La liga de las ranas
Por: Juan Sebastián Ohem
Frank
Mercer conocía tanto del origen de la liga de las ranas como la prensa o la
policía. La voz se había corrido entre los vagabundos, existía uno que
comandaba a un ejército, un vagabundo millonario. Algunos decían, en susurros a
la mitad de la noche, que la Rana no era humana y que no podía morir. Otros, un
poco más sobrios, decían que era un mafioso que huía de su antigua pandilla y
que usaba su dinero para hacerse de una vasta red criminal con la cual
protegerse y hacer dinero. La prensa fue la última en enterarse, incluso cuando
la policía ya había levantado la alarma. A nadie le importaban los vagabundos,
y los primeros reportes de vagabundos organizados para asistir en planes
sumamente complejos para robar algún banco o liquidar algún mafioso, fueron
vistos con escepticismo. Después de todo, en la opinión popular, los vagabundos
eran los fantasmas urbanos que, de ser capaces de organizarse, pronto dejarían
de ser vagabundos. En ese verano, sin embargo, la ciudad entera no tendría más
remedio que aceptar que aquellos individuos lastimeros llegaron a tener la vida
de miles de personas en sus manos. En ese verano todos supieron de la Rana y en
ese verano todos temblaron de miedo ante la imagen de un vagabundo común.
Quienes habían sido dejados atrás por un sistema inhumano eran ahora los amos
de la ciudad y su destino sería elegido por los fríos corazones de quienes
habían sido rechazados tantas veces.
Frank
Mercer tuvo que aceptar que las Ranas existían al principio del verano, cuando
fue testigo de una espectacular visión. La policía le había estado corriendo de
Marvin Gardens, donde solía recoger los cigarros a la entrada del metro, casi
sin fumar, donde pedía limosna frente a los cafés de moda y ayudaba en la noche
a tirar la basura de los elegantes restaurantes por unas monedas y una lata de
sopa caliente. Al igual que muchos otros vagabundos terminó al sur de Baltic,
donde tomaba refugio bajo el puente del tren elevado a una cuadra de las
peligrosas calles de Morton. Resignado a coleccionar latas para venderlas,
perdió el sentido del tiempo y por accidente se topó con los proxenetas de
Morton, la peor calaña que hubiese visto desde que saliera de prisión. Cortaban
a sus mujeres para darles una lección, les quemaban fierros calientes para
marcarles como de su corral y repartían golpes cuando la paga no era la
deseada. Pensó en regresar al puente y dormir sobre el parche de tierra suave
que había encontrado y marcado con su caja de refrigerador, cuando sucedió el
hecho inesperado. Las mujeres no habían cazado cliente alguno, y miraban
desafiantes a sus proxenetas, quienes las vigilaban desde sus ruidosos autos.
El atrevimiento era inaudito y los doce proxenetas cruzaron la calle armados de
cuchillos y tubos. Los vagabundos salieron de la nada y les rodearon con piedras
y botellas rotas. La trampa estaba puesta y la batalla fue brutal. El factor
sorpresa fue suficiente para dividirlos y en menos de un minuto había otra
docena más de vagabundos. Las prostitutas formaron parte de la golpiza,
independizándose de sus proxenetas y robándoles todo en el proceso. Uno de
ellos, un armario negro con una playera ensangrentada y venganza en los ojos,
se deshizo de los vagabundos golpeando como boxeador y sacó una pistola del
cinto de su pantalón. Frank se unió a la pelea, empujando gente hasta llegar al
furioso proxeneta. Usó una piedra para tumbarlo y peleó por el arma con uñas y
dientes. Un par de tiros se dispararon, nervios que se contraían por la
poderosa mordedura de Frank. Tras arrancarle parte de un dedo consiguió hacerse
del arma. Los combatientes le miraban expectantes y Frank se congeló un segundo
al ver tantos rostros y sentir tantas miradas.
- Billeteras, llaves del coche y
todo lo que tengan. Hasta la ropa. Desnúdense.- Los vagabundos lo celebraron y
las prostitutas se rieron de la desnudez de sus tiranos.- Vuelvan por aquí y
estarán muertos.
- Hiciste bien chico. Soy Mike
Colby.- El hombre tenía aspecto de veterano de guerra y apretaba la mano como
si le fuera a sacar jugo. Tenía una cicatriz bajo el ojo izquierdo y una
sonrisa sin tres dientes.- Bienvenido a la liga de las Ranas. Quédate cerca, ya
te llegará la información.
- Gracias guapo.- Una mujer
vestida en un entallado vestido rojo y pálida de frío, le extendió la mano de
largas uñas.- Soy Rachel, mis enemigos me dicen Brady, pero me puedes decir
Rachel.
Frank
no esperaba ser una celebridad, y la verdad es que duró poco. Los proxenetas
trataron una y otra vez de reclamar su territorio, pero con cada intento las
represalias eran más y más brutales. Se decía que las Ranas, usando el ejército
de vagabundos anónimos, conseguían prender fuego a sus departamentos, dinamitar
sus autos, matarlos aleatoriamente e incluso amenazarles mientras dormían en
departamentos supuestamente seguros. Frank entendió el poder de la Rana,
comandaba a un verdadero ejército de vagabundos, prostitutas y ladrones, así
como una extensa red de corrupción entre los policías. Muchísimos de los
miembros dejaban de ser literalmente vagabundos, siendo tan bien remunerados que
podían hacerse de un departamento, y otros incluso se hacían ricos a costa de
la Rana. Frank recibió instrucciones en el catre del hostal de una parroquia de
manos de un sacerdote cómplice. Leyó la carta a la luz de la luna que se
filtraba por las rendijas que hacían de ventana, y luego las volvió a leer
hasta memorizar cada palabra mecanografiada para luego, como indicaba la carta,
prenderle fuego.
La
organización se protegía en el misterio. Frank recibiría unos cuantos dólares a
la semana, más del salario mínimo, por llevar a cabo instrucciones simples.
Tenía un superior inmediato, un sargento, Mike Colby, quien serviría para
coordinar a las ranas de la zona, así como asegurar que todas las cocinas para
pobres, hostales y clínicas le reconocerían como miembro oficial. No tenía
derecho a saber quién estaba por encima de su sargento, y la carta era
deliberadamente vaga al afirmar que la organización poseía muchos escalones y
supervisores. Todas las instrucciones provenían de la Rana y no siempre sabría el
motivo o el objetivo de sus instrucciones, pero debía permanecer tranquilo
sabiendo que existía un plan maestro destinado a mejorar la vida de los pobres.
Le quedaba prohibido el uso de drogas fuertes y, si necesitaba cometer actos
ilegales para subsistir tenía que ser cuidadoso, sin matar ni lastimar
seriamente a nadie. Las prostitutas tendrían su propia organización, entre
mujeres, así como los ladrones, pero al final del día todos se encontraban al
servicio de la Rana y su plan maestro. Su obligación más inmediata era la de
presentarse a su buzón, una ranura cerca del puente donde recibiría sus
instrucciones, y cualquier falta sería investigada a fondo por vagabundos como
él, cuyas instrucciones podían ser el de vigilarle y reportar sus actividades.
La lealtad era pagada y la deslealtad significaba la muerte.
Los
dólares le vinieron de maravilla, pues logró rentarse un departamento en
Morton, no muy lejos de su buzón. Sus instrucciones por lo general le parecían
absurdas, como el pararse en una esquina por un par de horas y nada más, y
otras eran de lo más misteriosas, como comprarse un traje con el dinero que
venía en el sobre, presentarse a una tienda y preguntar por algún artículo para
luego dar media vuelta e irse. No sabía si cada asignación formaba parte de un
brillante plan maestro, pero poco le importaba, tenía un techo y una ocupación
y no podía exigir más. Los primeros atisbos de un plan llegaron tras algunos
atentados contra mafiosos locales por sujetos desconocidos, como le llamaba la
prensa, pero que la policía ya sabía que se trataba de las ranas. El dinero
parecía aumentar en los pagos, de modo que todos confiaron en la Rana cuando
escribía que su cruzada contra el crimen organizado tenía un impacto directo en
el bienestar de los pobres.
Frank
se dio cuenta que estaba siendo probado, pues sus asignaciones fueron
tornándose más difíciles y más ilegales. Ayudó a robar un auto para crear un
denso y repentino embotellamiento, que permitió a un grupo de ladrones robar
las cajas de una lujosa tienda y escapar. La adrenalina del robo le recordó a
su vida antes de prisión, los pocos buenos años, y se encontró rebotando de bar
en bar hasta llegar a Alvarado, donde fue testigo de lo más cercano que la Rana
había tenido a una aparición en público. Había terminado de gastar sus billetes
cuando la explosión le sacudió, junto a los cientos de peatones y conductores
que se congelaron y miraron al enorme rascacielos Tate. Una enorme bomba de
pintura, un barril con una pequeña carga explosiva, fue bajada por polea hasta
el piso décimo y cuando estalló la pintura multicolores se regó por toda la
avenida. Inmediatamente después fue desatada una inmensa lona con el dibujo de
una rana.
- Eres un suertudo.- Stuart Braun
saltaba de emoción, periódico en mano. Estaban perdiendo el tiempo con Rachel
Brady y sus prostitutas, apoyados contra una malla ciclónica y mirando el ir y
venir de las muchachas y sus clientes. Rachel, de espíritu más pragmático, leyó
el diario y miró al tránsito en silencio.- ¿Has leído la carta de la Rana al
Heraldo?
- No, no he tenido tiempo. La
resaca me dejó fuera de combate.
- Es un ultimátum político.- Dijo
Rachel, y Mercer y Braun le miraron extrañados.- Estudié literatura, ¿por qué
todos se sorprenden de eso?
- Yo estudié actuación... Para lo
que me sirvió, el título de ingeniero por correspondencia de la prisión tampoco
me sirvió de nada.- Dijo Frank.
- Consiste en cuatro puntos
esenciales, aunque el desplegado sea más largo. Exige a las autoridades que se
construyan doce refugios para indigentes, que se institucionalice un centro de
protección a mujeres abusadas, que se elimine la ley que obliga a los
ex-convictos a tener que revelar sus años en prisión y el delito, que los
crímenes sin víctimas se castiguen con no más de dos años de prisión, además de
las obvias como quitar el delito de vagancia, de permitir mendigos y se permita
prostitución auto-regulada en zonas no residenciales en ciertos horarios
específicos.
- Dijiste cuatro puntos.- Dijo
Frank, impresionado por la capacidad de síntesis de Rachel, pero no se
sorprendía de ver a alguien más, olvidado por la sociedad común, con mucho que
ofrecer al mundo.
- Por un lado tienes demandas de
orden legislativo, como quitar o aprobar leyes, por el otro tienes demandas
judiciales como conmutar penas o reducirlas, tienes demandas que van a la
infraestructura, como todos esos refugios y cocinas y demás, y finalmente de
tipo político, como cuando exige que los desposeídos puedan organizarse como
sindicatos, como hacemos ahora.
- ¿Qué es ultimátum?- Preguntó
Braun con el ceño fruncido.
- Lo que te da cuando comes
muchos frijoles.- Bromeó Rachel, mientras sacaba un pequeño revólver de su
bolso para que un cliente entendiera que no podía abofetear a las prostitutas.
- Significa que hoy fue una bomba
de pintura, mañana una bomba de verdad.
- Las cosas se pondrán pesadas.-
Dijo Braun, en tono profético.
- Tan pesadas como lo quieran los
de arriba.- Dijo Roger Bolton. Frank le conocía poco, sabía que era un
carterista empleado por el departamento de sanidad para recoger bolsas de
basura, y que religiosamente pagaba el diezmo de lo que robaba. Se había
convertido en el hombre de confianza de Mike Colby, un cargo que parecía
llenarle de un orgullo difícil de encontrar entre los carteristas drogadictos
de Morton. Limpio, sobrio, bañado, admirado y confiado por su superior, Roger
era un hombre nuevo. Las cicatrices en los brazos eran la única pista de su
vida anterior.- Vaya circo.
- Frank le vio en persona.-
Comentó Rachel, mientras recibía el pago de un par de sus chicas.
- Llegaron tus instrucciones
Rachel, tienes que enviar a un par de chicas a una fiesta de George Wallace.-
Le entregó una tarjeta con la dirección y cien dólares para taxis, y como
extra.
- ¿Georgie el guapo? Menuda
fiesta que debe ser.- Dijo Braun codeando a Mercer, aunque él no entendía a que
se refería.- Trabaja para Randall Vallenquist, el mafioso. Que se anden con
cuidado.
Mercer
y Braun se presentaron al medio día para recibir sus instrucciones del buzón
empotrado al muro y tras un suspiro se pusieron manos a la obra. Frank fue
enviado a Industrial por un disfraz de obrero de ingeniería urbana y siguió a
un grupo hasta Baltic, donde detuvieron el tránsito con conos naranjas,
disculpas y explicaciones falsas para ponerse a trabajar. Sin mediar más
palabra que la absolutamente necesaria, como decían las instrucciones, Frank
ayudó a bombear agua a presión y ácidos, en dos largas mangueras por un
reducido boquete hacia unas lejanas tuberías. Luego de un par de horas de
trabajo recogieron todo y se separaron sin despedirse. Frank recibió un pago
adicional, por un hombre desconocido que se le acercó a una cuadra de donde
habían dejado todo. No dijo mucho, pero Frank no necesitaba saberlo, le habían
estado vigilando y el pago era por llevar a cabo las instrucciones sin falta.
No
podía dejar de sentirse orgulloso, y cuando se topó con Stu Braun de camino a
su departamento, se sorprendió a sí mismo preguntándole sobre sus
instrucciones. Sabía que estaba prohibido, pero Braun estaba vestido como un
hombre de negocios y temblaba de miedo, con un pálido que tiraba más a verde. Le
explicó que nunca había tenido instrucciones como esa, y de no ser que había
trabado una buena amistad con Frank nunca se las diría, pero la verdad es que
necesitaba de su ayuda.
- ¿Has matado alguna vez?- Frank
se sorprendió y se rasco la barba mal cuidada.
- No, nunca he tenido la
necesidad y espero nunca tenerla.
- Yo tampoco, y tengo que matar
al hijo de Yakaveta. El Rana odia a la mafia, Emilio Yakaveta y Randall Vallenquist
están al tope de su lista. Tenemos que matarlo y robar toda la heroína que
encontremos. Sé que el Rana soborna gente cercana de estos dos mafiosos, pero
¿por qué no hace que ellos los maten? No me malentiendas, no soy desleal.- Dijo
esto con miedo en la voz.
- Calma, no es como si te fuera a
reportar. No quieres matar, eso es todo.
- No es esto, son nuestros
enemigos y al diablo con ellos, pero ¿y si fallamos?- Braun le tomó del brazo
con aspecto suplicante.- ¿Me acompañarías? Nadie sabe de las instrucciones, ¿no
es cierto? Ni siquiera Colby, que es sargento. Ven conmigo, no podemos fallar
en esto.
Frank
aceptó de mala gana y juntos esperaron el auto que les llevaría hasta su
ubicación. Una Rana sobornó a los agentes de policía para que desaparecieran de
la zona por un rato. Otros dos se apostaron cerca de la entrada del
restaurante. Braun y Mercer desinflaron las llantas de todos los autos en el
estacionamiento y plantaron una carga explosiva. Bolton apareció en la parte de
atrás manejando un camión de basura que se estrelló hasta la cocina del lugar
atravesando el muro trasero. La carga explosiva detonó y las ranas se activaron
como robots. Dos eran clientes, esos abrieron fuego contra los guardaespaldas
de Dominic Yakaveta. Braun y Mercer debían ayudar a los tiradores que entraban
al restaurante por el ventanal destruido. El joven Dominic se quedó congelado,
viéndose rodeado y no pudo actuar a tiempo. El caos obró a favor de las Ranas,
tal como Braun había estado rogando. Acribillaron al hijo del segundo mafioso
más poderoso de la ciudad, mientras Bolton y otros dos cargaban los
innumerables paquetes de heroína del congelador al camión de basura. Luego de
eso todos desaparecieron como indicaban las instrucciones. Tres minutos y medio
de un absoluto caos se desinfló en segundos y para cuando llegaron las
patrullas y ambulancias era demasiado tarde. Mercer acompañó a Braun, de
renovado humor, hacia la calle lateral donde fueron recogidos por un taxi que
les llevó hasta un basurero a las afueras de la ciudad. El Rana quería mandar
un mensaje poderoso a todos los miembros, sobre todo a aquellos que podrían
soltarle la sopa al crimen organizado. No quería la heroína para comerciarla,
sino para quemarla.
- Las noticias en la radio decían
que hay una epidemia de camellos con huesos rotos en el hospital.- Decía uno de
las ranas mientras atravesaban las montañas de basura hasta el camión de
Bolton, donde tres ranas sacaban los paquetes marrón y les tiraban a una fosa
que Colby llenaba con gasolina.- En un solo día Yakaveta pierde miles en
producto y a sus camellos. Ese Rana es un genio. ¿Y vieron lo coordinados que
estábamos?
- Suficiente, las instrucciones
no mencionan parlotear.- Dijo Colby, cuando terminó de tirar la gasolina. Miró
a Frank con el cuello torcido y Mercer se sintió desnudo. Sabía que las penas
por desobedecer órdenes podían ser brutales. Cualquiera de esas ranas en aquel
lugar podía ser una planta del Rana, o quizás el mismo Rana, supervisando sus
operaciones y buscando a los desobedientes como él.- ¿Tus instrucciones te
llevaron aquí?
- Sí.- Dijo Frank, sabiendo que
su vida podía estar en juego.
- Como sea. Incendien esa
porquería.
El
cargamento de heroína prendió fuego y las ranas lo celebraron. Frank y Stu no
sentían ganas de celebrar, aunque al igual que sus compañeros estaban muy
emocionados e impresionados por la genialidad de su misterioso líder. La
adrenalina pasó rápidamente esa noche, mientras Frank escuchaba las noticias de
la radio. Las tuberías de gas en tres manzanas de Baltic habían estallado. Los
vecinos olieron gas en el agua y los bomberos consiguieron evacuar a la mayoría
antes de la explosión. Quince personas habían muerto, cincuenta habían perdido
sus hogares y el incendio ya se esparcía por los barrios residenciales de
Baltic. Frank miró por la ventana, hacia el resplandor naranja que se mantenía
indomable y entendió lo que ultimátum quería decir realmente.
- Quince muertos, más de veinte
heridos...- Frank quiso decir que había participado, que ese dinero extra
debería ser suficiente para su conciencia culpable, pero se detuvo de violar
las reglas.
- Gente que vive en esas
mansiones o en esos edificios tan cómodos...- Se quejó uno de los vagabundos.-
¿Qué han hecho por mí y por qué me deberían de importar?
- Tiene razón Frank,- dijo otro
más, mientras arreglaba su casa de cajas y sábanas bajo el puente del tren
elevado.- si fuera a la inversa... ¿Les importaría? Hace tres años, cuando
ardió el refugio de San Miguel, ¿alguno de esos burgueses sintió ganas de donar
sus casas para las víctimas? Mi amiga Joyce murió allá adentro, su hermana
quedó muy mal y ¿la ayudaron? Claro que no.
- Si no te gusta, puedes irte de
la ciudad.- Colby apareció atrás de él y Frank se dio cuenta que había estado
ahí todo ese tiempo. ¿Seguiría desconfiando de él por participar de las
instrucciones de Frank?, ¿sería parte de la policía secreta de la Rana que
había desaparecido a más de uno?- Esa clase de conversación sólo desmoraliza a
las ranas. ¿Eres más listo que la Rana?
- No, claro que no.
- Bien.- Dijo Mike Colby tras un
rato de incómodo silencio.- Ahora vete, nada para ti hoy.
Frank
se fue como perro regañado y habría olvidado todo el asunto de no haber sido
por los hechos al día siguiente. Sus instrucciones nuevamente retaban a su
conciencia, tenía que ayudar a otro rana a matar a Rico Mendoza, quien Braun le
advirtió era el principal suministrador de droga de Randall Vallenquist, un
colombiano que además nunca salía de su mansión sin su equipo de seguridad.
Viajó en silencio con el otro rana, nunca le había visto antes, pero rara vez
trabajaban con gente conocida, y habiendo un millón de desposeídos en Malkin y
más de la mitad siendo partes del ejército de anfibios, no le era para nada
extraordinario. Sin mediar palabra llegaron al amplio garaje de autos de lujo.
Mientras su compañero instalaba una bomba la misión de Frank era mantener
ocupados a los dos guardias de seguridad. Vomitó y tembló, gritando delirante
como si estuviera en el umbral de la muerte. Los guardias le echaron cuando
llegó el señor Mendoza y sus guardaespaldas. Regresó al auto de su compañero,
quien se quedó afuera para ver al garaje de frente con el detonador escondido
en un bolsillo. Los guardaespaldas revisaron el coche por explosivos, pero su
compañero los había instalado en los autos de al lado. Tras apretar el botón
los dos autos volaron en pedazos, matándolos a todos. Frank se agachó al
escuchar el estallido y accidentalmente tiró la carta de instrucciones de su
compañero. Al regresar la carta a su sobre, para depositarla de vuelta al
asiento, no pudo evitar leer el último punto: “4. Mate a su compañero”. Frank
se quedó helado, su compañero regresó tras el volante y le pidió que buscara
algo bajo el asiento. Mercer, quien había aprendido mucho en prisión, fingió
que se agachaba para luego lanzarse contra su compañero. El rana tenía una
pistola con silenciador que no consiguió sacar de sus pantalones. Forcejearon
en el auto hasta que Frank le golpeó con la cabeza, le quitó el arma y le
disparó tres veces al pecho.
Le
quitó el sobre con la carta y salió corriendo del humo de incendio, de las
ambulancias y de las patrullas. No dejó de correr hasta que estuvo en Morton, y
entonces le asaltó la duda. ¿El Rana lo quería muerto por haberse quejado del
sabotaje a las líneas de gas? Sabía perfectamente que si el Rana quería muerto
a alguien, no había vuelta de hoja. Se consoló repitiéndose una y otra vez que
las instrucciones eran privadas, de modo que era factible que Colby no supiera
nada al respecto. El distribuidor muerto, el asesino muerto también cerca de la
escena, sonaba como una operación de la Rana. ¿Pero cuánto tiempo más podría
mantenerse con vida? Eventualmente Colby mandaría algún reporte al Rana, o alguno
de sus secuaces, en él tendría su nombre y el Rana sabría que algo andaba mal.
Además, ¿cuántos ultimatums más tenía planeados? Si ese era su primer atentado,
¿cuántos más tenía planeados y a cuánta gente pensaba matar? Frank quería
golpearse contra la pared, al mismo tiempo que adoraba a la Rana por sus
objetivos, lo detestaba por sus medios y le temía por su poder. Una loca idea
se materializó en su mente activada por la necesidad y el miedo, tenía que
detener al Rana de una manera o de otra.
El
primer día tras salvarse de la muerte fue mucho como su primer día en prisión.
Se sentía el centro de atención, el tema de cada murmullo y el sujeto de cada
maldición. Cualquiera de los vagos que conocía, incluso aquellos a quienes
podía llamar amigos, podría recibir instrucciones en cualquier momento. Su mera
presencia podía desencadenar una golpiza brutal o una trampa mortal. Estaba
seguro que Colby sospechaba algo, por el modo en que le vigilaba
subrepticiamente en todo momento. Cuando no recibió instrucciones ese día se
figuró lo peor, que el Rana le daba por muerto y por ende nunca más llegarían
instrucciones con su nombre, hasta que Colby decidiera probar su sospecha. No
tenía mucho tiempo para hacer lo que la policía había sido incapaz de hacer
hasta entonces, descubrir la identidad de la Rana y detenerlo para salvar a los
miles de civiles que sufrirían la furia del anfibio y salvar su propia vida.
Incapaz
de decirle toda la verdad a su amigo Stu, consiguió que le ayudara. Braun tenía
otro sargento, uno mucho más activo que Colby. Se trataba de un veterano de
guerra llamado Horace Wilkins, un sujeto duro que manejaba a sus renacuajos con
la frialdad de un militar. Sin otro plan más que escalar peldaño a peldaño
hasta el Rana, se decidió a seguirlo. Haciendo uso de sus conocimientos en
actuación se disfrazó y maquilló para no ser reconocido. Wilkins se vio con
alguien en un café, con quien se identificó con un extraño saludo de mano. Lo
había visto con Mike Colby, y se figuró que era una manera de establecer rango.
Frank se sentó lo suficientemente cerca para escucharles, pero mirando a la
calle donde reconoció al menos dos ranas vigilando al lugar. Wilkins fue
informado que el saludo cambiaba cada semana, y tras enseñárselo le comunicó
algunas novedades intrascendentes, como pactos con pandilleros violentos, más sacerdotes
aliados y el nombre de algunos policías de confianza. Se enteró que los
sargentos tenían maletas en cada estación de tren y camión, donde tendrían
suficiente dinero para desaparecer un tiempo, así como pasaportes falsos, mudas
de ropa y un arma. Aunque Frank sabía que el extraño tenía un mayor rango, era
obvio que él se limitaba a pasar información y tenía superiores que, además,
tenían más superiores. Cuando sintió que la conversación se terminaba pagó por
su café y se fue del lugar.
El
extraño estaba bien custodiado y resultaba difícil seguirle. La mayor parte de
los sindicatos de taxistas ahora también trabajaban para la Rana y empleaban
sus radios para comunicar posibles colas y sujetos sospechosos. No podía subir
a un taxi y pedir que siguiera al otro, así que decidió seguir a uno de las
Ranas que habían supervisado la conversación. Desconocía de su rango, vestía
como un vagabundo y ningún policía le creería parte de una red de espionaje y
delincuencia, pero para Frank había un detalle que revelaba su verdadera
naturaleza. Experimentado en la dura vida de las calles, sabía dónde había que
fijarse. Una persona podía quedar sin bañar ni rasurar por un par de semanas,
usar ropa vieja y maloliente y fingir ser un vagabundo más de Malkin, pero
existían detalles que se pasarían por alto los imitadores. La suela de su bota
estaba demasiado limpia, carecía de los pequeños cristales típicos de las
capsulitas de crack, “los soldados” como eran llamados por los camellos.
El
nuevo objetivo abordó un camión y luego otro, para terminar en una pequeña
placita, donde se reunió con los otros ranas que seguían al entrevistador
misterioso del café. El extraño que había hablado con Wilkins recogió un
periódico debajo de una banca, leyó la sección de segunda mano y lo tiró a la
basura. Frank comió algo cerca de ahí, esperando más de una hora para
cerciorarse que no era una trampa. El periódico anunciaba los atentados de la
Rana en primera plana, con una editorial mordaz contra las fuerzas del orden, y
en la sección de segunda mano había un recuadro encerrado en un círculo. Vendía
un Ford a medio precio, y tras varios minutos tratando de romper el hermético
código se fijó en el anuncio en la esquina inferior izquierda y sintió ganas de
reír. Alguien vendía un tostador marca Maitland, desconocida para Frank, con
una fecha disimulada dentro del texto que además anunciaba futuras ofertas. El
nombre le parecía familiar y lo ubicó al leer una nota en la parte financiera,
Richard Maitland había hecho una millonada tras un lamentable accidente
industrial de Colton plásticos, su principal competidor en ese rubro de
productos. El texto de venta señalaba esa fecha y la dirección donde prometía
nuevas ofertas, que serían nuevos atentados, se encontraba también en la
noticia al enlistar la dirección de sus otras dos plantas. Quizás no tenía el
tiempo, ni la capacidad, de reconstruir la escalera, pero si Richard Maitland
tenía tanto dinero como decía el periódico, sin duda sería una ficha importante
para la organización. Además, era más fácil encontrar al multimillonario que a
la Rana.
El
rascacielos Moorehouse, pronto a ser renombrado como rascacielos Maitland, se
encontraba en el centro de Marvin Gardens y anunciaba las oficinas de Richard
Maitland y asociados en los últimos tres pisos, en un cartel de oro macizo.
Frank se dio cuenta que era brillante, el Rana era buscado en cloacas y bajo
puentes, pero seguramente tendría muchos millones para poder abastecer a casi
un millón de desposeídos con salarios regulares y servicios, por no contar con
los pagos extra y los jugosos sobornos a las autoridades. Las oficinas
centrales le parecieron como un majestuoso palacio, con un lobby al centro de
tres pisos de oficinas y salas, con inmensas columnas de mármol y oro, extensos
tapetes caros y un ejército de secretarias y meseros. Frank pasó desapercibido
entre oficinistas y ejecutivos de otras compañías que exigían hablar con
Maitland de inmediato. Prestando atención a sus conversaciones se enteró de las
sospechas que el mundo empresarial tenía en su contra. Incontables accidentes
de fábrica se habían estado dando, y Richard Maitland seguía expandiendo su
imperio financiero. A lo lejos, y a través de pesadas paredes de cristal
sostenidas por canceles de oro, pudo ver al anciano Maitland y su corte. Una
mujer parecía seguirle los pasos, pero no en la misma posición servil que sus
ayudantes y secretarios. Ella era una mujer fuerte, encorvada y de peinado
humilde, a Frank le pareció más una de esas mujeres duras que se topaba en las
cantinas.
- ¿Le puedo ayudar en algo?- Se
había quedado mirando a aquella mujer mientras acompañaba a Maitland, y a su
seguridad, por las oficinas y las inmensas escaleras. Se había separado del
grupo y prácticamente estaba volcado sobre el barandal con tal de seguirla
viendo. El hombre que le hablaba era de mediana estatura, con calvicie a
excepción de los costados que cuidaba cada mañana.- Soy Filo Brooks, el
ayudante personal del señor Maitland, estoy seguro que puedo atenderle. Como
pudo ver, el señor Maitland ha salido.
- Sí, bueno... No es urgente
realmente. Verá, estoy armando una nota periodística sobre el señor Maitland y
pensé que venir aquí sería una buena idea.- Se sintió satisfecho con su mentira
y escuchó el discurso del señor Brooks como si le importara.
Frank
aprovechó la primera excusa que pudo para irse de ahí e investigar los casos de
sabotaje industrial. Un nuevo mundo se abría a sus pies. La Rana no sólo había
pensado en vagabundos, prostitutas y ladronzuelos, también comenzaba a extender
su influencia entre los obreros de fábrica, los albañiles y todos los pobres.
Entendía ahora el horror de los ricos que mandaban cartas al diario, veían que
todos aquellos sobre los que pisaban habían decidido unificarse y mostrar su
fuerza. Algunos denostaron a la Rana como agente comunista, tratando de
desechar sus demandas, consideradas ridículas, como parte de un esfuerzo contra
el comunismo en todas sus formas. La Rana tenía una única respuesta a eso, más
ataques contra la ciudad. Mientras visitaba las fábricas sobre las que había
escuchado en las conversaciones, oyó por la radio que el club campestre había
sido bombardeado por fuego de mortero desde los techos de unos edificios abandonados.
Quince personas habían sido heridas, siete habían muerto.
- Abandonados ni qué abandonados.
El millonario Wallace obligó al alcalde a expulsar a más de cien familias para
hacerse de esa cuadra por centavos y poder expandir su club de golf.- Explicó
el taxista. La nota seguía, diciendo que la comida había sido envenenada y
hasta el momento tres mujeres habían muerto y todos los miembros que habían
comido en la fiesta debían reportarse a urgencias. El taxista se echó a reír,
celebrándolo golpeando sus puños contra el techo.- Eso les enseñará, sí señor.
Los meceros, los conserjes... en fin, cualquier empleado que haya sufrido de
sus insultos por demasiados años ha obtenido su venganza.
Frank
recorrió la Industrial de un extremo a otro, sin saber bien lo que buscaba.
Tenía una lista mental de fábricas que habían sido mencionadas, pero no sabía
bien a bien qué hacer con esa lista. La mayoría de las fábricas estaban
cerradas al público y no era como si pudiera entrar sin más y hacer preguntas
sobre el sabotaje que estaba por venir. Ya caída la noche, cuando las fábricas
cerraron, reconoció a uno de los ayudantes del señor Maitland sobornando a un
guardia a la entrada de una fábrica. Frank aprovechó que entraba un camión para
correr a su lado y evadir la seguridad. No estaba seguro si estaba ahí para
encontrar más indicios del Rana y su plan, o si estaba ahí porque esperaba
verla de nuevo. Había algo sobre ella que no podía quitarse de la mente,
incluso su indicio de vulgaridad le resultaba intoxicante. A un lado del
edificio principal, donde se armaban los zapatos y tenis en largas líneas de
producción, se encontraba un edificio de aspecto humilde y pragmático de dos
pisos y con las luces encendidas. Aprovechando que aún quedaban obreros y
burócratas dando de vueltas pudo entrar al edificio por una entrada lateral y
evitar a los ranas, apostados en la puerta. Subió las escaleras junto con un
secretario, ayudándole a cargar sus papeles y se escondió en la entrada del
baño, que daba contra la oficina principal. El señor Smith, el dueño, estaba
discutiendo con la mujer misteriosa que tanto le atraía. Ahora tenía un nombre,
Angela Sloane, pero no podía escucharlo todo. Se arriesgó a salir por la
ventana del baño, aferrándose contra la orilla y ágilmente pasando al techo de
la oficina, desde donde podía ver casi todo en esa posición circense,
ocultándose gracias a las cortinas pesadas de la oficina.
- ¿Cree que el accidente de hoy
fue coincidencia, señor Smith?- Sloane no disfrutaba de su posición, pero
imponía mediante su presencia al dueño de la fábrica, quién se limpiaba el
sudor con un amarillento pañuelo.- ¿Cuántos años más podía seguir pagándoles
menos del salario mínimo y salir impune? Ni qué hablar de todas las obreras que
usted ha... entrevistado en privado. Oh sí señor Smith, también sabemos eso.
Usted y su primo han formado todo un club de “respetados empresarios contra el
comunismo” con tal de seguir tratando a sus obreros con la punta del pie.
- He sido un buen patrón, mejor
que...
- Un buen patrón no descuenta
reparaciones y gastos corrientes al salario de los obreros. Ni les obliga a
pagar por sus herramientas, ni trabajar de noche sin pagos extras.
- Ustedes los comunistas son
todos iguales.- Angela se echó a reír.
- No señor Smith, no somos
comunistas. No queremos el poder político para nosotros, no queremos al
gobierno, porque ya somos el gobierno. El gobierno de los desposeídos, ¿y sabe
una cosa? Nos estamos independizando. Puede vivir para verlo, o puede ser parte
de algún desafortunado accidente. No crea que le necesitamos tanto, muchos
millonarios se hacen ricos a nuestra costa y podrían comprar el lugar.
- ¿Cómo Maitland?
- Entre otros... Ya sabe el
precio del seguro contra accidentes. No me volverá a ver, pero sabrá que estoy
cerca. Porque las ranas siempre están cerca.- Angela sacó una pequeña caja de
su humilde bolso raspado y descolorido y la abrió en su escritorio. Una rana
salió brincando hacia las montañas de papeles.- Cada vez que piense en ir a la
policía, mire a esta rana y pregúntese si esa imagen es la última que quiera
ver en su vida.
Frank
esperó unos momentos para regresar a la ventana del baño y salir del edificio.
La podía ver de cerca, pero se detuvo a sí mismo de abordarla. Se ocultó entre
cansados obreros para salir por la entrada principal y podía sentir su mirada
sobre él. Con un esfuerzo supremo no se dio vuelta para mirarle una vez más
antes de salir. Soñó con ella y con ranas durante toda la noche y se levantó
asustado. La presencia de la Rana no desaparecía nunca, su resolución de
detenerle antes de matar a más gente tampoco desaparecía y Frank parecía
existir en un estado intermedio entre el miedo y la estupidez. Se reportó, como
era obligatorio, y se sorprendió al encontrar una carta con instrucciones.
Colby parecía no olvidar sus comentarios sobre el asesinato masivo por el
sabotaje de las líneas de gas y por más que Frank trataba de desestimarlas, los
comentarios de su sargento servían para recordarles a todos. Si el día tendría
que llegar para que un verdugo le visitase, Frank Mercer rogó porque no fuera
Mike Colby.
En
la primera hora de la noche se reportó a trabar. Su labor parecía inocente en
un principio, sólo tenía que pagarle a unos pandilleros ociosos para que
tiraran fuegos artificiales en el distrito de diamantes. Los muchachos se
divirtieron, y por unos dólares más, jugaron a atinarle a las alarmas del
extenso corredor de joyerías. El ruido atrajo a la policía, tras unas
corretizas y arrestos quedaron satisfechos que no había mayor peligro, aunque
las alarmas no dejarían de sonar hasta primera hora del día. Frank entonces
asistió al equipo de ladrones que entraba a una joyería por un improvisado
boquete en la pared, cubierto hábilmente por un camión. Roger Bolton apareció
con un camión de basura y le ayudó a subir las cinco cajas fuertes para
abrirlas más tarde.
- Sólo falta algo.- Dijo uno de
los ladrones en el reducido callejón por donde habían entrado y sacado las
cajas de seguridad.- Uno aquí es un traidor.
- ¿Qué?- Frank sintió que se
desmayaba. Se apoyó contra el camión de basura y miró a las otras ranas. Eran
cinco y los demás parecían tan sorprendidos como él. El ladrón sacó una pistola
y les fue viendo de uno en uno.
- ¡Tú!- Señaló a Frank y se
acercó pistola en mano. Mercer calculó sus posibilidades, ¿podía desarmarlo a
él si le tomaba por sorpresa?, ¿tendrían los otros ladrones armas e
instrucciones semejantes? El ladrón le jaló del brazo y le colocó al centro.
Después tomó a otro de ellos del cabello y lo tiró al centro de la rueda.-
Agárralo fuerte.
- No me maten, yo no hice nada.-
Frank respiró profundo y lo sujetó para que no escapara.
- Eres informante de la policía,
ya nos costaste tres operaciones y mucho dinero.- El ladrón le puso el cañón en
la cara y fue bajando. Finalmente le disparó en las rodillas y Frank aflojó los
brazos para que cayera al suelo.- Si quieren conocer a la Rana, vengan a la
reunión que habrá a la media noche. Sus sargentos saben dónde es.
Luego
de eso cada quien se fue por su lado, y los ladrones acompañaron a Bolton en su
camión de basura para hacerse del botín. Mercer sentía que volvía a nacer,
igual que en su último día en prisión. Sabía que no estaba fuera de peligro,
pero al menos se había ganado algo de tiempo. Siguió a Colby y a los demás
hasta una entrada de desagüe y a través de un laberinto de túneles hasta una
extensa sala condicionada con antorchas que había llegado a ser una central de
desahogue hasta que la ciudad creció demasiado. Se trataba del lugar natural
para el Rana, en un laberinto de túneles que medían cientos de kilómetros,
poblados por los primeros vagabundos que se unieron a la liga y sus hombres de
confianza. El Rana se encontraba en un paso de gato, vestido como un vagabundo
cualquiera, con un largo abrigo hecho jirones y ropas viejas y sucias. En su
cabeza llevaba una máscara, semejante a la de un soldador, que tenía integrado
los gruesos gogles. Frank no encontraba otra descripción, era una Rana. La
reunión no había juntado a toda la liga, pues había menos de 500 personas.
Todas ellas vitoreando, aplaudiendo y chiflado. Incluso Frank se encontró
entusiasmado y emocionado al encontrar a la mente maestra.
- Las ranas fueron una de las
plagas de Egipto.- En cuanto alzó las manos enguantadas todos guardaron
silencio.- Las ranas devoran las cosechas enteras, se multiplican e invaden
cada hogar, palacio y comercio. No muy diferentes de las sanguijuelas que creen
que pueden vivir con la suela de sus zapatos aplastando nuestros cuellos. Ellos
devoran todo, dejando nada a quienes sirvieron a su país, o a quienes fueron
supuestamente rehabilitados por el Estado, o a quienes nunca tuvieron otra
opción. Ahora nosotros seremos las ranas. Ahora nosotros estamos en cada rincón
de esta ciudad y ahora nosotros les dejaremos sin nada a ellos.
- ¡Muestra el origen de tu
poder!- Gritó una mujer histérica. Ante la ovación de todos la Rana alzó los
brazos en señal de rendición. Apartó el abrigo para mostrar el revólver que
cargaba en su cinto y lo empuñó señalando al aire para que todos pudieran
verlo.
- ¡La trompeta del ángel!- Gritó
la Rana y recibió aún más aplausos. La pistola era plata maciza con cuidadosos
detalles labrados. A Frank se le hizo conocida y luego recordó los mitos urbanos
sobre ella que tantas veces habían entusiasmado a los desposeídos y a los
criminales.
- Dicen que es mágica, que nunca
se le acaban las balas...- Murmuraban unos.
- Yo escuché que le esperaba
escondida en la estación fantasma...- dijo otro.
- No hay tal cosa como la
estación fantasma, esas son tonterías. Se la dio el ángel Gabriel.
- ¿Tú qué opinas Frank?- Le
preguntó Braun, quien saltaba de emoción.
- He oído de esa estación
fantasma, sé que existe.
- Ahora... Ahora...- La Rana
pidió silencio de nuevo a su legión de desposeídos.- Mis subalternos estarán
pasando palos de dinamita, uno a cada quien. Úsenlo contra la peor forma de
plaga que hay, el crimen organizado. Esos mafiosos creen que pueden
esclavizarnos a sus drogas, a sus vicios y a su reino del terror, pero las
ranas los pondrán en su lugar. Tómenlas y maten a tantos como puedan. Que
mañana Malkin apeste a dinamita y Yakaveta, Vallenquist y los demás sepan el
verdadero significado del terror cuando entiendan que somos más de un millón de
nosotros contra unos cuantos de ellos.
Las
ranas regresaron a la superficie después de una cena de sopa caliente y carne,
como no habían probado en mucho tiempo, y tras recibir su nuevo juguete. Frank
y Stu salieron corriendo junto con los demás, riendo de emoción como si fuera
noche de brujas. Los desposeídos hicieron estallar autos, vitrinas, hidrantes,
patrullas y todo lo que estuviera en su camino. Marchando como una plaga de
ranas invadieron los territorios de mafiosos y sembraron el terror. Algunos
tomaban por sorpresa a los matones para encenderles un palo en el cinturón y
verle estallar en dos pedazos. Los restaurantes y los comercios de los mafiosos
fueron los más afectados, sufriendo además de los robos en masa. La policía
trataba de detenerles, pero les era imposible. Malkin ardía en llamas y por
muchas horas el aire nocturno empujaba los ecos de los estallidos. Frank hizo
estallar una limosina y Stu voló un transformador en pedazos, condenando a gran
parte de Morton a la oscuridad. La penumbra atrajo a los maleantes, a los
pandilleros y a los ociosos, que estuvieron muy cerca de causar un disturbio a
gran escala, pero que al reconocer el indiscutible poder del omnipresente Rana
se unieron a los vagabundos en sus saqueos a mafiosos.
La
resaca de Frank le hizo olvidar gran parte de la noche. Recordaba haber robado
una caja registradora de una tienda que lavaba dinero y después invitar las
rondas a sus amigos en los bares cercanos. Lo que pasó del bar a su colchón, no
podía recordarlo. Alguien le pasó una nota por debajo de la puerta, y reconoció
la letra de Rachel Brady, avisándole que la Rana no tendría instrucciones por
un par de días, más allá de guardar un bajo perfil y evitar ser arrestado por
la policía que, comprensiblemente, estaba histérica de rabia. Se entretuvo con
la radio, escuchando sobre “la revuelta de los pobres” como le llamaba el
noticiero, y riéndose de las noticias sobre los bufetes de abogados y
asociaciones civiles que impedían a la policía arrestar a vagabundos en masa.
La Rana había cubierto todos los ángulos, era obvio. Existía uno, sin embargo,
que Frank encontraba particularmente importante. La trompeta del ángel debía
ser la clave para descubrir la identidad de la Rana.
Aprovechando
los días libres se dio a la tarea de encontrar la estación fantasma. Los
eventos de la noche anterior no habían frenado su ímpetu. El Rana mataría a
demasiada gente, atraería demasiada atención de las agencias federales y al
final perdería porque la ciudad sería puesta bajo ley marcial y todo habría sido
para nada. Además, el Rana le quiso muerto, aunque parecía estar dándole una
segunda oportunidad que sabía tenía que aprovechar para volver a estar de
buenas con la organización.
La
ciudad tenía aspecto de haber pasado por un bombardeo, la gente caminaba de
prisa y en más de una ocasión vio a sujetos tan aterrorizados por la presencia
de un vagabundo que le tiraban fajos de dinero con tal de evitar alguna
golpiza. Al principio el público había respondido a las ranas con golpizas
aleatorias a vagabundos, pero el Rana había mostrado una mano dura y más de una
docena de personas habían muerto de golpizas brutales por haberle levantado la
mano a un desposeído. Frank agradeció su sentido común de comprarse un traje
respetable para caminar por la calle sin ser vigilado por los policías. Buscó
entre los registros ferroviarios en la biblioteca pública, pero fue inútil.
Tras varias horas de aburridos registros tomó un libro de fotografías y fue
curioseando sin rumbo de hoja en hoja mientras comía su sándwich a escondidas
de la aburrida bibliotecaria. Se detuvo en seco al reconocer una foto.
Reconoció el hotel Imperial, uno de los viejos hoteles de lujo de antes del
automóvil popular. La fotografía mostraba los planos del subsuelo e indicaba
una estación de tren para millonarios, de modo que no tuvieran que viajar con
la plebe desde la estación central. La estación había quedado en desuso, según
una anotación, tras el incendio de 1920 que prácticamente afectó al hotel
entero.
Frank
encontró el acceso más cercano al renovado hotel a dos cuadras. Frente a los
atónitos oficinistas de Marvin Gardens, abrió la tapa con mucho trabajo en una
arbolada plaza entre edificios de oficina y descendió linterna en mano hasta la
maloliente cloaca. Sabiendo el peligro de perderse en los túneles, que de
pronto descendían cientos de metros y podían llevar a ríos caudalosos o a
callejones sin salida, se dejó guiar por las marcas de los vagabundos de la
cloaca, las “ratas de túnel”. Los habitantes del subsuelo dejaban marcas de
pintura para avisar de los puntos infecciosos, los ríos de aguas negras, los
caminos hacia espaciosos túneles con aire fresco y hacia los inútiles
callejones bajo tapas de vertederos. Era imposible calcular las distancias como
si fueran las dos cuadras hasta la parte inferior del hotel Imperial. Los
túneles podían hacerse muy estrechos, obligándole a andar a gatas entre
centímetros de aguas negras, y arruinando su traje en el proceso, también
podían llevar a cataratas sin aviso alguno, o hacia salas de control de las
tuberías de agua y gas, con válvulas que liberan letal presión en cualquier
momento. Caminó, corrió, anduvo a gatas y avanzó con el agua en las rodillas,
pero no consiguió entrever ninguna entrada a la estación de tren con el haz de
su débil linterna.
Frank
se resbaló por el fango hasta una reja cerrada con candado. El único otro
camino daba una vuelta muy empinada y entonces lo vio casi por accidente. La
vuelta del túnel era reciente, a juzgar por el tipo de ladrillo que variaba de
los gruesos bloques anchos de concreto. Pensó en patear la reja hasta abrirla,
pero la linterna le enseñaba que la reja correspondía a un ancho tubo, sin duda
metros por encima de la estación central, que estaba plagada de sarro y parecía
estar a punto de caer en cualquier momento. Siguió la desviación hasta un túnel
más grande, donde una de las paredes era del mismo mosaico que el de la
estación central. A juzgar por los mosaicos azules que formaban un arco de
entrada cubierto por placas de plomo y algunos ladrillos. Usó una llave inglesa
que encontró cerca de ahí para romper los ladrillos, luego de algunas horas de
esfuerzo, y usó la herramienta para hacer palanca contra la placa de plomo. La
placa había sido colocada con apenas unos remaches y fue fácil de sacar. Frank
entró por un pequeño agujero a unas viejas y húmedas escaleras. La estación era
tan impresionante como cuando había gozada de luz eléctrica. Una pequeña
réplica de la estación central, con una línea de tren que había quedado
inutilizada por algunas toneladas de tabiques y ladrillos que cayeron del techo
durante el incendio. Una vieja locomotora yacía muerta, inutilizada por el
cascajo que había caído sobre los carros de tren.
Frank
revisó los restos de los trenes, había dos carros que no quedaron totalmente aplastados
y uno de ellos aún tenía polvosas maletas, revisadas ya hacía mucho tiempo.
Imaginó lo que había pasado. El Rana había estado ahí, con los pies justo donde
él pisaba, y habría encontrado la trompeta del ángel. Tal habría sido el inicio
de su reinado. Salió del tren y caminó hacia la entrada principal de la
estación, que daba a un ducto de elevador, ahora inutilizado. Se detuvo un
momento y revisó a su alrededor. Le pareció haber escuchado algo entre los
escombros. No se animó a buscar, pero encontró dos tazas de metal con café aún
humeante. Se sintió observado, vigilado, pero quienes quieran que estuviesen
apostados en aquella tierra sagrada, no querían dar sus caras. Frank decidió no
empujar su suerte hasta el extremo y regresó por donde había ido.
No
podía decirle a nadie sobre lo que había encontrado, a nadie sobre sus temores,
ni sus ambiciones. Pasó los otros días con Rachel Brady y Stu Braun,
distrayéndose con la rayuela y las conversaciones banales. Cuando llegó el día
para trabajar de nuevo intuyó que no terminaría bien. Leyó sus instrucciones y
supo que tenía cierto don de profeta. Roger Bolton se le acercó con mirada
inquisidora y Frank confirmó, habían tenido la mala suerte. Tenían que matar a
Randall Vallenquist.
- Nos vemos ahí a las cuatro, no
llegues tarde. ¿Tienes un arma?
- Sí, ¿tú?
- Sí, y no me mires así Frank,
seamos optimistas. El plan es bueno... en teoría.
- Sí, en teoría.
Bolton
tenía razón, pero Frank sabía que él también tenía razón. Frank debía llegar al
restaurante Musso’s, tomar el letrero de “se busca mesero” y pedir una
entrevista con el dueño. Roger tenía que entrar como un cliente regular,
esperar que el jefe de la mafia Vallenquist fuera al baño y quejarse con el
dueño o el chef sobre una cucaracha en la ensalada. Frank tendría que obtener
el empleo, buscar la excusa para estar en el baño, matar a Randall Vallenquist
sin hacer ruido y esconderlo en una cabina el tiempo suficiente para irse.
Frank no tenía duda, algo saldría mal. Se imaginaba que habría otras ranas
cerca del restaurante que les ayudaría a escapar, pero ese no era consuelo
suficiente. Se presentó a tiempo, cartel bajo el brazo, y pidió hablar con el
dueño. Randall Vallenquist estaba ahí, pero también una cuadrilla militar de
matones que ocupaban todas las mesas. El jefe de meseros lo apartó a una
esquina y le susurró al oído.
- El dueño no vino hoy, nadie
puede decidir por él. Venga otro día.- Frank asintió con gravedad, le devolvió
el cartel y salió a la calle donde le hizo una seña a Roger para que le
siguiera.
- Todas las mesas están ocupadas
por matones, deben estar paranoicos. Además, no me contratarán hoy.- Roger
suspiró frustrado y se agitó nervioso.
- No creo que nos hagan algo, es
decir, el plan no es perfecto y solo somos dos.
- No, yo no puedo quedar mal con
la Rana. Suficientes problemas tengo ya... ¡Ya lo tengo!- Frank chifló un taxi
y le dirigió hasta la calle de Rachel Brady.- Las fiestas de Vallenquist a
donde enviabas a las chicas de Brady, quizás vaya para allá.
- Es peligroso oír y recordar.-
Le dijo Roger, meneándole el dedo, pero Frank no le prestó atención.
Rachel
recordaba bien las direcciones y Frank se emocionó tanto que le plantó un beso
antes de salir corriendo. Si no llegaba hasta la Rana a tiempo, al menos podría
salvar cara y demostrar que era un activo útil. Sentía que ya le habían
perdonado la vida una vez, pero sabía que lo que fácil viene, fácil se va. El
taxista, que era parte de las ranas, no les cobró ni un centavo por pasearlos
por toda la ciudad. Las primeras dos direcciones no habían servido, y
Vallenquist ya había dejado el restaurante, pero tuvieron suerte con la
tercera. Un par de autos de lujo habían estacionado frente a una pequeña planta
procesadora de pintura. Rodearon el edificio y encontraron una escalera de
incendios hasta las polvosas ventanas del segundo piso. Bolton abrió una con su
navaja y entraron sin hacer ruido. El lugar había quedado deshabilitado por
mucho tiempo, a excepción de la pista de baile e improvisado bar a un lado del
laboratorio químico repleto de matraces y botes de cristal con compuestos
inflamables. Siguieron las voces hacia el primer piso, custodiado por varios
matones. Frank encontró una escalera secundaria en el segundo piso que daba
contra una antesala polvosa con una pared de madera y cristales de colores
hacia la oficina principal donde Randall Vallenquist discutía con otro sujeto.
- Roman, si hay un momento
oportuno, es este. ¿Yakaveta? Es historia. No tiene nada que mover y sus
hombres son una burla.- Vallenquist era un hombre alto, de aspecto distinguido
que vestía un frac y fumaba un cigarro con largo filtro. En suma, era todo lo
que la Rana odiaba. Frank asomó la cabeza lo suficiente para poderles ver a
ambos y acarició su pistola nerviosamente.
- Nunca apures a un relojero. No
olvides, tenemos todo el tiempo del mundo.- Bromeó Roman, mostrando su reloj de
bolsillo como un péndulo.- Por ahora, no puedo seguir negociando contigo.
- Nadie le habla así a Randall
Vallenquist.
- La Rana sí.- Frank respiró
profundo, preparó su arma y caminó en cuclillas hasta uno de los ventanales que
tenía un orificio.
- Olvida a ese payaso, no estoy
muerto aún.- Frank asomó la pistola primero y luego subió la cabeza. Un disparo
y su reputación quedaría intacta. Un disparo y podría dormir tranquilo.
Esperó
hasta que Roman se hizo a un lado y tuviera a Vallenquist frente a él y jaló el
martillo lenta y silenciosamente. Los disparos le hicieron brincar, y también a
Vallenquist. Apretó el gatillo un par de veces, pero Roman y Randall se
lanzaron al suelo. Roger apareció en las escaleras, animándole a subir. Les
habían pillado. Corrió a toda prisa, los ventanales haciéndose añicos por las
balas, y subió detrás de Roger a grandes zancadas. Matones subían por la
escalera principal y Frank mató a dos de ellos. En la balacera los frascos de
químicos se reventaron y un violento incendio empezó a consumir el segundo
piso. Frank se lanzó contra la ventana abierta, aterrizando en la escalera de
incendios. Bajó rodando los escalones, con Roger detrás de él. En la última
parta se levantó de golpe y corrió por la calle lateral. Dos matones le
pillaron por sorpresa y Frank levantó los brazos. Roger le imitó y los dos se
agazaparon en cuanto vieron al taxi. Los dos matones no entendieron, hasta que
fue demasiado tarde. El taxi aceleró y atropelló a ambos. El taxista abrió la
puerta trasera y sonrió.
- ¿Van a entrar o pedirles
permiso para usar el baño?
- Le tenía tan cerca...- Se
lamentó Frank.
- Tranquilo, yo convenceré a
Mike. No te quiere mucho, pero no es irrazonable. Tomaste la iniciativa, eso
vale para mucho. Además, era suicida. ¿Qué íbamos a hacer tras matarlo? Claro,
yo despaché a un par de ellos cuando subieron por nosotros, luego te echaste a
otros dos... ¿y después? De no haber sido por este taxista, estaríamos muertos.
Frank
acompañó a Roger hasta Mike, para explicarle todo. Colby tenía ganas de
culparlo por todo, pero le tomó la palabra a Roger y le dejó ir sin mayor
regaño. Frank podía sentir que el cuello de la horca se apretaba un poco más.
Tras el fracaso le quedaba claro que tenía que salirse del radar para ganarse
más tiempo. Decidió seguir la pista de la pistola mágica y recurrió a los
anticuarios de las páginas amarillas, pero había uno en particular que llamó su
atención, Roman Nash. Se figuró que no podía ser el mismo, pero le visitó de
todas formas. Para su sorpresa, era el mismo Roman con quien Vallenquist había
discutido. El anticuario le notó fuera de la puerta de cristal y le animó a
entrar. Intentó detectar si podía reconocerle o no, pero fue inútil de modo que
se la jugó a la inocente. Frank se apoyó contra la barra, una vitrina de madera
con relojes y viejos artilugios y notó una revista abierta.
- Vengo a preguntar sobre esto.-
Dijo Frank, señalando el dibujo de la pistola de plata con detalles labrados.
Viendo el dibujo de cerca pudo ver las formas labradas, representaban ángeles
que parecían pelear entre ellos, con la cámara para balas teniendo un cosmos de
signos zodiacales y la culata representando al infierno.- La pistola mágica. ¿Cómo
le llaman? Trompeta del ángel.
- Ah sí, bueno... A todos nos
gustaría verla de cerca.- Roman le ofreció café y se encendió un cigarro.- Se
dice que fue la pistola de Custer, hasta que la perdió en Wounded Knee y por
eso perdió la batalla.
- Ha estado por todas partes,
según veo.
- No, la mayoría de esas veces es
especulación. El revólver solo ha tenido cinco dueños que se sepa, entre ellos
Custer.- Frank le miró escéptico.- ¿Cómo lo sé? Pero si esa es la parte más
importante de la pistola. La trompeta del ángel es un arma mágica, según las
leyendas claro está. Una vez que cae en posesión de un dueño gasta una de las
balas, y luego de esas balas el martillo no toca jamás una cámara vacía. Mil
balas puedes disparar y no se agota. Sólo se agota cuando cambia de dueño.
- Imagino que son balas
especiales, de otro modo no se agotaría las que tiene.
- Oro, cedro blanco y otros doce
elementos. El dueño es prácticamente invulnerable, se convierte en el líder
perfecto. Es capaz de pensar doce pasos más adelante, puede sobrevivir
cualquier daño y, otro rasgo importante, sus balas no son sólo infinitas, sino
que siempre son letales. Una bala es todo lo que se necesita, apuntas a tu
enemigo y... adiós.
- ¿Qué pasa cuando se esas seis
balas se usan?
- ¿Qué, en verdad?- Roman se
acercó a Frank en tono conspirativo.- La trompeta del ángel llama a su dueño.
- ¿Su dueño, y ése quién es?
- Pocos lo saben, aún menos lo
dicen. Algunos afirman que se forjó en el infierno, con las almas de mil
soldados muertos. Otros dicen que el ángel de la muerte la forjó de sus propios
huesos de plata y que la perdió en un juego de cartas. Cualquier cosa es
posible....- La campanita de la puerta sonó y Frank dio un paso atrás
instintivamente.
Frank
se despidió parcamente y de camino afuera la sangre se le heló. Angela Sloane
entró a la tienda, mirándole como si le reconociera de alguna parte. Controló
el impulso de correr por las calles, pues estaba seguro que había ojos sobre
él. Frank pasó los siguientes días tratando de llamar la atención lo menos
posible. Sus instrucciones volvieron a ser comunes, y estaba seguro que muchas
de esas eran inútiles, como habían sido al principio. Los ánimos se encontraban
crispados, el tráfico de heroína no parecía disminuir por más que la Rana
hiciera hasta lo imposible. Leyó varias noticias de accidentes industriales, de
súbitas ventas con connotaciones de chantajes y otras coincidencias favorables
a Richard Maitland, convenciéndole cada vez más que él era la Rana. Fuera o no
verdad habían ocurrido más ataques terroristas. La ciudad había aceptado
construir solamente dos refugios más, a lo que la Rana respondió con una docena
de bombas en autos de lujo, matando a 23 personas y severamente hiriendo a 40.
Frank no tenía duda, solo se harían peores a partir de ahí, a menos que hiciera
algo al respecto.
Braun
detuvo sus planes. Le comunicó, por nota subrepticia, que las calles le tenían
por traidor. Brady le escondió un par de noches en su casa de citas, pero no
podía quedarse para siempre. El ardiente verano se hizo inclemente cuando
volvió a dormir en la calle. Los mendigos, sin embargo, eran el ejército de
espías de la Rana y una tarde fue abordado por siete vagabundos que le dieron
una paliza y lo llevaron ante Mike Colby. Roger trató de calmarlo, pero Colby
siempre había tenido sus sospechas sobre él. Le dio una última oportunidad, y
Frank no se hizo ilusiones, tal sería la forma de su ejecución. Le ordenó matar
a Emilio Yakaveta él solo, o que nunca más volviera.
Había
sido exiliado a prisión y luego exiliado a las calles, pero Frank Mercer había
llegado más allá, había sido exiliado de las calles mismas. En los días
sucesivos se dedicó a seguir a Emilio Yakaveta, tratando de trazar un plan y
sabiendo que no tenía mucho tiempo. Una noche reconoció la guardia de Angela
Sloane y se arriesgó a entrar al edificio en construcción. Iluminados por las
potentes lámparas de construcción Angela y Yakaveta discutían caminando en
círculos. Frank se acercó lo más posible, detrás de endebles tablas de madera y
espió la conversación.
- ¿Y sobreviviré el tiempo
suficiente? Soy hombre marcado.
- Tienes los políticos en la
bolsa que la Rana necesita. Sabemos que les has convencido de no aceptar las
demandas de la Rana. Prolongarías tu existencia, y parte de tu negocio, si les
convencieras a aceptarlas. Ya afirmaron construir los refugios, pero eso no es
suficiente.
- ¿Amenazas de muerte? Eso es
todo lo que prometes...
- Y armas. Muchas armas.-
Yakaveta, un hombre maduro y de aspecto viejo, levantó la ceja.
- ¿Para qué Vallenquist y yo nos
matemos entre los dos?
- Armas y úsalas como quieras.
Puedes unirte a nosotros, ser integrado a la liga de las ranas... O puedes
seguir como has estado operando desde principios de siglo. Pero el mundo
cambió. Piénsalo Emilio, pero no tardes mucho.- Frank trató de alejarse antes
que Angela se fuera, pero alguien le tapó la boca y le cargó fuera como si no
pesara nada. Fue lanzado a un taxi y Angela le siguió. Una rana en el asiento
del copiloto le mostró un revólver y una sonrisa.
- Ya te había visto en la
fábrica, luego con Roman...- Mientras el taxi aceleraba Angela alejó el arma
del rana, sabía que no tenía nada que temer.- ¿De qué se trata?
- ¿Cómo está el viejo Maitland?
Imagino que sigue croando.
- Sí, eso hacen las ranas.- Dijo
Angela con una sonrisa.- ¿Quién eres?
- El nombre no interesa. Soy
detective privado, Vallenquist me contrató para hacer un trato con ustedes.-
Angela le miró con el cuello torcido, como si le hablara en chino. Frank temió
lo peor, que ya estuviera un detective privado en las mismas, pero Angela no
quería matarlo.
- Paren aquí, el detective se
baja. Estaremos en contacto, señor cómo se llame.
Frank
recordó sus viejos tiempos estudiando actuación, los ensayos le ponían muy
nervioso pero había algo sobre estar en el escenario que le empujaba a cumplir
su rol hasta el final. Aprovechando su nueva cubierta, y formulando un plan
incompleto, buscó a Vallenquist por la ciudad hasta ubicarle en el club de
golf, aún bajo reparaciones tras el ataque de la Rana. Randall se hacía pasar
por un ciudadano decente, por lo que Mercer no tuvo problema en hacerse pasar
por un detective privado. Le abordó en el campo, entre sus guardaespaldas.
Vallenquist fumaba su cigarro con largo filtro, mientras medía la distancia al
verde y seleccionaba un palo.
- ¿Vas a hablar u observar? Me
ponen nerviosos los curiosos.- Era obvio que no le había reconocido de su
intento de homicidio, el hecho que aún tenía pulso era evidencia suficiente.
- Emilio Yakaveta se ha hecho de
un extenso arsenal últimamente. Las ranas quieren que mi empleador y usted se
maten hasta hacerles el trabajo más fácil a ellos.
- Emilio... Nunca fue estúpido.
- Quiere que hagan frente común,
el verdadero enemigo es la Rana.
- ¿La Rana?- Frank pensó que le
iba a golpear con el palo, pero sólo lo empujó levemente del hombro.- No
menciones ese nombre en mi presencia. Dile a tu empleador que estamos en la
misma página. Ya habrá tiempo después para competir entre nosotros.
La
trampa estaba casi lista, pero aún necesitaba del Rana mayor. Se presentó en la
oficina de Richard Maitland con la excusa de ser un detective privado
trabajando para Emilio Yakaveta y tras una breve entrevista con media docena de
ayudantes esperó pacientemente frente a las gruesas puertas de su oficina. Las
puertas se abrieron por arte de magia y se paró frente a su escritorio.
Maitland, un hombre anciano y cansado, le veía aburridamente mientras partía
nueces.
- Yakaveta y Vallenquist planean
unir sus fuerzas. El concilio sería la mejor manera para grabarles en el acto y
reportarlo a la policía y a la prensa.
- ¿Y qué hay para ti?- Preguntó
Filo Brooks en las sombras. Se asustó al escuchar su voz, pero lo fingió
sonriente.
- Ya no quiero ser un hombre
buscado, y otro detalle, quiero una audiencia con la Rana.
- ¿Y tú puedes poner a esos dos
hombres en el mismo lugar?
- Sí.- Filo lo pensó un segundo y
lo llevó fuera de la oficina con una sonrisa.
- Pues manos a la obra.
Le
llevó ante Colby y mostró su grado con un saludo tan complejo que ni siquiera
Colby estaba seguro de reconocer. Filo le ordenó que siguiera el plan de Frank,
para el cual necesitaría cierta protección, aunque muy holgada para poder jugar
a las dos bandas. Colby le escogió a Roger Bolton y Frank insistió en Stuart
Braun. Frank fue testigo de la amplia red de pordioseros que hacían de águilas,
observando las calles diligentemente. Mediante ellos ubicaron a Emilio Yakaveta
en la abandonada estación de camiones. Los rumores, conocimiento prácticamente
en tiempo real, indicaban que allí se llevaba a cabo la compra de armas. Frank
sabía que Angela Sloane las estaba entregando, pero no se lo dijo a Bolton, ni
a Braun. El lugar estaba fuertemente vigilado y Frank se presentó como
detective privado de Vallenquist pidiendo audiencia y dispuesto a esperar. Un
camión repartidor llegó a la estación y a Frank le pareció ver a Roman Nash, el
misterioso anticuario relojero, manejando el vehículo. Esperaron que terminara
la transacción para que uno de los matones avisara a su jefe y le permitiera a
Frank, y únicamente a Frank, entrar al abandonado edificio. Roman había
cumplido, tenían suficientes cajas militares con suficientes armas largas y
cortas como para conquistar un país entero y Yakaveta no podía estar más feliz.
- Así que Randall envía a un
mensajero. ¿Cómo es esa expresión, “no mates al mensajero”?- Le apuntó con un
rifle automático y sonrió divertido. Frank no estaba divertido.
- Vallenquist es de la opinión
que las ranas son más fáciles de exterminar cuando se trabaja en conjunto, en
vez de dejar que manipulen a un lado contra otro.
- Palabras vagas... y vanas,
teniendo en cuenta que él disparó primero.
- Un concilio, sentarse en la
misma mesa con un mapa y un lápiz. Eso es todo, nada más.
- No es mala idea... Tendría que
ser en terreno neutral. No quiero que él escoja el lugar.
- Soy un detective privado, no su
criado, y creo que lo mejor que pueden hacer es un lugar muy público, bien
protegido por la policía. Algo así como el parque Welles, estando en Marvin
Gardens está bien vigilado por la policía y hay mucha gente.
- Sí... Me gusta, me gusta mucho.
Hay una cafetería pequeña e íntima. Estoy dispuesto.
Roger
y Stuart ya se habían preocupado e incluso intentado entrar a empujones contra
matones fuertemente armados. Las ranas les habían puesto en una zona de guerra
y parecía que los mafiosos no salían a ninguna parte sin un comando de
asesinos. Braun se aseguró de tener a muchos ranas en el lugar, y a muchos
micrófonos, incluso en masetas o en fuentes si era necesario. Bolton fue de la
opinión que era suicida tratar de corromper a los policías, entre Vallenquist y
Yakaveta no había un solo uniformado en Marvin Gardens que no trabajara para
una fuerza hostil a las ranas. Frank convenció a Vallenquist por teléfono,
dándole a entender que si no le gustaba la idea de sentarse y negociar,
entonces siempre podía ponerle una bala en la cabeza con alguno de sus policías
de confianza. Mediante Frank, Vallenquist y Yakaveta decidieron llevar a cabo
la reunión al día siguiente al medio día.
- Usted y sus amigos,- dijo
Randall en la última conversación telefónica.- deben estar presentes. Y sí, sé
que no está trabajando solo, tiene a dos sujetos como músculo. ¿Cree que no
tengo a mis propios espías? Que por cierto, nunca me dijo su precio.
- Le cobro lo mismo que a
Yakaveta, diez por el encuentro, otros dos de propina si todo sale bien.
- Me parece decente. Mañana en mi
oficina de Brokner, dos horas antes. Si no es una trampa, entonces recibirá su
propina y tendrá ocasión de disfrutar su dinero.
Frank,
Roger y Stuart se presentaron a las diez en su oficina de bienes raíces en
Brokner. No era más que una casa de tres pisos y dos oficinas, pero lavaba
suficiente dinero para tener empleados que vestían a la última moda y no hacían
gran cosa. Olió la colonia de Randall Vallenquist antes de verle aparecer
bajando las escaleras. No tenía protección, pero según le alertó Braun en un
susurro, los supuestos vendedores de bienes raíces estaban todos armados,
incluso las mujeres. Randall abrazó a Frank y lo besó en ambas mejillas,
radiante por completo.
- Gracias.- Le susurró al oído,
aún abrazados.- Sé que son ranas y es una trampa, pero no he tenido oportunidad
de saber dónde estará Emilio hasta que tú apareciste. Vamos a matarlo y
entregarte a la policía, que serán mis testigos estrellas.
- No vivirás lo suficiente para
disfrutar el funeral.- Le gruñó Frank, pero fue inútil. Un par de gorilas les
sometieron a golpes y les levantaron del suelo apuntándoles con armas largas.-
Nadie cruza a la Rana Randall, tú hora se acerca.
- Sí, sí... Llévenselos en el
camión. Yo iré a jugar golf.
Las
ranas intercambiaron miradas de miedo mientras eran llevados en fila hasta un
camión repartidor de paquetes donde les subieron a golpes. El conductor y el
acompañante les miraron con frialdad, ambos estaban armados y tras escuchar el
seguro externo a la puerta trasera supieron que no necesitaban apuntarles a
ellos, ya estaban condenados. El viaje no era largo y a Frank se le agotaban
las ideas. Les habían quitado sus armas y la cabina trasera no era más que un
cuadrado de aluminio. Invocando sus conocimientos en ingeniería, del curso por
correspondencia que tomó en prisión, ideó un plan arriesgado pero que era mejor
que esperar pacientemente al final. Aprovechando los descuidos de su vigilante
se fue agazapando contra la pared derecha en cuclillas, y señalándole a sus
compañeros que hicieran lo mismo. El vigilante les miró con extrañeza, pero le
parecieron tan patéticos que dejó que se formaran solitos. Mirando por encima
del conductor pudo ver la glorieta al final de la cuadra. La camioneta dio
vuelta a velocidad media, el vehículo ligeramente barriéndose de lado. Por
ósmosis las ranas brincaron al mismo tiempo con todas sus fuerzas y se
estrellaron contra la pared contraria. La camioneta se levantó en dos llantas y
el vehículo completo colapsó aparatosamente en la calle. Un auto que venía
detrás de ellos no pudo frenar a tiempo y chocó abollando la entrada y
sacudiendo a los pasajeros. Braun se lanzó por encima de Frank hasta someter al
vigilante y Mercer se lanzó contra el conductor. Les quitaron las armas y antes
que pudieran dispararle al seguro de la puerta corrediza, Roger la abrió
revelando la defensa aboyada del otro vehículo. Salieron como ranas, saltando
al capó del auto y luego a la calle, para escapar a toda prisa.
- Frank, mejor vete por tu lado,
Colby no estará feliz.- Le advirtió Braun.
- Parece que nada me sale bien.-
Corrió hasta una calle, huyendo de la policía. Al sonar el silbato las
patrullas cercanas encendieron sus sirenas, y justo cuando pensaba que quedaría
atrapado, un lujoso Coupé abrió su puerta. Roman le invitaba a entrar.
- Que sorpresa encontrarle de
nuevo.
- Qué sorpresa que siguiera a ese
camión.
- Emilio debe estar muerto ahora,
parece que Randall se ha anotado otra victoria. ¿Quién sabe? Quizás aposté al
caballo equivocado.
- ¿Quién es usted realmente?
- Podría hacerte la misma
pregunta, pero mejor no nos ponemos filosóficos.- Roman aceleró en una
callejuela y tras un par de vueltas peligrosas eludió a las patrullas.- Yo, mi
estimado señor Mercer, soy un relojero. Compro, vendo y rento tiempo. Me precio
de tener un buen ojo para los negocios, y apuesto que a usted se le está
acabando el tiempo. Yo puedo remediarlo.
- Vallenquist y la mafia Yakaveta
me quieren matar, las ranas probablemente también... ¿Cómo puede arreglar eso?
- No, ese es su problema. El
problema inmediato. Yo hablo de tiempo. Si lo piensa bien, el tiempo es lo
único que importa. Pasó algunos años en prisión, ¿qué habría dicho si alguien
le ofrecía reducir su sentencia por dos años?
- Hubiera preguntado a quién
tenía que matar.- Dijo Frank, con el semblante grave. Roman asintió complacido
y manejó descuidadamente mientras se encendía un cigarro, le ofrecía otro y
gesticulaba con las manos.
- Un paciente de cáncer me daría
su casa con tal de vivir otra semana. Otros no pueden pagar de inmediato, pero
pagan de otra forma. Todos pagan Frank, porque todos quieren lo que los
relojeros tenemos. Todos quieren tiempo.
- A estas alturas estoy dispuesto
a creer lo que sea. ¿Cuánto cuesta regresar un par de días al pasado?- Roman se
echó a reír y le señaló.
- Un hombre que va directo al
grano. Pero desafortunadamente el viaje en el tiempo es muy complicado. Existen
demasiadas variables, incluso para unos cuantos segundos. He visto viajes al
pasado que no terminan del todo bien. El sujeto queda... incompleto. Loco,
amnésico, vegetativo. Además, no tienes nada que valga la pena el riesgo.- Fumó
su cigarro con calma y volvió a sonreír.- No, es más fácil rentarte tiempo.
- ¿Rentar tiempo?, ¿me dará un
cupón que diga “válido por dos horas más”?
- Hay cierta cantidad de tiempo
en cada uno. Imagínalo como un reloj que se le da cuerda, a algunos les dura
cien años a otros unos días. Por supuesto que el tiempo se puede acortar, eso
del destino es más bien plástico, pero no puede durar más que ese tiempo
preestablecido. Nosotros funcionamos como un banco, recibimos tiempo y lo
rentamos o vendemos para conseguir más tiempo. No creerías la cantidad de gente
que está dispuesta a perder años enteros de su vida, con tal de ganarse la
lotería o ganarle a su ex-esposa en el juicio del divorcio. Tú mismo me habrías
dado una década, con tal de salvarte de prisión.
- ¿Cuánto tiempo le das a
Yakaveta o a Vallenquist o a la Rana?
- ¿A la Rana? Nada. Al menos nada
aún. En cuanto a esos dos... Como dije, soy un banco. Yo presto y después no me
importa qué hagan con lo prestado, siempre que salga ganando.
- No tomas posición...
Interesante. ¿Por eso haces tratos con Angela?
- ¿Ahora es “Angela”?- Roman rió
divertido y Frank no pudo evitar sonrojarse.- Tampoco le vendo tiempo, si eso
preocupa a tu romántico corazón.
- Me alegra escucharlo. No sé por
qué, creo que me querrá muerto una vez que Vallenquist se haya hecho del
monopolio absoluto del crimen organizado gracias a mi torpeza de creerme más
listo que él.- Frank meditó el asunto seriamente. Luego de ver la Trompeta del
ángel su concepto de lo posible había cambiado mucho.- No gracias. Prefiero
jugármela con el tiempo que tengo. Prefiero que sea una sorpresa. Además, al
paso que voy dudo llegar a viejo para averiguar qué tanta cuerda le dieron a mi
reloj.
- Muy bien... Pero no olvides
Frank, todos queremos vivir para siempre.- Roman le dejó en una esquina y se
fue sonriente.
El
verano azotaba con un sol inclemente y la ciudad se ponía cada vez más tensa
por los constantes atentados de la Rana. Huyendo de sus congéneres, y
escondiéndose en pequeños hoteles, tratando de ganarse unos dólares a toda
costa se topó con algo de buena suerte. Maquillado y disfrazado espiaba al
rascacielos Maitland, de sol a sol y tratando de convencerse que no lo hacía
por ver a Angela. Puntualmente cada día, a las seis en punto, Filo Brooks salía
a la calle y era recogido por una limosina. El ritual se le hizo banal, hasta
que un día se dio cuenta que el chofer de la limosina regresaba a los quince
minutos en otro auto. Una tarde decidió esperar a la limosina para seguirla, y
se sorprendió al encontrar que llevaba a Filo unas cuantas cuadras hasta una
calle lateral donde se quitaba el saco y la corbata de moño y esperaba al autobús
como cualquier otro. Temeroso de seguirle a pie se decidió a seguir al camión,
y constató que Filo se bajaba en la misma parada cada vez. Filo se veía con
diferentes ranas en una habitación privada en un supermercado. Los diálogos
podían ser breves o muy largos, pero la norma era una rana cada día. Supuso que
serían algo así como tenientes, o capitanes de régimen y se le ocurrió una
idea. Utilizó uno de los micrófonos de su intento de espionaje anterior y
plantó uno debajo de uno de los asientos. Recogía el micrófono media hora
después y repetía el ritual cada día, escuchando durante las noches unas
conversaciones que iban de aburridas a comprometedoras. Una noche escuchó el
audio y se quedó helado, en parte feliz de haber dado con la mina de oro, pero
a la vez aterrorizado.
“- Vaya calor que estamos
pasando. Las calles más que las oficinas, por cierto.
- Sí, muy gracioso. ¿Alguna
novedad con los relojeros?
- Ninguna.
- Qué bueno. La Trompeta del
ángel sólo tiene una bala más. El dueño siguiente nos haría el honor de gastar
la última y... sólo Dios sabe qué más.
- Quizás sea otra pifia, como la
de Mercer.
- No menciones ese nombre, puedo
apostar mi mano derecha que trabaja para Vallenquist. Ahora mismo está
desaparecido, o al menos eso cree.
- ¿Por qué sigue vivo?
- Hace dos noches estaba en el
Armitage, es un hotel al sur de Brokner. Trataron de matarlo, pero fue
imposible. Tiene protección.
- ¿Relojeros?
- No, y eso es lo que me está
volviendo loco. Protección interna.
- ¿Y qué harás?
- ¿Qué puedo hacer? Ya conoces al
Rana, es de lo más misterioso. Nadie entiende sus planes, pero parecen
funcionar... En la mayor parte. No están aceptando los puntos de su ultimátum
con la premura que nuestro líder quisiera. Es hora para el “Walker-Robinson”.
El Rana en persona ya robó la nómina en la planta química Walker y tendrán que
mover esos químicos peligrosos en cualquier momento. Algunos se preocupan sobre
lo que eso significa, ya sabes, quizás más de mil víctimas.
- Es duro, no hay duda. No todos
están felices con eso de matar gente inocente.
- Rana está seguro que un último
golpe, el definitivo, llevará a las ranas a la cumbre y sus demandas serán
cumplidas. Él sabrá mejor.”
Frank
la escuchó varias veces, y en cada ocasión se le contraía el corazón. Nadie perdonaría
miles de víctimas por un ataque con químicos peligrosos. Toda la organización
sería derrumbada, los vagabundos serían encerrados incluso si no eran parte de
las ranas, el respetuoso miedo de los civiles sobre los vagabundos cambiaría
radicalmente y las cosas estarían peor que nunca. Tenía que detener a la Rana,
su tiempo se agotaba y no tenía ningún plan. Un golpe de mala suerte se cruzó
en su camino, un auto se detuvo subiéndose a la acera y dos matones se bajaron
para agarrarlo. Lo arrastraron hasta una caseta telefónica y marcaron por él,
dándole el teléfono y apuntándole a la cabeza. No querían hablar, y aunque
Frank tampoco, parecía que no tenía otra opción.
- ¿Diga?
- Frank Mercer, ¿quién habla?
- ¿Entonces te agarraron? Ya era
hora, te hemos estado buscando. Al final no te necesitamos, ni a tus amigos,
para hacer pasar por chivo expiatorio.
- ¿Qué necesitas de mí?
- ¿Quién dice que necesito algo?
- Seguimos hablando por teléfono,
eso dice que algo quieres.
- Quiero lo que Emilio Yakaveta
heredó a sus otros hijos. Quiero armas. Tú conoces al relojero y a las ranas,
tú me dirás donde conseguirlas.
- No sé, no parece como buena
idea para mí. Te doy armas, las usas contra mí... No, quiero algo.
- ¿Y eso que sería?
- Quiero vivir. Entrego las cajas,
pero yo desaparezco y no me buscas de nuevo.
- Suena bien. Pon a mis hombres
al teléfono.
Vallenquist
les ordenó a sus hombres que no lo mataran, pero fue muy vago en cuanto a la
noción de una pieza y le dieron una golpiza. Le dejaron tirado en el suelo,
tratando de recuperarse y no se fijó en los ojos que miraban desde todas
partes. El espectáculo no pasaría desapercibido para los mendigos, y por tanto,
para las ranas. Se levantó como pudo, apenas escuchando la motocicleta que
aparecía a toda velocidad. Pudo ver al vagabundo que la usaba, larga y
desaliñada barba, ropas viejas y sucias, y una enorme automática en la derecha.
El miedo le paralizó, viéndole acercarse cada vez más. Un vagabundo salió de un
callejón y se le tiró encima cuando empezaron los disparos. El vagabundo en
motocicleta se desapareció, pero su anónimo salvador había recibido dos
impactos en el costado y murió en sus brazos.
Frank
huyó de la escena y la adrenalina le ayudó a encontrar una solución a al menos
una parte de sus problemas. A través de su espionaje descubrió que Filo tenía
tres buzones diferentes, y que se refería a ellos dependiendo de la persona.
Escogió el más privado de todos, un buzón en una casa en una zona residencial
aparentemente inocuo. Escribió, con una pluma fuente que había encontrado en la
basura, pensando que así parecería más oficial, y detalló su plan para
deshacerse de Randall Vallenquist de una vez y para siempre.
Llamó
a Randall al día siguiente para decirle donde podía encontrar las cajas militares.
Las ranas dejaron el armamento en una vieja casa abandonada. Supervisó la
operación desde el balcón del piso superior, tan nervioso de los vagabundos que
cargaban cajas como de los mafiosos que estaban prontos a llegar. Si alguno
tenía ganas de matarlo no lo expresó, así que imaginó que Filo le perdonaba la
vida por al menos un día. Sabía que el plan le gustaría, teniendo en cuenta que
le dejaba a Filo la parte verdaderamente importante de modo que se asegurara
que las cosas podían funcionar. Su prospecto del Rana no se apareció, como
estaba en las instrucciones, pero imaginó que no estaría muy lejos.
- No pensamos que llegarías.- Los
matones de Vallenquist entraron a la casa a medio derrumbar, después de varias
vueltas en coche para detectar trampas. Eran al menos treinta y el lugar entero
estaba bien rodeado. En la polvosa sala se encontraban las veinte cajas de
madera con rifles y pistolas automáticas.- ¿No quieres bajar?
- No, este lugar tiene muchos
túneles para escapar, estoy bien desde aquí.
- Más te valen que sea real.- Los
matones abrieron las cajas, inspeccionaron las armas y usaron varias de ellas.
Una vez convencidos empezaron a cargarlas a sus camionetas.- Randall dice que
desaparezcas. Si escucha tu nombre una vez más, serás hombre muerto.
Frank
luchó contra su instinto de seguir a los matones. Sabía que la seguridad nunca
había estado más alerta que ahora para Randall Vallenquist, pero sabía cómo
pensaba el mafioso de modo que pudo prevenir el destino de la caravana y llegar
primero. Vigilando desde un auto robado a través de una angosta y larga
callejuela, puedo ver a Randall Vallenquist celebrando la llegada de las
camionetas a su empaquetadora de carnes. Esperó nervioso, fumando un cigarro
tras otro. Diez minutos después una explosión masiva pulverizó la empaquetadora
y redujo el edificio entero a cenizas. Frank sonrió complacido, Filo había
cumplido con las instrucciones. Los mafiosos se preocupaban por las armas y
municiones, pensando que de haber una trampa estaría en ellas. No esperaban que
cada caja tuviera un fondo falso cargado de explosivo plástico.
Las
ranas que habían participado en el plan fueron corriendo la voz, y de pronto se
encontró con mendigos que le saludaban respetuosamente. Se había redimido ante
muchos ranas, aunque no necesariamente frente a Mike Colby y su grupo. Aún así,
era un alivio saber que, de todas las personas que le querían muerto, el Rana
no era uno de ellos. Aprovechando su reputación, de haber conseguido lo que las
ranas habían intentado hacer por más de un mes, matar a los mafiosos más
grandes de la ciudad, decidió que era momento de visitar a Filo Brooks. El plan
maestro Walker-Robinson no podía esperar mucho más, sobre todo ahora que los
dos principales enemigos de la Rana estaban muertos.
- ¿Puedo hablar contigo un
momento?- Le abordó antes que entrara a su limosina y Filo asintió con la
cabeza y le señaló que entrara.
- Hiciste un buen trabajo.
- Gracias. De hecho quería
aprovechar esa pequeña victoria para hablarte de algo mucho más grave. Quiero
saber del plan “Walker-Robinson”.
- No sé de qué me hablas. El Rana
no me dice todo lo que hace.- Filo le miró detenidamente y sonrió.- No sé cómo
lo escuchaste, pero supongo que tienes tus maneras. Y me encantaría saber sobre
ellas.
- A mí también, pero una cosa a
la vez. ¿Cómo detenemos Walker-Robinson?
- Absurdo. El Rana en persona me
ha hablado de ese plan. Cualquier intromisión será un acto de suma traición.
Como imagino que ya sabes a estas alturas, Edgar es demasiado importante. Si
llegas a susurrarle algo al oído, lo que sea, tus breves cinco minutos de fama
no te servirán de nada.
- El FBI... ¡El departamento de
Estado no perdonará esto! ¿Es que no lo ves? De nada habrá servido tanto
esfuerzo si lleva a cabo ese plan. Seremos parias de nuevo, perseguidos con o
sin razón.
- Chofer, el señor Mercer se baja
aquí.
Filo
no quería ni escucharlo, pero Frank no dejaba de pensar en ello. Se figuró que
ese Edgar sería un Edgar Robinson en la compañía Walker, de modo que se dedicó
a investigar la compañía de productos químicos. Sin perder tiempo fue directo
para allá y fingió ser un obrero más para empezar a hacer preguntas. Llegó
cuando el silbato sonaba, de modo que pudo fingir ser otro obrero más sin
problemas. Aprovechando el tema de conversación generalizado, la fiesta anual
para obreros de la fábrica, fue preguntando por Edgar Robinson sin obtener
respuesta. Lo único que pudo sacar en claro era que había rumores de los
patrones pagando un seguro contra accidentes, parte de cuyo pago involucraba
mejor plan médico para los trabajadores. El teléfono del patio principal sonó y
el obrero que lo recibió se quedó estupefacto, escuchando la descripción exacta
de Frank Mercer. El obrero le chifló y le hizo señas para que contestara. Frank
no estaba tan sorprendido como él, se imaginaba que estaba siendo vigilado a
cada momento desde que entró a la planta química.
- ¿Diga?
- No te diremos quién es Edgar
Robinson.- Dijo la voz grave y potente.- Deja de hacer preguntas. Aún si el
plan no te convence aún, te convencerá después.
- Por favor... Sólo quiero
detener que mueran miles de personas. ¿No se puede hacer otra cosa?
- Mataste a Vallenquist y sus
tenientes, y por eso sigues vivo, pero su grupo tiene mucha droga que mover y
la batalla no está terminada del todo, así que no sobrepases tus límites.
Frank
colgó y se resignó. No pensaba detenerse, pero tenía que fingir para los
espías. A muchos kilómetros de distancia le pidió un favor a Rachel Brady por
teléfono. Ella le amenazó que Colby aún lo quería ver en el hospital, o incluso
muerto. Frank tomó aire antes de pedir el favor, lo cual hizo sospechar a
Rachel. Le pidió que mandara chicas a esa fiesta en la fábrica para descubrir
quién era ese Edgar Robinson. Rachel lo pensó lentamente, sabía que se metería
en problemas, pero aún le agradecía por haberla defendido de los proxenetas. La
noche aún no terminaba para él, la fiesta sería esa misma noche y el atentado
podía ser tan pronto como a la mañana siguiente. Tenía la esperanza de
encontrar la tienda de anticuario de Roman Nash abierta, y tuvo razón.
- Señor Mercer, qué sorpresa.
¿Algo de tiempo, quizás?
- No tan rápido.- Frank se apoyó
contra la barra y Roman se terminó el café, divertido como niño chiquito.- Te
traigo un trato, eso sí.
- ¿De qué se trata?
- Sé que quieres la pistola, la
robaré para ti.
- ¿Y cómo lograrías eso?
- Porque yo sé quién es el Rana.-
Roman casi se ríe, pero se contuvo.- A cambio quiero que detengas un atentado
que involucra químicos tóxicos y miles de muertos.
- ¿Me darás la Trompeta del
Ángel?- Roman trató de parecer serio, pero por la mirada Frank sabía que había
picado. Estaba tan emocionado como un niño en Navidad.- Hecho.
- Pero dime una cosa, ¿qué pasa
cuando la pistola pase de mano y se quede sin balas?
- La Trompeta llamará a su dueño.
Ahora dime tú, ¿qué necesitas para que nuestros sueños se cumplan?
- Quiero saber dónde está la
guarida del Rana.
- Información valiosa,
valiosísima, pero por la Trompeta del ángel lo vale. Hay unas tuberías
abandonadas cerca de la estación Morton del metro, cien metros adentro hay un
acceso. Se trata del viejo acueducto inferior, es un lugar enorme pero si
siempre sigues la tubería del techo llegarás al centro de operaciones. Buena
suerte, la Rana es muy quisquillosa cuando se trata de visitas.
Esperó
unas horas para llamar a Rachel. La proxeneta le fue dando largas, sus chicas
aún no se comunicaban. Llegaron las horas antes del amanecer y Rachel
finalmente tuvo una respuesta. Eedgar Robinson era el chofer que mudaría los
químicos en un enorme camión de doble remolque, y lo haría a primera hora del
día. Ubicó a Stuart Braun en su bar de preferencia y le imploró, prácticamente
de rodillas para que le ayudara. Frank no podía estar en dos lugares a la vez,
y temía que sería demasiado tiempo para cuando viera al Rana cara a cara. Braun
sabía que sería un paria si aceptaba a ayudarle, pero tampoco estaba muy
entusiasmado con la idea de una nube de tóxicos químicos matando a cientos de
personas inocentes. Pagó por sus tragos y prácticamente empujó fuera a Braun.
Le escribió a Filo Brooks una vez más con su lujosa pluma fuente, con la
esperanza que leería el mensaje antes que fuera demasiado tarde.
Siguiendo
las instrucciones de Roman Nash se adentró en las cloacas y, siguiendo las
viejas tuberías en el techo, se acercó al centro nervioso del imperio anfibio. Las
instrucciones no resultaron tan sencillas como esperaba, y se encontró perdido
dando de vueltas en túneles que cambiaban de tamaño y llevaban a callejones sin
salida. Alumbrado por los esporádicos focos de baja potencia revisó su reloj,
ya era muy tarde para regresar a la superficie y detener el atentado en
persona, tenía que confiar en Stuart y en su sentido común. Se imaginaba que él
llamaría a la policía, pero el esfuerzo habría sido en vano si no encaraba a la
Rana. Lo mataría y lo intentaría de nuevo, quizás incluso con mayor ferocidad.
Eventualmente encontró el camino y un par de ranas que hacían de guardias le
dejaron pasar a los escalones que daban hacia el centro de comando. La Rana
gobernaba desde un trono hecho de basura, con sus hombres de confianza viviendo
en tiendas de campaña y con una central de teléfonos. La Rana le miró desde su
trono, impasible y anónimo detrás de su máscara completa y esas gafas que le
hacían parecer un batracio.
- Ahí está el traidor.- Gritó
Mike Colby. Filo Brooks lo había llevado, como decían sus instrucciones.- Ese
es, Frank Mercer.
- Mike Colby es el verdadero
traidor. Usó a Roger Bolton para mandar a las chicas de Brady, la proxeneta de
nuestra zona, a las fiestas de Vallenquist para hacer un arreglo. En el robo de
la mercancía a Yakaveta Bolton era quien manejaba el camión de basura, él
cambió de camión de basura y entregó paquetes falsos. No lo pensé hasta lo que
me dijeron por teléfono que Vallenquist tenía mucho producto aún.
- Eso es absurdo.
- Trataste de matarme. Las
instrucciones llegan mecanografiadas al buzón, cualquiera podría incluir una
falsa. Como la operación donde se protegen los intereses de Vallenquist y mi
compañero me mata. Las demás partes de la organización no me querían muerto, y
tuvieron la oportunidad en ese robo a la joyería.- Colby trató de atacarlo,
pero Frank le detuvo de un golpe a la quijada y lo dejó tirado.- Bolton se puso
muy nervioso cuando notó que yo recordaba que enviabas a las chicas a hablar
con la gente de Vallenquist. Él impidió que matara a Vallenquist la primera
vez, no hubo más matones en el segundo piso, tenía que detenerme de alguna
manera.
- No tienes evidencia de nada.-
Gruñó Colby en el suelo mientras que los demás se dedicaban a mirarles en
silencio.
- Sí tengo. Me mandaste a matar a
Yakaveta por mí mismo, pero Angelan Sloane ya tenía planes para él, darle armas
para que se mataran entre ellos. Tú le dijiste a Vallenquist de la trampa y
casi nos matas. No se enteró de la nada.
- Suficiente, por ahora ambos
están bajo investigación.- Filo Brooks trató de detenerle, pero Angela le
detuvo. La mirada lo decía todo y Filo entendió.- Tú lo has estado protegiendo.
¿Por qué?
- Detengan el atentado, lo
ordeno.- Dijo Frank. Nadie movió ni un músculo. Todos miraban al Rana de reojo,
pero él no se movía para nada.
- ¿Quién te crees que eres para
ordenar algo así?- Le espetó Filo.
- Porque yo soy el Rana.
- Llévense a Colby.- Dijo
Angela.- Sáquenle la información que sea pertinente, por los medios que sean
pertinentes.
- ¿Qué haces Angela?- Preguntó
Filo, sin entender nada.- Mercer seguramente ya mandó a alguien a detener el
plan final y tú... tú sigues como si nada. Es obvio que no es la Rana.
- Deja que hable.- Dijo la Rana
con su voz de sintetizador detrás de la máscara.
- Los guardias en la estación
donde encontré la Trompeta del ángel se escondieron de mí, me reconocieron
porque deben ser mis hombres de confianza. Cuando le dije a Angela que era un
detective privado me miró como si fuera un marciano. Ella me protegió desde
entonces, porque Angela me ha visto sin la máscara. Tú Filo, nunca has visto mi
cara, sólo mi letra porque obedeciste a mis instrucciones cuando escribí con mi
puño y letra.
- Ajá... Pues todo eso es
fascinante, pero no eres el Rana.
- Es cierto.- Dijo el Rana,
mientras se quitaba la máscara.- Yo soy Frank Mercer.
- No puede ser.- Todos en el
lugar les miraron sin saber qué decir. Eran idénticos, cada poro y cada detalle
era exactamente el mismo. Ambos tenían que ser la misma persona.- ¿Cómo es
posible?
- Roman.- Dijo Frank en su
trono.- Ahora lo entiendo todo. Detengan el atentado. No me cuestionen, es la
única manera.
- Frank siempre trabaja en la
superficie como un agente más, para vigilar a las tropas.- Dijo Angela.- Pero
cuando no me reconociste para nada... Imaginé que algo andaba mal.
- Sí, yo sé qué pasó o que
hubiera pasado.- Dijo la Rana.- Fue la culpa, ¿no es cierto?
- Imaginó que así fue.- Roman
apareció en las escaleras con tres compañeros relojeros.- Tener a otro Frank
Mercer fue como un regalo del cielo, mi garantía que yo tendría la Trompeta del
Ángel sin importar qué pase.
- Fue el atentado.- Dijo Frank,
caminando en reversa hacia el trono.- Eso debió volverme loco y en un arrebato
de desesperación, sentado aquí bajo los cadáveres de miles de personas y
perseguido por el ejército, con todo lo que hemos logrado hecho cenizas...
entonces te pedí que me regresaras en el tiempo, a cambio de la Trompeta del
ángel. Tú mismo lo dijiste, la gente no regresa completa.
- El atentado ha sido detenido,
todos los misterios resueltos... Ahora por favor, lo que es mío.
- No hiciste nada Roman, más que
sacar provecho de todo.- Le espetó Angela. Uno de los relojeros le apuntó a
ella. Ambos Frank Mercer la miraron horrorizados y luego a los relojeros. La
Rana les indicó a sus hombres que hicieran caso a los matones y dejaran las
armas.
- Los relojeros nunca perdemos.-
Roman le apuntó a la Rana y cuando él desenfundó la plateada pistola le disparó
en la cabeza. Frank saltó hacia el trono, tratando de salvarle, pero era
demasiado tarde. Los guardias del trono recuperaron sus armas y dispararon de
regreso. Filo y Angela se protegieron detrás de una pequeña montaña de cascajo
y dispararon de regreso. Mataron a los dos matones, pero Roman logró esconderse
a tiempo detrás de una enorme tubería abandonada.- Vaya, vaya, vaya... Qué
entusiasmo. ¿Acaso no tienen a otro Frank Mercer?
- Estás loco si crees que saldrás
de nuestros dominios con vida.
- Matas a un relojero y otros dos
aparecen. Deberían saberlo para ahora. ¿Para qué crees que queremos la pistola?
No es para un pisapapeles. No señor, tiene que cambiar de manos. Tiene que
llamar a su dueño.
- ¿Su dueño?- Preguntó Frank,
sosteniendo el cuerpo de su doble en sus manos. Lo colocó en el suelo calmadamente
y le mostró a Roman la pistola de plata en el suelo. Frank sonrió y la
recogió.- Yo soy su dueño.
- No... No puede ser.- Roman
trató de disparar, pero Frank disparó primero. La bala mágica atravesó el
pesado acero de la enorme tubería y atravesó el cuerpo del relojero matándole
al instante. Angela corrió hasta Frank para besarlo y abrazarlo.
- Te debo una disculpa.- Dijo
Filo, ofreciéndole la mano.- Ya sabes, por eso de quererte muerto.
- Hacías tu trabajo, ¿qué más se
puede pedir?
- ¿Y ahora?
- Ahora construimos.
Frank
recogió la máscara a los pies del trono y se la puso. Se sentó en el trono, con
la Trompeta del ángel en sus piernas. Ordenó un funeral sobrio para su doble y
prometió que no habría más masacres masivas. Undercity conoció ese verano la
furia de la Rana, y desde entonces ella reina el submundo desde las entrañas de
la ciudad. Rey de los pobres y vengador de los desposeídos con la Trompeta del
ángel como su espada flamígera.
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