jueves, 23 de julio de 2015

Tul-Yuga

Tul-Yuga
Por: Juan Sebastián Ohem

337 días antes de Tul
            Afif Hadad cuidaba de los caballos del calfa, no era una distinción muy grande, ni su familia muy importante, pero al ser uno de los sirvientes que entraban en contacto con el calfa Gamal y su familia llevaba, en su turbante, una gema que podía valer más que su humilde casa. Se aseguraba, junto con otros sirvientes, que los caballos estuviesen lustrosos y preparados. Aquellos eran, después de todo, potente sementales del desierto. Todo el mundo sabía que los caballos yitianos eran los mejores caballos del mundo. El establo del calfa y la familia real era un majestuoso palacio para caballos. Rodeado por columnas en arcos de herradura tenía amplias y coloridas bóvedas con espaciosos campos para entrenarlos. Los caballos, pensó Afif, vivían tan aislados como la familia real, y estos a su vez estaban tan aislados como todos los demás calfas, pues a diferencia del imperio, la gente del desierto se dividía por tribus, calfas, y la unión era más espiritual que real. Eran todos hermanos, o así se decían. Descendían, después de todo, de Yith, el profeta. Adoraban todos a Chaugnar Faugn, el elefante gigante de largos marfiles que estaban tallados con todas las leyendas y mitos de la gente del desierto.
- ¡Afif!- Alaur entró corriendo, sosteniéndose el turbante y levantándose la túnica verde para no ensuciarla.- Prepara el carruaje de la princesa Qasima, hemos de ir por ella.
- ¿No te han dicho aún adónde viajarán?- Aluar señaló sus piedras verdes, era más bien un sirviente secundario.- Yo sé dónde encontrarla, he oído que mantiene un amorío.


            Prepararon el carruaje de metal pulido y de relieves y una larga sombrilla rosada por techo. Afif tenía razón, la joven Qasima, de 15 años, no estaba en el palacio. Los sirvientes a veces sabían más que las familias importantes, pues Hanan Gamar no sabía del amorío. Aunque, después de todo, tenía ocho hijos, cuatro hermanos con al menos cinco hijos cada uno. Y cada hijo tenía a su cargo algún aspecto de la ciudad que llevaba el nombre de su calfa, Gamal. La ciudad no era grande, estaba en un rincón, contra el mar y lejos de la ruta comercial. Sus minas, disputadas con los vampiros norteños, que a su vez eran disputadas con el imperio, no daban la suficiente riqueza. No vivían en el desierto, aunque sus edificios y ropas así lo pareciese. Ubicados en un cuerno tan al norte se encontraban en estepas que se transformaban e frondosos bosques al elevarse en montañas.

            Las plazas, verdaderos centros urbanos, tenían altas fuentes contra las paredes, repletas de azulejos y espejos. Los mosaicos de los murales y de las columnas que les franqueaban se añadía al tinte de las telas usadas y parecía un caleidoscopio de color. Afif y Aluar disfrutaban Gamal, no era una ciudad importante, pero era muy bella y la gente era decente y alegre. Los más ricos, quienes cultivaban shuggoth para el imperio, gustaban de pasearse con sus largas telas, siempre mostrando cuántas esposas podían mantener en una corte de hasta doce esposas, todas vestidas de los pies a la cabeza. El barrio de Armalan, su objetivo final, era el epicentro del arte. Los vampiros, con su arrogancia habitual, se sentían dueños del arte, pero los yitianos siempre habían conservado un orgullo nacional por sus obras en mosaicos, sus patrones geométricos y sus coloridos edificios. Conocían poco de las estatuas, Yith rara vez era representado, y aunque había bustos de hombres ilustres la gente del desierto prefería los tapetes y tapices, la clase de cosas que tienen cabida en su estilo de vida, pues muchos eran errabundos. Aluar tocó la pesada puerta de madera. Tenía un color rojo brillante y el marco estaba decorado por una infinidad de pequeños mosaicos con patrones geométricos. Un muchacho se asomó en el piso de arriba. Esperaron pacientes unos minutos hasta que salió Qasima Gamal. Subió a la carroza y se echó a llorar. Los sirvientes se miraron nerviosos. Aluar le señaló la gema en el turbante, si alguien podía hablar con ella, era él.
- Qasima, la más hermosa de las hijas del calfa, ¿qué te hace llorar?- No era una exageración, rodeada de su pañuelo se encontraba un rostro blanco como la leche y muy hermoso.
- Mi padre ha arreglado para que yo me case con el sobrino de un calfa. Anwar Ash-Gali.
- Los Ash-Gali, la tribu más poderosa.- Dijo Aluar, como un reflejo.
- He venido a despedirme de mi artista. Mi hermano está en la misma posición. Umar se casará con Nadya Baradur, la hija de calfa. Llévenme a mi palacio, no tiene sentido huir de lo inevitable.

            Los sirvientes bajaron la cabeza y siguieron sus instrucciones. El palacio, de columnas de plata, inmensos arcos de herradura en color dorado y complejos vitrales geométricos se le antojaba a ellos como el mayor de los lujos, pero para la joven Qasima era una prisión. Regresaron al establo real, guardaron la carroza en su lugar y dejaron que el caballo pastara. Afif y Aluar se prepararon un cigarro, aún faltaba para alimentar a los animales. Gustaban rociar, tan solo un poco, de aceite de shuggoth a los cigarros, para darse ánimos.
- ¿Sabes lo que esos drarios hacen con los shuggoth? El imperio los compra para sacarles sus jugos. ¿Les has visto de cerca? Animales horribles.- Afif señaló el techo, había uno allí. Eran criaturas gelatinosas, repletas de tentáculos que la gente del desierto sabía cuidar para que no creciesen descomunalmente. Eran fuertes, cuando crecían, fáciles de entranar. Aluar lanzó un alarido de temor.
- Tranquilo, come ratones y bichos. No hace nada. Es mi mascota, espero que engorde un poco más, que esa gelatinosa capa amarilla en su centro se haga una coraza para venderlo por algunas rupias. Siempre hay imperiales dando de vueltas, los drarios pagan muy bien por ellos. Esta tribu prácticamente vive de eso.
- ¿No se te hace raro Afif? Las tribus estamos muy desunidas. Yith nos mantiene unidos, tiene un ojo para cada uno de nosotros, sagrado sea su nombre.
- Sagrado sea su nombre.
- Los Ash-Gali son la tribu más importante, seguida de los Baradur. ¿Qué regalos podría ofrecer nuestro sabio calfa? Casar a un sobrino es una cosa, y Qasima es la mujer más bella en esta parte del mundo. ¿Pero la hija del calfa Baradur? Una hija, eso es cosa seria.
- He oído rumores.- La voz le sobresaltó. Era la mujer que a diario vendía higos y comidas en una canasta. Se había metido al establo, como todos los días, para admirar a los caballos. Hoy, sin embargo, no traía a su marido.
- Pero mujer, ¿dónde está tu hombre, qué pensará él de nosotros? Sabes que está mal visto que una mujer hable así con dos hombres. Más aún con Afif, quien tiene descubierto el pecho.- Aluar lo pensó un poco y le urgió a seguir hablando.- Pero habla, ya que estás aquí.
- Nadya Baradur es la hija problemática, algunos dicen que trató de convertirse a la Nocturnalia.- Los dos hombres lanzaron la carcajada.- Yo también lo tomé a broma, pero eso dicen, sagrado sea el nombre de Yith.
- Sagrado sea.- Sonaron las trompetas a las fueras del establo, debían acudir al palacio real.- Anda mujer, vete y no le digas a nadie.

            Gamal era un calfa fronterizo, más allá de las montañas de los Xue, los vampiros, estaba Kuntra, una pequeña ciudad pesquera imperial. Se les podía ver por todo Gamal, comerciando sus telas o sus carnes. Su influencia comenzaba a permear. Los drarios no usaban turbante, llevaban el cabello al descubierto y, al no ser gente del desierto, no portaban túnicas. Algunos yitianos les copiaban en su estilo, cosa que a Aluar no le gustaba. Más que eso, traían su idioma, sus rupias y sus letras. No escribían, como hacían los yitianos, en elegantes trazos de líneas y curvas. Cada palabra era como una pintura, pero los imperiales, pensó Aluar, eran un poco más salvajes, pues sus letras parecían todas estar unas encima de las otras. El sector más rico de Gamal, por suerte, estaba libre de tales perniciosas influencias. Al menos por el momento, pues se acercaba el Tul Yuga, el fin del mundo según las raras creencias imperiales, y los parias viajaban al sur, a través de las tierras Xue, con todos los riesgos que aquello implicaba, para rezarle a Yith y, más importante aún, conseguir algunas limosnas.

            La guardia real echó a los pordioseros, dejó entrar a las carrozas. Afif Haddad fue el único cochero que se bajó y de inmediato ayudó con las maletas y baúles. Necesitaba ayuda, al final se requirió de una docena. En veinte carruajes, sería una procesión larga hasta Ash-Gali. Se hincaron todos ante la presencia de la familia real. Hanan Gamal, el barbudo calfa, viajaría en compañía de sus hijos favoritos, Umar y Qasima. Sus túnicas blancas estaban relucientes, adornadas por telas de seda con joyas e hilos de oro. Hanan insistió que su hijo viajase con los cofres, el regalo para la boda. La guardia real, explicó el calfa, se haría cargo del viaje, estarían visitando parientes por todas las tribus que quedaban de camino, el viaje sería extenuante.

            Afif Haddad se despidió de la familia real hincándose y bajando la cabeza. Esta temporalmente sin deberes mayores y, aprovechando que Aluar tenía planes, se fue a la plaza de la fuente de Gashmar. La fuente era como una columna de arcilla con ojos de donde brotaba el agua, una representación de Yith. El padre de su raza, y también el nombre de la raza originaria, con Chaugnar Faugn, el sagrado elefante del sur que había traído consigo la vida hacia el desierto, tallado a lo largo de la circular base de la fuente. Afif marcó unas líneas con carbón y se dio la vuelta. Se encontró con un mercader de frutos secos que le estaba esperando.
- Qasima se casará con el hijo del Ash-Gali, Anwar. Umar será casado con la sobrina de Rashmed Baradur.- El hombre le entregó una bolsa, supuestamente de nueces que estaba repleta de rupias.- Llevaban pesados cofres, pero no eran rupias, no sonaban como tales. Umar viajará con ellas, eso es muy irregular. Normalmente la guardia real lo haría por él. Algo les dará el calfa por esos matrimonios, algo grande.
- ¿Crees que las tribus se están uniendo?
- Si el matrimonio prospera las dos principales tribus yitianas quedarán unidas por sangre, mediante la línea de Hanan Gamal. Viejo tramposo, se ha hecho el vínculo de una alianza. ¿No crees que vale la pena?
- El imperio siempre te paga bien Afif.- Le entregó otra bolsa, más rupias.- En menos de un año empieza el último ciclo, el último tiempo, el de Tul. Quizás Tul no tenga la forma de un rostro colmilludo hecho de metal y rodeado de fuego, quizás tenga la forma de una invasión yitia.
- No te pongas nervioso, mi amigo, que en la última guerra nosotros nos quedamos con el sagrado río, ustedes dejaron a los Xue en la frontera como protección. Mantendré mis oídos prestos.

320 Días antes de Tul
            Se requerían de al menos 200 sirvientes para un concilio semejante. Aunque planeado con gran anticipación, como todo en el imperio Drario, la operación se convirtió en un caos. La citadela, que flotaba a cientos de metros encima de Guptra, parecía un domo de color ambar con tres grandes puertos aéreos. Los representantes de las castas llegaron por barcos. La ciudad de Guptra se oscureció, quienes veían al cielo podían notar las piedras lunares en la base de los barcos. Las piedras se ataban con cadenas, era lo que les permitía volar, las piedras lunares de la citadela parecían más bien enormes montañas. Los puertos, con sus pinzas mecánicas, podían atrapar hasta cuatro barcos a la vez, los demás seguían dando de vueltas, controlando las pesadas velas para llevarse por el viento sin chocar entre ellas. Los drarios, gente de la jungla, habían decorado toda la citadela con grandes jardines y estatuas repletas de joyas con los dioses patronos de cada casta. La majestuosa recepción sirvió de excusa para calmar los nervios del viaje. Los manjares se dispusieron en mesas de oro y las castas se congregaron entre sí para comer.

            Era fácil distinguir entre ellos. Los Brahmas estaban ausentes en su mayoría, les esperaban ya en el senado, y los pocos que conversaban con ellos llevaban aquel aire de misticismo que evocaba, en casi todos, un respeto absoluto. Rapados por completo, vistiendo telas amarillas y naranjas de baja calidad, hablaban pausadamente y gustaban de citar los Vedas y las miles de Gitas, oficiales o no, que eran parte de su libro. Los Satriyas, nobles y militares, usaban el cabello tan largo como fuese su dignidad, se permitían grandes lujos, como anillos y collares. Los Satriyas hablaban siempre con una voz fuerte y potente, una voz de mando. Los Vashas, los mercaderes, se jactaban de sus fortunas pero no se atrevían a hablar en voz alta, pues aunque eran una de las castas aceptadas, no eran de las más importantes, al menos por ahora. Los últimos, los sudras, vestían humildemente pues representaban a los obreros y mantenían sus conversaciones en silencio.

            El concilio, que llegó a llamarse el concilio de Tul Yuga, era el último antes de la última época, la más temida. Se sentaron sobre lotos dorados y acojinados que hacían de coro, de varios pisos, alrededor de los cojines de los Brahmas, quienes ocupaban el suelo y debían estar en el centro de atención en todo momento. Existía una plataforma pequeña, cerca de este concilio de treinta Brahmas, donde se expondrían los temas. Rajahandra, uno de los Brahmas, se puso de pie, llamó al orden y se aclaró la garganta.
- La Trimurti dispuso que todo fuese en movimiento, y así nació Maya. La destrucción de Maya, mediante la santidad, es el goce de Maya y nuestra función en el mundo. Todo movimiento tiene su ritmo y el Yuga del cobre ha pasado. Nos ha despojado de nuestro río sagrado, nos ha lanzado a la guerra, pero nos ha preparado para Tul.- Hablaba despacio, colocando el pesado libro de Veda en el atril del podio. Su actitud ponía nervioso a todos, pues los Brahmas siempre actuaban como si tuvieran todo el tiempo del mundo, pese a que faltaban 320 días antes que Tul devorara la tierra.- La santidad es el opuesto de Tul. La santidad es el deber, el hacer según la naturaleza de la casta. No olviden, hermanos, que Drario significa unión de pueblos, en la vieja lengua. Nuestro deber es espiritual. La función de los satriyas es gobernar y su deber es ejercer la justicia en cada acto. Los vashas tienen por función el comerciar, pero por deber el ejercer el arte en cada uno de sus actos. El shudra tiene por función el trabajo, y por deber el obedecer para romper el karma y reencarnar en una casta superior. Suertudos los harijas, los parios, que al no tener libro son como los animales y las plantas, carecen de deber superior. Hagan esto, cumplan sus deberes y tendrán la santidad. Tul, el rostro de metal, hambriento, colmilludo y rodeado de fuego, no podrá tocarles.

            Uno de los shatriyas, pues iban ordenados por castas, bajó hasta el podio cuando el Brahma había removido su libro. En su lugar colocó el libro de Eibon. Un pesado tomo de ébano cuyas hojas, planchas de madera, estaban unidas por anillos de oro. Lo besó y acarició. Aquel era el libro de su casta, era su identidad.
- Nosotros, provenientes de Shaggai, el paraíso en las estrellas, cuyo patrono es Zatoquah el guerrero. Pedimos en este concilio más armas y más ejércitos. Tul se aproxima, si nuestros enemigos deciden atacarnos, este sería el momento idóneo. La gente es temerosa, el enemigo carece de libro verdadero, carece de conocimiento sobre los Yugas y nos toman por supersticiosos.
- Nada hay.- Dijo Mahandra, uno de los Brahma, aún sentado.- que pueda contra Tul. Su deber, pues todo ser tiene un deber, es el devorar la tierra por diez mil años para que ésta pueda regenerarse de nuevo. Sus espadas harían poco.

            El siguiente en hablar fue Gopal, líder de los vashas. Los comerciantes habían adquirido muchísimo poder al dominar las artes oníricas. Diseñadores de sueño que vendían sus fantasías a todo el que quisiera, y todos querían. Nadie se atrevía a decirlo, pero eran los vashas quienes más dinero tenían. Los satriyas, con tal de no darles más poder, pedían prestado siempre a los Xue, pues los vampiros eran banqueros excelentes. El libro de los vashas era el libro de Iod, el cual contaba del cazador que brillaba como una estrella, Vorvados, que al mismo tiempo era el nombre de la región estelar de donde todos los vashas descendían, al menos espiritualmente. Su pedido era conocido por todos. Los vashas querían controlar el mercado de sueños, eran ellos quienes comerciaban por shuggoth con los yitianos, eran ellos quienes los diseñaban y sin embargo eran los Brahmas quienes decidían qué se podía soñar y qué no. Existía, todos lo sabían, un extenso mercado negro de diseño de sueños al gusto del cliente, pero nadie tocaba el tema. Los satriyas le temían a Gopal, pues no sólo había unificado a los vashas que, al ser mercaderes por naturaleza vivían peleándose por dinero, sino que prácticamente tenía un monopolio de sueños. Si conseguía lo que quería, temían ellos, serían demasiado poderosos y lo último que querían ver eran ciudades gobernadas por comerciantes. Tras el pedido hubo un gran silencio. Los vashas aún tenían esperanzas, sabían que era cuestión de tiempo pues había ya soñatorios en cada ciudad, talleres oníricos en cada barrio prácticamente y esa clase de cosas no podían sujetarse en las manos, pues era como la arena.
- Gopal.- Dijo finalmente Rahajandra, uno de los Brahmas más antiguos y venerados. No podía sostenerse en pie, pero su mente seguía funcionando.- ¿Qué es Maya?
- Ilusión.- Rahajandra le tiró un cojín que le rozó en la pierna.
- ¿Eso fue ilusión?
- No, eso lo sentí.
- Ah, los sentidos, pero estos engañan, ¿es cierto?
- Sí.- Gopal bajó la cabeza, estaba siendo humillado.
- ¿Es esa la ilusión de Maya, el que a veces las cosas parecen torcidas pero están derechas o viceversa?
- No, la Ilusión es que nosotros percibimos una mayor solidez de la que realmente existe. Vishnu parpadea y dejamos de existir, todo pasa.
- ¿Qué otra cosa existe a los sentidos y desaparece con igual de facilidad?
- Los sueños, pero la vida es sueño también. ¿Acaso no estamos construidos de fantasías, deseos y aspiraciones?- Se defendió Gopal.- La iluminación es estar en el ahora, lejos de esos sueños, el despertar. Sin embargo, el estado común es el sueño. ¿Es que acaso los sueños no pertenecen a cada uno? Esas aspiraciones y fantasías que nos hacen como somos ordinariamente, eso es lo más íntimo, después del verdadero ser, por supuesto. Dejen que la gente sueñe lo que quiera.
- Gopal...- Rahajandra interrumpió a su compañero y comenzó a aplaudir, todos lo hicieron, siguiéndole. Le había humillado, era justo que le mostrara respeto por su valentía.
- Valiente como Vorvados eres tú Gopal. No te pido que traiciones tus sueños, te pido que esperes un poco. Te pido por paciencia. El yuga de Tul comenzará pronto, ¿qué habrá después? Quizás será un renacimiento, como dicen los optimistas, quizás será el final. ¿Esta es una discusión que vale la pena tener cuando nos enfilamos al abismo? Paciencia, es todo lo que pido.

            Los vashas no sabían si era una victoria o un fracaso, pero al menos no habían sido abucheados como en anteriores ocasiones. Se presentó después el líder de los shudras. Vestía sencillos pantalones de tela y una camisa. Su piel era oscura por el sol. Puso en el podio los cantos de Dohl, proclamó ser parte de la gente de Leng y pidió mejores salarios y tratos más justos. Los obreros, campesinos y pescadores pagaban demasiados impuestos. La situación era precaria, el imperio tenía una deuda con los vampiros que difícilmente podía pagar. Los Brahmas debatieron en murmullos y finalmente aceptaron. Después de todo, si  el mundo realmente estaba por terminar no hacía ninguna diferencia.

            Justo cuando todos pensaban que había terminado el concilio Mahandra, de los Brahmas, se puso de pie y llamó al orden. Colocó los Vedas en el podio y también un Gita, era el Eldrich Gita, la historia de la batalla en las estrellas entre dos familias, donde los peleadores podían ser primos. Pidió que Romesh se pusiera de pie y fuera traído al centro, escoltado por los guardias brahamánicos. Romesh, un Satriya corpulento, de larga cabellera y aspecto duro no sabía qué pensar, pero se le notaba el miedo.
- “Pelea, noble Yog, que es tu deber el pelear y no otra cosa”- Citó Mahandra.- Y no otra cosa... Romesh, tú función era el de cuidar la armería imperial. Hemos tenido noticia de robos por años. Tú querías hacer algo más, una promoción. Te solicité un simple encargo. Todos sabemos que los palacios, las citadelas y las plazas están repletas de espías. Los rumores, no los hechos, son los que determinan la política. Los sueños, no las vigilias. Tu misión era filtrar información a conocidos espías, observar adónde iba aquella información y apresar la red. Fracasaste y tres personas murieron por tu culpa. Romesh, satriya de la familia de Gapunatra, eres indigno de nosotros.

            El silencio se transformó en algo más. Los guardias le cortaron el larguísimo cabello, que le llegaba hasta la cintura. No había mayor vergüenza para un satriya. Cortaron su barba con filosas navajas. Le arrancaron las medallas y las telas caras con que se adornaba. Terminó descalzo, en pantalones gruesos y una camisa regular. Incluso sus anillos se habían ido. Le expulsaron de la sala. Le escoltaron hasta el puerto. Un pequeño bote de vela le esperaba. Los guardias lo patearon dentro y de un jalón a una palanca la pinza le liberó y el barco se alejó flotando. Romesh, sin embargo, no pronunció ni una palabra. No había sido, en su mente, rebajado de categoría, había sido liberado para hacer mucho más.

270 días antes de Tul

            La carreta avanzó por días sin detenerse. El carruaje de rojo brillante, coronado por los dragones de oro y una estela, como una capa, de doradas monedas. La línea de Lascar rara vez se alejaba de sus demonios. Boc quería saber por qué. Se había anunciado desde hacía semanas, el trayecto que llevaría a Diona val Lascar hasta las orientales valles montañosos de Yang-shue. Le recibieron con fuegos artificales y todos en la población salieron a verlo. Se trataba de una mujer y sus sirvientes, pero se decía que traían regalos de la punta occidental del dominio Xue. Los sirvientes humanos dispusieron de las largas alfombras adornadas de hilo que llevaban hasta el inmenso castillo, la fortaleza de la línea sanguínea Kantemir. Boc se revisó el atuendo por enésima vez, llevaba una casaca larga roja y dorada, con una camisa hasta el cuello hecha de seda e hilos de oro. Sus anillos brillaban contra los fuegos artificiales, pues eran decorados con gemas. La carreta finalmente se detuvo, Diona se bajó a alfombra y sonaron las campanas.

            Diona era una mujer esbelta y muy alta, de brillantes ojos negros, típico en los pura sangre, con un vestido cerrado de un costado en negro, con brocados dorados en forma de dragones y un tocado en el cabello de plata y dos pequeños puñales que aseguraban el moño. Respetuosamente se inclinó ante Boc val Kantemir, un hombre corpulento y de rasgos duros. No se llevaban muchos años, pues ambos rondaban los 500 años, de modo que el respeto entre ambos era implícito y mutuo. Los sirvientes de Diona entregaron los regalos. Piezas de arte de los Gamar y de Kuntemir, en la orilla occidental del imperio. Se trataban de algunas pinturas, mosaicos y bustos.
- No tienes que fingir Boc, son espantosos.- Los dos lanzaron la carcajada, caminando hacia el castillo. Diona podía hablarle de tú, pues ambos estaban en posiciones semejantes, mensajeros de la misma edad.- La he traído para que el antiguo descanse tranquilo, el Xue sigue siendo el arte verdadero. Mi misión es mi regalo principal.
- ¿Qué son todas estas caras?- Preguntó Boc, sosteniendo una escultura datria con tres rostros en una base con la forma de una rana.
- La trimurti, los tres dioses de los Brahma, y Tsathoggua, una especie de dios local.
- El monasterio del castillo ha esperado tu llegada con mucha anticipación, pero me gustaría mostrarte algo antes.- Boc le indicó un edificio y sonrió.

            El edificio, como casi todos los edificios vampíricos, tenían columnas delgadas que terminaban en curvas, sus techos eran piramidales, aunque hechos por círculos y con cierta fluidez que hacía a la punta una especie de estrella. El edificio, como el castillo, parecía construido por niveles cuya estética se repetían. Los extranjeros odiaban ese estilo, decían que parecían sándwiches con piso tras piso la misma estética, rota únicamente por las altas y coloridas ventanas iluminadas por lámparas. En el interior de la pequeña capilla se encontraba una escultura de tres altos monjes, hecha de marfil, con sus rostros cubiertos y con un pilar en el medio donde se tenía registro de todas las líneas sanguíneas. Siendo territorio Kantemir a Diona no le sorprendió que ellos estuviesen tan cerca de los tres lores de la noche. Los Lascar, para su sorpresa, estaban a su lado. El detalle fue bien apreciado.

            La parte baja del castillo era el monasterio, donde los humanos pasaban años estudiando las Nocturnalias, la filosofía y poesía de los lores de la noche que siguieron a Magra, la diosa de la sangre, a través del desierto de oscuridad total hasta las tierras del Este. La guardia del castillo, en sus trajes completos, con sus máscaras con formas terribles, descansaron sus armas al verles y les permitieron subir. El lugar entero estaba decorado, pues los Xue no gastaban dinero en cosas como hijos y comida. Al atravesar la sala de oro, donde Nicola les esperaba de pie, manos guardadas en las anchas mangas de su casaca roja. Se saludaron con mayor respeto, Nicola val Kantemir tenía 700 años. Sin mediar palabra fue dejada a solas frente a las puertas de piedra.

            Diona empujó las pesadísimas piedras como si fueran de madera. Se trataba del santorum Kantemir, su centro. Todo era de piedra, no había adorno alguno. Los antiguos dormían por siglos en gruesos ataúdes de piedra bajo, tierra, cada uno con la marca de su nombre y dinastía. Requerían de poca sangre, que era suministrada por los surcos en el suelo. Mikhail pronto se uniría a ellos, y otro antiguo despertaría en su lugar. Mikhail val Kantemir, un hombre viejo y venerable, de larga barba blanca, vestía en una bata blanca y negra, sin adornos. Se sentaba en un trono de piedra, a veces sin moverse por muchos días. No requería respirar, ni dormir, rara vez comía y todo lo que hacía era meditar. Diona se hincó en la entrada, cabeza apoyada contra la fría piedra.
- Levántate, Diona val Lascar.- Dijo el venerable anciano con tanta paciencia que la orden inicial le había tomado más de un minuto enunciar.- Hacía mucho que no hablaba, pero eventos recientes me han motivado a hacerlo. Me obligo a hablar rápido, sé que exaspera a los jóvenes como tú.  Nicola ya casi cumple la edad suficiente para entender la línea, para comunicarse sin hablar. Adelante Diona, puedes hablar. Mi castillo es majestuoso, pero no refleja quién soy. Los vampiros hemos olvidado eso.
- El oro nos enceguece, maestro Kantemir. Olvidamos que lo esencial a la jarra de oro es el vacío que la define. Nuestra conexión con nuestras líneas es emocional, a veces grosera, un sentimiento de pertenencia y nada más. Nos hemos asimilado demasiado, el occidente en particular. Eso debe saberlo ya. El gobierno no es mandar, es obedecer.
- Radu val Lascar hizo bien en enviarte. Yo quiero esperar un siglo o dos, antes de dormir, aunque ya estoy cansado. Espero que Nicola esté listo para entonces. Ponte de pie, acércate.- Diona se acercó sin miedo. Sabía que el anciano, por más frágil que fuera, era más veloz que un trueno y podía cortarla en dos con aquellas largas garras que tenía por uñas.
- La boda entre Umar Gamal y Nadya Baradur puede traer complicaciones con la línea Kantemir, según entiende mi Antiguo. La Magra nos guió a todos, solicito intermediar en su conflicto.
- Sabia decisión, pues estamos en un callejón. Nadya quiso convertirse, Umar tiene negocios con los Xue. Aún así, el calfa Rashmed Baradur... Habla de limar asperezas.
- Cruel fue la guerra que nos interpuso entre los drarios y los yitios. Los drarios nos niegan su sangre, los yitios nos toman por monstruos. No es permitido a un Xue vivir entre ellos, aunque siendo Xue, ¿por qué rebajarse?
- El orgullo es como el oro, pesa demasiado.- Le reprendió el anciano.- El calfa quiere los bosques de Yang. Prolíficos para la cacería y nuestra cacería es la mejor. En Yang murió el héroe Shu-han, ¿cómo darles la tumba de un vampiro tan importante? Habla con Nicola, si quieres resolver esta disputa, este viejo sólo puede pensar en la paz espiritual y no tiene cabeza para la política.
- Lo haré, Antiguo Kantemir.
- Recuerda,- Le dijo, cuando estaba cerca de la puerta. Diona se dio vuelta y se hincó de nuevo.- ese empuje de los vivos, esa cuerda que empuja por la vida y jala por la muerte. Esa línea que les impele a actuar, no está en los muertos, no está en los Xue. Nuestro el desierto de la noche eterna, nuestra la estrella Magra. No pierdan de vista a Magra, si no quieren perder de vista lo esencial.

            Regresó a la sala de oro y siguió a Bloc y a Nicola a través de un corredor. La sangre corría desde el techo y se filtraba por fuentes en varias esquinas. Bebieron con copas de plata y salieron a un inmenso balcón que tenía, en sus esquina, dragones sentados que parecían vigilarlo todo y en sus entrañas cargaban con pesados cañones. Nicola señaló la pequeña ciudad. Todas las ciudades vampíricas eran pequeñas. No convertían más que a los más selectos. La pobreza era difícil de encontrar y sus número difícilmente rebasaban los diez mil en todo el mundo. Bloc sabía que no señalaba eso, sino a la fortaleza del otro lado de la montaña, las torretas de cañones y, al fondo, los vastos bosques de Yang.
- Mikhail no te ha dicho todo.- Dijo finalmente.- Los Xue somos los banqueros de ambas razas, el Imperio y los calfas nos deben dinero y así permanecemos neutrales. Podríamos arrancarles la garganta con facilidad, los humanos son débiles y torpes, pero hemos de seguir a la Magra.
- Mencionó el bosque de Yang.- Aventuró Diona, aunque no estaba segura de si a Nicola val Kantemir le gustaba que le interrumpiese.
- Lo sé, incluso sin escucharlo lo sé. Estoy llegando a esa edad. Edad difícil. Es cuando uno ve enemigos donde no los hay, aliados donde no los hay... Espías por doquier. Se dice que los drarios  tienen espías en el castillo, es por eso que hablamos aquí.- Tronó los dedos y un sirviente vampírico les acercó una larga pipa de madera negra de la que los tres fumaron. La hoja era suave y reconfortante.- Existe un banquero en Baradur, se ha hecho de mucho dinero. Nos necesitan cada vez menos. No podemos pedirle que desista, no podemos matarlos.
- Puedo ser, si me permiten, la mediadora entre su línea y el calfa. Tengo que insistirles que todo debe estar notariado y publicado. Si el calfa Baradur quiere aprovecharse de ustedes, ¿de qué otras maneras pueden aprovecharse ustedes de él?
- Menor costo de la sangre, los drarios no venden más que en mercado negro y los yitianos sacan provecho de eso. Más libertades en sus tierras, no queremos ser apedreados a la mitad de la noche por uno de esos humanos. Un rostro nuevo podría funcionar, aceptamos tu propuesta Diona.
- En cuanto al banquero,- Dijo Boc val Kantemir.- se me ocurre una solución.
- Insistan que no  habrá frenesí, los humanos temen eso. A diario hay rumores falsos, a veces no tan falsos. Algunas de las líneas, las más modernas y alejadas de los lores de la noche, han producido monstruos. Controlar el frenesí, controlar a estos seres, les dará confianza y a ustedes la oportunidad de tomar acciones legales contra aquellos señores feudales que quieren hacer sus propias líneas.
- Bien pensado. Hay que pensar en los imperiales, los drarios se pondrán nerviosos. Los Kantemir controlamos una cuarta parte de la frontera con el imperio drario. Esa guerra que costó tanto nos ha dejado en una situación a la vez incómoda y ventajosa. Conservamos el Oriente, gracias a Magra, pero el imperio Xue ha quedado reducido a una pieza de ajedrez.
- Tul yuga se acerca.- Explicó Diona, fumando otra vez.- Ellos creen que hay cuatro etapas en el tiempo, la última le corresponde a Tul, el destructor. No vendrá, por supuesto, los Brahmas se debilitarán y los calfas les bañarán de regalos con tal de permitir el acceso a sus tropas. Los Xue, hermanos míos, los Xue brillarán de nuevo.

            Boc val Kantemir salió del castillo cuando ya casi era madrugada. Los mercaderes Xue ya guardaban sus telas y productos, listos para regresar a sus casas y dormir en sus sarcófagos, de piedra o de madera. Boc compró algunas telas a un comerciante que conocía demasiado bien. El vampiro se aventuraba más allá del bosque de Yang, pues era un espía imperial. Le dijo todo cuanto había pasado, el mercader incluyó muchos oros en su tela.
- El imperio paga bien.
- Ahora que se acerca el Tul yuga pagan el triple. ¿Qué tan extensa es la alianza?
- Los Kantemir podemos darle al calfa una cuarta parte de la frontera, pero la presencia de los Lascar... Es casi la mitad de la frontera. Si el trato prospera, la muralla de contención Xue se convertirá en mera leyenda.

258 días antes de Tul
            Ushmaha, junto con todo el harén Baradur fue transportado a Ash-Gali. Les acomodaron en un palacio, tratándolas siempre con respeto. Las mujeres vestían siempre elegantes cuando estaban entre hombres, pues eran propiedad de uno solo, Rashmed Baradur. El nuevo lugar quedaba bien, tenía una fuente al centro hecha de mosaicos, tenía habitaciones con paredes de madera labrada y muchos cojines. La pared del fondo, que tenía un friso de guerreros peleando a camello contra vampiros, tenían los licores y toda clase de hierbas potentes. Tenían drogas de los Xue, técnicamente ilegales, así como sueños de diseñador adrios. Tenían todo para complacer al calfa, y mientras él no apareciera su único trabajo era el mantenerse hermosas y esperar. Ushmaha, al ser la preferida, era la única a la que le estaba permitido el leer y escribir. Se instruía con lo poco que tenía, pues parte de su erotismo debía ser intelectual. Dependía de eso, lo sabía, no se hacía más joven y, si tenía suerte, podría hacerse amante de algún mercader rico mediante sus conocimientos. Había leído de filosofía, conocía bien a Averros, y también de poesía y algo de alquimia.
- Vaya día.- Las puertas blancas se abrieron y entró Rashmed quitándose el ligero abrigo. Un grupo de muchachas lavaron sus barbas, sus manos y sus pies. Le acomodaron entre los cojines y le sirvieron sus licores favoritos y sus pipas.- ¡Ushmaha! ¿Dónde te has metido?
- Aquí estoy, amor mío.- Se acostó a sus pies, de modo que su cabeza se apoyara contra sus piernas y pudiera acariciar su cabello.- Ha sido un día pesado. Los Gamar llegarán pronto, y colmados de regalos. Se han visto ya con Ahmed Ash-Gali.
- La reunión debió ser agotadora, amor mío.- Rashmed se embriagó rápido y las pipas le soltaron la lengua. Las chicas sabían cómo tratarle. Le danzaban a su alrededor, pero siempre mezclaban alguna droga Xue en sus bebidas, para aturdirle velozmente.
- Gamar, vaya broma.- Se echó a reír y todas le acompañaron.- El rincón perdido del mundo. Han ofrecido gran cosa, eso sí.
- Rupias y mujeres, imagino.
- ¿Para Ash-Gali? Nada de eso, dejarán de producir shuggoth. Gran promesa, yo creo que Ash-Gali aceptará. Esos drarios y sus sueños. ¿Cuál es su obsesión?
- No saben que el objeto es real, no por ser percibido, pues hay alucinaciones, sino por su forma y esencia, por su materia y su esencia.- Dijo Ushmaha. El calfa aplaudió divertido. La filosofía, para él, era un juego. Se trataba de un orgullo nacional que él no entendía.- Los drarios creen que la percepción basta para que el objeto sea real, por lo tanto si lo sueñan debe ser real, pues lo perciben.
- Claro, claro, se hacen sus propias realidades.
- Es muy sabio, mi calfa. ¿Y los drarios no han dicho nada de semejantes promesas?
- Los drarios me podrían importar menos. Temen invasión, siempre lo hacen. No, ya quisieran. No, esperaremos a su mentado Tul yuga, los Brahmanes no podrán explicar qué salió mal. En esos tres días pierden su poder. ¿Para qué desgastarnos nosotros si ellos mismos se destruirán?- Fumó un poco más de una pipa conectada a una escultura de plata en forma de mujer. Señaló a las mujeres que bailaran para lentamente se quitaran la ropa.- Yo produzco la mayor parte de los shuggoth, esos drarios me estarán rogando. No Ushmaha, si le ofrecieron semejante cosa a Ash-Gali, ¿qué me ofrecerán a mí?
- La gran pregunta.- Dijo Ushmaha, poniéndose de pie y bailando un poco. Se tiraban velos, se cubrían sus partes con sus manos o con decoraciones y soltaban risitas que hacían enloquecer al calfa.
- Nadya...- Estaba drogado por completo. Las chicas sonrieron, lo habían hecho bien. Despertaría feliz, creyendo que las mujeres le daban aquella calma y alegría.- Ushmaha, háblame de las Nocturnalias. Casaré a mi hija y Nadya no deja de hablar de eso. Malditos vampiros y sus ojos negros, ¿qué esconden en ellos?
- Son cuentos y poesía, nada más. Se hacen por místicos, pero están equivocados, no son yitianos como nosotros.
- Háblame de ellos. ¿Qué les pasa por la mente y qué le pasa por la suya?
- Nosotros sabemos por nuestra ciencia que todo evento es la actualización de una potencia. Todo es un puede ser, hasta que de hecho lo es. Puede ser que se case, pero ese puede ser no existe realmente, es tan solo una posibilidad. Entonces llegas tú, mi amado Calfa, y le das la orden y entonces es real. Los Xue lo tienen todo al revés, creen que es más real la potencia, la posibilidad. Tienen sus acertijos también, conozco uno si el calfa está dispuesto.
- Habla mujer.
- ¿Cuál es la parte importante de una caja?
- Los lados.
- No, según ellos, el vacío para contener las cosas, de otro modo es un bloque. Aman el vacío, están muertos después de todo. Ven el árbol, pero solo ven los espacios entre las hojas.
- Gente loca. Ushmaha, quiero que hagas algo.- La jaló del brazo, la tiró a su lado. Estaba drogado, pero parecía muy decidido.- Sigue a mi hija esta noche. Sabe que se casará y temo huya a uno de esos monasterios Xue, nos metería en un gran problema. No te conoce, quizás te haga caso. Te lo pido a ti, que eres más lista que todas mis esposas puestas juntas.

            Ushmaha no podía estar más orgullosa. Se vistió con sus mejores telas, que eran humildes a comparación de la gente que vivía fuera del harén. Telas negras que le cubrían hasta las manos y pañuelos para cubrir su rostro. La princesa Nadya fue fácil de seguir, aunque se había hecho de un caballo y un cochero común, ella vestía en seda e hilo de oro. Nadya Baradur despidió a su cochero, sin saber cómo regresar o si quería regresar. Basarab le esperaba en las colinas, se trataba de un vampiro joven, de apenas 200 años. Vestía como un yitiano, pero no podía esconder sus ojos, negros por completos. Se pasearon entre los árboles, lejos de las miradas de los curiosos.
- La conversión dura tres años Nadya, en un convento, con muchos rezos y mucha disciplina. Ya tenemos a más de cien aspirantes.
- Puedo soportarlo, estoy segura.
- Son treinta los grados de la noche que tendrás que ir pasando. Eso es para ser admitida en una línea. Hay tres antiguas, diez aceptadas, veinte regulares y treinta comunes. Es muy difícil que te acepten las líneas antiguas, y en nuestro mundo el linaje significa todo.
- Puedo soportarlo, estoy harta de los linajes, ya tengo uno y me asfixia.
- Pasarás el resto de tu vida, siglos o milenios incluso, determinada por tu fervor religioso a las Nocturnalias. El amor a esos poemas y enseñanzas no puede ser fingido, no puedes hacerlo porque odies a tu padre. El primer siglo como Xue vivirás como sirviente. Me tomó 200 años tener una vida propia, no fue nada fácil.
- No lo hago por eso.- Basarab la interrumpió. Oteó el ambiente, había alguien espiando.
- Soy Ushmaha.- La mujer salió de entre los árboles. Era una noche sin luna, no sabía cómo el vampiro le había detectado.
- Una espía de mi padre, estoy segura. ¿Has venido a raptarme?
- No, he venido a hacerte entrar en razón. Tu padre Rashmed no te dejará convertirte, te matará antes que eso pase. Y los vampiros, estoy seguro, no quieren eso.
- No.- Dijo Basarab a secas.
- Ya comerciamos nuestra sangre con ellos, pero es todo el contacto que puede haber entre nosotros. Nadya, tú estás viva, ellos no. Los Xue son... Son otra raza. No sería posible.
- No le importo yo, sólo le importa el regalo que le traerán. Ha hecho espacio en la armería, ha hecho espacio en las bóvedas y mandado hacer más cofres. No me casa, me vende.
- A mí me vendieron también, cuando era más joven que tú. No me fue tan mal. Ven conmigo, si valoras a los yitianos, si valoras a los Xue. Ven a casa.
- Está bien.- Dijo Nadya, derrotada.- Se hará lo que mi padre quiera.

            Basarab les vio partir y sonrió. Boc no mentía, algo estaba pasando, algo que incluía armas. Una información que le haría de mucho dinero, quizás hasta dejaría de comerciar con telas.

240 Días antes de Tul
            Tajib había sido satriya caído en desgracia mucho antes del tráfico de esclavos. Los soldados le habían arrestado en la frontera de Kuntra. Había matado a uno de ellos. El juicio fue rápido. Tres días en el sueñatorio. Tajib escupió al suelo y fue arrastrado. Tenía miedo, todos tenían miedo. Se suponía que era seguro, pero ya habían muerto cientos de personas. Le llevaron encadenado, y a punta de rifle, hasta lo que parecía un hospital. Les mantenían en cama, el líquido de sueños era inyectado. Las familias esperaban fuera, nadie esperaba por él. No tenía a nadie, su tatuaje de cobra en el pecho era toda compañía que necesitaba en el mundo. Además, sabía que era absurdo que las familias esperasen. La pena máxima, de tres días, no implicaban únicamente los tres días acostado en cama. El prisionero no podía moverse después, las pesadillas eran tan vívidas y espantosas que, en la mayor parte de los casos, era trasladado a otra área de la extraña prisión para que se acostumbrara a estar despierto.

            El tiempo era relativo, esos tres días, sabía Tajib, significaban meses en el mundo de los sueños. Había traficado con sueños de diseñador, algunos tan específicos que merecían venderse en grandes cantidades. Había soñado muchas veces con estar en la jungla, el verdadero hogar de un drario, de vivir entre tigres y cobras. Le costaban caros, lo pagaba con gusto. Los sueños que compraba por quinientas rupias, cuando deseaba darse un lujo, como para su cumpleaños por ejemplo, duraban hasta una quincena en el mundo onírico. Era real, no había duda, se percibía, se podía sentir y tocar. Esos quince días en el mundo de los sueños, en su pequeño paraíso era realmente una noche. Tres días serían infernales, serían meses o años.

            Le acostaron por la fuerza, sometiéndole con cadenas. Un soldado le inyectó el líquido, tres segundos después ya estaba dormido. El soldado, que también era médico, contempló el sueñatorio era un lugar muy pacífico, los prisioneros ni siquiera mostraban señales de sufrimiento. Había probado una ínfima dosis, había tenido el peor fin de semana de su vida. No tenía idea de cómo sobrevivían después y entendía por qué tantos de ellos se hacían adictos a los sueños. Él haría lo mismo, con tal de lavar su cerebro de aquellas pesadillas.

            No había tigres, ni cobras, ni voluptuosas mujeres en hermosas cascadas. Tajib no creía en cosas como el infierno, hasta ese momento. Había fuego y tortura, había dolor y tristeza inconsolable. Lo quebraron, mediante los horrores más indescriptibles. En el abismo el rostro de Tul, feroz, con colmillos de tigre, metálico, rodeado de flamas, devoró todo lo que había. Le masticó, lo escupió y otros demonios hicieron cosas con él que nunca creyó posible. No había modo de medir el tiempo, y su alma tenía que asumir, debido a la agonía intensa, que duraría para siempre. Eventualmente terminó. Tajib se levantó, tembloroso y nervioso. Cayó hincado y vomitó. Los soldados habían hecho una apuesta. Tres días con ese veneno, seguro estaría una semana en recuperación. Un médico le pasó una vasija de agua para que se lavara. Tajib les miró a los ojos y escupió al suelo.

            Le devolvieron sus cosas y el suficiente dinero para subir a un largo carruaje en dirección a Kuntra. Durmió en las calles un par de días, en compañía de parias. La mayoría, quienes usaban máscaras de madera, podían hacerse de algunas rupias, los demás eran mendicantes. Tajib localizó al ladrón que abusaba de ellos. Le siguió a una callejuela, le rompió el cuello, le robó las rupias y el cuchillo. Había peleado en la gran guerra. Había matado vampiros y yitianos, aquel sujeto no era nada para él. Al día siguiente se presentó en la taberna que solía frecuentar, dejó que le pagaran unos tragos por algunos cuentos de terror sobre el sueñatorio, no quiso decir nada. Se quebraría si lo hacía, y tenía cosas que hacer. Encontró a su viejo amigo Patrajali, con quien manejaba el negocio de tráfico humano. Patrajali recogía parias, los cruzaba a la frontera donde vampiros corruptos drenaban su sangre. Muchos regresaban con vida, eso animaba a los otros parias que estaban dispuestos a correr el riesgo.
- Hola Patrajali.- Le sorprendió en el camino. La vagoneta de madera ya estaba cerrada, tenía a veinte parias. Le miró con miedo, no le esperaba ver tan pronto.
- ¿Cómo estuvo tu fin de semana?
- ¿Cómo sobreviviste?
- Eso no importa, después de la guerra... Eso no importa. ¿A quién más empleas ahora?
- Te estaba esperando.
- Sé que me traicionaste.- Le dijo, antes de enterrarle el cuchillo en el estómago.- Gracias por mantener el negocio, en serio, pero hay que afrontarlo Patrajali, es una operación de un solo hombre.

            Le dejó muerto a la mitad del camino y se enfiló al sur. Detestaba las estepas del oeste, la vegetación no era densa y tupida, nada como en la capital o más al oriente. Subió las laderas por los caminos secundarios. Le habría gustado llevar una pistola, pero el cuchillo tendría que servir. Las minas de Kuntra, siempre en disputa entre el shatriya regidor local y los vampiros de la línea de Lascan, eran el frente perfecto para el tráfico de personas. Muchos parias estaban dispuestos a ser esclavos en las minas, pero eran la minoría. Grigor val Lascar, su contacto, tenía esclavos vampiros. No necesitaban dormir, podían ver en la oscuridad, eran más fuertes y con suficiente sangre trabajarían todo el día, todos los días. La mina, como todas las minas de la región, era rica en piedra lunar. Los guardias eran shatriyas, todos de pelo corto, pero era Grigor quien manejaba todo. Se trataba de una alianza que Tajib nunca terminaba de entender, los vampiros trabajaban, el imperio era dueño de todo, pero de todas formas les pagaban por la piedra lunar. Le dejaron pasar por órdenes de Grigor val Lascar hasta un pequeño valle, a la entrada de las minas, donde le esperaba sentado, a la luz de una vela, con una botella de sangre. Sus ojos eran negros, como los de todos los vampiros, pero Tajib estaba seguro que le sorprendía verle. Patrajali le había dado por muerto, Grigor también. Detuvo el caballo e hizo bajar a los parias.
- Son veinte, el precio estándar. La mayoría vive, quiero que le cuenten a sus amigos que pueden confiar en Tanjib.
- ¿Cómo sobreviviste?- Preguntó el vampiro, apenas prestándole atención a los parias.
- ¿Cómo sobreviví la guerra? Tú no estuviste ahí, tú no sabrías.
- Como sea, será buena sangre para mis obreros.- Buscó entre los pliegues de sus telas, pues él vestía como la gente de Kuntra, por una bolsa de cuero. Le entregó las rupias que Tajib se embolsó. Solían ser pequeñas piedras preciosas, pues el Imperio controla prácticamente todas las minas de gemas, pero ahora que los vampiros se habían hecho el banco imperial, se habían transformado en monedas.- La mina está al tope, hay más yacimiento de piedra lunar de lo que creíamos.
- Eso veo.- Dijo Tajib, señalando los carros que continuamente salían. Grigor le mostró la piedra lunar, no parecía gran cosa. Una piedra gris y nada más.
- Nosotros los Xue conocemos los misterios de ciertas magias que ni siquiera los Brahma saben practicar. Esto, mi estimado Tajib, vale más que el oro.
- Eso dicen ahora que el río sagrado está ocupado por los malditos yitianos.- El vampiro señaló su pecho descubierto, su tatuaje de cobra.
- Aprovechando que estás aquí, quiero que conozcas a alguien.- Siguieron el sendero de las vías de carros repletos de piedra lunar hasta una casucha. Un hombre fumaba afuera, Tajib sabía que era un shatriya como él, y recientemente caído en desgracia, por su cabello corto.- ¡Romesh! Conoce a Tajib. Romesh ha estado reclutando, pero todos sus viejos conocidos de la guerra son adictos a los sueños. Necesita hombres como tú, hombres duros.
- ¿Cuál es el trabajo?
- Piratería.- Contestó Romesh, sondeándole de una mirada.- ¿Un día?
- Tres días.- Romesh estaba impresionado.- Estás contratado.

200 días antes de Tul
            Purandara no podía esperar para atracar. El viaje había sido largo y cansado. Una flotilla había acompañado a su barco. Los rumores de piratas eran fuertes, necesitaban barcos de guerra para mover las rupias y pagar por la piedra lunar. El inmenso barco flotante rodeó Kuntra antes de comenzar el descenso. Siendo el tercer oficial tenía que supervisar a los flotadores, a quienes vertían agua caliente o fría a la piedra lunar para aumentar o reducir la altura. Se trataba de procesos muy delicados y siempre sentía que estorbaba, aquella gente era experta en eso. Le encantaba, sin embargo, ver las pesadas cadenas que unían la larga piedra lunar, lisa por completo, al centro de la base del navío. La piedra, calculó Purandara, debía pesar más de dos toneladas, y el barco entero debía pesar tres veces eso. Tenía dos galerones de cañones, además de los pesados arcones de rupias, las habitaciones para los marinos y la armería. Regresó a cubierta, los vientos eran propicios para aterrizar y los marinos manipularon las velas un poco más, colgándose como changos entre las redes de nudos. Guardaron las velas cuando acuatizaron y la tripulación pudo respirar más tranquila.

            El puerto de Kuntra era pequeño y miserable, pero toda la operación le ponía nervioso. Recorrió la pequeña ciudad con algunos amigos. Se trataba de un rincón sin importancia que hacía hasta imposible por parecer que pertenecía a la jungla, cuando podían verse pinos por doquier. Era muy verde y colorida, pero eso no le llamó la atención. Los ánimos, como en el último puerto, Gupta, eran los mismos. Faltaba poco más de medio años y circulaban fuertes rumores de alianzas entre vampiros y calfas. Se esperaba una invasión, aunque ningún oficial se atrevía a decirlo en voz alta. Los bares de sueños estaban repletos, había muchos onirifílicos, adictos a los sueños. Entró a uno, pagó por un par de rupias para una rápida siesta. Le acomodaron en un sofá y bebió un líquido inmundo. Soñó con la invasión de los yitias, guerreros del desierto que llegaban a camello, con vampiros que mordían niños y a Tul devorando las montañas y junglas con su hambre insaciable. No podía quejarse, era un sueño base, tan solo mostraba lo que tenía en su interior y no había garantía de que fuera bonito.

            Al día siguiente las rupias fueron movidas al sur, la piedra fue traída desde el norte. Era momento de partir, pero todos esperaban a Mahandra, el Brahman que había acompañado el largo viaje. No había hablado con él, pocos se atrevían, pero conocía a su sirviente, Girvan. El hombre de espeso bigote, de limpio turbante repleto de gemas y vestido de seda, le pidió su ayuda para llevar las cosas de Mahandra. Insistió en el decoro, en quedarse siempre atrás. El Brahman le hacía una visita a Pandit, el shatriya regidor de Kuntra.
- No los veas a los ojos, no digas nada.- El marino cargó las maletas y siguió al sirviente, quien caminaba siempre recto y con mucho decoro. El palacio de Pandit era pequeño, pero elegante, tenía las paredes del frente con relieves y frisos de Tsathoggua, el dios rana. Un libro de ébano descansaba en la plaza central, rodeado de estatuas y jardines. Era el libro de su casta. El brahman y el shatriya charlaban sentados en una salita. Girva tomó las maletas de cuero y oro que llevaba Purandara, sacó de su interior un Tsathoggua de oro sólido incrustado de gemas y silenciosamente se inclinó a un lado de su amo para que él lo ofreciera como regalo.
- No podía venir a Kuntra sin darle mis respetos a Tsathoggua.- Pandit lo aceptó sonrojado y le inclinó la cabeza hasta el pecho. Girvan se hizo para atrás, Purandara le siguió, siempre caminando en reversa, de regreso al jardín, de modo que tuvieran privacidad. Purandara pensó que era un poco ridículo, después de todo escuchaban casi toda la conversación, y no le gustaba lo que oía.
- La mina es un desastre, los vampiros creen que es suya, pero fue la única manera de marcar una frontera. Pero bueno, usted tiene cosas más importantes en qué pensar, que nuestros problemas regionales.
- Todas las regiones son del mismo imperio, todos somos drarios. Somos tribus que se unieron, cada uno vino por su lado, bajo el mismo dominio espiritual.
- Hay problemas que usted ya conoce, los vashas. Recuerdo al imperio drario antes de los diseñadores de sueños, eran simples mercaderes y nada más. Ahora quieren una autonomía que me parece peligrosa. No sé a quién más preguntarle, brahman, y me gustaría que su mayor regalo no fuese el sagrado Tsathoggua, ni el honor de su presencia, sino la verdad. ¿Usted teme que los vashas intenten hacer algo desesperado en los tres días de Tul?
- Regidor.- Brahman escogió sus palabras con cuidado y tomó algo más de té. Se arregló la túnica y las telas blancas y naranjas. Se frotó la calva, como bromeando con el shatriya cuyo cabello estaba arreglado en su cabeza, pero podía llegarle a las rodillas.- Desea que le sea franco.
- Por favor.
- Es muy sencillo y es muy terrible. Si nada pasa en los tres días de Tul, si no hay una regeneración imperial tangible y no aparece Tul, es decir, si el Tul yuga tiene un sentido más metafórico que literal, yo temo más que alguna rebelión vasha. Gopal, ese diseñador de sueños que prácticamente lo controla monopólicamente y se ha hecho líder de ellos, podría unirse a los calfas. Ellos ya de por si se están uniendo por matrimonios. Tendría sentido, si lo piensa, Gopal necesita shuggoth, tal alianza le sería natural.  
- Vamos,- Le dijo Girvan a Purandara, alejándose de la conversación.- no es decoroso.
- ¿Pero es cierto?
- Hanan Gamal, el calfa al sur de esta frontera, dejará de producir los shuggoth que los diseñadores tanto necesitan.- Le dijo Girvan, en susurros.- El imperio está en manos de los dos calfas más importantes, Ahmed Ash-Gali y Rashmed Baradur. El siguiente movimiento, en los tres días de Tul, estará de su lado. Roguemos a los dioses que no pase nada.
- En verdad, pues he oído que los vampiros ya tienen alianzas, según algunos marinos amigos míos, podrían hacerse oficiales.
- No son rumores.- Le confió Girvan. Mahandra se puso de pie y el sirviente se activó.- Regresa al puerto, yo me encargo.

            Purandara regresó caminando. No tenía ningún apuro. Además, su mente estaba en otras cosas, en tierras lejanas, en alianzas que no entendía y en algo mucho más cercano a él y a todos los fieles, según veía en los largos y asustados rostros de la gente. Su mente estaba en Tul.

180 días antes de Tul
            El ladronzuelo Yahad consiguió entrar a la fastuosa boda de los Baradur. Las mujeres podían destaparse los rostros y todas llevaban collares y arreglos de oro y de gemas. Se paseó entre los invitados como un niño que no se decide qué probar primero. Nunca había visto una boda así. Se realizaba en los jardines del palacio, todos se adornaba de flores y se había montado una serie de pilares y arcos en herradura que hacían parecer a aquel lugar un palacio alrededor de un oasis, pues al centro se había dispuesto una fuente de plata, tan grande como una piscina, con cinco pisos, donde la gente lanzaba gemas y diamantes para los recién casados. Notó de inmediato la sección oscura, un lugar construido para los vampiros. Ellos, conocedores de la magia, se habían traído lámparas que emitían una luz negra, una oscuridad, y se iluminaban con lámparas de muchos colores. Traían también trolls, duendes y otras pequeñas criaturas como diversión. La gente de Yith les veía con recelo, las mujeres mostraban mucha piel y habían traído consigo magias que eran herejías para la gente del desierto. Yahad se acercó a una invitada y trató de robarle un colguijo de gemas, pero fue atrapado, pues muchos invitados eran en realidad guardias disfrazados.
- Déjelo.- Dijo una voz misteriosa en aquel parche de oscuridad. Podían verse sus ojos negros, su extraña indumentaria dorada y roja, y nada más. El guardia se alzó de hombros y empujó al ladrón con los vampiros.- Me llamo Basarab.
- Yahad.- Dijo él, mirando a una pareja de duendes que hacían monerías por pedazos de pan. Los meseros les habían llevado comida, los vampiros lo tomaron a broma. Tenían sus copas rebosantes de sangre y eso puso nervioso al muchacho del desierto.
- No temas, no queremos tu sangre.- Yahad les miró a todos. Eran arrogantes, pero también muy ricos. Nunca había visto gente tan rica. El oro era para ellos una tela más, las gemas eran poca cosa e incluso sus gestos parecían elegantes.
- Se practica por siglos.- Le explicó Basarab.- Esa elegancia. Nuestros sentidos están más refinados que los tuyos, según la edad puede ser miles de veces. Se dice que mi Antiguo puede olerte desde su trono. Yo escuchó tu corazón desde aquí, por ejemplo, y huelo que dormiste en paja.
- Siglos, vaya, yo no viviré más de cincuenta.- Una mujer lanzó una risotada y le colgó un collar de oro y gemas, a modo de bromas. Pronto todos los vampiros le tiraban monedas y piedras preciosas para verle en el suelo, recogiéndolas hasta quedar de bolsillos llenos. Basarab le jaló del brazo cuando hubo terminado, le sentó en una silla y le dio a probar de un elixir. Yahab aulló y los Baradur les miraron con odio.- ¿Qué es?
- Un poco de troll, un poco de vino añejado por mil años y algo de polvo de pixie. Hay mucho de eso, de donde nosotros venimos.- Le mostró la botella, el vidrio había sido trabajado en letras que él no entendía.- Esa elegancia de siglos, muchacho, la ponemos en todo. El modo en que nos movemos, en todo lo que hacemos. Esa refinación de los sentidos es nuestro ideal de vida, y tenemos vidas muy largas. Nuestra magia es incomparable, nuestras ilusiones podrían hacerte creer que estás en una jungla estando en lo más profundo de un desierto. ¿Quieres más de ese dinero?
- ¿Qué tengo que hacer?
- Ven, vayamos por las sombras.- Le llevó por las sombras del jardín hasta una puerta del palacio.- No somos inmortales, somos letalmente alérgicos a la luz. Cierra las ventanas para que pueda entrar.
- Ya está.- Dijo, al cerrar las ventanas de madera del palacio.
- Tendrás más de ese oro si me ayudas con una encomienda. Entra al edificio que está a un lado de la plaza de Yith, el que siempre está cerrado.
- Sé cuál es.
- Entra allí y tráeme una prueba de lo que tienen. Te veré a las afueras del Nocturno, es un burdel de vampiros. Estaré ahí al anochecer.

            Yahad conocía bien el edificio custodiado. Puso a buen resguardo su botín y se avocó a su tarea. Trepando por los techos, caminando entre las vigas de madera y aprovechando que el yeso de los mosaicos estaba flojo, consiguió entrar al edificio. Se trataba de la armería. El lugar estaba al tope de cañones, rifles, cajas de balas y pólvora. Había tantos cañones que tenían que acomodarlos en pesados muebles de hasta siete de altura, por ocho de ancho. Los barriles de pólvora ocupaban toda una pared. La otra estaba destinada a rifles y balas. El lugar tenía tantas armas que era difícil de patrullar y no le costó trabajo hacerse de un saco, meter pólvora, armas pequeñas y balas. Salió del mismo modo a como había entrado. Esperó varios minutos en los tejados hasta el cambio de guardia, al atardecer.
- ¿Qué has traído?- La preguntó Basarab, en la puerta del burdel. Era un edificio sin adornos, prácticamente un bloque de piedra con ventanas tapadas por gruesas cortinas. Le mostró el saco, sintió la pólvora en sus manos y sonrió.- ¿Qué tanto había?
- No caben los cañones, construyen a un lado una bodega adicional.
- Haz hecho muy bien, entra conmigo. Hay más que quiero mostrarte antes de pagarte.

            El burdel era para las líneas comunes. No se trataba de las líneas antiguas, ni de las aceptadas, que eran como personas a excepción de los ojos negros. Los comunes eran odiados en su comunidad, sus orejas eran demasiado puntiagudas, tenían colmillos que sobresalían de sus bocas, no eran tan inteligentes y no vivían más de un siglo o dos. El burdel era donde llevaban a la gente que nadie extrañaría, les tiraban en tinas y se los comían, hasta dejar los huesos. Para cuando el ladrón se dio cuenta ya era demasiado tarde. Basarab lo levantó con increíble fuerza y lo lanzó a una tina con tanta violencia que le quebró un hueso. No que importara, las bestias pagaron mucho por el chico y tardaron segundos en matarlo a punta de mordidas.
- Estos comunes, fáciles de satisfacer.- Le tronó los dedos a los dos yitianos que trabajaban para él. Eran los únicos dos de su raza que sabían que era un espía para el imperio.- Vayan al norte, con mi pase les dejarán pasar los Xue. Viajen a Trapanara, hablen con el brahman Garapati. No querrá verles, por supuesto, pero díganle que representan a la joyería Basarab, entonces querrá escucharles. Díganle que mi primer reporte es oficial. Los calfas más importantes, los Baradur y los Ash-Gali arreglan matrimonios para unirse, y lo hacen con armas. Tienen tantas que requieren de nuevos edificios. Díganles también que los Kantemir fueron invitados a la boda Baradur, él sabrá lo que eso significa. Si pregunta por mi opinión, y dudo que lo haga, díganle que empiecen a rezar a sus dioses falsos, porque Tul tiene la cara de Yith.
120 Días antes de Tul
            Roesh se había hecho de un equipo de mercenarios. Luego de robar algunos cargamentos de rupias viajaron al sur, cruzando montañas inhóspitas, para reclutar mercenarios yitianos. Los mercenarios no fueron difíciles de contratar, el negocio iba lento en los límites del calfato de Baradur, muchos soldados estaban dispuestos a cambiar tres piezas de oro a la semana por diez piezas y la promesa de un botín muy jugoso. Roesh les reunió a todos en su barco flotante. Viajaban con banderas yitianas, haciéndose pasar por comerciantes para evadir los barcos de la flotilla. Los piratas tomaron sus asientos, bebiendo y bromeando. Romesh había colocado un mapa contra una pared. El imperio drario ocupaba el territorio, pero estaba enfocado en la nación Xue, una pequeña provincia perteneciente a la línea Kantemir, y señaló un poblado llamado Shuan-ri.
- Presten atención, esto puede salir muy bien o muy mal, dependiendo de cuánta atención le pongamos. Es una operación peligrosa, pero potencialmente muy lucrativa.- Se apoyó contra la mesa en la que se encontraba un mapa del pueblo de Shuan-ri. Tajib y los mercenarios que se lo tomaban en serio se acercaron para inspeccionarlo más de cerca. Era un crudo dibujo, pero podía ser invaluable en el momento de la acción.- Los Xue son arrogantes por naturaleza, y ricos, inmensamente ricos. No gastan en comida, sus medicinas son muy baratas para las raras ocasiones que se enferman, no procrean, son astutos banqueros y pueden ahorrar por siglos de siglos. No creen que un grupo de piratas puedan robarles, pero se equivocan. La seguridad, de noche, es impenetrable. Rápidos, brutales, prácticamente inmortales. Sólo pueden morir si son decapitados, si perforan su corazón, se queman hasta las cenizas o si arden por el sol. Lo haremos de día.
- ¿Qué hay de sus familiares, esos sirvientes humanos que usan?- Preguntó un pirata yitiano.
- A eso iba. Hay un pequeño castillo, artillado, pero lo que buscamos está aquí, son dos bóvedas enormes repletas de rupias, oro y objetos de valor. Carguen únicamente las gemas y el oro, dejen lo demás, ocuparía mucho espacio, haría lenta a nuestra nave y necesitamos cruzar la frontera Xuen rápidamente. Nuestra galera de cañones mantendrá ocupado al castillo. Cuatro barcos pequeños saldrán, dos para robar, dos con bombas incendiarias.- Señaló la localización de las bóvedas y después dos barrios separados.- Quemen todo, los soldados del castillo quedarán bloqueados el tiempo suficiente. Los otros dos barcos irán aquí, y aquí. Maten, roben. No se tomen riesgos, si se mueve, hagan que se deje de mover. Si son vampiros no sean idiotas, salgan a la luz del día, usen fuego para mantenerlos a raya. Los Xue se creen inmortales, pero son tal sensibles al dolor del fuego como el resto de nosotros. Tajib y su equipo se harán cargo de la primera bóveda. Los yitianos irán en el segundo barco. Los incendiarios requieren a dos piratas por unidad, ustedes cuatro. Son balas de cañón con pólvora incendiaria, sólo tienen que tirarlas, pero asegúrense de quemar lo que tienen que quemar. Nadie quiere quedar rodeado de soldados.

            Pocos durmieron esa noche. Tajib dormía poco, le temía a los sueños. Bebía de los sueños de Romesh, eran dulces, eran de la selva, de mujeres y aventuras. Pasó la noche en cubierta, con el fresco viento a cientos de metros sobre los bosques. Extrañaba el caliente aire de la selva. Romesh también, lo podía ver en su expresión. Estaban casi sobre Shuan-ri al amanecer. Volaron lento para evitar sorpresas. Se vistieron de yitianos, con túnicas y pañoletas. Todos estaban armados hasta los dientes. Prepararon las dos embarcaciones con bombas. Lo hicieron con cuidado. Romesh, Tajib y los imperiales tomaron uno de los dos botes de carga, los triarios tomaron otro.

            Las bombas cayeron primero, después sonaron los cañones del barco. El castillo, lento en responder, activó sus dragones dorados para destrozar el navío pirata. El capitán la hizo ascender, alejándose de los cañones. La guardia de humanos salieron del castillo, pero no llegaron lejos. Los incendios formaban una barrera. Las casas de los más ricos estarían protegidas, pues dormían en ataúdes de piedra, pero quienes dormían en ataúdes de madera sufrieron los estragos del incendio. Muchos vampiros murieron bajo la luz del sol.

            Tajib, Romesh y sus hombres se abrieron paso a tiros por las calles de Shuan-ri. Habían descendido en cuerda, disparando sus rifles. Los soldados enemigos, de pesados petos por todo el cuerpo, de cascos pintados con cuernos y máscaras de rostros terribles, defendieron la bóveda de los vampiros, pero eran humanos y no eran suficiente. Tajib colocó las bombas en una de las paredes, se ocultó detrás de las estatuas de dragón sentado de mármol que había en un acceso lateral. Romesh incendió el lugar, para sacar a los vampiros. La bóveda se encontraba en una pagoda dentro del enorme edificio. Sería difícil abrirla, pues era de un metal especial, conocido únicamente a los vampiros. No planeaban abrirla. Usaron cadenas para subirla al barco de carga. Los piratas se subieron sobre la bóveda y se prepararon para escapar.
- ¿Crees que les deberíamos haber dicho?- Preguntó Tajib a Romesh, apuntando al otro punto de incursión, donde los yitianos peleaban rodeados de soldados.
- ¿Decirles que aquellas eran las barracas?- Romesh se echó a reír. Ninguno de ellos sobreviviría.

            El barco de carga se incorporó a un lado del navío pirata. Se elevaron hasta las nubes, cruzaron la frontera Xue. Tardaron varias horas en poder abrir la bóveda. Habían perdido a cinco buenos hombres, además de los yitianos que nadie lamentaba. La puerta se abrió, se inundaron de diamantes, rupias y toda clase de joyería. Romesh sonrió y miró a Tajib. Seguían siendo shatriyas, con o sin título.
- Les dije que les haría ricos, no mentía.- Dijo Romesh y los piratas rieron y celebraron.

40 Días antes de Tul
            Zainab era un famoso diseñador de sueños. Había sido el primero en montar una galería onírica en Guptal, incluso visitada por los brahmas, quienes le dieron la bendición. Sus sueños podía ser tan específicos que era capaz de recrear una casa, una ciudad entera. Un nuevo arte había nacido, y el deber sagrado de los vashas era el arte. Rara vez viajaba fuera de Guptal, ahora tenía que hacerlo. Abordó un lujoso tren de pasajeros. Tenía el frente con arreglos de plata en la forma de un cazador rodeado de estrellas, era Vorvados, pues era un barco de vashas. Las velas eran verdes y tenían a la trimurti de los brahmas, después de todo, eran ellos quienes dirigían al imperio drario. Brahma, Vishnu y Shiva en una danza dentro de un círculo con muchos ojos abiertos, simbolizando el despertar. Zainab se ajustó las ropas que escondían su trabajo y miró a su alrededor. La gente tenía miedo. En poco menos de un mes los relojes marcarían el inicio del último yuga, la última época, y en los tres días de Tul se decidiría todo. Los vashas debían permanecer unidos.

            El barco atracó en el puerto flotante de la citadela de Hunapatra, que flotaba sobre la densa jungla al oriente del imperio, sus verdaderas raíces. Zainab se asomó, el verde siempre le cautivaba. Había estado en la jungla casi toda su vida, respetaba la extraña subjetividad del ambiente cuando la niebla matutina lo hacía parecer todo como una realidad aparte. La citadela no se parecía para nada a la jungla, aunque todos los edificios tenían enredaderas y había árboles por doquier. El domo de la citadela era en octágonos, vidrios gruesos de distintos colores que podían abrirse automáticamente, dejando entrar el viento para refrescar el lugar. Los edificios eran clásicos, de piedra con columnas que sostenían pisos con más columnas, hasta tres o cuatro pisos, adornados con lianas y otras vegetaciones. En todas partes, incluso en las casas más humildes, había dioses tallados, inscripciones y, últimamente, plegarias. Ni siquiera el culto de Shiva, exclusivo de los brahmas aunque compartido ahora por todas las castas, podrían salvarles. Zainab no creía en esas cosas, él había llegado al taller del famoso Gopal con revelaciones más temibles.

            El taller era como el suyo, pero cuatro pisos más grandes. Los shuggoth, criaturas del desierto con más tentáculos que cuerpos, eran usados por sus aceites y venenos. La sustancia base se almacenaba en alambiques, se purificaba mediante el calor que lo hacían pasar por tubos de cristal hasta que se sedimentara en pequeñas vasijas conectadas a hilo de estambre. Los hilos iban por todas partes, como una maraña. Las pocas gotas de la sustancia base eran adicionadas con ciertos agregados difíciles de producir, en esa etapa se podían diseñar los aspectos más rudimentarios de la realidad onírica, la parte emocional. Se conservaban en pequeños frascos y se requería de unas cuantas gotas para mezclarlas en ardientes aceites, cuya mezcla al refinarse daba por resultado final un sueño. Se trataba de un arte, pero también de una ciencia.
- Impresionante.- Dijo Zainab y Gopal saltó del susto. Se quitó los guantes de cuero, le invitó a pasar a su mesa de trabajo. Tenía docenas de diseños para nuevos sueños, todos ellos debían ser aprobados por brahmanes, pero los vashas sabían que eso cambiaría tarde o temprano.
- Zainab, es bueno verte.- Le estrechó la mano y sonrió, pero era obvio que estaba agotado. Tenía una barba dispareja, estaba vestido apenas en pantalones. De haberle visto en la calle habría jurado que se trataba de un shudra.- ¿Ha oído del opaceo? Es un opio de los Xue, puede ser descompuesto en sus partes, para prolongar exponencialmente la duración onírica. Olvida los días, hablo de meses. ¿Lo ves Zainab? Toda tu educación escolar básica en dos días de sueño. Hablo de clases, hablo de juegos para fomentar el sentimiento nacional, hablo del primer amor, algo dulce y a la vez triste. La perfecta infancia. Tan real como la realidad, ¿qué es más real Zainab, el sueño o la vigilia?
- Ya sabes lo que los brahmas dirán, la vigilia es la realidad última, pero tú y yo venimos de las estrellas, ¿qué saben ellos que adoran a esos terribles dioses? Si estás dormido, el sueño es tu realidad, si estás despierto, pues tal es tu realidad.
- Emocionante, ¿no es cierto?- Se encendió una pipa, era obvio que había mezclado algo de opio con su tabaco, pues estaba casi maniático en su trabajo. Zainab puso sus papeles en la mesa, quitó los adornos y extendió sus diseños.- ¿Me compartes tus secretos?
- No, los tuyos. Sabes que el celo profesional es muy característico en los vashas. Una vez compuesto el sueño, en sus partes químicas, es difícil descomponerlo.
- Imposible, diría yo. Hablamos de tres sublimaciones, tres rarefacciones y eso sin contar los aditivos que sufren sus propios procesos.
- Pues yo lo he logrado.- Gopal le miró con miedo.- Ese químico base que usaste el año pasado... Gopal, mató a 500 personas, hizo adictas a miles,  decenas de miles. Inadvertidamente has causado una epidemia de adicciones. Los shuggoth que empleaste, no estaban maduros, su composición gelatinosa era alta en arbóreos, como puedes ver aquí. Es un veneno, más potente que cualquier opio Xue. Sé que es difícil para ti oírlo, pero quería que lo escucharas de mí.
- Es terrible.- Miró los diseños, los cálculos, Zainab había dado en el clavo. Se alejó de la mesa, pateó una silla y se apoyó contra una mesa repleta de aparatos alquímicos.- Los brahmas, ellos te ponen tantas restricciones en su estudio. Lo hacen porque tienen miedo Zainab, temen que Tul no exista, nos temen a nosotros. Temen que hagamos olvidar a la gente común la trampa de Maya, que les hagamos caer más en sueños, incluso dormidos, y acepten las ilusiones en vez de escoger por el despertar de la meditación. Ellos tienen a sus yoguis, nosotros tenemos nuestro arte onírico. No te dejan estudiarlo como es debido, todo debe hacerse según sus Vedas y sus obtusas Gitas. Pero la gente Zainab, ellos quieren y quieren más.
- Cometiste un error, estabas apurado. Sí, muchos murieron, pero Gopal, fue un error y nada más. Soy el único que lo sabe, estos son los únicos papeles. Pero la ciencia es la ciencia, no somos como los brahmas que creen más en sus místicos que en nosotros, lores de la alquimia. Si yo lo pude descubrir, el cómo desfragmentar un sueño, otros lo harán. Lo haremos juntos Gopal, admitir el error, mejor ahora antes que otros diseñadores se enteren por su lado. Sería peor, si lo piensas, que el gran Gopal, líder de los vashas, tratase de ocultar la verdad.
- Tienes razón, pero por ahora, ¿eres el único que lo sabe?
- Sí.- Gopal se dio vuelta. Tenía una larga pistola. Le disparó al pecho. Tiró su cuerpo y sus papeles al incinerador. Desaparecería en menos de una hora, pero la culpa no se iría nunca.

37 Días antes de Tul
            Los piratas atacaron desde las nubes. No era la primera vez que lo hacían, que robaban cargamentos de piedra lunar, pero ésta vez era diferente. Ahora faltaba poco para los tres días de Tul, para el inicio de su Yuga de la destrucción. La nave imperial no viajaba a solas. Un navío de guerra le acompañaba. Los barcos de carga tenían pocos cañones, pues eran pesados, la prioridad era el barco de guerra. Tenía tres hileras de cañones, tenía cañones cuyas balas estaban encadenadas y largos y potentes arpones. Romesh había contratado más piratas, pero no les había dicho todo su plan. Ordenó ocultar su piedra lunar, de modo que los navíos pequeños no atacasen aquello que les hacía flotar. Bajaron las velas negras, ya no tenía sentido esconderse. Atacaron por sorpresa, usaron bombas incendiarias y los piratas descendieron por las largas escaleras de nudos. La batalla fue cruenta, perdieron a muchos. Los militares estaban bien armados, pero la sorpresa había valido para mucho. Una hora después y el navío de guerra se estrellaba contra las planicies.

            Atacaron el barco carguero, pero ahora tenían a la mitad de su gente. Abordaron el barco, pero rápidamente se vieron rodeados, los cargueros tenían más soldados de los que esperaban. Ya habían robado antes, los imperiales sabían qué esperar de ellos y lo jugaron en contra. Tajib, Romesh y una docena de soldados fueron llevados a las jaulas, en el interior del barco. El segundo capitán se hizo cargo de la nave pirata. Romesh no estaba nervioso, Tajib tampoco.
- No te asustas fácilmente.- Le dijo Romesh, acariciando su bigote.
- Estuve en la guerra, infantería. He visto cosas peores.
- Ah, entonces les has visto. Sabes de lo que hablo. Fui capitán, ya también estuve ahí. Nos dijeron que fueron los Xue, que utilizaron a su necromagos. No, la cosa no funciona así. Tú los viste, estoy seguro. En esas montañas de cadáveres.
- La mitad de la guerra fue con espadas y escudos.- Recordó Tajib, con amargura, señalando su tatuaje de cobra en el pecho.- Defendí Gupatra, en el corazón de la selva. Los rifles, las pistolas, todo eso vino después.
- ¿Pero los viste?
- Sí, y no fueron esos endemoniados Xue. No, la miseria de la guerra los creó. Eran zombies, se levantaban de entre esas montañas de cadáveres putrefactos.- Se acarició el tatuaje de nuevo y Romesh sintió un escalofrío.
- ¿Escuadrón de cobras? Ustedes vieron lo peor. La batalla de Purantrara, en la línea entre los Xue y los yitianos. Peleando vampiros de noche, yitianos de día.- Tajib asintió.- Hicieron bien, me refiero que estoy orgulloso de estar con alguien como tú. Escuadrón suicida, lograron partir a los calfas, desunirlos por completo y mantener a los Xue en su lugar.
- ¿Te enorgullece que nos colgarán antes de llegar a puerto?
- ¿Quién dijo algo sobre colgar?

            Romesh sonrió y Tajib entendió la jugarreta. El tercer oficial se acercó silencioso, les tiró las llaves y les indicó la posición de los soldados. Emergieron armados, tomándoles por sorpresa y retomando su barco pirata. Le pagaron bien al tercer oficial, dejaron vivos a los marinos, todos ellos aplastados en un barco de emergencia con una piedra lunar tan pequeña que apenas y flotaba. Se enfilaron al sur, a Kuntra. Tajib en el barco pirata, Romesh en el barco carguero. Los piratas cambiaron las velas. Ellos se quedaban con todas las rupias que pudieran encontrar, y habían encontrado muchas, pero Romesh hacía el negocio de la piedra lunar, tal había sido el trato.

            Acuatizaron en Kuntra, Romesh se encargó de las toneladas de piedra lunar. Tenía sus contactos. Tajib le acompañó en un carruaje. Un vampiro estaba ahí, que no conocía, y un yitiano que conocía muy bien, la clase de gente que sabe dónde vender lo robado y sacar buena tajada. Se requirieron de tres carruajes de carga para todas las toneladas de piedra lunar robada. Además que ahora podían cambiar de barco, venderlo, o vender sus partes. Tajib viajó en silencio, estaba cansado. El vampiro no dejaba de mirar su tatuaje. El yitiano trató de ser diplomático.
- Yo tengo un tatuaje de una rosa con espinas en la boca de una calavera. ¿Qué tal tú?
- Mi línea no usa los tatuajes, pero las regulares sí lo hacen. Se tatúan todo el cuerpo. Ese tatuaje es especial, es una cobra. Yo también estuve en la guerra, pero nunca me les enfrenté.
- Probablemente maté a cien de esos samurai, lo siento.- Dijo Tanjib, encendiéndose un cigarro. Para sus sorpresa el vampiro lanzó la carcajada.
- Ustedes los mortales y la muerte. Un Xue no muere, su alma nunca ha dejado el desierto de la noche eterna, simplemente se queda ahí. Son ustedes los que creen que deambula de un reino místico a otro, como si tomase sus maletas y se fuese de viaje.
- Reencarna.- Dijo Tajib.- Si cumples tu deber, reencarnas en algo mejor.
- Reencarnación, bah.- Dijo el yitiano.- El alma es una esencia, para ser una sustancia, una cosa, tendría que materializarse y no lo hace. Yith te lleva al jardín de las delicias, si fuiste bueno, al infierno, si fuiste muy malo y si no, simplemente desaparece. Es como la belleza, si quemas el cuadro, deja de existir.
- La belleza no deja de existir porque el cuadro no esté ahí.- Dijo el vampiro, en su usual arrogancia.- La belleza estaba ahí, esperando que el cuadro se pintara.
- Ah, parece que llegamos a un callejón sin salida.- Dijo el yitiano. Tajib gruñó, los yitianos se hacían pasar por filósofos, o como ellos decían, científicos. Les fascinaba el debate intelectual. Sonrió para sus adentros, probablemente por eso nunca serían un imperio. Los drarios, después de todo, era la reunión de varias castas, de pueblos lejanos, estelares. No se ponían a cuestionar tonterías como esas, al menos no Tajib que sabía poco de la belleza.
- Si fuera como dices.- El vampiro parecía tomárselo personal. Sus ojos negros parecían brillar, bien oculto tras las pesadas cortinas del carruaje, al atardecer.- Entonces el honor y la valentía, cosas que nuestro amigo, el mudo, ha de conocer bien, sólo existirían al momento de actuar. No antes. No, esas cosas existen antes de plasmarse en la realidad.
- Nadie es honorable que no haga cosas honorables.- Replicó el yitiano.
- Honor.- Dijo Tajib, ya harto de la conversación.- Belleza... ¿Qué diferencia da? En 37 días se acaba el mundo.

30 Días antes de Tul
            Alina había pasado ya veinte años en el monasterio Kantemir, probando su fe y su fervor. Boc le había prometido que sería mordida por el Antiguo en persona, que pasaría su primer siglo siendo sirvienta de Mikhail, quien le trataría bien. Nada de minas para ella. La misión era peligrosa, pero jugosa era la recompensa. Urbar, el banquero del calfa Rashmed Baradur, estorbaba a los Kantemir y a su negocio bancario. Tenía que parecer un accidente. Alina había estudiado necromancia y alquimia por años, se le ocurrían cien maneras de matarlo, pero sabía que su inmortalidad estaba en juego. No podría aplicar para una línea antigua, tendría que conformarse con una aceptada si lo echaba a perder. No tenía intención alguna de echarlo a perder. Habiendo seguido al viejo Urbar por un par de días determinó la mejor manera de actuar.

            Utilizando sus habilidades necrománticas, y un poco de veneno Xue mezclado con los aditivos oníricos de los drarios, actuó sobre un cochero. Los aditivos carecían de sabor, no los notó al beber su agua. El aditivo le haría más receptivo a los sueños. Los venenos tuvo que ponerlos en su comida. Entró a su casa, en un descuido de la esposa, y envenenó la ternera. Le caería pesado al estómago, pero no sospecharía nada. Se estableció en el techo de la casa cercana. Oculta entre las altas herraduras del edificio colocó su tapete, sus velas tapadas por lámparas negras y comenzó a rezar. Muchos eran los secretos que habían sido revelados por la estrella Magra a los lores de la noche en su sagrado peregrinaje, y el mundo de los sueños era uno de ellos. Sabía lo que los drarios eran capaces de hacer, pero le bastaba con entrar a su sueño, introducir una simple idea. Le siguió al día siguiente desde lo lejano, vestida como yitiana escondiéndose de los pies a la cabeza. El banquero Urbar cruzaba la calle, y con tan solo un chasquido de dedos y un estornudo, la mente del cochero le perteneció. Más de dos segundos era excesivamente peligroso, sería rastreado hasta ella. La mente era poderosa, incluso en un grosero cochero, y estaría tanto en su mente como él en la suya. No necesitaba más de un segundo. Un simple jalón de las manos. Los caballos pasaron por encima del banquero y Urbar murió en un trágico, lamentable e inocente accidente.

            Regresó al monasterio, ésta vez podía deambular por el castillo como sirviente humana, pues Boc val Kantemir le había entregado ropas azules, marcándola como una familiar en proceso de conversión. La curiosidad la impulsó a seguir a Boc, espió detrás de una cortina hacia una amplia sala. Los emisarios del calfa Baradur parecían incómodos.
- Los bosques de Yang.- Dijo Mikhail val Kantemir.- El calfa debería estar orgulloso.
- Lo estará.- Dijo el oficial, firmando y sellando documentos.
- Ha sido un placer.- Alina se ocultó tras una armadura con terrorífica máscara. No era toda de metal brillante, era negra, con latón y cuero, de los pies a la cabeza, además del extraño casco en forma de cabeza de dragón. Se acercó de nuevo, para seguir espiando.
- Vienen a nosotros con estos sellos y firmas... ¿Y la matanza en ese pueblo, y el robo? No, eso se lo callan. Tenías razón Diona val Lascar, no pueden ser confiados pero ahora hemos ganado la superioridad moral. Les volveremos locos con estas nuevas libertades. Además, esos bosques se quedarán sin animales muy pronto, los humanos cazan demasiado.

            Alina se alejó y esperó en la sala de oro, como Boc le había instruido. Mikhail y Boc le llevaron una sala especial, de piedra y sin adornos. No tenía ventanas, pues sería su tumba en los siguientes días. Tenía una fuente de sangre fresca que caía desde una alta pared con un relieve de un dragón. Alina se desnudó por completo, Mikhail sintió su cálido pecho, sintió su corazón. Le mordió el cuello, desgajando parte de la garganta y devorando su sangre hasta matarla. La acomodaron en una cómoda cama. Despertaría pronto, la herida curaría en cuestión de días. La transformación le sería dolorosa, pero la sobreviviría. Le esperaba una eternidad muy cómoda.

7 Días antes de Tul
            Purajab conocía los riesgos de cazar en los bosques de los vampiros. Se trataba de la frontera con Kuntra y los Lascar supuestamente dominaban cada piedra y árbol. Sabía muy bien que las líneas más impuras hacían sus hogares en sus cuevas y en los lugares oscuros. Llevaba su arco, sus flechas y su espada, por si acaso. Se movió silenciosamente, siguiendo el ruido del río. Divisó a un venado, en la lejanía. Preparó su flecha, eran muchos metros pero no podría acercarse más. El venado no se dio cuenta. La flecha acertó en su cuello y cayó muerto. Purajab celebró su cacería, se encomendó a Dohl, pues era un shudra y tal era su patrono. Se acercó por su presa cuando sintió las ramas y la cuerda bajo su pie. Una extraordinaria fuerza le jalaba hacia una gruta, parcialmente mimetizada por hojas. No era el único cazador ese día. Le pudo ver de lejos, jalando con todas sus fuerzas, su cabeza más parecida a la de un murciélago que a la de un humano. Se resistió, tomándose de un árbol y con su espada cortó la cuerda. El vampiro gruñó, pero no saldría a la luz. Recogió a su venado sobre el hombro y regresó al pueblo por el sendero menos transitado. Tenía una parada que hacer. Un viejo vampiro habitaba una cabaña sin ventanas y sus remedios siempre le dejaban algunas rupias en Kuntra.
- Shadue, sé que estás despierto.- La puerta se abrió un poco y el cazador atravesó la pesada cortina negra. Tenía su botica repleta de velas y lámparas, pues los Xue estaban obsesionados con la luz y los colores. Shadue no era un Lascar, pero tampoco era uno de los monstruos que casi le cazaban. Se trataba de una línea aceptada que había caído en desgracia durante la guerra. El viejo, de ojos negros y largos colmillos frontales le convidó de su té y acomodó entre sus cientos de botellas y anaqueles con objetos raros.
- Shadue val Arkros, al menos dilo completo.- Purajab le mostró las monedas y señaló una botella.- ¿Más opios? Pensé que a ustedes los drarios les gustaba soñar.
- En siete días se acaba el mundo, nadie quiere estar despierto para ver a Tul.- Le entregó la botella que guardó en su bolso de tela colorida.- Ustedes no creen en eso, ¿no es verdad? No los entiendo a ustedes, los Xue. Son tan... Extraños.
- No hay más que una noche eterna, no hay épocas como ustedes creen. La Magra vendrá, está prometido, y los ríos serán de sangre. Los Xue dominaremos todo cuando eso pase.
- Cuando eso pase. Y mientras tanto, ¿te quedarás en esta parte poco visitada del bosque?
- Las Nocturnalias dicen: “Conocer a otro, es inteligencia; conocerse a sí mismo, es sabiduría. Dominar a otros es fuerza; dominarte a ti mismo es el verdadero poder. Cuando te das cuenta que tienes suficiente, es que serás verdaderamente rico”.
- Suenas como los Brahmas, ellos son como los Lascar o los Kantemir, o los demás vampiros que conozco, hablando de simpleza y viviendo en palacios.
- Las Nocturnalias también dicen: Un líder es mejor cuando el pueblo a duras penas sabe que existe. Con un buen líder, que habla poco, cuando su trabajo está hecho, su propósito ha sido concluido, entonces la gente dirá “lo hicimos nosotros mismos”.- Shadue agregó, con cierto sarcasmo.- Además, ¿qué te molesta tanto si el mundo se acaba en una semana?

            Regresó a Kuntra para vender al venado, pero la pregunta se le había quedado. El venado se lo compraron por muy poco, Satrivan aún tenía el monopolio en el mercado. Sus carros de carga ahora llevaban distintivos de colores, en señal de su orgullo. La poción del vampiro le dejaría suficiente dinero. Todos en el mercado se irían a dormir, como ya habían hecho los ricos, de no ser porque necesitaban mucho dinero para drogas tan potentes y sueños tan caros.
- Todo se ve tan... intranquilo.- El mercado era silencioso, nunca había visto nada igual.
- ¿Qué esperabas? Satrivan se ha hecho el principal vendedor en Apuntra, cerca de aquí. Ese dinero, se dice, se lo gastará en una gran comilona en los tres días de Tul. Semejantes herejías...
- ¿Herejías? Eso de Tul no me lo creo.- Satrivan era un shudra de hombros anchos y rostro cuadrado. Vestía con la elegancia de un vasha, con telas que cruzaban su pecho con pequeñas cadenas de oro y campanas.- H     e tomado mi ganancia, eso es todo. Eso deberían hacer ustedes.
- Tendrías que cazar a todos los venados y caballos del bosque para conseguir ese dinero.- Dijo Purajab, señalando a sus carros, eran más de tres y estaban repletos de carnes.
- La vendo caro en Apuntra, ya quedan pocos cazadores por allá, es por los vampiros.

            Purajab lo habría dejado pasar, de no ser que su primo era de esa villa. Había hablado con él hacía dos días, la cacería seguía normal y los precios eran los mismos que en Kuntra. Impelido por la curiosidad, y en parte por la envidia, se metió a uno de los carros, escondiéndose bajo una manta entre pesadas cajas. Satrivan amarró a sus mulas y comenzó el viaje. No podía ver a dónde iba, pero estaba seguro que no era el camino a Apuntra, pues andaban en el bosque y Apuntra era una colina prácticamente desértica. Se asomó, estaba en lo correcto, no se dirigían allí. Reconoció el lugar por las grandes piedras, le decían la mano de piedra y estaba en la frontera. Saltó del carruaje y cayó sobre la hierba. Le siguió de lejos, viéndole acercarse a una de las cabañas sobre la vieja mina abandonada. Satrivan intercambiaba aquella comida por mucho dinero. Se acercó un poco más y Purajab pudo ver, en completo horror, que había soldados yitianos allí. Imaginó que habrían cientos, quizás miles en la mina. Se trataba de un puesto de avanzada.

            Salió corriendo al escuchar los gritos. Se perdió en el bosque, de modo que los soldados a caballo no pudieran seguirle. Tenía que regresar a Kuntra, avisarle a los soldados, al imperio entero. Al imperio que en algún momento había dominado los dos hemisferios, que había perdido su río sagrado y ahora enfrentaba una invasión. Logró llegar a Kuntra, evadiendo a los yitianos. Corrió hacia la base de shatriyas, pero estaban todo dormidos. El vendedor de sueños, sentado en la entrada, había hecho un dineral. Subió las escaleras de piedra hasta la inmensa campana y con todas sus fuerzas empujó el leño que tocó la campana. Los soldados despertaron, confundidos y anunciados. Un comandante trató de arrestarlo, teniéndole por bromista. Habló rápido, sobre los soldados en la mina y sobre sus perseguidores. El comandante no le creyó hasta que una flecha atravesó a Purajab en el pecho.

            Sonaron las alarmas, las campanas y los cuernos. Kuntra despertaba. Atacaron a los invasores, siguiéndoles hasta la mina y temiendo lo que pasaría después.

El segundo día de Tul
            El brahman Mahandra disfrutó su té, sentado en un cómodo sillón en el palacio de Gupatra. Tenía los tres rostros de Trimurti como relieve en una pared, hecha de plata y gemas. Terminó su té, agradeció a los dioses por otro día más de vida y aplaudió. Girvan apareció, abriendo la puerta de madera labrada con mucho cuidado y depositó más té. El brahman le tomó del brazo, indicándole que se quedase. Indicó hacia arriba, al techo de rupias y gemas con pinturas que lo hacían parecer al firmamento. El brahman sonrió. Tul no había aparecido.
- No aún, hemos tenido suerte, los dioses han sido buenos con los santos y con los impuros por igual.- Aplaudió de nuevo y entró Romesh, vestido como shatriya, de telas rojas y cabello largo. Tenía medallas en el pecho y anillos en los dedos.- ¿Te sorprende verlo Girvan? El imperio ya ha escuchado de la fallida invasión a Kuntra y Romesh, por sus propios medios, detuvo una masiva incursión en el bosque de Yang. Suficiente artillería para arrancarnos un pedazo de territorio.
- Todo lo que hago, es por el imperio.- Dijo Romesh.
- Mira por esa ventana Girvan.- Se asomó junto con su amo. La gente ya no dormía, el temor de la invasión les había activado. Podía ver a las castas trabajando juntos, preparándose para otra larga y cruenta guerra.- Sí hubo un renacimiento, los Vedas no mentían. Tul es nuestro enemigo, los calfas, pero ha habido un renacimiento, como estaba escrito. Los drarios están más unidos que nunca.
- En verdad,- Dijo Girvan.- son misteriosas las maneras de Vishnu.
- Vaya que sí.- Mahandra lanzó la carcajada y Romesh le acompañó.- Romesh no fracasó en su misión de buscar espías, te detectó a ti. Es por ello que te he mantenido cerca, siempre cerca para que reportes a tus verdaderos amos.
- Pero, mi señor.
- Ni se te ocurra.- Dijo Romesh, con la mano en el mango de oro de su espada curva.- Un paso más y te cortaré en dos.
- Está bien...- Aceptó Girvan.- Le he traicionado brahman, ¿pero por qué el misterio?
- No se requirió de mucha gente, los espías como tú hicieron lo demás. Hanan Gamal, Radu y Diona val Lascar, Romesh y Gopal. Nada más. El plan era ambicioso, pero salió a la perfección. Los brahmanes habíamos anticipado el Tul-yuga desde hacía años, me encomendaron a mí la operación final. Tú Girvan, sólo fuiste un peón.
- ¿Y un peón no merece conocer al tablero de ajedrez?- Romesh estaba por sacar la espada, pero Mahandra le detuvo con un gesto.
- Hanan Gamal casó a dos de sus hijos, de ese modo corren los rumores de que las tribus se unían. Su hijo Umar Gamal se casó con Nadya Baradur, para cerrar el trato se ofrecieron más armas de las que cabían en la armería. Umar tenía así el control parcial del ejército para llevar a cabo la fallida invasión por el bosque. Romesh sabía que estarían ahí. Diona se encargó de darles ese bosque. Las armas venían de mí. Las sacaba de la armería imperial, tal era el pago, no eran rupias como tú creíste en ese barco, por la piedra lunar de las minas de los Lacar. Las distribuían al calfa Gamal. Eran muchos cargamentos, y para que todo pareciera natural Romesh se convirtió en un corsario. Robaba la piedra lunar, en compañía de sus piratas, para llevarlas a la mina de los Lascar.
            La unión entre calfas, sin embargo, no era suficiente. Los vampiros tenían que hacer alianzas con los yitianos. Esas alianzas, sin embargo, debían existir únicamente en papel para que todos en el imperio supieran de ella. Pero no podían ser alianzas reales. Romesh atacó a una villa Kantemir para que creyeran que fueron los yitianos. Diona val Lascar se hace intermediaria entre los Kantemir y los Baradur, incluyendo por supuesto al bosque de Yang que era necesario para la invasión fallida. El imperio, todas las castas, se enteraron que los Xue y los calfas hacían alianzas que comprometían tres cuartas partes de nuestras fronteras. El miedo ya estaba ahí, pero Gopal lo cimentó con mayor fuerza.
            Gopal, líder de los vashas, cometió un terrible error que costó la vida de cientos o miles. Él quería independizar la producción de sueños, algo que eventualmente tendrían de todas formas. A cambio de semejante reforma se encargó que los sueños fueran patrióticos, unieran a la gente en contra de Tul, que les llamara a superar el miedo. La gente teme a una invasión que no solo no existía, sino que los calfas no querían, ni quieren ejecutar, y que yo mismo estaba fabricando.
- ¿Pero cómo convenció a un calfa y a los Lascar?
- Gopal conserva su secreto y gana su autonomía. Era cuestión de tiempo, de todas formas. Romesh es humillado en público pero regresa a nosotros como general de altos honores, a cargo del ejército y la seguridad del imperio. Radu y Dio van Lascar se quedan con las minas de Kuntra, quedan en muy buenos términos con la línea Kantemir y jugosos tratos comerciales para comprarles la piedra lunar. Hanan Gamal, quien había logrado casar a dos de sus hijos mediante armas y la promesa de dejar de cosechar shuggoth pierde podo. No se pueden divorciar, los yitianos no lo permitirían, de modo que tiene oídos y manos con los calfas más importantes. La promesa Ash-Gali será olvidada, pero el enojo será lo de menos, pues hemos prometido comprarles tantos shuggoth como pueda cosechar en ese desierto. Este trato le hará el calfa más importante y, geopolíticamente hablando, el de menor importancia por estar demasiado lejos de la capital. Él puso a los soldados muertos, pero se las apañó para que parecieran de otro calfa. Ustedes, los espías, se encargaron de que todo se supiera, y mis propias actuaciones lo hizo más real. Tul-Yuga ha llegado, estos tres días serán los días de reunificación imperial.
- Me inclino ante usted.- Girvan se inclinó hasta donde la espalda le dejaba.- Hizo creer a todos que el imperio se desmoronaba, cuando en realidad estaba en la ruta de la transformación.
- Bien, ahora que lo sabes... Romesh.- De un tajo le cortó la cabeza que salió rebotando.
- Gracias general, llévese el cuerpo y eso será todo.

Tercer día de Tul
            Romesh había despedido a sus piratas y Tajib regresó a Kuntra. No le apetecía seguir con el tráfico de personas, aunque seguía siendo una opción viable. Decidió que tendría un empleo decente y fue aceptado en la pescadería del muelle. Los anteriores empleados habían renunciado, pues estaban seguros que Tul llegaría, con su rostro metálico y rodeado de fuego y se los comería. Cargó algunas cajas, pero no había mucho qué hacer. Se reunió con el dueño en el muelle, quien vaciaba una barcaza de pescador en cubetas.
- Tercer día y nada, pero míralos.- Señaló a la gente que salía a ser ruido con cacerolas y campanas.
- He oído que se están armando.
- Tonterías, conozco a muchos marinos yitianos. Los calfas no saben qué pensar de todo el asunto, no invadirán. Ellos esperan que el imperio se caiga solo, por el peso de los brahmas. Eso, o cuando Tul nos devore a todos. Que no te engañe el hecho de que siga trabajando, es que no quiero ir a casa a mi mujer y cuatro hijos. Están tan asustados como yo.
- Por favor, no hay tal Tul. Este renacimiento es algo de paranoia y listo. He visto cosas en la guerra, cosas que no deberían existir, incluso dragones en la punta más oriental del dominio Xue. ¿Caras de metal y rodeadas de fuego?, ¿castigos de los dioses? Son para niños.
- Quizás, eso lo veremos mañana. Todo se decide en esto tres días y si tienes razón, seguiremos.

            Le acompañó cargando las cajas y cubetas de pescado. El dueño se quedó adentro. Tajib salió a los muelles de madera para fumarse un cigarro. La niebla del mar asustaba a la gente, les alejaba de las playas. Él no temía, después de todo, había niebla cada mañana. Escuchó un silbido que le resultó familiar, como una flecha. Se dio vuelta, agachándose rápidamente como un soldado, pero no había arqueros. La gente seguía haciendo ruido y el viento le había jugado una mala pasada. Lo escuchó de nuevo, y al escucharlo por tercera vez estuvo convencido que eran flechas. Caminó a la orilla del puerto de madera y miró hacia arriba. Podía ver las flechas encendidas. Pensó que serían yitianos y se preparó con su cuchillo de pescador.

            Un rostro apareció en la niebla. Era de metal pulido, en expresión de ataque y con grandes colmillos. El rostro estaba rodeado de fuego. Tajib se congeló de miedo. El rostro se hacía cada vez más grande conforme salía de entre la niebla. Tan grande que tuvo que huir, pues se devoraba al muelle de madera. Entró a la pescadería, el rostro no se detenía. Corrieron fuera por varios metros. El rostro avanzó aún más, varios metros hasta subirse a la tierra. La niebla se había disipado. El silencio era absoluto. Roto por los llantos de las mujeres y los niños. A lo lejos se veían otros rostros, igual que Tul, que se aproximaban a la orilla. Tajib contó al menos cuatro. Se alejó corriendo, junto con los demás y al estar a una cuadra pudo verlo mejor. Se trataba del barco más grande que hubiese visto en su vida. La cara era tan solo el principio. Se asomaron rostros humanos que hablaban una lengua extraña.
- ¡Cuthulhu!, ¡Cthulhu! Hay tierra, estamos salvados. En nombre del reino del Miskatonic y la dinastía Wercer, estamos salvados.

            La lengua era extraña y todo lo que podían entender era Tul.



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