La soviética
I
Regresa el héroe
La nave no debería
hacer ruido, pero los hace. Ha estado encerrado por más de un año sin compañía
alguna. Rando ha aprendido a detectar hasta la más pequeña vibración. Mientras
descansa, acostado sobre un pequeño colchón de plástico, escucha la sinfonía de
la colonizadora tipo Júpiter-Rama B-890. Muchos cosmonautas hubieran perdido la
razón luego de meses del monótono viaje más allá de los satélites de comunicación.
Rando había alcanzado Júpiter y sentado las bases para una terraformación y el
establecimiento de plantas disruptoras de núcleo. Sería considerado un héroe
por todos los proletarios. Sabía que no debía pensar en eso, tales pensamientos
egoístas eran contrarios al espíritu de la soviética. Todo lo que había hecho
era un sacrificio para el proletariado.
Se
levantó del colchón de plástico para mirar por el extenso ventanal. A lo lejos
podía ver las luces y antenas de la estación de Fobos. Ya faltaba poco.
Recorrió el corredor hacia la cocina. Colocó su brazo izquierdo en el cilindro
identificador y esperó dos segundos antes de que la computadora reconociera su
comunicador. Rando no se atrevía a decirlo en voz alta, pues sabía que estaba
rodeado de micrófonos, pero sabía que era inútil que la nave tuviera una
computadora que registrara en su comunicador cada vez que iba al baño o comía una barra de galleta.
Estaba solo, ¿a quién más esperaba la máquina? Secretamente esperaba que la
computadora cobrara personalidad y se riera con él de cada detalle absurdo de
la nave.
Se acomodó sala de
telecomunicaciones mientras comía su barra. El comunicador adherido a su brazo
estaba conectado a la nave. Lo miró intensamente, preguntándose cómo hacía la
gente, antes de la soviética, para sobrevivir. El comunicador era una extensión
de su cuerpo, y de todo proletario. Era una computadora conectada a todos los
servicios de la soviética y a todos los demás comunicadores. El comunicador
abría la puerta del departamento, guardaba los créditos para comprar ropa, era
el mejor sistema de comunicación con cualquier proletario en cualquier parte
del mundo, contenía todas las noticias que le permitían a los ciudadanos estar
informados para votar y, más importante aún, era la mejor herramienta
democrática. Un clic y se emitía el voto.
Revisó
su correo en la pantalla de su brazo izquierdo, tenía 320 mensajes nuevos.
Discriminó entre los mensajes de extraños y buscó los de su familia. Eran
grabaciones holográficas. Rando había logrado mantener su cordura gracias a
esos mensajes. Se conectó a la sala de telecomunicaciones y abrió el archivo
con la máquina holográfica del centro de la habitación. Era un mejor sistema
que el que tenía en su departamento. La máquina se encontraba al centro de un
círculo rodeada por proyectores cromados que se alzan de una plataforma central
y se curvean como aves. Los proyectores emitían las señales, los proyectores en
las orillas le daban tridimensionalidad a las imágenes. Rando sonrió y contuvo
el llanto, eran Vamica, Rashide y Orgonal en la sala del departamento. Lo
habían grabado hacía un mes y ellos estaban tan emocionados como él.
“¿Ya está grabando?” Preguntó
Orgonal.
“Hola mi amor,” Rashide brincaba
de arriba para abajo emocionado “espero que no te hayas olvidado de nosotros.”
“Estamos muy orgullosos de ti
Rando.” Decía Vamica.
“Todos en Felna están
emocionados.” Dijo Orgonal. “No sólo en Felna, en toda Ralia. Eres el hombre
más famoso del país.”
Rando
detuvo la proyección y caminó entre los hologramas. La resolución era perfecta,
no como los hologramas de su departamento, y casi podía sentir que los tocaba.
Se detuvo frente a Orgonal, ella medía casi lo mismo que él. Sabía que la
nostalgia podía comprometer su misión, pero su misión ya casi terminaba y podía
darse el lujo de caminar entre sus esposos y esposas. Les amaba a todos, y por
razones diferentes. Orgonal era una mujer rebelde, divertida aunque callada.
Extrañaba sus largas conversaciones en la regadera. Caminó hacia Vamica,
extrañó su entusiasmo por su trabajo como ingeniera social y su función dentro
de la familia, ella era un pilar inamovible que les daba a todos una gran
estabilidad. Trató de caminar entre las imágenes holográficas sin opacarlas
para llegar a Rashide. Lo extrañaba más a él que a los demás, no porque no los
amara, sino porque Rashide siempre le veía con una mirada de profundo amor.
Casi todas las noches dormían abrazados, mirándose a los ojos sin decir nada,
hasta quedarse dormidos.
Un
pensamiento fulminó la escena nostálgica. Adashon. No se atrevía a decir su
nombre en voz alta, pero estaba locamente enamorado de ella. No podía decírselo
a nadie, pues Adashon era su hermana. Habían crecido juntos en el mismo colegio
y, como la ley indica, separados para que la soviética les asignara a cada uno
una familia con miembros de otros colegios. Se sintió sucio al encontrarse
entre sus esposos y esposas y pensando en ella. Apagó el holograma y se sentó
en el sillón a un lado del ventanal. La inmensidad oscura del espacio no podía
llevarse lejos el recuerdo de Adashon. Sabía que la vería de nuevo, tenía que
hacerlo, pero tan solo pensarlo le apretaba el corazón. No se lo perdonarían,
de eso estaba seguro. Si la soviética se llegase a enterar tampoco le
perdonarían. Terminaría trabajando en los sectores prohibidos del sur, lejos de
su amada familia y de su amada Adashon.
La
computadora interrumpió sus meditaciones. Era momento de ingresar al
trasbordador central para la última parte del trayecto. Recorrió la nave
describiendo una interminable curva hacia el centro de la estructura. Las
colonizadoras, también llamadas Ramas, tienen todas la misma forma de un
platillo alargado con secciones que se separan en pequeños satélites o velas
solares. Rando entró a través de una escotilla a sus nuevas habitaciones. Al
fondo se encontraba el tubo de hibernación, una estructura de plástico en la
que el navegante hiberna dentro de un gel nutritivo y permanece en coma por
varios meses. Por la naturaleza de la misión Rando no tuvo ocasión de utilizarla.
En vez de ello pasó días enteros jugando Beraner contra la computadora.
“¿Jugamos Beraner?” Leía el nuevo
mensaje en su comunicador. La computadora le había leído la mente.
Hubo
un ruido metálico que detuvo a Rando en sus pasos. La nave se estaba segmentando.
No tenía control alguno sobre la navegación de la nave espacial. Ingenieros en
sistemas lo hacían todo desde la Tierra. Dormía tranquilo sabiendo que Rashide
estaba detrás de una computadora supervisando a cada momento. Del suelo se
elevó una silla y una mesa con un holoproyector. La computadora sabía que Rando
jugaría. Lo había hecho más de 792 veces.
“¿Cuál es el récord?” Le preguntó
a la computadora, mientras ésta proyectaba el tablero cúbico sobre la mesa.
“792 juegos perdidos, 0 juegos
ganados.” Respondió la voz monótona de la computadora.
“Aún hay tiempo...”
Rando
había aprendido a jugar Beraner gracias a Adashon, quien le había enseñado las
complejas reglas con mucha paciencia. Era un juego tridimensional, en cierto
sentido el completo opuesto al juego de pelota, el Caleran. Las 16 piezas,
inicialmente repartidos en dos hileras, se mueven de cierta manera y, al unir
piezas en grupos de hasta cuatro, se pueden elaborar jugadas mucho más
complejas en el tablero superior. Rando sabía que nunca le ganaría a la
computadora, una máquina diseñada para pensar tridimensionalmente, pero también
sabía que sería buen entrenamiento para la política.
Conforme
pasaron los días en esa pequeña nave se fue convenciendo a sí mismo de su
futuro. Se lo habían hecho saber, mediante rumores y promesas vagas, que al ser
recibido como un héroe inmediatamente sería captado como un vocero público.
Sabía que el orgullo era un vicio terrible, pero no podía contenerse, sería un
político profesional, como los que veía en el comunicador. Con algo de suerte y
con mucho de estrategia llegaría a ser tan grande como el canciller Rewil y
sería parte de la soviética en sus círculos más internos.
Los
días fueron pasando, jugó Beraner contra la computadora y soñó con Adashon y su
futuro político hasta que la nave fue atraída por la gravedad terrestre. En
ésta ocasión no sería trasladado a una nave atmosférica, una Atmos-Jubarel,
para el descenso final. Ésta vez ingresó
la cámara de hibernación y sintió el cálido abrazo del gel que lo
envolvía por todas partes. Cerró los ojos y, con la ayuda de los
tranquilizantes en el gel, se quedó dormido de inmediato. Cuando abrió los ojos
ya estaba en la tierra. Un equipo abría la escotilla y vaciaba la cámara de
hibernación. Vio rostros humanos nuevamente después de tanto tiempo y sus
rodillas flaquearon por la emoción.
La
pequeña nave descendió a las afueras del
sector norte de la ciudad de Felna. Todos los proletarios que tenían
suficientes créditos para ganarse un día libre hicieron el viaje en el tranvía
y en los camiones para acercarse lo más posible. Un robusto operario cargó a
Rando y lo sacó de la nave como un premio. Rando se enfrentó a más de tres mil
proletarios vitoreando y aplaudiendo. Fue llevado hasta el edificio principal del
departamento de viajes estelares, donde le esperaba una fiesta con dignatarios
y jefes. Su familia estaba ahí y lo recibieron con lágrimas en los ojos. Se
abrazaron y se besaron por un largo tiempo, completamente ajenos a las cien
otras personas congregadas ahí.
“El regreso de nuestro héroe.”
Rando conocía a ese hombre de las noticias. Era Lashade, uno de los voceros
públicos más importantes de Ralia. “¿Les importa si me lo robo un segundo?”
“Pero solo un segundo.” Bromeó
Rashide.
“Hay mucho de qué hablar.” Le
susurraba mientras se lo llevaba al balcón. Apuntó hacia las gigantescas naves en las pistas y sonrió.
“Ralia tiene más caravanas Hildran listas para ser transportadas que cualquiera
de las otras diez ciudades de Felna.”
“Impresionante.” Dijo Rando.
“Importamos cien toneladas de Urbalita de Venus y Marte al día. Si las
terraformaciones en Júpiter tienen éxito y establecemos las plantas disruptoras
podríamos estar importando la misma cantidad en baterías de electricidad al
día.”
“Deja que los técnicos se
encarguen de eso. La soviética tiene otros planes contigo.”
“Lo que sea por el proletariado y
por mamá.”
“Rando-GL892-0294L te invito
oficialmente a ser parte de los voceros públicos.”
“Lashade-GL879-1732M, estaré
encantado de formar parte de nuestro sistema democrático.” Una nave
atmosférica, con sus patas metálicas y sus cilindros plateados alzó el vuelo
desde su riel kilométrico para romper la atmósfera. Rando la siguió con la
mirada, como si viera alejarse a su pasado como cosmonauta.
“Perfecto.” Lashade le dio la
mano y lo abrazó. “Te espero, cuando te repongas de tu largo viaje. Tengo
entendido que eres un reformista, ¿es correcto?”
“Mi tendencia de voto dice eso,
es cierto, y entiendo que usted es un oficialista, pero se dará cuenta que no
soy un hombre de ideas cerradas.”
“No te preocupes Rando, vivimos
en una democracia. Si quieres ser reformista no tienes que disculparte, yo seré
tu padrino político independientemente de cómo votes o pienses.”
“Gracias señor.”
“Por favor, todos somos iguales,
llámame Lashade.” El vocero lo abrazó de nuevo y lo dejó en el balcón. Un grupo
de personas llegaron a saludarlo. Rando fingió que les conocía, mientras que su
mirada se fijaba en Adashon, quien recorría el salón hacia la turba alrededor
de Rando.
“Y descuide, todos nosotros
votaremos por usted. Lo mantendremos en la lista de popularidad. Diariamente
votaremos, ya lo verá.” Rando sonreía y asentía con la cabeza, pero sus ojos
seguían fijos en Adashon. Aunque todos vestían de igual forma, con pantalones
verdes y playera blanca de distintos patrones geométricos, no podía dejar de
pensar que Adashon, con esa pañoleta roja con patrones floridos se veía
mágicamente distinta. La vio mezclarse entre la turba y sintió sus dedos sobre
su mano. Le había dejado una nota. Rando la guardó en su bolsillo para leerla
después y siguió amenizando con sus nuevos seguidores.
Al
día siguiente Rando aprovechó que su esposo y esposas estaban trabajando para
seguir las instrucciones de la nota de Adashon. Temprano en la mañana abordó el
tren magnético hacia el oeste. La estación estaba a pocas cuadras de su bloque
de departamentos. Se bajó en la estación oeste sector G y tomó un transporte de
cable hasta el parque. El transporte se elevó por encima de los bloques de
departamentos y Rando se maravilló con la vista. Cada sector de Felna estaba
organizado a la perfección. El bloque de departamentos, siempre edificios de 30
pisos con 30 departamentos por piso, estaban flanqueados por parques, tras los
cuales se encontraban los edificios de compras y después de los de trabajo. Las
oficinas y fábricas siempre estaban orientados hacia las estaciones de trenes
magnéticos, transbordadores rápidos de ocho ruedas y transportes de cables.
Entre un sector y otro se encontraban los grandes parques, con lagos y
atracciones. En el sector B se encontraba el zoológico más grande de Felna, y
quizás de todo el país. Mientras el transporte descendía hacia el parque Rando
pensó en los demás países. Había visitado Poderi-Mornia, hacía seis años con
Orgonal, para ver el holodromo más grande del mundo, y la ciudad estaba
organizada exactamente igual.
“Reserve una mesa de Beraner.” La
voz vino de atrás, era Adashon. “¿Aún juegas Beraner?”
“Sí, mucho.” Bajó del transporte
junto con las otras 50 personas para hacer lugar a las otra cincuenta. Reprimió
el impulso de abrazarla y se contentó con darle la mano. Adashon se sonrojó
detrás de su pañoleta.
Adashon
le llevó a la orilla del lago. La mesa de plástico de Beraner estaba rodeada de
otras mesas, donde ancianos jugaban pacientemente. El tablero holográfico se
encendió desde que se sentaron. Adashon meditó su primera jugada y movió los
drones de las esquinas. Rando sonrió, Adashon siempre empezaba con una
estrategia de esquinas, usando sus espadas que se mueven diagonalmente. Rando
movió su tanque, que con sus movimientos en L establecía una primera defensa.
Adashon le miró a los ojos y sonrió.
“¿Sabes por qué escogí este
sector?” Rando negó con la cabeza.
“¿No fue por el lago?”
“Todos los sectores de todas las
ciudades tienen un lago con patos holográficos.” Señaló hacia los árboles del
fondo. “Están construyendo una fábrica de calzado. Los micrófonos están
apagados en este parque. Nadie lo sabe.”
“¿Y cómo lo sabes tú?” Rando
señaló al puercoespín. El dirigible con antenas de comunicación que sobrevolaba
el sector. “La soviética todo lo sabe y todo lo ve.”
“Varnico, mi marido que trabaja
en el departamento de vigilancia me lo dijo. Ese puercoespín está ahí para
asustar, y nada más.”
“Sólo la gente que tiene algo que
esconder se asusta de la vigilancia.” Le corrigió Rando con un tono político.
“Entonces tú y yo deberíamos
tener miedo.” La última vez que habían podido hablar libremente había sido
hacía ocho años, cuando coincidieron en la estación recreativa de la Luna
durante sus vacaciones. “Por la soviética, hace tanto que no lo decimos...”
“¿Te acuerdas cuando lo decíamos
en el rincón del colegio?”
“Te amo.” Los dos se sonrojaron y
miraron sobre su hombro. “Te amo con locura.”
“Adashon, ¿qué estamos haciendo?
Tenemos 60 años, estamos a la mitad de la expectativa de vida. ¿Por qué la
flama no se extingue nunca?”
“No lo sé Rando, yo misma me lo
he preguntado mil veces.” Su mano atravesó el campo holográfico del Beraner y
le tomó la mano a Rando.
“Antes me sentía culpable, un
buen proletario ama a su familia, pero...”
“No escogiste amarlos, la
soviética lo hizo por ti. Es natural estar confundidos.”
“Somos hermanos Adashon, esto
está mal. Es anormal.” Adashon se agachó y tomó un puñado de tierra. Se lo
mostró a Rando para que viera a las hormigas.
“No somos hermanos Rando, por
favor, ¿quién sabe quiénes nos parieron? Compartimos la infancia juntos, eso es
todo.” Rando no quiso tocar las hormigas y puso cara de asco. “No hacen nada.”
“Hormigas... Los animales
pertenecen al zoológico, debería poner una queja para que las eliminen de
aquí.” Adashon tiró la tierra y bajó la cabeza. “¿Qué pasa?”
“¿Alguna vez has visto a un
proletario ciego o sordo?”
“No existe tal cosa, con nuestros
avances en medicina se puede clonar cualquier órgano.”
“En adultos, no en niños.”
Adashon se puso de pie y caminó al lago. Rando le siguió.
“Las enfermedades congénitas ya
no existen. El último bebé enfermó fue en 1290. Todos lo saben. La selección de
parejas de la ingeniería social se ocupó de eso.”
“Jerler, mi esposa que trabaja en
salubridad me dijo otra cosa.” Rando recogió una piedrita y la tiró contra uno
de los patos. La imagen holográfica se partió y se convirtió en seis palomas
que volaron hacia arriba y desaparecieron. El pato volvió a aparecer cerca de
la orilla. “La mamá pensó que su hijo era lento, cuando lo entregó al año de
tenerlo el departamento se dio cuenta del problema. El bebé era sordo. Lo
quemaron en el incinerador Rando, como si fuera nada.”
“No puede ser, mamá nos ama a
todos. Esos son puros cuentos.” Adashon lo abrazó.
“¿Qué nos harán a nosotros? Eres
una figura pública ahora. ¿Y si tus adversarios nos descubren?”
“No lo harán. No es ilegal tener
amigas y abrazarlas. Si la vigilancia aquí está apagada... Nadie nunca sabrá
nada.” Rando la besó. “Te amo Adashon, y cuando sea vocero público me aseguraré
de no ser como los demás. Veré ese asunto, y el que quieras, verás que será
distinto.”
“Nada será distinto Rando, todo
el sistema democrático es una fábula. Expertos que deciden sobre la decisión de
otros expertos, el resto de nosotros aprieta un botón en el comunicador y
espera que sucedan milagros. No Rando, las cosas nunca cambiarán. No han
cambiado en los últimos 1977 años, ¿por qué cambiarían ahora?”
“Soy reformista mi amor, trabajaré
para que haya cambios para mejor.” Comenzaron a caminar abrazados hacia los
árboles. “El sistema funciona, no hay crimen, ni desempleo, todos los
proletarios trabajan juntos... Son detalles que hay que cambiar.”
“No Rando, no son detalles. ¿Qué
me dices de la zona sur, en los sectores prohibidos?”
“No hay nada raro ahí, todos han
sido deportados a Marte.”
“Imposible, no ha habido más
vuelos a Marte de los normales.” Se detuvieron entre los árboles. Al fondo de
la vereda había un grupo de falsificadores. Un sujeto cargaba una pesada
máquina con un escáner láser, el escáner bloqueaba el analizador de sangre del
comunicador para que los adictos pudieran usar sus inhaladores de Vasum más
allá de los límites establecidos.
“Malditos adictos.” Dijo Rando. Adashon
le besó con pasión.
“Prométeme que no serás como los
demás.”
“Impulsaré los deseos reformistas
de los proletarios.” Adashon resopló frustrada.
“La antiquísima batalla entre
reformistas y oficialistas. Entre si se acabó la historia y no hay que cambiar
nada o si apenas empezó la historia con el comunismo y hay que avanzar hacia
adelante. Al final los dos son lo mismo. Dos perros jalando el mismo hueso,
como los que ves en el zoológico a la hora de comer. Ninguno se atreve a
hacerse las preguntas difíciles.”
“Lo único que sé mi amor, es que
te amo y eso no cambiará nunca. Yo sé cuánto odias a la política, pero nunca
cambiaré, siempre seré el mismo Rando que jugaba a las escondidas contigo.”
“Antes odiaba que fueras
cosmonauta y yo te esperara por meses o años. Ahora que te tengo en el mismo
planeta odio que seas vocero... ¿Quién me entiende?” Se besaron apoyados contra
un árbol y Rando pasó sus dedos por su cabello.
“Te amo hermosa, pero me tengo
que ir.” Revisó su comunicador, ya casi era hora de comer. “Si no estoy en el
departamento a tiempo podrían sospechar.”
“Tienes razón, Brarta casi
siempre llega temprano de la fábrica. Yo también me tengo que ir.”
“Nos veremos más seguido amor, te
lo prometo.”
Rando
llegó a tiempo al departamento 18
del piso 26. Le dio tiempo de buscar su inhalado de Vasum entre sus cajones y
relajarse mientras llegaban los demás. La cocina, como todas las cocinas de
todos los departamentos del mundo, conectaba a un sótano a través de un ducto
en el cual se transportaba la comida. Cada uno de los cuatro pasó su
comunicador por el lector láser, para que la computadora determinara lo que era
sano para cada uno y ofrecerles opciones. Vamica seleccionó la segunda opción,
como siempre lo hacía. Orgonal siempre se burlaba de lo predecible que era,
desde la elección hasta el punto en que abría la hoja de aluminio, olía el
estofado en el interior y decía “que bien huele hoy...”. Vamica siempre se
enojaba por las burlas de Orgonal y Rashide siempre lo excusaba. Rando se había
ido por mucho tiempo, pero le alegraba ver que la cotidianeidad casera seguía
intacta.
“¿Y no sabes cuándo aceptas la
oferta de Lasharde?” Le preguntó Orgonal mientras comía su estofado con poco
entusiasmo.
“Hoy en la tarde.” Rando revisó
su comunicador. “Tengo mensajes...”
“No contestes tu correo en la
mesa Rando, es de mala educación.” Dijo Vamica.
“No le hagas caso amor, si es
importante hazlo.” Replicó Rashide. “Tú trabajo es más importante que el
nuestro.”
“Eso no es cierto,” le contradijo
Vamica “todos los trabajos son igual de importantes.”
“Tonterías,” dijo Orgonal “un
chimpancé podría hacer mi trabajo.” La cámara sobre la mesa encendió sus luces
azules, era una inspección rutinaria. Todos voltearon al techo un segundo y
sonrieron. Orgonal levantó su tazón de comida y sonrió a la cámara. “Es mi
manera de decirles que un chimpancé hizo mi comida.” Rashide se rió y chocaron
puños. Vamica hizo muecas y Rashide la besó. Orgonal la besó y le acarició el
cabello. “¿Te vuelvo loca verdad?”
“Sí, por eso te amo. A todo esto,
¿qué decía el mensaje Rando?”
“Lorten me invitó a una reunión
de reformistas. No sé qué hacer.” Todos le miraron sin saber qué decir. Rando
recordó que a la mayoría de los proletarios no le importaba la política,
votaban como era su obligación y se desentendían del asunto. “En cierto sentido
es de mi equipo, pero como Lashade es mi padrino y él es oficialista no sé qué
hacer. No quiero quedar mal con mi padrino, pues Lorten es, en cierto sentido,
su enemigo político.”
“Haz lo que hago yo,” dijo Orgonal “lanza una
tapa de metal al aire, así decido mis votos.”
“Eres incorregible, mi amor.” Le
dijo Vamica. Rashide extendió el brazo para que Orgonal viera sus mensajes de
correo.
“Es lo que te había platicado.”
Orgonal leyó y se rió. “Es posible, es decir, desde un punto de vista meramente
técnico, como ingeniero en sistemas, te aseguro que es posible.”
“¿Qué cosa?” Vamica leyó el
mensaje y bufó. “Tonterías, esos son rumores.”
“¿Qué son rumores?” Preguntó
Rando, mientras terminaba su estofado y tiraba el contenedor en la basura para
ser reciclado en nuevos contenedores.
“Están diciendo que, en el sector
Oeste hay una zona sin vigilancia. Lo cual es una tontería, porque del sector F
a la I tiene micrófonos y cámaras secretas. Yo debería saberlo, soy ingeniera social
y el año pasado los instalamos.” Rando palideció y se sentó de golpe.
“¿Estás bien mi amor, quieres un
vaso de agua?” Le ofreció Rashide.
“No, estoy bien, es que comí muy
rápido.” Orgonal se levantó para servir un vaso de agua en la cocina y se detuvo
frente a las dos llaves.
“¿Quieres el agua con colorante
azul o verde?” Sirvió uno al azar y se lo llevó. “Acostúmbrate a la política
Rando, es mucha presión. Te lo dice una chica con ninguna presión, esa fábrica
podría funcionar sola, pero tu trabajo es diferente. Rashide tiene razón, es
más importante.”
“Gracias amor.” Se tomó el agua
verde de un trago y se levantó. “Tengo que irme, daré mi primer discurso con
Lashade. ¿Me verán en el comunicador?”
“Claro que sí mi amor.” Se
apresuró a decir Rashide. “Y me encargo de que éstas dos locas te vean
también.”
Rando
no dejó de pensar en lo que Vamica le había dicho. Sabía que nadie lo estaba
investigando aún, pero cada comunicador tenía un localizador global al que
cualquier proletario tenía acceso y si alguien sospechaba algo no les sería
difícil ubicarlos juntos. Viajó en el trasbordador veloz a través de los
sectores, mientras que todos le miraban con curiosidad. Había salido la noticia
en el comunicador, el héroe cosmonauta daría su primer discurso. Se tranquilizó
a sí mismo pensando que nadie notaría extraño que estuviera nervioso. Era su
primer día, nadie esperaba que estuviera calmado. Cuando llegó a su destino
había una comitiva que lo esperaba. Lashade se acercó corriendo para ponerlo al
día.
“El multifamiliar N fue
construido con los vestigios de otro multifamiliar que fue reciclado. Los
treinta departamentos de la esquina norte miden medio metro más que todos los
demás. Los inquilinos no quieren ser molestados, las treinta familias quieren
seguir disfrutando la comodidad, pero la ley es la ley.”
“¿Cuál es la tendencia de voto
del edificio?”
“Reformista en 68%, por eso te
pedí que vinieras. ¿Estás bien? Te ves un poco pálido.”
“No, estoy bien.” Rando se
tranquilizó respirando profundo. “Vamos.”
“Aquí están algunas notas, úsalas
y estarás bien.” Le entregó pequeñas láminas plásticas magnéticas de apuntes y
Rando las leyó mientras caminaba.
Lashade
y su equipo lo llevaron al auditorio del multifamiliar. Como todos los
auditorios tenía capacidad para 40 mil personas en tres pisos. El escenario
estaba vacío a excepción de un micrófono pequeño. Rando entró por la parte
trasera del edificio y miró por la cortina. La gente estaba fastidiada de
esperar. Pensó en lo que le había prometido a Adashon y salió al escenario con
un solo empujón. Tenía 40 mil pares de ojos encima. Las luces le impedían ver
bien. Notó que las primeras filas estaban muy ocupadas revisando sus correos y
los marcadores de Caleran. Tomó el delgado micrófono con una mano y miró hacia
el frente, mientras se acomodaba el cabello.
“Sé que muchos de ustedes están
cansados, quieren irse a casa. Los entiendo, a nadie le gusta estar esperando a
un político para que dé el discurso de siempre. El discurso que hemos escuchado
tantas veces desde que éramos niños. Están cansados de ese discurso y yo
también. Incluso venía preparado con anotaciones para este discurso, pero mejor
olvídenlo.” Mostró las láminas plásticas y las tiró al piso. Pudo escuchar al
equipo político de Lashade conteniendo la respiración, pero a Rando no le
preocupó. Nunca se había sentido tan vivo como en ese momento. “Han estado
esperando horas enteras para decidir qué hacer con un asunto que, la mayoría de
ustedes, considera inútil y absurdo. Los inquilinos favorecidos piensan que no
pasa nada, ¿qué es medio metro más? No es nada. Eso parece en la superficie.
Ellos piensan, ¿qué tiene de malo que
tengamos un poco más? Yo les diré qué tiene de malo. Había otro grupo
como ellos, hace 1977 años atrás. Antes de que el comunismo fuese global. Se
llamaban los burgueses. Un grupo desconsiderado y cruel que oprimió a los
proletarios por siglos enteros. ¿Qué tiene de malo tener más tierras? Se
preguntaban ellos, ¿qué tiene de malo ser los dueños de las fábricas y de los
multifamiliares?, ¿qué tiene de malo cobrar por los servicios de salud? Todos
ustedes lo saben, lo enseñan en el colegio. Los burgueses conquistaron y
oprimieron al proletariado pero yo les diré algo que no enseñan en el colegio.
Les diré algo que, para muchas voces oficialistas, es prohibido. Esos mismos
burgueses no eran monstruos de siete patas. Eran personas como ustedes y como
yo. Su conquista y su poder no se basaban únicamente en la violencia, sino en
los razonamientos torcidos. Las falacias que convencen y justifican la barbarie.
Los burgueses podían ser cualquiera, un extraño en el parque o sus propios
vecinos. ¿Qué tiene de malo tener más mientras que los demás tienen menos? Yo
les diré qué tiene de malo, aunque a algunos políticos no les guste, no es
justo, no es racional. ¿Quieren que unos pocos tengan más? Y ¿por qué? Todos
trabajamos igual, todos cooperamos, todos tenemos sacrificios, ¿es qué no somos
todos iguales? Damas y caballeros seamos racionales por un segundo, que la
apatía no obre en nuestra contra. No dejemos que nuestra holgazanería le abra
las puertas a la burguesía. Proletariado ¡escúchenme! Llego a ustedes con las
manos abiertas, suplicando y rogando porque nuestros principios democráticos no
sean echados a un lado. ¿Qué tiene de malo tener más? Dicen ellos. Yo digo que
tiremos el edificio abajo y lo hagamos de nuevo. Yo digo que apostemos por un
futuro donde todos seamos iguales, y no un futuro con distinción de clases y
opresión burguesa. Échenlo abajo, expulsen a la burguesía de sus hogares y de
sus corazones. ¿Qué dirán los políticos de siempre? Dirán que es caro, dirán
que es mejor que todo quede como está. Se equivocan, ¿quieren un mundo mejor?
Voten ahora, aprueben la iniciativa de reciclar el edificio y construir uno
mejor. Señores y señoras, voten por mí si quieren un Ralia mejor, un Ralia del
proletariado. El futuro está en sus manos. Damas y caballeros, muchas gracias.”
Rando
regresó detrás de la cortina. Los aplausos eran atronadores. Su corazón iba a
mil por hora y podía sentir cómo toda su piel se erizaba. El equipo de Lashade
estaba boquiabierto. El vocero público lo abrazó con fuerza y lo instó a salir
de nuevo. La gente estaba fascinada. Rando agradeció a todos y regresó con
Lashade.
“Nunca había visto algo
semejante, Rando eres natural.” Le mostró su comunicador. “Entra al programa
democrático. Tenemos una mayoría aplastante, todos menos los inquilinos con
medio metro más de espacio. Eres un genio.”
“Y mira ésta votación...” Era su
perfil público, los votos habían triplicado desde su aterrizaje. “¿Cuatro
millones de votos? Es imposible Lashade.”
“La subsecretaría de reciclaje de
multifamiliares está partida en cuatro, una por cada sector, algunas voces
reformistas querían que se fusionaran en una sola. Con éste reciclaje
justifican su presupuesto. Miles de personas conservarán los empleos que aman
gracias a ti. Esas personas votan, como también sus esposos y esposas.”
Salieron por la puerta trasera, había una multitud congregada. Lashade sonrió y
apretó manos mientras Rando era asaltado por cientos de personas que querían
felicitarlo, abrazarlo y besarlo en las mejillas. Lashade se alejaba hacia el
transporte en cables, cuando se dio cuenta que Rando se había quedado atrás
hablando con la gente.
“He enviado docenas de
solicitudes, pero no me cambian de trabajo.” Decía una mujer de 80 años que
cargaba a su bebé. “Quiero más tiempo para mi bebé, antes de dárselo a la
soviética.”
“El holograma en el lago no
funciona y nadie viene a repararlo, ¿podría revisarlo?” Decía un joven.
“Se rompió mi ventana y la
fábrica de vidrio no me ha enviado el pedido porque dicen que mi comunicador no
envió el archivo correctamente, pero los técnicos no lo quieren revisar porque
la fábrica no ha hecho una queja formal, ¿podría apresurarlos? Me urge esa ventana.”
“Señores, señoras, escríbanme un
mensaje con sus necesidades cada día cuando voten por mí en mi perfil público.
Tendré a un asistente específicamente para eso y verán que me encargaré de
todos ustedes.” Lashade regresó con él y lo fue apurando, mientras hacía acto
de presencia.
“Bienvenido a la política. Tengo
a un equipo político esperándote en la oficina del congreso.” Le explicaba
Lashade en el transporte reservado para ellos.
“Quiero tener a gente ocupándose
de estas cosas, lo harán más fácil para mí.”
“Ayudar a tus votantes es
importante, pero tú tienes que estar allá afuera, no peleándote en oficinas
burocráticas. En estos días tomarás una decisión importante, los archimandritas
quieren decidir sobre su uso de suelo, argumentando su estatus político. Los reformistas
votan en contra, los oficialistas como yo votamos a favor.”
“¿Cuándo es la votación?”
“Todavía falta, pero será la
decisión más importante del año. Ahora te faltan seis reuniones más antes de
acabar el día.” Lashade sonrió y le tomó del hombro. “Bienvenido a la
política.”
Las
reuniones habían sido más aburridas de lo que había pensado. La más importante
fue una comisión investigadora que analizaba la posibilidad de añadir 2% más
jabón al agua de la regadera. Rando quería regresar con la gente para sentir su
admiración y sus esperanzas. En los días venideros se aseguró de que su equipo
le diera seguimiento a todas las peticiones de sus votantes. Él mismo no podía
hacerlo, estaba de una reunión a otra. Lorten, el reformista más importante del
país, era el único que no estaba feliz de conocerlo. Mientras que todos los
reformistas le daban la bienvenida como a un héroe Lorten se limitó a
estrecharle la mano y esperar su turno para hablar. “Yo apoyo una moción para
que la vigilancia en parques se procese más rápido, pero procesándola por
nombre y número. El sistema que ahora tenemos no discrimina entre personas,
pero creo que tendríamos que empezar a hacerlo. Uno nunca sabe.”
Rando
palideció. Era obvio. Su primer enemigo político y tenía las armas para
hundirlo. Los demás reformistas no estaban de acuerdo, pero el precedente ya
estaba dado. En las demás reuniones reformistas y discusiones en el congreso
Rando evitó a Lorten lo más posible. Su único lugar seguro era su departamento.
Orgonal y Vamica le habían comprado una nueva plantilla plástica magnética para
sus apuntes. Orgonal había ahorrado trabajando horas extra en la fábrica.
Rashide no se perdía ninguna de sus apariciones públicas y siempre le tenía
preparada su comida antes que llegara. Rando pasaba la mitad de la comida
leyendo mensajes y revisando tendencias de votos, y la otra mitad escuchando las propuestas de
Rashide.
“Es completamente factible,”
insistía el ingeniero en sistemas “las naves no tienen control sobre su propia
navegación y muchas veces fallan los sistemas remotos. Podemos hacer de las
naves satélites de información. Ampliaríamos la red de telecomunicaciones
interplanetarias en un 300% en cuestión de meses.”
“Es una excelente idea, pero ¿por
qué no lo hace tu departamento?”
“Mi jefe pone excusas, dice que
no nos toca. La verdad es que a nadie le toca porque es algo nuevo. ¿Crees que
podrías presentar la moción al congreso?”
“Veré que puedo hacer.”
Trató
de presentar la moción en el congreso a la mañana siguiente, pero fue imposible.
Los congresistas estaban demasiado ocupados discutiendo sobre la ración extra
de 2% de jabón. Los congresistas alcanzaron mayoría y pasaron la cuestión a los
voceros públicos. El voto de los voceros dependían de los votos públicos y
Rando era uno de los más importantes. La moción pasó con mayoría. Ahora todos los proletarios de Felna gozarían de
1.3% más jabón en el agua de la regadera. Lorten presentó moción en la cámara
justo cuando todos los voceros salían del congreso. Fueron avisados en la salida
y tomaron asiento en las tribunas del segundo piso. Las sillas plásticas eran
azules, y Rando nunca había visto semejante color en una silla, por lo que no
se quejó de quedarse más tiempo, incluso si era por Lorten. Lashade se sentó a
su lado mientras revisaba la pantalla de su comunicador.
“¿De qué se trata esto?” Preguntó
un vocero detrás de Rando. “Participo en ocho juntas vecinales hoy y me están
esperando.”
“Es por los archimandritas.”
Contestó Lashade sin voltear la cabeza. Rando observó que, en el piso inferior,
justo frente a ellos, entraba un grupo de cien archimandritas. Todos vestidos
de negro con barbas largas. Eran los únicos proletarios que podían tener vello
facial. Lo cultivaban por años, pues la ingeniería racial de principios del segundo
siglo había mezclado las razas para que solo hubiera una, la cual
lamentablemente era lampiña casi por completo. Ahora todos eran morenos de ojos
rasgados y Rando siempre trataba de imaginar cómo era la gente antes de la
ingeniería racial.
“Si pudiera tener su atención por
favor.” Todos guardaron silencio a petición de Lorten. Rando revisó su
comunicador, tenía un nuevo mensaje del grupo de amigos del Beraner. Era el
código que usaba Adashon. Quería verlo en el parque del sector K para jugar
Beraner y platicar.
“¿Pasa algo?” Le murmuró Lashade.
“No, nada. Me surgió una junta
vecinal que no puedo posponer. Es después de este voto, no te preocupes.”
Lashade asintió mientras saludaba de lejos a los archimandritas.
“Los archimandritas son muy
poderosos, el socialismo sigue teniendo muchos creyentes.”
“No podemos hacernos los ciegos,”
comenzó Lorten “La fábrica de calzado produce el 15% de la congestión en los
trenes magnéticos de la zona norte. Dicho simplemente, la fábrica está muy
lejos. ¿Por qué deben viajar hasta dos horas y media los obreros cuando hay
espacio suficiente en el sector A? Existen dos templos proletarios en el sector
B, yo propongo que movamos uno de esos templos a otro sector e instalemos en su
lugar parte de la fábrica de calzado. Propongo que los voceros voten ahora
mismo entre mantener los privilegios de los archimandritas o mejorar la calidad
de vida del proletariado. Les invito a demostrar que el sistema democrático
sirve al pueblo y no a los archimandritas.”
“Tiene sentido...” Murmuró alguien
detrás de Rando.
“Está separando el proletariado
de los archimandritas. Son la misma cosa.” Corrigió Lashide.
“Ya están entrando los votos.”
Dijo Lorten mientras encendía una pantalla holográfica frente a él que mostraba
los votos.
La mayoría de los
oficialistas votaron en contra, necesitaría de los reformistas para alcanzar la
mayoría. Lorten votó a favor y con él se sumaron otros doce voceros, cada uno
con miles de votos que los respaldan. Rando no sabía qué hacer. En un lado de
la pesa estaba su padrino político, en el otro estaba el líder de la facción
reformista, un hombre que le envidiaba y amenazaba con exponerlo. La votación
se detuvo, faltaba la mayoría de los voceros reformistas. Lo esperaban a él.
Rando respiró profundo y votó en contra. Hubo un momento de sorpresa, murmullos
y expresiones confundidas. Los archimandritas se levantaron y le aplaudieron.
La mayor parte de los reformistas le siguieron. Lorten vio cómo su moción era
rechazada por aplastante mayoría. Ambas facciones le aplaudieron. Rando se puso
de pie y agradeció con ademanes. Con el rabillo del ojo miró su perfil público,
había ganado medio millón de votos. Todos los socialistas reformistas que se
sentían alienados con los oficialistas y rechazados por los reformistas le brindaban
su apoyo.
Salió
del congreso estrechando manos y sonriendo. Ya no pensaba en política, pensaba
en Adashon. Mientras esperaba en la
estación de tren notó las miradas. Revisó las noticias en el comunicador, su
rostro estaba en primera plana. La canciller suprema de Ralia, Rewil-
HF823-5021G celebraba la decisión desde la ciudad-política, la capital de la
soviética, en Croleran. Vestía igual que todos, pero aún así se destacaba. Optó
por no hacer contacto visual hasta llegar al parque. Adashon le esperaba en una
mesa de Beraner.
“Leí las noticias,” dijo ella “y
creo que todos los que están en el parque también.”
“Encontraremos la manera.” Dijo
Rando.
“No hay ley contra tener amigas.”
Adashon señaló con la mirada hacia el puercoespín. El mensaje era claro,
estaban siendo vigilados.
“Tienes razón.” Adashon abrió el
juego con su jugada favorita y Rando sonrió “Siempre empiezas igual. Irás
alineando los drones en cuadrados, para que metas ahí un tanque y subas las
piezas para montar tu ofensiva.”
“Soy predecible en el Beraner, lo
admito. Espero que tú no te conviertas en un político predecible. En la mañana
leí que un vocero público había visitado la zona prohibida en la región sur y
había afirmado que no había peligro.”
“¿De nuevo con esto?” El
comunicador de Rando sonó, era una llamada privada de Rashide. “No hay anda en
el sur, la gente fue deportada a Marte y están reciclando la ciudad. Fue una
decisión democrática.”
“¿No vas a contestar? Podría ser
del trabajo.”
“Es Rashide.” Rando se levantó y,
en cuanto le dio la espalda a Adashon ésta cambió algunas piezas de lugar.
“¿Qué pasa mi amor?”
“Rando,” Estaba sudando y
nervioso. La cámara mostraba que estaba en su trabajo. “Necesito que me hagas
un favor, hay vidas de por medio.”
“¿Qué ocurre, estás bien?”
“Hay una investigación rutinaria
en mi área de trabajo y estoy a la mitad de algo. Tengo un ataúd flotante y a
menos que revise los códigos y reemplace el programa todos se van a morir allá
adentro. Es una cuestión de caravana en Marte, pero necesito que me quites a
esta investigación de encima.”
“Veré qué puedo hacer.”
“¿Estás en el trabajo?”
“Sí, no te preocupes Rashide,
veré que se puede hacer.”
“¿Qué ocurre?” Le preguntó
Adashon cuando se sentó en la mesa. Rando no contestó, escribía un mensaje de
texto. “¿Todo bien?”
“Rashide no puede seguir
trabajando porque le están haciendo una inspección de rutina. Le pedí a uno de
mis asistentes que supervisara el asunto. No creo que se pueda hacer nada, esas
inspecciones se hicieron ley con una votación hace más de un siglo.”
“Los triunfos de la democracia,
hemos creado tantas leyes para regular tantas cosas que necesitamos un manual
para abordar un tren.”
“La democracia es el mejor
sistema porque se elige todo por mayoría.” Rando movió su martillo tres
espacios, para conectarlo a un dron y llevar la pieza al tablero superior.
“Todos decidimos sobre cada aspecto de nuestra vida.”
“No, un montón de políticos con
un montón de votos en sus perfiles públicos deciden todo, nosotros solo
apretamos un botón y vivimos con miedo.”
“La democracia no lleva al miedo,
todo es abierto.”
“¿Abierto?” Adashon movió su
espada tres espacio, se comió un dron de Rando y bajó la pieza al tablero
inferior para comerse un martillo. “Vivimos con miedo Rando, hasta tú lo haces.
Sabes por qué lo digo. ¿Qué tal si la mayoría se equivoca?”
“La mayoría no se puede
equivocar. El pueblo elige su destino.”
“Yo no soy el pueblo Rando, soy
una mujer con mis propios sueños y ambiciones. ¿Quién es el pueblo? No eres tú,
ni la pareja que se besa en esos árboles, ni los ancianos en la mesa de al
lado. Nadie es el pueblo. Lo más cercano al pueblo es la política, con todo lo
hipócrita y taimada que es. Ahora eres parte de eso, la democracia y su
política te va a devorar.”
“Adashon, no digas esas cosas.”
Señaló al puercoespín y susurró “nunca sabes quién escucha.”
“¿Y tú decías que no vivimos con
miedo?” Adashon se levantó para irse, cuando empezó a sonar el comunicador de
Rando. “Contesta Rando. Te veré después.”
“Adashon espera...” Trató de
detenerla, pero era tarde. Respondió la llamada, era un encargado del
departamento de ingeniería en sistemas de vuelos estelares.
“¿Rando?” Preguntó el extraño.
Rando asintió a la cámara en su comunicador. “Tengo malas noticias, su esposo
fue internado. Lanzó su silla contra el monitor de la oficina.”
“No, no puede ser.” Rando se
sentó y trató de calmarse. “¿Fue llevado a la escuela de cuadros?, ¿por cuánto
tiempo?”
“Usted sabe cómo es esto, por
tiempo indefinido.”
Vamica,
Orgonal y Rando visitaron a Rashide al día siguiente. La escuela de cuadros
tenía un transporte propio, un tren magnético que llevaba al centro de la
ciudad. La escuela de cuadros era un edificio de concreto pintado de gris con
la forma de un cubo perfecto. No había ventanas de ningún tipo, únicamente una
puerta para empleados y reclusos y otra para los familiares. Esperaron en fila
mientras la gente susurraba cosas acerca de Rando. Ingresaron al edificio y
fueron procesados individualmente y enviados a distintos elevadores. Los
elevadores no sólo subían o bajaban, sino que se transportaban en rieles entre
las celdas. Rashide estaba acostado en
el suelo, rapado y apenas vestido con una bata blanca. Los tres se lanzaron
contra Rashide para abrazarlo.
“Mi amor, ¿estás bien?” Rashide
dejó escapar unas lágrimas y sonrió.
“Te debo estar costando votos
Rando, perdóname.”
“Eso es lo que menos importa. ¿Te
están tratando bien?”
“Sí, todo está bien.” Rashide
miró hacia la cámara en el techo. Todos entendieron lo inútil de preguntar
semejante cosa. Orgonal lo abrazó de nuevo y le besó en el cachete.
“Saldrás en cualquier momento y
volveremos a jugar Caleran, como en los viejos tiempos.”
“Yo fui promovida,” dijo Vamica
“me voy a Marte mañana mismo con Moteral, mi amigo de la oficina. Te escribiré
todos los días y te enviaré videos por el comunicador. ¿Te dejan usar el
comunicador?”
“No, está desactivado. Me
gustaría jugar Beraner virtual, quién sabe, quizás algún día sea tan bueno como
tú Rando.”
“Es mi culpa. Tu crisis nerviosa
es mi culpa.”
“No mi amor, hiciste lo que pudiste.”
Rando pensó en Adashon y se mordió el labio. Era su culpa y ahora Rashide, el
hombre que lo amaba más que a nada en el mundo, estaba en una celda. Recordó lo
que Adashon le había dicho, que todos vivían con miedo. Rando no quería
aceptarlo, pero al ver a Rashide sabía que el sistema tenía fallas.
“No me importa quién escuche
Rashide, pero este sistema tiene fallas.”
“Claro,” bromeó Orgonal “cuando
yo lo digo soy la rebelde, cuando él lo dice es un héroe.”
“Cuando tú lo dices Orgonal,”
replicó Vamica “todos los censores del país se relamen los labios para mandarte
aquí. Que te sirva de lección Orgonal, tienes que tener cuidado.”
“Hazle caso preciosa,” dijo
Rashide “me tratan muy bien, pero preferiría estar con ustedes.”
“Te sacaré de aquí Rashide,” dijo
Rando “ya lo verás.”
“Si alguien puede perfeccionar el
sistema, eres tú Rando.”
Al
día siguiente Orgonal y Rando despidieron a Vamica en la entrada de la estación
de trasbordadores atmosféricos. Regresaron en silencio al departamento. Lo
sentían más vacío. Rando no volvió a escuchar de Adashon, y se concentró en su
trabajo. Si antes le sonreía a los votantes, ahora los abrazaba y besaba a los
bebés. Lashade le llevó a una reunión de censores políticos para establecer el
discurso anual oficial. Lorten estaba ahí y no quiso saludarle. Lashade,
después de todo, era oficialista, mientras que Rando ganaba más popularidad que
Lorten con cada discurso y con cada gesto público. La reunión había sido
monótona y aburrida, como casi todas las reuniones, pero Grelte, un vocero
viejo le resumió la situación a la perfección.
“Es el equilibrio de Ralia,
Lorten y los extremistas quieren empujar todo a un rinción, Lashade quiere
empujarlo a otro. Ninguno de los dos ganas porque se sabotean mutuamente, de
forma que lo único que podemos hacer es votar al centro, ni oficialistas ni
reformistas.”
“Pero, ¿y las facciones
políticas?”
“Rando, Rando, eres muy joven
para entenderlo. No hay facciones.”
Se
reunieron en el congreso para votar si cambiaban de color las mesas de Beraner
en el parque. Rando fue invitado especial, pues era famoso por su talento como
jugador. En vez de sentarse con los demás voceros en el balcón del segundo piso
se sentó al lado del podio donde Lorten declamaba por quince minutos sobre si
los proletarios necesitaban o no que sus mesas de Beraner fuese color turquesa.
Había tecnicismos en todo ello, la pintura turquesa era más cara, pues las
fábricas de pintura no la procesaban en grandes cantidades. El congreso estaba
repleto, incluyendo a los archimandritas que se susurraban entre ellos, muertos
de aburrición. Lorten terminó su discurso y encendió la pantalla holográfica
para el conteo de votos. Los oficialistas estaban en contra, los reformistas
leales a Lorten estaban a favor. Rando miró la pantalla como si nunca la
hubiese visto antes y entonces se dio cuenta. Él rompía las elecciones entre
los extremos. Lashade lo estaba utilizando para tener a un oficialista con piel
de reformista. No había querido ver a la política como un juego de Beraner,
pero eso era precisamente de lo que trataba. Rando votó con Lashade y, junto
con él la mayoría de los reformistas siguieron ciegamente su voto.
Todos
se levantaron de sus asientos. Rando fue llamado por uno de sus asistentes. Le
mostró una pantalla plástica de su perfil público.
“Hubo cuatro decesos, ¿desea dar
una declaración?”
“No conozco a casi nadie de mis
contactos, déjame ver...” Rando siguió la pantalla con el dedo y negó con la
cabeza.
“Ésta es de los contactos de sus
amigos. Adashon-GL892-3408C. Tiene GL en su código de identificación, como
usted. ¿La conoce?”
“Adashon...”
Le quitó la pantalla y
buscó su nombre en la prensa, entre los decesos del día. Según la nota Adashon
se había suicidado al saltar desde el techo de su multifamiliar. Dentro de un
bolsillo encontraron una pieza de Beraner envuelta en la hoja de un libro. Como
los libros habían sido ilegales por más de mil años la evidencia estaba
retenida por las autoridades. Rando se sentó en una silla plástica detrás del
podio y trató de calmarse. No podía mostrar emociones o sería objeto de
sospecha.
“Esa chica...” Dijo Lorten “¿No
es la chica con la que estuviste en el parque del sector G? Los historiales del
GPS no mienten. ¿Será que eran algo más que amigos?”
“Lorten, ahora no.” Rando se
levantó, tenía gana de reventarle la nariz. “Estamos en el mismo equipo, las
amenazas vienen sobrando.”
“¿Mismo equipo? Lo dudo, eres del
equipo de Lashade. Te robas mis votos. Haré una denuncia formal saliendo del
congreso. Quiero que te investiguen a fondo desde que llegaste de Júpiter.”
“Lorten,” Rando cerró los ojos e
imaginó la situación como una partida de Beraner “si eres inteligente votarás
conmigo, si eres terco... bueno, si eres terco siempre te podré hundir más.”
Rando lo empujó a un lado y subió al podio. La mitad del congreso ya estaba en
la puerta, pero se detuvieron al ver que un vocero hacía una acción pública no
programada. “Congresistas, voceros y archimandritas. Me temo que ha llegado la
hora de poner las cartas en el asunto. ¿Acaso el proletariado merece menos?”
“¿Qué es todo esto?” Un
congresista trató de subir al podio, pero Lashade se interpuso.
“Lo sé, lo sé, no estaba
planeado. Pero nunca iba a ser planeado. Hablo de decidir ahora o nunca si los
archimandritas merecen decidir sobre los
terrenos que manejan.”
“Pero, pero, pero no lo hemos
mandado a comisión.” Se quejó un congresista.
“¿El sistema tiene fallas y
ustedes quieren mandarlo a comisión?” Sabía que los censores políticos le
multarían por semejante expresión, pero también sabía que al menos una cuarta
parte de los votantes de todo el país reaccionarían con eso. “El proletariado
está cansado de una democracia lenta y burocrática. Ellos quieren resultados
ahora, no en comisiones. Les invito, si se atreven, a decidir ahora o nunca
sobre este tema tan importante.”
“¡Esto es inaudito!” Gritó
Lorten. “Que se baje el camarada en este instante.”
“¡No! Tuviste tu oportunidad
Lorten y la desperdiciaste con mociones inútiles.” Los archimandritas
aplaudieron al unísono. “Entiendo que hay reformistas miopes allá afuera que se
oponen a todo lo que los oficialistas dicen. Entiendo también que los votantes
están cansados de eso. Camaradas reformistas, ¿acaso un creyente no tiene
tantos derechos como un no-creyente? Vivimos en el paraíso de los trabajadores
donde no hay obligación en el credo, pero tampoco hay prohibición. Equilibrio
entre las dos es la clave del progreso, ¿y qué hay más reformista que el
progreso?”
Golpeó
el podio y miró hacia la cámara del fondo con el mentón hacia arriba. Debajo de
él estaba la gráfica con los votos oficialistas en ascenso. Los reformistas de
Lorten votaron en contra, pero ésta vez eran menos. Esperaban a Rando. Apretó
el botón en su comunicador para apoyar la moción. La gran mayoría de
reformistas lo siguieron. Los archimandritas ahora podían decidir sobre el uso
de su suelo. La sala estalló en ovaciones. Sus asistentes le mostraron las
gráficas de los votos ciudadanos, ahora tenía más votos que Lorten. Mientras
salía por la puerta principal y recibía las bendiciones de los archimandritas
pensó en Adashon y en Rashide. El sistema tenía sus fallas y él podía
arreglarlas sin convertirse en Lashade. Un par de gordos congresistas lo
escoltaron bajo una estatua de cinco metros de la canciller suprema.
“Entendemos que su esposo está en
escuela de cuadros por una... lamentable crisis nerviosa.” Rando los miró a los
ojos sin decir nada. “Ese tipo de cosas... se come a los votos.”
“Rashide es mi esposo y lo amo.
Él es más importantes que los votos.” Uno de los congresistas sonrió y reprimió
la risa.
“Quizás haya algo que podamos
hacer para ayudar. Necesitamos que alguien joven y popular lance la moción de
reciclar algunas zonas que son, francamente, económicamente no-viables. Es la
clase de cosas que siempre se discute y nunca se hace.”
“Con una condición, tienen que
convencer a Lorten.” Los congresistas se miraron confundidos. “No le digan que
yo votaré a favor. Díganle que votaré en contra, pero que con su voto basta.”
“¿Y por qué querrías que tu
adversario político gane popularidad a tu costa?”
“Vamos, nadie aquí es adversario
político, todos somos iguales, ¿recuerdan?” Un congresista sonrió, el otro le
dio un par de palmadas en la espalda.
“Bien pensado, ¿para qué aislarlo
tanto que tenga que defenderse con uñas y dientes? Eres tan buen político como
eres jugador de Beraner.”
Esas
palabras lo persiguieron durante todo el día. No se convertiría en ellos, lo
tenía claro. Prefería morir a verse un día convertido en un hipócrita que
únicamente se preocupa por votos, popularidad y poder. Ellos eran el medio a un
fin, y funcionaron. Rashide fue absuelto al día siguiente y Rando lo recogió en
la puerta de empleados del enorme cubo que era la escuela de cuadros. Esa
noche, cuando se acostaron a dormir, Rando trajo consigo una lámina plástica y
un pequeño gancho. Rashide sonrió, era la única manera de tener conversaciones
honestas sin preocuparse por las cámaras y los micrófonos.
“Gracias Rando, no sé que hayas
hecho para sacarme, pero... Gracias.” Se metieron debajo de la sábana, iluminados
por la lámpara del buró y Rashide escribió con cuidado. “Me torturaron para
lavarme el cerebro.”
“Rashide...” Rando escribió en la
lámina. “Necesito que me hagas un favor. ¿Puedes burlar el GPS del comunicador
por unas horas?”
“¿Qué tienes en mente?” Escribió
Rashide. Rando alisó la placa plástica para volver a escribir. No podía
mencionar a Adashon, pero ya había pensado en un plan.
“Alguien me habló de rumores
sobre el sector prohibido. Quiero verlo por mí mismo.”
“Lo haré con gustó, pero cuidado
con lo que encuentres. ¿Y si todo el sistema está podrido?” Rando leyó la frase
varias veces y meditó su respuesta.
“Lo está.”
“¿Y si no tiene solución?”
Rashide le miró intensamente con lágrimas en los ojos.
“Entonces le damos una.”
Rashide
había sido transferido de trabajo. Orgonal bromeó con hacer lo mismo para que
la sacaran de la fábrica. Rashide no podía acompañar a Rando, pero Orgonal
tenía el día libre. No pudo decirle adónde iban. Orgonal se dio cuenta que era
algo ilegal, pues Rashide los llevó al único punto ciego de las cámaras del
edificio. Usó herramientas de su trabajo para conectarse de manera remota al
sistema de GPS y ubicarlo en el punto ciego de las escaleras del multifamiliar.
“Tengan en cuenta,” les dijo
Rashide “que el sistema de posición global pensará que estarán en ese punto
ciego, pero no puedo hacer nada con las cientos de cámaras en el edificio y en
la ciudad. Si alguien quiere investigarlos y es meticuloso, los descubrirá.”
Rando
y Orgonal viajaron en tren magnético hasta la frontera con la zona sur. Las
estaciones que conectaban con el área prohibida estaban vigiladas por soldados.
Rando sabía que el punto débil de la vigilancia estaría en lo profundo del
parque del multifamiliar del sector P. Caminaron entre los árboles y cruzaron
la frontera en una parte donde la valla de contención había sido doblada por
los árboles. Rando sabía lo que Adashon habría dicho, era el triunfo de la
naturaleza sobre la razón. El bosque se extendía por la zona prohibida. El
departamento del servicio forestal tenía prohibida la entrada, por lo que la
vegetación se extendía salvajemente hasta un edificio de compras a medio
demoler, en pleno proceso de reciclaje.
Se
ocultaron entre los escombros para adentrarse más hacia el sur. Cruzaron los
restos de la estación de tren magnético. Naturalmente el tren y la vía habían
sido reciclados. Al pasar otro parque se sintieron lo suficientemente seguros
para caminar por el concreto partido de las calles adentrándose más en la zona
prohibida. Orgonal se pegó a Rando, por primera vez escuchaba silencio apenas
roto por el trinar de los pájaros. Estaban en una ciudad fantasma, los enormes
edificios carecían de ventanas y, en su mayoría, habían sido vaciados en su
interior dejando solo el frente del edificio. No había masas de personas
caminando, hablando, riendo y esperando transportes. Sus pasos resonaban sobre
el concreto y rebotaban contra las paredes de los edificios.
Con la ausencia de
trenes, transportes de cables y camiones, Rando se percató que las calles eran
sumamente anchas, quizás más de cien metros de anchas. Aún sobrevivían algunos
pasos peatonales para cruzar a la acera de enfrente, en su mayoría repletos de
moho y nidos de palomas. Sin la asistencia del departamento de vida silvestre
nadie había podido cazarlas a todas y ahora vivían salvajemente sobre los
restos de una civilización racional. Rando se preguntó si algún día, muy
lejano, así como las palomas miraban a esos restos de edificios como montañas
sin significado alguno, alguien miraría atrás y vería la grandiosa civilización
comunista, con sus complejidades y sus billones de proletarios, como algo
carente de sentido. Orgonal pensaba lo mismo, pues se pegó a su brazo y le dijo
en voz baja “¿Así es como vemos a la civilización previa a la nuestra?”
“No,” respondió Rando en voz alta
“nosotros no la vemos en lo absoluto. Ya no queda nada. Si acaso quedan
vestigios como hojas de libros y viejos aparatos enterrados cientos de metros
en la tierra. Pero esa civilización terminó por el comunismo, ¿qué terminó con
ésta?”
“El comunismo” Dijo Orgonal.
Rando le tapó la boca y se agacharon. “No hay micrófonos aquí Rando, si los
hubiera ya estaríamos en escuela de cuadros.”
“Es cierto, disculpa. La
costumbre.” Sortearon una estatua caída a pedazos de un martillo y una hoz.
“Tienes que tener cuidado Orgonal, tu lengua te meterá en problemas.”
“¿Aún no lo ves Rando? Detrás de
todas esas palabras bonitas, los votos, los parques, el Beraner y el holodromo
se encuentra la terrible monotonía de una prisión.”
“Exageras, una cosa es que tu
trabajo sea monótono y otra muy diferente... Es decir, con tanto que puedes
hacer, como unirte a una banda de Tucton o talleres de actuación, ya que te
gusta tanto el holodromo, no culpes a la soviética de tu aburrimiento.”
“Rando, ¿no se te hace extraño
que el tucton es la única forma de arte permitida?, ¿no te has dado cuenta que
todas las obras en el holodromo tratan de lo mismo? Piénsalo, un color para los
edificios de departamentos, otros para el edificio de compras y otro para oficinas
y fábricas. ¿Por qué no puedo decidir mis propios colores? Peor aún, me
matarían si lo hiciera. Me matarían por tantas cosas que lo único que queda es
bajar la cabeza y vivir la eterna monotonía de esta prisión tan perfecta y tan
racional. Nos hemos esquinado a nosotros mismos Rando, nos hemos esquinado a
una prisión hecha de nuestra propia razón.”
“¡No se muevan!” La voz vino de
entre los escombros de un edificio. Rando y Orgonal se dieron vuelta presos del
pánico. No era un soldado, de hecho no era nada que hubiesen visto antes. Era
un hombre vestido con un traje plástico de color naranja, con una máscara
apretada con oxigenador con un largo tubo hasta el filtro, conectado a un
cinturón plástico. El hombre sostenía un rifle militar, pero por su porte no
parecía un soldado. “¿Qué hacen aquí?”
“Nada.” Se apresuró a decir
Orgonal.
“Yo conozco ese traje... Yo los
había visto antes en el transporte a Júpiter, es...”
“Un traje contra radiación.” Se
apresuró el hombre. “¿Quiénes son?”
“No venimos a causar problemas,
queríamos ver qué era de la zona prohibida. No esperábamos ver a nadie. ¿No
deberían estar todos en Marte?”
“¿Marte?” El hombre se repitió la
palabra varias veces, como si fuera nueva. Les indicó que lo acompañaran hacia
los escombros donde, entre columnas derrumbadas, tenía una colección de latas
de conserva y un camastro. “¿Por qué estaríamos en Marte?”
“Por la deportación masiva, esa
es la historia oficial.” Orgonal se sentó sobre una caja de comida, mientras
que Rando permanecía en la puerta, sus ojos fijos en el rifle.
“¿Qué deportación? Aquí no hubo
deportación. El disruptor de núcleo se hizo inestable. Primero vino el pulso
electromagnético y todos nuestros comunicadores se apagaron para siempre. Luego
vino la radiación. Eran olas de color violeta que atravesaban todo. Ningún
peatón sobrevivió el accidente. La radiación los enfermó y en menos de una hora
ya estaban muertos.”
“Es ilegal tener disruptores en
la Tierra.” Dijo Rando, “¿cómo lo construyeron y cómo lo sacaron sin llamar la
atención?”
“¿Quién dice que lo sacaron?
Sigue funcionando. La soviética razonó que no tenía sentido perder una
inversión tan valiosa por unos cuantos miles de personas.” El hombre se sentó y
colocó el rifle contra la pared. Se quitó la máscara con cuidado, revelando
llagas en su rostro. “Los que no murieron de inmediato comenzaron a caer
muertos en el hospital. Ya no había lugar para todos, por lo que los soldados
transportaron a los enfermos a los incineradores. Algunos de nosotros
sobrevivimos porque nos escondimos en el departamento. El concreto nos salvó
del choque inicial. Aún así, todo es radioactivo y cada día vomito un poco más
de sangre.”
“Sin un comunicador que
funcione,” dijo Orgonal “no pueden rastrearle.”
“Así es, pero están reciclando
todo, hasta el concreto en el suelo. Tarde o temprano me encontrarán, como han
ido encontrando a los otros. Moriré aquí, no tengo duda.”
“Esto es demasiado.” Rando salió
de la estructura hacia el aire fresco. “No puedo más.”
“¿Estás bien Rando?” Orgonal le
tomó de la mano. “No deberías inhalar tan fuerte, hay radiación en el ambiente.
Mejor nos vamos.”
“Sí, mejor vámonos de aquí. Con
algo de suerte y algún día pensaré que nunca fue cierto.”
“No Rando, no te lo permitiré. No
te olvides de lo que nuestra amada madre es capaz de hacer. Antes de que
salgamos de esta zona sin micrófonos, ¿por qué vinimos realmente?”
“Orgonal, tengo que decirte
algo,” Rando se apoyó contra la pared de concreto de un edificio vacío y se
restregó los ojos. Nunca se lo había dicho a nadie antes y no sabía cómo
decirlo. “A veces tienes tanto en la cabeza que ha estado ahí por tanto tiempo
que no sabes cómo decirlo y te pesa en la cabeza.”
“Sé a lo que te refieres. No te
preocupes, sólo sácalo.”
“Desde que estaba en el colegio
me enamoré de una mujer. Mi hermana, Adashon.” Orgonal respiró profundo e hizo
una sonrisa triste.
“Rando, eso te debió haber estado
comiendo vivo.”
“Grababa su voz con el micrófono
del comunicador para escucharla durante el trayecto al trabajo en el tren magnético. Tengo más de
30 archivos con su voz. Probablemente debería borrarlos, pero cuando lo haga la
habré perdido para siempre.
“Rando...” Orgonal abrazó a su
esposo y lo besó. “No te culpo, después de todo tú nunca nos elegiste. Nadie
elige nada, es el problema. Pero no le digas a Rashide, él está loco por ti.”
“Gracias por entender Orgonal.”
El comunicador de Orgonal hizo un ruido. Al principio se asustaron, pensando
que el GPS regresaba a estar en línea, pero era un mensaje de correo. “¿Qué es?
Es un mensaje oficial.”
“La soviética rechazó mi petición
para cambiar de trabajo.” Orgonal gritó frustrada y lanzó piedras a todas
partes. La furia se convirtió en derrota y se hincó en el suelo para llorar.
Rando la levantó amorosamente y la sentó sobre un cascajo.
“Ánimo Orgonal, trataré de
ejercer presión, quizás eso ayuda en algo.”
“No lo hará Rando, incluso si me
cambian de oficio todo lo demás será igual.” Rando le prestó su inhalador de
Vasum. El calmante dilató sus pupilas y Rando sintió que relajaba sus músculos.
“Si no fuera porque este lugar es venenoso me quedaría a vivir aquí.”
“No lo dices en serio.”
“Sí lo digo. Este lugar es tan
venenoso como allá afuera. Aquí eres un muerto, allá eres un número. En el
fondo, creo que son lo mismo.” Orgonal se levantó y siguieron caminando. El
tranquilizante hacía efecto y Orgonal comenzó a sonreír. “Creo que leí algo de
Adashon en tu perfil público cuando voté. Algo que ver con las autoridades, ¿tú
hermana estaba en problemas?”
“En muchas cosas me recordaba a
ti Orgonal, era muy libre. Eso es raro hoy en día. No estaba en problema, pero
le encontraron una pieza de Beraner envuelto en una hoja de libro. Ahora que lo
pienso, si tenía una hoja de un libro estaba en problemas.”
“Yo sé dónde la podría haber
conseguido.” Rando se sorprendió. “La gente habla cuando las máquinas están a
toda potencia y opacan los micrófonos. En la zona Este, hay edificios vacíos
donde se reúne el proletariado que nadie quiere ver.”
“¿Estás insinuando que...”
“Que aprovechemos que nuestro GPS
está siendo engañado. Sí, eso insinúo.”
Adashon
le había dado una señal, de eso estaba seguro. Quería que viera lo que ella
había visto, que entendiera porqué era tan rebelde y escéptica de la
democracia. Rando le podía demostrar que estaba equivocada, y de paso a Orgonal
que era tan o más rebelde que Adashon. En parte accedió para subirle el ánimo a
Orgonal, y en parte porque sabía que por más rebeldes que fuera Orgonal y que
hubiese sido Adashon, tenían razón en algunas cosas.
El
viaje a la zona este de Felna fue el completo opuesto del viaje a la zona sur.
Todos reconocían a Rando y le era imposible esconderse de las miradas y del
ruido siempre presente de la ciudad. Todas las personas con las que se topaba
le mostraban sus programas de democracia para indicarles que habían votado por
él. Les fue más difícil hacerse pasar hacia los sectores menos transitados que
cuando escalaban entre los cascajos de los edificios reciclados. Se bajaron de
un camión de obreros de fábrica y decidieron caminar entre los edificios por lo
que quedaba de viaje. Era la ruta más larga, pero la menos transitada. Rando
sabía que no era ilegal lo que hacía, aunque sí muy sospechoso. También sabía
que ser sospechoso de algo era lo mismo a ser culpable para el sistema de
justicia.
“Ya llegamos.” Orgonal señaló
hacia un multifamiliar sin electricidad. “La zona se vino abajo cuando
cambiaron de lugar las fábricas. Algunos dicen, y están todos inequívocamente
equivocados,” Rando detectó el sarcasmo en su voz “que la soviética permite
estos lugares para tener concentrada a la criminalidad.”
“Claro,” dijo Rando con el mismo
sarcasmo “muy equivocados.”
Entraron
al multifamiliar y detectaron miradas desde las ventanas. Subieron las
escaleras con cuidado, evitando los charcos y los aparatos viejos. No sabían a dónde
iban, ni lo que harían una vez que llegaran, pero la droga había dejado de
surtir efecto para Orgonal y ella era ahora quien iba adelante. Escucharon
risas en un departamento y se asomaron. Había una mujer jugando con un niño
mayor de tres años en un departamento viejo y sucio. Rando dio un paso atrás de
inmediato, los niños pertenecían a su verdadera madre, la soviética. Subieron
otro piso y, antes que Orgonal diera vuelta, sintió una mano que la jalaba del
cabello hacia un departamento. Cuando se
dio vuelta vio a un hombre delgado, casi cadavérico, que sostenía una cuchilla
casera. El hombre miró a Rando y soltó el cuchillo.
“Por favor, no me maten, se lo
suplico.” Rando abrazó a Orgonal y la tranquilizó. Un proletario normal pasaba
su vida entera sin ver violencia. “Pensé que era alguien más, lo juro.”
“¿Trata de justificar su
violencia? Eso es inadmisible.” Reprochó Rando con su voz de político.
“¿Usted es... Rando?” El hombre
comenzó a pegar de brincos y los invitó a entrar. Acomodó la mesa de la sala y
abrió una lata. Las luces no servían, pero el hombre se alumbraba con una
especie de cubo vacío de concreto con ramas adentro. Rando no había visto fuego
desde que era pequeño y se asombró tanto de verlo ahora que cuando era pequeño.
“No tengo mucho, pero es todo suyo. Adelante, coma todo lo que quiera, el susto
le debió dejar con hambre.”
“Estoy bien.” Dijo Orgonal. “¿Cómo
consigue comida si no hay electricidad?”
“La compró.” El sujeto se perdió
en una habitación y regresó cargando dos libros. “Me dan una lata por hoja.
Tengo más de 200. Cuando escuché pasos pensé que era Merilte, ella me quiere
robar mis tesoros. No sé de qué tratan, no puedo descifrar su lenguaje, pero
hay hojas con dibujos.” Repasó las hojas y les mostró un dibujo de niños caminando
en un bosque hacia una casa.
“Mira que redondos son sus
ojos...” Dijo Rando. “¿Qué clase de multifamiliar es ese? No es un edificio, es
una...”
“Es una casa.” Dijo Orgonal, sin
dejar de pasar los dedos por la textura de la hoja. Nunca había sentido algo
semejante. “Esto es maravilloso, pero ¿qué hace usted aquí en estas
condiciones?”
“Estoy enfermo.” Orgonal y Rando
lo miraron sin entender. La medicina comunista había alcanzado límites que la
ciencia burguesa nunca había podido rebasar. Ahora podían clonar cualquier
órgano en menos de un día. Rashide había sido operado del estómago y del
corazón y había estado como nuevo en dos días. El hombre entendió las miradas y
se avergonzó. “No es una de esas enfermedades... Es de las ilegales. Creo que
me contagió un hombre que conocí en un parque cuando las cámaras fallaron. Cada
día estoy más débil y no me curado de mi catarro desde hace meses.”
“Los comunicadores revisan la
sangre constantemente, ¿cómo es que no lo han analizado a usted?”
“Por favor, no me trate de usted,
me llamo Burlin. Le pagué a una persona para que paralizara mi comunicador. El
programa se actualiza anualmente, así que me quedan tres meses más antes de que
vengan a buscarme y lancen a un incinerador.” Burlin reprimió las lágrimas.
Orgonal lo abrazó y trató de calmarlo.
“Calma, calma, ahora vives muy
bien. Tienes un departamento para ti solito, ¿acaso no es genial Burlin?” Él le
miró a los ojos y trató de sonreír, sin éxito.
“Decidieron reciclar todo este
sector, le llaman económicamente no-viable.” Rando se puso de pie y se apoyó
contra la pared. Era su culpa. Llegarían con soldados a matar a todos los que
no podrían arrestar, derrumbar todo y reciclarlo para hacer más edificios.
¿Cuántos forajidos vivían en el edificio? Pensó en la madre que jugaba con su
hijo, ella sería ejecutada y el niño sería enviado al colegio. Rando tenía muy
buenos recuerdos del colegio, pero sabía que en el fondo estaba mal. En el
fondo todo el sistema estaba comprometido. Rashide tenía razón en preocuparse,
pero él encontraría la manera. Era todo un enorme juego de Beraner, y aunque
tuviera que sacrificarse haría una jugada maestra, dedicaría su vida a mantener
vivos sus recuerdos y mantener sus ambiciones jalando de los hilos.
“Burlin, cuánto lo siento.”
Orgonal lo miró al borde de las lágrimas. “La política oficial de
interrogación, investigación de sospechosos y ejecución es una barbarie.”
“Cuando lo vi a usted,” dijo
Burlin señalando a Rando “sabía que era una señal de los átomos. ¿Son creyentes
ustedes? Yo sí, es lo único que me da sentido ahora.”
“Tirarán todo esto y arrestarán a
todos.” Dijo Rando con un profundo pesar en su voz.
“Pero lo vi a usted con ese
Lorten. Le ganó en su propio juego. Nunca me gustó Lorten, a él le gusta ser
violento.” Orgonal y Rando se miraron entre ellos y de regreso a Burlin. “¿Qué
dije? Ah, es que lo conozco, de antes de infectarme. Nos veíamos en un parque,
en un punto oscuro que conoce él.”
“Creo que conozco un lugar. No es
tan grande como esto, no es todo un multifamiliar, pero es grande. Podrías
mudarte ahí, con tus libros.” Rando acceso al sistema de mapas y le mostró la
ubicación. “Es un viejo edificio de compras. Quizás ya esté ocupado, pero
puedes comprarte tu espacio con un par de hojas de libros.”
El
regreso a casa fue lento y silencioso. Rando saludó a centenares de personas y
se ganó docenas de votos más, que no eran nada a comparación de los 20 millones
de votos que había ganado con su jugada con los archimandritas en todo el país.
Tenía la mayoría de los treinta millones de votos de la ciudad y al ver la
cantidad de gente que se agrupaba a su alrededor tradujo los números en
personas concretas. Orgonal y Rando no se hablaron en todo el trayecto. Estaban
cansados y habían visto mucho. Regresaron al punto ciego en la escalera y
resetearon el GPS, para que el programa regresara a la normalidad. Al llegar al
departamento Orgonal buscó entre su juego de Beraner de plástico y le entregó
una pieza, se acercó a su oído y le susurró “y nunca lo olvides.”
Rando
regresó a la rutina de un político, sin dejar de pensar en Adashon y las cosas
que había visto con Orgonal. Asistió a juntas, dio discursos y emitió votos.
Lorten aún lo miraba con desprecio, aún después que hubiese subido puntos tras
la votación de reciclar zonas económicamente no-viables. Lashade, durante una
junta sobre iniciativas de los fabricantes de pañoletas de cambiar sus
estampados, le abordó en una esquina.
“¿Bastante aburrido, verdad?”
“Mucho. Ni siquiera sé qué voy a
votar.”
“¿Qué ocurre, un reformista
convencido no considera conveniente que el estampado de flores se haga de
rombos?”
“¿El destino del proletariado
estará en juego si lo hace?”
“Lo que pasa Rando, es que estas
votaciones a ti te aburren. Lo que tú quieres es más elevado, quieres trabajar
con cancilleres en Croleran.”
“Vamos Lashade, me conoces, ¿te
parezco un hombre excesivamente ambicioso?”
“Sí.” Ambos rieron y trataron de
disimular mientras la junta continuaba. “¿Y por qué no, tus votos te respaldan?
No como a Lorten. Había estado debajo del mínimo necesario para la reelección
anual. Sin embargo, y esto me tiene extrañado, se salvó cuando votaste como él
sobre la moción de reciclaje. ¿Por qué harías semejante cosa?”
“Porque no tiene sentido que el
voto reformista esté partido en dos. No importa si él está a la cabeza, mi
única preocupación es el proletariado.” Lashade lo miró sin decir nada, estaba
mintiendo y era obvio, pero era la misma mentira piadosa que él mismo usaba
para justificarse.
“Por cierto, te dirán saliendo de
esta junta, pero tengo noticias de su esposa Vamica.”
“Por fin, su último mensaje fue
corto, que estaba bien en Marte y nos veríamos en vacaciones.”
“Pues le faltó decir que se
convirtió al socialismo.” Lashade sonrió con malicia. “Se hace llamar la
Marxiana. Tiene mucho éxito en Marte, que de por sí está gobernada casi por
entero por los archimandritas. La noticia llegará mañana.”
“Ya veo... Qué suerte que ya me
llevo bien con los archimandritas.”
“Un consejo de un sabio, uno
nunca puede estar demasiado bien con los archimandritas. Con ellos siempre hay
algo. Si no es el uso de suelo es su moción para aumentar de número de
voceros.”
“Ya veo por qué tanta gente
tendría problemas con eso.”
“La democracia, mi estimado
Rando, es una cuestión de matemáticas.”
“No Lashade, es un sacrificio. Es
poner lo universal sobre lo particular, sacrificando lo particular.” Habían
sido palabras de Adashon, no suyas, pero no por ello menos ciertas. Sacrificios
tenían que hacerse para poder corregir el sistema.
Rando
tenía una rutina semejante a la de Rashide. Los días eran tensos y
problemáticos, pero las noches eran relajadas y revitalizantes. Rashide estaba
siendo promovido a tener mayores responsabilidades en su nuevo trabajo y Rando
había encontrado la manera de ganarse el favor de los socialistas y
archimandritas sin perder los votos reformistas. Orgonal, por el contrario,
estaba empeorando. Rando razonó que mientras él había podido comprender los
errores de un sistema esencialmente bueno, Orgonal continuaba en una espiral
hacia la demencia.
Comúnmente,
como en cualquier familia, rotaban sus noches entre ellos. Era lo democrático,
pero ahora Orgonal exigía dormir a solas. Rando podía escucharla llorar hasta
quedarse dormida. Rashide también la escuchaba, pero disfrutaba demasiado de
dormir con Rando. Una noche Rando decidió que los tres durmieran juntos. Era
una violación menor al código de viviendas, pero supuso que podría vivir con la
multa en su registro. Se acostaron los tres y se escondieron de la cámara
debajo de la sábana. Orgonal llevaba oculta una delgada hoja de plástico y un
gancho. Iluminados con los comunicadores en sus brazos Orgonal escribió.
“¿Cómo pueden seguir sabiendo lo
que la soviética ha hecho?”
“No hemos cambiado,” escribió
Rashide “pero es que es necesaria la adaptación.”
“Estás en problemas, ¿verdad?”
Escribió Rando. Orgonal asintió con la cabeza y le quitó la hoja de plástico
para borrar lo escrito y volver a escribir.
“Todos lo estamos. Los está
tragando el sistema, como a mí.”
“Es algo más, habla con
nosotros.” Escribió Rashide.
“Tengo que irme. Urgente. Rando,
envíame a Marte.” Rashide y Rando se miraron sin saber qué decir. Orgonal
rompió a llorar. “Me matarán si me quedo.”
“¿Quién?” Preguntó Rashide.
“La soviética.” Murmuró Orgonal.
“Vamica está ahí,” Escribió Rando
“le va bien. Te puede proteger. El permiso puede tomar más de una semana.
¿Tienes ese tiempo?”
“Creo que sí.” Contestó Orgonal.
“Cuando mucho.”
Rando
solicitó la ayuda de un votante en el departamento de viaje espacial para
ubicar a Orgonal en cualquier transporte. La única posibilidad era la de
minera, y Orgonal no se opuso. Ella no quiso ahondar más en su problema y Rando
y Rashide lo respetaron. Rando llegó a su oficina con la mente en Orgonal y
Adashon cuando la puerta se abrió y Lorten lo invitó a pasar. Sus asistentes
estaban tan desconcertados como él. Lorten se sentó sobre la mesa de reuniones
y pidió un vaso de agua azul. Rando pidió lo mismo y se sentó a su lado. Colocó
sus manos debajo de la mesa, para que no le viera temblar de miedo ante la idea
que él pudiera demostrar su amorío con Adashon. Lorten bebió con tranquilidad y
se reclinó un poco.
“Vaya que si empezamos con el pie
izquierdo. Rando, tengo que admitir que me ganaste.”
“Aquí no hay ganadores y
perdedores. Aquí solo existe el proletariado.”
“Sí bueno, todos hemos escuchado
el discurso oficial de los censores.” Lorten señaló hacia las paredes y las
cámaras en los rincones. “Es el único lugar sin micrófonos. Por ley se permite
vigilar únicamente con imágenes.” Se llevó el vaso a la boca y continuó
hablando. “Se necesita privacidad a veces, cuando se trabaja para el
proletariado.”
“Concuerdo.” Rando se llevó el
vaso a la boca para tapar sus labios de la cámara. “¿Es sobre los
archimandritas?”
“Así es. Lashade fue muy efectivo
en quebrar el voto reformista en dos. Yo en un extremo, tú en el centro y
Lashade en el otro extremo. Es un cono. Un embudo. Todas las decisiones salen
de centro y todas salen por ti.”
“Lo mismo se me había ocurrido.
Lashade es un adversario poderoso, quiero tenerlo cerca, pero no demasiado
cerca. No sabía cómo acercarme a ti.”
“Rando, si mis puertas siempre
están abiertas para ti. Eso lo sabes. Olvida el pasado. Los reformistas vemos
al futuro. Cuando me apoyaste por la moción de reciclar las viejas zonas me
sorprendí mucho, Lashade votó en contra.”
“No soy su cachorro. Era mi
padrino político, pero ahora ya he aprendido lo suficiente.”
“No podemos dejar que esos
malditos archimandritas sumen sus posiciones en el congreso. El voto
oficialista sería aún más fuerte.”
“Podemos acercarnos a ellos, no
tienen porqué ser siempre oficialistas.”
“Tonterías, que esos viejos se
queden con sus mitos. Tú y yo nos quedamos con el congreso. Imagina lo que tus
votos y mis conexiones podrían hacer. Quizás llegaríamos incluso a conocer a la
pentarquía y trabajar con ellos. Los cinco cancilleres hablan bien de ti.
Hablan, que con eso es suficiente.” Lorten se puso de pie y ocultó sus labios
de las cámaras. “Rando, tú y yo podemos renovar todo el sistema.”
“Ésta unión, ¿no tendría nada que
ver con el hecho que se acerca la renovación de licencias? Estuviste muy por
debajo de los mínimos requeridos.”
“No te confundas,” Lorten golpeó
la pared. Rando sabía que se estaba conteniendo, que quería arrancarle la
cabeza y lo sentía con cada palabra llena de odio. “podemos jugar por las
buenas o puedo investigarte. Estoy seguro que tienes cola que te pisen, quizás
en un parque jugando Beraner.”
“Juego Beraner en muchos
parques.” Rando se levantó y se apoyó contra la pared a su lado. “De hecho, que
yo sepa tú vas a muchos parques también. No te interesa el Beraner, sino los
encuentros amorosos de un hombre que no es tu esposo.”
“Absurdo.”
“Lo conocí, ahora tiene una
enfermedad terminal. En tres meses cuando el sistema de los comunicadores se
reactualicé darán con él y lo exterminarán.”
“A nadie le importa un
cualquiera, si Burlin tiene una enfermedad es por meterse con demasiados
hombres. Según recuerdo le gustaba que fuera violento, mientras más sangre
viera mejor se sentía.” Lorten lo miró y sonrió. “Curioso, es una amenaza que
sólo puedes usar hasta dentro de tres meses. Burlin no tiene mucho tiempo más.”
Lorten lo volteó a ver y lo atravesó con la mirada. “Mañana será la votación.”
“Quiero que quedemos claro en
algo,” le cortó Rando “basta de amenazas. Votaré contigo.”
“Yo lo presento y yo voto
primero, no quiero tenerte en el podio más tiempo del necesario.”
“Como gustes.”
Sin
decir más nada Lorten se dio media vuelta y se fue. Los asistentes tocaron la
puerta antes de entrar y le preguntaron a Rando si necesitaba algo. Rando
hubiera querido ser honesto y decir algo como “sí, necesito saber qué estoy
haciendo”. Prefirió ser el político de carrera, inflar el pecho y seguir con su
jornada habitual de juntas y discursos con votantes. En el auditorio de uno de los
multifamiliares, acabando su discurso, se encontró con Lashade.
“Escucho por ahí que votarás en
contra de los archimandritas. ¿No se te estará subiendo a la cabeza?” Lashade
lo acompañó afuera, donde la multitud usual esperaba para pedirle favores y estrecharle
la mano.
“Vote que no,” le decía una
mujer, “más archimandritas en el congreso serían demasiados.”
Esa
noche cenaron los tres sin cruzar palabra. La casa estaba a punto de sentirse
más vacía, pues ahora serían solamente dos. Quizás serían reubicados en un
departamento más pequeño para esas situaciones. Orgonal miraba contra la pared.
Rashide repetía fórmulas matemáticas en voz baja y Rando pensaba en los
sacrificios de la democracia. Al acabar la cena Rando escondió una placa
delgada de metal entre su ropa y se escondió debajo de las sábanas con Rashide.
“Tengo que pedirte dos favores.”
Le dijo en voz baja. “Los más importantes que te haya pedido en toda mi vida.”
“Adelante amor.” Rando escribió
sobre la placa de metal y Rashide lo leyó en silencio. Finalmente, cuando
terminó de leer lo miró a los ojos y dijo “difícil, pero no imposible. ¿Y el
otro?”
“Más importante aún, pase lo que
pase, quiero que no me juzgues.”
Al
día siguiente Rando llegó temprano al congreso. Los archimandritas también, y se
aseguraron de saludarlo antes de entrar y tomar sus posiciones. Lashade también
lo saludo y le sonrió. Rando esperó a que llegara Lorten para entrar por la
puerta principal hacia el podio. Los congresistas saludaron a Rando, pero la
mayoría desconoció a Lorten. Rando se sentó en la parte inferior del podio, a
un lado del proyector holográfico, mientras que Lorten subió al podio y llamó
al orden. Sigilosamente revisó en su comunicador la intención de votos de la
moción, el 70% del voto ciudadano estaba en contra de añadir más escaños a los
archimandritas. Mientras Lorten presentaba la moción Rando pensó en Orgonal y
en lo que habían compartido juntos. Cuando le contó a Rashide él simplemente
alzó las cejas y se limitó a decir “hay que adaptarse a lo que hay, pues tiene
sentido a gran escala”. No podía decir que sabía lo que pasaba por la mente de
Orgonal, nadie podía, pero sabía lo que pasaba por la suya. Viendo a los
congresistas, a los voceros, a los archimandritas, a las cámaras con luces
azules en las esquinas, a los micrófonos debajo de cada mesa, se dio cuenta que
el único espacio libre que tenía era su mente. En ella podía analizar lo que
había pasado. El sistema tenía fallas, pero estaba seguro que podía repararlas
mediante la democracia. ¿Sin la democracia qué tenían? Nada más allá de la
barbarie. Podía hacerlo, pero tenían que haber sacrificios. La democracia es
sobre la mayoría y, por más que Rando tratara de esconderlo, era una cuestión
simplemente matemática. El particular tenía que ser sacrificado en aras de lo
general.
“Es una votación fundamental para
nuestro futuro.” Concluía Lorten “Les insto a que voten sin miedo, después de
todo vivimos en una democracia, y no en una teocracia.”
La
pantalla holográfica se encendió a un lado de Rando. Los votos comenzaban a
contabilizarse. Los votos de los archimandritas fueron claros, y todo el grupo
de Lashade votó a favor de tener más archimandritas en el congreso. Muchos
reformistas siguieron a Lorten y votaron en contra, pero no eran suficientes.
Incluso con la intención de voto común de Rando, no ganarían la votación. Rando
miró hacia arriba, hacia Lorten y éste se encontraba asustado. Su futuro
político estaba en juego. Bajó la mirada, hacia Rando, esperando a que diera su
voto. Rando se puso de pie y se acercó a Lorten.
“Esto requiere más que votos.
Déjame hablar, quizás los convenza.”
“De acuerdo, lo que sea, pero
tenemos que ganar.” Lorten y Rando intercambiaron posiciones. Los votantes
quedaron a la expectativa. La segunda vez que Rando subía al podio y todos
recordaban la primera. Un 15% de los votos emitidos fueron reconsiderados, es
decir, anulados temporalmente del conteo. Aún así, la clara ventaja estaba del
lado de Lashade y los archimandritas.
“Congresistas, voceros y
archimandritas... Henos aquí de nuevo.” Hubo algunas risas nerviosas y hasta
Lorten hizo lo posible por sonreír. “Nos dejamos llevar demasiado por las
palabras, si algo es oficialista o reformista... ¿Acaso las abstracciones son
la base de la soviética? No, nuestra madre se sostiene sobre la democracia. ¿Y
qué es la democracia? El poder de cada ciudadano de emitir su voluntad y ver
esa misma voluntad reflejada en las decisiones de los aparatos democráticos. Se
dice comúnmente que la mayoría aplasta a la minoría, pero aquí no hay minorías
ni mayorías, sino proletarios. Archimandritas y ciudadanos son proletarios por
igual. No existen los reformistas ni los oficialistas, existen personas de
carne y hueso que tienen sus aspiraciones y sueños.
“Cuando la democracia le rinde
culto a las abstracciones entonces la democracia se estanca y corre en
círculos, como un perro persiguiendo su propia cola. Ahora nos peleamos porque
consideramos que todos los archimandritas son oficialistas y, por lo tanto,
sería una desproporción en los votos. He encontrado la respuesta al problema.
Tesis, antítesis y síntesis. ¿Por qué hay que tachar a todos de ser de cierta
forma? Yo digo que olvidemos las facciones políticas, yo digo que erijamos la
democracia en torno a ideas y propuestas, no a facciones. A los reformistas les
digo, ¿qué es más reformista que permitir a todas las voces expresar su
voluntad?, ¿por qué les negamos a los archimandritas y a los socialistas
creyentes ese derecho proletario? A los oficialistas les digo, ¿qué es más
oficialista que permanecer puros al espíritu de igualdad de la soviética?
“Yo les diré porqué voto el día
de hoy. Yo voto por un congreso sin facciones, una sociedad igualitaria que no
se divida entre dos categorías abstractas. ¿Es que acaso una vida humana se
puede categorizar como oficialista o reformista? Claro que no, es una vida
humana antes que cualquier concepto. Es un voto histórico porque votamos por
algo más que los archimandritas, votamos por una democracia verdadera y
funcional. Si están conmigo voten que sí.”
El
edificio retumba con los aplausos. Rando sonríe a las cámaras y eleva los
brazos. Los votos se re-contabilizan y todos votan con Rando que, en un solo
movimiento, no sólo ha convertido el darle más poder a los archimandritas algo
reformista, sino que ha abierto el apetito a todos los políticos de tener una
segunda oportunidad en una reestructuración democrática.
“Hazte a un lado,” Lorten lo
empujó fuera del podio cuando los aplausos aún seguían. Congresistas y
asistentes trataron de bajar a Lorten a golpes, pero Rando los detuvo con un
solo gesto. “traidor cualquiera. No escuchen a ese hombre, no es quien dice
ser.”
“Rando, toma.” Lashade le entregó
un micrófono portátil.
“¡Escúchenlo!” Gritó Rando
señalando a Lorten. “Escuchen a la vieja democracia crujir y derrumbarse.
Escuchen el final de una era y el inicio de otra.”
“Rando se hará de los votos y del
poder,” decía Lorten “no habrá quien lo pare.”
“¡Que el pueblo decida eso!”
Gritó un congresista. Uno de los asistentes de Rando desconectó el micrófono del
podio. Lorten gritaba, pero no se hacía escuchar entre los gritos y aplausos.
Rando se subió a la mesa de uno de los congresistas y alzó las manos. El
edificio guardó silencio.
“Lorten,” Rando llamó su atención
y Lorten guardó silencio. Rando apretó algunos botones en su comunicador
mientras hablaba. “La sala de reuniones no tendrá micrófonos, pero el
comunicador sí los tiene. Que el mundo entero vea lo que es la vieja democracia
que con este histórico voto hemos dado final.” Rando acercó el micrófono al
comunicador.
“De hecho, que yo sepa tú vas a
muchos parques también. No te interesa el Beraner, sino los encuentros amorosos
de un hombre que no es tu esposo.”
“Absurdo.” Se escuchó la voz de
Lorten. Todos en el recinto guardaron sepulcral silencio.
“Lo conocí, ahora tiene una
enfermedad terminal. En tres meses cuando el sistema de los comunicadores se
reactualicé darán con él y lo exterminarán.”
“A nadie le importa un
cualquiera, si Burlin tiene una enfermedad es por meterse con demasiados
hombres. Según recuerdo le gustaba que fuera violento, mientras más sangre
viera mejor se sentía.” Lorten lo miró y sonrió. “Curioso, es una amenaza que
sólo puedes usar hasta dentro de tres meses. Burlin no tiene mucho tiempo más.”
“Es una manipulación.” Se
defendió Lorten.
“Ésta mañana,” dijo Rando, “hubo
una actualización de emergencia de los programas de los comunicadores, todos
los indeseables que manipularon el programa de alguna manera han sido
rastreados y procesados. Encontrarán a Burlin y lo harán confesar.”
“No puedes hacerme esto...” Dijo
Lorten.
Lorten
fue arrestado a golpes y escoltado fuera del congreso. Los archimandritas, los
voceros y los congresistas levantaron la mesa sobre la que Rando estaba parado
y la fueron cargando, entre cantos y chiflidos para llevarlo a la plaza del
congreso. Rando se sostuvo con cuidado y recibió la luz solar con una enorme
sonrisa. Frente al ruido y al gentío su único pensamiento era “estoy más
cerca”.
La
prensa lo entrevistó entre chiflidos y felicitaciones. Había hecho historia. La
canciller suprema en persona había manifestado que estaba estupefacta y
sorprendida de la sagacidad del joven vocero. Pasó el día entero entre voceros
y congresistas hablando sobre el futuro democrático del país y la viabilidad de
transportar lo que ellos llamaban “democracia soviética” a los otros cuatro
países. Lashade lo recibió de último, en su sala de reuniones. Lo abrazó con
fuerza y entre risas dijo “has llegado lejos desde que te conocí en tu fiesta
de bienvenida”
“Muy lejos Lashade, y falta más
por trabajar.” Estaba a punto de retirarse, cuando se dio la media vuelta y le
habló al oído. “Sé que tenías un trato con Lorten. Entre los dos manejaron la
política mucho tiempo. No digas nada, no es necesario. Te puse a prueba con el
voto de los archimandritas, sabía que se lo dirías a Lorten. Sabía que lo
traicionarías en el último momento. Lo único que quiero es el mismo trato, y
creo que me lo he ganado.”
“Y con creces.” Se estrecharon la
mano y Rando se fue.
El
trayecto a casa fue igualmente caótico. Todos hablaban de él y le felicitaban.
Habló por el comunicador con Rashide, él también sería promovido. A medio
camino decidió que sería más fácil ir directamente a las plataformas de
lanzamiento y esperar durante la noche. Encontró una banca en la entrada de la
estación y durmió sentado. En la mañana el cuidador le convidó de su agua
caliente y lo felicitó por su trabajo. Revisó su contador de votos y tenía 28
millones en el país. Entró a la sala de lanzamientos y los guardias le dejaron
pasar hasta las plataformas de lanzamiento. La plataforma era una estructura
metálica sostenida a treinta metros del suelo donde comenzaba el riel de tres
kilómetros que ascendía lentamente hasta una posición donde el cohete podría
iniciar sus motores a toda capacidad. Vio llegar a Orgonal junto con un grupo
de silenciosos personajes. Orgonal salió de la fila y acompañó a Rando que
estaba apoyado contra el riel de seguridad al borde de la plataforma. Vieron en
silencio cómo colocaban el cohete con forma cilíndrica que acababa en punta
sobre el riel. La nave atmosférica tenía cuatro motores extra en cada una de
sus extensiones, también llamadas patas.
“Nunca me canso de verlo,” dijo
Rando “es una maravilla.”
“Gracias por el pasaje. Justo a
tiempo.”
“¿Me dirás cuál era el problema?”
“Quizás algún día, cuando nos
visites a Vamica y a mí.” Orgonal suspiró. “Felicidades por tu nuevo trabajo,
venía leyendo que la canciller en persona pide que acompañes a la pentarquía.”
“El sistema funciona Orgonal, y
no lo digo por eso. El sistema puede corregirse.”
“¿Corregirse a costa de qué?”
“Tuve que sacrificar algunas
cosas.”
“Sacrificaste a Burlin para tu
ganancia personal.”
“No, no para mi ganancia, para
estar en una posición donde pueda hacer los cambios de verdad.”
“Sacrificaste tu honestidad, tus conocidos y, peor aún,
sacrificaste a tu humanidad. ¿Qué te separa de bestias como Lashade o el mismo
Lorten?”
“Me separa el hecho que mis
intenciones son buenas...” Rando guardó silencio. Orgonal no tenía que decirlo,
pero lo dijo de todas formas.
“Sus intenciones también son
buenas Rando, porque cada quien las justifica a su manera.”
“No, tú no entiendes Orgonal, es
que no es tan fácil. No se sube sin aplastar unas cuantas manos. Hay que estar
en la posición correcta.”
“Quieres que la soviética deje de
asesinar gente, y lo haces aplicando las mismas técnicas. Quieres que la
política deje de servir a conceptos abstractos, pero sólo estas cambiando las
facciones por los que están con Rando o en su contra. No Rando, el sistema está
podrido y te infectó a ti también.” Orgonal buscó algo entre sus bolsillos.
“Cuando vayas a Marte quizás juguemos.” Le entregó una pieza de Beraner. Rando
miró la pieza y entendió el mensaje. El rostro de Adashon se sobrepuso a la de
Orgonal por un instante.
“Orgonal,” ella se iba cuando
Rando la detuvo con su mano sobre su hombro. La besó con la misma intensidad
que había besado a Adashon. “sé fuerte.”
“No sé qué seré, pero seré yo.
Supongo que tú también.”
Orgonal
regresó a la fila cuando ésta estaba a punto de acabarse. Rando se quedó viendo
a la nave atmosférica, sintiendo la ficha de Beraner en su mano. Las luces
debajo del riel se encendieron. El cohete estaba a punto de partir. Rando se
quedó mirando cuando se acercó el guardia tímidamente.
“Señor, ya va a despegar.” El
guardia se quedó pensando un segundo y preguntó “¿es su esposa?”
“No, mi conciencia.”
Rando miró la ficha en
su mano y la dejó caer por el barandal hasta el suelo. Cuando vio los trozos
supo que Adashon ya no estaba en él.
2
Más resistente que el metal
Podía
verlo en las masas de transeúntes. Podía verlo en el viento que movía los árboles. Podía verlo en
los transportes colectivos. Podía verlo en las estatuas a los héroes comunistas
frente a cada edificio. Podía verlo en todas partes. El guión fantasma. El
comando supervisor y modificador del código rutinario. Estaba en todas partes,
gobernando cada acto. La Naturaleza tenía otro nombre para ello, la física,
pero Rashide sabía que era un guión fantasma, idéntico al que se pasaba horas
codificando en su trabajo. Ahora entendía por qué tantos ingenieros en sistemas
necesitaban días libres. Hora tras hora, día tras día, se sentaba frente a la
computadora y leía el código. Rashide prescindía de los demás programas
traductores, ellos eran otro guión fantasma con el cual lidiar. Era mejor así,
sin mediadores, únicamente la pantalla roja con negro y su mente que laboraba a
mil por hora buscando fisuras, buscando parcelas que entrarían en conflicto con
programas dentro de naves espaciales. Había supervisado el transbordador de
Rando. No había habido ni un problema. Los unos eran unos y los ceros eran
ceros. Los guiones fantasma se adecuaban a la perfección. No siempre era así.
Un código fantasma mal programado, una sola coma o un solo paréntesis fuera de
lugar podía ser la muerte de cientos de personas.
“¿Ya te cansaste de hipnotizar a
la gente?” Orgonal le saludó con una palmada en la espalda y Rashide olvidó
todo en lo que pensaba. “Vamica me pidió una de esas pañoletas para el agua.”
“Te tomaste tu tiempo Orgonal,
¿dónde estabas?” Rashide besó a su esposa y caminaron hacia el edificio de
compras.
“Salí tarde del trabajo. ¿En qué
maldades estabas pensando?”
“Códigos fantasma. Eso es todo lo
que veo durante el día.”
“Y Rando es todo lo que ves
durante la noche.” Bromeó Orgonal. Rashide no sabía si estaba celosa o estaba
jugando. Con ella no había ningún código
fantasma que sirviera.
“¿Crees que paso muchas noches
con él? No es que no las ame a ustedes.”
“Tranquilo, no me lo tienes que
explicar a mí. Explícaselo a Vamica.” Entraron al edificio y caminaron a las
cintas transportadoras. Fueron pasando tiendas hasta encontrar la de las
pañoletas. “Deberías pasar más tiempo con ella. Es increíble en la cama, pero
me duerme cada vez que abre la voz. Extraño nuestras conversaciones. ¿Qué no
has oído que amar es compartir? Está escrito en pancarta frente a la ventana.”
“Perdón, es que lo extrañaba
mucho.” Se bajaron de la cinta en la puerta de la tienda y esperaron en línea
hacia la caja. “He estado demasiado estresado estos días. Insisto e insisto en
que las naves deberían navegarse desde ellas mismas, pero no me hacen caso.”
“¿No pueden navegarse ellas
solas?”
“Eso es lo peor, sí podrían. Hay una
consola de mano cerca de los motores principales, pero la soviética decidió
esconderlos y hacer que todo se maneje centralizadamente. ¿Sabes cómo le
llamamos a una nave con la que hemos perdido contacto?”
“Me da miedo preguntar, pero
¿cómo le llaman?”
“Ataúd flotante.” Orgonal cerró
los ojos por la impresión. Rashide asintió con la cabeza. “Es el temor de todos
los programadores, decidir sobre la vida de algún cosmonauta a años de
distancia de aquí. Con algo de suerte y podré hacer que Rando presente la
moción. Rashide apuntó hacia el techo, el holograma mostraba un comercial sobre
los vuelos espaciales. Mostraba un sistema solar con la estrella roja de la
soviética sobre Venus y Marte.
“Venus y sus seis colonias son ya
una importante atracción turística y una economía casi tan fuerte como la
terrestre. Las dos colonias marcianas, aunque poco productivas, son un paso más
hacia la colonización de Júpiter. Con los grandes avances que nuestro héroe
cosmonauta convertido en vocero público Rando-GL892-0294L, pronto estaremos
importando toneladas de baterías eléctricas. La maravillosa tecnología
comunista del disruptor de núcleo” la imagen ahora mostraba un átomo sobre una
esfera rosada que lanzaba rayos sobre el núcleo, el núcleo se deshace y la luz
queda concentrada en el campo “una sola molécula de hidrógeno puede generar
suficiente electricidad para sostener un sector completo por una semana. Un
vaso de agua puede mantener a una ciudad completa.”
“Se les olvida que la radiación y
el pulso electromagnético matarían a la ciudad entera si la llegaran a
construir aquí.” Le susurró Rashide.
“Gracias Rando y gracias a
nuestra madre, la soviética.” Todos en la tienda detuvieron sus conversaciones
para aplaudir. La regla era al menos treinta segundos. Orgonal y Rashide
aplaudieron con caras de aburridos y continuaron sus compras.
Rashide
siguió pensando sobre los aplausos. ¿Estaban codificados con un guión fantasma
para aplaudir cada que escucharan el nombre de la soviética? Después de comprar
regresaron al multifamiliar y subieron al techo para jugar Caleran. Habían
comprado una pelota nueva y, usando una despintada marca en la pared comenzaron
a jugar. Como solamente eran dos personas se iban rotando posiciones en la
única meta. Orgonal había mejorado mucho su juego y podía balancear la pequeña
pelota entre sus brazos con golpes ligeros. El atractivo del juego para ellos,
no era ganar o ejercitarse. Rashide había encontrado una manera de hablar con
franqueza frente a la cámara y micrófono de la pared. Sostenían una conversación,
en ocasiones incoherente, pero al sostener la pelota en sus manos la palabra o
frase que dijeran era la que realmente querían decir.
“¿Crees que le den vacaciones a
Rando en fin de año?” Preguntó Rashide.
“No creo, los voceros tienen
mucho trabajo desde el día 300 al 50. Hoy es ¿250 o 251?”
“251.” Orgonal rebotaba la pelota
con cuidado con sus codos y Rashide la regresaba con las rodillas. Técnicamente
tenían que tratar de hacerlo difícil, pero les era más entretenido regresarse
la pelota que tratar de hacer que uno falle para intentar golpear la pelota
hacia la meta. Rashide tomó la pelota y dijo “HOY EN EL TRABAJO” la pateó con
cuidado para que Orgonal se la regresara y la regresó sin tocarla con la mano
“vi a esos patos holográficos del lago, son muy curiosos. Es un programa muy
tonto, parece que se lanzan,” rápidamente tomó la pelota “COMO QUE NO VALORAN
LA VIDA” Orgonal daba pequeñas respuestas, pero estaba más interesada en seguir
el paso de la pelota a la mano de Rashide “Es un programa muy básico, pero
apuesto que sería imposible mejorarlo” tomó la pelota con la mano y dijo “TODO
ES MUY BUROCRÁTICO” la siguió regresando con las piernas “en ese tipo de
programación, porque son los lagos de todo el mundo”.
“Sé a lo que te refieres.”
Contestó Orgonal “La última presentación de “mi hijo el soldado” en el
holodromo no fue tan buena, me gusta que trate de como” Orgonal tomó
rápidamente la pelota con la mano, en un movimiento fluido para engañar a los
vigilantes “EL COMUNISMO” volvió a usar los codos para regresarla “me gustó más
“todos los perros ladran” porque son mejores actores, aunque no aparezcan sus
nombres creo que los vi en” de nuevo tomó la pelota y la balanceó en la mano
“NO LE IMPORTA” dejó caer la pelota a su rodilla y la regresó “Cuando amanece,
excelente presentación. Ojalá la vuelvan a pasar, eso hay que verlo aunque sea
una vez en la” sostuvo la pelota con la mano y dijo “LA VIDA” y la regresó de
una patada.
“Me gusta el holodromo,” sostuvo
la pelota con la mano “PERO NO ESTOY DE ACUERDO” la regresó y siguió usando las
piernas “Aunque no sé tanto de holodromo y lo mío sean los juegos del
comunicador, tengo que admitir que esas obras, para esos actores” tomó la
pelota con la mano “EL COMUNISMO” la regresó con la pierna y dijo “les es muy
inspirador porque trata del drama humano. En el fondo, creo que para esos
actores el holodromo” agarró la pelota con gracia y la balanceó con las dos
palmas “SACA LO MEJOR DE LAS PERSONAS.” Regresó la pelota y Orgonal la tomó con
la mano.
“Si eso fuera cierto, no
estaríamos jugando Caleran.” Se puso la pelota bajo el brazo y caminó a las
escaleras. “Vamos, ya es tarde.”
Rando
y Vamica ya estaban comiendo. Orgonal estaba muy callada, pero Rashide sabía
que no podía decirle nada sin arriesgar a toda su familia si la vigilancia los
descubría. Sus vecinos habían sido arrestados por murmurarse críticas a la
soviética en la cama. Pensaban que nadie estaba escuchando. Se equivocaban,
siempre había alguien escuchando.
“Ya era hora.” Dijo Vamica cuando
se sentaron a comer. Rashide besó a Rando y le preguntó por su día. Rando se
encogió de hombros y fingió interés en la plática de Vamica. “Esa decisión es
muy importante desde un punto de vista de ingeniería social. Aumentar la ración
de jabón tiene consecuencias enormes.”
“Vaya que sí, el mundo no giraría
sin esa decisión.” Dijo Orgonal. Trató de fingir que era en broma, pero lo
decía en serio.
“El que la regadera ya incluya
jabón,” continuó Vamica como si nada hubiera pasado “ahorra mucho tiempo. Es
una combinación entre economizar el tiempo y alta tecnología, porque la
regadera, desde que lee tu comunicador sabe tu altura y peso, y por ende sabe
cuánto tiempo es necesario y cuánta agua. Ni más ni menos. Es menos trabajoso
para nosotros y mejor para todos.”
“Claro,” dijo Orgonal “¿qué sería
de nosotros sin un sistema tan sofisticado?, quizás desperdiciaríamos segundos
preciosos de vida.”
“Rashide, tú también eres
ingeniero, ¿entiendes lo que digo?”
“Cuando tienes razón Vamica,
tienes razón.”
Orgonal
no quiso dormir con él esa noche. Rashide trató de no pensar en eso. En el
fondo, por más que amara a Orgonal y en ocasiones estuviese de acuerdo, sabía
que se equivocaba. El sistema socialista sacaba lo mejor de la gente, sin él
regresarían a matarse los unos a los otros. Pensó en lo que su maestro de
tercer grado siempre repetía a sus alumnos ¿quién puede ponerle precio a la paz
y tranquilidad de vivir todos en armonía?
Aunque
lo sabía en teoría, cada mañana lo ponía a prueba. Su jefe era el triple de
demandante con él que con sus compañeros de trabajo. Si había que supervisar
una nave potencialmente peligrosa su jefe lo colocaba a él y a nadie más.
Siempre se excusaba argumentando que lo hacía porque era el mejor programador,
en el fondo sabía que lo hacía para no verse opacado por su talento con cada
error que Rashide cometía. Aquella mañana su jefe lo esperaba frente al
elevador. Lo tomó del brazo y le explicó
la situación mientras lo llevaba hasta una de las grandes computadoras al fondo
del inmenso panal de cubículos.
“Una Venus-Binran salió de la
órbita de Venus para conectar con dos caravanas. Una de las Hildran, modelo
Hildran-217 tenía una falla en su programa básico de interfaz
huésped-servicios. La falla era mínima, el programa se trababa cada vez que se
ejecutaba una regadera, un despertador y se iniciaba el programa de
hibernación. Pensaron que no era grave, pero estaban equivocados.”
“Incompatibilidad de interfaz.”
Se adelantó Rashide. “¿Llegaron a la Hildran y la computadora no tuvo acceso
remoto al interfaz de conexión?”
“Así es, ahora la Hildran-127
está varada a la mitad de la nada a dos kilómetros de la terraformadora. Ésta
no puede moverse de dónde está porque no tiene permiso para hacerlo y la
caravana tiene cuatro toneladas de químicos para las fábricas de jabón en
Venus.”
“¿Cuánta gente?” Rashide se sentó
frente a la consola holográfica frente a los procesadores de metro y medio.
“Como unas 200. Es lo de menos
ahora Rashide, las fábricas necesitan ese químico, tienen a cinco millones de
proletarios que no pueden bañarse con la suficiente ración de jabón.” Su jefe
lo detuvo y miró la parte de debajo de su silla, tenía otro nombre. “Haré que
te traigan tu silla, no puedes sentarte ahí sin el directo permiso del
supervisador de área.”
“Es lo de menos Lasner, si
quieres lo haré de pie.” Accedió al programa usando su código de identificación
y seleccionó varios íconos en el menú. En el programa de conexión remota leyó
el reporte de emergencia. “¿De dónde salió esa Hildran-127?”
“No es de Ralia, es de Marwerna.”
Rashide maldijo en voz baja, necesitaría otro código de programación para
enlazarse desde Marwerna.
“No me deja enlazarme Lasner,
¿qué ocurre?” Lasner se acercó a la pantalla holográfica.
“Tienes que llenar una solicitud
de transferencia de programación no-militar a la oficina de Felna-Marwerna,
anexarla a una orden urgente de transferencia de datos a la oficina de
Solicitudes transnacionales y obtener una re-clasificación de status temporal
de los cinco supervisores regionales de programación espacial de Ralia.”
“Para cuando haga todo eso esa
gente estará muerta, es un ataúd flotante. ¿Por qué no tenemos un solo programa
si todo el planeta es dirigido por la soviética?”
“¿Tienes idea de lo complejo que
sería ese programa?” Hizo a Rashide a un lado y comenzó a descargar las formas
para llenarlas virtualmente. Usó la plantilla en la pantalla para escribir más
rápido. Rashide se sentó en la computadora de al lado y comenzó a teclear
comandos en la pantalla holográfica.
“Empezaré a codificar un
guión-fantasma para que se haga cargo y maquille las fallas para tratar de
poner en orden el interfaz de incompatibilidades.”
“No funcionará, el guión fantasma
tendría que supervisar demasiadas variables.”
“Es geometría hiperbólica, sé
exactamente lo que hago.”
“No puedes sentarte ahí, no es tu
silla.” Lasner se detuvo y trató de pararlo.
“Múltame.” Rashide lo empujó para
que regresara a su estación.
“No lo haré yo, será el sindicato
de uso de inmobiliario.”
Trabajaron
en silencio por dos horas. Cuando finalmente Lasner había terminado de llenar
las solicitudes y hacer las llamadas, Rashide transfirió el programa a la
computadora de la caravana y esperó los resultados. Su plan había funcionado.
La nave Hildran-127 reactivó sus programas de navegación y se acopló con la
precisión de un cirujano. Lasner suspiró aliviado y abrazó a Rashide.
“Sabía que podías hacerlo.”
Rashide navegó entre los menús de la nave para checar los niveles de oxígeno y
la temperatura. El oxígeno estaba bien, pero la temperatura ascendió cien grados.
Todos se cocinaron adentro. Rashide sintió ganas de llorar, pero sabía que era
peligroso. Le llegó la multa a su comunicador, tendría que trabajar más ésta
semana para ganarse los créditos y pagarla.
“Se murieron todos...”
“Es lamentable pero, dentro de
todo, salvaste los químicos y tu valerosa acción ayudó a mejorar el estándar de
vida de todos los venusinos.”
Rashide
pasó el resto del día pensando en las palabras de Lasner. ¿Era más importante la calidad de vida de la mayoría
que la vida de unos cuantos? En el fondo sabía que su jefe tenía razón y, como
decía el letrero frente a la ventana del comedor del edificio “la base de la
cooperación es el sacrificio”. Era la respuesta racional y la razón siempre
llevaba al bienestar y a la justicia. En los días venideros el episodio, muy a
pesar de Rashide, se fue enterrando bajo la montaña de las rutinas cotidianas.
Escuchaba los discursos de Rando en su comunicador en los trayectos al trabajo
y a su casa. Contaba las horas para comer con Rando y dormir con él. Accedió a
la petición de Orgonal de que se siguieran rotando las noches. Le apenaba
admitirlo, pero sólo dormía tranquilo cuando estaba con Rando. Se despertaba
temprano cada mañana, apretaba el botón que abría las cortinas y leía el cartel
frente al edificio que leía “amar es compartir”. Trataba de unir su razón, que
le decía que aquello era cierto, con su corazón que se empecinaba en ser
egoísta.
“No podré ir al holodromo con
ustedes,” dijo Vamica una mañana, “quiero terminar cosas en el trabajo, si
quiero que me den mi promoción tengo que ganármela.”
“¿Qué hay para desayunar?”
Orgonal fue a la cocina, colocó su comunicador en el lector óptico y esperó los
resultados, estaba baja en calorías, por lo que la computadora decidió por
ella. “¿Entonces no vienes con nosotros Vamica?”
“No, lo siento. En otra ocasión,
antes que me manden a Marte.” Orgonal la besó mientras abría la hoja metálica
de su tazón de lácteos procesados. “¿Ya le dijiste Rashide?”
“¿Qué cosa?” Rashide estaba
perdido mirando a Rando vestirse. “Ah, es cierto.”
“¿Qué pasa?” Urgió Orgonal.
“Diseñé un programa de juego que
replica la pantalla de votaciones. La descargas a tu perfil público y finges
que la gente vota por ti. Con algo de suerte gane el concurso de nuevas
aplicaciones de ocio para la siguiente actualización de sistema.”
“¿Y no es ilegal?”
“No, claro que no. Ilegal sería
si estuviese conectada a la red de Croleran.” Rando se despidió para ir a
trabajar y Rashide le alcanzó en la puerta. “No te olvides de mi propuesta de
usar las naves espaciales como satélites de comunicación.”
“Lo intentaré, pero ahora estamos
enfrascados decidiendo cosas casi sin importancia.” Rando lo besó de despedida
y, antes de salir, dijo “y buena suerte con tu programa de ocio para el
concurso. Si tan solo mi contador de votos fuera tan sencillo.”
“Deben haber cientos de
programas, muchos de ellos mejores a los actuales, que no usamos porque todo se
decide en concurso.” Los tres se miraron asustados. Semejante crítica podía
valerle a Orgonal una fuerte multa o
algo peor. Orgonal se dio cuenta y trató de cambiar lo dicho “Al mismo tiempo,
sin esos concursos la red sería caótica, unos cuantos acapararían todo.”
“Sí, tienes toda la razón, para
eso existen los concursos. Es lo racional.” Añadió Vamica, para mejorar la
situación. Los tres suspiraron aliviados, había estado cerca.
Orgonal
y Rashide salieron temprano para alcanzar buenos lugares en el holodromo. Rashide
disfrutaba mucho del arte soviético. Le encantaba ir al holodromo porque el
edificio tenía forma de medialuna con un techo plástico que cubría como un domo
hasta la entrada principal. Como todos los edificios destinados al ocio y
esparcimiento del proletariado, estaba pintado de amarillo en líneas curvas con
pantallas holográficas que descendían del techo en forma triangular hasta
llegar al suelo en una base ancha. Los hologramas mostraban obras del holodromo
y a los actores declamando en silencio. Esperaron en silencio mientras miraban
a los hologramas interactivos. Filmaban a una persona y un doble holográfico
bailaba de un lado a otro.
Se
sentaron en el segundo piso, en la segunda fila. Eran buenos asientos porque
podían ver al escenario en ángulo y a las pantallas de proyección casi de
frente. La obra era “el lobo entre nosotros”. Usaba a más de diez actores en
escena y los videos proyectados sobre las pantallas habían sido tomados en los
cinco países. La historia se centraba en una familia donde ambas esposas
estaban embarazadas y a punto de dar a la luz. La familia de al lado, viejos
amigos, asistían a las mujeres y prácticamente vivían ahí jugando Beraner y
viendo el programa holográfico de Tranerun. La proyección de atrás era
magnífica, cada personalidad de cada personaje estaba acompañado de un video
que hacía referencia a sus pensamientos. Mostraron el lago más grande del mundo
en Felna-Poderi, la colección de grandes felinos del zoológico de
Mornia-Omefron e incluso unas tomas en primera persona de los trenes magnéticos
cruzando el campo a toda velocidad.
Uno
de los vecinos, Umelan, le propone a una de las embarazadas a quedarse con el
hijo. Umelan es, en secreto, un burgués. Conforme la obra se desarrolla se
descubre que Umelan guarda un terrible rencor a la soviética por ninguna razón
en particular. La familia no quiere delatarlo a la policía secreta, pues aún lo
consideran su amigo. El público abucheaba mientras Umelan declamaba a solas
frente a una proyección de un video a alta velocidad de plantas marchitándose.
“No lo entienden, pero yo soy
especial. ¿Por qué debo ser como los demás? El Hombre es un lobo y necesita
mostrar sus colmillos. Los lobos se
mueven en manada y toda manada necesita un líder. El Hombre, si quedase varado
en algún planeta extraño sin contacto con la soviética, se matarían entre
ellos. Todos somos lobos, es nuestra naturaleza el matarnos entre nosotros.
Cooperación y generosidad son contrarios a todo lo que el Hombre es. Cada
persona es única... ¿A quién engaño? Yo soy único, y los demás no me importan.
Yo, yo, yo, y yo, en el fondo solo estoy yo. ¿Hay algo más importante que yo?”
En
el tercer acto el departamento de vigilancia de viviendas inició una
investigación. Rashide sabía cómo acabaría, la soviética le enseñaría una
lección y, si era una tragedia negativa el individualista se mataría solo, si
era una tragedia positiva el delincuente aprendería sus errores. Orgonal no
quiso ver el final. Se puso de pie y fue pasando entre los asientos hasta
alcanzar el pasillo. Rashide le siguió en silencio. La confrontó en las
escaleras hacia la sala de entrada.
“¿Qué crees que haces Orgonal?
Tienes que controlarte.” Orgonal se zafó de su esposo y corrió a la salida.
Rashide caminó sonriéndoles a los acomodadores y a las cámaras. La encontró en
la calle sentada en una banca bajo un árbol.
“Me hubieras dejado sola.” Rashide
se sentó a su lado.
“¿Ya habías visto la obra antes?”
“Sí, y no me sentía muy bien.”
Orgonal podía ver la diminuta cámara atada al árbol que los miraba
directamente. La soviética tenía maneras de espiarlos, pero los proletarios
habían diseñado sistemas entre ellos para comunicarse. Las técnicas eran muy
variadas y nunca compartidas, después de todo nunca podía saberse si el amigo,
el colaborador o el vecino eran de la policía secreta. Escribían mensajes
secretos bajo las sábanas, diseñaban juegos como el Caleran para hablar
libremente, o empleaban la técnica más básica, la que Rashide llamaba
“referencia tangencial negativa”, que consistía en hablar de dos temas a la
vez, en ocasiones expresando lo contrario de lo que se quería decir.
“A mí también me encantó la obra,
el villano es terrible.”
“El villano, Umelan, está
equivocado por completo. El egoísmo es malo, porque todos somos números cuando
se ve a gran escala. Es bueno que se
muera al final, no podemos tolerar lo diferente. La igualdad es más preciada
que la libertad personal.”
“Creo que, en el fondo, el tema
de la obra es que el socialismo saca lo mejor de la gente.” Rashide podía
detectar la rabia en los ojos de su esposa, pero él lo decía en serio. “Si no
cooperamos nos mataremos entre nosotros, hay que apelar al lado humano de las
personas.”
“Tienes toda la razón,” Orgonal
tenía la quijada dura de tensión al decirlo. “el socialismo es amor. Amor al
prójimo por encima del egoísmo. Es una lástima que Umelan creyera falsamente,
por supuesto, que el socialismo tiende al odio.”
“No tiende al odio Orgonal.”
“Lo sé, pero díselo a Umelan.” Su
broma fue convincente, aunque sus ojos tristes no lo eran. “No es como si el
comunismo odiara a los individualistas. Lo ama, pero quiere corregirlos.”
“Es la falla en el pensamiento de
Umelan, ¿acaso la razón no busca corregir y hacer que lo falso sea verdadero?
Él pensaba que la razón y el corazón no estaban conectados. La verdad es que si
desconectas una cosa a la otra, el corazón se enferma y la razón se tuerce.”
“Umelan piensa que todos nos
torcemos tarde o temprano, el sistema lo hace por ti.”
“Entonces,” Rashide le tomó de
las manos y sonrió “tenemos eso en común, que somos de metal y el metal no se
dobla nunca. No estamos ciegos y nadie podrá quitarnos eso. Esos personajes dan
a entender que podrían haber errores en el sistema, lo cual es absolutamente
falso.”
“Completamente falso.”
“El lado humano de Umelan era el
aspecto que pensaba que, lo que él consideraba erróneo, como el poco interés en
la vida humana, podía corregirse.”
“Todo lo demás estaba infectado,
tienes razón. Ese aspecto de su personaje... sólo podría sobrevivir si es duro
como el metal.”
“Duro como el metal.” Repitió
Rashide y la besó.
Rashide
hubiera deseado pasar más tiempo con Orgonal en los días consecutivos, pero
tenía que pagar su multa con trabajo extra. Programó guiones fantasmas e hizo
cálculos de geometría hiperbólica por horas enteras. Se había adecuado a la
rutina cuando del techo descendió una pantalla al centro del panal de cubículos.
Era una emergencia y sabía lo que Lasner haría. Rápidamente lo ubicó en su
cubículo y le explicó la situación que aparecía en la pantalla.
“Una colonizadora Marte-Rama B938
que cargaba con cien toneladas de Urbalita debería estar conectándose con el
programa de transferencia de cargo con las caravanas de la base de Fobos. El
problema está en que hubo un error humano, ingresaron el peso de la Urbalita
incorrectamente por tres gramos. Ahora el programa se niega a reconocer la
existencia del cargo y, por ende...”
“Se niega a activar su programa
de transferencia.” Terminó Rashide. Se secó el sudor con la mano y temó
preguntar, pero lo hizo de todas formas, “¿cuánta gente está en esa nave?”
“El ataúd flotante tiene más de
500 proletarios, pero tu prioridad es la Urbanita. Si la nave falla en
transferir el cargo la Rama iniciará la secuencia de acoplamiento con Fobos.
Dejará ir la sección de cargo, pero ésta pesa más de lo normal y sus motores no
serán suficientes para evitar que sea atraída por la gravedad de Marte. El área
de operarios pierde oxígeno y perderá más oxígeno cuando deje ir la sección de
cargo, que en este instante acapara casi todo el sistema de oxígeno.”
“Muy bien, déjame pensar...” Los
demás programadores se levantaron para ver a Rashide. Respiró profundo y se
sentó en su silla frente a su computadora holográfica. “Podemos elaborar un
guión fantasma de emergencia.”
“Imposible, la Rama B938 es el
único modelo cuyo sistema de cargo no está conectado a nuestros servidores.”
Rashide comenzó a buscar entre sus archivos.
“No, en la Rama, sino en las
caravanas Hildran. Técnicamente hablando tienen la capacidad de acoplarse a la
Rama, aunque ésta no lo tenga programado. Tendremos que confiar en los
operarios, lo harán manualmente.” Seleccionó un archivo y comenzó a leer el
código básico. “Es posible que ese modelo de Rama tenga un dispositivo de
emergencia que, al acoplarse la caravana permita ser guiada desde la caravana y
no desde su servidor comprometido.”
Rashide
activó el tablero de interfaz para escribir directamente sobre el código. Sus
dedos se movían solos, mientras su mente calculaba complejas ecuaciones
no-lineales. Paseaba sus dedos por los segmentos, empujando caracteres de un
lado a otro. El oxígeno en la nave se estaba acabando, su prioridad, aunque su
jefe pensara lo contrario, era salvar esas 500 vidas. Lo había hecho antes,
docenas de veces, aunque ahora el programa era mucho más complejo. Estaba
terminando la primer parte del guión fantasma cuando se activó una alerta y el
holograma de su computadora se tornó rojo, impidiéndole accesar al sistema.
“¿Qué está pasando, es el
servidor local?”
“No, las demás computadoras
funcionan bien.” Le dijo uno de sus compañeros.
“Es una inspección de rutina.”
Lasner señaló a dos hombres que caminaban hacia ellos sosteniendo una
computadora miniatura. “¿Puedes trabajar en otra computadora? Yo te pago la
multa de usar otra silla.”
“No puedo,” Rashide estaba
pálido, “ya me conecté con ésta y no cerré la conexión. Si trato de accesar de
otra manera la computadora de la nave activará sus sistemas de defensa y no
habrá nada que hacer.” Rashide detuvo a los hombres que silenciosamente
conectaban cables a la computadora sobre el escritorio de plástico blanco. “¿No pueden hacer esto en otro momento? Si me
dan veinte minutos pueden inspeccionar lo que quieran.”
“Lo siento ingeniero, pero tengo
mis órdenes.”
“Hay vidas en riesgo, 500
proletarios como usted y como yo en un ataúd flotante, por no contar las cien
toneladas de Urbalita.”
“Rashide,” repitió el operario
mientras analizaba la pantalla de su computadora. “si tiene una queja la puede
procesar por los canales apropiados.”
“Maldita burocracia.” Lasner se
quedó boquiabierto por semejante improperio. Rashide pensó en Orgonal, sabía
que se equivocaba y podría demostrarlo. “¿Cuál es su nombre?”
“Rashide, igual que el suyo.”
Dijo, sin levantar la mirada.
“Si se mete en problemas yo lo
sacaré, todos lo haremos. Trabajaré por usted, si es necesario, pero escúcheme
un segundo.”
“No me pagan por escuchar, como
le dije, si tiene una queja...”
“¿Ha perdido la razón? Tiene que
cooperar porque es un proletario.”
“Oiga,” Rashide el técnico se
enojó y lo miró a los ojos “estoy cooperando. Trabajar es cooperar. Sin mí
nadie revisaría sus sistemas por material ilegal. Los dos nos dedicamos a
salvar vidas.”
“Esto es absurdo,” Rashide se
alejó y llamó a Rando, él sabría qué hacer. La llamada se procesó varias veces
y, justo cuando pensaba que no contestaría apareció Rando en la pantalla.
“¿Qué pasa mi amor?”
“Rando, necesito que me hagas un
favor, hay vidas de por medio.”
“¿Qué ocurre, estás bien?”
“Hay una investigación rutinaria
en mi área de trabajo y estoy a la mitad de algo. Tengo un ataúd flotante y a
menos que revise los códigos y reemplace el programa todos se van a morir allá adentro.
Es una cuestión de caravana en Marte, pero necesito que me quites a esta
investigación de encima.”
“Veré qué puedo hacer.”
“¿Estás en el trabajo?”
“Sí, no te preocupes Rashide,
veré que se puede hacer.”
Lasner
se comunicó al departamento de quejas, pero requería de cuatro documentos
apropiadamente sellados por distintos supervisores de diversos departamentos.
Todos contuvieron la respiración mientras el técnico terminaba su trabajo. En
cuanto apagó su computadora Rashide lo hizo a un lado y regresó a su
computadora. Descargó el guión fantasma al programa de las caravanas Hildran y
ajustó cálculos para tratar de compatibilizar el programa de acoplamiento de la
nave Rama. La barra de progreso en la pantalla holográfica se llenaba poco a
poco. Lasner miraba sobre su hombro conteniendo la respiración. Al terminar la
descarga Rashide solicitó una conexión de video para hablar con la tripulación
de las caravanas que se acoplaban a la sección de cargo de la nave Rama. Aunque
existían docenas de satélites de comunicación entre Fobos y la Tierra el video
y el audio estaban desfasados por más de un minuto. Lasner programó la pantalla
central para que la señal se procesara en esa pantalla mientras Rashide
terminaba de arreglar detalles del código primario de la nave Rama.
“¿Me escuchan?” En la pantalla
apareció un cosmonauta en traje completo de exploración espacial. Parecía estar
frente a una de las cámaras de la sección de transferencia de cargamento de una
de las naves de caravana. “Entiendo que la señal puede tardar un poco.” El
cosmonauta apretó algunos botones en una consola que Rashide no podía ver y la
señal de video provino de la cámara en la parte superior de su casco esférico.
El cosmonauta abrió la escotilla inferior, la sección perdió presurización y
gravedad y flotó hacia abajo, a la plataforma extensible que se sumaba a las
plataformas extensibles de las otras naves. “No sé porqué tardaron tanto... Lo
importante es que lograron un milagro. Ya no quedaba más tiempo.”
“¿Han tenido acceso a la urbalita?”
Preguntó Lasner. El cosmonauta no respondió de inmediato debido al desfase. La
cámara lo siguió mientras caminaba sobre las planchas metálicas de tres naves
de caravana. Había una docena de cosmonautas enganchando seguros en las puertas
de la sección de carga del platillo que era la nave Rama. Accesaron de vía
remota al programa de acoplamiento de la nave y ésta abrió sus puertas sin
ningún problema. El interior del área de cargo medía más que la oficina entera.
Diez cubos metálicos contenían las cien toneladas de urbalita adheridos con
seguros a rieles que se extendían hasta las puertas. Los cosmonautas
procedieron a quitar los seguros y empujar los contenedores a sus naves. El
área de cargo estaba bien iluminada, todo estaba hecho de un plástico brilloso
y con pequeñas luces en las paredes.
“¿Qué hay de la gente?” Preguntó
Rashide. “Revisen la tripulación.”
“El cargo está en perfectas
condiciones,” contestó el cosmonauta “excelente trabajo.”
“Lo lograste Rashide.” Lasner lo
abrazó y todos los programadores comenzaron a brincar de gusto. Habían salvado
una fortuna en urbalita, pero Rashide estaba más preocupado por la tripulación.
Su mensaje llegó al cosmonauta y éste procedió a recorrer la sala hasta la puerta de acceso a la nave.
“Voy a inspeccionar.” La puerta
se deslizó y entró a un extenso puente de presurización. Motores en el techo
presurizaron la cabina y se abrió la siguiente puerta.
“La soviética te premiará por
esto Rashide,” le decía Lasner “serás tan famoso como tu esposo.”
“¡Ahora no!” Rashide lo empujó
mientras su mirada estaba clavada en la pantalla gigante y sus manos, como
garras, se aferraban de la espalda de su silla.
“Los encontré...” Dijo el
cosmonauta. La cámara mostró pilas de cadáveres. “No lo lograron, se asfixiaron
por falta de oxígeno. No te culpes programador, hiciste lo mejor que pudiste.”
Rashide
rompió a llorar viendo a los hombres y mujeres en el suelo. Las paredes y
puertas tenían rasguños y arañazos, en sus últimos momentos, desesperados por
aire, trataron de buscar una salida de su ataúd flotante. Todos a su alrededor
celebraban, menos Rashide. ¿Es que estaban ciegos? Los cadáveres, todos los
500, estaban muertos en una pantalla de diez metros. Algunos habían tratado de
romper los paneles de control, otros habían rasguñado desesperadamente los
plásticos protectores con los trajes de cosmonauta en busca de aire. Los
protectores no se habían abierto, pues el sistema se había caído. Rashide dejó
de llorar y comenzó a gritar. Lasner y los demás lo miraron con miedo, no entendían
su furia. Rashide tomó su silla del respaldo y, con todas sus fuerzas, la lanzó
contra la pantalla gigante. La pantalla se reventó en pedazos y Rashide gritó
desesperado hincado en el suelo. La silla cayó a pocos metros de él, en la
parte de abajo del asiento leyó su nombre y se enfureció más. Alguien había
activado la alarma, pues cinco fornidos agentes de seguridad aparecieron por la
puerta, cruzando el panal de cubículos con pistolas eléctricas en sus manos.
Rashide se lanzó contra uno de ellos y lo golpeó en la cara, pero los otros
cuatro dispararon descargas que lo obligaron a permanecer tirado en el suelo.
Rashide lloró mientras perdía la conciencia.
Cuando
Rashide se despertó se encontró en un diminuto cuarto blanco con una cama, un
baño y una silla. Sabía dónde estaba. Lo había visto en la escuela. Era la
escuela de cuadros para los delincuentes ideológicos y las “crisis nerviosas”,
un eufemismo peculiar que usaban para todo aquello que se saliera de la norma.
Rashide pensó en las quinientas víctimas de la burocracia y se soltó a llorar.
Detectó un olor proveniente del piso, era un gas que olía dulce y le embrutecía
los sentidos. Se levantó y trató de caminar, pero daba de tumbos contra todo.
Sus últimos pensamientos coherentes fueron las dudas que habían germinado en su
interior, pero una pregunta sobresalía sobre todas las otras, ¿pasaría el resto
de su vida como un vegetal en una celda por llorar las muertes de hombres y
mujeres que pudieron haber sido salvados de no ser por la excesiva burocracia
de la soviética? Antes de desmayarse se preguntó en sí mismo si la mente, su
último refugio, podía ser violada. No tenía una respuesta exacta, pero se
imaginaba que la escuela de cuadros tenía los medios para hacerlo.
Se
despertó en un cuarto distinto. Estaba hecho de concreto pintado de gris y el
único mueble era una mesa metálica con un conjunto de tubos y delgados brazos
mecánicos que se extendían del techo. Sin asimilar lo que ocurría fue cargado
por dos hombres y atado a la mesa.
“Descuide,” de la oscuridad
emergió un hombre sosteniendo una computadora. “ésta maquinaria está diseñada
para aliviarle de su crisis nerviosa.”
“Por favor, se lo ruego, déjeme
ir.” El hombre apretó un botó en su diminuta computadora y la mesa se
electrificó. Los brazos mecánicos descendieron con agujas y los tubos bajaron
cuchillas.
“Trate de calmarse... o nosotros
lo haremos por usted.”
Le
inyectaron, le cortaron y lo electrocutaron hasta que Rashide rogó que el dolor
lo llevara la inconsciencia. Justo
cuando pensaba que estaba a punto de desmayarse la electricidad lo reanimaba.
No tenía forma de saber cuánto tiempo había transcurrido, no había ventanas, ni
relojes ni el torturador parecía estar cansado de mirar su pantalla y apretar
botones. Rashide, en el remolino de su dolor, comenzó a experimentar algo que
nunca antes había sentido, ni creído posible. Se encontraba despierto, alerta
por completo, y sin embargo su mente estaba tan embotada que le costaba
siquiera percatarse de su situación. No era un estado catatónico, pues su
cuerpo estaba consciente del sufrimiento que experimentaba, era su mente que
simplemente se había desconectado.
Lenta y paulatinamente
su luz interior se extinguió, y cuando recobró la consciencia se encontraba
atado a una cómoda silla por cintas plásticas. Su cabeza estaba sujetada al
asiento y sus ojos abiertos por piezas metálicas. El proyector frente a él
pasaba imágenes en rápida sucesión. Trató de concentrarse para entender lo que
veía, pero le costaba trabajo armar las piezas. Eran personas alegres, imágenes
del zoológico, los puercoespines en el aire con sus antenas de vigilancia,
incluso se vio a si mismo en una de las imágenes. Alguien debió darse cuenta
que se había despertado, pues el proyector se apagó de inmediato y dos hombres
fornidos lo liberaron de su prisión. Estaba cansado y débil, quería oponer
resistencia pero le era imposible. Lo cargaron hasta una puerta metálica que,
cuando se deslizó abierta, daba a su habitación. Los hombres lo dejaron en la
cama y lo dejaron a solas.
No
había forma de calcular el tiempo, pero imaginaba que habían pasado horas.
Estaba acostado boca abajo en la cama, su brazo izquierdo tocaba el suelo.
Sentía que la estructura completa se movía, la habitación debía estar en
movimiento. Recobró el uso de su mente, pero no quiso moverse. No tenía la
fuerza de voluntad para hacerlo. Comenzaba a apreciar la situación. Le lavarían
el cerebro, tan fácil como eso. Lo torturarían hasta que su voluntad se
quebraría y aplicarían los más adelantados avances tecnológicos para lavar su
mente hasta convertirlo en una máquina fría y competente. Rashide le había
dicho a Orgonal que él era tan sólido como el metal, y no había mentido, pero
nunca había experimentado nada como eso. Cuando del suelo volvió a surgir aquel
gas de olor dulce Rashide pensó que se equivocaba, sí lo había experimentado
antes, durante toda su vida. Detrás de cada mentira forzada, de cada
pensamiento reprimido, de cada lección en el colegio, su mente había sido
lavada. Rashide soltó una lágrima cuando sintió que el gas estaba en sus
pulmones, se dijo a sí mismo que nunca se rendiría, que nunca les daría su
mente, que ese espacio era suyo y de nadie más.
Perdió
la noción del tiempo entre las torturas en la cama eléctrica y las
proyecciones. Después de cada sesión era drogado con jeringas y pasaba el
tiempo en su habitación en un estupor narcótico. Fue visitado por su familia, o
al menos eso imaginó, no tenía manera de separar la fantasía de la realidad. Aunque
sabía, en sus pocos momentos de cordura, que lo torturarían hasta quebrarlo o
matarlo, estaba decidido a que no se rendiría jamás.
Cuando
la habitación vibró más tiempo de lo acostumbrado Rashide temió lo peor. Se
imaginaba el cubo de su habitación trasladándose por rieles hasta un sótano
donde cremarían su cuerpo sin pensarlo dos veces. Luchó contra las drogas para
ordenar su mente. Fingiría, diría lo que fuera necesario con tal de
convencerlos, pero nunca dejaría de ser Rashide. La habitación se detuvo y un
hombre entró para escoltarlo a través de un oscuro túnel de concreto hasta una
habitación de cemento con dos sillas de metal y nada más. El hombre lo dejó, se
dio media vuelta y cerró una pesada puerta metálica. Una mujer lo estaba
esperando. Señaló una silla y Rashide se acercó temblando, estaba seguro que
ésta sería la peor tortura de todas.
“¿Cómo te sientes Rashide?”
“Bien, me siento bien.” Se sentó
y la mujer se sentó a su lado.
“¿Cómo sigues de esa crisis
nerviosa?”
“Mejor.” Rashide pensó una docena
de cosas que podía gritarle, pero decidió que si cooperaba todo sería más
fácil. “Ya me siento mejor.”
“Rashide, he hecho esto mil
veces, sé por lo que estás pasando. A nadie le gusta el tratamiento eléctrico,
pero lamentablemente es el más efectivo. Todos los pacientes asumen que es
mejor si simplemente dicen lo que ellos creen que quiero escuchar. No es
cierto, la honestidad es el mejor síntoma de una mejoría saludable. Mentir solo
indica que existe mucha angustia en tu mente, y nosotros tenemos un firme
compromiso con el proletariado de curarlos, cueste lo que cueste y sin importar
cuánto tardemos. ¿Sabes qué es este lugar?”
“Es el lugar donde deciden qué
hacer conmigo.”
“Honestidad, me gusta. No es tan
fácil, porque nosotros no decidimos así nomás, tú decides. No eres un
prisionero aquí, estás bajo una terapia y puedes irte en cuanto te mejores.”
“¿Y si aquello de lo que me tengo
que recuperar es lo que está en mí?”
“Una pregunta honesta, muy bien,
y muy válida. Lo que piensas no es lo que eres. Cambiamos de pensar muchas
veces, eso no quiere decir que desaparecemos, ¿o sí?” Rashide quedó callado
mirando al suelo. “No te preocupes, ésta habitación es de cemento, está lisa
como puedes ver y la puerta de metal mide más de cinco centímetros de acero,
nadie puede grabar desde fuera y no hay ningún micrófono.”
“Difícil de creer.” Las palabras
prácticamente escaparon de su boca. La mujer encendió las luces, de un delgado
canal plástico de baterías ubicadas en las esquinas, con un aplauso para
mostrarle que decía la verdad, no había ninguna cámara, ni ningún aparato
conectado a un tomacorriente que podría contener micrófonos.
“Es el único cuarto, en todo el
sector, que no tiene micrófonos. Aquí podemos hablar a nuestras anchas sin
temor de represalias políticas.”
“¿Y no le parece que eso es algo
extraño? Me refiero a la idea de vivir con miedo.”
“Quería que tocáramos ese punto
Rashide, porque quiero hablarte de algo. ¿Recuerdas bien las lecciones de
historia del colegio?”
“Sí, muy bien.”
“Vamos, nadie las recuerda tan
bien. La historia es aburrida.” Dijo la mujer sonriendo. “La sociedad
prehistórica, durante la guerra de clases, vivía bajo el régimen burgués del
capitalismo. ¿Recuerdas esa parte?”
“Todos recordamos esa parte. La
revolución proletaria, la gran guerra y el establecimiento de la soviética.
¿Qué tiene que ver conmigo?”
“El capitalismo se alimenta de la
peor debilidad del ser humano, la avaricia. El acaparamiento de bienes era
considerado una virtud. Los avaros, los ambiciosos, ellos se apoderaban de
mucho y lucraban del esfuerzo ajeno. Dime, ¿qué tiene de justo estar sentado
sin hacer nada y ganar una fortuna del esfuerzo de los obreros, a quienes les
regresaban miserias para apenas subsistir?”
“Nada... Está confundida, yo soy
un socialista comprometido. No soy religioso, pero sé que ahora vivimos en paz
y armonía porque no hay clases sociales, ni la avaricia de la que habla.”
“El capitalismo era un sistema
seductor, pero el socialismo ganó por una sencilla razón, el socialismo se
alimenta de las mejores virtudes del ser humano, la fraternidad y la
generosidad. El comunismo cree que el Hombre por naturaleza es un ser
cooperativo, y es la avaricia y la ambición lo que lo corrompe. Cuando
trabajamos todos, trabajamos menos. Cuando todos compartimos, todos tenemos
más. Nuestra sociedad se construye con las manos de todos.”
“He visto de primera mano la
generosidad de este sistema, 500 personas murieron porque el sistema es tan
generoso... Es tan fraterno que hay que aprender a mentir y pensar en formas de
conservar cierta cantidad mínima de privacidad.”
“Entiendo lo que dices, todos
tenemos conversaciones debajo de las sábanas. Nuestro sistema no es perfecta,
soy la primera en admitirlo. La escuela de cuadros ha enviado miles de
solicitudes al congreso para que haga cambios. Ahora no lo puedes revisar, tu
comunicador ha sido desactivado, pero revísalo en nuestra página de red en
cuanto salgas de aquí. ¿Pero no te parece exagerado decir que como un sistema
tiene fallas, entonces hay que tirarlo todo a la basura? Se hace con las manos
de todos, pero no somos perfectos y a veces nos complicamos demasiado.”
“¿Y ahora sobre las manos de
quién me encuentro?”
“Sobre las manos de todos.”
Rashide no dijo nada, pero sabía que aquella era otra manera de decir nadie.
“Es un enorme colectivo, es natural que haya errores, para eso está la
democracia. Tu esposo es un vocero muy exitoso, yo voto por él cada mañana
antes de venir. Sin duda él te lo dirá, la naturaleza humana es frágil, pero
puede mejorar si le das la oportunidad.”
“Todo eso suena muy lindo, y en
parte creo que tienes razón, pero hay tantas cosas absurdas allá afuera...
¿Quién decidió que los multifamiliares solo se pueden pintar de verde
brillante? O peor que eso, ¿por qué es delito cambiarle de color? No me explico
qué tiene que ver la idea de un sistema que resalta lo mejor de las personas
con kilómetros de regulaciones y burocracias para todo.”
“Imagina que hay tres personas en
una isla remota y sólo hay dos cocos para comer, ¿qué crees que pasaría? Cuando
el hambre llegue se matarían entre ellos para conservar el alimento.
Necesitarían a alguien que imponga el orden y los convenza de compartir lo que
tienen. ¿Quién se asegurará de que no haya propiedad privada sino es algún tipo
de gobierno? Ahora ya no tenemos gobierno, tenemos a mamá que es mucho más que
eso.”
“No sé...” Rashide se puso de pie
y se aferró al respaldo metálico.
“Míralo de esta forma, ¿qué
ocurre cuando se pasa la voz de que existe un punto sin vigilancia? Mucha gente se droga, fornica fuera del matrimonio
y se comporta como bestias. Un pequeño espacio sin gobierno y la sociedad
comienza a caerse en pedazos.”
“Tiene sentido.” Rashide lo dijo
sin pensar, era la respuesta correcta, pero él mismo tenía dudas.
“En el fondo, el problema no está
en la naturaleza humana, la gente se mataría entre ella sin alguien que
aboliera la propiedad privada y la repartiera, pero no porque sean malos en sí
mismos, como pensaba el capitalismo, sino por el egoísmo. ¿Y qué es el egoísmo
si no es individualidad? Cuando un pasto sobresale a los otros lo cortamos,
cuando una persona incita al desorden, ¿acaso no es, por el bien mayor, lo
correcto el asegurarnos que esa persona no destruya el esfuerzo colectivo?”
“Pues, sí, supongo que sí.”
Rashide se dio cuenta que la soviética había mandado a su mejor torturadora.
Ella era el filtro donde decidirían qué hacer con él. Tenía que andarse con
cuidado, pues su vida dependía de ella.
“Vamos Rashide, no estás siendo
honesto conmigo.” Rashide lanzó la silla contra una pared y se acercó a la
mujer con una expresión amenazante.
“Me saca de mis casillas que
traten de forzar ideas en mi mente. Soy un individuo, soy un individuo que cree
en el colectivismo, en el comunismo, pero que no soporta que la soviética deje
morir a miles de personas y lo justifique todo con la misma retórica de siempre
sobre el esfuerzo colectivo.”
“¿Justo comparado a qué? La
razón, y no el sentimiento, determina lo que es justo. De otra forma lo justo e
injusto sería arbitrario. Imagina un mundo donde si el juez te odia o está de
mal humor, entonces dicta su sentencia conforme a eso. Contéstame eso, ¿qué
dicta lo que es justo o no?”
“La razón, es cierto, pero ¿qué
hay de la vida humana? Si la razón no valora la vida, ¿qué valora?”
“La razón sigue a la verdad, y en
la verdad está la justicia. La verdad es que el proletariado era explotado y
que el motor de la historia es la lucha de clases. La verdad es el comunismo,
¿y qué es el comunismo sino la soviética?”
“¿En qué se diferencia del juez
aquel que dictaba de acuerdo a sus caprichos? Únicamente hemos trasladado la
justicia de ese juez a una pentarquía de cancilleres y un consejo supremo.”
“No, porque la soviética somos
todos.” Rashide sabía lo que aquello quería significar. La soviética eran todos
y a la vez nadie. Todos le vigilaban en cada rincón, y a la vez nadie era
directamente responsable. Los ciudadanos delegaban su responsabilidad a sus
políticos y éstos a la pentarquía. Estos últimos operaban en base a votos
ciudadanos, de modo que los que no querían hacerse responsables de nada, al
final eran responsables de todos. Rashide comprendió el verdadero horror de la
prisión que era la soviética, todos los internos eran a la vez prisioneros y
guardias.
“Nunca lo había visto así.”
Rashide tenía que ganar tiempo. Los argumentos de la torturadora eran convincentes,
aunque su corazón le decía lo contrario. ¿Cuánto tiempo tendría antes de que su
corazón fuese seducido y ajustado por su mente? Pensó en los sistemas de la red
pública de los comunicadores, éstos se actualizaban una vez al año. ¿Su
consciencia haría lo mismo?
“Es el sistema perfecto Rashide.
Perfecto en cuanto a que nos otorga la máxima cantidad de libertad posible sin
que la sociedad se derrumbe por si misma, pero perfectible en cuanto a que
contamos con un sistema democrático mediante el cual el pueblo puede trabajar
organizadamente hacia un mundo donde decisiones crueles como las que tú tomabas
ya no sean necesarias.” Se dio cuenta que ella también era un guión fantasma.
Su código de programa le hacía despertarse, comer, bañarse y dormir, pero el
guión fantasma el que le instruía los propósitos. La soviética era el código
fuente y todos, incluyéndola a ella y a Rashide, eran guiones fantasmas
operando bajo las directrices del código fuente. “¿En qué piensas?”
“Yo...” Rashide se convenció en
ese momento que el metal indestructible no era un metal duro e inflexible, sino
el metal líquido. Era un programador y sabía cómo alterar su guión fantasma
para adecuarse a cualquier circunstancia. “Pensaba que el comunismo saca lo
mejor de la gente, aunque la gente tiene que hacer sacrificios. Quiero decir,
es como usted dice sobre la individualidad y el esfuerzo colectivo. Sí, hay
mucha burocracia, pero el sistema puede mejorarse.”
La
había convencido. Le regresaron a su habitación y Rashide supo que sobreviviría.
No sólo en la escuela de cuadros, sino allá afuera. Sus captores lo dejaron en
su habitación por más tiempo de lo normal. Debieron haber sido días, aunque no
tenía forma de saberlo, pues las luces emitían flashes rítmicos que le impedían
dormir. Rashide se mantuvo acostado, catatónico por tanto tiempo que no podía
ni adivinarlo, hasta que las luces se detuvieron y lo dejaron dormir. Un hombre
entró a su habitación y le tiró su ropa sobre la cama. Había sido absuelto.
Rashide se quitó la bata blanca y se vistió tan rápido como pudo. La habitación
estaba descendiendo, lo podía sentir, y cuando abrió la puerta se encontró con
Rando.
Aunque
estaba muerto de cansancio esa noche tenía ganas de hablar con Rando en
privado. Rando llevó consigo una lámina plástica y un gancho de plástico y se
metieron debajo de las sábanas. Rashide lo besó con lágrimas en los ojos antes
de esconderse bajo las sábanas.
“Gracias Rando, no sé que hayas
hecho p ara sacarme, pero... Gracias.” Rashide escribió con cuidado. “Me torturaron
para lavarme el cerebro.”
“Rashide...” Rando escribió en la
lámina. “Necesito que me hagas un favor. ¿Puedes burlar el GPS del comunicador
por unas horas?”
“¿Qué tienes en mente?” Escribió
Rashide. Rando alisó la placa plástica para volver a escribir.
“Alguien me habló de rumores
sobre el sector prohibido. Quiero verlo por mí mismo.”
“Lo haré con gustó, pero cuidado
con lo que encuentres.” Rashide se quedó pensando antes de volver a escribir. “¿Y
si todo el sistema está podrido?” Rando leyó la frase varias veces y meditó su
respuesta.
“Lo está.”
“¿Y si no tiene solución?”
Rashide le miró intensamente con lágrimas en los ojos.
“Entonces le damos una.”
Al
día siguiente Rashide fue cambiado de trabajo. Imaginó que sería enviado a las
fábricas, pero su antiguo jefe, Lasner, así como todos sus colaboradores,
habían emitido cartas de recomendación. Su nuevo trabajo era en los sistemas de
la ciudad. Su cubículo era treinta centímetros más grande y su silla tenía su
nombre en el respaldo, en vez de la base. Aquellas eran las únicas diferencias
inmediatas. Rashide suspiró tranquilo al saber que no tendría que decidir sobre
la vida de cientos de proletarios enjaulados en ataúdes flotantes.
“Supervisamos todo el sistema,”
le explicaba Greler, su nuevo jefe. “desde el programa de patos holográficos en
los parques hasta los programas que abren las puertas de los departamentos y
los aeropuertos, puertos y plataformas de lanzamiento. Como sabes Felna recibe
muchas importaciones y mucho turismo, por lo que nuestra labor es bastante
compleja.”
“Descuide, puedo trabajar bajo
presión.”
“Rashide,” Greler se apoyó contra
su cubículo y le tomó de la mano con una expresión triste “sé que pasaste por
momentos difíciles, pero quiero que sepas que todos aquí valoramos tu trabajo y
tu historial. Sé que eres un excelente programador y estoy honrado de tenerte
en mi equipo.”
“Gracias señor... No sé qué
decir.”
“No me lo agradezcas, soy un
hombre que cree en las segundas oportunidades, incluso si muchos proletarios
allá afuera prefieren juzgar a los demás sin conocimiento de causa.”
Rashide
sonrió y Greler lo dejó a su trabajo. Su mente aún estaba confundida, luego de
las torturas en la escuela de cuadros, pero trató de calmarse pensando que el
comunismo, al menos en la mayoría, sacaba lo mejor de las personas. Se sumergió
en miles de líneas de código fuente parchadas constantemente por
guiones-fantasma. El sistema era mucho más complejo de lo que él pensaba. El
programa que controlaba las cintas transportadoras en los edificios de compras
era diferente al que establecía la temperatura y la luz en el mismo edificio.
Con los años, los programadores habían preferido establecer guiones-fantasma
que parcharan la incompatibilidad con múltiples interfaces de compatibilidad.
Lo mismo ocurría con los programas que registraban cuando un comunicador abría
la puerta de su departamento asignado y el que registraba el pedido de comida
en la cocina. Rashide se reclinó en su silla y se preparó para años de arduo
trabajo organizando la maraña de líneas de código.
“Tú debes ser el nuevo.” Una
mujer se levantó en su cubículo y le miró desde arriba “vi que te llevas bien
con Greler. Felicidades.”
“¿Normalmente es muy difícil con
ustedes? Me pareció una persona muy tranquila.”
“Tranquila...” Se mofó la mujer
“claro que es tranquilo. Le pega a su inhalador de Vasum como si fuera agua.
Todo el día está tranquilo, es la mejor manera de sobrellevar esta locura.”
“¿Pero cómo lo hace si el
comunicador revisa la sangre? A mí no me deja inhalarlo dos veces en el mismo
día.”
“Se nota que eres nuevo...” Dijo
la mujer, obviamente divertida por la situación. “Supervisamos y codificamos
día tras día, ¿quién crees que sabe cómo funcionan esos programitas piratas que
usan los falsificadores en los parques y en los viejos edificios? En su mayoría
trabajaban aquí. El buen Greler sabe como manipular el programa y, como él es
quien lo actualiza, sabe qué versión del programa se usará y modifica el código
fuente de su comunicador en base a ello. Echa una mirada al código fuente del
comunicador en sus programas de GPS o de análisis de sangre, verás que tiene
más parches que ningún otro programa. Los falsificadores están constantemente
encontrando fallas y mecanismos para truquear sus comunicadores. Tenemos que
estar emitiendo descargas de parches de guiones-fantasma todo el tiempo.”
“Es bueno saberlo.” Dijo Rashide.
Rashide
revisó lo que su compañera le había dicho. Ahora sabía cómo hacerle el favor a
Rando. Se llevó algunas herramientas y, en el único punto ciego del departamento,
fijó la señal de GPS en el guión-fantasma para que la vigilancia pensara que no
se movían. No tenía idea de lo que encontrarían en el sector prohibido, pero
sabía que no sería bueno. Le hubiera gustado ir con ellos, pero el trabajo lo
llamaba. Luego de cuatro horas ininterrumpidas de leer guiones-fantasma se
hartó y caminó a la ventana para estitarse. La ventana daba a otro edificio del
mismo color y tamaño. No podía pensar en eso, en cambio pensaba que la fábrica
de vidrio tenía problemas de compatibilización entre sus maquinas. Pensaba que
el programa de las máquinas de construcción necesitaban urgentemente
códigos-fantasma que les permitieran acceso remoto desde el departamento de
servicios urbanos.
“¿Estás bien?” Le preguntó
Greler.
“Demasiados códigos-fantasma. Es
increíble que algo que podría ser tan sencillo, fuera tan difícil. Más
increíble cuando pienso que el código fuente de cada ciudad y de cada país es
diferente. No tiene sentido alguno. Sería más fácil elaborar un código
universal, en un mismo lenguaje de programación, para todas las ciudades.”
“Eso es imposible, ¿el mismo
código fuente que hace que los comunicadores funcionen sería el que organiza
las transferencias de datos de los puercoespines? Es imposible.”
“¿Por qué? Un programa único de
base con diversas aplicaciones autónomas. Si una aplicación tiene un problema
se trabaja sobre ella, no sobre el código fuente. Es perfectamente posible.”
“Visto así...” Las pupilas de
Greler estaban dilatadas al máximo, pero aún quedaba ciertos residuos de su
mente. Rashide ya no le miraba a él, sino a su guión-fantasma. Podía leerlo con
la misma facilidad que leía los códigos computacionales. El centro de Greler, y
de casi todas las personas que conocía, era la soviética. Un código fuente que
les servía de marco de referencia para todo. Algo tenía o no sentido
dependiendo de lo que decidiera la soviética. Rashide ya no era así, ahora
estaba a solas. Mientras veía a su jefe pensar las posibilidades se estremeció
por dentro. Si ya no tenía a la soviética, si no tenía los sueños y la retórica
oficial, ¿qué le quedaba? Pensó en las historias de naufragios en las islas
prohibidas y se pregunto si acaso él no era así. Un naufrago, un errante eterno
que nunca estaría en casa. “Hay un concurso de diseño de programas, podríamos
concursar.”
“Perfecto.” Rashide sonrió.
Estaba feliz porque su proyecto tenía la aceptación de su jefe, pero más porque
su mente era la completa herejía que, si la soviética pudiera leerla, le
valdría la ejecución inmediata, y era toda suya. Nadie le podría quitar aquella
parcela y nadie nunca la vería. Era su jardín de fantasía y ningún proletario
la vería jamás porque Rashide sabía cómo programar sus guiones-fantasma para
aparentar ser como los demás. “Será mejor que lo trabajamos con conexión remota
a nuestros comunicadores.”
“Seríamos tú y yo nada más.
¿Crees que acabemos a tiempo?”
“Estoy seguro que sí.” Sabía que
eso significaba que estaría solo, pero no le importaba, podía hacerlo porque ya
había hecho los cálculos geométricos en su mente.
Orgonal
y Rando habían cambiado desde su excursión. Orgonal había cambiado para
siempre, Rashide podía verlo en sus ojos. Rando había asimilado la situación
correctamente. Una noche Rando le escribió, debajo de las sábanas, lo que había
pasado. Rashide le miró a los ojos y le dijo que aquello era lo que había y
tenían que adaptarse. Rando no lo entendió, pues no sabía lo que ocurría dentro
de Rashide. Por más que amara a Rando no podía decirle cuánto había cambiado y
cómo. Él mismo no lo podía expresar con palabras. Era el primer hombre en esas
tierras extrañas, un explorador en un mundo no había bien o mal, justicia e
injusticia, donde únicamente existía la sobrevivencia y la adaptación. Jamás
había leído sobre ello, pero no se sentía como una enfermedad mental, se sentía
como algo liberador.
Sus
días se turnaron entre las extensas y estresantes horas de codificación y las
noches con su amado Rando. Orgonal quería dormir sola, sabían que se estaba
alejando peligrosamente. Rando aprovechó un día libre para invitarla a jugar
Caleran en uno de los parques del sector M. La cancha de Caleran era muchísimo
más grande que el reducido espacio en la azotea del multifamiliar, pero aún así
prefirieron ocupar un espacio reducido. No estaban interesados en las grandes
metas circulares, ni en las líneas que dividían al campo de juego.
“¿Leíste sobre Vamica?” Preguntó
Rashide cuando comenzaron el juego.
“El comunismo sacará lo mejor de
las personas, pero en su caso sacó algo extraño.”
“Encontró la vocación, supongo.”
“Eso, o encontró algo en su sopa
que tenía más vitaminas de lo normal.” Rashide se rió y Orgonal sonrió por unos
segundos antes de regresar a su habitual estado silencioso.
“Rando me contó de la obra de
holodromo que fueron a ver ese día que nos vimos en las escaleras.” Rashide
esperaba que entendiera la indirecta, y lo hizo. “¿Qué te pareció?”
“Hay una parte en la obra,”
Orgonal pateaba la pelota cada vez más alto, para poder tomarla con la mano con
mayor facilidad, “donde uno de los personajes dice” tomó la pelota en su mano y
dijo, sin alterar el tono de voz “ESTAMOS ENCERRADOS”.
“Creo que vi esa obra, la verdad
me gusta más el zoológico, porque ahí te enseñan sobre la importancia de”
balanceó el baló entre sus manos “LA ADAPTACIÓN PARA SOBREVIVIR.” Regresó la
pelota a su rodillas donde la fue rebotando para tomarla de nuevo “Viven en su
propio mundo, encerrados pero libres por dentro, alimentados por los humanos,
pero tan salvajes como fueron en un principio, en el fondo para ellos” tomó la
pelota con la mano “SÓLO EXISTE LA LIBERTAD INTERIOR, Y SE MANTIENE POR LA
ADAPTACIÓN”.
“Sí, son fascinantes y me alegra
muchísimo que la soviética haya decidido que cada ciudad tenga su propio
zoológico, es como si mamá pensara en todo.” Fue rebotando la pelota entre sus
codos y sus rodillas, preparando lo que quería decir. “Me recuerda una obra que
vi de niño donde un león, o mejor dicho un actor disfrazado de león, le decía
lo libre que era a una cebra antes de comerla.” Pasó la pelota hacia sus manos,
donde la fue rebotando “LIBRE POR DENTRO Y ESCLAVO POR FUERA,” Regresó la
pelota a sus rodillas “ésa era la enseñanza comunista. Aprendimos muy bien de
ella. Por cierto, el otro día compré una caja de barras de galletas, las que
tienen el químico que sabe a miel y me di cuenta de algo,” tomó la pelota y
dijo “SIN LA PARTE DE AFUERA, LA PARTE DE ADENTRO SE HACE AGRIA Y SE ECHA A
PERDER.”
“Orgonal,” Rashide, enojado, se
acercó a Orgonal y le arrebató la pelota. Ella no se hizo para atrás, Rashide
sabía que nunca lo haría, tenían eso en común. Sin embargo, su paciencia ya no
daba más. Había mil cosas que quería gritarle en ese momento, pero sabía que la
cancha estaba intervenida desde el suelo de poroso plástico.
“¿Qué pasa, ya no quieres jugar?”
“No todos tenemos la opción de
juzgar a los demás desde el pedestal de la rectitud moral. Algunos de nosotros
vivimos en el mundo real, donde se hace lo que se puede con lo que se tiene.
Prefiero ser libre por dentro, fiel a mí mismo, que en una escuela de cuadros.
¿Cuándo vas a entender que tus tonterías rebeldes sólo te llevarán a tu propia
destrucción? No es un juego, el cinismo también es un veneno. Si tú quieres
creer que ya-sabes-qué no saca lo mejor de la gente, adelante pero vives en una
falacia. Tu sentido de justicia se basa en lo que sientes, en tus infantiles
caprichos, ¿cuándo vas a entender que no puedes justificarlo todo en los
caprichos?”
“Todo se justifica en la
soviética, amado mío.” Orgonal dijo esto con un tono de amargura.
“Esa barra de galleta es
deliciosa por lo que tiene adentro, sólo en eso se justifica su sabor.”
“No, hay otro camino.” Dijo
Orgonal.
“Sí, el del incinerador.”
Rashide
dejó a Orgonal para que pensara en lo que había dicho. Se arrepintió a medio
camino, pero ya era tarde. Recordó las imágenes holográficas en los proyectores
de los zoológicos sobre la vida que solían tener los lobos. Recordó a los lobos
que se separaban de la manada y sobrevivían por su propia voluntad. Rashide
sabía que era un lobo rodeado de borregos. También sabía que no eran borregos
comunes, aunque débiles y fáciles de manipular esos borregos controlaban un
completo estado de miedo constante. Bajo la pacífica fachada del comunismo
yacía una violencia tan sanguinaria, inhumana y cruel que, a comparación,
Rashide no era nada.
Sus
días estaban plagados de ese sentimiento de salvaje soledad y sus noches
estaban llenas de Rando. Orgonal había empeorado, ahora lloraba toda la noche.
Rashide sabía que no había nada que pudiera decirle. Finalmente la situación estalló. Orgonal estaba en
problemas y necesitaba escapar de la soviética. No había ningún lugar, en
ninguno de los planetas y lunas colonizadas donde no existiera el puño de
hierro de la soviética, pero Marte aún era subdesarrollada y por ende más laxa
que los cinco países de la Tierra. Rashide no pudo dejar de sentirse triste por
Orgonal, ella era una mujer que pasaba más tiempo en su mundo de fantasía que
en el mundo real. Aún así, su corazón estaba en el lugar correcto, pero su
razón se aferraba a conceptos abstractos que sólo tenían sentido en el marco de
la soviética. Se arrepintió de no pasar
más tiempo con ella después de su estadía en la escuela de cuadros, estaba
seguro que podría haberla convencido de desechar todas ideas de justicia y
bondad, de ser simplemente humana.
Rashide
encontró santuario en su trabajo. Greler le promovió a su asistente personal,
ahora podía dedicarse de tiempo completo al código fuente unitario para todas
las ciudades. Greler le dejaba usar su computadora, aunque aquello implicara
una multa por mal uso de inmobiliario laboral. Sus antiguos colaboradores
estaban celosos, había escalado posiciones más rápido que cualquiera de ellos y
en menos tiempo. A Rashide no le importaban las miradas asesinas, podía leer
sus guiones-fantasma con toda facilidad y se daba cuenta de lo infantil que
eran sus respuestas. Aquella era una constante en casi todas las personas que
conocía, el omnipotente abrazo de la soviética los había reducido a todos a
infantes. La única persona diferente era Rando, pues dentro de él bullía algo
más grande que la soviética, una ambición tan fuerte y decidida que, Rashide
estaba seguro, podría doblar al sistema a voluntad.
“¿Cómo vas con tus cálculos?”
Greler se apoyó contra la pared plástica de su cubículo.
“Es difícil de armar, pero en el
fondo es más sencillo que el sistema actual. Tengo terminado el código unitario
y estoy añadiendo un guión fantasma por cada aplicación. Son muchísimas
aplicaciones, desde las aplicaciones de los comunicadores hasta las
aplicaciones de las diversas fábricas. Tedioso, pero ya casi termino.”
“Justo a tiempo también. Espero que no te molesten tus compañeros,
están un poco... celosos de tu éxito. No les hagas caso, tú estás destinado a
grandes cosas.”
“Yo no tengo éxito,” Rashide lo
dijo con tal naturalidad que él mismo se sorprendió “simplemente me sacrifico
en virtud del proletariado, como todos aquí. Lástima que algunos de mis
compañeros no puedan ver eso.”
Esa
noche Rando le pidió el favor. Lo que pedía era sumamente ilegal, pero lo haría
todo por Rando. Se conmovió con su segundo favor, “no me juzgues”. ¿Cómo podía
juzgarlo si lo amaba tanto?, ¿cómo podía juzgarlo si para Rashide ya no existía
la tarima de la superioridad moral? Si la razón dictaba lo bueno y lo malo, y
la soviética era la encarnación de la razón, pero la soviética estaba muerta
para Rashide, ¿por qué juzgaría al hombre que amaba? Ya no había bien o mal,
sólo existía el amor. Aquello era lo único que la soviética nunca podría tener,
pues el amor nacía del individuo, nunca de la masa. Lo único que la masa había
podido producir era la soviética, y aquello era demostración suficiente para
Rashide de que, aunque estuviera completamente solo entre millones de
proletarios, estaba en un plano más auténtico que la hipocresía de la soviética.
Esa
mañana urdió el plan para cumplir el favor de Rando. Sabía que si activaba la
alerta contra incendios todas las estaciones se paralizarían, a menos que la
estación principal estuviese, por algún motivo de incompatibilidad, bloqueada
desde el inicio. En ese caso el bloqueo automático no surtiría efecto y sería
una cuestión de eliminar al guión fantasma que estorbaba para continuar su uso.
Con la excusa de revisar los parámetros del concurso de programación accedió a
la estación principal, una computadora grande como una pared con un proyector
holográfico en el techo, resguardada tras una puerta de vidrio. Greler no vio
nada extraño en ello, pero olvidaba que Rashide guardaba, con su
consentimiento, todo el proyecto en su comunicador. Con un poco de programación
logró que la computadora estuviese temporalmente bloqueada, después activó la
alerta contra incendios en el piso 20,
las oficinas de procesamiento de quejas del sistema de parques. La puerta se
abrió por unos segundos y después se cerró con un seguro del tamaño de la
cabeza de Rashide. Sus compañeros fueron evacuando, él se quedó atrás. Removió
el guión fantasma con la misma facilidad que lo había programado y descargó el
proyecto de código unitario planetario en el servidor principal.
Greler
se quedó en la entrada de la oficina contando cabezas y se preguntó por
Rashide. Al verlo trabajando en la estación central imaginó que algo estaba
mal. Rashide cargó el archivo al programa del concurso de programación con su
nombre como el único en la lista. Mientras Greler ladraba órdenes que Rashide
no podía escuchar tras varios centímetros de vidrio, Rashide accedió al
programa general del sistema de comunicadoras. Greler se lanzaba contra el
vidrio, pero no podía moverlo. Desesperado, tomó una silla y la lanzó contra la
puerta. El vidrio apenas mostraba una fisura, pero nada grave. Rashide sonrió
pensando en que le multarían por hacer mal uso de una silla mientras truqueaba
el guión fantasma de las contraseñas y accedía al menú principal. Actualizó el programa
con un solo clic mientras veía que tres agentes de seguridad corrían para abrir
la puerta de vidrio con sus armas.
Rashide
comenzó a respirar cada vez más rápido. Miraba su comunicador, y no había
cambio alguno. ¿Y si la orden había sido contravenida en una estación general
en Croleran? Los guardias abrieron fuego contra la puerta. Rashide se agachó
detrás de la computadora y siguió mirando su comunicador. No había cambios.
Sería arrestado y enjuiciado por traición. Si tenía suerte le darían un tranquilizante
antes de tirarlo a los incineradores. El vidrio de la ventana se astilló cuando
Rashide notó que el menú de su comunicador desaparecía por unos segundos. Los
guardias golpearon el vidrio para romperlo en pequeños pedazos. Sus brazos ya
estaban dentro cuando sus comunicadores vibraron y emitieron una alarma
chillona. Los guardias se detuvieron en seco, ya nada quedaba de la puerta.
Rashide, sudando y temblando, los miraba desde el suelo. ¿Iban a matarlo ahí
mismo o su vida había sido salvada?
“¿Qué están esperando?” Preguntó
Greler. “Arréstenlo.”
“Lo sentimos,” uno de los
guardias le mostró la pantalla de su comunicador “pero tiene el triple de Vasum
en su sangre de lo legalmente permitido. Su arresto tiene prioridad.”
“Sí,” dijo otro guardia “Rashide
tuvo que violar un código menor para exponer a su jefe, temiendo las crueles
repercusiones que eso podría tener.”
Greler
rompió a llorar y rogó por su vida. Los guardias no le prestaron atención.
Rashide se levantó del suelo y los acompañó en el elevador. Greler aún no podía
creer que su subalterno le traicionara de esa manera. Rashide volteó a verlo,
mientras éste se removía en sus esposas plásticas, y no pudo evitar sonreír. Al
llegar a la planta baja había más agentes. Rashide se sorprendió de que la
soviética mandara a una docena de agentes extra para un asunto que, en el
fondo, debía ser rutinario. Los agentes no estaban ahí por Greler, sino por él.
Lo escoltaron por la fuerza hacia un camión exclusivo para la policía secreta.
Sus compañeros de trabajo le miraron con odio en sus miradas. A Rashide no le
importaba, ¿si todos eran iguales, entonces por qué no podía ser tan cruel como
la soviética era con todos?
“¿Está cómodo?” Preguntó un
agente mientras lo sentaban al fondo del autobús.
“¿Qué ocurre?” Uno de los agentes
cargó un pequeño comunicador holográfico portátil y lo colocó en el suelo.
Extendió las largas patas cromadas proyectores mientras hablaba.
“Greler se había ganado la
confianza de la pentarquía. En cuanto el código unitario fue recibido desde el
servidor general las autoridades sabían que algo estaba terriblemente mal.”
“Greler tenía el hábito de robar
las ideas de los demás y programar su comunicador a su antojo. En repetidas
ocasiones me amenazó diciendo que tenía conexiones importantes. Vivía una vida
doble, sus subalternos tenían una idea de él muy distinta a la personalidad que
él me demostraba. No sabía qué hacer, sabía que si me quejaba por los canales
oficiales él lo sabría.”
“Usted pasó tiempo en una escuela
de cuadros, ¿es correcto? Algo que ver con una crisis nerviosa.”
“No hubo tal crisis nerviosa, se
trataba más bien de una confusión que la amable señora que trabaja ahí supo
explicarme.” Rashide quiso sonreír, quiso reír como un demente, ufanarse frente
a ellos de lo brillante que era para adaptarse a la situación. “Por unos
momentos pensé que lo justo existía por encima de la soviética. Un error común
que fue corregido a tiempo.”
“Bien, muy bien.” El agente
encendió el holo-comunicador y apareció la mitad del cuerpo de un hombre. El
agente apuntó las tres cámaras hacia Rashide, de forma que el hombre pudiera
verlo también.
“¿Rashide-HW365-6984L?” Rashide
asintió en silencio. “No me conoces, soy uno de los asistentes personales de la canciller suprema
Rewil, mi nombre es Prelner. Para ti soy un extraño, pero tú no eres un extraño
para mí. Tu esposo es un hombre muy famoso, acaba de reformar la democracia
soviética. En cuanto a tus esposas... Bueno, al menos Vamica es una socialista
devota. Orgonal... supongo que siempre hay una oveja negra. Estuve viendo las
grabaciones de tu departamento y veo que Rando y tú son los más cercanos. Me
alegra ver que dos personas de tanto talento sepan trabajar en equipo. La
reactualización le dio las elecciones a tu esposo y tú te deshiciste de tu jefe
y presentaste ese programa unitario sin
su nombre en el proyecto. Bien jugado.”
“El código unitario, ¿fue de su
agrado?” El hombre sonrió y reprimió la risa.
“Rashide, Rashide, si no me
hubiera gustado, ¿crees que seguirías con vida?” Prelner le mostró su
comunicador mientras apretaba algunos botones en la pantalla. “Te acabo de
transferir a Croleran, vendrás aquí inmediatamente. Conocerás a la pentarquía.
También tu esposo, así que podrán seguir trabajando, y tramando, juntos.”
“Vaya, no sé qué decir.”
“No digas nada, el transporte te
llevará al aeropuerto. Alguien recogerá tus artículos personales ésta tarde.”
Prelner apretó un botón y la comunicación se cerró.
Le
hubiera gustado despedirse de Orgonal, pero estaría apenas llegando a Croleran la
mañana siguiente. Conocería a la soviética. No podía creerlo. Era el hombre más
peligroso del mundo, y sin embargo era tratado como a un héroe. Había sido
sagaz, traicionero y manipulador, todas las virtudes que la soviética, en
secreto, premiaba. Orgonal había tenido razón después de todo, el comunismo no
sacaba lo mejor de la gente.
Croleran
era completamente diferente a las demás cincuenta ciudades del resto del mundo.
No había fábricas, ni había oficinas. Toda la ciudad estaba diseñada para la
política, de ahí su apodo la ciudad-política. Tenía departamentos, como las
demás ciudades, pero contaba con cinco congresos de comisión, uno por cada
país, un congreso supremo y el edificio de la pentarquía. Se trataba del
edificio más grande el mundo, con 55 pisos y del tamaño de cinco
multifamiliares puestos juntos. En él laboraban los cinco cancilleres de los
países, sus equipos de trabajo y los consultores de voto popular. En el edificio de la soviética se
decidían prácticamente todos los aspectos del proletariado. Rashide fue alojado
en uno de los multifamiliares cercanos al edificio principal, pasando la base
militar más grande del mundo. Rando le acompañaría ahí y aprovechó unos minutos
de tranquilidad para arreglarle la cama como a él le gustaba.
Los
sistemas de cada país podían conectarse entre ellos, pero ninguno podía
conectarse con Croleran, mientras que el sistema maestro de Croleran podía
conectarse directamente a cualquier aspecto de cualquiera de las redes, desde
las aplicaciones de ocio de los comunicadores hasta los servicios de agua
dentro de un multifamiliar. Ahora que la pentarquía había aceptado el programa
universal las conexiones serían más sencillas, sin ningún problema de
compatibilidad. Le llevaron al piso 20 del edificio de la soviética donde se
encontraban los 1,300 servidores principales, rodeados de un destacamento
militar y bajo protección continua. Le hicieron saber que existían otros dos
mil servidores de emergencia, cuyas localizaciones exactas sólo lo sabían
algunos miembros de las fuerzas armadas. Rashide pensó que le ubicarían en el
piso veinte, pero estaba equivocado.
“Rashide, ven conmigo.” Era la
canciller suprema. Rashide se quedó estupefacto frente a ella, había visto
tantas estatuas y carteles y anuncios en el comunicador que no sabía cómo
hablarle. “Tendrás que acostumbrarte a mí y a los otros cuatro cancilleres,
porque trabajarás con nosotros.”
“Yo pensé... es decir, como mi
especialidad son los sistemas, pensé que estaría aquí.” Rewil salió de la sala
de servidores y Rashide le siguió a un paso atrás. “No pensé que fuera a
trabajar en algo político.”
“No es político Rashide,
trabajarás con la soviética.”
Rashide
quedó boquiabierto y guardó en silencio. Desde que todos los proletarios son
infantes el colegio enseñaba diariamente “la soviética somos todos”. En el
fondo todos sabían que quienes tomaban las decisiones más difíciles era la
pentarquía y, por ende, ellos eran la soviética. Ahora parecía que había
alguien por encima de ellos. Rashide razonó que aquello tenía sentido, se
necesitaba de un titiritero maestro que jalara los hilos de la pentarquía,
alguien que nunca abandonara el poder en caso de que algo sucediera y el pueblo
eligiera una pentarquía ineficiente. Rashide estaba emocionado de conocer a la
soviética, pero más emocionado porque sabía que la soviética sería como él. Ya
no estaría solo, encontraría a un lobo solitario como él. Quien quiera que
estuviese mandando las órdenes tenía que estar más allá de la retórica, más
allá de la soviética misma, igual que Rashide.
Rashide
fue conducido a un elevador y después a un largo corredor. El estilo artístico
no era nada como él hubiese visto antes. Había lámparas doradas de varias patas
en los techos, las paredes estaban cubiertas por una tela fina con patrones
dorados y rojos. Incluso había una puerta de madera, probablemente la única en
todo el mundo. Los pisos tenían tapetes, como los que los colegios usaban para
los niños, pero éstos no eran grises, sino rojo con motivos negros. Rewil se
detuvo frente a la puerta y lo volteó a ver.
“Prepárate, nadie fuera de la
pentarquía y unos cuantos hemos conocido a la soviética. Sobra decir que te
pedimos la mayor discreción posible, no puedes decirle a nadie lo que veas en
ésta sala de gobierno. Ni siquiera a Rando, él lo sabrá a su tiempo.”
“Entiendo, no tienen que
preocuparse por mí.”
“Espero, por tu bien, que no.”
Rewil
abrió la puerta y entraron a una sala con un piso de madera y un largo tapete
bajo una larga mesa de reuniones de madera auténtica. Había varias ventanas y
un balcón que daba a la calle por un lado, y por el otro lado una enorme
pantalla que ocupaba casi toda la pared, estaba hecha de vidrio y tenía una
computadora tan larga como la pantalla detrás de una decoración de metal
dorado. Rashide estaba fascinado por el lugar, pero poco a poco se fue
desilusionado. No había nadie más que la pentarquía. Caminó con Rewil hasta la
mitad de la habitación sin saber qué decir o cómo saludar a los cancilleres.
“A la soviética le gustó tu
programa de código único.” Dijo uno de los cancilleres. Rashide sonrió, aún
había posibilidades de que existiera un único ente que gobernara al mundo y sus
colonias con puño de acero, más allá del bien y el mal.
“Me honran sus palabras
canciller, y espero algún día conocer a la soviética.”
“¿De qué hablas Rashide?” El
canciller le tomó del hombro y lo hizo virarse a la pared. “Si la estás
viendo.”
La
computadora cobró vida y en la pantalla surgieron columnas de números y letras
verdes sobre un fondo negro. Cuando la cascada de datos terminó una rayita
verde tintineaba al centro de la pantalla. La computadora fue escribiendo tras
la pequeña raya.
“Hola Rashide.” Su voz era
monótona, carente de vida.
“Se terminó de construir hace dos
años.” Explicó Rewil. “Será introducida al público dentro de una o dos décadas.
Habrá que ir haciendo anuncios de la posibilidad de una súper computadora,
después la viabilidad política, etc., etc., hay que acostumbrar al
proletariado.”
“La soviética, es una
computadora...” Rashide sintió ganas de llorar, pero lo ocultó. No se
encontraría con una persona igual a él, alguien que vivía en la punta de la
montaña, alguien que veía a la justicia, la bondad y la verdad como nada más
que una neblina que oculta a la verdadera naturaleza de las cosas. No, la soviética
era una computadora. Estaba más allá del bien y el mal, muy por encima de lo
que los débiles llaman valores, pero no era humana y nunca lo sería. ¿Era acaso
que la humanidad era la siguiente gran debilidad que debía superarse?, ¿podía
ser que la naturaleza humana era tan falsa como eran las nociones de verdad y
justicia? Rashide sintió que se mareaba, pero se compuso a tiempo.
“¿Quién mejor que una
computadora,” empezó a decir otro canciller “para hacer las decisiones más
necesarias y frías? Está programada con nuestra visión socialista, pero sin
ninguna de nuestras debilidades.”
“Es un futuro maravilloso,” dijo
Rewil con mucha emoción “imagínalo Rashide, un mundo perfecto donde las
computadoras hagan todos los trabajos y lo único que los humanos haremos será
el ocio y la recreación.”
“Un futuro perfecto.” Dijo
Rashide. Pensó en los animales del zoológico, ¿ése era el futuro de la raza
humana? Rashide pensó en Orgonal, quien quizás podría haber sido muy idealista,
pero tenía la razón, la humanidad se había fabricado una celda con la misma
razón y ciencia que debía liberarlos. Rashide pensó que había encontrado una
solución, pero confrontado por la soviética ya no estaba tan seguro.
“Orgonal-BN999-2834L fue mandado
a una mina de Urbalita en Marte,” comenzó a decir la soviética con un tono
mecánico. “su actitud rebelde es un peligro para la estabilidad de todos los
proletarios. No debe llegar con vida. Una vez que su atmos-Jubarel sea conectado
a una nave colonizadora la computadora registrará un problema de compatibilidad,
el oxígeno se perderá en el espacio y todos serán eliminados.” Sintió la mirada
de la pentarquía sobre su espalda. Aquella era la prueba. “¿Debo proseguir en
insertar un guión fantasma que ocasione el desastre?”
“Adelante Rashide, da la orden.”
Dijo Rewil. Sabía que era una trampa. Si rogaba por la vida de su esposa ambos
morirían. Nadie podría salvar a Orgonal, si la soviética la quería muerta nadie
se interpondría en su camino.
“Adelante.” Dijo Rashide.
“Hecho. La colonizadora ha sido
infectada.” Rashide sintió que su sangre se helaba, pero no cambió en sus
rasgos. La computadora no pareció detectar nada extraño, pues siguió hablando.
“Existen 20 billones de proletarios. Es irracional continuar un esfuerzo
desgastante para vestir y alimentarlos a todos. Sería más racional controlar el
número de habitantes, reducirlo con el paso de las décadas a un billón con una
calidad de vida infinitamente mayor. Con un billón de proletarios ya no
tendrían que vivir en pequeños departamentos, habría casas para todos, mayor
selección de comida y, una vez que me haga cargo de todos los oficios, podrán
dedicar sus vidas al ocio en un paraíso terrenal.”
“¿Cómo lo harán?” Preguntó
Rashide con miedo.
“Control de población. Será
ilegal tener más de un hijo por familia por cada veinte años. Es absurdo
continuar las terraformaciones y colonizaciones. Las colonias planetarias serán
eliminadas. No necesitaremos sus exportaciones una vez que el número de
habitantes se reduzca.” Rashide pensó en Vamica. Había sido leal a la soviética
desde siempre y ahora sería un cadáver más. Reconoció en la computadora el
mismo instinto salvaje que el suyo. Sentía que detrás de cada palabra monótona
se encontraba una tempestad con la fuerza de rehacer al mundo. Sabía que eran
todos ceros y unos, pero estaba seguro que la tempestad existía. Lo sabía
porque existía en él también.
Rashide
aceptó con la cabeza y los cancilleres apretaron su mano. Su nuevo trabajo era
facilitar la comunicación entre los humanos y la máquina. Podría trabajar en
Croleran muy de cerca con ellos y con Rando. Después de amenizar un poco quiso
salir al balcón. Nunca había visto un balcón así y la vista de la ciudad era
impresionante. Mirando a las luces de la ciudad notó que se formaba una
tormenta. Pensó en Orgonal, flotando inconsciente en un ataúd flotante. Había
tratado desesperadamente de salvarlos a todos los que podía de esas trampas
mortales, y ahora destinado a su propia esposa a sufrir aquel terrible final.
Rashide sintió un
temor profundo. No había sentido temor real desde su transformación en la
escuela de cuadros. Se preguntó si era igual a aquella máquina, ciertamente
ambos estaban más allá de las ilusiones y los conceptos abstractos. La
soviética era más inteligente que él, más veloz y mucho más poderosa, pero
Rashide tenía algo que ella no tenía, era libre. Su libertad interior era tan
fuerte y majestuosa como una tormenta, mientras que la carcelera suprema de la
humanidad no era más que ceros y unos. Parecía que la humanidad se extinguiría
por aquello que más amaba, la razón. Le hubiera gustado volver a jugar Caleran
con Orgonal para decirle que la libertad no estaba en la razón, pues ella solo
engendra prisiones, cada vez más odiosas y sutiles. La libertad estaba en el
interior y sólo germinaba cuando se deshacía de las telarañas de la razón.
Rashide
aún era humano, había derribado el idolito de la razón, de la soviética, de su
interior pero no estaba vacío. No era el cascarón vacío de algo que solía ser
un proletario, era más que eso. Más que un proletario, más que un Hombre. Pensó
en Rando y sonrió. Rashide no estaba vacío, aún tenía el amor. Rashide entendió
entonces que lo único más fuerte que la soviética, lo único más poderoso que la
razón, lo único más resistente que el metal, era el amor. Rashide sonrió con
entusiasmo y entró a la sala. Todos le miraron como si lo entendieran, pero no
podían hacerlo. Se dio cuenta que, detrás de sus puestos importantes, sus tonos
políticos y sus estatuas en las ciudades, cada uno era tan lastimosamente humano
como los demás. Rashide tendría que fingir, pero no era problema para él.
Estrechó sus manos con una sonrisa en la boca, pero con risotadas en su mente.
No veía diferencia entre aquellos hombres y mujeres y los chimpancés en el
zoológico. Quizás la única diferencia era que los chimpancés no se encierran a
sí mismos, solo los humanos. Mientras hablaba con la pentarquía llegó a la
conclusión que el Hombre era el único animal que no valoraba su libertad y
estaba dispuesta a tirarla a la basura por un poco de comodidad. Los
cancilleres le miraban con sonrisas torcidas. Pensaban que tenían en sus manos
a otro peón prescindible, como ellos, pero estaban equivocados. Simplemente no
sabían qué era él. Incluso Rashide no sabía qué era, pero se alegró al saber
que la soviética tampoco.
5
La marxiana
Vamica
y Moteral se sostuvieron de los rieles de la aeronave militar de hélice. Nunca
podría acostumbrarse a esos viajes. Eran la mejor manera de efectuar una
inspección sorpresa en las áreas remotas de Ralia, pero el transporte nunca
dejaba de moverse de un lado a otro. Descendieron en Omefron-Ralia en una
pequeña subestación aérea. Omefron, como en todos los países, era una ciudad
que se centraba en recursos naturales como bosques, ganado y producción de comida.
El bosque de Omefron-Ralia tenía 700,000 kilómetros cuadrados, superado
únicamente por el de Omefron-Mornia cuyo bosque medía 8 millones de kilómetros
cuadrados. Vamica descendió mareada de la nave militar. Le esperaba su jefa Triniren
con un expediente en una apuntadora digital. Omefron, en cualquier país,
siempre era difícil de manejar. Gran parte del territorio eran bosques sin
vigilancia y extensos terrenos para las miles de cabezas de ganado. La ciudad
como tal era muy pequeña, casi del tamaño de Ralia, con apenas 50 millones.
“Hay irregularidades en
cantidades industriales,” explicaba Triniren en el pequeño transporte de seis
llantas mientras cruzaban una carretera invadida por el frondoso bosque. “la
vigilancia detecta que casi la mitad de la población está descontenta. Existe
un diez por ciento cuyas conversaciones rallan con la ilegalidad.”
“La carretera no está debidamente
mantenida.” Dijo Moteral mientras lo apuntaba en su reporte en su comunicador.
“Éste transporte es viejo y demasiado pequeño. Va contra el reglamento.”
“¿A dónde vamos ahora?” Preguntó
Vamica.
“A la estación forestal, quiero
que lo vean.”
La
estación forestal era un edificio rodeado de árboles. La vegetación no se
encontraba separada y adornada debidamente, aquella era otra infracción. El
director general del departamento forestal los esperaba afuera. Triniren y el
director general, un hombre llamado Frener, intercambiaron formularios y
firmas. Vamica caminó por los reducidos senderos a los lados del edificio,
internándose en el bosque.
“¿Qué es ese ruido?” Había un
zumbido, casi inaudible que llamó la atención de Vamica.
“Son... abejas.” Dijo Moteral.
“¿Por qué hay abejas vives en
este bosque? Va contra el reglamento.”
“Son necesarias,” trató de
justificar Frener “son insectos polinizadores. Su trabajo hace que germinen las
flores. Sin las abejas sería más costoso mantener debidamente poblado el
bosque.”
“Lo encuentro difícil de creer.”
El sendero le daba la vuelta al edificio. Moteral no les acompañó, en vez de
eso se salió del camino para adentrarse entre los árboles. “Moteral, ¿qué
ocurre?”
“Vamica, ven a ver esto.” Vamica
le siguió entre los árboles y miró hacia donde señalaba. Era un búho. El ave
les miraba con sus enormes ojos amarillos y contorsionaba el cuello. “¿No es
bellísimo? No había visto un búho desde que era niño.”
“Es horrendo. Seguramente tiene
enfermedades.” El búho lanzó un chillido agudo y alzó el vuelo.
“Los búhos comen ratones.”
Explicó Frener. “Es imposible matarlos a todos, así que dejamos algunos búhos y
halcones para que terminen el trabajo.”
“Vaya,” se mofó Vamica en voz
baja mientras regresaban al camino “ahora resulta que todo sería más fácil si
dejáramos que la naturaleza hiciera todo.” Triniren notó que, en la parte
trasera del edificio, la pared parecía estar sucia. Se acercaron para ver mejor
y notaron que eran marcas, alguien había escrito. “¿Me puede explicar qué es
esto?”
“A los turistas que vienen les
gusta escribir su nombre y la fecha en que vinieron. Decidimos dejarlo y no
limpiarlo, para atraer más turismo. Hay que gente que viene todos los años para
revisar que su nombre sigue ahí. ¿Desea que ordene que sea removido?”
“No,” contestó Vamica “puede
quedarse, aunque sea contra el reglamento.”
“Que amable, gracias.”
“Sería más costoso limpiar la
pared cada vez.”
Frener
les explicó que pasaba la mitad de su tiempo ahuyentando parejas de amantes y
delincuentes ideológicos de los bosques. El año pasado habían encontrado a tres
personas viviendo en una cueva y alimentándose de frutas salvajes. El problema
era grave y Triniren le prometió una solución pronta. Los terrenos de ganado y
las fábricas de comida también tenían problemas, los trenes magnéticos y los
transportes generaban un caos cada mañana por errores en la planeación. La zona
urbana no estaba exenta de violaciones a los códigos y había un gran malestar
público.
“Mucho del descontento que
registra la vigilancia proviene de este sector. El complejo multifamiliar 3B y
el 4B en especial.” Vamica caminó en la plaza, alrededor de una estatua a la
soviética, y miró hacia los departamentos y hacia el cielo.
“Esos departamentos dan hacia el
oeste. Los proletarios quieren relajarse en familia después de un día de
trabajo y están obligados a bajar las cortinas.” Miró hacia la calle y señaló
hacia la estación de transporte de cables. “Esa estación está demasiado cerca
de la plaza, ¿la estación se dirige a las plantas de comida?”
“Sí.” Contestó Moteral viendo el
mapa en su comunicador.
“Ese es otro problema, es
demasiado ruido.”
“Parece que ya se te están
ocurriendo ideas.” Dijo Triniren. “Ya terminamos aquí, podemos regresar a Felna-Ralia
si no tienen inconveniente. Discutiremos ideas en el camino.”
“Vamica, ¿quieres que te prepare
un mapa orográfico de la zona, junto con el mapa estándar de servicios?”
“Moteral, me lees la mente.”
Tomaron
un vuelo oficial de regreso a Felna y discutieron ideas. Vamica amaba a su
trabajo y a su equipo. Triniren era rápida con los legalismos y la burocracia y
Moteral siempre estaba a un paso más adelante que ella. Moteral activó la
proyección holográfica en la mesa de reuniones. El mapa orográfico indicaba que
la cadena montañosa cortaba parte de la zona sur. Vamica señaló un río
subterráneo que cruzaba por la zona este y comenzó a escribir ideas.
“La ciudad procesa el agua del
río en la montaña, pero desaprovecha éste otro río. Lo que se puede hacer es
reconstruir cuatro complejos en el sector B e instalar una procesadora de agua.
Podríamos redirigir las estaciones a este punto e instalar más carteles
holográficos frente a los edificios. Hay que asegurarnos de que los nuevos
complejos no se orienten al oeste, que no estén expuestos a los vientos fríos
que bajan de las montañas y construirles un parque de Caleran. ¿Para qué tienen
tantos parques si están rodeados de bosque?”
“¿Pero qué hacemos con la
vigilancia en los bosques?”
“Si me permites Triniren,” dijo
Moteral “tengo una idea. Desviemos las rutas de los puercoespines. Está
comprobado que en zonas urbanas la presencia de un puercoespín tiene menos
efecto psicológico que en zonas poco urbanizadas. La gente ya sabe que hay
micrófonos y cámaras.”
“La mera presencia de la
vigilancia,” dijo Triniren “será suficiente para reducir el crimen. Bien
pensando. Es por momentos como este que la soviética nos premiará a todos para
ir a Marte.”
“Ése sería un sueño hecho
realidad.” Dijo Vamica “Marte es un planeta subdesarrollado con apenas dos
colonias y poco más de cien millones de habitantes.”
“140 millones.” Dijo Moteral.
“Hay mucho trabajo por hacer ahí,
la economía se centra en Urbalita todavía, no como en Venus.”
“Podríamos hacer ciudades
autosuficientes.”
“Eres terco con esa idea Moteral,
¿de qué sirve la autosuficiencia si todos estamos conectados? Cada una de las
diez ciudades se especializa en algo. Entiendo que es costoso tener que
importar a Marte desde petróleo para el plástico hasta tela, pero la
autosuficiencia a la larga es contraproducente. Así como Woneral es rico en
petróleo e hidroeléctricas tiene pocos telares, no tendrían suficiente ropa para
todos.”
“¿Quién puede discutir con tu
lógica Vamica?” Dijo Moteral sonriendo.
Vamica
llegó a casa para cenar. Rashide tenía los ojos sobre Rando y Orgonal jugaba
con su comida. Sabía que los extrañaría, pero si era trasladada a Marte sería
lo mejor para su carrera. El éxito de
Rando podía tener algo que ver, aunque el equipo entero había recibido
múltiples premios a la eficiencia.
“Ésta debe ser la primera noche
que no hablas.” Le dijo Orgonal antes de darle un beso. Vamica había estado
paseando su cuchara en su estofado.
“Creo que me iré a Marte.
Pronto.” Susurró Vamica. Rando y Rashide siguieron hablando y Orgonal quedó
muda. “Te voy a extrañar.”
“¿Pero a quién tendré para volver
loca con mi cinismo?” Orgonal y Vamica se tomaron de las manos por debajo de la
mesa. Le costaba trabajo admitirlo, pero era más unida a Orgonal que a Rando o
Rashide. No es que fuera una desviada sexual que prefiriera un género sobre
otro, sino que la rebeldía constante de Orgonal la complementaba a la
perfección. Si Moteral la complementaba en el trabajo, Orgonal era una brisa de
aire puro y fresco. Se volvían locas entre ellas, pero se necesitaban
mutuamente.
“Puedes visitarme en Marte,
durante vacaciones.”
Tradicionalmente,
al terminar la cena se realizaba el sorteo de parejas, o bien se continuaba una
rotación, Rashide siempre quería dormir con Rando. Eso solía molestarle a
Vamica, después de todo amar es compartir y el código de viviendas lo expresaba
claramente. Sin embargo, con el paso del tiempo se había hecho más cercana a
Orgonal. Su esposa le esperaba en cama para una sesión íntima de caricias y
arrumacos. Vamica descargó todo su estrés con Orgonal, y ella le expresó lo
mucho que la extrañaría cuando se hubiese ido. Al terminar ambas estaban
agotadas, pero felices.
“¿Quién me contará detalles
largos y aburridos sobre las ciudades?”
“No son aburridos.”
“Eso crees tú mi amor.”
“Si son tan aburridos, ¿por qué
los escuchas?”
“Porque amo el sonido de tu voz y
me fascina la pasión con la que trabajas. Te envidio por eso.” Orgonal recogió
su ropa del suelo y la metió a la cama.
“En Marte hay muchas
oportunidades de trabajo, podrías acompañarme.”
“¿Y dejar a estos dos locos
sueltos? Mi amor, yo no puedo mantenerlos tranquilos, sólo tú puedes lograr
semejante hazaña.” Orgonal suspiró “¿me prometes que me mandarás videos y me
hablarás de tu trabajo?”
“Te lo prometo.”
“No sé qué haré en esta aburrida
ciudad sin ti.”
“¿Aburrida?”
“Sí, aburrida. Toda la ciudad, y
todas las ciudades del mundo y de las colonias, son lo mismo, cuadriculas
interminables y nada más. No sé qué tan difícil pueda ser tu trabajo, sólo
marcas una cuadricular y eliges uno de cinco o seis edificios posibles y ya
está. Como el juego de diseño urbano que sacaron hace tres años y que
retiraron, cuando unos programadores piratas habían diseñado nuevos edificios
con otros estilos.”
“No son máquinas como en tu
fábrica, se trata de seres humanos. Mi trabajo es más que decidir qué edificio
poner y ya, mi trabajo es asegurarme de que los proletarios sean felices, vivan
cómodos y al sociedad en su conjunto se oriente a cosechar una mayor riqueza.”
Orgonal sonrió complacida y acarició su rostro. Había logrado que Vamica se
entusiasmara. Vamica sabía que, en el fondo, esas cosas no le interesaban a su
esposa, pero decidió complacerla esa noche. “Te pongo un ejemplo, el de Felna,
la que es probablemente la ciudad más fácil. El modelo Felna se especializa en
oficinas de servicios y recursos humanos, además de unas cuantas fábricas para
el consumo local. La base de todo es la unidad multifamiliar. La unidad tiene
30 edificios, con 30 pisos y 30 departamentos por piso. Diseñar una unidad sin
que los edificios choquen, sin que las ventanas den a muros y permitir el paso
del viento es en sí mismo una tarea difícil. Cada departamento tiene a cuatro
personas, por lo que hay 108 mil personas por unidad. Cada unidad multifamiliar
existe en un sector alfanumérico, que van del 1A al 5A y así consecutivamente
hasta 5Z. De modo que hay 130 sectores alfanuméricos que suman en 14,040,000
personas. Los sectores existen en las cuatro zonas, norte, sur, este y oeste.
En cada zona hay 130 sectores, de manera que en Felna existen 56,160,000
personas. Todas esas personas necesitan transporte, servicios, comida, ropa,
esparcimiento, etc. Sin la ingeniería social, ¿te imaginas el caos que habría
en Felna?”
“¿Qué me decías?” Orgonal bostezó
“me quedé dormida. ¿Dijiste algo?”
“Eres una tonta.” Dijo riendo
Vamica. Orgonal la besó con pasión y acarició su cabello. Orgonal se tapó con
las sábanas y jaló a Vamica del brazo con ella.
“¿Qué haces? Es de mala educación
tener conversaciones bajo las sábanas.”
“Después de lo que le mostramos
al vigilante estoy seguro que nos perdonará un poco de intimidad.” Orgonal
escondía una delgada hoja de plástico y un lápiz plástico de apuntador digital.
“Orgonal, mi amor, eso no. Sabes
que está mal.”
“Cállate, quiero decirte algo
antes de que te vayas. No te veré en al menos cuatro años. Entre lo que tardas
en llegar y lo que tendré vacaciones, será un buen tiempo.”
“Te mandaré mensajes todo el
tiempo, y además, Marte está pasando cerca de la Tierra ahora mismo. El viaje
será rapidísimo. Con suerte unos cinco meses, en vez de tres años.” Orgonal
estaba escribiendo algo que, por lo que Vamica podía apreciar, le daba mucha
vergüenza.
“Mira esto.” Vamica se alumbró
con el comunicador para leer el mensaje. “Tengo un amigo imaginario.”
“Oh no, Orgo, eso es terrible.”
Orgonal le tapó la boca y siguió escribiendo.
“Me gusta inventar historias de
aventuras con él.”
“Orgo, sabes que eso es de pésima
educación. Es lo mismo que escribir mucho.”
“Ya sé, ya sé, se acabó la
Historia y es de mala educación inventar nuevas. A lo que iba era que
eso-que-ya-sabes es fuerte y apasionado, y lo basé casi todo en ti Vamica.”
“Orgo...” Era lo más dulce que le
hubieran dicho en mucho tiempo. Increíblemente ilegal, pero muy dulce. Vamica
besó a su esposa hasta que se quedaron dormidas.
Al
día siguiente llegó la noticia. Se iría a Marte junto con Moteral y Triniren.
Rando le comunicó, al borde de las lágrimas, que Rashide había sido internado a
una escuela de cuadros. Vamica siempre había pensado que se llevarían a
Orgonal, no al ingeniero en sistemas. Le hubiera gustado despedirse en una nota
más alegre, pero con Rashide en una jaula la despedida se sintió deprimente.
Rando y Orgonal le acompañaron a la plataforma de lanzamiento.
“Lo más seguro,” decía Rando “es
que la nave atmosférica te transfiera a una caravana conectada a una
colonizadora. No creo que utilicen las cámaras de hibernación de las naves, así
que ármate de paciencia. Será un viaje largo.”
“Vamica,” Orgonal la abrazó con
fuerza y la besó, lágrimas en sus ojos “cuídate mucho.”
La
familia de Moteral también quería despedirse de ella. Su esposa Ilnar la abrazó
y le dijo “cuídalo mucho de mi parte”.
Mientras los tres hacían fila para entrar a la nave atmosférica pensó en lo que
mucho que quería a su equipo, pero a Moteral en especial. La familia de Moteral
lo sabía seguramente, Moteral la amaba y era correspondido. Era un amor
platónico, irreal. Ninguno de los dos actuaría conforme a sus deseos, pues
amaban más a la soviética de lo que amaban a sus impulsos. Triniren nunca
tocaba el tema, ella seguramente lo sabía pero era sumamente respetuosa.
La
nave atmosférica se acomodó en el riel y fueron subiendo. Los asientos hacían
filas de tres personas de un lado y otro en dos columnas larguísimas. Los tres
quedaron sentados del lado derecho de la nave. Vamica sentada a un lado de la
ventanilla. Los motores pasaban por debajo del corredor que dividía a los
asientos y podían sentir cómo se movían. La nave arrancó sus motores y viajó
los kilómetros de rieles hacia arriba. Los asientos se aseguraron y todos los
tripulantes estaban prácticamente atados a sus sillas. La nave enfiló hacia
arriba y con una fuerte explosión se encendieron todos sus motores a máxima
velocidad. La fuerza golpeó a los cientos de tripulantes con mucha fuerza. Por
unos momentos nadie podía respirar, sus cajas torácicas se habían compactado
por la increíble presión. Vamica miró de reojo hacia la ventana, vio a Felna
encogerse en tamaño y desaparecer bajo las nubes. La Atmos-Jubarel rompió el
impulso gravitatorio de la Tierra y escapó de la atmósfera.
La
presión del aire se relajaba y todos pudieron respirar tranquilos. La gente se agolpaba
contra las ventanas para ver la enorme bola azul que se hacía paulatinamente
más pequeña. Desesperados, todos comenzaron a tomar fotografías y videos de la
Tierra con sus comunicadores. Vamica permaneció aplastada por media hora, hasta
que, del otro lado de la nave, se comenzaba a apreciar la colonia lunar. Como
en manada, todos se lanzaron al otro lado de la nave espacial para contemplar
la kilométrica colonia vacacional, con sus luces y torres brillantes. Moteral
se procuró unas bebidas de un carrito automatizado y las compartió con Vamica y
Triniren. Brindaron por un futuro exitoso y por un planeta rojo por dentro y
por fuera.
Hablaron
de ideas descabelladas e imprácticas durante horas. La atmosférica se acercaba
a las caravanas. Vamica no las había visto. En la oscuridad del espacio se
veían luces rojas y amarillas que describían un kilométrico rectángulo, pero
imaginó que serían los satélites de comunicaciones que, como boyas en el
océano, se encontraban repartidas por todas partes. La atmosférica encendió sus
luces y Vamica quedó boquiabierta. Esperaba que las naves caravana fuesen
pequeñas, pero se equivocaba. Aquellas luces sólo formaban parte de una pequeña
porción de la nave. Las caravanas se componían de docenas de naves kilométricas
que viajaban en fila india, unidas por satélites brillantes que soltaban
enormes velas solares que se empujaban con los vientos solares, para economizar
en gasolina. Las caravanas Hildran eran cilíndricas, pero irregulares. Moteral
lo comparó con los troncos irregulares de los árboles, donde una estructura
cilíndrica estaba acompañada de formaciones semiesféricas, como muñones, hongos
o deformaciones de las raíces. Las caravanas eran semejantes a un tronco
irregular, pero con docenas de antenas y luces. Vamica pensó en la propuesta de
Rashide de convertirlas en satélites de comunicaciones, después de todo ya
contaban con antenas.
La
Atmos-Jubarel se acercó por debajo de una de las naves Hildran. La nave fue
captada por la caravana y, con la ayuda de garras mecánicas, introducidas a un
área presurizada. Bajaron de la nave y fueron llevados hacia un área de espera,
dentro de la caravana. Escucharon en silencio mientras la atmosférica era
regresada al espacio. Se encendieron luces en el techo y en el suelo y todo estuvo
en silencio. Vamica escuchó a alguien decir “nos escanean por la radiación
espacial”. Al ver que el estudio se prolongaba Vamica temió que el plástico de
la nave atmosférica no hubiera sido suficiente para aislarlos adecuadamente.
Estaba a punto de romper el silencio cuando las luces se apagaron y se abrió
una puerta ancha al final de la habitación. Los futuros residentes marcianos
fueron llevados a una nueva sala. Tomaron asiento frente a un enorme proyector
holográfico con base en el suelo y en el techo. Era como una sala de holodromo,
aunque más pequeña. Estaban sentados en una pendiente hacia la proyección
principal.
“¿Y ahora qué?” Se preguntó
Moteral.
La
proyección cobró vida y mostró a una mujer. La señora les saludó y les felicitó
por iniciar una vida en las nacientes colonias marcianas. El objetivo de la
reunión era explicarles lo básico del planeta. El planeta contaba con dos
ciudades, la capital Felna con 60 millones de habitantes y Jalrena con 80
millones. Presentó varias estadísticas que Vamica ya había memorizado antes del
vuelo. Terminada la presentación se le asignó un pequeño camarote de dos camas
por cada dos personas. Vamica dormiría con Moteral, mientras que Triniren
compartía habitación con un minero de Urbalita. Después de eso eran libres para
explorar la nave.
Casi
todo el movimiento se concentraba en el comedor del tercer piso. Era la única
sección con ventanales plásticos para maravillarse ante la profundidad de la
oscuridad espacial. Vamica notó desde el principio al grupo de archimandritas
que, según había escuchado, viajaban desde Venus hasta Marte. Debió haberlos
visto con demasiada intensidad, pues el hombre en la mesa de al lado comenzó a
reír.
“Se visten raro, ¿no es cierto?”
El hombre le alargó la mano y Vamica la apretó. “Mi nombre es Gultar, viajo
desde Venus con los archimandritas.”
“Ya veo, ¿es usted un socialista
devoto?”
“No, no realmente. Soy genetista
y trabajo en las colonias.” Gultar los miró en silencio por unos segundos y
dijo “a decir verdad, no debe haber un solo transporte a Marte que no tenga
archimandritas. Las dos ciudades están gobernadas por ellos. La mayoría de los
marcianos son devotos. ¿Viaja a Marte de vacaciones?”
“Trabajo, soy ingeniera social.”
Miró a los archimandritas y después hacia los ventanales. “Todo es como un
sueño. Nunca pensé que estaría aquí. Ésta nave es tan extraña y Marte... Solía
ser una piedra sin vida por tantos siglos...”
“Sí,” dijo Gultar “es
sorprendente lo que diez años de bombas de hidrógeno le hacen a la atmósfera.
Marte no tenía magnetósfera, las moléculas de aire simplemente se iban al
espacio, nada las detenía. Empezaron con las bombas, derritiendo el agua y
generando volcanes. Introdujeron miles de toneladas de dióxido de carbono para
hacer un efecto invernadero. La luz solar rebota en la superficie y se queda en
el planeta. Eso subió mucho la temperatura, pero no era suficiente.
Introdujeron vegetación y algas marinas. Instalaron enormes espejos en placas
para refractar la luz y calentarlo aún más. Un siglo de trabajo cuidadoso.
Ahora Marte tiene casi la misma temperatura que la Tierra, millones de animales
salvajes y una atmósfera respirable, sin la ayuda de esos espejos.” Gultar
abrió una lata de lácteo procesado y le dio un trago. “Uno de los mejores
productos de la ciencia, si me lo pregunta.”
Vamica
pasó sus días planeando estrategias de ingeniería con Moteral y Triniren y
largas conversaciones con Gultar. El genetista era parte de un proyecto
experimental para alterar genéticamente al ganado y hacerlo más grande y
fuerte. La curiosidad por los archimandritas creció al grado que Vamica hacía
hasta lo imposible por cruzárselos en los corredores. Le llamaba la atención
sus barbas y sus ropas negras. Los socialistas tenían un sector específico para
ellos dentro de la nave Hildran. Después de dos meses de curiosidad, finalmente
se empujó a sí misma para bajar un par de pisos y ver el lugar por ella misma.
Lo había visto en el proyector holográfico de la sala, pero no era lo mismo. El
templo tenía cómodos cojines en el suelo, todo era de color blanco y al centro
del lugar se encontraba una escultura con la forma tradicional de un átomo. La
figura de acero brillante tenía al núcleo al centro y tres partículas atómicas
en órbita alrededor del átomo.
“¿Viene por consejo espiritual?”
Le preguntó un archimandrita. Vamica se sonrojó, pensó que sería de mala
educación mirarlos como si estuviera en un zoológico. “Solo quiere ver, le
entiendo. Puede quedarse si lo desea.” Vio a un hombre sentarse sobre el cojín
en una posición extraña. Se relajó, cerró los ojos y permaneció en esa posición
sin moverse. Vamica no entendía qué sentido tenía aquello, parecía que la gente
lo usaba como excusa para dormir un rato.
“Silencia tu mente,” le decía un
archimandrita “concéntrate en el átomo. Sé el átomo, y todo su poder será
tuyo.”
“¿Qué quiere decir eso?” Las
palabras escaparon de su boca. El archimandrita a su lado sonrió y le tomó de
la mano. “No lo entiendo.”
“La materia proviene del átomo.
En el átomo no hay diferencia, no tienen nada que los haga distintos a los
demás. La materia es igual, aunque nosotros la distingamos por su forma,
textura o color. El átomo es racional, se mueve de forma matemática, por ende
la materia es racional. El movimiento de la materia es racional, se organiza de
formas básicas a más complejas, desde la formación del cosmos hasta las
creaturas inteligentes. Al organizarse en formas inteligentes se crea la
sociedad, los modos de producción y las clases sociales.”
“Sí, pero...” Vamica no sabía
cómo decirlo sin sonar grosera “no veo que tenga eso de místico.”
“La materia se hizo diferente por
la inteligencia, eso creó a los motores
de la historia. Una vez que la lucha de clases y los demás motores de la
historia se llevaron al extremo y se solucionaron, llega el final de la
historia y la materia es igual de nuevo.”
“Sí, pero eso es Historia, no es
religión.”
“¿Y qué diferencia hay entre las
dos?” Vamica aún no estaba convencida. El archimandrita sonrió y le mostró una
imagen de Marx. “Marx fue quien lo descubrió, el profeta que mostró el camino y
fue asesinado por ello. La historia lleva hacia un clímax, a un paraíso
terrenal. ¿Acaso no es lo más religioso que hay? Luchó contra las religiones de
su época, pues éstas dividían y alienaban al proletariado. El socialismo no
aliena, busca que tu mente alcance la iluminación una vez que se dé cuenta que
no existe diferencia entre tu materia, y la demás materia del cosmos. Una vez
que hayamos trascendido nuestras moléculas formarán parte del cosmos.”
“Eso tiene más sentido.”
“¿Sabe usted qué quiere decir
proletario?” El archimandrita le soltó la mano y le acomodó el cabello con
cuidado. “En las lenguas extintas proletario quería decir “creyente”. Marx no
creó solamente un sistema político superior y más justo, encontró la vía hacia
la iluminación.”
Aunque
Vamica disfrutaba sus conversaciones con los archimandritas, disfrutaba más de
su trabajo. A los cuatro meses, cuando la caravana había llegado a la base
lunar de Fobos el equipo de Triniren ya tenía listo un extenso paquete de
mejoras que, si se cumplía conservadoramente, incrementaría la comodidad y la
felicidad del proletariado en un 25%. Discutieron los detalles mientras eran
trasladados a la nave colonizadora que encabezaba la caravana en transportes
espaciales para cien pasajeros. La nave colonizadora les llevó sobre Marte y
los diez mil nuevos colonos fueron ubicados en secciones de la caravana que se
irían despegando y aterrizando sobre la superficie marciana con la ayuda de
naves no-tripuladas. La colonizadora, luego de desfragmentarse por completo,
quedó reducida a un pequeño disco plateado no más grande que tres departamentos
puestos juntos. Vamica, Triniren y Moteral llegaron a Marte y fueron recibidos
de inmediatos. Les colocaron en un departamento pequeño de tres cuartos y les
trasladaron esa misma tarde a sus nuevas oficinas. Triniren estaba dispuesta a
realizar una presentación en la oficina y comenzar los diálogos para saber qué
tanto se podía hacer y con qué presupuesto.
“Ésta será su nueva oficina.” Les
explicaba el joven que les escoltó desde el multifamiliar. La oficina estaba en
un piso 23, con tres largos escritorios, dos proyectores de piso y techo y con
una hermosa vista de Felna que abarcaba casi todo el sector sur.
“Disculpe, pero esto es un poco
grande, ¿no son éstas las oficinas de la administración general del
departamento de ingeniería social?”
“¿No les dijeron?” El joven
estaba sorprendido. “Ustedes son la administración general. Sus equipos de
trabajo están en el piso inferior.”
Los
tres quedaron boquiabiertos. No habría presentación. Sus propuestas ya no eran
tales, sino que eran proyectos. No perdieron tiempo y conocieron a las personas
con las que trabajarían. Triniren comenzó a mostrar los proyectos, para que se
comenzara a trabajar sobre ellos. Vamica no podía estar más feliz. Olvidó por
completo que tenía que escribirle a Orgonal. Trabajaba todo el día y llegaba
tan cansada a su departamento que ya no tenía ganas. Pasaron varias semanas
antes de que Vamica les escribiera unas cuantas líneas.
Casi
todos los proyectos fueron bien recibidos por el congreso, con la excepción de
aquellos que implicaban quitar templos socialistas o reubicarlos. Vamica
entendió lo que Gultar le había dicho durante el trayecto sobre el poder en
Marte. No había duda, los archimandritas tenían más peso que todos los voceros
públicos puestos juntos. Triniren pensó que el congreso la odiaría por su nuevo
proyecto sobre las minas de Urbalita. Establecerían unidades multifamiliares
irregulares alrededor de las minas y agrandarían éstas escarbando túneles
kilométricos dentro de las montañas. Eso implicaba que las minas tendrían que
reducir temporalmente sus extracciones.
“Es ilógico,” decía Moteral
durante un trayecto a las minas “que Felna viva de la Urbalita lo mismo que Jalrena.
Jalrena es, en todos los países, el que se especializa en extracción de
minerales. Felna tiene que ser la capital, con las oficinas y fábricas para el
consumo local.”
“Moteral, la mina ahí está, sería
absurdo no explotarla.” Le discutía Triniren.
“Tenemos que crear fábricas aquí.
Importamos toda la ropa desde la Tierra, es demasiado costoso.” Moteral se
limpió el sudor, las dos ciudades se encontraban en el ecuador, donde las
temperaturas nunca descendían de 28 grados.
“Es cierto,” dijo Vamica “teniendo
en cuenta la riqueza de Urbalita, el costo de importar todos los artículos de
uso cotidiano desde la Tierra apenas hace de Marte una colonia costeable.”
“Está bien, podemos localizar
diez fábricas en Felna y otras quince en Jalrena.” Accedió Triniren. “Pero no
creas que no sé por dónde vas Moteral, lo que tú quieres es que cada ciudad sea
autosuficiente. Eso es anti-comunista, porque es más racional que un lugar
produzca todo para todos y en otro lugar se produzca en masa para todos los
demás.”
“¿Qué haremos con todo el espacio
libre?” Preguntó Vamica, viendo los bosques y las selvas que se extendían más
allá de la ciudad.
“Crecer Vamica, crecer.” Contestó
Triniren.
Vamica
y Triniren regresaron a la oficina y se enlazaron con Moteral cuando éste se
adentraba al túnel en construcción. Las primeras minas eran demasiado pequeñas
para producir la Urbalita en masa. Necesitarían consumir la montaña entera,
descartando todos los minerales y explotando la Urbalita. El túnel era lo
suficientemente ancho y largo para la maquinaria, pero el concreto era
importado desde la Tierra. Moteral no se cansó de insistir sobre ese punto y
Triniren, de nuevo, accedió a crear más fábricas. Con el apoyo del congreso
todo lo que Triniren propusiera se hacía ley. Marte, después de todo, no era
como la Tierra. A Marte le sobraba espacio y le faltaba gente. A la Tierra le
sucedía lo contrario, estaba enviando cientos de miles de nuevos colonos por
semana para hacer lugar para todos. Vamica sabía que la colonización y
urbanización de Marte no sería suficiente. Ella sabía que la soviética se
esparciría por todo el sistema solar.
“¿Qué indica la vigilancia?”
Triniren le hablaba a la cámara para que Moteral pudiera verle en su
comunicador mientras recorría el túnel.
“Están ansiosos, no saben si el
nuevo modelo de extracción de Urbalita implicará que sean removidos de sus
hogares.” Triniren miró a Vamica, quien asintió con pesar en sus ojos. Tendrían
que mover todo un sector alfanumérico para que la mina fuese explotada a su
mayor capacidad. Los mineros no querían mudarse, pero no tenían opción. Después
de ésta montaña se encontraban al menos otra docena más en la zona. Tendrían
que moverse mucho y vivir lejos de las comodidades que el proletariado común
daba por hecho.
“Hay goteras en el túnel.”
Moteral movió su comunicador para que, a través de su cámara, pudieran apreciar
los enormes charcos en el suelo. “¿Qué clase de concreto usaron?”
“No había suficiente concreto,
tuvieron que mezclarlo con cemento económico. El envío de la Tierra aún no
llegaba. Vendrá mañana, pero ya es demasiado tarde para hacer otro túnel.”
“No sé si la estructura resista
la resonancia de las máquinas. Podrían empezar desde la base...”
“Imposible Moteral, el gasto ya
se hizo. Explotan desde en medio, luego cuando se acabe procederán desde la
base.” Vamica, cansada de mirar sobre el hombre de Triniren, apretó unos
comandos y la imagen se transfirió al holograma de suelo a techo.
“Aquí vienen las máquinas.”
Triniren y Vamica miraron al holograma mientras enormes camiones pasaban por el
túnel. Un grupo de mineros comenzaba a preparar las máquinas para cavar. La
imagen comenzó a moverse. “Es algún tipo de terremoto.”
“Moteral,” dijo Vamica “ten
cuidado.”
“Creo que ya se detuvo.” Moteral
le hizo señas a los mineros para que apagaran los motores. Hubo un ruido
ensordecedor y todo se volvió oscuro.
Alguien encendió las luces que habían colgado en las paredes del túnel. “Es la
entrada, se tapó. Un deslave.”
“Mandaremos a alguien.” Hubo otro ruido ensordecedor y las luces se apagaron.
El holograma estaba en negro. La luz del comunicador se encendió y pudieron ver
piedras por todas partes. Moteral estaba atorado.
“Creo que me rompí la pierna...”
Decía Moteral.
“Calma, te sacaremos de ahí.”
Triniren corrió a su computadora en el escritorio para mandar el mensaje de
auxilio y ordenar el rescate.
“No veo nada, estoy atorado
Vamica. Sácame de aquí.” Moteral comenzó a llorar y a gritar. Vamica, temblando
de nervios, le gritaba al holograma.
“Me transfirió a la Tierra...”
Repetía Triniren una y otra vez.
“¿Qué, de qué hablas?”
“El congreso, me transfirió a la
Tierra.” Triniren volteó el proyector de la computadora para que Vamica pudiera
verlo.
“¿Con quién te transfirieron?”
“No me dijo, decía algo de
conectarme a la soviética o algo así, no le entendí nada.” La computadora se
activó y apareció un diálogo en texto, acompañado de una voz eléctrica y
monótona. “¿Bueno, me escuchan?”
“¿Cuánta gente atrapada hay en el
túnel?” Preguntó la voz.
“Son... Son doce personas.”
Respondió Vamica.
“Doce asalariados ganan, en
conjunto, 30 mil créditos mensuales. Rescatarlos implicaría hacer un nuevo
túnel, cuidadosamente, con nueva maquinaria y un equipo médico.” La voz quedó
en silencio por unos segundos. “La extracción costaría un promedio de cuatro millones
de créditos. Rescatarlos no es económicamente viables.”
“¿Qué?” La computadora se
desconectó y Triniren miró a Vamica sin decir nada.
“¿Qué dijo?” Preguntaba Moteral
entre sollozos.
“Moteral...” Triniren abrazó a
Vamica y dejó escapar un único llanto. Vamica temblaba en sus brazos.
“No me dejen aquí, se los
suplico, no me quiero morir... Vamica, ¡no me dejes aquí!” Triniren apagó el
holo-proyector y miró a Vamica sin decir nada. No era necesario. Vamica rompió
a llorar, con la voz de Moteral aún en su oído.
El
congreso, los archimandritas y los voceros públicos realizaron un homenaje a
los caídos y esculpieron sus nombres en las paredes del congreso. Vamica no
podía verlo, salió corriendo del congreso a llorar abrazada de un pilar.
Triniren no sabía qué decirle, nadie sabía. Vamica trató de regresar al
trabajo, pero ya no era lo mismo. Triniren le insistió en tomarse un tiempo
libre, tenía suficientes créditos para quedarse varias semanas en casa,
distrayéndose y llorando con calma. Vamica aceptó el consejo, pero encontró que
tampoco podía quedarse en casa. No podía estar en ninguna parte sin pensar en
Moteral. Era más que un amigo para ella, era un amor que nunca sería. Se
preguntó si Moteral sabría cuánto lo quería. Moteral nunca le había dicho nada,
no era necesario, pues ambos sentían lo mismo. Se complementaban tan bien que
Vamica no podía dejar de relacionarlo con Orgonal. Ahora estaba sola, no
encontraría refugio en los brazos de ninguno de los dos. Su mejor amigo estaba
muerto y su esposa, amante y confidente estaba a miles de kilómetros en otro
planeta.
Una
noche, con el límite de Vasum en la sangre al límite, deambuló las calles
solitarias. Los proletarios dormían mientras ella se paseaba por los pasos
peatonales, las aceras, los parques y entre las estatuas. Se sentó a descansar
en las escaleras de un templo proletario. Recordó la paz profunda que había
sentido en la nave espacial. Vamica razonó que quizás esa paz profunda era la
paz espiritual que nunca había entendido. Nunca la había entendido, pues su
espíritu nunca había estado tan solo y torturado. Un archimandrita salió del
templo cuando empezó a llover. La llevó dentro y le convidó un poco de sopa
caliente para que el Vasum dejara su sistema. Se sentaron en una banca de
madera al lado de las filas de cojines que daban contra un retrato de Marx
sobre la efigie de un átomo. Vamica se sintió mejor con la sopa, pero mucho
mejor estando en un lugar tan tranquilo.
“Gracias archimandrita, se lo
agradezco.”
“Llámame Sarenon Vamica.” Ella le
miró sorprendida, pero lo reconoció.
“Usted estuvo en el congreso hoy,
es el jefe de la bancada archimandrita.”
“Y tú eres la muchacha que salió
corriendo.”
“Fue descortés de mi parte,
discúlpeme.”
“No, fue humano.” El
archimandrita sonrió y se acomodó sus cadenas metálicas. Vamica notó que cada
pequeña placa estaba adornada por el rostro del profeta Marx. “Es difícil
enfrentar una pérdida. Pone todo en una perspectiva en la que no estamos
acostumbrados.”
“Dijeron que era más caro
rescatarlo, que dejar que se muera y hacer otro túnel.” Vamica estaba
confundida, pero sobre todo enojada.
“Lamentable decisión, pero ¿qué
era tu amigo?”
“Con todo respeto archimandrita
Sarenon, si me dice que mi amigo no era nada más que átomos me voy de aquí.”
Sarenon soltó una risotada estruendosa.
“Claro que no, si sólo fuéramos
átomos, ¿qué sentido tendría la vida? No, tu amigo es más que eso, son los
recuerdos, el tiempo compartido y los intereses en común. Toda vida es valiosa,
no porque sean átomos, sino porque son átomos que tienen un algo
indescriptible. Ese es el misterio de la materia, como algo que no es distinto
a un ladrillo, puede generar algo que va más allá de la materia. El socialismo
es sobre valorar la vida humana, es sobre ayudar al prójimo a ser mejor
persona, a ser feliz, a encontrar respuestas en nuestro mundo moderno, es sobre
llevar al espíritu a una paz profunda que le conduzca a la iluminación.”
“¿Qué es la iluminación?”
“La iluminación es cuando
reconoces que no hay diferencia entre una cosa y otra, que es todo parte de lo
mismo. Es cuando ves a las cosas por sí mismas, son iguales y sin embargo, muy
distintas.”
“No entiendo.”
“Imagina una habitación alumbrada
por la tenue luz del comunicador. Ésa es tu mente, discerniendo con apenas un
poco de luz. Ahora imagina que se abren las cortinas y entra la luz del sol. La
luz del comunicador se vuelve opacada, deja de existir, aún cuando sigue
encendida. ¿Entiendes ahora?”
“No.” Sarenon volvió a reír y le
soltó un codazo a Vamica. La risa del archimandrita era tan honesta que Vamica
se contagió un poco. “No entiendo, pero quiero entender. ¿Puedo vivir con
ustedes?”
Sarenon
aceptó de inmediato. Vamica viviría en el monasterio de la zona norte. Se
despidió de Triniren al día siguiente y se llevó sus cosas en una pequeña
maleta. La habitación del monasterio era de una sola cama y medía casi lo mismo
que su cuarto. Dormía en una incómoda colchoneta con la imagen de Marx contra
la pared. Se reunía con las otras monjas y los monjes para meditar alrededor
del jardín. Vamica aprendió a sobrellevar su miedo irracional a la vida
silvestre. Cultivaban su propia comida, cocinaban entre ellos y cada momento
que ocupaban sin cosechar, cocinar, comer o lavar, lo pasaban en profunda
meditación. Los archimandritas daban un sermón cada noche, antes de irse a
dormir. Vamica notaba que sus compañeros se aburrían, pero ella no. Devoraba
cada palabra que salía de sus bocas. Disfrutaba más de los sermones del
archimandrita Sarenon. Él hablaba sobre vivir una vida sencilla, lejos de las tentaciones
individualistas. Hablaba sobre cómo Marx había dado su vida por el proletariado
en busca de un mundo donde cada persona tuviera vivienda digna, alimento, salud
y trabajo. Había dado su vida por los creyentes, los proletarios, y los
burgueses lo habían matado por ello. Los demás sermones, por lo general, eran
sobre las técnicas hacia la iluminación. Todos los monjes tenían que aprender a
vivir sin el Yo, descartarlo por completo. Aquel paso era el más difícil, por
lo que se empezaba por controlar la postura, la respiración y los pensamientos.
Otros sermones eran más místicos, tenían que ver con el poder invisible del
átomo, su fuerza de gravedad que, en proporción, era superior a la del sol.
“Los prehistóricos, en las
primeras épocas de la burguesía” decía el archimandrita místico Aselson
“adoraban al sol. Imaginaban que el sol era una persona, como un rey por
ejemplo, para justificar su régimen barbárico en fantasías e irracionalidades.
Pero la fe socialista es superior, porque se centra en el átomo, no lo
disfrazamos como a una persona, lo aceptamos como es. El átomo es el origen de
la materia. Es la primera estructura material en el microcosmos. Es una
estructura racional. La fuerza del núcleo para mantener a las órbitas de
neutrones y protones es más fuerte que cualquier otra fuerza en el cosmos. ¿Y
qué hay dentro de esa fuerza, cuando ésta estalla, sino luz.”
Vamica
no entendía del todo bien a la mística, pero entendía a Marx y entendía al
archimandrita Sarenon. Él era muy humano, sumamente humilde y accesible.
Sarenon siempre insistía en el valor del socialismo como una fuerza que mejora
a la sociedad, como algo que transforma y no únicamente un escapismo
fantasioso. Se esforzaba por prevenir la confusión más común entre socialistas,
el creer que el socialismo era algo mágico, irracional. El socialismo era
científico, perfectamente racional. No había nada extraño en el átomo, después
de todo era la estructura racional básica.
“¿Vamica?” Triniren le visitó al
monasterio una mañana. “¿O debería llamarte hermana Vamica?”
“Los títulos son superfluos. Qué
bueno que visitas.” Triniren la abrazó y se sentaron en el suelo, a un lado del
pasto donde cosechaban verduras.
“Qué bonito jardín tienen. ¿Te
gusta?”
“Me gusta mucho,” dijo Vamica.
Triniren no dijo nada, pero la mirada lo dijo todo. “¿Crees que soy una rara?
He encontrado mi vocación Triniren.”
“Me alegra por ti, en serio.
Venía por otra cosa... No sé cómo preguntártelo.”
“Vienes a preguntarme si quiero
mi trabajo de vuelta.” Triniren asintió. “No, ya no lo quiero. Seré monja,
quizás archimandrita si alcanzo la iluminación.”
“Ya veo... Si algún día tienes
ganas, puedes pasar por la oficina. Me podrías echar una mano si quieres, más
relajadamente.”
“No creo volver nunca más a la
ingeniería social. ¿Qué sentido tiene?”
“¿Qué sentido tiene regresar?
Digo, pues si te interesa, sé que siempre te ha gustado el trabajo...”
“No,” sonrió Vamica “¿qué sentido
tiene la ingeniería social?”
“Hacer feliz a la gente.”
“El socialismo hace feliz a la
gente. No necesito de la ingeniería, es más, nadie la necesita.”
“Suenas a tu esposa Orgonal.”
Bromeó Triniren. “Millones de personas necesitan vivir cómodamente, ése es
nuestro trabajo.”
“Comodidad o espíritu.” Dijo
Vamica. “Un Hombre puede estar perfectamente cómodo, y sin embargo, en el más
intenso dolor. La ingeniería social busca el progreso, pero ya no hay
progreso.”
“¿A qué te refieres?”
“Se acabó la historia. Llamarle
prehistoria a la época de la explotación burguesa es un eufemismo. La Historia
se acabó porque ya no hay lucha de clases. Cambiar querría decir que aún hay un
motor de la Historia.”
“Vaya, no lo había pensado así.”
Triniren se levantó ofendida. Se despidió de Vamica fríamente y se fue.
Aquella
noche, mientras Vamica meditaba en el frío piso de cemento de su habitación,
sintió que algo cambiaba. Despejó su mente de pensamientos, pero algo se
removía en su interior, era la imagen de Marx. Por más que trataba de expulsar
aquella imagen no podía hacerlo. Hubo un tremendo dolor en su interior. Le fue
más intenso que cuando parió a sus gemelos hacía tantos años. Una oleada de
pánico le invadió, pensó que iba a morir. Vamica se paró de puntas, con la
espalda arqueada hacia atrás y la nuca doblada. No opondría resistencia,
aquella era la muerte del ego que tanto había estado buscando. El dolor no la
dejó. Era como un relámpago fulminante. Era ardiente, pero lleno de luz. En su
dolor contempló una luz brillante que tomaba forma. Vio a un átomo, después vio
a varios centeneras, después una molécula, después una célula, más tarde vio
piel y al alejarse se vio a ella misma. Se contempló a sí misma de pie y
desnuda. Escuchó un trueno y, sin dejar de verse a sí misma, observó la furia
del átomo. Vamica estalló en menos de un segundo y todo lo que quedó fue una
intensa luz.
El
dolor cesó y cayó al piso. Estaba exhausta, pero sabía que faltaba más. Miró
hacia la imagen de Marx y un nuevo dolor la lanzó contra la pared. Su piel
estaba en llamas y, sin embargo, nunca se había sentido tan en paz. Sintió un
calor insoportable y cayó de rodillas. En su fiebre pudo ver a Marx, huyendo de
una multitud burguesa. La multitud lo apedreó mientras gritaba insultos. Marx
volteó hacia ella y gritó “Vamica, lleva mi fuego.” Marx recibió una pedrada en
la cabeza y Vamica la sintió tan íntima que pensó que su cráneo se había
partido en dos.
Las
visiones no cesaron. Se vio portando una pañoleta, un búho estaba sentado sobre
sus piernas. Vio planetas y estrellas que se convertían en átomos y estallaban.
Volvió a ver a Marx, de pie, frente a ella. Él la contemplaba sin decir nada.
Marx comenzó a desnudarse, su piel era escamosa, y cuando estuvo desnudo por
completo su piel se cayó para mostrar un cuerpo femenino, el suyo. Colores
estallaron frente a sus ojos mientras veía a Marte desde el espacio, como un
huevo dentro del cual se gestaba algo enorme, algo maravilloso.
Cuando
salió el sol y se asomó por su ventana, Vamica estaba acostada sobre el suelo.
Cuando sus hermanos y hermanas notaron su ausencia se preocuparon y entraron a
su habitación. La llevaron al doctor de inmediato, quien no encontraba nada
inusual. Vamica no decía ni una sola palabra, pero había cambiado para siempre.
Veía por primera vez aquello que había visto por tanto tiempo. Entendió lo que
los místicos habían tratado de explicarle. La iluminación era como nacer de
nuevo, veía a las cosas pero las veía tal cual eran, sin añadirles ni quitarles
nada. Comprendía la intención de la idea de no ver diferencia. Sus hermanos y
hermanas notaron que algo había cambiado, pero no estaban seguros de lo que
era. Estaban llamando a un archimandrita cuando Vamica caminó fuera de la
pequeña oficina del doctor y se detuvo en el huerto.
“Cada átomo es una estructura,
cada molécula es una estructura de átomos de diversos elementos.” Los monjes
estaban preocupados por su salud mental, pero Vamica parecía no estar conectada
con el resto del mundo. “Qué maravilloso es el Hombre, y que pequeñas las
estructuras que él forma. Qué simples, que vanas y en última instancia
estorbosas.”
Los
archimandritas llegaron al jardín, pero no quisieron detenerla. Vamica siguió
hablando por más de una hora, hasta que llegó el archimandrita Sarenon y vio lo
que pasaba. Un archimandrita le susurraba que podría estar loca, y su sermón
políticamente peligroso. Sarenon sonrió y le tomó del hábito negro.
“¿Acaso no lo ve?, ¿es que está
usted ciego? La hermana está iluminada.” Le dijo gesticulando a Vamica, quien
seguía declamando.
“He visto la complejidad de la
estructura mental humana, qué elaborada es y cuántos son los frutos de su
esfuerzo. Vivimos en un planeta que solía ser poco más que una roca de polvillo
rojo. Pero he visto algo más hermanos, he visto la luz intensa que produce la
muerte del Yo y a comparación todo esfuerzo humano es hipócrita e inútil.”
“Vamos Vamica, tienes que salir
del huerto.” Decía un monje.
“Lo he visto, a Marx.” Todos
quedaron pasmados y se interesaron. “Lo vi en mis visiones. El profeta sigue
vivo, en todos nosotros, y quiere que pasemos la llama. El fuego debe
continuar. Si el esfuerzo de la estructura mental humana ha hecho de esta
piedra un paraíso terrenal, es nuestro deber llevar la luz del socialismo y
liberar al Hombre de su propia ignorancia.”
Alguien
alertó a un reportero, quien se acercó a Vamica cuando los monjes abrieron el monasterio
a todos los curiosos. La gente estaba prensada de cada palabra que salía de su
boca y el reportero grabó y transmitió cada palabra por medio de la prensa de
la soviética en la red del comunicador. Con cada minuto que pasaba llegaban más
socialistas, hasta que el monasterio estaba a reventar y la gente se contentaba
con estar afuera del edificio escuchando, por medio de un micrófono de
comunicador enlazado a bocinas, el largo sermón de Vamica. No había duda para
los archimandritas, Vamica estaba iluminada, sería una de ellos. Pero también
sabían que Vamica era diferente a ellos, quizás peligrosamente diferente.
Seranon se lo explicó a su compañero Otrenal.
“La mitad de los archimandritas
aquí presentes nunca estuvieron iluminados. Vamica les aterra, porque saben que
ella cambiará todo.”
“Místicos van y vienen, no creo
que tengan miedo hermano Seranon.”
“Si no lo tienen, deberían
tenerlo.” Seranon miró a Vamica, quien seguía hablando con una intensidad cada
vez mayor.
“Miren a su alrededor, la soviética
nos provee de vivienda, comida, salud, transporte y empleo, pero ¿qué hacen los
proletarios? Malgastan su tiempo comprando, desperdiciando el tiempo en el
comunicador y ambicionando un mejor empleo, o una mejor familia. ¿De qué sirve
estar cómodo si por dentro están muriendo? La sociedad se está deshaciendo, el
proletariado está siendo reducido a simples máquinas cuyas únicas decisiones
son elegir entre tres tipos de comidas. Marte, planeta rojo, dejemos que sea
rojo otra vez. Que sea socialista.”
Cuando
Vamica dejó de hablar la gente comenzó a gritar, al unísono “la marxiana, la
marxiana, queremos ver a la marxiana”. Seranon y Otrenal cargaron a la marxiana
en sus hombros y salieron a las calles. La gente le lanzaba sus pañoletas en
señal de amor. Todos los socialistas de Marte estaban pegados a sus
comunicadores mientras Seranon se agenciaba un transporte de ruedas hasta el
Congreso. La marxiana entró al congreso entre aplausos y vitoreo y Seranon
levantó una moción para convertirla a archimandrita y vocera del congreso. No
hubo oposición. Ahora viviría en el templo mayor, en la zona sur. El templo era
una magnífica construcción en forma de triángulo pintada en líneas de todos los
colores.
La
marxiana pasó las semanas siguientes sermoneando en la calle del templo y
bendiciendo a las masas que querían verla. Asistió al congreso y su voto era el
detonante de todas las mociones. Seranon no la dejaba sola ni un segundo, se
aseguraba de que pasara tiempo entre la gente y, sobre todo, en el congreso. La
marxiana trataba de sentarse quieta, pero se aburría con las largas discusiones
sobre cambiar de color los postes de luz o cambiar de lugar una estación de
tren magnético a tres cuadras más adelante.
“Hasta cuando...” Dijo la
marxiana, más para sí misma que para los demás. El congreso se detuvo para que
Vamica hablara. “Hasta cuando seguiremos con esta farsa. Toda la producción de
Felna se centra en conseguir más Urbalita para los países de la Tierra. Se han
construido unas cuantas fábricas, pero se requiere de más. ¿Hasta cuándo
seguiremos dependiendo de la Tierra para todos los detalles? Éste no es el
espíritu del socialismo. Necesitamos producir nuestra propia comida, nuestra
propia vestimenta, nuestro propio ocio. No somos un experimento, somos un
planeta.”
Seranon
presentó la moción de construir más fábricas y aumentar la autonomía marciana,
aún a costas de la producción de Urbalita. Los reformistas estaban en contra,
pues rara vez votaban junto con los archimandritas, pero en esta ocasión hasta
los oficialistas votaron en contra. El voto del público iba, casi por completo,
con la marxiana y los voceros, de ambas facciones, no tuvieron mayor remedio
que reflejarlo. Los marcianos estaban cansados de trabajar largas horas para
que el fruto de su esfuerzo se fuera a otro planeta. Marte producía gran parte
de la Urbalita que era usada para todo, desde fabricación de comunicadores,
hasta transportes terrestres y espaciales. Exportaban todo el metal y la Tierra
les importaba, con retrasos y complicaciones, los productos. La marxiana había
tocado un nervio y la población marciana había respondido.
“Simplemente no tenemos las
piezas Vamica,” Triniren le visitó en el templo mayor. Había tenido que entrar
a su cámara personal hincada y con la cabeza baja, como era la costumbre con
los grandes archimandritas. “los sindicatos tienen sus bases allá, los líderes
reales están en la Tierra. Si ellos no quieren mandarnos los componentes que
faltan, y más importante, si la soviética no da la orden expresa, entonces no
hay nada que hacer.”
“La soviética somos todos, es
absurdo que la soviética sólo exista en la Tierra, pero eso sí, la vigilancia y
la burocracia está en todas partes. Van dos meses desde la moción, es ridículo
que no se pueda...” Vamica se acomodó su hábito negro y su collar con el rostro
de Marx en placas brillantes. “¿Y no las pueden producir?”
“Pues sí, pero es ilegal hacerlo
sin el expreso consentimiento de los líderes sindicales allá en la Tierra.”
Seranon entró a la habitación y se sentó a un lado de Vamica en un escritorio
sobre una tarima. Triniren saludó a Seranon con ademanes exagerados.
“Háganlo. Los proletarios
marcianos no tienen porqué depender de caprichos terrestres.” Vamica se removió
en su asiento. Estaba cansada y tensa. Había dejado de ir al congreso, si todos
los políticos le pedían consentimiento directamente a ella, tenía más sentido
tener audiencias en el templo. Seranon manejaba casi todos los detalles
cotidianos, mientras que Vamica era buscada por su consejo para los temas más
difíciles.
“Es ilegal Vamica, la soviética
nos... meterá a todos en escuelas de cuadros.”
“El comunismo tiene que adecuarse
al socialismo si quiere seguir siendo comunismo.” Vamica golpeó el escritorio
con fuerza. “Estoy hablando de colectivismo, una reunión entre la efectividad
del impersonal y increyente sistema del comunismo científico y el humanismo y
espiritualidad del socialismo. La soviética seguirá existiendo, porque la
soviética somos todos, pero tenemos que formar colectivos y para eso
necesitamos ser autosuficientes. El aparato democrático también tiene que
adecuarse. Mi esposo es la muestra perfecta de ello, la democracia de este tipo
es débil ante la demagogia. Lo amo, como amo a todas las personas y quizás más
aún, pero en el fondo es un simple demagogo.”
“Les diré que fabriquen las
piezas, pero Vamica tienes que recordar que no todos en Marte son socialistas,
es decir, hay libertad religiosa.”
“¿Y? El que la gente tenga
derecho a estar equivocada no quiere decir que no podamos encaminar a la
sociedad hacia el bien común y el bien de cada individuo. No pido que todos me
tengan por profetiza, como los socialistas lo hacen y con razón, simplemente
pido que se sumen al esfuerzo colectivo de formar un planeta más fuerte y mejor
para todos.”
“Está bien,” Triniren no estaba
convencida, pero no tenía opción “haré lo que dices.”
“Muy bien.” Dijo Vamica. Suspiró
aliviada de terminar por el día, cuando Seranon se acercó a su oreja. Quedaba
alguien más. “¿No puede esperar?”
“Me temo que no. El congreso está
inseguro sobre el asunto, quieren saber tu opinión. Eres la profetiza de Marte
y éste asunto podría ser muy espinoso.” El archimandrita apretó un botón en su
comunicador y Gultar entró a la sala haciendo reverencias.
“¿Gultar?” Vamica estaba
sorprendida de verle después de tanto tiempo.
“Hola Vamica, me alegra que me
recuerdes.”
“Extraño nuestras conversaciones
sobre la terraformación de Marte. ¿Qué trae a un genetista aquí?”
“No sé si el honorable
archimandrita Seranon le dijo...”
“Será mejor si usted explica.”
“Muy bien, soy genetista como
usted recuerda, me dedico a hacer mejores animales. Mi trabajo aquí es el mismo
que en Venus, mejoro las razas de ganado y altero los genes de las especies
para que se adecúen mejor al medio ambiente del planeta. La Naturaleza opera mejor
cuando opera con herramientas naturales. Existen cientos de ciclos que la
Naturaleza debe cumplir si deseamos que continúe saludable.”
“No veo nada de malo en eso, es
para un planeta más rico para todos.”
“Sí bueno, el congreso tampoco
vio nada malo en ello, es otra cuestión. Así como puedo mejorar, o cambiar a
los animales, lo puedo hacer con humanos. Aunque ahora ya todos somos de una
misma raza, los genes no desaparecen. En Venus se permitió por unos meses en
una de sus colonias, pero hubo mucha turbulencia política y el programa se
terminó.”
“¿Está hablando de cambiar a las
personas como lo hace con el ganado?”
“Sí y no.”
“Pero no entiendo,” siguió Vamica
“la soviética ya lo hace. Los tratamientos genéticos son universales, me los
aplicaron a mí también cuando tuve gemelos. La ciencia se aseguró de que no
nacieran con problemas de salud.”
“Sí, pero lo que mi tecnología
puede hacer es cambiar la raza de las personas, hacer ojos más grandes, labios
más llenos, nariz más pequeña o más grande. Lo que sea. Para ambientes fríos
puedo alterar el genoma humano para que los bebés sean más grandes, con más
pelo que los cubra. Las zonas norte de Marte son muy frías y eso podría servir.
Puedo hacer que necesiten menos comida, que sean más inteligentes...”
“Escuché suficiente.” Dijo
Vamica. “Sarenon, ¿algo que quieras decir?”
“La soviética no se opone.”
“Pues yo sí, es monstruoso. Si la
ciencia puede hacer que cada bebé sea diferente, ¿qué les detendría de separar
a la sociedad por raza, o por inteligencia? Los bebés con los que se manipula
su genoma para que sean más brillantes ocuparían mejores puestos y no habría
nada de democrático en eso, o mejor dicho, nada de colectivista en eso.”
“Pero, usted no entiende, ésta
tecnología no sólo yo la tengo...”
“Váyase, que no lo quiero ver
más.” Vamica se levantó, el genetista salió derrotado. Estaba cansada y la
cabeza le dolía. Se reconfortó sabiendo que era el último y podía pasar el
resto de la tarde y la noche en sus meditaciones. Sarenon se le acercó con voz
grave, no podía ser bueno. “¿Ahora qué ocurre?”
“Tengo noticias y no son buenas.”
Sarenon quedó en silencio y la marxiana le apresuró con un gesto. “Es sobre tu
esposa, Orgonal.”
“¿Y bien?”
“Me temo que viene en camino, en
un ataúd flotante. Es una nave colonizadora y los sistemas no responden. No
sabemos exactamente cuándo se estrelle con nuestra atmósfera, pero los
ingenieros en sistemas en Fobos no pueden hacer nada.”
“Orgonal...” Vamica se sentó y
sintió que el mundo que había estado sosteniendo sobre sus hombros se hacía tan
pesado que no podía más con el peso. Desde su iluminación en el monasterio
había perdido contacto con la Vamica que solía ser, pero aún así la pérdida le
rompió el corazón.
Los
siguientes días estuvieron empañados por la noticia. Ahora podía comprender la
complejidad de la estructura humana, hecha a partir de infinitas estructuras
igualmente complejas. Ahora valoraba más a Orgonal que cuando era la Vamica
común que estaba casada con ella. Su agenda política no descansaba, estaba
construyendo a un planeta. Sin embargo, su mente nunca estaba lejos de su esposa, la única mujer que
aunque no entendía, le había sido su complemento perfecto. Se sorprendió al ver
cuánto extrañaba a Orgonal pues casi no extrañaba a Moteral. Sabía que su
pérdida había sido lamentable, pero la antigua Vamica ya no existía, en su
lugar estaba la marxiana.
“Las líneas de producción ya
están listas. Empiezan cuando tú les digas.” Explicaba Triniren en la oficina
de la fábrica de muebles. La oficina estaba sostenida del techo sobre las
máquinas y estaba hecha completamente de plástico transparente, para que los
obreros no tuvieran la impresión de que vivían como en la era de la explotación
burguesa. “Escuché sobre Gultar, seguramente acudió a ti porque pensó que
serías más laxa con él, habiéndote conocido en la nave.”
“No me conoció, conoció a Vamica.
Ella está muerta. Soy la marxiana.” Leía el catálogo de muebles disponibles y,
de reojo, miraba hacia el piso plástico a través del cual podía ver a cientos
de obreros, agentes de la prensa y curiosos. “Si la ciencia progresa, entonces
hay Historia. Si hay historia de la ciencia, ¿cuál es su motor? El motor de la
Historia de la ciencia no puede estar despegado del de la Historia del
Universo, porque la ciencia o es parte o estudia al Universo. Si el Universo ya
no tiene motor que impulso su Historia, ¿porqué debemos permitir que la ciencia
rete y niegue esta verdad absoluta?”
“Vamica...”
“Ten fe Triniren. Ten fe.” Vamica
salió de la oficina y caminó por el paso de gato hasta el micrófono. “No estoy
aquí para compartirles una fábrica, estoy aquí para compartirles un sueño. Mi
sueño es el colectivismo. Mi sueño es una sociedad verdaderamente colectiva, y
no simplemente presa de los deseos materialistas del Hombre. ¿Qué es el comunismo
si no un Estado totalitario, disfrazado de la soviética, que decide todo por
los individuos? El colectivismo es, simple y llanamente, el seguir fielmente a
Marx. ¿A Marx le preocupaba de qué color tenían que ser los muebles o cómo
debía estar estructurada una burocracia interplanetaria incomprensible? No, a
Marx le importaban los creyentes, los proletarios. Cada ciudad es un colectivo,
donde los bienes se reparten por igual, donde cada persona es libre de vivir
una vida en el socialismo, buscando su iluminación y la de sus compañeros. No
le debemos nada a la Tierra, que ellos formen su colectivo, nosotros tendremos
el nuestro. ¿Qué sentido tiene un colectivo masivo si el individuo se pierde en
un papeleo interminable y el sistema lo enajena hacia el materialismo? Una
sociedad colectivista es una sociedad de creyentes, de proletarios, donde los
valores de humildad, servicio y amor son promovidos por el colectivo, y no
dejados atrás a favor de una política mezquina e hipócrita. Desde ahora no
dependeremos para nada de la Tierra, no los necesitamos a sus cinco países y a
las cincuenta ciudades. Todos los trámites se hacen en Felna, somos
completamente autónomos. Formaremos una federación de colectivos, en vez de un
imperio de manuales y códigos legislativos. De esta manera el proletariado
trabajará menos y tendrá un sistema de gobierno más pequeño, entendible y
eficiente. El archimandrato se hará cargo desde ahora de la educación, de la
escuela de cuadros y de la secretaría de censura oficial. Se hará lo mismo en
Jalrena, nuestra ciudad hermana.
“El
Congreso queda abolido, toda decisión política pasará exclusivamente por los
archimandritas. Para aquellos que se sorprendan les invito a ver las noticias
de la Tierra, un demagogo ha logrado reducir a todo el sistema democrático en
la tiranía de los caprichos de uno solo. La base de nuestra sociedad
colectivista es el socialismo, ¿quiénes mejores para decidir el rumbo político
que los archimandritas? Habrá menos política, eso se los aseguro. Desde ahora
los sindicatos funcionarán para proteger los derechos proletarios y nada más.
Bajo el régimen comunista los sindicatos deciden qué producir, cuánto, cuándo y
dónde. Los líderes sindicales son político que nunca entran a las fábricas. Los
medios de producción le pertenecen a los obreros, ellos decidirán qué hacer con
sus máquinas. Todos los proletarios ganarán lo mismo, sin importar cuál sea su
ocupación. Si bien bajo el comunismo los salarios son todos casi iguales,
existen muchas diferencias entre el barrendero y el político de carrera. El
sobretiempo será estrictamente regulado, ningún proletario será más rico que
otro valiéndose de un salario extra por más horas trabajadas. Los proletarios
usarán sus créditos para decidir qué comprar y las fábricas producirán en base
a ello. No buscamos competencia entre las fábricas, pero sí que los proletarios
tengan la libertad que no gozan con el comunismo. Todos seremos iguales y, con
la dirección de los archimandritas, todos llegarán a sentir la profunda paz que
sólo proviene del contacto con nuestro amado profeta Marx.”
Los
socialistas aplaudieron y gritaron con todas sus fuerzas. La profetiza alzó los
brazos en señal de entrega y bajó las escaleras hacia ellos. La multitud quería
tocarla, sentir su piel. La marxiana ignoró a las fuerzas de seguridad y se
dejó arrastrar por la multitud enloquecida. Sintió sus manos por todo su
cuerpo, querían sentirla para asegurarse que era real, querían tocarla para ser
benditos, querían llevarse un trozo de su ropa para atesorarlo en casa. Le
jalaron de los pelos, le arrancaron parte del hábito negro, le rasguñaron los
brazos y la jalonearon de un lado para otro. La multitud estaba enloquecida por
completo. La llevaron al aire libre, donde se congregaban más de diez mil
fieles. Su escolta de seguridad empujaba y gritaba, pero no la alcanzaban y
ella no quería ser alcanzada. Quería que la jalaran, quería que la rasguñaran y
la desnudaran arrancándole sus ropas religiosas a jirones. Quería sentirlos,
pues ahora ella era la soviética y ellos sus hijos.
Al
día siguiente el templo mayor tenía un ambiente muy diferente. Los
archimandritas discutían entre ellos sobre las nuevas medidas que la profetiza
había ordenado. Los congresistas y casi todos los voceros públicos levantaron
demandas y quejas en los tribunales marcianos y en los terrestres. Buscaban el
apoyo de la soviética. Todos esperaban que aquella misma mañana la soviética
hubiese intervenido y la hubiese encerrado o asesinado, pero no pasó. Se
trataba de un cambio inesperado en la soviética. Todos los proletarios habían
pasado generaciones enteras bajo un régimen donde una simple plática entre
esposos a la mitad de la noche podía significar arrestos e incineraciones.
Ahora una mujer, que se hacía llamar la marxiana profetiza de Marte, sececionaba
por completo del imperio soviético y no recibía reprimenda alguna. Eso llevó a
pensar a muchos no-creyentes que, si bien la marxiana buscaba imponer un orden
religioso sobre la sociedad, podrían vivir con mayor libertad, mientras que a
la vez gozando de la igualdad del comunismo. Es por ello que, la enorme mayoría
de la población, no hizo caso a los llamados de los políticos a rebelarse
contra la marxiana.
“La marxiana,” decía un
archimandrita que cruzaba el templo hacia la sala de sesiones donde los demás
archimandritas discutían “ha llegado la marxiana, tengan cuidado.”
“Hermanos, hermanas,” La marxiana
entró a la sala de sesiones junto con Sarenon. “no tienen que andarse cuidado a
espaldas de la marxiana.”
“El hermano Sarenon tiene razón,”
dijo la profetiza entre las docenas de hombres y mujeres con hábitos negros “ya
no viven bajo el yugo de la soviética totalitaria.”
“¿Y por qué no dijo eso cuando la
soviética aún gobernaba Marte?” Preguntó una voz anónima.
“¿Quién dijo eso?” Gritó la
marxiana. “Demando que se muestre en este instante.” Nadie movió ni un músculo.
La marxiana sonrió y dijo “Por eso.”
“Adelante,” dijo Moteral
“expresen su malestar. Estamos entre hermanos y hermanas, después de todo.”
“Lo que propone es demencial.”
Dijo una archimandrita joven entre la multitud. “Sin la soviética, ¿cómo
podemos asegurarnos de que la burguesía no regrese?”
“El colectivismo es la forma más
pura de marxismo, eso no puede pasar.”
“¿Qué pasará cuando la soviética
ya no quiera comerciar con nosotros?” Preguntó alguien más.
“Tenemos mucha Urbalita, querrán
negociar con nosotros. De todas maneras Marte es autosuficiente, tiene todo lo
necesario para subsistir.”
“Nos ha puesto a todos en peligro
mortal, sería más fácil que tratáramos de hacer un trato con la soviética y
poner toda esta locura detrás.”
“Adelante, inténtelo. ¿Usted cree
que los políticos no están haciendo lo mismo?, ¿qué me dice de los líderes
sindicales o los millones de empleados de la soviética en el rubro de
educación? Todos lo han intentado, pero la soviética no les responde. Pareciera
que nos ha cortado del resto del imperio, pero es demasiado grande la criatura
y necesitará Urbalita en grandes cantidades.”
“Hermanos, por favor,” dijo
Seranon “lanzar una ofensiva militar desde la Tierra y perder a tantos obreros
y tanta Urbalita, resultaría demasiado costoso para la soviética. Si ella
estaba tan dispuesta a dejar morir a sus propios obreros por una cuestión
económica, ¿por qué debería ser esto diferente?”
“La reestructuración no será
fácil,” dijo la marxiana “cada uno de ustedes supervisará su sector y su zona.
Ahora tienen más responsabilidades que antes. No pierdan el tiempo en
discusiones inútiles, hay un colectivo que organizar.”
La
transición de poder y autoridad fue paulatina, a lo largo de semanas, pero fue
pacífica. Los proletarios comenzaban a ajustarse y acostumbrarse luego de
tantos años de comunismo soviético. La marxiana supervisó cada detalle de la
colectivización y se aseguró de que las demandas fueran respondidas. La
marxiana le sugirió a Triniren nuevos proyectos, y su antigua jefa se
comprometió a planearlos.
“Vamica,” Triniren entró al salón
de sesiones cargando con un proyector holográfico. La marxiana miró al aparato
con disgusto. “tengo malas noticias. El proyecto de agrandar los departamentos
no es malo, de hecho lo único que nos detenía antes eran las reglamentaciones
de la soviética.”
“Bien, ahora que ya no hay tales
reglamentaciones...”
“No se puede hacer.” Encendió el
proyector y mostró una serie de gráficos y cifras. “Como puedes ver he traído
algo de ayuda visual.”
“¿Tenías que traer semejante
abominación tecnológica? Lo único que importa es el espíritu, no las cosas
materiales.” Triniren lo apagó y miró a Saneron, quien se limitó a fijar su
mirada en la profetiza. “Me aseguré de que los niños sean educados a la manera
socialista para que no ambicionen semejantes repugnancias.”
“Muy bien, sin proyector
entonces. Te decía Vamica...”
“Marxiana. ¿Por qué insistes en
ese nombres?”
“Claro, marxiana, te decía que no
se puede hacer. El costo sería enorme. No hay suficiente cemento, ni
suficientes cables eléctricos.”
“¿Y por qué no? Las fábricas
están.”
“Sí, tenemos la infraestructura
para hacerlo, pero me temo que hay otro problema. Desde que los obreros no
pueden ganar más crédito con tiempo extra, han dejado de trabajar más. De por
si la producción ha bajado a su mínimo histórico.”
“¿Pero por qué?”
“Todos ganan lo mismo, desde el
burócrata que no se cansa, hasta el barrendero que solo aprieta botones en una
limpiadora hasta los obreros de fábricas que sudan trabajando.” La marxiana
respiró profundo y meditó el problema. “A mi entender el problema se
solucionaría si permites un poco más de tiempo extra.”
“No, eso ni hablarlo. Todos somos
iguales, es colectivismo.”
“Sí, pero los obreros de la
fábrica de cemento están expuestos al calor y al esfuerzo físico continuo.
Vami... Marxiana, les subirías mucho la moral.”
“No puedes poner un precio a la
igualdad, ni la moral. Producirán, o sufrirán las consecuencias. Diles que te
tengan listo el pedido, o me aseguraré de enviarlos a todos a escuela de
cuadros.”
“Eso haré, pero tengo el mismo
problema con el sindicato de constructores. No quieren hacerlo por las mismas
razones. ¿Debo decirles lo mismo?”
“Sí, diles que les arrancaré la
cabeza si no hacen lo que digo.” La marxiana despidió a Triniren con un gesto.
“¿Por qué no se contentan con saber que todos viven bien y vivirán mejor en
cuestión de meses o años? Al principio tenía dudas sobre el asunto, no es justo
que unos tengan departamentos más grandes, pero pensé que sería una
construcción masiva, en serio, reciclando los anteriores.”
“Existen algunas máquinas que
podrían reemplazar a los obreros.”
“No, avances tecnológicos no
Sarenon. Ya hemos hablado de ello. Hay que regresar a nuestras raíces
marxistas. Reemplazar a los obreros es insano, se acostumbraran a una vida sin
trabajo. El trabajo da identidad y el socialismo da espíritu, pero ¿cómo puede
haber espíritu sin identidad?”
“Podríamos moverlos a otros
trabajos.” Alguien tocó a la puerta. Era Oteral.
“Oteral, entra por favor.” La
marxiana lo hizo pasar con un gesto.
“Tengo que hablar con ustedes, ahora
que soy el camarada encargado de finanzas de la colectividad he estado haciendo
algunos números y... Bueno, no hay manera fácil de decirlo, pero...”
“Vamos, estás entre hermanos.”
“Nos estamos quedando sin
dinero.”
“Imposible,” desdeñó la marxiana
“estamos repartiendo el dinero. ¿Cómo se puede acabar el dinero si todo está
siendo repartido igualitariamente? Lo que no se va en salarios se va en
construcción y servicios, que son pagados con su mismo trabajo.”
“Sí, pero la población crece y la
riqueza no. La soviética no está pagando por la Urbalita, no ha venido por más,
aunque los transportes espaciales funcionan con normalidad.”
“No entiendo el problema,” dijo
Sarenon mientras revisaba un mensaje en su comunicador “¿no puedes ordenarle al
departamento de finanzas que saque más dinero? Es todo digital, ¿qué tan
difícil puede ser?”
“Me temo que al aumentar la
cantidad de dinero que invertimos y pagamos, el dinero va perdiendo su valor
con la creciente demanda de servicios y productos. Las fábricas no producen
suficiente para todos, la producción está al mínimo, y la gente quiere comprar.
Al no haber suficiente para todos, los precios de las cosas suben.”
“Entonces bájalos.” La marxiana
vio de reojo a Sarenon, quien tecleaba en su comunicador. “Ordénale a las
fábricas que bajen de precio. De todas formas los créditos son de todos, no hay
propiedad privada.”
“Me temo que no es tan sencillo,
señora mía, ahora que ha quitado tantas restricciones los proletarios quieren
más muebles en su casa, quieren comprar pintura para pintarla y quieren ropa
con nuevos diseños. Es mucha demanda y no hay suficiente para todos.”
“Tendré que hablar con las
fábricas para que trabajen más y prohibirles que suban de precio a sus
productos. Tendrán que bajar de precio. Y si la gente no puede comprar el color
que quiera, pues ni modo, son solo objetos materiales. El proletariado tendrá
que apreciar la vida espiritual y vivir una vida humilde. Quiero eliminar al
dinero Oteral, eliminarlo por completo. El dinero seduce y genera envidias. Los
fabricantes de comida harán lo suyo, los de vestido, los de construcción y de
servicios lo mismo. Los que trabajan en las escuelas recibirán la comida y el
vestido, y educarán a los hijos de los que trabajan en el sector de comida y
vestido. Elaboraremos un sistema, aprovechando la tecnología de los
comunicadores, para asegurarnos que nadie reciba más allá de su ración. Será
suficiente para todos, estoy seguro, nadie pasará hambre.”
“La entiendo, profetiza, pero
quería hacérselo saber.”
“Muchas gracias por venir
Oteral,” le despidió Saneron. Cuando se hubo ido se acercó al oído de la
marxiana. “Tengo noticias de la nave donde viajaba su esposa. Descendió sobre
Jalrena.”
“Quisiera ver el cuerpo, darle un
funeral decente.”
Se
disponían a salir del templo cuando entraron soldados armados. No explicaron
nada, más allá de que sus vidas podían estar en peligro, y fueron trasladados a
la base militar del este, donde fueron escoltados hacia una sala de guerra. La
marxiana nunca había visto una sala como esa, estaba repleta de proyectores
holográficos, mapas y generales leyendo expedientes en sus comunicadores.
“Hace poco más de quince minutos
estalló un motín violento en Jalrena.” Explicó el general Brasler. Saneron se
había asegurado de que todos los militares fueran socialistas devotos, por lo
que la marxiana no estaba preocupada de un golpe de estado perpetrado por la
soviética. “Tenemos motivos para creer que se inició cuando la nave
colonizadora descendió el cargo en la base espacial de la ciudad. Pensamos que
podría ser la soviética.”
“Si Orgonal estaba ahí, no es la
soviética.” Dijo la marxiana con una sonrisa triste. “¿Pero no era que la nave
era un ataúd flotante?”
“Lo era. Lo más probable es que
fuese abordado durante el trayecto por tropas leales a la soviética.” Dijo el
general Brasler.
“¿Qué le decimos a la prensa?”
Preguntó Saneron.
“Nada aún.” Dijo la marxiana.
“Vamos a esperar y ver. ¿Cuánta gente está involucrada en el motín?”
“Poco más de diez mil, según
nuestros cálculos. De nuevo, no tenemos todos los elementos para saberlo con
certeza.” Apretó algunos botones en su comunicador y la imagen apareció en el
holograma. “Ésta es la general Daste, ella está coordinando la defensa en la
zona sur.”
“¿Me ven bien?” Por el holograma
estaba claro que estaba escondida detrás de un camión acompañada de soldados.
Se escuchaban explosiones y disparos. “Estoy en el sector L, entre 3 y 4 L.
Tomaron por asalto la estación espacial y la inutilizaron. Repelieron a las
fuerzas de seguridad y se dispersaron en el sector. La respuesta militar
inicial fue insuficiente, es un ataque premeditado.”
“¿Pertenecen a la soviética?”
Preguntó el general.
“Parecen tener entrenamiento
militar pero no, definitivamente no parecen ser parte de la soviética.”
“¿Han mandado tanques y aviones?”
“Sí general, los tanques fueron
inutilizados en cuestión de minutos, jamás nos habíamos enfrentado a algo así.
Hacen más de cuatro siglos desde que esos tanques son utilizados, nadie aquí ha
visto violencia de este tipo. Los aviones ya llegaron, pero esperan mi orden
para bombardear.”
“Negativo, no suelten bombas en
territorio civil.” Se adelantó la marxiana. El general quiso decir algo, pero
le cortó con un gesto de la mano. “No voy a matar civiles solo porque es
económicamente más viable. Usen los tanques y tropas que tengan en Jalrena.”
“Eso haremos mi señora.” Una
ráfaga de disparos pegó por encima de la general y ésta se agachó más. “Le
quitaron las armas a las fuerzas de seguridad y están matando todo lo que se
mueve. Es una masacre.”
“General Daste, escúcheme.” Dijo
la marxiana. “En cuanto detengan a los rebeldes quiero que pregunten por una
tripulante de esa nave. Su nombre es Orgonal, quiero saber si sigue viva.”
“Eso haré mi señora.” La general
estudió su comunicador y quedó pasmada. “Parece que están quemando templos
socialistas.”
“Suficiente.” La marxiana apagó
el proyector y respiró profundo. “¿Ha movilizado tropas?”
“Tenemos a casi toda nuestra
gente en la frontera, incluyendo aviones.”
“La ciudad está a varios
kilómetros de la frontera, si las fuerzas rebeldes dejan la ciudad quiero que
nivelen el suelo. No escatimen bombas, mátenlos a todos.”
“Sí mi señora.” La marxiana recibió
una video-llamada desde Croleran.
“¿Me pueden dar un minuto?”
Conectó la llamada al holoproyector y se sentó frente a la cámara. El
identificador de llamadas no incluía su nombre, pero sabría que era él. No
había hablado con él desde que estaba en la Tierra, apenas y le había escrito
unas cuantas líneas. Sin duda Rando había leído sobre ella, así como ella había
leído sobre él. “Rando, buenas tardes.”
“Vamica,” Rando parecía
avejentado y cansado. “hace mucho que no te veía.”
“¿No ves las noticias?”
“Buen punto.”
“Esperaba que me llamaras antes.”
“No pensé que llegaras tan lejos.
Es traición lo que has hecho, pura y llanamente.”
“¿A quién traicioné? No al
proletariado. ¿A quién traicionaste tú? A todo aquel que creyera en el sistema
democrático.”
“No te hagas la graciosa Vamica.
De todas las personas que conozco... Jamás hubiera imaginado que serías tú. ¿Y
qué es esta locura sobre el colectivismo?”
“Es marxismo.”
“No, la soviética es marxismo, lo
que tú haces es un socialismo utópico, no científico.”
“¿Es utopía creer que podemos
vivir todos juntos sin distinción alguna y a la vez vivir en libertad?”
“No llegaré a ninguna parte
contigo de esta forma.”
“¿Qué otra forma tenías en mente?
Quizás enviar mercenarios para que me maten.”
“Vamica, por favor.”
“Supe que la soviética lanzaría
un ataque tarde o temprano, no soportaría ver que su imperio está en peligro.”
Rando resopló y contuvo las ganas de gritar.
“Esa violencia en
Marte-Jalrena... No somos nosotros. No sabemos quiénes son Vamica, al principio
pensamos que era tu gente. Pensamos que Marte-Jalrena había decidido darte la
espalda.”
“Los colectivistas somos personas
pacíficas.”
“Supongo que ya lo sabes, pero
vienen del transporte que llevaba a Orgonal.”
“Sí, lo sé. He ordenado que se
interroguen rebeldes para saber si está con vida. Me habían informado que era
un ataúd flotante, y según lo que Rashide me había contado, esos nunca se
salvan.”
“Parece que no lo hicieron,
fueron abordados cerca de Fobos. No sabemos por quién, imaginamos que era de tu
gente, después de todo controlas a Fobos, aunque técnicamente sea parte de la
soviética.”
“La situación estará bajo
control.”
“Sí, lo estará. Naves militares
van en camino. Llegarán en cuestión de un año.” Rando se arregló el cabello
nerviosamente mientras hablaba. “Van bien armados.”
“Un año...” Repitió la marxiana.
Ahora sabía lo que tendría de vida. “¿Y vienen por el motín o por mí?”
“¿No hay manera de que pueda
disuadirte de tu locura?”
“¿Hay manera en la que pueda
disuadirte de la tuya?”
“Adiós Vamica. Te amo.”
“Adiós Rando.” Apagó el proyector
y salió de la sala de situación. No quiso decirle nada a nadie, pues si se
enteraban de que un convoy militar llegaría para matarlos a todos tendría un
motín generalizado en sus manos. “Era mi esposo. No es la soviética.”
“Tengo malas noticias,” dijo
Saneron “los interrogados todos dicen lo mismo. Orgonal está muerta.”
“No sabemos mucho más.” Explicó
el general Brasler. “Los detenidos no quisieron hablar.”
“Háganlos hablar.”
“Sí señora, eso hicimos. Los
pocos que hablaron dijeron cosas... locas, sin importancia. Es como si su
violencia no tuviera sentido.”
“¿Es que no me puede dar una
respuesta completa?”
“Dicen ser individualistas que
vienen a derrocar el gobierno y conquistar Marte.”
“Se pone peor,” dijo Saneron “la
noticia se esparció por los comunicadores.”
“Bien... General está usted a
cargo de la seguridad de este colectivo. Hermano archimandrita, vamos al templo
mayor.”
La
marxiana se esperaba una multitud, pero lo que encontró fue aún peor. Los
archimandritas se encontraban en la cúspide de las escaleras y manejaban una
turba furibunda que, en cuanto les vio llegar, les tiraban piedras y botellas
de aluminio. Los archimandritas, más de veinte, tenían micrófonos para
dirigirse a la turba.
“Ella nos trajo la guerra. Ella
es el criminal aquí, que la arresten y la hagan pagar.”
“¿Así es como tratan a su
profeta? Pareciera que he de sufrir el mismo final que nuestro profeta Marx.”
Seranon le ayudó a subir empujando a la turba y a los archimandritas. La
marxiana se hizo del micrófono. “¿Así saludan a su profetiza?”
“Ese motín es de la soviética.”
Gritó una persona escondida entre la multitud. “Nos matarán a todos. ¿De qué
nos servirá la fe cuando estemos muertos?”
“Los que creen en Marx nunca
mueren, sólo los materialistas ignorantes mueren.” La marxiana se agachó para
evitar una piedra que podría haberle pegado en la cabeza y continuó como si
nada hubiera pasado. “El motín no es de la soviética, de eso estamos seguros.
Es la anarquía que surge de la soviética. Ese caos que nosotros podemos
contener en nuestro colectivo.”
“¿Por qué tenemos que vivir bajo
el yugo de una religión?” Gritó alguien “Yo digo que vivamos conforme a la
razón y no a la superstición.”
“¿Superstición?” Gritó la
marxiana. “He visto a Marx y lo veo todo el tiempo. Ver es creer. Hay libertad religiosa en Felna, pero no
confundan libertad con debilidad. Una sociedad impía es una sociedad enferma.
Ustedes archimandritas traicioneros deberían saberlo.”
“Has llegado demasiado lejos.” Le
gritó un archimandrita. La marxiana lo tomó del cuello y lo tiró por las
escaleras.
“¿Ese es su salvador? No puede ni
salvarse a sí mismo. Él los instó al miedo, él es la amenaza.” Los demás
archimandritas dieron un paso atrás. “El caos en Jalrena será sofocado, no
llegará hasta aquí, pero estos oportunistas usaron sus miedos para rebelarse en
contra de Marx y todo lo que es bueno y puro. Marcianos, si me aman, mátenlo.”
“No marxiana, se lo suplico.”
Gemía el archimandrita en el suelo. La multitud, enfurecida con quienes la habían
congregado, se lanzó contra el archimandrita y lo atacó hasta que la sangre
salía en borbotones y formaba un río hacia la calle. La marxiana se dio media
vuelta y miró a los otros archimandritas. Sarenon sacó un arma y les apuntó.
“Que los maten a ellos también,
no los necesitamos.”
Tiraron
a los archimandritas y el pueblo, ciego por la furia, los apedreó y golpeó
hasta matarlos. La marxiana no estaba satisfecha con esto. Ordenó que todo
remanente del antiguo régimen soviético fuese eliminado. Marchó en compañía de
dos millones de fieles socialistas yendo de edificio en edificio para destruir
computadoras, estatuas, efigies y símbolos de la soviética. Hubo más muertos,
todos aquellos archimandritas que dudaban de la profetiza fueron masacrados sin
perdón. Los pocos civiles que trataban de calmar a la multitud también fue
recibida con violencia. La marxiana se hizo de una vara dorada de una efigie de
la soviética y lo reclamó como su báculo místico. Las fuerzas de seguridad
habían confundido la repentina explosión de violencia por el motín en Jalrena.
Cuando los militares vieron que su lideresa estaba al frente del terror no
tuvieron más opción que dejarlos continuar con su destrucción.
En la madrugada el
torrente humano alcanzó el extremo de la zona oeste, donde cientos de hectáreas
eran dedicadas al ganado. Los millones de habitantes de Felna que no
participaban en la violencia se guarecían en sus departamentos o formaban
trincheras en las tiendas donde trabajaban, para evitar los saqueos generalizados.
Varios miles de personas, aprovechando la ola de violencia, se había dedicado a
robar todo lo que encontrara, pues sus
salarios les forzaban a ahorrar por meses para comprar un nuevo par de
zapatos. La marxiana se detuvo frente a un cartel en la pared de un rancho
industrial. El cartel decía “todas las cabezas de ganado han sido modificadas
por la tecnología comunista genética para un mayor aprovechamiento del
proletariado.”
“Hermano Sarenon, mire esto.” La
marxiana arrancó el cartel y se lo mostró “ese Gultar...”
“Las cosechas y el ganado son más
fuertes que antes.” Le disculpó Sarenon, con mucho miedo en la voz. “Usted le
permitió continuar con su trabajo, ¿lo recuerda señora mía?”
“No me digas lo que recuerdo o
no. Gultar es el símbolo de todo cuanto está mal en la soviética. Quiero que se
le haga un juicio mañana al medio día. Que todos los socialistas vean a dónde
conduce el amor por la ciencia cuando está por encima del amor a Marx.”
“Sí, mi señora.”
Las
multitudes se dispersaron después de eso. Poco a poco los saqueos fueron
aplacados por las fuerzas de seguridad y para el mediodía la ciudad regresaba a
la normalidad. Los incendios fueron sofocados, los muertos fueron levantados de
las calles y llevados a los incineradores. Los generales no tenían buenas
noticias, el motín en Jalrena se había convertido en un golpe de Estado. El
general Brasler se presentó en el templo mayor con un informe completo, antes
que empezara el juicio. El acusado ya estaba listo, había sido encadenado a un
poste en las escaleras del templo. El acusado no tenía derecho a un abogado, la
marxiana había dictaminado que los crímenes por impiedad eran tan graves que el
acusado sería su único abogado. El general estaba nervioso, pero la marxiana
estaba tranquila en su escritorio, acomodándose los collares de Marx con la
izquierda y sosteniendo su báculo con la derecha.
“Gran parte del ejército de
Jalrena ha sido arrestado.” Explicaba el general, sin atreverse a mirar a la
profetiza a los ojos. “Cortaron comunicaciones con nosotros y con la
soviética.”
“¿Y la frontera?”
“Está resguardada como usted
ordenó. Tenemos a treinta bombarderos sobrevolando la zona, nada pasará con
vida por ese camino. Tenemos miles de soldados en los bosques alrededor de
Felna, solo en caso de que montaran una invasión por las zonas arboladas.”
“Tenemos que consultar esta
situación con Marx.” La profetiza se levantó y sostuvo su báculo sobre su
cabeza. “Nuestro amado profeta sabrá qué hacer.” Soltó el báculo, éste rebotó
en el suelo y cayó de la tarima, rodando lentamente hacia la derecha. “Está
decidido entonces. Avancen sobre la frontera, Marx lo ordena.”
“Sí mi profetiza, ¿cree
conveniente mandar primero pelotones de reconocimiento?”
“Marx ha sido claro y él habla a
través de mí. Ataquen con todo lo que tengan.” El general Brasler quería decir
otra cosa, pero al ver al báculo supuso que sería inútil y optó por retirarse.
“Lo haremos mi señora, en cuanto
llegue a la base montaremos nuestra ofensiva.”
La
marxiana meditó un poco antes de salir del templo. El pueblo la esperaba. Había
una multitud de miles de personas que escucharían el juicio desde las bocinas y
sus comunicadores. Gultar había sido golpeado con violencia y ahora esperaba su
muerte pacientemente. Cuando la marxiana salió del templo mayor hubo aplausos y
chiflidos. En primera fila, entre los archimandritas vio a Triniren. El
archimandrita Sarenon le recibió en la puerta y le acompañó por las escaleras
hasta una pequeña plaza, antes de las segundas escaleras. Habían colocado un
micrófono ahí y otro a un metro de Gultar. Al principio el micrófono estaba más
cerca, pero Sarenon decidió alejarlo, pues temía que las impiedades de Gultar
pudieran infectar los oídos de los creyentes más ingenuos.
“Por el delito de impiedad, de
amor desmedido a la tecnología, de buscar su propio beneficio por encima de las
normas de nuestra amada religión, ¿cómo se declara el acusado?”
“Inocente.” La multitud guardó
silencio. Gultar siguió hablando. “Lo único que hice fue ejercer la ciencia en
beneficio de la humanidad. Mi único delito es haber creído que la razón podría
alimentarnos mejor, darnos una mejor calidad de vida y explicarnos las dudas
que toda persona tiene en su interior.”
“El acusado habla en falacias,
son seductoras palabras, pero palabras huecas al final. ¿Cómo puede haber una
mejor calidad de vida sin la fe? Y todos hemos visto cómo esa pasión por la
razón ha llevado a la sociedad a olvidarse de su fe. ¿Qué pasa cuando la razón
y la fe se pelean? Si perdemos la fe, perdemos nuestra humanidad.”
“Las ideas,” le interrumpió
Gultar “son más grandes que un templo. Una idea puede hacer de una piedra árida
un planeta habitable. Una idea puede convertir a la humanidad salvaje en una
civilización eficiente. ¿Qué nos ha traído la fe sino violencia e ignorancia?”
La multitud comenzó a abuchearle hasta que nadie podía escuchar lo que decía.
La marxiana levantó una mano y todos guardaron silencio.
“¿Ven hacia dónde nos dirige la
razón desmedida?”
“Por favor,” decía Gultar “se los
suplico, ¿es que no ven que la razón estudia a la realidad mientras que la
religión la maquilla?” La muchedumbre abucheó de nuevo, pero ésta vez la
marxiana les pidió silencio, quería que escucharan al impío. “Si la religión
busca respuestas y busca la felicidad del Hombre, ¿por qué debe estar peleada
con la razón?”
“Porque la razón conduce a la
locura.” Interrumpió la marxiana “todos lo hemos visto, la soviética decidía en
base a la razón y no al corazón. Se alejó del socialismo y muchos murieron
porque la soviética consideró irracional el rescatarlos. Detrás de cada una de
las palabras del sospechoso se esconde el deseo irrefrenable de arrancarle la
libertad al Hombre y su sentido de maravilla.”
“¿Y qué me dicen de la fe, es que
acaso el socialismo no ha causado muertes también? Anoche murieron cientos de
personas por impulsos irracionales. La razón sin la fe quizás sea peligrosa,
pero es más peligrosa la fe sin la razón, porque no existen reglas ni leyes,
solo los caprichos de la fantasía de unos cuantos.”
“He escuchado suficiente.” Dijo
la marxiana. En toda la ciudad se activaron las alarmas de bombardeo. El
general Brasler había comenzado su campaña. Se escucharon explosiones a lo
lejos, la marxiana se dio cuenta que no era tan lejos como para ser la
frontera. Estaban en la ciudad. La multitud se puso nerviosa, pero la marxiana
los calmó con un gesto. “En este momento nuestras fuerzas armadas luchan para
sofocar la violencia de los rebeldes de Jalrena. Esos mismos rebeldes son la
encarnación de las ideas de este hereje. Gultar es el enemigo a vencer.”
“¡Mátenlo!” Gritó alguien en la
multitud.
“No es nuestra decisión,” dijo la
marxiana “es la decisión de Marx.”
“¿Qué no lo ven?” Gritaba Gultar
a todo pulmón. “Se están volviendo locos.”
“Que Marx decida en su infinita
sabiduría.” La marxiana levantó el báculo mientras se escuchaban las
explosiones cada vez más cerca. Dejó caer al báculo y éste rebotó en el suelo y
rodó hacia la izquierda. “Marx ha hablado. Mátenlo.”
“Quizás deberíamos pedirle a la
gente que se refugie.” Le susurró Sarenon. “Esas explosiones se están
acercando.”
“No, no pueden hacerlo.” Triniren
rompió la barrera y corrió hacia Gultar. “Por favor Vamica, tienes que
reconsiderarlo. Éste hombre no ha hecho nada malo, su único crimen es pensar
diferente que tú. No puedes poner su vida en manos del azar.”
“¿Por qué insistes en usar ese
nombre para tu profetiza?” La marxiana ordenó con un gesto que Triniren fuera
sometida y alejada de Gultar. “Mátenlo y dispersen a la gente. Mándenlos a los
refugios. Parece que tenemos una guerra en nuestras manos.”
“Sí, mi señora.” Dijo un guardia.
Sacó su arma, le apuntó a la cabeza del acusado y jaló el gatillo. Gultar cayó
muerto y Triniren luchó contra los guardias que la retenían para zafarse. La
marxiana se disponía a entrar al templo mayor, mientras que la multitud era
dirigida a los refugios, cuando Triniren logró zafarse y corrió hacia la
marxiana.
“Estás loca Vamica,” trató de
quitarle el báculo, pero no pudo. “no puedes conseguir un mundo más humano y
menos mecánico si matas a las personas sólo porque no piensan como tú.”
“¿Cómo te atreves a decirme lo
que puedo hacer?”
La marxiana golpeó a
Triniren con su báculo y ésta cayó al suelo. La marxiana siguió golpeándola
mientras las bombas caían cada vez más cerca. El báculo le destrozó la cara y
comenzó a empaparse de sangre. Sarenon trataba de jalar a la marxiana hacia el
templo mayor, para que se refugiaran en el sótano, pero ella no quería. Dejó de
golpear a su antigua jefa cuando la sangre le salpicaba en la cara. Trató de
respirar más tranquila, pero las bombas cayeron en ese sector. Un edificio se
derrumbó y la calle estalló en pedazos. Toneladas de concreto salieron volando
de un lugar a otro. Sarenon trataba de convencerla de que entrara al templo con
ella, pero la marxiana no quería. Marx estaba con ella y así nada podía
pasarle. Bajó las escaleras mientras los bombarderos de Jalrena opacaban la luz
del sol y soltaban toneladas de explosivos sobre ellos. Recorrió la calle que
había sido duramente castigada hasta el grado en que los cráteres medían
cientos de metros. La tierra terraformada había sido retirada y la ciudad
entera se estaba llenando de la tierra roja marciana. Sarenon se dio cuenta que
era inútil convencerla y regresó al templo mayor. La marxiana se paró sobre la
tierra roja, su rostro empapado en sangre y miró hacia los bombarderos. No le
harían nada, ella era la marxiana. Una bomba cayó justo en el templo mayor y lo
redujo a escombros. La marxiana sonrió, el infiel Sarenon que no había confiado
en Marx estaba muerto. Era una señal, tenía que serlo. La señal era clara, ella
era el futuro de Marte, y mataría a todos los que tuviera que matar para
cumplir ese futuro brillante. Viendo el fuego que se esparcía entre los
sectores la marxiana sonrió, ella era la luz, el camino y la salvación. Ella
era más que la soviética, ella era Marx. No se detendría en Felna, ni en
Jalrena una vez que estuviera sometida, ella era la salvación de la Tierra, de
Venus y de toda la humanidad.
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