jueves, 23 de julio de 2015

La misión de Laptev

La misión de Laptev
Por: Juan Sebastián Ohem

            “Mi nombre es Oleg Voronin, crecí en un miserable suburbio de Moscú antes de la gran revolución. Mi infancia fue marcada por la enorme cruz de oro que proyectaba su sombra sobre nuestra diminuta choza. Aquello desarrolló en mi persona una infantil susceptibilidad por el misticismo que marcó mi juventud, cuando la gran guerra patriótica cimentó mi fe en el proletariado y mi propósito en la KGB. Mi padre solía decir que la vejez es el época en la que uno recuerda más la infancia, y aunque no soy viejo de cuerpo mi alma sí lo es, y se siente desnuda por la vulnerabilidad que solo la memoria puede traer. La guerra me mostró los horrores de los que el Hombre es capaz, pero fue en mi última misión donde conocí otra forma de terror.


            La asignación llegó a mí por sorpresa, ya estaba dispuesto a tomar el avión a la Habana cuando fui requerido. Me pusieron en un barco con apenas unas explicaciones y me desearon suerte. Nadie sabía exactamente lo que había ocurrido en el gulag de la isla siberiana Laptev. Moscú estaba preocupada, lo que significaba que yo también debía estarlo. Zarpamos Sergei y yo con el capitán Eduard Kolotov hacia los helados mares siberianos. La noche había llegado, la gran noche de semanas enteras. Lo llamaban gulag, campo de trabajos, pero no merecería ese nombre pues ¿acaso el trabajo no es la herramienta del proletario? No, nada en Siberia merece semejantes nombres que evoquen valores de una civilización sana. Nada hay en Siberia que se asemeje a la civilización, nunca lo hubo y la sangre de miles de obreros convictos no cambiará esa verdad absoluta.
           
            El capitán Kolotov había cargado con toneladas de gasolina, dos transformadores, seis camiones militares, seis jeeps, toneladas de latas de comida y casi cien soldados. Kolotov no tenía idea de nada. Sergei Cherenkov, mi asistente, le sondeó tentativamente mientras bebían el inmundo café militar y no obtuvo gran cosa. Kolotov sabía, como sabían los rumores que se esparcían de Siberia por medios misteriosos, que Laptev había sufrido un disturbio que podría haber eliminado a todos los guardias, dejando la pequeña isla de Laptev bajo el control de la peor escoria. Los marinos se confortaban unos a otros, mientras el inmenso y viejo buque navegaba por la oscuridad de la noche, débilmente iluminada por las luces del norte, diciendo que Laptev no tenía  barco alguno en su muelle, que tal cosa no estaba permitida. Los convictos no se irían a ninguna parte, pero no tenían idea de cuán difícil sería meter orden en Laptev.

            Sergei me comunicó sus conversaciones y no lograron tranquilizarme. Moscú es pragmática, como la madre patria debe serlo en este invierno perpetuo que llaman algunos Rusia. Si la situación fuera tal, un simple disturbio, no nos habrían enviado. Les habrían dejado que se murieran de congelación y hambre, para enviar una unidad de infantería a recuperar cadáveres y reconstruir el campo de trabajo. No, Moscú ya sabía algo que no se atrevía a indicar claramente en mis archivos. Temían que hubiese alguien, o algo, capaz de retar a todo el sistema y confiaban en mí para detenerlo. Maldije el largo viaje en barco, podría estar en una playa caribeña bebiendo de una piña en compañía de Natasha. En vez de eso tenía un camarote con apenas lugar para ponerme de pie y una hamaca con una colcha tan delgada que no me protegía de los helados muros de metal.

            Sergei me despertó cuidadosamente. Me vio sonriendo y supo de inmediato que soñaba con Natasha. No se equivocaba. La podía ver, tan real como los muros metálicos que me hicieron compañía por tantos días de interminable oscuridad, con su largo cabello negro bailando y dando de vueltas en el salón de baile. Su rostro sonriente causándole dolores de cabeza a su instructor de ballet, pero él no entendía que Natasha bailaba para ser feliz y no para ser una estatuilla robótica. Natasha Chislenko no necesitaba del ballet, tenía su formidable capacidad intelectual. Si la hubieran permitido en la KGB me habría quitado el trabajo, y no me hubiera quejado. Una plaza en Cuba y nos separamos con sonrisas forzadas y promesas desesperadas. Sergei me agitó el brazo otra vez, la visión de Natasha bailando al centro de esa pista con los ojos llenos de vida como dos chisporroteantes volcanes se hizo efímera. Ahora de nuevo, sólo existían las paredes de metal.
- Hemos llegado.- Anunció sin más, pasándome mi abrigo pesado.- Hace un frío del demonio.
- No hay demonios Sergei.- Regañé por instinto.
- ¿No los hay?- Sonrió Sergei.- ¿Entonces quien inventó el frío que hace afuera? Ya lo verás, ese abrigo tuyo no te servirá de mucho.
- ¿Resistencia?
- Ninguna agente.- Kolotov se asomó al camarote para asegurarse que estuviera listo y con una seña ordenó se disparara la alarma.- Estamos entrando al muelle, hasta ahora no hemos tenido problemas. Tenemos las luces del muelle en perfecto estado, más allá pude ver las luces del gulag aparentemente en buen estado. Si se han vuelto locos, no se han vuelto locos lo suficiente para destruir los transformadores y agotar la gasolina.

            Descendí del barco junto con una docena de soldados y rápidamente fuimos asegurando el puerto. Las bodegas estaban vacías, era obvio que estaban agotando sus recursos. La capitanía estaba vacía, un edificio pequeño de dos pisos y sin ventanas, con apenas un mapa de la isla y un teléfono. El teléfono comenzó a sonar y Sergei pegó un brinco. Los soldados trataron de no reírse y yo fingí que no lo había visto. Respondí el teléfono y la adrenalina inicial pasó de golpe, eran los guardias del gulag dándonos la bienvenida y solicitando nuestra ayuda. Hice descender los jeeps y seguí la carretera de congelada tierra hasta las enormes puertas del gulag. Ya  había estado en los campos de trabajo antes, construcciones cuadradas con muchos muros de alambre de púas, torres de vigilancias y algunos edificios de concreto, Laptev no se diferenciaba en nada.
- ¡Abran las puertas, déjenlos pasar!- Un guardia vestido con su ropa de honor se acercó a mi jeep. Sergei y yo éramos los únicos sin uniforme militar.- ¿KGB?
- Agente Oleg Voronin, éste es el agente Sergei Cherenkov.
- Lev Protasov, he quedado al mando desde la muerte de Demenyanenko.- Se subió a la parte trasera del jeep y me fue guiando por las pocas calles congeladas entre los edificios de administración. Miré hacia los prisioneros, más allá de un muro de podrida madera y marañas de alambres de púas. Todos nos miraban con algo que no pude describir en su momento, pero ahora sé que era gratitud. Nunca había visto gratitud en los ojos de un convicto, estaba por completo fuera de lugar de una manera vagamente amenazadora.- Ésta es la cabaña de Demenyanenko, desde aquí regía el gulag. Tengo un fuego prendido por si quieren calentarse.
- ¡Gracias al cielo!- Exclamó un grupo de cansados guardias, con los abrigos cocidos y parchados, con ojeras en los ojos y guantas gastados por completo.- Pensábamos que íbamos a morir.
- Cuidado con ese lenguaje camarada. Siberia quedará en la punta del mundo, pero usted y yo somos parte de la misma Unión soviética y no permitiré esas supersticiones infantiles.
- Eso dice usted porque no lo ha visto aún.
- Disculpe a nuestro camarada, agente Voronin. El hambre le hace decir tonterías.- Protasov abrió la cabaña y entramos al único sitio lujoso en el gulag. Tenía una chimenea y dos sillones de cuero que no tengo idea cómo logró traer hasta Laptev, pero fuera de eso tenía una mesa de trabajo sin silla y una cocineta humilde.- Todos mis hombres están al borde de la locura, el miedo, el hambre y esta maldita oscuridad invernal les ha puesto así.
- Hemos traído soldados, no los suficientes para relevar a todos y buscar a los convictos que pensamos que habían huido, pero sí para asistirles en lo básico. Hemos aprovechado el espacio en el barco para traerles repuestos y comida.- Lev me señaló el sillón para que lo aprovechara y él se sentó en el otro, masajeándose las sienes. Al verlo frente al fuego era obvio que había permanecido despierto por varios días.- ¿Me dirá que es lo que puso a Moscú de un humor tan irritable?
- Si ustedes no hubieran llegado, no habríamos sobrevivido. Mis hombres merecen una condecoración.- Lev suspiró cansado y se encendió un cigarro.- Fue un disturbio, pero no para hacerse del campo de trabajo. No, Anatoly tiene otros planes.
- ¿Este Anatoly es el líder?
- Sí, así es. Anatoly Yashin. Le buscaré su expediente en cuanto pueda. Se fue haciendo de popularidad entre los prisioneros y... me turba tener que admitirlo, entre los guardias. El motín duró poco, no querían tomar el campo, sino escapar. Huyeron todos juntos  y nos dejaron con pocos hombres y muchos prisioneros. Afortunadamente los prisioneros le temen tanto a Anatoly como nosotros, ha habido varios ataques. Guardias y prisioneros han sido víctimas. El alcaide fue su víctima más simbólica, su manera de decir que puede tocar a cualquiera.
- ¿Cómo murió?- Lev extrajo fotografías en blanco y negro de su abrigo y me las pasó. Las heridas sobre el pecho y el estómago parecían haber sido hechas por garras. Sergei comentó sobre la peculiar indentación de las heridas, no para nada disimiles a las de un león o un oso.
- La cabina estaba cerrada por fuera y por dentro, Vladimir tenía guardias en la puerta y en el techo. Los prisioneros le temían y los guardias lo amaban. Debe entender, agente Voronin, que Vladimir Demenyanenko fue un gran hombre. Si era tu cumpleaños te regalaba algo de cerverza, whiskey y revistas pornográficas que saca quién sabe de dónde. Si te enfermabas siempre conseguía excusarte, si te emborrachabas demasiado lo omitía de sus reportes. Él hacía que Laptev fuera tolerable para nosotros y fue un gran amigo personal. Yo pedí que me transfirieran aquí por él.
- Me está diciendo que nadie sabe cómo alguien produjo estas heridas en su persona, ¿es correcto?- Lev asintió sin dudarlo y no cambió su expresión por más escéptico que me mostrara.- Había oído del contrabando en Laptev, no tan descarado como en cualquier otro campo de trabajo. Aún no entiendo la línea de secuencia de eventos, ¿me la puede explicar?
- Anatoly comenzó a predicar a los prisioneros. Primero en las minas, luego lo transferimos a los campos de madera y siguió haciéndolo con muchísimo cuidado. Cierta temible reputación comenzó a seguirle. Algunos decían que le veían en sueños y sufrían algún tormento, o que Anatoly podía sobrevivir cualquier frío y cualquier castigo corporal.
- No es el primero, ni el último de los héroes del gulag Protasov.
- Sí, eso pensamos todos. Luego vinieron... No sé cómo decirlo. Se hizo más activo, más vocal, consiguió cierta libertad gracias a los guardias y nunca faltaron los prisioneros dispuestos a cederle toda su cuota de trabajo, incluso si eso significaba la muerte con tal de tenerle de su lado. Hablaba de una criatura, la señora de Carcosa, como algo que estaba por atacarnos en cualquier momento. Y bueno agente Voronin... no sé cómo decirlo, lo hizo.
- ¿Qué ha dicho?- Sergei dejó de escribir y levantó la cabeza.
- Durante la comida escuchamos un gemido sobrenatural, algo parecido a una enorme ave pero a la vez distinto, como si se atragantara con algo. Sentimos el viento cuando aleteó con fuerza. Una de las torres enfocó la luz y todos la vimos. Nunca antes había visto a un prisionero perder el apetito, pero todos lo hicieron. Algunos dicen que era un dragón verde y acuoso, otros dicen que tenía largas patas como las de una mantis. En fin, Vladimir, y luego yo, tratamos de convencer a los guardias que no vieron nada más que sus imaginaciones tribuladas. Anatoly había estado jugando con nosotros, ¿me entiende? Mentalmente.
- Ya veo. Bueno, si están escondidos en los bosques de Laptev entonces no llegarán lejos comandante. El frío se deshará de ellos. No enviaré a los pocos soldados que tengo para que ellos también mueran de frío. Si intentan otro ataque, les tendremos. Por ahora quiero saber quién mató a Vladimir Demenyanenko y cómo. ¿El alcaide nunca tomó acciones contra Anatoly Yashin?
- Estaba fascinado al principio, me parece que escuchó de él antes de ser enviado aquí a Laptev. Sostuvo algunas conversaciones con él, pero después dejó de ser tan amigable. Le enviamos al Hoyo, es una jaula de la aluminio en la nieve, demasiado pequeña para sentarse cómodamente y le dejamos cuatro días, pero salió de allí como si nada.
- Sin duda alguno de sus guardias le dio de comer. ¿Estuvo presente en sus conversaciones?
- No, nadie. Vladimir realmente confiaba en él. Aunque quizás no tanto, las grabó. No he tenido la fuerza para escucharlas, las encontré después de encontrar su cuerpo. ¿Quisiera escucharlas?
- Por favor.- El comandante Protasov subió las escaleras por la grabación y aproveché el momento para dirigirme a Sergei.- Hazte cargo de las suplencias, pero vigila de cerca a los guardias. El miedo podría hacerles vulnerables a la corrupción, aunque cómo podrían Yashin y sus hombres corromperlos a las mitad de la nada, no tengo idea.

            Lev me entregó la grabación y luego produjo una grabadora. Esperé unos momentos después que se fueran para colocar los carretes, encender la máquina y mantener el volumen al mínimo posible. La grabación era una oportunidad de oro para comprender la naturaleza de mi enemigo, uno que planeaba conquistar en la brevedad posible para poder regresar a la civilización, finalizar mis trámites en la KGB y viajar a Cuba. Demenyanenko debió esconder la grabadora y hacer que encendiera sin que Anatoly se diese cuenta, pues nunca comentaron al respecto y la cinta comienza cuando la conversación ya llevaba unas cuantas líneas genéricas. Reconocí el rechinar de las patas de los sillones mientras se acercaban al crepitante fuego, de modo que sabía también dónde había sido grabada. No logré memorizar toda la conversación, pero sí las partes que importaban.
“- Anatoly, tú no eres como la masa común de prisioneros.- La voz del alcaide era gruesa y potente y parecía cómica cuando se refería a alguien con candidez.- Eres un hombre educado, en grandes universidades según recuerdo.
- Hice varios años de teología en la Universidad de Roma.- La voz de Anatly Yashin era calmada, relajada por completo.- Realicé varios estudios, para la universidad de Moscú en el extranjero. Estudié filosofía y antropología en lugares tan dispares como Perú, Boston en Estados Unidos e incluso China.
- Cualquiera diría que has leído mucho.
- No alcaide, he leído lo suficiente. Ésa es la diferencia.
- Pues sí, pero te agarraron por homicidio en Hellsinki. ¿A qué vino eso? Seguramente mujeres, ¿o me equivoco?
- No, no fueron mujeres. No, fue por una creencia superior. Es parte de una guerra que ya ha sido decidida. Ha sido decidida desde hace milenios, desde antes que el Hombre se atreviera a dibujar un mapa y poner sobre él una línea imaginaria.
- ¿Y qué guerra es esa Anatoly?
- La guerra entre la magia y la tecnocracia soviética.- Demenyanenko se echó a reír y Anatoly no parecía afectado.- Todas estas monstruosidades que el Hombre es capaz de erigir alcaide, los enormes rascacielos de los capitalistas, los espantosos campos de trabajo en estos gulags siberianos, los horrores atómicos y los campos de concentración de judíos, todos ellos no son sino burdas y pálidas imitaciones. Desesperados intentos por hundir las garras en la tierra y tratar de controlarla.
- Ya veo, y los soviéticos debemos estar primero en tu lista. Somos un imperio científico después de todo, mediante el trabajo generamos riqueza, igualdad y ciudades tan grandes como las de cualquier otra ciudad decadente capitalista.
- Todo eso y más alcaide Demenyanenko, todo eso y más no es nada en comparación de los arcanos callejones que la magia de las razas más antiguas produce cuando se sabe la verdad.
- ¿La verdad? No me dirás ahora que el Espíritu Santo te susurró las incantaciones de los ángeles.
- No alcaide, no hay tal cosa como el Espíritu Santo. Por eso me corrieron de Roma, después que yo obtuviera lo que quería. Lo único que importaba.
- ¿Y qué es eso?
- Carcosa.- Anatoly se echó a reír. Era una risa ligera, para nada amenazante.- Y todos los muros que esos tecnócratas construyen para formar líneas en los mapas se vendrán abajo cuando Carcosa emerja de nuevo de su prisión congelada. Cuando los Antiguos reinen de nuevo donde antes reinaron las torpes manos humanas.
- Pues sigue cavando Anatoly, quizás la encuentres en la mina.
- No, no en la mina. Pero ya no importa, porque la guerra ya está siendo librada y puedo prometerte una cosa Oleg, que tu fe en esa preciosa esmeralda que guardas junto a tu corazón te traerá de rodillas cuando Carcosa se levante de nuevo.
- ¿Quién es Oleg?”

            Detuve la grabación instintivamente pues mi mente estaba congelada. No había duda alguna, me había hablado a mí directamente. Y no solamente a mí, ¿qué si no Natasha podría ser aquella esmeralda guardada en mi corazón? Él habla de la fe en la ciencia del alcaide, de su fe en su magia y después, como si destrozara esa cuarta pared que nos mantiene a salvo de los horrores de las tragedias griegas, a través de sus palabras en esa grabación extiende su voraz mano y la hunde en mi pecho para estrujarme el corazón. Escuché la cinta para comprender a mi enemigo, pero lo único que comprendí es que él ya me comprendía a mí. Cruel juego de ajedrez, yo muevo un peón y él se come mi reina. Lo dejé todo como estaba y salí de esa cabaña como expulsado.
- ¡Lev!- El comandante realizó el saludo militar y esperó.- ¿Dónde está Sergei?
- De regreso al barco para coordinarse con el capitán Kolotov.
- Lo haremos sin él entonces. Vamos a la mina.- Respiré el frío y limpio aire de la isla mirando hacia la impenetrable oscuridad más allá de las torres de vigilancia.- También quiero hablar con todos quienes estuvieron en contacto con Anatoly Yashin.
- Ése serían todos, señor.- El enflaquecido rostro de Protasov con sus pequeños ojos azules me miraron por un segundo y la expresión cambió. No estaba bromeando.- Lo arreglaré, agente Voronin. Le llevaré a la mina.
- No se ofenda comandante, pero prefiero ir con otros guardias. Me gustaría platicar con ellos en el camino.- Protasov asintió con frialdad y señaló al grupo de guardias que vigilaban las puertas de rejas y púas para que me llevaran al lugar.

            Tomamos uno de los jeeps que trajimos y anduvimos por un camino congelado, diferenciado del resto del helado e inhóspito páramo por esa negra suciedad que sólo la civilización puede imprimir sobre la nieve. Las torres de vigilancia nos fueron siguiendo con sus lámparas para asistir a nuestros faros. La mera mención de Anatoly Yashin produjo temor en mis camaradas, repitieron las mismas historias que todos los demás. Me dijeron de la criatura que se plantó en la parte este del campo durante la comida y que se alejó volando. Me hablaron sobre los extraños rituales de Yashin en las horas del amanecer y atardecer, aunque en la invernal oscuridad hubiera dado lo mismo. Por órdenes del alcaide cambiaron las rutinas de todos, de modo que durmieran y despertaran horas más tarde de lo normal. Ningún prisionero tenía permitido un reloj, y ningún guardia en funciones podía portar uno tampoco, pero Anatoly Yashin podía sentir qué hora era. Me encontré a mí mismo al borde de la superstición, su pequeño truco en la grabación había tenido el efecto que él habría deseado, pero mi mente racional y científica demandaba tan sólo una conclusión posible, que Anatoly Yashin y su banda de locos seguidores estaba muerto en la nieve en alguna oscura colina, o quizás devorado por los osos que aún frecuentaban los bosques de las costas. Aún así, era imposible negar que cierta aura de malignidad seguía muy de cerca a Anatoly.
- ¡Cuidado!- El jeep se detuvo en seco, derrapándose ligeramente por el hielo en el suelo. Frente a nosotros los faros penetraban apenas unos metros de oscuridad en una carretera que llevaba hasta los débiles focos de la mina en la subida de una colina congelada.
- Mire allá agente.- El ruido fue llevado por el gélido viento, era un tiroteo. En la loma de una colina lejana a nuestra derecha podían verse los estallidos y un distante fuego.
- Vamos para allá, a toda prisa. Anatoly ha hecho su movimiento final y no quiero perderlo.

            Me aferré al asiento de enfrente mientras el jeep brincaba y se derrapaba camino arriba. La balacera se hacía cada vez más audible y a lo lejos las lámparas de las torres de guardia del gulag hacían lo posible por iluminar la trifulca. La alarma de emergencia sonó cuando nosotros estábamos ya próximos a la cumbre. La carretera dio una violenta vuelta a la derecha y cuando finalmente terminamos el ascenso no encontramos nada. Nos bajamos con metralletas con linternas unidas por cinta adhesiva y avanzamos a toda prisa entre los hierbajos, pero no sirvió de nada. Un camión repleto de soldados nos alcanzó un minuto después, pero para el mismo resultado.
- Nada... Nada de nada, ¿pero cómo es posible?- Uno de los guardias se golpeaba las sienes y pateaba las rocas.- ¡Muéstrate Anatoly!
- Cálmese.- Le di la bofetada de su vida y pareció tener el mismo efecto con todos los uniformados.- No sean idiotas camaradas, Anatoly Yashin sabe cómo jugar con sus mentes. Se ha hecho de algún aparato eléctrico capaz de mostrar esas luces.
- Pero se veía tan real...
- Si era real, entonces dígame por qué no huele la pólvora.- El argumento pareció tranquilizarlos, o al menos les ayudó a convencerse mentalmente de mantener la calma.- ¿Quién debería tener más miedo camaradas, Anatoly que tiene menos de veinte hombres armados, que viven en los bosques helados de esta miserable tundra, o ustedes que suman más de cien y que duermen con calefactores?
- El agente Voronin tiene razón, no seamos como las viejas comadronas.- Dijo el chofer de mi jeep.- Pero sólo por si acaso agente Voronin, quizás deberíamos postergar la visita guiada a la mina a otro momento.
- ¿A cuándo, a la mañana? En este maldito lugar el sol no sale hasta dentro de semanas. No tengo idea de qué hora es, ni cuándo será la mañana. Pero le aseguro esto camarada, esa mina seguirá siendo igual de profunda y peligrosa hoy, mañana o en un año. Pero no olvide, es sólo materia. Es lo único que hay camaradas, materia y energía. No hay tal cosa como los fantasmas o los dioses o los milagros, todo lo que hay es el frío, la Kalashnikov y su entrenamiento militar.- El chofer me miró suplicante y preferí ceder a hacerme de mala reputación entre los camaradas.- Pero iremos mañana, estamos cansados.

            Regresé al campo de trabajo rodeado de las conversaciones asustadas de los camaradas. Los guardias empezaban a contagiar el pánico a los soldados, quienes en su mayoría nunca habían estado en Siberia, ni en un gulag, ni en una isla misteriosa tan al norte que la noche duraba por semanas enteras. Con renovados bríos, tras una taza de café caliente y una barra de chocolate decidí investigar la cocina. La bodega solía estar repleta de sacos con los artefactos suficientes para tener tres cacerolas de hirviente potaje, pero ahora tenía apenas suficientes sacos para los guardias. Detuve a los soldados que venían a llenar la cocina, tenía un presentimiento. Anatoly el hechicero había mostrado su mano inadvertidamente. Su espectáculo de luz y sonido estaba, sin duda alguna, enfocado a los guardias y soldados para penetrar en sus mentes y fomentar una psicosis generalizada. Podría, de algún modo, adivinar que yo sería enviado a esta misión. Era perfectamente posible suponer que podía tener aliados, tan dementes como él, fuera del gulag y dentro de él. El alcaide podía haber sido uno de sus peones, silenciado cuando su parte del negocio había concluido. Aún quedaba el asunto de aquella formidable criatura que todos habían visto durante la comida. Estaba seguro que se trataba de una alucinación, y la relativa coherencia en la visión de todos los guardias y prisioneros podía haber sido manipulada por la retórica constante de Anatoly. En casos de extrema tensión, incluso sujetos sanos podían llegar a sufrir alucinaciones. Busqué por restos de cualquier sustancia ajena a las podridas papas, a las verduras y a la imitación de carne que debía ser más cuero que otra cosa. Revisé debajo de cada aparato, debajo de cacerola y entre los sacos. Eventualmente, luego de mantener a los soldados apostados en la puerta cargando con docenas de sacos, y bajo la hambrienta mirada de prisioneros y guardias por igual, di con lo que buscaba. Era un polvo azuloso que se había adherido al fondo de los sacos, sin duda donde había sido escondido. Separé la tubería, congelada casi por completo, y encontré los mismos residuos.
- Mi búsqueda terminó, pueden empezar.- Sergei me hizo señas detrás de los soldados y me le acerqué.
- Parece que corremos con suerte Oleg, hay un buque repleto de suficientes soldados como para revisar esta isla de lado a lado. Encontraremos hasta el último búho, lobo y oso.- Sergei me guió entre los edificios para tomar algo de calor o al menos evitar los gélidos vientos.- ¿Qué hacías en la cocina?
- Lo encontré Sergei, no importa qué tanto se crea ese Anatoly, es un farsante. Son todos trucos.
- Oí de la batalla fantasma.
- Y esto es mejor.- Le mostré el polvillo azul en mis guantes y sonreí.- Psicotrópicos en la comida.
- Eso calmará los ánimos.- Dijo Sergei mientras intentaba encenderse un cigarro. Debajo su enrome gorro y vestido con dos gruesos abrigos parecía más un oso que un astuto agente de la KGB. Me pareció cómico en su momento, pero la verdad es que yo me veía igual. Le quité el cigarro y lo encendí a la primera con mi encendedor de gasolina de marino y luego se lo devolví.
- Por cierto, no quise preguntar en el barco pero...- Sergei sonrió mientras fumaba. Me obligaba a decirlo.- No sé por qué no te pregunté antes, y ahora difícilmente parece ser el mejor momento.
- Tengo una carta de Natasha, la pasé de contrabando junto a mis barras de chocolate. ¿Las has visto?
- No,- mentí, con chocolate aún en los dientes.- para nada.
- Eres un pésimo mentiroso Oleg, pero está bien.- Suspiró y miró al cielo. Hacía eso cuando había malas noticias. Yo estaba seguro que rezaba un padrenuestro en cada ocasión, pero nunca presioné, Cherenkov nunca discutía mis peculiaridades.- Está en la Habana, y también mi primo Vladimir.
- ¿Litovchenko? La iba a ver a la academia de baile tanto como yo.
-  Vlad está en una oficina de comunas campesinas o algo así, nada que ver con el trabajo de tu Natasha. Ella está en cultura, quizás nunca se vean.
- ¿Cuánto mide esa maldita isla? Claro que se verán.- Le quité el cigarro a Sergei y me apoyé contra la pared. Mi renovado entusiasmo se había congelado, como las matas que crecían en la inhóspita Laptev.- La voy a perder Sergei, lo nuestro fue demasiado fugaz. Siempre hablaba de Cuba, de enseñarle ruso a los niños... Está en su elemento Sergei, y mírame a mí. Ahora estoy en el mío.
- No digas tonterías Voronin, el buque llegará en unas horas. Cazaremos a ese Anatoly Yashin y asunto terminado. Tú te vas a Cuba, yo me quedo en Moscú y nunca jamás pensaré siquiera en Siberia. No lo hagas personal con este Anatoly.
- Él ya lo hizo... ¿qué estoy diciendo? Al diablo con él. No vale ni una millonésima parte de mi Natasha. Tienes toda la razón.

            Reunimos a los guardias después de la merienda de los prisioneros y les comuniqué mi hallazgo. Insistí en que los únicos poderes de Anatoly Yashin eran aquellos de la sugestión y la química. Los ánimos parecieron aliviarse por la noticia, y cuando Sergei les informó del batallón de soldados que llegaría en cuestión de horas la crisis parecía estar advertida por completo. Quienes antes temblaban ante la mención del perverso hechicero ahora escupían su nombre al suelo y lo pisaban con sorna, una vieja maldición siberiana. Quedaba, sin embargo, el asunto de quién había llevado las drogas y quién las había mezclado a la comida. Los guardias dieron todos un paso atrás, todos menos el gordo cocinero que me miró con lágrimas en los ojos. Volodymir Salnikov fue arrastrado a una cabaña al fondo de las barracas y fue desnudado con cuchillo. Le ataron contra los fierros de un colchón y conecté la batería de auto con toda calma. No quiso decir nada, hasta que su carne comenzó a quemarse y accidentalmente se mordió la lengua.
- No puedo entender porqué me dejaron atrás...- Dijo llorando. Le di otra dosis de electricidad y unos golpes a los riñones para que se orinara encima y perdiera así la poca dignidad que le quedaba.- De la mina, sacaron todo de la mina y yo lo puse en la comida. Confieso, confieso por el amor de Dios.
- No hay Dios Volodymir, sólo tú y yo, y la electricidad. ¿Qué más?
- Los guerreros de Siberia. Yo quería ser uno de ellos.
- Pero eres demasiado gordo y estúpido, ¿es eso?- Otra sesión y el cocinero asintió afirmativamente.
- ¿Qué me van a hacer?
- ¿Crees en Dios?- Abrí la puerta y señalé a dos guardias.
- Sí.
- Pues tienes suerte, vas a conocerlo. Quiero que se lo lleven, lejos de los prisioneros pero visible a los demás guardias. Mátenlo y déjenlo en la nieve. Quiero que vean lo que le pasa a los guerreros de Siberia. ¿Entendido?
- Sí agente Voronin.
- ¡Oleg!- Sergei se bajó corriendo del jeep y me hizo señas.- Ya llegó, ¿qué esperas?
- En el estómago, ¿me escucharon? Quiero que lo escuchen.- Los guardias miraron al suelo y afirmaron tímidamente.- Él los traicionó, no olviden eso.

            Corrí hacia el jeep y brinqué mientras aún estaba en marcha. Escuché el disparo cuando ya estábamos bien metidos en la carretera congelada. No escuché los gritos de dolor, pero supe que gritaría. Supe que todos los guardias dormirían con ese dolor en la mente, y supe que Anatoly rechinaría los dientes. Llegamos al puerto entre los soldados que ocupaban las barcazas para empujar el buque que había quedado a un kilómetro. El barco del capitán Kolotov iluminaba el buque del ejército rojo y así fue como todos lo vimos. Lo negué en un principio, incapaz de admitirme a mí mismo haber caído en la psicosis de los prisioneros y guardias de Laptev, pero no hay manera en que yo pueda recordar lo sucedido sin ver aquellos enormes tentáculos alzándose al cielo y abrazando al buque. Las olas a su alrededor delataron a la criatura y dos patas como de una mantis religiosa, se hundieron en el acero y abrieron profundos agujeros. Algo parecido al gorgojeo de un ave pero ahogado retumbó en el mar siberiano mientras el buque se partía en dos y se hundía con una velocidad tan impresionante que los botes de rescate no consiguieron ni hacerse de aquellos marinos que se encontraban en el puente. Los refuerzos habían muerto, de hipotermia antes que ahogados, y Sergei y yo estábamos prácticamente solos en Laptev. Casi podía escuchar la risa de Anatoly Yashin, y la risa ligera de Natasha Chislenko.

            No quedaba nada que hacer, pero aún así nos quedamos en el puerto congelándonos de la gélida brisa que apestaba a aceite, gasolina y muerte. Una especie de acuerdo silencioso se apoderó de los testigos, nadie diría lo que había visto ni siquiera a sí mismo. Regresamos al gulag a dormir, Sergei y yo en la cabaña de Demenyanenko que el comandante Lev Protasov nos ofreció con una mirada de pena. No podía soñar con Natasha, no albergué semejante esperanza, estaba a un mundo de distancia y mientras ella metía sus dedos al cálido mar cubano yo soñaba con monstruos marinos, hechiceros de cuento y el suplicante Volodymir Salnikov. Aún así, mi cordura habría cedido de no haber sido por el fugaz instante, de un onírico segundo, donde el rostro de Natasha se plasmó sobre la locura y la miseria, mirándome a los ojos y hablando sonriente sobre escuelas en lugares selváticos y un mundo de tranquila satisfacción.

            A la mañana acudimos a la mina y en la entrada me esperaba Lev Protasov para entregarme el expediente sobre Anatoly Yashin. Era la primera vez que veía a mi oponente, al hechicero que le hacía la guerra a milenios de conocimiento científico. Anatoly era un hombre de apariencia común, con una frente arrugada por tanto estudio, con un físico esbelto pero atlético. Leí la información policial mientras seguía los pasos de Sergei hasta la entrada de la mina. Los elementos individuales no parecían decirme más de lo que ya sabía. Anatoly era un hombre sumamente inteligente, que ha viajado por el mundo satisfaciendo sus oscuros apetitos intelectuales. La imagen completa, sin embargo, me decía algo aterrador.
- Sergei,- le susurré al oído mientras recogía y armaba su metralleta y yo me aseguraba de tener varios metros de intimidad.- el hombre que mató en Hellsinki, manejó día y medio para llegar hasta él. No lo conocía, pero sabía que era primo del viejo encargado de Laptev. ¿Entiendes Sergei? Él quiso ser traído aquí.
- Todo lo que ha hecho desde entonces hasta ahora es parte de un plan que no terminamos de entender Oleg, mejor andarnos con cuidado.
- Comandante Protasov, por favor vaya al muelle y asegúrese que el capitán Kolotov se ponga en contacto con los otros buques. Y supervise los arreglos de los sistemas de comunicación de Laptev, los quiero funcionando cuanto antes. Llévese a sus guardias, me quedaré con estos soldados. No hay nada allá adentro más peligroso que una piedra o un resbalón.
- Como diga agente.
- Espero que tu intuición esté equivocada Oleg.
- Yo también.

            La boca de la mina estaba iluminada por las potentes farolas, pero después de los primeros metros lo único que había eran los débiles focos sobre el techo y la esporádica lámpara de gasolina que los soldados iban encendiendo. La mina formaba un laberinto de túneles, escaleras e inseguros elevadores que podían albergar a cientos de guerreros de Siberia, pero también estaban tan frías como el exterior o quizás más y era muy improbable que un número amplio de soldados podría permanecer en el interior de la mina por mucho tiempo sin dejar atrás rastros de su paso civilizatorio. Descendimos por unas débiles escaleras de madera frugalmente unidas a la pared de roca congelada y encontramos la primera señal de nuestros enemigos. En las paredes había pinturas hechas con torpes manos de máscaras y seres cornudos. Continuamos por un túnel guiándonos de las pinturas rupestres cientos de metros hacia abajo. Parcialmente desenterrada de la pared se encontraba un fósil que debía tener millones de años, pero que fácilmente podría haber sido aprovechado por un manipulador como Anatoly Yashin para fomentar la psicosis colectiva. La fracción del fósil parecía como un enorme cuerno, no muy disímil al de un cuerno de Mamut según había leído en las revistas moscovitas de ciencias y cultura que Natasha me regalaba amorosamente. El resto de la criatura, sin embargo, evade cualquier conocimiento que pudiera tener de los habitantes del planeta Tierra antes de la era del Hombre. El cuerno parecía parte de otros dos cuernos, de menor tamaño, unidos al cuerpo de algo que debía ser más ballena que Mamut, de no ser por las extremidades en su parte media que son difíciles de describir, más allá de decir que no eran aletas como hoy las conocemos y que parecían estar formadas por los huesos típicos de las alas de aves. Uno de los soldados se quedó petrificado ante la imagen, su entrenamiento se había fijado lo suficiente para saber que nunca debía mostrar sorpresa o miedo. Me acerqué a él para regresarlo a la fila de un jalón, pero sin decir nada señaló a la base de la pared. No lo había visto hasta entonces, pero parecía una vena de color azul que, como algún tipo de moho, parecía crecer de la piedra.

            Ésa no fue el único vestigio de vegetación en la mina. Conforme descendíamos fuimos encontrando que las excavaciones fueron desenterrando, incluso descongelando, vegetales que no habían existido por eones enteros. Las venas azules eran parte de vegetales verdosos de mayor tamaño, semejantes a los hongos en sus protuberancias pero con aspecto de lianas selváticas cuando se nutrían del agua de los hielos. El túnel iba en descenso y a cada paso la mina mostraba una vida cada vez más salvaje y fuera de control. El suelo ya no era de tierra aplastada por las gastadas botas de los mineros, sino que estaba verde e incluso con plantas con hojas, aunque ninguna conocida por la botánica común. Sergei señaló las raíces cafés que salían de la piedra, rompiéndola incluso con una fuerza desconocida a nuestro mundo por espacio de milenios. Lo que le llamó la atención es que las raíces crecían hacia arriba y no hacia abajo, como suelen hacer, lo cual sugería la presencia de algo aún más grande debajo de nosotros.

            Las luces comenzaron a fallar y antes que los soldados encendieran sus linternas escuchamos voces y el repiqueteo metálico de las armas. Los soldados dispararon contra el túnel, descendiendo en marcha y no dejando ni un centímetro sin agujero de bala. La calma y la dedicación de los soldados fue lo que nos nutrió a todos de la cordura suficiente para sobrevivir lo que experimentamos cuando llegamos a la última cámara, en la parte más baja de la mina, cuando la neblina se mezcló con nuestras botas y nuestros sentidos nos traicionaron. Vimos otros soldados, legiones enteras disparando contra nosotros y al principio algunos de nuestros hombres se tiraron como si hubieran sido alcanzados. El tiroteo era ensordecedor, el eco de la cámara hacía reverberar cada balazo con un golpe a los oídos con tal fuerza que se sentía como patadas al cráneo. A lo lejos ya no veía los soldados, sino a Natasha caminando por las coloridas calles de la Habana, de la mano con Vladimir Litovchenko. Sin mediar pensamiento disparé contra Vladimir y corrí hacia ella, hacia sus brazos, hacia su sonrisa, hacia ese perfil que me hacía creer de nuevo en dioses y mitos. Sergei se lanzó sobre mí para evitar que me interpusiera en las balas de nuestros soldados. A gritos y empujones detuvimos los disparos y nos pusimos nuestras máscaras de gas.
- Maldita sea, somos todos unos idiotas.- Grité mientras respiraba el filtrado aire de la máscara. Lo grité más para mí que para cualquier otro.- Un poco de gas alucinógeno y casi nos matamos.
- ¡Oleg!- Sergei me hizo señas para que me acercara. Al centro de la cámara había estado una enorme planta de hojas verdes y azules con frondosas lianas repletas de hongos, y que ahora eran picadillo por las balas. Entre los casquillos y las balas desenredó un objeto y lo puso en mis manos.- Ahora sabemos qué fue de Vladimir Demenyanenko. Tenías razón Oleg, puros trucos.
- Muy bien camaradas, suficiente exploración. Regresemos al aire libre. Lo hicieron muy bien.
- ¿Qué es lo que viste que casi te agujerea por completo?- Preguntó Sergei en el camino de regreso, mientras caminábamos detrás de los soldados, aún con nuestros rifles preparados.
- Algo que quería mucho, ¿y tú?
- Igual, pero no me lancé a la muerte. Paciencia Oleg, terminaremos con esto y nos iremos de aquí.
- Sí, pero mientras tanto habrá que mantener esto seguro.- Levanté el cuchillo de ébano sobre mi cabeza para verlo a contra luz. La hoja tenía una forma casi amorfa, con dentaduras y filosas salientes. Nunca había visto madera afilada, pero estaba más filosa que mi cuchillo de cazador.- Hay que tener cuidado Sergei, quien haya matado al alcaide puso esto aquí. Volodymir Salnikov no fue el único en ser dejado atrás, creo que Anatoly aún tiene amigos entre nosotros, preparándolo todo para el movimiento final.

            Lev y sus hombres nos esperaban afuera, le di el arma a guardar en la caja fuerte y me comunicó lo que ya me esperaba. El sistema de comunicaciones del gulag seguían sin arreglo y no parecía haber mucha esperanza, el capitán Kolotov había sufrido algunos percances en sus radios desde la noche anterior y estaba en las mismas. No me sorprendía, pues no esperaba menos de Anatoly. Ordené que toda la vegetación en la mina fuese quemada con lanzallamas y que la mina fuese clausurada y protegida las 24 horas días. No esperaba que Anatoly regresara a la mina, seguramente ya tendría todas las plantas que podría necesitar, pero sus seguidores siempre podían cometer errores de principiantes. Los técnicos del barco de Kolotov supervisaron a los guardias de Laptev en el restablecimiento de las comunicaciones, pero no esperaba milagros, las líneas submarinas a los gulags en la costa podían haber sido cortadas y torres de radiocomunicación en las estepas siberianas podrían haber sido saboteadas.
- Cuidado con el alfil.- Las reparaciones llevaban horas y Sergei y yo decidimos comer algo y pasar el tiempo nocturno jugando ajedrez.
- La espera también es parte del juego de Anatoly.- Dijo, absorto en mis pensamientos.- Él jugaba ajedrez. Tenía que ser, es un vicio burgués.
- Eso dices cuando pierdes Oleg.
- También el ocultismo, ¿hay algo más decadente que el ocultismo? Creer en genios y demonios, ángeles, incantaciones... todo eso son tonterías. Es acientífico.
- ¿Quieres ver algo acientífico? Jaque mate.
- No sé por qué juego contigo, siempre me ganas.- Me encendí un cigarro y acerqué la flama al rostro. Tenía los labios morados, no necesitaba verlos para ver los de todos los demás. Me acerqué el fuego a los labios y sentí el calor.- ¿Crees que Cuba sea así de caliente?
- Apuesto que sí, caliente y soleado con cientos de mujeres que adoran a los tipos rusos como tú o como yo. Aunque comen helado, ¿para qué querría un ruso comer nieve?
- Sí bueno, supongo que...- La alarma sonó al mismo tiempo que los disparos. Venían del bosque al este y sin mediar palabras Sergei y yo corrimos hacia uno de los jeeps militares hacia el bosque.- Parece que la espera terminó.

            Ésta vez no fue fingido, aunque llegamos demasiado tarde. Según el recuento de los histéricos prisioneros un grupo de hombres con máscaras de madera pintadas de azul y armados con flechas y lanzas les tomaron por sorpresa. Aprovechaban la neblina para atacar por grupos y partiendo de los más alejados. La estrategia era simple, pero efectiva, cazaban como hacen los lobos que van tras los débiles primero. No podía dejar de sonreír, aunque los prisioneros masacrados por las burdas hachas y las afiladas flechas no tenían nada de gracioso. Sonreía porque el detalle se me hacía casi infantil. Las pinturas de hombres con máscaras azules en la mina y después el ataque de esos mismos hombres debía llevar un mensaje tanto a soldados como a prisioneros. Los prisioneros eran alertados que Anatoly aún estaba fuerte y su plan seguía en marcha, y los soldados habrían de unir ambos puntos, las pinturas rupestres fabricadas para simular ser prehistóricas y los guerreros siberianos que atacaban en la oscuridad neblinosa y temblar de miedo.
- Tememos perder el control de los prisioneros.- Dijo Lev Protasov.- Podríamos aumentar sus raciones, si usted cree que vendrán otros barcos en nuestra ayuda.
- Vendrán, el ejército rojo nunca demora cuando se trata de ataques a buques repletos de marinos. Incrementen raciones, reduzcan las horas de trabajo.
- Han estado en un humor muy religioso desde que lo vieron esta mañana. No querían venir a trabajar, algunos incluso fueron latigueados para motivación.
- ¿Ver qué?
- Agente Voronin, está parado en él.

            Lev me ayudó a subir a lo que pensé era una colina, pero era en realidad el suelo común. Desde una distancia, y sobre una alta piedra, pude ver la forma del hundimiento. Tenía la indiscutible forma de una gigantesca huella de un ser con una pata con cuatro salientes casi como un trébol. La imagen me turbó en gran medida, pero no por las supersticiosas razones que Anatoly habría querido, sino porque si el ocultista podía fabricar semejante impresión sobre la tierra parcialmente congelada, entonces debía contar con máquinas en su refugio y eso implicaba una organización que era más mecánica y tecnológica de lo que había previsto.
- ¡Oleg!- Sergei se acercó corriendo y agitando los brazos.- El telégrafo, creo que ya funciona.

            Nos establecimos en el edificio principal, una construcción de humilde tabique y cemento de dos pisos que albergaba un búnker, donde guardaban las armas y los equipos de comunicación. El operador de radio, un robusto operario que el capitán Kolotov me prestó para supervisar los arreglos, giraba los diales de radio con los audífonos pegados a una oreja. Permití la entrada de Lev Protasov y después saqué a los demás. Eventualmente sonrió una sonrisa chimuela, giró los diales y desconectó los audífonos para que pudiéramos escuchar. La transmisión era del gobierno, no había duda alguna, había algo en ese aburrido tono oficial que comandaba respeto y admiración. Anunciaba incrementos en producciones y cambios en la estructura del partido. Reconocía los nombres, pero nada llamaba mucho mi atención aunque Sergei Cherenkov estaba agarrado a mi brazo y lo apretaba con cada vez más fuerza. Las transmisiones siberianas anunciaban noticias de diversos gulags sobre su producción y sus problemas, y cuando empezó a anunciar la visita del camarada Salchenko los cuatro nos erguimos instintivamente. Salchenko había muerto meses atrás por tuberculosis. La siguiente transmisión era sobre el reporte del primer año de gobierno del camarada Stalin y entonces entendimos lo que Sergei había captado desde el principio. Las transmisiones iban en retroceso, hasta una fecha cuando no había gulags siberianos y por ende no existía la red de cables y torres de radio. La radio se convirtió en estática. Estábamos solos. Insoportablemente solos. El telégrafo cobró vida y el operario tradujo los puntos y líneas hasta formar una palabra que no significaba nada para él, pero decía mucho para mí. El mensaje de una palabra era “Carcosa”.
- ¡Hijo de perra!- Arranqué la máquina morse de la mesa y la lancé contra el muro. Estaba por hacer lo mismo con la radio cuando el operario me detuvo a empujones con mirada suplicante.- ¡Voy a encontrarlo y le arrancaré la garganta con mis manos!
- ¿Qué significó eso, de la radio, qué era?- Preguntó Lev, muerto de miedo.
- Te diré qué fue, Anatoly se hizo de las comunicaciones de esta parte de Siberia, eso es lo que pasó. Todas esas transmisiones son grabadas por docenas de dependencias diferentes. Tiene gente afuera de esta isla que lo está ayudando. Nos cortó del resto del mundo para jugar sus sádicos juegos. No a mí, no señor, a mí no me hará esto. Voy a encontrarlo, detenerlo, ejecutarlo, y luego me iré de aquí, tomaré un largo vuelo a Cuba y todo esto, toda esta maldita isla de perpetua oscuridad y frío serán un recuerdo vago y lejano.
- Podríamos enviar un convoy al sur, revisar las líneas.
- Negativo comandante Protasov. Usted saldrá de este búnker diciendo lo mismo que nosotros y si valora su relación con la KGB nunca dirá otra cosa. Las comunicaciones siguen sin funcionar, estamos enojados pero no desesperanzados y la madre Rusia velará por nosotros y todos los proletarios. ¿Me ha entendido?
- Sí agente Voronin.- Dijo en tono militar y cuadrado.
- Tú quédate aquí, finge que sigues trabajando por cuánto tiempo sea necesario. Sergei, habla con el capitán Kolotov, no le digas nada más que nuestra versión oficial.
- ¿Tú qué harás?
- Lo contrario que Anatoly quiere que haga. Me quiere enojado e irracional, así que dormiré una siesta y trataré de calmarme.- Detuve a Sergei en las escaleras y le miré a los ojos. Cuando uno trabaja con alguien el suficiente tiempo es capaz de saber lo que está pensando.- Cuando todos creían que habían visto un monstruo, ¿recuerdas qué pasó? Dimos con drogas alucinógenas. ¿La batalla fantasma? No olía a pólvora, ni dejó balas o cuerpos. ¿Las misteriosas y salvajes heridas en el cuerpo de Demenyanenko? Dimos con el cuchillo. Este tipo es un farsante. Muy listo, pero farsante al fin. Hizo algo con los sistemas de radio, una transmisión pirata con cosas pre-grabadas que armó con años de anticipación, incluso antes de matar al pobre sujeto de Hellsinki. Tiene gente afuera, ocultistas como él que conspiran para destruir la Unión soviética y entregarle la madre patria a Rasputín y sus supersticiones burguesas. Él quiere que tú y yo salgamos de este bunker creyendo que no vendrá nadie a ayudarnos, pero es falso. Tú fuiste marino dos años, sabes cómo funcionan los equipos de rescate y de respuesta. Tendremos tantos malditos soldados que no sabremos qué hacer con ellos.
- No los necesitamos.- Dijo Sergei con calma, luego de suspirar con tranquilidad y meditar las cosas.- Son menos de cien hombres en esta isla, con poca comida y pocas municiones. Daremos con él Oleg, llevaremos su cabeza en una pica hasta Moscú y el Kremlin nos besará el trasero.

            Le seguí fuera y ambos salimos sonrientes y bromeando con los guardias. Fue difícil adivinar lo que pasaba por sus mentes, tras la ejecución de Volodymir Salnikov todos me trataban con el más absoluto respeto y temor. Me encerré en la cabaña, me tomé una pastilla de dormir y frente a la fogata. No sabía si eso era lo que Anatoly quería o no, pero estaba demasiado enojado como para ordenar a mis hombres con visión clara y la mente preparada. No estaba preparado para esto, no para el constante frío, no para la expectación y definitivamente no estaba preparado para la eterna noche que echaba por suelo la forma más básica de civilización, las líneas imaginarias que dividen el día en horas y regulan nuestros quehaceres. Quizás fue ese detalle, de entre todos, el que mantenía mis nervios a punta. No los muertos, ni las posibles traiciones, no el hundimiento del buque o la mención de mi nombre en esa grabación, sino el sutil pero perverso mensaje, tan claro como el agua, que todo aquello que el hombre trabaja para hacerse mejor no existe en Laptev.

            El efecto de la pastilla relajó mis nervios y cabeceé sentado en el cómodo sillón de cuero frente al fuego. Mi mente no titubeó ni un segundo, estaba en Cuba. Podía verla a lo lejos, caminando entre la gente morena y bailando su extraña música. Estaba ahí, con el porte de una de esas diosas griegas que los burgueses tanto insistían como modelo de belleza. Algo sobrenaturalmente digno en su rostro, en su barbilla ligeramente levantada y su piel perfectamente tersa como la porcelana. En la sonrisa de sus labios llenos, con su brillante dentadura como si estuviera diseñada a sonreír. Yo estaba sentado en un parque, esperando que llegara. No sonreía como ella, si es que alguna vez sonreía en mi trabajo. Pero nada de eso importaba, pues el sol de Cuba lavaba todo, me libraba del hielo que hacía en agua y se corría de mi cuerpo como si la culpa acumulada de una década de intenso y brutal trabajo pudiera irse con la facilidad con la que uno transpira. Sentado en esa banca de madera la esperé con tanta paciencia como admiración, pero un hombre se acercó a mí. Caminaba tranquilo, comiendo un raspado de limón, sonriendo como si tuviera toda la eternidad. Era Anatoly Yashin y me conocía perfectamente. Se sentó a mí lado y suspiró mientras veía a mi Natasha.
- No puedes ganar Oleg Voronin. No podrías aún si quisieras.
- ¿Si quisiera? Te arrancaré la cabeza con mis manos.
- No, no lo harás. No podrías hacerlo incluso si tuvieras la oportunidad. No, tú sabes que mi guerra tiene sentido. Tú sabes que esta monstruosidad soviética, este orgullo prometeico ha llegado demasiado lejos. Es decir, ordenándote a matar a esos estudiantes el año pasado es una cosa, ¿pero mantenerte alejado de Natasha?, ¿es que acaso no hay un crimen más imperdonable que negarle a un hombre los medios de su propia salvación?
- Yo estaría aquí, de no ser por ti. ¿Porqué no esperaste un día más?
- No seas ingenuo Oleg, ¿un par de conversaciones, unos cuantos regalos, un par de cenas y crees que su corazón te pertenece? No Oleg, yo no la he tocado y ni lo haré. Pero esa fe que tú tienes no vale para nada, es tan vana como creer que la ciencia te salvará de tu propia perdición.
- ¿Tú que sabes? No tengo porqué escuchar semejante...- Anatoly puso su mano en mi hombro y con su raspado de limón señaló a Vladimir Litovchenko. Los dos se encontraron en el parque para besarse y reír.
- ¿Cuándo fue la última vez que tú reíste Oleg?
- Reiré cuando arranque la cabeza con mis manos, reiré como un demente y después vendré a Cuba y tendré mi oportunidad. No pido nada más.
- Pobre Oleg...- Anatoly se puso de pie y sonrió.- Te quebraré en dos, antes del final. Te quebraré como a una rama, orgulloso hijo de la Unión soviética.

            Desperté de golpe, cubierto de sudor frío. Tenía perfecto sentido que soñara semejante cosa, que uniera mi deseo por Natasha, mi miedo por llegar demasiado tarde, mi envidia hacia Litovchenko y mi preocupación por Anatoly. Aquella era la explicación científica, pero en lo más profundo de mi corazón sabía que una grieta, en apariencia invisible, se había formado en la represa. Sabía que, de todas las torturas antinaturales que el ocultista Anatoly podría concebir, ésta era sin duda alguna la más cruel de todas.

            Si bien desperté de manera abrupta me tomaron varios minutos para regresar a ese estado mental que todo agente de la KGB debe poseer. Entré al campo de prisioneros y en todo momento fui seguido por los guardias y por las metralletas en las torres de vigilancia. Sabía perfectamente que podrían estar dispuestas tanto a matarme como a protegerme, pero debía correr ese riesgo. No podía arriesgarme a alienar a los guardias a un punto donde podrían aliarse con Anatoly, aunque tampoco estaba dispuesto a pecar de ingenuo. Pregunté entre los prisioneros sobre Anatoly y la mayoría repitió lo que ya sabía de los guardias. Realicé varias pesquisas acerca de su retórica, pero la mayor parte ni siquiera quiso aceptar que habían escuchado sus palabras, y mucho menos que habían intercambiado más de una. Los moretones frescos testificaban a su silencio, los guardias los habían atacado salvajemente, fuera para mantenerlos callados o como venganza por su apoyo al ocultista. Entré en la última cabaña, un espacio no más grande que una oficina, donde treinta hombres dormían todos apretados en el suelo, con un agujero para hacer sus necesidades y nada más. Era un riesgo estar ahí, pero al verlos  raquíticos y moribundos supe que no me harían nada, y en cambio tendría un poco de privacidad lejos de los guardias.
- Tengo tres barras de chocolate.- Les mostré las barras y la timidez inicial se vino abajo.- Pero quiero saber la clase de cosas que decía Anatoly Yashin. Hablaba de una guerra, sí, de magia contra ciencia y de destruir la Unión soviética haciendo uso de sus poderes mágicos. ¿Pero qué más?
- Anatoly aún camina por este campo, cuando las lámparas no enfocan, nunca está lejos.- Dijo un hombre joven y tan esbelto que no podía esconder sus costillas.
- ¿Por qué no se larga y deja que Anatoly quiebre ese martillo y esa hoz como los cristianos quebraron las estatuas inertes de Dionisio?- Me encaró un hombre adulto y barbón.
- Finalmente, algo de honestidad. Toma una barra de chocolate.
- Vamos, anímate Slava.- Escuché los susurros y cuando volteé todos guardaron silencio. Abrí una barra de chocolate y la tentación fue demasiada.- Slava sabe mucho.
- Tú cállate viejo, si sabes lo que es bueno para ti.- Le amenazaron varios. Le entregué la barra de chocolate, pero la tiró como si no fuera nada y los demás prisioneros pelearon por ella.
- ¿Cuál es tu nombre viejo?
- Slava Gravilov. Yo estuve ahí desde el principio, pero soy demasiado cristiano para seguir a este pagano. Hablaba todo el tiempo de la grandeza de Siberia, cuna de la civilización, de lo horrible que es nuestra condición. ¿Quién va a contradecirlo? Dice que hay dioses antes del cristiano, y entonces ya no me interesa mucho. Dioses de Rusia antes que fuera Rusia, pero que en cualquier momento reaparecerán y lo tomarán todo. Harán de sus lacayos sus sacerdotes, y nosotros gobernaremos Rusia con un poder tan grande que las demás naciones se arrodillarán.
- ¿Habló de los otros ocultistas que le ayudan?
- No, pero se metió en cosas muy corruptas desde que entró a Laptev, mató a más de uno para que los guardias pudieran enviar cartas y recibirlas, y entregarlas a él. Era un mapa, que estoy seguro que se llevó consigo.
- ¿De Laptev?
- Creo que sí, aunque parecía viejo.- Gravilov miró hacia atrás, había más de un prisionero que quería romperle el cuello y que seguramente lo haría si le dejaba solo.- Nunca lo vi.
- ¿Nadie lo vio?
- No dije eso, agente Voronin. El guardia que lo entregó, él lo vio como hacen con toda correspondencia para reportar cualquier ilegalidad. No sé si pueda decirle el nombre...
- Slava, por esto te cuidaré. Y no me refiero aquí. Tú vienes conmigo a un barco, estarás en un camarote y comerás con los marinos. Comida de verdad... O al menos más de verdad que aquí.
- En el barco le diré entonces.

            Lo llevé del brazo y grité órdenes a los guardias que no querían dejarle pasar. Les hice saber que Slava Gravilov era amigo de Moscú desde ahora y uno par de soldados nos llevó hasta el muelle. Lo instalé en el barco del capitán Kolotov y dejé que disfrutara del calefactor, de la hamaca y la comida. Lujos sencillos que significaban todo para él. Slava sonrió y delató al guardia, Ramaz Metreveli. Un guardia que no había huido con los demás y Slava, como yo, estaba seguro que habían quedado muchos atrás.
- Capitán Kolotov, le he estado buscando.- Encontré al capitán, al viejo robusto de aspecto duro, en la cubierta mirando hacia el nocturno mar siberiano como si pudiera ver el hundimiento del buque otra vez.- Instalé un prisionero del gulag en el barco, por su seguridad. Parece que la hora se acerca y debo pedirle algo. Hay guardias que esperan la señal para atacarnos y ya no podemos confiar en ninguno. Necesito que envíe a un médico al gulag para revisar a los soldados, no quiero que sean tratados por nadie que no haya desembarcado de este bote. Tampoco quiero que coman en el gulag, podrían estarlos envenenando poco a poco. Mantenga preparado las armas, si va a pasar lo que creo que va a pasar, vendrán para hacerse de su nave. ¿Capitán Kolotov, me está escuchando?
- ¿Alguna vez te dije Oleg que vi una nave fantasma? Fue en la guerra patriótica y yo estaba en Polonia. El buque Kolosh nos auxilió de los nazis en el último momento posible, pero cuando regresamos a puerto nos avisaron que el Kolosh había sido hundido. Yo estaba ahí cuando los sacaron del agua e incluso reconocí a varios. Les saludé de mano Oleg, pero ya estaban muertos.
- Ya veo...- No tenía idea de lo que podía decir. Me confiaba lo suficiente para usar mi primer nombre, de modo que no le di el sermón habitual sobre las tonterías de la superstición y de cómo son eventos científicamente explicables. Kolokov me dio los binoculares distraídamente y señaló hacia la oscuridad.- ¿No está un poco oscuro?
- Tienen lentes para la oscuridad Oleg, no estoy loco. Y si lo estoy, entonces todos lo estamos.- Me puse los binoculares y fui siguiendo la punta de sus dedo hacia casi un kilómetro a lo lejos. Las lentes refractaban la poca luz y, aunque seguía demasiado oscuro como para dar detalles, no puedo decir que no lo vi. Era un barco de madera, con velas de tela y la bandera de los zares, era un viejo buque ártico con el frente de metal para cortar el hielo y sus luces de gasolina me daban la suficiente luz para quedarme absorto por completo. El navío se alejaba, seguramente nos habría visto y decidió que era más seguro irse del lugar. No estaba seguro de nada, pero sabía que si yo hubiese estado en ese barco habría hecho lo mismo.- Oleg, mira eso.
- Lo veo, ya se aleja.
- No eso, eso.- Me arrancó los binoculares y señaló hacia el otro lado.- ¿Qué el gulag no tenía más luz que eso?
- Cortaron la electricidad, esos malditos.

            Llegué al gulag con los pocos soldados que quedaban en el barco. La oscuridad estaba perforada por las linternas y los disparos. Sin duda los guardias corruptos habían armado a muchos de los prisioneros durante el pánico de la oscuridad. La adrenalina dio paso a un estado mental que la KGB llama “agua pura” cuando el ruido, la agitación y el peligro forman en la mente un dibujo conciso de la situación. Reorganicé las fuerzas lo mejor que pude, la estrategia de Anatoly era llevar a los soldados hacia el campo donde serían masacrados por prisioneros y guardias a la vez. Los refuerzos llegarían pronto, los guerreros siberianos de Anatoly y debíamos estar listos. Mandé tomar el búnker de municiones, los edificios administrativos y formar un cerco alrededor de los guardias, incluso de aquellos que disparaban contra los prisioneros.
- ¡Oleg! Tenemos que tomar ese campo.- Sergei me alcanzó mientras retrocedía hacia los camiones.
- De ninguna manera. Ramaz Metreveli es otro guardia corrupto, como Salnikov. En cualquier momento cambiarán las armas de dirección y quiero estar preparado. Tomaremos los vehículos y los pondremos fuera de peligro antes que lleguen los guerreros siberianos.
- ¿Qué creen que están haciendo?- Los guardias salieron de las cocheras exigiendo explicaciones y a punta de gritos, y con la ayuda de mis soldados, les quitamos sus armas.
- ¿Dónde está Ramaz Metreveli?- Pregunté de guardia en guardia. Los mandé apresar en las cocheras y propiné golpizas mientras el resto del gulag estallaba en la revuelta.
- En la torre sur, está en la torre sur.
- Entonces de allá vendrán.- Mandé a los soldados a los vehículos y los que sobraban los mandé al generador para mantenerlo seguro.- Vayan al sur, los guerreros no tardarán en llegar. Sergei, tú ocúpate de los guardias. Tienes mi permiso para matarlos a todos si es necesario.

            Manejando a toda velocidad llegamos justo a tiempo. Los guerreros, disfrazados con sus máscaras bajaban las colinas junto con los guardias y prisioneros fieles a Anatoly, ellos bajaban con armas automáticas. Los guardias corruptos actuaron antes de tiempo, Sergei y sus soldados habían empezado a someterles y no pudieron esperar a los refuerzos. Los soldados tomaron las torres de vigilancia con muchos sacrificios, pero me alegré al escuchar que Ramaz Metreveli seguía con vida. Mientras los soldados reorganizaban el oscurecido gulag me senté en una piedra, tratando de pensar mi siguiente movimiento. Éste era un movimiento de ajedrez con el que Anatoly no contaba.
- No será así, ¿sabes?- Me levanté de golpe cuando le vi, tan real como en mi sueño. Se acercó en la oscuridad, aunque tenía una aura espectral a su alrededor.- No será como ese sacerdote, con su respiración de vodka y sus peludas manos acariciando tu raquítico muslo. No será así.
- No me vas a quebrar, ni hoy ni nunca.
- Tan desesperado por creer en tus idolitos, pero no son más que eso, ¿no es ciertos? Pálidos idolitos inertes. Todas esas estatuas de Lenin, ¿crees que cobrarán vida y te salvarán?
- Son todos trucos. Lindo proyector por cierto, ¿usaste este mismo para la batalla fantasma?
- Como quieras Oleg, pero no olvides admirar a las estrellas.

            La punzada fue en sorna, pero se transformó en otra grieta en esa presa que llamamos cordura. Una grieta que hizo un ruido espantoso, como de sueños rotos y esperanzas vanas. Las estrellas en el cielo, que hasta hacía tan poco eran miles de puntitos brillantes en constelaciones y galaxias, ahora habían cambiado. No se trataba de la desaparición de una o dos estrellas, era más que eso. Había algo semejante a una de esas coloridas galaxias y cúmulos de estrellas de las que había leído y visto en las revistas moscovitas de Natasha. Nunca había visto colores en el cielo y mucho menos colores como esos, tan vivos y tan diferentes.
- Mirada al suelo, maldita sea.- Le grité a los soldados que olvidaban sus puestos y miraban hacia arriba.- ¿Quieren que los prisioneros les tomen por sorpresa?
- No señor. Los estamos revisando a todos ahora, y cada centímetro de su campo de trabajo en busca de más armas.
- ¿Y Metreveli?
- Adentro señor.- Señaló la cocina del gulag, donde Sergei lo había atado a la mesa con alambre y desnudado con  jalones. Sergei me miró y estaba muerto de miedo. Yo también lo estaba, pero ahora era justo lo que Sergei no quería que fuera, ahora era personal. Sentía que si me quebraba a mí entonces Anatoly tendría su victoria, y no solamente moral, sino que quebraría de la misma forma al camarada Stalin y a todo el Politburó.
- Lindos trucos Ramaz, ¿te gustan? Porque yo tengo mis propios trucos.
- Camarada Voronin, ¿de qué trata esto?- Lev Protasov entró a la cocina empujando a los soldados.- Tiene a mis hombres atados y sometidos. Muchos de ellos son tan leales a la madre patria como usted y como yo.
- Tenemos que filtrar las manzanas buenas de las podridas, camarada y eso puede tomar dos formas.- Hablé despacio y tranquilo, y así tranquilizando a todos en la cocina. Menos a Ramaz Metreveli que se orinaba de miedo. El horror sobre nuestras cabezas no podía doblegarnos, no debía hacerlo. No después de la gran guerra patriótica, no después de los interminables sacrificios por el estado soviético y sin duda no después de perder mi vuelo a Cuba.- Podemos hacerlo con calma, o podemos matarlos a todos y dejarlos en el hielo, como hice con Salnikov.
- Disculpe agente Voronin, hablé por miedo.
- Ahora, camarada Metreveli usted y yo hablaremos de ese viejo mapa que trajo a Laptev para su amigo Anatoly.- Encendí la estufa y calenté el cucharón del estofado hasta que quedó al rojo vivo. Lo presioné contra las plantas de sus pies y después sobre sus genitales. Sergei le tapaba la boca con un trapo y ni siquiera él quería voltear a ver. Lev y los soldados nos dejaron a solas, preferían el horror cósmico al olor de la carne quemada y las súplicas de un condenado.- Traigan un mapa de la isla. Nuestro camarada nos dirá qué había en ese mapa, ¿no es cierto?
- Por el amor de Dios, no me lastimen más.
- Vaya, vaya, esa peste burguesa siempre sale a flote con traidores como tú. Trataste de matarnos y ahora eres inocente, ¿crees que Jesús te perdonará todo?
- Por favor señor Jesús, perdona mis ofensas.
- Jesús no está aquí.- Le queme las manos hasta que la carne se achicharró. A lo lejos podía ver a Natasha, aún bailando en la academia de danza de Moscú. Tan lejos que apenas y podía sentir su aroma por encima de la orina, el sudor y la carne quemada. Lo quemé de nuevo pensando en cuánto amaba a Natasha, lo quemé tanto que sus pies comenzaron a sangrar, pero ni siquiera así podía cauterizar esa herida en el corazón.
- Está bien, está bien les diré pero por favor no me lastimen.- Un soldado colocó sobre su cabeza un mapa de la isla siberiana y Ramaz fue dirigiendo el dedo de Sergei hasta un punto al norte contra la costa.- Ahí estaba lo que buscaba, ahí estaba Carcosa.
- Muy bien camarada.- Desenfundé la pistola y lo maté de un tiro.- Sergei, reúne a los soldados de tu confianza, vamos para allá. Lev, tú vendrás con nosotros mientras mis hombres terminan de cuestionar a tus guardias.

            Los soldados no me vieron igual desde entonces. Escucharon la tortura, mi tono calmado y glacial, la ejecución sumaria y el ladrido de órdenes. Para ellos fue reconfortante saber que alguien estaba a cargo con un plan que fuera más allá de correr en círculos muertos de miedo. Para mí, sin embargo, fue distinto. Tenía que haber orden, debía haber civilización incluso si aquello implica la faceta violenta y brutal del mundo del Hombre. Ésta era la jugada maestra de Anatoly, llevar la psicosis a tal grado que pudiera despojar de nosotros todo rastro de humanidad, incluso de ese salvajismo glacial de la mente marcial.

            Tomamos algunas camionetas rumbo al norte sin saber lo que podíamos esperar. Por cada palabra de ánimo que alguien daba, recordando a sus camaradas que Anatoly había fallado en su movimiento maestro, bastaba con dar un vistazo al cielo para que los ánimos regresaran a su oscuro estado. Los guerreros siberianos y los soldados de Anatoly nos tomaron por sorpresa y con una agilidad increíble aprovecharon la oscuridad para rodearnos desde cada flanco. Nuestro chofer consiguió virar a tiempo, aunque recibió una bala en el estómago. La camioneta perdió el camino y Sergei consiguió sacar al chofer para detener el vehículo antes de chocar contra un árbol. La balacera era desesperada, los soldados estaban frenéticos e invadidos por el pánico se dejaron rodear. Las camionetas estallaron y detuve a mis camaradas de salir del bosque cuando reconocí dos cosas, primero que la batalla había terminado y que podíamos mantener cierto grado de factor sorpresa si no delatábamos nuestra posición a las fuerzas que claramente nos superaban, y en segundo lugar y esto me heló hasta la médula aunque no se lo dije a nadie, ésta había sido la batalla fantasma que achaqué a un sistema de proyectores. Yo la vi de cerca, más de cerca que Sergei, Lev o los demás, y la reconocí de inmediato. Era la misma posición de soldados, las mismas explosiones y cada detalle era igual.
- ¿Qué hacemos ahora? Podríamos regresar a pedir más refuerzos.
- Imposible Sergei, estamos demasiado lejos y nos cazarían en el camino. No, el gulag está fuerte ahora, pero si sacamos más hombres solo lo dejaremos más vulnerable. Seguiremos adelante, caminando.

            Sergei, Lev, otros cuatro soldados y yo ascendimos por las colinas rocosas, batallando contra los nervios y el gélido viento que parecía atravesar mis abrigos como si fueran telas. Guiados por las débiles luces de las estrellas y de esos coloridos eventos cósmicos, avanzamos hacia arriba y después por sinuosos senderos entre los árboles. Cada ruido, por más insignificante que fuera, nos mantenía a todos en tensión. El movimiento de las hojas, el raspar de las ramas contra las piedras o el pasar del agua de los pequeños riachuelos tenían un efecto devastador en nuestra mente. Sergei se detuvo en un claro y señaló hacia unas extrañas tumbas paganas con una expresión de puro terror. Las tumbas eran montículos bordeados por piedras pintadas de azul, la mayoría ya sin pintura, con algunas pinturas rupestres contra las piedras como habíamos visto en la mina. Aquello no era lo que aterraba a Sergei al borde de las lágrimas.
- Miren, están todos muertos.- Lev descubrió los cuerpos de al menos veinte de los seguidores de Anatoly. Tenían heridas terribles que hablaban de un origen primitivo y burdo.- Llevan así días enteros. Los mataron el día que huyeron.
- Si están todos muertos,- dijo un soldado mientras apuntaba a otra pila de cadáveres.- ¿quiénes se disfrazaron de guerreros siberianos para atacarnos?
- No sé... pero esto no se ve bien.- Sergei mostró que las tumbas, los montículos, estaban casi todas abiertas y los montículos eran en realidad la tierra removida.
- Escenificación poderosa, tengo que admitirlo.- Lo miré todo con una ceja arriba y les ordené que siguiéramos con un gesto del cuello. No sé si eso les trajo cierta calma, pero me calmó a mí.

            Seguimos por una hora avanzado hacia el norte, hacia la punta del mundo hasta que llegamos a nuestro destino. Un templo pagano de piedra, disimuladamente escondido en un inhóspito risco y cubierto de nieve y vegetación parcialmente congelada. Un par de antorchas iluminaban la entrada y delataban las pisadas de sus ocupantes. El salvaje risco estaba acompañado del estertor de las olas luchando contra la inmensa pared de piedra, una batalla que debía llevar milenios. El ruido podía disimular las pisadas en la nieve, pero estando en un risco pensé que nuestros enemigos no tendrían muchas estrategias posibles. Avanzamos en silencio, tirados sobre el suelo y con los ojos bien abiertos. Esperábamos al enemigo detrás de nosotros o frente a nosotros, pero nos equivocamos. El suelo de piedra se habría sentido artificialmente plano de haber podido tocarlo sin guantes, quizás así habría advertido los pequeños orificios. La entrada al misterioso y burdo templo construido sobre inmensos dólmenes negros tenía trampillas que se abrieron al unísono. Los guerreros siberianos nos apuntaron con sus armas, sus cabezas ocultas por las grandes máscaras de madera, más como cascos azules cornudos que máscaras. Los rifles automáticos desentonaban con sus cuerpos vestidos en harapos coloridos y sus movimientos groseros y rústicos.
- No se muevan.- Lev Protasov apuntó el cañón de su automática contra mi nuca. Su acero es más frío que el hielo en el suelo, era la frialdad de la traición.- Volodymir Salnikov y Ramaz Metreveli eran muy buenos amigos míos.
- También lo fue Demenyanenko, según tus palabras.- Le retó Sergei mientras nos empujaban dentro del templo.- Y lo mataste de todas formas.
- No se dejó convencer por Anatoly, él tomó su decisión.

Los seguidores de Anatoly que quedaban con vida nos empujaron dentro, burlándose y escupiéndonos. El interior del templo tenía unas escaleras de caracol cubiertas en un extraño moho color rojo, que daban a un recinto subterráneo muy amplio y caliente. En el centro tenía una enorme tina de aguas termales que calentaban el lugar, un agua en constante ebullición que era el epicentro de la salvaje vegetación selvática. Anatoly, vestido con ropas semejantes a las de un sacerdote, nos esperaba con los brazos abiertos. Señaló al recinto como si ofreciendo su hospitalidad, era una jungla con las paredes repletas de los dibujos y los rasguños más terribles que pudiera recordar. A un lado se encontraba una húmeda plataforma, casi como una resbaladilla cubierta de un moho gelatinoso. La oscuridad impedía ver lo que había debajo y tenía la intuición que la vería muy de cerca. El recinto subterráneo tenía una enorme salida al risco, donde los helados mares siberanianos continuaban su interminable batalla contra la maciza roca. Anatoly parecía capaz de ver algo más allá de esa abertura decorada de cráneos humanas, arcaicas lanzas y máscaras de madera.
- Calor y comida, suficiente para sobornar guardias soviéticos, lamentablemente.- Señalé a los traidores y ellos se rieron de mí.- Pagarán por esto.
- Esto es lo que necesitabas, Anatoly.- Lev le entregó el cuchillo de madera y Anatoly lo recibió con grandes honores. Lo sostuvo sobre su cabeza casi como si pudiera escuchar algo.
- La bestia que mató al alcaide dejó el cuchillo en la mina, no pudo traerla a mí pero sabía que podía contar contigo Oleg. Este cuchillo de ébano ha existido desde siglos antes que los primeros humanos usaran huesos para rascarse la espalda.
- Hocus Pocus y Abrahadabra,- se mofó Sergei.- encuentras estas ruinas con aguas termales y te haces un dios y mesías para los demás prisioneros de Siberia. Trucos y charlatanería. No sé cómo hiciste eso con el cielo, pero lo averiguaremos.
- ¿Eso?- Anatoly señaló al techo, donde un enorme tragaluz nos permitía ver las constelaciones y galaxias.- El cielo primitivo no es truco alguno. Además Sergei, tú eres el que sabe todo acerca de la charlatanería.
- No lo escuches Sergei, tiene la lengua de una víbora.
- Y tú también Oleg, pero yo nunca les he mentido. Les prometí Carcosa y eso tendrán. Prometí quebrar a esta unión de repúblicas soviéticas y eso es lo que haré. Y sobre todo, prometí quebrarte Oleg, y lo haré con mucho gusto. En cuanto a Sergei, eso no es difícil. Su secreto ya no lo es. Sergei es homosexual y lo ha sido por mucho tiempo.
- Tenías razón Oleg, tiene lengua de serpiente.
- Pero estimado muchacho, yo no soy quien te juzga. La KGB ya lo sabe y seguramente tendrían a tu buen amigo Oleg para arrestarte cuando ya no fueras útil. ¿Lo ves? No soy yo el monstruo en esta historia, son esos tecnócratas. Un imperio de burócratas donde el espíritu humano se quiebra en la maldita maquinaria.
- No te preocupes Sergei, estaremos bien. Anatoly sólo sabe un truco, usar los miedos de otros a su beneficio, es un sádico.
- ¿Y tú no haces exactamente eso Oleg?- Anatoly sonrió como un tiburón, ya sabía lo que estaba por decir.- Tú sabes de esa desviación de tu compañero, lo has sabido por muchos meses. Sabes que está enamorado de ti, pero lo mantienes cerca para saber los movimientos de su primero Vladimir. Y deberías hacerlo, ese Litovchenko se ha ganado el corazón de tu Natasha.
- Hijo de perra.- Salto sobre él, pero no llego lejos. Sus seguidores nos dominan con las culatas de sus rifles y usan raíces y lianas para amarrarnos de manos detrás de la espalda.
- ¿Por qué te resistes tanto Oleg? Yo también lucho por ideales superiores, pero los míos se manifiestan. ¿Aún crees que todo ha sido charlatanería? Carcosa es muy real, la ciudad congelada hogar de los Antiguos, cuna de la civilización humana, la verdadera civilización. Los fieles que se extinguieron cuando los dioses quedaron encerrados, esperando que las estrellas volvieran a estar en su lugar.- Anatoly levantó el cuchillo y uno de sus fieles empujó a uno de los soldados. Enterró la hoja en su cuello y su sangre se derramó sobre la burbujeante tina de agua hirviente. Algo gigantesco aulló histérico más allá de la apertura del templo. Algo como el gorgoreo de un ave, pero ahogada de alguna manera. El templo tembló, pero no desde su base, sino que fue como si algo se golpeara contra la roca para mantenerse de pie. Anatoly y sus seguidores rieron diabólicamente mientras apuntaban al cielo. Las coloridas galaxias se transformaron en enormes amebas coloridas, en ojos y en antorchas potentes que iluminaban vagas formas de proporciones cósmicas.- Está funcionando, estamos regresando en el tiempo Oleg. Resucitaremos Carcosa para que sea la capital de un nuevo mundo, uno que se comerá a la unión soviética primero. ¿Qué dirán esos aburridos científicos burócratas y esos tecnócratas? Nos rogarán por misericordia. Tsarnahue devorará Moscú como un tigre destroza un conejo. Descuida Oleg, no tocará la Habana. No, Natasha ya está con Vladimir y todo esto sólo afianzará su amor por él.
- Mientes...
- ¿Te he mentido alguna vez? Tú sabes que ese no era sueño alguno. Natasha Chislenko encontró el amor en un hombre decente y honesto que no mata y tortura para vivir.- Anatoly sonrió y me miró a los ojos. No tenía nada que esconder, sólo el gozo de haber tenido éxito. El gozo de haberme quebrado en dos como a una rama.- Tírenlos, Tsarnahue tiene hambre.

            Los seguidores de Anatoly nos empujaron con sus lanzas y hachas hasta la pendiente viscosa y de un empujón nos lanzaron a todos. Era una especie de prisión, una sin la pared de enfrente, sino con una vista temible del altísimo peñasco. Los soldados forcejearon con sus amarras, como Sergei trató de convencerme de hacer lo mismo. Estábamos sentados sobre una vegetación que no debía existir, con largas hojas azules, con hongos que brillaban como focos y lianas que parecían moverse cuando nadie les prestaba atención. Un instinto, alimentado por siglos de civilización nos empujaba a destruir esa vegetación, a condenarla como algo que había sido hacía demasiado tiempo y que ya no debía de existir. El templo siguió temblando, con una fuerza cada vez mayor y algo reptó dentro de la burda prisión. Reconocía esos delgados tentáculos como parte de la imagen insidiosa que no conseguía borrar de mi mente, el hundimiento del buque. Los tentáculos se afianzaban como hacen las raíces y anunciaban la llegada de otros más grande. Los aullidos de la bestia estaban cada vez más grande y el pánico en la celda era palpable.
- Tiene razón Sergei.- Dije en voz queda en un rincón de la celda, mientras los soldados se liberaban.- En todo tiene razón y siempre lo ha tenido.
- Quizás este no es el mejor momento Oleg.- Desamarró mis manos mientras la gigantesca garra de la bestia conseguía apoyarse contra la saliente.
- Yo lo sé, quizás la KGB también lo sepa y sí te van a arrestar. Te utilicé Sergei.
- Maldita sea Oleg, te amo pero a veces eres un idiota.- Me dio una bofetada tan fuerte que mis sentidos regresaron a la acción y me paré de golpe.
- Agente Voronin, dese prisa.- Un soldado consiguió atorar una poderosa rama contra el borde de la pendiente cuando la bestia apoyó la otra pata como de enorme mantis y asomó la terrible cabeza. Sergei brincó sobre la rama y con una mano me ayudó a subir. La bestia escupió algo que parecía un ácido viscoso y mató a los soldados incluso antes que su enorme lengua repleta de hongos luminiscentes pudiera meterlos a su boca.
- ¿Adónde creen que van?- Lev se acercó apuntando su arma cuando Sergei y yo escalamos de regreso a la estancia principal.
- Sabía que eras un traidor Lev, ¿por qué crees que te traje hasta aquí y deje a tus hombres en el gulag? Por eso cambié tu pistola por una sin balas.- Lev me miró sorprendido y después a su pistola. Estivo a punto de gritarle algo a sus compañeros, pero Sergei lo golpeó con una piedra con tanta fuerza que su cráneo se partió y cayó muerto. Recogí la pistola y empecé a disparar contra los seguidores de Anatoly.

            Sergei se lanzó sobre uno de ellos con un agilidad que no conocía en él, le arrancó el hacha de la mano y golpeó contra su cabeza hasta partir la madera y revelar el rostro de un cadáver momificado hacía miles de años. Miró hacia el cielo y emitió un grito espantoso. Tembloroso y esquivando los dardos y flechas me lancé contra el lado de la tina de agua hirviente a su lado y miré al cielo. La luz del cielo era tremenda, era como una serie de soles fríos que formaban parte de una criatura aún más grande, algo viscoso pero con membranas traslúcidas y pálidas. Anatoly gritó algo que no logré escuchar pero que nos despertó del pánico en que habíamos sucumbido. Disparé contra el enloquecido ocultista, pero sus seguidores dieron su vida por él. Las balas se terminaron y otros seis guerreros siberianos llegaron corriendo al recinto. Sergei le golpeó en la boca del estómago y con la parte roma de una primitiva hacha me sometió a golpes. Le rogó perdón a Anatoly, suplicó por su vida ofreciendo la mía a cambio y el ocultista, frenético y ansioso rió como un loco. Aceptó el sacrificio, alejando a sus seguidores pero antes que pudiera acercarse blandiendo el cuchillo de ébano Sergei golpeó a los seguidores detrás de mí. El hacha cortó gargantas y sus puños les desarmaron. Me levanté del suelo como si la golpiza no hubiese ocurrido, nunca dudé de Sergei y aproveché la oportunidad para blandir una lanza y alejar a los creyentes que trataban de entrar. Sergei gritó algo que no entendí y cuando me di vuelta Anatoly ya le había apuñalado y con una fuerza sobrenatural lanzó su cuerpo al agua hirviente.
- ¡Sergei!- Me lancé contra él en completa desesperación y fui recibido por sus puños. Dos de sus guerreros me tomaron de los brazos y Anatoly tomó mi quijada para que viera por la saliente, por la enorme ventana por la que la terrible bestia Tsarnahue empezaba a escalar. Más allá de eso podía ver una enorme ciudad iluminada por fuegos y seres luminosos, la arcana Carcosa.
- A los Antiguos le gusta la sangre Oleg, ahora probemos con la tuya.- Levantó el cuchillo sobre su cabeza mientras yo me tiré de rodillas. Mis brazos se deslizaron fuera del abrigo, permitiéndome alejar a los guerreros de un empujón. Le quité el arma a Anatoly, cortándole en los brazos. Me di media vuelta y maté a los dos guerreros como si el cuchillo fuera de acero ardiente atravesando mantequilla. Le corté la garganta a Anatoly mientras Tsarnahue gritaba desesperada.
- Tenías razón Anatoly, no soy mejor que tú,- lo levanté de un brazo y con todas mis fuerzas metí su cara primero al agua hirviente. Escuché sus gritos desesperados antes de lanzar el resto del cuerpo.- soy peor que tú.

            Tsarnahue aulló desesperada y sobre mi cabeza las extrañas y coloridas criaturas desaparecieron del cielo. Una de sus gigantescas patas de langosta  atravesaron el techo del templo mientras los guerreros trataban de entrar, matándoles al instante. Conseguí escapar entre las ruinas al congelado aire siberiano y corrí con todas mis fuerzas. No me atreví a mirar hacia atrás, pero pude escuchar lo que pasaba. Tsarnahue, nuevamente lanzada de regreso al oscuro abismo al que pertenecía, destrozaba el templo y caía desde el risco de cientos de metros hasta las oscuras aguas heladas de la inhóspita Siberia. El aire helado llenó mis pulmones y corrí sin mi abrigo dando rápidos vistazos hacia arriba, temeroso de lo que podría encontrar. Las estrellas habían regresado y ya no había esas coloridas galaxias ni cúmulos de estrellas. No soy astrónomo alguno, pero me contenté con saber que no había amebas espaciales colonizando la luna.

            Una fuerza que desconocía en mi interior me empujaba colina abajo. Era Natasha bailando en Moscú, era Sergei ganándome en ajedrez, era la mirada de sorpresa en los ojos de Anatoly cuando le corté la garganta y la sangre manó como una fuente. Encontré el camión que habíamos dejado atrás con unos medios que no puedo describir, mi cuerpo se movía en la oscuridad con la agilidad de un lobo siberiano. Aceleré de regreso al gulag, de regreso a las luces pero el frío y el agotamiento cobró lo mejor de mí y cabeceé a medio camino. Desperté con calor y acostado sobre una hamaca con una cómoda frazada. La puerta del camarote se abrió tímidamente y el anciano Slava Gravilov entró con mi desayunó. Detrás de él llegó el capitán Kolotov.
- Ha sido tu doctor de cabecera.- Dijo, señalando al anciano.- Te recogieron en el campo, chocaste con una piedra y tuviste suerte de no salir volando. No encontramos a Sergei.
- Lo sé, ni lo harán.- Comí la manzana y el trozo de pan y le dejé lo demás al anciano Slava, quien lo agradeció con una mirada.- Anatoly está muerto, pero no lo encontrarán tampoco. ¿El gulag?
- Ya está bajo control, mis muchachos dieron con todos los traidores. Se rindieron voluntariamente cuando te vieron con vida. Moscú querrá un reporte completo.
- Todavía no estoy seguro que pasó.- Dije, mientras le acompañaba por el buque en movimiento.- ¿Nos vamos?
- Sí, zarpamos en la mañana para cruzar el mar. Hay un gulag en la costa a poca distancia de aquí. Ya añoro ver más buques de guerra.- Subimos a la cubierta y nos apoyamos contra los pesados rieles. Me encendí un cigarro y suspiré el aire siberiano, con la mirada en la impenetrable oscuridad nocturna.- ¿Qué pasó exactamente?
- ¿Exactamente? No lo sé, pero fue... Violento, por decir lo menos. Ya encontraré la manera de ordenar mis pensamientos cuando llegue a Moscú. Entregaré mi reporte y tomaré un avión. Necesito algo de sol caribeño.
- Todos lo necesitamos Oleg.- El capitán Kolotov chifló y con una seña ordenó a sus marinos.- Ya deberíamos estar en el puerto de Ganrik, el otro gulag, pero no veo luces.

            Los marinos dispararon bengalas y las lámparas del barco se encendieron hacia todas partes. El cigarro se cayó de mis labios cuando las bengalas cayeron delicadamente, dejando un rastro de luz roja en el camino. Las lámparas y bengalas iluminaban una impenetrable selva de extrañas plantas con hojas azules y fuertes raíces rojas. Algo como un ave, pero más grande que el más robusto halcón que se hubiese visto, sobrevoló la costa emitiendo gorjeos desconocidos a oídos humanos. Animales exóticos y desconocidos por completo se asomaban entre los robustos árboles y nadaban los oscuros mares. Anatoly no había estado loco, regresamos en el tiempo y yo sólo detuve la otra mitad de su plan, llevar esta locura al tiempo presente al tiempo de Natasha para quebrar a la Unión soviética como un dios quebraría las más vanas ilusiones de los Hombres.


            Todos entramos en pánico, pero yo fui el único con el suficiente sentido común para regresar al camarote. Encendí esta grabadora y comencé el relato de todo cuanto ocurrió en el gulag de Laptev. La alarma suena a toda potencia más allá de mi puerta, porque más allá de las frías paredes metálicas de este buque se encuentra un mundo desconocido por todo ser humano. Un mundo antes de la existencia de lo que ordinariamente llamamos cordura. Recordé algo que leí en esas revistas moscovitas que Natasha me regaló, una teoría poco aceptada según la cual los primeros vestigios humanos provenían de Siberia, con rastros de una civilización tan compleja como la de los seres modernos. ¿Natasha leerá de mis huesos cuando sean desenterrados por aburridos arqueólogos siberianos?, ¿sabrá que hace millones de años alguien la amó lo suficiente para desearle una vida plena y feliz? En cierta forma envidio a Sergei, quien no vivió lo suficiente para atestiguar el horror que nos rodea... Nadie escuchará esto, pero es importante que lo ponga todo aquí, porque temo que mi cordura sea retada a un límite del que después ya no logre salvarse. Quizás si vuelvo a escuchar esto sabré que hubo un orden en algún momento, antes que jugáramos con fuerzas que nos rebasan de modos que ninguna ciencia podría comprender jamás... Algo golpea al barco, algo que debe tener el tamaño de una ballena, debo irme.” 

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