Las víctimas
Por: Juan Sebastián Ohem
Era
imposible saber, cuando Félix Chab entró a la cantina a un lado de mi casa, que
estaría dando un tour guiado por el lado oscuro del amor. Se destacaba de la
clientela, pero sólo porque parecía aún más desesperado que los perdedores
comunes que frecuentamos el lugar. Mi licencia de detective privado no paga el
alquiler por sí misma. La licencia es sólo algo de sentido del humor. Mis
clientes nunca quieren que encuentre a su hijo perdido, tome fotos sucias de su
esposa con el repartidor de gas, ni nada como eso. Vienen a mí porque quieren
enterrar algo, casi siempre la verdad. Es un trabajo sucio, pero si sabes
bailar al son del juego del dinero puedes sobrevivir. El sol de verano de
Mérida es todo lo que te deja hacer, sobrevivir. La única casta que vale
realmente, árabe o español, se tiene aire acondicionado o no se tiene. Félix
estacionó su inmensa Escalade fuera del bar, él no sufría el calor veraniego,
pero sí sufría otra clase de dolor. Félix no era ni guapo ni feo, moreno de
mediana estatura y rostro anguloso. Se sentó en mi mesa sin saber qué hacer.
- El mínimo son tres cervezas.-
Félix le deja un billete de cien a la mesera y ella se va feliz. No hay mínimo,
pero la dueña me tolera más si le digo eso a mis clientes.
- Antonio Yute me dijo que usted
podía ayudarme.- El nombre me eriza. Fue violento y brutal, la clase de trabajo
que regresa por las noches para asustarte. Otro cliente feliz, otra pesadilla
para mis noches sobrias.- Esto no es algo que pueda llevar a la policía.
- ¿Mató a alguien?
- No, por Dios.- Se asusta en
serio.
- Muy bien, porque no hago esa
clase de trabajos. No me pida que mate a alguien, eso siempre se vuelve
complicado. Voy a adivinar, ¿le agarraron con las manos en la masa?- Me
enciendo un cigarro mientras él se acomoda en la silla. No sabe cómo decirlo.-
Soy un arreglador, la gente me pide ayuda cuando necesita convencer a alguien
de hacer algo, cuando necesita que el negocio rival arda en llamas o cuando
fueron atrapados con la mano en el jarrón de galletas y no sabe qué hacer.
Adivinaré que usted es de la última clase. Soy Momo, ¿qué le parece si
empezamos por su nombre?
- Mi nombre es Félix Chab
Pacheco. Estoy siendo chantajeado. Quiero que encuentre al chantajista y
desaparezca la evidencia. No le pediría que lo matara, pero sí que lo...
Asustara un poco.
- Por el dinero correcto lo
dejaré en silla de ruedas.- Me muestra su Iphone y selecciona un archivo de
video. Me atraganto con la cerveza. Félix y una señorita muy flexible en un
cuarto de hotel en un video muy candente. No tiene sonido, pero ¿quién lo necesita?
Los dos hacen sus travesuras y se quedan desnudos platicando. Félix se guarda
el celular y me mira suplicante.
- Ella es Areli Villanueva.
Tuvimos un romance que no duró mucha, esa fue la última vez que nos vimos. No
quedamos en buenos términos, y esto sólo lo hace peor. Ella no lo sabe. Como
puede ver por mi anillo, estoy casado.
- Hábleme de eso.
- Mi esposa se llama Angélica
Luisa Quintana. Nos casamos hace algunos años, y hacemos buena pareja. No puedo
decir lo mismo del resto de su familia. Tiene un hijo adolescente de su otro
matrimonio, el chico no me quiere mucho. Demetrio Arturo Carballo. El verdadero
problema es el hermano de mi esposa, Rodrigo Quintana. Se la vive en la casa,
eso lo hace peor. Supongo que por eso encontré algo de pasión en Areli.
- ¿Su esposa trabaja o ese
Rodrigo?
- Mi esposa ya no trabaja.
Rodrigo me da miedo, y Momo, debería darte miedo también. Le he visto armado y
estoy seguro que si él se entera que le puse los cuernos a su hermana me
matará.- Otra pieza del rompecabezas. Algo me dice que Félix le teme más a ese
Rodrigo Quintana que a su esposa.- Es ingeniero y está por abrir su propio
restaurante, “Quintana” en Prolongación Montejo. Areli está casada con un
mecánico llamado Lauro Chable Sosa.
- ¿Han pedido dinero?
- Diez mil pesos, pero estoy
seguro que querrán más. Tengo una pequeña agencia de viajes, más como unos
metros cuadrados en una plaza en Circuito. Es decir, tengo algo de dinero, pero
no puedo usar el dinero de la cuenta que comparto con mi esposa Angélica, o sospecharía.
- ¿Dónde fue tomada la grabación?
- Hotel Real, hace dos semanas.
Está cerca de la facultad de medicina. Pagué hace dos días, el lunes. Un sobre
debajo de un basurero frente a la farmacia que está en la glorieta de Montejo.
Las instrucciones eran muy específicas, dejé ese sobre y me fui de inmediato.
- Buen lugar para ver si alguien
más está rondando por ahí.
- ¿Se puede hacer?
- Todo se puede hacer con algo de
dinero. Serán cincuenta ahora, otros cincuenta cuando todos estemos felices y
contentos. Empezaré mañana y si necesito dinero para gastos adicionales te lo
haré saber. Antes que te vayas, quiero más información. Direcciones, detalles y
cosas así.
Félix
contesta a todo. Apunto cada palabra en mi bloc. Se va y regresa dos horas
después con los cincuenta mil pesos en un gordo sobre manila. Empiezo desde la
mañana. La farmacia desde la que el chantajista tuvo que estar observando a
Félix depositar el sobre de dinero es mi primera parada. Tengo una intuición,
el chantajista es novato. Buen lugar para observar, pero también un buen lugar
para ser observado. Las encargadas son feas como la rabia, pero finjo que me
dirijo a dos modelos. Ellas se creen la rutina, yo no. Me dan ganas de avisarle
a Guanajuato que dos momias se perdieron, pero las chicas son listas y tienen
información. Alguien estuvo esperando. Compró un refresco y anduvo vagando
dentro del local. Le habrían olvidado, de no ser por su Mustang que estacionó
cuidadosamente y por su aspecto. Joven, musculoso, sudadera de deportes y bolso
de gimnasio. Les llamó la atención que tuviera la capucha puesta todo el tiempo
y le vieron por el bote de basura antes de regresar a su Mustang clásico y
largarse de ahí.
Un
nido de amor no es exactamente la clase de información que haces pública. El
chantajista conoce a Félix. Algo me dice que mi fornido misterioso no trabaja
solo. Mi primer sospechoso es el mismo que el de Félix, Rodrigo Quintana, el
hermano de la esposa Angélica. Según mis notas tiene un despacho de ingeniero
en la colonia México. El lugar se ve tan respetable como cualquier otro de esa
colonia. Parece ser una constante en Mérida. Todo se hace tras puertas
cerradas. Una apariencia de tranquilidad esconde a las rameras, a los camellos,
a los chantajistas, a los asesinos y a mí. Si Mérida tuviera que construir un
clóset para sus esqueletos, tendría que ocupar todo Campeche. Más de un anciano
yucateco sería feliz.
- El ingeniero Quintana no se
encuentra.- Secretaria guapa y joven. Administra teléfonos detrás del
escritorio estilo moderno. Tras una cortina que hace de pared se encuentra el
despacho de Quintana. Curioseo entre las maquetas que ocupan otro escritorio
para darme algo de tiempo.
- ¿Su restaurante?- Señalo la
maqueta, con todo y autos de juguetes, personitas de cartón y un listón rojo en
la puerta.
- ¿Le gusta? Yo la hice.
- Esos años estudiando
arquitectura te sirvieron de mucho. Me llamo Momo.
- Alicia.
- ¿Rodrigo nunca ha hecho
gimnasios?- La foto en la pared atrás de Alicia tiene a quien debe ser Rodrigo.
Es un hombre corpulento, parece un vaquero que viste de traje.- Parece que va
al gimnasio.
- No, él detesta los gimnasios.-
La tonada cambia. Eso sólo aumenta mi curiosidad.
Finjo
que voy de salida cuando contesta el teléfono. Me escabullo a la oficina de
Rodrigo. Tiene contratos para demoler casas viejas, anexadas a papeles del
ejército que le permiten comprar dinamita y utilizarla. En las paredes hay
diseños arquitectónicos de los edificios que ha construido. Varios de ellos
tienen detalles, uno es un gimnasio. Tiene la dirección, aunque no el nombre.
Una mentira extraña. Ésas son las peores, uno siempre cree que asume lo peor
hasta que la realidad demuestra que era aún peor que eso. Mi chantajista va al
gimnasio, no es el ingeniero, pero se me hace demasiada coincidencia que el
inge Quintana haya hecho un gimnasio. Regreso al lobby sin que Alicia se dé
cuenta. Un mensajero está entregando un paquete. Buen momento para irme. Algo
me detiene. El mensajero, un chavo de jeans a la cadera, playera vieja de hace
dos elecciones y tatuaje en las muñecas. El cuadro se completa por el bulto que
lleva en el tobillo izquierdo, es un arma. Me gustaría saber qué trae ese
paquete realmente, algo me dice que no son más autos y hombrecitos de cartón
para las maquetas. Salgo del edificio y voy directo al auto. Siempre hay más de
dos maneras de matar a un gato. Al menos eso decía mi tía, antes de matar al
gato del vecino con un martillo y pasar una temporada en el hospital
psiquiátrico.
Sigo
al mensajero que se supe a su Shadow y me lleva hasta la otra parte de la
ciudad. A una de esas partes que no dejamos que los turistas vean, donde las
casas comparten paredes, donde siempre hace demasiado calor, donde los vecinos
se roban y violan y las patrullas rara vez visitan. Le sigo de lejos, le veo
encenderse una pipa de marihuana. Cruzamos casi todo Juan Pablo II. Un lugar
tan deprimente que pensamos que el Papa
usaría sus conectes en el cielo para mejorarlo. No funcionó. Estaciono a
media cuadra de su auto y avanzo tan silenciosamente como puedo. Pateo las
latas de cerveza en los minúsculos jardines delanteros. Escucha mis pasos por
encima de los juegos de los niños. Para cuando decide voltear ya es demasiado
tarde. Lo empujo contra una pared, lo jalo hasta detrás de un auto. Le quito la
pistola y cuando la sorpresa se va él siente el cañón de su revólver contra sus
costillas.
- ¿Quién eres?
- El hada madrina.- Le busco los
bolsillos. Lotería. Marihuana en grandes cantidades.
- No le digas al inge que me la
robaste, al menos ten esa decencia.
- La decencia es para las
ancianas.- Le robo el fajo de billetes que se guardó en el bolsillo trasero y
sonrío.- Mejor suerte la próxima vez.
Regreso
a mi auto y me largo de ahí. Cuento el dinero. Manejo con las rodillas. Cuadra
tras cuadra de las mismas casas. Un laberinto caluroso. Poco más de cinco mil
pesos. Eso debería cubrir mis comidas. Pensé en dejarle un billete de
quinientos, pero al diablo con él. Rodrigo Quintana mueve mota, pero me las
huelo que se mueve algo más. Visito los sitios donde supuestamente estaría
usando la dinamita. El lugar está vacío. Un gato persigue a una iguana entre el
monte. No parece que necesita dinamita para esos dos. El inge se la está
guardando, esa clase de cosas cuesta caro entre los ingenieros y obreros. Me
enciendo un cigarro. Aire al máximo. El gato y la iguana ahora se persiguen
mutuamente. Mi dinero está con el gato, pero al final la iguana le muerde la
cola y el felino sale corriendo. No sé cuál de los dos es Rodrigo Quintana. Es
un jugador, de eso no hay duda. Mota, dinamita, ¿y extorsión? Sin duda no estaría
fuera de su alcance. Aún me queda algo más que revisar antes de seguir con los
demás nombres de este drama cósmico. El gimnasio, algo me dice que lo frecuenta
un fornido chantajista.
El
lugar no es mucho. Se escucha el tren pasando por Circuito colonias. Es un
horrible edificio morado y amarillo. Tiene una de esas estatuas de alguien con
tantos músculos que parece un comercial para prevenir los tumores cancerígenos
del cigarro. Ver a la gente saludable entrando y saliendo me da asco. Tiro el
cigarro a medio fumar y entro con la cabeza gacha. Clientes repetitivamente
levantando pesas o corriendo en el mismo lugar. La idea me enferma. Soy de la
idea que si tienes que correr más vale que sea por algo que valga la pena.
- El ingeniero Camilo lo construyó.-
Me dice la recepcionista.
- Había pensado que fue Rodrigo
Quintana.
- Ni lo mencione en voz alta, no
frente al ingeniero.- Estoy por preguntarle algo cuando veo por la ventana que
da la calle lateral. Pueden haber muchos jóvenes fornidos, con todo y sudadera
y bolso en el edificio, pero hay un único Mustang estacionado.
El
auto es una belleza y tengo que verlo de cerca. Puedo ver a la recepcionista
hablando con un hombre que parece el dueño. El ingeniero Camilo es un hombre
blanco, casi pálido, con corte militar y una cicatriz que va del cuello a la
boca. Viste en un traje barato, pero se mueve como un peleador. Lo puedo ver
como boxeador en sus años mozos, pero se me hace más como golpeador. Sale del
edificio para verme. Las preguntas lo pusieron curioso. Le pongo a prueba. Uso
las llaves de mi auto para rayar el Mustang. No parpadea. El auto no es suyo,
habría dicho algo teniendo en cuenta que ese Mustang es un clásico de cientos
de miles de pesos. Valía la pena intentarlo.
- ¿Y tú quién eres?
- Momo.
- ¿Y eso se supone que debería
significar algo?
- Depende de cómo pasen las
cosas. ¿Camilo?
- Camilo Patrón, a su
disposición.- Hace una reverencia exagerada y sonríe. Pude ver el arma que
esconde en el saco. Me abro el saco lo más posible, para que vea mi sobaquera.
Igualdad de condiciones. No creo en hacerme al duro, siempre es mejor hacer
amigos que cadáveres. Al menos eso me dijeron de niño.
- ¿Sabías que Rodrigo Quintana
tiene colgado el mapa arquitectónico de este edificio como si fuera suyo?
- No me sorprendería. No he
estado en su oficina en mucho tiempo.- Se pone nervioso. Le invito un cigarro.
Momo el amistoso, me dicen los cuates.
- Debe ser difícil fumar allá
adentro.
- Mucho. Si tengo que probar otra
de esas malteadas de proteínas creo que vomitaré. Aún así, es buen negocio.
Todos queremos ser más sanos, ¿o no?
- Algunos, otros quieren ser más
ricos. El dinero compra buenos doctores.
- Dinero... ¿Y cómo quieres hacer
dinero?
- Déjame preguntarte algo Camilo,
ya que somos cuates de piquete en el ombligo y todo eso. ¿Cuántas construcciones
tienes ahora mismo? Me apuesto algo que no tantas como Quintana.
- ¿Y?
- Las construcciones grandes
necesitan dinamita. No es fácil de conseguir.
- Con que esas traemos. ¡Dile a
Quintana que puede ahogarse en la cloaca!
Empieza
a gritar y eso atrae a los curiosos. Los entrenadores salen del gimnasio. Más
músculo que cerebro. Pequeñas cabezas morenas rapadas sobre montañas de
músculos. La juego suave y me voy. Le doy una vuelta a la manzana, pero regreso.
No puedo alejarme del Mustang, pero tampoco puedo alejarme de Camilo. Ésta vez
no entro al edificio. Sigo la pared hasta la calle lateral y coloco un tabique
para asomarme a la oficina de Camilo Patrón. No está nada feliz. Tiene cara
como que le puse dinamita al cereal matutino. Marca un número, pero más parece
que golpea las teclas. El teléfono brinca por el maltrato y por poco y se cae.
- Tú te crees muy macho Rodrigo,
enviando a un matón para asustarme... No te hagas al inocente. Yo te enseñé
todos los trucos y no servirán conmigo, ¡me entendiste!... No te compraré esa
dinamita a ese precio, ¿crees que no puedo conseguirla de otra parte? Mi
registro criminal no me deja conseguirla del ejército de a buenas, pero sé de
dónde conseguirla a la mala.
No
puedo seguir espiando, la gente ya está murmurando en la calle. Corro de
regreso a mi auto cuando el Mustang empieza a hacer reversa. Puedo verlo de
lejos, un maniático del ejercicio. Tendrá poco menos de treinta. Es guapo de
cara, pero tiene pésimo gusto en música. Hace tronar el reggaetón hasta
fraccionamiento Montejo. Estaciona en su diminuta casa, revisando el rayón que
le hice con mis llaves y lanza maldiciones. Lo veo entrar, me enciendo un
cigarro y trato de calcular cuántos días de gimnasio me harían falta para
parecerme a ese gorila. Los cálculos me dan sueño. Podría regresar en la noche,
algo de allanamiento de morada, pero el gorila lo hace más fácil. Sale
caminando en dirección al Oxxo. Uso mis ganzúas para violar la cerradura y
entro sin hacer ruido. No parece vivir nadie más allí. Todo está hecho un
desorden, con ropa y equipo de entrenamiento por todas partes. Vive en una
dotación de mezclas de proteínas y comida chatarra.
Me
aventuro a su cuarto como Indiana Jones en el templo de la perdición. El
desorden rodea la hamaca en la que duerme frente al viejo televisor. Debería
usar el dinero de Félix para pagarle a una criada, pero me sospecho que se irá
todo en más pesas y esteroides. Hay frascos de medicinas sobre un buró, se
inyecta esteroides anabólicos. Hay una pila de revistas pornográficas, una red
de cabello, revistas sobre autos y un repertorio de lociones y cremas, desde el
ungüento para quemaduras, hasta para el dolor muscular y la colección de
colonias para seductores adictos a los esteroides. En la cocina encuentro su
identificación del gimnasio de Camilo Patrón, mi extorsionador tiene nombre.
Elías Rodolfo Marrufo Santos. Reviso el celular que dejó olvidado en el mueble
de la entrada. Sus números no tienen nombres, no creo que sepa cómo hacer eso.
Reviso el número más frecuento y llamo. Alguien contesta, pero no dice nada. No
puedo hablar, no puedo quemar esta pista. Cuelgo rápidamente y reviso sus
mensajes. Las chicas lo bombardean con mensajes vulgares. Lo dejo en su lugar y
sigo buscando, pero no encuentro computadora, ni memoria USB. Tampoco hay
rastro del dinero y el archivo de video no estaba en su viejo celular. Elías
está regresando con una bolsa de comida y es hora de irme. Me habría encantado
que todo terminara ahí, pero algo en mi interior ya sabía que no sería tan
fácil. Podría tener la evidencia en el locker de su gimnasio, pero eso tendrá
que esperar unas horas.
Salgo
por la puerta trasera y estoy en mi auto en menos de un minuto. Jadeo como
perro. No tengo su condición, nunca la tuve. Los mensajes vulgares no tenían
nombres, pero era de una mujer con mucho que expresar. Pienso lo peor, pienso
en Areli Villanueva, la ex-amante de Félix. Pudo haber cambiado de novio.
Quizás prefirió un modelo más nuevo, más fornido y más estúpido. Algo me dice
que ninguno de los nombres en mi lista es inocente. Rodrigo y Camilo tienen un
juego peligroso. Elías Marrufo se ejercita en el gimnasio de Camilo. Areli está
despechada, capaz de cualquier cosa. Esas separaciones nunca son limpias, nunca
son agradables. Lo escondieron de sus parejas y todo el asunto es tan cursi que
daría risa. Sería hilarante, de no ser que es la clase de cosas que dejan atrás
homicidio, chantaje y divorcios. Inician fácil, todo pasión, todo excusas,
terminan desnudos en una cama de hotel, siendo grabados, con nada más que su
piel y las verdades al aire. Nada como la verdad como para arruinar algo
perfecto.
La
busco primero en su casa y llego a tiempo, estaban de salida. Areli es una
mujer joven, de rasgos delicados y abultado cabello rojizo y rizado. Tiene
aspecto de mujer extrovertida, pero viste como la definición de una señora
casada. Tiene sentido, todo en Mérida usa disfraz. El marido, Lauro Chable, es
un hombre moreno y alto, tiene unos kilos de más pero tiene esa clásica
expresión de mecánico, donde los ojos parecen honestos pero los labios gruesos
apenas esconden los colmillos chupasangre. Los sigo hasta el taller mecánico de
Lauro. Es un local grande, todo techado como si hubiera sido una casona antes
de tener autos descompuestos. Lauro se baja y le deja el auto a Areli. No me
sorprende que él haya sido quien manejara, de algún modo eso tiene sentido.
Ella se despide. Besos y sonrisas. La sigo hasta el Wal-mart y no me decido a
bajarme. No puedo decirle del chantaje, eso sólo lo haría más difícil. Me muevo
por impulso, para probar mi suerte. Ella deja el carro para buscar verduras.
Meto la mano a la bolsa y me hago de su celular. Ningún mensaje a Elías
Marrufo. Al menos ninguno que no haya borrado. Los mensajes de Félix y para
Félix son muy distintos. Se odian a rabiar. Lo que se hayan dicho debió calar
profundo. Hay mensajes de ambos amenazando con ventilar el amorío, no sirve
cuando ambos sostienen falsamente la misma amenaza. Ninguno de los dos lo
haría, al menos no Félix. Regreso el celular a su lugar y salgo de ahí.
Quiero
ir a casa de Areli, buscar en su computadora. En el camino paso por el taller
de Lauro. Instintivamente manejo más despacio. Pequeño diablillo, hace algo más
que arreglar motores y estafar clientes. Estaciono para entrar al taller que ha
dejado semi-cerrado, con las rejas emparejadas. Los amantes lo hacen en una
camioneta destartalada. Nada dice amor como la parte trasera de una vieja
camioneta de los setentas. En toda justicia, así debió haber sido concebido
Lauro. El círculo de la vida se cierra mientras me acerco agachado. La mujer
dejó su bolso, y parte de su ropa, en el suelo. Escondido entre la colección de
tubos de gas alargo el brazo y como reptil robo rápido la bolsa. La
identificación dice Diana Balam, lo mismo su tarjeta de presentación de venta
de suministros médicos. Regreso al auto y no puedo dejar de sentirme sucio.
Quizás, si hubiera cumplido mi deber moral les habría extendido condones. Dios
sabe que el mundo no necesita más de Lauro Chable. Algo me dice que Areli lo
sabe, sería buen motivo para empezar una relación por su lado.
Tengo
los dedos cruzados mientras me hago pasar al hogar de Lauro y Areli. Es una
linda casita de dos plantas. No está mal, si uno perdona los payasos que lloran
y los angelitos de cerámica que orinan. Reviso la laptop de la cocina y no
encuentro nada. En el dormitorio encontré un USB en el piso, pero es la misma
historia. Reviso el historial en busca de algo comprometedor. Hay mucha
pornografía, pero imagino que es de Lauro, de alguna manera no imagino a Areli
jadeando sobre las imágenes de pequeñas japonecitas vendiendo sus dignidades
frente a una cámara. Encuentro algo interesante, algo que me hace olvidar a las
colegialas de ojos rasgados. Una ruta en el mapa de Google, de casa de Areli a
la tienda de suministros médicos donde labora Diana Balam. Tenía razón, Areli
lo sabía. No es la criminal del siglo, deja el mapa detrás.
Apago
todo y me escondo en un clóset cuando escucho el auto de Areli Villanueva.
Quedo atrapado entre las camisetas de la Unimayab con el bordado de
“Psicología” y los años de su generación. Ella necesita todo ese estudio para
entender por qué tolera a Lauro, o por qué tuvo el infortunio de mezclarse con
Félix. Areli termina de guardar las coas y la escucho hablando por teléfono. Le
pide un auto a un vecino, necesita hacer un mandado. Ya me imagino de qué
clase, del tipo que no podría usar su coche. Me tomo mi tiempo para salir y
seguirla. No es difícil, hace lo más previsible. Va directo al taller de Lauro
y juntos esperamos en silencio hasta que cae el sol. Eventualmente corro a una
tienda por algo de comer y regreso al coche. Nada como una mujer enojada para
invocar la suficiente paciencia para esperar a que Diana Balam salga del taller
y se vaya en su camioneta. Termino de comer mientras la sigo de lejos, no
necesito presionar porque sé a dónde irá. Vamos directo a la tienda de
suministros médicos. Diana Balam entra por la parte de atrás. La puedo ver a
través del ventanal con las sillas de ruedas, tanques de oxígeno, andaderas y
demás artículos. Ya es tarde, apaga las luces. El dependiente se va, después
ella. Me preparo, pero no pasa nada. Areli se queda en su lugar. Puedo ver el
auto a media cuadra y a ella fumando adentro y tirando las colillas fuera. No
le puedo ver la cara, y no estoy seguro que me gustaría hacerlo.
Una
hora después y me largo de ahí. Le llamo a Félix. Tengo adelantos, pero no
tengo al paquete completo. Quedamos de vernos en su casa. Me gustaría conocer
su familia, son los únicos nombres faltantes de la lista. Félix vive en una
reproducción de chalet suizo, con todo y el amplio techo de dos aguas que
parece que entierra la casa al suelo. Un Buick 1938 en la entrada, sus entrañas
por doquier. Félix se limpia la grasa con un trapo y me indica que estacione en
el otro lugar del garaje. Dejo la sobaquera detrás, Félix no me presentaría a
su familia como detective privado. Se sienta en una silla de patio y me ofrece
una cerveza.
- Es una preciosidad.
- Herencia de mi abuelo, lo trajo
desde California.
- ¿Has ido a alguna exposición de
autos clásicos?
- No, ¿por qué?
- ¿Conoces a alguien que maneje
un Mustang clásico color azul?
- Ni azul, ni ningún otro color.
¿Encontraste a mi chantajista?- Se le ilumina la cara como si le hubiera curado
algún cáncer terminal. Me enciendo un cigarro, dejo que disfrute su momento.
- Sí y no. Elías Marrufo, maneja
un Mustang. Pero no tengo la evidencia, y sin ella todo lo demás es inútil. Lo
presionamos y nuestro adicto a los esteroides publicará todo.
- ¿Y dónde guarda la evidencia?
- Estoy en eso.- Compartimos un
largo silencio. El peso del mundo cae sobre sus hombros. Mira hacia su Buick
con desesperación. Piensa que si lo puede hacer funcionar, todo lo demás
funcionará. No le digo que está rodeado de animales salvajes, eso ya lo debe de
saber.
- ¿Alguna vez funciona, esta
clase de trabajos?
- Sí, los chantajistas siempre
tienen la carta más alta, pero cometen errores como todos. Si Elías no trabaja
solo, encontraré a su pareja.- La puerta del fondo se abre. Una mujer sale a
acompañarnos. Tiene esa clase de belleza madura, una combinación de años de
sapiencia y la calma de un ama de casa devota. Su cabello castaño claro le
llega a los hombros por oleadas. Tiene un lindo par de labios y los ojos que la
acompañan. Esconde sus canas con productos para el cabello, pero no hacen
mucho. Se apoya contra el Buick y me extiende la mano.
- Ésta es Angélica, mi esposa. Mi
amor, conoce a Momo.
- Un gusto señora.
- Momo, ¿ese es su nombre?
- Mario Orson, pero todos me
dicen Momo.
- Lo conocí en la agencia de
viajes. Momo conoce a muchos dueños de hoteles en Cancún.- La mentira funciona,
al menos así parece. Mi traje no es caro, pero está bien cuidado.
- ¿Lo invitaste a que viera a tu
coche? Por Dios Félix, pareciera que ese Buick es tu hijo. No le haga mucho
caso, señor Orson, ésta carcacha nunca funcionará. Años de esfuerzo, ahora es
una carcacha limpia y nada más. ¿Le gustaría quedarse a cenar?
- Sólo vine a saludar, no puedo
tardar mucho.
La
casa es de dos pisos. Un ático unido tan solo por una escalera de caracol de
madera, y en ella una habitación hecha un desastre. El dueño es Demetrio
Carballo, el hijastro de Félix. El resto de la casa no sabe si quiere ser suiza
o si quiere ser mexicana. No hay payasitos llorones, como en casa de Areli,
ahora hay cabezas de vacas disecadas en las paredes, pinturas europeas y la
clase de adornos mexicanos que cuestan el triple porque la etiqueta dice “hecho
a mano”. Llegamos al comedor, donde Demetrio nos ignora amablemente jugando con
su computadora. Hijo del divorcio, la imagen típica de la confusión. Pelo
engominado y hacia arriba, todo un rebelde, pero de ropa de marca gringa y
lentes de pasta a la última moda. Nada como una inmensa casa con familiares
amorosos para ser el rebelde oscuro y alienado.
- No le hagas caso Momo,- Explica
Félix.- es un maleducado. Rodrigo le complace todos sus caprichos. Le compra
celulares, videojuegos, ropa gringa, computadoras, tenis de marca y lo que se
le ocurra.
- Mi hermano Rodrigo es como un
padre para él.- Asiento con la cabeza. Finjo interés. Devoro el pan dulce que
Angélica compró recién hecho. Moría de hambre, pero se me van las ganas cuando
estaciona un auto frente a la casa. Puedo ver a Rodrigo entrando por la puerta
principal. Félix también lo ve e instintivamente deja la comida sobre la
canasta en la mesa.
- ¿Quién obstruyó mi entrada?-
Angélica lo saluda de lejos. Demetrio corre a saludarlo.
- Momo, es amigo de Félix.- Dice
Angélica, pero Rodrigo conecta los puntos. Camilo Patrón le había hablado de
mí. Me mira con odio, luego cambia la tonada y se hace todo saludos y
cumplidos. Hasta Félix queda boquiabierto.- Él es mi hermano, el futuro dueño
del mejor restaurante de Mérida. El “Quintana”, ya está casi todo listo.
- Siempre ayuda tener otras
fuentes de ingresos, después de todo muchos restaurantes cierran.- Lo juego
casual, pero Rodrigo me entiende. Me estrecha la mano y prácticamente la parte
en dos.
- Estoy seguro que su restaurante
será un éxito.- Dice Félix mirando hacia ninguna parte.- No que me entere, no
estoy invitado.
- ¿Otra vez, ustedes dos?
Rodrigo, deja que Félix si quiera vea el restaurante.- Angélica juega a ser
Suiza, pero la guerra entre los dos hace mucho que fue declarada.
- ¿Cuándo se abre?- Trato de
cambiar de tema. Rodrigo Quintana me deja de penetrar con la mirada y va a la
cocina por una cerveza.
- En cualquier momento.- Dice
Félix.
- La cocina ya está funcionando.-
Explica Rodrigo, mientras busca en el refrigerador y regresa con una lata.-
Antes de abrir ya hay que tener listas las salsas, dejar que se enfríen en la
noche. Lo que no han llegado son los cubiertos que ordené, pero vendrán mañana
en la mañana, al menos eso quisiera creer.
- Demetrio quiere ser chef en su
restaurante.- Angélica mira a su hijo como si estuviera cubierto en oro.
Demetrio me mira aburrido y sigue en su mundo.- Ha aprendido en la cocina del
Quintana en las noches. Tiene muy buen sazón, a le gente le gustarán esas
salsas.
- Disculpe, doña Angélica,
¿podría usar su baño?
- Si promete que no me dirá doña
Angélica.- Me lleva a un corredor y señala una puerta con decoraciones
navideñas que han olvidado sacar. Rodrigo aparece de la nada, pone su brazo en
el umbral de la puerta. Le miro de arriba para abajo, preguntándome si carga un
arma. Me agarra de la solapa del traje, me empuja al baño. Me empuja hasta que
se me entierra el lavabo y mi espalda se dobla al lado equivocado.
- ¿Quién eres?
- Momo.- Lo empujo y me acomodo
el saco, dejándole con la palabra en la boca.- Soy un facilitador. Camilo
necesita que le faciliten dinamita, sé que tú tienes para vender, pero no le
gusta el precio. No está muy feliz que le hayas cortado del negocio de la mota.
- Así es la vida.- Corrobora mi
intuición. Camilo y Rodrigo compartían más que un despacho de ingenieros. La
mota es mejor negocio, y Rodrigo decidió independizarse. Camilo no debe estar
muy feliz de haber quedado en segundo plano. Su antiguo amigo abre un
restaurante lujoso, él se queda con un gimnasio roñoso. Así es la vida.
- No soy el criado de Camilo,
como dije, sólo soy un facilitador. Tomo la salida más fácil, si sabes a lo que
me refiero.
- Te vuelvo a ver en casa de mi
hermana y sobrino y te voy a partir en dos, ¿entendido?
- Claro como el agua.
- Te daré una propina, para que
te vayas por la vía más fácil.- Del apretado bolsillo de sus jeans saca un fajo
de billetes unidos por un clip de oro. Puedo adivinar la figura de la virgen en
el oro, pero no puedo adivinar cuánto dinero carga en billetes de 500. Saca un
pequeño fajo, él lo mide por tamaño.- Son seis mil pesos. Desaparece Momo.
Me
lavo la cara. Trago el mal sabor de boca y calculo los ángulos. Camilo y
Rodrigo se traen algo que vale mucho más que esos seis mil pesos que me dio
como premio de consolación. Fisgoneo en el cesto de ropa sucia. Playera para
mujer de la Unimayab, psicología. Los números cuadran, la misma generación que
Areli Villanueva. Es como un balde de agua fría. Regreso al comedor, soporto
las miradas fulminantes de Rodrigo Quintana. Me empiezo a despedir, pero me
quedo congelado a medio camino.
- De pura casualidad, Angélica,
¿conoces a un Roberto Lecuona?
- No, ¿quién es?
- Nadie, es que pensé que tu
nombre se me hacía conocido. Conocí algunos estudiantes de la Unimayab, de
psicología. ¿Areli Villanueva?
- Sí, a esa sí conozco. Fuimos
amigas por un largo tiempo, aunque nos hemos distanciado.- Ella no sabe ni la
mitad. Se hizo cercana, más cercana de lo que a ella le habría gustado.
- Ya decía yo. Bueno, pasen buena
noche.- Félix me acompaña. Le empujo contra mi auto, lejos de las ventanas de
la casa.- ¿Por qué no me dijiste que tu amante y tu mujer se conocían?
- No pensé que importara. Así es
como conocí a Areli. ¿Qué puedo hacer? Me muero de los nervios con cada
segundo. Rodrigo no lo mejora, ¿te dijo algo cuando fuiste al baño?
- Nada importante. Borra todo lo
que tengas en tu computadora y tus correos electrónicos. Por cierto, ¿conoces a
un Camilo Patrón?
- Sí, era compadre de Rodrigo. Se
pelearon o algo así, no me preguntes por qué. Los tres eran inseparables,
Camilo, Rodrigo y René Parra. A él le decían la rana. ¿En qué están metidos?
- En nada lindo. Tengo que irme,
el gimnasio ya habrá cerrado y hay algo que quiero checar.
Mirada
de desesperación mientras me alejo. Está atrapado como una rata en una trampa.
Podría perder a Angélica por una mujer que le odia. Aún así, sospecho que le
teme más a Rodrigo. La conexión entre Areli y Angélica, amante y esposa, me
sigue haciendo ruido. Podría ser algo, podría ser nada, podría ser todo. Así es
el juego. Elías Marrufo es mi ficha preferida, todo podría acabar con él, pero
lo dudo. Es un don Juan, un cazador de mujeres. No puedo verlo tomar una
decisión sin que haya alguna mujer susurrándole al oído. Con las mujeres, como
decía mi tío Urbino, hay que caer a sus pies pero nunca en sus manos. Claro,
Urbino terminó huyendo con el muchacho que repartía leche, pero el consejo
aplica. No aplicó para Félix, no creo que aplique para Elías y no sé si aplique
tampoco para Rodrigo Quintana. El juego del amor, es como las cartas si alguien
envenenara los ases. Me interesa más el otro juego, el juego del dinero. Manejo
en silencio al gimnasio de Camilo, con la secreta esperanza de encontrarlo
allí.
Dos
autos en el estacionamiento, una luz prendida. El faro de la calle no funciona,
eso ayuda mucho. Saco las ganzúas, pero es inútil, la puerta está abierta. A
veces, Mérida tiene sus beneficios. Camino de puntitas, me convierto en un
ratón. Me escondo entre las máquinas cuando escuchó pasos en la alfombra. Llego
a los lockers, busco por apellidos. Violo la cerradura del candado del locker
marcado “Marrufo, Elías”. Una playera sucia, una toalla y una botella de agua a
medio terminar. Tiene cajetillas de cigarros pegadas a las paredes y techo del
locker, reviso algunas y todavía tienen cigarros. Ejercicio de disciplina,
quiere dejar de fumar y se está obligando a hacerlo. Bien por él, pero no tiene
ninguna memoria, CD, celular o computadora, y eso es malo para mí. Regreso a la
entrada, con cuidado de no hacer ruido entre las máquinas. Sigo las voces
saliendo de la oficina de Camilo Patrón. Puedo verlo sentado, fumando
nerviosamente. Una mujer está de pie, contra el umbral de la puerta. Es una
mujer mayor, no es fea pero ésa es la peor clase de cumplido que puede haber para
una mujer.
- René realmente que me arruina
en esto. Parra y yo solíamos ser amigos.
- Amor de tres no es amor.- Dice
la mujer.- Había dinero involucrado, ¿qué esperabas?
- Rodrigo me lo robó, al demonio
la amistad la rana René tiene la mejor mota en Mérida. La clase de hierba que
es segura, lejos de los cárteles y la policía. Es horrible Rosalia, algún día
me quedaré únicamente con los negocios legales. Ésa sí que será una pesadilla.
- Calma Camilo, me tienes a mí y
yo no me iré a ningún lado. El éxtasis se vende igual de bien. ¿Alguna vez te
hemos dejado mal?
- No, supongo que no.- Le entrega
un fajo de billetes y Rosalia se va contenta. Espero a que escuchar su auto
alejarse. Me acerco a la oficina mientras él cierra las cortinas y está por
apagar las luces. Le arranco un susto y mi sonrisa lo asusta más.
- No mires a mi arma así Camilo,
no vengo a fastidiarte.
- ¿No deberías estar con Rodrigo?
- No soy su empleado, soy un
facilitador. Soy la criada, me pagan por limpiar y por irme.
- Ya tengo gente de mantenimiento,
gracias por venir Momo.- Acerca la mano al cajón de su escritorio. Quiere sacar
su arma. Suficiente sutileza por una noche.
- ¿Cuánto valdría para ti que se
arruinara el restaurante de Rodrigo Quintana?- Aleja la mano, piensa la
propuesta.
- Quintana perdería su lavado de
dinero, eso lo necesita desesperadamente. ¿Pero cómo?
- Eso déjamelo a mí.
- ¿Cuánto quieres?- Pregunta
finalmente, tras meditar la propuesta. Se enciende un cigarro y se sienta en su
escritorio.
- Estaba pensando algo así como
doce mil.- Camilo chifla sorprendido.- Una parte antes, de buena voluntad.
- Es justo y necesario.- Saca
dinero de un cajón, cuenta seis mil y los pone en mi mano.- La misa ha
terminado, puedes irte en paz.
No
tengo idea de cómo haré eso. No que me importe, acabo de estafar a un mafioso y
de algún modo eso siempre se siente como algo de justicia divina. Victoria en
mano, y luego en la cartera, y me dispongo a regresar a casa. Día largo y
cansado. Fantaseo sobre una copa de vino blanco, una cena ligera y algo de
blues. La noche se arruina por la llamada a mi celular. Félix está al borde de
las lágrimas. El chantajista le envió mensaje, quiere treinta mil pesos esta
noche. Félix ya había retirado tanto dinero como pudo, y mi consejo parece que
no fue en vano. Le ofrecen el celular con la grabación, aunque es obviamente
mentira. Me dicta la dirección y acelero. Adiós noche tranquila. Llego a su
casa tan rápido como puedo y me entrega un maletín cargado de dinero. Me
implora, como cualquiera haría en esta situación. Buena oportunidad para
detenerlo todo, también para empeorarlo todo.
Calle
61 por 30, un lote baldío. El esqueleto de una casa aún sobrevive, algunas
pequeñas columnas invadidas de hierba. Tres posibles salidas. Puedo ver a Elías
a la luz de la luna. Se mantiene en cuclillas detrás de una barda de piedras,
listo para correr por la calle lateral en cualquier momento. Veo parte de su
Mustang a unos pasos, puedo escuchar su motor ronroneando en la oscuridad.
Espera ver a Félix, pero al ver el dinero se le pasara. Espera en silencio y
sin moverse, el entrenamiento de gimnasio le ha servido bien. No sé si espera
matarme o si quiere asegurarse que todo salga bien. Salgo del auto, maletín en
mano y abierto para que vea los billetes. Mete la mano al bolsillo delantero de
su sudadera de deportes. Espero ver un arma. Me congelo entre el pastizal sin
saber qué hacer. Un celular suena, haciendo eco en la oscuridad nocturna, su
pequeña pantallita brilla sobre una columna. Sé que ese celular no tiene nada,
pero me acerco de todas formas. Tengo jugar su juego, por eso lanzo el maletín
hacia las hierbas. Quiero se asome, que se levante para estirarse por encima de
la pequeña barda de piedras y recoja el dinero. Buen momento para sacar el arma
y dispararle en la rodilla de ser preciso. Esto se acaba esta noche, eso lo sé
bien mientras camino hacia el celular, pero Elías Marrufo no lo sabía. Alguien
más, escondido en la oscuridad, más allá de la dilapidada construcción y oculto
detrás de un muro, ese alguien lo sabía también. No lo vi a tiempo. Esperaba lo
mismo que yo. Elías se pone de pie, recoge torpemente su dinero y recibe una
bala en la espalda. El disparo suena como una explosión, amplificada por los
nervios. Saco el arma, me protejo detrás de una columna, pero el asesino se ha
ido y el rugir del motor de su auto me dice que sale como tapón de alberca,
dejándome en el pastizal, con todo ese dinero, todo ese cadáver y muchas
sospechas de la policía.
No
hay tiempo que perder. Se encienden luces. Los vecinos lo escucharon, es tarde
pero el disparo sonó como si un cañón destrozara un muro. Eso fue lo que hizo,
destrozó mis planes. Cargo a Elías, el hijo de perra pesa una tonelada pero no
puedo dejarlo ahí. Lo meto a mi coche mientras los vecinos salen, todos
preguntándose lo que pasó. Estoy seguro que alguien vio mis placas, lo veo por
el retrovisor gritando y señalando. Metí un cadáver a la parte trasera de mi
auto, no es la clase de cosas que trasnochados vecinos asustados no noten a la
primera. Manejo las estrechas calles con treinta mil pesos en un bolso y un
cadáver en el asiento trasero. Ni con cervezas haría tantos amigos con la
policía. Las patrullas me sacan de quicio. A estas horas miran a cualquiera
torcido. Cualquiera de ellos decide sacarme un dinero con un alcoholímetro y me
tendrá por toda clase de cargos. Doblo para evitarlos, pero me encuentro con
una pick-up de la policía, sirenas encendidas.
A la altura en la que están los policías enmascarados pueden ver el
asiento trasero. No hay manera que crean que es un amigo borracho, tiene las
piernas dobladas y un agujero de bala en medio de la espalda. Me acerco
lentamente, rezando al dios de los semáforos a que se ponga en verde, pero el
hijo de perra no acepta mis llamadas. Si avanzo más lo verán, si me quedo donde
estoy se pondrán curiosos. Imposible saber qué clase de polis son, en Mérida
son tan peligrosos los corruptos como los honestos, aunque de esos hay tres o
cuatro. Finjo que me estaciono, pongo los flashers. Me asomo por la ventana,
finjo que busco a alguien dentro del restaurante a mi lado. Un policía me mira,
me señala y murmura algo con un compañero. Ahora los dos me miran. Ahora los
dos se acercan a la orilla de la camioneta, planeando bajarse. No tengo otra
opción. Acaricio el arma en mis piernas, no iré a prisión. Me adelanto un poco,
quito los flashers. Les miro como pidiendo disculpas. No están convencidos,
pero antes de bajarse se pone en verde y sus compañeros les detienen. Estuvo
cerca, demasiado cerca y todo el dinero del mundo no vale nada si estás en
prisión por homicidio.
Tengo que salir del
centro, tengo que ir al taller de Sánchez, el ratón me debe favores, y es hora
de coleccionarlos. Meto el coche en su garaje, el ruido lo despierta y veo la
luz de su habitación encenderse sobre mí. El ratón se asoma, es un muchacho
dientudo y feo que me mira como si fuera la peste negra. Bernardo Sánchez,
alias el ratón, heredó un taller de autos que convirtió en empresa de
autopartes. Me la debe en grande. Su padre, de quien heredó el taller a un lado
de su casa, lo trataba a los golpes. Uno de esos monstruos que la gente decente
cree que sólo existen en las series de televisión. Entré a su casa por la mala,
le di la golpiza de su vida frente a su familia. Oriné sobre su cara mientras
se retorcía de los huesos rotos. Lo arrastré por las escaleras, destrocé su
cuarto y lo lancé por la ventana. La golpiza lo dejó en coma, murió hace poco y
la familia heredó lo poco que tenía. No me pagó nada, lo hice gratis, porque a
veces hacer lo correcto es toda la recompensa necesaria. Eso creía mi tío
Julardo, hasta que se hizo padrino de Alcohólicos Anónimos de un tipo que le
robó a su esposa y se fueron a vivir a Cancún. Le di otra golpiza marca Momo,
huesos rotos y robo de dignidad. Le cobré diez mil pesos, más pasaje de avión,
porque a veces hacer lo correcto lleva a malas situaciones.
- Momo, ¿qué horas son estas?
- Necesito un carro, ratón.-
Saludo y abrazo, el hombrecillo me quiere.
- ¿Qué le pasó al tuyo?
- Se arruinaron los asientos
traseros.- Dejo que se asome. El susto vale oro.- No fui yo.
- ¿Y qué haces con eso en tu
auto?
- Quería sacarlo a pasear, ¿tú
qué crees? No podía dejarlo, está involucrado en un caso que tarde o temprano
llevaría a la policía hasta mi cliente, y de ahí a mí. Tengo que esconderlo,
pero me vieron cargarlo a este auto y largarme.
- ¿Y las placas están a tu
nombre?
- ¿Tú qué crees? No tengo nada a
mi nombre. Mi tío Ricardo aprendió eso a la mala.
- Tú y tus tíos...- Se apoya
contra el auto y se enciende un cigarro. Le imito.- Tengo un Toyota si prometes
regresarlo para pasado mañana.
- No me insultes ratón, no quiero
una nave nodriza. Un auto regular, que no llame la atención.
- Tengo un Ford, pero no le hagas
daño. ¿Qué harás con este pobre diablo?
- Tengo planes para él.
- Momo, por Dios, no creo que sea
momento de ponerte romántico.
Va
al taller de al lado por el auto, mientras yo reviso a Elías Marrufo. El
celular que dejó no tiene nada, eso no me sorprende. Hay algo que sí me
sorprende. Metido en el bolsillo trasero hay una hoja de papel, es una
fotografía de un video. Elías Marrufo desnudo en un hotel de cuarta, no está
ensayando para una obra de teatro. Está sudando las sábanas con otro hombre. No
le veo la cara pero por lo que Elías le está haciendo lo convierte en un hombre
muy satisfecho y feliz. El fornido semental era homosexual. Un poderoso secreto.
Un poder capaz de orillarlo a chantajear a alguien más. Mi chantajista estaba
siendo chantajeado. La red se hace más grande, todo está orquestado con
cuidado. O lo estaba, hasta que alguien le disparó en la espalda. Dudo que haya
sido su torturador, pero una cosa a la vez.
El
ratón cumple su parte, se queda con mi auto para venderlo por partes. La
policía no sacará nada de las placas, ni del modelo del auto. A esta hora
mañana la mitad del coche estará repartido en otros diez autos. Meto el cuerpo
al nuevo auto, el ratón Sánchez me presta una sábana para cubrirlo. Tengo el
lugar perfecto para él, un lindo espacio donde no será molestado. Odio el
homicidio, siempre equivale a muchas horas de trabajo pesado. Mi tío Anarcio
habría dicho que eso era bueno, siempre lo decía. Murió de un ataque al corazón
mientras trabajaba en la maquila. Pongo la radio y tengo suerte, hay algo de
blues. No suena igual que en mi casa, tan lejos de todo y tan tranquila. No,
suena solitario y desesperado. Me hace mirarme al espejo retrovisor, un sujeto
que no se hace más joven y un cadáver en la parte trasera. Nada despeja más la
mente que enterrar un cuerpo. Te hace pensar en lo que haces, no solo mientras
jalas a un musculoso cadáver a su fosa, sino en general. Ése es el peor tipo de
veneno, peor que el arsénico, peor que una bala. Es el pasado, y su entercada
obsesión por tratar de reflejarse en tu futuro. Elías sólo tiene pasado, el
resto de nosotros tenemos que vivir con nuestros pasados mientras tratamos de
respirar el futuro. Termino agotado, física y mentalmente. Estoy empapado de
sudor y de pésimo humor. Quiero desquitarme, quiero golpear a alguien. Ya sé a
quién. ¿Quién sabía de la reunión?
Para
cuando llego a casa de Félix ya ha amanecido. Me hago pasar por la puerta
abierta. El auto de Angélica no está. Le encuentro en la cocina, quitándose
grasa de auto en el lavamanos. Lo pateo en una rodilla. Cae hincado, pero su
frente se da contra el borde. Le azoto la cara con ambas manos. Lo levanto de
un empujón y lo sostengo de pie con mi arma enterrándose entre sus costillas.
Me mira sin entender y está pálido de miedo. Retrocedo para poner el dinero
sobre la mesa de la cocina y me siento a fumar un cigarro. La pistola, sin
embargo, nunca deja de apuntar.
- ¿Pensabas dejarme cargando un
cadáver?
- ¿El chantajista está muerto?
- No te hagas al inocente, tú
sabías dónde estaría.
- Yo no lo maté, ¿por qué haría
eso? No pude dormir toda la noche, me quedé arreglando mi auto.- Me muestra la
grasa en sus manos y se alza de hombros. No me gusta, pero lo dejo ir. Guardo
el arma y suspiro cansado.
- No tenía la evidencia con él,
aunque sí tenía algo de interés. Elías estaba siendo chantajeado. ¿Y tu mujer?
- Salió temprano a dejar a
Demetrio. Momo, ¿qué vamos a hacer?
- Subir la escalera alimenticia,
encontrar a quién sea que haya estado tocando los botones de Elías Marrufo.-
Saco el dinero y separo la mitad.- Me quedaré con estos 15, tuve que cargar el
cuerpo, enterrarlo y cambiar de auto. Es lo mínimo.
- ¿Y el celular de Elías?
- Tenía algunos mensajes
interesantes, pero nada que indique
dónde tenía la evidencia si es que él la tuvo en cualquier momento.
Regreso
a casa, siete horas más tarde. Estoy reventado y me quedo dormido después de
bañarme. Son unas pocas horas, pero mis músculos duelen un poco menos. Quizás
si fuera al gimnasio regularmente eso no pasaría, aunque eso no ayudó a Elías
tampoco. Dejo el dinero en un buen lugar, y después de comer algo rápido decido
visitar a Areli Villanueva otra vez. Ésta vez quiero hablar con la ex-amante de
Félix, quiero saber más sobre su relación con Angélica Quintana. Primer strike,
no está en casa. Segundo strike, no está en el taller. Una vecina chismosa me
salva. Toma el fresco en una silla de jardín frente a la entrada de su vieja
casa. Se abanica con una revista de ofertas y se hace a la que no está
interesada.
- Una clienta vino en la mañana,
problemas con su camioneta según pude escuchar. Le haré saber, jovencito, que
algo sé de mecánica.
- Gracias por lo de jovencito.-
Me enciendo un cigarro, me apoyo contra el umbral de su puerta. Su mascota, una
rata con collar de perro decide que es buena idea mordisquear los pantalones de
mi traje. La tela vale más que su vida, pero tengo que aguantarme.
- En fin, se fue poco después
porque su hermano está muy grave. Está en el O’horan. Su hermano Francisco
tiene algo, no sé qué pero muy grave.
- Gracias preciosa, te debo una.
El
calor es sofocante y el auto que el ratón me prestó tiene un aire acondicionado
poseído por el diablo, funciona cuando quiere, y cuando no lanza extraños
ruidos. Estoy casi seguro que quiere comunicarse conmigo. Me alegro cuando
llego al hospital, no quiero imaginar lo que ese aire trata de comunicarme. No
tardo mucho buscándoles. Lauro y Areli salen de la habitación, dejan al enfermo
a los cuidados de un doctor que no tiene ni la paciencia, ni las ganas, de
hacer bien su trabajo. Lauro se ve afectado, así que la juego frontal. Me
planto entre ellos y sonrió como si me importara un rábano, la clase de sonrisa
que le deja saber al enfermo que uno espera lo peor.
- ¿Qué dicen los doctores?
- Francisco sigue sufriendo su
diabetes,- Contesta Lauro, distraídamente.- pero los doctores están optimistas.
Se despierta de a ratos.
- Hicimos guardias desde anoche.-
Añade Areli.- Pero Lauro no podía trabajar sabiendo que su hermano está en esas
condiciones.
- Es comprensible.- Palmada en la
espalda y todo. Lauro murmura algo y se va con la cabeza en otra parte. Areli
me mira durante nuestro silencio incómodo, sin encontrar palabras.
- Disculpe, ¿lo conozco?- Dice
finalmente.
- Momo, soy amigo de Félix. Elías
me dijo que estaban aquí, ¿le conoce?- No mueve ni un músculo y finalmente
niega con la cabeza.- ¿Conoce a una Angélica Quintana?
- ¿Momo? No lo conozco, y no creo
que sea amigo de Félix, se ve demasiado decente para serlo.
- Soy detective privado.- Le
muestro la identificación y la mira con cuidado. No sabe si es real o si es
falsa y no le doy tiempo de dudarlo.- ¿Segura que no la conoce? Estudiaron
juntos.
- Si Angélica cree que estoy
teniendo un amorío con el patán de su marido, está muy equivocada. Ande, dígale
eso y déjeme en paz.
- Si usted insiste...- Se va
ofendida a hacerle compañía a su marido y yo salgo sin saber qué logré. Reviso
el celular de Elías, ahora me intrigan esos mensajes vulgares. Marco y me
contesta a la primera. No me desilusiona que sea mujer, no podía esperar menos
de alguien como Elías, desesperado por probarse como macho.
- ¿Elías?- Reconozco la voz, pero
no consigo ubicarla.
- No, un amigo. Me prestó su
celular. Él se está bañando, pero está pensando en una fiesta.
- ¿Y Elías no puede ayudarte en
eso?
- No, se le acabaron las
pastillas.- Es un tiro en la oscuridad, Camilo lo había mencionado. Funciona a
la perfección, la mujer se lo cree todo.- ¿Dónde puedo pasar por más?
- Estaré en el estacionamiento de
Wal-Mart en Brisas. Y dile a Elías que venga también, que no sea flojo y se
ponga a trabajar.
Este
caso me ha traído de un lado para el otro. El asunto entero apesta hasta el
cielo y creo que hay trampas por todas partes. Nada como la falta de sueño para
hacerte paranoico. Manejo hasta el estacionamiento y la reconozco a la primera.
Es Rosalia, la mujer del éxtasis que trabaja para Camilo Patrón, y me espera
entre dos enormes camionetas, en el rincón más alejado. Salgo del auto,
trotando y haciéndole señas a un Elías imaginario. Ella estira el cuello, no
quiere perder esa posición. Tiene un traje de ejecutiva, aunque verde limón, y
puedo adivinar el brillo de una escuadra sobre la llanta de una de las dos
camionetas. Me acerco, jovial y todo risas, hago una broma sobre ir a Walmart
para comprar algo. En cuanto la tengo cerca la empujo, recupero su arma, la
tiro debajo de un coche y la zarandeo de los brazos.
- ¿Dónde está Elías?
- Está indispuesto. No soy
policía, pero no necesito serlo para saber que nuestra amistad mutua está
metida en el narcotráfico.
- No seas idiota, no es nada
así.- Le busco los bolsillos hasta dar con una bolsa de plástico con docenas de
pastillas.- Está bien, sí. Él mueve mis pastillas en gimnasios y discotecas.
¿Qué quieres de él y quién eres?
- Momo, detective privado.
- ¿Me puedes soltar?
- No. ¿Alguna otra pregunta?
- No te hagas al listo.- La
suelto y le devuelvo sus pastillas.
- ¿De qué vive Elías?- Puedo
verlo en sus ojos, cruza una mentira. Le doy una bofetada que le dobla la
cara.- Ni se te ocurra Rosalia. Elías está en problemas, y muchos, pero no por
mí. A estas alturas soy su único amigo, bueno, además de ti.
- ¿Qué le pasó?
- Cometió una estupidez, alguien
lo grabó. Ahora está desaparecido, hizo como el humo y adiós. Si te contacta,
dile que se largue de Mérida, que se largue de Yucatán. Ahora contesta mi
pregunta y no me mientas, porque a mí no me enseñaron que golpear mujeres está
mal.
- Elías hacía de todo, no podía
conseguir un trabajo estable. Estuvo en un Burger King trapeando el suelo,
hacía de DJ, pintor, albañil hasta ayudante de pinche de cocina si es que tal
cosa es posible.
- ¿Qué hay entre Camilo y Elías,
se conocen?
- Sí, el dinero va hacia él y
Elías nunca ha robado ni un centavo.- Se calma un poco y yo también. Se
enciende un cigarro y respira nerviosa.- Lo estoy dejando.
- Como Elías.
- ¿Cómo sabes eso?
- El mundo es un pañuelo.
- Es imposible dejarlo.
- Eso pensaba mi tío Ramiro,
hasta que lo atropelló un camión que cargaba cajas de Nicorete, la goma de
mascar para dejar de fumar. Fue su culpa, encendió su cigarro a la mitad de la
calle.
- ¿Y lo dejó?
- No tuvo opción, quedó en coma
un año, luego de eso estaba harto del cigarro.
- Yo sigo esperando ese camión.
- En cierto modo, todos lo
hacemos.
- ¿Tú eres el que le dijo a
Camilo que arruinarías el restaurante de Quintana?
- Sí.
- ¿Y qué esperas? Abre hoy mismo,
no sé a qué hora.
Sigo
su consejo porque hay algo, en lo más recóndito de mi cerebro, que está
lanzando alarmas. Algo que se une como pieza de rompecabezas. Los empleos de
Elías, algo me dice que ha estado en el Quintana. El edificio está listo,
aunque hay un caos de meseros trayendo y llevando cosas. Algunos reporteros
fuman aburridamente, mientras que Angélica trata de mantenerlos ocupados. Nada
de Félix, ese Quintana no mentía, no le quiere ni en pintura. Muestro la IFE de
Elías Marrufo a los meseros y uno de ellos lo reconoce, fue pinche de cocina.
Las alarmas suenan aún más fuerte. Rodrigo me reconoce de lejos, sale de la
cocina para echarme. Alzo la identificación mientras me empuja, porque Demetrio
se estira para verla. Él jugaba al chef, Elías al pinche, y lo demás se escribe
solo, hasta la parte que Elías cae muerto en un baldío en el centro. Salgo por
las buenas, pero camino despacio hacia el estacionamiento para Demetrio me
encuentre allí. Sale de un acceso lateral y se acerca corriendo. Todo ese aire
de desgane se ha ido.
- ¿Algo le pasó a Elías?
- Quizás, ¿cómo lo conoces?-
Demetrio me mira con el rostro rojo y se suelta a llorar. No son un par de
lágrimas, como en el funeral de algún tío a quien casi ni conociste, no, éstas
son lágrimas que salen en cascada. La clase de llanto que sólo el amor puede
provocar. Lo dicen todo sin tener que decir algo.- Escucha bien chico, será
mejor que sueltes la sopa ahora. Puedo ayudarte, como quiero ayudar a Elías.
- Me están chantajeando señor
Momo.- Mete la mano a un bolsillo, saca una hoja de papel. Es una foto del
mismo video que el de Elías. Los dos juntos y divirtiéndose en maneras que
nadie querría verles.- No puedo decirlo, ¿me entiende? Rodrigo es como mi papá,
él nunca...
- Nunca te aceptaría homosexual,
¿así es?
- Sí, así es. Elías vive el mismo
infierno que yo, y en su caso es peor. Quiere ser campeón de fisicoculturismo,
pero si la gente supiera que es... ya sabe, no ganaría. ¿Qué está pasando,
dónde está Elías?
- ¿No te dijo?
- ¿Decirme qué?
- No eres al único a quien chantajean.
Elías estaba en la misma presión. Tiene sentido que no te lo dijera, no querría
que pasaras por un infierno. Pero aquí está lo que me preocupa, a Elías lo
obligaron a hacer algo muy malo. No te diré qué, pero es malo. ¿Qué te están
obligando a hacer a ti?- Demetrio se suelta a llorar. Cae hincado, gritando de
dolor. Se lo huele, se imagina lo peor. No le di oportunidad de creer algo
mejor y de algún modo se imagina que Elías está muerto, o que hizo algo como
matar a una persona e irá a prisión. Adiós amor de verano. Su madre llega
corriendo. Me empuja como una tigresa protegiendo a sus cachorros y se lo lleva,
prácticamente cargándolo.- Tendrás que decírmelo Demetrio, antes que sea
demasiado tarde.
- No puedo, Dios mío no puedo...-
Eso fue lo único que le saqué.
Es
un trago amargo. Otro ángulo para tener en cuenta. Ya se empiezan a apilar.
Elías Marrufo estaba en contacto con Quintana y con Patrón. Eso no me gusta
nada. El asunto ha ido creciendo, ahora parece haber una maquinara bien
aceitada. Es una maquinaria de guerra, no hay duda, se extiende de un lado a
otro del tablero. ¿Quién jala los hilos y qué es lo que quiere? Manejo hacia el gimnasio, hasta que la
llamada de Félix me arruina el cigarro. Un nuevo mensaje de texto del
chantajista, quiere cien mil. Félix no tiene esa clase de dinero, no a la mano.
El titiritero subió el video a Youtube, lo dejó una hora y lo eliminó, pero
promete con dejarlo indefinidamente. Quiere incluir a Areli, necesitará de su
dinero. Me pregunta qué es lo correcto y me quedo mudo. No hay nada correcto en
todo el asunto. Aún así, él ya está decidido. Llego a su local de agencia de
viajes al mismo tiempo que ella. Entramos juntos y la incomodidad podría
cortarse con un cuchillo.
- Le di el día a la secretaria.-
Es el saludo de Félix, y fue lo mejor que pudo.
- Así que sí trabajas para Félix,
pensé que Angélica te había enviado.- La ponemos al corriente, la idea del
chantaje la petrifica de miedo. No hay tiempo para parálisis y la discusión
pronto va virando hacia el asunto del dinero.
- Mira, tomé foto de la página
con el video.- La imagen es lo suficientemente nítida para ponerlos a los dos
pálidos y luego verdes.- No puedo sacar tanto dinero sin alertar a mi mujer.
- No me mires así, tú sabes que
Lauro tiene todo el dinero. ¿Y si robamos tu auto y reclamamos el dinero?
- No funcionaría.- Digo yo.- ¿Lo
quiere al anochecer?
- Eso escribió, pero me da miedo
que sea antes. ¿Y si fingimos el secuestro de Areli?
- Esa es pésima idea.- Le regaña
Areli. Ya suenan como matrimonio amargado. Pasaron por todas las etapas en
tiempo récord.- Además, sería demasiado tardado y no quiero torturar a Lauro de
esa manera, ya suficiente tiene con su hermano enfermo. Ni modo Félix, sé
hombrecito y saca de tu cuenta conjunta. Dile a Angélica lo que sea, que tu
secretaria se rompió la pierna y demandó, o que te secuestraron o lo que sea.
- Está bien, está bien, pero
tienes que ayudarme con al menos una parte, ya se me fueron 40 mil, o al menos
25.
- Llamaré a Lauro, le diré que...
Momo, ayúdame con esto.
- Dile que necesitas sacar dinero
rápido, que atropellaste a alguien y quieres callarlo. Fingiré que estoy
cojeando.
Areli
usa el teléfono de la oficina. Trata varias veces y en cada ocasión mira al
teléfono con total extrañeza. Me estiro para oír, el número está desconectado.
Jura que se paga siempre a tiempo y el asunto la pone aún más nerviosa.
Decidimos ir los tres al taller de Lauro en caravana de tres autos. El viaje es
tenso, pero el desenlace es peor. La calle está cerrada, repleta de bomberos,
policías, periodistas y curiosos. Estaciono donde puedo y me acerco hasta el
listón protegido por policías. Una inmensa explosión sacudió a la cuadra
entera, consumió el taller mecánico en una gigantesca bola de fuego. El lugar
era como una caverna, eso no ayudó. El estallido cimbró el suelo, dañando a
todas las casas alrededor, reventando cristales y accionando todas las alarmas
de autos alrededor. Cinco señoras fueron gravemente heridas, entre ellas la
mujer que me ayudó en la mañana. Un pedazo de auto, un fierro grande y al rojo
vivo, casi le cercena la pierna y golpeó de cara a otra señora. Nos hacemos
pasar, buscando a Areli. La policía la consuela mientras llora frente a las
ruinas. Un uniformado explica, en un español prehistórico, que saben que Lauro
Chable estaba en el sitio, por testimonio de testigos, había cerrado el lugar
aunque parecía seguir trabajando, y tendrías que recoger los pedazos para estar
seguros de lo que pasó. Areli está en shock, ayudo a un patrullero para
levantarla del suelo y sentarla en una patrulla. Aprovecho la conmoción para
preguntarle si tiene un abogado, me da el nombre de su notario. La policía
querrá hacerle algunas preguntas, pero yo quiero respuestas.
Félix
me acompaña al notario, a pocas cuadras de allí. Dicen que es de mala educación
sospechar tan fácilmente, pero está en mi naturaleza. Lauro la engañaba después
de todo y un corazón adolorido es capaz de todo. Arregla sus asuntos, se
despide de Félix y del mal sabor de boca de estar traicionando a Angélica cada
que la invita a tomar un café. Hace todo eso para descubrir que Diana Balam se
acuesta con su marido. Aún así, nada en este caso parece tan sencillo. ¿Cómo
saber que Angélica Quintana no sabe del amorío de su esposo? Una madre
conservadora torturaría al amante gay de su hijo, es esa clase de vileza que
las familias honestas y católicas yucatecas son capaces de hacer. Todo es
posible, y lo que el notario puede hacer es eliminar posibilidades. Homicidio
por rencor es bueno, por dinero es mejor. Dejo a Félix en el lobby y entro
mostrando mi licencia de detective privado. No la necesitaba, es el licenciado
Cauich, salvé a su hijo de una larga sentencia en prisión, en el proceso hice
más de cien mil pesos y un par de enemigos. Sonríe al verme y está dispuesto a
abrir cualquier expediente para mí. Le explico lo que pasa y sonríe
maliciosamente, se figura lo mismo que yo. Revisa sus archivos y se decepciona.
- Lo siento Momo, pero esta vez
tu olfato detectivesco te deja mal.
- Vamos, debe haber algo.
- Me encantaría, sería perfecto
para una novela, pero no. La herencia de Lauro deja todo, absolutamente todo, a
su hermano Francisco y a su familia. Enfermó de diabetes hace poco, tuvo una
recaída fea hace una semana según me dijo don Lauro.
- ¿Y si él se muere?
- Se lo queda su familia, todos
sus siete hijos. Trata de dividir eso entre siete, créeme que no es mucho.
Claro, podría disputar, si tiene cientos de miles de pesos y varios años de
paciencia.
- ¿Tienes algo sobre el taller?
- A nombre de su hermano Francisco,
el mismo nombre que figura en la póliza de seguros. Areli se queda únicamente
con lo que está a su nombre, que creo que es su casa y la cuenta de cheques
compartida. No sé si sea mucho.
- Gracias lic.- Salgo del
despacho, Félix me espera como si hubiera ido a un chequeo médico.
- ¿Qué averiguaste?
- Nada útil.- Adiós motivo. Otro
castillo de arena que se deshace entre mis manos.- Tu esposa conoce a Areli,
eso me vuelve loco.
- Angélica no sabe del amorío,
estoy seguro.
- Tiene que haber algo.
- Hay algo, no sé si importe.
Areli fue novia de Rodrigo Quintana antes de casarse con Lauro, yo la conocí de
ese entonces.- Levanto la mano, pero me contengo. Quisiera partirlo en dos,
pero una parte de mi cerebro grita que es un cliente y la otra parte grita que
hay testigos.
- ¿Sabes una cosa, Félix?
Empiezas a caerme mal.
- ¿Qué dije?
- Es más como lo que no dijiste.-
Me interrumpe mientras salimos, suena su celular. Un par de palabras y se pone
nervioso. Más sorpresas.
- Era Angélica, emergencia en el
Quintana.
Sigo
el auto de Félix. Mi mente da vueltas alrededor de la dinamita. Angélica podría
conseguirla, podría saber dónde Rodrigo la esconde. Es una telaraña y todos
están conectados. Quienes no tenían motivo, tenían oportunidad y viceversa.
Llegamos al restaurante, espero ver una explosión y en cierto modo lo hago. Hay
ambulancias y patrullas. Clientes salen corriendo, vomitando contra el suelo,
muchos de ellos en camillas. Nos hacemos pasar hasta el interior del
restaurante, donde Rodrigo Quintana observa como su sueño se hace pedazos.
Hubiera sido la mejor manera de lavar su dinero sucio, de no ser que ahora es
el hazmerreír de la ciudad y nadie nunca entraría a su elegante restaurante.
- Por una justa cantidad podría
buscarte el culpable.
- Ahórratelo Momo, no tengo
paciencia. Ya sé quién me hizo esto.- Se desaparece, tras darme contra su
hombro. Angélica, lágrimas en los ojos, escucha a los policías sin entender una
palabra.
- Tiene a varios en situación
crítica.- Explica un policía con bata de científico. Me acerco para escuchar y
me prefiere, al ver que Angélica está en shock.- Humberto Flores, René Parra y
Ana Luisa Valle, tendrán que hablar con sus aseguradoras.
- ¿René Parra?- Recuerdo bien el
nombre, el tercer compadre de Rodrigo Quintana. La rana René, su suministrador
de marihuana. Camilo debe estar muy feliz ahora mismo.- ¿Alguna idea de lo que
causó el desastre?
- Algo estaba terriblemente
envenenado. Todo será llevado al laboratorio.- Sigo a Demetrio hacia la cocina
y el especialista me sigue, diciendo algo que no puedo escuchar.
- Demetrio, ¿qué te obligaron a
hacer?- Me mira y sale corriendo, pálido como una hoja y tenso como un resorte
de reloj. Trato de no estorbar a los que se llevan las cacerolas y la comida.-
¿Por qué huele a cigarro? Y muy fuerte.
- No es cigarro.- Explica un
técnico.- Es probablemente el veneno, aunque no sabemos dónde fue vertido. Es
nicotina, el veneno más efectivo de todos. Gracias a Dios que nadie murió, esto
pudo ser una masacre.
- ¿Y dónde consigues nicotina de
ese modo?
- No puedo decirle eso a un
civil.
- Bájale, señor C.S.I.- Le suelto
uno de 500 en el bolsillo de plumas de su bata.
- No es difícil. Muchos cigarros,
un filtro de café, algo de agua y paciencia. Se filtra el líquido que sale del
filtro sin papel, y el resultado marrón es nicotina. Una gota te da náuseas, un
caballito te mata, inyectado es mucho peor. Piensa en eso la próxima vez que
fumes un cigarro.
- Lo tendré en cuenta cuando
decida inyectármelos.
Acompaño
a la policía en cada etapa del proceso. Todos son entrevistados minuciosamente,
desde Quintana hasta los clientes y al último mesero. En todo el día nadie
metió nada raro a la cocina, los chefs son todos reconocidos y venían de
hoteles lujosos. Cocinaron todo de la manera más eficiente y profesional. No
podía estar en alguna especia, se habrían dado cuenta por el olor. Nadie
llevaba tanto dinero que pareciera un soborno y de hecho todos comieron lo
mismo. Uno de los cocineros y dos de los meseros cayeron enfermos. Nadie le
pregunta a Demetrio, pero nadie lo menciona como estando en la cocina desde la
madrugada, hora en que empezaron a trabajar. La imagen es clara, al menos para
la policía, nadie vertió nicotina pura sobre los platillos, ni sobre las carnes
que estaban siendo asadas. Al final, quedan preguntas y nada más.
- Me culpará de esto.- Concluyó
Félix, mientras abrazaba a su esposa.- Puedo verlo venir.
- No lo hará.- Dice ella.
- Sí lo hará.- Digo yo.- Me
recuerda a un tío que tuve de muy niño, vendía bolis de coco en Progreso, la
mitad estaban echados a perder. Culpó al restaurantero que vendía lo mismo. La
policía lo creyó porque el sujeto era un maldito. Eventualmente el
restaurantero le rompió una pierna cuando lo atropelló. Aún así, nunca se
sacudió el estigma.
- Dios mío Momo, ¿cuántos tíos
tienes?
- Vengo de una familia numerosa,
dejémoslo en eso. Tengo que irme, estaremos en contacto.
Le
llamo a Rosalia, con la esperanza que esté en el gimnasio, y tengo suerte. Le
prometo que encontraré a Elías, ella acepta pasarme con Camilo Patrón. Le doy
las buenas noticias, su amigo René Parra está en el umbral de la muerte y eso
ya lo sabe. Me invita una cerveza, pero no me animo. Hay demasiada dinamita
dando de vueltas en estos días. Prefiero las ruinas del taller de Lauro Chable.
Han pasado varias horas y cuento con que tengan algunas respuestas. Lo único
que yo tengo son sospechas, que van hacia todas partes. Los compadres, antes
amigos inseparables y ahora enemigos a rabiar. Areli fue novia de uno de ellos,
mucho antes de ser el amante del esposo de la hermana de uno de ellos. Chantaje
por chantaje, fichas que son obligadas a hacer algo que no quieren. Drenarán a
Félix de todo lo que tiene, hasta que su esposa se dé cuenta que falta mucho
dinero en la cuenta. La amenaza de subirlo a internet se me hace real, y eso me
pone a toda marcha. No hay tiempo que perder. Me hago pasar en la calle
cerrada, pues corro con suerte. José Tun, agente del ministerio público, me
debe varios favores y está en la escena. Me ayuda a pasar hasta el taller. Todo
está de color negro, y casi todo se ha derretido. El calor debió ser increíble,
las llantas de los autos estacionados ahora están pegados al suelo.
- Ahí lo tienes.- Son dos
montañas de cenizas.- Eran dos cuerpos acostados sobre una alfombra, pero en
cuanto tocaron las estatuas ellas quedaron así. Es común en incendios de este
tipo. Encontraron rastros de jeans a unos metros, estaban desnudos.
- ¿Qué lo causó?
- Aún no estamos seguros.- Me
muestra los tanques a metros de ahí. Los cilindros están abiertos como flores.-
Podría ser gas, por el modo en que quedaron estos cilindros de gas.
- Tendría que ser mucho gas.
- Sí Momo, gracias por tu
brillante deducción.
- El lugar es una cueva, o lo era
antes que el techo de láminas saliera volando hasta dos cuadras para todas
direcciones. ¿No crees que dos amantes en el suelo olerían el gas? No es fácil
de esconder.
- Sí, ése un buen punto, pero
como dije, no sabemos todavía, bien pudo ser una bomba entre esos cilindros,
algo de dinamita los haría estallar.- El lugar apesta, es una mezcla de carne
quemada y plástico derretido.- La placa de una camioneta salió volando hasta la
casa de enfrente, corresponde a una Diana Balam. ¿Conoces el nombre?
- No, ni idea.- Sabe que miento,
pero no empuja.
- Un testigo vio que la camioneta
que corresponde a esas placas llegó en la mañana, un chismoso local ayudó a
empujarla los últimos metros. El lugar cerró por varias horas, se cree que la
mujer, esta Diana Balam, se fue antes que Lauro Chable. Eventualmente Lauro
regresó, y poco después regresó también Diana Balam. La explosión ocurrió menos
de una hora después. Creíamos que el gas había sido abierto, que los cilindros
habían sido manipulados durante la ausencia, pero nadie vio nada de ese tipo.-
No le digo, pero mi principal sospecha no pudo haberlo hecho, no sólo no ganaba
nada, sino que estaba conmigo en el tiempo en que habría podido sabotear los cilindros
de gas o instalado una bomba.
- La fuga de gas tendría que
haber llevado mucho tiempo, lentamente llenándose hasta el techo. Los vecinos
lo habrían olido, ellos lo habrían olido. Y si fue una bomba, sería por
temporizador y un gran golpe de suerte para atinarle a que estuvieran estos
dos.
- ¿Te refieres a la esposa, Areli
Villanueva?
- Todo es posible.
- Quizás tenía un dispositivo
remoto, habría pasado por aquí, les mira y enciende la bomba.
- No, ella no estaba por aquí.-
No le doy más detalles, no necesita saberlos.- ¿Qué harán con ella?
- Nada, hasta ahora es
accidental. No hemos encontrado restos de dinamita. Tenemos evidencia del
amorío de su esposo, pero no del sabotaje a los tubos de gas.
- No ganaba nada Lic Tun, pero
podría ser otro jugador interesado. Convertir todo esto en una bola de fuego
para matar dos personas es algo radical, pero podría pasar.
- ¿Y me dirás de qué va todo
esto?
- No, pero gracias por
interesarte.
No
puedo pensar con el estómago vacío. Trato de pensar, mientras como en un
restaurante cercano. ¿Qué tan inocente es Angélica?, ¿Areli dejó a Félix por
amor a su marido tramposo o por otro hombre?, ¿Elías sólo tenía a Rosalia de
amante o hubo otras?, ¿Qué tuvo que hacer Demetrio para acallar a los
chantajistas?, ¿cómo se envenenó la comida en Quintana?, ¿por qué nadie olió el
gas llenando lentamente el taller mecánico?, ¿qué planea hacer Rodrigo con esa
dinamita que ha estado guardando? Un bistec, una copa de vino tinto y algo de
soledad. El silencio del restaurante vacío es el contraste de mi vida en los
últimos dos días. Nada en este caso ha sido simple, nada ha sido inocente.
Ordeno un café y pido la cuenta. La primer comida decente que he tenido en dos
días. Le marco a Félix, porque por dentro soy masoquista y quiero arruinar la
sobremesa conmigo mismo.
- Ya está anocheciendo Momo, ¿qué
vamos a hacer?
- ¿Qué ha pasado en el
restaurante?
- Rodrigo sigue con la policía,
yo estoy en casa con Angélica y Demetrio.- Le escucho encender la llave del
agua, para fingir ante su familia que está en el baño.- Areli me llamó, está
histérica. Ya no le importa guardar el secreto, ¿entiendes eso Momo? No pondrá
dinero, ya no le importa porque su marido está muerto. Dice que merezco que
Angélica se entere.
- Todos merecemos cosas que no
queremos.- Me reclino en la silla. Espacio vacío. Silencio largo. Me quito
pedazos de carne de entre los dientes con la lengua, tratando de pensar.
Termino la copa de vino y se me ocurre una idea.
- ¿Sigues ahí Momo?
- Aquí estoy. Consigue el dinero
como puedas, todo lo que puedas.
- No sería todo.
- No importa. Te sacaré del
embrollo, pero para hacerlo necesito sacarlo a él de la oscuridad, para eso
necesito dinero. Ya sé quién es. Descuida, hacemos esto bien y Angélica nunca se
enterará.
- Dime lo que tengo que hacer,
además del dinero.
- Tengo que mover a Elías Marrufo
de lugar, lo enterré anoche y creo que lo encontrarán. Puedo usarlo a nuestro
favor. Necesito que lo desentierres. Está en la 49, cerca de la Plancha es un
baldío rodeado de muro, tiene una pequeña entrada. Difícil de perder, está
entre dos casas abandonadas, en una esquina. Ve para allá, yo tengo que afinar
unos detalles por mi lado.
Me
agradece de todas las formas que conoce y cuelga. Yo tengo otras llamadas que
hacer. El juego se calienta. Tendré una única oportunidad para hacerlo bien, y
mi vida depende de ello. Hablo desde el auto. Rosalia me contesta a la primera.
Quiere saber lo que tengo que decir. Su amorío con Elías debía ser fogoso, ella
no tiene ni idea que su semental bateaba para ambos lados. Mi siguiente llamada
es para Rodrigo. Está ocupado con los del Ministerio Público, ese pobre diablo
estará llenando papeles de aquí a la eternidad, pero le digo un par de cosas
que lo asustan. El miedo, combinado con el odio, hace que la gente sea
predecible. Tan predecible como letal, y lo que planeo es brutalmente violento.
La última pieza es el chantajista. El secuestro es fácil, Rosalia le saca de su
agujero y yo aprovecho su miedo. Cachazo contra la cabeza, lo cargo hasta el
maletero y me largo de ahí antes que lleguen las pistolas y el lugar se haga
una carnicería. Demasiada mala sangre, demasiadas mentiras, la casa de cartas
se viene abajo. Manejo nervioso, oídos alerta por si el bulto en la cajuela despierta
y quiere escapar. Llego hasta el baldío cerca de la Plancha, entro en reversa.
El lugar solía ser una casa, hasta que el tiempo y los obreros la convirtieron
en una ruina. Sólo queda una pared y un par de columnas. Mucho en este caso ha
sido en baldíos, tiene sentido que terminara así. Es lo único que tiene sentido
en este caso. Félix se alegra de verme, pala en mano. No estaba seguro de dónde
empezar a cavar, así que ha hecho varios agujeros en donde la tierra no está
cubierta de vegetación.
- No me dijiste donde.
- ¿Conseguiste el dinero?
- Solamente 25 mil.- Señala una
mochila entre la hierba y la reviso. Linda colección de billetes de 500. Pesa
una tonelada, pero es la clase de peso del que uno no se queja.- ¿Servirá de
algo?
- Debería. Tengo al chantajista
en el maletero.- Me mira sorprendido y sonríe como si una tonelada de peso se
fuera de sus hombros.
- Eres un genio Momo.
- No tanto. Discúlpame por
haberme puesto violento contigo. En la madrugada, tras la muerte de Elías,
pensé que realmente habías sido tú. No debí tratarte así.- Me enciendo un
cigarro y respiro el aire fresco del monte.- Ahora sé que no fuiste tú, ahora
sé que tenías las manos embarradas de grasa y aceite por hacer de mecánico.
- Ese Buick vivirá de nuevo, de
mi cuenta corre.
- Sí, pero no fue con ese coche.
Fue el de Diana Balam. Areli tenía tanto que perder como tú, ella mató a Elías,
le dijiste donde estaría.
- Aleja las manos de esa
pistola.- La chica sale de atrás del muro a medio destruir. Carga una pala y
una pistola. Es más un cañón que una pistola, Elías lo sabe bien.
- Matar a Elías no era parte del
plan, el cual apenas empezaba. Félix saboteó el auto de Diana, para asegurarse
que estaría en el taller mecánico.
- No seamos irreales Momo.
- Por Dios Félix, ya cállate. Te
descubrió.
- En plural muñeca, los descubrí.
Esa explosión no fue dinamita, pero tampoco fue gas. ¿Qué otro gas puede llenar
ese taller sin ser detectado? Algo que no tiene olor y es flamable. Ah, claro,
como los tubos de oxígeno que Diana vendía en su tienda de artículos médicos.
Te seguí hasta allá, no deberías haberlo buscado por internet, eso deja un
rastro. Te quedaste un buen rato después que ella se fuera, me imagino que
planeabas una manera para entrar. No necesitaban colocarse el mero día, podía ser
un día antes, se confundirían con los otros tanques.
- Nada que puedas demostrar
Momo.- Areli es una tigresa. Le vuelve loca lo que tengo que decir, y le
enfurece que siga fumando mi cigarro como si nada pasara.- Te podríamos
enterrar aquí mismo, junto con Elías a quien sea que tengas en el maletero.
- ¿Y la evidencia del chantaje?
Vamos nena, no pensarás que la traje conmigo.
- ¿Qué es lo que quieres?-
Pregunta Félix.
- Voy a adivinar, pero diría que
Areli envenenó la comida del Quintana. No quedaban muchas opciones, no pudo ser
Camilo Patrón porque él me pagó para hacerlo y no lo habría hecho de tener algo
como eso planeado. Tú Félix, estabas ocupado en otra cosa. Es muy romántico,
hacer las cosas en pareja. Tú la libras de su problema, ella del tuyo. Hasta
que mata a Elías, claro está, y todo se vuelve confuso.
- ¿Y cómo lo hice si el día que cocinaron
todo estábamos los tres juntos?
- Sí, los tres en una muy bonita
coartada. Las salsas, Rodrigo dijo que se hacían días antes. Suficiente olor
para enmascarar el de la nicotina. ¿Qué importa si al día siguiente el
restaurante era una fortaleza? La nicotina ya estaba en algo que se sirve en
muchos de los platos. Todo en pareja, todo muy visceral. Todos tienen lo que
quieren. Félix se venga de Rodrigo, y merecido se lo tiene por tantos insultos
y humillaciones. Tú matas a tu marido que te pone el cuerno, te quedas con su
dinero y huyen juntos. Ése es otro detalle que no salió bien. No sabías que
Lauro había cambiado el testamento, ocurrió la semana pasada por lo que me dijo
el notario, cuando Francisco tuvo una recaída casi mortal. Era una buena idea,
hasta que los grabaron. No importaba el sexo, era lo que se decían tras el sexo
lo que importaba. El video del chantaje no estaba mudo, de eso estoy seguro,
pero Félix no me lo podía mostrar con sonido. Tenía al menos el doble homicidio
de Lauro y Diana. Al demonio con el divorcio, no quieren ir a prisión. ¿Qué
esperabas Félix, que encontrara al chantajista a tiempo para que cometieran
múltiple homicidio?
- Algo así.- Admite, apoyado
contra la pala, nerviosamente mirando a Areli quien aún me apunta con ese
revólver para cazar elefantes.- Eres un mercenario Momo, tú sigues el dinero,
síguelo ahora. El chantajista sólo grabó el plan para matar a Lauro y a Diana,
pero me habrían conectado con el Qintana si el video se hacía público. Aún hay
dinero dando de vueltas Momo, incluso sin la herencia de Lauro. Podemos
dividirlo todo entre tres, nosotros dos estaremos tomando margaritas en algún
país lejano. Sólo falta desaparecer al chantajista, podríamos sacarle la
información a golpes, que nos diga dónde están los archivos. A esta hora mañana
estaríamos lejos de aquí.
- Me gusta la idea, pero dile a
tu novia que baje el arma. Los revólveres me ponen nervioso.- Félix la convence
con un gesto.- Elías Marrufo estaba siendo chantajeado, y te gustará esto
Félix, lo grabaron teniendo sexo gay con Demetrio, tu hijastro.
- Eso vale oro.- Félix se echa a
reír, nada como la venganza poética para aligerar el ambiente.
- El chantajista obligó a Elías a
chantajearles. Le habría ayudado, de no ser por Areli que decidió que era más
fácil matar a mi única pista sólida. En fin, Elías era un cerdo, no quería que
sus mujeres se enteraran de su homosexualidad. Demetrio no es así, pero está en
la misma hoja de la navaja. Rodrigo se entera y adiós sobrino favorito. Adiós
los juguetes, adiós con los mimos. Los dos estaban en la cocina del Quintana,
ahí se conocieron. No jugaron al chef, jugaron al doctor. Debí imaginarlo por
la pomada para quemaduras y la red de cabello, pero ya no importa. Demetrio me
lo confesó.- Abro la cajuela y todos se quedan mudos.- Aún así, ser víctima es
la mejor coartada. Demetrio es su chantajista. Es como ustedes, fingiendo ser
las víctimas cuando en realidad son victimarios. Su tío Rodrigo le bañaba en
celulares y computadoras, les dio un buen uso. En cuanto supo de la muerte de
Elías subió el precio y las cosas se pusieron más ríspidas.
- De haber grabado que ustedes
dos planeaban arruinar el Quintana le habría dicho todo a mi tío.- Demetrio
estalla, pero no quiere salir. Lo saco por la fuerza, jalándole del brazo.- Te
seguí una tarde a esa zorra en su hotelito de cuarta. Maldita perra mataste a
Elías.
- Acabemos con esto.- Areli se
acerca, revólver en mano. Demetrio está fuera de sí y se lanza contra ella. Yo
la tacleo antes que Demetrio tenga la oportunidad. Un buen golpe a la mandíbula
y le arranco la pistola.
- Es una precaución.- Recojo el
dinero, lo meto al auto. Nadie se da cuenta, Félix y Areli forcejean contra
Demeterio. Salgo del baldío silbando canciones de cuna. Todos eran víctimas y
todos eran victimarios. Pero el juego aún no termina. Me detengo afuera del
baldío, Rodrigo Quintana se acerca. Está armado y carga con una bolsa de
plástico rellena de dinero.- Te lo dije Rodrigo, te habrías aliado conmigo
desde el principio.
- Gracias por llamar. Aquí están
40 mil pesos. Ahora lárgate, no quieres ver qué pasa.
- Entendido y anotado.
Camilo
es mi siguiente parada. Le dije a Rosalia que encontraría al asesino de su
amante, no mentía, sólo que no le dije que se lo daría a Rodrigo Quintana
primero. Ella espera en el gimnasio, sabe que iré directo a Camilo. No está muy
feliz, pero Camilo la convence que es mejor así. El lodazal que crearon
impregnaría a cualquiera. Me paga mis 20 mil por la gran oportunidad de oro que
le estaré dando. Luego de eso es momento de ver los fuegos artificiales.
Rodrigo mató a Areli cuando ella trató de escapar. Arruinó su restaurante y de
alguna forma la culpa por la homosexualidad de su sobrino favorito. Estaba por
matar a Félix cuando llegó la policía. La llamada anónima de Camilo dio
resultado. Le atraparon infraganti y luego de eso todo el infierno estalló.
Camilo habló con el Ministerio Público, le
dije dónde había enterrado a Elías Marrufo. No es la clase de
información que le daría a mi cliente. Esos dos esperaban para matarme, palas
en mano para enterrarme. Habría funcionado, el plan no era malo. No contaban
con que lo veía venir. Nada más hermoso que dos amantes fingiendo odiarse,
tratan demasiado. La policía encontró el cuerpo de Elías en el sitio de
construcción que Rodrigo supuestamente tenía que demoler para justificar la
compra de la dinamita. Para cuando la policía termine con él tendrá al ejército
haciendo preguntas muy embarazosas. Revisaron las computadoras de Demetrio
Carballo Quintana, el video fue la evidencia. Los amantes lo discutieron a
detalle, cómo robar los tanques de oxígeno, cómo sabotear la camioneta de
Diana, cómo dejar que la fuga de oxígeno inunde todo. Los amantes se encienden
el cigarro del placer, la chispa vuela todo en pedazos.
Me
doy la vuelta por casa de Félix. Ese chalé suizo parece muy solitario ahora.
Angélica estaba ahí, golpeando el auto de colección de Félix con una enorme
llave inglesa. Perdió a su hijo, a su marido y a su hermano. Nadie nunca se
detuvo a pensar en ella, todos estaban demasiado ocupados jugando a ser
víctimas. Me detengo del otro lado de la calle, aunque no sé por qué, no puedo
bajarme y darle mi consolación. No puedo decirle que el juego es así, que el
juego del dinero puede matarte, que el juego del amor puede dejarte loco. Llego
a mi casa. Algo de blues. Algo de comida ligera. Algo de vino. Lindas torres de
billetes en mi mesa de café. 50 para empezar el caso, 5 del camello de Rodrigo
Quintana, 6 de Quintana para deshacerse de mí en el baño de su casa, otros 6 de
Camilo para arruinar el restaurante, los 15 me quedé del pago del chantaje
cuando Areli mató a Elías, los 25 que Félix logró reunir y llevó al baldío, los
40 de Quintana para dejarle matar a sus enemigos y los 20 de Camilo por
arruinar a su competidor de varios años. 167 mil pesos en total, nada mal para
dos días de trabajo. Aún así, la casa se siente sola y ni todos los muebles de
diseñador cambiarán eso. Mi tío Jorge solía decir que el dinero no trae la
felicidad, hasta que su esposa se sacó la lotería, lo dejó por un amante diez
años más joven y vivieron felices para siempre. No lo sé, las historias de amor
siempre son así, llenas de ilusiones y promesas. Félix y Areli se hicieron toda
clase de promesas. Matarían para estar juntos, para juntar dinero y desaparecer.
Matarían para tener otra vida. Matar para vivir, ellos eran los peores
mercenarios. Al final del día, cuando todo se ha dicho, documentado y firmado,
me siento a solas en mi sillón a contar mi dinero y escuchar buena música. No
lo cambiaría por nada del mundo, sobre todo en un mundo donde la víctima es
victimario y donde le victimario es inocente.
No hay comentarios :
Publicar un comentario