jueves, 23 de julio de 2015

El león, la peste y el carnicero

El león, la peste y el carnicero
Por: Juan Sebastián Ohem


            Lukas Doyle nunca llegaba tarde a su trabajo, lo tomaba como un gran orgullo. La gente de Albion, se decía, era precisa como un reloj. Más aún en la capital de Londus, al norte de Salem, donde el río Tames atraviesa la ciudad como una arteria cargada de barcos comerciales pequeños. Aún así, le gustaba caminar. La isla preexistía a su azaroso descubrimiento, naturalmente, para los verdaderos hijos de Albion, la ciudad de Londius era tan antigua como Königsport, la capital del reino del Miskatonic y, por supuesto, más importante que la adinerada Dunnwich al norte del reino continental. En poco más de una década una ciudad de un millón de almas había erigido grandes edificaciones y adoquinadas calles. Lejos estaban las megalíticas construcciones de Königsport, con sus cien mil habitantes en góticas edificaciones separadas por niveles y organizadas por zepelines de riel, elevadores y globos aerostáticos. Londius tenía un cielo estrellado y sus edificios rara vez pasaban de los diez pisos. Más aún, ya era vieja por el musgo entre los ladrillos de los edificios, por la lengua vernácula de llamar “bobbies” a los policías debido a sus redondos bombines que tenían por sombreros. Tenían sus propias tradiciones, té a las cinco, los tesoreros y banqueros siempre de traje tweed de terciopelo negro, paraguas montado a la izquierda, diario financiero a la derecha.


            Caminaba desde su casa, aunque podía tomar un coche. Existían algunos autobuses de dos pisos alimentados por potentes motores de vapor, pero eran escasos y por alguna razón a la gente le gustaban más los cabellos, incluso a pesar del hedor de sus heces. Llovía todas las tardes, y a veces por las mañanas, con la misma precisión que la neblina nocturna o los campanarios adornados de relojes. Vestido de su largo y grueso abrigo de cuero dejó que le mojara la lluvia. Dejó que lavara de él lo que se había traído consigo desde el puerto de Königsport, los malos recuerdos y los amargos remordimientos. No podía, lo sabía, lavar el dolor de perder a su padre por la fiebre de minas. No podía olvidar el rostro de la mujer que embarazó, poco antes de la guerra, poco antes de ser proscripto. No podía olvidar que había carecido del valor de regresar a casa, o lo que quedara de ella. Albion, y el león, que era su símbolo, eran su hogar ahora. Ya había servido de reportero de guerra para las fuerzas reales durante el levantamiento Wercer, pero Albion era la tierra de las segundas oportunidades donde un mero escribano podía trabajar en un famoso diario en la sección de negocios.

            Llegó a la cofradía de la tinta con diez minutos de adelanto. Se sentó en una esquina para comer unos pastelillos y beber el té. El edificio de adoquines en su base y tabiques rojos era el punto de reunión matutino para todos los periodistas, sin importar cuál fuera su periódico. Eran secretos profesionales los que se custodiaban, pero era la sensación de pertenecer a algo más grande que sus meros oficios lo que les llevaba a la cofradía. No estaba inscrita a ninguna logia tampoco, ni debería estarlo. Lukas miró pasar a los cocheros y a lo lejos vio a los ladronzuelos que robaban carteras a regordetes banqueros. Aquél era su hogar, no había duda. Tan igual a su viejo hogar, e igualmente, tan diferente. No había guildas en Albion, a veces por ello ganándole el mote continental de la “pérfida Albion”, pero se habían organizado de manera orgánica. Después de todo, nadie era tan organizado como un londusio. Las logias crecían por todas partes, prometiendo grandes misterios e invitando a la crema y nata. Las cofradías, en su mayoría, dependían de ellas y la corona así ejercía su influencia sobre Albion. Había leído que el rey Aldrich Wercer había sido entregado con otra corona más, una de oro y plata con la cresta de la isla, el león y el unicornio coronados protegiendo un escudo. Esto le hacía maestro del templo en cualquier logia, un magister templi. Había oído que el rey no sabía si ponérsela o usarla de pisapapeles.

            El desayuno se agrió rápidamente. El chico de los diarios anunciaba que la peste negra había cobrado otras dos víctimas la noche pasada. Antes anunciaban, a grito pelado, las grandes batallas de la llamada “guerra amistosa”. La gran metedura de pata, decían otros. Pelotones enteros viajaban desde el reino para auxiliar al imperio drario a defenderse de los yithianos en tierras ajenas y distantes. Londius no soportaba a los inmigrantes yithianos, ni su culto a Yith, su único dios, pero aceptaba a todos por igual. Doyle estaba sorprendido, hasta los morenos drarios de poderoso bigote habían dejado el turbante de gemas por el elegante sombrero de copa. Las mujeres Xue dejaban sus vestidos de piernas abiertas o sus humildes kimonos por vestidos más civilizados.

            La cofradía estaba en ebullición, como siempre lo estaba. El portero le recogió el húmedo abrigo y subió por los marmoleados escalones hasta la sala principal. “The ink hall” decía el letrero de oro en una columna. Meros chismes disfrazados de civilizadas conversaciones. Las noticias de la guerra eran desalentadoras, Kuntra estaba en peligro, pero pocos hablaban de eso. Ya había carretoneros para los muertos, pues pasado el mes de la plaga se sumaban entre cien o el doble. Malas toses, extrañas protuberancias negras, altas fiebres y dolorosas muertas.
- Usted debe ser el señor Doyle.- El reportero volteó casualmente, había estado buscando a su editor entre la concurrencia. Una mujer tostada por el sol y de hermosos ojos verdes se inclinó sosteniéndose la falda y Doyle se inclinó a su turno.- Mi nombre es Francine Manning, desde hoy empezaré a trabajar en la sección de negocios en el Heraldo de Albion.
- Bienvenida a bordo, señorita Manning. ¿Bajo qué nombre escribirá? Así podré recortar sus notas.- Añadió, con una sonrisa coqueta. Francine se sonrojó, tapándose con su sedoso pañuelo.
- F. Manning, me dijeron que con eso bastaba. La gente no sospechará que una mujer sepa escribir sobre el mundo de las finanzas.- Francine le ofreció la mano y Doyle se la besó con mucho cuidado. Ella olía a rosas y tenía un tulipán en su colorido, pero sobrio, vestido. El recuerdo de su esposa y ese mismo tulipán le estrujó el corazón. Quince años de no saber nada de ella, o de su hijo, como fuera que se llamara, aún así podían romper un poco del hielo típico en la población de Londius.- Finanzas y algo más.
- ¿Alguna sorpresa?- Le extendió una hoja de papel, se dio cuenta que todos los presentes tenían una parecida. Llevaba el membrete de la Universidad del Miskatonic y el sello personal del rector, Aleister Lovecraft.- Vaya, parece que tendremos que apretarlo en todas las secciones. Habrá que ver qué columna queda fuera… y de quién.

            Un regordete editor de prominentes patillas se subió a la plataforma de madera, llamó al orden con una pequeña campana y se aclaró la voz antes de hablar. Atrás de él la luz matinal entraba por el amplio ventanal cuadrado, brillando sobre la mirada de Francine como una estrella. Lukas reprimió una sonrisa, le había atrapado mirándole.
- Sí, sí, ya sabemos todos que es un inconveniente. No hay suficiente espacio y todo eso, pero me temo que el rector está en Londus y tenemos nulas opciones. Hemos de alertar a la población de la peste negra a partir de su investigación que incluye cuatro focos rojos. Primero que nada, evitar la comida típica de cimmeria y los asentamientos de los salvajes cimmerianos al norte de la isla… Sí, ya sé lo que eso significa para el mercado de carnes. Nada más norteño que Berkshire me temo. Segundo, no compartir habitación con un enfermo, ni usar sus ropas. Evitar el estilo de vida de campo que esté en contacto directo con los animales del norte, respirar sus secreciones o trabajar sus carnes. Esto, claro está incluye Berkshie, Yorkshire y todos los shire. Evitar el aire contagiado, tapiar bien sus ventanas para que no contagia a otros, no intercambiar fluidos, como el agua, vino o comidas.

            Puntuales, como siempre, se presentó al Heraldo de Albion para seguir con su noticia sobre los negocios bursátiles en el mercado de exportación de gemas. Francine Manning ocupaba un cubículo cercano al suyo y por encima de las pesadas teclas de las máquinas de escribir podía escucharla recitándose así misma su propia nota. A las cinco de la tarde estaban todos de regreso a la cofradía para la hora de té. Cada periódico importante tenía su estancia. Cada editor o reportero mostraba con orgullo el anillo de su logia, la nueva aristocracia. Doyle había mandado docenas de cartas a la logia de los iluminados, pero no había recibido noticia alguna. Le hizo compañía a Francine, quien parecía vagar a solas, sin conseguir la atención de Gerard Chapman, uno de los editores del diario.
- ¿Recién llegada a Londius?
- Sí,- Dijo ella.- Fui corresponsal de guerra hasta hace unos meses. Aún no he escogido alguna logia femenina, pero debo apurarme. Uno no avanza rápido en este ducado si no está en una logia. ¿Quizás la logia de las novias de R’lyeh o la logia de la esperanza?, ¿y usted?
- He aplicado para la logia de los iluminados. Excelente reputación y muchos de los editores estarán ahí.- Un sujeto ancho de hombros en un impecable frac se dio media vuelta y le tocó al hombro. Llevaba un monóculo y una extraña insignia en su pecho, un símbolo que Doyle no podía entender.
- Pero muchacho, esa no es razón para ingresar a una logia. Mira.- Se quitó la condecoración y le dejó tenerla en sus manos. Pesaba, pues era de oro puro. Era una estrella en cuyo centro se encontraban dos lunas separadas por tres estrellas.- Logia del santísimo conocimiento.
- ¿Y qué significa el símbolo?
- Bueno pues… Pues no lo sé, aún estoy en el grado del caballero de la isla, cuando avance lo sabré. Santísimo conocimiento después de todo, símbolos dentro de símbolos cuya comprensión lleva al individuo a un renacimiento moral y espiritual. Convertir la piedra en bruto que es cada uno para formar al cubo, otro sagrado símbolo que pocos entienden. Se la recomiendo, esa logia de los iluminados… cosas raras pasan ahí, extraños rituales con calaveras humanas y dagas en el cuello de cabras muertas… Bueno, nosotros hacemos cosas parecidas como metáfora simbólica de nuestra alquimia espiritual, pero ya sabes a qué me refiero.
- Mi estimado caballero, no entraría yo a una logia por méritos puramente comerciales.- Mintió Doyle, fingiendo estar herido y divirtiendo a Francine Manning.- Y después de todo, si en cada salón, y en cada atril de cada salón, incluso de los salones ocultos que cada logia tiene para sus grados intermedios se encuentra el Necronomicon, entonces seamos todos hermanos.
- Hermanos.- Brindó el sujeto corpulento, a modo de disculpa.
- En logia, mi estimado señor, y bajo los tentáculos del santísimo de los santísimos, pues adivino yo que esta cofradía, como muchas otras son más pompa y misterio que revelación espiritual. ¿Tres signos secretos para entrar a cada habitación?- Al unísono repitieron el gesto, con palmas unidas de sus muñecas y extendiendo únicamente los pulgares e índices.
- Ah, ¿pero qué sería de Albion, la civilizada mitad de la isla al menos, sin la ceremonia?
- Habla usted con sabiduría.- Dijo Doyle, para quedar bien. Un mensajero entró, un mesero cargando una charola de plata con una carta sellada. Tenía el símbolo de la logia de los iluminados, tres manos entrelazadas que formaban una pirámide, con el rostro de Cthulhu en medio y todo en dorado. Se apretaron sobre él, leyendo la carta al mismo tiempo. Solicitud denegada.
- Lo lamento mi compañero, pero ya encontrará otra logia.

            El sentimiento de derrota no le abandonó, ni siquiera bajo la compañía de la dama Francine Manning. La noche siguiente decidió ir directo a casa, quizás redactar más cartas para otras logias. Un cochero se detuvo a su lado en una calle vacía. La farola de gas iluminaba su rostro cuadrado y sonriente. Se bajó de un salto y le invitó a entrar. Doyle, temiendo lo peor, pensó en huir, el cochero fue más rápido. Sintió el porrazo en la cabeza y despertó dentro del coche cuando éste se detenía. Por la ventana parcialmente cubierta por la cortina roja reconoció el edificio de la logia del Águila. Su secuestrador le dio la vuelta a la manzana y le sacó de un empujón hasta aventarlo contra la pared. Sin mediar palabra con la porra apuntándole al pecho le indicó que bajara por las escaleras de servicio hacia las cloacas de la logia. Tocó dos veces la puerta y después cinco. La pesada puerta de metal se abrió automáticamente y entraron a un reducido espacio que llevaba hacia unas escaleras de polvoso ladrillo rojo.

            Lukas comprendió rápidamente que se trataba del mismo edificio, separado apenas por unos tabiques. Mientras ascendía podía ver algunos espacios entre los ladrillos hacia las salas de la logia. Tenían los pisos en grandes losas de blanco y negro, con un atril al centro con el Necronomicon abierto. Los adeptos estaban hincados, usando extrañas y pesadas ropas negras y rojas, mientras un oficiante les recitaba algunas palabras apuntándoles con una espada de latón. El gorila le empujó para que siguiera subiendo. Su curiosidad le hacía ir despacio, pues podía ver más salas. Extrañas ceremonias con esqueletos en ataúdes de plata en vez de los adeptos mayores o iniciadores en salones débilmente iluminadas por velas sobre cráneos. La escalera eventualmente terminó en una puerta que se abrió en cuanto tocó el picaporte.

            La estancia estaba sobriamente adornada y Doyle podía imaginar que, del otro lado de la pared del fondo estarían las escaleras de los últimos pisos de la logia del Águila. Reconoció a uno de los habitantes nada más. Era Algernon Dee, gran maestre de la logia de los iluminados. El matón le ponía nervioso, pero esto lo hacía peor. Era ilegal, al grado de cárcel, el pertenecer a dos logias a la vez. Algunos castigos, corrían los rumores, implicaban muertes espantosas y torturas indescriptibles. El doctor Dee fue casualmente haciendo las introducciones de sus compañeros. A su derecha y agazapado contra un viejo librero se encontraba Scryer. No sabía si era su verdadero nombre, pero parecía ser el único nombre. Un hombre menudo y calvo que había perdido una oreja y se ayudaba con un cono de bronce. Sentado en un cómodo sillón de cuero y fumando una pipa tranquilamente se encontraba Arthur Regardie. El hombre, regordete, de barba bien cuidada y los manierismos de un aristócrata tenía la mirada de un halcón y parecía haberse ya formulado una teoría sobre su persona. En una esquina oscura, sosteniendo una vela y ociosamente pasando su mano sobre ella se encontraba Miliker. El sujeto era corpulento, tenía un labio leporino que parecía limpiar con su pañuelo a modo de un tic. El matón fue presentado como Bob Mulligan. El último de la camarilla, sentado sobre un escritorio viejo y bebiendo una taza de té era Frank Pennymarch.
- Pensé que la logia de los iluminados me había rechazado.
- Y lo hicimos.- Dijo Regardie, con una sonrisa macabra.
- Estamos en los salones intermedios de la logia,- Explicó Scryer, limpiando su cono de bronce con una sucia toalla.- entre el grado de sogoth y de rubí. Es más pacífico aquí, hay menos oídos. Miliker es un miembro de esta logia, grado 16, de los 33 antiguos y universalmente aceptados. Pero no muchacho, no es iniciación alguna… No cómo quisieras. El lugar es un frente, una fachada nada más, una... guarida.
- Anda Mulligan, cabeza de res, pregúntale de una vez.- Le urgió Miliker, tapando su labio leporino. El matón comenzó por disculparse, muy a su manera, por los malos tratos.
- ¿Qué piensas de tanto extranjero, ¿eh Doyle? Vampiros en Essex, luces nocturnas en sus tétricos carruajes, drarios adorando Yog sabrá qué combinación rara de dioses.
- ¿Y qué con eso?- Respondió Doyle, quien había decidido mantener su integridad.- Se han adaptado bien a nuestras civilizadas costumbres. ¿Quién aquí sabe de algún frenesí de vampiros? La línea de pobres que venden su sangre por cuantiosas monedas le da vueltas a los bancos de sangre. Y en cuanto a los drarios son sujetos comunes, aunque eso sí, con pésimo gusto en su comida.
- Bien.- Dijo Dee, aplaudiendo.- Londius… Albion… Vaya, mejor nombre que Hiperbórea ahora que se ha civilizado, Albion ha sabido reunir todas estas razas, estas culturas y tradiciones en un mismo lugar a través de las logias. Tanto secretismo permite lo que en el continente sería herejía abierta. Aquileia, o como le quieran llamar a la ciudad en el mar… Ellos creen que el comercio unirá a las culturas. Pero se equivocan Doyle. A la primera que la economía falle, a la primera que las guerras amistosas se encrudezcan y todas esas alianzas comerciales no habrán acercado a las culturas, simplemente las alejarán más.
- Unión en espíritu.- Aventuró Doyle, quien había leído ya más de un libro sobre el nuevo esoterismo de Albion, más de uno escrito por el doctor Dee en alguno de sus seudónimos.
- Muchos muros se han tirado, aunque la logia del pulpo y su gran maestre, Aleister Lovecraft no quieran verlo. Para gente como ellos la unión sólo es posible si los drarios se inclinan ante nuestros obispos. Si hacemos eso, ¿cuánto tiempo antes que ellos nos exijan lo mismo con sus brahmanes?
- El verdadero conocimiento está ahí, enterrado.- Dijo Scryer.- Una tradición universal, filosofía perenne que es más duradera que los bolsillos de los poderosos Barsel o los codiciosos Vandrecker. Toda logia se nutre de esas raíces, incluso si no quiere admitirlo.
- Menos la de Lovecraft.- Concluyó Doyle y Miliker apagó la vela a modo de afirmación.
- Esto es más que una lucha entre logias Lukas Doyle.- Dijo el doctor Dee, preparándole una taza de café y ofreciéndole un asiento cómodo.- El ducado de Albion está en peligro, la duquesa está enferma. Peste o no, no lo sabemos. Tiene a dos sucesores posibles, a su hijo adoptado Hans o a su propia hija Viktoria. La pobre chica tiene apenas 15 años pero ya está rodeada de lobos y chacales. Lovecraft quisiera ver a Hans Vandrecker en el poder, aún a sabiendas que viola las leyes contra la esclavitud de los cimmerios. Sus métodos, es cierto, fundaron Hiperbórea hace una década, pero mucho ha pasado desde entonces. Ese barbarismo ya no es necesario. Y cuando haya terminado de esclavizar al último cimmerio, ¿qué le impedirá unificar todas las logias a una sola, a la del pulpo? Lovecraft la nutre únicamente de sus propios conocimientos y nada más, sus misterios son crueles y terribles, no llevarán a nada bueno. No, el león está herido Lukas y necesita de tu ayuda.
- Soy un periodista en la sección de negocios. No un soldado. No, ya he visto suficiente de la guerra, muchas gracias. Nada de dinamita y balas para mí.
- Lo sé.- Dijo Scryer.- Sabemos que fuiste proscripto por los rebeldes de Dunnwich, sabemos que fuiste corresponsal de guerra para los enemigos de nuestro amado rey de la dinastía Wercer. Sabemos también que tu padre, capataz en una mina en Dunnwich padeció y murió del mal de minas. Tú sabes muy bien que fue Lovecraft quien la diseñó, tú sabes muy bien que fue él quien diseñó la cura y la vendió a cambio de poder y riquezas. Has sufrido ya sus espantosas y crueles maquinaciones, tienes aquí la oportunidad de vencerlo.
- ¿Creen que la peste negra haya sido invento suyo?
- No… No creo.- Dijo Regardie.- Ya la habría curado.
- Te reclutamos Lukas, no para la guerra, no para matar inocentes ni para traicionar a la tierra que te ha dado una segunda oportunidad.- Doctor Dee se encendió un cigarro con calma y exhaló por la nariz, acentuando sus rasgos angulosos y finos.- No, es mi deseo formar una organización especializada en recopilar información, Inteligencia. Una institución de espías al servicio del ducado. Paralela, por supuesto a los espías que Lovecraft ya tiene, manipulando los hilos de este ducado a su antojo. Scryer es magister templi de la logia de los iluminados, como lo soy yo. Admitimos únicamente a los más sabios y a los más tolerantes, pero no compartimos con ellos estas informaciones. Les necesitaremos, eso sí, para saber de ellos los entretelones de la política del ducado. Arthur Regardie es iniciado en la logia del pulpo, es nuestro agente de desinformación. Miliker es nuestro hombre de recursos, pasó tiempo en oriente, comerciando con Xue y drarios, conoce el hampa mejor que nadie. Mulligan, quien te escoltó hasta aquí… Bueno, digamos que sólo hay un utensilio en su caja de herramientas, el martillo. Finalmente Frank  Pennymarch, algo así como nuestro as bajo la manga, afiliado a una logia sin valor. Es bien conocido en el mundo de las bienes raíces y otros negocios de cuyo dinero dependemos. Por el momento, como podrás imaginarte, no tenemos recursos. Desviar dinero de la logia de los iluminados es muy difícil, temo que Lovecraft tenga a sus espías entre nuestros tesoreros.
- Tenía 16 cuando me obligaron a usar el uniforme azul, nada sabía yo de la política y menos de la guerra. Dejé atrás a mi novia embarazada y a mi madre. Lovecraft me quitó a mi padre, la guerra me quitó el hogar, pero Albion me ha dado una vida.- Se encendió un cigarro y se acomodó en el asiento, nadie le estaba apresurando.- Todo sea por el león, ¿pero qué puedo hacer?
- Serás nuestro agente operativo. Te aceptará la logia del Águila, asistirás a sus rituales y demás, pero no le prestes mucha atención, hay cosas que hacer. Lovecraft cree que tiene todo controlado y la verdad es que es cierto, sabemos bien que el ministro de finanzas de Hans Vandrecker y posible futuro duque de Albion, es uno de sus operativos de alto rango, su nombre es Anton Marcel. Lo mismo puede decirse del doctor general, segundo al mando del ministerio de salud, Alfred Poole.
- ¿Y qué es lo que haremos, exactamente?
- Cinco minutos adentro y ya quiere saber los detalles.- Dijo Regardie, con sorna.
- Quitarle el tapete bajo los pies a Lovecraft y su ministro de finanzas, ese sucio Anton Marcel.- Dijo Pennymarch, sonriendo y disfrutando una galleta.
- Debes entender.- Dee le tomó del brazo y le miró a los ojos.- Que entras a un nuevo mundo, uno donde los secretos están guardados en claves, a su vez ocultos en otros enigmas. Mucho como éstas logias. En este mundo, aquello que está recto te parecerá torcido y lo que está torcido te parecerá recto. Desde ahora nada debe ser pasado por alto, si la duquesa muere y Viktoria no asciende a su posición Albion quedará reducida a cenizas por las ambiciosas manos de Hans y los crueles designios de Lovecraft.

            Pennymarch les mostró una canasta de picnic mientras devoraban pequeños sándwiches y bebían té se fue desenmarañando el plan. Regardie, el agente de desinformación daría la apariencia, mediante rumores y otros datos que más tarde tendrían que hacer sólidos, que existe una conexión entre los Xue y los altos pasillos del poder. Los Xue, quienes se mantenía neutrales en la guerra amistosa serían un dolor de cabeza para el ministro de finanzas. Doyle y Regardie se mantendrían en contacto, pero nunca directo. Tenían sobornado al cochero personal de Hans Vandrecker y tendría la oportunidad de pasar mensajes cifrados al atarlos al guardafangos de la carroza. Dee le mostró lo que parecía un diccionario y le instruyó que memorizara los códigos y señales secretas y más tarde quemara todo el libro.

            Lovecraft sospecharía, sin duda, de una trampa, pero estaría atrapando fantasmas buscando en la logia de los iluminados. Además de ser el enlace trabajaría con Miliker para hacerse amigo de un sastre Xue y asegurarse que quede a cargo de la tienda. Aquella sería su primera misión, su prueba. Su posición como reportero de finanzas le permitía, además, seguirle la pista a la cofradía de granjeros, el frente obvio que Lovecraft emplea para mandar armar a la guerra amistosa. La obvia tapadera podría tener sus huecos, dinero que podía estar siendo destinado a operaciones clandestina del rector de la Universidad del Miskatonic. Sería un trabajo de semanas, pero valdría la pena. Dee, quien la penumbra de la habitación podía adivinarse apenas por sus rasgos y centelleantes ojos, apostaba la oreja izquierda de Scryer que el dinero de la cofradía sostenía su red de espías y agentes durmientes que seguramente ya estarían en los altos niveles de la logia de los iluminados.

            Doyle asentía con gravedad, eran misiones que estaba dispuesto a cumplir, pero no entendía el asunto del sastre Xue. Miliker le explicó lo que ya sabía, que los Xue permanecían neutrales como banqueros, prefiriendo perder sus dominios occidentales a manos del reino del Miskatonic que arriesgarse a una prolongada guerra contra los adoradores de Yith. Era mejor así, dejar que otros se mataran para derrotar a quien eventualmente sería su enemigo. Aquella fue la única explicación que recibió, pues en el fondo no necesitaba saberlo. Le alertaron, insistentemente, que eventualmente tendría que ayudar a confirmar las vagas sospechas de Lovecraft sobre la conexión Xue, pero Miliker le pondría al tanto. Pennymarch, por su lado, ya había logrado vender edificios a los Xue a precios imposibles de pasar por alto cerca de las logias y edificios importantes, para hacerlo vagamente misterioso. Doyle comprendió entonces la naturaleza de su nueva vocación, crear neblina y oscuras figuras, pero temía que el enemigo haría lo mismo y temía perderse en un laberinto que él mismo había ayudado a construir con nada más que humo.

            En la siguiente semana se puso manos a la obra en su misión de prueba. Miliker había conseguido que el sastre Shuntao le diseñara un traje en la exclusiva  sastrería de la calle Saville, en vez del sastre principal, un gordinflón llamado Bloom. Doyle no dejaba de presumir el traje en su trabajo, ni en la cofradía, cosa que pareció natural, tratándose de la mejor sastrería en Londius. La mitad del trabajo ya estaba hecha. Podía sentir sobre él la mirada del doctor Dee, el famoso mago y agente secreto en cada uno de sus movimientos. Una noche se animó a salir con Francine por una copa en pub cercano y, al asistir al baño, se topó con que el misterioso doctor ya estaba allí, dándole palmadas en la espalda.
- Un espía soltero es más fácil de cachar, buen trabajo. ¿Y Shuntao?
- Mañana. Tengo al cliente perfecto, alguien de la cofradía de la tinta que agotara la suya con todo el desastre. Pero, ¿cómo sabía que estaría aquí?
- Miliker puede ser silencioso cuando quiere. Tiene conexiones con los chicos que venden diarios y los ladronzuelos de billeteras. Ojos en toda la ciudad. Sigue así.
- Vaya, pensé que te habías olvidado de mí.- Le dijo Francine en la mesa. Le había dado tiempo a Dee de alejarse del lugar, en su pesado abrigo de cuero de cuello alzado, unos cinco minutos para no parecer sospechoso.
- Nada de eso, es que me pone nervioso estar aquí. Tú me pones nervioso.
- A mí también me pones nervioso, de la buena manera.- Se sostuvieron la mirada y lentamente la pasearon por las ventanas de dorados fondos de botella hacia los chicos que vendían noticias. La noticia no era buena, la duquesa de Albion, Ilda Vandrecker, se había contagiado de la peste negra. El tiempo le cayó a Doyle como un saco de ladrillos.

            A la mañana siguiente, y con cualquier excusa siguió a uno de los clientes del sastre Bloom. Emitió un chiflido que alertó al oso Mulligan. Salió de una callejuela golpeándole con un ladrillo y deshaciendo su chaqueta para robarle la cartera. Doyle hábilmente recogió el saco recién comprado, lo tiró bajo un coche y le ofreció uno falso. El cliente, escritor de notas sobre modas se enojó más por el saco, que por el ataque. La tela era la misma, pero el interior lo delataba. Bloom le había vendido un traje de la competencia a precios altísimos. En menos de dos días el silencioso Shuntao, siempre acompañado de luces negras, y con la tienda bien iluminada por velas en coloridas lámparas se hizo cargo de la sastrería de la calle Saville.
           
            En la siguiente semana su investigación sobre la cuentas de la cofradía de los campesinos avanzó lentamente. Francine Manning se interesó. Doyle jamás le diría que era un agente del león, y leal hijo espiritual de Albion, y le permitió la intromisión pues tenía una nariz para los detalles que le impresionó en gran medida. La cofradía enviaba cargamentos al puerto de Sale, a mil coronas por cada cargamentos. Nadie hacía preguntas sobre su contenido, eran armas que el ejército del Miskatonic se rehusaba a comprarle a los drarios, ahorrándose así unas coronas mientras defendían Kuntra y la costa occidental para eventualmente quitársela de las manos, amigablemente, al imperio drario. Había, sin embargo, un total de 180 mil coronas por cien cargamentos. Dee había tenido razón, había ochenta mil coronas imposibles de rastrear, al menos por sus intermediarios hasta las manos del siniestro doctor Lovecraft.
- Otra vez con esta basura de la cofradía.- Le sorprendió Higgins, uno de sus editores.
- Los lectores deben apreciar la riqueza de Albion, señor Higgins. Además, no seríamos la sección financiera si no fuera por nuestros reportes sobre movimientos de dinero.- No quería decirle del dinero sobrante, pero Francine se unió a la discusión.
- ¿Y qué hay del dinero sobrante? Aquí podría haber una noticia.
- No.- Dijo Higgins. Su anillo de logia tenía al pulpo de Cthulhu.
- Tiene razón el señor Higgins Francine, es mejor no meter las narices en estas cosas.

            La respuesta la dejó perpleja y durante la comida no pudo explicar su comportamiento. Higgins se la había creído. ¿Era él un espía de Lovecraft, era ella una agente de desinformación? Un escalofrío le recorrió la espalda, en el mundo de sombras los resplandores suelen ser espejos, le había dicho Dee en una ocasión con su ocasional tono de misterio. Aprovechó que Francine tenía varias noticias que cubrir para ponerse al día con Regardie. El cochero llegó al puente del rey, bajando la velocidad. La suspensión estaba alta, señal que Hans Vandrecker no estaba en el coche. Rápidamente se hizo del mensaje, lo memorizó y lo tiró al río Tames, para que una vez más devorara otro pecado de la pérfida Albion y su herido león.

            La instrucción era sencilla, comprar una bufanda de seda Xue en el distrito de Middleton, en una pequeña tienda de vampiros. Hacía tiempo que esos ojos negros y brillantes le dejaban de llamar la atención. Entró a la tienda, iluminada por velas y lámparas de hadas que danzaban en frágiles tubos de cristal y pidió su orden. Aprovechando la distracción Mulligan, el toro, entró por la trastienda con cuidado de no tirar abajo las lámparas nocturnas, de halos de oscuridad. Se movió silencioso entre las telas mientras la vendedora le ofrecía a Doyle una amplia selección. Lukas miró aterrorizado mientras Mulligan le atravesaba el corazón a la Xue con un largo cuchillo.
- Bienvenido a la parte fea del espionaje, cierra la puerta.- Doyle siguió instrucciones y se brincó la barra para ver lo que hacía.
- Vieja tradición Xue.- Explicó él, mientras le cortaba la lengua a la vampiresa muerta.- Señal de silencio y traición.- Ayúdame a colgarla de esa viga y vámonos de aquí.

            Lukas ayudó cargando el cuerpo, tomó la bufanda de seda, casi por instinto y salió a la calle. Trotaba, intentando no parecer sospechoso. Había poca gente en la calle, nadie parecía querer visitar la humilde tienda. Decidió cruzar el distrito por el parque y Scryer apareció detrás de uno de los frondosos pinos.
- ¿Asustado? Deberías estarlo, este es un juego peligroso.
- Lo sabía cuando acepté ser parte de la guardia del león, pero… No fue placentero.
- Somos moralmente inexcusables.- Le detuvo Scryer de su andar nervioso y le calmó poniéndole una mano en el hombro de su saco.- Pero absolutamente necesarios. Regardie ha estado insistiendo en la conexión Xue. Ahora aparece una vampiresa muerta, pero no cualquiera. No, esa pobre mujer era amante de un Xue en una muy buena posición en la logia del pulpo. ¿Lo ves ahora?
- Lovecraft asumirá que el espía Xue cubre sus pistas.
- Precisamente.
- ¿Y cómo sabemos si no nos hacen lo mismo?
- No saben que existimos.
- Eso queremos creer, yo no me he ido de boca, ni con Francine ni con nadie. Aún así.
- Aún así.- Repitió Scryer, alejándose meditabundo.

            Aquella noche, cuando finalmente había invitado a Francine a cenar a su departamento quedó distante durante toda la comida. La plática fue vana, sobre los tratamientos que Lovecraft llevaba a cabo para mantener con vida a la duquesa y algunas notas sobre la guerra que, según había escuchado Francine Manning, no iban nada bien. Le regaló la bufanda cuando hubo un silencio incómodo, pero esa noche no durmió. Se sentó en el marco de la ventana, viéndola dormir plácidamente, sus pensamientos en otras cosas. Llovía, como casi cada noche. Sacó la mano a la lluvia, al menos eso era real. Un trueno iluminó la capital de Albion y Lukas Doyle sonrió. Los patrones podían repetirse, así como los Xue tenían amantes, así también esas ochenta mil coronas podían ser para mujeres de bocas flojas y piernas fáciles.

            El amanerado Pennymarch resultó ser invaluable. La cofradía de campesinos había comprado recientemente una propiedad por una cantidad semejante. Doyle visitó la alejada casa con invernadero. Se encontraba lejos del bullicio del centro en una calle en forma de herradura. Visitó diariamente, con la excusa de comprarle flores a su novia Francine, y así conocer más de cerca a la dueña del lugar. La mujer, Olivia Waterbee, le recordó a su esposa Elemir, aunque muchos años mayor. Él también tenía muchos años más. Olivia era una mujer un poco loca y un poco tonta que administraba su negocio y sonreía a sus clientes, siempre en busca de conversación. Lukas, quien era coqueto por naturaleza y tenía un don con las mujeres no tardó mucho tiempo en seducirla. Olivia Waterbee, como pudo juzgar rápidamente, era muy ambigua en cuanto a lo referente a la monogamia y buscaba siempre pasión y emociones fuertes. Doyle buscaba entrar a su casa. Una tarde, mientras ella dormitaba por la mínima dosis de veneno para dormir que había dejado en su taza de té comenzó a rebuscar entre sus papeles. Waterbee tenía todo hecho un desastre y su correo no le pareció de utilidad, a excepción de un telegrama que había olvidado mandar. Rápidamente lo copió, estaba en código pero confiaba que Regardie podría descifrarlo. Encontró en su cocina el anillo de la logia antigua y aceptada del panal, así como una distinción de la logia de los exploradores del alma. Dee había tenido razón, estaba en el epicentro de las redes de espionaje de Lovecraft.

            Envió la copia del telegrama mediante el guardafangos del chofer de Hans Vandrecker y trató de seguir con su vida. Quería saber de sus compañeros antes de seguir visitando a Waterbee, pero más que eso, le resultaba cada vez más difícil encontrar excusas para Francine, por más flores que le trajera cada día. Al día siguiente, regresando del trabajo y en compañía de Francine se topó, a un lado de las escaleras de su edificio de rojos ladrillos con moño aplastado por una roca, el doctor Dee quería verlo en uno de los puntos de reunión más seguros que conocía, la parte trasera del observatorio astrológico.
- ¿Y nuestra cita? No me digas, no quiero que me mientas.
- ¿Mentirte? Pero mira esto Francine, que yo no comparto el lecho con nadie y si tengo que interrumpir nuestra velada es porque olvidé mandar mis notas al editor de estilo. Hagamos esto, amor mío, siéntate como en tu casa y prepara la cena que yo no tardaré.

            Abordó el primer coche y pagó unas coronas de más para llegar hasta el observatorio, el domo blanco de la universidad del Miskatonic. El doctor Dee, que a su vez era vicerrector, había mandado cancelar todas las bodegas traseras, mandando los viejos almanaques y mapas estelares a otra parte. Dándose así algo de espacio personal.
- He venido tan pronto como he podido. Francine sospecha que tengo un amorío, y lo tengo.- Dee le ofreció un cigarro para calmarlo y Doyle caminó en círculos.- ¿A quién traicionó más, a esa ingenua Waterbee, a mi ingenua Francine o a mí mismo?
- Mientras no traiciones al león tu conciencia debe estar tranquila. Has dado con una veta de oro. Regardie me ha informado. El telegrama es parte de una operación de los espías de Lovecraft que, a nombre de la logia de los iluminados se las ingenian para ponerle trabas a nuestros barcos mercantiles. Regresa a sus brazos, pero no caigas en sus manos. Nadie aquí es tan ingenuo como tú piensas.
- Ella lo es, me recuerda a mi Elemir. A mí esposa… Éramos chiquillos y ella era tan ingenua como Olivia.- Comenzó a alejarse cuando Dee le tomó de la solapa de su traje.
- Tienes un buen corazón, no eres tan frío como los continentales nos hacen ver. Eso te hace mejor persona, pero puede ser un riesgo.
- Lo asumiré entonces. Ya me he tragado suficientes remordimientos en mi vida, me tragaré este más, como todos los pecados que cometemos en nombre de Cthulhu y Albion.

            Aunque había hecho un tiempo récord en ir y regresar a su departamento, Francine estaba histérica. Segura que su novio mantenía un amorío con alguna florista deshizo todo su departamento. No encontraría nada, el libro de códigos lo había quemado, tras memorizar más de cien encriptados mensajes. Eventualmente se calmó con algo de vino y se apoyaron contra la ventana, mirando las tejas de las casas y edificios vecinos en dos aguas. Eran de un color verde oscuro, iluminado por los truenos. La convenció, o al menos trató de creerlo, que no había amorío alguno y justo cuando Francine estaba por decirle algo, lágrimas en los ojos, se escucharon los silbatos de los bobbies, la policía. El instinto de reporteros animó a ambos. Doyle la cubrió con su pesado abrigo de cuero y siguieron el caos por varias cuadras.

            La macabra escena le arrancó un chillido a Francine. La policía había descubierto un cadáver, seguramente una ramera por su vestimenta y su maquillaje, envuelta en papel de carnicero. La mujer había sido brutalmente golpeada, tenía el pecho abierto, así como el vientre y estaba toda cubierta de sangre. El carnicero, aceptaron todos los reporteros y policías en llamarle, había atacado y nadie dudaba que lo haría de nuevo. Albion ahora sufriría dos plagas, la peste negra y la violencia del carnicero.

            El carnicero de Chapel, pues la ramera había laborado allí antes de ser encontrada a distritos de distancia, ocupó los titulares por varios días. Circulaban los vagos rumores de asesinos Xue, viciosos vampiros que atacaban a las mujeres más vulnerables, pero las autoridades insistían que, en ese caso, no habría habido tanta sangre. Lukas se había resignado a traicionar a su Francine de nuevo, aunque en el fondo quería hacerlo, pues algo en Olivia Waterbee le llamaba como la polilla a la flama, era como un capítulo sin terminar de su vida juvenil durante su brevísimo matrimonio con Elemir. Afortunadamente Miliker cambió sus planes. Utilizando sus contactos había conseguido que los Ming, acaudalada línea de sangre de los Xue tuvieran reuniones con el ministro de finanzas, la principal ficha de Lovecraft, Anton Marcel. Doyle se las apañó para cubrir las aburridas entrevistas donde los Xue ofrecían negociar las tarifas tributarias en el mercado de las carnes y vinos. Marcel, por supuesto, no podía hacer eso. Si bien la carne valía a veces lo mismo que la mula que la cargaba, los Xue habían decidido mantenerse neutrales durante la guerra amistosa y el ministro no podía acceder a sus demandas, sin importar su insistencia. Aún así, Doyle lo cubrió todo, en prosa patriótica aunque sobria. El mensaje de humo era claro, los Xue eran sospechosos de tener influencias. Con algo de suerte tendrían a Lovecraft malgastando su tiempo investigando a su peón principal.

            La noticia eventualmente murió y regresó a la calle de herradura para verse una vez más con su amante, Olivia Waterbee. Acostados en la cama y hablando sobre el clima y otras tonterías ella sacó de entre las frazadas un mandil que un amante previo había olvidado. Ella no entendía sobre las logias, sobre los grados que lentamente develaban la trama de una tradición universal cuya comprensión iluminaba al espíritu del iniciado. Lukas, sin embargo, sabía perfectamente lo que era. El mandil de la logia de los iluminados. Tenía tres ojos triangulares bordados de oro, como la base de un árbol de hilos de plata. Tenía en sus manos el mandil sagrado del iniciador del nivel 32 de la logia donde Dee era maestro del templo, magister templi. En manos de tal espía estarían los nombres secretos de los del círculo interno, de haber, por supuesto, un círculo interno, pues todo aquello era una ingeniosa charada del doctor Dee para crear bosques de espejos donde perder a su enemigo mortal.

            La información tenía que llegar a Regardie de inmediato, y al doctor Dee. Recuperó un mensaje en el guardafangos del chofer de Hans Vandrecker, posible futuro duque de Albion. Un crudo dibujo de una calavera sobre una lámpara de mano. Se pedía una reunión urgente. Doyle llegó al sitio de reunión tras cumplir sus obligaciones a su logia del Águila, interpretando el papel del neófito que recibe del cáliz del conocimiento los secretos de arcanos símbolos que, con toda certeza, le serían un laberinto sin salida conocida ni por los mismísimos magister templi de aquella ordinaria logia. En el recinto secreto de la logia, sin embargo, comunicó su hallazgo a los presentes, Dee, Scryer y Regardie.
- Confirmación.- Dijo Dee, quien ya se las olía.- Podría sernos útil por el momento. Por ahora, sin embargo, nuestro amigo Arthur Regardie nos tiene malas noticias.
- Lovecraft tiene a un espía, un operativo de buen calibre llamado Sverig Munss. Yo no debería de saberlo. Se huele gato encerrado en la conspiración Xue, algo me dice que no se la quiere creer y yo no puedo seguir insistiendo sin parecer sospechoso.
- Sverig Munss…- Repitió Scryer, mientras limpiaba el cono que tenía por oreja derecha.- Había oído rumores de él. Educado por Lovecraft desde antes de la gran guerra y uno de sus muchos peones durante ese periodo. Miembro de la logia del pulpo, supuestamente del grado 20, los misterios de Shoggoth, pero otros dicen que es magister templi al igual que su mentor.
- Desde ahora.- Dijo Algernon Dee, con cierto rencor en la voz.- Todos nos quedamos quietecitos y nadie mueve el agua. Eso te incluye Lukas, deja que Waterbee se enfríe un poco. Aprovecha los días para salir a los paseos en bote con Francine y sigue tu rutina habitual. Nada que llame la atención.

            En los siguientes días Lukas Doyle llevó a cabo su vida con la misma austeridad que habitualmente empleaba. No destacó en sus noticias, ni llamó la atención hacia créditos que le pertenecían a él. Poco importaba, pues el carnicero había atacado a otra ramera del Chapel y aquella parecía ser el tema de conversación de todos en la cofradía de la tinta. Se sintió seguro, por primera vez en mucho tiempo, tomado del brazo de su novia, cuando alguien le tocó del hombro. Sven Munss se presentó a sí mismo y por un instante Doyle se quedó congelado. Se trataba de un joven de su edad, de mirada inteligente y brillante cabellera rubia. Portando el anillo de la logia de la tradicional Miskatonic y como reportero de finanzas en la voz de Albion le hizo varias preguntas sobre la cofradía de los campesinos. Doyle no le dio importancia, no veía corrupción alguna y explicó que en unos días después su nota terminó en la columna ocho enterrada y olvidada. Francine no entendía su reacción, trató de disimular cierto recelo profesional, pero cuando Sverig pareció seguir interrogando más, ya enfocado a posibles corrupciones, ella le dijo de las ochenta mil coronas que sobraban. Era obvio que la fachada de Lukas, de venderlo como un escándalo de segunda no sería suficiente y decidió tomar la iniciativa. Fingiendo que, desde que la noticia estaba muerta no tenía problema en compartir sus notas prometió entregarle todo, siempre y cuando citara a Francine por nombre de mujer, y no solamente “F. Manning”. Sverig sonrió complacido, pero no podía saber si era por su acto de caballerosidad galante o porque había conseguido lo que quería.
- Pero amor,- Protestó Francine.- no es correcto que una mujer...
- No, tonterías. Tú diste con todo, después de todo. No tengo nariz yo para esos detalles. Es tu noticia y, siempre y cuando, nuestro amigo Sverig te cite como referencia y fuente puede tener lo que quiera. Es más, ahora mismo se hará. Francine le acompañará, después de todo, ¿si somos hermanos de tinta puedo confiar en su caballerosidad?
- Sería un honor para mí dejar que una perspicaz reportera me llevara hasta su oficina.

            No tendrían el nombre de Olivia Waterbee, no estaría ahí, sin embargo Sverig seguiría la misma pista que él había hecho a través de Pennymarch y entonces estarían todos en graves problemas. Tomó un autobús de dos pisos y desde el techo colgó paliacates verdes en los apagados postes de gas, señal de alarma para Miliker. Llegó a su espacioso departamento un minuto antes que Francine. Todo había salido bien para ella, por lo que le llevó hasta la cama. También, sabía Lukas, había salido bien para su adversario. La punzada de la traición le atravesó el corazón, pues su mente no se alejaba de Olivia Waterbee en ningún momento. Pasó la noche cerca de las ventanas, esperando ver a Miliker, quien eventualmente apareció en el parque frente a su edificio, tranquilamente fumando un cigarro. Se vistió tan rápido como pudo y salió por una ventana para no hacer ruido.
- Sverig Munss me contactó, por mi seguimiento a ese dinero que mantiene a la red de espías de Lovecraft. Francine no le ha dado todo, pero claro, ella no sabe adónde fue a parar ese dinero.
- Él lo sabrá.
- No.- Lukas le detuvo del brazo al ver que Miliker llevaba una cuchilla Xue ceñida a su cinturón.- Ella es diferente, al menos conmigo. No era por los regalos, como todos esos otros. No, era… distinto.
- Una agencia de información no vale nada si tu enemigo sabe lo mismo que tú. Encontraste la veta de oro, felicidades, pero es hora de clausurar la mina.- Se cubrió el labio leporino y le miró de los pies a la cabeza. Temblaba, y no era por el frío.- Realmente te importa esta mujer, ¿no es cierto? Pregúntate esto entonces, ¿qué pesa más, tu corazón o el león?
- No me obligues a responder, por favor, al menos dame eso. ¿Tienes cómo desplazarte?
- El coche está del otro lado del parque, vamos.

            Anduvieron a toda velocidad, bajo la lluvia y atravesando Londius. Al llegar a la calle de la cerradura una congregación de vecinos se apuraba para tapiar las ventanas y destruir el invernadero. Explicaron a gritos histéricos que la mujer había contraído la peste negra, que estaba en el sanatorio cerca de ahí. Pudieron ver el miedo en sus ojos. Si la muerte negra podía tocar a la duquesa, ¿quién estaba a salvo? El sanatorio, un hospital que rebasaba en su capacidad, era un caos absoluto. Encontraron a Olivia Waterbee muerta en su cama, el doctor explicó que había decidido beber veneno que encontró en el hospital que sufrir de los dolores. Las enfermeras trataron de detenerla, pero fue en vano.
- Una lástima.- Dijo una mujer, detrás de ellos.- Olivia era una mujer muy especial, de amigos contados. Tenía a un hombre en su vida, nada estable, pero siempre hablaba de él.
- Sí, imagino que sí.
- Yo era su única amiga, mi nombre es Lourdes.- Miliker y Doyle se quitaron el sombrero y la acompañaron a la salida.- Usted debe ser el hombre misterioso. Así era ella, muy misteriosa en todo.
- ¿Quiere que la llevemos a su casa? Tenemos un coche.- Ella asintió y Miliker miró a Doyle con una intensidad que no dejaba espacio a dudas.- Anda Lukas, conduce.

            Sabía lo que sería de ella y lo que de hecho fue. Miliker le rompió el cuello y le cortó la lengua, dejando su cadáver tirado en una calle desierta. Doyle regresó a su casa a la mitad a la noche, empapado por completo, la lluvia llevándose sus lágrimas. Francine le esperaba, roja de furia. Le miró a los ojos y Lukas cayó de rodillas, llorando y lamentándose. Lastimeramente subieron la escalera, los vecinos, con el típico recelo a la privacidad trataron de no escuchar sus llantos. Confesó su amistad, aunque no su amorío, explicó que había salido a la mitad de la noche al escuchar que la peste negra se la llevaba. Había escogido el suicidio. Pasó la noche en brazos de Francine, inconsolable por completo. Estaba asqueado al borde de la nausea. Veía fantasmas sobre mentiras, vagas conexiones y difusos planes. Lovecraft debía ver lo mismo, pero Doyle no estaba hecho de la misma madera que él, ni de la de su adversario Sverig Munss. No podía, por más que intentaba, expulsar la vaga advertencia de la mente maestra, el doctor Dee. Su buen corazón podía ser su peor enemigo, y hubo momentos en la noche que dudó tener corazón alguno al cual juzgar.

            Al día siguiente Miliker se las apañó para dejar una nota en su saco. Sverig había estado dando de vueltas a su casa durante la noche, estaba siendo vigilado y prometía cuidar de Francine. Lukas respiró intranquilo, ¿la cuidaría del peligro o la cuidaría como había hecho con la única amiga de Olivia Waterbee? Llegó a su cubículo, decidido a enterrarse en aburridas noticias de la bolsa cuando Higgins, su editor, le exigió que hiciera una pieza sobre el mercado de bienes raíces y un personaje en particular, Frank Pennymarch. Doyle no dejaba de ver su anillo, era de la logia del pulpo y en su mente, aún careciendo de toda evidencia, podía ver los hilos que le movían discretamente tocados por Sverig Munss.
- Este tal Pennymarch está que sube como la espuma, serán buenas noticias para nuestro mercado de bienes raíces, ya de por sí muy próspero.
- ¿Irá Francine conmigo?
- No, se reportó enferma de nuevo, pero descuida, es tan solo un tobillo lastimado de camino al trabajo.- Doyle quedó pálido, ¿Sverig había hecho su movimiento o quizás Miliker o el toro Muligan? Y de haber sido Miliker, ¿lo haría pasar por Sverig?- Pareciera que no sabes ni cómo andar en el mundo sin ella. Loable lo que hiciste por ella Doyle, ayudarla de esa forma. Si quieres puedes escribir que ella estuvo contigo.
- Gracias señor Higgins, me leyó el pensamiento.

            La sobria reunión en una casa del té estaba concurrida por los mandamases del mundo de las bienes raíces. Evitó todo contacto visual con el amanerado Pennymarch y él hizo lo mismo. Por supuesto que Sverig estaba ahí, sin duda tratando de medir sus reacciones. Entrevistó a todos por igual, nunca mencionando a los Xue, nunca comprometiendo la operación y más bien enfocándose al terror que el carnicero ahora apretaba las calles de Londius, ya de por sí muy vacías a causa de la peste negra. Sverig mantuvo una línea parecida y Pennymarch hizo un trabajo increíble, por lo que pudo juzgar Doyle de oídas. Atribuía sus éxitos a ciertos amigos en el medio que por su estilo de vida prefería no mencionar. Si Sverig se lo creyó o no, no podía estar seguro. Sin embargo, sospechaba que sí, pues semejante confesión, aunque velada, era demasiado vergonzosa como para ser una mentira. A las cinco de la tarde, para la hora del té se apuró a casa, esperando ver a los bobbies sellando el área del crimen. No había nadie. Francine le recibió de un beso y él se lanzó sobre ella, abrazándola sobre el suelo y girando por la sala, el mero verla con vida le había alegrado el día.
- Tengo el té preparado, ¿cómo estuvo el día?
- Aburrido, ¿tú estás bien? Oí de tu accidente.
- Nada malo, me lastimé la muñeca al caerme del coche.

            Doyle se congeló con la taza en sus labios. La muñeca decía ella, Higgins había dicho el tobillo. Imperceptible al principio, pero ensordecedor después, el mundo de Lukas Doyle, hasta entonces medianamente ordenado y apropiadamente compartimentado se vino abajo como una casa de cartas. Perdió piso en la bruma del bosque de espejos. Aprovechando que ella tenía que hacer un mandado se lanzó por el departamento para violar toda privacidad posible. Revisó entre su ropa interior y encontró un paquete de cartas escritas en el indescifrable letra de los creyentes en Yith. La recién llegada corresponsal de guerra era una espía del enemigo. ¿Sospechaba algo de él?, ella había iniciado el contacto antes que él fuese admitido al grupo del doctor Dee, ¿pero no podía ser que Lovecraft supiera de las intenciones de Dee y mandase a una espía comprometida para seguirle las huellas? Después de todo, ya le había indicado a Sverig Munss el camino hasta Olivia Waterbee. Quizás era más simple y a le vez más doloroso, ¿le había utilizado porque una espía soltera era más fácil de identificar? Más importante aún, ¿alguna vez encontraría consolación en una mujer que no se enredara en las telas de araña de la intriga o en la sofocante bruma de sus remordimientos?

            Aprovechó que era iniciado en la logia del Águila para acudir a una de sus reuniones, no la quería ver a la cara. No quería escuchar la clase de mentiras que él le había estado dando. Se sentía vigilado, sin saber por quién, y no eran sus compañeros de logia. Tenían hábitos como los de un monje, recitaban del Necronomicon mientras hacían señas esotéricas y daban de vueltas a un altar con una espada de vidrio soplado con los nombres de los Antiguos. Aprovechó su momento, terminada la ceremonia, para adentrarse en la parte oculta del edificio. El doctor Algernon Dee le esperaba con un té caliente y algunos bizcochos que no quiso probar. Estaba enfadado, estaba histérico y caminaba en círculos. La paciencia de su mentor lo hacía peor. Él leyó las cartas con cuidado, realizó algunas anotaciones y le devolvió el paquete.
- ¿Sabías que los antiguos yithianos se orientaban por la estrella polar, la norteña, en vez de la bóveda astrológica del este u oeste? Nosotros hacíamos lo mejor. Yith, en el Necronomicon aparece como una raza antiquísima que había aprendido el viaje en el tiempo y el espacio y ocupaban, como su hogar, aquella misma estrella. Más tarde todos adoptamos las estrellas que nos indican el este y el oeste, marcándoles como los dos polos de nuestra vida espiritual, levante y poniente, creación, destrucción y regeneración. Es fascinante, esta nueva religión recupera una tradición que se hubiese creído perdida para siempre.
- Pues me alegra que le divierta. Mi novia es una espía del enemigo.
- Lo es, pero no te menciona en ninguna parte. Los yitianos, al parecer, han enviado espías a los diarios de Albion para bajar la moral de la guerra amistosa. No es él.- Señaló el cuadro de Lovecraft que les miraba ominosamente desde una esquina. El asesino de su padre estaba ahí, con expresión seria, con su enorme mentón, sus labios finos y ojos redondos y expresivos. Dee lo colgaba como seguramente Lovecraft hacía lo mismo con algún retrato suyo.
- La tengo que quemar, es una agente enemiga.
- No, no aún. Consigue más información, si puedes, pero no te arriesgues demasiado, aquella es una telaraña en la que no te quieres enredar. Baja tu perfil, Sverig no puede mantenerte vigilado para siempre. Ese encuentro con Pennymarch y los demás no fue casual.
- ¿Y si Lovecraft lo sabe?
- Estarían ambos en prisión o muertos, o las dos cosas. Tenemos información que él aún no tiene, mantengámoslo así.
- ¿Y qué se supone que yo deba hacer?, ¿dormir con ella sabiendo que es un agente enemigo?
- Ella lo hace contigo, no sabe que eres espía, pero sabe muy bien de tu patriotismo, quizás por eso te escogió.- Doyle se desplomó en un sillón, quería vomitar.- Te dije desde un principio, que aquello que parece recto e inocente empezarás a verlo con mayor recelo y desconfianza. Como éstas logias, laberintos de la mente codificados en arcanos símbolos cuyo conocimiento aprecian tan solo a medias. La leona está enferma, nuestra duquesa peligra bajo los cuidados del doctor Lovecraft. Haz lo que tengas que hacer, pero no lo olvides Lukas, Albion es nuestro único amor leal y el león nuestro único verdadero amigo.

            Lukas Doyle encontró la manera perfecta de mantener su distancia de Francine durante el trabajo, solicitó una transferencia a la sección policiaca. Higgins, el editor, no se opuso, el carnicero tenía toda la tinta y quería ver notas frescas al respecto. Francine le visitó en las atiborradas oficinas de la sección policiaca y Doyle fingió que era su penitencia por haber pensado en otra mujer. Francine lo abrazó y le besó, diciéndole que todo estaba perdonado. Por ahora, pensaba Doyle, su trabajo de espionaje consistía únicamente en dormir con el enemigo, y dejó que Miliker y sus contactos del bajo mundo siguieran a Francine en sus mandados, que ahora estaban envueltos en misterio. Fingía en casa, temía por la peste adonde fuera que fuese, y ahora se adentraba en el horror del carnicero.

            El doctor general, una de las piezas más valiosas de Lovecraft, estaba a cargo del asunto y no quería ni verle. Consultó con el primer forense, un hombre lánguido y de aspecto lúgubre con gafas de fondo de botella. Él mismo redactaba un libro sobre el caso y le hizo jurar que no le robaría la idea. Rodeado de muertos en la morgue ocupó un banquillo y le mostró algunas de sus anotaciones que no había cedido al engreído doctor Poole.
- Nunca había visto nada semejante, ni siquiera en la guerra. La primera víctima, como la otra, murió de una manera espantosa.
- Desgarrada, sí, lo sé.
- Pues no sabes nada, chico listo. Le faltaban órganos, hígado, corazón, útero y parte de las vísceras.- Doyle escaneó el breve documento, era poco y nada. Señaló una sección, los contenidos estomacales de una de las víctimas.- Crak-tunil, un manjar cimmeriano, es un jabalí salvaje bañado en crema de fresas. Vaya tontos los que creen que el asesino es Xue, se trata de alguien acaudalado si pudo conseguir semejante comida para una ramera como esta pobre mujer. Poole no te dirá nada más, la logia del pulpo se ha hecho cargo, yo soy de la logia de la eterna sabiduría. Lovecraft está muy interesado en curar la peste negra, sobre todo ahora que ha llegado al campo de batalla. Cruzó los mares hasta Kuntra y nuestros muchachos están muriendo. ¿Será cierto lo que dicen los diarios sobre el avance indetenible de los yitianos?
- No crea todo lo que dicen las noticias.

            Doyle no podía investigar el caso por las mismas vías que todos los demás. Había visto a Sverig siguiéndole en más de una ocasión y no podía arriesgarse a hablar con la policía o con el mismísimo doctor Poole. Decidió hacer una nota de interés humano, la clase de basura que nadie lee y pasa por alto. Trató de rastrear compañeras de trabajo de Mary Anne Mills, pero fue en vano. Las chicas del distrito Chapel no hablaban con extraños, temían que fuera el carnicero o simplemente no le conocían. Decidió probar suerte con la segunda víctima, Rose Pendelton, pues de ella había escuchado más comentarios. Se sumergió en las sinuosas y peligrosas calles de Chapel, donde los matones ocupaban los umbrales de las casas y las mujeres vendían sus carnes con provocativos escotes y apretadas fajas.

            Sumaban ya más de mil víctimas de la peste negra. El gobierno le daba un chelín a cada persona que matara, entregara e incinerara a una rata, temiendo que tal fuera el contagio. Las ratas poblaban Londius por todas partes. Las casas tenían las ventanas cerradas, muchas de ellas tapiadas y la gente temía ver hacia su dirección o respirar del mismo aire. Eventualmente, rastreando a las amigas de Rose Pendelton, la segunda víctima del carnicero, llegó hasta un bar que hacía de burdel. Sobornó a las mujeres con algunas coronas y les invitó los tragos. Una de ellas llevaba una mancuernilla de oro como arete, era obvio que no sabía para qué servían. Doyle, por su parte, vestía para la ocasión, de camisa y tirantes.
- Pobre Rose, que los Dioses Exteriores la tengan en su santísimo pecho.- Dijo una de ellas, ya bastante tomada.- Era una linda chica y sabía entretener a ricos y pobres. Tenía un tío de alcurnia, eso decía ella, o así le llamaba, le conseguía opio.
- ¿Era adicta?
- Hoy día, con la peste y las noticias de la guerra, ¿quién no lo es?- Le preguntó otra a quien le faltaban los dientes delanteros.- La otra chica, Mary Anne Mills, también lo era. No sé nada de ella, si tenía o no un tío rico, si así le quieren llamar.
- Era una tonta nuestra Rose. No quería vivir en las tabernas, como nosotros, se mudó al departamento de una de las víctimas de la peste. Ahora lugar está hecho cenizas, los bobbies lo quemaron, órdenes del doctor Poole dijeron. Un poco demasiado tarde, si me lo preguntan.
- No es el primer reportero en fingir interés.- Dijo la mujer de la mancuernilla de oro por arete y Doyle tuvo que soltar más dinero.- Nos prometió la exclusiva, ya sabe.
- Háblenme de este reportero.- Les describió a Sverig Munss a detalle, pero no cazaba. Se limitaron a decir que era un hombre muy propio y elegante, con muchas preguntas  y nada más.

            Las cosas se enfriaron con Francine, pero se encontró fingiendo con mayor naturalidad de la que él era capaz de creerse posible. Tocó el tema de la guerra, ella lo veía muy difícil, aunque no dejaba de alabar al ducado de Albion y a todos los ducados del reino del Miskatonic. Pasó la noche en vela, mirándole dormir tranquila y confiada. Su nuevo trabajo, el carnicero, era una extraña y macabra consolación. Su nuevo editor le presionaba aún más, quería relacionarlo a la peste, pues al fin de cuentas todo se relacionaba a la peste negra. No le hizo mucho caso y enterró la nariz en su máquina de escribir hasta que escuchó las pesadas puertas de ébano y vio entrar a Sverig Munss. Tenía la misma sonrisa de siempre y aquellos perspicaces ojos que podían traspasar su alma. Se sentó a su lado y le convidó de un café.
- Necesitaba otro ritmo, eso de los negocios puede llegar a aburrir.
- Te entiendo. Todas esas promesas comerciales que no llegan a nada… Como esas reuniones que los Ming, esos Xue, sostuvieron con el ministro Marcel. ¿Tú cubriste la noticia?
- ¿Cuál noticia?, ¿pactar con agentes neutrales? Una mina de aburrimiento y nada más.- Sverig no lo dejaría así, podía leerlo en su mirada. No estaba del todo convencido.
- Yo cubrí parte de la noticia también y leí tus reportajes, muy completos. ¿Quién organizó las reuniones?
- Los Xue me imagino… Ja, parece hace siglos, ¿no es así?
- ¿A qué te refieres?- Finalmente le quitó la sonrisa con una bola en curva.
- Me refiero al carnicero, es un Xue estoy seguro. Hemos visto gente loca, gente viva, que comete estos crímenes sin razón alguna. ¿Es que los muertos están más allá de la locura?
- ¿No crees que tengan razón alguna?
- ¿Cuál podrían tener? Algún carnicero loco, aún así, el escándalo vende… Estoy metido en la logia del Águila.- Le mostró su anillo como fingiendo cierto orgullo falso.- No es exactamente la mejor posición. Necesito de algunas notas escandalosas.
- Y la peste ya está tomada.
- O nos tomó a nosotros Sverig, de cualquier modo, tienes razón.

            Una vez más la apariencia y la charada le salían con naturalidad espantosa. La conversación se cortó de golpe con los telegramas urgentes y los gritos. El carnicero dejaba otro regalo. Alejándose de Sverig a toda velocidad se apeó al costado de un coche repleto de periodistas hasta la escena del crimen, no muy lejos del distrito Chapel. El cadáver envuelto en papel de carnicero estaba allí. Prefirió no acercarse demasiado y hablar con sus amigas. Se enteró, a gritos, que el nombre de la víctima era Eloise Moorehouse.
- Pobrecita.- Lloraba una.- Se hubiera quedado con la campiña, pero es que decía que no tenían suficiente dinero. No como aquí.
- ¿Algún tío rico?- Probó Doyle y dio en el clavo. Una chica, joven y veloz, se echó a correr tratando de esconder algo en su escote. Le persiguió hasta la esquina, con las demás prostitutas siguiéndole y la atrapó de la muñeca. Le arrancó del escote un collar de oro y la jovenzuela se sonrojó.
- Me lo regaló, lo juro.
- Eso dice ella.- Le injurió otra.
- No, en serio… Está bien, ¿y qué si no? No es como si le faltaran. De Hans Vandrecker venían sus regalos, eso decía Eloise todo el tiempo, del mismísimo futuro duque.
- Vaya tontería.- Exclamó otra.- Libidinoso lo es al extremo, pero creo que tendría mejores gustos… Aunque quien sabe, en gustos se rompen géneros.

            Las aguas, en el mundo del espionaje, parecían haberse calmado, pues Dee les convocó a todos a una reunión en la parte oculta de la logia del Águila. Habló de lo que él llamaba la filosofía perenne, una tradición que corría por entre todas las culturas y también tocó el tema de la información obtenida hasta el momento y algunos planes a corto plazo, como deshacer la intriga que trababa los tratos comerciales de la logia de los iluminados. Doyle dejó de prestar atención al ver a Arthur Regardie, quien plácidamente fumaba una pipa sentado en un sillón de cuero rojo. Tenía las mismas mancuernillas de oro que aquella prostituta  usaba a modo de arete. Seguramente habría pensado que con eso las mantendría callado, pero había estado muy equivocado.
- ¿Qué hay de Francine?- Preguntó Lukas, cuando Regardie se le quedó viendo.
- Aún no me decido.- Dijo Miliker, cubriendo su labio leporino.- Tenemos a una docena de sus contactos, todos bien puestos en diferentes diarios. La red está puesta, es cosa de jalar el hilo y tirarlas, ¿pero cuándo sería lo más conveniente?
- Habrá que verlo después.- Dijo Scryer, sin darle demasiada importancia.- Mejor enfocarnos en nuestra misión. Y tú Lukas, has hecho bien en mantener el perfil bajo.
- Convence de eso a Sverig y dormiré tranquilo.
- Es un perro que no suelta un hueso y si te ha olido tendrás que irte con cuidado.
- En pocas palabras,- Resumió Regardie.- que te has vuelto inútil. Lo mejor que puedes hacer es no hacer nada, dejar que investigue cosas que no están ahí.

            Doyle fue el primero en salir, estaba determinado a seguir a Regardie. Un fino sentido del olfato se había desarrollado junto con su capacidad para la mentira. Se abrigó con el cuello en alto y le pagó buenas coronas al chofer del carro para que siguiera a Regardie, quien ocupaba otro carro. Se mantuvo a distancia y le pidió al chofer que se siguiera de largo en cuanto su instinto se lo dijo, pues había notado que el otro coche iba cada vez más despacio. Se bajó en una callejuela y esperó detrás de una carretilla de muertos de la peste, cuyos dueños se hacían cargo de una víctima más sacándola de su casa mientras la familia lloraba y chillaba. Se cubrió la nariz, le temía a la peste casi tanto como a Sverig. Dejó pasar la carroza y se apeó a la parte trasera, dejando que le llevase por todo Londius, cruzando el Tames, hasta una casa amplia de tres pisos. Se escondió en unos setos, pensando que lo mejor que podía hacer era regresar la noche siguiente, hasta que Arthur Regardie salió de su casa, vestido con otro abrigo y caminando de prisa con bastón y sombrero de copa.

            Rodeó la casa del espía y encontró una ventana sin cerrar. Avanzó en la oscuridad, no buscaría por todas partes, pensaría como Dee le había enseñado. Vería en los lugares menos sospechosos. No encontraría evidencia sólida, de eso estaba seguro, pues si Regardie tenía algo planeado con el demente carnicero no estaría ahí, esperándole en la mesa de la cocina. Sin embargo, sabía que un agente enemigo buscaría entre los ductos de ventilación y calentadores, que revisarían el baño a conciencia y el interior de los colchones. Tirado al suelo fue reptando, cual serpiente, por debajo de la larga mesa del comedor y halló, para su sorpresa y desagrado, un cuadernillo atado a la parte de debajo de la mesa.

            El cuadernillo era nuevo, tenía apenas unas hojas apuntadas, en su mayoría en un lenguaje críptico que no correspondía al alfabeto de Dee, ni a sus símbolos esotéricos. Algunas cosas, sin embargo, no podían esconderse. En la primera hoja estaba el nombre de Mary Anne Mills, junto con números que supuso serían su edad, su complexión e incluso direcciones, todas ellas esquinas donde seguramente sería fácil de encontrar y lo demás eran puntos y letras extrañas. La siguiente era Rose Pendelton, la segunda víctima con la misma metodología. La tercera, la mujer que había muerto esa mañana, Eloise Moorehouse y finalmente una cuarta mujer, Jule Norton. Ella seguía con vida, ¿pero por cuánto tiempo?

            Revisó el resto de la casa, si Regardie era el carnicero nada parecía indicarlo. Se sentó en la oscuridad de una antesala, evitando las ventanas y se encendió un cigarro, necesitaba pensar. El bosque de espejos seguía ahí, pero ahora no veía reflejo alguno, pues no había nadie en quién confiar. Regardie había pasado demasiado tiempo detrás de filas enemigas, ¿era coincidencia que Sverig Munss les siguiera la pista tan de cerca, sobre la cofradía de los campesinos y sobre Pennymarch? Aún así, el recién llegado no podía lanzar acusaciones, después de todo era él quien tenía a una espía yitiana por novia. Una idea aún más aterradora le pasó por la mente, ¿estarían Poole y Regardie, bajo órdenes de Lovecraft matando a esas prostitutas? No conocía el plan maestro de Dee, pero ¿podría detener la muerte de una mujer más o la historia se repetiría y las perdería a todas?

            Salió de ahí silenciosamente y se tomó el tiempo para regresar a casa. Francine le usaba, estaba seguro, como Regardie les estaba usando a todos. Varado en el desierto de las dudas vagó sin rumbo, tan de cerca no podía ver la pintura completo y llegó a dudar que hubiese pintura. Debía haberla, ahora estaba más que confirmado que el carnicero, de una demencial forma u otra, estaba conectado al mundo del espionaje. No sabía cómo, como tampoco sabía por qué había conseguido que aquel Xue se hiciera de la sastrería en la calle Saville, ni por  qué o para qué el doctor Dee había decidido guardarse el as bajo la manga en la forma del iniciador del nivel 32, el durmiente de Lovecraft que tendría una lista detallada de sus miembros secretos en las más altas esferas de la logia de los iluminados. Sólo contaba consigo mismo, pero no de la misma manera que en su decisión a viajar a Albion y hacerse una nueva vida. Tenía quince años menos de nuevo, había desertado, al ejército, a su esposa, a su hijo y estaba varado por el temor y la incertidumbre. Tenía que hacer algo, tenía que tomar la iniciativa.

            En la cofradía de la tinta, en el Ink Hall, buscó a Sverig Munss y le saludó como a todo un colega. Apartándole de los oídos curiosos se pasearon por los adornados pasillos de la cofradía, con sus leones de bronce y sus crestas montadas sobre paredes empapeladas en colores sobrios. El cazador de espías sacó el tema de las reuniones entre los Xue y el ministro de finanzas, Marcel, una vez más. Lukas le miró como si aquello fuese lo de menos. Estaba en un grave aprieto y necesitaba ayuda de un reportero de otro diario, no podía hacerlo solo.
- Me he enterado de algo espantoso y temo que me correrán de mi trabajo por su culpa.
- ¿Tiene la peste?
- No, nada de eso, bendito sea Cthulhu. No, es quizás algo peor. Duermo con el enemigo.- Sverig quedó boquiabierto, no era eso lo que esperaba escuchar de su sospechoso.- Me avergüenza decirlo pero la atrapé en una mentira y temí que tuviese un amorío. Revisé entre sus cosas, encontré cartas en yitiano en el cajón de su ropa íntima. No sé qué hacer. Higgins pensará  que yo soy un espía también. ¿Entiendes mi apuro?
- Esto es de lo más preocupante.- Dijo él, con completa sinceridad.- Yitianos pasando mala información, bajando la moral… Las ruedas de la justicia se harán cargo.

            Aquella tarde, en la sagrada hora del té, los bobbies irrumpieron en su departamento, fueron directo por las cartas. Francine, viéndose acorralada trató de escapar por una ventana, sus centelleantes ojos verdes estaban cubiertos de lágrimas. Ella sabía, no tenía duda. Le escupió en la cara a Lukas y la sometieron en un sillón donde a fuerza de amenazas delató a otros de sus compañeros. Al sacarla del lugar se lanzó sobre Lukas, tomándole de las solapas de su saco y con expresión del más puro terror dijo una sola cosa.
- Yo sí te amé.

            Doyle se derrumbó en su silla. Había sido por el león, no por Sverig, aunque eso le borrara de su mapa mental. Higgins, contrario a lo que suponía, le ofreció un mejor puesto. Lukas Doyle se negó, tenía una vida que salvar, la de June Norton, la futura cuarta víctima del carnicero. Otra de sus mujeres perdidas, otro de sus remordimientos. Pasó la tarde en esa silla, la saliva de Francine aún en su rostro. El telegrama de Higgins aún en sus manos. Se despertó de pronto, como activado por un resorte y salió corriendo directamente al precinto más cercano. Su sospecha se corroboró, June Norton tenía una infracción por vivir en un refugio para enfermos de peste negra sin estar ella misma enferma y por sospecha de ofrecer sus servicios carnales. El refugio, que antes era un hospital y ahora un campamento militar, estaba poblado de doctores que usaban sus máscaras de gas con pico de cuervo. Se puso una y caminó entre los enfermos. Algunos duraban meses, otros duraban días. La peste, sin embargo, continuaba siendo un misterio. Fastidió a los doctores y enfermos para encontrarla, hasta que un doctor le confrontó, chocando la nariz de cuervo de su máscara contra los tóxicos aires contra la suya.
- Estamos muy ocupados señor, como puede ver. Esa mujerzuela regresó al distrito Chapel, eso nos han dicho a todos. A donde merece estar.
- ¿Nadie vino a recogerla? June es mi prima segunda y estoy preocupada por ella, ya sabe, el carnicero y todo eso.
- Nadie real, si a eso se refiere. Los bobbies la sacaron y le dieron una multa, pero ella regresó. Siempre con aires de autoridad, como si supiera cosas que nosotros no. Se sentía protegida, incluso aquí. Nadie le creyó ni una palabra.

            Se dirigió al distrito Chapel otra vez, buscándole frenéticamente y soltando coronas a los dueños de los fumaderos de opio y a los rufianes, pero no sacó nada. No era la primera víctima que se sentía protegida por alguien de autoridad, ¿y no era el mismo Regardie un sujeto de aire aristocrático? Algo peor se fraguaba en su mente, la falta de útero. Escuchando las campanas de los coches de los patrulleros se apeó a la parte trasera de una de las patrullas. No necesitaba escucharlo de primera mano, sabía que el carnicero había atacado de nuevo. Llegaron al puerto de Londius, donde los grandes almacenes de enmohecida madera y los sucios adoquines abrían paso a los vacíos muelles, cerrados por la peste negra. Ahí estaba ella, envuelta como las otras, entre cajas de pino con comida echada a perder en su interior. Se mezcló entre los policías, quería verlo de cerca, aunque fuera una pesadilla. Otra más que se le iban de entre las manos, en verdad que la pérfida Albion era su única amante leal.

            Tenía el anillo de la logia de las novias del pulpo, una logia para mujeres emparentada a la de Lovecraft. Sin duda sería lo primero que el doctor Poole, que no tardaría en llegar, haría desaparecer. Tenía polvo de ladrillo bajo sus largas uñas y un sobrio colguije con brillantes. Algún inspector explicó que tenían la misma bestia que las tres anteriores ocasiones. El esternón había sido abierto, le faltaban varios órganos, entre ellos el útero. Al llegar el doctor Poole todos se retiraron discretamente. Lukas había tenido razón, el anillo fue lo primero en desaparecer.

            Regresó a su apartamento sin ningún apuro y se congeló la ver los huesos de rata apilados en una esquina de su casa. Señal para una reunión urgente. Sintiendo las miradas de cientos de ojos invisibles caminó hasta la logia del Águila, evitando a los carretoneros que llevaban muertos y a los alegres críos que cazaban ratas por unas cuantas monedas. Se detenía en algunos cafés de los drarios, hombres morenos con turbante que usaban los mismos sacos que él. Todos tenían, como todos en Londius, alguna sortija de alguna logia. La integración había funcionado, se tenían prohibidas las logias exclusivas para una sola raza, encomienda que los Xue, en su habitual arrogancia ignoraban por completo. Entró al mercado de vampiros para dar un largo rodeo y evadir a todos sus imaginarios perseguidores. En sus trajes de negro terciopelo los comerciantes, de extraño sombrero circular y ojos negros le ofrecían toda clase de elixires. No tenían nada para lo que él necesitaba. No había cura para su malestar, sospechaba que ni siquiera la verdad.

            No fue el último en llegar, el toro Mulligan llegó poco después de él y ascendieron por las estrechas escaleras hasta el recinto más secreto del doctor Algernon Dee. Scryer estaba a su lado, revisando papeles con una mano y sosteniendo su cono de bronce con la otra. Pennymarch nerviosamente se masticaba las uñas en un rincón oscuro. Miliker hojeaba un libro aburridamente y Arthur Regardie ocupaba un asiento, pacientemente encendiéndose una pipa. Se miraron por un instante, pero Lukas no le soportó la mirada. Sospechas era todo lo que tenía, pero sospechas era toda la operación de Dee, sospechas que los Xue corrompían agentes cercanos a Hans Vandrecker, el futuro duque de Albion. De ese hizo una taza de té, se aclaró la garganta y finalmente habló.
- La operación Xue está en peligro, han rastreado esas casas hasta nuestro amigo, Frank Pennymarch. Aquella noticia que Sverig buscaba al reunir a estos magnates de las bienes raíces ha resultado ser una tapadera.
- Pensé que estaríamos cubiertos.- Dijo Doyle, mirando a Regardie, quien le regresó una risa burlona.- Pensé que nuestro agente de desinformación podría insular a Frank.
- Hago lo que puedo, pero no soy hechicero.
- ¿Cómo está el asunto?- Preguntó Mulligan con su cabeza cuadrada y su gorro de marino.
- No figuran mis firmas en ninguna parte, fui muy cuidadoso en eso.- Se defendió Pennymarch, aunque nadie le culpaba. Doyle tenía a otros a quienes culpar.- Aún así, yo se las vendí, cara a cara. El notario fue quien hizo la maña, logrando bajar el costo catastral hasta un mínimo imposible de pasar por alto.
- Hay que quemarlo todo.- Dijo Mulligan.- Matar al notario, como venganza Xue.
- Puedo poner a Frank en un barco esta misma noche.- Ofreció Miliker.
- No.- Terció el doctor Dee.- Walter Hartington, el durmiente en el nivel 32 de la logia de los iluminados que Doyle encontró, él será la clave. Scryer, asegúrate que el notario sea promovido cuanto antes. Miliker, tú tendrás que entrar a la notaría, forjar algunas firmas Xue y hacer parecer que todo estuvo en sus manos. Quedará bajo sospecha, el durmiente también y con algo de suerte salvaremos a nuestro amigo Pennymarch.

            Miliker, Mulligan y Doyle se pusieron en acción. La notaría no quedaba lejos, a un lado de la cofradía de escribanos. Aunque la cofradía no descansaba nunca la espaciosa casa del notario parecía estar abandonada. Miliker violó la cerradura de la puerta trasera de la casa de madera y ladrillo y las tres figuras avanzaron en silencio. Ubicaron el despacho y Miliker se puso manos a la obra, con ayuda de un pequeño morral donde cargaba con las tradicionales plumas y tintas Xue. Mulligan y Doyle esperaron inquietos en el corredor, agazapados contra un rincón, viendo el ir  y venir de las carrozas, autobuses dobles a vapor y el gentío en la calle.
- Oye Mulligan, ¿y tú nunca has estado detrás de líneas enemigas?
- ¿Yo? No, no estoy hecho para eso, no como Regardie.
- Sí, pero tanto tiempo vendiendo información falsa, ¿cómo saber que no cruzó al otro lado?
- No, imposible. Es de confianza y sabe lo que hace. Sí, hemos tenido reveses en el pasado, pero nada grave. Un par de logias que quedaron sin licencia y nada más. Tapaderas sobre tapaderas que Dee formula todo el tiempo para despistar al enemigo. Mira.- Del bolsillo de su sucio saco de obrero le extendió hojas arrugadas de papel.- Recojo la basura de Lovecraft, mira lo que ahí.
- Está tratando de formular teorías y pociones para combatir la plaga.- Interpretó Doyle y la incertidumbre regresó de nuevo.- ¿Y tira su basura así nomás?, ¿cómo saber que no es una trampa?
- Vamos Doyle, no te pongas paranoico. Acepta lo bueno cuando llega.
- Ya acabé y, si usted par de señoritas terminaron con los chismes, es hora de irse.- Dejaron todo en su lugar y se alejaron por el extenso y oscuro jardín.
- Pregúntaselo Doyle, anda.- Agazapados contra los árboles esperaban su momento para ir saliendo a la calle, de uno a uno. El toro fue primero.
- ¿Preguntarme qué?
- ¿Qué pasa si la basura que Lovecraft tira tan descuidadamente lo hace a propósito?
- Dudo que haya inventado la peste negra como inventó el mal de minas. No, ellos pierden mucho a causa de la plaga.
- Y ganarán el doble cuando salven al ducado a nombre de Hans Vandrecker.
- Cierto, cierto, pero eso no era lo que Mulligan quería que me preguntaras.
- ¿Y si Regardie ha quedado comprometido?, ¿y si nos vende a nosotros falsa información directo de la boca de Lovecraft?, ¿y si el carnicero es más que un asesino en serie?
- Tantas preguntas te volverán loco. Regardie es de confianza.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque no te conozco y te confío.

            Miliker salió después y eventualmente salió Doyle. La niebla de Londius se arremolinaba a la altura de sus pantorrillas como si fuera leche y un frío viento venía del Tames. No le era fácil reunir las piezas de un rompecabezas que no dejaba de moverse. Caminó hasta su casa por más de dos horas. Londius se veía más vieja, más enferma. Más ventanas estaban tapiadas, menos gente en la calle. Incluso los Xue temían a la peste negra, habiendo ya algunos casos entre ellos. El departamento se sentía más vacío sin Francine. Sí, era una espía. Sí, era enemiga del enfermizo león que protege de Albion. Sí, dijo que le amaba. Sí, él lo creía. Sí, le había dicho lo mismo a Olivia Waterbee. No, no lo decía en serio. Una tras una se fueron yendo, como arrastradas por el Tames hasta el insondable océano. Ni siquiera había podido salvar a June Norton de una conspiración que no terminaba de entender. De repente el cálido abrazo de Albion, la tierra de las segundas oportunidades, su verdadera patria y capital del mundo, no le eran suficiente. Pasó la noche bebiendo y maldiciendo, tirando los muebles y lanzando los periódicos por todas partes. Eventualmente la botella de whiskey le hizo caerse de bruces y dormir entre los diarios. Eran viejos, según constató a primeras horas del alba, atravesando sus ventanas sin cortinas. Era el periódico del Heraldo que llevaba en una mano cuando conoció a la mujer de los ojos verdes. Con una sorpresiva lucidez de sobriedad se puso de pie y recuperó el revólver que escondía detrás de un librero. Iría a la logia del Águila, mataría al doctor Dee y a todo aquel que se interpusiera en su camino.

            Algernon Dee parecía estar esperándole en aquella cueva construida dentro de la logia del Águila. Vestía impecablemente en un traje de tres piezas. Doyle había dormido con el abrigo puesto. Lukas le mostró su arma, luego de constatar que estaban a solas. Dee le mostró la suya, el titular de un periódico. Hizo caso omiso a la pistola y a las amenazas. Interrumpió su desayunó, entrelazó sus dedos y sonrió plácidamente.
- Un carnicero Xue ha sido encontrado culpable por el pueblo, y pronto por el juzgado. Los tratados comerciales con los Xue, aquella injerencia misteriosa en los pasillos del poder…
- Mercado de carnes y vinos, y el carnicero es… pues un carnicero.
- Hermano de sangre, por cierto, de uno de los vampiros que se entrevistaron con Anton Marcel y que tú noticia hizo pública. Pronto la gente sumará uno y uno. No sería suficiente, por supuesto, no en sí mismo. Tu misión con el sastre fue perfecta. Compra todos sus trajes en la calle Saviele, y sin saberlo el sastre colocó bolsillos internos y ocultos repletos de billetes Xue. La entrevista vendrá, Mulligan rasgará su traje y quedará ante la evidencia de todos. El mayor aliado de Hans Vandrecker, aliado de quienes se rehúsan a cooperar en la guerra amistosa. Lovecraft lo creerá, o no tendrá otra opción.
- Eso no es suficiente.
- ¿A qué te refieres?- Doyle le tomó de los brazos y de un jalón lo arrastró por el escritorio, tirando sus papeles y le pateó en el suelo hasta ponerlo de rodillas, con el cañón de la pistola en su frente.
- Regardie no es un espía de Lovecraft.
- Por supuesto que no.- Dijo el doctor, sin entender a qué iba todo eso.
- No traicionó al círculo interno… Esas anotaciones… Ustedes son el verdadero carnicero de Chapel. Prácticamente estaba en los diarios la metodología. Los cuatro focos rojos: Comida típica de Cimmeria, como la que Mary Anne Mills tenía en su estómago antes que Poole se hiciera cargo del caso. Segundo factor, por compartir habitaciones, sábanas, pulgas, almohadas o ropas, tal como Rose Pendelton había hecho. Vida de campo en contacto con animales del norte, respirar sus secreciones o trabajar sus carnes, Eloise Moorehouse  iba y venía. Por el aire contagiado del enfermo o el agua bebida por él, June Norton, que pasaba noches en las clínicas de enfermos. Paso a paso, una a una. Lovecraft no era el único buscando la cura, ustedes también lo hacían. Regardie tenía esas notas raras, era un experimento científico, por eso hablaba con amigas y realizaba seguimientos. ¿Qué demonios hicieron Algernon?
- Lo que tenía que hacerse por el león.
- Ladrillo bajo las uñas de June Norton, no fue asesinada en los muelles como todos creen. Dime lo que hicieron o te mato ahora mismo. ¿Las secuestraron tras un examen de Arthur Regardie para seleccionar a las más viables?
- Scryer y yo removimos los órganos para ser analizados clínicamente, después la dejábamos como parte de nuestro operativo Xue. Miles morirían, Albion habría quedado vacía…
- Mataron a cuatro mujeres inocentes.
- No, salvamos miles de vidas.- Dee se puso de pie y Doyle se relajó un poco.
- El cochero de Hans Vandrecker, al que tienen sobornado, ¿el futuro duque realmente las frecuentaba?
- A veces. El útero, posibles abortos. Ya hablan todos de ellos. El libidinoso Hans…
- La apariencia de encubrir algún hijo ilegítimo que empeorara las cosas.
- Rose Pendelton y June Norton fueron las únicas infectadas de la peste negra. Dormían en sus sábanas y usaban sus ropas, compartiendo sus pulgas, respiraban los mismos aires tóxicos. No era la carne de cimmeria, es la falta de higiene. Tenemos la cura gracias a nuestra investigación. La cura Lukas, la capacidad de salvar Albion. Sacrificios tenían que hacerse.
- Sacrificios.- Doyle disparó contra el sillón a su lado y le hizo saltar del susto.- Miliker y Regardie sin duda estarán ocupados hablando de abortos encubiertos en asesinatos en serie, Lovecraft pierde su ficha más importante, Anton Marcel a causa de todo el desastre Xue. Hans pierde el honor frente a la gente y tú ganas estar un paso más adelante.- Disparó de nuevo, ésta vez entre sus pies.
- La cura…
- No, detente ahí mismo. La cura será gratuita, seremos mejor que Lovecraft. No, si quieres que me quede con ustedes, entonces no vendas la cura. Salva a la duquesa, salva a Albion. No lo hagas por mí, hazlo por esas cuatro mujeres y por Olivia Waterbee.
- Sin dudarlo.

            La duquesa Ilda Vandrecker se curó al día siguiente y pronto la medicina estaba al alcance de todos de manera gratuita. Sverig Munss fue encontrado muerto poco después, flotando en el Tamess, y nadie dijo nada al respecto. Anton Marcel fue cuestionado públicamente y el dinero en sus trajes fue descubierto. En gratitud la duquesa nombró a Algernon Dee como rector de la Universidad del Miskatonic, reemplazando a Lovecraft. Usó su posición para recomendar a un secretario de finanzas aliado a Viktoria y antagónico con el impopular Hans Vandrecker. El león se había sacudido las pulgas, regresaba a la salud, desafiante y leal a la corona, ayudando a los enfermos en el frente de batalla en las guerras amistosas. Lukas Doyle vio partir el barco de Aleister Lovecraft, pero su camarote no estaba iluminado. Él no se iría tan fácilmente, pero no le importaba mucho, estarían listos para él. El león lo estaría y tendría a su única mujer que nunca le dejaría, la pérfida Albion.


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