jueves, 23 de julio de 2015

Los condenados: Juan Calavera


Los condenados: Juan Calavera
Por: Juan Sebastián Ohem


            Marcus Dempsey había dejado de usar colonia desde que su matrimonio cayó al limbo. La ocasional mujer desesperada en los bares no suplió el vacío en su cama, de modo que cuando Marcus y Kate decidieron darse una última oportunidad, la colonia regresó, como también las camisas planchadas y la puntualidad. Saul Bornstein, su editor en el Malkin Tribunal, fue el primero en notar los cambios, entregaba sus notas a tiempo y su ortografía había mejorado. Marcus sabía que daba igual, nadie leía esa porquería amarillista y mucho menos su columna de mitos urbanos. Marcus se mantuvo tranquilo, sobre todo alrededor de la familia de Kate, quienes aún no terminaban de perdonar a su hija blanca por casarse con un negro en una carrera sin futuro. El hecho que Kate fuese pintora sólo lo hacía peor, pues para ellos eran dos carreras inútiles que no llegarían a ninguna parte. Sin embargo, en privado y entre sus amigos, Marcus celebró la reunión como si se casara de nuevo. Era cierto, Kate Ducar y Marcus Dempsey se habían casado muy jóvenes y tras un periodo de alejamiento y amoríos por rencor, su matrimonio se deshizo, pero también era cierto que ambos estaban listos para madurar y volverlo a intentar. Nick Morales fue quien le dijo de las reglas para esas situaciones. Nick era su amigo desde la universidad, aunque la verdad es que nunca lo veía casualmente y se habían alejado mucho con los años. Ni Marcus ni Kate podían preguntarse sobre relaciones durante el período de espera, la regla de oro era empezar de nuevo. Las semanas en que volvieron a vivir juntos en el departamento de Marcus fueron como un sueño, aunque se conservaban ciertos rencores. El arresto de Kate Ducar por el homicidio de la crítica de arte Angela Splaine despertó a Marcus como una patada de mula de su ensoñación.


            La llamada le llegó a su escritorio en la reducida redacción del Malkin Tribunal. Eran los 90’s y la gente ya no quería periódicos sensacionalistas con más ficción que realidad, sobre todo cuando el mercado estaba sobresaturado y la realidad demostraba ser más irreal que la ficción. Marcus terminaba su noticia sobre el racismo del alcalde Moore, aderezado con una historia sobre cómo el alcalde había violado a la mucama negra cuando era adolescente. No necesitaba evidencia, era factible y, como siempre decía Saul Bornstein, “si es factible es plausible, y si es plausible es noticia”. Kate logró comunicarle lo básico entre llantos, Marcus colgó el teléfono y se quedó pasmado unos instantes hasta que fue absorbiéndolo todo. Saul prácticamente lo lanzó por la puerta para mandarlo al precinto 12. En su atribulada juventud en Morton había sido llevado a ese precinto en más de una ocasión, sobre todo por vagancia y por sus locos amigos pandilleros. Ahora regresaba como adulto, pero con el miedo de un niño.
- Tome asiento.- El detective le señaló la vieja silla frente a su escritorio. La placa de bronce rezaba “detective Brian Murray”, una presentación muy sobria y seria para un hombre de mediana edad, avanzada barriga, avanzada calvicie, palidez en el dedo donde antes había habido un anillo y marcas de sudor en la camisa color hueso.
- Quiero saber qué pasa y quiero hablar con ella. Soy su esposo.
- Su esposa... Mire, esto es lo que sabemos, Angela Splaine fue asesinada en su casa esta mañana, su esposa salió corriendo de la casa, y al toparse con los vecinos se quebró en llanto. La señora Ducar dice que un ladrón se metió a la casa de la señora Splaine, por lo que he escuchado guardaría algunas obras de arte en su casa que valdrían la pena robar. Si Splaine tenía registro de sus obras de arte, los oficiales no lo encontraron.
- ¿Y qué hace aquí? Tiene que salir a buscar a ese ladrón.- Murray gruñó y se encendió un cigarro. Le miró con pena y le ofreció un cigarro. Kate le había pedido que dejara el vicio, pero en un momento así sentía las ganas de retomarlo.
- Nadie vio a su ladrón misterioso, quizás salió por el acceso trasero, o quizás no existe. No tenemos huellas de nadie más que de Splaine y de Kate Ducar. Su esposa admitió que Angela Splaine había arruinado más de una de sus presentaciones, y nunca le había dado una recomendación o crítica positiva. Y antes que mencione los guantes del posible ladrón, quiero presentarle las evidencias que, con toda seguridad, nos conseguirán un arresto sólido y cargos para la fiscalía. La primera es su huella en la sangre, y la segunda es la sangre en su ropa. Ella no puede identificar al asesino, pero sí estuvo cerca del asesinato.
- No tiene sentido, Kate nunca haría algo así, usted no la conoce.- Marcus trató de abrir el expediente que Brian tenía en el escritorio, pero el detective se lo quitó de las manos.- Eso no es todo lo que tienen. ¿Dónde está el arma mortal con sus huellas?
- Eso es lo único que ayuda a su esposa, Angela Splaine murió de un golpe a la cabeza con lo que parece ser una palanca. La posición de la herida y la sangre contra las paredes indican que el asesino podría ser alguien más, alguien más alto. ¿Quiere mi opinión?
- Sí.
- Consígale un buen abogado, pero prepárese para lo peor. Su esposa mató a esa mujer, no hay duda en mi mente.
- Quiero verla.
- Eso no se va a poder. Tenemos ocho horas para armar el caso y la tendremos en interrogatorio. No debería compartir detalles de la investigación con usted, pero por lo que Kate nos dijo ustedes dos están tratando de salvar su matrimonio y yo... no sé, he estado ahí y sé por lo que está pasando.

            Algo no había cambiado desde que era niño, la policía de Malkin sigue siempre el camino de menor resistencia. Era obvio que no buscarían al ladrón, Marcus tendría que hacerlo. Fraguó algo semejante a un plan mientras manejaba a su departamento. Se guardó el revólver que tenía bajo el asiento, sin saber para qué le serviría y trató de calmarse. Su mente trabajaba a mil por hora, corrió hasta su departamento para recoger un librito pequeño que Kate le había mostrado. Angela Splaine editaba ese libro cada año, agregando sus nuevas pinturas y quitando las que ya había vendido. Kate le había dicho que sus cuadros valían más de mil dólares entre los círculos de neófitos y mucho más entre los círculos de entendidos. Splaine tenía amigos poderosos, mismos que querrían hundir a Kate a toda costa. Marcus se figuró que el ladrón se habría llevado algo de valor y en ese caso habría tratado de venderlo. Realizó algunas llamadas entre sus amigos reporteros para tener una lista de anticuarios y mercaderes de arte que podrían comprar y vender artículos robados. Su plan no tenía nada más, sabía que ponía todos sus huevos en la misma canasta, pero nadie más lo haría.

            Tras su periodo de separación había perdido contacto con el mundo del arte pictórico en Malkin, pero recordaba bien a todos esos artistas bohemios, siempre afilando sus cuchillos y listos para traicionarse mutuamente. La idea de su Kate en una celda de cuatro por cuatro y uniforme naranja le daba náuseas, pero en su lento y tortuoso recorrido de posibles vendedores, ese pensamiento estaba pegado a su cerebro como una mosca sobre la comida, podía ahuyentarlo por un tiempo, pero siempre regresaba. Recorrió tiendas, galerías y anticuarios, tratando de buscar las pinturas de Splaine, mientras evitando la natural desconfianza del sub-mundo de venta y compra de arte robado. Uno de los últimos nombres era el de Evan Rogers, dos veces arrestado por venta de cuadros robados. La tienda trataba de ser una galería, pero parecía más una bodega o venta de garaje seguramente destinada para la clase de clientes que no pasan por ahí para comprar.
- Tengo de todo, por si le interesa hacer negocios.- Evan Rogers era un hombre más parecido a un peludo oso que a un mercader de arte. Tenía una mal cuidada barba de una semana, una camisa colorida con marcas de sudor, algunos anillos de oro, así como un diente de oro.
- Me interesa el arte de una Angela Splaine, muy provocativo.- Dijo Marcus, con su mejor tono de aburrido comprador. Dándole la espalda revisaba el libro y miraba hacia los cuadros, en su mayoría de arte moderno y completamente incomprensible para él.
- ¿Algún período en particular?- Marcus señaló los cuadros sobre su cabeza. Reconoció dos de Angela Splaine, así como varios objetos que debían valer fortunas como estatuillas y decoraciones de oro y plata. Dempsey escondió su guía de cuadros, pero Rogers no necesitaba verla para oler que algo andaba mal. Antes que pudiera acercarse más le mostró una escopeta recortada y con una mirada asesina escupió al suelo y dijo.- Creo que mejor te largas.

            Marcus salió de la tienda caminando en reversa. La policía no estaría interesada en esos cuadros, ni en sus intentos por liberar a Kate, pero la razón por la que se sentía tan estúpido era que no había podido hacer nada al respecto. El revólver seguía en la parte trasera de su cinturón, más como un tótem de buena suerte que como una herramienta eficaz. Trató de convencerse que no era un callejón sin salida, Rogers no podía ser el asesino, él sólo era el contacto de venta, pero sí sabría quién fue el ladrón y encontraría la manera de sacarle la información de una manera o de otra. El catálogo de Splaine incluía su dirección, la esquina donde Baltic conecta con Morton. Eso es lo que más recordaba de los artistas, gustaban tener un pie en un mundo y otro pie en el otro. Marcus había crecido en ese mundo, en Morton, y nunca terminaba de entender la obsesión por esos universitarios pintores de vivir o divertirse en Morton.

            Los uniformados que mantenían los dos accesos cerrados, estaban más ocupados por los pandilleros que perdían el tiempo con sus enormes radios, mostrándoles sus garrotes, bats y cuchillos, invitándoles a perseguirles. Marcus recordó esa diversión, los uniformados rara vez sucumbían a la presión de los insultos y los retos. Eso era en su época, antes de la invasión del crack, ahora cualquier pandillero podía estar lo suficientemente drogado para lanzar un ladrillo. Marcus se compró una coca-cola en la tienda frente a la casa y esperó con dedos cruzados por algún adicto al crack. No tuvo que esperar mucho, un idiota subió su viejo Shadow sobre la banqueta y casi se los lleva. Marcus pudo entrar por la puerta principal, agachándose para no romper la cinta amarilla. Cualquiera se habría sorprendido al ver la casa de la artista y crítica Angela Splaine, pero él no. Había conocido suficientes bohemios para estar preparado para cualquier cosa. La casa tenía paredes de cristal, a excepción de la habitación con baño completo, con apenas unos cuantos muebles para esconder el hecho que no tenía suficiente para decorar los amplios espacios, prefiriendo el estilo minimalista oriental. Eso simplificó su trabajo, encontró su agenda y la cita con Kate “presentación de sus obras y opinión personal”. Marcus sintió que sus rodillas le vencían, sabía que aquel era el gran impulso que su carrera necesitaba y del que había hablado por más de una semana sin parar. En la sala, o al menos una de las salas, encontró las pinturas arrinconadas y manchadas de sangre, como la enorme mancha en la pared y la alberca en el suelo.

            Marcus se había quedado hipnotizado ante la sangre, hasta que su celular comenzó a sonar. Pudo escuchar a los uniformados preguntándose de donde venía el ruido y rápidamente salió por la puerta trasera. Otros dos policía cuidaban el acceso, pero el corredor contra la casa tenía un muro muy bajo y no le fue difícil brincarlo y desaparecer atravesando los jardines de las casas de la cuadra. Una vez en la calle contestó el teléfono, jadeando y temblando de nervios.
- ¿Marcus Dempsey? Habla el detective Murray, me pidió que le mantuviera al día, ¿lo recuerda? Suena muy agitado, ¿se encuentra bien?
- Sí, es mi rutina de ejercicios. ¿Qué pasó?
- Quería dejarle saber que la hemos arrestado formalmente, la fiscalía ya levantó los cargos. Tiene un abogado de oficio, por ahora le funcionará. Será trasladada en la mañana, probablemente no tenga fianza, así que no venga aquí para hablar con ella. Los horarios de visita en la cárcel empiezan a las nueve.

            Marcus se sentó en la acero, viendo pasar los autos y la gente. La tarde caía y llevaba un aire de irrealidad. Todo se sentía demasiado como un sueño. Podía sentir el peso del tiempo sobre sus hombros y con nostalgia recordaba la frase que el terapeuta de parejas no dejaba de repetir “Marcus, ¿qué estás dispuesto a hacer por Kate?” Ahora le mostraría, en su momento de mayor necesidad, le demostraría a todos que era un hombre, un esposo y un tipo duro que no se dejaría intimidar. Manejó de regreso a la tienda de Evan Rogers, ésta vez decidido a usar su revólver si la ocasión lo ameritaba. No era ningún John Mclane, ni Clint Eastwood, pero no necesitaba serlo mientras tuviera una pistola y la determinación de usarla. Si algo le habían enseñado sus amigos de juventud es que uno no necesita cerebro, ni músculos, para asustar a alguien. Marcus siempre se burlaba de ellos, mientras hacía sus estudios universitarios, diciendo que la pistola era el ridículo biberón freudiano de quienes carecían de imaginación y de coraje. Ahora mismo él carecía de ambas y agradeció a los ángeles por haberse quedado con el revólver. Entró a la tienda con el revólver apuntándole y Evan le miró sorprendido.
- No te hagas al duro, vendes cuadros y mariconadas por el estilo.- Evan Rogers sonrió y fue bajando las manos, su mirada fija en la escopeta. Marcus disparó y derribó un cuadro de la pared. No recordaba que fuera tan ruidosa, pero mantuvo su cara de tipo duro y Rogers levantó las manos de nuevo.
- Vamos amigo, no te hagas al héroe. No eres policía, sabes que no...
- Guárdatelo. ¿Quién te vendió esos cuadros de Angela Splaine? No estamos hablando del Napoleón del crimen, Evan, sino de un asesino impulsivo. Mató a Splaine, ¿crees que la policía no querrá ver de cerca esta tienda cuando encuentren sus cuadros robados? Quién sabe, quizás tengan sangre de su autora.- Rogers miró al techo e hizo como si le cayera la plaga desde el cielo, era obvio que no sabía del asesinato.- Dime su nombre y no te vuelvo a ver.
- No me sé su nombre. Spoony, así le dicen todos. El buen cucharas y su novia tiene deudas por toda la ciudad. No es mi mejor amigo, menos ahora, pero es todo lo que sé.
- ¿Quiénes son sus amigos?
- ¿Cómo voy a saberlo? No es como si fuera el padrino de mi hija.- Rogers bajó los brazos, Marcus sabía que estaría acariciando su escopeta. Era hora de irse. No le conseguiría hacer confesar ante la policía, de hecho estaba seguro que otro paso más y realmente le pondría a prueba hasta donde podía llegar. Y se dio cuenta, como estaba seguro que Rogers sabía perfectamente, que la policía estaría de su lado si lo mataba. Un negro armado, casado a una asesina, quizás quería robarle de las pinturas que le había vendido. Marcus prefirió caminar en reversa hasta la calle, no dejaría que Spoony le ganara.

            Abogados significan dinero y Marcus no tenía mucho. Sacó lo que pudo del banco y de su reserva personal bajo el colchón, así como el dinero de emergencia de Kate. El dinero había sido un gran problema en su matrimonio, Marcus dilapidaba el dinero de Kate y ahora le había prometido no tocarlo, pero estaba seguro que se la perdonaría esta ocasión. El departamento en Baltic había sido un grupo de lofts, ahora seccionados para hacer cinco departamentos por piso con endebles separaciones de tabla roca. No era grande, pero Marcus lo sentía enorme si Kate no estaba, del mismo modo como su corazón se hacía pequeño si ella estaba en problemas. Salió corriendo del departamento, sabía que si se quedaba otro minuto se pondría a llorar, y manejó hasta Brokner, al departamento de su amigo Nick Morales. La cuadra conservaba cierto aire retro, aún quedaban muchas de las casas de los 50’s que fueron renovadas en los 70’s, a un lado de enormes edificios departamentales. Nick abrió eventualmente, cuando los nudillos de Marcus ya sufrían por los golpes. Marcus le explicó lo que ocurría, tratando de no masticar las palabras de lo rápido que hablaba. Nick se sentó en su sillón y miró hacia la nada.
- Es terrible.
- ¿Tú crees?
- Abogados, necesita abogados.
- Sí, y quiero que le consigas uno bueno.- Marcus le entregó una caja de cereal repleta de billetes.- Debe haber más de cinco mil dólares ahí, para algo tiene que servir.
- Está bien... Son casi las ocho, con algo de suerte encontraré una oficina abierta. ¿Quieres una cerveza?- Marcus se sentó en el otro mueble de la sala de su humilde departamento, básicamente la sala con cocina y una habitación con baño.- Marcus, ¿cerveza? O te contentas con aplastar mi saco.
- Sí, gracias.- Marcus se levantó para sacar el saco rojo sobre el que se había sentido. Marcus trató de no reír en voz alta, pero era imposible. Nick siempre había soñado con ser actor, y aunque no lo había visto en más de un año, nunca lo imaginó en una oficina.- Con razón te cortaste el cabello. De actor a vendedor de bienes raíces... Ahora sí has dado el paso del actor desesperado.
- De algo tengo que vivir.- Le dio su cerveza y se sentó a su lado.- Además, las mujeres no se acuestan con actores desempleados. Pero regresando a Kate... ¿la policía está haciendo algo sobre este Spoony?
- ¿Tú qué crees?- Marcus le dio otro trago a la cerveza y le mostró el revólver.
- Marcus, ¿qué crees que harás con eso? Te dispararás en un pie.
- Algo tengo que hacer. Alguien podrá señalar a ese ladrón y la policía no podrá seguir haciéndose a los ciegos.
- Está bien, ¿cómo te ayudo?
- Consíguele un abogado.- Marcus se terminó la cerveza y se estremeció.- Pensé que todo saldría bien. No es justo, ¿me entiendes? No es justo.
- No, no lo es, pero Kate saldrá libre de ésta y ustedes dos estarán juntos de nuevo.

            Marcus sabía que no dormiría esa noche, como sabía que Kate no dormiría tampoco. Imaginarla en un camastro, mirando con absoluto terror a las celdas frente a ella repletas de violentas criminales le volteaban el estómago. Se dio cuenta que no había comido en todo el día, así que se compró algo de comida china, con nombres que no podía pronunciar, y fue llamando a todos los Evan Rogers que el directorio tenía enlistado. Recordaba su voz y la dirección de su tienda, por lo que no le fue difícil reconocer a uno de los candidatos, cuya residencia no quedaba muy lejos de su negocio, en la Industrial. Comió y manejó hasta lo que antes había sido el corredor industrial y ahora el contraste más grande de Malkin. Lujosos edificios y mansiones existían a dos cuadras de casuchas prácticamente hechas de paja y latón. Evan vivía en un híbrido, estaba hecha de ladrillos pero el lujo terminaba ahí. La cochera estaba ocupada por hieleras y juguetes para niños de su anterior matrimonio, y su dilapidado Stratus permanecía estacionado en la acera de enfrente, con la pintura carcomida por el sol.

            Había llegado hasta allá, pero ahora no sabía qué hacer. Rodeó la cuadra varias veces, mirándole por una de las ventanas en su sillón mirando televisión con cerveza en mano. Tenía que someterlo de alguna manera, pero más allá de eso no tenía idea. Le forzaría a dibujar a Spoony, al menos darle una descripción precisa, pero realmente no sabía cómo hacerlo. Recordó los artículos que había escrito sobre mujeres engañadas que intimidaban a sus maridos y decidió seguirles la corriente. En una ferretería compró unas latas de pintura en spray y un bote de pintura antes que el local cerrara. Roció el auto desde el suyo, para luego echarle pintura encima. Siguió rodeando la manzana y en un acto de desesperación lanzó el bote de pintura contra el parabrisas, empapándolo de pintura amarilla, dejando una grieta visible y haciendo sonar su alarma. Estacionó a contra esquina, detrás de unos altos pastizales del lote baldío y se escondió lo mejor que pudo.

            Evan Rogers salió corriendo de su casa, en calzones y pantuflas. Maldijo y pateó la llanta de su auto. Las farolas de la calle habían dejado de funcionar desde hacía años, y eventualmente se dio por vencido. Marcus esperó un poco y salió del auto. Se acercó a la casa brincando la barda del lote baldío frente a ella y espió a través de sus luces. Evan hablaba por su celular, pero estaba seguro que no era con la policía. Tenía que saber quién le trataba de intimidar y ahora mismo estaría haciendo una evaluación de costo y beneficio. Hablaba con Spoony, tenía que ser Spoony.

            Pacientemente esperó por más de un hora, luchando contra los insectos que escalaban por sus jeans. Evan fumó un gordo cigarro de marihuana, otro par de cervezas y se fue a dormir. Pensó que podría tomarle por sorpresa en su cama y saltó la barda para entrar a la casa por una ventana lateral que había quedado abierta. Revólver en mano caminó despacio, precavido de no tirar una lámpara o patear una mesa, ayudado por la tímida luz de la cocina al fondo. Encontró el celular en la mesa frente al televisor y se lo robó. Encontró un tabique de dinero bajo su sillón favorito, así como un tabique de cocaína. Rogers tenía muchos intereses, y al menos le explicaba a Marcus a dónde se iba todo el dinero que gana vendiendo arte robado, porque la casa no podía ser la respuesta. Se acercó al umbral del corredor que daba a la habitación, el piso de duela crujiendo bajo sus pies. Trató de caminar por las orillas, como había visto en una película, pero crujía igual. El miedo y la adrenalina afectaban sus sentidos, estaba seguro que su corazón latía con la fuerza de un tambor y que su respiración era tan fuerte que los vecinos podrían escucharla. Se detuvo a medio camino, para tratar de calmarse y reducir el ruido. Se agachó en cuclillas y notó dos cosas, los vidrios rotos cerca de la puerta, seguramente de un foco que habría roto para darse una alarma contra intrusos, y la falta de los ronquidos que había escuchado al principio. En cuanto escuchó el resorte de la cama supo que había sido una trampa, Rogers lo estaba esperando. Marcus se dio media vuelta y corrió de regreso a la ventana por la que habría entrado. El primer disparo le acertó a la televisión, el segundo reventó la ventana a su derecha. Marcus se lanzó de cabeza y rodó por el pasto lo mejor que pudo. Le escuchó gritar maldiciones por su celular, un detalle que habría pasado por encima en su estupor narcótico cuando decidió cazar a su cazador. Marcus se subió a su auto, arrancó el motor y no pisó el freno hasta estar fuera de Industrial.

            Contó el dinero que robó entre semáforos, eran casi diez mil dólares. Se preguntó si aquel dinero venía de la compra de los objetos de arte que Spoony robaba para él, pero sabía adónde irían, a sacar a Kate de prisión así tuviera que empeñar sus posesiones terrenales y sacar una segunda hipoteca. El celular sería inadmisible en la corte, lo había robado y no podría demostrar después que el dueño del aparato era el gordo Rogers. Revisó los mensajes, casi todos eran iguales, cantidades y lugares. Lo suficientemente ambiguo para no meterse en problemas con la policía, pero sería útil para Marcus porque muchos mensajes estaban firmados por “S”. Rogers le había dicho de la deuda del cucharas, tenía sentido que hiciera tantos negocios con él. Sabiendo que no soportaría más emociones fuertes regresó a su departamento, era tarde y estaba agotado. Cerró con los tres seguros y decidió dormir con el arma bajo la almohada, por si acaso Rogers unía las cosas y daba con él. Antes que pudiera echarse en la cama sonaron golpes en la puerta. Se acercó sin encender la luz, revólver preparado. Miró por la mirilla y se sorprendió de no encontrarse con Rogers. Se trataba de un hombre esbelto, canas en los costados, en un traje de tres piezas de color salmón, una corbata naranja y una sonrisa misteriosa.
- ¿Quién es?
- Mi nombre es David Pierce, soy abogado y quiero hablar con usted sobre un trato.
- ¿Quién lo contrató?
- Nadie, pero le aseguro que mis servicios son mucho más efectivos que el abogado que su amigo, el señor Morales, contrató. Nunca he perdido un juicio y no quiero pedirle dinero.- Sonaba demasiado bueno para ser real, como todos los artículos en el Malkin Tribunal, y como todos ellos, sabía que no podía ser real.
- Voy a abrir la puerta. Quiero ver sus manos.- Marcus abrió la puerta de golpe y apretó el revólver contra el abogado antes de empujarlo dentro y cerrar tras él.
- ¿Para qué quiere el revólver?
- Por si acaso. Siéntese.- David Pierce suspiró cansado y se sentó en el sillón de Marcus.
- Tiene un sillón muy cómodo.
- No vino a platicar de muebles.
- No, no lo hice. Tampoco vine a que me enterraran una pistola. Guárdesela, su pulso está temblando con tanta fuerza que temo matará a sus vecinos antes de darme a mí.- Pierce se abrió el saco y el chaleco y le mostró que estaba desarmado.- No hago tratos con pólvora.
- Y tampoco con dinero, según dijo allá afuera. ¿Con qué hace tratos entonces?
- Con almas.- Marcus se guardó la pistola y sacó una cerveza del refrigerador. No estaba lo suficientemente ebrio para tomarlo en serio.- Suena más temible de lo que es en realidad. Sólo quiero un pequeño favor a ser nombrado después. Su alma por poco tiempo. Un día o dos y todo regresa a la normalidad.
- ¿Cómo me encontró?
- Prácticamente vivo en los precintos y juzgados, tengo buen ojo clínico para los casos insalvables y para... la desesperación de la gente.- Pierce cruzó las piernas y sonrió.- Existen dos elementos que afectan a Kate Ducar, y que sin duda la llevarán a prisión, la sangre en su ropa y su huella en la sangre. La fiscalía enterrará el asunto del arma asesina y la altura en la que el golpe se tendría que haber dado. Lo único que el jurado escuchará será cómo Angela Splaine rechazó las obras de Kate Ducar y ella la mató en un arrebato de furia, se deshizo del arma homicida y se habría salido con la suya de no ser por los vecinos que estaban llegando cuando ella iba huyendo.
- Ajá... ¿Cuál es su punto?
- Puedo hacer que ambos elementos desaparezcan. Tengo contactos en la policía y la fiscalía. Para mañana en la mañana la huella habrá desaparecido, así como todo registro de ella. Es una muestra de mis capacidades. Le aseguro que hará el trato conmigo, si sabe lo que le conviene. Su alma, por un breve espacio de tiempo, y un simple favor. Sólo quiero que haga de chofer y ya.- Pierce se puso de pie y se despidió con un apretón de mano.- Mañana sabrá que hablo en serio.
- Sí, claro.- Cerró la puerta tras él y regresó a la cama, sin creerle ni una sola palabra.

            Temprano en la mañana Marcus visitó a Kate en una salita de entrevistas en prisión. Kate vestía de gris, con ojeras bajo los ojos y el pulso nervioso. Marcus aún veía la belleza de la que se enamoró en la universidad, la respingada nariz, la sonrisa amplia y sus alargadas orejas. Byron Mathews, el abogado que Nick le había contratado, le susurraba algo al oído que no podía escuchar. Los guardias no le dejaban entrar, el detective Murray pidió estar en el cuarto. El abogado vestía un traje barato, pero sonreía como si se hubiese ganado la lotería. Si la noticia era buena, Kate aún no terminaba de absorberla. Eventualmente llegó el detective Murray, cargando con una carpeta y un café con misterioso aroma a whisky. Saludó a Dempsey con un gesto y entró al lugar como si fuera su dueño. Kate se lanzó a los brazos de su esposo en cuanto entró.
- Te sacaré de aquí Kate, tú no te preocupes. Todo va a estar bien.
- Dios mío Marcus, tengo miedo.
- Siéntense.- Brian no levantó la voz, no era necesario, un enorme guardia de seguridad dio un paso adelante y su mera presencia fue suficiente.
- El alias de la persona que busca es Spoony.- Brian le miró con cara de aburrido y siguió bebiendo café.- Es un ladrón de obras de arte, puedo decirle donde...
- ¿Te dieron esta información así como así?
- ¿No le importa encontrar al verdadero culpable? Es más probable que yo se lo encuentro.
- No te hagas al John Wayne, mucha gente muere así. Yo estoy más interesado en evidencia robada.- Abrió el archivo, con fotografías de Angela Splaine sin parte del cráneo, fotos de la casa y de la autopsia, y señaló al folder.- Es obvio que usted ya lo sabe, licenciado Mathews. Lo veo en su sonrisa, pero esto no acaba aquí. No señor, ahora habrá una investigación completa del asunto y si huelo los sucios dedos de cualquiera de ustedes, habrá problemas.
- La mera insinuación...
- Cállese, no estoy de humor.- Brian Murray suspiró cansado, se terminó el café y se encendió un cigarro.- Aún tenemos la sangre en su ropa, ¿no hay nada que quiera agregar?
- Yo...- El abogado le susurró unas palabras rápidas.- la verdad es que no. No vi al asesino, todo pasó muy rápido y yo estaba en otras cosas.
- La fiscalía está que revienta, cada que la evidencia es robada de esta manera, adelantan el juicio y asignan a otro fiscal, uno más preparado. Esto es malo para ti Kate, muy malo. El jurado sabrá que la evidencia fue robada, y aunque estoy seguro que el abogado que contrataron intentará darle un giro a su favor, la verdad es que nadie en la fuerza se quejará si tiene que trabajar tiempo extra sin paga con tal de conseguir más evidencia en tu contra. Señor Dempsey, espero que no tenga algún primo o algún amigo en la policía, porque lo sabremos y tendrá suerte si lo único que le pasa es perder el trabajo.
- ¿Qué?- Marcus había dejado de prestar atención. David Pierce lo había hecho, por más que le pareciera improbable, sin duda tenía el poder para desaparecer las evidencias que enviarían a su esposa a prisión por veinte años o cadena perpetua. El precio era imposible, improbable, irreal, pero Marcus sabía que todo dependía de su nivel de desesperación. Suficiente pánico hace que cualquier cosa tenga sentido.- No, no tengo a nadie en la policía.
- Bien, entonces despídanse, se terminaron las visitas. Y Dempsey, nada de hacerte al héroe.

            Marcus se despidió de su esposa, aún confundido sobre la noticia. Si Brian Murray decía la verdad, entonces las noticias no eran del todo buenas. En todo caso, y a menos que Pierce se apareciera de nuevo, tenía aún menos tiempo para encontrar la verdadera identidad de Spoony. Contactó con Berenice, una reportera con suficiente sentido común como para dejar el Malkin Tribunal. Marcus se había acostado con ella, entre otras muchas, durante su matrimonio y le enorgullecía poder decir que seguía siendo su amiga. Berenice le prestó su directorio a la inversa, con el que fue sacando direcciones de los teléfonos registrados en el celular robado de Evan Rogers y que carecían de nombre.

            Algunos números pertenecían a galerías pequeñas, y por más que insistió en venderles los cuadros de Splaine que les mostraba en su pequeño librito, nadie picaba el anzuelo. Intentó con algunas casas y departamentos, diciendo que Spoony estaba necesitado de dinero y estaba dispuesto a vender el resto de su colección, pero fue el mismo fracaso. Uno de los últimos números, con los que también había compartido mensajes, todos ellos de gramos y cifras, era un departamento ruinoso en la parte fea de Marvin Gardens. Marcus estacionó en lo que antes había sido un lujoso parque, hasta que la crisis en los ochentas desplazó a los ricos más al norte y dejaron detrás parques que ahora eran arboledas para adictos y enormes edificios de rentas congeladas.
- Vamos, abre ya, me envió Spoony.- Marcus golpeó la puerta hasta escuchar pasos en el departamento. Llevaba el revólver y trataba de actuar lo más parecido a sus amigotes pandilleros como les recordaba de sus años de juventud. Una joven, esquelética y ojerosa, abrió la puerta en shorts, zapatos de tacón y una deslavada playera de Bugs Bunny. Las marcas en su brazo parecían constelaciones zodiacales y su mandíbula no parecía dejar de temblar en ningún momento. Si Spoony tenía novia, debía ser ella.- ¿Maren?
- Sí, ¿y qué?- El directorio no había mentido, Maren Monroe.
- Spoony necesita vender algo de arte y algo de crack, está en problemas. Me mandó aquí.
- ¿Qué le pasó?
- La policía lo está persiguiendo. Necesita dinero para irse.
- Aquí no, en el bar.- Maren lo hizo a un lado y salió primero por las escaleras, abrazada al viejo barandal tratando de no caer.- No tengo nada de dinero, pero mis amigos sí. ¿Cuánto necesita?
- Dice que cien mil, y he visto lo que guarda, sí lo vale.
- No me dijiste tu nombre.- La luz solar la recibió con una cachetada. Se maldijo por no traer sus lentes negros y se tapó como pudo.
- Nick Morales, pero me dicen Nick.- La siguió al bar de al lado, un lugar oscuro con capas de polvo sobre viejas telarañas. Una colección de malvivientes ocupaba la barra mientras que el tabernero, un negro con cara de aburrido, les rellenaba los vasos.
- Espera aquí.- Maren se acercó a sus amigos y Marcus trató de parecer un tipo duro pidiendo una cerveza y apoyándose contra la barra.

            No podía escuchar lo que Maren decía, pero cuando uno de los malvivientes, un oso peludo con paliacate en la cabeza, sacó su navaja retráctil y el tabernero casualmente decidió ir al baño, supo que todo se había ido al caño. Se alejó de la barra, tratando de acercarse a la puerta. Un negro brincó del taburete hacia la puerta con una sonrisa en la boca y una cachiporra en la mano. Marcus sacó el revólver y accidentalmente disparó al techo. Aprovechó la distracción para lanzarse contra el negro como si jugara football. Le dio un golpe en la cara con la pistola cuando aterrizaron en la acera y se levantó lo más rápido que pudo. Escuchó que alguien en la barra cargaba su pistola y se echó a correr hasta el auto para encender la marcha y acelerar sin rumbo. Se odio a sí mismo por ser tan estúpido y débil, pero la verdad era que se veía más fácil en películas. Lidiaba con tipos realmente peligrosos, la clase de gente que estaría dispuesto a matar a cualquiera que no tuviera una placa. Pensando en retrospectiva se dio cuenta de un error fatal, había robado el celular de Rogers y él había tenido el tiempo suficiente para llamar a sus conocidos, sobre todo de Spoony para ponerlos en alerta. Necesitaba de la policía, pero más que nada necesitaba que Kate estuviera libre.

            Cuando finalmente se tranquilizó notó que algo había cambiado en su auto. No podía precisarlo al principio. El cúmulo de papeles y manuscritos que llevaba en la parte trasera estaban aún más desordenados y la mayoría en el suelo. Lo supo instintivamente, alguien había entrado al auto. En un alto se fijó en su tablero, en la esquina contra el parabrisas, alguien había marcado algo con una navaja. Reconoció el símbolo y su presencia le pareció aumentar la tensión al doble. Era un crudo dibujo de un ojo, dentro del cual aparecía un reloj de arena. Malkin lo conocía como el ojo de la muerte, grafiti popular entre pandilleros, pero más antiguo que eso. Había escrito varias notas sobre el ojo de la muerte, siempre acompañado de asesinatos y casos sin resolver. Supuestamente se originaba desde los 50’s o 60’s y tenía que ver con un grupo de asesinos a sueldo que se transformaron en leyenda urbana, la muerte roja. Un asesino capaz de matar a toda una familia de mafiosos sin ser capturado por la policía, que con las décadas se había convertido en un cuento de hadas, el coco de Malkin, su Pie Grande. Todo policía veterano tenía historias de él, todo mafioso que se preciara de ser a la antigua decía temerle con un miedo religioso, y todo pandillero con ínfulas de Napoleón se decía parte del ojo de la muerte. Había escrito sobre ellos muchas veces, pero ahora se hacía realidad. Sabía que Rogers lo quería muerto, como Maren Monroe y sus simpáticos amigos del bar, pero se había confiado que nadie sabía su verdadera identidad. Estaba equivocado.

            Ya no se sentía lo suficientemente valiente como para enfrentarse a un anillo de camellos y vendedores de artículos robados, por lo que se resignó a hablar con el abogado, pero la verdad es que sólo estaba haciendo tiempo para visitar a su esposa una vez más. Ésta vez ni siquiera le dejaron hablar con ella. La vio en uniforme naranja y supo que el juicio sería en cualquier momento. Byron Mathews se lo explicó de manera sucinta y fría, Angela Splaine era sobrina de alguien importante, eso sumado al robo de evidencias, había llevado a la fiscalía a empujar el juicio. Kate estaría en el tribunal mañana en la tarde y el juez encargado del caso, Oliver Trent, era el mejor amigo del tío de Splaine, el dos veces candidato a la alcaldía Gary Mandelson. Marcus entendió, esa era la manera del abogado Mathews de decir que todo se había ido al caño y el martillo del juez le jalaría al excusado. Insistió en ver a su esposa, pero fue inútil, le estaban leyendo sus derechos y explicándole el protocolo a seguir dentro del juzgado. Marcus fumó compulsivamente con la frente contra el vidrio de una sola mira. Kate lloraba y se arrastraba hincando rogando porque le creyeran.
- Desesperante.- La voz de David Pierce le tomó por sorpresa, pero no se despegó del vidrio.- Es la única palabra para describirlo. Imagino que se enteró de la desaparición de la evidencia...
- Un muy buen truco, ¿puede duplicarse?
- Sí, pero depende de usted.
- ¿Y cuánto me costará? Puedo poner una segunda hipoteca a mi departamento, vender mi auto y mis muebles... Tendría el dinero antes del fin de semana.
- No quiero su dinero, ya se lo explicó. Soy inmensamente rico, sus hipotecas no me interesan. Quiero su alma, sólo para un pequeño favor que dura una o dos horas dependiendo del tráfico.
- ¿Qué quiere que haga?
- Descuide, no se trata de uno de esos rompecabezas morales donde le pido que mate a alguien o traicione a su esposa. No creería la cantidad de veces que me preguntan eso. No funciona así, ¿para qué querría lastimar a su esposa, o a usted? Llevará un auto a un edificio, lo dejará con la marcha encendida, irá a recoger a una persona importante y la llevará a un lugar, después de regreso al edificio y misión cumplida. Es más, puede quedarse con el auto después si cree que ha sido una trampa. Pero debo decirle, señor Dempsey, nunca he tenido un cliente insatisfecho y nunca he dejado de obtener el favor. No se lo pediré hoy mismo, pero tampoco dentro de varios años como para que usted no pueda dormir tranquilo. Será en un par de días, para el fin de semana usted estará llevando a su esposa a cenar al Olive’s para algo de velas y bistec.
- Está bien, está bien. Sólo haga lo que tenga que hacer y sáquela de prisión. ¿Tengo que firmar algo con sangre?
- Por favor, son los 90’s, hemos avanzado mucho... Es broma, pero me han dicho que no tengo sentido del humor. Venga conmigo, el procedimiento es muy sencillo.

            Pierce y Dempsey salieron al estacionamiento, el sol de la tarde haciéndoles sudar. David le llevó hasta su BMW y le abrió la puerta del acompañante para que se sentara sobre su piel de cuero. Silbando tranquilamente sacó un gordo maletín de metal y una máscara con bomba de hule. Antes que Marcus pudiera preguntar algo, Pierce ya había abierto el maletín en el suelo. El interior era todo de hule espuma, con prolijo espacio en el centro donde tenía guardada una botella color verde y en otro espacio una extraña tapa de plata con un péndulo sostenido de una fina cadena del mismo material. Le entregó la máscara de hule con bomba de hule y después la misteriosa botella. Marcus estaba casi seguro que Pierce era alguna especie de pervertido sexual que trataría de envenenarlo y violarlo en su auto, pero tras imaginar a su esposa en prisión envejeciendo cada día como si fuera una semana, decidió hacerlo de todas maneras. Además, podía ir a terapia psicológica en los siguientes años y asunto arreglado, pero no podía hacer lo mismo por su Kate.

            Pierce le indicó que respirara lo más profundo que pudiera y después exhalara hacia la botella. Marcus, siguiendo las instrucciones al pie de la letra, inhaló tan fuerte como pudo hasta que sus pulmones se llenaron, y después exhaló con los labios contra la botella. Le pareció normal al principio, el aire salió de sus pulmones a la botella que por alguna razón parecía ser brillante ahora, pero después sintió que la botella le jalaba aire. Marcus sostuvo la botella con fuerza, tratando de quitársela de la boca, pero fue inútil. El aire siguió saliendo, aunque no se imaginaba de donde, y era como si sus órganos se compactaran entre sí. La tortura fue breve y la botella lo dejó escapar. David rápidamente tomó la botella y le colocó la tapa plateada para cerrarla, contemplando una botella que parecía expedir su propia luz, con un péndulo que iba y venía a su propio ritmo. Marcus batalló inútilmente por aire, se colocó la mascarilla y David le ayudó a apretar de la bomba de hule para que el aire regresara a su cuerpo. Trató de levantarse, pero Pierce le mantuvo en el sillón hasta que su cuerpo regresara a la normalidad.
- Muy bien, este es su colateral.- Marcus miró la botella con asombro, aunque no estaba convencido que fuera su alma. Marcus se había hecho demasiado cínico y agnóstico para creer en semejantes cosas, pero le pareció hipnótico el péndulo dentro de la brillante botella.- Yo me quedo con esta botella hasta que cumpla su favor, y entonces puede tenerla de regreso.
- ¿Y Kate?
- Ahora mismo.- David guardó la botella en su maletín de metal y la guardó en su cajuela. Marcus notó que acariciaba el maletero como si contuviese una tonelada de diamantes. Sacó su celular y marcó un número mientras distraídamente revisaba el techo del lujoso auto por polvo.- Sí, soy yo, pueden desaparecer la evidencia. Gracias.
- ¿Y ya?
- Sí, sólo es cuestión de horas. El detective encargado del caso será avisado que no hay evidencia alguna, luego él llamará a la fiscalía y ellos seguramente tratarán de armar el caso sin la evidencia, pero para mañana en la mañana se habrán dado cuenta que es inútil.- Pierce sonrió pícaramente mientras se alisaba la corbata naranja de su traje color hueso.- Discutirán, como siempre hacen, pero al medio día más tardar Kate Ducar será una mujer libre, usted regresa con su esposa, comen algo mediocre en su departamento y tras algo de llanto el mundo regresa a la normalidad. Sólo trate de no verse involucrado en homicidio otra vez, éste truco es bueno sólo de vez en cuando.
- ¿Eso fue humor?
- Hago el esfuerzo.

            A la mañana siguiente Kate Ducar fue liberada y sus cargos fueron abandonados por falta de evidencia. El detective Brian Murray no pudo evitar la compulsión a estar presente y lanzar vagas indirectas contra Marcus. Remarcó, entre susurros, que él tenía la altura suficiente para dejar esas heridas y que encontraría su conexión con el departamento de policía. Marcus no le prestó atención, su esposa había regresado a casa y los siguientes días fueron utópicos. Para ambos era como si el reloj hubiera regresada a aquellos primeros años de su matrimonio, bañados de pasión y comprensión. Marcus empujó todo el asunto de Pierce y su alma, de Spoony, Rogers y Monroe hacia una esquina lejana de su mente y se dedicó a su esposa por entero. Lo único que no podía encerrar en un clóset era el tosco dibujo del ojo de la muerte, quizás la conexión a sus reportajes sobre el asunto no le dejaban cerrar los ojos sin ver esa ominosa marca.

            Kate no quería salir en esos primeros días y no objetó a que Marcus instalara otros tres seguros a la puerta. Eventualmente las hermanas de Kate la convencieron a dejarse mimar por ella y mientras Kate pasaba una tarde en casa de su madre Marcus decidió regresar al trabajo. Saul no quiso ni discutirlo, le había dado dos semanas completas y no pensaba admitir su negro trasero en su redacción hasta después de esas semanas. Le recibió con abucheos, tratando de mandarlo de regreso a su casa, pero en cuanto entró a su oficina materializó un par de cervezas. No era su mejor reportero, ni su favorito, pero Saul siempre recordaría todo el esfuerzo de Marcus para ayudarlo a salvar al Malkin Tribunal haciendo de escritor fantasma, fontanero, reparador de computadoras e incluso de editor sin recibir ni un centavo más. Saul le preguntó por qué había hecho todo eso, justo cuando su matrimonio empezaba a declinar debido a sus infidelidades, y Marcus se limitó a decir “¿dónde más voy a escribir sobre Pie Grande sodomizando niñas scouts?”.
- ¿Ausencia de evidencias? Eso es genial, tus impuestos trabajando. Arrestan a tu esposa y después se dan cuenta que no tienen nada.- Saul sentó su enorme cuerpo de elefante sobre su cómicamente reducida silla frente a su amplio escritorio e intentó que su barriga cupiera bajo la mesa, sin conseguirlo.- ¿Cuándo fue la última vez que escribiste sobre la policía?
- Hace un mes, sobre esos niños desaparecidos... Oye Saul, ¿puedo preguntarte algo sin que me preguntes por qué te lo pregunto?
- Honestamente no, soy editor de un diario. Saul Bornstein siempre va tras la verdad.
- Muy bien entonces, señor Woodward, ¿qué sabes del ojo de la muerte? Escribí unas notas hace tiempo, fueron bien recibidas por los lectores, pero pensé que tú sabrías más que yo.
- ¿El ojo de la muerte? Hoy día son tonterías. Los pandilleros pintan eso en callejones o esquinas para hacerse los machos. Tonterías. Lo que tú quieres saber es sobre la muerte roja. Si citas mis palabras algún día, añade que todo lo digo con ironía y sarcasmo, pero la verdad es que yo creo que hay elementos de verdad en la historia.
- ¿El asesino a sueldo de los 50’s?
- Algunos dicen que empezó en los 40’s. Mi papá me contó una vez un cuento, que se supone era conocido ampliamente entre sus conocidos. Según la historia los fantasmas le pagaban a este sujeto para ejercer venganza y no había nada ni nadie, y remarco nadie, que pudiera entrometerse en su camino. Se dice que en un solo año mató más gente que toda la mafia puesta junta. Y fueron años violentos para Malkin, con el disturbio, la inestabilidad política y todo eso.
- ¿No era mafioso?
- Según el cuento no, pero según el sentido común la historia sería otra. Se sabe que desapareció en los 70’s, ya debía ser un hombre muy viejo. Según dicen, murió en el incendio de la torre Ford. El ojo de la muerte es lo que lo hace sonar mafioso. Se hizo de amigos, quizás desde los 60’s y con su ayuda eliminó a cientos de personas.
- ¿Cientos?
- Si sigues los rumores y la fantasía vulgar, entonces sí. Era su club de fans, dejaban el ojo de la muerte para asustar a las futuras víctimas. Todo eso tiene a tufo de mafia para la gente común, pero sé de buena fuente que nunca se documentó cosa alguna como la mafia de la muerte, no entre los delincuentes al menos. Si el ojo de la muerte te muestra su reloj de arena es porque tu tiempo se acabó. Eso se decía popularmente. Puedes correr, puedes esconderte, pero la muerte roja, como en el cuento de Poe, te alcanzará así tenga que matar a toda una familia de mafiosos. ¿Por qué lo preguntas?
- Porque alguien se metió a mi auto y marcó el ojo de la muerte en mi tablero.- Saul se atragantó con la cerveza y le miró como si sus ojos estuvieran a punto de estallar.
- Vaya... Un pandillero está molesto contigo. Es decir, ya no existe la muerte roja ni su club de fans. Pero sólo por si acaso, vete con cuidado. Haz eso que hacen ustedes los cristianos, contrata un sacerdote para exorcizarte o bendecirte. ¿Eres cristiano?
- No sé, supongo.
- Pues haz algo, pero no te lo tomes tan en serio. Son cuentos de cuna para matones.

            Un par de cervezas después Marcus regresó a su departamento. Trató de no pensar en el ojo de la muerte, hasta que llegó a su puerta y, mientras buscaba las llaves en su bolsillo, sintió el trapo sobre su boca. Intentó forcejear, pero era inútil. Inhaló el dulce olor del éter cuando se puso nervioso y antes que pudiera soltar un codazo hacia atrás, sintió que todo desaparecía, su cabeza estallaba y se desmayó. El olor seguía ahí y sintió el suelo antes de abrir los ojos. La cabeza la martilleaba, sentía un fuerte dolor en sus rodillas como si hubiera caído de rodillas. Sintió una alfombra y supo que estaba en su departamento. Se levantó en la entrada del departamento y sus miembros tardaron un momento en reaccionar. Entró a la primera habitación, su cuarto, y tardó en reconocerlo pues todo estaba fuera de lugar, incluso con maletas a medio llenar sobre la cama. Pensó en su esposa y salió corriendo al comedor. Kate pendía ahorcada de un tubo en el techo, su cuerpo estaba frío y la lengua morada le sobresalía. Las lágrimas llegaron solas, luego intentó despertarla al cargarla de las piernas, pero era inútil, estaba muerta. No podía pensar, no podía sentir nada que fuera el temible pánico que augura un intenso dolor. Su mente simplemente se cerró, se impidió sentir y lo primero que pensó fue en David Pierce. ¿Por qué mataría a Kate si él tiene todas las cartas y su completa obediencia? No, tenía que ser Spoony. Kate, la testigo, tenía que morir para poderse asegurar que estaba fuera de peligro. Quiso golpear algo, porque pensó que eso hacía la gente en la televisión, pero en realidad sólo quería quedarse sentado frente al sillón a un lado de su ahorcada esposa.
- Policía, abran la puerta.- Lo escuchó, pero no entendía las palabras. Tardó en reaccionar, las sirenas de policía habían estado sonando todo el tiempo, y los golpes en la puerta se hacían cada vez más fuertes. Pensó en abrir la puerta, pero sabía lo que pasaría. Pensó en huir por la ventana, ¿pero serviría de algo? Kate seguiría muerta, Spoony seguiría libre y nadie creería en su inocencia.
- Mi esposa está muerta.- Se sorprendió al decirlo de golpe, al abrir la puerta.
- Los vecinos reportaron la pelea.- El detective Murray lo hizo a un lado de un empujón, dejando entrar a los uniformados.
- No hubo pelea, me drogaron en el corredor.
- Claro... Y no planeabas irte de viaje.- Dijo Murray, señalando la maleta a medio armar. Se asomó en los otros cuartos y le miró condescendientemente.- Veo que la señora no planeaba irse a ninguna parte. Quizás fue el asesino misterioso... Curioso que Kate nunca quisiera revelarnos su identidad, quizás confiaba que el asesino la sacaría del embrollo, pero creo que mejor decidiste matar a tu única testigo, tu esposa. ¿No confiabas que guardaría el secreto?
- Yo no maté a Angela Splaine. Alguien entró por la escalera de incendios, la ahorcó y me estuvo esperando en el corredor, detrás de las plantas, para drogarme y escenificar el departamento. Maldita sea Murray, te digo que fue Spoony.
- Claro... Spoony sabía que el piso de abajo tiene oficina, lo habrían visto. Y menos mal que Spoony la colgó del tubo galvanizado, si usaba el naranja el edificio entero habría volado en pedazos.
- Sé que se ve mal, pero no conoces toda la historia. Hice lo que me dijiste que no hiciera, realicé mi propia investigación. Evan Rogers compró arte robado de la casa de Splaine, él me dio el alias de Spoony, le robé el celular y encontré así a una conocida de Spoony, Maren Monroe. Ella y sus amigotes del bar trataron de matarme. Hay al menos tres personas muy enojadas conmigo. Por favor, quiero ayudar, llévame a la estación de policía, saquen todas las huellas que quieran, el ADN, lo que sea. Yo no lo hice.- Marcus estaba prácticamente hincado a un lado de Murray, jalándole de la manga de su abrigo.
- Lo voy a investigar, te lo prometo pero por ahora necesito que te calmes. Mi capitán...- Murray se detuvo en seco, el capitán Terrence Donovan, un hombre joven y de aspecto casi robótico por lo pulcro de su traje de tres piezas y su cuidado peinado, entró al departamento con cara como si se hubiese ganado la lotería.
- ¡Murray!- No necesitaba gritar, estaba a un metro de distancia, y Marcus entendió la indirecta del detective, él no tenía nada en su contra pero su capitán era otra historia.- ¿Lo tienes?
- Sí señor, quiere venir con nosotros y facilitar la investigación. De hecho, ya nos íbamos.
- Sí señor,- repitió Marcus.- soy inocente y estoy dispuesto a ayudar en lo que sea.
- Vamos en mi auto.- Brian rodeó los ojos y torció los labios, y con cada incomodidad que Murray tenía con su superior, Marcus se convencía cada vez más que ni siquiera David Pierce podría salvarlo de ésta.
- Entra.- Brian le mostró las esposas, pero decidió dejarle cierta dignidad y permitir que entrara a la parte  trasera del auto del capitán por sus propios medios. El capitán Donovan aceleró apenas Brian se hubiera sentado. Marcus lloraba mirando al techo, tratando de recordar las oraciones que su madre le hacía dar antes de irse a dormir. Se golpeó la cabeza un par de veces, tratando de recordarlas como si aquello fuera lo único que importara.
- Me han hecho saltar por anillos de fuego por ese truquito de la evidencia que desaparece.- Decía Donovan.- No sé cómo lo hiciste, pero lo sabré. El fiscal verá cómo resuelvo las cosas, y en el camino arreglo tu desastre Murray. Un par de fotos en los diarios de nuestro criminal saliendo de mi auto y asunto zanjado. Ya tengo a los reporteros esperándonos.
- ¿No cree que es algo prematuro?- Preguntó Brian, de manera tentativa.
- ¿Prematuro? En lo que a mí concierne, es demasiado tarde.- Marcus se limpió la cara lo mejor que pudo y entendió la sonrisa en los labios de Terrence Donovan. Tenía a su hombre, con o sin evidencia y Spoony lo había hecho muy fácil, demasiado fácil.

            Marcus sintió que no podía respirar, ya sentía las cadenas en sus muñecas y talones. Podía ver la celda de prisión, su compañero de celda y el violento patio. Todo el mundo gana, menos él. ¿Pierce lo sacaría del embrollo para hacerle realizar el favor? Sería inútil en prisión, ¿pero cómo saber que Pierce no le encontraría un mejor uso, uno mucho más violento y prácticamente suicida? Cada cuadra que avanzaba, era una cuadra más cerca de su ominoso futuro. El auto se detuvo en una congestionada intersección y Marcus se lanzó a la puerta. La abrió de un empujón y salió corriendo como un alma escapando del infierno. Escuchó los gritos de Murray y Donovan, la sirena de policía y las órdenes. Corrió entre los autos, brincó sobre una cerca y atravesó la cuadra por una propiedad abandonada. Salió en la calle paralela y corrió una cuadra más, hasta que su corazón latía tan fuerte que se preparaba a escapársela. Detuvo un taxi y fue directo a la primera dirección que se le ocurría, la de Nick Morales.
- Marcus, creí que te quedabas con Kate ésta noche. ¿Mi oferta de nachos y poker realmente es tan apetecible?- Marcus no tenía ganas de bromear. Lo apartó de la puerta y corrió a la ventana para cerrar las cortinas.- ¿Qué pasa?
- Kate está muerta y la policía cree que fui yo. Tienes que ayudarme, no sé qué hacer.
- Déjame pensar.- Nick caminó en círculos, tan nervioso como Marcus.- No sé qué decir, Kate...
- Ya tendremos tiempo para eso, primero tengo que mantenerme bajo el radar y encontrar a Spoony. Ese es su alias, es lo único que tengo pero ya he sacudido varias jaulas.
- No tengo mucho dinero.- Marcus se sentó en el suelo y sonrió señalando las cuentas pendientes en el basurero.- Sí, lo tengo todo en diversas inversiones... O sea, no tengo nada.
- No te preocupes...- Nick lo interrumpió y le dio el dinero de su cartera.- No, Nick...
- Insisto.- Marcus entró al baño y Nick siguió hablando.- No uses tu tarjeta de crédito, es lo peor que puedes hacer. Tienes suerte, ésta noche no viene Lisa.
- Sí, me imaginé que los tampones del tocador del espejo no son tuyos. ¿Lisa la de la universidad?
- ¿Quién más?
- Ésa chica tiene los... la sonrisa más linda.- Bromeó Marcus.
- Quédate esta noche, mañana veremos qué hacemos.
- Me gustaría, pero ese detective... Creo que sabe todo sobre mí.- Nick se detuvo en seco al escuchar las sirenas.
- No vayas al techo, está desconectado de los otros edificios. Ven conmigo.- Nick jaló a Marcus fuera del departamento y le llevó hasta un departamento vacío. Pateó la puerta abierta y le señaló unas escaleras de caracol al fondo.- Da a los basureros del callejón de la esquina. La policía probablemente no lo reconocerá.
- Gracias.
- Cállate y vete.

            Marcus recorrió el departamento abandonado a zancadas. Escuchaba los pasos de la policía y a su amigo gritando como si hubiera sido herido. Nick los envió al techo, mientras que Marcus descendía de la escalera tan rápido como podía. La escalera estaba agarrada de un solo punto y parecía que estaba a punto de lanzarse al vacío, pero nada de eso le importó. La noche estaba a punto de alargarse mucho más. Al llegar al callejón de la esquina no se detuvo a pensar. Corrió hacia el parque de la otra esquina, escuchando las sirenas de policía. Escuchó a un uniformado llamándole por nombre, pero no se dio el lujo de mirar atrás. Corrió entre los árboles, hacia el túnel que atravesaba el parque.

            Marcus entró al túnel de concreto, corriendo en la oscuridad escuchando sólo el eco de sus pasos y se sintió tranquilo al ver la luz al final del túnel, haciéndose cada vez más grande. Marcus salió del túnel y se detuvo a respirar. Miró hacia los lados y luego hacia atrás. El túnel seguía ahí, pero el parque ya no estaba. Estaba rodeado de vagabundos en la salida de un extenso túnel que pasaba por debajo de un baldío al lado de edificios. Pensó que quizás, en la oscuridad, no había tenido tiempo de notar el edificio, pero estaba seguro que había un parque boscoso. Se revisó la mano izquierda, una rama le había cortado, donde ahora no había sino un pastizal.
- Pareces perdido.- Un vagabundo negro, con sudadera y una rota chamarra militar, se le acercó empujando un carrito de latas y comida sacada del basurero. Se sopló calor en sus manos con guantes sin dedos y le sonrió divertido.- Estás perdido. ¿Entiendes, perdido?
- Esto es la 18, ¿no es cierto?
- Sí está perdido, miren todos.- Los demás vagabundos le gruñeron y le tiraron por loco.- Sí, es la 18 pero tienes que preguntarte, ¿la 18 de qué?
- ¿Baltic, Brokner?- El vagabundo aplaudió emocionado y sin dejar de soltar su carrito le tomó del brazo. Le señaló la transitada calle y los edificios de la acera de enfrente y sonrió con su sonrisa chimuela.
- Soy Cerbero esta noche y tú, mi querido amigo, ya no estás en Malkin. Esto es Undercity, y estás tan perdido como el resto de nosotros.
- ¿Nosotros?
- Los muertos.-            Marcus se sintió mareado, a punto de vomitar. Si era una broma, era muy cruel.- Nosotros compramos nuestro tiempo, no queremos irnos. ¿Y dejar todo esto?
- Yo le vendí mi alma a alguien.- Cerbero le miró con lástima.
- Estás en sus garras, los coleccionistas. Arañas que muerden. Tienes que andarte con cuidado, a Juan Calavera no le gustan los de tu clase, siempre dan problemas.- Marcus le miró sin entender y Cerbero se rió.- Claro, tú no sabes quién es Juan Calavera. Los vivos no lo conocen, pero su huesuda mano aparece cuando las cosas se salen de control. Ándate con cuidado amigo, Juan Calavera está por doquier.

            Marcus se separó del vagabundo y caminó por las calles, tratando de orientarse. Reconoció Alvarado, pero donde está el reloj Casio gigante, ahora sólo había una mansión. Trataba de negarlo como podía, pero era difícil negar que ya no estuviera en Malkin si muchísimas de las avenidas y calles eran diferentes, no siempre drásticamente, como una versión ligeramente alterada de Malkin. El diario al pie de un kiosko decía que estaba en Malkin, era el Malkin Tribunal y aunque la fecha era correcta, no tenía el nombre de Saul Bornstein como editor. Le parecía imposible de creer que estuviera en alguna clase de purgatorio, los autos y la gente eran iguales. ¿Los muertos tenían trabajos, como albañiles, vendedores de boletos de cine, empresarios y camellos? Trató de relajarse en una banca, al menos ya no tenía al detective Murray y al capitán Donovan detrás de él. Spoony seguía en Malkin, pero por ahora estaba atorado. Había cruzado un umbral desconocido y no sabía cómo regresar.    Demasiado cansado para quebrarse tomó un taxi a su edificio. El lugar era idéntico, pero no había patrullas y el nombre en la etiqueta al lado de su timbre tenía Allana Uneker.
- ¿Marcus Dempsey?- Un hombre se materializó a su lado. Tenía una pronunciada calvicie, atlético como un toro y una pistola en el cinturón.- Benny Bradock quiere verte.
- ¿Quién?
- David Pierce compró tu alma, ¿no es cierto? Pues Bradock es el jefe y quiere verte.
- ¿Dónde estoy?- El matón sonrió y le dio una palmada en el hombro, indicándole que le siguiera a su auto con un gesto.
- Soy Robbie Gómez por cierto. A veces olvido la sorpresa de los novatos. Bienvenido a Undercity, la otra cara de Malkin. La fea, si eso es posible.
- ¿Estoy muerto?- Gómez se encendió un cigarro y le dio otro mientras manejaba con calma.
- No necesariamente. Undercity y Malkin están conectados, pero sólo los condenados pueden ver ambos mundos. La mayoría de los ciudadanos de Undercity existen en el limbo, un purgatorio donde no recuerdan la verdadera Malkin. Viven sus vidas normales, como una última oportunidad para limpiar sus culpas o seguir siendo los malditos que eran cuando estaban vivos. Es la gran sala de espera antes irse al mundo de los muertos y ser juzgados.
- ¿Y tú?
- No me incluyas con esos borregos. Sé que estoy condenados, por eso no quiero seguir al mundo de los muertos. Compro tiempo con mi trabajo, es el negocio más redituable del jefe, además del crack.
- ¿Tiempo?
- Si haces lo que te piden recuperas tu alma, te vas de Undercity y, dependiendo de la clase de persona que seas en vida, quizás nunca regreses aquí. No tendrás que preocuparte por los coleccionistas de almas, los crono camellos... Sí, el nombre es estúpido, pero eso es lo que hace la sociedad de los relojeros. Créeme, si estás en una situación como la mía, pagarías una tonelada de oro por una semana más.
- Tengo que regresar cuanto antes, mataron a mi esposa después de hacerla sospechosa de homicidio. ¿Habías oído esa historia antes?
- Llevo treinta años comprando tiempo, ¿tú qué crees?

            Robbie le llevó hasta un edificio en el corazón de Baltic, un lugar modesto con un restaurante en planta baja y siete pisos de departamentos hasta un penthouse. Siguió al mató por el lobby y no se le ocurrió nada que decir en el elevador. Otro matón protegía el ascensor con una escopeta en la mano, era un enorme negro vestido con suéter de cuello de tortuga que no le quitaba los ojos de encima en ningún momento. Pensó que quizás debía ser gracioso, o quizás sardónico como un tipo duro, pero había perdido a su esposa en la misma noche en la que se había quedado atorado en Undercity en la palma de un poderoso mafioso. La verdad es que estaba demasiado cansado para siquiera asimilar lo que estaba pasando. El negro de la escopeta se quedó atrás mientras Robbie le llevaba por una amplio penthouse hasta la enorme oficina de Benny Bradock. La oficina tenía una pequeña sala y una puerta de roble decorada con detalles de oro en la pared del fondo. Bradock era un hombre corpulento, con una mirada inteligente y vestido con un traje deportivo como si hiciera ejercicio todo el día.
- Señor Dempsey, bienvenido a Undercity. ¿Disfruta su estadía?
- Aún no lo sé. Imaginé que iría a su departamento, por eso mandé a Robbie a buscarle. Eso hacen todos, tratan de regresar a casa. Malkin, al menos como yo la recuerdo, no era hogareña en lo absoluto, pero así es la gente.- Disfrutó de su puro y le miró como si fuera su nuevo juguete, repleto de promesa. Marcus se sintió extrañamente desnudo, vulnerable.- Sigues vivo, pero mientras más tiempo pases en Undercity, más difícil será regresar y quedarás condenado hasta que se te acabe el tiempo y la diversión realmente empiece.
- Tengo que hacer un favor, ¿no es así?
- Pierce te lo explicó bien, qué bueno.
- Tengo un socio de negocios, que se está haciendo competidor, su nombre es Tony Keller. Se adueñó de una plaza muy lucrativa para mí.- Benny Bradock esperó a que Marcus llenara el vacío.
- ¿Tengo que matar a alguien?
- Sí, pero no a Keller. Le quiero enseñar una lección, así que irás a esa plaza y sacarás a sus camellos. Keller mostrará su músculo, aún no sé quién es el asesino a sueldo que contrató, pero lo sabré. En cuanto lo muestre, eliminas al matón y misión cumplida.- Marcus, demasiado agotado para preocuparse, buscó en sus bolsillos por un cigarro y Robbie le extendió uno, junto con su encendedor de oro.
- No creo poder hacerlo solo.- Dijo finalmente.- Nunca he ganado una pelea.
- No estarás solo, tendrás a Robbie. Es mi mano derecha y sabe cómo manejarse.- Gómez le guiñó un ojo y le entregó un arma. Intelectualmente, Marcus sabía que si armaban a su esclavo era porque no esperaban que se pusiera violento.- Cosa de unos días, te devuelvo tu alma y regresas a Malkin.
- Donde me persiguen por homicidio.- Musitó Marcus.
- Te mostraré mi colección, para que veas que tu alma está en un lugar seguro.- Benny se puso de pie y lo tomó de los hombros como si fuera su mejor amigo, hasta la puerta de roble que Gómez abrió en automático. El cuarto tenía dos estanterías por cada pared con una botella con péndulo tras otra de todos los colores. Bradock señaló la botella verde al centro y sonrió.- Y pensar que algo tan pequeño hace toda la diferencia.
- No se ofenda, pero ¿cómo sé que no se quedará con mi alma?- Benny se rió y le miró sorprendido. Marcus también estaba sorprendido, era el primer mafioso que conocía y le cuestionaba como si fuera la versión negra de Bruce Willis.
- ¿Qué utilidad podrías tener para mí como empleado? Nunca has ganado una pelea y, por lo que Pierce me dijo, nunca has vendido drogas y, francamente, eres bastante estúpido con una pistola. No me sirves de nada, toma consolación en eso. Y claro, tendrás que confiar en mí. ¿Eso es un problema?
- No.- Era la respuesta correcta, Benny puso en sus manos un tabique de dólares.- Consíguete un hotel, una mujer y algo de alcohol. No necesito tenerte amarrado en cuarto, si decides traicionarme rompo la botella y tú, mi querido amigo, te conviertes en otro condenado más comprando dinero como los yonquis compran crack y dispuesto a lo que sea.

            Robbie Gómez lo acompañó fuera del edificio y le dejo a solas en la esquina. Un favor sencillo convertido en potencial masacre. Un segundo Malkin, tan peligroso como el otro. Aplastado entre mafiosos condenados en Undercity y Spoony y la policía en Malkin. Mundo de los muertos, tan letal como el mundo de los vivos. Se preguntó cómo todo se había salido de control tan violentamente, después se preguntó dónde encontrar un bar. Necesitaba alcohol hasta quedar desmayado, quizás así regresaría al mundo normal, antes del arresto de Kate, antes de la muerte de Angela Splaine, de Spoony y sus amigos, de Murray y Donovan, y antes de Pierce, Bradock y Gómez.

            Marcus fue saltando de bar en bar, tratando de perderse en el tiempo. El frío cuerpo de Kate, sus piernas muertas en sus brazos, la perversa sonrisa de Donovan, eran parte de un collage de imágenes que no desaparecían sin importar cuánto vodka bebía. El tiempo en Undercity le pareció diferente, las horas nocturnas pasaban más lentas, como si pudiera vivir un día de entero bajo el cielo nocturno y las débiles farolas. El sol parecía más débil, como si fuera de papel y los habitantes de Undercity siempre parecían más pálidos que de costumbre.

            El vodka y el tequila formaban un dúo de pugilistas contra su cerebro, pero su presente situación le impedía emborracharse. Asesino, víctima, matón y condenado, se rió pensando en las palabras que no incluyó en su curriculum para su asesor académico. Una vuelta equivocada y regresaba a Morton, quizás no físicamente pero Marcus sabía que existía un estado mental Morton, algo como un laberinto sin salidas que apesta a sudor y pólvora. Se estableció en “la luz al final del túnel”, coleccionando vasos de whisky, debatiéndose entre si la impotencia o su ominoso destino era la peor parte de su situación. El debate no terminó, se interrumpió al ver algo que no terminaba de cuajar. El bar tenía una puerta en un muro que nadie parecía capaz de ver, vio a un par de sujetos sombríos entrando por la puerta y a un borracho apoyándose contra la puerta como si fuera parte del muro de ladrillo. Pagó por sus tragos y no lo pensó dos veces, era un puente a Malkin. Salió por la puerta al abrazador sol del mundo de los vivos y respiró profundo, tratar de sentir el aire fresco, pero ahora todo le apestaba como a celda de prisión.

            Pensó en atender el funeral de Kate, pero supo que sería suicida. Murray le estaría esperando y los familiares de Kate no le querrían ver, para ellos era cuando menos un asesino y para otros un asesino múltiple. Sin Kate lo único que le quedaba era Spoony. Los mensajes en el celular de Evan Rogers contenían direcciones, así que se subió a un taxi y realizó el recorrido. Escondía su cara de las patrullas y hacía lo posible por evitar la mirada del taxista. El obeso hindú no podía prestarle menos atención, era dinero fácil ir de una punta a otra de Malkin. La mayoría de las direcciones eran calles, callejones y parques. Recordó el paquete de droga bajo su sillón favorito y se figuró que esa faceta de sus negocios se limitaría a intercambios de tabiques por dinero desde el auto. Le pareció que un Taurus viejo le seguía por varias cuadras, yendo de un lado a otro de Alvarado y alrededor del parque Jefferson. Tímidamente se asomaba hacia atrás, esperando ver detectives con sombrero incluido y patrullas listas para arrestarle, pero tras dejar atrás el parque no le volvió a ver. Necesitaba un lugar más obvio, un lugar donde esconder el arte robado y tras dos horas de búsqueda encontró un complejo de unidades de almacenamiento. Le pagó al taxista y se compró una barra de chocolate de una máquina en la entrada y se aseguró de tener escondido el arma antes de entrar.

            Las bodegas no tenían nombre y el dueño, un hombre mayor de 50 con aspecto de veterano de guerra, le mandó a la recepción para revisar el cuaderno de nombres. Añadió, con una sonrisa perversa, que esa información era privilegiada y costaría bastante. Marcus no tenía humor para pagar sobornos. Entró a la oficina como si fuera dueño del lugar, la recepcionista había desaparecido y encontró el cuaderno sobre el escritorio de la oficina del fondo. Los nombres no podían ser más falsos, había tres Marylin Monroe, un Elvis el Rey, una alarmante cantidad de Tupac Shakur y, entre una catarata de nombres falsos y cantidades, un Renoir. Robó alicates de la oficina y se dirigió a la bodega marcada con el número 59. Abrió el candado con la rabia acumulada y encendió el débil foco del techo.

            Entre un par de camas viejas encontró un par de pinturas de Angela Splaine y otras pinturas de aspecto clásico bajo una manta para cuidarles del polvo. Era obvio que algo había sido quemado, una marca negra en el suelo y en el techo indicaban el uso de gasolina. Pecho tierra recorrió los brazos entre las camas y el viejo tocador, había papeles y lienzos quemados. Recuperó un pedazo de pintura, una esquina que se había salvado del incendio y la reconoció de inmediato, era una pintura de Kate. Se maldijo en secreto, ¿había buscado entre las pinturas que Kate tenía en el departamento? No había tenido tiempo, ni el cerebro para hacerlo. En una esquina había manchas multicolores de pintura sobre una cubeta con una especie de colador, pero no se imaginó de qué le había servido a Spoony.
- Oiga, no puede revisar entre las posesiones de los demás.- El dueño trató de encerrarlo, pero Marcus le apuntó con la pistola.
- Cállese, no tengo humor.- Marcó el número que el detective Murray le había dado y le indicó al viejo que no abriera la boca.- Murray, es Dempsey.
- ¿Dempsey? Hijo de perra, tienes coraje.
- Cállate y escucha. No me quisiste creer antes, pero ahora lo harás. Tengo evidencia.- Le señaló al dueño que caminara hacia la oficina.- Estoy en “Minerva Storage”, queda en Yule.
- Conozco el lugar. Quédate ahí.
- ¿Para que tu capitán Donovan me cuelgue como si estuviéramos en Alabama? No Murray, digamos que he aprendido mucho este último día. Spoony tiene una bodega repleta de cosas robadas, el dueño te dirá todo sobre él.
- Muy bien, lo haré a tu modo, pero por favor no te desaparezcas. Sabes que ya estás en problemas, no lo hagas peor. Tengo que interrogarte en mi precinto, no hay de otra.
- No, ya tengo peores problemas.- Marcus se detuvo en seco, la puerta de la recepción estaba marcada con el ojo de la muerte. El auto, tenía que ser el Taurus, sí le estaban siguiendo.

            Se guardó el celular en el bolsillo cuando el dueño se tiró al piso, tardó en escuchar los disparos, pero no se quedó a preguntar de qué dirección venían. Corrió en sentido contrario, preguntándose si Bradock o Pierce hubieran pensado que les traicionaba huyendo a Malkin y habrían mandado a un asesino. La muerte roja mandaba el mensaje fuerte y claro, las balas le perseguían por las esquinas. Dobló con las rodillas casi al suelo, las balas rozándole el cabello. En un extenso corredor encontró un enorme agujero en el techo de láminas verdosas y tan ágilmente como pudo saltó sobre la escalera y se empujó hacia arriba. Recorrió el edificio por el techo, brincando de un corredor a otro para no caer por la lámina. El puente de segundo piso de la avenida Yule daba contra una de las esquinas del complejo y no pensó dos veces en aprovecharlo. Saltó tan fuerte como pudo, aferrándose al resbaloso concreto y empujándose con sus jeans hasta el asfalto. Un camión remolque casi le arranca un brazo y tuvo que rodar hacia un costado para poderse levantar. De reojo pudo ver a su verdugo, escalando hacia el techo. Corrió por el segundo piso, deteniéndose a un milímetro del espejo lateral de un auto, para después cruzar otro carril hasta casi estamparse contra un camión. Saltó por la división entre carriles, hacia el que lo alejaba de Yule y detuvo un auto a punta de pistola. Quiso explicarle que normalmente no haría eso, pero sólo podía pensar en la máquina de matar que se acercaba cada vez más y en las patrullas que no tardarían en llegar. Lanzó fuera al conductor y aceleró a fondo.

            Habló con Saul, quien estaba muerto de miedo al oír su voz. El detective Murray ya le había visitado, incluso revisó debajo de su cama. Le dijo que era demasiado peligroso verse en la redacción y lo mandó a su casa. Marcus le pidió todo lo que tenía sobre la muerte roja, cuando Saul preguntó por qué, se quedó pasmado al escuchar que le había tratado de matar. Marcus dejó el auto y tomó tres autobuses para llegar a casa de Bornstein al norte de Industrial. La adrenalina y el miedo le hicieron dolorosamente consciente de la multitud de cámaras que vigilaban la ciudad. Pensó en entrar a un Burger King y esperarlo, pero tenía una cámara en la entrada y varias adentro, la tienda de abarrotes tenía otra en el estacionamiento, como el cajero automático a un lado de la casa y una cámara de tránsito en la otra esquina de la cuadra. Muerto de miedo terminó escondido en los setos del jardín delantero como un pervertido. Eventualmente llegó Saul en su auto y Marcus entró corriendo por la cochera. Ayudó a su amigo a cargar las cajas de archivos y periódicos y se instalaron en la cocina. Marcus asaltó el refrigerador, comió todo lo que pudo y vomitó el alcohol en el baño.
- Te ves fatal, no tengo nada de ropa que te quede, pero te la puedo conseguir.
- ¿Trajiste todo?- Saul fue sacando sus papeles y se sentó a su lado.- Y sí, no tengo duda que era la muerte roja. No me preguntes cómo, pero ese ojo de la muerta no era broma alguna.
- ¿Y por qué querría matarte?
- No sé, algo que ver con Spoony, con Pierce o Bradock.
- ¿Quiénes?
- Es mejor  que no sepas.
- Muy bien, esto es lo que tengo.- Saul se abrió una cerveza y le mostró viejos periódicos.- Un cuidador de cementerio fue arrestado en el ’73. Percy Murdoc, según los reportes. Luego de eso, desaparece de la faz de la Tierra.
- Pensé que sería más viejo si empezó a matar gente en los 40’s.
- Aquí tengo listas de arrestos del ojo de la muerte. Y sí, sería un anciano, pero podrían ser otros que lleven el mismo alias. El mito urbano, si es que es eso, empieza al mismo tiempo que con el clan de la lámpara roja. Supuestamente una organización que controlaba cada aspecto de Malkin, sus miembros se llamaban por colores, tenías un Mr. Black, Mr. Green y así sucesivamente. Una versión local de los Illuminati. Desaparecieron en los 70’s, al mismo tiempo. Si me preguntas a mí, la muerte roja trabajaba para ellos. No sé qué haya pasado en el ’73, pero debió ser enorme.- Marcus le arrancó otro periódico, era una fotografía de Perry Murdoc saliendo del cementerio. No pudo evitar temblar.
- Es el mismo Saul, lo vi en esas bodegas. Lo vi una fracción de segundo, pero era el mismo.
- Tengo que sacarte del país Marcus, no estoy bromeando. Te matará antes que el detective Murray pueda ponerte las manos de encima.
- No puedo huir, estoy... comprometido a otras cosas.- Antes que Saul pudiera preguntar, el celular de Evan Rogers comenzó a sonar, era el detective Murray.
- Me enviaste a una balacera Dempsey, tienes menos cerebro del que pensé. ¿A quién mataste?
- A nadie, yo era la víctima.
- Tengo una secretaria con rozón de bala y suficientes agujeros de balas como para mantener ocupados a los de balística por años. Por no contar el robo de un auto.
- No tuve opción, estaba a punto de matarme. ¿Qué hay de la bodega?
- ¿La bodega que el dueño del lugar dice que es tuya?
- ¿Qué?- Marcus se palmeó la cara, el hijo de perra sabía guardar un rencor. Saul le hizo señas para que colgara y prácticamente le arranca el celular de las manos.- ¿Qué haces?
- No te habló para discutir sobre el clima, por Dios Marcus pueden rastrear la señal de cualquier celular. Apágalo ahora mismo.
- ¡Maldita sea!- Marcus apagó el celular y se paró de golpe.- ¿Qué voy a hacer? No sé qué hacer.
- Murray debe estar en camino, sube al auto.- Marcus le siguió, pero colapsó al llegar a la cochera. Se sentía mal, como si cada parte de su cuerpo estuviera tan agotada y golpeada que su cuerpo entero se deslizara hacia la muerte.- Estás helado... Tengo que llevarte al hospital.
- Benny no mentía, maldita sea me estoy haciendo un fantasma.
- Sí, eso es muy lindo, pero nos vamos de aquí.- Saul prácticamente cargó a su amigo hasta el asiento del acompañante.

            El auto casi se golpea con la puerta automática, y en menos de un minuto ya estaba a cuadras de distancia. Marcus trató de tranquilizarse, era cien veces peor que una resaca y estaba seguro que su corazón latía arrítmicamente. El momento de triunfo de Saul no duró mucho, Murray le había rastreado a su casa y emitido una orden de captura con las placas de su auto. Al escuchar las sirenas Marcus despertó de su ensoñación, era la noche anterior de nuevo y no tenía idea de cómo escapar a Undercity, la ciudad donde estaba en tantos problemas como en Malkin. Marcus agarró el volante y le obligó a doblar para entrar a un estacionamiento público. Abrió la puerta del auto en el segundo piso y se lanzó rodando contra cajas abandonadas. Escondido entre cajas y lonas esperó a que pasaran las patrullas para correr hasta el fondo, donde había una puerta que podía llevar a las escaleras de emergencia. Escuchó los frenos detrás de él cuando llegó a la puerta, miró hacia atrás mientras abría la oxidada puerta, era Murray con el arma en la mano. Salió a las escaleras de emergencia y las fue bajando de dos en dos. Escuchó sus órdenes, pero se confió con que no dispararía. Saltó los últimos escalones y aterrizó en un charco de lodo. Murray saltó detrás de él, errándole por centímetros. No podía correr por el callejón, le tendría en un par de pasos, así que se dio vuelta y abrió la puerta al oscuro sótano. Trató de cerrar la puerta con seguro, pero el detective la abrió de una patada, iluminando momentáneamente el clausurado sótano.
- Se acabó, no tienes a dónde ir.- Brian le apuntó al pecho y caminó lentamente.
- Yo no lo hice Murray, soy inocente, fue Spoony.

Marcus sintió el colapso de nuevo, pero ya no podía detenerse. Instintivamente caminó en reversa, hacia la oscuridad. Tropezó con un tapete enrollado y al caer al suelo dejó de escuchar la voz del detective Brian Murray. El colapso ya no estaba, no necesitaba luz para saber que estaba en Undercity, aún así no se sentía a salvo. Avanzó a tientas, buscando la puerta y al abrirla se encontró en el mismo callejón en las primeras horas de la noche. No tenía opción, no era la libertad, así que regresó a la oficina de Benny Bradock.
- Apestas a muerto... Eso sonó estúpido.- Dijo Gómez en el elevador.- ¿Listo para tu favor?
- A estas alturas... supongo que sí.
- Aquí está, el hombre de la hora. Por un instante pensé que no regresarías.- Bradock se sentaba en el mismo escritorio, y además tenía a David Pierce a su derecha, junto con otro matón.- Creo que conoces a mi teniente, el señor Pierce. Éste es su asociado, Graham Pontius. Tiene menos paciencia que Gómez, así que ándate con cuidado. ¿Disfrutando Malkin?
- Eso intentaba hasta que casi me muero.
- Poco a poco no podrás estar en Malkin, no mientras yo tenga tu alma. Haz esto bien y podrás regresar y disfrutar del mundo de los vivos todo lo que quieras. Gómez y Pontius serán tus chaperones. ¿Entiendes como funciona?
- Si ese tal Tony Keller se enoja demasiado, Gómez y Pontius podrán convencerle que soy el novato demasiado entusiasta e ignorante de la política entre las mafias. ¿Algo así?
- Te has hecho más inteligente, se nota que usaste bien tu día.

            Lo trasladaron en una camioneta vieja, sin decir una palabra. Marcus se dio cuenta que Pontius y Gómez se detestaban mutuamente, y el trato del silencio no estaba destinado para él. Marcus acarició la pistola que Robbie le había dado, no quería tener que usarla, aunque no estaba del todo seguro si matar a un muerto era algo tan grave, después de todo Undercity era un purgatorio y si mataba a alguien sólo aceleraría el proceso para llevarle ante el juicio final. La camioneta se detuvo de golpe y Pontius le abrió la puerta corrediza, señalándole a la pandilla de cuatro negros vendiendo crack en cápsulas de vidrio. Respiró profundo y se bajó de la camioneta tratando de parecer intimidante. No sabía qué decirles, pero sabía que no les asustaría con palabras. Los cuatro negros le miraron acercarse, mostrándoles sus bates de baseball. Marcus respiró hondo, pensó en Kate y sacó la pistola. La adrenalina se apoderó de él, no escuchó lo que decían, le pareció ver que uno de ellos sacaba una pistola y Marcus jaló del gatillo. Disparó una y otra vez, la mayoría de las veces arruinando un auto o contra los árboles del parque. Una bala rebotó contra el muslo de uno de los pandilleros. Marcus siguió avanzando, disparando casi a ciegas, y los pandilleros decidieron salir huyendo.
- ¿Ya ves? No fue tan difícil.- Le dijo Robbie cuando fue por él. Marcus se había quedado de pie con expresión neutra, tratando de no vomitar y absorbiendo lo que acababa de ocurrir.- Fue estúpido y creo que casi te disparas en la pierna, pero fue efectivo. Nadie murió, creo que le diste a dos de ellos y ahora solo falta la segunda parte.
- Yo me lo llevo.- Graham empujó sutilmente a Robbie y le puso una mano en el hombro a Marcus.- Pierce quiere usarlo, ahora que se puede.
- Benny no me dijo nada de eso.
- ¿Vas a discutir conmigo?- Robbie se relamió los labios y asintió lentamente.­- Descuida, te devolveré a tu novio en una pieza.
- Me llevo la camioneta, diviértanse caminando.- En cuanto la camioneta de Gómez desapareció un viejo Buick se estacionó a un lado de Pontius.
- Súbete.
- ¿Adónde vamos?- Graham lo empujó a la parte trasera. Tenía a un matón en el volante y otros dos a su lado. Ninguno parecía con ganas de entablar conversación. Marcus entendió lo que significaba ser un condenado en Undercity, su misma existencia dependía de los caprichos de mafiosos manipuladores y violentos.
- Escúchame bien, porque no me gusta repetirme. Haremos una venta, pero tú llevarás el producto y recogerás el dinero. Las cosas podrían ponerse violentas, así que espero que aprendas a usar esa pistola en lo que llegamos allí. Pase lo que pase, tú regresas con el dinero o no regresas. Ah, y si Juan Calavera se aparece, tú eres el héroe y nosotros los que se largan a la primera.
- Bueno saberlo.

            El Buick estacionó en un callejón y encendió y apagó los faros un par de veces, hasta que otras luces pudieron verse al fondo del callejón. Los matones se bajaron, todos ellos fuertemente armados. Graham le entregó una bolsa con cápsulas de crack y lo empujó con su escopeta para hacerle caminar. Marcus temblaba como una hoja, era peor que cualquier pesadilla que pudiera tener, pero se concentró en terminar la pesadilla lo más rápido posible. Graham le siguió a dos pasos de distancia y entonces entendió que el juego era otro, una posible ejecución. Un mafioso, vestido de un elegante traje con tres dientes frontales de oro, se apareció cargando un maletín.
- Así que aquí está el suicida.- Puso el maletín en el suelo y sonrió.
- Es el nuevo Keller, él es el que casi mata a tus muchachos. No teníamos idea que haría algo tan estúpido, quería demostrarse. No demostró tener neuronas.- Marcus tragó saliva, si Keller quería matarlo ahí mismo, Graham prácticamente le había dado permiso.
- ¿Eso es cierto?
- Sí, nunca bromeo cuando se trata de demostrarme.- Marcus le extendió la bolsa de crack, cada segundo que miraba esos dientes de oro eran una tortura.
- Por eso sólo se puede hacer tratos con Pierce. ¡Travis!- Un gorila vestido de playera y abrigo de piel apareció con un enorme rifle automático.- Este es Travis Locke, ¿quieres adivinar por qué le llaman el ángel de la muerte?
- No, no realmente.
- No me caes bien suicida. Los suicidas sólo sirven para morir.- Travis le apuntó el rifle, el láser de la mira recorrió de su corazón a la frente. Marcus sintió ganas de orinar y sintió que la sangre se le iba de la cabeza.
- Déjalo Travis. Bradock pagara su insolencia, pero a este lo dejamos al último.- Keller empujó el maletín de dinero con el pie y Marcus lo recogió temblando de miedo.

            Los matones de Pontius le dieron un cigarro y se burlaron de él cuando le vieron llorar con la frente contra la ventana. Nunca había tenido tanto miedo, tanto odio, tanta desesperación y tanto dolor en toda su vida. En dos días parecían concentrarse cada mal momento, cada tragedia personal y cada error garrafal como un concentrado que mataría a cualquiera. Pontius le tiró un pañuelo de seda con cara de asco y no dejó de reírse hasta el edificio. No se sintió aliviado al llegar, diferente auto pero misma situación y nada cambiaría. Sabía que sólo le quedaba apretar el acelerador a fondo, pero si ya había cruzado la pared del mundo de los vivos al de los muertos, ¿adónde esperaba ir? Prisión en Malkin era como esclavitud en Undercity.
- Cambio de planes.- Gómez y sus matones salieron del edificio al verles llegar.- ¿Saben quién es?
- Travis Locke.- Dijo Graham. Gómez chifló sorprendido. Le quitó la pistola a Marcus y le dio otra.
- Uno de los informantes de la policía estará en el patio de las torres de Baltic. Benny ya se encargó de hacerlo parecer real. Keller enviará a su músculo. Ésta vez Marcus, apunta antes de disparar.

            La profecía de Marcus Dempsey se cumplió. Nuevo auto, misma situación. Gómez rodeó el patio de las torres de departamentos de Baltic y estacionó en una esquina. Señaló a los pandilleros que ocupaban las bancas y juegos infantiles, todos ellos en la nómina de Tony Keller. Señaló al centro de las torres, donde los tres enormes edificios formaban una plaza techada y mal iluminada, ahí estaría su objetivo. Sacaron a Marcus del auto, que no tenía intención alguna de salir, y le dejaron solo. El mensaje era claro, o regresaba con la sangre de Travis Locke, el asesino profesional temido por todos en Undercity, o mejor no regresaba en lo absoluto. Marcus se contuvo de llorar, estaba muerto de miedo y se sentía completamente desnudo. Nunca había matado a nadie, nunca había sido lo suficientemente duro para la vida callejera de sus amigos en Morton y nunca se había metido en un problema del que no supiera cómo salir. Eventualmente se tranquilizó lo suficiente para moverse, entrando a una de las torres con la cabeza gacha como si perteneciera allí. Los vagos de las escaleras no le prestaron mucha atención mientras subía al segundo piso y abría la puerta al corredor exterior de la torre.

            Caminó de cuclillas, escondiéndose entre la ropa colgada de las barras del balcón exterior para evitar ser detectado por los pandilleros. Al fondo, donde las tres torres se unían, había una plaza ocupada por macetas con plantas más muertas que vivas, pero tenía un agujero en el medio que en algún momento había estado decorado de baldosas, hasta que todas fueron robadas. Se acercó pecho tierra, cuidadosamente espiando hacia las entradas a las tres torres, y cuando se cercioró que no hubiese nadie, siguió avanzando hasta el borde del agujero. Podía ver gran parte de la plaza debajo de él, podía ver a cuatro pandilleros con sus sudaderas y gorras, a un hombre raquítico y tembloroso que debía ser el informante y, si se asomaba lo suficiente, a Travis Locke con su abrigo de piel.
- Eres el segundo suicida que conozco hoy. ¿Tú también querías demostrarte?- Marcus se asomó un poco para ver a Travis, pero se escondió de nuevo al sentir que uno de los pandilleros miraba hacia arriba.- Tienes agallas, o eso crees tú. Todos sabemos que le vendes información a la policía por unos cuantos dólares para comprar crack.
- No sólo a la policía.- El informante se echó a reír maniáticamente.- También con Juan Calavera.
- Vamos, ese es un mito. Es como la muerte roja en Malkin, yo nunca lo vi. Y vi a muchos.- Travis trató de sonar agresivo, apuntándole con su revólver, pero el informante no dejaba de reír.

            Marcus juntó coraje y se asomó para matar a Locke, pero sus ojos siguieron la mirada de los pandilleros. Escuchó los gritos, pero antes que pudiera entenderlos, quedaron opacados por los disparos. Nadie tenía que decirlo, el tirador que corría hacia la plaza no podía ser otro que Juan Calavera. Marcus quedó boquiabierto, era un esqueleto vestido como un punk, con chamarra de aviador de cuero, playera con la A de anarquía agujereada por las balas, y un fuego intenso en sus vacías cuencas oculares. Disparaba una automática en cada mano huesuda y la carnicería estaba decidida desde el principio. Travis le disparó varias veces, pero Juan Calavera le reventó la cabeza con cuatro tiros. Los pandilleros decidieron que era mejor huir, pero ninguno llegó muy lejos. El informante se tiró al suelo y cuando Juan Calavera llegó al centro de la plaza, los pandilleros del patio abrieron fuego. Juan Calavera se escondió detrás de un pilar y miró hacia arriba. Marcus se orinó sin darse cuenta. La calavera le veía directamente, no había duda alguna que su mirada ardiente habría consumido alma de tenerla en ese momento.

            Marcus huyó por donde había venido. Lo último que había visto de Juan Calavera era que trataba de entrar a una de las torres, pero estaba retrasado por los disparos de los pandilleros. Era obvio que el esqueleto viviente podía ser lastimado, pero Marcus no quiso quedarse a ver cuánto abuso podría soportar. Ahora no se molestó en avanzar en cuclillas, estaba propulsado por el terror más profundo y temible. A medio camino escuchó a Juan Calavera saliendo al balcón exterior del segundo piso. Marcus se lanzó al suelo al ver los vagos de la entrada saliendo de la puerta de rejas de la escalera con escopetas recortadas. Avanzó pecho tierra, mientras que los pandilleros caían al suelo, uno tras otro. Se puso de pie de un brinco y miró hacia atrás un momento, Juan Calavera estaba tirado boca arriba, pero seguía vivo, o tan vivo como una calavera de jeans, playera y chamarra podría estar. Marcus se asomó por el barandal del balcón exterior y al ver al camión repartidor no lo pensó dos veces, en vez de bajar por las escaleras se lanzó contra el techo, rodando de lado hasta caer de la caja, sujetándose de las yemas de los dedos.

            Dos autos repletos de matones se estacionaron en el parque, respondiendo a las llamadas de auxilio de sus compañeros. Nadie notó a Marcus, quien se alejaba hacia la banqueta de enfrente. Juan Calavera se lanzó del barandal, su huesudo cuerpo rebotó en la caja y cayó al suelo. Marcus quedó petrificado, Juan Calavera se ponía de pie, bajo el fuego de tres matones a sus lados. Sin quitarle la mirada de encima disparó hacia los lados con la precisión de un cirujano. Marcus quedó cegado por las lágrimas y levantó las manos. Sintió la huesuda mano de Juan Calavera en su cuello y cuando abrió los ojos ya no vio sus cuencas fogosas, algo más le llamaba la atención. Siguió la mirada de su verdugo hacia una camioneta que frenó tan fuerte como pudo, pero golpeó a Juan Calavera con tanta fuerza que le lanzó diez metros en el aire. El conductor se bajó instintivamente, antes de darse cuenta del campo de batalla poblado por cuerpos sin vida. Marcus lo empujó, tirándole al suelo, y se robó la camioneta. Aceleró a toda velocidad, evitando a Juan Calavera que se ponía de pie temblorosamente.

            Escuchó las sirenas viniendo de todas partes. Por el espejo retrovisor los vio aparecer de cada calle, persiguiéndole a toda velocidad. La segunda vez que miró por el espejo Calavera ya se había hecho de un auto y también le perseguía, seguido de otros dos autos repletos de matones de Tony Keller. Una patrulla golpeó la camioneta de un lado, Marcus dio un volantazo de último momento para entrar a una calle angosta y sin iluminación. Escuchó los frenos de los autos que le seguían, al menos siete con deseos de ver su sangre. Marcus apagó sus luces y aceleró al llegar a la parte oscura de la calle, con la esperanza de dar alguna vuelta cerrada y escapar de la red de la muerte. La camioneta cruzó el parche de oscuridad y frenó tan fuerte como pudo para evitar los coches que llegaban en sentido contrario, había cruzado a Malkin.

            Confiado que la policía de Undercity no le diría a la policía de Malkin sobre el auto robado, decidió usar la ventaja a su favor. Sabía que no tenía mucho tiempo, se sentiría mal en cualquier momento, así que manejó al edificio de Maren Monroe con la mente en blanco y la pistola clavándose en el cinturón de su pantalón. Subió los escalones de dos a la vez. Miró su reflejo en el casillero de vidrio de donde antes había estado el extinguidor y no reconoció su reflejo. Era como él, pero sus ojos estaban hundidos, sus labios finos y una expresión de odio se había fijado como una máscara de madera. Golpeó la puerta de Maren y en cuanto escuchó el picaporte empujó con todas sus fuerzas. Maren le miró aterrada y Marcus la golpeó en la nariz con todas sus fuerzas. La pateó en el suelo un par de veces, por haber tratado de matarlo, por conocer a Spoony, por haberle vendido su alma a David Pierce, por haber hecho el trabajo sucio de Benny Bradock, por ser perseguido por la ley por el homicidio de su propia esposa y las horas de hambre, el hedor a orina en sus pantalones y por su cansancio. Al final Marcus se sentía mejor y Maren luchaba por ponerse de pie. La pateó en las costillas de nuevo y aplastó su mano derecha.
- Mírame.- Le mostró la pistola y jaló el martillo.- Mírame Maren, mírame bien,
- No me mates.
- ¿Cómo se llama Spoony y dónde puedo encontrarlo?
- No sé cómo se llama el cucharas, usaba distintos nombres todo el tiempo, no es como si nos fuéramos a casar.- Marcus apretó su mano y Maren soltó una lágrima de dolor.- No sé dónde está, dijo que no le preocupaba la policía pero sé que era mentira. Me dijo que se iría de la ciudad, tiene amigos en Nueva York. Conozco algunos, pero por favor...
- ¿Y ellos de qué me sirven? Maldita sea, por tu bien espero que siga en Malkin.
- ¿Vas a matarme?
- Probablemente.- Jaló el gatillo, la bala se enterró en la duela a centímetros de su cara.- Dime de él.
- Lo conocí hace cinco años, ya había sido arrestado por robo. Spoony y yo robábamos casas como pintores. Mientras nos dejaban solos y pintábamos un muro revisábamos lo que podíamos llevarnos sin que se dieran cuenta. Relojes, diamantes, lo que fuera que pudiéramos meter a los botes de pintura. La verdad no nos vimos mucho después de eso, a mí casi me agarran.
- ¿Y Splaine?
- Por Dios, te juro que yo no estuve en casa de Angela Splaine, ¿qué sé yo de arte? Vendo marihuana y crack para comprarme marihuana y crack. A Spoony se le dio por ser el experto en todo, robaba casas de ricos pero tampoco lo hacíamos juntos. Quedamos como amigos.
- ¿Qué hay de Evan Rogers?
- Lo vi una vez, le compré medio ladrillo de cocaína, pero eso fue hace seis meses. Spoony debió conocerlo a través de mí. Te estoy diciendo la verdad, ¿por qué mentiría ahora?
- No te muevas.- Marcus arrancó el cable de teléfono y lo usó para atarla de muñecas y talones. Encendió el celular de Rogers y le marcó al detective Murray.- Soy yo de nuevo.
- ¿Cómo desapareciste de ese subsuelo?
- Esa es una historia para otro día. ¿Realmente quieres encontrar al asesino de Kate y de esa pintora?
- El capitán me crucificará si se entera que hablo contigo. Está bien, digamos que estoy abierto a distintas posibilidades. ¿Qué tienes?
- Maren Monroe y Spoony, búscalos en tu base de datos. Aún no tengo su nombre real.
- Está bien, dame un segundo.- Marcus se encendió un cigarro y pateó las piernas de Maren para que dejara de moverse.- Maren Monroe, arrestada hace siete años por robo a casas, pero no fue condenada. Hace cinco años por robo de diamantes a una anciana, pero nunca se encontraron los diamantes y la anciana decidió dejar el asunto.Tiene otro arresto hace menos de un año por posesión de marihuana, otro hace cuatro meses por vender crack, la misma historia, no fue condenada. Pez pequeño.
- ¿Y Spoony?
- Nada... no tengo nada.- Murray estaba tan sorprendido como Marcus.
- ¿No guardan alias?
- Claro que guardamos los aliases también. Y no tengo a ningún Spoony, de ningún tipo, desde los últimos quince años.
- Busca a Evan Rogers.
- Ése es fácil. Está muerto. ¿Algo que deba saber?
- Sí, yo no lo hice.- Marcus apagó el celular y se terminó el cigarro.
- ¿No me vas a soltar?- Marcus ya estaba por irse cuando Maren trató inútilmente de sentarse.
- Déjame pensar... No.

            Sabía que era muy probable que Spoony desapareciera, pero sabía que él habría matado a Rogers y, con algo de suerte, podría encontrarlo antes que Spoony se fuera a Nueva York y él a Undercity para lidiar con el desastre que había dejado atrás. Manejó hasta Industrial, preguntándose si todos los patrulleros llevarían fotos suyas, y al llegar a la casa de Rogers prefirió esperar en la calle paralela. Un par de patrullas daban sus vueltas, la casa había sido clausurada con cinta amarilla y sellos pegajosos contra las puertas. Se escondió en el suelo de la camioneta, animándose a levantar la cabeza sólo cuando no se escuchaban autos. Era una trampa, tenía que serlo, pero necesitaba entrar a esa casa una vez más para buscar cualquier indicio de la verdadera identidad del cucharas.

            Tan pronto como una de las patrullas desapareció dos cuadras más adelante, Marcus salió del auto y avanzó de cuclillas detrás de los otros coches estacionados. La casa detrás de la de Rogers parecía deshabitada y se figuró que podría subir al techo escondiéndose del pino que crecía salvajemente en el reducido porche. Se tiró al suelo al escuchar la otra patrulla y se asomó para asegurarse que se hubiera ido antes de cruzar la calle corriendo, hasta esconderse detrás del árbol. La casa no estaba desocupada, una pareja de ancianos dormía en el cuarto del fondo, la puerta se podía ver por las veladoras en la mesa de la sala. Esperó nerviosamente a que pasara otra patrulla para empezar a escalar el árbol. Aferrado a una gruesa rama se estiró hasta el techo de la casa de un piso y avanzó silenciosamente hasta el techo de la casa de Rogers. Levantó una vieja lámina metálica de un cubo de aire donde tenía al viejo boiler, y se deslizó dentro del lugar.

            Entró a la sala y se quedó frío, pensó que podía escuchar la respiración de alguien más, podría ser de un policía, del mismo Murray quizás, o de la muerte roja en persona. Tras un larguísimo minuto se dio cuenta que era su respiración, jadeante, nerviosa e incontrolable. Encontró revistas sobre diamantes y valuaciones de obras de arte en un revistero en la cocina. En el cuarto al fondo la poca luz se filtraba por una diminuta ventana que daba al cubo de aire, pero incluso en la oscuridad pudo detectar el olor a pintura fresca. Iluminándose con su encendedor encontró la pared recién pintada y una extraña irregularidad. Usando un cuchillo viejo, abandonado junto con platería inútil en un cajón abierto de un mueble roto, fue sintiendo el espacio que parecía sobresalir, si apenas por unos milímetros. Evan había escondido una pintura dentro de una protección plástica y pintado la pared para esconderla. Además de la pintura había un mapa de la ciudad con algunas cuadras marcadas, y direcciones y horarios apuntados con lápiz. Incapaz de seguir explorando el depósito entró a la habitación donde Evan había estado esperándole con su arma para volarlo hasta el fin del mundo. En el marco de la puerta había una marca, una quemadura con la forma de un reloj de arena. Marcus no tenía duda alguna, la muerte roja había matado a Rogers. La mera idea de ese asesino a sueldo implacable, trabajando para Spoony le daba nauseas.

            Se detuvo de encender la luz en la habitación, a través de la ventana podía ver a un uniformado que caminaba en círculos por el aburrimiento. Olió el ocre de la sangre y, por la poca luz filtrada por las delgadas cortinas, pudo ver los agujeros de bala en la pared. La muerte roja se había divertido, no tenía duda. Regresó al cubo de luz, cargando una silla para poder alcanzar al techo. Trabajosamente se puso de pie y de nuevo sintió ese colapso generalizado, era como la muerte pero más violenta. Su cabeza latía con tanta fuerza que no podía notar cómo su corazón dejaba de latir. Intentó avanzar, pero cayó de rodillas cuando empezó a ahogarse. Una patrulla frenó en seco a media cuadra e hizo reversa a toda velocidad. Marcus se obligó a correr, consiguiendo caminar arrastrando su pierna izquierda. Escuchó las radios policiales, le describían por nombre completo y solicitaban todas las unidades. El capitán Donovan no lo dejaría escapar de nuevo. Sin saber muy bien cómo regresar a Undercity buscó un lugar completamente oscuro, pero las farolas nocturnas y las potentes linternas de los patrulleros lo hacían imposible.

            En la esquina de la cuadra un par de patrulleros escalaban a los techos. Marcus sabía que no podía escapar por la calle, pero tampoco podía conseguir pensar claramente, el dolor era demasiado intenso. Accidentalmente resbaló a un patio de concreto, la caída le convenció que seguía con vida. La puerta de hierro del patio estaba cerrada con llave, pero recordó que tenía pistola y la disparó para abrirla. Escuchó los gritos de la familia, los gritos de los patrulleros y los gritos de su cerebro urgiéndole a regresar a Undercity antes de morir definitivamente. Se abrió paso por la casa, su cuerpo demasiado débil para correr hasta que finalmente colapsó en la puerta de entrada. El peso la abrió y cayó de bruces contra el porche. Las casas seguían ahí, pero la policía se había ido, había regresado a Undercity.

            El dolor se había ido, los nervios y la rabia no. Esa furia no se iría nunca, aunque Bradock tirara su alma a la basura y la muerte llegara por él. Se iría con él, esa furia animal, ese estado existencial que se sucede cuando uno es empujado kilómetros más allá de su propio límite. Era el soldado dejado en líneas enemigas, no conseguía ver dónde solía terminar Marcus Dempsey y mucho menos dónde solía empezar. Un frío pragmatismo se apoderó de su mente, ya no cabía discusión, no había opciones, sólo el fatalismo de estar sobre las vías. Entró a un cubículo de teléfono, pensó en buscar el nombre de Pierce o Bradock en el listín, pero descubrió una tarjeta que Pontius debió meter en su bolsillo en algún momento. Le marcó a David Pierce, sin saber qué esperar.
- Habla Dempsey.
- Ya era hora Marcus, me estabas poniendo nervioso.
- Sí, como sea. ¿Cómo recupero mi alma? Necesito encontrar a Spoony, pero no lo haré en Undercity. No me fascina la idea de ir a prisión, pero me fascina menos quedarme aquí y tener que lidiar con Keller y Bradock.
- ¿Benny? No podría estar más feliz. No fue exactamente como pensó que pasaría, fue incluso mejor.- Marcus se encendió un cigarro y suspiró, mirando cómo el humo rebotaba contra el plástico transparente del cubículo y ascendía hasta perderse.- Juan Calavera te quiere muerto, lo que quiere decir que no puedes quedarte aquí por mucho tiempo.
- Ya hice el favor, sólo dame la botella y me voy.
- No tan rápido, tú y yo teníamos un trato, ¿no te acuerdas?- Marcus apoyó la cara contra el panel plástico y miró a la luna, preguntándose cuántas horas más podía haber en Undercity, ¿más de un día completo?- Ve a Alvarado y la 20, encontrarás una Cherokee roja estacionada frente a una tienda. La llave está pegada sobre la llanta del lado del acompañante. ¿Me escuchas?
- Sí, sí, ¿y luego qué?
- Ven a la oficina, deja el motor encendido porque no tardarás mucho, sube a la oficina y recoge a Benny y su maletín. Lo llevaras a Brokner, tendrás una escolta de seguridad por si te preocupa la seguridad. Una hora, a lo mucho. En Brokner te daré la botella y puedes regresar a casa. ¿Quién sabe, quizás tenga más favores que darte si todo sale bien, como ayudarte a encontrar a Spoony?
- Llevémosla un día a la vez. Esto de los favores terminará matándome.

            Marcus siguió las instrucciones al dedillo. Preparó su automática, sólo por si acaso. Sabía que era una trampa, los últimos días le habían hecho demasiado cínico como para esperar algo más, pero también sabía que no tenía otra opción. La falta de opciones, que hacía unas doce horas le volvía loco, ahora le daba cierta libertad de pensar en otras cosas, como en prepararse para la espantosa trampa que le aguardaba. Estacionó frente a la entrada del edificio, dejó el motor en marcha y entró al lobby. Esperaba ver al matón que leía el diario al fondo, pero no estaba disponible. El gorila de la escopeta en el elevador también había desaparecido. Pistola en mano esperó a que las puertas se abrieran para apuntar a todas partes. La oficina parecía estar vacía, pero no bajó el arma en ningún momento. Caminó en silencio hasta el escritorio. Benny Bradock estaba muerto, una bala en la sien y ahora miraba hacia la nada con la ropa bañada en sangre. Marcus se esperaba una trampa, pero no se esperaba eso.

            Regresó corriendo al elevador, pero un ruido llamó su atención. Alguien estaba en la colección de botellas de almas. Las puertas estaban entrecerradas y cuando extendió la mano para abrirlas, una escopeta rugió desde adentro, llevándose la mitad de una puerta. Marcus cayó de espaldas, arrastrándose detrás de unas macetas. El elevador venía de subida y supo que era hora de irse. Encontró un corredor lateral que llevaba a escaleras, pero cuando la puerta metálica se abrió de golpe Marcus instintivamente saltó sobre las macetas y regresó a la colección. Tres matones corrían desde las escaleras, escapando de Juan Calavera. Marcus entró a la colección, apuntando a todas partes, pero el ladrón ya se había ido, junto con la mitad de las botellas, entre ellas la suya. Al fondo de la cámara había una ventana abierta y decidió seguir al asesino. Los matones del elevador llegaron justo a tiempo para empezar una balacera con Juan Calavera y su ayudante, el supuesto soplón que le había llevado a Locke, y que ahora se escondía en la misma cámara que él.

            Se asomó por la ventana, el ladrón había colocado una escalera de manos, con algunas tablas de madera, para cruzar del balcón del penthouse hacia la colección y la oficina sin pasar por la entrada principal, ni el elevador personal de Benny Bradock. Sin pensarlo dos veces salió a la orilla, dos balas reventaron el cristal sobre él y casi se cae de espaldas contra la escalera que no le habría sostenido. Sin mirar hacia abajo cruzó de puntitas, con los brazos alargados para equilibrarse. Saltó contra el barandal de piedra del balcón cuando escuchó los disparos detrás de él. Se asomó por los pequeños agujeros de la pared de barandal, Calavera protegía a su ayudante de una docena de matones. Aprovechando su distracción se apoyó contra el barandal y de un golpe zafó la escalera de la orilla del balcón, lanzándola cientos de metros hasta el techo de la entrada. El ayudante le vio, jalando de la chamarra de cuero de aviador de Calavera y apuntándole con un revólver que disparó a todas partes menos a él. No tenía sentido ver la mirada de fuego en esas cuencas huesudas, así que decidió entrar por la puerta del balcón que el asesino había dejado abierta.

            Siguió el trayecto de muebles tirados hasta una puerta disimulada que daba a las escaleras. Corrió hasta el barandal y casi pierde la cabeza cuando otro estallido de escopeta le falló por centímetros. Un perdigón le rozó la mejilla y el dolor ardiente y punzante le tiró sentado. La batalla, más allá del espacioso corredor de tapetes empapados de sangre que daba a la oficina de Bradock, se fue trasladando hacia él. Estaba entre la balacera de la Calavera y su ayudante contra la mafia de Bradock y al hombre que le había hecho un chivo expiatorio. Asomó la pistola y disparó hacia abajo un par de veces, corriendo con la espalda contra la pared y apuntando a la escalera frente a él. La escopeta le erró otro par de veces, antes de desaparecer del todo. Escuchó la voz del ayudante de la Calavera un par de pisos sobre él, pero decidió que era mejor correr que detenerlo a balazos. Los matones parecían estar echando a Juan Calavera del edificio y con cada paso le iba acortando la distancia. Saltó los últimos cuatro escalones, rodando en el suelo y abriendo la puerta de madera con su peso. Sintió el aire nocturno de Undercity y vio la entrada del edificio a menos de veinte centímetros cuando los disparos reventaron la galería de cuadros sobre su cabeza. Marcus se agachó instintivamente, se volteó para apuntarle al soplón y antes de poder jalar el gatillo recibió un culatazo a la frente que casi lo desmaya.

            Lo siguió afuera, pero era tarde, ya se había hecho de su Cherokee. Le persiguió, como un perro persiguiendo a un auto, pero era obvio que era inútil. A media cuadra la camioneta explotó en mil pedazos y la bola de fuego reventó los cristales de los autos y edificios. Marcus miró el incendio, después miró hacia atrás. Juan Calavera, con las huesudas manos sobre su cráneo lamentaba la muerte de su amigo y juraba la muerte de su nuevo peor enemigo, Marcus Dempsey. Se perdió entre las calles, alejándose de las sirenas de policía y de bomberos. Su cuerpo estaba agotado y su mente ya se había rendido. No podía imaginarse una peor situación. La mafia creía que había matado a Benny Bradock, Keller y sus hombres le culparían de la muerte de Travis Locke, Juan Calavera ahora le odiaba a rabiar, la policía le perseguía en Malkin, su esposa estaba muerta y la muerte roja no se detendría hasta matarlo. Ahora, concluyó con una sonrisa triste, estaba verdaderamente condenado.

            Se pagó un taxi a un motel barato y se cayó dormido sobre las sábanas. Sintió que había dormido un día entero, pero seguía siendo de noche en Undercity. No tenía apuro en salir, ni en hacer nada, pero decidió que era mejor conseguirse algo de ropa y comida. El ladrillo de billetes de Benny le había venido bien, y comió con lentitud en un negocio de hamburguesas mirando a los demás ciudadanos de Undercity. Nadie parecía notar la eterna noche, nadie se refería a su ciudad con otro nombre que no fuera Malkin y sus vidas eran semejantes a las que habían vivido. Marcus sonrió pensando en la terrible burocracia del departamento de la muerte que había creado la necesidad de un enorme purgatorio.

            Una vez saciada el hambre pensó en sus limitadas posibilidades. Pierce le había traicionado, le dejaba sin ningún lugar a dónde correr y sin duda pagaría bien por su cabeza para asegurarse la lealtad de quienes fueran fieles a Benny Bradock. Estaba seguro que él tendría su alma, así que se le hacía absurda la idea de tratar de atacarlo frontalmente. Aprovechando que había llegado al fondo del barril robó un auto a un borracho y salió a viajar por Undercity con un reloj que iba hacia atrás sobre su cabeza. Visitó varios bares, haciendo preguntas vagas sobre la mafia y consiguió algunas direcciones para visitar. No se atrevió a quedarse mucho tiempo en cualquier bar, incluso los bares para homosexuales, por miedo de toparse con algún matón. Varias horas después de mucho manejar se topó con Tony Keller entrando a un bar con Graham Pontius como guardaespaldas. Apretó el volante hasta que sus nudillos se quedaron blancos y decidió jugar sucio. Todos lo habían hecho, ahora le tocaba a él. Compró gasolina blanca y vació una botella de vodka. Usó el pañuelo que Graham le había regalado como burla y se armó una bomba molotov que lanzó contra el muro del bar elegante de Keller. Pensó que el mensaje sería directo, fuerte y claro. Ya no podía hundirse más, ahora sólo le quedaba la desesperación.

            Vagando sin rumbo, para dejar que la voz se corriera, manejó al restaurante en el edificio de Benny. La policía se había ido, los uniformados comían en las mesas de afuera a un lado de sombríos matones con caras de pocos amigos. Hasta en eso se parecía a Malkin, pensó Marcus. Sabía que era suicida ser visto cerca del lugar, así que no se atrevió a dar vueltas al edificio para tratar de mirar dentro del lugar. El edificio, y las cuadras circundantes, estaban rodeados de autos lujosos y choferes fuertemente armados, el lugar era una fortaleza. Esperó a dos cuadras de distancia por lo que debían ser horas, aunque el reloj solo marcara unos cuantos minutos de la eterna noche. Estaba seguro que ahora Pierce y toda su mafia habrían escuchado de la bomba molotov, pero para su siguiente movimiento necesitaba ser más cuidadoso. Contrató a una prostituta para que le acompañara hasta la acera frente al edificio y se tomara un café con él en una pequeña cafetería. La mujer no protestó, le dio tiempo de seguir decorando sus garras de acrílico y el dinero era más que justo por no hacer nada. Marcus se sentó frente a la prostituta, mirando al edificio desde un espejo en la barra de la cafetería. Se pidió dos tazas de café y esperó pacientemente.

            La reunión parecía extenderse para siempre, con mafiosos entrando y saliendo todo el tiempo. David Pierce no había perdido tiempo consolidando el reino que acababa de heredar. Graham eventualmente se unió, y poco después salió Robbie Gómez. Pagó por los cafés y regresó a su auto robado con la prostituta, quién le agradeció con un gesto y se olvidó del asunto. Siguió el BMW que manejaba Robbie y cuando estuvieron lo suficientemente lejos, en una calle poco transitada, le echó las luces y levemente golpeó su defensa. Gómez asomó la cabeza, las luces estaban altas pero aún así reconoció a Marcus. Él preparó el arma, por si acaso, y esperó mientras Gómez se debatía sobre lo que debería hacer. Finalmente se bajó del auto, con una automática plateada en su cinto y Marcus se bajó también. Gómez se acercó y le dio un puñetazo tan fuerte en el estómago que lo tiró al suelo. La pistola de Marcus cayó al suelo, y Gómez le chifló para que volteara para arriba y mirara el cañón de su pistola.
- Yo no fui...- Tenía que decirlo, tenía que convencerlo, su vida dependía de ello pero el aire había dejado sus pulmones con un solo golpe. Se esforzó una y otra vez, batallando por respirar y hablar. Marcus se paró, apoyándose contra el auto, el cañón rozándole la frente.- Yo no fui Gómez, Pierce me tendió una trampa.
- Te he visto disparar... Sí, no eres lo suficientemente hombre para matar a Benny. Pero sí eres lo suficientemente estúpido, así que no estoy del todo convencido.
- La bomba era para mí, al menos eso creo. Yo quiero lo mismo que tú.
- No me vengas con esas... Lanzas una bomba molotov y te crees el Che Guevara. ¿Crees que Keller y Pierce no tienen ojos en cada esquina? Todos están buscando, incluyendo la policía. Me matarían si supiera que no te maté a la primera.
- Pero no lo hiciste, porque sabes que tú y yo queremos lo mismo. Queremos a Pierce muerto. Yo quiero mi alma, tú quieres el trono.
- Nadie está más enojado por el golpe de estado que yo, y además Benny me vendía tiempo... Éramos amigos, o casi amigos. Pero nadie puede tocar a Pierce sin morir en el intento.
- Yo sé de alguien que sí puede. Alguien me quiere tanto a mí, como quiere a Pierce.
- ¿Juan Calavera? Realmente eres un suicida. ¿Qué hay en Malkin que valga tanto la pena?
- El bastardo que mató a mi esposa.- Gómez guardó el arma y sonrió divertido.
- Yo sé de una manera de llamarlo, grafitea la pared de Conrad Meeks, es un dueño de periódicos que todo el mundo sabe que conoce a la Calavera y su banda de amigos. Si sobrevives a él, quizás entonces te tome en serio.- Gómez le entregó su tarjeta y se encendió un cigarro.
- ¿Estudios amor fuerte?
- ¿No puedo tener mi propio negocio? Ahora dime tu plan.

            Marcus le explicó cómo lo imaginaba. Gómez añadió algunos detalles, fingió que no estaba interesado por unos cinco minutos y después se despidió de él. Lo tenía en la canasta, no había duda, pero no serviría de nada a menos que pudiera hablar con Juan Calavera, y sobrevivir para contarlo. Compró latas de pintura en spray y dibujó un enorme grafiti con una calavera con huesos, para después pintar algunos autos y patearlos hasta que sonara las alarmas. Esperó en el capó de su auto, en un callejón a media cuadra. Le encontraría, sabía que lo haría. Se fumó un cigarro tras otro, revisando el reloj una y otra vez, apenas habían pasado hora y media desde la bomba molotov. Suspiró mirando al cielo nocturno, demasiada luz para ver las estrellas, era una noche simplemente oscura y que apestaba a gasolina, pólvora y sangre.
- Es un hábito peligroso.- La voz le asustó. Se bajó del capó y se acercó a Juan Calavera que le había sorprendido al fondo del callejón. La playera con la A de anarquía tenía aún más agujeros, sus manos acariciaban las dos automáticas que guardaba en sus sobaqueras.
- ¿Fumar?
- Entrometerse.
- Yo no maté a tu amigo, esa bomba era para mí.
- Sí, me lo figuraba.- Marcus sintió ganas de orinarse de miedo teniendo al esqueleto viviente a un paso de distancia, mirándole desde arriba como un juez inclemente.- Pensé que eras el matón de Pierce, pero eres más como el esclavo que sólo quiere regresar a casa.
- Sí, precisamente.
- Disculpa por tratar de matarte.- Con su huesuda mano le quitó el cigarro y lo fumó apretándolo con sus dientes. El humo se desvaneció entre sus huesos, saliendo de sus costillas parcialmente visibles por los agujeros de balas y por la nuca. Mirándole desde arriba parecía una calavera con una base de humo que se esparcía por su fosa nasal y ardientes cuencas.
- Todos hablan de ti como si fueras el coco, o un Santa Claus asesino.
- He sido el guardián de Undercity por... mucho, mucho tiempo. El clan de la lámpara roja empezó a envenenarlo hace unas décadas. La muerte roja los dejó en pésimo estado, desbaratados casi por completo en los 70’s, pero eso los empujó al purgatorio. Había estado rastreando a Pierce por semanas, cuando te entrometiste cambiaste el juego a su favor, pero eso siempre pasa cuando el clan de la lámpara roja manipula los eventos.
- ¿Pierce es...
- Mr. Orange.- Marcus recordó la corbata naranja, o el pañuelo, y se dio cuenta que siempre usaba algo naranja.- Lo saqué de la oscuridad, pero él encontró la manera de hacer que todo funcionara a su favor. Eso me enoja.
- Me alegra escuchar eso, porque tengo un plan.
- ¿Un plan para qué?
- Para obtener mi alma, regresar a Malkin, encontrar al asesino de mí esposa, quitarme a la muerte roja de encima y limpiar mí nombre.
- ¿Y qué hay para mí?
- La posibilidad de recoger la cosecha de muchas almas.- Juan Calavera le ofreció la mano, prácticamente triturándole los huesos.- No se nota, pero estoy sonriendo.

            Una sola oportunidad. Muchos detalles que quedan en el aire. Mucha posibilidad para que las cosas se salgan de control. Era una obra de arte, algo digno de su Kate, y como toda obra de arte, era siempre un trabajo en progreso. Contactó con Robbie, quien no podía creer que siguiera vivo. Marcus se subió a su auto y le dirigió a una casa en Brokner, parecía estar deshabitada por el mal estado, pero Gómez parecía emocionado. Podía matarlo en cualquier momento, eso era algo que Marcus no olvidaba, pero confiaba en que su ambición fuera más grande que su sentido común.
- No parece gran cosa, pero esta casa produce más de siete mil dólares semanales. Es uno de los picaderos de Pierce. Sígueme, no digas nada. Sólo apunta la pistola y trata de parecer un matón.- Gómez no tocó la puerta, colocó una pequeña granada y esperaron escondidos en una esquina. La explosión sonó más como un petardo que como una bomba, pero un buen trozo de la puerta había desaparecido. Gómez se abrió paso entre los asustados drogadictos. Uno levantó un machete y lo mató en el acto.
- ¿Sabes de quién es esta mercancía?- El camello no lo detuvo de recoger todo el dinero en una bolsa y guardársela en el bolsillo de su chaqueta.
- Sí, es mía.

            Salieron caminando y Marcus no necesitó estar presente para saber que el camello estaría hablando directamente con Pierce. Lo sencillo había salido de maravilla, Gómez disfrutaba contando el dinero, imaginando todo el dinero que haría en su trono. Y más importante que eso, en todo el dinero que podría comprarse de la sociedad de los relojeros. Robbie y Marcus prepararon la siguiente parte con todo el cuidado que pudieron, sabiendo que era una casa de cartas que podrían venirse abajo en cualquier momento. Marcus manejó el BMW hacia Industrial, unos matones levantaron la pluma que les dejó avanzar hasta una bodega iluminada, donde David Pierce fumaba tranquilo apoyándose contra la pared. Marcus bajó a Robbie a punta de pistola. Estaba golpeado, con la ropa rasgada y moretones en la cara. Lo empujó a la entrada de camiones de la bodega y lo golpeó con la culata en la espalda para tirarlo al suelo.
- Lo que la gente haría por su alma...
- Aquí lo tienes, en bandeja de plata. Mi alma, por Gómez.- Pierce aplaudió divertido y Graham Pontius apareció a su lado. Marcus podía ver el laboratorio para el crack al fondo, bullicioso como un Burger King en viernes por la tarde.- Es mejor que el último trato.
- No me vengas con eso, nunca que te dije que mataras a Benny.
- Muy gracioso. El plan era que muriera en ese auto, o quizás el verdadero asesino dependiendo de quién matara a quien en esa oficina. Calavera lo arruinó todo, como casi arruina la muerte de Locke para alienarme de Keller y hacerme un paria en absoluta necesidad de tu protección. No, Calavera arruinó tus planes para mí y tu asesino, pero no para el golpe de estado. ¿Y por qué no hacer ese salto? Bradock era chapado a la antigua, Keller dijo que sólo hacía negocios contigo. ¿Suficiente dinero para alimentar tu negocio de tiempo?
- Más que suficiente.
- Pobre Benny, realmente creía que el favor era otra cosa. Te convenía, como te convenía tener otra ficha con quién jugar, otro condenado.
- Los perros que ladran, nunca muerden.
- ¿Quieres ver mi mordida?- Graham se puso nervioso, pero Pierce permaneció tranquilo. Sabía que sin él, su alma podía ser revendida o tirada al excusado para arrastrarlo al mundo de los muertos de la peor manera posible, como un condenado. Marcus disparó contra la llanta de un auto estacionado, prácticamente haciéndola estallar y después apuntó a Gómez. Robbie se hincó, gritándole insultos. Marcus disparó y la sangre estalló en su pecho, cayendo de espaldas.
- Parece que se graduó.- Bromeó Graham.- Al menos no está llorando.
- Normalmente te dispararía Pontius, pero solo me interesa mi alma y otro pequeño detalle. Tu otro condenado, tu otra ficha. Quiero a Spoony.
- ¿Qué te hace pensar que lo tengo?
- No estaba preocupado por la policía porque alguien hizo desaparecer su nombre de todos los registros. Esa resulta ser tu especialidad. Maren realmente creía que se iría a Nueva York, pero no tenía que viajar tan lejos, bastaba llegar a Undercity para desaparecerse por un tiempo. No que te importara un comino lo que terminara siendo de él. Tú querías que me matara, se robara la camioneta y estallara en pedazos. O que yo lo mate y salga volando en pedazos. De cualquier modo, incluso si algo sale mal con el plan, nos tienes en una correa muy corta.
- Spoony enfrentaba muchos años de prisión, por supuesto que tomó el trato. ¿Quién no lo haría? Pero ahora que veo tu otro lado, tu lado más oscuro... No sé, quizás podrías trabajar para mí. No puedes regresar a Malkin sin Spoony, tu tarjetita de salir de prisión. Te lo puedo dar, como señal de buena voluntad. Una cereza en el pastel, para que veas que no soy tan malo. Graham, trae a Spoony.- Pontius desapareció unos segundos y regresó empujando a un sujeto a punta de pistola. Era un hombre moreno, con cara de miedo, corpulento como un oso y de quijada cuadrada.- Mátalo y te devuelvo tu alma. En Malkin me veré yo con la policía para liberarte de todos los cargos ¿y a cambio? Sólo quiero un par de favores, cosas menores. Es más, convenceré a Keller de no ofrecer medio millón por tu cabeza.
- Es tentador...- Marcus dio un paso al frente, apuntándole con el pulso firme.- Pero él no es Spoony. No me puedes engañar tan fácil, no Pierce, tú y yo sabemos que no es Spoony. Tú y yo sabemos quién es.
- Sí... y apuesto que te duele hasta el alma, si es que tuvieras una.- Graham jaló dentro de la bodega al chivo expiatorio del cuello de la camisa y desapareció unos segundos para regresar con el verdadero.
- ¿Te divertía que no supiera que eras tú?
- Es complicado. - Nick Morales le miró de arriba para abajo, sin poder reconocerlo. El Marcus que conocía había muerto hacía mucho. Nick parecía descansado y tenía una sonrisa torcida que no podía fingir incluso hablando como si el corazón le sangrara de dolor.
- Sí, apuesto que sí. Conociste a Kate en la universidad, ¿pensaste en eso cuando la colgaste?- Marcus le apuntó y trató de respirar tranquilo.
- No sé...- Pierce le dio una señal a Graham y él le apuntó a Marcus.- No sé cuál me conviene más.
- Yo, no es algo que tengas que pensar. Ya maté a Bradock, te robé las almas, ¿no me he probado lo suficiente? Marcus es mi amigo, pero no tanto. Lo siento viejo, necesitaba el dinero.
- Marcus,- dijo Pierce lentamente.- baja el arma o no tendrás tu alma.
- Parece que esa es la señal.

            Marcus apuntó a Graham y lo mató de un tiro a la cabeza. Robbie se levantó de golpe y empezó a disparar con la pistola que había escondido en la parte trasera del pantalón. El truco era viejo, pero había funcionado, una bala de verdad seguida de una bala de salva, y un paquete de sangre falsa. Pierce se lanzó dentro de la bodega saltando por encima de unas cajas. Nick le siguió de cerca, pero reapareció con una escopeta. Robbie y Marcus se protegieron detrás de un auto, tratando de alejar a los matones. Los mafiosos estaban confiados, hasta un auto se estrelló en la entrada lateral y Juan Calavera apareció con dos metralletas, disparando primero contra los compuestos inflamables del laboratorio. Empujados como ratas, por el incendio y las balas, los matones salieron de la bodega, repeliendo el fuego de Marcus y Robbie.

            Pierce salió rodeado de sus guardias, Marcus y Robbie quedaron atorados entre el auto, agujereado como queso suizo, y una pared. Juan Calavera salió de la bodega, caminando entre los camellos y químicos que huían despavoridos. Mató a los guardias de Pierce y lo golpeó a él con la culata de su Uzi. Robbie salió de su escondite, se había ganado una noche sin el temor de encontrarse con la furia de Juan Calavera. Quiso matarlo él, pero Calavera le detuvo con un gesto. Pierce rogó por misericordia, prometiendo tiempo, almas, crack, billetes y todo lo que valiera algo. Calavera se terminó el clip en su cara. Una motocicleta salió del incendio por la puerta lateral, era Nick. Marcus no lo pensó dos veces, se subió al BMW y apenas escuchó a Robbie urgiéndole que se apurara, pues se dirigía a la colección de almas de Mr. Orange. Juan Calavera le gritó algo que no escuchó del todo, el laboratorio explotaba y aún quedaban muchos mafiosos en busca de venganza. Marcus aceleró por la calle lateral, siguiendo la luz de la motocicleta que salía a toda velocidad del complejo de bodegas.

            Trató de empujarlo con el auto, pero Nick tenía una automática que sabía usar demasiado bien. Se agachó a tiempo, la bala dio contra el respaldo sobre él. Cuando se asomó de nuevo estaba en una intersección a punto de estrellase con un camión repartidor. Giró como pudo, destrozando la puerta trasera y controlando el vehículo tras unas vueltas. Retomó el rastro de la motocicleta, cruzando Brokner a toda velocidad hasta Ferdinand. Nick se detuvo frente a una lujosa mansión y disparó un par de veces contra el BMW. Una llanta delantera voló y el auto perdió el control. Marcus gritó de miedo, pero apretó el acelerador con todas sus fuerzas. Nick escalaba la reja de entrada y saltó a tiempo, rodando por el pasto, antes que el auto derribara las rejas y se estrellara contra la limosina estacionada. Nick disparó contra él, pero un matón salía de la puerta principal con la escopeta lista. Nick lo mató a la primera y decidió que era mejor recuperar su alma y destruir la de Marcus, escapando de Undercity para vivir tranquilamente en Malkin.

            Marcus entró a la mansión y siguió el sonido de los disparos al segundo piso. Se detuvo en un corredor, agachado contra el marco de la puerta. Escuchó a Nick forcejeando con alguien y esperó hasta que un cuerpo cayera muerto para asomar la cabeza. Saltón hacia la habitación, una extensa sala con una vitrina contra balas donde mantenía protegidas más de veinte almas. Marcus tomó un jarrón y lo lanzó contra Nick, quien desesperadamente trataba de abrir la vitrina. Trató de dispararle, pero Nick se dio vuelta a tiempo y lo golpeó en la cara. Marcus se aferró de su brazo, tirándolo a él también. Marcus perdió la pistola, que salió volando por un golpe a la mandíbula. Sostuvo el brazo derecho de Nick, mientras trataba de asfixiarlo con la izquierda con el cuello contra la duela. Nick jaló el gatillo hasta que se acabaron las balas y el pánico se apoderó de él. Marcus hundió su rodilla sobre su estómago, le arrancó la pistola de la mano y lo golpeó en la cara con la culata. Consiguió darle dos golpes fuertes, que le abrieron un pómulo, antes que Nick consiguiera empujarlo. Lo pateó con todas sus fuerzas, Marcus quedó boca arriba, con su pistola enterrada en su espalda. Velozmente se dio vuelta, resistiendo sus golpes a los riñones, tomó el arma y de un empujón se dio algo de distancia.
- ¡Se acabó!- Se quitó la sangre de la boca y se levantó dolorosamente, apoyándose contra un sillón de cuero.- Se acabó Nick.
- No... Estaba tan cerca.
- ¿Cuándo pasó Nick?, ¿desde la universidad?
- Ya lo habíamos hecho un par de veces, nada importante. No le dimos importancia hasta que ustedes dos empezaron a tener problemas. Yo le rogué, pero ella quería regresar contigo. Le pedí...
- ¿Un último favor?- Nick se sentó en el suelo, derrotado, y asintió gravemente, mordiéndose el labio partido y tratando de controlar su llanto.- Era la única manera... No lo vi de inmediato, pero las cosas empezaron a sumarse. Angela Splaine tenía muros de vidrio, Kate habría visto bien al ladrón-asesino. Ella estaba ahí para mantenerla entretenida, ¿no es cierto?
- Necesitaba el dinero Marcus... No tenía por qué salir mal, pero esa maldita perra me vio y todo se fue al demonio.
- Evan dijo que Spoony y su novia tenían deudas... Imagino que esa no era Maren. Vi tus deudas en tu departamento y son realmente brutales. ¿Cómo se gastaron el dinero?
- Kate tenía gustos caros, era como vivir en la opulencia... Hasta que las deudas se suman.
- Todo ese dinero de emergencia que tenía Kate, adivino que no era de vender pinturas. ¿Las quemaste en la bodega para que nada te conectara a ella?
- El dinero venía de robar, ella conocía gente con cosas valiosas. Y sí, pensé que era lo mínimo que podía hacer.
- ¿Lo mínimo? Lo mínimo habría sido no matarla.- Marcus le gritó a todo pulmón, agitándole la pistola. Nick reventó en llanto de nuevo, nerviosamente tratando de explicarse.
- No fue mi idea, lo juro. Pierce quería que lo hiciera. Yo conocía el departamento, así que fue fácil. Él ya tenía mi alma, no tenía otra opción. Te quería desesperado, tan desesperado como me tenía a mí. Las deudas que tenía... ¿para qué crees que trabajaba a veces de vendedor de casas? Le decía cuáles estaban buenas a Evan para saldar al menos una parte. Robar diamantes ya se había hecho peligroso, y luego apareció Pierce con sus promesas y... Todo fue por sobrevivencia.
- ¿Sobrevivencia Nick?- Marcus se le acercó hasta que el cañón apretaba la cabeza de Nick, quien estaba prácticamente tirado en el suelo.- Hijo de perra... Ella no podía sacarte de su sistema, simplemente no podía... ¿Regresaba a mí o huía de ti? Maldito seas Nick, maldito seas, ahora nunca lo sabré. ¿Supervivencia? Mira en lo que me convertiste. ¡Mírame!
- Por favor Marcus... no me mates.
- ¿Matarte?- Marcus respiró profundo, acariciando el gatillo con su dedo índice. Lo vio temblando de miedo y caminó en reversa.- No, no te mataré. Irás a prisión. Tú y el detective Murray tienen mucho de qué hablar.
- Parece que llego tarde.- Juan Calavera les había visto desde el marco de la puerta, pero esperó a ver qué pasaba para entrar.- Venía a detenerte de matarlo.
- No, sólo quiero terminar con esto.- Calavera le quitó la pistola y disparó contra el cerrojo de la vitrina en una esquina para poder abrir los paneles. Le entregó su botella verde y otra morada a Nick.- Hasta el fondo.
- Salud.- Marcus le quitó el tapón plateado con cuidado, sacando el péndulo y dejándolo sobre el sillón. Respiró profundo y se tomó el interior de un trago. Se sentía como el agua más pura de todos, como algo fresco que le devolvía un calor que había perdido desde hacía mucho. El trago de Nick parecía ser asqueroso, por los gestos que hacía, pero no dudó en bebérselo de un trago.
- Vamos, es hora que regresen a casa.- Salieron de la mansión, Calavera sostenía a Nick del cuello por si acaso. En la calle disparó contra las farolas, hasta que todo quedara oscuro y caminó con ellos en la oscuridad.- Se hace más fácil con la práctica. Por favor, no vuelvas a sacar un auto de Undercity a Malkin.
- No lo haré, descuida.- Marcus lo volteó a ver y casi se desmaya. Era la muerte roja, vestido de abrigo y traje barato, con dos automáticas rojas en sus sobaqueras.- ¿Eso significa que no me matarás?
- Maté a Rogers, él dejó en claro que tú no tenías nada que ver con los planes de Mr. Orange.
- Menos mal, pero en el futuro trata de hablar primero, disparar después.
- No eres la primera persona que me lo dice. Malos hábitos mueren lento.

            Marcus llamó al celular del detective Murray y le pasó a Nick Morales, quien confesó ser Spoony y explicó cada crimen a detalle. El detective llegó al amanecer, les encontró golpeados y agotados y prefirió no hacer muchas preguntas. Murray quería saber cómo había desaparecido, adónde había ido y cómo había llegado al fondo del asunto. Marcus abrió la boca, pensando explicarle todo, pero la cerró con una mirada cansada. No podía decirle, no sólo porque no tenía importancia para lo que a él le importaba, sino porque no le creería. Además, algunas cosas eran mejor dejarlas en misterio, quizás el detective no merecería ir al purgatorio y nunca tendría que conocer a los camellos que venden tiempo a los condenados, a los coleccionistas de almas que les manejan como títeres o cartas coleccionables, ni ver cara a cara a Juan Calavera. Les acompañó al precinto, se sometió a las preguntas pertinentes y a medio día visitó la tumba de Kate.
- Hablé con el detective Murray, pensé que estarías aquí.- Saul Bornstein se apareció detrás de él. Marcus acariciaba la lápida, tratando de contener el llanto.- ¿Nick Morales, tu amigo de la universidad?
- Sí... Apesta, lo sé. 
- Por cierto, felicidades de ya no estar en el ojo de la ley. Voltearon la ciudad buscándote, el capitán Donovan se ridiculizó en televisión nacional. ¿Adónde fuiste?
- Al purgatorio.
- ¿A dónde?
- El lugar donde las almas como Kate obtienen su segunda oportunidad. Los que no son fríos, ni cálidos, sino tibios. ¿Y quién no lo es hoy día?
- Nick Morales. Un hombre sabio me dijo una vez, “en el mundo real no hay personas, héroes y monstruos. Sólo hay personas y monstruos”.
- No me cites Saul, lo haces sonar más serio de lo que debería ser.
- ¿Y no es cierto?
- ¿Quién sabe? Quizás no.- Dijo Marcus, viendo al cuidador del cementerio que le vigilaba apoyado en su pala. Conocía la cara, la había visto en blanco y negro en el diario, tratando de matarle a centímetros de distancia, era la muerte roja.- Además, ¿quién es un monstruo? Nick hizo muchas idioteces, pero otras las hizo con tal de sobrevivir. No lo odio tanto como crees. Kate lo amó, cuando nos separamos y un desde un poco antes.
- Vaya, esa parte no la conocía.
- Sí, pero no la juzgues, yo no lo hago. Amé a Kate, quizás más al final que en el medio. La veré de nuevo en Undercity, o quizás en el reino de los muertos y nos amaremos sin las tonterías de la juventud.- Marcus se encendió un cigarro y palpó los moretones en su cara.- Nos vemos mañana a las nueve, tengo que empezar a escribir. ¿No es cierto jefe?
- Si estás listo.
- Claro que estoy listo, “tú y yo contra el mundo”, ¿ves lo que se siente cuando te citan? Tú y yo, y un jugoso aumento de sueldo.
- Eso es lo que me gusta de ti Marcus, eres un optimista empedernido.- Saul se despidió de su amigo y Marcus esperó a que hubiera desaparecido para acercarse a Perry Murdoc. Siguió cavando como si nada pasara y Marcus no sabía qué decirle. Regresó a su auto y se encontró con una sobre estampado con el símbolo del ojo de los muertos, y en su interior una carta del Tarot con la figura de la muerte. Marcus comenzó a reír, toda su adrenalina, miedo y furia tenía que estallar de alguna manera. No dejó de reírse mientras manejaba, sabiendo que ahora era parte del ojo de la muerte.



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