Frío como el diamante
Por: Juan Sebastián Ohem
El
ángel, todos le decían el ángel. Ángel no estaba seguro que fuera su nombre,
pero así le decían. Alto, moreno claro y de ojos azules su madre decía que
tenía ojos de ángel. Le importaba poco su nombre, lo cual era irónico,
considerando que su vida giraba en torno a los nombres. Ahora tenía uno,
Emiliano Parra. Un maestro albañil, un mojado que se hacía llamar “el
contractor”, pues así le decían los gringos. No estaba en su casa. Había
desaparecido de la faz de la Tierra, pero no así su hermano Eduardo. Dejó atrás
esposa y una hija. Ángel sonrió, el rastro del hermano sería suficiente. Una
casucha en un pueblo perdido de Baja California Norte. Había sido una hacienda,
ahora quedaba el casco una villa que nadie visitaba. Se miró en el espejo antes
de bajarse del auto, sí tenía una mirada angelical, pero eso no contaba para
nada. Tenía dos automáticas plateadas, eso contaba para mucho. Sus botas no
hicieron ruido en la tierra. Brincó la barda y de una patada abrió la puerta.
Ahí estaba Emiliano Parra, muerto sobre una mesa, su hermano Eduardo le lloraba
a su lado, aferrado a su brazo. El ángel le mostró las culatas de sus pistolas
en el cinto, sólo por si acaso.
- Llegas tarde, mi primo llegó
por él.
- Tu primo, ¿el de la AFI?
- El mismo.- Ángel se fijó en el cuerpo.
Brutal golpiza, le había ahorcado hasta matarlo. La lengua le colgaba y tenía
los ojos salidos.- Le echó la culpa.
- Alguien abrió la boca. Ese
primo tuyo...
- Adolfo Martínez, pero él
tampoco sabía.
- ¿Saber qué?
- Que el Tigre estaría ahí, por
eso discutieron.- Ángel revisó el pequeño refrigerador y Eduardo se sentó en
una silla en una mesa.- No se suponía que estaría ahí.
- Un capo tan importante, le
haría la carrera a ese Adolfo Martínez... Y su muerte.- Se abrió una cerveza,
el calor era insoportable.- Él agilizó el operativo contra esa casa de
seguridad porque tu hermano le dijo dónde estaba... Ahora me dices que
Emiliano, en paz descanse, suponía que el jefazo no estaría ahí. ¿De qué
discutieron?
- ¿Adolfo y Emiliano?- Eduardo se
encendió un cigarro. No vestía de negro, como el ángel, tenía una camisa de
seda falsa con estampado de hojas de marihuana, jeans blancos y botas.- No sé,
no se dijeron mucho. Algo de Houston.
- ¿Houston?
- Sus últimas palabras. ¿Puedo
tener una cerveza?
- Claro.
Ángel
se dio vuelta. Abrió el refri. Escuchó el martillo, la cerveza se deslizó de
entre sus dedos. Cayó en una rodilla, dándose la vuelta. Soltó dos disparos que
mataron a Eduardo. Su cuerpo cayó de lado, la automática quedó en el piso. Se
fumó un cigarro con calma, los muertos le preocupaban poco y nada. Tomó fotos
con su celular, primero a Emiliano Parra, su IFE en el pecho y luego fotografió
a su hermano. Lo mandó por correo electrónico, se abrió otra cerveza y regresó
a la camioneta. Se miró en el espejo de nuevo, en verdad tenía unos angelicales
Güero
se encendió un cigarro a la entrada de la taberna. Revisó su revólver, solo por
si acaso. Se dio tiempo, le dio una vuelta a la manzana. No había nadie
sospechoso. El pueblo, uno de tantos cerca de la frontera, estaba poblado de
gente sospechosa, pero nada de gringos. Él podía pasar por uno, debido a su
cabello rubio y su tez blanca, pero vestía de botas vaqueras y sombrero. Se
terminó el cigarro y entró al bar. Los gringos estaban al fondo. Eran ocho fornidos
soldados con playeras militares, verdes y sin mangas, que bebían cervezas y
hacían bromas en un español aprendido en películas. No sabía que eran tantos,
pero no le dio importancia.
- ¿Se cansaron de la guerra?- Se
sentó entre ellos, tronó los dedos y le trajeron una cerveza. Los soldados
mostraron sus tatuajes. Eran marines, los mejores, según ellos mismos. Güero
tenía sus dudas.
- ¿Para qué ir a Iraq cuando hay
una cerca de casa? Hacemos esto y este domingo estamos en la barbaque viendo el
partido con nuestras familias.- Respondió un negro con bíceps enormes que se
tragaba la cerveza de un trago, como si fuera agua.
- ¿Sabes dónde está este sujeto,
el chango?
- Depende.- Le pasaron el sobre
por debajo de la mesa. Lo contó, casi sin verlo, cinco mil pesos.- Vale más del
otro lado del río. Mucho más vivo.
- Sí, pero tú no vienes del otro
lado del río vaquero. ¿Dónde está?- Güero se encendió otro cigarro, para
hacerles esperar un poco. Después de todo, él no era de las prisas.
- Ahora no sé, mañana sí. Hay un
hotelucho en san Ramón, al norte de aquí. Estará ahí. Tienen un bar, hasta el
fondo, le gusta la música de mariachis.
- Estos frijoleros y sus
mariachis.- Dijo un rubio enorme como un toro.- Sin ofender.
- Por cinco mil pesos, me ofendo
poco. ¿Necesitarán ayuda?- Los ocho lanzaron la carcajada.- Buena suerte
entonces gringos, pero no olviden que, en México, para morir nacemos.
Los
gringos se presentaron a san Ramón. Vestían de civil, pero destacaban
fácilmente. Estando cerca de la frontera había mucho gringo, pero estos se
movían distinto. Ocultaron sus armas, rodeando el hotel. Tres de ellos entraron
al bar. Los mariachis estaban tocando. La meseras, disfrazadas de Adelitas
ofrecían más que algo de tequila. El chango, feo como su sobrenombre, tenía a
una en sus piernas. Tenía dos botellas de tequila, se había tomado una y media.
Gritaba, en vez de cantar. Los gringos rodearon las mesas, acercándose. Chango
empujó a la mesera, se tiró con todo y silla y disparó su automática por entre
las patas de las mesas y las piernas de los clientes. Los dos gringos cayeron
al suelo, otros dos tiros y estaban muertos. Se paró de un brinco, disparando
contra el ventanal del fondo. Saltaba entre las mesas para evadir a la gente.
Saltó por la ventana contra un patio. Se topó con tres pistolas contra la
cabeza y un rifle apuntándole a la entrepierna. Soltó las pistolas y sonrió,
tenía dos dientes de oro y una sonrisa de chango.
- ¿Amigos?
- Hijo de perra, mató a Cole y
Ambrose. Mátalo ahora.- Gritó uno.
- ¡No!- Gritó el negro.- Por
cinco mil dólares no lo vamos a echar a perder, su cadáver vale mil dólares y
algo de cambio. Lo tenemos, eso es lo que importa.
- Hijos de perra, todos ustedes.-
Gritaba el chango, mientras le daban vuelta y le esposaban con tiras de hule.-
Todos ustedes hijos de cien padres, sus mamás eran rameras.
- Ya, cállalo.- Sintió la
descarga eléctrica, miles de voltios y se desmayó.
Los
gringos lo subieron a una vieja camioneta. Anduvieron por caminos alternos,
internándose en el desierto rumbo a la frontera. Chango no dejaba de
insultarles, pero le silenciaban a golpes. El pollero les estaría esperando a
la mitad de la nada. En la oscuridad del desierto el conductor revisó su GPS
militar, ya habían llegado. Encendió y apagó las luces. El camión hizo lo
mismo, el pollero ya estaba ahí. Sacaron al chango a empujones, luego
arrastrándole de los brazos por la fría arena. Golpearon la parte de atrás del
camión, querían ir a casa cuanto antes.
- Vamos Poncho, abre la puerta.-
Las puertas se abrieron. El cadáver de Poncho cayó al suelo. El güero sonrió,
revólver en mano. Los gringos trataron de sacar sus armas. Muy tarde. Seis
tiros. Los gringos cayeron muertos.
- Ya era hora.- Se quejó el
chango, pateando los cadáveres. Güero usó su navaja para romperle las ataduras
plásticas.- Micha y micha, mi güero.
- Treinta y treinta. Es todo lo
que los gringos le pagaron a Poncho, y todo lo que ellos tenían encima.- Dijo,
tras revisar los cuerpos.
- Estos gringos, malditos
invasores, robándonos trabajos. ¿Quién los invitó a la fiesta?
- Poncho dijo algo interesante,
antes de morir.- Dijo el güero, encendiéndose un cigarro.- Tu cabeza tiene alto
precio y hay gente buscándote. Hay que largarnos del Estado de todas formas.
Cruzar el mar de Cortez.
- ¿Más mercenarios?
- Ajá.
- No olvides güero que yo soy el
corre más riesgos, maté a dos de sus compadres. Me pudieron matar. No me gusta
esto del 50%, no parece justo.
- Lo veremos después.
Güero
encontró grupo de mercenarios en Avispas, Sonora. El precio era el mismo, el
chango, pese haber matado a ocho condecorados marines, no parecía tan popular
al FBI. Los treinta mil se gastaron rápidamente, pero el güero se había
encontrado su oportunidad. No era el único en Avispas que había encontrado su
oportunidad, Ángel ya había estado por ahí. El ángel, miembro de la SIEDO
aprendió de recientes agentes de la AFI que habían desaparecido súbitamente
tras la caída del Macario “Tigre” Manrique. Adolfo Martínez, su hombre, estaba
entre ellos. El ángel, que también estaba con los zetas, se consiguió su red de
informantes. Ellos sabían de una novia suya que se escondía en Avispas.
- El chango también está aquí.-
Su contacto, un muchacho sin brazo, señaló con la cabeza. El chango estaba
siendo forzado fuera de un burdel. El güero estaba atrás de ellos, contando su
dinero.- ¿Le llegó su hora?
- ¿Quién sabe? Hasta los changos
tienen ángeles guardianes. ¿Qué hay de esta chica?
- Constancia Aburto, trabaja en
un motel carretero, el Oasis, no queda lejos.
- Lo conozco.
- ¿Y mi feria Ángel?- Le pagó
quinientos al muchacho, quien quedó maravillado.
- ¿Tu brazo?
- Los mata-zetas de Sinaloa, aquí
hay que andarse con cuidado.
- Es bueno saberlo, pero mira el
lado amable, al menos no te cortaron la cabeza.
El
Oasis era precisamente eso. Un motel carretero instalado en un oasis a la mitad
del desierto. Aunque el calor le atosigaba decidió dejarse el sombrero, no
sabía si tendría que intimidarla solo a ella, o a sus jefes, de modo que podía
parecer oficial, de la SIEDO, o zeta. Una o la otra, tenía su automática
preparada. Tan plateada como las puntas de plata en sus botas que rara vez se
quitaba. El hombre de negro entró al hotel, revisó las fotografías de empleados
del mes y ahí estaba. Constancia Aburto, una mujer de cabello negro, un rostro
angelical. Ángel sonrió, le gustaría conocerla y disfrutaría hablando con ella.
Recorrió el hotel hasta dar con ella. Limpiaba una habitación escuchando la
música de su celular con audífonos. No le escuchó entrar. No le escuchó cerrar
la habitación con seguro. Al ver su sombra se asustó. Estuvo a punto de gritar
algo cuando Ángel le soltó una bofetada que la lanzó contra la cama. La subió a
la cama a golpes y le puso la pistola en el estómago. La sostenía del pecho,
pero no la sostuvo fuerte, de modo que pudiera ver el arma.
- Tu novio, Adolfo Martínez.
¿Dónde está? Y no me digas donde ha estado, eso de nada me sirve.
- No me mates, por favor.
- Ángel de nombre, el ángel de
sobrenombre.- Le dejó sentarse, le dio su espacio. Se encendió un cigarro y
abrió la puerta para que el fresco y ardiente aire del desierto le desembotara
la nariz de tanto cloro y producto químico.
- ¿El ángel de la muerte?-
Preguntó ella, peinándose un poco. En verdad era hermosa.
- Depende a quién le preguntes...
Pero los que te pueden decir que sí, ellos ya no hablan.- Dejó que un alacrán
subiera por la ventana y después lo aplastó con la culata de la pistola. Eso la
puso aún más nerviosa.- ¿Dónde está Adolfo Martínez? Tu novio la regó, eso lo
sabes bien. El Tigre Manrique tenía influencia hasta en Sonora. La regó y sabía
que la regó. Por eso mató a su informante, un albañil llamado Emiliano Parra.
Él pasó a despedirse, no me digas que no.
- Pues no.- La arrastró del
cabello, aplastó su cabeza contra la ventana, le puso la pistola en la sien y
respiró en su oreja.
- Otra y dejas la mitad de tu
cerebro en ese oasis. ¿Quieres alimentar a los alacranes?
- ¡Está bien!- Le dejó ir.
Constancia se mordió el labio, luego las uñas.- Maldita sea, me dejó aquí sola,
no regresará por mí, eso lo sé bien.
- ¿Para qué protegerlo?
- Es que no sé mucho, lo juro. Me
dijo que había salido mal, todo. Tenía que huir, esconderse. Dijo que se
enlistaría.
- No me mientas otra vez.
- Te digo la verdad, se cambió de
nombre. Luis Carlos Pérez. Me mostró sus identificaciones. Pensó que si entraba
al ejército, soldado raso, estaría barriendo alguna base militar, al menos
hasta que todo se calmara.
- Eso no fue lo único que te
dijo.- Le apuntó el arma, pero la veía de los pies a la cabeza. Incluso en su
vestido de mucama era hermosa y podía adivinar su figura.- Despídete de tu
trabajo.
- No me mates, por favor, haré lo
que sea pero no me mates.
- Lo harás, me dirás la verdad,
por eso te llevaré conmigo. Tenemos medios para hacerte hablar. Ese novio tuyo,
habría sido mejor que te matara, porque si no dices la verdad... Pobrecita.
Sonaron
disparos. La chica gritó del susto. Ángel ni se inmutó, sonaban a kilómetros de
distancia. Le indicó con la pistola para que se acercara. Quería que viera la
balacera. A lo lejos, pudo distinguir, estaban el chango, el güero y otros
cuatro sicarios. Ángel sonrió, el güero era bueno, se decía que el mejor. Se
decía, pues nunca se habían conocido. El día que lo hiciese, dejaría de ser el
mejor.
Chango
se tiró al piso en cuanto empezaron los disparos. Güero tiró a dos de una
pasada, el tercer tiro destrozó una llanta. El sicario, con su metralla, se
lanzó al suelo disparando alocadamente. Güero mató al tercero antes que pudiera
levantarse. Mató a los últimos con balas en el estómago. No había sido tan
fácil como la última vez.
- Casi me vuelan la cabeza.- Dijo
chango.- Y tú casi dejas que me lleven. El que cruza al chango, güero, no vive
lo suficiente para jactarse de ello. El que cree que puede engañarme, es porque
no sabe nada del chango.
- Hablas demasiado, ¿lo sabías?-
Les revisó los bolsillos. Le habían pagado bien por la información y por la
detención. Aún así, todo sumaba a cuarenta mil pesos.- Veinte y veinte.
- Sácame esta cosa y dame mi
parte.- Güero cargó su revólver y le apuntó al pecho.
- ¿Sabes una cosa? Creo que este
negocio no tiene mucho futuro.- Amarró sus esposas con un cable que sobresalía
de la parte trasera de la pick-up de uno de los sicarios.
- No, hijo de mil rameras no le
hagas esto al chango.
- Calma, sólo daremos un paseo.-
Subió a la pick-up, arrancó a los santos en el tablero. De nada les habían
servido, después de todo. Arrancó y se fue despacio, como para que chango
pudiera caminar. Una hora después, bajo el inclemente sol del desierto, el
chango no podía caminar y era arrastrado. Güero se bajó de la camioneta, le
cortó las esposas plásticas.- Ve para allá, un hombre fuerte como tú, en
cuestión de cinco o seis horas llegaría hasta el poblado.
- Cuando te encuentre güero, vas
a ver lo que te haré.
- Ah, y cuidado con los
alacranes.- Dijo el güero, antes de acelerar y perderse entre las dunas.
Julio
Manrique, hermano del fallecido Macario el Tigre Manrique, había sido
transportado a Houston para ser operado. Tenía dos balas en el estómago, de
cuando trató de defenderse con su cuerno de chivo de oro. No le sirvió de nada,
el oro es pésimo material para hacer una metralla y se quedó atascada. Los
mismos agentes de la AFI ayudaron a sus guardaespaldas a llevárselo en
helicóptero, después de todo, nadie se esperaba que el Tigre estuviese ahí. El
mejor hospital de Houston estaba ahora repleto de halcones. Sujetos de traje,
entrenados por el ejército, que sabían cómo acomodarse a la situación y pasar
desapercibidos. Nada le pasaría nada al hermano del capo, al nuevo capo. Un
trío de matones, disfrazados de doctores, cuidaban la entrada de su habitación
privada. Reconocieron al ángel a la primera y le dejaron pasar sin problemas.
El cuarto, poblado de sus allegados y sus contadores, se vació de inmediato con
una simple orden. El nuevo capo estaba a cargo, pero los rumores decían que no
lo haría por mucho tiempo.
- Recibí las fotos, muchas
gracias.
- Sólo hago mi trabajo. Cuando me
pagan, yo siempre cumplo mi trabajo. Vamos, no soy servidor público por nada.
- Adelante, sírvete algo. Me han
puesto muy cómodo, pero yo no puedo tocarlo.- Ángel se sirvió un tequila del
mueble que había sido transformado en una barra y se sirvió algunos canapés.-
No, agua, gelatina y pollo para mí.
- ¿Por cuánto tiempo?
- Malditos doctores cobardes, no
me quieren decir. Le sacaron la verdad a uno. Tengo algo en la sangre,
infección por las balas. Como gangrena, no viviré mucho. Por eso vale mucho lo
que hiciste. Para mí, y para mi hermano. Siéntate.- Ángel se sentó a su lado y
le puso una mano sobre su mano con catéter y líneas de tubos que iban a bolsas
plásticas colgantes.
- Emiliano Parra era el maestro
albañil de tu hermano.
- Lo sé, le pagó para las
remodelaciones. Estaba paranoico con eso de la seguridad, un búnker es lo que
quería, ¿de qué le sirvió?
- Él le dijo a su primo, Adolfo
Martínez. Él trabajaba para la AFI, él lo hizo suceder. Ahora se hace llamar
Luis Carlos Pérez y se ha enlistado. Me ocuparé de él. ¿Qué pasó en Houston?
- Ese maestro albañil escuchaba
demasiado... Tan silencioso que parecía. ¿Qué importancia tiene?
- Emiliano Parra le dijo a su
primo cuándo hacer el operativo porque pensaba que ustedes no estarían ahí.
Nadie sabía que estarían ahí, suponían lo contrario. No lo habrían hecho de
otro modo.
- Mi hermano y sus cambios de
planes.
- Exacto. ¿Qué hay de Houston?
Martínez y Parra pelearon sobre eso, Martínez ganó.
- Robo de diamantes, una belleza
de trabajo.
- ¿Se los llevó el AFI?
- No,- dijo el capo moribundo,
con una sonrisa macabra.- mi hermano nunca abrió la boca. Ni siquiera yo sé
dónde están. No, nos robaron el dinero, la coca, la mota, todo, menos los
diamantes.
- ¿Ya nadie sabe dónde están?
- Millón, quizás más... Oye, tú
crees que ese maestro albañil sobre escucho a mi hermano o de algún modo se
enteró de la ubicación de los diamantes. Le dice a su primo de la AFI. La casa
de seguridad está vacía, roban los diamantes. Bien pensado Ángel.
- Tengo que encontrar a Luis
Carlos Pérez, su nuevo nombre. Él sabe dónde están y espera su momento para
robarlos.
- En verdad eres un ángel, te
pondré con mis mejores hombres. Daremos con ellos.
- No.- Dijo Ángel, inyectando la
bolsa de suero.- No, tú descansa Manrique, que ya has hecho suficiente.
- No, Ángel, no seas así... Yo
tengo dinero, tengo poder, tengo un ejército que te...
- Tranquilo, tranquilo. Nadie lo
tomará por gran sorpresa. Te pondrá a dormir. No me gusta la competencia
Manrique, esos diamantes son míos.
- Maldito Judas...- El capo se
quedó dormido. Estaría así varias horas, antes de morir.
- Está dormido.- Le explicó a los
falsos doctores.- Preferí no despertarlo.
- Descuida Ángel, nosotros
cuidaremos lo que le quede de vida.
- Sí, lamentable tragedia.-
Esperó hasta estar en la calle para hacer su llamada. Hablaría con la SIEDO,
buscaría al soldado raso Luis Carlos Pérez, pero empezaría por su comandante.
Sabía que sería más fácil ubicarle de ese modo.
El
güero se había conseguido otro trabajo. Lejos de los desiertos. Lejos de las
grandes ciudades. Había aprendido que el dinero estaba ahí, si sabía cómo
tomarlo, sin meterse en apuros con los peces grandes. Ahora era escolta. Un
jefazo, nivel medio, del cártel de Sinaloa. Un gordo que se manejaba con trece
celulares para hacer sus negocios. El güero, conocido gatillero, se llevaba dos
mil pesos a la semana por ser parte de su séquito. No era suficiente.
- Oye Ramírez.- Estaban borrachos
en Durango, viendo la gente pasar fuera de un restaurante. Le señaló a un grupo
de gente del otro lado de la banqueta. Ramírez les conocía bien, eran zetas enemigos
de su jefe. Ramírez quería irse. El güero le convenció de quedarse, de
seguirlos hasta que nadie pudiera verles.
- Oye tú, ¿qué te traes?- Tres de
ellos. Playeras del América, con tennis y gorras. El güero parecía más un
vaquero. Les chifló, mostrándoles una lata vacía que había recogido de entre la
basura. Los tres zetas se miraron entre ellos y luego a su alrededor. Estaban a
la mitad de un baldío, pero no parecía una trampa.- Lárgate de aquí, borracho.
- ¿Saben lo que es esto?- Hablaba
como borracho, pero no lo estaba. El güero rara vez se emborrachaba. Se quitó
la chaqueta de cuero para que vieran la culata de su revólver.- Lo haremos
interesante, si es que son machos.
- Este wey quiere morir.- Uno se
subió la playera y acercó la mano a su automática, pero se congeló al ver que
los dedos del güero acariciaban ya su revólver. Quien parecía ser su líder le
dijo que se detuviera. Se alzaron las playeras, todos estaban armados.
- ¿Cómo quieres morir vato?
- Todos desenfundan cuando cae la
lata.
- Ya vas.
El
güero lanzó la lata. No tenía intención de esperar, ellos tampoco. Sacó el
revólver, apuntando al nivel de la cintura. Los otros hacían lo mismo. Uno
disparó desde que tenía la pistola al nivel del estómago, pero falló por
metros. Le güero apuntó desde la cadera. Usó ambas manos, para jalar el
gatillo. Blam. Blam. Blam. Tres cuerpos en el piso. La lata cayó después.
Ramírez no podía creerlo. Ahora le ascenderían, ahora confiaban en él. El jefe,
Jaime, la orca para sus amigos, lo llamaba su adorno de buena suerte. Le llevó
en su auto personal, junto con sus otros tres gatilleros de confianza. Iban
rumbo a Guaimas, para un negocio importante. La orca no dejaba de hablar de
eso.
- Hay mucho dinero para
gatilleros leales.- Le dijo, entre llamada y llamada, alternando de celulares
con ayuda de un sicario que hacía de asistente.
- Si la paga es buena...- La orca
puso dos mil dólares en sus manos.
- Tú quédate, hay dinero para dar
y repartir.- El sicario a su lado le mostró una cadena de oro en su cuello. Era
pesada. El güero chifló sorprendido.- Treinta mil pesos papá.
- Eso vale mucho. O valdría, si
fuera de oro.
- ¿Qué? Tú que sabes vaquero, es
de quince quilates papá.
El
sicario se acercó para que tocara el oro. El güero la tomó con fuerza y azotó
su cabeza contra la suya. Mató al sicario de al lado de un tiro, tenía el
revólver escondido en su chaqueta. El conductor se dio vuelta, pero era tarde.
Le metió una bala en el estómago. Mató al de la contusión y, tan rápido como
pudo, se levantó del asiento para dispararle al conductor en las rodillas, de
modo que no acelerara de más. La orca salió corriendo, tirando celulares como
un rastro. El güero le disparó a centímetros de sus zapatos de diseñador. Sacó
los cuerpos, amarró a la orca y manejó directamente hasta un lugar del que
había escuchado. Un pequeño edificio de departamentos que hacía de fortaleza
para los zetas. La orca valía mucho dinero allí.
- Güero, aquí está tu dinero.
Pasa.- Ángel se sorprendió al verle. La sorpresa era mutua.- México es más
pequeño de lo que parece. La orca vale su peso.
- Es bueno saberlo.
Los
zetas habían arreglado el edificio siguiendo sus costumbres militares. Tenían
sus barracas en que cada departamento y unos departamentos amplios para fiestas
y sus superiores. Ángel llevó al güero a un departamento sobriamente decorado,
a excepción de Constancia, quien estaba esposada contra el riel de un sofá de
metal. Ángel no parecía prestarle mucha atención. Se bebieron sus tequilas y el
dinero pasó de manos.
- Todas hablan, sólo que a veces
hay que ser pacientes con algunas.- Dijo Ángel, señalando a Constancia. Ella
miraba al güero y le imploraba, pero las marcas de golpes dejaban en claro que
no le estaba permitido hablar mucho. Ángel se sentó en un sillón y le mostró un
mapa carretero.- Quiero contratarte para un trabajo.
- No soy bueno para eso del
trabajo en equipo. Nada personal contra los zetas, pero prefiero hacer las
cosas a mí modo.
- ¿Y 3 mil dólares no cambiarán
eso?- Ángel sonrió. Tenía labios finos, como sus pequeños y rasgados ojos
azules. Sabía que aceptaría, antes incluso que el propio güero. Quemó, con su
cigarro, una parte del mapa militar.- Un convoy militar pasará por allá.
- Convoy, suena muy militar.
- Un par de camionetas. En una de
ellas habrá cajas de cohetes, más de cinco, al menos. Las armas para nosotros,
el dinero es tuyo. Los zetas lo coordinaremos, pero tú güero eres inteligente,
sé que no tengo que tratarte como soldadito. Sabes lo que haces.
Al
día siguiente el güero y un grupo de diez sicarios, bajo las órdenes del ángel,
aguardaron la llegada de las dos camionetas. Estaban escondidos en una
abandonada estación de PEMEX. La orden era clara, el ángel quería vivo al
comandante. Las dos camionetas aparecieron, justo a tiempo. Les atacaron en dos
flancos con rifles de asalto. Llantas primero, después a los motores. Les
rodearon en cuestión de segundos, ahora era cuestión de matar a todos, menos al
comandante.
- Güero, cubre ese lado.- Le
gritó un sicario. Un soldado trató de matarlo, falló por centímetros. Le puso
una bala en la cabeza. Bajó al otro del cuello de su camisa militar. El soldado
le mostró fotografías de su familia e imploró por su vida.- ¿Güero, te apuras?
- Ya tenemos las armas, el ángel
ya tiene al comandante, ¿qué diferencia da?
- Dejen al güero en paz. Vámonos
con el comandante López, él y yo tenemos mucho de qué hablar.
Manejaron
una hora en la carretera. Los sicarios, armados hasta los dientes, de pronto se
voltearon contra el güero. Uno le puso la mano en la derecha, no tendría tiempo
de sacar su arma. Le abrieron la puerta, le empujaron al asfalto y se alejaron,
riéndose de él. Se puso de pie, se limpió un poco los jeans y se encendió un cigarro.
Como él se figuraba le hacían un favor, quería alejarse del lugar de todas
formas. El güero estaba equivocado. Sintió la automática contra el cachete y la
escuchar su risa supo de inmediato que el ángel le había vendido. El chango
había sobrevivido, de algún modo, y ahora le tenía en sus manos. Le quitó el
revólver. Le soltó un gancho al hígado y lo fue pateando hasta los matorrales,
donde escondía un auto. Le amarró de la manija del lado del conductor y sonrió,
con esa sonrisa de mono que tenía, al encender la marcha.
- ¿Te acuerdas de esta parte
güero? Yo te dije, quien me cruza es porque no sabe nada del chango.
Chango
aceleró, divirtiéndose al verle correr. Aceleraba lo suficiente para mantenerlo
de pie, pero de pronto frenaba para verlo caer al suelo, sólo para acelerar de
nuevo, arrastrarle unos metros y levantarse otra vez. Le mantuvo así por más de
tres horas. Bebía agua frente a él, mientras que el güero ya estaba repleto de
llagas por el quemante sol del desierto. Eventualmente se dejó caer y el chango
le arrastró por un par de kilómetros más, hasta que los jeans se rompieron y
vio el rastro de sangre dejado por su costado y sus piernas. Frenó el auto. La
diversión había terminado, al menos para el güero. Para el chango era otra
historia. Le desamarró con un cuchillo. Le empujó con la puerta para dejarse
salir y le mostró su automática.
- Oye güero, ten cuidado con esos
alacranes.- Le bromeó, mientras lo pateaba.
- Agua, por favor.- Imploraba el
güero. Chango le disparó a un lado de la oreja, para verle retorcerse. Se
agachó a su lado, pistola humeante quemando su frente.
- Di tus oraciones güero, porque
aquí, donde estamos ahora, ni los bandidos vienen aquí. Nadie encontrará tu
cuerpo güero. Serás huesos en cuestión de días. Ni tumba tendrás. Como yo
tampoco iba a tenerla.
- Bueno, fue una buena relación de negocios, mientras duró.-
Dijo el güero, sonriendo.
- Sí... mientras duró.
Se
puso de pie, jaló el martillo, pero no disparó. Un jeep militar se acercaba,
fuera de control. El chofer, era obvio estaba más muerto que vivo. El vehículo
tenía marcas de balas por todas partes. Chocó contra una piedra y el chango
salió corriendo para ver lo que se podía encontrar. El chofer habló de una
emboscada, poco antes de morir. El otro soldado se arrastraba por la parte
trasera, tratando de salir. Le abrió la portezuela, tenía un disparo en el
estómago.
- Ayúdame, por favor, te daré
diamantes.- El chango, sin saber qué pensar, revisó su identificación, Luis
Carlos Pérez.- Si me ayudas, aunque sea con agua, te diré.
- Claro amigo, caridad cristiana,
has caído en buenas manos. Ya estaba yo ayudando a otro pobre cristiano. ¿Por
qué no me dices de los diamantes?- Preguntó el chango, escondiendo la pistola.
- El Tigre Manrique se hizo un
búnker, era una mansión allá adentro. Los diamantes están adentro, bien
escondidos. Ayúdame, y te digo dónde.
- Vamos amigo, sólo dime eso...-
El hombre estaba desmayado.
- Maldita sea mi suerte... No te
me mueras, maldito desvergonzado, tu amigo vuelve enseguida.- Corrió de regreso
a su auto. Se había bebido casi toda el agua, pero aún le quedaba una botella,
la cual rescató debajo del asiento. Regresó corriendo, pero era tarde. Luis
Carlos Pérez estaba muerto, pero el güero le había estado haciendo compañía.-
Desgraciado, ¿qué te dijo?
- Agua...- Güero se desplomó en
el suelo, estaba más muerto que vivo.
- No, nada de agua, dime lo que
te dijo.
- Yo sé donde escondió los
diamantes.
- ¿Los del cementerio?
- Sí.
- Ja, no hay ningún cementerio,
no sabes nada.
- Agua, o nunca encontrarás donde
están esos diamantes. El lugar es grande, eso dijo, tomaría meses registrarlo
todo a conciencia.
- Toma tu maldita agua.-
Desenroscó la botella, le echó un poco en la cara y le ayudó a beber, hasta que
se desmayó.
El
chango revisó por todo lo que podía robarse. Decidió quedarse con el uniforme
militar de Luis Carlos Pérez, podía serle de utilidad en el futuro. Se llevó lo
que podía vender después y cargó al güero a la parte trasera de su auto. Manejó
a toda velocidad, conocía de una iglesia donde podrían regresar al güero de
vuelta al mundo de los vivos, de vuelta a su secreto. Maldijo durante todo el
camino. La suerte le había jugado torcido. No era el único que maldecía, el
comandante López le dijo a Ángel sobre la emboscada en la que Luis Carlos Pérez
supuestamente habría muerto. El jeep no estaba con los otros. Siguió las marcas
en su camioneta, le encontró empotrado contra una piedra. Luis Carlos Pérez, y
la ubicación de esos diamantes, ya habían expirado. El chofer estaba muerto,
las radios habían sido robadas, como parte de las municiones. Luis Carlos
estaba semi-desnudo en el suelo. Miró a su alrededor, no podía ver a nadie.
Alguien le había extraído la información estaba seguro de eso. El ángel sonrió
con sus finos labios. La cacería seguía.
Güero
fu atendido en la rectoría de la iglesia de San Clemente, una pequeña iglesia
que había sufrido los estragos de la guerra. Chango no dejaba de pasearse por
los pasillos, tratando de hablar con el güero. Los sacerdotes y monjes le
mantenían informado, estaba severamente deshidratado pero estaría bien. Eso no
era suficiente, quería su secreto. Se sentó en una de las bancas de la iglesia.
Estaba verde y enmohecida, pues la iglesia había perdido sus ventanales en una
balacera. La lluvia, la arena, la suciedad, todo entraba a la iglesia y los
encargados, ya de por sí ociosos por la falta de fieles, pasaban el día
cuidando y limpiando.
- Tienes mucho nervio para venir
aquí.- Chango se paró de inmediato y abrazó a su hermano.
- Joserra, qué bueno verte, yo
pasaba por aquí, recogí a ese pobre cristiano y me dije, ahora es cuando para
visitar.
- ¿Luego de cuatro años?
- ¿Y mamá?- El sacerdote negó con
la cabeza.
- Vengo de su funeral, por eso no
había estado aquí.- Le señaló la ropa militar con sorna.- Soldad, sí, como no.
- Oye, tú cuidas las almas, yo
cuido del país. ¿Qué hay del güero?- Caminaron a la rectoría, el chango le
llevaba del brazo, pero era obvio que su hermano no lo quería con él.
- No eres soldado, seguro lo
robaste. No aceptan ex-convictos. Mamá preguntó por ti, cuando le dio fiebre.
- ¿Qué le dijiste?
- ¿Qué le iba a decir? No podía
decirle que su primogénito era un bandido, un sicario, un ladrón y mil cosas
peores. Le dije que eras mecánico y te iba bien. Pero Dios, Él lo está viendo
todo.
- ¿Y vio cuando papá perdió el
trabajo y la pierna?, ¿vio cuando nos dejaste Joserra por tres comidas al día y
una cómoda vida? Yo hice lo que tenía que hacer, yo me quedé.
- Me gustaría pensar que he
salvado más almas de las que tú has arruinado.
- Sí, pero salvar almas no deja
dinero, nuestros padres tenían que vivir de algo, sobre todo con papá moribundo
por la cirrosis. Le hubieras dicho eso a mamá.- Joserra le soltó una cachetada
que el chango detuvo a tiempo y él le soltó un gancho al hígado que le dejó
tirado en el suelo.
- Sólo vete de aquí chango,
llévate a ese matón contigo.- Dijo el cura, alejándose como pudo.
- Ah, ese mi hermano.- Dijo el
chango, entrando a la rectoría, donde el güero descansaba en un camastro.
Confiaba que las paredes y la puerta eran lo suficientemente gruesas para
aislar el sonido. No lo eran. Güero no dijo nada. Fumaba tranquilo, sombrero
sobre la cara.- Cada que vengo se pone igual, no quiere me vaya. Chango, me
dice, hay comida para ustedes dos.
- Muy amable de su parte. Y luego
de una buena comida, un buen cigarro.- El güero le compartió un cigarro que el
chango se encendió mientras le quitaba el sombrero de la cara.
- ¿Y tú güero, alguien que llore
en tu tumba?
- Llorarás tú si no encontramos
esos diamantes o si me muero en el camino.
- Todo solo en este mundo.
Necesitas confiar en tus amigos. Soy tu único amigo.- Chango abrió de repente
el cajón de la cómoda a su lado, el revólver no estaba ahí. El güero le chifló,
le mostró que la tenía en el cinto.- Ya está bien pues, levántate que nos
vamos.
- ¿Adónde?
- No te diré, pero te puedo decir
algo, tenemos que cruzar el mar de Cortez otra vez. Basta con eso. Micha y
micha, güero traicionero, micha y micha.
Manejaron
en silencio hasta Guaymas. Tomarían un ferry, el güero no sabía dónde quedaba
la casa de seguridad, pero sabía cómo acceder a sus partes más secretas. Se
detuvieron en una gasolina en la noche. Necesitaban estirar las piernas, además
de la gasolina. El chango, aún vestido de militar, entró a la tienda. Él
pagaría la gasolina, cosa que no se le hizo graciosa. El güero le dio de
vueltas al auto, le dolían las piernas de tanto viajar. Escuchó pasos detrás de
él. Botas militares. Se dio vuelta con el revólver. Muy tarde, eran tres y
usaban metralletas. Reconoció a uno. Le mostraba la misma foto de su familia.
Le había dejado vivir en aquella emboscada. Al parecer el favor no era
suficiente. Lo subieron a una camioneta a golpes, le tomaban por zeta y le
venderían por unos centavos. Manejaron hasta un bar, le encadenaron en la parte
de atrás. El sobreviviente cambiaba de versión, se había defendido del mejor
pistolero de los zetas. Se sentaron cerca, hicieron llamadas para venderlo. No
irían con sus comandantes, probarían con
el cartel de Sinaloa. Su cabeza valía algo para ellos. Seguirían buscando toda
la noche, y mientras más borrachos estaban, más ambiciosos y violentos se ponían.
- Es todo igual, vivo o muerto.
- ¿Cómo te llamas? Al menos dime
eso.- Dijo el güero, escupiendo sangre en sus botas militares llenas de polvo.
- ¿Y para qué quieres saber eso?-
Preguntó otro soldado, era el chango.- Compadres, buena cacería.
- Gracias, pero es cierto, vale
igual muerto. Da menos problemas así.
- Yo lo haré.- Dijo el chango. El
sobreviviente le detuvo.
- No, yo lo hago.- Dijo,
mostrando su automática.- Me llamo Edgardo, y al que mataste era mi primo.
- Lo siento.
- ¿Por mi primo o por no
matarme?- Los otros se echaron a reír.
- No, por sus malas amistades.
Güero
se tiró al suelo. Chango tomó la M-15 y disparó contra los soldados, subiéndose
a una silla y luego a la mesa. Disparó contra sus cuerpos hasta asegurarse de
que ninguno se moviera. El de la barra ya había desaparecido. Liberó al güero y
regresaron a la camioneta. Los dos estaban sonrientes, hacían buen equipo,
cuando no trataban de matarse. El dueño del lugar lo notificó a las
autoridades. Las autoridades lo notificaron a la marina. La marina notificó a
la SIEDO. La SIEDO notificó al Ángel. No le habría importado, los diamantes
valían más que siete soldados muertos. Se refrescaba fuera de un restaurante,
soplándose aire con su sombrero negro.
- Me la debes, angelito, al menos
dos mil pesos.
- No te debo nada.
- El nombre que tanto te importa.
El dueño lo vio muy bien. Su uniforme, su identificación, Luis Carlos Pérez.-
Ángel dejó de abanicarse. Su intuición era correcta. Alguien sabía. Alguien se
hacía pasar por su sujeto. Alguien cruzaría el mar de Cortez. Tenía poco
tiempo. Tenía una llamada que hacer.
Chango
y güero cambiaron de auto, solo por si acaso. No faltaba mucho. El chango,
desesperado por la información del güero había tratado de sonsacarle los
detalles.
- ¿Y dónde queda este lugar?
- Ah no, güero, de eso te enteras
después. Pero mira lo que pasó güero, casi
matan a mi buen amigo, el güero. Tumba sin nombre, nadie que le llore.
¿Y el pobre chango?, ¿qué haría sin ti?
- Dijo de muchas paredes que
estaban huecas, de pasadizos, adelante, inténtalo. Pasarías meses allá adentro,
donde sea que esté.
- Maldito güero, tú estás cerrado
como bóveda, contigo no se puede ni hablar.- Le robó un cigarro al güero, él se
había recostado, sombrero contra la cara.- Yo al menos tengo a mi hermano, ¿tu
tuviste a alguien?
- Quizás, quizás nací de huevo.-
El chango bajó la velocidad. El güero sintió la culata de su revólver y se puso
el sombrero. Retén militar. Coche por coche.
- Ahora ves por qué traigo este
uniforme. Estos pelados se creerán lo que sea.
- Luego de la matanza de hace
unas horas chango, espero que así sea.
- Tu deja que el chango hable.-
El auto se detuvo en el retén. El güero se sentó tenso. El chango no se daba
cuenta.
- Chango, con todo ánimo de
ofender, eres un idiota.
- ¿Qué?
- Los militares no usan uzis
israelitas. Son falsos soldados y tu uniforme parece demasiado real para
ellos.- Sintieron los cañones antes de terminar de hablar.
- Llévense a estos dos, a la
comandancia.
La
comandancia era un rancho abandonado, repleto de agujeros de balas y las marcas
de explosiones. El ángel estaba ahí, aplaudiendo y sonriente con esos labios
finos. Detuvo al chango, le revisó la placa de metal. Ambos estaban amarrados
de manos, sin armas y rodeados por completo.
- Así que, Luis Carlos Pérez.
- Ángel, mi buen amigo, gracias
por darme al güero.
- Favores entre amigos, no es
nada. ¿Viaje cansado, a dónde iban?
- Un lugar es tan bueno como el
otro. Un nombre es tan bueno como otro.
- Sí, ya veo.- Le soltó un gancho
al hígado que lo tiró.- Clemente, tortúralo.
- ¿Y yo?- Preguntó el güero,
viendo como se llevaban al chango.
- Tú te quedas cerca, pero no lo
suficiente para esto.- Ángel revisó su revólver, lo hizo girar como si fuera
una película.- Buena pistola.
Le
encerraron en un cuarto amplio, con una cubeta para sus necesidades y nada más.
De vez en cuando le soltaban una terrible golpiza, pero no hablaría. No podía
saber lo mismo del chango. Podía escuchar sus gritos en la bodega, se la habían
tomado con saña en su contra. Revisó las ventanas, los barrotes estaban bien
fijos y era una caída de tres pisos hasta el cemento. Revisó las paredes, la
vieja hacienda era de yeso y ladrillos flojos. Había un espacio, el suficiente
para un brazo. Se asomó, una mano le golpeó en la cara. Escuchó la voz de una
mujer que se tiraba al suelo. Era Constancia. Le compartió de su comida y el
güero comió tan rápido como pudo. Llevaba dos días sin comer, con golpizas cada
cuatro horas para no dejarle dormir. Le romperían, estaba seguro, Ángel se tomaría
meses para hacerlo de ser preciso. Constancia recibía un tratamiento semejante.
El güero escuchaba sus gritos, pero no podía hacer nada, sólo lo haría peor.
Aún así, Constancia compartía su comida. Güero le detuvo del brazo, ella estaba
casi desnuda. Su piel era suave, estaba muerta de miedo y eso podía verse en
sus ojos.
- ¿Por qué haces esto? No tienes
por qué compartir. Llevas más tiempo con ellos que yo, ¿qué es lo que quieres?
No me trago eso de ayudar al vecino, no en estos días, no ahora como estamos.
- No puedo escapar sola. Necesito
ayuda. Una de las ventanas está floja, podemos saltar. Hay un camión abajo,
está vacío en la noche. Podemos huir, pero no puedo hacerlo sola. Ángel cree
que sé algo que yo no sé.- Le mostró cómo podían zafar los ladrillos de aquella
esquina, pero güero le detuvo.
- No aún, mi sesión empieza en
media hora. Deben ser la medianoche, me dejarán en paz hasta las cuatro,
suficiente tiempo para derribar esos ladrillos y escapar como dijiste.
Güero
se hizo al desmayado, eso funcionó. El sicario le metió una golpiza rápida,
como para despertarlo y le dejó ser. Siempre le preguntaban lo mismo, si estaba
listo para hablar. Él siempre escupía sangre. Los gritos del chango habían
cesado. Había muerto, o había hablado y le matarían después. El tiempo corría.
Con ayuda de Constancia terminaron de abrir el espacio, lo suficiente como para
que el güero se hiciera pasar. Entre los dos reventaron los barrotes de la
ventana de yeso. El camión militar debajo de ellos tenía un techo duro, podían
hacerlo. Güero detuvo a Constancia, podía oler humo de cigarro. Había un
guardia cerca. Tomó dos ladrillos, le buscó con cuidado. Pudo ver, bajo él, la
luz del cigarro. Los dejó caer. Aprovecharon la oportunidad para saltar sobre
el camión y de ahí el güero se lanzó contra el sicario, le mató con uno de los
ladrillos. Le quitó su sombrero y su revólver.
- Vamos, hay un coche ahí. Sé
como robarlo.- Le dijo Constancia, pero el güero arrastró el cuerpo dentro del
camión.
- No aún. Escucharán el coche. Necesitamos
una distracción.
Se
tiró al suelo, rodó bajo el camión y con un cuchillo que le había robado al
sicario rompió el tanque de gasolina. Encendió la marcha del camión, le dejó
acelerar varios metros. Los sicarios se activaron. Constancia encendió la línea
de gasolina mientras los sicarios disparaban al camión. La explosión cubrió el
ruido del coche robado y en cuestión de minutos se alejaban a toda velocidad de
la vieja hacienda. Necesitaban poner mucha distancia, Constancia conocía de un
motel a varios kilómetros, podían esconder el auto y hacerse de un plan allí.
El motel estaba cerrado, la guerra les había obligado a abandonarlo. Se
encerraron en una habitación. Constancia robó de la máquina de comida y
comieron algo.
- Ángel dijo mucho.- Le dijo
ella.- Dijo que el Tigre Manrique mandó hacer un robo de diamantes en Houston,
los escondió muy bien usando a un maestro albañil. No se figuró que el albañil
hablaría con su primo. Por eso registraron el lugar, por los diamantes. No se
esperaban que el Tigre estuviera ahí. Mi novio, o mi ex-novio era Adolfo
Martínez.
- No lo conozco.
- Se cambió el nombre a Luis
Carlos Pérez, tú amigo tenía su uniforme o eso dijo Ángel.
- Ese idiota, no debió
quedárselo. Él no lo mató, ya estaba muerto.
- No me importa.- Dijo ella, con
frialdad. Lo decía en serio. Su rostro, iluminado por la luna que se filtraba
por las persianas se alumbraba periódicamente por el fulgor del cigarro.- Ya
nada me importa, estoy muerta. Mi única esperanza es ir al norte de Santa Cruz,
los de Sinaloa tienen mata-zetas, el ángel no podrá encontrarme allí.
- Ya sabes lo que dicen muñeca,
él no se detiene hasta tener lo que quiere.
- Pues que lo tenga. El chango ya
habrá hablado. Esa casa de seguridad está bien escondida, incluso los de la AFI
no podían encontrarla por satélite. El chango les habrá dicho dónde estaban los
diamantes.
- Imposible, solamente yo sé
eso.- El güero sonrió, cigarro en sus labios.- El chango le habrá dicho dónde
encontrarla, pero el lugar es un laberinto y sólo yo sé dónde están escondidos.
¿No me vas a preguntar dónde están?
- No estaría mal tener algo de
dinero, escapar a Estados Unidos, pero no. Meterme con Ángel... No es un buen
enemigo. Tardará meses en encontrarla, desmontarían toda la casa.
- No, en esto está solo.- Güero
le acarició el rostro. Incluso con los golpes era una mujer hermosa. Ella se
removió asustada.- No puede usar a su gente, quiere los diamantes para él
mismo. No piensa compartirlos tan fácilmente.
- Nos matará.
- No, a ti no. ¿Por qué lo haría?
Te ayudaré a escapar, me las veré con él después. No dejaré que te haga daño.
Ya hizo bastante Constancia.
- ¿Por qué harías algo así?
- Porque una vez conocí a una
mujer como tú, y me hubiera gustado que alguien la ayudara.- La puerta de la
habitación se reventó y Ángel entró armado. Encendió la luz y sonrió.
- No escondieron el coche lo
suficientemente bien. Todos los autos de mis sicarios tienen GPS.
- ¿Y chango?- Preguntó güero,
sentándose de regreso a su cama.
- Muerto. Habló, todos lo hacen.
- Lo intentaste conmigo, no
funcionó.
- No güero, no te di el mismo
tratamiento porque sé que tú no hablarías. Sé que mentirías con tal de
fregarme. Así que ahora estamos juntos en esto. Micha y micha, no soy tacaño.
- Ángel...- Constancia estaba
hipnotizada por su automática apuntándole al pecho.
- Ya no me sirves de nada primor,
lástima, eres muy linda.- Güero disparó su revólver a través de la almohada.
Plumas salieron volando y se prendió fuego con algunas llamas. La bala le voló
el sombrero al ángel.
- Micha y micha, pero al chica
sale de aquí caminando.
- Está bien, pero ten cuidado
güero, pudiste haberme matado, ¿entonces cómo encontrarías los diamantes?
- Lo mismo puedo decir contigo,
¿así que por qué no guardas esa automática, yo guardo la pistola y nos largamos
de aquí? Hay un ferry que tomar.
Nacho
había sido brutal, el chango no se pudo contener. Las golpizas, las amenazas y
la uña del meñique izquierdo que le removió con ardientes tenazas no se
comparaba con otro dolor, algo más interno, había divulgado su secreto al
ángel. Nacho le levantó del suelo y le tiró contra una mesa en la bodega,
mientras mandaba mensaje de texto con su jefe. No le quedaba mucho, lo sabía.
Le habían dicho del otro depósito, del barril de ácido que disolvería su
cuerpo. Le cargó como un costal, chiflándole a sus compadres que se iban. La
mayoría se iría de allí, una camioneta Tahoe seguiría al ángel. Chango no se
esperaba menos, el ángel necesitaría algo de ayuda pero no compartiría el
botín, no con el güero, ni con sus propios hombres.
- Déjame ir Nacho, que una vez
que te ponga abajo, ya no te levantarás.- Entraron a lo que había sido un
garaje, ahora sólo tenía un auto por partes y el tambor de humeantes humos
tóxicos.
- No hablarás mucho cuando estés
allá adentro.- Chango forcejeó y Nacho le golpeó la cabeza contra una pared,
desmayándole.- Ya, ¿ya ves como nos llevamos mejor así chango? No es nada
personal, tú sabes cómo es esto.
Le
tiró al suelo para tomar una sierra, el cuerpo no cabría completo. Se inclinó
sobre el chango, la sierra rozándole el cuello. El chango había fingido. A
ciegas palpó el vidrio de una botella rota. Le golpeó en la cara, metiéndole el
vidrio en el ojo. Nacho aulló histérico, frenéticamente sacando su automática
del cinto. El chango se estiró por una llave inglesa. Le golpeó el brazo, el
tiro le pasó cerca. Le golpeó la mano, dejó caer el arma. Le golpeó en la
cabeza y, teniéndole de rodillas y confundido, le pateó con ambas piernas
contra el tambo de ácidos. El negro tambo se balanceó, Nacho gritó al sentir el
ácido en la cara. Cuando el tambor terminó de caer sobre él ya no pudo dejar de
gritar, su cuerpo se disolvió rápidamente.
Chango
recuperó su celular y leyó el mensaje, viajaban a Santa Cruz, un pueblo
fantasma cerca de ahí. Se asomó cuidadosamente, la haciendo ahora estaba vacía.
Caminó por la oscuridad, cojeando y profiriendo maldiciones. Su única
consolación eran esos diamantes y un futuro forrado en billetes de dólares. Se
hizo de ropa en la hacienda y de un auto. Manejó lento al llegar al pueblo
fantasma de Santa Cruz. El narco había pintado su línea allí, con balas,
granadas y sangre. El mísero pueblo, demasiado alejado de la carretera y la
civilización, terminó por abandonarse. Se fue despacio, sabía que habría
halcones, sicarios que vigilarían las calles a las órdenes de Ángel. Serían
buenos y él no estaba en buenas condiciones. Estacionó a un lado de una
veterinaria. Una casa de tabiques y poca pintura, como todas las demás, pero
con vendajes y los tranquilizantes que necesitaba. Se bañó en la trastienda y
curó sus heridas. Se durmió entre las vacías jaulas para perros. El sol ya se
filtraba por entre las ventanas, pero eso no era lo que le había despertado.
Vidrios crujiendo. No estaba solo. Había dejado botellas rotas de medicamentos,
sólo por si acaso. Parecía que un halcón se había puesto curioso. El matón
abrió la puerta que daba a las jaulas y apuntó con su cuerno de chivo, pero no
había nadie. Sangre fresca, alguien había dormido allí. Siguió las gotas por un
muro falso que había quedado desecho en una balacera. Encontró al chango,
poniéndose las botas. Tenía una puesta, la otra en la mano, la camisa sin
abotonar y sus pantalones abiertos.
- Sabía que te encontraría, tarde
o temprano chango. ¿Te acuerdas de mí?- El sicario sonrió, dientes de oro.- Me
los sacaste a golpes hace dos años.
- Lamentable.
- No, lamentable como te
encontrarán.
- No.- Disparó a través de la
bota. Tres tiros al pecho.- Lamentable que arruine mi bota. Y si vas a
disparar, dispara, no hables.
Ángel
y güero, junto con los sicarios más cercanos del ángel habían dormido en la
casa abandonada más grande que encontraron. Güero durmió entre dos sillas, sombrero
en la cara. Al escuchar los tiros se despertó de golpe. Ángel le ofreció una
taza de café, era obvio que no había dormido.
- Las cosas no se calman, al
norte de Santa Cruz.- Dijo Ángel.
- ¿Por eso no nos movemos de una
vez?- Se tomó el café, dejó la taza de barro en una vieja mesa y salió por un
muro de yeso que había quedado despedazado por el efecto de una granada.
- ¿Adónde vas?
- Cada pistola hace su propia
música, reconozco la tonada.- Ángel le dejó irse, con un gesto le indicó a sus
matones a que le siguieran de lejos, sólo por si acaso.
Güero
había escuchado muchos disparos a lo largo de su vida, sabía que esos tres
habían sido a cuadras de distancia, no a kilómetros. También sabía que un
sicario le seguía de cerca. Cruzó el abandonado parque, decorado por los restos
de dos autos que habían ardido hasta dejar el metal negro. Cruzó una esquina,
se escondió en un umbral. El sicario pasó a su lado, no sintió sus manos que le
metían a la casa. No sintió el cuchillo que le atravesaba el pecho. No hasta
que fue demasiado tarde. Recorrió el resto del camino a trote, sabía lo que
buscaba. Vio al chango cruzando una calle, escondiéndose entre autos. Se acercó
cautelosamente y ambos quedaron entre dos grandes camionetas que ahora eran
chatarras inservibles.
- Hablaste.- Fue lo único que le
dijo, antes de encenderse un cigarro. Chango gruñó y le quitó los cigarros, se
le antojaba uno.- Yo no.
- Me imagino, por eso sigues
vivo.
- Es mucho dinero.
- Demasiado como para compartirlo
con alguien que no lo quiere compartir. Vamos güero, yo sabía que nuestra
amistad rompía las barreras, pero tú estás aquí porque ese ángel de la muerte
tiene compañía. No puedes tú solito.
- Escuché los disparos y me
pregunté, ¿para qué son los amigos?
- Yo siempre digo, hablando se
entiende la gente. Y matando también.- Le mostró las dos automáticas y el
agujero en su bota derecha. Güero le mostró su revólver.
- ¿Qué puedo decir? Es un
clásico. Maté a uno, tú mataste a otro, faltan al menos cinco o seis.
- ¿Nada más?
- Ah, y uno tiene un
lanzagranadas, los otros cuernos de chivo.
- ¿Nada más?
- Se metieron mucha coca en la
madrugada.
- ¿Nada más?
- Tienes aliento de perro.-
Chango se vio tentado a dispararle, prefirió golpearlo en el pecho.
- Tú apestas a café, se nota que
el ángel es buen anfitrión, cuando quiere.
- ¿Vamos a hablar, o vamos a
hacerlo?
- No lo digas así güero,- Dijo el
chango, con su sonrisa simiesca.- que la gente pensará mal.
- ¿Qué gente? Este pueblo sólo
tiene muertos.
- Y gente que está por serlo.
Los
dos matones salieron de su escondite, recorriendo las vacías calles del pueblo
con los ojos abiertos y las armas listas. Chango percibió una luz a su
izquierda, el reflejo del sol en gafas de lente reflejante. Tiro a la cabeza.
Polvillo cayó a la derecha del güero. Un tiro. El matón cayó del techo, su
cuerno de chivo aún en la mano. Se separaron entre las casas destruidas,
recorriendo paralelamente la misma avenida que daba a la casa donde Ángel había
pernoctado. Escuchó el tiro, zumbándole por la cabeza del güero, se agachó en
automático. El chango había disparado, entre las tablas de madera a un matón
con cuerno de chivo. Escuchó los pasos en un balcón. El güero lanzó un par de
tiros antes de hacerse a un lado, la granada destrozó lo que quedaba de una
casa. Corrió entre los autos. El sicario con lanzagranadas le iba persiguiendo.
Chango estaba en fuego cruzado, dos cuernos de chivo. Se lanzó por el ventanal
de una tienda, salió a un lado del güero disparando con ambas automáticas hasta
hacer bailar al demente de la lanzagranadas y dejarlo muerto. Güero usó sus
últimas balas en los dos matones que perseguían al chango. Entraron a la casona
con mucho cuidado, pero ya estaba vacía. El ángel había escrito en la pared con
las crayolas de algún pobre chico que ahora estaría viviendo del otro lado del
río.
- Los... veré...- Trató de leer
el chango. El güero le metió un zape.
- Los veré en el refugio del
tigre, idiotas. Debe ser para ti.
- Déjate de bromas.- Le dijo el
chango, apuntando a uno de los celulares sobre la mesa que estaban vibrando.
Había seis celulares, pronto estaban todos vibrando y tocando narcocorridos.
- Textos, vienen para aquí los
zetas. Al parecer dejamos a uno vivir lo suficiente para contarla.
- Hay que pelarnos mi güero.
- Y yo sé para dónde.
Robaron
uno de los autos de los sicarios y manejaron al norte. Constancia le había
dicho al güero que había mata-zetas en esa región. Les seguían una cola de dos
camionetas Tahoe. Tenían los vidrios polarizados con el típico resplandor de
las pantallas anti-balas. Llegaron a un poblado, la cola se estaba acercando.
Les matarían, así fuera de día o de noche. El chango viró el volante, señalando
un parque aislado. Güero no había visto a los camellos, chicos de diez o
catorce años perdiendo el tiempo entre los árboles. Los chicos notaron las
matrículas, se encendió la red de celulares. Chango le fue dirigiendo, dándole
la vuelta al parque para esconder el auto, dejar que los mata-zetas hicieran
todo el trabajo. Los sicarios se subieron al parque, salieron de sus camionetas
y comenzaron a dispararles. Chango y güero salieron corriendo, refugiándose
detrás de juegos de niños, ahora cubiertos de polvo. Un auto llegó a toda
velocidad y disparando, eran los mata-zetas del cartel de Sinaloa.
- Ahí está güero, un problema
menos.
- Son niños, míralos.- El mayor
debía tener 16 años. Sabía cómo funcionaba, tenían que hacerse de nombre y
matando zetas era la mejor manera. Cada uno que llevase la moneda de oro, con
la Zeta inscrita, se llevaría unos buenos dólares. Los camellos salieron
corriendo, escondiéndose como ellos para evitar el fuego cruzado.
- Sí, y muy buenos. Me recuerdan
a mí a su edad.
- No, no son tan feos.
- Encima que te salvo la vida me
tratas así.- Uno de los camellos, de doce años, se les acercó corriendo
mientras la balacera terminaba y los pequeños sicarios se hacían de sus
recompensas.
- ¿Tú eres el güero?
- Depende.
- Eso dijo que dirías. Constancia
me pagó para avisarte, si te veía. Está en el Colmo, es un bar a unas cuadras,
por allá. Dijo que tú también pagarías.
- Anda güero, tú y tus líos de
faldas.
- Su dato nos salvó el pellejo
chango.- Le puso unos billetes y se fueron de ahí antes que llegaran las
patrullas.- Las patrullas no habían llegado para cuando ellos arribaron al
Colmo. Constancia bebía cerveza, asomándose por la puerta de entrada. Los
golpes seguían ahí, pero su expresión había cambiado. Seguía siendo hermosa,
pero tenía una mirada asesina.
- Así que ésta es Constancia.
- Esto debe ser el chango.- Dijo
ella, robándole el cigarro al güero.
- ¿Qué haces aquí?
- Quédense con los diamantes, yo
quiero al ángel, es personal. Sé dónde encontrarle ahora mismo.
- Dinos.
- No tan rápido, chango.- Dijo
ella.- No puedo hacerlo sola.
- Lo mataremos de todas formas.
- Ferry, ha perdido su escolta,
viaja solo y solamente queda el ferry de las siete. El único que podría tomar,
considerando la distancia hasta el puerto. Hay que llegar allá antes que zarpe.
- Lo mataremos de todas formas.-
Insistió güero. Constancia le mostró una pistola que escondía bajo su playera
del Necaxa.
- Las pistolas no sobran. Además,
como dije, es personal entre él y yo.
Llegaron
al ferry a tiempo. Habían subido ya los autos y los civiles marchaban en fila
india. Soldados por todas partes. No registraban a nadie, pero muchos de ellos
abordarían el barco y eso podía complicar las cosas. No se quedaron ociosos. En
cuanto el barco se alejó del puerto se levantaron de sus anaranjados asientos
plásticos, pasando entre la masa de gente que cargaba hasta con gallinas para
ir a buscarle. No estaba entre las masas, pero no esperaban que estuviera allí.
Buscaron en los camarotes, pisos arriba sobre los autos y las máquinas. Se
pasearon, entre los soldados, revisando cada camarote con mucho cuidado. Todos
estaban ocupados, a nadie le gustaba la interrupción. Uno de ellos estaba
vacante, pero no estaba vacío. Constancia se quedó congelada, señalando una
pañoleta sobre la pequeña cama. Chango entró primero, revisó el minúsculo baño,
pero no estaba ahí.
- Esa es la pañoleta que me ponía
en la boca cuando... Lo quiero para mí misma.
- Nada que indique... Nada de
mapas.- Se maldijo el güero y el chango se echó a reír, señalando su cabeza.-
No lo encontrarías ni en un millón de años. La AFI no lo mostró a los medios,
además, el camino mismo no está en los mapas.
- Valía la pena el intento.
Güero
salió primero y de inmediato se tiró hacia atrás. Empujó al chango y él a
Constancia, quien quedó en el piso. Disparo con silenciador. Ángel les esperaba
en la esquina. Güero se asomó agachado, disparando antes de asomarse. Le
persiguieron por el estrecho pasillo hasta la esquina. Ésta vez le tocaba al
chango. Se asomó, automáticas para todas partes. Logró asustar a una parejita,
pero nada más. Escucharon pasos a la izquierda, luego disparos de arma regular
del ejército, seguido de disparos de silenciador. Los tres siguieron la
conmoción, Ángel había matado a un soldado. Siguieron sus impresiones de sangre
por las escaleras hacia el área de los autos. Hubo otro par de disparos, el
ángel se escondería fácilmente en esa parte del barco.
- Separémonos.
- No, nada de eso.- Dijo el
chango.- Los tres juntitos, si tu novia quiere separarse que lo haga. Él ya no
me necesita a mí, no que te importe demasiado, a ti te quiere con vida.
- Como quieras.
Avanzaron
entre los autos, estacionados a poco espacio entre ellos. Tronaron los vidrios
de uno y los tres se lanzaron al suelo. Chango disparó en el piso, entre las
llantas, tratando de acertarle a las botas con punta de plata. Las botas desaparecieron,
en susurros asumieron que se había subido a una pick-up, buena manera de
tomarles uno por uno conforme levantaban la cabeza. Constancia levantó el arma,
disparando ciegamente. Los dos matones se miraron sin decir nada. Eso sólo le
ayudaba al ángel. Recorrieron unos metros, pecho tierra mientras que el área de
cargo se inundaba de soldados fuertemente armados. Usaron cuernos de chivo
contra el ángel, quien tuvo que salir de su escondite para defenderse. Ángel
mató a tres más que entraban como en pelotón. Chango disparó contra el ángel,
fallándole por centímetros y Constancia vació su cargador tratando de acertarle
entre los autos. Los militares siguieron llegando mientras que los tres
perseguían al ángel hasta un costado del barco, donde las balsas de emergencia
se encontraban desinfladas en cajas naranjas. Se infló una con el mecanismo del
barco mientras se defendía, y de paso disparó contra las otras balsas.
- Fuego.- Gritó Constancia.
Los
militares disparaban salvajemente, un auto estalló en mil pedazos y el reguero
de gasolina llegó hasta los tambos en una esquina. El fuego se propagó por toda
el área de autos. Los tres estaban escondidos entre potenciales petardos. Los
soldados decidieron que era mejor irse, y trabar el acceso después que ellos.
Chango se asomó, disparando entre el humo, pero el ángel había escapado.
Huyeron hasta el otro extremo cuando estalló otro auto. El humo era tóxico y
les hacía caminar agachados, el calor era infernal.
- Habrá que saltar.- Dijo el
güero.
- ¿Y que nos chupe el motor? No
gracias.- Dijo el chango.
- Tenemos que hacer algo, estamos
rodeados de fuego.- Dijo Constancia.
- Ustedes, yo no.- Chango
desapareció entre las flamas antes que éstas se hicieran aún más intensas. Güero
no podía calcular cuánto faltaba hasta el borde del barco. Prefería correr el
riesgo de ser atrapado por el motor que morir
en el incendio. Constancia tomó un extinguidor, pero sirvió de poco, era
tan viejo que no tenía carga.
- ¿Qué hacemos güero?- Constancia
estaba histérica. La alarma contra incendios sonaba por todo el barco. No sabía
la gravedad del incendio, si empezarían a descargar gente en balsas o si lo
contendrían con mangueras para continuar el viaje. Tampoco sabía si faltaban
dos kilómetros o cien. Constancia repitió la pregunta. El güero atravesó el
humo, se acercó al fuego que consumía unas maletas y lo usó para encenderse un
cigarro antes de sentarse junto a ella.
- No tengo idea, pero esos
diamantes no curarán heridas de tercer grado. Matar a Ángel tampoco.
- Tanto problema por unos
diamantes en una caja de seguridad.
- Sí, metida en un muro falso con
un cuadro comprado en Italia. Tanto dinero no le salvó, tanto soñar no nos
salvará a nosotros.
- Háganse a un lado que ahí voy.-
Chango saltó entre las llamas, el güero ahogó el fuego de su camisa con sus
manos. Les mostró una balsa que aún funcionaba. Conectaron la manguera de aire,
recorriéndose por metros en el suelo hasta quedar contra el riel, pues las
llamas se acercaban cada vez más y el calor era insoportable.
- Maldito loco, casi te haces
chango asado por esos diamantes.
- Millones de pesos, o más vale
que sean esos.
- La balsa no se infla lo
suficientemente rápido.- Dijo Constancia. Probó de nuevo con el extinguidor,
tendría que servir.- Voy por la otra manguera, debe estar a unos cinco metros
de aquí.
- Ten cuidado.- Le dijo el güero,
al verla alejarse, rodeada de humo blanco y negro y rodeada de llamas. Hubo una
explosión tremenda que les dejó en el piso. Constancia no regresó.-
¡Constancia!
- Ya está güero, tan inflada como
puede estar.- La conectó a los dos mecates que estaban fuera de la embarcación
y que hacían de poleas.- Vamos güero, ya no queda nada de ella.
- Vamos.- Dijo, con gravedad.
Jalaron de los mecates hasta sentir el agua y comenzaron a remar. Podían ver
las luces del otro puerto a pocos kilómetros.
- Lo siento güero.- Le dijo el
chango, poniéndole la mano en el hombro.- En serio.
Se
hicieron de un auto y fueron a la casa de seguridad. El chango no había
mentido. El camino secundario conectaba a un camino cubierto de hojas y palos
que le disimulaban de lejos. La mansión estaba entre las montañas, cubierta por
arriba con tela de camuflaje. Ya había un auto ahí. Ángel había llegado.
Entraron preparados, güero explicó lo que sabía. Un muro falso daba acceso a
una puerta de búnker, la cual daba a unas escaleras con metralletas en las
paredes, así como granadas y hasta una bazuka adornada de oro y brillantes. La
segunda puerta daba a otra mansión. Tenía dos habitaciones, una amplia sala y,
al fondo, una alberca donde un tigre de yeso parecía saltar desde una orilla.
Ángel ya había conectado bombas de tiempo en la caja de seguridad, detrás del
muro falso que tenía la pintura.
- Maldito güero, tú sí
boqueaste.- Gritó chango, sin dejar de apuntarle a Ángel.
- Era obvio que estarían aquí.
Vamos, coloquen las bombas en las orillas. La bóveda mide tres metros así que
espero que sea suficiente explosivo. ¿O qué harás chango, dispararme?- La lanzó
una bomba, un paquete de C-4 con un reloj. Desenfundó cuando les tenía
distraídos y les puso a trabajar.
- Maldito güero, has sido una
espina en mi costado desde que te salvé la vida en el desierto.
- Tú me llevaste a él.
- Sí, porque tú me dejaste por
muerto. Tú hablaste, igual que yo. Los dos somos unos bocones.- Dijo el chango,
mientras terminaba de conectar las cargas. Güero no hacía nada. Encendió un
cigarro y sonrió. Ángel le apuró con su arma, pero el rubio no haría nada.
- No, yo no hablé, pero
Constancia sí. Ella siempre trabajó para ti. La estuviste esperando en el agua
cuando huiste del barco. La necesitabas en ese entonces, ¿la sigues teniendo o
te deshiciste de ella?
- Aquí estoy.- Dijo Constancia,
bajando las escaleras del búnker, pistola en mano.- Ahora termina de poner las
cargas.
- Eres suave muñeca, te daré eso.
Me la creí desde el principio.
- Las cargas.
- Adelante, vuélvanse locos,
vuelen esta bóveda, no encontrarán nada. Te mentí.- Ángel la miró sorprendido.-
No, ella no es suave. Es dura como el diamante. Es fría como el diamante. Yo
también.
- Toma chango tu banana.- Se
burló el chango, aplaudiendo.- Ése es mi güero.
- ¿Y para que te necesito a ti?-
Le preguntó Ángel al chango.- Ya llegué hasta aquí. Pensé que Constancia haría
su trabajo, quizás debí darte el mismo tratamiento que al chango.
- Te hubiera mentido de todas
formas.- Güero desenfundó su revólver. Constancia desapareció.- No, esto lo
hacemos como los hombres, no como los chacales.
- Ustedes dos quieren saber lo
que sé. Está bien.- Se acercó a una mesa de la amplia sala y apuntó algo en una
hoja de un bloc, con una pluma fuente de oro.-
Tendrán que ganárselo.
- Dame la hoja.- Le ladró Ángel,
alternando su puntería entre los dos. Chango hacía lo mismo.
- No, por esta cantidad de
dinero, hay que ganárselo.- Metió el papel y caminó en reversa. Los otros dos
le imitaron. Se guardó el revólver en el cinto cuando los otros dos lo hacían.
- Siempre me pregunté qué pasaría
si tú y yo estuviésemos en una situación semejante.- Dijo Ángel.
- De aquí sale uno.- Dijo
Chango.- Uno muy rico en diamantes.
Los
tres se miraron a los ojos. Curtidos en sangre y muerte. Acostumbrados al calor
del desierto, al sofocante calor del bunker sin refrigeración y al olor de la
pólvora. Sus dedos temblaban, sus muñecas no. Ángel miraba a los otros dos,
sabía que la clave estaría en los ojos. Sus ojos, aquellos angelicales ojos
azules eran pequeños y con algo de suerte no notarían la presión. Los dedos acariciaron
las culatas. Güero sonrió. Rápido como el relámpago. Ángel desenfundó.
Apuntaría desde la cadera. Güero fue más rápido. Disparo al estómago. Ángel
cayó al suelo. Chango trató de dispararle al ángel, pero su pistola no servía.
Güero despachó al ángel con otro par de tiros. Ahora tenía su respuesta. Ahora,
claro está, no podría decírselo a nadie.
- Mi pistola.
- Le quité el percutor cuando
estábamos en la balsa.- Güero se sacó el papel del bolsillo, lo depositó en sus
manos y se acercó a la piscina.
- No escribiste nada, maldito
güero tramposo.
- ¿Esto hará que te dejes de
quejar?- Disparó contra el vientre del enorme tigre de yeso. Una lluvia de
diamantes cayeron sobre la piscina vacía.- Anda, ve por el morral que Ángel
trajo para los explosivos. Trae el grande, aquí hay un mar de diamantes.
Se
tiraron a la piscina y comenzaron a llenar el morral. Chango se reía y bailaba,
tirando diamantes por todas partes. Se llenó los bolsillos y subió por otro
morral, era demasiado pequeño el que había llevado. Se topó con Constancia.
Tenía una pistola contra su nariz. Güero la vio reflejada en los diamantes. Se
dio vuelta y disparó sin apuntar. Le dio en la cabeza y su cuerpo cayó a la
piscina. Chango se quedó pasmado un segundo, viendo el humeante revólver del güero.
El güero se encendió un cigarro y sonrió.
- Ahora sí son diamantes de
sangre.- Dijo, subiendo las escaleras de riel de la alberca y dándole una
palmada en el hombro para tranquilizarle. Sacó otro morral y se lo lanzó al
chango.- Micha y micha.
- Oye güero, gracias por eso. La
loca esa me habría matado. Si no hubieras arruinado mi pistola yo la habría
quebrado, pero no confías en tu viejo amigo.
- Las amistades no aguantan una
bala en la espalda. Los diamantes sí.- Se agachó para recibir el primer morral,
de dos. Aprovechó para esposar al chango al riel de la piscina con una correa
plástica.- De hecho, los diamantes aguantan hasta una explosión.
- No güero, hijo de perra por eso
nunca confié en ti.
- Cacha.- Le lanzó una de las
bombas. El paquete de C-4 tenía un contador en reversa.
- No me dejes aquí,
¡nadie que cruza al chango vive para contarla maldito güero!
- Dile al ángel que le mando
saludos, cuando lo veas en el infierno.- Dijo güero, tirándole el cigarro al
cuerpo sin vida al ángel. Se alejó, cargando el morral y silbando.
- No, puedes quedártelos todos
güero, no me hagas esto...- El contador seguía descendiendo, diez segundos.-
Cuando separes mi carne de estos diamantes te vas a enfermar, te morirás por mi
culpa maldito traidor.
Siete.
Seis. Cinco. Chango se lanzó contra el cuerpo de Constancia, jalándole de una
pierna para hacerse del arma que débilmente sostenía con un par de manos.
Cuatro. El arma se separó de su mano. Tres. Forcejeó hasta hacerse sangrar, el
riel no se separaba. Miró el contador. Dos. Uno. Cerró los ojos. No pasó nada.
El reloj no estaba conectado a la carga. El chango cayó sentado y su risa pudo
escucharse por toda la mansión. El güero sonrió al escucharla. Se encendió un
cigarro y, haciendo reversa, se alejó de la mansión.
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