El peor de los pecados
Por: Juan Sebastián Ohem
Del
escritorio del detective Larry Gustav Ozfelian.
Lo
optimistas dicen que vemos la realidad que creamos para nosotros, y los
pesimistas insisten que cada quien vive su propio infierno. Los dos están
equivocados, algunas veces la realidad no está en tus manos y algunos mueren
por acciones más oscuras que el propio infierno en el que viven. El teniente
del escuadrón de homicidios, Vincent Simone, no tiene tiempo para cosas como la
realidad o el infierno, es la clase de hombre que crea su propia suerte y de
alguna manera los demás tenemos que pagarle a la dama suerte. Caí en sus manos,
producto de un terrible final en mi asignación en anti-bandas. El teniente es
un cuervo que camina con las manos en la espalda y la espalda curva, es tan
frío que congela el verano. Me deja jugarla de oído, produzco resultados y eso
le gusta. Aún así, no comparto sus estándares de higiene, etiqueta y, sobre
todo, de sobriedad. Ya dejé de ponerle café a mi whiskey, arruinaba el whiskey.
La culpa es un juego peligroso, te consume hasta que no queda nada. La gente
común se destruye, yo quedo de pie como un edificio bombardeado, estable pero
vacío por completo. El whiskey no lo llenará, eso lo sé, tampoco los fiambres
que me tocan cada día. Lo que no te destruye te hace más fuerte, otra perla de
la sabiduría que es totalmente falsa. Lo fue para mí, lo fue para la víctima.
El teniente perdió la paciencia cuando Parks me llamó un vago alcohólico y sin
futura y me partí de la risa. Simone no es la clase de persona que te pone la
mano al hombro y te dice que te arregles, mostrar una emoción es demasiado
pedir. En vez de ello, me asignó un compañero.
- Martin Felton, recién aprobado
el lunes.- Simone llama al muchacho en la puerta de la oficina. Es joven y
tiene esa mirada de oveja perdida que apela a la crueldad de cualquier
veterano. Me da la mano como un militar y dice algo que no escucho. Está bien
rasurado y peinado, yo soy su contrario. Mi traje es viejo y arrugado, la
camisa tiene manchas por todas partes y mi mirada aún refleja el horror que
dejé tras de mí en anti-bandas.- Necesita que un veterano le enseñé las cosas.
Ya le he insistido, detective Felton, que todo lo que le enseñaron hasta ahora
es sólo una fracción de su nueva asignación. Ozfelian será un buen maestro, si
no muere de cirrosis en el intento.
- Gracias por el voto de confianza.
Vamos chico, el teléfono suena.
Recogemos
la llamada, parque McAllen. Sabía que sería Morton, o al menos su orilla, ese
lugar tiene demasiados fantasmas. No hablamos en el viaje de ida, así que lo
pongo a prueba. Relleno mi licorera y sin decir nada pone las manos en el
volante para evitar que choquemos. Tiene futuro, si algún día pierde esa mirada
de oveja perdida. Me pregunto si yo tuve esa mirada, o si desde siempre fui un
cínico asesino con placa. Ruego por haber sido novato alguna vez, aunque no sé
por qué, no puedo regresar a serlo como uno no puede escapar de sus pecados.
Cinta amarilla, uniformados bebiendo café, demasiado temprano para lo que está
al centro. Ella era guapa y joven, el forense calcula 18 años. Falda larga y
camisa de puntitos, hasta sus zapatillas están lustradas. Mala combinación para
un parque sin iluminación ni policías. Disparo al pecho, laguito de sangre, una
vida entera por el drenaje.
- ¿Alguna idea del tiempo?
- A las cuatro, más o menos.
Lleva muerta dos horas.- Dice el doctor mientras nos espera para cargar el
cadáver a una camilla y a una camioneta.- Linda colonia Oz, ¿cómo se llama?
- Memoria doc Brown, memoria.
Vamos chico, ¿qué ves?
- Disparo a quemarropa.- Usa una
pluma para mover el orificio de bala y apunta al manchón de pólvora.- Hay lo
que parece ser...
- ¿Qué cosa?- Me agacho en
cuclillas a su lado y me lo muestra.- Eso, detective Felton, es papa. Es un
silenciador muy barato. Alguien fue precavido, ¿qué más?
- No está su bolso, tiene marca
de usar reloj pero ya no está. Parece un robo.- Se levanta a la primera,
mientras que mis rodillas se quejan como bisagras oxidadas.- No veo cómo
identificar a la víctima.
- A la chica Felton, cómo
identificar a la chica. No te preocupes, no se quejará si no la llamas víctima.
Iremos detrás de usted doc, quiero acompañarles a la morgue y ver si hay manera
de identificarla. ¿Y cómo haríamos eso Martin?
- Podemos revisar si tiene algún
trabajo de ortodontista, parece de clase media y bien cuidada, por lo que es
posible.
Le
dejé manejar hasta la morgue mientras fumaba tranquilo. Identificar víctimas
puede ser largo y cansado. Tienen que pasar al menos dos días para que se pueda
levantar un acta de desaparición. Tengo suficientes expedientes en mi
escritorio como para añadir otro. Le insisto a Felton que maneje más rápido
mientras cruzamos parte de Morton. Los proyectos, sus edificios dilapidados y
las masas de negratas vendiendo droga en las esquinas me trae malos recuerdos.
Morton es la clase de lugar donde los camellos ya están listos incluso antes
que los niños de escuela. Martin cree que estoy siendo un patán, pero esa vista
me duele tanto como el inclemente sol veraniego. Está nervioso, pero no tengo
nada que decirle. No le diré de los muertos, las traiciones, el dinero y el
gran incendio que debió haberme matado no hace mucho. Me siento mejor al llegar
a la morgue. Todo es frío, metálico, desapegado. Los forenses trabajan a toda
marcha, la ciudad siempre tiene víctimas para ellos. Desayunan sobre los
cuerpos y se delegan ocupaciones. Les pago 30 dólares para que empiecen por mi
chica.
- Eso no salió en el examen.-
Dijo Martin con una sonrisa.
- Necesitarías mil dólares para
hacerles trabajar en año nuevo.- Doc Brown me mira con resentimiento y me alzo
de hombros.- ¿Cuántas veces aplicaste para el examen?
- Una vez.
- Ajá, ¿cuántas veces después de
esa?
- Otras tres.- Admite,
avergonzado.
- No te sientas mal, el buen
doctor Gary Brown manoseó una paciente y por eso está aquí.- El forense está
por decir algo cuando le interrumpo de un gesto y nos acercamos a la cama de
metal. Su cuerpo desnudo y frío tiene un agujero que salió de su pecho, y un
tatuaje en su cadera. Una mariposa en blanco y negro, con las letras “FEM”
entre sus alas. Un trabajo apurado, imposible de rastrear.- Interesante, la
cadera es el mejor lugar para esconderlo de tus padres.
- Pobre...- Martin la toma de la
mano y mira sus ojos vacíos. Toca la herida de bala y cierra los ojos con
espanto. Cuando los abre aprieta la mano con fuerzas, sé lo que está pensando.
Demasiado joven para morir. Una linda niña blanca que debería preocuparse por
exámenes está siendo manoseada por extraños que apoyan sus hamburguesas sobre
su abdomen como si fuera una mesa. El contacto con la muerte te enfría a ti
también, pero el chico es un novato que cree que siempre sentirá lo mismo. Yo
pensaba eso, hasta trabajar más de cien casos. Ves suficientes cuerpos, y
enfrías suficientes por tu lado, y olvidas lo que es tener la sangre caliente.
- Vamos novato, hay donas y café
en el puesto frente a la estación. Si tardamos más tendremos a los de Vicio
haciendo fila.
- ¿Y ella?
- A menos que puedas resucitarla
y preguntarle su nombre, tendremos que esperar.
Llegamos
a tiempo por donas y café, aunque Martin no estaba tan entusiasmado como yo. Pone
al día al teniente en todos los detalles, mientras yo desayunó y hago aviones
de papel. Dejo que el novato llame a todas las asociaciones de padres
entrometidos por si nuestra víctima tiene algún reporte. La cacería no dura
mucho, habla con los sargentos de cada precinto y todos tienen lo mismo.
Patricia Larkin llamó a todos los hospitales y precintos preguntando por su
hija Lois. La descripción encaja, menos por el tatuaje. De regreso al forense,
para que identifique el cuerpo. Patricia es una mujer de cuarenta, sienes
blanquecidas, rasgos duros, puro llanto. No tiene duda, y la fotografía que nos
muestra son la cereza del pastel.
- Lois Baker... ¿Su marido
falleció?
- No, nos divorciamos. Tomé el
apellido de Roger, mi nuevo esposo, porque era importante para él.- Salimos de
la sala y le ofrecemos algo de café. Ese tatuaje... Mi nena no tenía
tatuajes... Dios mío, ¿la raptaron y se lo pusieron?
- No parece que haya sido hecho
con violencia y lleva más de un mes en su piel. Háblenos de ella.
- No sé por qué desapareció
anoche, y menos al parque McAllen, sólo negratas y mujerzuelas van ahí. Ella es
una chica normal, ya sabe, líos en la preparatoria, un par de profesores que la
tiene en contra suya, compañeros que la odiaban mal... Lo normal.
- ¿Cuál es su dirección?- Apunto
lo que me dicta, junto con el nombre de la escuela de su hija y dejo que se
termine el café, entre sollozos.- Vaya a descansar, estaremos en contacto.
- ¿Qué opinas Gustav?
- Por el amor de Dios no me
llames así.- Le doy un buen trago a la licorera y me enciendo un cigarro.- Mi
padre era Gustav, yo soy Larry u Oz. Voy a revisar con los servicios de taxis,
una chica blanca como Lois no caminaría hasta McAllen. Tú ve a su escuela, has
las preguntas de rutina.
- Perfecto, déjame en la escuela
primero, queda de paso.
- Sí, eso pensé hasta lo de
Gustav. Llama a una patrulla. Ah, y bienvenido a tu nuevo trabajo.
Martin
se va, haciendo pucheros. Me tomo mi tiempo, voy a la licorería. El negro
detrás de la pantalla de plástico ya me conoce. Placa contra el plástico y se
resigna a sacar las botellas que vende por debajo del mostrador. Regreso a la
oficina con suficientes municiones para un día. Llamadas largas, respuestas
cortas. Pies sobre el escritorio. Sombrero colgando de mi cabeza y a punto de
caer. Cigarro que se consume entre mis dedos. Todos hablan, pero nadie habla.
Nadie tiene tiempo para esta clase de cosas. Les da flojera hablar con sus
taxistas. Los taxistas tienen flojera de recordar. Podría hacerlo en persona,
podría partir un par de cabezas para meter presión. Una hora después y nada de
eso es necesario. Taxista de “taxis Imperial” reconoce a una rubia asustada y
nerviosa que fue hasta McAllen desde dos cuadras de su casa. El taxista no
trató de convencerla de ir a otra parte, no le importaba lo que podría ser de
ella. Asesinada y asaltada, hasta no dejar ni las pelusas en los bolsillos de
su falda.
Debo
saber en qué estaba metida. Demasiado perfecto para ser un negrata asaltante en
ese parque. Iba a verse con alguien. Alguien importante para ella, para ir a
semejante lugar, o por algo que le fuera importante. Al taxista no le importó,
y empiezo a creer que en su casa nadie se preocupaba por ella tampoco. Reviso
si tenemos algo sobre el hogar Larkin-Baker. Corro con suerte, pero no puedo
decir lo mismo para Patricia. Dos reportes de violencia casera. Patricia
desestimó las dos acusaciones, se cayó de escaleras. Roger Larkin debía estar
cerca cuando su esposa le cubrió el trasero. El novato llega a justo a tiempo.
El sol le ha hecho sudar, pero no se quiere quitar la chaqueta. Le pongo al
día, mientras le convido un cigarro de consolación.
- Escucha esto, Lois Baker dejó
de atender la escuela desde hacía meses. Desapareció.
- ¿Y los padres no fueron
notificados?
- El directo me lanzó una lista
de excusas, pero la verdad es que no les importó.
- Parece ser una constante en su
vida.
- Tengo algo más,- Revisa sus
notas pulcramente anotadas y sonríe.- compañeros suyos dijeron que se la vivía
tomando fotos, quería ser fotógrafa.
- Creo que es hora de ir a su
casa. Y no olvides Martin, conocemos a la gente en el peor día de sus vidas,
hay que ser gentil y respetuoso.
Lois
Baker vivía a más de media hora del parque McAllen, en una linda zona de
Brokner. Casas de varios pisos. Céspedes verdes. Buzones con ridículas
figurillas de madera. Autos bien lavados. Amas de casa limpiando amplios
ventanales. Nos pasa un autobús repleto de niños a la escuela. Sus madres
despidiéndose desde el jardín delantero. Lois no tuvo nada de eso. Su casa es
tan grande como las otras. El césped es igual de verde y las ventanas están
igual de limpias. Aún así, debajo de esa máscara de tranquilidad Roger golpeaba
a su madre. Cada quien en su esquina, Lois dejó la escuela, conoció a un chico
de iniciales F.E.M. y recibió un disparo por la espalda. Patricia nos deja
entrar. Sentado en las escaleras está Roger Larkin, el padrastro. Corpulento y
con rasgos masculinos. Viste una camisa blanca como si fuera exhibición de
modas. Fácil de entender por qué Patricia rebotaría de su matrimonio anterior a
este patán. En la sala se encuentra Jacob Baker, padre de Lois, tubos entrando
y saliendo por todas partes, pero los ojos rojos de lágrimas. Su enfermero, un
negro llamado Paul Biden, trata de convencerle de tomar sus pastillas, pero sin
ningún resultado.
- Mi papá no ha dejado de llorar,
Lois era su princesa.
- Es tu culpa.- Dijo Roger, con
amargura.- Si hubieras educado mejor a esa niña...
- ¡No me culpes así!- Martin me
codea y señala los moretones de Patricia que pueden verse por el cuello de su
vestido. Ésta mujer tiene una pésima relación con las escaleras.
- Mi compañero tiene sed.- Martin
se sorprende cuando lo señalo, pero mi mirada está fija en Roger.
- ¿Y bien?- Roger se pone de pie
y anima a Patricia, pero ya la detengo con suavidad.
- Le agradecería si usted fuera a
la cocina por un vaso.
- Ese marido tuyo.- Masculló
Jacob.
- Mi padre nunca perdonó por
casarme con Roger.- Dijo Lois, apoyándose contra un sofá.- Sobrevivió a la
guerra para hacerse abogado, y se atreve a hablarme a mí de principios morales.
- ¿Atraparán al maldito que mató
a mi nieta?
- Haremos lo posible. Me gustaría
ver el cuarto de Lois.
- De ninguna manera.- Roger llega
dando pisotones. Le quito el vaso de agua, le doy un trago y se lo devuelvo. Trata
de empujarme con la mirada, pero no funciona. Podría prenderse fuego ahí mismo
que no funcionaría. Mi mirada no tiene nada adentro, sólo cenizas.
- Lois es mi hija... Era mi hija,
y yo decido si pueden o no ver su habitación.
Dejo
a Martin abajo. Árbitro de discusiones. Necesito esa distracción. La habitación
de Lois parece típica. Algunos libros en una estantería, una vieja casa de
muñecas en una esquina y un clóset repleto de lindos vestidos. Golpes de pluma
contra la pared del cabezal dorado de la cama. Lo he visto antes. Jóvenes
golpeando para callar los gritos que vienen de la habitación de enfrente.
Encuentro su diario debajo del buró. Chica lista, dejó de escribir tras la
primer golpiza de Roger a su madre. Reviso los libros y revistas para adolescentes,
un panfleto cae al suelo. Es propaganda del centro juvenil Brokner, en el
parque Ashton. Me siento en la cama y le doy un trago a la licorera, algo no me
cuadra. El centro juvenil está lleno de negros, es el límite de Brokner, casi
la punta con Baltic que toca Morton. Muchos adolescentes deportistas y otros
más problemáticos, la clase de chico que la haría tatuarse una mariposa con sus
iniciales.
Aprovecho
que el novato distrae a la familia para intentar con el dormitorio principal.
El mismo juego de normalidad y entonces me doy cuenta. Demasiado limpio. El
cuarto de Lois, y de Patricia y Roger, tiene marcas de escoba en las esquinas.
Se apuró para limpiar. El basurero de Lois estaba vacío, también el baño del
dormitorio principal, pero no así el basurero en la esquina del clóset. No le
dio tiempo de deshacerse de él. Bolsas de plástico con basura apretadas en el
mismo cesto. Debajo de ellas una caja de pañuelos desechables y adentro
encuentro la pieza que explica a Patricia Larkin. Morfina, un frasco vacío casi
por completo. Buena para suavizar el dolor de los golpes, mala para dejar.
Ahora entiendo por qué nunca le prestó atención a Lois, no podía prestarse
atención a sí misma. Lois no tenía marcas de agujas, ella no se daba el lujo de
escapar de sus problemas.
Salgo
de la habitación y me topo con Paul Biden, el enfermero que se esfuerza por
subir la silla de ruedas del viejo Jacob. Le ayudó hasta la habitación y dejo
que lo acomode en la cama. El lugar es un desastre. Revistas de política y
pasquines racistas en la mesa. Botellas y pastillas por doquier. No veo
morfina, pero dudo que el viejo la necesita porque se mete tantas pastillas que
su cerebro hace cortocircuito. Saca al enfermero con un brusco gesto y cierro
la puerta tras él.
- Cáncer.- Explicó Jacob Baker.
- ¿Qué tipo del cáncer?
- Te daré una pista, no de la
clase que te deja morir con dignidad. Atado a una cama o a una silla con
ruedas. Con un negrata cambiándome el pañal cada tres horas.
- Además de tu hija a pocos
metros recibiendo una tunda.
- En mis buenos días lo habría
partido en dos. Con mis manos, o en los tribunales. Nunca abrí la boca, no
quería angustiar a Lois. Fue un negrata, ¿no es cierto?
- No sabemos.- Me siento en el
borde de la cama. Me enciendo un cigarro. Dejo que le dé un par de fumadas.
Está de salida. Una parte pastillas, tres partes cáncer y cinco partes
resentimiento. Me hace preguntarme si yo seré así. No creo que mi salida me
deje pensar tanto. Las balas son buenas para eso.
- Roger convive con inmundos
negratas, él siempre odió a Lois.
- Sutil, hacer que sospechemos de
él.
- No tengo tiempo para
sutilezas.- Empieza a toser, le quito el cigarro y lo tiro en su vaso de agua.-
Siempre odió a Lois. Además, estoy seguro que engaña a Patricia con otra.
- Le preguntaremos su coartada.-
Le entrego mi tarjeta y se la guarda bajo el colchón con un guiño en el ojo y
una sonrisa perversa.
- Adelante, pregúntame la mía.
- Déjame adivinar, en alguna
parte entre la cama y la silla con un pañal pesado y pastillas en la boca.
Quizás con su hija leyéndole un cuento de cuna al borde de su cama.
- Más o menos. Eso es lo peor,
ser un niño. No hubo cuento, gracias a Dios no ha llegado a eso. No, Patricia
no estaba. Por fortuna Paul no se había quedado dormido, como normalmente hace,
porque si no fuera por ese negrata Paul, habría muerto en el piso. No estoy
listo para eso.
- El instinto de sobrevivir... Es
decir, ¿y dejar todo esto? Llámame si se te ocurre algo más.
Agitación
en planta baja. Olla de presión a punto de estallar. Martin trata de mediar. Se
muerde las uñas y me mira implorante mientras bajo las escaleras. Patricia nos
quiere en la casa. Roger se quiere deshacer de nosotros. Ella dice que su
marido es poco hombre. Roger dice que ella es frígida. Se hace al señor de la
casa. Ella mira al techo y sus labios tiemblan, su pulso lo hace también. ¿Se
pregunta si tiró su jeringa con morfina?
- Es mi casa, yo pagué por ella
de tus deudas.
- Oiga, Tarzan.- Roger pone su
mano sobre el hombro de su esposa y se lo arranco con tanta fuerza que lo
empujo.- Nos vamos cuando se nos haga conveniente. No me obligue a golpearlo
frente a su mujer. Ahora, ustedes dos, ¿qué hicieron anoche en la madrugada,
entre dos y seis?
- Aquí con mi papá. Lois se
escapó mientras yo le cuidaba.- Sé que es mentira. No lo demuestro.
- Yo trabajaba hasta tarde.- Dijo
Roger Larkin.- Como le dije a su compañero, tengo una agencia de modelos, y a
veces soy fotógrafo.
- Sí, vaya sufrimiento.- Le
espetó su esposa.
- Entiendo que su relación con su
hijastra era tensa como gato en perrera.
- ¿Sabe lo que es criar a una
adolescente?
- No.
- Pues no es fácil. Yo pagué por
las deudas de esta casa, porque su amado Jacob no tiene la decencia básica de
ceder el título de propiedad a su hijita querida, o a su sobrina amada.
- No se alejen mucho, podríamos
regresar.
Martin
me muestra la tarjeta de Roger Larkin, “modelos Larkin”. Fotógrafo y manager
con aires de grandeza. Divorciada despechada. Es como ron con cola, una
combinación que se hace sola. Martin no quiere manejar. Escribe todo a detalle.
Le arranco el bloc de las manos. Lo tiro al asiento trasero. Está por decir
algo, pero mi trago a la licorera parece silenciarlo.
- Presta atención a lo que ves
novato, no a lo que escribes.
- Veo un detective envejecido y
alcohólico.- Le lanzo mirada asesina. No se inmuta. Empieza a caerme bien.- ¿Qué
demonios te pasó en anti-bandas que te dejó así?
- Nada bueno. En tus notas,
¿pusiste algo sobre el cuadro en la sala?
- No.- Me mira con miedo. Me
parto de la risa. Se calma un poco y se ríe también.- Me toca la radio.
- Lo que sea menos jazz.
- Muy tarde, soy aficionado del
jazz.
- De algún modo eso no me
sorprende.
- Vamos, dinosaurio, te haría falta algo de vida.
- A Lois Baker también. Patricia
mintió, no estaba en casa. Me lo dijo su padre. Ella limpió su cuarto, y el de
Lois, pero no le dijo nada al viejo, porque sin duda le habría cubierto.- Me
enciendo un cigarro y le doy vueltas al asunto. Rompecabezas al que le faltan
piezas. Le explico lo que vi en los dormitorios y la recuento la conversación
con el viejo.- Quiero ver ese club juvenil en Brokner, saber quién es FEM,
saber más de la adicción a la morfina de Patricia y revisar más de cerca al
marido. No fue un negrata cualquiera en un asalto azaroso. No usan silenciadores
de papas.
- Yo quiero ver a las modelos.-
Martin se enciende un cigarro y ríe nervioso.- ¿Cuántos intentos le diste tú al
examen de detectives?
- Uno.
- Y después de ese, ¿cuántos más?
- Fue a la primera. Tuve ayuda,
Romina Stevens, una de las que diseñó el examen, me dio clases privadas. Fueron
muy privadas.
- ¿La profesora Stevens? Es un
lagarto.- Deja de reír cuando me ve.- Es decir, es una dama que ha envejecido
bien.
- Buena salvada.
El
edificio tiene una sola planta, suficiente sordidez para un rascacielos. Las
modelos fuman afuera. Bulimia, pastillas y más autoestima que neuronas.
Fotografías en las paredes, me recuerda a los menús de restaurantes que usan
fotos en vez de descripciones. Pierdo a Martin por completo. Niño en dulcería.
Las chicas son guapas, pero tengo mi mente en otras cosas. El olor del alcohol
las aleja, bien por ellas. El fotógrafo en el estudio trata de detenernos, es
demasiado tarde. Dice que es Lester Glenn, y dice que la modelo en el estudio
hace una campaña para tostadoras. La chica sostiene una tostadora en pose de
estatua griega. Martin señala a una modelo que distraídamente lee una revista
en la recepción. Tiene marcas en una muñeca, un moretón consistente con
esposas. No le quito los ojos de encima, Martin tampoco, mientras Lester
intenta ganar mi atención. El nexo entre la afición de Lois por la fotografía y
el empleo de su padrastro, y de Lester, no despega. Lester no conoce a Lois,
únicamente de vista. No sé si creerle, pero cuando la modelo va al baño y hace lo
posible por desaparecer yo la sigo a un paso de distancia que Martin. El
fotógrafo con cara de rata quiere retenerme, pero no le sirve de nada. Felton
duda en entrar al baño de mujeres y eso me arranca una carcajada.
- Tu sentido del pudor cambiará
muy pronto, te lo aseguro.- Pateó la puerta y entramos rápido. Una chica
sentada en un inodoro se inyecta morfina. Desagradable coincidencia. La modelo
que seguíamos se pintaba los ojos hasta que entramos como soldados en búnker
enemigo.
- ¿Y los policías no saben
tocar?- Le quito la bolsa en busca de identificación. Tiene un cheque, firmado
por la compañía de Larkin por 200 dólares.
- Buen dinero, Susan Domenici.
¿Cómo te hiciste eso?
- Una sesión de fotos, tenía que
estar encadenada mientras Lester encontraba su inspiración.
- Vamos, te ayudaré.- Martin
trata de cargar a la chica del cubículo, pero es tarde. La jeringa está pegada
al brazo y tiene los ojos mirando al techo.
- Déjala Martin, dale un
segundo.- Martin señala su tobillo izquierdo, las mismas heridas.
- Sí, con ella fue la sesión. Se
llama Kelly Durkin. ¿La arrestarán?
- No, pero no puede quedarse con
esto.- Martin le muestra el frasco de morfina, con las mismas etiquetas que la
que encontré en la basura de Patricia, y se dispone a tirarlo. Le detengo y
devuelvo el frasco al bolso de Kelly Durkin.
- No la obligues a comprar otra
dosis. Esas botellas son caras. Créeme, no la convencerás de dejar el hábito.-
Le doy un buen trago a la licorera y eructo tan fuerte que Susan Domenici da un
paso atrás.
- No pueden estar aquí.- Lester
Glenn finalmente se arma del coraje suficiente para echarnos.
- Somos oficiales de policía.-
Explica Martin, mostrando su placa.
Yo he tenido
suficiente. Agarro al cara de rata del cuello de su camisa y lo lanzo dentro
del baño. Domenici grita asustada, pero le gusta. Le meto la cabeza en el
inodoro y mando a Martin a revisar la oficina. Le dejo respirar, y escupir
agua, para volver a meterlo. A la tercera le golpeó en los riñones y le
pregunto por Roger Larkin. Me dice que estuvo anoche con él, toda la noche
trabajando. He visto a sus chicas. Un par de años más y se quedarán sin empleo,
sus figuras no durarán mucho. Imagino el trabajo de estos dos, haciendo realidad
los sueños de sus modelos. Lo levanto y lo empujo a la oficina. Lo tiró contra
su ridículo tapete morado en el suelo. Las chicas nos miran como héroes. Martin
me muestra dos botellas de morfina, un fajo de billetes y seis pequeñas
cápsulas de vidrio con la morfina de las botellitas. Le quito la cartera y el
contenido de sus bolsillos, lo único que se destaca es un segundo llavero. Dice
que es de casa de su madre. Miente con su cara de rata, pero finjo que le creo.
Le dejamos ir y nos vamos. Es hora de ir por comida, y seguirlo.
- Lo único que digo Oz, es que
tienes toda una vida por delante. No vale la pena matarte con alcohol.- El
novato está duro y dale. Repetitivo como perico. Me aguanto, él compró la
comida y son los mejores sándwiches italianos que he comido en mi vida. No
puedo decirle de la gente que maté, del dinero que robé, de toda la porquería
que se acumula con los años. Existimos en planos distintos. Él es un novato, yo
estoy condenado.
- Puedes estar conmigo en el
coche, o puedes seguirnos en bicicleta.
- Me alegra que me des opciones
Oz, es progreso.
- Así soy, viviendo en la tierra
del mañana.- Lester sale de la oficina. Las chicas se habían ido. Sube a su
auto y se aleja a toda velocidad. Le sigo a tres autos de distancia.- Mira y
aprende, novato.
- Sabes que tuve una vida antes
que tú, ¿no es cierto? Es decir, no
antes, en el sentido de crecer en la era Jurásica, pero antes de conocerte.
- Buena... Un poco forzada, pero
me gusta tu estilo.- Se quita el sombrero en apreciación y pone jazz en la
radio.
Lester
está nervioso. Tira un cigarro tras otro por la ventana. Atravesamos la ciudad.
Me bajo la comida con whiskey y cigarros. Martin tamborilea los dedos al ritmo
de los negros tocando sus trompetas. Música de la selva para un tigre viejo y
furioso. Quisiera poner la sirena. Quisiera chocar el auto de Lester. Quisiera
golpearlo hasta sacarle una confesión, la que sea, la suya, la de Roger o la
mía. La mía duraría años. El fotógrafo con cara de rata nos lleva a otro
edificio. Ésta vez no tiene marcas. Una planta, ventanas clausuradas con
carteles. Las mismas chicas que en su otro estudio fuman afuera. Las echa a
gritos y en cuanto entra echa a las demás. Martin finalmente une los puntos de
mi interés por Lester. Lois era aficionada a la fotografía. Su padrastro está
metido en cosas ilegales, que podrían ir más allá del tráfico de morfina. Lois
fue robada. Un click del momento equivocado y se marca como víctima.
Estacionamos cerca. La modelo que se inyectaba un viaje a las estrellas llega
poco después que nosotros. La puerta está cerrada, toca varias veces pero nadie
le presta atención.
- ¿Kelly Durkin?- Ella no nos
reconoce. No me sorprende, cuando la vimos ella navegaba en Júpiter. Tiene el
mismo temblor de labios que Patricia.- 200 dólares es buen dinero, aún teniendo
en cuenta el trabajo.
- ¿200? Llevo años con ellos y
tengo suerte si me pagan 50. ¿Acaso no soy bonita?- Sigue con la mente en las
nubes. Se abre el escote de su vestido con estampado de leopardo. Martin la
mira con pena, ni siquiera ese amplio escote y su escultural figura, pueden
enmascarar su adicción.
- Deberías irte Kelly, no creo
que te vayan a abrir.- Martin me chifla mientras corre por la acera hasta la
esquina, por donde Lester Glenn se escabulle en un taxi.
- Lo perdimos, maldita sea.
¿Ahora cómo vamos a entrar?
- Por la puerta novato.- Pego la
oreja al cristal de la puerta, puedo escuchar a alguien más limpiando el lugar.
Saco las ganzúas de mi cartera y agacho, a pesar del dolor de la rodilla.
- ¿Qué haces Oz? Podrían quitarnos
las placas por algo así.
- Despierta Martin, no están
haciendo pasteles allá adentro. Además, si alguien pregunta, la puerta estaba
abierta. Somos policías, la realidad es lo que nosotros apuntemos en el reporte
oficial. El cual tú vas a redactar, por cierto.
Entramos
en silencio. Dos ratoncitos armados. Uno de ellos lleva la peste negra. Martin
se sorprende al ver el interior. Es otro estudio, no hay duda, con utilería y
sets complicados. Un estudio pornográfico. El novato señala las esposas contra
el riel de una cama y contra uno de sus postes, el origen de las marcas en las
modelos. Avanzamos entre camas y ridículas columnas romanas de cartón hacia el
origen de los ruidos. Un ancho corredor lleva hacia tres oficinas. La primera
tiene un vidrio viejo y roto, es una oficina donde sólo queda una silla y un
teléfono. Uso un espejo para revisar la segunda oficina. Espejo en una mano,
pistola en la otra. Es una bodega con utilería de teatro. La tercera oficina
tiene cajas con revistas clandestinas y fotografías. Susan Domenici nos escucha
primero, el negro lo hace después. La modelo nos lanza una caja de fotografías
eróticas, pero el negro no se queda a ver qué pasa. Sale por la puerta trasera
corriendo como un conejo. Martin se dispara a perseguirlo. Yo atrapo a la
modelo de una muñeca y de un jalón la golpeó contra la pared. La empujo fuera
del edificio, pero no la suelto.
- No le hace daño a nadie. Es
diversión erótica y todas las chicas son mayores de edad.
- El departamento de Vicio no
cree lo mismo, y en el fondo a mí no me importa. Lester Glenn, ¿dónde vive?- La
chica se rinde, bufando cansada. Estuvo cargando cajas pesadas en tacones
altos, está muerta de cansancio. Me dice la dirección, además de burlarse que
su compañero ya estará lejos. Martin regresa con el negrata esposado y una
sonrisa de victoria.- ¿Decías primor?
- Vamos adentro ustedes dos.-
Pecho inflado. Sombrero para atrás. Sudor en la camisa. Es King Kong. Dejo que
disfrute su momento. Empujo a los dos prisioneros contra una cama al estilo
egipcio, con todo y esfinges en las esquinas.- Su identificación dice Dale
Pitman.
- Entiendo qué hace Roger, Lester
y las chicas, ¿pero qué haces tú? Demasiado joven y feo para ser el actor.- Le
tiro las fotografías en la cara y cuando se hace al duro le suelto una
cachetada que le dolerá hasta el fin de siglo.
- Yo distribuyo las fotografías y
armo las revistas.
- Vi un teléfono en la oficina,
llamaré a Vicio.- Esposo a los sospechosos contra la cama y sigo a Martin. Le
quito el teléfono de la mano y tiro el teléfono de la silla.
- No hagas eso.- Me enciendo un
cigarro y dejo que recobre el aliento de la persecución.- Si Vicio se hace
cargo nos quita el caso de las manos. Normalmente sería bienvenido, pero no les
importará Lois Baker. No llegará a nada si les damos el caso, porque ellos lo
harán parte de una investigación que durará más de un año. Para entonces será
imposible saber qué fue de Lois.
- Pero tengo que incluirlo en el
reporte.
- Simone nos quitará el caso si
lee sobre este pequeño incidente.- Martin se apoya contra la pared y resopla
enojado. Se enciende un cigarro y me mira intrigado.
- No pensé que te importaría.
Lois me refiero.
- Qué sé yo.- Me hago al duro,
pero el novato puede ver más allá de la máscara.- Tenía 18, era pura. No sé si
eso explique algo. Era pura cuando todos a su alrededor eran tóxicos. El abuelo
racista, la madre drogadicta, el padrastro golpeador y pornógrafo.
- ¡Pornógrafo!- Martin piensa lo
mismo que yo. Ya no quiere llamar a Vicio. Regresamos a los sospechosos,
mientras que ellos terminan de cuchichear entre ellos. Miran a Martin por algo
de compasión, pero él no tiene nada. Recuerda la mano fría de Lois Baker y su
expresión neutra, luego les observa rodeados de fotografías sexuales.
- Queremos abogados.
- Lois, ¿ella estaba
involucrada?- Pregunta Martin, pero miran al piso.
- Déjame hacerte una pregunta,
primor.- Me agacho y le muestro el cigarro. La lumbre se acercándose lentamente
a su ojo, hasta que ella aparta la mirada.- ¿Crees que no te voy a desnudar en
esta cama y usaré este cigarro para hacerte inútil a cualquier pornógrafo?
- No se atreverían, son
policías.- Espetó Dale.
- No.- Contestó Martin.- Yo soy
policía, él es un demente.
- Aquí tengo a tu abogado,
negrata.- Le suelto un derechazo que le tira sobre la cama. Trata de patearme,
pero aparto las piernas y golpeó su abdomen hasta dejarle sin aire. Se levanta
de nuevo. Lo acuesto de nuevo de un golpe. Me aseguro que orinará sangre hasta
la vejez y cuando se lanza a llorar pidiendo por su madre lo levanto del
cabello.
- Yo sólo muevo el porno en el
centro juvenil. Juro por Dios que no conozco a la hijastra del señor Larkin. La
vi una vez nada más, lo juro por Dios, sólo fue una vez. Hace seis meses en la calle,
el señor Larkin la saludó mientras ella viajaba con su madre. Juro por Dios...
- Dios no está aceptando llamadas
ahora mismo. ¿Y la morfina? Esos son unas lindas cicatrices.
- Ernest Chafee, es un negro del
centro juvenil Brokner. Es a él a quien quieren. A Chafee.
- ¿Y qué hay de ti, princesa?-
Susan Domenici me mira con absoluto terror, mientras que Dale Pitman se orina
los pantalones y ruega por su vida. Le embarro la sangre de Pitman en la cara y
se quiebra. Todos se quiebran con algo de la magia de Oz. Martin fue
retrocediendo, no está acostumbrado a la violencia. Pocas cosas quedan cuando
uno pierde su alma para siempre, el odio, la culpa y la violencia están en esa
lista.
- Lois nunca estuvo involucrada,
lo juro por mi madre.
- Tu madre tampoco está aceptando
llamadas ahora mismo.
- Es verdad, ella fue modelo
legítima. Ella quiso, le insistió a Roger mil veces. Tuvo una sesión y su madre
la sacó. Lois era una santurrona insoportable, qué bueno que Patricia la fue a
recoger.
- Si estás mintiendo,- Martin le
apuntó, rojo de furia.- si Lois alguna vez estuvo en este lugar, rogarás porque
yo te mate antes que Oz te ponga las manos encima.
- Es verdad, sólo esa vez.
- ¿Y Lester? Le ayudaste a sacar
todo, a desaparecer evidencia, junto con nuestro querido amigo Dale. Eres más que una modelo bulímica drogadicta.
- No soy drogadicta. Conozco a
Lester porque tengo un trabajo regular. Yo solo hago esto de vez en cuando,
para pagar deudas. Lester me conoció mediante su hermano Mark, él es doctor. Yo
soy su secretaria.
- Y qué secretaria debes ser. La
clase que no sabe usar la máquina de escribir.- Le tiro mi cigarro y ella se
retuerce para quitárselo de encima. Bebo de mi licorera, tratando de pensar.
- ¿Los arrestamos ahora?-
Pregunta Martin.
- ¿Bajo qué cargos? Si no
reportamos su fotografía erótica, no podemos arrestarlos. No, Dale ya tuvo
suficiente. Además, creo que a Susan la veremos de nuevo muy pronto.
Les
dejamos ir, aunque Martin no estaba del todo contento. Se sentía satisfecho con
la confesión de Susan Domenici. Yo no. Demasiado santurrona, dijo ella. Una
sola visita al set de fotografías legales y Susan desarrolla un odio tan
profundo hacia ella. Debió ser una larga visita. Roger la vio desarrollarse de
cerca. Una chica linda. Tan lastimada como sus modelos. Tiene sentido, y a la
vez no quiero que lo tenga. No se lo digo al novato, nublaría su juicio.
El
sol de la tarde cae sobre el centro juvenil Brokner y estacionamos a un costado
del parque Ashton. Canchas de basketball, torneos, rifas y clubes para los
jóvenes negros que logran mantenerse lejos de Morton. Martin está nervioso, no
sabe cómo empezar. Le explico que el contrabando de morfina es muy irregular,
se destaca en las calles como una rubia en el parque McAllen. El rastro no puede
ser difícil de seguir, y no lo es. Seguimos primero el olor de marihuana que
viene de los baños del edificio. Los chicos nos miran aterrados. Saco el arma,
sólo para impresionarlos un poco más. Han estado fumando mucha hierba y
necesitan sobriedad. Abren la boca a la primera. Al diablo los otros negros.
Dale Pitman les vende revistas pornográficas, pero no lo han visto en un
tiempo, ni a Ernest Chafee. No se atreven a tocar la morfina, tienen entre doce
y catorce años, les aterran las jeringas. Si eso es lo único que les aterra del
prospecto de hacerse adictos, algo está mal con sus mentes. Saben de un cliente
regular de Chafee, el coach de basketball, George Pearson. Felton les quita los
porros y los jala por el excusado. Amenaza con futuros arrestos. Nada como el
miedo para encarrilar a una persona. Les escucho burlarse de nosotros, mientras
nos alejamos. No le digo a Martin, no soy tan cruel.
- ¿George Pearson?- El negro es
grande, de aspecto inteligente. Coordina a su equipo de jóvenes como un
militar. Tiene una playera de manga corta, se cubre el brazo con cicatrices de
jeringas. Rápidamente se pone una chaqueta deportiva. Ojo morado y nada de
tiempo para nosotros. Insistimos, que haga tiempo.
- Ernest Chafee.- Admitió,
avergonzado. No podía vernos a los ojos. La vergüenza dobló su espalda. Puso
las manos contra la reja de la cancha y suspiró cansado.- Lo estoy dejando.
- ¿Y por eso Chafee le puso un
ojo morado?
- No, él no fue.
- Usted parece pasar mucho tiempo
en el centro juvenil. Es obvio que debe haber visto toda la pornografía que ha
estado circulando.
- Sí, y la policía no hizo nada
al respecto. Lo reporté, pero no les importó. Dale Pitman empezó dando muestras
gratis, luego cobró por ellas. Se hace de mucho dinero. Él me golpeó cuando
traté de detenerle, antier.
- ¿Qué hay de ayer?, ¿qué hizo en
la noche?
- ¿Me pregunta por qué soy negro?
- Sí, ¿eso cambia la respuesta?
- Fui a mi club de lectura con mi
esposa, luego de eso fuimos a casa. Aunque no lo crea un hombre de color puede
educarse, nos reunimos todo el tiempo en la librería de unos amigos.
- No lo tome a mal, pero no sabía
qué clase de negro era usted. Si era de los negros o de los negratas.- Mi
explicación le satisface, al parecer comparte mi filosofía racial. Martin
curiosea con la bolsa de gimnasio, tratando de abrirla con el pie y el coach se
pone nervioso. Buen hombre, malos instintos, ahora Martin está realmente
interesado en la bolsa.
- ¿Qué tiene aquí?- George
Pearson trata de quitársela, Martin jala más fuerte y la bolsa termina por
salir volando y caer al suelo, vomitando su contenido. Libros cayeron al suelo,
y una solitaria bala rebotó en el concreto y rodó hasta hierbas malas en la orilla
de la cancha. Estaba por recogerla, cuando reparé en el anuario de preparatoria
a un lado de los libros de literatura clásica.
- Crimen y castigo.- Dijo,
arrancándole el libro de las manos de Martin.
- ¿Y esto? Anuario de la misma
preparatoria que Lois Baker. Es del segundo año, el último que Lois terminó.-
Busco su rostro, hay fotos marcadas con plumón.
- Es parte de una investigación
de control escolar, estoy en la junta, además de ser entrenador. ¿O acaso eso
les sorprende?
- Señor Pearson, estamos más allá
de las apariencias heroicas. Baje el tono, o lo bajaré por usted.
- Son alumnos que no terminaron
la escuela y perdieron el rumbo.
- Lois Baker.- Le muestro la
fotografía y espero que diga algo, pero nada sale.
- Sí, está en la lista.
- ¿Y los padres de estos chicos
no fueron notificados?
- No es mi jurisdicción. Además,
es algo un tanto vergonzoso tener que decirle a una madre.
- Si cualquiera de los que
consideraban vergonzoso, o penoso, o tedioso o incluso sensato, hubieran hecho
algo más allá de sus necesidades inmediatas, Lois...- Interrumpo a Martin y le
muestro la fotografía de la siguiente hoja. Es un muchacho negro, mucho acné y
mucho cabello rizado.- Francis Edward Melcher.
- Vamos Martin, pon de tu parte.
Aprende a observar.
- ¡FEM! El tatuaje... Él es el
novio.
- ¿No reconoces la cara?
- ¿Debería?- Preguntó,
visiblemente nervioso.
- Sí, porque no está mirando
ahora mismo. A tu derecha.
Romeo
se pone nervioso. Nos vigilaba. En cuanto Martin voltea, expresión de sorpresa
incluida, el negrito se echa a correr. La pubertad debió darle poderes, él era
una gacela. Martin corrió detrás de él. Yo corro en la dirección contraria.
Cruzo todo el parque y ya siento el peso del whiskey y los cigarros apilándose
sobre la edad. Entro al auto y hago reversa a toda velocidad. Mientras Martin
salta sobre bancas y se abre paso entre los muchachos que visitan el parque, yo
estoy con el pedal hasta el metal. Francis Edward Melcher corre del parque
hasta la calle y apenas tengo tiempo para frenar. Choca a toda velocidad contra
mi puerta y cae sentado. Abro la puerta de un golpe y lo tiro al suelo. Martin
llega poco después, jurando una y otra vez que podía haberlo atrapado. Me
enciendo un cigarro y me siento a un lado del muchacho, quien se recupera del
golpe y el cansancio. Martin revisa sus bolsillos y encuentra una bolsa cargada
de marihuana.
- Espero que el césped del diablo
haya sido lo que te empujó a correr, y no algo peor.- Algo más sobresale de su
bolsillo trasero, un cuaderno rosado con dibujos de unicornios en la portada.
- Es de mi novia.- Melcher pelea
más por el cuaderno, que por la marihuana. Buena señal.
- Tiene cartas de amor.- Explicó
Martin, mostrándome el cuaderno.
- Soy Oz.- Le devuelvo el
cuaderno y la marihuana. Martin me mira con odio, pero luego entiende que así
me gano su confianza, sobre todo después de golpearlo con la puerta de mi
auto.- Él es Martin. ¿Lois Baker es tu novia?
- Sí señor.
- Hijo, tengo que decirte algo
muy malo.- Mano en el hombro. Me mira aterrado. Sospecha lo que viene, pero
mentalmente ruega que no sea así.- Lois Baker murió anoche. Asesinada.
- ¿Lois?- Francis Edward Melcher
se estremeció. La idea lentamente procesada en su cabeza. Se echa a llorar.
Llantos fuertes y honestos. No le importa que lo vean. Martin se sienta del
otro lado, le ofrece su pañuelo de seda. Es obvio que no fue él. Tiene 17 años
y, si hubiese matado a su novia o arreglado para que se hiciera, no habría
estado en el parque. Hay cosas en los jóvenes que se pierden con la edad, como
el llanto sincero y el dolor penetrante, no lo pueden fingir. Le ofrezco uno de
mis cigarros y acepta. No es lo peor que ha fumado, y el pobre chico necesita
algo para sus nervios.
- Te reconocimos por el tatuaje.
- Sí, ella se lo hizo cuando
cumplimos tres meses.
- Sus padres no sabían.
- ¿Un negro y una rubia? Es impensable. Fuimos
muy cuidadosos, en serio. Nadie lo podía saber. Nos conocimos en la
preparatoria, en el club de fotografía. Nunca nos tomamos fotos juntos.- Eso le
hizo llorar de nuevo. Quiero presionarlo, pero Martin me detiene. Yo me quedo
con las golpizas y allanamientos de morada, él se queda con los jóvenes que
lloran. Trato justo.- Ella me regaló ese cuaderno. ¿Cuándo...
- Anoche, a las cuatro.
- Yo estaba con mi mamá, ella
está enferma. Es enfermera y ahora que está enfermera insiste en que sea
enfermero, me ha enseñado algunas cosas. Me quedé dormido en sus brazos, como
un niño mientras mi Lois... ¿Qué le pasó?
- No quieres saber chico, en
serio.
- ¿Conoces a un Ernest Chafee?-
Le pregunta Martin.
- Sí, pero no muy bien. No somos
de la misma banda, ellos son mayores, los duques de Brokner se hacen llamar. O
se hacían llamar, porque duraron poco antes de hacer tiempo en la juvenil. Me
da miedo. No le gusta que venda pasto aquí.
- No deberías hacerlo en ninguna
parte.- Dijo Martin.- Mejor ayuda a tu madre y acaba la escuela.
- ¿Dónde se veían?- Cambio el
tema. Cambia el carrete. Ojos que centellean.
- Nunca nos veíamos aquí. No creo
que ella supiera que vendo pasto. Siempre nos vimos en Yankers, en una plaza
comercial, lejos de todo. Nunca en Brokner, temíamos que nos reconocieran.
- ¿Ella hablaba de su casa?
- Todo el tiempo. Pobre Lois,
vivía en un infierno. Mi departamento es más pequeño que su casa, y en un lugar
más feo, pero mi mamá me quiero muchísimo. Creo que más de lo que su familia
alguna vez la amó. Nadie la amó como yo.
- Ve a casa hijo.- Me pongo de
pie y lo ayudo a levantarse. Le quito la marihuana y él no protesta. Le
llevamos a su edificio en silencio. Martin trató de sermonearlo, pero el chico
estaba ido. Me quedo con las manos en el volante cuando el chico ya hace mucho
que entró. Martin me mira sin saber qué esperar. Mirada fija en la esquina.
Anochece, y los camellos de Morton salen de todas partes con nuevo producto.
Podría volver a intentar. Podría regresar en el tiempo. No salvaría Morton. No
salvaría a nadie. No me salvaría a mí mismo.
- ¿Oz?- El chico me suavizó, me
hizo débil. Una lágrima escapa de un ojo. Hay algo trágico en el camello de la
esquina, chaval menor de edad con cadenas de oro y revólver metido en los
pantalones. Demasiado joven. Demasiado estúpido. Demasiado perdido. Tan perdido
como yo.- ¿Te sientes bien? No me asustes viejo.
- Martin...- Me congelo de nuevo.
Destrabo mis brazos del volante. Saco la marihuana por la ventana. La tiro por
una coladera.- Melcher recibirá una paliza por no vender su producto.
- Quizás deje de hacerlo.
- No, es muy tarde para él. Es
muy tarde para Morton. Lo arrestaremos un día, en unos años, cuando mate al
dependiente de una tienda. Un pobre tipo con familia, alguien así.
- No sabes eso.- Saco la
licorera, pero Martin me detiene. Lo agarro del cuello y lo azoto contra el
tablero. Bebo un fuerte trago y lo miro, lágrimas en mis ojos. Trato de
disculparme, me quita las manos de encima.
- Es muy tarde para mí Martin, no
te hundas conmigo, porque te haré lo que le hice a todos los demás. Llévatelo a
la estación. Pregunta por los duques de Brokner.
- ¿Tú qué harás?
- No sé.
- Pero, regresarás a trabajar
mañana, ¿no es cierto?
- Buena suerte chico.
Bajo
del auto, no miro atrás. Camino y bebo por varias cuadras. Ya es de noche.
Miradas curiosas por las ventanas. Niños que no pueden salir tras caer el sol.
Negratas me observan, manos acariciando las culatas de sus armas. Nada queda ya
de anti-bandas. Nada queda ya de la ley de la calle, de los policías como reyes
de la calle. Demasiada droga, dinero, sexo, violencia y ambición. El rostro de Lois
Baker estampado en todas las mujerzuelas negras que venden sus cuerpos, a veces
por partes. Morton es el juego, y el juego devora todo. Los jugadores cambian,
el juego permanece. Roger Larkin trató de obligar a Lois Baker a ser actriz en
sus sesiones, no tengo duda. Roger mantiene a sus mujeres drogadas, incapaces
de defenderse, apegadas a él por necesidad de más dosis. Si Lois hubiera vivido
más, habría acabado como su madre. Ambos destinos son trágicos, pero saber que
de hecho son destinos, eso es lo más trágico de todo.
Voy
brincando de bar en bar. Viajo en el tiempo. No recuerdo cómo llegué a este
bar, pero tengo un trago en la mano y eso es todo lo que importa. Recuerdo
manejar, pero no tenía coche. Recuerdo la pelea. Un negrata, tan ebrio como yo.
Le rompí la rodilla con un tubo. Lágrimas, risas, cantos y golpes. Alguien me
da uno directo a la mejilla izquierda. Su chica grita algo que no escuché,
estaba demasiado ocupado en el suelo. La llamé “mi orquídea” y eso no le gustó.
Una morena se ríe conmigo en un taxi. Paga con mi cartera en su mano. Abre la
puerta de mi departamento con mis llaves. Caigo de bruces al suelo. No recuerdo
cómo llegué a mi cama. El sol ardiendo mis ojos. Mi mano cae de la cama, busco
mi placa y mi arma. Las dos están ahí, no puedo decir lo mismo de mi cartera.
Treinta dólares y un par de identificaciones. Si ella me soportó, se lo merece.
Vomito en la cocina. Temblores fríos, reconozco el síntoma. Voy de salida y mi
cuerpo finalmente lo nota. El desayuno es un error, vomito en la regadera con
tanta fuerza que caigo hincado. Golpeo el piso hasta lastimar mis manos, eso no
cambia nada. Vendí mi alma, perdida para siempre. Un dinosaurio enojado y
moribundo. Acostado de espaldas en el piso de la regadera, el agua esconde mis
lágrimas. Quiero morir, quiero matar. Quiero que Lois Baker despierte de la
muerte. Quiero todo eso que ella tenía, pero que las mujerzuelas de anoche
nunca conocieron.
Roto
como una figura de porcelana, los pedazos ya no encajan. Cuando escucho voces
en la puerta de entrada no puedo gritar de regreso. Me levanto para secarme y
vestirme. Las voces siguen allí. ¿Maté a alguien en mi estupor alcohólico? No
tengo manera de estar seguro, pero reviso mi arma y tiene todas las balas. Fumo
sentado frente a le puerta, viendo los seguros abrirse. La puerta se abre
eventualmente, es el casero del edificio y Martin Felton. Miro el reloj, más de
la una.
- Te cubrí con el teniente.-
Martin despide al casero polaco y se apoya contra la puerta.- Encontré varias
cosas interesantes anoche, si es que sigues siendo policía.
- No te hagas al herido y
escúpelo. La migraña me está matando.
- Los duques de Brokner fueron el
objetivo de una investigación de Vicio. Arrestados hace cinco años, casi toda
la banda y los que no se asustaron bastante. Ernest Chafee hizo varios años,
pero entre los que evitaron la guerra está Paul Biden, el enfermero de Jacob
Baker. El viejo fue su abogado, lo sacó del apuro. Se ganó un enfermero, de eso
no hay duda.
- ¿Y Chafee?
- Desaparecido. Hemos buscado por
doquier, pero no aparece y dudo que aparezca pronto.- Martin se enciende un
cigarro y me mira de abajo para arriba.- ¿Sigues en el caso, Oz? Porque,
maldita sea, yo no habría buscado en el dormitorio de Patricia, ni encontrado
el novio, ni el estudio pornográfico. No puedo hacer esto solo Oz, y esto se
tiene que hacer. Tenía 18 años, seguramente la hicieron posar desnuda. Así que,
¿ahora qué?
- Ahora regresamos a casa de
Lois, quizás Paul Biden sepa dónde encontrar a Chafee.- Me pongo de pie, apago
el cigarro en el piso. Demasiado terco para morir. Demasiado estúpido para no
ver que da lo mismo. Martin tiene razón, la chica no tenía por qué morir por
los pecados de todos a su alrededor.
Trato
de controlar mi licorera, que me dure todo el día. Martin compró donas y cafés.
Es un buen muchacho. Le dejo manejar. Le dejo la radio. Le dejo su jazz.
Hablamos poco. Habla de su hermana y su sobrina. El novato se toma los casos
demasiado personal. Lois le recuerda a su sobrina, todos los jóvenes lo hacen.
No se lo digo, yo lo hago también. Tan personal que desgarra. La clase de cosas
que son desconocidas para la gente decente de la colonia de los Larkin.
Escondidos como camaleones. La porquería del drenaje pintada de otros colores y
pasada por hogar. Demasiado tóxico para Lois Baker. Demasiado tóxico para
cualquiera.
- ¡Abran la puerta!- Martin
golpeó varias veces. Los gritos de Patricia y Roger se escuchaban hasta la
calle. Eventualmente Patricia abrió la puerta, pese a los reproches de su
marido.
- ¡Aquí están Roger! Ya no sirve
de nada que te quejes, ¿no es cierto? Y no te necesitamos tanto cómo crees,
papá ya firmó todo a mi nombre, así que más te vale cambiar la tonada.
- Suficiente, ¡suficiente! Esto
no ayuda a mi migraña. Usted, el pornógrafo, espere en la cocina. Usted, no se
mueva de aquí. Vinimos a hablar con su padre.
- Está arriba, con Paul.-
Patricia nos sigue de cerca, pero le indico que se quede en las escaleras. El
viejo nos escuchó llegar, nos esperaba.
- Señor Biden, ¿conoce a usted a
un Ernest Chafee?- El enfermero se pone tan pálido como su negra tez se lo
permite y se apoya contra la pared. Mira avergonzadamente a su paciente y luego
a nosotros.
- No tuve una infancia muy
tranquila que digamos. Yo estuve con Chafee en los duques de Brokner. El señor
Jacob me defendió en mi juicio. Yo no he hablado con Chafee desde entonces, sé
que él me odia por no haber ido a la juvenil y por eso me mantengo lejos de sus
rumbos.
- Mi último caso antes del
cáncer.- Dijo el viejo.- Y no fue fácil.
- Paul, déjanos solos, quiero
hablar con Jacob.- Espero unos segundos luego de cerrarse la puerta. Me
enciendo un cigarro y controlo el impulso de tomar la licorera y darle un buen
trago.
- Me siento alagado Oz, que me
visites tan seguido. Sólo tengo a ese negrata a que me haga compañía.
- ¿Por qué defendiste a un
negrata? No suenas del tipo amante de la igualdad racial.- Dije, mientras
hojeaba sus revistas racistas.
- Dinero, tan fácil como eso.
Ahora me devuelve el favor como mi enfermero, la verdad es que todo lo que le
pago es por caridad. Está emocionado por que quizás le pague una especialidad
en Canadá, buena excusa para no tener manos negras sobre mi cuerpo a cada hora.
Al umbral de la muerte uno ve las coas distinto, el dinero no significa nada.
¿Entiendes?
- Lo entiendo, perfectamente.-
Salimos y el enfermero está esperando apoyado contra la puerta cerrada del
dormitorio de Lois Baker. Es obvio que escuchó todo, esa mirada de vergüenza y
ofensa es imposible de fingir.
- Mira el lado amable,- Dice
Martin.- al menos tienes una carrera.
- No exactamente, todo lo que sé
me lo enseñó la mamá de un amigo. Espero poder ir a Canadá y largarme de aquí.
- ¿Los esposos peleaban mucho?
- Todo el tiempo. Nunca hablé con
Lois, el viejo me habría despedido si lo hacía, pero la pobre chica siempre
parecía en su propio mundo. Dudo que haya tenido amigos, y en el tiempo en que
he estado aquí, nunca le vi con otra persona, ni compañeros de clase ni nada.
- Si sabes de Chafee, avísanos.
No quiero enterarme por las malas que has escondido algo. Vamos Martin, llegó
la parte divertida, hablemos con Roger Larkin.
- Miren, Lester me dijo lo que
pasó.- Roger trata de salir de la cocina, pero lo empujo adentro. Martin le
muestra su placa, para calmarlo, y lo sienta de un empujón.- Todo lo que
reporten de inmediato, no es criminal, ¿o sí?
- Primero, así no funciona.
Segundo, no seas idiota. Tercero, y más importante, te crucificaremos cuando se
nos pegue la gana. ¿Dónde está Chafee? Sé que ese negocio de morfina viene de
ti.
- No sé dónde está, y no sé nada
de morfina.- Martin me toca el hombro, me muestra el calendario en la puerta
del refrigerador.
- Cada tercer día, y mira esto,
“Crimen y castigo” como el libro del entrenador Pearson. Van al mismo club de
lectura.
- Tienes buen ojo novato, no hay
duda de eso.- Roger Larkin trata de pararse, lo siento de nuevo.- No tan
rápido, pervertido. ¿Cuándo metiste a tu hijastra en el negocio?
- Yo nunca hice eso.- Lanzo un
zarpazo que lanza los periódicos y las tazas al suelo.- Por el amor de Dios, no
soy un monstruo. ¿Creen que iría al funeral de Lois si yo le hubiera hecho eso?
- Sí.- Respondimos al unísono.
- Ella era aficionada a la
fotografía, así que estaba naturalmente interesada en mi agencia de modelaje.
No sabía de lo otro. Fue a tomar fotos una vez, hace como año y medio. Y de la
nada aparece Lois gritando y berreando para llevársela.
- Sé que mientes.- Le dijo
Martin, conteniéndose de golpearlo.- Y te crucificaré contra la pared cuando
pueda demostrarlo.
- Vamos, hay una última parada
antes de irnos.- Martin se me pega, mientras cruza la sala y jalándome de la
manga del saco me detiene.
- ¿Crees que Lois tomó una
fotografía de algo que no debía? La robaron por completo, quizás ese era el
móvil, el negocio de su padrastro. Roger la convence a ir al parque McAllen y
la mata.
- Puede ser. Aún así, hay
demasiadas cosas en el tablero. La bala de la bolsa de gimnasio del entrenador
Pearson, por ejemplo, quizás Lois le dio ese ojo morado antes de morir. Además
del narcotráfico de morfina, entre varias cosas más.
- ¿Encontrarán a quién lo hizo?-
Patricia espera sentada en los escalones a su puerta. Fuma distraída, la mirada
en las casas de enfrente. Se pregunta si el mundo está loco, y solo son ellos.
- Sabemos que mintió.- Paso a su
lado, bebiendo de mi licorera. Me apoyo contra el auto, dejo que Martin se haga
cargo. Difícil tomarlo en serio cuando apunta todo meticulosamente, y hasta
borra sus errores ortográficos.
- Es difícil de entender por qué
mentiría sobre algo tan aparentemente inocente como el club de lectura.-
Patricia se pone nerviosas. Desearía escapar con el tren que sale del andén “M”
a villa olvido.
- Vine aquí al acabar la reunión.
- No, su padre nos dijo la verdad
ayer. Sólo estuvieron el viejo y su enfermero. ¿Hasta qué hora terminó ese club
y cuánto tiempo tardó en sus actividades extracurriculares?
- No estoy teniendo un amorío, si
eso trata de insinuar. Mi papá se equivoca, acabó el club de lectura y vine
directo para aquí.
Martin
sabe que le miente, no sabe cómo forzarla a decir la verdad. Está nervioso,
segundo día en su trabajo y se le acaban los trucos rápidamente. Le pido a
Patricia la dirección del club de lectura, una librería cerca del parque
Ashton. Martin piensa lo mismo que yo, un amorío con el entrenador Pearson, quizás
descubiertos por alguien que le dejó ese ojo morado. Si los dos calientan
sábanas en algún pulgoso motel, es difícil saberlo. Todos dicen lo mismo, el
entrenador siempre llega con la esposa con quien está felizmente casado. Su
segunda esposa, porrista en la escuela de su trabajo. Imagino el divorcio,
imágenes de la guerra llegan a mi mente. Nos muestran foto de la esposa,
difícil de creer que la engañaría con Patricia. Se ponen defensivos cuando
Martin insiste. Ciclo de lectura sobre crimen e inseguridad, las buenas
conciencias de la ciudad. Tengo que jalar fuera a Martin antes que nos echen.
Seguimos la pista de Ernest Chafee, el ex-pandillero vendedor de morfina, pero
sigue como fantasma. Comemos en el precinto, esperando llamadas. El teniente
quiere actualización. Miento hasta por debajo de la lengua. Prometo cosas que
no puedo cumplir. Lo sabe, la mirada nerviosa de Martin es transparente. A
medio baguette de pastrami él se empieza a ahogar, el ratoncito en su cerebro
terminó de dar una vuelta en la rueda metálica.
- Lo que ese estudio ilegal no
tenía, era un espacio para revelar fotografías. No es la clase de cosas que
llevas a la tienda de la esquina. Si Lois participó, la encontraremos allí.
- Me sorprendes chico, tú y tu
bigote de leche lo hacen de nuevo.- Se revisa instintivamente y me parto de la
risa.- Vamos, sé a quién preguntarle.
- La próxima vez, yo manejo.-
Pedal al metal, la sirena a todo. Arruino la tarde tranquila de los enamorados
y los burócratas que salen de trabajar. Una mano en el volante, la otra en la
licorera y un cigarro en la boca. No sé cómo, pero lo hago funcionar.-
Recuérdame que te regale una corbata.
- ¿Qué tiene de malo la mía? Es
negra.
- Era, hasta la mostaza del
sándwich que bajaste con whiskey. El teniente dice que un detective desgarbado
es un detective ineficiente.
- No creas todo lo que Vinnie
paranoias diga. Es la clase de sujeto que te mastica vivo y te escupe muerto.
- Eso dices de todos.
- Y es generalmente cierto. No te
confíes Martin, cualquiera es capaz de cualquier cosa.
Tocamos
la puerta del departamento de Lester Glenn y corremos con suerte, todos están
en casa. El negocio debe ir lento, pero al vernos su corazón está a punto de
salirse de su ridículo chaleco de lana color verde limón. Su hermano Mark nos
hace pasar, junto con su esposa Sarah Culver. No es difícil saber quién tiene
los pantalones en la familia, no quiso cambiarse el apellido tras la boda y
sostiene la mano de su marido con tanta fuerza que creo que quiere arrancarle
el brazo a la primera señal de problemas. Es fácil compararla con Susan
Domenici, secretaria del doc, modelo y actriz porno. A veces los opuestos hacen
tanta química que las cosas estallan.
- Terrible asunto, pero no le
incumbe a mi marido. A diferencia de otros, yo duermo tranquila porque lo tengo
cada noche a mi lado, sin falta.- Nos acomoda en su cursi sillón de flores. No
cabemos los dos, así que Martin se queda de pie detrás de mí. No necesito mirar
hacia arriba para saber que tiene la mirada puesta sobre Lester Glenn.- Nunca
había escuchado de ese nombre.
- Yo tampoco.- Se apuró a decir
el doctor.
- Una lástima. Creemos que tiene
que ver con el caso de una secretaria metida en cuestiones muy negras. Tan
negras como la noche.- Mark Glenn se pone nervioso. Sonríe como un estúpido
pero sabe que mencionaré a su secretaria por nombre y su esposa lo atará al
radiador para darle latigazos por semanas.
- Mi hermano la ha mencionado,
ahora lo que dice. Sí, ¿te acuerdas Lester? Él odiaba a esa pobre chica, pero
no me pregunte por qué.- Me enciendo un cigarro con calma. Sarah Culver me mira
con odio, no quiere ceniza sobre la colección de payasos tristes de cerámica
sobre la mesa de café.- Amor, ¿podrías traer mi agenda de pacientes? Quizás
encuentre su nombre ahí.
- Ahora vuelvo.- Sarah Culver nos
deja y Lester le murmura algo a su hermano, pero el doctor no quiere caer.
Siempre puedes apostar por el instinto de preservación, sobre todo de maridos
dominados por harpías.
- Lo siento Lester, pero... Los
amenazó con exponerlos a la prensa, y a la policía de Vicio si ese Roger Larkin
volvía a tocar a su madre.
- Eso fue hace tiempo. Además,
Roger no me incluye en sus otros negocios.
- ¿Y dónde revelan las fotos?-
Pregunta Martin.
- En una bodega, no muy lejos del
estudio.- Nos apunta la dirección mientras Culver regresa. No encuentra el
nombre de Lois Baker, pero la entrevista terminó. Lester el cara de rata nos
sigue hasta la puerta. Tiene cara de perro en cámara de gas de perrera, una
mezcla de lástima y rencor.- ¿Qué harán con las fotografías y los negativos?
- Si encontramos a Lois, o a
cualquier otra menor de edad, te colgaré de una parte muy incómoda y te usaré
de piñata.
Manejo
a toda velocidad, estelas de luces rojas y blancas. Farolas lanzando extrañas
sombras. El sol muere en el horizonte. Suficiente whiskey para empujarme hacia
adelante, hacia el vacío. Evito Morton a toda costa. El jazz de Martin es
alocado, salvaje. Este caso lo es también. Ensaya teorías en su bloc de notas.
Escribe furiosamente, flechas y diagramas incluidos. Hay cosas que no se
traducen bien en papel, la oscuridad del corazón humano es una de ellas. A
punto de descubrir si Lois era atada y sodomizada frente a las cámaras. No es
la clase de cosas que esperas, y sin embargo la anticipación nos consume a
ambos. Estaciono sobre la acera mientras las ventanas, clausuradas con carteles
como el otro estudio, se alumbran con la voracidad de un incendio. Nos bajamos
y olemos el cloruro de plata, apesta a muerte. Un disparo en la esquina. Un
auto que se aleja a toda prisa, demasiado viejo para memorizar la placa a la
distancia. El sujeto del disparo caminaba en el momento equivocado, en el lugar
equivocado. La ambulancia se lo lleva, pero nos dice lo poco que sabe. Alguien
joven, con máscara de esquiador, pero está seguro que era negro.
- Ahí se van las evidencias.- Se
lamenta Martin, mientras los bomberos hacen lo suyo.
- Calma novato, puedes invitar a
salir a alguno de estos masculinos bomberos.
- Descuida Oz, son todos tuyos.
¿Ahora qué hacemos?
- Yo me jugaré una corazonada, tú
puedes probar suerte contigo. Susan Domenici, creo que es más que una modelo,
actriz, amante y secretaria. Jugosos cheques... Creo que Dale cubrió su bien
formado trasero cuando les exprimimos.
El
departamento de Susan Domenici no queda lejos. El novato se pone pálido al ver
mis ganzúas. Nos movemos rápido, o no nos movemos en lo absoluto. Simone quería
que le enseñara lo básico, ahora tiene más de lo que quería. El lugar tiene un
aire minimalista, un lugar de paz para tanta pasión, tantas máscaras,
actuaciones, chantajes y manipulaciones. Tan vacío como ella. Los adornos son
pocos, y son muy costosos. Hay ropa de hombre en su dormitorio, una camisa con
un recibo de hotel de la noche del homicidio, quizás el buen doctor no llega
todas las noches a los brazos de su esposa, como a ella le gustaría creer. Y si
llega, debe llegar agotado. Martin encuentra una hoja en el basurero de la
cocina, cálculos de dinero. Una columna de botellas, otra de cápsulas, otra de
pagos. La morfina deja buen dinero. Me apuesto algo que es la clase de dinero
que Roger no gasta con Patricia, ni comparte. Cuando tocan la puerta el novato
casi se desmaya. Busca una escalera de incendios para salir por alguna ventana,
pero no es esa clase de edificio. Le tranquilizo de una palmada en la espalda,
escondo la placa y el arma, y abro la puerta con mi mejor sonrisa de idiota.
Una señora arrugada y malhumorada nos mira a los dos sin sorprenderse, la
reputación de Domenici debe ser bien conocida.
- Queríamos sorprender a Susan,
pero no está en casa. Nos dejó su llave, venimos de Chicago para su cumpleaños.
¿Sabe qué es lo que hace durante el día?
- No me hagan empezar con esa
chica.- No tengo que hacerlo, ella quiere empezar.- Nunca sé adónde va, pero
paga puntualmente y es todo lo que me importa. Necesita amigos, eso se los
puedo asegurar.
- ¿A qué se refiere, se mete en
problemas?
- Hace dos días estuvo peleando
en la noche con un nombre, creo que le echaba en cara tener otra mujer. No
escuché todo, pero sí escuché el nombre de Lois. Se fueron poco después, como a
las diez más o menos. No la he escuchado desde entonces.
Sigue
hablando por otra media hora, no sabemos cómo callarla para largarnos de ahí.
Nos avisan por la radio del auto, hubo una víctima en el incendio. Identificada
por una licencia de conducir que se derritió en su piel, Susan Domenici.
Tenemos que cerrar la red, antes que
Vicio ponga dos más dos igual a revelación de fotos pornográficas. Extraña
aritmética, todo se calcula, todo se mide, todo encaja de una columna a otra,
todo menos Lois Baker. Arrestamos a Lester Glenn en su departamento, lo dejamos
en la estación para que le hagan sudar y vamos por Dale Pitman, el vendedor de
fotos y revistas. Es mi suerte, el negro vive en Morton. El edificio había sido
condenado para demolición muchos años antes que todo el techo tuviera moho.
Angostos corredores con negratas drogados. Pisamos agujas y los camellos
escapan por las escaleras. Alguien suelta palomas en el techo, señal que hay
dos zorros en el gallinero. Dale no recibe la señal, él escucha la radio con un
porro en la boca y una sonrisa de idiota. Prácticamente tiro abajo la puerta.
Dale nos mira sonrientes. El espacio está vacío, un colchón, una radio sobre
una silla, una cocineta echada a perder y cajas repletas de porno. El negrata
trata su cuerpo como si fuera un parque de diversiones. Martin encuentra
condones en la cama, junto con un bolso y un reloj. El novato estalla. Lois
usaba reloj, antes de ser asesinada, y también fue robada de un bolso. Lo baja
a la sobriedad a punta de bofetadas, hunde su cara en el apestoso colchón sin
sábanas. Reviso la bolsa, tiene la identificación de Kelly Durkin, y el reloj
es demasiado grande para una adolescente. Aún así, dejo que ventile su
frustración. Pateo la radio, me siento en la silla. Me termino la licorera,
casi llego al día. Eso es suficiente para una celebración, y mientras Martin
interroga al sospechoso relleno la licorera con la botella que cargo para
emergencias.
- ¿Te gustan los incendios Dale?
Porque la bodega que usaban para revelar las fotos que tú vendes se prendió fuego
esta noche.- Pitman trata de regresar a la coherencia. Empuja a Martin y se
sienta contra la cornisa de la ventana, tratando de pensar.
- Yo estaba aquí. No podría ni
salir por comida sin caerme en el piso.
- La triste vida del camello de
porno. Algún día escribirán historias sobre ti, Dale.- Me pongo de pie y lo
levanto del cuello. Lo tiro por la ventana, agarrándolo de un tobillo. Martin
se pone nervioso, es un quinto piso. Rápidamente busca un teléfono y llama
patrullas.- ¿Por qué golpeaste al entrenador Pearson? Y más te vale tener una
buena respuesta.
- Yo no me llevo con él... Es
decir, es mi cliente pero nada más. ¿Por qué haría eso?
- No me convences.- Lo dejo caer
un poco. Sus gritos reúnen a curiosos. La mitad apunta en silencio, la otra
mitad se pregunta si su dentadura se clavaría al suelo.
- Es en serio, por el amor de
Dios Oz, no me mates. Lo vi con el ojo morado, pero no hablamos mucho y no me
dijo de dónde salió. Tenía miedo, eso es todo lo que sé.
- Ésta es la grande, Dale Pitman.
¿Quién es Francis Ed M.? El nombre con siglas nos ha estado volviendo loco.- El
negro trata de pensar, mientras la sangre se agolpa en su cabeza.- Rápido,
antes que te sangre la nariz y te suelte.
- No sé, ¿Francis? No conozco a
ningún Francis, no conozco a ningún Ed o Edward que se apellide con M. ¿Por qué
te mentiría?
- No sé, la gente hace cosas
locas.- Las patrullas llegan y lo meto a la habitación. Empieza el tedioso
proceso de reunir toda la evidencia en bolsas y entregarlas a los patrulleros.
Les pago diez dólares a cada uno porque
me ahorren el tener que ir a esa apestosa bodega y llenar los formularios.-
Ustedes vayan por Roger Larkin, siéntase libres de usar fuerza si es eso les
divierte. Nosotros iremos por Kelly Durkin, es una de las modelos.
- Qué raro, nosotros al
degenerado y los detectives por una modelo vulnerable.
- El lodo siempre va colina
abajo, uniformados, no colina arriba. Vamos Martin, te conseguiré una cita con
una mujer, para variar.
Kelly
Durkin vive un sueño, pero no el americano. Departamento de renta congelada. El
dinero se les escapa como agua. Su atractivo es su cheque quincenal, mientras
que vive en la línea en un acto de balanceo. Seis pisos, sin ascensor. Un trago
por piso, aún así mis rodillas me duelen. Un par de negratas retrasan a Martin,
quien subía detrás de mí. Le hacen preguntas, pero se burlan con dobles
sentidos, el novato está demasiado nervioso para darse cuenta. Pateo a uno de
ellos, lo lanzo volando por las escaleras. El otro no reacciona a tiempo, le
doy un ojo morado y cae con su amigo. Felton lo agradece con la mirada. No lo
hice por eso. Es cuestión de principios. Los que no temen a la placa, al menos
deberían temer al arma. Martin llega al sexto piso antes que yo. Me dice abuelo
y dinosaurio, demasiado cansado para protestar, pero me hago al duro. Toco la
puerta mientras me termino la licorera. Kelly Durkin abre en un quimono que le
llega hasta los muslos. Se vería menos piel si nos hubiera abierto la puerta
desnuda. La mirada está ida, sus movimientos son torpes y nerviosos. No hay
mucho que ver, vive rodeada de los sets que usaban para sus pornos. Es como
entrar a una mala película de Egipto.
- Dejaste esto en el depa de Dael
Pitman.- Le devuelvo su identificación y su dinero. Planeaba quedármelo, pero
ella lo necesita más que yo.
- Soy muy olvidadiza.- Habla como
gatita en celo. Se sienta en el borde de una esfinge de madera y cartón, le
lanza maullidos a Martin, quien la mira nervioso. Me enciendo un cigarro,
disfruto sus nervios.- ¿No quieres probar mis manjares?
- ¿Esto es lo que pensabas que
sería de ti, cuando crecías?- Martin me sorprende. La sorprende a ella también.
Le mira sin entender. No puede procesar esa pregunta sin desgarrarse por
dentro. Entiendo el dilema muy bien.- Lois quería ser fotógrafa.
- Siempre es Lois con ustedes,
¿acaso nunca se relajan?- Se pone de pie de golpe, lanza sus brazos como si
dijera algo, pero está todo en su mente. Un bellísimo accidente de tren. La
chica de los sueños de muchos hombres. Tiene suaves ojos azules, hermoso rostro
delicado, un cuerpo que sería la envidia de cualquier mujer. Tiene todo eso, y
a la vez, no tiene nada.- Yo nunca trabajé con ella, no en lo que ustedes ya
saben. Susan y Roger siempre hablaban de Lois, como ustedes. No sé por qué la
odiaban tanto, creo que ella sabía el negocio de Roger. ¿Por qué les importa
tanto esa niña?
- Porque está muerta primor, fría
como el concreto.- Me mira y se detiene. Se sienta en el suelo de golpe. Aleja
botellas vacías de cerveza y una jeringa usada.- La mataron en un parque, a la
mitad de la noche. Ella era una chica linda, no tanto como tú, pero era linda.
- ¿Y quería ser fotógrafa? Yo
quería ser diseñadora de modas. Mamá era costurera. Papá era un borracho. No sé
qué salió mal. Un día te despiertas y todo salió mal. No puedes salir, sólo
puedes flotar como te lleve el río.
- ¿Roger te enganchó?
- No, me curó de la heroína, eso
era peor. Me mostró la morfina, me hizo un favor. Todo se siente tan terso.
Todas sus chicas lo usan.
- Buena manera de controlar a los
demás, incluyendo a su esposa.
- ¿Patricia? Ella me cae bien. No
sé si yo le caiga bien. No la pude ayudar. Quería más producto, pero yo no sé
dónde está y no tenía nada para darle.
- ¿Antier?
- Sí. Ya era muy tarde, yo quería
ir a dormir.
- Vamos a dar un paseo nena,
vístete. Te darán comida caliente y un buen lugar donde dormir.- Martin llama a
la patrulla, yo la ayudo a vestirse. La siento en el sofá y se queda dormida de
inmediato. Me robó su botella de whiskey, no sé si eso la ayuda a ella, pero me
ayuda a mí.- Nada con Jack Daniels para sobrevivir la noche.
- ¿No encontraste nada
relacionado a fotografías en casa de Lois?- Martin le sigue dando vueltas al
asunto. Yo me apoyó contra la ventana sucia, bebo y me hipnotizo con las luces
rojas de los autos.
- Nada.
- Debimos actuar antes Oz, llamar
a Vicio. Ahora quemaron toda la evidencia.
- Dale Pitman hará tiempo,
olvídate de ese negrata. Las modelos, ellas pueden decir que fueron obligadas.
Lester se librará, si su abogado es bueno, porque nada prueba que haya tomado
las fotos. Roger se salvará si convence a todos a guardar silencio. Yo quiero
poner mis manos sobre Chafee.
- Si hubiéramos llegado antes,
esa bodega para revelar fotos...
- Olvida la maldita bodega. Ese
incendio estaba programado antes que nosotros encontráramos a Lois. No, aquí
hay más en juego. El centro juvenil de Brokner, había olvidado que encontré un
panfleto sobre él en el cuarto de Lois. Me está volviendo loco.
- ¿Y si interrogamos al novio de
nuevo?
- No sé, maldita sea no lo sé. Es
tarde, estoy demasiado cansado. Me llevo el auto, espera a la patrulla. Dile al
teniente que fui a ver si puso la gallina.
- Oye Oz, ¿te veré mañana?- Me
detiene en la puerta y me mira con la misma lástima que mira a Kelly Durkin.-
Esto está realmente complicado.
- Espera la patrulla.
No
hago dos cuadras hasta que la radio lo anuncia. Ernest Chafee está muerto.
Disparó contra los oficiales que le querían arrestar. Vaya manera de irse, como
queso suizo. Kelly Durkin me deja un mal sabor de boca que el whiskey no puede
lavar. Demasiadas conexiones en la cabeza. Domenici y Larkin, posibles amantes.
Jacob librando a Paul del problema de la misma banda que Chafee. Eso huele a
viejos amigos, perversos favores. La clase de favor que un ex-convicto podría
pedir de un tranquilo enfermero. El Romeo negro también conocía a Chafee. Muy
estúpido para ser pandillero. El ojo morado de Pearson, él mintiendo sobre su
causante. Patricia nerviosa por un inocente club de lectura. Demasiadas
conexiones. No encuentro la que importa. En el primer bar ahogo esos
pensamientos.
Edificio
en ruinas dispara mi cerebro. No sé cómo regresé al auto. Las ruinas de un
incendio. Una raquítica garra que se extiende a la noche estrellada. Morton me
hace esto. Manejé a Morton sin pensarlo. Bautizo de fuego. No quedó nada en el
incendio. Podría ser esta noche, podría ser cualquier día. El peso acumulado
del pasado ahorcándome, lanzándome del puente con una soga al cuello. Una bala.
Una investigación. Una promesa rota. Alguien mira dos veces y encuentra las
inconsistencias. Simone no me salvará. No me puede salvar, incluso si me
mantiene fuera de prisión, porque perdí mi alma. Trato de convencerme que queda
algo. Nada queda de Lois. Salto de bar en bar. Ya no busco respuestas, busco el
olvido. Su rostro me persigue. Muchos rostros me persiguen, unos por ser mis
víctimas, otros por ser mis victimarios.
No
hay violencia. No hay prostitutas. Larry está sólo esta noche. Me corren de un
bar, voy a otro. Me desmayo tratando de entrar al auto. No siento mi pulso.
Cabeza contra el aceite del radiador. Sirenas en la distancia. Demasiado terco
para morir. Nunca me había rendido antes. No así. Me insulto en murmullos, de
nada sirve. Alguien me mira tirado, se burla de mí. Quiero agarrarlo a golpes,
pero no siento el cuerpo. Aparezco y desaparezco del mundo. Voy vengo. No sé
adónde llego cuando voy, pero está oscuro y es silencioso. Despierto cuando el
sol molesta mis ojos. Me volteó para vomitar. No sé por qué pienso en los pisos
del dormitorio de Lois y el principal, todos bien barridos. Todos bien limpios.
Dicen que la limpieza es una virtud. También lo es el amor, pero el amor te
puede matar. Nadie está limpio. Lois lo estaba. Ella me levanta del suelo. Sigo
pensando en esos pisos limpios. Pienso en su novio. Pienso en Chafee. Pienso en
Roger, que controla a sus mujeres con morfina. El control no puede durar para
siempre. Los esclavos de Egipto se liberaron. Manejo a casa. Necesito un baño.
Vomito en el camino. No recuerdo haber comido papas a la francesa, pero ahí
están. El teléfono suena. Más de las doce. Martin, estoy seguro. Bajo la
borrachera en la tina. Ojos en el piso, siempre en el piso. Está barrido, no
recuerdo haberlo hecho. Si fuera un ebrio higiénico, el teniente me dejaría de fastidiar.
Salto
de la tina. Contesto el teléfono. Me seco furiosamente. Es Martin. Le digo
todo. El agua fría conectó mi cerebro. Le digo que me espere. Le digo que voy
por él. Relleno la licorera. Recojo donas en el camino. Martin me habló del
teniente. No está feliz. Nunca está feliz, no es mi culpa. Me dice que el
abogado de Roger Larkin lo liberó. El sujeto es bueno. Aún así, todos pagan.
Solía creer que no, que puedes salirte con la tuya. De un modo u otro, todo el
mundo paga. Algunos pagan por pecados que no son suyos, Lois está en esa lista.
Tatuaje en la cadera y todo.
- Tardaste una eternidad.
- ¿Subes o caminas?
- Ya voy, ya voy. No seas gruñón.
¿Por qué huele a papas fritas?
- No quieres saber.
- Toma.- Me regala una corbata
negra. Me la cambio en el camino. Es un buen chico.- Pensé que sería mejor que
esa corbata con peces y botes. Es horrible.
- Es festiva, soy del tipo
festivo.
- He visto funerales más festivos
que tú.
- Aún no es tarde para caminar.-
Le ofrezco las donas. Las bajo con whiskey. Mi mente nunca había estado tan
clara como ahora. Fui al infierno, pero Lois me sacó de ahí. Tienen que pagar.
- Le seguí dando largas al
teniente Simone. No me gusta la idea de hacerlo enojar en mi tercer día de
trabajo. Le dije que investigabas algunos ángulos. No creo que me haya creído.
- Hubo ángulos involucrados, esa
parte es cierta. Descuida novato, mentirle a tus superiores es la parte más
importante de cualquier estructura jerárquica.
- El filósofo Ozfelian,
interesante.
- Quédate cerca, se pondrá más
interesante que eso.
Acelero
a toda velocidad. Sirena a todo volumen. No hay prisa para Lois, pero quiero
llegar cuanto antes. Le explico todo a Martin, paso por paso. Lo anota en su
bloc, puntos, comas y vulgaridades. Estaciono en el césped delantero. Trago a
la licorera antes de salir. Martin toca la puerta. Yo empujo en cuanto Patricia
se asoma. Roger amenaza con llamar a su abogado. Le doy la tunda de su vida. Lo
azoto contra una mesa y suavizo sus riñones. Le golpeó en las piernas y en la
espalda baja para minimizar moretones. Martin me separa con todas sus fuerzas.
El sujeto aprendió, pero no lo hice por él. El Universo tenía que darle una
paliza. El viejo Jacob baja las escaleras con ayuda de su enfermero, el ruido
le llamó la atención. Patricia trata de mediar. Quiere que deje en paz a su
marido, quiere que su marido se calme y quiere que su padre deje de lanzar
insultos. Me enciendo un cigarro y pateó la puerta para cerrarla.
- El piso, está muy limpio.-
Patricia me mira como si fuera de Marte. Un tema poco usual, luego de la
humillación pública de Roger Larkin.
- ¿A eso vino?
- No exactamente. El cuarto de
Lois estaba bien barrido, el suyo también. Astuta estrategia de esconder la
morfina, dentro de una caja. Tiempo para limpiar, y tiempo para plantar ese
panfleto del centro juvenil de Brokner. El asunto me volvía loco. ¿Por qué Lois
iría para allí? No, sus citas eran Yankers, ella no iba para allá. Roger, por
el otro lado, tenía sus negocios allí. Porno y morfina. Extraña combinación,
pero deja un buen dinero. ¿Por qué dejaría algo así?
- Mi hija no tenía citas, no sé
de qué me habla.
- Usted no lo sabía, eso habría
requerido un esfuerzo adicional de su parte. Dios sabe que eso es mucho pedir.
- Si vino aquí a insultarme...
- Guárdeselo, no me quiere hacer
enojar. Lo dejó porque sospechó de su marido desde el principio. El buen Roger
es escoria de todas maneras. Tendría sentido, así que se asegura que le
investiguemos.
- Lois amenazó con exponer a
Roger, claro que él lo mató.- Roger quiere decir algo, pero le muestro mis
puños ensangrentados y prefiere callarse.
- Sí, además la golpea
continuamente, y por supuesto, el momento más digno de Larkin, flirteó con la
idea de involucrarla en la pornografía. Pero ninguna escoria humana estaría
completa sin el amorío. Se acostaba con Susan Domenici mientras el doctor Glenn
pasaba las noches con su mujer. La casera la escuchó discutiendo con Roger
acerca de Lois, antes de ir al hotel. Es basura humana y con todo gusto lo
enterraría en el tiradero municipal, pero él no mató a Lois. Estaba con su
amante en algún hotel, según el recibo en el departamento de Susan Domenici.
- Imposible.- Patricia está roja
de furia y le escupe a su marido.- Él tuvo que haber sido.
- La esposa golpeada,
constantemente humillada, que pone una pista falsa para que sospechemos de su
marido. La pregunta en la mente de todos, ¿por qué no dejaría a Roger tras la
muerte de Lois? Sobre todo si sospecha que él mató a su única hija. No podía
irse, el plan ya estaba en movimiento. El plan que incluía a Ernest Chafee, el
encargado del negocio de morfina. Trató de sacarle la ubicación a Kelly Durkin,
dudo que haya servido de algo. ¿Chafee encontró el lugar donde estaba guardado
el producto y el dinero? Buen trato, que se quede con el producto y usted con
el dinero.
- No sé de qué me habla, no
conozco a ningún Chafee.
- El centro de revelado de las
fotografías pornográficas. ¿Le consiguió un arma, o el arma era para usted? Pearson tenía municiones en su bolso,
ninguna pistola, y un ojo morado. Temía del causante, le temía a Chafee porque
lo conocía. Debió haber dicho, en el club de lectura sobre crimen e
inseguridad, que tenía un arma. Así que se le hizo fácil robársela a él, o
mejor dicho, dejar que Chafee se la robara.
- Es el conjunto de mentiras más
grande que haya escuchado en mi vida. No lo toleraré.
- Susan Domenici fue algo
especial. ¿Murió por las llamas o le disparó? Usted sabía del amorío, no es
tonta.
- Mi marido, el gran fotógrafo,
muchas horas encerrado con esa cualquiera y ningún rollo. ¿Sabe qué me dijo una
vez? Que se echaron a perder, y que debía hacerlo de nuevo. Me mandó a casa,
frente a todas las otras modelos. Me hizo una idiota.
- Además de una adicta.
- Así es él, te engancha de todas
las formas posibles. Ese dinero era para Lois y para mí. Domenici las
conseguía, él también se acostaba con el hermano de Lester, el doctor Mark. Eso
fue idea de Lester. Esa una rata que mandó a una cualquiera a seducir a su
propio hermano. Teníamos una buena oportunidad, Lois y yo. Podíamos irnos
lejos, deshacernos de Roger.
- Sí, y no pudieron. ¿Adónde
habrían ido? Seguirían siendo extrañas. Era un fantasma en su propia casa, pero
no para Francis Edward Melcher, para él ella era una diosa.
- ¿Tenía un novio?- Patricia se
sienta en el sofá a un lado de su padre y se suelta a llorar.- Nunca me lo
dijo. Ella siempre parecía tan calmada, tan introvertida.
- ¿Quién no lo sería, en este
infierno? Ese chico es la segunda víctima. Al diablo Chafee, al diablo Susan
Domenici. Ellos ya eran mercancía dañada. Lois y ese pobre negrito eran
felices.
- ¿Y creen que fue él?- Preguntó
Patricia.
- No, el pobre chico estaba
demasiado desecho. Nadie sabía del noviazgo. Se veían en Yankers, siempre en
secreto. Su pequeño Edén, donde los sueños se hacen realidad. Francis no es
parte de una pandilla, aunque vende algo de mota por su cuenta. Los duques de
Brokner le asustaban, Chafee en particular. Todo un tipazo, ese Chafee, hizo
algunos años en prisión. No, Francis era demasiado joven para él, aunque sí se
conocían. El mismo círculo, aunque ese círculo tiene sus propias secciones. No,
algunos fueron a prisión con Chafee, otros se salvaron. Paul es uno de ellos,
claro que ahora es muy distinto. Ahora es enfermero. ¿Qué era lo que Francis podía
ser? Ah sí, enfermero. Su madre es enfermera, Paul aprendió de ella, ¿no es
cierto? La madre de un amigo, según nos dijiste.
- Yo no conocí a Lois, pregúntele
a ellos, ¿por qué lo haría?
- Conocías a Francis. Él estaba
enamorado, abre la boca o quizás su madre lo menciona. Tú la reconoces, quizás
no sea tu amiga, pero sabes quién es.
- ¿Por qué haría algo así? No
tiene sentido.
- Es cierto.- Dice Patricia.-
Paul no se separa de mi padre, nunca le vi hablando con Lois. ¿Por qué
lastimaría a mi hija si no tiene una razón para hacerlo?
- Él no la tiene, es cierto.-
Disfruto el cigarro y miro hacia alrededor.- Linda casa. Padrastro abusivo.
Tiene amantes, es pornógrafo y engancha a mamá con morfina. Mami está demasiado
ocupada todo el tiempo. Lois se lo hace personal, la defiende con la amenaza de
hablar a la policía. De todos los pecados, el que mató a Lois fue el amor. Se
enamoró de un negro. Paul Biden no ve nada de malo en eso, ninguna razón para
lastimarla. Alguien, sin embargo, la amaba demasiado como para soportar que su
virginal vientre cargue a un negro. Paul se lo dice a Jacob, él estalla. Su
princesita lo torna en un monstruo, prefiere verla muerta que como amante de un
negrata sin futuro. Y tiene a otro negrata sin futuro a su disposición. Le salvó
el pellejo en ese juicio. Paul le transmite un mensaje falso, le hace creer que
Francis Edward Melcher le quiere ver en el parque McAllen a esa hora. Sólo por
él habría ido. El mejor lugar para matar a alguien. Jacob le dice qué hacer, y
lo hace. Lo hace parecer un robo y regresa aquí. El peso de la culpa, viejo. Es
un peso insoportable. Por eso cediste tu propiedad a tu hija, por eso querías
enviar a Paul a estudiar en Canadá, lejos de ti y librándote de ver al asesino
cambiándote el pañal todos los días.
- ¿Papá?
- No fue culpa de Paul, yo lo
obligué. Escondí evidencias para salvarlo en el juicio, le dije que las
mostraría a la policía e iría a prisión de por vida.- Patricia lo quiere matar,
pero el dolor que desgarra su corazón es demasiado para ella. Se lanza a
llorar, enterrando su rostro con sus manos.
- No la mataste por amor.- Le
dice Martin, con intensidad en sus ojos.- La mataste porque la odiabas por
crecer, por decidir qué hacer con su vida.
- ¿Qué pasa ahora?- Pregunta el
viejo, señalando su tanque de oxígeno y su silla de ruedas.
- Irás a juicio, o confesarás. De
igual modo, morirás antes que se te dicte la sentencia. Tú puedes ayudar a
Paul, aunque habrá años de cárcel.
- Pero me obligó.
- Preferiste cuidar tu negro
trasero que detener la histeria a tu alrededor, no me vengas con eso. Todo el
mundo paga Paul, tú tardaste años, pero irás a prisión. En cuanto a ti,
Patricia... No puedo demostrar que hayas matado a Susan Domenici. La verdad no
me importa. Le hiciste un favor al doc Mark Glenn. Te haré un trato, testifica
contra tu marido y si te libras de cargos, toma el dinero que robaste y huye
muy, muy lejos. Vete a una clínica de rehabilitación o algo así.
Los
arrestamos y pedimos una patrulla y una ambulancia. Roger Larkin lloró durante
el viaje. Nadie había hablado en su contra, pero ahora su esposa estaba lista
para decirlo todo. El viejo llegó en ambulancia, el fiscal fue muy claro, sería
condenado a un hospital de quinta. Moriría en sus pañales sucios. Paul sufrió
todo el peso de la ley. El viejo admitió haber robado evidencia de un caso,
fueron sumando los cargos. Me desaparecí por unas horas, mientras Patricia
declaraba contra su marido y sus amiguitos. Los de Vicio nos insultaron por
brincarlos, pero al diablo con ellos. El teniente estaba seguro que me iría a
beber, a desaparecer del mapa otra vez, Martin pensó lo mismo. Fui directo a
casa de Patricia. Busqué ese dinero por todas partes. Estaba bajo el colchón de
Lois. El dinero para escapar, días demasiado tarde. El fiscal dudaba que
Patricia fuera condenada por algo, pero ella tenía que pagar. No iba a dejar
que regresara a contar su dinero. Más de cien de los grandes. Dinero de la
morfina y la pornografía. Se lo dejo a Francis Edward Melcher en un pesado
sobre bajo la puerta. Quizás con eso su madre pueda ponerlo en escuela de
enfermería. No sé si lo hará, no sé si gastará cien mil dólares en marihuana o
algo más fuerte, hasta que algún día la recoja del piso en algún callejón
maloliente en Morton. Quizás Martin tiene razón, quizás algunos puedan cambiar.
Regreso a tiempo para que los prisioneros sean trasladados. Simone se sorprende
tanto de verme que parecería que ha visto un fantasma, y quizás lo haya hecho.
- No puedo decir que me encante
la manera en que manejaron el caso.
- Todos cometemos errores
tenientes, pero fue Martin el del cerebro. Dios sabe que estaba demasiado
borracho para pensar con claridad. Unió los puntos y no sé cómo no lo vi. Paul
Biden conocía al novio, se lo pudo haber dicho al viejo, y su coartada dependía
del hombre que le obligaba a hacerlo.- Martin me mira asombrado, sus ojos casi
salen de sus cuencas.
- Me alegra oír eso. Bienvenido a
Homicidios, detective Felton.
- Gracias señor.- Vincent Simone
le extiende la mano y se va a su oficina a corregir mis errores de ortografía
en expedientes viejos.
- Todo esto es muy emotivo, pero
aprovecharé el día libre para largarme, hay media docena de bares que aún no me
echan definitivamente.
- ¡Oz!- Me persigue hasta las
escaleras y cuando me tiene no sabe qué decir. Mira al techo, luego a sus
manos.- Unos amigos me harán una fiesta por pasar el examen de detectives. No
sé si quieras venir, será algo más festivo que esos bares que frecuentas.
- Martin...- Al demonio, quizás
el chico tenga razón. Después de todo, soy demasiado terco para morir.- Te
acompaño.
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