El león, la peste y el carnicero
Por: Juan Sebastián Ohem
Lukas Doyle nunca llegaba tarde a su
trabajo, lo tomaba como un gran orgullo. La gente de Albion, se decía, era
precisa como un reloj. Más aún en la capital de Londus, al norte de Salem,
donde el río Tames atraviesa la ciudad como una arteria cargada de barcos
comerciales pequeños. Aún así, le gustaba caminar. La isla preexistía a su
azaroso descubrimiento, naturalmente, para los verdaderos hijos de Albion, la
ciudad de Londius era tan antigua como Königsport, la capital del reino del
Miskatonic y, por supuesto, más importante que la adinerada Dunnwich al norte
del reino continental. En poco más de una década una ciudad de un millón de
almas había erigido grandes edificaciones y adoquinadas calles. Lejos estaban
las megalíticas construcciones de Königsport, con sus cien mil habitantes en
góticas edificaciones separadas por niveles y organizadas por zepelines de
riel, elevadores y globos aerostáticos. Londius tenía un cielo estrellado y sus
edificios rara vez pasaban de los diez pisos. Más aún, ya era vieja por el
musgo entre los ladrillos de los edificios, por la lengua vernácula de llamar
“bobbies” a los policías debido a sus redondos bombines que tenían por
sombreros. Tenían sus propias tradiciones, té a las cinco, los tesoreros y
banqueros siempre de traje tweed de terciopelo negro, paraguas montado a la
izquierda, diario financiero a la derecha.
Caminaba desde su casa, aunque podía
tomar un coche. Existían algunos autobuses de dos pisos alimentados por
potentes motores de vapor, pero eran escasos y por alguna razón a la gente le
gustaban más los cabellos, incluso a pesar del hedor de sus heces. Llovía todas
las tardes, y a veces por las mañanas, con la misma precisión que la neblina
nocturna o los campanarios adornados de relojes. Vestido de su largo y grueso
abrigo de cuero dejó que le mojara la lluvia. Dejó que lavara de él lo que se
había traído consigo desde el puerto de Königsport, los malos recuerdos y los
amargos remordimientos. No podía, lo sabía, lavar el dolor de perder a su padre
por la fiebre de minas. No podía olvidar el rostro de la mujer que embarazó,
poco antes de la guerra, poco antes de ser proscripto. No podía olvidar que
había carecido del valor de regresar a casa, o lo que quedara de ella. Albion,
y el león, que era su símbolo, eran su hogar ahora. Ya había servido de
reportero de guerra para las fuerzas reales durante el levantamiento Wercer,
pero Albion era la tierra de las segundas oportunidades donde un mero escribano
podía trabajar en un famoso diario en la sección de negocios.
Llegó a la cofradía de la tinta con
diez minutos de adelanto. Se sentó en una esquina para comer unos pastelillos y
beber el té. El edificio de adoquines en su base y tabiques rojos era el punto
de reunión matutino para todos los periodistas, sin importar cuál fuera su
periódico. Eran secretos profesionales los que se custodiaban, pero era la
sensación de pertenecer a algo más grande que sus meros oficios lo que les
llevaba a la cofradía. No estaba inscrita a ninguna logia tampoco, ni debería
estarlo. Lukas miró pasar a los cocheros y a lo lejos vio a los ladronzuelos
que robaban carteras a regordetes banqueros. Aquél era su hogar, no había duda.
Tan igual a su viejo hogar, e igualmente, tan diferente. No había guildas en
Albion, a veces por ello ganándole el mote continental de la “pérfida Albion”,
pero se habían organizado de manera orgánica. Después de todo, nadie era tan
organizado como un londusio. Las logias crecían por todas partes, prometiendo
grandes misterios e invitando a la crema y nata. Las cofradías, en su mayoría,
dependían de ellas y la corona así ejercía su influencia sobre Albion. Había
leído que el rey Aldrich Wercer había sido entregado con otra corona más, una
de oro y plata con la cresta de la isla, el león y el unicornio coronados
protegiendo un escudo. Esto le hacía maestro del templo en cualquier logia, un
magister templi. Había oído que el rey no sabía si ponérsela o usarla de
pisapapeles.
El desayuno se agrió rápidamente. El
chico de los diarios anunciaba que la peste negra había cobrado otras dos
víctimas la noche pasada. Antes anunciaban, a grito pelado, las grandes
batallas de la llamada “guerra amistosa”. La gran metedura de pata, decían
otros. Pelotones enteros viajaban desde el reino para auxiliar al imperio
drario a defenderse de los yithianos en tierras ajenas y distantes. Londius no
soportaba a los inmigrantes yithianos, ni su culto a Yith, su único dios, pero
aceptaba a todos por igual. Doyle estaba sorprendido, hasta los morenos drarios
de poderoso bigote habían dejado el turbante de gemas por el elegante sombrero
de copa. Las mujeres Xue dejaban sus vestidos de piernas abiertas o sus
humildes kimonos por vestidos más civilizados.
La cofradía estaba en ebullición,
como siempre lo estaba. El portero le recogió el húmedo abrigo y subió por los
marmoleados escalones hasta la sala principal. “The ink hall” decía el letrero
de oro en una columna. Meros chismes disfrazados de civilizadas conversaciones.
Las noticias de la guerra eran desalentadoras, Kuntra estaba en peligro, pero
pocos hablaban de eso. Ya había carretoneros para los muertos, pues pasado el
mes de la plaga se sumaban entre cien o el doble. Malas toses, extrañas
protuberancias negras, altas fiebres y dolorosas muertas.
-
Usted debe ser el señor Doyle.- El reportero volteó casualmente, había estado
buscando a su editor entre la concurrencia. Una mujer tostada por el sol y de
hermosos ojos verdes se inclinó sosteniéndose la falda y Doyle se inclinó a su
turno.- Mi nombre es Francine Manning, desde hoy empezaré a trabajar en la
sección de negocios en el Heraldo de Albion.
-
Bienvenida a bordo, señorita Manning. ¿Bajo qué nombre escribirá? Así podré
recortar sus notas.- Añadió, con una sonrisa coqueta. Francine se sonrojó,
tapándose con su sedoso pañuelo.
-
F. Manning, me dijeron que con eso bastaba. La gente no sospechará que una
mujer sepa escribir sobre el mundo de las finanzas.- Francine le ofreció la
mano y Doyle se la besó con mucho cuidado. Ella olía a rosas y tenía un tulipán
en su colorido, pero sobrio, vestido. El recuerdo de su esposa y ese mismo
tulipán le estrujó el corazón. Quince años de no saber nada de ella, o de su
hijo, como fuera que se llamara, aún así podían romper un poco del hielo típico
en la población de Londius.- Finanzas y algo más.
-
¿Alguna sorpresa?- Le extendió una hoja de papel, se dio cuenta que todos los
presentes tenían una parecida. Llevaba el membrete de la Universidad del
Miskatonic y el sello personal del rector, Aleister Lovecraft.- Vaya, parece
que tendremos que apretarlo en todas las secciones. Habrá que ver qué columna
queda fuera… y de quién.
Un regordete editor de prominentes
patillas se subió a la plataforma de madera, llamó al orden con una pequeña
campana y se aclaró la voz antes de hablar. Atrás de él la luz matinal entraba
por el amplio ventanal cuadrado, brillando sobre la mirada de Francine como una
estrella. Lukas reprimió una sonrisa, le había atrapado mirándole.
-
Sí, sí, ya sabemos todos que es un inconveniente. No hay suficiente espacio y
todo eso, pero me temo que el rector está en Londus y tenemos nulas opciones.
Hemos de alertar a la población de la peste negra a partir de su investigación
que incluye cuatro focos rojos. Primero que nada, evitar la comida típica de
cimmeria y los asentamientos de los salvajes cimmerianos al norte de la isla…
Sí, ya sé lo que eso significa para el mercado de carnes. Nada más norteño que
Berkshire me temo. Segundo, no compartir habitación con un enfermo, ni usar sus
ropas. Evitar el estilo de vida de campo que esté en contacto directo con los
animales del norte, respirar sus secreciones o trabajar sus carnes. Esto, claro
está incluye Berkshie, Yorkshire y todos los shire. Evitar el aire contagiado,
tapiar bien sus ventanas para que no contagia a otros, no intercambiar fluidos,
como el agua, vino o comidas.
Puntuales, como siempre, se presentó
al Heraldo de Albion para seguir con su noticia sobre los negocios bursátiles
en el mercado de exportación de gemas. Francine Manning ocupaba un cubículo
cercano al suyo y por encima de las pesadas teclas de las máquinas de escribir
podía escucharla recitándose así misma su propia nota. A las cinco de la tarde
estaban todos de regreso a la cofradía para la hora de té. Cada periódico
importante tenía su estancia. Cada editor o reportero mostraba con orgullo el
anillo de su logia, la nueva aristocracia. Doyle había mandado docenas de
cartas a la logia de los iluminados, pero no había recibido noticia alguna. Le
hizo compañía a Francine, quien parecía vagar a solas, sin conseguir la
atención de Gerard Chapman, uno de los editores del diario.
-
¿Recién llegada a Londius?
-
Sí,- Dijo ella.- Fui corresponsal de guerra hasta hace unos meses. Aún no he
escogido alguna logia femenina, pero debo apurarme. Uno no avanza rápido en
este ducado si no está en una logia. ¿Quizás la logia de las novias de R’lyeh o
la logia de la esperanza?, ¿y usted?
-
He aplicado para la logia de los iluminados. Excelente reputación y muchos de
los editores estarán ahí.- Un sujeto ancho de hombros en un impecable frac se
dio media vuelta y le tocó al hombro. Llevaba un monóculo y una extraña
insignia en su pecho, un símbolo que Doyle no podía entender.
-
Pero muchacho, esa no es razón para ingresar a una logia. Mira.- Se quitó la
condecoración y le dejó tenerla en sus manos. Pesaba, pues era de oro puro. Era
una estrella en cuyo centro se encontraban dos lunas separadas por tres
estrellas.- Logia del santísimo conocimiento.
-
¿Y qué significa el símbolo?
-
Bueno pues… Pues no lo sé, aún estoy en el grado del caballero de la isla,
cuando avance lo sabré. Santísimo conocimiento después de todo, símbolos dentro
de símbolos cuya comprensión lleva al individuo a un renacimiento moral y
espiritual. Convertir la piedra en bruto que es cada uno para formar al cubo,
otro sagrado símbolo que pocos entienden. Se la recomiendo, esa logia de los
iluminados… cosas raras pasan ahí, extraños rituales con calaveras humanas y
dagas en el cuello de cabras muertas… Bueno, nosotros hacemos cosas parecidas
como metáfora simbólica de nuestra alquimia espiritual, pero ya sabes a qué me
refiero.
-
Mi estimado caballero, no entraría yo a una logia por méritos puramente
comerciales.- Mintió Doyle, fingiendo estar herido y divirtiendo a Francine
Manning.- Y después de todo, si en cada salón, y en cada atril de cada salón,
incluso de los salones ocultos que cada logia tiene para sus grados intermedios
se encuentra el Necronomicon, entonces seamos todos hermanos.
-
Hermanos.- Brindó el sujeto corpulento, a modo de disculpa.
-
En logia, mi estimado señor, y bajo los tentáculos del santísimo de los
santísimos, pues adivino yo que esta cofradía, como muchas otras son más pompa
y misterio que revelación espiritual. ¿Tres signos secretos para entrar a cada
habitación?- Al unísono repitieron el gesto, con palmas unidas de sus muñecas y
extendiendo únicamente los pulgares e índices.
-
Ah, ¿pero qué sería de Albion, la civilizada mitad de la isla al menos, sin la
ceremonia?
-
Habla usted con sabiduría.- Dijo Doyle, para quedar bien. Un mensajero entró,
un mesero cargando una charola de plata con una carta sellada. Tenía el símbolo
de la logia de los iluminados, tres manos entrelazadas que formaban una
pirámide, con el rostro de Cthulhu en medio y todo en dorado. Se apretaron
sobre él, leyendo la carta al mismo tiempo. Solicitud denegada.
-
Lo lamento mi compañero, pero ya encontrará otra logia.
El sentimiento de derrota no le
abandonó, ni siquiera bajo la compañía de la dama Francine Manning. La noche
siguiente decidió ir directo a casa, quizás redactar más cartas para otras
logias. Un cochero se detuvo a su lado en una calle vacía. La farola de gas
iluminaba su rostro cuadrado y sonriente. Se bajó de un salto y le invitó a
entrar. Doyle, temiendo lo peor, pensó en huir, el cochero fue más rápido.
Sintió el porrazo en la cabeza y despertó dentro del coche cuando éste se
detenía. Por la ventana parcialmente cubierta por la cortina roja reconoció el
edificio de la logia del Águila. Su secuestrador le dio la vuelta a la manzana
y le sacó de un empujón hasta aventarlo contra la pared. Sin mediar palabra con
la porra apuntándole al pecho le indicó que bajara por las escaleras de
servicio hacia las cloacas de la logia. Tocó dos veces la puerta y después
cinco. La pesada puerta de metal se abrió automáticamente y entraron a un
reducido espacio que llevaba hacia unas escaleras de polvoso ladrillo rojo.
Lukas comprendió rápidamente que se
trataba del mismo edificio, separado apenas por unos tabiques. Mientras
ascendía podía ver algunos espacios entre los ladrillos hacia las salas de la
logia. Tenían los pisos en grandes losas de blanco y negro, con un atril al
centro con el Necronomicon abierto. Los adeptos estaban hincados, usando
extrañas y pesadas ropas negras y rojas, mientras un oficiante les recitaba
algunas palabras apuntándoles con una espada de latón. El gorila le empujó para
que siguiera subiendo. Su curiosidad le hacía ir despacio, pues podía ver más
salas. Extrañas ceremonias con esqueletos en ataúdes de plata en vez de los
adeptos mayores o iniciadores en salones débilmente iluminadas por velas sobre
cráneos. La escalera eventualmente terminó en una puerta que se abrió en cuanto
tocó el picaporte.
La estancia estaba sobriamente
adornada y Doyle podía imaginar que, del otro lado de la pared del fondo
estarían las escaleras de los últimos pisos de la logia del Águila. Reconoció a
uno de los habitantes nada más. Era Algernon Dee, gran maestre de la logia de
los iluminados. El matón le ponía nervioso, pero esto lo hacía peor. Era
ilegal, al grado de cárcel, el pertenecer a dos logias a la vez. Algunos
castigos, corrían los rumores, implicaban muertes espantosas y torturas
indescriptibles. El doctor Dee fue casualmente haciendo las introducciones de
sus compañeros. A su derecha y agazapado contra un viejo librero se encontraba
Scryer. No sabía si era su verdadero nombre, pero parecía ser el único nombre.
Un hombre menudo y calvo que había perdido una oreja y se ayudaba con un cono
de bronce. Sentado en un cómodo sillón de cuero y fumando una pipa
tranquilamente se encontraba Arthur Regardie. El hombre, regordete, de barba
bien cuidada y los manierismos de un aristócrata tenía la mirada de un halcón y
parecía haberse ya formulado una teoría sobre su persona. En una esquina
oscura, sosteniendo una vela y ociosamente pasando su mano sobre ella se
encontraba Miliker. El sujeto era corpulento, tenía un labio leporino que
parecía limpiar con su pañuelo a modo de un tic. El matón fue presentado como
Bob Mulligan. El último de la camarilla, sentado sobre un escritorio viejo y
bebiendo una taza de té era Frank Pennymarch.
-
Pensé que la logia de los iluminados me había rechazado.
-
Y lo hicimos.- Dijo Regardie, con una sonrisa macabra.
-
Estamos en los salones intermedios de la logia,- Explicó Scryer, limpiando su
cono de bronce con una sucia toalla.- entre el grado de sogoth y de rubí. Es
más pacífico aquí, hay menos oídos. Miliker es un miembro de esta logia, grado 16,
de los 33 antiguos y universalmente aceptados. Pero no muchacho, no es
iniciación alguna… No cómo quisieras. El lugar es un frente, una fachada nada
más, una... guarida.
-
Anda Mulligan, cabeza de res, pregúntale de una vez.- Le urgió Miliker, tapando
su labio leporino. El matón comenzó por disculparse, muy a su manera, por los
malos tratos.
-
¿Qué piensas de tanto extranjero, ¿eh Doyle? Vampiros en Essex, luces nocturnas
en sus tétricos carruajes, drarios adorando Yog sabrá qué combinación rara de
dioses.
-
¿Y qué con eso?- Respondió Doyle, quien había decidido mantener su integridad.-
Se han adaptado bien a nuestras civilizadas costumbres. ¿Quién aquí sabe de
algún frenesí de vampiros? La línea de pobres que venden su sangre por
cuantiosas monedas le da vueltas a los bancos de sangre. Y en cuanto a los
drarios son sujetos comunes, aunque eso sí, con pésimo gusto en su comida.
-
Bien.- Dijo Dee, aplaudiendo.- Londius… Albion… Vaya, mejor nombre que
Hiperbórea ahora que se ha civilizado, Albion ha sabido reunir todas estas
razas, estas culturas y tradiciones en un mismo lugar a través de las logias.
Tanto secretismo permite lo que en el continente sería herejía abierta.
Aquileia, o como le quieran llamar a la ciudad en el mar… Ellos creen que el
comercio unirá a las culturas. Pero se equivocan Doyle. A la primera que la
economía falle, a la primera que las guerras amistosas se encrudezcan y todas
esas alianzas comerciales no habrán acercado a las culturas, simplemente las
alejarán más.
-
Unión en espíritu.- Aventuró Doyle, quien había leído ya más de un libro sobre
el nuevo esoterismo de Albion, más de uno escrito por el doctor Dee en alguno
de sus seudónimos.
-
Muchos muros se han tirado, aunque la logia del pulpo y su gran maestre,
Aleister Lovecraft no quieran verlo. Para gente como ellos la unión sólo es
posible si los drarios se inclinan ante nuestros obispos. Si hacemos eso,
¿cuánto tiempo antes que ellos nos exijan lo mismo con sus brahmanes?
-
El verdadero conocimiento está ahí, enterrado.- Dijo Scryer.- Una tradición
universal, filosofía perenne que es más duradera que los bolsillos de los
poderosos Barsel o los codiciosos Vandrecker. Toda logia se nutre de esas
raíces, incluso si no quiere admitirlo.
-
Menos la de Lovecraft.- Concluyó Doyle y Miliker apagó la vela a modo de
afirmación.
-
Esto es más que una lucha entre logias Lukas Doyle.- Dijo el doctor Dee,
preparándole una taza de café y ofreciéndole un asiento cómodo.- El ducado de
Albion está en peligro, la duquesa está enferma. Peste o no, no lo sabemos.
Tiene a dos sucesores posibles, a su hijo adoptado Hans o a su propia hija
Viktoria. La pobre chica tiene apenas 15 años pero ya está rodeada de lobos y
chacales. Lovecraft quisiera ver a Hans Vandrecker en el poder, aún a sabiendas
que viola las leyes contra la esclavitud de los cimmerios. Sus métodos, es
cierto, fundaron Hiperbórea hace una década, pero mucho ha pasado desde
entonces. Ese barbarismo ya no es necesario. Y cuando haya terminado de
esclavizar al último cimmerio, ¿qué le impedirá unificar todas las logias a una
sola, a la del pulpo? Lovecraft la nutre únicamente de sus propios
conocimientos y nada más, sus misterios son crueles y terribles, no llevarán a
nada bueno. No, el león está herido Lukas y necesita de tu ayuda.
-
Soy un periodista en la sección de negocios. No un soldado. No, ya he visto
suficiente de la guerra, muchas gracias. Nada de dinamita y balas para mí.
-
Lo sé.- Dijo Scryer.- Sabemos que fuiste proscripto por los rebeldes de
Dunnwich, sabemos que fuiste corresponsal de guerra para los enemigos de
nuestro amado rey de la dinastía Wercer. Sabemos también que tu padre, capataz
en una mina en Dunnwich padeció y murió del mal de minas. Tú sabes muy bien que
fue Lovecraft quien la diseñó, tú sabes muy bien que fue él quien diseñó la
cura y la vendió a cambio de poder y riquezas. Has sufrido ya sus espantosas y
crueles maquinaciones, tienes aquí la oportunidad de vencerlo.
-
¿Creen que la peste negra haya sido invento suyo?
-
No… No creo.- Dijo Regardie.- Ya la habría curado.
-
Te reclutamos Lukas, no para la guerra, no para matar inocentes ni para
traicionar a la tierra que te ha dado una segunda oportunidad.- Doctor Dee se
encendió un cigarro con calma y exhaló por la nariz, acentuando sus rasgos
angulosos y finos.- No, es mi deseo formar una organización especializada en
recopilar información, Inteligencia. Una institución de espías al servicio del
ducado. Paralela, por supuesto a los espías que Lovecraft ya tiene, manipulando
los hilos de este ducado a su antojo. Scryer es magister templi de la logia de
los iluminados, como lo soy yo. Admitimos únicamente a los más sabios y a los
más tolerantes, pero no compartimos con ellos estas informaciones. Les
necesitaremos, eso sí, para saber de ellos los entretelones de la política del
ducado. Arthur Regardie es iniciado en la logia del pulpo, es nuestro agente de
desinformación. Miliker es nuestro hombre de recursos, pasó tiempo en oriente,
comerciando con Xue y drarios, conoce el hampa mejor que nadie. Mulligan, quien
te escoltó hasta aquí… Bueno, digamos que sólo hay un utensilio en su caja de
herramientas, el martillo. Finalmente Frank
Pennymarch, algo así como nuestro as bajo la manga, afiliado a una logia
sin valor. Es bien conocido en el mundo de las bienes raíces y otros negocios
de cuyo dinero dependemos. Por el momento, como podrás imaginarte, no tenemos
recursos. Desviar dinero de la logia de los iluminados es muy difícil, temo que
Lovecraft tenga a sus espías entre nuestros tesoreros.
-
Tenía 16 cuando me obligaron a usar el uniforme azul, nada sabía yo de la
política y menos de la guerra. Dejé atrás a mi novia embarazada y a mi madre.
Lovecraft me quitó a mi padre, la guerra me quitó el hogar, pero Albion me ha
dado una vida.- Se encendió un cigarro y se acomodó en el asiento, nadie le
estaba apresurando.- Todo sea por el león, ¿pero qué puedo hacer?
-
Serás nuestro agente operativo. Te aceptará la logia del Águila, asistirás a
sus rituales y demás, pero no le prestes mucha atención, hay cosas que hacer.
Lovecraft cree que tiene todo controlado y la verdad es que es cierto, sabemos
bien que el ministro de finanzas de Hans Vandrecker y posible futuro duque de
Albion, es uno de sus operativos de alto rango, su nombre es Anton Marcel. Lo
mismo puede decirse del doctor general, segundo al mando del ministerio de
salud, Alfred Poole.
-
¿Y qué es lo que haremos, exactamente?
-
Cinco minutos adentro y ya quiere saber los detalles.- Dijo Regardie, con
sorna.
-
Quitarle el tapete bajo los pies a Lovecraft y su ministro de finanzas, ese
sucio Anton Marcel.- Dijo Pennymarch, sonriendo y disfrutando una galleta.
-
Debes entender.- Dee le tomó del brazo y le miró a los ojos.- Que entras a un
nuevo mundo, uno donde los secretos están guardados en claves, a su vez ocultos
en otros enigmas. Mucho como éstas logias. En este mundo, aquello que está
recto te parecerá torcido y lo que está torcido te parecerá recto. Desde ahora
nada debe ser pasado por alto, si la duquesa muere y Viktoria no asciende a su
posición Albion quedará reducida a cenizas por las ambiciosas manos de Hans y
los crueles designios de Lovecraft.
Pennymarch les mostró una canasta de
picnic mientras devoraban pequeños sándwiches y bebían té se fue desenmarañando
el plan. Regardie, el agente de desinformación daría la apariencia, mediante
rumores y otros datos que más tarde tendrían que hacer sólidos, que existe una
conexión entre los Xue y los altos pasillos del poder. Los Xue, quienes se
mantenía neutrales en la guerra amistosa serían un dolor de cabeza para el
ministro de finanzas. Doyle y Regardie se mantendrían en contacto, pero nunca
directo. Tenían sobornado al cochero personal de Hans Vandrecker y tendría la
oportunidad de pasar mensajes cifrados al atarlos al guardafangos de la
carroza. Dee le mostró lo que parecía un diccionario y le instruyó que
memorizara los códigos y señales secretas y más tarde quemara todo el libro.
Lovecraft sospecharía, sin duda, de
una trampa, pero estaría atrapando fantasmas buscando en la logia de los
iluminados. Además de ser el enlace trabajaría con Miliker para hacerse amigo
de un sastre Xue y asegurarse que quede a cargo de la tienda. Aquella sería su
primera misión, su prueba. Su posición como reportero de finanzas le permitía,
además, seguirle la pista a la cofradía de granjeros, el frente obvio que
Lovecraft emplea para mandar armar a la guerra amistosa. La obvia tapadera
podría tener sus huecos, dinero que podía estar siendo destinado a operaciones
clandestina del rector de la Universidad del Miskatonic. Sería un trabajo de
semanas, pero valdría la pena. Dee, quien la penumbra de la habitación podía
adivinarse apenas por sus rasgos y centelleantes ojos, apostaba la oreja
izquierda de Scryer que el dinero de la cofradía sostenía su red de espías y
agentes durmientes que seguramente ya estarían en los altos niveles de la logia
de los iluminados.
Doyle asentía con gravedad, eran
misiones que estaba dispuesto a cumplir, pero no entendía el asunto del sastre
Xue. Miliker le explicó lo que ya sabía, que los Xue permanecían neutrales como
banqueros, prefiriendo perder sus dominios occidentales a manos del reino del
Miskatonic que arriesgarse a una prolongada guerra contra los adoradores de
Yith. Era mejor así, dejar que otros se mataran para derrotar a quien
eventualmente sería su enemigo. Aquella fue la única explicación que recibió,
pues en el fondo no necesitaba saberlo. Le alertaron, insistentemente, que
eventualmente tendría que ayudar a confirmar las vagas sospechas de Lovecraft
sobre la conexión Xue, pero Miliker le pondría al tanto. Pennymarch, por su
lado, ya había logrado vender edificios a los Xue a precios imposibles de pasar
por alto cerca de las logias y edificios importantes, para hacerlo vagamente
misterioso. Doyle comprendió entonces la naturaleza de su nueva vocación, crear
neblina y oscuras figuras, pero temía que el enemigo haría lo mismo y temía
perderse en un laberinto que él mismo había ayudado a construir con nada más
que humo.
En la siguiente semana se puso manos
a la obra en su misión de prueba. Miliker había conseguido que el sastre
Shuntao le diseñara un traje en la exclusiva
sastrería de la calle Saville, en vez del sastre principal, un
gordinflón llamado Bloom. Doyle no dejaba de presumir el traje en su trabajo,
ni en la cofradía, cosa que pareció natural, tratándose de la mejor sastrería
en Londius. La mitad del trabajo ya estaba hecha. Podía sentir sobre él la
mirada del doctor Dee, el famoso mago y agente secreto en cada uno de sus
movimientos. Una noche se animó a salir con Francine por una copa en pub
cercano y, al asistir al baño, se topó con que el misterioso doctor ya estaba
allí, dándole palmadas en la espalda.
-
Un espía soltero es más fácil de cachar, buen trabajo. ¿Y Shuntao?
-
Mañana. Tengo al cliente perfecto, alguien de la cofradía de la tinta que
agotara la suya con todo el desastre. Pero, ¿cómo sabía que estaría aquí?
-
Miliker puede ser silencioso cuando quiere. Tiene conexiones con los chicos que
venden diarios y los ladronzuelos de billeteras. Ojos en toda la ciudad. Sigue
así.
-
Vaya, pensé que te habías olvidado de mí.- Le dijo Francine en la mesa. Le había
dado tiempo a Dee de alejarse del lugar, en su pesado abrigo de cuero de cuello
alzado, unos cinco minutos para no parecer sospechoso.
-
Nada de eso, es que me pone nervioso estar aquí. Tú me pones nervioso.
-
A mí también me pones nervioso, de la buena manera.- Se sostuvieron la mirada y
lentamente la pasearon por las ventanas de dorados fondos de botella hacia los
chicos que vendían noticias. La noticia no era buena, la duquesa de Albion,
Ilda Vandrecker, se había contagiado de la peste negra. El tiempo le cayó a
Doyle como un saco de ladrillos.
A la mañana siguiente, y con
cualquier excusa siguió a uno de los clientes del sastre Bloom. Emitió un
chiflido que alertó al oso Mulligan. Salió de una callejuela golpeándole con un
ladrillo y deshaciendo su chaqueta para robarle la cartera. Doyle hábilmente
recogió el saco recién comprado, lo tiró bajo un coche y le ofreció uno falso.
El cliente, escritor de notas sobre modas se enojó más por el saco, que por el
ataque. La tela era la misma, pero el interior lo delataba. Bloom le había
vendido un traje de la competencia a precios altísimos. En menos de dos días el
silencioso Shuntao, siempre acompañado de luces negras, y con la tienda bien
iluminada por velas en coloridas lámparas se hizo cargo de la sastrería de la
calle Saville.
En la siguiente semana su
investigación sobre la cuentas de la cofradía de los campesinos avanzó
lentamente. Francine Manning se interesó. Doyle jamás le diría que era un
agente del león, y leal hijo espiritual de Albion, y le permitió la intromisión
pues tenía una nariz para los detalles que le impresionó en gran medida. La
cofradía enviaba cargamentos al puerto de Sale, a mil coronas por cada
cargamentos. Nadie hacía preguntas sobre su contenido, eran armas que el
ejército del Miskatonic se rehusaba a comprarle a los drarios, ahorrándose así
unas coronas mientras defendían Kuntra y la costa occidental para eventualmente
quitársela de las manos, amigablemente, al imperio drario. Había, sin embargo,
un total de 180 mil coronas por cien cargamentos. Dee había tenido razón, había
ochenta mil coronas imposibles de rastrear, al menos por sus intermediarios
hasta las manos del siniestro doctor Lovecraft.
-
Otra vez con esta basura de la cofradía.- Le sorprendió Higgins, uno de sus
editores.
-
Los lectores deben apreciar la riqueza de Albion, señor Higgins. Además, no
seríamos la sección financiera si no fuera por nuestros reportes sobre
movimientos de dinero.- No quería decirle del dinero sobrante, pero Francine se
unió a la discusión.
-
¿Y qué hay del dinero sobrante? Aquí podría haber una noticia.
-
No.- Dijo Higgins. Su anillo de logia tenía al pulpo de Cthulhu.
-
Tiene razón el señor Higgins Francine, es mejor no meter las narices en estas
cosas.
La respuesta la dejó perpleja y durante
la comida no pudo explicar su comportamiento. Higgins se la había creído. ¿Era
él un espía de Lovecraft, era ella una agente de desinformación? Un escalofrío
le recorrió la espalda, en el mundo de sombras los resplandores suelen ser
espejos, le había dicho Dee en una ocasión con su ocasional tono de misterio.
Aprovechó que Francine tenía varias noticias que cubrir para ponerse al día con
Regardie. El cochero llegó al puente del rey, bajando la velocidad. La
suspensión estaba alta, señal que Hans Vandrecker no estaba en el coche.
Rápidamente se hizo del mensaje, lo memorizó y lo tiró al río Tames, para que
una vez más devorara otro pecado de la pérfida Albion y su herido león.
La instrucción era sencilla, comprar
una bufanda de seda Xue en el distrito de Middleton, en una pequeña tienda de
vampiros. Hacía tiempo que esos ojos negros y brillantes le dejaban de llamar
la atención. Entró a la tienda, iluminada por velas y lámparas de hadas que
danzaban en frágiles tubos de cristal y pidió su orden. Aprovechando la
distracción Mulligan, el toro, entró por la trastienda con cuidado de no tirar
abajo las lámparas nocturnas, de halos de oscuridad. Se movió silencioso entre
las telas mientras la vendedora le ofrecía a Doyle una amplia selección. Lukas
miró aterrorizado mientras Mulligan le atravesaba el corazón a la Xue con un
largo cuchillo.
-
Bienvenido a la parte fea del espionaje, cierra la puerta.- Doyle siguió
instrucciones y se brincó la barra para ver lo que hacía.
-
Vieja tradición Xue.- Explicó él, mientras le cortaba la lengua a la vampiresa
muerta.- Señal de silencio y traición.- Ayúdame a colgarla de esa viga y
vámonos de aquí.
Lukas ayudó cargando el cuerpo, tomó
la bufanda de seda, casi por instinto y salió a la calle. Trotaba, intentando
no parecer sospechoso. Había poca gente en la calle, nadie parecía querer
visitar la humilde tienda. Decidió cruzar el distrito por el parque y Scryer
apareció detrás de uno de los frondosos pinos.
-
¿Asustado? Deberías estarlo, este es un juego peligroso.
-
Lo sabía cuando acepté ser parte de la guardia del león, pero… No fue
placentero.
-
Somos moralmente inexcusables.- Le detuvo Scryer de su andar nervioso y le
calmó poniéndole una mano en el hombro de su saco.- Pero absolutamente
necesarios. Regardie ha estado insistiendo en la conexión Xue. Ahora aparece
una vampiresa muerta, pero no cualquiera. No, esa pobre mujer era amante de un
Xue en una muy buena posición en la logia del pulpo. ¿Lo ves ahora?
-
Lovecraft asumirá que el espía Xue cubre sus pistas.
-
Precisamente.
-
¿Y cómo sabemos si no nos hacen lo mismo?
-
No saben que existimos.
-
Eso queremos creer, yo no me he ido de boca, ni con Francine ni con nadie. Aún
así.
-
Aún así.- Repitió Scryer, alejándose meditabundo.
Aquella noche, cuando finalmente había
invitado a Francine a cenar a su departamento quedó distante durante toda la
comida. La plática fue vana, sobre los tratamientos que Lovecraft llevaba a
cabo para mantener con vida a la duquesa y algunas notas sobre la guerra que,
según había escuchado Francine Manning, no iban nada bien. Le regaló la bufanda
cuando hubo un silencio incómodo, pero esa noche no durmió. Se sentó en el
marco de la ventana, viéndola dormir plácidamente, sus pensamientos en otras
cosas. Llovía, como casi cada noche. Sacó la mano a la lluvia, al menos eso era
real. Un trueno iluminó la capital de Albion y Lukas Doyle sonrió. Los patrones
podían repetirse, así como los Xue tenían amantes, así también esas ochenta mil
coronas podían ser para mujeres de bocas flojas y piernas fáciles.
El amanerado Pennymarch resultó ser
invaluable. La cofradía de campesinos había comprado recientemente una
propiedad por una cantidad semejante. Doyle visitó la alejada casa con
invernadero. Se encontraba lejos del bullicio del centro en una calle en forma
de herradura. Visitó diariamente, con la excusa de comprarle flores a su novia
Francine, y así conocer más de cerca a la dueña del lugar. La mujer, Olivia
Waterbee, le recordó a su esposa Elemir, aunque muchos años mayor. Él también
tenía muchos años más. Olivia era una mujer un poco loca y un poco tonta que
administraba su negocio y sonreía a sus clientes, siempre en busca de
conversación. Lukas, quien era coqueto por naturaleza y tenía un don con las
mujeres no tardó mucho tiempo en seducirla. Olivia Waterbee, como pudo juzgar
rápidamente, era muy ambigua en cuanto a lo referente a la monogamia y buscaba
siempre pasión y emociones fuertes. Doyle buscaba entrar a su casa. Una tarde,
mientras ella dormitaba por la mínima dosis de veneno para dormir que había
dejado en su taza de té comenzó a rebuscar entre sus papeles. Waterbee tenía
todo hecho un desastre y su correo no le pareció de utilidad, a excepción de un
telegrama que había olvidado mandar. Rápidamente lo copió, estaba en código
pero confiaba que Regardie podría descifrarlo. Encontró en su cocina el anillo
de la logia antigua y aceptada del panal, así como una distinción de la logia
de los exploradores del alma. Dee había tenido razón, estaba en el epicentro de
las redes de espionaje de Lovecraft.
Envió la copia del telegrama
mediante el guardafangos del chofer de Hans Vandrecker y trató de seguir con su
vida. Quería saber de sus compañeros antes de seguir visitando a Waterbee, pero
más que eso, le resultaba cada vez más difícil encontrar excusas para Francine,
por más flores que le trajera cada día. Al día siguiente, regresando del
trabajo y en compañía de Francine se topó, a un lado de las escaleras de su
edificio de rojos ladrillos con moño aplastado por una roca, el doctor Dee
quería verlo en uno de los puntos de reunión más seguros que conocía, la parte
trasera del observatorio astrológico.
-
¿Y nuestra cita? No me digas, no quiero que me mientas.
-
¿Mentirte? Pero mira esto Francine, que yo no comparto el lecho con nadie y si
tengo que interrumpir nuestra velada es porque olvidé mandar mis notas al
editor de estilo. Hagamos esto, amor mío, siéntate como en tu casa y prepara la
cena que yo no tardaré.
Abordó el primer coche y pagó unas
coronas de más para llegar hasta el observatorio, el domo blanco de la
universidad del Miskatonic. El doctor Dee, que a su vez era vicerrector, había
mandado cancelar todas las bodegas traseras, mandando los viejos almanaques y
mapas estelares a otra parte. Dándose así algo de espacio personal.
-
He venido tan pronto como he podido. Francine sospecha que tengo un amorío, y
lo tengo.- Dee le ofreció un cigarro para calmarlo y Doyle caminó en círculos.-
¿A quién traicionó más, a esa ingenua Waterbee, a mi ingenua Francine o a mí
mismo?
-
Mientras no traiciones al león tu conciencia debe estar tranquila. Has dado con
una veta de oro. Regardie me ha informado. El telegrama es parte de una
operación de los espías de Lovecraft que, a nombre de la logia de los
iluminados se las ingenian para ponerle trabas a nuestros barcos mercantiles.
Regresa a sus brazos, pero no caigas en sus manos. Nadie aquí es tan ingenuo
como tú piensas.
-
Ella lo es, me recuerda a mi Elemir. A mí esposa… Éramos chiquillos y ella era
tan ingenua como Olivia.- Comenzó a alejarse cuando Dee le tomó de la solapa de
su traje.
-
Tienes un buen corazón, no eres tan frío como los continentales nos hacen ver.
Eso te hace mejor persona, pero puede ser un riesgo.
-
Lo asumiré entonces. Ya me he tragado suficientes remordimientos en mi vida, me
tragaré este más, como todos los pecados que cometemos en nombre de Cthulhu y
Albion.
Aunque había hecho un tiempo récord
en ir y regresar a su departamento, Francine estaba histérica. Segura que su
novio mantenía un amorío con alguna florista deshizo todo su departamento. No
encontraría nada, el libro de códigos lo había quemado, tras memorizar más de
cien encriptados mensajes. Eventualmente se calmó con algo de vino y se
apoyaron contra la ventana, mirando las tejas de las casas y edificios vecinos
en dos aguas. Eran de un color verde oscuro, iluminado por los truenos. La
convenció, o al menos trató de creerlo, que no había amorío alguno y justo
cuando Francine estaba por decirle algo, lágrimas en los ojos, se escucharon
los silbatos de los bobbies, la policía. El instinto de reporteros animó a
ambos. Doyle la cubrió con su pesado abrigo de cuero y siguieron el caos por
varias cuadras.
La macabra escena le arrancó un
chillido a Francine. La policía había descubierto un cadáver, seguramente una
ramera por su vestimenta y su maquillaje, envuelta en papel de carnicero. La
mujer había sido brutalmente golpeada, tenía el pecho abierto, así como el
vientre y estaba toda cubierta de sangre. El carnicero, aceptaron todos los
reporteros y policías en llamarle, había atacado y nadie dudaba que lo haría de
nuevo. Albion ahora sufriría dos plagas, la peste negra y la violencia del
carnicero.
El carnicero de Chapel, pues la
ramera había laborado allí antes de ser encontrada a distritos de distancia,
ocupó los titulares por varios días. Circulaban los vagos rumores de asesinos
Xue, viciosos vampiros que atacaban a las mujeres más vulnerables, pero las
autoridades insistían que, en ese caso, no habría habido tanta sangre. Lukas se
había resignado a traicionar a su Francine de nuevo, aunque en el fondo quería
hacerlo, pues algo en Olivia Waterbee le llamaba como la polilla a la flama,
era como un capítulo sin terminar de su vida juvenil durante su brevísimo
matrimonio con Elemir. Afortunadamente Miliker cambió sus planes. Utilizando
sus contactos había conseguido que los Ming, acaudalada línea de sangre de los
Xue tuvieran reuniones con el ministro de finanzas, la principal ficha de
Lovecraft, Anton Marcel. Doyle se las apañó para cubrir las aburridas
entrevistas donde los Xue ofrecían negociar las tarifas tributarias en el
mercado de las carnes y vinos. Marcel, por supuesto, no podía hacer eso. Si bien
la carne valía a veces lo mismo que la mula que la cargaba, los Xue habían
decidido mantenerse neutrales durante la guerra amistosa y el ministro no podía
acceder a sus demandas, sin importar su insistencia. Aún así, Doyle lo cubrió
todo, en prosa patriótica aunque sobria. El mensaje de humo era claro, los Xue
eran sospechosos de tener influencias. Con algo de suerte tendrían a Lovecraft
malgastando su tiempo investigando a su peón principal.
La noticia eventualmente murió y
regresó a la calle de herradura para verse una vez más con su amante, Olivia
Waterbee. Acostados en la cama y hablando sobre el clima y otras tonterías ella
sacó de entre las frazadas un mandil que un amante previo había olvidado. Ella
no entendía sobre las logias, sobre los grados que lentamente develaban la
trama de una tradición universal cuya comprensión iluminaba al espíritu del
iniciado. Lukas, sin embargo, sabía perfectamente lo que era. El mandil de la
logia de los iluminados. Tenía tres ojos triangulares bordados de oro, como la
base de un árbol de hilos de plata. Tenía en sus manos el mandil sagrado del
iniciador del nivel 32 de la logia donde Dee era maestro del templo, magister
templi. En manos de tal espía estarían los nombres secretos de los del círculo
interno, de haber, por supuesto, un círculo interno, pues todo aquello era una
ingeniosa charada del doctor Dee para crear bosques de espejos donde perder a
su enemigo mortal.
La información tenía que llegar a
Regardie de inmediato, y al doctor Dee. Recuperó un mensaje en el guardafangos
del chofer de Hans Vandrecker, posible futuro duque de Albion. Un crudo dibujo
de una calavera sobre una lámpara de mano. Se pedía una reunión urgente. Doyle
llegó al sitio de reunión tras cumplir sus obligaciones a su logia del Águila,
interpretando el papel del neófito que recibe del cáliz del conocimiento los
secretos de arcanos símbolos que, con toda certeza, le serían un laberinto sin
salida conocida ni por los mismísimos magister templi de aquella ordinaria
logia. En el recinto secreto de la logia, sin embargo, comunicó su hallazgo a
los presentes, Dee, Scryer y Regardie.
-
Confirmación.- Dijo Dee, quien ya se las olía.- Podría sernos útil por el
momento. Por ahora, sin embargo, nuestro amigo Arthur Regardie nos tiene malas
noticias.
-
Lovecraft tiene a un espía, un operativo de buen calibre llamado Sverig Munss.
Yo no debería de saberlo. Se huele gato encerrado en la conspiración Xue, algo
me dice que no se la quiere creer y yo no puedo seguir insistiendo sin parecer
sospechoso.
-
Sverig Munss…- Repitió Scryer, mientras limpiaba el cono que tenía por oreja
derecha.- Había oído rumores de él. Educado por Lovecraft desde antes de la
gran guerra y uno de sus muchos peones durante ese periodo. Miembro de la logia
del pulpo, supuestamente del grado 20, los misterios de Shoggoth, pero otros
dicen que es magister templi al igual que su mentor.
-
Desde ahora.- Dijo Algernon Dee, con cierto rencor en la voz.- Todos nos
quedamos quietecitos y nadie mueve el agua. Eso te incluye Lukas, deja que
Waterbee se enfríe un poco. Aprovecha los días para salir a los paseos en bote
con Francine y sigue tu rutina habitual. Nada que llame la atención.
En los siguientes días Lukas Doyle
llevó a cabo su vida con la misma austeridad que habitualmente empleaba. No
destacó en sus noticias, ni llamó la atención hacia créditos que le pertenecían
a él. Poco importaba, pues el carnicero había atacado a otra ramera del Chapel
y aquella parecía ser el tema de conversación de todos en la cofradía de la
tinta. Se sintió seguro, por primera vez en mucho tiempo, tomado del brazo de
su novia, cuando alguien le tocó del hombro. Sven Munss se presentó a sí mismo
y por un instante Doyle se quedó congelado. Se trataba de un joven de su edad,
de mirada inteligente y brillante cabellera rubia. Portando el anillo de la
logia de la tradicional Miskatonic y como reportero de finanzas en la voz de
Albion le hizo varias preguntas sobre la cofradía de los campesinos. Doyle no
le dio importancia, no veía corrupción alguna y explicó que en unos días
después su nota terminó en la columna ocho enterrada y olvidada. Francine no
entendía su reacción, trató de disimular cierto recelo profesional, pero cuando
Sverig pareció seguir interrogando más, ya enfocado a posibles corrupciones,
ella le dijo de las ochenta mil coronas que sobraban. Era obvio que la fachada
de Lukas, de venderlo como un escándalo de segunda no sería suficiente y
decidió tomar la iniciativa. Fingiendo que, desde que la noticia estaba muerta
no tenía problema en compartir sus notas prometió entregarle todo, siempre y
cuando citara a Francine por nombre de mujer, y no solamente “F. Manning”.
Sverig sonrió complacido, pero no podía saber si era por su acto de
caballerosidad galante o porque había conseguido lo que quería.
-
Pero amor,- Protestó Francine.- no es correcto que una mujer...
-
No, tonterías. Tú diste con todo, después de todo. No tengo nariz yo para esos
detalles. Es tu noticia y, siempre y cuando, nuestro amigo Sverig te cite como
referencia y fuente puede tener lo que quiera. Es más, ahora mismo se hará.
Francine le acompañará, después de todo, ¿si somos hermanos de tinta puedo
confiar en su caballerosidad?
-
Sería un honor para mí dejar que una perspicaz reportera me llevara hasta su
oficina.
No tendrían el nombre de Olivia
Waterbee, no estaría ahí, sin embargo Sverig seguiría la misma pista que él
había hecho a través de Pennymarch y entonces estarían todos en graves
problemas. Tomó un autobús de dos pisos y desde el techo colgó paliacates
verdes en los apagados postes de gas, señal de alarma para Miliker. Llegó a su
espacioso departamento un minuto antes que Francine. Todo había salido bien
para ella, por lo que le llevó hasta la cama. También, sabía Lukas, había
salido bien para su adversario. La punzada de la traición le atravesó el
corazón, pues su mente no se alejaba de Olivia Waterbee en ningún momento. Pasó
la noche cerca de las ventanas, esperando ver a Miliker, quien eventualmente
apareció en el parque frente a su edificio, tranquilamente fumando un cigarro.
Se vistió tan rápido como pudo y salió por una ventana para no hacer ruido.
-
Sverig Munss me contactó, por mi seguimiento a ese dinero que mantiene a la red
de espías de Lovecraft. Francine no le ha dado todo, pero claro, ella no sabe
adónde fue a parar ese dinero.
-
Él lo sabrá.
-
No.- Lukas le detuvo del brazo al ver que Miliker llevaba una cuchilla Xue
ceñida a su cinturón.- Ella es diferente, al menos conmigo. No era por los
regalos, como todos esos otros. No, era… distinto.
-
Una agencia de información no vale nada si tu enemigo sabe lo mismo que tú.
Encontraste la veta de oro, felicidades, pero es hora de clausurar la mina.- Se
cubrió el labio leporino y le miró de los pies a la cabeza. Temblaba, y no era
por el frío.- Realmente te importa esta mujer, ¿no es cierto? Pregúntate esto
entonces, ¿qué pesa más, tu corazón o el león?
-
No me obligues a responder, por favor, al menos dame eso. ¿Tienes cómo
desplazarte?
-
El coche está del otro lado del parque, vamos.
Anduvieron a toda velocidad, bajo la
lluvia y atravesando Londius. Al llegar a la calle de la cerradura una
congregación de vecinos se apuraba para tapiar las ventanas y destruir el
invernadero. Explicaron a gritos histéricos que la mujer había contraído la
peste negra, que estaba en el sanatorio cerca de ahí. Pudieron ver el miedo en
sus ojos. Si la muerte negra podía tocar a la duquesa, ¿quién estaba a salvo?
El sanatorio, un hospital que rebasaba en su capacidad, era un caos absoluto.
Encontraron a Olivia Waterbee muerta en su cama, el doctor explicó que había
decidido beber veneno que encontró en el hospital que sufrir de los dolores.
Las enfermeras trataron de detenerla, pero fue en vano.
-
Una lástima.- Dijo una mujer, detrás de ellos.- Olivia era una mujer muy
especial, de amigos contados. Tenía a un hombre en su vida, nada estable, pero
siempre hablaba de él.
-
Sí, imagino que sí.
-
Yo era su única amiga, mi nombre es Lourdes.- Miliker y Doyle se quitaron el
sombrero y la acompañaron a la salida.- Usted debe ser el hombre misterioso. Así
era ella, muy misteriosa en todo.
-
¿Quiere que la llevemos a su casa? Tenemos un coche.- Ella asintió y Miliker
miró a Doyle con una intensidad que no dejaba espacio a dudas.- Anda Lukas,
conduce.
Sabía lo que sería de ella y lo que
de hecho fue. Miliker le rompió el cuello y le cortó la lengua, dejando su
cadáver tirado en una calle desierta. Doyle regresó a su casa a la mitad a la
noche, empapado por completo, la lluvia llevándose sus lágrimas. Francine le
esperaba, roja de furia. Le miró a los ojos y Lukas cayó de rodillas, llorando
y lamentándose. Lastimeramente subieron la escalera, los vecinos, con el típico
recelo a la privacidad trataron de no escuchar sus llantos. Confesó su amistad,
aunque no su amorío, explicó que había salido a la mitad de la noche al
escuchar que la peste negra se la llevaba. Había escogido el suicidio. Pasó la
noche en brazos de Francine, inconsolable por completo. Estaba asqueado al
borde de la nausea. Veía fantasmas sobre mentiras, vagas conexiones y difusos
planes. Lovecraft debía ver lo mismo, pero Doyle no estaba hecho de la misma
madera que él, ni de la de su adversario Sverig Munss. No podía, por más que
intentaba, expulsar la vaga advertencia de la mente maestra, el doctor Dee. Su
buen corazón podía ser su peor enemigo, y hubo momentos en la noche que dudó
tener corazón alguno al cual juzgar.
Al día siguiente Miliker se las
apañó para dejar una nota en su saco. Sverig había estado dando de vueltas a su
casa durante la noche, estaba siendo vigilado y prometía cuidar de Francine.
Lukas respiró intranquilo, ¿la cuidaría del peligro o la cuidaría como había
hecho con la única amiga de Olivia Waterbee? Llegó a su cubículo, decidido a
enterrarse en aburridas noticias de la bolsa cuando Higgins, su editor, le
exigió que hiciera una pieza sobre el mercado de bienes raíces y un personaje
en particular, Frank Pennymarch. Doyle no dejaba de ver su anillo, era de la
logia del pulpo y en su mente, aún careciendo de toda evidencia, podía ver los
hilos que le movían discretamente tocados por Sverig Munss.
-
Este tal Pennymarch está que sube como la espuma, serán buenas noticias para
nuestro mercado de bienes raíces, ya de por sí muy próspero.
-
¿Irá Francine conmigo?
-
No, se reportó enferma de nuevo, pero descuida, es tan solo un tobillo
lastimado de camino al trabajo.- Doyle quedó pálido, ¿Sverig había hecho su
movimiento o quizás Miliker o el toro Muligan? Y de haber sido Miliker, ¿lo
haría pasar por Sverig?- Pareciera que no sabes ni cómo andar en el mundo sin
ella. Loable lo que hiciste por ella Doyle, ayudarla de esa forma. Si quieres
puedes escribir que ella estuvo contigo.
-
Gracias señor Higgins, me leyó el pensamiento.
La sobria reunión en una casa del té
estaba concurrida por los mandamases del mundo de las bienes raíces. Evitó todo
contacto visual con el amanerado Pennymarch y él hizo lo mismo. Por supuesto
que Sverig estaba ahí, sin duda tratando de medir sus reacciones. Entrevistó a
todos por igual, nunca mencionando a los Xue, nunca comprometiendo la operación
y más bien enfocándose al terror que el carnicero ahora apretaba las calles de
Londius, ya de por sí muy vacías a causa de la peste negra. Sverig mantuvo una
línea parecida y Pennymarch hizo un trabajo increíble, por lo que pudo juzgar
Doyle de oídas. Atribuía sus éxitos a ciertos amigos en el medio que por su
estilo de vida prefería no mencionar. Si Sverig se lo creyó o no, no podía
estar seguro. Sin embargo, sospechaba que sí, pues semejante confesión, aunque
velada, era demasiado vergonzosa como para ser una mentira. A las cinco de la
tarde, para la hora del té se apuró a casa, esperando ver a los bobbies
sellando el área del crimen. No había nadie. Francine le recibió de un beso y
él se lanzó sobre ella, abrazándola sobre el suelo y girando por la sala, el mero
verla con vida le había alegrado el día.
-
Tengo el té preparado, ¿cómo estuvo el día?
-
Aburrido, ¿tú estás bien? Oí de tu accidente.
-
Nada malo, me lastimé la muñeca al caerme del coche.
Doyle se congeló con la taza en sus
labios. La muñeca decía ella, Higgins había dicho el tobillo. Imperceptible al
principio, pero ensordecedor después, el mundo de Lukas Doyle, hasta entonces
medianamente ordenado y apropiadamente compartimentado se vino abajo como una
casa de cartas. Perdió piso en la bruma del bosque de espejos. Aprovechando que
ella tenía que hacer un mandado se lanzó por el departamento para violar toda
privacidad posible. Revisó entre su ropa interior y encontró un paquete de
cartas escritas en el indescifrable letra de los creyentes en Yith. La recién
llegada corresponsal de guerra era una espía del enemigo. ¿Sospechaba algo de
él?, ella había iniciado el contacto antes que él fuese admitido al grupo del
doctor Dee, ¿pero no podía ser que Lovecraft supiera de las intenciones de Dee
y mandase a una espía comprometida para seguirle las huellas? Después de todo,
ya le había indicado a Sverig Munss el camino hasta Olivia Waterbee. Quizás era
más simple y a le vez más doloroso, ¿le había utilizado porque una espía
soltera era más fácil de identificar? Más importante aún, ¿alguna vez
encontraría consolación en una mujer que no se enredara en las telas de araña
de la intriga o en la sofocante bruma de sus remordimientos?
Aprovechó que era iniciado en la
logia del Águila para acudir a una de sus reuniones, no la quería ver a la
cara. No quería escuchar la clase de mentiras que él le había estado dando. Se
sentía vigilado, sin saber por quién, y no eran sus compañeros de logia. Tenían
hábitos como los de un monje, recitaban del Necronomicon mientras hacían señas
esotéricas y daban de vueltas a un altar con una espada de vidrio soplado con
los nombres de los Antiguos. Aprovechó su momento, terminada la ceremonia, para
adentrarse en la parte oculta del edificio. El doctor Algernon Dee le esperaba
con un té caliente y algunos bizcochos que no quiso probar. Estaba enfadado,
estaba histérico y caminaba en círculos. La paciencia de su mentor lo hacía
peor. Él leyó las cartas con cuidado, realizó algunas anotaciones y le devolvió
el paquete.
-
¿Sabías que los antiguos yithianos se orientaban por la estrella polar, la
norteña, en vez de la bóveda astrológica del este u oeste? Nosotros hacíamos lo
mejor. Yith, en el Necronomicon aparece como una raza antiquísima que había
aprendido el viaje en el tiempo y el espacio y ocupaban, como su hogar, aquella
misma estrella. Más tarde todos adoptamos las estrellas que nos indican el este
y el oeste, marcándoles como los dos polos de nuestra vida espiritual, levante
y poniente, creación, destrucción y regeneración. Es fascinante, esta nueva
religión recupera una tradición que se hubiese creído perdida para siempre.
-
Pues me alegra que le divierta. Mi novia es una espía del enemigo.
-
Lo es, pero no te menciona en ninguna parte. Los yitianos, al parecer, han
enviado espías a los diarios de Albion para bajar la moral de la guerra
amistosa. No es él.- Señaló el cuadro de Lovecraft que les miraba ominosamente
desde una esquina. El asesino de su padre estaba ahí, con expresión seria, con
su enorme mentón, sus labios finos y ojos redondos y expresivos. Dee lo colgaba
como seguramente Lovecraft hacía lo mismo con algún retrato suyo.
-
La tengo que quemar, es una agente enemiga.
-
No, no aún. Consigue más información, si puedes, pero no te arriesgues
demasiado, aquella es una telaraña en la que no te quieres enredar. Baja tu
perfil, Sverig no puede mantenerte vigilado para siempre. Ese encuentro con
Pennymarch y los demás no fue casual.
-
¿Y si Lovecraft lo sabe?
-
Estarían ambos en prisión o muertos, o las dos cosas. Tenemos información que
él aún no tiene, mantengámoslo así.
-
¿Y qué se supone que yo deba hacer?, ¿dormir con ella sabiendo que es un agente
enemigo?
-
Ella lo hace contigo, no sabe que eres espía, pero sabe muy bien de tu
patriotismo, quizás por eso te escogió.- Doyle se desplomó en un sillón, quería
vomitar.- Te dije desde un principio, que aquello que parece recto e inocente
empezarás a verlo con mayor recelo y desconfianza. Como éstas logias,
laberintos de la mente codificados en arcanos símbolos cuyo conocimiento aprecian
tan solo a medias. La leona está enferma, nuestra duquesa peligra bajo los
cuidados del doctor Lovecraft. Haz lo que tengas que hacer, pero no lo olvides
Lukas, Albion es nuestro único amor leal y el león nuestro único verdadero
amigo.
Lukas Doyle encontró la manera
perfecta de mantener su distancia de Francine durante el trabajo, solicitó una
transferencia a la sección policiaca. Higgins, el editor, no se opuso, el
carnicero tenía toda la tinta y quería ver notas frescas al respecto. Francine
le visitó en las atiborradas oficinas de la sección policiaca y Doyle fingió
que era su penitencia por haber pensado en otra mujer. Francine lo abrazó y le
besó, diciéndole que todo estaba perdonado. Por ahora, pensaba Doyle, su
trabajo de espionaje consistía únicamente en dormir con el enemigo, y dejó que
Miliker y sus contactos del bajo mundo siguieran a Francine en sus mandados,
que ahora estaban envueltos en misterio. Fingía en casa, temía por la peste
adonde fuera que fuese, y ahora se adentraba en el horror del carnicero.
El doctor general, una de las piezas
más valiosas de Lovecraft, estaba a cargo del asunto y no quería ni verle.
Consultó con el primer forense, un hombre lánguido y de aspecto lúgubre con
gafas de fondo de botella. Él mismo redactaba un libro sobre el caso y le hizo
jurar que no le robaría la idea. Rodeado de muertos en la morgue ocupó un
banquillo y le mostró algunas de sus anotaciones que no había cedido al
engreído doctor Poole.
-
Nunca había visto nada semejante, ni siquiera en la guerra. La primera víctima,
como la otra, murió de una manera espantosa.
-
Desgarrada, sí, lo sé.
-
Pues no sabes nada, chico listo. Le faltaban órganos, hígado, corazón, útero y
parte de las vísceras.- Doyle escaneó el breve documento, era poco y nada.
Señaló una sección, los contenidos estomacales de una de las víctimas.-
Crak-tunil, un manjar cimmeriano, es un jabalí salvaje bañado en crema de
fresas. Vaya tontos los que creen que el asesino es Xue, se trata de alguien
acaudalado si pudo conseguir semejante comida para una ramera como esta pobre
mujer. Poole no te dirá nada más, la logia del pulpo se ha hecho cargo, yo soy
de la logia de la eterna sabiduría. Lovecraft está muy interesado en curar la
peste negra, sobre todo ahora que ha llegado al campo de batalla. Cruzó los
mares hasta Kuntra y nuestros muchachos están muriendo. ¿Será cierto lo que
dicen los diarios sobre el avance indetenible de los yitianos?
-
No crea todo lo que dicen las noticias.
Doyle no podía investigar el caso
por las mismas vías que todos los demás. Había visto a Sverig siguiéndole en
más de una ocasión y no podía arriesgarse a hablar con la policía o con el
mismísimo doctor Poole. Decidió hacer una nota de interés humano, la clase de
basura que nadie lee y pasa por alto. Trató de rastrear compañeras de trabajo
de Mary Anne Mills, pero fue en vano. Las chicas del distrito Chapel no
hablaban con extraños, temían que fuera el carnicero o simplemente no le
conocían. Decidió probar suerte con la segunda víctima, Rose Pendelton, pues de
ella había escuchado más comentarios. Se sumergió en las sinuosas y peligrosas
calles de Chapel, donde los matones ocupaban los umbrales de las casas y las
mujeres vendían sus carnes con provocativos escotes y apretadas fajas.
Sumaban ya más de mil víctimas de la
peste negra. El gobierno le daba un chelín a cada persona que matara, entregara
e incinerara a una rata, temiendo que tal fuera el contagio. Las ratas poblaban
Londius por todas partes. Las casas tenían las ventanas cerradas, muchas de
ellas tapiadas y la gente temía ver hacia su dirección o respirar del mismo
aire. Eventualmente, rastreando a las amigas de Rose Pendelton, la segunda
víctima del carnicero, llegó hasta un bar que hacía de burdel. Sobornó a las
mujeres con algunas coronas y les invitó los tragos. Una de ellas llevaba una
mancuernilla de oro como arete, era obvio que no sabía para qué servían. Doyle,
por su parte, vestía para la ocasión, de camisa y tirantes.
-
Pobre Rose, que los Dioses Exteriores la tengan en su santísimo pecho.- Dijo
una de ellas, ya bastante tomada.- Era una linda chica y sabía entretener a
ricos y pobres. Tenía un tío de alcurnia, eso decía ella, o así le llamaba, le
conseguía opio.
-
¿Era adicta?
-
Hoy día, con la peste y las noticias de la guerra, ¿quién no lo es?- Le
preguntó otra a quien le faltaban los dientes delanteros.- La otra chica, Mary
Anne Mills, también lo era. No sé nada de ella, si tenía o no un tío rico, si
así le quieren llamar.
-
Era una tonta nuestra Rose. No quería vivir en las tabernas, como nosotros, se
mudó al departamento de una de las víctimas de la peste. Ahora lugar está hecho
cenizas, los bobbies lo quemaron, órdenes del doctor Poole dijeron. Un poco
demasiado tarde, si me lo preguntan.
-
No es el primer reportero en fingir interés.- Dijo la mujer de la mancuernilla
de oro por arete y Doyle tuvo que soltar más dinero.- Nos prometió la
exclusiva, ya sabe.
-
Háblenme de este reportero.- Les describió a Sverig Munss a detalle, pero no
cazaba. Se limitaron a decir que era un hombre muy propio y elegante, con
muchas preguntas y nada más.
Las cosas se enfriaron con Francine,
pero se encontró fingiendo con mayor naturalidad de la que él era capaz de
creerse posible. Tocó el tema de la guerra, ella lo veía muy difícil, aunque no
dejaba de alabar al ducado de Albion y a todos los ducados del reino del
Miskatonic. Pasó la noche en vela, mirándole dormir tranquila y confiada. Su
nuevo trabajo, el carnicero, era una extraña y macabra consolación. Su nuevo
editor le presionaba aún más, quería relacionarlo a la peste, pues al fin de
cuentas todo se relacionaba a la peste negra. No le hizo mucho caso y enterró
la nariz en su máquina de escribir hasta que escuchó las pesadas puertas de
ébano y vio entrar a Sverig Munss. Tenía la misma sonrisa de siempre y aquellos
perspicaces ojos que podían traspasar su alma. Se sentó a su lado y le convidó
de un café.
-
Necesitaba otro ritmo, eso de los negocios puede llegar a aburrir.
-
Te entiendo. Todas esas promesas comerciales que no llegan a nada… Como esas
reuniones que los Ming, esos Xue, sostuvieron con el ministro Marcel. ¿Tú
cubriste la noticia?
-
¿Cuál noticia?, ¿pactar con agentes neutrales? Una mina de aburrimiento y nada
más.- Sverig no lo dejaría así, podía leerlo en su mirada. No estaba del todo
convencido.
-
Yo cubrí parte de la noticia también y leí tus reportajes, muy completos.
¿Quién organizó las reuniones?
-
Los Xue me imagino… Ja, parece hace siglos, ¿no es así?
-
¿A qué te refieres?- Finalmente le quitó la sonrisa con una bola en curva.
-
Me refiero al carnicero, es un Xue estoy seguro. Hemos visto gente loca, gente
viva, que comete estos crímenes sin razón alguna. ¿Es que los muertos están más
allá de la locura?
-
¿No crees que tengan razón alguna?
-
¿Cuál podrían tener? Algún carnicero loco, aún así, el escándalo vende… Estoy
metido en la logia del Águila.- Le mostró su anillo como fingiendo cierto
orgullo falso.- No es exactamente la mejor posición. Necesito de algunas notas
escandalosas.
-
Y la peste ya está tomada.
-
O nos tomó a nosotros Sverig, de cualquier modo, tienes razón.
Una vez más la apariencia y la
charada le salían con naturalidad espantosa. La conversación se cortó de golpe
con los telegramas urgentes y los gritos. El carnicero dejaba otro regalo.
Alejándose de Sverig a toda velocidad se apeó al costado de un coche repleto de
periodistas hasta la escena del crimen, no muy lejos del distrito Chapel. El
cadáver envuelto en papel de carnicero estaba allí. Prefirió no acercarse
demasiado y hablar con sus amigas. Se enteró, a gritos, que el nombre de la
víctima era Eloise Moorehouse.
-
Pobrecita.- Lloraba una.- Se hubiera quedado con la campiña, pero es que decía
que no tenían suficiente dinero. No como aquí.
-
¿Algún tío rico?- Probó Doyle y dio en el clavo. Una chica, joven y veloz, se
echó a correr tratando de esconder algo en su escote. Le persiguió hasta la
esquina, con las demás prostitutas siguiéndole y la atrapó de la muñeca. Le
arrancó del escote un collar de oro y la jovenzuela se sonrojó.
-
Me lo regaló, lo juro.
-
Eso dice ella.- Le injurió otra.
-
No, en serio… Está bien, ¿y qué si no? No es como si le faltaran. De Hans
Vandrecker venían sus regalos, eso decía Eloise todo el tiempo, del mismísimo
futuro duque.
-
Vaya tontería.- Exclamó otra.- Libidinoso lo es al extremo, pero creo que
tendría mejores gustos… Aunque quien sabe, en gustos se rompen géneros.
Las aguas, en el mundo del
espionaje, parecían haberse calmado, pues Dee les convocó a todos a una reunión
en la parte oculta de la logia del Águila. Habló de lo que él llamaba la
filosofía perenne, una tradición que corría por entre todas las culturas y
también tocó el tema de la información obtenida hasta el momento y algunos
planes a corto plazo, como deshacer la intriga que trababa los tratos
comerciales de la logia de los iluminados. Doyle dejó de prestar atención al
ver a Arthur Regardie, quien plácidamente fumaba una pipa sentado en un sillón
de cuero rojo. Tenía las mismas mancuernillas de oro que aquella
prostituta usaba a modo de arete.
Seguramente habría pensado que con eso las mantendría callado, pero había
estado muy equivocado.
-
¿Qué hay de Francine?- Preguntó Lukas, cuando Regardie se le quedó viendo.
-
Aún no me decido.- Dijo Miliker, cubriendo su labio leporino.- Tenemos a una
docena de sus contactos, todos bien puestos en diferentes diarios. La red está
puesta, es cosa de jalar el hilo y tirarlas, ¿pero cuándo sería lo más
conveniente?
-
Habrá que verlo después.- Dijo Scryer, sin darle demasiada importancia.- Mejor
enfocarnos en nuestra misión. Y tú Lukas, has hecho bien en mantener el perfil
bajo.
-
Convence de eso a Sverig y dormiré tranquilo.
-
Es un perro que no suelta un hueso y si te ha olido tendrás que irte con
cuidado.
-
En pocas palabras,- Resumió Regardie.- que te has vuelto inútil. Lo mejor que
puedes hacer es no hacer nada, dejar que investigue cosas que no están ahí.
Doyle fue el primero en salir,
estaba determinado a seguir a Regardie. Un fino sentido del olfato se había
desarrollado junto con su capacidad para la mentira. Se abrigó con el cuello en
alto y le pagó buenas coronas al chofer del carro para que siguiera a Regardie,
quien ocupaba otro carro. Se mantuvo a distancia y le pidió al chofer que se
siguiera de largo en cuanto su instinto se lo dijo, pues había notado que el otro
coche iba cada vez más despacio. Se bajó en una callejuela y esperó detrás de
una carretilla de muertos de la peste, cuyos dueños se hacían cargo de una
víctima más sacándola de su casa mientras la familia lloraba y chillaba. Se
cubrió la nariz, le temía a la peste casi tanto como a Sverig. Dejó pasar la
carroza y se apeó a la parte trasera, dejando que le llevase por todo Londius,
cruzando el Tames, hasta una casa amplia de tres pisos. Se escondió en unos
setos, pensando que lo mejor que podía hacer era regresar la noche siguiente,
hasta que Arthur Regardie salió de su casa, vestido con otro abrigo y caminando
de prisa con bastón y sombrero de copa.
Rodeó la casa del espía y encontró
una ventana sin cerrar. Avanzó en la oscuridad, no buscaría por todas partes,
pensaría como Dee le había enseñado. Vería en los lugares menos sospechosos. No
encontraría evidencia sólida, de eso estaba seguro, pues si Regardie tenía algo
planeado con el demente carnicero no estaría ahí, esperándole en la mesa de la
cocina. Sin embargo, sabía que un agente enemigo buscaría entre los ductos de
ventilación y calentadores, que revisarían el baño a conciencia y el interior
de los colchones. Tirado al suelo fue reptando, cual serpiente, por debajo de
la larga mesa del comedor y halló, para su sorpresa y desagrado, un cuadernillo
atado a la parte de debajo de la mesa.
El cuadernillo era nuevo, tenía
apenas unas hojas apuntadas, en su mayoría en un lenguaje críptico que no
correspondía al alfabeto de Dee, ni a sus símbolos esotéricos. Algunas cosas,
sin embargo, no podían esconderse. En la primera hoja estaba el nombre de Mary
Anne Mills, junto con números que supuso serían su edad, su complexión e
incluso direcciones, todas ellas esquinas donde seguramente sería fácil de
encontrar y lo demás eran puntos y letras extrañas. La siguiente era Rose
Pendelton, la segunda víctima con la misma metodología. La tercera, la mujer
que había muerto esa mañana, Eloise Moorehouse y finalmente una cuarta mujer,
Jule Norton. Ella seguía con vida, ¿pero por cuánto tiempo?
Revisó el resto de la casa, si
Regardie era el carnicero nada parecía indicarlo. Se sentó en la oscuridad de
una antesala, evitando las ventanas y se encendió un cigarro, necesitaba
pensar. El bosque de espejos seguía ahí, pero ahora no veía reflejo alguno,
pues no había nadie en quién confiar. Regardie había pasado demasiado tiempo
detrás de filas enemigas, ¿era coincidencia que Sverig Munss les siguiera la
pista tan de cerca, sobre la cofradía de los campesinos y sobre Pennymarch? Aún
así, el recién llegado no podía lanzar acusaciones, después de todo era él
quien tenía a una espía yitiana por novia. Una idea aún más aterradora le pasó
por la mente, ¿estarían Poole y Regardie, bajo órdenes de Lovecraft matando a
esas prostitutas? No conocía el plan maestro de Dee, pero ¿podría detener la
muerte de una mujer más o la historia se repetiría y las perdería a todas?
Salió de ahí silenciosamente y se
tomó el tiempo para regresar a casa. Francine le usaba, estaba seguro, como
Regardie les estaba usando a todos. Varado en el desierto de las dudas vagó sin
rumbo, tan de cerca no podía ver la pintura completo y llegó a dudar que
hubiese pintura. Debía haberla, ahora estaba más que confirmado que el
carnicero, de una demencial forma u otra, estaba conectado al mundo del
espionaje. No sabía cómo, como tampoco sabía por qué había conseguido que aquel
Xue se hiciera de la sastrería en la calle Saville, ni por qué o para qué el doctor Dee había decidido guardarse
el as bajo la manga en la forma del iniciador del nivel 32, el durmiente de
Lovecraft que tendría una lista detallada de sus miembros secretos en las más
altas esferas de la logia de los iluminados. Sólo contaba consigo mismo, pero
no de la misma manera que en su decisión a viajar a Albion y hacerse una nueva
vida. Tenía quince años menos de nuevo, había desertado, al ejército, a su
esposa, a su hijo y estaba varado por el temor y la incertidumbre. Tenía que
hacer algo, tenía que tomar la iniciativa.
En la cofradía de la tinta, en el
Ink Hall, buscó a Sverig Munss y le saludó como a todo un colega. Apartándole
de los oídos curiosos se pasearon por los adornados pasillos de la cofradía,
con sus leones de bronce y sus crestas montadas sobre paredes empapeladas en
colores sobrios. El cazador de espías sacó el tema de las reuniones entre los
Xue y el ministro de finanzas, Marcel, una vez más. Lukas le miró como si
aquello fuese lo de menos. Estaba en un grave aprieto y necesitaba ayuda de un
reportero de otro diario, no podía hacerlo solo.
-
Me he enterado de algo espantoso y temo que me correrán de mi trabajo por su
culpa.
-
¿Tiene la peste?
-
No, nada de eso, bendito sea Cthulhu. No, es quizás algo peor. Duermo con el
enemigo.- Sverig quedó boquiabierto, no era eso lo que esperaba escuchar de su
sospechoso.- Me avergüenza decirlo pero la atrapé en una mentira y temí que
tuviese un amorío. Revisé entre sus cosas, encontré cartas en yitiano en el
cajón de su ropa íntima. No sé qué hacer. Higgins pensará que yo soy un espía también. ¿Entiendes mi
apuro?
-
Esto es de lo más preocupante.- Dijo él, con completa sinceridad.- Yitianos
pasando mala información, bajando la moral… Las ruedas de la justicia se harán
cargo.
Aquella tarde, en la sagrada hora
del té, los bobbies irrumpieron en su departamento, fueron directo por las
cartas. Francine, viéndose acorralada trató de escapar por una ventana, sus
centelleantes ojos verdes estaban cubiertos de lágrimas. Ella sabía, no tenía
duda. Le escupió en la cara a Lukas y la sometieron en un sillón donde a fuerza
de amenazas delató a otros de sus compañeros. Al sacarla del lugar se lanzó
sobre Lukas, tomándole de las solapas de su saco y con expresión del más puro
terror dijo una sola cosa.
-
Yo sí te amé.
Doyle se derrumbó en su silla. Había
sido por el león, no por Sverig, aunque eso le borrara de su mapa mental.
Higgins, contrario a lo que suponía, le ofreció un mejor puesto. Lukas Doyle se
negó, tenía una vida que salvar, la de June Norton, la futura cuarta víctima del
carnicero. Otra de sus mujeres perdidas, otro de sus remordimientos. Pasó la
tarde en esa silla, la saliva de Francine aún en su rostro. El telegrama de
Higgins aún en sus manos. Se despertó de pronto, como activado por un resorte y
salió corriendo directamente al precinto más cercano. Su sospecha se corroboró,
June Norton tenía una infracción por vivir en un refugio para enfermos de peste
negra sin estar ella misma enferma y por sospecha de ofrecer sus servicios
carnales. El refugio, que antes era un hospital y ahora un campamento militar,
estaba poblado de doctores que usaban sus máscaras de gas con pico de cuervo.
Se puso una y caminó entre los enfermos. Algunos duraban meses, otros duraban
días. La peste, sin embargo, continuaba siendo un misterio. Fastidió a los
doctores y enfermos para encontrarla, hasta que un doctor le confrontó,
chocando la nariz de cuervo de su máscara contra los tóxicos aires contra la
suya.
-
Estamos muy ocupados señor, como puede ver. Esa mujerzuela regresó al distrito
Chapel, eso nos han dicho a todos. A donde merece estar.
-
¿Nadie vino a recogerla? June es mi prima segunda y estoy preocupada por ella,
ya sabe, el carnicero y todo eso.
-
Nadie real, si a eso se refiere. Los bobbies la sacaron y le dieron una multa,
pero ella regresó. Siempre con aires de autoridad, como si supiera cosas que
nosotros no. Se sentía protegida, incluso aquí. Nadie le creyó ni una palabra.
Se dirigió al distrito Chapel otra
vez, buscándole frenéticamente y soltando coronas a los dueños de los fumaderos
de opio y a los rufianes, pero no sacó nada. No era la primera víctima que se
sentía protegida por alguien de autoridad, ¿y no era el mismo Regardie un
sujeto de aire aristocrático? Algo peor se fraguaba en su mente, la falta de
útero. Escuchando las campanas de los coches de los patrulleros se apeó a la
parte trasera de una de las patrullas. No necesitaba escucharlo de primera
mano, sabía que el carnicero había atacado de nuevo. Llegaron al puerto de
Londius, donde los grandes almacenes de enmohecida madera y los sucios
adoquines abrían paso a los vacíos muelles, cerrados por la peste negra. Ahí
estaba ella, envuelta como las otras, entre cajas de pino con comida echada a
perder en su interior. Se mezcló entre los policías, quería verlo de cerca, aunque
fuera una pesadilla. Otra más que se le iban de entre las manos, en verdad que
la pérfida Albion era su única amante leal.
Tenía el anillo de la logia de las
novias del pulpo, una logia para mujeres emparentada a la de Lovecraft. Sin
duda sería lo primero que el doctor Poole, que no tardaría en llegar, haría
desaparecer. Tenía polvo de ladrillo bajo sus largas uñas y un sobrio colguije
con brillantes. Algún inspector explicó que tenían la misma bestia que las tres
anteriores ocasiones. El esternón había sido abierto, le faltaban varios
órganos, entre ellos el útero. Al llegar el doctor Poole todos se retiraron
discretamente. Lukas había tenido razón, el anillo fue lo primero en
desaparecer.
Regresó a su apartamento sin ningún
apuro y se congeló la ver los huesos de rata apilados en una esquina de su
casa. Señal para una reunión urgente. Sintiendo las miradas de cientos de ojos
invisibles caminó hasta la logia del Águila, evitando a los carretoneros que
llevaban muertos y a los alegres críos que cazaban ratas por unas cuantas
monedas. Se detenía en algunos cafés de los drarios, hombres morenos con
turbante que usaban los mismos sacos que él. Todos tenían, como todos en
Londius, alguna sortija de alguna logia. La integración había funcionado, se
tenían prohibidas las logias exclusivas para una sola raza, encomienda que los
Xue, en su habitual arrogancia ignoraban por completo. Entró al mercado de
vampiros para dar un largo rodeo y evadir a todos sus imaginarios
perseguidores. En sus trajes de negro terciopelo los comerciantes, de extraño
sombrero circular y ojos negros le ofrecían toda clase de elixires. No tenían
nada para lo que él necesitaba. No había cura para su malestar, sospechaba que
ni siquiera la verdad.
No fue el último en llegar, el toro
Mulligan llegó poco después de él y ascendieron por las estrechas escaleras
hasta el recinto más secreto del doctor Algernon Dee. Scryer estaba a su lado,
revisando papeles con una mano y sosteniendo su cono de bronce con la otra.
Pennymarch nerviosamente se masticaba las uñas en un rincón oscuro. Miliker
hojeaba un libro aburridamente y Arthur Regardie ocupaba un asiento,
pacientemente encendiéndose una pipa. Se miraron por un instante, pero Lukas no
le soportó la mirada. Sospechas era todo lo que tenía, pero sospechas era toda
la operación de Dee, sospechas que los Xue corrompían agentes cercanos a Hans
Vandrecker, el futuro duque de Albion. De ese hizo una taza de té, se aclaró la
garganta y finalmente habló.
-
La operación Xue está en peligro, han rastreado esas casas hasta nuestro amigo,
Frank Pennymarch. Aquella noticia que Sverig buscaba al reunir a estos magnates
de las bienes raíces ha resultado ser una tapadera.
-
Pensé que estaríamos cubiertos.- Dijo Doyle, mirando a Regardie, quien le
regresó una risa burlona.- Pensé que nuestro agente de desinformación podría
insular a Frank.
-
Hago lo que puedo, pero no soy hechicero.
-
¿Cómo está el asunto?- Preguntó Mulligan con su cabeza cuadrada y su gorro de
marino.
-
No figuran mis firmas en ninguna parte, fui muy cuidadoso en eso.- Se defendió
Pennymarch, aunque nadie le culpaba. Doyle tenía a otros a quienes culpar.- Aún
así, yo se las vendí, cara a cara. El notario fue quien hizo la maña, logrando
bajar el costo catastral hasta un mínimo imposible de pasar por alto.
-
Hay que quemarlo todo.- Dijo Mulligan.- Matar al notario, como venganza Xue.
-
Puedo poner a Frank en un barco esta misma noche.- Ofreció Miliker.
-
No.- Terció el doctor Dee.- Walter Hartington, el durmiente en el nivel 32 de
la logia de los iluminados que Doyle encontró, él será la clave. Scryer,
asegúrate que el notario sea promovido cuanto antes. Miliker, tú tendrás que
entrar a la notaría, forjar algunas firmas Xue y hacer parecer que todo estuvo
en sus manos. Quedará bajo sospecha, el durmiente también y con algo de suerte
salvaremos a nuestro amigo Pennymarch.
Miliker, Mulligan y Doyle se
pusieron en acción. La notaría no quedaba lejos, a un lado de la cofradía de
escribanos. Aunque la cofradía no descansaba nunca la espaciosa casa del
notario parecía estar abandonada. Miliker violó la cerradura de la puerta
trasera de la casa de madera y ladrillo y las tres figuras avanzaron en
silencio. Ubicaron el despacho y Miliker se puso manos a la obra, con ayuda de
un pequeño morral donde cargaba con las tradicionales plumas y tintas Xue.
Mulligan y Doyle esperaron inquietos en el corredor, agazapados contra un
rincón, viendo el ir y venir de las
carrozas, autobuses dobles a vapor y el gentío en la calle.
-
Oye Mulligan, ¿y tú nunca has estado detrás de líneas enemigas?
-
¿Yo? No, no estoy hecho para eso, no como Regardie.
-
Sí, pero tanto tiempo vendiendo información falsa, ¿cómo saber que no cruzó al
otro lado?
-
No, imposible. Es de confianza y sabe lo que hace. Sí, hemos tenido reveses en
el pasado, pero nada grave. Un par de logias que quedaron sin licencia y nada
más. Tapaderas sobre tapaderas que Dee formula todo el tiempo para despistar al
enemigo. Mira.- Del bolsillo de su sucio saco de obrero le extendió hojas
arrugadas de papel.- Recojo la basura de Lovecraft, mira lo que ahí.
-
Está tratando de formular teorías y pociones para combatir la plaga.-
Interpretó Doyle y la incertidumbre regresó de nuevo.- ¿Y tira su basura así
nomás?, ¿cómo saber que no es una trampa?
-
Vamos Doyle, no te pongas paranoico. Acepta lo bueno cuando llega.
-
Ya acabé y, si usted par de señoritas terminaron con los chismes, es hora de
irse.- Dejaron todo en su lugar y se alejaron por el extenso y oscuro jardín.
-
Pregúntaselo Doyle, anda.- Agazapados contra los árboles esperaban su momento
para ir saliendo a la calle, de uno a uno. El toro fue primero.
-
¿Preguntarme qué?
-
¿Qué pasa si la basura que Lovecraft tira tan descuidadamente lo hace a
propósito?
-
Dudo que haya inventado la peste negra como inventó el mal de minas. No, ellos
pierden mucho a causa de la plaga.
-
Y ganarán el doble cuando salven al ducado a nombre de Hans Vandrecker.
-
Cierto, cierto, pero eso no era lo que Mulligan quería que me preguntaras.
-
¿Y si Regardie ha quedado comprometido?, ¿y si nos vende a nosotros falsa
información directo de la boca de Lovecraft?, ¿y si el carnicero es más que un
asesino en serie?
-
Tantas preguntas te volverán loco. Regardie es de confianza.
-
¿Cómo lo sabes?
-
Porque no te conozco y te confío.
Miliker salió después y
eventualmente salió Doyle. La niebla de Londius se arremolinaba a la altura de
sus pantorrillas como si fuera leche y un frío viento venía del Tames. No le
era fácil reunir las piezas de un rompecabezas que no dejaba de moverse. Caminó
hasta su casa por más de dos horas. Londius se veía más vieja, más enferma. Más
ventanas estaban tapiadas, menos gente en la calle. Incluso los Xue temían a la
peste negra, habiendo ya algunos casos entre ellos. El departamento se sentía
más vacío sin Francine. Sí, era una espía. Sí, era enemiga del enfermizo león
que protege de Albion. Sí, dijo que le amaba. Sí, él lo creía. Sí, le había
dicho lo mismo a Olivia Waterbee. No, no lo decía en serio. Una tras una se
fueron yendo, como arrastradas por el Tames hasta el insondable océano. Ni
siquiera había podido salvar a June Norton de una conspiración que no terminaba
de entender. De repente el cálido abrazo de Albion, la tierra de las segundas
oportunidades, su verdadera patria y capital del mundo, no le eran suficiente.
Pasó la noche bebiendo y maldiciendo, tirando los muebles y lanzando los
periódicos por todas partes. Eventualmente la botella de whiskey le hizo caerse
de bruces y dormir entre los diarios. Eran viejos, según constató a primeras
horas del alba, atravesando sus ventanas sin cortinas. Era el periódico del
Heraldo que llevaba en una mano cuando conoció a la mujer de los ojos verdes.
Con una sorpresiva lucidez de sobriedad se puso de pie y recuperó el revólver
que escondía detrás de un librero. Iría a la logia del Águila, mataría al
doctor Dee y a todo aquel que se interpusiera en su camino.
Algernon Dee parecía estar
esperándole en aquella cueva construida dentro de la logia del Águila. Vestía
impecablemente en un traje de tres piezas. Doyle había dormido con el abrigo
puesto. Lukas le mostró su arma, luego de constatar que estaban a solas. Dee le
mostró la suya, el titular de un periódico. Hizo caso omiso a la pistola y a las
amenazas. Interrumpió su desayunó, entrelazó sus dedos y sonrió plácidamente.
-
Un carnicero Xue ha sido encontrado culpable por el pueblo, y pronto por el
juzgado. Los tratados comerciales con los Xue, aquella injerencia misteriosa en
los pasillos del poder…
-
Mercado de carnes y vinos, y el carnicero es… pues un carnicero.
-
Hermano de sangre, por cierto, de uno de los vampiros que se entrevistaron con
Anton Marcel y que tú noticia hizo pública. Pronto la gente sumará uno y uno.
No sería suficiente, por supuesto, no en sí mismo. Tu misión con el sastre fue
perfecta. Compra todos sus trajes en la calle Saviele, y sin saberlo el sastre
colocó bolsillos internos y ocultos repletos de billetes Xue. La entrevista
vendrá, Mulligan rasgará su traje y quedará ante la evidencia de todos. El
mayor aliado de Hans Vandrecker, aliado de quienes se rehúsan a cooperar en la
guerra amistosa. Lovecraft lo creerá, o no tendrá otra opción.
-
Eso no es suficiente.
-
¿A qué te refieres?- Doyle le tomó de los brazos y de un jalón lo arrastró por
el escritorio, tirando sus papeles y le pateó en el suelo hasta ponerlo de
rodillas, con el cañón de la pistola en su frente.
-
Regardie no es un espía de Lovecraft.
-
Por supuesto que no.- Dijo el doctor, sin entender a qué iba todo eso.
-
No traicionó al círculo interno… Esas anotaciones… Ustedes son el verdadero
carnicero de Chapel. Prácticamente estaba en los diarios la metodología. Los
cuatro focos rojos: Comida típica de Cimmeria, como la que Mary Anne Mills
tenía en su estómago antes que Poole se hiciera cargo del caso. Segundo factor,
por compartir habitaciones, sábanas, pulgas, almohadas o ropas, tal como Rose
Pendelton había hecho. Vida de campo en contacto con animales del norte,
respirar sus secreciones o trabajar sus carnes, Eloise Moorehouse iba y venía. Por el aire contagiado del
enfermo o el agua bebida por él, June Norton, que pasaba noches en las clínicas
de enfermos. Paso a paso, una a una. Lovecraft no era el único buscando la
cura, ustedes también lo hacían. Regardie tenía esas notas raras, era un
experimento científico, por eso hablaba con amigas y realizaba seguimientos.
¿Qué demonios hicieron Algernon?
-
Lo que tenía que hacerse por el león.
-
Ladrillo bajo las uñas de June Norton, no fue asesinada en los muelles como
todos creen. Dime lo que hicieron o te mato ahora mismo. ¿Las secuestraron tras
un examen de Arthur Regardie para seleccionar a las más viables?
-
Scryer y yo removimos los órganos para ser analizados clínicamente, después la
dejábamos como parte de nuestro operativo Xue. Miles morirían, Albion habría
quedado vacía…
-
Mataron a cuatro mujeres inocentes.
-
No, salvamos miles de vidas.- Dee se puso de pie y Doyle se relajó un poco.
-
El cochero de Hans Vandrecker, al que tienen sobornado, ¿el futuro duque
realmente las frecuentaba?
-
A veces. El útero, posibles abortos. Ya hablan todos de ellos. El libidinoso
Hans…
-
La apariencia de encubrir algún hijo ilegítimo que empeorara las cosas.
-
Rose Pendelton y June Norton fueron las únicas infectadas de la peste negra.
Dormían en sus sábanas y usaban sus ropas, compartiendo sus pulgas, respiraban
los mismos aires tóxicos. No era la carne de cimmeria, es la falta de higiene.
Tenemos la cura gracias a nuestra investigación. La cura Lukas, la capacidad de
salvar Albion. Sacrificios tenían que hacerse.
-
Sacrificios.- Doyle disparó contra el sillón a su lado y le hizo saltar del
susto.- Miliker y Regardie sin duda estarán ocupados hablando de abortos
encubiertos en asesinatos en serie, Lovecraft pierde su ficha más importante,
Anton Marcel a causa de todo el desastre Xue. Hans pierde el honor frente a la
gente y tú ganas estar un paso más adelante.- Disparó de nuevo, ésta vez entre
sus pies.
-
La cura…
-
No, detente ahí mismo. La cura será gratuita, seremos mejor que Lovecraft. No,
si quieres que me quede con ustedes, entonces no vendas la cura. Salva a la
duquesa, salva a Albion. No lo hagas por mí, hazlo por esas cuatro mujeres y
por Olivia Waterbee.
-
Sin dudarlo.
La duquesa Ilda Vandrecker se curó
al día siguiente y pronto la medicina estaba al alcance de todos de manera
gratuita. Sverig Munss fue encontrado muerto poco después, flotando en el
Tamess, y nadie dijo nada al respecto. Anton Marcel fue cuestionado
públicamente y el dinero en sus trajes fue descubierto. En gratitud la duquesa
nombró a Algernon Dee como rector de la Universidad del Miskatonic,
reemplazando a Lovecraft. Usó su posición para recomendar a un secretario de
finanzas aliado a Viktoria y antagónico con el impopular Hans Vandrecker. El
león se había sacudido las pulgas, regresaba a la salud, desafiante y leal a la
corona, ayudando a los enfermos en el frente de batalla en las guerras
amistosas. Lukas Doyle vio partir el barco de Aleister Lovecraft, pero su
camarote no estaba iluminado. Él no se iría tan fácilmente, pero no le
importaba mucho, estarían listos para él. El león lo estaría y tendría a su
única mujer que nunca le dejaría, la pérfida Albion.
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