jueves, 23 de julio de 2015

Las víctimas

Las víctimas
Por: Juan Sebastián Ohem


            Era imposible saber, cuando Félix Chab entró a la cantina a un lado de mi casa, que estaría dando un tour guiado por el lado oscuro del amor. Se destacaba de la clientela, pero sólo porque parecía aún más desesperado que los perdedores comunes que frecuentamos el lugar. Mi licencia de detective privado no paga el alquiler por sí misma. La licencia es sólo algo de sentido del humor. Mis clientes nunca quieren que encuentre a su hijo perdido, tome fotos sucias de su esposa con el repartidor de gas, ni nada como eso. Vienen a mí porque quieren enterrar algo, casi siempre la verdad. Es un trabajo sucio, pero si sabes bailar al son del juego del dinero puedes sobrevivir. El sol de verano de Mérida es todo lo que te deja hacer, sobrevivir. La única casta que vale realmente, árabe o español, se tiene aire acondicionado o no se tiene. Félix estacionó su inmensa Escalade fuera del bar, él no sufría el calor veraniego, pero sí sufría otra clase de dolor. Félix no era ni guapo ni feo, moreno de mediana estatura y rostro anguloso. Se sentó en mi mesa sin saber qué hacer.
- El mínimo son tres cervezas.- Félix le deja un billete de cien a la mesera y ella se va feliz. No hay mínimo, pero la dueña me tolera más si le digo eso a mis clientes.

- Antonio Yute me dijo que usted podía ayudarme.- El nombre me eriza. Fue violento y brutal, la clase de trabajo que regresa por las noches para asustarte. Otro cliente feliz, otra pesadilla para mis noches sobrias.- Esto no es algo que pueda llevar a la policía.
- ¿Mató a alguien?
- No, por Dios.- Se asusta en serio.
- Muy bien, porque no hago esa clase de trabajos. No me pida que mate a alguien, eso siempre se vuelve complicado. Voy a adivinar, ¿le agarraron con las manos en la masa?- Me enciendo un cigarro mientras él se acomoda en la silla. No sabe cómo decirlo.- Soy un arreglador, la gente me pide ayuda cuando necesita convencer a alguien de hacer algo, cuando necesita que el negocio rival arda en llamas o cuando fueron atrapados con la mano en el jarrón de galletas y no sabe qué hacer. Adivinaré que usted es de la última clase. Soy Momo, ¿qué le parece si empezamos por su nombre?
- Mi nombre es Félix Chab Pacheco. Estoy siendo chantajeado. Quiero que encuentre al chantajista y desaparezca la evidencia. No le pediría que lo matara, pero sí que lo... Asustara un poco.
- Por el dinero correcto lo dejaré en silla de ruedas.- Me muestra su Iphone y selecciona un archivo de video. Me atraganto con la cerveza. Félix y una señorita muy flexible en un cuarto de hotel en un video muy candente. No tiene sonido, pero ¿quién lo necesita? Los dos hacen sus travesuras y se quedan desnudos platicando. Félix se guarda el celular y me mira suplicante.
- Ella es Areli Villanueva. Tuvimos un romance que no duró mucha, esa fue la última vez que nos vimos. No quedamos en buenos términos, y esto sólo lo hace peor. Ella no lo sabe. Como puede ver por mi anillo, estoy casado.
- Hábleme de eso.
- Mi esposa se llama Angélica Luisa Quintana. Nos casamos hace algunos años, y hacemos buena pareja. No puedo decir lo mismo del resto de su familia. Tiene un hijo adolescente de su otro matrimonio, el chico no me quiere mucho. Demetrio Arturo Carballo. El verdadero problema es el hermano de mi esposa, Rodrigo Quintana. Se la vive en la casa, eso lo hace peor. Supongo que por eso encontré algo de pasión en Areli.
- ¿Su esposa trabaja o ese Rodrigo?
- Mi esposa ya no trabaja. Rodrigo me da miedo, y Momo, debería darte miedo también. Le he visto armado y estoy seguro que si él se entera que le puse los cuernos a su hermana me matará.- Otra pieza del rompecabezas. Algo me dice que Félix le teme más a ese Rodrigo Quintana que a su esposa.- Es ingeniero y está por abrir su propio restaurante, “Quintana” en Prolongación Montejo. Areli está casada con un mecánico llamado Lauro Chable Sosa.
- ¿Han pedido dinero?
- Diez mil pesos, pero estoy seguro que querrán más. Tengo una pequeña agencia de viajes, más como unos metros cuadrados en una plaza en Circuito. Es decir, tengo algo de dinero, pero no puedo usar el dinero de la cuenta que comparto con mi esposa Angélica, o sospecharía.
- ¿Dónde fue tomada la grabación?
- Hotel Real, hace dos semanas. Está cerca de la facultad de medicina. Pagué hace dos días, el lunes. Un sobre debajo de un basurero frente a la farmacia que está en la glorieta de Montejo. Las instrucciones eran muy específicas, dejé ese sobre y me fui de inmediato.
- Buen lugar para ver si alguien más está rondando por ahí.
- ¿Se puede hacer?
- Todo se puede hacer con algo de dinero. Serán cincuenta ahora, otros cincuenta cuando todos estemos felices y contentos. Empezaré mañana y si necesito dinero para gastos adicionales te lo haré saber. Antes que te vayas, quiero más información. Direcciones, detalles y cosas así.

            Félix contesta a todo. Apunto cada palabra en mi bloc. Se va y regresa dos horas después con los cincuenta mil pesos en un gordo sobre manila. Empiezo desde la mañana. La farmacia desde la que el chantajista tuvo que estar observando a Félix depositar el sobre de dinero es mi primera parada. Tengo una intuición, el chantajista es novato. Buen lugar para observar, pero también un buen lugar para ser observado. Las encargadas son feas como la rabia, pero finjo que me dirijo a dos modelos. Ellas se creen la rutina, yo no. Me dan ganas de avisarle a Guanajuato que dos momias se perdieron, pero las chicas son listas y tienen información. Alguien estuvo esperando. Compró un refresco y anduvo vagando dentro del local. Le habrían olvidado, de no ser por su Mustang que estacionó cuidadosamente y por su aspecto. Joven, musculoso, sudadera de deportes y bolso de gimnasio. Les llamó la atención que tuviera la capucha puesta todo el tiempo y le vieron por el bote de basura antes de regresar a su Mustang clásico y largarse de ahí.

            Un nido de amor no es exactamente la clase de información que haces pública. El chantajista conoce a Félix. Algo me dice que mi fornido misterioso no trabaja solo. Mi primer sospechoso es el mismo que el de Félix, Rodrigo Quintana, el hermano de la esposa Angélica. Según mis notas tiene un despacho de ingeniero en la colonia México. El lugar se ve tan respetable como cualquier otro de esa colonia. Parece ser una constante en Mérida. Todo se hace tras puertas cerradas. Una apariencia de tranquilidad esconde a las rameras, a los camellos, a los chantajistas, a los asesinos y a mí. Si Mérida tuviera que construir un clóset para sus esqueletos, tendría que ocupar todo Campeche. Más de un anciano yucateco sería feliz.
- El ingeniero Quintana no se encuentra.- Secretaria guapa y joven. Administra teléfonos detrás del escritorio estilo moderno. Tras una cortina que hace de pared se encuentra el despacho de Quintana. Curioseo entre las maquetas que ocupan otro escritorio para darme algo de tiempo.
- ¿Su restaurante?- Señalo la maqueta, con todo y autos de juguetes, personitas de cartón y un listón rojo en la puerta.
- ¿Le gusta? Yo la hice.
- Esos años estudiando arquitectura te sirvieron de mucho. Me llamo Momo.
- Alicia.
- ¿Rodrigo nunca ha hecho gimnasios?- La foto en la pared atrás de Alicia tiene a quien debe ser Rodrigo. Es un hombre corpulento, parece un vaquero que viste de traje.- Parece que va al gimnasio.
- No, él detesta los gimnasios.- La tonada cambia. Eso sólo aumenta mi curiosidad.

            Finjo que voy de salida cuando contesta el teléfono. Me escabullo a la oficina de Rodrigo. Tiene contratos para demoler casas viejas, anexadas a papeles del ejército que le permiten comprar dinamita y utilizarla. En las paredes hay diseños arquitectónicos de los edificios que ha construido. Varios de ellos tienen detalles, uno es un gimnasio. Tiene la dirección, aunque no el nombre. Una mentira extraña. Ésas son las peores, uno siempre cree que asume lo peor hasta que la realidad demuestra que era aún peor que eso. Mi chantajista va al gimnasio, no es el ingeniero, pero se me hace demasiada coincidencia que el inge Quintana haya hecho un gimnasio. Regreso al lobby sin que Alicia se dé cuenta. Un mensajero está entregando un paquete. Buen momento para irme. Algo me detiene. El mensajero, un chavo de jeans a la cadera, playera vieja de hace dos elecciones y tatuaje en las muñecas. El cuadro se completa por el bulto que lleva en el tobillo izquierdo, es un arma. Me gustaría saber qué trae ese paquete realmente, algo me dice que no son más autos y hombrecitos de cartón para las maquetas. Salgo del edificio y voy directo al auto. Siempre hay más de dos maneras de matar a un gato. Al menos eso decía mi tía, antes de matar al gato del vecino con un martillo y pasar una temporada en el hospital psiquiátrico.

            Sigo al mensajero que se supe a su Shadow y me lleva hasta la otra parte de la ciudad. A una de esas partes que no dejamos que los turistas vean, donde las casas comparten paredes, donde siempre hace demasiado calor, donde los vecinos se roban y violan y las patrullas rara vez visitan. Le sigo de lejos, le veo encenderse una pipa de marihuana. Cruzamos casi todo Juan Pablo II. Un lugar tan deprimente que pensamos que el Papa  usaría sus conectes en el cielo para mejorarlo. No funcionó. Estaciono a media cuadra de su auto y avanzo tan silenciosamente como puedo. Pateo las latas de cerveza en los minúsculos jardines delanteros. Escucha mis pasos por encima de los juegos de los niños. Para cuando decide voltear ya es demasiado tarde. Lo empujo contra una pared, lo jalo hasta detrás de un auto. Le quito la pistola y cuando la sorpresa se va él siente el cañón de su revólver contra sus costillas.
- ¿Quién eres?
- El hada madrina.- Le busco los bolsillos. Lotería. Marihuana en grandes cantidades.
- No le digas al inge que me la robaste, al menos ten esa decencia.
- La decencia es para las ancianas.- Le robo el fajo de billetes que se guardó en el bolsillo trasero y sonrío.- Mejor suerte la próxima vez.

            Regreso a mi auto y me largo de ahí. Cuento el dinero. Manejo con las rodillas. Cuadra tras cuadra de las mismas casas. Un laberinto caluroso. Poco más de cinco mil pesos. Eso debería cubrir mis comidas. Pensé en dejarle un billete de quinientos, pero al diablo con él. Rodrigo Quintana mueve mota, pero me las huelo que se mueve algo más. Visito los sitios donde supuestamente estaría usando la dinamita. El lugar está vacío. Un gato persigue a una iguana entre el monte. No parece que necesita dinamita para esos dos. El inge se la está guardando, esa clase de cosas cuesta caro entre los ingenieros y obreros. Me enciendo un cigarro. Aire al máximo. El gato y la iguana ahora se persiguen mutuamente. Mi dinero está con el gato, pero al final la iguana le muerde la cola y el felino sale corriendo. No sé cuál de los dos es Rodrigo Quintana. Es un jugador, de eso no hay duda. Mota, dinamita, ¿y extorsión? Sin duda no estaría fuera de su alcance. Aún me queda algo más que revisar antes de seguir con los demás nombres de este drama cósmico. El gimnasio, algo me dice que lo frecuenta un fornido chantajista.

            El lugar no es mucho. Se escucha el tren pasando por Circuito colonias. Es un horrible edificio morado y amarillo. Tiene una de esas estatuas de alguien con tantos músculos que parece un comercial para prevenir los tumores cancerígenos del cigarro. Ver a la gente saludable entrando y saliendo me da asco. Tiro el cigarro a medio fumar y entro con la cabeza gacha. Clientes repetitivamente levantando pesas o corriendo en el mismo lugar. La idea me enferma. Soy de la idea que si tienes que correr más vale que sea por algo que valga la pena.
- El ingeniero Camilo lo construyó.- Me dice la recepcionista.
- Había pensado que fue Rodrigo Quintana.
- Ni lo mencione en voz alta, no frente al ingeniero.- Estoy por preguntarle algo cuando veo por la ventana que da la calle lateral. Pueden haber muchos jóvenes fornidos, con todo y sudadera y bolso en el edificio, pero hay un único Mustang estacionado.

            El auto es una belleza y tengo que verlo de cerca. Puedo ver a la recepcionista hablando con un hombre que parece el dueño. El ingeniero Camilo es un hombre blanco, casi pálido, con corte militar y una cicatriz que va del cuello a la boca. Viste en un traje barato, pero se mueve como un peleador. Lo puedo ver como boxeador en sus años mozos, pero se me hace más como golpeador. Sale del edificio para verme. Las preguntas lo pusieron curioso. Le pongo a prueba. Uso las llaves de mi auto para rayar el Mustang. No parpadea. El auto no es suyo, habría dicho algo teniendo en cuenta que ese Mustang es un clásico de cientos de miles de pesos. Valía la pena intentarlo.
- ¿Y tú quién eres?
- Momo.
- ¿Y eso se supone que debería significar algo?
- Depende de cómo pasen las cosas. ¿Camilo?
- Camilo Patrón, a su disposición.- Hace una reverencia exagerada y sonríe. Pude ver el arma que esconde en el saco. Me abro el saco lo más posible, para que vea mi sobaquera. Igualdad de condiciones. No creo en hacerme al duro, siempre es mejor hacer amigos que cadáveres. Al menos eso me dijeron de niño.
- ¿Sabías que Rodrigo Quintana tiene colgado el mapa arquitectónico de este edificio como si fuera suyo?
- No me sorprendería. No he estado en su oficina en mucho tiempo.- Se pone nervioso. Le invito un cigarro. Momo el amistoso, me dicen los cuates.
- Debe ser difícil fumar allá adentro.
- Mucho. Si tengo que probar otra de esas malteadas de proteínas creo que vomitaré. Aún así, es buen negocio. Todos queremos ser más sanos, ¿o no?
- Algunos, otros quieren ser más ricos. El dinero compra buenos doctores.
- Dinero... ¿Y cómo quieres hacer dinero?
- Déjame preguntarte algo Camilo, ya que somos cuates de piquete en el ombligo y todo eso. ¿Cuántas construcciones tienes ahora mismo? Me apuesto algo que no tantas como Quintana.
- ¿Y?
- Las construcciones grandes necesitan dinamita. No es fácil de conseguir.
- Con que esas traemos. ¡Dile a Quintana que puede ahogarse en la cloaca!

            Empieza a gritar y eso atrae a los curiosos. Los entrenadores salen del gimnasio. Más músculo que cerebro. Pequeñas cabezas morenas rapadas sobre montañas de músculos. La juego suave y me voy. Le doy una vuelta a la manzana, pero regreso. No puedo alejarme del Mustang, pero tampoco puedo alejarme de Camilo. Ésta vez no entro al edificio. Sigo la pared hasta la calle lateral y coloco un tabique para asomarme a la oficina de Camilo Patrón. No está nada feliz. Tiene cara como que le puse dinamita al cereal matutino. Marca un número, pero más parece que golpea las teclas. El teléfono brinca por el maltrato y por poco y se cae.
- Tú te crees muy macho Rodrigo, enviando a un matón para asustarme... No te hagas al inocente. Yo te enseñé todos los trucos y no servirán conmigo, ¡me entendiste!... No te compraré esa dinamita a ese precio, ¿crees que no puedo conseguirla de otra parte? Mi registro criminal no me deja conseguirla del ejército de a buenas, pero sé de dónde conseguirla a la mala.

            No puedo seguir espiando, la gente ya está murmurando en la calle. Corro de regreso a mi auto cuando el Mustang empieza a hacer reversa. Puedo verlo de lejos, un maniático del ejercicio. Tendrá poco menos de treinta. Es guapo de cara, pero tiene pésimo gusto en música. Hace tronar el reggaetón hasta fraccionamiento Montejo. Estaciona en su diminuta casa, revisando el rayón que le hice con mis llaves y lanza maldiciones. Lo veo entrar, me enciendo un cigarro y trato de calcular cuántos días de gimnasio me harían falta para parecerme a ese gorila. Los cálculos me dan sueño. Podría regresar en la noche, algo de allanamiento de morada, pero el gorila lo hace más fácil. Sale caminando en dirección al Oxxo. Uso mis ganzúas para violar la cerradura y entro sin hacer ruido. No parece vivir nadie más allí. Todo está hecho un desorden, con ropa y equipo de entrenamiento por todas partes. Vive en una dotación de mezclas de proteínas y comida chatarra.

            Me aventuro a su cuarto como Indiana Jones en el templo de la perdición. El desorden rodea la hamaca en la que duerme frente al viejo televisor. Debería usar el dinero de Félix para pagarle a una criada, pero me sospecho que se irá todo en más pesas y esteroides. Hay frascos de medicinas sobre un buró, se inyecta esteroides anabólicos. Hay una pila de revistas pornográficas, una red de cabello, revistas sobre autos y un repertorio de lociones y cremas, desde el ungüento para quemaduras, hasta para el dolor muscular y la colección de colonias para seductores adictos a los esteroides. En la cocina encuentro su identificación del gimnasio de Camilo Patrón, mi extorsionador tiene nombre. Elías Rodolfo Marrufo Santos. Reviso el celular que dejó olvidado en el mueble de la entrada. Sus números no tienen nombres, no creo que sepa cómo hacer eso. Reviso el número más frecuento y llamo. Alguien contesta, pero no dice nada. No puedo hablar, no puedo quemar esta pista. Cuelgo rápidamente y reviso sus mensajes. Las chicas lo bombardean con mensajes vulgares. Lo dejo en su lugar y sigo buscando, pero no encuentro computadora, ni memoria USB. Tampoco hay rastro del dinero y el archivo de video no estaba en su viejo celular. Elías está regresando con una bolsa de comida y es hora de irme. Me habría encantado que todo terminara ahí, pero algo en mi interior ya sabía que no sería tan fácil. Podría tener la evidencia en el locker de su gimnasio, pero eso tendrá que esperar unas horas.

            Salgo por la puerta trasera y estoy en mi auto en menos de un minuto. Jadeo como perro. No tengo su condición, nunca la tuve. Los mensajes vulgares no tenían nombres, pero era de una mujer con mucho que expresar. Pienso lo peor, pienso en Areli Villanueva, la ex-amante de Félix. Pudo haber cambiado de novio. Quizás prefirió un modelo más nuevo, más fornido y más estúpido. Algo me dice que ninguno de los nombres en mi lista es inocente. Rodrigo y Camilo tienen un juego peligroso. Elías Marrufo se ejercita en el gimnasio de Camilo. Areli está despechada, capaz de cualquier cosa. Esas separaciones nunca son limpias, nunca son agradables. Lo escondieron de sus parejas y todo el asunto es tan cursi que daría risa. Sería hilarante, de no ser que es la clase de cosas que dejan atrás homicidio, chantaje y divorcios. Inician fácil, todo pasión, todo excusas, terminan desnudos en una cama de hotel, siendo grabados, con nada más que su piel y las verdades al aire. Nada como la verdad como para arruinar algo perfecto.

            La busco primero en su casa y llego a tiempo, estaban de salida. Areli es una mujer joven, de rasgos delicados y abultado cabello rojizo y rizado. Tiene aspecto de mujer extrovertida, pero viste como la definición de una señora casada. Tiene sentido, todo en Mérida usa disfraz. El marido, Lauro Chable, es un hombre moreno y alto, tiene unos kilos de más pero tiene esa clásica expresión de mecánico, donde los ojos parecen honestos pero los labios gruesos apenas esconden los colmillos chupasangre. Los sigo hasta el taller mecánico de Lauro. Es un local grande, todo techado como si hubiera sido una casona antes de tener autos descompuestos. Lauro se baja y le deja el auto a Areli. No me sorprende que él haya sido quien manejara, de algún modo eso tiene sentido. Ella se despide. Besos y sonrisas. La sigo hasta el Wal-mart y no me decido a bajarme. No puedo decirle del chantaje, eso sólo lo haría más difícil. Me muevo por impulso, para probar mi suerte. Ella deja el carro para buscar verduras. Meto la mano a la bolsa y me hago de su celular. Ningún mensaje a Elías Marrufo. Al menos ninguno que no haya borrado. Los mensajes de Félix y para Félix son muy distintos. Se odian a rabiar. Lo que se hayan dicho debió calar profundo. Hay mensajes de ambos amenazando con ventilar el amorío, no sirve cuando ambos sostienen falsamente la misma amenaza. Ninguno de los dos lo haría, al menos no Félix. Regreso el celular a su lugar y salgo de ahí.

            Quiero ir a casa de Areli, buscar en su computadora. En el camino paso por el taller de Lauro. Instintivamente manejo más despacio. Pequeño diablillo, hace algo más que arreglar motores y estafar clientes. Estaciono para entrar al taller que ha dejado semi-cerrado, con las rejas emparejadas. Los amantes lo hacen en una camioneta destartalada. Nada dice amor como la parte trasera de una vieja camioneta de los setentas. En toda justicia, así debió haber sido concebido Lauro. El círculo de la vida se cierra mientras me acerco agachado. La mujer dejó su bolso, y parte de su ropa, en el suelo. Escondido entre la colección de tubos de gas alargo el brazo y como reptil robo rápido la bolsa. La identificación dice Diana Balam, lo mismo su tarjeta de presentación de venta de suministros médicos. Regreso al auto y no puedo dejar de sentirme sucio. Quizás, si hubiera cumplido mi deber moral les habría extendido condones. Dios sabe que el mundo no necesita más de Lauro Chable. Algo me dice que Areli lo sabe, sería buen motivo para empezar una relación por su lado.

            Tengo los dedos cruzados mientras me hago pasar al hogar de Lauro y Areli. Es una linda casita de dos plantas. No está mal, si uno perdona los payasos que lloran y los angelitos de cerámica que orinan. Reviso la laptop de la cocina y no encuentro nada. En el dormitorio encontré un USB en el piso, pero es la misma historia. Reviso el historial en busca de algo comprometedor. Hay mucha pornografía, pero imagino que es de Lauro, de alguna manera no imagino a Areli jadeando sobre las imágenes de pequeñas japonecitas vendiendo sus dignidades frente a una cámara. Encuentro algo interesante, algo que me hace olvidar a las colegialas de ojos rasgados. Una ruta en el mapa de Google, de casa de Areli a la tienda de suministros médicos donde labora Diana Balam. Tenía razón, Areli lo sabía. No es la criminal del siglo, deja el mapa detrás.

            Apago todo y me escondo en un clóset cuando escucho el auto de Areli Villanueva. Quedo atrapado entre las camisetas de la Unimayab con el bordado de “Psicología” y los años de su generación. Ella necesita todo ese estudio para entender por qué tolera a Lauro, o por qué tuvo el infortunio de mezclarse con Félix. Areli termina de guardar las coas y la escucho hablando por teléfono. Le pide un auto a un vecino, necesita hacer un mandado. Ya me imagino de qué clase, del tipo que no podría usar su coche. Me tomo mi tiempo para salir y seguirla. No es difícil, hace lo más previsible. Va directo al taller de Lauro y juntos esperamos en silencio hasta que cae el sol. Eventualmente corro a una tienda por algo de comer y regreso al coche. Nada como una mujer enojada para invocar la suficiente paciencia para esperar a que Diana Balam salga del taller y se vaya en su camioneta. Termino de comer mientras la sigo de lejos, no necesito presionar porque sé a dónde irá. Vamos directo a la tienda de suministros médicos. Diana Balam entra por la parte de atrás. La puedo ver a través del ventanal con las sillas de ruedas, tanques de oxígeno, andaderas y demás artículos. Ya es tarde, apaga las luces. El dependiente se va, después ella. Me preparo, pero no pasa nada. Areli se queda en su lugar. Puedo ver el auto a media cuadra y a ella fumando adentro y tirando las colillas fuera. No le puedo ver la cara, y no estoy seguro que me gustaría hacerlo.

            Una hora después y me largo de ahí. Le llamo a Félix. Tengo adelantos, pero no tengo al paquete completo. Quedamos de vernos en su casa. Me gustaría conocer su familia, son los únicos nombres faltantes de la lista. Félix vive en una reproducción de chalet suizo, con todo y el amplio techo de dos aguas que parece que entierra la casa al suelo. Un Buick 1938 en la entrada, sus entrañas por doquier. Félix se limpia la grasa con un trapo y me indica que estacione en el otro lugar del garaje. Dejo la sobaquera detrás, Félix no me presentaría a su familia como detective privado. Se sienta en una silla de patio y me ofrece una cerveza.
- Es una preciosidad.
- Herencia de mi abuelo, lo trajo desde California.
- ¿Has ido a alguna exposición de autos clásicos?
- No, ¿por qué?
- ¿Conoces a alguien que maneje un Mustang clásico color azul?
- Ni azul, ni ningún otro color. ¿Encontraste a mi chantajista?- Se le ilumina la cara como si le hubiera curado algún cáncer terminal. Me enciendo un cigarro, dejo que disfrute su momento.
- Sí y no. Elías Marrufo, maneja un Mustang. Pero no tengo la evidencia, y sin ella todo lo demás es inútil. Lo presionamos y nuestro adicto a los esteroides publicará todo.
- ¿Y dónde guarda la evidencia?
- Estoy en eso.- Compartimos un largo silencio. El peso del mundo cae sobre sus hombros. Mira hacia su Buick con desesperación. Piensa que si lo puede hacer funcionar, todo lo demás funcionará. No le digo que está rodeado de animales salvajes, eso ya lo debe de saber.
- ¿Alguna vez funciona, esta clase de trabajos?
- Sí, los chantajistas siempre tienen la carta más alta, pero cometen errores como todos. Si Elías no trabaja solo, encontraré a su pareja.- La puerta del fondo se abre. Una mujer sale a acompañarnos. Tiene esa clase de belleza madura, una combinación de años de sapiencia y la calma de un ama de casa devota. Su cabello castaño claro le llega a los hombros por oleadas. Tiene un lindo par de labios y los ojos que la acompañan. Esconde sus canas con productos para el cabello, pero no hacen mucho. Se apoya contra el Buick y me extiende la mano.
- Ésta es Angélica, mi esposa. Mi amor, conoce a Momo.
- Un gusto señora.
- Momo, ¿ese es su nombre?
- Mario Orson, pero todos me dicen Momo.
- Lo conocí en la agencia de viajes. Momo conoce a muchos dueños de hoteles en Cancún.- La mentira funciona, al menos así parece. Mi traje no es caro, pero está bien cuidado.
- ¿Lo invitaste a que viera a tu coche? Por Dios Félix, pareciera que ese Buick es tu hijo. No le haga mucho caso, señor Orson, ésta carcacha nunca funcionará. Años de esfuerzo, ahora es una carcacha limpia y nada más. ¿Le gustaría quedarse a cenar?
- Sólo vine a saludar, no puedo tardar mucho.

            La casa es de dos pisos. Un ático unido tan solo por una escalera de caracol de madera, y en ella una habitación hecha un desastre. El dueño es Demetrio Carballo, el hijastro de Félix. El resto de la casa no sabe si quiere ser suiza o si quiere ser mexicana. No hay payasitos llorones, como en casa de Areli, ahora hay cabezas de vacas disecadas en las paredes, pinturas europeas y la clase de adornos mexicanos que cuestan el triple porque la etiqueta dice “hecho a mano”. Llegamos al comedor, donde Demetrio nos ignora amablemente jugando con su computadora. Hijo del divorcio, la imagen típica de la confusión. Pelo engominado y hacia arriba, todo un rebelde, pero de ropa de marca gringa y lentes de pasta a la última moda. Nada como una inmensa casa con familiares amorosos para ser el rebelde oscuro y alienado.
- No le hagas caso Momo,- Explica Félix.- es un maleducado. Rodrigo le complace todos sus caprichos. Le compra celulares, videojuegos, ropa gringa, computadoras, tenis de marca y lo que se le ocurra.
- Mi hermano Rodrigo es como un padre para él.- Asiento con la cabeza. Finjo interés. Devoro el pan dulce que Angélica compró recién hecho. Moría de hambre, pero se me van las ganas cuando estaciona un auto frente a la casa. Puedo ver a Rodrigo entrando por la puerta principal. Félix también lo ve e instintivamente deja la comida sobre la canasta en la mesa.
- ¿Quién obstruyó mi entrada?- Angélica lo saluda de lejos. Demetrio corre a saludarlo.
- Momo, es amigo de Félix.- Dice Angélica, pero Rodrigo conecta los puntos. Camilo Patrón le había hablado de mí. Me mira con odio, luego cambia la tonada y se hace todo saludos y cumplidos. Hasta Félix queda boquiabierto.- Él es mi hermano, el futuro dueño del mejor restaurante de Mérida. El “Quintana”, ya está casi todo listo.
- Siempre ayuda tener otras fuentes de ingresos, después de todo muchos restaurantes cierran.- Lo juego casual, pero Rodrigo me entiende. Me estrecha la mano y prácticamente la parte en dos.
- Estoy seguro que su restaurante será un éxito.- Dice Félix mirando hacia ninguna parte.- No que me entere, no estoy invitado.
- ¿Otra vez, ustedes dos? Rodrigo, deja que Félix si quiera vea el restaurante.- Angélica juega a ser Suiza, pero la guerra entre los dos hace mucho que fue declarada.
- ¿Cuándo se abre?- Trato de cambiar de tema. Rodrigo Quintana me deja de penetrar con la mirada y va a la cocina por una cerveza.
- En cualquier momento.- Dice Félix.
- La cocina ya está funcionando.- Explica Rodrigo, mientras busca en el refrigerador y regresa con una lata.- Antes de abrir ya hay que tener listas las salsas, dejar que se enfríen en la noche. Lo que no han llegado son los cubiertos que ordené, pero vendrán mañana en la mañana, al menos eso quisiera creer.
- Demetrio quiere ser chef en su restaurante.- Angélica mira a su hijo como si estuviera cubierto en oro. Demetrio me mira aburrido y sigue en su mundo.- Ha aprendido en la cocina del Quintana en las noches. Tiene muy buen sazón, a le gente le gustarán esas salsas.
- Disculpe, doña Angélica, ¿podría usar su baño?
- Si promete que no me dirá doña Angélica.- Me lleva a un corredor y señala una puerta con decoraciones navideñas que han olvidado sacar. Rodrigo aparece de la nada, pone su brazo en el umbral de la puerta. Le miro de arriba para abajo, preguntándome si carga un arma. Me agarra de la solapa del traje, me empuja al baño. Me empuja hasta que se me entierra el lavabo y mi espalda se dobla al lado equivocado.
- ¿Quién eres?
- Momo.- Lo empujo y me acomodo el saco, dejándole con la palabra en la boca.- Soy un facilitador. Camilo necesita que le faciliten dinamita, sé que tú tienes para vender, pero no le gusta el precio. No está muy feliz que le hayas cortado del negocio de la mota.
- Así es la vida.- Corrobora mi intuición. Camilo y Rodrigo compartían más que un despacho de ingenieros. La mota es mejor negocio, y Rodrigo decidió independizarse. Camilo no debe estar muy feliz de haber quedado en segundo plano. Su antiguo amigo abre un restaurante lujoso, él se queda con un gimnasio roñoso. Así es la vida.
- No soy el criado de Camilo, como dije, sólo soy un facilitador. Tomo la salida más fácil, si sabes a lo que me refiero.
- Te vuelvo a ver en casa de mi hermana y sobrino y te voy a partir en dos, ¿entendido?
- Claro como el agua.
- Te daré una propina, para que te vayas por la vía más fácil.- Del apretado bolsillo de sus jeans saca un fajo de billetes unidos por un clip de oro. Puedo adivinar la figura de la virgen en el oro, pero no puedo adivinar cuánto dinero carga en billetes de 500. Saca un pequeño fajo, él lo mide por tamaño.- Son seis mil pesos. Desaparece Momo.

            Me lavo la cara. Trago el mal sabor de boca y calculo los ángulos. Camilo y Rodrigo se traen algo que vale mucho más que esos seis mil pesos que me dio como premio de consolación. Fisgoneo en el cesto de ropa sucia. Playera para mujer de la Unimayab, psicología. Los números cuadran, la misma generación que Areli Villanueva. Es como un balde de agua fría. Regreso al comedor, soporto las miradas fulminantes de Rodrigo Quintana. Me empiezo a despedir, pero me quedo congelado a medio camino.
- De pura casualidad, Angélica, ¿conoces a un Roberto Lecuona?
- No, ¿quién es?
- Nadie, es que pensé que tu nombre se me hacía conocido. Conocí algunos estudiantes de la Unimayab, de psicología. ¿Areli Villanueva?
- Sí, a esa sí conozco. Fuimos amigas por un largo tiempo, aunque nos hemos distanciado.- Ella no sabe ni la mitad. Se hizo cercana, más cercana de lo que a ella le habría gustado.
- Ya decía yo. Bueno, pasen buena noche.- Félix me acompaña. Le empujo contra mi auto, lejos de las ventanas de la casa.- ¿Por qué no me dijiste que tu amante y tu mujer se conocían?
- No pensé que importara. Así es como conocí a Areli. ¿Qué puedo hacer? Me muero de los nervios con cada segundo. Rodrigo no lo mejora, ¿te dijo algo cuando fuiste al baño?
- Nada importante. Borra todo lo que tengas en tu computadora y tus correos electrónicos. Por cierto, ¿conoces a un Camilo Patrón?
- Sí, era compadre de Rodrigo. Se pelearon o algo así, no me preguntes por qué. Los tres eran inseparables, Camilo, Rodrigo y René Parra. A él le decían la rana. ¿En qué están metidos?
- En nada lindo. Tengo que irme, el gimnasio ya habrá cerrado y hay algo que quiero checar.

            Mirada de desesperación mientras me alejo. Está atrapado como una rata en una trampa. Podría perder a Angélica por una mujer que le odia. Aún así, sospecho que le teme más a Rodrigo. La conexión entre Areli y Angélica, amante y esposa, me sigue haciendo ruido. Podría ser algo, podría ser nada, podría ser todo. Así es el juego. Elías Marrufo es mi ficha preferida, todo podría acabar con él, pero lo dudo. Es un don Juan, un cazador de mujeres. No puedo verlo tomar una decisión sin que haya alguna mujer susurrándole al oído. Con las mujeres, como decía mi tío Urbino, hay que caer a sus pies pero nunca en sus manos. Claro, Urbino terminó huyendo con el muchacho que repartía leche, pero el consejo aplica. No aplicó para Félix, no creo que aplique para Elías y no sé si aplique tampoco para Rodrigo Quintana. El juego del amor, es como las cartas si alguien envenenara los ases. Me interesa más el otro juego, el juego del dinero. Manejo en silencio al gimnasio de Camilo, con la secreta esperanza de encontrarlo allí.

            Dos autos en el estacionamiento, una luz prendida. El faro de la calle no funciona, eso ayuda mucho. Saco las ganzúas, pero es inútil, la puerta está abierta. A veces, Mérida tiene sus beneficios. Camino de puntitas, me convierto en un ratón. Me escondo entre las máquinas cuando escuchó pasos en la alfombra. Llego a los lockers, busco por apellidos. Violo la cerradura del candado del locker marcado “Marrufo, Elías”. Una playera sucia, una toalla y una botella de agua a medio terminar. Tiene cajetillas de cigarros pegadas a las paredes y techo del locker, reviso algunas y todavía tienen cigarros. Ejercicio de disciplina, quiere dejar de fumar y se está obligando a hacerlo. Bien por él, pero no tiene ninguna memoria, CD, celular o computadora, y eso es malo para mí. Regreso a la entrada, con cuidado de no hacer ruido entre las máquinas. Sigo las voces saliendo de la oficina de Camilo Patrón. Puedo verlo sentado, fumando nerviosamente. Una mujer está de pie, contra el umbral de la puerta. Es una mujer mayor, no es fea pero ésa es la peor clase de cumplido que puede haber para una mujer.
- René realmente que me arruina en esto. Parra y yo solíamos ser amigos.
- Amor de tres no es amor.- Dice la mujer.- Había dinero involucrado, ¿qué esperabas?
- Rodrigo me lo robó, al demonio la amistad la rana René tiene la mejor mota en Mérida. La clase de hierba que es segura, lejos de los cárteles y la policía. Es horrible Rosalia, algún día me quedaré únicamente con los negocios legales. Ésa sí que será una pesadilla.
- Calma Camilo, me tienes a mí y yo no me iré a ningún lado. El éxtasis se vende igual de bien. ¿Alguna vez te hemos dejado mal?
- No, supongo que no.- Le entrega un fajo de billetes y Rosalia se va contenta. Espero a que escuchar su auto alejarse. Me acerco a la oficina mientras él cierra las cortinas y está por apagar las luces. Le arranco un susto y mi sonrisa lo asusta más.
- No mires a mi arma así Camilo, no vengo a fastidiarte.
- ¿No deberías estar con Rodrigo?
- No soy su empleado, soy un facilitador. Soy la criada, me pagan por limpiar y por irme.
- Ya tengo gente de mantenimiento, gracias por venir Momo.- Acerca la mano al cajón de su escritorio. Quiere sacar su arma. Suficiente sutileza por una noche.
- ¿Cuánto valdría para ti que se arruinara el restaurante de Rodrigo Quintana?- Aleja la mano, piensa la propuesta.
- Quintana perdería su lavado de dinero, eso lo necesita desesperadamente. ¿Pero cómo?
- Eso déjamelo a mí.
- ¿Cuánto quieres?- Pregunta finalmente, tras meditar la propuesta. Se enciende un cigarro y se sienta en su escritorio.
- Estaba pensando algo así como doce mil.- Camilo chifla sorprendido.- Una parte antes, de buena voluntad.
- Es justo y necesario.- Saca dinero de un cajón, cuenta seis mil y los pone en mi mano.- La misa ha terminado, puedes irte en paz.

            No tengo idea de cómo haré eso. No que me importe, acabo de estafar a un mafioso y de algún modo eso siempre se siente como algo de justicia divina. Victoria en mano, y luego en la cartera, y me dispongo a regresar a casa. Día largo y cansado. Fantaseo sobre una copa de vino blanco, una cena ligera y algo de blues. La noche se arruina por la llamada a mi celular. Félix está al borde de las lágrimas. El chantajista le envió mensaje, quiere treinta mil pesos esta noche. Félix ya había retirado tanto dinero como pudo, y mi consejo parece que no fue en vano. Le ofrecen el celular con la grabación, aunque es obviamente mentira. Me dicta la dirección y acelero. Adiós noche tranquila. Llego a su casa tan rápido como puedo y me entrega un maletín cargado de dinero. Me implora, como cualquiera haría en esta situación. Buena oportunidad para detenerlo todo, también para empeorarlo todo.

            Calle 61 por 30, un lote baldío. El esqueleto de una casa aún sobrevive, algunas pequeñas columnas invadidas de hierba. Tres posibles salidas. Puedo ver a Elías a la luz de la luna. Se mantiene en cuclillas detrás de una barda de piedras, listo para correr por la calle lateral en cualquier momento. Veo parte de su Mustang a unos pasos, puedo escuchar su motor ronroneando en la oscuridad. Espera ver a Félix, pero al ver el dinero se le pasara. Espera en silencio y sin moverse, el entrenamiento de gimnasio le ha servido bien. No sé si espera matarme o si quiere asegurarse que todo salga bien. Salgo del auto, maletín en mano y abierto para que vea los billetes. Mete la mano al bolsillo delantero de su sudadera de deportes. Espero ver un arma. Me congelo entre el pastizal sin saber qué hacer. Un celular suena, haciendo eco en la oscuridad nocturna, su pequeña pantallita brilla sobre una columna. Sé que ese celular no tiene nada, pero me acerco de todas formas. Tengo jugar su juego, por eso lanzo el maletín hacia las hierbas. Quiero se asome, que se levante para estirarse por encima de la pequeña barda de piedras y recoja el dinero. Buen momento para sacar el arma y dispararle en la rodilla de ser preciso. Esto se acaba esta noche, eso lo sé bien mientras camino hacia el celular, pero Elías Marrufo no lo sabía. Alguien más, escondido en la oscuridad, más allá de la dilapidada construcción y oculto detrás de un muro, ese alguien lo sabía también. No lo vi a tiempo. Esperaba lo mismo que yo. Elías se pone de pie, recoge torpemente su dinero y recibe una bala en la espalda. El disparo suena como una explosión, amplificada por los nervios. Saco el arma, me protejo detrás de una columna, pero el asesino se ha ido y el rugir del motor de su auto me dice que sale como tapón de alberca, dejándome en el pastizal, con todo ese dinero, todo ese cadáver y muchas sospechas de la policía.

            No hay tiempo que perder. Se encienden luces. Los vecinos lo escucharon, es tarde pero el disparo sonó como si un cañón destrozara un muro. Eso fue lo que hizo, destrozó mis planes. Cargo a Elías, el hijo de perra pesa una tonelada pero no puedo dejarlo ahí. Lo meto a mi coche mientras los vecinos salen, todos preguntándose lo que pasó. Estoy seguro que alguien vio mis placas, lo veo por el retrovisor gritando y señalando. Metí un cadáver a la parte trasera de mi auto, no es la clase de cosas que trasnochados vecinos asustados no noten a la primera. Manejo las estrechas calles con treinta mil pesos en un bolso y un cadáver en el asiento trasero. Ni con cervezas haría tantos amigos con la policía. Las patrullas me sacan de quicio. A estas horas miran a cualquiera torcido. Cualquiera de ellos decide sacarme un dinero con un alcoholímetro y me tendrá por toda clase de cargos. Doblo para evitarlos, pero me encuentro con una pick-up de la policía, sirenas encendidas.  A la altura en la que están los policías enmascarados pueden ver el asiento trasero. No hay manera que crean que es un amigo borracho, tiene las piernas dobladas y un agujero de bala en medio de la espalda. Me acerco lentamente, rezando al dios de los semáforos a que se ponga en verde, pero el hijo de perra no acepta mis llamadas. Si avanzo más lo verán, si me quedo donde estoy se pondrán curiosos. Imposible saber qué clase de polis son, en Mérida son tan peligrosos los corruptos como los honestos, aunque de esos hay tres o cuatro. Finjo que me estaciono, pongo los flashers. Me asomo por la ventana, finjo que busco a alguien dentro del restaurante a mi lado. Un policía me mira, me señala y murmura algo con un compañero. Ahora los dos me miran. Ahora los dos se acercan a la orilla de la camioneta, planeando bajarse. No tengo otra opción. Acaricio el arma en mis piernas, no iré a prisión. Me adelanto un poco, quito los flashers. Les miro como pidiendo disculpas. No están convencidos, pero antes de bajarse se pone en verde y sus compañeros les detienen. Estuvo cerca, demasiado cerca y todo el dinero del mundo no vale nada si estás en prisión por homicidio.

Tengo que salir del centro, tengo que ir al taller de Sánchez, el ratón me debe favores, y es hora de coleccionarlos. Meto el coche en su garaje, el ruido lo despierta y veo la luz de su habitación encenderse sobre mí. El ratón se asoma, es un muchacho dientudo y feo que me mira como si fuera la peste negra. Bernardo Sánchez, alias el ratón, heredó un taller de autos que convirtió en empresa de autopartes. Me la debe en grande. Su padre, de quien heredó el taller a un lado de su casa, lo trataba a los golpes. Uno de esos monstruos que la gente decente cree que sólo existen en las series de televisión. Entré a su casa por la mala, le di la golpiza de su vida frente a su familia. Oriné sobre su cara mientras se retorcía de los huesos rotos. Lo arrastré por las escaleras, destrocé su cuarto y lo lancé por la ventana. La golpiza lo dejó en coma, murió hace poco y la familia heredó lo poco que tenía. No me pagó nada, lo hice gratis, porque a veces hacer lo correcto es toda la recompensa necesaria. Eso creía mi tío Julardo, hasta que se hizo padrino de Alcohólicos Anónimos de un tipo que le robó a su esposa y se fueron a vivir a Cancún. Le di otra golpiza marca Momo, huesos rotos y robo de dignidad. Le cobré diez mil pesos, más pasaje de avión, porque a veces hacer lo correcto lleva a malas situaciones.
- Momo, ¿qué horas son estas?
- Necesito un carro, ratón.- Saludo y abrazo, el hombrecillo me quiere.
- ¿Qué le pasó al tuyo?
- Se arruinaron los asientos traseros.- Dejo que se asome. El susto vale oro.- No fui yo.
- ¿Y qué haces con eso en tu auto?
- Quería sacarlo a pasear, ¿tú qué crees? No podía dejarlo, está involucrado en un caso que tarde o temprano llevaría a la policía hasta mi cliente, y de ahí a mí. Tengo que esconderlo, pero me vieron cargarlo a este auto y largarme.
- ¿Y las placas están a tu nombre?
- ¿Tú qué crees? No tengo nada a mi nombre. Mi tío Ricardo aprendió eso a la mala.
- Tú y tus tíos...- Se apoya contra el auto y se enciende un cigarro. Le imito.- Tengo un Toyota si prometes regresarlo para pasado mañana.
- No me insultes ratón, no quiero una nave nodriza. Un auto regular, que no llame la atención.
- Tengo un Ford, pero no le hagas daño. ¿Qué harás con este pobre diablo?
- Tengo planes para él.
- Momo, por Dios, no creo que sea momento de ponerte romántico.

            Va al taller de al lado por el auto, mientras yo reviso a Elías Marrufo. El celular que dejó no tiene nada, eso no me sorprende. Hay algo que sí me sorprende. Metido en el bolsillo trasero hay una hoja de papel, es una fotografía de un video. Elías Marrufo desnudo en un hotel de cuarta, no está ensayando para una obra de teatro. Está sudando las sábanas con otro hombre. No le veo la cara pero por lo que Elías le está haciendo lo convierte en un hombre muy satisfecho y feliz. El fornido semental era homosexual. Un poderoso secreto. Un poder capaz de orillarlo a chantajear a alguien más. Mi chantajista estaba siendo chantajeado. La red se hace más grande, todo está orquestado con cuidado. O lo estaba, hasta que alguien le disparó en la espalda. Dudo que haya sido su torturador, pero una cosa a la vez.

            El ratón cumple su parte, se queda con mi auto para venderlo por partes. La policía no sacará nada de las placas, ni del modelo del auto. A esta hora mañana la mitad del coche estará repartido en otros diez autos. Meto el cuerpo al nuevo auto, el ratón Sánchez me presta una sábana para cubrirlo. Tengo el lugar perfecto para él, un lindo espacio donde no será molestado. Odio el homicidio, siempre equivale a muchas horas de trabajo pesado. Mi tío Anarcio habría dicho que eso era bueno, siempre lo decía. Murió de un ataque al corazón mientras trabajaba en la maquila. Pongo la radio y tengo suerte, hay algo de blues. No suena igual que en mi casa, tan lejos de todo y tan tranquila. No, suena solitario y desesperado. Me hace mirarme al espejo retrovisor, un sujeto que no se hace más joven y un cadáver en la parte trasera. Nada despeja más la mente que enterrar un cuerpo. Te hace pensar en lo que haces, no solo mientras jalas a un musculoso cadáver a su fosa, sino en general. Ése es el peor tipo de veneno, peor que el arsénico, peor que una bala. Es el pasado, y su entercada obsesión por tratar de reflejarse en tu futuro. Elías sólo tiene pasado, el resto de nosotros tenemos que vivir con nuestros pasados mientras tratamos de respirar el futuro. Termino agotado, física y mentalmente. Estoy empapado de sudor y de pésimo humor. Quiero desquitarme, quiero golpear a alguien. Ya sé a quién. ¿Quién sabía de la reunión?

            Para cuando llego a casa de Félix ya ha amanecido. Me hago pasar por la puerta abierta. El auto de Angélica no está. Le encuentro en la cocina, quitándose grasa de auto en el lavamanos. Lo pateo en una rodilla. Cae hincado, pero su frente se da contra el borde. Le azoto la cara con ambas manos. Lo levanto de un empujón y lo sostengo de pie con mi arma enterrándose entre sus costillas. Me mira sin entender y está pálido de miedo. Retrocedo para poner el dinero sobre la mesa de la cocina y me siento a fumar un cigarro. La pistola, sin embargo, nunca deja de apuntar.
- ¿Pensabas dejarme cargando un cadáver?
- ¿El chantajista está muerto?
- No te hagas al inocente, tú sabías dónde estaría.
- Yo no lo maté, ¿por qué haría eso? No pude dormir toda la noche, me quedé arreglando mi auto.- Me muestra la grasa en sus manos y se alza de hombros. No me gusta, pero lo dejo ir. Guardo el arma y suspiro cansado.
- No tenía la evidencia con él, aunque sí tenía algo de interés. Elías estaba siendo chantajeado. ¿Y tu mujer?
- Salió temprano a dejar a Demetrio. Momo, ¿qué vamos a hacer?
- Subir la escalera alimenticia, encontrar a quién sea que haya estado tocando los botones de Elías Marrufo.- Saco el dinero y separo la mitad.- Me quedaré con estos 15, tuve que cargar el cuerpo, enterrarlo y cambiar de auto. Es lo mínimo.
- ¿Y el celular de Elías?
- Tenía algunos mensajes interesantes, pero nada que  indique dónde tenía la evidencia si es que él la tuvo en cualquier momento.

            Regreso a casa, siete horas más tarde. Estoy reventado y me quedo dormido después de bañarme. Son unas pocas horas, pero mis músculos duelen un poco menos. Quizás si fuera al gimnasio regularmente eso no pasaría, aunque eso no ayudó a Elías tampoco. Dejo el dinero en un buen lugar, y después de comer algo rápido decido visitar a Areli Villanueva otra vez. Ésta vez quiero hablar con la ex-amante de Félix, quiero saber más sobre su relación con Angélica Quintana. Primer strike, no está en casa. Segundo strike, no está en el taller. Una vecina chismosa me salva. Toma el fresco en una silla de jardín frente a la entrada de su vieja casa. Se abanica con una revista de ofertas y se hace a la que no está interesada.
- Una clienta vino en la mañana, problemas con su camioneta según pude escuchar. Le haré saber, jovencito, que algo sé de mecánica.
- Gracias por lo de jovencito.- Me enciendo un cigarro, me apoyo contra el umbral de su puerta. Su mascota, una rata con collar de perro decide que es buena idea mordisquear los pantalones de mi traje. La tela vale más que su vida, pero tengo que aguantarme.
- En fin, se fue poco después porque su hermano está muy grave. Está en el O’horan. Su hermano Francisco tiene algo, no sé qué pero muy grave.
- Gracias preciosa, te debo una.

            El calor es sofocante y el auto que el ratón me prestó tiene un aire acondicionado poseído por el diablo, funciona cuando quiere, y cuando no lanza extraños ruidos. Estoy casi seguro que quiere comunicarse conmigo. Me alegro cuando llego al hospital, no quiero imaginar lo que ese aire trata de comunicarme. No tardo mucho buscándoles. Lauro y Areli salen de la habitación, dejan al enfermo a los cuidados de un doctor que no tiene ni la paciencia, ni las ganas, de hacer bien su trabajo. Lauro se ve afectado, así que la juego frontal. Me planto entre ellos y sonrió como si me importara un rábano, la clase de sonrisa que le deja saber al enfermo que uno espera lo peor.
- ¿Qué dicen los doctores?
- Francisco sigue sufriendo su diabetes,- Contesta Lauro, distraídamente.- pero los doctores están optimistas. Se despierta de a ratos.
- Hicimos guardias desde anoche.- Añade Areli.- Pero Lauro no podía trabajar sabiendo que su hermano está en esas condiciones.
- Es comprensible.- Palmada en la espalda y todo. Lauro murmura algo y se va con la cabeza en otra parte. Areli me mira durante nuestro silencio incómodo, sin encontrar palabras.
- Disculpe, ¿lo conozco?- Dice finalmente.
- Momo, soy amigo de Félix. Elías me dijo que estaban aquí, ¿le conoce?- No mueve ni un músculo y finalmente niega con la cabeza.- ¿Conoce a una Angélica Quintana?
- ¿Momo? No lo conozco, y no creo que sea amigo de Félix, se ve demasiado decente para serlo.
- Soy detective privado.- Le muestro la identificación y la mira con cuidado. No sabe si es real o si es falsa y no le doy tiempo de dudarlo.- ¿Segura que no la conoce? Estudiaron juntos.
- Si Angélica cree que estoy teniendo un amorío con el patán de su marido, está muy equivocada. Ande, dígale eso y déjeme en paz.
- Si usted insiste...- Se va ofendida a hacerle compañía a su marido y yo salgo sin saber qué logré. Reviso el celular de Elías, ahora me intrigan esos mensajes vulgares. Marco y me contesta a la primera. No me desilusiona que sea mujer, no podía esperar menos de alguien como Elías, desesperado por probarse como macho.
- ¿Elías?- Reconozco la voz, pero no consigo ubicarla.
- No, un amigo. Me prestó su celular. Él se está bañando, pero está pensando en una fiesta.
- ¿Y Elías no puede ayudarte en eso?
- No, se le acabaron las pastillas.- Es un tiro en la oscuridad, Camilo lo había mencionado. Funciona a la perfección, la mujer se lo cree todo.- ¿Dónde puedo pasar por más?
- Estaré en el estacionamiento de Wal-Mart en Brisas. Y dile a Elías que venga también, que no sea flojo y se ponga a trabajar.

            Este caso me ha traído de un lado para el otro. El asunto entero apesta hasta el cielo y creo que hay trampas por todas partes. Nada como la falta de sueño para hacerte paranoico. Manejo hasta el estacionamiento y la reconozco a la primera. Es Rosalia, la mujer del éxtasis que trabaja para Camilo Patrón, y me espera entre dos enormes camionetas, en el rincón más alejado. Salgo del auto, trotando y haciéndole señas a un Elías imaginario. Ella estira el cuello, no quiere perder esa posición. Tiene un traje de ejecutiva, aunque verde limón, y puedo adivinar el brillo de una escuadra sobre la llanta de una de las dos camionetas. Me acerco, jovial y todo risas, hago una broma sobre ir a Walmart para comprar algo. En cuanto la tengo cerca la empujo, recupero su arma, la tiro debajo de un coche y la zarandeo de los brazos.
- ¿Dónde está Elías?
- Está indispuesto. No soy policía, pero no necesito serlo para saber que nuestra amistad mutua está metida en el narcotráfico.
- No seas idiota, no es nada así.- Le busco los bolsillos hasta dar con una bolsa de plástico con docenas de pastillas.- Está bien, sí. Él mueve mis pastillas en gimnasios y discotecas. ¿Qué quieres de él y quién eres?
- Momo, detective privado.
- ¿Me puedes soltar?
- No. ¿Alguna otra pregunta?
- No te hagas al listo.- La suelto y le devuelvo sus pastillas.
- ¿De qué vive Elías?- Puedo verlo en sus ojos, cruza una mentira. Le doy una bofetada que le dobla la cara.- Ni se te ocurra Rosalia. Elías está en problemas, y muchos, pero no por mí. A estas alturas soy su único amigo, bueno, además de ti.
- ¿Qué le pasó?
- Cometió una estupidez, alguien lo grabó. Ahora está desaparecido, hizo como el humo y adiós. Si te contacta, dile que se largue de Mérida, que se largue de Yucatán. Ahora contesta mi pregunta y no me mientas, porque a mí no me enseñaron que golpear mujeres está mal.
- Elías hacía de todo, no podía conseguir un trabajo estable. Estuvo en un Burger King trapeando el suelo, hacía de DJ, pintor, albañil hasta ayudante de pinche de cocina si es que tal cosa es posible.
- ¿Qué hay entre Camilo y Elías, se conocen?
- Sí, el dinero va hacia él y Elías nunca ha robado ni un centavo.- Se calma un poco y yo también. Se enciende un cigarro y respira nerviosa.- Lo estoy dejando.
- Como Elías.
- ¿Cómo sabes eso?
- El mundo es un pañuelo.
- Es imposible dejarlo.
- Eso pensaba mi tío Ramiro, hasta que lo atropelló un camión que cargaba cajas de Nicorete, la goma de mascar para dejar de fumar. Fue su culpa, encendió su cigarro a la mitad de la calle.
- ¿Y lo dejó?
- No tuvo opción, quedó en coma un año, luego de eso estaba harto del cigarro.
- Yo sigo esperando ese camión.
- En cierto modo, todos lo hacemos.
- ¿Tú eres el que le dijo a Camilo que arruinarías el restaurante de Quintana?
- Sí.
- ¿Y qué esperas? Abre hoy mismo, no sé a qué hora.

            Sigo su consejo porque hay algo, en lo más recóndito de mi cerebro, que está lanzando alarmas. Algo que se une como pieza de rompecabezas. Los empleos de Elías, algo me dice que ha estado en el Quintana. El edificio está listo, aunque hay un caos de meseros trayendo y llevando cosas. Algunos reporteros fuman aburridamente, mientras que Angélica trata de mantenerlos ocupados. Nada de Félix, ese Quintana no mentía, no le quiere ni en pintura. Muestro la IFE de Elías Marrufo a los meseros y uno de ellos lo reconoce, fue pinche de cocina. Las alarmas suenan aún más fuerte. Rodrigo me reconoce de lejos, sale de la cocina para echarme. Alzo la identificación mientras me empuja, porque Demetrio se estira para verla. Él jugaba al chef, Elías al pinche, y lo demás se escribe solo, hasta la parte que Elías cae muerto en un baldío en el centro. Salgo por las buenas, pero camino despacio hacia el estacionamiento para Demetrio me encuentre allí. Sale de un acceso lateral y se acerca corriendo. Todo ese aire de desgane se ha ido.
- ¿Algo le pasó a Elías?
- Quizás, ¿cómo lo conoces?- Demetrio me mira con el rostro rojo y se suelta a llorar. No son un par de lágrimas, como en el funeral de algún tío a quien casi ni conociste, no, éstas son lágrimas que salen en cascada. La clase de llanto que sólo el amor puede provocar. Lo dicen todo sin tener que decir algo.- Escucha bien chico, será mejor que sueltes la sopa ahora. Puedo ayudarte, como quiero ayudar a Elías.
- Me están chantajeando señor Momo.- Mete la mano a un bolsillo, saca una hoja de papel. Es una foto del mismo video que el de Elías. Los dos juntos y divirtiéndose en maneras que nadie querría verles.- No puedo decirlo, ¿me entiende? Rodrigo es como mi papá, él nunca...
- Nunca te aceptaría homosexual, ¿así es?
- Sí, así es. Elías vive el mismo infierno que yo, y en su caso es peor. Quiere ser campeón de fisicoculturismo, pero si la gente supiera que es... ya sabe, no ganaría. ¿Qué está pasando, dónde está Elías?
- ¿No te dijo?
- ¿Decirme qué?
- No eres al único a quien chantajean. Elías estaba en la misma presión. Tiene sentido que no te lo dijera, no querría que pasaras por un infierno. Pero aquí está lo que me preocupa, a Elías lo obligaron a hacer algo muy malo. No te diré qué, pero es malo. ¿Qué te están obligando a hacer a ti?- Demetrio se suelta a llorar. Cae hincado, gritando de dolor. Se lo huele, se imagina lo peor. No le di oportunidad de creer algo mejor y de algún modo se imagina que Elías está muerto, o que hizo algo como matar a una persona e irá a prisión. Adiós amor de verano. Su madre llega corriendo. Me empuja como una tigresa protegiendo a sus cachorros y se lo lleva, prácticamente cargándolo.- Tendrás que decírmelo Demetrio, antes que sea demasiado tarde.
- No puedo, Dios mío no puedo...- Eso fue lo único que le saqué.

            Es un trago amargo. Otro ángulo para tener en cuenta. Ya se empiezan a apilar. Elías Marrufo estaba en contacto con Quintana y con Patrón. Eso no me gusta nada. El asunto ha ido creciendo, ahora parece haber una maquinara bien aceitada. Es una maquinaria de guerra, no hay duda, se extiende de un lado a otro del tablero. ¿Quién jala los hilos y qué es lo que quiere?  Manejo hacia el gimnasio, hasta que la llamada de Félix me arruina el cigarro. Un nuevo mensaje de texto del chantajista, quiere cien mil. Félix no tiene esa clase de dinero, no a la mano. El titiritero subió el video a Youtube, lo dejó una hora y lo eliminó, pero promete con dejarlo indefinidamente. Quiere incluir a Areli, necesitará de su dinero. Me pregunta qué es lo correcto y me quedo mudo. No hay nada correcto en todo el asunto. Aún así, él ya está decidido. Llego a su local de agencia de viajes al mismo tiempo que ella. Entramos juntos y la incomodidad podría cortarse con un cuchillo.
- Le di el día a la secretaria.- Es el saludo de Félix, y fue lo mejor que pudo.
- Así que sí trabajas para Félix, pensé que Angélica te había enviado.- La ponemos al corriente, la idea del chantaje la petrifica de miedo. No hay tiempo para parálisis y la discusión pronto va virando hacia el asunto del dinero.
- Mira, tomé foto de la página con el video.- La imagen es lo suficientemente nítida para ponerlos a los dos pálidos y luego verdes.- No puedo sacar tanto dinero sin alertar a mi mujer.
- No me mires así, tú sabes que Lauro tiene todo el dinero. ¿Y si robamos tu auto y reclamamos el dinero?
- No funcionaría.- Digo yo.- ¿Lo quiere al anochecer?
- Eso escribió, pero me da miedo que sea antes. ¿Y si fingimos el secuestro de Areli?
- Esa es pésima idea.- Le regaña Areli. Ya suenan como matrimonio amargado. Pasaron por todas las etapas en tiempo récord.- Además, sería demasiado tardado y no quiero torturar a Lauro de esa manera, ya suficiente tiene con su hermano enfermo. Ni modo Félix, sé hombrecito y saca de tu cuenta conjunta. Dile a Angélica lo que sea, que tu secretaria se rompió la pierna y demandó, o que te secuestraron o lo que sea.
- Está bien, está bien, pero tienes que ayudarme con al menos una parte, ya se me fueron 40 mil, o al menos 25.
- Llamaré a Lauro, le diré que... Momo, ayúdame con esto.
- Dile que necesitas sacar dinero rápido, que atropellaste a alguien y quieres callarlo. Fingiré que estoy cojeando.

            Areli usa el teléfono de la oficina. Trata varias veces y en cada ocasión mira al teléfono con total extrañeza. Me estiro para oír, el número está desconectado. Jura que se paga siempre a tiempo y el asunto la pone aún más nerviosa. Decidimos ir los tres al taller de Lauro en caravana de tres autos. El viaje es tenso, pero el desenlace es peor. La calle está cerrada, repleta de bomberos, policías, periodistas y curiosos. Estaciono donde puedo y me acerco hasta el listón protegido por policías. Una inmensa explosión sacudió a la cuadra entera, consumió el taller mecánico en una gigantesca bola de fuego. El lugar era como una caverna, eso no ayudó. El estallido cimbró el suelo, dañando a todas las casas alrededor, reventando cristales y accionando todas las alarmas de autos alrededor. Cinco señoras fueron gravemente heridas, entre ellas la mujer que me ayudó en la mañana. Un pedazo de auto, un fierro grande y al rojo vivo, casi le cercena la pierna y golpeó de cara a otra señora. Nos hacemos pasar, buscando a Areli. La policía la consuela mientras llora frente a las ruinas. Un uniformado explica, en un español prehistórico, que saben que Lauro Chable estaba en el sitio, por testimonio de testigos, había cerrado el lugar aunque parecía seguir trabajando, y tendrías que recoger los pedazos para estar seguros de lo que pasó. Areli está en shock, ayudo a un patrullero para levantarla del suelo y sentarla en una patrulla. Aprovecho la conmoción para preguntarle si tiene un abogado, me da el nombre de su notario. La policía querrá hacerle algunas preguntas, pero yo quiero respuestas.

            Félix me acompaña al notario, a pocas cuadras de allí. Dicen que es de mala educación sospechar tan fácilmente, pero está en mi naturaleza. Lauro la engañaba después de todo y un corazón adolorido es capaz de todo. Arregla sus asuntos, se despide de Félix y del mal sabor de boca de estar traicionando a Angélica cada que la invita a tomar un café. Hace todo eso para descubrir que Diana Balam se acuesta con su marido. Aún así, nada en este caso parece tan sencillo. ¿Cómo saber que Angélica Quintana no sabe del amorío de su esposo? Una madre conservadora torturaría al amante gay de su hijo, es esa clase de vileza que las familias honestas y católicas yucatecas son capaces de hacer. Todo es posible, y lo que el notario puede hacer es eliminar posibilidades. Homicidio por rencor es bueno, por dinero es mejor. Dejo a Félix en el lobby y entro mostrando mi licencia de detective privado. No la necesitaba, es el licenciado Cauich, salvé a su hijo de una larga sentencia en prisión, en el proceso hice más de cien mil pesos y un par de enemigos. Sonríe al verme y está dispuesto a abrir cualquier expediente para mí. Le explico lo que pasa y sonríe maliciosamente, se figura lo mismo que yo. Revisa sus archivos y se decepciona.
- Lo siento Momo, pero esta vez tu olfato detectivesco te deja mal.
- Vamos, debe haber algo.
- Me encantaría, sería perfecto para una novela, pero no. La herencia de Lauro deja todo, absolutamente todo, a su hermano Francisco y a su familia. Enfermó de diabetes hace poco, tuvo una recaída fea hace una semana según me dijo don Lauro.
- ¿Y si él se muere?
- Se lo queda su familia, todos sus siete hijos. Trata de dividir eso entre siete, créeme que no es mucho. Claro, podría disputar, si tiene cientos de miles de pesos y varios años de paciencia.
- ¿Tienes algo sobre el taller?
- A nombre de su hermano Francisco, el mismo nombre que figura en la póliza de seguros. Areli se queda únicamente con lo que está a su nombre, que creo que es su casa y la cuenta de cheques compartida. No sé si sea mucho.
- Gracias lic.- Salgo del despacho, Félix me espera como si hubiera ido a un chequeo médico.
- ¿Qué averiguaste?
- Nada útil.- Adiós motivo. Otro castillo de arena que se deshace entre mis manos.- Tu esposa conoce a Areli, eso me vuelve loco.
- Angélica no sabe del amorío, estoy seguro.
- Tiene que haber algo.
- Hay algo, no sé si importe. Areli fue novia de Rodrigo Quintana antes de casarse con Lauro, yo la conocí de ese entonces.- Levanto la mano, pero me contengo. Quisiera partirlo en dos, pero una parte de mi cerebro grita que es un cliente y la otra parte grita que hay testigos.
- ¿Sabes una cosa, Félix? Empiezas a caerme mal.
- ¿Qué dije?
- Es más como lo que no dijiste.- Me interrumpe mientras salimos, suena su celular. Un par de palabras y se pone nervioso. Más sorpresas.
- Era Angélica, emergencia en el Quintana.

            Sigo el auto de Félix. Mi mente da vueltas alrededor de la dinamita. Angélica podría conseguirla, podría saber dónde Rodrigo la esconde. Es una telaraña y todos están conectados. Quienes no tenían motivo, tenían oportunidad y viceversa. Llegamos al restaurante, espero ver una explosión y en cierto modo lo hago. Hay ambulancias y patrullas. Clientes salen corriendo, vomitando contra el suelo, muchos de ellos en camillas. Nos hacemos pasar hasta el interior del restaurante, donde Rodrigo Quintana observa como su sueño se hace pedazos. Hubiera sido la mejor manera de lavar su dinero sucio, de no ser que ahora es el hazmerreír de la ciudad y nadie nunca entraría a su elegante restaurante.
- Por una justa cantidad podría buscarte el culpable.
- Ahórratelo Momo, no tengo paciencia. Ya sé quién me hizo esto.- Se desaparece, tras darme contra su hombro. Angélica, lágrimas en los ojos, escucha a los policías sin entender una palabra.
- Tiene a varios en situación crítica.- Explica un policía con bata de científico. Me acerco para escuchar y me prefiere, al ver que Angélica está en shock.- Humberto Flores, René Parra y Ana Luisa Valle, tendrán que hablar con sus aseguradoras.
- ¿René Parra?- Recuerdo bien el nombre, el tercer compadre de Rodrigo Quintana. La rana René, su suministrador de marihuana. Camilo debe estar muy feliz ahora mismo.- ¿Alguna idea de lo que causó el desastre?
- Algo estaba terriblemente envenenado. Todo será llevado al laboratorio.- Sigo a Demetrio hacia la cocina y el especialista me sigue, diciendo algo que no puedo escuchar.
- Demetrio, ¿qué te obligaron a hacer?- Me mira y sale corriendo, pálido como una hoja y tenso como un resorte de reloj. Trato de no estorbar a los que se llevan las cacerolas y la comida.- ¿Por qué huele a cigarro? Y muy fuerte.
- No es cigarro.- Explica un técnico.- Es probablemente el veneno, aunque no sabemos dónde fue vertido. Es nicotina, el veneno más efectivo de todos. Gracias a Dios que nadie murió, esto pudo ser una masacre.
- ¿Y dónde consigues nicotina de ese modo?
- No puedo decirle eso a un civil.
- Bájale, señor C.S.I.- Le suelto uno de 500 en el bolsillo de plumas de su bata.
- No es difícil. Muchos cigarros, un filtro de café, algo de agua y paciencia. Se filtra el líquido que sale del filtro sin papel, y el resultado marrón es nicotina. Una gota te da náuseas, un caballito te mata, inyectado es mucho peor. Piensa en eso la próxima vez que fumes un cigarro.
- Lo tendré en cuenta cuando decida inyectármelos.

            Acompaño a la policía en cada etapa del proceso. Todos son entrevistados minuciosamente, desde Quintana hasta los clientes y al último mesero. En todo el día nadie metió nada raro a la cocina, los chefs son todos reconocidos y venían de hoteles lujosos. Cocinaron todo de la manera más eficiente y profesional. No podía estar en alguna especia, se habrían dado cuenta por el olor. Nadie llevaba tanto dinero que pareciera un soborno y de hecho todos comieron lo mismo. Uno de los cocineros y dos de los meseros cayeron enfermos. Nadie le pregunta a Demetrio, pero nadie lo menciona como estando en la cocina desde la madrugada, hora en que empezaron a trabajar. La imagen es clara, al menos para la policía, nadie vertió nicotina pura sobre los platillos, ni sobre las carnes que estaban siendo asadas. Al final, quedan preguntas y nada más.
- Me culpará de esto.- Concluyó Félix, mientras abrazaba a su esposa.- Puedo verlo venir.
- No lo hará.- Dice ella.
- Sí lo hará.- Digo yo.- Me recuerda a un tío que tuve de muy niño, vendía bolis de coco en Progreso, la mitad estaban echados a perder. Culpó al restaurantero que vendía lo mismo. La policía lo creyó porque el sujeto era un maldito. Eventualmente el restaurantero le rompió una pierna cuando lo atropelló. Aún así, nunca se sacudió el estigma.
- Dios mío Momo, ¿cuántos tíos tienes?
- Vengo de una familia numerosa, dejémoslo en eso. Tengo que irme, estaremos en contacto.

            Le llamo a Rosalia, con la esperanza que esté en el gimnasio, y tengo suerte. Le prometo que encontraré a Elías, ella acepta pasarme con Camilo Patrón. Le doy las buenas noticias, su amigo René Parra está en el umbral de la muerte y eso ya lo sabe. Me invita una cerveza, pero no me animo. Hay demasiada dinamita dando de vueltas en estos días. Prefiero las ruinas del taller de Lauro Chable. Han pasado varias horas y cuento con que tengan algunas respuestas. Lo único que yo tengo son sospechas, que van hacia todas partes. Los compadres, antes amigos inseparables y ahora enemigos a rabiar. Areli fue novia de uno de ellos, mucho antes de ser el amante del esposo de la hermana de uno de ellos. Chantaje por chantaje, fichas que son obligadas a hacer algo que no quieren. Drenarán a Félix de todo lo que tiene, hasta que su esposa se dé cuenta que falta mucho dinero en la cuenta. La amenaza de subirlo a internet se me hace real, y eso me pone a toda marcha. No hay tiempo que perder. Me hago pasar en la calle cerrada, pues corro con suerte. José Tun, agente del ministerio público, me debe varios favores y está en la escena. Me ayuda a pasar hasta el taller. Todo está de color negro, y casi todo se ha derretido. El calor debió ser increíble, las llantas de los autos estacionados ahora están pegados al suelo.
- Ahí lo tienes.- Son dos montañas de cenizas.- Eran dos cuerpos acostados sobre una alfombra, pero en cuanto tocaron las estatuas ellas quedaron así. Es común en incendios de este tipo. Encontraron rastros de jeans a unos metros, estaban desnudos.
- ¿Qué lo causó?
- Aún no estamos seguros.- Me muestra los tanques a metros de ahí. Los cilindros están abiertos como flores.- Podría ser gas, por el modo en que quedaron estos cilindros de gas.
- Tendría que ser mucho gas.
- Sí Momo, gracias por tu brillante deducción.
- El lugar es una cueva, o lo era antes que el techo de láminas saliera volando hasta dos cuadras para todas direcciones. ¿No crees que dos amantes en el suelo olerían el gas? No es fácil de esconder.
- Sí, ése un buen punto, pero como dije, no sabemos todavía, bien pudo ser una bomba entre esos cilindros, algo de dinamita los haría estallar.- El lugar apesta, es una mezcla de carne quemada y plástico derretido.- La placa de una camioneta salió volando hasta la casa de enfrente, corresponde a una Diana Balam. ¿Conoces el nombre?
- No, ni idea.- Sabe que miento, pero no empuja.
- Un testigo vio que la camioneta que corresponde a esas placas llegó en la mañana, un chismoso local ayudó a empujarla los últimos metros. El lugar cerró por varias horas, se cree que la mujer, esta Diana Balam, se fue antes que Lauro Chable. Eventualmente Lauro regresó, y poco después regresó también Diana Balam. La explosión ocurrió menos de una hora después. Creíamos que el gas había sido abierto, que los cilindros habían sido manipulados durante la ausencia, pero nadie vio nada de ese tipo.- No le digo, pero mi principal sospecha no pudo haberlo hecho, no sólo no ganaba nada, sino que estaba conmigo en el tiempo en que habría podido sabotear los cilindros de gas o instalado una bomba.
- La fuga de gas tendría que haber llevado mucho tiempo, lentamente llenándose hasta el techo. Los vecinos lo habrían olido, ellos lo habrían olido. Y si fue una bomba, sería por temporizador y un gran golpe de suerte para atinarle a que estuvieran estos dos.
- ¿Te refieres a la esposa, Areli Villanueva?
- Todo es posible.
- Quizás tenía un dispositivo remoto, habría pasado por aquí, les mira y enciende la bomba.
- No, ella no estaba por aquí.- No le doy más detalles, no necesita saberlos.- ¿Qué harán con ella?
- Nada, hasta ahora es accidental. No hemos encontrado restos de dinamita. Tenemos evidencia del amorío de su esposo, pero no del sabotaje a los tubos de gas.
- No ganaba nada Lic Tun, pero podría ser otro jugador interesado. Convertir todo esto en una bola de fuego para matar dos personas es algo radical, pero podría pasar.
- ¿Y me dirás de qué va todo esto?
- No, pero gracias por interesarte.

            No puedo pensar con el estómago vacío. Trato de pensar, mientras como en un restaurante cercano. ¿Qué tan inocente es Angélica?, ¿Areli dejó a Félix por amor a su marido tramposo o por otro hombre?, ¿Elías sólo tenía a Rosalia de amante o hubo otras?, ¿Qué tuvo que hacer Demetrio para acallar a los chantajistas?, ¿cómo se envenenó la comida en Quintana?, ¿por qué nadie olió el gas llenando lentamente el taller mecánico?, ¿qué planea hacer Rodrigo con esa dinamita que ha estado guardando? Un bistec, una copa de vino tinto y algo de soledad. El silencio del restaurante vacío es el contraste de mi vida en los últimos dos días. Nada en este caso ha sido simple, nada ha sido inocente. Ordeno un café y pido la cuenta. La primer comida decente que he tenido en dos días. Le marco a Félix, porque por dentro soy masoquista y quiero arruinar la sobremesa conmigo mismo.
- Ya está anocheciendo Momo, ¿qué vamos a hacer?
- ¿Qué ha pasado en el restaurante?
- Rodrigo sigue con la policía, yo estoy en casa con Angélica y Demetrio.- Le escucho encender la llave del agua, para fingir ante su familia que está en el baño.- Areli me llamó, está histérica. Ya no le importa guardar el secreto, ¿entiendes eso Momo? No pondrá dinero, ya no le importa porque su marido está muerto. Dice que merezco que Angélica se entere.
- Todos merecemos cosas que no queremos.- Me reclino en la silla. Espacio vacío. Silencio largo. Me quito pedazos de carne de entre los dientes con la lengua, tratando de pensar. Termino la copa de vino y se me ocurre una idea.
- ¿Sigues ahí Momo?
- Aquí estoy. Consigue el dinero como puedas, todo lo que puedas.
- No sería todo.
- No importa. Te sacaré del embrollo, pero para hacerlo necesito sacarlo a él de la oscuridad, para eso necesito dinero. Ya sé quién es. Descuida, hacemos esto bien y Angélica nunca se enterará.
- Dime lo que tengo que hacer, además del dinero.
- Tengo que mover a Elías Marrufo de lugar, lo enterré anoche y creo que lo encontrarán. Puedo usarlo a nuestro favor. Necesito que lo desentierres. Está en la 49, cerca de la Plancha es un baldío rodeado de muro, tiene una pequeña entrada. Difícil de perder, está entre dos casas abandonadas, en una esquina. Ve para allá, yo tengo que afinar unos detalles por mi lado.

            Me agradece de todas las formas que conoce y cuelga. Yo tengo otras llamadas que hacer. El juego se calienta. Tendré una única oportunidad para hacerlo bien, y mi vida depende de ello. Hablo desde el auto. Rosalia me contesta a la primera. Quiere saber lo que tengo que decir. Su amorío con Elías debía ser fogoso, ella no tiene ni idea que su semental bateaba para ambos lados. Mi siguiente llamada es para Rodrigo. Está ocupado con los del Ministerio Público, ese pobre diablo estará llenando papeles de aquí a la eternidad, pero le digo un par de cosas que lo asustan. El miedo, combinado con el odio, hace que la gente sea predecible. Tan predecible como letal, y lo que planeo es brutalmente violento. La última pieza es el chantajista. El secuestro es fácil, Rosalia le saca de su agujero y yo aprovecho su miedo. Cachazo contra la cabeza, lo cargo hasta el maletero y me largo de ahí antes que lleguen las pistolas y el lugar se haga una carnicería. Demasiada mala sangre, demasiadas mentiras, la casa de cartas se viene abajo. Manejo nervioso, oídos alerta por si el bulto en la cajuela despierta y quiere escapar. Llego hasta el baldío cerca de la Plancha, entro en reversa. El lugar solía ser una casa, hasta que el tiempo y los obreros la convirtieron en una ruina. Sólo queda una pared y un par de columnas. Mucho en este caso ha sido en baldíos, tiene sentido que terminara así. Es lo único que tiene sentido en este caso. Félix se alegra de verme, pala en mano. No estaba seguro de dónde empezar a cavar, así que ha hecho varios agujeros en donde la tierra no está cubierta de vegetación.
- No me dijiste donde.
- ¿Conseguiste el dinero?
- Solamente 25 mil.- Señala una mochila entre la hierba y la reviso. Linda colección de billetes de 500. Pesa una tonelada, pero es la clase de peso del que uno no se queja.- ¿Servirá de algo?
- Debería. Tengo al chantajista en el maletero.- Me mira sorprendido y sonríe como si una tonelada de peso se fuera de sus hombros.
- Eres un genio Momo.
- No tanto. Discúlpame por haberme puesto violento contigo. En la madrugada, tras la muerte de Elías, pensé que realmente habías sido tú. No debí tratarte así.- Me enciendo un cigarro y respiro el aire fresco del monte.- Ahora sé que no fuiste tú, ahora sé que tenías las manos embarradas de grasa y aceite por hacer de mecánico.
- Ese Buick vivirá de nuevo, de mi cuenta corre.
- Sí, pero no fue con ese coche. Fue el de Diana Balam. Areli tenía tanto que perder como tú, ella mató a Elías, le dijiste donde estaría.
- Aleja las manos de esa pistola.- La chica sale de atrás del muro a medio destruir. Carga una pala y una pistola. Es más un cañón que una pistola, Elías lo sabe bien.
- Matar a Elías no era parte del plan, el cual apenas empezaba. Félix saboteó el auto de Diana, para asegurarse que estaría en el taller mecánico.
- No seamos irreales Momo.
- Por Dios Félix, ya cállate. Te descubrió.
- En plural muñeca, los descubrí. Esa explosión no fue dinamita, pero tampoco fue gas. ¿Qué otro gas puede llenar ese taller sin ser detectado? Algo que no tiene olor y es flamable. Ah, claro, como los tubos de oxígeno que Diana vendía en su tienda de artículos médicos. Te seguí hasta allá, no deberías haberlo buscado por internet, eso deja un rastro. Te quedaste un buen rato después que ella se fuera, me imagino que planeabas una manera para entrar. No necesitaban colocarse el mero día, podía ser un día antes, se confundirían con los otros tanques.
- Nada que puedas demostrar Momo.- Areli es una tigresa. Le vuelve loca lo que tengo que decir, y le enfurece que siga fumando mi cigarro como si nada pasara.- Te podríamos enterrar aquí mismo, junto con Elías a quien sea que tengas en el maletero.
- ¿Y la evidencia del chantaje? Vamos nena, no pensarás que la traje conmigo.
- ¿Qué es lo que quieres?- Pregunta Félix.
- Voy a adivinar, pero diría que Areli envenenó la comida del Quintana. No quedaban muchas opciones, no pudo ser Camilo Patrón porque él me pagó para hacerlo y no lo habría hecho de tener algo como eso planeado. Tú Félix, estabas ocupado en otra cosa. Es muy romántico, hacer las cosas en pareja. Tú la libras de su problema, ella del tuyo. Hasta que mata a Elías, claro está, y todo se vuelve confuso.
- ¿Y cómo lo hice si el día que cocinaron todo estábamos los tres juntos?
- Sí, los tres en una muy bonita coartada. Las salsas, Rodrigo dijo que se hacían días antes. Suficiente olor para enmascarar el de la nicotina. ¿Qué importa si al día siguiente el restaurante era una fortaleza? La nicotina ya estaba en algo que se sirve en muchos de los platos. Todo en pareja, todo muy visceral. Todos tienen lo que quieren. Félix se venga de Rodrigo, y merecido se lo tiene por tantos insultos y humillaciones. Tú matas a tu marido que te pone el cuerno, te quedas con su dinero y huyen juntos. Ése es otro detalle que no salió bien. No sabías que Lauro había cambiado el testamento, ocurrió la semana pasada por lo que me dijo el notario, cuando Francisco tuvo una recaída casi mortal. Era una buena idea, hasta que los grabaron. No importaba el sexo, era lo que se decían tras el sexo lo que importaba. El video del chantaje no estaba mudo, de eso estoy seguro, pero Félix no me lo podía mostrar con sonido. Tenía al menos el doble homicidio de Lauro y Diana. Al demonio con el divorcio, no quieren ir a prisión. ¿Qué esperabas Félix, que encontrara al chantajista a tiempo para que cometieran múltiple homicidio?
- Algo así.- Admite, apoyado contra la pala, nerviosamente mirando a Areli quien aún me apunta con ese revólver para cazar elefantes.- Eres un mercenario Momo, tú sigues el dinero, síguelo ahora. El chantajista sólo grabó el plan para matar a Lauro y a Diana, pero me habrían conectado con el Qintana si el video se hacía público. Aún hay dinero dando de vueltas Momo, incluso sin la herencia de Lauro. Podemos dividirlo todo entre tres, nosotros dos estaremos tomando margaritas en algún país lejano. Sólo falta desaparecer al chantajista, podríamos sacarle la información a golpes, que nos diga dónde están los archivos. A esta hora mañana estaríamos lejos de aquí.
- Me gusta la idea, pero dile a tu novia que baje el arma. Los revólveres me ponen nervioso.- Félix la convence con un gesto.- Elías Marrufo estaba siendo chantajeado, y te gustará esto Félix, lo grabaron teniendo sexo gay con Demetrio, tu hijastro.
- Eso vale oro.- Félix se echa a reír, nada como la venganza poética para aligerar el ambiente.
- El chantajista obligó a Elías a chantajearles. Le habría ayudado, de no ser por Areli que decidió que era más fácil matar a mi única pista sólida. En fin, Elías era un cerdo, no quería que sus mujeres se enteraran de su homosexualidad. Demetrio no es así, pero está en la misma hoja de la navaja. Rodrigo se entera y adiós sobrino favorito. Adiós los juguetes, adiós con los mimos. Los dos estaban en la cocina del Quintana, ahí se conocieron. No jugaron al chef, jugaron al doctor. Debí imaginarlo por la pomada para quemaduras y la red de cabello, pero ya no importa. Demetrio me lo confesó.- Abro la cajuela y todos se quedan mudos.- Aún así, ser víctima es la mejor coartada. Demetrio es su chantajista. Es como ustedes, fingiendo ser las víctimas cuando en realidad son victimarios. Su tío Rodrigo le bañaba en celulares y computadoras, les dio un buen uso. En cuanto supo de la muerte de Elías subió el precio y las cosas se pusieron más ríspidas.
- De haber grabado que ustedes dos planeaban arruinar el Quintana le habría dicho todo a mi tío.- Demetrio estalla, pero no quiere salir. Lo saco por la fuerza, jalándole del brazo.- Te seguí una tarde a esa zorra en su hotelito de cuarta. Maldita perra mataste a Elías.
- Acabemos con esto.- Areli se acerca, revólver en mano. Demetrio está fuera de sí y se lanza contra ella. Yo la tacleo antes que Demetrio tenga la oportunidad. Un buen golpe a la mandíbula y le arranco la pistola.
- Es una precaución.- Recojo el dinero, lo meto al auto. Nadie se da cuenta, Félix y Areli forcejean contra Demeterio. Salgo del baldío silbando canciones de cuna. Todos eran víctimas y todos eran victimarios. Pero el juego aún no termina. Me detengo afuera del baldío, Rodrigo Quintana se acerca. Está armado y carga con una bolsa de plástico rellena de dinero.- Te lo dije Rodrigo, te habrías aliado conmigo desde el principio.
- Gracias por llamar. Aquí están 40 mil pesos. Ahora lárgate, no quieres ver qué pasa.
- Entendido y anotado.

            Camilo es mi siguiente parada. Le dije a Rosalia que encontraría al asesino de su amante, no mentía, sólo que no le dije que se lo daría a Rodrigo Quintana primero. Ella espera en el gimnasio, sabe que iré directo a Camilo. No está muy feliz, pero Camilo la convence que es mejor así. El lodazal que crearon impregnaría a cualquiera. Me paga mis 20 mil por la gran oportunidad de oro que le estaré dando. Luego de eso es momento de ver los fuegos artificiales. Rodrigo mató a Areli cuando ella trató de escapar. Arruinó su restaurante y de alguna forma la culpa por la homosexualidad de su sobrino favorito. Estaba por matar a Félix cuando llegó la policía. La llamada anónima de Camilo dio resultado. Le atraparon infraganti y luego de eso todo el infierno estalló. Camilo habló con el Ministerio Público, le  dije dónde había enterrado a Elías Marrufo. No es la clase de información que le daría a mi cliente. Esos dos esperaban para matarme, palas en mano para enterrarme. Habría funcionado, el plan no era malo. No contaban con que lo veía venir. Nada más hermoso que dos amantes fingiendo odiarse, tratan demasiado. La policía encontró el cuerpo de Elías en el sitio de construcción que Rodrigo supuestamente tenía que demoler para justificar la compra de la dinamita. Para cuando la policía termine con él tendrá al ejército haciendo preguntas muy embarazosas. Revisaron las computadoras de Demetrio Carballo Quintana, el video fue la evidencia. Los amantes lo discutieron a detalle, cómo robar los tanques de oxígeno, cómo sabotear la camioneta de Diana, cómo dejar que la fuga de oxígeno inunde todo. Los amantes se encienden el cigarro del placer, la chispa vuela todo en pedazos.

            Me doy la vuelta por casa de Félix. Ese chalé suizo parece muy solitario ahora. Angélica estaba ahí, golpeando el auto de colección de Félix con una enorme llave inglesa. Perdió a su hijo, a su marido y a su hermano. Nadie nunca se detuvo a pensar en ella, todos estaban demasiado ocupados jugando a ser víctimas. Me detengo del otro lado de la calle, aunque no sé por qué, no puedo bajarme y darle mi consolación. No puedo decirle que el juego es así, que el juego del dinero puede matarte, que el juego del amor puede dejarte loco. Llego a mi casa. Algo de blues. Algo de comida ligera. Algo de vino. Lindas torres de billetes en mi mesa de café. 50 para empezar el caso, 5 del camello de Rodrigo Quintana, 6 de Quintana para deshacerse de mí en el baño de su casa, otros 6 de Camilo para arruinar el restaurante, los 15 me quedé del pago del chantaje cuando Areli mató a Elías, los 25 que Félix logró reunir y llevó al baldío, los 40 de Quintana para dejarle matar a sus enemigos y los 20 de Camilo por arruinar a su competidor de varios años. 167 mil pesos en total, nada mal para dos días de trabajo. Aún así, la casa se siente sola y ni todos los muebles de diseñador cambiarán eso. Mi tío Jorge solía decir que el dinero no trae la felicidad, hasta que su esposa se sacó la lotería, lo dejó por un amante diez años más joven y vivieron felices para siempre. No lo sé, las historias de amor siempre son así, llenas de ilusiones y promesas. Félix y Areli se hicieron toda clase de promesas. Matarían para estar juntos, para juntar dinero y desaparecer. Matarían para tener otra vida. Matar para vivir, ellos eran los peores mercenarios. Al final del día, cuando todo se ha dicho, documentado y firmado, me siento a solas en mi sillón a contar mi dinero y escuchar buena música. No lo cambiaría por nada del mundo, sobre todo en un mundo donde la víctima es victimario y donde le victimario es inocente.


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