Tierra de sangre
Por: Juan Sebastián Ohem
No
tenía mucho cuando llegó a Esperanza, Tamaulipas. Su auto robado, un viejo
Tsuru que se terminaba el último galón de gasolina. El güero se había terminado
su último centavo en comprarse unos puros pequeños y un nuevo encendedor. El
güero tenía sus propias prioridades. Él, sus botas, su sombrero vaquero, jeans,
chaleco de jeans con interior de lana gruesa y su revólver Smith & Weston.
No tenía nada más. Arribó al pueblo con sed, hambre y ganas de hacer dinero. Su
primera idea, vender el auto, se vino abajo rápidamente. Cruzaba una callejuela
del polvoriento pueblo cuando un grupo de muchachos le salieron al paso,
disparando contra el viejo tsuru. Le bajaron a golpes, riéndose de él. Podía
oler el thinner en ellos, sus ojos rojos y labios partidos. Estaban fuera de
sí, eran los lokochones y así lo expresaba el grafiti con el que habían marcado
la callejuela.
- Lolo, ¿qué hacemos con él?
- Yo me lo quiebro panzón,
ustedes agarren el auto, llévenlo al taller, lo que quede de él.- Lolo le
mostró su automática y sonrió. Tenía 17 años y la pistola dorada de algún modo
parecía más grande que él. El güero cerró los ojos, esperó el final que no
llegó.
- ¡Lolo, panzón, Rodrigo! En
nombre de Dios, déjenlo en paz.- Un cura atravesó la húmeda callejuela
levantándose la sotana. Lolo escupió al suelo, a un lado del güero y se
alejaron caminando.- ¿Estás bien hijo?
- Sobreviviré.- El cura la ayudó
a levantarse y caminaron un par de cuadras hasta la iglesia.
- Soy el cura de Esperanza, mi
nombre es Ignacio Vélez. Esos chicos descarriados...
- Dígame una cosa padre, ¿usted
hace los funerales?
- Pues sí, soy el único cura que
queda en este mugroso pueblo.
- Prepare uno.
Güero
se dio media vuelta y regresó. Revisó que su revólver estuviera cargado. Lolo
ya no estaba, pero los lokochones habían encontrado una nueva víctima. Una
mujer, mayor de treinta pero muy hermosa. Tenía unos apretados pantalones de
cuero que trataban de zafar y una blusa rasgada. Güero les chifló a los dos
maniáticos. Blam, entre los ojos. El otro dejó ir a la chica, levantó los
brazos. Blam, en el ojo izquierdo. Güero, cansado y golpeado, guardó su arma y
se agachó de cuclillas a un lado de la hermosa mujer de voluptuosos labios.
- ¿Estás bien?
- ¿Siempre eres tan galante?
- Me la debían. Tienes un auto
cerca. ¿Cómo te llamas?
- Cinthia Mendoza.- Dijo ella,
mientras caminaban a su camioneta.
- Bueno, Cinthia, parece que hoy
estoy haciendo amigos fácilmente.- Se encendió uno de sus puros y se subió con
ella.- Me quedé sin auto y soy nuevo, ¿te molestaría?
- Para nada, extraño. Yo también
fui nueva hace unos meses, soy de Culiacán. Me acogieron en El Refresco, es una
cantina que no queda lejos. ¿Quién sabe? Quizás hasta hagas más amigos. ¿Cómo
te llamas?
- Me dicen güero.
- ¿Así nada más?
- Ja.- El güero fumó con calma,
el pequeño puro en su boca y el humo saliendo de su nariz.- En esta vida, es
más que suficiente. Frena aquí.- Bajó la ventanilla e interrumpió al padre
Vélez que estaba por decir algo.- Me equivoqué, serán dos.
La
cantina tenía algunos ventanales opacos y una entrada de puertas pequeñas, con
bisagras, como en un western. Cinthia, la chismosa, corrió la voz rápidamente.
El dueño, Mario Cabrera, le agradeció el gesto y le invitó una cerveza y algo
de comer. Mario era un hombre joven, aunque arrugado por las malas
experiencias. Su esposa Rosalinda siempre le acompañaba, una morena de aspecto
duro. Su hijo, Jorgito, siempre corría por la trastienda tratando de evitar la
tarea.
- Gracias por la hospitalidad.-
Le dijo el güero a Mario Cabrera.- No tengo dinero, ¿lo pones a mi cuenta?
- Otro roto que pasa por aquí.-
Se quejó Rosalinda.
- Puedo conseguir el dinero.-
Güero puso el revólver en la barra, entendieron el mensaje. No era el primer
gatillero que pasaba por ahí.- Además, este lugar está repleto de gente.
- Eso le parecerá a un forastero,
pero la mayoría ni paga, ¿y quién los va a obligar?
- Olvida a mi mujer, ella ve
demasiados comerciales del gobierno, ¿yo? Soy más pragmático.- Señaló a la
derecha de la cantina, poniendo el salero a un lado de su revólver.- Esos son
los chicos de los Ferrer. El pueblo se dividió entre las dos familias. Ésta
cantina y la iglesia son los únicos puntos neutrales. Tienen prohibido matarse
aquí. Están en igualdad de condiciones, porque esos que ves allá.- Colocó la
pimienta a la izquierda de su revólver.- Son los García. Los Ferrer tienen más
billete, pero don Pancho García mueve la mota en barcos hasta los Unidos. Mira
al de la esquina, ese es el capitán Jorge Miranda, está metido con los García.
- Y decían que la marina era
incorruptible.
- Pero es que no le han dado otro
remedio. Los Ferrer, don Mariano Ferrer, tienen secuestrado a la hija del
capitán, una chica llamada Miriam. Los García prometieron ayudarle, pero ya
ves.
- Déjame ver si te entiendo. Los
Ferrer por un lado, los García por el otro y mi revólver en el medio.- Güero
sonrió, había esperanzas para Esperanza después de todo.- Parece que sí podré
pagarte, después de todo.
- Ni te molestes, matones llegan
todos los días, muy machos como tú. Los sacan cargando. Si quieres sobrevivir
consíguete un trabajo decente. El mecánico necesita otro par de manos, yo
podría usar un mesero. Todos le pagamos a las dos familias, pero es más seguro.
- ¿Sobrevivir?- Meditó el güero,
masticando su purillo.- No, sobrevivir no es vivir.
- Muy bien, nadie se mueva
rápido.- Dos hombres entraron a la cantina. Llevaban las playeras y chalecos
anti-balas de la AFI.- Él es Benavides, yo soy Freddie Pérez, para quien no nos
conozca. Tenemos dos lokochones muertos y queremos al responsable.
- ¿Y quiénes son esos?- Preguntó
el capitán Miranda, notoriamente ebrio. Los Ferrer y los García lanzaron la
risotada. Los lokochones no estaban afiliados a nadie, así que a nadie le
importaba.
- Mejor, menos papeleo.- Los dos
matones de la AFI se fueron, Mario Cabrera le indicó al güero con su toalla.
- ¿Ya ves? Así funciona
Esperanza.
Güero
salió a caminar. Esperanza no era muy grande, pero no era uno de los pueblos
fantasmas del norte. En un extremo se encontraba la ranchería, la fortaleza de
la familia Ferrer, donde don Mariano controlaba el trasiego de mota a través de
la frontera. En el otro extremo del pueblo se encontraba la mansión de don
Pancho García, rodeada de halcones y sicarios. Escupió al suelo. Era un volado
realmente. Se decidió por los García.
- ¿Y adónde crees que vas güero?-
Le preguntó un sicario, en la entrada de arcos frente al jardín delantero de la
mansión. Llevaba un cuerno de chivo y no tenía cara de buenos amigos.
- Es una linda casa.
- Lo es, pero sólo la verás si te
lleno de agujeros y te llevamos al sótano para disolverte en ácido.
- ¡Déjenlo pasar!- Gritó un
hombre que cruzó la mitad del jardín. Los sicarios le abrieron las rejas un
poco para dejarlo entrar. El hombre era corpulento, vestía una camisa de seda
de color limón brillante, con esclavas de oro y botas con puntas del mismo
material. Tenía un reloj tan grande y lleno de brillantes que el güero dudaba
que pudiera leer la hora.- Soy Federico García, hijo de don Pancho. Tú debes
ser el güero. El que le abrió el tercer ojo a esos dos lokochones.
- El mismo. ¿Amigos suyos?
- Ja.- Federico lanzó una
carcajada mientras le llevaba hasta la mansión.- Les dejamos ser, nos pagan
derecho de piso, pero pueden ser un problema. Un hombre de tus talentos puede
ser muy útil.
- Eso me parece a mí, pero soy
nuevo aquí. Llevo un par de horas nada más.- La mansión era toda de mármol y
oro. Tenía bustos de emperadores romanos a un lado de narcos famosos. Una
piscina donde la sala debería de ir. Cruzaron por un inmenso comedor, decorado
hasta el último centímetro y salieron a un patio, donde unos sicarios jugaban
cartas. Era obvio que dejaban ganarle a otro narco vestido como Federico. Su
camisa tenía calaveras, igual que sus anillos de plata.
- Mi hermano Gabriel, el brazo
armado.- Federico le entregó un celular viejo y le guiñó el ojo.- Vi tu obra de
arte, buena puntería. Quizás tan buena como la de Gabriel, ¿pero un revólver?
- Mejora la puntería, es ligero y
fácil de manejar.- Federico le señaló, a lo lejos unas estatuas de yeso que
hacían como de ninfas perseguidas por sátiros. Tronó los dedos y Gabriel, el
hombre cubierto de calaveras, disparó desde su silla, volándole los brazos a
dos estatuas.
- Él será tu nuevo jefe.
- No, yo soy más como la criada,
me pagan por comisión. No me gusta estar atado.
- Mira hijo de perra, tú...-
Federico le tomó del chaleco, pero las manos de su hermana le separaron.
- Soy Luisa García, alguien tiene
que meter algo de cordura en esta familia.
- Mucho gusto.- Le saludó el
güero, quitándose el sombrero. Lo lanzó al aire. Con ambas manos disparó a las
estatuas. Cuatro tiros. Cuatro ojos. Recogió el sombrero y dejó a Federico con
la boca abierta. Gabriel estaba más ofendido que sorprendido. Dejó el juego de
cartas y se acercó, pistola en mano. El güero no enfundó, por si acaso.
- Un hombre que va y viene cuando
quiere, con tus habilidades... No se le puede confiar.
- Calla, que ya llegó papá.- Le
dijo Luisa. El güero se quitó el sombrero, por respeto. Don Pancho García era
un hombre rubicundo, casi como un tonel. Tenía una barba espesa y bigotes.
Estaba acompañado del capitán de la marina, Jorge Miranda. Pancho parecía
cansado, era obvio que las pláticas con el capitán eran siempre las mismas. La
marina les dejaba traficar, pero él quería que rescataran a su hija. El güero
sonrió, era como un cuento de hadas.
- Si pudiéramos hacerlo.- Le
insistió don Pancho.- Lo haríamos ya, de inmediato. ¿Qué más quisiera yo, que
tengo a mi Luisa, luz de mis ojos? Ambos somos padres, entiendo tu dolor Jorge.
Te pido tiempo. Los Ferrer, en cuanto cometan un error, bajen la guardia y se
hagan débiles, estarán fuera del mapa. Te lo garantizo, y don Pancho García es
hombre de palabra. ¿Qué no?
- No, claro que sí don Pancho, yo
sólo decía.
- Dame algo de tiempo.- Les dijo
el güero a los hermanos García.- Todo es posible en esta vida.
La
caminata hasta la ranchería era salvaje, el sol no perdonaba. Encontró a un
lokochón robando un auto. Eran fáciles de identificar, playeras del América con
grafitis con nombre. Le desmayó de un culatazo, le robó el poco dinero que
tenía y manejó hasta la ranchería. El camino a la ranchería estaba vigilado,
para cuando estacionó bajo el arco de la entrada ya toda la familia Ferrer
sabía que estaba ahí. Un hombre tocaba la harmónica sobre unos viejos toneles
de madera, era Jesús Ferrer, según dijo entre murmullos.
- Impresionante trabajo con los
lokochones, mucha sangre fría. Soy Alberto Ferrer. Mi hermano Jesús no está tan
impresionado.
- Sí, me dio esa vibra.- Dijo el
güero, encendiéndose otro purillo. Jesús sonrió y siguió tocando la harmónica,
siguiéndoles de cerca. Él no llevaba revólver, sino una Uzi metida en los
pantalones de mezclilla, con la ayuda de un grueso cinturón con la hebilla de
oro en forma de planta de marihuana.
- Charlie, es nuestra seguridad.-
Explicó Alberto, mientras el gordo sicario le quitaba el revólver. Charlie le
sonrió y le soltó un gancho al hígado que le dejó en el suelo. Lo pateó hasta
el lodo y con el tacón de la bota lo mantuvo en el suelo.- No nos gustan los
extraños, ¿me entiendes? Nada personal. Podría ser que la AFI rote a sus
corruptos agentes, podrías ser de la DEA, eres rubio después de todo. De nuevo,
nada personal.
- Estando en el suelo es difícil
hablar.- Charlie le dejó ir. Le arrancó el revólver de la mano. Jesús dejó la
harmónica, que le colgaba de dos hilos atados al cuello y le apuntó con la Uzi.
El güero se guardó el arma y trató de quitarse el lodo de encima.- Seguramente
hay trabajo para forasteros. La clase de trabajo que demostraría que no soy
ningún agente de nada. Ni siquiera de ustedes. Yo trabajo por comisión. Si no
les gusta, puedo irme.
- Sí,- Dijo Charlie.- eso estaría
bien.
- Tú cállate que no eres de la
familia.- Le ladró Federico, mientras se acariciaba sus largas patillas con una
mano y con la otra se acomodaba sus collares de oro. Federico le chifló a
Jesús, llegaba otro hombre. Éste era un hombre mayor en un traje sobrio,
sombrero de vaquero y cara como de piedra. Se trataba del patriarca, según le
explicaron brevemente, Mariano Ferrer.
- Kilómetro 15 a Rosalinda.- Dijo
el hombre, sin mayor introducción, entregándole un celular.- Vuelve con la mota
o no te molestes en regresar. ¿Quedamos güero?
- Quedamos.
Jesús
se despidió de él, tocando en su harmónica una marcha funeraria. Güero reprimió
una sonrisa. Sería más fácil de lo que pensaba. En el camino llamó a Gabriel
García, el celular tenía su número. Confiaba en que el brazo armado de los
García no le confiarían. Se la jugó suave, estaba por llegar a la carretera
cuando hizo la llamada. Le advirtió que los Ferrer robarían uno de sus
cargamentos carreteros, le preguntó por ellos.
- Uno se va para Chula negra, el
otro para Batallitas. Si los alcanzas, entonces te deberé una.
- Entendido.- Nada de Rosalinda,
y en eso confiaba.
Ya
estaba en la carretera, viendo la pick-up cuando colgó el teléfono. Bajó la
ventana. El conductor parecía molesto por la intromisión del celular. Su
compañero le bajó a la radio. Contestó el celular mientras el güero se asomaba
y apuntaba. Dos tiros. Directo a la frente. Dos tiros. Directo a las llantas.
La pick-up chocó contra un árbol y se apuró a cargar los ladrillos de mota a su
auto. Le marcó a de nuevo a Gabriel García, cuando ya había puesto suficiente
distancia.
- No había nadie en Chula negra,
¿te refieres al poblado?
- Déjalo güero, esas direcciones
eran falsas. Te debí haber confiado, nos acaban de robar. Pancho García te
manda saludos. Espero sepas lo que eso significa.
- Dile a tu padre que me quito el
sombrero.- El güero colgó fumó con calma. Ésta vez le dejaron entrar a la
ranchería. Los sicarios sacaron la mota. Don Mariano lo abrazó como si fuera su
hijo, le puso tres mil pesos en la mano.
- Serían más, si fueras
asalariado.
- ¿Nunca ha oído hablar del
outsourcing? Está de moda.
Regresó
a el Refresco. Pagó lo que debía y pidió por un lugar donde quedarse. Mario
aceptó con gusto, había apostado contra su esposa que no duraría ni un día. La
habitación solía ser el centro de juegos de Jorgito, pero por mil pesos lo
convirtieron en una habitación decente en el segundo piso. El güero se acostó
en el catre, sombrero sobre la cabeza, el purillo se extinguió entre sus dedos.
Había sido un día agotador.
Don
Mariano Ferrer también había tenido un día agotador. Quería dormir, pero su
esposa Regina no dejaba de hablar de los tigres que había ordenado desde India.
Mariano no sabía de esas cosas, sabía que le costaría. Lo haría, con tal de
mantener tranquila a su mujer. Se acostó a dormir en su pijama de seda, su
esposa tardaría una hora colocándose mascarillas y despintándose los dedos de
los pies y las manos. Sonó su celular, pero don Mariano no lo habría revisado
de no haber sido por la canción. El corrido favorito de su hija Esmeralda. Leyó
el mensaje, eran letras sin sentido. Su sexto sentido le alertó. La ranchería
se movilizó, Charlie, quien debía estarla protegiendo les avisó del lugar. Una
casa en el pueblo en una calle polvosa y sin cartel. Era fácil de encontrar,
las patrullas de la AFI ya estaban ahí. No le quisieron dejar pasar en un
principio, pero al reconocerlo se quitaron las gorras, en señal de respeto y le
dieron el tour. Esmeralda Ferrer y su amante lésbica habían muerto en el
dormitorio. La amante de un tiro a la cabeza con silenciador, Esmeralda estaba
colgada de una viga, su celular aún agarrado débilmente de su mano.
- ¿Por qué no nos dijiste?-
Regina empujó a Charlie a la calle, le puso su revólver en la entrepierna y
jaló el martillo.- ¿Qué andabas haciendo tú?
- Esmeralda, ella me dijo que me
mataría si se los decía. Yo estaba aquí afuera, haciendo líneas.
- Maribel.- Don Mariano abrazó a
su hija, quien lloraba desconsolada en la calle.- Haz que Alberto prepare el
funeral.
No
dijo nada más esa noche, ni al día siguiente. El padre Vélez se hizo cargo de
todo. En el terreno neutral se les acercó Luisa García, jurándoles que no
habían sido ellos. Mariano se las olía, pero no diría nada. No era el estilo
García. Su hijo Jesús le avisó. Salieron del funeral, Jesús le avisó de unos
gringos de la DEA que habían llegado a Esperanza. Un agente corrupto les
esperaba una cafetería. Jesús tocó en su harmónica una marcha fúnebre que no
logró consolar a su devastado padre. El asunto de la sexualidad de su hija
quedaría bien enterrado, pero sus otros hijos, Jesús, Alberto y Maribel,
querían sangre por sangre. Jesús insistió durante todo el camino, don Mariano
no le prestó atención. El gringo les saludó y se sentaron a beber cervezas. Les
mostró un expediente con la fotografía de Esmeralda, fechada del año 2000.
- Esmeralda Ferrer estaba bajo
investigación de nuestro departamento desde el año 2000.- Dijo el gringo, con
un pesado acento americano.- Trasiego de marihuana usando aeronaves en Baja
California Norte, a unos kilómetros de Tijuana. Sabíamos que ella estaba a
cargo, pero la operación desapareció y ella también. Hasta ahora.
- Sí, hasta ahora.- Se
despidieron del gringo, pero se quedaron bebiendo cervezas. Mariano se puso el
sombrero y se encendió un cigarro. Jesús tocó la harmónica.- Ni lo digas, esto
no fueron los García. No tienen los pantalones para hacerlo. ¿No te dije que
mataras a todos?
- Todos murieron. Todos menos
Esmeralda. Los contactos gringos, los pilotos mexicanos, los mecánicos de los
aviones.- Mariano lo agarró a golpes hasta tirarlo al piso. Nadie se atrevía a
mirarlos, pues todos les conocían demasiado bien.
- Pues uno se salvó.
- Los sicarios locales me
dijeron...
- ¡Te debiste encargar tú mismo!
Ahora alguien en Esperanza quiere venganza. Le tomó doce años, pero nos la está
cobrando. Alguien en nuestra organización, habrá que inspeccionarlos a todos.-
Se sentó de nuevo, pero pateó a Jesús para que se quedara en el suelo mientras
se terminaba la cerveza.- No confío tampoco en los extraños, y ha habido varios.
Investiga al güero, no me gustan las coincidencias.
El
güero mataba tiempo bebiendo a solas en el Refresco. Cinthia se sentó con él,
para coquetearle. Le avisó de los rumores que era hombre muerto. No la clase de
rumores que se aprecian, pero en Esperanza esos rumores circulan sobre
prácticamente todos.
- ¿Te llama tu novio?- El güero
se asomó, en la portada del celular estaba una foto de Alberto Ferrer. Cinthia
le contestó, en voz baja y haciéndose a un lado para mayor privacidad.
- Es una mosca loca.- Le dijo
Rosalinda, la esposa de Mario, el dueño. Jorgito se pegó a la pierna del güero
y él acarició su cabello un poco.- Es la única que no discrimina entre García o
Ferrer.
- ¿En qué estábamos?- Rosalinda
se llevó a Jorgito a otra parte. Cinthia le abrió otra cerveza al güero.- ¿Por
qué no por tu nombre?
- ¿De qué sirve un nombre?
- ¿De dónde eres?
- ¿De qué sirve el pasado?
- Todo un filósofo y un hombre
misterioso, me gusta lo que veo.- Le acarició la mano y el güero sonrió.- Nada
como el misterio para despertar chispas.
- Tú ya eres un incendio forestal
por lo que veo.- Le quitó el celular, revisó sus fotos.- La DEA pagaría
millones por éstas. Tu galería de triunfos tiene a todos los de peso.
- Dame eso.- Le pasó su celular,
se bebió su cerveza y sonrió coquetamente.- Soy terreno neutral.
- ¿Cómo la iglesia y la cantina?
- Algo así. Es más simple así, ya
había demasiada complicación en mi vida antes de llegar a Esperanza. Tijuana no
es tierra para una chica como yo.
- Eso veo.
Cinthia
se paró de golpe, la silla cayendo al suelo. Siete sicarios con cuernos de
chivo levantaron al güero, llevándoselo en una camioneta blindada hasta un
patio baldío. El güero, que tenía una bolsa de lona en la cabeza, no dijo nada.
Sabía que eso no le salvaría. Se figuraba que le culparían de la muerte de
Esmeralda, pero se le hacía raro que no lo mataran de inmediato. La camioneta
se detuvo, le arrastraron fuera y lo patearon un poco hasta que Jesús
intercedió con su harmónica. Alberto le apuntaba con una escopeta que estaba
tan cerca que podía oler la pólvora.
- Buenos días, lamento no haber
ido al funeral.- Se encendió uno de sus puritos, se acomodó contra la
camioneta. No le habían desarmado, pero de nada le serviría.- Mis condolencias.
- Tienes suerte de tener cierto
nombre güero, sabemos que tú no eres el sujeto con la venganza contra nuestra
familia. Aún así, si quieres vivir más de un día, harás lo que te digamos.
- Sospecho que no me pagarán.
- No por ésta. Sube a mi auto. Te
explicaremos en la ranchería.
En
el tenso y silencioso viaje se relajó. Dejó que el sombrero le cayera hasta los
ojos. Sólo querían asustarlo, por el momento. La ranchería, en su edificio
principal, era una mansión de excesos como los que nunca había visto nunca.
Conoció de cerca a toda la familia Ferrer. Don Mariano y su esposa Rogelia le
esperaban en la sala. Estaba con Jesús y Alberto. Maribel también estaba allí,
revisando la contabilidad de su padre mediante su computadora de última
generación. Otra chica estaba ahí, sus rasgos no eran como los de los Ferrer.
- Miriam.- Dijo Rogelia,
abrazando a la muchacha. Vestía un vestido entallado y estaba cubierta en
joyas.- La hija del capitán. La quiero como a mi hija, y tras la muerte de mi
Esmeralda ha sido mi mayor consuelo.
- Así que la princesa no está
encerrada en el castillo del ogro.
- ¿Y volver al abusivo de mi
padre? Jamás. Yo me quedo con los Ferrer, me han dado un hogar.
- Tu padre, hija mía, pudo
haberlo hecho, espero que lo entiendas.- Miriam afirmó con semblante oscuro. Güero
masticó su purito, la chica no tenía problemas por quedar huérfana.
- No es financieramente
aconsejable, pero es entendible.- Dijo Maribel, sin dedicarle una mirada.
- Mi Isabel, la mandé a Harvard a
estudiar negocios y siempre dice cosas así. No, esto es personal. Si no se
trata de un fantasma, es el capitán. Mi hijo Jesús tiene una buena información.
Irás con Alberto y algunos muchachos. Estará en un hotel, la Escondida. Tendrá
mucha protección.
- Matar marinos... Algo así puede
ser costoso. Ya saben lo que dicen de los pobres, tienen mala puntería.-
Alberto le pasó un fajo de dólares que el güero se los guardó de inmediato.-
Vamos pues, que tenemos una cita en el hotel.
Alberto,
cinco sicarios armados con cuernos de chivo y el güero con su confiable
revólver llegaron al hotel en dos coches. Mataron al sujeto de la entrada. Los
marinos, bien entrenados, tomaron posiciones. Güero usó a varios sicarios como
carne de cañón, protegiéndose como escudo humano. Mató al que estaba tras la
recepción y a los dos que bajaban de las escaleras. Subieron con calma, todos
cargando cartuchos. En el último escalón el güero tiró a Alberto al suelo y
desde el piso disparó contra la puerta entreabierta de una habitación desde la
que se asomaba un rifle automático. Tres tiros. La puerta se abre. El marino
cae muerto. Entraron, de cuarto por cuarto, disparando primero y asegurándose
después. Güero echó abajo una puerta, mató a la chica desnuda que sostenía una
automática. Siguió el reguero de ropa hasta el closet. Lo abrió, espalda contra
la pared. Desarmó al capitán Miranda de un golpe y le puso el revólver, aún
humeante y candente contra la garganta.
- No digas ni una palabra, mi
capi. Tírate al suelo y no te levantes.- Cerró el clóset, regresó con los
otros. Alberto le agradeció que le salvara la vida.- Déjalo, son instintos. Me
molesta que no esté el capitán.
- Mi padre no estará feliz.- El
güero le quitó su cuerno de chivo y pasó, de habitación en habitación,
disparando ráfagas contra los clósets. Disparaba alto, pues no quería matar al
capitán y debilitar tanto a los García que no pudiera sacarles más jugo a las
familias en pugna.
- Ahora podemos estar seguros.-
Le devolvió el cuerno de chivo y sonrió, masticando su purito.
- Te luciste, güero pero te tocan
los cuerpos. Que nadie los encuentre.
- Déjamelo a mí.
Cargó
los cuerpos a una camioneta que le dejaron. Los ocultó en territorio de los
García, en una casa abandonada que, según había escuchado, era usada de noche
como picadero. Le habló a don Pancho García, le alertó de la matanza de marinos
y de los cuerpos en su territorio.
- ¿Y pretendes que te pague?
- No, puedo irme de aquí, dejar
que la SIEDO, la marina o la DEA encuentren los cuerpos y se arme una
investigación que usted no quiere.
- Mil pesos.
- Mejor que nada.- Le dio la
dirección y esperó tranquilo, sentado contra una ventana sin marco. Se quitaba
el lodo y la sangre de sus botas con papel periódico cuando llegó Federico
García, dinero en mano. El güero le señaló el interior.
- Ya me caes mejor, mi güero. Ese
Mariano está paranoico.
- Es por Esmeralda, se figura que
el capitán se la echó, después de todo, él tiene a su hija. Una por otra. Vaya
broma, la chica, Miriam, no quiere irse de la ranchería.
- ¿Y por qué querría hacerlo?-
Federico le chifló a sus sicarios para que se llevaran los cuerpos.- Ese
capitán Miranda es un hijo de perra. Sólo da problemas.
Güero
manejó por el hotel, dando de vueltas. Sabía que lo encontraría. El capitán
había salido huyendo, aún en calzones. Se vestía en la calle, escondiéndose
detrás de autos o en callejuelas. No se sentiría seguro hasta llegar a su base
naval y rodeado de cien marinos enojados. Güero le cortó el paso y le bajó la
ventanilla.
- Todo en la vida tiene su
precio, mi capi.- El capitán Miranda le tiró todo el dinero que tenía en su
cartera, pero le miró suplicante.
- Mi Miriam, devuélvemela y te
daré un millón de pesos.
- Lo pensaré. Por ahora, no salga
de su base. Y no olvide, amigo es el que no lo mata a uno teniendo la
oportunidad.
- No lo olvidaré güero, tenlo por
seguro.
Güero
manejó con calma. Había quedado bien con todos. El celular que don Mariano le
había entregado no dejaba de sonar. Decidió que era mejor ir a la ranchería.
Recorrió las polvosas y vacías calles de Esperanza. El tráfico era lento de
todas formas, mucha gente iba a caballo, pues había otros ranchos en otros
pueblos cercanos y llegaban a vender madera, pagando su tributo a las dos
familias en pugna. Le dejaron pasar sin problemas. Alberto Ferrer le hizo señas
con su sombrero para que se estacionara por la vieja destilería. El edificio,
corroído por los años y el ambiente era puro óxido, con tubos que iban y
venían. Mariano le esperaba allí, con brazos abiertos.
- Alberto me contó que casi me lo
quiebran. Dos hijos en dos días, ni lo mande Dios.- Le puso otro fajo de
billetes y entraron a la destilería abandonada. Las espuelas eran el único
ruido, además de la ocasional rata que se cruzaba por allí. Jesús, escondido
entre los toneles, tocaba la harmónica, algún corrido de valentía y sangre.-
Ahora sé que puedo confiar en ti, como la criada que entra y sale.
- Ese soy yo.
- No me gusta.- Jesús se puso de
pie, su mano acariciando la Uzi que llevaba en la cintura.- ¿Por qué no estaba
ahí? No, aquí hay una rata. Y no me refiero a los ratones que corren por aquí.
- Es cierto.- Dijo don Mariano
Ferrer, con el semblante serio.- Sus marinos estaban ahí, él no.
- No, yo creo que hubo una
filtración. Me enteré que uno de mis sicarios estuvo en el Refresco, debió
haber abierto la boca. Los marinos van por ahí todo el tiempo. Ese cantinero,
Mario Cabrera, él pudo abrir el hocico. Hay que ajustarle las cuentas.
- Güero, mátalo.- Le dijo don
Mariano.
- No.- Interrumpió Jesús.- Yo le
mandaré un mensaje. Mejor que sea yo, y no un forastero. Además, el güero
podría arruinar una buena cantina.
El
güero se zafó como pudo. Manejó a toda velocidad, rebasando a los caballos. No
iría a la cantina, sabía a dónde iría. La casa de los Cabrera no quedaba lejos.
Estacionó en la parte de atrás, cruzó los matorrales y se metió por una
ventana. La familia completa estaba ahí.
- Cállense y váyanse. Jesús
Ferrer viene para aquí, quiere matarlos.
- ¿Por qué?- Preguntó Mario.
- ¿Eso importa?- Escuchó que
Jesús tocaba la puerta.
Güero tomó a Jorgito
en brazos, se lanzó a la primera habitación que encontró, la del niño y se
escondió bajo la cama. Su madre, Rosalinda, se escondió bajo la cama de su
cuarto. Jorgito no dejaba de llorar, señalando hacia su madre y ella le
indicaba, lágrimas en los ojos, que no hiciera ruido. Mario abrió la puerta,
trató de defenderse pero fue en vano. Mario le dio una golpiza en la sala
mientras tocaba su harmónica. Sus espuelas hacían ruido por la pequeña casa.
Güero reconoció el ruido del cartucho de su Uzi. Jorgito se le fue de entre las
manos. Corrió por el pasillo, hacia su madre. Jesús Ferrer abrió fuego,
prácticamente lo partió en dos. Rosalinda gritó. Jesús entró al cuarto y
disparó contra la cama. La mujer salió, herida y suplicante. Jesús tocó una
marcha funeraria y la mató hasta quedarse sin balas. Güero se quedó en su
lugar, escuchando aquellas espuelas regresar a la puerta de entrada y después a
su auto. Salió en cuanto pudo. Mal sabor de boca, el capitán vivía y ahora
tenía a Rosalinda y a Jorgito como fantasmas en su cabeza. El güero ya no
sonreía.
Arregló
el funeral con su dinero, aunque el padre Vélez no quería aceptar ni un
centavo. No era el funeral de un Ferrer, abarrotado de gente. Estaba Mario y
unos cuantos más. Jesús se había aparecido, para mantenerlo asustado. Mario no
hablaría, estaba demasiado ocupando llorando. Güero se despidió de los dos
ataúdes, no podían mostrar sus caras por el daño de las balas. Salió al jardín
a encenderse un purito. Padre Vélez consolaba a Mario, quien le agradeció lo
que había tratado de hacer.
- Muy heroico.- Le dijo el cura
al güero, cuando se fue Mario.
- No, nada de heroico. ¿Queda
algo heroico allá afuera padre? Estamos en guerra. En el fondo, sólo hay vivos
y muertos.- El güero señaló a Jesús Ferrer y Federico García, ambos esperándole
hombro con hombro y sin mirarse a los ojos.
- Ellos dicen que, como son
soldados, y esto es guerra, se irán al cielo. Vienen aquí a confesarse, pero
incluso entonces son hipócritas. Jesús no admitirá que mató a ese pobre chico.
- ¿Y les perdona padre?
- El perdón no está en mis
manos... Y no, porque no son soldados tampoco, son asesinos, como tú.
- Sí, como yo.
- Además,- Agregó en tono jovial
y dándole palmadas en la espalda.- Dios no les perdona tampoco.
El
güero quería ayudar a Mario Cabrera a reabrir la cantina, pero un camello le
detuvo. Tenía poco menos de quince, aún con granos en la cara y un enorme
revólver en el cinturón. Le tocó la ventanilla. Güero asomó su revólver
primero, casi le mata del susto. Era un mensajero, don Pancho García le andaba
buscando y, como no contestaba sus llamadas, le había pedido a sus mensajeros
que le rastrearan. Siguiendo sus indicaciones llegó a una casa abandonada,
había sufrido un incendio y quedado destruida casi por completo. Pancho, tan
rubicundo como siempre, le saludó afectuosamente y puso en sus manos diez mil
pesos. La cosa iba en serio.
- Ese maldito capitán, ya empezó
a amenazar. Tengo a los gringos, a la AFI y al ejército metiéndose en mis
cosas. Con tanto calor no podemos lavar el dinero, está estancado y eso es malo
para el negocio. Quiere un favor, el capitán. Un favor especial. Los sicarios
que mataron a sus muchachos.
- Tiene que quedar bien con sus
hombres.- Resumió el güero.
- Tienen que ser ellos, dos
sobrevivieron, verán las fotos. Los mandé a un hospital en los Unidos, con mi
dinero, ¿puedes creer eso?
- Una desgracia.- Dijo el güero,
haciendo girar su revólver en su mano.- Dígale al capitán que me encargaré,
pero a mi modo y a mi tiempo. Es mi cuello el que se expone. Mañana lo veo.
- Pero lo ves, mi güero o te
quedas sin ojos.
- Don Pancho, ¿por qué la
actitud?
- Porque ese capitán me tiene
hasta las narices, ni quien le convenza que la zorra de su hija ni quiere
volver. No, además Mariano se las trae contra el capitán. Miranda mató a su
amante y a sus hijastros en un operativo hace unos años.
- Interesante.- Dijo, girando el
revólver.- Eso explica el rapto.
- Saldarías las cuentas, al menos
con los marinos. Bajaría el calor, que es lo que menos se necesita en un lugar
como Tamaulipas. Diez mil, mañana.
- Mañana.- Dijo el güero, que
dejó de girar el revólver y se lo volvió a guardar.
Enfriar
la situación era lo último que quería hacer. Estaba en medio de un juego
peligroso, pero el güero durmió tranquilo, había aprendido que todo tenía
solución. Abrió los ojos en la madrugada, sombrero aún en su rostro. Mano en el
revólver. Sonrió, a veces la mejor manera es hacer lo correcto. Llamó a don
Mariano Ferrer, le sacó de la cama pero valdría la pena.
- El capitán no está muy feliz,
se quiere escabechar a los sicarios que mataron a su muchacho.
- Pobre iluso.- Dijo don Mariano,
bostezando y calmando a su esposa, quien ahora temía que cada llamada fuese por
un hijo muerto.
- Me contrató para matarlos.
- No sabía que eras suicida.
- No, no suicida, sólo un
tanto... pragmático. Digo, ¿por qué no darle el gusto?
- ¿Te has vuelto loco?
- Todo se ve legítimo, dijo que
los sobrevivientes los reconocerían. Creen que será fácil, pero será una
emboscada. Todos terminan felices y contentos.
- Y a ti te pagan.
- De algo tengo que vivir, don
Mariano, ¿de qué me sirve la vida si no?
Los
sicarios de Alberto jugaban cartas en la casucha a las afueras de Esperanza.
Los sicarios García fueron apareciendo, de poco en poco. El güero revisó su
arma, se levantó de la silla y dio un par de pasos para atrás. Una sola
entrada, tres ventanas. Entrada con sala, una cocina, baño y habitación. Tenían
a dos sicarios en la cocina, escondidos con poderosos rifles gringos. Tenía a
otros dos en el baño, uno de ellos con un par de granadas, por si acaso. Se
encendió uno de sus puros, se quitó el sudor de la frente y sonrió. Podían oír
los pasos alrededor de la casa. Pasando el puro de un lado de su boca al otro
fue lentamente jalando el martillo del revólver. La hora se acercaba. Los
sicarios de Alberto Ferrer seguían jugando cartas, pero todos tenían Uzis y
automáticas entre las piernas. Eran profesionales que con cara de matones, no
se verían nerviosos a través de las ventanas. Güero dio un par de pasos hacia
atrás, hasta topar con pared. Se le había olvidado mencionar un detalle a don
Mariano y a su hijo Alberto, cuando armaron el operativo. Los sicarios de los
García no sólo rodearían la casa. Tirarían el muro principal con un camión.
La
pared de enfrente se vino abajo. El güero se agachó de cuclillas. Matones
entraron por las ventanas, abatiéndose entre ellos. Eran catorce de los García,
llevaban la ventaja numérica, pero nada más. Los jugadores de póker se lanzaron
al suelo y dispararon a las ventanas. Los cuerpos cayeron dando de piruetas.
Los del baño y los de la cocina trataron de detener a los que entraban por el
frente, los del baño quedaron abatidos por un sicario con cuerno de chivo de
mango de plata. El güero le voló la cabeza de un disparo. Los de la cocina
recibieron impactos en el estómago. El güero caminó para adelante. Disparó a la
derecha, un García. Para la izquierda, un Ferrer. Dos al frente, sicarios de
García. Agazapado contra una pared, protegiéndose de la balacera que venía de afuera
recargó el revólver mientras masticaba su puro. Lanzó una granada, se asomó
durante la explosión. Dos sicarios, los últimos, agazapados contra puertas
antibalas de sus enormes camionetas. Las primeras balas no sirvieron de nada.
Disparó contra los pies, luego vació el revólver con ellos en el suelo. Tomó
una metralla y se terminó a los que quedaban vivos. Se golpeó contra un muro,
gritó y aulló como un demente. Se tiró al suelo y, arrastrándose, se acercó a
la cocina.
- Llámenle a Alberto.- Les dijo.-
Nos salvamos de milagro.
- Ya llamé, viene para aquí.-
Dijo uno, cubriéndose el estómago. El güero se quitó el cinturón y lo usó para
hacer de torniquete para el otro sicario que había recibido varios perdigones
contra la pierna derecha. Le puso el puro al herido del estómago. No viviría lo
suficiente para terminárselo.
- Estuvo cerca, muy cerca.- Dijo
el güero. Los otros dos afirmaron con la cabeza. Güero reprimió una sonrisa.
La
matanza se haría famosa. Jesús le pagó tres mil por cuidar de los heridos,
además de los diez que su padre, don Mariano, ya le había dado. Como los Ferrer
lo veían, el asunto había quedado zanjado a su favor, pues los sicarios de
Alberto eran poca cosa, mientras que el güero había ayudado a matar a los
mejores hombres de Gabriel García, el temido tirador y brazo armado de los
García.
Los
ataúdes no cabían todos en la iglesia, de modo que tuvo que hacerse afuera. El
padre Vélez fue duro con ellos, y prohibió que colgaran a Malverde, el santo
patrono de los narcos. Les recordó sus deberes a Dios, antes que a la pistola,
a la mota y a la coca. No le prestaban atención. Don Mariano tampoco, sabía que
tal era la vida del sicario. Así había empezado él, sabía de los pocos que la
libraban. Sabía de los muchos que morían intentándolo. Y sabía de los
muchísimos que finalmente caían por errores que, en su momento, pudieron
haberse corregido. Estaba convencido, el asesino de su Esmeralda estaba en su
organización. Se fue del deprimente funeral a la ranchería, en compañía de sus
hijos.
Alberto
ya había compilado una lista de sus operadores y sicarios que venían de fuera o
que habían estado en Baja California en el 2000, o antes. En realidad había
sido Maribel quien la había compilado, pues había aprendido mucho en Harvard,
pero dejaba que su hermano se tomara el crédito, pues ella no quería estar en
esa horrible bodega donde tenían amarrados a una docena de hombres. La
camioneta dorada de don Mariano se estacionó fuera. Rogelia le esperaba con su
cuerno de chivo de oro y con diamantes en el largo cañón. Ella lo entendía,
quizás mejor que sus hijos. No había otra forma, nadie ajeno a la organización
sabría que Esmeralda era una lesbiana.
- El Charlie.- Le susurró a su
marido.- ¿qué hay con él?
- No, él no fue. Además, no
durará mucho.- Le susurró de vuelta.
- Patrón, por favor le juro que
yo no sé nada.- Le dijo uno de ellos, llorando y chillando.- Yo tengo familia
allá, no estaba metido en la maña.
- Papá.- Le interrumpió Maribel.-
¿Realmente tienes que hacerlo? Tus propios hombres, ¿qué pensarán de ti?
- ¿Qué pensarán si no lo hago?-
Jesús sonrió y tocó su harmónica.
- Ahora sí, hijos de perra, sea
el que sea de ustedes que se me escapó en Baja, aquí me lo quiebro.- Disparó su
cuerno de chivo. Vació el cargador y se aseguró que no quedara nada de ellos.
- Papá tiene razón.- Le dijo
Alberto a Maribel.- En canto sentimos el calor gringo matamos a todos, o eso
pensamos. Buen negocio el de los aviones, pero no lo suficiente para
comprometernos a una investigación. Les mataron por la espalda, fue sucio y
traicionero, pero tenía que hacerse. Jesús lo echó a perder.
- Cuidado hermanito, esa boquita
tuya te puede meter en problemas.
- Y tú déjala pegada a esa
harmónica.- Le gritó Rogelia, soltándole una bofetada.- Que si no fuera porque
eres mi hijo estarías ahí con ellos. Esmeralda murió porque no lo hiciste tú
mismo, que no vuelva a pasar. Basta de errores. Ya le pegamos a los García, ese
Gabriel y don Pancho deben estar que se mueren. Sus mejores pistoleros cayeron
allá. Aún así, el hueco de perder a una hija...
- Calma mi amor, ya está
resuelto.- Le dijo Mariano a su mujer, mientras contemplaba los cuerpos.
Mario
Cabrera eventualmente reabrió el Refresco, necesitaba el dinero después de
todo. Los clientes regresaron. El ambiente era tenso. El güero no quitaba la
mano del revólver, sentado en la mesa del fondo, pies sobre otra silla y
esperando problemas. Cinthia hacía de mediadora, le debía mucho a la familia
Cabrera y su coquetería mantuvo las cosas como eran antes, neutrales. Sus
piernas lo hacían, marinos, García, Ferrer, todo daba igual por ese par de
piernas, esa tez morena clara y esos ojos rasgados. En la noche, el momento más
álgido, el lugar estaba repleto.
- Yo no te pago nada viejo.- Le
espetó un sicario a Mario.
- Te tomaste dos whiskeys, una
cerveza y te comiste una torta.
- ¿Quieres que lo que le pasó a
tu familia te pase a ti?
- Págale al hombre.- Le dijo el
güero, encendiéndose un puro.
- Tú no te metas, yo trabajo para
Jesús. Tú eres la criada.- Sus amigos se rieron.
- Sí, lavo, trapeo y saco la
basura.- Le azotó la cabeza a la barra con tanta fuerza que le sacó sangre. Le
arrancó la cartera, puso el fajo de billetes en el mostrador y lo pateó para
que se fuera. Los sicarios desenfundaron. Jesús dejó de tocar un segundo, le
miró a los ojos y siguió tocando. Sus matones enfundaron de nuevo.
- Los Ferrer no tienen por qué
pagar, ustedes sí.- Dijo Mario, con renovados bríos.
- ¿Y yo qué?- Un sicario de los
García se levantó, borracho y tembloroso. Estaba armado, con la camisa de
calaveras fuera de lugar y los ojos enrojecidos por la coca.
- Cinthia, ¿por qué no calmas a
nuestro amigo, antes que sus amigos recojan su cerebro del piso?
- Aquí te quería encontrar.- Un
muchacho pateó la puerta y entró con un largo machete. Era un lokochon. Lo
tenía tatuado en su calva rapada. Entre rumores el güero se enteró que su
nombre era Rodrigo.- Ahora sí güero, tú y yo.
- Está bien.- Le disparó tan
rápido que nadie vio en qué momento había desenfundado. La bala le dio directo
al corazón. Momento de silencio. La harmónica se detuvo. Todos se echaron a
reír.- No traigas un cuchillo a una pelea de pistolas niño.
- Tú.- Jesús se puso de pie y se
acercó a la barra. Un par de sicarios desecharían el cuerpo.- Tú eres una
especie aparte.
- No realmente, sólo busco
dinero. El sueño mexicano, ¿no es cierto?
- Cierto, cierto, pero tú eres
rápido.- Pagó por su comida y trago, como el de sus compañeros, aunque Mario no
quería.- Insisto Mario, por favor. ¿Qué no somos amigos?
- Claro Jesús, somos amigos.
- Así me gusta. Y tú güero, ¿te
crees más rápido que yo?
- No me interesaría averiguarlo.-
Jesús estaba por decir algo más cuando sonó su celular. Conversación de un par
de segundos y se puso pálido.
Todos
le siguieron por mera curiosidad. Alberto Ferrer había sido encontrado muerto
en un baldío. Le habían robado, pero tenía sobre su pecho, entre tres agujeros
de bala, un avión de juguete. Don Mariano gritó todas las maldiciones que se le
podían ocurrir. La amenaza seguía existiendo. Su esposa, Maribel y Jesús
lloraban en silencio. También estaban algunos de los matones de los García.
Todos lo veían, perdía el control. Mariano tomó al güero del cuello y lo acercó
tanto a su cara que podía oler la cerveza en su aliento.
- Hijos de perra, hijo por hijo.
Ya basta de esto. Quiero la cabeza de Federico García. No me veré como un
debilucho mientras estos bastardos se llenan de dinero.- Le mostró un fajo de
dólares y lo puso en sus manos.- Haz que pase güero, dame su cabeza y te
llenaré de tesoros.
- Los tesoros valen poco cuando
estás muerto.
- Todos en la maña estamos
muertos güero, ¿o no lo sabías? Muertos, pero aún no nos enteramos hasta que
alguien nos lo hace saber. Te lo encargo a ti que eres de fuera, ya no confío
en mi propia gente. Avísale a Federico García que es hombre muerto. Sangre por
sangre.
El
güero no durmió esa noche. Manejó alrededor de la casona de los García, el enorme
monumento al exceso narco en medio de la empobrecida Esperanza. Caballos
pastando en los jardines delanteros. Jardineros con ametralladoras. Se dio sus
vueltas por los parques, sabía que los chivatos estaban ahí. Al igual que a los
lokochones las familias les dejaban ser, podían ser útiles de vez en cuando y,
cuando no, eran fáciles de eliminar. Necesitaba información, necesitaba un
milagro. Tenía que hacerla a la vaquera, no que le incomodara, ya tenía las
botas y el sombrero. Le dijeron que Federico transportaría marihuana en la
madrugada. Eso era todo lo que necesitaba saber. Manejó al centro del pueblo,
donde los lokochones creían mantener un control sobre el tráfico de mota, aún
así, pagaban derecho de piso. Todos en Esperanza lo hacían. Caminó por las
silenciosas calles. Escuchaba sus conversaciones. Ya había matado a varios de
sus amigos, por eso en una mano tenía el revólver, en la otra un enorme rollo
de dólares. Lolo, sentado en el umbral de una vieja casa española detuvo la
conversación. Le apuntó con su automática.
- ¿Por qué no nos das el dinero y
te largas?
- Suena justo, después de los
dolores de cabeza que les he dado.
- Rodrigo era mi amigo.- El güero
le tiró los dólares.
- Hay mucho más de eso, mañana en
la madrugada, un trabajito y nada más.
- ¿Trabajito?- Lolo bajó el arma,
sus amigos no lo hicieron.- Te escucho.
Le
traicionarían, pero el güero sospechaba eso de todos. A la madrugada anduvieron
por la carretera, el güero sabía por dónde estaría Federico. Se sorprendió al
ver que su pick-up no llevaba escolta. Güero le rebasó, le indicó que bajara la
ventanilla. En la estrecha carretera de tierra los dos autos apenas y cabían.
Los lokochones andaban en un viejo Tsuru detrás de ellos. Federico, confiando
en el güero, bajó la ventanilla. Le metió una bala en la cabeza y frenó. La
pick-up se salió de control por unos segundos y se detuvo. Cargó el cuerpo a su
auto. Los lokochones revisaban el paquete en bolsas negras de basura. No era
mota, era una montaña de dinero.
- Te salvaste güero.- Lolo le
tiró un fajo de billetes, lo demás se lo quedarían ellos.
Güero
se encendió un purito en el auto, se quitó el sombrero, hacía mucho calor.
Llevó el cuerpo a la ranchería, donde ya le esperaban. Lo tiró al piso de lodo
y don Mariano pateó al cadáver de Federico García hasta cansarse. Un par de
sicarios, explicó, le cortarían la cabeza para montarla en su estudio. Ya tenía
reservado un espacio para don Pancho, Luisa y Gabriel García. Le llevó a la
destilería, bromeando y riendo. Güero mantuvo la mano sobre la culata del
revólver. Desconfiaba de todos y en todo momento.
- No era mota, pensé que sería,
pero era dinero. Quizás por eso lo movía él solito.
- Este maldito calor, y no me
refiero a Tamaulipas. Los García están como nosotros, no pueden mover su
dinero. Reubicarlo, quizás. ¿Después de esto? No, ni lo mande Dios, que han de
pensar que se tienen un chivato entre ellos. Como yo tengo a mi fantasma, a ver
qué se siente.- Jesús tocaba la armónica entre los oxidados tubos que cruzaban
por arriba hasta salir del techo de podrida madera.- Yo haría lo mismo, por eso
mi hijo Jesús me cuida la pasta. ¿Sabías que ésta fue la primer destilería
ilegal en Tamaulipas?
- Interesante. Ahora destilan
dinero.
- Algo así.- Dijo Jesús, quien
simulaba tener un arma y dispararle.
- Así que,- Dijo el güero,
rascándose la cabeza con el sombrero en la mano y masticando su puro.- los
García tienen todo su dinero en un mismo lugar. ¿Por qué no robarlo?
- ¿Robarlo?- Don Mariano se echó
a reír.- Como si no se me hubiera ocurrido.
- La pugna ya ha durado lo
suficiente. Yo sólo pido una comisión por mis servicios, eso es todo.
- Vaya comisión que sería. No,
esos traicioneros seguro tienen la feria en la base naval. ¿Cómo irrumpes en
una base con más de cien marinos encabritados contigo?
El
güero sabía cómo, pero no se lo dijo. Los marinos le detuvieron y revisaron a
conciencia. Revólver y cuchillo. El capitán Miranda salió de una bodega que
hacía de habitación y ordenó que le devolvieran las cosas. Cinthia salió
después que él, subiéndose la blusa.
- ¿Te enteraste?- Le dijo
Cinthia.- Federico García está muerto.
- Vaya funeral que será ese.
- Tú realmente que conoces a
todos. ¿Saben quiénes fueron?
- Los lokochones, ya estarán
mostrando la feria los muy idiotas.
- ¿Viniste con mi hija?- Preguntó
el capitán, despidiéndose de Cinthia de beso y nalgada.
- Estoy en esas.
- Estoy en esas, estoy en esas,
todos me dicen lo mismo. No importa cuán rico haga yo a los García, ellos
siempre me dan largas. Y primero muerto que negociar con los Ferrer.
- Mariano no cedería, no después
de cierto evento con su novia.
- ¿Y qué si maté a su amante e
hijastros?
- Todo este pueblo está lleno de
fantasmas y venganza.
- Y sangre muchacho, ésta es la
tierra de sangre.- Entraron a una oficina. El capitán le invitó a un cerveza
mientras miraba partir a uno de los buques grises de la marina.
- Hay una manera de conseguir a
su Miriam, de rescatarla de ese castillo.
- Ya sé, quieres dinero, te lo prometí.
- No el suyo capitán, me ofende,
¿yo estafando al erario público? No, soy un buen ciudadano.
- ¿El dinero de quién, entonces?
- De los García. Es mucho dinero,
usted lo sabe bien, lo esconde para ellos en esta fortaleza.
- Ja. Si ese dinero estuviera
aquí muchacho, me lo guardo, mató a todos los García y movilizo a todos mis
marinos para matar a los Ferrer y regresar a la luz de mis ojos. No está aquí
güero, no, ese Pancho es demasiado astuto. Siempre dice, don Pancho, que su
dinero lo tiene bien cerca. Me lo dice a la cara, ¿no es un insulto? Sangre y
dinero, es todo lo que hay en Tamaulipas.
- Lástima que la combinación sea
tan mala para la salud.- Dijo el güero, meditabundo, mientras se terminaba la
cerveza.
Al
día siguiente el pueblo entero acudió al funeral de Federico García. A la
izquierda los García, a la derecha los Ferrer. El güero estaba en el medio.
Nadie se atrevió a irse temprano. El padre Vélez perdió el control cuando
Luisa, hermana de Federico, se puso de pie con un revólver y casi mata Maribel
de un tiro. La detuvieron antes de
disparar, pero suficiente para armar el zafarrancho.
- ¡Basta ya de sus idioteces!-
Les gritó el cura y todos parecieron calmarse. Aquella iglesia era terreno
neutral.- Mátense afuera que ésta es la casa de Dios.
- Nosotros no matamos a tu
hermano.- Le gritó Jesús, y su madre Rogelia le calmó, sentándole de golpe.
- Como decía...- El padre
continuó como si nada. Todos pasaron a la homilía y a despedirse del ataúd que
tenía una foto de Federico y varias bolsas de marihuana, dinero y un busto de
Malverde. El güero no se quedó para las consolaciones. El padre tampoco.
- Terreno neutral.- Le dijo el
güero, para hacer conversación.
- ¿Qué queda si no? Una cantina,
de todos los lugares, una cantina.
- Y Cinthia.
- Ni me hables de esa pecadora.-
El cura estaba de pésimo humor. Le robó el puro al güero y trató de calmarse.-
No, tengo que calmarme, atender a la grey. Tú no sabrías de esas cosas, tú
matas por dinero. Tú eres como ellos.
- No, trato de ser más listo.- Le
quitó el puro y se lo masticó.
- Si tan sólo hubiese una salida
pacífica a esta pugna entre familias, ¿pero por dónde empezar? Los Ferrer ya
perdieron a Esmeralda y Alberto, los García perdieron a Federico.
- Una solución pacífica... ¿Sabe
una cosa, padre Vélez? Me acaba de dar una idea. Quizás tenga razón, ésta
guerra no tiene futuro.
- ¿Y qué guerra si la tiene?-
Luisa García se acercó, toda de negro. El güero se hizo a un lado, pero ella no
iba a hablar con el sacerdote. Quería hablar con él.
- Tengo algo que proponerte
güero. Mucho dinero.- La acompañó a su camioneta de vidrios polarizados. La
puerta se abrió y pudo ver dos rifles que le apuntaban directamente.- Entras
completo o te llevamos por partes.
- No, estoy bastante apegado a
mis partes.
Le
golpearon en el camino a la mansión García, después le golpearon hasta llegar
al sótano, donde le dejaron caer por los escalones de mármol. Pancho García, el
alegre rubicundo personaje, había perdido toda alegría. Le apuntaba con una escopeta
recortada y fumaba tranquilo. Luisa se hizo una línea de coca y preparó su
arma, ella quería hacerlo. Güero trató de levantarse, pero ella le pisó, con su
alto tacón, la mano derecha.
- Tú te quedas ahí, esto es por
mi hermano.
- Yo no maté a Federico, por
Dios, lo juro. Los lokochones lo hicieron. Los he estado matando desde que
llegué a Esperanza, desde el primer día, pregúntenle a quién sea.- Don Pancho
alejó a su hija y golpeó al güero con la escopeta para que quedara boca arriba.
Podía ver, al fondo, que Lolo había sido encadenado y latigueado hasta morir.
Se maldijo así mismo, debía haberlos matado después. Aún así, habría sido
demasiado sospechoso.
- Papá no le creas, él lo mató.
Dile Gabriel.
- Sí, este tipo no me gusta.-
Gabriel le metió un puñetazo al mentón que casi lo desmaya. Sus anillos de
calaveras le dejarían una impresión.- Más vale prevenir, que lamentar.
- No tiene sentido, no lo habrían
hecho.- Dijo el güero, escupiendo un diente.
- No sé.- Don Pancho lo pensó, se
rascó la barbilla con la escopeta y suspiró cansado. Vestía de negro, como
todos. Se sentó en una silla de metal, apuntándole a la cara.- Nos ha dado
buena información, salvó al capitán, mató a esos sicarios... Aún así, ¿para qué
correr riesgos?
- ¿Por qué no mejor mata a todos
los Ferrer?- Pancho le miró sin entender.- Yo sé cómo.
-
Basta de esto.- Gabriel desenfundó, se le acercó pero su padre le
detuvo.
- No, esto quiero escuchar.
- Un casamiento forzado entre su
hijo Gabriel y Miriam Miranda, la hija del capitán.- Gabriel lanzó la
carcajada.- El capitán estará amarrado a su dedo, cualquier pero y Gabriel se
la despacha. Los Ferrer cederán, la darán por algo de paz. Mariano no confía en
su propia gente, únicamente en sus hijos, ¿y quiénes quedan? Sólo están Jesús y
Maribel. Jesús está loco y es peligroso, pero Maribel es una chica de
universidad que no pertenece a este mundo.
- Me gusta.- Dijo Pancho, luego
de un rato, a gran sorpresa de sus hijos.- ¿No lo ven? Los matamos en la boda.
Terreno neutral ni qué terreno neutral, mataron a mi muchacho, a su hermano.
Los matamos como perros, nos quedamos con todo. ¿Qué tienen ellos? Sólo a esa
chiquilla tonta, pero si la casamos, el capitán tendrá que hacer lo que yo diga
y nosotros nos quedamos con la plaza.
- ¿Y ellos no intentarán lo
mismo?- Preguntó Gabriel, sacándole la
sangre a sus anillos de calavera. El güero se sentó en suelo, estaba malherido
pero consiguió encenderse uno de sus pequeños puros. Se manchó de sangre, pues
estaba manchado por todas partes.
- Sí.- Dijo finalmente.- Por eso
moverán el dinero, o eso le dirán a sus chivatos. Los Ferrer aprovechan que
ustedes estarán en la boda, irán tras el dinero.
- El dinero, sí... Ja, eso
siempre lo tengo bien cerquita.- Don Pancho le mostró que todo su traje, y
explicó que eso era con todos sus trajes, guardaban fajos de billetes en
bolsillos secretos. Incluso se abrió la camisa para mostrar los billetes que se
amarraba al pecho.- Tardo una hora vistiéndome, pero ni quien me robe.
- ¿Qué hacemos con él?- Preguntó
Luisa, finalmente.
- Denle un aventón al Refresco.-
Luisa le ayudó a levantarse y se lo llevó. Gabriel se quedó con su padre.-
Después de la boda, mátalo.
El
anuncio no podía hacerse formalmente, pues en cuanto uno de los García asomaba
la cabeza en la mitad del pueblo que era territorio de los Ferrer, la perdía.
Se hizo por medio de chivatos, que ya hablaban de cómo y cuándo moverían el
dinero los García. Eventualmente don Pancho llamó a don Mariano y le propuso el
trato. Una salida pacífica, nadie necesitaba perder más hijos a causa de sus
rivalidades comerciales. Después de todo, siendo Miriam como de la familia
Ferrer, entonces era una alianza de sangre.
- No lo estarás pensando.- Dijo
Rogelia, acariciando al tigre bebé que mantenía encadenado en su sala. Ella
estaba acostada sobre un lujoso sillón de pelo de león y Miriam estaba sentada
en una esquina como niña regañada. Ella no podía opinar en el asunto.
- Descuida nena, te tratarán
igual de bien que nosotros.- Le dijo don Mariano a la muchacha y le ofreció algo
de coca para subirle el ánimo. Mariano siguió caminando en círculos.- Le he
dado de vueltas al asunto todo el día... ¿Y qué si aceptamos? Tenemos otro
problema entre manos, un muerto que no está tan muerto como yo quisiera.
Cobrando su venganza, uno por uno.
- ¿Pero una boda? Es una trampa.
- Sí, que nosotros haremos.
Piénsalo mujer, estarán todos en el mismo lugar. Los sicarios de Jesús van tras
el dinero, mis sicarios matan a todos en la iglesia.
- ¿Y no crees que ellos piensan
lo mismo?- Preguntó Rogelia, aventándole un pedazo de carne al pequeño tigre.
- Sí, puede ser. Es terreno
neutral, casa de Dios por amor a Cristo, pero peores cosas han pasado. Ésta
gente... son salvajes después de todo. No sé, habrá que pensarlo. Me estresa
más la venganza del muerto.
- Y debería, a mí no me deja
dormir.- Don Mariano abrió el ventanal que daba a la calle enlodada que iba
hasta la destilería. Podía escuchar la armónica, señal que Jesús estaba bien.
Llamó a su hija Maribel, pero no contestaba. Lo peor le pasó por la mente.
Había
instalado un GPS especial en los celulares de sus hijos desde la muerte de
Esmeralda. El convoy de tres camionetas llegó hasta la barbería. Estaba
cerrada, debido a la hora. Jesús pateó la puerta y les encontró. Charlie estaba
muerto en el piso, tres tiros al pecho. Maribel colgaba del techo, un avión de
juguete en su boca. El muerto había atacado de nuevo. Rogelia se echó a llorar,
Jesús trató de consolarla. Mariano la miró sin decir nada, no podía procesar la
tragedia. Eventualmente habló, aceptó a la boda.
El
funeral de Maribel fue aún más grande que el de sus dos hijos anteriores. El
padre Vélez pudo pronunciar la misa sin interrupciones. Los García enviaban
flores, una fila que daba vuelta a la iglesia, de hermosas flores con el nombre
de Maribel Ferrer inscrito en bordados de oro. Pancho García, señal de respeto
se hincó a un lado de don Mariano. Ambos de negro y ambos mirando el pacífico
rostro de Maribel Ferrer en el ataúd abierto.
- Reina de belleza Pancho, mi
nena.
- Es una tragedia. Habiendo
perdido yo a mi hijo favorito te entiendo por completo. Sé que piensas que
fuimos nosotros, pero por el alma de mi difunta esposa te juro que nosotros no
tuvimos nada que ver. Nada de familias, es la regla y tú lo sabes.
- Sí, nada de familias. Esos
lokochones no entendieron la regla Pancho, por eso ya los mandé matar a todos.
- Gracias Mariano.
- Mi única hija que me queda no
es de mi sangre, pero la quiero como si lo fuera. Tenía otros hijos, tú lo
sabes. El capitán Miranda los mató a todos, como si fueran perros. Aún así,
adopté a Miriam como si fuera sangre de mi sangre. Quiero que se case con tu
hijo Gabriel. Me parece que las dos familias merecemos algo de paz.
- Es un honor escuchar eso
Mariano. ¿Qué podemos hacer nosotros por ti? La muerte de tus hijos... Nada
llena ese agujero, lo sé bien ahora que Federico está muerto. Aún así, ¿tienes
idea de quién fue?
- Un fantasma Pancho, y no me
mires así que lo digo bien en serio. Un fantasma. Un muerto que regresó por
venganza. Ya me las arreglaré con él. Una semana Pancho, dame una semana para
secar mis lágrimas antes de entregar a mi hija Miriam a los brazos de tu hijo
Gabriel.
- Lo que sea, don Mariano.- Antes
de levantarse le puso la mano en el antebrazo y con la cabeza le indicó hacia la
puerta.- El capitán está afuera. ¿Quieres que lo saquemos de aquí y lo
encerremos en su base? No es momento, digo yo, de estar gritando y demás. No en
tierra neutral.
- Gracias Pancho, pero no. Quiero
verlo, y quiero que Miriam lo vea también.- Los dos dones se pusieron de pie.
Mariano le indicó a Miriam Miranda que le siguiera hasta la salida, donde el
capitán Jorge Miranda, borracho por completo, era sometido por dos musculosos
mercenarios.
- Devuélveme a mi hija.
- Yo no la maté, como tú hiciste
con mis bastarditos, tanto que los quería. La traté bien, le di todo lo que tú
nunca le diste. Le di un hogar, una familia, mucho amor y dinero. ¿Crees que
quiere volver contigo? Anda Miriam, dile la verdad.
- No quiero, me quiero casar con
Gabriel García.- Le espetó en su cara. El capitán desistió y, devastado por
completo, se fue derrotado y triste. Los dones se dieron la mano y regresaron a
sus asientos. El güero, quien aún tenía los golpes que Luisa y Gabriel García
le habían dado, observó todo desde la salida lateral. No le conmovían los
funerales, prefería que los muertos enterraran a los muertos. Todos se fueron
despacio, despidiéndose del cura. Él salió orgulloso.
- Ya verás güero, la ley de Dios
se impone ante todo. Terreno de Dios, morada del Altísimo. La guerra se acaba
aquí. Los García dejarán de matar a la prole de los Ferrer y viceversa. Espero
verte aquí, no he tomado tu confesión.
- No creo que tenga suficiente
tiempo para escuchar lo que tengo que decir.
- No todos están más allá de la
redención, hijo mío. Yo pedí dos semanas para hacer la boda, no es prudente
acelerar las cosas. Ya verás lo tranquilo que se pondrán las cosas. Vendrás, me
imagino.
- No me lo perdería por nada en
el mundo... Aunque llegaré tarde.- Güero se despidió bajando su sombrero y se
alejó sonriendo y masticando su puro bajo el potente sol de Tamaulipas.
El
güero se recuperó del todo en esas dos semanas con ayuda de Mario Cabrera y
Cinthia. Las fotos de Rosalinda y Jorgito colgaban sobre la barra, un
recordatorio de la tragedia sin sentido. Le cuidaban de día, de noche
practicaba tiro en la carretera. Todos ansiaban la boda, él más que nadie. La
fecha llegó finalmente y mientras que todos en Esperanza iban para la iglesia,
o para interceptar el falso cargamento de dinero, el güero llegó a la
ranchería.
- Güero, te hacía en la boda.- Le
saludaron los tres matones que cuidaban la entrada.
- Ya casi voy para allá, ¿y
ustedes? Pensé que estarían con los sicarios de don Mariano.
- No, nos dejaron acá.
- Una lástima, tan jóvenes.
Bueno, peores cosas han pasado.
El
primero no sintió el cuchillo en la garganta. El segundo lo vio venir, directo
a su ojo. Golpeó al tercero con el codo y el apuñaló en el pecho. Escondió los
cuerpos en los matorrales, revisó su revólver y caminó despacio hacia la
destilería, desde la que podía escuchar la harmónica de Jesús, tocando
tranquilamente. Cargaba con mochilas que dejó a la entrada, cuando la música se
detuvo.
- Ya se me hacía.- Dijo Jesús,
entre los viejos tubos oxidados.- Ya se me hacía.
- No tenías que hacerlo Jesús.
Matar a esa mujer y a ese niño. No tenías que hacerlo.
- Viniste a decirme eso.- Se puso
frente a él, a unos diez metros. Sonrió burlonamente, hizo sonar sus espuelas y
se tronó los dedos.
- No, no a eso.- Jesús acarició
la Uzi, la tenía agarrada casi por completo. Güero tomó el revólver, sin
sacarlo de su cinto.
- ¿Un revólver en estas tierras?
No parece práctico.
- Sólo se necesita una bala.
- ¿Algunas últimas palabras?-
Escupió al suelo. Su mano se tensó.
- Sí.- La mano del güero se
tensó, sus ojos se cerraron casi por completo.
- Adelante, hombre muerto.
- Ya tienes a un muerto cobrando
venganzas, ¿por qué no un muerto ladrón?
- No dirás mucho en unos
segundos.
- ¿Quieres saber quién es más
rápido?
El
aire frío traspasaba las viejas y podridas maderas. Los tubos oxidados, movidos
por el viento, dejaban caer finas capas de óxido como si fuera una nieve
rojiza, de sangre. Los matadores se miraron a los ojos. Una gota de sudor
recorrió el rostro de Jesús y dejó de sonreír. Güero apretó la quijada hasta
que el puro se partió en dos y cayó al suelo. Jesús flexionó la muñeca. Güero
sacó el revólver. Un disparo. Las ratas corrieron. Jesús cayó al suelo. El
dedo, apretado en el gatillo, lanzó una ráfaga que partió tubos y toneles, todos
repletos de fajos de dinero.
- Debí haber traído más
mochilas.- Güero le escupió lo que quedaba del puro en la cara. Le había dado
al pecho, pero aún estaba vivo. Comenzó a vaciar los toneles hasta tener bien
llenas las mochilas. Jesús acercó la mano a la Uzi, lentamente.
- Maldito ladrón, eres de la peor
ralea.- Le dijo Jesús, mientras el güero le daba la espalda.
- ¿Tú sabías que ésta fue la
primer destilería ilegal de Tamaulipas? Eso dijo tu papá.- Encontró galones de
alcohol y gasolina y roció lo que quedaba del dinero. Lanzó el tambo sobre
Jesús, quien ya tenía la mano en la metralla. Güero se dio vuelta y disparó a
un centímetro de la Uzi, alejándole la mano.- No, tú no te vas tan fácil Jesús.
Esto es por Rosalinda y Jorgito.
- ¿Qué vas a hacer güero?- El
güero pateó el arma y se alejó caminando, cargando las tres mochilas sobre un
hombro. Se encendió un purito y lo saboreó unos segundos.
- Cuando veas a tu papá y a tu
familia, diles quién te envió.- Lanzó el puro contra el alcohol y la destilería
comenzó a arder. Cerró las puertas de metal y se quedó unos momentos
escuchándole gritar de dolor hasta que dejó de aullar. Consultó el reloj, se le
hacía tarde para la boda.
La
boda era la más elegante que se hubiese visto en Esperanza. Don Mariano, del
lado de la novia, ignoraba su celular, mientras que el padrino de Gabriel, su
padre Pancho escuchaba atentamente al padre y tenía su mente en otras cosas.
Los novios juntos, la ceremonia empezaba. El ambiente era tenso. La presencia
de Cinthia lo empeoró, algún amante despechado la llamó una zorra y una
lesbiana. El padre Vélez, la autoridad máxima en la casa de Dios, o al menos
eso quería creer, logró mantener a todos en silencio para comenzar con la
ceremonia. El cura les hizo tomar la homilía y renunciar a las obras del
diablo. Luego paso el cáliz con vino, de los labios de Mariano a los de Miriam,
luego a Gabriel y finalmente a don Pancho.
- El santísimo matrimonio es más
que la unión entre una pareja, es una institución sagrada.- Dijo el cura,
abriendo su Biblia. Don Mariano puso los ojos en blanco y colapsó al suelo,
después Miriam comenzó a convulsionarse hasta que sangre salió de la espuma de
su boca.
- ¡Es veneno!- Gritó Rogelia,
mientras que Gabriel y Pancho sufrían los mismos dolores.
- ¡Hijos de perra!- Las puertas
se abrieron de golpe, el capitán Miranda y algunos marinos entraron borrachos y
disparando. Rogelia no dejaba de mirar al cura.
- Esto es por Tijuana.
El
padre Vélez, quien no siempre había sido el padre Vélez, ocultaba una metralla bajo
su sotana y comenzó a disparar detrás del altar. Los tiros quemaron la larga
sotana verde y no cesó de disparar hasta quedarse sin balas. No importaba,
tenía cartuchos apoyados contra el altar. Los sicarios empezaron a matarse
entre ellos, pero el capitán había destruido todos los planes. El cura se
levantó de nuevo, disparando alocadamente. Mató a Rogelia pero recibió un
balazo que le lanzó al suelo. Don Mariano, que apenas había bebido del vino
envenenado se arrastró por la alfombra. El capitán Miranda le piso una mano y
le mostró su rifle. El güero se quedó en la puerta, contemplando la red de
venganzas y ajustes de cuentas. El capitán le disparó en la espalda, pero
Mariano consiguió tomar el revólver que escondía en el cinto y disparó contra
el capitán Miranda hasta asegurarse de haberlo matado. Murmuró algo sobre sus
hijastros antes de morir. Güero avanzó entre la estampida humana, disparando de
un lado y del otro, eliminando sicarios. La iglesia estaba repleta de agujeros
de balas, sangre y cuerpos. Usó la navaja para cortar el traje de don Mariano y
llenar sus mochilas. Caminó hasta el altar, el sacerdote seguía vivo. Mario y
Cinthia se acercaron con mucho miedo, aunque los disparos ya habían cesado.
- Tomen.- Les entregó dos de sus
mochilas y los otros asintieron sin decir nada.- ¿Y qué esperan? Lárguense de
aquí. Esperanza está muerta.
- ¿Mariano?- Preguntó el cura,
mirando la sangre en sus manos.
- Muerto. Su familia también.
Parece que el muerto tuvo su venganza.
- Desde que me dejaron por muerto
sabía que la tendría...- De un bolsillo sacó un avión de juguete. Le miró con
ternura, aunque estaba bañado en sangre.- Por eso me hice cura.
- Tiene sentido, todos se
confiesan contigo, tú sabrías que Esmeralda era lesbiana, que Maribel se
acostaba con Charlie en esa barbería, atraer a Alberto no debió ser tan
difícil. ¿Valió la pena, padre?
- Mataron a mis hermanos y a mi
mujer. Puedo descansar en paz.- Güero revisó la herida. En el estómago,
tardaría horas en agonía.- Déjame descansar en paz güero, haz eso por mí.
- Cierra los ojos, no dolerá.- Le
disparó en la cabeza y se fue caminando.
Mario
y Cinthia le siguieron hasta su auto, pero el güero no dijo nada. Había tenido
suficiente de Esperanza, de las venganzas, los ajustes de cuentas y la sangre.
Además, ya tenía todo el dinero que podía juntar en ese pueblo. Aceleró,
despidiéndose de sus amigos con su sombrero, agitándolo al viento y, en la
lejanía, se perdió en el atardecer.
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