Tul-Yuga
Por: Juan Sebastián Ohem
337 días antes de Tul
Afif
Hadad cuidaba de los caballos del calfa, no era una distinción muy grande, ni
su familia muy importante, pero al ser uno de los sirvientes que entraban en
contacto con el calfa Gamal y su familia llevaba, en su turbante, una gema que
podía valer más que su humilde casa. Se aseguraba, junto con otros sirvientes,
que los caballos estuviesen lustrosos y preparados. Aquellos eran, después de
todo, potente sementales del desierto. Todo el mundo sabía que los caballos
yitianos eran los mejores caballos del mundo. El establo del calfa y la familia
real era un majestuoso palacio para caballos. Rodeado por columnas en arcos de
herradura tenía amplias y coloridas bóvedas con espaciosos campos para
entrenarlos. Los caballos, pensó Afif, vivían tan aislados como la familia
real, y estos a su vez estaban tan aislados como todos los demás calfas, pues a
diferencia del imperio, la gente del desierto se dividía por tribus, calfas, y
la unión era más espiritual que real. Eran todos hermanos, o así se decían.
Descendían, después de todo, de Yith, el profeta. Adoraban todos a Chaugnar
Faugn, el elefante gigante de largos marfiles que estaban tallados con todas
las leyendas y mitos de la gente del desierto.
- ¡Afif!- Alaur entró corriendo,
sosteniéndose el turbante y levantándose la túnica verde para no ensuciarla.- Prepara
el carruaje de la princesa Qasima, hemos de ir por ella.
- ¿No te han dicho aún adónde
viajarán?- Aluar señaló sus piedras verdes, era más bien un sirviente
secundario.- Yo sé dónde encontrarla, he oído que mantiene un amorío.
Prepararon
el carruaje de metal pulido y de relieves y una larga sombrilla rosada por
techo. Afif tenía razón, la joven Qasima, de 15 años, no estaba en el palacio.
Los sirvientes a veces sabían más que las familias importantes, pues Hanan
Gamar no sabía del amorío. Aunque, después de todo, tenía ocho hijos, cuatro
hermanos con al menos cinco hijos cada uno. Y cada hijo tenía a su cargo algún
aspecto de la ciudad que llevaba el nombre de su calfa, Gamal. La ciudad no era
grande, estaba en un rincón, contra el mar y lejos de la ruta comercial. Sus
minas, disputadas con los vampiros norteños, que a su vez eran disputadas con
el imperio, no daban la suficiente riqueza. No vivían en el desierto, aunque
sus edificios y ropas así lo pareciese. Ubicados en un cuerno tan al norte se
encontraban en estepas que se transformaban e frondosos bosques al elevarse en
montañas.
Las
plazas, verdaderos centros urbanos, tenían altas fuentes contra las paredes,
repletas de azulejos y espejos. Los mosaicos de los murales y de las columnas
que les franqueaban se añadía al tinte de las telas usadas y parecía un
caleidoscopio de color. Afif y Aluar disfrutaban Gamal, no era una ciudad importante,
pero era muy bella y la gente era decente y alegre. Los más ricos, quienes
cultivaban shuggoth para el imperio, gustaban de pasearse con sus largas telas,
siempre mostrando cuántas esposas podían mantener en una corte de hasta doce
esposas, todas vestidas de los pies a la cabeza. El barrio de Armalan, su
objetivo final, era el epicentro del arte. Los vampiros, con su arrogancia
habitual, se sentían dueños del arte, pero los yitianos siempre habían
conservado un orgullo nacional por sus obras en mosaicos, sus patrones
geométricos y sus coloridos edificios. Conocían poco de las estatuas, Yith rara
vez era representado, y aunque había bustos de hombres ilustres la gente del
desierto prefería los tapetes y tapices, la clase de cosas que tienen cabida en
su estilo de vida, pues muchos eran errabundos. Aluar tocó la pesada puerta de
madera. Tenía un color rojo brillante y el marco estaba decorado por una
infinidad de pequeños mosaicos con patrones geométricos. Un muchacho se asomó
en el piso de arriba. Esperaron pacientes unos minutos hasta que salió Qasima
Gamal. Subió a la carroza y se echó a llorar. Los sirvientes se miraron
nerviosos. Aluar le señaló la gema en el turbante, si alguien podía hablar con
ella, era él.
- Qasima, la más hermosa de las
hijas del calfa, ¿qué te hace llorar?- No era una exageración, rodeada de su
pañuelo se encontraba un rostro blanco como la leche y muy hermoso.
- Mi padre ha arreglado para que
yo me case con el sobrino de un calfa. Anwar Ash-Gali.
- Los Ash-Gali, la tribu más poderosa.-
Dijo Aluar, como un reflejo.
- He venido a despedirme de mi
artista. Mi hermano está en la misma posición. Umar se casará con Nadya
Baradur, la hija de calfa. Llévenme a mi palacio, no tiene sentido huir de lo
inevitable.
Los
sirvientes bajaron la cabeza y siguieron sus instrucciones. El palacio, de
columnas de plata, inmensos arcos de herradura en color dorado y complejos
vitrales geométricos se le antojaba a ellos como el mayor de los lujos, pero
para la joven Qasima era una prisión. Regresaron al establo real, guardaron la
carroza en su lugar y dejaron que el caballo pastara. Afif y Aluar se
prepararon un cigarro, aún faltaba para alimentar a los animales. Gustaban
rociar, tan solo un poco, de aceite de shuggoth a los cigarros, para darse ánimos.
- ¿Sabes lo que esos drarios
hacen con los shuggoth? El imperio los compra para sacarles sus jugos. ¿Les has
visto de cerca? Animales horribles.- Afif señaló el techo, había uno allí. Eran
criaturas gelatinosas, repletas de tentáculos que la gente del desierto sabía
cuidar para que no creciesen descomunalmente. Eran fuertes, cuando crecían,
fáciles de entranar. Aluar lanzó un alarido de temor.
- Tranquilo, come ratones y
bichos. No hace nada. Es mi mascota, espero que engorde un poco más, que esa
gelatinosa capa amarilla en su centro se haga una coraza para venderlo por
algunas rupias. Siempre hay imperiales dando de vueltas, los drarios pagan muy
bien por ellos. Esta tribu prácticamente vive de eso.
- ¿No se te hace raro Afif? Las
tribus estamos muy desunidas. Yith nos mantiene unidos, tiene un ojo para cada
uno de nosotros, sagrado sea su nombre.
- Sagrado sea su nombre.
- Los Ash-Gali son la tribu más
importante, seguida de los Baradur. ¿Qué regalos podría ofrecer nuestro sabio
calfa? Casar a un sobrino es una cosa, y Qasima es la mujer más bella en esta
parte del mundo. ¿Pero la hija del calfa Baradur? Una hija, eso es cosa seria.
- He oído rumores.- La voz le
sobresaltó. Era la mujer que a diario vendía higos y comidas en una canasta. Se
había metido al establo, como todos los días, para admirar a los caballos. Hoy,
sin embargo, no traía a su marido.
- Pero mujer, ¿dónde está tu
hombre, qué pensará él de nosotros? Sabes que está mal visto que una mujer
hable así con dos hombres. Más aún con Afif, quien tiene descubierto el pecho.-
Aluar lo pensó un poco y le urgió a seguir hablando.- Pero habla, ya que estás
aquí.
- Nadya Baradur es la hija
problemática, algunos dicen que trató de convertirse a la Nocturnalia.- Los dos
hombres lanzaron la carcajada.- Yo también lo tomé a broma, pero eso dicen,
sagrado sea el nombre de Yith.
- Sagrado sea.- Sonaron las
trompetas a las fueras del establo, debían acudir al palacio real.- Anda mujer,
vete y no le digas a nadie.
Gamal
era un calfa fronterizo, más allá de las montañas de los Xue, los vampiros,
estaba Kuntra, una pequeña ciudad pesquera imperial. Se les podía ver por todo
Gamal, comerciando sus telas o sus carnes. Su influencia comenzaba a permear.
Los drarios no usaban turbante, llevaban el cabello al descubierto y, al no ser
gente del desierto, no portaban túnicas. Algunos yitianos les copiaban en su
estilo, cosa que a Aluar no le gustaba. Más que eso, traían su idioma, sus
rupias y sus letras. No escribían, como hacían los yitianos, en elegantes
trazos de líneas y curvas. Cada palabra era como una pintura, pero los
imperiales, pensó Aluar, eran un poco más salvajes, pues sus letras parecían
todas estar unas encima de las otras. El sector más rico de Gamal, por suerte,
estaba libre de tales perniciosas influencias. Al menos por el momento, pues se
acercaba el Tul Yuga, el fin del mundo según las raras creencias imperiales, y
los parias viajaban al sur, a través de las tierras Xue, con todos los riesgos
que aquello implicaba, para rezarle a Yith y, más importante aún, conseguir
algunas limosnas.
La
guardia real echó a los pordioseros, dejó entrar a las carrozas. Afif Haddad
fue el único cochero que se bajó y de inmediato ayudó con las maletas y baúles.
Necesitaba ayuda, al final se requirió de una docena. En veinte carruajes,
sería una procesión larga hasta Ash-Gali. Se hincaron todos ante la presencia
de la familia real. Hanan Gamal, el barbudo calfa, viajaría en compañía de sus
hijos favoritos, Umar y Qasima. Sus túnicas blancas estaban relucientes,
adornadas por telas de seda con joyas e hilos de oro. Hanan insistió que su
hijo viajase con los cofres, el regalo para la boda. La guardia real, explicó
el calfa, se haría cargo del viaje, estarían visitando parientes por todas las
tribus que quedaban de camino, el viaje sería extenuante.
Afif
Haddad se despidió de la familia real hincándose y bajando la cabeza. Esta
temporalmente sin deberes mayores y, aprovechando que Aluar tenía planes, se
fue a la plaza de la fuente de Gashmar. La fuente era como una columna de
arcilla con ojos de donde brotaba el agua, una representación de Yith. El padre
de su raza, y también el nombre de la raza originaria, con Chaugnar Faugn, el
sagrado elefante del sur que había traído consigo la vida hacia el desierto,
tallado a lo largo de la circular base de la fuente. Afif marcó unas líneas con
carbón y se dio la vuelta. Se encontró con un mercader de frutos secos que le
estaba esperando.
- Qasima se casará con el hijo
del Ash-Gali, Anwar. Umar será casado con la sobrina de Rashmed Baradur.- El
hombre le entregó una bolsa, supuestamente de nueces que estaba repleta de
rupias.- Llevaban pesados cofres, pero no eran rupias, no sonaban como tales.
Umar viajará con ellas, eso es muy irregular. Normalmente la guardia real lo
haría por él. Algo les dará el calfa por esos matrimonios, algo grande.
- ¿Crees que las tribus se están
uniendo?
- Si el matrimonio prospera las
dos principales tribus yitianas quedarán unidas por sangre, mediante la línea
de Hanan Gamal. Viejo tramposo, se ha hecho el vínculo de una alianza. ¿No
crees que vale la pena?
- El imperio siempre te paga bien
Afif.- Le entregó otra bolsa, más rupias.- En menos de un año empieza el último
ciclo, el último tiempo, el de Tul. Quizás Tul no tenga la forma de un rostro
colmilludo hecho de metal y rodeado de fuego, quizás tenga la forma de una
invasión yitia.
- No te pongas nervioso, mi
amigo, que en la última guerra nosotros nos quedamos con el sagrado río,
ustedes dejaron a los Xue en la frontera como protección. Mantendré mis oídos prestos.
320 Días antes de Tul
Se
requerían de al menos 200 sirvientes para un concilio semejante. Aunque
planeado con gran anticipación, como todo en el imperio Drario, la operación se
convirtió en un caos. La citadela, que flotaba a cientos de metros encima de
Guptra, parecía un domo de color ambar con tres grandes puertos aéreos. Los
representantes de las castas llegaron por barcos. La ciudad de Guptra se
oscureció, quienes veían al cielo podían notar las piedras lunares en la base
de los barcos. Las piedras se ataban con cadenas, era lo que les permitía
volar, las piedras lunares de la citadela parecían más bien enormes montañas.
Los puertos, con sus pinzas mecánicas, podían atrapar hasta cuatro barcos a la
vez, los demás seguían dando de vueltas, controlando las pesadas velas para
llevarse por el viento sin chocar entre ellas. Los drarios, gente de la jungla,
habían decorado toda la citadela con grandes jardines y estatuas repletas de
joyas con los dioses patronos de cada casta. La majestuosa recepción sirvió de
excusa para calmar los nervios del viaje. Los manjares se dispusieron en mesas
de oro y las castas se congregaron entre sí para comer.
Era
fácil distinguir entre ellos. Los Brahmas estaban ausentes en su mayoría, les
esperaban ya en el senado, y los pocos que conversaban con ellos llevaban aquel
aire de misticismo que evocaba, en casi todos, un respeto absoluto. Rapados por
completo, vistiendo telas amarillas y naranjas de baja calidad, hablaban
pausadamente y gustaban de citar los Vedas y las miles de Gitas, oficiales o
no, que eran parte de su libro. Los Satriyas, nobles y militares, usaban el
cabello tan largo como fuese su dignidad, se permitían grandes lujos, como
anillos y collares. Los Satriyas hablaban siempre con una voz fuerte y potente,
una voz de mando. Los Vashas, los mercaderes, se jactaban de sus fortunas pero
no se atrevían a hablar en voz alta, pues aunque eran una de las castas
aceptadas, no eran de las más importantes, al menos por ahora. Los últimos, los
sudras, vestían humildemente pues representaban a los obreros y mantenían sus
conversaciones en silencio.
El
concilio, que llegó a llamarse el concilio de Tul Yuga, era el último antes de
la última época, la más temida. Se sentaron sobre lotos dorados y acojinados
que hacían de coro, de varios pisos, alrededor de los cojines de los Brahmas,
quienes ocupaban el suelo y debían estar en el centro de atención en todo
momento. Existía una plataforma pequeña, cerca de este concilio de treinta
Brahmas, donde se expondrían los temas. Rajahandra, uno de los Brahmas, se puso
de pie, llamó al orden y se aclaró la garganta.
- La Trimurti dispuso que todo
fuese en movimiento, y así nació Maya. La destrucción de Maya, mediante la
santidad, es el goce de Maya y nuestra función en el mundo. Todo movimiento
tiene su ritmo y el Yuga del cobre ha pasado. Nos ha despojado de nuestro río
sagrado, nos ha lanzado a la guerra, pero nos ha preparado para Tul.- Hablaba
despacio, colocando el pesado libro de Veda en el atril del podio. Su actitud
ponía nervioso a todos, pues los Brahmas siempre actuaban como si tuvieran todo
el tiempo del mundo, pese a que faltaban 320 días antes que Tul devorara la
tierra.- La santidad es el opuesto de Tul. La santidad es el deber, el hacer
según la naturaleza de la casta. No olviden, hermanos, que Drario significa
unión de pueblos, en la vieja lengua. Nuestro deber es espiritual. La función
de los satriyas es gobernar y su deber es ejercer la justicia en cada acto. Los
vashas tienen por función el comerciar, pero por deber el ejercer el arte en
cada uno de sus actos. El shudra tiene por función el trabajo, y por deber el
obedecer para romper el karma y reencarnar en una casta superior. Suertudos los
harijas, los parios, que al no tener libro son como los animales y las plantas,
carecen de deber superior. Hagan esto, cumplan sus deberes y tendrán la
santidad. Tul, el rostro de metal, hambriento, colmilludo y rodeado de fuego,
no podrá tocarles.
Uno
de los shatriyas, pues iban ordenados por castas, bajó hasta el podio cuando el
Brahma había removido su libro. En su lugar colocó el libro de Eibon. Un pesado
tomo de ébano cuyas hojas, planchas de madera, estaban unidas por anillos de
oro. Lo besó y acarició. Aquel era el libro de su casta, era su identidad.
- Nosotros, provenientes de
Shaggai, el paraíso en las estrellas, cuyo patrono es Zatoquah el guerrero.
Pedimos en este concilio más armas y más ejércitos. Tul se aproxima, si
nuestros enemigos deciden atacarnos, este sería el momento idóneo. La gente es
temerosa, el enemigo carece de libro verdadero, carece de conocimiento sobre
los Yugas y nos toman por supersticiosos.
- Nada hay.- Dijo Mahandra, uno
de los Brahma, aún sentado.- que pueda contra Tul. Su deber, pues todo ser
tiene un deber, es el devorar la tierra por diez mil años para que ésta pueda
regenerarse de nuevo. Sus espadas harían poco.
El
siguiente en hablar fue Gopal, líder de los vashas. Los comerciantes habían
adquirido muchísimo poder al dominar las artes oníricas. Diseñadores de sueño que
vendían sus fantasías a todo el que quisiera, y todos querían. Nadie se atrevía
a decirlo, pero eran los vashas quienes más dinero tenían. Los satriyas, con
tal de no darles más poder, pedían prestado siempre a los Xue, pues los
vampiros eran banqueros excelentes. El libro de los vashas era el libro de Iod,
el cual contaba del cazador que brillaba como una estrella, Vorvados, que al
mismo tiempo era el nombre de la región estelar de donde todos los vashas
descendían, al menos espiritualmente. Su pedido era conocido por todos. Los
vashas querían controlar el mercado de sueños, eran ellos quienes comerciaban
por shuggoth con los yitianos, eran ellos quienes los diseñaban y sin embargo
eran los Brahmas quienes decidían qué se podía soñar y qué no. Existía, todos
lo sabían, un extenso mercado negro de diseño de sueños al gusto del cliente,
pero nadie tocaba el tema. Los satriyas le temían a Gopal, pues no sólo había
unificado a los vashas que, al ser mercaderes por naturaleza vivían peleándose
por dinero, sino que prácticamente tenía un monopolio de sueños. Si conseguía
lo que quería, temían ellos, serían demasiado poderosos y lo último que querían
ver eran ciudades gobernadas por comerciantes. Tras el pedido hubo un gran
silencio. Los vashas aún tenían esperanzas, sabían que era cuestión de tiempo
pues había ya soñatorios en cada ciudad, talleres oníricos en cada barrio
prácticamente y esa clase de cosas no podían sujetarse en las manos, pues era
como la arena.
- Gopal.- Dijo finalmente
Rahajandra, uno de los Brahmas más antiguos y venerados. No podía sostenerse en
pie, pero su mente seguía funcionando.- ¿Qué es Maya?
- Ilusión.- Rahajandra le tiró un
cojín que le rozó en la pierna.
- ¿Eso fue ilusión?
- No, eso lo sentí.
- Ah, los sentidos, pero estos
engañan, ¿es cierto?
- Sí.- Gopal bajó la cabeza,
estaba siendo humillado.
- ¿Es esa la ilusión de Maya, el
que a veces las cosas parecen torcidas pero están derechas o viceversa?
- No, la Ilusión es que nosotros
percibimos una mayor solidez de la que realmente existe. Vishnu parpadea y
dejamos de existir, todo pasa.
- ¿Qué otra cosa existe a los
sentidos y desaparece con igual de facilidad?
- Los sueños, pero la vida es
sueño también. ¿Acaso no estamos construidos de fantasías, deseos y
aspiraciones?- Se defendió Gopal.- La iluminación es estar en el ahora, lejos
de esos sueños, el despertar. Sin embargo, el estado común es el sueño. ¿Es que
acaso los sueños no pertenecen a cada uno? Esas aspiraciones y fantasías que
nos hacen como somos ordinariamente, eso es lo más íntimo, después del
verdadero ser, por supuesto. Dejen que la gente sueñe lo que quiera.
- Gopal...- Rahajandra
interrumpió a su compañero y comenzó a aplaudir, todos lo hicieron,
siguiéndole. Le había humillado, era justo que le mostrara respeto por su valentía.
- Valiente como Vorvados eres tú
Gopal. No te pido que traiciones tus sueños, te pido que esperes un poco. Te
pido por paciencia. El yuga de Tul comenzará pronto, ¿qué habrá después? Quizás
será un renacimiento, como dicen los optimistas, quizás será el final. ¿Esta es
una discusión que vale la pena tener cuando nos enfilamos al abismo? Paciencia,
es todo lo que pido.
Los
vashas no sabían si era una victoria o un fracaso, pero al menos no habían sido
abucheados como en anteriores ocasiones. Se presentó después el líder de los
shudras. Vestía sencillos pantalones de tela y una camisa. Su piel era oscura
por el sol. Puso en el podio los cantos de Dohl, proclamó ser parte de la gente
de Leng y pidió mejores salarios y tratos más justos. Los obreros, campesinos y
pescadores pagaban demasiados impuestos. La situación era precaria, el imperio
tenía una deuda con los vampiros que difícilmente podía pagar. Los Brahmas
debatieron en murmullos y finalmente aceptaron. Después de todo, si el mundo realmente estaba por terminar no
hacía ninguna diferencia.
Justo
cuando todos pensaban que había terminado el concilio Mahandra, de los Brahmas,
se puso de pie y llamó al orden. Colocó los Vedas en el podio y también un
Gita, era el Eldrich Gita, la historia de la batalla en las estrellas entre dos
familias, donde los peleadores podían ser primos. Pidió que Romesh se pusiera
de pie y fuera traído al centro, escoltado por los guardias brahamánicos.
Romesh, un Satriya corpulento, de larga cabellera y aspecto duro no sabía qué
pensar, pero se le notaba el miedo.
- “Pelea, noble Yog, que es tu
deber el pelear y no otra cosa”- Citó Mahandra.- Y no otra cosa... Romesh, tú
función era el de cuidar la armería imperial. Hemos tenido noticia de robos por
años. Tú querías hacer algo más, una promoción. Te solicité un simple encargo.
Todos sabemos que los palacios, las citadelas y las plazas están repletas de
espías. Los rumores, no los hechos, son los que determinan la política. Los
sueños, no las vigilias. Tu misión era filtrar información a conocidos espías,
observar adónde iba aquella información y apresar la red. Fracasaste y tres
personas murieron por tu culpa. Romesh, satriya de la familia de Gapunatra,
eres indigno de nosotros.
El
silencio se transformó en algo más. Los guardias le cortaron el larguísimo
cabello, que le llegaba hasta la cintura. No había mayor vergüenza para un
satriya. Cortaron su barba con filosas navajas. Le arrancaron las medallas y
las telas caras con que se adornaba. Terminó descalzo, en pantalones gruesos y
una camisa regular. Incluso sus anillos se habían ido. Le expulsaron de la
sala. Le escoltaron hasta el puerto. Un pequeño bote de vela le esperaba. Los
guardias lo patearon dentro y de un jalón a una palanca la pinza le liberó y el
barco se alejó flotando. Romesh, sin embargo, no pronunció ni una palabra. No
había sido, en su mente, rebajado de categoría, había sido liberado para hacer
mucho más.
270 días antes de Tul
La
carreta avanzó por días sin detenerse. El carruaje de rojo brillante, coronado
por los dragones de oro y una estela, como una capa, de doradas monedas. La
línea de Lascar rara vez se alejaba de sus demonios. Boc quería saber por qué.
Se había anunciado desde hacía semanas, el trayecto que llevaría a Diona val
Lascar hasta las orientales valles montañosos de Yang-shue. Le recibieron con
fuegos artificales y todos en la población salieron a verlo. Se trataba de una
mujer y sus sirvientes, pero se decía que traían regalos de la punta occidental
del dominio Xue. Los sirvientes humanos dispusieron de las largas alfombras
adornadas de hilo que llevaban hasta el inmenso castillo, la fortaleza de la
línea sanguínea Kantemir. Boc se revisó el atuendo por enésima vez, llevaba una
casaca larga roja y dorada, con una camisa hasta el cuello hecha de seda e
hilos de oro. Sus anillos brillaban contra los fuegos artificiales, pues eran
decorados con gemas. La carreta finalmente se detuvo, Diona se bajó a alfombra
y sonaron las campanas.
Diona
era una mujer esbelta y muy alta, de brillantes ojos negros, típico en los pura
sangre, con un vestido cerrado de un costado en negro, con brocados dorados en
forma de dragones y un tocado en el cabello de plata y dos pequeños puñales que
aseguraban el moño. Respetuosamente se inclinó ante Boc val Kantemir, un hombre
corpulento y de rasgos duros. No se llevaban muchos años, pues ambos rondaban
los 500 años, de modo que el respeto entre ambos era implícito y mutuo. Los
sirvientes de Diona entregaron los regalos. Piezas de arte de los Gamar y de
Kuntemir, en la orilla occidental del imperio. Se trataban de algunas pinturas,
mosaicos y bustos.
- No tienes que fingir Boc, son
espantosos.- Los dos lanzaron la carcajada, caminando hacia el castillo. Diona
podía hablarle de tú, pues ambos estaban en posiciones semejantes, mensajeros
de la misma edad.- La he traído para que el antiguo descanse tranquilo, el Xue
sigue siendo el arte verdadero. Mi misión es mi regalo principal.
- ¿Qué son todas estas caras?-
Preguntó Boc, sosteniendo una escultura datria con tres rostros en una base con
la forma de una rana.
- La trimurti, los tres dioses de
los Brahma, y Tsathoggua, una especie de dios local.
- El monasterio del castillo ha
esperado tu llegada con mucha anticipación, pero me gustaría mostrarte algo
antes.- Boc le indicó un edificio y sonrió.
El
edificio, como casi todos los edificios vampíricos, tenían columnas delgadas
que terminaban en curvas, sus techos eran piramidales, aunque hechos por
círculos y con cierta fluidez que hacía a la punta una especie de estrella. El
edificio, como el castillo, parecía construido por niveles cuya estética se
repetían. Los extranjeros odiaban ese estilo, decían que parecían sándwiches
con piso tras piso la misma estética, rota únicamente por las altas y coloridas
ventanas iluminadas por lámparas. En el interior de la pequeña capilla se
encontraba una escultura de tres altos monjes, hecha de marfil, con sus rostros
cubiertos y con un pilar en el medio donde se tenía registro de todas las
líneas sanguíneas. Siendo territorio Kantemir a Diona no le sorprendió que
ellos estuviesen tan cerca de los tres lores de la noche. Los Lascar, para su
sorpresa, estaban a su lado. El detalle fue bien apreciado.
La
parte baja del castillo era el monasterio, donde los humanos pasaban años
estudiando las Nocturnalias, la filosofía y poesía de los lores de la noche que
siguieron a Magra, la diosa de la sangre, a través del desierto de oscuridad
total hasta las tierras del Este. La guardia del castillo, en sus trajes
completos, con sus máscaras con formas terribles, descansaron sus armas al
verles y les permitieron subir. El lugar entero estaba decorado, pues los Xue
no gastaban dinero en cosas como hijos y comida. Al atravesar la sala de oro,
donde Nicola les esperaba de pie, manos guardadas en las anchas mangas de su
casaca roja. Se saludaron con mayor respeto, Nicola val Kantemir tenía 700
años. Sin mediar palabra fue dejada a solas frente a las puertas de piedra.
Diona
empujó las pesadísimas piedras como si fueran de madera. Se trataba del
santorum Kantemir, su centro. Todo era de piedra, no había adorno alguno. Los
antiguos dormían por siglos en gruesos ataúdes de piedra bajo, tierra, cada uno
con la marca de su nombre y dinastía. Requerían de poca sangre, que era
suministrada por los surcos en el suelo. Mikhail pronto se uniría a ellos, y
otro antiguo despertaría en su lugar. Mikhail val Kantemir, un hombre viejo y
venerable, de larga barba blanca, vestía en una bata blanca y negra, sin
adornos. Se sentaba en un trono de piedra, a veces sin moverse por muchos días.
No requería respirar, ni dormir, rara vez comía y todo lo que hacía era
meditar. Diona se hincó en la entrada, cabeza apoyada contra la fría piedra.
- Levántate, Diona val Lascar.-
Dijo el venerable anciano con tanta paciencia que la orden inicial le había
tomado más de un minuto enunciar.- Hacía mucho que no hablaba, pero eventos
recientes me han motivado a hacerlo. Me obligo a hablar rápido, sé que exaspera
a los jóvenes como tú. Nicola ya casi
cumple la edad suficiente para entender la línea, para comunicarse sin hablar.
Adelante Diona, puedes hablar. Mi castillo es majestuoso, pero no refleja quién
soy. Los vampiros hemos olvidado eso.
- El oro nos enceguece, maestro
Kantemir. Olvidamos que lo esencial a la jarra de oro es el vacío que la
define. Nuestra conexión con nuestras líneas es emocional, a veces grosera, un
sentimiento de pertenencia y nada más. Nos hemos asimilado demasiado, el
occidente en particular. Eso debe saberlo ya. El gobierno no es mandar, es
obedecer.
- Radu val Lascar hizo bien en
enviarte. Yo quiero esperar un siglo o dos, antes de dormir, aunque ya estoy
cansado. Espero que Nicola esté listo para entonces. Ponte de pie, acércate.-
Diona se acercó sin miedo. Sabía que el anciano, por más frágil que fuera, era
más veloz que un trueno y podía cortarla en dos con aquellas largas garras que
tenía por uñas.
- La boda entre Umar Gamal y
Nadya Baradur puede traer complicaciones con la línea Kantemir, según entiende
mi Antiguo. La Magra nos guió a todos, solicito intermediar en su conflicto.
- Sabia decisión, pues estamos en
un callejón. Nadya quiso convertirse, Umar tiene negocios con los Xue. Aún así,
el calfa Rashmed Baradur... Habla de limar asperezas.
- Cruel fue la guerra que nos
interpuso entre los drarios y los yitios. Los drarios nos niegan su sangre, los
yitios nos toman por monstruos. No es permitido a un Xue vivir entre ellos,
aunque siendo Xue, ¿por qué rebajarse?
- El orgullo es como el oro, pesa
demasiado.- Le reprendió el anciano.- El calfa quiere los bosques de Yang.
Prolíficos para la cacería y nuestra cacería es la mejor. En Yang murió el
héroe Shu-han, ¿cómo darles la tumba de un vampiro tan importante? Habla con
Nicola, si quieres resolver esta disputa, este viejo sólo puede pensar en la
paz espiritual y no tiene cabeza para la política.
- Lo haré, Antiguo Kantemir.
- Recuerda,- Le dijo, cuando
estaba cerca de la puerta. Diona se dio vuelta y se hincó de nuevo.- ese empuje
de los vivos, esa cuerda que empuja por la vida y jala por la muerte. Esa línea
que les impele a actuar, no está en los muertos, no está en los Xue. Nuestro el
desierto de la noche eterna, nuestra la estrella Magra. No pierdan de vista a
Magra, si no quieren perder de vista lo esencial.
Regresó
a la sala de oro y siguió a Bloc y a Nicola a través de un corredor. La sangre
corría desde el techo y se filtraba por fuentes en varias esquinas. Bebieron
con copas de plata y salieron a un inmenso balcón que tenía, en sus esquina,
dragones sentados que parecían vigilarlo todo y en sus entrañas cargaban con
pesados cañones. Nicola señaló la pequeña ciudad. Todas las ciudades vampíricas
eran pequeñas. No convertían más que a los más selectos. La pobreza era difícil
de encontrar y sus número difícilmente rebasaban los diez mil en todo el mundo.
Bloc sabía que no señalaba eso, sino a la fortaleza del otro lado de la
montaña, las torretas de cañones y, al fondo, los vastos bosques de Yang.
- Mikhail no te ha dicho todo.-
Dijo finalmente.- Los Xue somos los banqueros de ambas razas, el Imperio y los
calfas nos deben dinero y así permanecemos neutrales. Podríamos arrancarles la
garganta con facilidad, los humanos son débiles y torpes, pero hemos de seguir
a la Magra.
- Mencionó el bosque de Yang.-
Aventuró Diona, aunque no estaba segura de si a Nicola val Kantemir le gustaba
que le interrumpiese.
- Lo sé, incluso sin escucharlo
lo sé. Estoy llegando a esa edad. Edad difícil. Es cuando uno ve enemigos donde
no los hay, aliados donde no los hay... Espías por doquier. Se dice que los
drarios tienen espías en el castillo, es
por eso que hablamos aquí.- Tronó los dedos y un sirviente vampírico les acercó
una larga pipa de madera negra de la que los tres fumaron. La hoja era suave y
reconfortante.- Existe un banquero en Baradur, se ha hecho de mucho dinero. Nos
necesitan cada vez menos. No podemos pedirle que desista, no podemos matarlos.
- Puedo ser, si me permiten, la
mediadora entre su línea y el calfa. Tengo que insistirles que todo debe estar
notariado y publicado. Si el calfa Baradur quiere aprovecharse de ustedes, ¿de
qué otras maneras pueden aprovecharse ustedes de él?
- Menor costo de la sangre, los
drarios no venden más que en mercado negro y los yitianos sacan provecho de
eso. Más libertades en sus tierras, no queremos ser apedreados a la mitad de la
noche por uno de esos humanos. Un rostro nuevo podría funcionar, aceptamos tu
propuesta Diona.
- En cuanto al banquero,- Dijo
Boc val Kantemir.- se me ocurre una solución.
- Insistan que no habrá frenesí, los humanos temen eso. A
diario hay rumores falsos, a veces no tan falsos. Algunas de las líneas, las
más modernas y alejadas de los lores de la noche, han producido monstruos.
Controlar el frenesí, controlar a estos seres, les dará confianza y a ustedes
la oportunidad de tomar acciones legales contra aquellos señores feudales que
quieren hacer sus propias líneas.
- Bien pensado. Hay que pensar en
los imperiales, los drarios se pondrán nerviosos. Los Kantemir controlamos una
cuarta parte de la frontera con el imperio drario. Esa guerra que costó tanto
nos ha dejado en una situación a la vez incómoda y ventajosa. Conservamos el
Oriente, gracias a Magra, pero el imperio Xue ha quedado reducido a una pieza
de ajedrez.
- Tul yuga se acerca.- Explicó
Diona, fumando otra vez.- Ellos creen que hay cuatro etapas en el tiempo, la
última le corresponde a Tul, el destructor. No vendrá, por supuesto, los
Brahmas se debilitarán y los calfas les bañarán de regalos con tal de permitir
el acceso a sus tropas. Los Xue, hermanos míos, los Xue brillarán de nuevo.
Boc
val Kantemir salió del castillo cuando ya casi era madrugada. Los mercaderes
Xue ya guardaban sus telas y productos, listos para regresar a sus casas y
dormir en sus sarcófagos, de piedra o de madera. Boc compró algunas telas a un
comerciante que conocía demasiado bien. El vampiro se aventuraba más allá del
bosque de Yang, pues era un espía imperial. Le dijo todo cuanto había pasado,
el mercader incluyó muchos oros en su tela.
- El imperio paga bien.
- Ahora que se acerca el Tul yuga
pagan el triple. ¿Qué tan extensa es la alianza?
- Los Kantemir podemos darle al
calfa una cuarta parte de la frontera, pero la presencia de los Lascar... Es
casi la mitad de la frontera. Si el trato prospera, la muralla de contención
Xue se convertirá en mera leyenda.
258 días antes de Tul
Ushmaha,
junto con todo el harén Baradur fue transportado a Ash-Gali. Les acomodaron en
un palacio, tratándolas siempre con respeto. Las mujeres vestían siempre elegantes
cuando estaban entre hombres, pues eran propiedad de uno solo, Rashmed Baradur.
El nuevo lugar quedaba bien, tenía una fuente al centro hecha de mosaicos,
tenía habitaciones con paredes de madera labrada y muchos cojines. La pared del
fondo, que tenía un friso de guerreros peleando a camello contra vampiros,
tenían los licores y toda clase de hierbas potentes. Tenían drogas de los Xue,
técnicamente ilegales, así como sueños de diseñador adrios. Tenían todo para
complacer al calfa, y mientras él no apareciera su único trabajo era el
mantenerse hermosas y esperar. Ushmaha, al ser la preferida, era la única a la
que le estaba permitido el leer y escribir. Se instruía con lo poco que tenía,
pues parte de su erotismo debía ser intelectual. Dependía de eso, lo sabía, no
se hacía más joven y, si tenía suerte, podría hacerse amante de algún mercader
rico mediante sus conocimientos. Había leído de filosofía, conocía bien a
Averros, y también de poesía y algo de alquimia.
- Vaya día.- Las puertas blancas
se abrieron y entró Rashmed quitándose el ligero abrigo. Un grupo de muchachas
lavaron sus barbas, sus manos y sus pies. Le acomodaron entre los cojines y le
sirvieron sus licores favoritos y sus pipas.- ¡Ushmaha! ¿Dónde te has metido?
- Aquí estoy, amor mío.- Se acostó
a sus pies, de modo que su cabeza se apoyara contra sus piernas y pudiera
acariciar su cabello.- Ha sido un día pesado. Los Gamar llegarán pronto, y
colmados de regalos. Se han visto ya con Ahmed Ash-Gali.
- La reunión debió ser agotadora,
amor mío.- Rashmed se embriagó rápido y las pipas le soltaron la lengua. Las
chicas sabían cómo tratarle. Le danzaban a su alrededor, pero siempre mezclaban
alguna droga Xue en sus bebidas, para aturdirle velozmente.
- Gamar, vaya broma.- Se echó a
reír y todas le acompañaron.- El rincón perdido del mundo. Han ofrecido gran
cosa, eso sí.
- Rupias y mujeres, imagino.
- ¿Para Ash-Gali? Nada de eso,
dejarán de producir shuggoth. Gran promesa, yo creo que Ash-Gali aceptará. Esos
drarios y sus sueños. ¿Cuál es su obsesión?
- No saben que el objeto es real,
no por ser percibido, pues hay alucinaciones, sino por su forma y esencia, por
su materia y su esencia.- Dijo Ushmaha. El calfa aplaudió divertido. La
filosofía, para él, era un juego. Se trataba de un orgullo nacional que él no
entendía.- Los drarios creen que la percepción basta para que el objeto sea
real, por lo tanto si lo sueñan debe ser real, pues lo perciben.
- Claro, claro, se hacen sus
propias realidades.
- Es muy sabio, mi calfa. ¿Y los
drarios no han dicho nada de semejantes promesas?
- Los drarios me podrían importar
menos. Temen invasión, siempre lo hacen. No, ya quisieran. No, esperaremos a su
mentado Tul yuga, los Brahmanes no podrán explicar qué salió mal. En esos tres
días pierden su poder. ¿Para qué desgastarnos nosotros si ellos mismos se
destruirán?- Fumó un poco más de una pipa conectada a una escultura de plata en
forma de mujer. Señaló a las mujeres que bailaran para lentamente se quitaran
la ropa.- Yo produzco la mayor parte de los shuggoth, esos drarios me estarán
rogando. No Ushmaha, si le ofrecieron semejante cosa a Ash-Gali, ¿qué me
ofrecerán a mí?
- La gran pregunta.- Dijo
Ushmaha, poniéndose de pie y bailando un poco. Se tiraban velos, se cubrían sus
partes con sus manos o con decoraciones y soltaban risitas que hacían
enloquecer al calfa.
- Nadya...- Estaba drogado por
completo. Las chicas sonrieron, lo habían hecho bien. Despertaría feliz,
creyendo que las mujeres le daban aquella calma y alegría.- Ushmaha, háblame de
las Nocturnalias. Casaré a mi hija y Nadya no deja de hablar de eso. Malditos
vampiros y sus ojos negros, ¿qué esconden en ellos?
- Son cuentos y poesía, nada más.
Se hacen por místicos, pero están equivocados, no son yitianos como nosotros.
- Háblame de ellos. ¿Qué les pasa
por la mente y qué le pasa por la suya?
- Nosotros sabemos por nuestra
ciencia que todo evento es la actualización de una potencia. Todo es un puede
ser, hasta que de hecho lo es. Puede ser que se case, pero ese puede ser no
existe realmente, es tan solo una posibilidad. Entonces llegas tú, mi amado
Calfa, y le das la orden y entonces es real. Los Xue lo tienen todo al revés,
creen que es más real la potencia, la posibilidad. Tienen sus acertijos
también, conozco uno si el calfa está dispuesto.
- Habla mujer.
- ¿Cuál es la parte importante de
una caja?
- Los lados.
- No, según ellos, el vacío para
contener las cosas, de otro modo es un bloque. Aman el vacío, están muertos
después de todo. Ven el árbol, pero solo ven los espacios entre las hojas.
- Gente loca. Ushmaha, quiero que
hagas algo.- La jaló del brazo, la tiró a su lado. Estaba drogado, pero parecía
muy decidido.- Sigue a mi hija esta noche. Sabe que se casará y temo huya a uno
de esos monasterios Xue, nos metería en un gran problema. No te conoce, quizás
te haga caso. Te lo pido a ti, que eres más lista que todas mis esposas puestas
juntas.
Ushmaha
no podía estar más orgullosa. Se vistió con sus mejores telas, que eran
humildes a comparación de la gente que vivía fuera del harén. Telas negras que
le cubrían hasta las manos y pañuelos para cubrir su rostro. La princesa Nadya
fue fácil de seguir, aunque se había hecho de un caballo y un cochero común,
ella vestía en seda e hilo de oro. Nadya Baradur despidió a su cochero, sin
saber cómo regresar o si quería regresar. Basarab le esperaba en las colinas,
se trataba de un vampiro joven, de apenas 200 años. Vestía como un yitiano,
pero no podía esconder sus ojos, negros por completos. Se pasearon entre los
árboles, lejos de las miradas de los curiosos.
- La conversión dura tres años
Nadya, en un convento, con muchos rezos y mucha disciplina. Ya tenemos a más de
cien aspirantes.
- Puedo soportarlo, estoy segura.
- Son treinta los grados de la
noche que tendrás que ir pasando. Eso es para ser admitida en una línea. Hay
tres antiguas, diez aceptadas, veinte regulares y treinta comunes. Es muy
difícil que te acepten las líneas antiguas, y en nuestro mundo el linaje
significa todo.
- Puedo soportarlo, estoy harta
de los linajes, ya tengo uno y me asfixia.
- Pasarás el resto de tu vida,
siglos o milenios incluso, determinada por tu fervor religioso a las
Nocturnalias. El amor a esos poemas y enseñanzas no puede ser fingido, no
puedes hacerlo porque odies a tu padre. El primer siglo como Xue vivirás como
sirviente. Me tomó 200 años tener una vida propia, no fue nada fácil.
- No lo hago por eso.- Basarab la
interrumpió. Oteó el ambiente, había alguien espiando.
- Soy Ushmaha.- La mujer salió de
entre los árboles. Era una noche sin luna, no sabía cómo el vampiro le había detectado.
- Una espía de mi padre, estoy
segura. ¿Has venido a raptarme?
- No, he venido a hacerte entrar
en razón. Tu padre Rashmed no te dejará convertirte, te matará antes que eso
pase. Y los vampiros, estoy seguro, no quieren eso.
- No.- Dijo Basarab a secas.
- Ya comerciamos nuestra sangre
con ellos, pero es todo el contacto que puede haber entre nosotros. Nadya, tú
estás viva, ellos no. Los Xue son... Son otra raza. No sería posible.
- No le importo yo, sólo le
importa el regalo que le traerán. Ha hecho espacio en la armería, ha hecho
espacio en las bóvedas y mandado hacer más cofres. No me casa, me vende.
- A mí me vendieron también,
cuando era más joven que tú. No me fue tan mal. Ven conmigo, si valoras a los
yitianos, si valoras a los Xue. Ven a casa.
- Está bien.- Dijo Nadya,
derrotada.- Se hará lo que mi padre quiera.
Basarab
les vio partir y sonrió. Boc no mentía, algo estaba pasando, algo que incluía
armas. Una información que le haría de mucho dinero, quizás hasta dejaría de
comerciar con telas.
240 Días antes de Tul
Tajib
había sido satriya caído en desgracia mucho antes del tráfico de esclavos. Los
soldados le habían arrestado en la frontera de Kuntra. Había matado a uno de
ellos. El juicio fue rápido. Tres días en el sueñatorio. Tajib escupió al suelo
y fue arrastrado. Tenía miedo, todos tenían miedo. Se suponía que era seguro,
pero ya habían muerto cientos de personas. Le llevaron encadenado, y a punta de
rifle, hasta lo que parecía un hospital. Les mantenían en cama, el líquido de
sueños era inyectado. Las familias esperaban fuera, nadie esperaba por él. No
tenía a nadie, su tatuaje de cobra en el pecho era toda compañía que necesitaba
en el mundo. Además, sabía que era absurdo que las familias esperasen. La pena
máxima, de tres días, no implicaban únicamente los tres días acostado en cama.
El prisionero no podía moverse después, las pesadillas eran tan vívidas y
espantosas que, en la mayor parte de los casos, era trasladado a otra área de
la extraña prisión para que se acostumbrara a estar despierto.
El
tiempo era relativo, esos tres días, sabía Tajib, significaban meses en el
mundo de los sueños. Había traficado con sueños de diseñador, algunos tan
específicos que merecían venderse en grandes cantidades. Había soñado muchas
veces con estar en la jungla, el verdadero hogar de un drario, de vivir entre
tigres y cobras. Le costaban caros, lo pagaba con gusto. Los sueños que
compraba por quinientas rupias, cuando deseaba darse un lujo, como para su
cumpleaños por ejemplo, duraban hasta una quincena en el mundo onírico. Era
real, no había duda, se percibía, se podía sentir y tocar. Esos quince días en
el mundo de los sueños, en su pequeño paraíso era realmente una noche. Tres
días serían infernales, serían meses o años.
Le
acostaron por la fuerza, sometiéndole con cadenas. Un soldado le inyectó el
líquido, tres segundos después ya estaba dormido. El soldado, que también era
médico, contempló el sueñatorio era un lugar muy pacífico, los prisioneros ni
siquiera mostraban señales de sufrimiento. Había probado una ínfima dosis,
había tenido el peor fin de semana de su vida. No tenía idea de cómo
sobrevivían después y entendía por qué tantos de ellos se hacían adictos a los
sueños. Él haría lo mismo, con tal de lavar su cerebro de aquellas pesadillas.
No
había tigres, ni cobras, ni voluptuosas mujeres en hermosas cascadas. Tajib no
creía en cosas como el infierno, hasta ese momento. Había fuego y tortura,
había dolor y tristeza inconsolable. Lo quebraron, mediante los horrores más
indescriptibles. En el abismo el rostro de Tul, feroz, con colmillos de tigre,
metálico, rodeado de flamas, devoró todo lo que había. Le masticó, lo escupió y
otros demonios hicieron cosas con él que nunca creyó posible. No había modo de
medir el tiempo, y su alma tenía que asumir, debido a la agonía intensa, que
duraría para siempre. Eventualmente terminó. Tajib se levantó, tembloroso y
nervioso. Cayó hincado y vomitó. Los soldados habían hecho una apuesta. Tres
días con ese veneno, seguro estaría una semana en recuperación. Un médico le
pasó una vasija de agua para que se lavara. Tajib les miró a los ojos y escupió
al suelo.
Le
devolvieron sus cosas y el suficiente dinero para subir a un largo carruaje en
dirección a Kuntra. Durmió en las calles un par de días, en compañía de parias.
La mayoría, quienes usaban máscaras de madera, podían hacerse de algunas
rupias, los demás eran mendicantes. Tajib localizó al ladrón que abusaba de
ellos. Le siguió a una callejuela, le rompió el cuello, le robó las rupias y el
cuchillo. Había peleado en la gran guerra. Había matado vampiros y yitianos,
aquel sujeto no era nada para él. Al día siguiente se presentó en la taberna
que solía frecuentar, dejó que le pagaran unos tragos por algunos cuentos de
terror sobre el sueñatorio, no quiso decir nada. Se quebraría si lo hacía, y
tenía cosas que hacer. Encontró a su viejo amigo Patrajali, con quien manejaba
el negocio de tráfico humano. Patrajali recogía parias, los cruzaba a la
frontera donde vampiros corruptos drenaban su sangre. Muchos regresaban con
vida, eso animaba a los otros parias que estaban dispuestos a correr el riesgo.
- Hola Patrajali.- Le sorprendió
en el camino. La vagoneta de madera ya estaba cerrada, tenía a veinte parias.
Le miró con miedo, no le esperaba ver tan pronto.
- ¿Cómo estuvo tu fin de semana?
- ¿Cómo sobreviviste?
- Eso no importa, después de la
guerra... Eso no importa. ¿A quién más empleas ahora?
- Te estaba esperando.
- Sé que me traicionaste.- Le
dijo, antes de enterrarle el cuchillo en el estómago.- Gracias por mantener el
negocio, en serio, pero hay que afrontarlo Patrajali, es una operación de un
solo hombre.
Le
dejó muerto a la mitad del camino y se enfiló al sur. Detestaba las estepas del
oeste, la vegetación no era densa y tupida, nada como en la capital o más al
oriente. Subió las laderas por los caminos secundarios. Le habría gustado
llevar una pistola, pero el cuchillo tendría que servir. Las minas de Kuntra,
siempre en disputa entre el shatriya regidor local y los vampiros de la línea
de Lascan, eran el frente perfecto para el tráfico de personas. Muchos parias
estaban dispuestos a ser esclavos en las minas, pero eran la minoría. Grigor
val Lascar, su contacto, tenía esclavos vampiros. No necesitaban dormir, podían
ver en la oscuridad, eran más fuertes y con suficiente sangre trabajarían todo
el día, todos los días. La mina, como todas las minas de la región, era rica en
piedra lunar. Los guardias eran shatriyas, todos de pelo corto, pero era Grigor
quien manejaba todo. Se trataba de una alianza que Tajib nunca terminaba de
entender, los vampiros trabajaban, el imperio era dueño de todo, pero de todas
formas les pagaban por la piedra lunar. Le dejaron pasar por órdenes de Grigor
val Lascar hasta un pequeño valle, a la entrada de las minas, donde le esperaba
sentado, a la luz de una vela, con una botella de sangre. Sus ojos eran negros,
como los de todos los vampiros, pero Tajib estaba seguro que le sorprendía
verle. Patrajali le había dado por muerto, Grigor también. Detuvo el caballo e
hizo bajar a los parias.
- Son veinte, el precio estándar.
La mayoría vive, quiero que le cuenten a sus amigos que pueden confiar en
Tanjib.
- ¿Cómo sobreviviste?- Preguntó
el vampiro, apenas prestándole atención a los parias.
- ¿Cómo sobreviví la guerra? Tú
no estuviste ahí, tú no sabrías.
- Como sea, será buena sangre
para mis obreros.- Buscó entre los pliegues de sus telas, pues él vestía como
la gente de Kuntra, por una bolsa de cuero. Le entregó las rupias que Tajib se
embolsó. Solían ser pequeñas piedras preciosas, pues el Imperio controla
prácticamente todas las minas de gemas, pero ahora que los vampiros se habían
hecho el banco imperial, se habían transformado en monedas.- La mina está al
tope, hay más yacimiento de piedra lunar de lo que creíamos.
- Eso veo.- Dijo Tajib, señalando
los carros que continuamente salían. Grigor le mostró la piedra lunar, no
parecía gran cosa. Una piedra gris y nada más.
- Nosotros los Xue conocemos los
misterios de ciertas magias que ni siquiera los Brahma saben practicar. Esto,
mi estimado Tajib, vale más que el oro.
- Eso dicen ahora que el río
sagrado está ocupado por los malditos yitianos.- El vampiro señaló su pecho
descubierto, su tatuaje de cobra.
- Aprovechando que estás aquí,
quiero que conozcas a alguien.- Siguieron el sendero de las vías de carros
repletos de piedra lunar hasta una casucha. Un hombre fumaba afuera, Tajib
sabía que era un shatriya como él, y recientemente caído en desgracia, por su
cabello corto.- ¡Romesh! Conoce a Tajib. Romesh ha estado reclutando, pero todos
sus viejos conocidos de la guerra son adictos a los sueños. Necesita hombres
como tú, hombres duros.
- ¿Cuál es el trabajo?
- Piratería.- Contestó Romesh,
sondeándole de una mirada.- ¿Un día?
- Tres días.- Romesh estaba
impresionado.- Estás contratado.
200 días antes de Tul
Purandara
no podía esperar para atracar. El viaje había sido largo y cansado. Una
flotilla había acompañado a su barco. Los rumores de piratas eran fuertes,
necesitaban barcos de guerra para mover las rupias y pagar por la piedra lunar.
El inmenso barco flotante rodeó Kuntra antes de comenzar el descenso. Siendo el
tercer oficial tenía que supervisar a los flotadores, a quienes vertían agua
caliente o fría a la piedra lunar para aumentar o reducir la altura. Se trataba
de procesos muy delicados y siempre sentía que estorbaba, aquella gente era
experta en eso. Le encantaba, sin embargo, ver las pesadas cadenas que unían la
larga piedra lunar, lisa por completo, al centro de la base del navío. La
piedra, calculó Purandara, debía pesar más de dos toneladas, y el barco entero
debía pesar tres veces eso. Tenía dos galerones de cañones, además de los
pesados arcones de rupias, las habitaciones para los marinos y la armería.
Regresó a cubierta, los vientos eran propicios para aterrizar y los marinos
manipularon las velas un poco más, colgándose como changos entre las redes de
nudos. Guardaron las velas cuando acuatizaron y la tripulación pudo respirar
más tranquila.
El
puerto de Kuntra era pequeño y miserable, pero toda la operación le ponía nervioso.
Recorrió la pequeña ciudad con algunos amigos. Se trataba de un rincón sin
importancia que hacía hasta imposible por parecer que pertenecía a la jungla,
cuando podían verse pinos por doquier. Era muy verde y colorida, pero eso no le
llamó la atención. Los ánimos, como en el último puerto, Gupta, eran los
mismos. Faltaba poco más de medio años y circulaban fuertes rumores de alianzas
entre vampiros y calfas. Se esperaba una invasión, aunque ningún oficial se
atrevía a decirlo en voz alta. Los bares de sueños estaban repletos, había
muchos onirifílicos, adictos a los sueños. Entró a uno, pagó por un par de
rupias para una rápida siesta. Le acomodaron en un sofá y bebió un líquido
inmundo. Soñó con la invasión de los yitias, guerreros del desierto que
llegaban a camello, con vampiros que mordían niños y a Tul devorando las
montañas y junglas con su hambre insaciable. No podía quejarse, era un sueño
base, tan solo mostraba lo que tenía en su interior y no había garantía de que
fuera bonito.
Al
día siguiente las rupias fueron movidas al sur, la piedra fue traída desde el
norte. Era momento de partir, pero todos esperaban a Mahandra, el Brahman que
había acompañado el largo viaje. No había hablado con él, pocos se atrevían,
pero conocía a su sirviente, Girvan. El hombre de espeso bigote, de limpio
turbante repleto de gemas y vestido de seda, le pidió su ayuda para llevar las
cosas de Mahandra. Insistió en el decoro, en quedarse siempre atrás. El Brahman
le hacía una visita a Pandit, el shatriya regidor de Kuntra.
- No los veas a los ojos, no
digas nada.- El marino cargó las maletas y siguió al sirviente, quien caminaba
siempre recto y con mucho decoro. El palacio de Pandit era pequeño, pero
elegante, tenía las paredes del frente con relieves y frisos de Tsathoggua, el
dios rana. Un libro de ébano descansaba en la plaza central, rodeado de
estatuas y jardines. Era el libro de su casta. El brahman y el shatriya
charlaban sentados en una salita. Girva tomó las maletas de cuero y oro que
llevaba Purandara, sacó de su interior un Tsathoggua de oro sólido incrustado
de gemas y silenciosamente se inclinó a un lado de su amo para que él lo
ofreciera como regalo.
- No podía venir a Kuntra sin
darle mis respetos a Tsathoggua.- Pandit lo aceptó sonrojado y le inclinó la
cabeza hasta el pecho. Girvan se hizo para atrás, Purandara le siguió, siempre
caminando en reversa, de regreso al jardín, de modo que tuvieran privacidad.
Purandara pensó que era un poco ridículo, después de todo escuchaban casi toda
la conversación, y no le gustaba lo que oía.
- La mina es un desastre, los
vampiros creen que es suya, pero fue la única manera de marcar una frontera.
Pero bueno, usted tiene cosas más importantes en qué pensar, que nuestros
problemas regionales.
- Todas las regiones son del
mismo imperio, todos somos drarios. Somos tribus que se unieron, cada uno vino
por su lado, bajo el mismo dominio espiritual.
- Hay problemas que usted ya
conoce, los vashas. Recuerdo al imperio drario antes de los diseñadores de
sueños, eran simples mercaderes y nada más. Ahora quieren una autonomía que me
parece peligrosa. No sé a quién más preguntarle, brahman, y me gustaría que su
mayor regalo no fuese el sagrado Tsathoggua, ni el honor de su presencia, sino
la verdad. ¿Usted teme que los vashas intenten hacer algo desesperado en los
tres días de Tul?
- Regidor.- Brahman escogió sus
palabras con cuidado y tomó algo más de té. Se arregló la túnica y las telas
blancas y naranjas. Se frotó la calva, como bromeando con el shatriya cuyo
cabello estaba arreglado en su cabeza, pero podía llegarle a las rodillas.- Desea
que le sea franco.
- Por favor.
- Es muy sencillo y es muy
terrible. Si nada pasa en los tres días de Tul, si no hay una regeneración
imperial tangible y no aparece Tul, es decir, si el Tul yuga tiene un sentido
más metafórico que literal, yo temo más que alguna rebelión vasha. Gopal, ese
diseñador de sueños que prácticamente lo controla monopólicamente y se ha hecho
líder de ellos, podría unirse a los calfas. Ellos ya de por si se están uniendo
por matrimonios. Tendría sentido, si lo piensa, Gopal necesita shuggoth, tal
alianza le sería natural.
- Vamos,- Le dijo Girvan a
Purandara, alejándose de la conversación.- no es decoroso.
- ¿Pero es cierto?
- Hanan Gamal, el calfa al sur de
esta frontera, dejará de producir los shuggoth que los diseñadores tanto
necesitan.- Le dijo Girvan, en susurros.- El imperio está en manos de los dos
calfas más importantes, Ahmed Ash-Gali y Rashmed Baradur. El siguiente
movimiento, en los tres días de Tul, estará de su lado. Roguemos a los dioses
que no pase nada.
- En verdad, pues he oído que los
vampiros ya tienen alianzas, según algunos marinos amigos míos, podrían hacerse
oficiales.
- No son rumores.- Le confió
Girvan. Mahandra se puso de pie y el sirviente se activó.- Regresa al puerto,
yo me encargo.
Purandara
regresó caminando. No tenía ningún apuro. Además, su mente estaba en otras
cosas, en tierras lejanas, en alianzas que no entendía y en algo mucho más
cercano a él y a todos los fieles, según veía en los largos y asustados rostros
de la gente. Su mente estaba en Tul.
180 días antes de Tul
El
ladronzuelo Yahad consiguió entrar a la fastuosa boda de los Baradur. Las
mujeres podían destaparse los rostros y todas llevaban collares y arreglos de
oro y de gemas. Se paseó entre los invitados como un niño que no se decide qué
probar primero. Nunca había visto una boda así. Se realizaba en los jardines
del palacio, todos se adornaba de flores y se había montado una serie de
pilares y arcos en herradura que hacían parecer a aquel lugar un palacio
alrededor de un oasis, pues al centro se había dispuesto una fuente de plata,
tan grande como una piscina, con cinco pisos, donde la gente lanzaba gemas y
diamantes para los recién casados. Notó de inmediato la sección oscura, un
lugar construido para los vampiros. Ellos, conocedores de la magia, se habían
traído lámparas que emitían una luz negra, una oscuridad, y se iluminaban con
lámparas de muchos colores. Traían también trolls, duendes y otras pequeñas
criaturas como diversión. La gente de Yith les veía con recelo, las mujeres
mostraban mucha piel y habían traído consigo magias que eran herejías para la
gente del desierto. Yahad se acercó a una invitada y trató de robarle un
colguijo de gemas, pero fue atrapado, pues muchos invitados eran en realidad
guardias disfrazados.
- Déjelo.- Dijo una voz
misteriosa en aquel parche de oscuridad. Podían verse sus ojos negros, su
extraña indumentaria dorada y roja, y nada más. El guardia se alzó de hombros y
empujó al ladrón con los vampiros.- Me llamo Basarab.
- Yahad.- Dijo él, mirando a una
pareja de duendes que hacían monerías por pedazos de pan. Los meseros les
habían llevado comida, los vampiros lo tomaron a broma. Tenían sus copas
rebosantes de sangre y eso puso nervioso al muchacho del desierto.
- No temas, no queremos tu
sangre.- Yahad les miró a todos. Eran arrogantes, pero también muy ricos. Nunca
había visto gente tan rica. El oro era para ellos una tela más, las gemas eran
poca cosa e incluso sus gestos parecían elegantes.
- Se practica por siglos.- Le
explicó Basarab.- Esa elegancia. Nuestros sentidos están más refinados que los
tuyos, según la edad puede ser miles de veces. Se dice que mi Antiguo puede
olerte desde su trono. Yo escuchó tu corazón desde aquí, por ejemplo, y huelo
que dormiste en paja.
- Siglos, vaya, yo no viviré más
de cincuenta.- Una mujer lanzó una risotada y le colgó un collar de oro y
gemas, a modo de bromas. Pronto todos los vampiros le tiraban monedas y piedras
preciosas para verle en el suelo, recogiéndolas hasta quedar de bolsillos
llenos. Basarab le jaló del brazo cuando hubo terminado, le sentó en una silla
y le dio a probar de un elixir. Yahab aulló y los Baradur les miraron con
odio.- ¿Qué es?
- Un poco de troll, un poco de
vino añejado por mil años y algo de polvo de pixie. Hay mucho de eso, de donde
nosotros venimos.- Le mostró la botella, el vidrio había sido trabajado en
letras que él no entendía.- Esa elegancia de siglos, muchacho, la ponemos en
todo. El modo en que nos movemos, en todo lo que hacemos. Esa refinación de los
sentidos es nuestro ideal de vida, y tenemos vidas muy largas. Nuestra magia es
incomparable, nuestras ilusiones podrían hacerte creer que estás en una jungla
estando en lo más profundo de un desierto. ¿Quieres más de ese dinero?
- ¿Qué tengo que hacer?
- Ven, vayamos por las sombras.-
Le llevó por las sombras del jardín hasta una puerta del palacio.- No somos
inmortales, somos letalmente alérgicos a la luz. Cierra las ventanas para que
pueda entrar.
- Ya está.- Dijo, al cerrar las
ventanas de madera del palacio.
- Tendrás más de ese oro si me
ayudas con una encomienda. Entra al edificio que está a un lado de la plaza de
Yith, el que siempre está cerrado.
- Sé cuál es.
- Entra allí y tráeme una prueba
de lo que tienen. Te veré a las afueras del Nocturno, es un burdel de vampiros.
Estaré ahí al anochecer.
Yahad
conocía bien el edificio custodiado. Puso a buen resguardo su botín y se avocó
a su tarea. Trepando por los techos, caminando entre las vigas de madera y
aprovechando que el yeso de los mosaicos estaba flojo, consiguió entrar al
edificio. Se trataba de la armería. El lugar estaba al tope de cañones, rifles,
cajas de balas y pólvora. Había tantos cañones que tenían que acomodarlos en
pesados muebles de hasta siete de altura, por ocho de ancho. Los barriles de
pólvora ocupaban toda una pared. La otra estaba destinada a rifles y balas. El
lugar tenía tantas armas que era difícil de patrullar y no le costó trabajo
hacerse de un saco, meter pólvora, armas pequeñas y balas. Salió del mismo modo
a como había entrado. Esperó varios minutos en los tejados hasta el cambio de
guardia, al atardecer.
- ¿Qué has traído?- La preguntó
Basarab, en la puerta del burdel. Era un edificio sin adornos, prácticamente un
bloque de piedra con ventanas tapadas por gruesas cortinas. Le mostró el saco,
sintió la pólvora en sus manos y sonrió.- ¿Qué tanto había?
- No caben los cañones,
construyen a un lado una bodega adicional.
- Haz hecho muy bien, entra
conmigo. Hay más que quiero mostrarte antes de pagarte.
El
burdel era para las líneas comunes. No se trataba de las líneas antiguas, ni de
las aceptadas, que eran como personas a excepción de los ojos negros. Los
comunes eran odiados en su comunidad, sus orejas eran demasiado puntiagudas,
tenían colmillos que sobresalían de sus bocas, no eran tan inteligentes y no
vivían más de un siglo o dos. El burdel era donde llevaban a la gente que nadie
extrañaría, les tiraban en tinas y se los comían, hasta dejar los huesos. Para
cuando el ladrón se dio cuenta ya era demasiado tarde. Basarab lo levantó con
increíble fuerza y lo lanzó a una tina con tanta violencia que le quebró un
hueso. No que importara, las bestias pagaron mucho por el chico y tardaron
segundos en matarlo a punta de mordidas.
- Estos comunes, fáciles de
satisfacer.- Le tronó los dedos a los dos yitianos que trabajaban para él. Eran
los únicos dos de su raza que sabían que era un espía para el imperio.- Vayan
al norte, con mi pase les dejarán pasar los Xue. Viajen a Trapanara, hablen con
el brahman Garapati. No querrá verles, por supuesto, pero díganle que
representan a la joyería Basarab, entonces querrá escucharles. Díganle que mi
primer reporte es oficial. Los calfas más importantes, los Baradur y los
Ash-Gali arreglan matrimonios para unirse, y lo hacen con armas. Tienen tantas
que requieren de nuevos edificios. Díganles también que los Kantemir fueron
invitados a la boda Baradur, él sabrá lo que eso significa. Si pregunta por mi
opinión, y dudo que lo haga, díganle que empiecen a rezar a sus dioses falsos,
porque Tul tiene la cara de Yith.
120 Días antes de Tul
Roesh
se había hecho de un equipo de mercenarios. Luego de robar algunos cargamentos
de rupias viajaron al sur, cruzando montañas inhóspitas, para reclutar
mercenarios yitianos. Los mercenarios no fueron difíciles de contratar, el
negocio iba lento en los límites del calfato de Baradur, muchos soldados
estaban dispuestos a cambiar tres piezas de oro a la semana por diez piezas y
la promesa de un botín muy jugoso. Roesh les reunió a todos en su barco
flotante. Viajaban con banderas yitianas, haciéndose pasar por comerciantes
para evadir los barcos de la flotilla. Los piratas tomaron sus asientos,
bebiendo y bromeando. Romesh había colocado un mapa contra una pared. El
imperio drario ocupaba el territorio, pero estaba enfocado en la nación Xue,
una pequeña provincia perteneciente a la línea Kantemir, y señaló un poblado
llamado Shuan-ri.
- Presten atención, esto puede
salir muy bien o muy mal, dependiendo de cuánta atención le pongamos. Es una
operación peligrosa, pero potencialmente muy lucrativa.- Se apoyó contra la
mesa en la que se encontraba un mapa del pueblo de Shuan-ri. Tajib y los
mercenarios que se lo tomaban en serio se acercaron para inspeccionarlo más de
cerca. Era un crudo dibujo, pero podía ser invaluable en el momento de la
acción.- Los Xue son arrogantes por naturaleza, y ricos, inmensamente ricos. No
gastan en comida, sus medicinas son muy baratas para las raras ocasiones que se
enferman, no procrean, son astutos banqueros y pueden ahorrar por siglos de
siglos. No creen que un grupo de piratas puedan robarles, pero se equivocan. La
seguridad, de noche, es impenetrable. Rápidos, brutales, prácticamente
inmortales. Sólo pueden morir si son decapitados, si perforan su corazón, se
queman hasta las cenizas o si arden por el sol. Lo haremos de día.
- ¿Qué hay de sus familiares,
esos sirvientes humanos que usan?- Preguntó un pirata yitiano.
- A eso iba. Hay un pequeño
castillo, artillado, pero lo que buscamos está aquí, son dos bóvedas enormes
repletas de rupias, oro y objetos de valor. Carguen únicamente las gemas y el
oro, dejen lo demás, ocuparía mucho espacio, haría lenta a nuestra nave y
necesitamos cruzar la frontera Xuen rápidamente. Nuestra galera de cañones
mantendrá ocupado al castillo. Cuatro barcos pequeños saldrán, dos para robar,
dos con bombas incendiarias.- Señaló la localización de las bóvedas y después
dos barrios separados.- Quemen todo, los soldados del castillo quedarán
bloqueados el tiempo suficiente. Los otros dos barcos irán aquí, y aquí. Maten,
roben. No se tomen riesgos, si se mueve, hagan que se deje de mover. Si son
vampiros no sean idiotas, salgan a la luz del día, usen fuego para mantenerlos
a raya. Los Xue se creen inmortales, pero son tal sensibles al dolor del fuego
como el resto de nosotros. Tajib y su equipo se harán cargo de la primera
bóveda. Los yitianos irán en el segundo barco. Los incendiarios requieren a dos
piratas por unidad, ustedes cuatro. Son balas de cañón con pólvora incendiaria,
sólo tienen que tirarlas, pero asegúrense de quemar lo que tienen que quemar.
Nadie quiere quedar rodeado de soldados.
Pocos
durmieron esa noche. Tajib dormía poco, le temía a los sueños. Bebía de los
sueños de Romesh, eran dulces, eran de la selva, de mujeres y aventuras. Pasó
la noche en cubierta, con el fresco viento a cientos de metros sobre los
bosques. Extrañaba el caliente aire de la selva. Romesh también, lo podía ver
en su expresión. Estaban casi sobre Shuan-ri al amanecer. Volaron lento para
evitar sorpresas. Se vistieron de yitianos, con túnicas y pañoletas. Todos
estaban armados hasta los dientes. Prepararon las dos embarcaciones con bombas.
Lo hicieron con cuidado. Romesh, Tajib y los imperiales tomaron uno de los dos
botes de carga, los triarios tomaron otro.
Las
bombas cayeron primero, después sonaron los cañones del barco. El castillo,
lento en responder, activó sus dragones dorados para destrozar el navío pirata.
El capitán la hizo ascender, alejándose de los cañones. La guardia de humanos
salieron del castillo, pero no llegaron lejos. Los incendios formaban una
barrera. Las casas de los más ricos estarían protegidas, pues dormían en
ataúdes de piedra, pero quienes dormían en ataúdes de madera sufrieron los
estragos del incendio. Muchos vampiros murieron bajo la luz del sol.
Tajib,
Romesh y sus hombres se abrieron paso a tiros por las calles de Shuan-ri.
Habían descendido en cuerda, disparando sus rifles. Los soldados enemigos, de
pesados petos por todo el cuerpo, de cascos pintados con cuernos y máscaras de
rostros terribles, defendieron la bóveda de los vampiros, pero eran humanos y
no eran suficiente. Tajib colocó las bombas en una de las paredes, se ocultó
detrás de las estatuas de dragón sentado de mármol que había en un acceso
lateral. Romesh incendió el lugar, para sacar a los vampiros. La bóveda se
encontraba en una pagoda dentro del enorme edificio. Sería difícil abrirla,
pues era de un metal especial, conocido únicamente a los vampiros. No planeaban
abrirla. Usaron cadenas para subirla al barco de carga. Los piratas se subieron
sobre la bóveda y se prepararon para escapar.
- ¿Crees que les deberíamos haber
dicho?- Preguntó Tajib a Romesh, apuntando al otro punto de incursión, donde
los yitianos peleaban rodeados de soldados.
- ¿Decirles que aquellas eran las
barracas?- Romesh se echó a reír. Ninguno de ellos sobreviviría.
El
barco de carga se incorporó a un lado del navío pirata. Se elevaron hasta las
nubes, cruzaron la frontera Xue. Tardaron varias horas en poder abrir la
bóveda. Habían perdido a cinco buenos hombres, además de los yitianos que nadie
lamentaba. La puerta se abrió, se inundaron de diamantes, rupias y toda clase
de joyería. Romesh sonrió y miró a Tajib. Seguían siendo shatriyas, con o sin
título.
- Les dije que les haría ricos,
no mentía.- Dijo Romesh y los piratas rieron y celebraron.
40 Días antes de Tul
Zainab
era un famoso diseñador de sueños. Había sido el primero en montar una galería
onírica en Guptal, incluso visitada por los brahmas, quienes le dieron la bendición.
Sus sueños podía ser tan específicos que era capaz de recrear una casa, una
ciudad entera. Un nuevo arte había nacido, y el deber sagrado de los vashas era
el arte. Rara vez viajaba fuera de Guptal, ahora tenía que hacerlo. Abordó un
lujoso tren de pasajeros. Tenía el frente con arreglos de plata en la forma de
un cazador rodeado de estrellas, era Vorvados, pues era un barco de vashas. Las
velas eran verdes y tenían a la trimurti de los brahmas, después de todo, eran
ellos quienes dirigían al imperio drario. Brahma, Vishnu y Shiva en una danza
dentro de un círculo con muchos ojos abiertos, simbolizando el despertar.
Zainab se ajustó las ropas que escondían su trabajo y miró a su alrededor. La
gente tenía miedo. En poco menos de un mes los relojes marcarían el inicio del
último yuga, la última época, y en los tres días de Tul se decidiría todo. Los
vashas debían permanecer unidos.
El
barco atracó en el puerto flotante de la citadela de Hunapatra, que flotaba
sobre la densa jungla al oriente del imperio, sus verdaderas raíces. Zainab se
asomó, el verde siempre le cautivaba. Había estado en la jungla casi toda su
vida, respetaba la extraña subjetividad del ambiente cuando la niebla matutina
lo hacía parecer todo como una realidad aparte. La citadela no se parecía para
nada a la jungla, aunque todos los edificios tenían enredaderas y había árboles
por doquier. El domo de la citadela era en octágonos, vidrios gruesos de
distintos colores que podían abrirse automáticamente, dejando entrar el viento
para refrescar el lugar. Los edificios eran clásicos, de piedra con columnas
que sostenían pisos con más columnas, hasta tres o cuatro pisos, adornados con
lianas y otras vegetaciones. En todas partes, incluso en las casas más
humildes, había dioses tallados, inscripciones y, últimamente, plegarias. Ni
siquiera el culto de Shiva, exclusivo de los brahmas aunque compartido ahora
por todas las castas, podrían salvarles. Zainab no creía en esas cosas, él
había llegado al taller del famoso Gopal con revelaciones más temibles.
El
taller era como el suyo, pero cuatro pisos más grandes. Los shuggoth, criaturas
del desierto con más tentáculos que cuerpos, eran usados por sus aceites y
venenos. La sustancia base se almacenaba en alambiques, se purificaba mediante
el calor que lo hacían pasar por tubos de cristal hasta que se sedimentara en
pequeñas vasijas conectadas a hilo de estambre. Los hilos iban por todas
partes, como una maraña. Las pocas gotas de la sustancia base eran adicionadas
con ciertos agregados difíciles de producir, en esa etapa se podían diseñar los
aspectos más rudimentarios de la realidad onírica, la parte emocional. Se
conservaban en pequeños frascos y se requería de unas cuantas gotas para
mezclarlas en ardientes aceites, cuya mezcla al refinarse daba por resultado
final un sueño. Se trataba de un arte, pero también de una ciencia.
- Impresionante.- Dijo Zainab y
Gopal saltó del susto. Se quitó los guantes de cuero, le invitó a pasar a su
mesa de trabajo. Tenía docenas de diseños para nuevos sueños, todos ellos
debían ser aprobados por brahmanes, pero los vashas sabían que eso cambiaría
tarde o temprano.
- Zainab, es bueno verte.- Le
estrechó la mano y sonrió, pero era obvio que estaba agotado. Tenía una barba
dispareja, estaba vestido apenas en pantalones. De haberle visto en la calle
habría jurado que se trataba de un shudra.- ¿Ha oído del opaceo? Es un opio de
los Xue, puede ser descompuesto en sus partes, para prolongar exponencialmente
la duración onírica. Olvida los días, hablo de meses. ¿Lo ves Zainab? Toda tu
educación escolar básica en dos días de sueño. Hablo de clases, hablo de juegos
para fomentar el sentimiento nacional, hablo del primer amor, algo dulce y a la
vez triste. La perfecta infancia. Tan real como la realidad, ¿qué es más real
Zainab, el sueño o la vigilia?
- Ya sabes lo que los brahmas
dirán, la vigilia es la realidad última, pero tú y yo venimos de las estrellas,
¿qué saben ellos que adoran a esos terribles dioses? Si estás dormido, el sueño
es tu realidad, si estás despierto, pues tal es tu realidad.
- Emocionante, ¿no es cierto?- Se
encendió una pipa, era obvio que había mezclado algo de opio con su tabaco,
pues estaba casi maniático en su trabajo. Zainab puso sus papeles en la mesa,
quitó los adornos y extendió sus diseños.- ¿Me compartes tus secretos?
- No, los tuyos. Sabes que el
celo profesional es muy característico en los vashas. Una vez compuesto el
sueño, en sus partes químicas, es difícil descomponerlo.
- Imposible, diría yo. Hablamos
de tres sublimaciones, tres rarefacciones y eso sin contar los aditivos que
sufren sus propios procesos.
- Pues yo lo he logrado.- Gopal
le miró con miedo.- Ese químico base que usaste el año pasado... Gopal, mató a
500 personas, hizo adictas a miles,
decenas de miles. Inadvertidamente has causado una epidemia de
adicciones. Los shuggoth que empleaste, no estaban maduros, su composición
gelatinosa era alta en arbóreos, como puedes ver aquí. Es un veneno, más
potente que cualquier opio Xue. Sé que es difícil para ti oírlo, pero quería
que lo escucharas de mí.
- Es terrible.- Miró los diseños,
los cálculos, Zainab había dado en el clavo. Se alejó de la mesa, pateó una
silla y se apoyó contra una mesa repleta de aparatos alquímicos.- Los brahmas,
ellos te ponen tantas restricciones en su estudio. Lo hacen porque tienen miedo
Zainab, temen que Tul no exista, nos temen a nosotros. Temen que hagamos
olvidar a la gente común la trampa de Maya, que les hagamos caer más en sueños,
incluso dormidos, y acepten las ilusiones en vez de escoger por el despertar de
la meditación. Ellos tienen a sus yoguis, nosotros tenemos nuestro arte
onírico. No te dejan estudiarlo como es debido, todo debe hacerse según sus
Vedas y sus obtusas Gitas. Pero la gente Zainab, ellos quieren y quieren más.
- Cometiste un error, estabas
apurado. Sí, muchos murieron, pero Gopal, fue un error y nada más. Soy el único
que lo sabe, estos son los únicos papeles. Pero la ciencia es la ciencia, no
somos como los brahmas que creen más en sus místicos que en nosotros, lores de
la alquimia. Si yo lo pude descubrir, el cómo desfragmentar un sueño, otros lo
harán. Lo haremos juntos Gopal, admitir el error, mejor ahora antes que otros
diseñadores se enteren por su lado. Sería peor, si lo piensas, que el gran
Gopal, líder de los vashas, tratase de ocultar la verdad.
- Tienes razón, pero por ahora,
¿eres el único que lo sabe?
- Sí.- Gopal se dio vuelta. Tenía
una larga pistola. Le disparó al pecho. Tiró su cuerpo y sus papeles al
incinerador. Desaparecería en menos de una hora, pero la culpa no se iría
nunca.
37 Días antes de Tul
Los
piratas atacaron desde las nubes. No era la primera vez que lo hacían, que
robaban cargamentos de piedra lunar, pero ésta vez era diferente. Ahora faltaba
poco para los tres días de Tul, para el inicio de su Yuga de la destrucción. La
nave imperial no viajaba a solas. Un navío de guerra le acompañaba. Los barcos
de carga tenían pocos cañones, pues eran pesados, la prioridad era el barco de
guerra. Tenía tres hileras de cañones, tenía cañones cuyas balas estaban encadenadas
y largos y potentes arpones. Romesh había contratado más piratas, pero no les
había dicho todo su plan. Ordenó ocultar su piedra lunar, de modo que los
navíos pequeños no atacasen aquello que les hacía flotar. Bajaron las velas
negras, ya no tenía sentido esconderse. Atacaron por sorpresa, usaron bombas
incendiarias y los piratas descendieron por las largas escaleras de nudos. La
batalla fue cruenta, perdieron a muchos. Los militares estaban bien armados,
pero la sorpresa había valido para mucho. Una hora después y el navío de guerra
se estrellaba contra las planicies.
Atacaron
el barco carguero, pero ahora tenían a la mitad de su gente. Abordaron el
barco, pero rápidamente se vieron rodeados, los cargueros tenían más soldados
de los que esperaban. Ya habían robado antes, los imperiales sabían qué esperar
de ellos y lo jugaron en contra. Tajib, Romesh y una docena de soldados fueron
llevados a las jaulas, en el interior del barco. El segundo capitán se hizo
cargo de la nave pirata. Romesh no estaba nervioso, Tajib tampoco.
- No te asustas fácilmente.- Le
dijo Romesh, acariciando su bigote.
- Estuve en la guerra,
infantería. He visto cosas peores.
- Ah, entonces les has visto.
Sabes de lo que hablo. Fui capitán, ya también estuve ahí. Nos dijeron que fueron
los Xue, que utilizaron a su necromagos. No, la cosa no funciona así. Tú los
viste, estoy seguro. En esas montañas de cadáveres.
- La mitad de la guerra fue con
espadas y escudos.- Recordó Tajib, con amargura, señalando su tatuaje de cobra
en el pecho.- Defendí Gupatra, en el corazón de la selva. Los rifles, las
pistolas, todo eso vino después.
- ¿Pero los viste?
- Sí, y no fueron esos
endemoniados Xue. No, la miseria de la guerra los creó. Eran zombies, se
levantaban de entre esas montañas de cadáveres putrefactos.- Se acarició el
tatuaje de nuevo y Romesh sintió un escalofrío.
- ¿Escuadrón de cobras? Ustedes
vieron lo peor. La batalla de Purantrara, en la línea entre los Xue y los
yitianos. Peleando vampiros de noche, yitianos de día.- Tajib asintió.-
Hicieron bien, me refiero que estoy orgulloso de estar con alguien como tú.
Escuadrón suicida, lograron partir a los calfas, desunirlos por completo y
mantener a los Xue en su lugar.
- ¿Te enorgullece que nos
colgarán antes de llegar a puerto?
- ¿Quién dijo algo sobre colgar?
Romesh
sonrió y Tajib entendió la jugarreta. El tercer oficial se acercó silencioso,
les tiró las llaves y les indicó la posición de los soldados. Emergieron
armados, tomándoles por sorpresa y retomando su barco pirata. Le pagaron bien
al tercer oficial, dejaron vivos a los marinos, todos ellos aplastados en un
barco de emergencia con una piedra lunar tan pequeña que apenas y flotaba. Se
enfilaron al sur, a Kuntra. Tajib en el barco pirata, Romesh en el barco
carguero. Los piratas cambiaron las velas. Ellos se quedaban con todas las
rupias que pudieran encontrar, y habían encontrado muchas, pero Romesh hacía el
negocio de la piedra lunar, tal había sido el trato.
Acuatizaron
en Kuntra, Romesh se encargó de las toneladas de piedra lunar. Tenía sus
contactos. Tajib le acompañó en un carruaje. Un vampiro estaba ahí, que no
conocía, y un yitiano que conocía muy bien, la clase de gente que sabe dónde
vender lo robado y sacar buena tajada. Se requirieron de tres carruajes de
carga para todas las toneladas de piedra lunar robada. Además que ahora podían
cambiar de barco, venderlo, o vender sus partes. Tajib viajó en silencio,
estaba cansado. El vampiro no dejaba de mirar su tatuaje. El yitiano trató de
ser diplomático.
- Yo tengo un tatuaje de una rosa
con espinas en la boca de una calavera. ¿Qué tal tú?
- Mi línea no usa los tatuajes,
pero las regulares sí lo hacen. Se tatúan todo el cuerpo. Ese tatuaje es
especial, es una cobra. Yo también estuve en la guerra, pero nunca me les
enfrenté.
- Probablemente maté a cien de esos
samurai, lo siento.- Dijo Tanjib, encendiéndose un cigarro. Para sus sorpresa
el vampiro lanzó la carcajada.
- Ustedes los mortales y la
muerte. Un Xue no muere, su alma nunca ha dejado el desierto de la noche
eterna, simplemente se queda ahí. Son ustedes los que creen que deambula de un
reino místico a otro, como si tomase sus maletas y se fuese de viaje.
- Reencarna.- Dijo Tajib.- Si
cumples tu deber, reencarnas en algo mejor.
- Reencarnación, bah.- Dijo el
yitiano.- El alma es una esencia, para ser una sustancia, una cosa, tendría que
materializarse y no lo hace. Yith te lleva al jardín de las delicias, si fuiste
bueno, al infierno, si fuiste muy malo y si no, simplemente desaparece. Es como
la belleza, si quemas el cuadro, deja de existir.
- La belleza no deja de existir
porque el cuadro no esté ahí.- Dijo el vampiro, en su usual arrogancia.- La
belleza estaba ahí, esperando que el cuadro se pintara.
- Ah, parece que llegamos a un
callejón sin salida.- Dijo el yitiano. Tajib gruñó, los yitianos se hacían
pasar por filósofos, o como ellos decían, científicos. Les fascinaba el debate
intelectual. Sonrió para sus adentros, probablemente por eso nunca serían un
imperio. Los drarios, después de todo, era la reunión de varias castas, de
pueblos lejanos, estelares. No se ponían a cuestionar tonterías como esas, al
menos no Tajib que sabía poco de la belleza.
- Si fuera como dices.- El
vampiro parecía tomárselo personal. Sus ojos negros parecían brillar, bien
oculto tras las pesadas cortinas del carruaje, al atardecer.- Entonces el honor
y la valentía, cosas que nuestro amigo, el mudo, ha de conocer bien, sólo
existirían al momento de actuar. No antes. No, esas cosas existen antes de
plasmarse en la realidad.
- Nadie es honorable que no haga
cosas honorables.- Replicó el yitiano.
- Honor.- Dijo Tajib, ya harto de
la conversación.- Belleza... ¿Qué diferencia da? En 37 días se acaba el mundo.
30 Días antes de Tul
Alina
había pasado ya veinte años en el monasterio Kantemir, probando su fe y su
fervor. Boc le había prometido que sería mordida por el Antiguo en persona, que
pasaría su primer siglo siendo sirvienta de Mikhail, quien le trataría bien.
Nada de minas para ella. La misión era peligrosa, pero jugosa era la
recompensa. Urbar, el banquero del calfa Rashmed Baradur, estorbaba a los
Kantemir y a su negocio bancario. Tenía que parecer un accidente. Alina había
estudiado necromancia y alquimia por años, se le ocurrían cien maneras de
matarlo, pero sabía que su inmortalidad estaba en juego. No podría aplicar para
una línea antigua, tendría que conformarse con una aceptada si lo echaba a
perder. No tenía intención alguna de echarlo a perder. Habiendo seguido al
viejo Urbar por un par de días determinó la mejor manera de actuar.
Utilizando
sus habilidades necrománticas, y un poco de veneno Xue mezclado con los
aditivos oníricos de los drarios, actuó sobre un cochero. Los aditivos carecían
de sabor, no los notó al beber su agua. El aditivo le haría más receptivo a los
sueños. Los venenos tuvo que ponerlos en su comida. Entró a su casa, en un
descuido de la esposa, y envenenó la ternera. Le caería pesado al estómago,
pero no sospecharía nada. Se estableció en el techo de la casa cercana. Oculta
entre las altas herraduras del edificio colocó su tapete, sus velas tapadas por
lámparas negras y comenzó a rezar. Muchos eran los secretos que habían sido
revelados por la estrella Magra a los lores de la noche en su sagrado
peregrinaje, y el mundo de los sueños era uno de ellos. Sabía lo que los
drarios eran capaces de hacer, pero le bastaba con entrar a su sueño,
introducir una simple idea. Le siguió al día siguiente desde lo lejano, vestida
como yitiana escondiéndose de los pies a la cabeza. El banquero Urbar cruzaba
la calle, y con tan solo un chasquido de dedos y un estornudo, la mente del
cochero le perteneció. Más de dos segundos era excesivamente peligroso, sería
rastreado hasta ella. La mente era poderosa, incluso en un grosero cochero, y
estaría tanto en su mente como él en la suya. No necesitaba más de un segundo.
Un simple jalón de las manos. Los caballos pasaron por encima del banquero y
Urbar murió en un trágico, lamentable e inocente accidente.
Regresó
al monasterio, ésta vez podía deambular por el castillo como sirviente humana, pues
Boc val Kantemir le había entregado ropas azules, marcándola como una familiar
en proceso de conversión. La curiosidad la impulsó a seguir a Boc, espió detrás
de una cortina hacia una amplia sala. Los emisarios del calfa Baradur parecían
incómodos.
- Los bosques de Yang.- Dijo
Mikhail val Kantemir.- El calfa debería estar orgulloso.
- Lo estará.- Dijo el oficial,
firmando y sellando documentos.
- Ha sido un placer.- Alina se
ocultó tras una armadura con terrorífica máscara. No era toda de metal brillante,
era negra, con latón y cuero, de los pies a la cabeza, además del extraño casco
en forma de cabeza de dragón. Se acercó de nuevo, para seguir espiando.
- Vienen a nosotros con estos
sellos y firmas... ¿Y la matanza en ese pueblo, y el robo? No, eso se lo
callan. Tenías razón Diona val Lascar, no pueden ser confiados pero ahora hemos
ganado la superioridad moral. Les volveremos locos con estas nuevas libertades.
Además, esos bosques se quedarán sin animales muy pronto, los humanos cazan
demasiado.
Alina
se alejó y esperó en la sala de oro, como Boc le había instruido. Mikhail y Boc
le llevaron una sala especial, de piedra y sin adornos. No tenía ventanas, pues
sería su tumba en los siguientes días. Tenía una fuente de sangre fresca que
caía desde una alta pared con un relieve de un dragón. Alina se desnudó por
completo, Mikhail sintió su cálido pecho, sintió su corazón. Le mordió el
cuello, desgajando parte de la garganta y devorando su sangre hasta matarla. La
acomodaron en una cómoda cama. Despertaría pronto, la herida curaría en
cuestión de días. La transformación le sería dolorosa, pero la sobreviviría. Le
esperaba una eternidad muy cómoda.
7 Días antes de Tul
Purajab
conocía los riesgos de cazar en los bosques de los vampiros. Se trataba de la
frontera con Kuntra y los Lascar supuestamente dominaban cada piedra y árbol.
Sabía muy bien que las líneas más impuras hacían sus hogares en sus cuevas y en
los lugares oscuros. Llevaba su arco, sus flechas y su espada, por si acaso. Se
movió silenciosamente, siguiendo el ruido del río. Divisó a un venado, en la
lejanía. Preparó su flecha, eran muchos metros pero no podría acercarse más. El
venado no se dio cuenta. La flecha acertó en su cuello y cayó muerto. Purajab
celebró su cacería, se encomendó a Dohl, pues era un shudra y tal era su
patrono. Se acercó por su presa cuando sintió las ramas y la cuerda bajo su
pie. Una extraordinaria fuerza le jalaba hacia una gruta, parcialmente
mimetizada por hojas. No era el único cazador ese día. Le pudo ver de lejos, jalando
con todas sus fuerzas, su cabeza más parecida a la de un murciélago que a la de
un humano. Se resistió, tomándose de un árbol y con su espada cortó la cuerda.
El vampiro gruñó, pero no saldría a la luz. Recogió a su venado sobre el hombro
y regresó al pueblo por el sendero menos transitado. Tenía una parada que
hacer. Un viejo vampiro habitaba una cabaña sin ventanas y sus remedios siempre
le dejaban algunas rupias en Kuntra.
- Shadue, sé que estás
despierto.- La puerta se abrió un poco y el cazador atravesó la pesada cortina
negra. Tenía su botica repleta de velas y lámparas, pues los Xue estaban
obsesionados con la luz y los colores. Shadue no era un Lascar, pero tampoco
era uno de los monstruos que casi le cazaban. Se trataba de una línea aceptada
que había caído en desgracia durante la guerra. El viejo, de ojos negros y
largos colmillos frontales le convidó de su té y acomodó entre sus cientos de
botellas y anaqueles con objetos raros.
- Shadue val Arkros, al menos
dilo completo.- Purajab le mostró las monedas y señaló una botella.- ¿Más
opios? Pensé que a ustedes los drarios les gustaba soñar.
- En siete días se acaba el
mundo, nadie quiere estar despierto para ver a Tul.- Le entregó la botella que
guardó en su bolso de tela colorida.- Ustedes no creen en eso, ¿no es verdad?
No los entiendo a ustedes, los Xue. Son tan... Extraños.
- No hay más que una noche
eterna, no hay épocas como ustedes creen. La Magra vendrá, está prometido, y
los ríos serán de sangre. Los Xue dominaremos todo cuando eso pase.
- Cuando eso pase. Y mientras
tanto, ¿te quedarás en esta parte poco visitada del bosque?
- Las Nocturnalias dicen:
“Conocer a otro, es inteligencia; conocerse a sí mismo, es sabiduría. Dominar a
otros es fuerza; dominarte a ti mismo es el verdadero poder. Cuando te das
cuenta que tienes suficiente, es que serás verdaderamente rico”.
- Suenas como los Brahmas, ellos
son como los Lascar o los Kantemir, o los demás vampiros que conozco, hablando
de simpleza y viviendo en palacios.
- Las Nocturnalias también dicen:
Un líder es mejor cuando el pueblo a duras penas sabe que existe. Con un buen
líder, que habla poco, cuando su trabajo está hecho, su propósito ha sido
concluido, entonces la gente dirá “lo hicimos nosotros mismos”.- Shadue agregó,
con cierto sarcasmo.- Además, ¿qué te molesta tanto si el mundo se acaba en una
semana?
Regresó
a Kuntra para vender al venado, pero la pregunta se le había quedado. El venado
se lo compraron por muy poco, Satrivan aún tenía el monopolio en el mercado.
Sus carros de carga ahora llevaban distintivos de colores, en señal de su
orgullo. La poción del vampiro le dejaría suficiente dinero. Todos en el
mercado se irían a dormir, como ya habían hecho los ricos, de no ser porque
necesitaban mucho dinero para drogas tan potentes y sueños tan caros.
- Todo se ve tan... intranquilo.-
El mercado era silencioso, nunca había visto nada igual.
- ¿Qué esperabas? Satrivan se ha
hecho el principal vendedor en Apuntra, cerca de aquí. Ese dinero, se dice, se
lo gastará en una gran comilona en los tres días de Tul. Semejantes herejías...
- ¿Herejías? Eso de Tul no me lo
creo.- Satrivan era un shudra de hombros anchos y rostro cuadrado. Vestía con
la elegancia de un vasha, con telas que cruzaban su pecho con pequeñas cadenas
de oro y campanas.- H e tomado mi
ganancia, eso es todo. Eso deberían hacer ustedes.
- Tendrías que cazar a todos los
venados y caballos del bosque para conseguir ese dinero.- Dijo Purajab,
señalando a sus carros, eran más de tres y estaban repletos de carnes.
- La vendo caro en Apuntra, ya
quedan pocos cazadores por allá, es por los vampiros.
Purajab
lo habría dejado pasar, de no ser que su primo era de esa villa. Había hablado
con él hacía dos días, la cacería seguía normal y los precios eran los mismos
que en Kuntra. Impelido por la curiosidad, y en parte por la envidia, se metió
a uno de los carros, escondiéndose bajo una manta entre pesadas cajas. Satrivan
amarró a sus mulas y comenzó el viaje. No podía ver a dónde iba, pero estaba
seguro que no era el camino a Apuntra, pues andaban en el bosque y Apuntra era
una colina prácticamente desértica. Se asomó, estaba en lo correcto, no se
dirigían allí. Reconoció el lugar por las grandes piedras, le decían la mano de
piedra y estaba en la frontera. Saltó del carruaje y cayó sobre la hierba. Le
siguió de lejos, viéndole acercarse a una de las cabañas sobre la vieja mina
abandonada. Satrivan intercambiaba aquella comida por mucho dinero. Se acercó
un poco más y Purajab pudo ver, en completo horror, que había soldados yitianos
allí. Imaginó que habrían cientos, quizás miles en la mina. Se trataba de un
puesto de avanzada.
Salió
corriendo al escuchar los gritos. Se perdió en el bosque, de modo que los
soldados a caballo no pudieran seguirle. Tenía que regresar a Kuntra, avisarle
a los soldados, al imperio entero. Al imperio que en algún momento había
dominado los dos hemisferios, que había perdido su río sagrado y ahora
enfrentaba una invasión. Logró llegar a Kuntra, evadiendo a los yitianos.
Corrió hacia la base de shatriyas, pero estaban todo dormidos. El vendedor de
sueños, sentado en la entrada, había hecho un dineral. Subió las escaleras de
piedra hasta la inmensa campana y con todas sus fuerzas empujó el leño que tocó
la campana. Los soldados despertaron, confundidos y anunciados. Un comandante
trató de arrestarlo, teniéndole por bromista. Habló rápido, sobre los soldados
en la mina y sobre sus perseguidores. El comandante no le creyó hasta que una
flecha atravesó a Purajab en el pecho.
Sonaron
las alarmas, las campanas y los cuernos. Kuntra despertaba. Atacaron a los
invasores, siguiéndoles hasta la mina y temiendo lo que pasaría después.
El segundo día de Tul
El
brahman Mahandra disfrutó su té, sentado en un cómodo sillón en el palacio de
Gupatra. Tenía los tres rostros de Trimurti como relieve en una pared, hecha de
plata y gemas. Terminó su té, agradeció a los dioses por otro día más de vida y
aplaudió. Girvan apareció, abriendo la puerta de madera labrada con mucho
cuidado y depositó más té. El brahman le tomó del brazo, indicándole que se
quedase. Indicó hacia arriba, al techo de rupias y gemas con pinturas que lo
hacían parecer al firmamento. El brahman sonrió. Tul no había aparecido.
- No aún, hemos tenido suerte,
los dioses han sido buenos con los santos y con los impuros por igual.-
Aplaudió de nuevo y entró Romesh, vestido como shatriya, de telas rojas y
cabello largo. Tenía medallas en el pecho y anillos en los dedos.- ¿Te
sorprende verlo Girvan? El imperio ya ha escuchado de la fallida invasión a
Kuntra y Romesh, por sus propios medios, detuvo una masiva incursión en el
bosque de Yang. Suficiente artillería para arrancarnos un pedazo de territorio.
- Todo lo que hago, es por el
imperio.- Dijo Romesh.
- Mira por esa ventana Girvan.-
Se asomó junto con su amo. La gente ya no dormía, el temor de la invasión les
había activado. Podía ver a las castas trabajando juntos, preparándose para
otra larga y cruenta guerra.- Sí hubo un renacimiento, los Vedas no mentían.
Tul es nuestro enemigo, los calfas, pero ha habido un renacimiento, como estaba
escrito. Los drarios están más unidos que nunca.
- En verdad,- Dijo Girvan.- son
misteriosas las maneras de Vishnu.
- Vaya que sí.- Mahandra lanzó la
carcajada y Romesh le acompañó.- Romesh no fracasó en su misión de buscar espías,
te detectó a ti. Es por ello que te he mantenido cerca, siempre cerca para que
reportes a tus verdaderos amos.
- Pero, mi señor.
- Ni se te ocurra.- Dijo Romesh,
con la mano en el mango de oro de su espada curva.- Un paso más y te cortaré en
dos.
- Está bien...- Aceptó Girvan.-
Le he traicionado brahman, ¿pero por qué el misterio?
- No se requirió de mucha gente,
los espías como tú hicieron lo demás. Hanan Gamal, Radu y Diona val Lascar,
Romesh y Gopal. Nada más. El plan era ambicioso, pero salió a la perfección.
Los brahmanes habíamos anticipado el Tul-yuga desde hacía años, me encomendaron
a mí la operación final. Tú Girvan, sólo fuiste un peón.
- ¿Y un peón no merece conocer al
tablero de ajedrez?- Romesh estaba por sacar la espada, pero Mahandra le detuvo
con un gesto.
- Hanan Gamal casó a dos de sus
hijos, de ese modo corren los rumores de que las tribus se unían. Su hijo Umar
Gamal se casó con Nadya Baradur, para cerrar el trato se ofrecieron más armas
de las que cabían en la armería. Umar tenía así el control parcial del ejército
para llevar a cabo la fallida invasión por el bosque. Romesh sabía que estarían
ahí. Diona se encargó de darles ese bosque. Las armas venían de mí. Las sacaba
de la armería imperial, tal era el pago, no eran rupias como tú creíste en ese
barco, por la piedra lunar de las minas de los Lacar. Las distribuían al calfa
Gamal. Eran muchos cargamentos, y para que todo pareciera natural Romesh se
convirtió en un corsario. Robaba la piedra lunar, en compañía de sus piratas,
para llevarlas a la mina de los Lascar.
La
unión entre calfas, sin embargo, no era suficiente. Los vampiros tenían que
hacer alianzas con los yitianos. Esas alianzas, sin embargo, debían existir
únicamente en papel para que todos en el imperio supieran de ella. Pero no
podían ser alianzas reales. Romesh atacó a una villa Kantemir para que creyeran
que fueron los yitianos. Diona val Lascar se hace intermediaria entre los
Kantemir y los Baradur, incluyendo por supuesto al bosque de Yang que era
necesario para la invasión fallida. El imperio, todas las castas, se enteraron
que los Xue y los calfas hacían alianzas que comprometían tres cuartas partes
de nuestras fronteras. El miedo ya estaba ahí, pero Gopal lo cimentó con mayor
fuerza.
Gopal,
líder de los vashas, cometió un terrible error que costó la vida de cientos o
miles. Él quería independizar la producción de sueños, algo que eventualmente
tendrían de todas formas. A cambio de semejante reforma se encargó que los
sueños fueran patrióticos, unieran a la gente en contra de Tul, que les llamara
a superar el miedo. La gente teme a una invasión que no solo no existía, sino
que los calfas no querían, ni quieren ejecutar, y que yo mismo estaba
fabricando.
- ¿Pero cómo convenció a un calfa
y a los Lascar?
- Gopal conserva su secreto y
gana su autonomía. Era cuestión de tiempo, de todas formas. Romesh es humillado
en público pero regresa a nosotros como general de altos honores, a cargo del
ejército y la seguridad del imperio. Radu y Dio van Lascar se quedan con las minas
de Kuntra, quedan en muy buenos términos con la línea Kantemir y jugosos tratos
comerciales para comprarles la piedra lunar. Hanan Gamal, quien había logrado
casar a dos de sus hijos mediante armas y la promesa de dejar de cosechar
shuggoth pierde podo. No se pueden divorciar, los yitianos no lo permitirían,
de modo que tiene oídos y manos con los calfas más importantes. La promesa
Ash-Gali será olvidada, pero el enojo será lo de menos, pues hemos prometido
comprarles tantos shuggoth como pueda cosechar en ese desierto. Este trato le
hará el calfa más importante y, geopolíticamente hablando, el de menor
importancia por estar demasiado lejos de la capital. Él puso a los soldados
muertos, pero se las apañó para que parecieran de otro calfa. Ustedes, los espías,
se encargaron de que todo se supiera, y mis propias actuaciones lo hizo más
real. Tul-Yuga ha llegado, estos tres días serán los días de reunificación
imperial.
- Me inclino ante usted.- Girvan
se inclinó hasta donde la espalda le dejaba.- Hizo creer a todos que el imperio
se desmoronaba, cuando en realidad estaba en la ruta de la transformación.
- Bien, ahora que lo sabes...
Romesh.- De un tajo le cortó la cabeza que salió rebotando.
- Gracias general, llévese el
cuerpo y eso será todo.
Tercer día de Tul
Romesh
había despedido a sus piratas y Tajib regresó a Kuntra. No le apetecía seguir
con el tráfico de personas, aunque seguía siendo una opción viable. Decidió que
tendría un empleo decente y fue aceptado en la pescadería del muelle. Los
anteriores empleados habían renunciado, pues estaban seguros que Tul llegaría,
con su rostro metálico y rodeado de fuego y se los comería. Cargó algunas
cajas, pero no había mucho qué hacer. Se reunió con el dueño en el muelle,
quien vaciaba una barcaza de pescador en cubetas.
- Tercer día y nada, pero
míralos.- Señaló a la gente que salía a ser ruido con cacerolas y campanas.
- He oído que se están armando.
- Tonterías, conozco a muchos
marinos yitianos. Los calfas no saben qué pensar de todo el asunto, no
invadirán. Ellos esperan que el imperio se caiga solo, por el peso de los
brahmas. Eso, o cuando Tul nos devore a todos. Que no te engañe el hecho de que
siga trabajando, es que no quiero ir a casa a mi mujer y cuatro hijos. Están
tan asustados como yo.
- Por favor, no hay tal Tul. Este
renacimiento es algo de paranoia y listo. He visto cosas en la guerra, cosas
que no deberían existir, incluso dragones en la punta más oriental del dominio
Xue. ¿Caras de metal y rodeadas de fuego?, ¿castigos de los dioses? Son para niños.
- Quizás, eso lo veremos mañana.
Todo se decide en esto tres días y si tienes razón, seguiremos.
Le
acompañó cargando las cajas y cubetas de pescado. El dueño se quedó adentro.
Tajib salió a los muelles de madera para fumarse un cigarro. La niebla del mar
asustaba a la gente, les alejaba de las playas. Él no temía, después de todo,
había niebla cada mañana. Escuchó un silbido que le resultó familiar, como una
flecha. Se dio vuelta, agachándose rápidamente como un soldado, pero no había
arqueros. La gente seguía haciendo ruido y el viento le había jugado una mala
pasada. Lo escuchó de nuevo, y al escucharlo por tercera vez estuvo convencido
que eran flechas. Caminó a la orilla del puerto de madera y miró hacia arriba.
Podía ver las flechas encendidas. Pensó que serían yitianos y se preparó con su
cuchillo de pescador.
Un
rostro apareció en la niebla. Era de metal pulido, en expresión de ataque y con
grandes colmillos. El rostro estaba rodeado de fuego. Tajib se congeló de
miedo. El rostro se hacía cada vez más grande conforme salía de entre la
niebla. Tan grande que tuvo que huir, pues se devoraba al muelle de madera.
Entró a la pescadería, el rostro no se detenía. Corrieron fuera por varios
metros. El rostro avanzó aún más, varios metros hasta subirse a la tierra. La
niebla se había disipado. El silencio era absoluto. Roto por los llantos de las
mujeres y los niños. A lo lejos se veían otros rostros, igual que Tul, que se
aproximaban a la orilla. Tajib contó al menos cuatro. Se alejó corriendo, junto
con los demás y al estar a una cuadra pudo verlo mejor. Se trataba del barco
más grande que hubiese visto en su vida. La cara era tan solo el principio. Se
asomaron rostros humanos que hablaban una lengua extraña.
- ¡Cuthulhu!, ¡Cthulhu! Hay
tierra, estamos salvados. En nombre del reino del Miskatonic y la dinastía
Wercer, estamos salvados.
La
lengua era extraña y todo lo que podían entender era Tul.
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