Los tres chinos
Por: Juan Sebastián Ohem
Del
escritorio de Larry Gustav Ozfelian
Los
marinos hablan de la calma antes de la tormenta. Un ambiente eléctrico de
ansiedad y malos presagios. Nadie en la ciudad lo entiende realmente. Cualquier
persona, buena, mala, miserable o noble, entiende más bien de un accidente de
auto. Cualquier persona en cualquier momento. No hay calma antes de la
tormenta. Hay sorpresa, miedo, el estertor del acero compactándose y la funesta
certeza del dolor que se aproxima. Encogemos hombros y sonreímos torcido, así
es la vida. Llega, te golpea y te deja sin saber por qué fue todo eso. Nadie lo
vio venir. Martin terminaba su casa de cartas mientras yo fingía terminar mi
papeleo. El teléfono sonó. No tenía idea de lo que estaba a punto de pasar. La
colisión de dos trenes. La única certeza es la duda. Es Jenny 9. Demasiada
historia entre los dos. Incendiaria y criminal de carrera.
- Oz, tienes que creerme, no
sabía que había una persona en el edificio. Me dijeron que estaría vacío.- Mente
en blanco. Extrañaba su voz, pero no así. Aún no digo nada cuando entra la coincidencia
a nuestra oficina para hablar con el teniente. La coincidencia tiene nombre,
David Galloway, fiscal de distrito y su corte.- ¿Oz, estás ahí?
- ¿Qué? Sí, aquí estoy. ¿De qué
estás hablando?
- No fueron a pagarme, ahí supe
que algo estaba mal. Lo escuché en la radio Oz, tratarán de echarme la culpa.
Tienes que ayudarme.
- ¿Y quién es la barbacoa?
- ¿Cómo voy a saberlo? Ni sabía
que estaría ahí.- Galloway me señala. No puede ser bueno.
- ¿Quién te contrató?
- Un sujeto grande, no lo había
visto antes. Tiene un bigote canoso y una herida en la barbilla. Al menos
cuarenta años, me dio la impresión que seguía órdenes.
- ¿Cómo sabes que tiene cuarenta
años?
- Porque nadie es tan feo sin
años de práctica.
- Déjame adivinar, ¿se peina de
raya en medio y usa trajes baratos?
- Sí, ¿cómo lo sabes?
- Porque lo estoy viendo. Entró
con el fiscal de distrito y están hablando de mí.
- Dios mío Oz, ¿crees que ellos
saben que me conoces?
- No te asustes, el fiscal me
detesta. Demasiadas golpizas y escándalos.
- Oz, hemos jugado mucho tú y yo
desde el gran incendio, pero necesito saber que puedo contar contigo.
- ¿Qué pasó con James Hicks?
- No me tortures Oz, no ahora, te
lo suplico.- Nada peor que una mujer suplicando. Un veneno irresistible. Ella
me suplica y yo me suplico a mí mismo para creerle.
- El mago de Oz tiene sus trucos.
- Detective Ozfelian, Martin,
vengan un momento.
- Tengo que irme, el teniente me
llama.- Entramos a su oficina e intercambiamos saludos.- Un placer, como
siempre.
- Me sorprende que aún tenga su
placa Ozfelian.- Galloway es un hombre duro de facciones blandas e impecable
etiqueta.
- A mí me sorprende también, pero
deben ser todos los casos que hemos resuelto.
- Sí, y con poca atención a la
evidencia física. Las confesiones no son siempre la vía más segura, usted
debería de saberlo.
- ¿Por qué? Nunca he confesado
nada. Mejor vaya al grano, tengo un crucigrama que acabar.
- Anoche hubo un incendio, hubo
una víctima fatal. Ocurrió a pocas cuadras de aquí, por lo que este precinto
tendría jurisdicción. El muerto es Oliver Salcedo.- El teniente nos mira
suspicaz. Martin se rasca la cabeza y me mira sin saber qué decir.
- Oliver Salcedo fue una espina
en el costado de la fiscalía.- Explica el teniente Simone.- Demandó al fiscal
por haberlo forzado a confesar y el caso se hizo famoso.
- Creo que mi magia es
contagiosa. ¿Quiere asegurarse que seremos objetivos?
- No hay plural para usted
Ozfelian, usted queda fuera del caso. Mi detective será el primario. Su nombre
es Cole Presti.- El detective se quita el sombrero y saluda parcamente.- No
puedo darme el lujo de tener a un policía incontrolable allá afuera mientras la
prensa me mira a mí como el sospechoso número uno.
- El fiscal ya tiene suficientes
preocupaciones.- El teniente alza la barbilla como si se dirigiera a un rey.
Hasta los reyes tienen sangre en sus manos y sacrificios en sus altares. Una
incendiaria conocida, criminal de carrera, el chivo expiatorio perfecto.- Entre
la demanda de Salcedo y tu hijo Philip, no has tenido un respiro. ¿Cómo siguen
sus riñones?
- Mejor Vincent, mucho mejor. Un
asunto menos, ya puedo dormir en la noche, sólo falta Salcedo. Detective
Felton, me gustaría que colaborara con Cole en todo lo que necesita.
Seguramente requeriremos más detectives, pero alguien tiene que enseñarle el
lugar y el teniente dice que usted es el hombre indicado.
- Me han dejado fuera de mejores
fiestas.- El fiscal se despide del teniente y ni me mira cuando sale. Cole
choca su hombro contra el mío.- No me malinterprete teniente, no me importa si
el fiscal quiere quitarse de encima un problema.
- El fiscal ha mencionado mi
nombre más de una vez, y no en buenos términos. Quiere asegurarse que todo
salga bien. Digamos que no tiene una idea positiva sobre sus métodos.
- Entiendo, entiendo. Todo está
claro como el arsénico, e igual de peligroso. Tomaré la primera llamada que
llegue y me haré a un lado.
Lo
vendí bien, me hice al ofendido. Felton se lo creyó, Galloway y Presti también,
pero no estoy tan seguro que Vinnie paranoias se lo haya tragado con la misma
facilidad. El gallinero se alebresta mientras estoy a un lado del teléfono
tratando de pensar. Cole Presti sabe quién incendió el edificio, no le será
difícil plantar las evidencias que les lleven a Jenny 9. Martin se despide con
una sonrisa, yo estoy nervioso como abogado tartamudo esperando que entre una
llamada. Necesito un shuffle, un juego, una rutina, algo que me permita estar
en dos lugares a la vez, algo que confunda el caso de Cole a tal punto que todos
queden implicados menos la sospechosa principal. En cuanto suena el teléfono ya
tengo el plan preparado y masticado. El juego de los tres chinos. La última vez
que lo intenté pasé dos meses sacudiendo sospechas y acusaciones, ésta vez tiene que ser perfecto. Manejo con la sirena
encendida, debo darme prisa. Escala rápida, compro un mazo de cartas. El jazz
de los tres chinos se toca de oído, se necesita de suerte y mucha imaginación.
- No podemos entrar.- Los
uniformados esperan fuera del departamento. Tuve suerte.- Algo está contra la
puerta, creemos que una mujer por lo poco que se puede ver. No quisimos alterar
la escena del crimen.
- Voy a entrar.- Bien hecho
muchachos, no alteren la escena del crimen, ese es mí trabajo.
Forcejeo
contra el peso muerto que cierra la puerta. Es una mujer mayor de cuarenta en
uno de esos vestidos que son cursis hasta que son bañados en sangre, y entonces
son extrañamente morbosos. Dos disparos al pecho. Muebles que pasaron de moda
el día que salieron a la venta. Todos apretados entre sí como si los dueños
hubiesen calculado mal el tamaño del lugar. Hay otra sorpresa en el dormitorio.
Un muerto sentado en una silla frente a la ventana que da a las escaleras de
emergencia. El revólver aún está en su mano y a sus pies una nota suicida.
Trabajo sin futuro, despido, esposa que regaña todo el tiempo, la mató en un
momento de furia y no lo soporta. El vals de “a quién le importa”. Firmado por
Felipe Castillo, con disculpas a su esposa Marcia.
No
tengo mucho tiempo. Momento de ensuciarse las manos. Me pongo los guantes. Le
quito el arma y la nota suicida. Tomo prestado dos de sus cinturones y lo
amarro a la silla a la altura del pecho, con una toalla amarro sus piernas.
Abro el mazo de cartas mientras los uniformados preguntan si ya pueden entrar.
Pido más tiempo. Con manos nerviosas rompo una carta a la mitad y la oculto en
el calcetín de Felipe Castillo. Operación destrozar el lugar. Saco cajones,
reviso entre la ropa y hago un desastre en el mayor silencio posible. Encuentro
un encendedor de oro y me lo guardo, me será útil más tarde. Los uniformados se
impacientan cuando ven llegar al asistente del forense y abren la puerta. Casi
me pescan sacando el colchón de su lugar.
- Es un desastre chicos. Parece un robo que se convirtió en doble
homicidio.
- ¿Qué podrían tener ellos que
valiera la pena?
- Dame tiempo, lo encontraré.-
Señalo la ventana a un lado de Castillo y me asomo. En la calle hay un
proxeneta fumando cansado y una prostituta que se pasea de un lado a otro,
turnos largos en esta época del año.- El asesino, o asesinos, debieron entrar,
torturarlo por información, mataron a los dos y salieron por aquí. Lo que no sé
es si Felipe Castillo, según su identificación, les dijo lo que sabía o si se
fueron con las manos vacías.
- Es el tercero esta mañana.-
Dice el asistente del forense, Roy Creery.- Tendrán que ir al fondo de la
morgue, hubo un accidente que parece sabotaje y un triple homicidio en un robo.
- Vaya ciudad.
- Ni me lo diga, yo recojo las
sobras.
- Ánimo Roy, las sobras saben
mejor que el plato principal, eso te lo aseguro. Cuando llegue el fotógrafo
pídele que se enfoque en la habitación, necesito saber qué buscaban. Yo bajaré
a la calle, quiero ver si esos dos de abajo vieron algo.
- Está lloviendo gente blanca.- Bromea
el proxeneta cuando termino de bajar la escalera. Puedo ver sus pupilas
dilatadas incluso con sus lentes negros.
- Soy Oz,- Le muestro la placa,
pero no se asusta. Escarba de entre sus múltiples y profundos bolsillos de su
ridículo abrigo dorado con azul y diamantina por un cigarro.- ¿Cómo te llamas?
- Waylon Bret, y estás asustando
a la clientela.- Le suelto diez dólares.- Así está mejor.
- Hubo un doble homicidio en el
cuarto piso sobre ustedes dos, ¿no escucharon nada?- Waylon le hace señas a su
prosti para que se acerque y aprovecho la oportunidad para plantarle otra mitad
de carta en el ridículo e inútil bolsillo trasero.
- Yo escuché un grito, pero
pasaba un camión y no pude oír más nada.- La prosti camina cansada sobre sus
tacones de treinta centímetros. Una garrocha de negra, una torre de Pisa que se
va de un lado. Le doy diez dólares para que se compre una sopa, pero dudo que
esa sea su intención.
- ¿Cómo te llamas guapa?
- Candy Reems.
- Lindo nombre falso.
- Gracias.
- ¿No vieron nada más?
- Claro que sí.- Dijo Waylon con
la palma extendida. Otros diez dólares.- Otro blanco bajando las escaleras y
muy apurado. Por eso dije que llueven blancos en esta esquina. Fue más o menos
al mismo tiempo que cuando Candy escuchó el grito.
- ¿Y cómo se veía?- El uniformado
debió estar escondido detrás del buzón, porque al oírlo pegué un brinco. Un
posible testigo lo echa todo a perder.
- Que sé yo, era flaco y
nervioso. Parecía un junkie.
- ¿Nada más?- El uniformado
quiere hacerse al duro.
- ¿Qué me importa a mí? No estoy
escribiendo su biografía.
- Ya es suficiente.- Le hago una
seña al uniformado para que se vaya y les doy otros diez dólares. Waylon dice
algo sobre mi generosidad, pero no sabe que esa carta rota en su bolsillo le
pondrá en el ojo de un huracán de sospechas, confusión y muerte. No habría
aceptado el dinero si lo supiera.
Voy
directo a mi departamento para sacar ropa y municiones. No podré regresar
después, no hasta que los tres chinos dejen de bailar. Le marco a Jenny 9 desde
el bar de la esquina y quedamos de vernos en el parque Trumidor al norte de
Baltic. Madres con carriolas. Novios torpemente haciendo avances como ejércitos
que avanzan y retroceden. Un par de vagabundos buscando comida en los
basureros. En el reflejo de un puesto de salchichas veo que Jenny me sigue. Le
doy vueltas a los caminos de ladrillos para saber si es la única que me sigue.
Jenny trabaja para Jack Lupino, él y yo no tenemos la mejor de las amistades.
Jennifer podrá decir muchas cosas, pero Lupino siempre seduce con su dinero.
Cuando estoy seguro de estar solos me arrincono contra la reproducción mal
hecha de un anfiteatro griego. En cuanto veo su brazo la jalo para mí y la
beso. No sé por qué lo hice. Lupino tiene su dinero, yo tengo mis dudas, pero
Jenny tiene a Jenny.
- Oz, gracias al cielo. Por un
momento pensé que no me ayudarías.- Me gustaría creer que yo también lo creí,
pero me estaría engañando.
- ¿Qué sabes exactamente?
- Lo que te dije por teléfono,
ese sujeto me pagó para que incendiara el edificio. Me dijo que estaría vacío.
Lo revisé y parecía estar vacío. El cuerpo debió estar bien escondido.
- No me mientas Jennifer
Bukowsky.
- Sólo me llamas así cuando te
enojas.
- Tú eres más cuidadosa que eso.-
Le agarro de las muñecas para que vea las marcas del gran incendio. Un pequeño
souvenir que se quedará con ella para siempre.- Tú preguntas por qué, tú
conoces a tus clientes.
- A este no lo conocía, pero
conocía al edificio. Por eso acepté el trabajo. Normalmente Lupino se enojaría,
pero el edificio es de un pelmazo que se rehusaba a vender el edificio para que
Lupino invirtiera en otro restaurante o algo así. Lava dinero con inmuebles.
Pensé que Lupino no tendría problemas si lo incendiaba.
- Cole Presti, bajo las órdenes
del fiscal del distrito, te contrata para ayudar a Lupino, mientras que también
te usan como chivo expiatorio para culparte de la muerte de Oliver Salcedo.- Le
doy un trago a la licorera, pero no me trae ideas.
- ¿Quién es ese?
- Un sujeto que le hizo la vida
de cuadritos al fiscal Galloway. ¿Por qué viniste conmigo y no con Lupino?-
Jenny 9 se acurruca en mi pecho y tiembla de miedo. No puedo evitar oler su
cabello.
- Cuando Presti no se presentó
para pagarme traté de hablar con Lupino, pero no me lo querían pasar. No quiere
hablar conmigo. Creo que me está dejando colgada.
- Si Lupino tiene algo que ver,
tendrá que caer.
- Vamos Oz, nadie puede hacer
eso.
- Yo no, pero los tres chinos
pueden hacer maravillas.
- ¿Qué chinos?
- Nada, es un jazz que toco de
oído. Te llevaré a tu departamento, quiero que recojas tus cosas, no dormirás
ahí esta noche.
- ¿Y dónde dormiremos?
- Tan rápido en ponerlo en
plural.
- ¿Y me equivoco?
- Ese no es el punto. Vamos,
tengo que hacer una llamada.- Jenny me toma del brazo mientras trato de ubicar
a Martin. Pasan mi llamada de un lado a otro, me entretengo con el listín
telefónico para sacar la dirección del proxeneta Waylon Bret. Finalmente doy
con Martin y no suena muy feliz con su nueva asignación.
- ¿Cómo te va en tu caso Oz?
- Se pone interesante Martin,
¿cómo te va a ti?
- Cole Presti se juega las cartas
pegadas al pecho, ahora desapareció. No quiere que hablemos con familiares de
Oliver Salcedo, dice que lo hará él. Ahora estamos moviendo piedras para ver
quién incendió el edificio. ¿Tú no conocías a una incendiaria?
- Tiempo pasado es correcto. Creo
que salió de la ciudad desde hace tiempo.
- Lástima, me hubiera gustado
hacerle unas cuantas preguntas.- Lo sabe, tiene que saberlo. Su tono de voz me
lo dice todo. Puedo confiar en él, ¿pero puedo confiar en que preferirá tirar
su carrera a la basura por mis confusos sentimientos hacia Jennifer? No puedo
arriesgarme.
- Y a mí me gustaría conservar
todo mi cabello, pero así es la vida.
- Triste y honesta confesión.
- Oye, ¿no sabes algo de los
peritos de escena del crimen?
- Escuché que hubo un triple
homicidio y han estado sacando huellas toda la mañana. ¿Aún no llegan a tu
escena?
- Creo que no y me gustaría
hablar con ellos. Estaremos en contacto.
- ¿Qué pasó?- Pone su mano sobre
la mía. Si es una trampa está cubierta de miel. Si no lo es y me altero, la
perderé para siempre. Un volado, mi vida está en juego.
- Presti está blindando a los
familiares de Salcedo, eso significa que algo debe estar ahí. Te dejaré en tu
departamento para que agarres tus cosas y quiero que me hagas un favor. Ubica a
sus familiares, nos podría ser útil. Yo tengo que ir al departamento de Waylon
Bret.
- ¿Y ése quién es?
- Un proxeneta cerca de la escena
del crimen de Felipe Castillo.
- Odio repetirme, pero ¿y ése
quién es?
- El chino muñeca, el chino que
nos pondrá a bailar.
- Confío en ti Oz, pero si Lupino
y el fiscal están juntos en esto, ¿podemos sobrevivir?
No
respondo su pregunta. No me molestaría mentirle si eso la calma un poco, pero
no quiero mentirme a mí mismo. Mientras acerco a Jenny a su edificio y voy a toda
velocidad al de Waylon Bret no dejo de pensar en mi primer saltador. Un
oficinista en el techo, su esposa le dejó por su jefe y se dio cuenta que no
hay luz al final del túnel. Traté de razonar con él, cuando eso no funcionó
traté de mentirle. No quería su muerte en mis manos. Le dije que golpearía a su
jefe, que lo lastimaría en modos que lo harían inútil a una mujer. El sujeto me
miró en completa paz y después saltó. Uno de los uniformados que lo recogía con
pala hizo una broma. Dijo que seguramente el suicida, mientras caía y veía
pasar las ventanas como vería pasar su vida frente a sus ojos, habría pensado
justo antes de estrellarse que hasta ahora todo iba bien. Le solté un gancho al
hígado. Le solté otro a su jefe cuando lo vi al día siguiente en compañía de su
nueva novia. Era un novato, no me gustó el comentario, pero era cierto. En el
frenesí de la caída seguramente no se daría cuenta que estaba cayendo, quizás
sentía que flotaba y que podía permanecer así para siempre. Ahora siento que
floto, que estoy en tierra de nadie con demasiados platos en las manos y
haciendo acrobacias al violín de los tres chinos. Ahora pienso que, hasta
ahora, todo anda bien.
Tengo
suerte, Waylon no está en casa. Me pongo los guantes, me dejo entrar con las
ganzúas y robo un cenicero y una caja de cerillos. Reviso el listín en busca
del número de Cole Presti y llamo con la esperanza de que su esposa esté en
casa. Cole es soltero, pero tengo suerte, su sirvienta contesta. Le hago
plática, hago una encuesta sobre utensilios domésticos y la entrevista la pone
en una rifa por un auto. Puedo escucharla encenderse un cigarro y acercar una
silla. Hablamos por diez minutos y cuelgo. El proxeneta llamó a Cole,
probablemente para informarle del crimen. La tela se va tejiendo, los hilos
invisibles ya comienzan a enredar a los jugadores. Creen que estoy fuera de
circulación, pero nunca había sido tan personal como ahora.
Con
las sirenas a todo lo que dan cruzo la ciudad hasta el edificio de Felipe
Castillo. Aún no han llegado los peritos, pero dicen que vienen en camino. Los
cuerpos ya no están ahí, dejo mensaje para que les digan a los peritos
holgazanes que revisen todo por huellas. Planto el cenicero debajo del
periódico en la mesa y la caja de cerillas detrás del radiador. Los fotógrafos
me pescan saliendo del departamento, un segundo antes y me habrían visto
apoyado contra el radiador con mis guantes puestos. Quieren hacerme
conversación, saben que Galloway me sacó de su investigación. No saben lo
metido que estoy en ella, hasta las rodillas. No tengo tiempo de hablar, voy
directo al departamento de Jenny. Para ahora ya debe tener una maleta lista e
información sobre los familiares de Salcedo.
Lupino
pide un favor y el fiscal entrega, Galloway tiene su propio favor y Lupino
entrega también. El moño de regalo de una amistad duradera. Funciona, pero no
me gusta. Lupino no tiene amigos, solo gente que le debe algo. Si Galloway
quisiera matar a Salcedo, ¿dejaría el cuerpo expuesto para ser visto por la
prensa? Hay algo que no estoy viendo. Construyo mi casa de espejos y humo sobre
arenas movedizas. Avanzo a ciegas con sombras que me persiguen. Jenny sabe de
fuego, ella podría iluminar el túnel. Llego a su edificio, pero no fui el único
con la misma idea. Un auto estacionado sobre el pavimento, dos puertas
abiertas. Interior lujoso, no es de policía ni fiscalía. Uso las escaleras. La
pistola en una mano, el corazón en el otro. Estoy envejeciendo y mi corazón lo
sabe. La puerta está abierta. Jenny se encerró en el baño, los matones tratan
de abrir la puerta con el hacha de incendios. Uso la culata del revólver con
uno, el otro suelta el hacha y se echa a correr. Demasiado cansado para
perseguirlo. El golpeado se va arrastrando. No puedo arrestarlos y no puedo
matarlos, al menos por ahora.
- Ya se fueron.- Jenny abre la
puerta y le doy mi licorera. La termina de un trago. La relleno de su colección
de botellas mientras ella se calma.
- Me invitaron a dar un paseo, no
quise ir.
- Bien hecho. ¿Te lastimaron?
- Nada grave.- Se arregla el
vestido y revisa su habitación. La destrozaron por deporte.
- Tenemos que irnos. Podemos
escondernos en el Manitoba, es un hotel en Marvin Gardens. Lejos de Lupino y
lejos de todo.
- Conozco el lugar.- Rehace su
maleta y se prende un cigarro. La imito y me siento a su lado.
- ¿Segura que estás bien?
- No.
- Yo tampoco. Pero estaremos
mejor.
- ¿Estaremos bien?
- Yo no dije eso, dije que
estaremos mejor. Si todo sale bien.
- ¿Y si sale mal?
- No estaremos mejor.
- Eres un romántico empedernido
Oz.- Se apoya en mi brazo y acaricio su cabello negro.- Se siente bien ¿sabes?
Tener a alguien que no te venderá a la primera señal de peligro o de lucro.
- Sé lo que dices. Se siente
bien.
- ¿Crees que algún día dejemos de
quemarnos mutuamente?
- No puedes quemar las cenizas.-
La beso como si tuviera veinte. Mi corazón sabe que estoy envejeciendo, supongo
que mi cerebro no ha recibido el memorándum. Uno hace cosas raras en nombre del
amor, como plantearse la posibilidad de que quizás, sólo quizás, la otra
persona no te está mintiendo cuando te dice que te ama, te necesita y nunca te
dejará ir.
- Oliver Salcedo tiene una
hermana, le reportó desaparecido desde anoche y un detective le visitó.
- ¿Cole Presti?
- No dijo, pero me imagino que
sí. Le dio la mala noticia. No pude sacarle más, le dije que era reportera de
un diario.
- ¿Conoces a los matones que te
visitaron?
- Sí, uno de ellos es muy cercano
a Rusty Strawson, teniente de Lupino. Él se encarga de las cosas más difíciles,
James Hicks es el teniente de las operaciones más básicas como prostitución y
apuestas ilegales. No conozco mucho a Strawson, pero conozco su reputación. Es
un maldito.
- Quiero hablar con él, una larga
y dolorosa conversación.
- No sé donde vive, pero sé dónde
vive su amante favorita.
Apago
la radio policial. No quiero reportarme aún. Han pasado varias horas, pero si
Strawson planea desaparecer es mejor que visitemos a su amante cuanto antes.
Jenny dice que le entregó varios “favores de fiestas” a su departamento,
heroína, cocaína y tantas pastillas que podrían poner a trabajar a un
boticario. Su nombre es Juliet Ollcot, y estamos a punto de aterrorizarla.
Jenny dice que Rusty le confía con todo. Jenny dice muchas cosas. Jenny dice
que me ama, dice que ahora sabe lo tonta que fue por confiar en Lupino. Me digo
a mí mismo que es como lanzar una moneda, creerle o desconfiar, pero me engaño.
No es nada como eso. Simplemente sale, rebosa sin poder detenerlo. Rebosa para
engañar, matar y utilizar a quien sea necesario para protegerla. Al diablo mi
carrera, he hecho suficientes cosas imperdonables como para saber que hay cosas
más valiosas que la reputación y la vida.
Juliet
Ollcot abre la puerta y Jenny dice algo que no escucho. Juliet me mira a mí sin
confiar demasiado. Le meto un derechazo que la manda volando. Entramos y cierro
con seguro. No hay razón para jugarla a la segura, para jugarla decente. Esto
es guerra, esto es amor, no hay nada limpio en ello. Jenny encuentra grasa de
cocina, acetona y ácidos de cocina. Ya está rociando el lugar para una
barbacoa. Juliet no quiere creerlo. Me mira fijo. Se da cuenta que la mataré
sin dudarlo. La amarro contra la cama y le suelto otro al estómago para que
deje de gritar.
- Tu novio Rusty me hizo enojar.
¿Sabes quién soy?
- No, por favor, no quiero saber.
- Soy Oz. Quiero que lo sepas,
para que le digas al diablo quién te envió.
- ¡No, por favor! Lo que sea que
Rusty les haya hecho, no tuve nada que ver.- Jenny la rocía. Las lágrimas se
mezclan con la acetona y arden.
- ¿En qué está metido Rusty
Strawson y David Galloway?- Le muestro mi encendedor, sabe que no es broma.
Jenny jadea por ver las llamas.
- Rusty estaba ansioso de
terminar con el favor al fiscal, no me dijo qué era pero lo escuché hablando
por teléfono ayer al medio día. Dijo que llevaría a alguien al motel Vic, no sé
dónde queda, pero sé que lo usa mucho porque lo había mencionado antes. Eso es
todo lo que sé.
- ¿Le crees Oz?
- Lo suficiente para no matarla.-
La desmayo de un golpe y la dejamos bien amarrada.
Tarde
o temprano le dirá a Lupino. Lo sé, pero es un riesgo necesario. Jenny conoce
el lugar. La clase de motel donde lo único más falso que las firmas de registro
es la promesa de sábanas limpias. Evito la radio de nuevo, estamos en serie,
embonamos bien, no quiero detenerme. Nos hundimos al infierno, pero de alguna
manera es tan dulce y oscuro como el túnel del amor en una feria. El Vic está
cerca de la carretera. Un lugar tan abandonado y triste como día de las madres
en un orfanato. Jenny coquetea con el dependiente y apunta al último búngalo.
Fuerzo la entrada y entro a escondidas. Todo parece estar en orden. La bañera
del baño está llena, el agua está helada. Debió ser un baño corto, el agua está
limpísima. No hay más nada en el baño, ni siquiera jabones. Casi me rindo con
la habitación, hasta que reviso debajo de la cama. Alguien se divirtió, una
jeringa de vidrio rodó lejos. No puedo unir los puntos. Jenny ya encontró una
testigo. La chica es buena, de eso no hay duda. Demasiado inteligente para ser
policía, aunque lo corrupta ya lo tiene.
- Sí, yo los vi ayer en la
tarde.- La anciana se apoya en su escoba como si bailara con ella y no sale de
su bungaló de limpieza.- No he limpiado esa habitación aún. Nunca viene nadie,
¿para qué molestarse?
- Tiene sentido. ¿Qué vio?
- No sé, ya lo olvidé. Me dieron
cincuenta razones para olvidarlo.
- No me mires a mí Oz, yo estoy
quebrada.
- Está bien, aquí tiene cincuenta
para recordarlo y otros cincuenta para decirlo y no repetirlo jamás.
- Así sí.- Cuenta el dinero y se
lo guarda en el gastado bolsillo de su raído vestido.- Un camión llegó anoche,
uno de esos repartidores, pero sin marca. Estacionó en reversa frente a esa
puerta. Eran dos sujetos. No pude ver bien a uno, porque entró corriendo. El
otro me pagó, todo un caballero. No sé cuándo se fueron o qué anduvieron
haciendo. ¿La habitación está sucia?
- Para nada, puede tomarlo con
calma. ¿Cómo era la persona que le pagó?
- Un sujeto flaco y bien vestido,
tenía marcas de acné en la cara y ojos pequeños.
- Es Rusty Strawson, no hay
duda.- Una caravana de tres autos se estacionan. Autos viejos, son policías.
Hora de irse. Nos despedimos y salimos por la parte trasera mientras que Cole
Presti y sus detectives revisan el lugar.
No
puedo evitarlo más tiempo, me reporto. Dejo a Jenny cerca de Marvin Gardens
para que nos registre y voy a la estación. La juego al inocente. Apesto a
acetona y perfume barato. Me quito el labial del cuello con un pañuelo antes de
entrar al departamento de homicidios. El teniente Simone me intercepta de
camino al baño.
- ¿Alguna novedad con el caso
Castillo?
- Estoy en esas, se me hace que
fue el proxeneta, Waylon Bret. Tenía acceso y creo que tenía motivo también. No
tengo suficiente para revisar su casa sin una orden.
- Mandaré una orden de captura,
eso será suficiente.- Sonrío con el cejo fruncido, pero en mi cabeza se
disparan fuegos artificiales. Una vez arrestado sus huellas serán procesadas y
comparadas con los artículos que planté en el apartamento. El juego de los tres
chinos empieza a cobrar vida.- Por cierto, ¿ha encontrado al posible testigo?
Un uniformado dijo que alguien podría haberlo visto todo, bajaba de la escalera
de incendios.
- ¿Dónde cree que he estado? Es
difícil atrapar a alguien así.
- Encontraron algo interesante en
Felipe Castillo, la mitad de una carta de poker. ¿Alguna idea?
- Sí, eso es grande. Es común en
algunos robos que los participantes se identifiquen de esa forma, si no quieren
revelar sus identidades. Felipe Castillo no me parecía del tipo amante de lo
ajeno, pero uno nunca sabe. Trabajaré el ángulo Waylon Brent, el proxeneta, a
ver a dónde me lleva.
- Hágalo detective, y siga
trabajando su caso, no quiero verlo cerca de Cole Presti.
- ¿Qué voy a hacer, invitarlo a
la graduación? Lo que haga o deje de hacer el fiscal no es mi problema.
- Lo será si se vuelve mi
problema.
- Entendido y anotado.- Aprovecho
que el capitán Parks quiere hablar con él para esfumarme entre los escritorios
y directo a la sala de registros donde vi que Martin se escondía.
- Oz, ¿dónde te habías metido?
- Por aquí y por allá, tratando
de darle sentido al doble homicidio. ¿Tú cómo vas con tu asignación de chico
maravilla?
- No muy bien, Cole es un necio
pero consigue resultados. Acabo de llegar del motel Vic, una trampa de ratas
cerca de la carretera. Y escucha esto, parece que Oliver Salcedo y otro
sospechoso pasaron la noche ahí. No encontramos nada relevante, el lugar ya
había sido limpiado.
- ¿Y cómo llegaron ahí?, ¿lanzó
dardos a un mapa o tiene algún método?- Me siento sobre el escritorio y me
enciendo un cigarro. Martin se relaja y se rasca el incipiente bigote.
- Encontré cerillas del lugar en
el departamento de Mortimer Unger. Al parecer los dos eran muy amigos, según un
camello que recibió un trato de la fiscalía. No estoy muy seguro de la fuente,
pero las cerillas ahí estaban y yo las encontré.
- Vaya, en cualquier momento
podrían darte una placa por eso.- Señalo los archivos sobre el escritorio,
casualmente tratando de leerlos.- ¿Mortimer Unger?
- Sí, nadie lo puede encontrar.
Pensé que quizás si estudiaba dónde había estado antes, podríamos encontrar
dónde está ahora y dónde irá después. Un pequeño truco que el teniente me
enseñó, quizás algún día lo aprendas. Es un médico inmigrante que se enganchó a
la heroína y tiene arrestos por posesión de armas, venta ilegal de armas,
posesión de narcóticos y agente ilegal de apuestas. Según el registro Unger fue
arrestado por última vez en el “Werewolf”, es un lugar de mafiosos ¿no es
cierto?
- Es uno de los bares de Jack
Lupino. Un sujeto tan malo como la tisis y tan feo como el perro que la tiene.
- Recuerdo a Lupino, pero eso es
lo que más me preocupa.
- Tú deja que Cole Presti se dé
de topes con Lupino.
- No es eso Oz, hay una
descripción de la incendiaria que metió un bulto sospechoso al edificio antes
de que ardiera dos horas después. Incendiaria mujer que trabaja con Lupino, ¿a
qué te suena?- Me mira como un sospechoso. Me hago de piedra. Mi sangre se
congela. Los latidos del corazón son tan fuertes que resuenan como tambores y
me delatan. Una gota de sudor sale de mi frente y recorre mi mejilla.- Mira Oz,
si la chica es culpable se acabó. ¿Me entiendes? Si tú tuvieras el caso quizás
todo sería distinto, pero es el caso de Cole Presti y nosotros estamos ahí para
hacerle coro.
- ¿Sabes del reporte de
desaparición que la hermana de Oliver Salcedo levantó anoche?
- No, ¿qué tiene que ver con esa
Jenny 9 que tanto te gusta?
- ¿Entraste al búngalo del motel
Vic?
- ¿Cómo sabes que es un búngalo?,
¿de qué estás hablando?- Se quita el sombrero y nerviosamente mira hacia la
puerta por si alguien espía del otro lado del vidrio humeado.- Dios mío Oz,
sabes dónde está Jennifer Bukowsky.
- ¿Entraste o no?
- Sí, todos lo hicimos después de
Cole.
- ¿Y viste la bañera repleta de
agua helada y la jeringa debajo de la cama?
- ¿La qué?, ¿qué está pasando?
- Yo estuve ahí, minutos antes
que ustedes llegaran y la bañera estaba a rebosar, había una jeringa en el
suelo y la señora de la limpieza me aseguró que no había tocado ese cuarto.
Imagino que tampoco les dijeron que el edificio incendiado es de un competidor
de Jack Lupino que no lo quería vender. Jennifer se confió porque creía estar
trabajando para Lupino, pero estaba equivocada. Cole miente, Jenny no llevó el
cuerpo de Salcedo. El cuerpo ya estaba ahí.
- Madre de Dios, Oz esto es
demasiado. No sé qué hacer.
- No hagas nada, no digas nada y
sigue la corriente.
- Esta noche investigaremos un
testigo que conoce a la incendiaria, le dará a Bukowsky. Parque Olimpic a las
diez, todos estaremos ahí. Cole pidió ser el único en el parque, quiere
arrestarlo a la primera y ser el primero en hablar con él.
- Será un hombre de Lupino, te lo
puedo asegurar. Galloway está metido hasta las rodillas en el lodazal y los dos
quieren a Jenny por esto. Ella no lo hizo Martin.
- De todas las locas criminales
en esta ciudad, ¿por qué te enamoraste de ella?
- No lo sé.
- ¿Cómo sabes que no te está
usando?
- ¿Nunca has apostado nada?
- No así Oz, ¿qué pasará cuando
quieran arrestarla?
- No sé, por eso tengo que
seguirme moviendo.
- Nos conocemos de mucho tiempo
Oz, y ésta es la primera vez que te veo enamorado. Normalmente me alegraría por
ti.
- Lo sé, maldita sea. Es una luz
al final del túnel, podría ser aire libre o un tren a toda velocidad.
- ¿Cómo te puedo ayudar?- Ya no
es un novato. No se lo quiero decir, aunque podría no tener muchas
oportunidades más para decirlo.
- Esto es algo que tengo que
hacer solo, porque si sale mal arruinaré a todos a mi alrededor. Tengo que irme
Martin, tú sigue bailando a la tonada de Presti, pero mantén los ojos abiertos.
- Si necesitas algo, dímelo.
- Gracias Martin, en serio.
Salgo
del edificio fingiendo tranquilidad. Podría escuchar el nombre de Jenny 9 por
la radio policial en cualquier momento. Nueve grandes incendios, eso dice ella,
la verdad es que han sido muchos más, pero finalmente se encontró con uno que
la devoró completa. Lo hará conmigo también si no tengo cuidado. El testigo que
sabe que Felipe Castillo se suicidó es un problema grave, le doy vueltas en la
cabeza al asunto. No quiero matarlo. Un fantasma más a la galería, podría decir
que fue por amor pero lo bueno no siempre lava lo malo. El testigo se presenta
sólo, como invocado por mis pensamientos. Me toma por sorpresa cuando subo al
auto y enciendo la marcha. Es un hispano muerto de hambre con dos dientes de
menos y una ceja de más.
- Yo vi a Felipe matar a Marcia y
pegarse un tiro.
- Lo lamento, esa clase de cosas
deben ser terribles de ver.
- Los escuché pelearse todo el
tiempo, vivo sobre ellos.- Se apoya contra la ventana y contengo mis ganas de
matarlo en el estacionamiento del precinto.- Escuché a los polis, lo cual me
hace preguntarme ¿por qué un detective de homicidios alteraría la escena del
caso más fácil de su carrera? Y creo que sé por qué.
- No me digas.
- Sí te digo, es porque tienes
mucho que perder.
- ¿Cómo te llamas?
- Guardo Molina.
- Porque no nos ahorramos el
baile y vamos directo a los negocios. ¿Cuánto quieres para dejar cerrado ese
hocico?
- Veinte mil, ésta noche.- Lo
pienso con calma mientras él sonríe como un idiota.
- Ésta noche a las diez, pero no
estaré yo ahí. No de inmediato.
- ¿Qué quiere decir eso?
- Quiere decir que si alguien me
aprieta las tuercas me gustaría saber de qué va todo el asunto, ¿cómo sé que
trabajas a solas? A las diez en el parque Olimpic.
- ¿Con los veinte mil?
- Trataré de conseguirlos.
- No me gustan los hipotéticos.
- Palabra refinada Guardo, me
sorprendes. ¿Es tu primera sacudida? Estoy sacudido, pero no es mi primer rodeo
y tú no bailas muy bien. No puedes exigir veinte mil en unas cuantas horas. Mi
banco ya cerró, ¿pensaste en eso?
- No quiero excusas.- Sería muy
fácil tirarle los otros dientes, pero me es más útil con vida.
- No son excusas, como dije,
trataré de juntarlo. Un amigo estará ahí. No puedes perderlo, es grande como un
toro, tiene un bigote canoso y una herida en la barbilla, como unos cuarenta
años. Se llama Cole. Te diré cómo funciona, te acercas a él y le hablas de
baseball. Si finge que no te conoce es porque no pude ir, porque no conseguí el
dinero a tiempo. Tendré que vender algunas cosas.
- ¿Y cómo puedo confiar en tu
amigo?
- No seas idiota Guardo, tú
tienes todas las cartas. Como dije, lo he hecho antes. Y de ambos lados de la
barda. La extorsión debe ser sutil, tendrás tu dinero. Como dije, tienes todas
las cartas.
- Así es poli, y que no se te
olvide.
Salgo
de ahí y me parto de la risa. Las carcajadas se detienen cuando llego al
departamento de Waylon Bret, los uniformados lo arrestarán después. Con
paciencia espero a que saquen huellas y busquen cada rincón, pero la paciencia
se agota. Tengo un juego de cartas que atender, James Hicks ya debe estar teniendo
sus juegos a esta hora. Antes de ir llamo desde el teléfono de la calle y le
pido a Jenny un favor.
- ¿Te gusta el hotel?
- Mejor que estar en mi
departamento.
- Necesito que me hagas un favor.
Necesito echarle más carne al caldo. Necesito un ladrón, o un robo, algo muy
reciente.
- ¿A qué te refieres?
- Siempre hay ladrones que roban
a camellos, ésa clase de cosas. Recuerdo que había uno muy famoso, Gary Evans.
- Sí, lo recuerdo. Lo partieron
en dos con una sierra eléctrica. Sé lo que dices, buscaré entre mis contactos.
¿Tú dónde estarás?
- Quiero jugar cartas con Hicks.
- ¿Son celos o es estrictamente
personal?
- Un poco de ambos. No te
preocupes, no lo voy a lastimar, sólo necesito sus cartas.
- Lastímalo todo lo que quieras
Oz. Me harías un favor.
Encontrar
a Hicks no es difícil. Tiene departamentos por toda la ciudad, uno para cada
día de la semana. Tenía uno para Jenny y él. Mentiría si dijera que no es
personal. Soy incendiario a mi manera, y nada arde mejor que el pasado. Arde y
consume hasta devorar el futuro. Hicks debió oler su perfume en mí, porque me
deja pasar sin hacer preguntas y sabe que no estoy de policía.
- La mínima son dos mil.- Uso los
ahorros que guardo en mi auto. La mayoría dinero de víctimas y sospechosos.
Martin se queja, pero se queda con lo que pueda regalarle a su novia. La moral
es la moral, pero la sonrisa de una mujer es mejor aún.- Para ti son cinco.
- Pensé que ya no vendría nadie
más.- El juego está en la sala. Empresarios y burócratas. Aburridos y forrados.
La clase que a Hicks le enloquece.- ¿Es el doc, viene por dinero para salir de
la ciudad?
- No, él es Oz, un vagabundo que
tiene el molesto hábito de irrumpir en mi vida.- Reparte las cartas y la juego
a la segura. Necesito durar lo suficiente para escoger las cartas correctas.
Con sus huellas y directo a mi caso fantasma.
- Cuidado con este caballeros, si
se descuidan se los come.
- No le hagan caso, tiene mal
carácter.- Enciende un cigarro y me mira fijo. No me ve a los ojos, ve el bulto
debajo de mi abrigo. Noté un bulto en su pantorrilla. Sé que está calculando
quién llegaría primero. Me abro el abrigo, ahora lo sabe.
- Carácter de perro, o de hombre
lobo.
- No te vendas tan caro Oz, las
comparaciones sobran. ¿Cómo está ella?
- ¿No ha hablado contigo?
- No desde que dejó mal parado a
Jack.- Los otros nos miran como juego de tenis. Los listos están listos para
saltar y largarse, los más lentos creen que es emocionante.
- Te manda saludos.
- Que no se moleste, olvido
fácilmente.
- Yo no, tengo memoria
prodigiosa.- Reparte la mano. Todos hacen sus apuestas. Me pongo los guantes.
El momento se acerca.
- ¿Sabes cuál es tu problema? No
sabes del orden natural de las cosas. Si Jack dice que Jenny es historia, es
eso y nada más. Te traicionará como hizo con todos.
- Si Jack la toca lo mato a él, y
a ti.
- Eres un policía, no es tan
fácil.
- Lo es Hicks, lo es. He matado
más gente de la que puedo recordar.- Tiro las cartas sobre mi regazo y me las
guardo sin llamar la atención. El juego se congela. Hicks suda nervioso. Yo no
sudo.- Todos los discursos sobre el miedo, el poder, lo que él puede o no
hacer. No valen para nada cuando no tienes pulso.
- Sigue así y ustedes no tendrán
pulso.
- En el fondo Hicks, sólo hay dos
clases de personas. Los vivos y los muertos.
Le
suelto un golpe a la garganta al de lado que lo manda volando. Levanto la mesa
y saco el arma. Hicks toma su revólver, pero siente la culata de mi pistola en
la cabeza y cae al suelo. Podría matarlo ahora, pero será más útil después.
Todos huyen. Con Hicks desmayado puedo plantar el encendedor de oro de Felipe
Castillo dentro de un cajón en un mueble apartado. Rompo la mitad de una carta
y la dejo bajo una cómoda en su habitación. Lo dejo desmayado, pero con un
mensaje. Las balas de su revólver haciendo fila frente a él. Un recordatorio de
lo que podría pasar. Para él y para mí. Lupino adora la guerra, empujó a sus
compañeros italianos a Marvin Gardens con su estrategia de guerra sin límites.
Es estúpido pensar que sobreviviríamos una guerra, pero sería peor pensar que
no vale la pena pelearla.
La
oficina de peritaje aún trabaja mi caso. Terminaron de procesar la carta en el
calcetín de Felipe Castillo, reina de corazones. El encargado acepta analizarla
de nuevo por una caja de whisky. El precio es alto, pero vale la pena. Para la
mañana las huellas de Hicks estarán en el expediente. Si Hicks ya despertó
debió haber puesto en sobre aviso a Lupino. Se esperará alguna jugada, pero el
juego empezó desde la mañana, hace más de doce horas. Los estoy amarrando, y si
tuviera dos días arrastraría a la ciudad entera por el drenaje por ella.
- ¿Oz, eres tú?
- ¿Estás bien?
- No. Ven rápido.
Dejo
descolgado el teléfono y manejo a toda velocidad hasta el hotel en Marvin
Gardens. Tiembla como una hoja y me abraza en cuanto abro la puerta. Con unos
tragos de vodka la calmo y mientras se acomoda en el sillón frente a la ventana
me cuenta su historia. Las luces de la ciudad la tranquilizan, como mil
luciérnagas embriagadas de frenesí. Lupino la secuestró. La obligó a confesar
frente a un gramófono y lo tiene grabado en un disco para hacer copias. La dejó
ir porque su vida ya no vale nada. Galloway recibirá el disco, tendrá su
convicción y yo me quedaré colgando frente a un caso con más hoyos que el queso
suizo.
- Tengo que irme de la ciudad.
- No servirá de nada muñeca,
Lupino quizás no te alcance en México o en Canadá, pero Galloway sí. Estamos
acorralados, pero no es tan malo. Al menos sabemos para dónde tirar.
- Me las arreglaré solas Oz, no
puedo arrastrarte conmigo.
- Ya estoy en el infierno Jenny, desde hace años.
No pueden arrastrarme más bajo.
- No sé qué habrás hecho Oz, lo
que sea que te dañó como estás, pero no puede ser tan malo.
- Lo es.
- No, te preocupas por alguien
que es mercancía dañada.
- Nos parecemos mucho.- Nos
besamos y ella se tranquiliza. Yo también.
- Estuve revisando entre mis
contactos, me hablaron de Debonte Larkin. Hace robos a camellos en Morton. Se
hizo de la reserva de unos camellos, marihuana y dinero.
- ¿Sabes dónde vive?
- ¿Crees que necesitemos el
dinero?
- Sí, pero no para gastarlo. Los
tres chinos necesitan jugo.
- ¿De qué demonios hablas Larry?
- El juego de los tres chinos es
un jazz rara vez usado para que el detective gane algo de tiempo y pueda
amarrar navajas.
- ¿Por qué le llaman el juego de
los tres chinos?
- Por un caso famoso hace varios
años. Yu, Yin y Yao llaman a la policía, han estado jugando cartas y el cuarto
jugador está muerto. Inmediatamente son procesados, Yu culpa a Yin de haberlo
envenenando, Yin culpa a Yao y él culpa a Yu. El motivo parece claro, la
víctima pasó la noche entera hablando del dineral que había ganado. Murió de
ataque cardiaco y los detectives pasan días buscando el veneno de una lista
larguísima de posibles venenos chinos. La esposa de Yu muere, pero él estaba
siendo interrogado en el momento. En la víctima encuentran un prendedor que
después vinculan a la víctima original.
- ¿Y qué pasó después?
- Nada, Yin y Yao odiaban a Yu, quien tenía motivo pero no tenía
oportunidad. Tampoco encontraron el dinero. La verdad, según confesó uno de
ellos antes de morir, es que nunca existió tal trama. El sujeto simplemente se
murió, Yu quería matar a su esposa y se le ocurrió el método. Cuando los
detectives llegaron los chinos intercambiaron carteras e identificaciones, como
se parecían los polis lo creyeron.
- ¿Y crees que funciona?
- O funciona o falla.
- Eso es reconfortante.
- Es realista. Vayamos a visitar
a Debonte Larkin.
- ¿No te molesta inculpar a
alguien que no tiene nada que ver? Castillo al menos ya estaba muerto.
- Por ti hundiría al Papa si de
algo me sirviera.
La
dirección de Larkin funciona. Un departamento minúsculo en Morton. Soltamos
billetes, engrasamos las manos de los camellos y las prostis para que nos dejen
pasar. No traigo placa, sólo la pistola. Usando las ganzúas entramos en
silencio. Debonte está dormido. Caliento un poco de la heroína que tiene en el
buró a su lado y Jenny me ayuda a inyectarlo. Dulces sueños príncipe.
Registramos cada centímetro del lugar. Estamos por darnos por vencidos hasta
que Jenny se sube a una silla y empuja el cartón barato que hace de techo.
Paquete de varios kilos de hierba y unos 45 mil dólares en una maleta. Le
dejamos unos cuantos billetes como agradecimiento, y la mitad de una de las
cartas con las huellas de Hicks.
Me
reporto con Simone para actualizarlo en el caso. El robo de la marihuana es el
eje del drama cósmico que fabrico cual mago de Oz. Quedamos en registrar el
departamento de Waylon Bret y sus mujeres y arrestarlos para hacerlos sudar un
poco. Agotados regresamos al hotel. Cargo con la radio policial. La escuchamos
sobre una silla en la oscuridad de la habitación. No aparece el nombre de
Jenny, Lupino no ha mandado la grabación aún. Un anuncio neón ilumina su cuerpo
desnudo mientras se pone encima de mí para apagar la radio. Estamos en tierra
de nadie, y no cambiaría de lugares por nada en el mundo.
- ¿Novedades?- Llego temprano al
precinto. Pese a los nervios debo estar radiante. Bebo un poco del café y eso
se quita en dos patadas. El teniente me presiona en cuanto me siento en mi
escritorio.
- Estoy revisando las propiedades
de los Castillo.- Le muestro los expedientes, pero no se molesta en mirarlos.-
Su esposa tiene un departamento. ¿Cómo van con el caso de Galloway?
- Va muy bien, llegarán al fondo
del asunto en cualquier momento.- Detengo al teniente para hablar por teléfono.
La actuación funciona, el viejo Oz no quiere saber detalles y sólo pregunta por
cortesía.
- ¿Y usted quién es?... Ya veo,
¿desde cuándo?... Sí, lamentable su fallecimiento... Me gustaría entrevistarla
si fuera posible, ¿cuánto tiempo estará usted en el departamento? Gracias.- El
departamento está a la venta y tengo una ventana de oportunidad.
- ¿Cree que Castillo estaría
involucrado en el robo?
- Bueno teniente, la verdad es
que este robo es de lo más sospechoso. Creo que hay muchos jugadores
involucrados. Castillo debió tener un rol pequeño, y quizás también el
proxeneta Waylon Bret. Habrá que seguir el rastro. ¿Tengo permiso para
registrar departamentos de Waylon y asociados?
- Los uniformados están a su
disposición detective Ozfelian.- El teniente es frío, calculador. Su expresión
no cambia de verme a mí y de ver llegar a Galloway y Cole Presti.- Fiscal, que
gusto verlo de nuevo. ¿Cómo le fue al pequeño Philip en su operación?
- Mi hijo salió bien, gracias por
preguntar. El caso ha tenido avances y me gustaría discutirlos en la oficina.
En
cuanto el teniente Simone cierra la puerta me doy a la fuga. Tengo más de cinco
kilos de hierba en el vehículo oficial. Me aseguro de que el departamento de
Marcia Castillo esté vacío antes de entrar. No hay muebles, tendré que
improvisar. Uso cinta adhesiva para pegar mil dólares bajo el fregadero y dejo
rastros de marihuana detrás del boiler. Recojo a Jenny en Marvin Gardens. Se ve
bien en su vestido azul. Se ve bien en cualquier vestido. Se lo digo. Primero
el cumplido, después el favor. Le pido que plante el resto de la mercancía en
alguno de los departamentos de Hicks después de embolsarme un poco de dinero
para gastos. Es mucha la tentación y se le ve en la cara. Todo saldrá mal si no
cumple su parte. Se lo digo y hace promesas.
- Iría contigo, pero tengo que
descubrir evidencia en el departamento de Waylon Bret.
- ¿Qué hay de Rusty Strawson?
Parecía muy feliz con el plan para matarme cuando me secuestraron ayer.
- Confía en mí, tengo planes para
él.
Planto
algo de marihuana en el departamento de Waylon Bret. Llamo a las patrullas y
llego media hora después. Lo encontraron todo, Waylon está metido en el juego.
Conforme los tres chinos llegan a su clímax crece en mí la incertidumbre. Estoy
cerca, pero de nada servirá si no descifro el ángulo de Galloway y Lupino. La
voz de Jenny entrará a los registros públicos y aún no logro encontrarle
sentido al rompecabezas. No conozco a ese Mortimer Unger en quien estaba tan
interesado Martin, como tampoco entiendo lo que ocurrió en aquel motel, a
excepción que Cole quería desaparecer la evidencia comprometedora de su jefe.
Me avisan que Waylon Bret suda su peso en la sala de interrogación. No tengo
nada que decirle, pero tengo que presentarme.
- Déjenlo ahí un par de horas, es
sólo un peón.- Me escondo del teniente. Lo mantengo todo bajo el agua. Simone
no se da cuenta, pero Presti es un tiburón y nada bajo el agua. Me sorprende
por la espalda. Tiene una mano en la pistolera.
- ¿Cómo va su caso detective?
- Un montón de buenos para nada
robando marihuana y dinero. Nada que salga en los encabezados. Eso se los dejo
a ustedes. ¿Encontraron a Mortimer Unger?
- No puedo discutirlo.- No es
buena señal. El arma en la sobaquera me pesa, pero el revólver de Felipe
Castillo en la parte trasera de mi cinturón me pesa más.- ¿Conoce a una
Jennifer Bukowsky?
- ¿Incendiaria de estatura media,
pelo negro, ojos verdes y marcas en los brazos?
- La misma.- Se enciende un
cigarro apoyado contra el espejo de doble cara. Deja apoyado su encendedor
dorado.
- No, no la conozco. ¿Quiere
invitarla con sus padres para convencerlos que no está enamorado del fiscal?-
Cole sonríe y me apunta divertido. La rutina no durará para siempre.
- Jenny 9 es una persona de interés
en nuestro caso.
- ¿Es sospechosa?
- No puedo discutirlo con usted.
- Entonces no pregunte.
- ¿Durmió anoche en su
departamento?
- No, su madre quería compañía.-
Enciendo un cigarro mientras el otro enrojece de furia.
- Mire Ozfelian, está en hielo
delgado de por sí.- Lo hice enojar. Hacemos el baile. Intercambiamos lugares.
Nos movemos en círculo. Mi mano se posa sobre su encendedor y lo robo. En el
baile de los tres chinos se hacen planes todo el tiempo.- Si conoce su
paradero, más le vale decírmelo ahora y ahorrarse algunas preguntas
embarazosas. La encontraremos, con o sin usted.
- Tú no encontrarías tu trasero
aunque te metieras esa pistola hasta la culata y jalaras el gatillo.- Da un
paso al frente y me apunta. Le quito el dedo de encima. Competencia de miradas.
- He oído de usted, un dinosaurio
en vías de extinción. Gente como usted no sólo pierde la placa, pierde la vida.
Tienes tanto estiércol encima que me da asco estar cerca de ti.
- Puedo nadar en él, pero
Galloway y tu jefe Lupino pueden ahogarse.- El momento no podría ser peor.
Guardo Molina cruza la esquina y me mira discutiendo. No puedo dejar que me
hable.- Yo haré mi trabajo y usted el suyo. Que las piezas caigan donde puedan.
- La próxima vez que hablemos no
tendré tanta paciencia.
Le
hago señas a Guardo que camine y le acompaño fuera del precinto. Cole no nos
sigue, pero estoy seguro que lo vio. Seguro que en cuanto Guardo abra la boca
mi casa de cartas se vendrá abajo. Compartiré la celda con algún matón de Jack
Lupino y Jenny tendrá suerte de sobrevivir una semana. No iré a prisión. Se lo
digo a Molina. Le digo que pagaré. Me dice que el precio ahora son 100 de los
grandes, anuales. En un año su testimonio no valdrá para nada. Tendré 365 días
para matarlo sin que nadie se dé cuenta. Conozco 365 maneras para hacerlo.
- Tu amigo hizo como que no me
conocía. Quiero mi dinero Oz.- Le llevo por callejuelas hasta la entrada de un
estacionamiento abandonado.- No me desesperes, tengo mal carácter cuando me
desespero. ¿Por qué no simplemente les digo lo que sé?
- Porque entonces pierdes tu
dinero, ¿quieres arriesgar 200 de los grandes?
- ¿Cómo sé que lo dices en serio?
- Te daré un adelanto, cincuenta
hoy mismo. Mañana cien, el resto la próxima semana.
- No sé.- un auto se estaciona
frente a nosotros. No es policía, es Lupino en persona. Camino al interior del
estacionamiento jalando del brazo a Guardo, quien no reconoce al hombre lobo.
- ¿Tienes un nuevo amigo Oz?-
Apretado de ambos lados.- Tú y Jenny son historia, pero te ofrezco un trato. Un
empleo seguro conmigo. Eres un bastardo cruel y amoral, serás bien apreciado.
Jenny está perdida, déjala ir. Ese disco es la evidencia que Galloway necesita,
y te hundirá a ti también si no te avispas. Haz lo que te conviene, como
siempre has hecho. No sería la primera vez.
- ¿Y este quién demonios es?
- Más respeto Guardo, él es Jack
Lupino. ¿Nunca escuchaste del sujeto que enfrío en un estacionamiento? Es un
tipo de cuidado con más ladrido que mordida.
Saco
el revólver de Castillo antes que Lupino se dé cuenta y lo golpeo con la
culata. Guardo trata de escapar, pero lo mato de un tiro en la cabeza. Jack
trata de levantarse pero me hinco sobre su pecho y lo golpeo de nuevo. Trata de
sacar su arma, pero se la quito. Un último golpe le deja inconsciente el tiempo
suficiente para limpiar mis huellas y plantar las suyas. Tiro la pistola en un
drenaje y con guantes le coloco a Guardo una de las medias cartas con las
huellas de Hicks. El chofer de Lupino corre hacia su jefe, pero estoy demasiado
lejos para que me dispare. Corro por varias cuadras, no que sirva de algo,
estoy oficialmente muerto. Tierra de nadie, más allá de los avisos y el
desierto de calaveras que urgen a los nómadas a regresar. Le pago a una prosti
para que llame a Martin y le avise del altercado. Ha pasado una hora, tiempo
suficiente para que Lupino dé la orden de exterminio. Tiempo suficiente para
que el fiscal mande levantar órdenes de aprehensión con mi nombre y el de
Jennifer Bukowsky.
- ¿Jenny, todo bien?
- Estar encerrada aquí me está
volviendo loca. Entregué lo que me pediste. Suenas cansado, ¿qué ocurre?- Me
enciendo un cigarro y me siento en un banco de la cafetería.
- Tuve una discusión con Lupino,
nada grave. Necesito que hagas algo peligroso y no puedo apoyarte. Tengo que
estar en otra parte.
- ¿De qué se trata?
- Necesito que vayas con Rusty
Strawson, o hables con él.
- El maldito me quiere muerta,
¿qué le voy a decir?
- Le dirás que quieres salvar tu
pellejo.
- Me matará al momento Oz.
- No si me ofreces a mí. Dile que
estaré en el estacionamiento del edificio Reardon, el piso de hasta abajo. A
las tres de la tarde.- Silencio en la otra línea. No sabe qué pensar.
- Dime que no estarás ahí.
- Probablemente sí. Jenny, te lo
ruego, tienes que confiar en mí.
- Oz, no te venderé. Mi cuello no
vale lo suficiente.
- Confía en el mago de Oz.
Cuelgo
y salgo a toda velocidad. Jenny podría hacerlo. Podría usar la marihuana y el
dinero que debió haberle plantado a Hicks para hacer un trato. Quizás hasta le
darían el disco con su confesión. Ella piensa lo mismo de mí. Podría
sacrificarla, zafarme del problema y mandarla a una trampa mortal. Lo he hecho
antes, ella también. No es una apuesta segura, pero es mi única carta.
Aún
no hay orden de arresto en la radio policial cuando llego al departamento de
Cole Presti. Podría ser que hay un trato, podría ser que no existe el disco,
podría ser que Lupino no lo ha mandado. Podrían ser muchas cosas, pero mientras
no conozca la tonada del tango que Lupino y Galloway están bailando no tendré
certezas. Es bueno tener a Jenny, es mejor tener certezas. Las tres cerraduras
abren fácil. La sirvienta no está y los vecinos parecen estar fuera,
trabajando. Debajo de la cama encuentro los expedientes vergonzosos de Oliver
Salcedo. Material de chantaje. Él suelta el hueso, olvida la demanda o el mundo
se entera que le gustaban los niños y su hermano el empresario es adicto a la
heroína. No tiene sentido. ¿Para qué pedirle a Lupino que lo mate? No hay duda
que el hombre lobo se codea con el fiscal y su detective, encuentro un ticket
del restaurante Musso’s de Lupino.
Tengo que navegar
entre las extensas colecciones de pornografía sádica que la sirvienta
meticulosamente guarda en los libreros entre libros de leyes y procesos
judiciales. Quizás le parezca vergonzoso a ella, pero ambas cosas se parecen
mucho. Reviso las bolsas de basura, mucha comida china y algunos condones
usados, hasta que encuentro algo que no encajan. Hay docenas de recibos y
cuentas por pagar, pero hay una para envío inmediato de carne en refrigeración
a Tijuana. El envío fue antier. La imagen se hace más nítida. Robo los
expedientes de Salcedo y antes de salir reparo en el periódico a un lado del
teléfono. Anoto la dirección que apuntó en el matutino y salgo después de
asegurarme de haber dejado todo en su lugar. Regreso al precinto, aún no hay
órdenes de aprehensión, aún tengo pulso, es momento de jalar los hilos chinos y
arrastrar a Hicks.
- Una orden de arresto y de registro
de todas sus propiedades. Tengo razones para creer que está metido hasta las
rodillas en esto.- El teniente Simone me mira en silencio y sin moverse.
Calcula y estudia, analiza cada detalle y lo procesa en ese iceberg que pasa
por cerebro.
- Dudo que sea posible, el fiscal
pidió tiempo para armar su propio caso sobre las actividades ilegales de Jack
Lupino y toda su organización.
- ¿Y eso qué? James Hicks está
involucrado en el robo y la muerte de al menos dos personas. Necesito revisar
sus departamentos para saber si tiene o no más de esas cartas. Creo que fue él
quién mató a los Castillo para quedarse con la droga y el dinero. Según los
forenses es su huella en la media carta que encontraron en el calcetín de
Felipe Castillo.
- Suena sólido y en lo personal
concuerdo con usted detective, pero me temo que el fiscal se ha metido a mi
cocina. No me gusta, tampoco me gustaba fuera de ella, pero así es.
- ¿Vino a quejarse Ozfelian?-
Cole entra a la oficina y cierra la puerta. El teniente lo mira con la misma
frialdad que mira a su bote de basura. No le gusta que entren sin anunciarse.
- Aunque te parezca mentira,
algunos de nosotros sí hacemos nuestro trabajo. Esto no tiene nada que ver con
la muerte de Oliver Salcedo.
- ¿Dónde está Jenny 9?
- ¿Otra vez con esto?, ¿crees que
si lo preguntas suficientes veces te diré algo que no sé? No he visto a
Jennifer Bukowsky desde hace más de un mes.
- Usted no durmió en su
departamento anoche.
- Lo que haga o deje de hacer un
detective como Larry Gustav Ozfelian después de sus asignadas horas de trabajo,
no es problema suyo.- El teniente se enoja, a su manera.
- Me gustaría saber más sobre su
caso.
- Felipe Castillo y Waylon Bret
estuvieron implicados en el robo de varios kilos de marihuana y mucho dinero.
Se dice que Debonte Larkin, ladrón de camellos oriundo de Morton, fue el primer
ladrón. Tengo buenas y sólidas razones para pensar que James Hicks, teniente de
Jack Lupino, orquestó el robo con Larkin y después mató a Felipe Castillo por
el producto y el dinero. Tengo su huella en media carta de póker en su
calcetín, como la que encontraron en el departamento de Waylon Bret junto a
restos de marihuana. Esas cartas son usadas como identificación, para ocultar
identidades, pero Hicks sabía quiénes eran y tomó ventaja.
- ¿Y además de la huella que más
tiene?- Cole ya no suena tan seguro. La mentira es tan convincente que hasta yo
mismo la empiezo a creer.
- Un testigo, Guardo Molina,
quien bajaba de la escalera de incendio cuando ocurrió. Él es el testigo
teniente, un bueno para nada, pero testigo material de la ejecución a manos de
Hicks. Quiero arrestar a ese maldito, volver a encontrar a Guardo y armar el
caso. Eso, si el fiscal tiene ganas de hacer algo más que cubrirse el trasero
con el asunto de Salcedo.
- ¿No se ha enterado detective?-
El teniente busca entre las ordenadas pilas de expedientes y me pasa el reporte
de la muerte de Guardo Molina. Es una sensación extraña el ver mi mano de obra
desde una perspectiva de inocencia.- Fue asesinado en la mañana. Balística confirmó
que es la misma arma que mató a los Castillo. La tenía registrada a nombre de
Felipe Castillo.
- Muerto por su propia arma...
¿El revólver tiene las huellas de Hicks?
- Aún no se han revisado.- Martin
se asoma a la oficina y espera fuera.
- El fiscal Galloway querrá todas
sus notas, las anexaremos al expediente que yo mismo trabajaré.- Extiende la
mano para recibir el fólder con el reporte de Guardo, pero el teniente ni se
inmuta. Odia que le quiten los casos de esa manera. Lo mínimo que Presti puede hacer
es esforzarse por agarrarlo con su propio esfuerzo.
- Anda, regresa a tu dueño.- Cole
me mira sin decir nada, calibrando sus posibilidades y se va. Me despido del
teniente y Martin me acorrala contra el botellón de agua.
- Oz, yo fui el detective primario
en la muerte de Guardo Molina. No conseguí nada claro, algunos amigos
mencionaron que esperaba hacer un dineral.
- ¿Crees que haya estado
involucrado en el robo desde el principio?- Vamos Martin, demuestra que no eres
un novato, demuestra que recuerdas la cara.
- No sé, pero yo lo había visto
antes. En el parque Olimpic, se acercó a Cole y hablaron. No sé de qué. Dijo
que no lo reconocía, que fue un loco más como suelen haber en el parque en la
noche. Pero si esperaba mucho dinero, ¿tú crees que Cole era el medio?
- Probablemente.- Suficiente
sangre y cualquier cosa se vuelve real.
- Quizás fue quién le dijo sobre
Jenny 9, no sé Oz, creo que nuestros casos tienen relación.
- Además del nombre de Jenny, ¿ha
habido algún adelanto?
- No logro encontrar a Unger, el
sujeto es un delincuente de carrera pero no consigo nada.- La idea me nace de
golpe. Es un tiro en la oscuridad, pero vale la pena intentarlo.
- Sigue tratando, y avísame
cuando estén listos para arrestar a Jenny.
- Lo haré, buena suerte Oz.
- Ya me conoces chico, yo hago mi
propia suerte.
Me
llevo una foto de Mortimer Unger y visito la dirección que Presti anotó sobre
el diario a un lado de su teléfono. El lugar es una empaquetadora, uno de los
muchos negocios de Lupino. Ronda de preguntas y respuestas. Algunos vecinos lo
han visto, otros no, otros están demasiado borrachos para contestar la
pregunta. El barrio industrial, donde los sueños van a morir. A nadie le
interesa. Pruebo con la fábrica. Lo identifican de inmediato, Unger es el
doctor de planta para accidentes. Lupino no gasta en seguros u hospitales. No
llegó a trabajar en la mañana. Un último intento con los vecinos. Una mesera
sale de su turno y reconoce a Unger, aunque no por nombre. Trabajaba temprano,
a eso de las cinco y media, cuando vio a Unger ser arrastrado por otro hombre a
un auto. Le describo a Cole Presti y lo reconoce de inmediato. Le agradezco y
miro la hora, ya casi es momento para mi cita con Rusty Strawson.
Localizo
a Cole Presti y emparejo mi auto con el suyo. Lo hago breve y conciso. Le
muestro el material de chantaje que robé de su casa. Le daré a Jenny 9 y los
expedientes. Ha picado el anzuelo, quiere saber dónde y cuándo. Estacionamiento
del edificio Reardon, último piso, a las tres. Le dejo la mitad del material como
prueba de buena fe. Si manda a sus matones, yo gano. Si lo hace en persona, yo
gano. Si no se aparece, tengo mis planes de reserva. Sonríe cuando acelera y se
va. Él cree que es duro, pero yo perdí mi conciencia hace mucho. Ha dejado de
sorprenderme de lo que soy capaz. Eso debería suscitarme alguna emoción
contradictoria. No soy tan complicado. Amas y proteges lo que amas. El infierno
deja de arder cuando te acostumbras. Tratas de creer que al jalarlos para abajo
de alguna forma te impulsas hacia arriba, es mentira. El infierno no es un
lugar, es saber que sin importar qué hagas, estás condenado y maldito.
- Ya era hora.- Strawson ha
estado esperando por media hora. Yo he esperado oculto por más de una hora.
Entré por el acceso trasero y usé las escaleras de emergencia. Strawson se fuma
uno tras otro creyendo que la figura solitaria que baja por la rampa soy yo. Es
Cole Presti.- Lupino no creyó que fueras a llegar, pensó que Jenny nos estaba
tomando el pelo.
- ¿Lupino te envió? No es lo que
esperaba.
- Cole, ¿qué demonios haces aquí?
No me digas que has cambiado de equipo.
- Ese perdedor no es equipo
alguno. Galloway y yo estamos en el mismo barco, aunque no muy felices.
- A Jack le gusta solidificar
amistades. ¿Qué haces aquí?
- Pensé que eras Ozfelian.
- Y yo pensé que tú eras
Ozfelian. Esos amantes son patéticos.
- Y yo ya me harté. Dile a Jack
que lo haremos a nuestro modo primero, pueden matarlos cuando estén en prisión.
Jack no pierde nada.
- Quién sabe, capaz que tienes
razón, me encantaría ver a Oz vistiendo propiedad estatal.- Cole se va y Rusty
se acaba el cigarro para irse por la puerta trasera.
Me
muevo entre los coches sin hacer ruido. El eco de sus pasos es pesado, no se da
cuenta que estoy detrás de él. No se da cuenta que tengo una cuerda entre mis
manos. No se da cuenta hasta que lo ahorco. Strawson es un tipo duro, pero le
tomé por sorpresa. Suelta manotazos y trata de zafarse al golpearme contra un
auto. Nadie lo escucha mientras desesperadamente trata de respirar. Sus
esfuerzos se hacen débiles y su cuerpo queda flácido como un muñeco de trapo.
Tiro el encendedor dorado de Cole Presti debajo de un auto y uso la escalera de
emergencia para llamar a Martin desde el teléfono del lobby. Le pido que
encuentre el cuerpo antes que el fiscal tenga tiempo de borrar la evidencia, y
que arreste y registre a James Hicks en todas sus propiedades. No está seguro
que el teniente lo apruebe, pero le aseguro que lo hará. Me pregunta si yo maté
a alguien. No digo nada.
- Oz, gracias a Dios.- Jenny me
besa desde que entro a la habitación con la radio policial bajo el brazo.-
Pensé que estabas muerto. No hay que hacer esto nunca más.
- Sí, los tres chinos me matarán
de un ataque al corazón.
Enciendo la radio y lo
dejo sobre la silla a un lado de la cama. Jenny me quita el abrigo y desabotona
mi camisa. Se desnuda y no quiero detenerla. No quiero decirle que Galloway nos
mandará a prisión y Lupino nos matará ahí. Ella lo sabe y no le importa. Ambos
estamos malditos. Ambos somos tan iguales que la atracción derrumbaría al hotel
entero. La radio vomita las tragedias. Códigos y números, direcciones y
apellidos. Son los gemidos de una ciudad moribunda y enferma, una bestia
furiosa y fuera de control. Jenny y yo somos así. Nos tomamos todo el tiempo
del mundo. La radio profetiza el final. La radio escupe sus códigos hipócritas
que enmascaran la realidad más obvia, la ciudad nos tragó a todos y nos
arrastró al infierno. Fumamos plácidamente hasta escuchar nuestros nombres.
Jennifer Bukowsky y el detective Larry Gustav Ozfelian. Perezosamente alcanzo
el teléfono. El instante que marque el número del precinto nuestra utopía se
habrá caído en pedazos. Jenny sugiere quedarnos como estamos lejos de todo. La
policía derrumbará la puerta tarde o temprano, pero al menos sabremos que por
un tiempo estuvimos juntos y nada más se interpuso en el camino. Mejor eso que
nada. No me rindo, soy una bestia herida y furiosa que lanza zarpazos y que
busca sangre, aún no me sacio de ella.
- ¿Teniente? Soy Oz.
- Detective, le recomiendo que
venga de inmediato. Me tome la libertad de contactar con su representante
sindical y un excelente abogado experto en la materia.
- Sea honesto teniente,
¿realmente cree que soy de la clase que se rinde?
- No, no realmente.- Me río de su
tono monótono y frío. Jenny se acomoda sobre mi pecho y me enciende un cigarro
mientras sus piernas desnudas juegan con las mías.- Bukowsky es buscada por
homicidio y causar el incendio, usted por obstrucción de la justicia y
complicidad después del hecho. No son cargos tan graves, podría mantenerse
fuera de prisión.
- Gracias por la preocupación.
- No puede esperar, honestamente,
que sus mentiras y la sangre que ha vertido por más de quince brutales y corruptos
años no quedarán sin pagar.
- Nadie esperaba que el mundo
fuera redondo, pero así fue. Y si tengo que pagar, no será hoy. No con Galloway
y Lupino. No por ellos. ¿Está Martin?
- ¿Está consciente que si lo
comunico con él, el fiscal Galloway podría interpretarlo como un intento, por
mi parte, de asistir en su fuga?
- Estoy consciente que detesta al
fiscal casi tanto como yo.
- Buen punto.- Le escucho hablar
con Martin y conectar la llamada. Vincent Simone tiene su sentido del humor.
Está escondido junto al santo grial, pero lo tiene.
- ¿Oz? Dios mío todo mundo se
volvió loco. Te están buscando Larry, tienes que hacer algo.
- Calma novato, apenas caliento
motores.- Jenny me embriaga.- ¿Pudiste arrestar a Hicks?
- ¿Bromeas? Ha sido un huracán.
Tenemos a Hicks por posesión de drogas, encontramos muchísimos paquetes en uno
de sus departamentos y fajos enteros de dinero. Encontramos una de las tarjetas
cortadas a la mitad que le vinculan al robo. Galloway estaba furioso conmigo,
amenazó con quitarme la placa.
- Bien hecho chico, ya vas
aprendiendo.
- Eso no es todo. Arrestamos a
Cole Presti por el homicidio de Rusty Strawson. Revisamos su departamento y el
proxeneta, Waylon Bret, le llamó. Aunque Waylon se obstina en decir lo
contrario. Encontramos su encendedor dorado cerca de Strawson. Galloway estalló
y mandó la orden de captura para ustedes dos. Por cierto, las huellas de Lupino
están en el arma que mató a Guardo Molina, pero nadie se atreve a tocar el
tema. Ese Galloway ya muestra sus verdaderos colores, se le cae encima el mundo
y amenazó con reprimendas para que dejemos a Lupino en paz.
- Fácil viene, fácil se va. Te
llamaré en un rato, necesito pedirte un último favor.
- Déjame adivinar, no te vas a
rendir.
- Aún no estoy muerto.- Cuelgo y
suspiro. Hora de irme. Los tres chinos están terminando su canción, el juego de
las sillas llegará a su abrupto final.
- Nos busca medio mundo Oz, ¿por
qué estás tan tranquilo?
- Ya casi estamos en casa.
Necesito que confíes en mí en una última cosa.
- Lo que sea.
- Quiero que vayas directo con
Galloway y te entregues.
- Todo menos eso.
- No, espera, tiene sentido.
Tienes que ir directo con él, con nadie más. ¿Entiendes?
- No, no entiendo. ¿Tu idea de
libertad es que me entregue a la persona que me quiere matar?
- Sí. Hay algunos detalles.
Le
explico el plan, detalle a detalle. No está convencida, pero lo hará de todas
formas. Le digo mi plan y le gusta, pero todo depende de ella. Hago el tour
Lupino, cada uno de sus restaurantes y bares. Contrato a una prosti que se ve
medianamente decente, le pago 100 dólares para que entre y revise. No necesita
hacer nada más. Cada minuto es un riesgo. Cada patrulla es como escuchar a los
perros ladrando cada vez más cerca. Tengo suerte, está en Musso’s, mi cuarta
parada. Le marco a Martin desde un teléfono público y le explico mi problema.
Martin le avisa casualmente al fiscal que hará una redada al Musso’s, sin
importarle si con ello pierde la placa y la pensión. Ubico el auto de Lupino y
espero la cadena de eventos. Un dominó cae sobre otro. Galloway le avisa a su
amigo. Fatal como un reloj.
Lupino
entra en su auto, pero el chofer no llega tan lejos. Lo desmayo con la culata
del revólver y secuestro al hombre lobo. Sus hombres se dan cuenta de lo que
ocurrió, pero evado la persecución fácilmente. En la primera parada que puedo
lo golpeo, le quito el arma y lo esposo. Lanza acusaciones y amenazas durante
todo el trayecto. Yo no digo nada. No estoy ahí para asustarlo, y finalmente lo
entiende, estoy ahí para matarlo. Fin de la línea. Lo llevo a rastras a un
edificio abandonado y lo esposo contra la tubería expuesta del sótano.
- La grabación ya está en la
fiscalía, no hay nada que puedas hacer. ¿Crees que un policía, odiado por su
propio departamento, y una cualquiera pueden cambiar eso? Tengo amigos en
lugares poderosos, juego golf con el alcalde, no puedes hacerme nada.
- ¿De qué te sirven tus amistades
si estás muerto?- Le suelto una cachetada y me escupe sangre.
- ¿Vale la pena tanto problema
por una ramera envejecida y buena para nada?
- Vale la pena matarte por ella.
- Eres un idiota y un ciego, no
tienes idea de lo que pasa.- Me enciendo un cigarro y lo pateo para mantenerlo
en el suelo.
- Tengo una muy buena idea. El
fiscal de distrito tiene un hijo que necesita un trasplante de riñones. Tú
ofreciste ayudarlo, pero el donante forzado era un viejo enemigo del fiscal. Le
sacaron los riñones en esa habitación de hotel, con la tina con hielo para
preservar el cuerpo. Cole Presti se encargó de enviarlos a Tijuana, congelados
como paquete de carnes. Unger fue el doctor, probablemente tenía más deuda de
la que podía pagar en esa empaquetadora. Llevaron el cuerpo de Salcedo al
edificio, y le pediste a Galloway que regresara el favor contratando a un
incendiario para que quemara el edificio del competidor que no te lo quería
vender. Entre las cenizas encontrarían el cuerpo de Salcedo, todos sospecharían
del fiscal y tú le tendrías bien amarrado. La única persona que sobraba era
Jenny, Cole le había contratado en persona y podía volverse un problema. Cole
probablemente mató a Unger esta mañana, ¿fuiste tú quién le dijo donde
encontrarle?
- Ese idiota no lo habría
encontrado nunca, se aseguró que el motel estuviera limpio, Galloway quería mi
ayuda. Hasta le di la grabación con la voz de tu preciada Jenny.- Vacío los
botes de aceite y gasolina que encuentro por las partes en construcción. Lupino
escupe y tose, los humos arden sus ojos.- Ella sabía Oz, tenía que saberlo. Leí
el reporte del incendio, puso aceleradores a pocos metros de donde Strawson
dejó el cuerpo de Salcedo en una tina con gasolina. Lo sabía, lo debió haber
visto aún vivo y pidiendo ayuda, pero el dinero que le dieron de entrada era
demasiado bueno, diez mil dólares. Tenía que saberlo, ¿puedes vivir con eso?
Ella te ha estado usando.
- Oye Lupino, ¿a quién crees que
le hablas?- Enciendo mi encendedor y mira la llama.
- Vamos Oz, ¿a cuánta gente
mataste para mí? La mayoría camellos y proxenetas, pero no finjas ahora que
nunca mataste a alguien inocente.
- Ya fue suficiente.- Galloway
baja las escaleras junto con Jenny 9. Tiene un arma, y no le está apuntando a
Lupino.- Philip está bien, gracias a Dios. Ese trasplante salvó su vida.
- Me alegra saberlo fiscal.-
Enciendo de nuevo el encendedor. Estoy parado sobre un charco de gasolina. Me
mataría, pero también a Lupino.- Cole Presti tenía que caer, trató de matar a
Jenny y eso no me gusta. También tiré a los dos tenientes de Lupino. Piénselo
Galloway, ¿quiere vivir bajo el yugo de Lupino el resto de su vida?
- No tengo otra opción.
- Sí la tiene. El titiritero
tiene tantos hilos que se ahorca solo.
- Tiene amigos.
- No, tiene gente que le debe.
Con él muerto y su mafia en desorden, nadie podrá recoger lo debido.- Galloway
se acerca, pero está indeciso. Se aleja del charco de gasolina y medita sus
posibilidades con la mirada fija en mi encendedor.
- Oz por favor, no lo hagas.-
Jenny sabe lo que planeo hacer.- No valgo la pena, no tienes que hacerlo. El
fuego no es buena manera de morir.
- Vales la pena Jenny, no me
importa si sabías que Salcedo estaba ahí o si te pagaron. Vales la pena.- Me
siento en la gasolina y Galloway suda nervioso alternando objetivos.
- ¿Qué esperas Galloway? Quítale
el encendedor y mátalo. Sabes lo que pasará si no lo haces.
- Inténtalo Galloway y lo dejo
caer. Me matas a mí pierdes a tu titiritero, pero también a tu único aliado.
Tienes que hacerlo tú, ¿no lo ves? Es la única manera de ganar tu libertad.
- No seas idiota,- Lupino pierde
su usual compostura y se muestra como el lobo sediento de sangre que siempre ha
sido. Forcejea contra la tubería hasta que sus muñecas sangran.- sólo hay dos
clases de personas y lo sabes. Los de arriba y los de abajo. Ayúdame y seguirás
estando arriba.
- Ahí es donde te equivocas
Lupino.- Jack me mira a mí, pero Galloway se le acerca con el martillo listo.-
Sólo hay dos clases de personas, los vivos y los muertos.
- No te atreverías, siempre
fuiste demasiado débil.- El disparo resuena con un eco que parece cimbrar la
estructura entera con la vida de Lupino, su rapiña y sus manipulaciones.
- ¿Y ahora qué?- Apago mi
encendedor y Jenny corre para secarme de la gasolina usando los trapos que
encuentra a su alrededor.
- Libera a Jenny de todos sus
cargos. Ella te trajo aquí después de todo. La confesión fue forzada y todo lo
que Cole Presti reportó son frutos del árbol prohibido. Puede salir de esto
como un héroe.
- ¿Y qué hay de ti Oz?
- Manda retirar la orden en mi
contra, eso estaría bien. Por lo demás, los tres chinos dejaron de jugar. Usted
se va a casa con su hijo, yo iré a mi departamento con una peligrosa
incendiaria. Todos tenemos lo que queríamos.
Jenny
y yo nos fuimos sin mirar atrás. Encendí la radio policial en mi auto y ella lo
apagó. Basta de eso. Nos tenemos mutuamente. El teniente espera en mi puerta.
El traje no se ha arrugado y se mira las uñas con cierto orgullo. Me contó
sobre un caso en el que trabajó, donde había tres chinos y un caso imposible.
Él lo descifró, no hubo confesión alguna. Me dejó jugarla, sabiendo que podría
lastimar al fiscal, quien había sido su enemigo por años. Le expliqué lo que
había pasado y sonrió como un buitre. Simone tiene una nueva pieza en su juego
de ajedrez. Me deja ir, planeando alegremente su próxima movida política. No le
presto atención, Jenny abre la puerta y me jala dentro. Juntos en el infierno,
pero de algún modo las llamas ya no se sienten.
No hay comentarios :
Publicar un comentario