jueves, 23 de julio de 2015

La búsqueda por el rey unicornio

La búsqueda por el rey unicornio
Por: Juan Sebastián Ohem


            El sacerdote había acampado en una arboleda cerca del camino. La mula que había comprado a mercaderes errantes se había colapsado de cansancio en la tarde. Fendrel nunca había viajado más de dos días y era inexperto en los límites de las bestias de carga. Sintiendo compasión por la bestia la tapó con su cobija para que no pasara frío. A la madrugada se encontró con que la mula había masticado la débil cuerda que le sujetaba al árbol y se había ido, sin duda de vuelta a sus anteriores dueños. Fendrel lanzó maldiciones y caminó con el estómago vacío a través del espeso bosque. El estómago vacío le hacía perder los estribos, ya había recibido por ello amonestaciones por parte de los prelados de Alsacia. Fendrel, nostálgico por el largo viaje, rezó un ave María pidiendo paciencia para llevar a cabo su misión. Al ver los frondosos cultivos se alegró y con gruñidos en el estómago se recordó a sí mismo que Dios no cierra una puerta sin abrir una ventana.

- Madre de Dios, padre pero si está en los huesos.- Fendrel miró sus regordetas manos y decidió no contradecir a la rechoncha campesina que corría a él cargando con una canasta con pan y queso.- Coma algo, por Dios santo, ¿qué alma salvará si muere de inanición?
- Gracias amable señora.- Fendrel devoró rápidamente. Recordó con nostalgia las amonestaciones de los prelados “además de gruñón, eres glotón” le repetían desde el seminario. Con divertida malicia se repitió esos regaños mientras la campesina le ofrecía leche.
- Usted no es de aquí, ¿de dónde viene?
- Alsacia, me mandaron a la abadía de San Jorge. ¿La conoce?
- Claro que la conozco, pero se equivocó de camino.
- ¿Qué dice?- Fendrel sacó el grueso mapa de cuero y limpiándolo un poco de los restos de comida señaló la abadía con su rechoncho dedo.- Está aquí, ¿no es cierto?
- Sí padre, pero usted no está aquí en el ducado de Iangres, está aquí en Balois, del otro lado del valle.- Fendrel acercó la cara al mapa y tartamudeó confundido.- Esa mancha es requesón, tomó usted el camino equivocado.
- Válgame Dios, ¿qué puedo hacer?
- Vaya al mercado de Balois, salen carretas todo el tiempo para Iangres. Asegúrese que la carreta no pase por Larch.
- ¿Me alejaría mucho?
- No es eso, es que Larch está compuesto de demonios y asesinos.
- Lo tendré en cuenta.- Respondió con su voz de diplomático.

            Fendrel se felicitó a sí mismo, sabía que si decía que iba a la abadía de San Jorge le iría mejor que si decía la verdad, pues el padre Fendrel se dirigía precisamente a Larch en asuntos urgentes del sagrado imperio romano. La cristiandad entera, pensaba Fendrel, pende de un hilo. Atravesando los cultivos jugó con una rama como si fuese su espada, se vio a sí mismo como el héroe de la cruz, el caballero Fendrel que combate a los hombres del desierto en el sur. Se detuvo a sí mismo cuando notó que los niños le imitaban con risas. Les miró como un catedrático mira a un pupilo sin futuro y se internó en el feudo de Balois. En su viaje había atravesado incontables feudos y aprendido muchas cosas valiosas. Su vida en el monasterio le había llenado de libros, pero sustraído del mundo. No era suficiente leer sobre los diversos feudos del imperio, había que estar en ellos para oler la inmundicia de las vacas, los humos de las destilerías, el distintivo olor de los mercados con sus especias, sudor y carnes. El mercado de Balois parecía estar vacío, apenas unas cuantas docenas de personas, y no alcanzaba a ver a las multitudes saliendo de las puertas de los muros del feudo para comprar y vender.
- Estamos en guerra.- Le explicó un artesano que vendía carretas y herramientas.- Lo hemos estado ya por siete años.
- ¿Con quién?
- ¿Con quién más? Con Larch. El ejército ya partió, pero no hay ejército. No desde hace un año, así que vinieron por muchos de nosotros. Lord Juan III paga bien a los que se enlistan.
- ¿Y no cree que haya alguna carreta que parte en dirección a Iangres? Necesito ir a la abadía.- El artesano se rascó el trapo que tenía en la cabeza y limpiándose los dientes con una espiga remojada en el frasco de aceite sobre su mesa pensó la respuesta. Fendrel sonrió como un idiota, atorado en esa mueca mientras el artesano deliberaba sobre una cuestión tan metafísica. Finalmente el artesano tronó los dedos y sonriendo señaló a las barracas militares apostadas en la pendiente que bajaba desde las montañas hacia el valle.- La guilda de herreros partirá a Iangres hoy, en cualquier momento, para presentar sus obras maestras a los artesanos de allá. En un mes es el concurso. Están muy emocionados. Los distinguirá fácilmente.
- ¿Por qué?
- Porque irán bañados.

            Fendrel recorrió el muladar que era el camino hacia el paso de las montañas. Cientos de huellas de botas y herraduras habían ablandado la tierra húmeda. Miró hacia la entrada del feudo, pudo ver algunas casas, los sembradíos del señor e incluso una modesta iglesia. Todo parecía tan pacífico que le costaba trabajo creer que estaban en guerra. Cambió de opinión al acercarse a las barracas. Los soldados, la mayoría heridos, echaban suertes para hacerse de las pocas cotas de maya que quedaban. Vestían de gruesos abrigos café, con capuchas de cuero, pero eran pocos los que tenían protección adicional, e incluso algunos tenían un garrote de metal por espada. Fendrel se les acercó con alabanzas y rezos, los soldados, temerosos de ser llamados a la batalla, se le unieron y no protestaron cuando Fendrel les regañó por tener tanto vino e incluso le regalaron varias vejigas de cabra repletas de vino dulce.

            Las carretas con los herreros tardaron una hora en salir, iban cargados al máximo y tuvieron que emplear ocho flacos caballos. Los caballos estaban vestidos con los colores de la guilda, café y verde, pero las telas ya estaban gastadas. Los artesanos, con sus mejores telas y totalmente pulcros aceptaron a Fendrel, pero lo mandaron a la carreta. Se acomodó entre las pesadas armaduras y viajó acompañado de un emocionado aprendiz que, a cambio de un poco de vino, aflojó su lengua.
- Mire usted padre de Alsacia, las montañas frente a nosotros, al oeste- Fendrel siguió el dedo del aprendiz, más allá del reino en el valle, hasta las montañas nevadas que parecían abrirse en una meseta extensa poblada por muchos edificios.- eso es el ducado de Iangres. Tienen ese paso, las montañas y terminan en el pantano de Ravenmarsh. Al norte está el ducado de Perthes, ése que ve entre los bosques. Muchos dicen que ahí habitan toda clase de seres y no todos ellos mortales.
- Vamos hijo, esas son exageraciones.
- Quizás, pero en Perthes está prohibido talar esos bosques.- Por lo que Fendrel podía ver el ducado de Perthes se encontraba rodeado casi por completo de una de las mejores barreras estratégicas posibles, un frondoso bosque.- Es el reino de Lotenburgo, su rey es muy sabio. Enrique I, ha sabido mantenerse al margen de nuestra guerra con Larch.
- ¿Y ese reino de Larch, por qué es tan odiado?- El aprendiz señaló al valle, donde gruesas murallas protegían un extenso reino dividido en dos por un río que, debido al tipo de piedra franca, era blanco. El reino estaba limitado por escarpados desfiladeros y enormes cataratas. Además de los cultivos que rodeaban a las murallas podía verse, entre las cataratas y el principio de las montañas en las que estaba el feudo de Galois, las extensas y profundas minas.
- No sé, no me acuerdo. Algo que ver con el honor. La verdad es que de vez en cuando nuestro amado señor, en su infinita sabiduría, manda cien soldados que son masacrados. Supongo que cree que Larch se rendirá. Una vez  estuvimos cerca de tomar el reino, destruimos parte de las murallas, pero no duró mucho. No sé los detalles y no me importan, me harán compañero si ganamos el concurso.- El aprendiz le dio de palmadas a las armaduras y Fendrel sonrió.
- Tan gloriosas como aquellas que defienden Alsacia.
- Si usted lo dice.

            La carreta siguió la ladera de la montaña, en ocasiones colinas frondosas de pasto, en ocasiones desfiladeros peligrosos, y conforme bajaban al valle los ruidos de la batalla se hacían más y más audibles. Fendrel había leído sobre estrategia militar, pero la verdad es que sólo había visto una batalla en toda su vida, y muy lejos. Los soldados de Balois habían logrado dividir al ejército de Larch en dos, pero estos se negaban a caer en la trampa de seguir al ejército de Balois a las montañas. El metal contra el metal, el resoplar de los caballos y los gritos de los hombres enmudecieron a los artesanos. El campo de batalla estaba lejos de los cultivos, los cuales aún eran cosechados, seguramente por las esposas de los valientes combatientes. Fendrel concluyó que Balois nunca tomaría el reino de Larch, al menos no sin ayuda, y el reino de Larch nunca podría conquistar Balois. Parecían estar en un estado de sanguinario equilibrio. Fendrel recitó pasajes de los evangelios cuando la carreta pasó a pocos kilómetros de la batalla.
- Hemos llegado padre Fendrel, bienvenido al ducado de Iangres.

            Un escuadrón de lanceros, apostados en los caminos que llevaban al paso entre las montañas, vigilaban la batalla desde lejos y protegían al ducado. Los lanceros, vestidos de pulcras telas blancas y azules, con cascos de metal y cota de malla en el cuello, eran el opuesto de las frágiles y humildes tropas de Balois. Fendrel se bajó de la carreta en la entrada de la ciudad y se sorprendió al ver tantas cuadras de casas y comercios. Preguntó direcciones en la capilla y tomó el camino que rodeaba al castillo, fortificado por pesadas murallas y ballesteros, en dirección a la enorme abadía a orillas del río blanco que, kilómetros más adelante, se convertía en un peligroso pantano. La abadía, pensó Fendrel recordando sus lecciones de arte, era un ejemplar románico que no se había enterado del renacimiento carolingio, era una estructura de tres pisos en forma de cruz con ventanas muy estrechas y altísimos techos soportadas por crudas vigas de madera. Los monjes que atendían los jardines de la abadía se prestaron rápidamente para llevarlo ante el abad Rothild. El abad, un hombre delgado con rostro inteligente, ojos hundidos por la lectura y manos delicadas, le condujo hacia las humildes habitaciones. Fendrel se sentía como en casa, pero no podía revelarle a nadie, ni siquiera al abad, la importantísima misión que el emperador Carlos II le había encomendado hacía tantas semanas. Una misión que ni siquiera él terminaba de entender. El emperador le había tomado de los hombros y con fuego en los ojos le rogó, él siendo emperador de los cristianos, que encontrara al rey unicornio y salvara al imperio invisible.

            Las últimas dos docenas de soldados de Balois se rindieron cuando Sir Ulric de Whiteriver decapitó al capitán Jonás con su espada y lanzó su cabeza al helado río, rojo por la sangre de los muertos. Como era habitual los soldados rindieron pleitesía y les dejaron irse, pues eran campesinos en su mayoría y sin duda tendrían familiares en Larch. Sir Ulric cabalgó rodeando el campo de batalla, como era su costumbre, para finalizar el conflicto y con los vitoreos de sus soldados cabalgó directo hasta Larch. El caballero fue recibido con aplausos y flores. Cortesanas lavaron sus botas y al caballo de la sangre usando las telas de sus ropas y los jóvenes le ofrecieron vino y cerveza. El caballero se quitó el pesado yelmo y saboreó la cerveza sin dejar de cabalgar por el puente hacia las tierras del señor. En años anteriores el rey Rotrund le habría acompañado al campo de batalla, por ley el rey no podía pelear pero siempre encontraba maneras de deshacerse de sus consejeros para acompañarlo cuando la batalla ya estaba prácticamente ganada. Ahora el rey estaba convaleciente, su juicio se había vuelto más severo y el reino celebraba ahora una victoria pero regresaría la zozobra en cualquier momento.
- Mi señor, están todos reunidos en la corte.- Le avisó uno de los guardias reales en las escaleras al tercer piso. El castillo, en vigilancia continua, se componía de varias estancias y dos torres. Rotrund había alojado su corte en el segundo piso, con una vista de su reino y con las dos torres a sus flancos para caso de emergencia.
- He venido a informar que la batalla ha sido ganada.- Sir Ulric bajó la cabeza en presencia de Pipino, el hijo menor del rey y su consejero personal.
- Ulric, ven conmigo.- Pipino le guió más allá de la extensa mesa y los dos tronos hasta la habitación del rey, poco más que una cama de paja y dos muebles. Rotrund estaba acostado, como lo había visto por última vez en la mañana,  rodeado de su esposa la reina Beatriz y su primogénito Luis. Su hija Judith estaba sentada en un rincón, llorando con un pañuelo, a un lado del general Rotran quien permanecía en posición militar de firmes. Ulric se hincó y bajó la cabeza, pero no escuchó más que los llantos de la reina.
- Mi padre ha muerto.- Anunció Luis sin más preámbulos.
- Mi más sentido pésame mi señora.
- Gracias Ulric.- Beatriz tosió flema con sangre y se puso de pie difícilmente.- Luis asumirá el trono, como fue el deseo de mi esposo. Rotrund no era tonto, nos preparó para esto. Nosotros sólo tenemos que preparar el funeral por él, pero tú Ulric tienes que hacer algo por mí.
- Lo que usted ordene, mi señora.- Beatriz se apoyó en su brazo vestido con armadura y le miró a los ojos. Su belleza se había ido hacía años, ahora su salud se le escapaba por cada poro.
- La bruja Muriel predijo su muerte desde hace semanas. El pueblo entero ya debe saberlo sin que nosotros lo tengamos que decir. Encuéntrala Ulric y mátala. Hazlo por mí. Esa hija del diablo envenena nuestro valle.
- Lo haré mi señora. La bruja estará muerta.
- Luis, ¿qué quieres hacer primero?- Preguntó Pipino mientras se acomodaba su abrigo de piel de lobo. Luis soltó una lágrima, soltó la mano de su padre y se irguió como un rey.
- Seguiremos con la obra de nuestro padre. Judith, te casarás con el duque Carlos de Iangres.- Judith aceptó con un gesto y el general se aclaró la garganta. Ulric detestaba cuando Rotran lo hacía, significaba problemas.
- Mi señor, esa boda puede ser contraproducente. Lotenburgo tendría tanto control de nosotros como nosotros...
- Rotran, conoce tu lugar.- Dijo Pipino con su voz suave, muy acorde a sus rasgos delicados.- Mi consejo hermano, es usar la situación para mediar diplomáticamente con Lotenburgo y con ese maldito feudo miserable.
- Concuerdo. Prepararé el funeral para ayudar eso. Ulric, haz como ordenó la reina. Mata a la bruja.

            Al anochecer la abadía de San Jorge se alegró con los cantos de la misa y Fendrel acompañó al abad Rothild a la biblioteca, el tesoro de su vida. Entre los altísimos anaqueles se sentaron en cómodos sillones de cuero alrededor de la chimenea. El abad ofreció del vino que ellos producían y Fendrel, con una sonrisa pícara, ofreció el vino que los soldados de Balois le habían dado. Hablaron de teología, de política y de Historia. Fendrel se sorprendió por la sabiduría del abad y desechó su prejuiciosa idea que los reinos o ducados pequeños no podían producir conocimiento que valiese la pena. No podía esperar para regresar a Alsacia y decirles a sus catedráticos que no eran ellos portadores de toda la sabiduría.
- Balois mismo tuvo problemas con esos bogomiles. Toda clase de ideas raras llegan a esas montañas.
- He visto Balois y mi estimado abad, veo que muchas ideas raras llegan y muchas otras se van para no volver.- Fendrel, acalorado por la bebida y la fogata se rió sólo. El abad se irguió y levantó una ceja.
- Soy el hijo menor de Juan III señor feudal y sabio de las montañas.- Fendrel se puso pálido y Rothild, al verlo incómodo sonrió y le dio una palmada en la espalda.- Y sí, mi estimado Fendrel, tienes toda la razón. Hay poco espíritu cristiano entre Larch y Balois.
- Abad, disculpe usted.- Un fraile se acercó con la cabeza baja y dubitativamente.- Tengo terribles noticias.
- El rey de Larch ha muerto.- Dijo Fendrel mientras se servía otra copa. El fraile asintió con la cabeza y desapareció. El abad Rothild miró al cura con extrañeza.
- ¿Cómo supo usted eso, padre Fendrel?
- Porque me lo dijo el emperador. Carlos el gordo, y sí está muy gordo.- Fendrel se divirtió al ver la cara del abad y divertidamente se le acercó y le dio una palmada en la rodilla.- ¿Quiere saber usted un secreto, abad Rothild de Balois?
- La curiosidad no es pecado.
- Carlos II llegó corriendo a la basílica un día. Estaba de pasada y por azares del destino estaba yo en el confesionario. ¿Se imagina usted? El emperador en persona se hincó a centímetros de distancia de mí. Me dijo que el rey de Larch moriría hoy mismo, problemas pulmonares. Me envío a Larch para que busque al rey unicornio porque el imperio invisible está en peligro.
- ¿Está usted seguro que era el emperador? Es decir, es un confesionario, es un lugar oscuro y cualquier loco puede decir cualquier locura.- Fendrel, quien estaba ya muy acalorado por la bebida, negó con la cabeza y se acomodó en el sillón.
- Salió del confesionario, me sacó de un jalón y agarrándome de los brazos me repitió la misión. Su guardia estaba muy nerviosa, no sabía qué hacer conmigo. Los prelados no podían creerlo, no me tienen mucha estima. No me explico por qué.
- ¿Imperio invisible?
- Exacto. Me imagino que es una red de alianzas secretas de diplomacia y espionaje que protegen a nuestro sagrado imperio. No sé mucho de política actual del imperio, pero haré lo que me fue pedido.- Rothild encolerizó y se contuvo de agarrarlo de la sotana y gritarle.
- Pero no hombre, que usted iba a correr en círculos. Venga conmigo.- Rothild le llevó por una puerta secreta detrás de un pesado mueble de lectura. El túnel les condujo hacia una pequeña biblioteca en la completa penumbra. Rothild encendió las lámparas y fue buscando entre antiquísimos tomos y pergaminos polvosos.
- Ya veo que toda abadía tiene sus secretos.
- El conocimiento viene del árbol del edén, pero algunos conocimientos son tan peligrosos como aquella manzana.- Rothild fue pasando sus largos dedos entre los tomos árabes y algunos libros prohibidos hasta dar con un bestiario en una lengua vernácula que Fendrel no reconoció.- He sabido del rey unicornio por muchos años y me considero su fiel seguidor.
- ¿Quién es este rey?
- Ya que le mandaron a Larch debe evitar la tentación de creer que fue Rotrund, el hombre era un bruto y un criminal. Y no lo digo sólo porque venga yo de Balois.- Colocó el pesado tomo en un atril y acercó una lámpara de aceite para mostrarle el dibujo de un unicornio rodeado de extrañas palabras que Rothild podía leer con facilidad.- El imperio invisible es tan real como usted o como yo. El rey unicornio no es una mera invención del imperio.
- Esa parte sí me queda clara, estimado abad, ya lo dice el libro de Job: “¿Querrá el unicornio servirte a ti, Ni quedar a tu pesebre?”. También en Números: “Dios los ha sacado de Egipto; Tiene fuerzas como de unicornio.”
- Es palabra de Dios.- Fendrel observó el bestiario, el unicornio se encontraba sobre un precipicio en actitud desafiante con un largo cuerno dorado y un anillo en el cuerno.- El imperio invisible existe antes de que Europa fuese evangelizada y muchos dicen, y yo estoy de acuerdo, que el imperio invisible existe aún. Si el emperador en persona le ha dicho que debe encontrar al rey unicornio, entonces no sería el rey Rotrund.
- ¿Usted cree?- Fendrel pensó en el natural odio de la gente de Balois y el abad se dio cuenta de su intención de inmediato.
- Piénselo así, el emperador sabe cuándo morirá, es decir, que lo conoce. Además le dice que encuentre al rey unicornio, ¿acaso no tomó clases de lógica?
- Bueno, está bien, disculpe usted. Este imperio invisible, ¿cómo funciona?
- Eso nadie lo sabe con certeza. Los reyes invisibles dividen a Europa de manera distinta que las manos de los hombres. Es Dios mismo quien ha hecho esas divisiones y por eso hemos de protegerlas. Por eso mismo usted se irá ahora mismo a la cama. Tiene que descansar la borrachera que trae encima. En la mañana le daré provisiones y todo lo que necesite.
- Le advierto mi estimado abad, no soy una persona amable en las mañanas.

            Rothild de Balois despertó a Fendrel al amanecer con una cubetada de agua. Rápidamente lo arrastró a la cocina para que comiera algo y le puso al día. Le dijo que el nuevo rey de Larch, Luis I, ha preparado una comitiva para matar a la bruja Muriel quien, como el emperador Carlos II, predijo la muerte de Rortrud. Armado de provisiones y con un par de frailes partió Fendrel al reino de Larch, con el mensaje al rey de las condolencias del abad Rothild.

            En la helada madrugada Isolde cruzó el puente interior del reino de Larch en busca del asesino de su padre. Titiritando de frío y empuñando un afilado puñal le buscó entre las calles del burgo cercano al castillo. Sabía que pronto partiría a una misión, por lo que no tenía mucho tiempo. Sir Ulric de Whiteriver moriría. Le vio cabalgando a solas por las neblinosas calles y envuelta en pesadas telas fingió ser una anciana desvalida. Atentamente escuchó los cascos del caballo y se preparó para atacarlo. Teniendo apenas 18 años no alcanzaba más que a su bota, pero tendría que contentarse con eso. El caballo estaba a menos de un metro cuando Isolde levantó el brazo para atacar al jinete y un anciano que pareció aparecer de la nada la empujó a un lado.
- ¿Qué has hecho, anciano?
- ¿Estás loca niña, el caballero de Whiteriver te matará sin pensarlo dos veces?
- Mató a mi padre.
- Conocí a tu padre Tomás, era un bueno hombre y no quisiera verte muerta.

Isolde descubrió su redondo rostro, enrojecido por el frío, y no supo qué decir. El anciano tenía razón, lo sabía, pero su odio no podía contenerse. Dejando al anciano con la palabra en la boca persiguió el ruido del caballo que iba cada vez más despacio hasta detenerse por completo. Se acomodó el rubio cabello y con el arma aún en la mano siguió el ruido a través del océano de impenetrable neblina. La ciudad aún dormía, el lejano rumor de las cataratas de los truenos eran su único acompañamiento. Encontró al caballo amarrado fuera de una taberna y entró.
- Buenos días.- Sir Ulric le estaba esperando. Isolde levantó su mano y el caballero la agarró de la muñeca con tanta fuerza que ella dejó caer el puñal.- Quería ver el rostro de mi asesina.
- Déjame ir animal.- Ulric le tapó la boca y con su rostro señaló la taberna repleta de soldados que habían estado bebiendo desde la victoria del día anterior.
- Mis hombres están demasiado borrachos y tú estás demasiado joven.- El caballero, vestido apenas con una camisa verde y  su cinturón con su espada larga, la arrastró a la parte de atrás, donde las mujeres aprovechaban la oscuridad para ganarse unos florines sobre montículos de paja. Isolde miró a las prostitutas dormidas con sus dueños y pensó lo peor.- Tú eres demasiado joven y fea, no te hagas ilusiones. Empieza por decirme lo obvio.
- Mi nombre es Isolde y mataste a mi padre.
- He matado a muchos hombres.- Dijo el caballero con frialdad. La dejó ir e Isolde notó que con la débil luz de las velas el duro rostro del caballero mostraba algunas arrugas y dos enormes ojos verdes bajo un ceño fruncido por la preocupación.- Uno de ellos podría ser tu padre, o quizás no. Si tu padre era soldado nena, él escogió su muerte.
- Mi padre no era soldado, y no era de Balois tampoco. Era artesano, uno importante en la guilda. Cruzó el campo de batalla para recoger un pago y lo mataron. Una flecha por la espalda.
- ¿Y me viste hacerlo?
- No había muchos arqueros y tú tenías una ballesta. ¿Quién disparó la primera flecha?
- No lo recuerdo. Quizás fui yo, quizás no.- Ulric resopló cansado y su corazón se aflojó.- ¿Tienes mamá?
- No, él era todo lo que tenía.
- ¿De qué vas vivir?
- La guilda me ofrecerá algo que hacer. No necesito tu dinero.- Le espetó Isolde.- Pero mi padre llevaba mi herencia puesta, algo que hizo él mismo según me dijo, y de muchísimo valor. Ahora está perdido quién sabe dónde.
- Espera, ¿lo traía consigo?- Ulric, apenado por la situación, tronó los dedos y sonrió.- Iremos ahora mismo. Ya verás Isolde, esto no se quedará así, no lo dejaré.
- Si encontramos su collar el rey unicornio te lo agradecerá.- Ulric  resopló enojado y de un jalón le hizo seguirle hasta su caballo.
- No creo en cuentos de hadas.
- Mi papá sí.- Ulric la ayudó a montarse y ella se sentó como hombre.
- ¿Y tú papá te enseñó a montar?
- Me enseñó muchas cosas, sobre quiénes son nuestros verdaderos reyes.
- Déjame adivinar, el rey unicornio, el rey dragón y el rey oso.- Ulric cabalgó a toda velocidad con Isolde agarrado a su espalda.- Yo también fui niño, hace mucho. El duque marmota, el conde salamandra, el alcalde grillo.
- No deberías mofarte de esas cosas.
- Yo vivo en el mundo real Isolde, con cosas y personas que te matarán sin pensarlo dos veces. Está bien si quieres creer en hadas y duendes.
- Las hadas son reales. ¿Nunca has visto una? Yo sí.
- He visto cosas que se suponen que no existen, al fragor de la batalla o en soledad rodeado de parajes peligrosos la mente juega toda clase de juegos, pero no hay tal cosa como un hada.
- Las hadas sólo se presentan a quienes son puros de corazón y ágiles de entendimiento.- Dijo Isolde con un tono pícaro.
- Muy graciosa.

Llegaron al campo de batalla donde los ladrones continuaban con ardua labor de recoger los cuerpos, robar todo lo que puedan vender y luego extraer la grasa de sus cuerpos para venderla al mercado. Ulric desenvainó su espada como aviso para que se detuvieran e Isolde se bajó del caballo y buscó entre los cuerpos. Con lágrimas en los ojos cargó los cuerpos que estaban apilados para poder buscar entre los de hasta abajo. Ulric esperó pacientemente hasta que Isolde gritó horrorizada, había encontrado a su padre con la flecha aún en su espalda. Isolde le abrió la camisa de un jalón y recuperó el anillo que pendía de su cuello. El anillo era grueso y estaba repleto de rubíes y diamantes.
- No lo hizo tu padre.- Ulric se bajó del caballo y miró al anillo sobre su hombro.- Pero si es de tu padre, entonces es tuyo.
- ¿Es usted el caballero Ulric de Whiteriver?- Fendrel y los frailes del abad se bajaron de sus caballos y, tapándose la nariz por el hedor de los cuerpos, le extendió la mano.
- ¿Y quiénes son ustedes?
- Yo soy el padre Fendrel de Alsacia, estos son frailes enviados por el abad Rothild de Balois como señal de ayuda y consuelo en estos momentos difíciles. Venimos a ayudar a cazar a la bruja Muriel.
- Primera vez que un cura se ofrece para algo así. Normalmente llegan después de que nosotros le hemos cortado la cabeza y las extremidades.
- Quizás sí, pero esta mujer sabe del rey unicornio y tengo que saberlo yo también.- Dijo Fendrel.
- Ay no, no ustedes también.
- Le dije que era real.- Se mofó Isolde.- Soy Isolde e iré con ustedes.
- Cazar una bruja es un asunto serio y muy peligroso.- Le reprochó Ulric.- Vamos, dígaselo padre.
- La joven debe venir con nosotros.- Ulric no podía creerlo. Fendrel había visto el enorme anillo que Isolde se colgaba en el cuello y le había reconocido, el anillo del rey unicornio. Sin llamar la atención miró hacia al hombre que había tenido el anillo y le rogó a Dios porque no hubiese sido él el rey unicornio y Fendrel el robusto sacerdote que llegó un día demasiado tarde.
- Está bien, está bien. Irán hasta atrás. No me hago responsable de lo que les pase. Partiremos después del funeral. No pudo dejar el reino si mi señor aún no recibe cristiana sepultura.

            El rey Enrique I de Lotenburgo llegó acompañado del duque Arnaldo de Perthes y del duque Carlos de Iangres. La caravana real esperó fuera de los muros mientras los vasallos realizaban la tradicional marcha a lo largo del muro para espantar a los malos espíritus en la frágil transición de un rey a otro. Los músicos les siguieron tocando sus flautas y sus harpas, con los monjes y curas rezando oraciones para la buena suerte. En la corte externa del castillo, en los jardines de la parte de atrás los sirvientes de la casa real prepararon hasta el último detalle. Como era costumbre, tras el rodeo al muro, acompañaron al cuerpo del rey Rotrund a la basílica para una misa funeraria y más tarde enterraron su cuerpo en las catacumbas del castillo, donde descansaría con sus antepasados. Enterrado el muerto sonó la música, era hora de la fiesta.
- Cuando naciste tú,- le dijo la reina al nuevo rey.- y se echaron suertes como ahora, los primeros seis meses fueron de mala suerte y los otros seis de excelente suerte.
- Esperemos que esta vez sea el año entero.- Con la pista preparada los caballeros de Lotenburgo y Larch prepararon sus escudos y lanzas. Una doncella levantó una señal que leía “Mayo”. Los caballeros cabalgaron a toda prisa, pero el caballero de Lotenburgo salió victorioso.- Este mes será de mala suerte. A nadie sorprende.
- Sir Ulric.- Pipino llamó al caballero de la armadura plateada.- Ha llegado Sir Brom de Ravenmarsh. Sé que es mucho pedir, pero necesitamos cuantos meses de buena suerte podamos conseguir. ¿Sería demasiada molestia si participa en todos los demás meses?
- Así se hará mi príncipe.- El duque Arnaldo de Perthes ofreció nuevamente sus condolencias a la familia Larch y le entregó a la reina Beatriz una caja de oro.
- Algunas joyas para adornar el lienzo de su rostro.
- Nos colmas de regalos y nos traes a tu caballero Brom. Debo decir que es un regalo variado.- Bromeó la reina Beatriz. Ulric se tensó, Brom había sido una espina en su costado por muchos años.
- Su alteza...- El rey Enrique I, cubierto con sus elegantes pieles pintadas de morado y dorado, y portando una pesada corona repleta de rubíes, caminó a un lado del nuevo rey de Larch mientras los juegos proseguían y sir Ulric hacía lo posible por ganarse las suertes del año.- Los arreglos que convine con su padre se mantendrán, al menos de mi lado.
- Ninguno más importante que la boda de mi hermana con su hijo Carlos.- Luis I observó su reflejo en el estanque repleto de flores. Se sentía un niño acompañado de un feroz león. Su corona, de una delgadísima hoja de oro, carecía de rubíes y parecía un juguete ante la corona de Lotenburgo.
- Absolutamente. Quizás así pueda usted considerar a Iangres con la misma calidez con la que hace alianzas con Perthes.
- Perthes es un ducado que nos es muy cercano, en todos los sentidos. Nuestros negocios mineros han sido de mutuo beneficio. Iangres, por el otro lado, parece haber ganado el favor de Nuestro Señor Jesús, pues no he oído ni de una sola vaca enferma en todo el ducado, ni de hombre con hambre o cultivo sin buey.
- La paz engorda a las vacas y beneficia a los hombres más que el oro mismo. Su relación con ese miserable feudo de Balois es de lo más lamentable.- Luis I sabía que, según le había insistido Pipino desde hacía años, debía tomar todo lo que escuchara con un grano de sal. Sabía que Balois y el ducado de Iangres habían hecho arreglos comerciales por años y que, de no ser por el reino de Lotenburgo, Larch habría ganado su interminable guerra con Balois ya hacía muchos años.
- Mis condolencias, mi futuro cuñado.- El duque Carlos y la princesa Judith les sorprendieron mientras caminaban, se habían ocultado detrás de una cascada de buganvilias para hablar en secreto. Judith, sonrojada, miró a su futuro suegro por un instante y después a sus zapatillas de piel de cabra.- Ha llegado ya el mercado de pieles, ofrenda humilde de Lotenburgo. Las mejores pieles del norte y el oeste a los mejores precios.
- Caridad de lo más amable, pues nuestras constantes batallas han lastimado a nuestra economía.- Judith logró separarse de su duque y alcanzó a su hermano, quien ya había dejado de hablar con el rey de Lotenburgo y ahora charlaba con su hermano Pipino a la orilla de la pista de juegos, bajos los estandartes de Larch con su dragón verde y sus tiras blancas.
- Hermano, qué bueno que te encuentro con Pipino, he escuchado algo.
- Aún su vientre no carga con el bebé del duque y es espía formidable.- Pipino, con sus manerismos cortesanos acentuó sus palabras con delicados gestos con las manos.
- He oído al duque hablando con sus sirvientes, dijo que tenía la mitad de sus florines invertidos en armaduras y flechas, y que esperaba terminar de remodelar su academia militar antes de acabado el verano.- Luis rechinó los dientes, pero Pipino lo calmó con una mano en su hombro.
- Calma, mi joven rey, Arnaldo siempre ha sido el brazo fuerte del reino bicéfalo de Lotenburgo. Siempre que tengamos a Perthes comiendo de nuestra mano con el comercio de nuestra plata y nuestra piedra franca, su hermano no podrá mover ni un músculo.
- Sus lenguas están repletas de delicioso veneno Pipino. Mientras más los escucho más olvido que estamos rodeados, lentamente empujados hacia los barrancos de las cataratas del trueno. Dos generaciones más y los niños de Larch nacerán cabras montañesas para poder sobrevivir.
- Bienvenido a la política Luis.

            Sir Ulric y Sir Brom pelearon por los últimos meses. Los caballeros se levantaban el yelmo para mostrar sonrisas a su público, pero en cuanto lo cerraban tensaban sus quijadas. El odio mutuo era conocido e incluso era objeto de fábulas por los trovadores errantes, quienes al acercarse a Larch relataban las victorias de Ulric y al acercarse a Lotenburgo mencionaban la fuerza de Brom. Fendrel e Isolde aplaudieron en las peleas, algunas a caballo con espadas de madera, otras mano a mano en el muladar del suelo. Los doce meses a partir del funeral fueron así decididos y Luis I pudo ser coronado públicamente frente a su pueblo. Fendrel repetía las oraciones y al ver que Isolde quedaba callada le metió un pellizco en el brazo.
- Pequeña pagana, más respeto a nuestro Salvador. ¿Acaso no dijo el sabio San Adelfo que el pagano ignorante es como un árbol seco que silba con el viento?
- Esa cita la acabas de inventar.
- Pero niña, qué audacia para... Está bien, sí la inventé, pero lo que cuenta es la intención.- Al acabar el año se alejaron de los siervos que recibían cerveza y vino y caminaron por el mercado a orillas del río blanco. Los vendedores de pieles cargaban carretas enteras con suficientes provisiones para calentar a todos durante el invierno.- Y ese anillo que cuelga de tu cuello, ¿de dónde salió?
- De mi padre.
- Sí, mi pequeña pagana, pero ¿de dónde lo sacó él?
- No lo sé, dijo que lo había hecho con sus propias manos, pero lo dudo mucho.
- He visto ese anillo antes, en un bestiario del abad Rothild, por eso insistí en que me acompañaras. Si la bruja adivinó la muerte del rey como nuestro amado emperador, entonces ella sabrá a quién le pertenece ese anillo.
- Le pertenece al rey unicornio, lo sé, y lo daré con gusto si la bruja nos dice dónde encontrarle pues dudo mucho que viva aquí en Larch. Los unicornios sólo pueden ser cazados por vírgenes y, a juzgar por su candor, parece que seré la única capaz de hacerlo en la expedición.- Fendrel fingió ofensa y después se echó a reír.
- ¡Ustedes dos!- Sir Ulric cabalgó hasta ellos con la armadura bien sujetada a la parte posterior del caballo y la espada de madera aún envainada.- Duerman temprano, a la madrugada tenemos una cita con la bruja.
- ¿Quiénes irán?
- Me llevaré a una docena de mis soldados de confianza, los seis frailes del abad Rothild y a ustedes dos. Hagan las paces con el Señor, no espero que regresemos todos con vida.

            La comitiva cabalgó hacia los bosques del norte, en el territorio amigo del ducado de Perthes. Los frailes habían estado cantando canciones populares en todo el trayecto, pero al llegar al paso de las cruces de madera Ulric levantó la mano y todos guardaron silencio. Los bosques del ducado de Perthes eran tierra sagrada para muchos de los paganos que aún lo llamaban su hogar. Avanzaron en fila india y en silencio para evitar incurrir en su ira. El bosque era tan tupido que los caballos tenían problemas en pasar entre los árboles. Según la leyenda que Isolde escuchó de su padre cuando era niña, los ángeles habían plantado así al bosque para esconder allí dentro toda clase de tesoros. Marchando bajo el cerrado techo de ramas y hojas pasaron varias horas hasta toparse con un par de soldados del ducado de Perthes, quienes se interesaron por su búsqueda y ofrecieron su ayuda. No reconocían el nombre de Muriel, pero sabían de una bruja que no vivía lejos. Señalaron un viejo camino de piedra, instalado desde la era romana según ellos, que conducía hasta una barranca peligrosa, donde encontrarían a la bruja.

            Siguiendo las instrucciones cruzaron un riachuelo sobre troncos huecos y espantaron a los ladrones que acampaban en aquella zona, ocultos en las cavernas y con afilados cuchillos. Ulric señaló las extrañas marcas que aparecían de vez en cuando a un lado del camino de piedra, ahora ya casi desaparecido para siempre. No eran marcas de carreta o de animal alguno, eran profundas y medían menos de un metro, y siempre estaban acompañadas de cenizas y marcas de incendio. El vigía de sir Ulric regresó a toda prisa señalando a los arbustos que crecían salvajes en los árboles a pocos metros adelante y avisó de un precipicio inesperado.
- El camino sigue hasta el precipicio.- Dijo el vigía mientras se acomodaba los guantes metálicos de su armadura ligera.- Vaya broma de los romanos.
- ¿Alguien ha escuchado algún pájaro o el croar de las ranas?- Preguntó Ulric en voz alta sin recibir respuesta.- No he visto tampoco venado o ardilla.
- Ésta tierra está maldita.- Dijo uno de los frailes con temor en la voz. Los soldados no rieron, no se atrevían a decirlo en voz alta pero pensaban lo mismo.
- Si es así, entonces estamos en el lugar indicado mis frailes. Las brujas viven en lugares así, ¿no es cierto?- Los soldados rieron nerviosamente, no compartían su optimismo.
- Mi señor, ¿qué es ese olor?- Preguntó un lancero.

            Ulric levantó la mirilla de su yelmo y respiró profundo. Lo había olido antes, pero estaba fuera de lugar. Era el mismo delicioso olor de las carnes en las fiestas, cuando se rostiza a un cerdo sobre el fuego y el olor llega hasta la villa extramuros. La tierra se removió con fuerza, un terremoto violento que duró apenas dos segundos y volvió a sacudir al pasar otros cinco segundos. Terremoto tras terremoto, la violencia se hacía más fuerte. Sir Ulric bajó la mirilla de su yelmo y preparó su espada larga. Los árboles frente a ellos fueron derribados como si sacudidos por un gigante y una enorme garra de dragón, más grande que un caballo, se asió del suelo. El dragón resopló fuego desde el precipicio y calcinó las hierbas que acompañaban a los árboles. Una segunda garra se acomodó y vieron su largo cuello escamoso alzándose hacia arriba, hasta una cabeza gigantesca con más hueso que escamas. Los soldados se replegaron en dos alas y con sus flechas atacaron a la bestia. Sir Ulric sabía que no tenían mucho tiempo, cuando el dragón terminara de escalar el precipicio les cazaría a ellos como insectos.

            El dragón sin alas resopló fuego contra los soldados a su derecha, y mientras estos se cubrían en el suelo, la otra ala atacaba con ferocidad usando sus picas y lanzas. El truco para matar a un dragón, sabía Ulric, estaba en lastimar su cuello y mantenerlo confundido, pues los dragones de ese tipo eran feroces pero torpes. Uno de los lanceros saltó por encima de un tronco hueco en llamas y enterró su lanza entre las garras del dragón sacándole sangre y entorpeciendo su escalada. Ulric aprovechó la oportunidad y cabalgó hacia el pecho del dragón a toda velocidad. Sus soldados, leales en la adversidad, tomaron el ejemplo de su caballero y atacaron todos al unísono. El dragón escupió fuego y trató de barrer a varios azotando su enorme cabeza contra el suelo. La bestia enterró las garras de sus patas traseras y empujó hacia arriba. Ulric le arrebató la lanza a uno de sus soldados y se la enterró en el pecho al dragón. La bestia dobló su larguísimo cuello para morderlo y Ulric usó su espada para enterrarla un par de veces. El dragón perdió suelo e histérico de furia respiró fuego contra Ulric. El caballero consiguió saltar a un lado justo a tiempo. La llamarada quemó el pecho y una pata del dragón y, víctima de su propia furia, la bestia resbaló del precipicio por varios metros hasta caer de espaldas sobre un bosque.
- ¿Estamos todos completos?- Los soldados festejaron a su campeón y poco a poco se fueron alineando. Los únicos dos heridos habían sido un ballestero y uno de los frailes del abad.
- El dragón lanzó un tronco y se los llevó por delante.- Dijo Isolde. El soldado se levantó adolorido pero feliz de haber participado en la batalla, pero el fraile no se levantó. Una rama se había clavado en su costado y sangraba.- Nosotros lo llevaremos sir Ulric, no nos detendrá.
- Eso espero, porque ese dragón no está muerto.- Ulric detuvo las fiestas señalando a los cuervos en el cielo.- La bruja sabe que estamos aquí. Debemos darnos prisa, rodearemos este precipicio.

            Avanzaron paralelos al precipicio hacia las colinas que dejaban el bosque y les permitiría bajar a la base del precipicio. Los cuervos no dejaron de volar sobre ellos y emitir graznidos terribles. Nadie tenía que decirlo, era obvio, la bruja estaba enojada. Avanzaron como una sola unidad, pero el fraile herido fue retrasando a Isolde, al padre Fendrel y a un par de soldados. La tierra se sacudió de nuevo, pero ésta vez no eran las garras de un dragón, sino un deslave. El precipicio se fue barriendo, Ulric, sus soldados y los frailes apretaron el paso, los demás quedaron atrás. El precipicio barrió con el angosto camino a las colinas y el deslave se detuvo a pocos metros de Isolde, Fendrel, el fraile y los dos soldados. A gritos Ulric les ordenó que le dieran la vuelta a las colinas por un tramo de bosque y los soldados le aseguraron que no tardarían y que no debían esperarlos mucho tiempo.
- Eso estuvo cerca.- Dijo un soldado con su espada en la mano, como si pudiera batallar contra las rocas húmedas.- Quizás deberían regresar ustedes dos, y llevarse al fraile consigo.
- No, de ninguna manera.- Dijo Isolde.- Tenemos que llegar a la bruja.

            Cruzaron el bosque con el helado río hasta sus rodillas, cargando al fraile Augusto entre todos. Al llegar a las colinas escucharon las agudas e insoportables risas típicas de una bruja. Fendrel echó mano de sus conocimientos en magia para bendecir al bosque y hacerlo cristiano, pero no fue suficiente. Pequeños agujeros en la tierra de altos pastos se abrieron lentamente. Uno de los soldados notó una de las trampas y comenzaron a retroceder. La risa se detuvo de golpe y de los agujeros brotaron amfivenas, largas y gruesas serpientes bicéfalas, con una en su lugar normal y otra en la cola. Moviéndose a gran velocidad y de forma casi circular las serpientes atacaron a uno de los soldados. Fendrel cargó a Isolde sobre una pesada piedra y de un bolsillo debajo de su sotana extrajo sales marinas y una pequeña botella de aceite. Apurado por el continuo siseo de las serpientes formó un círculo de sal y aceite. El primer soldado en ser mordido lanzó alaridos histéricos, el veneno del amfivena no tardó en actuar y el hombre cayó muerto en menos de un minuto. El segundo soldado mató a una de ellas, pero otras dos escalaron por encima de su bota y le mordieron el muslo. El sacerdote terminó su círculo e hincado rezó por la protección de San Jorge para alejar a las serpientes con un rosario en una mano y una medalla de San Juan en la otra.
- ¿Qué haces Fendrel? Sube de una vez.- Las cuatro amfivenas se acercaron al círculo del sacerdote e hipnotizadas por los rezos se quedaron estáticas. Fendrel, sin dejar de rezar, encendió el aceite y alejó así a las bestias.
- Me enseñaron bien. Nunca lo había intentado antes.- Ayudó a Isolde a bajar de la piedra y, temblando de nervios, le dio un buen trago a su vino.- Las amfivenas son criaturas amables, pero pueden ser manipuladas por malos espíritus. Ahora nos creerán dioses capaces de incendiar el mundo y ya no nos molestarán.
- Fendrel... Gracias.- Isolde se le lanzó en un abrazo y el cura regordete la abrazo con cuidado de no soltar el vino.- Fuiste muy valiente.
- ¿Qué dirían los prelados si me vieran?, ¿qué dirían?

            Isolde y Fendrel cargaron a Aurelio de los brazos, pero no recorrieron mucha distancia antes de ser sorprendidos por el ocaso. Los tres reunieron ramas y acamparon sobre una meseta de piedras en la loma de una colina, desde la que podían ver a lo lejos a la expedición de Ulric, y desde donde serían ellos mismos vistos. Isolde había estado recogiendo frutos todo el día y se contentaron con ellos, y con la poca carne que Fendrel pudo cocinar sobre la fogata.
- Quizás nuestro amigo tenga algo más de comida.- Fendrel cargó el bolso del fraile y, aprovechando que se había quedado dormido, revisó su contenido.
- Fendrel, el pobre hombre está moribundo y tú le robas sus cosas.
- Es un hijo de Dios, él sabrá perdonar. Tú no entenderías, porque no eres cristiana.- Fendrel se desilusionó al ver que no había comida, pero un libro llamó su atención.
- ¿Qué es eso?
- Esto, mi querida niña, es un libro. Nosotros los cristianos escribimos allí nuestras ideas.
- Sé lo que es un libro, pero nunca había visto uno así con piedras en una encuadernación de piel.
- Esto es interesante.- Fendrel abrió el libro al desatar la pequeña correa que le sujetaba y sus dedos pasaron sobre un sello con la forma de un oso parado al lado de un árbol.
- ¿Algo de su biblia? Ustedes la usan para todo, hasta para almohada según he visto en ti.
- No, no creo que sea eso. Parece más bien el sello del rey oso.- Isolde se sentó erguida por los nervios. Fendrel hojeó el libro con dedos temblorosos, en su mayoría eran recetas mágicas y hechizos para cazar brujas y espantar malos espíritus. La letra del abad estaba en todas partes, en las anotaciones al pie de página y en sus propios hechizos.- El abad de Rothild... Con razón quiere encontrar a la bruja y al rey unicornio. Le es fiel al rey oso.
- Y por eso envío a sus frailes, porque planeaba traicionarte. Tendremos mucho que hablar con Aurelio, una vez que se despierte.- Un fuerte viento helado sopló sobre las colinas y el fuego se apagó. Fendrel sacó un cuchillo de debajo de su sotana y parado frente a Isolde se preparó para lo peor. Dos antorchas se encendieron a cien metros delante de ellos, dos hombres desnutridos, con cabellos alborotados y ojos saltones. Los aprendices de la bruja.
- Así que me han estado buscando.- La bruja, una anciana de nariz ganchuda, con espantosas manchas en su arrogada piel y sin ninguno de sus dientes se apareció frente a ellos vestida con humildes trapos cosidos para guarecerse del calor.
- Ni un paso más, abominación de Dios.- La bruja hizo un gesto delicado con sus manos raquíticas y el cuchillo del sacerdote escapó de sus manos y cayó al suelo.
- Queremos información.- Dijo Isolde.- No somos cazadores.
- ¿Y qué querría una niñita como tú...- La bruja se agachó frente a Isolde y sus dedos recorrieron la mejilla de la virginal doncella y se trasladaron por su cuello hasta su piadoso escote en su humilde vestido verde. La bruja tomó la delgada cadena que traía por collar y lo alzó para ver el anillo del rey unicornio. De un salto se puso de pie y sonrió.- Les creo. Vengan a mi casa, no quiero que pasen frío. Tengo comida suficiente para todos y su amigo el fraile está muy delicado.
- ¿Y si no queremos ir?- Preguntó Isolde.
- Los convertiré en grillos.
- Bueno, si usted insiste.- Fendrel despertó a Aurelio con un par de bofetadas y lo calmó cuando cundió en la histeria. Regresó el libro a su bolso y se lo llevó bajo el brazo. Los discípulos de la bruja les llevaron hasta la otra colina, donde las piedras se movieron como una puerta, descubriendo una choza amplia para tres.- Es mejor de lo que pensé.
- ¿Usted es la bruja Muriel?- Preguntó Isolde después de sentarse en un banco frente a la chimenea. Fendrel dejó al fraile a los cuidados de los discípulos y acompañó a Isolde. La bruja removió su caldero con una cuchara de madera y le dio un sorbo.
- No, me llamo Godiva pero conozco a Muriel muy bien. Es mi hermana.- Sirvió dos tazones y se los ofreció al cura y a Isolde.- No son ojos de murciélago, es carne de becerro y algunas hierbas.
- Nunca pensé diferente.- Dijo Fendrel con una sonrisa tímida. Sus nervios se fueron cuando sorbió medio plato de un solo esfuerzo.
- Mi hermana y yo somos sacerdotisas en la corte del rey unicornio.- Isolde se atragantó con la comida y la miró sorprendida.
- Le estamos buscando, tiene que decirnos dónde está.
- Vivía en Larch, pero ya no más. Y no piensen que era ese bueno para nada de Rotrund.
- Su hermana predijo la muerte del rey de Larch, por eso la buscan los soldados.
- Mi hermana habla demasiado.
- Aún no puedo creerlo,- dijo Isolde con una mano sobre su pendiente.- ¿ustedes son parte de la corte del rey unicornio? Pero con esas risas y esas bestias.
- Las bestias son nuestras amigas. Ese pobre dragón salamandra vive en un agujero en el desfiladero y ustedes lo asustaron. Ahora está refugiado en los lagos detrás de las montañas. Pobrecito. Y sobre las risas, mi querida niña, no nos reímos de ustedes. La risa aligera tu mente y es vital para la magia. Por eso, un mago que no ríe, es un sacerdote.
- Yo me río bastante.- Se defendió Fendrel.
- Sí, y vaya sacerdote que eres, mi tonel de cerveza.- Fendrel se puso de pie y se paseó por la cabaña. El mensaje del emperador y el viaje le habían dado vueltas a su entendimiento y en alguna parte de su educación se encontraban las voces de los catedráticos, reprochándolo todo.
- Eso del imperio invisible no puede ser real, no puede. Sociedades secretas existen por todas partes, como también cofradías e incluso sectas.- Isolde le tomó de la mano y le regresó a la mesa.
- Ya suenas como esos prelados de los que tanto te quejas.
- Escucha a la niña sacerdote, el imperio invisible existe y está en todas partes. No me creas a mí, cree en lo que ves y sientes. Isolde, usa el anillo.

            Isolde se sacó el collar y liberó al anillo de la delgada cadena. Nerviosamente se lo puso en el dedo y todas las cosas, las sillas y mesas, los anaqueles repletos de hierbas en cajitas, la chimenea y la comida, la cama de paja y las paredes mismas, todo permaneció inmóvil por un segundo, para después evaporarse en humo. Isolde entendió, sin la necesidad de prelados o catedráticos, que lo que le rodeaba era tan real como el humo pasajero y todos sus sentidos absorbieron la realidad que le rodeaban. La humilde choza se convirtió en un amplio templo pagano, con altísimos techos de dos aguas de ramas frondosas y paja, con gruesas columnas de tronco de cedro, con altares con ofrendas de fuego y coloridos listones que, como una telaraña ligera, iban de una columna a otra. Godiva ya no era la anciana horrible que había sido antes, sino ahora una doncella hermosa, con canas en los costados, vestida con telas de bordado de oro con inscripciones de la lengua antigua. Sus ayudantes eran ahora apuestos monaguillos que curaban la herida del fraile Aurelio con hierbas mágicas y rezos ancestrales.
- Su amigo estará bien, nosotras las brujas conocemos la cura a cualquier mal. Preocúpense por el rey oso, amenaza al valle donde se encuentra Larch.- Dijo la bella Godiva. Fendrel caminaba con pasos pequeños, agitando sus brazos a todas partes como si estuviera por tropezarse con la mesa que antes estaba donde ahora había una columna de cedro y una figura de un hombre hecha con ramas.
- Hemos visto su sello, el abad de San Jorge trabaja para él. ¿Quién es el rey oso?
- Eso nadie lo sabe, mi robusto sacerdote, pero puedo decirles qué representa. El oso es el señor del sueño, de la fe y la caridad, pero cuando su poder no es limitado se convierte en fanatismo, en locura y violencia. La huida del rey unicornio ha dejado expuesta toda la zona.
- ¿Qué hacía en Larch?
- Larch y toda esa zona tiene una importancia mágica que ustedes no entienden. Todos teníamos por perdido el anillo, pero ésta es la única esperanza. El rey oso ha conquistado a la Iglesia romana y su poder se ha estado extendiendo. Regresen el anillo a su lugar, salven Larch.
- Tenemos que salvar a la bruja Muriel.- Concluyó Fendrel.

            La mañana llegó a Larch, pero nadie había dormido. Una epidemia de viruela había azotado a la villa y amenazaba con extenderse al burgo. Pipino convenció a su hermano, el rey, de guarecerse en lo más alto de la torre y dispuso de sus médicos para que le sirvieran la comida y le cuidaran en todo detalle. La cúspide de la torre estaba apenas decorada con una mesa para la estrategia militar y las habitaciones del rey detrás de una humilde cortina de tela.
- ¿Y mi hermana?
- Judith sigue en Iangres, he mandado a un mensajero para traerla de vuelta, pero temo que no llegue a su destino a tiempo.- Pipino se quedó en la puerta, apoyado contra la viga de pino.
- ¿Qué recomiendan los doctores?
- Es viruela, la gente tiene que permanecer en casa con todo cerrado y tomar sus mezclas de hierbas. Los doctores ya las preparan en los patios.
- Necesitamos herreros y campesinos.- Insistió el general Rotran.- Necesito al menos mil flechas más y quince catapultas, doce onagros y 300 escudos de metal.
- ¿Y con qué florines, mi general?- Luis empujó un pesado arcón de madera hasta la mesa y lo abrió de una patada, mostrando una pequeña montaña de monedas.- Está viendo las arcas del reino. Esos bastardos de Balois nos han estado dejando en la miseria, poco a poco. Sacrifican a sus hombres, pero está funcionando.
- Antes de declararle la guerra al ducado de Iangres hay que esperar al regreso de nuestro espía, Rodolfo de Rackwick.- Dijo Pipino. Rotran se desesperó y se quitó el casco con cuernos. Se apoyó contra la estrecha ventana y miró hacia el reino.
- He sido el consejero de guerra de este reino por más de treinta años y debo decirle su Alteza que nunca había visto algo tan desesperado como esto. Nuestros hombres enfermos, el ducado más poderoso de la región amasando un ejército, la princesa rehén de nuestros enemigos y sin suficiente dinero para armar defensas suficientes.
- Sabía que la corona era pesada, pero no tenía idea de lo amarga que sería.
- La decisión del diablo.- Resumió Pipino.- O un ejército, o nuestros vasallos.
- Sin ejército no habrá vasallos su Alteza.- Argumentó Rotran.
- Haga lo que pueda, pero esperaremos a Rodolfo de Rackwick, nuestro espía siempre ha sido productivo. ¿Qué hay de la reina madre?
- Enferma. Los doctores dicen que no se infectará, pero ellos temen decir la verdad.

            Pipino salió del castillo y se vistió como doctor, con una máscara de cuero con ojos de vidrio y una larga nariz como pico de cuervo para evitar respirar el aire envenenado. Cabalgó hasta el mercado, donde los médicos preparaban grandes cacerolas con mezclas de hierbas. Tras mucha investigación el origen de la infección quedó ubicado, las pieles que Lotenburgo había traído al mercado habían estado envenenadas. Sumido en sus pensamientos el consejero del rey deambuló por el reinado. Donde quiera que veía se encontraban las marcas de una epidemia, las casas cerradas a cal y canto, los campos vacíos, los jinetes temerosos del contagio, las largas camadas de gato siendo soltadas en los almacenes de comida para erradicar ratas y el miedo en los ojos de los siervos y villanos. Al atardecer un jinete solitario entró al reino y cruzó la villa hasta el puente donde se detuvo frente a Pipino. Rotran había reunido a su ejército y comenzado el proceso de acampar afuera, instalar pabellones y preparar las estrategias.
- Mi señor, traigo noticias.
- ¿De mi hermana?
- No, creo que su mensajero no llegó a tiempo o ha muerto en el camino. Es sobre Rodolfo de Rackwick, lo encontré muerto en un camino no muy lejos de aquí.
- No queda nada entonces, es la guerra con Iangres y que Dios tenga misericordia de nuestras almas.

            Ulric y sus soldados llegaron a la orilla del pantano de Ravenmarsh y avanzaron lentamente. Las aguas pantanosas estaban muchas veces ocultas bajo follajes y árboles a medio caer. Los piqueros avanzaron primero y con sus picas probaron la solidez de la tierra. Sir Ulric estaba seguro que la bruja Muriel se les había escapado, pero estaba confiado en encontrarla allí. Habían estado siguiendo el vuelo errático de los cuervos y los animales muertos sin insectos, clara señal de que había magia oscura en el lugar. A lo lejos, detrás de una arboleda repleta de musgo, podían ver una antorcha altísima con una flama poderosa. Sir Ulric dividió a sus hombres y avanzó hacia la antorcha. Sabiendo que era una trampa tenía la espada en la mano derecha y su escudo verde sobre el brazo derecho.
- Alto.- Ulric señaló una cuerda que pasaba por el piso a dos metros de distancia y conectaba con pesados troncos enredados con vainas espinosas.- Arrojen fuego a ese tronco que sobresale.

            Los arqueros encendieron sus flechas y dispararon. El tronco se hundió al agua, la corazonada de sir Ulric había dado en el blanco. A su izquierda saltó del agua un licarfo, un hombre lobo con cabeza de lobo y un rostro humano en el pecho. La bestia hundió sus garras sobre dos ballesteros y regresó al agua. Sabiendo que estos licántropos nunca atacaban solos retrocedieron y se mantuvieron unidos. El segundo hombre lobo se dejó caer de un árbol a la derecha del caballero. Los soldados que había mandado lejos cumplieron su labor, dispararon sus flechas y atravesaron a la bestia en el cuello y pecho. Su rostro humano gritó de dolor y cayó muerto. Ulric se bajó del caballo y con un gesto ordenó a sus hombres de regreso. Ordenando a sus soldados dejarle pasar primero, el caballero caminó por el estrecho camino en medio del pantano, tras la cruda trampa con los troncos. Tenía que hacerlo solo, pues los licarfos eran criaturas prudentes y al ver a su compañero muerto podía huir. Caminando en cuclillas avanzó con los oídos prestos. El licarfo no pudo contener las ganas y trató de vengar a su hermano. La criatura saltó desde el agua, pero Ulric lo estaba esperando y poniéndose de pie rápidamente blandió su espada y le arrancó un brazo. La bestia aulló en su cabeza de lobo y lanzó maldiciones con el rostro humano de su pecho y corrió por el pantano.
- ¡No disparen! Nos llevará a la bruja.

            Los soldados desactivaron la trampa y avanzaron siguiendo el reguero de sangre. Pasaron a un lado de la alta antorcha y la sangre se detuvo entre un entramado de hierbas venenosas y secas ramas. Los soldados las partieron con sus espadas y encontraron muerto al licarfo sobre un charco de sangre. A pocos metros frente a él se encontraba el hogar de la bruja, una choza dentro de una cueva. El lugar estaba vacío, pero aún quedaban las brazas. Ulric levantó un rosario del suelo y lo reconoció, era del sacerdote de Alsacia. Frustrados y de mal humor cabalgaron a Iangres en busca de provisiones. Los soldados cantaron algunas loas a la valentía de sir Ulric, pero estaban demasiado cansados para ser originales y simplemente repitieron hazañas anteriores.

            Rodearon los altos muros del ducado y atravesaron camino por las amplias cosechas. Los soldados de la entrada les impidieron el paso hasta que reconocieron a sir Ulric y les permitieron acceso. En el burgo compraron lo que necesitaban y encontraron alojamiento. Un caballero de armadura negra pesada y un hacha de doble filo interrogó a sir Ulric por más de una hora, negándose a explicar el motivo de su desconfianza. El caballero se excusó, para tranquilizar al fastidiado caballero, diciendo que habían tenido brotes de viruela en el ducado y no podían dejar entrar a cualquiera que estuviera enfermo y sobre todo de Larch. Una vez que se sintió satisfecho por la explicación le dejó ir, en parte por los reclamos del abad Rothild.
- La gente está nerviosa, ¿qué ocurre abad?- Ulric se bajó del caballo y Rothild le guió hasta una capilla cercana donde un gran número de siervos rezaba nerviosamente.
- Han estado lejos de Larch demasiado tiempo, me temo que no se han enterado. Hay fricciones entre Larch y Iangres.- El abad se persignó y se hincó para rezar. Ulric le imitó, pero su mente estaba en otras cosas. El abad terminó de rezar y se sentó, Ulric hizo lo mismo.- He escuchado que combatieron contra una docena de licarfos. Brom se ha lucido nuevamente.
- ¿Eso dicen?
- Bueno, algunos dicen una docena, otros dicen que Brom decapitó a cien. Depende de lo borracho que esté el interlocutor. ¿La bruja está muerta?
- No, pero no tiene muchos lugares más a dónde ir. Sus frailes regresaron antes que llegáramos al pantano, pero me temo que no sobrevivieron todos.
- ¿Y el sacerdote de Alsacia?
- No, él y la niña nos dejaron atrás hace mucho, debieron haber regresado a Larch. ¿Qué hay de mi reino?
- Una epidemia de viruela ha azotado a Larch. Además, Rodolfo de Rackwick ha muerto hoy mismo. Nuestro duque Carlos niega toda responsabilidad por supuesto, y esto ha dejado a todos nerviosos. Hay más que mera política en esto.
- Usted tiene el alma piadosa y la lengua en círculos, mi abad.
- No puedo matar a nadie, es pecado.
- Pero es una bruja, ¿sigue siendo pecado?
- No y sé perfectamente dónde buscarla. Esa mujer es la causa de todas nuestras desgracias.

            Isolde, Fendrel y Aurelio llegaron al pantano justo a tiempo gracias al camino secreto que Godiva les había revelado. Escaparon con Muriel y atravesaron al pantano en la completa penumbra. La bruja podía ver en la oscuridad y agarrados de las manos caminaron por varias horas, escalando a veces troncos muertos, en otras con el agua hasta las rodillas. Isolde caminaba en dos mundos, como la bruja, al mismo tiempo en el pantano y rodeada de hadas y pabellones fantasmas. Fendrel empezaba a ver lo mismo que Isolde, aunque con la forma de apariciones o delirios.
- Gracias por salvarme la vida.- Dijo el fraile de pronto.- No tenían que hacerlo.
- Caridad cristiana mi hermano, pero nos pudiste haber dicho antes que sirves al rey oso.
- Yo le sirvo a Jesús y le dejó esas cosas al abad. Él sabrá por qué hace las cosas.
- Sospecho que tu abad no te habría rescatado como hicimos nosotros.- Dijo Isolde.
- El rey unicornio es siempre compasivo.- Dijo Muriel al frente de la fila india.- En una ocasión un arquero le disparó en el costado y por la prisa de capturarle herido, el arquero tropezó y quedó enredado entre las espinas de los arbustos. El rey le rescató cortando las espinas con su cuerno.
- ¿Y el arquero le ayudó con su herida?
- No, el arquero huyó.
- Pues qué desagradecido.- Contestó Isolde.- ¿Encontró la ruina por su trasgresión?
- Llegó a su casa y se encontró con que el rey unicornio le había enviado un cofre de oro.
- Eso no tiene sentido.- Se quejó Isolde.- Espera, creo que lo entiendo, al ver el oro el arquero sufrió el peor castigo de todos, el arrepentimiento y la conciencia pesada. ¿Se ahorcó?
- No, se hizo rico.
- Ya veo, cuando veamos al rey unicornio hay que darle de latigazos, a ver si nos da algo.
- El arquero se hizo un hombre importante y tuvo una hija con su esposa.
- ¿Ese es el final de la historia?
- El arquero se mudó al bosque con su esposa e hija pequeña y juró fidelidad. Él, como tú, había estado esperando años por el terrible castigo, pero el rey unicornio nunca toma venganza.
- ¿Y qué hizo en el bosque?
- El arquero y su esposa criaron a su hija Muriel y ella se convirtió en bruja años después.- Muriel se detuvo en el final del pantano e Isolde vio lo mismo que ella, un castillo abandonado y a medio destruir.- Aquí pasaremos la noche, pero hay algo que quiero mostrarte.

            Acamparon en el interior del castillo, donde las hadas les trajeron frutas y las marmotas les encendieron el fuego de la chimenea. Isolde acompañó a Muriel por las escaleras de caracol hasta la cima de la destruida torre. Isolde quedó boquiabierta al ver en la distancia a su reino de Larch transformado en el reino más hermoso que hubiese visto antes. Sus muros altísimos eran blancos como la leche, tenía torres con largos banderines y una luz blanca que se arremolinaba hacia arriba desde el centro del reino. Entendió entonces que el humilde reino de Larch había sido siempre el hogar del rey unicornio. El reino estaba rodeado de penumbra y fuego, el peligro amenazaba con devorarlo completo.
- Tenemos que ir a Larch cuanto antes. El rey unicornio debe estar ahí.-  Isolde bajó corriendo y contó a sus amigos lo que había visto.- Esa luz blanca parece una vela en medio de la oscuridad.
- ¿Pero qué hay de Muriel?- Preguntó Aurelio.- La matarán si la ven.
- Puede cambiar de forma, ¿no es cierto Muriel?- La bruja, una doncella pelirroja y hermosa pidió silencio con un gesto y acercó su oído a un grillo sobre una pesada piedra.
- Sir Ulric, el abad y varios hombres nos están siguiendo. El abad puede ver a distancia, es un hechicero poderoso, sabe que estamos aquí.
- Estamos atrapados entre el pantano y nuestros perseguidores.- Dijo Fendrel.- ¿Podemos cruzar el bosque hasta Larch?
- No en una noche.- Contestó la bruja.- El castillo fue construido sobre ruinas, éste es un lugar poderoso. Pasaremos la noche y en la madrugada nos enfrentaremos.
- Me gusta la primera mitad del plan, pero no estoy seguro de la segunda.- Se quejó Fendrel. Isolde lo codeó y le mostró, como si sus dedos descorrieran un velo, la transformación del castillo en megalíticas ruinas ancestrales. El lugar entero formaba una serie de glifos que alababan al rey unicornio.- Cuatro contra más de una docena, incluso aquí, no parece buena idea.
- Tendremos ayuda.- Malhumorados gnomos, juguetones duendes, brutos ogros y etéreos fantasmas del bosque salieron de sus escondites y formaron un mágico ejército alrededor de ellos.

            El rey Luis I estalló en cólera a la mitad de la noche. Estaba harto del encierro, del insomnio y del miedo. Encerrado en su torre no hacía más que imaginar lo peor. Tras inquirir sobre la salud de su madre y recibir evasivas de sus doctores Luis decidió que ya no lo soportaría más. Los guardias reales trataron de convencerlo, pero era inútil. Le dejaron pasar sabiendo que su hermano Pipino haría un mejor trabajo en calmar su ánimo.
- Los pabellones están listos y el campo de batalla está bien preparado con trechos de aceite para trincheras de fuego.- Pipino lo siguió por las escaleras de piedra hasta el hall real y consiguió detenerlo al agarrarlo del brazo. Luis resopló cansado y se apoyó contra la ventana, las luces de los militares en la lejanía eran hipnotizantes.- El general le ha enviado mensajes al duque y yo también, por mis propios medios y sólo por si acaso. Le dimos un ultimátum, que entregue a los asesinos de Rodolfo de Rackwick y a los responsables de envenenar las pieles.
- ¿Y mi hermana?- Pipino le miró sin decir nada.- ¿Y nuestra madre?
- Luis...
- ¿Qué no pueden darme una respuesta directa?- Luis hizo a un lado a su hermano e irrumpió en la habitación de su madre. El médico de cabecera, vestido con abrigos de cuero y su máscara de pico de cuervo, no supo qué decir y prefirió dejarles a solas.- Estarás bien madre.
- No, no lo estaré. No viviré mucho tiempo más. Escucha...- La reina madre le tomó del brazo y le acercó a su boca que, como el resto de su rostro, estaba plagado por puntos rojos.- No puedo morirme sin dejarte saber el pecado de tu padre.
- ¿De qué hablas?
- Tus antepasados construyeron el castillo aquí como el hogar del unicornio, pero ahora se ha convertido en una puerta que espera el regreso del unicornio y debes proteger al castillo a toda cosa. Esa bruja, me temo que trabaja para el rey oso y por eso pedí que la mataran, pero ahora podría ser demasiado tarde.
- Deliras madre, ¿de qué hablas?
- El rey unicornio vivía aquí, pero se fue por culpa de tu padre. Rotrund y la familia de Balois eran amigos, pero por cobardía prefirió aniquilarlos a todos de un golpe. Cobardemente mató a los hermanos de Juan, pero él logró escapar a tiempo. El rey unicornio le había advertido, pero Rotrund era un hombre vulgar y pasional. El unicornio cabalgó fuera del reino. Tu padre, encolerizado, hizo bajar su bandera y destruirla, para que no regresara nunca más. Estaba harto de sus consejos piadosos y el quitar la bandera fue su último acto de impiedad. Tienes que izar la bandera, sólo el unicornio puede salvar a la casa de Larch.
- ¿De qué bandera hablas?
- Yo salvé y escondí la bandera. Nunca se lo dije a tu padre. Sabía que no podría izarse mientras él viviera. En el sótano encontrarás un baúl de plata debajo de un anaquel con algunos papeles de los siervos. No quiero morir sin verla izada otra vez.
- Lo haré por ti madre.

            Luis corrió fuera de la habitación y atravesó el hall dejando a su hermano con la palabra en la boca. Bajó las escaleras haciendo a un lado a las sirvientas e iluminó su camino en el sótano usando una vela. Encontró el polvoso baúl y lo abrió con muchos esfuerzos. Adentro encontró el vestido de novia de su madre y un trapo apolillado, gris por la mugre y con la forma de un banderín. Sostuvo el trapo y lloró. No había nada en él, como no encontraba sentido alguno a los delirios de su moribunda madre. Permaneció ahí en el frío suelo de piedra sin saber si izar o no el banderín, mientras que afuera escuchaba el marchar de las tropas.

            Al amanecer Isolde, quien había podido dormir apenas unos minutos, fue despertada por los cascos de los caballos. La batalla mágica se desencadenó con la velocidad de una tormenta. El hechicero abad había invocado a sus caballeros fantasma, quienes pelearon contra los ogros. Los espíritus del bosque animaron a los árboles y detuvieron a los soldados. Isolde y Fendrel trataron de tranquilizar a Ulric, quien rodeado de tanta magia despertó una furia que sólo mostraba en las más cruentas batallas. Muriel y Rothild pelearon, de bruja a hechicero. Rothild, hábil en el uso de los rezos que despertaban a los espíritus de la tierra, trató de enfermar a la bruja, pero Muriel contrarrestó con su control sobre la naturaleza para hacer temblar al suelo bajo los pies del abad y rodearlo de muros de fuego. Rothild gritó de dolor y una manada de osos salvajes corrieron hacia los combatientes. Los árboles y los duendes trataron de librar a los osos de sus hechizos, pero aún así el abad tenía la ventaja de los números.
- Ulric, despierta por favor.- Sir Ulric cortaba las ramas de un árbol que trataba de proteger a Isolde y de un manotazo tiró a Fendrel al suelo.- Abre los ojos mi dulce caballero, ¿acaso no ves al abad que es un hechicero?
- ¡Traidores!- Ulric levantó la espada, pero no la bajó. Miró el terror en los ojos de la joven doncella y su corazón se contrajo. Como quien se despierta caminando miró a todas partes en completa confusión.
- ¡Cuidado!- Aurelio le tiró una piedra al oso que estaba por atacar a Isolde en el suelo y Ulric le clavó la espada en el corazón. El oso gimió y cayó muerto.

El caballero recogió la ballesta de uno de sus soldados muertos y le disparó al delgado abad en un costado. El hechicero perdió la concentración y cayó de rodillas. Muriel, con un puñal mágico en la mano, corrió para matarlo, pero Rothild la golpeó con tanta fuerza que la lanzó varios metros por el aire. El hechicero se puso de pie y su rostro era como el de un oso feroz. Corrió hacia el anillo de Isolde y Fendrel trató de detenerlo al saltar sobre él y enterrarle un puñal. El hechicero se removió violentamente y se sacudió al sacerdote de encima. Aurelio lo apuñaló por la espalda con una espada que había encontrado en el suelo. La sangre negra brotó de la herida pero ésta sanó enc cuanto le quitó la espada. Rothild le tomó del cuello y sin esfuerzo lo quebró como a una rama. Ulric trató de salvar a Isolde, pero uno de los caballeros fantasmas le había tomado por sorpresa. Con sus abrazos alargados y peludos desmayó a Isolde y aullando descontroladamente invocó una espada de fuego. Antes que pudiera enterrarla sobre la joven doncella la bruja Muriel se interpuso en su camino. La espada la atravesó y el velo de su fealdad desapareció. Los soldados y Ulric pudieron verla en todo su esplendor, como una figura radiante y delicada que al morir se convertía en un poderoso sol que estallaba en chispas de colores. El hombre oso rugió adolorido y con el pelaje chamuscado y torpemente se hizo del anillo para después correr a un caballo y huir galopando. Los árboles dejaron de pelear y el último de los caballeros fantasmas murió a manos de Ulric, quien le arrancó el cráneo de un golpe.
- ¡Isolde!- El caballero corrió hasta la doncella y la tuvo en sus brazos hasta que ella empezó a removerse y despertó.
- ¿Mi anillo?
- Se lo llevó.- Dijo Fendrel. Ulric sonrió al verla y la ayudó a ponerse de pie.
- Mató a todos mis hombres, entre él y esos árboles vivientes.
- El anillo del unicornio, tenemos que recuperarlo.
- La bruja está muerta, aunque supe demasiado tarde que ella era nuestra aliada. Mi misión ha concluido.
- ¿Cómo puedes decir eso?, ¿tienes idea del peligro en el que estamos todos si el abad se queda con el anillo? Tomará Larch para siempre.
- Larch está en guerra con Iangres y está enfermo de una plaga. Debo regresar.
- Caballero, por favor, esto es más grande de lo que podría imaginarse. Yo mismo he visto al imperio invisible.
- Déjalo.- Dijo Isolde.- Yo sé adónde va el abad.

            Ulric cabalgó por varias horas hasta cruzar el bosque. El valle entero era un campo de batalla. Las tropas de Iangres seguían saliendo desde las puertas en el paso entre montañas. El general Rotran había hecho un buen trabajo y parecían capaces de defenderse por varios días, pero Ulric sabía que no podrían ganar la guerra, no podían tomar Iangres y quedarían rodeados de enemigos hasta su eventual extinción.       Atravesó el campo de batalla echando espadazos y a toda prisa, su caballo saltó por encima de una trinchera de troncos afilados y no se detuvo en los cuarteles cuando el general le pidió su asistencia. Tenía que llegar a la corte y ya había desperdiciado mucho tiempo cruzando el bosque. Había llegado días tarde y temía que sería demasiado tarde. Se bajó del caballo dentro del castillo y corrió por las amplias escaleras de piedra hasta la corte donde había una conmoción de personas gritando y agitando los brazos.
- Sir Ulric, gracias a Dios que ha llegado.- Pipino le recibió en la corte y le habló entre susurros.- Es una comitiva del ducado de Perthes que no quiere problemas con Larch, pero su posición podría cambiar si el rey de Lotenburgo así lo decide. Hay una comitiva de Iangres que quiere que negociemos la rendición y sir Brom de Ravenmarsh como insulto final. Además, el rey está enfermo de viruela, se los transmitió su madre.
- ¿La reina está enferma?
- No, me temo que mi madre ha muerto.- Ulric cerró los ojos y trató de no llorar, el coraje en su corazón le hacía temblar. No había llegado a tiempo y quizás todo estaría perdido.- Mi hermana está retenida en Iangres, su futuro esposo nos ha hecho saber que está a salvo.
- Tengo que hablar con el rey ahora mismo.
- No sé si sea prudente, la bruja ya no importa realmente.- Luis I, tosiendo y temblando de fiebre le hizo una seña para que se acercara.
- Ustedes.- Ulric señaló a los hombres de Perthes mientras subía los escalones hasta la izquierda del trono.- ¿Hay gente enferma en el ducado de Perthes?
- No, gracias a la fidelidad en Jesús nuestro Señor.
- Me lo suponía.- Dijo sir Ulric de Whiteriver.- Mi señor, me temo que hemos caído en una trampa mortal. No ha sido Iangres quien trajo el veneno a nuestro hogar, pues en su ducado hay muchas infecciones, ha sido Perthes. No tienen recursos para hacerse del reino, pero quieren nuestra piedra franca y nuestra plata.
- Guardias, arresten a los hombres de Perthes.- Ordenó Pipino instantáneamente.- Por supuesto, la muerte de Rodolfo de Rackwick fue para convencernos. Perthes no gastaría ni una pieza de oro y Balois debió ayudarles. Su estocada final.
- Y me apuesto que fuiste tú Brom. Porque algo es seguro, no estuviste en el pantano conmigo, como dicen tus cronistas.

            Brom desenvainó su espada y Ulric bajó los escalones para proteger a su señor. Mientras los caballeros peleaban los guardias protegían al rey y arrestaban a la comitiva de Perthes. Uno de los hombres de Perthes era el abad, quien habiendo cambiado su apariencia quería asegurarse que su plan continuara. Rothild no permaneció en su forma humana por mucho tiempo y se transformó en oso a la mirada atónita de la guardia real. Despedazó a un guardia con apenas un esfuerzo y empujando a Ulric y a Brom se acercó al rey. El hechicero alzó sus largos brazos peludos para matar al rey, pero gritó de dolor al sentir la herida en su costado. No estaba hecha por arma mortal, pues esas no podían lastimarlo, sino por el cuerno de oro del rey unicornio. Rothild se dio vuelta y aterrorizado se transformó a su forma humana y cayó muerte, el anillo del unicornio rodando de su dedo. El unicornio cabalgó al balcón, un hermoso corcel blanco con el rostro relajado. Luis se felicitó a sí mismo por haber cambiado de opinión y honrado la última voluntad de su madre, pues había permitido el regreso de su salvador.

            El cuerno de oro se convirtió en una luz cegadora que, como una especie de espiral invertida, fue emitiéndose cada vez más alto y cada vez más grande. El huracán invertido llegó hasta el cielo y la luz alcanzó hasta las montañas, deteniendo la batalla inmediatamente. Brom, queriendo sacar ventaja de que todos estaban hipnotizados por la luz, trató de matar a Ulric por la espalda, pero el caballero probó ser más rápido y con su espada lo atravesó en el estómago. El unicornio regresó a la corte y los presentes se hincaron. Luis I tomó el anillo y lo deslizó por el cuerno del unicornio hasta su base. Jurándole fidelidad se hincó frente a él y el unicornio se transformó en Isolde.
- ¿Isolde?- Ulric no podía creer lo que veía.
- Cuando el abad me quitó el anillo pude seguir viendo al imperio invisible. Ésa fue una señal muy fuerte. Las brujas me enseñaron bien. Tardamos en llegar porque pasamos por la bruja Godiva, ella está curando a los enfermos.- El sacerdote Fendrel subió las escaleras cansado y cargando con una botella repleta de mágico elixir.
- ¿Me perdí de la diversión?- Le entregó el elixir al rey y con apenas un sorbo fue curado.

            Los emisarios del rey Luis fueron permitidos hasta la corte del duque Carlos y la situación fue explicada. El rey Enrique I depuso a su hijo Arnaldo como duque de Perthes y una alianza fue formada entre ambos reinos. Isolde fue coronada en la corte de los jardines por el rey Luis y el rey Enrique como reina unicornio. Las relaciones con el feudo de Balois mejoraron cuando el señor feudal le juró fidelidad a la reina Isolde. Fendrel ofició las misas y se preparó para regresar a Alsacia. Isolde le convenció de quedarse, Fendrel no tardó en aceptar, pues no extrañaba a los aburridos prelados de Alsacia.

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