jueves, 23 de julio de 2015

La ira del soldado de invierno

La ira del soldado de invierno

Por: Juan Sebastián Ohem

Estimado primo, Dios esté contigo,

            Estoy seguro que no hay trovador, que se precie de serlo, en Larch o Lotenburgo que no cante las aventuras de los guerreros gemelos, de la ambición desmedida, de las hordas del norte y de la ira del soldado de invierno. Godaria ha vuelto a nacer, pero estuvo en peligro mortal querido primo, de caer en manos del Hombre o incluso peor. Me he dedicado a buscar la verdad, he pasado las últimas semanas conversando con toda clase de gente y reuniendo así la verdad de lo que pasó el año pasado. He aquí, sin más adorno de lo absolutamente necesario, y sin exageración alguna de mi parte, el drama y la tragedia ocurrida el año pasado. Que Dios me haga mudo si miento o falto a la verdad y que te haga a ti ciego por leerlas... ¿Sigues leyendo? Muy bien, entonces confía en mí y deja que te cuente todo.


La campaña por la conquista de todos los reinos de Godaria duró más de dos años. Todos los señores del reino de Rhen enviaron a sus soldados, como es ley, pero la guerra fue librada por tres hombres en particular, el brillante general Lothar de la casa de Kren, el valiente comandante Bran de la casa de Calster y su hermano, sir Gunther de Calster. Los ejércitos descansaron en invierno, para evitar la hambruna, y respetaron los días sagrados, para evitar castigo alguno de Dios. Los dos últimos reinos de Godaria que no se hincaban ante Rhen y sus cuatro casas, Rotfalia y Lorburg, formaron una alianza y, confiados de su ubicación norteña, pensaron que la nieve y el hielo formarían una barrera natural. Naturalmente no conocían a los hermanos de Calster. Rotfalia cayó y las últimas batallas se libraron en las ciudades de Efrodia y Grasburgo en el reino de Lorburg. Las ciudades fueron difíciles de tomar, estaban amuralladas por los constantes asedios de los bárbaros de las montañas de hierro al norte. Cada ciudad tenía 7 mil habitantes y se dice que la mitad de ellos pelearon asistiendo al ejército. El sabio comandante Bran detuvo la marcha de sus ocho mil hombres. Rodearon las ciudades y se instalaron alrededor de la amurallada Lorburgo, capital del reino. Los once mil soldados de Lorburg no pudieron hacer mucho cuando la comida empezó a escasear. El sitio sin sangre, como fue conocido aquí en Rhen, terminó con la muerte del rey de Lorburg quien empleó un ejército de mercenarios vikingos cuando sus propios hombres se negaron a levantar sus armas.

La última batalla fue motivo de recuerdo. Los vikingos pelearon con furia, pero estaban desorganizados. El general Lothar, quien siempre se preció de ser un militar educado a la usanza romana, había dispuesto largos flancos de lanzas y cientos de arqueros en posiciones de ventaja. La primera nevada cayó ese día, los soldados lo tomaron como una profecía y pelearon con aún más fiereza. Rodeado de sangre y violencia, en medio de cien vikingos con apenas un puñado de soldados, sir Gunther respiró el aire congelado y sus pulmones se llenaron de vida. Los Calster habían nacido en las montañas y aquello que los hombres llaman infierno él llama hogar. Rompió las formaciones vikingas y avanzó el doble de rápido que los mil soldados del general Lothar. Con su pesada armadura cubierta en sangre combatió contra el rey y de un espadazo le arrancó la cabeza. Su hermano, el comandante Bran, le llamó campeón porque era el único soldado vivo y en una pieza en toda esa colina. El general Lothar, el comadante Bran y sir Gunther ocuparon la corte del castillo de Lorburg y ante él se hincaron los cortesanos y los ciudadanos de importancia.
- El invierno se acerca.- Dijo el comandante Bran durante el festín de la conquista. Había ordenado a sus hombres que se abstuvieran del pillaje y las acciones penosas y estos honraron su palabra. Se ocuparon de los muertos y todo lo que valiera algo fue regalado a los niños de la ciudad de Lorburgo.- El ejército entero no alcanzará el condado de Litzinga a tiempo, mucho menos hasta Rhen. Mi hermano y yo nos quedaremos atrás con nuestro ejército. Reinaremos sobre Rotfalia y Lorburg hasta que su alteza Tasilio II decida a quién poner en el trono.
- Después de esta campaña, dudo que escoja a cualquier otro menos la casa de Calster.- Lothar levantó su copa de madera y la corta le imitó.- Por la victoria.
- Por Rhen.- Contestaron todos.
- Por mi parte,- dijo Gunther.- espero que no me hagan rey. Yo nací para pelear.
- Mi hermano menor, siempre tan ansioso. Probablemente casen a Marlya o Agnes con algún hijo de la casa de Litzinga y así ocupen los tronos. Sería lo más saludable.
- Mi hermano mayor, siempre pensando.- Gunther se terminó la pata de pollo y tiró los huesosa los lanudos perros que comían con ellos. Se recostó en su sillón de piel de oso y dejó que las cortesanas llenaran su copa con más vino.- Tasilio II come uvas en Rhen, el conde Otto de Litzinga seguramente disfruta de las fresas con su hermano el obispo y los dioses sabrán que hace el conde Inmanuel y su prole en Holburg. Mientras tanto nosotros nos congelamos el trasero con una vista a las impenetrables montañas de acero.
- Descuide valiente sir Gunther, sin duda llegarán los bárbaros en lo más crudo del invierno.- Dijo Lothar de Kren.- Le diré al rey de todo lo que he visto y enviará ayuda para facilitarles el trabajo.

            A la mañana siguiente sir Gunther le entregó a Lothar las cartas que había que entregarle a su esposa Rovina en el ducado de Calster. Había dejado atrás a su esposa e hijos bajo el cuidado de su padre Rethar y los extrañaba más de lo que su constitución férrea y altanera se atrevía admitir. Los hermanos trataron de ordenar lo más posible el desastre que la guerra había dejado, pero la verdad era que las villas y ciudades podían subsistir sin mucha ayuda. En la tercera nevada se formó una caravana entre Rotfalia y Lorburg de paganos y cristianos que realizaban la tradicional procesión que se llevaba a cabo a principios de invierno, o después de una guerra. Montaron a un hombre de paga sobre un caballo y le siguieron soltando cordones rojos. Al frente montaban dos enormes hombres, grandes como osos, con largas barbas y aún más largas memorias, relatando las historias ancestrales del pueblo de las montañas. Los reyes provisionales atendieron, pero no recibieron el trato que habrían tenido en cualquier otro territorio de Rhen. La gente era desconfiada de sus conquistadores y más de uno había perdido por su culpa algún pariente. Los bárbaros que participaban, vikingos en su mayoría, armaron una revuelta después que el muñeco fuera incendiado con flechas. Dos vikingos bajaron a sir Gunther del caballo, pero no lograron apuñalarlo, pues el campeón cargaba siempre con un puñal que velozmente usó en sus gargantas.
- ¡Suficiente!- Bran desenvainó a tiempo y se protegió de una afilada hacha. Mató a dos de una estocada y bajó del caballo para calmar a los otros diez atacantes. La guardia real dejó de pelear y con sus lanzas y picas mantuvieron a los bárbaros a buena distancia.- ¿Qué clase de vikingo busca venganza por una muerte en batalla? Es deshonroso.
- No es venganza,- dijo uno de los vikingos, cuyo rostro estaba tatuado con frases mágicas en el viejo idioma.- es nuestro pago. Se nos prometieron muchos ducados de oro.
- ¿Prometer?- Sir Gunther miró alrededor como si buscase algo.- No recuerdo donde dejé el cadáver del hombre que les contrató. Búsquenlo y róbenle lo que tenga encima. Ése será su pago.
- Mi hermano habla con la verdad. Únanse a nuestro ejército y tendrán su paga eventualmente.- Una anciana ágil como el viento, se paseó inocentemente entre la guardia y  a la velocidad de un rayo tomó a sir Gunther del cuello con un afilado cuchillo en su costado desprotegido por la armadura. Gunther se liberó a tiempo, pero detuvo a la guardia que quería matarla en el césped nevado.
- ¡No! Es una bruja, no podemos matarla en día santo.
- El lobo se vengará jovencito, de la casa de Calster que abandonó su hogar,- la bruja escupió en el suelo al decirlo.- y del reino de Rhen.

            A semanas de distancia, en el reino de Rhen, el conde Otto de Litzinga y su hija, la hermosa Lady Ayra, llegaron a tiempo para escuchar del triunfo. Se apresuraron para reunirse en la corte del castillo inexpugnable de Rhen, donde las cuatro casas tomaban las decisiones importantes del reino. El conde Otto era un hombre robusto y de larga barba roja, había enviudado después que la condesa le hubiera dado una docena de hijos. Hábilmente les había posicionado en diversos lugares de importancia, con ayuda de su hermano Segismundo el obispo del reino. La última sin casar era Ayra, la viva imagen de su esposa y su favorita. Cabalgaron rodeados de sus cortesanos hasta la ciudad de Rhen y se detuvieron cuando lady Ayra se bajó de su corcel blanco para ayudar a un niño que había caído en una fuente. Su padre la miró enternecido, ella era tan dulce como la miel, como había sido su mujer.
- ¿Te pararás en cada fuente donde los niños se retan mutuamente para entrar en la parte honda?- Ayra sonrió y señaló a la ciudad. Había sido construida en una extensa colina que terminaba en la fortaleza del rey Tasilio II de la casa de Kren.
- Nunca me cansó de verla. ¿Puedes creer padre que viven aquí 12 mil cristianos?- Subió al caballo con ayuda de sus sirvientes y mientras andaban fue señalando los edificios de las guildas. Eran pesadas estructuras de grandes ladrillos, con frentes de madera pintadas con los motivos de sus santos patronos.- Los mejores artesanos de toda Godaria y sus alrededores viven aquí. Ciertamente, como dice mi tío Segismundo, Dios nos ha bendecido.
- Nos bendijo la política, con el perdón de mi hermano. Nadie atacaría a Rhen, se necesitarían de las fuerzas imperiales para llegar hasta aquí. Tendrían que atravesar Lotenburgo al este, lo que no es tarea fácil. Al sur tenemos las montañas y los peñascos. La única amenaza venía del norte, de Rotfalia y Lorburg, y de la terrible horda de vikingos.
- Mira padre, ¿no te parece que se multiplican con los meses?- Lady Ayra señaló a un grupo de religiosos, vestidos con humildes túnicas blancas, que armaban una iglesia improvisada con pedazos de troncos y sobrantes de construcciones.
- Casacios, es mejor apurarnos, el estar con esos herejes trae malas ideas.

            La secta de los casacios se había multiplicado más de lo que lady Ayra creía, pero su padre no quiso asustarla más. Su hermano Segismundo no dejaba de hablar de ellos, arrianos que negaban la trinidad y la autoridad de la Santa Iglesia de Roma. Por todas partes del reino la excusa era la misma, se les toleraba porque predicaban un cristianismo sencillo para los pobres, pero sólo unos pocos sabían la verdad. El conde Otto, como todos en la corte, conocía el secreto del éxito de los casacios en el reino de Rhen. El rey Tasilio II había financiado toda la campaña con el dinero de los herejes, quienes vivían en la pobreza pero tenían amigos poderosos en el oeste.

            La corte del reino de Rhen, en la inexpugnable fortaleza, era un lujoso hall con tapices, mesas, una chimenea para cada casa y un ejército de sirvientes. El conde Otto siempre se sorprendía de la corte cuando la veía, pero se sorprendía más por el castillo. Construido en lo más alto de la colina contaba con dos muros separados por extensos patios y sólo un puñado de accesos a través de angostos y largos puentes vigilados por torres con arqueros. La casa reinante de Kren saludó a los visitantes, el rey Tasilio II, su hijo el príncipe Rideric y su primo el general Lothar se sentaron primero. El duque Rethar de Calster llegó con apenas una comitiva de tres escuderos. El duque, como sus hijos, había nacido para la guerra y por más que comía y bebía no podía acostumbrarse a la calmada y turbia vida política del ducado. Entraron después el conde Otto, con su hermano Segismundo el obispo y lady Ayra de la casa de Litzinga. Los últimos en entrar, pero siempre rodeados de consejeros, espías y guardias, fue la casa de Holburg, con el conde Inmanuel y su hijo Teodorico, diácono casacio. Celebraron la victoria mientras comían y bebían. Tres cabras habían sido sacrificadas y se permitieron el festín del año. Lothar relató las batallas, siempre exagerando en cuanto al heroísmo de los caballeros comandantes de cada casa noble.
- Mis dos únicos hijos varones,- dijo el duque Rethar mientras se quitaba cachos de carne de la barba.- son los héroes de esta guerra. Un par de paganos excelentes diría yo. Con el perdón de usted, Segismundo, pero es que usted entenderá que, de donde vengo yo, los hombres se curten en el frío mortal y no usan vestidos negros y rojos.
- Sus burlas a la verdadera fe son siempre de lo más cómicas.- Dijo Segismundo, un hombre por lo general callado y meditabundo.- Somos nosotros quienes educan a los salvajes de las nieves.
- El obispo tiene razón.- Se apuró a decir Teodorico. El diácono era un hombre de lengua veloz, con ojos saltones y siempre nervioso.- El cristianismo es racional, mientras sus supersticiones no.
- Ya veo.- Rethar hablaba siempre en voz alta. Se jactaba de haber aprendido a hablar en el campo de batalla, donde el sonido había dejado a más de uno completamente sordo. Los demás disfrutaban de su compañía, en parte porque solía discutir incoherencias, embriagarse y danzar en la corte con paños menores para demostrar su hombría. Al día siguiente bromearía con todos sobre su comportamiento y seguiría siendo amistoso.- ¿Y dónde queda ese lugar donde su pusilánime dios nació y murió?
- Sepa usted que nada tiene de pusilánime.
- Ruqner murió a manos del gigante Tilbar, escaló del infierno y mató a su prole. Ése es mi dios.
- Queda en palestina.- Dijo el obispo, cansado de discutir con el gordo pagano. Rethar miró por la ventana y sonrió.- Ya sé, no lo ve. Queda en el desierto al sur.
­- ¿Y qué hacen aquí, no deberían estar en ese desierto, con sus caballos con joroba y hombres de arena? Su tierra santa queda lejos, mientras que la mía queda cerca. Es el aire que respiro, la tierra de la que brotó la serpiente Myrflar, es el hierro que forjó mi espada y la carne de la vaca sagrada que liberó al gigante Narbar en el principio.
- Historias de niños, leyendas de imperios invisibles y gigantes de hielo.- Dijo el conde Inmanuel con odio en la voz. Tasilio II se removió en su asiento, temía que la discusión se tornara agresiva.
- No se enoje conde Inmanuel, el que la casa de Calster sea la siguiente al trono no quiere decir que no apreciemos de Holburg, de sus vacas flacas y sus mujeres feas. Además, como van las cosas esos condenados casacios se quedarán con el reino bajo nuestras narices, ¿o acaso me equivoco Segismundo?
- Mi estimadísimo duque, estamos de acuerdo. ¿Habremos de entender, sabio rey Tasilio, que estaremos rebelándonos del poder del sagrado imperio romano en el futuro?
- Los casacios financiaron la campaña, eso lo saben ustedes, pero por lo demás quedaremos neutrales a cualquier disputa religiosa. Es un punto que mi hijo Rideric ha dejado muy en claro al diácono Teodorico.

            La celebración se fue haciendo más alegre conforme los invitados bebían más. Eventualmente el duque Rethar se desnudó parcialmente y con su espada peleó contra los dragones invisibles. Segismundo le tranquilizó prometiéndole uvas y el duque, con lágrimas en los ojos, le relató de sus historias y sus hijos. El príncipe Rideric cortejó a lady Ayra, quien no tenía ningún interés en él y aprovechó cualquier pretexto para que el conde Inmanuel le hablara de las maravillas de su condado. Los invitados varones durmieron en la corte, sobre camas de paja, mientras que las mujeres tomaron las habitaciones. Teodorico se escapó de entre los ronquidos de los borrachos y salió del castillo disfrazado de soldado. Bajó el camino empedrado hasta el pueblo y entró a la tienda de un boticario donde aguardó a su futuro sirviente. Rodeado de largos anaqueles repletos de botellitas de cristal con toda clase de sustancias no soltó su cuchillo ni un segundo. Al escuchar la puerta apagó la débil vela que le iluminaba y se quedó en silencio.
- ¿Ha estado esperando en la oscuridad todo este tiempo, diácono?- Telric encendió la vela de la lámpara que llevaba consigo y entró a la tienda.
- Has venido recomendado.
- Mis días de gloria han pasado.- Telric apoyó la lámpara sobre el astillado mostrador y la luz de las pantallas de vidrio le dotaron de un aire de misterio. Telric era un hombre fornido y rubio, con un ojo de madera y una cicatriz en el cuello.- Fui el mejor arquero que Rhen hubiese visto, hasta que perdí mi ojo. Asumo que necesita mis otras habilidades.
- Es un trabajo peligroso, pero con ayuda de Dios nada es imposible. He arreglado todo para que empieces a trabajar en la tesorería del reino. Eso te dará acceso a tu posible víctima.
- ¿Mi posible víctima tiene nombre?
- Es el obispo Segismundo, hermano del conde Otto de Litzinga. Quiero que le vigiles de cerca y te  asegures que, cuando el momento llegue, el obispo se encuentre del lado correcto.- Teodorico puso una pesada bolsa de cuera sobre el mostrador, repleta de monedas de plata.

            El diácono no fue el único en abandonar la corte a la mitad de la noche. El rey Tasilio II no había podido dormir. Con la corona en la mano repasó sus posibilidades y encontrándose en la inquietante oscuridad se levantó de pronto y salió sin hacer ruido. El rey descendió hasta las mazmorras y fue conducido hasta la última jaula, donde con tres candados y tres pesadas puertas, se guardaba el acceso al subterráneo. Tasilio II, cuyo rostro ya estaba consumido por la preocupación, bajó las estrechas escaleras de piedra a la parte del castillo que había sido construida por gnomos y demonios mucho antes de que se construyera la fortaleza. Las escaleras le llevaron hasta una puerta de varios metros de diámetro con anchos barrotes que apenas permitían entrever lo que existía más allá. Tasilio II podía ver los fuegos de los hornos y nada más, pero sabía que el alquimista estaba ahí, despierto y esperando. El olor de los ríos de metales preciosos fundidos embotaba su nariz, el calor insoportable le ponía ansioso y la corona en sus manos se le antojaba pesada como un yunque.
- No puedes dormir.- Dijo el alquimista en su prisión.- Yo tampoco. He escuchado de la victoria.
- ¿Cómo es eso posible?- Tasilio se corrigió a sí mismo, el alquimista poseía más secretos de los que podría imaginar. El alquimista había sido esencial para la campaña. Había fabricado miles de puntas de flechas que todo atravesaban, escudos inviolables, espadas que nunca pierden el filo y armaduras seguras que las de acero.
- Tenemos un trato Tasilio II de Kren, las cadenas que me mantienen aquí son cadenas de honor.
- Te salvé la vida alquimista, no olvides nunca eso. Sin mí habrías muerto.
- Mi lealtad a la corona de Rhen no ha cambiado, ¿qué hay de la tuya?- Tasilio se sintió avergonzado de mirar a la puerta, como si el alquimista pudiese leer sus pensamientos.
- Empieza a trabajar, necesito armas para una docena de brigadas.

            El invierno llegó a los reinos del norte con la crudeza que había sido prevista por las ancianas. A lo largo de un mes Bran y Gunther habían tratado de calmar los ánimos de Rotfalia y Lorburg. Gunther, de espíritu salvaje, perdía los estribos con facilidad cuando se enfrentaba a problemas sencillos. A pesar del invierno los casacios llegaban del sur predicando la rebelión contra la iglesia, una vida sencilla y la conversión agresiva. Los hermanos no le prestaron mayor atención, ellos no entendían ni los rudimentos más básicos del cristianismo y siendo paganos su entendimiento estaba velado a la revelación de Nuestro Señor. Se preocuparon, sin embargo, cuando los casacios se pusieron agresivos. En una revuelta en la villa de Grak los casacios irrumpieron a las iglesias para robar. La guardia real rodeó a católicos y casacios y los detuvieron por la fuerza.
- ¿De qué se trata todo esto?- Bran, vestido con pieles de oso para aguantar la nevada que caía sobre los dos reinos, separó de un empujón a un fraile católico de un creyente casacio. El fraile defendía una bolsa repleta de ornamentos de su iglesia.
- No hay suficiente ayuda de su reino.- Se quejó un casacio.- Tenemos que derretir esas porquerías católicas, algo valdrán, y podremos venderlo a los mercaderes para sacar algo de dinero.
- Ustedes serán paganos,- dijo el fraile mientras protegía su bolsa con todas sus fuerzas.- pero les ruego que no caigan en las locuras heréticas de estos monstruos.
- Son supersticiones inútiles, ¿acaso no vale más alimentar a la gente?
- Ya basta.- Bran lo pensó cuidadosamente y sonrió.- Nadie tocará las iglesias. Manden derretir 200 armaduras y desnudar todos los castillos de los dos reinos por cualquier cosa que podamos fundir y vender. No necesitamos los adornos y en cualquier momento llegará Lothar con más tropas. La próxima vez que tengan un problema así, vengan conmigo.
- Es usted un pagano sabio.- Los religiosos, y los chismosos, celebraron la decisión salomónica de su nuevo rey y de entre la multitud emergió la bruja anciana que había tratado de matar a sir Gunther. La bruja Carras aplaudió y con sus palmas hizo un gesto de vikingo, donde bajaba las palmas como tranquilizando a un perro o a un lobo, señal de respeto.
- Hoy traigo esto.- Sir Gunther señaló el pesado abrigo de pieles que empezaba por un pesado collar de acero en el cuello y en los costados.- No será fácil apuñalarme.
- Les he juzgado apresuradamente.- Dijo la bruja Carras.- Reyes paganos son una bendición para esta tierra. Hemos tenido los mismos problemas en las montañas que ustedes, esos casacios no se quedan quietos. Han tratado de evangelizar por todos los modos, incluso con sobornos, como si nuestra memoria pudiese eliminarse con unas cuantas fábulas para niños y cuentos de desiertos y reinos distantes.
- Las montañas de hierro ya no son parte de nuestro reino, pero si tienen algún problema con gusto nos encargaremos de ello a su satisfacción.- Dijo sir Gunther mirando a la majestuosidad de las montañas. La puntas estaban repletas de nieve en su mayoría ascendían lisas, como talladas por un gigante, con pasos repletos de frondosos bosques nevados y toda clase de misterios.
- Al norte, en el bosque que se ve en ese paso, hay un pueblo maderero llamado Holmer. Los casacios están tramando algo con una turba de bárbaros vikingos. No me gusta nada. Los vikingos traen lobos encadenados y afilan sus hachas de batalla, no hacen eso cuando comercian en Holmer.
- Gracias bruja Carras.- Bran le tomó de la mano e hizo una reverencia. La bruja, apenada, se rió.
- Montañeses con modos de cortesanos. Ahora lo he visto todo.

            Los hermanos cabalgaron a toda prisa en compañía de una docena de soldados. Siguieron un río congelado hasta la villa de Holmer. Dejaron a los soldados detrás y escondidos detrás de chozas con muros de pieles y tablones de madera espiaron a los predicadores que hablaban con una docena de vikingos. Los bárbaros, con cascos completos y bien armados, discutían de dinero y los predicadores no eran tímidos al mostrar sus bolsas de piel de carnero repletas de monedas. Uno de los vikingos chifló a un jinete cercano y éste se alejó a toda prisa. Los hermanos se miraron consternados, planeaban un pillaje parcialmente financiado por los casacios. Bran le rogó a su hermano porque fuese paciente, él iría para avisar a las tropas y regresaría. Gunther se quedó quieto, vigilando, a través de los pliegues de las pieles en la pared de la casa, a los vikingos que se iban cabalgando. Los casacios recorrieron la villa, Gunther fue pasando de una casa a otra, y los predicadores se detuvieron en los robles a la mitad de la villa. Frente a la mirada atónita de los pobladores, los predicadores usaron sus cuchillos para marcar cruces. Ellos no sabían, o no querían saber, que la gente de la región de Holmer no podía, por costumbre ancestral, talar cedros cuyo tronco que se dividiera en dos, pues era señal que los dioses gemelos Ubkar y Ubnar habitaban en esos árboles. Gunther, quien nunca fue un hombre paciente, salió de su escondite y mató a uno de los predicadores con su espada. La hoja era larga y tenía cuatro dientes, como colmillos metálicos que la hacía aún más peligrosa. Los otros dos trataron de huir, pero no llegaron lejos. A lo lejos pudo ver a más de cien vikingos cabalgando hacia Holmer, para el pillaje de Grak al pie de las montañas. Sir Gunther se plantó a la mitad del camino con su espada en la mano y esperó.
- Miren,- dijo un vikingo.- este quiere morir antes.
- Es uno importante, miren cómo viste.- Los vikingos detuvieron su marcha y le rodearon.
- Mi hermano Bran ha alertado a las tropas. Se dirigen a una masacre. Grak está bien protegida, los predicadores están muertos y pueden quedarse con su dinero. Dense vuelta o mueran. Me da igual.
- Está loco.- Se burlaron los vikingos. Uno de ellos rompió el cerco. Era el más alto de todos, su rostro estaban tatuado como un casco, donde había una línea recta a partir de su nariz y en sus ojos. Con su tradición en el rostro y en las manos descendió del caballo percherón. Usaba una hacha con grabados antiguos y un pesado escudo de madera. Sir Gunther lo miró a los ojos, sin temor a la muerte. Los vikingos estaban ansiosos, pero seguían los movimientos de su líder.
- El pillaje se cancela.- Dijo Kor con su voz grave.- Este ha demostrado honor. Me llamo Kor, líder de la horda, hijo del cuervo, hermano del cedro. ¿Cuál es tu nombre?
- Sir Gunther de Calster, hijo de la espada, hermano de la sangre.- El vikingo le estrechó la mano y Gunther se la dio. Los vikingos, tristes por la noticia, se dispersaron lentamente.
- Eric,- dijo Kor.- baja con una bandera blanca. Si ellos son tan honorables como su líder no te harán nada. Diles que ningún mal caerá sobre Grak. Hemos descubierto a un hermano y quiero mostrarle el hogar de donde vino él y la casa de Calster.

            Kor explicó que él también venía de las montañas, de linajes por mucho anteriores a los vikingos que fueron poblando la zona y formaron la horda. Cabalgaron por los caminos de la horda al pie de las montañas tan altas como las nubes y lisas en sus lados como piel de oveja. Kor le habló del señor de los lobos, el verdadero rey de las montañas y feroz enemigo. Acamparon en la cima de una montaña, en un paso de pocos metros de ancho y a los pies de una estructura de piedra, como un campanario, donde descansaban varios metros de troncos bajo una vasija colgada del techo con aceite para encender la pira que llama a la horda. En la noche le habló del origen de las montañas, de cuando el gigante Narbar murió por el veneno de la serpiente Myrflar y la humanidad, que vivía en su cuenca ocular, razón por la cual el cielo es azul, fue saliendo del gigante y caminó al sur pasando por las montañas que, en ese entonces, eran de todas de hierro sin tierra alguna. Los hombres huían de la nieve y el hielo, hogar de los gigantes congelados, y encontraron al rey dragón, llamado verano, quien accedió a detener el paso del frío. Las montañas se calentaron con su fuego, tanto que eran rojas y estaban a punto de hacerse líquidas y formar un río que acabaría con la humanidad. Las montañas dieron nacimiento al soldado de invierno, quien peleó contra el dragón por generaciones. El soldado de invierno llevaba el frío a donde fuera y la tierra casi se congela. Formaron finalmente una tregua inestable. Por eso, cada año, el invierno es más largo o corto dependiendo de la batalla anual entre el soldado de invierno y el dragón. El soldado regresó a las montañas, después de la guerra, pero prometió despertar una vez más y sumir al mundo en invierno.
- Se dice que Ruqner, antes de morir a manos del gigante Tilbar, sometió por última vez al soldado de invierno.- Kor bebió de su infusión de hierbas y se lo pasó a Gunther, quien había permanecido mudo por completo. Ya no estaba inquieto, estaba en casa.

            Los vientos fríos del norte llegaban al ducado de Calster, pero aún no había caído nieve cuando llegó el príncipe Rideric al hall con techo de madera de dos aguas del duque Rethar. El príncipe, se decía en ese entonces, tenía una lengua de plata que convencía a cualquiera. Trajo consigo sus tropas del principado para asistir al duque en mantener a raya a los bandidos que, aprovechando que casi todo el ejército estaba en el norte empezaban a aterrorizar las villas. Invitó a Rovina, la esposa de sir Gunther, a esperar a su esposo en el castillo de Rhen junto con sus niños.  Rovina, quien era del mismo espíritu simple y tosco que su valiente esposo, se había cansado de los mismos bosques y las mismas llanuras y aceptó al cambio de locación. Rethar bromeó al verla partir, diciendo que debería llevarse sus muebles, pues Rhen sería de la casa de Calster cuando Talsacio II hubiese muerto, y debería acostumbrar a los niños a vivir ahí. El príncipe Rideric se separó de la larga comitiva que transportaba a dama Rovina para cabalgar al castillo de su principado. Tardó tres lunas en llegar, constatando que el reino había crecido mucho a lo largo de su vida, tanto que recorrerlo entero, es decir recorrer toda Godaria, llevaría más de un mes en el verano y hasta tres meses el invierno, desde las montañas de hierro hasta los pantanos del sur. La bandera de la casa de Holburg había sido izada bajo la bandera de Rideric, sus invitados habían llegado. Se reunió con el conde Inmanuel y su hijo el diácono Teodorico en el frondoso jardín del castillo.
- Mi padre ha aceptado sus condiciones.- Aquello no era noticia para la casa de Hoburg, pero sonrieron y asintieron de todas formas. Sentados en medio de los rosales y las orquídeas los tres nobles pudieron hablar con libertad.- La casa de Calster será sacrificada y el reino de Rhen se convertirá a los casacios. Una guerra con Calster es distinta a una guerra además con Litzinga, lo que nos preocupa es el obispo.
- Segismundo es un pragmático.- Dijo Inmanuel. Su rostro había avejentado mucho, pero sus ojos conservaban la misma chispa de la juventud. Vestía de verde y azul, los colores de su casa, y sus manos estaban adornadas por anillos de oro y piedras preciosas como símbolo de  la riqueza de su condado.- Mi hijo Teodorico tiene a un espía cerca del obispo, le vigila día y noche. Ha interceptado su correo y el obispo no ha cambiado su postura ante el imperio, los rumores de las sublevaciones arrianas es una exageración.
- Podría cambia de canción con el tiempo.
- No si le prometemos a la casa de Litzinga algo que valga la pena. Si aún así no cambia de parecer, el espía de mi hijo está siempre listo a matarlo.
- ¿Qué hay de Calster?- Preguntó Teodorico.- Paganos en su mayoría y muy valientes en el combate.
- Mis tropas ya están en el ducado, lo tomaríamos en cuestión de semanas. La dama Rovina está en el castillo de Rhen, será buen rehén para aplacar la ira de Rethar y sus fantasías del imperio invisible que tanto agradan a los paganos. ¿Los casacios pueden pagar una incursión invernal a los reinos del norte?
- Sí, y ya sabemos que tienen listas las armas. El general Lothar ha sido veloz en reorganizar el ejército en tan poco tiempo. Una armada de invierno podría impresionar a la casa de Litzinga lo suficiente para aceptar que los Calster son traidores. ¿Qué hay de los hermanos?
- Yo no me preocuparía mucho por ellos. Rotfalia y Lorburg son dos reinos miserables, con algo de suerte la armada los tomará y ejecutarán a los hermanos allá mismo. De todas formas marcharíamos en primavera con un ejército decente y aplastaríamos toda insurrección posible.
- Un brindis entonces.- Teodorico levantó su copa y los otros dos le imitaron.- Por la era del Hombre.

            Las nevadas que cayeron sobre Rhen fueron suaves, pero constantes. Telric, quien no había cesado ni un día en su trabajo, caminaba por las calles de la ciudad describiendo círculos y verificando que nadie le siguiera. La gente se encontraba en sus casas, pero siempre había borrachos y mendigos caminando en calles sin eco, sábanas de sucia nieve. Los iluminadores le acompañaban a prudente distancia con sus pesadas lámparas de aceite. Eran matones contratados por el espía, una protección adicional. No sabía si podía confiar en el maestro de la guilda de artesanos. El maestro era un hombre de pelo gris, nariz abultada y con las callosas manos de un herrero. Vestía finas ropas de seda y pesados mandiles de cuero para darse calor.
- Los hombres del obispo ya hablaron conmigo.- Dijo el maestro sentándose en la orilla de una fuente. Telric permaneció de pie, sus manos escondidas bajo el abrigo de piel de oso empuñando dos cuchillos.- De la misma manera por cierto, a la mitad de la noche.
- Sí, estoy enterado. ¿Qué les dijo?
- La verdad, ¿qué más puedo decirle a un obispo?- El maestro planeaba darle largas, pero Telric no tenía tiempo. El obispo Segismundo había estado muy curioso, haciendo averiguaciones sobre la reorganización de las tropas del general Lothar de Kren. Le pagó con joyas de oro y el maestro se las guardó rápidamente.- Nosotros no hacemos las armas, ésa es la verdad. A los hombres del obispo les dije que sí, pero es que ellos no pagan tan bien como tú. Los maestros nos reunimos, falsificamos algunas obras, pero no estamos haciendo nada más que engordar y beber. Lothar nos paga bien.
- ¿Vienen de los casacios entonces?
- No, el dinero viene en parte de ellos, pues pagan con monedas del oeste, pero ellos no hacen las armas. Más de tres mil flechas, más de mil espadas, más de siete mil escudos y casi 500 armaduras completas. Cualquier ejército sería temible con armas como esas. La mejor calidad, mejor que la nuestra Dios me perdone. Le presentamos al rey docenas de cajas de madera repletas de paja y días después las cajas salen con los hombres de Lothar repletas de armas. El castillo debe tener a un ejército de artesanos escondidos en alguna parte.

            Telric sabía que no era su trabajo. El obispo se había topado con una pared de mentiras y engaños y había saciado su curiosidad. La de Telric, por el contrario, apenas nacía. Sabía que el invierno era propicio para armar y reorganizar tropas, pero también era obvio que las tropas se preparaban para algo grande en la primavera. No se le ocurría qué podía ser, después de todo la campaña había sido victoriosa y el norte estaba sometido. Decidido a llegar al fondo del asunto siguió al general Lothar hasta el castillo, logrando pasar hasta el primer patio donde se formaba el mercado de artesanías. El general desapareció en el castillo por varias horas, Telric estaba por perder las esperanzas cuando le vio salir por las caballerizas reales. Compró una docena de herraduras y tres monturas completas y, fingiendo trabajar en las caballerizas, logró pasar el control armado en las pesadas rejas que daban a la caballeriza. Escondido detrás de una pila de paja logró acercarse lo suficiente al centro de la caballeriza, donde rodeados de más de cincuenta caballos el general discutía con tres diáconos casacios, vestidos de túnicas blancas y calvos como era su tradición.
- No puede ser de inmediato.- Dijo el general Lothar mientras recibía dinero de los diáconos.- El ejército del príncipe Roderic tomará el ducado como un relámpago tras la noticia de la traición de los Calster. Conviertan a todos después de la conquista. Dejaremos a los sacerdotes católicos sin mayor protección, no durarán mucho. De todas formas el duque rara vez ayudaba a los predicadores católicos y a los misioneros. No deberían tener mayor problema.
- Eso esperamos, pues ya hemos pagado bastante.
- Rhen es el reino más poderoso de toda la zona, sus reinos en el oeste nunca podrían enfrentar a las fuerzas imperiales sin nuestro indetenible ejército. Toda Godaria se convertirá al casacionismo, desde los vikingos en las montañas hasta los cazadores de los pantanos del sur.

            Telric salió de la caballeriza y rápidamente salió del castillo. No dejó de correr hasta el palomar en el centro de la ciudad. La fila era enorme, los entrenadores de palomas se hacían ricos en invierno cuando la gente no podía viajar y saludar a sus parientes. Un escriba pacientemente anotaba los mensajes, pues muchos de los clientes eran iletrados. Telric no tenía mucho tiempo, tenía que avisar al duque de Rethar de la inminente traición. No tenía mayor empacho en espiar a un acaudalado obispo, incluso matarlo, pero no asistiría en una traición que podría hundir Rhen al caos.

            A mediados de noviembre se reunió la corte en el castillo de Rhen para el ceremonial encendido de las piras de san Antonio, de quien se decía cristianizó Godaria al retar a los paganos a apagar una pira encendida con las hojas de las sagradas escrituras. La pira, de casi un estadio de tamaño, fue encendida en el patio exterior de la inexpugnable fortaleza y mientras que los devotoso creyentes celebraban la ocasión con rezos y fiestas típicas de iglesia, la corte armó un festín. Tasilio II comió poco, la hora había llegado. Habló poco, pero habló con firmeza. Anunció la noticia de la traición de la casa de Calster, los hermanos se habían hecho de los reinos para sí, habían realizado una masacre con las tropas del condado de Holburg y matado a los emisarios del principado. El rey pidió un juramento de lealtad, pero Rethar no podía creer lo que escuchaba. Lanzó la copa a los pies del rey y tuvo que ser frenado por cinco guardias, pues avanzaba lanzando alaridos y maldiciones en la lengua antigua. Los presentes le miraron, ya no con el candor de quien se mofa de un borracho alegre, sino con rencor y temor. Un pequeño ejército fue necesario para sacarlo de la corte y tranquilizado a golpes aceptó quedarse en el castillo de Rhen como prisionero junto con su la dama Rovina y la familia de su hijo Gunther. Se sorprendió a la mitad de la noche cuando alguien tocaba a su puerta, la cual estaba siempre protegida por seis guardias bien entrenados.
- Otto, no puedes creer lo que el rey ha dicho.- El conde le dio una bofetada que le dobló el rostro y tras un momento de indecisión se lanzó sobre él a golpes.
- Mi hija estaba en Calster, ¿qué has hecho con Ayra?- Rethar se separó del conde y se puso de pie adolorido. Había caído sobre la fría piedra y no había nada en la habitación que calentase o decorase.- ¿Tú y tus hijos la han hecho rehén?
- Calma tu lengua Otto, tu hija está bien. Se fue al norte por voluntad propia. Se enteró de la traición de Tasilio y decidió cabalgar a Rotfalia y Lorburg para encontrar a Bran o Gunther y decirles lo que pasa. No tenía otra opción mas que venir aquí y ver si los rumores de traición eran ciertos.
- Dame a mi hija Rethar o mis tropas destrozaran a tus hijos y alimentaran a los lobos. No quiero pretextos, quiero a la luz de mi vida.- Otto le dejó con la palabra en la boca y salió del cuarto con el rostro rojo de furia y la quijada tensa. Decidió aliviar su furia caminando por el estrecho paso de la muralla, mirando hacia la extensa ciudad de Rhen que tanto maravillara a su hija.
- ¿Has hablado con Rethar?- El rey le siguió a la muralla y se apoyó en las frías rocas a su lado, mirando hacia sus dominios sumidos en la oscuridad.
- La ha hecho prisionera de la casta maldita de Calster. Con seguridad llegará a manos de Bran o Gunther para...- Otto no pudo terminar la oración y se estremeció de miedo. Había perdido a muchos familiares, a su esposa, varios hermanos e incluso hijos, pero nunca en circunstancias semejantes.- Tendrás mi apoyo si quieres incursionar en primavera, cuando la nieve se haga agua y los Calster se hagan cenizas.
- Mi hijo y yo hemos hablado y estamos de acuerdo en que la casa de Litzinga debe gobernar tras la coronación de Rideric. Ustedes son los más sabios de entre nosotros.- Otto le miró sin saber qué decir, era un honor inesperado en un mar de tragedias.- Tu hermano Segismundo estará complacido me imagino. Ya tendrán ustedes la oportunidad de reclamar esta tierra para la Iglesia, o para lo que sus conciencias dicten.

            El rey dejó a Otto en la muralla y al entrar al castillo miró a su hijo, quien espiaba desde una ventana de arquero. Con una sonrisa le dejó saber que podía empezar a reunir las tropas de Holburg y Litzinga. Tasilio bajó a las mazmorras, los guardianes le abrieron las puertas sin mediar palabra y el rey se encontró frente a la puerta del alquimista una vez más. Había sido atraído allí como una piedra es atraída al suelo cuando cae, le era imposible sentirse cómodo sabiendo que los penetrantes ojos del alquimista podían verle el alma. Había acudido a él para que profetizara su futuro, como podía hacer el alquimista, o al menos esa era la excusa, pues en realidad había sido su conciencia la que, con el peso de una piedra, había descendido hasta su prisionero.
- Así que está hecho.- Dijo el alquimista detrás de las gruesas rejas de la amplia puerta. El prisionero gruñó con la garganta profunda como una cueva y el rey se estremeció de miedo.- La corona de Kren se empaña y su descendencia se envenena.
- Habla del futuro alquimista, que para eso he venido.
- El invierno vendrá del norte con dos lobos, uno de ellos traerá la perdición de Rhen, el agua de los pozos será envenenada de traición y la sangre matará a las cosechas. El reino caerá en un invierno eterno por tu culpa, y nada podrás hacer para remediarlo.
- Mientes por rencor y odio. ¿Acaso el Hombre no está libre de la influencia de las estrellas?, ¿acaso Jesús no ha arrancado la cortina de estrellas como la  mortaja del Templo?
- Hablas como casacio y sin embargo vienes a mí por mi magia y sabiduría. ¿Qué te dice tu supuesta sabiduría humana, rey Tasilio II de la casa de Kren?
- Ningún oponente sobrevive la hambruna, una flecha o el corte de una buena espada. Eso es lo que me dice. Si hubiese el imperio invisible del que tanto hablase la casa de Calster, ¿no se habría vengado ya? Llevaré a Rhen a alturas nunca antes imaginadas.
- Lo destruirás todo por tu ambición Tasilio, pero en algo tienes razón, existe salvación para el reino. No viene de tu intelecto, ni de tus obras fastuosas, sino de tu corazón, si es que queda alguno.

            El viaje había sido largo y peligroso. Quince jinetes habían salido de la villa de Brenan en el ducado de Calster, sólo tres habían llegado con vida a Rotfalia. Lady Ayra y dos de sus sirvientes alcanzaron al castillo al borde de la inanición. La comida no había sido suficiente y marchando al norte, con el viento gélido en contra, encontraron poca comida y poca hospitalidad. Lady Ayra se desmayó en los brazos de Bran cuando éste fue a saludarle. Al día siguiente despertó en sus brazos, Bran no se había movido para nada, Ayra habló de traiciones y de la batalla que se avecinaba. Los hermanos reunieron al mejor ejército que pudieron, apenas mil hombres malnutridos, y sus jinetes veloces avisaron del ejército con la bandera de Rideric. No era muy grande, pero lo suficiente para destruirlo todo. Los hermanos sabían que no podían proteger cada villa de Rotfalia, por lo que instruyeron a los villanos a guarecerse en el castillo para enfrentarlos allí.

            Rideric, cuyo corazón se había congelado aún más debido a los mortales vientos de las montañas, ordenó la destrucción de cada villa por la que pasaron. El general Lothar se quejó todo el camino, pero no se atrevió a desobedecer al príncipe. Combatieron contra las fuerzas de Calster sin sufrir daños importantes y penetraron las murallas del castillo de Rotfalia. Sir Gunther atacó un flanco con la ayuda de un ejército de mercenarios bárbaros, prometiéndoles todo cuanto pudiesen robar. Rideric se vio obligado a partir su ejército en dos y asistir a sus hombres en la carnicería de los bárbaros. Los hermanos habían planeado bien la defensa, fingiendo debilidad y miedo les invitaron dentro de los muros a través de un acceso muy pequeño y peligroso para forzarlos a un cono de violencia que diezmaría a sus tropas. Bran sorprendió desde el castillo y su ejército atacó por dos flancos diferentes para simular un mayor tamaño. La defensa parecía prosperar, hasta que escucharon los tambores de guerra del príncipe, quien había escondido sus fuerzas del otro lado de las murallas.
- ¡Gunther!- El príncipe persiguió con dos brigadas a los bárbaros que acompañaban a sir Gunther a las afueras del castillo. Sir Gunther había salido para detener las catapultas y unidades de asedio. Sir Gunther, lanzando espadazos de cada lado de su fiero corcel, escuchó a su enemigo que se escondía detrás de los arietes que trataban de abrir nuevas entradas al castillo amurallado.- Tu padre, la ramera de tu esposa y los bastardos de tus hijos están en Rhen. Los mataré yo mismo si no se rinden. Godaria le pertenece a la casa de Kren, no tiene sentido que sigan luchando. Ríndanse y serán expulsados de Rhen, nadie los lastimará.
- ¡Ven aquí y dímelo a la cara para que te arranque la cabeza con mis manos!

            Sir Gunther rugió como un león, su casco cornudo bañado en nieve y cabalgó hacia el príncipe en compañía de sus vikingos mercenarios. Los hombres de Lothar protegieron a Rideric y, viéndose en franca desventaja los hombres de sir Gunther se replegaron hacia las afueras. Sir Gunther peleó con su espada con colmillos en una mano y su pesado mazo con espinas en el otro. El caballo estaba protegido en su cuello y crin con armadura con picos bañados en sangre. Lothar se defendió bien y con un delgado estilete penetró la armadura de Gunther hasta las costillas. Gunther, con lágrimas en los ojos, pensó en su esposa e hijos y lanzó ataques por todas partes, mientras que su sangre se derramaba como en cascada por el costado del caballo. Lothar blandió su pesada hacha y le dio en la espalda, rompiendo su armadura y arrancando músculo y sangre. Sir Gunther se desplomó sobre su caballo, sus armas se deslizaron de sus manos hasta la nieve y su feroz corcel cabalgó hacia los bosques. Lothar tomó las armas de sir Gunther y se unió a sus tropas alrededor del castillo. Cabalgando en círculos levantó las armas para que Bran pudiera verlas y supiera que su hermano estaba muerto.
- Es mi culpa, dijo lady Ayra. No cabalgué lo suficientemente rápido.- Abrazó a Bran, quien se había quedado inmóvil a la entrada del castillo, después de haber matado a una docena de soldados con su larga espada. Bran dejó salir una lágrima y aulló de dolor. Sobre él las catapultas lanzaban pesadas rocas que sacaban de la muralla y el castillo empezaba a tambalearse.

            Lady Ayra arrastró a Bran, quien se lanzaba alocadamente contra los soldados enemigos y le convenció de cabalgar más al norte, a Lorburg, argumentando que quizás destruirían el castillo pero con sus números no podrían tomar ninguno de los dos reinos. Kor trató de organizar a sus vikingos y a los soldados de la casa de Calster en una última avanzada. Los arietes abrieron todas las puertas, una docena de catapultas derribó las torres de arqueros, pero las tropas de Lothar no podían relajarse. Los vikingos, sabiendo perdido el castillo, rodearon desde afuera a las tropas y las fueron cazando, como cuando cazaban lobos en lo peor del invierno, los arqueros sufrieron primero, después destruyeron las catapultas cuando ya el castillo se caía en pedazos. Rideric gritó hasta quedarse afónico tratando de comandar un ejército que no aguantaría ni una incursión más. Lothar ordenó el repliegue de sus tropas y el regreso a casa. Rideric se encargó de que el castillo fuera incendiado y saqueado, que los pobladores que habían tomado refugio en él fuesen masacrados y que no dejasen molino en pie, ni mercado sin robar. Al caer la noche Rideric durmió bien, la casa de Calster había caído.

            El corcel de sir Gunther, un percherón de las montañas, no había salido huyendo sin control, siendo parte de esa tierra sabía para donde cabalgar. Se internó en el bosque y tomó un camino que ascendía a las montañas. Al caer la noche se detuvo en un pequeño claro y con muchos esfuerzos logró sacarse a sir Gunther de encima. El valiente campeón cayó como un costal y su sangre manchó la nieve. La bruja Carras recorrió el claro tan rápido como sus adoloridas rodillas le permitían. Rápidamente le quitó la armadura de encima, el casco y las botas. Sir Gunther despertó de su letargo y trató de hablar, pero no tenía fuerza suficiente. Descansa, le dijo la bruja, te quitaré la ropa para que los lobos la huelan. Sir Gunther trató de evitarlo, pero no podía. La bruja lo desnudó lo más posible y se fue llevándose al caballo. Gunther tosió sangre y miró hacia las estrellas sabiendo que la próxima vez que abriese sus ojos estaría en ella.

            Los aullidos le impidieron dormir. Una manada de lobos le rodeó, olfateando el aire y relamiéndose los largos colmillos. Ningún lobo le atacó, pues esperaban a su líder. Gunther pudo ver a lo lejos, entre los árboles, a un enorme lobo gris, grande como un oso, con fauces que podrían quebrar una torso de una sola mordida. El señor de los lobos se acercó al valiente campeón y le olió. Le reconoció como propio y lamió sus heridas, curándolas al instante. Sir Gunther no podía creer lo que su cuerpo experimentaba, pero no había duda que, mientras antes apenas y había podido mover el cuello y no tenía fuerza para hablar, ahora se sentía tan vigoroso como antes. El señor de los lobos se echó a su lado para que su denso pelaje hiciera como una frazada y sobreviviera el frío.
- ¡Gunther!- Kor había buscado al caballo de sir Gunther toda la noche y le encontró en la cabaña de la bruja Carras, quien le había contado de lo sucedido. Kor no podía creer lo que veía, no había visto al señor de los lobos admitir a un mortal como uno de los suyos desde hacía muchísimo tiempo. La manada gruñó al verle, pero se calmaron cuando el líder de la horda se hincó ante el señor de los lobos. Gunther estaba en medio de ellos, alimentado por la jauría que le traía frutas del bosque y pedazos de carne bien cocidos que los montañeses regalaban a la corte del señor de los lobos para evitar ser comidos.- La primera buena noticia.
- ¿Qué hay de mi hermano? Estoy demasiado débil para cabalgar.
- Gunther,- Kor lo miró a los ojos para que supiera cuanto le dolía decirlo.- Bran está muerto. El castillo fue tomado y no dejaron a nadie vivo.

            Gunther aulló con tanta fuerza que las montañas escucharon su dolor y no hubo bestia que no sintiera tristeza en ese día. Se rasgó las ropas y maldijo a los reinos de los hombres. Se unió entonces a la orden del lobo, convirtiéndose en sir Gunther de Wolf. Habiéndolo perdido todo juró fidelidad a la única criatura en el mundo, aparte de su familia, a la que consideraba honorable. Había perdido a su padre, a su esposa, a sus hijos y a su hermano. Nada le quedaba en este mundo excepto su hogar en las montañas de hierro.

            El invierno se recrudeció con las semanas que siguieron. Diciembre pasó con apagadas fiestas rituales y para enero Bran empezaba a perder la razón. Lo había perdido todo y los dos reinos del norte se sumían cada vez más en la desesperación. Las batallas contra los vikingos eran constantes, bajaban del norte para el pillaje pues ellos también se enfrentaban a la hambruna. A principios de enero Bran ordenó la destrucción de todo lo que fuera de los casacios y no se opuso a la violencia contra las iglesias católicas y sus sacerdotes. Sabía que moriría allí, a muchas millas de su padre, en la misma tierra que su hermano, pero al menos dejaría al mundo protegiendo la sabiduría del norte de los invasores sureños.

            Para despistar a los ocasiones soldados o espías que llegaban del sur había mandado disfrazar campesinos como soldados y hacer trasladar carretas, de un reino a otro, repletas de cajas vacías y heno, para simular una bonanza que en realidad no estaba ahí. No duraría para siempre, pues en cuanto los caminos se descongelaran llegarían miles de tropas de Rhen y la casa de Kren terminaría su traición.
- Mi padre siempre juró fidelidad al imperio invisible y nos contó muchas historias descabelladas.- Bran y lady Ayra recorrieron los graneros del reino, cerciorándose que la comida apenas y bastaría para todos por un mes o mes y medio.- Si tal cosa existe, me gustaría creer que lo honré yo también como estoy seguro que mi hermano lo hizo durante toda su vida.
- Tu padre no protestó cuando le dije que vendría aquí para avisarles, pero insistió en ir a Rhen. Rethar era un hombre sabio.
- Él siempre me dijo “sé fuerte, el invierno viene”, me dijo “sé dadivoso con los ricos para ganarse su favor, pero dadivoso con los pobres para ganarte su respeto”. ¿Cómo puedo ser dadivoso con Rotfalia y Lorburg cuando la tierra no da, las vacas están flacas y la caza escasea? Si pudiese reproducir venados con mis palabras lo haría, si mi sangre diese vida a los campos me cortaría las venas, pero no puedo Ayra. No tengo nada para darte más que cultivos congelados, vikingos salvajes y muerte.
- No he venido por esas cosas, ni por ninguna otra de esa clase. He venido por ti. Vivo o muerto eres un hombre honorable y ningún enemigo es más grande que tú. Apuesto que hasta la Bestia que viene del mar temblaría ante tu espada.- Bran la besó apasionadamente y sonrió.
- Ven conmigo entonces.
- ¿Adónde iremos?
- Conozco un lugar sagrado en las montañas de hierro, mi padre me habló de él, con algo de suerte podremos ir y regresar antes que los caminos se descongelen. Libraremos al norte de la casa de Kren.

            Telric siguió reportando a Teodorico por meses, el diácono recibió el correo del obispo y constató que Segismundo seguía siendo el mismo pragmático. Ante la Iglesia de Roma negaba que el arrianismo fuese problema alguno, aceptaba que era popular pero detestado por soldados y nobles. Teodorico supo entonces que el obispo estaba listo para ser convencido. A principios de febrero se reunió con Segismundo en el puente de Akor, en la ciudad de Namoir en el principado de Kren. El agua bajo el río se había congelado los caminos estaban repletos de nieve. El diácono y el obispo bebieron una infusión de hierbas para darse calor y discutieron apoyados contra el puente para ver como la vista no agotaba los dominios de Rhen. A lo lejos podían verse las montañas de hierro, pequeñas como una casa.
- Los Calster,- dijo Teodorico señalando hacia las montañas.- confiaron en sus supersticiones, pusieron a los cuentos de ancianos por encima de la fe racional y eso les trajo la destrucción. Usted y yo somos cristianos, tendremos nuestras diferencias teológicas como la trinidad o la transubstanciación pero estaremos de acuerdo en lo básico. Dios se hizo Hombre, porque el Hombre puede salvarse, no lo hizo rey sino siervo. Nacimos para servir a Dios y sufrir.
- La casa de Calster es parte del pasado.- Dijo Segismundo.- Ya casi no queda nada del imperio pagano, del mal llamado imperio invisible que aún es mantenido vivo en cuentos para niños. El mundo se ha hecho más pequeño, ahora todos estamos conectados. A Roma, a Aquisgrán, a Palestina. El reino de Dios no es el bosque infinito del chamán, ni el océano infinito e indomable del vikingo ignorante. Conectados diácono, ¿o acaso me equivoco?
- Dios hizo las montañas, los ríos, los bosques, pero ¿acaso en las escrituras dibujó un mapa con líneas territoriales? Los territorios los hacemos los hombres, no Jesús pues su reino es universal, y sin duda no las fantasías de los supersticiosos. La Iglesia es el último reducto de superstición y paganismo. Note usted qué bien se asimilan las creencias paganas con las cristianas, ¿no se le hace sospechoso? No puede ser que se deba a que los paganos tenían razón aunque estaban ignorantes de la venida del Salvador, eso es alentar la herejía, pues si tal es el caso las sagradas escrituras son inútiles. No, esas coincidencias son de la Iglesia, que se ha paganizado. Nosotros regresamos a los orígenes. Y no olvide que el oeste ya lo hizo también. Godaria podría resistirse a los imperiales.
- Otro puñado de paganos esos imperiales.- Dijo Segismundo.- Un segundo imperio de Roma, ¿habrase visto semejante sueño pagano? En la mera cristiandad, es una aberración. Me preocupan, sin embargo, las ovejas de mi rebaño. ¿Puede asegurarme que no habrá violencia en su contra?
- Por supuesto, la conversión es gradual, pues se cambia de alma por completo.- Segismundo sonrió y le ofreció la mano y el diácono cerró el trato.
- Me preocupa aún un pagano, Rethar. Sus hijos están muertos, pero podría guardarse ases bajo la manga. Me gustaría ser su confesor, así podría simular ser su aliado y extraerle confesión. No hay que olvidar que la prole de Calster es extensa y en su mayoría está en otros reinos.
- Es más factible que hable con alguien que simula ser católico que con un casacio, buena suerte.

            Segismundo se presentó en la habitación de Rethar y trató de convertirlo, amenazándole con los fuegos del infierno. Rethar permaneció sentado en el suelo en una esquina, mirando hacia la nada. Su fortaleza se había ido casi por completo. Se puso de pie cuando Segismundo le ofreció confesarle y el jefe de la casa de Calster le tomó de los hombros y con la mirada de un loco le rogó que tras su muerte su cuerpo fuese llevado al norte para que sus hijos le dieran funeral. Nadie le había dicho que la noticia decía que sus hijos habían muerto y Rethar estaba tan desesperado que el obispo pensó que si alguien le daba la noticia se moriría de tristeza. Rethar no detuvo en sus súplicas hasta que el obispo aceptó. Rethar le detuvo antes que se fuera y le dijo que el imperio invisible le agradecía su comprensión. El obispo sabía que nunca se convertiría. Segismundo se reunió con su padre a las afueras de Rhen, bajo un pino nevado el alto edificio del vasallaje donde votaban sobre cómo trabajar las tierras y organizar las labores.
- Telric nos ha dicho la verdad.- Le dijo el obispo a su hermano.- La casa Holburg y Kren han fraguado esto juntos. Vaya bendición que el espía y asesino tuviera conciencia.
- Así es hermano, pero temo que sea tarde. Tasilio ya ha formado a su ejército. Esperan que el invierno se debilite para avanzar. ¿Qué diremos entonces? La promesa del trono nos ha comprometido. Rehusarnos a participar sería una traición que pagaríamos con la vida. Sólo ruego porque Ayra esté bien y las noticias del general Lothar hayan sido exageradas.
- Si algo he aprendido de las eternas discusiones con Rethar,- Segismundo consoló a su hermano con su mano sobre su hombro.- es que la estirpe de Calster es dura como la piedra. Jesús no pudo con ellos, ¿realmente crees que Tasilio y el loco de su hijo podrían lastimarlos?
- Hablas como un pagano.
- Quizás, al hablar con el diácono me acordé por qué amo a la Iglesia y por qué mi sangre llama a esta tierra y a su sabiduría. Rethar podría ser el más sabio de entre nosotros, y eso sí asusta.

            Bran rechazó la ofrenda de coronación de Rotfalia y Lorburg para armar su expedición a las montañas. La gente de esos reinos ya le llamaba rey y temían que se perdiera en las montañas de hierro, por lo que los exploradores más valientes de entre ellos le asistieron. La expedición avanzó por semanas, una peregrinación a la cuna de la familia Calster. La línea de abastecimiento nunca fue rota por la horda, pues ellos sabían a dónde se dirigían y respetaban a Bran. Los mensajeros traían mensajes cada vez más desesperados, la invasión era inminente para finales de febrero. Bran y Ayra habían estado más de un mes en las montañas, pero sus pensamientos seguían con los reinos. Los más ancianos le habían hablado a Bran del camino de ladrillos de hierro en un estrechísimo paso que conducía a las cavernas que rodeaban a una de las montañas hasta un valle completamente congelado. Las esperanzas se fueron escapando cuando llegaron al valle y no encontraron otro camino. Bran pudo ver el camino en sueños y esa mañana partió a solas hasta una roca que pudo mover con facilidad y le llevó hasta corredor con nieve que alcanzaba hasta sus rodillas. Nueve días y nueve noches avanzó, poco a poco, en el sendero que llegaba hasta la cúspide, constantemente enfrentado a la neblina que no le dejaba ver más de un metro adelante y las fuertes tormentas de nieve. La comida se le terminó, pero se dio cuenta que ya no sentía hambre. Llegó entonces al atrio antiquísimo donde reposaba el soldado de invierno.

            Tomó el cuchillo de su hermano y con venganza en el corazón se cortó la palma de la mano y embarró la sangre en la enorme pared de hierro. La montaña gruñó como una bestia de otra era y las paredes empezaron a temblar. El hierro se calentó hasta estar blanco de calor. El soldado de invierno tomó fuerza del hierro de la montaña, medía más de dos metros y estaba hecho de largas tiras de hierro que se unían y separaban en una figura humana con dos largas espadas. Bran dio un paso atrás y dejó que de la pared de hierro se formaran veinte soldados más a caballo. El soldado de invierno se enfrió en contacto con el aire gélido pero seguía tan ágil como antes. Se hincó ante Bran y los soldados a caballo bajaron las cabezas. Salieron del lugar sagrado y el soldado de invierno tocó una campana en el atrio, la cual encendió todas las piras de las montañas, llamando así a la horda.

            Bran, el soldado de invierno y sus veinte soldados, marcharon hasta el valle donde los demás le esperaban. Celebraron el despertar del soldado de invierno, pero temieron su furia. Bajaron de las montañas, Bran y Lady Ayra primero y tomados de la mano. Los cuernos y tambores de la horda se hicieron audibles por todas las montañas. Kor, el líder de la horda, buscó a sir Gunther de Wolf, quien había tenido muchas aventuras en esos meses defendiendo las montañas de los vikingos de más al norte aún. Kor se hincó ante el caballero y como ofrenda le dio su enorme hacha doble donde estaba grabado el mito del soldado de invierno. Sabían que sólo el soldado de invierno podría salvarles de la traición de Rhen, pero también sabían que el soldado de invierno no se detendría nunca hasta que el invierno durará por nueve generaciones y toda vida se extinguiera.

            Los más sensibles en el condado de Litzinga podían escuchar los cuernos de la horda. La noticia se fue extendiendo y para cuando llegaron a Rhen las primeras batallas ya habían sido peleadas. Lothar, con temor en la voz, le dijo al rey Tasilio del soldado de invierno, de su furia indetenible y el peligro que corrían. Tasilio se enfureció tanto que le tiró encima la corona y con cachetadas le obligó a aceptar que no había tal cosa como el soldado de invierno, que esas batallas habían sido apenas unos puestos de avanzada y aún no conocían a su armada de cuarenta mil hombres. Tasilio puso a su hijo como comandante absoluto de las tropas y mandó a Rideric con la orden de arrasar con la furia de Dios y no dejar vikingo con vida. Tasilio tenía otra razón para  tener miedo, y no eran las supersticiones infantiles del soldado de invierno, su alquimista había estado trabajando en algo secreto. Había dejado de producirle armas, alegando que quería descansar, pero podía escucharle trabajando cada noche, cuando silenciosamente le espiaba desde las frías escaleras.
- Aquí está señor.- Lothar trajo a Rethar ante el rey. El anterior duque había perdido mucho peso, estaba ojeroso y su pelo había encanecido por completo. Tasilio II le miró desde su trono con condescendencia.
- Tus hijos están muertos. Rideric los mató hace meses. Lothar mató a Gunther y Bran murió cuando el castillo se le cayó encima. Ahora que lo sabes, ya puedes morirte.- Rethar bajó la cabeza, pero no lloró. Con cuidado hizo descender el pedazo de vidrio que había ocultado en la manga de su abrigo. El vidrio quedó en su mano derecha y de un solo golpe le cortó la yugular a Lothar, quien se tomó el cuello y se tambaleó hasta morir.
- Ahora estoy listo.- Los arqueros que protegían el balcón le dispararon y su cuerpo cayó al suelo, penetrado por una docena de flechas. Tasilio se quedó inmóvil, como una piedra, mientras que la sangre de la casa de Calster se extendía hasta mojar sus botas.
- Teodorico.- Dijo Tasilio finalmente.- Él ya lo sabía, no sé cómo, pero ya lo sabía.
- Concuerdo.- El diácono salió de atrás de la cortina y sonrió.- Pero ya no importa. Es demasiado tarde. Mandaré matar a Telric, sólo él pudo haber sido la filtración.

            El ejército de Bran había aniquilado los puestos de avanzada con ayuda del soldado de invierno. Tomaron cuarteles y fuertes protegidos por empalizadas y fosas de ardiente petróleo. Bran ordenó dejar con vida a varios para que contaran lo que había pasado. Su ejército apenas llegaba a los ocho mil hombres, pero en la frontera con Litzinga esperó la llegada de la horda. No había visto a Kor en muchos meses, pero le recordaba más ancho de hombros y con una armadura que no estaba acolchada con piel de lobo. El líder de la horda, comandando a 20 mil hombres, detuvo la interminable marcha con un gesto y corrió hacia Bran. Gunther se quitó el pesado casco de cuernos y abrazó a su hermano con todas sus fuerzas. Bran lloró de felicidad al verlo con vida y saltaron de emoción de estar reunidos de nuevo. Se narraron mutuamente sus milagrosas recuperaciones y huidas. La casa de Calster estaba unida de nuevo.
- Las montañas son mi nuevo hogar Bran, la horda promete no cometer pillaje ni matar civiles.- Gunther señaló al soldado de invierno y sus hombres de metal, quienes esperaban en su sitio sin necesidad de descansar.- ¿No sientes el invierno? Lo trae consigo y lo llevará hasta donde lleguemos.
- Estoy dispuesto a ello con tal de tener la cabeza de Tasilio y de su hijo en mis manos.
- Dicho como un Calster.

            El ejército de Rideric ya se acercaba, por lo que los hermanos dispusieron de las tropas en flancos y líneas. Cavaron fosas, prepararon piras y establecieron campamentos. La gente de las villas cercanas de Rotfalia les trajeron la poca comida que tenían y les dejaron usar sus pozos como señal de agradecimiento. La mitad del ejército de Rhen, con treinta mil tropas, avanzaron para tomar Rotfalia. Kilométricas líneas de lanzas detuvieron a la infantería y comenzó una batalla que duró dos semanas completas. Las líneas fueron avanzando y retrocediendo. La violencia se detenía las noches sin luna para recoger los cuerpos y reorganizar las tropas. Los vikingos fortalecieron sus líneas de defensas con fuertes construidos hábil y velozmente con troncos. Las tropas de Rideric de Kren hicieron lo mismo y el juego habría llegado a un empate largo y tortuoso, de no ser por el soldado invisible que avanzaba, junto con sus soldados, sin detenerse ni replegarse. Las estatuas vivientes realizaron una masacre que irrumpió en las líneas de defensa y formó un matadero a su alrededor, día y noche. Los cuerpos se apilaron a tal altura que el soldado de invierno y sus soldados no podían seguir avanzando, y entonces los soldados del príncipe intentaron construir a su alrededor muros de argamasa, ladrillo y madera, sabiendo que no durarían para siempre.

            A la tercera semana el ejército del príncipe dejó pasar el féretro que llevaba el cuerpo del patriarca de Calster pensando que eso podría bajar la moral de los hermanos guerreros. Gunther y Bran ordenaron armar una pira funeraria y quemar a Rethar con todo y ataúd, pues no había nada él, decía la tradición de las montañas, que fuese de este mundo. Relataron las historias de los ancianos mientras el fuego se llevó al patriarca, pero se detuvieron al ver que algo no ardía. La pira se consumió después de una noche completa y en las cenizas encontrar una armadura aún caliente. La armadura parecía pesada, pues era completa y el metal era grueso. Su color era roja y la reconocieron como la armadura del dragón hecha por el alquimista de Rhen. Ligera como una pluma, pero más fuerte que el acero, con una espada tan afilada que podía cortar cualquier metal. Bran se puso la armadura y todos le juraron lealtad. Ese día se casó con lady Ayra y la celebración atemorizó a las tropas reales, pues pensaron que si celebraban la muerte entonces no le temían a nada. La batalla continúo, Bran al frente siendo invulnerable y cuando llegaron refuerzos al ejército Gunther pudo saber su ubicación exacta y sus planes, pues la bruja Carras le había enseñado a ver lo que veían las bestias.

            El ejército del norte avanzó implacablemente. Fueron tomando una villa tras otra en Liztinga y rodearon la fortaleza que Rideric había tomado para sí. Al cortar todas las líneas de suministro la única esperanza de Rideric eran los refuerzos, los cuales habían tardado debido a su desproporcional número. Lady Ayra demandó hablar con su padre, pues corrió el rumor que el conde Otto y su hermano el obispo habían sido hechos prisioneros. Gunther sabía que era cuestión de tiempo antes que la toma de la fortaleza se hiciese el doble de difícil y aún les quedaban muchísimas millas por recorrer. Tomó a una docena de brigadas de la horda para adelantarse e ir minando las fuerzas del ejército que venía a socorrer a Rideric. El príncipe, tan prisionero como los nobles que mantenía con él, supo que la situación era tan temible como sus comandantes le habían hecho saber a lo largo de la campaña sobre Litzinga. Sentado en lo alto de la torre escuchaba la borrachera de los vikingos y sus cantos en la lengua antigua. No se adelantaban, pero tampoco se iban. Los arqueros de Bran mataban a unos cuantos de sus arqueros, pero en cuestión de días el ejército de ocho mil hombres que le protegía en la fortaleza se fue diezmando. Las incursiones de sir Gunther de Wolf contra su ejército salvador ya eran noticia difundida.
- Mi señor, las tropas encontraron un paso no muy lejos de aquí, llegarán por la mañana.
- ¿Cuántas?- Preguntó Rideric mirando desde la ventana alargada de la torre.
- Diez mil, suficientes para ayudarle a escapar.
- Lobos comandante, ese Gunther nos ataca como una jauría de lobos. Eso es lo que ustedes no han entendido. No quiere posiciones, quiere que se desorganicen, quiere lastimarlos y cuando estén lentos terminar el trabajo y matarlos. Diles que se apresuren, que lo dejen atrás.- El comandante afirmó con la cabeza, pero antes que pudiera irse el príncipe le tomó del brazo y le urgió a seguir bajando las escaleras junto con él.- Tráeme al conde y a ese obispo bueno para nada. A las murallas del frente, están lejos de sus flechas pero son visibles.
- Sí señor.- El príncipe, escoltado por una veintena de sus mejores hombres, recorrió el camino de las murallas y recibió a los prisioneros.
- Dile a las legiones de Litzinga que vean esto.
- Prisioneros en nuestro propio condado, ¿tú padre lo sabe?- Otto y Segismundo fueron atados de pies y manos. Colgaron dos cuerdas desde la viga del techo de dos aguas sobre ellos y las colgaron de sus cuellos.- Casta de traidores.
- Si no lo sabe, ya lo sabrá. Después de esta campaña dejará de importar cuántas casas nobles hayan en Godaria, porque sólo una de ellas importará. El emperador del sacro imperio casacio. Quizás mi nieto o bisnieto, pero llegaremos.
- ¿Dónde quedó la caridad cristiana?- Preguntó Segismundo, aterrado.
- Fuiste útil Segismundo, ya no lo eres.
- Vaya era de los hombres que han construido tú y tu padre.
- La fe es un vestido que abriga a los pobres pero entorpece a los nobles.- Rideric le hizo señas a sus comandantes para saber si los soldados del condado de Litzinga ya podían verle y le respondieron afirmativamente.
- ¡Déjalos ir!- Lady Ayra cabalgó fuera del círculo del sitio y Bran se apuró a acompañarle. Gritaba desde afuera de la fortaleza, pero el viento llevaba su voz.- ¡No hicieron nada en tu contra!
- ¡Desistan ahora o tu padre y tu tío mueren!
- Prefiero morir que mancillar el honor de mi hija.- Otto dio un paso para adelante y se ahorcó hasta morir. Rideric, enfurecido, apuñaló al obispo en el cuello y su cuerpo cayó a un lado del de su hermano.

            El sitio se rompió y las tropas avanzaron furiosas. Los soldados del condado de Litzinga, enfurecidos por la falta de honor en su líder iniciaron una revuelta y abrieron las puertas. Rideric temió por su vida y huyó de la fortaleza en un carruaje rodeado de sus tropas leales cuando una porción del ejército que le rescataba ya había roto el sitio. Con voz trémula ordenó que se replegaran a Holburg para proteger su territorio y tomasen las fortalezas gemelas de la ciudad de Gendra como punto de defensa.

            La horda penetró en la fortaleza y aunque al amanecer se vieron rodeados casi por completo por las fuerzas reales ya habían tomado el lugar. El soldado de invierno, sus veinte hombres y Bran lucharon sin descanso contra las tropas reales, protegiendo los caminos que llevaban a Rotfalia, por temor que los reales tuviese órdenes de atacar su base de suministros. Las fuerzas reales se replegaron y poco a poco les dejaron tomar toda Litzinga. Las ciudades y villas tomadas juraron lealtad a las tropas de la casa de Calster y enterraron los cuerpos de Otto y Segismundo en un funeral al que atendió Ayra y Bran. Ayra le pidió al artesano que en la tumba escribiese “creado por Dios, muerto por el Hombre”. Los cortesanos del condado, ávidos de política, ofrecieron toda clase de honores y distinciones a la casa de Calster y a los comandantes vikingos, pero se negaron a tomar puesto alguno. Les urgieron a que esperaran a que la corona de Rhen designase, como era costumbre en esa clase de infortunios, a un heredero de entre los hijos de Otto. La gente de Latzinga pagó su honor con favores y transcurrido el mes el ejército del norte ya estaba Holburg, bien alimentado y provisto, pese a que el crudo invierno que el soldado de invierno traía consigo comenzaba a causar estragos en la población.

            Al escuchar los tambores de guerra Rideric se levantó de la cama de un brinco y escapó de la fortaleza con un cien soldados para huir hasta el castillo inexpugnable de Rhen. En su huida preparó las defensas de las demás ciudades y villas y fue recibiendo mensajes del frente. Las noticias no eran alentadoras. Las fortalezas, construidas una al lado de la otra y cercadas por enormes muros de piedra y escarpadas colinas, se habían defendido bien pero le horda atravesó esas defensas y se adentró aún más, dejando detrás pocas divisiones y al soldado de invierno, el cual había escalado los muros y en dos días ya había tomado por sí solo una fortaleza, para dirigirse a otra. Al llegar a Rhen se enteró que su territorio había sido partido en dos, las minas de Holl por un lado, con un poderoso castillo y muchas defensas, y las villas de las colinas Ceales que desesperadamente trataban de impedir el paso de la horda.
- Has matado al conde Otto y al obispo.- Le gritó su padre en cuanto le vio entrar al castillo cruzando el largo y estrecho puente.- Has desatado un lío político.
- Es una lucha desesperada, pero si los aniquilamos barreremos con todo.- Detrás del príncipe llegó la comitiva del conde Inmanuel y el diácono Teodorico.
- Los casacios del oeste llegaron ayer, debieron estar esperando a esos dos.- Los casacios del oeste entraron por el otro puente con sus burros y sus bolsas de cuero cargadas de monedas.
- Estamos perdiendo Holburg.- Dijo el conde Inmanuel.- Supongo que al príncipe poco le importa porque sus territorios no han sido tocados.
- Mis tierras son las de Rhen y están más al sur de aquí, sin una sola bota enemiga han sido afectado tanto como las suyas.
- Hay un convenio que respetar.- Dijo el líder de los casacios.- El sacro imperio nos ha atacado al oeste, necesitamos provisiones, armas y hombres.
- Imposible,- dijo Tasilio.- el alquimista ha dejado de producir nuestro armamento gratis y tenemos a todos tratando de evitar la invasión de los bárbaros del norte. La horda está ganando fama y se les dice que cuentan con el soldado de invierno, una superstición infantil popular entre montañeses.
- Este punto es el más seguro en todo el reino.- Dijo Rideric.- Rhen es inviolable y su castillo es inexpugnable. Tengo aún un as bajo la manga para los Calster. Aunque me temo que el soldado de invierno existe, lo he visto yo mismo.
- No seas ingenuo Rideric.- Le espetó Teodorico.- Ilusiones vanas. Y si este es el punto más seguro de todos, ¿por qué no honramos nuestra deuda con el pueblo de Dios al enviarles regimientos?
- ¿Estás dispuesto a perder tus territorios Teodorico? Necesito a todos, de otro modo Rhen se partirá en dos y nosotros quedaremos del lado equivocado esta vez.
- Mi territorio es casacio.- Tasilio y Rideric miraron al diácono y a Inmanuel, quien no había dicho nada y ambos pensaron lo mismo, golpe de estado.
- Nuestras tropas necesitan ayuda y su convenio ha quedado sólido ante Dios,- dijo el líder casacio.- ante nosotros y ante el imperio romano. Mida sus palabras y temple su lengua, pues hablamos de cosas más grandes que Rhen, esa temida horda y sus fantasías montañesas.
- Mediré mis palabras,- dijo Rideric con odio en la voz.- templaré mi lengua y haré algo más. ¿Es armamento lo que quieren?
- Tú sabes que sí.- Le contestó Teodorico, mostrándose como importante entre los casacios. Rideric asintió con la cabeza y le clavó su cuchillo en la garganta. Inmanuel gritó, pero después de un cuchillazo en la garganta no dijo nada más.
- ¡Guardias! Arréstenlos. Reúnan a todos los casacios que llegaron con ellos y quémenlos en la plaza para que todos lo vean. Niños y mujeres también, sobre todo ellos.- Tasilio tomó del hombro a su hijo y lo miró atemorizado.
- Rideric, ¿qué ha hecho el poder contigo?
- ¿Y dejar que un montón de monjecitos pusilánimes tomen la corona de Rhen? Mucho amor al prójimo pero nos pagaron bien para que masacrásemos a los reinos del norte. Además, no te veo deteniendo a los guardias y contradiciendo mis órdenes, como es su sagrado derecho su Alteza.

            Tasilio II temió por el alma de su hijo mientras que, a lo lejos, el viento traía el sonido de los tambores de de guerra. Les había tomado casi un mes tomar Holburg. Los prisioneros de guerra se unieron a su causa y muchos mercenarios aceptaron trabajar por la promesa de ser incluidos al ejército regular. Ya era marzo, pero el invierno se había prolongado. Cuando el soldado de invierno avanzó sobre Rhen a solas con sus soldados, despachando a cientos de tropas, los gélidos vientos del norte arrasaron las cosechas y congelaron los riachuelos. El corazón de Bran, parcialmente calentado por su esposa Ayra, seguía frío por el odio y el rencor. Kor había tratado de convencerlo de detener al soldado, quizás enviarlo a las montañas, pero Bran no desistía. Sumiría a Rhen en un invierno de diez años con tal de vengar la muerte de su padre y honrar el nombre de la casa de Calster.

            Esperaron una semana en la ciudad de Rhen hasta la llegada de Gunther, quien con apenas un puñado de vikingos había derrotado por completo los flancos que Rideric había dispuesto para encerrarles. Gunther se había hecho más rápido y más ágil, podía ver en la oscuridad y comandar a las bestias, el ejército real que se replegó al castillo inexpugnable mencionaba su nombre con horror. Las tropas atiborraron las tabernas y en una de ellas planearon la toma del castillo. Era un cuadrado de altísimas murallas, con dos puentes levadizos, e incluso lograban sustituir el puente y reventar la madera con onagros arietes sólo habrían llegado al patio exterior, rodeado de la misma forma y les faltaría otro patio antes de tomar el castillo como tal. Gunther quedó mudo por unos momentos y cerró los ojos. Viendo lo que veían las ratas pudo ver los detalles de la fortaleza por dentro y fue dibujando un esquema de los puntos débiles en la estructura.

            Asaltaron el castillo por ambos lados y usaron más de veinte catapultas para reventar las puertas y diezmar a los arqueros. Lucharon por días, a veces ganando y a veces perdiendo, mientras que el frío se hacía cada vez más insoportable. Bran, en su armadura roja, empujó la marcha al patio exterior y el soldado de invierno comenzó a diezmar las tropas enemigas. Más de cinco mil vikingos habían muerto y sir Gunther de Wolf no quería seguir sacrificando soldados, por lo que, sin abandonar el control del patio, levantaron techos para cuidarse de los arqueros que apuntaban desde lo alto. Bran reorganizó las tropas en la ciudad. Los vikingos estaban acostumbrados a la nieve constante, pero los habitantes de Rhen no lo estaban. Una madre cargó a su criatura de un año muerta por el frío y le escupió a Bran en la cara. Los soldados trataron de empujarla, pero Bran los detuvo, sabiendo que merecía de sus cachetadas e insultos.
- ¿Qué vale más que mi niño nacido de esta tierra y bajo estos cielos?- Le gritaba la mujer.
- Nada.- Contestó Bran con una lágrima en el ojo que cubrió al ponerse el casco. Caminó hacia el castillo y su esposa le detuvo. Bran acarició su cabello con sus gruesos guantes metálicos y sólo se atrevió a decir.- Te amo.

            Caminó entre las tropas fuera del castillo hasta el camino techado con maderos y entró al patio. Sir Gunther de Wolf y sus hombres peleaban contra las oleadas de enemigos que les encontraban en el patio. No había un lugar en el suelo del patio que no tuviese sangre, el aire era gélido como el del hielo, el ruido era ensordecedor y los alaridos de dolor eran agudos. Algunos hombres lo llaman el infierno, pero sir Gunther de Wolf lo llama hogar. Su hermano Bran golpeó las maderas que sostenían al techo improvisado y se despidió de su hermano sir Gunther con un gesto. Se quitó los guantes, después el peto, luego el casco. Sonrió, porque perdonaba a Tasilio II de la muerte de su padre y de su traición. Había despertado al soldado de invierno por odio y con él traído la perdición a Rhen. Bran de Calster se sacrificó mirando al cielo y sonriendo. Los arqueros, que estaban siendo masacrados por los compañeros del soldado de invierno, no perdieron la ocasión y dispararon. Gunther gritó y se deshizo de los dos soldados que le ocupaban para correr hasta su hermano. Una flecha atravesó su pecho y el soldado de invierno se detuvo en el acto.
- ¡No!- Sir Gunther abrazó el cuerpo de su hermano y lo jaló hacia la protección del techo. Desesperadamente trató de detener la sangre con trapos.
- ¡Bran!- Ayra intentó entrar al patio, pero los soldados de la horda la detuvieron por su protección.- No por Dios Gunther, dime que no está muerto.
- Ayra...- No pudo decir más nada, pues el gélido viento se había detenido. Había acabado el invierno. Ayra le miró a los ojos, rojos y llenos de lágrimas. Había perdido a su padre, a su tío y a su esposo.
- ¡Ha muerto Bran!- Los gritos se extendieron por el castillo y por toda la ciudad. Los soldados que esperaban fuera se desesperaron y gritando rabiosos entraron al castillo, sin formación, como una horda, para avanzar por entre los estrechos pasillos protegidos por lanceros.
- Finalmente.- Gritó Rideric a un lado de su padre, quien esperaba nervioso en el trono.- No queda ni la mitad del ejército que reunieron en Holburg y Litzinga. El soldado de invierno ya no se mueve.
- Negociarán su rendición.- Dijo el rey suspirando de alivio.
- Ahora es cuando.- Rideric desapareció y Tasilio, preocupado por la locura de su hijo, le siguió por el castillo. Había ordenado a sus soldados que tomasen a Rovina y sus hijos como rehenes. Marchó con ellos al techo de la torre en el segundo patio para que Gunther pudiera ver a su familia.- Uno muerto y sólo falta el otro. ¿Dónde estás Gunther?
- Déjalos ir Rideric.- Gunther se mostró en el patio exterior.
- Hombres,- le dijo Rideric a sus soldados en voz baja mientras mantenía sometida a Rovina del cabello y los niños estaban amarrados de todas partes.- mátenlo cuando haya matado a su esposa y lanzado a sus hijos al patio interior.
- Rideric, no lo hagas.- Le dijo Tasilio.- ¿No ves que lo hice todo por ti, por nuestra casa?
- Mátame a mí y déjalos ir.- Gritó Gunther. Los arqueros prepararon sus flechas desde las ventanas estrechas.- Bran se sacrificó para salvar a Rhen del invierno eterno, déjame sacrificarme por mi Rovina y mis niños. Quédate con todo, pero dame eso.
- ¿Se sacrificó?- Tasilio meditó sus palabras y recordó las profecías del alquimista.- Rideric, dale eso cuando menos.
- No se merece nada.
- No hijo, tú no mereces nada.- Tasilio atravesó a su hijo con su espada y lo dejó caer.

            Los soldados, conmocionados, le preguntaron qué hacer, pero el rey no los escuchaba. Hizo a un lado a los soldados que atiborraban la parte baja del castillo y se negoció un cese al fuego a gritos. El rey Tasilio II logró atravesar a los soldados con lanzas y los soldados del norte le dejaron pasar por orden de sir Gunther de Wolf. Tasilio corrió hasta el cuerpo de Bran y se hincó temblando de dolor y muerto de vergüenza. Ayra trató de matarlo, pero Gunther le convenció de desistir. Rovina y los niños, que habían sido liberados por soldados de la guardia real, se reunieron con Gunther. Tasilio se hincó ante el cuerpo de Bran y se quitó la corona para ponérsela a él.
- Ustedes dos tienen más valentía y honor de lo que yo jamás tendré o de lo que mi hijo habría podido entender.
- Coronar a un muerto no es suficiente.- Le gritó Rovina.
- El alquimista obedece al rey. Yo ya no soy rey, pero Bran sí.

            El castillo se estremeció desde su base. A metros bajo tierra el techo de la caverna que apresaba al alquimista empezaba a romperse. El patio exterior comenzó a partirse, pesados ladrillos cayeron hasta las minas subterráneas. Tasilio, sosteniendo el cuerpo de Bran coronado contempló al rey dragón que emergía de su cautiverio por primera vez desde que Tasilio hubiese formado una alianza con él. El rey dragón había derretido el metal de las minas, formando ríos de metales, y había sido su alquimista desde entonces hasta que había mancillado su honor. Tasilio reconoció la armadura de Bran, era la armadura del dragón, y entendió en qué había trabajado el alquimista. Se figuró que habían trasladado la armadura junto con el cuerpo de Rethar mediante sus espías, ahora sólo rogaba porque no fuera muy tarde. El dragón olfateó al nuevo rey y de la saliva de su lengua bañó a Bran en una sustancia viscosa que curó sus heridas y lo revivió. Bran había desatado la furia del soldado de invierno, pero también detenido el invierno y traído la primavera.

            Tasilio II se hincó ante Bran y su hermano Gunther. Ofreció su espada para ser ejecutada por ella, pero Bran se negó. Le condenó a vivir con la vergüenza de sus actos, encadenado a una procesión que iría a todos los pueblos y villas, y donde trabajaría por semanas para ganarse el pan. La primavera anunció la victoria de la casa de Calster a todo el reino de Rhen y con mucha paciencia se fueron reconstruyendo los puentes entre las casas. La casa de Kren dejó de existir y sir Gunther de Wolf creó la casa de Kor para que el reino de Rhen incluyera también a los hombres del norte. El rey dragón juró fidelidad al rey Bran y a la reina Ayra y ofreció sus servicios después de haber regresado al soldado de invierno y sus veinte hombres de metal de regreso a la montaña. Bran se negó a encerrarlo y le pidió que fuera su consejero, a lo cual el dragón aceptó. Sir Gunther de Wolf no tardó mucho en salir a la aventura, pero ésta vez llevando consigo a su esposa y sus hijos para gobernar sobre las tierras de la casa de Calster.

            Eso fue lo que pasó, mi estimado primo. Juro por todos los santos que nada añadí y nada quité. El rey Bran ha reinado desde entonces con sabiduría y justicia como un nuevo Ruqner. Los rumores que escuchas en Larch sobre los alegres paganos son ciertos, se han tenido que convertir para evitar problemas con el imperio pero en el fondo es una farsa; aunque eso me escribiste sobre la pervivencia de los casacios es falsa. La red de conjura fue expuesta y los casacios abandonaron sus creencias, o al menos se fueron mitigando. Eso que escuchaste de casacios es que aquí en Rhen se ha popularizado la creencia que el rey dragón convirtió a los conspiradores en arañas, a las cuales se les da de comer por temor a que se conviertan de nuevo en forma humana.  

            Si te place escuchar de las hazañas de sir Gunther de la orden del lobo cuando defendió sus tierras de los gigantes ciegos tendrás que esperar a que llegue a Lotenburgo, pues ya es tarde y debo terminar.

Sinceramente tuyo en Narbar,
                                               Telric.

No hay comentarios :

Publicar un comentario