Absolutamente quizás
Por: Juan Sebastián Ohem
No había pensado en ella en
años. Regresó a mi vida para que arreglara la suya. No terminó así. Es un
negocio sucio ser detective privado, pero es más sucia la política. Los
políticos son como los pañales, deben ser cambiados periódicamente, y por la
misma razón. La paga no era buena, pero se trataba de Iliana Uc, por ella lo
habría hecho gratis. No fue muy específica, pero acudió a mí y no a alguna
agencia prestigiosa, eso dijo mucho. Cuando acuden a mí quieren una de tres
cosas, la verdad, quebrarle la cabeza a alguien o encubrir la verdad
quebrándole la cabeza a alguien. Iliana no quería especificar cuál, pero
habiendo políticos en el asunto me imaginé que no sería la primera.
El sórdido asunto era sencillo
en apariencia. El diputado del PRI Eduardo Ponce estaba siendo culpado de
violación. Su fuero le parecía ahora el tesoro de los dioses. Los votantes
pensarían distinto. Es época de elecciones y el diputado Ponce no se puede permitir
la mala prensa. Más importante aún, el partido no se lo puede permitir. La
presunta víctima es Marina Rioja, una de sus asistentes, una chica morena y
hermosa de apenas 18 años. Marina argumenta que durante la fiesta del domingo
el diputado entró a su camioneta y discutió con ella, Marina trató de bajarlo
del auto, pero las cosas se tornaron violentas. La violó y le dejó un ojo
morado como recuerdo. Mi trabajo era demostrar que Marina mentía. Como dije, es
un asunto sucio.
- Eduardo no
lo hizo, no pudo hacerlo. Es mi amigo.
- Iliana, ya
pagaste mi depósito, así que no tienes que convencerme.- Había crecido, sus
rulos ya no estaban, su rostro regordete había perdido la eterna sonrisa.
- Momo por
favor no lo digas así.- Estaba cansada, pero seguía siendo atractiva.-
Independientemente de que te pague o no.
- El depósito
es para ayudarme a creer, el pago final es por un trabajo bien hecho. Dudo que
se pueda hacer bien, más parece que estará sucio.
- Imposible,
el licenciado Suárez me dejó incluirte en el asunto porque confía en que serás
discreto.
- Descuida,
seré silencioso,- dije, mientras encendía un cigarro.- pero no puedo decir lo
mismo de Marina.
- La elección
está en juego. El PAN ha estado concentrando sus fuerzas, tendrán una mega
caravana por todo Montejo hasta un mitin en el siglo XXI, aprovecharán la
ocasión para denunciar a Eduardo.
- ¿Y qué más
me puedes decir de tu novio, además de que no violó a una niña de 18 años?
- No es mi
novio, cortamos hace mucho, pero somos amigos. Es una buena persona, trabajó
como director del programa “Vestirte” junto con Carlos Bustamante. Fue una
sorpresa que el partido lo eligiera a él sobre Carlos, era su turno.
- No es el
sujeto más querido, por lo que veo.
- Esto es
política, nadie es querido.
Estaban reunidos en el
Ministerio Público. Marina era una morena delgada con ojos grandes, uno de
ellos con un moretón enorme. Formalizó la denuncia palabra por palabra como lo
había dicho desde un principio. Me presentó a Eduardo, un hombre guapo con
nariz aguileña, a su esposa Nina Poot, una mujer delgada de baja estatura y
buena figura, y a Gerardo Ponce, que parecía el doble de su hermano, pero con
cabello rubio y nariz alargada. Eduardo se despidió rápidamente, tenía que
hablar con la prensa.
- Es
terrible.- Me confió Nina.- No sé qué pensar. Sospechaba que Eduardo me
engañaba, pero pensé que eran inseguridades de recién casada.
- ¿No creerás
que Eduardo haría algo así?- Preguntó Gerardo con un tono ofendido.
- No, claro
que no. Esa niña quiere algo. Tiene que ayudarnos, ¿cómo dice que se llama?
- Mario
Orson, pero dígame Momo.- Le convidé un cigarro y nos refugiamos bajo un árbol.
- No te
preocupes Nina,- dijo Gerardo.- todo estará bien. Ya lo verás, Momo se
asegurará de eso.
- Hablando de
eso, ¿usted fue a la fiesta del domingo?
- Sí, estuve
con Eduardo casi toda la noche.
- ¿También
estaba Marina?
- Sí.
- Me fui a
las doce y media. Por lo que me han contado la cosa está en que Eduardo salió a
eso de la una a buscar hielo. Marina dice que aprovechó ese momento para entrar
a su camioneta y violarla.
- ¿Qué hacía
Marina ahí?
- Salió de la
fiesta a medianoche. Yo pensé que ya se había ido, no sé qué estaría haciendo.-
Nina jaló a Gerardo del brazo y señaló hacia Eduardo.
- Es el padre
de Marina, Julio Rioja.- Dijo ella. Decidí acercarme, pero fue tarde, Julio le
soltó un par de golpes en la cabeza que casi lo tiran al suelo. Los
guardaespaldas los separaron, porque los reporteros querían que siguiera la
pelea.
- He sido
fiel al partido por más de veinte años, ¿cómo pudiste hacerme esto?- Los
guardaespaldas lo silenciaron con un golpe a los riñones. Bajaron los escalones
y ya estaban listos para tirarlo a la banqueta, cuando intercedí y me lo llevé
del brazo.
- ¿Está bien?
Parece que lo suavizaron.
- ¿Usted
quién es?- Canas. Ojos cansados. Tiembla de nervios y trata de acomodarse los
lentes sin éxito. Apenas me dedica una mirada, está más interesado en Eduardo
Ponce.
- Momo.
- ¿Qué?
- No importa,
estoy investigando el asunto por mi parte. ¿Cómo conoce a Eduardo Ponce?
- 20 años de
servicio. Nina y yo hemos sido fieles hasta el fin. Nina se unió cuando tenía
16 años, y la verdad es que esos años en que trabajamos en el programa
“vestirte” juntos, fueron nuestros mejores años.- Un joven se acercó corriendo,
delgado pero con las cicatrices que evidencian su experiencia en los golpes.
Era el hermano de Marina, Felipe.
- Papá, ¿qué
te hicieron?- Checa los rayos rubios en las puntas. Checa el intento fallido de
conseguir un mohicano. Checa el arete negro y rojo en la nariz.
- Estoy bien.
Señor cómo-se-llame, éste es Felipe mi hijo.
- ¿También
trabajaste en el PRI?- No es como su padre, me mira, me estudia, me calibra.
Sus mediciones terminan y levanta su labio superior, no le caigo bien.
- No, esas
tonterías eran para papá y Marina. Les dije que era una estupidez, él se hizo
diputado y ellos nada.
- Soy
asistente al coordinador de campaña de la ciudad de Mérida.- Anunció con
orgullo.
- No pudiste
detener a esa bestia cuando violó a Marina, no pudiste detenerlo frente a los
reporteros, tú no eres nadie.
- ¿Y tú sí?-
Lo tomé en curva. Antes no le caía bien, ahora me detesta.
- Ya verán,
me las va a pagar.- Rabia en los ojos. Labios temblando.
- Discúlpelo,
siempre ha sido algo impetuoso.
Regresé con Iliana cuando
Marina corrió hacia su padre, evitando la prensa. Me hubiera gustado hablar con
ella, pero no frente a su padre. Era momento de visitar las oficinas, hablar
con los invitados de la fiesta. Iliana no se veía bien, fumó en silencio,
perdida en sus pensamientos. Alguien estaba mintiendo, la prensa haría un
festín con ello.
- ¿Estás
preocupada por la reacción de la prensa o por Eduardo?
- ¿Tú crees
que hay diferencia?
- Quizás, si
crees que Eduardo es algo más que… ¿cómo lo llamaste? Sólo un amigo.
- Ya no
pienso en él de esa forma, está casado ahora.- Nerviosa, juega con sus uñas.-
Además, lo nuestro fue hace siglos.
- ¿Hace
siglos para él o hace siglos para ti?
- Me encanta
cuando estás celoso.
- No pudo
haber sido tanto tiempo, fui la primera persona en que pensaste al pedir ayuda.-
No puedo evitar sonreír.- Me parece irónico, cuando me dejaste dijiste que no
soportabas mi vida, lo que conlleva, toda la miseria, la deshonestidad y la
violencia. Ahora trabajas para el PRI. Parece que tenías que compensar.
- Yo no te
dejé, tú saliste corriendo con una maleta llena de dinero que acababas de robar
y una rubia despampanante.
- No la robé,
engañé a su dueño. No hubo violencia, a excepción de su nariz rota, pero según
lo recuerdo él tenía un arma. Y por la rubia no te preocupes, nuestra relación
tuvo partes buenas, ninguna de ellas su cabeza. No terminó bonito, pero así es
el amor, rara vez acaba bien. Es bueno saber que tú y yo nunca acabamos de
verdad.
- Acabamos lo
suficiente Momo, acabamos lo suficiente.
-
Absolutamente… Quizás.
La oficina era todo lo que yo
esperaba. Escritorios bajo montañas de papeles y fólders. Secretarias
regordetas que arreglan sus uñas postizas con patrones de conejitos y lunitas.
Una televisión portátil sobre una silla pasa las telenovelas, mientras que el
guardia duerme la mona en el sillón. Algunas de las secretarias estuvieron en
la fiesta, sus historias concuerdan. Marina llegó a las diez y media, rondó por
ahí haciendo plática con los adultos. Nadie la tomó en serio. Los hermanos
Ponce y la esposa de Eduardo llegaron desde temprano. Marina interrumpió un par
de veces al matrimonio Ponce. Marina se va de la fiesta. Todos asumen que
regresa a casa. Ella no tenía enemigos, Eduardo había sido amable al invitarla
ser parte de su equipo. Un favor que el padre de Marina le agradecía
infinitamente. Eduardo sale por hielo y regresa como si nada hubiera pasado.
Quizás nada pasó. Quizás todo pasó.
- Así que
éste es Momo, tú solución.- Jerónimo Suárez, desde el principio desagradable.
Es gordo con poco cabello. Tiene una dentadura postiza y, al juzgar por sus
hábitos, no la cuida. Tiene un ojo caído y otro demasiado saltón. Afeminado por
completo. Una mujer horrible atrapada en el cuerpo de un hombre horrible.
- Licenciado,
le aseguró que…
- Nada, nada.
Yo sé qué hay que hacer. Ofrecerle dinero, es la única manera de que esto se
vaya.
- Marina no
quiere dinero.
- No me digas
problemas Iliana, dime soluciones. Yo te diré un problema, Eduardo Ponce. Nunca
debieron haberlo escogido a él. Carlos jamás hubiera tenido este problema, él
sabe cuidarse. Ponce es un niño engreído. Si él no quiere pagarle a los Rioja,
yo lo haré.
- No quieren
dinero.- Todos me voltearon a ver cuando le interrumpí.- Me pagan para creer
que Ponce es inocente, así que lo es. Eso quiere decir que Marina miente. Es
cosa de saber dónde está su mentira, cuál es el hilo que, si se jala lo
suficiente, tira todo el juego.
- Iliana,
mañana quiero tener una cifra en mi oficina, la que sea. No espero mucho de ti
Momo.
- La vida
está llena de desengaños, qué se le va a hacer.- Se pone rojo. No quiere
excitarse. Se da media vuelta y se va, azotando la puerta tras de él.
- Momo…-
Celebridad al vapor. Las secres me explican lo que acabo de hacer. El
clandestino jefe de bancada, mano de hierro y su palabra es ley. Gordito
maricón.
- Parece que
no es parte del club de fans de Eduardo. ¿Por qué la adoración con este Carlos
Bustamante, es su chico de oro?
- No, pero lo
prefiere a Eduardo. Antes del programa de donar ropa a los hospitales hizo un
programa de reforestación que fue una maravilla. Ponce era el bonito, y a él no
le gustan los bonitos.
- Me imagino.
- El partido
pensó distinto. Ponce tiene un gran carisma, es un tipo que sabe lo que quiere
y lo consigue. Hasta su esposa, anduvo con su hermano un tiempo, y la
conquistó. Claro que ese tipo de cosas enojan a la gente.
- Hay que
hablar con Bustamante.
- Él también
estaba en la fiesta, pero ¿qué esperas que te diga?
- Una
canción, y quiero ver si me gusta la tonada.- La regordeta mano de la
secretaria me detiene. El licenciado no está.- ¿Y sabe dónde está?
- En el
O’Horán. Salió con el licenciado Ponce, Gerardo me refiero, van a supervisar la
entrega de ropa. Cargaron la camioneta con una docena de cajas. ¿Quiere dejar
recado?
- No se
moleste.
Algo llama mi atención en la
ventana. Felipe Rioja en la calle. Gorra en la cabeza y oculto entre los
árboles. Lo identifico cuando voltea hacia las ventanas. Sé lo que busca. Se
termina el cigarro y lo apaga nerviosamente. No me decido a bajar hasta que lo
veo revisar la hora en su reloj y hacer su retirada, tratando
desesperadamente de no llamar la
atención. Para cuando llego al auto lo tengo perdido. Doy de vueltas hasta que
lo identifico por la gorra. Maneja una Caribe con la pintura gastada y luces
azules en el suelo. Fácil de seguir por la ciudad. Mi instinto me dice que no
va a la escuela.
Lo sigo hasta su casa. Podría
estar equivocado. Podría, pero no lo estoy. No entra a su casa por la puerta
principal, primero se asegura que no haya nadie. Entra por una ventana y tarda
un par de segundos en salir con un paquete en la mano. Me lleva hasta la
Alemán, donde sale rápidamente del auto para dejar el paquete en el buzón de
una de las casas. Me decido a esperar al nuevo dueño del paquete, cuando me
habla Iliana. Nadie encuentra a Eduardo. Han llamado todos sus números, pero
nadie sabe dónde está. Desapareció de la faz de la Tierra.
- No te
preocupes, ya aparecerá.
- ¿Dónde
estás Momo?
- Siguiendo
una pista. Tengo que hablar con Gerardo de todas maneras, si no está con él
puede estar tratando de calmarse, han sido un par de días muy tensos. Por
cierto, no me diste el teléfono de Marina, me gustaría hablar con ella.
- Sí, han
sido días difíciles, ojalá que esté bien. Te mando el número a tu cel, pero ya
traté de marcarle y no contesta su celular. ¿Dónde estás?
- De camino a
la oficina, ¿sigues ahí?
- Sí, ¿por
qué?
- Porque
hasta las mujeres inagotables como tú necesitan cenar.- No le doy tiempo de
responder. Marco el número de Gerardo y tarda un poco en contestar. Cuando finalmente
lo hace, su voz está ahogada por el ruido exterior. Suena como una
manifestación.
- ¿Quién
habla?- Grita y se hace escuchar por encima de los lemas del PAN.
- Es Momo,
¿puedes oírme?- Entró al auto bufando y el ruido desapareció.- Parece que estás
en el mitin equivocado.
- Ni lo
digas, están en todas partes. ¿Qué pasa?
- ¿Has visto
a Eduardo? No lo encuentro.
- No, no lo
he visto. Vine con Carlos al O’Horán y lo invité. No aceptó. ¿Por qué, qué
pasa?
- Nada,
curiosidad. ¿Qué tanto conoces a Marina?
- Lo mismo
que los demás. Es trabajadora y leal. Es infantil y eso fastidia, pero es que
es una niña.
- ¿Qué tal su
hermano?
- Un
verdadero rufián.
- ¿Marina no
tiene fama de parrandera, quizás la hayan visto consumiendo algo?
- ¿Tratas de
decir si era drogadicta? No, es absurdo. Su papá menos, su hermano quien sabe.-
Le doy la oportunidad de conectar los puntos, de leer entrelíneas.- ¿Crees que
quizás su hermano deba dinero y por eso se montó este espectáculo?
- Todo es
posible.
- Yo me voy a
la oficina, si quieres lo platicamos ahí.
Regreso a la oficina. No porque
quiera ver a Gerardo, sino porque quiero ver a Iliana. Compro unas tortas para
cenar. Finge que no tiene hambre para que le ruegue. Me rehúso. Me río. Se ríe.
Comemos juntos sin decir una palabra. Nuestros silencios interrumpidos por la
televisión y el tecleo constante de las secretarias. Jerónimo Suárez se aparece
un par de veces. Un torbellino de quejas y frustraciones. Nadie lo nota al
entrar. Nadie lo nota al salir. Iliana está a punto de decir algo cuando entra
Julio Rioja. Nadie sabe qué hacer. Histérico y furioso. Nudillos blancos por la
tensión. Habla con las secretarias y toma asiento.
- Mi trabajo
es complacer al lic. Suárez. Parece que no estoy haciendo un buen trabajo.-
Iliana interrumpió nuestro silencio con completa naturalidad.- Aún así, me
alegra que nos veamos de nuevo. La última vez… Bueno, ni siquiera empezamos de
verdad.
- Sí, que a
Marina la violaran fue lo mejor que nos ha pasado.
- Tienes un
sentido del humor muy negro. Y no fue violación, pagué el depósito ¿recuerdas?
- Ah, es
cierto. De todos modos, con o sin depósito hay un juego raro.- Julio Rioja me
leyó la mente. Entró a la oficina azotando la puerta.
- ¿Le puedo
ayudar en algo?
- Puede
empezar por decirme dónde están mis hijos.
- Si no sabe
dónde está Felipe, o dónde ha estado, entonces será mejor que no lo sepa.- Me
empujó para ir a las oficinas y cubículos, mientras las secretarias trataban de
convencerlo que sus hijos no estaban aquí.
- ¡No lo van
a creer!- Gerardo entró pálido. Estuvo a punto de hablar, cuando vio a Julio.
Después de él entró Jerónimo Suárez. Se llevó a Julio del brazo hasta el fondo
del edificio para darle las malas noticias.- Marina está muerta.
- ¿Cómo pasó?
- No sabemos
bien. Suárez me acaba de informar. La encontraron en el baño del Gran Café.
Ahorcada. Nadie parece haber visto algo útil, había mucha gente. El asesino
cerró la puerta con llave, pero los empleados la abrieron. ¿Dónde está mi
hermano? Esto acaba de empeorar.
- No lo encontramos
todavía.- Julio gritó. Lágrimas cayendo como catarata. Tembló hasta caer al
suelo. Suárez lo levantó como pudo y lo fue llevando hasta la puerta. Le dio
indicaciones a uno de sus ayudantes a que lo llevaran a casa.
- Encontramos
a Ponce porque lo encontramos. Angélica, ¿tú lo viste cuando se fue?
- Sí, hace
muchas horas.- El licenciado Suárez urgió a la secretaria a que dijera más.- No
sé, déjeme pensar. Lo vi hablando por teléfono, tenía la puerta abierta.
- ¿Con quién
hablaba?
- No sé. Se
tapó la boca para hablar, parecía preocupado. Sí, estaba muy nervioso al salir.
- ¿Y qué
parte de tu limitado cerebro te dijo que era buena idea omitir todo eso cuando
te pregunté dónde estaba?- Se disculpó mil veces, pero el daño estaba hecho.
- Licenciado,
es absurdo lo que está pensando.- Dijo Gerardo.- El verdadero violador la debió
haber asesinado.
- ¿De qué
hablas Gerardo? Me vale un pepino si la violó o no, o si la mató, lo que
importa ahora es controlar el daño político. Lo acusan de violar a una chica,
luego la demandante es asesinada. Cualquier idiota se da cuenta del problema.
¿Cómo explicas su actitud nerviosa antes de salir?
- No sé, pudo
ser algo familiar. Quizás se tapaba la boca para hablar porque no escuchaba
bien, usted sabe que los teléfonos a veces fallan.- Eso me dio una idea. Tomé
el teléfono de Eduardo y levanté la bocina, había un poco de estática. Había
visto eso antes.
- Momo, ¿qué
ocurre?
- Ven, creo
que el teléfono tiene algo.- Abrí el teléfono a golpes y encontré lo que
buscaba.- Micrófonos. Este teléfono tiene escuchas. Seguramente han intervenido
todos los teléfonos.
-
¡Espionaje!- Gritó Suárez.- Esa rata traicionera. Además de violador, espía.
- Presunto
violador.
- Sí,
presunto. Presunto asesino y presunto espía.
- Me acaban
de avisar.- Carlos Bustamante. Corpulento. Moreno. Parcialmente calvo y con
arrugas precoces. Sacó una cámara digital de su bolsillo y se la mostró al
licenciado Suárez.- Vine para traerle las fotos del asunto en el O’Horán cuando
Ángela me dijo todo. ¿Qué más ha pasado?
- Escuchas en
los teléfonos. Revisa tu teléfono y todos los demás. Hay que contener daños. Y
tú,- dijo refiriéndose a mí.- Se supone que estás aquí para contener los
problemas, no multiplicarlos.
- ¿Quiere que
regrese el micrófono al teléfono? Con gusto. Pero no puedo devolverle la vida a
Marina. Me voy.
- ¿Adónde
cree que va?
- A hacer mí
trabajo. Ustedes pueden con los micrófonos, yo tengo que hacer una visita a la
casa de los Rioja.
- Te
acompaño.- Dijo Bustamante.- La familia ha trabajado tantos años con nosotros
que me siento en deuda.
- Vamos en mi
auto.- Felipe Rioja me había enseñado el camino, pero dejé que Bustamante me
guiara. En el trayecto habló de Julio Rioja y su trabajo en el partido. Marina
había encontrado la manera de conectar con su padre, el trabajo de voluntaria.-
Nada mal, apenas tenía 18 y ya era asistente personal de un diputado local.
- Diputado
plurinominal. Pero sí, muy impresionante.
- Es curioso
como Marina llegó más alto que tú, aunque supongo que ahora que Ponce está
fuera de la jugada, tú serás el nuevo diputado.
- No contaría
con ello. Mi prima también trabaja en el PRI y ha escuchado que están
considerando poner al licenciado Suárez. La verdad no me gustaría ser diputado.
Demasiadas responsabilidades políticas, no señor, ni por todo el dinero del
mundo.
- ¿Ni por
todo el dinero de un diputado? No nos engañemos, hay mucho dinero en juego.
- Se necesita
una personalidad como la de Eduardo, yo no la tengo. Él ve algo y lo tiene.
Además, los diputados son demasiado visibles, te haces de enemigos y te atacan,
igual que a Eduardo.
- Sí, en eso
estaba pensando. Enemigos de Ponce… Parece que hay muchos.- Entendió mi
indirecta. Grande como una casa. Me miró con desprecio sin decir nada. Una niña
muerta. Acostada contra un excusado sucio en el baño de un café. Habíamos
pasado oficialmente la línea de diplomacia. Ya no quedaba lugar para las medias
tintas y las insinuaciones.
- No soy su
mejor amigo, lo admito. Me pasaron por encima, era mi turno de ser diputado.
Pero así es esto, es política. El que crea que estaría dispuesto a lastimar a
una niñita de 18 años para satisfacer mi ego adolorido es el peor de los
insultos. ¿Realmente cree que alguien como Ponce no sería capaz de violar a una
chica?
- Me pagan
para creer que es inocente.
- ¿Qué tanto
dura esa ceguera? No puede seguir fingiendo para siempre. Tarde o temprano verá
a Ponce como lo que es, un sospechoso. No creo que lo haya hecho, pero no me
parece imposible.
Todo era lágrimas en la casa de
los Rioja. Julio había colocado la fotografía de su hija a un lado de la
fotografía de su esposa, fallecida hacía más de tres años. Carlos se sentó a un
lado de Julio y lloró con él. Felipe estaba ahí, apoyado contra la pared y
mordiéndose las uñas. Una de sus tías le hacía conversación, él no escuchaba.
Ubiqué la habitación de Marina y me encerré. Colección de ositos de peluche.
Colección de revistas de modas. Colección de posters de sus artistas favoritos.
Un universo de distancia del mundo del PRI. Aquí no había preocupaciones, ni
cerros de papeles. Comenzó una ligera lluvia y traté de cerrar la ventana, pero
no pude cerrarla del todo, quedaba trabada a treinta centímetros del marco, sin
importar cuánto trataba de bajarla.
- Momo.-
Julio Rioja entró y se sentó en la cama. Me encendí un cigarro y le convidé
otro.- Debajo de la cama es donde mi hija guardaba su cenicero y sus cigarros.
- Lamento su
pérdida señor Rioja.- Conocía bien a su hija. Me levanté del suelo con el
cenicero en la mano.
- Carlos me
dice que le pagan para limpiar los desastres de Ponce.
- Carlos le
dice mal. No me gusta el homicidio, mucho menos cuando se trata de una niña.
- Tiene que
entender, la violaron. Ayer la encontré acurrucada en el suelo, aquí mismo. Su
ojo morado estaba hinchado y le costaba trabajo abrirlo. No me lo quería decir,
le daba pena.- Guardó silencio un momento hasta que me tomó del brazo.-
Encuentre al hijo de perra que lastimó a mi Marina, eso es todo lo que le
quiero decir.
- Lo haré,
pero tiene que dejarme trabajar.- Me levanté, sin saber qué hacer. Me apoyé
contra un librero y accidentalmente tiré una caja al suelo. La caja estaba
repleta de figuritas de pequeñas hadas, algunas de metal y otras de plástico
barato.
- Ponce le
regaló las hadas, sabía que a mi hija le encantaban. Sé que no me cree, le
pagan para pensar que Ponce es un ángel.
- Nadie dijo
que…- Felipe me interrumpió al irrumpir a la habitación.
- ¿Porqué
hablas con este bueno para nada? Sabemos quién la violó y sabemos quién la
mató.
- No es tan
sencillo hijo.
- Sí, sí lo
es.- Se dio media vuelta y se fue. Julio fue más inteligente que yo, no salió
tras él, en vez de eso corrió a su habitación. Buscó en todos los cajones,
revolviendo todo hasta que se dio por vencido.
- Momo, no
encuentro mi arma.
- No se
preocupe, yo sé dónde está.
No me molesté en despedirme.
Carlos quiso quedarse con la familia. Empezaban a llegar patrullas para hacer
las investigaciones preliminares. Llegaban tarde. Sabía adónde se dirigía el
chico. Hablé con Iliana para que me diera la ruta más rápida para llegar a casa
de Eduardo Ponce. Recogí a Iliana de camino.
- Este es el
peor día de mi carrera.
- Será peor
si no llegamos a tiempo. Felipe es un peligro hasta para sí mismo.
- ¿Tú crees
que Eduardo la mató? No sé si el depósito cubra eso.
- No lo hace.
Lo pudo haber hecho, tuvo el móvil y la oportunidad. Quizás salió nervioso
porque Marina habló con él, amenazándole de mil formas. Aún así hay cosas que
no me cuadran, como los micrófonos ocultos. ¿Si vendía información confidencial
al PAN, Marina estaba involucrada?
- Vamos, es
sólo una niña.
- Era. Y me
das la razón. Una niña es fácil de manipular, fácil de engañar. Pero si Eduardo
vende información, ¿qué papel juega Felipe? En la tarde, mientras Marina se
veía con su asesino, seguí a Felipe. Bastante sospechoso, por decir lo menos,
pero ¿sospechoso de qué exactamente?
- Quizás no
hubo violación. Es difícil de creer, pero pudo haberse conseguido el ojo morado
haciendo algo más. No se lo puede decir a su padre y se inventa la historia de
la violación.
- Puede ser.
No hay que olvidar que Eduardo lleva desaparecido mucho tiempo, podría estar
muerto.- Iliana no lo había pensado. Instintivamente se dobló contra la
ventanilla, tenía miedo.- Iliana, mírame.
- ¿Qué?
- Mírame.
- Te estoy
mirando, ¿Qué pasa?
- Todo va a
estar bien. Incluso si todo sale mal, todo estará bien. Es sólo un trabajo,
eres buena en ello, tú no estás en peligro.- No sé porqué lo dije. Quería
protegerla. Quería abrazarla. Quería tenerla. Me tomó de la mano y suspiró. No
dijimos nada hasta llegar a la mansión de Ponce. Una residencia de una cuadra
en San Ramón Norte. No había señales de Felipe, pero tampoco de Ponce. Iliana
tocó el timbre y Nina Poot de inmediato abrió la puerta. Gerardo y ella
esperaban en el jardín delantero a que llegara Eduardo.
- Nina, ¿no
saben nada?- Nina la abrazó. Podía verlo en sus ojos, esperaba que estuviera
muerto.
-
Nada,-contestó Gerardo mientras fumaba ansiosamente.- la policía ha hablado,
quieren hablar con él de inmediato. Es claro lo que está pasando, el asesino lo
planeó de esta manera.
- Gerardo,
por Dios.- Interrumpió Nina.- Nadie quiere pensar lo peor, pero tus teorías de
la conspiración tampoco me ayudan.
- Ésta mañana
estaba confundida señora, ¿sigue en el mismo estado mental?
- No sé. Pues
supongo que “no sé” es signo de confusión, ¿no es cierto?- Trató de sonreír,
pero no pudo.- Una mujer sabe cuando su hombre le miente. Mire este anillo.- Un
anillo de oro blanco con diamantes por todas partes. No lo tenía en el dedo,
sino en su bolsillo.- Regalos costosos y malas excusas. Algo ha estado mal por
mucho tiempo.
- Nina, por
favor, ni siquiera lo pienses. Mi hermano no es así.
- ¡Gerardo,
por el amor de Dios!
- Miren.-
Interrumpió Iliana. Abrió la puerta y lo vieron llegar a casa en su Pontiac.
-Está vivo, gracias
a Dios.
Eduardo parecía sorprendido de vernos. Bajó nerviosamente del auto y
se quedó en la puerta, esperando una explicación. Él va primero. Salió a
devolver unas películas y a relajarse un poco, luego del estrés de los últimos
días. Incluso Gerardo encontró esa excusa insuficiente e inverosímil. Cuando se
enteró de la muerte de Marina se sentó a llorar. Nina iba a abrazarlo, pero lo
pensó dos veces. Habría que hablar con la policía, eso era seguro. Le estaban
buscando por todas partes. Eduardo no era tonto, sabía que era el sospechoso
principal. Pánico invadió sus sentidos. Corría en círculos, golpeaba cosas,
finalmente se aferró a su esposa y le rogó. Le suplicó que le escondiera, que
le diera tiempo de pensar lo que iba a decirles. Nina lo miró fijamente,
confusión en sus ojos, y se negó. Nos tomó por sorpresa a todos.
- Si va a la
policía ahora,- me dijo Gerardo.- existe la posibilidad de que lo encierren. Al
menos hasta que se decida qué hacer con su fuero.
- En ese
caso…- Olvidé lo que iba a decir viendo
hacia el parque. Entre los árboles pude adivinar una figura. La Caribe de
Felipe estaba estacionada al fondo del parque, el vándalo no estaba lejos.-
Tengo una cita romántica en el parque.
- Quiero
hablar con Suárez.- Dijo Iliana.- ¿Me llevas o me lleva Gerardo?
- Yo me quedo
aquí, quiero estar con mi hermano.
- Mala suerte
preciosa, parece que tomarás un taxi.
Recorrí el parque desde la
orilla, esperando encontrarme con Felipe el vándalo. No traía mi arma, pero
tenía mi cuchillo. Al llegar hasta su auto me acerqué para ver si estaba
dentro. Fue un error. Felipe contaba con eso. Lo subestimé. Sentí el cañón de
la 9 milímetros en mi espalda antes que pudiera defenderme.
- Suelta el
cuchillo. Ésta es la segunda vez en el día que te interesas por mi auto.
- ¿Qué había
en el sobre?
- No te
importa, ahora suelta el cuchillo abuelo.
- Niño, te
voy a reventar el cráneo.
- ¡Suelta el
cuchillo!- Azoté el cuchillo contra el techo del auto y, aprovechando la
distracción me di vuelta soltándole un golpe en el brazo. Le arranqué la
pistola de las manos y la usé para abofetearlo.
- Nunca
apuntes a una persona desde tan cerca.- Felipe contuvo un grito de dolor,
sosteniéndose le lado izquierdo del rostro, como si se le fuera a caer por el
golpe.- Ahora vamos a jugar un juego, yo pregunto y tú respondes. Si no me
gusta lo que escucho te remodelaré la nariz a golpes.
- Yo no maté
a mi hermana.
- Eso ya lo
sé Einstein. Te estaba siguiendo cuando tu hermana fue asesinada. Pero eso no
te hace inocente.
Estaba tan interesado en golpearlo que no sentí la presencia de la
otra persona. Logró acercarse sin hacer ruido. Escuché su pisada justo detrás
de mí. No tuve tiempo de voltear. Me golpeó con la culata de una pistola. Al
principio no sentí dolor, únicamente un extraño silencio en la inmensidad de un
negro sin fondo. Mis pensamientos se habían detenido casi por completo. Antes
de perder el conocimiento me pregunté si Marina había visto aquella negrura.
Algo lame mi rostro. Mi cuerpo está reaccionando, mi mente sigue en
neutral. Abro los ojos y asusto a una zarigüeya. Estoy entre basura, escondido
bajo escombro y cartón. La cabeza me retumba y todo mi cuerpo grita de dolor.
Extraño la negrura de la nada. Mi reloj marca las 12:30 de la noche. He estado
fuera por dos horas. Me levanto poco a poco, empujando la basura que me
encierra. Trato de gritar de dolor, pero me duele respirar. Estoy al fondo del
parque, alrededor de basureros. Iluminado débilmente por las farolas camino
hacia la casa de los Ponce. Nina me mira por la cámara y corre para abrirme. Se
asusta por mi aspecto, trato de calmarla, me siento peor de lo que me veo. Me
lleva del brazo hasta una salita escondida a un lado de las escaleras donde
tiene su kit de primeros auxilios. La herida no es grave, la contusión es
terrible. Nina me da la mejor cura, una botella de tequila y aspirinas.
- ¿Felipe
Rioja te hizo esto? Entonces estaba esperando a mi marido… Tenemos que
avisarle.
- ¿Dónde
está?- Me levanté para subir las escaleras, pero me detuvo.
- Se acaba de
ir.- Dijo señalando el vapor que salía del baño.- Se fue al Ministerio Público.
- ¿Porqué no
fuiste con él?- Me senté en los escalones para dar otro buen trago al tequila.-
Has estado rara todo el día. Hay algo que sabes, que yo debería saber.
- No, para
nada.
- No era
pregunta.
- Es difícil
y vergonzoso para mí. Quiero creer en Eduardo, pero algo en mí me dice que
miente.
- Eso es
seguro, ¿sobre qué crees que mienta?
- Creo que
tuvo un amorío. Una esposa se da cuenta de eso. Así es él, siempre tiene que lo
quiere, y después se aburre.
- ¿Crees que
se aburrió de Marina?
- Mi marido
no es ningún asesino, eso sí lo tengo claro.
- Hable con
su marido, dígale que se quede dentro del Ministerio y que lleve
guardaespaldas.
- ¿Usted qué
hará?
- Satisfacer
mi curiosidad.
Quiero hacer una parada antes de
ir al Ministerio Público. Quiero probar mi suerte. Manejo hasta donde Felipe me
llevó en la tarde. Reviso en el buzón, ya no hay nada. Debí suponerlo. No tengo
tanta suerte. La casa está abandonada. Pastizales crecen en el garaje y
telarañas cubren la puerta principal. Cuando estaba habitada no era una casa
particular, tiene una placa que dice “Por los árboles de Mérida” y número de
registro de ONG. Mi celular suena y es Iliana.
- Me acabo de
enterar de lo que te pasó. Me acaba de hablar Nina, ¿fue Felipe Rioja?
- Felipe y
alguien más. ¿Dónde estás?
- Estoy en el
MP. Aquí estamos todos, Suárez, Bustamante, Gerardo y Julio. Claro, no hemos
visto a Felipe. Antes que preguntes, Eduardo sí trae seguridad, no te
preocupes. ¿Tú qué quieres hacer?
-Voy para
allá.
Docenas de abogados y
periodistas atestaban los pasillos. Julio Rioja daba entrevista con quien se
dejara, mientras que Jerónimo Suárez sólo podía pensar en el impacto que
tendría en las elecciones. Incluso Carlos Bustamante estaba nervioso mientras
Ponce rendía su declaración. Gerardo me confió que se había apegado a su
coartada original, lo que probablemente era mala idea. Nina no había querido
ayudarle, lo cual le ponía aún más nervioso. Esperamos pacientemente hasta que
terminara, pero eso tomó más de una hora. Iliana se sentó a mi lado y se apoyó
contra mí para poder dormir. Olía tan bien como recordaba. Aún cuando ambos
estábamos sumidos en la sórdida miseria, ella seguía oliendo bien, mientras que
yo apestaba a alcohol, sudor y basura.
- Tenerte
dormida en mis brazos siempre ha sido mi sueño. Aunque en mi sueño no había
estas sillas plásticas, ni estábamos en este corredor atestado de gente, mal
iluminado y poco ventilado.
- ¿Siempre
eres así de romántico?
- Sólo cuando
sufro de una contusión.
- ¿Crees que
pueda conservar mi trabajo después de todo este escándalo?
-
Absolutamente quizás.
- Momo el
cínico. No puedes mantenerme con tu salario de detective privado Momo, así que
ruega que conserve mi salario.- Eduardo apareció. De inmediato los reporteros
se lanzaron sobre él, pero los guardaespaldas los contuvieron en segundos.
- Ya está.-
Nos levantamos cuando se acercó a nosotros. Gerardo se acercó para escucharlo.-
A ver qué pasa. ¿Y a ti que te pasó?
- Un golpecito
en la cabeza, nada grave.
- Míralo por
este lado,-dijo Iliana.- Ya terminó el día. Mañana será otra cosa.
- Mañana será
peor. Nina no me cree. Ni me dejó entrar a la casa, quiere que duerma en un
hotel.
- Calma, Momo
encontrará a quien te está haciendo todo esto.- Dijo Gerardo.
El licenciado Suárez no le
dirigió la palabra, se limitó a seguirnos fuera del edificio. Al salir a las
escaleras nos encontramos con Felipe. Los guardaespaldas aún peleaban con los
reporteros. Sólo uno de ellos vio cuando sacó el arma. No le daría tiempo de
proteger a Ponce. Lo tomé del brazo y me lancé al suelo, usando mi peso para
moverlo. Fue justo a tiempo. El primer disparo le rasgó el brazo, pero estaría
bien. Los guardaespaldas comenzaron a disparar cuando Felipe jalaba el gatillo
de nuevo. Me acurruqué jalando a Eduardo fuera del peligro. Gerardo se tiró al
suelo gritando a todo pulmón, su zapato se clavó contra mis riñones. Cerramos
los ojos, como si eso fuera a mejorar las cosas. Algo líquido se estrelló
contra mi cara, no necesitaba verlo para poder oler la sangre. Un
guardaespaldas cayó de espaldas, una bala perforándole el cuello. Felipe fue
baleado finalmente y al hacer conteo de personas me helé. Al jalar a Eduardo la
bala que iba directo a su pecho, pegó contra Iliana, directo al estómago. Era
una cascada de sangre. Trataba de contenerla, pero dolía demasiado. La abracé
con todas mis fuerzas mientras su vida escapaba con cada aliento.
Iliana había muerto. Empapado en
su sangre y rojo de furia me lancé contra Eduardo Ponce a los golpes. Trató de
defenderse, pero le asesté un par de ganchos y unos golpes a la cara. Los
guardaespaldas y policías trataban de separarme, pero era un toro salvaje. Uno
de los policías me soltó un macanazo en las piernas, pero no me calmé hasta que
me esposaron y arrastraron al edificio. Entre los reporteros había un ejército
de peritos examinando cada centímetro. Soborné a un policía para que me quitara
las esposas y llamé a Omar Benítez, un amigo dentro del Ministerio Público.
Tenía todas las piezas en su lugar, le ofrecí el crédito a cambio de una
resolución expedita. Tenía que ser esa misma noche. Arrastraron a todos a una
de las salas de interrogación.
- Yo debería
estar en un hospital.- Dijo Eduardo, señalando su herida.
- Es solo un raspón.-
El licenciado Benítez, mi amigo del MP, cerró la puerta tras él y le puso
seguro.- Además, Momo tiene algo que decir.
- Gracias
licenciado.- Encendí un cigarro y los miré a todos.- Empecemos por el
principio. Eduardo estaba teniendo un amorío con Marina. No debería sorprender
a nadie, él siempre consigue lo que quiere. El único problema es que empezó
cuando trabajaban juntos en “Vestirte”, hasta le regalaba hadas de metal y de
plástico. El detalle está en que era menor de edad en ese momento. Eduardo
quiere detener la relación porque, como su esposa me dijo, cuando tiene algo se
aburre rápidamente.
- No tuve
ninguna relación con ella, éramos amigos.
- Sí, como
no.- Dijo Bustamante. Azoté la cabeza de Eduardo contra la mesa con todas mis
fuerzas y aclaré mi garganta.
- Otra
interrupción de esas y te reacomodo la mandíbula.
- Bueno, ¿qué
más?- Dijo Julio.
- Ponce se
cansa de la relación. Marina fue a la fiesta del domingo, Eduardo le rompe el
corazón y ella se va de la fiesta. Pero no va a casa, está en su camioneta
llorando. Después de todo, hablamos de una niña frágil y manipulable. Alguien
tomó ventaja de la situación. No fue violación, fue la oportunidad de lastimar
a Eduardo. Marina acepta, su rencor es tan grande que estaría dispuesta a
incriminarlo por violación. Le vieron salir de la fiesta a comprar hielo, así
que sabían la hora en que no tendría coartada. La otra persona era, por
supuesto, Gerardo Ponce. Su hermano le quitó a su novia, Nina, y le quitó su
oportunidad laboral. Siempre viviendo en su sombra, se cansó de soportarlo.
- ¿Hay alguna
evidencia?
- Claro que
la hay. Marina se asusta al ver el nivel de atención de los medios, es una niña
con un rencor, no lo hace en serio. Quiere olvidarse del asunto, pero Gerardo
no lo puede permitir. La asesina en el baño del Gran Café. Cuando yo hablé con
él se escuchaba un mitin del PAN. Su coartada era que estaba en el O’Horán.
Iliana me dijo que el PAN haría una mega caravana por todo Montejo, eso quiere
decir que empezaría por el remate de Montejo, en el Gran Café, y en ningún
momento pasaría por el O’Horán. Ahora la pregunta obvia es, ¿por qué Carlos
Bustamante lo ayudaría estableciendo una coartada?
- ¿Cuál coartada?- Protestó Bustamante. El
agente del MP le soltó un bofetón que lo dejó mudo.
- ¿Seguro que
quieres apegarte al guión? Yo no te lo recomendaría. Ayudaste en su coartada,
no porque fueras parte de los planes de Gerardo, sino porque tenías tus propios
planes. Es muy sencillo, Eduardo Ponce sale de su oficina luego de una
conversación al teléfono. Las secretarias lo describieron como nervioso,
cubriéndose la boca. ¿Quién sabría que Ponce había cometido estupro sino su
compañero de trabajo? Ponce te saltó, era tu turno y tú querías algo a cambio.
Chantaje. Dinero o evidencias de su infidelidad con una menor. Era un plan
brillante, pero se encontró con un problema, Gerardo. Él fue quien puso los
micrófonos, así se enteró del chantaje. Sólo así podía contar con un cómplice
en el que pudiera confiar. Chantajear al chantajista. Carlos no quiere hacerlo,
pero no tiene otra opción. Ahí es donde entra Felipe.- Julio se estremeció en
su silla. Había estado atento a cada momento, pero oír el nombre de su hijo lo
llenaba de un dolor indescriptible. En un solo día había perdido a sus hijos de
manera violenta, él quería justicia a toda costa, aún si su hijo era parte.-
Felipe se encargaba de la evidencia. Seguramente no gustaba que su hermanita
hubiese sido seducida por un hombre diez años más grande.
- No la
seduje, ella me sedujo a mí.- Ésta vez fue Julio quien lo silenció con un
golpe.
- Siga, por
favor.
- Muy bien,
entiendo que esto no sea fácil para usted, pero será mejor así. Felipe adquiría
la evidencia. Incluso hay un espacio en la ventana en que no puede bajar más,
dejando suficiente espacio para una cámara. Lo vi entrar a su casa y salir con
un paquete, el cual fue depositado en una casa que solía pertenecer a una ONG.
Una asociación para salvar a los árboles, ¿no te suena Carlos, como tu programa
de salvar los árboles de Mérida? Felipe no lo sabía, pero estaba siendo usado.
Al igual que Eduardo ambos fueron llamados de modo que no tuvieran coartada
posible. La misma premisa que la noche de la violación, hacerlo mientras nadie
lo ve de modo que no tenga coartada verificable.
- Usaron a mi
hijo para que matara a Ponce.
- Me temo que
sí. Bustamante lo defendió cuando yo lo tenía esquinado en el parque. Le
llenaron la cabeza de historias, de certezas, le dijeron dónde estaría y cómo
matarlo. Los guardaespaldas hicieron su parte y lo silenciaron para siempre.
- Todo
ajusta, es cierto, pero no puede ser real.- Dijo Gerardo.- Es imposible de
demostrar.
- Es muy
sencillo demostrarlo, los agentes pueden ir al O’Horán a preguntar si vieron a
Gerardo. Todos dirán que no. Tampoco estará en ninguna de las fotografías que
tomó y entregó a Jerónimo Suárez. Hay algo más. Cuando Nina me recibió, luego
de que Carlos me dejara fuera de combate, pude ver el baño y la regadera aún
con vapor. Ella me dijo que su marido la había usado. Eduardo me dijo que no
había estado en casa.
- Es cierto…
Gerardo, hijo de…- Entre el licenciado Benítez y yo lo detuvimos. Trató de
brincarse la mesa para matar a su hermano. Unos Caín y Abel, pero sin Abel.
- Cuando Nina
sepa lo que hiciste por ella te odiará para siempre. El amor es duro.- Gerardo
trató de atacarme, lo tomé del cuello y lo azoté a la mesa. Me acerqué a su
oído, temblando de furia.- Espero la hayas disfrutado, todo Hombre merece sus
treinta minutos de cielo, antes que el diablo sepa que estás muerto.
No dije nada más. No era
necesario. Eduardo confesó al estupro y a los siete meses de chantaje que había
estado soportando. Carlos fue el siguiente en quebrar, admitió el chantaje y la
elaboración de la coartada. El último fue Gerardo, quien chillaba con tanta
violencia que a los agentes les tomó dos horas sacarle su confesión.
Resentimiento, amor, celos, pasión, un cóctel peligroso. Nina lloró más por
Gerardo que por su marido. Jerónimo Suárez fue el primero en pedir que se le
quitara el fuero constitucional y fuera juzgado por estupro. El partido hizo lo
posible por olvidar el asunto y Suárez se contentó con echarlo definitivamente
de la política. Un mundo duro, donde hay perdón para el abusador de menores,
pero crueldad para gente como Julio, que en un día oscuro pierde su familia.
No hay comentarios :
Publicar un comentario