jueves, 23 de julio de 2015

Tierra de sangre

Tierra de sangre
Por: Juan Sebastián Ohem

            No tenía mucho cuando llegó a Esperanza, Tamaulipas. Su auto robado, un viejo Tsuru que se terminaba el último galón de gasolina. El güero se había terminado su último centavo en comprarse unos puros pequeños y un nuevo encendedor. El güero tenía sus propias prioridades. Él, sus botas, su sombrero vaquero, jeans, chaleco de jeans con interior de lana gruesa y su revólver Smith & Weston. No tenía nada más. Arribó al pueblo con sed, hambre y ganas de hacer dinero. Su primera idea, vender el auto, se vino abajo rápidamente. Cruzaba una callejuela del polvoriento pueblo cuando un grupo de muchachos le salieron al paso, disparando contra el viejo tsuru. Le bajaron a golpes, riéndose de él. Podía oler el thinner en ellos, sus ojos rojos y labios partidos. Estaban fuera de sí, eran los lokochones y así lo expresaba el grafiti con el que habían marcado la callejuela.

- Lolo, ¿qué hacemos con él?
- Yo me lo quiebro panzón, ustedes agarren el auto, llévenlo al taller, lo que quede de él.- Lolo le mostró su automática y sonrió. Tenía 17 años y la pistola dorada de algún modo parecía más grande que él. El güero cerró los ojos, esperó el final que no llegó.
- ¡Lolo, panzón, Rodrigo! En nombre de Dios, déjenlo en paz.- Un cura atravesó la húmeda callejuela levantándose la sotana. Lolo escupió al suelo, a un lado del güero y se alejaron caminando.- ¿Estás bien hijo?
- Sobreviviré.- El cura la ayudó a levantarse y caminaron un par de cuadras hasta la iglesia.
- Soy el cura de Esperanza, mi nombre es Ignacio Vélez. Esos chicos descarriados...
- Dígame una cosa padre, ¿usted hace los funerales?
- Pues sí, soy el único cura que queda en este mugroso pueblo.
- Prepare uno.

            Güero se dio media vuelta y regresó. Revisó que su revólver estuviera cargado. Lolo ya no estaba, pero los lokochones habían encontrado una nueva víctima. Una mujer, mayor de treinta pero muy hermosa. Tenía unos apretados pantalones de cuero que trataban de zafar y una blusa rasgada. Güero les chifló a los dos maniáticos. Blam, entre los ojos. El otro dejó ir a la chica, levantó los brazos. Blam, en el ojo izquierdo. Güero, cansado y golpeado, guardó su arma y se agachó de cuclillas a un lado de la hermosa mujer de voluptuosos labios.
- ¿Estás bien?
- ¿Siempre eres tan galante?
- Me la debían. Tienes un auto cerca. ¿Cómo te llamas?
- Cinthia Mendoza.- Dijo ella, mientras caminaban a su camioneta.
- Bueno, Cinthia, parece que hoy estoy haciendo amigos fácilmente.- Se encendió uno de sus puros y se subió con ella.- Me quedé sin auto y soy nuevo, ¿te molestaría?
- Para nada, extraño. Yo también fui nueva hace unos meses, soy de Culiacán. Me acogieron en El Refresco, es una cantina que no queda lejos. ¿Quién sabe? Quizás hasta hagas más amigos. ¿Cómo te llamas?
- Me dicen güero.
- ¿Así nada más?
- Ja.- El güero fumó con calma, el pequeño puro en su boca y el humo saliendo de su nariz.- En esta vida, es más que suficiente. Frena aquí.- Bajó la ventanilla e interrumpió al padre Vélez que estaba por decir algo.- Me equivoqué, serán dos.


            La cantina tenía algunos ventanales opacos y una entrada de puertas pequeñas, con bisagras, como en un western. Cinthia, la chismosa, corrió la voz rápidamente. El dueño, Mario Cabrera, le agradeció el gesto y le invitó una cerveza y algo de comer. Mario era un hombre joven, aunque arrugado por las malas experiencias. Su esposa Rosalinda siempre le acompañaba, una morena de aspecto duro. Su hijo, Jorgito, siempre corría por la trastienda tratando de evitar la tarea.
- Gracias por la hospitalidad.- Le dijo el güero a Mario Cabrera.- No tengo dinero, ¿lo pones a mi cuenta?
- Otro roto que pasa por aquí.- Se quejó Rosalinda.
- Puedo conseguir el dinero.- Güero puso el revólver en la barra, entendieron el mensaje. No era el primer gatillero que pasaba por ahí.- Además, este lugar está repleto de gente.
- Eso le parecerá a un forastero, pero la mayoría ni paga, ¿y quién los va a obligar?
- Olvida a mi mujer, ella ve demasiados comerciales del gobierno, ¿yo? Soy más pragmático.- Señaló a la derecha de la cantina, poniendo el salero a un lado de su revólver.- Esos son los chicos de los Ferrer. El pueblo se dividió entre las dos familias. Ésta cantina y la iglesia son los únicos puntos neutrales. Tienen prohibido matarse aquí. Están en igualdad de condiciones, porque esos que ves allá.- Colocó la pimienta a la izquierda de su revólver.- Son los García. Los Ferrer tienen más billete, pero don Pancho García mueve la mota en barcos hasta los Unidos. Mira al de la esquina, ese es el capitán Jorge Miranda, está metido con los García.
- Y decían que la marina era incorruptible.
- Pero es que no le han dado otro remedio. Los Ferrer, don Mariano Ferrer, tienen secuestrado a la hija del capitán, una chica llamada Miriam. Los García prometieron ayudarle, pero ya ves.
- Déjame ver si te entiendo. Los Ferrer por un lado, los García por el otro y mi revólver en el medio.- Güero sonrió, había esperanzas para Esperanza después de todo.- Parece que sí podré pagarte, después de todo.
- Ni te molestes, matones llegan todos los días, muy machos como tú. Los sacan cargando. Si quieres sobrevivir consíguete un trabajo decente. El mecánico necesita otro par de manos, yo podría usar un mesero. Todos le pagamos a las dos familias, pero es más seguro.
- ¿Sobrevivir?- Meditó el güero, masticando su purillo.- No, sobrevivir no es vivir.
- Muy bien, nadie se mueva rápido.- Dos hombres entraron a la cantina. Llevaban las playeras y chalecos anti-balas de la AFI.- Él es Benavides, yo soy Freddie Pérez, para quien no nos conozca. Tenemos dos lokochones muertos y queremos al responsable.
- ¿Y quiénes son esos?- Preguntó el capitán Miranda, notoriamente ebrio. Los Ferrer y los García lanzaron la risotada. Los lokochones no estaban afiliados a nadie, así que a nadie le importaba.
- Mejor, menos papeleo.- Los dos matones de la AFI se fueron, Mario Cabrera le indicó al güero con su toalla.
- ¿Ya ves? Así funciona Esperanza.

            Güero salió a caminar. Esperanza no era muy grande, pero no era uno de los pueblos fantasmas del norte. En un extremo se encontraba la ranchería, la fortaleza de la familia Ferrer, donde don Mariano controlaba el trasiego de mota a través de la frontera. En el otro extremo del pueblo se encontraba la mansión de don Pancho García, rodeada de halcones y sicarios. Escupió al suelo. Era un volado realmente. Se decidió por los García.
- ¿Y adónde crees que vas güero?- Le preguntó un sicario, en la entrada de arcos frente al jardín delantero de la mansión. Llevaba un cuerno de chivo y no tenía cara de buenos amigos.
- Es una linda casa.
- Lo es, pero sólo la verás si te lleno de agujeros y te llevamos al sótano para disolverte en ácido.
- ¡Déjenlo pasar!- Gritó un hombre que cruzó la mitad del jardín. Los sicarios le abrieron las rejas un poco para dejarlo entrar. El hombre era corpulento, vestía una camisa de seda de color limón brillante, con esclavas de oro y botas con puntas del mismo material. Tenía un reloj tan grande y lleno de brillantes que el güero dudaba que pudiera leer la hora.- Soy Federico García, hijo de don Pancho. Tú debes ser el güero. El que le abrió el tercer ojo a esos dos lokochones.
- El mismo. ¿Amigos suyos?
- Ja.- Federico lanzó una carcajada mientras le llevaba hasta la mansión.- Les dejamos ser, nos pagan derecho de piso, pero pueden ser un problema. Un hombre de tus talentos puede ser muy útil.
- Eso me parece a mí, pero soy nuevo aquí. Llevo un par de horas nada más.- La mansión era toda de mármol y oro. Tenía bustos de emperadores romanos a un lado de narcos famosos. Una piscina donde la sala debería de ir. Cruzaron por un inmenso comedor, decorado hasta el último centímetro y salieron a un patio, donde unos sicarios jugaban cartas. Era obvio que dejaban ganarle a otro narco vestido como Federico. Su camisa tenía calaveras, igual que sus anillos de plata.
- Mi hermano Gabriel, el brazo armado.- Federico le entregó un celular viejo y le guiñó el ojo.- Vi tu obra de arte, buena puntería. Quizás tan buena como la de Gabriel, ¿pero un revólver?
- Mejora la puntería, es ligero y fácil de manejar.- Federico le señaló, a lo lejos unas estatuas de yeso que hacían como de ninfas perseguidas por sátiros. Tronó los dedos y Gabriel, el hombre cubierto de calaveras, disparó desde su silla, volándole los brazos a dos estatuas.
- Él será tu nuevo jefe.
- No, yo soy más como la criada, me pagan por comisión. No me gusta estar atado.
- Mira hijo de perra, tú...- Federico le tomó del chaleco, pero las manos de su hermana le separaron.
- Soy Luisa García, alguien tiene que meter algo de cordura en esta familia.
- Mucho gusto.- Le saludó el güero, quitándose el sombrero. Lo lanzó al aire. Con ambas manos disparó a las estatuas. Cuatro tiros. Cuatro ojos. Recogió el sombrero y dejó a Federico con la boca abierta. Gabriel estaba más ofendido que sorprendido. Dejó el juego de cartas y se acercó, pistola en mano. El güero no enfundó, por si acaso.
- Un hombre que va y viene cuando quiere, con tus habilidades... No se le puede confiar.
- Calla, que ya llegó papá.- Le dijo Luisa. El güero se quitó el sombrero, por respeto. Don Pancho García era un hombre rubicundo, casi como un tonel. Tenía una barba espesa y bigotes. Estaba acompañado del capitán de la marina, Jorge Miranda. Pancho parecía cansado, era obvio que las pláticas con el capitán eran siempre las mismas. La marina les dejaba traficar, pero él quería que rescataran a su hija. El güero sonrió, era como un cuento de hadas.
- Si pudiéramos hacerlo.- Le insistió don Pancho.- Lo haríamos ya, de inmediato. ¿Qué más quisiera yo, que tengo a mi Luisa, luz de mis ojos? Ambos somos padres, entiendo tu dolor Jorge. Te pido tiempo. Los Ferrer, en cuanto cometan un error, bajen la guardia y se hagan débiles, estarán fuera del mapa. Te lo garantizo, y don Pancho García es hombre de palabra. ¿Qué no?
- No, claro que sí don Pancho, yo sólo decía.
- Dame algo de tiempo.- Les dijo el güero a los hermanos García.- Todo es posible en esta vida.

            La caminata hasta la ranchería era salvaje, el sol no perdonaba. Encontró a un lokochón robando un auto. Eran fáciles de identificar, playeras del América con grafitis con nombre. Le desmayó de un culatazo, le robó el poco dinero que tenía y manejó hasta la ranchería. El camino a la ranchería estaba vigilado, para cuando estacionó bajo el arco de la entrada ya toda la familia Ferrer sabía que estaba ahí. Un hombre tocaba la harmónica sobre unos viejos toneles de madera, era Jesús Ferrer, según dijo entre murmullos.
- Impresionante trabajo con los lokochones, mucha sangre fría. Soy Alberto Ferrer. Mi hermano Jesús no está tan impresionado.
- Sí, me dio esa vibra.- Dijo el güero, encendiéndose otro purillo. Jesús sonrió y siguió tocando la harmónica, siguiéndoles de cerca. Él no llevaba revólver, sino una Uzi metida en los pantalones de mezclilla, con la ayuda de un grueso cinturón con la hebilla de oro en forma de planta de marihuana.
- Charlie, es nuestra seguridad.- Explicó Alberto, mientras el gordo sicario le quitaba el revólver. Charlie le sonrió y le soltó un gancho al hígado que le dejó en el suelo. Lo pateó hasta el lodo y con el tacón de la bota lo mantuvo en el suelo.- No nos gustan los extraños, ¿me entiendes? Nada personal. Podría ser que la AFI rote a sus corruptos agentes, podrías ser de la DEA, eres rubio después de todo. De nuevo, nada personal.
- Estando en el suelo es difícil hablar.- Charlie le dejó ir. Le arrancó el revólver de la mano. Jesús dejó la harmónica, que le colgaba de dos hilos atados al cuello y le apuntó con la Uzi. El güero se guardó el arma y trató de quitarse el lodo de encima.- Seguramente hay trabajo para forasteros. La clase de trabajo que demostraría que no soy ningún agente de nada. Ni siquiera de ustedes. Yo trabajo por comisión. Si no les gusta, puedo irme.
- Sí,- Dijo Charlie.- eso estaría bien.
- Tú cállate que no eres de la familia.- Le ladró Federico, mientras se acariciaba sus largas patillas con una mano y con la otra se acomodaba sus collares de oro. Federico le chifló a Jesús, llegaba otro hombre. Éste era un hombre mayor en un traje sobrio, sombrero de vaquero y cara como de piedra. Se trataba del patriarca, según le explicaron brevemente, Mariano Ferrer.
- Kilómetro 15 a Rosalinda.- Dijo el hombre, sin mayor introducción, entregándole un celular.- Vuelve con la mota o no te molestes en regresar. ¿Quedamos güero?
- Quedamos.

            Jesús se despidió de él, tocando en su harmónica una marcha funeraria. Güero reprimió una sonrisa. Sería más fácil de lo que pensaba. En el camino llamó a Gabriel García, el celular tenía su número. Confiaba en que el brazo armado de los García no le confiarían. Se la jugó suave, estaba por llegar a la carretera cuando hizo la llamada. Le advirtió que los Ferrer robarían uno de sus cargamentos carreteros, le preguntó por ellos.
- Uno se va para Chula negra, el otro para Batallitas. Si los alcanzas, entonces te deberé una.
- Entendido.- Nada de Rosalinda, y en eso confiaba.

            Ya estaba en la carretera, viendo la pick-up cuando colgó el teléfono. Bajó la ventana. El conductor parecía molesto por la intromisión del celular. Su compañero le bajó a la radio. Contestó el celular mientras el güero se asomaba y apuntaba. Dos tiros. Directo a la frente. Dos tiros. Directo a las llantas. La pick-up chocó contra un árbol y se apuró a cargar los ladrillos de mota a su auto. Le marcó a de nuevo a Gabriel García, cuando ya había puesto suficiente distancia.
- No había nadie en Chula negra, ¿te refieres al poblado?
- Déjalo güero, esas direcciones eran falsas. Te debí haber confiado, nos acaban de robar. Pancho García te manda saludos. Espero sepas lo que eso significa.
- Dile a tu padre que me quito el sombrero.- El güero colgó fumó con calma. Ésta vez le dejaron entrar a la ranchería. Los sicarios sacaron la mota. Don Mariano lo abrazó como si fuera su hijo, le puso tres mil pesos en la mano.
- Serían más, si fueras asalariado.
- ¿Nunca ha oído hablar del outsourcing? Está de moda.

            Regresó a el Refresco. Pagó lo que debía y pidió por un lugar donde quedarse. Mario aceptó con gusto, había apostado contra su esposa que no duraría ni un día. La habitación solía ser el centro de juegos de Jorgito, pero por mil pesos lo convirtieron en una habitación decente en el segundo piso. El güero se acostó en el catre, sombrero sobre la cabeza, el purillo se extinguió entre sus dedos. Había sido un día agotador.

            Don Mariano Ferrer también había tenido un día agotador. Quería dormir, pero su esposa Regina no dejaba de hablar de los tigres que había ordenado desde India. Mariano no sabía de esas cosas, sabía que le costaría. Lo haría, con tal de mantener tranquila a su mujer. Se acostó a dormir en su pijama de seda, su esposa tardaría una hora colocándose mascarillas y despintándose los dedos de los pies y las manos. Sonó su celular, pero don Mariano no lo habría revisado de no haber sido por la canción. El corrido favorito de su hija Esmeralda. Leyó el mensaje, eran letras sin sentido. Su sexto sentido le alertó. La ranchería se movilizó, Charlie, quien debía estarla protegiendo les avisó del lugar. Una casa en el pueblo en una calle polvosa y sin cartel. Era fácil de encontrar, las patrullas de la AFI ya estaban ahí. No le quisieron dejar pasar en un principio, pero al reconocerlo se quitaron las gorras, en señal de respeto y le dieron el tour. Esmeralda Ferrer y su amante lésbica habían muerto en el dormitorio. La amante de un tiro a la cabeza con silenciador, Esmeralda estaba colgada de una viga, su celular aún agarrado débilmente de su mano.
- ¿Por qué no nos dijiste?- Regina empujó a Charlie a la calle, le puso su revólver en la entrepierna y jaló el martillo.- ¿Qué andabas haciendo tú?
- Esmeralda, ella me dijo que me mataría si se los decía. Yo estaba aquí afuera, haciendo líneas.
- Maribel.- Don Mariano abrazó a su hija, quien lloraba desconsolada en la calle.- Haz que Alberto prepare el funeral.

            No dijo nada más esa noche, ni al día siguiente. El padre Vélez se hizo cargo de todo. En el terreno neutral se les acercó Luisa García, jurándoles que no habían sido ellos. Mariano se las olía, pero no diría nada. No era el estilo García. Su hijo Jesús le avisó. Salieron del funeral, Jesús le avisó de unos gringos de la DEA que habían llegado a Esperanza. Un agente corrupto les esperaba una cafetería. Jesús tocó en su harmónica una marcha fúnebre que no logró consolar a su devastado padre. El asunto de la sexualidad de su hija quedaría bien enterrado, pero sus otros hijos, Jesús, Alberto y Maribel, querían sangre por sangre. Jesús insistió durante todo el camino, don Mariano no le prestó atención. El gringo les saludó y se sentaron a beber cervezas. Les mostró un expediente con la fotografía de Esmeralda, fechada del año 2000.
- Esmeralda Ferrer estaba bajo investigación de nuestro departamento desde el año 2000.- Dijo el gringo, con un pesado acento americano.- Trasiego de marihuana usando aeronaves en Baja California Norte, a unos kilómetros de Tijuana. Sabíamos que ella estaba a cargo, pero la operación desapareció y ella también. Hasta ahora.
- Sí, hasta ahora.- Se despidieron del gringo, pero se quedaron bebiendo cervezas. Mariano se puso el sombrero y se encendió un cigarro. Jesús tocó la harmónica.- Ni lo digas, esto no fueron los García. No tienen los pantalones para hacerlo. ¿No te dije que mataras a todos?
- Todos murieron. Todos menos Esmeralda. Los contactos gringos, los pilotos mexicanos, los mecánicos de los aviones.- Mariano lo agarró a golpes hasta tirarlo al piso. Nadie se atrevía a mirarlos, pues todos les conocían demasiado bien.
- Pues uno se salvó.
- Los sicarios locales me dijeron...
- ¡Te debiste encargar tú mismo! Ahora alguien en Esperanza quiere venganza. Le tomó doce años, pero nos la está cobrando. Alguien en nuestra organización, habrá que inspeccionarlos a todos.- Se sentó de nuevo, pero pateó a Jesús para que se quedara en el suelo mientras se terminaba la cerveza.- No confío tampoco en los extraños, y ha habido varios. Investiga al güero, no me gustan las coincidencias.

            El güero mataba tiempo bebiendo a solas en el Refresco. Cinthia se sentó con él, para coquetearle. Le avisó de los rumores que era hombre muerto. No la clase de rumores que se aprecian, pero en Esperanza esos rumores circulan sobre prácticamente todos.
- ¿Te llama tu novio?- El güero se asomó, en la portada del celular estaba una foto de Alberto Ferrer. Cinthia le contestó, en voz baja y haciéndose a un lado para mayor privacidad.
- Es una mosca loca.- Le dijo Rosalinda, la esposa de Mario, el dueño. Jorgito se pegó a la pierna del güero y él acarició su cabello un poco.- Es la única que no discrimina entre García o Ferrer.
- ¿En qué estábamos?- Rosalinda se llevó a Jorgito a otra parte. Cinthia le abrió otra cerveza al güero.- ¿Por qué no por tu nombre?
- ¿De qué sirve un nombre?
- ¿De dónde eres?
- ¿De qué sirve el pasado?
- Todo un filósofo y un hombre misterioso, me gusta lo que veo.- Le acarició la mano y el güero sonrió.- Nada como el misterio para despertar chispas.
- Tú ya eres un incendio forestal por lo que veo.- Le quitó el celular, revisó sus fotos.- La DEA pagaría millones por éstas. Tu galería de triunfos tiene a todos  los de peso.
- Dame eso.- Le pasó su celular, se bebió su cerveza y sonrió coquetamente.- Soy terreno neutral.
- ¿Cómo la iglesia y la cantina?
- Algo así. Es más simple así, ya había demasiada complicación en mi vida antes de llegar a Esperanza. Tijuana no es tierra para una chica como yo.
- Eso veo.

            Cinthia se paró de golpe, la silla cayendo al suelo. Siete sicarios con cuernos de chivo levantaron al güero, llevándoselo en una camioneta blindada hasta un patio baldío. El güero, que tenía una bolsa de lona en la cabeza, no dijo nada. Sabía que eso no le salvaría. Se figuraba que le culparían de la muerte de Esmeralda, pero se le hacía raro que no lo mataran de inmediato. La camioneta se detuvo, le arrastraron fuera y lo patearon un poco hasta que Jesús intercedió con su harmónica. Alberto le apuntaba con una escopeta que estaba tan cerca que podía oler la pólvora.
- Buenos días, lamento no haber ido al funeral.- Se encendió uno de sus puritos, se acomodó contra la camioneta. No le habían desarmado, pero de nada le serviría.- Mis condolencias.
- Tienes suerte de tener cierto nombre güero, sabemos que tú no eres el sujeto con la venganza contra nuestra familia. Aún así, si quieres vivir más de un día, harás lo que te digamos.
- Sospecho que no me pagarán.
- No por ésta. Sube a mi auto. Te explicaremos en la ranchería.

            En el tenso y silencioso viaje se relajó. Dejó que el sombrero le cayera hasta los ojos. Sólo querían asustarlo, por el momento. La ranchería, en su edificio principal, era una mansión de excesos como los que nunca había visto nunca. Conoció de cerca a toda la familia Ferrer. Don Mariano y su esposa Rogelia le esperaban en la sala. Estaba con Jesús y Alberto. Maribel también estaba allí, revisando la contabilidad de su padre mediante su computadora de última generación. Otra chica estaba ahí, sus rasgos no eran como los de los Ferrer.
- Miriam.- Dijo Rogelia, abrazando a la muchacha. Vestía un vestido entallado y estaba cubierta en joyas.- La hija del capitán. La quiero como a mi hija, y tras la muerte de mi Esmeralda ha sido mi mayor consuelo.
- Así que la princesa no está encerrada en el castillo del ogro.
- ¿Y volver al abusivo de mi padre? Jamás. Yo me quedo con los Ferrer, me han dado un hogar.
- Tu padre, hija mía, pudo haberlo hecho, espero que lo entiendas.- Miriam afirmó con semblante oscuro. Güero masticó su purito, la chica no tenía problemas por quedar huérfana.
- No es financieramente aconsejable, pero es entendible.- Dijo Maribel, sin dedicarle una mirada.
- Mi Isabel, la mandé a Harvard a estudiar negocios y siempre dice cosas así. No, esto es personal. Si no se trata de un fantasma, es el capitán. Mi hijo Jesús tiene una buena información. Irás con Alberto y algunos muchachos. Estará en un hotel, la Escondida. Tendrá mucha protección.
- Matar marinos... Algo así puede ser costoso. Ya saben lo que dicen de los pobres, tienen mala puntería.- Alberto le pasó un fajo de dólares que el güero se los guardó de inmediato.- Vamos pues, que tenemos una cita en el hotel.

            Alberto, cinco sicarios armados con cuernos de chivo y el güero con su confiable revólver llegaron al hotel en dos coches. Mataron al sujeto de la entrada. Los marinos, bien entrenados, tomaron posiciones. Güero usó a varios sicarios como carne de cañón, protegiéndose como escudo humano. Mató al que estaba tras la recepción y a los dos que bajaban de las escaleras. Subieron con calma, todos cargando cartuchos. En el último escalón el güero tiró a Alberto al suelo y desde el piso disparó contra la puerta entreabierta de una habitación desde la que se asomaba un rifle automático. Tres tiros. La puerta se abre. El marino cae muerto. Entraron, de cuarto por cuarto, disparando primero y asegurándose después. Güero echó abajo una puerta, mató a la chica desnuda que sostenía una automática. Siguió el reguero de ropa hasta el closet. Lo abrió, espalda contra la pared. Desarmó al capitán Miranda de un golpe y le puso el revólver, aún humeante y candente contra la garganta.
- No digas ni una palabra, mi capi. Tírate al suelo y no te levantes.- Cerró el clóset, regresó con los otros. Alberto le agradeció que le salvara la vida.- Déjalo, son instintos. Me molesta que no esté el capitán.
- Mi padre no estará feliz.- El güero le quitó su cuerno de chivo y pasó, de habitación en habitación, disparando ráfagas contra los clósets. Disparaba alto, pues no quería matar al capitán y debilitar tanto a los García que no pudiera sacarles más jugo a las familias en pugna.
- Ahora podemos estar seguros.- Le devolvió el cuerno de chivo y sonrió, masticando su purito.
- Te luciste, güero pero te tocan los cuerpos. Que nadie los encuentre.
- Déjamelo a mí.

            Cargó los cuerpos a una camioneta que le dejaron. Los ocultó en territorio de los García, en una casa abandonada que, según había escuchado, era usada de noche como picadero. Le habló a don Pancho García, le alertó de la matanza de marinos y de los cuerpos en su territorio.
- ¿Y pretendes que te pague?
- No, puedo irme de aquí, dejar que la SIEDO, la marina o la DEA encuentren los cuerpos y se arme una investigación que usted no quiere.
- Mil pesos.
- Mejor que nada.- Le dio la dirección y esperó tranquilo, sentado contra una ventana sin marco. Se quitaba el lodo y la sangre de sus botas con papel periódico cuando llegó Federico García, dinero en mano. El güero le señaló el interior.
- Ya me caes mejor, mi güero. Ese Mariano está paranoico.
- Es por Esmeralda, se figura que el capitán se la echó, después de todo, él tiene a su hija. Una por otra. Vaya broma, la chica, Miriam, no quiere irse de la ranchería.
- ¿Y por qué querría hacerlo?- Federico le chifló a sus sicarios para que se llevaran los cuerpos.- Ese capitán Miranda es un hijo de perra. Sólo da problemas.

            Güero manejó por el hotel, dando de vueltas. Sabía que lo encontraría. El capitán había salido huyendo, aún en calzones. Se vestía en la calle, escondiéndose detrás de autos o en callejuelas. No se sentiría seguro hasta llegar a su base naval y rodeado de cien marinos enojados. Güero le cortó el paso y le bajó la ventanilla.
- Todo en la vida tiene su precio, mi capi.- El capitán Miranda le tiró todo el dinero que tenía en su cartera, pero le miró suplicante.
- Mi Miriam, devuélvemela y te daré un millón de pesos.
- Lo pensaré. Por ahora, no salga de su base. Y no olvide, amigo es el que no lo mata a uno teniendo la oportunidad.
- No lo olvidaré güero, tenlo por seguro.

            Güero manejó con calma. Había quedado bien con todos. El celular que don Mariano le había entregado no dejaba de sonar. Decidió que era mejor ir a la ranchería. Recorrió las polvosas y vacías calles de Esperanza. El tráfico era lento de todas formas, mucha gente iba a caballo, pues había otros ranchos en otros pueblos cercanos y llegaban a vender madera, pagando su tributo a las dos familias en pugna. Le dejaron pasar sin problemas. Alberto Ferrer le hizo señas con su sombrero para que se estacionara por la vieja destilería. El edificio, corroído por los años y el ambiente era puro óxido, con tubos que iban y venían. Mariano le esperaba allí, con brazos abiertos.
- Alberto me contó que casi me lo quiebran. Dos hijos en dos días, ni lo mande Dios.- Le puso otro fajo de billetes y entraron a la destilería abandonada. Las espuelas eran el único ruido, además de la ocasional rata que se cruzaba por allí. Jesús, escondido entre los toneles, tocaba la harmónica, algún corrido de valentía y sangre.- Ahora sé que puedo confiar en ti, como la criada que entra y sale.
- Ese soy yo.
- No me gusta.- Jesús se puso de pie, su mano acariciando la Uzi que llevaba en la cintura.- ¿Por qué no estaba ahí? No, aquí hay una rata. Y no me refiero a los ratones que corren por aquí.
- Es cierto.- Dijo don Mariano Ferrer, con el semblante serio.- Sus marinos estaban ahí, él no.
- No, yo creo que hubo una filtración. Me enteré que uno de mis sicarios estuvo en el Refresco, debió haber abierto la boca. Los marinos van por ahí todo el tiempo. Ese cantinero, Mario Cabrera, él pudo abrir el hocico. Hay que ajustarle las cuentas.
- Güero, mátalo.- Le dijo don Mariano.
- No.- Interrumpió Jesús.- Yo le mandaré un mensaje. Mejor que sea yo, y no un forastero. Además, el güero podría arruinar una buena cantina.

            El güero se zafó como pudo. Manejó a toda velocidad, rebasando a los caballos. No iría a la cantina, sabía a dónde iría. La casa de los Cabrera no quedaba lejos. Estacionó en la parte de atrás, cruzó los matorrales y se metió por una ventana. La familia completa estaba ahí.
- Cállense y váyanse. Jesús Ferrer viene para aquí, quiere matarlos.
- ¿Por qué?- Preguntó Mario.
- ¿Eso importa?- Escuchó que Jesús tocaba la puerta.

Güero tomó a Jorgito en brazos, se lanzó a la primera habitación que encontró, la del niño y se escondió bajo la cama. Su madre, Rosalinda, se escondió bajo la cama de su cuarto. Jorgito no dejaba de llorar, señalando hacia su madre y ella le indicaba, lágrimas en los ojos, que no hiciera ruido. Mario abrió la puerta, trató de defenderse pero fue en vano. Mario le dio una golpiza en la sala mientras tocaba su harmónica. Sus espuelas hacían ruido por la pequeña casa. Güero reconoció el ruido del cartucho de su Uzi. Jorgito se le fue de entre las manos. Corrió por el pasillo, hacia su madre. Jesús Ferrer abrió fuego, prácticamente lo partió en dos. Rosalinda gritó. Jesús entró al cuarto y disparó contra la cama. La mujer salió, herida y suplicante. Jesús tocó una marcha funeraria y la mató hasta quedarse sin balas. Güero se quedó en su lugar, escuchando aquellas espuelas regresar a la puerta de entrada y después a su auto. Salió en cuanto pudo. Mal sabor de boca, el capitán vivía y ahora tenía a Rosalinda y a Jorgito como fantasmas en su cabeza. El güero ya no sonreía.

            Arregló el funeral con su dinero, aunque el padre Vélez no quería aceptar ni un centavo. No era el funeral de un Ferrer, abarrotado de gente. Estaba Mario y unos cuantos más. Jesús se había aparecido, para mantenerlo asustado. Mario no hablaría, estaba demasiado ocupando llorando. Güero se despidió de los dos ataúdes, no podían mostrar sus caras por el daño de las balas. Salió al jardín a encenderse un purito. Padre Vélez consolaba a Mario, quien le agradeció lo que había tratado de hacer.
- Muy heroico.- Le dijo el cura al güero, cuando se fue Mario.
- No, nada de heroico. ¿Queda algo heroico allá afuera padre? Estamos en guerra. En el fondo, sólo hay vivos y muertos.- El güero señaló a Jesús Ferrer y Federico García, ambos esperándole hombro con hombro y sin mirarse a los ojos.
- Ellos dicen que, como son soldados, y esto es guerra, se irán al cielo. Vienen aquí a confesarse, pero incluso entonces son hipócritas. Jesús no admitirá que mató a ese pobre chico.
- ¿Y les perdona padre?
- El perdón no está en mis manos... Y no, porque no son soldados tampoco, son asesinos, como tú.
- Sí, como yo.
- Además,- Agregó en tono jovial y dándole palmadas en la espalda.- Dios no les perdona tampoco.

            El güero quería ayudar a Mario Cabrera a reabrir la cantina, pero un camello le detuvo. Tenía poco menos de quince, aún con granos en la cara y un enorme revólver en el cinturón. Le tocó la ventanilla. Güero asomó su revólver primero, casi le mata del susto. Era un mensajero, don Pancho García le andaba buscando y, como no contestaba sus llamadas, le había pedido a sus mensajeros que le rastrearan. Siguiendo sus indicaciones llegó a una casa abandonada, había sufrido un incendio y quedado destruida casi por completo. Pancho, tan rubicundo como siempre, le saludó afectuosamente y puso en sus manos diez mil pesos. La cosa iba en serio.
- Ese maldito capitán, ya empezó a amenazar. Tengo a los gringos, a la AFI y al ejército metiéndose en mis cosas. Con tanto calor no podemos lavar el dinero, está estancado y eso es malo para el negocio. Quiere un favor, el capitán. Un favor especial. Los sicarios que mataron a sus muchachos.
- Tiene que quedar bien con sus hombres.- Resumió el güero.
- Tienen que ser ellos, dos sobrevivieron, verán las fotos. Los mandé a un hospital en los Unidos, con mi dinero, ¿puedes creer eso?
- Una desgracia.- Dijo el güero, haciendo girar su revólver en su mano.- Dígale al capitán que me encargaré, pero a mi modo y a mi tiempo. Es mi cuello el que se expone. Mañana lo veo.
- Pero lo ves, mi güero o te quedas sin ojos.
- Don Pancho, ¿por qué la actitud?
- Porque ese capitán me tiene hasta las narices, ni quien le convenza que la zorra de su hija ni quiere volver. No, además Mariano se las trae contra el capitán. Miranda mató a su amante y a sus hijastros en un operativo hace unos años.
- Interesante.- Dijo, girando el revólver.- Eso explica el rapto.
- Saldarías las cuentas, al menos con los marinos. Bajaría el calor, que es lo que menos se necesita en un lugar como Tamaulipas. Diez mil, mañana.
- Mañana.- Dijo el güero, que dejó de girar el revólver y se lo volvió a guardar.

            Enfriar la situación era lo último que quería hacer. Estaba en medio de un juego peligroso, pero el güero durmió tranquilo, había aprendido que todo tenía solución. Abrió los ojos en la madrugada, sombrero aún en su rostro. Mano en el revólver. Sonrió, a veces la mejor manera es hacer lo correcto. Llamó a don Mariano Ferrer, le sacó de la cama pero valdría la pena.
- El capitán no está muy feliz, se quiere escabechar a los sicarios que mataron a su muchacho.
- Pobre iluso.- Dijo don Mariano, bostezando y calmando a su esposa, quien ahora temía que cada llamada fuese por un hijo muerto.
- Me contrató para matarlos.
- No sabía que eras suicida.
- No, no suicida, sólo un tanto... pragmático. Digo, ¿por qué no darle el gusto?
- ¿Te has vuelto loco?
- Todo se ve legítimo, dijo que los sobrevivientes los reconocerían. Creen que será fácil, pero será una emboscada. Todos terminan felices y contentos.
- Y a ti te pagan.
- De algo tengo que vivir, don Mariano, ¿de qué me sirve la vida si no?

            Los sicarios de Alberto jugaban cartas en la casucha a las afueras de Esperanza. Los sicarios García fueron apareciendo, de poco en poco. El güero revisó su arma, se levantó de la silla y dio un par de pasos para atrás. Una sola entrada, tres ventanas. Entrada con sala, una cocina, baño y habitación. Tenían a dos sicarios en la cocina, escondidos con poderosos rifles gringos. Tenía a otros dos en el baño, uno de ellos con un par de granadas, por si acaso. Se encendió uno de sus puros, se quitó el sudor de la frente y sonrió. Podían oír los pasos alrededor de la casa. Pasando el puro de un lado de su boca al otro fue lentamente jalando el martillo del revólver. La hora se acercaba. Los sicarios de Alberto Ferrer seguían jugando cartas, pero todos tenían Uzis y automáticas entre las piernas. Eran profesionales que con cara de matones, no se verían nerviosos a través de las ventanas. Güero dio un par de pasos hacia atrás, hasta topar con pared. Se le había olvidado mencionar un detalle a don Mariano y a su hijo Alberto, cuando armaron el operativo. Los sicarios de los García no sólo rodearían la casa. Tirarían el muro principal con un camión.

            La pared de enfrente se vino abajo. El güero se agachó de cuclillas. Matones entraron por las ventanas, abatiéndose entre ellos. Eran catorce de los García, llevaban la ventaja numérica, pero nada más. Los jugadores de póker se lanzaron al suelo y dispararon a las ventanas. Los cuerpos cayeron dando de piruetas. Los del baño y los de la cocina trataron de detener a los que entraban por el frente, los del baño quedaron abatidos por un sicario con cuerno de chivo de mango de plata. El güero le voló la cabeza de un disparo. Los de la cocina recibieron impactos en el estómago. El güero caminó para adelante. Disparó a la derecha, un García. Para la izquierda, un Ferrer. Dos al frente, sicarios de García. Agazapado contra una pared, protegiéndose de la balacera que venía de afuera recargó el revólver mientras masticaba su puro. Lanzó una granada, se asomó durante la explosión. Dos sicarios, los últimos, agazapados contra puertas antibalas de sus enormes camionetas. Las primeras balas no sirvieron de nada. Disparó contra los pies, luego vació el revólver con ellos en el suelo. Tomó una metralla y se terminó a los que quedaban vivos. Se golpeó contra un muro, gritó y aulló como un demente. Se tiró al suelo y, arrastrándose, se acercó a la cocina.
- Llámenle a Alberto.- Les dijo.- Nos salvamos de milagro.
- Ya llamé, viene para aquí.- Dijo uno, cubriéndose el estómago. El güero se quitó el cinturón y lo usó para hacer de torniquete para el otro sicario que había recibido varios perdigones contra la pierna derecha. Le puso el puro al herido del estómago. No viviría lo suficiente para terminárselo.
- Estuvo cerca, muy cerca.- Dijo el güero. Los otros dos afirmaron con la cabeza. Güero reprimió una sonrisa.

            La matanza se haría famosa. Jesús le pagó tres mil por cuidar de los heridos, además de los diez que su padre, don Mariano, ya le había dado. Como los Ferrer lo veían, el asunto había quedado zanjado a su favor, pues los sicarios de Alberto eran poca cosa, mientras que el güero había ayudado a matar a los mejores hombres de Gabriel García, el temido tirador y brazo armado de los García.

            Los ataúdes no cabían todos en la iglesia, de modo que tuvo que hacerse afuera. El padre Vélez fue duro con ellos, y prohibió que colgaran a Malverde, el santo patrono de los narcos. Les recordó sus deberes a Dios, antes que a la pistola, a la mota y a la coca. No le prestaban atención. Don Mariano tampoco, sabía que tal era la vida del sicario. Así había empezado él, sabía de los pocos que la libraban. Sabía de los muchos que morían intentándolo. Y sabía de los muchísimos que finalmente caían por errores que, en su momento, pudieron haberse corregido. Estaba convencido, el asesino de su Esmeralda estaba en su organización. Se fue del deprimente funeral a la ranchería, en compañía de sus hijos.

            Alberto ya había compilado una lista de sus operadores y sicarios que venían de fuera o que habían estado en Baja California en el 2000, o antes. En realidad había sido Maribel quien la había compilado, pues había aprendido mucho en Harvard, pero dejaba que su hermano se tomara el crédito, pues ella no quería estar en esa horrible bodega donde tenían amarrados a una docena de hombres. La camioneta dorada de don Mariano se estacionó fuera. Rogelia le esperaba con su cuerno de chivo de oro y con diamantes en el largo cañón. Ella lo entendía, quizás mejor que sus hijos. No había otra forma, nadie ajeno a la organización sabría que Esmeralda era una lesbiana.
- El Charlie.- Le susurró a su marido.- ¿qué hay con él?
- No, él no fue. Además, no durará mucho.- Le susurró de vuelta.
- Patrón, por favor le juro que yo no sé nada.- Le dijo uno de ellos, llorando y chillando.- Yo tengo familia allá, no estaba metido en la maña.
- Papá.- Le interrumpió Maribel.- ¿Realmente tienes que hacerlo? Tus propios hombres, ¿qué pensarán de ti?
- ¿Qué pensarán si no lo hago?- Jesús sonrió y tocó su harmónica.
- Ahora sí, hijos de perra, sea el que sea de ustedes que se me escapó en Baja, aquí me lo quiebro.- Disparó su cuerno de chivo. Vació el cargador y se aseguró que no quedara nada de ellos.
- Papá tiene razón.- Le dijo Alberto a Maribel.- En canto sentimos el calor gringo matamos a todos, o eso pensamos. Buen negocio el de los aviones, pero no lo suficiente para comprometernos a una investigación. Les mataron por la espalda, fue sucio y traicionero, pero tenía que hacerse. Jesús lo echó a perder.
- Cuidado hermanito, esa boquita tuya te puede meter en problemas.
- Y tú déjala pegada a esa harmónica.- Le gritó Rogelia, soltándole una bofetada.- Que si no fuera porque eres mi hijo estarías ahí con ellos. Esmeralda murió porque no lo hiciste tú mismo, que no vuelva a pasar. Basta de errores. Ya le pegamos a los García, ese Gabriel y don Pancho deben estar que se mueren. Sus mejores pistoleros cayeron allá. Aún así, el hueco de perder a una hija...
- Calma mi amor, ya está resuelto.- Le dijo Mariano a su mujer, mientras contemplaba los cuerpos.

            Mario Cabrera eventualmente reabrió el Refresco, necesitaba el dinero después de todo. Los clientes regresaron. El ambiente era tenso. El güero no quitaba la mano del revólver, sentado en la mesa del fondo, pies sobre otra silla y esperando problemas. Cinthia hacía de mediadora, le debía mucho a la familia Cabrera y su coquetería mantuvo las cosas como eran antes, neutrales. Sus piernas lo hacían, marinos, García, Ferrer, todo daba igual por ese par de piernas, esa tez morena clara y esos ojos rasgados. En la noche, el momento más álgido, el lugar estaba repleto.
- Yo no te pago nada viejo.- Le espetó un sicario a Mario.
- Te tomaste dos whiskeys, una cerveza y te comiste una torta.
- ¿Quieres que lo que le pasó a tu familia te pase a ti?
- Págale al hombre.- Le dijo el güero, encendiéndose un puro.
- Tú no te metas, yo trabajo para Jesús. Tú eres la criada.- Sus amigos se rieron.
- Sí, lavo, trapeo y saco la basura.- Le azotó la cabeza a la barra con tanta fuerza que le sacó sangre. Le arrancó la cartera, puso el fajo de billetes en el mostrador y lo pateó para que se fuera. Los sicarios desenfundaron. Jesús dejó de tocar un segundo, le miró a los ojos y siguió tocando. Sus matones enfundaron de nuevo.
- Los Ferrer no tienen por qué pagar, ustedes sí.- Dijo Mario, con renovados bríos.
- ¿Y yo qué?- Un sicario de los García se levantó, borracho y tembloroso. Estaba armado, con la camisa de calaveras fuera de lugar y los ojos enrojecidos por la coca.
- Cinthia, ¿por qué no calmas a nuestro amigo, antes que sus amigos recojan su cerebro del piso?
- Aquí te quería encontrar.- Un muchacho pateó la puerta y entró con un largo machete. Era un lokochon. Lo tenía tatuado en su calva rapada. Entre rumores el güero se enteró que su nombre era Rodrigo.- Ahora sí güero, tú y yo.
- Está bien.- Le disparó tan rápido que nadie vio en qué momento había desenfundado. La bala le dio directo al corazón. Momento de silencio. La harmónica se detuvo. Todos se echaron a reír.- No traigas un cuchillo a una pelea de pistolas niño.
- Tú.- Jesús se puso de pie y se acercó a la barra. Un par de sicarios desecharían el cuerpo.- Tú eres una especie aparte.
- No realmente, sólo busco dinero. El sueño mexicano, ¿no es cierto?
- Cierto, cierto, pero tú eres rápido.- Pagó por su comida y trago, como el de sus compañeros, aunque Mario no quería.- Insisto Mario, por favor. ¿Qué no somos amigos?
- Claro Jesús, somos amigos.
- Así me gusta. Y tú güero, ¿te crees más rápido que yo?
- No me interesaría averiguarlo.- Jesús estaba por decir algo más cuando sonó su celular. Conversación de un par de segundos y se puso pálido.

            Todos le siguieron por mera curiosidad. Alberto Ferrer había sido encontrado muerto en un baldío. Le habían robado, pero tenía sobre su pecho, entre tres agujeros de bala, un avión de juguete. Don Mariano gritó todas las maldiciones que se le podían ocurrir. La amenaza seguía existiendo. Su esposa, Maribel y Jesús lloraban en silencio. También estaban algunos de los matones de los García. Todos lo veían, perdía el control. Mariano tomó al güero del cuello y lo acercó tanto a su cara que podía oler la cerveza en su aliento.
- Hijos de perra, hijo por hijo. Ya basta de esto. Quiero la cabeza de Federico García. No me veré como un debilucho mientras estos bastardos se llenan de dinero.- Le mostró un fajo de dólares y lo puso en sus manos.- Haz que pase güero, dame su cabeza y te llenaré de tesoros.
- Los tesoros valen poco cuando estás muerto.
- Todos en la maña estamos muertos güero, ¿o no lo sabías? Muertos, pero aún no nos enteramos hasta que alguien nos lo hace saber. Te lo encargo a ti que eres de fuera, ya no confío en mi propia gente. Avísale a Federico García que es hombre muerto. Sangre por sangre.

            El güero no durmió esa noche. Manejó alrededor de la casona de los García, el enorme monumento al exceso narco en medio de la empobrecida Esperanza. Caballos pastando en los jardines delanteros. Jardineros con ametralladoras. Se dio sus vueltas por los parques, sabía que los chivatos estaban ahí. Al igual que a los lokochones las familias les dejaban ser, podían ser útiles de vez en cuando y, cuando no, eran fáciles de eliminar. Necesitaba información, necesitaba un milagro. Tenía que hacerla a la vaquera, no que le incomodara, ya tenía las botas y el sombrero. Le dijeron que Federico transportaría marihuana en la madrugada. Eso era todo lo que necesitaba saber. Manejó al centro del pueblo, donde los lokochones creían mantener un control sobre el tráfico de mota, aún así, pagaban derecho de piso. Todos en Esperanza lo hacían. Caminó por las silenciosas calles. Escuchaba sus conversaciones. Ya había matado a varios de sus amigos, por eso en una mano tenía el revólver, en la otra un enorme rollo de dólares. Lolo, sentado en el umbral de una vieja casa española detuvo la conversación. Le apuntó con su automática.
- ¿Por qué no nos das el dinero y te largas?
- Suena justo, después de los dolores de cabeza que les he dado.
- Rodrigo era mi amigo.- El güero le tiró los dólares.
- Hay mucho más de eso, mañana en la madrugada, un trabajito y nada más.
- ¿Trabajito?- Lolo bajó el arma, sus amigos no lo hicieron.- Te escucho.

            Le traicionarían, pero el güero sospechaba eso de todos. A la madrugada anduvieron por la carretera, el güero sabía por dónde estaría Federico. Se sorprendió al ver que su pick-up no llevaba escolta. Güero le rebasó, le indicó que bajara la ventanilla. En la estrecha carretera de tierra los dos autos apenas y cabían. Los lokochones andaban en un viejo Tsuru detrás de ellos. Federico, confiando en el güero, bajó la ventanilla. Le metió una bala en la cabeza y frenó. La pick-up se salió de control por unos segundos y se detuvo. Cargó el cuerpo a su auto. Los lokochones revisaban el paquete en bolsas negras de basura. No era mota, era una montaña de dinero.
- Te salvaste güero.- Lolo le tiró un fajo de billetes, lo demás se lo quedarían ellos.

            Güero se encendió un purito en el auto, se quitó el sombrero, hacía mucho calor. Llevó el cuerpo a la ranchería, donde ya le esperaban. Lo tiró al piso de lodo y don Mariano pateó al cadáver de Federico García hasta cansarse. Un par de sicarios, explicó, le cortarían la cabeza para montarla en su estudio. Ya tenía reservado un espacio para don Pancho, Luisa y Gabriel García. Le llevó a la destilería, bromeando y riendo. Güero mantuvo la mano sobre la culata del revólver. Desconfiaba de todos y en todo momento.
- No era mota, pensé que sería, pero era dinero. Quizás por eso lo movía él solito.
- Este maldito calor, y no me refiero a Tamaulipas. Los García están como nosotros, no pueden mover su dinero. Reubicarlo, quizás. ¿Después de esto? No, ni lo mande Dios, que han de pensar que se tienen un chivato entre ellos. Como yo tengo a mi fantasma, a ver qué se siente.- Jesús tocaba la armónica entre los oxidados tubos que cruzaban por arriba hasta salir del techo de podrida madera.- Yo haría lo mismo, por eso mi hijo Jesús me cuida la pasta. ¿Sabías que ésta fue la primer destilería ilegal en Tamaulipas?
- Interesante. Ahora destilan dinero.
- Algo así.- Dijo Jesús, quien simulaba tener un arma y dispararle.
- Así que,- Dijo el güero, rascándose la cabeza con el sombrero en la mano y masticando su puro.- los García tienen todo su dinero en un mismo lugar. ¿Por qué no robarlo?
- ¿Robarlo?- Don Mariano se echó a reír.- Como si no se me hubiera ocurrido.
- La pugna ya ha durado lo suficiente. Yo sólo pido una comisión por mis servicios, eso es todo.
- Vaya comisión que sería. No, esos traicioneros seguro tienen la feria en la base naval. ¿Cómo irrumpes en una base con más de cien marinos encabritados contigo?

            El güero sabía cómo, pero no se lo dijo. Los marinos le detuvieron y revisaron a conciencia. Revólver y cuchillo. El capitán Miranda salió de una bodega que hacía de habitación y ordenó que le devolvieran las cosas. Cinthia salió después que él, subiéndose la blusa.
- ¿Te enteraste?- Le dijo Cinthia.- Federico García está muerto.
- Vaya funeral que será ese.
- Tú realmente que conoces a todos. ¿Saben quiénes fueron?
- Los lokochones, ya estarán mostrando la feria los muy idiotas.
- ¿Viniste con mi hija?- Preguntó el capitán, despidiéndose de Cinthia de beso y nalgada.
- Estoy en esas.
- Estoy en esas, estoy en esas, todos me dicen lo mismo. No importa cuán rico haga yo a los García, ellos siempre me dan largas. Y primero muerto que negociar con los Ferrer.
- Mariano no cedería, no después de cierto evento con su novia.
- ¿Y qué si maté a su amante e hijastros?
- Todo este pueblo está lleno de fantasmas y venganza.
- Y sangre muchacho, ésta es la tierra de sangre.- Entraron a una oficina. El capitán le invitó a un cerveza mientras miraba partir a uno de los buques grises de la marina.
- Hay una manera de conseguir a su Miriam, de rescatarla de ese castillo.
- Ya sé, quieres dinero, te  lo prometí.
- No el suyo capitán, me ofende, ¿yo estafando al erario público? No, soy un buen ciudadano.
- ¿El dinero de quién, entonces?
- De los García. Es mucho dinero, usted lo sabe bien, lo esconde para ellos en esta fortaleza.
- Ja. Si ese dinero estuviera aquí muchacho, me lo guardo, mató a todos los García y movilizo a todos mis marinos para matar a los Ferrer y regresar a la luz de mis ojos. No está aquí güero, no, ese Pancho es demasiado astuto. Siempre dice, don Pancho, que su dinero lo tiene bien cerca. Me lo dice a la cara, ¿no es un insulto? Sangre y dinero, es todo lo que hay en Tamaulipas.
- Lástima que la combinación sea tan mala para la salud.- Dijo el güero, meditabundo, mientras se terminaba la cerveza.

            Al día siguiente el pueblo entero acudió al funeral de Federico García. A la izquierda los García, a la derecha los Ferrer. El güero estaba en el medio. Nadie se atrevió a irse temprano. El padre Vélez perdió el control cuando Luisa, hermana de Federico, se puso de pie con un revólver y casi mata Maribel de un tiro. La  detuvieron antes de disparar, pero suficiente para armar el zafarrancho.
- ¡Basta ya de sus idioteces!- Les gritó el cura y todos parecieron calmarse. Aquella iglesia era terreno neutral.- Mátense afuera que ésta es la casa de Dios.
- Nosotros no matamos a tu hermano.- Le gritó Jesús, y su madre Rogelia le calmó, sentándole de golpe.
- Como decía...- El padre continuó como si nada. Todos pasaron a la homilía y a despedirse del ataúd que tenía una foto de Federico y varias bolsas de marihuana, dinero y un busto de Malverde. El güero no se quedó para las consolaciones. El padre tampoco.
- Terreno neutral.- Le dijo el güero, para hacer conversación.
- ¿Qué queda si no? Una cantina, de todos los lugares, una cantina.
- Y Cinthia.
- Ni me hables de esa pecadora.- El cura estaba de pésimo humor. Le robó el puro al güero y trató de calmarse.- No, tengo que calmarme, atender a la grey. Tú no sabrías de esas cosas, tú matas por dinero. Tú eres como ellos.
- No, trato de ser más listo.- Le quitó el puro y se lo masticó.
- Si tan sólo hubiese una salida pacífica a esta pugna entre familias, ¿pero por dónde empezar? Los Ferrer ya perdieron a Esmeralda y Alberto, los García perdieron a Federico.
- Una solución pacífica... ¿Sabe una cosa, padre Vélez? Me acaba de dar una idea. Quizás tenga razón, ésta guerra no tiene futuro.
- ¿Y qué guerra si la tiene?- Luisa García se acercó, toda de negro. El güero se hizo a un lado, pero ella no iba a hablar con el sacerdote. Quería hablar con él.
- Tengo algo que proponerte güero. Mucho dinero.- La acompañó a su camioneta de vidrios polarizados. La puerta se abrió y pudo ver dos rifles que le apuntaban directamente.- Entras completo o te llevamos por partes.
- No, estoy bastante apegado a mis partes.

            Le golpearon en el camino a la mansión García, después le golpearon hasta llegar al sótano, donde le dejaron caer por los escalones de mármol. Pancho García, el alegre rubicundo personaje, había perdido toda alegría. Le apuntaba con una escopeta recortada y fumaba tranquilo. Luisa se hizo una línea de coca y preparó su arma, ella quería hacerlo. Güero trató de levantarse, pero ella le pisó, con su alto tacón, la mano derecha.
- Tú te quedas ahí, esto es por mi hermano.
- Yo no maté a Federico, por Dios, lo juro. Los lokochones lo hicieron. Los he estado matando desde que llegué a Esperanza, desde el primer día, pregúntenle a quién sea.- Don Pancho alejó a su hija y golpeó al güero con la escopeta para que quedara boca arriba. Podía ver, al fondo, que Lolo había sido encadenado y latigueado hasta morir. Se maldijo así mismo, debía haberlos matado después. Aún así, habría sido demasiado sospechoso.
- Papá no le creas, él lo mató. Dile Gabriel.
- Sí, este tipo no me gusta.- Gabriel le metió un puñetazo al mentón que casi lo desmaya. Sus anillos de calaveras le dejarían una impresión.- Más vale prevenir, que lamentar.
- No tiene sentido, no lo habrían hecho.- Dijo el güero, escupiendo un diente.
- No sé.- Don Pancho lo pensó, se rascó la barbilla con la escopeta y suspiró cansado. Vestía de negro, como todos. Se sentó en una silla de metal, apuntándole a la cara.- Nos ha dado buena información, salvó al capitán, mató a esos sicarios... Aún así, ¿para qué correr riesgos?
- ¿Por qué no mejor mata a todos los Ferrer?- Pancho le miró sin entender.- Yo sé cómo.
-  Basta de esto.- Gabriel desenfundó, se le acercó pero su padre le detuvo.
- No, esto quiero escuchar.
- Un casamiento forzado entre su hijo Gabriel y Miriam Miranda, la hija del capitán.- Gabriel lanzó la carcajada.- El capitán estará amarrado a su dedo, cualquier pero y Gabriel se la despacha. Los Ferrer cederán, la darán por algo de paz. Mariano no confía en su propia gente, únicamente en sus hijos, ¿y quiénes quedan? Sólo están Jesús y Maribel. Jesús está loco y es peligroso, pero Maribel es una chica de universidad que no pertenece a este mundo.
- Me gusta.- Dijo Pancho, luego de un rato, a gran sorpresa de sus hijos.- ¿No lo ven? Los matamos en la boda. Terreno neutral ni qué terreno neutral, mataron a mi muchacho, a su hermano. Los matamos como perros, nos quedamos con todo. ¿Qué tienen ellos? Sólo a esa chiquilla tonta, pero si la casamos, el capitán tendrá que hacer lo que yo diga y nosotros nos quedamos con la plaza.
- ¿Y ellos no intentarán lo mismo?- Preguntó Gabriel, sacándole  la sangre a sus anillos de calavera. El güero se sentó en suelo, estaba malherido pero consiguió encenderse uno de sus pequeños puros. Se manchó de sangre, pues estaba manchado por todas partes.
- Sí.- Dijo finalmente.- Por eso moverán el dinero, o eso le dirán a sus chivatos. Los Ferrer aprovechan que ustedes estarán en la boda, irán tras el dinero.
- El dinero, sí... Ja, eso siempre lo tengo bien cerquita.- Don Pancho le mostró que todo su traje, y explicó que eso era con todos sus trajes, guardaban fajos de billetes en bolsillos secretos. Incluso se abrió la camisa para mostrar los billetes que se amarraba al pecho.- Tardo una hora vistiéndome, pero ni quien me robe.
- ¿Qué hacemos con él?- Preguntó Luisa, finalmente.
- Denle un aventón al Refresco.- Luisa le ayudó a levantarse y se lo llevó. Gabriel se quedó con su padre.- Después de la boda, mátalo.

            El anuncio no podía hacerse formalmente, pues en cuanto uno de los García asomaba la cabeza en la mitad del pueblo que era territorio de los Ferrer, la perdía. Se hizo por medio de chivatos, que ya hablaban de cómo y cuándo moverían el dinero los García. Eventualmente don Pancho llamó a don Mariano y le propuso el trato. Una salida pacífica, nadie necesitaba perder más hijos a causa de sus rivalidades comerciales. Después de todo, siendo Miriam como de la familia Ferrer, entonces era una alianza de sangre.
- No lo estarás pensando.- Dijo Rogelia, acariciando al tigre bebé que mantenía encadenado en su sala. Ella estaba acostada sobre un lujoso sillón de pelo de león y Miriam estaba sentada en una esquina como niña regañada. Ella no podía opinar en el asunto.
- Descuida nena, te tratarán igual de bien que nosotros.- Le dijo don Mariano a la muchacha y le ofreció algo de coca para subirle el ánimo. Mariano siguió caminando en círculos.- Le he dado de vueltas al asunto todo el día... ¿Y qué si aceptamos? Tenemos otro problema entre manos, un muerto que no está tan muerto como yo quisiera. Cobrando su venganza, uno por uno.
- ¿Pero una boda? Es una trampa.
- Sí, que nosotros haremos. Piénsalo mujer, estarán todos en el mismo lugar. Los sicarios de Jesús van tras el dinero, mis sicarios matan a todos en la iglesia.
- ¿Y no crees que ellos piensan lo mismo?- Preguntó Rogelia, aventándole un pedazo de carne al pequeño tigre.
- Sí, puede ser. Es terreno neutral, casa de Dios por amor a Cristo, pero peores cosas han pasado. Ésta gente... son salvajes después de todo. No sé, habrá que pensarlo. Me estresa más la venganza del muerto.
- Y debería, a mí no me deja dormir.- Don Mariano abrió el ventanal que daba a la calle enlodada que iba hasta la destilería. Podía escuchar la armónica, señal que Jesús estaba bien. Llamó a su hija Maribel, pero no contestaba. Lo peor le pasó por la mente.

            Había instalado un GPS especial en los celulares de sus hijos desde la muerte de Esmeralda. El convoy de tres camionetas llegó hasta la barbería. Estaba cerrada, debido a la hora. Jesús pateó la puerta y les encontró. Charlie estaba muerto en el piso, tres tiros al pecho. Maribel colgaba del techo, un avión de juguete en su boca. El muerto había atacado de nuevo. Rogelia se echó a llorar, Jesús trató de consolarla. Mariano la miró sin decir nada, no podía procesar la tragedia. Eventualmente habló, aceptó a la boda.

            El funeral de Maribel fue aún más grande que el de sus dos hijos anteriores. El padre Vélez pudo pronunciar la misa sin interrupciones. Los García enviaban flores, una fila que daba vuelta a la iglesia, de hermosas flores con el nombre de Maribel Ferrer inscrito en bordados de oro. Pancho García, señal de respeto se hincó a un lado de don Mariano. Ambos de negro y ambos mirando el pacífico rostro de Maribel Ferrer en el ataúd abierto.
- Reina de belleza Pancho, mi nena.
- Es una tragedia. Habiendo perdido yo a mi hijo favorito te entiendo por completo. Sé que piensas que fuimos nosotros, pero por el alma de mi difunta esposa te juro que nosotros no tuvimos nada que ver. Nada de familias, es la regla y tú lo sabes.
- Sí, nada de familias. Esos lokochones no entendieron la regla Pancho, por eso ya los mandé matar a todos.
- Gracias Mariano.
- Mi única hija que me queda no es de mi sangre, pero la quiero como si lo fuera. Tenía otros hijos, tú lo sabes. El capitán Miranda los mató a todos, como si fueran perros. Aún así, adopté a Miriam como si fuera sangre de mi sangre. Quiero que se case con tu hijo Gabriel. Me parece que las dos familias merecemos algo de paz.
- Es un honor escuchar eso Mariano. ¿Qué podemos hacer nosotros por ti? La muerte de tus hijos... Nada llena ese agujero, lo sé bien ahora que Federico está muerto. Aún así, ¿tienes idea de quién fue?
- Un fantasma Pancho, y no me mires así que lo digo bien en serio. Un fantasma. Un muerto que regresó por venganza. Ya me las arreglaré con él. Una semana Pancho, dame una semana para secar mis lágrimas antes de entregar a mi hija Miriam a los brazos de tu hijo Gabriel.
- Lo que sea, don Mariano.- Antes de levantarse le puso la mano en el antebrazo y con la cabeza le indicó hacia la puerta.- El capitán está afuera. ¿Quieres que lo saquemos de aquí y lo encerremos en su base? No es momento, digo yo, de estar gritando y demás. No en tierra neutral.
- Gracias Pancho, pero no. Quiero verlo, y quiero que Miriam lo vea también.- Los dos dones se pusieron de pie. Mariano le indicó a Miriam Miranda que le siguiera hasta la salida, donde el capitán Jorge Miranda, borracho por completo, era sometido por dos musculosos mercenarios.
- Devuélveme a mi hija.
- Yo no la maté, como tú hiciste con mis bastarditos, tanto que los quería. La traté bien, le di todo lo que tú nunca le diste. Le di un hogar, una familia, mucho amor y dinero. ¿Crees que quiere volver contigo? Anda Miriam, dile la verdad.
- No quiero, me quiero casar con Gabriel García.- Le espetó en su cara. El capitán desistió y, devastado por completo, se fue derrotado y triste. Los dones se dieron la mano y regresaron a sus asientos. El güero, quien aún tenía los golpes que Luisa y Gabriel García le habían dado, observó todo desde la salida lateral. No le conmovían los funerales, prefería que los muertos enterraran a los muertos. Todos se fueron despacio, despidiéndose del cura. Él salió orgulloso.
- Ya verás güero, la ley de Dios se impone ante todo. Terreno de Dios, morada del Altísimo. La guerra se acaba aquí. Los García dejarán de matar a la prole de los Ferrer y viceversa. Espero verte aquí, no he tomado tu confesión.
- No creo que tenga suficiente tiempo para escuchar lo que tengo que decir.
- No todos están más allá de la redención, hijo mío. Yo pedí dos semanas para hacer la boda, no es prudente acelerar las cosas. Ya verás lo tranquilo que se pondrán las cosas. Vendrás, me imagino.
- No me lo perdería por nada en el mundo... Aunque llegaré tarde.- Güero se despidió bajando su sombrero y se alejó sonriendo y masticando su puro bajo el potente sol de Tamaulipas.

            El güero se recuperó del todo en esas dos semanas con ayuda de Mario Cabrera y Cinthia. Las fotos de Rosalinda y Jorgito colgaban sobre la barra, un recordatorio de la tragedia sin sentido. Le cuidaban de día, de noche practicaba tiro en la carretera. Todos ansiaban la boda, él más que nadie. La fecha llegó finalmente y mientras que todos en Esperanza iban para la iglesia, o para interceptar el falso cargamento de dinero, el güero llegó a la ranchería.
- Güero, te hacía en la boda.- Le saludaron los tres matones que cuidaban la entrada.
- Ya casi voy para allá, ¿y ustedes? Pensé que estarían con los sicarios de don Mariano.
- No, nos dejaron acá.
- Una lástima, tan jóvenes. Bueno, peores cosas han pasado.

            El primero no sintió el cuchillo en la garganta. El segundo lo vio venir, directo a su ojo. Golpeó al tercero con el codo y el apuñaló en el pecho. Escondió los cuerpos en los matorrales, revisó su revólver y caminó despacio hacia la destilería, desde la que podía escuchar la harmónica de Jesús, tocando tranquilamente. Cargaba con mochilas que dejó a la entrada, cuando la música se detuvo.
- Ya se me hacía.- Dijo Jesús, entre los viejos tubos oxidados.- Ya se me hacía.
- No tenías que hacerlo Jesús. Matar a esa mujer y a ese niño. No tenías que hacerlo.
- Viniste a decirme eso.- Se puso frente a él, a unos diez metros. Sonrió burlonamente, hizo sonar sus espuelas y se tronó los dedos.
- No, no a eso.- Jesús acarició la Uzi, la tenía agarrada casi por completo. Güero tomó el revólver, sin sacarlo de su cinto.
- ¿Un revólver en estas tierras? No parece práctico.
- Sólo se necesita una bala.
- ¿Algunas últimas palabras?- Escupió al suelo. Su mano se tensó.
- Sí.- La mano del güero se tensó, sus ojos se cerraron casi por completo.
- Adelante, hombre muerto.
- Ya tienes a un muerto cobrando venganzas, ¿por qué no un muerto ladrón?
- No dirás mucho en unos segundos.
- ¿Quieres saber quién es más rápido?

            El aire frío traspasaba las viejas y podridas maderas. Los tubos oxidados, movidos por el viento, dejaban caer finas capas de óxido como si fuera una nieve rojiza, de sangre. Los matadores se miraron a los ojos. Una gota de sudor recorrió el rostro de Jesús y dejó de sonreír. Güero apretó la quijada hasta que el puro se partió en dos y cayó al suelo. Jesús flexionó la muñeca. Güero sacó el revólver. Un disparo. Las ratas corrieron. Jesús cayó al suelo. El dedo, apretado en el gatillo, lanzó una ráfaga que partió tubos y toneles, todos repletos de fajos de dinero.
- Debí haber traído más mochilas.- Güero le escupió lo que quedaba del puro en la cara. Le había dado al pecho, pero aún estaba vivo. Comenzó a vaciar los toneles hasta tener bien llenas las mochilas. Jesús acercó la mano a la Uzi, lentamente.
- Maldito ladrón, eres de la peor ralea.- Le dijo Jesús, mientras el güero le daba la espalda.
- ¿Tú sabías que ésta fue la primer destilería ilegal de Tamaulipas? Eso dijo tu papá.- Encontró galones de alcohol y gasolina y roció lo que quedaba del dinero. Lanzó el tambo sobre Jesús, quien ya tenía la mano en la metralla. Güero se dio vuelta y disparó a un centímetro de la Uzi, alejándole la mano.- No, tú no te vas tan fácil Jesús. Esto es por Rosalinda y Jorgito.
- ¿Qué vas a hacer güero?- El güero pateó el arma y se alejó caminando, cargando las tres mochilas sobre un hombro. Se encendió un purito y lo saboreó unos segundos.
- Cuando veas a tu papá y a tu familia, diles quién te envió.- Lanzó el puro contra el alcohol y la destilería comenzó a arder. Cerró las puertas de metal y se quedó unos momentos escuchándole gritar de dolor hasta que dejó de aullar. Consultó el reloj, se le hacía tarde para la boda.

            La boda era la más elegante que se hubiese visto en Esperanza. Don Mariano, del lado de la novia, ignoraba su celular, mientras que el padrino de Gabriel, su padre Pancho escuchaba atentamente al padre y tenía su mente en otras cosas. Los novios juntos, la ceremonia empezaba. El ambiente era tenso. La presencia de Cinthia lo empeoró, algún amante despechado la llamó una zorra y una lesbiana. El padre Vélez, la autoridad máxima en la casa de Dios, o al menos eso quería creer, logró mantener a todos en silencio para comenzar con la ceremonia. El cura les hizo tomar la homilía y renunciar a las obras del diablo. Luego paso el cáliz con vino, de los labios de Mariano a los de Miriam, luego a Gabriel y finalmente a don Pancho.
- El santísimo matrimonio es más que la unión entre una pareja, es una institución sagrada.- Dijo el cura, abriendo su Biblia. Don Mariano puso los ojos en blanco y colapsó al suelo, después Miriam comenzó a convulsionarse hasta que sangre salió de la espuma de su boca.
- ¡Es veneno!- Gritó Rogelia, mientras que Gabriel y Pancho sufrían los mismos dolores.
- ¡Hijos de perra!- Las puertas se abrieron de golpe, el capitán Miranda y algunos marinos entraron borrachos y disparando. Rogelia no dejaba de mirar al cura.
- Esto es por Tijuana.

            El padre Vélez, quien no siempre había sido el padre Vélez, ocultaba una metralla bajo su sotana y comenzó a disparar detrás del altar. Los tiros quemaron la larga sotana verde y no cesó de disparar hasta quedarse sin balas. No importaba, tenía cartuchos apoyados contra el altar. Los sicarios empezaron a matarse entre ellos, pero el capitán había destruido todos los planes. El cura se levantó de nuevo, disparando alocadamente. Mató a Rogelia pero recibió un balazo que le lanzó al suelo. Don Mariano, que apenas había bebido del vino envenenado se arrastró por la alfombra. El capitán Miranda le piso una mano y le mostró su rifle. El güero se quedó en la puerta, contemplando la red de venganzas y ajustes de cuentas. El capitán le disparó en la espalda, pero Mariano consiguió tomar el revólver que escondía en el cinto y disparó contra el capitán Miranda hasta asegurarse de haberlo matado. Murmuró algo sobre sus hijastros antes de morir. Güero avanzó entre la estampida humana, disparando de un lado y del otro, eliminando sicarios. La iglesia estaba repleta de agujeros de balas, sangre y cuerpos. Usó la navaja para cortar el traje de don Mariano y llenar sus mochilas. Caminó hasta el altar, el sacerdote seguía vivo. Mario y Cinthia se acercaron con mucho miedo, aunque los disparos ya habían cesado.
- Tomen.- Les entregó dos de sus mochilas y los otros asintieron sin decir nada.- ¿Y qué esperan? Lárguense de aquí. Esperanza está muerta.
- ¿Mariano?- Preguntó el cura, mirando la sangre en sus manos.
- Muerto. Su familia también. Parece que el muerto tuvo su venganza.
- Desde que me dejaron por muerto sabía que la tendría...- De un bolsillo sacó un avión de juguete. Le miró con ternura, aunque estaba bañado en sangre.- Por eso me hice cura.
- Tiene sentido, todos se confiesan contigo, tú sabrías que Esmeralda era lesbiana, que Maribel se acostaba con Charlie en esa barbería, atraer a Alberto no debió ser tan difícil. ¿Valió la pena, padre?
- Mataron a mis hermanos y a mi mujer. Puedo descansar en paz.- Güero revisó la herida. En el estómago, tardaría horas en agonía.- Déjame descansar en paz güero, haz eso por mí.
- Cierra los ojos, no dolerá.- Le disparó en la cabeza y se fue caminando.

            Mario y Cinthia le siguieron hasta su auto, pero el güero no dijo nada. Había tenido suficiente de Esperanza, de las venganzas, los ajustes de cuentas y la sangre. Además, ya tenía todo el dinero que podía juntar en ese pueblo. Aceleró, despidiéndose de sus amigos con su sombrero, agitándolo al viento y, en la lejanía, se perdió en el atardecer.



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