La muerte roja en:
El misterio de la lámpara roja
Por: Sebastián Ohem
Moe
Vitch llegó a su casa. Cansado del trabajo. Enciende la luz. Ve la luz, y luego
la luz al final del túnel. Él no fue el primero, pero tardaron en unir los
puntos. Veronica Martin y otras tres personas antes de él. Incendios por toda
la ciudad. Los reportes son confusos al principio. Conozco esa clase de
confusión. Cuando la policía sabe lo que pasa, pero no se decide a reportarlo.
Francis Meyers sobrevivió. Habló con la prensa. Se desató la tormenta. Gasolina
en el foco. Se enciende el interruptor y estalla la bomba incendiaria. Buena
temporada para los cementerios. Espero encontrarme con el alma de una víctima
incendiada. Entierro los ataúdes, algunos tienen público, otros no. Neil Terrel
no lo tuvo. Apenas una tumba con su nombre, fecha de nacimiento y muerte. Ningún
epitafio. De alguna manera estaba seguro que sería él. No me equivocaba.
Regreso
a dormir una noche y lo encuentro sentado en una esquina. Tan asustado como yo.
Neil Terrel habla. Yo hablo. Tengo que convencerlo que está muerto. Miedo.
Rabia. Negación. Las etapas del duelo mientras me termino mi cerveza. Cuando se
calma me dice lo que necesito saber. Neil cargaba maletas en el aeropuerto.
Trabajo miserable por dinero miserable. Ocho horas de trabajo. Cenas
congeladas, cerveza y radio hasta quedarse dormido. La clase de gente que no
pide mucho. La clase de gente que termina recibiendo la paja más corta. Lo
siento chico, no estaba en las estrellas. Su muerte le tomó por sorpresa.
Ansiaba regresar a su casa, había comprado un bistec. Carga las maletas del
avión, va por el carro para llevarlas a la terminal, entonces lo ve. Alguien
desbaratando el equipaje. Viste como guardia, así que se acerca con cuidado. Le
llama la atención, después voltea para buscar algún policía. Le dispara en la
nuca. Dile adiós al bistec.
La
muerte roja tiene que vivir de nuevo. Tiempo muerto. Tiempo prestado. Los que
lo tienen en abundancia y los que ya cubrieron su cuota. Alguien le arranco el
tiempo que le quedaba. No puedo devolvérselo, pero puedo dejar que descanse.
Por ahora mira mi cerveza y añora. Atorado en el gran intermedio. Pez fuera del
agua. Ya somos dos. No decimos nada más el resto de la noche, compartimos
soledad y con eso basta.
Todos
en el aeropuerto hablan de los incendios. Nadie mira dos veces mi placa. Nadie
se cuestiona porqué dos detectives tienen el mismo caso. Neil Terrel descargó
las maletas del Trans-Pacific Airlines 675 desde India. Esto apesta al clan de
la lámpara roja. Les encanta lo misterioso. Me dan el manifiesto del avión,
todos los pasajeros y la tripulación, sin pensarlo dos veces. El conserje me
aborda de camino al estacionamiento. Un ojo más grande que el otro. Masticando
tabaco en una boca sin dientes. Se peina la calva con los tres largos cabellos
blancos que le quedan, es bueno saber que aún tiene dignidad.
- 50 dólares.
- No gracias, ya sé masticar
tabaco.
- 50 dólares y le muestro lo que
le quité a Neil.- Saco la cartera. Finjo que cuento billetes. Tengo diez
dólares y un paquete de chicles. Ava quiere que deje de fumar.
- Muéstrame, si me gusta te pago
70 dólares.- El viejo lo piensa y se
toma su tiempo. Resuelve ecuaciones diferenciales en su cabeza, o quizás espera
que la canica caiga en su agujero.
- Muy bien.- Saca tres ganchos de
ropa dorados. Los alfileres de gancho miden una palma y parecen nuevos.- ¿Le
gusta? Puestos en su chaqueta naranja. Nadie preguntó por ellos.
Le
arrebato los alfileres de gancho, saco un billete de dólar y lo tiro a la
basura. Estará buscando los otro 49 por días enteros. Un extraño souvenir. Al
menos sé una cosa, si buscaban una maleta, buscarán un pasajero. Hablo con Ava.
La reportera está ocupada en su próximo artículo de investigación, los
incendios. Le digo que está relacionado. No me cree al principio hasta que le
digo sobre los alfileres de seguridad. Querían que me hiciera cargo.
- ¿Viniste por mí por mi compañía
o por mi auto?- Baja los escalones de su edificio en tacones tan altos que
ninguna cabra montañesa se atrevería a usar.
- Sólo porque tu auto funcione
siempre, no pierda aceite y tenga buena velocidad no quiere decir nada. Mera
coincidencia.
- Sí, eso pensé.- Le digo lo poco
que tengo y ella me dice todo lo que sabe sobre los incendios. Muy poco.- Es
terrible, podrían haber cambiado esos focos hace unas horas o hace unos días,
incluso semanas. La policía no tiene nada. No ven ningún patrón.
- Tampoco lo verán. Ha sido
planeado con cuidado. El clan es tan cuidadoso como es atrevido.- Me guardo la
placa falsa y Ava sonríe.
- ¿Ahora quién eres?
- Ava Margo necesita un
asistente. Quiero ir a la estación de policía, buscar antecedentes penales de
los nombres en el manifiesto. Quizás tenga suerte y uno haya pasado un verano o
cinco en prisión por contrabando.
- Perry, ¿qué es eso?
Estamos
llegando a la estación cuando Margo señala por la ventana. Todos señalan por
sus ventanas. En el edificio frente a la estación alguien colgó dos cadáveres.
Parecen viejos y están colgados desde el pecho. Los policías salen en manada.
Momento de actuar. Ava muestra sus credenciales como los policías muestran sus
placas. Les encanta quedar bien con reporteros, saben lo que les pasa si no lo
hacen. Pide los antecedentes penales de todos los nombres. 60 nombres, sin
contar los marcados como niños. Una lista larga, pero lo único que tengo. Lo
único que el clan quiere que tenga.
- Más vale apurarnos, no quiero
que me reconozcan.- Ava recibe los papeles y sonríe. Los guarda en su bolso tan
rápido como puede, sin hacer mucho ruido.
- Mueve un músculo y parto esa
horrible cabeza cuadrada como un melón rancio.- No bromea. Ocupa la entrada de
la sala de registros con su revólver y una mirada asesina. Detective Robert
Swan. Nunca trabajé con él, aunque sí arruiné más de uno de sus casos sin que
él lo supiera. Al menos eso creo.- Todos esperábamos que cometieras un desliz.
Te salvaste de milagro.
- Este hombre es mi asistente. Mi
nombre es Ava Margo y tenemos...
- Guárdeselo señora.
- Señorita.- Le corrijo. Me estoy
cansando de enfrentarme a cañones de revólveres.- Ella investiga el asesinato
en el aeropuerto. No es un delito.
- Delito lo que pondré en los
bolsillos de tu saco. Ése caso es mío.- Me acerco con las manos en alto y miro
alrededor. Las oficinistas miran por la ventana, hacia el caos en la calle.
Mala suerte para Swan. Le arrebato la pistola y le doy una cachetada. Tiro el
revólver a la basura y le sonrío a las secretarias que escucharon el alboroto.
- Usa el cerebro por un momento
Swan. Podemos trabajar juntos.- Me levanta la mano, pero lo detengo.- No
estorbes y te mostraré de dónde salieron esos cuerpos que cuelgan en el
edificio de afuera. No queda lejos. Si no te convence, llama a tus amigos de
azul y levanta los cargos que quieras.
Tregua.
Endeble como las resoluciones de año nuevo. Mejor que nada. Manejo al edificio
Athena. Robert no conoce toda la historia. No me creería si le dijera. Mr.
Green encontró al conserje del edificio en prisión, le extrajo información
sobre los años de gloria y los cadáveres enterrados. Sumado, por supuesto, a
una intriga de tráfico de drogas y suicidios forzados. La explosión sorprendió
a todos, y el cuarto secreto sorprendió aún más. El lugar perfecto para
esconder cuerpos, bajo toneladas de construcción. Nadie se esperaba que el
arquitecto hubiese cortado algunas esquinas. Todo el edificio fue condenado por
inestable. Una vez enterrados, no pudieron sacarlos de ahí. Supusieron que
nadie se enteraría. Los conserjes se enteran de todo.
- Este edificio era como Suiza.-
Explica Swan mientras escala entre las ruinas del lobby hasta el recinto de
tabiques y hormigón.- Podían odiarse afuera, pero adentro nadie se tocaba. Sus
familias vivían aquí. Los buenos días, cuando había tregua. Tom “el azul”
Gillian vivió aquí, gatillero de Oscar “la cara” Bumont. Moshe “el judío de
Detroit” Korezky y Alan Madino. Dices que robaron los cuerpos. Un mafioso con
deseo de muerte, o alguien que no es mafioso. Es atrevido.
Las ruinas ocupan todo
el mosaico del lobby. Camino en las orillas hasta las escaleras. La explosión
cubrió las ventanas con polvo que nadie se molestó en quitar y a excepción del
lobby todo quedó en penumbras. Escucho la pisada detrás de mí y puedo oler el
aceite de pistola. Sin tiempo para sacar mi arma tomo un clavado. Salto por
encima del cascote cuando escucho el primer disparo. Mi primer instinto es Ava,
pero ella hizo lo mismo. Otros tres disparos en lo que saco el arma. El
gatillero ya no está. Swan emerge de las ruinas como gato de montaña, su
revólver aún humeante.
- Le di en el brazo, no pudo
llegar lejos.- Le sigo con mi pistola hacia un corredor a una entrada lateral. Swan
dispara un par de veces más, escucho el grito de dolor. Otra cosa me detiene.
Una placa en el suelo.
- Quizás prefieras dejar de
disparar Swan.- Me mira sin entender y le muestro la placa.- Ese gordo es un
policía. Viejo, pero policía al fin.
- ¿En qué nos estamos metiendo
Murdoc?
- No quieres saber.- Me guardo la
placa con la cartera de cuero que lleva, podría ser útil. Me reúno con Ava en
la entrada y me congelo. Saco la cartera de cuero otra vez. La placa de
detective está sujeta a la cartera de cuero por un alfiler de gancho dorado.-
Igual a los que dejaron en el cuerpo de Niel Terrel. Al retirarte entregas la
placa, pero te devuelven la cartera y el alfiler de gancho por si quieres
rememorar los malos días. Me está abriendo camino.
- Tú no eres solamente un
asistente.- Swan me sorprende por la espalda.
- No, también es mi amigo.- Le
interrumpe Ava, pero no servirá de nada. Cuando se le cruza una idea no se le
va nunca.
- ¿Qué clase de juego estás
jugando Murdoc, cuál es tu ángulo?
- Neil Terrel es mi ángulo. Amigo
de un amigo. Estoy seguro que se relaciona a los incendios, a los cuerpos que
estaban enterrados aquí y a muchas cosas.- Enciendo un cigarro de camino al
auto. Swan me sigue los pasos tan de cerca que si me detengo de golpe tengo
miedo que pise mis talones.- Tú trabajas el caso. ¿Qué tienes hasta ahora?
- Con estos incendios es difícil
hacer trabajo policial. Neil Terrel, asesinado haciendo su trabajo. Nadie vio
nada fuera de lugar, pero el viento no lo mató. Además encontré casquillos en
el estacionamiento. Recientes, porque no estaban tapados por hojas, ni húmedos
por la lluvia. Nadie escuchó disparos, lo que quiere decir que usaron un
silenciador y fallaron.
- Buscaban a alguien de ese
vuelo, un pasajero.
- Eso ya lo sé Sherlock. Quien
sea que está siendo buscado, escapó a tiempo.- Se apoya contra el auto de Ava y
me pide un cigarro. Ava trata de no reírse. Uno de esos rituales machistas.
Cualquiera que fume de mi cajetilla es amigo mío, esa clase de cosas.- Pondré a
todos los nombres en el manifiesto bajo vigilancia. Algo tiene que salir.
Ustedes dos... No se alejen mucho, esto está muy peligroso.
- ¿Quién sabe?- Dice Ava cuando
le ve alejarse para pedir una patrulla.- Quizás la muerte roja necesite a
alguien en la policía. Pero entonces, ¿yo que uso tendré?
- Ser bonita e inteligente ayuda
mucho.- Le beso la mano y sonrío como un niño. Esconde su risa, ella es tan
cínica como yo.- Conozco algunos contrabandistas. Es hora que la muerte roja
les visite.
- Yo tengo que empezar un nuevo
artículo, y revisaré el manifiesto.
- Gracias muñeca, eres la mejor.
Tomo
un taxi hasta mi auto y me preparo. No puedo dejar que Ava vea esto. No mi
especialidad. No los nudillos con sangre y las súplicas con lágrimas. El clan
empezó el juego. Trajeron de vuelta los malos días, los días de todo o nada, de
sangre y sudor. Todo se une de alguna manera y romperé huesos hasta encontrar
el por qué. Estoy vestido para la fiesta, con whisky en la sangre. Nudilleras
bajo mis guantes. La radio debería calmarme, pero no lo hace. Anuncian la
fiesta de inauguración del hipódromo. No lo abrirán por un par de meses, pero
hacen una fiesta. Los que tienen todo ríen y se codean hasta sacarle filo al
codo mientras el resto de la población arde como carne asada en su propia sala.
La crema y nata fingiendo que viven en una ciudad. Viven en una jungla. Hay un
cambio de poder. Algo más terrible que una mafia se apodera de Malkin y me reta
a impedirlo. Mentes frías y calculadoras. Cada una un genio. Me retan y me
llevan de la mano. Siento sus hilos, negros como la noche sin estrellas y fríos
como su determinación.
Quieren
el show. Les doy el show. Cada diente y hueso roto. Los contrabandistas y los
tiburones, los que venden empeños robados. Me miran con miedo. Me muestran
fotos de su familia. Los conozco bien. Intercambian fotografías de niños como
los niños hacen con cartas de baseball. La muerte roja deja su marca en muchos
cráneos, pero no tienen lo que busco. Quiero antigüedades, obras de arte y
cosas raras. Todos hablan y pronto todos dicen los mismos nombres. Visito a
Gabriel Carmicheal, snob de alta sociedad. Departamento loft, donde antes había
una fábrica. Se rodea de piezas de arte y se codea con intelectuales. No puede
creer lo que ve cuando desciendo del tragaluz como un meteorito hasta su
sillón. No llega a la puerta. Aplasto su rostro contra el muro de ladrillos
blancos. Su nariz estalla como un globo de sangre. Apuñalo su pierna, luego
corto su mano. No son cortes profundos, pero le hacen ver sangre. Se abre como
un libro. Tiene un nombre para mí. Daniel Bradley. Está en el manifiesto. Pide
una ambulancia. Sonrío debajo de mi bufanda roja. Le digo los rumores que todos
conocen sobre él. Sobre fraudes de miles de dólares a ancianas que sólo tenían
cuadros por toda herencia.
Daniel
Bradley vive y trabaja en un edificio de rojos ladrillos en el centro de Marvin
Gardens. Letrero de madera cuelga de la entrada “Bradley antigüedades”. Abro la
puerta con mis ganzúas y tengo lista el arma.
Camino entre cascos medievales, espadas y litografías en marcos
renacentistas. En el mostrador, debajo del viejo teléfono, una nota dice
“Venkata. Eastbridge a las 8”. Rajendra
Venkata también está en el manifiesto. Escucho su voz mientras reviso los
anaqueles. Suena agitado. Suena asustado. Subo las viejas escaleras de madera
desde las esquinas para que no hacerlas crujir. Dos corpulentos toros con canas
le suavizan el estómago. Ambos traen armas, prefiero no arriesgarme. Podrían
ser policías, pero lo dudo. Una automática tiene el mango de oro, el otro tiene
anillos de oro en cada dedo. Abro la puerta de una patada y le pongo el cañón
del revólver en la nariz de uno de ellos.
- Sorpresa.- Disparo dos veces.
La sala de Bradley es redecorada de rojo. Mientras el anticuario tiembla como
una hoja le robo a los muertos. Tenía razón, un par de viejos gángsters con
clips de oro para sostener miles de dólares.- Ellos buscaban lo mismo que yo,
Daniel Bradley, pero no quiero matarte. Te ayudaré a salir de la ciudad.
Mientras más rápido hables, más rápido estarás fuera de peligro.
- ¿Están muertos?- Les dejo un
arcano de la muerte en la solapa de sus trajes.
- Sería una buena apuesta.- Se
sienta en el suelo, apoyado contra la pared. Sus ojos no se alejan de los dos
cuerpos mientras se enciende un cigarro y trata de ordenar sus ideas.
- Conocimos a Rajendra Venkata en
el aeropuerto de Nueva Delhi. Trajimos una reliquia que estaba partida en tres.
Dijo que nos pagaría bien. Veinte mil a cada uno. Él temía ser revisado o
robado, se le hacía más seguro que otras tres personas tuvieran las reliquias.
Keith, un arqueólogo, la guardó en su maleta junto con otras réplicas de
antigüedades. Esa ya la tienen y estoy seguro que el pobre de Brooks está
muerto. Yo la traje dentro de una réplica. El tercero no lo conocí bien. Un
Casanova. No sé cómo haya metido la reliquia al país.
- Como yo lo veo, ese Rajendra
Venkata sobrevivió la reunión en el estacionamiento y está en el aire. Olvídate
del dinero. Dame la reliquia.- Le pongo uno de los clips de oro en la mano.-
Vete de la ciudad esta misma noche. El infierno se la está tragando.
- Está en el sótano, dentro de
una réplica de una cabeza de Buda, una de diez.
Le
sigo hasta el sótano y lo jalo del brazo cuando escucho el vidrio roto. Me
distraje. No debí imaginar que esos dos matones habrían sido los únicos. Me
asomo y abro fuego. El sótano tiene una ventana a la calle y tres mesas
repletas de cabezas de Buda, cruces que parecen viejas y dioses hindúes de
metal. Los tres matones responden con fuego de metralla. Están bien motivados,
eso seguro. Uno dispara contra las cabezas de yeso hasta dar con algo.
- Mi reliquia.- Le agarro del
saco, pero está histérico.- Mi dinero.
- No, olvídate del dinero, no
vale tu vida Daniel.- Me patea y me golpea con el codo. Le suelto y corre como
un demente hacia el sótano mientras los matones salen por la ventana por la que
entraron. No llega a la primera mesa que el fuego de metralla prácticamente le
parte en dos.
Pongo
al corriente a Ava. Al menos conocemos los nombres importantes del manifiesto.
Le llamo al detective Swan, le digo que uno de los pasajeros está muerto. Me
dice que encontró muerto a Keith Brooks en el sótano de su casa. Le leo los
nombres de las identificaciones de los matones y dejo que haga su magia. Tienen
antecedentes penales en una lista tan larga como el directorio telefónico. Swan
tiene algo más, el viejo empleador de estos matones, Moshe Korezky, el judío de
Detroit. Murió hace una década, pero vivió en el edificio Athena. Ahora me
cree, al menos que los cuerpos colgantes y el asesinato de Neil Terrel están
relacionados. Me dice que encontraron otros dos colgando como esferas en un
árbol. La mitad de la fuerza está trabajando en identificarlos, por sus dientes
o sus huellas, y la otra mitad está muerta de miedo. Los muertos cuentan
historias, y en Malkin esas historias son de avaricia y terror. Busco
descendientes del judío de Detroit y me topo con un Adam Korezky.
Llego
a su casa en Brokner y justo a tiempo. Lo abordo como la muerte roja antes que
pueda entrar cargando bolsas de compras. Adam suspira cansado, está harto que
le pregunten sobre su tío. Aún así, mis dos automáticas rojas y mi anillo
incandescente ayudan también.
- Mi tío tenía 5 soldados. No
necesitaba más, y dos de ellos no eran policías.- Bromea, pero no estoy de
humor.
- Háblame de ellos.
- Los policías nunca los conocí.
Mi tío era cuidadoso con eso. Los otros dos eran los hermanos Williams, ahora
están en prisión, pero por lo que me contaron mis padres eran unos salvajes.
Piro maníacos y adictos. Mark y Joseph se llamaban. Nombres muy cristianos, eso
divertía a Moshe. ¿Puedo?- Abre la puerta y me invita a entrar. Tengo los
nervios de punta, así que me asomo a la calle y después a la casa. No hay
nadie.
- ¿Y no has unidos dos más dos?
- ¿Sobre los incendios? No, esos
locos están en prisión.- Deja las bolsas en la cocina y se apoya contra la mesa
mientras saca una cerveza del refrigerador. Me ofrece una y estoy muy tentado.-
Pero no soy ningún tonto. Esos cuerpos que han estado apareciendo son el pasado
de mi querido tío, al menos algunos. Testigos materiales que estaban por hundir
a Moshe, pero que sorpresivamente se suicidaron con tres balas en la espalda.
Esa clase de historias, pasa todo el tiempo.
- Muertos que tienen balas.- Digo
mientras reviso la sala y las escaleras. Aún no puedo creer que esté a solas.-
Mucha gente va a caer.
- No es mi problema.
Adam enciende la luz y
el foco estalla lanzando gasolina encendida por todas partes. Adam grita,
agitando los brazos y corriendo a ciegas. Tomo una frazada de un sillón, pero
es demasiado tarde. Las llamas ya incendiaron las cortinas y su cuerpo se
desploma sobre la mesa de madera. La casa entera empieza a arder mientras
regreso a mi auto. Instintivamente reviso las cartas sobre la cómoda a la
entrada y las que están en el buzón, no sé para qué pero los instintos están
ahí para algo. Manejo con los nudillos blancos y la quijada tensa. Con un mal
sabor de boca y un oscuro deseo por romper cráneos.
Algo
de blues para calmarme. Algo de whisky para detener mis temblores. Fumo uno
tras otro. Podría fumar la cajetilla entera pero eso no cambiará nada. El clan
lo mató y no pude salvarlo. Lo mato como ya han matado a una docena. Mujeres,
niños, inocentes. No les importa. El olor de la carne quemada, como un bistec,
lanza escalofríos por mi espina dorsal. Relámpagos de hielo que contraen mi
estómago. Imagino a Ava en las mismas circunstancias y apretó el volante con
tanta fuerza que temo romperlo. Manejo sin rumbo. A la deriva. Estoy a la
deriva. Atorado en la antesala. Contando los minutos sin saber qué tan larga es
la sentencia. Me distraigo con las cartas que recogí, la mayoría inútiles. No
todas. Y en un instante, la noche de Malkin se hizo roja y de un volantazo
cambié de dirección. El odio me dio dirección. Dicen que eso es malo para ti.
Así empecé en el oscuro camino sin retorno que me trajo aquí. Pero el odio es
lo único que tenemos, cuando no tenemos nada, es lo único que queda. Ahora el
odio tiene dirección. El hipódromo.
Me
bajo del auto con las cartas en la mano. Hacen una gala. No me dejan entrar.
Termino mi botella de whisky y la lanzo contra el cartel de la larguísima
pared. Constructora Eagle. La carta tiene el mismo membrete. Adam era socio inversor.
Empresa filial de Detroit, y la carta tiene su nombre, el fundador Moshe
Korezky. La botella se revienta en mil pedazos, pero eso no llama la atención
de los que presiden la fiesta. Las tres figuras de frac. Los tres reyes magos.
Policías legendarios que se jubilaron y empezaron empresas por su parte.
Gorman, Ashford, Staub, héroes de Malkin. Los tres soldados de Korezky. Las
tres alfileres de seguridad. Son sus muertos los que estuvieron bajo el Athena.
El clan quería que lo supiera. Quería que estuviera ahí. Lanzando la botella
como un borracho cualquiera. Lo restriegan en mi cara, los tres policías
incluso más corruptos de lo que fui yo, ahora hechos héroes por las masas.
El
reloj me regresa al mundo de los vivos. Tic Toc. Ya casi son las ocho. El hindú
espera a Daniel Bradley bajo el puente del este. Hablo con Ava. Sabe que estoy
borracho. No sé para qué le llamo, pero le tengo que decir a alguien. Ella
puede exponer a los tres reyes magos, pero me figuro que eso hará el clan, por
motivos aún desconocidos. Ella me dice que está casi segura del tercer hombre,
la tercera mula. El Casanova que buscamos es Walter Holman. Quizás siga con
vida, Ava ha llamado y le dijeron que nunca llegó a casa. Silencio antes de
despedirse. Me dice que han estallado focos en habitaciones de hotel. Hay miedo
en el aire.
El
Eastbridge lleva el tráfico de Brokner a Industrial, mientras que su sombra a
tres pisos de distancia da cobijo a vagabundos y adictos. El hindú se destaca
como un albino en Morton. Le sorprendo por
la espalda y se congela. Los vagabundos han oído de la muerte roja y los
camellos simplemente se van. Se arregla la corbata de nudo delgado, mientras
que su camisa se sale de sus pantalones y tiene manchas de sudor. Rajendra no
está disfrutando Malkin.
- Sabías que te traicionarían,
por eso escondiste la reliquia en tres partes, para asegurar la transacción.
Ellos no esperaron, en cuanto te vieron con maletín te dispararon en el
estacionamiento. Vaya sorpresa se llevaron cuando el maletín no tenía lo que
debías meter de contrabando. Han estado buscando a tus tres mulas desde
entonces. Brooks está muerto, Bradley también. Traté de salvarlo, pero Daniel
prefirió ir tras la pieza. La metralla tenía otros planes.
- ¿Cómo sabes tanto?
- Ha sido un día pesado. Vamos a
mi auto. Tenemos mucho de qué hablar.- Entramos al auto y le convido un
sándwich que ha estado dando vueltas por un tiempo. Yo no tengo hambre, aún
puedo oler a Adam Korezky.- El Casanova, ¿es Walter Holman?
- Sí, lo conocí en el aeropuerto,
como a Daniel y Keith. Me dijo que no se quedaría en su casa, podía hospedarse
en casa de su primo.- Come y habla. Sus manos tiemblan y su mirada va hacia
todas partes.- Calle 45 con Washington, Baltic. Lo memoricé.
- Háblame de la reliquia.
- Las tres piezas forman un
anillo grueso, maravillosa la orfebrería. He oído que es solo parte de una
máquina más grande, de varios pisos de altura.- Suspira cansado y mira por la
ventana. La noche se alumbra con los incendios lejanos.- Todo indica que es el
origen es chino, de las primeras dinastías. Un arqueólogo inglés reportó haber
encontrado muchas reliquias chinas al norte de India. Supongo que este grupo se
enteró por ese medio de la existencia de la reliquia. Yo sólo la robé del
almacén del museo.
- ¿Y Walter Holman tendría la
pieza?
- No creo, es demasiado
inteligente para eso. Le vi coqueteando en el avión con una rubia madura. Me
apuesto algo que hizo que ella lo trajera. Sólo espero que Walter esté en casa
de su primo para preguntarle por la pieza. Ya no me interesa hacer negocios con
estas personas, pero quizás pueda venderles la pieza a cambio de mi vida.
- Yo tengo una mejor idea.
Encontramos la pieza y te doy dinero para que huyas de la ciudad. Confía en mí,
es mejor que nada.
Manejo
lento por las zonas residenciales. Gente en la calle. Miedo en el aire. Los
bomberos no se dan abasto. Nadie quiere entrar a su casa hasta que revisen sus
focos. Ava tiene noticias. Adam Korezky estaba equivocado. Los Williams
hicieron diez años y salieron de prisión. Más locos que nunca. Su abogado hizo
malabares, pero funcionó. Abogado Omar Black. Sonrío al escuchar su nombre. La
última vez que escuché de él era psicólogo. Insiste en acompañarnos. Ella sabe
que es peligroso, pero no le importa. Finalmente lo admite y me quedo sin
palabras.
- Tengo miedo de encender la
luz.- Rajendra tendrá que aguantar los nervios un poco más. Voy por ella. Sus
vecinos del edificio hacen carnes asadas en la acera. Nadie quiere entrar. El
camión de bomberos está a seis esquinas. Tendrán tiempo para el postre. Mando
al hindú al asiento de atrás.
- Toma, para que no vuelvas a
tener miedo.- Le regalo mi navaja y ella sonríe.
- ¿De qué me va a servir contra
el fuego?- Tiene un buen punto. Ava no le presta atención, se guarda la navaja
y hace una reverencia como dama medieval.
Entramos
a la casa del primo de Walter Holman por la puerta trasera, a un lado del
garaje. Caminamos de puntas sin encender la luz. Agachados entre los muebles
hasta llegar a la sala. Ava asoma su cabeza por encima de un sofá y me hace
señas. Un auto estacionado afuera. Dos gorilas fumando. Una montaña de cigarros
en el pavimento a su lado. Parecen policías. Los tres reyes magos están
presionados, lo que significa que todos sus viejos amigos también lo estarán.
El clan tiene matones policías y mafiosos. Hilos que llegan a todas partes. La
ciudad es suya. Casi por completo. Casi.
Rajendra
encuentra algo en el basurero de la cocina. Una servilleta del avión con
lipstick y las iniciales T.P.A. Al menos sabemos que Walter llegó a su destino
desde el aeropuerto. Ava y yo subimos las escaleras. Una por una, sin hacer
ruido. Saco una automática roja, sólo por si acaso. Tres habitaciones oscuras.
Un desorden natural. Nada de sangre. Ava se asoma desde la ventana del
dormitorio que da al frente y pega un grito ahogado. Uno de los pasajeros del
auto camina hacia la casa, pistola en mano. Bajo corriendo a toda velocidad.
Rajendra está en la sala, iluminado por faros de un camión que pasa. Se da
cuenta demasiado tarde. Empiezan los disparos. El hindú cae muerto por partes,
su cuerpo sobre un sillón, su cerebro contra la mesa de café. Disparo contra la
puerta, uno menos. El segundo tripulante del auto enciende la marcha. El
ventanal de la sala cae en pedazos y sobre uno de los sillones disparo con
ambas pistolas. El auto se hace queso suizo. Estoy por salir, buscar la
identificación del matón en la puerta, cuando escucho la sirena de policía.
Todas
las patrullas están en alerta. Mal momento para una balacera en la calle. Tomo
a Ava de la mano y huimos por la puerta trasera. La sangre en el asfalto pone
nerviosos a los patrulleros. Entrarán con escopetas listas. Una segunda
patrulla bloquea la calle de atrás. Llevo a Ava por los jardines traseros.
Corremos entre tendederos y esquivamos perros. Llegamos al parque y nos
internamos en la oscuridad. Las patrullas amplían su cerco. Pronto estaremos
atrapados. Me quito la bufanda y escondo mis armas. Trato de convencer a Ava
que se vaya por su cuenta. Buscan a dos personas, si nos separamos tendremos
mejor suerte. No quiere ni oírlo. En el teléfono público hablo con el detective
Swan. Le digo todo. Korezky y sus cinco soldados. Los hermanos Williams. Los
tres reyes magos. Las tres piezas, las tres mulas y el hindú muerto en una
sala. No tarda mucho en venir. Nos encuentra en el parque y no está feliz.
- Pensé que teníamos un trato.
- Todo pasó muy rápido. ¿Ya se
fueron?
- Sí, los muertos serán parte de
mi caso. Tienen suerte que he estado haciendo rondas entre los pasajeros en el
manifiesto. No quieren prestarme ni una patrulla, toda la ciudad se ha vuelto
loca. Los dos muertos eran policías retirados.- Enciende un cigarro y se
calma.- Ya tienen la identidad de varios de los cuerpos. Dos más fueron colgados hace una hora. La
balística en Malkin estaba en pañales a principios de los 30’s y ahora que los
casos se reabren han ido encontrado ciertos datos aterradores. Hasta ahora
tenemos dos congresistas locales sospechosos de homicidio.
- ¿Puedes conseguir una
fotografía de Mark y Joseph Williams?
- Sí, pero no creo poder usar
patrullas para encontrarlos.- Swan truena los dedos y apunta a Ava.- Pero si
una reportera publicara todo lo que sabe del asunto, junto con la fotografía,
entonces mis superiores no tendrían excusa.
Ava
no quiere regresar a su departamento. Tampoco quiere ir a un hotel. Nos
acostumbramos a las sirenas. Ya no las oímos hasta que dejan de sonar. El clan
de la lámpara roja es un espejo para la ciudad. Malkin se ve reflejada. Sangre y dolor. Miedo y corrupción. Una
bestia hinchada y violenta. Un boxeador en sus últimas, más ira que neuronas.
El clan conoce el verdadero rostro de Malkin. Lo dibujan con fuego, muertos y
miedo. Se hace evidente lo que antes se negaba, medio en serio y medio en
broma. Ava está muerta de miedo. Ella mira por la ventana y no reconoce a la
ciudad. Rostros repletos del hollín de los incendios. Yo reconozco todo. El
clan le muestra a Malkin su verdadero rostro, y me muestra el mío.
Llevo
a Ava a mi cabaña en el cementerio. El fantasma de Neil Terrel anda vagando
entre las tumbas. Ella no dice nada, pero me besa como si fuera nuestra última
noche. Demasiada sangre en un mismo día. Vivimos en el filo de la navaja, pero
siempre se necesita una emergencia como ésta para darnos cuenta. Le digo que es
hermosa. Le digo que es como la gitana que cuida de cuasimodo. Ella se ríe.
Dice que el alcohol me pone filosófico. Le digo que no soy filósofo, soy
policía de corazón, la misma cosa pero menos verborrea. David Treehorn solía
llamarlo vivir en la punta de la bala. Cualquier movimiento en falso es tu
final. Maté a Treehorn por 500 dólares y un bistec. No fue rápido, ni fue
placentero. Ava no lo sabe. Ella dice que no importa. Sus manos tiemblan de ver
tanta violencia, las mías no. No la corrijo, la deseo más de lo que ella cree.
Ella
duerme plácida en mis brazos. El olor de su cabello es un contraste radical con
el olor a humo que cubre a toda la ciudad. Cubre su cuerpo desnudo con mi
gabardina. Los primeros rayos de sol hacen que cubra su rostro. La observo por
horas enteras y no puedo creerlo. Es como ganarse la lotería estando en
prisión. Mi brazo cuelga de la cama. Mis dedos acarician mis automáticas rojas.
Pienso en todas las razones por las que esto no debería pasar. Es como contar
ovejas, podría hacerlo hasta quedarme dormido. Pienso en mi anillo
incandescente. Pienso en el Viejo y me estremezco. Luego pienso en la fórmula
al revés. Los tres reyes magos. Yo debería estar con ellos. Hice muy gordos y
muy ricos a mucha gente. Cuando todo se volvió amargo, ninguno de ellos ofreció
su mano, estaban ocupados afilando sus cuchillos. Los tres reyes magos se
salieron con la suya. El clan quiere que lo sepa. Aún ahora siento sus hilos
jalándome de las articulaciones. Una marioneta más en su juego retorcido.
Le
hago el desayuno a Ava. Al menos lo intento. Salgo temprano. Neil Terrel me
mira sentado en su tumba. Le digo que ya casi acabo. La muerte roja visitará a
los tres reyes magos. Me espera una conversación larga y dolorosa, al menos
para ellos. Le dejo una nota a Ava junto con su desayuno. El arcano de los
amantes. Al subir al auto se me olvida la noche anterior. Puedo sentir el óxido
de la sangre en mi boca. Los cazo como un lobo. No están en sus mansiones en
Marvin Gardens. No están en sus oficinas principales. Veo el cartel del
hipódromo y me abofeteo por idiota.
La
construcción se ha detenido temporalmente por los incendios. La entrada está
desprotegida y me abro paso entre los pasos de gato y los materiales de
construcción. La oficina está en la parte superior de las gradas. Escojo el
acceso secundario por el túnel de entrada. Las escaleras de concreto tienen una
alfombra roja. No me sorprende que sea la única parte sin polvo. Los tres reyes
magos viven con estilo. Al menos lo hacen ahora, antes mataban, extorsionaban y
secuestraban para su jefe, Moshe Korezky. Las escaleras terminan en una
antesala para las secciones de VIP, la que quiero está un piso más arriba.
Afuera de las doradas puertas puedo escucharlos discutiendo entre ellos. Están
furiosos, se quejan de haber vendido todo a precio de centavos. Se encienden
los focos. Tengo algo de experiencia con el clan de la lámpara roja, y este es
su modus operandi, grandes teatralidades para conseguir objetivos en apariencia
más modestos. Pateo las puertas y la muerte roja entra, armada y peligrosa.
- Ni siquiera lo pienses.- Gorman
acerca la mano a su pistola, pero se detiene. Los tres visten de elegantes
trajes. Gorman, el mayor de los tres, con su pelo cano y rostro cuadrado.
Ashford con un saco de piel y una de esas corbatas texanas. Staub, el más
joven, tiene un diente de oro y un bigote fino que le queda ridículo a un
hombre de su complexión.- ¿Quién de ustedes fue al aeropuerto?
- ¿De qué estás hablando?- Golpeo
a Ashford con la culata de la pistola y cae al suelo.
- Está diciendo la verdad. Nadie
aquí ha ido al aeropuerto, al menos no recientemente.- Tiene sentido, los tres
reyes magos han sido reducidos a peones en un juego mucho mayor.
- Háblenme de Mark y Joseph
Williams. Los hermanos salieron de prisión y han regresado a sus viejos
hábitos.- Los tres se miran sin decir nada. Ashford lo hace desde el suelo, con
una mano en el golpe.- Saldrá en el diario de la tarde. El edificio Athena y
los cuerpos que enterraron hace tantos años. Korezky y sus cinco soldados, los
hermanos y ustedes tres. Les conviene ayudarse ahora, antes que sea tarde. O
puedo matarlos uno por uno. La muerte roja no tiene preferencia.
- No sé dónde puedan estar.- Dice
Staub con un suspiro. Me guardo una pistola y caliento mi anillo de reloj de
arena. Todos se hipnotizan por el metal al rojo vivo.- Pero, que yo me acuerde
esos dos estaban locos por sus perros de pelea. Se gastaban cada centavo en
ellos.
- Eres un idiota.- Gorman ríe con
una risa gutural y maligna. Sigo su pierna hasta su zapato. Está pisando un
interruptor que sobresale de la alfombra. Botón de emergencia. Me doy vuelta
con las dos pistolas apuntando a la entrada, pero es tarde. Cinco corpulentos
sujetos con trajes baratos y colonias apestosas me apuntan con revólveres y
escopetas.- ¿Quién creen que sea la muerte roja realmente?
- Seguramente un perdedor.- Se
mofó uno de los gorilas en la entrada.
- Baja las armas, ahora.- Dice
otro. Bajo los brazos lentamente. Dejo que hablen. Hablen idiotas, porque hay
una sombra que avanza por el corredor. Camina agachado y tiene una escopeta.
- Quítate esa bufanda, quiero ver
tu cara.- Staub se acerca lentamente. Miro al techo con líneas doradas, a la
alfombra color vino tinto, al minibar de cristal y finalmente a la entrada.
Robert Swan les sorprende por la espalda con una escopeta y en cuanto corta
cartucho tomo rehén a Staub de un solo movimiento.
- Tiren las armas, ahora.- Los
gorilas lo hacen y los tres reyes magos pasan de blanco a verde. Se les
acabaron los trucos. Golpeo a Staub en la boca del estómago. Marco a los tres
reyes magos con la marca del reloj de arena. En la frente, para que todos lo
vean.
- Se les acaba el tiempo. Si la
prensa no los aniquila, lo haré yo.
No
hay razón para sobre extender nuestra bienvenida. Caminamos en reversa. Nos
cuidamos las espaldas. No decimos nada hasta salir a la calle. Swan me da un
gancho al hígado que me dobla. Me agarra de las solapas del abrigo y me azota
contra la pared de madera que encierra la última parte de la construcción. Está
rojo y su mandíbula tiembla, pero sus ojos no son fríos. Está enojado, pero no
va a matarme. Está decepcionado, pero no quiere admitirlo. Me da otro gancho y
me dejo. Dejo que saque toda la frustración acumulada y toda la ira. Me dice
que le siga en mi auto, quiere alejarse de los tres reyes magos y sus matones
policías. Me lleva por un par de cuadras hasta un desayunador. Dejo mis cosas
en el auto, menos un arma, por si acaso.
- Ya se me hacía que eras más que
el asistente de una reportera.- Mete una moneda y saca un sándwich y un café de
la pared de autoservicio. Le imito, aunque no tenga mucha hambre. Abro la
ventanita con resorte y saco lo mismo. Comemos en la mesa más alejada, Swan se
baja el mal humor con algo de comida.- Ayer me dijiste de los tres reyes magos,
así que fui a verificar un par de cosas. No les encontré en sus mansiones y esta
mañana les estuve buscando también. Vaya sorpresa cuando vi tu auto en la parte
trasera. No puedo creer que seas la
muerte roja.
- Claro, anúncialo, quizás no te
escucharon en la tintorería de al lado.- Me tomo el café y suspiro.- Es una
historia larga y complicada. Me estoy acercando. El agujero del conejo es más
profundo de lo que podrías imaginar. Miles de años de profundidad. Son un grupo
altamente organizado, cada uno genios en la manipulación. Todo está conectado
entre sí, y creo que sé cómo.
- Habla.
- Los tres reyes magos tuvieron
que vender propiedades por centavos. Parte del chantaje con los cuerpos del
edificio Athena. ¿Puedes averiguar qué vendieron?
- Sí, no hay problema. Ventas tan
grandes tienen que estar notariadas. Esa clase de gente usa siempre al mismo
notario. Descuida, lo encontraré. Por cierto, ¿cómo va tu amiga con su
reportaje? Mis superiores no quieren emitir órdenes de busca y captura para los
Williams. Están comprometidos quién sabe cómo, pero debe ser un chantaje
bastante fuerte.
- Para la tarde esos dos buenos
para nada no tendrán donde esconderse. Además, los tres reyes magos dijeron que
les encantan los perros de pelea. Podemos investigar a punta de golpes.
- Conozco a varios metidos en ese
mundo.- Se termina el sándwich y me mira contemplativo.- De todas las
personas... No pensé que serías tú. La muerte roja es una leyenda. Los
criminales te temen. Los policías... No sé, algunos creen que haces lo correcto
y nos evitas el papeleo, otros no están tan seguros de poder confiar en ti.
- ¿Y tú?- Swan se enciende un
cigarro, se recarga contra el respaldo del sillón y suspira.
- No pensé que serías tú. Los
agentes que se encargaron de tu caso terminaron con pesadillas, los que no
lograste enredar lo suficiente hasta meterlos en prisión. No te lo tomes
personal Murdoc, pero no creo en la capacidad de cambiar la propia naturaleza.
- No serías buen policía si lo
creyeras.
El
rastro de la rubia se hace frío. T.P.A. Las tres letras giran por mi cabeza. No
concuerdan con iniciales del manifiesto. Holman seguramente está con su chica
misteriosa. Si es inteligente no se moverá mucho. Por ahora me conformo con los
perros. Swan no mentía, conoce lugares. Sigo a su auto de un lugar a otro. Los
oímos la radio policial. Los incendios se van sumando. La noche fue infernal.
El cielo nos castiga sin lluvia. El edificio de la 38 en Brokner ardió como
pira funeraria. Es una manta de locura. Bajo ella está Neil Terrel, un balazo
en la cabeza y tres alfileres de seguridad dorados, una invitación a un juego
macabro. Quieren que los detenga y no hay suficientes horas en el día. Mis
nervios están de punta. Un par de golpizas me hace sentir mejor.
Swan
los sostiene, la muerte roja golpea con su anillo incandescente. Veterinarios
asustados. Apostadores degenerados. Sádicos pueblerinos. Todos hablan cuando
reconocen su sangre en sus zapatos. Dos hermanos, Mark y Joseph Williams.
Amantes de los perros. Desequilibrados. Recién salidos de prisión. Y la
pregunta del millón, ¿los conoces? El último nombre en la lista no necesita una
golpiza. Es un oso peludo y corpulento que come en el suelo, en compañía de sus
perros. Fuma un gordo habano y tiene suficientes collares de oro como para
hundirse hasta el fondo. Los reconoce de inmediato, y más importante aún, me reconoce
a mí.
- ¿Por qué no empezaron por ahí?-
Los perros no son amistosos, pero el gordo Bilmore los tiene encadenados.- Par
de enfermos mentales. Compraron un par de mastines, pagaron con tabiques de
dinero. Me dieron mala espina desde que les vi entrar a mi taller de autos.
¿Por qué los busca la muerte roja, se robaron tu mesada?
- Para alguien que come sentado
entre los desechos de perros con rabia, vaya que tienes que actitud. ¿Tienes
una dirección?
- Los idiotas no querían darme su
dirección, dijeron que era muy secreto. Les doy los mastines y luego se quedan
pasmados en su auto. No tenían lugar. Así que los llevé en mi camioneta. Avalon
#787, Morton. Solía ser un taller de vidriería, el edificio se cae en pedazos.-
Fuma su habano y sonríe complacido mientras sus mascotas le lamen la cara.- ¿Me
gané algún premio?
- ¿Qué podría querer un ganador
como tú, Bilmore?
Manejamos
hacia Morton. Perduran las columnas de humo negro en la distancia. Perdura el
temor. La gente no quiere dejar sus casas solas, por miedo a que estas dos
luciérnagas inyecten gasolina a sus focos. Una vuelta a la manzana para medir
nuestra suerte. No mucha. Entramos por la parte trasera, por una ventana rota
al taller. Los hermanos dejaron a sus dos mastines a cargo. Los perros se despiertan
con el ruido. Swan ve las cadenas agarradas a sus collares y se confía. Grave
error. Las cadenas no están agarradas a nada. Dos disparos los someten. Me
siento mal por matar perros, esas balas estaban reservadas para los hermanos
Williams.
El
clan los ha dejado bien surtidos. Seis clósets viejos de madera con uniformes y
ropa. Pueden disfrazarse de conserjes, de técnicos, de bomberos, de policías,
de lo que necesiten para entrar a una casa y hacer lo que tienen que hacer. Una
pared de toneles metálicos que apestan a gasolina. Mesas de trabajo con toda
clase de agujas y una buena dotación de focos para experimentar. Los hermanos
debieron fantasear sobre esto en prisión. Agujas retráctiles, se calientan y
son tan delgadas que derriten el foco sin romperlo por completo. Swan hace un
experimento, llena el foco a la mitad en cuestión de segundos.
- Viven como animales.- Swan
señala los sacos de dormir en el suelo, un refrigerador echado a perder y un
baño sin paredes ni puerta. Es lo único que hay, lo único que necesitan.-
Difícil de creer que dos dementes tengan a la ciudad al borde del colapso.
- Reciben ayuda.- Le muestro un
mapa en la pared. La ciudad decorada con tachuelas.- No confían en ellos para
elegir sus propios objetivos. Llamaría la atención el patrón, llevaría hasta
ellos.
- La mayoría son de lugares
pobres, edificios viejos que se quemarían hasta los cimientos.- Swan encuentra
una caja de zapatos con tabiques de billetes de cien dólares.- Están bien
pagados.
Un
cóctel molotov entra por el alto ventanal de la entrada. Swan y yo vemos el
cometa de la destrucción con expresión neutra. No lo procesamos hasta que
estalla y el suelo se prende fuego. Toda la parte frontal del viejo taller está
cubierto de papel sobre una alfombra de algodón, es una trampa mortal. La
puerta pequeña se abre. Se asoma una Thompson. Dispara hacia todas partes. Nos
escondemos bajo un escritorio, pero no busca matarnos, busca inmovilizarnos lo
suficiente para cocinarnos. El fuego se acerca a los tambos de gasolina con la
avidez de un par de amantes. Swan y yo disparamos hacia la puerta mientras
retrocedemos, tosiendo por el humo.
Una
cuerda bañada en alcohol cruza por en medio de la parte frontal hasta un paso
de gato con contenedores de gasolina. El alcohol derrite el plástico y cae
sobre todo el edificio un baño de fuego. Salimos por la misma ventana por la
que entramos, pero el humo es tan espeso que es imposible ver lo que nos rodea.
Escucho que Robert cae de regreso al taller. Reviento los vidrios del ventanal
y uso una piedra para balancearme de regreso al infierno. Swan alza la mano a
ciegas, tosiendo el humo que ha entrado a sus pulmones. Lo agarro con ambas
manos y jalo con todas mis fuerzas. No dejamos de toser hasta que estamos una
cuadra más adelante.
- No les quedan muchos lugares a
dónde ir.- Dice finalmente, mientras se enciende un cigarro. Yo me apoyo contra
el coche, me quito la bufanda y le robo un cigarro.- Al menos retrasamos su
planes. Tenemos que aprovechar la ventaja momentánea, no pudieron haber ido
lejos. Siendo piro maníacos deben estar cerca para admirar su obra.
- Intenta si quieres, pero dudo
que se hayan quedado. Busca al notario de los tres reyes magos. Yo tengo que ir
a otra parte. ¿T.P.A.? Creo que ya sé qué significa.
- Buena suerte Murdoc y...
gracias.
Regreso
al aeropuerto. El tráfico de oficinistas no existe. Varias oficinas empezaron a
arder temprano en la mañana, según la radio. Ahora sé lo que los Williams
hicieron anoche. Otro par de cuerpos apareció colgado de un balcón en Marvin
Gardens. Una niña de doce años y un sacerdote. Historias de terror que cuelgan
para que todos la vean. La coladera se destapa. Los reporteros hacen preguntas
a las personas correctas. Cuando un juez, ex-policía, es interrogado por las
balas de su revólver reglamentario en el cráneo de un muchacho, todos los
criminales que pasaron por su corte demandan un nuevo juicio. La suciedad
engendra suciedad. El árbol del crimen da frutos amargos. Cualquiera haría la
maña, pocos pueden vivir con eso.
El
aeropuerto está repleto. Adiós turismo. Malkin se tambalea. Es una ciudad
oscura, miserable, traicionera. Es una ramera. Pero es mí ramera. T.P.A., las
siglas de Trans-Pacific Airlines, el avión en el que viajó el hindú y sus tres
mulas. Donde viajó el equipaje por el que murió Neil Terrel. La encargada ve la
placa y me lleva a una oficina. El gerente está ocupado, sobrevendieron vuelos.
La secretaria es la única al mando. No me nota al principio, está hipnotizada
por el amplio ventanal que da hacia las pistas. Siete aviones estacionados, uno
tras otro, esperando su oportunidad para largarse de Malkin.
- Disculpe detective, no le vi
ahí. ¿En qué puedo ayudarle?- La mujer tiene el maquillaje corrido y su traje
está arrugado. El sofá todavía tiene una almohada y frazada de la aerolínea. No
puedo decir que la culpe.- Un par de días muy movidos.
- Sí, y el caso de Neil Terrel
sigue abierto. Necesito saber una cosa, ¿en el avión voló alguna aeromoza que
no estuviese en servicio?- La mujer asiente meditabunda y revisa entre los
papeles de su escritorio.
- Sí, Susan Berg. ¿Quiere su
dirección?
- Si fuera posible.- Me siento
sobre el sofá, quito la almohada y miro por la ventana. Exilio. Éxodo.
- No siempre se hospeda en su
casa, de hecho creo que ya no habita en su casa. Es una aerolínea pequeña, así
que todos nos conocemos. Tenga.- Extiende un papel con una dirección apuntada.-
Se está quedando con los padres de su amiga Mary. ¿Está relacionado al caso?
- Tangencialmente. Ella podría
conocer a alguien de interés.
Me
pongo de pie cuando el suelo tiembla y la lámpara en el escritorio cae al
suelo. La secretaria grita horrorizada. Una reacción sensata. Yo miro hacia la
columna de fuego y humo con la boca abierta. El recuerdo visual regresa a mi
mente como un martillo sobre los dedos. En uno de los clósets de los Williams.
Trajes de técnicos. Trajes de trabajadores del aeropuerto. Instalaron algunos
galones de gasolina entre la maleza entre las pistas. La explosión daña el ala
de un avión. No mata a nadie, pero el clan no quería hacerlo. No quieren
dejarlos irse. El faraón que detiene el éxodo. En el auto escucho sobre las
vías de tren, tres kilómetros más allá de Malkin. Volaron en pedazos. Los
trenes son inútiles, al menos por un par de días. Venga a Malkin, quédese por
las quemaduras de tercer grado.
El
juego del clan de la lámpara roja es más grande y violento de lo que cualquiera
podría imaginar. No puedo evitar sonreír. Es algo bíblico. Los muertos regresan
de la tumba, colgados como decoraciones navideñas. El fuego llueve del cielo,
en salas, cocinas, oficinas y en cualquier parte. Ava no lo escribe así. Me
acusa de ponerme filosófico con el alcohol, y vaya que he bebido desde la
explosión en el aeropuerto. Ella, por el otro lado, se pone incisiva. Culpa al
departamento de policía, a los políticos, a los bomberos. Un poco más y culpa a
las monjas y barrenderos. Tiene razón, pero a la vez se equivoca. Cree que las
palabras podrían derrumbar el sistema, purificarlo. No quiere admitir que lo
cree, se hace a la cínica. En Malkin nada se purifica, sólo cambia de suciedad.
Los
periódicos pagan bien por su investigación. No lo celebra cuando entra a mi
auto. Menos aún cuando escuchamos la radio policial de camino a la dirección
que me dieron en el aeropuerto. Identificaron un cadáver encontrado como Walter
Holman y piden notificar al detective Swan. Tenemos poco tiempo y la rubia
también. Llegamos a la casa de un piso, con jardín posterior y sin auto en la
cochera. Abro la puerta de la cochera con ganzúas y entramos a la casa. No hay
nadie, sólo una nota en la mesa de la entrada dirigida a la mucama, dejándole
saber que se fueron a un hotel por unos días.
- Mira este tiradero. La familia
debe coleccionar decoraciones viejas. No hay un espacio libre en la sala.- Se
queja Ava.- ¿Qué tamaño tendría la reliquia?
- Como para caber en algo así.-
Sostengo una lámpara con una base de lata de aceite de oliva vieja.- Algo que
podría comprar en el aeropuerto en Nueva Dehli.
- ¿Y qué es la reliquia?
- Rajendra no sabía, le pagaron
para robarla de un museo. Es parte de algo más grande, eso todo lo que sabía.
La
ventana revienta con una botella encendida. La segunda vez en el mismo día.
Empiezo a cansarme. Agarro a Ava y la lanzo atrás de un sillón. El frente de la
casa se prende fuego como si todo tuviera alcohol. Disparo contra el ventanal,
pero Joseph Williams me evade a tiempo. Ava corre hacia la salida trasera. Los
Williams son criminales de carrera, pero no son inteligentes. Me paro sobre el
sillón de tela que empieza a quemarse y
salto hasta tirar a Ava al suelo. Disparo con ambas pistolas hacia el corredor
que lleva a la cocina y el jardín. Mark Williams nos esperaba con una escopeta.
Baila al son del plomo y cae al suelo con media cara.
Todos mis sentidos estallan, pero mi sangre se
hace fría como el hielo. Ya era hora de conocernos. Momento de claridad. Joseph
Williams no escucho disparos de escopeta, ahora sabe que algo está mal. Está
desesperado. Sobrevivieron juntos la prisión y la rabia lo consume. Jalo a Ava
para ponerla de pie y la empujo a la cocina. Llegamos tarde. Joseph lanza un
galón de gasolina que estalla como un petardo. Lanzo a Ava dentro del baño.
Abro las llaves de la tina y la meto sin preguntarle. Salgo resbalándome con
las rodillas, apuntando a ambos lados.
Vamos, hijo de perra,
sé lo que estás pensando. Atraviesa el humo con un revólver por la puerta de la
cochera. Tres tiros al estómago. Perro rabioso, no es suficiente. Se lanza
encima de mí y entre el humo veo el brillo de su navaja. Hundo mi anillo
encendido en su mejilla y grita de dolor. Se separa por un momento.
Intoxicación de humo, no consigo levantar mis armas a tiempo. Me esposa a su
muñeca y sonríe como un demente. No quiere morir solo. Forcejeo contra su
navaja hasta quedar sobre él. Dejo caer mi cuerpo sobre su brazo, mi mano
encuentra una de mis pistolas y le disparo en la frente. El fuego se desparrama
por el techo. Una viga cae a un metro de mi cabeza y empiezo a rostizarme. El
fuego de la cocina se extendió a las habitaciones a mi lado. Trato de empujarme
hacia el baño, pero es inútil, Williams es muy pesado. El humo llega hasta el
suelo, no veo nada. Levanto la pistola como si pesara una tonelada. Atino el
cañón a la cadena de la esposa y disparo. Me arrastro como una serpiente por el
suelo. Mis dedos pueden sentir la loza del baño. Algo golpea mi cabeza, suena
como un tubo. Me desplomo en el suelo y escucho a Ava gritando mi nombre y
buscándome en la oscuridad. Después de eso, negrura.
Despierto
tosiendo. Alguien me arrastró hasta el infierno y de regreso. Abro los ojos y
veo el techo de una ambulancia. Levanto la cabeza con todas mis fuerzas. Todo
me da vueltas, pero veo bien la casa hecha una ruina. Escucho conversaciones
animadas y antes que pueda sentarme el paramédico me detiene. Cierro los ojos y
espero lo peor. Espero esposas contra la camilla. La muerte roja bajo arresto.
Me toco las esposas y estoy libre, ni siquiera las que ese demente usó para
esposarme a su muñeca. Me siento como niño en navidad, incapaz de verbalizar mi
alegría y sin ganas de cuestionar el milagro de los juguetes bajo el árbol.
- Ustedes dos tuvieron mucha
suerte. Sobre todo usted. La señorita hizo lo correcto al meterse a la tina.
Ella le jaló al baño, pero ya estaba bastante intoxicado.- Sonrío como un
idiota y me río. Me duele, pero me río de todas maneras.- Su amiga es una
heroína local. Para mañana todo Malkin sabrá que Ava Margo, reportera
investigadora, encontró a los incendiarios y los rostizó.
- ¿Puedes darnos un minuto?-
Reconozco la voz, es Swan
- Pero está muy...
- El tipo es un buey, estará
bien.- Me mira desde arriba, cigarro en la boca y sonrisa. Compartimos la misma
sonrisa cómplice.- Muy bien hecho Perry, esta maldita ciudad te debe una
medalla. Poniendo el pasado en el pasado, hoy salvaste muchas vidas. Hice mis
rondas por las direcciones que faltaban. No había muchas rubias.
- ¿Walter Holman?
- Muerto y torturado. Los
Williams debieron extraerle la información. Te quité todas las cosas de la
muerte roja. No te encontré la reliquia.
- Perdimos las tres.- Sigo
sonriendo como un idiota.- Perdí las tres reliquias, pero si tú hiciste tu
trabajo entonces tendremos una última oportunidad.
- Hice mi parte.- Del saco extrae
un folder y me lo muestra.- Vendieron muchas propiedades en estos últimos días.
Creo que ahora es momento que me digas todo lo que pasa. ¿Para qué son las
reliquias traídas de la India y quiénes han estado matando para conseguirlas?
- Ayúdame a sentarme.- Me siento
en la camilla y veo a Ava hablando con otros reporteros. Es su momento. Quiero
que lo disfrute. Aún no hemos terminado y el clan podría contratar más locos
para sembrar el terror. Aún así, todos teníamos muchas ganas de ver arder a
esos maniáticos.
Le
digo todo. Casi todo. Le hablo del clan. Le hablo de Mr. Green y Mr. Black.
Operadores que patrocinan el crimen. Conjuras dentro de conjuras. Le hablo del
caso de la mano verde. Del tráfico de drogas, de la información de un conserje,
más valiosa que toda la heroína de Malkin. La explosión en el Athena y mi breve
conversación con Mr. Green. Quiere saber lo qué paso entre mi expulsión de la
policía y el tiempo que estuve desaparecido hasta reaparecer como jardinero en
el cementerio. No le digo todo. No le digo del Viejo que me dio el anillo. Algunas
cartas se juegan pegadas al pecho.
- Omití la parte en que la muerte
roja me salvó la vida. Dos veces.- Ava me ayuda a levantarme. Está mareada de
escuchar a los reporteros.
- Me salvaste la vida Ava.-
Caminamos hasta mi auto y me apoyo. Las costillas me duelen y tengo un chipote
en la cabeza que sigue sangrando.
- Éstos son los negocios que
hicieron los tres reyes magos.- Revisa el fólder junto conmigo y Ava asoma la
cabeza.- Hay unos bares, otros edificios, de todo.
- Sí, y un Mr. Brown compró una
propiedad industrial.- Señala Ava.- Siguen con los colores.
- Aquí dice que es un silo de
granero de arroz.- Swan sonríe y añade.- ¿Por qué presiento que habrá algo más
que arroz?
Trato
de convencer a Ava de quedarse atrás, pero no me hace caso. Manejamos hasta la
colonia Industrial. El silo es un cilindro de cinco pisos color blanco con
rayas rojas. Swan explica que muchos focos con gasolina aparecieron en las
fábricas. Demasiados incendios provocaron que todo cerrara por un par de días.
El clan se abre una ventana de tiempo. El sol empieza caer entre las altísimas
chimeneas de piedra de las viejas fábricas. Nos acercamos a pie. El silo
descansa entre enormes edificios de procesadoras en un patio de pasto
amarillento. No hay guardias. No se molestan en fingir que no es una trampa. Me
acerco primero. Bajo la loma y me escondo entre dos autos abandonados hace
mucho tiempo. Me preparo para la sorpresa por venir. No es la primera vez que
camino a mi ejecución, espero que no sea la última.
El
enorme cilindro tiene más de diez metros de diámetro y el clan ha instalado una
máquina que no se parece a nada que hubiese visto en mi vida. Se parece a una
lámpara china roja, pues el exterior de la parte superior es de grandes rollos
de tela roja sobre paneles de vidrio. En el interior hay un extraño mecanismo
que parece racimo de uva. Desciende desde la mitad de la enorme lámpara hasta
una estructura como una red de metal donde descansan las tres partes de la
reliquia formando un engrane. Rajendra no mentía, la orfebrería es perfecta.
Sobre la dorada superficie hay una población que clama hacia arriba, con brazos
al cielo o tapando sus ojos. El engrane tiene una constelación muy precisa de
hendiduras y montículos de la que se apoyan mecanismos de cobre que desafían
cualquier descripción. La reliquia es el corazón de la máquina. Y en la parte
baja, a metro y medio del suelo, una rueda parecida a un timón de barco, con
doce agarraderas de distintos colores. Doce miembros del clan, doce colores y
un mismo destino.
- El clan siempre ha representado
la mano del destino, y esa es su rueda.- Un hombre de mediana edad en un pulcro
traje aparece desde otra puerta.
- Mr. Brown, supongo.
- Pensé que tardarías más
tiempo.- Mi primer instinto es apuntarle, pero sé que sería inútil.
- ¿Cómo podría, cuándo me
llevaron de la mano desde el principio? Neil Terrel me invitó al juego, pero
ustedes ya habían hecho las reglas. Le pagaron a Rajendra Venkata, pero no
pudieron esperarse, decidieron matarlo en cuanto pudieron, había usado tres
mulas para traer la reliquia. ¿Por eso mataron a Neil, para que yo encontrara
las piezas por ustedes?, ¿o planeaban incluirme en su proyecto de ciencias
desde el principio?
- Fue conveniente, por decir lo
menos. Teníamos que incluirte, no sabíamos cuándo.
- Linda... lo que sea. Pero no
entiendo una cosa, ¿por qué los Williams? Los muertos colgados les dejan
chantajear a mafiosos y policías viejos y poderosos. ¿Los usaron como pantalla de humo?
- Te conozco tan bien Perry, que
a veces olvido que no estás en nuestras reuniones.- Puedo sentir las miradas de
los otros integrantes de la banda colorida. Mr. Green nunca se habría
presentado en persona. Brown planea algo grande conmigo.- La lámpara absorbe
las almas de los inocentes. La máquina de Sodoma y Gomorra. Llevaremos a la
ciudad a la locura. Claro, antes tenía otra utilidad, un poco menos...
- ¿Diabólica?
- Interesante. Es del viejo
mundo, pero ya no queda nada del viejo mundo. Con ella construiremos uno nuevo.
Empezando aquí en Malkin, ¿y por qué no? El lugar ya es una cloaca.
- Doce genios del crimen adorando
una reliquia ancestral... Me dan lástima.
- Once, no doce. No, sólo falta
Mr. Red.- Me cae como un balde de agua fría. Lo debí haber visto venir.- ¿Qué
creías que era tu anillo, un mero encendedor portátil? El anillo es invaluable.
Tú y yo sabemos de dónde vino.
- Sí, pero no estamos de acuerdo
en adónde irá.
- En cuanto a eso de mera
reliquia ancestral...
Brown se acerca a la
lámpara y ésta cobra vida. La pesada estructura de vidrio y tela empieza a dar
vueltas, su interior iluminado por una luz fantasmagórica. La máquina hace un
ruido que al principio parece metálico, pero suena más como un rumor o como
llantos ahogados. No los escucho entrar y para cuando me doy vuelta hay tres
matones que toman a Ava como rehén. Swan les amenaza, pero no dispara. Brown
dice algo sobre un sacrificio humano. Me quito la bufanda y sonrío. Él sonríe
conmigo, pero no de lo mismo. Me doy vuelta y le disparo a Robert Swan en las
rodillas. El detective cae al suelo, más sorprendido que adolorido, pero eso
cambia.
- Por favor Swan, ¿creías que me
engañarías? Llegaste a la casa en llamas porque mataste a Holman y bajo tortura
te lo dijo. Esa casa no estaría en el registro, es de los padres de una amiga.
Me golpeas en la cabeza, robas la reliquia y nos salvas.
- Pero...
- Ah, y claro, cambiaste mis
balas por balas de salva. Las cambié antes de entrar aquí. Todo ese show de
salvarme la vida en el Athena fue muy convincente. Debo decir Brown, los
estándares de calidad han bajado. Mr. Green no habría fallado en algo tan
sencillo como un intercambio de tres reliquias por dinero. No debiste mandar a
este gusano.
- Dijeron que perdonarían mi
fracaso- dice Swan.- si hacía esto bien. Me dijeron lo que debía dejar en el
cuerpo de Neil Terrel cuando lo matara.
- Te convertiste en un cabo
suelto. ¿No has notado como no me detienen de matarte?- Le quito la pistola,
solo por si acaso, pero aún no lo mato. Apunto a los tres matones que tienen a
Ava de rehén. Ellos caminan en reversa, detrás de la lámpara para ocultarse de
mí.
- No servirá de nada.- Dice
Brown.- Ella morirá si disparas. La dejaremos ir si cumples tu función. Los
demás miembros no querrán acercarse hasta que tú te hayas convertido. Usa el
anillo de la muerte para acelerar el proceso y salva a tu amante.
Calculo
mis posibilidades y recuerdo por qué odio tanto las matemáticas. Me acerco a la
lámpara y ésta se acelera. Puedo ver los fantasmas por dentro. Flotando en su
interior, cada vez más rápido hasta formar una luz consistente. El techo del
silo estalla hacia arriba. Puedo sentirlo, a mi alrededor y dentro de mí. Puedo
sentir que ellos dicen la verdad, que esa máquina es todo lo que dicen y aún
más. El martillo del destino. Un pozo de almas inocentes, incapaz de seguir
adelante porque aún no han entendido lo que ocurrió. Les quito almas cada vez
que les doy justicia, alguna especie de balance en un juego cósmico que, estoy
seguro, ha estado desde mucho antes que Mr. Brown hubiese nacido.
Me
acerco a la rueda. Brown me ordena que suelde el anillo de almas.
Accidentalmente toco una de las doce agarraderas de la rueda y puedo sentir una
explosión en mi interior. Son miles de soles que queman todos mis recuerdos.
Miles de manos que me acarician hasta el olvido. Miles de centellas que
accionan mi mente. No puedo impedirlo y no sé si quisiera hacerlo. Mi mano
derecha se mueve al anillo. El calor empieza a soldarlo. Es como ser jalado
hasta un hoyo negro y devuelto al monte Olimpo. Reconozco la sensación cuando
consigo doblar el cuello. Es como estar con Ava. Ella me mira suplicante. La
vergüenza entra a mi organismo como un veneno. No soporto mirarla. El anillo
está unido casi por completo y por más que hago fuerza no consigo despegarme.
Brown grita algo sobre mi conversión. Grita algo sobre el anillo de almas y la
lámpara que no consigo escuchar. La estructura gira cada vez más rápido con una
luz tan potente que es cegadora.
- ¡Te dije que no serviría contra
el fuego!
Volteo
a ver a Ava otra vez, hincada en el suelo. La veo llevar su mano al zapato.
Todo lo que la rueda del destino me ofrece, ya lo tengo. Sonrío con malicia.
Ávido de sangre. Ávido de muerte. De muerte roja. Ava saca el cuchillo que
guardó en su zapato y apuñala a uno de los matones en el muslo, justo en la
arteria. El maldito estará muerto antes que sepa lo que pasó. Me despego de la
rueda y desenfundó las dos pistolas rojas. Jalo el gatillo con gusto. Me muerdo
el labio inferior y lo disfruto. Ava no se queda quieta. Encuentra un hacha y
se lanza contra la lámpara roja. Brown la persigue. Forcejean. Puede reemplazar
el vidrio y la tela, pero él quiere el anillo de almas. Ava destroza un panel
de vidrio y todo comienza a tambalearse. Los pedazos salen volando por todas
partes. Brown arranca las tres piezas de su posición, pero no llega lejos. Le
disparo en un hombro. Cae al suelo. La reliquia cae de su mano y se parte en
tres.
- Las lanzaré al océano, a ver si
las recuperan de ahí.- Le piso el brazo. Le quito las piezas.
- No has detenido nada. ¿Crees
que no podemos conseguir otro anillo de almas? Estás muy equivocado. Valía la
pena, con tal de convertirte.
- Oye Brown, te veré en el
infierno.- Le disparo en las rodillas y después en la cabeza.
- Vamos Perry, esto se cae a pedazos.-
Una placa de vidrio se estrella a mi derecha, revienta parte de la pared del
silo y la estructura entera está por derribarse.
- Sácame de aquí Perry, por
favor.- Swan se arrastra hacia mí. Le marco la frente con mis anillos y le dejo
un arcano de la muerte.
- Se te acabó el tiempo el
momento que te uniste al clan. Ah, y Neil Terrel te manda saludos.
La
lámpara roja se desploma finalmente. Robert Swan deja de gritar. Ava y yo nos
sentamos sobre el capó del auto. Vemos el atardecer en silencio. La abrazo y
suspiro. Mil veces mejor que cualquier rueda del destino. Puedo sentir las
miradas de los otros, de Mr. Green, Mr. Black y todos los demás. Siento la
respiración de Ava a mi lado y me olvido de lo demás. Me besa cuando cae el
sol. Me mira a los ojos y sonríe. Quiero decirle que hace mucho que nadie hacía
eso conmigo, que la deseo más que al destino, más que todo el dinero del mundo.
No digo nada. Ella sonreiría y diría que el alcohol me pone filosófico. Cae la
noche. Ava señala a Malkin. No hay incendios. Queda uno todavía, el nuestro.
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