Momo Un asesinato simple
Por: Sebastián Ohem
La clientela estaba baja, pensé que
eran malas noticias. Estaba equivocado. Noche tras noche me senté en mi
oficina, la taquería debajo de mi departamento. Sin nada mejor que hacer decidí
seguir la noticia que estaba en boca de todos. Robo a un Bancomer en
Macroplaza. Mérida te perdona lo que sea, siempre que no suceda en el norte y
siempre que permanezca relegada a la nota roja. Primera plana, “Robo de
película”. Uno de los meseros estaba sobre mi hombro, leyendo en voz baja. Le
hice el favor, lo leí en voz alta.
-
“El día de ayer cuatro hombres, disfrazados con máscaras de luchador, entraron
al BBVA Bancomer ubicado en Macroplaza. Mataron al policía bancario Ricardo
Tiznado, oriundo de Mérida e hirieron al gerente Oscar Rivera, originario de
Telchac Puerto. Se abrieron paso hacia el área segura donde los cajeros
operaban y se llevaron 640 mil pesos.”- Me encendí un cigarro y le entregué el
diario.- La noticia completa está en la tercera página.
-
Pensé que esas cosas sólo pasaban en las películas.
-
Los cajeros están separados por un cristal contra balas, el único acceso es una
puerta con seguro de código que cambia todos los días. Se puede hacer, no es
muy inteligente, pero se puede hacer.
-
¿Cómo sabes todo eso?
-
Uno tiene que soñar. Y hablando de soñar, ¿crees que pueda comer mis tacos al
pastor antes que amanezca?
-
Estás de humor Momo.
-
Falta de clientes.
-
¿Y ese?- Señaló a un hombre alto y esbelto que llegaba caminando rápido con un
abrigo largo y una gorra, haciendo lo posible para que nadie le viera la cara.-
Creo que es tuyo.
-
Sí, la desesperación deja su olor. ¿Nos permites?- El mesero se fue, el cliente
vio su oportunidad y se sentó frente a mí.- ¿En qué le puedo ayudar?
-
¿Eres Momo?
-
Depende.
-
¿De qué?
-
De si me puedes pagar.
-
640 mil pesos.
-
Soy Momo y la madre Teresa de Calcuta si quieres.
-
¿Has leído el periódico?- Se refería al robo, pero quería que él lo dijera.
-
Sí, no puedo creer que Sofía Vergara alquilara vientre para tener a su bebé.
-
El robo.- Dijo en voz baja.- No falta mucho antes que me arresten, o me maten.
-
¿Quieres salir del país?
-
No creo que sirva de mucho. No, quiero contratarte para…- Miró a su alrededor
para asegurarse que nadie nos oyera y tuve que acercarme para escucharlo.-
Quiero que mates a alguien. Mató a mi esposa. Mató a Salma. Estaba oscuro y…
Ella no tenía nada que ver. Tienes que entender eso Momo, ella no lo sabía. No
sabía nada, nunca le iba a decir.
-
Empecemos por el principio, ¿cómo te llamas?
-
Jhair Mendeburi, era cajero en el Bancomer que robaron. Yo les di los códigos
de acceso y les dije la hora en que habría más dinero flotando entre los
cajeros.
-
¿Fue tu idea o alguien te dijo que era una cosa segura?
-
No los conozco, pero Luis me dijo que nadie lo sabría. Así lo conozco, Luis. La
policía debió darse cuenta de mi ayuda. Escapé por la ventana al patio del
vecino, es una casa abandonada desde hace tiempo. Entró de una patada y
disparó. Ella nunca supo ni de qué se trataba.
-
¿Quieres que mate a un policía?
-
Iván del Campo, es quien está a cargo de la investigación. 640 mil pesos, eso
lo cubriría, ¿no es cierto?- Le di un par de fumadas al cigarro, dándole
vueltas al asunto. El homicidio siempre era riesgoso. Más si era un policía.
Más si estaba a cargo de la investigación más importante de la ciudad. Aún así,
sonaba como buen dinero y, si lo hacía con cuidado, era un asesinato simple.
-
No veo que traigas el dinero.
-
Podemos ir por él. Sé dónde está. Luis me dijo que mañana nos reuniríamos para
repartir el dinero, ahora mismo debería estar a solas.
-
Lo hago bajo mis propios términos, me tomo mi tiempo y escojo la manera.
-
Mató a Salma, hijo de perra debió confundirse, pero ella no tenía nada que ver
en el asunto. No duraré mucho en la calle, hazlo como quieras, pero hazlo.
-
Vamos por el dinero.- Llegaron los tacos. Pagué y nos levantamos. El mesero se
alzó de hombros y se los llevó para comérselos. Subimos a mi auto y dejé que me
llevara.
Era tentadora la idea de quedarme
con el dinero y no hacer nada. Lo sentía por su esposa, pero había mil cosas
que podían salir mal. No me gustaba dejar mal a un cliente, podía tener
familiares o amigos importantes. Uno nunca sabe con quién se está metiendo. El
dinero en mis manos podría convencerme. Me dirigió por el centro, una oscuridad
especial había tomado a la ciudad. Las farolas callejeras hacían poco para
repelerla. Las luces de los autos iluminaban y escondían a quienes se sentaban
en el porche, calentados con toallas y platicando sin preocupación alguna.
Jhair Mendeburi temblaba de nervios. Debió temblar así cuando la policía le
interrogó. Cualquiera con dos dedos de frente se habría dado cuenta. El oficial
Iván del Campo se dio cuenta y Jhair estaba vivo de milagro.
Indicó una casa al estilo
colonial abandonada. La selva crecía en su interior de manera salvaje. Se
vendría abajo en unos años. Tenía una fuente en el pequeño patio central que
estaba cubierta por una enredadera que se extendía desde el techo, dos pisos
más arriba. Estacioné a una cuadra de distancia. No pasaban patrullas. No había
nadie en la calle. Nuestras pisadas hacían eco. La reja de la entrada estaba
empujada hacia afuera, un árbol crecía a un lado, sus enormes raíces levantaban
el cemento. Escalé la verja y me apoyé en el árbol para caer del otro lado y
ayudé a Jhair. La vieja casa abandonada estaba cerrada con una cadena oxidada y
un candado nuevo. El cajero quería usar su teléfono para sacar luz y lo detuve.
Empuñé mi automática y le dije que no hiciera ruido. Nos abrimos paso entre la
maleza hasta una ventana abierta. La oscuridad era casi completa. El muro oeste
se había estado cayendo con el tiempo, las luces de la imprenta vecina era lo
único que me dejaba ver las huellas en el polvo. Subimos escaleras de metal en
forma de caracol hasta un segundo piso sin pared posterior. La luna iluminaba
la maleta. Jhair abrió el zipper y me mostró los billetes. El dinero era real.
-
¿Lo vas a hacer?
-
Sí, pero si le dices a alguien, te irás de este mundo por partes.- Un auto
estacionó fuera de la propiedad.
Empujé a Jhair hacia el muro
colapsado detrás de nosotros, podíamos escalar hacia la imprenta. Empujé el
techo de lámina lo más lento que pude, mientras oía cómo se abría el candado.
Por supuesto que no dejarían a solas el dinero, tuvimos mucha suerte de encontrarlo
mientras nadie lo cuidaba. Seguramente se tomaban turnos. Bendita sea la
costumbre de llegar tarde, eran las 9:15, seguramente el ladrón anterior se
habría ido a las 9:00. Jhair bajó primero, apoyándose en sus manos y tocando
una de las máquinas de la imprenta. Le tiré la maleta mientras el guardia venía
en camino. Escuchaba sus pasos por las escaleras. Divisé la luz de su linterna.
Escalé hacia abajo y le hice señas a Jhair para que no se moviera para no hacer
ruido. Estaba de cuclillas sobre la máquina negra y aceitosa con la pistola
apuntando hacia arriba cuando escuché el grito reprimido de alarma. El haz de
luz pasó cerca del muro colapsado. Corrió de un lado a otro, finalmente llamó
por teléfono.
-
El dinero no está… Ya sé dónde lo dejamos y no está. Revisé la casa… No, claro
que no encontré a nadie. Te lo habría dicho, ¿no es cierto?- Hubo un momento de
espera. Jhair escuchaba también y moviendo los labios me dejó saber que ése era
Luis.- Marco Carrillo no podría… Sí, era su turno, pero… ¿y qué si llegué
tarde? Eso no importa, nos contrató así que… Pues sí, sospecho de Beto Guzmán.
Al menos a Marco lo conocemos, pero ¿qué sabes de Beto? Pues… No sé, voy a
revisar bien el lugar. Te llamo en diez minutos.
Terminé de bajar. Un foco olvidado alumbraba
el taller. Pudimos esquivar todas las partes descartadas, las montañas de
papeles y tesis por encuadernar. Traía mis pinzas para forzar cerraduras y
tardé diez tensos minutos en abrir el seguro de la puerta principal. Salimos a
la calle y memoricé la placa de Luis mientras caminábamos hacia mi auto. Apunté
la placa, para futura referencia cuando ya estábamos a salvo. Jhair no se
sentía seguro, quería que acelerara a toda velocidad. Era lo peor que podíamos
hacer. Teníamos que mantenernos tranquilos, pero él no estaba de humor. Manejé
un par de cuadras sin dirección concreta, tratando de explicarle a Jhair que
saliera a Mérida y se escondiera en otro estado. Su cara estaría en el diario
de mañana, pero él no prestaba atención. Repetía el nombre de su esposa una y
otra vez. Desistí a los quince minutos. Sopesé la posibilidad que Jhair
sucumbiera ante la presión, ¿les diría a la policía que yo tenía el dinero? Lo
estudié un largo rato y concluí que era poco probable. Algo era seguro sobre
él, lo único que quería de la vida era a su esposa y, en consecuencia, que yo
matara al policía que la baleó. Lo arrestarían, no había duda. Diría todo lo
que sabía, que no era mucho, pero nunca me mencionaría. Lo torturarían por el
dinero, pero les daría a Luis. Sus huellas digitales debían estar en ese
candado, si llegaba a cantarles una canción sería el final del ladrón, no del
asesino.
Lo dejé en una casa que sabía que
estaba abandonada en un barrio bajo al extremo sur de la ciudad, podía
ocultarse ahí por algún tiempo. No quería huir, la vida se le había ido cuando
había muerto su Salma. No manejé a mi departamento, no era sabio guardar el
dinero en mi caja de seguridad en el suelo bajo la alfombra y el sillón de
piel. Tenía otra casa para almacenar este tipo de cosas. No estaba a mi nombre,
jamás lo rastrearían hacia mí y siempre
usaba guantes en ese lugar. La casa estaba en la colonia Emiliano Zapata, una
cuadra de negocios que, a esa hora, ya estaban cerrados. Entré con la maleta y
empecé a contar el dinero, colocando los billetes en columnas según su
denominación. Mientras lo hacía pensaba en las maneras en que mataría al
oficial Iván del Campo. Rara vez mataba gente, más rara era la ocasión en que
matara sin que alguien me pagara para hacerlo. No me gustaba repetir el modus
operandi, sólo por si acaso. Sabía que no podía asfixiarlo y enterrarlo en el
monte en la carretera. Tenía que parecer un accidente. Limpio, fácil, sencillo.
Terminé las filas, finalicé el conteo, 640 mil pesos en distintas
denominaciones. Lo escondí en la caja de seguridad dentro del esqueleto de un
aire acondicionado. Luego lo repartiría en varias cajas de seguridad en varios
bancos para irlo metiendo a mis cuentas poco a poco, mes con mes para no atraer
demasiada atención.
Regresé a mi departamento y formulé
lo esencial de mi plan. Necesitaba seguir al oficial Iván del Campo. Si era
listo, o si acostumbraba viajar en grupos, me verían, por lo que necesitaba un
cliente respetable. Una excusa para poder seguir la investigación policial.
Ubiqué la funeraria donde la familia del oficial bancario Ricardo Tiznado
estaba siendo despedido por su familia. Lo enterrarían a la mañana siguiente.
Necesitaba estar ahí. Me fui a dormir con la conciencia tranquila, Jhair
Mendeburi no viviría mucho pero se iría de este mundo con una sonrisa en la
boca, sabiendo que la muerte de su amada Salma sería vengada.
La familia del oficial Tiznado se
reunían en la procesión hacia su tumba. Seguí los llantos hasta encontrar a su
viuda. No fue difícil, todos la consolaban mientras ella maldecía a los
ladrones que le quitaron la vida y le dieron un funeral de ataúd cerrado.
Mientras desayunaba había revisado las noticias en mi computadora. Estaba la
muerte de Salma de Mendeburi. Estaba una fotografía del oficial Iván del Campo.
Estaba Yadira Pérez de Tiznado declinando comentar en el salón funerario.
Esperé a que pusieran a descansar al oficial y me fui acercando, estrechando
manos y dando mis condolencias.
-
¿Señora Tiznado?- Yadira era una mujer mayor de 50 que había estado llorando
desde que escuchó la noticia. Le mostré mi identificación y tardó un poco en
asimilar la información.- Mi nombre es Mario Orson, soy detective privado.
Lamento mucho su pérdida. Me gustaría ayudarle, y a la policía, a buscar al
resto de la banda que cometió semejante horror.
-
Acompáñenos a mi casa, señor Orson.
Yadira no podía decidirse, fue su
familia quien decidió por ella. Un par de horas después ella era oficialmente
mi cliente y me dieron un depósito de veinte mil pesos. Les dije que eso
cubriría todos mis gastos y no requeriría mayor dinero. No quería, después de
todo, aprovecharme de su dolor. En cierto modo era cierto, ya tenía el trabajo
pagado, pero si lo hacía de a gratis levantaría muchas sospechas. Les di el
número de mi celular principal, si la familia se ponía pesada tenía un par de
nombres para ellos, Luis, Marco Carrillo y Beto Guzmán.
Estacioné en Macroplaza, policías
entraban y salían. Había dos patrullas en el estacionamiento y una camioneta
antimotines. Era como decía mi tía Regina, ahogado el niño, tapado el pozo. Eventualmente
lo ubiqué. La fotografía en Internet había sido tomada años y kilos menos. Iván
del Campo era de estatura media, complexión tostada por el sol, no tenía cuello
pero era grueso y con una panza cervecera. Estaba acompañado, hablaron con
peritos mascando chicle y mirándolos como bichos raros. Se separaron y seguí al
oficial Iván del Campo. Podía verlo hablando por la radio cada cinco minutos,
estaba buscando a Jhair Mendeburi, pues sus siguientes paradas fueron en casa
de familiares. No necesitaba alzar la mano para intimidar, pero los parientes
no sabían nada. Uno de ellos no estaba, le seguí hasta una oficina de créditos
fáciles. A través del vidrio podía ver la placa con el nombre de “Emanuel
Mendeburi”, debía ser un hermano o primo. No sabía nada, pero el Iván seguía
insistiendo hasta hacerlo llorar. Se abrió paso entre los curiosos y regresó a
la patrulla. Me ubiqué detrás de su auto, fingiendo que quería cruzar la
avenida. Le miraba por el rabillo del ojo. Se coordinó con sus compañeros para
darle una calentadita a Oscar Rivera, el gerente que recibió una bala en el
brazo, apuntó la dirección y la memoricé. Antes de arrancar el motor se agachó
y segundos después se levantó, se rascaba la nariz nerviosamente. Bingo,
cocainómano. Mis oraciones eran contestadas.
Me le adelanté al policía, ahora
tenía idea de cómo matarlo. Era cuestión de tiempo, cuestión de preparación.
Tenía que parecer accidental, si lo hacía bien nadie haría demasiadas
preguntas. Para cuando llegué ya estaban las otras patrullas, me seguí de largo
y estacioné a una cuadra. Me escondí en la entrada de una casa en la colonia
México decorada al estilo chino. Podía escuchar las voces, estaban esperando
fuera, fumando y tronándose los nudillos. Celebraron cuando llegó Iván del
Campo, tenían sed de sangre. Querían la fama. Querían a la banda. Querían el
dinero. Esperé pegado a la puerta hasta que se fue la última de las patrullas.
No podía seguirlo para siempre, se darían cuenta. Conseguiría su dirección a mi
manera, lo seguiría después para conocer sus hábitos nocturnos. Tenía sospechas
sobre ellas. Caminé al caserón de dos pisos de los Rivera, la esposa lloraba en
la entrada, el gerente Oscar consolaba a su hijo adolescente. Les mostré mi
identificación como detective privado y el gerente me hizo entrar a la sala.
Llamó a su esposa, Miriam, para que nos acompañara. El cabestrillo le
molestaba, pero el balazo aún le dolía.
-
¿Visita amigable de nuestros amigos los policías?
-
Son unos cerdos.- Dijo su hijo.- Mira lo que le hicieron a papá.
-
Es mejor no quejarse.- Tenía el inicio de un ojo morado.- Siempre puede ser
peor.
-
Podrían colgarle el asunto a usted, tiene razón en no quejarse. Pensé que ya
habrían hablado con usted.
- Sí, el día del robo, pero ahora volvieron a
insistir sobre Jhair Mendeburi.- Se prendió un cigarro con una mano, le ayudé a
que su encendedor no temblara tanto.- Si viene a asustarme, llega tarde.
-
No es mi estilo. No puedo revelar la identidad de mi cliente, pero quiere que
encuentre a la banda que robó ese banco. Pensé que sería más fácil si seguía a
los policías que buscan lo mismo.
-
¿Qué le hace pensar que buscan lo mismo?- La esposa Miriam se sentó en uno de
los sillones. Oscar le dio permiso a su hijo de irse y me acompañó para que me
sentara entre las cajas de mudanza.- Para mí que buscan meter a prisión al
primero que se deje.
-
¿Vienen o se van?- Pregunté señalando las cajas que formaban torres alrededor
de los pocos muebles.
-
Nos vamos… Vaya suerte, no sé si mantenga mi trabajo, no después de esto. No lo
sé.
-
No es tu culpa amor.
-
Lo sé Miriam, pero díselo a mi jefe. Jhair era un empleado modelo, no puedo
creer que hiciera eso. Y Ricardo, ese Ricardo… Siempre tenía mis espaldas,
podías contar con él, ¿me entiende?
-
¿Amigos?
-
Sí, desde siempre. ¿Le contrató su familia?- Sonreí sin decir nada, haciéndome
al inocente. Señalé un folleto sobre la mesa de café, invadida de cuadros en
plásticos y periódicos. “Fraccionamiento Los Olmos”, tenía el nombre de su
esposa en la parte de abajo, Miriam de Rivera.
-
Me dedico a la construcción, o me dedicaba. Ese robo no pudo pasar en peor
momento. Si quiere saber sobre la banda, encuentre a Jhair Mendeburi, él debe
conocerlos. El traidor.
-
¿No usaron nombres durante el robo?, ¿apodos o algo así?
-
No,- Contestó Oscar.- cada uno sabía lo que hacía. Nos gritaban que no nos
moviéramos y nos tiráramos al piso. Creo que no me tiré al piso lo
suficientemente rápido, estaba empapado en la sangre del oficial Tiznado. Me
dieron en el hombro, pero creo que querían matarme. Estaban dispuestos a todo.
-
¿Cómo está Yadira?- Miriam se figuró que ella me habría contratado. Quizás la
viuda del oficial se lo dijo. Me importaba un rábano la banda, ya tenía su
dinero. Sólo seguía el juego que yo mismo había inventado para tener una excusa
para estar cerca del policía.
-
Hablé con ella, está… Tan bien como puede esperarse.- Me levanté y me
acompañaron afuera. Miriam señaló la Lincoln Navigator. Esa camioneta parecía
una nave espacial. Color negro y recién lavada. Los policías la habían rayado
con una llave.
-
¿No tienen límite?
-
No.- Dije con calma mientras me despedía con un gesto.- No lo tienen.
Conseguí la dirección del oficial
Iván del Campo con algunas mentiras usando un teléfono desechable. Su casa
estaba detrás de Plaza Oriente, me bajé a una cafetería pequeña para pasar el
rato. Quería esperar a que llegara, quería ver cuánta gente pasaba por allí.
Tendría que entrar a su casa, un plan se formaba en mi cabeza. No podía tocarlo
en ningún momento, la mejor manera de hacer eso era entrando a su casa. El
tráfico de la tarde se desvanecía prácticamente por completo, tendría una
ventana de oportunidad mientras los negocios cerraban y la gente sacaba sus
sillas al porche. Aún hacía frío, así que pocos lo harían. Pagué la cuenta,
recorrí la manzana y usé mi teléfono para grabar las cerraduras de la casa. No
quería detenerme, no hoy. Revisé la grabación mientras caminaba. Tenía dos
cerrojos básicos en la puerta principal. Un candado en la puerta del garaje
donde guardaba un Thunderbird. Macho alfa. No temía que le robaran.
Llamé a un amigo mío que tiene que
un deshuesadero de autos, por una módica cantidad me dejaba rentar autos.
Necesitaría uno nuevo por cada día de vigilancia. El oficial llegó. Se cambió
en dos minutos y salió con su Thunderbird quemando llanta. Le gustaban las
cantinas, los bares y los clubes. Esa noche recorrió al menos cuatro. Ojos
rojos, tics nerviosos. Tenía tiempo con su adicción, estaba fuera de control.
Eso lo haría más fácil. Lo dejé a las tres de la mañana, fui por un nuevo auto.
Compré un candado idéntico cerca de mi casa, pasé la noche violando la
cerradura con mis pinzas hasta cerciorarme que pudiera hacerlo en menos de un
minuto. Me vestí de ropa deportiva, algo que llamara poco la atención. Antes
que saliera el sol manejé a la otra casa donde guardaba el dinero y saqué mi
frasco de cianuro. Desayuné en el mismo cafecito desde podía vigilar su casa,
lo seguí en la mañana en su uniforme scout hasta un parque donde se reunió con
otros. Tuve que reprimir la risa. El violento policía cocainómano era líder
scout. Era de morirse y, aprovechando que yo estaba en ese negocio, regresé a
su casa. Treinta segundos para violar el candado. Estaba dentro de su casa en
dos minutos. Nadie me había visto. Escuché con atención, pero no escuché a
nadie. Revisé su habitación, sabía lo que buscaba y tenía algunas ideas de
dónde lo escondería. No lo traería consigo esa mañana. Estaba en el cajón de
los calcetines. Mezclé la bolsita de polvo blanco con el cinauro y salí de la
casa como si perteneciera ahí.
Ahora era cuestión de esperar. Tarde
o temprano la usaría. Manejaba un Civic, me acomodé en la parte de atrás, me
tapé con una sábana delgada para no ahogarme de calor y usé un espejo para ver
al espejo lateral que mostraba la entrada de su casa. Reprimí las ganas de
fumarme un cigarro y de ir al baño. No podía perderlo ahora. Estaba en la recta
final. Si todo salía bien sería un asesinato simple. Si algo fallaba, si me
habían visto o si la policía decidía ser francos sobre la adicción de su
policía estrella, entonces me vería en muchos problemas. Llegó en la tarde para
cambiarse. Salió para irse de fiesta. Lo seguí a un bar en el centro. Estacioné
cerca de ahí para entrar a una cantina. Diluía mis tragos con agua, no quería
quedar muy borracho, pero tampoco demasiado sobrio que llamara la atención. Se
oía el ruido de la música del bar desde la deprimente cantina. Seis tequilas y
siete cervezas después se dejó de escuchar la música. No lo noté al principio.
Escuché los gritos y las ambulancias. Pagué mi cuenta mientras todos salían a
ver lo que pasaba. El oficial Iván del Campo estaba tan muerto como la música
disco. La ambulancia lo cargó, las patrullas llegaron poco después. Verían la
bolsa de cocaína, sus allegados sabrían de su adicción, probablemente no llamarían
a los peritos, lo tacharían como un ataque al corazón, nada fuera de lo común.
Le seguí la corriente a los curiosos
por un rato, después me fui a mi auto. Traía una radio policial. Anunciaron un
ataque al corazón y nada más. Asesinato simple. Un trabajo bien hecho. Devolví
el Civic por otro auto y manejé a casa. Había hecho mi trabajo, me había
merecido mis 640 mil pesos. Se me bajó el alcohol mientras hacía cuentas sobre
los depósitos mensuales que tendría que hacer, cuánto dejaría en la bóveda para
emergencias y cuánto en la caja de seguridad del banco. Quemé esas hojas a las
cuatro de la mañana y me fui a dormir. Pensé que el negocio había terminado. De
haber sabido habría huido una temporada lejos de Yucatán. Lejos del país de ser
necesario.
Golpes en la puerta a las ocho de la
mañana. Instintivamente metí la mano bajo la almohada y tomé la automática. Si
la policía sospechaba ya habrían destrozado la puerta. Más golpes. Me puse un
traje mientras los golpes seguían. Me aseguré de traer conmigo mi
identificación y permiso para portar armas. Los golpes seguían. Me apoyé contra
el muro, abrí los seguros. La .45 en la derecha abrí la puerta. Tres matones en
trajes baratos y zapatos italianos entraron, me miraron como si fuera poca cosa
y se asomaron para ver si estaba a solas. Uno de ellos traía la escuadra de oro
en el cinturón donde todos pudieran verla.
-
¿Momo?- Lo preguntó, pero no era pregunta.- Vienes con nosotros.
Me empujaron hasta una camioneta de
vidrios polarizados. No me quitaron el arma, pero el de la izquierda me estaba
clavando su revólver de mango de marfil contra las costillas. No dijeron nada.
Yo no dije nada. Manejaron tranquilos hasta San Ramón Norte. Los matones del
narco son así. Siguen órdenes, saben que el patrón estaría más que dispuesto a
despellejarlos si llevaban un cadáver cuando él no lo había pedido. La entrada
a la fortaleza era una puerta de garaje automática de madera con relieves que
debieron ser hechos a mano. La mansión se situaba más allá de las camionetas donde
nos esperaban otros dos sujetos con cuernos de chivo. Odio mezclarme con el
narco, siempre hablan de lealtad pero son los primeros en traicionarte.
Suficiente dinero para corromper a cualquier amigo que puedas tener. Son
tiburones, pero a diferencia mía trabajan en manadas, como lobos hambrientos.
Maldije mentalmente al policía, debía estar afiliado. No lo pensé antes, pero
debía ser obvio. La primera pista estaba ahí, principalmente, que era policía.
Más aún, policía encargado de una investigación de primera plana. Esos siempre
están coludidos de una forma u otra. Cinco pistoleros me llevaron a la
residencia que tenía su propia fuente en el interior de la casa.
-
Buenos días. ¿Café?- Don Jesús Arredondo. Le conocía de lejos. Siempre quise
que se mantuviera de lejos. Ahora estaba frente a mí. Teniente del cártel. Peso
pesado. Mala noticia.
-
No, gracias.- No me estaba preguntando. Lo seguí a la cocina donde un chef hizo
dos tazas y me señaló la mesa de concha nácar para que nos sentáramos a
platicar. Señaló el jardín, un chico que no podía tener más de 16 años estaba
vestido de jugador de football pero jugaba videojuegos.- Trato que Miguelito se
ejercite más, pero ya sabe cómo son los jóvenes. Ese niño no sabe ahorrar.
-
Chicos.- Dije yo, como si mi contribución hubiera sido magistral. Un matón se
acercó a don Jesús. Era fornido y me miraba como bicho raro. Traía un chaleco
anti-balas bajo la camisa.
-
Don Jesús, ¿necesita mi ayuda?
-
Heriberto, eres el chofer de mi hijo. Ya no estás en Sinaloa. Hazte útil, llévalo
a la práctica.
-
Dice que no quiere ir y que es mi jefe, le dije que usted era mi jefe, pero…
-
¿Entonces qué?, ¿quién es tu patrón?- Se le salió el acento norteño y el otro
pareció achicarse.
-
Usted señor.- Tenía un acento marcado. Los pesos pesados del cártel venían
todos de Sinaloa, traían a sus familias y a sus hombres de confianza. Heriberto
debió haber sido un matón de envergadura antes de convertirse en el
narco-chofer de Miguelito, el hijo malcriado. Me sacudió un escalofrío.
Heriberto era “Beto” como en Beto Guzmán, el sujeto al que Luis se había
referido en la casa donde guardaban el dinero. Debió aburrirse de su trabajo
diario.
-
Entonces lleva al chamaco a su práctica.- Beto se fue. El don tronó los dedos y
el chef puso frente a él un plato de frutas recién cortadas y desapareció.-
¿Lees el periódico?
-
A veces.
-
¿Ésta mañana?
-
Sus asociados me sacaron de la cama, no me dio tiempo.
-
Se murió alguien que trabaja para mí. Iván del Campo, tengo una tregua con la
Secretaría de Seguridad Pública y su muerte me estorba.
-
Los muertos suelen hacer eso.
-
Creen que yo ordené el robo al banco, pero no fue así. No me gustan los agentes
independientes, siempre me traen problemas. Esos hijos de perra en la SSP hacen
tregua y esperan que mantenga a todos los patos en línea. No es mi maldita
culpa si un cuarteto de imbéciles roba un banco. Puse a mi mejor hombre en la
policía para investigar el caso, ahora se me muere de un ataque al corazón. Eso
según los diarios. Yo sé qué pasó.- Sangre en hielo. Corazón detenido. Músculos
tensos. Mirada en el platón de fruta.- Hijo de perra se dio una sobredosis, le
dije que no jugara con ese polvo blanco pero nunca me hizo caso. Ahora tengo un
robo, un montón de dinero que debería ser mío por derecho de plaza y, por si
fuera poco, un policía muerto. ¿Qué opinas del robo?- Era una prueba. Con el
narco hay una regla de oro, o eres útil o te desaparecen en una fosa
clandestina.
-
Usaron máscaras, eso indica que eran locales. Todo indica que eran listos, no
querían pagarle a usted o algún asociado suyo, así que hicieron lo imposible
por no dejar rastro. Su error fue no matar a Jhair Mendeburi. Ya habían matado
a un policía bancario, Ricardo Tiznado, ya que matas a uno da lo mismo si matas
a todos. Debieron matar a Mendeburi cuando tuvieron la oportunidad. ¿Sigue
vivo?
-
Que yo sepa sí. Iván casi lo captura y andaba tras el resto de la banda, no
encontró nada. Ni el dinero, ni la gente. Ahí es donde entras tú.
-
¿Por qué yo? Sin ánimo de ofender, pero debe tener mucha gente que haga este
tipo de cosas.
-
He oído de ti desde hace tiempo. Nunca quisiste entrarle al negocio, eso lo
puedo respetar. Te dije que no me gustan los operadores independientes, pero he
escuchado de algunos clientes tuyos que quedaron impresionados con tus
resultados. Quiero a la banda, quiero saber quién fue el idiota que pensó que
podía hacer algo así en mi plaza. ¿Nos entendemos?
-
Claro como la leche de pueblo.
-
Si me gustan los resultados quizás te dé una propina.- No había duda sobre lo
que pasaría si no le gustaban mis resultados. Sacó su celular y me marcó.-
Tienes mi número, me avisas cuando tengas algo. Los quiero vivos de
preferencia, la banda me importa poco, dices que eran listos yo creo que eran
imbéciles. Quiero al de la idea, a ese sí que le voy a enseñar una lección.
Puedes irte.
Asesinato simple. Estaba en el lodo
ahora. Nada sería simple de aquí en adelante. No estaba bajo mis reglas, sino
bajo las de don Jesús Arredondo. Hijo de perra me enterraría vivo si no le
cumplía. Salí de la mansión, siete pares de ojos observándome. Mientras
caminaba innumerables cuadras para tomar un camión o un taxi empecé a trabajar.
Llamé a un amigo para que me consiguiera el nombre y dirección de las placas de
Luis, el que convenció a Jhair de la cosa segura. Para cuando llegué a mi casa
para tomar mi auto escuché la noticia en la radio. Jhair Mendeburi había sido
arrestado, cometió suicidio en la prisión preventiva. Él sabía que no
escaparía. Si le habían torturado les habría dado algo, no lo culparía, no
realmente.
Manejé a casa de Jhair Mendeburi
mientras decidía lo que podía hacer. Si Heriberto, el chofer, en verdad era
Beto Guzmán su jefe no estaría feliz. Mi palabra no bastaría, le era de
confianza. Guzmán sabría que estaría en su caso, era cuestión de tiempo antes
de verlo de nuevo. Su interrupción no tenía nada que ver con su hijo, quería
medirme, quería saber qué tan seguro estaba. Ahora sabía que no estaba seguro
en lo absoluto. Me arrepentí de llevar a cabo el trabajo, no es como si
Mendeburi me recomendara a sus amigos y familiares. Tampoco hubiera sido el
primer cliente al que traiciono. En cierto modo nuestras posiciones habían sido
iguales. Jhair tenía una cosa segura que se salió de control y terminó en
sangre. Yo también había tenido una cosa segura, hasta que se salió de control
y los tiburones olieron sangre.
No había policías cerca de su casa.
Lo único que mostraba que algo había pasado era la cinta en su puerta. Rompí el
sello con una llave y empujé la puerta. Había sido derribada de una patada. Jhair
debió verlo estacionándose frente a su casa. La ventana estaba frente a la
puerta, se escabulló a tiempo. Su esposa no tuvo la misma suerte. Mancha de
sangre en el piso de la cocina y sobre el lavamanos. La policía había revisado
todo, aunque había poco que revisar. La sala en la entrada, el pasillo hacia la
cocina y la recámara con baño completo. Rasgaron el colchón y las almohadas en
busca del dinero. Reviso el clóset, la ropa está tirada, regada por todas
partes. Sobre algunas viejas cajas y revistas Salma tenía los álbumes
familiares. La carpeta stá cerrada pero algunas fotografías sobresalen. Reviso
las fotos sin saber lo que busco, pero a la mitad tiene varias dobladas o
recortadas. Una cara se repite, aunque no tiene anotación. Tomo una fotografía
con el celular cuando oigo autos estacionándose afuera. Siento lo que Jhair
debió sentir. Salgo por la ventana y salto el muro hacia la casa del vecino.
Estoy de regreso a mi auto luego de darle la vuelta a la manzana.
-
¿Momo?
-
¿Qué pasó Gerardo, tienes la dirección?
-
Dijiste que estaba registrada a un Luis, lo cual, por cierto, no me ayuda en
nada.
-
¿Lo tienes?
-
Said Duarte, hizo tiempo por robo a casas. Nunca agarraron a su cómplice. Son
dos mil pesos.
-
Ponlo a mi cuenta. Sabes que siempre pago.- Me pasa la dirección y manejo para
allá.
Llego al fraccionamiento y ubico la
casa. Es más fácil decir que hacerlo. Uno de esos fraccionamientos que agregan
letras a los números, por lo paso por diez calles 67 antes de la 69-a. Reviso
el buzón, hay cartas de estado de cuenta y recibos de luz por pagar. Tres
nombres para la misma pequeña casa rosada, Luis Castillo, Said Duarte y Helena
Castillo de Duarte. La puerta del pequeño garaje está abierta y entro de
cuclillas hasta la ventana. No me dan ganas de tocar a la puerta y decirles que
un teniente del cártel les quiere muerto y es mi trabajo entregarlos. Aún no sé
si lo haré. Necesito a la cabeza antes de arrinconar a los ladrones. Los espío
por una ventana. Luis y su hermana son prácticamente idénticos, esbeltos y
morenos con frente amplia. Said tiene una nariz ganchuda y ojos pequeños. Se
ven preocupados y no saben ni la mitad.
-
Todavía no sé quién tiene el dinero.
-
¿Preguntaste Luis?
-
Sí Said, porque el ladrón claramente me dirá la verdad. No seas idiota. Si es
Beto, estamos muertos. Sabes que trabaja para el narco ese.
-
¿Por qué se involucraron en algo así?- Preguntó Helena.
-
Marco pudo haberlo hecho. Carrillo era estaba desesperado por el dinero y tenía
razón además. Si lo hubiéramos repartido ahí mismo…
-
La policía nos cacha y nos encuentra el dinero. No, Beto tenía razón, lo peor
son las 24 horas iniciales. Al menos la policía no ha hablado con nosotros.
-
¡Chismoso!- Gritó la vecina y casi saco el arma. Salí corriendo a mi auto.-
¿Qué anda haciendo?, ¿quién es usted?
Escondo la cara y acelero. La veo en
el espejo, es una anciana que apenas se está poniendo los lentes. No pudo haber
visto más que un manchón. No los confrontaré y esto los pondrá más nerviosos.
Luis y Said no planearon el asalto, pero me interesa Marco Carrillo. Quiero
saber de todos los jugadores, de preferencia sin que sepan sobre mí. Al menos
por ahora. No es difícil conseguir la dirección de Marco Carrillo, pero es
difícil saber cuál de los 32 de ellos viviendo en Mérida se referían los
ladrones de casas. Hago una lista en casa, los voy tachando por edad, oficio y
complexión guiándome por el video del asalto que llegó a Youtube. Algunos son
muy viejos, otros muy jóvenes, algunos son doctores o dueños de franquicias y
no lo veo como posibles candidatos. Me quedan tres opciones y voy de uno en uno
con una playera del censo y mi identificación falsa.
Uno de ellos está en silla de
ruedas. El segundo trabaja en Telmex y, según su esposa y su jefe, estaba
trabajando a la hora del asalto. Me miran raro, sospechan que no estoy haciendo
una encuesta, pero no tienen nada con qué reportarme. Incluso si lo hicieran,
tendría a don Jesús Arredondo para sacarme del apuro. Siempre y cuando le sea
útil. Me quedo con una posibilidad. Toco la puerta y grito, pero no hay nadie
en casa.
-
¿A quién busca?- Me pregunta una vecina.
-
Marco Carrillo, quisiera hacerle algunas preguntas para una encuesta.
-
Pues no lo encontrará aquí a esta hora. Está en el mercado de la 58 hasta
tarde.
-
Lo buscaré más tarde, ¿sabe a qué se dedica?
-
Vende ropa de paca, ¿es parte de la encuesta?
-
Sí, pero prefiero finalizarla con él. Gracias por su tiempo.
Manejo unas cuadras y me cambio de
nuevo. Prefiero el traje, esconde mejor el arma. Es mediodía está templado.
Escucho jazz en el auto hasta llegar al centro. Bajo la ventanilla, me
acostumbro al ruido y al olor. El mercado siempre tiene su olor. No sé qué es,
quizás la combinación de frutas, vegetales, carnes y mariscos. Quizás el sudor
y el calor dentro del lugar. Se embota la nariz rápidamente. Me paseo por ahí,
comprando cosas baratas para pasar desapercibido. Como algo en un local de tacos
desde donde puedo ver el lugar donde Marco Carrillo y una mujer venden ropa de
paca. Un letrero promociona “descuentos de Navidad a tiempo para el 14 de
febrero”. Semejante brillante estrategia de mercadotecnia atrae algunos
clientes en busca de ropa de segunda mano a precios prácticamente regalados.
Eso les mantiene ocupados. La mujer sale corriendo por un diario y regresa para
leerlo con Marco. Los dos están preocupados. Jhair Mendeburi está muerto. El
policía a cargo de la investigación también. Ella está en el ajo, al menos sabe
lo que hizo su novio. La besa para despreocuparla, pero deja de anunciar ropa y
se sienta contemplando sus posibilidades.
Ignoro las llamadas de la viuda del
policía bancario, Yadira Pérez de Tiznado. Ella quiere a la banda. La policía
quiere a la banda. Don Jesús Arredondo quiere a la mente maestra sazonada con
la banda. Todos buscan el dinero que tengo escondido. Se supone que sería
fácil, pero es como mi tío Federico solía decir, lo que fácil viene, fácil se
va. Se ganó 100 mil pesos en la lotería un lunes, su esposa se divorció de él
un miércoles. Para el lunes siguiente estaba en bancarrota y pagando
manutención. Estoy terminando de comer cuando el taquero discute con un sujeto
y le suelta algunos billetes. Lo veo cobrando a los locatarios, incluyendo a
Marco Carrillo y a su novia.
-
¿Y ese quién es?- El taquero no quiere decirme, le pago 200 pesos.- Quédate con
la propina.
-
Raymundo Ruiz, le pagamos derecho de piso. Hijo de perra sabe cuándo habrá
inspección, nunca tocan su local de dvd’s piratas. De hecho creo que le gusta
que hagan redadas para tener el único negocio.
-
Buena manera de tener un monopolio.
Luis y Said sabían que Marco estaba
más desesperado que ellos por el dinero, quizás Ruiz es la razón. Si sabe del
atraco exigiría más dinero. Debía haber al menos cien locatarios. No iba a
memorizar cantidades y fechas. Tenía que tenerlo apuntado en alguna parte.
Compro unos cohetes y ubico su local. Alguien atiende su puesto mientras anda
cobrando. Enciendo los cohetes y los tapo bajo una cubeta de metal que robo de
un puesto. Suenan como explosiones, como si estuviéramos en guerra. El ruido es
insoportable y el que atiende el local de Ruiz corre junto con los curiosos
para ver qué está explotando.
Una revisada rápida. Cuaderno bajo
la mesa con los dvd’s. Apellidos y pagos. Las cifras oscilan entre 2 y 6 mil
pesos. Escaneo rápidamente las hojas buscando a Carrillo, aparece como “Marco
Carrillo y Mercedes Paz”. La novia tiene nombre. 9 mil pesos. Sabe algo. Le
urgía el dinero a Marco y ésta es la razón, esos 9 mil semanales debían estar
comiéndoselo vivo. Salgo de ahí y sigo paseando. Estoy en cacería. Ya cometí el
error de no robar el dinero y matar a Jhair, ahora no podía cometer otro. Tenía
que hacerlo con cuidado. Estudié a Raymundo Ruiz desde un espejo en el que me
probaba lentes negros. El gordo traía el celular en el cinturón. Compré los
lentes y caminé hacia él. Bajé la velocidad, me mezclé con la horda de
compradores y curiosos. Tropecé adrede y en un rápido movimiento le robé el
celular y me disculpé.
No podía quedarme ahí. Salí del
mercado con el celular escondido. Se daría cuenta pronto, no podía depender
demasiado de la suerte. Reviso los números mientras camino a mi auto. Ninguno
tiene nombre identificación, a excepción de J.A., es el número de don Jesús
Arredondo. Beto Guzmán le juega sucio, eso lo sé con certeza. La experiencia me
dice que Raymundo Ruiz también. Tenía ganas de sacarle la respuesta a golpes,
pero no podía. ¿Qué papel jugaba Mercedes Paz?, ¿sabía del robo y por eso les
cobraba más o tenían otro negocio?, ¿qué tanto le ocultaba al don? Manejé lejos del mercado, tiré el celular a
la calle. El olor se me quedó impregnado en la ropa. Encendí un cigarro y le
devolví la llamada a la viuda mientras buscaba algo decente en la radio.
-
No pude contestarle antes, estaba investigando algo.
-
Tiene que venir, señor Momo.
-
¿Pasó algo?
-
No, es que se me olvidó algo. Me di cuenta hace un rato. Recogí algunas cosas
de mi… de mi marido. Encontré su viejo celular. Me mintió cuando me dijo por
qué lo cambiaba y cambiaba de línea. Tiene amenazas de muerte, nunca me dijo.
Voy para allá.
Manejo a su casa. Las nubes prometen
lluvia. Las patrullas que paso se me hacen animales salvajes buscando sangre.
Buscando mi sangre. No puede llover lo suficiente para llevarse todo. No puede
llover lo suficiente para llevarse a don Jesús Arredondo, para ahogar a
Heriberto Guzmán. Nunca te metas en una situación de la que no sepas cómo
escapar. Una de mis reglas. Me metieron en la situación y no sé cómo me las
apañaré para salir en un pedazo. Éste caso es como armar un reloj en un
huracán, hay demasiadas partes buscando algo, demasiado que no veo y el viento
podría levantarme y desaparecerme.
La viuda me entrega el celular. Me
entrega lágrimas. No sé qué hacer con ellas. Soy vago sobre lo que tengo. No
sabe de la muerte del policía Iván del Campo. Me muestra las amenazas. Gráficas
y detalladas. Lo amenazan a él y a su esposa. No dice por qué, no dice quién.
¿Su muerte fue accidental o parte del plan? Otra pieza que se mueve y debo
poner en su lugar. Llevo el celular a un viejo cliente genio de la computación,
tiene un café internet y podrá rastrear la línea.
-
No sé cuánto pueda tardar.- Joaquín se acomoda las gafas y sigue viendo su
juego en línea. Le pongo la mano en el monitor y lo detiene.- No seas así Momo,
¿crees que no agradezco lo que hiciste?
-
Sé que sí. Tus primos te habrían quitado este lugar.- Miré a mi alrededor.
Cabinas de computadoras con negras cortinas. Local de 24 horas. Perfecto para
introvertidos o pervertidos.- Este pedazo de cielo que tienes aquí.
-
Si el celular fue comprado en un oxxo o algo así…
-
Haz lo que puedas, pero hazlo rápido. Tus amigos en línea pueden esperar.- Le
pongo mil pesos a un lado del celular.- Haz esto y cómprate algo lindo. Decora,
o algo, me deprime estar aquí.
-
Privacidad Momo, es lo que mis clientes quieren.
-
Ajá, me imagino. Buena suerte Joaquín.
Regreso al mercado cuando anochece.
Como algo en la calle y espero. Marco quiere que Mercedes le acompañe a alguna
parte, ella está haciendo tiempo. Sé dónde vive Marco y dónde encontrarlo, así
que me quedo con la chica. La sigo de regreso al mercado y rápidamente me
escondo cuando sale con Raymundo Ruiz. No se tocan, pero ella le sigue y
ocasionalmente Raymundo le suelta un beso. Romántico. Ubico su auto y regreso
al mío. Les sigo hasta una casa. Raymundo le abre la puerta con un envoltorio
de condón en la boca que ella le quita con su boca. Como dije, romántico. Marco
no sabe que el dinero que paga de más va, en parte, a su propia novia. Ella
probablemente fue la de la idea, no sé qué le dijo a Raymundo, pero planeo
saberlo. Los amantes se toman su tiempo y estoy al borde de la muerte por
aburrimiento. Ya leí todas las revistas del auto dos veces y he fumado
demasiado. Me acomodo en la parte de atrás para estirarme un poco. Lo único que
me mantiene despierto es que mi nuevo cliente comanda asesinos a sangre fría.
Entre la espada y la pared. ¿Me creerá que Heriberto Guzmán fue parte de la
banda? Muy probablemente la mente maestra también. Aún así, Mercedes Paz sabe
sobre el atraco, ella pudo haber sido la de la idea. Ella conoce a Raymundo
Ruiz, en un sentido bíblico, quien conoce a don Jesús Arredondo y, por
extensión, a Beto Guzmán.
Eventualmente sale Mercedes
acomodándose los pantalones y la blusa. Raymundo se despide de beso y nalgada.
Ella me ve aunque me escondo rápido. Salgo del auto en cuanto está a buena
distancia. Pistola en mano toco la puerta. Le pongo la .45 en la cabeza y le
señalo que abra la puerta.
-
Linda choza del amor Romeo.- El único mueble es una cama y una mesa.- ¿Te
mataría abrir una ventana? Creo que puedo oler hasta sus conciencias. Y no
huelen bien.
-
¿Sabes con quién te estás metiendo?- Cachazo contra la cara y cae al suelo.
Camino a la mesa. Otro celular. Debe tener una docena. Un ojo sobre él, otro
sobre el celular. Otra vez, el número de Jesús Arredondo.
-
Sí, tienes el número de tu jefe aquí. Resulta que también es mi jefe. Llámale
si quieres. ¿Él sabe que cobras un dinerito extra a Marco Carrillo.- Se pone
pálido. La jugué bien.
-
No le digas nada, no tienes por qué hacerlo, nos podemos arreglar.
-
Quédate en el suelo Raymundo, no confío en ti.- Me llamo al celular secundario
por si necesito comunicarme con él.- Háblame de tu extorsión a Carrillo.
¿Cuánto se lleva Mercedes?
-
Sólo le cobro dos mil pesos.
-
Leí tu cuaderno.
-
¿Tú pusiste los cohetes?
-
Ajá.
-
No fue mi idea, lo juro. Por la virgencita.
-
La virgencita no te salvará de Arredondo, ambos lo sabemos.
-
Fue idea de Mercedes, ella me dijo del negocio. Secuestros express. Le dije a
Marco que tenía evidencia sobre él, secuestraron a un Leonel Puc. Tiene una
zapatería. No tengo nada, todo me lo dijo Mercedes y ella le vendió la idea.
Sacan buena lana al mes. Debajo de la cama tengo algo para emergencias, debe
haber quince mil, sólo para que no le digas a don Jesús.- Reviso bajo la cama y
me guardo el dinero.
-
Ese dinero entonces viene de los secuestros.
-
Sí.
-
¿De nada más?- Me acerco otra vez.
-
¿Cómo voy a saberlo? Mercedes me dijo…- Le aplasto la entrepierna de una patada
y lo dejo en posición fetal.
-
A don Jesús no le gustan los operadores independientes, en realidad me parece
que odia a la gente que se le ocurren sus propios negocios. No le diré nada.
Puedes dejar de llorar. Nos estaremos viendo Romeo.
Otra vez apesto a mercado. Sé dónde
encontrar a Marco. La noche trae una luna llena naranja. Luna de sangre, mal
augurio. Manejo con calma escuchando algo de jazz. Estoy cansado y nervioso,
pero lo que parece un plan empieza a formarse. No puedo decirle al don que sé
quién es la banda. Demasiadas lagunas en esa historia, no podría mencionar a
Jhair, menos al dinero. Mercedes Paz pudo haber ideado el plan junto con
Raymundo Ruiz. Por ahora lo tengo asustado y mantendrá la boca cerrada.
Desearía haber tomado el dinero y desaparecido. Desearía haber matado a Jhair y
no al policía. Si Dios estaba escuchando, no aceptaba mis deseos. No despertaba
del mal sueño. Estaba entrando a una película cuando ya iba a la mitad.
Estacioné a media cuadra de la casa
de Marco Carrillo. Si Mercedes estaba con él podía mantenerla bajo control,
Marco la mataría si supiera la verdad. Por ahora la quería con vida, si ella
había ideado el robo que amenazaba con destruir la tregua con el narco,
entonces el don la necesitaba con vida. Caminé a su casa pensando en la muerte
del oficial Ricardo Tiznado. Pudieron ponerse nerviosos. Pudo haber sido
apropósito. Un robo más algo extra. No podía saberlo hasta que Joaquín no me
diera respuestas. Estaba en las nubes, no escuché acelerar al auto. Escuché el
estallido del disparo. Me lancé al suelo. La bala se estrello contra un medidor
de luz a centímetros de mi cabeza. El auto aceleró a toda velocidad, sólo le vi
las luces traseras.
Los vecinos comenzaron a salir de
sus casas. La natural curiosidad. En las películas los tiros suenan como
petardos, en la vida real son estallidos. Caminé rápido las dos casas que me
faltaban antes de la de Carrillo. Abrió la puerta para ver lo que pasaba. Lo
metí dentro de la casa de una patada al estómago. Pistola en mano revisé la
sala y la habitación. No había nadie.
-
¿Quién eres?
-
Siéntate en la mesa, tenemos que hablar.- Le dirigí con la pistola y me senté
del otro lado.- ¿Dónde está el dinero?
-
¿Qué dinero?- Ésa tenía que ser mi primera pregunta, sería sospechoso si no lo
hacía.
-
El que tú y tus amigos robaron en un Bancomer en Macroplaza.- Se me quedó
viendo sin decir nada.- ¿No quieres hablar de eso? Está bien, tendremos tiempo.
¿Qué hay del negocio de los secuestros?
-
Yo vendo ropa, es todo lo que hago.- Vecinos gritando. Encontraron la bala.
Llegaría una patrulla en cualquier momento.- Te equivocaste de…
-
Raymundo Ruiz.
-
¿Qué hay de ese bastardo?
-
Te cobra bastante, ¿no crees?
-
¿Y?
-
Deja de jugar, un policía amigo mío me dijo de los secuestros, nada definitivo,
pero saben. ¿Leonel Puc te vio la cara o usaste una máscara como en el banco?-
Suspiró con gravedad y se encendió un cigarro. Esperé la respuesta, era obvio
que estaba pensando cómo salir del lodo. Yo hacía lo mismo.
-
No sé cómo supo Raymundo, supongo que la policía le dijo pero nunca me han arrestado.
-
Quisiste decir nunca “nos” han arrestado. Trabajas con alguien más. Mercedes
Paz.
-
Deja en paz a mi novia.
-
Cómplice.
-
Déjala fuera de esto. Ni siquiera sé cómo te llamas.
-
Momo. Dime del banco.- Otra larga pausa. Nerviosas caladas. Mirada en el cañón
de la pistola. La mantenía en la mesa, pero le apuntaba al pecho.
-
Heriberto Guzmán me contrató. Se cansó de ser el chofer del mocoso ese.-
Patrulla antimotín afuera haciendo preguntas. Luces rojas y azules entraban por
las cortinas. Todo se ve distinto bajo esa luz.- Dijo que sería cosa segura.
-
¿Y dónde quedó el dinero?
-
¿Cómo voy a saberlo? No lo tengo. Me dijo que no hiciera nada, que no moviera
el agua.
-
¿Heriberto?
-
Sí. Así que no hago nada, ni siquiera salgo a buscarlo.
-
¿Dónde lo buscarías?
-
Con quienes contraté. Luis Castillo y Said Duarte.
-
¿Y Beto Guzmán te dijo que buscaría el dinero?
-
Sí, pero si lo encuentra no me lo va a decir. Y aún así tengo cuotas que pagar.
-
¿De quién fue la idea, fue de Beto?
-
No sé, dijo que no. Siempre dijo que no. Yo creo que no.
-
¿Por qué?
-
Porque se cree la octava maravilla por ser norteño, dijo que ya había hecho
cosas así y se burlaba de nosotros que porque éramos unos principiantes. Se me
hace que fue su jefe. Pobre del que haya robado el dinero.
-
Mercedes sabía del robo.
-
Dije que la dejaras fuera de esto.- Golpes en la puerta. La policía llamó una y
otra vez. Yo no le quitaba los ojos de encima y él me miraba con odio. No
quería que la involucrara. Lo estaba y él no tenía idea de cuánto. O quizás sí,
y ése era el problema.- Tengo que contestar.
-
¿Y decirles que te tengo a punta de pistola? No lo creo.
-
No dejarán de golpear. Mis vecinos saben que estoy aquí, les habrán dicho.
-
No.- Se paró de todas formas.
-
¿La bala era para ti?
-
No revisé si tenía un mensaje, pero creo que sí.
-
Alguien te quiere muerto Momo.- Se acercó a la puerta. Me puse atrás de él,
pistola en las costillas. Asomó la cabeza y dijo no haber oído nada porque
estaba durmiendo. La policía sólo seguía la rutina, les valía poco o nada que
hubiera un disparo. Seguramente ni harían reporte sobre él.- Ya está, se
fueron. ¿Quieres algo de comer?
-
No, gracias. ¿Quién mató a Ricardo Tiznado?
-
¿Quién?- Sacó pan, jamón, queso y mostaza del refrigerador y empezó a hacerse
un sándwich.- ¿El policía bancario?
-
Ajá.
-
No sé, yo fui directo a la puerta. Seguramente Said o Luis, creo que es la
primera vez que veían un arma. Yo no me asusto tan fácilmente.
Telegrafió sus movimientos.
Blandió el cuchillo dando la vuelta. La policía seguía en la calle, sabía que
no podía disparar. Me hice para atrás pero logró cortarme el brazo. Me lancé
hacia atrás cuando volvió a atacarme. Sabía usar bien el cuchillo. Tiré el arma
contra la mesa, me agaché y le lancé una silla. Corría hacía mí, no pudo
cambiar de rumbo y tropezó. Pisé la mano con el cuchillo y lo pateé en la cara
una y otra vez hasta que lo soltara. Finalmente lo hizo y lo levanté a golpes,
estrellándolo contra el refrigerador y dándole un rodillazo contra la
entrepierna. Consiguió darme un codazo contra la mandíbula, me hice para atrás
y se lanzó como poseído. Me dejé caer contra la mesa, agarré la pistola del
cañón mientras me soltaba un par de derechazos contra el costado. Le di un
golpe con el mango que lo hizo retroceder, conmocionado al ver su sangre. Le
solté otro en la sien que lo desmayó.
Reviso la casa, tiene fotos con
Mercedes Paz donde sonríen y se besan. Amor del bueno. Reviso entre la ropa que
tiene amontonada en un sillón y encuentro un fajo de billetes. Debería cubrir
el tratar de matarme, al menos por ahora. Me acerco con cuidado, lo pateo y no
responde. Le reviso el pulso, sigue con vida. Le quito el celular. Reviso sus
mensajes. Dos días antes del asalto un mensaje de Raymundo Ruiz va directo al
grano “Te cobrare más, ya te avisé, haz lo que tienes que hacer. Quiero ese
dinero”. Ningún otro mensaje tiene que ver con dinero. Ninguno del resto de la
banda, Luis Castillo, Said Duarte o Heriberto Guzmán.
Regreso a mi departamento. Entre un
semáforo y otro me quito el saco y la camisa. Está arruinada por completo,
empapada en sangre. Arranco un jirón y me hago un torniquete. Sanará para
mañana. Me pudo haber cortado en dos. Al menos saqué dinero del altercado. Estaba
vestido con mi saco cerrado cuando llegué al departamento encima de la
taquería. Trataba de verlo positivamente. Nadie sabía que tenía el dinero. No
estaba arrestado, o muerto, aún. Sabía quiénes estaban en la banda. Tenía
algunas sospechas sobre posibles mentes maestras. Mercedes Paz estaba en esa
lista. Me serví vino blanco y cené panecillos con caviar. Puse a Miles Davies.
Pensé en la mansión de don Jesús Arredondo. Había una tregua en Yucatán, Mérida
era terreno neutral y todos lo sabían. Si la tregua dejaba de existir esa
mansión sería la primera en ser atacada. Todos esos lujos de nuevo rico no le
servirían para nada cuando acabaran con él. Al menos, me dije a mí mismo, no
estaba en esa precaria situación. No, la mía era aún más precaria, pero si
cumplía me podía alejar del lodazal. Don Jesús no, y ni siquiera sabía que uno
de sus hombres de confianza le tenía por idiota.
Lo único en lo que podía pensar
mientras me bañaba era en lo que Marco Carrillo había dicho. ¿Y si tenía razón
y Heriberto no lo había planeado? Se equivocaba sobre el narco, él seguro no lo
había planeado. El robo había sido perfecto, aún así me quedaba la sensación de
que todo había salido mal para la mente maestra, y no sólo por el dinero. Algo,
algún detalle que pasaba por alto. Me fui a acostar, pistola en mano, sabiendo
una cosa con certeza absoluta. Heriberto no tardaría en murmurar en el oído del
teniente del narco. No tardaría en involucrarse. Cuando eso pasara eliminaría a
todos los que habían participado. No tenía duda. Nadie debía ser capaz de
señalarlo.
Me acosté y sonó el celular. Lo
había dejado en la sala. Justo mi suerte, ya estaba listo para dormir cuando
suena. Fui por él, lo puse a cargar en mi buró y contesté. Era Joaquín, el búho
nocturno tenía al dueño de la línea. No quería saber cómo lo había conseguido.
Teresa Malfuerte. El nombre se me hizo conocido. Le dije que olvidara todo y
siguiera en su reproducción miniatura de Sodoma y Gomorra. No entendió la
referencia. Revisé en internet y la encontré rápidamente. Teresa Malfuerte
había sido una de las cajeras durante el robo. Jhair había dado los números de
seguridad, ¿qué había ofrecido Teresa?, ¿cuál era su problema con el policía
bancario? Puse la alarma. La vería antes que saliera a trabajar.
Luego de un desayuno ligero me
dirigí a su casa. Teresa no tenía la caja de zapatos donde vivían Jhair
Mendeburi y su esposa Salma. Vivía en el norte en una casa que ocupaba una
esquina. Me presenté con la identificación en la mano y me hice pasar.
-
La policía ya habló conmigo. Varias veces, de hecho. No sé dónde está Jhair.
-
Jhair está muerto. Se suicidó en el separo.- La noticia la sorprendió. Checa la
bolsa Versace. Los zapatos Gucci. Checa el teatro en casa al fondo de la sala,
todo HD y alta definición. Tiene más de un salario.
-
Entonces no veo de qué podamos hablar.
-
La policía no sabe de los mensajes que le envió a Ricardo Tiznado. Bastante
gráfico. ¿Por qué le odiaba tanto?- Se quedó muda, disimulando no saber de qué
hablaba.- Creo que la frase “mataré a tu esposa con un martillo” estaba entre
ellas.
-
No iba a hacerlo.
-
Bueno saberlo. ¿Quiere que empecemos de nuevo y le pregunte otra vez?
-
Ricardo nos convenció a todos de invertir en el fraccionamiento “Los Olmos”. Es
una construcción que tiene la esposa de Oscar, el gerente.
-
¿Y?
-
Y que nunca se terminó y no vimos ganancias, mucho menos nuestro dinero.
Ricardo insistía una y otra vez con el asunto, todos dimos. Jhair dio también.
-
¿Perdió usted mucho?
-
Sí y no fue como si Oscar nos obligara o algo así. Siempre mantiene la
constructora de su esposa al margen de su propia vida y negocio. No, Ricardo
prácticamente nos obligó. Ni Oscar le pudo hacer desistir. ¿Me puedo ir?
-
¿Ya abrieron el banco?
-
Abre en una hora. Y me gustaría estar ahí si no le molesta.
-
Discúlpeme, pensé que seguiría cerrado.- La seguí hasta su auto.
-
Me dijeron que pondrán policías adentro.
-
Ahogado el niño, tapado el pozo.
-
Sí, exacto.
Subo al auto y le doy una vuelta a
la manzana, dejo que se vaya. Los autos que van rápido me ponen nervioso. Casi
pierdo la cabeza por casa de Carrillo, antes que él tratara de destriparme. Me
golpeo la frente. Mercedes Paz me había visto cuando salió de su nido de amor
con Raymundo Ruiz. Él sabía que el soborno no sería suficiente garantía. ¿Cuál
de los dos me había tratado de matar? Tendría tiempo para eso. Regreso a casa
de Teresa.
Espero que pasen los corredores
matutinos. Tengo suerte, no cerró con llave. Entro en silencio y espero unos
segundos. No escucho ruidos. La
cajera se acostumbró al lujo y tengo una buena idea de cómo consiguió el
dinero. Empiezo por el dormitorio, definitivamente tiene a un hombre en su
vida, incluso tiene algunas camisas suyas en su ropero. Encuentro un archivero
con los papeles de su casa y seguro del auto. El seguro lo paga un Ramón
Villanueva, el mismo que paga el predial de su casa en Progreso. La mantiene
feliz, no hay duda al respecto. Un nuevo ángulo para explorar. Regreso al piso
de abajo y paso por la mesa del desayunador. Tiene marcada la noticia en la
nota roja de la muerte del oficial Iván del Campo. “Luego de más de diez años
de notable servicio el oficial Iván del Campo sufrió un ataque al corazón en el
bar “Mayan Pub” ésta noche. Los esfuerzos de los paramédicos fueron en vano y,
según el doctor Ares Méndez, quien pronunció su muerte, el oficial de la
dependencia de la SSP murió rápido y sin dolor. Sus restos serán llevados a su
natal Telchac Puerto para un funeral privado. Sus hermanos declinaron comentar
al respecto, pero el capitán David Pérez afirmó que los servicios del policía
habían sido excepcionales y su muerte no tenía nada que ver con la
investigación del robo al banco BBVA Bancomer, investigación que continuará sin
su inestimable ayuda.” Los medios no sabían de la cocaína, los paramédicos
debieron esconderla. Incluso si descubren que fue envenenado, nada lo
relacionaría conmigo. La muerte de Iván del Campo era lo único en este asunto
que me traía sin cuidado.
Salí de la casa y a prudente
distancia revisé el nombre de Ramón Villanueva. Otro nombre con miles de
posibilidades. Había uno, sin embargo, que era gerente de operaciones de BBVA
Bancomer en Yucatán. La ficha encajaba sin problemas. La cajera era más de lo
que aparentaba ser. Antes de decidir mi siguiente movida recibí una llamada.
Pensé que sería de la viuda de Ricardo Tiznado, pero era don Jesús Arredondo.
Me congelé un segundo al ver su número. ¿Raymundo Ruiz le habría dicho algo?,
¿Heriberto Guzmán le habría convencido que yo era un estorbo? No podía ignorar
la llamada.
-
¿Bueno?- La juego al inocente en un embrollo donde no hay inocentes.
-
Momo, no me obligues a buscarte. No te gustará. Cuando llamas, respondes.
-
Lo siento don Jesús, estaba en una casa. Posible sospechosa.
-
¿Quién?
-
No se ofenda, don Jesús, pero prefiero entregarle el paquete completo y no
equivocarme. Es cosa de vida o muerte y con eso no se juega.
-
En eso tienes razón Momo. ¿Sabes por qué te escogí?- Es una pregunta retórica,
pero hace una pausa para que diga alguna estupidez. Quiero decirle de quienes
juegan a sus espaldas, Raymundo Ruiz que le cobra al secuestrador Marco
Carrillo, de Heriberto Guzmán que se cansó de ser chofer y decidió hacer
dinero. No, en vez de eso me hago al idiota. No es una jugada muy inteligente,
pero era la única que tenía.
-
¿Consigo resultados?
-
Porque nadie te extrañará si desapareces.- ¿Podía saber que maté a su policía
estrella? El héroe del periódico, el cocainómano Iván del Campo.- Quiero algo
más que un nombre, espero que lo sepas. Quiero estar seguro, es como tú dices,
de vida o muerte.
-
Ya trataron de matarme don Jesús, así que creo que voy por el camino correcto.
-
Tengo muchas cosas Momo, paciencia no es una de ellas. Alguien más está en el
caso, espero que no te moleste.- Beto Guzmán consiguió lo que quería. Si era
listo su primera orden del día sería quitarme de en medio y manejar el asunto
por si sólo. Es lo que yo haría.
-
Mientras más, mejor don Jesús. El asunto tiene muchos ángulos a considerar.
-
Sabía que no te molestaría.- Cuelga y me quedo unos segundos sin moverme. Ese
acento norteño sería lo último que escucharía antes de morir si no lo hacía
bien.
Estaba nublado y la heladez la
sentía en los huesos. Arredondo no necesitaba amenazarme de muerte, estaba
implícito. Tenía que pensar en otra cosa. Podía nadar con tiburones. Lo había
hecho antes, podía hacerlo de nuevo. Pensé en la cajera y su amante. Tenía que
perseguir esa línea, pero faltaba mucho para que terminara su horario de
trabajo y no tenía mucho tiempo. El norteño perdía la paciencia. La tregua con
la policía tambaleaba. La cajera había amenazado a Ricardo Tiznado porque les
convenció de invertir en el proyecto de la esposa del gerente Oscar Rivera,
Miriam. El asunto de “Los Olmos” era sospechoso. Quizás don Jesús estaba
enojado porque en ese banco se lavaba parte de su fortuna, probablemente
Villanueva lavaba dinero del narco, ¿lo mismo hacía Rivera con su constructora?
Tenía que verlo. Si el banco resumía operaciones me conformaría con la esposa.
Era mejor así, si lavan dinero del narco es mejor tomarlos por separado.
No necesito tocar el timbre para
saber que no hay nadie en casa. Periódicos apilados contra la puerta. Me asomo
y no queda ni un mueble. Terminaron de mudarse. No quería tener que preguntarle
a Oscar Rivera su nueva dirección, pondría a su esposa bajo alerta. No fue
necesario, por suerte esto es Mérida y siempre se puede contar con los
chismosos del vecindario. La vecina barría su acera y me dijo que se habían
mudado a la Cruz de Galvez, llamó a otra para que me diera la dirección. Asumió
que era policía y no le quise corregir. Me dieron la dirección, les agradecí
por el servicio público y recorrí la mitad de la ciudad para dar con la modesta
casa a donde se habían mudado. Estacioné frente al Taurus viejo de la entrada a
un lado del camión del vecino con la etiqueta “Murmuren víboras” en letras
doradas. Me recibió el hijo, David Rivera. No parecía feliz de verme, quizás
fuera por la edad de la punzada, quizás por su mochila.
-
¿Ya entraste a la escuela?
-
No, ¿viene a ver a mi papá? Está trabajando. No sé por qué le hacen ir, si
todavía tiene el cabestrillo. Supongo que para eso estudió negocios
internacionales.
-
¿No te gustaría estudiar eso?
-
Mis papás lo estudiaron.- Le seguí hasta la esquina donde se encendió un
cigarro. Era su pose de chico rebelde.- Quieren que lo estudie, son muy de
tradiciones. ¿Es difícil llegar a ser detective privado?
-
No, no realmente. Pensé ser policía, pero reprobé el examen porque sé leer.-
Eso lo hizo reír.- ¿Está tu mamá?
-
Sí, me sacó de la casa, tengo patrulla scout. Paso las vacaciones siendo niñera
de un montón de mocosos. Dos camiones para llegar allá.
-
Buena suerte.- Regresé a la casa encendiéndome un cigarro. Miriam de Rivera se
asomó al primer golpe. Debió pensar que era su hijo y se sobresaltó al verme.
Me hizo pasar y sirvió dos tazas de café. No necesitaba estar más nervioso, en
todo caso me hacía falta un calmante. Estaba tenso como cuerda de piano.- Su
hijo me dice que su esposo regresó al trabajo. Es muy dedicado.
-
Le bajaron la paga y cree que lo van a despedir, el asalto casi le quita la
vida pero le quitará el puesto, podría apostarlo.- Nos sentamos entre las cajas
de mudanza y me acercó un cenicero. Ella encendió un cigarro y me miró
inquisitivamente.- ¿En qué le puedo ayudar? Me dijo Yadira que estaba buscando
a la banda que mató a su esposo Ricardo y casi mata a mi marido.
-
No puedo revelar la identidad de mis clientes, a veces ellos lo hacen por mí.
-
La gente no sabe guardar secretos.
-
El esposo de Yadira le guardó uno, el oficial Tiznado fue amenazado de muerte.-
Se atraganta con el humo del cigarro.- Alguien no estaba muy feliz por haber
invertido en su fraccionamiento.
-
¿Quién?
-
Ése es mi problema.
-
También es el mío, no crea. Los Olmos, vaya pesadilla.
-
Tenía un tío en Campeche que tenía una constructora, lavaba dinero a manos
llenas.- Miriam Rivera sonrió y asintió.
-
Tenemos mala fama y a veces nos la ganamos. Mi esposo me dijo que querían lavar
dinero a través de “Los Olmos”, y se opuso. Mire.- Se levanta y busca entre las
cajas del pasillo a las dos habitaciones. La sigo con la mirada. No quiero
perderla de vista, dejo la taza de café y acerco una mano a la pistola. El
chico me vio, si la mato tendré que hacerla desaparecer y no se verá nada bien.
Ruego que no saque una pistola y me obligue a hacer de lo que se arrepentirá,
pero al final sólo saca un folder lleno de papeles. Regresa a la mesa de café y
la coloca entre las tazas. La abre y me muestra varios papeles.- Todo en regla,
¿lo ve? Uso de suelo, permiso de construcción, todo eso. Tardé seis meses
porque no quise pagarle a un coyote. Me habría salido más barato, pero no me
educaron así.
-
¿Y su marido le dijo quién quería lavar dinero?
-
No. Le dijo que no, estaba nervioso, naturalmente. Ahora mire esto.- Me muestra
un oficio de la secretaría de Hacienda.- Una semana después tenemos una
auditoría “aleatoria”. Quien haya sido, fue alguien con muchos amigos
poderosos.
-
Es exhaustiva.- Páginas enteras de fotocopias de recibos. Cada ladrillo, gota
de cemento, papel, clip y herramienta. Hacienda quería desangrarlos.
-
Un año de esto. ¿Sabe lo que significa retrasar un año la construcción de un
fraccionamiento?
-
Significa que nunca se termina.
-
Exacto, perdimos dinero al final. Nunca se completará y obviamente pagamos lo
que debíamos pero quienes esperaban ver dinero de regreso con intereses
quedaron decepcionados. ¿Cómo vamos a crear empleos si nos castigan por no
tranzar?
-
México lindo y querido.- Termino el café y apago el cigarro.- Gracias por su
tiempo y, si habla con mi cliente dígale que mantenga nuestra asociación en
secreto. No lo tome a mal, pero ésta gente ha matado antes y matará de nuevo si
no se les detiene.
Me despedí y pensé en ello. Era la
única manera de quitarme a Beto Guzmán de encima. Alguien más tendría que
matarlo por mí. Yo parezco un ángel vengador para el sádico teniente del cártel
y ato los cabos sueltos a mi manera para escudarme del lodo. Faltaba tiempo
para que terminara el turno de la cajera Teresa Malfuerte, de modo que decidí
poner la bola de nieve en marcha. Me dirigí a la casa de los ladrones de casas,
Luis Castillo y Said Duarte. Tendría que jugármela con cuidado. Ellos debían
sospechar lo mismo que yo, que Beto Guzmán era probablemente la mente maestra,
y también debían creer que tenía el dinero. Si Beto creía que ellos lo tenían
y, si algún buen samaritano les alertaba a tiempo, podían despacharse al
narco-niñero. Un viejo truco, pero muy funcional.
Los Rivera no lavaban dinero, de eso
estaba seguro. Quizás por eso escogieron ese banco en particular. Sabía dónde
conseguir esa respuesta. Tendría que esperar, estacionaba cerca de la casa de
Luis y Said. Salí del auto y sentí el cañón en la espalda. Instante de pánico
seguido de recriminaciones. Si quería jugar ajedrez contra un asesino
profesional tenía que ser más cuidadoso. Beto me empujó para que caminara un
par de casas. Traía la pistola en el bolsillo de su chamarra y me apuntaba a
las costillas.
-
No hagas nada estúpido Momo, sólo quiero hablar contigo.
-
Podías llamar Beto, no me ofendo.
-
Algunas cosas es mejor dejar en claras cara a cara.- Me empujó a la entrada de
una casa abandonada y me azotó contra el muro que la escondía parcialmente de
la calle. Demasiada gente para dispararme, no la suficiente como para no darme
una paliza. Me sacó el aire y me dio un derechazo a la quijada que pensé que la
reventaría. Me tiró al suelo de un codazo y me pateó con tanta fuerza que pensé
que iba a vomitar.
-
Linda conversación…- Me hice al macho, pero lo único que podía pensar era en
cuánto quería sacármelo de encima. Me levantó del pelo y de las solapas del
traje para darme otro golpe a la boca del estómago.
-
Mírame, ¿me estás prestando atención?
-
Toda la atención del mundo, huerco.- Le suelto una patada a la entrepierna que
lo levanta y me da tiempo de sacar el arma. Él hizo lo mismo y más rápido que
yo. Nos apuntamos a la cara mutuamente. Escuchamos gente en bicicleta. El
panadero estaba dando la vuelta. La golpiza hacía que me doliera cada músculo
del cuerpo, aún así no me temblaba la mano. Organizaba los modos en que me
saldría del asunto, a quiénes tendría que sobornar, lo que podía decirle a don
Jesús Arredondo y dónde pasaría un sabático hasta que la cosa se calmara. Él
hacía lo mismo, lo podía ver en sus ojos.
-
Escúchame y escúchame bien Momo, si le dices a don Jesús que tuve algo que ver,
o si se entera de la virgencita en persona, le diré que fue tu idea. Que tú
ideaste todo. Me creerá, incluso si no lo hace, te matará por cuestión de
principios. El viejo no puede parecer débil. Ésa es la cosa con gente como él,
detestan cuando un yucateco es más listo que ellos. ¿Entiendes lo que digo
Momo? Si yo caigo, te llevo conmigo. ¿Puedes decir lo mismo?
-
Estúpido hijo de perra, dime quién te contrató y lo matamos juntos o inventamos
algo si crees que te señalará. ¿Crees que no lo sé?, ¿crees que no estoy
tratando lo mejor posible por mantenerte escudado? Haría un mejor trabajo si no
me golpearas. ¿Quién te contrató?
-
No es tu problema y es mejor si no lo sabes. ¿Quién tiene el dinero?
-
Se señalan unos a otros. ¿Tú a quién señalas?
-
No lo sé.- Bajó el arma y la guardamos al mismo tiempo.- No me reventé
trabajando para no conseguir nada a cambio. Ya que estamos en la misma página,
¿te parece si hacemos una tregua?
-
Tregua.- Nos dimos la mano. Yo seguía pensando las maneras en que podía hacer
que alguien más lo matara. Él debía estar pensando lo mismo, si no es que lo
hacía él mismo. Aún así nos sacudimos la mano como si acabáramos de llevar la
paz a Medio Oriente.
-
Viniste a ver a Luis y Said.- Afirmé con la cabeza.- No saben nada, pero puedes
intentarlo.
Odiaba el asunto con cada fibra de
mi ser. Matar a un policía. Cosa fácil. Simple asesinato. Diez sobre diez.
Buena paga por ello. Ahora tenía que matar al menos a otra persona. Nada de
dinero y muchos ojos sobre mí. El sol seguía de cobarde, no quería salir. Yo no
tenía otra opción. Un reloj sobre mi cabeza iba en reversa hasta marcar cero.
Imposible saber cuánto me quedaba, pero sentía cada tic-toc como un pájaro
carpintero tratando de agujerearme el cráneo por dentro. Lo seguí con la mirada
hasta que desapareció. Me revisé en el espejo lateral de un auto. Parecía que
me habían dado una calentadita. Sentía que me habían dado una paliza. Me
arreglé el traje, me troné los dedos y me puse a trabajar. No quedaba nada más.
Beto Guzmán no se iba a matar solito. Alguien tenía que sembrar la semilla. Sus
métodos eran brutales, eso jugaría a mi ventaja.
Toqué el timbre de la casa de Luis,
su hermana y cuñado. Said Duarte abrió la puerta con miedo. Era obvio que Beto
les había dado a una paliza a ellos también. Traté de no sonreír porque dolía
demasiado. Era más fuerte y rápido que yo. Estaba mejor conectado y sus
amenazas tenían peso y eran muy reales. Tenía un defecto, le gustaba intimidar.
Me apoyé contra el marco de la puerta y dejé salir un gruñido de dolor. Era
hora que los yucatecos se unieran contra los fuereños. Entré a la casa y Helena
Castillo de Duarte me miró aterrada.
-
No voy a golpear a nadie, me acaban de dar una paliza.- Luis se asomó con un
cuchillo y miró a su cuñado en silencio. Los dos parecieron estar en la misma
página porque guardó el cuchillo.- ¿Es seguro hablar con ella aquí? Sin ánimo
de ofender.
-
Sí, ¿Beto te dio en la torre como a nosotros?
-
El hijo de perra… Sí. ¿Saben quién soy?
-
Momo. Marco dijo que casi lo matas.
-
Casi me mata a mí. Defensa propia. Antes que decidan matarme, no los voy a
entregar.
-
¿Y a qué debemos ese favor?- Preguntó Said.
-
Normalmente lo haría, no lo tomen personal pero si mi contrata uno de los
tenientes del cártel hago lo que me diga.- Palidecieron al escucharlo.- ¿Beto
les dijo?
-
No dijo esa parte, no.
-
¿Pero saben para quién trabaja?
-
Sí.
-
No puedo entregarlos, Beto me tiraría a los lobos. Diría que fui el de la idea,
que estoy conectado. Los norteños prefieren a los norteños, la verdad es un
detalle que no tiene nada que ver en el asunto. Si alguno de ustedes dos tiene
el dinero, les sugiero que lo entreguen directamente a don Jesús y se larguen
porque Beto le dirá al viejo que fueron ustedes. Quizás les crea que él está
metido en el ajo, quizás no. Pero si Beto abre la boca están más que jodidos.-
Me apoyé contra la pared y dejé que masticaran la idea.- Lo único que necesito
es al de la idea. Lo tengo a él y me invento lo demás. No será difícil. Ocultar
la verdad es la mayor parte de mi profesión.
-
No sabemos quién fue. Marco nunca nos dijo, Guzmán tampoco.- Dijo Said.- No
tenemos el dinero, si lo tuviéramos no estaríamos aquí, ¿o sí?
-
Maldita sea, necesito el dinero o el autor intelectual, alguna de las dos, de
preferencia ambas.
-
Le ladras al árbol equivocado.- Dijo Luis.- Traté de explicárselo a Beto, no
que le importara. Nos agarró a golpes a los dos. Hubiera agarrado a Helena
también si la hubiera visto.
-
Malditos fuereños, ¿ya se agarró con Marco Carrillo?
-
No que yo sepa. No nos dijo, creo que nos hubiera dicho.
-
Tengo que revisar otras cosas, pero piénsenlo.- Apunto mi teléfono secundario
en una hoja de papel. No está a mi nombre, si la policía lo llegara a ver les
llevaría a un difunto y nada más.- Por si les da más problemas o por si se
enteran de algo. Estamos en el mismo barco.
Salgo encorvado y agarrándome el
estómago hasta el auto. Dejé la actuación a dos cuadras de ahí. No dejaba de
mirar en el espejo retrovisor por una cola. No traía ninguna. Aún así tomé la
ruta más complicada hasta Macroplaza. Quería revisar el asunto de Teresa
Malfuerte y su amante, Ramón Villanueva, el gerente regional. Los Rivera no
lavaban dinero, quizás por eso fueron castigados. ¿Podía decir lo mismo de
Villanueva? No confiaba en el banquero. Luego de asegurarme por quinta vez que
nadie me seguía me acerqué a Macroplaza. Patrullas por doquier. Estacioné en la
plaza de enfrente y entré a un local de helados. Compré más revistas, las
necesitaría porque tendría que esperar por varias horas más. No podía ver el
banco gracias a las patrullas así que estacioné en la plaza cuando faltaban
hora y media antes de la hora de comida. Sabía que Malfuerte tendría
privilegios, no quería perderla. Había visto su auto en su casa, era una
Suburban, pero en caso que su amante la recogiera preferí acercarme lo
suficiente para ver la entrada al banco. Tenía un moretón en la quijada y el
helado hizo que me dolieran los dientes. El narco-niñero sabía pelear. Quien
quiera que le hubiera contratado para el robo debía estar bien conectado, ni
siquiera él quería confrontarlo.
Villanueva no llegó por ella. Teresa
Malfuerte salió del banco a toda prisa y subió a la Suburban hablando por
celular. Se maquilló antes de arrancar. La seguí a dos autos de distancia.
Seguía sintiendo que me seguían. Quizás Mercedes Paz o Raymundo Ruiz, tratando
de terminar el trabajo que casi logran por casa de Marco Carrillo. Quizás Beto
Guzmán esperando el momento para terminar la tregua de un balazo. Quizás la
policía que había inspeccionado la cocaína de Iván del Campo y de alguna manera
inexplicable rastreado hasta mí. Un ojo sobre la Suburban, otro sobre los
espejos. Nada. Estaba tenso y el jazz de mi teléfono no me calmaba. Me
relajaría cuando terminara con el asunto y no un segundo antes.
Estaciona en el Conquistador, me
apuro para dejar el auto y seguirla al lobby. Le entregan una llave y una
botella de champaña con una etiqueta del número de habitación 607. La dejo
subir, me fumo un cigarro afuera. Me tomo mi tiempo, ella estará ocupada. Subo
por las escaleras buscando a una ama de llaves. Le robo una llave maestra sin
que se dé cuenta. Abro la habitación 608 y pongo un vaso contra el muro. Al
principio no era necesario, Teresa sabía fingir en estéreo. Lo llamó por su
nombre, Ramón, entre otra docena de sucios sobrenombres. Minutos después del
show empezó la conversación. Si algo he aprendido es que los hombres siempre
hablan de más con sus amantes.
-
No te preocupes por el Smart, mi esposa no sabe de la cuenta con la que lo
pagaré.
-
No Ramón, mi camioneta está bien, en serio.
-
Lo mejor para mi muñequita. El dinero no es problema, lo sabes. Siempre puedo
agarrar de las cuentas que no existen, no es como si alguien me fuera a
apuntar, estoy bien conectado.
-
Me dan miedo esos norteños. Arredondo parece peligroso.
-
Siempre que le saque dinero estará feliz conmigo. Sé cómo manejarlo.- La pieza
de rompecabezas cae en mis manos. La sospecha se confirma, lava dinero del
narco, al menos el de don Jesús. Otro que le toma por idiota.- El viejo no sabe ni lo que hace. Incivilizado
pueblerino.
-
Hablando de idiotas, Oscar no quería que me fuera, quería hacer una reunión.
-
Puede patalear todo lo que quiera. Lo voy a despedir. El robo es finalmente la
excusa perfecta para sacármelo de encima. Es su culpa realmente, no sabe jugar
en equipo. Hubiera preferido que lo mataran en el atraco.
-
No quiero hablar de eso, fue de película de terror. Pensé que me matarían.- La
policía sabía de un hombre interno. Pudo haber habido dos. Villanueva se cree
intocable, Teresa Malfuerte haría lo que fuera para mantenerlo feliz.
Seguridad abrió la puerta y antes
que sacaran sus radios les mostré un fajo de billetes. La mitad de lo que le
había robado a Marco Carrillo. Eso los calmó. Me escoltaron fuera del hotel.
Les dejé una propina para que no dijeran nada y me fui a comer. Mientras comía
mis crepas mi mente corría de un lado a otro. Luis y Said no eran asesinos. No
podía decidirme entre Mercedez Paz o Raymundo Ruiz. Ella me vio espiando, pudo
reconocerme del mercado. Mucho que perder si hablaba con Marco y trata de
liquidarme. Pudo ser Raymundo. Ego masculino. Termino de tragar mi comida y la
bajo con un buen vino antes de hacer la llamada con un teléfono desechable.
Raymundo contesta, escucho los ruidos del mercado.
-
¿Quién habla?
-
Habla Momo, Romeo. Marco no sabe nada, por si te preocupaba eso.
-
¿Y a qué debo el favor?
-
No es favor alguno. Marco me tiene sin cuidado, trató de matarme pero eso fue
porque mencioné a su chica. Asumo que conoces a Beto Guzmán.
-
¿El chofer?
-
Es más que un chofer, ¿no ha hablado contigo?
-
No.
-
Pregúntale a Marco si quieres. Carrillo está metido hasta las rodillas en un
robo, quizás lo hayas leído en el diario. ¿No te lo dijo Mercedes?- Ruidos del
mercado y nada más. El Romeo del mercado sabía, estaba escogiendo lo que diría
a continuación.
-
No conozco a ninguna Mercedes.
-
No te estoy grabando, te estoy avisando que Beto cree que tú tienes el dinero.
-
¿Por qué creería eso?
-
Porque está desesperado, porque hizo un trabajo a espaldas de su jefe, y el
tuyo, y el mío. Porque ya probó con el resto del grupo de ladrones. Por muchas
razones. Alguien te señaló. Quizás llegó a Mercedes. Si yo pude, puedes apostar
que él también podría. Quizás Marco se enteró de su apasionado amorío, quizás
se figura que si te quita de encima tendrá a Mercedes para él solito. ¿Tanto
vale para ti?
-
Pero no tengo el dinero. Entonces estás en problemas. Te estoy poniendo en
aviso, eso es todo.
-
¿Y a ti qué te importa?
-
Me contrataron para lo mismo que a Guzmán, la diferencia es que yo no tuve nada
qué ver en el robo. Me quiere fuera, sabe que lo puedo señalar. Tú también
puedes. Tiene sentido ir removiendo
piezas del tablero de ajedrez. ¿Tienes dónde apuntar?
-
Espera… Ajá.
-
Calle 30 D, Kanasín, por el centro de salud Kanasín. Hay un edificio en
construcción ahí, llama a Beto y dile que sabes quién tiene el dinero. Hazlo a
las nueve, estaré cerca, si algo sale mal lo termino yo.- Pensó el asunto. Era
tentadora la oferta. Quitarse de encima a Guzmán y a mí también. Tendría que
matarlos a ambos. Odiaba el asunto. Nadie me pagaría por matarlos a los dos.
-
¿Por qué tan lejos?
-
Primero porque no hay nada por ahí, ni policías. Segundo porque me imagino que
no quieres hacerlo en tu choza del amor o por tu casa. Tercero, no seas
estúpido y lleva algo como para matar a un rinoceronte.
-
¿Vas a estar ahí?- Podía sentirlo sonriendo. Eliminaría dos problemas a la vez.
Sería cosa de ver quién era más rápido con el arma.
-
Es algo que nos beneficia a ambos. Quédate con el dinero si quieres. Heriberto
no le dirá a su jefe, no piensa darle su parte del pastel.- Pagué la cuenta y
saboreé el vino. Hay que saborear las cosas buenas de la vida. Sobre todo
cuando se siente a la parca tan cerca que se le huele el aliento. No importa
quién sobreviva, lo termino. Cruzo los dedos porque sea Ruiz, porque Heriberto
está más que acostumbrado a matar y ver de cerca a la muerte.
-
Está bien, a las nueve. No tengo su teléfono.- Se lo pasa y apunta
apresuradamente.- No te hagas al duro con él Ruiz, no te servirá de nada. El
tipo está hecho de piedra. Dile que tienes el dinero, no que sabes dónde está.
Eso sólo hará que te espere en casa y te torture en vano. Dile que lo
enterraste ahí, que te irás cuando haya tenido el dinero. Guzmán no es tonto,
sabe que lo inteligente en este caso es dar el dinero y huir por tu vida. No
esperará que estés oculto en la construcción.
-
Tengo algo que hará el trabajo.
-
Estaré cerca, nos lo quitamos de encima ésta noche.
Tiempo que matar. Tiempo de matar.
Camino a la Dante para conseguirme un buen libro. No quiero tener que volver a
leer el Variedades por segunda vez. Nada demasiado denso ni violento, tengo
suficiente de eso en estos días. Camino a un café y pienso en las
posibilidades. Si Ruiz mata a Beto será fácil dispararle saliendo de la
construcción. La calle es cerrada y sé exactamente dónde situarme para darle en
la cabeza. Lo mismo si Guzmán mata a Raymundo. Lo único que puede salir mal es
que Heriberto no lo mate, sino que lo torture por información, el gordo me
dará. Adiós falsa tregua. Aún así, la calle es cerrada y puedo esperarlo toda
la noche de ser necesario. Reviso la hora, tengo tiempo, pero tengo mucho por
hacer. Necesito otro auto, uno que Heriberto no haya visto. Necesito un
silenciador.
Primero cambio de auto en el
deshuesadero. Nada que atraiga la atención, pero con papeles en orden en caso
me toque un retén en la entrada o salida de Kanasín. Siguiente parada mi
departamento. Subo las escaleras pistola en mano. Reviso la cerradura y está
intacta. Levanto el tapete, quito un pedazo de suelo y abro la caja fuerte para
sacar el silenciador. Si matas a alguien más te vale tener un plan, incluso
entonces hay una docena de cosas que podrían salir mal. Lo mejor es mantenerse
bajo el radar, no dejar rastro. Tengo contactos en el Ministerio Público, me
han servido antes y seguramente lo harán en el futuro, pero nada me salvará de
don Jesús Arredondo.
Regreso al nuevo auto que huele que
a comida china y aceite de motor. No me molesta, sólo me servirá ésta noche. Borro
mis huellas, me pongo doble guante de látex, sólo por si acaso. Es como mi tía
Yolanda decía, nadie nunca se murió de ser demasiado previsor. Sabias palabras
de alguien que casi se muere en un incendio porque prefirió cerrar la puerta
trasera con llave que salir huyendo. Manejo tranquilo rumbo a Kanasín. Sigo
tenso, sigo viendo por los espejos. Ya me agarró desprevenido Heriberto en una
ocasión. Igual que la policía, ahogado el niño, tapado el pozo. Sigo viendo por
los espejos y una motocicleta me pone nervioso. Estoy por la plancha y le doy
la vuelta a una manzana, me está siguiendo y empieza a tomar velocidad. Al
principio creo que es Heriberto y todas las alarmas suenan. Si olió que la
trampa vino de mí es más listo de lo que había anticipado y, me mate ahora o
no, se acabó el juego.
Al pasar bajo una farola puedo
ver su complexión, lleva un casco y no le veo la cara, pero no tiene el cuerpo
de Heriberto. Este sujeto es demasiado delgado. Pedal al fondo trato de
perderlo. Demasiado persistente. Pasamos varias cuadras, doy varias vueltas
repentinas pero no me deja de acosar. Acelera cuando entramos a una calle donde
las farolas no sirven. Apaga su luz. Veo el reflejo de una escopeta recortada.
Esa cosa atravesará la puerta y me cortará en dos.
Freno de golpe. Lo escucho cerca. Lo
escucho frenar. Tiro el volantazo contra la derecha y me lo llevo entre las
llantas. Termino de frenar a un centímetro de la pared cuando ya subí a la
acera. Reversa. Nunca se puede estar demasiado muerto. Lo aplasto otra vez,
estaba tratando de salir de la motocicleta. Abro la puerta, automática con
silenciador primero. Está agonizando, trata de levantar la escopeta. Le meto
dos tiros al corazón y lo termino. No hay nadie en la calle, pero no quiero
arriesgarme más de lo necesario. Aún así, necesito saber. Le quito la cartera,
el reloj y el celular. Con suerte pensarán que es robo. Quien lo haya mandado
sabrá la verdad. Acelero y me alejo de ahí. Es un milagro que el auto siga
funcionando.
En un semáforo reviso su
identificación, Pablo Poot. Reviso su celular. La última llamada fue Ramón
Villanueva media hora después que los de seguridad me sacaran del hotel
Conquistador. Es triste, los sobornos valen cada vez menos para ciertas
personas. Debieron decirle, no dudó ni un instante de enviarlo para matarme.
Teresa Malfuerte debió decirle quién era, Poot debió verme salir de mi
departamento. Fui tan cuidadoso que casi me mata. Mi tía estaba equivocada, fui
demasiado precavido.
Trato de recompensar el tiempo que
perdí con el matón de Ramón Villanueva. Corto entre las calles, gano terreno.
Miro el tráfico y mi reloj al mismo tiempo. Para cuando llego a Kanasín es
demasiado tarde. Beto está caminando fuera de la calle. Supongo que sé quién
ganó. Tiene sangre en su chamarra. Bajo la ventanilla y trató de apuntar pero
es demasiado rápido en llegar a su auto e irse. Villanueva arruinó mis planes,
pero le llegaría su momento. No tardé mucho en alejarme de la escena del
crimen. Patrullas me pasaron a toda velocidad en sentido contrario hacia la
calle cerrada. Yo estaba en Periférico para cuando habrán descubierto el
cuerpo.
Llegué a Ruiz amenazando lo que más
quería, su ego y Mercedes. En ese orden. Quizás lo mismo podría hacer con
Villanueva. Lo quería nervioso. Para ahora debía saber que su asesino falló. No
era suficiente. Manejé hasta casa de Teresa Malfuerte. El asunto ya llevaba
tres muertos, y faltaría al menos otro más. Tejería una trampa para Beto más
tarde. Quería ver la expresión de la cajera cuando me viera. Estacioné detrás
de su Suburban. Toqué el timbre. Abrió un poco para ver quién era y patee la
puerta con tanta fuerza que la tiré de espaldas. Saqué el arma con silenciador
y le señalé para que no dijera nada. Cerré y me asomé para ver o escuchar lo
que fuera. Un televisor prendido. Me agaché a su lado y dejé que oliera la
pólvora del cañón.
-
¿Dónde está tu novio?, ¿está aquí?
-
Estoy sola, no me mates, por favor.
-
¿Sorprendida de verme con vida? Poot casi lo logra, si te sirve de consolación.
-
No puedes hacerme nada Momo, mi novio conoce al policía que se encarga de la
investigación, a del Campo. Te lo tirará encima.
-
Los muertos no me asustan Teresita. Poot tardó en morir, hablamos un poco. Fue
una conversación de un solo lado. ¿Adivina a quién señaló?
-
Momo…
-
¿Por qué crees que estoy aquí? Dijo que fue tu idea.- Se pone pálida.
Hipnotizada por el cañón del silenciador que tiene en la nariz. Me levanto y le
quito la pistola, no la guardo. Eso le deja pensar con mayor claridad.
-
Te daré lo que quieras. Ramón me da joyas, puedes tenerlas. ¿Eso vale algo, no
es cierto?
-
No valen mi vida, pero sí valen la tuya.- La acompañé a su clóset. Tenía un
mueble pequeño rebosante de joyas. Podía derretir el oro, venderlo por
separado. Los brillantes y piedras preciosas serían más difíciles pero conocía
a alguien que las movía. Me embolsé todo, era cuestión de principios.
-
No le diga nada a la policía, no le conviene.
-
¿No?
-
Ramón lava dinero de narcos en Yucatán.
-
¿Cómo hace Oscar Rivera?
-
No, él se negó a hacerlo. Oscar conoce gente, te puede destruir con una
llamada.
-
Y yo necesito sólo una bala, vaya mundo, ¿no es cierto? Dile a tu novio que si
trata algo tendré que hablar con don Jesús Arredondo, es quien me contrató.-
Eso la dejó boquiabierta.- Encontrarán su cuerpo por partes. O quizás
simplemente te mate a ti, después a su esposa y a su maldito perro antes de
terminarlo. ¿Nos entendemos?
-
Sí…- Dijo Teresa, balbuceando.
Estoy tenso y cansado. No pude matar
a Guzmán, pero se me ocurrió en el auto que quizás habría reconocido a Ruiz.
Ambos trabajaban para la misma persona, eso le habría llevado a Marco Carrillo.
Llego a su casa, sigue con vida. Puedo verlo por la ventana desde el auto. Está
con Mercedes. Ella podría saber lo que fue de Raymundo su amante, pero no puedo
confrontarla ahora. Tendré que hacerlo en el mercado. Don Jesús quería al autor
intelectual con vida, si era Raymundo Ruiz iba tener que venderle la idea de
haberle hecho un favor, a menos que Beto Guzmán ya lo hubiera hecho. Me deshago
de la pistola por partes y para cuando llego al centro sólo queda el
silenciador. Me siento desnudo sin el arma, pero era necesario. La policía no
puede encontrarme con un arma homicida. Le doy de vueltas a mi casa buscando al
narco-chofer antes de subir a mi departamento. Tomo otra arma de la caja
fuerte, me baño y me acuesto a dormir. Pistola en mano.
Dormí por partes, algunas horas
entre espacios de absoluto silencio y oscuridad. No solté el arma en toda la
noche. Para cuando amaneció me sorprendí a mí mismo preparándome el desayuno
con la escuadra aún en la mano. Leí el diario. El muerto por la plancha, Pablo
Poot había sido víctima de un choque de borracho y un robo. Aún no le
identificaban y Ramón Villanueva seguramente esperaba que nunca lo hicieran. El
muerto en Kanasín estaba en otra sección, inconexa. Cero pistas, disparo de
cerca por la espalda. Guzmán creyó lo del dinero porque hizo algunos huecos
antes de darse cuenta que era todo falso. Ningún sospechoso.
Cambié de auto. Ahora tenía que empezar
a pagar una cuota mensual. Fui directo al mercado, si la policía era
inteligente y realmente quería llegar al fondo de la cuestión de Raymundo Ruiz
tarde o temprano hablarían con Mercedes Paz. Aún así, entre la burocracia y el
peso de don Jesús Arredondo tenía tiempo. El mercado tenía listones negros de
funeral. Les cobraba derecho de piso, aún así tenían su retrato en varias
paredes con el moño negro. Espere mi oportunidad. Mercedes leía el diario,
seguramente habría visto alguna de las fotos de su amante muerto. Se alejó del
local para ir a comer unos tacos. Me senté a su lado y le tomé del brazo para
que no se levantara ni dijera nada.
-
¿Leíste el diario? Ruiz está muerto
-
Ya lo sé. ¿Qué quieres de mí?
-
Sé que Marco fue parte de pandilla que robó el Bancomer de Macroplaza.- Se hace
que la virgen le habla y le apretó el brazo.
-
Está bien, sí ¿y qué? No eres policía.
-
No, pero la policía tarde o temprano querrá hablar contigo. No saben nada, pero
si crees que quien mató a tu amante buscando el dinero que nadie parece capaz
de encontrar se detendrá con él, estás equivocada. Raymundo y tú extorsionaban
a Marco por el dinero, parte de los secuestros, otra parte por el robo al
banco. ¿Cuánto crees que habló Raymundo antes de morir?
-
Yo no tengo el dinero.
-
No, no estarías aquí. Tengo buena idea de quién tiene el dinero. Esto es de
vida o muerte Mercedes. Saber no es lo mismo que conseguir. No puedo
alcanzarlos. Luis Castillo o Said Duarte. Alguno de los dos. Cuando confronté a
Raymundo sobre su negocio los mencionó, sabía sus nombres. ¿Tú se los dijiste?
-
No podía saberlos.
-
No a menos que lo planeara. ¿Te habría dicho? O quizás tú lo hiciste, ¿le
habrás dicho? Como sea, los conoce. Debió atar cabos y pedido dinero. Lo
siguiente que sabes es que ellos gozan de ejemplar salud y tu amante no. Piensa
en eso.- La dejo ir. Vigilo de lejos. Habla con Marco. Rápidamente pasa de
estar pálido a estar furioso. Lo sigo fuera del mercado y en el auto le marco a
Heriberto.
-
¿La tregua sigue en pie?
-
Claro Momo, ¿tienes algo?
-
Que conste que estoy honrando la tregua. Creo que es justo decirte que tu
pandilla de alegres ladrones no está tan alegre. Se están matando entre ellos.
Marco está convencido que Luis o Said tiene el dinero.
-
¿Cómo sabes eso?
-
Porque leo mentes Heriberto.- Me enciendo un cigarro mientras él despotrica.-
Qué sé yo, lo sobre escuché en el mercado, se lo dijo a su novia. Va para allá
ahora mismo.
Le pongo silenciador a la automática
y manejo a casa de Luis y de Said. No veo a Marco por ninguna parte, lo mismo
Beto Guzmán. Leo un rato con un ojo en la puerta y en los carros que pasan.
Pasa más de una hora hasta que Said sale de la casa y lo sigo. Es posible que
Carrillo le hablara para quedar de verse en alguna parte. Mantengo una prudente
distancia y una docena de cuadras después Heriberto se le cierra con el auto en
una esquina contra un lote vacío. Estaciono el auto y apago el motor antes que
Heriberto se baje. Salgo por el costado y me arrastro contra los autos buscando
un buen punto desde donde dispararle a Guzmán. El ataque de la noche pasada
había sido planeado, ahora estaba improvisando. Si algo bien planeado tendrá
siempre una docena de fallas, algo improvisado tiene miles. Protejo el arma
contra el auto, en caso que alguien se asome por la ventana de la única casa en
la cuadra.
Escucho los insultos norteños de
Heriberto. Me asomo un instante, no puede verme desde donde estoy. Tiene a Said
acorralado contra el auto y me da la espalda. Said mira hacia la derecha, hacia
la escarpa y el lote vacío como si pudiera escapar, pero no podría ni un millón
de años. Estoy por apretar el gatillo cuando un auto da la vuelta y tengo que
volver a esconderme. Me asomo entre los autos. Es Marco Carrillo. Vuelvo a
apuntar, pero Heriberto ha visto lo mismo que yo y se agacha antes que pueda
disparar. Carrillo se sube a la escarpa y dispara contra Said. Guzmán está
entrenado, pasa por debajo del auto de Said Duarte. Carrillo dispara un par de
veces más, atraviesa el lote vacío y dobla para desaparecer. No sé cómo le hace
Guzmán para subirse a su auto, quizás rodó por debajo de él. Sea como fuere
arruinó mi tiro. Ese Guzmán es el bastardo más suertudo que he tratado de
matar. Dos strikes.
Subo a mi auto y me alejo en sentido
contrario. Un simple asesinato. Me lo repito una y otra vez. Un simple
asesinato. Limpio. Calculado. Meticuloso. Sin rastro. Ahora estaba en medio de
una matachina tratando de despacharme a un sólo gatillero y dos intentos no
eran suficientes. Marco no consiguió matarlo, pero al menos le dio credibilidad
a mi historia, Heriberto creería que la banda se estaba matando entre ella. No
podía hacerle otra jugada por ahora. Tenía que ganarme tiempo y sabía lo que
tenía que hacer.
Tarde o temprano la policía
identificaría a Pablo Poot y le tomarían declaración a Ramón Villanueva. No le
harían nada, incluso si hubiera dejado el celular con el cuerpo. La gente que
lava el dinero del cártel es demasiado importante, no lo tocarían. Para ahora
su amante ya le habría hablado muerta de miedo. Localizo su casa y me presento
con el arma, silenciador incluido, en la parte trasera de mi cinturón. Una
criada me hace pasar a un recibidor
enorme donde conozco a la esposa de Ramón Villanueva, una mujer diez
años mayor que él con tantas operaciones estéticas que su cirujano debe ser un
doctor en paleontología.
-
Ramón y yo nos conocemos de hace tiempo, de hecho a través de un conocido suyo,
Pablo Poot.- Ninguna reacción, aunque con tantas operaciones tendría la misma
explosión si lloviera fuego del cielo.
-
¿Su guardaespaldas? Sí, parece su tipo.- Lo dijo con suficiente soberbia para
mirar hacia arriba y dirigirme al estudio de su marido. Lo dejé pasar. No me
importan esos comentarios, de todos modos pronto sería viuda si Villanueva no
aprendía la lección.
-
Siéntese, señor…- Ramón esperó que dijera algo pero no dije nada. Me senté y
esperamos a que la esposa se fuera.- Lamentable lo que ocurrió Momo. No crea,
no podía creer que…
-
Le llamó antes que muriera y hablé con él antes de su lamentable fallecimiento.
¿Ya le dijo a la policía que tienen a su guardaespaldas?
-
¿Quién te crees que eres? Me espías, amenazas a mi novia y ¿crees que puedes
tocarme?
-
No te hagas al macho Villanueva, eso sorprende a la cajera con una pepita en la
cabeza, no me sorprende a mí. Trabajas para don Arredondo y dijiste cosas que
lastimarían sus sentimientos. ¿Crees que solamente les iba a escuchar en la
otra habitación del Conquistador? Lo tengo grabado.- Eso le hizo ponerse recto.
-
Mientes.- Era cierto, pero me la jugué como si no lo fuera. Saqué el teléfono,
le marqué a don Jesús Arredondo y lo puse en altavoz.
-
Dices algo y te vuelo la tapa de los sesos.- Le mostré el arma y se quedó
tenso. Luego de tres largos tonos contestó don Arredondo.
-
Más te vale tener algo para mí Momo.
-
Pronto, muy pronto. Sólo le llamaba para decirle que tengo algunos jugadores en
el tablero que no se ven del todo kosher.
-
¿Qué?
-
Que no me terminan de cuadrar. Raymundo Ruiz, trabaja en el mercado de la 58.
-
Sí, lo conozco. Beto te gano a esa Momo, no sabía nada.
-
Lástima, quería hablar con él. ¿Qué hay de un Ramón Villanueva? He oído que
lava dinero pero he oído montón de cosas sobre él.
-
¿Villanueva? Sí, es amigo. Tan amigo como puedes ser de una rata. Sería muy
buen político, pero a la primera que lo atrape en una mentira deja de existir.
Eres útil o dejas de existir. Si crees que tiene algo ver, hazte útil.
-
¿Beto no ha hablado con él? Trato de coordinarme con él.
-
Si Heriberto hubiera hablado con Ramón, ya estaría en silla de ruedas.
-
Sí señor.- Colgó y Villanueva estaba verde de náuseas. Ahora sabía quién tenía
las cartas, el cártel le soltaba la correa pero era una soga en el cuello que
podían tensar en cualquier momento. Su vida valía tanto como la de cualquier
otro empleado, podían conseguirse a otro en menos de un día dispuesto a lavar
dinero sin tocar ni un centavo más allá de su comisión.- Otro intento, si
quiera lo piensas chico lindo y Heriberto tendrá que “hablar” contigo. Y a
menos que tengas planeada una muerte prematura, espero sepas lo que te
conviene.
-
No sabía que…
-
Sí, bueno, ahora lo sabes. Afortunadamente para ti, yo no soy Heriberto. ¿Lo
conoces, cierto?
-
¿El chofer? He oído cosas.
-
Todas las malas son ciertas. La verdad es que no estamos coordinados, los dos
perseguimos lo mismo. La verdad, yo creo que tú tienes el dinero del robo.
-
Pero no es así.
-
¿Y Beto lo va a entender?- Lo vi masticar la idea. Si tenía suerte Villanueva
trataría de matarlo. Guzmán no podía vivir para siempre.- No lo olvides
Villanueva, de los dos, yo soy el civilizado.
Tiempo. Se estaba acabando. El reloj
sobre mi cabeza se acercaba a cero. ¿Cuántos días más me daría don Jesús
Arredondo? Él mismo lo había dicho, había pactado una tregua, hacer un estado
más seguro para el bien de ambos bandos, pero la policía espera que él mantenga
a todos los patos en fila. Varios de sus propios patos estaban fuera de la
fila. La tregua terminaría más temprano que tarde. Cabezas rodarían. La mía
sería la primera. Tenía que encontrar al autor intelectual, vivo o muerto.
Heriberto era listo, lo más seguro es que ya estuviera muerto quien quiera que
fuera que lo contrató en el primer lugar. Quizás ese fue Raymundo Ruiz. Quizás
sería Villanueva y lo mataría a él antes que el banquero al gatillero
sinaloense. Podía ser cualquier otra persona de la que no estuviera enterada.
Los subordinados no sabían nada, lamentablemente, de los únicos que yo sabía,
eran de los subordinados. Sonó mi teléfono secundario cuando estaba en el auto.
No reconocí el número.
-
¿Quién habla?
-
Luis Castillo, me diste tu teléfono en caso que supiera de algo.
-
¿Qué tienes para mí?
-
Said está muerto.
-
¿Qué?- El Oscar a la mejor actuación.
-
Le acaban de avisar a mi hermana.
-
¿Dónde estás?
-
De regreso a mi casa. Nos vamos de aquí.
-
¿La policía les dijo quién fue?
-
No.
-
Heriberto, hijo de perra…
-
¿Crees que fue Heriberto, Momo?
-
Apostaría lo que fuera. Voy para tu casa, espérame ahí.
Acelero y no pienso en la
posibilidad de que se trate de una trampa. Beto Guzmán es listo, pero no lee
mentes. Incluso si agarró ya a Carrillo, y sin duda lo estaría buscando si no
es que ya lo había matado, él no sabía de mí. Mercedes no le podría haber dicho
sin haber mencionado el pequeño detalle de su amorío con Raymundo Ruiz, su
extorsionista. Estaciono cerca de su casa, luego de dar algunas vueltas a la
cuadra. Ningún Marco Carrillo, ningún Heriberto Guzmán. Toco la puerta y Luis
me hace entrar. Helena está llorando. Yo provoqué la muerte de su marido, aún
así, alguno de ellos mató al oficial Ricardo Tiznado. No sé si me estaba
justificando o siendo honesto conmigo mismo.
-
No le dije nada a la policía, ¿qué podía decirle?- Me lo dijo a mí, pero iba
referido a su hermana. Ella le lanzó un cojín y siguió llorando.
-
¿Decirle qué?
-
Que Beto mató a Said. Yo creo lo mismo que tú.
-
Probablemente irá tras Marco después.
-
Ya hablé con él, exigía el dinero pensando que nosotros lo teníamos. Said
quería huir, no llegó muy lejos. No tenemos dinero, pero no podemos quedarnos
aquí. Nunca he matado a nadie, fue Said quien mató a ese policía.
-
Échale la culpa, total está muerto, ¿no?
-
Helena por favor haz una maleta. Fue Said, se asustó, ¿qué puedo hacer,
regresar al pasado?
-
¿La policía mencionó algo sobre el robo?- Regresé la mirada hacia mí. Los
hermanos estaban a punto de estallar uno contra otro.
-
Nada, gracias a Dios. Aún así, nos estarán observando y tenemos a ese norteño
enloquecido. Debimos irnos en cuanto nos agarró a golpes y a ti. Nos advertiste
de él. ¿Puedes sacarnos del país?- Helena se resignó a hacer una maleta y tuve
que pensarlo. No me sentía mal por la muerte de Said, quizás podía decirle
algún día a la viuda Yadira que el asesino de su esposo estaba muerto. Algún
día lejano, si llegaba a vivir tanto.
-
Conozco a un coyote de confianza que puede llevárselos a Texas. Pide bastante
dinero.- Me miro como si toda esperanza de vida se le hubiera ido. Saqué un
fajo de billetes y se lo puse en la mano.- Debe haber unos quince mil pesos, te
puedo dar el nombre de alguien que compra coches sin hacer muchas peguntas.
Dile que vas de mi parte y no te lo rebajará tanto. Toma un camión y vete a
algún pueblo en Veracruz. Cártel distinto. Tira tu celular, cómprate uno barato
en Oxxo y llámame cuando estés fuera del estado y veré qué puedo hacer.
Le apunto la dirección del
deshuesadero y me asomo por entre las cortinas. Marco Carrillo estaciona frente
a la casa. Saco el arma y espero, pero no baja del auto. Marco espera a que
Luis salga por la puerta para matarlo. Les indico que guarden silencio. Le tomo
foto a Marco y se la envío a Beto Guzmán con el texto “¿Aún buscas a Marco
Carrillo? Frente a la casa de Luis Castillo”. La tercera es la vencida. Salimos
por la parte de atrás a la casa del vecino, quien les deja usar el techo para
huir. Dejo que se vayan, yo me quedo en el techo con la automática con
silenciador. Me digo a mí mismo que ellos se lo ganaron, robaron un banco,
mataron a una persona, casi destrozan la tregua con el narco. La verdad es que
no me sirven, no me llevarán al autor intelectual y no se harán cargo de Beto
Guzmán.
Me quedo escondido detrás del
Rotoplas, puedo ver el auto de Carrillo y los autos que pasan. Espero durante
el atardecer. Marco fuma nervioso. Me resisto a fumar. No quiero dejar rastros
de ADN. Tengo puestos los guantes, mataré a Heriberto en cuanto lo vea, que
Marco cargue con el muertito. Por la manera en que el sicario se ha comportado
me queda claro que el secuestrador no la tendrá fácil, probablemente fallará. Marco
recibe una llamada y sale del auto. Se guarda el celular. Conforme se acerca a
la casa yo me acerco al borde. Escucho a Heriberto Guzmán. Eso no lo esperaba,
están trabajando juntos. Debieron llegar a un compromiso. El gatillero lo
matará de todas formas, pero por ahora ambos buscan a Luis Castillo. Patean
abierta la puerta. Me asomó para dispararle en la cabeza. Un auto acelera y el
conductor dispara. Heriberto salta dentro de la casa y Marco recibe tres
balazos en la cara. Memorizo las placas mientras catalogo todas las groserías
que se me ocurren para mi perra suerte. Tres intentos fallidos. Tres veces que
Guzmán ha tenido la suerte de diez hombres.
Lo espero, asomado al borde del
techo. Tiene que huir de la escena y cuando lo haga, con o sin un buen plan lo
pongo a dormir. El gatillero es más listo que eso, se figura que hay más de un
asesino. Me doy cuenta cuando escucho a los vecinos gritando histéricos. Huyó
por la casa de atrás. Lo perdí otra vez. Me esfumo para cuando llegan las
patrullas. Todo el asunto estaba podrido. Debí prestar más atención en clase de
física. Estaba en espiral descendente. El reloj se acercaba a cero. Era
entropía. El principio que dicta que todo sistema tiende al desorden y al caos.
Todo comenzó como una cosa segura, se tornó en una masacre.
Me registro en un hotel con
efectivo. Le pido a un amigo que busque las placas, son de un empleado de Ramón
Villanueva. Buen intento del banquero, pero era imposible contar con que
Heriberto le perdonaría la vida a Marco el tiempo suficiente para matar a Luis.
Entropía, mi simple asesinato convertido en una pintura de Jackson Pollock.
Paso las horas con la pistola en la mano, sentado en el suelo frente a la
puerta que tiene una silla contra el picaporte. Sé que no voy a dormir. Sé que
no tengo tiempo. Sé que la entropía ha llegado a mi mundo organizado y
cabalmente ejecutado. A eso de las dos de la mañana llama el taquero bajo mi
departamento. Alguien se metió. Lo veía venir. Llamo a mi casa y Heriberto
contesta.
-
¿Qué haces en mi casa? Pensé que teníamos una tregua.
-
La tenemos.- Miente. Era una ejecución mal planeada, como el último cuatro que
le intenté poner.- Buscaba el dinero.
-
Busca todo lo que quieras, no está. Por favor no desorganices mis discos de
vinil. Los tengo bien ordenados. No lo tiene Marco Carrillo, busqué en su casa
ésta tarde.
-
No, no lo tenía. Mataron a Carrillo. Trataron de matarme a mí.
-
¿Y piensas que yo fui?
-
Yo no pienso mucho.
-
No te hagas al humilde. ¿Con qué calibre me ibas a matar?
-
No te iba a matar, sólo quería hablar contigo. Luis Castillo debe tener el
dinero, pero no estaba en casa.
-
¿Revisaste su casa? No lo he hecho.
-
No tuve tiempo, trataron de matarme ahí. Y sé que no fuiste tú, a menos que
emplearas a un tercero, pero no sé, no es tu estilo.
-
No, no lo es. Si te quisiera muerto, ya lo estaría.
-
Varios lo han intentado.
-
¿Y qué le has dicho a tu jefe?
-
Lo mismo que tú, que me trataron de matar
y no vi quién era. ¿Quién trató de matarte?
-
¿Leíste del sujeto en motocicleta que fue arrollado y robado?
-
¿Ese?
-
No mencionaron la escopeta recortada. La policía debió llevársela, hacer más
sencillo el expediente. Marco Carrillo estaba siendo extorsionado por un
Raymundo Ruiz, le dije a don Arredondo, ¿te dijo?
-
Callejón sin salida.
-
Bueno, sigue buscando, pero ten cuidado con los discos de vinil y trata de no
robarte nada.
Le cuelgo pero dejo el celular
cerca. No encontrará el dinero ahí. No sabe de mi otra casa. Nadie sabe de
ella. Puedo predecir lo que hará y, como por reloj, sucede. Heriberto no
encuentra nada. Mi caja de seguridad está bien escondida. Le avisa al viejo
narco. El teniente decide que me quedé sin tiempo. Suena el teléfono y ya sé
quién es. Don Jesús Arredondo quiere verme en la mañana. Me quiere a las 9 en
punto. El final de la tregua. Debió convencerlo que yo tenía el dinero. No
sería difícil, sólo faltaría aportar unos cuantos miles de pesos de tus propios
ahorros, decir que los viste ahí y listo. Me torturarían por días de ser
necesario. Estaba más allá de la entropía.
Paso la noche pensando en los
callejones sin salida. Teresa Malfuerte le envió mensajes de amenaza al oficial
Ricardo Tiznado. No encajaba con el resto de caso, era incidental. Oscar Rivera
no quiso lavar dinero, ni a través del banco ni a través de la constructora de
su esposa, y le hicieron una auditoría por atreverse a negarse, más tarde un
robo. Era incidental. Tenía a Mercedes Paz, o Raymundo Ruiz, al caso daban lo
mismo. Tenía a Ramón Villanueva y a Teresa Malfuerte, al cabo daban lo mismo.
Uno pudo ser el de la idea, los dos. Daba igual. Mi palabra no bastaba. Pensé
en la noche en que Jhair me llevó al dinero. Escapamos de Luis por poquito. La
búsqueda por el dinero empezó desde ahí. No se repartieron el dinero de
inmediato. No se repartieron el dinero horas después. ¿Para qué lo estaban
guardando?, ¿por qué esperar tanto? Entonces me llega. Divina luz de la
Providencia. La virgen me habla y todo se hace claro. Había estado ahí desde el
principio.
Una hora antes de la madrugada
estaba en mi auto. Llamé a Beto. La tregua era cosa del pasado, incluso la
ficción de la tregua. Aún así le gustó lo que escuchó. Le gustó más que yo
haría el trabajo pesado. La última jugada. Ahora sabía por qué habían dejado al
dinero enfriándose en esa casa. Sabía quién había contratado a Heriberto Guzmán.
Salía el sol cuando yo aporreaba la puerta para que me abrieran. Me abrí pasó,
pistola en la parte delantera del cinturón. Desaliñado, traje arrugado, moretón
en la quijada. Se asustaron al verme y se asustaron más cuando entendieron que
el juego había terminado. Esquinados les hice escucharme.
-
El oficial a cargo de la investigación, el corrupto Iván del Campo fue quien
puso el equipo, pero tú fuiste el de los detalles. Leí en la noticia del robo
que eras de Telchac Puerto, Iván del Campo también era de ahí, según la nota
roja de su muerte. Podía ser mala suerte, pero no lo es. Era líder scout, como
tu hijo es scout Oscar. El policía y tú se conocían de muchos años. Te niegas a
lavar dinero, te hacen auditoría, sabes que te van a despedir y la construcción
se retrasa para siempre. Necesitabas el dinero. Nunca lo iban a repartir, iban
a dejar que el policía heroico matara a la banda y se repartieran el dinero
entre los dos. Del Campo no podía darle nada a su jefe, don Jesús Arredondo. Se
mudaron de una casa grande con una Lincoln Navigator a una casa muy chica con
un Taurus viejo. Esperabas ese dinero. Ustedes dos lo hacían.
-
No sé si Iván iba a matarlos, lo juro.- Dice Oscar, protegiendo a su esposa.-
Pensé que les arrestaría, pero el dinero desaparecería. Nos conocíamos de años,
podía confiar en él. Necesitaba el dinero, nunca pensé que matarían a Ricardo
Tiznado.
-
Y recibir una bala en el brazo te hace ver casi heroico. Salma Mendeburi, ese
no fue error alguno. No te hagas al inocente. Parte del plan era matarlos a los
dos. La ventana por la que Jhair escapó estaba frente a la puerta, pero Iván
prefirió disparar a la cocina a su izquierda. Pensó que podría atrapar al
cajero fácilmente. Salma tenía que morir, así de simple.
-
Podía mandarme a prisión.- Dijo Miriam Rivera.- Alguien murió en la
construcción, no sabía que era primo de Salma, Edson Molina.
-
Edson, sí.- Saco el celular y les muestro las fotos del álbum de Salma.- Las
fotos que tenía, era más que un recordatorio, ¿no es cierto?
-
Sospechaba que los materiales eran de baja calidad, si lo demostraba podía ir a
prisión. Tenía que matarlos a los dos.
-
Hubiera parecido que Salma era parte de la pandilla que robó el banco.
-
No nos mate, por favor.
-
No llamaré a la policía, si eso les preocupa.
-
¿Nos vas a extorsionar?
-
No se hagan a los santos.- Miriam envió a su hijo a su dormitorio y le dijo que
no saliera. Apareció de su cuarto cargando las pocas joyas que le quedaban. No
tuve problemas en embolsarme todas.- Nos estaremos viendo.
Manejé a la fortaleza de don Jesús
Arredondo. Llegaba temprano a mi propia ejecución. Me dejaron pasar. Siete
armas me apuntaban en todo momento. Don Jesús me invitó a entrar. Pasé con un
cuerno chivo apuntándome en la espalda. El hombre sabía cómo hacer cada visita
acogedora. Lentamente saqué el celular del bolsillo de mi saco y le mostré la
grabación. El gerente Oscar Rivera y su esposa Miriam confesaban todo.
-
Oscar no lo sabe, pero se la jugaron feo. Ramón Villanueva tenía sus planes con
Iván del Campo, el sujeto que trató de matarme por la Plancha, Pablo Poot, era
guardaespaldas de Villanueva.- Lentamente saco el celular y la cartera del
guardaespaldas muerto y se la paso a uno de los matones.- Se lo saqué al
muerto, la policía no sabe quién es que yo sepa.
-
Le dije que no podía confiar en Villanueva patrón.- Dijo Heriberto.- Uno de sus
hombres trató de matarme, lo vi bien. Jhair Mendeburi y Teresa Malfuerte dieron
la información interna. Teresa Malfuerte es la amante de Villanueva.
Lógicamente la culpa iba a caer sobre Teresa. Como dijo Momo, el plan era
matarlos a todos, quedarse con el dinero pero el policía se lo iba a repartir
con Villanueva. Estoy seguro. La banda eran Marco Carrillo, el hombre que el
sicario que empleó Villanueva mató. Said Duarte, Jhair Mendeburi y otros dos de
Villanueva. Probablemente ese Poot que Momo se echó y el que trató de matarme.-
No menciona a Luis, el único otro con vida. Chico listo.
-
Ya me habías dicho de Villanueva Momo.- Dijo don Jesús, buscando entre los contactos
de su celular.- Vamos a ver qué tiene que decir a su favor… Con Ramón
Villanueva por favor… Ya veo. No, no se preocupe.
-
¿No estaba?- Pregunté.
-
Dejó el país inesperadamente. Debió llevarse el dinero con él.- Eso cerraba el
trato. Don Jesús Arredondo tenía a sus autores intelectuales, a la banda y al
dinero. Beto, dale una propina a Momo y escóltalo de salida.
-
Sí patrón.- Me pasa un fajo de varios de quinientos.- Son veinte mil, debería
cubrir lo que le hice a tus discos de vinil.
-
¿No los podías dejar en paz?
-
Me entusiasmé.
-
Trataste de matarme por casa de Marco Carrillo, ¿no es cierto?
-
Pensé que estabas metido en el ajo.
-
Pensé que había sido Raymundo Ruiz.
-
No, ese me lo eché cuando me mintió y trató de matarme. Desperdició mi tiempo.
-
Cosa de principios, lo entiendo.
-
Te debo una por llamarme y ponerme al día con lo que ibas a decir. Se la creyó.
No quisiera ser Villanueva por todo el dinero del mundo.
Dicen que la entropía no puede
detenerse. Se equivocan. Si tu negocio es que lo recto se vea chueco y
viceversa, no es imposible crear orden en el desorden. Heriberto vendió el
asunto, me habrían matado de no ser por él. Suertudo bastardo había sobrevivido
a tres intentos de asesinato y al final del día me salvó a mí. Regresé a mi casa,
quería asesorar los daños y empezar a volver a buscar esos discos para
comprarlos. Al día siguiente arrestaron a Oscar Rivera y a Miriam. Confesó y se
ahorcó en la celda. Miriam aprendió a guardar silencio. Vincularon a la banda,
la jugaron como si se hubieran matado entre ellos. La prensa no vinculó el
final de la investigación con el cadáver que encontraron en Tabasco. Lo que
quedaba de Ramón Villanueva y una mujer joven sin identificar. Era Teresa
Malfuerte. Había convencido a su marido de enviar a Pablo Poot a matarme,
quizás se lo merecía.
Un par de semanas después le dejo
cien mil pesos a la viuda a Yadira Pérez de Tiznado de manera anónima.
Consideró cerrado el asunto cuando la policía anunció los nombres de la banda
de asaltantes. Luis Castillo me contactó en Tampico, le envíe algo de dinero
para que cruzara la frontera. Arredondo había conseguido lo que más quería,
mantener la tregua con la policía y la fiscalía. Era difícil de creer que todo
había empezado con un asesinato simple. Nadie nunca sabría la verdad, que el
asesinato simple se convirtió en una masacre donde cuatro personas más murieron
en unos pocos días.
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