Semilla de la destrucción
Por: Juan Sebastián Ohem
El pueblo de Arkham, al norte de
Massachusetts, es una modesta comunidad de algunos cuantos miles de personas.
No muy lejos de Boston, pero demasiado rural para el espíritu urbano, Arkham
creció penosamente a lo largo de los siglos. Su fértil y boscosa tierra fue
fundada con la sangre de los nativos que vivían a orillas del río Miskatonic,
más tarde fue sede de incontables cacerías de brujas, estando cerca de Salem;
mucho después vivió una época de bonanza económica en virtud de la pesca,
fortunas que se perdieron con la Gran Depresión. En la isla frente a Arkham, donde
el río Miskatonic conoce al océano Atlántico, los más adinerados de Arkham
establecieron una comunidad a finales del siglo XIX siguiendo los consejos del
pastor adventista Teobaldo Crane. Recluidos en su isla las familias poderosas
de Arkham mantuvieron su ojo vigilante sobre el pueblo. La Depresión les arrebató
sus riqueza y, con eso, su exclusividad. La comunidad de la isla, un pequeño
pueblo a diez minutos en ferry sirve de atracción turística para la muy
afectada economía de Arkham. Christopher Morris nunca había ido a la isla. Su
mamá había dejado Arkham y para él era un pueblo ignórate y aburrido. Su
hermano no pensaba así, se había hecho religioso mientras que él se había hecho
punk. Solos en el mundo, los hermanos Morris habían crecido muy distintos, pero
en el fondo seguían unidos. Hacía dos días que
Raymond lo había contactado. Lo había hecho por carta, a la antigua.
Chris se asustó desde que vio el sobre. Lo normal hubiera sido un correo
electrónico o una llamada de teléfono. En la carta le pedía ayuda, había
asesinado a una persona, o al menos eso creía, y se sentía perseguido.
Se rapó la cabeza en el baño del
ferry. El rostro del espejo le parecía diferente. El mohicano verde y los
aretes en la nariz lo hacían ver más rudo. Mientras fumaba no podía dejar de
sentir que la persona en el espejo era más joven, más débil. La fila afuera del
baño era de cinco impacientes personas. Tendrían que lidiar con todo el
cabello. Escuchó los insultos todo el regreso hasta su asiento plástico
naranja. Algo estaba mal. La maleta no estaba. Buscó por doquier, amenazó e
insultó para conseguirla, pero nadie le hizo caso. El ferry atracó cerca del
mediodía, Chris bajó primero, empujando y gruñendo. No tenía mucho en su
maleta, pero tenía la única fotografía que tenía de su hermano, cumpleaños de
su madre cuando tenían 26 hacía cuatro años, y la carta que le había escrito.
No le importaba lo demás, solo eran playeras y jeans, pero de cierta forma
sentía que la fotografía era de ambos, no sólo suya.
El pueblo de la isla estaba
pensado para turistas. Un par de avenidas centrales con comercios y
restaurantes. Una avenida corta el pueblo en dos, el sur para los turistas y el
norte para las casas, mansiones y, en una colina, el hospital psiquiátrico de
Arkham. La neblina caía de las colinas al norte, aún cubiertas por completo por
el tupido bosque. Las casitas estilo colonial y georgiano, así como las
iglesias de madera con largas torres con motivos góticos, cubrían el panorama.
No había mucha novedad, incluso la casa de bomberos, la clínica y la estación
de policías eran antiguas casonas de las familias adineradas que habían caído
en desgracia. Chris se registró en el único hotel del pueblo. Ed Crane, el menor
de los Crane, le asignó el cuarto más pequeño. Los turistas, vestidos en sus
ridículos shorts blancos y camisetas polo rosas, lo miraron con cierto
desprecio. Estaba acostumbrado a las calles peligrosas de Boston, a comparación
unos cuantos turistas eran pan comido.
- A un lado,
vago.- Un turista gordo de nariz roja soltó su maleta en su pie y lo hizo a un
lado. Chris tiró su maleta y le dio un codazo.
- Necesito
hablar con el dueño.- Ed Crane se presentó, un hombre de 70 años con mirada
cansada y sonrisa fingida.- Estoy buscando a mi hermano, Raymond Morris. Es
pastor adventista.
- ¿Su hermano
es pastor?
- ¿Difícil de
creer?
- Mi hermano
es pastor, y soy su opuesto.- Salió de atrás del mostrador y se sentó en un
sillón de mimbre blanco. Chris se sentó a su lado. En la mesita de café a su
derecha había volantes donde se buscaba a una “Vivian McVey”, desaparecida
hacía dos semanas.- Vivian, desaparecida.
- Espero que
mi hermano no esté desaparecido, es pastor. Vive en Arkham, en el continente.
Me dijo que estaba en problemas. Pensé que se habría registrado aquí el jueves
o viernes.
- No, lo
lamento. Aunque, si estuvo aquí el viernes, sin duda estuvo el sábado. Es la
fiesta anual del pez. Todo el mundo estuvo ahí. Mi hermano es el pastor de la
isla, y entre usted y yo, el pastor más importante de Arkham. Si su hermano
estuvo aquí entonces estuvo en la fiesta y en la iglesia Crane. Le daré un
consejo porque me cae bien, vaya a la pescadería Beck. Al final de la avenida.
Tendrá que caminar, hay pocos vehículos, pero no está lejos. La procesión
termina ahí.
- La fiesta
del pez termina en la pescadería, tiene sentido.- Crane le señaló hacia una
fotografía en sepia, una procesión religiosa donde hombres de hábito y de traje
cargan a una estatua de madera con la forma de un hombre con cola de pez.- Voy
para allá.
- ¿No tiene
maletas?
- No, me las
robaron.
- Espero que
su mala suerte no sea una racha. Ya verá, su hermano seguro aparecerá.
- No como
esta chica.- Dijo Chris, señalando la foto de Vivian McVey.
Abril 1929 Cuando una mujer se aburre de un circo, se
aburre de la vida. Olga siempre lo dice, y ella ha hecho su acto de cuchillos
por una década, sin aburrirse ni por un minuto. Me había aburrido de mi acto,
ser la ayudante semi-desnuda del mago. Me había fijado demasiado en lo que yo
hacía y no en lo que Amadeus hacía. Los pueblos mugrosos dejan de ser aburridos
con él. Lee mentes y hace trucos de magia, incluso tiene su acto de curaciones
milagrosas. Algunos dicen que realmente ha hecho milagros. Anoche me quedé hablando
con él y soy testigo de sus poderes mágicos. Me ha curado del aburrimiento. Mi
marido me aburre, Tom Gozlen podrá ser el manager del circo, pero aún así no me
llena tanto como Thelonius Amadeus Ford. Lo amo. Es todos sobre él.
Steve Beck lo dejó solo en la
entrada de la pescadería. La madre de Steve, Annabelle Beck era una anciana
ciega que se mecía lentamente en su mecedora. Un par de niños juguetones le
jugaban bromas, apostando caramelos para quien pudiera poner su mano más cerca
de su rostro. Annabelle se siguió meciendo a un lado de la puerta y entre los
mariscos dispuestos en el hielo.
- Ya déjenla
en paz.- Chris los asustó con las manos.
- Gracias
joven, y gracias por regresar.
- Me tiene
confundido con alguien más señora.
- Quizás.- No
podría asegurarlo, pero creyó que Annabelle le había mirado con esos ojos
blancos.
- Aquí tengo
el diario, “Arkham Times”.- Steve era un regordete bronceado por el sol y con
barba con algunas canas. Al igual que Ed Crane le había tomado simpatía al
punk. Chris pensó que quizás estarían hartos de los mismos yuppies turistas
aburridos.- Mira las fotos de la fiesta.
- Aquí.- Era
una fotografía de la multitude, aunque Ray estaba de perfil lo pudo identificar
de inmediato.- Entonces, ¿no ha oído de él?
- No, estuve
en la fiesta del pez, como sabrá, la procesión termina aquí, y reconocí casi
todos los rostros. No vi a su hermano. El domingo fui a nuestra reunión
adventista y tampoco estaba ahí. ¿Está seguro que es seminarista o pastor, no
se habrá salido?
- No señor,
mi hermano y Dios fueron amigos desde que éramos niños.- Un hombre parecía
hablar con Raymond en la fotografía. Larguirucho como un espantapájaros.-
¿Quién es este?
- Henry
Abbott, el psiquiatra en jefe del hospital. Seguramente lo habrá visto, solía ser
la mansión de Rudolph Crane, pero se incendió.- Chris notó el anillo en el dedo
de Beck, una escuadra y un ojo. Recordaba esos símbolos, aunque no podía
precisar dónde los había visto.- ¿Mi anillo?
- ¿Estaba
mirando tan fijamente?
- Un poco.-
Steve sirvió dos limonadas y le ofreció una. Se sentó en un banco alto antes de
hablar.- Soy masón, tenemos nuestra logia “los santos del Miskatonic”, quienes
defendieron a los colonos de los bárbaros asesinos que vivían a orillas del río
y en el bosque. Todas las familias importantes han sido parte de la logia. Es
realmente un club para alejarnos de las esposas y jugar dominó, pero las
tradiciones son importantes, también la familia. Por eso me caes bien, a pesar
de parecer un vándalo, dime ¿qué hay de tu familia, porque no estás aquí con
tus papás o tus primos?
- Ray y yo
estamos solos. Siempre ha sido así. Mi mamá, siempre le llamé Lucrecia, era
alcohólica y se mató en las escaleras. Mi papá era muy viejo cuando mamá se
embarazo, se murió de un ataque al corazón cuando éramos niños. El viejo Norman
tampoco fue padre modelo. No puedo contar con mis tíos, son iguales a Lucrecia,
siempre creyeron que yo era una rémora co-dependiente y que mi hermano era un
ángel incapaz de hacer daño. Parece que es al revés.
- Quédate con
las imágenes. Te recomiendo que les saques fotocopias y pongas tus datos. Supongo
te estarás quedando con Eddie Crane, yo preguntaré en mi tienda. Buena suerte.
- Gracias
Steve.- Al salir Annabelle se aferró a su brazo. Trató de jalarse hacia él, sus
brazos enclenques temblando por el esfuerzo.- No te dejarán salir, córtate el
cuello ahora que puedes.
Amadeus me convenció y yo tuve que convencer a mi
marido. No podemos entrar a Boston, la ley es dura ahí. Amadeus quiere ir a
Arkham, un pueblo perdido y aburrido. Tom se negó toda la noche, sin importar
cuánto insistía, finalmente lo convencí en la mañana. Me preguntó porqué estaba
tan obstinada con Arkham y le tuve que mentir. Le dije que era porque Arkham
era aburrido pero rico, que tienen la famosa
Universidad del Miskatonic y que los más ricos viven en una comunidad en
una isla cercana. Nunca habíamos presentado nuestro circo en una isla. Poner a
nuestro elefante, Pequeño Fortachón, en un barco debería ser razón suficiente
para ir. Tom aceptó de mala gana, pero no importa. Lo importante es que no sabe
la verdad, que ni siquiera yo sé porqué vamos a Arkham.
Hace dos noches entré al tráiler de Amadeus, quería
preguntarle a él por qué íbamos a Arkham, no estaba pero me encontré con un
libro. Era muy viejo y su pasta de cuero se deshacía en mis manos. Era un
antiguo volumen del doctor Price acerca de deidades acuáticas. Amadeus había
subrayado el nombre de Dagon. Me descubrió mientras estudiaba las arcaicas
descripciones de dioses extraños, desaparecidos antes que el hombre fundara sus
primeras comunidades religiosas. Me invitó a su carpa, donde haría su rutina de
sanador. Su rutina gana más dinero que cualquier otra.
- Bertha, ayúdame con Oscar.- Oscar, uno de los
tramoyistas, haría de anciano ciego que se cura milagrosamente. Era buen actor,
cuando no estaba borracho.- Maldita sea.
- ¿Oscar?- Estaba desmayado en la mesa, la botella de
whisky en la mano.- Perdimos a nuestro ciego. Hay una multitud que quiere ver
milagros, Amadeus puede ganarnos tiempo, pero no mucho. Los Farrely, que se
quiten el maquillaje de payasos, no los reconocerán.
- Bien pensado.- Sergio y yo buscamos a los payasos
por todas partes, hasta que los encontramos en la tienda de Amadeus, absortos
con el espectáculo.
- Oscar está haciendo un excelente trabajo.- Dijo
Bob.- La gente se lo está creyendo.
- Ese no es Oscar.- El anciano se reclinó hacia atrás,
Amadeus lo sostenía con la izquierda mientras que su mano derecha reposaba en
sus ojos. Amadeus susurró algunas palabras en latín y gritó con todas sus
fuerzas. El viejo gritó, apretando sus ojos con sus manos y perdiendo fuerzas
en las rodillas. Amadeus lo salvó a centímetros del suelo y lo abrazó. Todo
estaba en un silencio sepulcral.
- ¡Puedo ver!- El viejo bailaba de alegría, su familia
se reunió con él y lloraron. La gente le tiraba el dinero a Amadeus. Su
sonrisa, su hermosa sonrisa, tenía a todos cautivados, incluyéndome.
Fue la única curación de la noche y Gozlen se alegró
de tenerlo, hacíamos fortunas gracias a él. No estaría tan alegre si supiera lo
que siento por Amadeus. Debo, no, necesito saber que él siente lo mismo. Al
acabar su acto me acompañó en un paseo alrededor del circo. El anciano estaba
ahí, trazando formas con una piedra sobre el polvo de la tierra. Contemplaba
las estrellas y escribía sin parar. Amadeus me tranquilizó, dijo que hacía
tanto que no veía las estrellas que quería memorizarlas. Quizás era cierto,
pero algo en él me asustaba. Ésta mañana descubrí que era. Fui al pueblo para
comprar café para el circo. La noticia había alarmado a todo el pueblo. El
anciano había muerto. Rompió un vidrio y lo usó para escarbarse la piel del
pecho formando una palabra extraña, la hemorragia lo mató. El policía tenía un
retrato de la inscripción “Yog Sothoth”.
No había podido dormir la noche
del lunes. Había contado las tablas del techo y después las del piso. Sin
resultado. Estaba acostumbrado a despertar a la una o dos de la tarde, ahora
estaba de pie y desayunado a las cinco de la mañana. No tenía método para
preguntar por su hermano, vagaba por las calles, periódico en mano, preguntando
a locales y turistas por igual. Tendría que ser más metódico. Visitó la playa
más concurrida, a esa hora vacía casi por completo. La arena era suave, las
olas tranquilas. A lo lejos, en la zona de las llamadas “cavernas de arena”,
pudo ver a un hombre. Estaba desnudo y era muy alto, más de dos metros de
altura. Caminó hacia el mar y no salió. Chris corrió hacia él, quizás lo vería
pidiendo ayuda, pero no vio nada. Decidió que era el cansancio jugándole una
mala pasada, eso sería menos traumático.
Conforme abrieron los negocios
Chris puso su plan en acción. No asaltaría transeúntes con preguntas y una
imagen borrosa de periódico, en cambio atendería a los negocios. Si su hermano
estuvo ahí varios días entonces tuvo que comprar o comer algo, y alguien lo
reconocería. El supermercado abría sus puertas y preguntó con el gerente y las
cajeras que llegaban. Reconocían vagamente a Ray, les parecía un muchacho
tímido. Recorrió los negocios de turistas por toda la mañana, con algún éxito.
Sabía que había estado ahí, pero nada más.
- ¿Estás
perdido?- La patrulla le cortó el paso y salió el sheriff Nestor Mitchum. Era
un hombre de mirada intensa, cejo fruncido poblado de gruesas y tupidas cejas.
Su mano reposaba sobre su arma. Chris, de botas militares, playera con la A de
anarquía, tatuaje de tarántula en el cuello. Había vivido eso antes.
- Busco a
Raymond Morris, mi hermano. ¿Me ayudará a llenar un reporte policial?
- ¿Cómo te
llamas?- Se acercó a él, empujándolo contra la pared.
- ¿Me ayudará
o no?
- No me
gustan los drogadictos como tú en mi isla. Somos gente decente.
- Sí, ya veo.
No he violado ninguna ley.- Le soltó un golpe en la boca del estómago. Lo
levantó aferrándose a su mandíbula. Chris notó su anillo de masón, igual que el
de Beck.- Admiten a cualquiera en esa logia.
- Muy bien,
te lo ganaste.- Le dio otro golpe, Chris estaba a punto de responder cuando
Nestor ya tenía su macana preparada. Uno en la cara, dos en la espalda. Cargó
su cuerpo en el auto y manejó hasta la estación de policía. Sus dos subalternos
lo arrastraron hasta su celda, mientras que Chris gritaba y daba de patadas.-
Arkham me paga buen dinero para protegerla de gentuza como tú.
- Deberían
pedir un reembolso.- Mitchum trató de agarrarlo a través de los barrotes, pero
Chris estaba a un paso demasiado lejos.
- No es buena
idea hacerlo enojar.- No la había visto cuando entró a la celda. Nestor se fue
gritando maldiciones, Chris se presentó.- Un gusto en conocerte, soy Denise Irwin.
- ¿A ti
porqué te agarraron?
- Beber
cerveza y fumar marihuana. Nos dejarán salir, no te preocupes. Es siempre lo
mismo.
- Yo no hice
nada. De hecho busco a mi hermano. Él vive en Arkham pero ha estado aquí, se
llama Raymond Morris. Es religioso.
- Entonces no
lo conozco.- Rió Denise. Chris se sentó a su lado. El mal humor desapareció, al
menos tenía buena compañía.- ¿Desapareció hace mucho?
- Me gustaría
creer que no desapareció, sino que está sano y salvo, pero no puedo. Hay malas
vibras en este pueblo, y no lo digo únicamente por el sheriff.
- Ni me lo
digas. Yo vivo aquí. ¿De dónde eres?
- Nacimos en
Arkham, pero me fui en cuanto pude. Mi hermano también huyó, aunque no lo
quiera admitir. Mi mamá era alcohólica desde… siempre. Usó su religión como
excusa para dejarme en casa con ella. Obviamente él era su hijo favorito, yo
era el drogadicto que dependía de los demás. Me fui a Boston cuando mamá murió.
- Y ahora
estás aquí.
- Ahora estoy
aquí. Noté que el cerdo ese tiene un anillo masón, igual que Steve Beck.
- Son malas
noticias. Los Beck, los Crane y los Abbott son las familias más antiguas. Los
Beck lo perdieron todo en la Depresión. Los otros dos siguen mandando Arkham.
De broma decimos que sus antepasados fueron vomitados por el mar y encallaron
en esta isla.
Fueron cambiando de temas hasta
llegada la noche. Nestor Mitchum los esposó y subió a la patrulla. Lamentó que
no tuviera el poder de mandarlos a prisión y los echó de la patrulla frente al
Hotel Crane. Chris le mostró el dedo medio y Denise se partió de risa. Subieron
juntos a su habitación. Sobre la cómoda descansaba un libro viejo, como un
diario, Chris no le dio importancia. Denise estaba desnuda en su cama y eso
ocuparía todas sus energías. Si tenía suerte, podría dormir por agotamiento.
Pero Christopher Morris no tendría suerte.
El bote se sacudía con violencia, el elefante estaba
nervioso. Debajo de nosotros se mecía un río violento que se perdía en el
calmado océano. Había cosas más grandes debajo de las aguas que arriba en los
cielos. No necesitaba ser psíquica para adivinar que el Miskatonic nos empujaba
furioso hacia la isla. Todos agradecimos a los dioses cuando atracamos sanos y
salvos. Amadeus era el más emocionado. Tom convenció a los demás, la isla es de
los ricos de Arkham, sin duda podrían cobrar el doble sin problemas.
Amadeus me confió un secreto. Este viaje a Arkham era
para contactar con la Orden esotérica de Dagon. No le pregunté cómo contactaría
con ellos, pero me leyó la mente. Ellos lo buscarían a él. Amadeus siempre
tiene la razón. La primera presentación fue un éxito. Leyó la mente de algunas
mujeres de sociedad y entre los dos hicimos algunos trucos de magia básicos
como cortar a alguien en dos o el barril de las cien espadas. Al acabar la
función un muchacho se le acercó, su nombre era Rudolph Crane. Le mostró un
medallón de oro con la forma de un hombre pez. La Orden Esotérica de Dagon
quería conocerlo. Le invitó a un paseo por el bosque del Norte, traté de
excusarme, pero fue inútil, Amadeus insistió en que fuera. Incluso el joven
Rudolph estaba sorprendido.
- Este bosque ha sido un lugar especial por muchos
siglos. Los indios de la zona creían que el cielo era el segundo océano.- Nos
llevó a una pequeña cantera, donde las piedras estaban demasiado lisas y bien
cortadas para haber sido obra de la naturaleza.- Como se imaginan ellos eran
pescadores, pero de vez en cuando caían objetos del cielo que ellos creían que
eran una segunda comida arrojada desde el segundo cielo. Una comida espiritual.
- Amadeus, mira esto.- La piedra tenía runas extrañas,
escritura que nunca antes había visto.
- Aquí fue el epicentro de los rituales a los dioses
del segundo océano.- Explicó Rudolph. Eso no era lo que me había asustado. La
piedra aún tenía sangre fresca. Quería irme, pero Amadeus apretó mi brazo,
obligándome a ir.- Nuestros ancestros puritanos navegaron el Miskatonic matando
a todos esos indios peligrosos. Incendiaron la comunidad que vivía aquí. En su
nombre mis abuelos iniciaron la logia de los santos del Miskatonic.
- Ya nos tenemos que ir.- Amadeus me miró extrañado.
Él no tenía ningún deseo por irse. El terror que sentía, no lo invadía a él.
- Me temo que el señor Ford no puede irse aún. Me
falta explicarle porqué es nuestro profeta.
- Tú te puedes ir, ¿recuerdas el camino?
- Sí. Te veo allá.- Amadeus me besó con todas sus
fuerzas. Era salvaje, casi violento. Caminé el regreso en las nubes. Hasta que
la vi a ella. Era una niña entre los árboles del bosque. Su pecho estaba bañado
en sangre, tenía un gran agujero. En su mano derecha sostenía su corazón. Grité
del susto y, cuando volví a mirar, ya no estaba. No dormí bien esa noche.
Sería otra noche de insomnio. Se
vistió, frustrado por no poder conciliar el sueño. No tenía insomnio desde
después que muriera su mamá y se hiciera adicto al crack. Quería hacer algo,
comprobar una sospecha básica. Iría a la logia masónica de los santos del
Miskatonic. Denise se despertó mientras él se vestía y aceptó acompañarlo. Unos
cuantos turistas y borrachos se paseaban por las calles. Denise lo llevó a unas
cuadras de ahí, donde había dejado su motocicleta y después lo llevó a tres
cuadras de la logia, caminarían el resto para
no hacer ruido.
Los santos del Miskatonic tenían
un edificio estilo colonial que en algún momento había fungido como iglesia
católica. Los pobladores de Arkham le prendieron fuego y corrieron a los
herejes papistas con piedras y palas. La logia conservaba vestigios del
campanario y la forma de parroquia. Acomodaron cajas y un bote de basura para
poder escalar hasta una ventana alta. Entraron por el baño secundario y sin
hacer ruido caminaron de cuclillas por la parte trasera de la logia. Los
miembros estaban reunidos sobre el piso blanco y negro, y sentados en sus
bancas de corte inglesa. El maestro masón sentado en su trono sobre el tapete
antiquísimo dirigía la ceremonia. El maestro era un Rudolph Crane viejo y
apenas con las suficientes fuerzas para hablar.
- Mira esto.-
Entraron en el vestidor y Chris encontró el medallón de San Jorge.- Mi mamá nos
lo regaló a los dos.
- ¿Crees que
estuvo aquí?
- ¿Tú qué
crees? Mi hermano era devoto, odiaba a los masones, pero lo pudieron obligar.
- Cthulhu
fhtagn, Cthulhu espera frateres.- Para ser un anciano decrépito, Rudolph Crane
podía hacer resonar su voz. La curiosidad los obligó a esconderse en un armario
desde el que podían ver parte de la cámara principal.- Hemos sido devotos en
los misterios de Dagon, el señor del mar, el que prepara a Yog Sothoth, la
llave y la puerta de los Antiguos. Dagon ha preparado la semilla de la
destrucción. Su padre no es del reino de los vivos. La siembra está en nuestro
presente, en el pasado la espera y la ardua labor, en el futuro el cultivo y
sus frutos oscuros.
- Cthulhu
fhtagn, los Antiguos habitarán la pirámide.- Era Henry Abbott, el psiquiatra.
Chris no se asustaba con la retórica, había ido a la iglesia antes, pero había
algo en la mirada de ese hombre que lo hacía parecer amenazante. Terminaron el
ritual con rezos y risas histéricas y Chris y Denise se mantuvieron ocultos
hasta que todos hubieran salido.
- Ahora.-
Revisaron la habitación principal de la logia sin saber qué buscar. Había un
libro con anotaciones de cada sesión, incluyendo la de los presentes. La hoja
del viernes había desaparecido.- Esto no pinta bien.
- No, no lo
hace. Mejor no lo veas.- Denise trató de ocultarlo, pero Chris la apartó. Había
removido el tapete debajo del trono de madera. Había una enorme mancha de
sangre. En una esquina pudo adivinar la impresión parcial de una bota.- Una
bota, lo sé, ¿bota de policía?
- Malditos…
Están todos locos y mataron a mi hermano.- Denise trató de calmarlo, pero era
una bestia. Se lanzó sobre la mesa que contenía la parafernalia y tiró las
cosas al suelo. Había un idolito de Dagon de oro macizo. Lo sostuvo con todas
sus fuerzas y lo lanzó contra el trono, rompiendo su respaldo.- Locos, todos
están locos.
- Cálmate.-
Le dio una bofetada que pareció dar resultado.- No sabes si es de tu hermano.
- Mencionó
algo sobre una persona, creyó matar a alguien. Pero lo sé Denise, en el fondo
lo sé. Vámonos.- Salieron por la puerta principal, a Chris no le importaba.
Denise miró hacia adentro, hacia la mancha, y se sobresaltó al ver al idolito
de oro en el suelo, sangrando también.- Ve a casa Denise, debes estar cansada.
Además, esto es algo que ya me olía.
- No te
rindas, encontraremos qué le pasó a tu hermano.
Caminó sin rumbo. Llorando de a
ratos y escondiéndose de las patrullas. Tenía práctica para lo segundo, pero no
para lo primero. No había llorado, al grado de llanto, desde que su madre había
muerto. Se sentó en la playa, ocasionalmente iluminado por el faro de Arkham.
Trató de leer el diario que había encontrado en su dormitorio, pero le fue
difícil. Oraciones como “Cuando Amadeus me toca estoy viva, cuando se voltea y
mira otra cosa envejezco” se le hacían demasiado cursis, aunque las prefería a
frases como “otra vez mi sueño de la niña que se mete los dedos por un hueco en
su pecho, como el que provocaría una escopeta, y se arranca en corazón. Creo
que quiere que lo coma.” Hacía mucho que no leía un libro, y ese no parecía ser
un buen inicio. Se distrajo viendo a un par de adolescentes que prendían una
fogata y la alimentaban con algas y extrañas flores marinas. Parecían hablar en
latín, aunque el rumor de las olas no le dejaba escuchar. Vestidos en sus
shorts caqui y camisa color melón se veían ridículos. Súbitamente, una chica
que les espiaba desde lo alto de una pequeña colina cavernosa, se resbaló y
terminó pecho tierra en el suelo. Chris podía oler los problemas y el modo en
que esos dos se acercaban, indicaba que habría problemas.
- Oigan,
déjenla en paz.- Corrió hacia ellos, asustándolos. La chica se levantó y limpió
su cuaderno de toda la arena. Era una pelirroja de 19 años que le miraba a
través de lentes gruesos.
- Gracias
señor, llegó justo a tiempo.
- Chris, no
me digas señor. ¿Qué haces aquí a la mitad de la noche con esos satanistas de
segunda?
- Tarea.
Estoy haciendo un trabajo sobre símbolos y rituales marinos en la masonería del
Miskatonic. Soy de primer semestre en la Universidad. Me llamo Jane Kimber.
¿Cuál es tu excusa?
- Insomnio, y
tengo algo que hacer. Busco a mi hermano, su nombre es Raymond Morris, es
religioso adventista, creo que es pastor o algo así.
- Si es
adventista y estuvo aquí tienes que preguntarle al pastor Charlie Crane.
- ¿Es hijo de
Rudolph Crane?
- El mismo.
Mira esto.- Le mostró algunas anotaciones y dibujos de la iglesia adventista.-
Está lleno de símbolos acuáticos y masónicos. Mejor aún, te llevaré. No queda
lejos de aquí.
- Gracias, no
tengo nada mejor que hacer.
- ¿Qué es
eso?- Preguntó tras quince minutos de silencio, señalando el diario que llevaba
Chris.
- Un libro, o
un diario. No sé, no me gusta leer.
- Aquí
estamos, la iglesia que Rudolph Crane construyó para su hijo.- El diseño no se
decidía entre gótico y puritano, un edificio de tamaño mediano con su
campanario y sus grandes puertas.- En esta columna puedes ver el triángulo
masónico con el ojo, como en los billetes de dólar, pero este ojo tiene rayos.
Me gusta imaginar que son tentáculos, porque aquí había mucho pulpo.
- “Amadeus”-
Leyó Chris en el umbral de la puerta.- Está en mi libro.
- ¿De qué
trata?
- Es un
diario de una señora del circo que vino a Arkham o algo así, pero está
enamorada de un tal Amadeus. ¿Podrá ser el mismo?, ¿hubo algún circo a finales
de los ‘20s?
- No que me
acuerde, pero me puedo fijar. Parece que es el año del gran incendio. Empezó al
norte y fue devorando hacia el sur, cuando empezó la Depresión este pueblo
estaba casi muerto. Realmente deberías venir mañana y hablar con el pastor
Crane, él está muy conectado con todos los adventistas de aquí a Salem.
- Lo haré.-
Jane bostezó y tembló, Chris le prestó su chamarra.- Te llevo a tu casa, dime
por donde.
La mayoría había aceptado Arkham como un descanso. Dinero
fácil y gente obtusa que engañar. Olga estaba feliz, no tenía que hacer sus dos
trucos en una misma noche. Algunos ya no piensan igual. Barry desapareció. Era
un cargador y aprendiz de operario del carrusel, no tenía amigos, pero aún así
es uno de nosotros. Los trabajadores van y vienen, muchas veces desertan sin
avisar y nos alcanzan a varios pueblos de distancia. Temprano en la mañana
iniciamos la búsqueda. Roger lo vio caminando por la playa, pero Roger es un
alcohólico depravado, a nadie le importa lo que diga. Aún así Tom nos pone a
todos los artistas en la playa. Amadeus no llega temprano, eso genera críticas.
No importa, su espectáculo es el más importante y famoso del circo. Estoy
seguro que mi sol, mi Apolo, podría hacerse cargo del circo si así lo quisiera.
En su ausencia Olga me critica, me dice que soy una tonta por enamorarme tanto,
pero ella sólo está celosa. Amadeus apareció cuando las nubes se abrieron, fue
apropiado. Caminamos juntos en la playa.
- Ven, moja tus pies.- Amadeus me sonríe como solía
hacerlo papá. Él me completa.
- Dime algo Bertha, ¿me amas?- Se quitó los zapatos y
caminó en la arena húmeda.
- Tú sabes que sí.
- ¿Dirías que soy hermoso?- Puso su pies bajo el agua
y me tomó de las manos. Cuando sonríe un enorme peso me es removido.
- Tú sabes que sí.- Se acercó a mí, sus labios rozando
los míos.
- ¿Dirías que soy un dios?- Me contuve a contestar. Él
esperaba pacientemente. Es mentalista, seguramente leyó la respuesta en mi
mente. Sentí algo en mi pie, algo escamoso y baboso. Al abrir los ojos me
encontré con que una docena de peces y cangrejos muertos estaban siendo
arrojados del mar. Amadeus me besó y olvidé todo sobre los peces.- ¿Quieres
encontrar a tu amigo?
- No es mi amigo.- Salimos del mar mientras una
segunda oleada de animales muertos llegaban a la playa. Amadeus señaló hacia
una cueva parcialmente escondida por las ramas de un viejo árbol. Al entrar
vimos a dos figuras vestidas de rojo que cargaban el cuerpo de Barry.
- ¿Encontraron algo?- Era la voz de uno de los Farrely.
- No, es inútil.- Dijo Amadeus cuando se acercó al
payaso sudoroso.- Hablé con personas del pueblo esta mañana, vieron a Barry
subir al ferry. Seguramente nos lo encontraremos de nuevo.- Detrás de nosotros
pescadores jubilosos se lanzaban sobre los peces y cangrejos. Amadeus había
traído los peces, había alimentado familias con apenas colocar sus hermosos
pies en el agua. No necesitaba contestar su última pregunta, la respuesta era
obvia.
Se había perdido hacía horas. Se
había internado en una zona céntrica donde las calles eran de piedra y las
casas se apilaban unas sobre las otras desde hacía siglos. Había un local
enterrado entre los edificios. Una angosta escalera que se hundía en el
subsuelo de una antigua residencia angosta de tres pisos. Afuera una mujer
vestida como gitana fumaba plácidamente. No era hermosa, granos en la nariz y
una dentadura irregular y amarilla. Miró a Chris como quien mira a un cachorro
y comenzó a reír, intercalando con la tos del cigarro.
- Estás
perdido como un perro, ¿necesitas ayuda?
- No sé,
¿necesitas ayuda para conseguir clientes? Podría fundir ese foco, te ves mejor
en la absoluta oscuridad.
- No soy una prostituta Einstein.- Remarcó lo
último haciendo énfasis en su vestido y en el cartel al inicio de las escaleras
que decía “Tarot Lovette”.- $50 la lectura, pero si quieres algo más íntimo te
cobro el doblo.
- Apuesto que
no ha visto un billete de cien en años.
- Sabes
sumar, felicidades. ¿Qué dices? No tienes nada mejor que hacer.
- Tengo diez
dólares.
- Acepto.- No
dudó ni un instante. Entraron al diminuto local y sentó a Chris en la mesa
vestida con viejos y rasgados manteles de seda. Sacó su baraja deslucida y la
preparó.- Tres cartas, pasado, presente y futuro. La primera es el ahorcado.
Graves pérdidas y retos, situaciones imposibles que te enseñaron a alejarte del
mundo. ¿Cerca?
- Quizás.- No
pudo evitar pensarlo. Recordó su infancia difícil, la muerte de Norman, el día
que Ray los abandonó y la fatal noche. Se había mentido por años, la negación
había sido el único motor de su sobriedad. Con todas sus fuerzas trató de no
decirlo, pero no pudo.- Mi mamá vivía deprimida y borracha. Me enganché al
crack muy rápido. Pasaba los días fumando y durmiendo. Mi mamá se ahorcó en la
sala, enfrente de mi cuarto. Estaba demasiado drogado para detenerla.
- Muy bien,
déjalo salir. Ahora el presente, la Rueda de la Fortuna. Indica que corres en
círculos, pero que habrá transformaciones. Existe la posibilidad de continuar
el ciclo indefinidamente, a menos que una fuerza superior te arranque de la
fuerza centrífuga. ¿Cerca?
- Mucho,
busco a mi hermano desaparecido y corro en círculos.
- Ahora la
importante. La torre.- Lovette se asustó, pensó en esconder la carta, pero
Chris estaba demasiado interesado.- Encontrarás
tu tesoro, pero su consecuencia es algo más grande de lo que puedes
manejar. Te puede salvar o te puede
destruir.
- Ya me
quiero ir.
- Oye chico.-
Le agarró de la mano mientras Chris jalaba.- Hay dos clases de personas en el
mundo, quienes perecen por su voluntad y los que perecen por su karma.
Piénsalo.
Chris se fue, maldiciéndose por
haber entrado. Una jauría de perros callejeros lo esperaba. Al principio casi
no los notó, caminaban casualmente a su lado. Escuchó que uno de ellos gruñía y
se echó a correr. Necesitaba el sueño, sus músculos ardían. Necesitaba
descanso. Necesitaba dejar de pensar en su mamá ahorcada en la sala, su cuerpo
doce horas muerto. Huyó de los perros tan rápido como huyó aquel día. Los dejó
atrás, pero no pudo rebasar sus recuerdos. Antes de darse cuenta estaba
llorando, maldiciendo Arkham y caminando en la misma cuadra en la que había
empezado. Había una diferencia. El local de Lovette ya no estaba, era una pared
sólida.
George me ha contado una historia que dice haber visto
con sus propios ojos. Amadeus estaba ansioso sobre su futuro y visitó a Lovette
para que le leyera las cartas. A través de la ventana pudo ver la sesión. La
primera carta, la del pasado, Lovette le mostró la carta del Papa. Enseñanza de
arriba, infancia privilegiada, aunque estricta, un pasado sano y educativo. El
presente fue la Torre, una energía superior que se desborda y que no puede
controlar. El futuro, y aquí fue donde Amadeus perdió los estribos, era el
Diablo. El antagonista del Papa, su reflejo oscuro. Enseñanza retorcida,
esclavitud, desastre de las fuerzas superiores que no está preparado para
entender.
Amadeus estaba enojado, pero Lovette lo hizo peor.
Sacó un pequeño puñal y se lanzó sobre él, cortando su pecho y diciendo “el
avatar debe sangrar sobre su señor para dar vida a la semilla de la
destrucción”. George me juró mil veces que su historia era real, y que tenía un
epílogo. Amadeus la tomó del cuello y abriendo su boca sopló sobre ella.
Amadeus dijo que le quitaba lo que más deseaba, no su vida, sino su habilidad
para morir. George temblaba como una hoja cuando me lo dije. Le dije que eran
mentiras y que me dejara en paz. Le creí, mi Amadeus es tan poderoso como es
hermoso.
Fueron el cansancio y la culpa
los que obligaron a Chris a desayunar propiamente. No podía mentirse, estaba
demasiado cansado para eso, su búsqueda por su hermano era su búsqueda por su
redención, quizás si encontraba a Ray sano y salvo su mamá no habría muerto, o
al menos podría decirle que no fue su culpa. Las miradas de los turistas le
servían de distractor para alejarse de esos temas. Empezaba a sospechar que su
falta de sueño le estarían provocando visiones, quizás incluso le harían más
paranoico. Jane lo sorprendió en el restaurante para invitarlo a la iglesia del
pastor Crane. Aquella mañana había estado dibujando algunos símbolos en la
capilla, cuando se le ocurrió hablar con el conserje. Había conocido a un Ray
Morris el jueves. Chris se sorprendió por el interior de la capilla, era mucho
más grande de lo que había imaginado y la bóveda sobre su cabeza era enorme.
- Dígale lo
que me dijo a mí.
- Le dije a
la jovencita que el jueves conocí a un Ray
Morris, fue breve. Estaba discutiendo con el doctor Abbott y con el
pastor Crane.- Jane le señaló al pastor Crane, un hombre regordete de cachetes
rosados y barba de candado. El conserje le explicó quienes eran y el pastor se
presentó.
- ¿Raymond
Morris? Claro que lo conozco, es un gran muchacho. No mencionó ningún hermano.
- ¿Cuándo
llegó a la isla de Arkham?
- Miércoles o
jueves. Tomó el ferry del viernes.
- El sábado
es la fiesta anual del pez, ¿no participó en ella?
- No recuerdo
haberlo visto. Quizás lo hizo, entonces se fue el sábado.- El pastor parecía
disfrutarlo demasiado. Chris no sabía si se trataba de su paranoia o si era real,
pero sentía que el pastor mentía hasta por los codos. De su cuello se sacó su
medalla de San Jorge y se la mostró.- Linda medalla. Me regalaron una igual,
creo que Hubert tiene una idéntica.
- Aquí está.-
El conserje se sacó el collar del bolsillo y se lo mostró.- Antes se vendían en
Arkham por centavos, todo mundo tiene una.
- ¿Lo ve? Le
aconsejo que busque a su hermano en Arkham.- Se retiró a una puertita cerca de
su oficina. Chris no sabía qué pensar. Existía la posibilidad que aquella
medalla en la logia no fuese de su hermano, aún quedaban esperanzas. Aunque
sabía, sin lugar a dudas, que el pastor mentía.
- ¿Qué
quieres hacer?
- Tú Jane,
tienes que irte. Esto lo tengo que hacer solo. El fósil miente y quiero
demostrarlo.
Esperó hasta que Hubert se había
ido para entrar por la puerta que el pastor había usado. Era una pequeña
bodega, pero rápidamente pudo discernir que una pared era falsa y podía
empujarse. Descendió por una larga y resbalosa escalera de piedra por muchos
metros. Débiles focos amarillentos iluminaban su descenso a los túneles
subterráneos. Chris comprendió de inmediato que la isla estaba conectada por
abajo, por donde fluían ríos subterráneos. Arcos de sólida piedra y angostos
corredores y puentes se abrían paso en un laberinto débilmente iluminado. Tardó
un poco en ajustarse a la oscuridad, pero se dio cuenta que había una fuente
lumínica secundaria. Un extraño limo amarillento crecía en los pilares que se
enterraban hasta el fondo del lecho. La sensación era de otro mundo. La luz le
hizo pensar que caminaba en un sueño, persiguiendo la luz de la lámpara de gas
que el pastor traía consigo. El pastor pescaba con su caña y una cubeta, la
lámpara sostenida de un gancho en la columna. El eco del agua era
tranquilizador y Chris jugueteó con la idea de quedarse dormido. Tenía que
dormir.
El pastor Crane había pescado
algo. La pequeña monstruosidad era de color verde chillón, tenía delgados
brazos amarillos y apéndices rosas, casi como babosas hojas en la parte
superior. Al ver a la criatura se percató que todo el lugar estaba infestado de
aquellas maravillas marinas. Del techo pendían largas ramas con raíces violetas
que parecían latir a un ritmo calmado. Los grabados en las columnas parecían
ser indígenas, el laberinto debía ser antiquísimo.
Tomaba fuerzas para confrontar
al pastor cuando sintió el ardor. Dos largos pistilos estaban adheridos a su
brazo derecho y quemaban su piel. La
planta había ascendido desde abajo del pasadizo, podía ver gruesas raíces
hundiéndose en la oscuridad del río. Se arrancó los pistilos furioso buscó su fuente, deseoso de arrancar
aquél malvado vegetal. Se asomó aferrándose del metal que sostenía al barandal
del corredor para no voltearse y caer a la negrura. El limo fluorescente apenas
brillaba lo suficiente para poder ver a la planta que lo había atacado. Una
criatura que existía entre el reino animal y el vegetal. El cuerpo adherido a
la parte de abajo del corredor de madera podrida se inflaba periódicamente,
como si respirara, y se sostenía por algas que se adherían a la madera, como
una enredadera. Tenía raíces gruesas de color café y negro que se hundían en el
agua. La oscuridad era hipnótica. Nunca antes había visto algo más oscuro. Más
oscuro que la noche, más oscuro que la nada. El resplandor no era suficiente
para iluminar las negras aguas. Algo brillaba debajo de él, podía adivinar su
cercanía. Los pistilos se movieron de nuevo, buscando a su presa, pero ésta vez
estaba preparado. Mientras luchaba contra aquella bestia se dio cuenta que
burbujas salían al exterior y que aquello que brillaba se había movido. Por un
instante imaginó que la planta debajo de él estaba adherida a algo debajo del
agua. Algo antiguo, algo que no debía existir en este mundo, un ser que
pertenecía a una era hace mucho olvidada. La criatura había vivido por siglos
en el infierno oscuro debajo del agua, en el punto en el que el Miskatonic,
aquel malvado y podrido río, iba a morir. El objeto que brillaba se movió de
nuevo y, por un segundo, le pareció ver que parpadeaba.
Chris se levantó de golpe. Se
dio cuenta que estaba parado en maderas podridas y que la planta que se había
anclado allí podía derribar la plancha. Al escuchar el crujido bajo sus pies se
echó a correr. Corrió y dio varias vueltas, hasta encontrarse perdido. No podía
ver al pastor Crane, ni a las escaleras. En su huída había tenido que saltar
por encima de varias planchas de madera que estaban totalmente podridas. Se
fijó en el agua, ya no podía ver ningún ojo. Se apoyó en una columna para
respirar profundo, pero el hedor a agua estancada y muerte le provocaron
arcadas. Mientras vomitaba en el suelo notó que estaba más iluminado que antes.
Parásito y babosas multicolores se movían en la columna frente a él. Un ballet
de colores y luces. Las criaturas parecían inteligentes, pero inofensivas.
Quedó perplejo ante la complejidad de su orden, como si hubiesen practicado por
generaciones. Las formas cobraban sentido, dibujaron planetas y estrellas,
después un objeto que caía a una línea horizontal, que imaginó debía ser la
tierra. Las criaturas se alinearon en un círculo levemente oblongo, como una
pelota de football americano, Chris había dejado el miedo y ahora estaba
absorto en su belleza. Una línea horizontal recorrió de abajo para arriba, como
un ojo. Ahora un círculo en medio del ojo se quedaba inmóvil, Chris se preguntó
si realmente era un ojo o si estaba siendo paranoico. Se movió hacia la
izquierda y el ojo lo siguió. Estaba siendo observado.
No lo pensó dos veces y corrió.
Ésta vez trató de ubicar la pared de las escaleras o la lámpara de gas del
pastor Crane. En su carrera resbaló en una tabla rota, su pierna se fue hacia
abajo y algo le rozó la rodilla. Se levantó gritando y siguió corriendo hasta
encontrar las escaleras, y no dejó de correr hasta que estaba en la calle.
Detrás de él la risa de Crane, chillona y molesta.
Un marino me ha estado enamorando. Iluso, no se da
cuenta que sólo tengo ojos para Amadeus. No lo culpo, ni siquiera mi marido se
da cuenta. A Amadeus le divierta la situación, el viejo me trae vestidos y
regalos, lo único que quiere de mí es una sonrisa y vagas promesas. Nos iremos
de Arkham y nunca más lo volveré a ver. Me invitó ayer a conocer lo que él
llamó “la ciudad subterránea”. Invité a Amadeus, temiendo que se pusiera
celoso, pero me dijo que ya había conocido aquella maravilla. Me enojé con él
por no haberme invitado. Salimos temprano a la mañana hacia la logia de los
santos del Miskatonic. Los frateres nos dejaron pasar, ellos le tienen una gran
estima por haber sobrevivido al hundimiento de su barco, a día y medio de aquí.
Según Gerard fue salvado milagrosamente por Dagon, el dios de las
profundidades. Tonterías de marino.
Annabelle Beck, una hermosa chica de sociedad nos
abrió paso, la única mujer en una reunión de hombres. Las escaleras se
encontraban en un cuarto secreto que servía de adoratorio de un idolito negro,
casi sin forma, que según ella tenía miles de años y había flotado a la
superficie luego incontables siglos de encontrarse prisionero en las
profundidades. Las largas escaleras nos condujeron a la maravilla subterránea.
Debajo de la ciudad se extendía el final del río Miskatonic, corredores y
puentes formaban incontables cuadriculas y gruesos pilares se hundían hasta las
profundidades y soportaban los abovedados techos. Los masones habían añadido
luz eléctrica, aunque no demasiada, pues según ellos molestaba a las criaturas.
Y qué criaturas. Colores que nunca antes había visto, enredaderas que emergían
de las aguas, peces de colores chillones y de múltiples ojos. Gerard me condujo
a través del complejo subterráneo, señalando inscripciones en las columnas.
- Antes de que los monos existieran, o los
dinosaurios, había grandes dioses. Seres cósmicos que gobernaban el cosmos en
los tiempos en que el tiempo era joven y absurdo. Su rey, el Dios ciego e
idiota Azathoth, Shub-Niggurath la negra cabra de los bosques de los miles de
hijos era su esposa. La tierra aún era una idea cuando los hijos de los dioses,
los Grandes Antiguos, pulularon el Universo. La mente humana no puede concebirlos
y algunos llegaron a la Tierra. Cthulhu el Antiguo más importante, y otros
dioses como Dagon, rápidamente se hicieron señores de la Tierra, sometiendo a
todas las criaturas a su paso.
- Suena muy lógico.
- No es asunto de risa.- Encendió su lámpara de gas y
me mostró la bóveda del techo y los pilares a nuestro alrededor. Habían algunas
letras cuneiformes y muchos dibujos que parecían ser de origen nativo.- Los
indígenas del Miskatonic conocían estas verdades y estuvieron en contacto con
los dioses.
- ¿Y ahora dónde están? Los dioses me refiero, sé que
ocurrió con los indios.
- Hubo una gran batalla entra los Antiguos y los
Dioses Exteriores. Al final alcanzaron la paz, pero era demasiado tarde, los
grandes dioses cósmicos fuero encerrados en un espacio más allá del espacio,
fuera del tiempo como lo conocemos. De ahí deriva su nombre, Dioses Exteriores.
Los Antiguos sufrieron una pena similar, fueron encerrados debajo de la tierra
o en el fondo del océano. Sus ciclópeas construcciones se hundieron con ellos.
Los más sensibles hasta el día de hoy pueden sentir su presencia, sus poderes
psíquicos construyen las pesadillas más terribles. Los dioses esperan el día en
que las estrellas estén bien alineadas para que comience el equinoccio macabro.
Yog-Sothoth, el Todo en Uno, el camino y la llave, es la clave para que los
Antiguos y los Dioses exteriores gobiernen de nuevo donde antes gobernaron.
- Es una historia imaginativa, eso se lo acepto.- Me
llevó en silencio hasta otras escaleras, correspondientes a la mansión Crane en
la colina de la zona norte de la isla. Cerca de allí había una abertura en el
techo, era un pozo que se extendía del sótano de la mansión hasta el río
subterráneo. Los corredores se curveaban alrededor de la abertura y pesadas
antorchas esperaban ser iluminadas a su alrededor.- Ésta agua está podrida,
¿para qué quiere un pozo?
- El océano es el segundo cielo, el cielo es el
segundo océano.- Sin que me diera cuenta me amarró el tobillo con una gruesa
cuerda. Antes que pudiera zafármela me empujó con todas sus fuerzas. Logré
sostenerme del barandal con una mano, pero no tenía suficientes fuerzas.- No
está muerto lo que yace en la eternidad, y con extraños eones hasta la muerte
puede morir.
Mi peso ganó la batalla y caí al agua. Cerré los ojos
con fuerza y comencé a patalear, pero me di cuenta que no estaba rodeada de
agua, aún estaba hundiéndome y flotando, pero no sentía la humedad. Abrí los
ojos esperando la espesa negrura del agua, pero había luces. No eran las luces
de seres acuáticos, sino de estrellas. Miles de estrellas a mi alrededor. No
había planetas a mi alrededor, pero yo sabía que estaba en el espacio. Detrás
de mi encontré a la criatura. Algo en ella demandaba algo más que mi terror,
demandaba mi absoluta maravilla. Un conjunto espeso de nubes de color
amarillento y miles de burbujas iluminadas. Sabía que no era una simple nube
porque parecía crecer y decrecer. Se acercaba a mí, las burbujas creciendo en
tamaño. En cuestión de segundos estaba en el interior de una de ellas y era
gigantesca, como una esfera kilométrica. En su interior había hielo, pero algo
estaba en el hielo. Algo que abrió su gigantesco ojo y me miró.
El tobillo me ardió, la cuerda se tensaba. Gerard jaló
con todas sus fuerzas y en segundos estaba de vuelta al río subterráneo. Con
otro esfuerzo estaba boca abajo aferrándome al barandal. No sabía qué decir,
estaba temblando y orinándome de miedo. Caminé torpemente, Gerard me llevó de
la mano hasta el circo, con la mente completamente en blanco. Amadeus me esperaba
a la entrada del circo. Con un abrazo y un beso regresé a la realidad. Mi amado
me miró sonriente, estaba orgulloso de mí. Quizás aquella pesadilla no había
sido tan mala después de todo.
Chris miró el atardecer desde la
banca del parque, aún temblaba de miedo. Estaba agotado, pero conservaba la
esperanza de encontrar con vida a su hermano. Cuando Denise lo encontró él
terminaba su tercer cigarro consecutivo. No quiso narrar aquella experiencia,
había sido demasiado aterradora. Ella se interesó en el libro que guardaba en
su chamarra y le contó sobre el incendio el año en que el circo había venido.
Chris la detuvo con un gesto.
- Empezó en
lo que ahora es el hospital psiquiátrico. Mi hermano estaba con el doctor
Abbott el día del festival del pez. Tengo que irme.
- Vamos, te
llevo.- Al llegar al hospital Denise confesó que lo había llevado sólo porque
le encantaba la idea de irrumpir ilegalmente en él.
- Me alegra
te divierta.- El hospital estaba rodeado casi por completo de un frondoso
bosque. Lo que antes era un inmenso patio y jardín frontal ahora era un
estacionamiento. Entraron en la casona y de inmediato fueron recibidos por una
enfermera.
- ¿En qué
puedo ayudarlos?- No tenía problemas con Denise, ella vestía normal, pero el
punk la ponía nerviosa.
- Vengo a ver
al doctor Abbott.
- Está
ocupado.
- Querrá
verme, es sobre Raymond Morris.
En cuanto la secretaria los dejó
solos para ir a hablar por teléfono, entraron por la derecha hacia las
habitaciones. La primera planta tenía habitaciones decentes donde familias
enteras compartían tiempo con algún familiar. Chris tuvo la sospecha que no
todo el hospital se vería así. Los corredores abiertos al público hacían una
herradura, terminando en la parte central del edificio, el lobby. Chris abrió
una puerta cerrada con llave a punta de patadas. Más habitaciones, pero
diferentes. Nadie había pintado las paredes en años, las luces parpadeaban y
por la intensidad de los llantos y chillidos, era claro que la atención médica
no era ni constante ni suficiente. Las habitaciones eran como celdas, donde el
paciente sobrevivía con apenas un colchón y una cubeta para hacer sus
necesidades. Ninguno de los dos dijo nada, había mucha miseria humana entre
aquellos muros. En el piso superior la situación era idéntica. Largos pasillos
repletos de prisioneros semidesnudos. Chris sintió un impulso primario de
dejarlos salir a todos.
- Mira allá.-
Denise señaló el altercado al final del corredor. En el suelo una macana de
gruesa madera yacía cubierta en sangre. Se acercaron cautelosamente. El guardia
estaba desmayado semidesnudo. Un hombre
se ponía sus ropas. Era flaco, al borde de la inanición. Su cabello y su barba
no habían sido cortados en meses, quizás años. Los vio pero no les dio importancia.
- Aquí están
sus llaves.- Chris las recuperó del suelo y se las entregó.- ¿Sabes a dónde
vas? Abrimos una puerta cerrada con llave en el piso de abajo, en el ala este.
- Sí, no, no
sé. No sé adónde voy. ¿Sala este, sala oeste, qué es todo eso?- Denise señaló
el plano que el prisionero había dibujado en la pared usando sus heces.- Espero
que mi mapa esté bien. No puedo quedarme, ¿ustedes en qué celda viven?
- Ninguna.-
Nervioso no podía ponerse los pantalones, se desesperaba un lloraba histérico.
- Los
experimentos, Dios mío lo que nos hace… No puedo soportarlo, mi familia cree
que estoy muerto, solo nos usan como conejillos de indias. Pensé que los shocks
eléctricos eran los peores, pero hay cosas que no creerían. Nos dan peyote y
leen nombres extraños, estúpidos, sin sentido, nos inducen pesadillas. Ahora
viven dentro de mí. Lo peor no es eso.
- ¿Qué es lo
peor?
- El ataúd.
Te meten y un caparazón de metal te cubre, tiene la forma de una persona con
brazos y piernas extendidos. Tiene agua y una espuma. El doctor dice que sirve
para privarte de tus sentidos. Pequeñas máquinas mantienen la temperatura y
presión. Lo hace encima de un pozo enorme. Estuve pendido ahí, ¿por cuánto
tiempo fue? El doctor dijo que fueron seis hora, pero el pelo no crece tan
rápido.- Se arrancó un mechón de cabello y lo mostró como evidencia.- Las cosas
que vi… No tienen nombre.
- ¡No se
muevan!- Guardias armados con escopetas los tomaron por sorpresa. Una mujer
estaba con ellos. Laurel Abbott, hermana de Henry Abbott, era una mujer de
aspecto distinguido pero mirada severa.- Identifíquense.
- Vete al
demonio.
- Deberían
estar en la cárcel, dejen que se vaya este pobre hombre.
- Este no va
a ninguna parte.- Laurel señaló al guardia de la derecha para que se llevara a
Chris y Denise y al de su izquierda para que sometiera al paciente.
- Libertad.-
Fue lo único que dijo el pobre diablo. Se lanzó contra la escopeta y ésta se
accionó. Su cuerpo quedó mutilado en dos partes. Sus tripas se estrellaron
contra la puerta abierta mientras que la sección superior de su cuerpo voló por
los aires. Laurel gritó asustada, Chris y Denise se agacharon instintivamente.
- Ese pobre
hombre.- El guardia tomó a Denise de la muñeca y la alejó de allí, empujando a
Chris con el cañón de la escopeta. Morris se dio cuenta en ese momento que nadie
conocería la historia de aquel anónimo. El sheriff Mitchum ni siquiera se daría
por aludido. Los Abbott se callarían el asunto y nadie en Arkham sabría la
verdad. Lo mismo ocurriría con él.- Chris, Chris, ¿viste eso?
- Les puede
pasar a ustedes si no se callan.- Los metió al ascensor y seleccionó el último
piso. No se dirigían al lobby para ser expulsados. Denise no se dio cuenta, aún
tenía dificultades para respirar. Chris sabía el riesgo, pero no iba a morir,
no ahí. Se apoyó contra la pared y lentamente extrajo la llave de su
habitación. Era larga y puntiaguda. Cuando la tuvo en la mano apuñaló al
guardia por la espalda y se lanzó sobre él, quitándole la escopeta y
golpeándolo con la culata.
- ¿Dónde está
mi hermano?, ¿dónde está Raymond?- No respondió y lo golpeó de nuevo,
desmayándolo.- Denise, tengo que encontrar a mi hermano, podría estar aquí.
- ¿Cómo te
ayudo?
- Escapa. No
voy a perderte.- Denise lo besó y marcó el primer botón que pudo para bajarse
del ascensor y huir.
El instinto le decía que tenía
que bajar. El prisionero había mencionado un pozo, y era muy posible que Abbott
estuviera escondido en el corazón del hospital. No tenía mucho tiempo antes de
que el cuerpo del guardia fuese descubierto. Temía por Denise, pero sabía que
si lograba salir del hospital estaría a salvo, no había necesidad de
perseguirlos después, pues nadie creería en su historia, después de todo el
doctro Abbott era uno de los ciudadanos modelos de Arkham. Encontró una bodega
donde se vistió con la bata blanca de médico y se equipó con una cartilla y
estetoscopio. Al fondo del pasillo había un elevador secundario para subir o
bajar ropa de la lavandería. Se cruzó con un par de enfermeros que no
sospecharon nada y, antes que un guardia terminara de subir las escaleras se
metió en el pequeño cajón de elevador, el cual operó desde adentro.
A juzgar por la suciedad en las
paredes intuyó que se encontraba en una zona prohibida. Los amarillentos
mosaicos se extendían en largos y estrechos corredores repletos de celdas. Al
final del corredor se encontraba una escalera en cuyo dintel se leía “experimentación”.
Los gritos de los prisioneros incrementaban la tensión. Regresaba el
agotamiento físico y mental. Perdía la capacidad de razonar a cada minuto.
Había más que su hermano en la línea, estaba también su cordura.
Antes de las escaleras, en una
celda ligeramente más grande, se encontraba la oficina del doctor Abbott. Se
lamentó por no haber cargado con la escopeta, pero supuso que un viejo no
podría ofrecer demasiada resistencia. Se acercó sigilosamente, centímetro a
centímetro. No estaba solo. Podía escuchar una voz femenina, Abbott la llamó
Wanda, que debía ser su esposa. También escuchó la voz de su hermana, pero algo
estaba mal. No podía entender toda la conversación, pues los prisioneros hacían
demasiado ruido, sin embargo no parecían estar preocupados por nada, aún más,
parecían estar disfrutando. Disfrutaban demasiado. Se asomó por un segundo y
los pudo ver a los tres desnudos, teniendo sexo en la mesa. Su hermana lo
besaba mientras él estaba sobre su esposa. Era tan repugnante como el episodio
en los canales subterráneos. Desde debajo de las escaleras pudo ver a los
guardias subiendo, al darse cuenta volteó y el ascensor estaba descendiendo.
Estaba atrapado. La puerta de atrás de él se abrió y un hombre lo tomó del
hombro y lo jaló dentro, cerrando tras él. Su celda era ligeramente mejor que
las otras que había visto, tenía un inodoro y una cama. Lo aplastó debajo de la
cama y esperó a los guardias quienes, segundos después, se asomaron para
asegurarse que todo estuviera bien.
- Se fueron. Por
ahora. Estás en muchos problemas jovencito, pero estás seguro ahora.
- ¿Porqué
pudiste abrir tu celda?
- Ellos creen
que tiene cerrojo, pero es del siglo XVIII, es de las celdas más antiguas de
esta mansión de los horrores. Hice una llave con jabón endurecido.- Sonaba más
cuerdo que el paciente anterior, al menos no se arrancaba el cabello. - Soy Ben, solía trabajar aquí, ¿y tú?
- Buscaba a
Abbott, creo que tiene información que busco. ¿Dijiste que trabajabas aquí?
- Trabajé con
Henry desde que me gradué de la Universidad del Miskatonic, pero me atreví a
amenazarlo con reportar sus abusos y experimentos. Mi familia cree que estoy en
Budapest trabajando en un internado, Abbott me tiene aquí en secreto como
conejillo de indias.
- La última
persona con la que hablé sobre las torturas de este lugar se suicidó con una
escopeta.
- No me ha
sometido a la peor de todas, el ataúd. Privación sensorial, estados alterados
de conciencia. He visto esa monstruosidad metálica encima de ese pozo sin
fondo, nadie ha salido de ahí con su cordura intacta. A comparación de eso los
shocks eléctricos, el aislamiento y las golpizas son poca cosa. Tengo suerte,
aún no me ha sometido a eso, sin duda moriría allí adentro.
- Necesito
ayuda, estoy buscando a mi hermano, Raymond Morris. Tengo razones para creer
que ha estado aquí. Abbott lo conocía, de eso estoy seguro. Creo que
desapareció el viernes.
- ¿Viernes?-
Ben se sentó al lado del escusado y trató de concentrarse. Lo miró apenado y
buscó las palabras.- El viernes vi a Nestor Mitchum y a Henry empujar una
camilla. La persona estaba cubierta por una sábana. Creo que estaba muerta.
Discutían con alguien más, pero no lo vi.
- Ray…- Chris
luchó por no llorar. Estaba escondido debajo de una cama en una mazmorra. No le
daría el gusto a Abbott, ni a Mitchum, ni a nadie.- Dios, necesito dormir, me
estoy volviendo loco.
- No querrás
dormir aquí. En un rato pasarán los guardias para su última ronda. Hay una
salida secreta pasando el pozo.- De atrás del escusado sacó una masa de papel
de baño donde había dibujado un mapa utilizando su propia sangre.
- ¿No lo vas
a necesitar?
- ¿Bromeas?
Tengo ese mapa grabado en la memoria, cada vez que cierro los ojos lo puedo
ver.- Hizo un gesto para callar a Chris. Alguien se acercaba. Chris se pegó
tanto a la pared como pudo.
- Buenas
noches Ben.
- Buenas
noches Laurel.- El odio en su voz era inconfundible.- Buenas noches Wanda. Ya
se fueron.
- Gracias por
ayudarme.
- No lo hago
por querer ser tu amigo, sólo quiero que me prometas que matarás a Abbott.
- Haré lo
posible, te lo aseguro. Si Ray está muerto, mataré a todos los que tuvieron
algo que ver. A Crane, a Abbott, a
Mitchum y a ese tercero, el desconocido que estuvo aquí el viernes.
Aguardaron en silencio. Los
guardias se asomaron a su celda y siguieron adelante. En cuanto los prisioneros
se durmieron Ben le abrió la puerta y le deseó suerte. El mapa era exacto.
Cruzó la amplia sala del pozo, el ataúd de acero sostenido con cadenas.
Escondido entre los mosaicos había un interruptor que abría una puerta secreta.
En diez minutos estaba en el bosque.
La función había salido a la perfección. Amadeus se
adelantó al bosque, me esperaría por las cuevas detrás de la loma del árbol
muerto. Terminé de empacar los trucos y fui para allá. La luna iluminaba débilmente
los claros. Conocía el camino, y había estado ansiando este momento todo el
día. Amadeus y yo solos era justo lo que necesitaba. Haberle mentido a Tom, mi
marido, no me ponía nerviosa. La niña me ponía nerviosa. Me seguía entre los
árboles, pero se escondía de mí cada vez que quería acercarme a verla. Su
risita me acompañó por toda la colina. Pude verla por un segundo antes de que
saltara detrás de un árbol, era la misma niña que había visto cuando caminé con
Amadeus y Rudolph Crane por este mismo camino. Tenía una mancha roja en su
vestido, pero no sostenía su corazón. En el árbol negro en la cúspide de la
colina algo pendía de un lado a otro. La niña corrió del bosque al árbol
muerto, su manita apuntando hacia su corazón que estaba amarrado con hilo de
una de las ramas. Quise gritar, pero cuando miré de nuevo, no quedaba nada.
Amadeus me esperaba abajo. No se sorprendió cuando le hablé de la niña y el
corazón. Él también la había visto. Después de lo que había visto con Gerard,
una visión así no me asustaba.
Amadeus me mostró el peyote. Lo había estado guardando
desde Nuevo México. Lo consumimos entre besos. La luna se hizo multicolores y
su luz era tan radiante como la del sol, quizás más. Amadeus me señaló el
cielo. Las nubes se iban disipando, permitiéndonos ver las enormes
construcciones. “Lo que es arriba es como lo que es abajo. El cielo es el
segundo océano.” Me susurró al oído. Eran ciudades enteras. No se parecían en
nada a las ciudades humana. Aquellas construcciones ciclópeas estaban hechas de
piedras negras y preciosas. No tenía calles y edificios departamentales, como
imaginaríamos nosotros a las ciudades. Parecían tener cuevas construidas en
ángulos extraños. Entonces lo entendí, a un nivel más profundo que el
intelectual, dentro de mí comprendí que los horrores y las maravillas en el
lecho oceánico se repetían en los más profundos abismos estelares. Qué pequeños
somos nosotros, que no podemos habitar ni en uno ni en otro. Qué extraña
historia cósmica de la cual no somos parte ni testigos, meras manchitas
parasitarias en el telón del Universo. Había un sentimiento sobrecogedor de
estar frente a algo tan masivo que no era, ni podía ser, humano.
Escuchamos pasos detrás de nosotros. Una persecución.
Un indio apenas vestido en taparrabos corría entre los árboles. El retumbar de
los rifles detrás de él. Eran puritanos quienes le perseguían, santos del
Miskatonic. El indio nos miró mientras atravesaba el claro, pero los santos no
podían vernos. Amadeus señaló su cuello y lo persiguió jalándome de la mano. Su
cuello tenía cuatro protuberancias de cada lado. Eran branquias. Los santos del
Miskatonic nos atravesaron, como fantasmas. ¿O éramos nosotros los fantasmas?
Los colonos habían cargado sus armas y abrieron fuego. El indio fue alcanzado en
la espalda mientras entraba en una cueva. Salió volando un metro y cayó al
suelo. Su cuerpo se deshizo en segundos, dejando en su lugar extrañas plantas
acuáticas.
- Mira eso.- Señaló Amadeus al interior de la cueva.
Los puritanos celebraron su cacería y nos dejaron. Amadeus me llevó un poco más
adentro, donde reposaban los huesos de un elefante.
- ¿Pequeño Fortachón?- Estaban limpios de toda carne,
sus huesos eran blancos amarillentos.
Pude ver la sombra de dos personas. No parecían
indios, pues estaban vestidos. Amadeus me sacó de ahí y comenzamos a besarnos,
mientras el peyote continuaba surtiendo efecto en nuestros organismos. Había
tenido sexo cientos de veces, pero nunca así. Era salvaje y todo a nuestro
alrededor cambiaba de forma. En un momento estábamos en un incendio, en otro el
cielo estallaba en llamas y caían meteoritos por todas partes. El pasto crecía
y se achicaba. Los colores se reproducían por todas partes. El peyote perdió su
fuerza cuando Amadeus y yo terminamos. Apoyé mi cabeza en su hermoso pecho, sus
delicadas manos acariciándome el cabello. Entonces pasó.
- ¿Bertha?- Era Tom. Nos había descubierto y no había
nada que pudiéramos hacer al respecto. La verdad era que yo no quería hacer
nada.- No quise creer los rumores, pero eran ciertos.
- ¿Y qué? Amo a Amadeus, es lo mejor que me ha pasado.
Tú fuiste un error.
- Maldito, hijo de perra.- Se acercó hacia nosotros,
pero Amadeus se levantó.
- No harás nada Tom, porque yo sé más sobre ti que
cualquier otra persona.- Se sorprendió cuando jugué con esa carta. La había
estado guardando para esta ocasión.
- Eres una harpía. ¿Quieres quedarte con él? Adelante,
ve si me importa.
- Claro que no te importa, él es más hombre que tú,
Amadeus es más que un hombre.
Cuando Chris tenía diez años y
vivía en Arkham con su mamá, Ray y Norman, tenía un vecino con un Pitbull
feroz. Noche tras noche ladraba y se lanzaba hacia adelante, ahogándose con la
presión de la correa que lo ataba al árbol. Día tras día asustaba a los
transeúntes con su ferocidad. El dueño, complacido con la bestia asesina que
había criado, se alegraba al ver que su bestia no sentía cansancio, que seguía
forzando la correa de tela. Lenta, pero seguramente, la tela de la correa se
fue adelgazando, hasta que un día, cuando su dueño le servía de comer,
finalmente reventó y se lanzó sobre él. Fue la primera vez que vio tanta sangre
humana en el pavimento.
Chris finalmente comprendía
aquel episodio de su vida. La locura estaba forzando la correa que la ataba. La
correa estaba a punto de quebrar. Mientras vagaba por los bosques hacia la luz
de la civilización su cordura fue perdiendo terreno. No necesitaba dormir,
tenía que dormir. Agotado y frustrado se tiró sobre el pasto y cerró los ojos.
Estaba relajado, a punto de quedarse dormido cuando sintió una brisa helada. No
le dio importancia, el sueño valía la hipotermia. Había viento desde arriba,
más frío y una luz. Al abrir los ojos se encontró con la vastedad del vacío
estelar y una nube de fluorescentes burbujas carnosas. Un ojo lo miraba de
entre aquel caos indescriptible. Tras un parpadeo todo se había ido.
Fuera de sí, lunático,
completamente enloquecido huyó. Corrió sin mirar atrás, su conciencia
finalmente se había colapsado, solo quedaba la demencia. Gruñendo como un perro
y soltando espumarajos se internó entre las calles, temiendo al viento, a las
luces y los extraños que le miraban desde las ventanas. Perdió toda conciencia
hasta que brincó entre arbustos y se resbaló por una pequeña colina de un
diminuto parque. No sabía dónde estaba, ni qué hacía ahí. Jóvenes se reían de
él, era un grupo de borrachos que fumaban porros ocultos entre los árboles y
arbustos. Denise estaba entre ellos. Se acercó a él, preocupada y alarmada.
- No puedo
más…- Denise entendió lo que quería decir.
- Lo sé, yo
apenas escapé de ese lugar por un pelito. Me preocupé, pero no podía quedarme
ahí todo el día.- Le ofreció una cerveza y un porro y lo sentó entre sus
amigos. Chris terminó ambos antes de que ellos se dieran cuenta. Necesitaba los
relajantes efectos de la marihuana. Por un momento se lamentó el haber jurado
sobriedad, si alguna vez en su vida había necesitado drogas, era en ese
momento. Sentía el efecto de la marihuana, pero apenas y podía sonreír.
Extrañaba su Percoset y su Valium.
- ¿Quién es?-
Preguntó Bruce.
- Se llama
Chris, es un punk de Boston. No te pongas celoso Bruce, está aquí de visita.
- Tengo que
irme, tengo que dormir, tengo que mantener la cordura. Necesito Valium, ahora.
- Se me
acabaron todas.- Le dijo otro amigo de Denise.- Pregúntale al novio de Denise.
Bruce, ¿tienes alguna píldora mágica?
- Nada.
- No es
cierto.- Le corrigió Denise.- Tienes en ese bolsillo.
- ¿Novio?-
Aún no lo había captado. Le pasaron otro porro y se apuró en consumirlo.
- Sí, su
novio.- Vestía de cuero y parecía un punk, aunque con los jeans planchados y
las botas nuevas.- Y sí, tengo Valium, pero no es para ti.
- La
necesito, tú no sabes lo que he visto.- Se lanzó sobre Bruce y a golpes le
revisó todos los bolsillos.- Maldita sea dónde está, si no duermo pronto
explotaré.
- Déjalo en
paz.- Chris se levantó, las píldoras en la mano.
- ¿Realmente
es tu novio?
- Sí,
realmente lo es.
Chris se hubiera ofendido, de no
ser porque se tragó todas las pastillas de un golpe. Trataron de detenerlo,
pero no sirvió de nada. No comprendían la clase de tensión en la que estaba. Se
fumó uno de los cigarros robados de Bruce y se fue sin decir nada. Caminó
esperando el efecto de la droga, podría dormir en cualquier parte, pero aunque
se relajó bastante aún así no podía dormir. Caminó hasta el hotel, ojos rojos
por las lágrimas. Su hermano y su cordura se alejaban cada vez más. Estaba a
punto de darse por vencido. Ed Crane estaba despierto, de inmediato detectó que
algo estaba mal con él y le sirvió un té para dormir. Se acomodaron en el
desayunador del hotel. Se habían agotado las servilletas, por lo que Ed usaba
los cientos de volantes para buscar a Vivian McVey.
- Mitchum
quería que las quitara de las ventanas, ¿puedes creerlo? Es sheriff, no
secretario de turismo. La gente se está hartando de él. Apuesto que no te quiso
ayudar con tu hermano.
- Para nada.-
El té y el Valium lo habían calmado, aunque comenzaba a sumirse en una profunda
depresión. La frustración, como la correa de la demencia, se estaba rompiendo,
dejando paso a la tristeza.- Noto que no tiene anillo de masón, ¿no quiere ser
como su hermano o como Abbott?
- Para nada,
ellos son los pilares de la comunidad de Arkham, yo soy un don nadie y me gusta
así.- Miró pensativamente a las estrellas, como leyendo un lejano mensaje.- Sé
que se equivocan. En el fondo mi hermano y los demás masones de Arkham creen
que el Universo es un lugar indiferente al Hombre, como que fue hecho por otros
y para otros, pero no para nosotros. No me gusta pensar eso, me hacía sentir…
pequeño.
- Yo soy
punk, el Universo está en mi contra. En comparación, ellos son más optimistas.
- Me caes
bien.- Ed se rió de buena gana y se acomodó en el sillón.- Soy adventista
devoto, ellos son politeístas. A mi hermano le gusta maquillarlo, dice que
Jesús era el pescador y Dagon el pescado. Creen en Antiguos dioses, adorados
por indios y locos, que quedaron atrapados en el espacio más allá del espacio,
en otro tiempo.
- ¿Y pueden
traer a esos dioses?
- Los
Antiguos gobernaron donde ahora gobierna el Hombre, según ellos regresarán
cuando las estrellas estén en cierta posición. Dagon, el dios pez, debe
presentar a la llave, llamada Yog-Sothoth. Se presenta como una semilla que
abre la puerta a los dioses cósmicos, los Dioses Exteriores, ellos sueltan las
cadenas que sujetan a los Antiguos. Mi padre hablaba de eso continuamente. Se
supone que no debía hablarlo con extraños.
- Esa
semilla… Semilla de la destrucción.
La charla cambió a temas más
agradables y cuando subió a su habitación se sentía renovado. Sin poder dormir
revisó la habitación. Dentro del clóset estaba su maleta. Al principio pensó
que sería del anterior invitado, pero tenía sus etiquetas. En su interior no
faltaba nada, a excepción de la carta que lo había traído a aquella locura.
Podía sentir la mirada de todos los pobladores y turistas de la isla, sus risas
y burlas. Una elaborada jugarreta, sabían que vendría. La paranoia reemplazó a
su tristeza. Al encontrar la fotografía de su hermano salió del cuarto. Ed
Crane trató de decirle algo, pero le dio el dedo medio, ¿cómo podía saber que
él no estaba metido en el asunto de su hermano y su maleta? Después de todo,
era de apellido Crane.
No escuchó la advertencia de
Crane, Nestor Mitchum lo estaba buscando. El sheriff estaba de mal humor y
buscaba fastidiarlo. Mitchum y Abbott llevando un muerto en una camilla y
discutiendo con un tercero. La escena le era tan aterradora que podía
imaginarla con viva imaginación. Quería usar la fotografía de Ray para hacer
nuevos volantes cuando escuchó la sirena de la patrulla detrás de él. Le
persiguió por la avenida principal, donde los comercios aún no abrían. Viró a
la izquierda en una callejuela donde la patrulla no podía seguirlo, pero no
estaba fuera de peligro. La calle, principalmente mansiones afrancesadas no
parecía ofrecer ningún escondite. A media cuadra pudo ver a Jane, quien estaba
más sorprendida de verlo que él a ella. Al verlo correr asumió que algo estaba
mal y ella le mostró el camino. Podían brincar la verja de una de las casas y
caer encima de un arbusto, escondidos de la patrulla.
- Sabía que
los punks tienen problemas con la policía, pero no sabía que se levantaban tan
temprano.- Le mostró un dibujo de su cuaderno, era la entrada de un circo
llamado “Gozlen”.- Lo copié en la hemeroteca, no podía sacar el periódico para
mostrártelo. Además, quiero mostrarte algo que encontré cuando era niña.
- Te debo una
Jane, en serio.
Cuando se aseguraron que la
patrulla no estaba cerca salieron de su escondite. Tomaron un taxi de bicicleta
hasta la parte norte. Chris le habló sobre todo lo que había visto en el
manicomio. Jane no podía creer que algo tan espantoso estuviera ocurriendo en
el pueblo en el que había crecido. Le contó historias de fantasmas que se
contaban en el pueblo de Arkham, las supersticiones acerca de hombres acuáticos
que cazaban pescadores, pero nada tan espantosamente real como las torturas del
doctor Abbott, y sus bizarras preferencias sexuales. Caminaron entre las
colinas hasta las cavernas. Jane le habló del incendio que provocó el circo,
según la versión de los habitantes acaudalados de la isla, aunque siempre
existieron los rumores de una turba fanática de cristianos que prendieron fuego
al circo e incendiaron a todos adentro.
- Era muy
niña cuando lo encontré, pensaba que era un monstruo.- Eran los huesos de un
elefante.- Casi nadie viene aquí, el circuito turístico sigue a la costa.
Además, nadie quiere estar tan cerca del hospital.
- Pequeño
fortachón… Creo que leí su nombre en el diario ese que me encontré en mi
habitación. De hecho…- Jane le dio un codazo y señaló hacia las figuras que se
aproximaban. Se escondieron entre las rocas cuando una pareja entró a la cueva
y descubrió los huesos. Esperaron en silencio, Jane acomodada entre sus brazos,
hasta que se hubieran ido.- Creo que están afuera.
- ¿Qué
hacen?- Chris se acercó a la salida caminando a hurtadillas. La pareja estaba
teniendo sexo en el pasto.- ¿Chris, qué pasa?
- Todos están
locos en este maldito lugar.
Aprovecharon que la pareja
estaba distraída para escabullirse sin ser detectados. Jane se apoyó en su
brazo en el trayecto de vuelta. Chris pensó que aquello era dulce y tierno,
aunque estaba casi seguro que Jane sentía algo más pasional hacia él. Jane se
ofreció a ayudarle a hacer los volantes y repartirlos por todo el pueblo.
Quizás tenía una idea general acerca de lo que había ocurrido con su hermano,
pero podría ser vital crear conciencia acerca de su desaparición, y de la
corrupción policíaca, así como había ocurrido con la desaparición de Vivian
McVey.
- No tenías
que hacerlo.- Chris le invitó una cerveza cuando terminaron de repartir los 200
volantes. Jane estaba emocionada, era la primera vez que un hombre le invitaba
una cerveza.
- Quiero
hacerlo. No es solo por tu hermano, también por ti. Necesitas alguien en quien
confiar.
- Más en este
pueblo, ya no sé quién es quién.
- Puedes
confiar en mí. ¿Tienes novia?
- Es raro,
pensé que tenía algo con Denise, pero
creo que no.- Chris bostezó, hacía días que no dormía, y sus ojeras eran
enormes.- Estoy tan cansado, siento que me voy a morir si no duermo.
- Si quieres
te acompaño a tu hotel.- Chris la quería detener, Jane era simpática pero
seguía siendo una niña. Quizás para ella sería excitante, pero él regresaría a
Boston con sus amigos y la mala vida, y no se quedaría con ella. Al llegar al
hotel ella estaba insegura de dar el siguiente paso.
- Jane, eres
muy dulce y eres la única amiga que tengo en Arkham, pero no deberías acercarte
tanto. Yo me iré en cuanto encuentre a Ray, o sepa lo que le ocurrió. No te
ofendas, pero odio este lugar y estos han sido los peores días de mi vida.
Peores que cuando asaltaba borrachos en la estación de tren para comprar mi
heroína. No soy la clase de sujeto que quieres para ti.
- Supongo que
tienes razón.- Se le lanzó y se besaron por un muy largo tiempo.- Te odiaré en
cuanto me dejes sola, pero mañana nos podremos ver. Déjame disfrutarte mientras
te tengo.
Chris subió a su habitación
visiblemente más relajado. Sabía que la locura estaba a un paso de distancia.
Sospechaba que tampoco podría dormir. Pero ahora tenía un plan. Crear
conciencia en el pueblo acerca de la incompetencia del sheriff, indagar sobre
la desaparición de Ray, mantenerse fuera de logias, manicomios y cárceles.
Siempre y cuando estuviera en su habitación, toda la noche si fuera necesario,
estaría bien. Nada de visiones ni monstruos, ni horrores.
Las luces de su habitación
estaban prendidas. Algo estaba mal. Del baño se escuchaban ruidos. No estaba
solo. Entró con un pie en el marco de la puerta. Del baño salió el extraño. No
le llamó la atención que estuviera desnudo y sudoroso, sino que fuera él. No
había duda en ese sentido. Era el mismo rostro, los mismos ojos, el mismo
cuerpo y hasta los tres lunares en fila que tenía en el muslo, heredado de su
madre. Estaba viéndose a si mismo. Tampoco era una aparición, pues terminó de
abrir la puerta del baño y sostenía un largo cuchillo. Antes de preocuparse por
el arma reparó en sus ojos. Grandes, rojos, pupilas dilatadas. Estaba tan tenso
que temblaba, el cuchillo en su mano estaba firme. Pasaron un par de segundos,
mirándose los unos a los otros, hasta que el Christopher Morris desnudo se
lanzó contra él, gritando a todo pulmón con el cuchillo sobre su cabeza.
Asustado, Chris cerró la puerta y dio un brinco hacia atrás, cayendo de sentón
con la espalda en la pared.
Todo lo que había logrado de
reparar aquella correa se había desatado en un segundo. La presa había caído,
ahora las aguas de la locura lo inundaban con violencia. Salió corriendo del
hotel, brazos agitándose de un lado a otro y gritando en chillidos aterrados.
Los pocos pensamientos coherentes que flotaban sobre todo aquel pavor iban
dirigidos a una única meta. Tenía que salir de Arkham tan rápido como fuera
posible. No tenía otra opción. Trataría de investigar la desaparición de
Raymond desde el continente. El primer ferry era a las cinco de la mañana.
Han empezado las quejas. Al principio nadie las tomaba
en serio, trabajadores desaparecidos e historias de fantasmas. Ahora hasta los
artistas quieren irse. Olga se ha colocado como la líder del motín. La verdad
es que Tom hará lo contrario de lo que deseé mi amado Amadeus. ¿Qué tan ciegos
tienen que estar para no darse cuenta que su genialidad podría salvarnos a
todos? Quieren irse del pueblo. Amadeus aún tiene mucho trabajo por hacer, y la
Orden Esotérica de Dagon aún no ha cumplido con todas sus labores. Hay algunos
que son más fieles a mi amado que a Tom, pero la mayoría se alinea con Olga.
- Roy, he oído que tu hijo se rompió la pierna.- La
carpa de Roy “el Hombre más fuerte del mundo” ya tenía todos sus arcones, y los
de su esposa e hijo, preparados para irse.
- No es sólo por eso Amadeus. Este lugar me da mala
espina.
- ¿Eso es todo? Te ponen nerviosos los fanáticos
religiosos, si eso fuera cierto no nos detendríamos en la mitad de lugares en
los que nos detenemos. Sé honesto conmigo, ¿qué dice tu esposa?
- Sí es por Mortimer.- Amadeus le hizo una seña a
Mortimer, de diez años, para que se acercara. La pierna estaba rota y
necesitaba un médico. Podía sentirse la protuberancia del hueso salido. Amadeus
le tomó de su pequeña pierna y con crujido seco, la curó.- Hijo, ¿te sientes
bien?
- Es un milagro.- Roy se lanzó sobre Amadeus en un
abrazo que por poco lo parte en dos.
- Eres de verdad, no lo puedo creer. Siempre lo
sospeché, aunque Jill nunca me creía, pero yo sabía que esas sanaciones eran
reales. Cuenten con nosotros tres, nos quedamos hasta que tú digas.
- Si tan solo todos fueran tan fáciles de convencer,
Olga es mi amiga y no hago que ceda.
- Bertha, déjame decirte algo de tu amiga. Se ha
adoptado a una criatura. Por eso se quiere ir, según ella no se la robó, sino
que la encontró en el bosque.
- No puede hacer eso, ¿qué tal si los padres nos hacen
arrestar a todos?
- Sólo hay una solución.- Amadeus cortó toda nuestra
plática inútil y la convirtió en acción. Corrimos a la carreta de Olga y la
abrimos de golpe.
- Dios mío.- Era la niña del bosque, el fantasma sin
corazón que me perseguía por donde fuera.
- ¿Qué creen que hacen?- Olga se vistió apenas con una
sábana y se colocó frente a la niña.
- No te puedes robar niños Olga. ¿Esa es la razón por
la que te quieres ir? Me das pena.
- No la robé, ella vino a mí. Se llama Vivian McVey y
está muerta del susto con esta ciudad. Y yo también. Hemos estado aquí por más
de dos semanas. Todos estamos nerviosos.
- Imaginé que tratarían algo así.- Tom nos sorprendió
en el umbral de la puerta. Amadeus y yo salimos con él.- Nos vamos de aquí, si
ustedes quieren quedarse, lo pueden hacer.
- Imposible,-dijo Amadeus.- todos deben quedarse aquí.
- Ya lo oíste Tom. Nos quedamos todos.
- No puedo entender cómo te transformaste en una niña
tonta por él. Despierta Bertha, te está usando. Lo que sea que se traiga con
Tiberius Crane y compañía, es su problema.
- Tom, no me estás entendiendo. Nos quedamos, porque
de lo contrario todos sabrán que tú mataste a la hija de Olga.
- Fue un accidente.- Gozlen estaba pálido.- Juraste
que lo olvidarías.
- La embriagaste porque querías echártela, pero la
pobre chica se ahogó mientras vomitaba.
- Nadie te creerá.
- No es la primera vez que te atraen las niñas de 13 o
14 años, eso lo saben varios.
- Es inútil,- interrumpió Amadeus.- nos quedamos, pues
no puedes permitir que el circo entero conozca tus indiscreciones. Lo que es
más importante, hay una tormenta terrible y el ferry no puede navegar.
- ¿Tormenta?- Tom volteó al cielo, nublado como todos
los días, pero seco.
- Vamos Bertha, tenemos mejores cosas que hacer.-
Dicho esto, se desató el diluvio.
Chris pasó horas sentado en una
cafetería mirando hacia el suelo. La saliva escapaba de su boca. Nadie se
atrevía a molestarlo. Podía escuchar la tormenta, pero no le molestaba. Su
razonamiento era sencillo y efectivo, si no veía ni oía nada, entonces nada
podría asustarlo. ¿Había imaginado lo ocurrido en su habitación? Sabía que
tenía que decir que sí, aquella respuesta debería ser la respuesta correcta, la
elaborada por la sociedad. Mientras se iba de la cafetería y caminaba en la
lluvia se dio cuenta que no había sido su imaginación. Tampoco había sido su
imaginación en las grutas, ni en el bosque, ni en ninguna parte. No estaba
loco, no estaba viendo cosas. Aquellas cosas existían. El hombre en su
habitación era él, y estaba loco como una cabra. Sintió que era mejor
aceptarlo, aunque no pudiese entender cómo era posible, que seguir culpando de
todo a su imaginación.
La tormenta empeoró y al
acercarse a la playa no pudo ver más que las sirenas. El único camión de
bomberos estaba ahí. Un paramédico aburrido le explicó la situación. En el puerto
un barco se había acercado demasiado rápido. El choque había inutilizado el
muelle, nadie podría salir ni entrar por un par de días. Estaba encerrado.
Christopher se terminó de convencer. Todas sus esperanzas de salir de ahí
relativamente intacto, con o sin la verdad sobre Raymond, se habían derrumbado
por completo. Muertas, sin posibilidad de revivir. No terminaría bien. Chris
disfrutó la demencia que lo empujó a caminar hacia el norte. Tampoco terminaría
bien para quienes habían lastimado a su hermano. El psiquiatra degenerado era
el primero en su lista. Interrogarlo, torturarlo o matarlo. Las tres eran
posibilidades muy reales. No tenía objeción sobre ninguna de las tres. Aquel
conocimiento lo mantuvo cálido en la helada tormenta hasta llegar al Hospital.
En el camino se había comprado cigarros y comida. Su desayuno
en la oscuridad, cuando la tormenta cedió, le supo a gloria. Empezaba el
viernes. Cuatro días sin dormir y sus músculos estaban más allá del dolor.
Disfrutó del amanecer sentado en un tronco muerto a un lado del
estacionamiento. Había revisado los pocos autos estacionados, uno de ellos
tenía un gafete colgando del espejo retrovisor con el nombre de Laurel Abbott.
Al menos estaba la hermana.
La vio poco antes de las seis de
la mañana. Caminaba por los bosques de la parte trasera del Hospital. Cuidando
de no acercarse demasiado a los enfermeros y guardias que llegaban para empezar
a trabajar, fue rodeando la propiedad. Laurel parecía asustada. Corría hacia el
claro, mirando sobre su hombro. Algo la perseguía. Chris corrió hacia ella
cuando vio a las dos figuras. Eran dos hombros gordos, con ropas sucias y
maquillaje corrido de payaso. Corrieron detrás de Laurel y se acercaron a un
paso. Los payasos lo miraron y huyeron despavoridos. Su mente ya no podía
preguntarse la lógica de los eventos, simplemente concebía su meta y lo que era
necesario hacer. Laurel se quedó en el suelo, viendo cómo huían los payasos y
no se alegró al ver a Chris.
- No voy a
dormir hasta que sepa qué le ocurrió a mi hermano Raymond. Ahora, no quiero que
se haga ilusa, ni quiero que me mienta. Si lo hace, desearía haber sido
secuestrada por esos payasos.
- No sabes lo
que quieres.- Chris comenzó a patearla en el suelo hasta que Laurel lloró.-
Está bien, está bien. Lo conozco, pero no mucho. Era parte de la logia de los
santos del Miskatonic.
- Imposible,
mi hermano era un devoto adventista.
- ¿Quieres
saber la verdad o quieres seguir persiguiendo ilusiones?
- El echarte
a tu hermano no te hace Freud.
- Pero es
real. Ayudaba a Nestor y a Henry en sus experimentos. Era nuevo en la isla. La
última vez que lo vi fue el viernes. Llevé a Henry a la logia en mi auto. Lo vi
adentro, sé que estaban con alguien más. Alguien nuevo. No sé quién porque no
permiten entrar a las mujeres.
- El viernes
en la noche, -dijo Chris, recordando lo que Ben le había dicho en el hospital.-
Mitchum y Abbott empujaron una camilla en el área de experimentación. Había un
tercero, ¿quién es?
- No sé nada
de eso, el viernes dormí en mi casa. No sé quién más estaba en la logia, no le
vi la cara. Vestía muy casual, con chamarra de cuero. Desentonaba.
- Dijiste que
era nuevo, pero había estado un tiempo en la isla, ¿dónde dormía?
- Tenía su
departamento aquí. #34 Maple Street, interior 4. Dejaba la llave debajo del
tapete. Quizás está en el continente, la verdad no lo sé. ¿Qué le harás a mi
hermano?
- Eso es
entre tu hermano y yo y el médico forense.
No le costó trabajo encontrar el
edificio. Los inquilinos, casi todos de vacaciones, se sobresaltaron al ver al
vagabundo oloroso y tembloroso que subía las escaleras. La llave estaba donde
Laurel dijo que estaría. No sabía qué esperaba, pero temblaba tan fuerte que
apenas y podía tomar la perilla. Esperaba monstruos, visiones de criaturas que
no debían ser, dobles desnudos armados con un cuchillo. No pudo abrirla y gritó
de desesperación. Estaba en su último nervio. Le tomó tres intentos abrir la
puerta, y otros dos para empujarla. Nada se movía en el interior. El lugar
parecía vacío, pero no ordenado.
Ray había estado ocupado en los
días en que usó el departamento. Periódicos y libros tirados por todas partes.
En la pared sobre su cama había escrito con gruesas letras de gis “Semilla de
la destrucción” y pegado con cinta adhesiva había una frase en un lenguaje
cuneiforme que no había visto antes y una traducción debajo que leía “el padre
de la semilla no es del reino de los vivos”. En el buró de la cama había un
libro sobre la historia de la masonería con numerosas anotaciones y
separadores. Recortes de periódico sobre Vivian McVey. En un cuaderno había
anotado árboles genealógicos de la familia Crane y detalladas crónicas de los
extraños rituales que se llevaban a cabo en la logia, bajo el título “Orden
esotérica de Dagon”. En la pequeña mesa de la sala, que también servía de
improvisada cocina, tenía planos del hospital de Abbott y esquemas de los
experimentos, entre ellos el ataúd de acero, con las piernas y brazos
extendidos. Entre las hojas del cuaderno había una fotografía, varios
enfermeros y técnicos con el doctor Abbott, mostrando cómo introducir la madeja
de cables dentro del ataúd. Uno de los técnicos era Bruce Jackson.
Chris se detuvo frente al
librero. Los únicos adornos eran un idolito de Dagon en pesada piedra negra, y
un par de fotografías familiares. Una de ellas con toda la familia Morris
reunida. Norman y Lucrecia sostenidos de la mano, entre ellos Ray y Chris. Era
navidad, hacía un millón de años, antes de la muerte de Norman, el alcoholismo
de Lucrecia y la desaparición de Ray. La otra fotografía era del funeral de
Lucrecia. Chris no había asistido al funeral de su mamá, la culpa no se lo
permitía. Mientras él estaba fumando crack debajo de un puente, acompañado de
prostitutos y vagabundos, Ray lo odiaba en secreto por haber faltado. Chris extrañaba
a Ray, y lo que más le dolía de haberlo perdido era la oportunidad de
redención. Los brazos de su hermano, sólo ahí encontraría la paz que buscaba.
Alguien abre la puerta.
Instintivamente tomó el idolito y de un brinco se colocó detrás de la puerta,
moviéndose en puntitas y sin hacer ruido. Reconoció el uniforme de inmediato.
El sheriff. En cuanto puso un pie en el diminuto departamento, Chris le golpeó
en la cabeza con el idolito. Le quitó el arma y lo arrastró hasta el radiador.
Luego de esposarlo y quitarle el anillo, lo despertó a base de cachetadas.
- Estás
muerto.- Chris le metió el anillo masónico en la boca y lo obligó a tragárselo.
- No quiero
estar ahí cuando eso salga. Raymond, ¿quién lo mató y por qué?
- No sabes
nada, puedes correr en círculos por años.
- Es inútil.-
Le metió un calcetín en la boca y, con la culata de la pistola le dio un golpe
en la nuca.- Lo intenté por las buenas, es hora de hacerlo por las malas.
La tormenta había sacado tantas flores submarinas y
esponjas que un buen pedazo de la costa se iluminaba fantasmagóricamente en
amarillo y rosa. Caminar entre aquellas plantas era como estar en un sueño.
Amadeus era lo único que lo hacía real. Sin embargo, mientras nosotros dos nos
disfrutábamos mutuamente, en el circo se gestaba un motín. Olga y los payasos
se querían ir, estaban desesperados. Tom estaba de su parte y trataba de
negociar con Tiberius y Rudolph Crane, mientras que Laurel Abbott, apenas una
niña, le lanzaba monedas y piedras a los hermanos Farrely. Habían aprovechado
nuestra ausencia para exigirle a los Crane que reabrieran el puerto y los
dejaran salir. Roy habló de parte de Amadeus, pero no era lo mismo. Necesitaban
mirarlo para poder experimentarlo.
- He visto el puerto, los daños no son tan graves.-
Tenía a Vivian tomada de la mano. Quería, necesitaba, salir de la isla para
poder empezar una vida nueva para Vivian, la vida que su verdadera hija no pudo
disfrutar.
- Mugrosos.- Laurel le tiró piedras a los Farrely y
Lovette trató de detenerla, pero Amadeus le tomó del brazo y con una mirada le
ordenó dar unos pasos atrás.- No se irán de Arkham.
- Tom, si el puerto está inutilizado, no podemos
salir.- No podía verme a los ojos, sabía que yo podía jugar la carta más alta
en cualquier momento. Por eso había hecho su ataque mientras nosotros nos
habíamos ausentado. Gozlen, el cobarde de siempre, comenzó a tartamudear.- Esa
banda de vagabundos de hecho te escucha, por razones que nunca entenderé. Ahora
ve allá y convéncelos de quedarse, no tienen otra opción.
- Tú no entiendes Bertha, los trabajadores han
amenazado con violencia.
- Ese es tú problema, no el mío.- Gozlen trató de calmar los ánimos. Empezaron los gritos y
los empujones. Los trabajadores culpaban a los artistas, los artistas culpaban
a Tom.- ¿Qué hacemos?
- El circo es nuestro pasado, ya no importa.- Amadeus
señaló a Rudolph y a Abbott.- Ellos ya no importan. Quemen la carpa.
- Pero Amadeus, eso es una locura.- Me tomó de los
brazos, fuego en los ojos.
- ¿Confías en mí?, ¿acaso no soy más que un hombre? Tú
mismo lo has dicho.
- Lo eres, y confío en ti.- Tiraron gasolina blanca
sobre las carpas y los camiones y le prendieron fuego. Las llamas se propagaron
rápidamente. Entre el humo pude ver a Lovette y a su hija, abrazadas y
llorando. Olga trataba de escapar, jalando a Vivian del brazo. La carpa cayó
sobre ellos, nada salió.- Es lo más
horrible que he visto, por favor mi amor, explícamelo todo.
- Estás siendo una carga para mí.- Estaba ebrio de
poder mientras los Crane y los Abbott celebraban las llamas y se intoxicaban
con el olor de la carne.- Debes quedarte aquí, yo debo ascender sólo. No te
veas sorprendida, ese es el destino de todo gran hombre.
- ¿Y qué se supone que haré aquí?- No me respondió. Me
rompió el corazón cuando se fue hacia la mansión de la colina, dándome la
espalda sin mirar atrás. Estaba confundida, pero sabía una cosa con toda
seguridad, no iba a dejarlo así como así.
Había recorrido casi toda la
costa sur, donde se reunían los pescadores, buscando a uno que aceptaría
llevarlo hasta el continente. Ninguno aceptó el trabajo. La tormenta había
traído la muy temida marea muerta. Cientos de esponjas multicolores yacían en
la arena, pudriéndose y trayendo mal olor. Según el folclore de la zona, las
mareas muertas eran de mala suerte, nadie sobreviviría a las aguas del
Miskatonic. Contaron de marinos expertos cuyas embarcaciones eran sumergidas
por seres subacuáticos. Otras historias contaban que las plantas que eran
vomitadas del fondo del Miskatonic, daban vida eterna si se comían o fumaban.
Casi todos los marinos y pescadores que confrontó le hablaron sobre las leyendas acerca de la
familia Abbott y su extraordinaria edad.
Estaba atorado en la isla y con
un sheriff secuestrado en el departamento de su hermano. Se alegró de haberle
robado el arma, al menos podía defenderse. No tenía suficientes balas para los
horrores que había visto, y lo sabía,
pero el frío acero en el cinto le daba cierta seguridad. Brincó del susto
cuando sintió la mano en su hombro.
- ¿Estás
bien?- Era Denise.- La última vez que te vi estabas… Mal. ¿Pudiste dormir?
- No, y me
está volviendo loco. Tengo que salir de aquí.
- Nadie zarpa
con marea muerta, es de mala suerte. Por cierto, sobre mi novio, quiero que
sepas que no es nada serio. Le digo que es mi novio, pero ni me cae tan bien.
- Tu novio… ¿Dónde está?
- No, mejor
déjalo así. No le dije sobre nosotros, no tiene porqué saber.
- No lo digo
por eso, él conoció a mi hermano. ¿Es masón tu noviecito?
- ¿De qué lo
estás culpando?
- Sé que le
gustan las botas.- Dijo Chris, recordando la marca en la mancha de sangre en la
logia.
- A ti
también.
- Yo llegué
el domingo. ¿Dónde está maldita sea?
- En el hotel
Crane, junto con la mitad de la isla de Arkham. Te equivocas sobre Bruce, y te
lo voy a demostrar. Vamos.- Usando la motocicleta de Denise llegaron en cinco
minutos al hotel. Una turba se había reunido. Gritaban consignas contra la
policía del pueblo, mientras que Ed y Charlie Crane discutían acaloradamente.
- Todos
sabemos que Mitchum hace un pésimo trabajo.- Le dijo uno de los manifestantes.-
Pero se ha cruzado la línea. No han movido un dedo en el caso de Vivian McVey,
ni en el de Raymond Morris. Es casi como si no quisieran encontrarlos. Lo peor
de todo, escuchamos que Mitchum estaba aquí, pero nadie ha podido encontrarlo.
Eddie Crane está de nuestro lado, pero llegó su hermano para pedirle que nos
convenza de desistir y regresar a casa.
- Ahí está.-
Denise le hizo señas a su novio, quien no parecía estar feliz de ver a Chris.
- Señores por
favor.- Ed Crane se subió a una de las mesas de su restaurante y pidió
silencio.- Ustedes me conocen, saben que comparto sus inquietudes. Pero Charlie
tiene razón.
- Esto va a
ponerse feo.- Chris tomó a Denise de la mano y se resguardaron en el hotel,
donde Bruce atacó a Chris con un ladrillo. Adolorido, Chris empujó su peso
hasta la cocina.
- ¡Vendido!-
Alguien le tiró una piedra a Ed, quien se resbaló y cayó al suelo. Estalló la
violencia.
- Hijo de
perra.- Chris se defendió y le dio una patada en la entrepierna.- ¿Qué le pasó
a mi hermano? Sé que lo conoces, tiene una foto donde apareces tú con las
torturas del doctor Abbott.
- Sólo fue un
trabajo de un día. Raymond me ayudó a cargar cajas de equipo al hospital
psiquiátrico, eso es todo.- Denise tomó un ablandador de carne y le dio en la
espalda.
- ¡Chris!-
Jane se había ocultado en la cocina y apuntaba temblorosa hacia la puerta.
- Christopher
Morris.- Era el pastor Crane. Chris sacó su arma, le dio un golpe a Bruce y le disparó dos veces en el pecho al pastor
Crane. Bruce y Denise dejaron de pelear y Jane gritó asustada.
- Eso es por
mi hermano. Vamos Jane, te sacaré de aquí. Denise, ¿vienes conmigo?
- Podemos ir
por atrás.- Dijo Jane, señalando a la salida de emergencia. Bruce, adolorido y
sangrando de la cabeza, se acercó al pastor Crane.
- Lo mataste…
Irás a prisión por esto, ¿no te das cuenta lo que has hecho?
- Espera un
segundo,- Denise detuvo a Chris y a Jane.- se mueve. ¿Podemos llevarlo a la
clínica?
- De ninguna
manera.- Se acercó para disparar de nuevo y se dio cuenta que no había sangre.
Se alejó instintivamente mientras el pastor se paraba en cuatro patas,
sostenido por los dedos y los pies. Sus dientes se cayeron al unísono, en su
lugar crecieron afiladas puntas metálicas. Necesitaba alimentarse y se lanzó
sobre la víctima más cercana, Bruce Jackson.
- ¡Bruce!
- Denise, no
te acerques.- Chris la tomó del brazo y corrieron a la salida de emergencia.
Crane devoraba el rostro de Bruce a mordidas, saboreando su sangre.
Le dieron la vuelta a la
manzana. La manifestación continuaba en una batalla campal, aunque algunos se
habían marchado a la oficina del sheriff para causar destrozos. Usaron la
motocicleta de Jane para escapar de ahí. Christopher quería dejar a Jane en un
lugar seguro, su casa. Ella había insistido en que quería quedarse con Chris,
pero era muy peligroso. Los tres apretados en esa motocicleta hicieron quince
minutos hasta el domicilio de Jane. El edificio en el que la lectura del tarot
de Madame Lovette ocupaba el subsuelo. Su mamá, aún vestida como gitana, la
esperaba nerviosamente fumándose un cigarro tras otro.
- Por alguna
razón,-dijo Chris.- no me extraña. Dile a tu mamá que espero que se haya
equivocado con las cartas.
- Rara vez se
equivoca.- Jane le robó un beso y se abrazaron. Ambos sabían que no se verían
de nuevo, no era necesario decirlo. Se agradecieron mutuamente y se separaron.
- ¿Adónde vas
a ir asalta-cunas? Quiero volver al hotel, quizás Bruce esté con vida. No me
caía bien, pero ésa no es manera de terminar. Tú no deberías ir, la policía te
estará buscando.
- Iremos al
hospital del doctor Abbott.
- ¿Iremos? No
me gusta ese plural.- Chris sacó su arma y le apuntó.
- Vamos, o te
mato.
No podía quedarme en el circo. Amadeus tenía razón,
era el pasado. Mi futuro estaba con Amadeus, le gustara o no. Lo seguí
cuidadosamente por el camino del bosque que termina en la entrada secreta de la
vieja mansión. Esperé veinte minutos antes de pasar por aquella diminuta salida
tallada en la piedra. Había visto el pozo desde el nivel subterráneo de Arkham,
ahora podía ver la sala del pozo. Habían decorado las paredes y el suelo de
mosaicos con tapetes y largas mantas en
la pared con el dibujo de Dagon. Me oculté en el ducto secreto para contemplar
el ritual secreto de la Orden esotérica de Dagon.
Los esoteristas formaban un semi-círculo alrededor del
pozo. Dentro del semi-círculo habían personas encadenadas y amordazadas que
luchaban por liberarse. Alrededor del pozo se encontraban Tiberius y Rudolph
Crane, recogiendo el moho que se formaba en su interior y comiéndolo con
desesperación. El coro de esoteristas pasaban del latín a una lengua que no
conocía, pero pude reconocer el nombre de Dagon, Cthulhu y Yog-Sothoth.
Tiberius Crane se volvió loco y comenzó a brincar como
un chimpancé. Armado con una baldosa se lanzó sobre uno de los prisioneros y lo
mató a golpes. Me obligué a verlo, el hechizo de Amadeus perdía su efecto y
necesitaba castigarme por haberme enamorado de él de esa manera. Cuando el
prisionero murió, un enorme lago de sangre a su alrededor, Tiberius se excitó.
Comenzó a violar el cadáver por la
abertura en el cuello que había provocado con todos sus golpes. Dejaron que
Tiberius gozara de su necrofilia mientras que Rudolph reía en el suelo, la
droga se había apoderado de su sistema. El grupo de esoteristas disfrutaban
aquella locura, y los gemidos de pánico de los prisioneros sólo los excitaban
más.
- Ya es suficiente.- Gregory Abbott rompió el
semi-círculo de esoteristas. Se quitó la capucha del hábito rojo y se acercó a
Rudolph.- Tiberius era uno de los santos del Miskatonic, pero ya ha llegado su
hora. Lo viejo debe dar lugar a lo nuevo, para que lo nuevo garantice un lugar
a los Antiguos y verdaderos Dioses. ¡Ven Rudolph y bebe de su sangre!
Con
una daga le cortó el cuello a Tiberius y dejó que Rudolph bebiera de su sangre.
Cuando terminó llamó a sus hijos Henry y Laurel y también bebieron de su
sangre. Cuando se satisficieron tuvieron que separarlos, pues copulaban como
perros. Empezaba la atracción principal. Amadeus se desnudó y fue colgado de
brazos y piernas por encima del pozo, sostenido en largas cadenas que provenían
de poleas en el techo. Estaba a cinco metros sobre el pozo, pero pude ver en su
rostro que la sensación era como estar dentro del agua. El Miskatonic terminaba
en ese punto, su podrida agua era alimento de almas igualmente podridas. El
insoportable hedor me mareaba.
- El día se acerca, ya está plantada la semilla de la
destrucción.- Amadeus gritaba, su voz se había tornado ronca y primitiva.-
Hínquense y adoren a la semilla de la destrucción.
- No tan rápido Amadeus.- Le corrigió el joven Charlie
Crane.- El padre de la semilla de la destrucción no es del reino de los vivos.
Tú tan sólo eres el inicio.
- Eso no es lo que prometieron.- Finalmente, Amadeus
se dio cuenta que había sido engañado, de la misma manera en que yo había sido
engañada.
- ¡Su herida!- La herida que Lovette le había
provocado aún seguía joven. La cicatriz y la costra se abrieron un poco, debido
a la posición de su cuerpo encadenado, y unas cuantas gotas cayeron hasta el
río subterráneo.
Algo
rugió desde las aguas. Todos los reunidos huyeron sin pensarlo dos veces. Era
suicida permanecer allí. Desde lo más profundo del Miskatonic se levantó una
criatura antediluviana. Sus formas y colores diseñadas por un dios ciego y
torpe. Alzó un largo tentáculo cubierto en moho grisáceo, al final de la
extremidad se abría una flor carnosa cuyos pétalos eran masas informes de
rojiza carne, largos pero finos pistilos cubrieron el cuerpo de Amadeus. Gritó
y pataleó desesperado, pero el dios quería su sacrificio. El edificio tembló,
la criatura desde abajo estaba empujando. Los mosaicos se salieron de lugar,
las piras que iluminaban el recinto con su fuego cayeron al suelo y provocaron
un incendio al encender a los tapetes y tapices. A un lado del robusto
tentáculo se alzaron protuberancias cubiertas en limo negro que tenían hocicos
por todas partes. Cada hocico tenía docenas de afilados dientes metálicos que
fueron escalando fuera del pozo y que, apoyados sobre el tentáculo, encontraron
su presa. Los hocicos devoraron a Amadeus a mordidas, arrancando pies y manos
primero. No pude seguir viendo, tenía que huir de ahí, antes que perdiera mi
cordura para siempre.
Denise detuvo la motocicleta en
la parte trasera del hospital y entraron por la entrada secreta. El área de
experimentación no estaba vacía. Escuchó la voz de Abbott y presionó a Denise
para que siguiera caminando, el cañón del pesado revólver clavado en su
espalda.
- Finalmente
pasó, Christopher te has vuelto loco.
-
Probablemente.- Henry y Laurel Abbott los vieron entrar y quedaron inmóviles.-
Pero no confío en ti, te conocí de manera sospechosa. El sheriff está metido en
esto.
- Déjala ir.-
Dijo Henry.- Tienes razón, ella estaba ahí para vigilarte. No queríamos que perdieras
la razón. ¿Por qué crees que les fue tan fácil escapar de este lugar?
- ¿Dónde está
el ataúd?- Dejó ir a Denise, quien corrió hasta la entrada de la sala de
experimentación, sudando y temblando de miedo. Abbott señaló al techo.
- Donde
siempre ha estado.- El ataúd colgaba del techo sostenido por cadenas y un
sistema de poleas. Chris se acercó más, pero se olvidó de inspeccionar el lugar
con cuidado.
- Maldito
mugroso.- El sheriff Mitchum le sorprendió por la espalda y le dio con su
macana. Chris cayó al suelo, la pistola se deslizó por el suelo de mosaicos.-
Por poco me rompo el brazo buscando mis llaves para las esposas.
- Te perdiste
la fiesta en el hotel Crane.- Mitchum se lanzó contra él, Chris aprovechó que
estaba en el piso para empujarse con los pies en el pozo y deslizarse hasta el
arma. Le disparó dos veces. Ésta vez hubo sangre y murió casi de inmediato.- No
saldré vivo de esta isla, pero ustedes tampoco. Ahora baja ese ataúd. Tomaré a
mi hermano y nos iremos de aquí.
- Muy bien
Chris, como tú quieras.- Abbott apretó un botón y las cadenas se deslizaron por
sus rieles, bajando el aparato de metal y alejándolo del pozo.- Los seguros
están sobre el ataúd.
- Péguense a
la pared, no quiero sorpresas.- Los Abbott lo hicieron mientras buscaba entre
los botones y seguros sobre el ataúd. Finalmente dio con ellos y el ataúd se
abrió por la mitad. Pero no era su hermano quien estaba en el ataúd, sino él.
- ¿Quién
crees que mató a tu hermano?- Ed Crane y su hermano, ahora de regreso a la
normalidad, entraron a la sala de experimentos.
- No.
- Tu maleta
nunca se perdió.- Dijo Ed.- La dejaste ahí. Nunca hubo carta, no fue robada.
- El hombre
en chamarra de cuero.- Dijo Laurel.- Eras tú, pero no te lo quise decir.
- Imposible,
yo llegué aquí el domingo.
- ¿La mancha
de sangre en la logia? Es tu bota.
- Anabelle
Beck me reconoció… No, no puede ser.
- Pero lo
es.- Dijo Charlie Crane.- Te pidió que vinieras, quería darte noticias
importantes.
- No, no me
lo creo ni por un segundo.
- Tu
ignorancia te hizo estallar y lo mataste en la logia.
- Imposible,
¿por qué haría eso?
- Por la
semilla de la destrucción.- Dijo Laurel.- ¿La persona que acompañó a mi hermano
y a Nestor a llevar la camilla? Eras tú. El de la camilla era tu hermano.
- ¿Por qué no
lo recuerdo?- Miró el ataúd de nuevo. No había duda, era él quien estaba en
coma.
- Tu hermano
te dijo que ustedes dos podían ser la semilla de la destrucción, cuando mataste
a Raymond sólo quedaba una cosa por hacer. Encerrarte en el ataúd. Lo habíamos
probado cientos de veces. Nunca antes habían podido estar en dos lugares a la
vez. Tu mente confeccionó el recuerdo de llegar a la isla, dándote una razón
tan profunda y un impulso tan fuerte que te permitió existir de esa manera tan
especial, entre el mundo de los muertos y el de los vivos.
- Por eso no
puedes dormir, y por eso has estado viendo tantas cosas que los vivos no
podrían ver.
- Pero yo
estoy vivo, éste es un simple muñeco.- Lo tocó y era su cuerpo, no había duda.
- Te dejé el
diario de Bertha Gozlen para que lo entendieras todo, al parecer no te gusta
leer.
- La semilla
de la destrucción,- recordó las anotaciones de su hermano.- su padre no es del
mundo de los vivos.
- Por eso
tardamos tanto. Ésta era la única manera. Teníamos que sacarte a ti, o a tu
hermano, del mundo de los vivos, pero a la vez sin matarte. Ésta fue la mejor
manera.
- El padre de
la semilla…- Miró a Denise, quien se acariciaba el vientre cariñosamente.- No…
- Has hecho
bien Christopher, tu semilla vivirá para siempre.
- No, no es
justo.- Recordó a su madre, colgada del techo. Recordó cómo mató a su hermano,
al reventarle el cráneo con un candelabro dorado. Ahora había condenado al
mundo entero.
- Cualquiera
de nosotros daría un brazo para un honor como ese.
- Darán más
que eso.
Le disparó hacia Laurel en la
cabeza, matándola instantáneamente, mientras que se lanzaba sobre Henry Abbott.
En el forcejeo hundió el cañón del revólver en su ojo y jaló el gatillo. El
cerebro estalló contra la pared. Buscó con la mirada a Denise, pero ella se
había marchado hacía tiempo. El pastor Crane mostró sus afilados colmillos y se
lanzó contra él. Evadiéndolo a tiempo pudo correr hacia el ataúd. Se lanzó
sobre él, hipnotizado por su propio cuerpo, tan conocido y a la vez tan ajeno.
Las cadenas se desplazaron hacia el centro del pozo. Crane aulló como un
demente y de un salto se colgó del ataúd de acero. La bestia en el fondo del
Miskatonic comenzó a rugir. Crane se dio cuenta de su error demasiado tarde,
pero Christopher lo tomó del brazo sin dejarle ir. Recordó a Amadeus, hacía
tanto tiempo, y le dio gracia el que siempre había deseado quedarse para
contemplar a Dagon. Ahora tendría la oportunidad. Chris no pudo verlo, pero fue
imposible no sentirlo. Embistió con una fuerza titánica, el suelo se levantó
como un escarpado monte, los mosaicos salieron volando, el pozo estalló en
pedazos. Sobre él, el techo y las paredes colapsaban. Un largo tentáculo se
aferró del suelo, cientos de casi invisibles pistilos transparentes envolvieron
al ataúd. Crane chilló de dolor, quemaban con la fuerza del ácido. Christopher
Morris apuntó su pistola a su dormida cabeza y, sonriente, jaló del gatillo.
El pastor quedó a solas con la
criatura. El ácido ardía, pero no dejaba de reír y llorar. Había sido un gran
honor servir a Dagon, y sin duda era un gran honor alimentarlo. Poco después de
que muriera devorado por los mal formes hocicos de un retorcido brazo alargado,
los primeros pisos cedieron y comenzó el incendio. La mansión se derrumbó en
cuestión de minutos, los prisioneros no pudieron escapar a tiempo. Denise miró
la devastación desde su motocicleta. Era terrible, pero a la vez era el signo
de una nueva época. La vida que se gestaba en su interior sería el final de la
época humana y el principio de la era de los dioses Antiguos, pues ella cargaba
con la semilla de la destrucción.
Finalmente huí de aquella maldita isla. Todos en
Arkham hablan del incendio y del circo. Finjo ser una vendedora de puerta en
puerta. Hasta ahora nadie ha descubierto mi pasado. Mis malestares matutinos han
empeorado, sé que estoy embarazada. No quiero ponerle el nombre de mi marido,
ni el del padre de la criatura, lo llamaré como mi padre, Norman Morris.
Después de todo lo que ha pasado no puedo sino preguntarme, ¿qué será de mi
Norman y sus hijos?, ¿podrán ser una familia normal? Aunque no he dejado de tener pesadillas sé,
desde el fondo de mi corazón, que Norman será feliz y que algún día, de alguna
forma, cambiará al mundo.
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