El mejor de los mundos posibles
Por: Juan Sebastián Ohem
El tren se fue deteniendo
conforme entraba a la ciudad de Mérida por la vía nueve en el segundo piso. Se
dirigía a la estación gubernamental. Víctor Beneker recogió sus cosas y alisó
su sombrero, ésta sería la oportunidad de su vida. El tren dio un último
chillido antes de detenerse por completo. Durante el trayecto se había estado
preguntando cuántos trenes más sostendría la línea del segundo piso, antes de caer
en pedazos. Ésa era solo una de los muchos avances tecnológicos que hacían de
Mérida la capital de la cultura en toda la Nueva España. La única ciudad de los
territorios españoles que era por completo una máquina de vapor. Debajo del
sólido suelo se había explotado los yacimientos de carbón y los kilométricos
ríos subterráneos. Una compleja red de tuberías y máquinas se extendía por
debajo de Mérida, proveyendo de todas las comodidades modernas.
Sin embargo, no eran las
maravillas mecánicas las que lo traían a Mérida, sino un asesinato. Ernesto
Guadalupe Jiménez había muerto una muerte misteriosa. El reconocido detective
Fernando Dasio, conociendo de la fama que se había procurado en Valladolid, lo
mandó llamar. Una comitiva policíaca lo estaba esperando. Antes de las
introducciones se rezó un rosario, para protegerse de los males del demonio.
Víctor sabía que en la gran capital la religión no sólo era un asunto político,
sino un asunto de vida o muerte.
El detective Dasio se presentó.
Era un hombre de complexión robusta, una cicatriz en la mejilla disimulada por
una incipiente barba. Era un guerrero, un soldado de Dios. Contar con su
respaldo y admiración significarían la diferencia entre ser el pez grande en
pecera pequeña a ser el pez pequeño en pecera grande. El detective teólogo
parecía consternado, el caso le dejaba sin dormir. Su comandante, Jorge Alonso
Gutiérrez, era un hombre de complexión delgada, con una barba tupida y sombrero
de hongo.
- Es un honor
conocerles.
- Tonterías
Beneker, -dijo Dasio.- se ha hecho de renombre en Valladolid, la manera en que
desarticuló la red de perversos ateos ha causado conmoción en todos los
círculos.
- Fue una
combinación de suerte con prudencia. En Valladolid todos le conocen detective
Dasio, el detective teólogo. Hay mucho que podría aprender de usted.
- Un buen
agente de seguridad debe conocer las leyes de los hombres y, sobre todo, las
leyes de Dios. Mi doctorado en teología me permite conocer la mente de un ser
que odia a Dios.
- No seas tan
modesto,- dijo el comandante Alonso.- estudió dos carreras a la vez, filosofía
y literatura. Es el único de mis detectives con tal grado de hambre
intelectual.
- Tonterías,
fue hace tres décadas. Bien podría haber sido hace un siglo.- Pasajeros
comenzaban a abordar el tren, por lo que se retiraron de la plataforma.
Salieron de la estación hasta la calle, donde tomaron una patrulla a vapor.
- Temo sonar
provinciano, pero estas maravillas tecnológicas sólo existen como lujos en
Valladolid.- La máquina era como una carreta de carga, sólo que en la parte
trasera se acomoda un contenedor de agua y una máquina de vapor que, asistido
por mecanismos de cuerda, jalaban y contraían pistones que movían las llantas
traseras. En la parte de adelante, diseñada para tres personas, se encontraba
un volante de pesado metal que, mediante poleas en la parte inferior de la
máquina, hacían girar a las llantas delanteras. Le enseñaron al detective
Beneker las palancas que soltaban el mecanismo a vapor, y la manivela que
controlaba la presión, a mayor presión mayor sería la velocidad.
- Tengo poca
cuerda.- Dijo el comandante Alonso. Avanzó lentamente, detrás de carruajes de
caballos, hasta una pequeña estación con el letrero “Corporación Magnus”.- ¿Le
han puesto al corriente en el caso?
- Me temo que
no, sé únicamente lo que dicen los diarios.- Alinearon el automóvil con una
máquina grasienta con la forma de un brazo. Conectaron la punta del brazo
mecánico, que tenía forma de triángulo, con el mecanismo que le daba cuerda al
sistema auxiliar. La ingeniería hidráulica obró su milagro, la punta del brazo
giró a mil revoluciones por segundo, tensando los resortes. Beneker notó que en
todas partes había estaciones como ésas, la corporación ofrecía sus servicios
en cada rincón de la ciudad.
- Su nombre
era Ernesto Jiménez, tesorero de la biblioteca estatal. Fue envenenado en su
oficina, pero no me pregunte con qué.- Víctor reconoció la avenida de San
Montejo porque la había visto en grabados, pero nunca antes había presenciado
su belleza. Los edificios de tres o cuatro pisos se conectaban por el tercer
piso mediante amplios arcos góticos que hacían de puentes.
- ¿El veneno
fue ingerido?- Un grupo de trabajadores municipales limpiaban las torretas de
metro y medio que tenían a los ventiladores. La brisa era empujada desde el
fondo de la tierra, donde el aire de las grutas oscuras estaba fresco.
- Sabemos que
así fue, su lengua está negra e hinchada.- El detective Dasio le entregó el
archivo completo.- Fui el primero en la escena y revisé cada centímetro. Al
momento de su muerte disfrutaba su hora de descanso, comía y terminaba de
mandar cartas. Revisé la comida y los sobres que lamió, sin encontrar ni pizca
del veneno.- Se internaron en una de las colonias más nuevas, donde altos
postes formaban líneas de telégrafo y de zepelín. Los enormes globos se
desplazaban tranquilamente por los aires usando esas líneas como rieles. En
cada estación los encargados jalaban una perilla que accionaba el mecanismo
hidráulico y jalaba de la cuerda metálica para que descendieran los viajantes.
- Hemos
llegado.- Anunció el comandante.- El detective le mostrará su departamento
rentado, yo debo regresar a la comisaría.
- Por aquí.-
Dasio le mostró su departamento amueblado y, cuando Víctor dejó su baúl y su
maleta, el detective Dasio le mostró un regalo.- Es una pistola miniatura. Ésta
ciudad parece muy tranquila, pero he visto su otro rostro, y es deforme. La
ciudad subterránea está llena de peligros, los mayas no pueden ser confiados.
No importa qué te diga el comandante o los obispos, nunca se integraron por
completo y son una amenaza.
- Ya tengo un
arma, pero tomaré su consejo.- Dasio le mostró un mecanismo pequeño montado
sobre un pedazo de tela que se abotonaba en el antebrazo. La pistola se conectaba
al mecanismo y, tras apretar un botón, los resortes hacían que la pistola
estuviese al alcance de la mano.- ¿Jiménez era casado, es cierto? Supongo que
su esposa se queda con su herencia.
- Está en lo
correcto. Trabajaba en la ampliación de la biblioteca, con dinero de la
corporación Magnus. ¿Prefiere ir primero a su trabajo o debemos visitar a la
viuda?
Decidieron ir a la biblioteca. Tomaron
un carruaje de lujo, donde aislados del ruido exterior el detective Dasio
explicó que en la biblioteca laboraba un sospechoso. Había cometido un pecado
cardinal, robado de un miembro de la santa Iglesia. El sospechoso, Juan Rosas,
había tratado de defenderse, argumentando que no sabía que aquel reloj que
había encontrado en el suelo era de un sacerdote, pero a la corte no le
importó. Su salario fue rebajado a la mitad y perdió su derecho a ser dueño de
su vivienda, forzándolo a rentar.
Fernando Dasio y Víctor Beneker
se quitaron el largo sombrero de copa antes de entrar a la biblioteca. Rezaron
dos rosarios, por la protección de la santísima Iglesia y su patrimonio y
explicaron al sacerdote a cargo su objetivo dentro del recinto. Fueron
acompañados por un novicio a través de los largos pasillos donde altísimos
libreros guardaban antiguos tomos de toda clase de temas y en todos los
idiomas. La biblioteca estatal de Mérida era objeto de orgullo para el mundo
católico, una afrenta directa a la ignorancia anglosajona.
- ¿Diga?- El
viejo sacerdote se sentaba tras un pesado escritorio de caoba, cubierto de
papeles y libros. A su alrededor colgaban docenas de cadenitas doradas, todas
ellas colgando un pesado plomo con un número.
- Soy el
detective Fernando Dasio, éste es mi compañero el detective Víctor Beneker,
buscamos a Juan Rosas, tenemos entendido que trabaja aquí.- El viejo buscó
entre los plomos hasta encontrar el número “34”. Lo jaló un par de veces y con
una manivela ascendió una especie de cuerno de cobre, un comunicador que
mandaba su voz a través de un tubo hasta la trigésimo cuarta abertura. Se
comunicó con un empleado y momentos después señaló hacia la puerta que conducía
hacia el ascensor.- Víctor, ¿en Valladolid hay ascensores?
- Sólo en la
catedral.- El espacio era reducido, pero suficiente. El operador jaló una
palanca y comenzaron a descender.- Una maravilla de la ingeniería hidráulica.
¿Qué pensarán después?
- Bienvenido
al futuro.- Llegaron al subsuelo y Juan Ramos los esperaba en la zona de
inventario, donde docenas de envejecidos hombres se arruinaban la vista con la
luz de lámparas de gas.- ¿Cómo quieres hacerlo? Pensaba policía bueno y policía
malo.
- Me parece
perfecto.- Escoltaron a Rosas a una habitación vacía. Dasio cerró la puerta y
Víctor se lanzó sobre Rosas, tirándolo contra la mesa.- Ernesto Jiménez está
muerto, asesinado por escoria hereje como tú, así que tienes dos opciones,
cooperar o las mazmorras.
- Víctor, por
el amor de Dios, cálmate.- Dasio los separó, Rosas estaba pálido.- Papeles.
- Aquí
están.- Todos los que ofenden a Dios están obligados a asistir a misa todos los
días por el resto de sus vidas, llevando un registro difícil de falsificar.- No
he faltado ni una vez.
- ¿Puedo
verlo?- Fernando se lo dio a Víctor, quien se lo guardó.- Este registro
desaparecerá a menos que nos digas algo importante. ¿Qué me puedes decir sobre
tu jefe?
- Don
Guadalupe Jiménez estaba revisando las bitácoras y los archivos. Encontró un
desfase en las series. Entre los libros C-K-84 a C-L-26 no hay nada. No
existen. Me dijo que estaba muy preocupado. Cada libro de la serie C tiene un
presupuesto anual de mantenimiento, son los tomos viejos que se guardan en el
subsuelo donde hay refrigeración. Es mucho dinero.
- Es mucho
dinero o alguien los robó.- Dio un paso al frente y Rosas se acurrucó contra la
pared. No diría más. Le dio su registro y salieron de la biblioteca, tratando
de contener las risas.
- No hacía
eso en años, me siento joven de nuevo. Tengo una corazonada, aquí solo hay
viejos y herejes, necesitamos ir a la corporación, ellos pagan por casi todo.
Tomaremos el tren urbano.
La corporación Magnus era un
campus de edificios coloniales que ocupaban varias cuadras. Era tan grande que
contaba con su propio sistema de transporte, carros que eran jalados de un lado
a otro por pesadas cuerdas metálicas que se tensaban en dos ruedas, en su
inicio y en su destino. La maquinaria que movía las cuerdas emitía vapor
periódicamente, produciendo una neblina que cubría los jardines. Dasio le
mostró el camino hasta el secretario general de la corporación. Gabriel Ramos
los hizo pasar a su oficina, orgulloso de contar con todas las comodidades del
mundo moderno. Invitó a los detectives a pegar la oreja contra la delgada pared
de madera, donde podían escuchar las pequeñas máquinas haciendo ruido, como un
enorme aparato de relojería. Brazos mecánicos que servían café, una mesita que
se desplegaba del suelo, con su propio rosario y cruz y una alarma de reloj que
sonaba según estuviera programada.
- Este es el
futuro, todo hogar en el mundo católico será así.
- ¿Y la
corporación hará su modesta fortuna?
- No, nada de
eso, no somos anglos. La corporación y la Iglesia deben trabajar juntos, sin
Dios no hay dirección. Sin un frente común pronto tendremos partidos políticos
ateos y agnósticos. Partidos políticos, es absurdo, ¿se imaginan un Estado
dentro del Estado?
- Los males
políticos de hoy, separación del Estado y la Iglesia, los mismos demonios que
hablan de justicia social.
- Dios hizo
muchos mayas, porque los ama.- Una máquina le sirvió cognac y les invitó.- Sin
nosotros, ¿quién les daría trabajo? Nadie. Les ofrecemos la oportunidad de
salir adelante, prácticamente construimos la ciudad subterránea para ellos.
¿Cómo nos pagan? Con muerte. No tengo duda que uno de ellos mató a Don Jiménez.
- ¿Lo conoció
bien?
- Muy bien.
Era de fiar, graduado con honores hace 30 años de la Universidad de Yucatán.
Trabajaba en el proyecto de refrigeración en el piso cuarto del subsuelo. Nada
político.
- Los últimos
tres gobernadores trabajaron para la corporación,- le corrigió Fernando.- dudo
mucho que esto no sea político.
Entre las afrancesadas casas de la zona este se encontraba la
mansión Jiménez. Sus ventanas tapadas con negras telas indicaban luto. Todos
los sirvientes vestían de negro y la viuda, Josefina Balmes de Jiménez los
recibió en la sala. Ella era la única heredera, los detectives lo tenían claro,
pero también había una circunstancia agravante, la letra escarlata. Había sido
marcada, en el dorso de la mano derecha, con la letra E, de Eva. Le había sido
infiel a su marido, a través de comentarios que había hecho acerca de uno de
los empleados de la casa, Mario Herrera, a quien había deseado sexualmente.
Mario Herrera había sostenido románticas conversaciones más de una vez, lo cual
empeoraba el caso. Don Jiménez pidió docenas de favores para que su esposa no fuese
lanzada a las mazmorras.
- Por
supuesto pueden buscar detectives, han sido muy amables en preguntar.- No
necesitaban hacerlo, quienes cometen un pecado capital pierden muchos de sus
derechos, entre ellos la privacidad.
- Su padre se
quedará con gran parte al final, después de todo las mujeres no pueden ser
dueñas de patrimonios grandes.- Explicó Dasio.- Aún así, una vez pecadora,
siempre pecadora. Busquemos arriba, en las habitaciones.
La habitación principal tenía
una sola cama. Ninguno de los dos dijo nada, pues se trataba de Don Jiménez,
pero por lo general era muy mal visto que un hombre compartiera cama con una
mujer, incluso si era su esposa. El matrimonio no tenía hijos, otro factor
sospechoso, por lo que ocupaban las otras habitaciones con estudios, sala de
lectura y una habitación especial para Josefina Balmes y sus bordados. Entre
las telas el detective Víctor encontró un libro. Estaba hecho a mano, sostenido
por cordón, y sus hojas amarillentas parecían frágiles. Era un libro prohibido,
“la ciudad del Sol” de Campanella. Beneker leyó un poco de las hojas
prohibidas, sin darse cuenta que una mujer entró a la habitación. Estaba tan
distraído que dejó vagar sus ojos hacia el espejo, contemplando a la mujer sin
decir nada antes de poder registrar en su mente que no estaba solo y que
sostenía una lectura prohibida por la santa madre Iglesia. Ella era morena
clara, esbelta y muy alta, sus rasgos eran finos y sus ojos grandes. Su figura
estaba parcialmente oculta tras el uniforme de sirvienta, pero incluso con él
Beneker podía adivinar sus largas y torneadas piernas.
- No quise
interrumpir, ¿pero el señor necesita algo?- Víctor comenzó a tartamudear, por
un momento olvidándose del libro en su mano. La sirvienta miró el libro y se
sonrojó.- El libro no es de la señora, ella nunca haría algo así. Es mío.
- La pena por
posesión de material prohibido es de mínimo un mes en las mazmorras.- Se sentía
ridículo tratando de impresionarla, pero eso no le detuvo.- Pero creo que
podemos hacer una excepción. ¿Cómo te llamas?
- Mercedes
Vaca señor.- Había mucha vida detrás de esos ojos. Beneker se sintió un poco
mareado, no esperaba toparse con alguien como ella.
- ¿Vaca?,
pero dime ¿cuál es tu verdadero nombre?
- Mercedes
Kan.- No estaba avergonzada, sabía que cambiarse al apellido era solo un medio
para conseguir un fin. El detective se apoyó contra la pared y sonrió con cara
de idiota. Mercedes pensó que se veía tierno, no como los otros policías que
sólo pensaban en despojarla de su ropa y de su dignidad cada vez que la veían.
Éste era distinto, no usaba el libro como palanca para conseguir lo que
deseaba, solamente parecía querer conocerla.- ¿Va a reportarme?
- No, pero me
llevaré el libro. No deberías leer estas cosas, no te llevan a nada bueno.-
Fernando entró en la habitación y de inmediato notó que algo estaba mal entre
ellos.
- Detective,
¿le interrumpo?- Beneker excusó a Mercedes con un gesto.
- Encontré
algo,- dijo cuando la sirvienta se había ido. Le mostró una nota con un sello
rojo de cera. En el sello se encontraba el nombre del cardenal Sada.- pidió ver
al monseñor antes de morir.
Dasio no tocó el tema, pero
Víctor sabía que no veía con buenos ojos su plática con la sirvienta. En
Valladolid había conocido a muchos mestizos e indios y había aprendido que a
veces los mejores cristianos son los pobres trabajadores. Quizás Mérida era
distinta, pero no sentía que hubiese hecho algo malo. Sabía que tenía que
impresionarlo, pero pensaba hacerlo mediante el trabajo duro, no mediante la
política.
- Pueden esperar
en el aula.- Dijo el monaguillo. Cuando llegaron a la catedral de San Montejo
el cardenal estaba dando su sermón acerca de Leibniz, uno de sus tópicos
preferidos.
- ….El Ser
perfectísimo únicamente puede crear aquello que es perfectísimo. Ésa es la base
del argumento de Leibniz. ¿Pero cómo podemos demostrar esto? La Santa Madre
Iglesia, la novia de Cristo, advirtió a los herejes musulmanes que su fe
ofendía a Dios. ¿Acaso escucharon? No, en vez de eso se lanzaron a la guerra
para dominar mediante las espadas y la fe del demonio. ¿Cuál era su herejía? La
más importante, que Cristo no era Dios. Incapaces de ver algo tan obvio fueron
castigados con la furia del Señor. Esto lo sabemos todos. El día de navidad,
del año de nuestro Señor 1100, una piedra del cielo cayó justo sobre la Meca,
capital de sus pecados. Dios convirtió la arena en cristal y destruyó al Islam
con un solo golpe. Esto nos quiere decir una sola cosa, la conclusión de
Leibniz, vivimos en el mejor de los mundos posibles. Aquellos que claman por
cambios dentro de la Iglesia, o separación entre el gobierno y la Iglesia, son
los ciegos que no quieren ver que éste es el mejor de los mundos posibles. Dios
tenga misericordia de sus almas. La lección ha terminado, pueden ir en paz.
- ¿Monseñor?-
Dasio besó su anillo y después lo hizo Víctor. El cardenal, un hombre viejo con
arrugas en los lados de la boca, y mirada plácida, los atendió en el
auditorio.- Tengo entendido que Don Ernesto Guadalupe Jiménez habló con usted
poco antes de morir.
- Sí, vino a
mí ayer en la mañana. Fue muy extraño.- El cardenal se sentó al lado de Dasio y
con mirada perdida fue recordando la conversación.- Me preguntó si un género
literario podía ser herético o no. Le contesté que era todo sobre el contenido,
no la forma. Me preguntó si las implicaciones de un texto, aparentemente
inocuo, podrían ser heréticos y le dije que sí.
- ¿Alguna
idea del texto al que hacía referencia?
- Ni idea. Me
dijo que sospechaba de los Iluminatti,
pero en estos días, ¿quién no lo hace?- Dasio y Beneker se irguieron de
inmediato. Los Iluminatti eran la peor y más peligrosa posibilidad.- No sé si
estaba convencido, pero creyó que se trataban de estos Ilustrados.
- No parece
tomar la idea tan seriamente como lo hizo don Jiménez.
- Los
Iluminatti son hombres de ciencia, no literatos. Entendería si se tratara de
algo que tuviera que ver con aplicaciones mecánicas o implicaciones
científicas, pero Don Jiménez me hablaba de textos literarios. No tiene mucho
sentido, si me lo preguntan.
- Gracias por
su tiempo monseñor.- Al salir del auditorio Dasio dijo lo que ambos pensaban.-
Los Iluminatti son científicos, Jiménez estaba preocupado por un desfase en la
serie de libros, o robados o un fraude millonario, y trabajaba para la
corporación en un proyecto en el subsuelo. Será mejor que vayamos para allá y demos un vistazo, el
lugar siempre tiene mala fama de ser punto de
reunión de los Iluminatti.
Existían distintos puntos de
acceso a la ciudad subterránea. Los más comunes eran los cenotes a las afueras de la ciudad, aunque también
existían ascensores dentro de la ciudad. Dasio quería mostrarle uno de los más
concurridos y más sórdidos. En San Rafael, entre los altos edificios de
minúsculos apartamentos, se encontraba la entrada al subsuelo. Era la hora de
salida de algunas fábricas, por lo que cientos de obreros subían a la
superficie para regresar a sus hogares. Sobraban las prostitutas y los
vendedores de opio, algunos intercambiaban lecturas eróticas, otros se
dedicaban únicamente al robo. Fernando se detuvo a media cuadra de la entrada y
midió el tiempo. La iglesia de San Rafael hizo sonar sus campanas, era hora de
ir a misa. Tenían cinco minutos para marcharse del lugar, antes de que una
escuadrilla de maleantes y policías entrara con garrotes y armas y quebrara
cabezas. Nadie los arrestaba, ni trataba de detener las ilegalidades que
cometían antes del campanazo, los agentes de seguridad simplemente los miraban
con indiferencia, pero ese ambiente tolerante terminaba a la hora de la misa.
Cuando la zona estaba relativamente vacía, Dasio y Beneker bajaron por las
anchas escalinatas hasta el punto de revisión, donde soldados fuertemente
armados custodiaban los accesos y las salidas.
Beneker imaginó lo que ocurriría
si se supiera que Don Jiménez temía un atentado de los Iluminatti. El subsuelo
quedaría sellado, bajo administración militar. En los cuatro pisos subterráneos
se almacenaban las fábricas de carbón que producían todo el vapor que la ciudad
necesitaba. Más importante aún, las defensas de la ciudad, los largos cañones y
las máquinas de guerra, se encontraban en el subsuelo. El ascensor hidráulico
temblaba hasta detenerse en el primer piso. Dasio y Beneker se reportaron con
el guardia en turno y fueron dirigidos a otro ascensor. Los túneles de mosaicos
con pasajes bíblicos eran iluminados por poderosas lámparas de gas, mismo que
era extraído del subsuelo. Las casas eran de piedra y parecían resistentes, y
algunas fábricas se habían instalado en el primer piso. Las calles, atestadas
de comerciantes y carruajes con caballos, no eran tan diferentes a las de la
superficie, con la obvia excepción que no era un espacio abierto, sino con un
techo a ocho metros de distancia.
El cochero no exigió mucho de
sus caballos. El viaje fue lento y aburrido. Al menos para Fernando Dasio, pues
para Víctor Beneker fue una revelación. Se maravilló con los complejos
entramados de tubería que distribuían gas, agua, tanto fría como caliente, y
vapor. No existía un espacio, en todo el techo, y en las paredes del extenso
departamento subterráneo, que no estuviera llena de tuberías y contara con
obreros asegurando la integridad de cada sector. Los accidentes se cobraban
caro, el vapor podía quemar a todos los habitantes de una casa en menos de un
minuto, por lo que la corporación invertía grandes sumas para mantener a las
tuberías en buen estado.
Al fondo del primer piso,
después de la zona comercial y residencial, se extendían las máquinas. Los
locales las llamaban las bestias. La zona industrial donde no había diferencia
de pisos, donde sus invenciones mecánicas empujaban engranes, levantaban brazos
mecánicos con gigantescos acordeones de aire, donde silbatos chillones
liberaban presión y donde, lamentablemente, docenas de niños morían al año por
confiarse demasiado. Bajaron del coche, sin pagarle al conductor e ingresaron
en uno de los ascensores mecánicos que no detuvo su temblorosa marcha hasta
llegar al cuarto y último piso.
La refrigeración era deficiente,
con poner un pie fuera del ascensor Víctor comenzó a sudar como nunca antes en
su vida. Algunas de las miles de tuberías estaban perdieron vapor, todo era
húmedo y olía a moho. Las casas ya no eran de piedra, sino de cartón y madera,
los obreros, apenas vestidos debido al calor, laboraban en su mayoría en las
fábricas de carbón, cargando y transportando material para incinerar. Las
calles, sucias por los desechos de los caballos, eran iluminadas por faros de poca
calidad, obligando a los locales a establecer piras en algunas esquinas.
Fernando no había cambiado su expresión en todo el viaje, pero Víctor sentía
distinto. Había algo terriblemente mal con las condiciones de trabajo y
vivienda.
- Cochero,
deténgase.- Los caballos relincharon y Víctor saltó fuera del carruaje. Casi no
la reconocía por la neblina, pero era Mercedes, no había duda.
- Dios mío,
no me haga nada por favor.- Mercedes
rompió a llorar, temblando como una hoja.
- Calma, no
pasa nada.
- Tiraré el
libro a la basura, lo juro, pero usted lo tiene.
- Mercedes,
no vengo por eso. Te encontré de casualidad.- Mercedes sonrió, había sido la
emoción de la semana. Visiblemente más relajada pudo dejar de temblar.
- Gracias a
Dios. Porque le juro que trabajo duro todos los días para salir de aquí y poder
rentar algún lugar en la superficie. Cualquier cosa sería mejor que esto.
- Sin duda.
Mira, te propongo algo, te invito a cenar en el restaurante frente a la
estación de policía. Es lo menos que puedo hacer, después del susto que te he
provocado.
- ¿Frente a
la estación? No es buena idea, usted es policía y yo… no. Además, no aceptan
morenas.
- Lo harán
hoy. Me pagan para resolver crímenes, no para decirme a quién puedo invitar a
comer.
- Es muy
amable, detective.- Se tomaron de las manos, por un breve momento que le
provocó mariposas en el estómago.- Puedo verlo a las siete.
- Perfecto, a
las siete será.- Quiso besarle la mano, pero pensó que sería demasiado
atrevido, por lo que la dejó irse, su cabello negro empapado por el vapor.
- Beneker,-
dijo Dasio.- estás cometiendo un grave error. Te entiendo, yo también fui
joven. Las mestizas pueden ser muy hermosas, pero todos en el subsuelo son
sospechosos de algo. Es ley. Éste es el mejor de los mundos posibles, porque
todo lo que a nuestros humanos, falibles e imperfectos corazones nos parece
injusto, para Dios es justo, y en el cielo lo tendrán todo.
- ¿Es ilegal
invitarla a cenar?
- No es
pecado, no. Es imprudente. No alertaré al comandante Alonso, aunque debería,
porque usted es nuevo y quizás quiera darse un gusto carnal como parte de su
bienvenida a la ciudad.
- No es así,
se lo puedo asegurar.- Regresaron al carruaje sin decir una palabra, hasta
llegar al subsuelo de la biblioteca.
-
Bienvenidos.- El curador, Genaro Roque, los recibió e hizo pasar hasta su
oficina. La biblioteca estaba completamente sellada del resto del cuarto piso,
sin humedad ni calor, era el único espacio frío en todo el lugar.- ¿En qué
puedo ayudarlos?
- ¿Usted es
el curador?- Preguntó Víctor. Estaba sorprendido que alguien a sus cincuenta
años y con la apariencia de un atleta, tuviera un trabajo tan aburrido. A su
vez, entendía que podía ser un sospechoso, pues los curadores se topaban con
libros prohibidos y, en muchas ocasiones, hacían copias a carbón o a manos.
- Genaro
Roque, para servirles. Fui promovido este año, el año pasado, y otros siete,
fui el coordinador de la sección de libros prohibidos y contrabando en la
Biblioteca y en la Universidad, de donde me gradué en letras, filosofía y
teología hace 20 o 30 años, química y retórica hace solo quince. Sé que los
policías siempre sospechan del curador, mi trabajo es ayudarles.
- ¿Qué nos
puede decir de la sección que existe entre
C-K-84 y C-L-26?
- Ya sé a qué
se refiere.- Se sirvió café, jalando una manija y dejando que un brazo mecánico
sirviera tres tazas. Cada uno disfrutó del café, mientras Roque disfrutaba
viéndolos.- No son los primeros en hacer esa pregunta. Algunos incluso suponen
que dentro de esa serie se encuentran libros masónicos. Nada de eso. Los libros
de esa sección no existen. Se echaron a perder cuando una tubería se colapsó en
el tercer piso. Nada grave, tomos viejos en malas condiciones de obras
platónicas traducidas al latín. Como saben, de esos libros se encuentran en
cualquier parte.
- Tengo
entendido que cada tomo de esa serie tiene su propio presupuesto de
mantenimiento.- Buscó entre sus papeles y mostró los oficios que declaraban la
sección como ruina completa y pedía que se dejara de asignar presupuesto para
su mantenimiento. Firmado por el mismo Roque.- Ya veo. Caballero, lamento mucho
haberle hecho perder el tiempo.
- No, siempre
es un gusto.- Cuando salieron al calor y la humedad Dasio caminó hasta una
cabina de policía, donde usó su llave para abrir la caja que contenía al
telégrafo de emergencia.- ¿Le crees Víctor? Puede que sea cierto, puede que no.
- Exacto. No
podemos estar seguros. ¿Para qué llamas a los policías?
- Mario
Herrera, el amante de la viuda de Jiménez. Me siento inútil y tengo ganas de
hacer algo.
El operativo fue eficiente y sin
víctimas. Avanzaron a todo galope, rifles preparados, cercaron la casucha de
cartón y con un cañón de aire la derribaron. Todos aguardaban en sus ratoneras,
docenas de ojos seguían sus movimientos. Mario Herrera, apenas vestido con
pantalones, se rindió de inmediato, sabiendo que cualquier resistencia a las
fuerzas de seguridad le garantizaban un mes en las mazmorras.
- No es
justo. Ustedes están en todas partes.- Dasio lo golpeó con la culata de su
arma.
- El Estado
está en todas partes porque Dios está en todas partes. Quédate en el suelo y
contesta las preguntas. Si lo haces bien veremos de perdonar tu insolencia.
- Sí, sí,
conozco la rutina.- Víctor estaba sorprendido, en Valladolid no se aterrorizaba
a la comunidad entera, únicamente al sospechoso.
- Don
Guadalupe Jiménez murió, sospechamos de algún mestizo o algún maya. Tú eres
maya.
- No tuve
nada que ver.
- Esa no fue
la pregunta.- Dasio lo pateó con fuerza, parecía disfrutarlo. A la luz del
fuego de la pira, rodeados de vapor y muriendo de calor, Beneker miró a su
futuro compañero y mentor bajo una nueva y más terrible luz.- Sospechamos de
los Iluminatti. Sabemos que ustedes los esconden. Sabemos que los engañan con
vagas promesas acerca de un mundo futuro donde ustedes trabajaran menos,
vivirán en la superficie y todas esas tonterías. Son tontos, no los culpo por
creer en otro mundo, pero ya deberían saber, éste es el mejor de los mundos
posibles. Así que aquí está la pregunta, y más te vale contestar honestamente,
¿qué sabes de los Iluminatti?
- Tiene razón
oficial, se ocultan aquí abajo, pero nadie sabe quiénes son. Distribuyen
panfletos, los quemamos de inmediato, no queremos enojar a nuestra Virgencita.
Sé que al líder le llaman Balam, el jaguar de luz. Promete castigar, sus
palabras y no las mías, a la Iglesia. Se dicen maestros del disfraz, que han
corrompido a todos los niveles y tienen agentes por doquier. Fantasías
peligrosas, señor, pero eso es todo lo que sé.
- Te creo.
Llévenselo, una semana en la mazmorra.
- ¿Porqué?-
Preguntó Víctor. Levantaron a Mario, quien se resistió, chillando de miedo. Lo
sometieron a golpes y amarraron a un caballo.
- Por eso.
Ahora, creo que son casi las siete, y usted tiene su primera cita en la gran
ciudad. No deje que yo le estorbe, pero recuerde, hay que amar a Dios y a su
Iglesia antes de amar a una mujer. ¿Estamos de acuerdo?
- De acuerdo,
detective.
Víctor llegó tarde a su cita.
Mercedes le esperaba afuera del restaurante, al cual no le dejaban entrar.
Beneker estaba cansado y confundido y, tras apenas saludarla, entró al lugar
sosteniéndola de la mano. No se dio cuenta, le pareció natural, pero aquella
señal de afecto y deseo podía ganarle una bofetada, si la mujer no compartía
los mismos sentimientos. Mostró su placa y ordenó que vaciaran la mesa del
fondo, después pidió la comida más exquisita que tuvieran y ordenó que no
fueran molestados.
- ¿Trata de
impresionarme, detective?
- No, pero no
quiero que nos interrumpan.
- ¿De qué le
gustaría hablar?- Preguntó Mercedes, después de un largo silencio.
- He tenido
un día horrible, ¿porqué no lo hacemos un buen día? Quiero que me hables de ti,
todo lo que hay que saber acerca de Mercedes “Vaca” Kan.
Llevó a Mercedes hasta la puerta
de su hogar, lo cual despertó curiosidad entre sus vecinos. Caminó en silencio
hasta su departamento, a un mundo de distancia, donde el aire era fresco, la
luz natural y las máquinas no hacían un constante e insoportable ruido.
Fernando Dasio no hizo preguntas acerca de su cita, aunque lo trató con una
sonrisa toda la mañana. Víctor no sabía qué pensar acerca de su mentor, era
duro, era inteligente, conocía a la ciudad, y sin embargo hablaba con una
determinación tan fuerte en su voz que parecía que sus estudios en teología
dominaban por encima de los dictados de su corazón. Cuando la noticia llegó los
detectives estudiaban expedientes y archivos.
Raúl Matus había muerto en un
edificio de poca monta en San Esteban. Tomaron un globo aerostático hasta
descender en la plaza. El edificio se venía abajo, era un nido de ratas donde
los caseros extorsionaban a los mestizos e indios para que pagaran el doble por
comodidades tan básicas como un baño, o agua en las tuberías. La primera
pregunta era obvia, porque el director estatal del instituto de artes y
humanidades del Estado de Yucatán había vivido ahí sus últimos días. Matus
había contratado dos soldados para que le protegieran y, antes de abandonar su
trabajo, le dijo a sus compañeros que había encontrado algo que lo enfermaba.
- Eso es lo
que dijo.- El soldado los acompañó hasta el tercer piso, donde una docena de
policías analizaban cada detalle.- No sé a qué se refería, no hablaba con
ninguno de los dos.
- ¿Estuvieron
frente a la puerta toda la noche y saben que nadie entró, ni salió?
- Nadie. Las
ventanas estaban cerradas con clavos, revisamos en el ropero y debajo de la
cama, los dos únicos muebles. No sabemos cómo pudo haber pasado.
- ¡Detective
Dasio!- Un policía corrió hacia ellos, sosteniendo su sombrero de copa.- Una
maya vive debajo de su departamento y le encontramos papeles de derechos de
propiedad.
- Sospechosa
número uno.- Se alegró Dasio. Bajaron al segundo piso, donde el empapelado de
las paredes se caía en pedazos y había vapor por todas partes. El departamento
estaba empapado, como todos los demás, y tenía lonas en el techo para contener
el agua.
- Ella es
Angélica Castul.- Dijo el policía. La mujer estaba boca abajo en el suelo, como
era rutinario.- Trabaja como sirvienta en algunos edificios, empleada de
servicios sanitarios San Ildefonso. ¿La quiere interrogar?
- No.- La
respuesta sorprendió al policía y a Beneker.- Quiero regresar al tercer piso,
tengo una corazonada. Quiero ver el departamento.
- La humedad
en el edificio, no creo que sea casual.- Dijo Beneker.
- Mentes brillantes
piensan igual.- Entraron al departamento. Matus había sido apuñalado en el
pecho con una hoja filosa y larga.- La hoja es tan grande que atravesó el
colchón. Hablamos de alguien con mucha fuerza.
- ¿Pero cómo
es posible matar a un hombre en una habitación cerrada con llave?- Dasio le
señaló el empapelado de las paredes, estaban enmohecidos.
El detective salió del cuarto para hablar con los soldados, mientras
que Víctor buscaba entre los papeles que sobresalían de la mochila de cuero que
Raúl Matus había dejado sobre una mesa sin sillas. Encontró un par de pergaminos
viejos, pero con tinta reciente. El primero leía: “Se comunicó con un empleado
y momentos después señaló hacia la puerta que conducía hacia el ascensor.-
Víctor, ¿en Valladolid hay ascensores? - Sólo en la catedral.- El espacio era
reducido, pero suficiente. El operador jaló una palanca y comenzaron a
descender.- Una maravilla de la ingeniería hidráulica. ¿Qué pensarán después?”
La letra era casi ilegible, pero ahí estaba. ¿Cómo podría saber Matus, o quien
fuera, acerca de esa conversación? Y más importante aún, si alguien le vigilaba
de cerca, ¿por qué registrar sus movimientos como si fuera una novela? Con
temor leyó las líneas del segundo pergamino, que al igual que el primero daba la
impresión de haber sido arrancado. Leía: “Víctor parecía preocupado, algo en la
mochila parecía ocupar mucho espacio. Con cuidado metió la mano y se sorprendió
al encontrar una pequeña cajita de madera, en cuyo interior había un llavero
con sus iniciales y algunas llaves.”
Preocupado por la nota, metió la
mano a la mochila, tratando de no llamar la atención de los otros policías.
Efectivamente, había una pequeña cajita en cuyo interior había un llavero. No
sabía qué pensar, ni qué decir. Se guardó los pergaminos y el llavero cuando
vio que Dasio lo llamaba. Los soldados estaban pálidos, sabían que enfrentaban
cargos severos.
- Uno de
estos dos genios abandonó su puesto. Ya los he mandado investigar, cualquier
irregularidad y serán cruelmente reprendidos. Dile al detective lo que me
dijiste a mí.
- Una de las
tuberías tenía una falla, el edificio completo se estaba mojando por el vapor,
así que bajé para ver qué ocurría. Hay un laberinto de tubería en el sótano, y
todo estaba repleto de vapor, así que me di por vencido, pues se necesitaría a
un experto para localizar la falla. Regresé y no me quité de mi lugar hasta que
mi compañero y yo notamos que Don Matus no salía.
-
¿Localizaron el problema?- Los soldados llevaron a Víctor hasta el sótano,
donde el lugar entero era un laberinto de tubería.
- Nadie ha
localizado el problema aún, aunque parece haberse solucionado por si solo.-
Víctor accidentalmente apoyó la mano en un delgado y largo tubo sufriendo una
quemadura leve, pero su mano tenía sangre. No era suya, se había embarrado por
el tubo.- Parece que fue una rata caminando por ahí, cuando el desperfecto
estalla y el calor le produce sangrado.
- Con o sin
vapor, alguien mató a Raúl Matus.- Dasio bajó al sótano y despidió a los
soldados, parecía preocupado y aprovechó el momento de privacidad.- ¿Qué
ocurre?
- Conozco a
la mujer que tiene los papeles de propiedad.
- ¿Angélica
Castul?
- La misma,
es sirvienta en mi edificio. Eso no se ve bien para un agente en mi posición.
Eso me hace sospechoso, y tú y yo sabemos qué le pasa a los sospechosos. No
quiero perder mi empleo.
- Te
entiendo. Sólo porque esa mujer trabaje en el mismo edificio en el que vives no
debería ser causa suficiente para que te quedes en la calle. ¿Qué harás con
ella?
- No sé,
supongo que mandarla a las mazmorras.
- No, de
ninguna manera.
- Óyeme, yo
me callo tu amorío con Mercedes “Vaca”, esto es lo mínimo que puedes hacer.
- No es un
amorío. Además, lo único que esa pobre mujer quiere es vivir en la superficie.
Dale una multa, sé que pueden hacerlo. No necesita a las mazmorras, no es una
mala persona.
- Ese
corazón,- Dasio se lo tomó a broma.- te hace grande, y vulnerable, no lo
olvides.
En la estación mandaron un
telégrafo, con conexión de operadora, al gobernador y Obispo de Mérida, tratando
de saber si le había encomendado alguna tarea especial. No recibieron respuesta
en todo el día, y se mantuvieron ocupados tratando de entrevistar a todas las
personas que habían estado en contacto con Matus en los últimos tres días, sin
encontrar nada. Víctor no tenía la cabeza en el caso, su mente vagaba de los
pergaminos que había leído a Mercedes. Fernando no se opuso a que Víctor
saliera temprano para salir con Mercedes, y a forma de broma le mostró el
oficio de la multa que le habían hecho a Angélica Castul. Diez mil Ave Marías y
cuarenta misas obligatorias. Mientras se preparaba para salir se preguntó si
algún día sería tan duro como Fernando, que trataba el tema de la libertad de
un ser humano como si fuera una broma o algo intrascendente.
Se vio con Mercedes en la salida
de la estación de tren. La noche anterior había hablado sobre las penurias que
sufría y los pocos placeres que se daba, entre ellos la lectura. De modo que
Víctor decidió mostrarle los lujos del mejor de los mundos posibles. Mercedes
nunca había volado, de hecho nunca había estado en algo más alto que un tercer
piso, por lo que primero la llevó en globo aerostático hasta la estación de
zeppelín. La gente la veía extraño, sus ropas aunque estaban limpias, la viuda
de Jiménez le permitía lavar en su casa, no eran de la misma calidad que la del
ciudadano común. A Víctor no le dio importancia, incluso le regaló su sombrero
de copa y se lo puso. Admirando la belleza de las luces de Mérida desde el
aire, Mercedes soltó una lágrima, nunca había sido tan feliz en su vida. Al
llegar al reloj de la catedral, el último punto antes de descender en la
estación, Mercedes empalideció.
- Se me hace
tarde para ir a misa.
- Descuida,
Dios no lo notará, podrás ir mañana.
- No, tú no
entiendes.- Beneker se sonrojó al notar que le hablaba en la segunda persona.-
Le encontraron dinero robado a una persona que vive en mi sector y de castigo
todos tenemos que ir a misa cada tercer día. Nos permiten dos ausencias y ya
las cubrí.- Le mostró su librito donde uno de los monaguillos del sacerdote
sellaba las casillas.- El monaguillo quería… Me trató de extorsionar, mi cuerpo
por su sello, y como no acepté se rehusó a marcarme.
- ¿Porqué no
lo reportaste?
- No puedo,
soy mujer.
- Es cierto,
las mujeres solteras no pueden levantar cargos contra un varón. Te llevaré en
patrulla.
- Gracias
Víctor, eres una gran ayuda. Al monaguillo déjamelo a mí, le haré un escándalo
para que el padre vea qué clase de monaguillos tiene.
Usando sus privilegios como
policía solicitó una patrulla a vapor y, aprendiendo conforme la marcha,
aceleró lo más posible. En una vuelta casi se voltea la máquina completa, sus
llantas de grueso hule se rompieron a medio camino y no aplicó bien los frenos,
subiéndose a la acera. Corriendo alcanzaron un ascensor lleno, el guardia bajó
algunas personas al ver que se trataba de una emergencia policíaca. Era
demasiado tarde, el sector en el que vivía Mercedes estaba atestado de
policías. La escondió en una bodega mientras preguntaba lo que ocurría. Era una
redada aleatoria, empezarían por quienes asistieron tarde a misa. Encontraron
material peligroso en varias casas, en una había propaganda luterana. Eso
marcaba a todos los habitantes como sospechosos de herejía.
- ¿Víctor?
Gracias a Dios, te buscamos por todas partes.- Fernando lo recibió y de
inmediato notó su mirada nerviosa.- ¿Qué ocurre?
- Mercedes
vive aquí.
- ¿No está en
la iglesia?- De inmediato se contestó mentalmente la pregunta.- Santa María,
¿qué has hecho Víctor?
- Está
escondida allá atrás, en las bodegas.
- La
arrestarán, una semana en las mazmorras, como mínimo.
- No, no
puedo dejar que eso pase. ¿Encontraron algo en su casa?
- Nada, pero
encontramos material de Balam. ¿Qué harás?
- Tengo que
esconderla.
- Vamos
entonces.- Caminaron hasta la bodega donde, ocultos de las linternas de gas que
cargaba la policía, se reunieron con Mercedes.
- Ve a mi
departamento.- Víctor le dio su llave y le explicó cómo llegar.- Espérame ahí.
- Gracias.-
Antes de que se fuera Víctor la tomó del brazo, la acercó y la besó
apasionadamente.
- Tu
corazón,- dijo Fernando, cuando Mercedes se había ido.- te hace vulnerable.
- El corazón
es lo que único que tenemos.- Fernando le dio una bofetada tan fuerte que lo
lanzó contra la pared.
- ¡Lo único
que tenemos es a la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana!
- Si creyeras
eso Dasio, me habrías reportado desde el principio.
- ¿Quién es
el filósofo ahora?
- Es inútil
discutir, ¿vamos?
- Encontramos
lo usual, el cuento de Gulliver parece ser muy popular en estos días. Luego,
encontramos algo verdaderamente peligroso.
- El escrito
de Balam.- Fernando asintió con la cabeza. Caminaron entre las docenas de
sospechosos que aguardaban boca abajo para ser interrogados, hasta llegar a uno
en especial. Un obrero de complexión musculosa, con cicatrices de quemaduras
por el rostro y las manos.- Su nombre es Normando May. Dile donde trabajas.
- En la
armería.- Víctor sintió que sus rodillas le fallaban. Illuminati y armas, la
peor combinación posible.- Pero les juro que no sé nada, esos panfletos están
por todas partes.
- Vamos a la
armería. Teniente, traiga dos docenas de sus hombres.- Fernando coordinó a un
destacamento militar y avanzaron hacia la armería.
La armería de Mérida era el orgullo
de la península, y de toda la Nueva España. Una base militar que se conformaba
de tres partes. Un regimiento completo, armado hasta los dientes, descansaba en
su propia base. Una fábrica de municiones y explosivos ocupaba la otra ala, mientras
que al centro se encontraban los cañones sobre un piso metálico que podía
ascender, gracias a poderosos brazos mecánicos, hasta la superficie. En caso de
emergencia los cañones estarían reemplazando a la plaza de Santa Ana en menos
de cinco minutos. El destacamento militar, los policías y los dos detectives
esperaban resistencia, pero fueron saludados de inmediato por los soldados.
Comprobaron sus registros, Normando May laboraba como obrero en la fábrica de
municiones.
- Conocen el
procedimiento, en caso de sospecha la seguridad de la armería debe ser
reemplazada. Quiero que traigan a mis antiguos compañeros de la base militar 4,
puedo confiar en ellos. Lleven al sospechoso a la fábrica, tengo preguntas que
hacerle.- Atravesaron a los masivos cañones y entraron a la fábrica, siempre en
operación, donde el calor era insoportable. Fernando empujó a May hasta un
horno de fundición, donde lo agarró del pelo y acercó su rostro al metal
ardiente.- ¿Qué planean los Iluminatti?
- No lo sé.-
Un centímetro más cerca. El calor comenzaba a arder. May gritó, pero se dio
cuenta que eso sólo lo haría peor.
- ¿Cómo
mataron a Raúl Matus?
- No lo sé,
por Dios no lo sé.- Aplastó su rostro contra el metal y lo dejó ir. Mientras
aullaba de dolor y se retorcía en el suelo, Víctor sacó su arma y comenzó a golpearlo
con ella. Apuntó el cañón contra su ojo y sonrió.
- Policía
malo, policía peor. ¿Dónde se reúnen los Iluminatti? Última pregunta.
- Conozco una
parroquia donde se reúnen, los puedo llevar.
- Así está
mejor. Ustedes quédense aquí, Beneker y yo haremos esto solos, será mejor así.-
Entre Víctor y Fernando lo levantaron de suelo y, apuntándole en la cabeza,
dejaron que guiara.
- No está
lejos. Es la parroquia de los hornos.- Normando se tapaba el rostro,
desfigurado por completo. Fernando y Víctor lo siguieron a través de un
laberinto de túneles hasta los hornos. Beneker sentía que se desmayaba,
caminaban sobre pasos de gato encima de profundos y radiantes abismos. Debajo
de ellos el infierno, algunos conos se encendían en llamas hasta el techo,
cubriéndolo todo de hollín, otros hornos derretían toneladas de acero en
cuestión de pocas horas. La acerera más grande de la península.
- Más lento,
hay mucho hollín.- Normando aprovechó que el humo dificultaba la visión para
dar media vuelta y lanzarse sobre Fernando. Le quitó el arma y lo empujó contra
el barandal que, con el peso, se vino abajo. Dasio cayó al abismo. Beneker
gritó desesperado.
- ¡Balam!-
Gritó Normando May, mientras hacía su huída. Disparó alocadamente, fallando
contra Víctor, pero él no fallaría. Corrió tras él, puso la rodilla en el suelo
y apuntó. Entre el humo apenas podía adivinar a su presa, pero había sido
campeón en los campos de tiro de Valladolid. Un certero disparo le dio en la
cabeza, May cayó muerto. Revisó el cuerpo, en uno de sus bolsillos encontró
otro pedazo de pergamino que apenas pudo leer por el humo.
- “Con o sin
vapor, alguien mató a Raúl Matus.- Dasio bajó al sótano y despidió a los
soldados, parecía preocupado y aprovechó el momento de privacidad.”
Confundido, acalorado,
deshidratado, enojado, buscó a los policías en la armería y reportó el
altercado. Le dieron agua y tomaron su declaración. Nadie pudo evitar asomarse,
era inútil, pues el humo hacía imposible la visión, y porque en el fondo sólo
había metal fundido. Fernando Dasio estaba muerto. El comandante Alonso
hablaría con él más tarde. Derrotado, regresó a casa. Mercedes había llorado
toda la noche, al verla, Víctor quebró en llanto. Las paredes de la cómoda
habitación se hacían más pequeñas.
- No tienes
que hacer esto, te meteré en problemas.
- Todo va a
estar bien.- La abrazó, dudando que hubiera habido verdadera certeza en su voz.
Tenía pensado argumentar que la estaba entrevistando, como parte del caso de la
muerte de Jiménez, pero ahora que Dasio había muerto sin otro testigo, sería
muy difícil.
- Te llegó un
telégrafo. ¿Será sobre mí?
-
Probablemente sobre Dasio, mi compañero. Murió en los hornos. Maté al asesino.
- Víctor… No
tenía idea… Tu compañero está en un mejor lugar, está con Jesús.- Mercedes
señaló el crucifijo y Víctor se lanzó sobre él, pisando su cama.
- ¿Jesús?
Jesús no estaba cuando Normando May lo empujó a su muerte. No estaba cuando ese
monaguillo corrupto tomaba ventaja de tu situación, y de la muchas otras. No
está cuando el patrón de la acerera fuerza a sus obreros a trabajar diez horas
al día entre el humo y el hollín.
- Está en la
Iglesia, y ella nos ama.- Víctor explotaba, su fe en la Iglesia se tambaleaba.
Todos los eventos en Mérida le daban una perspectiva nueva y aterradora.- Nos
educa, nos mantiene, nos da trabajo, nos da dónde vivir, ella es nuestra madre.
- No
Mercedes, la Iglesia te usa. Te usa a ti, a
todos en la ciudad subterránea, y a mí.
- Blasfemo.-
Mercedes le dio una bofetada.- Una cosa es la inconformidad y otra la herejía.
- Míranos,
nos amamos y peleamos sobre algo que reprueba de nosotros.
- ¿Dijiste
que me amas?
Se besaron, con ternura al
principio, con fiereza después. A la luz de la luna que brillaba a través de
las amplias ventanas, se desnudaron y exploraron sus cuerpos. En la distancia,
un silbato liberaba presión, llamando vorazmente al siguiente turno de cansados
obreros. El colchón rechinó y fueron ruidosos, gritando con fuerza, clamando al
cielo. Cuando terminaron, sudorosos y cansados, miraron a los zepelín en la
distancia, atados a un riel, desplazándose con pereza. Todo parecía estar
lejos, en otro mundo. Víctor recordó sus primeros casos, aprehendiendo personas
que habían tenido sexo fuera del matrimonio. Recordó la emoción de la captura,
la ambición de llegar cada vez más alto. Ahora estaba en la cima, y podía
sentir la fuerza de la gravedad. Mercedes dormía, pero él no tendría ni un
momento de descanso.
Revisó el telégrafo, el cartón
agujereado escondía un mensaje. Sus habitaciones venían equipadas con el
mecanismo más reciente y eficiente para traducir aquellos huecos en letras.
Introdujo el largo cartón sobre una plancha metálica y cerró la pesada tapa,
que venía equipada con una máquina de escribir y pequeños mecanismos de
relojería. Conectó el revolucionador al brazo metálico que sobresalía de la
pared. En segundos el revolucionador dio miles de vueltas, tensando los
resortes y mecanismos para poder funcionar con normalidad. La máquina
básicamente conectaba pequeños topes metálicos del fondo debajo de la tarjeta,
a la parte superior. Algunos topes no alcanzaban su destino, pues la tarjeta no
estaba perforada en ese punto, pero otros sí lo hacían. Con rapidez el cartón
se fue desplazando, los topes indicaban las letras y la parte superior del
mecanismo accionaba la máquina de escribir que actuaba sobre un extenso pedazo
de papel.
Se trataba de la comisaría.
Información relevante del caso Matus. Raúl Matus era parte de “una
investigación a fondo por traición”, lo cual quería decir una de dos cosas, o
bien cooperaba para apresar a un grupo de traidores y los registros no querían
exponerlo como informante, o bien él era el traidor, lo que explicaría por qué
contrató seguridad privada. Animado, revisó entre los expedientes de Jiménez y
de Matus, buscando coincidencias, probablemente de la misma investigación.
Matus había sido un intelectual en España, había llegado a Mérida hacía tres
décadas y estudiado Letras y Filología en la Universidad de Yucatán, trabajado
en la corporación Magnus en el proyecto de renovación de la tubería en la
colonia de San Montejo, ganado premios por su labor con los pobres, apoyado la
reforma para ilegalizar todos los bancos que no fueran el banco Vaticano o
alguna de sus subsidiarias, entre otras labores. Algo lo había asustado.
Compartía el mismo obispo predilecto que Don Guadalupe Jiménez, el obispo Pedro
Lara. De una forma u otra, el obispo estaba implicado.
Mercedes estaba despertando. La
miró desde el marco de la puerta, apenas vestido con sus calzones, camisa y la
pistola de antebrazo que Dasio le había regalado. Recordó los fragmentos de
pergamino, y por alguna razón no quiso compartirlo con ella, se sentía
íntimamente vulnerado.
- ¿Dormiste
bien?
- Dormí
perfecto.- Desnuda, se acercó a él y se besaron. De reojo vio los expedientes y
reconoció a uno de los grabados.- Conozco a ese hombre, ¿es sospechoso?
- Quizás.- En
la cocina abrió el gabinete que servía café y quedó maravillado por los
pequeños pistones, los péndulos y engranes que movían los pequeños y frágiles
bracitos mecánicos.
- El obispo
Pedro Lara trabajó en el subsuelo por muchos años. Incluso fundó una escuela.
Se fue hace 35 años, después de la muerte de Francisco Pardavé, el famoso poeta
disidente.
- No lo
conozco.
- Famoso allá
abajo. Todo el mundo cree que hay una conexión.
- ¿De qué
murió el poeta?
- No sé… Pero
sé exactamente a quién debemos recurrir.- Se vistió con increíble agilidad y
salieron corriendo. Le habló de la Casa de Todos, un café concurrido por
disidentes y desbocados. El lugar operaba semi-clandestinamente. El dueño, un
hombre delgado de barba canosa y pelo largo, le daba la bienvenida a
cualquiera, tratando de mantener cierto orden dentro del caos. Poetas,
cantantes, músicos y rufianes, todos ellos convivían en la vieja casona. Mercedes
no presentó a Beneker como un policía, sino como su novio, lo cual lo ruborizó
como a un niño pequeño.
- ¿Pardavé?
Hace mucho que nadie me pregunta eso.- El dueño extrajo un par de libros de su
biblioteca personal y regresó a la mesa. Les mostró grabados de crónicas
periodísticas.- Pardavé era un poeta, y un eterno enamorado. El objeto de su
amor falleció en un accidente industrial. Un engrane de tonelada y media se salió
de lugar y se le cayó encima. Aún así la sigue amando. No siempre fue un
disidente, la verdad es que nunca lo fue. Franco, como le decían sus amigos,
era un católico convencido. El obispo Lara lo acusó de herejía, cargo que al
principio nadie tomó en serio. Pardavé juró lealtad al mejor de los mundos
posibles, pero el obispo tenía evidencias. Resulta que en una de sus poesías
renuncia a la guadalupana por su amor. Al final, lo quemaron vivo en la
biblioteca de monjas. El obispo Lara fue reconocido por su labor y nació la
leyenda del disidente.
Pagaron por la cerveza y
salieron del café. Mercedes le quería mostrar otros lugares de la zona. Le
mostró un mosaico donde Jesús era moreno, otro donde el Rey era un maya.
Beneker trató de contener la sonrisa, aquello le parecía infantil, sueños
imposibles. En un callejón niños de la calle trataban de construir una araña
mecánica, el juguete correteaba de un lado a otro, pero las partes que usaban,
encontradas en los tiraderos, eran deficientes. Entraron a un teatro mecánico,
donde marionetas fingían ser policías y ladrones. Los mecanismos que jalaban
las cuerdas no siempre lo hacían a tiempo, y otras emitían un chirrido al
hacerlo. Al final de la función las marionetas hacían cualquier cosa, mientras
que el presentador leía su guión con toda la pasión que podía reunir. No había
visto la otra cara de Mérida, la ciudad que existía simultáneamente, y a su
vez, invisiblemente. La vida ya no parecía tan lujosa, no había
revolucionadores, sino ancianas que por unas cuantas monedas y algo de comer le
darían de vueltas a una manivela durante todo el día. Cuando regresaron en una
carroza vieja y con un caballo hambriento, sólo pudieron atravesar parte de la
ciudad, pues los policías exigían peaje a los cocheros que no eran parte de la
unión de cocheros de la corporación Magnus.
A pocas cuadras de su casa vio a
los policías. Habían llegado por ellos. Le dio dinero a Mercedes para que se
ocultara en el hotel de la estación principal de trenes, y se despidió con un
beso. Los policías lo metieron de inmediato en una patrulla, aún no concluían
su inspección sorpresa. El comandante Alonso Gutiérrez lo esperaba en su
oficina, vestido con su mejor abrigo de cuero y su ridículamente alto sombrero
de copa.
- ¿Conoce a
alguna Mercedes Kan?- Era la pregunta que lo decidiría todo.
- No.- Fue
casi instantáneo, pero los nervios lo pusieron paranoico.- No la conozco,
¿debería?
- Sirvienta
de la viuda de Jiménez, también es culpable de no asistir a sus misas
obligatorias y sospechosa de herejía, vive en la parte de la ciudad subterránea
donde arrestaron a May.
- No la
conozco, ¿deberíamos hacerla foco principal de nuestra investigación?
- Revisamos
su casa detective, no encontramos rastro de ella, por lo que le voy a creer, al
menos por ahora. El detective Dasio, por el otro lado, ocultó información
relevante. Angélica Castul, ¿la recuerda a ella o debo refrescar su memoria?
- La
recuerdo, vive debajo de Raúl Matus.
- Era
sirvienta en el edificio donde vivió el detective Dasio. Ya no trabaja ahí, ha
sido sentenciada a dos meses en las mazmorras. ¿Alguna idea porqué Dasio
querría protegerla?
- Quizás porque la pobre mujer sólo quería un lugar
donde vivir.
- Fernando
Dasio no tenía corazón, usted y yo sabemos eso.
- El
detective Dasio y yo hicimos cierto progreso en la investigación. Jiménez y
Matus compartían un obispo predilecto, Pedro Lara.
- El obispo
Lara no puede ser tocado, no estaría bien visto. Tampoco espere respuesta
alguna de parte del gobernado obispo de Mérida. El pasado no es lo que importa,
por ejemplo, Matus construía una nueva biblioteca sobre la de monjas. Eso es
irrelevante.
- La
biblioteca de monjas, ¿Dónde murió Pardavé?
- ¿A qué se
debe la atención?- Había sido un error, estaba caminando en hielo delgado.- No
importa qué pasó en la biblioteca de monjas porque no importa el pasado.
Importa el presente y en el presente tengo a dos funcionarios muertos. Más
importante aún, en el presente tenemos a nuestro culpable, Balam. Los
Iluminatti son culpables, porque sólo alguien que odia a Dios mataría a su
amados hijos. Le dejaré ir, pero recuerde, si Dasio es sospechoso, usted
también. Ándese con cuidado, la incompetencia se paga caro.
Decidieron, es decir, el
comandante decidió, que sería prudente investigar la residencia del fallecido
detective. Víctor estaba agradecido de salir de ahí, los nervios hacían que sus
rodillas se debilitaran. Los policías que le acompañaban hablaron durante todo
el trayecto acerca de su sacerdote favorito. Víctor aprovechó la oportunidad
para distraerse y calmarse, pues lo más importante era que Mercedes aún no era
descubierta. El edificio se encontraba en la colonia de Brisas, donde las
estructuras góticas se conectaban en sus techos por estrechos y largos arcos
medievales que mantenían a las estructuras de veinte pisos en una posición
sólida. Entraron al edificio y en el piso 18 encontraron al sospechoso. Era un
hombre vestido en un traje sucio y viejo que pintaba la cara de un cerdo en la
puerta del departamento de Dasio. Al ver a los policías extrajo una bomba
molotov, pateó la puerta para abrirla y lanzó la bomba.
- No se
mueva.- Las llamas estallaron en el departamento, el sospechoso aprovechó la
confusión para hacer su escape.- Llamen a un globo de la policía, yo lo sigo.
El hombre corrió hasta las escaleras,
perdiendo su sombrero. Víctor, pistola en mano, corrió detrás de él. Antes de
llegar a la puerta del techo el piromaniaco lanzó otra bomba. Beneker se detuvo
a tiempo, atravesando la puerta del último piso de un empujón. Sabiendo que
sería imposible subir las escaleras pateó una de las puertas de departamento y
ubicó rápidamente algún arco medieval. Una anciana le miró desde su sala
mientras que él abría la ventana y se lanzaba como un loco hacia el vacío.
Alcanzó la orilla del arco y pudo escalar, rápidamente ubicando el techo. El
sospechoso trataba de perder su rastro en los arcos y techos, tal y como
Beneker había predicho. En la oscuridad, apenas iluminada por algunos globos
que surcaban silenciosos el aire nocturno, Víctor persiguió a su presa con la
fiereza de un león. En algunos de los arcos había policías, contaba con que
ellos le podrían ayudar. De momento perdió al hombre, pero al escuchar los
disparos lo ubicó de nuevo, en el edificio de enfrente. El policía ni siquiera
lo vio cuando el atacante le sorprendió por la espalda. Cuando llegaron los
globos aerostáticos e iluminaron los techos la persecución se hizo más
sencilla. Víctor fue rodeando al sospechoso, preparando su último golpe, armado
con un par de ladrillos que había encontrado en el suelo. Cuando su presa
corría hacia un techo, para ocultarse de los globos, Víctor le lanzó el primer
ladrillo.
- No te
muevas.- No le dio tiempo de pensar y le lanzó el segundo ladrillo, ésta vez
acertando en su rodilla, la cual hizo un crujido seco y cedió. Desarmó al
sospechoso rápidamente y le propinó otro golpe en la rodilla. Había trabajado
dos años persiguiendo criminales en Valladolid, sabía cómo pensaban los
criminales en caso de emergencia. Revisó entre sus bolsillos, encontrando un
cuchillo y un pedazo de pergamino. Beneker tembló de miedo al leerlo: “Ese
corazón,- Dasio se lo tomó a broma.- te hace grande, y vulnerable, no lo
olvides.-En la estación mandaron un telégrafo, con conexión de operadora, al
gobernador y Obispo de Mérida, tratando de saber si le había encomendado alguna
tarea especial.”- ¿Qué significa esto, de dónde lo sacaste?
- Me lo
dieron, no es mío. Me pagaron para incendiar ese lugar.- Víctor le dio una
patada en la cara, estaba desesperado. A un techo de distancia un globo aerostático
descendía y de él bajaron tres inspectores. No quería que nadie más supiera de
los fragmentos que había estado recogiendo, era demasiado personal.- Puedo
decirte dónde me contrataron, puedo llevarte ahí.
- No caeré en
la misma trampa dos veces. Me harás un mapa. ¿Quién te pagó, quién es Balam?
- Está bien,
no vale la pena la golpiza.- Ayudó a levantarlo, cojeando se apoyó contra la
baranda del techo. Los tres inspectores se acercaron, pistolas en mano.- Dije
que cooperaría.
- Cálmense,
el sospechoso va a cooperar. Puede llevarnos a Balam.- Se lanzó contra Víctor,
cojeando desesperadamente trató de alcanzar el arco medieval que le llevaría al
siguiente techo. Los inspectores abrieron fuego, el sospechoso murió de
inmediato, su cuerpo cayó al vacío.- Idiotas, ¿qué creen que hacen? Lo tenía
bajo control.
- No veníamos
por él, detective. Usted fue visto en compañía de Mercedes Kan en el
restaurante frente a la estación de policía. La encontramos en un cuarto de
hotel, el comandante la está interrogando. Mintió y protegió a una sospechosa,
es hora de pagar.
Los inspectores lo despojaron de
su arma y su placa. Fue transportado en globo, con un rifle apuntando a su
espalda. Mientras la carroza de la policía cruzaba Mérida cortando la neblina
pensó que si éste era el mejor de los mundos posibles, entonces Dios era cruel,
y un ser de crueldad infinita no merecía adoración. Fue escoltado hasta la
oficina del comandante Alonso. El guardia personal del comandante cerró la
puerta con seguro, Jorge Alonso Gutiérrez tenía a Mercedes esposada y
semidesnuda contra su escritorio.
- Siempre
supe que había algo mal con Fernando Dasio, ahora tengo la evidencia. Él pidió
por ti, y tú obviamente eres un Iluminatti. Así que, confiesa tus pecados o el oficial
Miguel va a saborear las carnes que tú has saboreado fuera del matrimonio.
- No le hagan
nada, ella no hizo nada.- Ahora sabía lo que sentían los hombres que él
perseguía. No podía dejar de estudiar la habitación, con los dos seguros en el
único acceso y las ventanas cerradas con llave. No tenía escapatoria, y el
oficial Miguel tenía una pistola en la mano.
- Hazlo,
disfrútala.
- La tocas y
te mataré.- Recordó el regalo que Dasio le había hecho. Accionó el mecanismo y
la pequeña arma apareció en su mano. El oficial no sabía qué pensar, disparó
contra su hombro y se lanzó sobre él. Antes que el comandante pudiera abrir la
puerta le disparó en las rodillas.- Lamento tener que hacer esto, pero no puedo
dejar que la lastimen.
- Estás loco,
ésta es tu sentencia de muerte.- Le disparó en la rodilla al oficial y se quedó
con su arma.- ¿Adónde vas a ir? Todo está cerrado con llave.
- Intuición.-
Buscó entre sus bolsillos y tomó el llavero que había encontrado entre las
pertenencias de Raúl Matus. Una de las llaves abría las esposas. Mercedes se
vistió mientras afuera los policías amenazaban con tirar abajo la puerta. Entre
las otras llaves encontró la que abría el ventanal.- Encontraré al asesino sin
su ayuda.
Trepados en el marco de la
ventana avanzaron lenta y torpemente, aferrándose a la pared mediante sus
ornamentas. Al llegar a la esquina descendieron sobre el arco gótico e hicieron
su huída. Las lámparas de gas del techo de la estación fueron complementadas
con espejos cóncavos que proyectaban la luz. Los halos de luz los buscaron
entre las chimeneas y los silbatos de vapor. Al principio Víctor llevaba a
Mercedes de la mano, pero ella tenía más experiencia corriendo por los techos,
por lo que pronto fue ella quien lo iba jalando, señalando los puntos donde
podían esconderse mejor de las luces y los globos de la policía. Tenían que
bajar al suelo, en las callejuelas tendrían más oportunidades para esconderse.
Mercedes le llevó por los techos que rodeaban el mercado, en busca de un punto
donde pudieran aferrarse a una escalera o a una tubería sólida.
Descendieron trepando de tuberías,
cuidadosos para no apoyarse sobre metal caliente. Los policías en los techos
los perdieron, y los globos no los encontraban. Una vez en el suelo se
ocultaron entre la basura, esperando el momento en que los vigías se alejaran
de la calle. Algo brillaba con las luces de las farolas y de los policías, era
un garaje. A través de las rejas pudo ver a un automóvil de vapor. Víctor pensó
que sería perfecto, sino fuera por el pesado candado que lo escondía. Probó su
suerte con el llavero y, al primer intento, encontró la llave que abría el
candado. Se aseguró que el tonel de atrás estuviera repleto de agua y
encendieron el horno con los carbones y las maderas que se apoyaban a un lado
del vehículo.
- Esto es una
locura, déjame sola, quizás puedas salvarte de esto.
- Le disparé
al comandante, no hay manera humana de salvar mi pellejo, y no dejaré que
abusen de ti. No te preocupes, tengo un plan. Creo saber la verdad acerca de
los asesinatos y de los Iluminatti. Si atrapamos a Balam, seremos héroes y
tendremos mejores oportunidades.
- ¿Y si
atrapamos a Balam y nos juzgan por ser parte de la conspiración?
- Ten fe,
pensaré en algo.
La máquina cobró vida, tenían suficiente presión para activar los
pistones. Usando el revolucionador de la pared preparó los resortes. Con la
poca práctica que tenía en manejar el vehículo, se hizo paso a través del
callejón y salió disparado a la calle. El guardia tuvo que lanzarse contra el
suelo para no ser aplastado. Mercedes y Víctor se sujetaron los gogles y rieron
divertidos. La máquina silbó, gruñó y se tambaleó de un lado para otro,
llegarían al ascensor hidráulico en minutos. Una patrulla lo alcanzó,
sorprendiéndole por el flanco derecho. Mercedes le quitó la pistola a Beneker y
disparó contra el tanque de agua de la patrulla. La máquina fue perdiendo
presión y se quedó atrás. La estación del ascensor estaba asegurada, pero
aceleraron al máximo y lanzaron el auto a través de las escaleras, chocando contra
un pilar y saliendo disparados hasta el ascensor. El tanque de agua salió
volando, estrellándose a un metro de distancia, la maquinaria estalló en mil
pedazos que cubrieron toda la zona con sus engranes, pistones y amorfos pedazos
metálicos. Mercedes mantuvo al guardia en el suelo, a punta de pistola,
mientras que Víctor lo hacía funcionar.
La ciudad subterránea estaba en caos. La caseta de policías ardía en
llamas mientras que docenas de aguerridos obreros, armados con llaves inglesas,
mazos y otras herramientas, tomaban por asalto a todos los edificios oficiales.
Víctor se alegró de no tener su placa. Esperaron pacientemente a que un obrero
borracho, armado con la pistola de un policía muerto, bajara de una carroza
para perseguir al capataz de su fábrica. Tenían que llegar a la armería cuanto
antes. Beneker había tenido razón, era una revolución y la base militar estaba
bajo ataque. Se rindieron ante los militares, quienes les reconocieron y
transportaron hasta el área de cañones, donde soldados que apestaban a pólvora
cargaban las armas.
- Tienen
suerte, desde que bajaron los obispos disparamos a todos sin avisar.- Señaló
hacia la montaña de soldados muertos, víctimas del motín.
- Mira, Pedro
Lara.- Le señaló al viejo obispo, encadenado de pies y manos, junto a los
demás.
- ¿Con quién
quiere hablar?
- Con
Fernando Dasio, ¿con quién más?- Dasio salió de entre los nidos de metrallas de
mediano alcance.- Los sobres de Jiménez sí estaban envenenados, siendo el
primero en la escena pudiste cambiarlos. En cuanto a Matus, eso fue más simple.
Tu sirvienta lo mató. ¿Cómo apuñalas a un hombre en una habitación cerrada? Por
abajo. Atravesó el colchón, porque lo apuñaló desde su departamento, colocó las
mantas para que no pudiéramos ver el agujero, o la sangre. Ése era el tubo que
provocaba el vapor, lo regresó a su lugar sin ser vista entre toda aquella
neblina, olvidó limpiar la sangre. En cuanto a tu muerte, nunca estuve seguro,
pero recordé que estudiaste letras en la Universidad hace 30 años, como muchos
de los sospechosos.
- Sabía que
eras inteligente. Por favor, levántense, no son prisioneros. De hecho, los
estaba esperando. Verás, hace 35 años los miopes fanáticos mataron a Franco
Pardavé, por eso en la Universidad de Yucatán nació una conspiración de poetas.
Buscábamos demostrar que Leibniz estaba equivocado, que éste no es el mejor de
los mundos posibles. Para hacerlo escribimos cientos o miles de historias y
crónicas basadas en personas reales de Yucatán. Cuando te hiciste famoso
decidimos escribir sobre ti, esos son los volúmenes de la biblioteca que no
deberían existir. En algunas crónicas te casas, en otras, pierdes un brazo,
algunas cuentan historias alocadas de tus exploraciones sexuales, pero cuando
nos enteramos que Jiménez y Matus pensaban confesarle todo a Lara, teníamos que
tenerte cerca. Sus muertes serían el inicio de la revolución de los poetas. Nos
enfocamos a tu visita a Mérida y de cientos de variaciones diferentes acertamos
a una. Los eventos se dieron exactamente como estaba escrito. Sabiendo el final
jugué mi parte, dándote el arma que te salvaría del comandante. Ese volumen iba
a ser la evidencia suprema, Matus consiguió quedarse con un pedazo. El muy
iluso no se dio cuenta que eso también estaba escrito. Es por eso que dejamos
que robara también el llavero que te salvaría la vida.
- Escribían
sobre mí, ¿soy solo una historia para ustedes?, ¿me reduzco a una posibilidad
azarosa?
- Sí y no.
Eres posibilidad, porque cada con cada acto, con cada latir de tu corazón,
escribes un mundo nuevo. Tú eres una de las cientas de posibilidades. Pero
ustedes dos, tu corazón atrapado por Mercedes, ésa fue una en un millón.
- ¿Crees que
eso será suficiente para convencer a los teólogos? Es solo una historia
posible.
- Demuestra
que Dios no es el escritor perfecto escribiendo la historia perfecta. El azar y
la libertad crean al mundo, no el orden estricto. Tu amor por Mercedes, ésa
sería la arma más poderosa. Les hemos mostrado las evidencias a los obispos,
algunos de ellos empiezan a ver las cosas como nosotros. Los otros no importan,
la gente verá esto.
- Pero usted
era oficial de policía.
- Sí
Mercedes, y fue fácil. El fanatismo es la llave, mientras más fanático eres,
mejores posiciones puedes ocupar. Así fue como pudimos meter gente en toda
clase de lugares. El fanatismo es fácil de fingir, solo basta olvidarse del
sentido común. Es creer que las cosas solo podrían ser de un solo modo. Ese
meteorito no era un castigo de Dios, era algo azaroso. ¿No puedes imaginarlo,
mundos donde ese meteorito nunca cayó, o donde ni siquiera existe el Papa? No
podemos cambiar el pasado, pero podemos cambiar al futuro.
- ¿Tu vida
era una historia?- Mercedes no sabía qué pensar, todo ocurría rápidamente.
- Para ellos
sí, una de muchas historias posibles.- Los cañones comenzaban su ascenso. La
revolución de los poetas llegaba a su etapa final. Dasio y otros compañeros
literatos esparcieron alcohol y pólvora sobre Pedro Lara, leyeron unos versos
de Pardavé y le prendieron fuego.
- Todo va a
cambiar ahora.- Dijo Mercedes, mientras que el techo se abría en dos,
dejándoles ver las estrellas.- Les será difícil volver a instaurar su reino del
terror en Mérida.
- Ya es hora
que aprendan una importante lección, siempre debes temer más a los hombres que
oprimes que a los dioses mismos. Vivirás más tiempo.- Los soldados brincaron y
comenzaron la balacera con las fuerzas de la superficie. No importaba, Dasio y
los poetas tenían las fábricas que hacían funcionar a la ciudad, y se las daban
a los obreros.
- Entonces
tienen razón, éste no es el mejor de los mundos posibles.- Los cañones
alcanzaron su posición y tomaron puntería.
- No lo sé
Mercedes, creo que Dasio se equivoca en una sola cosa, un mundo en el que nos
encontramos, ese es el mejor de los mundos posibles.- Se besaron con el ruido
de los cañones. En la lejanía, la catedral ardía en llamas y se caía en
pedazos, mientras Víctor y Mercedes se miraban a los ojos, para ellos, era el
mejor mundo que pudieran soñar.
No hay comentarios :
Publicar un comentario