miércoles, 22 de julio de 2015

La conspiración de los creyentes



La conspiración de los creyentes

Por: Juan Sebastián Ohem
  
1.- La reportera
            “El Cangrejo Carmesí se deslizó silenciosamente por la ventana del viejo laboratorio. Podía escuchar los gemidos de las mujeres secuestradas y algo más grande, más terrible. Había seguido las pistas meticulosamente y ahora encontraba el epicentro de la demencia bajo la que sucumbió lady Vontral y sus hijos. Los infernales aullidos de algo que no es de este mundo. Los labios del Cangrejo Carmesí estaban secos y se rehusaban a moverse, como si al decir el nombre la situación se agravara aún más. No necesitaba decirlo, eran los perros de Tíndalos. El enmascarado se adentró en el laboratorio escondiéndose detrás de grandes cajas de madera y utensilios alquímicos empolvados y llenos de telarañas. Las cinco mujeres secuestradas estaban suspendidas por una grúa desde el techo, amarradas y apretadas entre ellas, las víctimas se balanceaban sobre una estructura de débil aluminio y cristales multicolores. La estructura era alguna especie de romboide alrededor de un vértice de invocación. El nigromante no podía estar lejos. Estaba canalizando aquellos  ángulos con los ángulos en las esquinas del Universo, el hogar de los despiadados perros de Tíndalos. Escuchó su voz detrás de un altar y rodeado de lámparas de gas.


            Tenía que actuar y rápido, la invocación estaba a punto de terminarse. Sin perder ni un segundo encontró las poleas que manipulaba la grúa e hizo veloces cálculos. Su pinza mecánica se activó en su brazo izquierdo. Los mecanismos que envolvían su brazo se activaron mediante pequeños resortes, pistones y engranajes de ingeniería hidráulica que formaron una sólida pinza de cangrejo con una fuerza capaz de cortar el acero de un buque. Cortó las amarras y las cuerdas correctas y las rehenes se tambalearon violentamente, la grúa se desplazó varios metros en el riel del techo y estaban a salvo. Por ahora. El Reanimador chilló desde atrás de su alta. El Cangrejo Carmesí corrió hacia el centro de la habitación y lanzó una de sus granadas de tungsteno que deshicieron la estructura en segundos. Los diabólicos perros aullaron y regresaron a su hogar cósmico. El Reanimador sacó su pistola, pero sería inútil contra el armazón del Cangrejo Carmesí. El héroe de Königsport sacó su pistola carmesí y disparó contra el altar. La madera estalló en pedazos y el Reanimador se lanzó al suelo y rodó detrás de una oxidada estatua del rey.
- No me engañas Reanimador. Sé que no podrías haber hecho esto solo. Fuiste muy inteligente al dejarte arrestar la misma noche en que lady Eremille Vontral fue asesinada. Despistaste a la policía, pero no a mí. Sólo alguien pudo entrar a esa habitación fuertemente protegida. Sólo una persona sería capaz de poseer a los bufones del rey. Sólo una mente maestra podría engañar a la seguridad humana. Alguien que no es humano. ¡El barón fantasma!
- Muy inteligente héroe.- El Cangrejo Carmesí se colocó sus pesados gogles dorados  y fue cambiando de lente hasta encontrar el que captaba la frecuencia ectoplásmica. El barón fantasma, vestido en su indumentaria de gala militar, con sus abrigos de cuero y su pechera metálica, se acomoda el monóculo mientras se acomodaba al centro del vórtice de invocación. El héroe de Königsport se dio cuenta que a esa frecuencia ciertas palabras del círculo brillaban con una gran intensidad.- Como te habrás dado cuenta construí este vértice con una segunda utilidad, la de ser de escudo de protección contra cualquiera de las armas que puedas usar en mi contra.
- Saldrás de ahí, o los magos de la policía te harán una prisión psíquica de la que nunca escaparás.
- No cantes victoria aún.- Alzó una mano y le mostró un amuleto de piedra con diamantes.
- Las joyas de la familia Wercer, muy astuto. El espectacular robo de hace un mes finalmente cobra sentido en esta diabólica conspiración que has creado.
- Tengo los resonadores psíquicos ocultos por todas partes. No podrás encontrarlos a todos a tiempo, y en menos de veinte minutos este edificio será una extensión del infierno psíquico más terrible que puedas imaginar. Ahora Reanimador, mátalo o morirás tú también.

            El Reanimador era fuerte por las pociones que había robado del museo hacía una semana, pero el Cangrejo Carmesí era mejor peleador. Su pinza era sólida, sus movimientos certeros, su cabeza fría y calculadora. El Reanimador lo lanzó contra la instalación de gas y trató de apuñalarlo. El Cangrejo Carmesí logró empujarlo, pero el perverso necromante le dio un golpe fulminante con una enorme llave inglesa en su costado derecho, aún adolorido por la batalla de la noche anterior. El Cangrejo Carmesí cayó hincado. El Reanimador levantó la llave inglesa para dejarla caer sobre la cabeza del héroe. El Cangrejo Carmesí usó su pinza para tomarle de la rodilla y partirla en dos como si de una rama seca se tratara. El Reanimador cayó al suelo y el Cangrejo Carmesí lo ató a una viga. El héroe de Königsport corrió hacia las rehenes que permanecían atadas.
- No tan rápido héroe. Tienes que hacer una decisión.
- Se acabó Barón fantasma, tu lacayo no está en condiciones de seguir tus órdenes y sabes que tengo protección contra los ataques psíquicos.
- Sí, pero ellas no. Elige, son esas cinco damas de sociedad, o seré yo. No puedes tenernos a ambos.
- Eres abominable. No eres un monstruo porque seas un fantasma, sino porque cometes el peor mal que el Hombre pueda cometer, no sólo haces el mal, sino que lo confundes con el bien.
- Ingenuo crustáceo,- el barón gritó tan fuerte que casi tira su monóculo.- te crees tan santo disfrazado y salvando personas que tú mismo eres el peor mal que el Hombre pueda cometer. No soy yo el monstruo aquí, Cangrejo Carmesí, sino que eres tú. Eres tú quien busca someter al mundo bajo tus estándares polarizados de bien y mal, cuando el mundo no tiene ni bien ni mal.

            El barón echó a correr y el Cangrejo bajó a las mujeres. Se había ido, pero por ahora. El Cangrejo Carmesí aprovechó la confusión de las damas para escapar por la puerta  lateral mientras llegaba la policía. El barón regresaría, y el Cangrejo Carmesí estaría ahí, esperando.

            Donnil Basler había mandado el manuscrito hacía diez minutos por el tubo neumático a un lado de su diminuto escritorio. Lo había hecho más de 200 veces, nunca había tenido problema alguno. Las historias del Cangrejo Carmesí se vendían y su editor lo sabía. Aún así, estaba nerviosa. Había querido transformar paulatinamente al Cangrejo Carmesí en un héroe más interesante. No porque la gente estuviera aburrido de las mismas historias repetitivas, sino porque ella se estaba aburriendo de ellas. Cualquiera podía escribirlas, de eso no tenía duda. Lo que Donnil quería escribir eran cosas más importantes. Miró el periódico frente a ella, aparecía su historia pero no su nombre. Las mujeres no escriben y mucho menos pueden participar en la prensa. Había cambiado su nombre por el de Donald.

            Donnil abrió la pequeña ventana circular sobre los archiveros y estaba por sentarse en su silla metálica cuando el tubo neumático vibró y el mensaje llegó en su cápsula. Extendió el papel y la nota decía “Bueno, aunque filosófico”. No pudo esperarse. Corrió entre los cubículos y ascendió por la incómoda escalera de piedra hasta la oficina de Lupress Ronsel cuya puerta de barata madera tenía clavada la placa de oro alquímico que leía “Editor en jefe”. Golpeó la puerta y entró antes que el obeso editor respondiera. Lo encontró, como siempre lo encontraba, mirando por el ventanal hacia el piso de reporteros con las manos agarradas a los apoya brazos como si en cualquier momento pudiera salir volando. Lupress le dedicó una mirada y una sonrisa. Lupress, o como algunos le llamaban “la ballena a ruedas”, era estricto pero siempre amable.
- Imagino que no le gustó mi nota.
- No es que no me haya gustado señor Ronsel, pero como sabe yo creo que el Cangrejo Carmesí puede convertirse en algo más que una fórmula.
- Todo eso es muy lindo Basler, pero la filosofía no vende periódicos.- Se acercó a la palanca dorada a un lado de su escritorio y con gran dificultad la jaló hacia un lado, revelando cadenas que caían del techo.- Además, todo esto es un ardid, porque yo sé lo que quieres en el fondo.
- Le agradezco la oportunidad de ayudar, no crea que no. Me gusta ayudar a mis compañeros reporteros recabando opiniones y pequeñas investigaciones, pero puedo hacer más.
- Tienes un espacio en la columna amarillista.
- Eso no es decir mucho,- susurró para sí misma- todo el diario es amarillista.
- ¿Podrías deslizar el vidrio?- Donnil arrastró el vidrio del ventanal por su riel hasta quedar casi oculto por completo. Tuvo cuidado de no jalar accidentalmente el deteriorado papel tapiz de flores verdes. El editor jaló las cadenas del techo hacia su silla de rueda y las fue enganchado.
- ¿Necesita ayuda señor?
- No te preocupes, yo puedo solo. ¿En qué estaba?
- Hubo un asesinato interesante, en el club de cazadores, ¿por qué no me da la oportunidad de hurgar mis narices y ver qué sale?
- Donnil, eres demasiado joven, quizás por eso te consiento tanto. Vienen días importantes Basler, el rey está enfermo como me imagino que ya sabes. La fiesta de Cuthulhu será en unos días, y podría ponerse candente la cosa si nuestro amado monarca falleciera. Quiero que vayas al Percy y recabes opiniones de la desagradable chusma que se congrega ahí y conforman la mayoría de nuestros clientes.
- Tengo una cita con un estudiante del Miskatonic.- Lupress Ronsel la miró torcido mientras aseguraba los ganchos.- No es esa clase de citas señor, es para un artículo sobre Aleister Lovecraft que estoy escribiendo. El alumno ha tomado clase con él, quizás le saque algo bueno.
- No sé Donnil... El diabólico doctor tiene una reputación poco menos que... Es decir, no es que tenga miedo, pero me preocupo por ti.
- Deme la oportunidad, si no le gusta lo olvida y además me da tiempo de ir al Percy.- El obeso editor golpeó una parte del gastado tapete que encendía el motor que elevaba la silla de ruedas del suelo.
- Me parece bien. Siempre y cuando me consigas buenas entrevistas, como las que sueles hacer, puedes hacer lo que quieras con tu tiempo.- Lupress se aferró de una cadena y se fue deslizando por el engrasado riel que lo llevaba sobre las mesas de los reporteros.
- Gracias señor.

            Donnil se quedó un momento más viendo las reacciones de los reporteros. Odiaban cuando la ballena en ruedas colgaba a metros sobre ellos y les vigilaba como un halcón. De vez en cuando descendían las cadenas y los escritores les alcanzaban sus escritos mediante un largo palo con una canastilla. Basler revisó su rosado reloj de bolsillo, lo único femenino en su indumentaria. Se le hacía tarde para su cita con Soren Tror.

            El edificio de piedra del “Heraldo de Arkham” se sumaba a una larga fila de edificios altos, esbeltos y extrañamente inclinados hacia afuera al grado de ser sofocantes. Basler detestaba esa zona de la ciudad y no se sintió tranquila hasta subir al tranvía de vapor que le llevaba del otro lado del río Miskatonic. El fresco aire del río le obligó a abotonarse la chamarra de rojizo cuero. Estudió sus notas, aunque todas decían más o menos lo mismo, eran un caos que se hacía pasar por investigación periodística. Sentía una morbosa curiosidad sobre el diabólico doctor Lovecraft, como todos los ciudadanos de Königsport y sabía que una nota como esa podría significar el gran cambio que buscaba. No dejó de leerlas, aunque las había memorizado, hasta llegar a la plaza de los lores alquímicos, rodeada de extraños pilares de piedra negra y porosa y con símbolos alquímicos que solo unos cuantos podrían comprender. Soren Tror ya le estaba esperando.
- Usted debe ser... ¿Donald Basler?- El estudiante era un larguirucho pelirrojo que sostenía una pesada colección de libros y le miraba con la curiosidad de un cachorro.
- Donnil. Espero que no sea problema.- Basler hizo un esfuerzo por sonar coqueta y se desabotonó la chamarra con un movimiento, revelando una camisa con cierto escote.
- No, ninguno. Tengo una clase en un rato, ¿le molesta si caminamos?
- No, claro que no.- Al ver a un grupo de ancianos alquimistas caminando hacia ellos, inmersos en sus discusiones y vistiendo sus incómodas togas negras, Donnil y Soren caminaron por la calle empedrada.- ¿Qué se siente vivir rodeado de ancianos como esos? Pareciera que viven en otro mundo. ¿Son filósofos?
- No, por Nyarthalotep. Ya no quedan filósofos. ¿Qué propósito hay en construir un modelo del Universo racional, con sentido, cuando la experiencia inmediata nos dice que el Universo no tiene sentido? Todos los problemas de la filosofía han sido resueltos por la magia en sus tres variantes. Eso dice el maestro Lovecraft.
- ¿Tomas clase con él?
- Sí, magia ritual avanzada. Él es demasiado brillante para dar clases, es como si detrás de su mirada se escondiera alguno de los dioses exteriores. Es su genio el que mantiene al rector Vanrose como lord alquímico y favorito del rey. Diez de las quince sustancias usadas para los elixires curativos fueron ideados por él.
- Veo que hay una percepción muy diferente del doctor Lovecraft desde esta parte del río.
- ¿A qué se refiere? – Soren la miró confundido y sonrió.- Los rumores, claro. Los rumores que corren de él y que usted ha escuchado son... poca cosa con lo que se dice en la Universidad Miskatonic. Se hablan de terribles experimentos... en fin, situaciones desagradables. No por ello es menos brillante. Su explicación de la dinámica entre los dioses exteriores y los dioses antiguos es fascinante. Basaré mi tesis en ella.
- Un genio incomprendido.- Donnil se arrepintió de haberlo dicho, pues sabía que eso solo suscitaría una elaborada explicación de cuestiones que ni le interesaban, ni entendía.
- Vaya que sí. Cuando él explico la naturaleza de la pelea entre los dioses exteriores y los dioses antiguos hace incontables eones, por fin entendí algo que había escuchado desde niño y nunca había entendido. Los dioses exteriores los encerraron, pero dada la ciclicidad cósmica era natural que escaparían, cuando las estrellas estuvieran en su posición correcta. Desde antes del encierro los dioses exteriores ya existían danzando rítmicamente alrededor del centro, Azathoth el dios ciego e idiota que gobierna en compañía de Yog Sothoth, el Uno en Todo. Por eso entenderá que el culto de Yog Sothoth es más de índole metafísico, comúnmente aceptado entre las clases altas, los patricios y los linajes. El culto de Cuthulhu, sacerdote de los antiguos, es más pasional y por ello dedicado a la plebe. Eso es notorio para cualquiera y lo será más en unos días cuando sea la fiesta de Cuthulhu y R’lyeh se asome sobre el mar por unas horas.
- Vaya...- Se detuvieron frente a las empinadas escaleras que ascendían por la colina sobre la que gobernaba la Universidad del Miskatonic.
- La he aburrido, discúlpeme. Simplemente quería mostrarle las relaciones con nuestra vida cotidiana. ¿No ha notado que algunos gustos arquitectónicos prefieren lo cíclopeo y otros prefieren los ángulos geométricos poco convencionales? El primero es típico del culto de Cuthulhu, el segundo es más intelectual, debido a la influencia del culto de Yog Sothoth y puesto de moda por la dinastía Vandrecker. El doctor Lovecraft siempre apunta hacia el débil equilibrio entre ambos cultos. Es casi como si apuntara hacia una síntesis entre ambas formas de aparente orden en el caos primordial. Ciertamente no deja que los rumores afecten su desempeño intelectual. Ni siquiera cuando agravia a semejantes figuras como... Bueno, eso no importante.
- ¿Cómo a quién? Parece que tenías a alguien en mente.
- Es sólo un rumor, pero se dice que cometió ciertos actos inenarrables en la ópera. Debe ser un rumor, pues un patricio es dueño de la ópera  y no levantó denuncias ni nada.- Soren Tror se acomodó los libros bajo el brazo y miró a Donnil en silencio.- Una lástima que tenga que irme, no tuve ocasión de preguntarte nada. ¿Quizás después?
- Estoy en contacto en estos días, me interesa mucho el punto de vista universitario sobre el doctor. Hasta luego Soren y muchas gracias.

            El sol aún estaba por meterse, tenía tiempo de ir al mercado del Percy cerca del puerto. Podría tomar un barco que la llevaba directo al mercado, pero prefirió ir en tierra. Donnil detestaba el agua desde que había visto de niña los extraños navíos provenientes de las aguas negras más allá de los límites. Conforme se acercaba al Percy y las callejuelas se tornaban cada vez más estrechas se fue formando una idea en su interior. Se imaginó a si misma entrevistando al lord alquímico Arsen Glaneran en su lujosa mansión en el corazón del mercado. Sabía que el peligroso mafioso rara vez hablaba con la prensa, pero quizás si aplicaba la misma estrategia con el estudiante del Miskatonic le haría cambiar de opinión.

            En el mercado contrató a una carroza para que le llevara al centro. La azulosa luz de tungsteno en el interior de la cabina hacía que todo pareciera místico. El gastado tapiz rojizo y la diminuta ventana a través de la cual se filtraba la poca luz solar que quedaba, aumentaban el efecto. El centro del Percy era confusión vibrante de vendedores, clientes, prostitutas y bandas de ladrones. La alquimia que se producía en los laboratorios subterráneos, aunque no tan potente como la elaborada en los silenciosos laboratorios del Miskatonic, era sin duda lo suficientemente importante como para valerle a Arsen Glaneran el título de Lord alquímico.
- Jovencita,- una vieja vendedora emergió de la multitud y le jaló del brazo hacia su tienda repleta de muebles con pequeños cajoncitos y exóticos animales enjaulados.- no puede irse del Percy sin el mejor ajenjo de los dioses, ni con la más potente mandrágora. Ésta planta milagrosa es la única que cura el vampirismo o, si está de un humor más macabro, lo puede generar. Le aseguro que éstas pociones vampíricas son tan potentes como las del diabólico doctor Lovecraft.
- No gracias, no estoy enterada.- Donnil se detuvo en la puerta y observó el cartel de madera que colgaba de pequeñas cadenas negras a un costado de la entrada. Tenía la forma de un cangrejo rojo y debajo tenía una maldición antigua.
- El Cangrejo Carmesí no es bienvenido aquí. Ese sujeto me da miedo. Vive en el cementerio y sale a cazar al Percy durante la noche. Borrachos y vagabundos más que nada. ¿Puede creer que hay un pelmazo que escribe historias sobre él?
- Hay de todo en esta vida. Dígame, ¿me podría decir cómo encontrar la mansión de Lord Glaneran? Temo perderme entre las callejuelas.
- Una sabia decisión, algunas de estas callejuelas llevan a la ciudad fantasma y bueno... usted no querría acabar ahí.- Había un dejo de maldad en esas últimas palabras.- Le diré, pero tiene que comprar algo. Nada es gratis en esta vida.
- Muy bien.- Donnil puso unas monedas sobre el mueble y tomó una tira de carne seca.
- No le servirá de nada que le diga, lord Glaneran ha salido al infierno y no volverá hasta mañana. Lo vi pasar hace una hora, y me lo ha dicho uno de sus magos personales que compra aquí.
- Gracias.

            La vieja se echó a reír mientras Donnil salía de la tienda y tiraba la carne seca a la basura. Era obvio que no hablaría con lord Glaneran, pero tenía que hablar con alguien para recabar opiniones. Pasó entre los trastornados predicadores callejeros, los vendedores de lámparas de luz oscura, los traficantes de tungsteno y los magos profesionales que vendían sus chucherías por unas cuantas monedas. En todo su recorrido no había visto ni a un policía, y es que el Percy era propiedad de Arsen Glaneran, y hacía sentir su presencia en cada rincón. Los negocios, legales o ilegales, que contaran con el escudo del lord alquímico eran protegidos por él y estaba prohibido molestar a los clientes. Donnil, cansada de caminar entre el desgastado empedrado, entró al “mercante alegre”, un bar en una esquina.

            La taberna parecía haber pertenecido en algún momento a un barco mercante. Los gruesos maderos estaban crónicamente húmedos y las ventanas y lámparas eran idénticas a las de un barco. Una sección del bar se mantenía iluminado con luz negra, para los clientes que requerían de la oscuridad para disfrutar sus vicios, las demás secciones eran iluminadas por lámparas de gas que colgaban del techo con cursis adornos de tela. El dueño del lugar, Corvin Ressel según le llamaban los clientes habituales, era un hombre extravagante y neurótico. Vestía un traje de terciopelo verde oscuro, usaba gafas de cobre con una multitud de lentes superponibles y caminaba apoyado sobre un bastón que, Donnil estaba segura, escondía una espada. Llamó su atención con unas monedas y unos flirteos y consiguió su entrevista. Ressel se acomodó el cabello, se sentó y prosiguió a limpiar la mesa con su pañuelo de tela.
- Como usted seguramente ya sabe, señor Ressel, el rey ha caído enfermo. Vengo del “Heraldo de Arkham” para recabar opiniones y me gustaría conocer la suya.
- ¿El mismo diario que publica esas porquerías de chismes que llaman noticias y esas horribles historias del Cangrejo Carmesí?
- Sí, el mismo.- Dijo Donnil sin mucho entusiasmo.
- Los chismes no deberían ser noticia jovencita, y espero que lo aprenda pronto si seguirá trabajando en ese negocio. Esa idea de que lo importante son los detalles de la vida personal, los macabros deseos que la persona tenga y en general todas sus desagradables peculiaridades opaca la verdad de los hechos. No me importa lo que los psicólogos digan, la verdad está en los hechos, no en la mente.- Donnil se acomodó en su silla, comenzaba a agradarle cada vez más.- Estas sesiones... Son juegos macabros. La psicología ha ejercido una influencia seductora, pero maligna, y se ha apropiado de todas las ciencias, a excepción de la alquimia, por supuesto.
- Tiene toda la razón, detesto esas sesiones. ¿Cree que si el rey se muere la psicología se haría más fuerte o más débil?
- Vaya pregunta jovencita, sin duda usted pasaría por hombre en cualquier circunstancia. La verdad de los hechos está en que hay una sucesión real. Muerto nuestro amado rey Bruss Vandrecker IV subiría al trono su primogénito. Como sabe su hijo Gustavler está loco y vive en una celda subterránea en el psiquiátrico, lo cual nos deja con Eliphen. Ahora bien, el otro hecho está en que Eliphen pronto se casará con lady Lauria Wercer. Después de tantos años la corona pasaría de la familia real de los Vandrecker a los Wercer, adoradores de Cuthulhu como todos nosotros. Aunque eso sería bueno la verdad de los hechos es que se esperarían los años del cruel doctor F. El psicólogo del rey Kralste Dunwar es casi tan terrible como el cruel doctor F, pero me temo que si la corona cae en las manos de los Wercer la cosa podría estar peor.
- ¿Usted no cree que habría un cambio de la psicología a la alquimia y de esa manera se beneficiaría el diabólico doctor Lovecraft?
- Pero niña, para trabajar en un diario se nota que no lee usted las noticias.
- No leo el periódico.
- Sí, y con ese periódico no te culpo.- Corvin Ressel elevó el dedo índice para enfatizar sus palabras.- Pralen Vanrose, el lord alquímico del Miskatonic es el favorito del rey actual y enemigo a muerte de los Wercer. El otro lord alquímico, Kol Barsel, vive más en los ducados de Arkham que en Königsport y podría acomodarse mejor, pero Vanrose es quien pierde más. Lo mismo podría decirse con los patricios, hay una complicada red de intereses en el asunto.
- Parece que su opinión informada será mejor que el artículo que terminen publicando.
- No lo dudo, mi niña, no lo dudo.- Corvin puso cara de sufriente hasta que escuchó la campana.

            Todos en Arkham conocían la campana y sin duda todos, al menos en la capital de Königsport, le tenían un temor indescriptible. Eran las carretillas de las sesiones. Iban acompañados de policías, aunque la gente en su mayoría acudía por su propia voluntad. Las carretillas ocuparon la pequeña plaza que conectaba a las callejuelas del centro y rápidamente fueron acomodando más de cien sillas. Donnil Basler salió a la calle y acompañó a la migración, pero Corvin Ressel escapó del lado contrario. Basler ya no escapaba, sabía que tarde o temprano tendría que ir.

            Todos las conocían, casi todos las aceptaban, pero muy pocos realmente las favorecían con argumentos. Las sesiones, decían los psicólogos, es la única forma institucionalizada de basar las relaciones sociales en la verdad y no en el engaño patológico. Las sesiones eran idénticas a las que Kralste Dunwar realizaba en persona. Un reducido grupo de psicólogos, asistidos por la policía, tranquilizaban a los espectadores y preparaban a los receptáculos. Las pobres almas vacías eran hombres desnutridos, casi cadavéricos, encadenados a una cama que se inclinaba hasta estar de pie. Los receptáculos no tenían vida propia más que la que absorbían de los presentes. Aullaban y se agitaban en sus cadenas mientras hurgaban psíquicamente en las insondables profundidades de la mente de los pacientes y revelaban las pulsiones más profundas y, por lo general, desagradables.
- Serán enfocados al azar.- Decía uno de los psicólogos que se paseaba entre las sillas con su mugrienta bata blanca y un enorme estetoscopio con extraños ganchos sobre el aparato de micrófono.- Ya saben el proceso y recuerden, es por su bien.
- El ojo de la mente está abierto.- El receptáculo comenzó a aullar desesperadamente. Hablaba con la quijada desencajada y la potencia de su voz daba la impresión de que estuviera poseído por alguna entidad maligna debajo de su piel.- Porter Fass.
- ¿Quién es Porter Fass? Que se ponga de pie.- Demandó un psicólogo. Un panadero cubierto de harina se puso de pie y miró de soslayo al público que lo miraba con morbosa atención.
- Porter Fass,- dijo el receptáculo.- tu tío Garson, horticultor de violetas, se emborrachó cuando tenías siete años y te engañó para que te desnudaras y pudiera explorar tu cuerpo. Desde entonces te obsesiona el olor a violetas. Aunque has luchado por tu implícito deseo de explorar a tu joven vecino has escogido a tu mujer porque te recuerda al olor a violetas que tanto odias y amas.

            Porter Fass se sentó y rompió a llorar hasta que no lo soporto más y se echó a correr. Su esposa lo miró alejarse, sin saber qué hacer y temblando de miedo de no ser llamada después. El receptáculo llamó a un vendedor y expuso su retorcida fascinación por los pies. Expuso a una esposa adúltera, a un homosexual reprimido padre de dos criaturas que le miraron confundidos y la sesión siguió por otra hora. Conforme avanzaba el tiempo y el receptáculo exponía los oscuros secretos a la luz pública Donnil se fue tensionando cada vez más hasta que sus músculos le ardieron. Los vacíos ojos del receptáculo no reflejaban emoción alguna. La macabra tarea de mostrar la verdad parecía no serle diferente que cualquier otra. Al principio Basler lo atribuía al carácter se semi-muerto del receptáculo, pero después vio la misma expresión en los psicólogos. La sesión estaba por terminar y el receptáculo expuso a un mercader tramposo, a un hermano con deseos incestuosos y, la última mención, fue la de Donnil Basler. Nunca le había ocurrido y tardó unos momentos en ponerse de pie, pues todo le parecía demasiado irreal. Finalmente, cuando un psicólogo la tomó del brazo, Basler se levantó.
- Donnil Basler,- dijo el receptáculo.- siempre mantuviste la creencia infantil que las palizas que te daban tu padre eran por tu culpa. Le temes a las mujeres porque quieres ser un hombre, pero no puedes intimar a uno porque te recuerda a tu padre. Crees que el éxito profesional te curará pues razonas que si puedes convertirte en tu padre, el agente de caos en tu frágil existencia, entonces podrás dominarlo. Donnil Basler, aún te falta ver la insondable profundidad del caos con los ojos de la mente.

            El receptáculo cayó en un sueño profundo, la sesión había terminado. Donnil quedó de pie, inmóvil por completo, mientras los pacientes se alejaban rápidamente, demasiado avergonzados para mirarse entre ellos. Temblando de vergüenza e impotencia Donnil caminó vacilante hacia el “Mercante alegre” donde Corvin Ressel le sirvió una taza de leche caliente y le pagó una carroza directamente a su casa. Ressel no había estado en la sesión, no sabía de la vergüenza de Donnil, pero no necesitaba saberlo, lo podía ver en  sus ojos. Donnil Basler había sido destrozada en menos de un minuto. Fue despertando del entumecimiento psicológico conforme se acercaba a su casa, y de manera milagrosa resistió hasta estar en soledad para romperse a llorar.






2.- El cazador

            El ambiente estaba sofocado por el humo de los puros y el sudor de los hombres. La sala oscura y sus sillones estaban orientados hacia una chimenea con flamas frías azules de gas de tungsteno. La reunión de cazadores de Arkham era poco más que una docena de cazadores bebiendo brandy, fumando y compartiendo sus experiencias. Las paredes estaban adornadas con sus más grandes conquistas, e incluso se atrevían a exhibir a las bestias a las que estaba prohibido cazarles, para no incurrir en la ira de los dioses.
- Fue en los bosques del norte.- Welling colocó un frasco de vidrio bajo la lámpara de su mesa e infló el pecho. Era una enorme dentadura de vampiro.- Debió ser cuarta o quinta generación, a juzgar por el tamaño de los colmillos.
- Welling no puedo decirle cuánto lo envidio. Todos los vampiros que ha cazado han sido de segunda o tercera generación. La corona paga bien por ellos, pero la verdad es que me aburre.
- Díganos Welling, ¿la criatura era pensante?- Preguntó un anciano cazador al fondo de la sala.
- Medianamente. Trató de cazarme y se hizo de herramientas a partir de piedras y ramas. No tenía la inteligencia de un ser humano, pero no era tan estúpido como los vampiros que se encuentra uno en los callejones del Percy.
- Yo conozco de uno,- dijo un cazador joven.- que tiene inteligencia y pertenece en el Percy. El duque Lars. ¿Cómo la corona permitió un duque vampiro?
- Viene en camino a Königsport, ahora que el rey ha enfermado y todos los duques han sido invitados a la fiesta de Cuthulhu. Se requiere de toda mi fuerza de voluntad para no cazarlo.
- Ya estamos hablando de política otra vez.- El anciano se levantó con mucho trabajo.- Saldré al patio, ¿alguien quiere acompañarme?
- Vayamos todo.- Dijo Wellig.

            Wellig apagó la lámpara de luz negra y la luz natural entró de la ventana iluminándolos a todos. Uno de los cazadores apagó la chimenea mientras todos salían al extenso patio, bordeado de orquídeas y rosas. En el patio les esperaban meseros con charolas repletas de canapés y altos vasos de champaña. Uno de los hombres, quien parecía observar muy de cerca a las flores al fondo del patio donde se conectaba la calle paralela, no era vestía como un mesero. Los cazadores le prestaron poca importancia, estaban inmersos en sus discusiones. Ni siquiera el tráfico de la calle, a pocos pasos de distancia, parecía distraerlos. En la acera de enfrente, dentro de un carruaje de vapor, se encontraba otro tipo de cazador.

            Brechtel Gras tenía preparado su potente rifle con sus características balas de titanio. El rifle estaba sostenido sobre una tabla de madera que dividía ambos sillones de cuero. Brechtel no estaba sobre su rifle, estaba más ocupado con la caja reanimadora. La caja cuadrangular de madera tenía las esquinas con adornos de plata y extrañas inscripciones en todos sus lados. Dentro de la caja se encontraban dos péndulos, uno hacia abajo y le otro en la dirección contraria que se podían ver a través de un hueco en la sección media en una de sus caras. Sobre el hueco se encontraban varias cuerdas de plata que Brechtel Gras manipulaba como a una especie de harpa. Cada movimiento tenía su efecto en el reanimado, al fondo del patio. La caja despedía un intenso olor a azufre y sin duda dejaría, como siempre lo hacía, profundas marcas sobre la superficie en la que estaba apoyado.

            El reanimado se irguió de golpe, casi cómicamente, y gruñó como un perro hambriento. Se lanzó contra los meseros y algunos de los cazadores. Alguien sacó su arma y le disparó, pero no sirvió de nada. El embrujo era más fuerte que las balas. Wellig rescató al cazador anciano y lo ayudó a escapar corriendo hacia la calle y llamando a un policía. Brechtel Gras sonrió, ahora era suyo. Rápidamente dejó la caja, el reanimado se detuvo confundido unos momentos antes de volver a morir. Apuntó con su rifle, respiró profundo y jaló el gatillo. Wellig perdió parte de la cabeza antes de caer al suelo.

            Calmadamente guardó sus herramientas. La caja reanimadora había quemado la plancha de madera, como lo esperaba. Regresó la plancha al piso y liberó los seguros en la pared de enfrente para poner en marcha al motor de vapor. La carroza se alejó lentamente haciéndose paso entre los curiosos y los policías. Se detuvo varias cuadras más adelante y corrió la cortina de la ventana. La viuda de Wellig se acercó a la ventana y Brechtel la abrió. La viuda no dijo nada, simplemente le dejó la bolsa con el dinero. No había nada que agregar, a Gras no le importaban los motivos. Se imaginaba lo suficiente para hacerse de una idea. Además, la mera idea de cazar a un cazador experto, y ejecutarlo en medio de sus compañeros, era motivo suficiente.

            Había un mensaje en su hotel. El gerente lo plantó en el mostrador a mala gana. El sobre seguía sellado y estaba pesado. En el interior se encontraba un nombre “Archess Monk” su la dirección y varios billetes con la cara del rey. El antiguo elevador temblaba y hacía tanto ruido que parecía que se desplomaría en cualquier momento. Brechtel comenzó a temblar. La picazón regresaba a su piel, regresaba el “malestar”. Cuando el ardor llegó sintió ganas de gritar, pero sería inútil. Las puertas se abrieron y Gras salió despedido contra la pared. Tenía suerte, el dolor pasó rápido.
- Brechtel, ven un segundo.- Henriss York le jaló de la manga de su saco de gamuza hacia su habitación. Henriss había empujado la cama de metal contra la pared y usaba el suelo de verdes mosaicos para sus rituales y experimentos.- Tengo algo que te podría gustar.
- Henriss, ¿cuándo fue la última vez que saliste a la calle? No te ves muy bien.
- ¿Yo?- Henriss se miró al espejo, contempló su huesuda y pálida cara y no notó nada raro.- Yo estoy bien. Mira, tengo sueños en botella.
- ¿Tan buenos como los de la última vez?- Brechtel se acercó para ver las botellitas coloridas cuando el mago le detuvo. Su pie rozaba con las marcas en el suelo y las extrañas imágenes que había colocado en círculo alrededor de sus alambiques alquímicos y sus herramientas mágicas.
- Por favor, no pises. Un gato entró anoche, tiró a uno de mis idolitos mágicos. Me ha arruinado todo, ahora tengo que hacer los trece rituales de los dioses del caos pero no puedo hacerlos hasta después de la fiesta de Cuthulhu. Pero a la vez no puedo esperar porque mi varita mágica necesita cargarse cada noche. Como te imaginas, es un desastre completo.
- Henriss,- Brechtel sonrió pero prefirió portarse serio con el neurótico mago profesional.- No te lo tomes tan literal, es todo en tu mente. ¿Entiendes eso, no es cierto?
- ¿Sería un mago profesional si no lo hiciera? Aún así, está en tu cabeza pero todo tiene que seguir un orden muy estricto. En fin,- Henriss se agachó y le pasó una botella violeta.- aquí está.
- ¿Qué tiene de especial?- El mago se irguió y se sacudió el polvo de las mangas de cuero y después limpió su gafas con su corbata de terciopelo.
- ¿Qué tiene de especial?- Le imitó con soberbia.- Son sueños supresores. No importa qué pesadilla tenga tú inconsciente, unas gotitas de esto antes de dormir y tus sueños serán melosos.
- Me lo llevo.- Brechtel le pagó con pequeñas monedas mientras miraba la botella contra la luz que se filtraban de las raídas cortinas.
- Casi cada día compras una botella, ¿qué es lo que tratas de suprimir?
- ¿Qué eres ahora, psicólogo?- Henriss agachó la cabeza y trató de disculparse.- No te preocupes. Confía en mí, no quieres saber sobre mi malestar. Pero toma mi consejo, por un día olvídate de tus rituales. Borra todo, quita las imágenes, sal a la calle. Consíguete una mujer fácil, diviértete y regresa después. He visto a excelentes magos profesionales consumiéndose por detallitos como ese.
- Lo intentaré Brechtel, lo intentaré.

            Aún no era hora de dormir y había mucho por hacer. Dejó su maleta, con su rifle y su caja reanimadora debajo de la cama. Se vistió como marino para viajar hasta el puerto y ubicar a un candidato. No bastaba con que fuera un marino y, por ende, una persona a quien la policía no buscaría. Tenía que tratarse de alguien sin amigos, sin nadie que lo extrañara y, más importante aún, nadie que pudiera ser útil en una investigación policíaca. El reanimado que le había ayudado en el club de cazadores también había sido marino, pero era un sujeto tan silencioso y antipático que la policía tardaría semanas en identificar. Aunque Königsport era una ciudad portuaria, todos tenían un instintivo temor al mar. Los marineros eran parias, comúnmente criminales peligrosos y aquellos que se aventuraban más allá de las aguas negras eran universalmente temidos.

            Brechtel pasó horas en bares y caminando entre los muelles. Fue descartando de una lista de una docena de personas hasta que se conformó con un pesado marinero. Lo siguió mientras el marinero borracho se internaba hacia la ciudad fantasma y Brechtel aprovechó la oscuridad para golpearlo en la cabeza con una botella. El marinero no cayó al suelo, sino que se volteó incrédulo de que alguien osara atacarlo. El asesino lo durmió con un trapo envenenado y lo metió en un saco. Arrastró el saco hasta un carruaje y fue a su pequeña bodega. El cuerpo estaría seguro en su ataúd de metal. Ahora tenía otras cosas que hacer.

            Archess Monk vivía en una estrecha casa en un acaudalado distrito de la ciudad. El único acceso silencioso sería por atrás, aprovechando el patio. La víctima, según la investigación de Brechtel Gras, era un aburrido arquitecto. Le siguió al correo donde lo vio depositar paquetes y recibir otros. Frecuentaba también una librería y parecía leer mucho. En ningún momento vio amigos, parientes ni vicios. Brechtel Gras no dejaba de preguntarse por qué alguien lo querría muerto, pero ese no era su trabajo. Tenía que conformarse con saber quién era su víctima y cuál era su rutina cotidiana. Contrario a la creencia popular, la verdad no yacía en la aburrida mente de Archess Monk, si no en el trabajo. No había nada más.

            El supresor de sueños funcionaba maravillosamente. Quiso agradecerle a su amigo, pero se había encerrado en su habitación. El ataúd de acero seguía en la bodega. El marinero sin duda habría muerto. La mejor manera para reanimar es con un cadáver fresco, bien preservado, que haya muerto de tal forma que sus órganos principales no se vean afectados. Sacó el cuerpo y lo lanzó a la tina de cristal que pendía de cadenas y estaba llena del purpúreo líquido amniótico. El motor de vapor hace girar las ruedas de cobre, unidas entre ellas por delgados filamentos metálicos que llevan la carga al líquido amniótico. Velas debajo de la tina, así como los hechizos escritos en la sangre del fallecido. Un poco de incienso y todo está listo. Brechtel Gras comenzó el proceso usando la caja reanimadora. Quince minutos de concentración, hechizos y extraña música de las cuerdas de plata y el marinero anónimo comenzó a moverse. Espasmos primero, pero después con el ritmo de la caja reanimadora. Cuando el proceso estaba en su punto más alto Brechtel dejó de tocar, el cuerpo se seguía moviendo, había funcionado.

            Brechtel Gras se acercó a la tina y la miró desde abajo, rodeado de las velas. Cada proceso era diferente, pero éste era único. El sujeto no hacía más que moverse espasmódicamente con el mismo ritmo. Poco a poco se fue deteniendo. Maldijo pensando que tendría que hacer todo de nuevo cuando el reanimado se movió. El cuerpo se arqueó, sostenido de las plantas de los pies y la cabeza. Gras lo miró arquearse hasta que la columna vertebral tronó. Instintivamente dio varios pasos hacia atrás. El cuerpo se siguió arqueando y la cabeza, que servía de apoyo, tronó cuando la nuca se partió en dos. Los ojos del marino se llenaron de sangre y el líquido amniótico se tiñó de rojo. Algo estaba terriblemente mal.

            El marino dejó de arquearse y se desplomó al fondo, el líquido teñido de rojo se balanceó, junto con toda la tina y un poco se derramó a unos pasos de Brechtel Gras. Se estremeció al sentir el ardor en la piel. Era el malestar de nuevo. Temblando de dolor se acercó al ver que algo salía de los ojos del marino. Algo que no era sangre. Instintivamente sacó su pesado revólver de balas de titanio. Con un ruido seco algo se pegó a la tina, algo que se alargaba con delgados filamentos verdes y negros. Brechtel sabía lo que era y el miedo le paralizó por unos instantes. La planta siguió creciendo y comenzaba a ocupar una esquina de la tina. Cuando Gras salió de su pánico, aún con el ardor en la piel, se hizo para atrás unos pasos más y disparó al techo. La cadena reventó en la parte más alta y la tina de cristal se desplomó al suelo. El líquido bañó el suelo y Brechtel pareció no sentirlo. Disparó contra la creatura varias veces, aplastándola por completo y vació el arma disparando contra la cuenca del ojo de donde había salido.

            Cuando todo terminó arrastró una pesada silla metálica y se sentó a un lado del cuerpo, sobre los pedazos de vidrio, y volvió a cargar su pistola. Sabía lo que ese marinero había sufrido. Había contraído una flor parasitaria típica de los engendros de Tsathoggua que, tal y como señalan los manuscritos Pnakoticos y el Necronomicon, se había gestado en su interior y sin duda lo hubiera matado. Se inclinó sobre el cuerpo y le abrió la camisa con jalones. Las manchas verdes en su pecho eran indicativas. Él lo sabía, pues su malestar era idéntico.

            Se deshizo del cuerpo y regresó a su hotel. No dejó de pensar en su malestar y en la monstruosidad que se gestaba en su interior. A veces podía sentirla, con pensamientos que no eran suyos. Desde hacía poco menos de un año sus sueños ya no eran propios, eran de la entidad. Eran sueños extraños, como los que un vegetal tendría. Podía sentir la savia en sus venas y eso lo despertaba cada noche que no bebía un supresor de sueños. Incontables noches terminaba llorando en un rincón sosteniendo un cuchillo, listo para arrancarse un pedazo del cráneo y sacárselo él mismo. La lobotomía podría salvarlo, pero eso costaba mucho dinero.

            Henriss York no lo saludó, seguía encerrado. A la mañana siguiente, cuando Brechtel se sentía mejor, su amigo seguía encerrado. No debería estar feliz, pero no había tenido pesadillas y, aunque no tenía modo de matar a Archess Monk, se contentaba con el goce de una noche sin sueños vegetales. Tocó a la puerta del mago profesional pero no hubo respuesta.
- ¿Henriss, te fuiste finalmente?- Abrió la puerta y el mago seguía ahí. Estaba de pie mirando hacia la nada. Brechtel lo sentó sobre su cama, pero él no respondía. Chasqueó los dedos frente a sus ojos, lo sacudió y le dio un par de bofetadas, pero no había cambio.- Finalmente pasó, maldito necio. Te dije que te pasaría. ¿Ahora con quién voy a platicar? Aunque claro, ¿a quién engaño? Yo no platico mucho, nunca sé qué decir. Hola Henriss, soy un asesino a sueldo. ¿Lo ves? No puedo decir nada sobre mí. Te lo advertí Henriss, yo solía ser mago profesional antes del incidente, y vi esta clase de cosas antes. Te extrañaré.

            Brechtel permaneció sentado a su lado por un largo tiempo. No sabía qué decir. Algo era seguro, no dejaría que los psiquiatras del Miskatonic se lo llevaran para realizar experimentos con él. Lo acostó en la cama y lo sofocó con una almohada. Se sintió sucio al usarlo como su reanimado, pero tenía poco tiempo y Henriss hacía mucho que dejaba su cuerpo vacío. No podía regresar a la bodega, por lo que usó la bañera en su cuarto. La caja reanimadora funcionó a la perfección. Dejó un asqueroso olor a azufre y la marca en los mosaicos del suelo, pero valía la pena el sacrificio. Fue llevando del brazo al reanimado bajando las escaleras hasta que su amigo volvió a disfrutar del sol.

            En la tarde Brechtel rentó un globo aerostático para Henriss y él. Voló alto sobre Königsport evadiendo las rutas de los policías. Archess Monk estaba en casa cuando el reanimado se deslizó por la cuerda hacia el suelo, seguido del asesino. Brechtel utilizó la caja reanimadora para que el cuerpo sin vida de Henriss se lanzara contra la puerta de entrada trasera. El reanimado parecía aún vivo, pues llevaba muerto unas pocas horas, pero su comportamiento era inconfundible, afortunadamente para Gras, su fuerza y salvajismo aumentaban lo suficiente para compensar las fallas. Archess Monk se encontraba en su sala cuando fue atacado. Brechtel podía ver desde las ventanas que daban al patio cuando el arquitecto rodó por el suelo, recogió una espada de debajo de un sillón y se defendió cortándole una mano al reanimado. El cadáver era incapaz de sentir y siguió su ataque. Brechtel estaba sorprendido de que el arquitectos se defendiera tan bien, pero no caía presa del pánico, aún podía funcionar su plan y se alejaría del lugar en el globo. Su plan no iba tan bien. El arquitecto le cortó un brazo al reanimado. Era hora de intervenir.
- Archess Monk.- Se subió el cuello del abrigo largo para tapar su rostro y reventó la ventana con una piedra. El arquitecto le cortó la cabeza al reanimado y le miró con sangre en el rostro y los ojos saltones.- Me sorprendiste, aunque no lo suficiente.

            Disparó tres veces contra el pecho, después una vez contra la cabeza. Sabía que había patrulleros, pero supuso que tendría unos cuantos minutos para borrar las marcas que la caja  reanimadora había dejado en el patio y volver al globo aerostático. Estaba equivocado. Escuchó que derribaban la puerta de entrada. Recogió su caja reanimadora mientras corría hacia la cuerda y comenzaba su ascenso. No llegaría al globo, de eso estaba seguro. Escaló lo suficiente para ver por encima de las casas vecinas y, cuando los patrulleros salieron al patio, Brechtel se balanceó para caer en otro techo. El movimiento de la cuerda llegó al globo, se debió haber desamarrado y reactivado los controles, pues el globo fue flotando a la deriva mientras Brechtel se deslizaba por los techos de tejas hasta la calle.

            Había estudiado al vecindario justo para esta clase de situaciones, pero nunca había pensado que las cosas saldrían tan mal. Echó a correr por el empedrado cuando los dos patrulleros salieron de la casa de Archess Monk y lo persiguieron. Los policías dispararon y Gras se lanzó al suelo, rodó por debajo de una larga banca y se levantó en la pequeña estación de tranvía. Las únicas personas que subían al vehículo eran pálidos obreros que no hacían contacto visual con nadie. Los policías llegaron a la estación y abordaron el tranvía de un salto, mientras el conductor aceleraba. Ordenaron que el tranvía se detuviera y no fue sino hasta que llegaron al fondo que se dieron cuenta que era una trampa. Brechtel no había subido, pero contaba con que ellos sí. Les esperaba oculto entre los arbustos frente al acceso trasero. Dos balazos fueron suficientes para matar a los policías.

            El regreso al hotel fue lento y nervioso. Tenía que salir de la ciudad cuanto antes. Todo el trabajo era sospechoso. No tenía idea de por qué había matado al arquitecto, ni quién daba las órdenes. Lo único que le importaba era que le pagaran para que pudiera irse. Estaba decidido a escapar, al día siguiente cuando mucho, y se hizo una lista de pendientes hasta que llegó al hotel. Su férrea decisión se esfumó cuando recibió un paquete. Era más dinero de lo acordado y nuevas instrucciones. Tomó asiento en las escaleras, debatiendo consigo mismo, hasta que la picazón comenzó. La decisión se tomó sola, se quedaría para juntar más dinero y así poder deshacerse de su malestar. Era inútil debatir, su vida tenía que girar en torno al monstruo bajo su piel, o de lo contrario no habría vida alguna.















3.- El inspector
            El inspector Legrasse suspiró y se sentó en uno de los sillones al lado del muerto. La casa estaba invadida por policías de uniforme y el ruido era insoportable. Todos los policías vestían con su chamarra de delgado cuero azul abotonada al costado y con una ridícula gorra del mismo color. Legrasse no extrañaba esos días. Aunque tampoco estaba fascinado por la carga de trabajo. No podía concentrarse por el ruido, pero no era necesario para saber lo mínimo. El fallecido era un arquitecto, el asesino empleó a un reanimado que no pudo llevar a cabo su misión porque Archess Monk era un excelente espadachín y el asesino se vio obligado a matarlo él mismo. En su huída había matado a dos patrulleros en un tranvía a vapor.
- Inspector, ya preguntamos a los vecinos.- Segismund se puso de pie y salió al jardín, seguido por los uniformados.- Todos dicen lo mismo, era un sujeto cordial, sumamente educado y muy reservado. Según ellos el arquitecto no salía a una oficina y nunca se veía con nadie.
- Extraño.- Legrasse se agachó en cuclillas y pasó sus dedos por las extrañas marcas en el patio.- ¿El reanimado carga con alguna identificación?
- No señor, pero se le están tomando fotografías.- Legrasse miró por la ventana rota al fotógrafo que colocaba la pesada cámara y preparaba la pólvora para tomar las imágenes.
- ¿Los vecinos no escucharon nada?- El inspector tomó una hoja calca y un lápiz y trazó las marcas al papel.
- No señor.- Legrasse se levantó y caminó hacia la casa.
- ¿Cómo el asesino y su mascota entran al patio sin hacer un escándalo escalando las casas de los vecinos? Ni siquiera los patrulleros, ellos debieron haber llegado mucho después, cuando Monk ya había derrotado al reanimado.- El patrullero no sabía qué decir.- ¿Nada? Pues yo tampoco tengo nada. Veamos quién era realmente Archess Monk.

            Los patrulleros ya estaban catalogando cada artículo de la casa. Legrasse recorrió los libreros atestados de libros de arquitectura y filosofía. Un cuaderno viejo, casi deshojado por completo, tenía apuntes de filosofía. Docenas de hojas repletas de figuras geométricas y anotaciones sobre Yog Sothoth. Uno de los uniformados llamó la atención del inspector. Había encontrado algo interesante en la habitación del fallecido. Debajo de una pesada estatua amorfa se encontraba un pase de audiencia con el rey Bruss IV.
- Eso sí no se ve todos los días.- Legrasse se lo quitó de las manos y se lo guardó en un bolsillo.
- ¿Qué cree que signifique?
- No lo sé aún.- El inspector se peinó con los dedos y se masticó las uñas infantilmente.- No, no tengo idea. Pero esto se pone cada vez peor. ¿Aún se preserva la escena del crimen de los dos policías? Me gustaría verla. Ahora sabemos algo de la víctima, creo que es momento de conocer algo del asesino.
- Sí señor, por aquí.- El uniformado le fue guiando hacia la calle y le señaló al otro grupúsculo de uniformados.- ¿Quiere hablar con la prensa?
- No, mantén alejado a los buitres, al menos hasta saber por qué tenía pases de audiencia.- Legrasse se hizo paso entre los reporteros empujándolos con violencia.
- ¡Inspector!- Un uniformado, cuando casi llegaba a la esquina, lo jaló de la manga entre otro grupúsculo de reporteros, para que pudiera entrar al tranvía.- El asesino usó balas de un metal muy pesado, probablemente titanio.
- Interesante.- Legrasse estudió la posición de los cuerpos y después miró hacia afuera, hacia los arbustos altos.- Los condujo hacia aquí y los mató allá afuera. Los cazó.
- ¿Inspector Segismund Legrasse?- El hombre vestía de civil, aunque no parecía serlo por su postura exageradamente rígida.
- Sí, soy yo.- Bajó del tranvía con cuidado de no pisar los cuerpos y le dio la mano.
- Mi nombre es Norvus Wass, conocí a Hess y a Wolf.
- Le puedo asegurar que estamos haciendo todo lo que...
- Usted no entiende.- Le cortó Wass.- Yo podría serle de ayuda. Soy guardia de policía secreta.
- Ya veo.- Norvus le mostró su identificación rápidamente para que los reporteros no pudieran verlo.- ¿Por qué un guardia de la policía secreta conocería a esos dos patrulleros?
- Porque Hess y Wolf eran mis amigos. Pertenecieron a la guardia hasta hace unos años, los corrieron por incompetentes y entraron a la fuerza policial. Puedo ayudarle a investigar.
- Lo tendré en cuenta señor Wass.- Le estrechó la mano sin romper contacto visual y se despidió apresuradamente. No quería que su investigación se turnara a la policía secreta, aunque no le convenía hacerse de enemigos.
- Inspector, sabemos quién fue el reanimado.- El patrullero le había salvado del incómodo momento de mirarse a los ojos en silencio.- Su nombre era Henriss York, mago profesional.
- Eso fue rápido.- El patrullero le mostró un periódico. Hojeó hasta la sección de avisos de segunda mano y señaló la huesuda imagen de York sobre su oferta de productos.
- Lo reconocí casi de inmediato.
- ¿Entonces qué esperamos? Vamos para allá.

            El uniformado llevó al inspector en la carroza de vapor de la policía. Segismund Legrasse no dejaba de pensar en el arquitecto, tratando de imaginar razones por las que alguien lo querría muerto. No había sido un crimen pasional, sino una cacería, y eso implicaba que alguien tenía el dinero para contratar a un asesino a sueldo y la determinación nacida de la necesidad para quitárselo de encima. El patrullero le hizo conversación, pero Legrasse no prestó atención.
- Éste es el dueño.- El dueño del hotel esperaba con la cabeza gacha en un rincón.
- ¿Conoce a Henriss York?
- No conozco a nadie. Pagan y se quedan, o se van. Eso es todo.- Legrasse gruñó, el sujeto era imposible. Le sostuvo la mirada hasta que el otro se aclaró la garganta y miró a otra parte.
- El elevador se ve muy viejo. Sugiero que usemos las escaleras inspector.- En la habitación de Henriss York ya se encontraban técnicos preparando sus herramientas.

            Segismund Legrasse detestaba la magia. Siempre había preferido separar un mundo del otro. Era inútil pues, después de todo, ambos mundos formaban uno solo. No soportaba que la investigación policiaca quedase supeditada a experimentos de naturaleza dudosa, y que se le prestara más atención a las máquinas que a las pistas. Los técnicos instalaron un aparato dorado y semiesférico con medidores y tubos de todo tipo. La esfera principal estaba conectada a extraños órganos que se inflaban y desinflaban rítmicamente. Sobre la esfera colocaron una estructura que se abría como una trompeta ancha de anillos de cobre y de madera. La máquina comenzó a temblar y, por medio de su amplia boca, fue soltando un gas apenas visible. Los técnicos se colocaron gogles y le pasaron un par al inspector, quien los usó a regañadientes.
- Si hubo magia negra quizás podamos ver el rostro del reanimador.- El técnico infló el pecho. Parecía irradiar un orgullo sobrehumano.- Cuando menos veremos la naturaleza psíquica del sujeto.
- ¿Lo va a decir o lo va a hacer?- Cortó el inspector. Todos los técnicos tenían una tendencia al monólogo.- Me importa poco su psicología, quiero ver su cara y apresarlo por lo que hizo, no por lo que pensó.

            Usando los gogles el gas se hizo visible por completo. Paulatinamente se dibujaron dos formas. Legrasse reconoció a York, pero la segunda forma no estaba definida. El mago profesional había muerto ahí, no había duda, pero había sido arrastrado a otra habitación para ser reanimado. Siguieron las formas en la niebla azul y Legrasse derribó la puerta de una patada. Encontró en el suelo la misma marca que había visto en el patio de Monk, y su sospecha se había confirmado, era la marca del proceso de reanimación. Los dos técnicos, gemelos regordetes y jadeantes, se quedaron detrás del inspector. Henriss York, o al menos la huella psíquica de su cadáver, estaba acostado en el suelo y la mancha informe estaba a un lado de la marca en el suelo. Algo estaba mal y los técnicos lo sabían. La figura informe no adoptaba forma humana. A Legrasse le pareció más un sapo con un cuerpo peludo. Los técnicos se quedaron pasmados y el inspector fue caminando en reversa. Tomó a los técnicos del cuello de la bata blanca y los jaló hacia la otra habitación. Algo reptaba por el suelo hacia ellos a una velocidad extraordinaria. Uno de los técnicos cayó al suelo y las criaturas comenzaron a reptar por su cuerpo, buscando entrar a su cerebro. El otro técnico no podía apagar la máquina y Legrasse, desesperado por completo, disparó contra los órganos y desconectó todo con violencia. La fina neblina desapareció y con ella las abominaciones.
- ¡Pedazo de imbécil!- El inspector tomó al técnico del cuello.- Pudo habernos matado.
- No pensé, es decir, eso casi nunca pasa.
- ¿El otro idiota está bien?- El gemelo se levantó del suelo temblando y sudando frío.
- Estoy bien. Supongo que no pudimos verle la cara.
- ¿Tú crees?- El uniformado tocó la puerta abierta antes de entrar y Legrasse soltó al técnico para alisarse el cabello.- ¿Qué?
- Inspector, el jefe Raleo quiere verlo. Es sobre dos estudiantes muertos del Miskatonic.
- Está bien, voy para allá.- Se volteó para confrontar a uno de los técnicos, le alzó el dedo a la altura de sus ojos pero no dijo nada.- Limpien este desastre.

            A las puertas del hotel se habían congregado algunos curiosos y reporteros. Legrasse no tenía humor para ellos. Había dejado de tener humor para semejantes molestias desde lo de su esposa. Se estaba volviendo huraño, pero no le molestaba. Le gustaba su trabajo, al menos a veces. El transporte de la policía comenzó a avanzar cuando la puerta se abrió y de un empujón entre una muchacha que vestía como hombre. Legrasse quedó pasmado por un instante, sin saber qué decir. La chica pelirroja vestía casaca de hombre, pero un corpiño muy femenino. El inspector buscó las palabras adecuadas cuando la chica se arregló el cabello y se escondió la coleta bajo su sombrero.
- Soy reportera, pero no me corra. No quiero molestarle.
- Pues empezó con el pie izquierdo.
- No, me refiero a que puedo ayudarle.- Legrasse arqueó una ceja.- Conozco a una de las víctimas. Soren Tror, lo entrevisté apenas ayer. Escuché su nombre de uno de los policías.
- ¿Qué me puede decir de él?
- Antes de eso, ¿qué me puede decir del asunto de Archess Monk, el arquitecto?, ¿cuál es la relación con este lugar?
- No tengo tiempo para niñas molestas.- Levantó el brazo y tomó de la cadena de comunicación con el cochero, pero la chica le detuvo.
- No soy una niña, soy una reportera. Donnil Basler.- Legrasse bajó el brazo y repitió el nombre en silencio.- Por pura casualidad, ¿Donald Basler es tu padre, el del Cangrejo Carmesí?
- Yo soy Donald, o Don. No me dejan publicar con mi nombre verdadero, pero eso podría cambiar.
- Todo eso es fascinante, pero ¿qué tiene que ver conmigo? Si sabe algo de ese joven Tror dígalo ahora, o hágame el favor de irse.
- ¿Siempre es así de descortés con las mujeres?- Basler se apartó el abrigo y con un movimiento rápido se desabotonó el escote de la camisa. Legrasse le miró sin parpadear. Era obvio que eso no funcionaría con él. Donnil suspiró frustrada y se recostó contra el asiento de cuero.
- Fui demasiado grosero con usted, discúlpeme. Puede quedarse aquí, la dejaremos en la universidad del Miskatonic.
- ¿Por qué pidieron por usted?- El color regresó a sus cachetes.- No parece ser un caso tan misterioso como el de Archess Monk.
- Es complicado.- Legrasse se acomodó en su sillón, abrió las cortinas y miró hacia afuera. El transporte avanzaba a toda velocidad y señalizaba usando luz negra. Las calles cobraban una atmósfera surreal, donde se pasaba de noche a día donde la luz negra alcanzaba.
- No soy una tonta.
- No dije que lo fuera.
- Entonces no me trate así.
- No quiero tratarla en...- Legrasse gruñó y se frotó los ojos.- Es complicado. Los tres lores alquímicos se odian entre ellos y controlan gran parte de la economía del reino. No son parte de la corte, pero son igual de influyentes que los patricios y los linajes. Estudiantes muertos pueden convertirse en un fiasco político, enfrentar a patricios contra lores y tener repercusiones graves en la sucesión de linajes. El rector de la Universidad es el lord alquímico Pralen Vanrose.
- Y,-añadió Basler.- el jefe del diabólico doctor Aleister Lovecraft.
- No nos adelantemos.

            Lo esperaban en las escaleras de la Universidad. Los jóvenes se encontraban no muy lejos de allí. Uno estaba vivo, pero caminaba en círculos en un estado catatónico. Los técnicos ya estaban trabajando. Legrasse les gruñó cuando se acercó. Había tenido suficiente de los técnicos por un día. Las marcas geométricas en el pecho eran inconfundibles. Eran íncubos. Técnicos y magos se ponían de acuerdo para salvar al estudiante catatónico. Colocaron un círculo de sal y a partir de su identidad y fecha de nacimiento preparaban un ritual.
- Tenemos que realizar el proceso de acuerdo a las nuevas constelaciones astrológicas. El íncubo se nutre de las nuevas estrellas.- Le explicó el mago.- Es increíble, el íncubo logró infectar otra mente. Eso casi nunca pasa.
- Ahí estás.- El jefe Raleo Torener le tomó del hombro.- Te estaba esperando.
- ¿Hay testigos o algo con qué trabajar?
- ¿Tú qué crees? Los estudiantes y docentes del Miskatonic son todos iguales. Nadie habla. Pero te diré algo Segismund, ese Vanrose Pralen ha llegado demasiado lejos. Si quiere realizar experimentos ilegales en sus dominios adelante, prefiero que se cometa una injusticia a una crisis política, pero la calle ya no es su dominio.
- Pralen es muchas cosas jefe, pero esto es obra de un intelecto superior. No es el íncubo de un cultista cualquiera, se requiere de un intelecto mayor y más peligroso, incluso que el mismo lord Pralen. Usted sabe a qué me refiero.
- Lovecraft. Sí, él es sospechoso también, pero no olvide que el perro no sale a pasear sin su correa.

            Legrasse había entrado a la Universidad una sola vez, cuando conoció a su esposa. En ese entonces trabajaba como patrullero y había encontrado una cartera. Enamorado por la fotografía de su dueña aplicó todos sus conocimientos en labor detectivesca para ubicarla. Peterina estudiaba psicología en su primer semestre. Había estado enamorado, y además era muy joven. Ahora la Universidad del Miskatonic no se le antojaba cálida ni romántica. Su estructura exterior seguía la estética que el patricio Fernan I Peltroner había puesto de moda. Las torres de ladrillos que terminaban en dos aguas, los tres edificios principales que empleaban tanto madera como ventanales y los extensos patios bajo cúpulas doradas con huecos para dejar pasar la luz hacían de la estructura exterior una rareza en todo Arkham. La “estética Peltroner” como se le había llamado, había caído en desuso cuando el patricio se prendió fuego en un arranque de locura y trató de asesinar a sus hijos en medio de una procesión militar.

            El inspector recorrió los atestados corredores con los salones exteriores buscando la entrada al segundo nivel de la Universidad. Leales a la organización esotérica de la élite universitaria el edificio se separaba en tres sectores. El primer sector, el que todos veían, seguía la estética Peltroner y su ornamentación colorida invitaba a los alumnos a unirse a una sociedad exclusiva. El primer sector formaba un círculo dentro del cual se encontraba el siguiente nivel. La estética Cacruner, a veces confundida con la estética Vandrecker, según había leído en algún libro hacía muchos años, se caracterizaba por su ambiente claustrofóbico. No parecían haber líneas rectas, o bien los techos se hacían más grandes o pequeños, o las paredes se cerraban hacia arriba o en la parta de abajo. El inspector se encontró atorado en el laberinto de callejones sin salida y las rutas que terminaban donde empezaban. Finalmente, optó por pedir indicaciones. El decano explicó que el rector no se encontraba presente y no fue hasta que Legrasse le amenazó con obstrucción de la justicia que aceptó con llevarlo ante el doctor Aleister Lovecraft.

            Siguió al decano entre los laberínticos túneles hasta entrar a un salón. La iluminación provenía del techo y, según Legrasse pudo observar, los pequeños túneles en el techo hasta el cielo eran desiguales y recurrían a espejos. El lugar entero parecía odiar a la geometría y eso le ponía nervioso por razones que no podía comprender. Se debió haber distraído mucho tiempo, pues el decano había desaparecido detrás de una puerta secreta a un lado del viejo pizarrón.
- Aquí hay un mapa.- Señaló el decano a la pared. Legrasse lo estudió minuciosamente, en caso que tuviera que regresar. Era complejo, pero si se conocían sus pasajes secretos todo era más fácil.
- Vaya lugar para poner el mapa.
- El doctor se encuentra aquí.- Le señaló un punto en el mapa.- Trate de no perderse.
- ¿No viene conmigo?
- No, el doctor...- El decano buscó la palabra indicada con mucho cuidado.- se disgusta fácilmente cuando es interrumpido.

            El tercer sector, el esotérico, era el peor de todos. El inspector se encontró a solas, iluminado por las lámparas de tungsteno azul que recorrían la pared. No había salones de clases, solo bibliotecas y laboratorios alquímicos. El núcleo del poder de Vanrose Pralen se encontraba contenido en esos muros de piedra oscura y húmeda. El suelo era del mismo material, y el lugar entero parecía haber sido construido por un enfermo mental. Los corredores se achicaban y de pronto descendían en espirales. Cuando se acabaron las bibliotecas se encontró descendiendo en una espiral de piedra, sin barandal alguno, con escalones gigantescos que ascendían incómodamente en sus puntas. Miró hacía abajo y no pudo ver nada en la penumbra absoluta.

            Si el odio a la geometría le ponía nervioso esto le destrozaba los nervios. Todo tenía ciclópeas proporciones y las pocas áreas donde habitaban los humanos estos parecían como minúsculas hormigas. El descenso al centro de la tierra estaba interrumpido en partes donde los escalones dejaban de existir, sin aviso alguno, y era necesario regresar varios escalones para buscar un estrecho corredor débilmente iluminado que carecía de techo. El inspector pasó la mano por la húmeda pared, no podía sentir el punto donde un tabique había sido colocado por otro. Lentamente se dio cuenta, todo estaba tallado en la misma piedra. El pensamiento imposible se fue confirmando en su mente conforme descendía al interior de la tierra mediante inclinados puentes de piedra.

            Al ver las luces del laboratorio del doctor Lovecraft finalmente lo entendió. La zona exterior, ordenada y alegre, el nivel medio donde la geometría, el orden mismo, se iba perdiendo paulatinamente y finalmente esto, algo que sólo pudo haber sido construido por algo que no era humano. El inspector sintió el peso del mundo en sus hombros cuando se dio cuenta que habitamos este mundo, pero no es nuestro. Como si los edificios hubieran sido construidos para albergar algo que no es humano y los mortales vivieran allí como las hormigas viven en una casa. Miró por el borde del puente, podía divisar otros puentes más abajo y después de eso nada. El inspector había dejado de ser un hombre poético hacía muchos años, pero no podía dejar de pensar que el caos que habitaba el fondo del abismo era el mismo que habitaba hacia arriba, al fondo del abismo sideral, y todo lo que existía en medio, como la sección segunda de la Universidad del Miskatonic era un mundo fabricado sobre débiles e inseguras bases donde la cordura, más que la vida, era el lujo más preciado que podía haber. Antes de tocar a la puerta el inspector Segismund Legrasse ya se sentía profundamente derrotado.
- Pase de una vez.- Ladró una potente voz en el interior.

            El laboratorio personal del diabólico Aleister Lovecraft estaba repleto de mesas de trabajo, altísimos anaqueles, extraños aparatos alquímicos que no había visto antes. Una altísima escalera metálica en espiral irregular llevaba hacia los mecanismos de vapor de enormes tanques metálicos y desconocidos aparatos de cristal. El doctor bajaba de la escalera mientras hacía anotaciones en un viejo tomo. Aleister Lovecraft era un hombre regordete, completamente calvo, con una mirada intensa y un cuerpo más corpulento de lo que el inspector se imaginaba.
- Pareciera que nunca hay tiempo suficiente.- Dijo el doctor.- ¿Quién es usted?
- Soy el inspector Segismund Legrasse.- Siguió a Lovecraft hacia la mesa del fondo, frente a una alta cajonera.- Investigo el caso de dos alumnos asesinados del Miskatonic.
- Déjeme adivinar, caminó por todos los corredores y nadie le dijo del ascensor.- Buscó entre los cajones hasta que encontró un pequeño mapa y se lo entregó en la mesa.
- Gracias.- El inspector estudió el mapa y reparó su atención sobre la extrañas botellas que tenían péndulos adentro.- ¿Qué clase de trabajo hace aquí?
- Un poco de todo, pero me encargo de llevar en hombros el progreso alquímico para que nuestro amado rector se codee con la alta sociedad.- Encendió una pipa y le miró con una extraña intensidad en los ojos.- Cuando construimos de abajo para arriba la base tiene más responsabilidades. Y no me quejaría de no ser por las continuas interrupciones.
- Uno de los fallecidos era alumno suyo. Soren Tror.
- Tengo muchos alumnos inspector, ninguno de los cuales me impresiona lo suficiente para recordarlo.- El doctor se puso de pie y el inspector lo siguió a una mesa repleta de cristalería alquímica. Hizo varias anotaciones sobre las aceitosas sustancias que se sublimaban de una vasija a otra.- ¿Ha venido aquí porque ha escuchado los rumores?
- No, por el modo en que han sido asesinados. Íncubos bien diseñados, según los expertos.
- ¿Expertos? Ya veo.- Dijo, con sorna.- No sé nada sobre íncubos. ¿Es lo que quería saber?
- Un respetado doctor en alquimia y magia que no sabe nada de íncubos... Difícil de creer.
- Pues crea lo que quiera. Además, no soy respetado. Soy temido, hay una diferencia.
- ¿Qué me dice de esto?- El inspector le mostró la calca de la marca que el asesino de Archess Monk había dejado en el patio.
- Esto sí es interesante...- El doctor estudió el grabado por unos segundos y sonrió.- Parece que le seré de utilidad después de todo. He visto este dibujo antes. Está en uno de mis libros.

            Mientras el doctor desaparecía detrás de los enormes tanques de acero el inspector Legrasse corrió hacia el escritorio de Aleister Lovecraft para hurgar entre sus papeles. Lo único que encontró fueron papeles de la Universidad, y fue abriendo cajones al azar para ver que encontraba. Un golpe de suerte reanimó al inspector. En uno de los cajones se encontraba un libro sobre vampirismo llamado “Mándragora y la herbolaria vampírica” y detrás de él se encontraban cartas atadas por un listón. Hojeó una de ellas y leyó lo suficiente para saber que se trataba de chantaje. Cerró el cajón y se guardó las cartas antes de ser sorprendido.
- Aquí está.- Lovecraft le mostró el libro.- Es un compendio de eruditos sobre el Necronomicon. No dice nada interesante, por eso lo tengo al fondo, pero tiene esto.
- El dibujo es el mismo.- El polvoso y carcomido libro tenía el dibujo de una extraña caja con la misma marca que había visto.
- Una caja reanimadora. Difícil de conseguir e inútil en las manos inexpertas. Aunque todo se puede encontrar en el Percy. Sin embargo, esto no tiene nada que ver con íncubos, por lo que me parece que usted ha sido poco menos que honesto y no tengo tiempo para estas cosas.
- Entiéndase una cosa, usted tiene tiempo para lo que yo le diga.- Aleister Lovecraft no le bajó la mirada, y el inspector sabía que nunca lo haría. El diabólico doctor lo masticaría vivo y lo escupiría muerto sin pensarlo dos veces. Aún siendo un recurso tan vulgar el inspector se sintió rejuvenecido por el alarde de poder. No era su carácter, pero el edificio entero del Miskatonic lo había perturbado más de la cuenta.- No está relacionado al caso de los estudiantes. Al menos por ahora.
- Ya veo... Parece que sí se deja influenciar por los cuentos de niños después de todo. El antipático doctor Lovecraft, ¿o cómo es que me llaman? Ah sí, el diabólico doctor. No es su culpa, por supuesto, sino la de su jefe Raleo Torener. ¿Cómo está el canoso jefe, aún recibe órdenes de su pariente el patricio Urs Torener? No sería descabellado que tratara de vincularme a un caso de homicidio, o a más. La envidia es más maleable que la piedra filosofal.
- Veo que no tiene buena relación con el patricio Torener.
- ¿Ese viejo cascarrabias? Vive gracias a mí medicina alquímica. Él debió haber muerto hace muchos años. ¿Y cuál es el agradecimiento que recibo? Hostigamiento de sus empleados.
- Ya tengo lo que quería. Gracias por el mapa.

            El inspector encontró un pasadizo en la piedra que le conducía a un elevador de cobre que ascendía hasta el segundo nivel de la Miskatonic. No sabía qué pensar de la entrevista. Sabía el origen de las marcas, pero había mentido sobre los íncubos. Se sentía algo decepcionado de no haber encontrado a un monstruo sobrehumano que tocaría el órgano para hacer más tensa a la situación. Aleister Lovecraft era tan humano como cualquiera, y sospechoso de homicidio múltiple. Representaba gran parte del poder de Vanrose Pralen y arrestarlo sería una pesadilla, pero había revelado parcialmente el motivo por el desagrado del jefe sobre Pralen y Lovecraft. Urs Torener detestaba a Pralen y a su mascota. Revisó la correspondencia robada, pero casi todo era inútil. La mayoría eran cartas al rector donde solicitaba más maquinaria y el rector gustosamente se la proveía. Una de las cartas, sin embargo, era sobre chantaje. Carecía de firma, pero hacía varias referencias a eventos que quizás podría rastrear por medio de la prensa.

            Cuando salió de la puerta lateral de la Universidad Donnil Basler ya le estaba esperado. El inspector gruñó malhumorado. Jamás admitiría algo tan poético, pero la Universidad le había quitado parte de su fuerza vital. La joven reportera había tomado docenas de declaraciones de testigos que incluían sus nombres, edades, profesiones y direcciones.
- Es suyo, se lo regalo.- Legrasse hojeó las anotaciones y quedó impresionado.- La gente rara vez habla con la policía, pero yo hago esto todo el tiempo.
- Es usted muy amable. ¿Quiere que la lleven a su casa? Se está haciendo tarde.
- ¿Habló con el rector o con el diabólico doctor?- Legrasse la ignoró y caminó a su carruaje de vapor.- ¿Le puedo hacer unas preguntas? Quiero escribir un reportaje sobre el doctor.
- Mire señorita Basler, no se meta en cosas que no le importan.- Al subir al carruaje se cayó la carta del chantaje y la reportera la recogió. La leyó en silencio y le miró con los ojos grandes como platos.- Deje de mirarme así y entre de una vez.
- Si usted insiste.- A Donnil se le hacía agua la boca, pero el inspector la señaló amenazante en cuanto subió.
- No puede publicar absolutamente nada de que lo que yo diga o usted vea accidentalmente. ¿Entiende usted las repercusiones de hacerlo?
- Nada, lo prometo. Esperaré a que cierre el caso. Mientras tanto, ¿cómo le fue en la Miskatonic?
- No quiero hablar de eso.- El inspector leyó la carta y meditó en silencio. Donnil se la quitó y leyó en voz alta.
- “Los actos tienen consecuencias, y como dijo el alquimista Beress en el cosmos resuena el eco de nuestros actos. No olvide que esas personas no olvidan. Nigromancia en un lugar atestado de gente, ¿sabe cuánto le puede costar eso? Yo nunca olvido, y sugiero que usted nunca olvide que usted está en deuda conmigo.”- Donnil le regresó la carta y le miró confundida.- No dice mucho.
- ¿No dice mucho? Al contrario. La papelería es muy fina, hace referencia a maestros alquimistas y mantiene el mismo tono de cordialidad, aunque fingida. El chantajista es alguien poderoso, alguien a quien Lovecraft no puede despachar tan fácilmente. El autor lo llama “nigromancia”, es el nombre antiguo y en desuso para la necromancia. Al parecer lo hizo en un lugar público...
- Diga inspector, si yo le dijera dónde fue ese acto de necromancia, ¿me dejaría seguirlo durante el transcurso de su investigación? Sin estorbar ni publicar nada, por supuesto.
- Vamos Donnil, ¿usted cree que ni toda la fuerza policial podría encontrar ese lugar público?
- Quizás en una semana, pero usted no tiene una semana.
- Señorita Basler...- Ella tenía razón y lo sabía. No había sido derrotado nunca por una mujer, más que por su esposa que siempre se mantenía a dos pasos más adelante en todo momento. Basler sonrió y se acomodó el cabello para esconderlo bajo su sombrero cómicamente grande. El inspector sabía que lo que iba decir, y la reportera también.- Está bien, acepto el trato.
- Aleister Lovecraft fue encontrado realizando actos de necromancia en la ópera, o al menos ese es el rumor que me confió Soren Tror. Al parecer todos lo conocían, pero nadie lo diría en voz alta.
- La ópera... Es propiedad de Urs Torener, y el buen doctor lo detesta.
- Ahora sabemos por qué.
- No hay tiempo que perder.- El inspector jaló una cadena y del techo se zafó un cobrizo cuerno que le comunicaba con el cochero al frente del vehículo de vapor.- A la ópera, y dese prisa.

            Cuando llegaron a la ópera ya atardecía y un aguacero caía sobre Königsport. Cruzaron la plaza y subieron las escaleras aferrados al mismo paraguas. El inspector se anunció ante un joven acomodador que moderó un minúsculo ataque de pánico al ver la placa. Basler nunca había estado en la ópera y era más grande de lo que imaginaba. El techo parecía elevarse infinitamente y cada una de las salas tenían su propia cúpula y todo el edificio estaba repleto de nichos con idolitos aterrorizantes. Un hombre de monóculo les salió al encuentro y le extendió la mano al inspector y después a Donnil, sin darse cuenta que era mujer.
- Soy el intendente, ¿en qué puedo ayudarle oficial? La función está por empezar.- Señaló con la palma abierta a las docenas de espectadores que lucían sus mejores ropas bajo el cobijo de negros paraguas. El intendente saludó a una señora con exagerada lisonja y regresó con Legrasse.
- Si es honesto conmigo le dejaremos para que siga en lo suyo. El doctor Lovecraft realizó actos de necromancia en la ópera.- El intendente abrió los ojos como platos y el monóculo se cayó, rescatado por una pequeña cadena dorada que colgaba de su bolsillo.- No sirve de nada que me mienta, lo sé todo. Su patrón Urs Torener le ordenó guardar silencio y nada de lo que usted me diga irá a parar a mis reportes. Sólo quiero confirmar un elemento tangencial a un caso que nada tiene que ver con usted o su patrón. Así que piénselo bien antes de contestar.
- Vengan conmigo. La gente puede escucharnos.- Acompañaron al intendente a una puerta secreta y bajaron las escaleras de caracol hacia el subsuelo de la casa de ópera.- Fue hace tres semanas o un mes. El teatro estaba lleno. Uno de los conserjes lo vio y se reportó ante mí. De inmediato telegrafié al patricio Torener y él detuvo a ese demente.
- ¿Qué estaba haciendo?- Donnil iba a preguntar otra cosa, pero el inspector la detuvo con una mirada. Basler guardó silencio, sabía que el inspector dependía de que el intendente la considerara un hombre. De otro modo no hablaría de esos temas tan escabrosos.
- Es aquí.- Llegaron a una bodega estrecha y larga que terminaba un amplio sótano repleto de escenografías.- Se le descubrió ahí.

            El intendente encendió una lámpara de gas y se la dio al inspector, pero no se atrevía a dar otro paso más adelante. Donnil comenzó a sentir una mezcla de claustrofobia y miedo que le obligó a pararse justo al inspector. La débil luz de la lámpara les proveía de apenas un islote de luz en un tenebroso océano de oscuridad. El inspector notó las marcas en el piso de madera. Eran raspones pero, al agacharse, se dio cuenta que eran rasguños. Alguien había rasguñado el suelo mientras era jalado hacia algún horror inimaginable. El intendente limpiaba nerviosamente el monóculo mientras el inspector avanzaba en la oscuridad siguiendo los profundos surcos que las uñas de la víctima habían dejado. Justo cuando parecía que no había final se toparon con manchas de pintura. Donnil se agarró del brazo del inspector cuando la luz le dio sentido a la pintura. Eran patas, o algo semejante. Basler, temblorosa, señaló hacia arriba. En el techo había un par de patas iguales, y más de dos pares de surcos de uñas.
- Creo que es hora que comience a hablar. ¿Qué diablos pasó aquí?
- No se lo sabría decir. Yo vi extrañas luces verdes, como puntitos que flotaban y después los gritos. El patricio me confió que algo estaba en el techo y otro en el suelo. No parecían devorar a sus víctimas, era casi como...
- ¿Cómo qué? Hable de una vez.
- Se metían en su piel, como títeres. El patricio vio cosas que... que nunca deberían ser vistas.
- ¿Posesión y necromancia justo debajo de la ópera donde se congrega la élite de Königsport y todo Arkham?- Le susurró Donnil.- Poderoso material de chantaje.
- Pudo haber matado a...- La madera del suelo crujió con fuerza.
- Tienen que irse.- Dijo el intendente.- Algo se quedó aquí.
- ¿Qué quiere decir con algo?- Susurró Donnil.

            Hubo un segundo sonido y Donnil instintivamente buscó el sonido. Algo miró a centímetros de su rostro, parecía una cara humana pero era de un verde brillante y tenía huesos donde normalmente no los hay. Parecía como si la criatura fuese un proceso interrumpido. Basler gritó, empujó al inspector y corrió hacia las escaleras. El intendente iba adelante y el inspector iba detrás. No se detuvieron hasta estar en la calle. Preferían mojarse a acercarse a aquella cosa.
- Estamos tratando de deshacernos de esa cosa, pero hasta ahora nada ha funcionado.
- Nada de esto irá a mi reporte y agradecería si, como hombre de palabra, me regresara el favor al no decirle nada a su patrón.
- Se lo prometo. No me conviene decirle nada, se supone que era secreto.- Se miraron incómodos unos segundos a manera de despedida y Basler y el inspector bajaron las escaleras.
- Necesito un té y un baño caliente.
- Opino lo mismo. La llevaremos a su casa. Trate de dormir.
- No prometo nada.
- Yo tampoco.






























4.- Otro escalón en la escalera
            Brechtel Gras corrió tan rápido como pudo. La policía estaba detrás de él. Se perdió entre los laberínticos callejones con la esperanza de perder a sus perseguidores. Aún podía escuchar sus pasos justo detrás de él. Presa del pánico derribó una puerta de una casa a oscuras y rápidamente buscó donde esconderse. Al no encontrar escondite subió las escaleras, pensando que cabría en un clóset y podría pasar la noche durmiendo de pie. La casa, sin embargo, no estaba vacía. Al abrir la puerta se encontró con una mujer ahorcada a una viga en el techo. Había sangre en el piso, y no podía provenir de la mujer. La curiosidad era más fuerte que el miedo. La sangre formaba un camino hacia un rincón, a un lado de la cama. Cuidadosamente evitó a la mujer y siguió el rastro. Detrás de él la puerta se cerró de golpe por el viento helado que entraba de la ventana abierta detrás de las cortinas. Sus botas pisaron el río de sangre y el ruido le dio un escalofrío. En el rincón se encontraban dos niños muertos tirados de espaldas y el padre estaba a su lado. Gras se arqueó cuando sintió que el vomito saldría disparado desde su estómago. Al elevar la vista vio que el padre, que lloraba en posición fetal tenía un arma. El hombre vio a Brechtel Gras a los ojos y acto seguido se puso la pistola en la sien y jaló el gatillo.

            Brechtel dejó escapar un grito asustado y sonaron los golpes en la puerta. La policía lo acusaría de todo eso, él estaba seguro. La policía siguió golpeando con violencia y Gras se paralizó por unos segundos. Sintió el helado viento y brincó sobre la cama, abrió las cortinas y salió por la ventana. Pegado a la pared fue recorriendo el costado de la casa con sus pies apenas apoyados contra el alfeizar. La puerta finalmente se vino abajo y la policía gritaba órdenes. El piso estaba húmedo y Gras sintió que perdía el equilibrio. Miró sobre su hombro y brincó tan fuerte como pudo para aterrizar sobre otro techo. La policía se asomó por la ventana y lo vio. Trató de escalar entre las tejas mientras se escuchaban los disparos, pero se resbaló y fue rodando hasta el suelo. Se encontraba en un jardín silencioso y pensó que podría esconderse entre la maraña de enredaderas y árboles. Algo le sujetó de un pie. Al principio creyó que se había enredado, pero el dolor agudo lo obligó a hincarse. Una enredadera se metía bajo su piel. El ardor en su piel fue aumentando en intensidad hasta que sintió ganas de arrancársela a mordidas.

            Sostenido a gatas algo salió de la tierra y lo pinchó en la mano. La sangre que emanaba era verde y hubo una reacción en su cuerpo. De la herida salía una enredadera pequeña que iba creciendo en tamaño en vigor. Brechtel gritó y pidió ayuda a la policía, pero ahora parecía que habían desaparecido. La planta en su interior lo tenía sujetado en el suelo. Al ver al cielo notó, con extrañeza, que no había más que dos o tres estrellas alineadas. Mientras sentía cómo el suelo temblaba sintió como si el cielo también lo hiciera. La negrura del cielo se iluminó cuando se abrió, como un párpado, y un enorme ojo de tres pupilas  lo miró intensamente.

            Brechtel Gras gritó y se despertó sudoroso en su camastro. Corrió al baño y comenzó a vomitar y a llorar. Había sido más intenso que nunca. El reflejo en el espejo le pareció ajeno, desconocido. No tenía supresor de sueños y estaba seguro que si volvía a quedarse dormido moriría. Revisó el dinero dentro del sobre aún descansando sobre la pequeña mesa de astillada madera. El dinero era bueno. Un paso más hacia la salvación. Otro escalón más, pero aún no llegaba.

            El trabajo era bueno, el dinero mejor. Lo que le hacía dudar era el miedo. Le temía más al inspector Legrasse que al Cangrejo Carmesí. Había oído hablar de él entre los círculos entre los círculos de los traficantes de ajenjo de los dioses. No le temía a Legrasse como persona, sino a la posibilidad de la prisión. No duraría mucho en los calabozos del subsuelo.

            Estaba listo antes de tiempo. Se había agenciado una carroza de vapor de controles internos y bebía una taza de café en la esquina por donde su objetivo siempre pasaba en su carroza. Leyó el diario distraídamente. La noticia era la misma en todas las páginas. El rey Bruss gozaba de cabal salud, gracias a los cuidados de Kralste Dunwar, y esperaba la llegada de los duques de Arkham. Comenzaba a disfrutar su café cuando divisó, a lo lejos, la carroza a caballo de Pralen Vanrose. Hora de trabajar.

            Siguió al rector en su rutina cotidiana y, tal y como la nota le había prevenido, el rector se saldría de la rutina. Vanrose se encaminó hacia al infierno a la salida de Königsport. La nota tenía razón. Se detuvo a la entrada y Brechtel dejó que bajara y se alejara. El chofer, que a la vez fungía como guardaespaldas, le siguió de cerca dejando a solas la carroza. Caminando en cuclillas se acercó a la carroza y colocó el mecanismo en un lugar donde no pudiera verse. Era una lata de tungsteno con una pequeña abertura que iría soltando el contenido conforme se moviera la carroza. La nota tenía sus especificaciones y no podía regresar a la comodidad de su vehículo.

            Se acercó escondiéndose en los árboles del parque oscuro, dando un rodeo al infierno. El sobre con las instrucciones incluía también fotografías y distintas leyendas. El rector se encontraba conversando con un hombre alto y sumamente delgado que caminaba con un bastón. Esperó pacientemente a que el sujeto se diera la vuelta para verle la cara, era uno de los hombres marcados. La leyenda en la fotografía era clara, “si contactan, elimínelo”. No le molestaba la idea de matarlo, era el lugar el que lo asustaba. Nadie iba al infierno por su propio gusto. Ni siquiera la policía hacía guardia para evitar que los niños y los ebrios descendieran al infierno porque eso nunca pasaba. Nadie era lo suficientemente suicida para hacerlo. El único hombre que descendía al infierno y regresaba con una fosforescente larva psíquica era el rey en compañía del psicólogo real. De vez en cuando se rociaba de azulosos tungsteno y otras sustancias amarillentas para detectar fantasmas que entraban al infierno y a las abominaciones que salían de él. Un trabajo peligroso que pocos se prestaban a desempeñar.

            El lord alquímico se despidió del sujeto y regresó a su vehículo. Gras no se preocupó por seguirlo, estaba más interesado en interceptar a su víctima. Salió de entre los árboles y recorrió el camino de grava roja hacia el barandal negro que rodeaba la boca del infierno. El abismo infinito estaba bordeado por un camino de piedra que bajaba en espiral. Nadie sabía qué tan profundo era. La oscuridad estaba iluminada por las incandescentes larvas que se pegaban a la pared en las partes donde el limo negro humedecía la piedra. Brechtel recorrió parte del círculo, con cuidado de no pisar cerca del barandal, hasta encontrarse con el otro hombre. Se presentó como un alumno de último semestre de la Miskatonic y cuidadosamente le fue sacando información. Rasper Holt era un psicólogo independiente de buen ánimo y neurótico sobre su aspecto. Cada quince segundos se alisaba las mangas de terciopelo azul de su traje y se acomodaba los lentes.
- Y en su opinión, doctor Holt, ¿qué opina de las sesiones?- El psicólogo bufó y accidentalmente se sostuvo con el barandal. Inmediatamente retiró la mano y se movieron un paso más lejos.
- No me haga empezar. Ésta obsesión por la verdad por completo se ciega ante la necesidad de la mentira y el subterfugio para conservar el anonimato que hace necesario una identidad sana. No se lo diga usted a Kraslte Dunwar, ese charlatán de segunda que se ha logrado inmiscuir en la corte. Él hace que el rey sobreviva su descenso al infierno, ¿cree que podría sobrevivir a eso?- Rasper señaló el foso y Brechtel lo volteó a ver inconscientemente. Notó que los hierbajos y el limo negro del pozo comenzaban a brotar en la tierra que rodeaba al infierno.- La frase “el poder detrás del trono” me viene a la mente. Imagino que ha usted estado en más de una de esas sesiones.
- Sí, y no es placentero.
- Nos está volviendo locos, ¿no lo ve? Maldita sea si por mí fuera los mato a todos, ¡a todos!- Golpeó al aire con su bastón, sus ojos rojos y su rostro tembloroso por la ira. Brechtel sintió ganas de golpearlo y acercó su mano a la pistola en el cinto para dispararle ahí mismo cuando se detuvo.
- ¡Basta!- Agarró al doctor de los hombros y lo sacudió violentamente.- No son nuestros pensamientos. Es el efecto de esas malditas larvas allá abajo.
- Tiene razón, gracias.
- No, gracias a usted.- Sin soltarlo de los hombros le sonrió con ternura.- Extrañaba las conversaciones sensatas y los nuevos amigos.
- Bueno, es cierto que hay déficit de eso, pero uno siempre se topa con gente agradable como usted.
- No, no como yo.- Brechtel lo empujó hacia el barandal y lo pateó para que no se levantara. Extrajo una botellita y un trapo y lo humedeció cuidadosamente mientras Rasper Holt le miraba aterrado.- Pensaba lanzarlo al foso con vida, para que esas larvas le destrozaran la mente antes de matarlo, pero decidí que aunque soy pragmático, no soy cruel.
- ¿Qué está haciendo?
- Me disculparía, pero soy un firme creyente en la filosofía de que los fines justifican los medios.- Le forzó el trapo en la boca y esperó a que se dejara de mover para levantarlo y lanzarlo al infierno.

            Nadie lo encontraría jamás. Se decía que uno de los dioses Antiguos habita el fondo, aunque nadie lo sabe con certeza. Brechtel corrió de regreso a su carroza, se colocó los gogles apropiados y siguió el rastro de tungsteno, con la esperanza de que no tuviera que matar a nadie más. Sintió el ardor en la piel mientras cruzaba el puente y seguía el débil rastro. Lo que fuera que existiera en su interior crecía poco a poco. Desesperado por no perder el rastro manejó tan rápido como pudo mientras sentía como sus venas se llenaban de ácido. Al borde de las lágrimas condujo en las atestadas calles del mercado del norte hacia la mansión del lord alquímico Kol Barsel.

            El dolor fue aminorando poco a poco hasta que Gras regresó a la normalidad. No tenía órdenes de matar a Barsel, pero sí de espiarlos si hacían contacto. Mientras se confundía con el gentío del mercado se preguntó por su misterioso benefactor. Tenía la sospecha que se trataba del mismo Pralen Vanrose, aunque no podía ver como se conectaba la muerte de Archess Monk. Apenas había habido mención en el periódico, una breve nota con la imagen de archivo del inspector Legrasse. La prensa estaba más interesada en los estudiantes muertos y en la recuperación del rey. Qué tan cerca estaba Legrasse de él no lo sabía. No había querido regresar a su hotel, temiendo que hubieran podido identificar a Henriss York y rastrearlo a su habitación. No le quedaba mucho tiempo antes de que alguien describiera un retrato de su persona y le pusieran nombre. Y entonces no tendría más remedio que escapar en busca de algún mago que pudiera eliminar su malestar. Aún necesitaba más dinero, pero vería la manera de sobrevivir.

            La mansión de Kol Barsel era un edificio de tres plantas bordeado de jardín y altas rejas. Aunque relativamente modesta en su tamaño, su verdadera joya no era su casa, sino el mercado. Kol Barsel controlaba el comercio de Königsport con un arsenal de sobornos y pactos. Su alquimia no era tan productiva como la de Vanrose Pralen, pero sus alianzas comerciales con los duques de Arkham lo convertían en un aliado poderoso en la corte. El mercado era reflejo de su poder. Ninguna de las casas seguía la estética de los Vandrecker, en vez de eso se optaba por edificios esbeltos y anchos decorados con madera y remaches de cobre alquímico. Los relojes, obsesión del lord alquímico, estaban por todas partes. Los mecanismos de reloj eran usados hasta decoración en los edificios y el mercado mismo seguía la forma de un reloj. La estación de globo aerostático en la plataforma central era la estación más socorrida de la ciudad y las filas en sus baños públicos eran legendarias. Brechtel había escuchado de personas que se ganaban la vida esperando en fila y cobraban para que alguien tomara su lugar, mientras más cerca estuviese más cara era la renta. La gente lo pagaba con gusto, los alquimistas en el baño público, según se decía popularmente, podían curar desde el dolor de cabeza hasta la vejez misma.

            Entrar a la mansión no sería fácil, pero tampoco era imposible. Siguiendo la obsesión por el tiempo que aquejaba al lord alquímico, al grado de ser una patología compleja, los laboratorios al fondo del mercado llevaban carretas enteras de productos alquímicos, desde remedios hasta oro. Gras compró suficientes supresores de sueños para durarle una semana y fraguó un plan. Se compró un hábito idéntico al de los alquimistas y esperó a que pasara un convoy de carretas para mezclarse con ellos. Las carretas eran permitidas y llevadas a la entrada del subsuelo, mientras que los alquimistas regresaban a sus laboratorios. Confiando que pasaría desapercibido entre sus compañeros, se agachó antes que la carreta llegara a su destino y de un brinco se subió a ella y se escondió entre los toldos y los barriles. La carreta fue inspeccionada, pero Brechtel pasó desapercibido.

            Cuidadosamente emergió de la carreta y corrió silencioso hacia la bodega. El sótano mismo era un laboratorio alquímico de enormes proporciones. Los alquimistas, silenciosos y anónimos, llevaban registros y realizaban modificaciones. Según había leído los alquimistas se sentían superiores a los psicólogos en tanto que en su ciencia el sujeto que experimenta y el objeto sobre el cual se realiza la acción comparten un vínculo muy especial. El alquimista cambia durante los procesos que cambian a la materia. Es por ello que la preparación del alquimista es sobre todo un proceso espiritual. Si un sujeto común se atreviera a realizar sus experimentos sin duda enloquecería, pues no está preparado para que su propio sentido de identidad se disgregara. El psicólogo, por el otro lado, permanece siempre el mismo. Situación que causa la animosidad entre ambos científicos. Brechtel agradeció que todos los alquimistas a las órdenes de Barsel se vistieran de la misma forma para poder caminar hacia los túneles en busca de una salida.

Brechtel había cometido un error común, el de creer que la construcción de cualquier parte de la casa se haría teniendo en cuenta la eficiencia y la comodidad. Se equivocaba. Los túneles bajaban, subían, se curveaban, se abrían en tres posibilidades diferentes, pero en ningún momento alcanzaban la otra planta. Gras se desesperó corriendo de un lado a otro, apenas iluminado por lámparas de gas. Ni siquiera podía regresar a la bodega. Respiró profundo para calmarse y pensó racionalmente. El subsuelo entero estaba cerrado, por lo que habría mucho eco. El problema estaba en que escuchaba el ruido proviniendo de todas partes. Zafó una de las lámparas y la llevó al suelo. Había mucho polvo, pero tenía que haber partes donde el suelo estuviera limpio por el uso. Guiándose por el polvo encontró las escaleras hacia la planta alta e hizo una nota mental de brincar desde el techo si era preciso, pero nunca regresar a ese sótano.

El papel tapiz era suave y de colores brillantes, el suelo estaba adornado por elegantes tapetes y el techo era de madera. Era la mansión más lujosa en la que hubiese estado. Por un segundo pensó que Kol Barsel era un hombre sensato, hasta que abrió la puerta del corredor y accedió a la mansión. En las paredes y en los techos había tubos de vidrio que iban a todas partes y llevaban diversas sustancias. El suelo seguía siendo de madera, pero algo latía debajo de él. Al poner la mano en el suelo sintió el rítmico golpe seco de los relojes. La mansión entera, como la mente de su ocupante, era un reloj que marcaba algo más que le tiempo común.

Abandonando el hábito en un cesto de basura recorrió la enorme mansión en busca de su objetivo. En el piso superior escuchó la voz de Vanrose Pralen y se escondió en la primera puerta que encontró, un dormitorio. Frenéticamente buscó un vaso y lo colocó en la delgada pared que conectaba con el estudio para escuchar la conversación. Se acomodó entre los tubos de cristal que pasaban por la pared y se conectaban en el techo para mezclarse y formar nuevas sustancias.
- ...Con la misma facilidad que guardas monedas en tu bolsillo.- Era la voz de Pralen.- No es mucho pedir lord Barsel. La influencia ahí está.
- Es un lindo mapa el que me trajo, lo anexaré a mi colección privada. Sin embargo, yo no llegué a donde estoy coleccionando mapas. Lo que usted me pide no es mucho en principio, sí tengo la influencia necesaria en los ducados de Arkham, pero a futuro me sería perjudicial. Puedo dejar que usted amplíe la universidad del Miskatonic a todas esas provincias, ¿pero qué me asegura a mí que en diez años no usará esa influencia en los ducados para ponerlos en mi contra?
- La rectoría de esas universidades quedaría a decisión del rey y de usted. Con que estén ahí me bastan, no necesito influir políticamente, solo académicamente. Devolverle a los ducados el correcto culto metafísico de Yog Sothoth es recompensa suficiente.
- En eso tiene razón, pero hay detalles que me gustaría afinar. Como todo buen reloj, un trato necesita que todas sus partes estén bien delimitadas.

            Al escuchar la perilla de la puerta Brechtel no dudó ni un segundo en lanzarse al suelo y rodar bajo la cama. Un hombre entró y abrió el clóset. Lo escuchó acomodando ganchos y salir. Brechtel salió del otro lado de la cama y miró por la ventana. Había un hombre en el edificio de al lado mirando hacia la mansión con binoculares. Al principio pensó que le habían visto a él y sacó su arma, pero no era a él a quien vigilaban. Al verlo espiar y comunicarse con sus compañeros comprendió que se trataban de policías que seguramente seguían a Pralen o a Barsel. No sabían nada de él y Brechtel se aseguraría de que se mantuviera así.

            Salió de la habitación y se escurrió hacia las escaleras por las que había subido. Un grupo de sirvientes subían cargados con charolas. Gras caminó en puntas hacia un corredor que comunicaba con la otra ala de la mansión. Muchos de los tubos de cristal se dirigían hacia ese lugar, y aunque no quería ver su destino pues seguramente habría gente allí, imaginó que habrían escaleras por ahí. La pared desaparecía detrás de los tubos de cristal y en el techo tubos anchos mezclaban a las sustancias. El ruido seco proveniente del suelo se hacía cada vez más fuerte. Se acercaba al corazón de la mansión y no estaba seguro de querer eso.

            Al escuchar pasos detrás de él se escurrió por un pasadizo con escaleras y descendió a toda velocidad. Nada permanecía de la lujosa estética, ahora todo era de metal y había una atmósfera industrial en los extraños boilers, los medidores pegados a los tubos de cristal y los hornos de carbón. Escuchó la conversación de dos técnicos que se acercaban y rápidamente buscó una salida. No podía regresar por donde había venido y no sería sabio esconderse en el cuarto de máquinas. Brechtel Gras se escurrió en un ductor de aire y se resbaló hasta caer de regreso al sótano. Se maldijo a sí mismo y frustrado zafó otra lámpara de gas y la acercó al suelo. Caminó en los estrechos túneles sin encontrar huellas de zapatos ni escuchar otro ruido que no fuera el rítmico golpeteo. Con su reloj de bolsillo calculó los golpes, pero no cuadraban con el segundero. A veces eran cada tres segundos, otra vez cada cinco o cada dos. Le pareció extraño que para una mente tan obsesionada como la de Kol Barsel con los relojes la maquinaria de su mansión no estuviera afinada. A menos, claro está, que su reloj no midiera el tiempo. El pensamiento le pareció absurdo al principio, pero al ver los tubos de cristal que recorrían toda clase de patrones y los extraños ventiladores de cobre pensó en una máquina de otro tipo.

            Tratando de girar siempre hacia la izquierda se topó con una amplia área donde el techo era más alto y las paredes medían poco más de metro ochenta. El área tenía varias entradas y de todas ellas salían los tubos de vidrio con sus viscosas sustancias multicolores hacia el techo en penumbras. El único otro ruido, además de los ruidos secos semejantes a las manecillas del reloj, eran los ventiladores en las paredes. Algunos de esos ventiladores estaban conectados a los tubos de vidrio. Brechtel Gras se tapó la boca y la nariz con su bufanda y salió corriendo sin rumbo fijo. Si esa área era la central, entonces correría siempre a la misma dirección hasta topar con pared y, con suerte, con una salida. Por el ardor en la piel sabía que estaba siendo envenenado.

            Corrió tan rápido como pudo, pero las paredes parecían ofrecer siempre salidas falsas. Los callejones sin salida le hacían regresar por varias vueltas hasta perder toda orientación. Estaba corriendo en círculos. Con muchos esfuerzos saltó sobre una de las paredes, con cuidado de no soltar la lámpara, y trató de divisar alguna salida. El sonido del reloj se hizo cada vez más fuerte hasta el grado de hacer temblar la tierra. Brechtel se resbaló y cayó de espaldas al suelo, su lámpara milagrosamente a salvo. Tirado en el suelo escuchó los ventiladores a toda potencia. Reanudó su carrera frenética hasta que encontró una salida y corrió entre los pasadizos sin saber adónde ir. El suelo no había sido pisado en mucho tiempo.

            Se detuvo al escuchar un profundo silencio roto por el sonido de las manecillas. Finalmente coincidían y se desplazaban a la misma velocidad. Gras no podía estar seguro de lo que aquello significaba, pero sabía que era malo. Los ventiladores se habían detenido, pero imaginó que aquello se debía a que su labor había terminado. La piel le ardía tanto que tuvo respirar profundo en el suelo. Aunque el dolor no desapareció se olvidó de él en cuanto escuchó el sonido. Al principio lo negó como parte de su imaginación hiperactiva. Después trató de adivinar qué era. No eran alas, había algo viscoso en el sonido. Lo que fuera no estaba solo, había otros ruidos. Brechtel se puso de pie y siguió corriendo mientras su mente estaba fatalmente unida a esos extraños sonidos. Escuchó patas y supo que iba tras él. Escuchó algo baboso y grande y supo que lo atraparía. Escuchó el chirrido de garras contra la piedra y supo que le haría daño. Escuchó el aullido insoportable y supo que estaba de mal humor.

            En uno de los pasadizos se topó con que una pared tenía un relieve de una extraña máscara humanoide y asoció lo que ocurría. En sus años de mago había leído extraños libros que hablaban del terrible Nyarlathotep, el de las millones de máscaras. Uno de los pocos dioses Exteriores que no habían encontrado refugio en distantes estrellas. Una extraña luz rosada iluminó los corredores de piedra. Las garras se escuchaban cada vez más cercanas y no se detuvo. Encontró escaleras que lo llevaron a un piso superior. Se detuvo en el último escalón, no estaba en la mansión. El piso no era de piedra, sino de pasto, y extraños árboles se distribuían en un paraje aparentemente infinito. Al ver las extrañas lunas rojas imaginó que los vapores le hacían alucinar, pero al escuchar a la bestia detrás de él no dejó de correr, buscando un escondite entre las formaciones rocosas y los árboles. Nyarlathotep emergió en una forma de la que Gras nunca antes había escuchado. Se asemejaba a una medusa de mar, pero tenía hocicos y garras que se formaban en las puntas peludas de sus tentáculos. La criatura recorrió los prados arrastrándose y trepándose de los árboles.

            Brechtel escuchó una voz humana y siguió un rastro de piedra escondido bajo los pastizales. Corrió en cuclillas hasta la entrada de escaleras de regreso al laberinto. Mientras descendía volteó la vista y con horror vio a la bestia que se aproximaba. Bajó las escaleras y, gracias a la luz que parecía bañar todos los rincones siguió las pequeñas huellas en el piso. Gras seguía sosteniendo la lámpara de gas, solo por si acaso. Se imaginó a Nyarlathotep reptando por el techo e incluso podía oler su inmundicia. Los pies le condujeron a escaleras que bajaban y pasadizos con viejas y apagadas lámparas de gas. En un punto el pasaje era tan estrecho que tuvo que caminar de lado. Entró con la cabeza viendo hacia atrás, lo cual fue un error. La creatura se acercaba y aunque no cabía extendía sus tentáculos. Las garras lastimaron su brazo y Brechtel gritó muerto de miedo. Estaba en una alucinación y jamás saldría de ella. Nunca podría escapar, ni encontrar una cura para su maldición. Quizás en un siglo algún desafortunado asesino a sueldo encontraría sus huesos.
- Por aquí, rápido.- Era la voz de una niña.
- ¿Dónde estoy?- Salió de la porción estrecha y encontró el sótano que había conocido.
- Es la salida.- La joven era una esbelta y alta niña de tez negra y máximo quince años de edad.
- ¿Quién eres tú?
- Eso no importa.- La niña se acercó a la luz, sus ojos estaban blancos. Era ciega.
- Esa cosa...
- No podrá seguirte una vez que salgas por esa puerta.- Brechtel caminó hacia la dirección a la que apuntaba. Después de la curva había una escalera y una puerta.- Es la salida del sótano.
- No sé si debería preguntar, pero ¿cómo es que lord Barsel tiene a Nyarlathotep en su sótano?
- El dios Exterior cobra muchas formas.- Brechtel se sentó en los escalones para revisar su herida, no era grave. La luz que se filtraba por debajo de la puerta no era rosada y el aire que se filtraba no apestaba a aquella criatura.
- Nunca había escuchado de semejante máscara.- La niña se le acercó y señaló la puerta.
- Es hora de que te vayas intruso.
-  Sí, claro.- Brechtel se detuvo en la puerta. Podía escuchar viento y el ruido del follaje agitándose. No era la salida.- La forma más recurrente es la de un hombre negro, un faraón incluso.
- He dicho que salgas.

            Brechtel la empujó de una patada y le lanzó la lámpara. El aceite se volcó sobre su cuerpo y se prendió fuego. El aullido fue profundo, casi como un eco de un ruido que se gestara a kilómetros de distancia. El asesino sacó su pistola y disparó todo lo que tenía. El cuerpo se transformaba en llamas a la de un adulto. La única iluminación era la de los disparos. Cuando se acabaron las balas, se acabaron los flashes de luz. Retrocedió instintivamente hacia la puerta. Brechtel Gras lloraba desesperado, era el final y prácticamente rogaba porque su sufrimiento tuviera un final. Temblando de miedo perdió el equilibrio y cayó de espaldas, abriendo la puerta.

            El asesino a sueldo cayó sentado en un túnel de cloaca. Gras siguió el agua hacia una apertura de luz. Empujó la reja y cuidadosamente salió, agarrándose del alfeizar, hacia el río del Miskatonic. Se fue arrastrando hacia unas escaleras que lo conducían al puente. Tembloroso, sudoroso y llorando amargamente se sentó en la acera. Había estado en el interior de una máquina que invocaba al malvado Nyarlathotep y a su mascota y de alguna manera había sobrevivido. Sabía que debía sentirse afortunado, pero deseaba que hubiese alguna forma de olvidar esos recuerdos. Se incorporó y revisó su reloj de bolsillo. Se había estropeado cuando había caído al suelo. Por el sol era casi medio día. Algo no cuadraba. Caminó vacilante en el puente como si no reconociera nada, pero reconoció algo. Reconoció su propia carroza de vapor. La máquina sí era de tiempo, después de todo. Caminó hasta su hostal y cuando recibió otro paquete se rompió a llorar. Estaba más cerca, pero el trayecto estaba a punto de arrancarle la cordura de un tajo.























5.- El ataque del diabólico doctor Aleister Lovecraft
            Raleo Torener esperó a que el inspector Legrasse tomara asiento para ponerse de pie. El inspector ocultó una sonrisa, al jefe le encantaba parecer dramático. Raleo contempló su mano mientras se frotaba el pulgar y el índice como si deshebrara una madeja invisible. La ilusión se rompió cuando la pared de ladrillos comenzó a temblar y los archiveros empezaron a balancearse. Irritado, el jefe lanzó una patada contra la pared y ésta se aquietó.
- ¿Cuándo van a arreglar esa maldita cañería infernal? Pareciera que solo un alquimista podría resolver una cuestión tan trivial como esa.- Recobró la compostura y se dirigió al inspector.- Ahora bien, hablemos de asuntos importantes. ¿Cuáles son los progresos?
- Pues bien, hemos hablado con todos los vecinos del arquitecto y los pocos conocidos que tenía, gente en la librería y en el edificio de correos, pero hasta ahora no hemos podido...
- ¿Quiere olvidarse de ese huraño arquitecto? Su funeral fue silencioso y nadie acudió. A nadie le importa inspector, porque nadie lo conocía. Los estudiantes del Miskatonic, por el otro lado, tienen amigos y familiares. Esperan que hagamos nuestro trabajo con prontitud.- Se asomó por las persianas de su ventana y suspiró melancólico.- Afortunadamente la prensa ha estado más preocupada con la enfermedad de su Majestad y su afortunada recuperación, pero aún así nos llegan las quejas. Quizás no lo veamos hoy, pero en cuanto pase la fiesta de Cuthulhu la prensa se irá contra nosotros. El orden está en nuestras manos. Sin nosotros, el caos y la extinción.
- En cuanto a los estudiantes hemos tenido algunos progresos.- El inspector colocó algunas hojas de papel con anotaciones y extraños diagramas geométricos y el jefe los levantó y los estudió como si tuviera idea de lo que veía.- Los íncubos están bien diseñados. Se hizo un proceso de posesión de sus mentes y lograron recuperar algunos de los diagramas mentales. Como ve es en su mayoría geometría no-euclidiana. Es obvio que no es obra de cultistas de Cuthulhu, es demasiado refinado y metafísico. Sin duda del culto de Yog Sothoth, o alguna mente perversa.
- Entiendo lo que dice.- El jefe le regresó los diagramas que Legrasse se guardó y buscó la palanca dorada a un lado del escritorio. Jaló la palanca un par de veces mientras del techo descendía un tubo neumático. Escribió unas líneas en una hoja de papel, lo colocó en el recipiente y dejó que saliera despedido a toda velocidad a lo largo del laberinto de tubos.- He pedido un duplicado del diagrama.
- Según los expertos se tuvo que haber realizado un ritual indoloro. En este ritual el sujeto no necesita estar consciente de lo que ocurre. Únicamente hacen faltan trazos  muy específicos alrededor de la víctima. Es muy sutil y se le infecta una idea que sirve como semilla y genera un íncubo, una obsesión malsana que dirige todos sus pensamientos y acciones. Siempre se dejan marcas en el cuerpo, y normalmente el implante no logra infectar del todo bien. Es más, casi siempre el íncubo no es infeccioso y no es mortal.
- Ambos sabemos a dónde quiere ir a parar inspector.- Raleo se encendió un largo cigarro y se sentó casualmente en la esquina de la mesa.- El asunto apunta a una dirección que podría llevar como consecuencia un fiasco político. Las implicaciones son graves, pero no por ello podemos detener los engranajes de la justicia.
- No es la primera vez que trabajo un caso de implicaciones políticas jefe Torener, y por experiencia personal siempre son los de arriba los que detienen el engranaje.
- No en esta  ocasión Legrasse. Pero le conozco demasiado bien. Incluso si le ordenara en este instante que detuviera su investigación y dejara las cosas por la paz, usted no lo haría.
- Me conoce bien jefe.
- Sí, conozco su existencia carente de poesía y paciencia para las sutilezas diplomáticas. Es por ello que estoy seguro  que ha hecho más que simplemente hablar con un montón de expertos.
- Así es. Ordené que se siguiera al rector Pralen. Aunque probablemente Aleister Lovecraft tuvo algo que ver, sin duda responde a un amo.
- ¿Y bien? No me deje en el suspenso.
- Vanrose Pralen se reunió con el lord Barsel. También con un psicólogo de nombre Rasper Holt, aparentemente de gran fama por sus posiciones polémicas contra las del psicólogo real. No podemos ubicar al psicólogo desde ayer.
- ¿Qué hay de la reunión con lord Kol Barsel, de qué trató?
- No podemos saberlo con certeza, pero según me dicen lograron ver, mediante binoculares, a un enorme mapa de Arkham y muchas anotaciones. No puede ser bueno.
- ¿Bueno? Por supuesto que no es bueno. Me temo que lleguen los duques de Arkham y le sean más leales a Barsel y a su nuevo amigo que al rey. Una alianza entre el rector y lord Barsel sería peligrosa, desestabilizaría la balanza del poder de maneras a las que no estamos listos. ¿Hay algo más Segismund?
- No señor.- Legrasse se guardó el asunto de Lovecraft, siendo su jefe un pariente cercano del patricio que sobornaba al poder detrás de lord Pralen.- En este momento iré a la universidad del Miskatonic para confirmar algunas cosas.
- Me parece perfecto.- Legrasse se puso de pie y le dio la mano.
- Por cierto,- El inspector se detuvo en la puerta y volteó.- Archess Monk, el arquitecto, tenía pases para una audiencia con su Majestad. He hecho preguntas, pero no me han respondido. ¿Alguna idea? Es solo algo que no me cuadra.
- Tengo algunos contactos familiares en la corte, haré averiguaciones al respecto.

            Mientras bajaba las escaleras atestadas de policías, criminales, abogados y familiares, le fue dando vueltas a la poca información con la que contaba. Se estaba dibujando un rompecabezas, pero no estaba seguro de conocer el contorno de sus piezas. No dejaba de pensar en esos pases de audiencia, en el chantaje a Lovecraft, en el débil equilibrio entre el culto metafísico y el culto a Cuthulhu. Legrasse detestaba la poesía, pero tenía que admitir que el jefe había dicho algo cierto, ellos eran la última defensa contra el desorden.
- ¿Inspector Legrasse?- Un hombre le jaló del brazo hacia una incómoda esquina donde el techo se hacía más corto y el piso se elevaba casi como un escalón.- ¿Me recuerda?
- Sí, claro usted es... Norvus Wass.- El guardia sonrió y le estrechó la mano.- No todos los días la policía secreta se pasea por el edificio de la policía. ¿Acaso no sabe que hay enemistad?
- Juegos de niños. Además, no vengo por asuntos de trabajo. ¿Ha tenido algún progreso en el caso de mis ex-compañeros? Sus viudas aún se lamentan sobre el ataúd.
- ¿No les han hecho funeral?
- Sí, pero las viudas insisten en que se haga  justicia antes de enviar los ataúdes al mar para ser devorados en la profundidad.
- Estoy siguiendo varias líneas de investigación. Es solo cuestión de tiempo.
- Si hay algo en lo que le pueda ayudar, no dude en pedírmelo.- Norvuss Wass se cuadró golpeando sus talones y el brillo de su abrigo de cuero resplandeció contra las lámparas de aceite.

            El inspector Legrasse salió y disfrutó el aire libre mientras su chofer alistaba el motor cargando el carbón a toda prisa. El aire tenía ese distintivo olor justo antes de una tormenta. Algo interrumpió sus meditaciones. Algo olía a quemado. Caminó entre las carrozas para dar un vistazo a la calle. En la otra esquina un hombre caminaba rígido en sus extremidades y se había prendido fuego sus pantalones. El hombre parecía no notarlo y la gente a su alrededor le tiraba agua y las viejas sal. Era un zombie, no había duda. Según pudo dilucidar por los gritos de una mujer y los lamentos de algunos obreros, el hombre había sido infectado por un zombie en una de las oscuras fábricas al este y había caminado hasta aquí como si aún recordara su hogar. Las señoras le tiraban sal, un remedio común contra la infección, de manera que la criatura no sufriera más y pudiera morir con cierta dignidad. No se enteró porqué sus pantalones estaban en llamas, que fue su primera pregunta. Se acercó corriendo, parando el tránsito mostrando su placa de policía.
- Lamento su pérdida.- Le dijo a la viuda y acto seguido le disparó al zombie en la cabeza. La criatura cayó al suelo, su cuerpo ardiendo en llamas.- Apaguen el fuego, el olor es insufrible. Y le doy un consejo, no lo tire al mar.
- Pero mi marido era creyente.- Contestó en lágrimas.
- Lo entiendo señora, pero algo de esa agua es la que nos llega a nuestras casas. No se ofenda, pero nadie quiere bañarse con el agua donde... usted sabe. Además, ¿para qué quiere que uno de los Antiguos devore su alma? cuando es obvio que toda alma que hubo ya se fue hace mucho.

            La viuda no estaba satisfecha. Legrasse regresó a la estación de policía, su vehículo estaba listo. No se subió hasta estar seguro que el incendio había sido sofocado y la policía ya consolaba a la viuda y a los amigos. Legrasse rehuía de la actitud meditabunda y las complicadas contemplaciones, prefería operar bajo un sólido marco de necesidad y justicia.
- Inspector, ahí está.- Donnil Basler salió del precinto y de un empujón se subió a la carroza, quedándose en la puerta con un pie adentro y otro afuera.- Lo estaba buscando.
- Me alegra saber que tiene otras ropas que no son las de un hombre.- El inspector estaba sorprendido por su cambio de apariencia. El vestido no era revelador, pero su aspecto general cambiaba mucho cuando dejaba descubierto su cuello, sus brazos y recogía su cabello en un sombrero de mujer.- ¿Qué puedo hacer por usted hoy?
- Quería ver si aceptaba una entrevista.- Legrasse gruñó audiblemente y arqueó una ceja.
- Cumplí el trato, como habíamos quedado.
- Y yo no publiqué nada de lo que usted me prohibió. Como ve, he cumplido con el mío.
- Si no le molesta tengo asuntos importantes que atender. No todos  tenemos el privilegio de trabajar escribiendo historias para niños.
- ¿Me dejará pasar o piensa ordenarle al cochero que avance?- Segismund alargó el brazo hacia la cadena de comunicación, pero lo pensó dos veces. Donnil entró y se sentó frente a él.
- No me gustan las entrevistas.
- Gracias por dejarme entrar, me estaba congelando allá afuera.
- ¿Realmente tenía opción?
- Me ofende que lo considere, soy una dama.-  Donnil sacó su cigarrera del bolso y se disponía a encender un cigarro cuando el inspector se lo arrebató y lo tiró por la ventana.
- Una dama que juega a ser un hombre.
- Sea como sea sé adónde va. Al Miskatonic. Puedo tomar otro vehículo y encontrarme allí con usted.- El cochero anunció que estaba listo y Donnil jaló la cadena de mando para hablar por el dorado tubo, semejante a una trompeta.- Estamos listos.
- Muy graciosa.- El inspector jaló la cadena, tomó la corneta y se comunicó con el cochero.- Oficial, si usted vuelve a tomar órdenes de esta mujer me aseguraré de usarlo como sacrificio humano en los rituales clandestinos del culto de Dagon.
- Usted tiene serios problemas con las mujeres, ¿lo sabía?
- Más bien serios problemas con usted. ¿Cree que es un juego lo que hago? No lo puedo demostrar aún, pero tengo la sospecha que un grupo de conspiradores buscan destruir el equilibrio existente. Si eso pasa, si enojan a los dioses... Bueno, hasta usted puede imaginar qué sigue.
- Para su información sé exactamente lo que estoy haciendo. Lo he sabido desde niña.
- Hay policías mujeres, si quiere puedo ayudarle a ingresar.
- No me insulte, usted sabe lo dividido que está la sociedad entre ustedes y nosotras.- Legrasse suspiró y evadió su mirada.- No soy una de esas feministas locas que ponen bombas inspector. Si debe saberlo, y parece que para que nuestra sociedad prospere, mi padre era un completo truhán. Sus golpizas no eran la peor parte... Bueno, ya se imagina. Siempre quise conquistarlo. Ahora está muerto, afortunadamente, pero eso no cambia nada. Puedo ser más hombre que él, ser más fuerte y seguir siendo yo.
- Conquistará al mundo de los hombres para conquistarlo a él.
- Sí. La sesión que tuve recientemente en el mercado del Percy lo dejó claro para todo el vecindario. Jamás lo había dicho en voz alta. Espero que entienda lo que eso significa para mí.
- Lo entiendo.
- Sí, pero no entiende el fondo del asunto.- Donnil se apartó nerviosamente su pelirrojo cabello y colocó sus manos sobre sus rodillas.
- No, lo entiendo. En serio.
- ¿Y es así de frío y cortante con todos o reserva su humor seco con la gente más cercana?
- Sé lo que es tener... Supongo que he cambiado estos años. No soy tan juvenil como antes. Mi esposa Gracielle se suicidó no hace mucho. Fue después de una de las sesiones del cruel doctor F, una de sus últimas. El receptáculo sacó a relucir que Gracielle había deseado al mozo por años. Ella no pudo ver a nadie a los ojos, y menos a mí. Fui estúpido, melodramático y me dejé llevar por los sentimientos. Dije cosas que no debí decir. Fui humano, quizás demasiado humano. Ella se disparó en la cabeza una noche, cuando yo ya la había perdonado. Fue más la vergüenza que el sentimiento de haberme traicionado de alguna forma lo que finalmente le venció.
- No tenía idea.- Donnil se estiró y le tomó de la mano.- Discúlpeme, he sido una malcriada. Lo siento mucho.
- ¿A qué nos hemos reducido?- La pregunta era más hacia él que hacia ella. Miró pasar las calles por la ventana y reprimió los sentimientos.
- Es la verdad. Ella nos está matando. Nos está volviendo locos.
- Sí, tiene razón.- Hubo un momento de incómodo silencio hasta que el inspector le apretó las manos a Donnil y sonrió.- Cuando era niño fui educado bajo el culto de Yog Sothoth. Muchas de las máximas eran inentendibles. Es imposible trasladar la lógica de los dioses de más allá de las estrellas a nuestras mentes humanas, sin embargo había una en particular que siempre me había fascinado. Mi padre la había mandado enmarcar, aunque no tenía idea de lo que quería decir. Pensaba que lo hacía parecer más intelectual.
- ¿Y qué decía?- Preguntó Donnil.
- “El que espera en la oscuridad es cruel con el cosmos por el mero hecho de esperar.”- Segismund miró hacia la ventana y sonrió tristemente.- No lo entendí hasta que murió Gracielle y para entonces era demasiado tarde para explicárselo a mi padre.
- Pero no demasiado tarde para explicármelo a mí.
- Toda la metafísica es una cuestión de cómo la geometría, el orden básico del cosmos, puede formar un caos que a la vez es orden. Pero la máxima en particular se refiere a que el que es desconocido para los demás y para sí mismo, y por eso espera en la oscuridad, es cruel con el cosmos, que simboliza el orden, precisamente porque lleva una existencia donde todo es posible. La psicología se ha enfocado  tanto en el orden y la verdad que nos ha limitado a todos a padecer de la pantomima del orden. El día de mañana podría emerger algo del mar y devorarnos, sin preguntas ni razones. ¿Qué clase de vida podemos llevar en ese orden?
- ¿Sabe una cosa inspector? Podría escribir sobre usted. Así como escribo sobre el Cangrejo Carmesí, pero sería algo más inteligente, más interesante.
- No, gracias pero no.- El coche se fue deteniendo y se soltaron de las manos.- Prefiero el anonimato. La oscuridad tiene sus beneficios.

            El cochero le extendió un paraguas a Donnil y le guiñó el ojo. El inspector arqueó la ceja y el conductor regresó corriendo a su lugar. Segismund insistió en que Donnil se quedara en el coche, con su nuevo amigo, pero al ver que ella no desistía, explicó su misión en la Universidad. No quería ser detectado por ninguna autoridad de la rectoría, pues planeaba fisgonear por ahí y quizás espiar al diabólico doctor Lovecraft. Basler trató de ocultar su emoción cuando vio el mapa que Lovecraft le había regalado. La reportera nunca había estado en la Universidad y no dejaría pasar la oportunidad por nada del mundo.

            El inspector y la reportera recorrieron los corredores externos con una maestría natural. La lluvia no detenía las clases, y aunque el inspector desentonaba por su largo abrigo de cuero rojo y su traje de terciopelo azul la clave estaba en no hacer contacto visual. La mayoría de los docentes con los que se topaban eran hombres ocupados e involucrados en metafísicas contemplaciones, por lo que Legrasse imaginó que el zombie en llamas no llamaría la atención de nadie. Usando el mapa el inspector encontró un elevador oculto dentro de un pilar hueco en la entrada de los dormitorios. El elevador era espacioso y la palanca que accionaba el mecanismo estaba vieja y sin aceitar. La estructura entera temblaba mientras descendían piso tras piso hacia las profundidades de la colina.

            El elevador se detuvo y salieron al piso superior al cuarto de máquinas y los hornos. El inspector se asomó sobre el barandal de madera y contempló a las figuras sub-humanas que cargaban el carbón y alimentaban las calderas. El recibidor del elevador era de madera y tenía antiguos muebles de madera. Donnil no le dio mucha importancia, pero el inspector estaba fascinado, pues él había visto la megalítica construcción antediluviana y aquella área desentonaba por completo. Iluminado por la débil luz azulosa de tungsteno Legrasse registró el lugar mientras Basler se asomaba por la salida, absorta por la estructura de piedra. Segismund encontró, a un lado de dos relojes de pie, una vitrina con un tomo antiquísimo del Necronomicon debajo de una botella azul que parecía tener un péndulo que oscilaba a su propio ritmo. La vitrina tenía una inscripción en una placa de oro que leía “Con extraños eones hasta la muerte puede morir”.
- Vamos, el ascensor se activó.- Donnil le apresuró y salieron juntos a la enorme escalera espiral.

            Bajaron algunos gigantescos escalones y siguieron el mapa internándose en las aberturas en la piedra para recorrer angostos y oscuros pasadizos. Escucharon pasos detrás de ellos y se ocultaron detrás de un mohoso pilar. Legrasse no identificó a dos hombres, pero sí al tercero. Kralste Dunwar marchaba acompañado de psicólogos con batas del Miskatonic. Sin tener que comunicarse ambos sabían lo que tenían que hacer. Siguieron a los hombres hasta un salón de exposiciones con hileras circulares ascendentes de escritorios. Kralste Dunwar se encontraba en el centro, como un hombre en un juicio, sobre una raída alfombra descolorida y rodeada de psicólogos que no parecían estar muy convencidos por sus palabras. La puerta era gruesa, pero había sido dejada entre abierta y tenía pequeños ventanales por los que podían ver lo que pasaba.
- ...No todos aquí somos psicólogos, como podrá ver. Hay alquimistas y magos también.- Furtivamente Segismund revisó a todos los presentes, no se encontraba el rector ni ninguna autoridad que conociera.- Todos estamos preocupados por un tema central.
- No necesita decir mucho,- Decía Dunwar.-  esto es una cacería de brujas.
- Al contrario estimado doctor, lo que se busca no es tirar la psicología a la basura. Aún cuando hay muchos allá afuera que están hartos de las sesiones. Les recuerda mucho a los oscuros años del cruel doctor F. Años que usted habrá pasado en completa comodidad, pero no así el pueblo.
- Siempre me distancié del doctor F, eso es de dominio público. Sin embargo, las sesiones son necesarias para reducir al mínimo el constante progreso que las neurosis tienen sobre la sociedad. Hay psicólogos aquí, sin duda ellos sabrán esto que es de lo más elemental.
- Sí, pero preferimos usar la magia también.
- Ese es un recurso de los fanáticos de Yog Sothoth y usted lo sabe.- Dunwar estaba rojo de ira.- Semejantes medidas serían colocar al Miskatonic en una posición de amplia ventaja. No encontrarán equilibrio si sólo existe la voz del rector Pralen y los designios de esa diabólica mascota suya. El culto de Cthulhu no debe ser desplazado.
- No se haga al ingenuo doctor, todos aquí sabemos que su Majestad Bruss IV de Vandrecker goza de buena salud hoy, pero es un hombre viejo. Su primogénito es un demente que ha estado encerrado por años, apenas visto en las fiestas de linaje, y quien tendrá el trono, el príncipe Eliphan, está casado con una Wercer. ¿Dónde quedará el culto metafísico entonces?
- El culto quedará representado. El príncipe heredero se casará con la familia Wercer, pero sigue siendo un Vandrecker. Es lo mejor que nos podría pasar. No olviden, cualquier desequilibrio y los dioses nos podrían devorar. Existimos, después de todo, bajo sus dominios infinitos.
- Donnil.- Susurró Legrasse. Escuchó un ruido seco y se dio vuelta. Le pareció escuchar pasos.- Es hora de irnos.
- ¿Pero qué va a pasar?
- Lo de siempre, nada.

            Había sido una misión desesperada, pero había funcionado. Legrasse estaba seguro de poseer una pieza del rompecabezas que los conspiradores no podían saber que él tenía. Siguiendo el mapa con las instrucciones de regreso al elevador escalaron por la estructura que rodeaba al abismo y pudieron ver la puerta abierta del laboratorio de Lovecraft. Algo salió de él. Algo pequeño, con la forma de una mesa de café con patas de cobre que se desplazaba como una araña. La mesa se abrió como una caja y docenas de pequeños mecanismos alados, como mariposas de ligero metal, volaron por el abismo hacia ellos. Legrasse apresuró el paso, mientras Basler se quedó pasmada. Corrieron por los estrechos y serpenteantes corredores escuchando el batir de las alas metálicas. El elevador estaba cerca, pero las mariposas los habían alcanzado. Bajo la débil luz ellas parecían casi reales, con coloridas alas, pero con un pequeño motor de cuerda en el centro y lo que parecían ser cápsulas entre las alas. Una de las mariposas chocó contra la pared y cayó al suelo. Las demás, sin embargo, parecían estar dominadas por una inteligencia remota.

            La entrada a la sala acondicionada en la megalítica estructura estaba dando la vuelta hacia la derecha, por un camino ascendente, mientras que la sala de máquinas quedaba a la izquierda en un camino descendente. Un grupo de mariposas ya los esperaban en el lado derecho. Cambiando de dirección a último momento el inspector jaló a Donnil del brazo y entraron al corredor izquierdo, golpeándose el hombre contra la esquina. La reportera tropezó y en su descenso tiró el inspector hasta la sala de máquinas. No había sido el mejor de los planes, como Legrasse entendió de inmediato. Al levantarse señaló hacia arriba, el piso superior se comunicaba con la sala de máquinas. Los muertos vivientes que empujaban carbón parecían inmutables en su labor.
- ¡Segismund!- Las mariposas se acercaban batiendo sus alas y soltando chasquidos.
- No pudiste conocer a ese demente, pero conociste a sus creaciones. A la sala de máquinas.

            Corrieron hacia las infinitas galerías de altísimas calderas, pero el paso estaba truncado por un grupo de zombies que hacían guardia. Donnil, desesperada, trató de correr hacia el elevador, jalando una carreta metálica contra la pared y usándola para escalar. Las mariposas volaron sobre ella y se reventaron en pedazos. Las diminutas cápsulas estallaron y Donnil se vio cubierta de un fino polvo que, por más que se sacudía, parecía estar en todas partes.
- No respires.- Legrasse le dio un pañuelo de tela y se cubrió la boca lo mejor que pudo usando su abrigo. No sería suficiente, pero su primera prioridad era no asustar a Donnil más de lo que ya estaba. La jaló del brazo y usó su pistola para matar a unos cuantos zombies para romper la barrera y huir antes de la segunda oleada de mariposas.- No importa lo que veas, tienes que entender que no es real. Yo te sacaré de aquí, tú ocúpate de sobrevivir a las alucinaciones.

            Las mariposas reventaron lejos de ellos, mientras que corrían entre los carriles de los vagones subterráneos. Las vías parecían extenderse eternamente, pero el inspector razonó que habría una salida en alguna parte, un segundo elevador para operarios. Había aberturas en la piedra a su izquierda que daban al vacío y a su derecha estaba el laberinto de tubos y maquinarias de vapor. Donnil cayó al suelo, sus músculos duros y contraídos por la toxina. Legrasse trató de levantarla cuando se dio cuenta que al atacar a los muertos vivientes los demás abandonaban sus labores para ocuparse del agresor. Estaba encerrado de todas partes y se enfrentaba casi a cien de ellos. Uno o dos, incluso diez de ellos son casi siempre inofensivos, pero en la situación en la que se encontraba las probabilidades de sobrevivencia eran bajas, y con Donnil en ese estado, eran mucho más bajas. No tendría sentido dispararles, no tenía suficientes balas. Podía reventar algunos medidores y ductos, pero el vapor no serviría para mucho. Tomó una pala del suelo y comenzó a correr de un lado a otro repeliendo a la masa.

            Donnil respiró profundo, estaba consciente de que tendría una alucinación. Al abrir los ojos se encontró sola una caverna. El olor a descomposición le provocaba arcadas y la oscuridad absoluta le ponía nerviosa. Caminó lentamente en busca de alguna luz, pero no parecía haber alguna. Sintió una pared con una mano y se estremeció al sentir que era húmeda y viscosa. Sintió el movimiento bajo su mano, algo estaba vivo en la pared, algo que parecía ser infinidad de gusanos pequeños. Su mente estaba aturdida, pero aún así se concentró en repetir “esto no es real” como un mantra protector. Atisbó una luz sobre ella, pálida y lejana. Estaba al aire libre. No era tanto una luz como era una nebulosa multicolor y algunas estrellas. Las pocas estrellas que había no iluminaban al extraño lugar en el que se encontraba. El suelo se movió con tanta violencia que Donnil cayó sentada. El suelo estaba húmedo, pero no estaban los gusanos. Una débil luz se asomó por el horizonte y rápidamente se desplazó hacia ella como una especie de lámpara. La fuente de luz no estaba sola, había al menos cuatro más como ella. Sabía que debía cerrar los ojos, pero la curiosidad fue más fuerte. Las paredes no eran las formaciones rocosas que ella creía, sino cientos de capullos, semejantes a los de una oruga, dentro de los cuales había personas. Se limpió la mano en un arranque de pánico. Las fuentes de luz, cuando convergieron sobre ella y se iluminaron mutuamente, eran extraños ojos de pupilas amorfas conectados a peludas extremidades, similares a una rama o un tentáculo. El suelo sobre el que estaba apoyada era escamoso. Estaba sobre una criatura viva. Pensó en correr, para evitar ser transformada en un capullo, cuando algo detrás de ella le tomó del cuello. Parecía gelatinoso, pero con cierta solidez. Cerró los ojos repitiendo “esto no es real” una y otra vez, pero eso no detuvo a la criatura de perforarle la piel con extraños ganchos.

            Segismund Legrasse arrastró a Donnil hacia la maraña de cañerías y después arrastró a una pequeña carreta metálica, usándola como bloqueo. Los zombies eran incapaces de resolver problemas sencillos, y se encontraron temporalmente bloqueados por los tubos y la carreta. Estaba encerrado y desesperado. Las calderas a sus lados le hacían sudar y se extendían varios cientos de metros con un fuego eternamente alimentado por un ejército de muertos vivientes. No podía quedarse ahí esperando a que el jefe Torener le extrañase y enviara a una comitiva en su búsqueda. No tendría más de veinte minutos con ese calor y Donnil quizás menos. Había al menos treinta zombies empujándose mutuamente hasta que dos cayeron al suelo y comenzaron a arrastrarse. Usó la pala para reventarles el cráneo antes de que llegaran a Basler, quien seguía en posición fetal. Pensó en escalar las paredes de las calderas, pero no podía tocarlas. La violencia tumultuosa reventó una cañería pequeña y soltó vapor ardiente que reducía el espacio habitable. El ejército de los muertos fueron tropezando, uno a uno y arrastrándose por el suelo. Mató a tantos como pudo, pero no sería suficiente. Cargó a Donnil y fue pasando de cañería en cañería, a veces por debajo y a veces por arriba hasta llegar al fondo, con la esperanza de que al final de las calderas hubiese un resquicio mediante el cual escurrirse. Los zombies estaban a pocos metros y eran más de quince. En su desesperación disparó un par de veces y cargó sus cuerpos para formar bloqueos, de modo que los otros perdieran más tiempo en escalarlos arrastrándose por el suelo. Con Donnil en brazos se fue escurriendo por el espacio libre entre la caldera izquierda y la pared. Saldría a otro corredor semejante y no a la parte de la sala que conectaba con el piso superior y el elevador, pero era mejor que quedarse ahí y esperar a que se lo comieran.

            Donnil Basler sabía que no era real, pero eso no hacía que doliera menos. Sus ropas fueron rasgadas por circulares hocicos repletos de afilados colmillos. Ganchos metálicos fueron insertados con violencia en su piel a lo largo del contorno de su cuerpo y de su cara. Los ojos se movían alrededor de ella como si la analizaran. Los ganchos estaban sostenidos de cadenas que la fueron jalando y arrastrando con tal violencia que ella no podía correr lo suficientemente rápido. La llevaron a un punto donde las escamas terminaban y comenzaba una piel peluda y flácida. Los ganchos la tiraron al suelo y los cabellos envolvieron su cuerpo, analizando cada centímetro. Basler gritó adolorida, pero a la criatura no le importaba. Las cadenas empezaron a tensarse y ella sabía lo que se venía. La tensión la fue elevando y su cuerpo quedó suspendido a pocos centímetros del suelo que se fue contrayendo hasta desaparecer. Los ojos se retiraron y una nueva fuente de luz apareció. Eran seis enormes ojos en una especie de cabeza repleta de tentáculos. Detrás de ella la inmensidad del cosmos se desplegaba fría e indiferentemente. La criatura la observó y sus ojos vagaron de un lado a otro. Sabía que todo era falso, aunque el dolor se sintiera penosamente real, sin embargo había algo que no era parte de la alucinación. No era ninguno de los aterrorizantes elementos visibles, sino algo más mental. Donnil Basler se dio cuenta que ella misma estaba jalada por todos lados, como aquellos endiablados ganchos, por sus infantiles deseos de venganza y conquista. Era un insecto sobre la piel de aquella cósmica entidad, un mero parásito que se procesaba y eliminaba como el estómago elimina las bacterias de la comida. Sin embargo, ella misma era un insecto sobre la trama de sus motivaciones nacidas de traumas ridículos. Era un parásito que se alimentaba de su egoísmo y de la absurda historia traumática de su infancia. Donnil Basler era tan irreal como toda la alucinación. Donnil lloró amargamente, el diabólico doctor Lovecraft había ganado, y la monstruosidad espacial también, la habían destruido con el mismo desinterés que un transeúnte arranca un hierbajo.

            El inspector Legrasse se maldijo en voz alta mientras su espalda rozaba la caldera. Escuchó el sonido de vagones y una pequeña locomotora y miró hacia el horizonte de las vías, se acercaba un tren de carga. Los zombies aún trataban de arrastrarse y comérselo en el espacio entre las calderas, pero Segismund caminaba en cuclillas con Donnil en brazos entre otro espacio de calderas cuidadosamente pasando por la red de tuberías. El tren estaba cerca y parecía no detenerse. La locomotora de vapor era pequeña, pues solo transportaba carros de carga de carbón. Tendría una única oportunidad y tenía que ser exacto. Sin atreverse a asomarse hacia el ejército de muertos vivientes miró hacia el tren y calculó la distancia. Echó a correr en línea recta, llamando la atención de los zombies hambrientos. Corrió sobre las vías mientras éstas temblaban a medida que el tren se acercaba a toda velocidad. La vía le daba la vuelta a la sala de máquinas y seguía entre las calderas en la parte en que podría escalar hacia la libertad. Sintió que los zombies le jalaban el abrigo y un segundo antes de que el tren lo aplastara se lanzó a un lado. El tren pasó a toda velocidad, magullando y destrozando a varios zombies y formando una barrera que no podrían cruzar. Una barrera temporal. Alcanzó la carreta y la usó para saltar y empujar a Donnil hacia el piso superior. Legrasse cayó al suelo y la carreta se volteó. El tren había pasado y los zombies seguían tras de él. Colocó la carreta y cuando trató de pararse sobre ella su soporte se reventó. Se dio media vuelta y sacó su arma. Disparó desesperadamente hasta que se quedó sin balas. No podía correr hacia el corredor, pues estaba infestado de una veintena de zombies, y no podía escalar hacia arriba.
- ¡Segismund!- Escuchó el grito desesperado de Donnil y el ruido de muebles que caían al suelo.
- ¿Estás bien?
- No, pero espera...- Donnil se lanzó al suelo y le soltó parte de un tapete.- rápido, agárrese.- El inspector se agarró del tapete y como cuerda la usó para escalar al segundo nivel. Los zombies se quedaron pegados a la pared.
- Gracias.- Donnil estaba pálida y había vomitado. Avergonzada corrió al elevador y le esperó dentro. Sin que tuviera que decirlo accionó la pesada palanca y comenzó a llorar nerviosamente.- Me salvaste la vida.
- Y tú la mía.

            No dijeron nada más mientras ascendían y después corrían desesperados por la Universidad para encontrar aire fresco y huir lo más rápido posible. Al terminar de bajar las escaleras se toparon con que había sesión en curso. No necesitaban decirlo, ninguno de los dos estaba dispuesto. Uno de los médicos se acercó a Legrasse y Basler y les ordenó que participaran. Donnil lloraba y temblaba pálida por completo, pero no parecía importarle.
- Inspector Legrasse.- Le mostró su placa.- Tenemos asuntos oficiales pendientes.
- ¿Cree que a mí me importa?- Legrasse le golpeó tan fuerte en la nariz que estalló en sangre cuando se cayó al suelo. Uno de los guardias se acercó amenazadoramente y el inspector le apuntó con la pistola.
- Hazlo y te mueres.- Caminaron entre la multitud hacia la carroza policial.
- Inspector, gracias a Sothoth, estaba muerto de preocupación. ¿Encontraron algo?
- Más de lo que pedíamos. Llevaremos a Donnil a su casa primero.- Se encerraron en la carroza y finalmente Legrasse pudo suspirar aliviado.- Tendré pesadillas con esto por el resto de mi vida. Ojalá tenga supresor onírico en mi casa.
- No creo tener suficiente para lo que...
- ¿Qué fue lo que vio señorita Basler?
- No puedo... Es demasiado...- Donnil dejó de llorar y se sonó la nariz con el pañuelo de tela del inspector. Trató de devolvérselo, pero Legrasse lo rechazó.
- Quédeselo.- Donnil le ofreció uno de sus cigarros y el policía aceptó.- No se ofenda, pero creo que por el bien de su salud mental, y la mía, creo que no debería acompañarme a cosas tan peligrosas.
- Una vez probé ajenjo de los dioses y no fue tan potente como esto.
- Pero no era real Donnil, no lo olvide.
- Lo sé, y a la vez lo era. Ese maldito receptáculo acertó. Es difícil de explicar.- El trayecto fue silencioso y cuando finalmente llegaron Donnil le estrechó las manos.- Quiero que sepa que yo...
- ¿Sí?
- Lo respeto mucho.
- Yo también Donnil. Y quizás algún día, muy lejano, cuando recordemos esta horrible situación usted podrá decirme lo que pasó.
- Quizás algún día yo también lo entienda.

































6.- La epidemia
            Lupress Ronsel dio de vueltas en su silla de ruedas alrededor de Donnil Basler. El obeso editor no era un hombre muy sensible, pero tenía olfato para detectar los cambios. Donnil le dio algunas generalidades de los casos en que el inspector Legrasse trabajaba, pero no iba a contarle nada confidencial, ni mucho menos sobre lo ocurrido en la Universidad del Miskatonic. Donnil apenas y había dormido, y aunque había ingerido insanas cantidades de calmantes de valeriana, aún se sentía inquieta. Lupress nunca haría la pregunta directa, por lo que se conformaba con darle de vueltas al asunto.
- Tú y ese inspector... ¿será que estás desarrollándote en toda una señorita como un capullo que se hace mariposa?- Ronsel no podía verla a los ojos, e incluso él sabía que se había pasado de la línea de la etiqueta y la caballerosidad.- Disculpa Donnil, es que te siento diferente. No es tu ropa, desgraciadamente, es... ¿No estarás pensando en renunciar?
- No señor, claro que no. Tengo archivados más números del Cangrejo Carmesí, por eso no se preocupe. Quiero ver este asunto hasta el final.
- Muy bien, si lo haces en tu tiempo. No te pago por jugar a ser policía. Necesito que recabes opiniones sobre las marchas de los duques. Sé que no se relaciona con lo que el... inspector está investigando, pero este diario no se circunscribe a un solo oficial de policía.
- Entiendo. ¿La rutina habitual?
- Así es. Prueba en el Percy, a ver qué dicen ellos. Los reporteros están ocupados, tú entiendes.

            Donnil entendía perfectamente. Ninguno de ellos se atrevía a ir al mercado del Percy y preferían enviar a una mujer. Basler sonrió al salir del edificio. Podía inventarse opiniones y entregarlas, nadie se daría cuenta. El hotel de Henriss York se encontraba a las afueras del Percy. Tomó el tranvía tratando de imaginar lo que haría. No estaba muy segura de porqué lo hacía. Los eventos en el Miskatonic la habían cambiado radicalmente. Pensó en la posición anti-poética de Segismund. Reprimió una sonrisa pensando en el modo en que el inspector arquearía una ceja ante la mera idea de cuestionarse los motivos profundos de la psique.

            Donnil se sintió insegura al recorrer las populosas calles del Percy. Las únicas mujeres que caminaban solas eran prostitutas, ladronas o víctimas. Se sintió más segura al sentir el cuchillo que ocultaba en el bolsillo de su chamarra de cuero. Al llegar al hotel tuvo que esperar a que una pareja de drogadictos terminaran de amenazarse mutuamente y se reconciliaran para poder abrirse paso hacia el escritorio principal. El dueño del hotel leía el Heraldo de Arkham y perezosamente colocó un viejo libro de registros frente a ella.
- No vengo por una habitación.
- No soy biógrafo de la escoria que se hospeda aquí, así que no pregunte nada. Regístrese o váyase.- Donnil se quedó pasmada. No tenía un plan para esa contingencia.- Vamos rápido, no es alquimia avanzada. ¿Se queda o se va?
- Me quedo, hasta que me diga lo que quiero saber.
- Mire señorita,- el dueño levantó la mirada y al ver a Donnil apoyó el diario y se sentó con la espalda recta, desesperadamente tratando de peinarse con sus sudorosas manos.- ¿en qué puedo servirle el día de hoy?
- Soy reportera del Heraldo de Arkham y hago una investigación posterior a una nota que sacamos, sobre la muerte de Henriss York.
- Ya veo...- Había un obvio tono de escepticismo en su voz.- leo ese diario todos los días y no leí nota semejante. Además usted es una señorita, y muy bonita por cierto.
- Soy reportera, mire.- Le mostró una vieja credencial del diario.- Está bien, no me publican nada más que esas historias del Cangrejo Carmesí, pero hago investigaciones para los reporteros.
- ¿El Cangrejo Carmesí? Entonces usted es Donald. Un seudónimo muy obvio Donnil.- El hombre le mostró un libro repleto de recortes de periódico.- Me encanta su trabajo. Ese Cangrejo sí que es bueno. ¿De dónde se le ocurren tantas ideas para los villanos en sus historias?
- De la gente común. Usted, por ejemplo, puede ser el pérfido hotelero en la zona fantasma que registra mediante engaños a inocentes vírgenes y después nunca más salen libres.
- ¿Y me incluiría en sus historias?
- Mire, le diré qué podemos hacer. Usted me dice lo que yo quiero saber y en tres semanas se estará leyendo a sí mismo en el periódico.- El hotelero se irguió y le ofreció la mano. Donnil la estrechó con solemnidad.- El asesino de Henriss York vivía aquí, a un cuarto de distancia de su víctima. No pudieron extraer su información con sus medios y usted no quiso cooperar de ninguna manera. Sin embargo, estoy segura que usted sabe algo que no le dice a las autoridades. Le aseguro que ellos nunca sabrán que habló conmigo.
- No sé la identidad, en eso no le miento.- El hombre buscó en una caja de madera entre diversas chácharas sin importancia hasta que encontró lo que buscaba, una plata.- La bala es de titanio. La encontré bajo la cama. Puede quedársela.
- ¿De titanio? Imagino que no es muy común.
- En lo absoluto. Solos unos cuantos especialistas en todo Königsport podrían hacer semejante bala. El que la use es un profesional consumado, de eso puede estar seguro.
- ¿Dónde puedo encontrar a un especialista que pueda conocer al asesino?
- Bueno, eso es distinto...- El hombre gesticuló y gruñó, pero no consiguió expresar lo que quería.
- Nadie lo va a saber.
- Está bien, está bien. Pero más le vale incluirme en sus historias. En su caso, porque soy su admirador y creo que una chica tan linda merece el trabajo de un hombre, le diré. ¿Ha escuchado hablar del “Mercante alegre”?
- ¿El Mercante alegre?- Donnil no lo podía creer. Había charlado con el dueño no hacía muchos días.- Sí, claro que sí.
- Querrá hablar con el metalurgo. Así le llaman.

            El tráfico estaba arruinado por los preparativos para la inminente marcha de los duques de Arkham. La gente del mercado estaba fascinada por las flores y los arreglos, pero no veían con buenos ojos la intrusión de los foráneos, y mucho menos del duque Lars de Welss, el único vampiro con derechos y, más que eso, título nobiliario. En la confusión de la multitud tardó en encontrar al Mercante alegre. Entró al local y fue como si entrara a un oasis de tranquilidad. Estaban los borrachos solitarios de costumbre, pero se encontraban aislados del ruido.
- Ésa es una cara que no esperaba ver de nuevo.- Corvin Ressel salió de atrás de una puerta y se acomodó su largo sombrero de copa de cuero.- ¿Viene por más opiniones del Percy?
- Algo así.- Le siguió a la barra donde Ressel le susurró algo al oído a su empleado y se hizo cargo.
- ¿De la marcha de los duques?
- ¿Cómo supo?
- ¿De qué otra cosa iba a ser?- Corvin suspiró como si se dirigiera a algún discípulo desesperado por conocimiento y revisó el polvo de la barra.- Verá señorita, los duques han querido mayor prominencia desde hace mucho. Ellos producen toda la carne y cuero que necesitamos, entre otros productos y sienten que han sido desplazados.
- ¿Hasta el duque vampiro?
- Bueno eso es asunto aparte. El pobre diablo ha sido infectado y todos le odiamos porque le tememos, pero no es una bestia. Sabe que está más presionado que ningún otro duque a tener un comportamiento ejemplar. De lo contrario, con cualquier excusa, habría una larga fila de personas dispuestas a matarlo. O más bien, eliminarlo. Después de todo ya está muerto.
- También vengo por el metalurgo.- Donnil puso la bala sobre la barra y los ojos de Corvin Ressel se abrieron como platos.- No tiene nada que ver con la policía y nadie se meterá en problemas.
- Usted sí. ¿Para qué quiere conocer al metalurgo?
- Le vendió una bala de titanio al hombre que mató a Henriss York, un mago profesional que vive cerca de aquí. Quiero saber quién fue. Eso es todo.
- No creo que el metalurgo esté satisfecho por eso.
- ¿Porqué no se lo preguntamos al metalurgo?
- Porque yo soy el metalurgo. ¿Cree que mi negocio prospera en virtud de esa masa de borrachos sin futuro que ve ahí?- Ressel se quitó el sombrero y pulió el cuero antes de volver a ponérselo.- Me cae bien, debo admitirlo. Cualquier otro y hubiera sacado la espada y... ya se imagina. La vi en esa sesión y ese monstruo fue desconsiderado con usted. Venga conmigo.

            Le siguió a una puerta secreta detrás de la cual se encontraba un local completamente diferente. Se trataba de un burdel con la apariencia de una mansión pequeña de mal gusto. Las mujeres charlaban con los hombres y, previo pago, lo llevaban al piso superior. La variedad era extraordinaria, pero todos los hombres tenían algo en común.
- Esos clientes parecen importantes.
- Lo son.- Una mujer apenas vestida por una transparente sábana emergió de una puerta con una charola repleta de jeringas metálicas con contenedores de vidrio.- Proveemos el vicio a los ciudadanos destacados de Königsport. El mismísimo Kralste Dunwar nos honra con su presencia. Tiene una terrible adicción al ajenjo de los dioses y nos prefiere a nosotros que a la competencia.
- Y ya veo porqué, el lugar es impecable.- Donnil se sorprendió con las mesas para juegos de cartas y las literas lujosas para los fumadores de opio.
- El que un intelecto tan elevado nos prefiera a nosotros sobre otras instituciones del vicio es un honor.- Corvin entró a su elegante oficina y se acomodó detrás de su pesado escritorio. Las paredes sin ventanas estaban adornadas por cuadros y fotografías y había bustos de reyes en las esquinas.
- Y no solo provee de vicio, sino también de armas.
- Herramientas necesarias en un mundo como el nuestro. Soy un especialista, no vendo cualquier cosa.- Donnil se sentó en el cómodo sillón de cuero negro y disfrutó su calor.- En cuanto a la identidad de mis clientes, me temo que no puedo revelarla.
- Pero este sujeto ya está en sus últimas.
- Un cliente muerto no regresa. Entiendo la posición en la que seguramente se encuentra ahora, probablemente contratada por los familiares de ese pobre diablo asesinado. Me temo que tendrá que salir de aquí con las manos vacías.- Donnil trató de protestar, pero Ressel levantó un dedo con autoridad.- No hay argumento que valga. Un hombre sin principios no es un hombre.
- Pues... No sé qué decir.- Donnil se levantó de golpe. Estaba molesta, pero quería disimularlo. Por alguna razón no quería enojar al excéntrico sibarita.- Es frustrante golpearse contra paredes.
- Lo sé, lo sé. La vida es así muchas veces.
- No tengo ni idea de cómo podría...- Donnil se plantó frente a la fotografía de un globo aerostático y se quedó pasmada. La solución le había caído del cielo.
- ¿Algo se le ha ocurrido?- Alguien tocó la puerta.- Le felicito. En ocasiones una puerta cerrada nos hace pensar en otras posibilidades. ¿Diga?
- Señor,- una mujer desnuda se asomó por la puerta y se sorprendió al ver a Donnil.- ¿todo bien?
- ¿Porqué no lo estaría?
- Sí, claro. Ya llegaron.
- Ya veo.- La despidió con un gesto y se puso de pie. Se acercó a Donnil y le mostró un panel de madera a un lado del busto del rey Bruss II.- Me temo que tiene que irse. Lamento mucho no ser capaz de mostrarle la salida decentemente, sin embargo un grupo indecente del ya de por sí indecente lord Glaneran vienen en camino.

            Donnil empujó el panel y salió a la cocina del burdel. Salió a la calle y corrió a la oficina de telégrafos más cercana. Consultó los directorios en busca de agencias de globo aerostático y fue mandando telegramas para saber cuál es más barato. Los telégrafos era quizás la institución más protegida después de las instituciones gubernamentales. Las líneas llegaban a casi todos los hogares por medio de una complicada red de oficinas postales y enormes tableros de comunicación. Las respuestas llegaron casi de inmediato. Seleccionó al servicio más barato, uno donde un cliente podría subir a la canastilla en compañía de un reanimado sin que el dependiente avisara a las autoridades. Escribió un mensaje para el inspector Legrasse y le pagó a la dependienta mientras veía a la docena de señoras que apretaban el botón con una velocidad impresionante.

            Las avenidas principales del Percy estaban cerradas por los preparativos para el desfile, y tuvo que caminar por más de media hora entre las estrechas calles de altas e inclinadas casas. Contrató a un cochero de carroza de caballo que no paraba de hablar en todo el trayecto.
- Máquinas, ¡qué calamidad!- El anciano se tocaba la frente cada vez que decía eso, para enfatizar sus palabras. Donnil viajaba incómoda apoyada sobre el sillón y con la cabeza salida por la ventana a un lado del conductor.- Y hay que ver las cosas que hacen. ¡Qué cosas hacen!
- Sí, la tecnología avanza muy rápido.
- Así es, muy rápido jovencita. Dígame, ¿una carroza de vapor puede reemplazar a un caballo? Por supuesto que no. He visto máquinas que hacen y sirven café. ¿Qué harán después, reemplazar a mi mujer? Es una calamidad.

            El anticuado cochero era hábil y conocía rutas alternas. El lento viaje  fue colmado de calamidades y monólogos, pero no le molestó a Donnil. Finalmente llegaron al puerto de zepelines, o como era tradicionalmente llamado “el palacio del aire”. El edificio era tan grande como la Universidad del Miskatonic, y Basler rogó porque no tuviera subsuelo. Se trataba de una sólida construcción de muchos pisos de alto repleta de arcos de adornada piedra e inmensos ventanales, algunos en forma de cúpulas anchísimas. Muchos de los ventanales se abrían para dejar salir a los zepelines  y a los globos aerostáticos. Más de cincuenta compañías de viaje aéreo se ubicaban en el palacio del aire y todos los días recibía a docenas de miles de viajeros de todas las clases y todos los tipos. Donnil vio a los más ricos que esperaban la salida del zepelín esperando junto a los más pobres que aguardaban su turno para viajar en un viejo globo aerostático compuesto de retazos de telas de diversos colores. El suelo era de mármol claro y las paredes de piedra porosa formaban arcos puntiagudos y contrafuertes que hacían de la planta baja un laberinto de piedra, aunque uno muy diferente al laberinto del Miskatonic.
- ¿Éste es el servicio Durss de aviación?- La aburrida dependienta señaló hacia arriba. La diminuta oficina, oculta entre muchas otras en una extensa galería, tenía un descolorido cartel con su nombre.- Supongo que sí. Quisiera información sobre uno de sus clientes.
- No, lo siento.- Le mujer le mostró el pesado libro de registros y lo dejó caer sobre su escritorio.- No puedo darle esa información. Ahora váyase, hay fila.
- No hay nadie aquí, no se haga la importante.
- No es no.

            Donnil retrocedió furiosa, pero derrotada. Había pasado por mucho, solo para ser detenida por una insoportable burócrata. Mientras caminaba y reversa y chocaba con otras personas notó que el suelo de la oficina tenía una trampilla y un operario con el logotipo de la compañía subía de unas escaleras cargando con un tanque de gas. Al estudiar a las demás oficinas, mucho más ocupadas, entendió la dinámica de las pequeñas compañías de aviación. Los zepelines tenían prioridad y conservaban para ellos la mayor parte del palacio del aire. Las pequeñas compañías de globos aerostáticos atendían a sus clientes en un punto y les dirigían a otro para abordar su globo rentado o sumarse a un grupo más grande. Más importante aún, toda la parte técnica debía llevarse a cabo bajo las oficinas, pues los globos se encontraban en extensas terrazas en los pisos superiores. Ahora era claro lo que debía hacer.

            Siguió a un operario de globo mientras atravesaba casi todo el lugar y entraba por una puerta custodiada por un guardia con una extraña pistola de balas de gases y una máscara anti-gas tan grande que casi le quitaba toda la solemnidad. La reportera la estorbaba a los viajeros que se apresuraban a abordar al enorme zepelín que descansaba en la planta baja como alguna especie de ballena voladora. Ideó el plan y sonrió con placer infantil. No se divertía tanto desde que era muy niña y se escapaba de sus padres en el parque del río. Mientras la gigantesca cúpula de vidrio se abría en dos para dejar flotar al zepelín hasta el cielo, Donnil aprovechó el momento de distracción generalizada para enganchar una de las cuerdas de terciopelo de un poste dorado al bolso de una mujer. Hábilmente se agachó sobre la jaula donde la mujer guardaba a su inquieto perro y le abrió la reja para que el canino corriera libre entre el gentío. La mujer gritó horrorizada y corrió tras el perro, arrastrando la cuerda de terciopelo y tirando los postes metálicos uno por uno. El guardia de la puerta no tuvo más remedio que abandonar su puesto momentáneamente, dejándole a Donnil la oportunidad de cruzar la puerta y adentrarse al área de servicio.

            El sótano estaba repleto de enormes máquinas cuyos engranajes metálicos producían un ruido ensordecedor. Corrió sin rumbo entre los largos pasillos rodeados de tuberías de vapor y de gas. Las luces de tungsteno apenas eran capaces de iluminar el lugar y los rudimentarios mapas que indicaban la posición de cada una de las oficinas. Mientras se escondía de los operarios en reducidos clósets de mantenimiento y detrás de calderas temblorosas, trató de justificar su conducta. Había pasado de reportera a ayudante de la policía. Sabía que el caso en el que el inspector trabajaba era de suma importancia, quizás de vida o muerte  para todos en Königsport, pero en el fondo también sabía que había un elemento de conquista en todo eso. Ya no quería conquistar al hombre que la había torturado de semejante manera, ¿quizás se conquistaba a sí misma? Donnil se sorprendió a sí misma arqueando la ceja como hacía el inspector.

            La zona de máquinas debajo de las oficinas entre la que se encontraba la de Durss de aviación eran básicamente zonas de carga de tanques de gas. La sustancia era llevada por cañerías anchas en el techo y una extensa galería de máquinas recibía los tanques con sus garras mecánicas y los acercaban a mecanismos que los llenaban y después conducían los tanques al área de transporte, donde eran separados entre compañías y llevados a sus respectivos andenes y terrazas por pequeños carritos. Una escalera de mano se encontraba debajo de cada oficina. Donnil encontró la que buscaba y levantó un poco la trampilla. La fastidiosa dependienta no estaba. Salió del piso con violencia y corrió al libro de registros. Hojeó buscando guiándose por las fechas. El asesino había entrado por globo, pero escapado a pie, por lo que buscaba una entrada donde el cliente no hubiese devuelto el globo. Encontró un nombre “Brechtel G.” y la dirección de una bodega industrial.
- ¿Qué está haciendo?- La dependienta entró a la oficina cargando una charola con comida.
- Cuando el inspector llegue, muéstrele ésta hoja.- Arrancó la hoja, a pesar del pánico de la burócrata y la colocó en el escritorio.
- ¡Policía!- Donnil se dio vuelta y vio a dos agentes con máscaras anti-gas que corrían hacia ella cargando sus pesados revólveres.
- ¿Quiere su libro?- Donnil se lo tiró con todas sus fuerzas. El viejo tomó le pegó en la nariz y la tiró al suelo de un golpe. Donnil abrió la trampilla y se deslizó por las escaleras.

            Escapar por medio del sótano había sido más fácil de lo que se esperaba. Los técnicos la vieron, pero sentían una completa indiferencia. Corrió por varias cuadras, alejándose de los policías, y buscando una carroza que la llevara a la bodega industrial. Había pasado más tiempo en el palacio del aire de lo que había imaginado. El desfile ya estaba en procesión. Se unió a los curiosos para ver los carruajes y el luje de los ducados. Primero pasaba una cuadrilla de soldados leales al duque, después una carroza cerrada con los hombres de confianza y después una larga carroza abierta de los colores de su sello real con el duque y dos jinetes con la bandera particular de cada ducado.

            Los duques generalmente provenían de linaje, aunque algunos se habían ganado el puesto amasando fortunas y favores de los patricios o de la corte, pero no tenían posibilidad alguna de acceder al trono. El escudo de los Vontral era una cabeza de pescado con cola de dragón que emergía de un río, rodeado de espadas y escudos. El culto de Dagon, omnipresente en el ducado, mostraba su alcance mediante las ropas monásticas del duque. El duque Yuress de Wercer le seguía detrás con su escudo de un árbol con tentáculos verdes en vez de raíces, una clara alusión al culto de Cuthulhu. Aunque Donnil estaba emocionada de verlos, estaba más emocionada de ver al duque vampiro y no era la única. Los rumores se propagaban y trataban de calcular después de qué duque marchaba su procesión. Fue después del duque de Tess, con su escudo de calaveras y sapos. El duque Lars de Welss saludaba cortésmente en una carroza con luces negras. Parecía una isla de oscuridad bajo el sol. Apenas iluminado la palidez del duque era asombrosa. La gente vitoreó y experimentó una mezcla de fascinación y terror al apuntar a sus enormes colmillos que sobresalían de sus labios.

            La gente se fue desplazando cuando el desfile fue coronado con carrozas que, al igual que las primeras, lanzaba fuegos artificiales y flores. La magia había terminado para ellos, pero apenas comenzaba a unas cuadras de distancia y probablemente se extendería por varias horas. La pelirroja reportera contrató una carroza para que le llevara a la bodega.
- ¿Segura que quiere ir? El desfile pasará cerca de ahí, pero tendría que dar un rodeo.
- No se preocupe, no me interesa el desfile.

            La zona de bodegas industriales existía como si la pompa y el lujo del desfile nunca hubieran existido en la misma ciudad. El cochero le advirtió que era un lugar peligroso y la dejó sobre el puente, a un lado de una caseta de policía. Donnil pudo ver la bodega desde el puente. La advertencia del cochero se fue materializando en su mente conforme caminaba entre los obreros y los desposeídos que habitaban la zona. No deja de sostener el cuchillo que escondía en su bolsillo como un talismán de protección.

            La puerta metálica corrediza no estaba encadenada. Donnil la empujó lentamente, sin hacer ruido y entró a la bodega. El lugar estaba repleto de enormes cajas de madera y ganchos que colgaban de largas cadenas que descendían desde el techo. Al ver los ganchos sintió un escalofrío y un ataque de pánico. Se acurrucó debajo de una vieja mesa y trató de calmarse. Aunque sabía que su experiencia no había sido físicamente real, había sido lo suficientemente real como para marcarla de por vida. Echa un ovillo escuchó el distintivo sonido de un alambique alquímico. Algo estaba hirviendo. Había otro ruido también, quejidos casi humanos. Lenta y temblorosamente salió de debajo de la mesa y se detuvo en cuclillas cuando algo goteó desde la mesa. Se limpió la frente y descubrió con horror que era una gota de sangre. Se levantó y vio las incisiones en la mesa, los surcos de los cuchillos y la sangre aún fresca. Había un fuerte olor a flores en el ambiente y lentamente se asomó de la esquina de una caja. Al fondo, detrás de extraños mecanismos de cadenas y tinas de vidrio reforzada con remaches de acero, se encontraba un hombre que preparaba una jeringa tan grande como su antebrazo. Basler caminó silenciosa hasta esconderse detrás de los alambiques alquímicos. El sujeto, probablemente Brechtel G., inyectaba una sustancia rosada al brazo de un hombre inconsciente.
- Muy bien.- Dijo el hombre.- Éste es el último.

            Donnil gateó entre las mesas de trabajo para ver mejor. La bodega tenía una segunda salida, al fondo, después de dos hileras de camastros metálicos donde hombres y mujeres permanecían gimiendo dolorosamente. El hombre los desencadenó y abrió la puerta corrediza. Los torturados no parecían estar interesados en la libertad. Habiendo previsto eso, el hombre tomó un jugoso bistec y les salpicó de sangre para después lanzar el bistec hacia la populosa calle. Mientras uno a uno se levantaban de los camastros Donnil unió las piezas. La palidez en su piel, lo cadavérico de sus rostros y su comportamiento extrañamente fluido, como el de un gato cazador, no dejaban otra respuesta. Era un ejército de quince infecciosos vampiros con al menos una mínima tolerancia al sol. El pequeño ejército de vampiros salió a la calle y los gritos no se hicieron esperar.

            Desesperada por salir por la puerta contraria Donnil se golpeó la cabeza y tiró un soporte de madera para tubos de ensayo. Brechtel se dio vuelta y la vio corriendo. El asesino corrió hacia su abrigo y sacó su pistola. Jaló del gatillo un par de veces, pero la reportera ya había salido. Se puso su largo abrigo de piel y corrió tras ella. Basler estaba cerca de la esquina cuando Brechtel disparó, matando a un transeúnte y escuchó los otros disparos. De la esquina contraria corría el inspector Legrasse. Brechtel se dio vuelta y corrió hacia la otra dirección. A un lado de una de las mesas jaló de una palanca y del techo cayeron contenedores de vidrio repletos de gasolina. Jaló de una cadena mientras Legrasse dispara y un lanzallamas oculto entre las cajas de madera se activó. El fuego envolvió a la bodega en menos de un minuto, y para entonces, Brechtel Gras ya estaba lejos.
- Inspector, me salvó la vida de nuevo.
- Reconstruí sus pasos, del palacio del aire hasta aquí. Por cierto, ¿es cierto que le rompió la nariz a una pobre mujer?- Donnil se liberó el cabello y sonrió.- Sea como fuere, le vi la cara al maldito. Es cuestión de tiempo antes de apresarlo. No saldrá de Königsport.
- Estaba infectando a unas quince personas de vampirismo.- Legrasse dejó caer la mandíbula.
- ¿Está segura que era vampirismo?- Escucharon los chillidos de miedo y los silbatos de la policía.
- Muy segura.- El cochero del inspector se detuvo a su lado.
- Lleve a Donnil a la estación de policía, ella también vio al asesino.
- Sí señor.- Se escucharon los disparos más cerca. De la esquina aparecieron dos infectados, uno sin la mitad de un brazo y otro con mordidas en el cuello.
- Control de plagas debe estar detenido por el desfile.- Le disparó en la cabeza a uno de los vampiros, pero no funcionó.
- Se está acercando mucho.- Se quejó el cochero mientras descargaba su arma contra los vampiros que corrían hacia ellos. Legrasse tomó a Donnil de la cintura y la lanzó dentro de la cochera, cerró la puerta y arrancó una de las lámparas de aceite de la carroza. Lanzó el aceite contra uno de los vampiros y lo pateó con fuerza en la entrepierna. La criatura cayó al suelo y aprovechando el poco tiempo que tenía encendió todos sus cerillos y se los tiró encima. La criatura gimió y se retorció en el suelo, y el otro vampiro sintió pánico al ver el fuego.
- Si no es el sol, es la plata o el fuego. O reventarles el corazón, claro está. Vámonos.

            La carroza se detuvo en el retén policíaco en uno de los puentes. La agencia de control de plagas llegó a toda velocidad haciendo sonar su sirena chillona. Se activaron las alertas por varias cuadras de distancia. La gente, acostumbrada a esas tragedias, dejó todo lo que hacía para encerrarse en el edificio en el que estuviera. Los controladores de plagas se armaron con pistolas con balas de plata y se dispersaron disparando a toda velocidad.
- La primera hora es indispensable.- Decía el inspector mientras miraba por la ventana.- Los vampiros no son inteligentes, al menos no en su primera generación. Son cazadores pensantes, no son tan tontos como los zombies. La segunda generación de infectados son más hábiles, y ya las cuartas generaciones son muy difíciles de cazar, pero al mismo tiempo sienten menos deseos de sangre y son mucho más sensibles a sus alergias naturales.
- ¿Cree que los contengan?
- Ya pasaron de los puentes, así que podría pasar un día o dos.

            La estación de policía se encontraba sumergida en el caos. El inspector describió al asesino a un retratista profesional y mientras Donnil daba su descripción fue atendiendo a los distintos policías que llevaban órdenes contradictorias. Los vampiros habían cruzado el Miskatonic y las autoridades se negaban a interrumpir el desfile de los duques. Algunos capitanes exigían a todas las unidades protegiendo a los duques, otros exigían que se concentraran en la epidemia.
- ¿Quiere calmarse? Aquí nadie hace nada hasta que el jefe Torener lo ordene. Estamos en estado de emergencia.- El policía estaba pálido y miraba a todas partes. Legrasse sintió las ganas de abofetearlo, pero se reprimió.
- Pero inspector, se dice que el duque de Welss tuvo algo que ver.
- Se dicen muchas cosas.- Donnil terminó su descripción y se le acercó.
- Creo que es peligroso que regrese a casa.- Dijo Donnil con una sonrisa pícara.
- Solo usted encontraría algo como esto de lo más entretenido.
- ¡Vengan!- Un uniformado subió las escaleras y llamó a sus compañeros gesticulando exageradamente.- Encontraron algo, tienen que verlo.
- Tiene usted razón, es de lo más aburrido.- El inspector arqueó la ceja y suspiró resignado.

            Mientras los uniformados corrían por las escaleras el inspector hizo uso de sus privilegios para usar el elevador. Se reencontraron con los ansiosos policías en el sótano. Control de plagas había llevado a una víctima de vampirismo a la morgue. Mientras que los uniformados no podían pasar los inspector, y Basler, sí podían. El sujeto había sido mordido en la pierna derecha y había perdido un trozo de su cara. Los agentes lo habían detenido destruyendo su corazón.
- El mismísimo príncipe Eliphen culpa a Kol Barsel.- Decía uno de los inspectores.- Lo acabo de leer en la línea del telegrama.
- Se le hará juicio por magia negra.- Dijo otro.- Tengo un amigo en la fiscalía, él me lo confirmo.
- Después de la fiesta de Cuthulhu, ¿no es cierto?- Preguntó otro más.
- Señores, señores, por favor.- El forense los acalló con un gesto. Cortó las ropas del muerto y todos quedaron boquiabiertos. Las marcas en el pecho eran inconfundibles. Era idénticas a la de los estudiantes muertos.
- Marcas de íncubo.- Resumió Legrasse.- ¿Puede hacerle algún examen a su mente, una posesión quizás, para comparar la geometría de sus pensamientos con la de otras víctimas?
- No si la mente fue suplantada por la parasitaria consciencia vampírica.
- Ese duque de Welss fue demasiado lejos.
- Inspector,- dijo Legrasse.- le haré un favor para que deje de repetir las mismas tonterías que escuchan en los mercados. El duque no tiene nada que ver. El vampirismo fue inducido artificialmente. No puedo demostrarlo porque el laboratorio se incendió, pero lo vi con mis propios ojos. Y ella también lo vio.
- ¿Y quién lo hizo?
- El mismo hombre que asesinó a Archess Monk y a Henriss York. Un peón al servicio de algo más grande.- La puerta del forense se abrió de golpe y entraron dos camillas más.
- Casos idénticos,- dijo el paramédico.- ¿dónde los dejamos?
- Pues depende, ¿cuántos tiene?- Preguntó el forense.
- Eso depende de cuántos cuerpos podamos dejar aquí. Ya abarrotamos el hospital.- El paramédico se disponía a irse, cuando Legrasse le tomó de la bata blanca.
- ¿De dónde están saliendo las víctimas de íncubo?
- Del Percy más que nada.
- Pero...- uno de los inspectores luchó mentalmente por encontrar explicación, pero no encontró ninguna. Legrasse gruñó y trató de esconder su impaciencia.
- Son dos fenómenos diferentes. La epidemia de íncubos no apareció en la zona de bodegas.

            Al cabo de un par de horas, cuando la epidemia había sido controlada, el inspector Legrasse arrastró a Donnil a una patrulla y le dio órdenes al cochero de llevarla hasta su casa. Basler encontró la manera de convencerlo de que el llevara al Heraldo de Arkham. Había escrito una nota excelente, desde el epicentro de la epidemia vampírica. Estaba consciente que difícilmente llevaría su nombre, pero le bastaba con que usaran su seudónimo. Redactó la noticia a tiempo para el corte de la siguiente edición y la envió por el tubo neumático. Naturalmente no pudo esperar y subió corriendo hacia la oficina de Lupress Ronsel.
- ¿Y  bien? Es la primicia perfecta. Todos piensan que la epidemia fue...- El editor estaba colgado de su silla de ruedas y se disponía a deslizarse por el riel para vigilar a sus empleados.- ¿La leyó?
- Sí, claro que la leí y muy interesante. Aunque inútil.- Donnil se abalanzó sobre la palanca que accionaba las cadenas y regresó a su jefe a la oficina. Lupress no estaba feliz.
- Por poco me muero allá adentro. Es el asesino de Henriss York.
- No me malinterpretes, es buena nota, pero la gente quiere creer que fue ese duque de Welss. La guardaremos y la publicaremos después.- El obeso editor señaló a su escritorio.- Ahí tienes la primicia del día.
- “El príncipe Gustavler es presentado en compañía del príncipe heredero ante los duques. Entrevista en el psiquiátrico con el enfermo mental”.
- Uno de mis muchachos favoritos lo entrevistó al pobre príncipe idiota.
- No niego que esto no sea importante, pero hay toda otra dimensión en el caso de Archess Monk y de los estudiantes asesinados. Es una conspiración.- Lupress abrió los ojos grandes como platos.
- ¿Qué tanto te ha dicho ese inspector amigo tuyo?
- Es confidencial. Pero la epidemia no. Podemos publicar eso.
- Lo siento Donnil, pero mi decisión es final. La gente quiere leer lo que la gente quiere leer. Si quieres compartir algunos de los jugosos datos que el inspector te ha dicho...
- Olvídelo.- Donnil jaló de la palanca y el editor se aferró a su silla de ruedas mientras ésta se desplazaba rápidamente bajo el techo sobre los reporteros.




































7.- La victoria de Brechtel Gras
            Era uno de los grandes. Había gente que viajaba desde los ducados para ver al mago profesional Brechtel Gras. Su modesta casa a orillas del río tenía tres plantas y funcionaba como su oficina. Los grandes despachos mágicos le invitaban a trabajar, pero prefería ser su propio jefe. Marinna siempre se quejaba que tenía que compartirlo con su verdadera pasión, la magia. Invocaciones, evocaciones, limpias, hipnosis, creación de talismanes, rompimiento de hechizos, nada estaba por encima de sus capacidades. Incluso se había dedicado a escribir grimorios que algún día publicaría. La vida le sonreía a Brechtel Gras.

            Su mejor amigo, un carpintero llamado Macrie, había sido el centro de una de las sesiones del cruel doctor F. El receptáculo afloró recuerdos y pasiones ocultas que poco a poco lo condujeron a la demencia. Obsesionado por ayudarlo, y proteger a Marinna de posibles sesiones futuras, se adentró en la psicomagia goética. Había empezado por un hobby, pero se había tornado en una obsesión alimentada por la degenerativa demencia de Macrie. El carpintero ya no podía trabajar ni ver a sus hijos y se iba convenciendo paulatinamente de ser un  monstruo marino. Brechtel encontró anotaciones en el libro del gusano acerca de extrañas plantas antediluvianas que habían crecido sobre el limo primordial de los Antiguos. Realizó numerosos experimentos mágicas, hasta que algo creció en el sótano de su casa. A la luz de las lámparas de gas realizó una encantación que salió mal. Los tres círculos concéntricos estaban mal alineados y su cálculo astrológico le había fallado por una noche. Había traído a la existencia algo que no se materializó en su sótano, sino en su mente.

            Despertó en el hospital una semana después. Macrie se había suicidado lanzándose al río con una pesada piedra amarrada a su cuello. Conforme pasaba las noches en el hospital sus sueños se fueron compartiendo con su malestar. Los médicos le aseguraron que existían terapias para contrarrestarlo, pero eran costosas. Vendió su casa y todas sus cosas en busca de una cura médica, pero fue inútil. La medicina no podía comprender la lógica particular de la magia. Marinna lo dejó por otro y se limitó a escribirle una carta donde le informaba que no podía seguir viviendo con él y que le dejaba sus pocas pertenencias para que las vendiera en busca de la cura. Los doctores insistieron en que se quedara, pero él se negó. Jamás encontrarían una cura, pero él sabía de magos y chamanes lejos de Königsport que podían liberarlo de su malestar, aunque por una suma estratosférica. Así fue como una noche desapareció, compró un arma y se convirtió en asesino a sueldo. Una larga escalera que le había dejado en un mugroso hostal aterrado del inspector Legrasse y de su propia sombra.

            No podía dormir porque el supresor onírico de baja calidad lo mantenía despierto y porque temía encontrar su rostro en la edición matutina del diario. Sabían que él había iniciado esa epidemia de vampirismo, la pregunta era ¿qué más sabían? O por el otro lado, ¿qué tanto sabía él de la conspiración en la que estaba inmerso? La identidad de su jefe permanecía en secreto. Siguió meditando en esos problemas hasta que su caja reanimadora le cayó en la cabeza. Había caído del buró cuando alguien forzó la ventana para abrirla. Brechtel se puso de pie de un brinco, extrayendo su pistola de debajo de su almohada. El asesino trataba de entrar cuando vio a Gras frente a él. El asesino a sueldo le disparó y el atacante cayó varios pisos hasta el suelo. La puerta de la habitación comunal se abrió de golpe y una ráfaga de balas llovió sobre todo el lugar. Los otros habitantes se despertaron asustados y varios recibieron impactos.

            Disparó contra la puerta, pero el asesino fue hábil en esconderse. Sin perder nada de tiempo Brechtel salió por la ventana y se fue deslizando por el alfeizar. Estaba vestido y tenía todo consigo, a excepción de su caja reanimadora. Era demasiado tarde para regresar por ella. El asesino de la puerta entró a la habitación comunal, pero envuelto en la confusión de los asustados habitantes no pudo disparar contra las ventanas. Gras alcanzó un techo repleto de delgadas chimeneas de piedra que humeaban sin parar. Corrió cubriéndose de hollín, escuchando los disparos detrás de él. Bajó las escaleras de emergencia con su asesino persiguiéndolo de cerca. Había sido traicionado, pero Brechtel Gras no se rendiría tan fácil.

            Las oscuras calles del puerto estaban pobladas por individuos silenciosos y hostiles. Vio a los ladrones afilando sus cuchillos en la entrada de una abandonada casona, a los traficantes apoyados contra los postes de luz y a las criaturas no-humanas escurriéndose por los pasadizos oscuros. Los pasos de su perseguidor resonaban con fuerza sobre el fracturado empedrado. Su perseguidor le disparó mientras doblaba la esquina y falló por centímetros. Corrió hacia la espesa niebla que se arremolinaba a su alrededor como leche agria. Se adentraba en la ciudad fantasma y su asesino no parecía ceder.

            La maldición que había caído sobre esa porción del puerto era legendaria y, aunque todos en Königsport conocían la leyenda, nadie hablaba sobre ella. Era como si todos hubiesen conscientemente condenado la zona al olvido. Todo el lugar era fantasmagórico, la pintura de las casas estaba desgastada por completo, la madera enmohecida y los empapelados raídos. Ni siquiera el Cangrejo Carmesí entraba allí. Brechtel se escondió debajo de una carreta vacía cansado al punto del agotamiento y escuchando el sonoro eco de su adversario. Desde el suelo vio las pálidas luces dentro de una casa y a uno de los fantasmas caminando de un lado a otro vestido como pescador. La niebla se condensó y comenzó a subir aún más hasta envolverlo por completo. Los pasos del asesino estaban cerca, a contra esquina, pero Brechtel no veía nada. Confiado en que podía esperar a la niebla para huir despistando a su perseguidor o asesinándolo, permaneció en cuclillas bajo la carreta. Escuchó otros pasos, unos que no producían eco, y se detuvieron a su lado. Uno de los espectros se agachó para verlo cara a cara. Gras reprimió un grito de terror al ver su rostro en descomposición y su expresión congelada en el horror.

            Cuando corrió de nuevo se dio cuenta que la forma de la calle era diferente. Lo que antes era una angosta y larga calle hacia una intersección era ahora una curva en una calle amplia. En la ciudad fantasma no sólo las personas eran fantasmas, sino todo el barrio, incluyendo edificios y calles, eran fantasmas condenados a existir eternamente sin propósito ni salvación. El asesino lo detectó por el ruido y se acercó mientras Brechtel seguía la curva y se topaba con una intersección entre un túnel débilmente iluminado por las luces de tungsteno, o una callejuela sin lugar para esconderse. Se adentró en el túnel sabiendo perfectamente que era una trampa. La ciudad fantasma quería sumarse a otro ciudadano espectral, o de preferencia a dos.
- No puedes huir Brechtel.- El asesinó entró al túnel después de él.

            El túnel era ancho y parecía ser usado para guardar cajas repletas de pescados congelados y otros bienes, para llevarlos al mercado al final del túnel. Brechtel se escondió entre las cajas, cerrándose la boca para no jadear sonoramente. El asesino tiró cajas de un lado a otro, buscándolo frenéticamente. Disparó al azar, una de las balas pasando peligrosamente cerca de la cabeza de Brechtel. El túnel no estaba vacío. De entre las cajas emergieron hambrientos vampiros. Brechtel asomó la cabeza mientras los violentos Nosferatu, más de seis de ellos con sus largos colmillos que rebasaban sus bocas, se llenaban de la sangre fresca del asesino.

            Brechtel tomó la callejuela y deambuló en silencio sin mirar a ninguno de los fantasmas a los ojos. De vez en cuando escuchaba sus voces, llamándolo por su nombre e invitándolo a entrar para cenar una cálida sopa de romero. Su piel ardía con violencia y su cuerpo se tensaba al grado de estar agarrotado por el ácido que parecía transitar por sus venas. En el malecón se subió las solapas de su abrigo y ocultó su rostro entre los marinos fantasmas que emergían de un barco espectral que acababa de atracar. El barco tenía huecos enormes, provocados por algo más grande que un simple calamar. Después de una hora encontró el camino de regreso a la ciudad de los vivos. Los habitantes de la ciudad fantasma, existiendo entre la muerte y el olvido, le habían dejado escapar.

            Se detuvo en una taberna para calmar sus nervios y el dolor en su piel. Encendió un cigarro mientras se bebía un whisky tras otro. Le había comenzado una migraña insoportable. No sólo le dolía la cabeza, descubrió sorprendido, sino que en ocasiones era incapaz de pensar coherentemente. No era el cansancio, ni el susto, ni el natural miedo de saber que los conspiradores se habían tornado en su contra, era algo peor. De momentos le costaba trabajo relacionar la botella que tenía enfrente con el líquido que bebía y extraños pensamientos en una lengua primitiva e inaccesible para su mente flotaban sin control y amenazaban con dominarlo. Su mente estaba siendo compartida con su malestar. No tenía mucho tiempo más. Brechtel Gras razonó que tendría tiempo, a primera hora por la mañana, de retirar todo su dinero del banco popular y abordar el primer tren a cualquier lugar. Podía hacerlo, escaparía de Legrasse y los conspiradores seguramente lo dejarían ir. Con el dinero ahorrado podría encontrarse a un buen mago y liberarse del malestar que había germinado en su cerebro. Nunca había necesitado conocer los motivos de sus clientes, solamente su dinero. Ésta vez no tenía por qué ser distinta. Le habían pagado por Archess Monk y por seguir al rector, podía considerar el último trabajo como su regalo de salida a los misteriosos conspiradores. Él dejaría Königsport, se alejaría de la policía y de la conspiración y podría regresar a tener una vida, o algo semejante. Brechtel terminó su vaso y sonrió, quizás con un poco de suerte, en siete años se estaría riendo de todo aquello. Regresaría a su práctica privada en algún pueblecillo remoto y se olvidaría de sus años como asesino a sueldo.

            Pagó por su bebida y salió a caminar. Quería estar en el banco antes de que amaneciera. Incluso si su rostro aparecía en la edición matutina no llegaría a los ducados más lejanos y se olvidaría pronto por las noticias de la fiesta de Cthulhu, la congregación de duques, el príncipe idiota y la boda de Eliphen con lady Lauria Wercer. Se detuvo en una solitaria esquina bajo una farola de gas y pensó por unos segundos sobre lo poco que conocía de la conspiración y de su misterioso patrón. A su lado, pegado en la pared, se encontraba un poster del gobierno pegado hacía años y con las esquinas destrozadas. El poster tenía a la corona rodeada de los escudos de los duques, de los patricios y de los linajes. Algo embonó en su mente, como una enorme pieza de rompecabezas y todo se iluminó con la potencia del sol. Súbitamente su plan se hacía cada vez más lejano. Le quedaba una cosa por hacer antes de salir de la ciudad. Le faltaba asesinar al diabólico doctor Aleister Lovecraft.

            Contrató a un desvelado cochero y llegó a la universidad antes del amanecer. Sabía, por medio de los rumores, que el diabólico doctor nunca abandonaba su laboratorio y nunca dormía. Brechtel sonrió, Lovecraft no dormía pero los agentes de seguridad seguramente sí. Con la mente clara en cuanto a la conspiración y al funesto rol que llevaba a cabo el doctor, Brechtel entró violando cerraduras hacia el segundo nivel de la universidad. Había visto docenas de mapas del Miskatonic, vendidos por ladrones sensatos que se daban cuenta del peligro que correrían. Al llegar al subsuelo sacó el arma. La construcción megalítica le ponía nervioso. Brechtel sintió que aquello era más grande que él, más grande que el mundo mismo. En cierta manera entendía porque el científico demente hacía de aquel lugar su hogar. Aleister Lovecraft existía en el extremo opuesto a los fantasmagóricos ciudadanos de la ciudad fantasma. Ellos vivían entre el olvido y el despropósito, mientras que la macabra mente de Lovecraft hacía girar al Vanrose Pralen y al Miskatonic. Había propósito en su existencia, pero al igual que la ciclópea construcción, éste no podía existir en el mismo mundo que los seres humanos normales.

            Encontró a Lovecraft frente a sus alambiques, supervisando la sublimación de una extraña sustancia verde brillante. El doctor apenas y le dedicó una mirada. Brechtel le apuntó y se acercó cautelosamente. El doctor suspiró y se metió los dedos a las bolsas de su bata de laboratorio.
- ¿Viene a matarme o hacer conversación?
- Ambas.- Brechtel luchó contra la sensación de ardor y gruñó guturalmente.
- No es muy bueno en ninguna de las dos.
- Lo sé todo. Sobre Pralen, Barsel y Glaneran. Sé cómo encaja usted en todo esto. Sé lo que tratan de hacer y no puedo permitirlo.
- ¿Es una pregunta o una afirmación?- Gras disparó contra el alambique y éste estalló en mil pedazos. Aleister sacó una de sus manos y la puso en alto.- Está bien, cálmese.
- Nos matarán a todos y no puedo permitirlo.
- Siendo perfectamente honestos,- se escuchó una campanilla y Brechtel gritó de dolor.- usted no está en posición de hacer algo.
- ¿Qué me está haciendo?- Aleister sacó su mano del bolsillo y le mostró una campanilla plateada que se accionaba con un pequeño botón.
- ¿Esto? No es nada.- El doctor se acercó a un pequeño vivero y arrancó una flor. Se la mostró a Brechtel y se la tiró a un lado.- Es una pequeña herramienta que resuena sobre la entidad alojada en su cabeza. Es una planta un poco más pequeña que esa. Algo tan pequeño como una orquídea. Algo que cualquiera podría pisar y exterminar definitivamente, pero colocada justo en el cerebro se convierte en una pesadilla.
- Hágalo detenerse.- Aleister accionó de nuevo la campana y Brechtel dejó caer el arma, sosteniéndose la cabeza temblorosamente.
- Es curioso, cada vez que trato de observar este fenómeno con un sujeto humano Pralen siempre pone sus objeciones. Dígame, ¿la psique de la planta invade la suya o simplemente su cerebro se desangra y pierde conciencia?
- Está enfermo.
- Eso es lo que dicen, pero ¿por qué? Yo simplemente quiero saber. Es un servicio a la humanidad, pero la humanidad es demasiado miope para entenderme.
- No le daré el gusto.- Brechtel soltó una lágrima y, mientras sus pensamientos se hacían cada vez más difusos hasta que no podía concentrarse, pensó en la escalera a la que le faltaba un escalón. Había llegado tan lejos que casi podía tocarlo. Pensó en Marinna y se preguntó si se imaginaba de lo que Brechtel era capaz de hacer. Todo lo que hizo, pensó Brechtel en esos últimos momentos, habría tenido sentido si alcanzaba la cura. Brechtel tomó el arma y Aleister Lovecraft sonrió con una expresión curiosa, como la de un niño. No era tarde aún. Podía tener sentido en otra cosa.
- Quiero ver sus ojos mientras mueren, ¿simplemente dejarán de brillar o emergerá un segundo brillo, uno superior?
- No tendrá el gusto de saberlo, sociópata enfermo.
- Los insultos no le llevarán a nada. Lo castigaría con otra campanada, pero prefiero disfrutar el momento. No se resista. Muchos lo han intentado, se lo aseguro, pero cuando quiero algo lo consigo.
- No ésta vez. Ésta vez,- dijo Brechtel llorando incontrolablemente.- yo gano y usted pierde.
- Imposible.- Brechtel se puso la pistola en la sien y jaló el gatillo. Sus sesos salieron despedidos contra un librero y Aleister Lovecraft se le quedó viendo con la mirada intensa. Se apoyó contra su escritorio y bufó.- Vaya, tenía razón. Usted ganó. Felicidades.










8.-
            El inspector vio al cadáver y gruñó algunas maldiciones que su abuela le había enseñado. Era Brechtel Gras, el asesino de Monk, de los dos policías Hess y Wolf, y el responsable de la epidemia de vampirismo. La historia de Aleister Lovecraft no tenía sentido. Brechtel Gras no podría haber simplemente irrumpido a su laboratorio para después volverse loco y volarse la tapa de los sesos. El doctor le miraba con sorna mientras hojeaba libros al azar en su colección. Los uniformados esperaban en la puerta, miedosos de entrar al laboratorio.
- Así que simplemente se suicidó.- Dijo Legrasse.- Es la mentira más grande que ha dicho en mucho tiempo. ¿Espera que crea semejante tontería?
- Él tiene el arma, yo no. Realice una prueba de parafina y verá que no he entrado en contacto con pólvora, mientras que él sí. Como lo quiera ver inspector, es un obvio caso de suicidio.
- ¿Muchachos?- Los uniformados se cuadraron frente al inspector.- Esperen afuera un segundo.
- Pero, ¿y el cadáver?
- El muerto no se irá a ninguna parte.- Cerró la puerta del laboratorio y se acercó al científico loco. Estaba más que enojado y le costó cada gramo de su fuerza de voluntad el no arrancarle la cabeza a golpes. Secretamente ansiaba porque el doctor hiciera algo, lo que fuera, que le diera la excusa de atacarlo salvajemente. El doctor lo sabía, era obvio por su sonrisa y sus ademanes falsos.
- No puede culparme de la muerte del señor Gras. Carece de evidencia. Por no contar el desastre político. Vanrose Pralen le arrancaría la cabeza en cuestión de minutos.
- A veces no sé si usted es el perro faldero de Pralen, o si en realidad es el rector quien avanzaba limitado por su correa. Pagará por lo que ha hecho.
- No puede tratarme como a un criminal común, como a un sujeto común. Yo soy más que eso, un genio, un trasgresor radical de los límites. Soy lo mejor que la especie tiene que ofrecer. He visto cosas, mi estimado inspector, de las que usted jamás ha imaginado.
- Me importa más lo que ha hecho que lo que ha visto. Sé de la necromancia en la ópera. Eso me enoja como policía, pero- le tomó de las solapas de su bata y lo acercó a su rostro rígido por la tensión.- lo que en verdad me enoja fueron sus juguetitos mecánicos.
- No tenía idea que estaban allá afuera, ¿porqué no se anunciaron como es obligatorio? Sobre todo para un inspector de la policía. Además, esa toxina es algo fuerte pero nada realmente peligroso. Ahora, si a alguien se le ocurre que es buena idea dar un paseo por las calderas... Eso es algo que va más allá de mis capacidades.
- No se haga el gracioso conmigo.- Lo azotó contra el librero.- Sé que está detrás de todo. No puedo probarlo definitivamente, no aún, pero vi los libros sobre mandrágora y vampirismo en éste mismo laboratorio. Son sus íncubos  y sus recetas para generar vampirismo las que cobraron la vida de docenas de personas. Brechtel Gras, ¿regresaba a su patrón o lo mandó traer para matarlo y atar cabos sueltos? Me enteraré, y cuando lo haga lo pondré en una celda en la mazmorra junto con los asesinos y los violadores. Y si su peón Pralen trata de sacarlo lo meteré ahí también, porque no está trabajando solo en esta conspiración.
- Segismun, podría escribir enciclopedias con todo lo que no sabe. Azóteme un par de veces, pero eso no cambiará nada. Yo soy mejor que usted en todos los sentidos e infinitamente más poderoso. No me haga enojar, o empezaré por su amiguita.
- Hijo de perra.- Brechtel lo cacheteó un par de veces y lo lanzó al suelo, donde lo pateó con tanta fuerza que el diabólico Lovecraft dio una pirueta en el aire antes de caer en la dura piedra.
- ¿Qué está pasando aquí?- Vanrose Pralen entró en su mejor ropa de gala. La casca de la corte era azul oscuro con  detalles dorados, mientras que su traje era de cuero delgado y terciopelo, coronado con un largo sombrero de copa.
- Su amigo y yo estamos teniendo una conversación. Asuntos policiales.
- Cuidado con lo que dice inspector, no olvide que está frente a un lord alquímico. Y si usted lo olvida le aseguro que su jefe Raleo Torener no lo hace.
- Ése hombre es responsable por la muerte de al menos cincuenta personas. En esta semana.
- Ése hombre es inocente hasta que se demuestre lo contrario.- Pralen ayudó a Lovecraft a ponerse de pie.- Ése hombre, Brechtel-lo-que-sea, cometió suicidio. Usted lo sabe y, más importante aún, no puede demostrar lo contrario.
- Un consejo lord Pralen, no cometa el error de confundir el mundo del Miskatonic con el mundo real. Allá afuera gobierna su Majestad y sus instituciones. A menos claro que alguien conspire para hacer lo contrario.
- ¿Me está acusando de algo?
- No... Aún. Diviértanse en la fiesta de Cthulhu. Yo estaré ahí cuando acabe.
- ¡Guardias!- Pralen no había llegado solo. Tres hombres armados con pistolas de gas y gruesas y largas máscaras irrumpieron corriendo.- Escolten al inspector a la salida. No desearíamos que se perdiera por las calderas, es un lugar peligroso.
- Devuelven el cadáver,- dijo el inspector mientras acompañaba a los guardias.- habrán uniformados arriba. Ya que es su propiedad, ustedes limpien el desastre.
- ¿Está bien inspector?- Le preguntó uno de los uniformados mientras caminaban hacia el elevador.- Se ve un poco... sonrojado.
- He estado mejor.- Había tenido pesadillas terribles sobre ser rodeado por muertos caníbales y se levantaba cada mañana empapado en sudor. Su personalidad racional y fría no podía mantenerse neutra frente a Vanrose y Lovecraft. Estaba cerca de resolver el asunto y estaba completamente seguro que esos dos estaban al centro del remolino, pero faltaba algo, un hilo que desenredara el ovillo. El inspector arqueó la ceja, se ponía filosófico cuando se enojaba.
- ¿Qué hace?- Preguntó un guardia cuando el inspector quedó de pie frente al par de puertas del salón de sesiones donde había espiado el debate con Kralste Dunwar.- Tiene que venir conmigo.
- ¿Usted vive en la Miskatonic?- Le preguntó uno de los uniformados.
- No.- Respondió el guardia de seguridad.
- Entonces le recomiende que lo deje en paz, porque tendrá que salir de estas paredes tarde o temprano y lo estaremos esperando.
- Esperen aquí.- El inspector no tenía humor para la eterna batalla entre los agentes de seguridad de los distintos edificios y la policía.

            Entró al salón y miró hacia los círculos concéntricos ascendentes de escritorios. Se paró justo donde Kralste Dunwar se había defendido de sus críticos y miró hacia abajo. De un jalón removió el viejo tapete y, después de toser y agitarse el polvo, vio las marcas en el suelo. Había un círculo y varios trazos geométricos trazados con gis. El inspector Legrasse gruñó y abrió los ojos grandes como platos. En un solo golpe entendió la raíz de la confusión y resolvió cada uno de los misterios. Entendió la muerte del arquitecto, la epidemia de vampirismo, el rol que jugaba Gras, el chantaje de Urs Torener, las tensiones políticas y las intenciones de cada uno de los personajes.
- Salgamos de aquí, no hay tiempo que perder.- Salió del salón como un bólido y corrió a los elevadores. Fue el primero en salir de la Universidad y fue bajando los escalones mientras escribía sobre un cuadernillo.- No hay tiempo que perder. La fiesta de Cthulhu empezará en pocas horas.
- ¿Qué ocurre inspector?- Legrasse le entregó el mensaje escrito.
- Mándelo por telegrama. Yo iré en la otra carroza.
- ¿Adónde irá?
- Al infierno, tengo que llegar al infierno cuanto antes.

            La zona alrededor del pozo sin fondo estaba repleta de gente. Se habían colocado altísimas gradas de madera para los dignatarios e invitados especiales. Existía un segundo perímetro compuesto de autoridades y curiosos que deseaban ver llegar al rey Bruss IV en compañía del príncipe heredero en una larguísima carroza jalada por ocho caballos entrenados. Monaguillos de los diversos cultos desparramaban flores por el camino y alrededor de la entrada al infierno. Los operarios terminaban de colocar los cañones de pirotecnia cuando apareció la procesión real. Legrasse estaba atorado en el tráfico mirando a la carroza real y al rey saludando a la plebe cuando vio a Donnil entre la multitud buscándole desesperadamente. El inspector bajó de la carroza y se abrió paso entre los caballos para toparse con Donnil. Hablar era inútil, los vitoreos y la música de las trompetas y harpas hacían imposible la comunicación. No fue sino hasta que el rey había pasado que pudieron hablar.
- Recibí su telegrama inspector.
- Señorita Basler, en este momento usted es la única persona en la que confío plenamente. Lo que estoy a punto de pedirle es ilegal y peligroso, por eso no puedo confiar en mis uniformados.- Legrasse le entregó un arma y le urgió para que la escondiera.- Quiero que entienda que lo que estamos a punto de hacer es de vida o muerte. Si alguien trata de detenerla tiene mi permiso para dispararle. Cuando todo termine, y si termina como espero que ocurra, usted será absuelta de todos los cargos en su contra.
- Esto va más allá de una primicia.- El inspector bajó la mirada, apenado.
- Ya veo. Tiene usted razón, no debí...
- Lo haré.
- Cuando esto acabe podrá publicar todo lo que ha visto y le he dicho, eso no cambia...
- Inspector, lo hago por mí y por usted.
- Y por todo el reino de Arkham, se lo aseguro.- El inspector la apartó y habló con ella bajo las gradas. Le explicó todo lo que había unido y la manera en la que todas las evidencias se juntaban y Basler quedó boquiabierta con los ojos como platos. Después de balbucear por un minuto, finalmente habló.
- Inspector, pero entonces... Todos estamos en peligro. Tiene sentido, ésa es la única explicación para una conspiración que a primera vista parece enfocada a colocar al culto de Cthulhu por encima del culto metafísico, y al mismo tiempo que busca lo contrario, elevar el culto de Yog-Sothoth.
- ¿Sabe usar esa arma?
- Sí. Muy bien, entonces escuche.

            El plan era desesperado y no había sido ideado en condiciones ideales. El primer obstáculo sería entrar. El inspector mostró sus credenciales y trató de razonar con la guardia secreta, pero éstos no cejaban. Trató en vano de convencer al guardia mientras que, por el rabillo del ojo, observaba la procesión que llevaba al rey, en compañía de su psicólogo, a la entrada de las escaleras que los sumergirían al infierno. Cuando todo parecía perdido vio a Norvus Wass entre los elementos de seguridad que se compartían reportes. Wass vio al inspector y se le acercó corriendo.
- Agente Wass, es cierto que no tenemos invitación, pero sabemos quién asesinó a sus amigos Hess y Wolf. El asesino se encuentra aquí.
- ¿Quién es?
- Necesitamos entrar para verificarlo y hacerlo sutilmente, sin hacer un escándalo.
- ¿El sujeto es peligroso?
- Muy peligroso, y creemos que atacará de nuevo. La vida de su Majestad y los duques corre peligro.- Norvus Wass lo meditó por unos momentos hasta que le dio la orden a su compañero.
- Pasen. Estaré detrás de ustedes, denme una señal y nosotros nos ocupamos del individuo.
- Segismund,- Donnil le tomó de la mano cuando se alejaron del retén y recorrieron el primer piso de gradas.- ten mucho cuidado. Por favor, ten cuidado.
- No se preocupe por mí Donnil. Tenga cuidado y mantenga los ojos bien abiertos.

            Las gradas, en sus primeros pisos, eran de roble sólido con un minucioso trabajo decorativo. Donnil caminó a lo largo del círculo buscando una entrada al interior de las gradas, sin llamar la atención de los guardias de altos y curvos cascos dorados que se encontraban de pie a pocos metros de las gradas de madera. El control de los fuegos pirotécnicos se encontraba pasando el área de los duques y los linajes, en una cabaña cubierta de maleza para aparentar. Se internó entre las gradas mientras que un grupo de guardias marchaba antes que el rey soltando gas de tungsteno. Cobijados por la sustancia alquímica las espectrales formas de los condenados se hincaban ante la presencia de su Majestad. Donnil encontró los pesados cañones atrás de las gradas y siguió las largas mechas hacia la cabaña. Tocó la puerta mientras el rey daba los primeros pasos en la infinita escalera descendente. Al no recibir respuesta trató de abrir la puerta, pero estaba cerrada con seguro. Golpeó más fuerte y escuchó que un hombre se acercaba para abrir la puerta. Era un guardia en su uniforme de gala. Donnil temblaba de nervios al ver que estaba armado y rápidamente pensó en algo.
- Hay un fuego cerca de las mechas.- El guardia abrió los ojos grandes, pero no se movió.
- Esas mechas no se encienden tan fácilmente, sólo con glicerina podrían... Espere un momento, ¿Por qué viste como plebeya?
- Yo...- Sacó el revólver y se lo apretó contra el pecho.- No se mueva. Aunque no lo crea, lo hago por su bien.
- ¿Ha perdido la razón? No saldrá de aquí con vida.- El guardia acercó su mano a la pistola y Donnil lo golpeó en la cara. El guardia cayó de espaldas, su nariz sangrante, pero no se detenía. Apartando la cara jaló del gatillo y le disparó a su pierna. Rápidamente le quitó el arma y usando un poco de cuerda lo ató en una esquina.

            La pequeña cabaña tenía controles para cada uno de los cañones y un túnel para subir a la torre de micrófonos. La única ventana era una pequeña abertura desde donde podía ver la procesión. El rey ya no estaba. Un grupo de guardias se acercaban a la cabina con las manos en sus pistoleras. Trabó la puerta con la silla metálica y regresó a la diminuta ventana. Vio al inspector corriendo como un loco, empujando a los guardias. Por poco y se lo pierde. Accionó todas las palancas a la vez y escuchó el rugir de los cañones. La confusión fue suficiente para que el inspector Legrasse derribara a su captor y entrara corriendo a las escaleras del infierno.

            Norvus Wass no se le había separado en ningún momento. Legrasse le daba largas, pero sabía que no sería suficiente. El rey ya había entrado en compañía de Kralste Dunwar y Donnil había llamado la atención de los guardias. Norvus se dio cuenta demasiado tarde. El inspector le golpeó en la nariz y echó a correr. El público dejó escapar un aliento de sorpresa mientras la guardia de gala se debatía en dispararle o simplemente detenerle. Lo tenían, cuando Donnil cumplió su parte del plan. La distracción había sido suficiente para permitirle escapar hacia el infierno. Una vez adentro no lo perseguirían, no eran suicidas, pero temía pensar lo que ocurriría con Donnil.

            Bajó las escaleras lo más rápido que pudo, asomándose por el barandal para adivinar la posición del rey y su psicólogo personal. Segismund hizo un esfuerzo sobrehumano por no pensar en nada que no fuera bajar las escaleras, y no sentir otra cosa que no fuera el ardor en sus pulmones. No era suficiente. Por momentos se encontraba invadido de una furia asesina y después, de una depresión terrible. Su determinación, sin embargo, no cejaba. Subestimaba, sin embargo, el poder del remolino psíquico que unía al mundo humano con la morada subterránea de los Antiguos. En un parpadeo se encontró en el corredor del segundo piso de su casa. Tenía cierta vaga idea de encontrarse en la escaleras y no tenía forma de saber si seguía corriendo o si se encontraba sentado o cayendo al vacío. Abrió la puerta de su dormitorio y se encontró a Peterina en la cama con el mozo Raskol. Peterina y Raskol no detuvieron su pasión al verlo a él de pie en el marco de la puerta, más bien parecía que la intensificaban. Los gemidos de Peterina y los jadeos de su amante parecían ensordecedores.
- Deténganse.- Los amantes no le hicieron caso.- He dicho que se detengan.

            Temblando de una rabia bestial el inspector brincó sobre la cama y los separó a golpes. Se concentró primero en Raskol, usando el mango de su revólver para romperle la quijada. Peterina trataba de separarlos, profesando su amor carnal por el mozo y burlándose de Segismund.
- No lo mates solo porque es mejor amante de lo que tú jamás has sido.- Legrasse le dio una bofetada a su esposa que la tiró a la cama y le apuntó el arma a Raskol.- ¿Realmente quieres matar al padre del hijo que tengo adentro?
- No...- Raskol sonrió en lo que quedaba de su destrozada cabeza. Segismund se lanzó sobre Peterina, agarrándola del cuello y golpeando su cabeza contra el buró. Peterina comenzó a reír.
- Eres tan patético que no lo harías. No me matarías.- Raskol comenzó a reír, el inspector se puso de pie y le disparó en las rodillas antes de regresar de cuclillas con su esposa.- ¿Qué no entiendes que te odio? Eres como un cachorrito idiota que se apega a alguien que ni siquiera lo quiere.
- ¿Por qué me haces esto?- Le apuntó el arma en la cabeza y gritó desesperado mientras empujaba el cañón. Peterina no dejaba de reír y el inspector se volvió ciego por la ira. La golpeó desesperado hasta que de pronto se puso de pie y respiró profundo.- No eres real, nada es real.
- Soy real porque estoy dentro de ti. ¿Quieres tenerme para siempre aquí? Entonces mátame, pruébame que no me deseas aún sabiendo que nunca me importaste.
- Te odio.- Disparó una bala y reventó la lámpara del buró a un lado de su cabeza.- Te odio.- Otra bala pasó cerca de su brazo. Peterina se puso de pie y caminó hacia su esposo. Tomó el cañón del revólver con el pulgar y el índice y que se puso el cañón en la boca.- Te odio porque no eres real. No eres Peterina. Peterina murió.

            Segismund empujó el cañón con todas sus fuerzas, rompiéndole un par de dientes. Peterina se deslizó hacia atrás y su piel se hizo como la cera. Raskol desapareció y el suelo comenzó a temblar. Las tablas de madera al centro de la habitación se fueron rompiendo y un viento huracanado sopló lanzando sus memorias de un lado a otro. La habitación era succionada hacia un abismo. Legrasse se pegó a la pared y se aferró a la cama, pero ésta se deslizó por el creciente boquete al centro de la habitación. La pared detrás de él se rompió en pedazos, revelando una escalera de mano que ascendía hasta las estrellas. Donnil estaba ahí y le ofrecía su mano.
- Dame la mano Segismund.
- No eres real, nada aquí es real.- El suelo crujió a sus pies y el buró se levantó del suelo, giró por la habitación y desapareció en el abismo.
- Dame la mano, no hay mucho tiempo.

            Segismund le dio la mano a tiempo antes que el suelo bajo sus pies dejara de existir. Se aferró de Donnil y de la escalera y cerró los ojos. Cuando los abrió estaba vomitando sangre en la escalera del infierno. Con la cabeza en el suelo vio al rey de pie junto a su consejero y señalando a una larva psíquica en la pared. El inspector corrió, pero temblaba con tanta fuerza que resbaló y rodó por muchos escalones. Se arrastró un poco más y se puso de pie aferrándose del pasa manos. El rey Bruss IV lo veía con actitud inquisitiva. El rey, vestido con su armadura dorada y revestida por abrigos de gruesa y moteada tela púrpura, parecía exudar dignidad. Kralste, por el otro lado, no le veía con curiosidad, sino con miedo.
- ¿Qué hace usted aquí?- Preguntó el psicólogo mientras sacaba un arma de los pliegues de su abrigo.- ¿Se ha vuelto loco? Haré que le corten la cabeza frente a una multitud.
- Le sugiero,- dijo el rey.- que se retire antes de hacer enojar a Kralste. No tiene paciencia para estas cosas. La fiesta de Cthulhu debe proseguir, a pesar de su locura.
- Sé quién mató a su hijo y quién lo ordenó.- El rey extendió el brazo y bajó el arma del psicólogo.
- Por su bien espero que sepa lo que dice.
- Lo sé su Majestad.- El inspector le soltó un derechazo a Kralste Dunwar, le quitó el arma con otro golpe a la quijada y rasgó sus ropas largas para mostrarle al rey las marcas geométricas producidas por un íncubo.- Ésta fiesta era una trampa, su Majestad.
- La fiesta de Cthulhu no puede ser interrumpida.- El rey se acercó a la larva. La criatura parecía pulsar dentro de su verde brillante. La zafó de la pared y cargó a la babosa y desagradable criatura.
- Le sigo su majestad.- Desmayó a Dunwar y lo cargó como el rey cargaba a la larva psíquica. Legrasse sonrió pensando que ambos cargaban a criaturas despreciables.

            Donnil no tenía escapatoria alguna. Los guardias habían derribado la puerta y se habían abierto paso por los obstáculos que Basler les había dejado en el túnel que llevaba a la larga escalera de mano. La torre era grande, pero estaba oculta detrás de la vegetación y los diferentes escudos de las diversas familias importantes. Los micrófonos eran como los de las carrozas de vapor, pero más grande. Había cinco cuernos y varios amplificadores de sonido. Basler se asomaba nerviosamente hacia el infierno, esperando encontrar al inspector. Los guardias dejaron de hacer ruido y Donnil estaba a punto de asomarse para ver lo que pasaba cuando vio salir al rey y entregar la larva psíquica a los grandes sacerdotes de Cthulhu. Poco después salió Legrasse cargando al psicólogo real. De las gradas bajó corriendo el patricio Urs Torener.
- ¡Arresten a ese hombre!- Segismund trató de explicarse ante el rey, pero los guardias no se lo permitían. Donnil decidió usar los micrófonos cuando de las escaleras apareció el diabólico doctor Lovecraft cargando con una pistola plateada de dardos.
- Es rudimentaria la herramienta, espero me disculpe.- Le disparó y Donnil sintió el pinchazo del dardo y después el sueño profundo.
- El inspector...
- Sí, sí el inspector. Duérmete niña.- Aleister Lovecraft accionó los micrófonos, se sentó con toda la parsimonia del mundo, y encendió su pipa antes de hablar.- Damas y caballeros, mi nombre es Aleister Lovecraft. Muchos de ustedes me conocen como el diabólico doctor Lovecraft. Estoy aquí para enmendar ciertas cosas que han salido torcidas. Primero que nada suelten a ese hombre, es un brillante detective que evitó a tiempo una crisis que podría habernos lanzado a todos al caos y la muerte. Ya que el patricio Torener se hace cargo de silenciarlo parece que está en mis manos el hacer pública la conspiración que el inspector Legrasse tan eficientemente desbarató. Lo que al principio parecía una sola conspiración, que comenzaba con el asesinato de un solitario arquitecto y culminaba con la epidemia de vampirismo y de íncubos, en realidad son dos conspiraciones separadas. El inspector se dio cuenta cuando se dio la epidemia de vampirismo por un lado y la de íncubos por el otro. Estando en una posición privilegiada, siendo mis conocimientos parte central de ambas conspiraciones, puedo recrear las nefarias tramas de ambas facciones.
            El lord alquímico y rector de la universidad del Miskatonic, Pralen Vanrose fanático del culto de Yog-Sothoth, vio amenazado su poderío ante la eventual sucesión del príncipe Eliphen casado con la casa de los Wercer, adoradores de Cthulhu. Su plan inicia cuando el rey cae enfermo, es entonces cuando decide crear su golpe de estado. Alistando el poder del lord alquímico Kol Barsel planeó la expansión del Miskatonic a todos los ducados. Él es el responsable de los íncubos, entre ellos el que posesionó la mente de Kralste Dunwar y que le fue infectado en la mismísima Universidad. Dunwar era el estorbo más grande, si podía colocar a alguien del Miskatonic en su lugar podría influenciar al príncipe Eliphen para favorecer al culto metafísico.
            La segunda conspiración que corría paralela a ella empezó quizás antes. El lord alquímico Arsen Glaneran facilita los vicios de Kralste Dunwar y tiene acceso de primera mano a la corte del rey. En contubernio con Urs Torener, quien me chantajea para que le brindara información acerca del vampirismo, invita a los duques incluyendo al duque vampiro con la intención de desatar una epidemia de vampirismo y culpar de ello al lord alquímico que obtiene su poder de los duques de las provincias, Kol Barsel. Incluso se planeaba un juicio político a Barsel, en cuyo caso el único ganador real hubiera sido Arsen Glaneran.
            Ambas conspiraciones, como trenes salidos de control, se dirigían a una colisión frente a frente este mismo día. Su venerable Majestad no hubiera sobrevivido al infierno, de no ser por el valeroso inspector Legrasse, y aquello habría comenzado un efecto dominó de consecuencias irreparables. 

            Hubo un momento de confusión cuando todos los implicados se pusieron de pie y se acusaron mutuamente. El rey levantó el brazo y todos guardaron silencio. Ordenó arrestar a todos hasta que la situación se explicara. Segismund Legrasse fue puesto en libertad inmediata y recibió el agradecimiento personal del rey. Aleister Lovecraft emergió de la torre de micrófonos cargando a Donnil Basler y se la dejó a su cuidado. La periodista despertó en una carroza policial y Legrasse le explicó todo lo que había ocurrido.

            Al día siguiente el inspector Legrasse y el diabólico doctor Lovecraft estaban de pie en la corte y marchaban juntos ante el trono real. Se hincaron sobre cómodos cojines y bajaron la cabeza mientras el rey daba sus bendiciones. Ambos fueron condecorados con la medalla del valor. Legrasse había insistido en que Basler fuera condecorada también, pero los secretarios se negaban pues era mujer. El inspector arqueó la ceja y aceptó sus condiciones. El rey se acercó a cada uno para condecorarlos y hablarles.
- Inspector Legrasse queda desde este momento promovido al cargo de jefe de la policía. El destino de Raleo Torener será determinado en el mismo juicio que enfrenta su pariente Urs.
- Con todo respeto su Majestad, debo declinar la oferta. La poesía, la política y la filosofía no son para mí.- El rey le miró sorprendido y después sonrió.
- Inspector en jefe entonces.- Se acercó a Lovecraft y después de condecorarlo dijo.- Doctor Lovecraft queda desde ahora promovido a rector de la Universidad del Miskatonic y lord alquímico.
- Gracias su Majestad.

            Después de la ceremonia Legrasse le dio la mano a los diversos burócratas que querían saludarle y se encontró con Donnil en el marco de la puerta. Se miraron sin decir nada y después sonrieron. Donnil usaba un vestido, lo cual sorprendió al inspector. Con toda la gracia que pudo invocar tomó los extremos de su vestido y realizó una reverencia.
- Inspector en jefe Legrasse.
- Señorita Basler.- Donnil se mordió el labio y se lanzó sobre él abrazándolo. Los compañeros de trabajo de Legrasse lo miraron sorprendidos y comenzaron a susurrarse entre ellos.
- Felicidades.-  Lupress Ronsel se abrió camino en su silla de ruedas. Se ajustó la ridícula corbata y le ofreció la mano. Donnil se separó del inspector y bufó.
- ¿Por qué me pediste que lo invitara?- Le susurró Basler.
- Confía en mí.- dijo Legrasse.- Señor Ronsel, ¿podría pedirle un favor?
- Pero por supuesto. Todo en aras de una mejor cooperación entre la prensa y la fuerza policiaca. El mero hecho de que haya escogido a uno de nuestros elementos...
- Seré breve.- Le interrumpió el inspector.- Publicará sus reportajes y con su nombre.
- Pero, pero, pero.... Una mujer no es algo... Es decir, Donnil es brillante, pero mis clientes.
- Sus clientes se acostumbraran.- Lupress balbuceó algo y el inspector se agarró de los apoya brazos de la silla de ruedas y se le acercó arqueando la ceja y gruñendo.
- Ya veo... Claro que sí, no se preocupe por nada. Déjelo en mis manos.- Lupress siguió hablando solo mientras se alejaba.
- Gracias Segismund.- Donnil se mordió el labio mientras sacaba un cigarro de su cigarrera. Legrasse se lo arrebató y lo encendió para él.- Ya  tengo muchas ideas, además de la primicia de la conspiración.
- ¿Conseguiste lo que buscabas?
- Sí. ¿Y tú?
- Aún me falta una cosa.- Legrasse estiró el cuello para ver por dónde se iba Lovecraft.- Ahora regreso, no me tardo.

            Corrió entre los invitados y bajó las escaleras hasta la calle. Lord Lovecraft caminaba silbando hacia su carroza. Legrasse empujó al cochero y se subió después de él. Aleister le ofreció una copa de vino y Legrasse se limitó a gruñir. Lovecraft encendió su pipa y se acomodó en el sillón de cuero. Se miraron a los ojos por unos momentos hasta que Legrasse comenzó.
- ¿Porqué no actuó antes? Sabía de los planes de Torener, quizás incluso sabía que Archess Monk era en realidad el príncipe Gustavler. ¿Por qué esperó?
- Su Majestad siempre ha sido más inteligente que sus consejeros. Era natural que tuviera un as bajo la manga. Nunca quiso que Eliphen subiera al trono, así que se inventó la historia del príncipe idiota. El falso Gustavler, un loco cualquiera, está encerrado en el Miskatonic. No fue difícil saber de la estratagema. ¿Fueron los pasos de audiencia?
- En parte, y en parte porque tendría sentido con la conspiración de Cthulhu. Pero no ha respondido mi pregunta. ¿Por qué esperó?
- Mi buen inspector, ¿quién dice que esperé? Yo maté a esos estudiantes para que conociera el arma de la conspiración final. Yo dejé que hurgara entre mis cosas encontrando la carta de chantaje y los libros sobre vampirismo. No podía decírselo así sin más, me encontraba en una posición delicada. Urs creía que me tenía al dedillo, Vanrose también. Si cualquiera de los hubiera sospechado, me habrían asesinado. O bueno, lo habrían intentado.
- ¿Y esas mariposas mecánicas?
- No era mi intención que usted corriera como un demente hacia un ejército de muertos vivientes. Tenía que convencerle de que yo era un ser despreciable.
- Es un ser despreciable. Asesinó a esos dos alumnos.
- Vamos inspector en jefe, no me dirá que no sabe distinguir entre un bien y un bien mayor. Piénselo, si cualquier momento de este plan hubiese fracasado la humanidad entera habría muerto. No importaba qué culto ganara, todos perdíamos.
- Usted no cree en Cthulhu ni en Yog-Sothoth, ¿en quién cree doctor Lovecraft?
- En el Hombre inspector en jefe, en el Hombre. ¿Y usted?
- Yo sé en lo que creo.

            Sin decir más nada se bajó de la carroza. Donnil le esperaba en la banqueta. Le preguntó sobre el diabólico doctor Lovecraft y Segismund pensó en silenció. Pensó en el científico loco, el asesino y el sádico que había salvado al mundo. Se sorprendió a sí mismo poetizando y arqueó una ceja. Donnil le miró en silencio mientras se acomodaba el cabello. El inspector parecía meditar algo y ella mientras tanto le mostraba unas anotaciones en su libretita.
- “El inspector Less y el caso del hotel fantasma.”- El inspector y la periodista caminaron por la iluminada calle tapándose del frío.- Una serie igual de larga que el Cangrejo Carmesí.
- Por favor señorita Basler, sería un pésimo personaje.- Llegaron al puente y se detuvieron para comprar castañas calientes.- Es una pésima idea.
- Ya le entregué el borrador a la ballena en ruedas, sale mañana junto con mi nota.- Legrasse buscó palabras para oponerse, pero Donnil cambió de tema.- ¿De qué hablaste con ese loco?
- Me preguntó en qué creía.- Se apoyaron en el puente para ver pasar a los barcos iluminados con focos de todos los colores.
- ¿Y qué le dijiste?
- Vamos señorita Basler, ya sabe lo que pienso sobre filosofar demasiado.
- Es decir, que no tiene una respuesta.
- Yo no dije eso.- Legrasse le acomodó el cabello detrás de las orejas, tomó su rostro con cuidado y la besó en la frente. Donnil arqueó la ceja y sonrieron.
- Inspector, es usted incorregible.- Segismund se echó a reír. Permanecieron abrazados mirando al río con una sonrisa en su boca y luz en sus corazones.



No hay comentarios :

Publicar un comentario