejo manejar. Le dejo la radio. Le dejo su jazz. Hablamos poco. Habla de su hermana y su sobrina. El novato se toma los casos demasiado personal. Lois le recuerda a su sobrina, todos los jóvenes lo hacen. No se lo digo, yo lo hago también. Tan personal que desgarra. La clase de cosas que son desconocidas para la gente decente de la colonia de los Larkin. Escondidos como camaleones. La porquería del drenaje pintada de otros colores y pasada por hogar. Demasiado tóxico para Lois Baker. Demasiado tóxico para cualquiera.
- ¡Abran la puerta!- Martin golpeó varias veces. Los gritos de Patricia y Roger se escuchaban hasta la calle. Eventualmente Patricia abrió la puerta, pese a los reproches de su marido.
- ¡Aquí están Roger! Ya no sirve de nada que te quejes, ¿no es cierto? Y no te necesitamos tanto cómo crees, papá ya firmó todo a mi nombre, así que más te vale cambiar la tonada.
- Suficiente, ¡suficiente! Esto no ayuda a mi migraña. Usted, el pornógrafo, espere en la cocina. Usted, no se mueva de aquí. Vinimos a hablar con su padre.
- Está arriba, con Paul.- Patricia nos sigue de cerca, pero le indico que se quede en las escaleras. El viejo nos escuchó llegar, nos esperaba.
- Señor Biden, ¿conoce a usted a un Ernest Chafee?- El enfermero se pone tan pálido como su negra tez se lo permite y se apoya contra la pared. Mira avergonzadamente a su paciente y luego a nosotros.
- No tuve una infancia muy tranquila que digamos. Yo estuve con Chafee en los duques de Brokner. El señor Jacob me defendió en mi juicio. Yo no he hablado con Chafee desde entonces, sé que él me odia por no haber ido a la juvenil y por eso me mantengo lejos de sus rumbos.
- Mi último caso antes del cáncer.- Dijo el viejo.- Y no fue fácil.
- Paul, déjanos solos, quiero hablar con Jacob.- Espero unos segundos luego de cerrarse la puerta. Me enciendo un cigarro y controlo el impulso de tomar la licorera y darle un buen trago.
- Me siento alagado Oz, que me visites tan seguido. Sólo tengo a ese negrata a que me haga compañía.
- ¿Por qué defendiste a un negrata? No suenas del tipo amante de la igualdad racial.- Dije, mientras hojeaba sus revistas racistas.
- Dinero, tan fácil como eso. Ahora me devuelve el favor como mi enfermero, la verdad es que todo lo que le pago es por caridad. Está emocionado por que quizás le pague una especialidad en Canadá, buena excusa para no tener manos negras sobre mi cuerpo a cada hora. Al umbral de la muerte uno ve las coas distinto, el dinero no significa nada. ¿Entiendes?
- Lo entiendo, perfectamente.- Salimos y el enfermero está esperando apoyado contra la puerta cerrada del dormitorio de Lois Baker. Es obvio que escuchó todo, esa mirada de vergüenza y ofensa es imposible de fingir.
- Mira el lado amable,- Dice Martin.- al menos tienes una carrera.
- No exactamente, todo lo que sé me lo enseñó la mamá de un amigo. Espero poder ir a Canadá y largarme de aquí.
- ¿Los esposos peleaban mucho?
- Todo el tiempo. Nunca hablé con Lois, el viejo me habría despedido si lo hacía, pero la pobre chica siempre parecía en su propio mundo. Dudo que haya tenido amigos, y en el tiempo en que he estado aquí, nunca le vi con otra persona, ni compañeros de clase ni nada.
- Si sabes de Chafee, avísanos. No quiero enterarme por las malas que has escondido algo. Vamos Martin, llegó la parte divertida, hablemos con Roger Larkin.
- Miren, Lester me dijo lo que pasó.- Roger trata de salir de la cocina, pero lo empujo adentro. Martin le muestra su placa, para calmarlo, y lo sienta de un empujón.- Todo lo que reporten de inmediato, no es criminal, ¿o sí?
- Primero, así no funciona. Segundo, no seas idiota. Tercero, y más importante, te crucificaremos cuando se nos pegue la gana. ¿Dónde está Chafee? Sé que ese negocio de morfina viene de ti.
- No sé dónde está, y no sé nada de morfina.- Martin me toca el hombro, me muestra el calendario en la puerta del refrigerador.
- Cada tercer día, y mira esto, “Crimen y castigo” como el libro del entrenador Pearson. Van al mismo club de lectura.
- Tienes buen ojo novato, no hay duda de eso.- Roger Larkin trata de pararse, lo siento de nuevo.- No tan rápido, pervertido. ¿Cuándo metiste a tu hijastra en el negocio?
- Yo nunca hice eso.- Lanzo un zarpazo que lanza los periódicos y las tazas al suelo.- Por el amor de Dios, no soy un monstruo. ¿Creen que iría al funeral de Lois si yo le hubiera hecho eso?
- Sí.- Respondimos al unísono.
- Ella era aficionada a la fotografía, así que estaba naturalmente interesada en mi agencia de modelaje. No sabía de lo otro. Fue a tomar fotos una vez, hace como año y medio. Y de la nada aparece Lois gritando y berreando para llevársela.
- Sé que mientes.- Le dijo Martin, conteniéndose de golpearlo.- Y te crucificaré contra la pared cuando pueda demostrarlo.
- Vamos, hay una última parada antes de irnos.- Martin se me pega, mientras cruza la sala y jalándome de la manga del saco me detiene.
- ¿Crees que Lois tomó una fotografía de algo que no debía? La robaron por completo, quizás ese era el móvil, el negocio de su padrastro. Roger la convence a ir al parque McAllen y la mata.
- Puede ser. Aún así, hay demasiadas cosas en el tablero. La bala de la bolsa de gimnasio del entrenador Pearson, por ejemplo, quizás Lois le dio ese ojo morado antes de morir. Además del narcotráfico de morfina, entre varias cosas más.
- ¿Encontrarán a quién lo hizo?- Patricia espera sentada en los escalones a su puerta. Fuma distraída, la mirada en las casas de enfrente. Se pregunta si el mundo está loco, y solo son ellos.
- Sabemos que mintió.- Paso a su lado, bebiendo de mi licorera. Me apoyo contra el auto, dejo que Martin se haga cargo. Difícil tomarlo en serio cuando apunta todo meticulosamente, y hasta borra sus errores ortográficos.
- Es difícil de entender por qué mentiría sobre algo tan aparentemente inocente como el club de lectura.- Patricia se pone nerviosas. Desearía escapar con el tren que sale del andén “M” a villa olvido.
- Vine aquí al acabar la reunión.
- No, su padre nos dijo la verdad ayer. Sólo estuvieron el viejo y su enfermero. ¿Hasta qué hora terminó ese club y cuánto tiempo tardó en sus actividades extracurriculares?
- No estoy teniendo un amorío, si eso trata de insinuar. Mi papá se equivoca, acabó el club de lectura y vine directo para aquí.

            Martin sabe que le miente, no sabe cómo forzarla a decir la verdad. Está nervioso, segundo día en su trabajo y se le acaban los trucos rápidamente. Le pido a Patricia la dirección del club de lectura, una librería cerca del parque Ashton. Martin piensa lo mismo que yo, un amorío con el entrenador Pearson, quizás descubiertos por alguien que le dejó ese ojo morado. Si los dos calientan sábanas en algún pulgoso motel, es difícil saberlo. Todos dicen lo mismo, el entrenador siempre llega con la esposa con quien está felizmente casado. Su segunda esposa, porrista en la escuela de su trabajo. Imagino el divorcio, imágenes de la guerra llegan a mi mente. Nos muestran foto de la esposa, difícil de creer que la engañaría con Patricia. Se ponen defensivos cuando Martin insiste. Ciclo de lectura sobre crimen e inseguridad, las buenas conciencias de la ciudad. Tengo que jalar fuera a Martin antes que nos echen. Seguimos la pista de Ernest Chafee, el ex-pandillero vendedor de morfina, pero sigue como fantasma. Comemos en el precinto, esperando llamadas. El teniente quiere actualización. Miento hasta por debajo de la lengua. Prometo cosas que no puedo cumplir. Lo sabe, la mirada nerviosa de Martin es transparente. A medio baguette de pastrami él se empieza a ahogar, el ratoncito en su cerebro terminó de dar una vuelta en la rueda metálica.
- Lo que ese estudio ilegal no tenía, era un espacio para revelar fotografías. No es la clase de cosas que llevas a la tienda de la esquina. Si Lois participó, la encontraremos allí.
- Me sorprendes chico, tú y tu bigote de leche lo hacen de nuevo.- Se revisa instintivamente y me parto de la risa.- Vamos, sé a quién preguntarle.
- La próxima vez, yo manejo.- Pedal al metal, la sirena a todo. Arruino la tarde tranquila de los enamorados y los burócratas que salen de trabajar. Una mano en el volante, la otra en la licorera y un cigarro en la boca. No sé cómo, pero lo hago funcionar.- Recuérdame que te regale una corbata.
- ¿Qué tiene de malo la mía? Es negra.
- Era, hasta la mostaza del sándwich que bajaste con whiskey. El teniente dice que un detective desgarbado es un detective ineficiente.
- No creas todo lo que Vinnie paranoias diga. Es la clase de sujeto que te mastica vivo y te escupe muerto.
- Eso dices de todos.
- Y es generalmente cierto. No te confíes Martin, cualquiera es capaz de cualquier cosa.

            Tocamos la puerta del departamento de Lester Glenn y corremos con suerte, todos están en casa. El negocio debe ir lento, pero al vernos su corazón está a punto de salirse de su ridículo chaleco de lana color verde limón. Su hermano Mark nos hace pasar, junto con su esposa Sarah Culver. No es difícil saber quién tiene los pantalones en la familia, no quiso cambiarse el apellido tras la boda y sostiene la mano de su marido con tanta fuerza que creo que quiere arrancarle el brazo a la primera señal de problemas. Es fácil compararla con Susan Domenici, secretaria del doc, modelo y actriz porno. A veces los opuestos hacen tanta química que las cosas estallan.
- Terrible asunto, pero no le incumbe a mi marido. A diferencia de otros, yo duermo tranquila porque lo tengo cada noche a mi lado, sin falta.- Nos acomoda en su cursi sillón de flores. No cabemos los dos, así que Martin se queda de pie detrás de mí. No necesito mirar hacia arriba para saber que tiene la mirada puesta sobre Lester Glenn.- Nunca había escuchado de ese nombre.
- Yo tampoco.- Se apuró a decir el doctor.
- Una lástima. Creemos que tiene que ver con el caso de una secretaria metida en cuestiones muy negras. Tan negras como la noche.- Mark Glenn se pone nervioso. Sonríe como un estúpido pero sabe que mencionaré a su secretaria por nombre y su esposa lo atará al radiador para darle latigazos por semanas.
- Mi hermano la ha mencionado, ahora lo que dice. Sí, ¿te acuerdas Lester? Él odiaba a esa pobre chica, pero no me pregunte por qué.- Me enciendo un cigarro con calma. Sarah Culver me mira con odio, no quiere ceniza sobre la colección de payasos tristes de cerámica sobre la mesa de café.- Amor, ¿podrías traer mi agenda de pacientes? Quizás encuentre su nombre ahí.
- Ahora vuelvo.- Sarah Culver nos deja y Lester le murmura algo a su hermano, pero el doctor no quiere caer. Siempre puedes apostar por el instinto de preservación, sobre todo de maridos dominados por harpías.
- Lo siento Lester, pero... Los amenazó con exponerlos a la prensa, y a la policía de Vicio si ese Roger Larkin volvía a tocar a su madre.
- Eso fue hace tiempo. Además, Roger no me incluye en sus otros negocios.
- ¿Y dónde revelan las fotos?- Pregunta Martin.
- En una bodega, no muy lejos del estudio.- Nos apunta la dirección mientras Culver regresa. No encuentra el nombre de Lois Baker, pero la entrevista terminó. Lester el cara de rata nos sigue hasta la puerta. Tiene cara de perro en cámara de gas de perrera, una mezcla de lástima y rencor.- ¿Qué harán con las fotografías y los negativos?
- Si encontramos a Lois, o a cualquier otra menor de edad, te colgaré de una parte muy incómoda y te usaré de piñata.

            Manejo a toda velocidad, estelas de luces rojas y blancas. Farolas lanzando extrañas sombras. El sol muere en el horizonte. Suficiente whiskey para empujarme hacia adelante, hacia el vacío. Evito Morton a toda costa. El jazz de Martin es alocado, salvaje. Este caso lo es también. Ensaya teorías en su bloc de notas. Escribe furiosamente, flechas y diagramas incluidos. Hay cosas que no se traducen bien en papel, la oscuridad del corazón humano es una de ellas. A punto de descubrir si Lois era atada y sodomizada frente a las cámaras. No es la clase de cosas que esperas, y sin embargo la anticipación nos consume a ambos. Estaciono sobre la acera mientras las ventanas, clausuradas con carteles como el otro estudio, se alumbran con la voracidad de un incendio. Nos bajamos y olemos el cloruro de plata, apesta a muerte. Un disparo en la esquina. Un auto que se aleja a toda prisa, demasiado viejo para memorizar la placa a la distancia. El sujeto del disparo caminaba en el momento equivocado, en el lugar equivocado. La ambulancia se lo lleva, pero nos dice lo poco que sabe. Alguien joven, con máscara de esquiador, pero está seguro que era negro.
- Ahí se van las evidencias.- Se lamenta Martin, mientras los bomberos hacen lo suyo.
- Calma novato, puedes invitar a salir a alguno de estos masculinos bomberos.
- Descuida Oz, son todos tuyos. ¿Ahora qué hacemos?
- Yo me jugaré una corazonada, tú puedes probar suerte contigo. Susan Domenici, creo que es más que una modelo, actriz, amante y secretaria. Jugosos cheques... Creo que Dale cubrió su bien formado trasero cuando les exprimimos.

            El departamento de Susan Domenici no queda lejos. El novato se pone pálido al ver mis ganzúas. Nos movemos rápido, o no nos movemos en lo absoluto. Simone quería que le enseñara lo básico, ahora tiene más de lo que quería. El lugar tiene un aire minimalista, un lugar de paz para tanta pasión, tantas máscaras, actuaciones, chantajes y manipulaciones. Tan vacío como ella. Los adornos son pocos, y son muy costosos. Hay ropa de hombre en su dormitorio, una camisa con un recibo de hotel de la noche del homicidio, quizás el buen doctor no llega todas las noches a los brazos de su esposa, como a ella le gustaría creer. Y si llega, debe llegar agotado. Martin encuentra una hoja en el basurero de la cocina, cálculos de dinero. Una columna de botellas, otra de cápsulas, otra de pagos. La morfina deja buen dinero. Me apuesto algo que es la clase de dinero que Roger no gasta con Patricia, ni comparte. Cuando tocan la puerta el novato casi se desmaya. Busca una escalera de incendios para salir por alguna ventana, pero no es esa clase de edificio. Le tranquilizo de una palmada en la espalda, escondo la placa y el arma, y abro la puerta con mi mejor sonrisa de idiota. Una señora arrugada y malhumorada nos mira a los dos sin sorprenderse, la reputación de Domenici debe ser bien conocida.
- Queríamos sorprender a Susan, pero no está en casa. Nos dejó su llave, venimos de Chicago para su cumpleaños. ¿Sabe qué es lo que hace durante el día?
- No me hagan empezar con esa chica.- No tengo que hacerlo, ella quiere empezar.- Nunca sé adónde va, pero paga puntualmente y es todo lo que me importa. Necesita amigos, eso se los puedo asegurar.
- ¿A qué se refiere, se mete en problemas?
- Hace dos días estuvo peleando en la noche con un nombre, creo que le echaba en cara tener otra mujer. No escuché todo, pero sí escuché el nombre de Lois. Se fueron poco después, como a las diez más o menos. No la he escuchado desde entonces.

            Sigue hablando por otra media hora, no sabemos cómo callarla para largarnos de ahí. Nos avisan por la radio del auto, hubo una víctima en el incendio. Identificada por una licencia de conducir que se derritió en su piel, Susan Domenici. Tenemos que cerrar la red, antes  que Vicio ponga dos más dos igual a revelación de fotos pornográficas. Extraña aritmética, todo se calcula, todo se mide, todo encaja de una columna a otra, todo menos Lois Baker. Arrestamos a Lester Glenn en su departamento, lo dejamos en la estación para que le hagan sudar y vamos por Dale Pitman, el vendedor de fotos y revistas. Es mi suerte, el negro vive en Morton. El edificio había sido condenado para demolición muchos años antes que todo el techo tuviera moho. Angostos corredores con negratas drogados. Pisamos agujas y los camellos escapan por las escaleras. Alguien suelta palomas en el techo, señal que hay dos zorros en el gallinero. Dale no recibe la señal, él escucha la radio con un porro en la boca y una sonrisa de idiota. Prácticamente tiro abajo la puerta. Dale nos mira sonrientes. El espacio está vacío, un colchón, una radio sobre una silla, una cocineta echada a perder y cajas repletas de porno. El negrata trata su cuerpo como si fuera un parque de diversiones. Martin encuentra condones en la cama, junto con un bolso y un reloj. El novato estalla. Lois usaba reloj, antes de ser asesinada, y también fue robada de un bolso. Lo baja a la sobriedad a punta de bofetadas, hunde su cara en el apestoso colchón sin sábanas. Reviso la bolsa, tiene la identificación de Kelly Durkin, y el reloj es demasiado grande para una adolescente. Aún así, dejo que ventile su frustración. Pateo la radio, me siento en la silla. Me termino la licorera, casi llego al día. Eso es suficiente para una celebración, y mientras Martin interroga al sospechoso relleno la licorera con la botella que cargo para emergencias.
- ¿Te gustan los incendios Dale? Porque la bodega que usaban para revelar las fotos que tú vendes se prendió fuego esta noche.- Pitman trata de regresar a la coherencia. Empuja a Martin y se sienta contra la cornisa de la ventana, tratando de pensar.
- Yo estaba aquí. No podría ni salir por comida sin caerme en el piso.
- La triste vida del camello de porno. Algún día escribirán historias sobre ti, Dale.- Me pongo de pie y lo levanto del cuello. Lo tiro por la ventana, agarrándolo de un tobillo. Martin se pone nervioso, es un quinto piso. Rápidamente busca un teléfono y llama patrullas.- ¿Por qué golpeaste al entrenador Pearson? Y más te vale tener una buena respuesta.
- Yo no me llevo con él... Es decir, es mi cliente pero nada más. ¿Por qué haría eso?
- No me convences.- Lo dejo caer un poco. Sus gritos reúnen a curiosos. La mitad apunta en silencio, la otra mitad se pregunta si su dentadura se clavaría al suelo.
- Es en serio, por el amor de Dios Oz, no me mates. Lo vi con el ojo morado, pero no hablamos mucho y no me dijo de dónde salió. Tenía miedo, eso es todo lo que sé.
- Ésta es la grande, Dale Pitman. ¿Quién es Francis Ed M.? El nombre con siglas nos ha estado volviendo loco.- El negro trata de pensar, mientras la sangre se agolpa en su cabeza.- Rápido, antes que te sangre la nariz y te suelte.
- No sé, ¿Francis? No conozco a ningún Francis, no conozco a ningún Ed o Edward que se apellide con M. ¿Por qué te mentiría?
- No sé, la gente hace cosas locas.- Las patrullas llegan y lo meto a la habitación. Empieza el tedioso proceso de reunir toda la evidencia en bolsas y entregarlas a los patrulleros. Les  pago diez dólares a cada uno porque me ahorren el tener que ir a esa apestosa bodega y llenar los formularios.- Ustedes vayan por Roger Larkin, siéntase libres de usar fuerza si es eso les divierte. Nosotros iremos por Kelly Durkin, es una de las modelos.
- Qué raro, nosotros al degenerado y los detectives por una modelo vulnerable.
- El lodo siempre va colina abajo, uniformados, no colina arriba. Vamos Martin, te conseguiré una cita con una mujer, para variar.

            Kelly Durkin vive un sueño, pero no el americano. Departamento de renta congelada. El dinero se les escapa como agua. Su atractivo es su cheque quincenal, mientras que vive en la línea en un acto de balanceo. Seis pisos, sin ascensor. Un trago por piso, aún así mis rodillas me duelen. Un par de negratas retrasan a Martin, quien subía detrás de mí. Le hacen preguntas, pero se burlan con dobles sentidos, el novato está demasiado nervioso para darse cuenta. Pateo a uno de ellos, lo lanzo volando por las escaleras. El otro no reacciona a tiempo, le doy un ojo morado y cae con su amigo. Felton lo agradece con la mirada. No lo hice por eso. Es cuestión de principios. Los que no temen a la placa, al menos deberían temer al arma. Martin llega al sexto piso antes que yo. Me dice abuelo y dinosaurio, demasiado cansado para protestar, pero me hago al duro. Toco la puerta mientras me termino la licorera. Kelly Durkin abre en un quimono que le llega hasta los muslos. Se vería menos piel si nos hubiera abierto la puerta desnuda. La mirada está ida, sus movimientos son torpes y nerviosos. No hay mucho que ver, vive rodeada de los sets que usaban para sus pornos. Es como entrar a una mala película de Egipto.
- Dejaste esto en el depa de Dael Pitman.- Le devuelvo su identificación y su dinero. Planeaba quedármelo, pero ella lo necesita más que yo.
- Soy muy olvidadiza.- Habla como gatita en celo. Se sienta en el borde de una esfinge de madera y cartón, le lanza maullidos a Martin, quien la mira nervioso. Me enciendo un cigarro, disfruto sus nervios.- ¿No quieres probar mis manjares?
- ¿Esto es lo que pensabas que sería de ti, cuando crecías?- Martin me sorprende. La sorprende a ella también. Le mira sin entender. No puede procesar esa pregunta sin desgarrarse por dentro. Entiendo el dilema muy bien.- Lois quería ser fotógrafa.
- Siempre es Lois con ustedes, ¿acaso nunca se relajan?- Se pone de pie de golpe, lanza sus brazos como si dijera algo, pero está todo en su mente. Un bellísimo accidente de tren. La chica de los sueños de muchos hombres. Tiene suaves ojos azules, hermoso rostro delicado, un cuerpo que sería la envidia de cualquier mujer. Tiene todo eso, y a la vez, no tiene nada.- Yo nunca trabajé con ella, no en lo que ustedes ya saben. Susan y Roger siempre hablaban de Lois, como ustedes. No sé por qué la odiaban tanto, creo que ella sabía el negocio de Roger. ¿Por qué les importa tanto esa niña?
- Porque está muerta primor, fría como el concreto.- Me mira y se detiene. Se sienta en el suelo de golpe. Aleja botellas vacías de cerveza y una jeringa usada.- La mataron en un parque, a la mitad de la noche. Ella era una chica linda, no tanto como tú, pero era linda.
- ¿Y quería ser fotógrafa? Yo quería ser diseñadora de modas. Mamá era costurera. Papá era un borracho. No sé qué salió mal. Un día te despiertas y todo salió mal. No puedes salir, sólo puedes flotar como te lleve el río.
- ¿Roger te enganchó?
- No, me curó de la heroína, eso era peor. Me mostró la morfina, me hizo un favor. Todo se siente tan terso. Todas sus chicas lo usan.
- Buena manera de controlar a los demás, incluyendo a su esposa.
- ¿Patricia? Ella me cae bien. No sé si yo le caiga bien. No la pude ayudar. Quería más producto, pero yo no sé dónde está y no tenía nada para darle.
- ¿Antier?
- Sí. Ya era muy tarde, yo quería ir a dormir.
- Vamos a dar un paseo nena, vístete. Te darán comida caliente y un buen lugar donde dormir.- Martin llama a la patrulla, yo la ayudo a vestirse. La siento en el sofá y se queda dormida de inmediato. Me robó su botella de whiskey, no sé si eso la ayuda a ella, pero me ayuda a mí.- Nada con Jack Daniels para sobrevivir la noche.
- ¿No encontraste nada relacionado a fotografías en casa de Lois?- Martin le sigue dando vueltas al asunto. Yo me apoyó contra la ventana sucia, bebo y me hipnotizo con las luces rojas de los autos.
- Nada.
- Debimos actuar antes Oz, llamar a Vicio. Ahora quemaron toda la evidencia.
- Dale Pitman hará tiempo, olvídate de ese negrata. Las modelos, ellas pueden decir que fueron obligadas. Lester se librará, si su abogado es bueno, porque nada prueba que haya tomado las fotos. Roger se salvará si convence a todos a guardar silencio. Yo quiero poner mis manos sobre Chafee.
- Si hubiéramos llegado antes, esa bodega para revelar fotos...
- Olvida la maldita bodega. Ese incendio estaba programado antes que nosotros encontráramos a Lois. No, aquí hay más en juego. El centro juvenil de Brokner, había olvidado que encontré un panfleto sobre él en el cuarto de Lois. Me está volviendo loco.
- ¿Y si interrogamos al novio de nuevo?
- No sé, maldita sea no lo sé. Es tarde, estoy demasiado cansado. Me llevo el auto, espera a la patrulla. Dile al teniente que fui a ver si puso la gallina.
- Oye Oz, ¿te veré mañana?- Me detiene en la puerta y me mira con la misma lástima que mira a Kelly Durkin.- Esto está realmente complicado.
- Espera la patrulla.

            No hago dos cuadras hasta que la radio lo anuncia. Ernest Chafee está muerto. Disparó contra los oficiales que le querían arrestar. Vaya manera de irse, como queso suizo. Kelly Durkin me deja un mal sabor de boca que el whiskey no puede lavar. Demasiadas conexiones en la cabeza. Domenici y Larkin, posibles amantes. Jacob librando a Paul del problema de la misma banda que Chafee. Eso huele a viejos amigos, perversos favores. La clase de favor que un ex-convicto podría pedir de un tranquilo enfermero. El Romeo negro también conocía a Chafee. Muy estúpido para ser pandillero. El ojo morado de Pearson, él mintiendo sobre su causante. Patricia nerviosa por un inocente club de lectura. Demasiadas conexiones. No encuentro la que importa. En el primer bar ahogo esos pensamientos.

            Edificio en ruinas dispara mi cerebro. No sé cómo regresé al auto. Las ruinas de un incendio. Una raquítica garra que se extiende a la noche estrellada. Morton me hace esto. Manejé a Morton sin pensarlo. Bautizo de fuego. No quedó nada en el incendio. Podría ser esta noche, podría ser cualquier día. El peso acumulado del pasado ahorcándome, lanzándome del puente con una soga al cuello. Una bala. Una investigación. Una promesa rota. Alguien mira dos veces y encuentra las inconsistencias. Simone no me salvará. No me puede salvar, incluso si me mantiene fuera de prisión, porque perdí mi alma. Trato de convencerme que queda algo. Nada queda de Lois. Salto de bar en bar. Ya no busco respuestas, busco el olvido. Su rostro me persigue. Muchos rostros me persiguen, unos por ser mis víctimas, otros por ser mis victimarios.

            No hay violencia. No hay prostitutas. Larry está sólo esta noche. Me corren de un bar, voy a otro. Me desmayo tratando de entrar al auto. No siento mi pulso. Cabeza contra el aceite del radiador. Sirenas en la distancia. Demasiado terco para morir. Nunca me había rendido antes. No así. Me insulto en murmullos, de nada sirve. Alguien me mira tirado, se burla de mí. Quiero agarrarlo a golpes, pero no siento el cuerpo. Aparezco y desaparezco del mundo. Voy vengo. No sé adónde llego cuando voy, pero está oscuro y es silencioso. Despierto cuando el sol molesta mis ojos. Me volteó para vomitar. No sé por qué pienso en los pisos del dormitorio de Lois y el principal, todos bien barridos. Todos bien limpios. Dicen que la limpieza es una virtud. También lo es el amor, pero el amor te puede matar. Nadie está limpio. Lois lo estaba. Ella me levanta del suelo. Sigo pensando en esos pisos limpios. Pienso en su novio. Pienso en Chafee. Pienso en Roger, que controla a sus mujeres con morfina. El control no puede durar para siempre. Los esclavos de Egipto se liberaron. Manejo a casa. Necesito un baño. Vomito en el camino. No recuerdo haber comido papas a la francesa, pero ahí están. El teléfono suena. Más de las doce. Martin, estoy seguro. Bajo la borrachera en la tina. Ojos en el piso, siempre en el piso. Está barrido, no recuerdo haberlo hecho. Si fuera un ebrio higiénico, el teniente me dejaría de fastidiar.

            Salto de la tina. Contesto el teléfono. Me seco furiosamente. Es Martin. Le digo todo. El agua fría conectó mi cerebro. Le digo que me espere. Le digo que voy por él. Relleno la licorera. Recojo donas en el camino. Martin me habló del teniente. No está feliz. Nunca está feliz, no es mi culpa. Me dice que el abogado de Roger Larkin lo liberó. El sujeto es bueno. Aún así, todos pagan. Solía creer que no, que puedes salirte con la tuya. De un modo u otro, todo el mundo paga. Algunos pagan por pecados que no son suyos, Lois está en esa lista. Tatuaje en la cadera y todo.
- Tardaste una eternidad.
- ¿Subes o caminas?
- Ya voy, ya voy. No seas gruñón. ¿Por qué huele a papas fritas?
- No quieres saber.
- Toma.- Me regala una corbata negra. Me la cambio en el camino. Es un buen chico.- Pensé que sería mejor que esa corbata con peces y botes. Es horrible.
- Es festiva, soy del tipo festivo.
- He visto funerales más festivos que tú.
- Aún no es tarde para caminar.- Le ofrezco las donas. Las bajo con whiskey. Mi mente nunca había estado tan clara como ahora. Fui al infierno, pero Lois me sacó de ahí. Tienen que pagar.
- Le seguí dando largas al teniente Simone. No me gusta la idea de hacerlo enojar en mi tercer día de trabajo. Le dije que investigabas algunos ángulos. No creo que me haya creído.
- Hubo ángulos involucrados, esa parte es cierta. Descuida novato, mentirle a tus superiores es la parte más importante de cualquier estructura jerárquica.
- El filósofo Ozfelian, interesante.
- Quédate cerca, se pondrá más interesante que eso.

            Acelero a toda velocidad. Sirena a todo volumen. No hay prisa para Lois, pero quiero llegar cuanto antes. Le explico todo a Martin, paso por paso. Lo anota en su bloc, puntos, comas y vulgaridades. Estaciono en el césped delantero. Trago a la licorera antes de salir. Martin toca la puerta. Yo empujo en cuanto Patricia se asoma. Roger amenaza con llamar a su abogado. Le doy la tunda de su vida. Lo azoto contra una mesa y suavizo sus riñones. Le golpeó en las piernas y en la espalda baja para minimizar moretones. Martin me separa con todas sus fuerzas. El sujeto aprendió, pero no lo hice por él. El Universo tenía que darle una paliza. El viejo Jacob baja las escaleras con ayuda de su enfermero, el ruido le llamó la atención. Patricia trata de mediar. Quiere que deje en paz a su marido, quiere que su marido se calme y quiere que su padre deje de lanzar insultos. Me enciendo un cigarro y pateó la puerta para cerrarla.
- El piso, está muy limpio.- Patricia me mira como si fuera de Marte. Un tema poco usual, luego de la humillación pública de Roger Larkin.
- ¿A eso vino?
- No exactamente. El cuarto de Lois estaba bien barrido, el suyo también. Astuta estrategia de esconder la morfina, dentro de una caja. Tiempo para limpiar, y tiempo para plantar ese panfleto del centro juvenil de Brokner. El asunto me volvía loco. ¿Por qué Lois iría para allí? No, sus citas eran Yankers, ella no iba para allá. Roger, por el otro lado, tenía sus negocios allí. Porno y morfina. Extraña combinación, pero deja un buen dinero. ¿Por qué dejaría algo así?
- Mi hija no tenía citas, no sé de qué me habla.
- Usted no lo sabía, eso habría requerido un esfuerzo adicional de su parte. Dios sabe que eso es mucho pedir.
- Si vino aquí a insultarme...
- Guárdeselo, no me quiere hacer enojar. Lo dejó porque sospechó de su marido desde el principio. El buen Roger es escoria de todas maneras. Tendría sentido, así que se asegura que le investiguemos.
- Lois amenazó con exponer a Roger, claro que él lo mató.- Roger quiere decir algo, pero le muestro mis puños ensangrentados y prefiere callarse.
- Sí, además la golpea continuamente, y por supuesto, el momento más digno de Larkin, flirteó con la idea de involucrarla en la pornografía. Pero ninguna escoria humana estaría completa sin el amorío. Se acostaba con Susan Domenici mientras el doctor Glenn pasaba las noches con su mujer. La casera la escuchó discutiendo con Roger acerca de Lois, antes de ir al hotel. Es basura humana y con todo gusto lo enterraría en el tiradero municipal, pero él no mató a Lois. Estaba con su amante en algún hotel, según el recibo en el departamento de Susan Domenici.
- Imposible.- Patricia está roja de furia y le escupe a su marido.- Él tuvo que haber sido.
- La esposa golpeada, constantemente humillada, que pone una pista falsa para que sospechemos de su marido. La pregunta en la mente de todos, ¿por qué no dejaría a Roger tras la muerte de Lois? Sobre todo si sospecha que él mató a su única hija. No podía irse, el plan ya estaba en movimiento. El plan que incluía a Ernest Chafee, el encargado del negocio de morfina. Trató de sacarle la ubicación a Kelly Durkin, dudo que haya servido de algo. ¿Chafee encontró el lugar donde estaba guardado el producto y el dinero? Buen trato, que se quede con el producto y usted con el dinero.
- No sé de qué me habla, no conozco a ningún Chafee.
- El centro de revelado de las fotografías pornográficas. ¿Le consiguió un arma, o el arma era para  usted? Pearson tenía municiones en su bolso, ninguna pistola, y un ojo morado. Temía del causante, le temía a Chafee porque lo conocía. Debió haber dicho, en el club de lectura sobre crimen e inseguridad, que tenía un arma. Así que se le hizo fácil robársela a él, o mejor dicho, dejar que Chafee se la robara.
- Es el conjunto de mentiras más grande que haya escuchado en mi vida. No lo toleraré.
- Susan Domenici fue algo especial. ¿Murió por las llamas o le disparó? Usted sabía del amorío, no es tonta.
- Mi marido, el gran fotógrafo, muchas horas encerrado con esa cualquiera y ningún rollo. ¿Sabe qué me dijo una vez? Que se echaron a perder, y que debía hacerlo de nuevo. Me mandó a casa, frente a todas las otras modelos. Me hizo una idiota.
- Además de una adicta.
- Así es él, te engancha de todas las formas posibles. Ese dinero era para Lois y para mí. Domenici las conseguía, él también se acostaba con el hermano de Lester, el doctor Mark. Eso fue idea de Lester. Esa una rata que mandó a una cualquiera a seducir a su propio hermano. Teníamos una buena oportunidad, Lois y yo. Podíamos irnos lejos, deshacernos de Roger.
- Sí, y no pudieron. ¿Adónde habrían ido? Seguirían siendo extrañas. Era un fantasma en su propia casa, pero no para Francis Edward Melcher, para él ella era una diosa.
- ¿Tenía un novio?- Patricia se sienta en el sofá a un lado de su padre y se suelta a llorar.- Nunca me lo dijo. Ella siempre parecía tan calmada, tan introvertida.
- ¿Quién no lo sería, en este infierno? Ese chico es la segunda víctima. Al diablo Chafee, al diablo Susan Domenici. Ellos ya eran mercancía dañada. Lois y ese pobre negrito eran felices.
- ¿Y creen que fue él?- Preguntó Patricia.
- No, el pobre chico estaba demasiado desecho. Nadie sabía del noviazgo. Se veían en Yankers, siempre en secreto. Su pequeño Edén, donde los sueños se hacen realidad. Francis no es parte de una pandilla, aunque vende algo de mota por su cuenta. Los duques de Brokner le asustaban, Chafee en particular. Todo un tipazo, ese Chafee, hizo algunos años en prisión. No, Francis era demasiado joven para él, aunque sí se conocían. El mismo círculo, aunque ese círculo tiene sus propias secciones. No, algunos fueron a prisión con Chafee, otros se salvaron. Paul es uno de ellos, claro que ahora es muy distinto. Ahora es enfermero. ¿Qué era lo que Francis podía ser? Ah sí, enfermero. Su madre es enfermera, Paul aprendió de ella, ¿no es cierto? La madre de un amigo, según nos dijiste.
- Yo no conocí a Lois, pregúntele a ellos, ¿por qué lo haría?
- Conocías a Francis. Él estaba enamorado, abre la boca o quizás su madre lo menciona. Tú la reconoces, quizás no sea tu amiga, pero sabes quién es.
- ¿Por qué haría algo así? No tiene sentido.
- Es cierto.- Dice Patricia.- Paul no se separa de mi padre, nunca le vi hablando con Lois. ¿Por qué lastimaría a mi hija si no tiene una razón para hacerlo?
- Él no la tiene, es cierto.- Disfruto el cigarro y miro hacia alrededor.- Linda casa. Padrastro abusivo. Tiene amantes, es pornógrafo y engancha a mamá con morfina. Mami está demasiado ocupada todo el tiempo. Lois se lo hace personal, la defiende con la amenaza de hablar a la policía. De todos los pecados, el que mató a Lois fue el amor. Se enamoró de un negro. Paul Biden no ve nada de malo en eso, ninguna razón para lastimarla. Alguien, sin embargo, la amaba demasiado como para soportar que su virginal vientre cargue a un negro. Paul se lo dice a Jacob, él estalla. Su princesita lo torna en un monstruo, prefiere verla muerta que como amante de un negrata sin futuro. Y tiene a otro negrata sin futuro a su disposición. Le salvó el pellejo en ese juicio. Paul le transmite un mensaje falso, le hace creer que Francis Edward Melcher le quiere ver en el parque McAllen a esa hora. Sólo por él habría ido. El mejor lugar para matar a alguien. Jacob le dice qué hacer, y lo hace. Lo hace parecer un robo y regresa aquí. El peso de la culpa, viejo. Es un peso insoportable. Por eso cediste tu propiedad a tu hija, por eso querías enviar a Paul a estudiar en Canadá, lejos de ti y librándote de ver al asesino cambiándote el pañal todos los días.
- ¿Papá?
- No fue culpa de Paul, yo lo obligué. Escondí evidencias para salvarlo en el juicio, le dije que las mostraría a la policía e iría a prisión de por vida.- Patricia lo quiere matar, pero el dolor que desgarra su corazón es demasiado para ella. Se lanza a llorar, enterrando su rostro con sus manos.
- No la mataste por amor.- Le dice Martin, con intensidad en sus ojos.- La mataste porque la odiabas por crecer, por decidir qué hacer con su vida.
- ¿Qué pasa ahora?- Pregunta el viejo, señalando su tanque de oxígeno y su silla de ruedas.
- Irás a juicio, o confesarás. De igual modo, morirás antes que se te dicte la sentencia. Tú puedes ayudar a Paul, aunque habrá años de cárcel.
- Pero me obligó.
- Preferiste cuidar tu negro trasero que detener la histeria a tu alrededor, no me vengas con eso. Todo el mundo paga Paul, tú tardaste años, pero irás a prisión. En cuanto a ti, Patricia... No puedo demostrar que hayas matado a Susan Domenici. La verdad no me importa. Le hiciste un favor al doc Mark Glenn. Te haré un trato, testifica contra tu marido y si te libras de cargos, toma el dinero que robaste y huye muy, muy lejos. Vete a una clínica de rehabilitación o algo así.

            Los arrestamos y pedimos una patrulla y una ambulancia. Roger Larkin lloró durante el viaje. Nadie había hablado en su contra, pero ahora su esposa estaba lista para decirlo todo. El viejo llegó en ambulancia, el fiscal fue muy claro, sería condenado a un hospital de quinta. Moriría en sus pañales sucios. Paul sufrió todo el peso de la ley. El viejo admitió haber robado evidencia de un caso, fueron sumando los cargos. Me desaparecí por unas horas, mientras Patricia declaraba contra su marido y sus amiguitos. Los de Vicio nos insultaron por brincarlos, pero al diablo con ellos. El teniente estaba seguro que me iría a beber, a desaparecer del mapa otra vez, Martin pensó lo mismo. Fui directo a casa de Patricia. Busqué ese dinero por todas partes. Estaba bajo el colchón de Lois. El dinero para escapar, días demasiado tarde. El fiscal dudaba que Patricia fuera condenada por algo, pero ella tenía que pagar. No iba a dejar que regresara a contar su dinero. Más de cien de los grandes. Dinero de la morfina y la pornografía. Se lo dejo a Francis Edward Melcher en un pesado sobre bajo la puerta. Quizás con eso su madre pueda ponerlo en escuela de enfermería. No sé si lo hará, no sé si gastará cien mil dólares en marihuana o algo más fuerte, hasta que algún día la recoja del piso en algún callejón maloliente en Morton. Quizás Martin tiene razón, quizás algunos puedan cambiar. Regreso a tiempo para que los prisioneros sean trasladados. Simone se sorprende tanto de verme que parecería que ha visto un fantasma, y quizás lo haya hecho.
- No puedo decir que me encante la manera en que manejaron el caso.
- Todos cometemos errores tenientes, pero fue Martin el del cerebro. Dios sabe que estaba demasiado borracho para pensar con claridad. Unió los puntos y no sé cómo no lo vi. Paul Biden conocía al novio, se lo pudo haber dicho al viejo, y su coartada dependía del hombre que le obligaba a hacerlo.- Martin me mira asombrado, sus ojos casi salen de sus cuencas.
- Me alegra oír eso. Bienvenido a Homicidios, detective Felton.
- Gracias señor.- Vincent Simone le extiende la mano y se va a su oficina a corregir mis errores de ortografía en expedientes viejos.
- Todo esto es muy emotivo, pero aprovecharé el día libre para largarme, hay media docena de bares que aún no me echan definitivamente.
- ¡Oz!- Me persigue hasta las escaleras y cuando me tiene no sabe qué decir. Mira al techo, luego a sus manos.- Unos amigos me harán una fiesta por pasar el examen de detectives. No sé si quieras venir, será algo más festivo que esos bares que frecuentas.
- Martin...- Al demonio, quizás el chico tenga razón. Después de todo, soy demasiado terco para morir.- Te acompaño.

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