La muerte roja: Tarántula
Por: Juan Sebastián Ohem
Los tres maleantes terminaron de
deshacer el muro. La bóveda se encontraba expuesta. Se hicieron a un lado para
que el nuevo trabajara con ácidos y soplete. Le decían Nosferatu, por las
largas orejas. Algo en él no encajaba, pero el jefe Alfons Taglia había dado la
luz verde. Era eficiente también, abrió la pared de la bóveda lo suficiente
para una persona. Sacos y maletas llenas de dinero. Todo sonrisas y júbilo. Un
trabajo bien hecho. Eso, hasta que el Nosferatu sacó el arma y los mató a
todos. No podían creerlo, nadie traicionaba a un Taglia, pero el nuevo tenía
algo que les distinguía, y no era sólo su deformidad. El nuevo ya estaba muerto
y olvidado. Patrick Belmont despertó cubierto en sudor. El sueño tan tangible
como la realidad misma. Tenía que encontrar al olvidado, regresarlo a Undercity
de un balazo.
El regreso a la realidad fue tan
doloroso como el sueño mismo. El espejo le revelaba horrores de los que no
podría escapar. Su monstruoso rostro le miraba desganado. Pómulos salidos, piel
amarillenta y dientes filosos como los colmillos de una araña. Sus manos eran
negras y tenía pústulas y llagas por toda la espalda. Patrick Belmont podía
despertar de sus sueños de violencia y sangre, pero no podía despertar de sí
mismo. Su sirviente, Jaspal Mandara, un alto y fornido sikh con elegante
turbante y espesa barba le llevó el desayuno a la cama. Él no decía nada de su
deformidad, había sido leal, quizás la persona más leal que Belmont conociera.
Desayunó y entrenó artes marciales con Jaspal. Incluso cuando lo vencía en las
colchonetas no se quejaba, después de todo, al verle tan deforme Jaspal sólo
preguntó si quería un café o si prefería un ligero té. No había diferencia para
él, la había para Patsie Belmont. La había para Rita Weiss, su antigua amante. Todo
es rosas y promesas hasta que tus manos son negras y produces veneno, aún una
amiga incondicional, pero el mundo de lujos y laboratorios científicos habían
acabado para él.
-
Le recuerdo, doctor Belmont, que tiene cita la señorita Weiss.
-
Lo recuerdo.
-
Pero asumo que llegará tarde, ¿quiere que le haga saber?
-
Sí Jaspal, y hazme saber cómo es que me lees la mente tan seguido.
-
No es tan difícil, tiene esa mirada de nuevo.
-
Esto era diferente, no sé cómo, pero se sintió diferente, más urgente. La
Tarántula tendrá que investigar.
Chaqueta de botones en ángulo.
Guantes. Máscara negra con cinta azul en el medio. Guantes de metal con líneas
de acero en cada dedo y su mecanismo en el codo. Las cinco puntas de su exoesqueleto
preparadas para lanzar hilos tan resistentes como el acero. Cinturón con
repuestos de aire comprimido y una pistolera para su pistola de venenos y
gases. No se disfrazaba, se vestía, era lo único que le quedaba.
Era Aracné, profecías de lo
inevitable. La casa estaba rodeada de policías. El asalto había atraído a los
chicos de azul y los cadáveres lo hacían más jugoso. Tarántula acechó desde el
techo cercano. Se lanzó un par de pisos antes de hacer disparar las diez líneas
de acero que se empotraron contra la pared. Se quedó unos instantes allí. Su
cuerpo sobre sus manos antes de decidirse a caer encima del detective a cargo.
Disparó de su pistola de gases y se robó las bolsas de evidencia. Una le
llamaba la atención, cigarros turcos, difíciles de conseguir. Lo había visto fumando
al Nosferatu, al traidor. Jaspal estacionó cerca y se largaron a toda prisa.
Los policías se despertarían media hora después con una fuerte migraña.
Patrick Belmont, con algo de
maquillaje para parecer normal y guantes para esconder sus manos que eran como
garras negras, interrogó a varios tabacaleros. Una sola tabacalería en Malkin
vendía esos cigarros. Jaspal avisó de los cambios de la cita a Rita Weiss. Una
pista vaga, pero era lo mejor que tenía. Belmont se miró en el espejo del auto.
El maquillaje hacía maravillas, pero no milagros. Parecía algo salido de una
película de terror. Odiaba los espejos como los borrachos odiaban su vicio,
pues le hacía recordar. Su vida de casado, sus aventuras por el Caribe, su
abogada amante, la gran traición. El milagro, dijo el doctor. La maldición, se
dijo a sí mismo. Se sentía más cómodo con la máscara de Ananse puesta, el dios
araña del Caribe, pero un desayuno en una terraza con buena vista al vecindario
podría sentarle bien a él, y muy mal a la siguiente víctima de la Tarántula.
-
No me lo digas, otro caso más.- Rita Weiss. Un par de piernas asesinas y un
negro cabello rizado. Ella ordenó por él. Patsie estaba más entretenido viendo
a la calle.- Te ves bien así.
-
Siempre fuiste una mala mentirosa, eso no puede ser bueno para una abogada.
-
Me gusta romper el molde, ya sabes lo que dicen de los abogados, que puedes
saber cuándo mienten… Cada vez que sus labios se mueven.- Los dos se ríen y
Patsie se enciende un cigarro. A ella le encantan los chistes de abogados.-
¿Otro sueño?
-
Sí, siempre llego tarde. Lo veo ocurrir y no hay nada que pueda hacer al
respecto.
-
Sí que lo hay.- Dijo ella, señalando su bolso de gimnasio de cuero.- No me
dirás que vas al gimnasio. Si no te conociera mejor diría que tienes todo tu
equipo. Hasta esos extraños guantes.
-
Algunas arañas tienen exoesqueletos, cuando crecen más de lo que sus esqueletos
se lo permiten ellas salen de él y se forman otro.
-
Fascinante, sobre todo cuando desayuno.
-
El doctor Patrick Belmont creció más allá de su esqueleto humano.- Dijo con
tristeza. Ella le toma de los guantes.- Ahora sólo queda la Tarántula,
envenenando lo que antes era humano en mí.
-
No hables así, fue una tragedia lo que tu socio te hizo, y tu esposa. Te
lanzaron a las arañas experimentales para tratar de quedarse con las patentes.
Al final, recibieron su merecido.
-
Sí, intento de homicidio con agravantes, pero eso no me devolverá… No me
devolverá lo que antes tenía. Era una buena vida. Esas arañas, sus telarañas
podían ser la clave a muchos misterios y aplicaciones y no sólo militares.
Ligeras como la seda, pero duras como el acero. Ahora tienen otro uso, uno más
oscuro.
-
Tu tratamiento de venenos para curar algunas formas de polio revolucionó la
medicina.
-
Sí, me compraron las patentes para no hacer nada con ellas. Las farmacéuticas
se parecen al ejército en eso, compran todo lo que temen que su adversario
quiera, para luego no hacer nada. Supongo que no debería quejarme, tengo una
mansión y algo parecido a una vida.
-
Ahí está, finalmente, algo de luz.- Terminaron de desayunar y Rita miró hacia
las abarrotadas calles.- ¿Y qué soñaste anoche?
-
Robo a un banco, otro de los olvidados. Lo rastree por su marca de cigarros,
debe vivir cerca. Traicionó a un jefe Taglia, así que asumo que está suicida.
-
Quizás no, quizás trabaje para los Vallenquist. Ya sabes que esos mafiosos han
estado en guerra por varios meses. Me despido, tengo que estar en la corte.
Cuídate Patsie, por favor. De ellos y de ti mismo.
Veneno en sus colmillos y en su
corazón. La ve partir y su corazón se estruja aún más. El recuerdo de ser
lanzado a las jaulas de arañas, con sus horribles y dolorosas mordidas le pasó
por la mente. Su esposa se marchaba con su socio. La policía hizo su trabajo y
él pasó los siguientes seis meses en un hospital, custodiado por su sirviente
sikh, Jaspal Mandara, quien no se movió de su puesto por semanas enteras. Ahora
podía verlo, lo que los vivos no podían. Ciertos edificios, ciertas personas.
Un mundo debajo del suyo. Podía ver a los olvidados, aquellos que salían de
Undercity y de algún modo lograban vivir y matar en Malkin.
Esperó por varias horas hasta que lo
echaron. Jaspal le dio la vuelta al vecindario por algunas horas más. Patsie se
convertía en la Tarántula, con un ojo en los vidrios polarizados y otro en sus
guantes. Eran como huesos de hierro con las ligeras líneas de telaraña. Su
pistola estaba cargada y tenía suficientes pastillas de aire comprimido para
lanzar la telaraña de sus dedos varias veces. Por ahora, sólo había espera. La
gente normal sólo le veía como un bicho raro de orejas puntiagudas. Patsie
sonrió, él sí lo veía. Los olvidados, aquellos que perdían su tiempo en
Undercity, viviendo en el borde, fuera de la ciudad, esperando el día del
Juicio, deformándose cada vez más. Éste parecía un vampiro, pero había lidiado
con peores.
En un callejón disparó sus redes, la
pastilla de aire comprimido en su codo estalló casi imperceptiblemente y las
líneas ascendieron, algunas contra la pared de ladrillo y otras contra la
escalera de incendios. El mecanismo de retracción lo elevó por varios pisos. A
través de malgastadas cortinas pudo verle, y no estaba solo. La Tarántula
gruñó, eso no era normal. Uno o dos, cuánto mucho, pero allí habían al menos
cuatro. Sostenido sobre sus manos saltó a la escalera contra incendios y
preparó su arma. Reventó el cristal con el primer disparo, un dardo explosivo
que llenó de humo la única salida. El primero fue lanzado contra la ventana
rota, los vidrios clavándosele en sus costillas. El segundo recibió un golpe a
la nariz y un navajazo, cortesía de su compañero. Disparó un par de veces más
los petardos explosivos lanzando a los olvidados contra las paredes. Uno de
ellos saltó sobre él con una fuerza sobrehumana y le quitó la pistola. Le
mordió la mano y gritó de dolor. El veneno actuó en segundos, matándole. El
vampiro trató de alejarlo con una silla, pero Jaspal lo había entrenado bien.
Se lanzó a un lado, disparando sus diez finas líneas de telaraña y atrapando a
los últimos tres de los olvidados. El mecanismo de retracción se activó y movió
los brazos, creando diez poderosos látigos que los dejaron atontados el
suficiente tiempo para recuperar su arma y exterminarlos.
Buscó en cada centímetro del
departamento, pero el dinero no estaba ahí. Gruñó de nuevo, eso también era
nuevo. Imposible que ya lo hubieran gastado todo. Sobre la mesa de la cocina
había un tazón con llaves de coches y una llave de bodega de almacenes
“Stoker”. Su única pista. Ya les había mandado de vuelta a su lugar de origen,
la Tarántula aún así podía sentir la adrenalina, este era un juego
completamente nuevo para él. Nunca escapaban más de uno o dos a la vez, ahora
tenía a una pandilla entera.
-
Conozco el lugar.- Dijo Jaspal. Patsie sonrió, su chofer y asistente conocía
todos los lugares y cada recoveco de Malkin.- ¿Qué espera encontrar?
-
Eso, Jaspal, es lo que me intriga. Nunca les había visto tan organizados. Ellos
vienen de los bordes, fuera de la ciudad, donde pueden pasar siglos enteros. He
visto algunos con extraordinarias habilidades, más allá de las humanas. Esto,
sin embargo, parece un juego diferente al que estoy acostumbrado.
-
Tenga cuidado, hasta las arañas pueden caer presas en su propia telaraña.
-
Buen consejo.
El lugar era oscuro y sórdido,
galerones de mugrientos depósitos con la pintura grisácea descarapelándose. La
Tarántula se abrió camino en silencio. Las luces estaban apagadas, el guardia
se había quedado dormido. Números marcados en negro. Ninguna decoración. La
Tarántula encontró lo que buscaba. El pesado seguro soltó un chasquido y la
valla se abrió pesadamente. Había una mesa con montañas de dinero, así como un
diccionario alemán-inglés y algunos trajes de obreros. Al fondo, apenas
iluminado por las parpadeantes farolas, una mano azul había sido pintada sobre
los grises tabiques.
-
Había oído de ti.- El olvidado era rápido y silencioso, pero grande como un
ropero. Antes que pudiera responder ya le había planteado un gancho al hígado.
Tarántula rodó por el suelo y le
disparó en la cara, pero no tuvo ningún efecto. Estaba tan deforme que carecía
de nariz y tan musculoso que no parecía afectado por la explosión. Un par de
golpes después y Patsie estaba siendo sacado de la bodega. Algunos eran así,
tan fuertes como toros, otros podían cruzar por las paredes. Los siglos hacían
cosas raras con ellos, deformaban sus cuerpos y sus mentes. Centurias
encerrados en los bordes de Undercity harían eso a cualquiera. Tarántula se
dejó caer en el suelo fuera de la bodega y disparó todas sus líneas con ganchos
con los brazos cruzados. El olvidado sonrió y se tronó los nudillos, pensaba que había
fallado. El retractor hizo su parte y él jaló sus brazos tan fuerte como pudo.
Un par de pesados basureros golpearon al olvidado por la espalda. Sorprendido y
aturdido Tarántula saltó sobre él y lo mordió, para después dispararle a
quemarropa. El olvidado se tambaleó y se lanzó a ciegas contra él. Tarántula
esperó hasta el último momento para hacerse a un lado y ponerle el pie. El monstruo,
un hombre común a la vista de los meros mortales, salió volando hacia la calle.
Tarántula se puso de pie, cargó su pistola con un par de balas y antes que
pudiera disparar un taxi, a pocos metros del olvidado, estalló como una bola de
fuego. Lanzando a Patsie por los aires hasta el duro concreto.
Perry Murdoc se encendió un cigarro
y se abrió una cerveza. Se sentó sobre una de las tumbas, sintiendo la mirada
del fantasma frente a él. Esperaba respuestas. El caso había sido simple, su
hermana la había asesinado para quedarse con la herencia. En cuanto vio las
automáticas rojas y la figura con la roja mascada se puso a llorar y confesó
por teléfono con la policía. La Muerte Roja resolvía muchos de sus casos así.
Un caso simple. Simple para él, pero no para la atribulada e inocente hermana.
La verdad es como una bala, una vez disparada no puede regresar. El fantasma
pudo encontrar descanso, con un corazón roto. Su hermana pasaría el resto de su
vida en prisión y todo en lo que Perry podía pensar era en ir a acostarse en su
cabaña de cuidador de cementerio. Se acomodó en su cama, terminando su cigarro
con calma cuando escuchó una campana. Otro fantasma. Pensó en levantarse en
seguida, pero quería saborear tan siquiera el momento de paz de poder beber y fumar
en su cama. Luego sonó otra vez, y otra y otra. Perry salió de su cabaña y la
cerveza se le cayó de entre los dedos. Una docena de fantasmas le miraban
perdidos por completo. Todos contaron la misma historia, con leves variantes.
Todas habían muerto casi al instante. Bombas en tres taxis, autobús y en el
túnel Dutch. Perry dejó que el cigarro se consumiera entre sus dedos. Era obra
del clan de la lámpara roja, no había duda. Los querían asustados y dentro de
Malkin. Algo planeaban. Se tensó, no importaba cuántos planes abortara, ellos
seguirían insistiendo hasta que llegara el día de lágrimas, el gran adiós a
todo Malkin, el Apocalipsis en miniatura, Sodoma y Gomorra todo junto en el
mismo paquete. La ciudad más viciada no merecía menos, pero Perry a veces tenía
esperanzas, esperanzas de que valiera la pena.
Consultó por teléfono con Ava Margo.
Ella había tenido un día tan largo como él. La periodista estaba bien enterada.
Bombas de precisión, todas al mismo tiempo. Los tres taxis eran de la compañía Taglia,
como el camión de pasajeros. Los rumores se inclinaban a Valentino Vallenquist,
el aristócrata del crimen organizado en su eterna pugna contra Apolo Taglia.
-
¿Quién cubre el caso, muñeca?
-
No me digas muñeca Perry.
-
Está bien, princesa, ¿quién está a cargo?
-
El oficial Terry Sanders.
-
Hijo de perra.
-
Me gustaba más cuando me decías muñeca.
-
No, le conozco, tan sucio como los demás, casi tan sucio como yo en los viejos
días. Está comprado por el clan, quizás tenga algo que decirle a la Muerte
Roja.
Terry Sanders sabía que cubriría
doble turno. Sabía cómo jugar con los peces gordos, no le incomodaba, pero no
quería oler a sudor. Se bañó rápido y escogió su mejor traje. Saldría en el
periódico. Al prepararse para irse notó que había algo en la cama, una tarjeta.
Manos temblando le dio vuelta, la carta del tarot de la muerte. Sacó la pistola
pero la Muerte Roja le tenía apuntado con ambas automáticas escarlatas.
-
No eres tan rápido Sanders.
-
Oye amigo, tú no puedes tocar a un policía.
-
¿Seguro?
-
Ya eres un hombre buscado, no lo hagas peor.- Sanders tiró su revólver y Perry
lo tomó de la corbata y lo azotó contra una ventana.
-
¿Quién hizo el trabajo Sanders?, ¿a quién tienes que cubrir ésta vez?
-
No sé, lo juro, todo ha sido muy…
-
¿Vallenquist?- Lo azotó una vez y la ventana se partió.- Es una caída de tres
pisos, vivirías… Lamentablemente.
-
No me mates.
-
Habla y lo pensaré.
-
Valentino tiene un hijo que está loco, hace bombas por placer. Se llama Jackie
el loco.
-
¿Dónde?- Puso su garganta a centímetros del cristal cortado y el detective se
detuvo agarrándose de la pared.- Habla, antes que te abra otro orificio
corporal.
-
Hotel Wagner, Valentino lo quiere cerca siempre, él está en el sótano. ¿Me
dejarás ir?
-
No.
-
Pero ya te dije todo lo que…
-
¿Y? El clan perderá a otro de sus detectives.- Lo lanzó por la ventana y cerró
los ojos cuando las piernas de Sanders se golpearon contra el basurero y se
reventaron en las rodillas.
Perry conocía el lugar, el hotel de
Valentino Vallenquist, donde la mayoría de sus matones vivían como reyes. La
Muerte Roja entró por un costado, luego de desmayar a un par de mafiosos. Abrió
las rejas del elevador para carga y se dejó caer. Se abrió paso en el sótano a
tiros, Jackie el loco tenía a su propia escolta. Perry fue recorriendo las
mesas con maquinaria para bombas, despachando matones en la entrada y en el
fondo. Jackie levantó las manos.
-
Está bien, lo admito, me compró el clan, pero no se lo digas a mi papá.
-
¿Qué te dijeron?
-
Querían un gran espectáculo, que todos se queden en la ciudad.
-
Me lo figuraba. Espera a tu padre,- Dijo Perry, alejándose con calma.- en el
infierno.- Y le disparó entre los ojos.
Salió del mismo modo que entró y
saltó a su coche mientras escuchaba los gritos de matones. Valentino no estaría
feliz, pero no le molestaría matarlo también. La policía respondió al llamado
del don, una cuadrilla de patrulleros persiguieron a la Muerte roja por las
limpias calles de Baltic. Montarían una red, lo sabía, pero tenía un as bajo la
manga. Dio una vuelta violenta a la izquierda, internándose en un oscuro
callejón. Las patrullas llegaron hasta el fondo, luego de haberlo perdido por
un instante, y no encontraron nada. Perry cruzó a Undercity y bajó la
velocidad. Se fumó un cigarro con falsa tranquilidad, sabía que el clan había
vuelto y no adivinaba para qué o cuál sería su siguiente movimiento. Para ello
siempre podía contar con “El final de la línea”, el sórdido bar donde tocaba el
cuarteto de los jinetes del apocalipsis.
-
¡Mi buen amigo! Deja que te compre una copa.- William McCaleb le llevó del
brazo hasta su mesa. Se encendió un cigarro y Perry acarició sus armas. Nunca
sabía qué esperar de él. Había sido Mr. Red por muchos años, ahora decía que
era el turno de Perry. Descifró los planes del clan y eso le zafó un par de
tornillos, le alejó del clan y le metió al negocio de la compra y venta del
tiempo.
-
¿Cómo va el negocio de venderle tiempo a estas miserables almas?
-
Los precios no dejan de subir… Mr. Red.
-
No me digas así, nunca seré uno de ellos.
-
Ha habido muchos reemplazos, muchos de ellos gracias a tus automáticas rojas.
Tú eres mi reemplazo, ya verás.
-
No veo a nadie armado a tu alrededor, ¿qué pasó? Pensé que eras el líder de los
relojeros.
-
No, ese maldito de Richard Yaveta me compró cuando hizo su gran alianza. Dicen
que en la guerra contra el Ojo yo era demasiado débil. Hijo de perra sabía cada
movimiento que hacía, nunca sabré cómo.
-
Espera, dijiste alianza.
-
Con los olvidados.
-
¿Los que viven al margen de Undercity, en el borde?
-
Los mismos.
-
Pero ellos no tienen tiempo y evadieron su juicio, ¿qué beneficio podrían sacar
de ellos?
-
Músculo. Verás, mi estimado Perry,- Dejó la frase en suspenso mientras bebía su
whiskey y chasqueaba sus dedos al ritmo del jazz de los jinetes del
apocalipsis.- ésa no es la única alianza.
-
¿Tengo que golpearte para que abras la boca de una vez?
-
Siempre tan violento… En fin, el clan de la lámpara roja.
-
Nunca tuvo mucha influencia en Undercity, el Ojo se encargó de eso.
-
No me estás entendiendo. Los relojeros se dieron cuenta que por más tiempo que
ganen, siguen atorados en este purgatorio de largas noches y cortísimos días.
Tan encerrados como los olvidados, aunque mucho más cómodos. El clan promete
salvación y Richard Yaveta aceptó el trato. Tiene a un hermano en el mundo de
los vivos, pronto tendrá un ejército de olvidados, sino es que ya los tiene.
-
Y me dices esto porque no quieres participar en el trato.
-
Exacto, expongo mi cuello en esto. Yo no me he cansado de vivir Perry, ni por
asomo. Me gusta beber, me gustan las mujeres y me gusta el dinero. Y el jazz,
por supuesto.
-
Entonces háblame de la geografía del Edén, el gran plan.
-
Cambia según quién lo mire, pero es un plan de muchísimas variantes. Ahora es
distinto, con la palabra del caballo ellos han llamado al extraño de la
montaña.- Perry sacó la placa metálica con orificios en forma de hexágonos y
William asintió con la cabeza.- Te vendrá muy bien.
-
Háblame más de esta arma suya.
-
Ninguna arma, es el hombre de la tierra de Nod, al este del Edén.
-
¿Quieres comerte tus dientes?
-
Caín en persona. No puede sobrevivir en un cuerpo por mucho tiempo, les roba su
tiempo, ¿entiendes? Él traerá el día de lágrimas, para eso necesita de los
cinco testigos, sus ofrendas macabras y el sacrificio de un inocente, un
cordero.
-
¿Y qué significa todo eso de los testigos?
-
Eso no lo sé, y no preguntes por lo de las ofrendas macabras tampoco, pero
guarda esa planilla podría serte de utilidad. No hagas nada estúpido como
tratar de matarlo, no se puede hacer. Su corazón está en otra parte, siempre
bien custodiado.- McCaleb le extendió un reloj de bolsillo cuyas manecillas
iban en reversa.- Estimo que tienes unos cinco días, quizás siete… como el
mundo se formó en siete días, él lo destruirá en siete días. Al menos Malkin y
claro, Undercity.
-
Eres un ave de mal agüero, cada que nos reunimos es una sorpresa diferente.
-
¿Y me vas a invitar al cine?
-
Cállate.- Apuró el trago y en cuanto la banda dejó de sonar se acercó a la
muerte, un hombre esbelto de rostro casi cadavérico que tenía un parche en un
ojo.- ¿Qué dicen tus amigos?
-
Estamos listos, es cuestión de tiempo, lamentablemente. Ahora, en una semana o
en un siglo, el día de lágrimas llegará y todos haremos aquello para lo que nos
destinaron.
-
Malditos sean.- La muerte señaló el anillo rojo de Perry.
-
¿Te gustaba más el foso infernal en el que estabas?
-
No, no estoy diciendo eso. Sé que mis clientes fantasmagóricos me dan tiempo, a
menos que el clan se salga con la suya. Todavía hay mucha pelea en mí.
-
Me da gusto escucharlo Perry.- Le tomó del brazo y lo acercó un poco más.- No
te escogí porque fueras el mejor de todo, te escogí porque eres el peor de
todos.
-
Gracias, eso me animará mucho.
Wendell Richards era un taxista que
llegaba al metro cincuenta, con calvicie y barriga de cerveza y televisión.
Cumplió sus horas en el taxi pensando en su ex-esposa Sonia y en su hijo Jerry,
quien estaba enfermo. Ninguno de los dos le hablaban. Al estacionar en la
central pensó que no podría caer más bajo.
-
Tienes que animarte.- Le dijo Bob Palnuk, su mejor amigo.
-
Tiene cáncer en el estómago Bob, a duras penas pago su manutención, ¿cómo
pagaré su tratamiento?- Se encendió un cigarro y le ofreció otro a Bob, un oso
grande y barbón.
-
Tienes que pedir horas extras, tú lo has hecho antes. Una vez trabajaste 24
horas seguidas.
-
Sí, en los buenos días antes que Sonia me echara de la casa y Jerry me
levantara el dedo de en medio. Un don nadie me llamó. Un don nadie… Me gustaría
ser alguien, ¿sabes? Que la gente diga “ahí va Wendell, ese tipazo hizo tal o
cual cosa”.
-
Pues todos diremos eso si George Platt te da horas extras.- Del balcón se
asomó, como si fuera invocado, el jefe de la estación. Tenía dos papadas y una
tercera escondida en alguna parte. Señaló a Wendell y le miró como si se
estuviera muriendo.
-
Lo siento Wendell, pero no creo que podamos renovar tu contrato este año.
-
¿Qué?
-
Así son las cosas, ¿qué quieres que te diga?
-
Ahí va Wendell, ese tipazo está en problemas.- Bromeó Bob.
-
Muy gracioso, muy gracioso.
-
No, enano, escúchame. No estás despedido aún. Trabaja más, yo cubriré tu
tarjeta por ti, puedes hacer mis horas si quieres. Además, si necesitas pagar
la hospitalización de tu hijo, siempre hay prestamistas.
-
Oye sí, esa no es tan mala idea. Gracias Bob y gracias por las horas. Ya me
verás, cumpliendo treinta horas de trabajo. Lo que sea necesario por esos dos.
-
¿Ves? Ese es tu problema, la gente camina encima de ti, y no sólo porque me llegues
a la barriga, me refiero a tu mujer y tu hijo. Creen que eres menos que nada,
un don nadie, ¿por qué te preocupas tanto? Es tu hijo, lo entiendo, ¿pero y
Sonia?
-
¿Qué quieres que te diga? Uno se enamora y punto final.
-
Lo tuyo es más como que uno se enamora y puntos suspensivos.
Wendell nunca había sacado un
préstamo, ni siquiera tenía una multa a su nombre, pero no era ningún tonto,
conocía los lugares indicados y los lugares menos indicados. Estacionó y entró
a un bar para calmar los nervios. Al fondo los apostadores hacían llamadas
escuchando las carreras por una vieja radio e intercambiaban fajos de billetes.
Un sujeto hasta el fondo pagó su cuenta, le podía ver desesperado. Le preguntó
si necesitaba dinero y dijo que sí. Sin más se acercó al teléfono, los
apostadores no se atrevieron a tocar al gorila, y un par de llamadas después un
hombre vestido de impecable etiqueta entró a la barra y acompañó a Wendell.
-
Mi nombre es Daniel Ford, mucho gusto.
-
Mucho gusto, Wendell Richards.- Se sintió incómodo, no sólo por estar hablando
con quien parecía ser un mafioso, sino porque él vestía una humilde chaqueta y
un gorro de taxista.
-
Tengo entendido que tiene algunos problemas monetarios, ¿es correcto?
-
La hospitalización de mi hijo, así es. ¿Cuánto me podría prestar?
-
Haremos un intercambio.- Tronó los dedos y el gorila le pasó un fajo de
billetes en un clip de oro.- Tenga los cien mil dólares, pero a cambio quiero
su alma.
-
¿Cómo dice?- Wendell reprimió una carcajada, pero el dinero era real.
-
Soy un coleccionista, vivo en Mannor Hill. Véame mañana temprano… Y no me haga
salir a encontrarlo, porque lo haré. ¿Estamos de acuerdo?
-
Sí, claro.
Con el dinero bien escondido en su
chaqueta regresó a su taxi y fue a casa de Sonia. George Platt abrió la puerta
en calzones. Ella tenía sus cosas en cajas y maletas, listas para que se las
llevara. Le entregó el dinero y se fue a un hotel. Estaba harto de Malkin,
podía tomar esos mil dólares y salir del país. No creía en nada del asunto de
la compra de almas, pero sí creía en los locos que podrían llegar a creer eso.
Se registró en un hotel y fue directo a la barra. La imagen de su jefe en
calzones en su casa, con su recién divorciada esposa le había quitado gran
parte del ánimo. Necesitaba coraje líquido.
-
¿Por qué la cara larga amigo?- Le preguntó un extraño trajeado que se sentó en
el taburete a su lado.- ¿Mujeres o dinero?
-
Un poco de ambas.
-
Curioso, porque yo estoy en el negocio de la relojería.
-
Yo soy taxista y mi jefe me despedirá porque se acuesta con mi mujer, o ex.
-
Suena duro, pero parece que pierdes el tiempo aquí. ¿Cuánto tiempo estás
dispuesto a perder?
-
Lo suficiente para embriagarme e irme a la cama.
-
No me refería a eso.- Le mostró un puñado de billetes y los escondió debajo de
un periódico.- ¿Podrías perder un año de tu vida, quizás un mes? Como dije, soy
relojero, compro y vendo tiempo.
-
¿Tiempo? Mi hijo necesitaría de eso, tiene cáncer estomacal.
-
¿Por qué no le compartes unos años de tu vida? No lo tomes a pecho, pero no parece
que tu vida vaya a mejorar en un futuro inmediato.
-
En eso tienes razón…- Tomó el dinero, se figuró que era el segundo chiflado de
la noche, pero ahora tenía suficiente para desaparecer.- Mannor Hill, mañana.
-
Es un trato entonces, te veré allí amigo.
Decidido a escapar de Malkin fue
directo al aeropuerto. Esperó por largas colas, pero ningún avión despegaría,
la noche era tormentosa y brumosa. Manejó hasta la central de camiones y se
topó con que todo estaba lleno. Un súbito pánico se apoderó de él y decidió
robarse el taxi. Nunca había robado nada en su vida, ni siquiera de niño. El
gordo Platt le había robado a su esposa, se le hacía justo quedarse con el
taxi. Manejó hasta el túnel Dutch para salir a carretera, pero estaba en
reparaciones. Probó con varias avenidas y ya desesperado, luego de tres horas
de andar por las calles preguntó en una gasolinera.
-
¿Cómo salir de Malkin? Vaya pregunta señor, tome el túnel Dutch.
-
Está en reparaciones.
-
Autobús, avión, qué se yo… Si se sigue por toda la avenida Figueroa saldrá a
los suburbios más lejanos y podrá tomar la carretera desde allí.
Tenía ganas de golpearse a sí mismo.
Era taxista y no había pensado en eso. Manejó por Figueroa, pero la avenida
comenzó a curvarse, altos edificios la cortaban casi por completo. Pasó toda la
noche tratando de dejar la ciudad, en lo que le pareció una interminable noche,
pero no lo consiguió. Se sentía como un ratón en un laberinto, y muy pronto
tendría a dos mafiosos tras su alma inmortal o su tiempo. No les creía, pero
creía en sus armas. Se durmió en el taxi, exhausto por completo, frente al
hospital donde su hijo Jerry combatía el doloroso cáncer. No oyó los golpes al
vidrio, pero sí escuchó cuando se abrió la puerta y se asomó un hombre armado
con una amplia sonrisa.
-
Hugo Galt, mucho gusto. Agente del Ojo. Parece que te has metido en un grave
problema Wendell. Los coleccionistas pueden ser muy sádicos y los relojeros…
Aún peor.
-
¿Cómo sabe todo eso?
-
El Ojo lo ve todo Wendell Richards. Ha estado en guerra con los relojeros por
algún tiempo, ahora más que nunca. Nosotros podríamos ayudarle.
-
Con dos piedras en los zapatos me basta y sobra, muchas gracias.
Encendió el motor y aceleró a fondo,
dejando a Hugo Galt atrás, quien le despedía con l mano. No podría escapar,
encerrado como una rata se había metido en la clase de problemas que había
tratado de evitar toda su vida.
Patrick Belmont se remueve en la
cama. Otro sueño. Otra pesadilla vívida y real. Insoportablemente real. Un
olvidado inyectando veneno a su dormida víctima, pero no está solo. Otro hombre
tiene a un sujeto a punta de pistola ordenándole que vacíe el contenedor de
gasolina en la casa. Llamas y humo. Una mano pintada de azul. El olvidado
golpea a su víctima y la lanza a las llamas. Despierta cubierto en sudor y
miedo. Jaspal le lleva el diario, lo encuentra ahí, su pesadilla en tinta sobre
papel. Hermano asesina a hermano, cubre sus huellas con gasolina y
accidentalmente se prende fuego.
-
¿Algo de interés?- Preguntó Jaspal Mandara.
-
Aquí dice que sobrevivió, debo convencer a Rita para que lo represente. Él no
mató a su hermano, Trevor Humphries es inocente. Él no mató a Rupert Humphries.
-
Parece que la Tarántula tendrá otro caso.
-
Esto es distinto, volvió a aparecer la mano azul, igual que en ese depósito.
Vamos, no hay tiempo que perder.
Patrick comió algunas tostadas en el
auto y Jaspal le llevó hasta la bodega. Violó el cerrojo con ganzúas y se
encontró con que estaba vacío. No sabía para qué era el dinero, pero sabía que
no podía ser bueno. Usando su kit de disfraces fingió ser una persona normal.
Tenía los pómulos muy salidos, la piel amarilla y las manos negras, pero con
algunas modificaciones parecía un hombre común, aunque feo. Tomó su falsa placa
de detective privado y, despidiendo a Jaspal, fue a la escena del crimen. Dos
figuras veían la casa y lloraban. No eran policías, eran padres consternados.
-
No puedo ni imaginar el dolor que sienten, soy Robert Malloy, detective
privado.- Les mostró la licencia. La gente normal no podría saber que era
falsa.- Creo en la inocencia de su hijo.
-
Pues es el único… No debí decir eso. Soy Holden Humphries, ella es mi esposa.
Esperábamos al de los seguros de inmuebles pero no ha llegado.
-
Hábleme de Rupert, señor Humphries.
-
Mi hijo era muy cariñoso, un piloto de aviones privados. Había viajado por todo
el mundo. Tenía que soportar a al alcohólico de Trevor, pero nada más. Su vida
marchaba bien.
Fue haciendo preguntas entre los
vecinos y todos decían lo mismo. El piloto era prácticamente un santo. Llamó a
Rita y le pidió que tomara el caso. La vio en el hospital, charlando con los
policías encargados. Aún en su disfraz logró sacar algunos datos, Rupert tenía
una pésima relación laboral con su jefe y tenía clientes insatisfechos. Se
asomó para ver a Trevor Humphries con el cuerpo entero quemado, los doctores le
informaron que seguía en shock. Le explicó a Rita su sueño y la abogada decidió
ayudar. No sería fácil, tenían evidencias en su contra.
-
El bidón de gasolina y la jeringa tenían sus huellas, no encontraron ninguna
otra.
-
Lo hizo a punta de pistola.
-
¿Quieres que le defienda basándome en un sueño? Tienes que encontrar al
culpable. El fiscal Meyer estará a cargo, quiere un juicio cuánto antes, pero
tendrá que esperar hasta que Trevor se recupere un poco. Tiene quemaduras por
todo el cuerpo, pero eso no detendrá a Meyer.
-
Así es.- El fiscal Meyer se apareció de la nada y sobresaltó a ambos.- Tendré
su declaración de los hechos y el juicio será como dispararle a peces en un
barril. Así de fácil, pero podríamos hacer un trato.
-
No, mi cliente es inocente. Lo demostraré.- Codeó a Patrick pero él se quedó
mudo. Meyer era uno de ellos, uno de los olvidados, era deforme de cara aunque
distinto de algún modo. Su presencia parecía suficiente para enmudecer a
cualquiera. Incluso Rita Weiss le miraba con aprehensión. Incluso momentos
después de que se fuera para hablar con los doctores los dos quedaron en
silencio.
-
Nunca había visto a alguien así.
-
¿Meyer?
-
Es uno de ellos, tienes que andar con cuidado Rita. Había otro hombre junto con
el olvidado que inició el sueño. Le gusta pintarse la mano y dejarla marcada en
los muros. Robaron dinero de un banco para unos alemanes y ahora matan a un
piloto. Aquí hay gato encerrado, y luego tienes a Meyer.
-
¿Los olvidados pueden cambiar de forma o poseer a alguien?
-
No, los más antiguos pueden hacer muchas cosas, pero no eso… Curioso, mi reloj
se atrasó unos minutos.
-
El mío también. Extraña coincidencia para un extraño caso. Estaré atento a
Meyer, y te mantendré informado de sus movimientos, quizás él nos lleve al
asesino o a tu hombre azul.
La gente tenía miedo, se veía en sus
miradas. La guerra en Europa parecía haber llegado hasta Malkin. Los taxistas
no salieron a trabajar y los que andaban en autobús rezaban porque no volara en
pedazos. Patrick también tenía miedo mientras se quitaba las prótesis y el
maquillaje. Le temía a Meyer por alguna razón, y le temía al fracaso. Tenía que
saber quién había contratado al Nosferatu, Alfons Taglia estaba muerto, así que
tendría que subir en la cadena alimenticia. ¿Podría don Apolo Taglia estar
involucrado en el robo? Lo dudaba, en ese caso no habrían llevado a un nuevo.
Entró a varios bares y salones de billar, rompiendo brazos y disparando gases
tóxicos hasta encontrar la verdad. Un olvidado con el brazo roto y sin dientes
a causa de los golpes finalmente confesó, dijo haber sido traído por el padre
Justin Malvers en la parroquia del espíritu en Morton.
Tarántula corrió por los techos,
lanzando sus filosas líneas cuando la distancia era muy grande y de ese modo
llegó a Morton. Bajó del techo mediante sus líneas de resistencia de acero y
con cuidado acechó el techo de la parroquia. A través del tragaluz podía ver al
padre Justin Malvers en su verdadera forma. Sus feligreses le veían como un
hombre jorobado, pero Tarántula le reconocía como uno de los olvidados. Esperó
a que terminara el servicio antes de hacer su movimiento.
-
¿Vienes a confesarte?
-
De hecho…- Las garras del exoesqueleto de Tarántula reventaron la separación de
débil madera de pino y tomó al padre por la sotana y el cuello.- Venía por la
suya.
-
Siglo y medio en ese pozo de locura, pero finalmente tendremos nuestro final.
-
Tú sí lo tendrás. Háblame del hombre que marca las paredes con una mano azul.
-
No me das miedo.
-
Debería.- Le siseó como una serpiente y lo soltó. Usó la izquierda para
dispararle sus líneas de acero y con la derecha le disparó con su pistola de
gas, dejándole desorientado por completo. De un jalón lo tenía encima y le dio
un golpe a la quijada que lo sacó del confesionario.- Tienes menos de un minuto
antes de las fiebres y las alucinaciones padre.
-
He estado lavando el dinero de los Taglia, ahora dame mi antídoto.
-
No, dijiste que se acercaba el final, ¿qué quiere decir eso?
-
El portal, traje a tantos como el portal soportó. Ahora el caballero de Nod
está trabajando como fiscal, pero en su estado debilitado gastará su cuerpo
rápidamente. ¿Satisfecho?
-
Tengo algo que confesar.
-
Habla, pero dame el antídoto.- Dijo el sacerdote, quien ya sufría de espantosas
fiebres.
-
El veneno es mortal y no hay antídoto. ¿Crees que regresarás a Undercity o que
serás finalmente juzgado? Me da igual, siempre que dejen la tierra de los
vivos.
Perry preparó sus identificaciones
falsas en la noche. Rupert Humphries ahora tenía compañía, Jay Monroe. Había
investigado a Rupert, a los clientes insatisfechos y hasta a su ex-novia, pero
no sacaba nada en claro. Era obra del clan de la lámpara roja, no tenía duda, y
ahora otro fantasma le haría compañía a Rupert.
-
Cuéntame tu historia, Jay Monroe.
-
Me inyectaron con algo que me hizo dormir, pero pude ver a mi hermano Louis…
Ellos, eran dos, esos malditos… Le hicieron tirar turbosina a la casa y luego
lo amarraron con cabello al poste de la cama.
-
Cabello, inteligente, no dejaría marca. ¿A qué te dedicas?
-
Soy mecánico de aviones, Panam en su mayoría y tengo algunos inventos en mi
garaje, de ahí sacaron la turbosina. Por favor, Muerte roja, demuestra la
inocencia de mi hermano y dime por qué me hicieron esto.
Siempre era la misma pregunta, el
por qué. Tenía que saberlo. Nunca tendrían descanso hasta saber por qué habían
muerto. Manejó al precinto donde llevaban el caso. Había sido policía por años,
sólo necesitaba fingirlo por unos segundos. Los padres lloraban y le rogaban a
los incompetentes detectives para que hurgaran más. No lo harían, su instinto
de policía se lo decía. Asesinado y asesino, todo en la misma bolsa. Un hoyo en
uno y caso cerrado. Trató de hablar con ellos, pero en su histeria sólo
hablaron sobre los planes de Jay.
-
Era todo un inventor, tenía partes de avión en su garaje, soñaba con hacer
aviones silenciosos y de una sola persona. Usaba todo el dinero que tenía en
eso, y en su hermano. Louis, mi pobre ángel no puede conseguir trabajo por su
record criminal. Él no lo hizo, jamás lo haría, pero estos policías no lo
entienden, eran como uña y mugre.
Un piloto y un mecánico con grandes
sueños. Veía las piezas, pero no su composición, no la manera de encajarlas. La
Muerte roja interrogó a sus compañeros de trabajo, el miedo garantizaba
honestidad. El mecánico inventor era el hombre de las donas, siempre les
compraba donas y café por las mañanas. Se dio una vuelta por la casa, encontró
una mano azul pintada en un poste. Mr. Blue. Un trabajo bien hecho. El primero
no fue perfecto, el supuesto asesino sobrevivió. Haciéndose pasar por
periodista acudió al hospital y conoció a la abogada, que parecía mantener
guardia en la entrada de terapia intensiva.
-
Aún se encuentra en shock, no puede dar declaraciones. Es inocente, por cierto.
-
Le creo.- No podía decirle cómo. No podía decirle que el fantasma de Jay Monroe
se lo había dicho. Ella le miró sorprendida.
-
Es la primera persona que dice eso. Rita Weiss, mucho gusto. El fiscal Meyer
cree que es un caso cerrado, Trevor era un sujeto de cuidado pero es inocente.
A Meyer no le importa, lo meterá en el agujero más profundo que encuentre. Ese
Meyer me dio… Olvídelo, sonará estúpido.
-
No, por favor.
-
Tiene cierta presencia difícil de describir, imponente a su manera. Cosa
curiosa, cuando le conocimos nuestros relojes se atrasaron.- Perry abrió los
ojos como platos y la quijada casi cayó al suelo. Había encontrado a Caín.
Haciéndose pasar por juez consiguió
que la secretaria le dijera dónde encontrar al fiscal Meyer. Tomaba
declaraciones de los conocidos de Trevor en los bares de Morton. Aceleró a toda
potencia y preparó sus dos automáticas rojas. Ésta vez liquidaría a la amenaza
antes que fuera demasiado tarde. Había muchos bares en Morton, pero sólo uno,
un billar, tenía un Mercedes Benz estacionado enfrente. Entró como la Muerte
roja y los vagos salieron corriendo. Subió las escaleras en silencio, podía
escucharlo entrevistando a alguien. Apareció de entre las escaleras apuntándole
a la cabeza. Meyer le vio y tomó de rehén a su secretaria.
-
De vuelta al infierno.- Perry le disparó por el hombro de la rehén y después
contra la cabeza entre los ojos del fiscal. El fiscal se levantó, la herida
sangrando profusamente y se fue escondiendo por las mesas de billar.
Tarántula apareció reventando el
cristal de arriba y disparando su pistola de píldoras explosivas con gases
venenosos. Meyer se fue contra él y con una fuerza increíble le levantó y lo
lanzó por encima de una mesa de billar contra Perry, quien pudo hacerse a un
lado a tiempo. La Muerte Roja le disparó por la espalda mientras el fiscal
corría hasta el ventanal, ahora destruido por las balas. Recordó lo que McCaleb
le había dicho, no podría matarlo de un balazo y olvidarse de él. Su corazón estaba escondido
en otra parte. El fiscal se preparó para saltar cuando gritó de dolor. Las diez
líneas de acero de la Tarántula le tomaron por la espalda y al retraerse le
hicieron golpearse contra una mesa de billar hasta reventarse la espalda. Meyer
se escondió bajo una mesa y la levantó con ambas manos para lanzarla contra
Tarántula, quien se movió a tiempo. Meyer detuvo un ataque de la Muerte roja y
lo mandó volando contra una pared. Meyer se acercó a su secretaria herida y
abriendo la boca hasta romperse la quijada le sopló, metiendo su alma en su
cuerpo, el cual salió corriendo mientras los dos héroes estaban agotados y
golpeados.
Tarántula se presentó e intentó
ponerle al día. Perry escuchó las patrullas y le invitó a su cementerio.
Patrick aceptó de buena gana y salió saltando por el ventanal del fondo. Perry,
cuando llegó al cementerio, se abrió una cerveza y se fumó un cigarro. Patrick
no tardó en llegar. La Muerte roja sabía que necesitaría de toda la ayuda que
pudiera conseguir. Tarántula no se quitó la máscara negra con la línea azul. Le
puso al día sobre los olvidados que habían cruzado, al parecer con una misión
en mente que involucraba alemanes, pilotos y mecánicos.
-
Meyer es más que un olvidado, es el primer asesino. Caín. Su mera presencia le
da poder al clan de la lámpara roja.- Le pasó una cerveza y Patrick se sintió
incómodo.- ¿Puedo ver esas cosas?
-
Claro.- Se quitó el seguro en el antebrazo y le mostró una de sus exoesqueletos.
También se quitó la máscara y para su sorpresa Perry no se asustó.- Sueño con
los olvidados, con los que logran cruzar. En cuanto a esto… Es una larga y
patética historia de amor y traición. Al menos soy inmune a todos los venenos y
produzco mis propios venenos. La máscara de alguna manera me hace parecer más
humano.
-
No, tus acciones te hacen humano, no tu apariencia.
-
Díselo a mi amante, ya no puede ni tocarme. No la culpo, yo tampoco lo haría.
No sé, a veces siento que pierdo la humanidad de la misma forma que los
olvidados perdieron la suya. Incluso si acabara con todos los monstruos,
quedaría uno viéndome en el espejo.
-
Sé a lo que te refieres. Yo no fui la mejor persona. Golpeaba a mi mujer,
mataba por dinero o placer y traicioné a muchísima gente. Era policía además.
Mi esposa me mató, no la juzgó. La muerte me sacó del infierno y las ánimas que
vienen a mí me dan tiempo. Podría terminarse y yo regresaría al infierno, o
podría nunca acabarse y me volvería loco. En fin, los dos podemos hacer mucho
juntos, ¿te parece?
-
Perfecto.- Se quitó el guante y Perry le estrechó la negra mano que parecía una
garra.- Y gracias por no mirarme como a un monstruo.
-
Yo no tenía la piel amarilla y era un
monstruo.
Wendell Richards aceptó varios
pasajes con tal de preguntar por la salida de Malkin y pronto se dio cuenta
que, a excepción del aeropuerto o la central de autobuses, nadie podía recordar
bien a bien cómo salir de la ciudad. Y tampoco les importaba mucho. Miró el
reloj, seguían siendo las cuatro de la mañana y fue entonces que se dio cuenta
de lo larga que era la noche. Ya se había quedado dormido, él juzgaba por
varias horas, pero la noche seguía allí.
Otro auto le chocó por un costado y
uno segundo le cortó el paso. Hombres armados le sacaron a golpes. Tenía una
cita con Daniel Ford y no dejarían que escapara. Amanecía cuando llegaron a la
mansión en Manor Hill. El coleccionista sacó una extraña botella con una tapa
de plata de la que pendía un péndulo. Lo único que tenía que hacer era soplar. Wendell
lo hizo y el péndulo comenzó a girar alocadamente. Se dio cuenta que tenía todo
un mueble repleto de esas botellas. Empezaba a cuestionarse si era posible,
después de todo no había salida de Malkin, ¿y si todo eso de vender almas y
tiempo iban en serio?
-
Llevo más de un siglo aquí.- Le dijo Ford, mientras se encendía un cigarro y le
llevaba hasta un mullido sillón donde le ofreció un trago.- Yo también vendí mi
alma, pero la recuperé y ahora mírame. Tú podrías hacer lo mismo.
-
Dios mío, es real, estamos… ¿muertos?
-
Muertos, vivos, da igual. Esto es Undercity, el purgatorio de Malkin. Algunos,
como yo, evadimos el juicio y nos quedamos atorados. La ciudad, por más que se
expanda, siempre tendrá la rivalidad entre los relojeros y el Ojo. Hugo Galt,
quienes mis asociados dicen que sostuvo una breve plática, es agente del Ojo.
Los relojeros pagan fortunas por un alma, pueden sacarle mucho tiempo para
venderlo después. Al final del día todos
le pagan al Ojo, tiene espías por doquier y parece estar bien enterado de todo
lo que pasa aquí. Divago de esta manera porque quiero proponerle otro negocio.
-
Ya tiene mi alma, ¿qué más quiere de mí?
-
Quiero que mates a Hugo Galt. Los relojeros por fin tienen las de ganar y sería
un contundente golpe.
-
Pero usted seguro tiene gente especializada.
-
Por supuesto, pero yo tengo su alma y si lo hace no la venderé a los relojeros.
En cuyo caso, estará más allá de mis manos, o de las suyas. Quedará encerrado
por siempre en este infernal purgatorio por siglos y siglos.
Desesperado por completo acudió al
departamento de su amigo, Bob Palnuk. Tuvo suerte de encontrarle, pues estaba
por salir. Wendell se hizo pasar histérico, hablando de mafiosos, de
purgatorios y de ser ratas de laboratorio. Bob entendió la mitad.
-
¿Cuándo fue la última vez que te fuiste de Malkin?
-
Habrán sido unos años ya, a Coral Beach.
-
¿Y cómo llegas ahí?
-
Bueno, pues tomas la… No, mejor si te vas por el puente, ¿o era la carretera
doce? No me acuerdo, y es curioso, porque de niño iba todo el tiempo. Pero,
¿qué tiene que ver?
-
Estamos encerrados Bob. Pasé la noche más larga de mi vida tratando de escapar
de la ciudad. Cometí una estupidez, me enredé con dos mafiosos y pensé que
podría escapar de la ciudad, un nuevo comienzo, pero no pude.
-
¿Y el asunto de tu alma…
-
Es de lo más raro, pero sí creo que la tenga. Debo robarla, no sé qué hacer.
-
Pues alguien llamó preguntando por ti, un tal Galt.
-
Ésa es la persona que tengo que matar… No lo haré, se supone que debería
hacerlo.- Bob se asomó por la ventana y le señaló al hombre rodeado de colillas
de cigarros a un lado de una caseta telefónica. Wendell lanzó un chillido.- Me
vio, tengo que irme.
-
Vete por atrás Wendell, está entrando al edificio.
Wendell prácticamente se lanzó por
la ventana a la escalera de incendios y fue saltando, de piso en piso hasta
terminar en el pavimento. Echó a correr sintiendo las pisadas atrás. Regresó a
su taxi y se decidió a robarle a Ford. No tenía experiencia alguna, pero estaba
aprendiendo. Llegó a la mansión cuando empezó una balacera. Pudo ver a Richard
Yaveta, escondido detrás de su Packard, señalándole. Un par de sujetos
dispararon contra él, reventando las llantas. El auto dio toda una vuelta en
una avenida y Wendell abrió la puerta para salir despedido por los aires contra
la calle. Entró a una callejuela mientras los disparos se acercaban. La
colección de Ford pronto estaría en manos de los relojeros, él mismo dijo que
para entonces sería demasiado tarde. Entró a un edificio por su salida de
emergencia al escuchar los pasos detrás de él. Cruzó el edificio a otra salida
a la calle y rápidamente perdió toda orientación. Estaba cerca de donde
Figueroa daba la vuelta de regreso a la ciudad. Abrió una puerta en una
callejuela repleta de posters y salió de Undercity. Podía ver los altos
edificios formando un círculo. A su alrededor había edificios a medio hacer o
estructuras de piedra con personajes de lo más oscuros. Tomó un tabique, se
escondió detrás de la puerta y cuando el matón asomó la cabeza le dio con todas
sus fuerzas. Wendell ahora corría en el borde, como uno de los olvidados.
Una vez más Patrick Belmont era
testigo impotente de un diabólico crimen que no podría detener. Ropa de azafata
en una silla, orgullosa de su uniforme lo tiene bien planchado con la leyenda
“Panam” bordada en blanco y azul y la plaquita con su nombre “Gloria Barras”.
La inyección, la atadura al hermano utilizando cabello y luego las llamas. Ésta
vez tenía algo más, además del hombre de azul y el pirómano olvidado de la
casta de los malditos, él llevaba una chaqueta de biker los Ángeles de la
Anarquía. Aun de noche se levantó como un resorte y se disfrazó como Tarántula.
Recogió la sorpresa extra y se dirigió al club de bikers.
El bar estaba a reventar. Fornidos
motociclistas bebían y cantaban con mujeres vestidas de cuero. Tarántula lanzó
la granada por una de las ventanas. La granada, del tamaño de una piña, estalló
y cientos de bolitas de goma salieron rebotando. Atravesó la puerta de una
patada disparando su pistola de humo verde. Se enfrentó a uno de los
motociclistas que no habían recibido el balazo de goma. Le tomó el brazo, lo
partió a la mitad y lo empujó contra los otros. Le disparó al de la barra que
preparaba su escopeta. Entre el tóxico humo pudo ver a tres deformes olvidados.
Disparó sus líneas como si fueran una telaraña, dejándoles atorados entre
ellas. Un motociclista trató de atacarlo mientras estaba ocupado y Tarántula le
soltó una patada a la cabeza que lo dejó en el suelo.
-
¿Dónde está el pirómano? Saben de quién estoy hablando.
-
No está aquí, hace mucho que no viene, está prestado.
-
¿Prestado?
-
Al clan de la lámpara roja.
-
Nunca habían pasado tantos de ustedes, deben tener una misión, ¿cuál es?
-
Ninguna.- Tarántula retrajo sus hilos y los olvidados fueron rasguñados
dolorosamente. Tarántula saltó sobre la mesa de billar, disparándole a un par
de motociclistas con su pistola de gas, y les apuntó a ellos, mostrándole sus
colmillos que soltaban gotas de mortífero veneno.- Nosotros no tenemos nada que
ver con mister Blue, en serio, tenemos que encontrar a un sujeto llamado Ernest
Maggio.
-
¿Para qué?
-
No sé, sólo encontrarlo y llamar a un número.- Les disparó con balas de verdad
y les revisó los bolsillos. Tenían pocas cosas de interés, a excepción de una
dirección apuntada en unas cerillas. Podría ser algo, podría ser nada, pero era
lo mejor que tenía hasta el momento. Tarántula se puso de pie y se fue del bar dejando tras de sí
una estela de quejidos y huesos rotos.
Se quitó el uniforme de Tarántula y
se disfrazó de persona normal. Las prótesis de plástico le hacían parecer un
regordete con cara de papa, pero sabía que era mejor que la piel amarillenta y
arrugada. Los guantes, sin embargo, no se los quitó. Le compró un café y un
desayuno a Rita Weiss, quien seguía en el hospital. Ella lo haría pro bono. Por
él, y por cierto sentimiento de culpa. Habían sido amantes ocasionales, pero
ahora temía que era más una araña que un hombre.
-
El fallecido fiscal está en todas las noticias, eres famoso, tú y esa Muerte
roja. Algunos rumorean que no existen, yo insisto en eso. Ya declaró, pero le
servirá de poco.
-
¿Has revisado el nuevo caso?
-
Trevor tiene más oportunidades ahora que hay un patrón de hermanos muertos en
incendios, ésta última de la que escuché, Gloria Barras, era una azafata en
Panam. ¿Qué habrán visto estas personas? No conseguí mucha información sobre su
hermano Arnold en el refugio para ex-convictos.
-
Leí en las noticias sobre el sabotaje industrial.
-
¿Qué relación tiene?
-
La mano azul, el diccionario alemán-inglés… El dinero no tiene sentido, en todo
caso deberían ser ellos quienes pagaran para entrar al país, no al revés.
La Tarántula esperó frente al
edificio de la dirección en las cerillas, no había nadie. Esperó un par de
horas hasta que llegada la tarde entró un hombre. Cruzó la calle usando su
telaraña y con cuidado abrió la ventana del departamento con la derecha,
mientras que con la izquierda seguía aferrado al techo del edificio. Entró
silenciosamente, había una Lugger alemana en una mesa y sin hacer ruido se
acercó a la cocina. Le tomó de un brazo y lo azotó contra la pared, dándole un
rodillazo en la entrepierna.
-
Ya cumplimos nuestra parte, el clan no puede traicionarnos. Ya les dimos el ojo
de la vida.
-
¿El qué?- El alemán se dio vuelta y al darse cuenta que no estaba hablan con
alguien del clan de la lámpara roja apretó la mandíbula hasta reventar la
pastilla de cianuro y morir en segundos.
Revisó el apartamento y encontró
parte del dinero que mister Blue les había pagado. Regresó a casa sabiendo que
los saboteadores nazis ya no volverían a ese departamento y le preguntó a
Jaspal Mandara sobre el ojo de la vida.
-
Es algo parecido a una losa, un ojo en un triángulo hecho de oro e incrustado
en una iglesia en Alemania. La leyenda dice que tiene poderes curativos o la
capacidad de llevar a cualquiera que la toque a un éxtasis místico. Eso dicen
las leyendas, bien podría ser un tabique y ya.
-
No, si le importa al clan, me importa a mí, y a mi amigo del cementerio.- Miró
el reloj en la pared y suspiró.- Temo ir a dormir, sé lo que vendrá Jaspal.
¿Por qué he de ser el búho de Minerva que llega cuando todo ya se ha terminado?
Por una vez me gustaría adelantarme a los eventos.
-
Detenga a esos hombres, detendrá los eventos.
Perry escuchaba la radio policial en
su destartalado Packard. Sabía que pasaría de nuevo. El nombre se escupió entre
códigos, Selina Chamberlain. Aceleró hasta la escena del crimen y fingió ser
reportero, con ayuda de Ava Margo. Se enteró de la policía que Selina
Chamberlain era la secretaria del administrador del aeropuerto y que conocían a
su hermano Charlie, perdedor de primera con lazos con la mafia.
Un piloto, un mecánico, una
sobrecargo, una secretaria del administrador del aeropuerto. Perry sabía que lo
estaba viendo todo mal, pero no se figuraba el ángulo, y sin él no podía hacer
nada para detener a Mr. Blue. Interesado en las conexiones del difunto hermano
Charlie Chamberlain decidió darse una vuelta por los bares de costumbre. Rompió
algunos dedos hasta que alguien mencionó a Nico Taglia. Le encontró en un
restaurante, cenando placenteramente con media docena de comensales. La Muerte
roja mató a los dos guardaespaldas con tanta rapidez que no pudieron ni ver
cuándo desenfundó sus automáticas rojas. La gente salió en estampida. Aplastó
la cabeza de Nico Taglia contra el plato de ardiente sopa y le puso una
automática en la boca. Sus invitados salieron huyendo.
-
Nadie escapa de la Muerte roja Nico, ni siquiera tú.- Le soltó y después lo
azotó de nuevo con tanta fuerza que rompió el plato.- Yo maté a tu hermano,
pero tú sólo recibirás una advertencia.
-
¿Qué quieres de mí?
-
Charles Chamberlain, alguien dijo que te conocía. Ahora dime cómo y cuándo, o
re decoro la mesa con tus sesos.
-
Mi papá lo tenía entre ceja y ceja para que ayudara a encontrar y matar a
Ernest Maggio, una rata que vendió un dineral de heroína por su lado. Charlie
debía demasiado dinero como para decir que no.
-
Considérate advertido.- La Muerte roja se alejó caminando y Nico Taglia suspiró
sonoramente.- Y salúdame a tu hermano Jackie.- Le disparó por atrás dándole en
la cabeza.
Salió del restaurante, perseguido
por mafiosos y policías. Los perdió en un parche de oscuridad, internándose en
Undercity y de nuevo apareciendo en Malkin. Habló con Ava, ella tenía noticias.
Ernest Maggio estaba bajo arresto, sería el informante principal contra la
familia Taglia, incluso podrían enjuiciar al don, Apolo Taglia. El fiscal
general daría los detalles en la mañana. Ava mencionó, muy de pasada, que su
reloj se había detenido cuando le entrevistó.
-
¿Dónde estás ahora?
-
Sigo en el edificio del departamento de Justicia.
-
No vayas a tu departamento. Este Mr. Blue no tiene la sutileza de Mr. Green. Te
raptará para que me una a ellos. Escóndete en el Flamingo hasta que todo esto
haya terminado. Yo iré a tu apartamento, si no hay nadie te llevaré ropa.
-
¿Sabes una cosa Perry? Ser tu cómplice no siempre es divertido.
Perry acudió al departamento de Ava
con ambas pistolas preparadas. Una mano azul había sido pintada en la puerta y
estaba abierta. Entró cautelosamente, pero pronto sintió los cañones de un
rifle en la nuca y seis matones fuertemente armados aparecieron de entre los
muebles. Mr. Blue parecía muy cómodo en la oscuridad, sentado en el sofá de
cuero y fumando con calma. Tras un chasquido de dedos alguien le golpeó por
atrás con una porra. Perry se hizo al desmayado y dejó que le cargaran fuera
del edificio. Escuchó a los matones mencionando a los olvidados que estarían
despertando a Valentino Vallenquist, el aristócrata del crimen, en su centro de
operaciones en el hotel Wagner. Le metieron en un maletero con las manos
piernas amarradas. Finalmente le sacaron al entrar a una bodega vieja y húmeda.
Estaba rodeado por completo y lejos de sus armas. Mr. Blue, de impecable
traje azul, permaneció en las sombras y
fumando. Caminaba en círculos, gesticulando como si tratara de entender
algo.
-
Tú has estado ahí Perry, ¿por cuánto tiempo?, ¿acaso existe el tiempo en ese
lugar? Un minuto debió ser una agonía. Tú estuviste en el infierno, ¿por qué te empeñas en regresar a él? Una bala en
la cabeza y de vuelta al infierno. Ni siquiera la muerte podrá sacarte de
nuevo. ¿Crees que puedas sobrevivir un escopetazo al cráneo como sobrevives una
o dos balas al pecho? Yo creo que no, y creo que no deberíamos probar ese
experimento.
-
Ahórrate los discursos, Malkin puede salvarse.
-
¿En serio? No lo creo y no creo que tú lo creas. Has visto el verdadero rostro
de Malkin, antes de morir, sabes que está más allá de la salvación, pero tú no…
Mister Red. Tú tienes el ojo de la muerte, nosotros hemos adquirido el ojo de
la vida y falta muy poco para que, con la ayuda del hombre de la tierra de Nod
caiga sobre esta terrible ciudad el día de lágrimas… O claro, podrías hacer
esto por una eternidad y probar tu suerte, porque nosotros nunca nos
detendremos. Ocurrirá de todas maneras, sólo lo estamos anticipando.
-
De todas las ruinosas bodegas, tenías que traerme a una con un tragaluz y un
paso de gato.
Tarántula usó su telaraña para
dejarse caer mientras lanzaba granadas de humo verde. En el suelo se abrió
camino peleando y arañando a los matones armados. Perry consiguió hacerse a un
lado cuando los disparos empezaron y, recuperando sus armas, él también empezó
a disparar. Tarántula le lanzó un trapo húmedo y luego disparo un gas azul para
dormir a los matones que quedaban. Mister Blue había escapado en la confusión.
-
Te seguí desde la escena del crimen, estaba por hablar contigo cuando hablaste
por teléfono pero saliste a toda velocidad y luego vi por qué. Compraron el ojo
de la vida a unos alemanes saboteadores, conocí a uno brevemente.
-
Yo tengo el ojo de la muerte.- Dijo Perry mostrándole su anillo.- Pertenezco al
clan me guste o no. El anterior señor rojo, William McCaleb, consiguió
escudriñar los planes del clan, algo llamado la geografía del Edén. Le dejó
casi loco, pero con mucha información importante. Dijo que Caín tendría que
matar a un cordero cuando todos los testigos estuvieran presentes… Y presiento que
el ojo de la vida era el último de ellos.
-
El día de lágrimas….
-
La destrucción de Malkin, como hicieron en Sodoma, Gomorra, Egipto, Roma y
muchas otras ciudades. Todos sus aliados alcanzan la salvación y el resto
enfrenta el juicio final. Cada vez que cortó una cabeza aparece otra, cada que
frustro un plan aparece otro peor… No sé, quizás tenga sentido lo que dijo
aunque no me guste.
-
Lindo club.
-
La última víctima estaba ligado a los Taglia y nuestro amigo mutuo es ahora el
fiscal general. No servirá de nada ir tras él, su corazón debe estar escondido.
Tenemos que encontrarlo y destruirlo antes que él destruya todo.
-
Sin pistas será difícil.- Perry se encendió un cigarro y pateó a un maleante en
el suelo para que se mantuviera allí. Le pasó otro cigarro a Belmont.
-
Esas arañas debieron ser enormes.
-
Mezclábamos razas para producir arañas que hicieran telarañas más fuertes,
proporcionalmente de la composición molecular del acero, pero ligero como la
tela. Queríamos reproducir el proceso bioquímico para el ejército. Mi socio se
llevó a mi esposa y me tiraron a las arañas. Morí por un minuto en la
ambulancia, cuando me revivieron empecé a tener estos cambios. Las manos
negras, las llagas y pústulas… Ya te das una idea. Morir y regresar me permitió
ver lo que los vivos no ven, a los condenados y a los olvidados que cruzan a
este plano. Lo veo en mis sueños, cada uno de estos homicidios. Ahora tenemos
una pandilla muy peligrosa de deformes olvidados con propósitos muy claros, uno
de ellos es encontrar a un Ernest Maggio.
-
Olvídalo, ya lo encontraron, será testigo estrella contra los Taglia. Los
matones mencionaron algo sobre el hotel Wagner, creo que valdría la pena darse
la vuelta.
La balacera en el hotel Wagner se
convirtió en un baño de sangre. Un auto salió en dirección contraria y a toda
velocidad. Tarántula lo siguió, con Perry persiguiendo a su auto. No parecía
que hubieran terminado, pues manejaron hasta Pacific, un suburbio tranquilo de
la ciudad. Podía ver que eran olvidados y podía ver la violencia en sus
facciones. Los dos olvidados se bajaron del auto con sus automáticas y
Tarántula llegó a tiempo antes que acribillaran a la familia que cenaba
tranquilamente. Le rompió el cuello a uno y al otro le mordió el brazo,
envenenándole.
-
¿Por qué vinieron aquí?
-
Instrucciones…- El matón comenzó a tener fiebres y alrededor de la mordida en
su brazo se formaron pústulas.- No, no quiero ser juzgado, no quiero morir.
-
Entonces habla.
- Teníamos que armar una balacera en el hotel
Wagner y después matar a Ellen Fitzger. Una jurado en un caso… Remus Yaveta.
-
Yaveta, es un relojero.- Dijo Perry cuando entró a la casa.- Anularán el juicio
por alterar o intimidar al jurado.- ¿Va a sobrevivir?
-
Puedo producir cualquier veneno que quiera, la mordida que le di…- El sujeto se
miró una vez más la infección en el brazo y cayó muerto en la alfombra.
Wendell Richards consultó su reloj,
siempre decía ser las tres de la mañana, sin importar cuánto caminara. Entabló
conversación con personas que vivían en los edificios a medio crear, o a medio
derrumbar. Algunos llevaban allí 70 u 80 años, sin sed ni hambre, sin alma y en
eterna noche. Estarían ahí hasta el día del juicio. Wendell no podía aceptar
eso. Se dedicó afanosamente a caminar y escalar por lo que los deformes
habitantes llamaban “el borde”. En muchas ocasiones tuvo que andarse con
cuidado entre las rocas o escondiéndose de presencias que parecían hostiles,
pero no le importaba, pues con cada paso que daba los altos edificios de
Undercity se veían cada vez más pequeños hasta que, cruzando un riachuelo sobre
una construcción de ladrillos venida abajo, desapareció por completo.
Wendell siguió andando, con la
esperanza de llegar al mundo de los vivos. Caminó y escaló y en la lejanía pudo
ver de nuevo los altos edificios de Undercity. Se sintió derrotado por
completo, como los olvidados que simplemente se tiraban sin hacer nada por
décadas enteras. Una punzada de miedo le hizo estremecerse, ¿y si se convertía
en uno de esos deformes y jorobados entes que a duras penas se movían para
rascarse?
Regresó al punto donde comenzó luego
de lo que le parecieron días, aunque el tiempo estaba detenido por completo en
el borde. Se acercó a los edificios y caminó con la mano sintiendo los
ladrillos hasta dar con una puerta. Tenía un hijo en quién pensar, no podía
darse por vencido tan fácilmente. Tomó un taxi hasta el hospital donde estaba
internado Jerry. No le diría que estaban todos muertos y encerrados en el
purgatorio, pero quería verlo de nuevo. Jerry lo odiaba, pero a él no le
importaba. Siempre y cuando su hijo fuera feliz podía soportar cualquier
insulto y cualquier humillación.
-
Es descorazonador, ¿no es cierto?- Hugo Galt le tomó de un brazo en cuanto
entró al hospital.- Tan joven y tan enfermo, una lástima.
-
No me mates, por favor. Ya estoy muerto.
-
Podrías estar más muerto. Como yo, se supone que tú tenías que matarme, ¿no era
ese tu trato con el finado coleccionista?
-
¿Cómo lo sabes?
-
El Ojo lo ve todo, pero pierde mucho terreno ante los relojeros…- Le abrió los
ojos como haría un doctor y puso cara de preocupado.- Sí, nada ahí.
-
No es gracioso, el señor Ford dijo que si los relojeros se hacían de mi alma
sería mejor despedirme de ella.
-
Pero es que es peor que eso, eres uno de ellos, de los condenados, de la gente
sin tiempo. Y has estado en el borde. Te convertirás en uno de ellos.
-
No, no dejaré que eso pase.- Galt le dejó ir y le mostró la puerta de salida.
-
Los relojeros están reuniendo a los perdidos, puedes encontrar tu alma en una
de sus botellas… Quizás… Con suerte… Es posible…
Wendell no tuvo problemas en
encontrar el borde otra vez. Quizás Galt tenía razón y se estaba convirtiendo
en uno de los olvidados, de los sin tiempo. Siguió a los que caminaban hasta lo
que parecía ser una reunión o un mitin alrededor de un edificio al que faltaba
la fachada y varias paredes. Los líderes motivaban a las masas, el tiempo de
espera había terminado. Marcharon hacia Undercity por una puerta oculta y
aparecieron a la mitad de la ciudad caminando hasta un lujoso edificio donde
los relojeros, con sus libros de horas determinaban los precios de cada segundo
y el valor de cada alma.
-
¿Y las almas?
-
Están todas aquí.- Le respondió un relojero muy ocupado afinando su reloj.
Wendell tragó saliva, no sabía cómo robaría su alma entre tanta gente.
Otra noche, otro sueño. Robert
gritaba, pero no serviría de nada. El hombre de azul tenía a todos a punta de
pistola. El pirómano lanzó galones de gasolina y le prendió fuego. Red Pollock,
según había escuchado por las conversaciones trató de luchar contra las drogas
pero fue inútil. Su hermano, cubierto en tatuajes, trató de persuadirles, pero
no serviría de nada. Les dejaron para que ardieran junto con sus padres en el
departamento contiguo. Patrick se levantó de golpe y de algún modo todas las
macabras piezas encajaron por sí mismas. Llamó a Rita Weiss para hacerle saber
que había habido otro incidente. Ella estaba confiada en que podría liberar a
su cliente. Belmont realizó algunas averiguaciones y una hora después estaba
disfrazado de la Tarántula y acechando al hombre de azul, Declan Mullberry. En
cada caso moría un inocente a manos de un hombre culpable de algo, le hizo
pensar en Caín y también en quién podría tener tanta información sobre ellos.
Declan era el oficial de libertad provisional de cada uno de los hermanos. Lo
identificaba por su sueño pero no actuó de inmediato, en vez de eso le siguió
cuidadosamente.
Perry se enteró de la muerte de Red
Pollock, maletero del aeropuerto, por el scanner de la policía. El patrón le
mosqueaba, era demasiado obvio, la clase de obviedades que el clan llevaría a
cabo para esconder algo más profundo. Todo el patrón era una pista falsa. Sacó
un mapa de la ciudad y puso la planilla con hexágonos encima. Punto tras punto,
Rupert Humphries, Jay Monroe, Gloria Barras, Selina Chamberlain y Red Pollock.
Omega. Los rituales macabros para Caín. En el centro del patrón estaba el hotel
Wagner y sintió ganas de golpear a alguien. Llamó a Ava para confirmar su
sospecha. Tras la balacera los Vallenquist, como los demás clientes, habían
sido desalojados. Valentino no podría estar demasiado enojado con el clan,
después de todo tenían a un testigo estrella contra Apolo Taglia. Manejó a toda
velocidad hasta el hotel y pudo ver a Tarántula entrando por los pisos
superiores. Un grupo de policías de civil, todos comprados por el clan, le
dejaron entrar. Se lo figuraba, los otros once le esperaban.
-
Ya era hora. Pensé que tenía que enviarte una invitación.- Le retó mister Blue.
-
Veo que trajiste a un ejército y a tus coloridos amigos.- Señaló a los matones
con automáticas y a los hombres trajeados que le miraban sonrientes.
-
No es lo único que trajimos.- Se hizo a un lado para que pudiera entrar y vio
en el centro del lobby una enorme rueda, como de barco. La rueda del destino.
Doce agarres, cada uno de su color. Se vio impelido, como los otros, a tomar el
suyo pintado de rojo. El fiscal ya no estaba, en su lugar Caín había tomado la
fuerza de otro sujeto.
-
Éste durará más, el fiscal de distrito casi se agota. No importa ya, mi corazón
está bien alimentado. Todos los testigos están en el mismo sitio, Undercity y
Malkin serán uno y lo mismo.- El anillo de la Muerte roja se encendió y comenzó
a empujar como los demás. Fantasmales visiones fueron cobrando nitidez, ambos
mundos se reunían.- Ahora, el sacrificio del cordero.
-
No, déjenme ir.- Wendell Richards fue tomado por entre varios y acostado sobre
una mesa. Caín sacó un cuchillo y sonrió. Perry Murdoc rió también.- No sé de
qué te puedas reír, el ojo de la vida al centro de la rueda te impele a seguir
empujando, no tienes otra opción.
-
Yo no, él sí.- Tarántula apareció rodeado de maleantes con metrallas. Incluso
debajo de la máscara le podía notar decepcionado.
-
A él también le estábamos esperando.
-
Salvación Perry.- Dijo Mr. Green.- Nadie más te la puede dar.
-
En el mejor de los escenarios posibles…- Dijo Caín, mientras se acercaba a su
víctima ritual.- Los muertos te
mantendrán ocupado para siempre, y entonces estarás tan condenado como los
olvidados. ¿Cuánto antes que te agotes por completo?
-
No puede ser.- Tarántula miró a Wendell y trató de quitarse la máscara, pero
los maleantes le aferraron de los brazos. Era idéntico a él antes de su trágico
accidente. La rueda del destino giró una vez más y los límites entre los mundos
se hicieron aún más borrosos.
-
Tu muerte de un minuto creó a este pobre diablo, pero regresaste al mundo de
los vivos. Cambiado, por supuesto, ¿no lo ves? Tú y Wendell son la misma
persona, uno de los testigos, el ojo que mira al pasado.- Otra vuelta a la
rueda y apareció el corazón de Caín en una esfera de cristal conectada a una
docena de botellas con almas. Wendell asomó la cabeza lo más que pudo, pues
Caín le tenía bien aferrado del pecho, y reconoció su botella entre ellas.
-
No lo hagas Perry.
-
No… Puedo… El anillo…
-
Tu doble hará un buen sacrificio y el Ojo se quedará sin uno de sus aliados más
poderosos, el miserable Wendell Richards, el condenado.
-
Perry, eres humano por lo que haces, no por tu anillo.
-
Ante la decisión de vagar por siempre en este purgatorio o la salvación, ¿qué
más podrías escoger?- Dijo Caín.- Ya he vagado demasiado. Terminen de girar.
Una vuelta más.
-
No me eligió por ser mejor que ustedes…- Dijo Perry, haciendo su mejor esfuerzo
para liberarse de la rueda.- Sino por ser el peor de ustedes. Si hay salvación
para mí no es mi decisión, eso es algo que ustedes nunca entendieron.
-
¡No tienes opción!- Caín dejó a Wendell y tomó a Perry de los brazos para que
siguiera empujando.- He esperado este momento demasiado tiempo.
-
¿A dónde crees que vas?- Wendell se puso de pie, logró esquivar el golpe de uno
de los matones y peleando por su metralla disparó alocadamente hacia el corazón
y las botellas.
-
¡No! Necio, perderás tu alma.
-
Prefiero eso que traer el fin del mundo.- Dijo Wendell. Caín sacó su cuchillo y
ordenó que entre varios le pusieran en la mesa, con cada segundo que pasaba se
estaba debilitando.
Perry logró zafarse de la rueda del
destino y desenfundó. Tarántula se tiró al suelo, disparando píldoras de un gas
amarillento que dejó a los matones dormidos en segundos. Recuperó su arma y
comenzó a disparar balas explosivas con gas de cloro. Perry recibió tres
disparos al pecho, aulló de dolor y le disparó a Caín antes que pudiera matar a
Wendell Richards. Los olvidados se pusieron en acción y se lanzaron contra
ellos tres. Hugo Galt apareció entre la multitud con una Tommy y abrió fuego
contra ellos, salvando a Wendell Richards. Tarántula disparó su telaraña de una
mano, atrapando a mister Blue y lo desmayó de un golpe. La mayoría de los
matones protegieron a sus amos del clan para sacarlos de ahí mientras Perry
disparaba contra ellos y recibía otro par de disparos que finalmente le
lanzaron al suelo. Los olvidados gritaron y cuando el corazón de Caín se
consumió en cenizas Undercity volvió a separarse de Malkin.
-
Todo este tiempo había estado trabajando para alguien llamado el Ojo,
interesante.- Dijo Tarántula, ayudando a Perry a ponerse de pie, quien gritaba
de dolor por los balazos.
-
Tardaré un par de días en recomponerme al cien por ciento, pero estaré mejor.
-
Entonces yo…- Wendell se quedó con la boca abierta mientras Hugo Galt se hacía
del ojo de la vida.- Me estabas protegiendo todo este tiempo.
-
Sí, yo soy el Ojo del presente, un editor de revistas de ínfima calidad es el
ojo del futuro, Patrick Belmont es el ojo del pasado, Perry es el ojo de la
muerte y ahora yo tengo el ojo de la vida. Mi trabajo es asegurarme que ambos
mundos se mantengan separados. Wendell, puedes venir conmigo, la carga del
trabajo es enorme.
-
Iré, no me queda mucho, he perdido mi alma.
-
¿Quién sabe? Quizás el alma es algo que se gana.- Dijo Tarántula.
-
Sí, todo eso es muy lindo y poético.- Se quejó Perry, revisándose los agujeros
de balas.- Pero tengo que ir al cementerio y hablar con las almas.
-
Yo manejo, tú no estás en condiciones.
Rupert Humphries, Jay Monroe, Gloria
Barras, Selina Chamberlain y Red Pollock les esperaban en el cementerio,
caminando entre las tumbas frescas. Perry les explicó todo cuánto había
ocurrido con una lata de cerveza y un par de cigarros. Habían muerto solamente
como un ritual, no había ninguna otra razón. Eso, de algún modo, lo hacía peor.
Les vio desaparecer y se preguntó si ahora sí podría tener una noche de sueño.
-
Una choza en un cementerio, no me sorprende.
-
No es una choza, es una cabina… Maldición, sí es una choza. ¿Cerveza?
-
Gracias.- Se quitó la máscara y sonrió mostrando los colmillos.- Ananse, dios
araña del Caribe. Yo solía ser todo un explorador, ahora soy un recluso.
-
Deberías andar sin tu máscara, te queda mejor ese look.- Fumó tranquilo, el
humo saliendo por los agujeros de balas.- Se sanarán, los fantasmas que
necesitan justicia me dan tiempo. Había oído del Ojo, como todos en Undercity,
pero nunca le había visto. No sé, me lo imaginaba más grande.
-
Yo no tengo problemas con ser su agente, creo que eso me ayudará a dormir
mejor.
-
Yo sólo necesito dormir como una semana y estaré bien.
-
Sólo una cosa... ¿Cómo es que pudiste soltarte?
-
Porque gente como yo, los verdaderos monstruos, como solía ser o como son
ellos, no deberíamos tener el poder de decidir si valemos la pena. La muerte
escogió bien. Buenas noches mi arácnido amigo, y dulces sueños.
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