miércoles, 22 de julio de 2015

Absolutamente quizás

Absolutamente quizás
Por: Juan Sebastián Ohem

                No había pensado en ella en años. Regresó a mi vida para que arreglara la suya. No terminó así. Es un negocio sucio ser detective privado, pero es más sucia la política. Los políticos son como los pañales, deben ser cambiados periódicamente, y por la misma razón. La paga no era buena, pero se trataba de Iliana Uc, por ella lo habría hecho gratis. No fue muy específica, pero acudió a mí y no a alguna agencia prestigiosa, eso dijo mucho. Cuando acuden a mí quieren una de tres cosas, la verdad, quebrarle la cabeza a alguien o encubrir la verdad quebrándole la cabeza a alguien. Iliana no quería especificar cuál, pero habiendo políticos en el asunto me imaginé que no sería la primera.


                El sórdido asunto era sencillo en apariencia. El diputado del PRI Eduardo Ponce estaba siendo culpado de violación. Su fuero le parecía ahora el tesoro de los dioses. Los votantes pensarían distinto. Es época de elecciones y el diputado Ponce no se puede permitir la mala prensa. Más importante aún, el partido no se lo puede permitir. La presunta víctima es Marina Rioja, una de sus asistentes, una chica morena y hermosa de apenas 18 años. Marina argumenta que durante la fiesta del domingo el diputado entró a su camioneta y discutió con ella, Marina trató de bajarlo del auto, pero las cosas se tornaron violentas. La violó y le dejó un ojo morado como recuerdo. Mi trabajo era demostrar que Marina mentía. Como dije, es un asunto sucio.
- Eduardo no lo hizo, no pudo hacerlo. Es mi amigo.
- Iliana, ya pagaste mi depósito, así que no tienes que convencerme.- Había crecido, sus rulos ya no estaban, su rostro regordete había perdido la eterna sonrisa.
- Momo por favor no lo digas así.- Estaba cansada, pero seguía siendo atractiva.- Independientemente de que te pague o no.
- El depósito es para ayudarme a creer, el pago final es por un trabajo bien hecho. Dudo que se pueda hacer bien, más parece que estará sucio.
- Imposible, el licenciado Suárez me dejó incluirte en el asunto porque confía en que serás discreto.
- Descuida, seré silencioso,- dije, mientras encendía un cigarro.- pero no puedo decir lo mismo de Marina.
- La elección está en juego. El PAN ha estado concentrando sus fuerzas, tendrán una mega caravana por todo Montejo hasta un mitin en el siglo XXI, aprovecharán la ocasión para denunciar a Eduardo.
- ¿Y qué más me puedes decir de tu novio, además de que no violó a una niña de 18 años?
- No es mi novio, cortamos hace mucho, pero somos amigos. Es una buena persona, trabajó como director del programa “Vestirte” junto con Carlos Bustamante. Fue una sorpresa que el partido lo eligiera a él sobre Carlos, era su turno.
- No es el sujeto más querido, por lo que veo.
- Esto es política, nadie es querido.

                Estaban reunidos en el Ministerio Público. Marina era una morena delgada con ojos grandes, uno de ellos con un moretón enorme. Formalizó la denuncia palabra por palabra como lo había dicho desde un principio. Me presentó a Eduardo, un hombre guapo con nariz aguileña, a su esposa Nina Poot, una mujer delgada de baja estatura y buena figura, y a Gerardo Ponce, que parecía el doble de su hermano, pero con cabello rubio y nariz alargada. Eduardo se despidió rápidamente, tenía que hablar con la prensa.
- Es terrible.- Me confió Nina.- No sé qué pensar. Sospechaba que Eduardo me engañaba, pero pensé que eran inseguridades de recién casada.
- ¿No creerás que Eduardo haría algo así?- Preguntó Gerardo con un tono ofendido.
- No, claro que no. Esa niña quiere algo. Tiene que ayudarnos, ¿cómo dice que se llama?
- Mario Orson, pero dígame Momo.- Le convidé un cigarro y nos refugiamos bajo un árbol.
- No te preocupes Nina,- dijo Gerardo.- todo estará bien. Ya lo verás, Momo se asegurará de eso.
- Hablando de eso, ¿usted fue a la fiesta del domingo?
- Sí, estuve con Eduardo casi toda la noche.
- ¿También estaba Marina?
- Sí.
- Me fui a las doce y media. Por lo que me han contado la cosa está en que Eduardo salió a eso de la una a buscar hielo. Marina dice que aprovechó ese momento para entrar a su camioneta y violarla.
- ¿Qué hacía Marina ahí?
- Salió de la fiesta a medianoche. Yo pensé que ya se había ido, no sé qué estaría haciendo.- Nina jaló a Gerardo del brazo y señaló hacia Eduardo.
- Es el padre de Marina, Julio Rioja.- Dijo ella. Decidí acercarme, pero fue tarde, Julio le soltó un par de golpes en la cabeza que casi lo tiran al suelo. Los guardaespaldas los separaron, porque los reporteros querían que siguiera la pelea.
- He sido fiel al partido por más de veinte años, ¿cómo pudiste hacerme esto?- Los guardaespaldas lo silenciaron con un golpe a los riñones. Bajaron los escalones y ya estaban listos para tirarlo a la banqueta, cuando intercedí y me lo llevé del brazo.
- ¿Está bien? Parece que lo suavizaron.
- ¿Usted quién es?- Canas. Ojos cansados. Tiembla de nervios y trata de acomodarse los lentes sin éxito. Apenas me dedica una mirada, está más interesado en Eduardo Ponce.
- Momo.
- ¿Qué?
- No importa, estoy investigando el asunto por mi parte. ¿Cómo conoce a Eduardo Ponce?
- 20 años de servicio. Nina y yo hemos sido fieles hasta el fin. Nina se unió cuando tenía 16 años, y la verdad es que esos años en que trabajamos en el programa “vestirte” juntos, fueron nuestros mejores años.- Un joven se acercó corriendo, delgado pero con las cicatrices que evidencian su experiencia en los golpes. Era el hermano de Marina, Felipe.
- Papá, ¿qué te hicieron?- Checa los rayos rubios en las puntas. Checa el intento fallido de conseguir un mohicano. Checa el arete negro y rojo en la nariz.
- Estoy bien. Señor cómo-se-llame, éste es Felipe mi hijo.
- ¿También trabajaste en el PRI?- No es como su padre, me mira, me estudia, me calibra. Sus mediciones terminan y levanta su labio superior, no le caigo bien.
- No, esas tonterías eran para papá y Marina. Les dije que era una estupidez, él se hizo diputado y ellos nada.
- Soy asistente al coordinador de campaña de la ciudad de Mérida.- Anunció con orgullo.
- No pudiste detener a esa bestia cuando violó a Marina, no pudiste detenerlo frente a los reporteros, tú no eres nadie.
- ¿Y tú sí?- Lo tomé en curva. Antes no le caía bien, ahora me detesta.
- Ya verán, me las va a pagar.- Rabia en los ojos. Labios temblando.
- Discúlpelo, siempre ha sido algo impetuoso.

 Regresé con Iliana cuando Marina corrió hacia su padre, evitando la prensa. Me hubiera gustado hablar con ella, pero no frente a su padre. Era momento de visitar las oficinas, hablar con los invitados de la fiesta. Iliana no se veía bien, fumó en silencio, perdida en sus pensamientos. Alguien estaba mintiendo, la prensa haría un festín con ello.
- ¿Estás preocupada por la reacción de la prensa o por Eduardo?
- ¿Tú crees que hay diferencia?
- Quizás, si crees que Eduardo es algo más que… ¿cómo lo llamaste? Sólo un amigo.
- Ya no pienso en él de esa forma, está casado ahora.- Nerviosa, juega con sus uñas.- Además, lo nuestro fue hace siglos.
- ¿Hace siglos para él o hace siglos para ti?
- Me encanta cuando estás celoso.
- No pudo haber sido tanto tiempo, fui la primera persona en que pensaste al pedir ayuda.- No puedo evitar sonreír.- Me parece irónico, cuando me dejaste dijiste que no soportabas mi vida, lo que conlleva, toda la miseria, la deshonestidad y la violencia. Ahora trabajas para el PRI. Parece que tenías que compensar.
- Yo no te dejé, tú saliste corriendo con una maleta llena de dinero que acababas de robar y una rubia despampanante.
- No la robé, engañé a su dueño. No hubo violencia, a excepción de su nariz rota, pero según lo recuerdo él tenía un arma. Y por la rubia no te preocupes, nuestra relación tuvo partes buenas, ninguna de ellas su cabeza. No terminó bonito, pero así es el amor, rara vez acaba bien. Es bueno saber que tú y yo nunca acabamos de verdad.
- Acabamos lo suficiente Momo, acabamos lo suficiente.
- Absolutamente… Quizás.

                La oficina era todo lo que yo esperaba. Escritorios bajo montañas de papeles y fólders. Secretarias regordetas que arreglan sus uñas postizas con patrones de conejitos y lunitas. Una televisión portátil sobre una silla pasa las telenovelas, mientras que el guardia duerme la mona en el sillón. Algunas de las secretarias estuvieron en la fiesta, sus historias concuerdan. Marina llegó a las diez y media, rondó por ahí haciendo plática con los adultos. Nadie la tomó en serio. Los hermanos Ponce y la esposa de Eduardo llegaron desde temprano. Marina interrumpió un par de veces al matrimonio Ponce. Marina se va de la fiesta. Todos asumen que regresa a casa. Ella no tenía enemigos, Eduardo había sido amable al invitarla ser parte de su equipo. Un favor que el padre de Marina le agradecía infinitamente. Eduardo sale por hielo y regresa como si nada hubiera pasado. Quizás nada pasó. Quizás todo pasó.
- Así que éste es Momo, tú solución.- Jerónimo Suárez, desde el principio desagradable. Es gordo con poco cabello. Tiene una dentadura postiza y, al juzgar por sus hábitos, no la cuida. Tiene un ojo caído y otro demasiado saltón. Afeminado por completo. Una mujer horrible atrapada en el cuerpo de un hombre horrible.
- Licenciado, le aseguró que…
- Nada, nada. Yo sé qué hay que hacer. Ofrecerle dinero, es la única manera de que esto se vaya.
- Marina no quiere dinero.
- No me digas problemas Iliana, dime soluciones. Yo te diré un problema, Eduardo Ponce. Nunca debieron haberlo escogido a él. Carlos jamás hubiera tenido este problema, él sabe cuidarse. Ponce es un niño engreído. Si él no quiere pagarle a los Rioja, yo lo haré.
- No quieren dinero.- Todos me voltearon a ver cuando le interrumpí.- Me pagan para creer que Ponce es inocente, así que lo es. Eso quiere decir que Marina miente. Es cosa de saber dónde está su mentira, cuál es el hilo que, si se jala lo suficiente, tira todo el juego.
- Iliana, mañana quiero tener una cifra en mi oficina, la que sea. No espero mucho de ti Momo.
- La vida está llena de desengaños, qué se le va a hacer.- Se pone rojo. No quiere excitarse. Se da media vuelta y se va, azotando la puerta tras de él.
- Momo…- Celebridad al vapor. Las secres me explican lo que acabo de hacer. El clandestino jefe de bancada, mano de hierro y su palabra es ley. Gordito maricón.
- Parece que no es parte del club de fans de Eduardo. ¿Por qué la adoración con este Carlos Bustamante, es su chico de oro?
- No, pero lo prefiere a Eduardo. Antes del programa de donar ropa a los hospitales hizo un programa de reforestación que fue una maravilla. Ponce era el bonito, y a él no le gustan los bonitos.
- Me imagino.
- El partido pensó distinto. Ponce tiene un gran carisma, es un tipo que sabe lo que quiere y lo consigue. Hasta su esposa, anduvo con su hermano un tiempo, y la conquistó. Claro que ese tipo de cosas enojan a la gente.
- Hay que hablar con Bustamante.
- Él también estaba en la fiesta, pero ¿qué esperas que te diga?
- Una canción, y quiero ver si me gusta la tonada.- La regordeta mano de la secretaria me detiene. El licenciado no está.- ¿Y sabe dónde está?
- En el O’Horán. Salió con el licenciado Ponce, Gerardo me refiero, van a supervisar la entrega de ropa. Cargaron la camioneta con una docena de cajas. ¿Quiere dejar recado?
- No se moleste.

                Algo llama mi atención en la ventana. Felipe Rioja en la calle. Gorra en la cabeza y oculto entre los árboles. Lo identifico cuando voltea hacia las ventanas. Sé lo que busca. Se termina el cigarro y lo apaga nerviosamente. No me decido a bajar hasta que lo veo revisar la hora en su reloj y hacer su retirada, tratando desesperadamente  de no llamar la atención. Para cuando llego al auto lo tengo perdido. Doy de vueltas hasta que lo identifico por la gorra. Maneja una Caribe con la pintura gastada y luces azules en el suelo. Fácil de seguir por la ciudad. Mi instinto me dice que no va a la escuela.

                Lo sigo hasta su casa. Podría estar equivocado. Podría, pero no lo estoy. No entra a su casa por la puerta principal, primero se asegura que no haya nadie. Entra por una ventana y tarda un par de segundos en salir con un paquete en la mano. Me lleva hasta la Alemán, donde sale rápidamente del auto para dejar el paquete en el buzón de una de las casas. Me decido a esperar al nuevo dueño del paquete, cuando me habla Iliana. Nadie encuentra a Eduardo. Han llamado todos sus números, pero nadie sabe dónde está. Desapareció de la faz de la Tierra.
- No te preocupes, ya aparecerá.
- ¿Dónde estás Momo?
- Siguiendo una pista. Tengo que hablar con Gerardo de todas maneras, si no está con él puede estar tratando de calmarse, han sido un par de días muy tensos. Por cierto, no me diste el teléfono de Marina, me gustaría hablar con ella.
- Sí, han sido días difíciles, ojalá que esté bien. Te mando el número a tu cel, pero ya traté de marcarle y no contesta su celular. ¿Dónde estás?
- De camino a la oficina, ¿sigues ahí?
- Sí, ¿por qué?
- Porque hasta las mujeres inagotables como tú necesitan cenar.- No le doy tiempo de responder. Marco el número de Gerardo y tarda un poco en contestar. Cuando finalmente lo hace, su voz está ahogada por el ruido exterior. Suena como una manifestación.
- ¿Quién habla?- Grita y se hace escuchar por encima de los lemas del PAN.
- Es Momo, ¿puedes oírme?- Entró al auto bufando y el ruido desapareció.- Parece que estás en el mitin equivocado.
- Ni lo digas, están en todas partes. ¿Qué pasa?
- ¿Has visto a Eduardo? No lo encuentro.
- No, no lo he visto. Vine con Carlos al O’Horán y lo invité. No aceptó. ¿Por qué, qué pasa?
- Nada, curiosidad. ¿Qué tanto conoces a Marina?
- Lo mismo que los demás. Es trabajadora y leal. Es infantil y eso fastidia, pero es que es una niña.
- ¿Qué tal su hermano?
- Un verdadero rufián.
- ¿Marina no tiene fama de parrandera, quizás la hayan visto consumiendo algo?
- ¿Tratas de decir si era drogadicta? No, es absurdo. Su papá menos, su hermano quien sabe.- Le doy la oportunidad de conectar los puntos, de leer entrelíneas.- ¿Crees que quizás su hermano deba dinero y por eso se montó este espectáculo?
- Todo es posible.
- Yo me voy a la oficina, si quieres lo platicamos ahí.

                Regreso a la oficina. No porque quiera ver a Gerardo, sino porque quiero ver a Iliana. Compro unas tortas para cenar. Finge que no tiene hambre para que le ruegue. Me rehúso. Me río. Se ríe. Comemos juntos sin decir una palabra. Nuestros silencios interrumpidos por la televisión y el tecleo constante de las secretarias. Jerónimo Suárez se aparece un par de veces. Un torbellino de quejas y frustraciones. Nadie lo nota al entrar. Nadie lo nota al salir. Iliana está a punto de decir algo cuando entra Julio Rioja. Nadie sabe qué hacer. Histérico y furioso. Nudillos blancos por la tensión. Habla con las secretarias y toma asiento.
- Mi trabajo es complacer al lic. Suárez. Parece que no estoy haciendo un buen trabajo.- Iliana interrumpió nuestro silencio con completa naturalidad.- Aún así, me alegra que nos veamos de nuevo. La última vez… Bueno, ni siquiera empezamos de verdad.
- Sí, que a Marina la violaran fue lo mejor que nos ha pasado.
- Tienes un sentido del humor muy negro. Y no fue violación, pagué el depósito ¿recuerdas?
- Ah, es cierto. De todos modos, con o sin depósito hay un juego raro.- Julio Rioja me leyó la mente. Entró a la oficina azotando la puerta.
- ¿Le puedo ayudar en algo?
- Puede empezar por decirme dónde están mis hijos.
- Si no sabe dónde está Felipe, o dónde ha estado, entonces será mejor que no lo sepa.- Me empujó para ir a las oficinas y cubículos, mientras las secretarias trataban de convencerlo que sus hijos no estaban aquí.
- ¡No lo van a creer!- Gerardo entró pálido. Estuvo a punto de hablar, cuando vio a Julio. Después de él entró Jerónimo Suárez. Se llevó a Julio del brazo hasta el fondo del edificio para darle las malas noticias.- Marina está muerta.
- ¿Cómo pasó?
- No sabemos bien. Suárez me acaba de informar. La encontraron en el baño del Gran Café. Ahorcada. Nadie parece haber visto algo útil, había mucha gente. El asesino cerró la puerta con llave, pero los empleados la abrieron. ¿Dónde está mi hermano? Esto acaba de empeorar.
- No lo encontramos todavía.- Julio gritó. Lágrimas cayendo como catarata. Tembló hasta caer al suelo. Suárez lo levantó como pudo y lo fue llevando hasta la puerta. Le dio indicaciones a uno de sus ayudantes a que lo llevaran a casa.
- Encontramos a Ponce porque lo encontramos. Angélica, ¿tú lo viste cuando se fue?
- Sí, hace muchas horas.- El licenciado Suárez urgió a la secretaria a que dijera más.- No sé, déjeme pensar. Lo vi hablando por teléfono, tenía la puerta abierta.
- ¿Con quién hablaba?
- No sé. Se tapó la boca para hablar, parecía preocupado. Sí, estaba muy nervioso al salir.
- ¿Y qué parte de tu limitado cerebro te dijo que era buena idea omitir todo eso cuando te pregunté dónde estaba?- Se disculpó mil veces, pero el daño estaba hecho.
- Licenciado, es absurdo lo que está pensando.- Dijo Gerardo.- El verdadero violador la debió haber asesinado.
- ¿De qué hablas Gerardo? Me vale un pepino si la violó o no, o si la mató, lo que importa ahora es controlar el daño político. Lo acusan de violar a una chica, luego la demandante es asesinada. Cualquier idiota se da cuenta del problema. ¿Cómo explicas su actitud nerviosa antes de salir?
- No sé, pudo ser algo familiar. Quizás se tapaba la boca para hablar porque no escuchaba bien, usted sabe que los teléfonos a veces fallan.- Eso me dio una idea. Tomé el teléfono de Eduardo y levanté la bocina, había un poco de estática. Había visto eso antes.
- Momo, ¿qué ocurre?
- Ven, creo que el teléfono tiene algo.- Abrí el teléfono a golpes y encontré lo que buscaba.- Micrófonos. Este teléfono tiene escuchas. Seguramente han intervenido todos los teléfonos.
- ¡Espionaje!- Gritó Suárez.- Esa rata traicionera. Además de violador, espía.
- Presunto violador.
- Sí, presunto. Presunto asesino y presunto espía.
- Me acaban de avisar.- Carlos Bustamante. Corpulento. Moreno. Parcialmente calvo y con arrugas precoces. Sacó una cámara digital de su bolsillo y se la mostró al licenciado Suárez.- Vine para traerle las fotos del asunto en el O’Horán cuando Ángela me dijo todo. ¿Qué más ha pasado?
- Escuchas en los teléfonos. Revisa tu teléfono y todos los demás. Hay que contener daños. Y tú,- dijo refiriéndose a mí.- Se supone que estás aquí para contener los problemas, no multiplicarlos.
- ¿Quiere que regrese el micrófono al teléfono? Con gusto. Pero no puedo devolverle la vida a Marina. Me voy.
- ¿Adónde cree que va?
- A hacer mí trabajo. Ustedes pueden con los micrófonos, yo tengo que hacer una visita a la casa de los Rioja.
- Te acompaño.- Dijo Bustamante.- La familia ha trabajado tantos años con nosotros que me siento en deuda.
- Vamos en mi auto.- Felipe Rioja me había enseñado el camino, pero dejé que Bustamante me guiara. En el trayecto habló de Julio Rioja y su trabajo en el partido. Marina había encontrado la manera de conectar con su padre, el trabajo de voluntaria.- Nada mal, apenas tenía 18 y ya era asistente personal de un diputado local.
- Diputado plurinominal. Pero sí, muy impresionante.
- Es curioso como Marina llegó más alto que tú, aunque supongo que ahora que Ponce está fuera de la jugada, tú serás el nuevo diputado.
- No contaría con ello. Mi prima también trabaja en el PRI y ha escuchado que están considerando poner al licenciado Suárez. La verdad no me gustaría ser diputado. Demasiadas responsabilidades políticas, no señor, ni por todo el dinero del mundo.
- ¿Ni por todo el dinero de un diputado? No nos engañemos, hay mucho dinero en juego.
- Se necesita una personalidad como la de Eduardo, yo no la tengo. Él ve algo y lo tiene. Además, los diputados son demasiado visibles, te haces de enemigos y te atacan, igual que a Eduardo.
- Sí, en eso estaba pensando. Enemigos de Ponce… Parece que hay muchos.- Entendió mi indirecta. Grande como una casa. Me miró con desprecio sin decir nada. Una niña muerta. Acostada contra un excusado sucio en el baño de un café. Habíamos pasado oficialmente la línea de diplomacia. Ya no quedaba lugar para las medias tintas y las insinuaciones.
- No soy su mejor amigo, lo admito. Me pasaron por encima, era mi turno de ser diputado. Pero así es esto, es política. El que crea que estaría dispuesto a lastimar a una niñita de 18 años para satisfacer mi ego adolorido es el peor de los insultos. ¿Realmente cree que alguien como Ponce no sería capaz de violar a una chica?
- Me pagan para creer que es inocente.
- ¿Qué tanto dura esa ceguera? No puede seguir fingiendo para siempre. Tarde o temprano verá a Ponce como lo que es, un sospechoso. No creo que lo haya hecho, pero no me parece imposible.

                Todo era lágrimas en la casa de los Rioja. Julio había colocado la fotografía de su hija a un lado de la fotografía de su esposa, fallecida hacía más de tres años. Carlos se sentó a un lado de Julio y lloró con él. Felipe estaba ahí, apoyado contra la pared y mordiéndose las uñas. Una de sus tías le hacía conversación, él no escuchaba. Ubiqué la habitación de Marina y me encerré. Colección de ositos de peluche. Colección de revistas de modas. Colección de posters de sus artistas favoritos. Un universo de distancia del mundo del PRI. Aquí no había preocupaciones, ni cerros de papeles. Comenzó una ligera lluvia y traté de cerrar la ventana, pero no pude cerrarla del todo, quedaba trabada a treinta centímetros del marco, sin importar cuánto trataba de bajarla.
- Momo.- Julio Rioja entró y se sentó en la cama. Me encendí un cigarro y le convidé otro.- Debajo de la cama es donde mi hija guardaba su cenicero y sus cigarros.
- Lamento su pérdida señor Rioja.- Conocía bien a su hija. Me levanté del suelo con el cenicero en la mano.
- Carlos me dice que le pagan para limpiar los desastres de Ponce.
- Carlos le dice mal. No me gusta el homicidio, mucho menos cuando se trata de una niña.
- Tiene que entender, la violaron. Ayer la encontré acurrucada en el suelo, aquí mismo. Su ojo morado estaba hinchado y le costaba trabajo abrirlo. No me lo quería decir, le daba pena.- Guardó silencio un momento hasta que me tomó del brazo.- Encuentre al hijo de perra que lastimó a mi Marina, eso es todo lo que le quiero decir.
- Lo haré, pero tiene que dejarme trabajar.- Me levanté, sin saber qué hacer. Me apoyé contra un librero y accidentalmente tiré una caja al suelo. La caja estaba repleta de figuritas de pequeñas hadas, algunas de metal y otras de plástico barato.
- Ponce le regaló las hadas, sabía que a mi hija le encantaban. Sé que no me cree, le pagan para pensar que Ponce es un ángel.
- Nadie dijo que…- Felipe me interrumpió al irrumpir a la habitación.
- ¿Porqué hablas con este bueno para nada? Sabemos quién la violó y sabemos quién la mató.
- No es tan sencillo hijo.
- Sí, sí lo es.- Se dio media vuelta y se fue. Julio fue más inteligente que yo, no salió tras él, en vez de eso corrió a su habitación. Buscó en todos los cajones, revolviendo todo hasta que se dio por vencido.
- Momo, no encuentro mi arma.
- No se preocupe, yo sé dónde está.

                No me molesté en despedirme. Carlos quiso quedarse con la familia. Empezaban a llegar patrullas para hacer las investigaciones preliminares. Llegaban tarde. Sabía adónde se dirigía el chico. Hablé con Iliana para que me diera la ruta más rápida para llegar a casa de Eduardo Ponce. Recogí a Iliana de camino.
- Este es el peor día de mi carrera.
- Será peor si no llegamos a tiempo. Felipe es un peligro hasta para sí mismo.
- ¿Tú crees que Eduardo la mató? No sé si el depósito cubra eso.
- No lo hace. Lo pudo haber hecho, tuvo el móvil y la oportunidad. Quizás salió nervioso porque Marina habló con él, amenazándole de mil formas. Aún así hay cosas que no me cuadran, como los micrófonos ocultos. ¿Si vendía información confidencial al PAN, Marina estaba involucrada?
- Vamos, es sólo una niña.
- Era. Y me das la razón. Una niña es fácil de manipular, fácil de engañar. Pero si Eduardo vende información, ¿qué papel juega Felipe? En la tarde, mientras Marina se veía con su asesino, seguí a Felipe. Bastante sospechoso, por decir lo menos, pero ¿sospechoso de qué exactamente?
- Quizás no hubo violación. Es difícil de creer, pero pudo haberse conseguido el ojo morado haciendo algo más. No se lo puede decir a su padre y se inventa la historia de la violación.
- Puede ser. No hay que olvidar que Eduardo lleva desaparecido mucho tiempo, podría estar muerto.- Iliana no lo había pensado. Instintivamente se dobló contra la ventanilla, tenía miedo.- Iliana, mírame.
- ¿Qué?
- Mírame.
- Te estoy mirando, ¿Qué pasa?
- Todo va a estar bien. Incluso si todo sale mal, todo estará bien. Es sólo un trabajo, eres buena en ello, tú no estás en peligro.- No sé porqué lo dije. Quería protegerla. Quería abrazarla. Quería tenerla. Me tomó de la mano y suspiró. No dijimos nada hasta llegar a la mansión de Ponce. Una residencia de una cuadra en San Ramón Norte. No había señales de Felipe, pero tampoco de Ponce. Iliana tocó el timbre y Nina Poot de inmediato abrió la puerta. Gerardo y ella esperaban en el jardín delantero a que llegara Eduardo.
- Nina, ¿no saben nada?- Nina la abrazó. Podía verlo en sus ojos, esperaba que estuviera muerto.
- Nada,-contestó Gerardo mientras fumaba ansiosamente.- la policía ha hablado, quieren hablar con él de inmediato. Es claro lo que está pasando, el asesino lo planeó de esta manera.
- Gerardo, por Dios.- Interrumpió Nina.- Nadie quiere pensar lo peor, pero tus teorías de la conspiración tampoco me ayudan.
- Ésta mañana estaba confundida señora, ¿sigue en el mismo estado mental?
- No sé. Pues supongo que “no sé” es signo de confusión, ¿no es cierto?- Trató de sonreír, pero no pudo.- Una mujer sabe cuando su hombre le miente. Mire este anillo.- Un anillo de oro blanco con diamantes por todas partes. No lo tenía en el dedo, sino en su bolsillo.- Regalos costosos y malas excusas. Algo ha estado mal por mucho tiempo.
- Nina, por favor, ni siquiera lo pienses. Mi hermano no es así.
- ¡Gerardo, por el amor de Dios!
- Miren.- Interrumpió Iliana. Abrió la puerta y lo vieron llegar a casa en su Pontiac.
-Está vivo, gracias a Dios.

Eduardo parecía sorprendido de vernos. Bajó nerviosamente del auto y se quedó en la puerta, esperando una explicación. Él va primero. Salió a devolver unas películas y a relajarse un poco, luego del estrés de los últimos días. Incluso Gerardo encontró esa excusa insuficiente e inverosímil. Cuando se enteró de la muerte de Marina se sentó a llorar. Nina iba a abrazarlo, pero lo pensó dos veces. Habría que hablar con la policía, eso era seguro. Le estaban buscando por todas partes. Eduardo no era tonto, sabía que era el sospechoso principal. Pánico invadió sus sentidos. Corría en círculos, golpeaba cosas, finalmente se aferró a su esposa y le rogó. Le suplicó que le escondiera, que le diera tiempo de pensar lo que iba a decirles. Nina lo miró fijamente, confusión en sus ojos, y se negó. Nos tomó por sorpresa a todos.
- Si va a la policía ahora,- me dijo Gerardo.- existe la posibilidad de que lo encierren. Al menos hasta que se decida qué hacer con su fuero.
- En ese caso…- Olvidé lo que iba a  decir viendo hacia el parque. Entre los árboles pude adivinar una figura. La Caribe de Felipe estaba estacionada al fondo del parque, el vándalo no estaba lejos.- Tengo una cita romántica en el parque.
- Quiero hablar con Suárez.- Dijo Iliana.- ¿Me llevas o me lleva Gerardo?
- Yo me quedo aquí, quiero estar con mi hermano.
- Mala suerte preciosa, parece que tomarás un taxi.

                Recorrí el parque desde la orilla, esperando encontrarme con Felipe el vándalo. No traía mi arma, pero tenía mi cuchillo. Al llegar hasta su auto me acerqué para ver si estaba dentro. Fue un error. Felipe contaba con eso. Lo subestimé. Sentí el cañón de la 9 milímetros en mi espalda antes que pudiera defenderme.
- Suelta el cuchillo. Ésta es la segunda vez en el día que te interesas por mi auto.
- ¿Qué había en el sobre?
- No te importa, ahora suelta el cuchillo abuelo.
- Niño, te voy a reventar el cráneo.
- ¡Suelta el cuchillo!- Azoté el cuchillo contra el techo del auto y, aprovechando la distracción me di vuelta soltándole un golpe en el brazo. Le arranqué la pistola de las manos y la usé para abofetearlo.
- Nunca apuntes a una persona desde tan cerca.- Felipe contuvo un grito de dolor, sosteniéndose le lado izquierdo del rostro, como si se le fuera a caer por el golpe.- Ahora vamos a jugar un juego, yo pregunto y tú respondes. Si no me gusta lo que escucho te remodelaré la nariz a golpes.
- Yo no maté a mi hermana.
- Eso ya lo sé Einstein. Te estaba siguiendo cuando tu hermana fue asesinada. Pero eso no te hace inocente.

Estaba tan interesado en golpearlo que no sentí la presencia de la otra persona. Logró acercarse sin hacer ruido. Escuché su pisada justo detrás de mí. No tuve tiempo de voltear. Me golpeó con la culata de una pistola. Al principio no sentí dolor, únicamente un extraño silencio en la inmensidad de un negro sin fondo. Mis pensamientos se habían detenido casi por completo. Antes de perder el conocimiento me pregunté si Marina había visto aquella negrura.

Algo lame mi rostro. Mi cuerpo está reaccionando, mi mente sigue en neutral. Abro los ojos y asusto a una zarigüeya. Estoy entre basura, escondido bajo escombro y cartón. La cabeza me retumba y todo mi cuerpo grita de dolor. Extraño la negrura de la nada. Mi reloj marca las 12:30 de la noche. He estado fuera por dos horas. Me levanto poco a poco, empujando la basura que me encierra. Trato de gritar de dolor, pero me duele respirar. Estoy al fondo del parque, alrededor de basureros. Iluminado débilmente por las farolas camino hacia la casa de los Ponce. Nina me mira por la cámara y corre para abrirme. Se asusta por mi aspecto, trato de calmarla, me siento peor de lo que me veo. Me lleva del brazo hasta una salita escondida a un lado de las escaleras donde tiene su kit de primeros auxilios. La herida no es grave, la contusión es terrible. Nina me da la mejor cura, una botella de tequila y aspirinas.
- ¿Felipe Rioja te hizo esto? Entonces estaba esperando a mi marido… Tenemos que avisarle.
- ¿Dónde está?- Me levanté para subir las escaleras, pero me detuvo.
- Se acaba de ir.- Dijo señalando el vapor que salía del baño.- Se fue al Ministerio Público.
- ¿Porqué no fuiste con él?- Me senté en los escalones para dar otro buen trago al tequila.- Has estado rara todo el día. Hay algo que sabes, que yo debería saber.
- No, para nada.
- No era pregunta.
- Es difícil y vergonzoso para mí. Quiero creer en Eduardo, pero algo en mí me dice que miente.
- Eso es seguro, ¿sobre qué crees que mienta?
- Creo que tuvo un amorío. Una esposa se da cuenta de eso. Así es él, siempre tiene que lo quiere, y después se aburre.
- ¿Crees que se aburrió de Marina?
- Mi marido no es ningún asesino, eso sí lo tengo claro.
- Hable con su marido, dígale que se quede dentro del Ministerio y que lleve guardaespaldas.
- ¿Usted qué hará?
- Satisfacer mi curiosidad.

                Quiero hacer una parada antes de ir al Ministerio Público. Quiero probar mi suerte. Manejo hasta donde Felipe me llevó en la tarde. Reviso en el buzón, ya no hay nada. Debí suponerlo. No tengo tanta suerte. La casa está abandonada. Pastizales crecen en el garaje y telarañas cubren la puerta principal. Cuando estaba habitada no era una casa particular, tiene una placa que dice “Por los árboles de Mérida” y número de registro de ONG. Mi celular suena y es Iliana.
- Me acabo de enterar de lo que te pasó. Me acaba de hablar Nina, ¿fue Felipe Rioja?
- Felipe y alguien más. ¿Dónde estás?
- Estoy en el MP. Aquí estamos todos, Suárez, Bustamante, Gerardo y Julio. Claro, no hemos visto a Felipe. Antes que preguntes, Eduardo sí trae seguridad, no te preocupes. ¿Tú qué quieres hacer?
-Voy para allá.

                Docenas de abogados y periodistas atestaban los pasillos. Julio Rioja daba entrevista con quien se dejara, mientras que Jerónimo Suárez sólo podía pensar en el impacto que tendría en las elecciones. Incluso Carlos Bustamante estaba nervioso mientras Ponce rendía su declaración. Gerardo me confió que se había apegado a su coartada original, lo que probablemente era mala idea. Nina no había querido ayudarle, lo cual le ponía aún más nervioso. Esperamos pacientemente hasta que terminara, pero eso tomó más de una hora. Iliana se sentó a mi lado y se apoyó contra mí para poder dormir. Olía tan bien como recordaba. Aún cuando ambos estábamos sumidos en la sórdida miseria, ella seguía oliendo bien, mientras que yo apestaba a alcohol, sudor y basura.
- Tenerte dormida en mis brazos siempre ha sido mi sueño. Aunque en mi sueño no había estas sillas plásticas, ni estábamos en este corredor atestado de gente, mal iluminado y poco ventilado.
- ¿Siempre eres así de romántico?
- Sólo cuando sufro de una contusión.
- ¿Crees que pueda conservar mi trabajo después de todo este escándalo?
- Absolutamente quizás.
- Momo el cínico. No puedes mantenerme con tu salario de detective privado Momo, así que ruega que conserve mi salario.- Eduardo apareció. De inmediato los reporteros se lanzaron sobre él, pero los guardaespaldas los contuvieron en segundos.
- Ya está.- Nos levantamos cuando se acercó a nosotros. Gerardo se acercó para escucharlo.- A ver qué pasa. ¿Y a ti que te pasó?
- Un golpecito en la cabeza, nada grave.
- Míralo por este lado,-dijo Iliana.- Ya terminó el día. Mañana será otra cosa.
- Mañana será peor. Nina no me cree. Ni me dejó entrar a la casa, quiere que duerma en un hotel.
- Calma, Momo encontrará a quien te está haciendo todo esto.- Dijo Gerardo.

                El licenciado Suárez no le dirigió la palabra, se limitó a seguirnos fuera del edificio. Al salir a las escaleras nos encontramos con Felipe. Los guardaespaldas aún peleaban con los reporteros. Sólo uno de ellos vio cuando sacó el arma. No le daría tiempo de proteger a Ponce. Lo tomé del brazo y me lancé al suelo, usando mi peso para moverlo. Fue justo a tiempo. El primer disparo le rasgó el brazo, pero estaría bien. Los guardaespaldas comenzaron a disparar cuando Felipe jalaba el gatillo de nuevo. Me acurruqué jalando a Eduardo fuera del peligro. Gerardo se tiró al suelo gritando a todo pulmón, su zapato se clavó contra mis riñones. Cerramos los ojos, como si eso fuera a mejorar las cosas. Algo líquido se estrelló contra mi cara, no necesitaba verlo para poder oler la sangre. Un guardaespaldas cayó de espaldas, una bala perforándole el cuello. Felipe fue baleado finalmente y al hacer conteo de personas me helé. Al jalar a Eduardo la bala que iba directo a su pecho, pegó contra Iliana, directo al estómago. Era una cascada de sangre. Trataba de contenerla, pero dolía demasiado. La abracé con todas mis fuerzas mientras su vida escapaba con cada aliento.

                Iliana había muerto. Empapado en su sangre y rojo de furia me lancé contra Eduardo Ponce a los golpes. Trató de defenderse, pero le asesté un par de ganchos y unos golpes a la cara. Los guardaespaldas y policías trataban de separarme, pero era un toro salvaje. Uno de los policías me soltó un macanazo en las piernas, pero no me calmé hasta que me esposaron y arrastraron al edificio. Entre los reporteros había un ejército de peritos examinando cada centímetro. Soborné a un policía para que me quitara las esposas y llamé a Omar Benítez, un amigo dentro del Ministerio Público. Tenía todas las piezas en su lugar, le ofrecí el crédito a cambio de una resolución expedita. Tenía que ser esa misma noche. Arrastraron a todos a una de las salas de interrogación.
- Yo debería estar en un hospital.- Dijo Eduardo, señalando su herida.
- Es solo un raspón.- El licenciado Benítez, mi amigo del MP, cerró la puerta tras él y le puso seguro.- Además, Momo tiene algo que decir.
- Gracias licenciado.- Encendí un cigarro y los miré a todos.- Empecemos por el principio. Eduardo estaba teniendo un amorío con Marina. No debería sorprender a nadie, él siempre consigue lo que quiere. El único problema es que empezó cuando trabajaban juntos en “Vestirte”, hasta le regalaba hadas de metal y de plástico. El detalle está en que era menor de edad en ese momento. Eduardo quiere detener la relación porque, como su esposa me dijo, cuando tiene algo se aburre rápidamente.
- No tuve ninguna relación con ella, éramos amigos.
- Sí, como no.- Dijo Bustamante. Azoté la cabeza de Eduardo contra la mesa con todas mis fuerzas y aclaré mi garganta.
- Otra interrupción de esas y te reacomodo la mandíbula.
- Bueno, ¿qué más?- Dijo Julio.
- Ponce se cansa de la relación. Marina fue a la fiesta del domingo, Eduardo le rompe el corazón y ella se va de la fiesta. Pero no va a casa, está en su camioneta llorando. Después de todo, hablamos de una niña frágil y manipulable. Alguien tomó ventaja de la situación. No fue violación, fue la oportunidad de lastimar a Eduardo. Marina acepta, su rencor es tan grande que estaría dispuesta a incriminarlo por violación. Le vieron salir de la fiesta a comprar hielo, así que sabían la hora en que no tendría coartada. La otra persona era, por supuesto, Gerardo Ponce. Su hermano le quitó a su novia, Nina, y le quitó su oportunidad laboral. Siempre viviendo en su sombra, se cansó de soportarlo.
- ¿Hay alguna evidencia?
- Claro que la hay. Marina se asusta al ver el nivel de atención de los medios, es una niña con un rencor, no lo hace en serio. Quiere olvidarse del asunto, pero Gerardo no lo puede permitir. La asesina en el baño del Gran Café. Cuando yo hablé con él se escuchaba un mitin del PAN. Su coartada era que estaba en el O’Horán. Iliana me dijo que el PAN haría una mega caravana por todo Montejo, eso quiere decir que empezaría por el remate de Montejo, en el Gran Café, y en ningún momento pasaría por el O’Horán. Ahora la pregunta obvia es, ¿por qué Carlos Bustamante lo ayudaría estableciendo una coartada?
-  ¿Cuál coartada?- Protestó Bustamante. El agente del MP le soltó un bofetón que lo dejó mudo.
- ¿Seguro que quieres apegarte al guión? Yo no te lo recomendaría. Ayudaste en su coartada, no porque fueras parte de los planes de Gerardo, sino porque tenías tus propios planes. Es muy sencillo, Eduardo Ponce sale de su oficina luego de una conversación al teléfono. Las secretarias lo describieron como nervioso, cubriéndose la boca. ¿Quién sabría que Ponce había cometido estupro sino su compañero de trabajo? Ponce te saltó, era tu turno y tú querías algo a cambio. Chantaje. Dinero o evidencias de su infidelidad con una menor. Era un plan brillante, pero se encontró con un problema, Gerardo. Él fue quien puso los micrófonos, así se enteró del chantaje. Sólo así podía contar con un cómplice en el que pudiera confiar. Chantajear al chantajista. Carlos no quiere hacerlo, pero no tiene otra opción. Ahí es donde entra Felipe.- Julio se estremeció en su silla. Había estado atento a cada momento, pero oír el nombre de su hijo lo llenaba de un dolor indescriptible. En un solo día había perdido a sus hijos de manera violenta, él quería justicia a toda costa, aún si su hijo era parte.- Felipe se encargaba de la evidencia. Seguramente no gustaba que su hermanita hubiese sido seducida por un hombre diez años más grande.
- No la seduje, ella me sedujo a mí.- Ésta vez fue Julio quien lo silenció con un golpe.
- Siga, por favor.
- Muy bien, entiendo que esto no sea fácil para usted, pero será mejor así. Felipe adquiría la evidencia. Incluso hay un espacio en la ventana en que no puede bajar más, dejando suficiente espacio para una cámara. Lo vi entrar a su casa y salir con un paquete, el cual fue depositado en una casa que solía pertenecer a una ONG. Una asociación para salvar a los árboles, ¿no te suena Carlos, como tu programa de salvar los árboles de Mérida? Felipe no lo sabía, pero estaba siendo usado. Al igual que Eduardo ambos fueron llamados de modo que no tuvieran coartada posible. La misma premisa que la noche de la violación, hacerlo mientras nadie lo ve de modo que no tenga coartada verificable.
- Usaron a mi hijo para que matara a Ponce.
- Me temo que sí. Bustamante lo defendió cuando yo lo tenía esquinado en el parque. Le llenaron la cabeza de historias, de certezas, le dijeron dónde estaría y cómo matarlo. Los guardaespaldas hicieron su parte y lo silenciaron para siempre.
- Todo ajusta, es cierto, pero no puede ser real.- Dijo Gerardo.- Es imposible de demostrar.
- Es muy sencillo demostrarlo, los agentes pueden ir al O’Horán a preguntar si vieron a Gerardo. Todos dirán que no. Tampoco estará en ninguna de las fotografías que tomó y entregó a Jerónimo Suárez. Hay algo más. Cuando Nina me recibió, luego de que Carlos me dejara fuera de combate, pude ver el baño y la regadera aún con vapor. Ella me dijo que su marido la había usado. Eduardo me dijo que no había estado en casa.
- Es cierto… Gerardo, hijo de…- Entre el licenciado Benítez y yo lo detuvimos. Trató de brincarse la mesa para matar a su hermano. Unos Caín y Abel, pero sin Abel.
- Cuando Nina sepa lo que hiciste por ella te odiará para siempre. El amor es duro.- Gerardo trató de atacarme, lo tomé del cuello y lo azoté a la mesa. Me acerqué a su oído, temblando de furia.- Espero la hayas disfrutado, todo Hombre merece sus treinta minutos de cielo, antes que el diablo sepa que estás muerto.

                No dije nada más. No era necesario. Eduardo confesó al estupro y a los siete meses de chantaje que había estado soportando. Carlos fue el siguiente en quebrar, admitió el chantaje y la elaboración de la coartada. El último fue Gerardo, quien chillaba con tanta violencia que a los agentes les tomó dos horas sacarle su confesión. Resentimiento, amor, celos, pasión, un cóctel peligroso. Nina lloró más por Gerardo que por su marido. Jerónimo Suárez fue el primero en pedir que se le quitara el fuero constitucional y fuera juzgado por estupro. El partido hizo lo posible por olvidar el asunto y Suárez se contentó con echarlo definitivamente de la política. Un mundo duro, donde hay perdón para el abusador de menores, pero crueldad para gente como Julio, que en un día oscuro pierde su familia.

                ¿Eduardo consideraba a Marina algo más que un trofeo? Absolutamente quizás. ¿Gerardo estaba motivado por amor encima de rencor? Absolutamente quizás. ¿Marina era parte del chantaje de Carlos Bustamante? Absolutamente Quizás. Hay cosas que simplemente nunca sabremos. Esa certeza absoluta de nunca estar seguros de nada es lo que corroe. En cuanto a Iliana, no hay mucho más que decir. Me regresó a su vida para que se la arreglase, y todo terminó mal. Nunca sabré si pudimos haber tenido algo. ¿La amaba? Absolutamente quizás. 

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