La ira del soldado de invierno
Por: Juan Sebastián Ohem
Estimado primo, Dios esté
contigo,
Estoy
seguro que no hay trovador, que se precie de serlo, en Larch o Lotenburgo que
no cante las aventuras de los guerreros gemelos, de la ambición desmedida, de
las hordas del norte y de la ira del soldado de invierno. Godaria ha vuelto a
nacer, pero estuvo en peligro mortal querido primo, de caer en manos del Hombre
o incluso peor. Me he dedicado a buscar la verdad, he pasado las últimas
semanas conversando con toda clase de gente y reuniendo así la verdad de lo que
pasó el año pasado. He aquí, sin más adorno de lo absolutamente necesario, y
sin exageración alguna de mi parte, el drama y la tragedia ocurrida el año
pasado. Que Dios me haga mudo si miento o falto a la verdad y que te haga a ti
ciego por leerlas... ¿Sigues leyendo? Muy bien, entonces confía en mí y deja
que te cuente todo.
La campaña por la
conquista de todos los reinos de Godaria duró más de dos años. Todos los
señores del reino de Rhen enviaron a sus soldados, como es ley, pero la guerra
fue librada por tres hombres en particular, el brillante general Lothar de la
casa de Kren, el valiente comandante Bran de la casa de Calster y su hermano,
sir Gunther de Calster. Los ejércitos descansaron en invierno, para evitar la
hambruna, y respetaron los días sagrados, para evitar castigo alguno de Dios.
Los dos últimos reinos de Godaria que no se hincaban ante Rhen y sus cuatro
casas, Rotfalia y Lorburg, formaron una alianza y, confiados de su ubicación
norteña, pensaron que la nieve y el hielo formarían una barrera natural.
Naturalmente no conocían a los hermanos de Calster. Rotfalia cayó y las últimas
batallas se libraron en las ciudades de Efrodia y Grasburgo en el reino de
Lorburg. Las ciudades fueron difíciles de tomar, estaban amuralladas por los
constantes asedios de los bárbaros de las montañas de hierro al norte. Cada
ciudad tenía 7 mil habitantes y se dice que la mitad de ellos pelearon
asistiendo al ejército. El sabio comandante Bran detuvo la marcha de sus ocho
mil hombres. Rodearon las ciudades y se instalaron alrededor de la amurallada
Lorburgo, capital del reino. Los once mil soldados de Lorburg no pudieron hacer
mucho cuando la comida empezó a escasear. El sitio sin sangre, como fue
conocido aquí en Rhen, terminó con la muerte del rey de Lorburg quien empleó un
ejército de mercenarios vikingos cuando sus propios hombres se negaron a
levantar sus armas.
La última batalla fue motivo
de recuerdo. Los vikingos pelearon con furia, pero estaban desorganizados. El
general Lothar, quien siempre se preció de ser un militar educado a la usanza
romana, había dispuesto largos flancos de lanzas y cientos de arqueros en
posiciones de ventaja. La primera nevada cayó ese día, los soldados lo tomaron
como una profecía y pelearon con aún más fiereza. Rodeado de sangre y
violencia, en medio de cien vikingos con apenas un puñado de soldados, sir
Gunther respiró el aire congelado y sus pulmones se llenaron de vida. Los
Calster habían nacido en las montañas y aquello que los hombres llaman infierno
él llama hogar. Rompió las formaciones vikingas y avanzó el doble de rápido que
los mil soldados del general Lothar. Con su pesada armadura cubierta en sangre
combatió contra el rey y de un espadazo le arrancó la cabeza. Su hermano, el
comandante Bran, le llamó campeón porque era el único soldado vivo y en una
pieza en toda esa colina. El general Lothar, el comadante Bran y sir Gunther
ocuparon la corte del castillo de Lorburg y ante él se hincaron los cortesanos
y los ciudadanos de importancia.
- El invierno se acerca.- Dijo el
comandante Bran durante el festín de la conquista. Había ordenado a sus hombres
que se abstuvieran del pillaje y las acciones penosas y estos honraron su
palabra. Se ocuparon de los muertos y todo lo que valiera algo fue regalado a
los niños de la ciudad de Lorburgo.- El ejército entero no alcanzará el condado
de Litzinga a tiempo, mucho menos hasta Rhen. Mi hermano y yo nos quedaremos
atrás con nuestro ejército. Reinaremos sobre Rotfalia y Lorburg hasta que su
alteza Tasilio II decida a quién poner en el trono.
- Después de esta campaña, dudo
que escoja a cualquier otro menos la casa de Calster.- Lothar levantó su copa
de madera y la corta le imitó.- Por la victoria.
- Por Rhen.- Contestaron todos.
- Por mi parte,- dijo Gunther.-
espero que no me hagan rey. Yo nací para pelear.
- Mi hermano menor, siempre tan
ansioso. Probablemente casen a Marlya o Agnes con algún hijo de la casa de
Litzinga y así ocupen los tronos. Sería lo más saludable.
- Mi hermano mayor, siempre
pensando.- Gunther se terminó la pata de pollo y tiró los huesosa los lanudos
perros que comían con ellos. Se recostó en su sillón de piel de oso y dejó que
las cortesanas llenaran su copa con más vino.- Tasilio II come uvas en Rhen, el
conde Otto de Litzinga seguramente disfruta de las fresas con su hermano el
obispo y los dioses sabrán que hace el conde Inmanuel y su prole en Holburg.
Mientras tanto nosotros nos congelamos el trasero con una vista a las
impenetrables montañas de acero.
- Descuide valiente sir Gunther,
sin duda llegarán los bárbaros en lo más crudo del invierno.- Dijo Lothar de
Kren.- Le diré al rey de todo lo que he visto y enviará ayuda para facilitarles
el trabajo.
A
la mañana siguiente sir Gunther le entregó a Lothar las cartas que había que
entregarle a su esposa Rovina en el ducado de Calster. Había dejado atrás a su
esposa e hijos bajo el cuidado de su padre Rethar y los extrañaba más de lo que
su constitución férrea y altanera se atrevía admitir. Los hermanos trataron de
ordenar lo más posible el desastre que la guerra había dejado, pero la verdad
era que las villas y ciudades podían subsistir sin mucha ayuda. En la tercera
nevada se formó una caravana entre Rotfalia y Lorburg de paganos y cristianos
que realizaban la tradicional procesión que se llevaba a cabo a principios de
invierno, o después de una guerra. Montaron a un hombre de paga sobre un
caballo y le siguieron soltando cordones rojos. Al frente montaban dos enormes
hombres, grandes como osos, con largas barbas y aún más largas memorias,
relatando las historias ancestrales del pueblo de las montañas. Los reyes
provisionales atendieron, pero no recibieron el trato que habrían tenido en
cualquier otro territorio de Rhen. La gente era desconfiada de sus
conquistadores y más de uno había perdido por su culpa algún pariente. Los
bárbaros que participaban, vikingos en su mayoría, armaron una revuelta después
que el muñeco fuera incendiado con flechas. Dos vikingos bajaron a sir Gunther
del caballo, pero no lograron apuñalarlo, pues el campeón cargaba siempre con
un puñal que velozmente usó en sus gargantas.
- ¡Suficiente!- Bran desenvainó a
tiempo y se protegió de una afilada hacha. Mató a dos de una estocada y bajó
del caballo para calmar a los otros diez atacantes. La guardia real dejó de
pelear y con sus lanzas y picas mantuvieron a los bárbaros a buena distancia.-
¿Qué clase de vikingo busca venganza por una muerte en batalla? Es deshonroso.
- No es venganza,- dijo uno de
los vikingos, cuyo rostro estaba tatuado con frases mágicas en el viejo
idioma.- es nuestro pago. Se nos prometieron muchos ducados de oro.
- ¿Prometer?- Sir Gunther miró
alrededor como si buscase algo.- No recuerdo donde dejé el cadáver del hombre
que les contrató. Búsquenlo y róbenle lo que tenga encima. Ése será su pago.
- Mi hermano habla con la verdad.
Únanse a nuestro ejército y tendrán su paga eventualmente.- Una anciana ágil
como el viento, se paseó inocentemente entre la guardia y a la velocidad de un rayo tomó a sir Gunther
del cuello con un afilado cuchillo en su costado desprotegido por la armadura.
Gunther se liberó a tiempo, pero detuvo a la guardia que quería matarla en el
césped nevado.
- ¡No! Es una bruja, no podemos
matarla en día santo.
- El lobo se vengará jovencito,
de la casa de Calster que abandonó su hogar,- la bruja escupió en el suelo al
decirlo.- y del reino de Rhen.
A
semanas de distancia, en el reino de Rhen, el conde Otto de Litzinga y su hija,
la hermosa Lady Ayra, llegaron a tiempo para escuchar del triunfo. Se
apresuraron para reunirse en la corte del castillo inexpugnable de Rhen, donde
las cuatro casas tomaban las decisiones importantes del reino. El conde Otto
era un hombre robusto y de larga barba roja, había enviudado después que la
condesa le hubiera dado una docena de hijos. Hábilmente les había posicionado
en diversos lugares de importancia, con ayuda de su hermano Segismundo el
obispo del reino. La última sin casar era Ayra, la viva imagen de su esposa y
su favorita. Cabalgaron rodeados de sus cortesanos hasta la ciudad de Rhen y se
detuvieron cuando lady Ayra se bajó de su corcel blanco para ayudar a un niño
que había caído en una fuente. Su padre la miró enternecido, ella era tan dulce
como la miel, como había sido su mujer.
- ¿Te pararás en cada fuente
donde los niños se retan mutuamente para entrar en la parte honda?- Ayra sonrió
y señaló a la ciudad. Había sido construida en una extensa colina que terminaba
en la fortaleza del rey Tasilio II de la casa de Kren.
- Nunca me cansó de verla.
¿Puedes creer padre que viven aquí 12 mil cristianos?- Subió al caballo con
ayuda de sus sirvientes y mientras andaban fue señalando los edificios de las
guildas. Eran pesadas estructuras de grandes ladrillos, con frentes de madera
pintadas con los motivos de sus santos patronos.- Los mejores artesanos de toda
Godaria y sus alrededores viven aquí. Ciertamente, como dice mi tío Segismundo,
Dios nos ha bendecido.
- Nos bendijo la política, con el
perdón de mi hermano. Nadie atacaría a Rhen, se necesitarían de las fuerzas
imperiales para llegar hasta aquí. Tendrían que atravesar Lotenburgo al este,
lo que no es tarea fácil. Al sur tenemos las montañas y los peñascos. La única
amenaza venía del norte, de Rotfalia y Lorburg, y de la terrible horda de
vikingos.
- Mira padre, ¿no te parece que
se multiplican con los meses?- Lady Ayra señaló a un grupo de religiosos,
vestidos con humildes túnicas blancas, que armaban una iglesia improvisada con
pedazos de troncos y sobrantes de construcciones.
- Casacios, es mejor apurarnos,
el estar con esos herejes trae malas ideas.
La
secta de los casacios se había multiplicado más de lo que lady Ayra creía, pero
su padre no quiso asustarla más. Su hermano Segismundo no dejaba de hablar de
ellos, arrianos que negaban la trinidad y la autoridad de la Santa Iglesia de
Roma. Por todas partes del reino la excusa era la misma, se les toleraba porque
predicaban un cristianismo sencillo para los pobres, pero sólo unos pocos
sabían la verdad. El conde Otto, como todos en la corte, conocía el secreto del
éxito de los casacios en el reino de Rhen. El rey Tasilio II había financiado
toda la campaña con el dinero de los herejes, quienes vivían en la pobreza pero
tenían amigos poderosos en el oeste.
La
corte del reino de Rhen, en la inexpugnable fortaleza, era un lujoso hall con
tapices, mesas, una chimenea para cada casa y un ejército de sirvientes. El
conde Otto siempre se sorprendía de la corte cuando la veía, pero se sorprendía
más por el castillo. Construido en lo más alto de la colina contaba con dos
muros separados por extensos patios y sólo un puñado de accesos a través de
angostos y largos puentes vigilados por torres con arqueros. La casa reinante
de Kren saludó a los visitantes, el rey Tasilio II, su hijo el príncipe Rideric
y su primo el general Lothar se sentaron primero. El duque Rethar de Calster
llegó con apenas una comitiva de tres escuderos. El duque, como sus hijos,
había nacido para la guerra y por más que comía y bebía no podía acostumbrarse
a la calmada y turbia vida política del ducado. Entraron después el conde Otto,
con su hermano Segismundo el obispo y lady Ayra de la casa de Litzinga. Los
últimos en entrar, pero siempre rodeados de consejeros, espías y guardias, fue
la casa de Holburg, con el conde Inmanuel y su hijo Teodorico, diácono casacio.
Celebraron la victoria mientras comían y bebían. Tres cabras habían sido
sacrificadas y se permitieron el festín del año. Lothar relató las batallas,
siempre exagerando en cuanto al heroísmo de los caballeros comandantes de cada
casa noble.
- Mis dos únicos hijos varones,-
dijo el duque Rethar mientras se quitaba cachos de carne de la barba.- son los
héroes de esta guerra. Un par de paganos excelentes diría yo. Con el perdón de
usted, Segismundo, pero es que usted entenderá que, de donde vengo yo, los
hombres se curten en el frío mortal y no usan vestidos negros y rojos.
- Sus burlas a la verdadera fe
son siempre de lo más cómicas.- Dijo Segismundo, un hombre por lo general
callado y meditabundo.- Somos nosotros quienes educan a los salvajes de las
nieves.
- El obispo tiene razón.- Se
apuró a decir Teodorico. El diácono era un hombre de lengua veloz, con ojos
saltones y siempre nervioso.- El cristianismo es racional, mientras sus
supersticiones no.
- Ya veo.- Rethar hablaba siempre
en voz alta. Se jactaba de haber aprendido a hablar en el campo de batalla,
donde el sonido había dejado a más de uno completamente sordo. Los demás
disfrutaban de su compañía, en parte porque solía discutir incoherencias,
embriagarse y danzar en la corte con paños menores para demostrar su hombría.
Al día siguiente bromearía con todos sobre su comportamiento y seguiría siendo
amistoso.- ¿Y dónde queda ese lugar donde su pusilánime dios nació y murió?
- Sepa usted que nada tiene de
pusilánime.
- Ruqner murió a manos del
gigante Tilbar, escaló del infierno y mató a su prole. Ése es mi dios.
- Queda en palestina.- Dijo el
obispo, cansado de discutir con el gordo pagano. Rethar miró por la ventana y
sonrió.- Ya sé, no lo ve. Queda en el desierto al sur.
- ¿Y qué hacen aquí, no deberían
estar en ese desierto, con sus caballos con joroba y hombres de arena? Su
tierra santa queda lejos, mientras que la mía queda cerca. Es el aire que
respiro, la tierra de la que brotó la serpiente Myrflar, es el hierro que forjó
mi espada y la carne de la vaca sagrada que liberó al gigante Narbar en el
principio.
- Historias de niños, leyendas de
imperios invisibles y gigantes de hielo.- Dijo el conde Inmanuel con odio en la
voz. Tasilio II se removió en su asiento, temía que la discusión se tornara
agresiva.
- No se enoje conde Inmanuel, el
que la casa de Calster sea la siguiente al trono no quiere decir que no
apreciemos de Holburg, de sus vacas flacas y sus mujeres feas. Además, como van
las cosas esos condenados casacios se quedarán con el reino bajo nuestras
narices, ¿o acaso me equivoco Segismundo?
- Mi estimadísimo duque, estamos
de acuerdo. ¿Habremos de entender, sabio rey Tasilio, que estaremos
rebelándonos del poder del sagrado imperio romano en el futuro?
- Los casacios financiaron la
campaña, eso lo saben ustedes, pero por lo demás quedaremos neutrales a
cualquier disputa religiosa. Es un punto que mi hijo Rideric ha dejado muy en
claro al diácono Teodorico.
La
celebración se fue haciendo más alegre conforme los invitados bebían más.
Eventualmente el duque Rethar se desnudó parcialmente y con su espada peleó
contra los dragones invisibles. Segismundo le tranquilizó prometiéndole uvas y
el duque, con lágrimas en los ojos, le relató de sus historias y sus hijos. El
príncipe Rideric cortejó a lady Ayra, quien no tenía ningún interés en él y
aprovechó cualquier pretexto para que el conde Inmanuel le hablara de las
maravillas de su condado. Los invitados varones durmieron en la corte, sobre
camas de paja, mientras que las mujeres tomaron las habitaciones. Teodorico se
escapó de entre los ronquidos de los borrachos y salió del castillo disfrazado
de soldado. Bajó el camino empedrado hasta el pueblo y entró a la tienda de un
boticario donde aguardó a su futuro sirviente. Rodeado de largos anaqueles
repletos de botellitas de cristal con toda clase de sustancias no soltó su
cuchillo ni un segundo. Al escuchar la puerta apagó la débil vela que le
iluminaba y se quedó en silencio.
- ¿Ha estado esperando en la
oscuridad todo este tiempo, diácono?- Telric encendió la vela de la lámpara que
llevaba consigo y entró a la tienda.
- Has venido recomendado.
- Mis días de gloria han pasado.-
Telric apoyó la lámpara sobre el astillado mostrador y la luz de las pantallas
de vidrio le dotaron de un aire de misterio. Telric era un hombre fornido y
rubio, con un ojo de madera y una cicatriz en el cuello.- Fui el mejor arquero
que Rhen hubiese visto, hasta que perdí mi ojo. Asumo que necesita mis otras
habilidades.
- Es un trabajo peligroso, pero
con ayuda de Dios nada es imposible. He arreglado todo para que empieces a
trabajar en la tesorería del reino. Eso te dará acceso a tu posible víctima.
- ¿Mi posible víctima tiene
nombre?
- Es el obispo Segismundo,
hermano del conde Otto de Litzinga. Quiero que le vigiles de cerca y te asegures que, cuando el momento llegue, el
obispo se encuentre del lado correcto.- Teodorico puso una pesada bolsa de
cuera sobre el mostrador, repleta de monedas de plata.
El
diácono no fue el único en abandonar la corte a la mitad de la noche. El rey
Tasilio II no había podido dormir. Con la corona en la mano repasó sus
posibilidades y encontrándose en la inquietante oscuridad se levantó de pronto
y salió sin hacer ruido. El rey descendió hasta las mazmorras y fue conducido
hasta la última jaula, donde con tres candados y tres pesadas puertas, se
guardaba el acceso al subterráneo. Tasilio II, cuyo rostro ya estaba consumido
por la preocupación, bajó las estrechas escaleras de piedra a la parte del
castillo que había sido construida por gnomos y demonios mucho antes de que se
construyera la fortaleza. Las escaleras le llevaron hasta una puerta de varios
metros de diámetro con anchos barrotes que apenas permitían entrever lo que
existía más allá. Tasilio II podía ver los fuegos de los hornos y nada más,
pero sabía que el alquimista estaba ahí, despierto y esperando. El olor de los
ríos de metales preciosos fundidos embotaba su nariz, el calor insoportable le
ponía ansioso y la corona en sus manos se le antojaba pesada como un yunque.
- No puedes dormir.- Dijo el
alquimista en su prisión.- Yo tampoco. He escuchado de la victoria.
- ¿Cómo es eso posible?- Tasilio
se corrigió a sí mismo, el alquimista poseía más secretos de los que podría
imaginar. El alquimista había sido esencial para la campaña. Había fabricado
miles de puntas de flechas que todo atravesaban, escudos inviolables, espadas
que nunca pierden el filo y armaduras seguras que las de acero.
- Tenemos un trato Tasilio II de
Kren, las cadenas que me mantienen aquí son cadenas de honor.
- Te salvé la vida alquimista, no
olvides nunca eso. Sin mí habrías muerto.
- Mi lealtad a la corona de Rhen
no ha cambiado, ¿qué hay de la tuya?- Tasilio se sintió avergonzado de mirar a
la puerta, como si el alquimista pudiese leer sus pensamientos.
- Empieza a trabajar, necesito
armas para una docena de brigadas.
El
invierno llegó a los reinos del norte con la crudeza que había sido prevista
por las ancianas. A lo largo de un mes Bran y Gunther habían tratado de calmar
los ánimos de Rotfalia y Lorburg. Gunther, de espíritu salvaje, perdía los
estribos con facilidad cuando se enfrentaba a problemas sencillos. A pesar del
invierno los casacios llegaban del sur predicando la rebelión contra la
iglesia, una vida sencilla y la conversión agresiva. Los hermanos no le
prestaron mayor atención, ellos no entendían ni los rudimentos más básicos del
cristianismo y siendo paganos su entendimiento estaba velado a la revelación de
Nuestro Señor. Se preocuparon, sin embargo, cuando los casacios se pusieron
agresivos. En una revuelta en la villa de Grak los casacios irrumpieron a las
iglesias para robar. La guardia real rodeó a católicos y casacios y los
detuvieron por la fuerza.
- ¿De qué se trata todo esto?-
Bran, vestido con pieles de oso para aguantar la nevada que caía sobre los dos
reinos, separó de un empujón a un fraile católico de un creyente casacio. El
fraile defendía una bolsa repleta de ornamentos de su iglesia.
- No hay suficiente ayuda de su
reino.- Se quejó un casacio.- Tenemos que derretir esas porquerías católicas,
algo valdrán, y podremos venderlo a los mercaderes para sacar algo de dinero.
- Ustedes serán paganos,- dijo el
fraile mientras protegía su bolsa con todas sus fuerzas.- pero les ruego que no
caigan en las locuras heréticas de estos monstruos.
- Son supersticiones inútiles,
¿acaso no vale más alimentar a la gente?
- Ya basta.- Bran lo pensó
cuidadosamente y sonrió.- Nadie tocará las iglesias. Manden derretir 200 armaduras
y desnudar todos los castillos de los dos reinos por cualquier cosa que podamos
fundir y vender. No necesitamos los adornos y en cualquier momento llegará
Lothar con más tropas. La próxima vez que tengan un problema así, vengan
conmigo.
- Es usted un pagano sabio.- Los
religiosos, y los chismosos, celebraron la decisión salomónica de su nuevo rey
y de entre la multitud emergió la bruja anciana que había tratado de matar a
sir Gunther. La bruja Carras aplaudió y con sus palmas hizo un gesto de
vikingo, donde bajaba las palmas como tranquilizando a un perro o a un lobo,
señal de respeto.
- Hoy traigo esto.- Sir Gunther
señaló el pesado abrigo de pieles que empezaba por un pesado collar de acero en
el cuello y en los costados.- No será fácil apuñalarme.
- Les he juzgado
apresuradamente.- Dijo la bruja Carras.- Reyes paganos son una bendición para
esta tierra. Hemos tenido los mismos problemas en las montañas que ustedes,
esos casacios no se quedan quietos. Han tratado de evangelizar por todos los
modos, incluso con sobornos, como si nuestra memoria pudiese eliminarse con
unas cuantas fábulas para niños y cuentos de desiertos y reinos distantes.
- Las montañas de hierro ya no
son parte de nuestro reino, pero si tienen algún problema con gusto nos
encargaremos de ello a su satisfacción.- Dijo sir Gunther mirando a la
majestuosidad de las montañas. La puntas estaban repletas de nieve en su
mayoría ascendían lisas, como talladas por un gigante, con pasos repletos de
frondosos bosques nevados y toda clase de misterios.
- Al norte, en el bosque que se
ve en ese paso, hay un pueblo maderero llamado Holmer. Los casacios están
tramando algo con una turba de bárbaros vikingos. No me gusta nada. Los
vikingos traen lobos encadenados y afilan sus hachas de batalla, no hacen eso
cuando comercian en Holmer.
- Gracias bruja Carras.- Bran le
tomó de la mano e hizo una reverencia. La bruja, apenada, se rió.
- Montañeses con modos de
cortesanos. Ahora lo he visto todo.
Los
hermanos cabalgaron a toda prisa en compañía de una docena de soldados.
Siguieron un río congelado hasta la villa de Holmer. Dejaron a los soldados
detrás y escondidos detrás de chozas con muros de pieles y tablones de madera
espiaron a los predicadores que hablaban con una docena de vikingos. Los
bárbaros, con cascos completos y bien armados, discutían de dinero y los
predicadores no eran tímidos al mostrar sus bolsas de piel de carnero repletas
de monedas. Uno de los vikingos chifló a un jinete cercano y éste se alejó a
toda prisa. Los hermanos se miraron consternados, planeaban un pillaje
parcialmente financiado por los casacios. Bran le rogó a su hermano porque
fuese paciente, él iría para avisar a las tropas y regresaría. Gunther se quedó
quieto, vigilando, a través de los pliegues de las pieles en la pared de la
casa, a los vikingos que se iban cabalgando. Los casacios recorrieron la villa,
Gunther fue pasando de una casa a otra, y los predicadores se detuvieron en los
robles a la mitad de la villa. Frente a la mirada atónita de los pobladores,
los predicadores usaron sus cuchillos para marcar cruces. Ellos no sabían, o no
querían saber, que la gente de la región de Holmer no podía, por costumbre
ancestral, talar cedros cuyo tronco que se dividiera en dos, pues era señal que
los dioses gemelos Ubkar y Ubnar habitaban en esos árboles. Gunther, quien
nunca fue un hombre paciente, salió de su escondite y mató a uno de los
predicadores con su espada. La hoja era larga y tenía cuatro dientes, como
colmillos metálicos que la hacía aún más peligrosa. Los otros dos trataron de
huir, pero no llegaron lejos. A lo lejos pudo ver a más de cien vikingos cabalgando
hacia Holmer, para el pillaje de Grak al pie de las montañas. Sir Gunther se
plantó a la mitad del camino con su espada en la mano y esperó.
- Miren,- dijo un vikingo.- este
quiere morir antes.
- Es uno importante, miren cómo
viste.- Los vikingos detuvieron su marcha y le rodearon.
- Mi hermano Bran ha alertado a
las tropas. Se dirigen a una masacre. Grak está bien protegida, los
predicadores están muertos y pueden quedarse con su dinero. Dense vuelta o
mueran. Me da igual.
- Está loco.- Se burlaron los
vikingos. Uno de ellos rompió el cerco. Era el más alto de todos, su rostro
estaban tatuado como un casco, donde había una línea recta a partir de su nariz
y en sus ojos. Con su tradición en el rostro y en las manos descendió del
caballo percherón. Usaba una hacha con grabados antiguos y un pesado escudo de
madera. Sir Gunther lo miró a los ojos, sin temor a la muerte. Los vikingos
estaban ansiosos, pero seguían los movimientos de su líder.
- El pillaje se cancela.- Dijo
Kor con su voz grave.- Este ha demostrado honor. Me llamo Kor, líder de la
horda, hijo del cuervo, hermano del cedro. ¿Cuál es tu nombre?
- Sir Gunther de Calster, hijo de
la espada, hermano de la sangre.- El vikingo le estrechó la mano y Gunther se
la dio. Los vikingos, tristes por la noticia, se dispersaron lentamente.
- Eric,- dijo Kor.- baja con una
bandera blanca. Si ellos son tan honorables como su líder no te harán nada.
Diles que ningún mal caerá sobre Grak. Hemos descubierto a un hermano y quiero
mostrarle el hogar de donde vino él y la casa de Calster.
Kor
explicó que él también venía de las montañas, de linajes por mucho anteriores a
los vikingos que fueron poblando la zona y formaron la horda. Cabalgaron por
los caminos de la horda al pie de las montañas tan altas como las nubes y lisas
en sus lados como piel de oveja. Kor le habló del señor de los lobos, el
verdadero rey de las montañas y feroz enemigo. Acamparon en la cima de una
montaña, en un paso de pocos metros de ancho y a los pies de una estructura de
piedra, como un campanario, donde descansaban varios metros de troncos bajo una
vasija colgada del techo con aceite para encender la pira que llama a la horda.
En la noche le habló del origen de las montañas, de cuando el gigante Narbar
murió por el veneno de la serpiente Myrflar y la humanidad, que vivía en su
cuenca ocular, razón por la cual el cielo es azul, fue saliendo del gigante y
caminó al sur pasando por las montañas que, en ese entonces, eran de todas de
hierro sin tierra alguna. Los hombres huían de la nieve y el hielo, hogar de los
gigantes congelados, y encontraron al rey dragón, llamado verano, quien accedió
a detener el paso del frío. Las montañas se calentaron con su fuego, tanto que
eran rojas y estaban a punto de hacerse líquidas y formar un río que acabaría
con la humanidad. Las montañas dieron nacimiento al soldado de invierno, quien
peleó contra el dragón por generaciones. El soldado de invierno llevaba el frío
a donde fuera y la tierra casi se congela. Formaron finalmente una tregua
inestable. Por eso, cada año, el invierno es más largo o corto dependiendo de
la batalla anual entre el soldado de invierno y el dragón. El soldado regresó a
las montañas, después de la guerra, pero prometió despertar una vez más y sumir
al mundo en invierno.
- Se dice que Ruqner, antes de
morir a manos del gigante Tilbar, sometió por última vez al soldado de
invierno.- Kor bebió de su infusión de hierbas y se lo pasó a Gunther, quien
había permanecido mudo por completo. Ya no estaba inquieto, estaba en casa.
Los
vientos fríos del norte llegaban al ducado de Calster, pero aún no había caído
nieve cuando llegó el príncipe Rideric al hall con techo de madera de dos aguas
del duque Rethar. El príncipe, se decía en ese entonces, tenía una lengua de
plata que convencía a cualquiera. Trajo consigo sus tropas del principado para
asistir al duque en mantener a raya a los bandidos que, aprovechando que casi
todo el ejército estaba en el norte empezaban a aterrorizar las villas. Invitó
a Rovina, la esposa de sir Gunther, a esperar a su esposo en el castillo de
Rhen junto con sus niños. Rovina, quien
era del mismo espíritu simple y tosco que su valiente esposo, se había cansado
de los mismos bosques y las mismas llanuras y aceptó al cambio de locación.
Rethar bromeó al verla partir, diciendo que debería llevarse sus muebles, pues
Rhen sería de la casa de Calster cuando Talsacio II hubiese muerto, y debería
acostumbrar a los niños a vivir ahí. El príncipe Rideric se separó de la larga
comitiva que transportaba a dama Rovina para cabalgar al castillo de su principado.
Tardó tres lunas en llegar, constatando que el reino había crecido mucho a lo
largo de su vida, tanto que recorrerlo entero, es decir recorrer toda Godaria,
llevaría más de un mes en el verano y hasta tres meses el invierno, desde las
montañas de hierro hasta los pantanos del sur. La bandera de la casa de Holburg
había sido izada bajo la bandera de Rideric, sus invitados habían llegado. Se
reunió con el conde Inmanuel y su hijo el diácono Teodorico en el frondoso
jardín del castillo.
- Mi padre ha aceptado sus
condiciones.- Aquello no era noticia para la casa de Hoburg, pero sonrieron y
asintieron de todas formas. Sentados en medio de los rosales y las orquídeas
los tres nobles pudieron hablar con libertad.- La casa de Calster será
sacrificada y el reino de Rhen se convertirá a los casacios. Una guerra con
Calster es distinta a una guerra además con Litzinga, lo que nos preocupa es el
obispo.
- Segismundo es un pragmático.-
Dijo Inmanuel. Su rostro había avejentado mucho, pero sus ojos conservaban la
misma chispa de la juventud. Vestía de verde y azul, los colores de su casa, y
sus manos estaban adornadas por anillos de oro y piedras preciosas como símbolo
de la riqueza de su condado.- Mi hijo
Teodorico tiene a un espía cerca del obispo, le vigila día y noche. Ha
interceptado su correo y el obispo no ha cambiado su postura ante el imperio,
los rumores de las sublevaciones arrianas es una exageración.
- Podría cambia de canción con el
tiempo.
- No si le prometemos a la casa
de Litzinga algo que valga la pena. Si aún así no cambia de parecer, el espía
de mi hijo está siempre listo a matarlo.
- ¿Qué hay de Calster?- Preguntó
Teodorico.- Paganos en su mayoría y muy valientes en el combate.
- Mis tropas ya están en el
ducado, lo tomaríamos en cuestión de semanas. La dama Rovina está en el
castillo de Rhen, será buen rehén para aplacar la ira de Rethar y sus fantasías
del imperio invisible que tanto agradan a los paganos. ¿Los casacios pueden
pagar una incursión invernal a los reinos del norte?
- Sí, y ya sabemos que tienen
listas las armas. El general Lothar ha sido veloz en reorganizar el ejército en
tan poco tiempo. Una armada de invierno podría impresionar a la casa de
Litzinga lo suficiente para aceptar que los Calster son traidores. ¿Qué hay de
los hermanos?
- Yo no me preocuparía mucho por
ellos. Rotfalia y Lorburg son dos reinos miserables, con algo de suerte la
armada los tomará y ejecutarán a los hermanos allá mismo. De todas formas
marcharíamos en primavera con un ejército decente y aplastaríamos toda
insurrección posible.
- Un brindis entonces.- Teodorico
levantó su copa y los otros dos le imitaron.- Por la era del Hombre.
Las
nevadas que cayeron sobre Rhen fueron suaves, pero constantes. Telric, quien no
había cesado ni un día en su trabajo, caminaba por las calles de la ciudad
describiendo círculos y verificando que nadie le siguiera. La gente se
encontraba en sus casas, pero siempre había borrachos y mendigos caminando en
calles sin eco, sábanas de sucia nieve. Los iluminadores le acompañaban a
prudente distancia con sus pesadas lámparas de aceite. Eran matones contratados
por el espía, una protección adicional. No sabía si podía confiar en el maestro
de la guilda de artesanos. El maestro era un hombre de pelo gris, nariz
abultada y con las callosas manos de un herrero. Vestía finas ropas de seda y
pesados mandiles de cuero para darse calor.
- Los hombres del obispo ya
hablaron conmigo.- Dijo el maestro sentándose en la orilla de una fuente.
Telric permaneció de pie, sus manos escondidas bajo el abrigo de piel de oso
empuñando dos cuchillos.- De la misma manera por cierto, a la mitad de la
noche.
- Sí, estoy enterado. ¿Qué les
dijo?
- La verdad, ¿qué más puedo
decirle a un obispo?- El maestro planeaba darle largas, pero Telric no tenía
tiempo. El obispo Segismundo había estado muy curioso, haciendo averiguaciones
sobre la reorganización de las tropas del general Lothar de Kren. Le pagó con
joyas de oro y el maestro se las guardó rápidamente.- Nosotros no hacemos las
armas, ésa es la verdad. A los hombres del obispo les dije que sí, pero es que
ellos no pagan tan bien como tú. Los maestros nos reunimos, falsificamos
algunas obras, pero no estamos haciendo nada más que engordar y beber. Lothar
nos paga bien.
- ¿Vienen de los casacios
entonces?
- No, el dinero viene en parte de
ellos, pues pagan con monedas del oeste, pero ellos no hacen las armas. Más de
tres mil flechas, más de mil espadas, más de siete mil escudos y casi 500
armaduras completas. Cualquier ejército sería temible con armas como esas. La
mejor calidad, mejor que la nuestra Dios me perdone. Le presentamos al rey
docenas de cajas de madera repletas de paja y días después las cajas salen con
los hombres de Lothar repletas de armas. El castillo debe tener a un ejército
de artesanos escondidos en alguna parte.
Telric
sabía que no era su trabajo. El obispo se había topado con una pared de
mentiras y engaños y había saciado su curiosidad. La de Telric, por el
contrario, apenas nacía. Sabía que el invierno era propicio para armar y
reorganizar tropas, pero también era obvio que las tropas se preparaban para
algo grande en la primavera. No se le ocurría qué podía ser, después de todo la
campaña había sido victoriosa y el norte estaba sometido. Decidido a llegar al
fondo del asunto siguió al general Lothar hasta el castillo, logrando pasar
hasta el primer patio donde se formaba el mercado de artesanías. El general
desapareció en el castillo por varias horas, Telric estaba por perder las
esperanzas cuando le vio salir por las caballerizas reales. Compró una docena
de herraduras y tres monturas completas y, fingiendo trabajar en las
caballerizas, logró pasar el control armado en las pesadas rejas que daban a la
caballeriza. Escondido detrás de una pila de paja logró acercarse lo suficiente
al centro de la caballeriza, donde rodeados de más de cincuenta caballos el
general discutía con tres diáconos casacios, vestidos de túnicas blancas y
calvos como era su tradición.
- No puede ser de inmediato.-
Dijo el general Lothar mientras recibía dinero de los diáconos.- El ejército
del príncipe Roderic tomará el ducado como un relámpago tras la noticia de la
traición de los Calster. Conviertan a todos después de la conquista. Dejaremos
a los sacerdotes católicos sin mayor protección, no durarán mucho. De todas
formas el duque rara vez ayudaba a los predicadores católicos y a los
misioneros. No deberían tener mayor problema.
- Eso esperamos, pues ya hemos
pagado bastante.
- Rhen es el reino más poderoso
de toda la zona, sus reinos en el oeste nunca podrían enfrentar a las fuerzas
imperiales sin nuestro indetenible ejército. Toda Godaria se convertirá al
casacionismo, desde los vikingos en las montañas hasta los cazadores de los
pantanos del sur.
Telric
salió de la caballeriza y rápidamente salió del castillo. No dejó de correr
hasta el palomar en el centro de la ciudad. La fila era enorme, los
entrenadores de palomas se hacían ricos en invierno cuando la gente no podía
viajar y saludar a sus parientes. Un escriba pacientemente anotaba los
mensajes, pues muchos de los clientes eran iletrados. Telric no tenía mucho
tiempo, tenía que avisar al duque de Rethar de la inminente traición. No tenía
mayor empacho en espiar a un acaudalado obispo, incluso matarlo, pero no asistiría
en una traición que podría hundir Rhen al caos.
A
mediados de noviembre se reunió la corte en el castillo de Rhen para el
ceremonial encendido de las piras de san Antonio, de quien se decía cristianizó
Godaria al retar a los paganos a apagar una pira encendida con las hojas de las
sagradas escrituras. La pira, de casi un estadio de tamaño, fue encendida en el
patio exterior de la inexpugnable fortaleza y mientras que los devotoso
creyentes celebraban la ocasión con rezos y fiestas típicas de iglesia, la
corte armó un festín. Tasilio II comió poco, la hora había llegado. Habló poco,
pero habló con firmeza. Anunció la noticia de la traición de la casa de
Calster, los hermanos se habían hecho de los reinos para sí, habían realizado
una masacre con las tropas del condado de Holburg y matado a los emisarios del
principado. El rey pidió un juramento de lealtad, pero Rethar no podía creer lo
que escuchaba. Lanzó la copa a los pies del rey y tuvo que ser frenado por
cinco guardias, pues avanzaba lanzando alaridos y maldiciones en la lengua
antigua. Los presentes le miraron, ya no con el candor de quien se mofa de un
borracho alegre, sino con rencor y temor. Un pequeño ejército fue necesario
para sacarlo de la corte y tranquilizado a golpes aceptó quedarse en el
castillo de Rhen como prisionero junto con su la dama Rovina y la familia de su
hijo Gunther. Se sorprendió a la mitad de la noche cuando alguien tocaba a su
puerta, la cual estaba siempre protegida por seis guardias bien entrenados.
- Otto, no puedes creer lo que el
rey ha dicho.- El conde le dio una bofetada que le dobló el rostro y tras un
momento de indecisión se lanzó sobre él a golpes.
- Mi hija estaba en Calster, ¿qué
has hecho con Ayra?- Rethar se separó del conde y se puso de pie adolorido. Había
caído sobre la fría piedra y no había nada en la habitación que calentase o
decorase.- ¿Tú y tus hijos la han hecho rehén?
- Calma tu lengua Otto, tu hija
está bien. Se fue al norte por voluntad propia. Se enteró de la traición de
Tasilio y decidió cabalgar a Rotfalia y Lorburg para encontrar a Bran o Gunther
y decirles lo que pasa. No tenía otra opción mas que venir aquí y ver si los
rumores de traición eran ciertos.
- Dame a mi hija Rethar o mis
tropas destrozaran a tus hijos y alimentaran a los lobos. No quiero pretextos,
quiero a la luz de mi vida.- Otto le dejó con la palabra en la boca y salió del
cuarto con el rostro rojo de furia y la quijada tensa. Decidió aliviar su furia
caminando por el estrecho paso de la muralla, mirando hacia la extensa ciudad
de Rhen que tanto maravillara a su hija.
- ¿Has hablado con Rethar?- El
rey le siguió a la muralla y se apoyó en las frías rocas a su lado, mirando
hacia sus dominios sumidos en la oscuridad.
- La ha hecho prisionera de la
casta maldita de Calster. Con seguridad llegará a manos de Bran o Gunther
para...- Otto no pudo terminar la oración y se estremeció de miedo. Había
perdido a muchos familiares, a su esposa, varios hermanos e incluso hijos, pero
nunca en circunstancias semejantes.- Tendrás mi apoyo si quieres incursionar en
primavera, cuando la nieve se haga agua y los Calster se hagan cenizas.
- Mi hijo y yo hemos hablado y
estamos de acuerdo en que la casa de Litzinga debe gobernar tras la coronación
de Rideric. Ustedes son los más sabios de entre nosotros.- Otto le miró sin
saber qué decir, era un honor inesperado en un mar de tragedias.- Tu hermano
Segismundo estará complacido me imagino. Ya tendrán ustedes la oportunidad de
reclamar esta tierra para la Iglesia, o para lo que sus conciencias dicten.
El
rey dejó a Otto en la muralla y al entrar al castillo miró a su hijo, quien
espiaba desde una ventana de arquero. Con una sonrisa le dejó saber que podía
empezar a reunir las tropas de Holburg y Litzinga. Tasilio bajó a las
mazmorras, los guardianes le abrieron las puertas sin mediar palabra y el rey
se encontró frente a la puerta del alquimista una vez más. Había sido atraído
allí como una piedra es atraída al suelo cuando cae, le era imposible sentirse
cómodo sabiendo que los penetrantes ojos del alquimista podían verle el alma.
Había acudido a él para que profetizara su futuro, como podía hacer el
alquimista, o al menos esa era la excusa, pues en realidad había sido su
conciencia la que, con el peso de una piedra, había descendido hasta su
prisionero.
- Así que está hecho.- Dijo el
alquimista detrás de las gruesas rejas de la amplia puerta. El prisionero gruñó
con la garganta profunda como una cueva y el rey se estremeció de miedo.- La
corona de Kren se empaña y su descendencia se envenena.
- Habla del futuro alquimista,
que para eso he venido.
- El invierno vendrá del norte
con dos lobos, uno de ellos traerá la perdición de Rhen, el agua de los pozos
será envenenada de traición y la sangre matará a las cosechas. El reino caerá
en un invierno eterno por tu culpa, y nada podrás hacer para remediarlo.
- Mientes por rencor y odio.
¿Acaso el Hombre no está libre de la influencia de las estrellas?, ¿acaso Jesús
no ha arrancado la cortina de estrellas como la
mortaja del Templo?
- Hablas como casacio y sin embargo
vienes a mí por mi magia y sabiduría. ¿Qué te dice tu supuesta sabiduría
humana, rey Tasilio II de la casa de Kren?
- Ningún oponente sobrevive la
hambruna, una flecha o el corte de una buena espada. Eso es lo que me dice. Si
hubiese el imperio invisible del que tanto hablase la casa de Calster, ¿no se
habría vengado ya? Llevaré a Rhen a alturas nunca antes imaginadas.
- Lo destruirás todo por tu
ambición Tasilio, pero en algo tienes razón, existe salvación para el reino. No
viene de tu intelecto, ni de tus obras fastuosas, sino de tu corazón, si es que
queda alguno.
El
viaje había sido largo y peligroso. Quince jinetes habían salido de la villa de
Brenan en el ducado de Calster, sólo tres habían llegado con vida a Rotfalia.
Lady Ayra y dos de sus sirvientes alcanzaron al castillo al borde de la
inanición. La comida no había sido suficiente y marchando al norte, con el viento
gélido en contra, encontraron poca comida y poca hospitalidad. Lady Ayra se
desmayó en los brazos de Bran cuando éste fue a saludarle. Al día siguiente
despertó en sus brazos, Bran no se había movido para nada, Ayra habló de
traiciones y de la batalla que se avecinaba. Los hermanos reunieron al mejor
ejército que pudieron, apenas mil hombres malnutridos, y sus jinetes veloces
avisaron del ejército con la bandera de Rideric. No era muy grande, pero lo
suficiente para destruirlo todo. Los hermanos sabían que no podían proteger
cada villa de Rotfalia, por lo que instruyeron a los villanos a guarecerse en
el castillo para enfrentarlos allí.
Rideric,
cuyo corazón se había congelado aún más debido a los mortales vientos de las
montañas, ordenó la destrucción de cada villa por la que pasaron. El general
Lothar se quejó todo el camino, pero no se atrevió a desobedecer al príncipe.
Combatieron contra las fuerzas de Calster sin sufrir daños importantes y
penetraron las murallas del castillo de Rotfalia. Sir Gunther atacó un flanco
con la ayuda de un ejército de mercenarios bárbaros, prometiéndoles todo cuanto
pudiesen robar. Rideric se vio obligado a partir su ejército en dos y asistir a
sus hombres en la carnicería de los bárbaros. Los hermanos habían planeado bien
la defensa, fingiendo debilidad y miedo les invitaron dentro de los muros a
través de un acceso muy pequeño y peligroso para forzarlos a un cono de
violencia que diezmaría a sus tropas. Bran sorprendió desde el castillo y su
ejército atacó por dos flancos diferentes para simular un mayor tamaño. La
defensa parecía prosperar, hasta que escucharon los tambores de guerra del
príncipe, quien había escondido sus fuerzas del otro lado de las murallas.
- ¡Gunther!- El príncipe
persiguió con dos brigadas a los bárbaros que acompañaban a sir Gunther a las
afueras del castillo. Sir Gunther había salido para detener las catapultas y unidades
de asedio. Sir Gunther, lanzando espadazos de cada lado de su fiero corcel,
escuchó a su enemigo que se escondía detrás de los arietes que trataban de
abrir nuevas entradas al castillo amurallado.- Tu padre, la ramera de tu esposa
y los bastardos de tus hijos están en Rhen. Los mataré yo mismo si no se
rinden. Godaria le pertenece a la casa de Kren, no tiene sentido que sigan luchando.
Ríndanse y serán expulsados de Rhen, nadie los lastimará.
- ¡Ven aquí y dímelo a la cara
para que te arranque la cabeza con mis manos!
Sir
Gunther rugió como un león, su casco cornudo bañado en nieve y cabalgó hacia el
príncipe en compañía de sus vikingos mercenarios. Los hombres de Lothar
protegieron a Rideric y, viéndose en franca desventaja los hombres de sir
Gunther se replegaron hacia las afueras. Sir Gunther peleó con su espada con
colmillos en una mano y su pesado mazo con espinas en el otro. El caballo
estaba protegido en su cuello y crin con armadura con picos bañados en sangre.
Lothar se defendió bien y con un delgado estilete penetró la armadura de
Gunther hasta las costillas. Gunther, con lágrimas en los ojos, pensó en su
esposa e hijos y lanzó ataques por todas partes, mientras que su sangre se
derramaba como en cascada por el costado del caballo. Lothar blandió su pesada
hacha y le dio en la espalda, rompiendo su armadura y arrancando músculo y
sangre. Sir Gunther se desplomó sobre su caballo, sus armas se deslizaron de
sus manos hasta la nieve y su feroz corcel cabalgó hacia los bosques. Lothar
tomó las armas de sir Gunther y se unió a sus tropas alrededor del castillo.
Cabalgando en círculos levantó las armas para que Bran pudiera verlas y supiera
que su hermano estaba muerto.
- Es mi culpa, dijo lady Ayra. No
cabalgué lo suficientemente rápido.- Abrazó a Bran, quien se había quedado
inmóvil a la entrada del castillo, después de haber matado a una docena de
soldados con su larga espada. Bran dejó salir una lágrima y aulló de dolor.
Sobre él las catapultas lanzaban pesadas rocas que sacaban de la muralla y el
castillo empezaba a tambalearse.
Lady
Ayra arrastró a Bran, quien se lanzaba alocadamente contra los soldados
enemigos y le convenció de cabalgar más al norte, a Lorburg, argumentando que
quizás destruirían el castillo pero con sus números no podrían tomar ninguno de
los dos reinos. Kor trató de organizar a sus vikingos y a los soldados de la
casa de Calster en una última avanzada. Los arietes abrieron todas las puertas,
una docena de catapultas derribó las torres de arqueros, pero las tropas de
Lothar no podían relajarse. Los vikingos, sabiendo perdido el castillo,
rodearon desde afuera a las tropas y las fueron cazando, como cuando cazaban
lobos en lo peor del invierno, los arqueros sufrieron primero, después
destruyeron las catapultas cuando ya el castillo se caía en pedazos. Rideric
gritó hasta quedarse afónico tratando de comandar un ejército que no aguantaría
ni una incursión más. Lothar ordenó el repliegue de sus tropas y el regreso a
casa. Rideric se encargó de que el castillo fuera incendiado y saqueado, que
los pobladores que habían tomado refugio en él fuesen masacrados y que no
dejasen molino en pie, ni mercado sin robar. Al caer la noche Rideric durmió
bien, la casa de Calster había caído.
El
corcel de sir Gunther, un percherón de las montañas, no había salido huyendo
sin control, siendo parte de esa tierra sabía para donde cabalgar. Se internó
en el bosque y tomó un camino que ascendía a las montañas. Al caer la noche se
detuvo en un pequeño claro y con muchos esfuerzos logró sacarse a sir Gunther
de encima. El valiente campeón cayó como un costal y su sangre manchó la nieve.
La bruja Carras recorrió el claro tan rápido como sus adoloridas rodillas le
permitían. Rápidamente le quitó la armadura de encima, el casco y las botas.
Sir Gunther despertó de su letargo y trató de hablar, pero no tenía fuerza
suficiente. Descansa, le dijo la bruja, te quitaré la ropa para que los lobos
la huelan. Sir Gunther trató de evitarlo, pero no podía. La bruja lo desnudó lo
más posible y se fue llevándose al caballo. Gunther tosió sangre y miró hacia
las estrellas sabiendo que la próxima vez que abriese sus ojos estaría en ella.
Los
aullidos le impidieron dormir. Una manada de lobos le rodeó, olfateando el aire
y relamiéndose los largos colmillos. Ningún lobo le atacó, pues esperaban a su
líder. Gunther pudo ver a lo lejos, entre los árboles, a un enorme lobo gris,
grande como un oso, con fauces que podrían quebrar una torso de una sola
mordida. El señor de los lobos se acercó al valiente campeón y le olió. Le
reconoció como propio y lamió sus heridas, curándolas al instante. Sir Gunther
no podía creer lo que su cuerpo experimentaba, pero no había duda que, mientras
antes apenas y había podido mover el cuello y no tenía fuerza para hablar,
ahora se sentía tan vigoroso como antes. El señor de los lobos se echó a su
lado para que su denso pelaje hiciera como una frazada y sobreviviera el frío.
- ¡Gunther!- Kor había buscado al
caballo de sir Gunther toda la noche y le encontró en la cabaña de la bruja
Carras, quien le había contado de lo sucedido. Kor no podía creer lo que veía,
no había visto al señor de los lobos admitir a un mortal como uno de los suyos
desde hacía muchísimo tiempo. La manada gruñó al verle, pero se calmaron cuando
el líder de la horda se hincó ante el señor de los lobos. Gunther estaba en
medio de ellos, alimentado por la jauría que le traía frutas del bosque y
pedazos de carne bien cocidos que los montañeses regalaban a la corte del señor
de los lobos para evitar ser comidos.- La primera buena noticia.
- ¿Qué hay de mi hermano? Estoy
demasiado débil para cabalgar.
- Gunther,- Kor lo miró a los
ojos para que supiera cuanto le dolía decirlo.- Bran está muerto. El castillo
fue tomado y no dejaron a nadie vivo.
Gunther
aulló con tanta fuerza que las montañas escucharon su dolor y no hubo bestia
que no sintiera tristeza en ese día. Se rasgó las ropas y maldijo a los reinos
de los hombres. Se unió entonces a la orden del lobo, convirtiéndose en sir
Gunther de Wolf. Habiéndolo perdido todo juró fidelidad a la única criatura en
el mundo, aparte de su familia, a la que consideraba honorable. Había perdido a
su padre, a su esposa, a sus hijos y a su hermano. Nada le quedaba en este
mundo excepto su hogar en las montañas de hierro.
El
invierno se recrudeció con las semanas que siguieron. Diciembre pasó con
apagadas fiestas rituales y para enero Bran empezaba a perder la razón. Lo había
perdido todo y los dos reinos del norte se sumían cada vez más en la
desesperación. Las batallas contra los vikingos eran constantes, bajaban del
norte para el pillaje pues ellos también se enfrentaban a la hambruna. A
principios de enero Bran ordenó la destrucción de todo lo que fuera de los
casacios y no se opuso a la violencia contra las iglesias católicas y sus
sacerdotes. Sabía que moriría allí, a muchas millas de su padre, en la misma
tierra que su hermano, pero al menos dejaría al mundo protegiendo la sabiduría
del norte de los invasores sureños.
Para
despistar a los ocasiones soldados o espías que llegaban del sur había mandado
disfrazar campesinos como soldados y hacer trasladar carretas, de un reino a
otro, repletas de cajas vacías y heno, para simular una bonanza que en realidad
no estaba ahí. No duraría para siempre, pues en cuanto los caminos se
descongelaran llegarían miles de tropas de Rhen y la casa de Kren terminaría su
traición.
- Mi padre siempre juró fidelidad
al imperio invisible y nos contó muchas historias descabelladas.- Bran y lady
Ayra recorrieron los graneros del reino, cerciorándose que la comida apenas y
bastaría para todos por un mes o mes y medio.- Si tal cosa existe, me gustaría
creer que lo honré yo también como estoy seguro que mi hermano lo hizo durante
toda su vida.
- Tu padre no protestó cuando le
dije que vendría aquí para avisarles, pero insistió en ir a Rhen. Rethar era un
hombre sabio.
- Él siempre me dijo “sé fuerte,
el invierno viene”, me dijo “sé dadivoso con los ricos para ganarse su favor,
pero dadivoso con los pobres para ganarte su respeto”. ¿Cómo puedo ser dadivoso
con Rotfalia y Lorburg cuando la tierra no da, las vacas están flacas y la caza
escasea? Si pudiese reproducir venados con mis palabras lo haría, si mi sangre
diese vida a los campos me cortaría las venas, pero no puedo Ayra. No tengo
nada para darte más que cultivos congelados, vikingos salvajes y muerte.
- No he venido por esas cosas, ni
por ninguna otra de esa clase. He venido por ti. Vivo o muerto eres un hombre
honorable y ningún enemigo es más grande que tú. Apuesto que hasta la Bestia
que viene del mar temblaría ante tu espada.- Bran la besó apasionadamente y sonrió.
- Ven conmigo entonces.
- ¿Adónde iremos?
- Conozco un lugar sagrado en las
montañas de hierro, mi padre me habló de él, con algo de suerte podremos ir y
regresar antes que los caminos se descongelen. Libraremos al norte de la casa
de Kren.
Telric
siguió reportando a Teodorico por meses, el diácono recibió el correo del
obispo y constató que Segismundo seguía siendo el mismo pragmático. Ante la
Iglesia de Roma negaba que el arrianismo fuese problema alguno, aceptaba que
era popular pero detestado por soldados y nobles. Teodorico supo entonces que
el obispo estaba listo para ser convencido. A principios de febrero se reunió
con Segismundo en el puente de Akor, en la ciudad de Namoir en el principado de
Kren. El agua bajo el río se había congelado los caminos estaban repletos de
nieve. El diácono y el obispo bebieron una infusión de hierbas para darse calor
y discutieron apoyados contra el puente para ver como la vista no agotaba los
dominios de Rhen. A lo lejos podían verse las montañas de hierro, pequeñas como
una casa.
- Los Calster,- dijo Teodorico
señalando hacia las montañas.- confiaron en sus supersticiones, pusieron a los
cuentos de ancianos por encima de la fe racional y eso les trajo la
destrucción. Usted y yo somos cristianos, tendremos nuestras diferencias
teológicas como la trinidad o la transubstanciación pero estaremos de acuerdo
en lo básico. Dios se hizo Hombre, porque el Hombre puede salvarse, no lo hizo
rey sino siervo. Nacimos para servir a Dios y sufrir.
- La casa de Calster es parte del
pasado.- Dijo Segismundo.- Ya casi no queda nada del imperio pagano, del mal
llamado imperio invisible que aún es mantenido vivo en cuentos para niños. El
mundo se ha hecho más pequeño, ahora todos estamos conectados. A Roma, a
Aquisgrán, a Palestina. El reino de Dios no es el bosque infinito del chamán,
ni el océano infinito e indomable del vikingo ignorante. Conectados diácono, ¿o
acaso me equivoco?
- Dios hizo las montañas, los
ríos, los bosques, pero ¿acaso en las escrituras dibujó un mapa con líneas
territoriales? Los territorios los hacemos los hombres, no Jesús pues su reino
es universal, y sin duda no las fantasías de los supersticiosos. La Iglesia es
el último reducto de superstición y paganismo. Note usted qué bien se asimilan
las creencias paganas con las cristianas, ¿no se le hace sospechoso? No puede
ser que se deba a que los paganos tenían razón aunque estaban ignorantes de la
venida del Salvador, eso es alentar la herejía, pues si tal es el caso las
sagradas escrituras son inútiles. No, esas coincidencias son de la Iglesia, que
se ha paganizado. Nosotros regresamos a los orígenes. Y no olvide que el oeste
ya lo hizo también. Godaria podría resistirse a los imperiales.
- Otro puñado de paganos esos
imperiales.- Dijo Segismundo.- Un segundo imperio de Roma, ¿habrase visto
semejante sueño pagano? En la mera cristiandad, es una aberración. Me
preocupan, sin embargo, las ovejas de mi rebaño. ¿Puede asegurarme que no habrá
violencia en su contra?
- Por supuesto, la conversión es
gradual, pues se cambia de alma por completo.- Segismundo sonrió y le ofreció
la mano y el diácono cerró el trato.
- Me preocupa aún un pagano,
Rethar. Sus hijos están muertos, pero podría guardarse ases bajo la manga. Me
gustaría ser su confesor, así podría simular ser su aliado y extraerle
confesión. No hay que olvidar que la prole de Calster es extensa y en su
mayoría está en otros reinos.
- Es más factible que hable con
alguien que simula ser católico que con un casacio, buena suerte.
Segismundo
se presentó en la habitación de Rethar y trató de convertirlo, amenazándole con
los fuegos del infierno. Rethar permaneció sentado en el suelo en una esquina,
mirando hacia la nada. Su fortaleza se había ido casi por completo. Se puso de
pie cuando Segismundo le ofreció confesarle y el jefe de la casa de Calster le
tomó de los hombros y con la mirada de un loco le rogó que tras su muerte su
cuerpo fuese llevado al norte para que sus hijos le dieran funeral. Nadie le
había dicho que la noticia decía que sus hijos habían muerto y Rethar estaba
tan desesperado que el obispo pensó que si alguien le daba la noticia se
moriría de tristeza. Rethar no detuvo en sus súplicas hasta que el obispo
aceptó. Rethar le detuvo antes que se fuera y le dijo que el imperio invisible le
agradecía su comprensión. El obispo sabía que nunca se convertiría. Segismundo
se reunió con su padre a las afueras de Rhen, bajo un pino nevado el alto
edificio del vasallaje donde votaban sobre cómo trabajar las tierras y
organizar las labores.
- Telric nos ha dicho la verdad.-
Le dijo el obispo a su hermano.- La casa Holburg y Kren han fraguado esto
juntos. Vaya bendición que el espía y asesino tuviera conciencia.
- Así es hermano, pero temo que
sea tarde. Tasilio ya ha formado a su ejército. Esperan que el invierno se
debilite para avanzar. ¿Qué diremos entonces? La promesa del trono nos ha
comprometido. Rehusarnos a participar sería una traición que pagaríamos con la
vida. Sólo ruego porque Ayra esté bien y las noticias del general Lothar hayan
sido exageradas.
- Si algo he aprendido de las
eternas discusiones con Rethar,- Segismundo consoló a su hermano con su mano
sobre su hombro.- es que la estirpe de Calster es dura como la piedra. Jesús no
pudo con ellos, ¿realmente crees que Tasilio y el loco de su hijo podrían
lastimarlos?
- Hablas como un pagano.
- Quizás, al hablar con el
diácono me acordé por qué amo a la Iglesia y por qué mi sangre llama a esta
tierra y a su sabiduría. Rethar podría ser el más sabio de entre nosotros, y
eso sí asusta.
Bran
rechazó la ofrenda de coronación de Rotfalia y Lorburg para armar su expedición
a las montañas. La gente de esos reinos ya le llamaba rey y temían que se
perdiera en las montañas de hierro, por lo que los exploradores más valientes
de entre ellos le asistieron. La expedición avanzó por semanas, una
peregrinación a la cuna de la familia Calster. La línea de abastecimiento nunca
fue rota por la horda, pues ellos sabían a dónde se dirigían y respetaban a
Bran. Los mensajeros traían mensajes cada vez más desesperados, la invasión era
inminente para finales de febrero. Bran y Ayra habían estado más de un mes en
las montañas, pero sus pensamientos seguían con los reinos. Los más ancianos le
habían hablado a Bran del camino de ladrillos de hierro en un estrechísimo paso
que conducía a las cavernas que rodeaban a una de las montañas hasta un valle
completamente congelado. Las esperanzas se fueron escapando cuando llegaron al
valle y no encontraron otro camino. Bran pudo ver el camino en sueños y esa
mañana partió a solas hasta una roca que pudo mover con facilidad y le llevó
hasta corredor con nieve que alcanzaba hasta sus rodillas. Nueve días y nueve
noches avanzó, poco a poco, en el sendero que llegaba hasta la cúspide,
constantemente enfrentado a la neblina que no le dejaba ver más de un metro
adelante y las fuertes tormentas de nieve. La comida se le terminó, pero se dio
cuenta que ya no sentía hambre. Llegó entonces al atrio antiquísimo donde
reposaba el soldado de invierno.
Tomó
el cuchillo de su hermano y con venganza en el corazón se cortó la palma de la
mano y embarró la sangre en la enorme pared de hierro. La montaña gruñó como
una bestia de otra era y las paredes empezaron a temblar. El hierro se calentó
hasta estar blanco de calor. El soldado de invierno tomó fuerza del hierro de
la montaña, medía más de dos metros y estaba hecho de largas tiras de hierro
que se unían y separaban en una figura humana con dos largas espadas. Bran dio
un paso atrás y dejó que de la pared de hierro se formaran veinte soldados más
a caballo. El soldado de invierno se enfrió en contacto con el aire gélido pero
seguía tan ágil como antes. Se hincó ante Bran y los soldados a caballo bajaron
las cabezas. Salieron del lugar sagrado y el soldado de invierno tocó una
campana en el atrio, la cual encendió todas las piras de las montañas, llamando
así a la horda.
Bran,
el soldado de invierno y sus veinte soldados, marcharon hasta el valle donde
los demás le esperaban. Celebraron el despertar del soldado de invierno, pero
temieron su furia. Bajaron de las montañas, Bran y Lady Ayra primero y tomados
de la mano. Los cuernos y tambores de la horda se hicieron audibles por todas
las montañas. Kor, el líder de la horda, buscó a sir Gunther de Wolf, quien
había tenido muchas aventuras en esos meses defendiendo las montañas de los
vikingos de más al norte aún. Kor se hincó ante el caballero y como ofrenda le
dio su enorme hacha doble donde estaba grabado el mito del soldado de invierno.
Sabían que sólo el soldado de invierno podría salvarles de la traición de Rhen,
pero también sabían que el soldado de invierno no se detendría nunca hasta que
el invierno durará por nueve generaciones y toda vida se extinguiera.
Los
más sensibles en el condado de Litzinga podían escuchar los cuernos de la
horda. La noticia se fue extendiendo y para cuando llegaron a Rhen las primeras
batallas ya habían sido peleadas. Lothar, con temor en la voz, le dijo al rey
Tasilio del soldado de invierno, de su furia indetenible y el peligro que
corrían. Tasilio se enfureció tanto que le tiró encima la corona y con
cachetadas le obligó a aceptar que no había tal cosa como el soldado de
invierno, que esas batallas habían sido apenas unos puestos de avanzada y aún
no conocían a su armada de cuarenta mil hombres. Tasilio puso a su hijo como
comandante absoluto de las tropas y mandó a Rideric con la orden de arrasar con
la furia de Dios y no dejar vikingo con vida. Tasilio tenía otra razón
para tener miedo, y no eran las supersticiones
infantiles del soldado de invierno, su alquimista había estado trabajando en
algo secreto. Había dejado de producirle armas, alegando que quería descansar,
pero podía escucharle trabajando cada noche, cuando silenciosamente le espiaba
desde las frías escaleras.
- Aquí está señor.- Lothar trajo
a Rethar ante el rey. El anterior duque había perdido mucho peso, estaba
ojeroso y su pelo había encanecido por completo. Tasilio II le miró desde su
trono con condescendencia.
- Tus hijos están muertos.
Rideric los mató hace meses. Lothar mató a Gunther y Bran murió cuando el
castillo se le cayó encima. Ahora que lo sabes, ya puedes morirte.- Rethar bajó
la cabeza, pero no lloró. Con cuidado hizo descender el pedazo de vidrio que
había ocultado en la manga de su abrigo. El vidrio quedó en su mano derecha y
de un solo golpe le cortó la yugular a Lothar, quien se tomó el cuello y se
tambaleó hasta morir.
- Ahora estoy listo.- Los
arqueros que protegían el balcón le dispararon y su cuerpo cayó al suelo,
penetrado por una docena de flechas. Tasilio se quedó inmóvil, como una piedra,
mientras que la sangre de la casa de Calster se extendía hasta mojar sus botas.
- Teodorico.- Dijo Tasilio
finalmente.- Él ya lo sabía, no sé cómo, pero ya lo sabía.
- Concuerdo.- El diácono salió de
atrás de la cortina y sonrió.- Pero ya no importa. Es demasiado tarde. Mandaré
matar a Telric, sólo él pudo haber sido la filtración.
El
ejército de Bran había aniquilado los puestos de avanzada con ayuda del soldado
de invierno. Tomaron cuarteles y fuertes protegidos por empalizadas y fosas de
ardiente petróleo. Bran ordenó dejar con vida a varios para que contaran lo que
había pasado. Su ejército apenas llegaba a los ocho mil hombres, pero en la
frontera con Litzinga esperó la llegada de la horda. No había visto a Kor en
muchos meses, pero le recordaba más ancho de hombros y con una armadura que no
estaba acolchada con piel de lobo. El líder de la horda, comandando a 20 mil
hombres, detuvo la interminable marcha con un gesto y corrió hacia Bran. Gunther
se quitó el pesado casco de cuernos y abrazó a su hermano con todas sus
fuerzas. Bran lloró de felicidad al verlo con vida y saltaron de emoción de
estar reunidos de nuevo. Se narraron mutuamente sus milagrosas recuperaciones y
huidas. La casa de Calster estaba unida de nuevo.
- Las montañas son mi nuevo hogar
Bran, la horda promete no cometer pillaje ni matar civiles.- Gunther señaló al
soldado de invierno y sus hombres de metal, quienes esperaban en su sitio sin
necesidad de descansar.- ¿No sientes el invierno? Lo trae consigo y lo llevará
hasta donde lleguemos.
- Estoy dispuesto a ello con tal
de tener la cabeza de Tasilio y de su hijo en mis manos.
- Dicho como un Calster.
El
ejército de Rideric ya se acercaba, por lo que los hermanos dispusieron de las
tropas en flancos y líneas. Cavaron fosas, prepararon piras y establecieron
campamentos. La gente de las villas cercanas de Rotfalia les trajeron la poca
comida que tenían y les dejaron usar sus pozos como señal de agradecimiento. La
mitad del ejército de Rhen, con treinta mil tropas, avanzaron para tomar
Rotfalia. Kilométricas líneas de lanzas detuvieron a la infantería y comenzó
una batalla que duró dos semanas completas. Las líneas fueron avanzando y
retrocediendo. La violencia se detenía las noches sin luna para recoger los
cuerpos y reorganizar las tropas. Los vikingos fortalecieron sus líneas de
defensas con fuertes construidos hábil y velozmente con troncos. Las tropas de
Rideric de Kren hicieron lo mismo y el juego habría llegado a un empate largo y
tortuoso, de no ser por el soldado invisible que avanzaba, junto con sus
soldados, sin detenerse ni replegarse. Las estatuas vivientes realizaron una
masacre que irrumpió en las líneas de defensa y formó un matadero a su
alrededor, día y noche. Los cuerpos se apilaron a tal altura que el soldado de
invierno y sus soldados no podían seguir avanzando, y entonces los soldados del
príncipe intentaron construir a su alrededor muros de argamasa, ladrillo y
madera, sabiendo que no durarían para siempre.
A
la tercera semana el ejército del príncipe dejó pasar el féretro que llevaba el
cuerpo del patriarca de Calster pensando que eso podría bajar la moral de los
hermanos guerreros. Gunther y Bran ordenaron armar una pira funeraria y quemar
a Rethar con todo y ataúd, pues no había nada él, decía la tradición de las
montañas, que fuese de este mundo. Relataron las historias de los ancianos
mientras el fuego se llevó al patriarca, pero se detuvieron al ver que algo no
ardía. La pira se consumió después de una noche completa y en las cenizas
encontrar una armadura aún caliente. La armadura parecía pesada, pues era
completa y el metal era grueso. Su color era roja y la reconocieron como la
armadura del dragón hecha por el alquimista de Rhen. Ligera como una pluma, pero
más fuerte que el acero, con una espada tan afilada que podía cortar cualquier
metal. Bran se puso la armadura y todos le juraron lealtad. Ese día se casó con
lady Ayra y la celebración atemorizó a las tropas reales, pues pensaron que si
celebraban la muerte entonces no le temían a nada. La batalla continúo, Bran al
frente siendo invulnerable y cuando llegaron refuerzos al ejército Gunther pudo
saber su ubicación exacta y sus planes, pues la bruja Carras le había enseñado
a ver lo que veían las bestias.
El
ejército del norte avanzó implacablemente. Fueron tomando una villa tras otra
en Liztinga y rodearon la fortaleza que Rideric había tomado para sí. Al cortar
todas las líneas de suministro la única esperanza de Rideric eran los
refuerzos, los cuales habían tardado debido a su desproporcional número. Lady
Ayra demandó hablar con su padre, pues corrió el rumor que el conde Otto y su
hermano el obispo habían sido hechos prisioneros. Gunther sabía que era
cuestión de tiempo antes que la toma de la fortaleza se hiciese el doble de
difícil y aún les quedaban muchísimas millas por recorrer. Tomó a una docena de
brigadas de la horda para adelantarse e ir minando las fuerzas del ejército que
venía a socorrer a Rideric. El príncipe, tan prisionero como los nobles que
mantenía con él, supo que la situación era tan temible como sus comandantes le
habían hecho saber a lo largo de la campaña sobre Litzinga. Sentado en lo alto
de la torre escuchaba la borrachera de los vikingos y sus cantos en la lengua
antigua. No se adelantaban, pero tampoco se iban. Los arqueros de Bran mataban
a unos cuantos de sus arqueros, pero en cuestión de días el ejército de ocho
mil hombres que le protegía en la fortaleza se fue diezmando. Las incursiones
de sir Gunther de Wolf contra su ejército salvador ya eran noticia difundida.
- Mi señor, las tropas
encontraron un paso no muy lejos de aquí, llegarán por la mañana.
- ¿Cuántas?- Preguntó Rideric
mirando desde la ventana alargada de la torre.
- Diez mil, suficientes para
ayudarle a escapar.
- Lobos comandante, ese Gunther
nos ataca como una jauría de lobos. Eso es lo que ustedes no han entendido. No
quiere posiciones, quiere que se desorganicen, quiere lastimarlos y cuando
estén lentos terminar el trabajo y matarlos. Diles que se apresuren, que lo
dejen atrás.- El comandante afirmó con la cabeza, pero antes que pudiera irse
el príncipe le tomó del brazo y le urgió a seguir bajando las escaleras junto
con él.- Tráeme al conde y a ese obispo bueno para nada. A las murallas del
frente, están lejos de sus flechas pero son visibles.
- Sí señor.- El príncipe,
escoltado por una veintena de sus mejores hombres, recorrió el camino de las
murallas y recibió a los prisioneros.
- Dile a las legiones de Litzinga
que vean esto.
- Prisioneros en nuestro propio
condado, ¿tú padre lo sabe?- Otto y Segismundo fueron atados de pies y manos.
Colgaron dos cuerdas desde la viga del techo de dos aguas sobre ellos y las
colgaron de sus cuellos.- Casta de traidores.
- Si no lo sabe, ya lo sabrá.
Después de esta campaña dejará de importar cuántas casas nobles hayan en
Godaria, porque sólo una de ellas importará. El emperador del sacro imperio
casacio. Quizás mi nieto o bisnieto, pero llegaremos.
- ¿Dónde quedó la caridad
cristiana?- Preguntó Segismundo, aterrado.
- Fuiste útil Segismundo, ya no
lo eres.
- Vaya era de los hombres que han
construido tú y tu padre.
- La fe es un vestido que abriga
a los pobres pero entorpece a los nobles.- Rideric le hizo señas a sus
comandantes para saber si los soldados del condado de Litzinga ya podían verle
y le respondieron afirmativamente.
- ¡Déjalos ir!- Lady Ayra cabalgó
fuera del círculo del sitio y Bran se apuró a acompañarle. Gritaba desde afuera
de la fortaleza, pero el viento llevaba su voz.- ¡No hicieron nada en tu
contra!
- ¡Desistan ahora o tu padre y tu
tío mueren!
- Prefiero morir que mancillar el
honor de mi hija.- Otto dio un paso para adelante y se ahorcó hasta morir.
Rideric, enfurecido, apuñaló al obispo en el cuello y su cuerpo cayó a un lado
del de su hermano.
El
sitio se rompió y las tropas avanzaron furiosas. Los soldados del condado de
Litzinga, enfurecidos por la falta de honor en su líder iniciaron una revuelta
y abrieron las puertas. Rideric temió por su vida y huyó de la fortaleza en un
carruaje rodeado de sus tropas leales cuando una porción del ejército que le
rescataba ya había roto el sitio. Con voz trémula ordenó que se replegaran a
Holburg para proteger su territorio y tomasen las fortalezas gemelas de la
ciudad de Gendra como punto de defensa.
La
horda penetró en la fortaleza y aunque al amanecer se vieron rodeados casi por
completo por las fuerzas reales ya habían tomado el lugar. El soldado de
invierno, sus veinte hombres y Bran lucharon sin descanso contra las tropas
reales, protegiendo los caminos que llevaban a Rotfalia, por temor que los
reales tuviese órdenes de atacar su base de suministros. Las fuerzas reales se
replegaron y poco a poco les dejaron tomar toda Litzinga. Las ciudades y villas
tomadas juraron lealtad a las tropas de la casa de Calster y enterraron los
cuerpos de Otto y Segismundo en un funeral al que atendió Ayra y Bran. Ayra le
pidió al artesano que en la tumba escribiese “creado por Dios, muerto por el
Hombre”. Los cortesanos del condado, ávidos de política, ofrecieron toda clase
de honores y distinciones a la casa de Calster y a los comandantes vikingos,
pero se negaron a tomar puesto alguno. Les urgieron a que esperaran a que la
corona de Rhen designase, como era costumbre en esa clase de infortunios, a un
heredero de entre los hijos de Otto. La gente de Latzinga pagó su honor con
favores y transcurrido el mes el ejército del norte ya estaba Holburg, bien
alimentado y provisto, pese a que el crudo invierno que el soldado de invierno
traía consigo comenzaba a causar estragos en la población.
Al
escuchar los tambores de guerra Rideric se levantó de la cama de un brinco y
escapó de la fortaleza con un cien soldados para huir hasta el castillo
inexpugnable de Rhen. En su huida preparó las defensas de las demás ciudades y
villas y fue recibiendo mensajes del frente. Las noticias no eran alentadoras.
Las fortalezas, construidas una al lado de la otra y cercadas por enormes muros
de piedra y escarpadas colinas, se habían defendido bien pero le horda atravesó
esas defensas y se adentró aún más, dejando detrás pocas divisiones y al
soldado de invierno, el cual había escalado los muros y en dos días ya había
tomado por sí solo una fortaleza, para dirigirse a otra. Al llegar a Rhen se
enteró que su territorio había sido partido en dos, las minas de Holl por un
lado, con un poderoso castillo y muchas defensas, y las villas de las colinas
Ceales que desesperadamente trataban de impedir el paso de la horda.
- Has matado al conde Otto y al
obispo.- Le gritó su padre en cuanto le vio entrar al castillo cruzando el
largo y estrecho puente.- Has desatado un lío político.
- Es una lucha desesperada, pero
si los aniquilamos barreremos con todo.- Detrás del príncipe llegó la comitiva
del conde Inmanuel y el diácono Teodorico.
- Los casacios del oeste llegaron
ayer, debieron estar esperando a esos dos.- Los casacios del oeste entraron por
el otro puente con sus burros y sus bolsas de cuero cargadas de monedas.
- Estamos perdiendo Holburg.-
Dijo el conde Inmanuel.- Supongo que al príncipe poco le importa porque sus
territorios no han sido tocados.
- Mis tierras son las de Rhen y
están más al sur de aquí, sin una sola bota enemiga han sido afectado tanto
como las suyas.
- Hay un convenio que respetar.-
Dijo el líder de los casacios.- El sacro imperio nos ha atacado al oeste,
necesitamos provisiones, armas y hombres.
- Imposible,- dijo Tasilio.- el
alquimista ha dejado de producir nuestro armamento gratis y tenemos a todos
tratando de evitar la invasión de los bárbaros del norte. La horda está ganando
fama y se les dice que cuentan con el soldado de invierno, una superstición
infantil popular entre montañeses.
- Este punto es el más seguro en
todo el reino.- Dijo Rideric.- Rhen es inviolable y su castillo es
inexpugnable. Tengo aún un as bajo la manga para los Calster. Aunque me temo
que el soldado de invierno existe, lo he visto yo mismo.
- No seas ingenuo Rideric.- Le
espetó Teodorico.- Ilusiones vanas. Y si este es el punto más seguro de todos,
¿por qué no honramos nuestra deuda con el pueblo de Dios al enviarles
regimientos?
- ¿Estás dispuesto a perder tus
territorios Teodorico? Necesito a todos, de otro modo Rhen se partirá en dos y
nosotros quedaremos del lado equivocado esta vez.
- Mi territorio es casacio.-
Tasilio y Rideric miraron al diácono y a Inmanuel, quien no había dicho nada y
ambos pensaron lo mismo, golpe de estado.
- Nuestras tropas necesitan ayuda
y su convenio ha quedado sólido ante Dios,- dijo el líder casacio.- ante
nosotros y ante el imperio romano. Mida sus palabras y temple su lengua, pues
hablamos de cosas más grandes que Rhen, esa temida horda y sus fantasías
montañesas.
- Mediré mis palabras,- dijo
Rideric con odio en la voz.- templaré mi lengua y haré algo más. ¿Es armamento
lo que quieren?
- Tú sabes que sí.- Le contestó
Teodorico, mostrándose como importante entre los casacios. Rideric asintió con
la cabeza y le clavó su cuchillo en la garganta. Inmanuel gritó, pero después
de un cuchillazo en la garganta no dijo nada más.
- ¡Guardias! Arréstenlos. Reúnan
a todos los casacios que llegaron con ellos y quémenlos en la plaza para que
todos lo vean. Niños y mujeres también, sobre todo ellos.- Tasilio tomó del
hombro a su hijo y lo miró atemorizado.
- Rideric, ¿qué ha hecho el poder
contigo?
- ¿Y dejar que un montón de
monjecitos pusilánimes tomen la corona de Rhen? Mucho amor al prójimo pero nos
pagaron bien para que masacrásemos a los reinos del norte. Además, no te veo
deteniendo a los guardias y contradiciendo mis órdenes, como es su sagrado
derecho su Alteza.
Tasilio
II temió por el alma de su hijo mientras que, a lo lejos, el viento traía el
sonido de los tambores de de guerra. Les había tomado casi un mes tomar Holburg.
Los prisioneros de guerra se unieron a su causa y muchos mercenarios aceptaron
trabajar por la promesa de ser incluidos al ejército regular. Ya era marzo,
pero el invierno se había prolongado. Cuando el soldado de invierno avanzó
sobre Rhen a solas con sus soldados, despachando a cientos de tropas, los
gélidos vientos del norte arrasaron las cosechas y congelaron los riachuelos.
El corazón de Bran, parcialmente calentado por su esposa Ayra, seguía frío por
el odio y el rencor. Kor había tratado de convencerlo de detener al soldado,
quizás enviarlo a las montañas, pero Bran no desistía. Sumiría a Rhen en un
invierno de diez años con tal de vengar la muerte de su padre y honrar el
nombre de la casa de Calster.
Esperaron
una semana en la ciudad de Rhen hasta la llegada de Gunther, quien con apenas
un puñado de vikingos había derrotado por completo los flancos que Rideric
había dispuesto para encerrarles. Gunther se había hecho más rápido y más ágil,
podía ver en la oscuridad y comandar a las bestias, el ejército real que se
replegó al castillo inexpugnable mencionaba su nombre con horror. Las tropas
atiborraron las tabernas y en una de ellas planearon la toma del castillo. Era
un cuadrado de altísimas murallas, con dos puentes levadizos, e incluso
lograban sustituir el puente y reventar la madera con onagros arietes sólo
habrían llegado al patio exterior, rodeado de la misma forma y les faltaría
otro patio antes de tomar el castillo como tal. Gunther quedó mudo por unos
momentos y cerró los ojos. Viendo lo que veían las ratas pudo ver los detalles
de la fortaleza por dentro y fue dibujando un esquema de los puntos débiles en
la estructura.
Asaltaron
el castillo por ambos lados y usaron más de veinte catapultas para reventar las
puertas y diezmar a los arqueros. Lucharon por días, a veces ganando y a veces
perdiendo, mientras que el frío se hacía cada vez más insoportable. Bran, en su
armadura roja, empujó la marcha al patio exterior y el soldado de invierno
comenzó a diezmar las tropas enemigas. Más de cinco mil vikingos habían muerto
y sir Gunther de Wolf no quería seguir sacrificando soldados, por lo que, sin
abandonar el control del patio, levantaron techos para cuidarse de los arqueros
que apuntaban desde lo alto. Bran reorganizó las tropas en la ciudad. Los
vikingos estaban acostumbrados a la nieve constante, pero los habitantes de
Rhen no lo estaban. Una madre cargó a su criatura de un año muerta por el frío
y le escupió a Bran en la cara. Los soldados trataron de empujarla, pero Bran
los detuvo, sabiendo que merecía de sus cachetadas e insultos.
- ¿Qué vale más que mi niño
nacido de esta tierra y bajo estos cielos?- Le gritaba la mujer.
- Nada.- Contestó Bran con una
lágrima en el ojo que cubrió al ponerse el casco. Caminó hacia el castillo y su
esposa le detuvo. Bran acarició su cabello con sus gruesos guantes metálicos y
sólo se atrevió a decir.- Te amo.
Caminó
entre las tropas fuera del castillo hasta el camino techado con maderos y entró
al patio. Sir Gunther de Wolf y sus hombres peleaban contra las oleadas de
enemigos que les encontraban en el patio. No había un lugar en el suelo del
patio que no tuviese sangre, el aire era gélido como el del hielo, el ruido era
ensordecedor y los alaridos de dolor eran agudos. Algunos hombres lo llaman el
infierno, pero sir Gunther de Wolf lo llama hogar. Su hermano Bran golpeó las
maderas que sostenían al techo improvisado y se despidió de su hermano sir
Gunther con un gesto. Se quitó los guantes, después el peto, luego el casco.
Sonrió, porque perdonaba a Tasilio II de la muerte de su padre y de su
traición. Había despertado al soldado de invierno por odio y con él traído la
perdición a Rhen. Bran de Calster se sacrificó mirando al cielo y sonriendo.
Los arqueros, que estaban siendo masacrados por los compañeros del soldado de
invierno, no perdieron la ocasión y dispararon. Gunther gritó y se deshizo de
los dos soldados que le ocupaban para correr hasta su hermano. Una flecha
atravesó su pecho y el soldado de invierno se detuvo en el acto.
- ¡No!- Sir Gunther abrazó el
cuerpo de su hermano y lo jaló hacia la protección del techo. Desesperadamente
trató de detener la sangre con trapos.
- ¡Bran!- Ayra intentó entrar al
patio, pero los soldados de la horda la detuvieron por su protección.- No por
Dios Gunther, dime que no está muerto.
- Ayra...- No pudo decir más
nada, pues el gélido viento se había detenido. Había acabado el invierno. Ayra
le miró a los ojos, rojos y llenos de lágrimas. Había perdido a su padre, a su
tío y a su esposo.
- ¡Ha muerto Bran!- Los gritos se
extendieron por el castillo y por toda la ciudad. Los soldados que esperaban
fuera se desesperaron y gritando rabiosos entraron al castillo, sin formación,
como una horda, para avanzar por entre los estrechos pasillos protegidos por
lanceros.
- Finalmente.- Gritó Rideric a un
lado de su padre, quien esperaba nervioso en el trono.- No queda ni la mitad
del ejército que reunieron en Holburg y Litzinga. El soldado de invierno ya no
se mueve.
- Negociarán su rendición.- Dijo
el rey suspirando de alivio.
- Ahora es cuando.- Rideric
desapareció y Tasilio, preocupado por la locura de su hijo, le siguió por el
castillo. Había ordenado a sus soldados que tomasen a Rovina y sus hijos como
rehenes. Marchó con ellos al techo de la torre en el segundo patio para que Gunther
pudiera ver a su familia.- Uno muerto y sólo falta el otro. ¿Dónde estás
Gunther?
- Déjalos ir Rideric.- Gunther se
mostró en el patio exterior.
- Hombres,- le dijo Rideric a sus
soldados en voz baja mientras mantenía sometida a Rovina del cabello y los
niños estaban amarrados de todas partes.- mátenlo cuando haya matado a su
esposa y lanzado a sus hijos al patio interior.
- Rideric, no lo hagas.- Le dijo
Tasilio.- ¿No ves que lo hice todo por ti, por nuestra casa?
- Mátame a mí y déjalos ir.-
Gritó Gunther. Los arqueros prepararon sus flechas desde las ventanas
estrechas.- Bran se sacrificó para salvar a Rhen del invierno eterno, déjame
sacrificarme por mi Rovina y mis niños. Quédate con todo, pero dame eso.
- ¿Se sacrificó?- Tasilio meditó
sus palabras y recordó las profecías del alquimista.- Rideric, dale eso cuando
menos.
- No se merece nada.
- No hijo, tú no mereces nada.-
Tasilio atravesó a su hijo con su espada y lo dejó caer.
Los
soldados, conmocionados, le preguntaron qué hacer, pero el rey no los
escuchaba. Hizo a un lado a los soldados que atiborraban la parte baja del
castillo y se negoció un cese al fuego a gritos. El rey Tasilio II logró
atravesar a los soldados con lanzas y los soldados del norte le dejaron pasar
por orden de sir Gunther de Wolf. Tasilio corrió hasta el cuerpo de Bran y se
hincó temblando de dolor y muerto de vergüenza. Ayra trató de matarlo, pero
Gunther le convenció de desistir. Rovina y los niños, que habían sido liberados
por soldados de la guardia real, se reunieron con Gunther. Tasilio se hincó
ante el cuerpo de Bran y se quitó la corona para ponérsela a él.
- Ustedes dos tienen más valentía
y honor de lo que yo jamás tendré o de lo que mi hijo habría podido entender.
- Coronar a un muerto no es
suficiente.- Le gritó Rovina.
- El alquimista obedece al rey.
Yo ya no soy rey, pero Bran sí.
El
castillo se estremeció desde su base. A metros bajo tierra el techo de la
caverna que apresaba al alquimista empezaba a romperse. El patio exterior
comenzó a partirse, pesados ladrillos cayeron hasta las minas subterráneas.
Tasilio, sosteniendo el cuerpo de Bran coronado contempló al rey dragón que
emergía de su cautiverio por primera vez desde que Tasilio hubiese formado una
alianza con él. El rey dragón había derretido el metal de las minas, formando
ríos de metales, y había sido su alquimista desde entonces hasta que había
mancillado su honor. Tasilio reconoció la armadura de Bran, era la armadura del
dragón, y entendió en qué había trabajado el alquimista. Se figuró que habían
trasladado la armadura junto con el cuerpo de Rethar mediante sus espías, ahora
sólo rogaba porque no fuera muy tarde. El dragón olfateó al nuevo rey y de la
saliva de su lengua bañó a Bran en una sustancia viscosa que curó sus heridas y
lo revivió. Bran había desatado la furia del soldado de invierno, pero también
detenido el invierno y traído la primavera.
Tasilio
II se hincó ante Bran y su hermano Gunther. Ofreció su espada para ser
ejecutada por ella, pero Bran se negó. Le condenó a vivir con la vergüenza de
sus actos, encadenado a una procesión que iría a todos los pueblos y villas, y
donde trabajaría por semanas para ganarse el pan. La primavera anunció la
victoria de la casa de Calster a todo el reino de Rhen y con mucha paciencia se
fueron reconstruyendo los puentes entre las casas. La casa de Kren dejó de
existir y sir Gunther de Wolf creó la casa de Kor para que el reino de Rhen
incluyera también a los hombres del norte. El rey dragón juró fidelidad al rey
Bran y a la reina Ayra y ofreció sus servicios después de haber regresado al
soldado de invierno y sus veinte hombres de metal de regreso a la montaña. Bran
se negó a encerrarlo y le pidió que fuera su consejero, a lo cual el dragón
aceptó. Sir Gunther de Wolf no tardó mucho en salir a la aventura, pero ésta
vez llevando consigo a su esposa y sus hijos para gobernar sobre las tierras de
la casa de Calster.
Eso
fue lo que pasó, mi estimado primo. Juro por todos los santos que nada añadí y
nada quité. El rey Bran ha reinado desde entonces con sabiduría y justicia como
un nuevo Ruqner. Los rumores que escuchas en Larch sobre los alegres paganos
son ciertos, se han tenido que convertir para evitar problemas con el imperio
pero en el fondo es una farsa; aunque eso me escribiste sobre la pervivencia de
los casacios es falsa. La red de conjura fue expuesta y los casacios
abandonaron sus creencias, o al menos se fueron mitigando. Eso que escuchaste
de casacios es que aquí en Rhen se ha popularizado la creencia que el rey
dragón convirtió a los conspiradores en arañas, a las cuales se les da de comer
por temor a que se conviertan de nuevo en forma humana.
Si
te place escuchar de las hazañas de sir Gunther de la orden del lobo cuando
defendió sus tierras de los gigantes ciegos tendrás que esperar a que llegue a
Lotenburgo, pues ya es tarde y debo terminar.
Sinceramente tuyo en Narbar,
Telric.
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