jueves, 23 de julio de 2015

El trato del chivo

El trato del chivo
Por: Juan Sebastián Ohem


            Silverio Molina Arseo no tenía hambre. Su esposa Diana no dejaba de hablar de la boda. Andrea parecía más enojada con su padre por los malos modos con los que trataba a su pretendiente de lo que estaba emocionada por casarse. Su hijo David, el junior, era el que más se le parecía. El junior había nacido para el negocio, Silverio lo mandó a estudiar negocios en Harvard y siempre lo tenía cerca. Había aprendido a confiar más en la familia que en los amigos, sobre todo después de haber traicionado a casi todos.
- Papá, ¿me estás escuchando?- Andrea era idéntica a su madre, tenía una enorme nariz, pequeños ojos, un abultado cabello negro rizado y la misma piel tostada.- ¿Ya hablaste con el obispo?
- Él hará la boda, no te preocupes princesa.- Silverio desistió de comer, tenía la mente en otras cosas.- Si quieres casarte con Gerardo Núñez, así sea. Me tengo que ir.
- ¿Quieres que vaya contigo?- Preguntó el junior.
- No, esto lo hago solo.


            Silverio vestía de jeans y camisa de trabajo, mientras que su hijo había adquirido el gusto por la ropa de marca en Estados Unidos. Su esposa Diana había remodelado la hacienda, a pesar de Silverio que prefería la simpleza. La remodelación había tenido sus límites sin embargo, porque Silverio no iba a ceder en su armería, la luz de sus ojos. Se había mandado hacer armas a todas partes del mundo, tenía un AK-47 con mango de marfil, un revólver de plata con la Virgen de Guadalupe en el mango, granadas con su nombre inscrito con diamantes y rifles bañados en oro.
- Silverio,- su esposa le siguió hasta la armería, pero no se atrevió a dar otro paso porque conocía bien el temperamento de su marido.- Gerardo Núñez es perfecto para tu hija. Es hermano del alcalde de Hermosillo y su hermana se casó con Mariano Acosta y ya sabes lo bien que le va como operador en Nogales. Dicen que tiene esa parte de la frontera bajo su pulgar.
- Deja de escuchar narcocorridos mujer. Ya sé de quién es hermano, pero es un idiota.
- Algún día se tiene que casar, tiene 27 años. No puede ser tu princesa para siempre.
- No sabes de lo que hablas.- Dijo Silverio mientras armaba su automática y la empujaba para salir.- Hay más en juego de lo que crees.

            Jesús Palacios le esperaba afuera para llevarlo al heliopuerto. El Chuy repitió los mismos argumentos que su esposa, pero Silverio no prestó atención. A Chuy le preocupaba que Gerardo Núñez quería meterse en el negocio, posiblemente quitándole su trabajo como jefe de sicarios de toda la zona de Mazatlán y Guaymas. Silverio sabía que había más que eso, pero no podía decirle a nadie. Silverio agradeció el silencio provocado por las hélices del helicóptero para no tener que hablar más del asunto. Además, siempre había cosas más importantes de qué hablar, como el dinero. Silverio Molina le había hecho mucho dinero al cártel del pacífico, se había quedado con toda la plaza y si quería mantener su lugar e incluso expandirse tenía que ser cuidadoso. Mariano Acosta siempre había querido tener lo que él tenía, sobre todo desde que Silverio mató a su primo Gonzalo, en esa época el mejor amigo de Silverio, de ahí que le llamaran el Cuate a sus espaldas.
- Bienvenidos al ejido.- Les saludó un ranchero acompañado de una mesera con una bandeja repleta de caballitos de tequila.
- Déjate de mariconadas, ¿dónde está tu patrón?
- Por aquí.- El hombre empalideció y agradeció a su suerte por no tener que hablar más con el Cuate. El Chuy se bebió un caballito y le dio una nalgada a la mesera, quien no dejaba de ver la M-16 pintada como la bandera con el águila de piedras preciosas que se extendía hasta el cañón.
- La próxima vez dile a Luis Carlos que esté ahí en persona, me pone nervioso que mande a sus segundos.- Caminaron hasta los jeeps militares y en convoy de seis carros cruzaron parte de los ejidos mirando hacia afuera. El lugar apestaba a marihuana, cosechada dentro de las hectáreas de maíz para hacerlo invisible desde arriba. Luis Carlos Marcoy se enorgullecía de tener los cultivos más prósperos del estado, pero había sido el Cuate quien mandó torturar a los campesinos para mantenerlos en línea.
- Ya salieron los subsidios Silverio, el gobernador se encargó de anotarlos a otras partes, pero será Marcoy el que administre el dinero.- Dijo el Chuy mientras se encendía un habano.
- Tú revisa sus libros, cualquier discrepancia me avisas. Tantas atenciones me hacen sospechar.
- ¡Señores, bienvenidos a su tierra!- Luis Carlos Marcoy era un sonorense alto y rubio, robusto como un ropero y que siempre usaba los mismos lentes negros de aviador y sus gorras del América.
- Quiero ver los registros.- Marcoy les llevó al edificio del rancho, renovado por completo con todas las comodidades que el dinero podía comprar, así como un harén para los altos mandos del cártel.
- ¿Quiere divertirse mientras tanto patrón?
- Sí, quiero ver tus registros.- Marcoy borró su sonrisa. Sabía que Silverio nunca bromeaba sobre dinero, y que nunca le interesaba otra cosa que no fuera dinero. Le temía y le respetaba, había entrado al negocio desde los ochentas y se había mantenido firme desde entonces.
- Están aquí.- Marcoy les llevó a una sala con computadoras y tronando los dedos corrió a los ingenieros agrónomos.- Cada parcela, hasta el último detalle.
- Ándale Chuy, para esto eres bueno.- Silverio se sentó a su lado sin decir una palabra, con una mano en su pistola y la otra con un cigarro que no fumó. Marcoy esperó en la puerta con las manos lavándose entre ellas, muerto de miedo.
- Caray...- Dijo Chuy y Marcoy se puso pálido. El brazo armado le mostró a su patrón la inconsistencia.- Puedes esconder cuánto empaquetas, pero no cuánto abono y cuánto químico usaste. Aquí hay una tonelada de marihuana que falta.
- ¿Y bien?
- No sé, yo no sabía.- El Cuate lo miró a los ojos, acariciando su automática de oro. Marcoy entendió el mensaje.- Ahorita la encuentro, usted no se preocupe. No tardo nada.
- Vamos.- Marcoy gritó órdenes, mandó reunir a los campesinos y empezó las indagatorias. Alguien había vendido una tonelada por su lado y si Marcoy no encontraba a quién se la habían vendido lo matarían como a un perro. El miedo, aprendió rápido el Cuate, era el mejor motivador. Él no creía en los santos, ni en la lealtad, él creía sólo en el miedo.
- Señor, ¿me llamó?- El Cuate no lo conocía, ni le importaba conocerlo, pero Augusto Lota sí le conocía muy bien. Marcoy le explicó que Augusto se hacía cargo de los empaquetadores. Él llevaba la cuenta de cuántos ladrillos había y a dónde se mandaban.
- ¿Y tu familia?- Preguntó Silverio. Augusto se echó a llorar y se hincó implorando.
- No los mate por favor, fui yo. El mocoso dijo que nadie se enteraría, que es para el cártel y por eso estaba bien.
- ¿Nomás te dijo o te pagó?
- Me pagó, le devolveré el dinero.
- No, ese dinero te vendrá bien. Tu familia lo usará para el funeral.- El Cuate le disparó en la pierna y se quitó el sombrero.- ¿Quién es el mocoso?
- Es Andrés Zapata patrón.- Le contestó el Chuy.- Es uno de nuestros operadores en Hermosillo.
- ¿A él se la vendiste?- Augusto afirmó con la cabeza y Silverio le disparó tres veces a la cabeza.- Y tú Marcoy, me vas a decir qué tanto le han vendido al mocoso o te irá peor.
- Yo lo veo señor, de inmediato.
- Está bueno pues, me tengo que ir. El imbécil de mi futuro yerno quiere que coma con su familia. Vamos Chuy, Marcoy se hará cargo porque sabe lo que es bueno para él.

            El helicóptero les llevó varios kilómetros hasta la carretera a Hermosillo, donde se bajaron y abordaron una limosina protegida por dos Suburban repletas de sicarios. Silverio se había mudado de Hermosillo para mantener lejos a su hija de los pretendientes, se había convertido en un recluso que casi nunca viajaba a Hermosillo, que sólo se limitaba a los ejidos y de vez en cuando a Guaymas. Al principio había pensado en mandar a su hija con las monjas, pero sabía que escaparía. Tenía que tenerla cerca, todo dependía de eso. La limosina se detuvo en la mansión del alcalde y su futuro yerno le saludó efusivamente. Silverio sonrió y saludó a toda la familia Núñez. Había trabajado duro para mantener a su hija lejos de los pretendientes y ahora la serpiente se le había colado entre las piernas.

            Cenaron y platicaron, pero la mente de Silverio estaba en otras cosas. A media cena le habló Luis Carlos Marcoy muerto de miedo para decirle que el mocoso Zapata trabajaba para los zetas, que era un traidor. Se esforzó en defenderse, en insistir que no era su culpa, pero el Cuate le colgó a media oración. El alcalde de Hermosillo discutió con él sobre la reforma agraria y su esposa trató de disimular el asco de tenerlo en la mesa. A Silverio no le importaban esas cosas, siempre que tuviera un arma y mucho dinero él no pedía más.
- Oiga suegro, quería platicarle algo.- Silverio pensó en matarlo ahí mismo, de pie entre los sillones de cuero, pero se detuvo a sí mismo.- Ahora que los Núñez serán de la familia, ¿qué le parece si hablamos de negocios? Hay cosas que mi hermano quiere hacer que requieren de su ayuda, ya verá que es en beneficio mutuo.
- Mira Gerardo, te propongo algo.- Silverio se encendió un habano y lo dejó ansioso como una hiena.- Mañana en la mañana quiero que te veas con Chuy en la carretera a los ejidos, por donde está la parroquia abandonada. ¿La conoces?
- Claro que sí suegro.
- Te voy a llevar a los ejidos, para que veas cómo funciona todo.

            En cuanto llegó a la hacienda su esposa Diana le bombardeó de preguntas. Los Núñez los detestaban en secreto, pero veían la oportunidad de hacer buen dinero a cambio de favores políticos. Divertido Silverio le dijo que la esposa del alcalde le detesta más a ella, porque usa sus uñas falsas, por sus siliconas y sus vestidos de pieles. A Silverio le gustaba ver a su esposa discutiendo sola, sacando el revólver que guardaba en el buró como si en ese instante fuese a Hermosillo a matarla. Diana se tranquilizó con sus pastillas para dormir y cayó como muerta a la cama redonda con edredones de pieles de leonas. Silverio se desvistió y se sentó en la esquina de su cama con la caja dorada entre sus manos y respiró profundo. Tenía una colección de pastillas para no soñar, las cuales habían dejado de funcionar paulatinamente. Se tomaba tres de Olanzapina y suficiente sedantes para dormir a una vaca, pero a penas y lograba conciliar un sueño repleto de pesadillas. Siempre era la misma pesadilla, era un recuerdo y por más que hacía no se lo quitaba de encima

            Se tomó cuatro pastillas para dormir y un preparado de morfina y sedantes, pero no le sirvió de nada. El sueño apareció de nuevo, el recuerdo que le perseguía desde hacía más de veinte años. La balacera en la carretera de Hermosillo. Él estaba más joven, sin bigote y con la piel suave. Era un gatillero que apenas empezaba. Sufrió una emboscada con su patrón, lo trataron de salvar pero lo mataron con una granada. Silverio se hizo de una camioneta e intentó escapar, pero entre cinco le dispararon hasta que dos balas lo perforaron en el estómago y la camioneta chocó a la mitad del desierto. Caminó con los brazos deteniendo la hemorragia, pero era inútil. Lo recordaba con tanto detalle que lo volvía a vivir. El balazo empezaba como algo muy frío, como un hielo, los nervios estaban en shock, dando después paso a un calor tan extremo que se siente como si dos barras de hierro ardiente le atravesaran. Cayó hincado en el desierto, temblando de miedo sabiendo que estaba a punto de morir. Repentinamente apareció un hombre que no proyectaba sombra. Vestía como un mariachi, pero tenía cabeza de chivo.
- ¿Estoy muerto?- Preguntó el joven Silverio.
- No, pero ya casi.- El hombre con cabeza de chivo se agachó de cuclillas mientras Silverio se esforzaba por mantenerse despierto en el suelo.- ¿Eso duele?
- Duele como el infierno.
- ¿Sabes quién soy?
- Eres el diablo.- El chivo se echó a reír y caminó rodeándole.
- Puedo salvarte, ¿quieres que te quite el dolor?
- Sí, haré lo que sea pero haz que se vaya.
- ¿Qué podrías hacer por mí?
- Te daré mi alma.
- ¿Tu alma?- El chivo empezó a reír de nuevo, con las manos sobre su elegante cinturón de balas.- Eso ya lo tengo, quiero algo más.
- Lo que sea y te lo daré.
- Tu mujer está embarazada de nuevo, quiero el alma de esa niña.
- Quiero poder, quiero dinero.
- Concedido, te haré inmune a las balas y tendrás todo lo que quieras. El día de la boda de tu hija, si aún sigues con vida, me llevaré su alma y la tuya.
- ¿Y me darás todo eso?
- Sí, todo eso y más. Me llevaré su alma y la violaré en el infierno y quiero que tú lo veas. Mátala y te irá peor. ¿Tenemos un trato?
- Sí, es un trato, ¡es un trato!

            Silverio despertó cuando estrechó manos con el chivo. Estaba cubierto en sudor y temblaba de miedo. El día se acercaba. Súbitamente la habitación con muebles de mármol, espejo en el techo, sus cinco televisores de pantalla plana y los dos leones disecados de la entrada ya no era tan acogedora. Había matado al que sucedía a su patrón, había peleado contra hordas de asesinos, había traicionado a quienes le habían ayudado, había sobrevivido ocho intentos de asesinatos y cuatro traiciones cercanas. Ahora, cuando tenía todo lo que quería y estaba cerca de obtener todo lo que el mundo podía darle, el plazo se estaba acortando. Su hija se casaría, se morirían los dos y pasaría el resto de la eternidad en el infierno viendo a su hija ser violada frente a sus ojos.
- Papá, ¿vas a venir a Guaymas?- Le preguntó su hijo David desde la puerta.
- Sí, tengo que arreglar unas cosas con Chuy primero, pero les estaré esperando en el yate.

            Desayunó rápidamente y en el marco de la puerta se dio media vuelta para abrazar a su hija y besarla en la frente. Viajó en el helicóptero hasta el ejido y ésta vez Luis Carlos Marcoy le recibió en persona. Chuy llegó después rodeado como siempre de sus sicarios de confianza y de Gerardo Núñez, quien sentía más ambición que poder al encontrarse ahí. Marcoy le dio una visita guiada a Gerardo por las procesadoras, por las empaquetadoras y terminaron en los depósitos donde guardaban las toneladas de marihuana que no podían mover aún.
- Ahí está el problema hijo,- le dijo Silverio.- producimos tan bien que es difícil moverla. Pregúntale al mocoso, él te dirá.
- El patrón tiene razón.- Dijo Andrés Zapata quien se movía con la naturalidad de un tiburón.
- ¿Quieres ver dónde guardan el dinero?- Gerardo asintió y subieron a un jeep que les llevó hasta una bodega casi en la carretera. Silverio abrió la oxidada puerta y le reveló un enorme vacío.
- Aquí no hay nada.
- ¿Cómo no? Ahí va a estar el mocoso.- Chuy le apuntó a Zapata con su metralleta y Silverio le dio un revólver a su yerno.- Mátalo.
- Sí señor.- Gerardo no dudó ni en un instante y le disparó cuatro veces al pecho.
- ¿Te gusta este negocio Gerardo?
- Sí mi suegro, me gusta mucho.
- Qué lástima.- Silverio tomó su pistola y le disparó hasta vaciar el cartucho.- El negocio no te quiere a ti. Marcoy, ven acá.
- Sí patrón.- Silverio le apuntó la pistola en la cara y dejó que oliera la pólvora.
- Te perdonaré la vida si le dices a todos que el mocoso mató a este imbécil. Tú mismo lo viste. Serás testigo de la PGR, irás a los juicios como testigo material y asunto concluido. Toma esta arma, haz que el muerto dispare para que le queden rastros y llama a la policía.
- Sí patrón, ya verá que el problema se arregla de inmediato.
- Yo creo que lo hará.- Bromeó Chuy en el jeep de camino al helicóptero.
- Me molesta eso de los zetas Chuy, ese traicionero Zapata dejó que se metieran a mi patio.
- Yo los encontraré, tenlo por seguro. ¿A Guaymas?
- Sí, al yate antes que llegue mi familia.

            El helicóptero le dio tiempo para pensar. Sabía que el alcalde de Guaymas se pondría histérico, pero sabía que Heriberto podía ser controlado. Soñaba con ser gobernador y Silverio lo haría gobernador siempre y cuando supiera que él es la ley. Tendría que ganarle a Mariano Acosta en eso, pues él también quería catapultarlo a gobernador y usar sus influencias para expandir su plaza. Descendió en el yate con una sonrisa en los labios, había engañado al diablo al menos un poco más. Diana, Andrea y David llegaron después y le creyeron cuando les dijo que había estado en el yate desde hacía horas. Andrea le agradeció por cambiar de opinión sobre la boda y Silverio le prometió una mansión a los esposos en Hermosillo. Al junior no le importaba la boda, le interesaba el tener cerca al hermano del alcalde y discutió con su padre por más de una hora de las cosas que podían hacer con tanta influencia en Hermosillo y Guaymas.
- Carreteras, ahí está el futuro. Tengo a la compañía perfecta en concurso, una llamadita de Gerardo y nos embolsamos como cuarenta o cincuenta millones. Además, los Núñez tienen tres plazas comerciales en Hermosillo y Guaymas, podríamos lavar dinero ahí.
- Me suena bien hijo.- Silverio le interrumpió para que le ayudara a pescar al pez espada que se removía de un lugar a otro. Sostuvieron la caña de pescar entre los dos y empujaron con los pies en el barandal. La bestia salió del agua y estaba a punto de caer en el yate cuando el capitán interrumpió a Silverio con algo que no podía esperar.- La próxima es nuestra David, me avisas cuando pesque.
- Sí papá.
- ¿Silverio?- Era Mariano Acosta. Silverio revisó su reloj, para ahora ya debía estar en todos los noticieros.- Tu yerno está muerto.
- Ya me enteré, fue ese traicionero de Andrés Zapata.
- Mi esposa está histérica, pero está más preocupada con qué se pondrá para el funeral.- Mariano resopló cansado y Silverio se abrió una cerveza con el teléfono satelital apoyado en el hombro.- Ese mocoso ya era traidor de por sí, incluso antes de matar a Gerardo. Trabajaba para los zetas, al menos ese es el rumor aquí en Nogales.
- ¿No me digas?- Silverio contuvo las ganas de tirar la botella contra la pared. Mariano le dejaba saber que sabían que era un traidor desde hacía mucho, sin duda como parte de su plan para quedarse con su plaza.
- Aquí llegaron algunos zetas que matamos a tiempo. Sabían todo sobre tu plaza, ese Zapata debió decirles de todo. Por eso pensamos que había un chivato en tu plaza.
- Pues el chivato está muerto, lástima que mató a mi yerno.
- Tienes suerte, te pudo haber matado a ti.- Silverio sabía que Mariano sonreía, no necesitaba verlo.

            Pescaron, bebieron y se divirtieron otras horas más. Regresaron al rancho en limosina, Diana no dejaba de hablar de la boda, David consultaba los reportes financieros en su computadora y Andrea no se despegaba de su celular. Uno de los mozos les recibió en la entrada con las malas noticias. Diana abrazó a su hija y Silverio fingió estar enojado.
- No te preocupes papá, yo me encargo de los medios. Los editores locales me deben varios favores.
- Hazlo, que nadie mencione que estaba por casarse con mi hija.- Andrea corrió a su cuarto para encerrarse llorando y Diana se quedó con Silverio en la cocina.
- Ese sujeto, ¿tú lo conocías?
- Trabajaba para nosotros, pero según Acosta era un chivato de los zetas. Tuvimos suerte, fue mensaje para los Núñez pero de haberse casado antes como tú querías la habrían matado también.
- Con lo difícil que fue encontrarle pareja.
- ¿Cómo?
- Tardé meses preparando el noviazgo y convenciéndola a ella.
- ¿Tú hiciste qué?- Silverio le tomó del brazo con todas sus fuerzas y su esposa gimió de dolor.- Mujer estúpida, ¿cómo te atreves?
- Me duele.- Silverio le dio dos cachetadas que le voltearon la cara de un lado a otro y después de gritarle insultos la empujó al piso.- Pensé que te habría gustado.
- Eres una...- Con el insulto en la boca se dio media vuelta y salió a la alberca donde los jardines fingieron que tenían algo mejor que hacer y le dejaron a solas.
- Sabes que se casará tarde o temprano.- El chivo se apareció a su lado, vestido de la misma forma que le había visto la primera vez.
- No la vas a tener nunca.
- No puedes evitarlo Silverio, está en tu naturaleza. Tarde o temprano ella se casará y la tendré para mí solito. Y a ti también.

            La muerte de Gerardo Núñez fue noticia nacional y el junior fue prodigioso en mantener el apellido lejos de la discusión. Su asesinato fue uno más en una avalancha de nombres y tragedias y en un par de días nadie lo recordaría. Silverio pensó que ese sería el final del asunto, pero estaba equivocado. Al día siguiente Luis Carlos se presentó al funeral sin guardaespaldas y temblando de miedo. Silverio se excusó al baño y Chuy llevó a Marcoy del brazo con una pistola hundiéndose en sus costillas. Marcoy le dijo que había sido testigo, había dado declaraciones y que todo iba bien en ese sentido. Chuy le hundió más el arma para que hablara más rápido.
- Es que estuve revisando cada gramo de producto desde hace cinco años para acá patrón, para no darle más sustos. Me acordé que Mariano Acosta me compró varias toneladas, todas salían con camiones del ejido hacia el norte. Dijo que los jefes de jefes lo pedían en persona y que no le dijera a nadie, pero yo no me quiero morir patrón.
- Podría ser el verdadero chivato. Está bien Luis Carlos, puedes irte.
- Jefe, si hay zetas aquí entonces, ¿no deberíamos desconfiar de Heriberto Núñez? Ha estado dando muchos permisos de construcción bastante sospechosos.
- Háblalo con mi hijo, él tiene esos registros y compáralos con lo que sabemos de los zetas. Hablaré con Heriberto después de la boda.- Silverio salió al último y le hizo una seña para que el junior se acercara.- Quiero que hagas algo, usa a alguien para acercar a los zetas con Mariano Acosta, alguien que hable con la gente de Acosta como en nombre del remplazo del mocoso Zapata. Si Acosta acepta hacer negocios, entonces es el traidor.
- Está bien papá.
- Chuy tiene algo que pedirte. Yo hablaré con Acosta para que nos reunamos, así que date prisa, capaz que de un zarpazo nos quitamos a los zetas, al chivato y a la competencia.
- Sí papá, yo me encargo. Por cierto, habla con Andrea está muy enojada.- Silverio entró a la sala funeraria y fingió que estaba triste. Su hija le miró con odio y con lágrimas en los ojos se puso de pie y con fuertes pisotones salió de la sala haciéndole a un lado de un empujón.
- Fuiste tú, ¿no es cierto?
- No me hables así, menos en público.- Silverio jaló a su hija del brazo a una sala vacía.- Yo no maté a tu novio.
- Sólo me iba a casar porque mamá me obligaba, pero me empezaba a caer bien. Yo siempre pensé que era el negocio, pero tú pruebas lo contrario. Quizás lo que dicen de ti es verdad.
- Cuidado Andrea, cuidado. Yo te amo y jamás haría algo para lastimarte. ¿Cómo puedes decir esas cosas? Ya te dije, el negocio es el negocio pero Gerardo era familia. Ya hasta me empezaba a caer bien. Estás histérica y lo entiendo, pero cálmate porque allá afuera está la prensa. Tu hermano se encargó de que nadie se acuerde de tu compromiso con él, pero no fuerces la situación.
- A veces creo que vivo en una prisión.

Andrea le dejó y Silverio pensó en lo que su hija había dicho. Su mujer había empezado el problema, pero había algo más. Según su hija al principio no le caía bien, pero él recordaba vivamente que no era posible separarla de su celular, siempre mandando mensajes de texto. Una duda venenosa empezó a gestarse en su corazón. Regresó a la sala funeraria para buscar el celular de su hija y revisarlo. Docenas de mensajes obscenos y vulgares, todos del mismo número sin registrar y que no era de Gerardo. Con apenas leer unas líneas su sangre se hizo de fuego y fue incapaz seguir leyendo para buscar un nombre. Tomó a Chuy del cuello y le ordenó que clonara el celular, buscara ese número y le trajera el corazón de ese hijo de perra en una caja de navidad. Muerto el pretendiente y enojada como estaba podía escaparse con su amante. Los zetas podrían matarla o peor, pensó Silverio, podría casarse.

Esperó pacientemente hasta que los Núñez se fueran de la casa funeraria para poderse escapar. Junior le dijo que el asunto estaba arreglado, le habló a Mariano Acosta para verle y Chuy le confirmó su sospecha, Heriberto había dado permisos a empresas de los zetas. Tenía ganas de matar a alguien, pero estaba obligado a seguir a Heriberto Núñez a su oficina para hablar con él. Pistola en mano se abrió camino a empujones, ahí todos le conocían y nadie se atrevía a decir algo. Empujó a la secretaria al suelo y se abrió la puerta guardándose el arma. Heriberto, con nuevas canas y los ojos rojos, le dio la bienvenida.
- Lo siento por tu hermano.- Silverio se sentó en un sillón y le tronó los dedos a la secretaria adolorida para que le trajera tequila.- Ya lo tenía por yerno.
- Ésa historia de Marcoy no tiene sentido alguno, ¿qué andaba haciendo mi hermano con Andrés Zapata? No lo creo capaz de hacer sus propias movidas.- La secretaria trajo una botella de tequila y dos caballitos y se fue sin hacer contacto visual con nadie.- No me tiene sentido, además que ese Marcoy trabaja para ti.
- Cuidadito Núñez, que no se te hagan ideas raras.
- Soy el alcalde de esta ciudad y el favorito a la gubernatura Silverio, que no se te hagan ideas a ti.
- A mí nadie me habla así. Nadie que siga vivo.- Silverio puso el arma sobre la mesa y le apuntó a la cabeza. Se bebió su tequila de un trago y lo miró de arriba para abajo.- Tú y tu familia se han hecho muy ricos gracias a mí, y gracias a los zetas.
- ¿Los zetas? No sé de qué estás hablando.- Silverio amartilló la pistola y se bebió el tequila de Heriberto.- No puedes matarme, no en mi oficina.
- Te tiraré por la ventana, si la gente sabe lo que es bueno dirán que fue suicidio.
- No me mates Silverio, es que no tenía opción.
- ¿Te apuntaron como yo y te dijeron que aceptaras su dinero? Cada vez que alguien te tentaba me lo decías y yo lo solucionaba, pero no con ellos. ¿Pensaste que ellos se quedarían con la plaza?
- No, fue por eso. Lo hice porque la DEA me obligó, me tienen del cuello por lavado de dinero. Dijeron que no entregarían su investigación a la SIEDO, a la SEDENA y a los medios si aceptaba el trato que Omar Ruiz estaba por proponerme. Es un operativo para agarrarlos a ellos.
- ¿Y qué les dijiste de mí?
- Nada, te lo juro. A ellos no les importas, van tras de Ruiz porque él mató a un montón de federales gringos en Tucson.- Heriberto se rompió a llorar y se dejó caer al suelo en posición fetal. Silverio rodeó el escritorio empuñando el arma y lo miró retorcerse.- Ese Omar Ruiz tiene fábricas de calzado, él conocía todos tus negocios de lavado de dinero y sabía sus fallas. Los gringos me iban a ser un héroe para cuando sean las elecciones internas y me haga gobernador.
- Pues vaya héroe, demasiado maricón para ponerte de pie y decírmelo a la cara. Te dejo vivir, pero que no se te olvide, el que manda aquí soy yo.

            Silverio estaba seguro que Acosta le había dado la información a ese Omar Ruiz. Chuy corroboró la historia del alcalde, Omar Ruiz había matado a varios agentes federales en Tucson y tenía muchas órdenes de aprehensión por venta de drogas, homicidio y lavado de dinero. El junior le dio la noticia en la noche, la mano derecha de Mariano Acosta había aceptado el trato como si fuera algo regular. Ahora sólo quedaba reunirse con él en Guaymas. Chuy organizó a sus mejores sicarios para que brindaran protección en la calle y en los tejados. Silverio y Chuy se presentaron a tiempo en el restaurante, donde todos los meseros eran sicarios suyos, así como gran parte de los clientes. Esperaron diez minutos en absoluto silencio, hasta que escucharon al convoy de camionetas blindadas. Chuy tiró a Silverio a tiempo, salvándole de las ráfagas que atravesaron el ventanal y se llevaron a casi todos. Un grupo de veinte sicarios descendió de las camionetas y empezó la balacera. Silverio respondió el fuego mientras escapaba al baño, por donde salió por la ventana. Un jeep militar le recogió a él y a Chuy y escaparon por las calles mientras el escuadrón de la muerte les seguía de cerca. Tras veinte minutos de persecución finalmente lograron perderlos y regresaron al rancho mientras Silverio gritaba obscenidades y Chuy se coordinaba con su ejército.
- Al diablo con los mozos en mi casa no quiero ni a uno que no esté armado.
- Claro patrón, yo me encargo.
- Mi familia no sale de aquí y quiero tus mejores hombres como sombras.
- Pero papá, tengo negocios que atender.
- Ya no David, Acosta quiere la guerra y eso tendrá. Nadie me desafía y menos en Guaymas. ¿Dónde está tu madre?
- ¿Qué pasó en Guaymas? Lo escuché en la radio.- Diana bajó corriendo al patio y abrazó a su marido.- Gracias a Dios que estás bien.
- ¿Dónde está Andrea?- Diana gritó su nombre un par de veces, sin ningún resultado.- Maldita sea, la tenía bajo vigilancia, ¿qué pasó?
- ¿Andrea?- Diana abrió la puerta de su dormitorio y vieron la sábana que había hecho de cuerda hasta el techo de las caballerizas.- Me metí a bañar, fueron diez minutos.
- ¡Te dije que no le quitaras el ojo de encima!- Silverio le levantó la mano, pero al ver que su hijo estaba ahí la bajó y respiró profundo.- No pudo haberse ido muy lejos, su auto tiene GPS. Chuy busca la señal y ven conmigo.
- Pero Silverio, no puedes salir ahora.
- Ahora más que nunca.

            Chuy rastreó la señal de su auto hasta Hermosillo y la encontraron sentada en la banca del lobby de un hotel de mala muerte. Andrea trató de huir de su padre, pero no llegó lejos. A punta de zapes admitió que esperaba a su amante, pero por más que le propinaba cachetadas no le quiso decir el nombre. Silverio tomó a su mano derecha de las solapas de su camisa de seda con manchas de sangre y le dio una orden sencilla, pero cuyo fracaso significaría su muerte. Le ordenó que buscara a ese amante rastreando el número de celular por satélite. Chuy tragó saliva y asintió con la cabeza. Silverio se llevó a su hija al restaurante del hotel y a punta de pistola espantó a los clientes. Sacó un fajo de billetes de 200 y ordenó que el restaurante se cerrara hasta que él dijera lo contrario. Los sicarios de Chuy llegaron poco después y blindaron el hotel entero. Andrea dejó de llorar y miró a su padre con la terrible realización de saber que veía a un monstruo. Silverio se cansó de golpearla y dejó que caminara entre las mesas del restaurante.
- Hay guerra en la calle patrón, la gente de Acosta ya nos quemó varios negocios.
- Manda levantar unos treinta de ellos y a todo camello independiente, córtales las cabezas y tíralas por algún puente peatonal. Deja una manta firmada por los zetas, que la gente crea que peleamos con ellos y no con el Pacífico. Los jefes de jefes aún no me hablan, pero no es tan malo, si me quisieran muerto me lo habrían dicho. Están esperando a ver qué pasa.
- Sí patrón, ¿quiere que nos llevemos a su hija a su casa?
- No, estoy esperando a Chuy, me trae un regalo.- Llamó a Heriberto Núñez y le ordenó que culpara de todo a los zetas, el alcalde estaba enojado de tener un baño de sangre en sus manos pero prometió que se encargaría de todo.
- Realmente crees que puedes lograr lo que sea con miedo, ¿no es cierto?
- Cállate Andrea, ahorita que venga Chuy vas a ver lo que le pasa a los que me desobedecen.
- ¿Y me vas a matar a mí también?
- Eres mi hija, por supuesto que no.- Chuy llegó al restaurante sosteniendo una caja con adornos navideños y Andrea gritó horrorizada. Silverio la abrió en la mesa y sacó de ella un corazón y tres dedos.- ¿Sufrió?
- Me trató de lamer la suela de las botas con tal de que le cumpliera el deseo de morir sin dolor.
- ¿Y?
- Y no me gusta que me laman las botas.
- ¿Lo ves Andrea?- El Cuate le tiró el corazón y Andrea gritando se ocultó detrás de una mesa.
- Jefe, mire.- Chuy le subió el volumen a la televisión, el noticiero mostraba una imagen de Luis Carlos Marcoy. El audio era de su voz, narrando que el hermano del alcalde había sido asesinado a sangre fría por Silverio Molina Arseo.
- Luis Carlos Marcoy es un conocido narcotraficante que ha sido arrestado y puesto a disposición de la agencia anti-drogas de Estados Unidos.- Decía Heriberto Núñez a las cámaras.- Mi gobierno no descansará hasta que Silverio Molina Arseo sea arrestado y procesado por sus crímenes. Mi gobierno, que siempre ha actuado desde la legalidad, no tolerará a criminales como ese Molina Arseo alias el Cuate.
- Creo que es hora de irnos jefe.
- Droga a mi hija, no quiero más sorpresas.

            El viaje del convoy fue silencioso, podían escuchar las balaceras en la lejanía. Silverio se negó a creer que era el final de su imperio, había tenido dificultades antes y podría solucionarlo. Podía, si se esforzaba mucho, escuchar la risa del chivo en la lejanía, contando los minutos con impaciencia. Silverio cargó a su hija como si fuera un costal y se abrió paso hasta su habitación para amarrarla a la cama y le ordenó a los dos sicarios apostados en la puerta que sellaran las vías de escape y no la dejaran sola nunca.
- ¿Pero qué haces?- Diana trató de separarlo de la cama, pero Silverio la tomó del cuello y empezó a ahorcarla.
- La tendré así hasta que muera de vejez y nadie me lo va a impedir, ¿me entendiste? Yo soy el jefe aquí y se hace lo que yo digo. El diablo no me va a ganar.
- Por favor, no puedo...- Cuando su esposa se puso azul el Cuate le dejó ir.
- ¡Junior!- Silverio salió corriendo de la habitación buscando a su hijo.
- ¿Qué pasó?
- Nada importante, ¿qué pasó en los ejidos?
- Sin Marcoy es un desastre. Los militares encontraron los plantíos a su nombre y dos de las bodegas. Son quince millones de dólares. Marcoy no tenía todo a su nombre, casi todo lo demás son ejidatarios legales que trabajan para nosotros.
- Ve para allá, llévate unos cincuenta soldados contigo. Mete orden, saca todo lo que está en las bodegas sin que nadie se dé cuenta y ve qué puedes hacer sobre las búsquedas.
- Todo es negociable, voy para allá.

            A la media noche un sicario le presentó a su patrón la cabeza cercenada de un cerdo con una nota escrita por Mariano Acosta “estás muerto”. Silverio tiró el cerdo de la mesa y con un gesto los despidió de la sala. A oscuras, sumido en sus pensamientos, sintió la presencia del chivo, si es que alguna vez le había dejado a solas. Chuy irrumpió silenciosamente para decirle que sus hombres ya habían levantado a los zetas y que no quedaba ni un solo camello independiente o de los zetas con vida en Guaymas o en Hermosillo. Ellos tenían el monopolio absoluto y también habían arrojado sus cabezas y dejado el mensaje de los zetas. Silverio trató de sonreír pero no pudo, podía sentir que el mundo en sus hombros se hacía cada vez más pesado. La risa del chivo era cada vez más fuerte. Al amanecer uno de sus tenientes le informó que Mariano Acosta había matado a tres operadores de confianza y sus sicarios no habían podido detenerlo. Silverio asintió con la cabeza y le disparó en el pecho. Chuy cargó fuera el cadáver sin decir nada. Miró la salida del sol acariciando su bigote, pistola en mano, y supo que si él caía se llevaría a todos a la tumba.
- Jefe, la gente de Acosta viene para acá. Tienen un ejército y dos helicópteros. Mis contactos en la SEDENA me dicen que se harán a los ciegos.
- Ésta es la grande. Reúne a tu gente.

Se unió al ejército de sicarios que protegían las entradas. Cargaba con su M-16 con mango de marfil y tenía su AK-47 de oro colgando de su hombro. La batalla no se hizo esperar. Los sicarios de Mariano Acosta trataron de rodear la propiedad pero una parte estaba protegida por las montañas. Silverio disparó junto a sus soldados y ejecutó a los miedosos que trataban de escapar. Los sicarios en el techo derribaron a los dos helicópteros con armas de asalto y lanza granadas. Cuando el fuego de mortero deshizo las defensas en la carretera Silverio se perdió en su locura. Abrió fuego como un loco y Chuy tuvo que agarrarlo del cinturón para que no corriera directamente contra los soldados de Acosta. Balbuceando y agitándose como un loco Silverio tuvo una idea. Corrió al interior de la casa y con su cuchillo cortó las amarras de su hija. Andrea gritó y trató de zafarse, pero Silverio la golpeó en la boca del estómago y en la cara para mantenerla dócil. La esposó de manos y la cargó como escudo humano hasta la alberca, donde sicarios de Acosta ya habían podido escalar el muro y penetrar en el rancho. Andrea se agitaba y gritaba de miedo, orinándose al ver a los sicarios que trataban de matar a su padre atravesándola a ella. Silverio tenía que engañar al diablo, dejar que alguien más matara a su hija para librarla de la maldición.
- ¡Andrea!- Gritó Diana cuando Chuy despachó a los sicarios que habían tratado de entrar por ese lado. Diana separó a su marido de su hija y le dio una bofetada.- ¿En qué estabas pensando?
- Hazte a un lado mujer.- Silverio la agarró del cabello y la lanzó a la alberca.
- Tenemos que irnos jefe, no han descubierto el túnel a los jeeps de emergencia.- Sicarios avanzaron por el techo y trataron de matarlos. Silverio usó a su hija como escudo humano y les disparó con su AK-47 hasta matarlos a todos.
- ¡Monstruo!- Diana se lanzó sobre él, arañando y mordiendo. Silverio se dio vuelta y la golpeó en la boca con tanta fuerza que le tiró varios dientes. Se puso de pie y con su automática mató a su esposa de un tiro a la cabeza. Jalando del cabello a su hija siguió a Chuy a la casa, hasta el túnel de emergencia.
- Vamos a los ejidos, mi hijo está ahí.

            Corrieron por el túnel subterráneo y salieron al desierto donde tomaron un jeep blindado y Chuy manejó hasta los cultivos. Andrea lloraba en silencio y su padre acariciaba su cabeza. Un ejército de sicarios los detuvieron, pero al ver que se trataba del patrón les dejaron pasar. El rancho había caído, según le informaron de camino a la cabaña que el junior usaba como centro de operaciones. Silverio encerró a su hija en el baño mientras David le explicaba que Mariano Acosta había perdido gran parte de su fuerza en el último asalto, mientras que ellos aún mantenían la plaza bien consolidada con un monopolio absoluto en cuanto a venta se refería. Un sicario les trajo cervezas y Silverio se sentó agotado librándose de las armas y revisándose en caso de heridas.
- Suelta el arma Chuy.- El junior le puso el cañón del revólver en el cuello y sus sicarios le  ataron las manos. Silverio trató de decir pero tres sicarios le alejaron las armas, lo golpearon en el pecho y le amarraron de pies y manos. Junior usó la culata de su revólver para desmayarlo.
- ¿Dónde estoy?- Silverio despertó en un cobertizo amarrado de manos contra un pilar de madera y rodeado de ladrillos de marihuana.- ¿Dónde está Chuy?
- Chuy está muerto.- David dejó el celular de su hermana, su cartera y algo de dinero sobre una mesa vieja. Silverio le miró horrorizada.- Dejé libre a mi hermana, se cambió y se le olvidaron sus cosas. ¿Creías que la mataría como tú mataste a mi mamá? Mis hombres la llevarán hasta Hermosillo, hay muchos lugares seguros para ella ahí.
- ¿Tus hombres? Esos son mis hombres.
- Me educaste bien papá, pero mientras que tú usas el miedo yo uso el dinero. Te odian, ¿lo sabías?, ¿y por qué no? Matas indiscriminadamente, castigas con torturas y los mantienes aterrorizado.
- Hijo, ¿qué estás haciendo?
- Evolucionando. Harvard me enseñó bien. Yo fui el soplón de los zetas desde el principio, yo le dije a Acosta que le tendías una trampa.
- David, no hagas esto.
- Tú lo hiciste antes, ¿recuerdas que me lo contabas cuando era niño, antes de dormir? Me enteré que la DEA tenía agarrado a Heriberto Núñez y supe que no quedaba mucho tiempo. Te estaban investigando y los zetas son una empresa con muchas mejores utilidades. Eres un fósil ranchero, ¿no te das cuenta que los nombres no importan? Zetas, Pacífico, es todo igual.
- David...- Silverio trató de liberarse, los nudos no estaban fijos y casi lograba zafar sus manos, tenía que ganar más tiempo.- La DEA investigaba a los zetas, por eso usaron a Heriberto, para traerlos a la luz.
- Eso no es cierto.
- Heriberto me lo dijo.- Silverio sonrió maliciosamente.- No les importaba este ranchero fósil, pero ahora sí gracias a ti. Ahora estamos todos en primera plana gracias a tu traición.
- Interesante.- El junior le escupió y se acercó al sicario de la puerta.- Mátalo.
- ¿Cuánto te paga ese maldito?- El sicario sonrió y le soltó una bofetada.
- Con que el jefe, ¿no?- El sicario lo golpeó en el estómago y le levantó cabeza con la pistola. Silverio hizo un último esfuerzo por liberar sus manos, estaba cerca, el pulgar ya casi salía pero no tenía tiempo. El sicario le escupió, preparó su automática y jaló el gatillo. Silverio cerró los ojos y esperó el balazo, pero no pasó nada. El sicario trató de nuevo, pero era inútil. Usó el revólver de su cinturón, pero era el mismo resultado. Silverio recordó el trato del chivo, las balas no podían lastimarlo.

            Removiéndose con fuerza logró liberarse y se lanzó encima del sicario. Le quitó el arma con muchos esfuerzos, hundió el cañón en su pecho y disparó. Histérico se lanzó sobre la mesa y recogió las cosas de su hija como si fueran propias. Salió del cobertizo para sorpresa de dos sicarios que fumaban apoyados contra un tractor viejo. Trataron de disparar, pero sus armas se atascaban. Silverio baleó a ambos y se hizo de sus armas. Mataría a mil sicarios si era necesario, pero sólo estaba interesado en una persona. Una batalla estalló cerca de ahí, escuchó las órdenes militares y sin perder ni un segundo mató a los sicarios a bordo de un jeep y buscó a su hijo. El ejército de sicarios se dirigía todos en sentido contrario, contra los militares, y Silverio sabía que su amado hijo odiaba ensuciarse las manos por lo que sabía su dirección general. Entre los cultivos de maíz pudo ver a las mazorcas moviéndose y aceleró metiéndose en el plantío. Los guardaespaldas de su hijo lo recibieron a balazos, pero ninguno le atinó. Con armas largas destrozaron las llantas, el motor, el parabrisas y los asientos, pero el trato del chivo, como un amuleto, le protegió de las balas.
- Háganse a un lado.- Mató a los cinco guardaespaldas y corrió entre el maíz siguiendo cada vez más cerca las pisadas de su hijo David.
- Por favor no me mates.- David se rindió sobre una colina. Silverio se acercó lentamente, mirando a los helicópteros de la marina que sobrevolaban todo el área.- Soy tu hijo.
- Eres una serpiente.- Silverio le disparó a su hijo en el cuello y éste cayó hincado con las manos sobre el manantial de sangre. Silverio se acercó para mirarlo a los ojos y le disparó en la frente.
- Te dije, está en tu naturaleza.- Era la voz del chivo. Salió de entre los plantíos, vestido como siempre, un mariachi elegante, y con su cabeza de chivo olfateó el aire.- Vienen para acá.
- No la tendrás, ella nunca se casará. De eso me encargo yo.
- Se te cayó esto.- El chivo recogió el celular de Andrea del suelo y se lo entregó. Silverio le miró sin saber qué hacer y el chivo señaló el celular. Silverio marcó el número del amante desconocido y esperó.
- ¿Bueno?- Era la voz de Chuy. Silverio dejó caer el celular de sus manos y lágrimas brotaron de sus ojos.
- Tanto encierro, siempre al cuidado de Chuy para que nadie más se la llevara. ¿Qué esperabas? Tu hijo realmente te dio su último insulto. Él sabía de ellos dos, los protegió todo el tiempo
- Hagamos otro trato.
- Se te acabaron las almas que negociar.
- Sácame de esta y te daré a mi hija en vida, toda tuya. Disfrútala, no me importa, pero no dejes que me agarren.
- ¡Alto ahí!- Una docena de soldados emergió de entre los cultivos y el chivo desapareció. Silverio se llevó la pistola a la sien y jaló el gatillo. Nada pasó. El arma se atascó. Intentó escapar, pero fue tacleado y sometido a golpes.

            Los soldados le reconocieron de inmediato y, aprovechando aún no llegaba la prensa, le propinaron una paliza que le dejó inconsciente y le mandó al hospital un par de días. Despertó de lo estupores narcóticos en que le mantuvieron en el hospital en el interior de una celda en el ministerio público de Hermosillo. Un abogado le explicó que le trasladarían en cualquier momento a la sede de la PGR para declarar, pero que la causa estaba perdida. Silverio, sin fuerzas para levantarse o gritar, se contentó con quedarse sentado mirando al suelo.
- Lindo suelo.- El chivo se sentó a su lado y le dio una amigable palmada en la espalda.
- ¿Vienes a burlarte? Aún tengo gente leal, ellos encerrarán a mi hija en una celda de ser necesario.
- No vine a burlarme. Tú no has tenido la ocasión de salir mucho, así que te traigo noticias. Tu hija y Chuy se casaron aquí en Hermosillo. Nunca se habrían casado de otra forma, tú lo habrías matado. Debió ser el día más feliz de su vida, lástima que se murió en la puerta. Un ataque al corazón es lo que dirá el forense. Le dije lo que haría con ella y se desplomó ahí mismo de miedo. Ésa es la cosa con el miedo Silverio, nunca puedes confiar en él para mantener las cosas unidas.


            Silverio miró al chivo por última vez, se puso de pie y sintió un intenso frío en abdomen. Eran dos puntos helados que empezaban a agrandarse, sus nervios estaban en shock. Gritando de agonía se tomó del estómago para detener la hemorragia. El frío pasó a calor, tan intenso que era como dos barras ardientes que le atravesaban. Los policías gritaron órdenes, paramédicos se materializaron en el acto y el carcelero abrió la puerta. Era demasiado tarde las dos balas habían dañado demasiados órganos y Silverio “el cuate” Molina estaba muerto en su celda. El forense dijo que fueron dos balas de origen desconocido, el chivo sabía que había muerto de miedo.

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