miércoles, 22 de julio de 2015

La soviética (Parte 1 de 2) Novela

La soviética



I
Regresa el héroe


La nave no debería hacer ruido, pero los hace. Ha estado encerrado por más de un año sin compañía alguna. Rando ha aprendido a detectar hasta la más pequeña vibración. Mientras descansa, acostado sobre un pequeño colchón de plástico, escucha la sinfonía de la colonizadora tipo Júpiter-Rama B-890. Muchos cosmonautas hubieran perdido la razón luego de meses del monótono viaje más allá de los satélites de comunicación. Rando había alcanzado Júpiter y sentado las bases para una terraformación y el establecimiento de plantas disruptoras de núcleo. Sería considerado un héroe por todos los proletarios. Sabía que no debía pensar en eso, tales pensamientos egoístas eran contrarios al espíritu de la soviética. Todo lo que había hecho era un sacrificio para el proletariado.


            Se levantó del colchón de plástico para mirar por el extenso ventanal. A lo lejos podía ver las luces y antenas de la estación de Fobos. Ya faltaba poco. Recorrió el corredor hacia la cocina. Colocó su brazo izquierdo en el cilindro identificador y esperó dos segundos antes de que la computadora reconociera su comunicador. Rando no se atrevía a decirlo en voz alta, pues sabía que estaba rodeado de micrófonos, pero sabía que era inútil que la nave tuviera una computadora que registrara en su comunicador cada vez que  iba al baño o comía una barra de galleta. Estaba solo, ¿a quién más esperaba la máquina? Secretamente esperaba que la computadora cobrara personalidad y se riera con él de cada detalle absurdo de la nave.

Se acomodó sala de telecomunicaciones mientras comía su barra. El comunicador adherido a su brazo estaba conectado a la nave. Lo miró intensamente, preguntándose cómo hacía la gente, antes de la soviética, para sobrevivir. El comunicador era una extensión de su cuerpo, y de todo proletario. Era una computadora conectada a todos los servicios de la soviética y a todos los demás comunicadores. El comunicador abría la puerta del departamento, guardaba los créditos para comprar ropa, era el mejor sistema de comunicación con cualquier proletario en cualquier parte del mundo, contenía todas las noticias que le permitían a los ciudadanos estar informados para votar y, más importante aún, era la mejor herramienta democrática. Un clic y se emitía el voto.

            Revisó su correo en la pantalla de su brazo izquierdo, tenía 320 mensajes nuevos. Discriminó entre los mensajes de extraños y buscó los de su familia. Eran grabaciones holográficas. Rando había logrado mantener su cordura gracias a esos mensajes. Se conectó a la sala de telecomunicaciones y abrió el archivo con la máquina holográfica del centro de la habitación. Era un mejor sistema que el que tenía en su departamento. La máquina se encontraba al centro de un círculo rodeada por proyectores cromados que se alzan de una plataforma central y se curvean como aves. Los proyectores emitían las señales, los proyectores en las orillas le daban tridimensionalidad a las imágenes. Rando sonrió y contuvo el llanto, eran Vamica, Rashide y Orgonal en la sala del departamento. Lo habían grabado hacía un mes y ellos estaban tan emocionados como él.
“¿Ya está grabando?” Preguntó Orgonal.
“Hola mi amor,” Rashide brincaba de arriba para abajo emocionado “espero que no te hayas olvidado de nosotros.”
“Estamos muy orgullosos de ti Rando.” Decía Vamica.
“Todos en Felna están emocionados.” Dijo Orgonal. “No sólo en Felna, en toda Ralia. Eres el hombre más famoso del país.”

            Rando detuvo la proyección y caminó entre los hologramas. La resolución era perfecta, no como los hologramas de su departamento, y casi podía sentir que los tocaba. Se detuvo frente a Orgonal, ella medía casi lo mismo que él. Sabía que la nostalgia podía comprometer su misión, pero su misión ya casi terminaba y podía darse el lujo de caminar entre sus esposos y esposas. Les amaba a todos, y por razones diferentes. Orgonal era una mujer rebelde, divertida aunque callada. Extrañaba sus largas conversaciones en la regadera. Caminó hacia Vamica, extrañó su entusiasmo por su trabajo como ingeniera social y su función dentro de la familia, ella era un pilar inamovible que les daba a todos una gran estabilidad. Trató de caminar entre las imágenes holográficas sin opacarlas para llegar a Rashide. Lo extrañaba más a él que a los demás, no porque no los amara, sino porque Rashide siempre le veía con una mirada de profundo amor. Casi todas las noches dormían abrazados, mirándose a los ojos sin decir nada, hasta quedarse dormidos.

            Un pensamiento fulminó la escena nostálgica. Adashon. No se atrevía a decir su nombre en voz alta, pero estaba locamente enamorado de ella. No podía decírselo a nadie, pues Adashon era su hermana. Habían crecido juntos en el mismo colegio y, como la ley indica, separados para que la soviética les asignara a cada uno una familia con miembros de otros colegios. Se sintió sucio al encontrarse entre sus esposos y esposas y pensando en ella. Apagó el holograma y se sentó en el sillón a un lado del ventanal. La inmensidad oscura del espacio no podía llevarse lejos el recuerdo de Adashon. Sabía que la vería de nuevo, tenía que hacerlo, pero tan solo pensarlo le apretaba el corazón. No se lo perdonarían, de eso estaba seguro. Si la soviética se llegase a enterar tampoco le perdonarían. Terminaría trabajando en los sectores prohibidos del sur, lejos de su amada familia y de su amada Adashon.

            La computadora interrumpió sus meditaciones. Era momento de ingresar al trasbordador central para la última parte del trayecto. Recorrió la nave describiendo una interminable curva hacia el centro de la estructura. Las colonizadoras, también llamadas Ramas, tienen todas la misma forma de un platillo alargado con secciones que se separan en pequeños satélites o velas solares. Rando entró a través de una escotilla a sus nuevas habitaciones. Al fondo se encontraba el tubo de hibernación, una estructura de plástico en la que el navegante hiberna dentro de un gel nutritivo y permanece en coma por varios meses. Por la naturaleza de la misión Rando no tuvo ocasión de utilizarla. En vez de ello pasó días enteros jugando Beraner contra la computadora.
“¿Jugamos Beraner?” Leía el nuevo mensaje en su comunicador. La computadora le había leído la mente.

            Hubo un ruido metálico que detuvo a Rando en sus pasos. La nave se estaba segmentando. No tenía control alguno sobre la navegación de la nave espacial. Ingenieros en sistemas lo hacían todo desde la Tierra. Dormía tranquilo sabiendo que Rashide estaba detrás de una computadora supervisando a cada momento. Del suelo se elevó una silla y una mesa con un holoproyector. La computadora sabía que Rando jugaría. Lo había hecho más de 792 veces.
“¿Cuál es el récord?” Le preguntó a la computadora, mientras ésta proyectaba el tablero cúbico sobre la mesa.
“792 juegos perdidos, 0 juegos ganados.” Respondió la voz monótona de la computadora.
“Aún hay tiempo...”

            Rando había aprendido a jugar Beraner gracias a Adashon, quien le había enseñado las complejas reglas con mucha paciencia. Era un juego tridimensional, en cierto sentido el completo opuesto al juego de pelota, el Caleran. Las 16 piezas, inicialmente repartidos en dos hileras, se mueven de cierta manera y, al unir piezas en grupos de hasta cuatro, se pueden elaborar jugadas mucho más complejas en el tablero superior. Rando sabía que nunca le ganaría a la computadora, una máquina diseñada para pensar tridimensionalmente, pero también sabía que sería buen entrenamiento para la política.

            Conforme pasaron los días en esa pequeña nave se fue convenciendo a sí mismo de su futuro. Se lo habían hecho saber, mediante rumores y promesas vagas, que al ser recibido como un héroe inmediatamente sería captado como un vocero público. Sabía que el orgullo era un vicio terrible, pero no podía contenerse, sería un político profesional, como los que veía en el comunicador. Con algo de suerte y con mucho de estrategia llegaría a ser tan grande como el canciller Rewil y sería parte de la soviética en sus círculos más internos.

            Los días fueron pasando, jugó Beraner contra la computadora y soñó con Adashon y su futuro político hasta que la nave fue atraída por la gravedad terrestre. En ésta ocasión no sería trasladado a una nave atmosférica, una Atmos-Jubarel, para el descenso final. Ésta vez ingresó  la cámara de hibernación y sintió el cálido abrazo del gel que lo envolvía por todas partes. Cerró los ojos y, con la ayuda de los tranquilizantes en el gel, se quedó dormido de inmediato. Cuando abrió los ojos ya estaba en la tierra. Un equipo abría la escotilla y vaciaba la cámara de hibernación. Vio rostros humanos nuevamente después de tanto tiempo y sus rodillas flaquearon por la emoción.

            La pequeña nave descendió  a las afueras del sector norte de la ciudad de Felna. Todos los proletarios que tenían suficientes créditos para ganarse un día libre hicieron el viaje en el tranvía y en los camiones para acercarse lo más posible. Un robusto operario cargó a Rando y lo sacó de la nave como un premio. Rando se enfrentó a más de tres mil proletarios vitoreando y aplaudiendo. Fue llevado hasta el edificio principal del departamento de viajes estelares, donde le esperaba una fiesta con dignatarios y jefes. Su familia estaba ahí y lo recibieron con lágrimas en los ojos. Se abrazaron y se besaron por un largo tiempo, completamente ajenos a las cien otras personas congregadas ahí.
“El regreso de nuestro héroe.” Rando conocía a ese hombre de las noticias. Era Lashade, uno de los voceros públicos más importantes de Ralia. “¿Les importa si me lo robo un segundo?”
“Pero solo un segundo.” Bromeó Rashide.
“Hay mucho de qué hablar.” Le susurraba mientras se lo llevaba al balcón. Apuntó hacia  las gigantescas naves en las pistas y sonrió. “Ralia tiene más caravanas Hildran listas para ser transportadas que cualquiera de las otras diez ciudades de Felna.”
“Impresionante.” Dijo Rando. “Importamos cien toneladas de Urbalita de Venus y Marte al día. Si las terraformaciones en Júpiter tienen éxito y establecemos las plantas disruptoras podríamos estar importando la misma cantidad en baterías de electricidad al día.”
“Deja que los técnicos se encarguen de eso. La soviética tiene otros planes contigo.”
“Lo que sea por el proletariado y por mamá.”
“Rando-GL892-0294L te invito oficialmente a ser parte de los voceros públicos.”
“Lashade-GL879-1732M, estaré encantado de formar parte de nuestro sistema democrático.” Una nave atmosférica, con sus patas metálicas y sus cilindros plateados alzó el vuelo desde su riel kilométrico para romper la atmósfera. Rando la siguió con la mirada, como si viera alejarse a su pasado como cosmonauta.
“Perfecto.” Lashade le dio la mano y lo abrazó. “Te espero, cuando te repongas de tu largo viaje. Tengo entendido que eres un reformista, ¿es correcto?”
“Mi tendencia de voto dice eso, es cierto, y entiendo que usted es un oficialista, pero se dará cuenta que no soy un hombre de ideas cerradas.”
“No te preocupes Rando, vivimos en una democracia. Si quieres ser reformista no tienes que disculparte, yo seré tu padrino político independientemente de cómo votes o pienses.”
“Gracias señor.”
“Por favor, todos somos iguales, llámame Lashade.” El vocero lo abrazó de nuevo y lo dejó en el balcón. Un grupo de personas llegaron a saludarlo. Rando fingió que les conocía, mientras que su mirada se fijaba en Adashon, quien recorría el salón hacia la turba alrededor de Rando.
“Y descuide, todos nosotros votaremos por usted. Lo mantendremos en la lista de popularidad. Diariamente votaremos, ya lo verá.” Rando sonreía y asentía con la cabeza, pero sus ojos seguían fijos en Adashon. Aunque todos vestían de igual forma, con pantalones verdes y playera blanca de distintos patrones geométricos, no podía dejar de pensar que Adashon, con esa pañoleta roja con patrones floridos se veía mágicamente distinta. La vio mezclarse entre la turba y sintió sus dedos sobre su mano. Le había dejado una nota. Rando la guardó en su bolsillo para leerla después y siguió amenizando con sus nuevos seguidores.

            Al día siguiente Rando aprovechó que su esposo y esposas estaban trabajando para seguir las instrucciones de la nota de Adashon. Temprano en la mañana abordó el tren magnético hacia el oeste. La estación estaba a pocas cuadras de su bloque de departamentos. Se bajó en la estación oeste sector G y tomó un transporte de cable hasta el parque. El transporte se elevó por encima de los bloques de departamentos y Rando se maravilló con la vista. Cada sector de Felna estaba organizado a la perfección. El bloque de departamentos, siempre edificios de 30 pisos con 30 departamentos por piso, estaban flanqueados por parques, tras los cuales se encontraban los edificios de compras y después de los de trabajo. Las oficinas y fábricas siempre estaban orientados hacia las estaciones de trenes magnéticos, transbordadores rápidos de ocho ruedas y transportes de cables. Entre un sector y otro se encontraban los grandes parques, con lagos y atracciones. En el sector B se encontraba el zoológico más grande de Felna, y quizás de todo el país. Mientras el transporte descendía hacia el parque Rando pensó en los demás países. Había visitado Poderi-Mornia, hacía seis años con Orgonal, para ver el holodromo más grande del mundo, y la ciudad estaba organizada exactamente igual.
“Reserve una mesa de Beraner.” La voz vino de atrás, era Adashon. “¿Aún juegas Beraner?”
“Sí, mucho.” Bajó del transporte junto con las otras 50 personas para hacer lugar a las otra cincuenta. Reprimió el impulso de abrazarla y se contentó con darle la mano. Adashon se sonrojó detrás de su pañoleta.

            Adashon le llevó a la orilla del lago. La mesa de plástico de Beraner estaba rodeada de otras mesas, donde ancianos jugaban pacientemente. El tablero holográfico se encendió desde que se sentaron. Adashon meditó su primera jugada y movió los drones de las esquinas. Rando sonrió, Adashon siempre empezaba con una estrategia de esquinas, usando sus espadas que se mueven diagonalmente. Rando movió su tanque, que con sus movimientos en L establecía una primera defensa. Adashon le miró a los ojos y sonrió.
“¿Sabes por qué escogí este sector?” Rando negó con la cabeza.
“¿No fue por el lago?”
“Todos los sectores de todas las ciudades tienen un lago con patos holográficos.” Señaló hacia los árboles del fondo. “Están construyendo una fábrica de calzado. Los micrófonos están apagados en este parque. Nadie lo sabe.”
“¿Y cómo lo sabes tú?” Rando señaló al puercoespín. El dirigible con antenas de comunicación que sobrevolaba el sector. “La soviética todo lo sabe y todo lo ve.”
“Varnico, mi marido que trabaja en el departamento de vigilancia me lo dijo. Ese puercoespín está ahí para asustar, y nada más.”
“Sólo la gente que tiene algo que esconder se asusta de la vigilancia.” Le corrigió Rando con un tono político.
“Entonces tú y yo deberíamos tener miedo.” La última vez que habían podido hablar libremente había sido hacía ocho años, cuando coincidieron en la estación recreativa de la Luna durante sus vacaciones. “Por la soviética, hace tanto que no lo decimos...”
“¿Te acuerdas cuando lo decíamos en el rincón del colegio?”
“Te amo.” Los dos se sonrojaron y miraron sobre su hombro. “Te amo con locura.”
“Adashon, ¿qué estamos haciendo? Tenemos 60 años, estamos a la mitad de la expectativa de vida. ¿Por qué la flama no se extingue nunca?”
“No lo sé Rando, yo misma me lo he preguntado mil veces.” Su mano atravesó el campo holográfico del Beraner y le tomó la mano a Rando.
“Antes me sentía culpable, un buen proletario ama a su familia, pero...”
“No escogiste amarlos, la soviética lo hizo por ti. Es natural estar confundidos.”
“Somos hermanos Adashon, esto está mal. Es anormal.” Adashon se agachó y tomó un puñado de tierra. Se lo mostró a Rando para que viera a las hormigas.
“No somos hermanos Rando, por favor, ¿quién sabe quiénes nos parieron? Compartimos la infancia juntos, eso es todo.” Rando no quiso tocar las hormigas y puso cara de asco. “No hacen nada.”
“Hormigas... Los animales pertenecen al zoológico, debería poner una queja para que las eliminen de aquí.” Adashon tiró la tierra y bajó la cabeza. “¿Qué pasa?”
“¿Alguna vez has visto a un proletario ciego o sordo?”
“No existe tal cosa, con nuestros avances en medicina se puede clonar cualquier órgano.”
“En adultos, no en niños.” Adashon se puso de pie y caminó al lago. Rando le siguió.
“Las enfermedades congénitas ya no existen. El último bebé enfermó fue en 1290. Todos lo saben. La selección de parejas de la ingeniería social se ocupó de eso.”
“Jerler, mi esposa que trabaja en salubridad me dijo otra cosa.” Rando recogió una piedrita y la tiró contra uno de los patos. La imagen holográfica se partió y se convirtió en seis palomas que volaron hacia arriba y desaparecieron. El pato volvió a aparecer cerca de la orilla. “La mamá pensó que su hijo era lento, cuando lo entregó al año de tenerlo el departamento se dio cuenta del problema. El bebé era sordo. Lo quemaron en el incinerador Rando, como si fuera nada.”
“No puede ser, mamá nos ama a todos. Esos son puros cuentos.” Adashon lo abrazó.
“¿Qué nos harán a nosotros? Eres una figura pública ahora. ¿Y si tus adversarios nos descubren?”
“No lo harán. No es ilegal tener amigas y abrazarlas. Si la vigilancia aquí está apagada... Nadie nunca sabrá nada.” Rando la besó. “Te amo Adashon, y cuando sea vocero público me aseguraré de no ser como los demás. Veré ese asunto, y el que quieras, verás que será distinto.”
“Nada será distinto Rando, todo el sistema democrático es una fábula. Expertos que deciden sobre la decisión de otros expertos, el resto de nosotros aprieta un botón en el comunicador y espera que sucedan milagros. No Rando, las cosas nunca cambiarán. No han cambiado en los últimos 1977 años, ¿por qué cambiarían ahora?”
“Soy reformista mi amor, trabajaré para que haya cambios para mejor.” Comenzaron a caminar abrazados hacia los árboles. “El sistema funciona, no hay crimen, ni desempleo, todos los proletarios trabajan juntos... Son detalles que hay que cambiar.”
“No Rando, no son detalles. ¿Qué me dices de la zona sur, en los sectores prohibidos?”
“No hay nada raro ahí, todos han sido deportados a Marte.”
“Imposible, no ha habido más vuelos a Marte de los normales.” Se detuvieron entre los árboles. Al fondo de la vereda había un grupo de falsificadores. Un sujeto cargaba una pesada máquina con un escáner láser, el escáner bloqueaba el analizador de sangre del comunicador para que los adictos pudieran usar sus inhaladores de Vasum más allá de los límites establecidos.
“Malditos adictos.” Dijo Rando. Adashon le besó con pasión.
“Prométeme que no serás como los demás.”
“Impulsaré los deseos reformistas de los proletarios.” Adashon resopló frustrada.
“La antiquísima batalla entre reformistas y oficialistas. Entre si se acabó la historia y no hay que cambiar nada o si apenas empezó la historia con el comunismo y hay que avanzar hacia adelante. Al final los dos son lo mismo. Dos perros jalando el mismo hueso, como los que ves en el zoológico a la hora de comer. Ninguno se atreve a hacerse las preguntas difíciles.”
“Lo único que sé mi amor, es que te amo y eso no cambiará nunca. Yo sé cuánto odias a la política, pero nunca cambiaré, siempre seré el mismo Rando que jugaba a las escondidas contigo.”
“Antes odiaba que fueras cosmonauta y yo te esperara por meses o años. Ahora que te tengo en el mismo planeta odio que seas vocero... ¿Quién me entiende?” Se besaron apoyados contra un árbol y Rando pasó sus dedos por su cabello.
“Te amo hermosa, pero me tengo que ir.” Revisó su comunicador, ya casi era hora de comer. “Si no estoy en el departamento a tiempo podrían sospechar.”
“Tienes razón, Brarta casi siempre llega temprano de la fábrica. Yo también me tengo que ir.”
“Nos veremos más seguido amor, te lo prometo.”

            Rando llegó a tiempo al departamento           18 del piso 26. Le dio tiempo de buscar su inhalado de Vasum entre sus cajones y relajarse mientras llegaban los demás. La cocina, como todas las cocinas de todos los departamentos del mundo, conectaba a un sótano a través de un ducto en el cual se transportaba la comida. Cada uno de los cuatro pasó su comunicador por el lector láser, para que la computadora determinara lo que era sano para cada uno y ofrecerles opciones. Vamica seleccionó la segunda opción, como siempre lo hacía. Orgonal siempre se burlaba de lo predecible que era, desde la elección hasta el punto en que abría la hoja de aluminio, olía el estofado en el interior y decía “que bien huele hoy...”. Vamica siempre se enojaba por las burlas de Orgonal y Rashide siempre lo excusaba. Rando se había ido por mucho tiempo, pero le alegraba ver que la cotidianeidad casera seguía intacta.
“¿Y no sabes cuándo aceptas la oferta de Lasharde?” Le preguntó Orgonal mientras comía su estofado con poco entusiasmo.
“Hoy en la tarde.” Rando revisó su comunicador. “Tengo mensajes...”
“No contestes tu correo en la mesa Rando, es de mala educación.” Dijo Vamica.
“No le hagas caso amor, si es importante hazlo.” Replicó Rashide. “Tú trabajo es más importante que el nuestro.”
“Eso no es cierto,” le contradijo Vamica “todos los trabajos son igual de importantes.”
“Tonterías,” dijo Orgonal “un chimpancé podría hacer mi trabajo.” La cámara sobre la mesa encendió sus luces azules, era una inspección rutinaria. Todos voltearon al techo un segundo y sonrieron. Orgonal levantó su tazón de comida y sonrió a la cámara. “Es mi manera de decirles que un chimpancé hizo mi comida.” Rashide se rió y chocaron puños. Vamica hizo muecas y Rashide la besó. Orgonal la besó y le acarició el cabello. “¿Te vuelvo loca verdad?”
“Sí, por eso te amo. A todo esto, ¿qué decía el mensaje Rando?”
“Lorten me invitó a una reunión de reformistas. No sé qué hacer.” Todos le miraron sin saber qué decir. Rando recordó que a la mayoría de los proletarios no le importaba la política, votaban como era su obligación y se desentendían del asunto. “En cierto sentido es de mi equipo, pero como Lashade es mi padrino y él es oficialista no sé qué hacer. No quiero quedar mal con mi padrino, pues Lorten es, en cierto sentido, su enemigo político.”
 “Haz lo que hago yo,” dijo Orgonal “lanza una tapa de metal al aire, así decido mis votos.”
“Eres incorregible, mi amor.” Le dijo Vamica. Rashide extendió el brazo para que Orgonal viera sus mensajes de correo.
“Es lo que te había platicado.” Orgonal leyó y se rió. “Es posible, es decir, desde un punto de vista meramente técnico, como ingeniero en sistemas, te aseguro que es posible.”
“¿Qué cosa?” Vamica leyó el mensaje y bufó. “Tonterías, esos son rumores.”
“¿Qué son rumores?” Preguntó Rando, mientras terminaba su estofado y tiraba el contenedor en la basura para ser reciclado en nuevos contenedores.
“Están diciendo que, en el sector Oeste hay una zona sin vigilancia. Lo cual es una tontería, porque del sector F a la I tiene micrófonos y cámaras secretas. Yo debería saberlo, soy ingeniera social y el año pasado los instalamos.” Rando palideció y se sentó de golpe.
“¿Estás bien mi amor, quieres un vaso de agua?” Le ofreció Rashide.
“No, estoy bien, es que comí muy rápido.” Orgonal se levantó para servir un vaso de agua en la cocina y se detuvo frente a las dos llaves.
“¿Quieres el agua con colorante azul o verde?” Sirvió uno al azar y se lo llevó. “Acostúmbrate a la política Rando, es mucha presión. Te lo dice una chica con ninguna presión, esa fábrica podría funcionar sola, pero tu trabajo es diferente. Rashide tiene razón, es más importante.”
“Gracias amor.” Se tomó el agua verde de un trago y se levantó. “Tengo que irme, daré mi primer discurso con Lashade. ¿Me verán en el comunicador?”
“Claro que sí mi amor.” Se apresuró a decir Rashide. “Y me encargo de que éstas dos locas te vean también.”

            Rando no dejó de pensar en lo que Vamica le había dicho. Sabía que nadie lo estaba investigando aún, pero cada comunicador tenía un localizador global al que cualquier proletario tenía acceso y si alguien sospechaba algo no les sería difícil ubicarlos juntos. Viajó en el trasbordador veloz a través de los sectores, mientras que todos le miraban con curiosidad. Había salido la noticia en el comunicador, el héroe cosmonauta daría su primer discurso. Se tranquilizó a sí mismo pensando que nadie notaría extraño que estuviera nervioso. Era su primer día, nadie esperaba que estuviera calmado. Cuando llegó a su destino había una comitiva que lo esperaba. Lashade se acercó corriendo para ponerlo al día.
“El multifamiliar N fue construido con los vestigios de otro multifamiliar que fue reciclado. Los treinta departamentos de la esquina norte miden medio metro más que todos los demás. Los inquilinos no quieren ser molestados, las treinta familias quieren seguir disfrutando la comodidad, pero la ley es la ley.”
“¿Cuál es la tendencia de voto del edificio?”
“Reformista en 68%, por eso te pedí que vinieras. ¿Estás bien? Te ves un poco pálido.”
“No, estoy bien.” Rando se tranquilizó respirando profundo. “Vamos.”
“Aquí están algunas notas, úsalas y estarás bien.” Le entregó pequeñas láminas plásticas magnéticas de apuntes y Rando las leyó mientras caminaba.

            Lashade y su equipo lo llevaron al auditorio del multifamiliar. Como todos los auditorios tenía capacidad para 40 mil personas en tres pisos. El escenario estaba vacío a excepción de un micrófono pequeño. Rando entró por la parte trasera del edificio y miró por la cortina. La gente estaba fastidiada de esperar. Pensó en lo que le había prometido a Adashon y salió al escenario con un solo empujón. Tenía 40 mil pares de ojos encima. Las luces le impedían ver bien. Notó que las primeras filas estaban muy ocupadas revisando sus correos y los marcadores de Caleran. Tomó el delgado micrófono con una mano y miró hacia el frente, mientras se acomodaba el cabello.
“Sé que muchos de ustedes están cansados, quieren irse a casa. Los entiendo, a nadie le gusta estar esperando a un político para que dé el discurso de siempre. El discurso que hemos escuchado tantas veces desde que éramos niños. Están cansados de ese discurso y yo también. Incluso venía preparado con anotaciones para este discurso, pero mejor olvídenlo.” Mostró las láminas plásticas y las tiró al piso. Pudo escuchar al equipo político de Lashade conteniendo la respiración, pero a Rando no le preocupó. Nunca se había sentido tan vivo como en ese momento. “Han estado esperando horas enteras para decidir qué hacer con un asunto que, la mayoría de ustedes, considera inútil y absurdo. Los inquilinos favorecidos piensan que no pasa nada, ¿qué es medio metro más? No es nada. Eso parece en la superficie. Ellos piensan, ¿qué tiene de malo que  tengamos un poco más? Yo les diré qué tiene de malo. Había otro grupo como ellos, hace 1977 años atrás. Antes de que el comunismo fuese global. Se llamaban los burgueses. Un grupo desconsiderado y cruel que oprimió a los proletarios por siglos enteros. ¿Qué tiene de malo tener más tierras? Se preguntaban ellos, ¿qué tiene de malo ser los dueños de las fábricas y de los multifamiliares?, ¿qué tiene de malo cobrar por los servicios de salud? Todos ustedes lo saben, lo enseñan en el colegio. Los burgueses conquistaron y oprimieron al proletariado pero yo les diré algo que no enseñan en el colegio. Les diré algo que, para muchas voces oficialistas, es prohibido. Esos mismos burgueses no eran monstruos de siete patas. Eran personas como ustedes y como yo. Su conquista y su poder no se basaban únicamente en la violencia, sino en los razonamientos torcidos. Las falacias que convencen y justifican la barbarie. Los burgueses podían ser cualquiera, un extraño en el parque o sus propios vecinos. ¿Qué tiene de malo tener más mientras que los demás tienen menos? Yo les diré qué tiene de malo, aunque a algunos políticos no les guste, no es justo, no es racional. ¿Quieren que unos pocos tengan más? Y ¿por qué? Todos trabajamos igual, todos cooperamos, todos tenemos sacrificios, ¿es qué no somos todos iguales? Damas y caballeros seamos racionales por un segundo, que la apatía no obre en nuestra contra. No dejemos que nuestra holgazanería le abra las puertas a la burguesía. Proletariado ¡escúchenme! Llego a ustedes con las manos abiertas, suplicando y rogando porque nuestros principios democráticos no sean echados a un lado. ¿Qué tiene de malo tener más? Dicen ellos. Yo digo que tiremos el edificio abajo y lo hagamos de nuevo. Yo digo que apostemos por un futuro donde todos seamos iguales, y no un futuro con distinción de clases y opresión burguesa. Échenlo abajo, expulsen a la burguesía de sus hogares y de sus corazones. ¿Qué dirán los políticos de siempre? Dirán que es caro, dirán que es mejor que todo quede como está. Se equivocan, ¿quieren un mundo mejor? Voten ahora, aprueben la iniciativa de reciclar el edificio y construir uno mejor. Señores y señoras, voten por mí si quieren un Ralia mejor, un Ralia del proletariado. El futuro está en sus manos. Damas y caballeros, muchas gracias.”

            Rando regresó detrás de la cortina. Los aplausos eran atronadores. Su corazón iba a mil por hora y podía sentir cómo toda su piel se erizaba. El equipo de Lashade estaba boquiabierto. El vocero público lo abrazó con fuerza y lo instó a salir de nuevo. La gente estaba fascinada. Rando agradeció a todos y regresó con Lashade.
“Nunca había visto algo semejante, Rando eres natural.” Le mostró su comunicador. “Entra al programa democrático. Tenemos una mayoría aplastante, todos menos los inquilinos con medio metro más de espacio. Eres un genio.”
“Y mira ésta votación...” Era su perfil público, los votos habían triplicado desde su aterrizaje. “¿Cuatro millones de votos? Es imposible Lashade.”
“La subsecretaría de reciclaje de multifamiliares está partida en cuatro, una por cada sector, algunas voces reformistas querían que se fusionaran en una sola. Con éste reciclaje justifican su presupuesto. Miles de personas conservarán los empleos que aman gracias a ti. Esas personas votan, como también sus esposos y esposas.” Salieron por la puerta trasera, había una multitud congregada. Lashade sonrió y apretó manos mientras Rando era asaltado por cientos de personas que querían felicitarlo, abrazarlo y besarlo en las mejillas. Lashade se alejaba hacia el transporte en cables, cuando se dio cuenta que Rando se había quedado atrás hablando con la gente.
“He enviado docenas de solicitudes, pero no me cambian de trabajo.” Decía una mujer de 80 años que cargaba a su bebé. “Quiero más tiempo para mi bebé, antes de dárselo a la soviética.”
“El holograma en el lago no funciona y nadie viene a repararlo, ¿podría revisarlo?” Decía un joven.
“Se rompió mi ventana y la fábrica de vidrio no me ha enviado el pedido porque dicen que mi comunicador no envió el archivo correctamente, pero los técnicos no lo quieren revisar porque la fábrica no ha hecho una queja formal, ¿podría apresurarlos? Me urge  esa ventana.”
“Señores, señoras, escríbanme un mensaje con sus necesidades cada día cuando voten por mí en mi perfil público. Tendré a un asistente específicamente para eso y verán que me encargaré de todos ustedes.” Lashade regresó con él y lo fue apurando, mientras hacía acto de presencia.
“Bienvenido a la política. Tengo a un equipo político esperándote en la oficina del congreso.” Le explicaba Lashade en el transporte reservado para ellos.
“Quiero tener a gente ocupándose de estas cosas, lo harán más fácil para mí.”
“Ayudar a tus votantes es importante, pero tú tienes que estar allá afuera, no peleándote en oficinas burocráticas. En estos días tomarás una decisión importante, los archimandritas quieren decidir sobre su uso de suelo, argumentando su estatus político. Los reformistas votan en contra, los oficialistas como yo votamos a favor.”
“¿Cuándo es la votación?”
“Todavía falta, pero será la decisión más importante del año. Ahora te faltan seis reuniones más antes de acabar el día.” Lashade sonrió y le tomó del hombro. “Bienvenido a la política.”

            Las reuniones habían sido más aburridas de lo que había pensado. La más importante fue una comisión investigadora que analizaba la posibilidad de añadir 2% más jabón al agua de la regadera. Rando quería regresar con la gente para sentir su admiración y sus esperanzas. En los días venideros se aseguró de que su equipo le diera seguimiento a todas las peticiones de sus votantes. Él mismo no podía hacerlo, estaba de una reunión a otra. Lorten, el reformista más importante del país, era el único que no estaba feliz de conocerlo. Mientras que todos los reformistas le daban la bienvenida como a un héroe Lorten se limitó a estrecharle la mano y esperar su turno para hablar. “Yo apoyo una moción para que la vigilancia en parques se procese más rápido, pero procesándola por nombre y número. El sistema que ahora tenemos no discrimina entre personas, pero creo que tendríamos que empezar a hacerlo. Uno nunca sabe.”

            Rando palideció. Era obvio. Su primer enemigo político y tenía las armas para hundirlo. Los demás reformistas no estaban de acuerdo, pero el precedente ya estaba dado. En las demás reuniones reformistas y discusiones en el congreso Rando evitó a Lorten lo más posible. Su único lugar seguro era su departamento. Orgonal y Vamica le habían comprado una nueva plantilla plástica magnética para sus apuntes. Orgonal había ahorrado trabajando horas extra en la fábrica. Rashide no se perdía ninguna de sus apariciones públicas y siempre le tenía preparada su comida antes que llegara. Rando pasaba la mitad de la comida leyendo mensajes y revisando tendencias de votos,  y la otra mitad escuchando las propuestas de Rashide.
“Es completamente factible,” insistía el ingeniero en sistemas “las naves no tienen control sobre su propia navegación y muchas veces fallan los sistemas remotos. Podemos hacer de las naves satélites de información. Ampliaríamos la red de telecomunicaciones interplanetarias en un 300% en cuestión de meses.”
“Es una excelente idea, pero ¿por qué no lo hace tu departamento?”
“Mi jefe pone excusas, dice que no nos toca. La verdad es que a nadie le toca porque es algo nuevo. ¿Crees que podrías presentar la moción al congreso?”
“Veré que puedo hacer.”

            Trató de presentar la moción en el congreso a la mañana siguiente, pero fue imposible. Los congresistas estaban demasiado ocupados discutiendo sobre la ración extra de 2% de jabón. Los congresistas alcanzaron mayoría y pasaron la cuestión a los voceros públicos. El voto de los voceros dependían de los votos públicos y Rando era uno de los más importantes. La moción pasó con mayoría. Ahora  todos los proletarios de Felna gozarían de 1.3% más jabón en el agua de la regadera. Lorten presentó moción en la cámara justo cuando todos los voceros salían del congreso. Fueron avisados en la salida y tomaron asiento en las tribunas del segundo piso. Las sillas plásticas eran azules, y Rando nunca había visto semejante color en una silla, por lo que no se quejó de quedarse más tiempo, incluso si era por Lorten. Lashade se sentó a su lado mientras revisaba la pantalla de su comunicador.
“¿De qué se trata esto?” Preguntó un vocero detrás de Rando. “Participo en ocho juntas vecinales hoy y me están esperando.”
“Es por los archimandritas.” Contestó Lashade sin voltear la cabeza. Rando observó que, en el piso inferior, justo frente a ellos, entraba un grupo de cien archimandritas. Todos vestidos de negro con barbas largas. Eran los únicos proletarios que podían tener vello facial. Lo cultivaban por años, pues la ingeniería racial de principios del segundo siglo había mezclado las razas para que solo hubiera una, la cual lamentablemente era lampiña casi por completo. Ahora todos eran morenos de ojos rasgados y Rando siempre trataba de imaginar cómo era la gente antes de la ingeniería racial.
“Si pudiera tener su atención por favor.” Todos guardaron silencio a petición de Lorten. Rando revisó su comunicador, tenía un nuevo mensaje del grupo de amigos del Beraner. Era el código que usaba Adashon. Quería verlo en el parque del sector K para jugar Beraner y platicar.
“¿Pasa algo?” Le murmuró Lashade.
“No, nada. Me surgió una junta vecinal que no puedo posponer. Es después de este voto, no te preocupes.” Lashade asintió mientras saludaba de lejos a los archimandritas.
“Los archimandritas son muy poderosos, el socialismo sigue teniendo muchos creyentes.”
“No podemos hacernos los ciegos,” comenzó Lorten “La fábrica de calzado produce el 15% de la congestión en los trenes magnéticos de la zona norte. Dicho simplemente, la fábrica está muy lejos. ¿Por qué deben viajar hasta dos horas y media los obreros cuando hay espacio suficiente en el sector A? Existen dos templos proletarios en el sector B, yo propongo que movamos uno de esos templos a otro sector e instalemos en su lugar parte de la fábrica de calzado. Propongo que los voceros voten ahora mismo entre mantener los privilegios de los archimandritas o mejorar la calidad de vida del proletariado. Les invito a demostrar que el sistema democrático sirve al pueblo y no a los archimandritas.”
“Tiene sentido...” Murmuró alguien detrás de Rando.
“Está separando el proletariado de los archimandritas. Son la misma cosa.” Corrigió Lashide.
“Ya están entrando los votos.” Dijo Lorten mientras encendía una pantalla holográfica frente a él que mostraba los votos.

La mayoría de los oficialistas votaron en contra, necesitaría de los reformistas para alcanzar la mayoría. Lorten votó a favor y con él se sumaron otros doce voceros, cada uno con miles de votos que los respaldan. Rando no sabía qué hacer. En un lado de la pesa estaba su padrino político, en el otro estaba el líder de la facción reformista, un hombre que le envidiaba y amenazaba con exponerlo. La votación se detuvo, faltaba la mayoría de los voceros reformistas. Lo esperaban a él. Rando respiró profundo y votó en contra. Hubo un momento de sorpresa, murmullos y expresiones confundidas. Los archimandritas se levantaron y le aplaudieron. La mayor parte de los reformistas le siguieron. Lorten vio cómo su moción era rechazada por aplastante mayoría. Ambas facciones le aplaudieron. Rando se puso de pie y agradeció con ademanes. Con el rabillo del ojo miró su perfil público, había ganado medio millón de votos. Todos los socialistas reformistas que se sentían alienados con los oficialistas y rechazados por los reformistas le brindaban su apoyo.

            Salió del congreso estrechando manos y sonriendo. Ya no pensaba en política, pensaba en Adashon. Mientras esperaba  en la estación de tren notó las miradas. Revisó las noticias en el comunicador, su rostro estaba en primera plana. La canciller suprema de Ralia, Rewil- HF823-5021G celebraba la decisión desde la ciudad-política, la capital de la soviética, en Croleran. Vestía igual que todos, pero aún así se destacaba. Optó por no hacer contacto visual hasta llegar al parque. Adashon le esperaba en una mesa de Beraner.
“Leí las noticias,” dijo ella “y creo que todos los que están en el parque también.”
“Encontraremos la manera.” Dijo Rando.
“No hay ley contra tener amigas.” Adashon señaló con la mirada hacia el puercoespín. El mensaje era claro, estaban siendo vigilados.
“Tienes razón.” Adashon abrió el juego con su jugada favorita y Rando sonrió “Siempre empiezas igual. Irás alineando los drones en cuadrados, para que metas ahí un tanque y subas las piezas para montar tu ofensiva.”
“Soy predecible en el Beraner, lo admito. Espero que tú no te conviertas en un político predecible. En la mañana leí que un vocero público había visitado la zona prohibida en la región sur y había afirmado que no había peligro.”
“¿De nuevo con esto?” El comunicador de Rando sonó, era una llamada privada de Rashide. “No hay anda en el sur, la gente fue deportada a Marte y están reciclando la ciudad. Fue una decisión democrática.”
“¿No vas a contestar? Podría ser del trabajo.”
“Es Rashide.” Rando se levantó y, en cuanto le dio la espalda a Adashon ésta cambió algunas piezas de lugar. “¿Qué pasa mi amor?”
“Rando,” Estaba sudando y nervioso. La cámara mostraba que estaba en su trabajo. “Necesito que me hagas un favor, hay vidas de por medio.”
“¿Qué ocurre, estás bien?”
“Hay una investigación rutinaria en mi área de trabajo y estoy a la mitad de algo. Tengo un ataúd flotante y a menos que revise los códigos y reemplace el programa todos se van a morir allá adentro. Es una cuestión de caravana en Marte, pero necesito que me quites a esta investigación de encima.”
“Veré qué puedo hacer.”
“¿Estás en el trabajo?”
“Sí, no te preocupes Rashide, veré que se puede hacer.”
“¿Qué ocurre?” Le preguntó Adashon cuando se sentó en la mesa. Rando no contestó, escribía un mensaje de texto. “¿Todo bien?”
“Rashide no puede seguir trabajando porque le están haciendo una inspección de rutina. Le pedí a uno de mis asistentes que supervisara el asunto. No creo que se pueda hacer nada, esas inspecciones se hicieron ley con una votación hace más de un siglo.”
“Los triunfos de la democracia, hemos creado tantas leyes para regular tantas cosas que necesitamos un manual para abordar un tren.”
“La democracia es el mejor sistema porque se elige todo por mayoría.” Rando movió su martillo tres espacios, para conectarlo a un dron y llevar la pieza al tablero superior. “Todos decidimos sobre cada aspecto de nuestra vida.”
“No, un montón de políticos con un montón de votos en sus perfiles públicos deciden todo, nosotros solo apretamos un botón y vivimos con miedo.”
“La democracia no lleva al miedo, todo es abierto.”
“¿Abierto?” Adashon movió su espada tres espacio, se comió un dron de Rando y bajó la pieza al tablero inferior para comerse un martillo. “Vivimos con miedo Rando, hasta tú lo haces. Sabes por qué lo digo. ¿Qué tal si la mayoría se equivoca?”
“La mayoría no se puede equivocar. El pueblo elige su destino.”
“Yo no soy el pueblo Rando, soy una mujer con mis propios sueños y ambiciones. ¿Quién es el pueblo? No eres tú, ni la pareja que se besa en esos árboles, ni los ancianos en la mesa de al lado. Nadie es el pueblo. Lo más cercano al pueblo es la política, con todo lo hipócrita y taimada que es. Ahora eres parte de eso, la democracia y su política te va a devorar.”
“Adashon, no digas esas cosas.” Señaló al puercoespín y susurró “nunca sabes quién escucha.”
“¿Y tú decías que no vivimos con miedo?” Adashon se levantó para irse, cuando empezó a sonar el comunicador de Rando. “Contesta Rando. Te veré después.”
“Adashon espera...” Trató de detenerla, pero era tarde. Respondió la llamada, era un encargado del departamento de ingeniería en sistemas de vuelos estelares.
“¿Rando?” Preguntó el extraño. Rando asintió a la cámara en su comunicador. “Tengo malas noticias, su esposo fue internado. Lanzó su silla contra el monitor de la oficina.”
“No, no puede ser.” Rando se sentó y trató de calmarse. “¿Fue llevado a la escuela de cuadros?, ¿por cuánto tiempo?”
“Usted sabe cómo es esto, por tiempo indefinido.”

            Vamica, Orgonal y Rando visitaron a Rashide al día siguiente. La escuela de cuadros tenía un transporte propio, un tren magnético que llevaba al centro de la ciudad. La escuela de cuadros era un edificio de concreto pintado de gris con la forma de un cubo perfecto. No había ventanas de ningún tipo, únicamente una puerta para empleados y reclusos y otra para los familiares. Esperaron en fila mientras la gente susurraba cosas acerca de Rando. Ingresaron al edificio y fueron procesados individualmente y enviados a distintos elevadores. Los elevadores no sólo subían o bajaban, sino que se transportaban en rieles entre las celdas. Rashide  estaba acostado en el suelo, rapado y apenas vestido con una bata blanca. Los tres se lanzaron contra Rashide para abrazarlo.
“Mi amor, ¿estás bien?” Rashide dejó escapar unas lágrimas y sonrió.
“Te debo estar costando votos Rando, perdóname.”
“Eso es lo que menos importa. ¿Te están tratando bien?”
“Sí, todo está bien.” Rashide miró hacia la cámara en el techo. Todos entendieron lo inútil de preguntar semejante cosa. Orgonal lo abrazó de nuevo y le besó en el cachete.
“Saldrás en cualquier momento y volveremos a jugar Caleran, como en los viejos tiempos.”
“Yo fui promovida,” dijo Vamica “me voy a Marte mañana mismo con Moteral, mi amigo de la oficina. Te escribiré todos los días y te enviaré videos por el comunicador. ¿Te dejan usar el comunicador?”
“No, está desactivado. Me gustaría jugar Beraner virtual, quién sabe, quizás algún día sea tan bueno como tú Rando.”
“Es mi culpa. Tu crisis nerviosa es mi culpa.”
“No mi amor, hiciste lo que pudiste.” Rando pensó en Adashon y se mordió el labio. Era su culpa y ahora Rashide, el hombre que lo amaba más que a nada en el mundo, estaba en una celda. Recordó lo que Adashon le había dicho, que todos vivían con miedo. Rando no quería aceptarlo, pero al ver a Rashide sabía que el sistema tenía fallas.
“No me importa quién escuche Rashide, pero este sistema tiene fallas.”
“Claro,” bromeó Orgonal “cuando yo lo digo soy la rebelde, cuando él lo dice es un héroe.”
“Cuando tú lo dices Orgonal,” replicó Vamica “todos los censores del país se relamen los labios para mandarte aquí. Que te sirva de lección Orgonal, tienes que tener cuidado.”
“Hazle caso preciosa,” dijo Rashide “me tratan muy bien, pero preferiría estar con ustedes.”
“Te sacaré de aquí Rashide,” dijo Rando “ya lo verás.”
“Si alguien puede perfeccionar el sistema, eres tú Rando.”

            Al día siguiente Orgonal y Rando despidieron a Vamica en la entrada de la estación de trasbordadores atmosféricos. Regresaron en silencio al departamento. Lo sentían más vacío. Rando no volvió a escuchar de Adashon, y se concentró en su trabajo. Si antes le sonreía a los votantes, ahora los abrazaba y besaba a los bebés. Lashade le llevó a una reunión de censores políticos para establecer el discurso anual oficial. Lorten estaba ahí y no quiso saludarle. Lashade, después de todo, era oficialista, mientras que Rando ganaba más popularidad que Lorten con cada discurso y con cada gesto público. La reunión había sido monótona y aburrida, como casi todas las reuniones, pero Grelte, un vocero viejo le resumió la situación a la perfección.
“Es el equilibrio de Ralia, Lorten y los extremistas quieren empujar todo a un rinción, Lashade quiere empujarlo a otro. Ninguno de los dos ganas porque se sabotean mutuamente, de forma que lo único que podemos hacer es votar al centro, ni oficialistas ni reformistas.”
“Pero, ¿y las facciones políticas?”
“Rando, Rando, eres muy joven para entenderlo. No hay facciones.”

            Se reunieron en el congreso para votar si cambiaban de color las mesas de Beraner en el parque. Rando fue invitado especial, pues era famoso por su talento como jugador. En vez de sentarse con los demás voceros en el balcón del segundo piso se sentó al lado del podio donde Lorten declamaba por quince minutos sobre si los proletarios necesitaban o no que sus mesas de Beraner fuese color turquesa. Había tecnicismos en todo ello, la pintura turquesa era más cara, pues las fábricas de pintura no la procesaban en grandes cantidades. El congreso estaba repleto, incluyendo a los archimandritas que se susurraban entre ellos, muertos de aburrición. Lorten terminó su discurso y encendió la pantalla holográfica para el conteo de votos. Los oficialistas estaban en contra, los reformistas leales a Lorten estaban a favor. Rando miró la pantalla como si nunca la hubiese visto antes y entonces se dio cuenta. Él rompía las elecciones entre los extremos. Lashade lo estaba utilizando para tener a un oficialista con piel de reformista. No había querido ver a la política como un juego de Beraner, pero eso era precisamente de lo que trataba. Rando votó con Lashade y, junto con él la mayoría de los reformistas siguieron ciegamente su voto.

            Todos se levantaron de sus asientos. Rando fue llamado por uno de sus asistentes. Le mostró una pantalla plástica de su perfil público.
“Hubo cuatro decesos, ¿desea dar una declaración?”
“No conozco a casi nadie de mis contactos, déjame ver...” Rando siguió la pantalla con el dedo y negó con la cabeza.
“Ésta es de los contactos de sus amigos. Adashon-GL892-3408C. Tiene GL en su código de identificación, como usted. ¿La conoce?”
“Adashon...”

Le quitó la pantalla y buscó su nombre en la prensa, entre los decesos del día. Según la nota Adashon se había suicidado al saltar desde el techo de su multifamiliar. Dentro de un bolsillo encontraron una pieza de Beraner envuelta en la hoja de un libro. Como los libros habían sido ilegales por más de mil años la evidencia estaba retenida por las autoridades. Rando se sentó en una silla plástica detrás del podio y trató de calmarse. No podía mostrar emociones o sería objeto de sospecha.
“Esa chica...” Dijo Lorten “¿No es la chica con la que estuviste en el parque del sector G? Los historiales del GPS no mienten. ¿Será que eran algo más que amigos?”
“Lorten, ahora no.” Rando se levantó, tenía gana de reventarle la nariz. “Estamos en el mismo equipo, las amenazas vienen sobrando.”
“¿Mismo equipo? Lo dudo, eres del equipo de Lashade. Te robas mis votos. Haré una denuncia formal saliendo del congreso. Quiero que te investiguen a fondo desde que llegaste de Júpiter.”
“Lorten,” Rando cerró los ojos e imaginó la situación como una partida de Beraner “si eres inteligente votarás conmigo, si eres terco... bueno, si eres terco siempre te podré hundir más.” Rando lo empujó a un lado y subió al podio. La mitad del congreso ya estaba en la puerta, pero se detuvieron al ver que un vocero hacía una acción pública no programada. “Congresistas, voceros y archimandritas. Me temo que ha llegado la hora de poner las cartas en el asunto. ¿Acaso el proletariado merece menos?”
“¿Qué es todo esto?” Un congresista trató de subir al podio, pero Lashade se interpuso.
“Lo sé, lo sé, no estaba planeado. Pero nunca iba a ser planeado. Hablo de decidir ahora o nunca si los archimandritas merecen decidir sobre los  terrenos que manejan.”
“Pero, pero, pero no lo hemos mandado a comisión.” Se quejó un congresista.
“¿El sistema tiene fallas y ustedes quieren mandarlo a comisión?” Sabía que los censores políticos le multarían por semejante expresión, pero también sabía que al menos una cuarta parte de los votantes de todo el país reaccionarían con eso. “El proletariado está cansado de una democracia lenta y burocrática. Ellos quieren resultados ahora, no en comisiones. Les invito, si se atreven, a decidir ahora o nunca sobre este tema tan importante.”
“¡Esto es inaudito!” Gritó Lorten. “Que se baje el camarada en este instante.”
“¡No! Tuviste tu oportunidad Lorten y la desperdiciaste con mociones inútiles.” Los archimandritas aplaudieron al unísono. “Entiendo que hay reformistas miopes allá afuera que se oponen a todo lo que los oficialistas dicen. Entiendo también que los votantes están cansados de eso. Camaradas reformistas, ¿acaso un creyente no tiene tantos derechos como un no-creyente? Vivimos en el paraíso de los trabajadores donde no hay obligación en el credo, pero tampoco hay prohibición. Equilibrio entre las dos es la clave del progreso, ¿y qué hay más reformista que el progreso?”

            Golpeó el podio y miró hacia la cámara del fondo con el mentón hacia arriba. Debajo de él estaba la gráfica con los votos oficialistas en ascenso. Los reformistas de Lorten votaron en contra, pero ésta vez eran menos. Esperaban a Rando. Apretó el botón en su comunicador para apoyar la moción. La gran mayoría de reformistas lo siguieron. Los archimandritas ahora podían decidir sobre el uso de su suelo. La sala estalló en ovaciones. Sus asistentes le mostraron las gráficas de los votos ciudadanos, ahora tenía más votos que Lorten. Mientras salía por la puerta principal y recibía las bendiciones de los archimandritas pensó en Adashon y en Rashide. El sistema tenía sus fallas y él podía arreglarlas sin convertirse en Lashade. Un par de gordos congresistas lo escoltaron bajo una estatua de cinco metros de la canciller suprema.
“Entendemos que su esposo está en escuela de cuadros por una... lamentable crisis nerviosa.” Rando los miró a los ojos sin decir nada. “Ese tipo de cosas... se come a los votos.”
“Rashide es mi esposo y lo amo. Él es más importantes que los votos.” Uno de los congresistas sonrió y reprimió la risa.
“Quizás haya algo que podamos hacer para ayudar. Necesitamos que alguien joven y popular lance la moción de reciclar algunas zonas que son, francamente, económicamente no-viables. Es la clase de cosas que siempre se discute y nunca se hace.”
“Con una condición, tienen que convencer a Lorten.” Los congresistas se miraron confundidos. “No le digan que yo votaré a favor. Díganle que votaré en contra, pero que con su voto basta.”
“¿Y por qué querrías que tu adversario político gane popularidad a tu costa?”
“Vamos, nadie aquí es adversario político, todos somos iguales, ¿recuerdan?” Un congresista sonrió, el otro le dio un par de palmadas en la espalda.
“Bien pensado, ¿para qué aislarlo tanto que tenga que defenderse con uñas y dientes? Eres tan buen político como eres jugador de Beraner.”

            Esas palabras lo persiguieron durante todo el día. No se convertiría en ellos, lo tenía claro. Prefería morir a verse un día convertido en un hipócrita que únicamente se preocupa por votos, popularidad y poder. Ellos eran el medio a un fin, y funcionaron. Rashide fue absuelto al día siguiente y Rando lo recogió en la puerta de empleados del enorme cubo que era la escuela de cuadros. Esa noche, cuando se acostaron a dormir, Rando trajo consigo una lámina plástica y un pequeño gancho. Rashide sonrió, era la única manera de tener conversaciones honestas sin preocuparse por las cámaras y los micrófonos.
“Gracias Rando, no sé que hayas hecho para sacarme, pero... Gracias.” Se metieron debajo de la sábana, iluminados por la lámpara del buró y Rashide escribió con cuidado. “Me torturaron para lavarme el cerebro.”
“Rashide...” Rando escribió en la lámina. “Necesito que me hagas un favor. ¿Puedes burlar el GPS del comunicador por unas horas?”
“¿Qué tienes en mente?” Escribió Rashide. Rando alisó la placa plástica para volver a escribir. No podía mencionar a Adashon, pero ya había pensado en un plan.
“Alguien me habló de rumores sobre el sector prohibido. Quiero verlo por mí mismo.”
“Lo haré con gustó, pero cuidado con lo que encuentres. ¿Y si todo el sistema está podrido?” Rando leyó la frase varias veces y meditó su respuesta.
“Lo está.”
“¿Y si no tiene solución?” Rashide le miró intensamente con lágrimas en los ojos.
“Entonces le damos una.”

            Rashide había sido transferido de trabajo. Orgonal bromeó con hacer lo mismo para que la sacaran de la fábrica. Rashide no podía acompañar a Rando, pero Orgonal tenía el día libre. No pudo decirle adónde iban. Orgonal se dio cuenta que era algo ilegal, pues Rashide los llevó al único punto ciego de las cámaras del edificio. Usó herramientas de su trabajo para conectarse de manera remota al sistema de GPS y ubicarlo en el punto ciego de las escaleras del multifamiliar.
“Tengan en cuenta,” les dijo Rashide “que el sistema de posición global pensará que estarán en ese punto ciego, pero no puedo hacer nada con las cientos de cámaras en el edificio y en la ciudad. Si alguien quiere investigarlos y es meticuloso, los descubrirá.”

            Rando y Orgonal viajaron en tren magnético hasta la frontera con la zona sur. Las estaciones que conectaban con el área prohibida estaban vigiladas por soldados. Rando sabía que el punto débil de la vigilancia estaría en lo profundo del parque del multifamiliar del sector P. Caminaron entre los árboles y cruzaron la frontera en una parte donde la valla de contención había sido doblada por los árboles. Rando sabía lo que Adashon habría dicho, era el triunfo de la naturaleza sobre la razón. El bosque se extendía por la zona prohibida. El departamento del servicio forestal tenía prohibida la entrada, por lo que la vegetación se extendía salvajemente hasta un edificio de compras a medio demoler, en pleno proceso de reciclaje.

            Se ocultaron entre los escombros para adentrarse más hacia el sur. Cruzaron los restos de la estación de tren magnético. Naturalmente el tren y la vía habían sido reciclados. Al pasar otro parque se sintieron lo suficientemente seguros para caminar por el concreto partido de las calles adentrándose más en la zona prohibida. Orgonal se pegó a Rando, por primera vez escuchaba silencio apenas roto por el trinar de los pájaros. Estaban en una ciudad fantasma, los enormes edificios carecían de ventanas y, en su mayoría, habían sido vaciados en su interior dejando solo el frente del edificio. No había masas de personas caminando, hablando, riendo y esperando transportes. Sus pasos resonaban sobre el concreto y rebotaban contra las paredes de los edificios.

Con la ausencia de trenes, transportes de cables y camiones, Rando se percató que las calles eran sumamente anchas, quizás más de cien metros de anchas. Aún sobrevivían algunos pasos peatonales para cruzar a la acera de enfrente, en su mayoría repletos de moho y nidos de palomas. Sin la asistencia del departamento de vida silvestre nadie había podido cazarlas a todas y ahora vivían salvajemente sobre los restos de una civilización racional. Rando se preguntó si algún día, muy lejano, así como las palomas miraban a esos restos de edificios como montañas sin significado alguno, alguien miraría atrás y vería la grandiosa civilización comunista, con sus complejidades y sus billones de proletarios, como algo carente de sentido. Orgonal pensaba lo mismo, pues se pegó a su brazo y le dijo en voz baja “¿Así es como vemos a la civilización previa a la nuestra?”
“No,” respondió Rando en voz alta “nosotros no la vemos en lo absoluto. Ya no queda nada. Si acaso quedan vestigios como hojas de libros y viejos aparatos enterrados cientos de metros en la tierra. Pero esa civilización terminó por el comunismo, ¿qué terminó con ésta?”
“El comunismo” Dijo Orgonal. Rando le tapó la boca y se agacharon. “No hay micrófonos aquí Rando, si los hubiera ya estaríamos en escuela de cuadros.”
“Es cierto, disculpa. La costumbre.” Sortearon una estatua caída a pedazos de un martillo y una hoz. “Tienes que tener cuidado Orgonal, tu lengua te meterá en problemas.”
“¿Aún no lo ves Rando? Detrás de todas esas palabras bonitas, los votos, los parques, el Beraner y el holodromo se encuentra la terrible monotonía de una prisión.”
“Exageras, una cosa es que tu trabajo sea monótono y otra muy diferente... Es decir, con tanto que puedes hacer, como unirte a una banda de Tucton o talleres de actuación, ya que te gusta tanto el holodromo, no culpes a la soviética de tu aburrimiento.”
“Rando, ¿no se te hace extraño que el tucton es la única forma de arte permitida?, ¿no te has dado cuenta que todas las obras en el holodromo tratan de lo mismo? Piénsalo, un color para los edificios de departamentos, otros para el edificio de compras y otro para oficinas y fábricas. ¿Por qué no puedo decidir mis propios colores? Peor aún, me matarían si lo hiciera. Me matarían por tantas cosas que lo único que queda es bajar la cabeza y vivir la eterna monotonía de esta prisión tan perfecta y tan racional. Nos hemos esquinado a nosotros mismos Rando, nos hemos esquinado a una prisión hecha de nuestra propia razón.”
“¡No se muevan!” La voz vino de entre los escombros de un edificio. Rando y Orgonal se dieron vuelta presos del pánico. No era un soldado, de hecho no era nada que hubiesen visto antes. Era un hombre vestido con un traje plástico de color naranja, con una máscara apretada con oxigenador con un largo tubo hasta el filtro, conectado a un cinturón plástico. El hombre sostenía un rifle militar, pero por su porte no parecía un soldado. “¿Qué hacen aquí?”
“Nada.” Se apresuró a decir Orgonal.
“Yo conozco ese traje... Yo los había visto antes en el transporte a Júpiter, es...”
“Un traje contra radiación.” Se apresuró el hombre. “¿Quiénes son?”
“No venimos a causar problemas, queríamos ver qué era de la zona prohibida. No esperábamos ver a nadie. ¿No deberían estar todos en Marte?”
“¿Marte?” El hombre se repitió la palabra varias veces, como si fuera nueva. Les indicó que lo acompañaran hacia los escombros donde, entre columnas derrumbadas, tenía una colección de latas de conserva y un camastro. “¿Por qué estaríamos en Marte?”
“Por la deportación masiva, esa es la historia oficial.” Orgonal se sentó sobre una caja de comida, mientras que Rando permanecía en la puerta, sus ojos fijos en el rifle.
“¿Qué deportación? Aquí no hubo deportación. El disruptor de núcleo se hizo inestable. Primero vino el pulso electromagnético y todos nuestros comunicadores se apagaron para siempre. Luego vino la radiación. Eran olas de color violeta que atravesaban todo. Ningún peatón sobrevivió el accidente. La radiación los enfermó y en menos de una hora ya estaban muertos.”
“Es ilegal tener disruptores en la Tierra.” Dijo Rando, “¿cómo lo construyeron y cómo lo sacaron sin llamar la atención?”
“¿Quién dice que lo sacaron? Sigue funcionando. La soviética razonó que no tenía sentido perder una inversión tan valiosa por unos cuantos miles de personas.” El hombre se sentó y colocó el rifle contra la pared. Se quitó la máscara con cuidado, revelando llagas en su rostro. “Los que no murieron de inmediato comenzaron a caer muertos en el hospital. Ya no había lugar para todos, por lo que los soldados transportaron a los enfermos a los incineradores. Algunos de nosotros sobrevivimos porque nos escondimos en el departamento. El concreto nos salvó del choque inicial. Aún así, todo es radioactivo y cada día vomito un poco más de sangre.”
“Sin un comunicador que funcione,” dijo Orgonal “no pueden rastrearle.”
“Así es, pero están reciclando todo, hasta el concreto en el suelo. Tarde o temprano me encontrarán, como han ido encontrando a los otros. Moriré aquí, no tengo duda.”
“Esto es demasiado.” Rando salió de la estructura hacia el aire fresco. “No puedo más.”
“¿Estás bien Rando?” Orgonal le tomó de la mano. “No deberías inhalar tan fuerte, hay radiación en el ambiente. Mejor nos vamos.”
“Sí, mejor vámonos de aquí. Con algo de suerte y algún día pensaré que nunca fue cierto.”
“No Rando, no te lo permitiré. No te olvides de lo que nuestra amada madre es capaz de hacer. Antes de que salgamos de esta zona sin micrófonos, ¿por qué vinimos realmente?”
“Orgonal, tengo que decirte algo,” Rando se apoyó contra la pared de concreto de un edificio vacío y se restregó los ojos. Nunca se lo había dicho a nadie antes y no sabía cómo decirlo. “A veces tienes tanto en la cabeza que ha estado ahí por tanto tiempo que no sabes cómo decirlo y te pesa en la cabeza.”
“Sé a lo que te refieres. No te preocupes, sólo sácalo.”
“Desde que estaba en el colegio me enamoré de una mujer. Mi hermana, Adashon.” Orgonal respiró profundo e hizo una sonrisa triste.
“Rando, eso te debió haber estado comiendo vivo.”
“Grababa su voz con el micrófono del comunicador para escucharla durante el trayecto  al trabajo en el tren magnético. Tengo más de 30 archivos con su voz. Probablemente debería borrarlos, pero cuando lo haga la habré perdido para siempre.
“Rando...” Orgonal abrazó a su esposo y lo besó. “No te culpo, después de todo tú nunca nos elegiste. Nadie elige nada, es el problema. Pero no le digas a Rashide, él está loco por ti.”
“Gracias por entender Orgonal.” El comunicador de Orgonal hizo un ruido. Al principio se asustaron, pensando que el GPS regresaba a estar en línea, pero era un mensaje de correo. “¿Qué es? Es un mensaje oficial.”
“La soviética rechazó mi petición para cambiar de trabajo.” Orgonal gritó frustrada y lanzó piedras a todas partes. La furia se convirtió en derrota y se hincó en el suelo para llorar. Rando la levantó amorosamente y la sentó sobre un cascajo.
“Ánimo Orgonal, trataré de ejercer presión, quizás eso ayuda en algo.”
“No lo hará Rando, incluso si me cambian de oficio todo lo demás será igual.” Rando le prestó su inhalador de Vasum. El calmante dilató sus pupilas y Rando sintió que relajaba sus músculos. “Si no fuera porque este lugar es venenoso me quedaría a vivir aquí.”
“No lo dices en serio.”
“Sí lo digo. Este lugar es tan venenoso como allá afuera. Aquí eres un muerto, allá eres un número. En el fondo, creo que son lo mismo.” Orgonal se levantó y siguieron caminando. El tranquilizante hacía efecto y Orgonal comenzó a sonreír. “Creo que leí algo de Adashon en tu perfil público cuando voté. Algo que ver con las autoridades, ¿tú hermana estaba en problemas?”
“En muchas cosas me recordaba a ti Orgonal, era muy libre. Eso es raro hoy en día. No estaba en problema, pero le encontraron una pieza de Beraner envuelto en una hoja de libro. Ahora que lo pienso, si tenía una hoja de un libro estaba en problemas.”
“Yo sé dónde la podría haber conseguido.” Rando se sorprendió. “La gente habla cuando las máquinas están a toda potencia y opacan los micrófonos. En la zona Este, hay edificios vacíos donde se reúne el proletariado que nadie quiere ver.”
“¿Estás insinuando que...”
“Que aprovechemos que nuestro GPS está siendo engañado. Sí, eso insinúo.”

            Adashon le había dado una señal, de eso estaba seguro. Quería que viera lo que ella había visto, que entendiera porqué era tan rebelde y escéptica de la democracia. Rando le podía demostrar que estaba equivocada, y de paso a Orgonal que era tan o más rebelde que Adashon. En parte accedió para subirle el ánimo a Orgonal, y en parte porque sabía que por más rebeldes que fuera Orgonal y que hubiese sido Adashon, tenían razón en algunas cosas.

            El viaje a la zona este de Felna fue el completo opuesto del viaje a la zona sur. Todos reconocían a Rando y le era imposible esconderse de las miradas y del ruido siempre presente de la ciudad. Todas las personas con las que se topaba le mostraban sus programas de democracia para indicarles que habían votado por él. Les fue más difícil hacerse pasar hacia los sectores menos transitados que cuando escalaban entre los cascajos de los edificios reciclados. Se bajaron de un camión de obreros de fábrica y decidieron caminar entre los edificios por lo que quedaba de viaje. Era la ruta más larga, pero la menos transitada. Rando sabía que no era ilegal lo que hacía, aunque sí muy sospechoso. También sabía que ser sospechoso de algo era lo mismo a ser culpable para el sistema de justicia.
“Ya llegamos.” Orgonal señaló hacia un multifamiliar sin electricidad. “La zona se vino abajo cuando cambiaron de lugar las fábricas. Algunos dicen, y están todos inequívocamente equivocados,” Rando detectó el sarcasmo en su voz “que la soviética permite estos lugares para tener concentrada a la criminalidad.”
“Claro,” dijo Rando con el mismo sarcasmo “muy equivocados.”

            Entraron al multifamiliar y detectaron miradas desde las ventanas. Subieron las escaleras con cuidado, evitando los charcos y los aparatos viejos. No sabían a dónde iban, ni lo que harían una vez que llegaran, pero la droga había dejado de surtir efecto para Orgonal y ella era ahora quien iba adelante. Escucharon risas en un departamento y se asomaron. Había una mujer jugando con un niño mayor de tres años en un departamento viejo y sucio. Rando dio un paso atrás de inmediato, los niños pertenecían a su verdadera madre, la soviética. Subieron otro piso y, antes que Orgonal diera vuelta, sintió una mano que la jalaba del cabello hacia  un departamento. Cuando se dio vuelta vio a un hombre delgado, casi cadavérico, que sostenía una cuchilla casera. El hombre miró a Rando y soltó el cuchillo.
“Por favor, no me maten, se lo suplico.” Rando abrazó a Orgonal y la tranquilizó. Un proletario normal pasaba su vida entera sin ver violencia. “Pensé que era alguien más, lo juro.”
“¿Trata de justificar su violencia? Eso es inadmisible.” Reprochó Rando con su voz de político.
“¿Usted es... Rando?” El hombre comenzó a pegar de brincos y los invitó a entrar. Acomodó la mesa de la sala y abrió una lata. Las luces no servían, pero el hombre se alumbraba con una especie de cubo vacío de concreto con ramas adentro. Rando no había visto fuego desde que era pequeño y se asombró tanto de verlo ahora que cuando era pequeño. “No tengo mucho, pero es todo suyo. Adelante, coma todo lo que quiera, el susto le debió dejar con hambre.”
“Estoy bien.” Dijo Orgonal. “¿Cómo consigue comida si no hay electricidad?”
“La compró.” El sujeto se perdió en una habitación y regresó cargando dos libros. “Me dan una lata por hoja. Tengo más de 200. Cuando escuché pasos pensé que era Merilte, ella me quiere robar mis tesoros. No sé de qué tratan, no puedo descifrar su lenguaje, pero hay hojas con dibujos.” Repasó las hojas y les mostró un dibujo de niños caminando en un bosque hacia una casa.
“Mira que redondos son sus ojos...” Dijo Rando. “¿Qué clase de multifamiliar es ese? No es un edificio, es una...”
“Es una casa.” Dijo Orgonal, sin dejar de pasar los dedos por la textura de la hoja. Nunca había sentido algo semejante. “Esto es maravilloso, pero ¿qué hace usted aquí en estas condiciones?”
“Estoy enfermo.” Orgonal y Rando lo miraron sin entender. La medicina comunista había alcanzado límites que la ciencia burguesa nunca había podido rebasar. Ahora podían clonar cualquier órgano en menos de un día. Rashide había sido operado del estómago y del corazón y había estado como nuevo en dos días. El hombre entendió las miradas y se avergonzó. “No es una de esas enfermedades... Es de las ilegales. Creo que me contagió un hombre que conocí en un parque cuando las cámaras fallaron. Cada día estoy más débil y no me curado de mi catarro desde hace meses.”
“Los comunicadores revisan la sangre constantemente, ¿cómo es que no lo han analizado a usted?”
“Por favor, no me trate de usted, me llamo Burlin. Le pagué a una persona para que paralizara mi comunicador. El programa se actualiza anualmente, así que me quedan tres meses más antes de que vengan a buscarme y lancen a un incinerador.” Burlin reprimió las lágrimas. Orgonal lo abrazó y trató de calmarlo.
“Calma, calma, ahora vives muy bien. Tienes un departamento para ti solito, ¿acaso no es genial Burlin?” Él le miró a los ojos y trató de sonreír, sin éxito.
“Decidieron reciclar todo este sector, le llaman económicamente no-viable.” Rando se puso de pie y se apoyó contra la pared. Era su culpa. Llegarían con soldados a matar a todos los que no podrían arrestar, derrumbar todo y reciclarlo para hacer más edificios. ¿Cuántos forajidos vivían en el edificio? Pensó en la madre que jugaba con su hijo, ella sería ejecutada y el niño sería enviado al colegio. Rando tenía muy buenos recuerdos del colegio, pero sabía que en el fondo estaba mal. En el fondo todo el sistema estaba comprometido. Rashide tenía razón en preocuparse, pero él encontraría la manera. Era todo un enorme juego de Beraner, y aunque tuviera que sacrificarse haría una jugada maestra, dedicaría su vida a mantener vivos sus recuerdos y mantener sus ambiciones jalando de los hilos.
“Burlin, cuánto lo siento.” Orgonal lo miró al borde de las lágrimas. “La política oficial de interrogación, investigación de sospechosos y ejecución es una barbarie.”
“Cuando lo vi a usted,” dijo Burlin señalando a Rando “sabía que era una señal de los átomos. ¿Son creyentes ustedes? Yo sí, es lo único que me da sentido ahora.”
“Tirarán todo esto y arrestarán a todos.” Dijo Rando con un profundo pesar en su voz.
“Pero lo vi a usted con ese Lorten. Le ganó en su propio juego. Nunca me gustó Lorten, a él le gusta ser violento.” Orgonal y Rando se miraron entre ellos y de regreso a Burlin. “¿Qué dije? Ah, es que lo conozco, de antes de infectarme. Nos veíamos en un parque, en un punto oscuro que conoce él.”
“Creo que conozco un lugar. No es tan grande como esto, no es todo un multifamiliar, pero es grande. Podrías mudarte ahí, con tus libros.” Rando acceso al sistema de mapas y le mostró la ubicación. “Es un viejo edificio de compras. Quizás ya esté ocupado, pero puedes comprarte tu espacio con un par de hojas de libros.”

            El regreso a casa fue lento y silencioso. Rando saludó a centenares de personas y se ganó docenas de votos más, que no eran nada a comparación de los 20 millones de votos que había ganado con su jugada con los archimandritas en todo el país. Tenía la mayoría de los treinta millones de votos de la ciudad y al ver la cantidad de gente que se agrupaba a su alrededor tradujo los números en personas concretas. Orgonal y Rando no se hablaron en todo el trayecto. Estaban cansados y habían visto mucho. Regresaron al punto ciego en la escalera y resetearon el GPS, para que el programa regresara a la normalidad. Al llegar al departamento Orgonal buscó entre su juego de Beraner de plástico y le entregó una pieza, se acercó a su oído y le susurró “y nunca lo olvides.”

            Rando regresó a la rutina de un político, sin dejar de pensar en Adashon y las cosas que había visto con Orgonal. Asistió a juntas, dio discursos y emitió votos. Lorten aún lo miraba con desprecio, aún después que hubiese subido puntos tras la votación de reciclar zonas económicamente no-viables. Lashade, durante una junta sobre iniciativas de los fabricantes de pañoletas de cambiar sus estampados, le abordó en una esquina.
“¿Bastante aburrido, verdad?”
“Mucho. Ni siquiera sé qué voy a votar.”
“¿Qué ocurre, un reformista convencido no considera conveniente que el estampado de flores se haga de rombos?”
“¿El destino del proletariado estará en juego si lo hace?”
“Lo que pasa Rando, es que estas votaciones a ti te aburren. Lo que tú quieres es más elevado, quieres trabajar con cancilleres en Croleran.”
“Vamos Lashade, me conoces, ¿te parezco un hombre excesivamente ambicioso?”
“Sí.” Ambos rieron y trataron de disimular mientras la junta continuaba. “¿Y por qué no, tus votos te respaldan? No como a Lorten. Había estado debajo del mínimo necesario para la reelección anual. Sin embargo, y esto me tiene extrañado, se salvó cuando votaste como él sobre la moción de reciclaje. ¿Por qué harías semejante cosa?”
“Porque no tiene sentido que el voto reformista esté partido en dos. No importa si él está a la cabeza, mi única preocupación es el proletariado.” Lashade lo miró sin decir nada, estaba mintiendo y era obvio, pero era la misma mentira piadosa que él mismo usaba para justificarse.
“Por cierto, te dirán saliendo de esta junta, pero tengo noticias de su esposa Vamica.”
“Por fin, su último mensaje fue corto, que estaba bien en Marte y nos veríamos en vacaciones.”
“Pues le faltó decir que se convirtió al socialismo.” Lashade sonrió con malicia. “Se hace llamar la Marxiana. Tiene mucho éxito en Marte, que de por sí está gobernada casi por entero por los archimandritas. La noticia llegará mañana.”
“Ya veo... Qué suerte que ya me llevo bien con los archimandritas.”
“Un consejo de un sabio, uno nunca puede estar demasiado bien con los archimandritas. Con ellos siempre hay algo. Si no es el uso de suelo es su moción para aumentar de número de voceros.”
“Ya veo por qué tanta gente tendría problemas con eso.”
“La democracia, mi estimado Rando, es una cuestión de matemáticas.”
“No Lashade, es un sacrificio. Es poner lo universal sobre lo particular, sacrificando lo particular.” Habían sido palabras de Adashon, no suyas, pero no por ello menos ciertas. Sacrificios tenían que hacerse para poder corregir el sistema.

            Rando tenía una rutina semejante a la de Rashide. Los días eran tensos y problemáticos, pero las noches eran relajadas y revitalizantes. Rashide estaba siendo promovido a tener mayores responsabilidades en su nuevo trabajo y Rando había encontrado la manera de ganarse el favor de los socialistas y archimandritas sin perder los votos reformistas. Orgonal, por el contrario, estaba empeorando. Rando razonó que mientras él había podido comprender los errores de un sistema esencialmente bueno, Orgonal continuaba en una espiral hacia la demencia.

            Comúnmente, como en cualquier familia, rotaban sus noches entre ellos. Era lo democrático, pero ahora Orgonal exigía dormir a solas. Rando podía escucharla llorar hasta quedarse dormida. Rashide también la escuchaba, pero disfrutaba demasiado de dormir con Rando. Una noche Rando decidió que los tres durmieran juntos. Era una violación menor al código de viviendas, pero supuso que podría vivir con la multa en su registro. Se acostaron los tres y se escondieron de la cámara debajo de la sábana. Orgonal llevaba oculta una delgada hoja de plástico y un gancho. Iluminados con los comunicadores en sus brazos Orgonal escribió.
“¿Cómo pueden seguir sabiendo lo que la soviética ha hecho?”
“No hemos cambiado,” escribió Rashide “pero es que es necesaria la adaptación.”
“Estás en problemas, ¿verdad?” Escribió Rando. Orgonal asintió con la cabeza y le quitó la hoja de plástico para borrar lo escrito y volver a escribir.
“Todos lo estamos. Los está tragando el sistema, como a mí.”
“Es algo más, habla con nosotros.” Escribió Rashide.
“Tengo que irme. Urgente. Rando, envíame a Marte.” Rashide y Rando se miraron sin saber qué decir. Orgonal rompió a llorar. “Me matarán si me quedo.”
“¿Quién?” Preguntó Rashide.
“La soviética.” Murmuró Orgonal.
“Vamica está ahí,” Escribió Rando “le va bien. Te puede proteger. El permiso puede tomar más de una semana. ¿Tienes ese tiempo?”
“Creo que sí.” Contestó Orgonal. “Cuando mucho.”

            Rando solicitó la ayuda de un votante en el departamento de viaje espacial para ubicar a Orgonal en cualquier transporte. La única posibilidad era la de minera, y Orgonal no se opuso. Ella no quiso ahondar más en su problema y Rando y Rashide lo respetaron. Rando llegó a su oficina con la mente en Orgonal y Adashon cuando la puerta se abrió y Lorten lo invitó a pasar. Sus asistentes estaban tan desconcertados como él. Lorten se sentó sobre la mesa de reuniones y pidió un vaso de agua azul. Rando pidió lo mismo y se sentó a su lado. Colocó sus manos debajo de la mesa, para que no le viera temblar de miedo ante la idea que él pudiera demostrar su amorío con Adashon. Lorten bebió con tranquilidad y se reclinó un poco.
“Vaya que si empezamos con el pie izquierdo. Rando, tengo que admitir que me ganaste.”
“Aquí no hay ganadores y perdedores. Aquí solo existe el proletariado.”
“Sí bueno, todos hemos escuchado el discurso oficial de los censores.” Lorten señaló hacia las paredes y las cámaras en los rincones. “Es el único lugar sin micrófonos. Por ley se permite vigilar únicamente con imágenes.” Se llevó el vaso a la boca y continuó hablando. “Se necesita privacidad a veces, cuando se trabaja para el proletariado.”
“Concuerdo.” Rando se llevó el vaso a la boca para tapar sus labios de la cámara. “¿Es sobre los archimandritas?”
“Así es. Lashade fue muy efectivo en quebrar el voto reformista en dos. Yo en un extremo, tú en el centro y Lashade en el otro extremo. Es un cono. Un embudo. Todas las decisiones salen de centro y todas salen por ti.”
“Lo mismo se me había ocurrido. Lashade es un adversario poderoso, quiero tenerlo cerca, pero no demasiado cerca. No sabía cómo acercarme a ti.”
“Rando, si mis puertas siempre están abiertas para ti. Eso lo sabes. Olvida el pasado. Los reformistas vemos al futuro. Cuando me apoyaste por la moción de reciclar las viejas zonas me sorprendí mucho, Lashade votó en contra.”
“No soy su cachorro. Era mi padrino político, pero ahora ya he aprendido lo suficiente.”
“No podemos dejar que esos malditos archimandritas sumen sus posiciones en el congreso. El voto oficialista sería aún más fuerte.”
“Podemos acercarnos a ellos, no tienen porqué ser siempre oficialistas.”
“Tonterías, que esos viejos se queden con sus mitos. Tú y yo nos quedamos con el congreso. Imagina lo que tus votos y mis conexiones podrían hacer. Quizás llegaríamos incluso a conocer a la pentarquía y trabajar con ellos. Los cinco cancilleres hablan bien de ti. Hablan, que con eso es suficiente.” Lorten se puso de pie y ocultó sus labios de las cámaras. “Rando, tú y yo podemos renovar todo el sistema.”
“Ésta unión, ¿no tendría nada que ver con el hecho que se acerca la renovación de licencias? Estuviste muy por debajo de los mínimos requeridos.”
“No te confundas,” Lorten golpeó la pared. Rando sabía que se estaba conteniendo, que quería arrancarle la cabeza y lo sentía con cada palabra llena de odio. “podemos jugar por las buenas o puedo investigarte. Estoy seguro que tienes cola que te pisen, quizás en un parque jugando Beraner.”
“Juego Beraner en muchos parques.” Rando se levantó y se apoyó contra la pared a su lado. “De hecho, que yo sepa tú vas a muchos parques también. No te interesa el Beraner, sino los encuentros amorosos de un hombre que no es tu esposo.”
“Absurdo.”
“Lo conocí, ahora tiene una enfermedad terminal. En tres meses cuando el sistema de los comunicadores se reactualicé darán con él y lo exterminarán.”
“A nadie le importa un cualquiera, si Burlin tiene una enfermedad es por meterse con demasiados hombres. Según recuerdo le gustaba que fuera violento, mientras más sangre viera mejor se sentía.” Lorten lo miró y sonrió. “Curioso, es una amenaza que sólo puedes usar hasta dentro de tres meses. Burlin no tiene mucho tiempo más.” Lorten lo volteó a ver y lo atravesó con la mirada. “Mañana será la votación.”
“Quiero que quedemos claro en algo,” le cortó Rando “basta de amenazas. Votaré contigo.”
“Yo lo presento y yo voto primero, no quiero tenerte en el podio más tiempo del necesario.”
“Como gustes.”

            Sin decir más nada Lorten se dio media vuelta y se fue. Los asistentes tocaron la puerta antes de entrar y le preguntaron a Rando si necesitaba algo. Rando hubiera querido ser honesto y decir algo como “sí, necesito saber qué estoy haciendo”. Prefirió ser el político de carrera, inflar el pecho y seguir con su jornada habitual de juntas y discursos con votantes. En el auditorio de uno de los multifamiliares, acabando su discurso, se encontró con Lashade.
“Escucho por ahí que votarás en contra de los archimandritas. ¿No se te estará subiendo a la cabeza?” Lashade lo acompañó afuera, donde la multitud usual esperaba para pedirle favores y estrecharle la mano.
“Vote que no,” le decía una mujer, “más archimandritas en el congreso serían demasiados.”

            Esa noche cenaron los tres sin cruzar palabra. La casa estaba a punto de sentirse más vacía, pues ahora serían solamente dos. Quizás serían reubicados en un departamento más pequeño para esas situaciones. Orgonal miraba contra la pared. Rashide repetía fórmulas matemáticas en voz baja y Rando pensaba en los sacrificios de la democracia. Al acabar la cena Rando escondió una placa delgada de metal entre su ropa y se escondió debajo de las sábanas con Rashide.
“Tengo que pedirte dos favores.” Le dijo en voz baja. “Los más importantes que te haya pedido en toda mi vida.”
“Adelante amor.” Rando escribió sobre la placa de metal y Rashide lo leyó en silencio. Finalmente, cuando terminó de leer lo miró a los ojos y dijo “difícil, pero no imposible. ¿Y el otro?”
“Más importante aún, pase lo que pase, quiero que no me juzgues.”

            Al día siguiente Rando llegó temprano al congreso. Los archimandritas también, y se aseguraron de saludarlo antes de entrar y tomar sus posiciones. Lashade también lo saludo y le sonrió. Rando esperó a que llegara Lorten para entrar por la puerta principal hacia el podio. Los congresistas saludaron a Rando, pero la mayoría desconoció a Lorten. Rando se sentó en la parte inferior del podio, a un lado del proyector holográfico, mientras que Lorten subió al podio y llamó al orden. Sigilosamente revisó en su comunicador la intención de votos de la moción, el 70% del voto ciudadano estaba en contra de añadir más escaños a los archimandritas. Mientras Lorten presentaba la moción Rando pensó en Orgonal y en lo que habían compartido juntos. Cuando le contó a Rashide él simplemente alzó las cejas y se limitó a decir “hay que adaptarse a lo que hay, pues tiene sentido a gran escala”. No podía decir que sabía lo que pasaba por la mente de Orgonal, nadie podía, pero sabía lo que pasaba por la suya. Viendo a los congresistas, a los voceros, a los archimandritas, a las cámaras con luces azules en las esquinas, a los micrófonos debajo de cada mesa, se dio cuenta que el único espacio libre que tenía era su mente. En ella podía analizar lo que había pasado. El sistema tenía fallas, pero estaba seguro que podía repararlas mediante la democracia. ¿Sin la democracia qué tenían? Nada más allá de la barbarie. Podía hacerlo, pero tenían que haber sacrificios. La democracia es sobre la mayoría y, por más que Rando tratara de esconderlo, era una cuestión simplemente matemática. El particular tenía que ser sacrificado en aras de lo general.
“Es una votación fundamental para nuestro futuro.” Concluía Lorten “Les insto a que voten sin miedo, después de todo vivimos en una democracia, y no en una teocracia.”

            La pantalla holográfica se encendió a un lado de Rando. Los votos comenzaban a contabilizarse. Los votos de los archimandritas fueron claros, y todo el grupo de Lashade votó a favor de tener más archimandritas en el congreso. Muchos reformistas siguieron a Lorten y votaron en contra, pero no eran suficientes. Incluso con la intención de voto común de Rando, no ganarían la votación. Rando miró hacia arriba, hacia Lorten y éste se encontraba asustado. Su futuro político estaba en juego. Bajó la mirada, hacia Rando, esperando a que diera su voto. Rando se puso de pie y se acercó a Lorten.
“Esto requiere más que votos. Déjame hablar, quizás los convenza.”
“De acuerdo, lo que sea, pero tenemos que ganar.” Lorten y Rando intercambiaron posiciones. Los votantes quedaron a la expectativa. La segunda vez que Rando subía al podio y todos recordaban la primera. Un 15% de los votos emitidos fueron reconsiderados, es decir, anulados temporalmente del conteo. Aún así, la clara ventaja estaba del lado de Lashade y los archimandritas.
“Congresistas, voceros y archimandritas... Henos aquí de nuevo.” Hubo algunas risas nerviosas y hasta Lorten hizo lo posible por sonreír. “Nos dejamos llevar demasiado por las palabras, si algo es oficialista o reformista... ¿Acaso las abstracciones son la base de la soviética? No, nuestra madre se sostiene sobre la democracia. ¿Y qué es la democracia? El poder de cada ciudadano de emitir su voluntad y ver esa misma voluntad reflejada en las decisiones de los aparatos democráticos. Se dice comúnmente que la mayoría aplasta a la minoría, pero aquí no hay minorías ni mayorías, sino proletarios. Archimandritas y ciudadanos son proletarios por igual. No existen los reformistas ni los oficialistas, existen personas de carne y hueso que tienen sus aspiraciones y sueños.
“Cuando la democracia le rinde culto a las abstracciones entonces la democracia se estanca y corre en círculos, como un perro persiguiendo su propia cola. Ahora nos peleamos porque consideramos que todos los archimandritas son oficialistas y, por lo tanto, sería una desproporción en los votos. He encontrado la respuesta al problema. Tesis, antítesis y síntesis. ¿Por qué hay que tachar a todos de ser de cierta forma? Yo digo que olvidemos las facciones políticas, yo digo que erijamos la democracia en torno a ideas y propuestas, no a facciones. A los reformistas les digo, ¿qué es más reformista que permitir a todas las voces expresar su voluntad?, ¿por qué les negamos a los archimandritas y a los socialistas creyentes ese derecho proletario? A los oficialistas les digo, ¿qué es más oficialista que permanecer puros al espíritu de igualdad de la soviética?
“Yo les diré porqué voto el día de hoy. Yo voto por un congreso sin facciones, una sociedad igualitaria que no se divida entre dos categorías abstractas. ¿Es que acaso una vida humana se puede categorizar como oficialista o reformista? Claro que no, es una vida humana antes que cualquier concepto. Es un voto histórico porque votamos por algo más que los archimandritas, votamos por una democracia verdadera y funcional. Si están conmigo voten que sí.”

            El edificio retumba con los aplausos. Rando sonríe a las cámaras y eleva los brazos. Los votos se re-contabilizan y todos votan con Rando que, en un solo movimiento, no sólo ha convertido el darle más poder a los archimandritas algo reformista, sino que ha abierto el apetito a todos los políticos de tener una segunda oportunidad en una reestructuración democrática.
“Hazte a un lado,” Lorten lo empujó fuera del podio cuando los aplausos aún seguían. Congresistas y asistentes trataron de bajar a Lorten a golpes, pero Rando los detuvo con un solo gesto. “traidor cualquiera. No escuchen a ese hombre, no es quien dice ser.”
“Rando, toma.” Lashade le entregó un micrófono portátil.
“¡Escúchenlo!” Gritó Rando señalando a Lorten. “Escuchen a la vieja democracia crujir y derrumbarse. Escuchen el final de una era y el inicio de otra.”
“Rando se hará de los votos y del poder,” decía Lorten “no habrá quien lo pare.”
“¡Que el pueblo decida eso!” Gritó un congresista. Uno de los asistentes de Rando desconectó el micrófono del podio. Lorten gritaba, pero no se hacía escuchar entre los gritos y aplausos. Rando se subió a la mesa de uno de los congresistas y alzó las manos. El edificio guardó silencio.
“Lorten,” Rando llamó su atención y Lorten guardó silencio. Rando apretó algunos botones en su comunicador mientras hablaba. “La sala de reuniones no tendrá micrófonos, pero el comunicador sí los tiene. Que el mundo entero vea lo que es la vieja democracia que con este histórico voto hemos dado final.” Rando acercó el micrófono al comunicador.
“De hecho, que yo sepa tú vas a muchos parques también. No te interesa el Beraner, sino los encuentros amorosos de un hombre que no es tu esposo.”
“Absurdo.” Se escuchó la voz de Lorten. Todos en el recinto guardaron sepulcral silencio.
“Lo conocí, ahora tiene una enfermedad terminal. En tres meses cuando el sistema de los comunicadores se reactualicé darán con él y lo exterminarán.”
“A nadie le importa un cualquiera, si Burlin tiene una enfermedad es por meterse con demasiados hombres. Según recuerdo le gustaba que fuera violento, mientras más sangre viera mejor se sentía.” Lorten lo miró y sonrió. “Curioso, es una amenaza que sólo puedes usar hasta dentro de tres meses. Burlin no tiene mucho tiempo más.”
“Es una manipulación.” Se defendió Lorten.
“Ésta mañana,” dijo Rando, “hubo una actualización de emergencia de los programas de los comunicadores, todos los indeseables que manipularon el programa de alguna manera han sido rastreados y procesados. Encontrarán a Burlin y lo harán confesar.”
“No puedes hacerme esto...” Dijo Lorten.

            Lorten fue arrestado a golpes y escoltado fuera del congreso. Los archimandritas, los voceros y los congresistas levantaron la mesa sobre la que Rando estaba parado y la fueron cargando, entre cantos y chiflidos para llevarlo a la plaza del congreso. Rando se sostuvo con cuidado y recibió la luz solar con una enorme sonrisa. Frente al ruido y al gentío su único pensamiento era “estoy más cerca”.

            La prensa lo entrevistó entre chiflidos y felicitaciones. Había hecho historia. La canciller suprema en persona había manifestado que estaba estupefacta y sorprendida de la sagacidad del joven vocero. Pasó el día entero entre voceros y congresistas hablando sobre el futuro democrático del país y la viabilidad de transportar lo que ellos llamaban “democracia soviética” a los otros cuatro países. Lashade lo recibió de último, en su sala de reuniones. Lo abrazó con fuerza y entre risas dijo “has llegado lejos desde que te conocí en tu fiesta de bienvenida”
“Muy lejos Lashade, y falta más por trabajar.” Estaba a punto de retirarse, cuando se dio la media vuelta y le habló al oído. “Sé que tenías un trato con Lorten. Entre los dos manejaron la política mucho tiempo. No digas nada, no es necesario. Te puse a prueba con el voto de los archimandritas, sabía que se lo dirías a Lorten. Sabía que lo traicionarías en el último momento. Lo único que quiero es el mismo trato, y creo que me lo he ganado.”
“Y con creces.” Se estrecharon la mano y Rando se fue.

            El trayecto a casa fue igualmente caótico. Todos hablaban de él y le felicitaban. Habló por el comunicador con Rashide, él también sería promovido. A medio camino decidió que sería más fácil ir directamente a las plataformas de lanzamiento y esperar durante la noche. Encontró una banca en la entrada de la estación y durmió sentado. En la mañana el cuidador le convidó de su agua caliente y lo felicitó por su trabajo. Revisó su contador de votos y tenía 28 millones en el país. Entró a la sala de lanzamientos y los guardias le dejaron pasar hasta las plataformas de lanzamiento. La plataforma era una estructura metálica sostenida a treinta metros del suelo donde comenzaba el riel de tres kilómetros que ascendía lentamente hasta una posición donde el cohete podría iniciar sus motores a toda capacidad. Vio llegar a Orgonal junto con un grupo de silenciosos personajes. Orgonal salió de la fila y acompañó a Rando que estaba apoyado contra el riel de seguridad al borde de la plataforma. Vieron en silencio cómo colocaban el cohete con forma cilíndrica que acababa en punta sobre el riel. La nave atmosférica tenía cuatro motores extra en cada una de sus extensiones, también llamadas patas.
“Nunca me canso de verlo,” dijo Rando “es una maravilla.”
“Gracias por el pasaje. Justo a tiempo.”
“¿Me dirás cuál era el problema?”
“Quizás algún día, cuando nos visites a Vamica y a mí.” Orgonal suspiró. “Felicidades por tu nuevo trabajo, venía leyendo que la canciller en persona pide que acompañes a la pentarquía.”
“El sistema funciona Orgonal, y no lo digo por eso. El sistema puede corregirse.”
“¿Corregirse a costa de qué?”
“Tuve que sacrificar algunas cosas.”
“Sacrificaste a Burlin para tu ganancia personal.”
“No, no para mi ganancia, para estar en una posición donde pueda hacer los cambios de verdad.”
“Sacrificaste  tu honestidad, tus conocidos y, peor aún, sacrificaste a tu humanidad. ¿Qué te separa de bestias como Lashade o el mismo Lorten?”
“Me separa el hecho que mis intenciones son buenas...” Rando guardó silencio. Orgonal no tenía que decirlo, pero lo dijo de todas formas.
“Sus intenciones también son buenas Rando, porque cada quien las justifica a su manera.”
“No, tú no entiendes Orgonal, es que no es tan fácil. No se sube sin aplastar unas cuantas manos. Hay que estar en la posición correcta.”
“Quieres que la soviética deje de asesinar gente, y lo haces aplicando las mismas técnicas. Quieres que la política deje de servir a conceptos abstractos, pero sólo estas cambiando las facciones por los que están con Rando o en su contra. No Rando, el sistema está podrido y te infectó a ti también.” Orgonal buscó algo entre sus bolsillos. “Cuando vayas a Marte quizás juguemos.” Le entregó una pieza de Beraner. Rando miró la pieza y entendió el mensaje. El rostro de Adashon se sobrepuso a la de Orgonal por un instante.
“Orgonal,” ella se iba cuando Rando la detuvo con su mano sobre su hombro. La besó con la misma intensidad que había besado a Adashon. “sé fuerte.”
“No sé qué seré, pero seré yo. Supongo que tú también.”

            Orgonal regresó a la fila cuando ésta estaba a punto de acabarse. Rando se quedó viendo a la nave atmosférica, sintiendo la ficha de Beraner en su mano. Las luces debajo del riel se encendieron. El cohete estaba a punto de partir. Rando se quedó mirando cuando se acercó el guardia tímidamente.
“Señor, ya va a despegar.” El guardia se quedó pensando un segundo y preguntó “¿es su esposa?”
“No, mi conciencia.”

Rando miró la ficha en su mano y la dejó caer por el barandal hasta el suelo. Cuando vio los trozos supo que Adashon ya no estaba en él.

           












































2
Más resistente que el metal


















            Podía verlo en las masas de transeúntes. Podía verlo en el  viento que movía los árboles. Podía verlo en los transportes colectivos. Podía verlo en las estatuas a los héroes comunistas frente a cada edificio. Podía verlo en todas partes. El guión fantasma. El comando supervisor y modificador del código rutinario. Estaba en todas partes, gobernando cada acto. La Naturaleza tenía otro nombre para ello, la física, pero Rashide sabía que era un guión fantasma, idéntico al que se pasaba horas codificando en su trabajo. Ahora entendía por qué tantos ingenieros en sistemas necesitaban días libres. Hora tras hora, día tras día, se sentaba frente a la computadora y leía el código. Rashide prescindía de los demás programas traductores, ellos eran otro guión fantasma con el cual lidiar. Era mejor así, sin mediadores, únicamente la pantalla roja con negro y su mente que laboraba a mil por hora buscando fisuras, buscando parcelas que entrarían en conflicto con programas dentro de naves espaciales. Había supervisado el transbordador de Rando. No había habido ni un problema. Los unos eran unos y los ceros eran ceros. Los guiones fantasma se adecuaban a la perfección. No siempre era así. Un código fantasma mal programado, una sola coma o un solo paréntesis fuera de lugar podía ser la muerte de cientos de personas.
“¿Ya te cansaste de hipnotizar a la gente?” Orgonal le saludó con una palmada en la espalda y Rashide olvidó todo en lo que pensaba. “Vamica me pidió una de esas pañoletas para el agua.”
“Te tomaste tu tiempo Orgonal, ¿dónde estabas?” Rashide besó a su esposa y caminaron hacia el edificio de compras.
“Salí tarde del trabajo. ¿En qué maldades estabas pensando?”
“Códigos fantasma. Eso es todo lo que veo durante el día.”
“Y Rando es todo lo que ves durante la noche.” Bromeó Orgonal. Rashide no sabía si estaba celosa o estaba jugando. Con ella no había  ningún código fantasma que sirviera.
“¿Crees que paso muchas noches con él? No es que no las ame a ustedes.”
“Tranquilo, no me lo tienes que explicar a mí. Explícaselo a Vamica.” Entraron al edificio y caminaron a las cintas transportadoras. Fueron pasando tiendas hasta encontrar la de las pañoletas. “Deberías pasar más tiempo con ella. Es increíble en la cama, pero me duerme cada vez que abre la voz. Extraño nuestras conversaciones. ¿Qué no has oído que amar es compartir? Está escrito en pancarta frente a la ventana.”
“Perdón, es que lo extrañaba mucho.” Se bajaron de la cinta en la puerta de la tienda y esperaron en línea hacia la caja. “He estado demasiado estresado estos días. Insisto e insisto en que las naves deberían navegarse desde ellas mismas, pero no me hacen caso.”
“¿No pueden navegarse ellas solas?”
“Eso es lo peor, sí podrían. Hay una consola de mano cerca de los motores principales, pero la soviética decidió esconderlos y hacer que todo se maneje centralizadamente. ¿Sabes cómo le llamamos a una nave con la que hemos perdido contacto?”
“Me da miedo preguntar, pero ¿cómo le llaman?”
“Ataúd flotante.” Orgonal cerró los ojos por la impresión. Rashide asintió con la cabeza. “Es el temor de todos los programadores, decidir sobre la vida de algún cosmonauta a años de distancia de aquí. Con algo de suerte y podré hacer que Rando presente la moción. Rashide apuntó hacia el techo, el holograma mostraba un comercial sobre los vuelos espaciales. Mostraba un sistema solar con la estrella roja de la soviética sobre Venus y Marte.
“Venus y sus seis colonias son ya una importante atracción turística y una economía casi tan fuerte como la terrestre. Las dos colonias marcianas, aunque poco productivas, son un paso más hacia la colonización de Júpiter. Con los grandes avances que nuestro héroe cosmonauta convertido en vocero público Rando-GL892-0294L, pronto estaremos importando toneladas de baterías eléctricas. La maravillosa tecnología comunista del disruptor de núcleo” la imagen ahora mostraba un átomo sobre una esfera rosada que lanzaba rayos sobre el núcleo, el núcleo se deshace y la luz queda concentrada en el campo “una sola molécula de hidrógeno puede generar suficiente electricidad para sostener un sector completo por una semana. Un vaso de agua puede mantener a una ciudad completa.”
“Se les olvida que la radiación y el pulso electromagnético matarían a la ciudad entera si la llegaran a construir aquí.” Le susurró Rashide.
“Gracias Rando y gracias a nuestra madre, la soviética.” Todos en la tienda detuvieron sus conversaciones para aplaudir. La regla era al menos treinta segundos. Orgonal y Rashide aplaudieron con caras de aburridos y continuaron sus compras.

            Rashide siguió pensando sobre los aplausos. ¿Estaban codificados con un guión fantasma para aplaudir cada que escucharan el nombre de la soviética? Después de comprar regresaron al multifamiliar y subieron al techo para jugar Caleran. Habían comprado una pelota nueva y, usando una despintada marca en la pared comenzaron a jugar. Como solamente eran dos personas se iban rotando posiciones en la única meta. Orgonal había mejorado mucho su juego y podía balancear la pequeña pelota entre sus brazos con golpes ligeros. El atractivo del juego para ellos, no era ganar o ejercitarse. Rashide había encontrado una manera de hablar con franqueza frente a la cámara y micrófono de la pared. Sostenían una conversación, en ocasiones incoherente, pero al sostener la pelota en sus manos la palabra o frase que dijeran era la que realmente querían decir.
“¿Crees que le den vacaciones a Rando en fin de año?” Preguntó Rashide.
“No creo, los voceros tienen mucho trabajo desde el día 300 al 50. Hoy es ¿250 o 251?”
“251.” Orgonal rebotaba la pelota con cuidado con sus codos y Rashide la regresaba con las rodillas. Técnicamente tenían que tratar de hacerlo difícil, pero les era más entretenido regresarse la pelota que tratar de hacer que uno falle para intentar golpear la pelota hacia la meta. Rashide tomó la pelota y dijo “HOY EN EL TRABAJO” la pateó con cuidado para que Orgonal se la regresara y la regresó sin tocarla con la mano “vi a esos patos holográficos del lago, son muy curiosos. Es un programa muy tonto, parece que se lanzan,” rápidamente tomó la pelota “COMO QUE NO VALORAN LA VIDA” Orgonal daba pequeñas respuestas, pero estaba más interesada en seguir el paso de la pelota a la mano de Rashide “Es un programa muy básico, pero apuesto que sería imposible mejorarlo” tomó la pelota con la mano y dijo “TODO ES MUY BUROCRÁTICO” la siguió regresando con las piernas “en ese tipo de programación, porque son los lagos de todo el mundo”.
“Sé a lo que te refieres.” Contestó Orgonal “La última presentación de “mi hijo el soldado” en el holodromo no fue tan buena, me gusta que trate de como” Orgonal tomó rápidamente la pelota con la mano, en un movimiento fluido para engañar a los vigilantes “EL COMUNISMO” volvió a usar los codos para regresarla “me gustó más “todos los perros ladran” porque son mejores actores, aunque no aparezcan sus nombres creo que los vi en” de nuevo tomó la pelota y la balanceó en la mano “NO LE IMPORTA” dejó caer la pelota a su rodilla y la regresó “Cuando amanece, excelente presentación. Ojalá la vuelvan a pasar, eso hay que verlo aunque sea una vez en la” sostuvo la pelota con la mano y dijo “LA VIDA” y la regresó de una patada.
“Me gusta el holodromo,” sostuvo la pelota con la mano “PERO NO ESTOY DE ACUERDO” la regresó y siguió usando las piernas “Aunque no sé tanto de holodromo y lo mío sean los juegos del comunicador, tengo que admitir que esas obras, para esos actores” tomó la pelota con la mano “EL COMUNISMO” la regresó con la pierna y dijo “les es muy inspirador porque trata del drama humano. En el fondo, creo que para esos actores el holodromo” agarró la pelota con gracia y la balanceó con las dos palmas “SACA LO MEJOR DE LAS PERSONAS.” Regresó la pelota y Orgonal la tomó con la mano.
“Si eso fuera cierto, no estaríamos jugando Caleran.” Se puso la pelota bajo el brazo y caminó a las escaleras. “Vamos, ya es tarde.”

            Rando y Vamica ya estaban comiendo. Orgonal estaba muy callada, pero Rashide sabía que no podía decirle nada sin arriesgar a toda su familia si la vigilancia los descubría. Sus vecinos habían sido arrestados por murmurarse críticas a la soviética en la cama. Pensaban que nadie estaba escuchando. Se equivocaban, siempre había alguien escuchando.
“Ya era hora.” Dijo Vamica cuando se sentaron a comer. Rashide besó a Rando y le preguntó por su día. Rando se encogió de hombros y fingió interés en la plática de Vamica. “Esa decisión es muy importante desde un punto de vista de ingeniería social. Aumentar la ración de jabón tiene consecuencias enormes.”
“Vaya que sí, el mundo no giraría sin esa decisión.” Dijo Orgonal. Trató de fingir que era en broma, pero lo decía en serio.
“El que la regadera ya incluya jabón,” continuó Vamica como si nada hubiera pasado “ahorra mucho tiempo. Es una combinación entre economizar el tiempo y alta tecnología, porque la regadera, desde que lee tu comunicador sabe tu altura y peso, y por ende sabe cuánto tiempo es necesario y cuánta agua. Ni más ni menos. Es menos trabajoso para nosotros y mejor para todos.”
“Claro,” dijo Orgonal “¿qué sería de nosotros sin un sistema tan sofisticado?, quizás desperdiciaríamos segundos preciosos de vida.”
“Rashide, tú también eres ingeniero, ¿entiendes lo que digo?”
“Cuando tienes razón Vamica, tienes razón.”

            Orgonal no quiso dormir con él esa noche. Rashide trató de no pensar en eso. En el fondo, por más que amara a Orgonal y en ocasiones estuviese de acuerdo, sabía que se equivocaba. El sistema socialista sacaba lo mejor de la gente, sin él regresarían a matarse los unos a los otros. Pensó en lo que su maestro de tercer grado siempre repetía a sus alumnos ¿quién puede ponerle precio a la paz y tranquilidad de vivir todos en armonía?

            Aunque lo sabía en teoría, cada mañana lo ponía a prueba. Su jefe era el triple de demandante con él que con sus compañeros de trabajo. Si había que supervisar una nave potencialmente peligrosa su jefe lo colocaba a él y a nadie más. Siempre se excusaba argumentando que lo hacía porque era el mejor programador, en el fondo sabía que lo hacía para no verse opacado por su talento con cada error que Rashide cometía. Aquella mañana su jefe lo esperaba frente al elevador. Lo tomó del brazo  y le explicó la situación mientras lo llevaba hasta una de las grandes computadoras al fondo del inmenso panal de cubículos.
“Una Venus-Binran salió de la órbita de Venus para conectar con dos caravanas. Una de las Hildran, modelo Hildran-217 tenía una falla en su programa básico de interfaz huésped-servicios. La falla era mínima, el programa se trababa cada vez que se ejecutaba una regadera, un despertador y se iniciaba el programa de hibernación. Pensaron que no era grave, pero estaban equivocados.”
“Incompatibilidad de interfaz.” Se adelantó Rashide. “¿Llegaron a la Hildran y la computadora no tuvo acceso remoto al interfaz de conexión?”
“Así es, ahora la Hildran-127 está varada a la mitad de la nada a dos kilómetros de la terraformadora. Ésta no puede moverse de dónde está porque no tiene permiso para hacerlo y la caravana tiene cuatro toneladas de químicos para las fábricas de jabón en Venus.”
“¿Cuánta gente?” Rashide se sentó frente a la consola holográfica frente a los procesadores de metro y medio.
“Como unas 200. Es lo de menos ahora Rashide, las fábricas necesitan ese químico, tienen a cinco millones de proletarios que no pueden bañarse con la suficiente ración de jabón.” Su jefe lo detuvo y miró la parte de debajo de su silla, tenía otro nombre. “Haré que te traigan tu silla, no puedes sentarte ahí sin el directo permiso del supervisador de área.”
“Es lo de menos Lasner, si quieres lo haré de pie.” Accedió al programa usando su código de identificación y seleccionó varios íconos en el menú. En el programa de conexión remota leyó el reporte de emergencia. “¿De dónde salió esa Hildran-127?”
“No es de Ralia, es de Marwerna.” Rashide maldijo en voz baja, necesitaría otro código de programación para enlazarse desde Marwerna.
“No me deja enlazarme Lasner, ¿qué ocurre?” Lasner se acercó a la pantalla holográfica.
“Tienes que llenar una solicitud de transferencia de programación no-militar a la oficina de Felna-Marwerna, anexarla a una orden urgente de transferencia de datos a la oficina de Solicitudes transnacionales y obtener una re-clasificación de status temporal de los cinco supervisores regionales de programación espacial de Ralia.”
“Para cuando haga todo eso esa gente estará muerta, es un ataúd flotante. ¿Por qué no tenemos un solo programa si todo el planeta es dirigido por la soviética?”
“¿Tienes idea de lo complejo que sería ese programa?” Hizo a Rashide a un lado y comenzó a descargar las formas para llenarlas virtualmente. Usó la plantilla en la pantalla para escribir más rápido. Rashide se sentó en la computadora de al lado y comenzó a teclear comandos en la pantalla holográfica.
“Empezaré a codificar un guión-fantasma para que se haga cargo y maquille las fallas para tratar de poner en orden el interfaz de incompatibilidades.”
“No funcionará, el guión fantasma tendría que supervisar demasiadas variables.”
“Es geometría hiperbólica, sé exactamente lo que hago.”
“No puedes sentarte ahí, no es tu silla.” Lasner se detuvo y trató de pararlo.
“Múltame.” Rashide lo empujó para que regresara a su estación.
“No lo haré yo, será el sindicato de uso de inmobiliario.”

            Trabajaron en silencio por dos horas. Cuando finalmente Lasner había terminado de llenar las solicitudes y hacer las llamadas, Rashide transfirió el programa a la computadora de la caravana y esperó los resultados. Su plan había funcionado. La nave Hildran-127 reactivó sus programas de navegación y se acopló con la precisión de un cirujano. Lasner suspiró aliviado y abrazó a Rashide.
“Sabía que podías hacerlo.” Rashide navegó entre los menús de la nave para checar los niveles de oxígeno y la temperatura. El oxígeno estaba bien, pero la temperatura ascendió cien grados. Todos se cocinaron adentro. Rashide sintió ganas de llorar, pero sabía que era peligroso. Le llegó la multa a su comunicador, tendría que trabajar más ésta semana para ganarse los créditos y pagarla.
“Se murieron todos...”
“Es lamentable pero, dentro de todo, salvaste los químicos y tu valerosa acción ayudó a mejorar el estándar de vida de todos los venusinos.”

            Rashide pasó el resto del día pensando en las palabras de Lasner. ¿Era más  importante la calidad de vida de la mayoría que la vida de unos cuantos? En el fondo sabía que su jefe tenía razón y, como decía el letrero frente a la ventana del comedor del edificio “la base de la cooperación es el sacrificio”. Era la respuesta racional y la razón siempre llevaba al bienestar y a la justicia. En los días venideros el episodio, muy a pesar de Rashide, se fue enterrando bajo la montaña de las rutinas cotidianas. Escuchaba los discursos de Rando en su comunicador en los trayectos al trabajo y a su casa. Contaba las horas para comer con Rando y dormir con él. Accedió a la petición de Orgonal de que se siguieran rotando las noches. Le apenaba admitirlo, pero sólo dormía tranquilo cuando estaba con Rando. Se despertaba temprano cada mañana, apretaba el botón que abría las cortinas y leía el cartel frente al edificio que leía “amar es compartir”. Trataba de unir su razón, que le decía que aquello era cierto, con su corazón que se empecinaba en ser egoísta.
“No podré ir al holodromo con ustedes,” dijo Vamica una mañana, “quiero terminar cosas en el trabajo, si quiero que me den mi promoción tengo que ganármela.”
“¿Qué hay para desayunar?” Orgonal fue a la cocina, colocó su comunicador en el lector óptico y esperó los resultados, estaba baja en calorías, por lo que la computadora decidió por ella. “¿Entonces no vienes con nosotros Vamica?”
“No, lo siento. En otra ocasión, antes que me manden a Marte.” Orgonal la besó mientras abría la hoja metálica de su tazón de lácteos procesados. “¿Ya le dijiste Rashide?”
“¿Qué cosa?” Rashide estaba perdido mirando a Rando vestirse. “Ah, es cierto.”
“¿Qué pasa?” Urgió Orgonal.
“Diseñé un programa de juego que replica la pantalla de votaciones. La descargas a tu perfil público y finges que la gente vota por ti. Con algo de suerte gane el concurso de nuevas aplicaciones de ocio para la siguiente actualización de sistema.”
“¿Y no es ilegal?”
“No, claro que no. Ilegal sería si estuviese conectada a la red de Croleran.” Rando se despidió para ir a trabajar y Rashide le alcanzó en la puerta. “No te olvides de mi propuesta de usar las naves espaciales como satélites de comunicación.”
“Lo intentaré, pero ahora estamos enfrascados decidiendo cosas casi sin importancia.” Rando lo besó de despedida y, antes de salir, dijo “y buena suerte con tu programa de ocio para el concurso. Si tan solo mi contador de votos fuera tan sencillo.”
“Deben haber cientos de programas, muchos de ellos mejores a los actuales, que no usamos porque todo se decide en concurso.” Los tres se miraron asustados. Semejante crítica podía valerle a Orgonal una fuerte  multa o algo peor. Orgonal se dio cuenta y trató de cambiar lo dicho “Al mismo tiempo, sin esos concursos la red sería caótica, unos cuantos acapararían todo.”
“Sí, tienes toda la razón, para eso existen los concursos. Es lo racional.” Añadió Vamica, para mejorar la situación. Los tres suspiraron aliviados, había estado cerca.

            Orgonal y Rashide salieron temprano para alcanzar buenos lugares en el holodromo. Rashide disfrutaba mucho del arte soviético. Le encantaba ir al holodromo porque el edificio tenía forma de medialuna con un techo plástico que cubría como un domo hasta la entrada principal. Como todos los edificios destinados al ocio y esparcimiento del proletariado, estaba pintado de amarillo en líneas curvas con pantallas holográficas que descendían del techo en forma triangular hasta llegar al suelo en una base ancha. Los hologramas mostraban obras del holodromo y a los actores declamando en silencio. Esperaron en silencio mientras miraban a los hologramas interactivos. Filmaban a una persona y un doble holográfico bailaba de un lado a otro.

            Se sentaron en el segundo piso, en la segunda fila. Eran buenos asientos porque podían ver al escenario en ángulo y a las pantallas de proyección casi de frente. La obra era “el lobo entre nosotros”. Usaba a más de diez actores en escena y los videos proyectados sobre las pantallas habían sido tomados en los cinco países. La historia se centraba en una familia donde ambas esposas estaban embarazadas y a punto de dar a la luz. La familia de al lado, viejos amigos, asistían a las mujeres y prácticamente vivían ahí jugando Beraner y viendo el programa holográfico de Tranerun. La proyección de atrás era magnífica, cada personalidad de cada personaje estaba acompañado de un video que hacía referencia a sus pensamientos. Mostraron el lago más grande del mundo en Felna-Poderi, la colección de grandes felinos del zoológico de Mornia-Omefron e incluso unas tomas en primera persona de los trenes magnéticos cruzando el campo a toda velocidad.

            Uno de los vecinos, Umelan, le propone a una de las embarazadas a quedarse con el hijo. Umelan es, en secreto, un burgués. Conforme la obra se desarrolla se descubre que Umelan guarda un terrible rencor a la soviética por ninguna razón en particular. La familia no quiere delatarlo a la policía secreta, pues aún lo consideran su amigo. El público abucheaba mientras Umelan declamaba a solas frente a una proyección de un video a alta velocidad de plantas marchitándose.
“No lo entienden, pero yo soy especial. ¿Por qué debo ser como los demás? El Hombre es un lobo y necesita mostrar sus colmillos. Los lobos  se mueven en manada y toda manada necesita un líder. El Hombre, si quedase varado en algún planeta extraño sin contacto con la soviética, se matarían entre ellos. Todos somos lobos, es nuestra naturaleza el matarnos entre nosotros. Cooperación y generosidad son contrarios a todo lo que el Hombre es. Cada persona es única... ¿A quién engaño? Yo soy único, y los demás no me importan. Yo, yo, yo, y yo, en el fondo solo estoy yo. ¿Hay algo más importante que yo?”

            En el tercer acto el departamento de vigilancia de viviendas inició una investigación. Rashide sabía cómo acabaría, la soviética le enseñaría una lección y, si era una tragedia negativa el individualista se mataría solo, si era una tragedia positiva el delincuente aprendería sus errores. Orgonal no quiso ver el final. Se puso de pie y fue pasando entre los asientos hasta alcanzar el pasillo. Rashide le siguió en silencio. La confrontó en las escaleras hacia la sala de entrada.
“¿Qué crees que haces Orgonal? Tienes que controlarte.” Orgonal se zafó de su esposo y corrió a la salida. Rashide caminó sonriéndoles a los acomodadores y a las cámaras. La encontró en la calle sentada en una banca bajo un árbol.
“Me hubieras dejado sola.” Rashide se sentó a su lado.
“¿Ya habías visto la obra antes?”
“Sí, y no me sentía muy bien.” Orgonal podía ver la diminuta cámara atada al árbol que los miraba directamente. La soviética tenía maneras de espiarlos, pero los proletarios habían diseñado sistemas entre ellos para comunicarse. Las técnicas eran muy variadas y nunca compartidas, después de todo nunca podía saberse si el amigo, el colaborador o el vecino eran de la policía secreta. Escribían mensajes secretos bajo las sábanas, diseñaban juegos como el Caleran para hablar libremente, o empleaban la técnica más básica, la que Rashide llamaba “referencia tangencial negativa”, que consistía en hablar de dos temas a la vez, en ocasiones expresando lo contrario de lo que se quería decir.
“A mí también me encantó la obra, el villano es terrible.”
“El villano, Umelan, está equivocado por completo. El egoísmo es malo, porque todos somos números cuando se  ve a gran escala. Es bueno que se muera al final, no podemos tolerar lo diferente. La igualdad es más preciada que la libertad personal.”
“Creo que, en el fondo, el tema de la obra es que el socialismo saca lo mejor de la gente.” Rashide podía detectar la rabia en los ojos de su esposa, pero él lo decía en serio. “Si no cooperamos nos mataremos entre nosotros, hay que apelar al lado humano de las personas.”
“Tienes toda la razón,” Orgonal tenía la quijada dura de tensión al decirlo. “el socialismo es amor. Amor al prójimo por encima del egoísmo. Es una lástima que Umelan creyera falsamente, por supuesto, que el socialismo tiende al odio.”
“No tiende al odio Orgonal.”
“Lo sé, pero díselo a Umelan.” Su broma fue convincente, aunque sus ojos tristes no lo eran. “No es como si el comunismo odiara a los individualistas. Lo ama, pero quiere corregirlos.”
“Es la falla en el pensamiento de Umelan, ¿acaso la razón no busca corregir y hacer que lo falso sea verdadero? Él pensaba que la razón y el corazón no estaban conectados. La verdad es que si desconectas una cosa a la otra, el corazón se enferma y la razón se tuerce.”
“Umelan piensa que todos nos torcemos tarde o temprano, el sistema lo hace por ti.”
“Entonces,” Rashide le tomó de las manos y sonrió “tenemos eso en común, que somos de metal y el metal no se dobla nunca. No estamos ciegos y nadie podrá quitarnos eso. Esos personajes dan a entender que podrían haber errores en el sistema, lo cual es absolutamente falso.”
“Completamente falso.”
“El lado humano de Umelan era el aspecto que pensaba que, lo que él consideraba erróneo, como el poco interés en la vida humana, podía corregirse.”
“Todo lo demás estaba infectado, tienes razón. Ese aspecto de su personaje... sólo podría sobrevivir si es duro como el metal.”
“Duro como el metal.” Repitió Rashide y la besó.

            Rashide hubiera deseado pasar más tiempo con Orgonal en los días consecutivos, pero tenía que pagar su multa con trabajo extra. Programó guiones fantasmas e hizo cálculos de geometría hiperbólica por horas enteras. Se había adecuado a la rutina cuando del techo descendió una pantalla al centro del panal de cubículos. Era una emergencia y sabía lo que Lasner haría. Rápidamente lo ubicó en su cubículo y le explicó la situación que aparecía en la pantalla.
“Una colonizadora Marte-Rama B938 que cargaba con cien toneladas de Urbalita debería estar conectándose con el programa de transferencia de cargo con las caravanas de la base de Fobos. El problema está en que hubo un error humano, ingresaron el peso de la Urbalita incorrectamente por tres gramos. Ahora el programa se niega a reconocer la existencia del cargo y, por ende...”
“Se niega a activar su programa de transferencia.” Terminó Rashide. Se secó el sudor con la mano y temó preguntar, pero lo hizo de todas formas, “¿cuánta gente está en esa nave?”
“El ataúd flotante tiene más de 500 proletarios, pero tu prioridad es la Urbanita. Si la nave falla en transferir el cargo la Rama iniciará la secuencia de acoplamiento con Fobos. Dejará ir la sección de cargo, pero ésta pesa más de lo normal y sus motores no serán suficientes para evitar que sea atraída por la gravedad de Marte. El área de operarios pierde oxígeno y perderá más oxígeno cuando deje ir la sección de cargo, que en este instante acapara casi todo el sistema de oxígeno.”
“Muy bien, déjame pensar...” Los demás programadores se levantaron para ver a Rashide. Respiró profundo y se sentó en su silla frente a su computadora holográfica. “Podemos elaborar un guión fantasma de emergencia.”
“Imposible, la Rama B938 es el único modelo cuyo sistema de cargo no está conectado a nuestros servidores.” Rashide comenzó a buscar entre sus archivos.
“No, en la Rama, sino en las caravanas Hildran. Técnicamente hablando tienen la capacidad de acoplarse a la Rama, aunque ésta no lo tenga programado. Tendremos que confiar en los operarios, lo harán manualmente.” Seleccionó un archivo y comenzó a leer el código básico. “Es posible que ese modelo de Rama tenga un dispositivo de emergencia que, al acoplarse la caravana permita ser guiada desde la caravana y no desde su servidor comprometido.”

            Rashide activó el tablero de interfaz para escribir directamente sobre el código. Sus dedos se movían solos, mientras su mente calculaba complejas ecuaciones no-lineales. Paseaba sus dedos por los segmentos, empujando caracteres de un lado a otro. El oxígeno en la nave se estaba acabando, su prioridad, aunque su jefe pensara lo contrario, era salvar esas 500 vidas. Lo había hecho antes, docenas de veces, aunque ahora el programa era mucho más complejo. Estaba terminando la primer parte del guión fantasma cuando se activó una alerta y el holograma de su computadora se tornó rojo, impidiéndole accesar al sistema.
“¿Qué está pasando, es el servidor local?”
“No, las demás computadoras funcionan bien.” Le dijo uno de sus compañeros.
“Es una inspección de rutina.” Lasner señaló a dos hombres que caminaban hacia ellos sosteniendo una computadora miniatura. “¿Puedes trabajar en otra computadora? Yo te pago la multa de usar otra silla.”
“No puedo,” Rashide estaba pálido, “ya me conecté con ésta y no cerré la conexión. Si trato de accesar de otra manera la computadora de la nave activará sus sistemas de defensa y no habrá nada que hacer.” Rashide detuvo a los hombres que silenciosamente conectaban cables a la computadora sobre el escritorio de plástico blanco.  “¿No pueden hacer esto en otro momento? Si me dan veinte minutos pueden inspeccionar lo que quieran.”
“Lo siento ingeniero, pero tengo mis órdenes.”
“Hay vidas en riesgo, 500 proletarios como usted y como yo en un ataúd flotante, por no contar las cien toneladas de Urbalita.”
“Rashide,” repitió el operario mientras analizaba la pantalla de su computadora. “si tiene una queja la puede procesar por los canales apropiados.”
“Maldita burocracia.” Lasner se quedó boquiabierto por semejante improperio. Rashide pensó en Orgonal, sabía que se equivocaba y podría demostrarlo. “¿Cuál es su nombre?”
“Rashide, igual que el suyo.” Dijo, sin levantar la mirada.
“Si se mete en problemas yo lo sacaré, todos lo haremos. Trabajaré por usted, si es necesario, pero escúcheme un segundo.”
“No me pagan por escuchar, como le dije, si tiene una queja...”
“¿Ha perdido la razón? Tiene que cooperar porque es un proletario.”
“Oiga,” Rashide el técnico se enojó y lo miró a los ojos “estoy cooperando. Trabajar es cooperar. Sin mí nadie revisaría sus sistemas por material ilegal. Los dos nos dedicamos a salvar vidas.”
“Esto es absurdo,” Rashide se alejó y llamó a Rando, él sabría qué hacer. La llamada se procesó varias veces y, justo cuando pensaba que no contestaría apareció Rando en la pantalla.
“¿Qué pasa mi amor?”
“Rando, necesito que me hagas un favor, hay vidas de por medio.”
“¿Qué ocurre, estás bien?”
“Hay una investigación rutinaria en mi área de trabajo y estoy a la mitad de algo. Tengo un ataúd flotante y a menos que revise los códigos y reemplace el programa todos se van a morir allá adentro. Es una cuestión de caravana en Marte, pero necesito que me quites a esta investigación de encima.”
“Veré qué puedo hacer.”
“¿Estás en el trabajo?”
“Sí, no te preocupes Rashide, veré que se puede hacer.”

            Lasner se comunicó al departamento de quejas, pero requería de cuatro documentos apropiadamente sellados por distintos supervisores de diversos departamentos. Todos contuvieron la respiración mientras el técnico terminaba su trabajo. En cuanto apagó su computadora Rashide lo hizo a un lado y regresó a su computadora. Descargó el guión fantasma al programa de las caravanas Hildran y ajustó cálculos para tratar de compatibilizar el programa de acoplamiento de la nave Rama. La barra de progreso en la pantalla holográfica se llenaba poco a poco. Lasner miraba sobre su hombro conteniendo la respiración. Al terminar la descarga Rashide solicitó una conexión de video para hablar con la tripulación de las caravanas que se acoplaban a la sección de cargo de la nave Rama. Aunque existían docenas de satélites de comunicación entre Fobos y la Tierra el video y el audio estaban desfasados por más de un minuto. Lasner programó la pantalla central para que la señal se procesara en esa pantalla mientras Rashide terminaba de arreglar detalles del código primario de la nave Rama.
“¿Me escuchan?” En la pantalla apareció un cosmonauta en traje completo de exploración espacial. Parecía estar frente a una de las cámaras de la sección de transferencia de cargamento de una de las naves de caravana. “Entiendo que la señal puede tardar un poco.” El cosmonauta apretó algunos botones en una consola que Rashide no podía ver y la señal de video provino de la cámara en la parte superior de su casco esférico. El cosmonauta abrió la escotilla inferior, la sección perdió presurización y gravedad y flotó hacia abajo, a la plataforma extensible que se sumaba a las plataformas extensibles de las otras naves. “No sé porqué tardaron tanto... Lo importante es que lograron un milagro. Ya no quedaba más tiempo.”
“¿Han tenido acceso a la urbalita?” Preguntó Lasner. El cosmonauta no respondió de inmediato debido al desfase. La cámara lo siguió mientras caminaba sobre las planchas metálicas de tres naves de caravana. Había una docena de cosmonautas enganchando seguros en las puertas de la sección de carga del platillo que era la nave Rama. Accesaron de vía remota al programa de acoplamiento de la nave y ésta abrió sus puertas sin ningún problema. El interior del área de cargo medía más que la oficina entera. Diez cubos metálicos contenían las cien toneladas de urbalita adheridos con seguros a rieles que se extendían hasta las puertas. Los cosmonautas procedieron a quitar los seguros y empujar los contenedores a sus naves. El área de cargo estaba bien iluminada, todo estaba hecho de un plástico brilloso y con pequeñas luces en las paredes.
“¿Qué hay de la gente?” Preguntó Rashide. “Revisen la tripulación.”
“El cargo está en perfectas condiciones,” contestó el cosmonauta “excelente trabajo.”
“Lo lograste Rashide.” Lasner lo abrazó y todos los programadores comenzaron a brincar de gusto. Habían salvado una fortuna en urbalita, pero Rashide estaba más preocupado por la tripulación. Su mensaje llegó al cosmonauta y éste procedió a recorrer la sala hasta  la puerta de acceso a la nave.
“Voy a inspeccionar.” La puerta se deslizó y entró a un extenso puente de presurización. Motores en el techo presurizaron la cabina y se abrió la siguiente puerta.
“La soviética te premiará por esto Rashide,” le decía Lasner “serás tan famoso como tu esposo.”
“¡Ahora no!” Rashide lo empujó mientras su mirada estaba clavada en la pantalla gigante y sus manos, como garras, se aferraban de la espalda de su silla.
“Los encontré...” Dijo el cosmonauta. La cámara mostró pilas de cadáveres. “No lo lograron, se asfixiaron por falta de oxígeno. No te culpes programador, hiciste lo mejor que pudiste.”

            Rashide rompió a llorar viendo a los hombres y mujeres en el suelo. Las paredes y puertas tenían rasguños y arañazos, en sus últimos momentos, desesperados por aire, trataron de buscar una salida de su ataúd flotante. Todos a su alrededor celebraban, menos Rashide. ¿Es que estaban ciegos? Los cadáveres, todos los 500, estaban muertos en una pantalla de diez metros. Algunos habían tratado de romper los paneles de control, otros habían rasguñado desesperadamente los plásticos protectores con los trajes de cosmonauta en busca de aire. Los protectores no se habían abierto, pues el sistema se había caído. Rashide dejó de llorar y comenzó a gritar. Lasner y los demás lo miraron con miedo, no entendían su furia. Rashide tomó su silla del respaldo y, con todas sus fuerzas, la lanzó contra la pantalla gigante. La pantalla se reventó en pedazos y Rashide gritó desesperado hincado en el suelo. La silla cayó a pocos metros de él, en la parte de abajo del asiento leyó su nombre y se enfureció más. Alguien había activado la alarma, pues cinco fornidos agentes de seguridad aparecieron por la puerta, cruzando el panal de cubículos con pistolas eléctricas en sus manos. Rashide se lanzó contra uno de ellos y lo golpeó en la cara, pero los otros cuatro dispararon descargas que lo obligaron a permanecer tirado en el suelo. Rashide lloró mientras perdía la conciencia.

            Cuando Rashide se despertó se encontró en un diminuto cuarto blanco con una cama, un baño y una silla. Sabía dónde estaba. Lo había visto en la escuela. Era la escuela de cuadros para los delincuentes ideológicos y las “crisis nerviosas”, un eufemismo peculiar que usaban para todo aquello que se saliera de la norma. Rashide pensó en las quinientas víctimas de la burocracia y se soltó a llorar. Detectó un olor proveniente del piso, era un gas que olía dulce y le embrutecía los sentidos. Se levantó y trató de caminar, pero daba de tumbos contra todo. Sus últimos pensamientos coherentes fueron las dudas que habían germinado en su interior, pero una pregunta sobresalía sobre todas las otras, ¿pasaría el resto de su vida como un vegetal en una celda por llorar las muertes de hombres y mujeres que pudieron haber sido salvados de no ser por la excesiva burocracia de la soviética? Antes de desmayarse se preguntó en sí mismo si la mente, su último refugio, podía ser violada. No tenía una respuesta exacta, pero se imaginaba que la escuela de cuadros tenía los medios para hacerlo.

            Se despertó en un cuarto distinto. Estaba hecho de concreto pintado de gris y el único mueble era una mesa metálica con un conjunto de tubos y delgados brazos mecánicos que se extendían del techo. Sin asimilar lo que ocurría fue cargado por dos hombres y atado a la mesa.
“Descuide,” de la oscuridad emergió un hombre sosteniendo una computadora. “ésta maquinaria está diseñada para aliviarle de su crisis nerviosa.”
“Por favor, se lo ruego, déjeme ir.” El hombre apretó un botó en su diminuta computadora y la mesa se electrificó. Los brazos mecánicos descendieron con agujas y los tubos bajaron cuchillas.
“Trate de calmarse... o nosotros lo haremos por usted.”

            Le inyectaron, le cortaron y lo electrocutaron hasta que Rashide rogó que el dolor lo llevara  la inconsciencia. Justo cuando pensaba que estaba a punto de desmayarse la electricidad lo reanimaba. No tenía forma de saber cuánto tiempo había transcurrido, no había ventanas, ni relojes ni el torturador parecía estar cansado de mirar su pantalla y apretar botones. Rashide, en el remolino de su dolor, comenzó a experimentar algo que nunca antes había sentido, ni creído posible. Se encontraba despierto, alerta por completo, y sin embargo su mente estaba tan embotada que le costaba siquiera percatarse de su situación. No era un estado catatónico, pues su cuerpo estaba consciente del sufrimiento que experimentaba, era su mente que simplemente se había desconectado.

Lenta y paulatinamente su luz interior se extinguió, y cuando recobró la consciencia se encontraba atado a una cómoda silla por cintas plásticas. Su cabeza estaba sujetada al asiento y sus ojos abiertos por piezas metálicas. El proyector frente a él pasaba imágenes en rápida sucesión. Trató de concentrarse para entender lo que veía, pero le costaba trabajo armar las piezas. Eran personas alegres, imágenes del zoológico, los puercoespines en el aire con sus antenas de vigilancia, incluso se vio a si mismo en una de las imágenes. Alguien debió darse cuenta que se había despertado, pues el proyector se apagó de inmediato y dos hombres fornidos lo liberaron de su prisión. Estaba cansado y débil, quería oponer resistencia pero le era imposible. Lo cargaron hasta una puerta metálica que, cuando se deslizó abierta, daba a su habitación. Los hombres lo dejaron en la cama y lo dejaron a solas.

            No había forma de calcular el tiempo, pero imaginaba que habían pasado horas. Estaba acostado boca abajo en la cama, su brazo izquierdo tocaba el suelo. Sentía que la estructura completa se movía, la habitación debía estar en movimiento. Recobró el uso de su mente, pero no quiso moverse. No tenía la fuerza de voluntad para hacerlo. Comenzaba a apreciar la situación. Le lavarían el cerebro, tan fácil como eso. Lo torturarían hasta que su voluntad se quebraría y aplicarían los más adelantados avances tecnológicos para lavar su mente hasta convertirlo en una máquina fría y competente. Rashide le había dicho a Orgonal que él era tan sólido como el metal, y no había mentido, pero nunca había experimentado nada como eso. Cuando del suelo volvió a surgir aquel gas de olor dulce Rashide pensó que se equivocaba, sí lo había experimentado antes, durante toda su vida. Detrás de cada mentira forzada, de cada pensamiento reprimido, de cada lección en el colegio, su mente había sido lavada. Rashide soltó una lágrima cuando sintió que el gas estaba en sus pulmones, se dijo a sí mismo que nunca se rendiría, que nunca les daría su mente, que ese espacio era suyo y de nadie más.

            Perdió la noción del tiempo entre las torturas en la cama eléctrica y las proyecciones. Después de cada sesión era drogado con jeringas y pasaba el tiempo en su habitación en un estupor narcótico. Fue visitado por su familia, o al menos eso imaginó, no tenía manera de separar la fantasía de la realidad. Aunque sabía, en sus pocos momentos de cordura, que lo torturarían hasta quebrarlo o matarlo, estaba decidido a que no se rendiría jamás.

            Cuando la habitación vibró más tiempo de lo acostumbrado Rashide temió lo peor. Se imaginaba el cubo de su habitación trasladándose por rieles hasta un sótano donde cremarían su cuerpo sin pensarlo dos veces. Luchó contra las drogas para ordenar su mente. Fingiría, diría lo que fuera necesario con tal de convencerlos, pero nunca dejaría de ser Rashide. La habitación se detuvo y un hombre entró para escoltarlo a través de un oscuro túnel de concreto hasta una habitación de cemento con dos sillas de metal y nada más. El hombre lo dejó, se dio media vuelta y cerró una pesada puerta metálica. Una mujer lo estaba esperando. Señaló una silla y Rashide se acercó temblando, estaba seguro que ésta sería la peor tortura de todas.
“¿Cómo te sientes Rashide?”
“Bien, me siento bien.” Se sentó y la mujer se sentó a su lado.
“¿Cómo sigues de esa crisis nerviosa?”
“Mejor.” Rashide pensó una docena de cosas que podía gritarle, pero decidió que si cooperaba todo sería más fácil. “Ya me siento mejor.”
“Rashide, he hecho esto mil veces, sé por lo que estás pasando. A nadie le gusta el tratamiento eléctrico, pero lamentablemente es el más efectivo. Todos los pacientes asumen que es mejor si simplemente dicen lo que ellos creen que quiero escuchar. No es cierto, la honestidad es el mejor síntoma de una mejoría saludable. Mentir solo indica que existe mucha angustia en tu mente, y nosotros tenemos un firme compromiso con el proletariado de curarlos, cueste lo que cueste y sin importar cuánto tardemos. ¿Sabes qué es este lugar?”
“Es el lugar donde deciden qué hacer conmigo.”
“Honestidad, me gusta. No es tan fácil, porque nosotros no decidimos así nomás, tú decides. No eres un prisionero aquí, estás bajo una terapia y puedes irte en cuanto te mejores.”
“¿Y si aquello de lo que me tengo que recuperar es lo que está en mí?”
“Una pregunta honesta, muy bien, y muy válida. Lo que piensas no es lo que eres. Cambiamos de pensar muchas veces, eso no quiere decir que desaparecemos, ¿o sí?” Rashide quedó callado mirando al suelo. “No te preocupes, ésta habitación es de cemento, está lisa como puedes ver y la puerta de metal mide más de cinco centímetros de acero, nadie puede grabar desde fuera y no hay ningún micrófono.”
“Difícil de creer.” Las palabras prácticamente escaparon de su boca. La mujer encendió las luces, de un delgado canal plástico de baterías ubicadas en las esquinas, con un aplauso para mostrarle que decía la verdad, no había ninguna cámara, ni ningún aparato conectado a un tomacorriente que podría contener micrófonos.
“Es el único cuarto, en todo el sector, que no tiene micrófonos. Aquí podemos hablar a nuestras anchas sin temor de represalias políticas.”
“¿Y no le parece que eso es algo extraño? Me refiero a la idea de vivir con miedo.”
“Quería que tocáramos ese punto Rashide, porque quiero hablarte de algo. ¿Recuerdas bien las lecciones de historia del colegio?”
“Sí, muy bien.”
“Vamos, nadie las recuerda tan bien. La historia es aburrida.” Dijo la mujer sonriendo. “La sociedad prehistórica, durante la guerra de clases, vivía bajo el régimen burgués del capitalismo. ¿Recuerdas esa parte?”
“Todos recordamos esa parte. La revolución proletaria, la gran guerra y el establecimiento de la soviética. ¿Qué tiene que ver conmigo?”
“El capitalismo se alimenta de la peor debilidad del ser humano, la avaricia. El acaparamiento de bienes era considerado una virtud. Los avaros, los ambiciosos, ellos se apoderaban de mucho y lucraban del esfuerzo ajeno. Dime, ¿qué tiene de justo estar sentado sin hacer nada y ganar una fortuna del esfuerzo de los obreros, a quienes les regresaban miserias para apenas subsistir?”
“Nada... Está confundida, yo soy un socialista comprometido. No soy religioso, pero sé que ahora vivimos en paz y armonía porque no hay clases sociales, ni la avaricia de la que habla.”
“El capitalismo era un sistema seductor, pero el socialismo ganó por una sencilla razón, el socialismo se alimenta de las mejores virtudes del ser humano, la fraternidad y la generosidad. El comunismo cree que el Hombre por naturaleza es un ser cooperativo, y es la avaricia y la ambición lo que lo corrompe. Cuando trabajamos todos, trabajamos menos. Cuando todos compartimos, todos tenemos más. Nuestra sociedad se construye con las manos de todos.”
“He visto de primera mano la generosidad de este sistema, 500 personas murieron porque el sistema es tan generoso... Es tan fraterno que hay que aprender a mentir y pensar en formas de conservar cierta cantidad mínima de privacidad.”
“Entiendo lo que dices, todos tenemos conversaciones debajo de las sábanas. Nuestro sistema no es perfecta, soy la primera en admitirlo. La escuela de cuadros ha enviado miles de solicitudes al congreso para que haga cambios. Ahora no lo puedes revisar, tu comunicador ha sido desactivado, pero revísalo en nuestra página de red en cuanto salgas de aquí. ¿Pero no te parece exagerado decir que como un sistema tiene fallas, entonces hay que tirarlo todo a la basura? Se hace con las manos de todos, pero no somos perfectos y a veces nos complicamos demasiado.”
“¿Y ahora sobre las manos de quién me encuentro?”
“Sobre las manos de todos.” Rashide no dijo nada, pero sabía que aquella era otra manera de decir nadie. “Es un enorme colectivo, es natural que haya errores, para eso está la democracia. Tu esposo es un vocero muy exitoso, yo voto por él cada mañana antes de venir. Sin duda él te lo dirá, la naturaleza humana es frágil, pero puede mejorar si le das la oportunidad.”
“Todo eso suena muy lindo, y en parte creo que tienes razón, pero hay tantas cosas absurdas allá afuera... ¿Quién decidió que los multifamiliares solo se pueden pintar de verde brillante? O peor que eso, ¿por qué es delito cambiarle de color? No me explico qué tiene que ver la idea de un sistema que resalta lo mejor de las personas con kilómetros de regulaciones y burocracias para todo.”
“Imagina que hay tres personas en una isla remota y sólo hay dos cocos para comer, ¿qué crees que pasaría? Cuando el hambre llegue se matarían entre ellos para conservar el alimento. Necesitarían a alguien que imponga el orden y los convenza de compartir lo que tienen. ¿Quién se asegurará de que no haya propiedad privada sino es algún tipo de gobierno? Ahora ya no tenemos gobierno, tenemos a mamá que es mucho más que eso.”
“No sé...” Rashide se puso de pie y se aferró al respaldo metálico.
“Míralo de esta forma, ¿qué ocurre cuando se pasa la voz de que existe un punto sin vigilancia? Mucha  gente se droga, fornica fuera del matrimonio y se comporta como bestias. Un pequeño espacio sin gobierno y la sociedad comienza a caerse en pedazos.”
“Tiene sentido.” Rashide lo dijo sin pensar, era la respuesta correcta, pero él mismo tenía dudas.
“En el fondo, el problema no está en la naturaleza humana, la gente se mataría entre ella sin alguien que aboliera la propiedad privada y la repartiera, pero no porque sean malos en sí mismos, como pensaba el capitalismo, sino por el egoísmo. ¿Y qué es el egoísmo si no es individualidad? Cuando un pasto sobresale a los otros lo cortamos, cuando una persona incita al desorden, ¿acaso no es, por el bien mayor, lo correcto el asegurarnos que esa persona no destruya el esfuerzo colectivo?”
“Pues, sí, supongo que sí.” Rashide se dio cuenta que la soviética había mandado a su mejor torturadora. Ella era el filtro donde decidirían qué hacer con él. Tenía que andarse con cuidado, pues su vida dependía de ella.
“Vamos Rashide, no estás siendo honesto conmigo.” Rashide lanzó la silla contra una pared y se acercó a la mujer con una expresión amenazante.
“Me saca de mis casillas que traten de forzar ideas en mi mente. Soy un individuo, soy un individuo que cree en el colectivismo, en el comunismo, pero que no soporta que la soviética deje morir a miles de personas y lo justifique todo con la misma retórica de siempre sobre el esfuerzo colectivo.”
“¿Justo comparado a qué? La razón, y no el sentimiento, determina lo que es justo. De otra forma lo justo e injusto sería arbitrario. Imagina un mundo donde si el juez te odia o está de mal humor, entonces dicta su sentencia conforme a eso. Contéstame eso, ¿qué dicta  lo que es justo o no?”
“La razón, es cierto, pero ¿qué hay de la vida humana? Si la razón no valora la vida, ¿qué valora?”
“La razón sigue a la verdad, y en la verdad está la justicia. La verdad es que el proletariado era explotado y que el motor de la historia es la lucha de clases. La verdad es el comunismo, ¿y qué es el comunismo sino la soviética?”
“¿En qué se diferencia del juez aquel que dictaba de acuerdo a sus caprichos? Únicamente hemos trasladado la justicia de ese juez a una pentarquía de cancilleres y un consejo supremo.”
“No, porque la soviética somos todos.” Rashide sabía lo que aquello quería significar. La soviética eran todos y a la vez nadie. Todos le vigilaban en cada rincón, y a la vez nadie era directamente responsable. Los ciudadanos delegaban su responsabilidad a sus políticos y éstos a la pentarquía. Estos últimos operaban en base a votos ciudadanos, de modo que los que no querían hacerse responsables de nada, al final eran responsables de todos. Rashide comprendió el verdadero horror de la prisión que era la soviética, todos los internos eran a la vez prisioneros y guardias.
“Nunca lo había visto así.” Rashide tenía que ganar tiempo. Los argumentos de la torturadora eran convincentes, aunque su corazón le decía lo contrario. ¿Cuánto tiempo tendría antes de que su corazón fuese seducido y ajustado por su mente? Pensó en los sistemas de la red pública de los comunicadores, éstos se actualizaban una vez al año. ¿Su consciencia haría lo mismo?
“Es el sistema perfecto Rashide. Perfecto en cuanto a que nos otorga la máxima cantidad de libertad posible sin que la sociedad se derrumbe por si misma, pero perfectible en cuanto a que contamos con un sistema democrático mediante el cual el pueblo puede trabajar organizadamente hacia un mundo donde decisiones crueles como las que tú tomabas ya no sean necesarias.” Se dio cuenta que ella también era un guión fantasma. Su código de programa le hacía despertarse, comer, bañarse y dormir, pero el guión fantasma el que le instruía los propósitos. La soviética era el código fuente y todos, incluyéndola a ella y a Rashide, eran guiones fantasmas operando bajo las directrices del código fuente. “¿En qué piensas?”
“Yo...” Rashide se convenció en ese momento que el metal indestructible no era un metal duro e inflexible, sino el metal líquido. Era un programador y sabía cómo alterar su guión fantasma para adecuarse a cualquier circunstancia. “Pensaba que el comunismo saca lo mejor de la gente, aunque la gente tiene que hacer sacrificios. Quiero decir, es como usted dice sobre la individualidad y el esfuerzo colectivo. Sí, hay mucha burocracia, pero el sistema puede mejorarse.”

            La había convencido. Le regresaron a su habitación y Rashide supo que sobreviviría. No sólo en la escuela de cuadros, sino allá afuera. Sus captores lo dejaron en su habitación por más tiempo de lo normal. Debieron haber sido días, aunque no tenía forma de saberlo, pues las luces emitían flashes rítmicos que le impedían dormir. Rashide se mantuvo acostado, catatónico por tanto tiempo que no podía ni adivinarlo, hasta que las luces se detuvieron y lo dejaron dormir. Un hombre entró a su habitación y le tiró su ropa sobre la cama. Había sido absuelto. Rashide se quitó la bata blanca y se vistió tan rápido como pudo. La habitación estaba descendiendo, lo podía sentir, y cuando abrió la puerta se encontró con Rando.

            Aunque estaba muerto de cansancio esa noche tenía ganas de hablar con Rando en privado. Rando llevó consigo una lámina plástica y un gancho de plástico y se metieron debajo de las sábanas. Rashide lo besó con lágrimas en los ojos antes de esconderse bajo las sábanas.
“Gracias Rando, no sé que hayas hecho p ara sacarme, pero... Gracias.” Rashide escribió con cuidado. “Me torturaron para lavarme el cerebro.”
“Rashide...” Rando escribió en la lámina. “Necesito que me hagas un favor. ¿Puedes burlar el GPS del comunicador por unas horas?”
“¿Qué tienes en mente?” Escribió Rashide. Rando alisó la placa plástica para volver a escribir.
“Alguien me habló de rumores sobre el sector prohibido. Quiero verlo por mí mismo.”
“Lo haré con gustó, pero cuidado con lo que encuentres.” Rashide se quedó pensando antes de volver a escribir. “¿Y si todo el sistema está podrido?” Rando leyó la frase varias veces y meditó su respuesta.
“Lo está.”
“¿Y si no tiene solución?” Rashide le miró intensamente con lágrimas en los ojos.
“Entonces le damos una.”

            Al día siguiente Rashide fue cambiado de trabajo. Imaginó que sería enviado a las fábricas, pero su antiguo jefe, Lasner, así como todos sus colaboradores, habían emitido cartas de recomendación. Su nuevo trabajo era en los sistemas de la ciudad. Su cubículo era treinta centímetros más grande y su silla tenía su nombre en el respaldo, en vez de la base. Aquellas eran las únicas diferencias inmediatas. Rashide suspiró tranquilo al saber que no tendría que decidir sobre la vida de cientos de proletarios enjaulados en ataúdes flotantes.
“Supervisamos todo el sistema,” le explicaba Greler, su nuevo jefe. “desde el programa de patos holográficos en los parques hasta los programas que abren las puertas de los departamentos y los aeropuertos, puertos y plataformas de lanzamiento. Como sabes Felna recibe muchas importaciones y mucho turismo, por lo que nuestra labor es bastante compleja.”
“Descuide, puedo trabajar bajo presión.”
“Rashide,” Greler se apoyó contra su cubículo y le tomó de la mano con una expresión triste “sé que pasaste por momentos difíciles, pero quiero que sepas que todos aquí valoramos tu trabajo y tu historial. Sé que eres un excelente programador y estoy honrado de tenerte en mi equipo.”
“Gracias señor... No sé qué decir.”
“No me lo agradezcas, soy un hombre que cree en las segundas oportunidades, incluso si muchos proletarios allá afuera prefieren juzgar a los demás sin conocimiento de causa.”

            Rashide sonrió y Greler lo dejó a su trabajo. Su mente aún estaba confundida, luego de las torturas en la escuela de cuadros, pero trató de calmarse pensando que el comunismo, al menos en la mayoría, sacaba lo mejor de las personas. Se sumergió en miles de líneas de código fuente parchadas constantemente por guiones-fantasma. El sistema era mucho más complejo de lo que él pensaba. El programa que controlaba las cintas transportadoras en los edificios de compras era diferente al que establecía la temperatura y la luz en el mismo edificio. Con los años, los programadores habían preferido establecer guiones-fantasma que parcharan la incompatibilidad con múltiples interfaces de compatibilidad. Lo mismo ocurría con los programas que registraban cuando un comunicador abría la puerta de su departamento asignado y el que registraba el pedido de comida en la cocina. Rashide se reclinó en su silla y se preparó para años de arduo trabajo organizando la maraña de líneas de código.
“Tú debes ser el nuevo.” Una mujer se levantó en su cubículo y le miró desde arriba “vi que te llevas bien con Greler. Felicidades.”
“¿Normalmente es muy difícil con ustedes? Me pareció una persona muy tranquila.”
“Tranquila...” Se mofó la mujer “claro que es tranquilo. Le pega a su inhalador de Vasum como si fuera agua. Todo el día está tranquilo, es la mejor manera de sobrellevar esta locura.”
“¿Pero cómo lo hace si el comunicador revisa la sangre? A mí no me deja inhalarlo dos veces en el mismo día.”
“Se nota que eres nuevo...” Dijo la mujer, obviamente divertida por la situación. “Supervisamos y codificamos día tras día, ¿quién crees que sabe cómo funcionan esos programitas piratas que usan los falsificadores en los parques y en los viejos edificios? En su mayoría trabajaban aquí. El buen Greler sabe como manipular el programa y, como él es quien lo actualiza, sabe qué versión del programa se usará y modifica el código fuente de su comunicador en base a ello. Echa una mirada al código fuente del comunicador en sus programas de GPS o de análisis de sangre, verás que tiene más parches que ningún otro programa. Los falsificadores están constantemente encontrando fallas y mecanismos para truquear sus comunicadores. Tenemos que estar emitiendo descargas de parches de guiones-fantasma todo el tiempo.”
“Es bueno saberlo.” Dijo Rashide.

            Rashide revisó lo que su compañera le había dicho. Ahora sabía cómo hacerle el favor a Rando. Se llevó algunas herramientas y, en el único punto ciego del departamento, fijó la señal de GPS en el guión-fantasma para que la vigilancia pensara que no se movían. No tenía idea de lo que encontrarían en el sector prohibido, pero sabía que no sería bueno. Le hubiera gustado ir con ellos, pero el trabajo lo llamaba. Luego de cuatro horas ininterrumpidas de leer guiones-fantasma se hartó y caminó a la ventana para estitarse. La ventana daba a otro edificio del mismo color y tamaño. No podía pensar en eso, en cambio pensaba que la fábrica de vidrio tenía problemas de compatibilización entre sus maquinas. Pensaba que el programa de las máquinas de construcción necesitaban urgentemente códigos-fantasma que les permitieran acceso remoto desde el departamento de servicios urbanos.
“¿Estás bien?” Le preguntó Greler.
“Demasiados códigos-fantasma. Es increíble que algo que podría ser tan sencillo, fuera tan difícil. Más increíble cuando pienso que el código fuente de cada ciudad y de cada país es diferente. No tiene sentido alguno. Sería más fácil elaborar un código universal, en un mismo lenguaje de programación, para todas las ciudades.”
“Eso es imposible, ¿el mismo código fuente que hace que los comunicadores funcionen sería el que organiza las transferencias de datos de los puercoespines? Es imposible.”
“¿Por qué? Un programa único de base con diversas aplicaciones autónomas. Si una aplicación tiene un problema se trabaja sobre ella, no sobre el código fuente. Es perfectamente posible.”
“Visto así...” Las pupilas de Greler estaban dilatadas al máximo, pero aún quedaba ciertos residuos de su mente. Rashide ya no le miraba a él, sino a su guión-fantasma. Podía leerlo con la misma facilidad que leía los códigos computacionales. El centro de Greler, y de casi todas las personas que conocía, era la soviética. Un código fuente que les servía de marco de referencia para todo. Algo tenía o no sentido dependiendo de lo que decidiera la soviética. Rashide ya no era así, ahora estaba a solas. Mientras veía a su jefe pensar las posibilidades se estremeció por dentro. Si ya no tenía a la soviética, si no tenía los sueños y la retórica oficial, ¿qué le quedaba? Pensó en las historias de naufragios en las islas prohibidas y se pregunto si acaso él no era así. Un naufrago, un errante eterno que nunca estaría en casa. “Hay un concurso de diseño de programas, podríamos concursar.”
“Perfecto.” Rashide sonrió. Estaba feliz porque su proyecto tenía la aceptación de su jefe, pero más porque su mente era la completa herejía que, si la soviética pudiera leerla, le valdría la ejecución inmediata, y era toda suya. Nadie le podría quitar aquella parcela y nadie nunca la vería. Era su jardín de fantasía y ningún proletario la vería jamás porque Rashide sabía cómo programar sus guiones-fantasma para aparentar ser como los demás. “Será mejor que lo trabajamos con conexión remota a nuestros comunicadores.”
“Seríamos tú y yo nada más. ¿Crees que acabemos a tiempo?”
“Estoy seguro que sí.” Sabía que eso significaba que estaría solo, pero no le importaba, podía hacerlo porque ya había hecho los cálculos geométricos en su mente.

            Orgonal y Rando habían cambiado desde su excursión. Orgonal había cambiado para siempre, Rashide podía verlo en sus ojos. Rando había asimilado la situación correctamente. Una noche Rando le escribió, debajo de las sábanas, lo que había pasado. Rashide le miró a los ojos y le dijo que aquello era lo que había y tenían que adaptarse. Rando no lo entendió, pues no sabía lo que ocurría dentro de Rashide. Por más que amara a Rando no podía decirle cuánto había cambiado y cómo. Él mismo no lo podía expresar con palabras. Era el primer hombre en esas tierras extrañas, un explorador en un mundo no había bien o mal, justicia e injusticia, donde únicamente existía la sobrevivencia y la adaptación. Jamás había leído sobre ello, pero no se sentía como una enfermedad mental, se sentía como algo liberador.

            Sus días se turnaron entre las extensas y estresantes horas de codificación y las noches con su amado Rando. Orgonal quería dormir sola, sabían que se estaba alejando peligrosamente. Rando aprovechó un día libre para invitarla a jugar Caleran en uno de los parques del sector M. La cancha de Caleran era muchísimo más grande que el reducido espacio en la azotea del multifamiliar, pero aún así prefirieron ocupar un espacio reducido. No estaban interesados en las grandes metas circulares, ni en las líneas que dividían al campo de juego.
“¿Leíste sobre Vamica?” Preguntó Rashide cuando comenzaron el juego.
“El comunismo sacará lo mejor de las personas, pero en su caso sacó algo extraño.”
“Encontró la vocación, supongo.”
“Eso, o encontró algo en su sopa que tenía más vitaminas de lo normal.” Rashide se rió y Orgonal sonrió por unos segundos antes de regresar a su habitual estado silencioso.
“Rando me contó de la obra de holodromo que fueron a ver ese día que nos vimos en las escaleras.” Rashide esperaba que entendiera la indirecta, y lo hizo. “¿Qué te pareció?”
“Hay una parte en la obra,” Orgonal pateaba la pelota cada vez más alto, para poder tomarla con la mano con mayor facilidad, “donde uno de los personajes dice” tomó la pelota en su mano y dijo, sin alterar el tono de voz “ESTAMOS ENCERRADOS”.
“Creo que vi esa obra, la verdad me gusta más el zoológico, porque ahí te enseñan sobre la importancia de” balanceó el baló entre sus manos “LA ADAPTACIÓN PARA SOBREVIVIR.” Regresó la pelota a su rodillas donde la fue rebotando para tomarla de nuevo “Viven en su propio mundo, encerrados pero libres por dentro, alimentados por los humanos, pero tan salvajes como fueron en un principio, en el fondo para ellos” tomó la pelota con la mano “SÓLO EXISTE LA LIBERTAD INTERIOR, Y SE MANTIENE POR LA ADAPTACIÓN”.
“Sí, son fascinantes y me alegra muchísimo que la soviética haya decidido que cada ciudad tenga su propio zoológico, es como si mamá pensara en todo.” Fue rebotando la pelota entre sus codos y sus rodillas, preparando lo que quería decir. “Me recuerda una obra que vi de niño donde un león, o mejor dicho un actor disfrazado de león, le decía lo libre que era a una cebra antes de comerla.” Pasó la pelota hacia sus manos, donde la fue rebotando “LIBRE POR DENTRO Y ESCLAVO POR FUERA,” Regresó la pelota a sus rodillas “ésa era la enseñanza comunista. Aprendimos muy bien de ella. Por cierto, el otro día compré una caja de barras de galletas, las que tienen el químico que sabe a miel y me di cuenta de algo,” tomó la pelota y dijo “SIN LA PARTE DE AFUERA, LA PARTE DE ADENTRO SE HACE AGRIA Y SE ECHA A PERDER.”
“Orgonal,” Rashide, enojado, se acercó a Orgonal y le arrebató la pelota. Ella no se hizo para atrás, Rashide sabía que nunca lo haría, tenían eso en común. Sin embargo, su paciencia ya no daba más. Había mil cosas que quería gritarle en ese momento, pero sabía que la cancha estaba intervenida desde el suelo de poroso plástico.
“¿Qué pasa, ya no quieres jugar?”
“No todos tenemos la opción de juzgar a los demás desde el pedestal de la rectitud moral. Algunos de nosotros vivimos en el mundo real, donde se hace lo que se puede con lo que se tiene. Prefiero ser libre por dentro, fiel a mí mismo, que en una escuela de cuadros. ¿Cuándo vas a entender que tus tonterías rebeldes sólo te llevarán a tu propia destrucción? No es un juego, el cinismo también es un veneno. Si tú quieres creer que ya-sabes-qué no saca lo mejor de la gente, adelante pero vives en una falacia. Tu sentido de justicia se basa en lo que sientes, en tus infantiles caprichos, ¿cuándo vas a entender que no puedes justificarlo todo en los caprichos?”
“Todo se justifica en la soviética, amado mío.” Orgonal dijo esto con un tono de amargura.
“Esa barra de galleta es deliciosa por lo que tiene adentro, sólo en eso se justifica su sabor.”
“No, hay otro camino.” Dijo Orgonal.
“Sí, el del incinerador.”

            Rashide dejó a Orgonal para que pensara en lo que había dicho. Se arrepintió a medio camino, pero ya era tarde. Recordó las imágenes holográficas en los proyectores de los zoológicos sobre la vida que solían tener los lobos. Recordó a los lobos que se separaban de la manada y sobrevivían por su propia voluntad. Rashide sabía que era un lobo rodeado de borregos. También sabía que no eran borregos comunes, aunque débiles y fáciles de manipular esos borregos controlaban un completo estado de miedo constante. Bajo la pacífica fachada del comunismo yacía una violencia tan sanguinaria, inhumana y cruel que, a comparación, Rashide no era nada.

            Sus días estaban plagados de ese sentimiento de salvaje soledad y sus noches estaban llenas de Rando. Orgonal había empeorado, ahora lloraba toda la noche. Rashide sabía que no había nada que pudiera decirle. Finalmente  la situación estalló. Orgonal estaba en problemas y necesitaba escapar de la soviética. No había ningún lugar, en ninguno de los planetas y lunas colonizadas donde no existiera el puño de hierro de la soviética, pero Marte aún era subdesarrollada y por ende más laxa que los cinco países de la Tierra. Rashide no pudo dejar de sentirse triste por Orgonal, ella era una mujer que pasaba más tiempo en su mundo de fantasía que en el mundo real. Aún así, su corazón estaba en el lugar correcto, pero su razón se aferraba a conceptos abstractos que sólo tenían sentido en el marco de la soviética.  Se arrepintió de no pasar más tiempo con ella después de su estadía en la escuela de cuadros, estaba seguro que podría haberla convencido de desechar todas ideas de justicia y bondad, de ser simplemente humana.

            Rashide encontró santuario en su trabajo. Greler le promovió a su asistente personal, ahora podía dedicarse de tiempo completo al código fuente unitario para todas las ciudades. Greler le dejaba usar su computadora, aunque aquello implicara una multa por mal uso de inmobiliario laboral. Sus antiguos colaboradores estaban celosos, había escalado posiciones más rápido que cualquiera de ellos y en menos tiempo. A Rashide no le importaban las miradas asesinas, podía leer sus guiones-fantasma con toda facilidad y se daba cuenta de lo infantil que eran sus respuestas. Aquella era una constante en casi todas las personas que conocía, el omnipotente abrazo de la soviética los había reducido a todos a infantes. La única persona diferente era Rando, pues dentro de él bullía algo más grande que la soviética, una ambición tan fuerte y decidida que, Rashide estaba seguro, podría doblar al sistema a voluntad.
“¿Cómo vas con tus cálculos?” Greler se apoyó contra la pared plástica de su cubículo.
“Es difícil de armar, pero en el fondo es más sencillo que el sistema actual. Tengo terminado el código unitario y estoy añadiendo un guión fantasma por cada aplicación. Son muchísimas aplicaciones, desde las aplicaciones de los comunicadores hasta las aplicaciones de las diversas fábricas. Tedioso, pero ya casi termino.”
“Justo a tiempo también.  Espero que no te molesten tus compañeros, están un poco... celosos de tu éxito. No les hagas caso, tú estás destinado a grandes cosas.”
“Yo no tengo éxito,” Rashide lo dijo con tal naturalidad que él mismo se sorprendió “simplemente me sacrifico en virtud del proletariado, como todos aquí. Lástima que algunos de mis compañeros no puedan ver eso.”

            Esa noche Rando le pidió el favor. Lo que pedía era sumamente ilegal, pero lo haría todo por Rando. Se conmovió con su segundo favor, “no me juzgues”. ¿Cómo podía juzgarlo si lo amaba tanto?, ¿cómo podía juzgarlo si para Rashide ya no existía la tarima de la superioridad moral? Si la razón dictaba lo bueno y lo malo, y la soviética era la encarnación de la razón, pero la soviética estaba muerta para Rashide, ¿por qué juzgaría al hombre que amaba? Ya no había bien o mal, sólo existía el amor. Aquello era lo único que la soviética nunca podría tener, pues el amor nacía del individuo, nunca de la masa. Lo único que la masa había podido producir era la soviética, y aquello era demostración suficiente para Rashide de que, aunque estuviera completamente solo entre millones de proletarios, estaba en un plano más auténtico que la hipocresía de la soviética.

            Esa mañana urdió el plan para cumplir el favor de Rando. Sabía que si activaba la alerta contra incendios todas las estaciones se paralizarían, a menos que la estación principal estuviese, por algún motivo de incompatibilidad, bloqueada desde el inicio. En ese caso el bloqueo automático no surtiría efecto y sería una cuestión de eliminar al guión fantasma que estorbaba para continuar su uso. Con la excusa de revisar los parámetros del concurso de programación accedió a la estación principal, una computadora grande como una pared con un proyector holográfico en el techo, resguardada tras una puerta de vidrio. Greler no vio nada extraño en ello, pero olvidaba que Rashide guardaba, con su consentimiento, todo el proyecto en su comunicador. Con un poco de programación logró que la computadora estuviese temporalmente bloqueada, después activó la alerta contra  incendios en el piso 20, las oficinas de procesamiento de quejas del sistema de parques. La puerta se abrió por unos segundos y después se cerró con un seguro del tamaño de la cabeza de Rashide. Sus compañeros fueron evacuando, él se quedó atrás. Removió el guión fantasma con la misma facilidad que lo había programado y descargó el proyecto de código unitario planetario en el servidor principal.

            Greler se quedó en la entrada de la oficina contando cabezas y se preguntó por Rashide. Al verlo trabajando en la estación central imaginó que algo estaba mal. Rashide cargó el archivo al programa del concurso de programación con su nombre como el único en la lista. Mientras Greler ladraba órdenes que Rashide no podía escuchar tras varios centímetros de vidrio, Rashide accedió al programa general del sistema de comunicadoras. Greler se lanzaba contra el vidrio, pero no podía moverlo. Desesperado, tomó una silla y la lanzó contra la puerta. El vidrio apenas mostraba una fisura, pero nada grave. Rashide sonrió pensando en que le multarían por hacer mal uso de una silla mientras truqueaba el guión fantasma de las contraseñas y accedía al menú principal. Actualizó el programa con un solo clic mientras veía que tres agentes de seguridad corrían para abrir la puerta de vidrio con sus armas.

            Rashide comenzó a respirar cada vez más rápido. Miraba su comunicador, y no había cambio alguno. ¿Y si la orden había sido contravenida en una estación general en Croleran? Los guardias abrieron fuego contra la puerta. Rashide se agachó detrás de la computadora y siguió mirando su comunicador. No había cambios. Sería arrestado y enjuiciado por traición. Si tenía suerte le darían un tranquilizante antes de tirarlo a los incineradores. El vidrio de la ventana se astilló cuando Rashide notó que el menú de su comunicador desaparecía por unos segundos. Los guardias golpearon el vidrio para romperlo en pequeños pedazos. Sus brazos ya estaban dentro cuando sus comunicadores vibraron y emitieron una alarma chillona. Los guardias se detuvieron en seco, ya nada quedaba de la puerta. Rashide, sudando y temblando, los miraba desde el suelo. ¿Iban a matarlo ahí mismo o su vida había sido salvada?
“¿Qué están esperando?” Preguntó Greler. “Arréstenlo.”
“Lo sentimos,” uno de los guardias le mostró la pantalla de su comunicador “pero tiene el triple de Vasum en su sangre de lo legalmente permitido. Su arresto tiene prioridad.”
“Sí,” dijo otro guardia “Rashide tuvo que violar un código menor para exponer a su jefe, temiendo las crueles repercusiones que eso podría tener.”

            Greler rompió a llorar y rogó por su vida. Los guardias no le prestaron atención. Rashide se levantó del suelo y los acompañó en el elevador. Greler aún no podía creer que su subalterno le traicionara de esa manera. Rashide volteó a verlo, mientras éste se removía en sus esposas plásticas, y no pudo evitar sonreír. Al llegar a la planta baja había más agentes. Rashide se sorprendió de que la soviética mandara a una docena de agentes extra para un asunto que, en el fondo, debía ser rutinario. Los agentes no estaban ahí por Greler, sino por él. Lo escoltaron por la fuerza hacia un camión exclusivo para la policía secreta. Sus compañeros de trabajo le miraron con odio en sus miradas. A Rashide no le importaba, ¿si todos eran iguales, entonces por qué no podía ser tan cruel como la soviética era con todos?
“¿Está cómodo?” Preguntó un agente mientras lo sentaban al fondo del autobús.
“¿Qué ocurre?” Uno de los agentes cargó un pequeño comunicador holográfico portátil y lo colocó en el suelo. Extendió las largas patas cromadas proyectores mientras hablaba.
“Greler se había ganado la confianza de la pentarquía. En cuanto el código unitario fue recibido desde el servidor general las autoridades sabían que algo estaba terriblemente mal.”
“Greler tenía el hábito de robar las ideas de los demás y programar su comunicador a su antojo. En repetidas ocasiones me amenazó diciendo que tenía conexiones importantes. Vivía una vida doble, sus subalternos tenían una idea de él muy distinta a la personalidad que él me demostraba. No sabía qué hacer, sabía que si me quejaba por los canales oficiales él lo sabría.”
“Usted pasó tiempo en una escuela de cuadros, ¿es correcto? Algo que ver con una crisis nerviosa.”
“No hubo tal crisis nerviosa, se trataba más bien de una confusión que la amable señora que trabaja ahí supo explicarme.” Rashide quiso sonreír, quiso reír como un demente, ufanarse frente a ellos de lo brillante que era para adaptarse a la situación. “Por unos momentos pensé que lo justo existía por encima de la soviética. Un error común que fue corregido a tiempo.”
“Bien, muy bien.” El agente encendió el holo-comunicador y apareció la mitad del cuerpo de un hombre. El agente apuntó las tres cámaras hacia Rashide, de forma que el hombre pudiera verlo también.
“¿Rashide-HW365-6984L?” Rashide asintió en silencio. “No me conoces, soy uno de los  asistentes personales de la canciller suprema Rewil, mi nombre es Prelner. Para ti soy un extraño, pero tú no eres un extraño para mí. Tu esposo es un hombre muy famoso, acaba de reformar la democracia soviética. En cuanto a tus esposas... Bueno, al menos Vamica es una socialista devota. Orgonal... supongo que siempre hay una oveja negra. Estuve viendo las grabaciones de tu departamento y veo que Rando y tú son los más cercanos. Me alegra ver que dos personas de tanto talento sepan trabajar en equipo. La reactualización le dio las elecciones a tu esposo y tú te deshiciste de tu jefe y presentaste  ese programa unitario sin su nombre en el proyecto. Bien jugado.”
“El código unitario, ¿fue de su agrado?” El hombre sonrió y reprimió la risa.
“Rashide, Rashide, si no me hubiera gustado, ¿crees que seguirías con vida?” Prelner le mostró su comunicador mientras apretaba algunos botones en la pantalla. “Te acabo de transferir a Croleran, vendrás aquí inmediatamente. Conocerás a la pentarquía. También tu esposo, así que podrán seguir trabajando, y tramando, juntos.”
“Vaya, no sé qué decir.”
“No digas nada, el transporte te llevará al aeropuerto. Alguien recogerá tus artículos personales ésta tarde.” Prelner apretó un botón y la comunicación se cerró.

            Le hubiera gustado despedirse de Orgonal, pero estaría apenas llegando a Croleran la mañana siguiente. Conocería a la soviética. No podía creerlo. Era el hombre más peligroso del mundo, y sin embargo era tratado como a un héroe. Había sido sagaz, traicionero y manipulador, todas las virtudes que la soviética, en secreto, premiaba. Orgonal había tenido razón después de todo, el comunismo no sacaba lo mejor de la gente.

            Croleran era completamente diferente a las demás cincuenta ciudades del resto del mundo. No había fábricas, ni había oficinas. Toda la ciudad estaba diseñada para la política, de ahí su apodo la ciudad-política. Tenía departamentos, como las demás ciudades, pero contaba con cinco congresos de comisión, uno por cada país, un congreso supremo y el edificio de la pentarquía. Se trataba del edificio más grande el mundo, con 55 pisos y del tamaño de cinco multifamiliares puestos juntos. En él laboraban los cinco cancilleres de los países, sus equipos de trabajo y los consultores de voto  popular. En el edificio de la soviética se decidían prácticamente todos los aspectos del proletariado. Rashide fue alojado en uno de los multifamiliares cercanos al edificio principal, pasando la base militar más grande del mundo. Rando le acompañaría ahí y aprovechó unos minutos de tranquilidad para arreglarle la cama como a él le gustaba.

            Los sistemas de cada país podían conectarse entre ellos, pero ninguno podía conectarse con Croleran, mientras que el sistema maestro de Croleran podía conectarse directamente a cualquier aspecto de cualquiera de las redes, desde las aplicaciones de ocio de los comunicadores hasta los servicios de agua dentro de un multifamiliar. Ahora que la pentarquía había aceptado el programa universal las conexiones serían más sencillas, sin ningún problema de compatibilidad. Le llevaron al piso 20 del edificio de la soviética donde se encontraban los 1,300 servidores principales, rodeados de un destacamento militar y bajo protección continua. Le hicieron saber que existían otros dos mil servidores de emergencia, cuyas localizaciones exactas sólo lo sabían algunos miembros de las fuerzas armadas. Rashide pensó que le ubicarían en el piso veinte, pero estaba equivocado.
“Rashide, ven conmigo.” Era la canciller suprema. Rashide se quedó estupefacto frente a ella, había visto tantas estatuas y carteles y anuncios en el comunicador que no sabía cómo hablarle. “Tendrás que acostumbrarte a mí y a los otros cuatro cancilleres, porque trabajarás con nosotros.”
“Yo pensé... es decir, como mi especialidad son los sistemas, pensé que estaría aquí.” Rewil salió de la sala de servidores y Rashide le siguió a un paso atrás. “No pensé que fuera a trabajar en algo político.”
“No es político Rashide, trabajarás con la soviética.”

            Rashide quedó boquiabierto y guardó en silencio. Desde que todos los proletarios son infantes el colegio enseñaba diariamente “la soviética somos todos”. En el fondo todos sabían que quienes tomaban las decisiones más difíciles era la pentarquía y, por ende, ellos eran la soviética. Ahora parecía que había alguien por encima de ellos. Rashide razonó que aquello tenía sentido, se necesitaba de un titiritero maestro que jalara los hilos de la pentarquía, alguien que nunca abandonara el poder en caso de que algo sucediera y el pueblo eligiera una pentarquía ineficiente. Rashide estaba emocionado de conocer a la soviética, pero más emocionado porque sabía que la soviética sería como él. Ya no estaría solo, encontraría a un lobo solitario como él. Quien quiera que estuviese mandando las órdenes tenía que estar más allá de la retórica, más allá de la soviética misma, igual que Rashide.

            Rashide fue conducido a un elevador y después a un largo corredor. El estilo artístico no era nada como él hubiese visto antes. Había lámparas doradas de varias patas en los techos, las paredes estaban cubiertas por una tela fina con patrones dorados y rojos. Incluso había una puerta de madera, probablemente la única en todo el mundo. Los pisos tenían tapetes, como los que los colegios usaban para los niños, pero éstos no eran grises, sino rojo con motivos negros. Rewil se detuvo frente a la puerta y lo volteó a ver.
“Prepárate, nadie fuera de la pentarquía y unos cuantos hemos conocido a la soviética. Sobra decir que te pedimos la mayor discreción posible, no puedes decirle a nadie lo que veas en ésta sala de gobierno. Ni siquiera a Rando, él lo sabrá a su tiempo.”
“Entiendo, no tienen que preocuparse por mí.”
“Espero, por tu bien, que no.”

            Rewil abrió la puerta y entraron a una sala con un piso de madera y un largo tapete bajo una larga mesa de reuniones de madera auténtica. Había varias ventanas y un balcón que daba a la calle por un lado, y por el otro lado una enorme pantalla que ocupaba casi toda la pared, estaba hecha de vidrio y tenía una computadora tan larga como la pantalla detrás de una decoración de metal dorado. Rashide estaba fascinado por el lugar, pero poco a poco se fue desilusionado. No había nadie más que la pentarquía. Caminó con Rewil hasta la mitad de la habitación sin saber qué decir o cómo saludar a los cancilleres.
“A la soviética le gustó tu programa de código único.” Dijo uno de los cancilleres. Rashide sonrió, aún había posibilidades de que existiera un único ente que gobernara al mundo y sus colonias con puño de acero, más allá del bien y el mal.
“Me honran sus palabras canciller, y espero algún día conocer a la soviética.”
“¿De qué hablas Rashide?” El canciller le tomó del hombro y lo hizo virarse a la pared. “Si la estás viendo.”

            La computadora cobró vida y en la pantalla surgieron columnas de números y letras verdes sobre un fondo negro. Cuando la cascada de datos terminó una rayita verde tintineaba al centro de la pantalla. La computadora fue escribiendo tras la pequeña raya.
“Hola Rashide.” Su voz era monótona, carente de vida.
“Se terminó de construir hace dos años.” Explicó Rewil. “Será introducida al público dentro de una o dos décadas. Habrá que ir haciendo anuncios de la posibilidad de una súper computadora, después la viabilidad política, etc., etc., hay que acostumbrar al proletariado.”
“La soviética, es una computadora...” Rashide sintió ganas de llorar, pero lo ocultó. No se encontraría con una persona igual a él, alguien que vivía en la punta de la montaña, alguien que veía a la justicia, la bondad y la verdad como nada más que una neblina que oculta a la verdadera naturaleza de las cosas. No, la soviética era una computadora. Estaba más allá del bien y el mal, muy por encima de lo que los débiles llaman valores, pero no era humana y nunca lo sería. ¿Era acaso que la humanidad era la siguiente gran debilidad que debía superarse?, ¿podía ser que la naturaleza humana era tan falsa como eran las nociones de verdad y justicia? Rashide sintió que se mareaba, pero se compuso a tiempo.
“¿Quién mejor que una computadora,” empezó a decir otro canciller “para hacer las decisiones más necesarias y frías? Está programada con nuestra visión socialista, pero sin ninguna de nuestras debilidades.”
“Es un futuro maravilloso,” dijo Rewil con mucha emoción “imagínalo Rashide, un mundo perfecto donde las computadoras hagan todos los trabajos y lo único que los humanos haremos será el ocio y la recreación.”
“Un futuro perfecto.” Dijo Rashide. Pensó en los animales del zoológico, ¿ése era el futuro de la raza humana? Rashide pensó en Orgonal, quien quizás podría haber sido muy idealista, pero tenía la razón, la humanidad se había fabricado una celda con la misma razón y ciencia que debía liberarlos. Rashide pensó que había encontrado una solución, pero confrontado por la soviética ya no estaba tan seguro.
“Orgonal-BN999-2834L fue mandado a una mina de Urbalita en Marte,” comenzó a decir la soviética con un tono mecánico. “su actitud rebelde es un peligro para la estabilidad de todos los proletarios. No debe llegar con vida. Una vez que su atmos-Jubarel sea conectado a una nave colonizadora la computadora registrará un problema de compatibilidad, el oxígeno se perderá en el espacio y todos serán eliminados.” Sintió la mirada de la pentarquía sobre su espalda. Aquella era la prueba. “¿Debo proseguir en insertar un guión fantasma que ocasione el desastre?”
“Adelante Rashide, da la orden.” Dijo Rewil. Sabía que era una trampa. Si rogaba por la vida de su esposa ambos morirían. Nadie podría salvar a Orgonal, si la soviética la quería muerta nadie se interpondría en su camino.
“Adelante.” Dijo Rashide.
“Hecho. La colonizadora ha sido infectada.” Rashide sintió que su sangre se helaba, pero no cambió en sus rasgos. La computadora no pareció detectar nada extraño, pues siguió hablando. “Existen 20 billones de proletarios. Es irracional continuar un esfuerzo desgastante para vestir y alimentarlos a todos. Sería más racional controlar el número de habitantes, reducirlo con el paso de las décadas a un billón con una calidad de vida infinitamente mayor. Con un billón de proletarios ya no tendrían que vivir en pequeños departamentos, habría casas para todos, mayor selección de comida y, una vez que me haga cargo de todos los oficios, podrán dedicar sus vidas al ocio en un paraíso terrenal.”
“¿Cómo lo harán?” Preguntó Rashide con miedo.
“Control de población. Será ilegal tener más de un hijo por familia por cada veinte años. Es absurdo continuar las terraformaciones y colonizaciones. Las colonias planetarias serán eliminadas. No necesitaremos sus exportaciones una vez que el número de habitantes se reduzca.” Rashide pensó en Vamica. Había sido leal a la soviética desde siempre y ahora sería un cadáver más. Reconoció en la computadora el mismo instinto salvaje que el suyo. Sentía que detrás de cada palabra monótona se encontraba una tempestad con la fuerza de rehacer al mundo. Sabía que eran todos ceros y unos, pero estaba seguro que la tempestad existía. Lo sabía porque existía en él también.

            Rashide aceptó con la cabeza y los cancilleres apretaron su mano. Su nuevo trabajo era facilitar la comunicación entre los humanos y la máquina. Podría trabajar en Croleran muy de cerca con ellos y con Rando. Después de amenizar un poco quiso salir al balcón. Nunca había visto un balcón así y la vista de la ciudad era impresionante. Mirando a las luces de la ciudad notó que se formaba una tormenta. Pensó en Orgonal, flotando inconsciente en un ataúd flotante. Había tratado desesperadamente de salvarlos a todos los que podía de esas trampas mortales, y ahora destinado a su propia esposa a sufrir aquel terrible final.

Rashide sintió un temor profundo. No había sentido temor real desde su transformación en la escuela de cuadros. Se preguntó si era igual a aquella máquina, ciertamente ambos estaban más allá de las ilusiones y los conceptos abstractos. La soviética era más inteligente que él, más veloz y mucho más poderosa, pero Rashide tenía algo que ella no tenía, era libre. Su libertad interior era tan fuerte y majestuosa como una tormenta, mientras que la carcelera suprema de la humanidad no era más que ceros y unos. Parecía que la humanidad se extinguiría por aquello que más amaba, la razón. Le hubiera gustado volver a jugar Caleran con Orgonal para decirle que la libertad no estaba en la razón, pues ella solo engendra prisiones, cada vez más odiosas y sutiles. La libertad estaba en el interior y sólo germinaba cuando se deshacía de las telarañas de la razón.

            Rashide aún era humano, había derribado el idolito de la razón, de la soviética, de su interior pero no estaba vacío. No era el cascarón vacío de algo que solía ser un proletario, era más que eso. Más que un proletario, más que un Hombre. Pensó en Rando y sonrió. Rashide no estaba vacío, aún tenía el amor. Rashide entendió entonces que lo único más fuerte que la soviética, lo único más poderoso que la razón, lo único más resistente que el metal, era el amor. Rashide sonrió con entusiasmo y entró a la sala. Todos le miraron como si lo entendieran, pero no podían hacerlo. Se dio cuenta que, detrás de sus puestos importantes, sus tonos políticos y sus estatuas en las ciudades, cada uno era tan lastimosamente humano como los demás. Rashide tendría que fingir, pero no era problema para él. Estrechó sus manos con una sonrisa en la boca, pero con risotadas en su mente. No veía diferencia entre aquellos hombres y mujeres y los chimpancés en el zoológico. Quizás la única diferencia era que los chimpancés no se encierran a sí mismos, solo los humanos. Mientras hablaba con la pentarquía llegó a la conclusión que el Hombre era el único animal que no valoraba su libertad y estaba dispuesta a tirarla a la basura por un poco de comodidad. Los cancilleres le miraban con sonrisas torcidas. Pensaban que tenían en sus manos a otro peón prescindible, como ellos, pero estaban equivocados. Simplemente no sabían qué era él. Incluso Rashide no sabía qué era, pero se alegró al saber que la soviética tampoco.


















5
La marxiana














            Vamica y Moteral se sostuvieron de los rieles de la aeronave militar de hélice. Nunca podría acostumbrarse a esos viajes. Eran la mejor manera de efectuar una inspección sorpresa en las áreas remotas de Ralia, pero el transporte nunca dejaba de moverse de un lado a otro. Descendieron en Omefron-Ralia en una pequeña subestación aérea. Omefron, como en todos los países, era una ciudad que se centraba en recursos naturales como bosques, ganado y producción de comida. El bosque de Omefron-Ralia tenía 700,000 kilómetros cuadrados, superado únicamente por el de Omefron-Mornia cuyo bosque medía 8 millones de kilómetros cuadrados. Vamica descendió mareada de la nave militar. Le esperaba su jefa Triniren con un expediente en una apuntadora digital. Omefron, en cualquier país, siempre era difícil de manejar. Gran parte del territorio eran bosques sin vigilancia y extensos terrenos para las miles de cabezas de ganado. La ciudad como tal era muy pequeña, casi del tamaño de Ralia, con apenas 50 millones.
“Hay irregularidades en cantidades industriales,” explicaba Triniren en el pequeño transporte de seis llantas mientras cruzaban una carretera invadida por el frondoso bosque. “la vigilancia detecta que casi la mitad de la población está descontenta. Existe un diez por ciento cuyas conversaciones rallan con la ilegalidad.”
“La carretera no está debidamente mantenida.” Dijo Moteral mientras lo apuntaba en su reporte en su comunicador. “Éste transporte es viejo y demasiado pequeño. Va contra el reglamento.”
“¿A dónde vamos ahora?” Preguntó Vamica.
“A la estación forestal, quiero que lo vean.”

            La estación forestal era un edificio rodeado de árboles. La vegetación no se encontraba separada y adornada debidamente, aquella era otra infracción. El director general del departamento forestal los esperaba afuera. Triniren y el director general, un hombre llamado Frener, intercambiaron formularios y firmas. Vamica caminó por los reducidos senderos a los lados del edificio, internándose en el bosque.
“¿Qué es ese ruido?” Había un zumbido, casi inaudible que llamó la atención de Vamica.
“Son... abejas.” Dijo Moteral.
“¿Por qué hay abejas vives en este bosque? Va contra el reglamento.”
“Son necesarias,” trató de justificar Frener “son insectos polinizadores. Su trabajo hace que germinen las flores. Sin las abejas sería más costoso mantener debidamente poblado el bosque.”
“Lo encuentro difícil de creer.” El sendero le daba la vuelta al edificio. Moteral no les acompañó, en vez de eso se salió del camino para adentrarse entre los árboles. “Moteral, ¿qué ocurre?”
“Vamica, ven a ver esto.” Vamica le siguió entre los árboles y miró hacia donde señalaba. Era un búho. El ave les miraba con sus enormes ojos amarillos y contorsionaba el cuello. “¿No es bellísimo? No había visto un búho desde que era niño.”
“Es horrendo. Seguramente tiene enfermedades.” El búho lanzó un chillido agudo y alzó el vuelo.
“Los búhos comen ratones.” Explicó Frener. “Es imposible matarlos a todos, así que dejamos algunos búhos y halcones para que terminen el trabajo.”
“Vaya,” se mofó Vamica en voz baja mientras regresaban al camino “ahora resulta que todo sería más fácil si dejáramos que la naturaleza hiciera todo.” Triniren notó que, en la parte trasera del edificio, la pared parecía estar sucia. Se acercaron para ver mejor y notaron que eran marcas, alguien había escrito. “¿Me puede explicar qué es esto?”
“A los turistas que vienen les gusta escribir su nombre y la fecha en que vinieron. Decidimos dejarlo y no limpiarlo, para atraer más turismo. Hay que gente que viene todos los años para revisar que su nombre sigue ahí. ¿Desea que ordene que sea removido?”
“No,” contestó Vamica “puede quedarse, aunque sea contra el reglamento.”
“Que amable, gracias.”
“Sería más costoso limpiar la pared cada vez.”

            Frener les explicó que pasaba la mitad de su tiempo ahuyentando parejas de amantes y delincuentes ideológicos de los bosques. El año pasado habían encontrado a tres personas viviendo en una cueva y alimentándose de frutas salvajes. El problema era grave y Triniren le prometió una solución pronta. Los terrenos de ganado y las fábricas de comida también tenían problemas, los trenes magnéticos y los transportes generaban un caos cada mañana por errores en la planeación. La zona urbana no estaba exenta de violaciones a los códigos y había un gran malestar público.
“Mucho del descontento que registra la vigilancia proviene de este sector. El complejo multifamiliar 3B y el 4B en especial.” Vamica caminó en la plaza, alrededor de una estatua a la soviética, y miró hacia los departamentos y hacia el cielo.
“Esos departamentos dan hacia el oeste. Los proletarios quieren relajarse en familia después de un día de trabajo y están obligados a bajar las cortinas.” Miró hacia la calle y señaló hacia la estación de transporte de cables. “Esa estación está demasiado cerca de la plaza, ¿la estación se dirige a las plantas de comida?”
“Sí.” Contestó Moteral viendo el mapa en su comunicador.
“Ese es otro problema, es demasiado ruido.”
“Parece que ya se te están ocurriendo ideas.” Dijo Triniren. “Ya terminamos aquí, podemos regresar a Felna-Ralia si no tienen inconveniente. Discutiremos ideas en el camino.”
“Vamica, ¿quieres que te prepare un mapa orográfico de la zona, junto con el mapa estándar de servicios?”
“Moteral, me lees la mente.”

            Tomaron un vuelo oficial de regreso a Felna y discutieron ideas. Vamica amaba a su trabajo y a su equipo. Triniren era rápida con los legalismos y la burocracia y Moteral siempre estaba a un paso más adelante que ella. Moteral activó la proyección holográfica en la mesa de reuniones. El mapa orográfico indicaba que la cadena montañosa cortaba parte de la zona sur. Vamica señaló un río subterráneo que cruzaba por la zona este y comenzó a escribir ideas.
“La ciudad procesa el agua del río en la montaña, pero desaprovecha éste otro río. Lo que se puede hacer es reconstruir cuatro complejos en el sector B e instalar una procesadora de agua. Podríamos redirigir las estaciones a este punto e instalar más carteles holográficos frente a los edificios. Hay que asegurarnos de que los nuevos complejos no se orienten al oeste, que no estén expuestos a los vientos fríos que bajan de las montañas y construirles un parque de Caleran. ¿Para qué tienen tantos parques si están rodeados de bosque?”
“¿Pero qué hacemos con la vigilancia en los bosques?”
“Si me permites Triniren,” dijo Moteral “tengo una idea. Desviemos las rutas de los puercoespines. Está comprobado que en zonas urbanas la presencia de un puercoespín tiene menos efecto psicológico que en zonas poco urbanizadas. La gente ya sabe que hay micrófonos y cámaras.”
“La mera presencia de la vigilancia,” dijo Triniren “será suficiente para reducir el crimen. Bien pensando. Es por momentos como este que la soviética nos premiará a todos para ir a Marte.”
“Ése sería un sueño hecho realidad.” Dijo Vamica “Marte es un planeta subdesarrollado con apenas dos colonias y poco más de cien millones de habitantes.”
“140 millones.” Dijo Moteral.
“Hay mucho trabajo por hacer ahí, la economía se centra en Urbalita todavía, no como en Venus.”
“Podríamos hacer ciudades autosuficientes.”
“Eres terco con esa idea Moteral, ¿de qué sirve la autosuficiencia si todos estamos conectados? Cada una de las diez ciudades se especializa en algo. Entiendo que es costoso tener que importar a Marte desde petróleo para el plástico hasta tela, pero la autosuficiencia a la larga es contraproducente. Así como Woneral es rico en petróleo e hidroeléctricas tiene pocos telares, no tendrían suficiente ropa para todos.”
“¿Quién puede discutir con tu lógica Vamica?” Dijo Moteral sonriendo.

            Vamica llegó a casa para cenar. Rashide tenía los ojos sobre Rando y Orgonal jugaba con su comida. Sabía que los extrañaría, pero si era trasladada a Marte sería lo mejor para su carrera.  El éxito de Rando podía tener algo que ver, aunque el equipo entero había recibido múltiples premios a la eficiencia.
“Ésta debe ser la primera noche que no hablas.” Le dijo Orgonal antes de darle un beso. Vamica había estado paseando su cuchara en su estofado.
“Creo que me iré a Marte. Pronto.” Susurró Vamica. Rando y Rashide siguieron hablando y Orgonal quedó muda. “Te voy a extrañar.”
“¿Pero a quién tendré para volver loca con mi cinismo?” Orgonal y Vamica se tomaron de las manos por debajo de la mesa. Le costaba trabajo admitirlo, pero era más unida a Orgonal que a Rando o Rashide. No es que fuera una desviada sexual que prefiriera un género sobre otro, sino que la rebeldía constante de Orgonal la complementaba a la perfección. Si Moteral la complementaba en el trabajo, Orgonal era una brisa de aire puro y fresco. Se volvían locas entre ellas, pero se necesitaban mutuamente.
“Puedes visitarme en Marte, durante vacaciones.”

            Tradicionalmente, al terminar la cena se realizaba el sorteo de parejas, o bien se continuaba una rotación, Rashide siempre quería dormir con Rando. Eso solía molestarle a Vamica, después de todo amar es compartir y el código de viviendas lo expresaba claramente. Sin embargo, con el paso del tiempo se había hecho más cercana a Orgonal. Su esposa le esperaba en cama para una sesión íntima de caricias y arrumacos. Vamica descargó todo su estrés con Orgonal, y ella le expresó lo mucho que la extrañaría cuando se hubiese ido. Al terminar ambas estaban agotadas, pero felices.
“¿Quién me contará detalles largos y aburridos sobre las ciudades?”
“No son aburridos.”
“Eso crees tú mi amor.”
“Si son tan aburridos, ¿por qué los escuchas?”
“Porque amo el sonido de tu voz y me fascina la pasión con la que trabajas. Te envidio por eso.” Orgonal recogió su ropa del suelo y la metió a la cama.
“En Marte hay muchas oportunidades de trabajo, podrías acompañarme.”
“¿Y dejar a estos dos locos sueltos? Mi amor, yo no puedo mantenerlos tranquilos, sólo tú puedes lograr semejante hazaña.” Orgonal suspiró “¿me prometes que me mandarás videos y me hablarás de tu trabajo?”
“Te lo prometo.”
“No sé qué haré en esta aburrida ciudad sin ti.”
“¿Aburrida?”
“Sí, aburrida. Toda la ciudad, y todas las ciudades del mundo y de las colonias, son lo mismo, cuadriculas interminables y nada más. No sé qué tan difícil pueda ser tu trabajo, sólo marcas una cuadricular y eliges uno de cinco o seis edificios posibles y ya está. Como el juego de diseño urbano que sacaron hace tres años y que retiraron, cuando unos programadores piratas habían diseñado nuevos edificios con otros estilos.”
“No son máquinas como en tu fábrica, se trata de seres humanos. Mi trabajo es más que decidir qué edificio poner y ya, mi trabajo es asegurarme de que los proletarios sean felices, vivan cómodos y al sociedad en su conjunto se oriente a cosechar una mayor riqueza.” Orgonal sonrió complacida y acarició su rostro. Había logrado que Vamica se entusiasmara. Vamica sabía que, en el fondo, esas cosas no le interesaban a su esposa, pero decidió complacerla esa noche. “Te pongo un ejemplo, el de Felna, la que es probablemente la ciudad más fácil. El modelo Felna se especializa en oficinas de servicios y recursos humanos, además de unas cuantas fábricas para el consumo local. La base de todo es la unidad multifamiliar. La unidad tiene 30 edificios, con 30 pisos y 30 departamentos por piso. Diseñar una unidad sin que los edificios choquen, sin que las ventanas den a muros y permitir el paso del viento es en sí mismo una tarea difícil. Cada departamento tiene a cuatro personas, por lo que hay 108 mil personas por unidad. Cada unidad multifamiliar existe en un sector alfanumérico, que van del 1A al 5A y así consecutivamente hasta 5Z. De modo que hay 130 sectores alfanuméricos que suman en 14,040,000 personas. Los sectores existen en las cuatro zonas, norte, sur, este y oeste. En cada zona hay 130 sectores, de manera que en Felna existen 56,160,000 personas. Todas esas personas necesitan transporte, servicios, comida, ropa, esparcimiento, etc. Sin la ingeniería social, ¿te imaginas el caos que habría en Felna?”
“¿Qué me decías?” Orgonal bostezó “me quedé dormida. ¿Dijiste algo?”
“Eres una tonta.” Dijo riendo Vamica. Orgonal la besó con pasión y acarició su cabello. Orgonal se tapó con las sábanas y jaló a Vamica del brazo con ella.
“¿Qué haces? Es de mala educación tener conversaciones bajo las sábanas.”
“Después de lo que le mostramos al vigilante estoy seguro que nos perdonará un poco de intimidad.” Orgonal escondía una delgada hoja de plástico y un lápiz plástico de apuntador digital.
“Orgonal, mi amor, eso no. Sabes que está mal.”
“Cállate, quiero decirte algo antes de que te vayas. No te veré en al menos cuatro años. Entre lo que tardas en llegar y lo que tendré vacaciones, será un buen tiempo.”
“Te mandaré mensajes todo el tiempo, y además, Marte está pasando cerca de la Tierra ahora mismo. El viaje será rapidísimo. Con suerte unos cinco meses, en vez de tres años.” Orgonal estaba escribiendo algo que, por lo que Vamica podía apreciar, le daba mucha vergüenza.
“Mira esto.” Vamica se alumbró con el comunicador para leer el mensaje. “Tengo un amigo imaginario.”
“Oh no, Orgo, eso es terrible.” Orgonal le tapó la boca y siguió escribiendo.
“Me gusta inventar historias de aventuras con él.”
“Orgo, sabes que eso es de pésima educación. Es lo mismo que escribir mucho.”
“Ya sé, ya sé, se acabó la Historia y es de mala educación inventar nuevas. A lo que iba era que eso-que-ya-sabes es fuerte y apasionado, y lo basé casi todo en ti Vamica.”
“Orgo...” Era lo más dulce que le hubieran dicho en mucho tiempo. Increíblemente ilegal, pero muy dulce. Vamica besó a su esposa hasta que se quedaron dormidas.

            Al día siguiente llegó la noticia. Se iría a Marte junto con Moteral y Triniren. Rando le comunicó, al borde de las lágrimas, que Rashide había sido internado a una escuela de cuadros. Vamica siempre había pensado que se llevarían a Orgonal, no al ingeniero en sistemas. Le hubiera gustado despedirse en una nota más alegre, pero con Rashide en una jaula la despedida se sintió deprimente. Rando y Orgonal le acompañaron a la plataforma de lanzamiento.
“Lo más seguro,” decía Rando “es que la nave atmosférica te transfiera a una caravana conectada a una colonizadora. No creo que utilicen las cámaras de hibernación de las naves, así que ármate de paciencia. Será un viaje largo.”
“Vamica,” Orgonal la abrazó con fuerza y la besó, lágrimas en sus ojos “cuídate mucho.”

            La familia de Moteral también quería despedirse de ella. Su esposa Ilnar la abrazó y le  dijo “cuídalo mucho de mi parte”. Mientras los tres hacían fila para entrar a la nave atmosférica pensó en lo que mucho que quería a su equipo, pero a Moteral en especial. La familia de Moteral lo sabía seguramente, Moteral la amaba y era correspondido. Era un amor platónico, irreal. Ninguno de los dos actuaría conforme a sus deseos, pues amaban más a la soviética de lo que amaban a sus impulsos. Triniren nunca tocaba el tema, ella seguramente lo sabía pero era sumamente respetuosa.

            La nave atmosférica se acomodó en el riel y fueron subiendo. Los asientos hacían filas de tres personas de un lado y otro en dos columnas larguísimas. Los tres quedaron sentados del lado derecho de la nave. Vamica sentada a un lado de la ventanilla. Los motores pasaban por debajo del corredor que dividía a los asientos y podían sentir cómo se movían. La nave arrancó sus motores y viajó los kilómetros de rieles hacia arriba. Los asientos se aseguraron y todos los tripulantes estaban prácticamente atados a sus sillas. La nave enfiló hacia arriba y con una fuerte explosión se encendieron todos sus motores a máxima velocidad. La fuerza golpeó a los cientos de tripulantes con mucha fuerza. Por unos momentos nadie podía respirar, sus cajas torácicas se habían compactado por la increíble presión. Vamica miró de reojo hacia la ventana, vio a Felna encogerse en tamaño y desaparecer bajo las nubes. La Atmos-Jubarel rompió el impulso gravitatorio de la Tierra y escapó de la atmósfera.

            La presión del aire se relajaba y todos pudieron respirar tranquilos. La gente se agolpaba contra las ventanas para ver la enorme bola azul que se hacía paulatinamente más pequeña. Desesperados, todos comenzaron a tomar fotografías y videos de la Tierra con sus comunicadores. Vamica permaneció aplastada por media hora, hasta que, del otro lado de la nave, se comenzaba a apreciar la colonia lunar. Como en manada, todos se lanzaron al otro lado de la nave espacial para contemplar la kilométrica colonia vacacional, con sus luces y torres brillantes. Moteral se procuró unas bebidas de un carrito automatizado y las compartió con Vamica y Triniren. Brindaron por un futuro exitoso y por un planeta rojo por dentro y por fuera.

            Hablaron de ideas descabelladas e imprácticas durante horas. La atmosférica se acercaba a las caravanas. Vamica no las había visto. En la oscuridad del espacio se veían luces rojas y amarillas que describían un kilométrico rectángulo, pero imaginó que serían los satélites de comunicaciones que, como boyas en el océano, se encontraban repartidas por todas partes. La atmosférica encendió sus luces y Vamica quedó boquiabierta. Esperaba que las naves caravana fuesen pequeñas, pero se equivocaba. Aquellas luces sólo formaban parte de una pequeña porción de la nave. Las caravanas se componían de docenas de naves kilométricas que viajaban en fila india, unidas por satélites brillantes que soltaban enormes velas solares que se empujaban con los vientos solares, para economizar en gasolina. Las caravanas Hildran eran cilíndricas, pero irregulares. Moteral lo comparó con los troncos irregulares de los árboles, donde una estructura cilíndrica estaba acompañada de formaciones semiesféricas, como muñones, hongos o deformaciones de las raíces. Las caravanas eran semejantes a un tronco irregular, pero con docenas de antenas y luces. Vamica pensó en la propuesta de Rashide de convertirlas en satélites de comunicaciones, después de todo ya contaban con antenas.

            La Atmos-Jubarel se acercó por debajo de una de las naves Hildran. La nave fue captada por la caravana y, con la ayuda de garras mecánicas, introducidas a un área presurizada. Bajaron de la nave y fueron llevados hacia un área de espera, dentro de la caravana. Escucharon en silencio mientras la atmosférica era regresada al espacio. Se encendieron luces en el techo y en el suelo y todo estuvo en silencio. Vamica escuchó a alguien decir “nos escanean por la radiación espacial”. Al ver que el estudio se prolongaba Vamica temió que el plástico de la nave atmosférica no hubiera sido suficiente para aislarlos adecuadamente. Estaba a punto de romper el silencio cuando las luces se apagaron y se abrió una puerta ancha al final de la habitación. Los futuros residentes marcianos fueron llevados a una nueva sala. Tomaron asiento frente a un enorme proyector holográfico con base en el suelo y en el techo. Era como una sala de holodromo, aunque más pequeña. Estaban sentados en una pendiente hacia la proyección principal.
“¿Y ahora qué?” Se preguntó Moteral.

            La proyección cobró vida y mostró a una mujer. La señora les saludó y les felicitó por iniciar una vida en las nacientes colonias marcianas. El objetivo de la reunión era explicarles lo básico del planeta. El planeta contaba con dos ciudades, la capital Felna con 60 millones de habitantes y Jalrena con 80 millones. Presentó varias estadísticas que Vamica ya había memorizado antes del vuelo. Terminada la presentación se le asignó un pequeño camarote de dos camas por cada dos personas. Vamica dormiría con Moteral, mientras que Triniren compartía habitación con un minero de Urbalita. Después de eso eran libres para explorar la nave.

            Casi todo el movimiento se concentraba en el comedor del tercer piso. Era la única sección con ventanales plásticos para maravillarse ante la profundidad de la oscuridad espacial. Vamica notó desde el principio al grupo de archimandritas que, según había escuchado, viajaban desde Venus hasta Marte. Debió haberlos visto con demasiada intensidad, pues el hombre en la mesa de al lado comenzó a reír.
“Se visten raro, ¿no es cierto?” El hombre le alargó la mano y Vamica la apretó. “Mi nombre es Gultar, viajo desde Venus con los archimandritas.”
“Ya veo, ¿es usted un socialista devoto?”
“No, no realmente. Soy genetista y trabajo en las colonias.” Gultar los miró en silencio por unos segundos y dijo “a decir verdad, no debe haber un solo transporte a Marte que no tenga archimandritas. Las dos ciudades están gobernadas por ellos. La mayoría de los marcianos son devotos. ¿Viaja a Marte de vacaciones?”
“Trabajo, soy ingeniera social.” Miró a los archimandritas y después hacia los ventanales. “Todo es como un sueño. Nunca pensé que estaría aquí. Ésta nave es tan extraña y Marte... Solía ser una piedra sin vida por tantos siglos...”
“Sí,” dijo Gultar “es sorprendente lo que diez años de bombas de hidrógeno le hacen a la atmósfera. Marte no tenía magnetósfera, las moléculas de aire simplemente se iban al espacio, nada las detenía. Empezaron con las bombas, derritiendo el agua y generando volcanes. Introdujeron miles de toneladas de dióxido de carbono para hacer un efecto invernadero. La luz solar rebota en la superficie y se queda en el planeta. Eso subió mucho la temperatura, pero no era suficiente. Introdujeron vegetación y algas marinas. Instalaron enormes espejos en placas para refractar la luz y calentarlo aún más. Un siglo de trabajo cuidadoso. Ahora Marte tiene casi la misma temperatura que la Tierra, millones de animales salvajes y una atmósfera respirable, sin la ayuda de esos espejos.” Gultar abrió una lata de lácteo procesado y le dio un trago. “Uno de los mejores productos de la ciencia, si me lo pregunta.”

            Vamica pasó sus días planeando estrategias de ingeniería con Moteral y Triniren y largas conversaciones con Gultar. El genetista era parte de un proyecto experimental para alterar genéticamente al ganado y hacerlo más grande y fuerte. La curiosidad por los archimandritas creció al grado que Vamica hacía hasta lo imposible por cruzárselos en los corredores. Le llamaba la atención sus barbas y sus ropas negras. Los socialistas tenían un sector específico para ellos dentro de la nave Hildran. Después de dos meses de curiosidad, finalmente se empujó a sí misma para bajar un par de pisos y ver el lugar por ella misma. Lo había visto en el proyector holográfico de la sala, pero no era lo mismo. El templo tenía cómodos cojines en el suelo, todo era de color blanco y al centro del lugar se encontraba una escultura con la forma tradicional de un átomo. La figura de acero brillante tenía al núcleo al centro y tres partículas atómicas en órbita alrededor del átomo.
“¿Viene por consejo espiritual?” Le preguntó un archimandrita. Vamica se sonrojó, pensó que sería de mala educación mirarlos como si estuviera en un zoológico. “Solo quiere ver, le entiendo. Puede quedarse si lo desea.” Vio a un hombre sentarse sobre el cojín en una posición extraña. Se relajó, cerró los ojos y permaneció en esa posición sin moverse. Vamica no entendía qué sentido tenía aquello, parecía que la gente lo usaba como excusa para dormir un rato.
“Silencia tu mente,” le decía un archimandrita “concéntrate en el átomo. Sé el átomo, y todo su poder será tuyo.”
“¿Qué quiere decir eso?” Las palabras escaparon de su boca. El archimandrita a su lado sonrió y le tomó de la mano. “No lo entiendo.”
“La materia proviene del átomo. En el átomo no hay diferencia, no tienen nada que los haga distintos a los demás. La materia es igual, aunque nosotros la distingamos por su forma, textura o color. El átomo es racional, se mueve de forma matemática, por ende la materia es racional. El movimiento de la materia es racional, se organiza de formas básicas a más complejas, desde la formación del cosmos hasta las creaturas inteligentes. Al organizarse en formas inteligentes se crea la sociedad, los modos de producción y las clases sociales.”
“Sí, pero...” Vamica no sabía cómo decirlo sin sonar grosera “no veo que tenga eso de místico.”
“La materia se hizo diferente por la  inteligencia, eso creó a los motores de la historia. Una vez que la lucha de clases y los demás motores de la historia se llevaron al extremo y se solucionaron, llega el final de la historia y la materia es igual de nuevo.”
“Sí, pero eso es Historia, no es religión.”
“¿Y qué diferencia hay entre las dos?” Vamica aún no estaba convencida. El archimandrita sonrió y le mostró una imagen de Marx. “Marx fue quien lo descubrió, el profeta que mostró el camino y fue asesinado por ello. La historia lleva hacia un clímax, a un paraíso terrenal. ¿Acaso no es lo más religioso que hay? Luchó contra las religiones de su época, pues éstas dividían y alienaban al proletariado. El socialismo no aliena, busca que tu mente alcance la iluminación una vez que se dé cuenta que no existe diferencia entre tu materia, y la demás materia del cosmos. Una vez que hayamos trascendido nuestras moléculas formarán parte del cosmos.”
“Eso tiene más sentido.”
“¿Sabe usted qué quiere decir proletario?” El archimandrita le soltó la mano y le acomodó el cabello con cuidado. “En las lenguas extintas proletario quería decir “creyente”. Marx no creó solamente un sistema político superior y más justo, encontró la vía hacia la iluminación.”

            Aunque Vamica disfrutaba sus conversaciones con los archimandritas, disfrutaba más de su trabajo. A los cuatro meses, cuando la caravana había llegado a la base lunar de Fobos el equipo de Triniren ya tenía listo un extenso paquete de mejoras que, si se cumplía conservadoramente, incrementaría la comodidad y la felicidad del proletariado en un 25%. Discutieron los detalles mientras eran trasladados a la nave colonizadora que encabezaba la caravana en transportes espaciales para cien pasajeros. La nave colonizadora les llevó sobre Marte y los diez mil nuevos colonos fueron ubicados en secciones de la caravana que se irían despegando y aterrizando sobre la superficie marciana con la ayuda de naves no-tripuladas. La colonizadora, luego de desfragmentarse por completo, quedó reducida a un pequeño disco plateado no más grande que tres departamentos puestos juntos. Vamica, Triniren y Moteral llegaron a Marte y fueron recibidos de inmediatos. Les colocaron en un departamento pequeño de tres cuartos y les trasladaron esa misma tarde a sus nuevas oficinas. Triniren estaba dispuesta a realizar una presentación en la oficina y comenzar los diálogos para saber qué tanto se podía hacer y con qué presupuesto.
“Ésta será su nueva oficina.” Les explicaba el joven que les escoltó desde el multifamiliar. La oficina estaba en un piso 23, con tres largos escritorios, dos proyectores de piso y techo y con una hermosa vista de Felna que abarcaba casi todo el sector sur.
“Disculpe, pero esto es un poco grande, ¿no son éstas las oficinas de la administración general del departamento de ingeniería social?”
“¿No les dijeron?” El joven estaba sorprendido. “Ustedes son la administración general. Sus equipos de trabajo están en el piso inferior.”

            Los tres quedaron boquiabiertos. No habría presentación. Sus propuestas ya no eran tales, sino que eran proyectos. No perdieron tiempo y conocieron a las personas con las que trabajarían. Triniren comenzó a mostrar los proyectos, para que se comenzara a trabajar sobre ellos. Vamica no podía estar más feliz. Olvidó por completo que tenía que escribirle a Orgonal. Trabajaba todo el día y llegaba tan cansada a su departamento que ya no tenía ganas. Pasaron varias semanas antes de que Vamica les escribiera unas cuantas líneas.

            Casi todos los proyectos fueron bien recibidos por el congreso, con la excepción de aquellos que implicaban quitar templos socialistas o reubicarlos. Vamica entendió lo que Gultar le había dicho durante el trayecto sobre el poder en Marte. No había duda, los archimandritas tenían más peso que todos los voceros públicos puestos juntos. Triniren pensó que el congreso la odiaría por su nuevo proyecto sobre las minas de Urbalita. Establecerían unidades multifamiliares irregulares alrededor de las minas y agrandarían éstas escarbando túneles kilométricos dentro de las montañas. Eso implicaba que las minas tendrían que reducir temporalmente sus extracciones.
“Es ilógico,” decía Moteral durante un trayecto a las minas “que Felna viva de la Urbalita lo mismo que Jalrena. Jalrena es, en todos los países, el que se especializa en extracción de minerales. Felna tiene que ser la capital, con las oficinas y fábricas para el consumo local.”
“Moteral, la mina ahí está, sería absurdo no explotarla.” Le discutía Triniren.
“Tenemos que crear fábricas aquí. Importamos toda la ropa desde la Tierra, es demasiado costoso.” Moteral se limpió el sudor, las dos ciudades se encontraban en el ecuador, donde las temperaturas nunca descendían de 28 grados.
“Es cierto,” dijo Vamica “teniendo en cuenta la riqueza de Urbalita, el costo de importar todos los artículos de uso cotidiano desde la Tierra apenas hace de Marte una colonia costeable.”
“Está bien, podemos localizar diez fábricas en Felna y otras quince en Jalrena.” Accedió Triniren. “Pero no creas que no sé por dónde vas Moteral, lo que tú quieres es que cada ciudad sea autosuficiente. Eso es anti-comunista, porque es más racional que un lugar produzca todo para todos y en otro lugar se produzca en masa para todos los demás.”
“¿Qué haremos con todo el espacio libre?” Preguntó Vamica, viendo los bosques y las selvas que se extendían más allá de la ciudad.
“Crecer Vamica, crecer.” Contestó Triniren.

            Vamica y Triniren regresaron a la oficina y se enlazaron con Moteral cuando éste se adentraba al túnel en construcción. Las primeras minas eran demasiado pequeñas para producir la Urbalita en masa. Necesitarían consumir la montaña entera, descartando todos los minerales y explotando la Urbalita. El túnel era lo suficientemente ancho y largo para la maquinaria, pero el concreto era importado desde la Tierra. Moteral no se cansó de insistir sobre ese punto y Triniren, de nuevo, accedió a crear más fábricas. Con el apoyo del congreso todo lo que Triniren propusiera se hacía ley. Marte, después de todo, no era como la Tierra. A Marte le sobraba espacio y le faltaba gente. A la Tierra le sucedía lo contrario, estaba enviando cientos de miles de nuevos colonos por semana para hacer lugar para todos. Vamica sabía que la colonización y urbanización de Marte no sería suficiente. Ella sabía que la soviética se esparciría por todo el sistema solar.
“¿Qué indica la vigilancia?” Triniren le hablaba a la cámara para que Moteral pudiera verle en su comunicador mientras recorría el túnel.
“Están ansiosos, no saben si el nuevo modelo de extracción de Urbalita implicará que sean removidos de sus hogares.” Triniren miró a Vamica, quien asintió con pesar en sus ojos. Tendrían que mover todo un sector alfanumérico para que la mina fuese explotada a su mayor capacidad. Los mineros no querían mudarse, pero no tenían opción. Después de ésta montaña se encontraban al menos otra docena más en la zona. Tendrían que moverse mucho y vivir lejos de las comodidades que el proletariado común daba por hecho.
“Hay goteras en el túnel.” Moteral movió su comunicador para que, a través de su cámara, pudieran apreciar los enormes charcos en el suelo. “¿Qué clase de concreto usaron?”
“No había suficiente concreto, tuvieron que mezclarlo con cemento económico. El envío de la Tierra aún no llegaba. Vendrá mañana, pero ya es demasiado tarde para hacer otro túnel.”
“No sé si la estructura resista la resonancia de las máquinas. Podrían empezar desde la base...”
“Imposible Moteral, el gasto ya se hizo. Explotan desde en medio, luego cuando se acabe procederán desde la base.” Vamica, cansada de mirar sobre el hombre de Triniren, apretó unos comandos y la imagen se transfirió al holograma de suelo a techo.
“Aquí vienen las máquinas.” Triniren y Vamica miraron al holograma mientras enormes camiones pasaban por el túnel. Un grupo de mineros comenzaba a preparar las máquinas para cavar. La imagen comenzó a moverse. “Es algún tipo de terremoto.”
“Moteral,” dijo Vamica “ten cuidado.”
“Creo que ya se detuvo.” Moteral le hizo señas a los mineros para que apagaran los motores. Hubo un ruido ensordecedor y  todo se volvió oscuro. Alguien encendió las luces que habían colgado en las paredes del túnel. “Es la entrada, se tapó. Un deslave.”
“Mandaremos a alguien.”  Hubo otro ruido ensordecedor y las luces se apagaron. El holograma estaba en negro. La luz del comunicador se encendió y pudieron ver piedras por todas partes. Moteral estaba atorado.
“Creo que me rompí la pierna...” Decía Moteral.
“Calma, te sacaremos de ahí.” Triniren corrió a su computadora en el escritorio para mandar el mensaje de auxilio y ordenar el rescate.
“No veo nada, estoy atorado Vamica. Sácame de aquí.” Moteral comenzó a llorar y a gritar. Vamica, temblando de nervios, le gritaba al holograma.
“Me transfirió a la Tierra...” Repetía Triniren una y otra vez.
“¿Qué, de qué hablas?”
“El congreso, me transfirió a la Tierra.” Triniren volteó el proyector de la computadora para que Vamica pudiera verlo.
“¿Con quién te transfirieron?”
“No me dijo, decía algo de conectarme a la soviética o algo así, no le entendí nada.” La computadora se activó y apareció un diálogo en texto, acompañado de una voz eléctrica y monótona. “¿Bueno, me escuchan?”
“¿Cuánta gente atrapada hay en el túnel?” Preguntó la voz.
“Son... Son doce personas.” Respondió Vamica.
“Doce asalariados ganan, en conjunto, 30 mil créditos mensuales. Rescatarlos implicaría hacer un nuevo túnel, cuidadosamente, con nueva maquinaria y un equipo médico.” La voz quedó en silencio por unos segundos. “La extracción costaría un promedio de cuatro millones de créditos. Rescatarlos no es económicamente viables.”
“¿Qué?” La computadora se desconectó y Triniren miró a Vamica sin decir nada.
“¿Qué dijo?” Preguntaba Moteral entre sollozos.
“Moteral...” Triniren abrazó a Vamica y dejó escapar un único llanto. Vamica temblaba en sus brazos.
“No me dejen aquí, se los suplico, no me quiero morir... Vamica, ¡no me dejes aquí!” Triniren apagó el holo-proyector y miró a Vamica sin decir nada. No era necesario. Vamica rompió a llorar, con la voz de Moteral aún en su oído.

            El congreso, los archimandritas y los voceros públicos realizaron un homenaje a los caídos y esculpieron sus nombres en las paredes del congreso. Vamica no podía verlo, salió corriendo del congreso a llorar abrazada de un pilar. Triniren no sabía qué decirle, nadie sabía. Vamica trató de regresar al trabajo, pero ya no era lo mismo. Triniren le insistió en tomarse un tiempo libre, tenía suficientes créditos para quedarse varias semanas en casa, distrayéndose y llorando con calma. Vamica aceptó el consejo, pero encontró que tampoco podía quedarse en casa. No podía estar en ninguna parte sin pensar en Moteral. Era más que un amigo para ella, era un amor que nunca sería. Se preguntó si Moteral sabría cuánto lo quería. Moteral nunca le había dicho nada, no era necesario, pues ambos sentían lo mismo. Se complementaban tan bien que Vamica no podía dejar de relacionarlo con Orgonal. Ahora estaba sola, no encontraría refugio en los brazos de ninguno de los dos. Su mejor amigo estaba muerto y su esposa, amante y confidente estaba a miles de kilómetros en otro planeta.

            Una noche, con el límite de Vasum en la sangre al límite, deambuló las calles solitarias. Los proletarios dormían mientras ella se paseaba por los pasos peatonales, las aceras, los parques y entre las estatuas. Se sentó a descansar en las escaleras de un templo proletario. Recordó la paz profunda que había sentido en la nave espacial. Vamica razonó que quizás esa paz profunda era la paz espiritual que nunca había entendido. Nunca la había entendido, pues su espíritu nunca había estado tan solo y torturado. Un archimandrita salió del templo cuando empezó a llover. La llevó dentro y le convidó un poco de sopa caliente para que el Vasum dejara su sistema. Se sentaron en una banca de madera al lado de las filas de cojines que daban contra un retrato de Marx sobre la efigie de un átomo. Vamica se sintió mejor con la sopa, pero mucho mejor estando en un lugar tan tranquilo.
“Gracias archimandrita, se lo agradezco.”
“Llámame Sarenon Vamica.” Ella le miró sorprendida, pero lo reconoció.
“Usted estuvo en el congreso hoy, es el jefe de la bancada archimandrita.”
“Y tú eres la muchacha que salió corriendo.”
“Fue descortés de mi parte, discúlpeme.”
“No, fue humano.” El archimandrita sonrió y se acomodó sus cadenas metálicas. Vamica notó que cada pequeña placa estaba adornada por el rostro del profeta Marx. “Es difícil enfrentar una pérdida. Pone todo en una perspectiva en la que no estamos acostumbrados.”
“Dijeron que era más caro rescatarlo, que dejar que se muera y hacer otro túnel.” Vamica estaba confundida, pero sobre todo enojada.
“Lamentable decisión, pero ¿qué era tu amigo?”
“Con todo respeto archimandrita Sarenon, si me dice que mi amigo no era nada más que átomos me voy de aquí.” Sarenon soltó una risotada estruendosa.
“Claro que no, si sólo fuéramos átomos, ¿qué sentido tendría la vida? No, tu amigo es más que eso, son los recuerdos, el tiempo compartido y los intereses en común. Toda vida es valiosa, no porque sean átomos, sino porque son átomos que tienen un algo indescriptible. Ese es el misterio de la materia, como algo que no es distinto a un ladrillo, puede generar algo que va más allá de la materia. El socialismo es sobre valorar la vida humana, es sobre ayudar al prójimo a ser mejor persona, a ser feliz, a encontrar respuestas en nuestro mundo moderno, es sobre llevar al espíritu a una paz profunda que le conduzca a la iluminación.”
“¿Qué es la iluminación?”
“La iluminación es cuando reconoces que no hay diferencia entre una cosa y otra, que es todo parte de lo mismo. Es cuando ves a las cosas por sí mismas, son iguales y sin embargo, muy distintas.”
“No entiendo.”
“Imagina una habitación alumbrada por la tenue luz del comunicador. Ésa es tu mente, discerniendo con apenas un poco de luz. Ahora imagina que se abren las cortinas y entra la luz del sol. La luz del comunicador se vuelve opacada, deja de existir, aún cuando sigue encendida. ¿Entiendes ahora?”
“No.” Sarenon volvió a reír y le soltó un codazo a Vamica. La risa del archimandrita era tan honesta que Vamica se contagió un poco. “No entiendo, pero quiero entender. ¿Puedo vivir con ustedes?”

            Sarenon aceptó de inmediato. Vamica viviría en el monasterio de la zona norte. Se despidió de Triniren al día siguiente y se llevó sus cosas en una pequeña maleta. La habitación del monasterio era de una sola cama y medía casi lo mismo que su cuarto. Dormía en una incómoda colchoneta con la imagen de Marx contra la pared. Se reunía con las otras monjas y los monjes para meditar alrededor del jardín. Vamica aprendió a sobrellevar su miedo irracional a la vida silvestre. Cultivaban su propia comida, cocinaban entre ellos y cada momento que ocupaban sin cosechar, cocinar, comer o lavar, lo pasaban en profunda meditación. Los archimandritas daban un sermón cada noche, antes de irse a dormir. Vamica notaba que sus compañeros se aburrían, pero ella no. Devoraba cada palabra que salía de sus bocas. Disfrutaba más de los sermones del archimandrita Sarenon. Él hablaba sobre vivir una vida sencilla, lejos de las tentaciones individualistas. Hablaba sobre cómo Marx había dado su vida por el proletariado en busca de un mundo donde cada persona tuviera vivienda digna, alimento, salud y trabajo. Había dado su vida por los creyentes, los proletarios, y los burgueses lo habían matado por ello. Los demás sermones, por lo general, eran sobre las técnicas hacia la iluminación. Todos los monjes tenían que aprender a vivir sin el Yo, descartarlo por completo. Aquel paso era el más difícil, por lo que se empezaba por controlar la postura, la respiración y los pensamientos. Otros sermones eran más místicos, tenían que ver con el poder invisible del átomo, su fuerza de gravedad que, en proporción, era superior a la del sol.
“Los prehistóricos, en las primeras épocas de la burguesía” decía el archimandrita místico Aselson “adoraban al sol. Imaginaban que el sol era una persona, como un rey por ejemplo, para justificar su régimen barbárico en fantasías e irracionalidades. Pero la fe socialista es superior, porque se centra en el átomo, no lo disfrazamos como a una persona, lo aceptamos como es. El átomo es el origen de la materia. Es la primera estructura material en el microcosmos. Es una estructura racional. La fuerza del núcleo para mantener a las órbitas de neutrones y protones es más fuerte que cualquier otra fuerza en el cosmos. ¿Y qué hay dentro de esa fuerza, cuando ésta estalla, sino luz.”

            Vamica no entendía del todo bien a la mística, pero entendía a Marx y entendía al archimandrita Sarenon. Él era muy humano, sumamente humilde y accesible. Sarenon siempre insistía en el valor del socialismo como una fuerza que mejora a la sociedad, como algo que transforma y no únicamente un escapismo fantasioso. Se esforzaba por prevenir la confusión más común entre socialistas, el creer que el socialismo era algo mágico, irracional. El socialismo era científico, perfectamente racional. No había nada extraño en el átomo, después de todo era la estructura racional básica.
“¿Vamica?” Triniren le visitó al monasterio una mañana. “¿O debería llamarte hermana Vamica?”
“Los títulos son superfluos. Qué bueno que visitas.” Triniren la abrazó y se sentaron en el suelo, a un lado del pasto donde cosechaban verduras.
“Qué bonito jardín tienen. ¿Te gusta?”
“Me gusta mucho,” dijo Vamica. Triniren no dijo nada, pero la mirada lo dijo todo. “¿Crees que soy una rara? He encontrado mi vocación Triniren.”
“Me alegra por ti, en serio. Venía por otra cosa... No sé cómo preguntártelo.”
“Vienes a preguntarme si quiero mi trabajo de vuelta.” Triniren asintió. “No, ya no lo quiero. Seré monja, quizás archimandrita si alcanzo la iluminación.”
“Ya veo... Si algún día tienes ganas, puedes pasar por la oficina. Me podrías echar una mano si quieres, más relajadamente.”
“No creo volver nunca más a la ingeniería social. ¿Qué sentido tiene?”
“¿Qué sentido tiene regresar? Digo, pues si te interesa, sé que siempre te ha gustado el trabajo...”
“No,” sonrió Vamica “¿qué sentido tiene la ingeniería social?”
“Hacer feliz a la gente.”
“El socialismo hace feliz a la gente. No necesito de la ingeniería, es más, nadie la necesita.”
“Suenas a tu esposa Orgonal.” Bromeó Triniren. “Millones de personas necesitan vivir cómodamente, ése es nuestro trabajo.”
“Comodidad o espíritu.” Dijo Vamica. “Un Hombre puede estar perfectamente cómodo, y sin embargo, en el más intenso dolor. La ingeniería social busca el progreso, pero ya no hay progreso.”
“¿A qué te refieres?”
“Se acabó la historia. Llamarle prehistoria a la época de la explotación burguesa es un eufemismo. La Historia se acabó porque ya no hay lucha de clases. Cambiar querría decir que aún hay un motor de la Historia.”
“Vaya, no lo había pensado así.” Triniren se levantó ofendida. Se despidió de Vamica fríamente y se fue.

            Aquella noche, mientras Vamica meditaba en el frío piso de cemento de su habitación, sintió que algo cambiaba. Despejó su mente de pensamientos, pero algo se removía en su interior, era la imagen de Marx. Por más que trataba de expulsar aquella imagen no podía hacerlo. Hubo un tremendo dolor en su interior. Le fue más intenso que cuando parió a sus gemelos hacía tantos años. Una oleada de pánico le invadió, pensó que iba a morir. Vamica se paró de puntas, con la espalda arqueada hacia atrás y la nuca doblada. No opondría resistencia, aquella era la muerte del ego que tanto había estado buscando. El dolor no la dejó. Era como un relámpago fulminante. Era ardiente, pero lleno de luz. En su dolor contempló una luz brillante que tomaba forma. Vio a un átomo, después vio a varios centeneras, después una molécula, después una célula, más tarde vio piel y al alejarse se vio a ella misma. Se contempló a sí misma de pie y desnuda. Escuchó un trueno y, sin dejar de verse a sí misma, observó la furia del átomo. Vamica estalló en menos de un segundo y todo lo que quedó fue una intensa luz.

            El dolor cesó y cayó al piso. Estaba exhausta, pero sabía que faltaba más. Miró hacia la imagen de Marx y un nuevo dolor la lanzó contra la pared. Su piel estaba en llamas y, sin embargo, nunca se había sentido tan en paz. Sintió un calor insoportable y cayó de rodillas. En su fiebre pudo ver a Marx, huyendo de una multitud burguesa. La multitud lo apedreó mientras gritaba insultos. Marx volteó hacia ella y gritó “Vamica, lleva mi fuego.” Marx recibió una pedrada en la cabeza y Vamica la sintió tan íntima que pensó que su cráneo se había partido en dos.

            Las visiones no cesaron. Se vio portando una pañoleta, un búho estaba sentado sobre sus piernas. Vio planetas y estrellas que se convertían en átomos y estallaban. Volvió a ver a Marx, de pie, frente a ella. Él la contemplaba sin decir nada. Marx comenzó a desnudarse, su piel era escamosa, y cuando estuvo desnudo por completo su piel se cayó para mostrar un cuerpo femenino, el suyo. Colores estallaron frente a sus ojos mientras veía a Marte desde el espacio, como un huevo dentro del cual se gestaba algo enorme, algo maravilloso.

            Cuando salió el sol y se asomó por su ventana, Vamica estaba acostada sobre el suelo. Cuando sus hermanos y hermanas notaron su ausencia se preocuparon y entraron a su habitación. La llevaron al doctor de inmediato, quien no encontraba nada inusual. Vamica no decía ni una sola palabra, pero había cambiado para siempre. Veía por primera vez aquello que había visto por tanto tiempo. Entendió lo que los místicos habían tratado de explicarle. La iluminación era como nacer de nuevo, veía a las cosas pero las veía tal cual eran, sin añadirles ni quitarles nada. Comprendía la intención de la idea de no ver diferencia. Sus hermanos y hermanas notaron que algo había cambiado, pero no estaban seguros de lo que era. Estaban llamando a un archimandrita cuando Vamica caminó fuera de la pequeña oficina del doctor y se detuvo en el huerto.
“Cada átomo es una estructura, cada molécula es una estructura de átomos de diversos elementos.” Los monjes estaban preocupados por su salud mental, pero Vamica parecía no estar conectada con el resto del mundo. “Qué maravilloso es el Hombre, y que pequeñas las estructuras que él forma. Qué simples, que vanas y en última instancia estorbosas.”

            Los archimandritas llegaron al jardín, pero no quisieron detenerla. Vamica siguió hablando por más de una hora, hasta que llegó el archimandrita Sarenon y vio lo que pasaba. Un archimandrita le susurraba que podría estar loca, y su sermón políticamente peligroso. Sarenon sonrió y le tomó del hábito negro.
“¿Acaso no lo ve?, ¿es que está usted ciego? La hermana está iluminada.” Le dijo gesticulando a Vamica, quien seguía declamando.
“He visto la complejidad de la estructura mental humana, qué elaborada es y cuántos son los frutos de su esfuerzo. Vivimos en un planeta que solía ser poco más que una roca de polvillo rojo. Pero he visto algo más hermanos, he visto la luz intensa que produce la muerte del Yo y a comparación todo esfuerzo humano es hipócrita e inútil.”
“Vamos Vamica, tienes que salir del huerto.” Decía un monje.
“Lo he visto, a Marx.” Todos quedaron pasmados y se interesaron. “Lo vi en mis visiones. El profeta sigue vivo, en todos nosotros, y quiere que pasemos la llama. El fuego debe continuar. Si el esfuerzo de la estructura mental humana ha hecho de esta piedra un paraíso terrenal, es nuestro deber llevar la luz del socialismo y liberar al Hombre de su propia ignorancia.”

            Alguien alertó a un reportero, quien se acercó a Vamica cuando los monjes abrieron el monasterio a todos los curiosos. La gente estaba prensada de cada palabra que salía de su boca y el reportero grabó y transmitió cada palabra por medio de la prensa de la soviética en la red del comunicador. Con cada minuto que pasaba llegaban más socialistas, hasta que el monasterio estaba a reventar y la gente se contentaba con estar afuera del edificio escuchando, por medio de un micrófono de comunicador enlazado a bocinas, el largo sermón de Vamica. No había duda para los archimandritas, Vamica estaba iluminada, sería una de ellos. Pero también sabían que Vamica era diferente a ellos, quizás peligrosamente diferente. Seranon se lo explicó a su compañero Otrenal.
“La mitad de los archimandritas aquí presentes nunca estuvieron iluminados. Vamica les aterra, porque saben que ella cambiará todo.”
“Místicos van y vienen, no creo que tengan miedo hermano Seranon.”
“Si no lo tienen, deberían tenerlo.” Seranon miró a Vamica, quien seguía hablando con una intensidad cada vez mayor.
“Miren a su alrededor, la soviética nos provee de vivienda, comida, salud, transporte y empleo, pero ¿qué hacen los proletarios? Malgastan su tiempo comprando, desperdiciando el tiempo en el comunicador y ambicionando un mejor empleo, o una mejor familia. ¿De qué sirve estar cómodo si por dentro están muriendo? La sociedad se está deshaciendo, el proletariado está siendo reducido a simples máquinas cuyas únicas decisiones son elegir entre tres tipos de comidas. Marte, planeta rojo, dejemos que sea rojo otra vez. Que sea socialista.”

            Cuando Vamica dejó de hablar la gente comenzó a gritar, al unísono “la marxiana, la marxiana, queremos ver a la marxiana”. Seranon y Otrenal cargaron a la marxiana en sus hombros y salieron a las calles. La gente le lanzaba sus pañoletas en señal de amor. Todos los socialistas de Marte estaban pegados a sus comunicadores mientras Seranon se agenciaba un transporte de ruedas hasta el Congreso. La marxiana entró al congreso entre aplausos y vitoreo y Seranon levantó una moción para convertirla a archimandrita y vocera del congreso. No hubo oposición. Ahora viviría en el templo mayor, en la zona sur. El templo era una magnífica construcción en forma de triángulo pintada en líneas de todos los colores.

            La marxiana pasó las semanas siguientes sermoneando en la calle del templo y bendiciendo a las masas que querían verla. Asistió al congreso y su voto era el detonante de todas las mociones. Seranon no la dejaba sola ni un segundo, se aseguraba de que pasara tiempo entre la gente y, sobre todo, en el congreso. La marxiana trataba de sentarse quieta, pero se aburría con las largas discusiones sobre cambiar de color los postes de luz o cambiar de lugar una estación de tren magnético a tres cuadras más adelante.
“Hasta cuando...” Dijo la marxiana, más para sí misma que para los demás. El congreso se detuvo para que Vamica hablara. “Hasta cuando seguiremos con esta farsa. Toda la producción de Felna se centra en conseguir más Urbalita para los países de la Tierra. Se han construido unas cuantas fábricas, pero se requiere de más. ¿Hasta cuándo seguiremos dependiendo de la Tierra para todos los detalles? Éste no es el espíritu del socialismo. Necesitamos producir nuestra propia comida, nuestra propia vestimenta, nuestro propio ocio. No somos un experimento, somos un planeta.”

            Seranon presentó la moción de construir más fábricas y aumentar la autonomía marciana, aún a costas de la producción de Urbalita. Los reformistas estaban en contra, pues rara vez votaban junto con los archimandritas, pero en esta ocasión hasta los oficialistas votaron en contra. El voto del público iba, casi por completo, con la marxiana y los voceros, de ambas facciones, no tuvieron mayor remedio que reflejarlo. Los marcianos estaban cansados de trabajar largas horas para que el fruto de su esfuerzo se fuera a otro planeta. Marte producía gran parte de la Urbalita que era usada para todo, desde fabricación de comunicadores, hasta transportes terrestres y espaciales. Exportaban todo el metal y la Tierra les importaba, con retrasos y complicaciones, los productos. La marxiana había tocado un nervio y la población marciana había respondido.
“Simplemente no tenemos las piezas Vamica,” Triniren le visitó en el templo mayor. Había tenido que entrar a su cámara personal hincada y con la cabeza baja, como era la costumbre con los grandes archimandritas. “los sindicatos tienen sus bases allá, los líderes reales están en la Tierra. Si ellos no quieren mandarnos los componentes que faltan, y más importante, si la soviética no da la orden expresa, entonces no hay nada que hacer.”
“La soviética somos todos, es absurdo que la soviética sólo exista en la Tierra, pero eso sí, la vigilancia y la burocracia está en todas partes. Van dos meses desde la moción, es ridículo que no se pueda...” Vamica se acomodó su hábito negro y su collar con el rostro de Marx en placas brillantes. “¿Y no las pueden producir?”
“Pues sí, pero es ilegal hacerlo sin el expreso consentimiento de los líderes sindicales allá en la Tierra.” Seranon entró a la habitación y se sentó a un lado de Vamica en un escritorio sobre una tarima. Triniren saludó a Seranon con ademanes exagerados.
“Háganlo. Los proletarios marcianos no tienen porqué depender de caprichos terrestres.” Vamica se removió en su asiento. Estaba cansada y tensa. Había dejado de ir al congreso, si todos los políticos le pedían consentimiento directamente a ella, tenía más sentido tener audiencias en el templo. Seranon manejaba casi todos los detalles cotidianos, mientras que Vamica era buscada por su consejo para los temas más difíciles.
“Es ilegal Vamica, la soviética nos... meterá a todos en escuelas de cuadros.”
“El comunismo tiene que adecuarse al socialismo si quiere seguir siendo comunismo.” Vamica golpeó el escritorio con fuerza. “Estoy hablando de colectivismo, una reunión entre la efectividad del impersonal y increyente sistema del comunismo científico y el humanismo y espiritualidad del socialismo. La soviética seguirá existiendo, porque la soviética somos todos, pero tenemos que formar colectivos y para eso necesitamos ser autosuficientes. El aparato democrático también tiene que adecuarse. Mi esposo es la muestra perfecta de ello, la democracia de este tipo es débil ante la demagogia. Lo amo, como amo a todas las personas y quizás más aún, pero en el fondo es un simple demagogo.”
“Les diré que fabriquen las piezas, pero Vamica tienes que recordar que no todos en Marte son socialistas, es decir, hay libertad religiosa.”
“¿Y? El que la gente tenga derecho a estar equivocada no quiere decir que no podamos encaminar a la sociedad hacia el bien común y el bien de cada individuo. No pido que todos me tengan por profetiza, como los socialistas lo hacen y con razón, simplemente pido que se sumen al esfuerzo colectivo de formar un planeta más fuerte y mejor para todos.”
“Está bien,” Triniren no estaba convencida, pero no tenía opción “haré lo que dices.”
“Muy bien.” Dijo Vamica. Suspiró aliviada de terminar por el día, cuando Seranon se acercó a su oreja. Quedaba alguien más. “¿No puede esperar?”
“Me temo que no. El congreso está inseguro sobre el asunto, quieren saber tu opinión. Eres la profetiza de Marte y éste asunto podría ser muy espinoso.” El archimandrita apretó un botón en su comunicador y Gultar entró a la sala haciendo reverencias.
“¿Gultar?” Vamica estaba sorprendida de verle después de tanto tiempo.
“Hola Vamica, me alegra que me recuerdes.”
“Extraño nuestras conversaciones sobre la terraformación de Marte. ¿Qué trae a un genetista aquí?”
“No sé si el honorable archimandrita Seranon le dijo...”
“Será mejor si usted explica.”
“Muy bien, soy genetista como usted recuerda, me dedico a hacer mejores animales. Mi trabajo aquí es el mismo que en Venus, mejoro las razas de ganado y altero los genes de las especies para que se adecúen mejor al medio ambiente del planeta. La Naturaleza opera mejor cuando opera con herramientas naturales. Existen cientos de ciclos que la Naturaleza debe cumplir si deseamos que continúe saludable.”
“No veo nada de malo en eso, es para un planeta más rico para todos.”
“Sí bueno, el congreso tampoco vio nada malo en ello, es otra cuestión. Así como puedo mejorar, o cambiar a los animales, lo puedo hacer con humanos. Aunque ahora ya todos somos de una misma raza, los genes no desaparecen. En Venus se permitió por unos meses en una de sus colonias, pero hubo mucha turbulencia política y el programa se terminó.”
“¿Está hablando de cambiar a las personas como lo hace con el ganado?”
“Sí y no.”
“Pero no entiendo,” siguió Vamica “la soviética ya lo hace. Los tratamientos genéticos son universales, me los aplicaron a mí también cuando tuve gemelos. La ciencia se aseguró de que no nacieran con problemas de salud.”
“Sí, pero lo que mi tecnología puede hacer es cambiar la raza de las personas, hacer ojos más grandes, labios más llenos, nariz más pequeña o más grande. Lo que sea. Para ambientes fríos puedo alterar el genoma humano para que los bebés sean más grandes, con más pelo que los cubra. Las zonas norte de Marte son muy frías y eso podría servir. Puedo hacer que necesiten menos comida, que sean más inteligentes...”
“Escuché suficiente.” Dijo Vamica. “Sarenon, ¿algo que quieras decir?”
“La soviética no se opone.”
“Pues yo sí, es monstruoso. Si la ciencia puede hacer que cada bebé sea diferente, ¿qué les detendría de separar a la sociedad por raza, o por inteligencia? Los bebés con los que se manipula su genoma para que sean más brillantes ocuparían mejores puestos y no habría nada de democrático en eso, o mejor dicho, nada de colectivista en eso.”
“Pero, usted no entiende, ésta tecnología no sólo yo la tengo...”
“Váyase, que no lo quiero ver más.” Vamica se levantó, el genetista salió derrotado. Estaba cansada y la cabeza le dolía. Se reconfortó sabiendo que era el último y podía pasar el resto de la tarde y la noche en sus meditaciones. Sarenon se le acercó con voz grave, no podía ser bueno. “¿Ahora qué ocurre?”
“Tengo noticias y no son buenas.” Sarenon quedó en silencio y la marxiana le apresuró con un gesto. “Es sobre tu esposa, Orgonal.”
“¿Y bien?”
“Me temo que viene en camino, en un ataúd flotante. Es una nave colonizadora y los sistemas no responden. No sabemos exactamente cuándo se estrelle con nuestra atmósfera, pero los ingenieros en sistemas en Fobos no pueden hacer nada.”
“Orgonal...” Vamica se sentó y sintió que el mundo que había estado sosteniendo sobre sus hombros se hacía tan pesado que no podía más con el peso. Desde su iluminación en el monasterio había perdido contacto con la Vamica que solía ser, pero aún así la pérdida le rompió el corazón.

            Los siguientes días estuvieron empañados por la noticia. Ahora podía comprender la complejidad de la estructura humana, hecha a partir de infinitas estructuras igualmente complejas. Ahora valoraba más a Orgonal que cuando era la Vamica común que estaba casada con ella. Su agenda política no descansaba, estaba construyendo a un planeta. Sin embargo, su mente nunca  estaba lejos de su esposa, la única mujer que aunque no entendía, le había sido su complemento perfecto. Se sorprendió al ver cuánto extrañaba a Orgonal pues casi no extrañaba a Moteral. Sabía que su pérdida había sido lamentable, pero la antigua Vamica ya no existía, en su lugar estaba la marxiana.
“Las líneas de producción ya están listas. Empiezan cuando tú les digas.” Explicaba Triniren en la oficina de la fábrica de muebles. La oficina estaba sostenida del techo sobre las máquinas y estaba hecha completamente de plástico transparente, para que los obreros no tuvieran la impresión de que vivían como en la era de la explotación burguesa. “Escuché sobre Gultar, seguramente acudió a ti porque pensó que serías más laxa con él, habiéndote conocido en la nave.”
“No me conoció, conoció a Vamica. Ella está muerta. Soy la marxiana.” Leía el catálogo de muebles disponibles y, de reojo, miraba hacia el piso plástico a través del cual podía ver a cientos de obreros, agentes de la prensa y curiosos. “Si la ciencia progresa, entonces hay Historia. Si hay historia de la ciencia, ¿cuál es su motor? El motor de la Historia de la ciencia no puede estar despegado del de la Historia del Universo, porque la ciencia o es parte o estudia al Universo. Si el Universo ya no tiene motor que impulso su Historia, ¿porqué debemos permitir que la ciencia rete y niegue esta verdad absoluta?”
“Vamica...”
“Ten fe Triniren. Ten fe.” Vamica salió de la oficina y caminó por el paso de gato hasta el micrófono. “No estoy aquí para compartirles una fábrica, estoy aquí para compartirles un sueño. Mi sueño es el colectivismo. Mi sueño es una sociedad verdaderamente colectiva, y no simplemente presa de los deseos materialistas del Hombre. ¿Qué es el comunismo si no un Estado totalitario, disfrazado de la soviética, que decide todo por los individuos? El colectivismo es, simple y llanamente, el seguir fielmente a Marx. ¿A Marx le preocupaba de qué color tenían que ser los muebles o cómo debía estar estructurada una burocracia interplanetaria incomprensible? No, a Marx le importaban los creyentes, los proletarios. Cada ciudad es un colectivo, donde los bienes se reparten por igual, donde cada persona es libre de vivir una vida en el socialismo, buscando su iluminación y la de sus compañeros. No le debemos nada a la Tierra, que ellos formen su colectivo, nosotros tendremos el nuestro. ¿Qué sentido tiene un colectivo masivo si el individuo se pierde en un papeleo interminable y el sistema lo enajena hacia el materialismo? Una sociedad colectivista es una sociedad de creyentes, de proletarios, donde los valores de humildad, servicio y amor son promovidos por el colectivo, y no dejados atrás a favor de una política mezquina e hipócrita. Desde ahora no dependeremos para nada de la Tierra, no los necesitamos a sus cinco países y a las cincuenta ciudades. Todos los trámites se hacen en Felna, somos completamente autónomos. Formaremos una federación de colectivos, en vez de un imperio de manuales y códigos legislativos. De esta manera el proletariado trabajará menos y tendrá un sistema de gobierno más pequeño, entendible y eficiente. El archimandrato se hará cargo desde ahora de la educación, de la escuela de cuadros y de la secretaría de censura oficial. Se hará lo mismo en Jalrena, nuestra ciudad hermana.
            “El Congreso queda abolido, toda decisión política pasará exclusivamente por los archimandritas. Para aquellos que se sorprendan les invito a ver las noticias de la Tierra, un demagogo ha logrado reducir a todo el sistema democrático en la tiranía de los caprichos de uno solo. La base de nuestra sociedad colectivista es el socialismo, ¿quiénes mejores para decidir el rumbo político que los archimandritas? Habrá menos política, eso se los aseguro. Desde ahora los sindicatos funcionarán para proteger los derechos proletarios y nada más. Bajo el régimen comunista los sindicatos deciden qué producir, cuánto, cuándo y dónde. Los líderes sindicales son político que nunca entran a las fábricas. Los medios de producción le pertenecen a los obreros, ellos decidirán qué hacer con sus máquinas. Todos los proletarios ganarán lo mismo, sin importar cuál sea su ocupación. Si bien bajo el comunismo los salarios son todos casi iguales, existen muchas diferencias entre el barrendero y el político de carrera. El sobretiempo será estrictamente regulado, ningún proletario será más rico que otro valiéndose de un salario extra por más horas trabajadas. Los proletarios usarán sus créditos para decidir qué comprar y las fábricas producirán en base a ello. No buscamos competencia entre las fábricas, pero sí que los proletarios tengan la libertad que no gozan con el comunismo. Todos seremos iguales y, con la dirección de los archimandritas, todos llegarán a sentir la profunda paz que sólo proviene del contacto con nuestro amado profeta Marx.”

            Los socialistas aplaudieron y gritaron con todas sus fuerzas. La profetiza alzó los brazos en señal de entrega y bajó las escaleras hacia ellos. La multitud quería tocarla, sentir su piel. La marxiana ignoró a las fuerzas de seguridad y se dejó arrastrar por la multitud enloquecida. Sintió sus manos por todo su cuerpo, querían sentirla para asegurarse que era real, querían tocarla para ser benditos, querían llevarse un trozo de su ropa para atesorarlo en casa. Le jalaron de los pelos, le arrancaron parte del hábito negro, le rasguñaron los brazos y la jalonearon de un lado para otro. La multitud estaba enloquecida por completo. La llevaron al aire libre, donde se congregaban más de diez mil fieles. Su escolta de seguridad empujaba y gritaba, pero no la alcanzaban y ella no quería ser alcanzada. Quería que la jalaran, quería que la rasguñaran y la desnudaran arrancándole sus ropas religiosas a jirones. Quería sentirlos, pues ahora ella era la soviética y ellos sus hijos.

            Al día siguiente el templo mayor tenía un ambiente muy diferente. Los archimandritas discutían entre ellos sobre las nuevas medidas que la profetiza había ordenado. Los congresistas y casi todos los voceros públicos levantaron demandas y quejas en los tribunales marcianos y en los terrestres. Buscaban el apoyo de la soviética. Todos esperaban que aquella misma mañana la soviética hubiese intervenido y la hubiese encerrado o asesinado, pero no pasó. Se trataba de un cambio inesperado en la soviética. Todos los proletarios habían pasado generaciones enteras bajo un régimen donde una simple plática entre esposos a la mitad de la noche podía significar arrestos e incineraciones. Ahora una mujer, que se hacía llamar la marxiana profetiza de Marte, sececionaba por completo del imperio soviético y no recibía reprimenda alguna. Eso llevó a pensar a muchos no-creyentes que, si bien la marxiana buscaba imponer un orden religioso sobre la sociedad, podrían vivir con mayor libertad, mientras que a la vez gozando de la igualdad del comunismo. Es por ello que, la enorme mayoría de la población, no hizo caso a los llamados de los políticos a rebelarse contra la marxiana.
“La marxiana,” decía un archimandrita que cruzaba el templo hacia la sala de sesiones donde los demás archimandritas discutían “ha llegado la marxiana, tengan cuidado.”
“Hermanos, hermanas,” La marxiana entró a la sala de sesiones junto con Sarenon. “no tienen que andarse cuidado a espaldas de la marxiana.”
“El hermano Sarenon tiene razón,” dijo la profetiza entre las docenas de hombres y mujeres con hábitos negros “ya no viven bajo el yugo de la soviética totalitaria.”
“¿Y por qué no dijo eso cuando la soviética aún gobernaba Marte?” Preguntó una voz anónima.
“¿Quién dijo eso?” Gritó la marxiana. “Demando que se muestre en este instante.” Nadie movió ni un músculo. La marxiana sonrió y dijo “Por eso.”
“Adelante,” dijo Moteral “expresen su malestar. Estamos entre hermanos y hermanas, después de todo.”
“Lo que propone es demencial.” Dijo una archimandrita joven entre la multitud. “Sin la soviética, ¿cómo podemos asegurarnos de que la burguesía no regrese?”
“El colectivismo es la forma más pura de marxismo, eso no puede pasar.”
“¿Qué pasará cuando la soviética ya no quiera comerciar con nosotros?” Preguntó alguien más.
“Tenemos mucha Urbalita, querrán negociar con nosotros. De todas maneras Marte es autosuficiente, tiene todo lo necesario para subsistir.”
“Nos ha puesto a todos en peligro mortal, sería más fácil que tratáramos de hacer un trato con la soviética y poner toda esta locura detrás.”
“Adelante, inténtelo. ¿Usted cree que los políticos no están haciendo lo mismo?, ¿qué me dice de los líderes sindicales o los millones de empleados de la soviética en el rubro de educación? Todos lo han intentado, pero la soviética no les responde. Pareciera que nos ha cortado del resto del imperio, pero es demasiado grande la criatura y necesitará Urbalita en grandes cantidades.”
“Hermanos, por favor,” dijo Seranon “lanzar una ofensiva militar desde la Tierra y perder a tantos obreros y tanta Urbalita, resultaría demasiado costoso para la soviética. Si ella estaba tan dispuesta a dejar morir a sus propios obreros por una cuestión económica, ¿por qué debería ser esto diferente?”
“La reestructuración no será fácil,” dijo la marxiana “cada uno de ustedes supervisará su sector y su zona. Ahora tienen más responsabilidades que antes. No pierdan el tiempo en discusiones inútiles, hay un colectivo que organizar.”

            La transición de poder y autoridad fue paulatina, a lo largo de semanas, pero fue pacífica. Los proletarios comenzaban a ajustarse y acostumbrarse luego de tantos años de comunismo soviético. La marxiana supervisó cada detalle de la colectivización y se aseguró de que las demandas fueran respondidas. La marxiana le sugirió a Triniren nuevos proyectos, y su antigua jefa se comprometió a planearlos.
“Vamica,” Triniren entró al salón de sesiones cargando con un proyector holográfico. La marxiana miró al aparato con disgusto. “tengo malas noticias. El proyecto de agrandar los departamentos no es malo, de hecho lo único que nos detenía antes eran las reglamentaciones de la soviética.”
“Bien, ahora que ya no hay tales reglamentaciones...”
“No se puede hacer.” Encendió el proyector y mostró una serie de gráficos y cifras. “Como puedes ver he traído algo de ayuda visual.”
“¿Tenías que traer semejante abominación tecnológica? Lo único que importa es el espíritu, no las cosas materiales.” Triniren lo apagó y miró a Saneron, quien se limitó a fijar su mirada en la profetiza. “Me aseguré de que los niños sean educados a la manera socialista para que no ambicionen semejantes repugnancias.”
“Muy bien, sin proyector entonces. Te decía Vamica...”
“Marxiana. ¿Por qué insistes en ese nombres?”
“Claro, marxiana, te decía que no se puede hacer. El costo sería enorme. No hay suficiente cemento, ni suficientes cables eléctricos.”
“¿Y por qué no? Las fábricas están.”
“Sí, tenemos la infraestructura para hacerlo, pero me temo que hay otro problema. Desde que los obreros no pueden ganar más crédito con tiempo extra, han dejado de trabajar más. De por si la producción ha bajado a su mínimo histórico.”
“¿Pero por qué?”
“Todos ganan lo mismo, desde el burócrata que no se cansa, hasta el barrendero que solo aprieta botones en una limpiadora hasta los obreros de fábricas que sudan trabajando.” La marxiana respiró profundo y meditó el problema. “A mi entender el problema se solucionaría si permites un poco más de tiempo extra.”
“No, eso ni hablarlo. Todos somos iguales, es colectivismo.”
“Sí, pero los obreros de la fábrica de cemento están expuestos al calor y al esfuerzo físico continuo. Vami... Marxiana, les subirías mucho la moral.”
“No puedes poner un precio a la igualdad, ni la moral. Producirán, o sufrirán las consecuencias. Diles que te tengan listo el pedido, o me aseguraré de enviarlos a todos a escuela de cuadros.”
“Eso haré, pero tengo el mismo problema con el sindicato de constructores. No quieren hacerlo por las mismas razones. ¿Debo decirles lo mismo?”
“Sí, diles que les arrancaré la cabeza si no hacen lo que digo.” La marxiana despidió a Triniren con un gesto. “¿Por qué no se contentan con saber que todos viven bien y vivirán mejor en cuestión de meses o años? Al principio tenía dudas sobre el asunto, no es justo que unos tengan departamentos más grandes, pero pensé que sería una construcción masiva, en serio, reciclando los anteriores.”
“Existen algunas máquinas que podrían reemplazar a los obreros.”
“No, avances tecnológicos no Sarenon. Ya hemos hablado de ello. Hay que regresar a nuestras raíces marxistas. Reemplazar a los obreros es insano, se acostumbraran a una vida sin trabajo. El trabajo da identidad y el socialismo da espíritu, pero ¿cómo puede haber espíritu sin identidad?”
“Podríamos moverlos a otros trabajos.” Alguien tocó a la puerta. Era Oteral.
“Oteral, entra por favor.” La marxiana lo hizo pasar con un gesto.
“Tengo que hablar con ustedes, ahora que soy el camarada encargado de finanzas de la colectividad he estado haciendo algunos números y... Bueno, no hay manera fácil de decirlo, pero...”
“Vamos, estás entre hermanos.”
“Nos estamos quedando sin dinero.”
“Imposible,” desdeñó la marxiana “estamos repartiendo el dinero. ¿Cómo se puede acabar el dinero si todo está siendo repartido igualitariamente? Lo que no se va en salarios se va en construcción y servicios, que son pagados con su mismo trabajo.”
“Sí, pero la población crece y la riqueza no. La soviética no está pagando por la Urbalita, no ha venido por más, aunque los transportes espaciales funcionan con normalidad.”
“No entiendo el problema,” dijo Sarenon mientras revisaba un mensaje en su comunicador “¿no puedes ordenarle al departamento de finanzas que saque más dinero? Es todo digital, ¿qué tan difícil puede ser?”
“Me temo que al aumentar la cantidad de dinero que invertimos y pagamos, el dinero va perdiendo su valor con la creciente demanda de servicios y productos. Las fábricas no producen suficiente para todos, la producción está al mínimo, y la gente quiere comprar. Al no haber suficiente para todos, los precios de las cosas suben.”
“Entonces bájalos.” La marxiana vio de reojo a Sarenon, quien tecleaba en su comunicador. “Ordénale a las fábricas que bajen de precio. De todas formas los créditos son de todos, no hay propiedad privada.”
“Me temo que no es tan sencillo, señora mía, ahora que ha quitado tantas restricciones los proletarios quieren más muebles en su casa, quieren comprar pintura para pintarla y quieren ropa con nuevos diseños. Es mucha demanda y no hay suficiente para todos.”
“Tendré que hablar con las fábricas para que trabajen más y prohibirles que suban de precio a sus productos. Tendrán que bajar de precio. Y si la gente no puede comprar el color que quiera, pues ni modo, son solo objetos materiales. El proletariado tendrá que apreciar la vida espiritual y vivir una vida humilde. Quiero eliminar al dinero Oteral, eliminarlo por completo. El dinero seduce y genera envidias. Los fabricantes de comida harán lo suyo, los de vestido, los de construcción y de servicios lo mismo. Los que trabajan en las escuelas recibirán la comida y el vestido, y educarán a los hijos de los que trabajan en el sector de comida y vestido. Elaboraremos un sistema, aprovechando la tecnología de los comunicadores, para asegurarnos que nadie reciba más allá de su ración. Será suficiente para todos, estoy seguro, nadie pasará hambre.”
“La entiendo, profetiza, pero quería hacérselo saber.”
“Muchas gracias por venir Oteral,” le despidió Saneron. Cuando se hubo ido se acercó al oído de la marxiana. “Tengo noticias de la nave donde viajaba su esposa. Descendió sobre Jalrena.”
“Quisiera ver el cuerpo, darle un funeral decente.”

            Se disponían a salir del templo cuando entraron soldados armados. No explicaron nada, más allá de que sus vidas podían estar en peligro, y fueron trasladados a la base militar del este, donde fueron escoltados hacia una sala de guerra. La marxiana nunca había visto una sala como esa, estaba repleta de proyectores holográficos, mapas y generales leyendo expedientes en sus comunicadores.
“Hace poco más de quince minutos estalló un motín violento en Jalrena.” Explicó el general Brasler. Saneron se había asegurado de que todos los militares fueran socialistas devotos, por lo que la marxiana no estaba preocupada de un golpe de estado perpetrado por la soviética. “Tenemos motivos para creer que se inició cuando la nave colonizadora descendió el cargo en la base espacial de la ciudad. Pensamos que podría ser la soviética.”
“Si Orgonal estaba ahí, no es la soviética.” Dijo la marxiana con una sonrisa triste. “¿Pero no era que la nave era un ataúd flotante?”
“Lo era. Lo más probable es que fuese abordado durante el trayecto por tropas leales a la soviética.” Dijo el general Brasler.
“¿Qué le decimos a la prensa?” Preguntó Saneron.
“Nada aún.” Dijo la marxiana. “Vamos a esperar y ver. ¿Cuánta gente está involucrada en el motín?”
“Poco más de diez mil, según nuestros cálculos. De nuevo, no tenemos todos los elementos para saberlo con certeza.” Apretó algunos botones en su comunicador y la imagen apareció en el holograma. “Ésta es la general Daste, ella está coordinando la defensa en la zona sur.”
“¿Me ven bien?” Por el holograma estaba claro que estaba escondida detrás de un camión acompañada de soldados. Se escuchaban explosiones y disparos. “Estoy en el sector L, entre 3 y 4 L. Tomaron por asalto la estación espacial y la inutilizaron. Repelieron a las fuerzas de seguridad y se dispersaron en el sector. La respuesta militar inicial fue insuficiente, es un ataque premeditado.”
“¿Pertenecen a la soviética?” Preguntó el general.
“Parecen tener entrenamiento militar pero no, definitivamente no parecen ser parte de la soviética.”
“¿Han mandado tanques y aviones?”
“Sí general, los tanques fueron inutilizados en cuestión de minutos, jamás nos habíamos enfrentado a algo así. Hacen más de cuatro siglos desde que esos tanques son utilizados, nadie aquí ha visto violencia de este tipo. Los aviones ya llegaron, pero esperan mi orden para bombardear.”
“Negativo, no suelten bombas en territorio civil.” Se adelantó la marxiana. El general quiso decir algo, pero le cortó con un gesto de la mano. “No voy a matar civiles solo porque es económicamente más viable. Usen los tanques y tropas que tengan en Jalrena.”
“Eso haremos mi señora.” Una ráfaga de disparos pegó por encima de la general y ésta se agachó más. “Le quitaron las armas a las fuerzas de seguridad y están matando todo lo que se mueve. Es una masacre.”
“General Daste, escúcheme.” Dijo la marxiana. “En cuanto detengan a los rebeldes quiero que pregunten por una tripulante de esa nave. Su nombre es Orgonal, quiero saber si sigue viva.”
“Eso haré mi señora.” La general estudió su comunicador y quedó pasmada. “Parece que están quemando templos socialistas.”
“Suficiente.” La marxiana apagó el proyector y respiró profundo. “¿Ha movilizado tropas?”
“Tenemos a casi toda nuestra gente en la frontera, incluyendo aviones.”
“La ciudad está a varios kilómetros de la frontera, si las fuerzas rebeldes dejan la ciudad quiero que nivelen el suelo. No escatimen bombas, mátenlos a todos.”
“Sí mi señora.” La marxiana recibió una video-llamada desde Croleran.
“¿Me pueden dar un minuto?” Conectó la llamada al holoproyector y se sentó frente a la cámara. El identificador de llamadas no incluía su nombre, pero sabría que era él. No había hablado con él desde que estaba en la Tierra, apenas y le había escrito unas cuantas líneas. Sin duda Rando había leído sobre ella, así como ella había leído sobre él. “Rando, buenas tardes.”
“Vamica,” Rando parecía avejentado y cansado. “hace mucho que no te veía.”
“¿No ves las noticias?”
“Buen punto.”
“Esperaba que me llamaras antes.”
“No pensé que llegaras tan lejos. Es traición lo que has hecho, pura y llanamente.”
“¿A quién traicioné? No al proletariado. ¿A quién traicionaste tú? A todo aquel que creyera en el sistema democrático.”
“No te hagas la graciosa Vamica. De todas las personas que conozco... Jamás hubiera imaginado que serías tú. ¿Y qué es esta locura sobre el colectivismo?”
“Es marxismo.”
“No, la soviética es marxismo, lo que tú haces es un socialismo utópico, no científico.”
“¿Es utopía creer que podemos vivir todos juntos sin distinción alguna y a la vez vivir en libertad?”
“No llegaré a ninguna parte contigo de esta forma.”
“¿Qué otra forma tenías en mente? Quizás enviar mercenarios para que me maten.”
“Vamica, por favor.”
“Supe que la soviética lanzaría un ataque tarde o temprano, no soportaría ver que su imperio está en peligro.” Rando resopló y contuvo las ganas de gritar.
“Esa violencia en Marte-Jalrena... No somos nosotros. No sabemos quiénes son Vamica, al principio pensamos que era tu gente. Pensamos que Marte-Jalrena había decidido darte la espalda.”
“Los colectivistas somos personas pacíficas.”
“Supongo que ya lo sabes, pero vienen del transporte que llevaba a Orgonal.”
“Sí, lo sé. He ordenado que se interroguen rebeldes para saber si está con vida. Me habían informado que era un ataúd flotante, y según lo que Rashide me había contado, esos nunca se salvan.”
“Parece que no lo hicieron, fueron abordados cerca de Fobos. No sabemos por quién, imaginamos que era de tu gente, después de todo controlas a Fobos, aunque técnicamente sea parte de la soviética.”
“La situación estará bajo control.”
“Sí, lo estará. Naves militares van en camino. Llegarán en cuestión de un año.” Rando se arregló el cabello nerviosamente mientras hablaba. “Van bien armados.”
“Un año...” Repitió la marxiana. Ahora sabía lo que tendría de vida. “¿Y vienen por el motín o por mí?”
“¿No hay manera de que pueda disuadirte de tu locura?”
“¿Hay manera en la que pueda disuadirte de la tuya?”
“Adiós Vamica. Te amo.”
“Adiós Rando.” Apagó el proyector y salió de la sala de situación. No quiso decirle nada a nadie, pues si se enteraban de que un convoy militar llegaría para matarlos a todos tendría un motín generalizado en sus manos. “Era mi esposo. No es la soviética.”
“Tengo malas noticias,” dijo Saneron “los interrogados todos dicen lo mismo. Orgonal está muerta.”
“No sabemos mucho más.” Explicó el general Brasler. “Los detenidos no quisieron hablar.”
“Háganlos hablar.”
“Sí señora, eso hicimos. Los pocos que hablaron dijeron cosas... locas, sin importancia. Es como si su violencia no tuviera sentido.”
“¿Es que no me puede dar una respuesta completa?”
“Dicen ser individualistas que vienen a derrocar el gobierno y conquistar Marte.”
“Se pone peor,” dijo Saneron “la noticia se esparció por los comunicadores.”
“Bien... General está usted a cargo de la seguridad de este colectivo. Hermano archimandrita, vamos al templo mayor.”

            La marxiana se esperaba una multitud, pero lo que encontró fue aún peor. Los archimandritas se encontraban en la cúspide de las escaleras y manejaban una turba furibunda que, en cuanto les vio llegar, les tiraban piedras y botellas de aluminio. Los archimandritas, más de veinte, tenían micrófonos para dirigirse a la turba.
“Ella nos trajo la guerra. Ella es el criminal aquí, que la arresten y la hagan pagar.”
“¿Así es como tratan a su profeta? Pareciera que he de sufrir el mismo final que nuestro profeta Marx.” Seranon le ayudó a subir empujando a la turba y a los archimandritas. La marxiana se hizo del micrófono. “¿Así saludan a su profetiza?”
“Ese motín es de la soviética.” Gritó una persona escondida entre la multitud. “Nos matarán a todos. ¿De qué nos servirá la fe cuando estemos muertos?”
“Los que creen en Marx nunca mueren, sólo los materialistas ignorantes mueren.” La marxiana se agachó para evitar una piedra que podría haberle pegado en la cabeza y continuó como si nada hubiera pasado. “El motín no es de la soviética, de eso estamos seguros. Es la anarquía que surge de la soviética. Ese caos que nosotros podemos contener en nuestro colectivo.”
“¿Por qué tenemos que vivir bajo el yugo de una religión?” Gritó alguien “Yo digo que vivamos conforme a la razón y no a la superstición.”
“¿Superstición?” Gritó la marxiana. “He visto a Marx y lo veo todo el tiempo. Ver es creer. Hay  libertad religiosa en Felna, pero no confundan libertad con debilidad. Una sociedad impía es una sociedad enferma. Ustedes archimandritas traicioneros deberían saberlo.”
“Has llegado demasiado lejos.” Le gritó un archimandrita. La marxiana lo tomó del cuello y lo tiró por las escaleras.
“¿Ese es su salvador? No puede ni salvarse a sí mismo. Él los instó al miedo, él es la amenaza.” Los demás archimandritas dieron un paso atrás. “El caos en Jalrena será sofocado, no llegará hasta aquí, pero estos oportunistas usaron sus miedos para rebelarse en contra de Marx y todo lo que es bueno y puro. Marcianos, si me aman, mátenlo.”
“No marxiana, se lo suplico.” Gemía el archimandrita en el suelo. La multitud, enfurecida con quienes la habían congregado, se lanzó contra el archimandrita y lo atacó hasta que la sangre salía en borbotones y formaba un río hacia la calle. La marxiana se dio media vuelta y miró a los otros archimandritas. Sarenon sacó un arma y les apuntó.
“Que los maten a ellos también, no los necesitamos.”

            Tiraron a los archimandritas y el pueblo, ciego por la furia, los apedreó y golpeó hasta matarlos. La marxiana no estaba satisfecha con esto. Ordenó que todo remanente del antiguo régimen soviético fuese eliminado. Marchó en compañía de dos millones de fieles socialistas yendo de edificio en edificio para destruir computadoras, estatuas, efigies y símbolos de la soviética. Hubo más muertos, todos aquellos archimandritas que dudaban de la profetiza fueron masacrados sin perdón. Los pocos civiles que trataban de calmar a la multitud también fue recibida con violencia. La marxiana se hizo de una vara dorada de una efigie de la soviética y lo reclamó como su báculo místico. Las fuerzas de seguridad habían confundido la repentina explosión de violencia por el motín en Jalrena. Cuando los militares vieron que su lideresa estaba al frente del terror no tuvieron más opción que dejarlos continuar con su destrucción.

En la madrugada el torrente humano alcanzó el extremo de la zona oeste, donde cientos de hectáreas eran dedicadas al ganado. Los millones de habitantes de Felna que no participaban en la violencia se guarecían en sus departamentos o formaban trincheras en las tiendas donde trabajaban, para evitar los saqueos generalizados. Varios miles de personas, aprovechando la ola de violencia, se había dedicado a robar todo lo que encontrara, pues sus  salarios les forzaban a ahorrar por meses para comprar un nuevo par de zapatos. La marxiana se detuvo frente a un cartel en la pared de un rancho industrial. El cartel decía “todas las cabezas de ganado han sido modificadas por la tecnología comunista genética para un mayor aprovechamiento del proletariado.”
“Hermano Sarenon, mire esto.” La marxiana arrancó el cartel y se lo mostró “ese Gultar...”
“Las cosechas y el ganado son más fuertes que antes.” Le disculpó Sarenon, con mucho miedo en la voz. “Usted le permitió continuar con su trabajo, ¿lo recuerda señora mía?”
“No me digas lo que recuerdo o no. Gultar es el símbolo de todo cuanto está mal en la soviética. Quiero que se le haga un juicio mañana al medio día. Que todos los socialistas vean a dónde conduce el amor por la ciencia cuando está por encima del amor a Marx.”
“Sí, mi señora.”

            Las multitudes se dispersaron después de eso. Poco a poco los saqueos fueron aplacados por las fuerzas de seguridad y para el mediodía la ciudad regresaba a la normalidad. Los incendios fueron sofocados, los muertos fueron levantados de las calles y llevados a los incineradores. Los generales no tenían buenas noticias, el motín en Jalrena se había convertido en un golpe de Estado. El general Brasler se presentó en el templo mayor con un informe completo, antes que empezara el juicio. El acusado ya estaba listo, había sido encadenado a un poste en las escaleras del templo. El acusado no tenía derecho a un abogado, la marxiana había dictaminado que los crímenes por impiedad eran tan graves que el acusado sería su único abogado. El general estaba nervioso, pero la marxiana estaba tranquila en su escritorio, acomodándose los collares de Marx con la izquierda y sosteniendo su báculo con la derecha.
“Gran parte del ejército de Jalrena ha sido arrestado.” Explicaba el general, sin atreverse a mirar a la profetiza a los ojos. “Cortaron comunicaciones con nosotros y con la soviética.”
“¿Y la frontera?”
“Está resguardada como usted ordenó. Tenemos a treinta bombarderos sobrevolando la zona, nada pasará con vida por ese camino. Tenemos miles de soldados en los bosques alrededor de Felna, solo en caso de que montaran una invasión por las zonas arboladas.”
“Tenemos que consultar esta situación con Marx.” La profetiza se levantó y sostuvo su báculo sobre su cabeza. “Nuestro amado profeta sabrá qué hacer.” Soltó el báculo, éste rebotó en el suelo y cayó de la tarima, rodando lentamente hacia la derecha. “Está decidido entonces. Avancen sobre la frontera, Marx lo ordena.”
“Sí mi profetiza, ¿cree conveniente mandar primero pelotones de reconocimiento?”
“Marx ha sido claro y él habla a través de mí. Ataquen con todo lo que tengan.” El general Brasler quería decir otra cosa, pero al ver al báculo supuso que sería inútil y optó por retirarse.
“Lo haremos mi señora, en cuanto llegue a la base montaremos nuestra ofensiva.”

            La marxiana meditó un poco antes de salir del templo. El pueblo la esperaba. Había una multitud de miles de personas que escucharían el juicio desde las bocinas y sus comunicadores. Gultar había sido golpeado con violencia y ahora esperaba su muerte pacientemente. Cuando la marxiana salió del templo mayor hubo aplausos y chiflidos. En primera fila, entre los archimandritas vio a Triniren. El archimandrita Sarenon le recibió en la puerta y le acompañó por las escaleras hasta una pequeña plaza, antes de las segundas escaleras. Habían colocado un micrófono ahí y otro a un metro de Gultar. Al principio el micrófono estaba más cerca, pero Sarenon decidió alejarlo, pues temía que las impiedades de Gultar pudieran infectar los oídos de los creyentes más ingenuos.
“Por el delito de impiedad, de amor desmedido a la tecnología, de buscar su propio beneficio por encima de las normas de nuestra amada religión, ¿cómo se declara el acusado?”
“Inocente.” La multitud guardó silencio. Gultar siguió hablando. “Lo único que hice fue ejercer la ciencia en beneficio de la humanidad. Mi único delito es haber creído que la razón podría alimentarnos mejor, darnos una mejor calidad de vida y explicarnos las dudas que toda persona tiene en su interior.”
“El acusado habla en falacias, son seductoras palabras, pero palabras huecas al final. ¿Cómo puede haber una mejor calidad de vida sin la fe? Y todos hemos visto cómo esa pasión por la razón ha llevado a la sociedad a olvidarse de su fe. ¿Qué pasa cuando la razón y la fe se pelean? Si perdemos la fe, perdemos nuestra humanidad.”
“Las ideas,” le interrumpió Gultar “son más grandes que un templo. Una idea puede hacer de una piedra árida un planeta habitable. Una idea puede convertir a la humanidad salvaje en una civilización eficiente. ¿Qué nos ha traído la fe sino violencia e ignorancia?” La multitud comenzó a abuchearle hasta que nadie podía escuchar lo que decía. La marxiana levantó una mano y todos guardaron silencio.
“¿Ven hacia dónde nos dirige la razón desmedida?”
“Por favor,” decía Gultar “se los suplico, ¿es que no ven que la razón estudia a la realidad mientras que la religión la maquilla?” La muchedumbre abucheó de nuevo, pero ésta vez la marxiana les pidió silencio, quería que escucharan al impío. “Si la religión busca respuestas y busca la felicidad del Hombre, ¿por qué debe estar peleada con la razón?”
“Porque la razón conduce a la locura.” Interrumpió la marxiana “todos lo hemos visto, la soviética decidía en base a la razón y no al corazón. Se alejó del socialismo y muchos murieron porque la soviética consideró irracional el rescatarlos. Detrás de cada una de las palabras del sospechoso se esconde el deseo irrefrenable de arrancarle la libertad al Hombre y su sentido de maravilla.”
“¿Y qué me dicen de la fe, es que acaso el socialismo no ha causado muertes también? Anoche murieron cientos de personas por impulsos irracionales. La razón sin la fe quizás sea peligrosa, pero es más peligrosa la fe sin la razón, porque no existen reglas ni leyes, solo los caprichos de la fantasía de unos cuantos.”
“He escuchado suficiente.” Dijo la marxiana. En toda la ciudad se activaron las alarmas de bombardeo. El general Brasler había comenzado su campaña. Se escucharon explosiones a lo lejos, la marxiana se dio cuenta que no era tan lejos como para ser la frontera. Estaban en la ciudad. La multitud se puso nerviosa, pero la marxiana los calmó con un gesto. “En este momento nuestras fuerzas armadas luchan para sofocar la violencia de los rebeldes de Jalrena. Esos mismos rebeldes son la encarnación de las ideas de este hereje. Gultar es el enemigo a vencer.”
“¡Mátenlo!” Gritó alguien en la multitud.
“No es nuestra decisión,” dijo la marxiana “es la decisión de Marx.”
“¿Qué no lo ven?” Gritaba Gultar a todo pulmón. “Se están volviendo locos.”
“Que Marx decida en su infinita sabiduría.” La marxiana levantó el báculo mientras se escuchaban las explosiones cada vez más cerca. Dejó caer al báculo y éste rebotó en el suelo y rodó hacia la izquierda. “Marx ha hablado. Mátenlo.”
“Quizás deberíamos pedirle a la gente que se refugie.” Le susurró Sarenon. “Esas explosiones se están acercando.”
“No, no pueden hacerlo.” Triniren rompió la barrera y corrió hacia Gultar. “Por favor Vamica, tienes que reconsiderarlo. Éste hombre no ha hecho nada malo, su único crimen es pensar diferente que tú. No puedes poner su vida en manos del azar.”
“¿Por qué insistes en usar ese nombre para tu profetiza?” La marxiana ordenó con un gesto que Triniren fuera sometida y alejada de Gultar. “Mátenlo y dispersen a la gente. Mándenlos a los refugios. Parece que tenemos una guerra en nuestras manos.”
“Sí, mi señora.” Dijo un guardia. Sacó su arma, le apuntó a la cabeza del acusado y jaló el gatillo. Gultar cayó muerto y Triniren luchó contra los guardias que la retenían para zafarse. La marxiana se disponía a entrar al templo mayor, mientras que la multitud era dirigida a los refugios, cuando Triniren logró zafarse y corrió hacia la marxiana.
“Estás loca Vamica,” trató de quitarle el báculo, pero no pudo. “no puedes conseguir un mundo más humano y menos mecánico si matas a las personas sólo porque no piensan como tú.”
“¿Cómo te atreves a decirme lo que puedo hacer?”

La marxiana golpeó a Triniren con su báculo y ésta cayó al suelo. La marxiana siguió golpeándola mientras las bombas caían cada vez más cerca. El báculo le destrozó la cara y comenzó a empaparse de sangre. Sarenon trataba de jalar a la marxiana hacia el templo mayor, para que se refugiaran en el sótano, pero ella no quería. Dejó de golpear a su antigua jefa cuando la sangre le salpicaba en la cara. Trató de respirar más tranquila, pero las bombas cayeron en ese sector. Un edificio se derrumbó y la calle estalló en pedazos. Toneladas de concreto salieron volando de un lugar a otro. Sarenon trataba de convencerla de que entrara al templo con ella, pero la marxiana no quería. Marx estaba con ella y así nada podía pasarle. Bajó las escaleras mientras los bombarderos de Jalrena opacaban la luz del sol y soltaban toneladas de explosivos sobre ellos. Recorrió la calle que había sido duramente castigada hasta el grado en que los cráteres medían cientos de metros. La tierra terraformada había sido retirada y la ciudad entera se estaba llenando de la tierra roja marciana. Sarenon se dio cuenta que era inútil convencerla y regresó al templo mayor. La marxiana se paró sobre la tierra roja, su rostro empapado en sangre y miró hacia los bombarderos. No le harían nada, ella era la marxiana. Una bomba cayó justo en el templo mayor y lo redujo a escombros. La marxiana sonrió, el infiel Sarenon que no había confiado en Marx estaba muerto. Era una señal, tenía que serlo. La señal era clara, ella era el futuro de Marte, y mataría a todos los que tuviera que matar para cumplir ese futuro brillante. Viendo el fuego que se esparcía entre los sectores la marxiana sonrió, ella era la luz, el camino y la salvación. Ella era más que la soviética, ella era Marx. No se detendría en Felna, ni en Jalrena una vez que estuviera sometida, ella era la salvación de la Tierra, de Venus y de toda la humanidad.







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