jueves, 23 de julio de 2015

La muerte roja: Tarántula

La muerte roja: Tarántula
Por: Juan Sebastián Ohem

            Los tres maleantes terminaron de deshacer el muro. La bóveda se encontraba expuesta. Se hicieron a un lado para que el nuevo trabajara con ácidos y soplete. Le decían Nosferatu, por las largas orejas. Algo en él no encajaba, pero el jefe Alfons Taglia había dado la luz verde. Era eficiente también, abrió la pared de la bóveda lo suficiente para una persona. Sacos y maletas llenas de dinero. Todo sonrisas y júbilo. Un trabajo bien hecho. Eso, hasta que el Nosferatu sacó el arma y los mató a todos. No podían creerlo, nadie traicionaba a un Taglia, pero el nuevo tenía algo que les distinguía, y no era sólo su deformidad. El nuevo ya estaba muerto y olvidado. Patrick Belmont despertó cubierto en sudor. El sueño tan tangible como la realidad misma. Tenía que encontrar al olvidado, regresarlo a Undercity de un balazo.


            El regreso a la realidad fue tan doloroso como el sueño mismo. El espejo le revelaba horrores de los que no podría escapar. Su monstruoso rostro le miraba desganado. Pómulos salidos, piel amarillenta y dientes filosos como los colmillos de una araña. Sus manos eran negras y tenía pústulas y llagas por toda la espalda. Patrick Belmont podía despertar de sus sueños de violencia y sangre, pero no podía despertar de sí mismo. Su sirviente, Jaspal Mandara, un alto y fornido sikh con elegante turbante y espesa barba le llevó el desayuno a la cama. Él no decía nada de su deformidad, había sido leal, quizás la persona más leal que Belmont conociera. Desayunó y entrenó artes marciales con Jaspal. Incluso cuando lo vencía en las colchonetas no se quejaba, después de todo, al verle tan deforme Jaspal sólo preguntó si quería un café o si prefería un ligero té. No había diferencia para él, la había para Patsie Belmont. La había para Rita Weiss, su antigua amante. Todo es rosas y promesas hasta que tus manos son negras y produces veneno, aún una amiga incondicional, pero el mundo de lujos y laboratorios científicos habían acabado para él.
- Le recuerdo, doctor Belmont, que tiene cita la señorita Weiss.
- Lo recuerdo.
- Pero asumo que llegará tarde, ¿quiere que le haga saber?
- Sí Jaspal, y hazme saber cómo es que me lees la mente tan seguido.
- No es tan difícil, tiene esa mirada de nuevo.
- Esto era diferente, no sé cómo, pero se sintió diferente, más urgente. La Tarántula tendrá que investigar.

            Chaqueta de botones en ángulo. Guantes. Máscara negra con cinta azul en el medio. Guantes de metal con líneas de acero en cada dedo y su mecanismo en el codo. Las cinco puntas de su exoesqueleto preparadas para lanzar hilos tan resistentes como el acero. Cinturón con repuestos de aire comprimido y una pistolera para su pistola de venenos y gases. No se disfrazaba, se vestía, era lo único que le quedaba.

            Era Aracné, profecías de lo inevitable. La casa estaba rodeada de policías. El asalto había atraído a los chicos de azul y los cadáveres lo hacían más jugoso. Tarántula acechó desde el techo cercano. Se lanzó un par de pisos antes de hacer disparar las diez líneas de acero que se empotraron contra la pared. Se quedó unos instantes allí. Su cuerpo sobre sus manos antes de decidirse a caer encima del detective a cargo. Disparó de su pistola de gases y se robó las bolsas de evidencia. Una le llamaba la atención, cigarros turcos, difíciles de conseguir. Lo había visto fumando al Nosferatu, al traidor. Jaspal estacionó cerca y se largaron a toda prisa. Los policías se despertarían media hora después con una fuerte migraña.

            Patrick Belmont, con algo de maquillaje para parecer normal y guantes para esconder sus manos que eran como garras negras, interrogó a varios tabacaleros. Una sola tabacalería en Malkin vendía esos cigarros. Jaspal avisó de los cambios de la cita a Rita Weiss. Una pista vaga, pero era lo mejor que tenía. Belmont se miró en el espejo del auto. El maquillaje hacía maravillas, pero no milagros. Parecía algo salido de una película de terror. Odiaba los espejos como los borrachos odiaban su vicio, pues le hacía recordar. Su vida de casado, sus aventuras por el Caribe, su abogada amante, la gran traición. El milagro, dijo el doctor. La maldición, se dijo a sí mismo. Se sentía más cómodo con la máscara de Ananse puesta, el dios araña del Caribe, pero un desayuno en una terraza con buena vista al vecindario podría sentarle bien a él, y muy mal a la siguiente víctima de la Tarántula.
- No me lo digas, otro caso más.- Rita Weiss. Un par de piernas asesinas y un negro cabello rizado. Ella ordenó por él. Patsie estaba más entretenido viendo a la calle.- Te ves bien así.
- Siempre fuiste una mala mentirosa, eso no puede ser bueno para una abogada.
- Me gusta romper el molde, ya sabes lo que dicen de los abogados, que puedes saber cuándo mienten… Cada vez que sus labios se mueven.- Los dos se ríen y Patsie se enciende un cigarro. A ella le encantan los chistes de abogados.- ¿Otro sueño?
- Sí, siempre llego tarde. Lo veo ocurrir y no hay nada que pueda hacer al respecto.
- Sí que lo hay.- Dijo ella, señalando su bolso de gimnasio de cuero.- No me dirás que vas al gimnasio. Si no te conociera mejor diría que tienes todo tu equipo. Hasta esos extraños guantes.
- Algunas arañas tienen exoesqueletos, cuando crecen más de lo que sus esqueletos se lo permiten ellas salen de él y se forman otro.
- Fascinante, sobre todo cuando desayuno.
- El doctor Patrick Belmont creció más allá de su esqueleto humano.- Dijo con tristeza. Ella le toma de los guantes.- Ahora sólo queda la Tarántula, envenenando lo que antes era humano en mí.
- No hables así, fue una tragedia lo que tu socio te hizo, y tu esposa. Te lanzaron a las arañas experimentales para tratar de quedarse con las patentes. Al final, recibieron su merecido.
- Sí, intento de homicidio con agravantes, pero eso no me devolverá… No me devolverá lo que antes tenía. Era una buena vida. Esas arañas, sus telarañas podían ser la clave a muchos misterios y aplicaciones y no sólo militares. Ligeras como la seda, pero duras como el acero. Ahora tienen otro uso, uno más oscuro.
- Tu tratamiento de venenos para curar algunas formas de polio revolucionó la medicina.
- Sí, me compraron las patentes para no hacer nada con ellas. Las farmacéuticas se parecen al ejército en eso, compran todo lo que temen que su adversario quiera, para luego no hacer nada. Supongo que no debería quejarme, tengo una mansión y algo parecido a una vida.
- Ahí está, finalmente, algo de luz.- Terminaron de desayunar y Rita miró hacia las abarrotadas calles.- ¿Y qué soñaste anoche?
- Robo a un banco, otro de los olvidados. Lo rastree por su marca de cigarros, debe vivir cerca. Traicionó a un jefe Taglia, así que asumo que está suicida.
- Quizás no, quizás trabaje para los Vallenquist. Ya sabes que esos mafiosos han estado en guerra por varios meses. Me despido, tengo que estar en la corte. Cuídate Patsie, por favor. De ellos y de ti mismo.

            Veneno en sus colmillos y en su corazón. La ve partir y su corazón se estruja aún más. El recuerdo de ser lanzado a las jaulas de arañas, con sus horribles y dolorosas mordidas le pasó por la mente. Su esposa se marchaba con su socio. La policía hizo su trabajo y él pasó los siguientes seis meses en un hospital, custodiado por su sirviente sikh, Jaspal Mandara, quien no se movió de su puesto por semanas enteras. Ahora podía verlo, lo que los vivos no podían. Ciertos edificios, ciertas personas. Un mundo debajo del suyo. Podía ver a los olvidados, aquellos que salían de Undercity y de algún modo lograban vivir y matar en Malkin.

            Esperó por varias horas hasta que lo echaron. Jaspal le dio la vuelta al vecindario por algunas horas más. Patsie se convertía en la Tarántula, con un ojo en los vidrios polarizados y otro en sus guantes. Eran como huesos de hierro con las ligeras líneas de telaraña. Su pistola estaba cargada y tenía suficientes pastillas de aire comprimido para lanzar la telaraña de sus dedos varias veces. Por ahora, sólo había espera. La gente normal sólo le veía como un bicho raro de orejas puntiagudas. Patsie sonrió, él sí lo veía. Los olvidados, aquellos que perdían su tiempo en Undercity, viviendo en el borde, fuera de la ciudad, esperando el día del Juicio, deformándose cada vez más. Éste parecía un vampiro, pero había lidiado con peores.

            En un callejón disparó sus redes, la pastilla de aire comprimido en su codo estalló casi imperceptiblemente y las líneas ascendieron, algunas contra la pared de ladrillo y otras contra la escalera de incendios. El mecanismo de retracción lo elevó por varios pisos. A través de malgastadas cortinas pudo verle, y no estaba solo. La Tarántula gruñó, eso no era normal. Uno o dos, cuánto mucho, pero allí habían al menos cuatro. Sostenido sobre sus manos saltó a la escalera contra incendios y preparó su arma. Reventó el cristal con el primer disparo, un dardo explosivo que llenó de humo la única salida. El primero fue lanzado contra la ventana rota, los vidrios clavándosele en sus costillas. El segundo recibió un golpe a la nariz y un navajazo, cortesía de su compañero. Disparó un par de veces más los petardos explosivos lanzando a los olvidados contra las paredes. Uno de ellos saltó sobre él con una fuerza sobrehumana y le quitó la pistola. Le mordió la mano y gritó de dolor. El veneno actuó en segundos, matándole. El vampiro trató de alejarlo con una silla, pero Jaspal lo había entrenado bien. Se lanzó a un lado, disparando sus diez finas líneas de telaraña y atrapando a los últimos tres de los olvidados. El mecanismo de retracción se activó y movió los brazos, creando diez poderosos látigos que los dejaron atontados el suficiente tiempo para recuperar su arma y exterminarlos.

            Buscó en cada centímetro del departamento, pero el dinero no estaba ahí. Gruñó de nuevo, eso también era nuevo. Imposible que ya lo hubieran gastado todo. Sobre la mesa de la cocina había un tazón con llaves de coches y una llave de bodega de almacenes “Stoker”. Su única pista. Ya les había mandado de vuelta a su lugar de origen, la Tarántula aún así podía sentir la adrenalina, este era un juego completamente nuevo para él. Nunca escapaban más de uno o dos a la vez, ahora tenía a una pandilla entera.
- Conozco el lugar.- Dijo Jaspal. Patsie sonrió, su chofer y asistente conocía todos los lugares y cada recoveco de Malkin.- ¿Qué espera encontrar?
- Eso, Jaspal, es lo que me intriga. Nunca les había visto tan organizados. Ellos vienen de los bordes, fuera de la ciudad, donde pueden pasar siglos enteros. He visto algunos con extraordinarias habilidades, más allá de las humanas. Esto, sin embargo, parece un juego diferente al que estoy acostumbrado.
- Tenga cuidado, hasta las arañas pueden caer presas en su propia telaraña.
- Buen consejo.

            El lugar era oscuro y sórdido, galerones de mugrientos depósitos con la pintura grisácea descarapelándose. La Tarántula se abrió camino en silencio. Las luces estaban apagadas, el guardia se había quedado dormido. Números marcados en negro. Ninguna decoración. La Tarántula encontró lo que buscaba. El pesado seguro soltó un chasquido y la valla se abrió pesadamente. Había una mesa con montañas de dinero, así como un diccionario alemán-inglés y algunos trajes de obreros. Al fondo, apenas iluminado por las parpadeantes farolas, una mano azul había sido pintada sobre los grises tabiques.
- Había oído de ti.- El olvidado era rápido y silencioso, pero grande como un ropero. Antes que pudiera responder ya le había planteado un gancho al hígado.

            Tarántula rodó por el suelo y le disparó en la cara, pero no tuvo ningún efecto. Estaba tan deforme que carecía de nariz y tan musculoso que no parecía afectado por la explosión. Un par de golpes después y Patsie estaba siendo sacado de la bodega. Algunos eran así, tan fuertes como toros, otros podían cruzar por las paredes. Los siglos hacían cosas raras con ellos, deformaban sus cuerpos y sus mentes. Centurias encerrados en los bordes de Undercity harían eso a cualquiera. Tarántula se dejó caer en el suelo fuera de la bodega y disparó todas sus líneas con ganchos con los brazos cruzados. El olvidado sonrió y se  tronó los nudillos, pensaba que había fallado. El retractor hizo su parte y él jaló sus brazos tan fuerte como pudo. Un par de pesados basureros golpearon al olvidado por la espalda. Sorprendido y aturdido Tarántula saltó sobre él y lo mordió, para después dispararle a quemarropa. El olvidado se tambaleó y se lanzó a ciegas contra él. Tarántula esperó hasta el último momento para hacerse a un lado y ponerle el pie. El monstruo, un hombre común a la vista de los meros mortales, salió volando hacia la calle. Tarántula se puso de pie, cargó su pistola con un par de balas y antes que pudiera disparar un taxi, a pocos metros del olvidado, estalló como una bola de fuego. Lanzando a Patsie por los aires hasta el duro concreto.

            Perry Murdoc se encendió un cigarro y se abrió una cerveza. Se sentó sobre una de las tumbas, sintiendo la mirada del fantasma frente a él. Esperaba respuestas. El caso había sido simple, su hermana la había asesinado para quedarse con la herencia. En cuanto vio las automáticas rojas y la figura con la roja mascada se puso a llorar y confesó por teléfono con la policía. La Muerte Roja resolvía muchos de sus casos así. Un caso simple. Simple para él, pero no para la atribulada e inocente hermana. La verdad es como una bala, una vez disparada no puede regresar. El fantasma pudo encontrar descanso, con un corazón roto. Su hermana pasaría el resto de su vida en prisión y todo en lo que Perry podía pensar era en ir a acostarse en su cabaña de cuidador de cementerio. Se acomodó en su cama, terminando su cigarro con calma cuando escuchó una campana. Otro fantasma. Pensó en levantarse en seguida, pero quería saborear tan siquiera el momento de paz de poder beber y fumar en su cama. Luego sonó otra vez, y otra y otra. Perry salió de su cabaña y la cerveza se le cayó de entre los dedos. Una docena de fantasmas le miraban perdidos por completo. Todos contaron la misma historia, con leves variantes. Todas habían muerto casi al instante. Bombas en tres taxis, autobús y en el túnel Dutch. Perry dejó que el cigarro se consumiera entre sus dedos. Era obra del clan de la lámpara roja, no había duda. Los querían asustados y dentro de Malkin. Algo planeaban. Se tensó, no importaba cuántos planes abortara, ellos seguirían insistiendo hasta que llegara el día de lágrimas, el gran adiós a todo Malkin, el Apocalipsis en miniatura, Sodoma y Gomorra todo junto en el mismo paquete. La ciudad más viciada no merecía menos, pero Perry a veces tenía esperanzas, esperanzas de que valiera la pena.

            Consultó por teléfono con Ava Margo. Ella había tenido un día tan largo como él. La periodista estaba bien enterada. Bombas de precisión, todas al mismo tiempo. Los tres taxis eran de la compañía Taglia, como el camión de pasajeros. Los rumores se inclinaban a Valentino Vallenquist, el aristócrata del crimen organizado en su eterna pugna contra Apolo Taglia.
- ¿Quién cubre el caso, muñeca?
- No me digas muñeca Perry.
- Está bien, princesa, ¿quién está a cargo?
- El oficial Terry Sanders.
- Hijo de perra.
- Me gustaba más cuando me decías muñeca.
- No, le conozco, tan sucio como los demás, casi tan sucio como yo en los viejos días. Está comprado por el clan, quizás tenga algo que decirle a la Muerte Roja.

            Terry Sanders sabía que cubriría doble turno. Sabía cómo jugar con los peces gordos, no le incomodaba, pero no quería oler a sudor. Se bañó rápido y escogió su mejor traje. Saldría en el periódico. Al prepararse para irse notó que había algo en la cama, una tarjeta. Manos temblando le dio vuelta, la carta del tarot de la muerte. Sacó la pistola pero la Muerte Roja le tenía apuntado con ambas automáticas escarlatas.
- No eres tan rápido Sanders.
- Oye amigo, tú no puedes tocar a un policía.
- ¿Seguro?
- Ya eres un hombre buscado, no lo hagas peor.- Sanders tiró su revólver y Perry lo tomó de la corbata y lo azotó contra una ventana.
- ¿Quién hizo el trabajo Sanders?, ¿a quién tienes que cubrir ésta vez?
- No sé, lo juro, todo ha sido muy…
- ¿Vallenquist?- Lo azotó una vez y la ventana se partió.- Es una caída de tres pisos, vivirías… Lamentablemente.
- No me mates.
- Habla y lo pensaré.
- Valentino tiene un hijo que está loco, hace bombas por placer. Se llama Jackie el loco.
- ¿Dónde?- Puso su garganta a centímetros del cristal cortado y el detective se detuvo agarrándose de la pared.- Habla, antes que te abra otro orificio corporal.
- Hotel Wagner, Valentino lo quiere cerca siempre, él está en el sótano. ¿Me dejarás ir?
- No.
- Pero ya te dije todo lo que…
- ¿Y? El clan perderá a otro de sus detectives.- Lo lanzó por la ventana y cerró los ojos cuando las piernas de Sanders se golpearon contra el basurero y se reventaron en las rodillas.

            Perry conocía el lugar, el hotel de Valentino Vallenquist, donde la mayoría de sus matones vivían como reyes. La Muerte Roja entró por un costado, luego de desmayar a un par de mafiosos. Abrió las rejas del elevador para carga y se dejó caer. Se abrió paso en el sótano a tiros, Jackie el loco tenía a su propia escolta. Perry fue recorriendo las mesas con maquinaria para bombas, despachando matones en la entrada y en el fondo. Jackie levantó las manos.
- Está bien, lo admito, me compró el clan, pero no se lo digas a mi papá.
- ¿Qué te dijeron?
- Querían un gran espectáculo, que todos se queden en la ciudad.
- Me lo figuraba. Espera a tu padre,- Dijo Perry, alejándose con calma.- en el infierno.- Y le disparó entre los ojos.

            Salió del mismo modo que entró y saltó a su coche mientras escuchaba los gritos de matones. Valentino no estaría feliz, pero no le molestaría matarlo también. La policía respondió al llamado del don, una cuadrilla de patrulleros persiguieron a la Muerte roja por las limpias calles de Baltic. Montarían una red, lo sabía, pero tenía un as bajo la manga. Dio una vuelta violenta a la izquierda, internándose en un oscuro callejón. Las patrullas llegaron hasta el fondo, luego de haberlo perdido por un instante, y no encontraron nada. Perry cruzó a Undercity y bajó la velocidad. Se fumó un cigarro con falsa tranquilidad, sabía que el clan había vuelto y no adivinaba para qué o cuál sería su siguiente movimiento. Para ello siempre podía contar con “El final de la línea”, el sórdido bar donde tocaba el cuarteto de los jinetes del apocalipsis.
- ¡Mi buen amigo! Deja que te compre una copa.- William McCaleb le llevó del brazo hasta su mesa. Se encendió un cigarro y Perry acarició sus armas. Nunca sabía qué esperar de él. Había sido Mr. Red por muchos años, ahora decía que era el turno de Perry. Descifró los planes del clan y eso le zafó un par de tornillos, le alejó del clan y le metió al negocio de la compra y venta del tiempo.
- ¿Cómo va el negocio de venderle tiempo a estas miserables almas?
- Los precios no dejan de subir… Mr. Red.
- No me digas así, nunca seré uno de ellos.
- Ha habido muchos reemplazos, muchos de ellos gracias a tus automáticas rojas. Tú eres mi reemplazo, ya verás.
- No veo a nadie armado a tu alrededor, ¿qué pasó? Pensé que eras el líder de los relojeros.
- No, ese maldito de Richard Yaveta me compró cuando hizo su gran alianza. Dicen que en la guerra contra el Ojo yo era demasiado débil. Hijo de perra sabía cada movimiento que hacía, nunca sabré cómo.
- Espera, dijiste alianza.
- Con los olvidados.
- ¿Los que viven al margen de Undercity, en el borde?
- Los mismos.
- Pero ellos no tienen tiempo y evadieron su juicio, ¿qué beneficio podrían sacar de ellos?
- Músculo. Verás, mi estimado Perry,- Dejó la frase en suspenso mientras bebía su whiskey y chasqueaba sus dedos al ritmo del jazz de los jinetes del apocalipsis.- ésa no es la única alianza.
- ¿Tengo que golpearte para que abras la boca de una vez?
- Siempre tan violento… En fin, el clan de la lámpara roja.
- Nunca tuvo mucha influencia en Undercity, el Ojo se encargó de eso.
- No me estás entendiendo. Los relojeros se dieron cuenta que por más tiempo que ganen, siguen atorados en este purgatorio de largas noches y cortísimos días. Tan encerrados como los olvidados, aunque mucho más cómodos. El clan promete salvación y Richard Yaveta aceptó el trato. Tiene a un hermano en el mundo de los vivos, pronto tendrá un ejército de olvidados, sino es que ya los tiene.
- Y me dices esto porque no quieres participar en el trato.
- Exacto, expongo mi cuello en esto. Yo no me he cansado de vivir Perry, ni por asomo. Me gusta beber, me gustan las mujeres y me gusta el dinero. Y el jazz, por supuesto.
- Entonces háblame de la geografía del Edén, el gran plan.
- Cambia según quién lo mire, pero es un plan de muchísimas variantes. Ahora es distinto, con la palabra del caballo ellos han llamado al extraño de la montaña.- Perry sacó la placa metálica con orificios en forma de hexágonos y William asintió con la cabeza.- Te vendrá muy bien.
- Háblame más de esta arma suya.
- Ninguna arma, es el hombre de la tierra de Nod, al este del Edén.
- ¿Quieres comerte tus dientes?
- Caín en persona. No puede sobrevivir en un cuerpo por mucho tiempo, les roba su tiempo, ¿entiendes? Él traerá el día de lágrimas, para eso necesita de los cinco testigos, sus ofrendas macabras y el sacrificio de un inocente, un cordero.
- ¿Y qué significa todo eso de los testigos?
- Eso no lo sé, y no preguntes por lo de las ofrendas macabras tampoco, pero guarda esa planilla podría serte de utilidad. No hagas nada estúpido como tratar de matarlo, no se puede hacer. Su corazón está en otra parte, siempre bien custodiado.- McCaleb le extendió un reloj de bolsillo cuyas manecillas iban en reversa.- Estimo que tienes unos cinco días, quizás siete… como el mundo se formó en siete días, él lo destruirá en siete días. Al menos Malkin y claro, Undercity.
- Eres un ave de mal agüero, cada que nos reunimos es una sorpresa diferente.
- ¿Y me vas a invitar al cine?
- Cállate.- Apuró el trago y en cuanto la banda dejó de sonar se acercó a la muerte, un hombre esbelto de rostro casi cadavérico que tenía un parche en un ojo.- ¿Qué dicen tus amigos?
- Estamos listos, es cuestión de tiempo, lamentablemente. Ahora, en una semana o en un siglo, el día de lágrimas llegará y todos haremos aquello para lo que nos destinaron.
- Malditos sean.- La muerte señaló el anillo rojo de Perry.
- ¿Te gustaba más el foso infernal en el que estabas?
- No, no estoy diciendo eso. Sé que mis clientes fantasmagóricos me dan tiempo, a menos que el clan se salga con la suya. Todavía hay mucha pelea en mí.
- Me da gusto escucharlo Perry.- Le tomó del brazo y lo acercó un poco más.- No te escogí porque fueras el mejor de todo, te escogí porque eres el peor de todos.
- Gracias, eso me animará mucho.

            Wendell Richards era un taxista que llegaba al metro cincuenta, con calvicie y barriga de cerveza y televisión. Cumplió sus horas en el taxi pensando en su ex-esposa Sonia y en su hijo Jerry, quien estaba enfermo. Ninguno de los dos le hablaban. Al estacionar en la central pensó que no podría caer más bajo.
- Tienes que animarte.- Le dijo Bob Palnuk, su mejor amigo.
- Tiene cáncer en el estómago Bob, a duras penas pago su manutención, ¿cómo pagaré su tratamiento?- Se encendió un cigarro y le ofreció otro a Bob, un oso grande y barbón.
- Tienes que pedir horas extras, tú lo has hecho antes. Una vez trabajaste 24 horas seguidas.
- Sí, en los buenos días antes que Sonia me echara de la casa y Jerry me levantara el dedo de en medio. Un don nadie me llamó. Un don nadie… Me gustaría ser alguien, ¿sabes? Que la gente diga “ahí va Wendell, ese tipazo hizo tal o cual cosa”.
- Pues todos diremos eso si George Platt te da horas extras.- Del balcón se asomó, como si fuera invocado, el jefe de la estación. Tenía dos papadas y una tercera escondida en alguna parte. Señaló a Wendell y le miró como si se estuviera muriendo.
- Lo siento Wendell, pero no creo que podamos renovar tu contrato este año.
- ¿Qué?
- Así son las cosas, ¿qué quieres que te diga?
- Ahí va Wendell, ese tipazo está en problemas.- Bromeó Bob.
- Muy gracioso, muy gracioso.
- No, enano, escúchame. No estás despedido aún. Trabaja más, yo cubriré tu tarjeta por ti, puedes hacer mis horas si quieres. Además, si necesitas pagar la hospitalización de tu hijo, siempre hay prestamistas.
- Oye sí, esa no es tan mala idea. Gracias Bob y gracias por las horas. Ya me verás, cumpliendo treinta horas de trabajo. Lo que sea necesario por esos dos.
- ¿Ves? Ese es tu problema, la gente camina encima de ti, y no sólo porque me llegues a la barriga, me refiero a tu mujer y tu hijo. Creen que eres menos que nada, un don nadie, ¿por qué te preocupas tanto? Es tu hijo, lo entiendo, ¿pero y Sonia?
- ¿Qué quieres que te diga? Uno se enamora y punto final.
- Lo tuyo es más como que uno se enamora y puntos suspensivos.

            Wendell nunca había sacado un préstamo, ni siquiera tenía una multa a su nombre, pero no era ningún tonto, conocía los lugares indicados y los lugares menos indicados. Estacionó y entró a un bar para calmar los nervios. Al fondo los apostadores hacían llamadas escuchando las carreras por una vieja radio e intercambiaban fajos de billetes. Un sujeto hasta el fondo pagó su cuenta, le podía ver desesperado. Le preguntó si necesitaba dinero y dijo que sí. Sin más se acercó al teléfono, los apostadores no se atrevieron a tocar al gorila, y un par de llamadas después un hombre vestido de impecable etiqueta entró a la barra y acompañó a Wendell.
- Mi nombre es Daniel Ford, mucho gusto.
- Mucho gusto, Wendell Richards.- Se sintió incómodo, no sólo por estar hablando con quien parecía ser un mafioso, sino porque él vestía una humilde chaqueta y un gorro de taxista.
- Tengo entendido que tiene algunos problemas monetarios, ¿es correcto?
- La hospitalización de mi hijo, así es. ¿Cuánto me podría prestar?
- Haremos un intercambio.- Tronó los dedos y el gorila le pasó un fajo de billetes en un clip de oro.- Tenga los cien mil dólares, pero a cambio quiero su alma.
- ¿Cómo dice?- Wendell reprimió una carcajada, pero el dinero era real.
- Soy un coleccionista, vivo en Mannor Hill. Véame mañana temprano… Y no me haga salir a encontrarlo, porque lo haré. ¿Estamos de acuerdo?
- Sí, claro.

            Con el dinero bien escondido en su chaqueta regresó a su taxi y fue a casa de Sonia. George Platt abrió la puerta en calzones. Ella tenía sus cosas en cajas y maletas, listas para que se las llevara. Le entregó el dinero y se fue a un hotel. Estaba harto de Malkin, podía tomar esos mil dólares y salir del país. No creía en nada del asunto de la compra de almas, pero sí creía en los locos que podrían llegar a creer eso. Se registró en un hotel y fue directo a la barra. La imagen de su jefe en calzones en su casa, con su recién divorciada esposa le había quitado gran parte del ánimo. Necesitaba coraje líquido.
- ¿Por qué la cara larga amigo?- Le preguntó un extraño trajeado que se sentó en el taburete a su lado.- ¿Mujeres o dinero?
- Un poco de ambas.
- Curioso, porque yo estoy en el negocio de la relojería.
- Yo soy taxista y mi jefe me despedirá porque se acuesta con mi mujer, o ex.
- Suena duro, pero parece que pierdes el tiempo aquí. ¿Cuánto tiempo estás dispuesto a perder?
- Lo suficiente para embriagarme e irme a la cama.
- No me refería a eso.- Le mostró un puñado de billetes y los escondió debajo de un periódico.- ¿Podrías perder un año de tu vida, quizás un mes? Como dije, soy relojero, compro y vendo tiempo.
- ¿Tiempo? Mi hijo necesitaría de eso, tiene cáncer estomacal.
- ¿Por qué no le compartes unos años de tu vida? No lo tomes a pecho, pero no parece que tu vida vaya a mejorar en un futuro inmediato.
- En eso tienes razón…- Tomó el dinero, se figuró que era el segundo chiflado de la noche, pero ahora tenía suficiente para desaparecer.- Mannor Hill, mañana.
- Es un trato entonces, te veré allí amigo.

            Decidido a escapar de Malkin fue directo al aeropuerto. Esperó por largas colas, pero ningún avión despegaría, la noche era tormentosa y brumosa. Manejó hasta la central de camiones y se topó con que todo estaba lleno. Un súbito pánico se apoderó de él y decidió robarse el taxi. Nunca había robado nada en su vida, ni siquiera de niño. El gordo Platt le había robado a su esposa, se le hacía justo quedarse con el taxi. Manejó hasta el túnel Dutch para salir a carretera, pero estaba en reparaciones. Probó con varias avenidas y ya desesperado, luego de tres horas de andar por las calles preguntó en una gasolinera.
- ¿Cómo salir de Malkin? Vaya pregunta señor, tome el túnel Dutch.
- Está en reparaciones.
- Autobús, avión, qué se yo… Si se sigue por toda la avenida Figueroa saldrá a los suburbios más lejanos y podrá tomar la carretera desde allí.

            Tenía ganas de golpearse a sí mismo. Era taxista y no había pensado en eso. Manejó por Figueroa, pero la avenida comenzó a curvarse, altos edificios la cortaban casi por completo. Pasó toda la noche tratando de dejar la ciudad, en lo que le pareció una interminable noche, pero no lo consiguió. Se sentía como un ratón en un laberinto, y muy pronto tendría a dos mafiosos tras su alma inmortal o su tiempo. No les creía, pero creía en sus armas. Se durmió en el taxi, exhausto por completo, frente al hospital donde su hijo Jerry combatía el doloroso cáncer. No oyó los golpes al vidrio, pero sí escuchó cuando se abrió la puerta y se asomó un hombre armado con una amplia sonrisa.
- Hugo Galt, mucho gusto. Agente del Ojo. Parece que te has metido en un grave problema Wendell. Los coleccionistas pueden ser muy sádicos y los relojeros… Aún peor.
- ¿Cómo sabe todo eso?
- El Ojo lo ve todo Wendell Richards. Ha estado en guerra con los relojeros por algún tiempo, ahora más que nunca. Nosotros podríamos ayudarle.
- Con dos piedras en los zapatos me basta y sobra, muchas gracias.

            Encendió el motor y aceleró a fondo, dejando a Hugo Galt atrás, quien le despedía con l mano. No podría escapar, encerrado como una rata se había metido en la clase de problemas que había tratado de evitar toda su vida.

            Patrick Belmont se remueve en la cama. Otro sueño. Otra pesadilla vívida y real. Insoportablemente real. Un olvidado inyectando veneno a su dormida víctima, pero no está solo. Otro hombre tiene a un sujeto a punta de pistola ordenándole que vacíe el contenedor de gasolina en la casa. Llamas y humo. Una mano pintada de azul. El olvidado golpea a su víctima y la lanza a las llamas. Despierta cubierto en sudor y miedo. Jaspal le lleva el diario, lo encuentra ahí, su pesadilla en tinta sobre papel. Hermano asesina a hermano, cubre sus huellas con gasolina y accidentalmente se prende fuego.
- ¿Algo de interés?- Preguntó Jaspal Mandara.
- Aquí dice que sobrevivió, debo convencer a Rita para que lo represente. Él no mató a su hermano, Trevor Humphries es inocente. Él no mató a Rupert Humphries.
- Parece que la Tarántula tendrá otro caso.
- Esto es distinto, volvió a aparecer la mano azul, igual que en ese depósito. Vamos, no hay tiempo que perder.

            Patrick comió algunas tostadas en el auto y Jaspal le llevó hasta la bodega. Violó el cerrojo con ganzúas y se encontró con que estaba vacío. No sabía para qué era el dinero, pero sabía que no podía ser bueno. Usando su kit de disfraces fingió ser una persona normal. Tenía los pómulos muy salidos, la piel amarilla y las manos negras, pero con algunas modificaciones parecía un hombre común, aunque feo. Tomó su falsa placa de detective privado y, despidiendo a Jaspal, fue a la escena del crimen. Dos figuras veían la casa y lloraban. No eran policías, eran padres consternados.
- No puedo ni imaginar el dolor que sienten, soy Robert Malloy, detective privado.- Les mostró la licencia. La gente normal no podría saber que era falsa.- Creo en la inocencia de su hijo.
- Pues es el único… No debí decir eso. Soy Holden Humphries, ella es mi esposa. Esperábamos al de los seguros de inmuebles pero no ha llegado.
- Hábleme de Rupert, señor Humphries.
- Mi hijo era muy cariñoso, un piloto de aviones privados. Había viajado por todo el mundo. Tenía que soportar a al alcohólico de Trevor, pero nada más. Su vida marchaba bien.

            Fue haciendo preguntas entre los vecinos y todos decían lo mismo. El piloto era prácticamente un santo. Llamó a Rita y le pidió que tomara el caso. La vio en el hospital, charlando con los policías encargados. Aún en su disfraz logró sacar algunos datos, Rupert tenía una pésima relación laboral con su jefe y tenía clientes insatisfechos. Se asomó para ver a Trevor Humphries con el cuerpo entero quemado, los doctores le informaron que seguía en shock. Le explicó a Rita su sueño y la abogada decidió ayudar. No sería fácil, tenían evidencias en su contra.
- El bidón de gasolina y la jeringa tenían sus huellas, no encontraron ninguna otra.
- Lo hizo a punta de pistola.
- ¿Quieres que le defienda basándome en un sueño? Tienes que encontrar al culpable. El fiscal Meyer estará a cargo, quiere un juicio cuánto antes, pero tendrá que esperar hasta que Trevor se recupere un poco. Tiene quemaduras por todo el cuerpo, pero eso no detendrá a Meyer.
- Así es.- El fiscal Meyer se apareció de la nada y sobresaltó a ambos.- Tendré su declaración de los hechos y el juicio será como dispararle a peces en un barril. Así de fácil, pero podríamos hacer un trato.
- No, mi cliente es inocente. Lo demostraré.- Codeó a Patrick pero él se quedó mudo. Meyer era uno de ellos, uno de los olvidados, era deforme de cara aunque distinto de algún modo. Su presencia parecía suficiente para enmudecer a cualquiera. Incluso Rita Weiss le miraba con aprehensión. Incluso momentos después de que se fuera para hablar con los doctores los dos quedaron en silencio.
- Nunca había visto a alguien así.
- ¿Meyer?
- Es uno de ellos, tienes que andar con cuidado Rita. Había otro hombre junto con el olvidado que inició el sueño. Le gusta pintarse la mano y dejarla marcada en los muros. Robaron dinero de un banco para unos alemanes y ahora matan a un piloto. Aquí hay gato encerrado, y luego tienes a Meyer.
- ¿Los olvidados pueden cambiar de forma o poseer a alguien?
- No, los más antiguos pueden hacer muchas cosas, pero no eso… Curioso, mi reloj se atrasó unos minutos.
- El mío también. Extraña coincidencia para un extraño caso. Estaré atento a Meyer, y te mantendré informado de sus movimientos, quizás él nos lleve al asesino o a tu hombre azul.

            La gente tenía miedo, se veía en sus miradas. La guerra en Europa parecía haber llegado hasta Malkin. Los taxistas no salieron a trabajar y los que andaban en autobús rezaban porque no volara en pedazos. Patrick también tenía miedo mientras se quitaba las prótesis y el maquillaje. Le temía a Meyer por alguna razón, y le temía al fracaso. Tenía que saber quién había contratado al Nosferatu, Alfons Taglia estaba muerto, así que tendría que subir en la cadena alimenticia. ¿Podría don Apolo Taglia estar involucrado en el robo? Lo dudaba, en ese caso no habrían llevado a un nuevo. Entró a varios bares y salones de billar, rompiendo brazos y disparando gases tóxicos hasta encontrar la verdad. Un olvidado con el brazo roto y sin dientes a causa de los golpes finalmente confesó, dijo haber sido traído por el padre Justin Malvers en la parroquia del espíritu en Morton.

            Tarántula corrió por los techos, lanzando sus filosas líneas cuando la distancia era muy grande y de ese modo llegó a Morton. Bajó del techo mediante sus líneas de resistencia de acero y con cuidado acechó el techo de la parroquia. A través del tragaluz podía ver al padre Justin Malvers en su verdadera forma. Sus feligreses le veían como un hombre jorobado, pero Tarántula le reconocía como uno de los olvidados. Esperó a que terminara el servicio antes de hacer su movimiento.
- ¿Vienes a confesarte?
- De hecho…- Las garras del exoesqueleto de Tarántula reventaron la separación de débil madera de pino y tomó al padre por la sotana y el cuello.- Venía por la suya.
- Siglo y medio en ese pozo de locura, pero finalmente tendremos nuestro final.
- Tú sí lo tendrás. Háblame del hombre que marca las paredes con una mano azul.
- No me das miedo.
- Debería.- Le siseó como una serpiente y lo soltó. Usó la izquierda para dispararle sus líneas de acero y con la derecha le disparó con su pistola de gas, dejándole desorientado por completo. De un jalón lo tenía encima y le dio un golpe a la quijada que lo sacó del confesionario.- Tienes menos de un minuto antes de las fiebres y las alucinaciones padre.
- He estado lavando el dinero de los Taglia, ahora dame mi antídoto.
- No, dijiste que se acercaba el final, ¿qué quiere decir eso?
- El portal, traje a tantos como el portal soportó. Ahora el caballero de Nod está trabajando como fiscal, pero en su estado debilitado gastará su cuerpo rápidamente. ¿Satisfecho?
- Tengo algo que confesar.
- Habla, pero dame el antídoto.- Dijo el sacerdote, quien ya sufría de espantosas fiebres.
- El veneno es mortal y no hay antídoto. ¿Crees que regresarás a Undercity o que serás finalmente juzgado? Me da igual, siempre que dejen la tierra de los vivos.

            Perry preparó sus identificaciones falsas en la noche. Rupert Humphries ahora tenía compañía, Jay Monroe. Había investigado a Rupert, a los clientes insatisfechos y hasta a su ex-novia, pero no sacaba nada en claro. Era obra del clan de la lámpara roja, no tenía duda, y ahora otro fantasma le haría compañía a Rupert.
- Cuéntame tu historia, Jay Monroe.
- Me inyectaron con algo que me hizo dormir, pero pude ver a mi hermano Louis… Ellos, eran dos, esos malditos… Le hicieron tirar turbosina a la casa y luego lo amarraron con cabello al poste de la cama.
- Cabello, inteligente, no dejaría marca. ¿A qué te dedicas?
- Soy mecánico de aviones, Panam en su mayoría y tengo algunos inventos en mi garaje, de ahí sacaron la turbosina. Por favor, Muerte roja, demuestra la inocencia de mi hermano y dime por qué me hicieron esto.

            Siempre era la misma pregunta, el por qué. Tenía que saberlo. Nunca tendrían descanso hasta saber por qué habían muerto. Manejó al precinto donde llevaban el caso. Había sido policía por años, sólo necesitaba fingirlo por unos segundos. Los padres lloraban y le rogaban a los incompetentes detectives para que hurgaran más. No lo harían, su instinto de policía se lo decía. Asesinado y asesino, todo en la misma bolsa. Un hoyo en uno y caso cerrado. Trató de hablar con ellos, pero en su histeria sólo hablaron sobre los planes de Jay.
- Era todo un inventor, tenía partes de avión en su garaje, soñaba con hacer aviones silenciosos y de una sola persona. Usaba todo el dinero que tenía en eso, y en su hermano. Louis, mi pobre ángel no puede conseguir trabajo por su record criminal. Él no lo hizo, jamás lo haría, pero estos policías no lo entienden, eran como uña y mugre.

            Un piloto y un mecánico con grandes sueños. Veía las piezas, pero no su composición, no la manera de encajarlas. La Muerte roja interrogó a sus compañeros de trabajo, el miedo garantizaba honestidad. El mecánico inventor era el hombre de las donas, siempre les compraba donas y café por las mañanas. Se dio una vuelta por la casa, encontró una mano azul pintada en un poste. Mr. Blue. Un trabajo bien hecho. El primero no fue perfecto, el supuesto asesino sobrevivió. Haciéndose pasar por periodista acudió al hospital y conoció a la abogada, que parecía mantener guardia en la entrada de terapia intensiva.
- Aún se encuentra en shock, no puede dar declaraciones. Es inocente, por cierto.
- Le creo.- No podía decirle cómo. No podía decirle que el fantasma de Jay Monroe se lo había dicho. Ella le miró sorprendida.
- Es la primera persona que dice eso. Rita Weiss, mucho gusto. El fiscal Meyer cree que es un caso cerrado, Trevor era un sujeto de cuidado pero es inocente. A Meyer no le importa, lo meterá en el agujero más profundo que encuentre. Ese Meyer me dio… Olvídelo, sonará estúpido.
- No, por favor.
- Tiene cierta presencia difícil de describir, imponente a su manera. Cosa curiosa, cuando le conocimos nuestros relojes se atrasaron.- Perry abrió los ojos como platos y la quijada casi cayó al suelo. Había encontrado a Caín.

            Haciéndose pasar por juez consiguió que la secretaria le dijera dónde encontrar al fiscal Meyer. Tomaba declaraciones de los conocidos de Trevor en los bares de Morton. Aceleró a toda potencia y preparó sus dos automáticas rojas. Ésta vez liquidaría a la amenaza antes que fuera demasiado tarde. Había muchos bares en Morton, pero sólo uno, un billar, tenía un Mercedes Benz estacionado enfrente. Entró como la Muerte roja y los vagos salieron corriendo. Subió las escaleras en silencio, podía escucharlo entrevistando a alguien. Apareció de entre las escaleras apuntándole a la cabeza. Meyer le vio y tomó de rehén a su secretaria.
- De vuelta al infierno.- Perry le disparó por el hombro de la rehén y después contra la cabeza entre los ojos del fiscal. El fiscal se levantó, la herida sangrando profusamente y se fue escondiendo por las mesas de billar.

            Tarántula apareció reventando el cristal de arriba y disparando su pistola de píldoras explosivas con gases venenosos. Meyer se fue contra él y con una fuerza increíble le levantó y lo lanzó por encima de una mesa de billar contra Perry, quien pudo hacerse a un lado a tiempo. La Muerte Roja le disparó por la espalda mientras el fiscal corría hasta el ventanal, ahora destruido por las balas. Recordó lo que McCaleb le había dicho, no podría matarlo de un balazo y  olvidarse de él. Su corazón estaba escondido en otra parte. El fiscal se preparó para saltar cuando gritó de dolor. Las diez líneas de acero de la Tarántula le tomaron por la espalda y al retraerse le hicieron golpearse contra una mesa de billar hasta reventarse la espalda. Meyer se escondió bajo una mesa y la levantó con ambas manos para lanzarla contra Tarántula, quien se movió a tiempo. Meyer detuvo un ataque de la Muerte roja y lo mandó volando contra una pared. Meyer se acercó a su secretaria herida y abriendo la boca hasta romperse la quijada le sopló, metiendo su alma en su cuerpo, el cual salió corriendo mientras los dos héroes estaban agotados y golpeados.

            Tarántula se presentó e intentó ponerle al día. Perry escuchó las patrullas y le invitó a su cementerio. Patrick aceptó de buena gana y salió saltando por el ventanal del fondo. Perry, cuando llegó al cementerio, se abrió una cerveza y se fumó un cigarro. Patrick no tardó en llegar. La Muerte roja sabía que necesitaría de toda la ayuda que pudiera conseguir. Tarántula no se quitó la máscara negra con la línea azul. Le puso al día sobre los olvidados que habían cruzado, al parecer con una misión en mente que involucraba alemanes, pilotos y mecánicos.
- Meyer es más que un olvidado, es el primer asesino. Caín. Su mera presencia le da poder al clan de la lámpara roja.- Le pasó una cerveza y Patrick se sintió incómodo.- ¿Puedo ver esas cosas?
- Claro.- Se quitó el seguro en el antebrazo y le mostró una de sus exoesqueletos. También se quitó la máscara y para su sorpresa Perry no se asustó.- Sueño con los olvidados, con los que logran cruzar. En cuanto a esto… Es una larga y patética historia de amor y traición. Al menos soy inmune a todos los venenos y produzco mis propios venenos. La máscara de alguna manera me hace parecer más humano.
- No, tus acciones te hacen humano, no tu apariencia.
- Díselo a mi amante, ya no puede ni tocarme. No la culpo, yo tampoco lo haría. No sé, a veces siento que pierdo la humanidad de la misma forma que los olvidados perdieron la suya. Incluso si acabara con todos los monstruos, quedaría uno viéndome en el espejo.
- Sé a lo que te refieres. Yo no fui la mejor persona. Golpeaba a mi mujer, mataba por dinero o placer y traicioné a muchísima gente. Era policía además. Mi esposa me mató, no la juzgó. La muerte me sacó del infierno y las ánimas que vienen a mí me dan tiempo. Podría terminarse y yo regresaría al infierno, o podría nunca acabarse y me volvería loco. En fin, los dos podemos hacer mucho juntos, ¿te parece?
- Perfecto.- Se quitó el guante y Perry le estrechó la negra mano que parecía una garra.- Y gracias por no mirarme como a un monstruo.
- Yo no  tenía la piel amarilla y era un monstruo.

            Wendell Richards aceptó varios pasajes con tal de preguntar por la salida de Malkin y pronto se dio cuenta que, a excepción del aeropuerto o la central de autobuses, nadie podía recordar bien a bien cómo salir de la ciudad. Y tampoco les importaba mucho. Miró el reloj, seguían siendo las cuatro de la mañana y fue entonces que se dio cuenta de lo larga que era la noche. Ya se había quedado dormido, él juzgaba por varias horas, pero la noche seguía allí.

            Otro auto le chocó por un costado y uno segundo le cortó el paso. Hombres armados le sacaron a golpes. Tenía una cita con Daniel Ford y no dejarían que escapara. Amanecía cuando llegaron a la mansión en Manor Hill. El coleccionista sacó una extraña botella con una tapa de plata de la que pendía un péndulo. Lo único que tenía que hacer era soplar. Wendell lo hizo y el péndulo comenzó a girar alocadamente. Se dio cuenta que tenía todo un mueble repleto de esas botellas. Empezaba a cuestionarse si era posible, después de todo no había salida de Malkin, ¿y si todo eso de vender almas y tiempo iban en serio?
- Llevo más de un siglo aquí.- Le dijo Ford, mientras se encendía un cigarro y le llevaba hasta un mullido sillón donde le ofreció un trago.- Yo también vendí mi alma, pero la recuperé y ahora mírame. Tú podrías hacer lo mismo.
- Dios mío, es real, estamos… ¿muertos?
- Muertos, vivos, da igual. Esto es Undercity, el purgatorio de Malkin. Algunos, como yo, evadimos el juicio y nos quedamos atorados. La ciudad, por más que se expanda, siempre tendrá la rivalidad entre los relojeros y el Ojo. Hugo Galt, quienes mis asociados dicen que sostuvo una breve plática, es agente del Ojo. Los relojeros pagan fortunas por un alma, pueden sacarle mucho tiempo para venderlo después. Al final del día  todos le pagan al Ojo, tiene espías por doquier y parece estar bien enterado de todo lo que pasa aquí. Divago de esta manera porque quiero proponerle otro negocio.
- Ya tiene mi alma, ¿qué más quiere de mí?
- Quiero que mates a Hugo Galt. Los relojeros por fin tienen las de ganar y sería un contundente golpe.
- Pero usted seguro tiene gente especializada.
- Por supuesto, pero yo tengo su alma y si lo hace no la venderé a los relojeros. En cuyo caso, estará más allá de mis manos, o de las suyas. Quedará encerrado por siempre en este infernal purgatorio por siglos y siglos.

            Desesperado por completo acudió al departamento de su amigo, Bob Palnuk. Tuvo suerte de encontrarle, pues estaba por salir. Wendell se hizo pasar histérico, hablando de mafiosos, de purgatorios y de ser ratas de laboratorio. Bob entendió la mitad.
- ¿Cuándo fue la última vez que te fuiste de Malkin?
- Habrán sido unos años ya, a Coral Beach.
- ¿Y cómo llegas ahí?
- Bueno, pues tomas la… No, mejor si te vas por el puente, ¿o era la carretera doce? No me acuerdo, y es curioso, porque de niño iba todo el tiempo. Pero, ¿qué tiene que ver?
- Estamos encerrados Bob. Pasé la noche más larga de mi vida tratando de escapar de la ciudad. Cometí una estupidez, me enredé con dos mafiosos y pensé que podría escapar de la ciudad, un nuevo comienzo, pero no pude.
- ¿Y el asunto de tu alma…
- Es de lo más raro, pero sí creo que la tenga. Debo robarla, no sé qué hacer.
- Pues alguien llamó preguntando por ti, un tal Galt.
- Ésa es la persona que tengo que matar… No lo haré, se supone que debería hacerlo.- Bob se asomó por la ventana y le señaló al hombre rodeado de colillas de cigarros a un lado de una caseta telefónica. Wendell lanzó un chillido.- Me vio, tengo que irme.
- Vete por atrás Wendell, está entrando al edificio.

            Wendell prácticamente se lanzó por la ventana a la escalera de incendios y fue saltando, de piso en piso hasta terminar en el pavimento. Echó a correr sintiendo las pisadas atrás. Regresó a su taxi y se decidió a robarle a Ford. No tenía experiencia alguna, pero estaba aprendiendo. Llegó a la mansión cuando empezó una balacera. Pudo ver a Richard Yaveta, escondido detrás de su Packard, señalándole. Un par de sujetos dispararon contra él, reventando las llantas. El auto dio toda una vuelta en una avenida y Wendell abrió la puerta para salir despedido por los aires contra la calle. Entró a una callejuela mientras los disparos se acercaban. La colección de Ford pronto estaría en manos de los relojeros, él mismo dijo que para entonces sería demasiado tarde. Entró a un edificio por su salida de emergencia al escuchar los pasos detrás de él. Cruzó el edificio a otra salida a la calle y rápidamente perdió toda orientación. Estaba cerca de donde Figueroa daba la vuelta de regreso a la ciudad. Abrió una puerta en una callejuela repleta de posters y salió de Undercity. Podía ver los altos edificios formando un círculo. A su alrededor había edificios a medio hacer o estructuras de piedra con personajes de lo más oscuros. Tomó un tabique, se escondió detrás de la puerta y cuando el matón asomó la cabeza le dio con todas sus fuerzas. Wendell ahora corría en el borde, como uno de los olvidados.

            Una vez más Patrick Belmont era testigo impotente de un diabólico crimen que no podría detener. Ropa de azafata en una silla, orgullosa de su uniforme lo tiene bien planchado con la leyenda “Panam” bordada en blanco y azul y la plaquita con su nombre “Gloria Barras”. La inyección, la atadura al hermano utilizando cabello y luego las llamas. Ésta vez tenía algo más, además del hombre de azul y el pirómano olvidado de la casta de los malditos, él llevaba una chaqueta de biker los Ángeles de la Anarquía. Aun de noche se levantó como un resorte y se disfrazó como Tarántula. Recogió la sorpresa extra y se dirigió al club de bikers.

            El bar estaba a reventar. Fornidos motociclistas bebían y cantaban con mujeres vestidas de cuero. Tarántula lanzó la granada por una de las ventanas. La granada, del tamaño de una piña, estalló y cientos de bolitas de goma salieron rebotando. Atravesó la puerta de una patada disparando su pistola de humo verde. Se enfrentó a uno de los motociclistas que no habían recibido el balazo de goma. Le tomó el brazo, lo partió a la mitad y lo empujó contra los otros. Le disparó al de la barra que preparaba su escopeta. Entre el tóxico humo pudo ver a tres deformes olvidados. Disparó sus líneas como si fueran una telaraña, dejándoles atorados entre ellas. Un motociclista trató de atacarlo mientras estaba ocupado y Tarántula le soltó una patada a la cabeza que lo dejó en el suelo.
- ¿Dónde está el pirómano? Saben de quién estoy hablando.
- No está aquí, hace mucho que no viene, está prestado.
- ¿Prestado?
- Al clan de la lámpara roja.
- Nunca habían pasado tantos de ustedes, deben tener una misión, ¿cuál es?
- Ninguna.- Tarántula retrajo sus hilos y los olvidados fueron rasguñados dolorosamente. Tarántula saltó sobre la mesa de billar, disparándole a un par de motociclistas con su pistola de gas, y les apuntó a ellos, mostrándole sus colmillos que soltaban gotas de mortífero veneno.- Nosotros no tenemos nada que ver con mister Blue, en serio, tenemos que encontrar a un sujeto llamado Ernest Maggio.
- ¿Para qué?
- No sé, sólo encontrarlo y llamar a un número.- Les disparó con balas de verdad y les revisó los bolsillos. Tenían pocas cosas de interés, a excepción de una dirección apuntada en unas cerillas. Podría ser algo, podría ser nada, pero era lo mejor que tenía hasta el momento. Tarántula se puso  de pie y se fue del bar dejando tras de sí una estela de quejidos y huesos rotos.

            Se quitó el uniforme de Tarántula y se disfrazó de persona normal. Las prótesis de plástico le hacían parecer un regordete con cara de papa, pero sabía que era mejor que la piel amarillenta y arrugada. Los guantes, sin embargo, no se los quitó. Le compró un café y un desayuno a Rita Weiss, quien seguía en el hospital. Ella lo haría pro bono. Por él, y por cierto sentimiento de culpa. Habían sido amantes ocasionales, pero ahora temía que era más una araña que un hombre.
- El fallecido fiscal está en todas las noticias, eres famoso, tú y esa Muerte roja. Algunos rumorean que no existen, yo insisto en eso. Ya declaró, pero le servirá de poco.
- ¿Has revisado el nuevo caso?
- Trevor tiene más oportunidades ahora que hay un patrón de hermanos muertos en incendios, ésta última de la que escuché, Gloria Barras, era una azafata en Panam. ¿Qué habrán visto estas personas? No conseguí mucha información sobre su hermano Arnold en el refugio para ex-convictos.
- Leí en las noticias sobre el sabotaje industrial.
- ¿Qué relación tiene?
- La mano azul, el diccionario alemán-inglés… El dinero no tiene sentido, en todo caso deberían ser ellos quienes pagaran para entrar al país, no al revés.

            La Tarántula esperó frente al edificio de la dirección en las cerillas, no había nadie. Esperó un par de horas hasta que llegada la tarde entró un hombre. Cruzó la calle usando su telaraña y con cuidado abrió la ventana del departamento con la derecha, mientras que con la izquierda seguía aferrado al techo del edificio. Entró silenciosamente, había una Lugger alemana en una mesa y sin hacer ruido se acercó a la cocina. Le tomó de un brazo y lo azotó contra la pared, dándole un rodillazo en la entrepierna.
- Ya cumplimos nuestra parte, el clan no puede traicionarnos. Ya les dimos el ojo de la vida.
- ¿El qué?- El alemán se dio vuelta y al darse cuenta que no estaba hablan con alguien del clan de la lámpara roja apretó la mandíbula hasta reventar la pastilla de cianuro y morir en segundos.

            Revisó el apartamento y encontró parte del dinero que mister Blue les había pagado. Regresó a casa sabiendo que los saboteadores nazis ya no volverían a ese departamento y le preguntó a Jaspal Mandara sobre el ojo de la vida.
- Es algo parecido a una losa, un ojo en un triángulo hecho de oro e incrustado en una iglesia en Alemania. La leyenda dice que tiene poderes curativos o la capacidad de llevar a cualquiera que la toque a un éxtasis místico. Eso dicen las leyendas, bien podría ser un tabique y ya.
- No, si le importa al clan, me importa a mí, y a mi amigo del cementerio.- Miró el reloj en la pared y suspiró.- Temo ir a dormir, sé lo que vendrá Jaspal. ¿Por qué he de ser el búho de Minerva que llega cuando todo ya se ha terminado? Por una vez me gustaría adelantarme a los eventos.
- Detenga a esos hombres, detendrá los eventos.

            Perry escuchaba la radio policial en su destartalado Packard. Sabía que pasaría de nuevo. El nombre se escupió entre códigos, Selina Chamberlain. Aceleró hasta la escena del crimen y fingió ser reportero, con ayuda de Ava Margo. Se enteró de la policía que Selina Chamberlain era la secretaria del administrador del aeropuerto y que conocían a su hermano Charlie, perdedor de primera con lazos con la mafia.

            Un piloto, un mecánico, una sobrecargo, una secretaria del administrador del aeropuerto. Perry sabía que lo estaba viendo todo mal, pero no se figuraba el ángulo, y sin él no podía hacer nada para detener a Mr. Blue. Interesado en las conexiones del difunto hermano Charlie Chamberlain decidió darse una vuelta por los bares de costumbre. Rompió algunos dedos hasta que alguien mencionó a Nico Taglia. Le encontró en un restaurante, cenando placenteramente con media docena de comensales. La Muerte roja mató a los dos guardaespaldas con tanta rapidez que no pudieron ni ver cuándo desenfundó sus automáticas rojas. La gente salió en estampida. Aplastó la cabeza de Nico Taglia contra el plato de ardiente sopa y le puso una automática en la boca. Sus invitados salieron huyendo.
- Nadie escapa de la Muerte roja Nico, ni siquiera tú.- Le soltó y después lo azotó de nuevo con tanta fuerza que rompió el plato.- Yo maté a tu hermano, pero tú sólo recibirás una advertencia.
- ¿Qué quieres de mí?
- Charles Chamberlain, alguien dijo que te conocía. Ahora dime cómo y cuándo, o re decoro la mesa con tus sesos.
- Mi papá lo tenía entre ceja y ceja para que ayudara a encontrar y matar a Ernest Maggio, una rata que vendió un dineral de heroína por su lado. Charlie debía demasiado dinero como para decir que no.
- Considérate advertido.- La Muerte roja se alejó caminando y Nico Taglia suspiró sonoramente.- Y salúdame a tu hermano Jackie.- Le disparó por atrás dándole en la cabeza.

            Salió del restaurante, perseguido por mafiosos y policías. Los perdió en un parche de oscuridad, internándose en Undercity y de nuevo apareciendo en Malkin. Habló con Ava, ella tenía noticias. Ernest Maggio estaba bajo arresto, sería el informante principal contra la familia Taglia, incluso podrían enjuiciar al don, Apolo Taglia. El fiscal general daría los detalles en la mañana. Ava mencionó, muy de pasada, que su reloj se había detenido cuando le entrevistó.
- ¿Dónde estás ahora?
- Sigo en el edificio del departamento de Justicia.
- No vayas a tu departamento. Este Mr. Blue no tiene la sutileza de Mr. Green. Te raptará para que me una a ellos. Escóndete en el Flamingo hasta que todo esto haya terminado. Yo iré a tu apartamento, si no hay nadie te llevaré ropa.
- ¿Sabes una cosa Perry? Ser tu cómplice no siempre es divertido.

            Perry acudió al departamento de Ava con ambas pistolas preparadas. Una mano azul había sido pintada en la puerta y estaba abierta. Entró cautelosamente, pero pronto sintió los cañones de un rifle en la nuca y seis matones fuertemente armados aparecieron de entre los muebles. Mr. Blue parecía muy cómodo en la oscuridad, sentado en el sofá de cuero y fumando con calma. Tras un chasquido de dedos alguien le golpeó por atrás con una porra. Perry se hizo al desmayado y dejó que le cargaran fuera del edificio. Escuchó a los matones mencionando a los olvidados que estarían despertando a Valentino Vallenquist, el aristócrata del crimen, en su centro de operaciones en el hotel Wagner. Le metieron en un maletero con las manos piernas amarradas. Finalmente le sacaron al entrar a una bodega vieja y húmeda. Estaba rodeado por completo y lejos de sus armas. Mr. Blue, de impecable traje  azul, permaneció en las sombras y fumando. Caminaba en círculos, gesticulando como si tratara de entender algo. 
- Tú has estado ahí Perry, ¿por cuánto tiempo?, ¿acaso existe el tiempo en ese lugar? Un minuto debió ser una agonía. Tú estuviste en el infierno, ¿por  qué te empeñas en regresar a él? Una bala en la cabeza y de vuelta al infierno. Ni siquiera la muerte podrá sacarte de nuevo. ¿Crees que puedas sobrevivir un escopetazo al cráneo como sobrevives una o dos balas al pecho? Yo creo que no, y creo que no deberíamos probar ese experimento.
- Ahórrate los discursos, Malkin puede salvarse.
- ¿En serio? No lo creo y no creo que tú lo creas. Has visto el verdadero rostro de Malkin, antes de morir, sabes que está más allá de la salvación, pero tú no… Mister Red. Tú tienes el ojo de la muerte, nosotros hemos adquirido el ojo de la vida y falta muy poco para que, con la ayuda del hombre de la tierra de Nod caiga sobre esta terrible ciudad el día de lágrimas… O claro, podrías hacer esto por una eternidad y probar tu suerte, porque nosotros nunca nos detendremos. Ocurrirá de todas maneras, sólo lo estamos anticipando.
- De todas las ruinosas bodegas, tenías que traerme a una con un tragaluz y un paso de gato.

            Tarántula usó su telaraña para dejarse caer mientras lanzaba granadas de humo verde. En el suelo se abrió camino peleando y arañando a los matones armados. Perry consiguió hacerse a un lado cuando los disparos empezaron y, recuperando sus armas, él también empezó a disparar. Tarántula le lanzó un trapo húmedo y luego disparo un gas azul para dormir a los matones que quedaban. Mister Blue había escapado en la confusión.
- Te seguí desde la escena del crimen, estaba por hablar contigo cuando hablaste por teléfono pero saliste a toda velocidad y luego vi por qué. Compraron el ojo de la vida a unos alemanes saboteadores, conocí a uno brevemente.
- Yo tengo el ojo de la muerte.- Dijo Perry mostrándole su anillo.- Pertenezco al clan me guste o no. El anterior señor rojo, William McCaleb, consiguió escudriñar los planes del clan, algo llamado la geografía del Edén. Le dejó casi loco, pero con mucha información importante. Dijo que Caín tendría que matar a un cordero cuando todos los testigos estuvieran presentes… Y presiento que el ojo de la vida era el último de ellos.
- El día de lágrimas….
- La destrucción de Malkin, como hicieron en Sodoma, Gomorra, Egipto, Roma y muchas otras ciudades. Todos sus aliados alcanzan la salvación y el resto enfrenta el juicio final. Cada vez que cortó una cabeza aparece otra, cada que frustro un plan aparece otro peor… No sé, quizás tenga sentido lo que dijo aunque no me guste.
- Lindo club.
- La última víctima estaba ligado a los Taglia y nuestro amigo mutuo es ahora el fiscal general. No servirá de nada ir tras él, su corazón debe estar escondido. Tenemos que encontrarlo y destruirlo antes que él destruya todo.
- Sin pistas será difícil.- Perry se encendió un cigarro y pateó a un maleante en el suelo para que se mantuviera allí. Le pasó otro cigarro a Belmont.
- Esas arañas debieron ser enormes.
- Mezclábamos razas para producir arañas que hicieran telarañas más fuertes, proporcionalmente de la composición molecular del acero, pero ligero como la tela. Queríamos reproducir el proceso bioquímico para el ejército. Mi socio se llevó a mi esposa y me tiraron a las arañas. Morí por un minuto en la ambulancia, cuando me revivieron empecé a tener estos cambios. Las manos negras, las llagas y pústulas… Ya te das una idea. Morir y regresar me permitió ver lo que los vivos no ven, a los condenados y a los olvidados que cruzan a este plano. Lo veo en mis sueños, cada uno de estos homicidios. Ahora tenemos una pandilla muy peligrosa de deformes olvidados con propósitos muy claros, uno de ellos es encontrar a un Ernest Maggio.
- Olvídalo, ya lo encontraron, será testigo estrella contra los Taglia. Los matones mencionaron algo sobre el hotel Wagner, creo que valdría la pena darse la vuelta.

            La balacera en el hotel Wagner se convirtió en un baño de sangre. Un auto salió en dirección contraria y a toda velocidad. Tarántula lo siguió, con Perry persiguiendo a su auto. No parecía que hubieran terminado, pues manejaron hasta Pacific, un suburbio tranquilo de la ciudad. Podía ver que eran olvidados y podía ver la violencia en sus facciones. Los dos olvidados se bajaron del auto con sus automáticas y Tarántula llegó a tiempo antes que acribillaran a la familia que cenaba tranquilamente. Le rompió el cuello a uno y al otro le mordió el brazo, envenenándole.
- ¿Por qué vinieron aquí?
- Instrucciones…- El matón comenzó a tener fiebres y alrededor de la mordida en su brazo se formaron pústulas.- No, no quiero ser juzgado, no quiero morir.
- Entonces habla.
-  Teníamos que armar una balacera en el hotel Wagner y después matar a Ellen Fitzger. Una jurado en un caso… Remus Yaveta.
- Yaveta, es un relojero.- Dijo Perry cuando entró a la casa.- Anularán el juicio por alterar o intimidar al jurado.- ¿Va a sobrevivir?
- Puedo producir cualquier veneno que quiera, la mordida que le di…- El sujeto se miró una vez más la infección en el brazo y cayó muerto en la alfombra.

            Wendell Richards consultó su reloj, siempre decía ser las tres de la mañana, sin importar cuánto caminara. Entabló conversación con personas que vivían en los edificios a medio crear, o a medio derrumbar. Algunos llevaban allí 70 u 80 años, sin sed ni hambre, sin alma y en eterna noche. Estarían ahí hasta el día del juicio. Wendell no podía aceptar eso. Se dedicó afanosamente a caminar y escalar por lo que los deformes habitantes llamaban “el borde”. En muchas ocasiones tuvo que andarse con cuidado entre las rocas o escondiéndose de presencias que parecían hostiles, pero no le importaba, pues con cada paso que daba los altos edificios de Undercity se veían cada vez más pequeños hasta que, cruzando un riachuelo sobre una construcción de ladrillos venida abajo, desapareció por completo.

            Wendell siguió andando, con la esperanza de llegar al mundo de los vivos. Caminó y escaló y en la lejanía pudo ver de nuevo los altos edificios de Undercity. Se sintió derrotado por completo, como los olvidados que simplemente se tiraban sin hacer nada por décadas enteras. Una punzada de miedo le hizo estremecerse, ¿y si se convertía en uno de esos deformes y jorobados entes que a duras penas se movían para rascarse?

            Regresó al punto donde comenzó luego de lo que le parecieron días, aunque el tiempo estaba detenido por completo en el borde. Se acercó a los edificios y caminó con la mano sintiendo los ladrillos hasta dar con una puerta. Tenía un hijo en quién pensar, no podía darse por vencido tan fácilmente. Tomó un taxi hasta el hospital donde estaba internado Jerry. No le diría que estaban todos muertos y encerrados en el purgatorio, pero quería verlo de nuevo. Jerry lo odiaba, pero a él no le importaba. Siempre y cuando su hijo fuera feliz podía soportar cualquier insulto y cualquier humillación.
- Es descorazonador, ¿no es cierto?- Hugo Galt le tomó de un brazo en cuanto entró al hospital.- Tan joven y tan enfermo, una lástima.
- No me mates, por favor. Ya estoy muerto.
- Podrías estar más muerto. Como yo, se supone que tú tenías que matarme, ¿no era ese tu trato con el finado coleccionista?
- ¿Cómo lo sabes?
- El Ojo lo ve todo, pero pierde mucho terreno ante los relojeros…- Le abrió los ojos como haría un doctor y puso cara de preocupado.- Sí, nada ahí.
- No es gracioso, el señor Ford dijo que si los relojeros se hacían de mi alma sería mejor despedirme de ella.
- Pero es que es peor que eso, eres uno de ellos, de los condenados, de la gente sin tiempo. Y has estado en el borde. Te convertirás en uno de ellos.
- No, no dejaré que eso pase.- Galt le dejó ir y le mostró la puerta de salida.
- Los relojeros están reuniendo a los perdidos, puedes encontrar tu alma en una de sus botellas… Quizás… Con suerte… Es posible…

            Wendell no tuvo problemas en encontrar el borde otra vez. Quizás Galt tenía razón y se estaba convirtiendo en uno de los olvidados, de los sin tiempo. Siguió a los que caminaban hasta lo que parecía ser una reunión o un mitin alrededor de un edificio al que faltaba la fachada y varias paredes. Los líderes motivaban a las masas, el tiempo de espera había terminado. Marcharon hacia Undercity por una puerta oculta y aparecieron a la mitad de la ciudad caminando hasta un lujoso edificio donde los relojeros, con sus libros de horas determinaban los precios de cada segundo y el valor de cada alma.
- ¿Y las almas?
- Están todas aquí.- Le respondió un relojero muy ocupado afinando su reloj. Wendell tragó saliva, no sabía cómo robaría su alma entre tanta gente.

            Otra noche, otro sueño. Robert gritaba, pero no serviría de nada. El hombre de azul tenía a todos a punta de pistola. El pirómano lanzó galones de gasolina y le prendió fuego. Red Pollock, según había escuchado por las conversaciones trató de luchar contra las drogas pero fue inútil. Su hermano, cubierto en tatuajes, trató de persuadirles, pero no serviría de nada. Les dejaron para que ardieran junto con sus padres en el departamento contiguo. Patrick se levantó de golpe y de algún modo todas las macabras piezas encajaron por sí mismas. Llamó a Rita Weiss para hacerle saber que había habido otro incidente. Ella estaba confiada en que podría liberar a su cliente. Belmont realizó algunas averiguaciones y una hora después estaba disfrazado de la Tarántula y acechando al hombre de azul, Declan Mullberry. En cada caso moría un inocente a manos de un hombre culpable de algo, le hizo pensar en Caín y también en quién podría tener tanta información sobre ellos. Declan era el oficial de libertad provisional de cada uno de los hermanos. Lo identificaba por su sueño pero no actuó de inmediato, en vez de eso le siguió cuidadosamente.

            Perry se enteró de la muerte de Red Pollock, maletero del aeropuerto, por el scanner de la policía. El patrón le mosqueaba, era demasiado obvio, la clase de obviedades que el clan llevaría a cabo para esconder algo más profundo. Todo el patrón era una pista falsa. Sacó un mapa de la ciudad y puso la planilla con hexágonos encima. Punto tras punto, Rupert Humphries, Jay Monroe, Gloria Barras, Selina Chamberlain y Red Pollock. Omega. Los rituales macabros para Caín. En el centro del patrón estaba el hotel Wagner y sintió ganas de golpear a alguien. Llamó a Ava para confirmar su sospecha. Tras la balacera los Vallenquist, como los demás clientes, habían sido desalojados. Valentino no podría estar demasiado enojado con el clan, después de todo tenían a un testigo estrella contra Apolo Taglia. Manejó a toda velocidad hasta el hotel y pudo ver a Tarántula entrando por los pisos superiores. Un grupo de policías de civil, todos comprados por el clan, le dejaron entrar. Se lo figuraba, los otros once le esperaban.
- Ya era hora. Pensé que tenía que enviarte una invitación.- Le retó mister Blue.
- Veo que trajiste a un ejército y a tus coloridos amigos.- Señaló a los matones con automáticas y a los hombres trajeados que le miraban sonrientes.
- No es lo único que trajimos.- Se hizo a un lado para que pudiera entrar y vio en el centro del lobby una enorme rueda, como de barco. La rueda del destino. Doce agarres, cada uno de su color. Se vio impelido, como los otros, a tomar el suyo pintado de rojo. El fiscal ya no estaba, en su lugar Caín había tomado la fuerza de otro sujeto.
- Éste durará más, el fiscal de distrito casi se agota. No importa ya, mi corazón está bien alimentado. Todos los testigos están en el mismo sitio, Undercity y Malkin serán uno y lo mismo.- El anillo de la Muerte roja se encendió y comenzó a empujar como los demás. Fantasmales visiones fueron cobrando nitidez, ambos mundos se reunían.- Ahora, el sacrificio del cordero.
- No, déjenme ir.- Wendell Richards fue tomado por entre varios y acostado sobre una mesa. Caín sacó un cuchillo y sonrió. Perry Murdoc rió también.- No sé de qué te puedas reír, el ojo de la vida al centro de la rueda te impele a seguir empujando, no tienes otra opción.
- Yo no, él sí.- Tarántula apareció rodeado de maleantes con metrallas. Incluso debajo de la máscara le podía notar decepcionado.
- A él también le estábamos esperando.
- Salvación Perry.- Dijo Mr. Green.- Nadie más te la puede dar.
- En el mejor de los escenarios posibles…- Dijo Caín, mientras se acercaba a su víctima ritual.-  Los muertos te mantendrán ocupado para siempre, y entonces estarás tan condenado como los olvidados. ¿Cuánto antes que te agotes por completo?
- No puede ser.- Tarántula miró a Wendell y trató de quitarse la máscara, pero los maleantes le aferraron de los brazos. Era idéntico a él antes de su trágico accidente. La rueda del destino giró una vez más y los límites entre los mundos se hicieron aún más borrosos.
- Tu muerte de un minuto creó a este pobre diablo, pero regresaste al mundo de los vivos. Cambiado, por supuesto, ¿no lo ves? Tú y Wendell son la misma persona, uno de los testigos, el ojo que mira al pasado.- Otra vuelta a la rueda y apareció el corazón de Caín en una esfera de cristal conectada a una docena de botellas con almas. Wendell asomó la cabeza lo más que pudo, pues Caín le tenía bien aferrado del pecho, y reconoció su botella entre ellas.
- No lo hagas Perry.
- No… Puedo… El anillo…
- Tu doble hará un buen sacrificio y el Ojo se quedará sin uno de sus aliados más poderosos, el miserable Wendell Richards, el condenado.
- Perry, eres humano por lo que haces, no por tu anillo.
- Ante la decisión de vagar por siempre en este purgatorio o la salvación, ¿qué más podrías escoger?- Dijo Caín.- Ya he vagado demasiado. Terminen de girar. Una vuelta más.
- No me eligió por ser mejor que ustedes…- Dijo Perry, haciendo su mejor esfuerzo para liberarse de la rueda.- Sino por ser el peor de ustedes. Si hay salvación para mí no es mi decisión, eso es algo que ustedes nunca entendieron.
- ¡No tienes opción!- Caín dejó a Wendell y tomó a Perry de los brazos para que siguiera empujando.- He esperado este momento demasiado tiempo.
- ¿A dónde crees que vas?- Wendell se puso de pie, logró esquivar el golpe de uno de los matones y peleando por su metralla disparó alocadamente hacia el corazón y las botellas.
- ¡No! Necio, perderás tu alma.
- Prefiero eso que traer el fin del mundo.- Dijo Wendell. Caín sacó su cuchillo y ordenó que entre varios le pusieran en la mesa, con cada segundo que pasaba se estaba debilitando.

            Perry logró zafarse de la rueda del destino y desenfundó. Tarántula se tiró al suelo, disparando píldoras de un gas amarillento que dejó a los matones dormidos en segundos. Recuperó su arma y comenzó a disparar balas explosivas con gas de cloro. Perry recibió tres disparos al pecho, aulló de dolor y le disparó a Caín antes que pudiera matar a Wendell Richards. Los olvidados se pusieron en acción y se lanzaron contra ellos tres. Hugo Galt apareció entre la multitud con una Tommy y abrió fuego contra ellos, salvando a Wendell Richards. Tarántula disparó su telaraña de una mano, atrapando a mister Blue y lo desmayó de un golpe. La mayoría de los matones protegieron a sus amos del clan para sacarlos de ahí mientras Perry disparaba contra ellos y recibía otro par de disparos que finalmente le lanzaron al suelo. Los olvidados gritaron y cuando el corazón de Caín se consumió en cenizas Undercity volvió a separarse de Malkin.
- Todo este tiempo había estado trabajando para alguien llamado el Ojo, interesante.- Dijo Tarántula, ayudando a Perry a ponerse de pie, quien gritaba de dolor por los balazos.
- Tardaré un par de días en recomponerme al cien por ciento, pero estaré mejor.
- Entonces yo…- Wendell se quedó con la boca abierta mientras Hugo Galt se hacía del ojo de la vida.- Me estabas protegiendo todo este tiempo.
- Sí, yo soy el Ojo del presente, un editor de revistas de ínfima calidad es el ojo del futuro, Patrick Belmont es el ojo del pasado, Perry es el ojo de la muerte y ahora yo tengo el ojo de la vida. Mi trabajo es asegurarme que ambos mundos se mantengan separados. Wendell, puedes venir conmigo, la carga del trabajo es enorme.
- Iré, no me queda mucho, he perdido mi alma.
- ¿Quién sabe? Quizás el alma es algo que se gana.- Dijo Tarántula.
- Sí, todo eso es muy lindo y poético.- Se quejó Perry, revisándose los agujeros de balas.- Pero tengo que ir al cementerio y hablar con las almas.
- Yo manejo, tú no estás en condiciones.

            Rupert Humphries, Jay Monroe, Gloria Barras, Selina Chamberlain y Red Pollock les esperaban en el cementerio, caminando entre las tumbas frescas. Perry les explicó todo cuánto había ocurrido con una lata de cerveza y un par de cigarros. Habían muerto solamente como un ritual, no había ninguna otra razón. Eso, de algún modo, lo hacía peor. Les vio desaparecer y se preguntó si ahora sí podría tener una noche de sueño.
- Una choza en un cementerio, no me sorprende.
- No es una choza, es una cabina… Maldición, sí es una choza. ¿Cerveza?
- Gracias.- Se quitó la máscara y sonrió mostrando los colmillos.- Ananse, dios araña del Caribe. Yo solía ser todo un explorador, ahora soy un recluso.
- Deberías andar sin tu máscara, te queda mejor ese look.- Fumó tranquilo, el humo saliendo por los agujeros de balas.- Se sanarán, los fantasmas que necesitan justicia me dan tiempo. Había oído del Ojo, como todos en Undercity, pero nunca le había visto. No sé, me lo imaginaba más grande.
- Yo no tengo problemas con ser su agente, creo que eso me ayudará a dormir mejor.
- Yo sólo necesito dormir como una semana y estaré bien.
- Sólo una cosa... ¿Cómo es que pudiste soltarte?
- Porque gente como yo, los verdaderos monstruos, como solía ser o como son ellos, no deberíamos tener el poder de decidir si valemos la pena. La muerte escogió bien. Buenas noches mi arácnido amigo, y dulces sueños.

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