La búsqueda por el rey unicornio
Por: Juan Sebastián Ohem
El
sacerdote había acampado en una arboleda cerca del camino. La mula que había
comprado a mercaderes errantes se había colapsado de cansancio en la tarde.
Fendrel nunca había viajado más de dos días y era inexperto en los límites de
las bestias de carga. Sintiendo compasión por la bestia la tapó con su cobija
para que no pasara frío. A la madrugada se encontró con que la mula había
masticado la débil cuerda que le sujetaba al árbol y se había ido, sin duda de
vuelta a sus anteriores dueños. Fendrel lanzó maldiciones y caminó con el
estómago vacío a través del espeso bosque. El estómago vacío le hacía perder
los estribos, ya había recibido por ello amonestaciones por parte de los
prelados de Alsacia. Fendrel, nostálgico por el largo viaje, rezó un ave María
pidiendo paciencia para llevar a cabo su misión. Al ver los frondosos cultivos
se alegró y con gruñidos en el estómago se recordó a sí mismo que Dios no
cierra una puerta sin abrir una ventana.
- Madre de Dios, padre pero si
está en los huesos.- Fendrel miró sus regordetas manos y decidió no contradecir
a la rechoncha campesina que corría a él cargando con una canasta con pan y
queso.- Coma algo, por Dios santo, ¿qué alma salvará si muere de inanición?
- Gracias amable señora.- Fendrel
devoró rápidamente. Recordó con nostalgia las amonestaciones de los prelados
“además de gruñón, eres glotón” le repetían desde el seminario. Con divertida
malicia se repitió esos regaños mientras la campesina le ofrecía leche.
- Usted no es de aquí, ¿de dónde
viene?
- Alsacia, me mandaron a la
abadía de San Jorge. ¿La conoce?
- Claro que la conozco, pero se
equivocó de camino.
- ¿Qué dice?- Fendrel sacó el
grueso mapa de cuero y limpiándolo un poco de los restos de comida señaló la
abadía con su rechoncho dedo.- Está aquí, ¿no es cierto?
- Sí padre, pero usted no está
aquí en el ducado de Iangres, está aquí en Balois, del otro lado del valle.-
Fendrel acercó la cara al mapa y tartamudeó confundido.- Esa mancha es
requesón, tomó usted el camino equivocado.
- Válgame Dios, ¿qué puedo hacer?
- Vaya al mercado de Balois,
salen carretas todo el tiempo para Iangres. Asegúrese que la carreta no pase
por Larch.
- ¿Me alejaría mucho?
- No es eso, es que Larch está
compuesto de demonios y asesinos.
- Lo tendré en cuenta.- Respondió
con su voz de diplomático.
Fendrel
se felicitó a sí mismo, sabía que si decía que iba a la abadía de San Jorge le
iría mejor que si decía la verdad, pues el padre Fendrel se dirigía
precisamente a Larch en asuntos urgentes del sagrado imperio romano. La
cristiandad entera, pensaba Fendrel, pende de un hilo. Atravesando los cultivos
jugó con una rama como si fuese su espada, se vio a sí mismo como el héroe de
la cruz, el caballero Fendrel que combate a los hombres del desierto en el sur.
Se detuvo a sí mismo cuando notó que los niños le imitaban con risas. Les miró
como un catedrático mira a un pupilo sin futuro y se internó en el feudo de
Balois. En su viaje había atravesado incontables feudos y aprendido muchas
cosas valiosas. Su vida en el monasterio le había llenado de libros, pero
sustraído del mundo. No era suficiente leer sobre los diversos feudos del
imperio, había que estar en ellos para oler la inmundicia de las vacas, los
humos de las destilerías, el distintivo olor de los mercados con sus especias,
sudor y carnes. El mercado de Balois parecía estar vacío, apenas unas cuantas
docenas de personas, y no alcanzaba a ver a las multitudes saliendo de las
puertas de los muros del feudo para comprar y vender.
- Estamos en guerra.- Le explicó
un artesano que vendía carretas y herramientas.- Lo hemos estado ya por siete
años.
- ¿Con quién?
- ¿Con quién más? Con Larch. El
ejército ya partió, pero no hay ejército. No desde hace un año, así que
vinieron por muchos de nosotros. Lord Juan III paga bien a los que se enlistan.
- ¿Y no cree que haya alguna
carreta que parte en dirección a Iangres? Necesito ir a la abadía.- El artesano
se rascó el trapo que tenía en la cabeza y limpiándose los dientes con una
espiga remojada en el frasco de aceite sobre su mesa pensó la respuesta.
Fendrel sonrió como un idiota, atorado en esa mueca mientras el artesano
deliberaba sobre una cuestión tan metafísica. Finalmente el artesano tronó los dedos
y sonriendo señaló a las barracas militares apostadas en la pendiente que
bajaba desde las montañas hacia el valle.- La guilda de herreros partirá a
Iangres hoy, en cualquier momento, para presentar sus obras maestras a los
artesanos de allá. En un mes es el concurso. Están muy emocionados. Los
distinguirá fácilmente.
- ¿Por qué?
- Porque irán bañados.
Fendrel
recorrió el muladar que era el camino hacia el paso de las montañas. Cientos de
huellas de botas y herraduras habían ablandado la tierra húmeda. Miró hacia la
entrada del feudo, pudo ver algunas casas, los sembradíos del señor e incluso
una modesta iglesia. Todo parecía tan pacífico que le costaba trabajo creer que
estaban en guerra. Cambió de opinión al acercarse a las barracas. Los soldados,
la mayoría heridos, echaban suertes para hacerse de las pocas cotas de maya que
quedaban. Vestían de gruesos abrigos café, con capuchas de cuero, pero eran
pocos los que tenían protección adicional, e incluso algunos tenían un garrote
de metal por espada. Fendrel se les acercó con alabanzas y rezos, los soldados,
temerosos de ser llamados a la batalla, se le unieron y no protestaron cuando
Fendrel les regañó por tener tanto vino e incluso le regalaron varias vejigas
de cabra repletas de vino dulce.
Las
carretas con los herreros tardaron una hora en salir, iban cargados al máximo y
tuvieron que emplear ocho flacos caballos. Los caballos estaban vestidos con
los colores de la guilda, café y verde, pero las telas ya estaban gastadas. Los
artesanos, con sus mejores telas y totalmente pulcros aceptaron a Fendrel, pero
lo mandaron a la carreta. Se acomodó entre las pesadas armaduras y viajó
acompañado de un emocionado aprendiz que, a cambio de un poco de vino, aflojó
su lengua.
- Mire usted padre de Alsacia, las
montañas frente a nosotros, al oeste- Fendrel siguió el dedo del aprendiz, más
allá del reino en el valle, hasta las montañas nevadas que parecían abrirse en
una meseta extensa poblada por muchos edificios.- eso es el ducado de Iangres.
Tienen ese paso, las montañas y terminan en el pantano de Ravenmarsh. Al norte
está el ducado de Perthes, ése que ve entre los bosques. Muchos dicen que ahí
habitan toda clase de seres y no todos ellos mortales.
- Vamos hijo, esas son
exageraciones.
- Quizás, pero en Perthes está
prohibido talar esos bosques.- Por lo que Fendrel podía ver el ducado de
Perthes se encontraba rodeado casi por completo de una de las mejores barreras
estratégicas posibles, un frondoso bosque.- Es el reino de Lotenburgo, su rey
es muy sabio. Enrique I, ha sabido mantenerse al margen de nuestra guerra con
Larch.
- ¿Y ese reino de Larch, por qué
es tan odiado?- El aprendiz señaló al valle, donde gruesas murallas protegían
un extenso reino dividido en dos por un río que, debido al tipo de piedra
franca, era blanco. El reino estaba limitado por escarpados desfiladeros y
enormes cataratas. Además de los cultivos que rodeaban a las murallas podía
verse, entre las cataratas y el principio de las montañas en las que estaba el
feudo de Galois, las extensas y profundas minas.
- No sé, no me acuerdo. Algo que
ver con el honor. La verdad es que de vez en cuando nuestro amado señor, en su
infinita sabiduría, manda cien soldados que son masacrados. Supongo que cree
que Larch se rendirá. Una vez estuvimos
cerca de tomar el reino, destruimos parte de las murallas, pero no duró mucho.
No sé los detalles y no me importan, me harán compañero si ganamos el
concurso.- El aprendiz le dio de palmadas a las armaduras y Fendrel sonrió.
- Tan gloriosas como aquellas que
defienden Alsacia.
- Si usted lo dice.
La
carreta siguió la ladera de la montaña, en ocasiones colinas frondosas de
pasto, en ocasiones desfiladeros peligrosos, y conforme bajaban al valle los
ruidos de la batalla se hacían más y más audibles. Fendrel había leído sobre
estrategia militar, pero la verdad es que sólo había visto una batalla en toda
su vida, y muy lejos. Los soldados de Balois habían logrado dividir al ejército
de Larch en dos, pero estos se negaban a caer en la trampa de seguir al
ejército de Balois a las montañas. El metal contra el metal, el resoplar de los
caballos y los gritos de los hombres enmudecieron a los artesanos. El campo de
batalla estaba lejos de los cultivos, los cuales aún eran cosechados,
seguramente por las esposas de los valientes combatientes. Fendrel concluyó que
Balois nunca tomaría el reino de Larch, al menos no sin ayuda, y el reino de
Larch nunca podría conquistar Balois. Parecían estar en un estado de
sanguinario equilibrio. Fendrel recitó pasajes de los evangelios cuando la
carreta pasó a pocos kilómetros de la batalla.
- Hemos llegado padre Fendrel,
bienvenido al ducado de Iangres.
Un
escuadrón de lanceros, apostados en los caminos que llevaban al paso entre las
montañas, vigilaban la batalla desde lejos y protegían al ducado. Los lanceros,
vestidos de pulcras telas blancas y azules, con cascos de metal y cota de malla
en el cuello, eran el opuesto de las frágiles y humildes tropas de Balois.
Fendrel se bajó de la carreta en la entrada de la ciudad y se sorprendió al ver
tantas cuadras de casas y comercios. Preguntó direcciones en la capilla y tomó
el camino que rodeaba al castillo, fortificado por pesadas murallas y
ballesteros, en dirección a la enorme abadía a orillas del río blanco que,
kilómetros más adelante, se convertía en un peligroso pantano. La abadía, pensó
Fendrel recordando sus lecciones de arte, era un ejemplar románico que no se
había enterado del renacimiento carolingio, era una estructura de tres pisos en
forma de cruz con ventanas muy estrechas y altísimos techos soportadas por
crudas vigas de madera. Los monjes que atendían los jardines de la abadía se
prestaron rápidamente para llevarlo ante el abad Rothild. El abad, un hombre
delgado con rostro inteligente, ojos hundidos por la lectura y manos delicadas,
le condujo hacia las humildes habitaciones. Fendrel se sentía como en casa,
pero no podía revelarle a nadie, ni siquiera al abad, la importantísima misión
que el emperador Carlos II le había encomendado hacía tantas semanas. Una
misión que ni siquiera él terminaba de entender. El emperador le había tomado
de los hombros y con fuego en los ojos le rogó, él siendo emperador de los
cristianos, que encontrara al rey unicornio y salvara al imperio invisible.
Las
últimas dos docenas de soldados de Balois se rindieron cuando Sir Ulric de
Whiteriver decapitó al capitán Jonás con su espada y lanzó su cabeza al helado
río, rojo por la sangre de los muertos. Como era habitual los soldados
rindieron pleitesía y les dejaron irse, pues eran campesinos en su mayoría y sin
duda tendrían familiares en Larch. Sir Ulric cabalgó rodeando el campo de
batalla, como era su costumbre, para finalizar el conflicto y con los vitoreos
de sus soldados cabalgó directo hasta Larch. El caballero fue recibido con
aplausos y flores. Cortesanas lavaron sus botas y al caballo de la sangre
usando las telas de sus ropas y los jóvenes le ofrecieron vino y cerveza. El
caballero se quitó el pesado yelmo y saboreó la cerveza sin dejar de cabalgar
por el puente hacia las tierras del señor. En años anteriores el rey Rotrund le
habría acompañado al campo de batalla, por ley el rey no podía pelear pero
siempre encontraba maneras de deshacerse de sus consejeros para acompañarlo
cuando la batalla ya estaba prácticamente ganada. Ahora el rey estaba convaleciente,
su juicio se había vuelto más severo y el reino celebraba ahora una victoria
pero regresaría la zozobra en cualquier momento.
- Mi señor, están todos reunidos
en la corte.- Le avisó uno de los guardias reales en las escaleras al tercer
piso. El castillo, en vigilancia continua, se componía de varias estancias y
dos torres. Rotrund había alojado su corte en el segundo piso, con una vista de
su reino y con las dos torres a sus flancos para caso de emergencia.
- He venido a informar que la
batalla ha sido ganada.- Sir Ulric bajó la cabeza en presencia de Pipino, el
hijo menor del rey y su consejero personal.
- Ulric, ven conmigo.- Pipino le
guió más allá de la extensa mesa y los dos tronos hasta la habitación del rey,
poco más que una cama de paja y dos muebles. Rotrund estaba acostado, como lo
había visto por última vez en la mañana,
rodeado de su esposa la reina Beatriz y su primogénito Luis. Su hija
Judith estaba sentada en un rincón, llorando con un pañuelo, a un lado del
general Rotran quien permanecía en posición militar de firmes. Ulric se hincó y
bajó la cabeza, pero no escuchó más que los llantos de la reina.
- Mi padre ha muerto.- Anunció
Luis sin más preámbulos.
- Mi más sentido pésame mi
señora.
- Gracias Ulric.- Beatriz tosió
flema con sangre y se puso de pie difícilmente.- Luis asumirá el trono, como
fue el deseo de mi esposo. Rotrund no era tonto, nos preparó para esto.
Nosotros sólo tenemos que preparar el funeral por él, pero tú Ulric tienes que
hacer algo por mí.
- Lo que usted ordene, mi
señora.- Beatriz se apoyó en su brazo vestido con armadura y le miró a los
ojos. Su belleza se había ido hacía años, ahora su salud se le escapaba por
cada poro.
- La bruja Muriel predijo su
muerte desde hace semanas. El pueblo entero ya debe saberlo sin que nosotros lo
tengamos que decir. Encuéntrala Ulric y mátala. Hazlo por mí. Esa hija del
diablo envenena nuestro valle.
- Lo haré mi señora. La bruja
estará muerta.
- Luis, ¿qué quieres hacer
primero?- Preguntó Pipino mientras se acomodaba su abrigo de piel de lobo. Luis
soltó una lágrima, soltó la mano de su padre y se irguió como un rey.
- Seguiremos con la obra de
nuestro padre. Judith, te casarás con el duque Carlos de Iangres.- Judith
aceptó con un gesto y el general se aclaró la garganta. Ulric detestaba cuando
Rotran lo hacía, significaba problemas.
- Mi señor, esa boda puede ser
contraproducente. Lotenburgo tendría tanto control de nosotros como nosotros...
- Rotran, conoce tu lugar.- Dijo
Pipino con su voz suave, muy acorde a sus rasgos delicados.- Mi consejo
hermano, es usar la situación para mediar diplomáticamente con Lotenburgo y con
ese maldito feudo miserable.
- Concuerdo. Prepararé el funeral
para ayudar eso. Ulric, haz como ordenó la reina. Mata a la bruja.
Al
anochecer la abadía de San Jorge se alegró con los cantos de la misa y Fendrel
acompañó al abad Rothild a la biblioteca, el tesoro de su vida. Entre los
altísimos anaqueles se sentaron en cómodos sillones de cuero alrededor de la
chimenea. El abad ofreció del vino que ellos producían y Fendrel, con una
sonrisa pícara, ofreció el vino que los soldados de Balois le habían dado.
Hablaron de teología, de política y de Historia. Fendrel se sorprendió por la
sabiduría del abad y desechó su prejuiciosa idea que los reinos o ducados
pequeños no podían producir conocimiento que valiese la pena. No podía esperar
para regresar a Alsacia y decirles a sus catedráticos que no eran ellos
portadores de toda la sabiduría.
- Balois mismo tuvo problemas con
esos bogomiles. Toda clase de ideas raras llegan a esas montañas.
- He visto Balois y mi estimado
abad, veo que muchas ideas raras llegan y muchas otras se van para no volver.-
Fendrel, acalorado por la bebida y la fogata se rió sólo. El abad se irguió y
levantó una ceja.
- Soy el hijo menor de Juan III
señor feudal y sabio de las montañas.- Fendrel se puso pálido y Rothild, al
verlo incómodo sonrió y le dio una palmada en la espalda.- Y sí, mi estimado
Fendrel, tienes toda la razón. Hay poco espíritu cristiano entre Larch y
Balois.
- Abad, disculpe usted.- Un
fraile se acercó con la cabeza baja y dubitativamente.- Tengo terribles
noticias.
- El rey de Larch ha muerto.-
Dijo Fendrel mientras se servía otra copa. El fraile asintió con la cabeza y
desapareció. El abad Rothild miró al cura con extrañeza.
- ¿Cómo supo usted eso, padre
Fendrel?
- Porque me lo dijo el emperador.
Carlos el gordo, y sí está muy gordo.- Fendrel se divirtió al ver la cara del
abad y divertidamente se le acercó y le dio una palmada en la rodilla.- ¿Quiere
saber usted un secreto, abad Rothild de Balois?
- La curiosidad no es pecado.
- Carlos II llegó corriendo a la
basílica un día. Estaba de pasada y por azares del destino estaba yo en el
confesionario. ¿Se imagina usted? El emperador en persona se hincó a
centímetros de distancia de mí. Me dijo que el rey de Larch moriría hoy mismo,
problemas pulmonares. Me envío a Larch para que busque al rey unicornio porque
el imperio invisible está en peligro.
- ¿Está usted seguro que era el
emperador? Es decir, es un confesionario, es un lugar oscuro y cualquier loco
puede decir cualquier locura.- Fendrel, quien estaba ya muy acalorado por la
bebida, negó con la cabeza y se acomodó en el sillón.
- Salió del confesionario, me
sacó de un jalón y agarrándome de los brazos me repitió la misión. Su guardia
estaba muy nerviosa, no sabía qué hacer conmigo. Los prelados no podían
creerlo, no me tienen mucha estima. No me explico por qué.
- ¿Imperio invisible?
- Exacto. Me imagino que es una
red de alianzas secretas de diplomacia y espionaje que protegen a nuestro
sagrado imperio. No sé mucho de política actual del imperio, pero haré lo que
me fue pedido.- Rothild encolerizó y se contuvo de agarrarlo de la sotana y
gritarle.
- Pero no hombre, que usted iba a
correr en círculos. Venga conmigo.- Rothild le llevó por una puerta secreta
detrás de un pesado mueble de lectura. El túnel les condujo hacia una pequeña
biblioteca en la completa penumbra. Rothild encendió las lámparas y fue
buscando entre antiquísimos tomos y pergaminos polvosos.
- Ya veo que toda abadía tiene
sus secretos.
- El conocimiento viene del árbol
del edén, pero algunos conocimientos son tan peligrosos como aquella manzana.-
Rothild fue pasando sus largos dedos entre los tomos árabes y algunos libros
prohibidos hasta dar con un bestiario en una lengua vernácula que Fendrel no
reconoció.- He sabido del rey unicornio por muchos años y me considero su fiel
seguidor.
- ¿Quién es este rey?
- Ya que le mandaron a Larch debe
evitar la tentación de creer que fue Rotrund, el hombre era un bruto y un
criminal. Y no lo digo sólo porque venga yo de Balois.- Colocó el pesado tomo
en un atril y acercó una lámpara de aceite para mostrarle el dibujo de un
unicornio rodeado de extrañas palabras que Rothild podía leer con facilidad.-
El imperio invisible es tan real como usted o como yo. El rey unicornio no es
una mera invención del imperio.
- Esa parte sí me queda clara,
estimado abad, ya lo dice el libro de Job: “¿Querrá el unicornio servirte a ti,
Ni quedar a tu pesebre?”. También en Números: “Dios los ha sacado de Egipto;
Tiene fuerzas como de unicornio.”
- Es palabra de Dios.- Fendrel
observó el bestiario, el unicornio se encontraba sobre un precipicio en actitud
desafiante con un largo cuerno dorado y un anillo en el cuerno.- El imperio
invisible existe antes de que Europa fuese evangelizada y muchos dicen, y yo
estoy de acuerdo, que el imperio invisible existe aún. Si el emperador en
persona le ha dicho que debe encontrar al rey unicornio, entonces no sería el
rey Rotrund.
- ¿Usted cree?- Fendrel pensó en
el natural odio de la gente de Balois y el abad se dio cuenta de su intención
de inmediato.
- Piénselo así, el emperador sabe
cuándo morirá, es decir, que lo conoce. Además le dice que encuentre al rey
unicornio, ¿acaso no tomó clases de lógica?
- Bueno, está bien, disculpe
usted. Este imperio invisible, ¿cómo funciona?
- Eso nadie lo sabe con certeza.
Los reyes invisibles dividen a Europa de manera distinta que las manos de los
hombres. Es Dios mismo quien ha hecho esas divisiones y por eso hemos de
protegerlas. Por eso mismo usted se irá ahora mismo a la cama. Tiene que
descansar la borrachera que trae encima. En la mañana le daré provisiones y
todo lo que necesite.
- Le advierto mi estimado abad,
no soy una persona amable en las mañanas.
Rothild
de Balois despertó a Fendrel al amanecer con una cubetada de agua. Rápidamente
lo arrastró a la cocina para que comiera algo y le puso al día. Le dijo que el
nuevo rey de Larch, Luis I, ha preparado una comitiva para matar a la bruja
Muriel quien, como el emperador Carlos II, predijo la muerte de Rortrud. Armado
de provisiones y con un par de frailes partió Fendrel al reino de Larch, con el
mensaje al rey de las condolencias del abad Rothild.
En
la helada madrugada Isolde cruzó el puente interior del reino de Larch en busca
del asesino de su padre. Titiritando de frío y empuñando un afilado puñal le
buscó entre las calles del burgo cercano al castillo. Sabía que pronto partiría
a una misión, por lo que no tenía mucho tiempo. Sir Ulric de Whiteriver
moriría. Le vio cabalgando a solas por las neblinosas calles y envuelta en
pesadas telas fingió ser una anciana desvalida. Atentamente escuchó los cascos
del caballo y se preparó para atacarlo. Teniendo apenas 18 años no alcanzaba
más que a su bota, pero tendría que contentarse con eso. El caballo estaba a
menos de un metro cuando Isolde levantó el brazo para atacar al jinete y un
anciano que pareció aparecer de la nada la empujó a un lado.
- ¿Qué has hecho, anciano?
- ¿Estás loca niña, el caballero
de Whiteriver te matará sin pensarlo dos veces?
- Mató a mi padre.
- Conocí a tu padre Tomás, era un
bueno hombre y no quisiera verte muerta.
Isolde descubrió su
redondo rostro, enrojecido por el frío, y no supo qué decir. El anciano tenía
razón, lo sabía, pero su odio no podía contenerse. Dejando al anciano con la
palabra en la boca persiguió el ruido del caballo que iba cada vez más despacio
hasta detenerse por completo. Se acomodó el rubio cabello y con el arma aún en
la mano siguió el ruido a través del océano de impenetrable neblina. La ciudad
aún dormía, el lejano rumor de las cataratas de los truenos eran su único
acompañamiento. Encontró al caballo amarrado fuera de una taberna y entró.
- Buenos días.- Sir Ulric le
estaba esperando. Isolde levantó su mano y el caballero la agarró de la muñeca
con tanta fuerza que ella dejó caer el puñal.- Quería ver el rostro de mi
asesina.
- Déjame ir animal.- Ulric le
tapó la boca y con su rostro señaló la taberna repleta de soldados que habían estado
bebiendo desde la victoria del día anterior.
- Mis hombres están demasiado
borrachos y tú estás demasiado joven.- El caballero, vestido apenas con una
camisa verde y su cinturón con su espada
larga, la arrastró a la parte de atrás, donde las mujeres aprovechaban la
oscuridad para ganarse unos florines sobre montículos de paja. Isolde miró a
las prostitutas dormidas con sus dueños y pensó lo peor.- Tú eres demasiado
joven y fea, no te hagas ilusiones. Empieza por decirme lo obvio.
- Mi nombre es Isolde y mataste a
mi padre.
- He matado a muchos hombres.-
Dijo el caballero con frialdad. La dejó ir e Isolde notó que con la débil luz
de las velas el duro rostro del caballero mostraba algunas arrugas y dos
enormes ojos verdes bajo un ceño fruncido por la preocupación.- Uno de ellos
podría ser tu padre, o quizás no. Si tu padre era soldado nena, él escogió su
muerte.
- Mi padre no era soldado, y no
era de Balois tampoco. Era artesano, uno importante en la guilda. Cruzó el
campo de batalla para recoger un pago y lo mataron. Una flecha por la espalda.
- ¿Y me viste hacerlo?
- No había muchos arqueros y tú
tenías una ballesta. ¿Quién disparó la primera flecha?
- No lo recuerdo. Quizás fui yo,
quizás no.- Ulric resopló cansado y su corazón se aflojó.- ¿Tienes mamá?
- No, él era todo lo que tenía.
- ¿De qué vas vivir?
- La guilda me ofrecerá algo que
hacer. No necesito tu dinero.- Le espetó Isolde.- Pero mi padre llevaba mi
herencia puesta, algo que hizo él mismo según me dijo, y de muchísimo valor.
Ahora está perdido quién sabe dónde.
- Espera, ¿lo traía consigo?-
Ulric, apenado por la situación, tronó los dedos y sonrió.- Iremos ahora mismo.
Ya verás Isolde, esto no se quedará así, no lo dejaré.
- Si encontramos su collar el rey
unicornio te lo agradecerá.- Ulric
resopló enojado y de un jalón le hizo seguirle hasta su caballo.
- No creo en cuentos de hadas.
- Mi papá sí.- Ulric la ayudó a
montarse y ella se sentó como hombre.
- ¿Y tú papá te enseñó a montar?
- Me enseñó muchas cosas, sobre
quiénes son nuestros verdaderos reyes.
- Déjame adivinar, el rey
unicornio, el rey dragón y el rey oso.- Ulric cabalgó a toda velocidad con
Isolde agarrado a su espalda.- Yo también fui niño, hace mucho. El duque
marmota, el conde salamandra, el alcalde grillo.
- No deberías mofarte de esas
cosas.
- Yo vivo en el mundo real
Isolde, con cosas y personas que te matarán sin pensarlo dos veces. Está bien
si quieres creer en hadas y duendes.
- Las hadas son reales. ¿Nunca
has visto una? Yo sí.
- He visto cosas que se suponen
que no existen, al fragor de la batalla o en soledad rodeado de parajes
peligrosos la mente juega toda clase de juegos, pero no hay tal cosa como un
hada.
- Las hadas sólo se presentan a
quienes son puros de corazón y ágiles de entendimiento.- Dijo Isolde con un
tono pícaro.
- Muy graciosa.
Llegaron al campo de
batalla donde los ladrones continuaban con ardua labor de recoger los cuerpos,
robar todo lo que puedan vender y luego extraer la grasa de sus cuerpos para
venderla al mercado. Ulric desenvainó su espada como aviso para que se
detuvieran e Isolde se bajó del caballo y buscó entre los cuerpos. Con lágrimas
en los ojos cargó los cuerpos que estaban apilados para poder buscar entre los
de hasta abajo. Ulric esperó pacientemente hasta que Isolde gritó horrorizada,
había encontrado a su padre con la flecha aún en su espalda. Isolde le abrió la
camisa de un jalón y recuperó el anillo que pendía de su cuello. El anillo era
grueso y estaba repleto de rubíes y diamantes.
- No lo hizo tu padre.- Ulric se
bajó del caballo y miró al anillo sobre su hombro.- Pero si es de tu padre,
entonces es tuyo.
- ¿Es usted el caballero Ulric de
Whiteriver?- Fendrel y los frailes del abad se bajaron de sus caballos y,
tapándose la nariz por el hedor de los cuerpos, le extendió la mano.
- ¿Y quiénes son ustedes?
- Yo soy el padre Fendrel de
Alsacia, estos son frailes enviados por el abad Rothild de Balois como señal de
ayuda y consuelo en estos momentos difíciles. Venimos a ayudar a cazar a la
bruja Muriel.
- Primera vez que un cura se
ofrece para algo así. Normalmente llegan después de que nosotros le hemos
cortado la cabeza y las extremidades.
- Quizás sí, pero esta mujer sabe
del rey unicornio y tengo que saberlo yo también.- Dijo Fendrel.
- Ay no, no ustedes también.
- Le dije que era real.- Se mofó
Isolde.- Soy Isolde e iré con ustedes.
- Cazar una bruja es un asunto
serio y muy peligroso.- Le reprochó Ulric.- Vamos, dígaselo padre.
- La joven debe venir con
nosotros.- Ulric no podía creerlo. Fendrel había visto el enorme anillo que
Isolde se colgaba en el cuello y le había reconocido, el anillo del rey
unicornio. Sin llamar la atención miró hacia al hombre que había tenido el
anillo y le rogó a Dios porque no hubiese sido él el rey unicornio y Fendrel el
robusto sacerdote que llegó un día demasiado tarde.
- Está bien, está bien. Irán
hasta atrás. No me hago responsable de lo que les pase. Partiremos después del
funeral. No pudo dejar el reino si mi señor aún no recibe cristiana sepultura.
El
rey Enrique I de Lotenburgo llegó acompañado del duque Arnaldo de Perthes y del
duque Carlos de Iangres. La caravana real esperó fuera de los muros mientras
los vasallos realizaban la tradicional marcha a lo largo del muro para espantar
a los malos espíritus en la frágil transición de un rey a otro. Los músicos les
siguieron tocando sus flautas y sus harpas, con los monjes y curas rezando
oraciones para la buena suerte. En la corte externa del castillo, en los
jardines de la parte de atrás los sirvientes de la casa real prepararon hasta
el último detalle. Como era costumbre, tras el rodeo al muro, acompañaron al
cuerpo del rey Rotrund a la basílica para una misa funeraria y más tarde
enterraron su cuerpo en las catacumbas del castillo, donde descansaría con sus
antepasados. Enterrado el muerto sonó la música, era hora de la fiesta.
- Cuando naciste tú,- le dijo la
reina al nuevo rey.- y se echaron suertes como ahora, los primeros seis meses
fueron de mala suerte y los otros seis de excelente suerte.
- Esperemos que esta vez sea el
año entero.- Con la pista preparada los caballeros de Lotenburgo y Larch
prepararon sus escudos y lanzas. Una doncella levantó una señal que leía
“Mayo”. Los caballeros cabalgaron a toda prisa, pero el caballero de Lotenburgo
salió victorioso.- Este mes será de mala suerte. A nadie sorprende.
- Sir Ulric.- Pipino llamó al caballero
de la armadura plateada.- Ha llegado Sir Brom de Ravenmarsh. Sé que es mucho
pedir, pero necesitamos cuantos meses de buena suerte podamos conseguir. ¿Sería
demasiada molestia si participa en todos los demás meses?
- Así se hará mi príncipe.- El
duque Arnaldo de Perthes ofreció nuevamente sus condolencias a la familia Larch
y le entregó a la reina Beatriz una caja de oro.
- Algunas joyas para adornar el
lienzo de su rostro.
- Nos colmas de regalos y nos
traes a tu caballero Brom. Debo decir que es un regalo variado.- Bromeó la
reina Beatriz. Ulric se tensó, Brom había sido una espina en su costado por
muchos años.
- Su alteza...- El rey Enrique I,
cubierto con sus elegantes pieles pintadas de morado y dorado, y portando una
pesada corona repleta de rubíes, caminó a un lado del nuevo rey de Larch
mientras los juegos proseguían y sir Ulric hacía lo posible por ganarse las
suertes del año.- Los arreglos que convine con su padre se mantendrán, al menos
de mi lado.
- Ninguno más importante que la
boda de mi hermana con su hijo Carlos.- Luis I observó su reflejo en el
estanque repleto de flores. Se sentía un niño acompañado de un feroz león. Su
corona, de una delgadísima hoja de oro, carecía de rubíes y parecía un juguete
ante la corona de Lotenburgo.
- Absolutamente. Quizás así pueda
usted considerar a Iangres con la misma calidez con la que hace alianzas con
Perthes.
- Perthes es un ducado que nos es
muy cercano, en todos los sentidos. Nuestros negocios mineros han sido de mutuo
beneficio. Iangres, por el otro lado, parece haber ganado el favor de Nuestro
Señor Jesús, pues no he oído ni de una sola vaca enferma en todo el ducado, ni
de hombre con hambre o cultivo sin buey.
- La paz engorda a las vacas y
beneficia a los hombres más que el oro mismo. Su relación con ese miserable
feudo de Balois es de lo más lamentable.- Luis I sabía que, según le había
insistido Pipino desde hacía años, debía tomar todo lo que escuchara con un
grano de sal. Sabía que Balois y el ducado de Iangres habían hecho arreglos
comerciales por años y que, de no ser por el reino de Lotenburgo, Larch habría
ganado su interminable guerra con Balois ya hacía muchos años.
- Mis condolencias, mi futuro
cuñado.- El duque Carlos y la princesa Judith les sorprendieron mientras
caminaban, se habían ocultado detrás de una cascada de buganvilias para hablar
en secreto. Judith, sonrojada, miró a su futuro suegro por un instante y
después a sus zapatillas de piel de cabra.- Ha llegado ya el mercado de pieles,
ofrenda humilde de Lotenburgo. Las mejores pieles del norte y el oeste a los
mejores precios.
- Caridad de lo más amable, pues
nuestras constantes batallas han lastimado a nuestra economía.- Judith logró
separarse de su duque y alcanzó a su hermano, quien ya había dejado de hablar
con el rey de Lotenburgo y ahora charlaba con su hermano Pipino a la orilla de
la pista de juegos, bajos los estandartes de Larch con su dragón verde y sus
tiras blancas.
- Hermano, qué bueno que te
encuentro con Pipino, he escuchado algo.
- Aún su vientre no carga con el
bebé del duque y es espía formidable.- Pipino, con sus manerismos cortesanos
acentuó sus palabras con delicados gestos con las manos.
- He oído al duque hablando con
sus sirvientes, dijo que tenía la mitad de sus florines invertidos en armaduras
y flechas, y que esperaba terminar de remodelar su academia militar antes de
acabado el verano.- Luis rechinó los dientes, pero Pipino lo calmó con una mano
en su hombro.
- Calma, mi joven rey, Arnaldo
siempre ha sido el brazo fuerte del reino bicéfalo de Lotenburgo. Siempre que
tengamos a Perthes comiendo de nuestra mano con el comercio de nuestra plata y
nuestra piedra franca, su hermano no podrá mover ni un músculo.
- Sus lenguas están repletas de
delicioso veneno Pipino. Mientras más los escucho más olvido que estamos
rodeados, lentamente empujados hacia los barrancos de las cataratas del trueno.
Dos generaciones más y los niños de Larch nacerán cabras montañesas para poder
sobrevivir.
- Bienvenido a la política Luis.
Sir
Ulric y Sir Brom pelearon por los últimos meses. Los caballeros se levantaban
el yelmo para mostrar sonrisas a su público, pero en cuanto lo cerraban
tensaban sus quijadas. El odio mutuo era conocido e incluso era objeto de
fábulas por los trovadores errantes, quienes al acercarse a Larch relataban las
victorias de Ulric y al acercarse a Lotenburgo mencionaban la fuerza de Brom.
Fendrel e Isolde aplaudieron en las peleas, algunas a caballo con espadas de
madera, otras mano a mano en el muladar del suelo. Los doce meses a partir del
funeral fueron así decididos y Luis I pudo ser coronado públicamente frente a
su pueblo. Fendrel repetía las oraciones y al ver que Isolde quedaba callada le
metió un pellizco en el brazo.
- Pequeña pagana, más respeto a
nuestro Salvador. ¿Acaso no dijo el sabio San Adelfo que el pagano ignorante es
como un árbol seco que silba con el viento?
- Esa cita la acabas de inventar.
- Pero niña, qué audacia para...
Está bien, sí la inventé, pero lo que cuenta es la intención.- Al acabar el año
se alejaron de los siervos que recibían cerveza y vino y caminaron por el
mercado a orillas del río blanco. Los vendedores de pieles cargaban carretas
enteras con suficientes provisiones para calentar a todos durante el invierno.-
Y ese anillo que cuelga de tu cuello, ¿de dónde salió?
- De mi padre.
- Sí, mi pequeña pagana, pero ¿de
dónde lo sacó él?
- No lo sé, dijo que lo había
hecho con sus propias manos, pero lo dudo mucho.
- He visto ese anillo antes, en
un bestiario del abad Rothild, por eso insistí en que me acompañaras. Si la
bruja adivinó la muerte del rey como nuestro amado emperador, entonces ella
sabrá a quién le pertenece ese anillo.
- Le pertenece al rey unicornio,
lo sé, y lo daré con gusto si la bruja nos dice dónde encontrarle pues dudo
mucho que viva aquí en Larch. Los unicornios sólo pueden ser cazados por
vírgenes y, a juzgar por su candor, parece que seré la única capaz de hacerlo
en la expedición.- Fendrel fingió ofensa y después se echó a reír.
- ¡Ustedes dos!- Sir Ulric
cabalgó hasta ellos con la armadura bien sujetada a la parte posterior del
caballo y la espada de madera aún envainada.- Duerman temprano, a la madrugada
tenemos una cita con la bruja.
- ¿Quiénes irán?
- Me llevaré a una docena de mis
soldados de confianza, los seis frailes del abad Rothild y a ustedes dos. Hagan
las paces con el Señor, no espero que regresemos todos con vida.
La
comitiva cabalgó hacia los bosques del norte, en el territorio amigo del ducado
de Perthes. Los frailes habían estado cantando canciones populares en todo el
trayecto, pero al llegar al paso de las cruces de madera Ulric levantó la mano
y todos guardaron silencio. Los bosques del ducado de Perthes eran tierra
sagrada para muchos de los paganos que aún lo llamaban su hogar. Avanzaron en
fila india y en silencio para evitar incurrir en su ira. El bosque era tan
tupido que los caballos tenían problemas en pasar entre los árboles. Según la
leyenda que Isolde escuchó de su padre cuando era niña, los ángeles habían
plantado así al bosque para esconder allí dentro toda clase de tesoros.
Marchando bajo el cerrado techo de ramas y hojas pasaron varias horas hasta
toparse con un par de soldados del ducado de Perthes, quienes se interesaron
por su búsqueda y ofrecieron su ayuda. No reconocían el nombre de Muriel, pero
sabían de una bruja que no vivía lejos. Señalaron un viejo camino de piedra,
instalado desde la era romana según ellos, que conducía hasta una barranca
peligrosa, donde encontrarían a la bruja.
Siguiendo
las instrucciones cruzaron un riachuelo sobre troncos huecos y espantaron a los
ladrones que acampaban en aquella zona, ocultos en las cavernas y con afilados
cuchillos. Ulric señaló las extrañas marcas que aparecían de vez en cuando a un
lado del camino de piedra, ahora ya casi desaparecido para siempre. No eran
marcas de carreta o de animal alguno, eran profundas y medían menos de un
metro, y siempre estaban acompañadas de cenizas y marcas de incendio. El vigía
de sir Ulric regresó a toda prisa señalando a los arbustos que crecían salvajes
en los árboles a pocos metros adelante y avisó de un precipicio inesperado.
- El camino sigue hasta el
precipicio.- Dijo el vigía mientras se acomodaba los guantes metálicos de su armadura
ligera.- Vaya broma de los romanos.
- ¿Alguien ha escuchado algún
pájaro o el croar de las ranas?- Preguntó Ulric en voz alta sin recibir
respuesta.- No he visto tampoco venado o ardilla.
- Ésta tierra está maldita.- Dijo
uno de los frailes con temor en la voz. Los soldados no rieron, no se atrevían
a decirlo en voz alta pero pensaban lo mismo.
- Si es así, entonces estamos en
el lugar indicado mis frailes. Las brujas viven en lugares así, ¿no es cierto?-
Los soldados rieron nerviosamente, no compartían su optimismo.
- Mi señor, ¿qué es ese olor?-
Preguntó un lancero.
Ulric
levantó la mirilla de su yelmo y respiró profundo. Lo había olido antes, pero
estaba fuera de lugar. Era el mismo delicioso olor de las carnes en las
fiestas, cuando se rostiza a un cerdo sobre el fuego y el olor llega hasta la
villa extramuros. La tierra se removió con fuerza, un terremoto violento que
duró apenas dos segundos y volvió a sacudir al pasar otros cinco segundos.
Terremoto tras terremoto, la violencia se hacía más fuerte. Sir Ulric bajó la
mirilla de su yelmo y preparó su espada larga. Los árboles frente a ellos
fueron derribados como si sacudidos por un gigante y una enorme garra de
dragón, más grande que un caballo, se asió del suelo. El dragón resopló fuego
desde el precipicio y calcinó las hierbas que acompañaban a los árboles. Una
segunda garra se acomodó y vieron su largo cuello escamoso alzándose hacia
arriba, hasta una cabeza gigantesca con más hueso que escamas. Los soldados se
replegaron en dos alas y con sus flechas atacaron a la bestia. Sir Ulric sabía
que no tenían mucho tiempo, cuando el dragón terminara de escalar el precipicio
les cazaría a ellos como insectos.
El
dragón sin alas resopló fuego contra los soldados a su derecha, y mientras
estos se cubrían en el suelo, la otra ala atacaba con ferocidad usando sus
picas y lanzas. El truco para matar a un dragón, sabía Ulric, estaba en
lastimar su cuello y mantenerlo confundido, pues los dragones de ese tipo eran
feroces pero torpes. Uno de los lanceros saltó por encima de un tronco hueco en
llamas y enterró su lanza entre las garras del dragón sacándole sangre y entorpeciendo
su escalada. Ulric aprovechó la oportunidad y cabalgó hacia el pecho del dragón
a toda velocidad. Sus soldados, leales en la adversidad, tomaron el ejemplo de
su caballero y atacaron todos al unísono. El dragón escupió fuego y trató de
barrer a varios azotando su enorme cabeza contra el suelo. La bestia enterró
las garras de sus patas traseras y empujó hacia arriba. Ulric le arrebató la
lanza a uno de sus soldados y se la enterró en el pecho al dragón. La bestia
dobló su larguísimo cuello para morderlo y Ulric usó su espada para enterrarla
un par de veces. El dragón perdió suelo e histérico de furia respiró fuego
contra Ulric. El caballero consiguió saltar a un lado justo a tiempo. La
llamarada quemó el pecho y una pata del dragón y, víctima de su propia furia,
la bestia resbaló del precipicio por varios metros hasta caer de espaldas sobre
un bosque.
- ¿Estamos todos completos?- Los
soldados festejaron a su campeón y poco a poco se fueron alineando. Los únicos
dos heridos habían sido un ballestero y uno de los frailes del abad.
- El dragón lanzó un tronco y se
los llevó por delante.- Dijo Isolde. El soldado se levantó adolorido pero feliz
de haber participado en la batalla, pero el fraile no se levantó. Una rama se
había clavado en su costado y sangraba.- Nosotros lo llevaremos sir Ulric, no
nos detendrá.
- Eso espero, porque ese dragón
no está muerto.- Ulric detuvo las fiestas señalando a los cuervos en el cielo.-
La bruja sabe que estamos aquí. Debemos darnos prisa, rodearemos este
precipicio.
Avanzaron
paralelos al precipicio hacia las colinas que dejaban el bosque y les
permitiría bajar a la base del precipicio. Los cuervos no dejaron de volar
sobre ellos y emitir graznidos terribles. Nadie tenía que decirlo, era obvio,
la bruja estaba enojada. Avanzaron como una sola unidad, pero el fraile herido
fue retrasando a Isolde, al padre Fendrel y a un par de soldados. La tierra se
sacudió de nuevo, pero ésta vez no eran las garras de un dragón, sino un
deslave. El precipicio se fue barriendo, Ulric, sus soldados y los frailes
apretaron el paso, los demás quedaron atrás. El precipicio barrió con el
angosto camino a las colinas y el deslave se detuvo a pocos metros de Isolde,
Fendrel, el fraile y los dos soldados. A gritos Ulric les ordenó que le dieran
la vuelta a las colinas por un tramo de bosque y los soldados le aseguraron que
no tardarían y que no debían esperarlos mucho tiempo.
- Eso estuvo cerca.- Dijo un
soldado con su espada en la mano, como si pudiera batallar contra las rocas
húmedas.- Quizás deberían regresar ustedes dos, y llevarse al fraile consigo.
- No, de ninguna manera.- Dijo
Isolde.- Tenemos que llegar a la bruja.
Cruzaron
el bosque con el helado río hasta sus rodillas, cargando al fraile Augusto
entre todos. Al llegar a las colinas escucharon las agudas e insoportables
risas típicas de una bruja. Fendrel echó mano de sus conocimientos en magia
para bendecir al bosque y hacerlo cristiano, pero no fue suficiente. Pequeños
agujeros en la tierra de altos pastos se abrieron lentamente. Uno de los
soldados notó una de las trampas y comenzaron a retroceder. La risa se detuvo
de golpe y de los agujeros brotaron amfivenas, largas y gruesas serpientes
bicéfalas, con una en su lugar normal y otra en la cola. Moviéndose a gran
velocidad y de forma casi circular las serpientes atacaron a uno de los
soldados. Fendrel cargó a Isolde sobre una pesada piedra y de un bolsillo
debajo de su sotana extrajo sales marinas y una pequeña botella de aceite.
Apurado por el continuo siseo de las serpientes formó un círculo de sal y
aceite. El primer soldado en ser mordido lanzó alaridos histéricos, el veneno
del amfivena no tardó en actuar y el hombre cayó muerto en menos de un minuto.
El segundo soldado mató a una de ellas, pero otras dos escalaron por encima de
su bota y le mordieron el muslo. El sacerdote terminó su círculo e hincado rezó
por la protección de San Jorge para alejar a las serpientes con un rosario en
una mano y una medalla de San Juan en la otra.
- ¿Qué haces Fendrel? Sube de una
vez.- Las cuatro amfivenas se acercaron al círculo del sacerdote e hipnotizadas
por los rezos se quedaron estáticas. Fendrel, sin dejar de rezar, encendió el
aceite y alejó así a las bestias.
- Me enseñaron bien. Nunca lo
había intentado antes.- Ayudó a Isolde a bajar de la piedra y, temblando de
nervios, le dio un buen trago a su vino.- Las amfivenas son criaturas amables,
pero pueden ser manipuladas por malos espíritus. Ahora nos creerán dioses
capaces de incendiar el mundo y ya no nos molestarán.
- Fendrel... Gracias.- Isolde se
le lanzó en un abrazo y el cura regordete la abrazo con cuidado de no soltar el
vino.- Fuiste muy valiente.
- ¿Qué dirían los prelados si me
vieran?, ¿qué dirían?
Isolde
y Fendrel cargaron a Aurelio de los brazos, pero no recorrieron mucha distancia
antes de ser sorprendidos por el ocaso. Los tres reunieron ramas y acamparon
sobre una meseta de piedras en la loma de una colina, desde la que podían ver a
lo lejos a la expedición de Ulric, y desde donde serían ellos mismos vistos.
Isolde había estado recogiendo frutos todo el día y se contentaron con ellos, y
con la poca carne que Fendrel pudo cocinar sobre la fogata.
- Quizás nuestro amigo tenga algo
más de comida.- Fendrel cargó el bolso del fraile y, aprovechando que se había
quedado dormido, revisó su contenido.
- Fendrel, el pobre hombre está
moribundo y tú le robas sus cosas.
- Es un hijo de Dios, él sabrá
perdonar. Tú no entenderías, porque no eres cristiana.- Fendrel se desilusionó
al ver que no había comida, pero un libro llamó su atención.
- ¿Qué es eso?
- Esto, mi querida niña, es un
libro. Nosotros los cristianos escribimos allí nuestras ideas.
- Sé lo que es un libro, pero
nunca había visto uno así con piedras en una encuadernación de piel.
- Esto es interesante.- Fendrel
abrió el libro al desatar la pequeña correa que le sujetaba y sus dedos pasaron
sobre un sello con la forma de un oso parado al lado de un árbol.
- ¿Algo de su biblia? Ustedes la
usan para todo, hasta para almohada según he visto en ti.
- No, no creo que sea eso. Parece
más bien el sello del rey oso.- Isolde se sentó erguida por los nervios.
Fendrel hojeó el libro con dedos temblorosos, en su mayoría eran recetas
mágicas y hechizos para cazar brujas y espantar malos espíritus. La letra del
abad estaba en todas partes, en las anotaciones al pie de página y en sus
propios hechizos.- El abad de Rothild... Con razón quiere encontrar a la bruja
y al rey unicornio. Le es fiel al rey oso.
- Y por eso envío a sus frailes,
porque planeaba traicionarte. Tendremos mucho que hablar con Aurelio, una vez
que se despierte.- Un fuerte viento helado sopló sobre las colinas y el fuego
se apagó. Fendrel sacó un cuchillo de debajo de su sotana y parado frente a
Isolde se preparó para lo peor. Dos antorchas se encendieron a cien metros
delante de ellos, dos hombres desnutridos, con cabellos alborotados y ojos
saltones. Los aprendices de la bruja.
- Así que me han estado
buscando.- La bruja, una anciana de nariz ganchuda, con espantosas manchas en
su arrogada piel y sin ninguno de sus dientes se apareció frente a ellos
vestida con humildes trapos cosidos para guarecerse del calor.
- Ni un paso más, abominación de
Dios.- La bruja hizo un gesto delicado con sus manos raquíticas y el cuchillo
del sacerdote escapó de sus manos y cayó al suelo.
- Queremos información.- Dijo
Isolde.- No somos cazadores.
- ¿Y qué querría una niñita como
tú...- La bruja se agachó frente a Isolde y sus dedos recorrieron la mejilla de
la virginal doncella y se trasladaron por su cuello hasta su piadoso escote en
su humilde vestido verde. La bruja tomó la delgada cadena que traía por collar
y lo alzó para ver el anillo del rey unicornio. De un salto se puso de pie y
sonrió.- Les creo. Vengan a mi casa, no quiero que pasen frío. Tengo comida
suficiente para todos y su amigo el fraile está muy delicado.
- ¿Y si no queremos ir?- Preguntó
Isolde.
- Los convertiré en grillos.
- Bueno, si usted insiste.-
Fendrel despertó a Aurelio con un par de bofetadas y lo calmó cuando cundió en
la histeria. Regresó el libro a su bolso y se lo llevó bajo el brazo. Los
discípulos de la bruja les llevaron hasta la otra colina, donde las piedras se
movieron como una puerta, descubriendo una choza amplia para tres.- Es mejor de
lo que pensé.
- ¿Usted es la bruja Muriel?-
Preguntó Isolde después de sentarse en un banco frente a la chimenea. Fendrel
dejó al fraile a los cuidados de los discípulos y acompañó a Isolde. La bruja
removió su caldero con una cuchara de madera y le dio un sorbo.
- No, me llamo Godiva pero
conozco a Muriel muy bien. Es mi hermana.- Sirvió dos tazones y se los ofreció
al cura y a Isolde.- No son ojos de murciélago, es carne de becerro y algunas
hierbas.
- Nunca pensé diferente.- Dijo
Fendrel con una sonrisa tímida. Sus nervios se fueron cuando sorbió medio plato
de un solo esfuerzo.
- Mi hermana y yo somos
sacerdotisas en la corte del rey unicornio.- Isolde se atragantó con la comida
y la miró sorprendida.
- Le estamos buscando, tiene que
decirnos dónde está.
- Vivía en Larch, pero ya no más.
Y no piensen que era ese bueno para nada de Rotrund.
- Su hermana predijo la muerte
del rey de Larch, por eso la buscan los soldados.
- Mi hermana habla demasiado.
- Aún no puedo creerlo,- dijo
Isolde con una mano sobre su pendiente.- ¿ustedes son parte de la corte del rey
unicornio? Pero con esas risas y esas bestias.
- Las bestias son nuestras amigas.
Ese pobre dragón salamandra vive en un agujero en el desfiladero y ustedes lo
asustaron. Ahora está refugiado en los lagos detrás de las montañas. Pobrecito.
Y sobre las risas, mi querida niña, no nos reímos de ustedes. La risa aligera
tu mente y es vital para la magia. Por eso, un mago que no ríe, es un
sacerdote.
- Yo me río bastante.- Se
defendió Fendrel.
- Sí, y vaya sacerdote que eres,
mi tonel de cerveza.- Fendrel se puso de pie y se paseó por la cabaña. El
mensaje del emperador y el viaje le habían dado vueltas a su entendimiento y en
alguna parte de su educación se encontraban las voces de los catedráticos,
reprochándolo todo.
- Eso del imperio invisible no
puede ser real, no puede. Sociedades secretas existen por todas partes, como
también cofradías e incluso sectas.- Isolde le tomó de la mano y le regresó a
la mesa.
- Ya suenas como esos prelados de
los que tanto te quejas.
- Escucha a la niña sacerdote, el
imperio invisible existe y está en todas partes. No me creas a mí, cree en lo
que ves y sientes. Isolde, usa el anillo.
Isolde
se sacó el collar y liberó al anillo de la delgada cadena. Nerviosamente se lo
puso en el dedo y todas las cosas, las sillas y mesas, los anaqueles repletos
de hierbas en cajitas, la chimenea y la comida, la cama de paja y las paredes
mismas, todo permaneció inmóvil por un segundo, para después evaporarse en
humo. Isolde entendió, sin la necesidad de prelados o catedráticos, que lo que
le rodeaba era tan real como el humo pasajero y todos sus sentidos absorbieron
la realidad que le rodeaban. La humilde choza se convirtió en un amplio templo
pagano, con altísimos techos de dos aguas de ramas frondosas y paja, con
gruesas columnas de tronco de cedro, con altares con ofrendas de fuego y
coloridos listones que, como una telaraña ligera, iban de una columna a otra.
Godiva ya no era la anciana horrible que había sido antes, sino ahora una
doncella hermosa, con canas en los costados, vestida con telas de bordado de
oro con inscripciones de la lengua antigua. Sus ayudantes eran ahora apuestos
monaguillos que curaban la herida del fraile Aurelio con hierbas mágicas y
rezos ancestrales.
- Su amigo estará bien, nosotras
las brujas conocemos la cura a cualquier mal. Preocúpense por el rey oso,
amenaza al valle donde se encuentra Larch.- Dijo la bella Godiva. Fendrel
caminaba con pasos pequeños, agitando sus brazos a todas partes como si
estuviera por tropezarse con la mesa que antes estaba donde ahora había una
columna de cedro y una figura de un hombre hecha con ramas.
- Hemos visto su sello, el abad
de San Jorge trabaja para él. ¿Quién es el rey oso?
- Eso nadie lo sabe, mi robusto
sacerdote, pero puedo decirles qué representa. El oso es el señor del sueño, de
la fe y la caridad, pero cuando su poder no es limitado se convierte en
fanatismo, en locura y violencia. La huida del rey unicornio ha dejado expuesta
toda la zona.
- ¿Qué hacía en Larch?
- Larch y toda esa zona tiene una
importancia mágica que ustedes no entienden. Todos teníamos por perdido el
anillo, pero ésta es la única esperanza. El rey oso ha conquistado a la Iglesia
romana y su poder se ha estado extendiendo. Regresen el anillo a su lugar,
salven Larch.
- Tenemos que salvar a la bruja
Muriel.- Concluyó Fendrel.
La
mañana llegó a Larch, pero nadie había dormido. Una epidemia de viruela había
azotado a la villa y amenazaba con extenderse al burgo. Pipino convenció a su
hermano, el rey, de guarecerse en lo más alto de la torre y dispuso de sus
médicos para que le sirvieran la comida y le cuidaran en todo detalle. La
cúspide de la torre estaba apenas decorada con una mesa para la estrategia
militar y las habitaciones del rey detrás de una humilde cortina de tela.
- ¿Y mi hermana?
- Judith sigue en Iangres, he
mandado a un mensajero para traerla de vuelta, pero temo que no llegue a su
destino a tiempo.- Pipino se quedó en la puerta, apoyado contra la viga de
pino.
- ¿Qué recomiendan los doctores?
- Es viruela, la gente tiene que
permanecer en casa con todo cerrado y tomar sus mezclas de hierbas. Los
doctores ya las preparan en los patios.
- Necesitamos herreros y
campesinos.- Insistió el general Rotran.- Necesito al menos mil flechas más y
quince catapultas, doce onagros y 300 escudos de metal.
- ¿Y con qué florines, mi
general?- Luis empujó un pesado arcón de madera hasta la mesa y lo abrió de una
patada, mostrando una pequeña montaña de monedas.- Está viendo las arcas del
reino. Esos bastardos de Balois nos han estado dejando en la miseria, poco a
poco. Sacrifican a sus hombres, pero está funcionando.
- Antes de declararle la guerra
al ducado de Iangres hay que esperar al regreso de nuestro espía, Rodolfo de
Rackwick.- Dijo Pipino. Rotran se desesperó y se quitó el casco con cuernos. Se
apoyó contra la estrecha ventana y miró hacia el reino.
- He sido el consejero de guerra
de este reino por más de treinta años y debo decirle su Alteza que nunca había
visto algo tan desesperado como esto. Nuestros hombres enfermos, el ducado más
poderoso de la región amasando un ejército, la princesa rehén de nuestros
enemigos y sin suficiente dinero para armar defensas suficientes.
- Sabía que la corona era pesada,
pero no tenía idea de lo amarga que sería.
- La decisión del diablo.-
Resumió Pipino.- O un ejército, o nuestros vasallos.
- Sin ejército no habrá vasallos
su Alteza.- Argumentó Rotran.
- Haga lo que pueda, pero
esperaremos a Rodolfo de Rackwick, nuestro espía siempre ha sido productivo.
¿Qué hay de la reina madre?
- Enferma. Los doctores dicen que
no se infectará, pero ellos temen decir la verdad.
Pipino
salió del castillo y se vistió como doctor, con una máscara de cuero con ojos
de vidrio y una larga nariz como pico de cuervo para evitar respirar el aire
envenenado. Cabalgó hasta el mercado, donde los médicos preparaban grandes
cacerolas con mezclas de hierbas. Tras mucha investigación el origen de la
infección quedó ubicado, las pieles que Lotenburgo había traído al mercado
habían estado envenenadas. Sumido en sus pensamientos el consejero del rey
deambuló por el reinado. Donde quiera que veía se encontraban las marcas de una
epidemia, las casas cerradas a cal y canto, los campos vacíos, los jinetes
temerosos del contagio, las largas camadas de gato siendo soltadas en los
almacenes de comida para erradicar ratas y el miedo en los ojos de los siervos
y villanos. Al atardecer un jinete solitario entró al reino y cruzó la villa
hasta el puente donde se detuvo frente a Pipino. Rotran había reunido a su
ejército y comenzado el proceso de acampar afuera, instalar pabellones y
preparar las estrategias.
- Mi señor, traigo noticias.
- ¿De mi hermana?
- No, creo que su mensajero no
llegó a tiempo o ha muerto en el camino. Es sobre Rodolfo de Rackwick, lo
encontré muerto en un camino no muy lejos de aquí.
- No queda nada entonces, es la
guerra con Iangres y que Dios tenga misericordia de nuestras almas.
Ulric
y sus soldados llegaron a la orilla del pantano de Ravenmarsh y avanzaron
lentamente. Las aguas pantanosas estaban muchas veces ocultas bajo follajes y
árboles a medio caer. Los piqueros avanzaron primero y con sus picas probaron
la solidez de la tierra. Sir Ulric estaba seguro que la bruja Muriel se les
había escapado, pero estaba confiado en encontrarla allí. Habían estado
siguiendo el vuelo errático de los cuervos y los animales muertos sin insectos,
clara señal de que había magia oscura en el lugar. A lo lejos, detrás de una
arboleda repleta de musgo, podían ver una antorcha altísima con una flama
poderosa. Sir Ulric dividió a sus hombres y avanzó hacia la antorcha. Sabiendo
que era una trampa tenía la espada en la mano derecha y su escudo verde sobre
el brazo derecho.
- Alto.- Ulric señaló una cuerda
que pasaba por el piso a dos metros de distancia y conectaba con pesados
troncos enredados con vainas espinosas.- Arrojen fuego a ese tronco que
sobresale.
Los
arqueros encendieron sus flechas y dispararon. El tronco se hundió al agua, la
corazonada de sir Ulric había dado en el blanco. A su izquierda saltó del agua
un licarfo, un hombre lobo con cabeza de lobo y un rostro humano en el pecho.
La bestia hundió sus garras sobre dos ballesteros y regresó al agua. Sabiendo
que estos licántropos nunca atacaban solos retrocedieron y se mantuvieron
unidos. El segundo hombre lobo se dejó caer de un árbol a la derecha del caballero.
Los soldados que había mandado lejos cumplieron su labor, dispararon sus
flechas y atravesaron a la bestia en el cuello y pecho. Su rostro humano gritó
de dolor y cayó muerto. Ulric se bajó del caballo y con un gesto ordenó a sus
hombres de regreso. Ordenando a sus soldados dejarle pasar primero, el
caballero caminó por el estrecho camino en medio del pantano, tras la cruda
trampa con los troncos. Tenía que hacerlo solo, pues los licarfos eran
criaturas prudentes y al ver a su compañero muerto podía huir. Caminando en
cuclillas avanzó con los oídos prestos. El licarfo no pudo contener las ganas y
trató de vengar a su hermano. La criatura saltó desde el agua, pero Ulric lo
estaba esperando y poniéndose de pie rápidamente blandió su espada y le arrancó
un brazo. La bestia aulló en su cabeza de lobo y lanzó maldiciones con el
rostro humano de su pecho y corrió por el pantano.
- ¡No disparen! Nos llevará a la
bruja.
Los
soldados desactivaron la trampa y avanzaron siguiendo el reguero de sangre.
Pasaron a un lado de la alta antorcha y la sangre se detuvo entre un entramado
de hierbas venenosas y secas ramas. Los soldados las partieron con sus espadas
y encontraron muerto al licarfo sobre un charco de sangre. A pocos metros
frente a él se encontraba el hogar de la bruja, una choza dentro de una cueva.
El lugar estaba vacío, pero aún quedaban las brazas. Ulric levantó un rosario
del suelo y lo reconoció, era del sacerdote de Alsacia. Frustrados y de mal
humor cabalgaron a Iangres en busca de provisiones. Los soldados cantaron
algunas loas a la valentía de sir Ulric, pero estaban demasiado cansados para
ser originales y simplemente repitieron hazañas anteriores.
Rodearon
los altos muros del ducado y atravesaron camino por las amplias cosechas. Los
soldados de la entrada les impidieron el paso hasta que reconocieron a sir
Ulric y les permitieron acceso. En el burgo compraron lo que necesitaban y
encontraron alojamiento. Un caballero de armadura negra pesada y un hacha de
doble filo interrogó a sir Ulric por más de una hora, negándose a explicar el
motivo de su desconfianza. El caballero se excusó, para tranquilizar al
fastidiado caballero, diciendo que habían tenido brotes de viruela en el ducado
y no podían dejar entrar a cualquiera que estuviera enfermo y sobre todo de
Larch. Una vez que se sintió satisfecho por la explicación le dejó ir, en parte
por los reclamos del abad Rothild.
- La gente está nerviosa, ¿qué
ocurre abad?- Ulric se bajó del caballo y Rothild le guió hasta una capilla
cercana donde un gran número de siervos rezaba nerviosamente.
- Han estado lejos de Larch
demasiado tiempo, me temo que no se han enterado. Hay fricciones entre Larch y
Iangres.- El abad se persignó y se hincó para rezar. Ulric le imitó, pero su
mente estaba en otras cosas. El abad terminó de rezar y se sentó, Ulric hizo lo
mismo.- He escuchado que combatieron contra una docena de licarfos. Brom se ha
lucido nuevamente.
- ¿Eso dicen?
- Bueno, algunos dicen una
docena, otros dicen que Brom decapitó a cien. Depende de lo borracho que esté
el interlocutor. ¿La bruja está muerta?
- No, pero no tiene muchos
lugares más a dónde ir. Sus frailes regresaron antes que llegáramos al pantano,
pero me temo que no sobrevivieron todos.
- ¿Y el sacerdote de Alsacia?
- No, él y la niña nos dejaron
atrás hace mucho, debieron haber regresado a Larch. ¿Qué hay de mi reino?
- Una epidemia de viruela ha
azotado a Larch. Además, Rodolfo de Rackwick ha muerto hoy mismo. Nuestro duque
Carlos niega toda responsabilidad por supuesto, y esto ha dejado a todos
nerviosos. Hay más que mera política en esto.
- Usted tiene el alma piadosa y
la lengua en círculos, mi abad.
- No puedo matar a nadie, es
pecado.
- Pero es una bruja, ¿sigue
siendo pecado?
- No y sé perfectamente dónde
buscarla. Esa mujer es la causa de todas nuestras desgracias.
Isolde,
Fendrel y Aurelio llegaron al pantano justo a tiempo gracias al camino secreto
que Godiva les había revelado. Escaparon con Muriel y atravesaron al pantano en
la completa penumbra. La bruja podía ver en la oscuridad y agarrados de las
manos caminaron por varias horas, escalando a veces troncos muertos, en otras
con el agua hasta las rodillas. Isolde caminaba en dos mundos, como la bruja,
al mismo tiempo en el pantano y rodeada de hadas y pabellones fantasmas.
Fendrel empezaba a ver lo mismo que Isolde, aunque con la forma de apariciones
o delirios.
- Gracias por salvarme la vida.-
Dijo el fraile de pronto.- No tenían que hacerlo.
- Caridad cristiana mi hermano,
pero nos pudiste haber dicho antes que sirves al rey oso.
- Yo le sirvo a Jesús y le dejó
esas cosas al abad. Él sabrá por qué hace las cosas.
- Sospecho que tu abad no te
habría rescatado como hicimos nosotros.- Dijo Isolde.
- El rey unicornio es siempre
compasivo.- Dijo Muriel al frente de la fila india.- En una ocasión un arquero
le disparó en el costado y por la prisa de capturarle herido, el arquero
tropezó y quedó enredado entre las espinas de los arbustos. El rey le rescató
cortando las espinas con su cuerno.
- ¿Y el arquero le ayudó con su
herida?
- No, el arquero huyó.
- Pues qué desagradecido.-
Contestó Isolde.- ¿Encontró la ruina por su trasgresión?
- Llegó a su casa y se encontró
con que el rey unicornio le había enviado un cofre de oro.
- Eso no tiene sentido.- Se quejó
Isolde.- Espera, creo que lo entiendo, al ver el oro el arquero sufrió el peor
castigo de todos, el arrepentimiento y la conciencia pesada. ¿Se ahorcó?
- No, se hizo rico.
- Ya veo, cuando veamos al rey
unicornio hay que darle de latigazos, a ver si nos da algo.
- El arquero se hizo un hombre
importante y tuvo una hija con su esposa.
- ¿Ese es el final de la
historia?
- El arquero se mudó al bosque
con su esposa e hija pequeña y juró fidelidad. Él, como tú, había estado
esperando años por el terrible castigo, pero el rey unicornio nunca toma
venganza.
- ¿Y qué hizo en el bosque?
- El arquero y su esposa criaron
a su hija Muriel y ella se convirtió en bruja años después.- Muriel se detuvo
en el final del pantano e Isolde vio lo mismo que ella, un castillo abandonado
y a medio destruir.- Aquí pasaremos la noche, pero hay algo que quiero
mostrarte.
Acamparon
en el interior del castillo, donde las hadas les trajeron frutas y las marmotas
les encendieron el fuego de la chimenea. Isolde acompañó a Muriel por las
escaleras de caracol hasta la cima de la destruida torre. Isolde quedó
boquiabierta al ver en la distancia a su reino de Larch transformado en el
reino más hermoso que hubiese visto antes. Sus muros altísimos eran blancos
como la leche, tenía torres con largos banderines y una luz blanca que se
arremolinaba hacia arriba desde el centro del reino. Entendió entonces que el
humilde reino de Larch había sido siempre el hogar del rey unicornio. El reino estaba
rodeado de penumbra y fuego, el peligro amenazaba con devorarlo completo.
- Tenemos que ir a Larch cuanto
antes. El rey unicornio debe estar ahí.-
Isolde bajó corriendo y contó a sus amigos lo que había visto.- Esa luz
blanca parece una vela en medio de la oscuridad.
- ¿Pero qué hay de Muriel?-
Preguntó Aurelio.- La matarán si la ven.
- Puede cambiar de forma, ¿no es
cierto Muriel?- La bruja, una doncella pelirroja y hermosa pidió silencio con
un gesto y acercó su oído a un grillo sobre una pesada piedra.
- Sir Ulric, el abad y varios
hombres nos están siguiendo. El abad puede ver a distancia, es un hechicero
poderoso, sabe que estamos aquí.
- Estamos atrapados entre el
pantano y nuestros perseguidores.- Dijo Fendrel.- ¿Podemos cruzar el bosque
hasta Larch?
- No en una noche.- Contestó la
bruja.- El castillo fue construido sobre ruinas, éste es un lugar poderoso.
Pasaremos la noche y en la madrugada nos enfrentaremos.
- Me gusta la primera mitad del
plan, pero no estoy seguro de la segunda.- Se quejó Fendrel. Isolde lo codeó y
le mostró, como si sus dedos descorrieran un velo, la transformación del
castillo en megalíticas ruinas ancestrales. El lugar entero formaba una serie
de glifos que alababan al rey unicornio.- Cuatro contra más de una docena, incluso
aquí, no parece buena idea.
- Tendremos ayuda.- Malhumorados
gnomos, juguetones duendes, brutos ogros y etéreos fantasmas del bosque
salieron de sus escondites y formaron un mágico ejército alrededor de ellos.
El
rey Luis I estalló en cólera a la mitad de la noche. Estaba harto del encierro,
del insomnio y del miedo. Encerrado en su torre no hacía más que imaginar lo
peor. Tras inquirir sobre la salud de su madre y recibir evasivas de sus
doctores Luis decidió que ya no lo soportaría más. Los guardias reales trataron
de convencerlo, pero era inútil. Le dejaron pasar sabiendo que su hermano
Pipino haría un mejor trabajo en calmar su ánimo.
- Los pabellones están listos y
el campo de batalla está bien preparado con trechos de aceite para trincheras
de fuego.- Pipino lo siguió por las escaleras de piedra hasta el hall real y
consiguió detenerlo al agarrarlo del brazo. Luis resopló cansado y se apoyó
contra la ventana, las luces de los militares en la lejanía eran
hipnotizantes.- El general le ha enviado mensajes al duque y yo también, por
mis propios medios y sólo por si acaso. Le dimos un ultimátum, que entregue a
los asesinos de Rodolfo de Rackwick y a los responsables de envenenar las
pieles.
- ¿Y mi hermana?- Pipino le miró
sin decir nada.- ¿Y nuestra madre?
- Luis...
- ¿Qué no pueden darme una
respuesta directa?- Luis hizo a un lado a su hermano e irrumpió en la
habitación de su madre. El médico de cabecera, vestido con abrigos de cuero y
su máscara de pico de cuervo, no supo qué decir y prefirió dejarles a solas.-
Estarás bien madre.
- No, no lo estaré. No viviré
mucho tiempo más. Escucha...- La reina madre le tomó del brazo y le acercó a su
boca que, como el resto de su rostro, estaba plagado por puntos rojos.- No
puedo morirme sin dejarte saber el pecado de tu padre.
- ¿De qué hablas?
- Tus antepasados construyeron el
castillo aquí como el hogar del unicornio, pero ahora se ha convertido en una
puerta que espera el regreso del unicornio y debes proteger al castillo a toda
cosa. Esa bruja, me temo que trabaja para el rey oso y por eso pedí que la
mataran, pero ahora podría ser demasiado tarde.
- Deliras madre, ¿de qué hablas?
- El rey unicornio vivía aquí,
pero se fue por culpa de tu padre. Rotrund y la familia de Balois eran amigos,
pero por cobardía prefirió aniquilarlos a todos de un golpe. Cobardemente mató
a los hermanos de Juan, pero él logró escapar a tiempo. El rey unicornio le
había advertido, pero Rotrund era un hombre vulgar y pasional. El unicornio
cabalgó fuera del reino. Tu padre, encolerizado, hizo bajar su bandera y
destruirla, para que no regresara nunca más. Estaba harto de sus consejos
piadosos y el quitar la bandera fue su último acto de impiedad. Tienes que izar
la bandera, sólo el unicornio puede salvar a la casa de Larch.
- ¿De qué bandera hablas?
- Yo salvé y escondí la bandera.
Nunca se lo dije a tu padre. Sabía que no podría izarse mientras él viviera. En
el sótano encontrarás un baúl de plata debajo de un anaquel con algunos papeles
de los siervos. No quiero morir sin verla izada otra vez.
- Lo haré por ti madre.
Luis
corrió fuera de la habitación y atravesó el hall dejando a su hermano con la
palabra en la boca. Bajó las escaleras haciendo a un lado a las sirvientas e
iluminó su camino en el sótano usando una vela. Encontró el polvoso baúl y lo
abrió con muchos esfuerzos. Adentro encontró el vestido de novia de su madre y
un trapo apolillado, gris por la mugre y con la forma de un banderín. Sostuvo
el trapo y lloró. No había nada en él, como no encontraba sentido alguno a los delirios
de su moribunda madre. Permaneció ahí en el frío suelo de piedra sin saber si
izar o no el banderín, mientras que afuera escuchaba el marchar de las tropas.
Al
amanecer Isolde, quien había podido dormir apenas unos minutos, fue despertada
por los cascos de los caballos. La batalla mágica se desencadenó con la
velocidad de una tormenta. El hechicero abad había invocado a sus caballeros
fantasma, quienes pelearon contra los ogros. Los espíritus del bosque animaron
a los árboles y detuvieron a los soldados. Isolde y Fendrel trataron de
tranquilizar a Ulric, quien rodeado de tanta magia despertó una furia que sólo
mostraba en las más cruentas batallas. Muriel y Rothild pelearon, de bruja a
hechicero. Rothild, hábil en el uso de los rezos que despertaban a los
espíritus de la tierra, trató de enfermar a la bruja, pero Muriel contrarrestó
con su control sobre la naturaleza para hacer temblar al suelo bajo los pies
del abad y rodearlo de muros de fuego. Rothild gritó de dolor y una manada de
osos salvajes corrieron hacia los combatientes. Los árboles y los duendes
trataron de librar a los osos de sus hechizos, pero aún así el abad tenía la
ventaja de los números.
- Ulric, despierta por favor.-
Sir Ulric cortaba las ramas de un árbol que trataba de proteger a Isolde y de
un manotazo tiró a Fendrel al suelo.- Abre los ojos mi dulce caballero, ¿acaso
no ves al abad que es un hechicero?
- ¡Traidores!- Ulric levantó la
espada, pero no la bajó. Miró el terror en los ojos de la joven doncella y su
corazón se contrajo. Como quien se despierta caminando miró a todas partes en
completa confusión.
- ¡Cuidado!- Aurelio le tiró una
piedra al oso que estaba por atacar a Isolde en el suelo y Ulric le clavó la
espada en el corazón. El oso gimió y cayó muerto.
El caballero recogió
la ballesta de uno de sus soldados muertos y le disparó al delgado abad en un
costado. El hechicero perdió la concentración y cayó de rodillas. Muriel, con
un puñal mágico en la mano, corrió para matarlo, pero Rothild la golpeó con
tanta fuerza que la lanzó varios metros por el aire. El hechicero se puso de
pie y su rostro era como el de un oso feroz. Corrió hacia el anillo de Isolde y
Fendrel trató de detenerlo al saltar sobre él y enterrarle un puñal. El
hechicero se removió violentamente y se sacudió al sacerdote de encima. Aurelio
lo apuñaló por la espalda con una espada que había encontrado en el suelo. La
sangre negra brotó de la herida pero ésta sanó enc cuanto le quitó la espada.
Rothild le tomó del cuello y sin esfuerzo lo quebró como a una rama. Ulric
trató de salvar a Isolde, pero uno de los caballeros fantasmas le había tomado
por sorpresa. Con sus abrazos alargados y peludos desmayó a Isolde y aullando
descontroladamente invocó una espada de fuego. Antes que pudiera enterrarla
sobre la joven doncella la bruja Muriel se interpuso en su camino. La espada la
atravesó y el velo de su fealdad desapareció. Los soldados y Ulric pudieron
verla en todo su esplendor, como una figura radiante y delicada que al morir se
convertía en un poderoso sol que estallaba en chispas de colores. El hombre oso
rugió adolorido y con el pelaje chamuscado y torpemente se hizo del anillo para
después correr a un caballo y huir galopando. Los árboles dejaron de pelear y
el último de los caballeros fantasmas murió a manos de Ulric, quien le arrancó
el cráneo de un golpe.
- ¡Isolde!- El caballero corrió
hasta la doncella y la tuvo en sus brazos hasta que ella empezó a removerse y
despertó.
- ¿Mi anillo?
- Se lo llevó.- Dijo Fendrel.
Ulric sonrió al verla y la ayudó a ponerse de pie.
- Mató a todos mis hombres, entre
él y esos árboles vivientes.
- El anillo del unicornio,
tenemos que recuperarlo.
- La bruja está muerta, aunque
supe demasiado tarde que ella era nuestra aliada. Mi misión ha concluido.
- ¿Cómo puedes decir eso?,
¿tienes idea del peligro en el que estamos todos si el abad se queda con el
anillo? Tomará Larch para siempre.
- Larch está en guerra con
Iangres y está enfermo de una plaga. Debo regresar.
- Caballero, por favor, esto es
más grande de lo que podría imaginarse. Yo mismo he visto al imperio invisible.
- Déjalo.- Dijo Isolde.- Yo sé
adónde va el abad.
Ulric
cabalgó por varias horas hasta cruzar el bosque. El valle entero era un campo
de batalla. Las tropas de Iangres seguían saliendo desde las puertas en el paso
entre montañas. El general Rotran había hecho un buen trabajo y parecían
capaces de defenderse por varios días, pero Ulric sabía que no podrían ganar la
guerra, no podían tomar Iangres y quedarían rodeados de enemigos hasta su
eventual extinción. Atravesó el
campo de batalla echando espadazos y a toda prisa, su caballo saltó por encima
de una trinchera de troncos afilados y no se detuvo en los cuarteles cuando el
general le pidió su asistencia. Tenía que llegar a la corte y ya había
desperdiciado mucho tiempo cruzando el bosque. Había llegado días tarde y temía
que sería demasiado tarde. Se bajó del caballo dentro del castillo y corrió por
las amplias escaleras de piedra hasta la corte donde había una conmoción de
personas gritando y agitando los brazos.
- Sir Ulric, gracias a Dios que
ha llegado.- Pipino le recibió en la corte y le habló entre susurros.- Es una
comitiva del ducado de Perthes que no quiere problemas con Larch, pero su
posición podría cambiar si el rey de Lotenburgo así lo decide. Hay una comitiva
de Iangres que quiere que negociemos la rendición y sir Brom de Ravenmarsh como
insulto final. Además, el rey está enfermo de viruela, se los transmitió su
madre.
- ¿La reina está enferma?
- No, me temo que mi madre ha
muerto.- Ulric cerró los ojos y trató de no llorar, el coraje en su corazón le
hacía temblar. No había llegado a tiempo y quizás todo estaría perdido.- Mi
hermana está retenida en Iangres, su futuro esposo nos ha hecho saber que está
a salvo.
- Tengo que hablar con el rey
ahora mismo.
- No sé si sea prudente, la bruja
ya no importa realmente.- Luis I, tosiendo y temblando de fiebre le hizo una
seña para que se acercara.
- Ustedes.- Ulric señaló a los
hombres de Perthes mientras subía los escalones hasta la izquierda del trono.-
¿Hay gente enferma en el ducado de Perthes?
- No, gracias a la fidelidad en
Jesús nuestro Señor.
- Me lo suponía.- Dijo sir Ulric
de Whiteriver.- Mi señor, me temo que hemos caído en una trampa mortal. No ha
sido Iangres quien trajo el veneno a nuestro hogar, pues en su ducado hay
muchas infecciones, ha sido Perthes. No tienen recursos para hacerse del reino,
pero quieren nuestra piedra franca y nuestra plata.
- Guardias, arresten a los
hombres de Perthes.- Ordenó Pipino instantáneamente.- Por supuesto, la muerte
de Rodolfo de Rackwick fue para convencernos. Perthes no gastaría ni una pieza
de oro y Balois debió ayudarles. Su estocada final.
- Y me apuesto que fuiste tú
Brom. Porque algo es seguro, no estuviste en el pantano conmigo, como dicen tus
cronistas.
Brom
desenvainó su espada y Ulric bajó los escalones para proteger a su señor.
Mientras los caballeros peleaban los guardias protegían al rey y arrestaban a
la comitiva de Perthes. Uno de los hombres de Perthes era el abad, quien
habiendo cambiado su apariencia quería asegurarse que su plan continuara.
Rothild no permaneció en su forma humana por mucho tiempo y se transformó en
oso a la mirada atónita de la guardia real. Despedazó a un guardia con apenas
un esfuerzo y empujando a Ulric y a Brom se acercó al rey. El hechicero alzó
sus largos brazos peludos para matar al rey, pero gritó de dolor al sentir la
herida en su costado. No estaba hecha por arma mortal, pues esas no podían
lastimarlo, sino por el cuerno de oro del rey unicornio. Rothild se dio vuelta
y aterrorizado se transformó a su forma humana y cayó muerte, el anillo del
unicornio rodando de su dedo. El unicornio cabalgó al balcón, un hermoso corcel
blanco con el rostro relajado. Luis se felicitó a sí mismo por haber cambiado
de opinión y honrado la última voluntad de su madre, pues había permitido el
regreso de su salvador.
El
cuerno de oro se convirtió en una luz cegadora que, como una especie de espiral
invertida, fue emitiéndose cada vez más alto y cada vez más grande. El huracán invertido
llegó hasta el cielo y la luz alcanzó hasta las montañas, deteniendo la batalla
inmediatamente. Brom, queriendo sacar ventaja de que todos estaban hipnotizados
por la luz, trató de matar a Ulric por la espalda, pero el caballero probó ser
más rápido y con su espada lo atravesó en el estómago. El unicornio regresó a
la corte y los presentes se hincaron. Luis I tomó el anillo y lo deslizó por el
cuerno del unicornio hasta su base. Jurándole fidelidad se hincó frente a él y
el unicornio se transformó en Isolde.
- ¿Isolde?- Ulric no podía creer
lo que veía.
- Cuando el abad me quitó el
anillo pude seguir viendo al imperio invisible. Ésa fue una señal muy fuerte.
Las brujas me enseñaron bien. Tardamos en llegar porque pasamos por la bruja
Godiva, ella está curando a los enfermos.- El sacerdote Fendrel subió las
escaleras cansado y cargando con una botella repleta de mágico elixir.
- ¿Me perdí de la diversión?- Le
entregó el elixir al rey y con apenas un sorbo fue curado.
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