Fiebre Cyberpunk
Por: Juan Sebastián Ohem
El
tráfico era brutal, como todos los días en Neopilos. Esteban Rodríguez no
habría jalado la cadena en el techo de la patrulla de no ser que la víctima aún
vivía. Jaló la cadena, se encendieron las sirenas en el techo y en los lados.
Adiós tráfico de la tercera línea. El espacio estaba prácticamente desierto, a
excepción de las ambulancias y otras patrullas. Mi compañero Esteban, alias
Chico, conduce como un maniático. Los edificios están repletos de callejuelas
que nuestra computadora puede medir a la perfección. Nunca toma las rutas
preferenciales, como cualquier otro detective sabe que tales rutas son una
broma pesada de algún programador sádico. La concha no deja sonar. Montado en
mi oreja izquierda, como una concha de mar con antenas, cruje las órdenes
policiales. Neopolis estalla en actividad. No somos suficientes, la familia
Guiness lo sabe demasiado bien. Asalto de rutina, cyberpunks. No lo digo en voz
alta Chico estudió sociología, es del tipo liberal, todo bonito y legal, yo soy
de la vieja escuela, de los apagones.
Navegamos
entre la niebla de los espacios dentro de los edificios, golpeando botes de
basura, dejando que nuestros propulsores dejaran marcas en el pavimento. La
tienda, ubicada en una bulliciosa en una inter-calle tenía ya a otra patrulla
que nos hacía espacio para aterrizar. La zona había bajado de calidad,
grafiteros y cyberpunks dominaban las calles. La familia Guiness se conformaba
con una tienda de abarrotes. El herido, brutalizado y moribundo era trasportado
a una ambulancia vieja. Los hijos de Rupert Guiness, David y Mary nos esperaban
fuera de la tienda. Estaban desesperados. Desesperados por su padre,
desesperados por el vandalismo, el robo y por no poder entrar a la tienda en la
que prácticamente vivían. Mary me agarra de la chaqueta de cuero falso, me pide
algo que no alcanzo a oír por las sirenas. Ya lo he oído todo, ahora me falta
ver el desastre. El lugar quedó todo revuelto, manchas de sangre de donde
tomaron a Rupert Guiness, le levantaron de la barra y lo azotaron contra los
anaqueles. Chico silbó sorprendido, era más caótico de lo que pensaba. Me
mostró las bolsas de azúcar y arroz, habían sido cortadas.
- Cyberpunks.
- Siempre son cyberpunks contigo.
- No les basta con robarle a la
gente decente, tienen que arruinarlo todo.- Paso del otro lado de la barra. La
veja computadora muestra que todos los créditos fueron vaciados. No hay
sorpresa ahí.
- Cyberpunk es una cultura
alternativa más compleja de lo que crees Abruzzo.- Señalo la cámara en el
techo, la consola está debajo de la registradora, pero la pantallita sólo
muestra estática.
- Tienen hardware para interferir
con las cámaras, malditos cyberpunks.
- Ya pueden pasar, pero traten de
no robar nada. Debo sacarles las huellas digitales, para descartarlas.- Chico
preparó el aparatejo que parecía un guante de plástico pesado, en dos segundos
tenía todas sus huellas.
- Usaron guantes.- Sonrió al ver
la cara de Chico.- Llegaron una hora antes de transferir los créditos vía
Gamalon. Hackearon y se llevaron todo. También estuvieron atrás, papá compraba
mucho oro, ¿se llevaron todo?
- Me asomaré, luego les llamaré.-
La trastienda tiene poco. Un viejo televisor holográfico, un catre y algunas
estanterías. No me siento orgulloso de llenarme los bolsillos de monedas de
oro, pero necesito el dinero. Las deudas son como los viejos rencores, nunca
parecen irse, siempre aumentan hasta ahogarte.- ¿Mary Guiness? Ya puede pasar.
Díganos si falta algo. Por cierto, con tanta conmoción creo que no nos
identificamos. Soy el detective Vincenzo Abruzzo, Vinnie. Él es Esteban
Rodríguez, le encanta que le digan Chico. Somos detectives de robos y
homicidio.
- No me encanta, no tengo otra
opción.- Mary revisó por las partes. Mis manos cubriendo los bolsillos pesados
en monedas de oro.
- Se llevaron las monedas y las
cintas de oro. Unas cintas para el pecho, papá no creía mucho en los créditos,
quería hacerse de oro para casos de emergencia.
- Alguien está gastando oro allá
afuera, eso lo hará más fácil.
Salimos
a la calle y nos fumamos un cigarro. Comunicación por miradas. No era necesario
decirlo. Atracos rutinarios, otro caso frío. Frío como el metal. Le señalo a
los Guiness, de jeans y playera mientras cierran la tienda. Nosotros andamos en
pantalones de vestir, camisa con tirantes y largos abrigos de cuero falso con
placa y sobaquera de pistola láser. Con el cigarro le señalo a los cyberpunks.
Grupito de mirones. Botas militares con picos en la punta. Visores morados para
mantenerse en línea en todo momento. Doble concha de mar en los oídos, siempre
acompañados de su música de sintetizador. Peinados salvajes, uno tiene un
mohauk verde brillante, otra tiene cabello puntiagudo y rosa. Usan
modificadores, algunos tienen ojos que son cámaras, otros tienen brazos
mecánicos y otras payasadas. Los escojo al azar. Lo alzo del cuello de su
playera de plástico, lo azoto contra un enrejado. El payaso no sabe nada, al
menos le temerá a la placa. Al menos tengo eso. No es mucho, pero aunque Chico
no lo quiera ver, se tiene que empezar por alguna parte.
- Vamos Abruzzo, deja al chico.
- Lo estoy grabando todo.- Dijo
el del ojo biónico. Le solté una leve bofetada
a la cámara insertada hasta su cráneo que le dejó tirado en el suelo.
- Graba eso, payaso de circo.
- Fascistas.
- Y yo soy el extremista.- Señalo
un poster. Un rostro con pelo de puntas. El lema cyberpunk “la vida es un virus
de computadora, la conciencia es su fiebre”.- Regresan a sus vidas virtuales.
- Vamos Vinnie, hay poco que
hacer aquí.
Rodríguez
es de la neopolicía, tiene cinco años menos que yo y me hace sentir un
dinosaurio. Todos con sus títulos universitarios. Los dioses me castigaron con
un sociólogo. Nunca había escuchado de algo más inútil, y eso que mi tía Louis
solía diseñar unicornios de porcelana en una de las fábricas de la zona Gama.
Él quiere regresar al precinto, yo quiero hacer una parada. Ésta vez yo manejo.
Ésta vez yo hago sonar la sirena. Ésta vez bajamos, en vez de subir. Chico sabe
adónde vamos, pero no dirá nada. No es un mal compañero, cuando te acostumbras
a los sermones. No fue fácil al principio, se tomaba los casos demasiado en
serio. Difícil no hacerlo cuando ves las rameras partidas en dos por fuego
cruzado entre bandas que cargan cañones láser. Ahora sabe la diferencia entre
los casos que pueden cerrarse y los que no. Se resigna, como el resto de
nosotros, a la demencia de Neopolis. Él lo hace mejor que yo. Por eso tengo un
hobby, uno muy costoso. Estaciono en un garaje ambulante. Una plataforma
adherida a la inter-calle por mecanismos de engranes. Cruzo la calle,
confundiéndome con el vapor de las cloacas. Apesta a ozono mezclado de suciedad,
es el piso veinte de un distrito rojo. La calle, veinte pisos abajo,
prácticamente le pertenece a los cyberpunks, al menos en esta parte de la
ciudad, en el Bronx. Siempre fue así, incluso antes que hubiera cyberpunks,
durante los apagones.
- ¿Tú de nuevo?- Pregunta el
gorila. Patada en la entrepierna. Jalo su brazo contra el panel en la puerta en
el lector de palmas.
- Es oficial tú, o detective
tú... Mono.
Sala
de apostadores. No importa si son pantallas de plasma u hologramas, la acción
es la misma. Caballos, carreras, football, baseball, soccer y hasta carrera de
ratones. Enormes pizarrones digitales. Puntos, intereses, el jugo mismo te
puede ahogar o hacer rico. Soy de la primera categoría. Uno no puede tenerlo
todo. Quiero meterle mil a los Yankees, es 3 a 2, no es gran cosa pero necesito
estabilizarme antes de hacer el verdadero dinero. En la caja me espera Trevor
Mathis, mi acreedor. No parece feliz de verme. Nunca lo está. Poli o no, todos
pagamos de una forma u otra. Tengo mi placa, al menos por ahora. Aún así, me
cavé un agujero demasiado grande. Mathis tiene la cara de un perro y el carisma
de una lápida. Se lo he dicho varias veces, se ríe siempre. Cree que bromeo.
Ésa es la cosa con Mathis, cree que todo es broma, menos el dinero.
- ¿Y adónde crees que vas?
- A verte a ti. Tengo tu dinero,
al menos los intereses.
- Siempre dices eso. Ya me estás
cansando.- Le muestro el oro y sonríe como un tiburón.- Está bien, está bien,
muy bien. Esto cubre los intereses. Aún así, es casi... Vaya, es un número
grande.
- ¿Alguna vez te he dejado de
pagar?- Me enciendo un cigarro y le soplo el humo.- Ustedes los prestamistas,
odian que les paguen todo junto, prefieren centavos a la vez con tal de tener a
uno amarrado para siempre.
- Nadie te obliga a apostar.
- Dijiste que la pelea estaba
arreglada.
- Sí, pero no dije para quién.-
Le agarro de las solapas de su traje, lo empujo a través del holograma de las
carreras hasta la pared del fondo.
- Veinte mil malditos créditos
Mathis, no la clase de dinero que uno puede andar despilfarrando.
- Tranquilo Abruzzo, olvida mi
deuda conmigo. Ce fini. ¿Se dice así?
- Más o menos. ¿Qué quieres?- Se
arregla la cola de caballo antes de continuar. Trato de calmarme, pero es
imposible. La sangre me hierve.
- Maté a un traficante de poca
monta llamado Benny Kuan.
- ¿Y por qué harías algo así?
- La gente que debe más de lo que
puede pagar son como... piedras en tu cuello. Vamos, eres italiano, sabes a lo
que me refiero. Es como lanzarse al puente con una piedra ahorcándote.
- Mala suerte por Benny Kuan.- Me
arreglo el cabello engominado hacia atrás y pongo los tirantes en su lugar.-
¿Qué hay con eso?
- Caerá a tu división, haz que se
vaya. Benny tenía amigos poco menos que amistosos. Empieza por Fred Armitage,
un buen chivo expiatorio.
- Dijiste que mi deuda contigo se
iría, ¿qué planeas Mathis?
- Nada, ya lo planeé. Un buen
inversor sabe cuándo es hora de vender lo que tengo. Todo lo que tengo son
deudas, y la tuya es muy buena, cuarto de millón.
- Sabes que te pagaré, a
mensualidades de ser necesario.
- Ésa discusión ya no es conmigo.
- ¿Qué hiciste, cara de perro?
- La vendí a Regis Murphy, ¿te
suena el nombre?- Se me baja la presión. Regis hijo-de-perra Murphy. Mafioso a
la quinta potencia. Él no te rompe las rodillas, las separa con láser
industrial.- Vendí tu deuda, casi tan buena como el dinero, casi tan buena como
el oro que me has dado. ¿No es lo que hacemos siempre, comprar y vender deudas?
Dicen que los créditos son eso, no quiero ni preguntar de dónde sacaste dinero
real, oro.
- Entonces no lo hagas.
- Benny Kuan. ¿Capich?
- Algo así.
Regis
Murphy es mi nuevo Espíritu Santo, tiene mi vida en sus manos. ¿Cuánto tiempo
antes de que tenga mi placa también? No es la clase de personaje a quien le
dices que no. Nada de zarandearlo un poco, meterle un susto. Cuarto de millón,
he visto a gente hacer cosas raras por muchísimo menos que eso. Chico Rodríguez
me regaña desde que entro al garaje flotante y subo al auto. No quiero subir,
como si no quisiera seguir con mi vida. Me apoyó contra la puerta, me termino
el cigarro. Los viejos modelos han regresado, el siglo XX se puso de moda y sus
autos también. Rodríguez tiene toda una teoría sociológica al respecto, me
podría importar menos. Se ven mejores que esos bodrios de hace unos años. El
futuro nos dejó atrás, nos depositó en el basurero llamado Neocity y se olvidó
de nosotros. La recita de todas formas, las modas cíclicas y demás. Yo miro a
los altos edificios, a los autos de propulsión a chorro, a las ventanas de
pequeños departamentos llenos de vida, a los centros comerciales con entradas
de cristal bajo más departamentos y debajo de bodegas industriales a nivel del
suelo. No quiero ni pensar en mi mujer, mi Kit-Kat. Ella no tiene idea,
Catherine es demasiado buena para saber de apuestas y mafiosos. Planeo
mantenerlo de esa forma.
- Oye, tipo duro, si ya
terminaste de quemar el filtro de ese cigarro tenemos trabajo.
- ¿Ahora qué?
- La unidad de tiendas de empeño
tiene algo, cyberpunks vendiendo oro por unos miserables créditos, podría estar
relacionado.
Montamos
la patrulla y acelero a toda velocidad. Esquivo los autos como si vida
dependiera de eso. La computadora hace la mayor parte del trabajo, de otro modo
en ésta ciudad lloverían autos del cielo. Sería como regresar a los apagones. Ahora
descendemos a la calle, pero lejos del distrito rojo y a medio camino de la
tienda de los Guiness. Es de día, aunque no te darías cuenta, la calle se
ilumina con el neón de los letreros porque el sol no llega hasta aquí. Los
coches lo tapan, los irregulares edificios de cientos de pisos también lo
hacen. La gente en la calle es pálida, en parte por falta de sol, en parte por miedo
a los pandilleros que ya no respetan horarios. La tienda de empeño es un
pequeño local de tres puertas de seguridad. Mostramos las placas, el gordo nos
hace pasar. Se protege con un enrejado electrizado y no parece feliz de vernos.
Trata de ocultar los relojes robados con una tela, Chico mete la mano por la
pequeña apertura y los muestra. Dos de ellos tiene marcas de sangre. El gordo piensa en huir, lo
veo en sus ojos. Los corredores siempre tienen la misma mirada intensa. Disparo
a la caja de luz, arranco el enrejado de un jalón y disparo contra la puerta
trasera. El laser deja un lindo souvenir, una marca de quemadura que bien pudo
haber sido su cara. Lo aplasto contra el mostrador con tanta fuerza que el
vidrio cruje y está por partirse.
- Tengo mis derechos, malditos
fascistas.
- Vinnie, tiene razón. Cálmate.
- ¿Quiénes y cuándo bola de
grasa? No finjas demencia, vinieron con oro. No la clase de botín que ves todos
los días.
- Están en esa caja.- Dijo el
gordo, cuando le dejé libre porque Chico Rodríguez me jaló del hombro. Mi
compañero revisó lo robado, hasta ahora no mentía.- ¿Por qué los iba a
proteger?
- Nombres.
- ¿Nombres? No me salga con esas,
detective Abruzzo. Cyberpunks, no usan nombres. Ésta pandilla menos, parecían
muy unidos. Usan términos de computadora, cosas como Megabyte, Delta 33,
Omicron, payasadas por el estilo. Disculpe, su alteza si no pedí por
identificaciones realistas.
- Anda, bromea de nuevo.- Pistola
en la nariz. Me mira a los ojos y sonrío. No lo haría, pero él no lo sabe,
Chico tampoco.
- Voy a reportar todo lo robado.-
Dijo Chico y enfundé la pistola.
- No te molestes, es un crimen
menor. Recibirá libertad provisional en un año, luego de dos años de esperar
juicio. Para entonces el banco le habrá embargado el local y lo tendremos en la
calle, robando y matando. Terminaremos arrestándolo por algo peor que esto.
- Gracias, Abruzzo, gracias.- El
gordo puso en mi mano un anillo de plata y brillantes falsos que no rechacé.
Esteban Rodríguez no estaba satisfecho.
- Está bien, pero si regresan, tú
nos llamas.- Usó la concha de mar en su oído para marcarle al gordo, tenía su
concha en una esquina.- Ahora tienes mi número. Aprietas un botón y nadie sabrá
que fuiste tú. ¿Entendido?
- Sí oficiales, claro oficiales.-
Salimos a la calle. Más cyberpunks. Uno me mostró el dedo mientras nos rodeaban
en patinetas. Le metí una patada a la patineta que lo lanzó volando.
- Eres un enigma Vinnie Abruzzo,
cualquier otro día y le habrías puesto las esposas tú mismo. ¿Siquiera te
importa el sistema?
- Claro que me importa, pero el
sistema es un asco y hasta que no llegue alguien a repararlo nos las tendremos
que apañar como podamos. Derechos civiles o no, ésta ciudad es nuestra Chico,
que no se te pierda de vista. Son casi las tres, ¿me dejas en mi departamento?
Tengo auto allá.
- Vamos.
No
hablamos en el camino, dejamos que la radio y el tedioso tráfico nos aburriera
hasta un coma casi vegetativo. Mi departamento no era gran cosa, pero tenía un
garaje que se desprendía de la pared y puente para salir del auto. Catherine me
esperaba con la comida hecha y una barriga a punto de estallar. Sería padre muy
pronto, eso si Regis Murphy no decidía que era más prudente dejarme en una
bolsa de plástico y olvidarse de mí. Mi
Kit-Kat sabe cómo complacerme, nada como pasta, vino en caja y muchas especias
para un día ajetreado. Puse la mesa mientras terminaba su trabajo. Organizadora
de eventos. Tenía su computadora, último modelo, una máquina de escribir que en
vez de hojas usaba una interface holográfica de presión táctil. Parecida a la
de los polis, pero con mayor ancho de banda. Me aflojé los tirantes y dejé que
me abrazara por la espalda mientras comía. Aún apestaba a cigarro y suciedad,
pero esas cosas se olvidan con un buen abrazo.
- La boda será un éxito, en el
Hilton ni más ni menos. Revisé el lugar en la mañana.
- Ya era hora Kit-Kat, te lo
mereces.
- ¿Qué tal tu mañana?
- Ocupada.- Medias verdades, el
fundamento de un matrimonio de policías. Kit-Kat se sirvió una gota de vino y
demás. Tenía sus jugos, unos canales de plásticos que venían de quién sabe
dónde en el edificio, parte de la razón por la que la renta era tan alta. Dos
habitaciones, comedor y cocina. Un ojo de la cara, pero un buen vecindario.
Había un parque flotante para Vincenzo junior y escuelas de categoría. No quise
pensar en el cuarto de millón en números rojos. Rojos como en deuda. Rojos como
en sangre. Rojos como en turbios favores y cero negociaciones.
- Ya deberían promoverte, sería
hora.
- Eso espero, necesitaremos cada
centavo para el bebé. ¿Hablaste con el banco para un posible préstamo? Me las
huelo que los del seguro tratarán de pasar tu embarazo por enfermedad
hereditaria. Eso pasa todo el tiempo.
- No he podido, he estado
encerrada toda la mañana.
Algo
cruje que no me hubiera gustado que crujiera. Bebe de su vaso sin mirarme a los
ojos. Sabe que habló de más. Me está mintiendo, pero no sé por qué. Su mirada
vaga por todas partes, vaso en los labios. No estuvo en el Hilton, o al menos
espero que no en el sentido que yo lo pienso. Aprovecho el postre para revisar
el caracol que dejó en la mesa. Muchas llamadas sin identificador. No podría
haber nada más sospechoso. La sangre me hierve de nuevo. La miro, pero ya no a
los ojos, miro a Vincenzo junior, sé que faltan varios meses pero siento que ya
está con nosotros. Catherine, por el otro lado, ella está en otra pate, o
quizás con alguien más.
- Dijiste que dejarías de
apostar, llamó Mathis otra vez.
- Le pagué en la mañana... Oye,
está bajo control.- Se coloca el caracol en la oreja, es de color rosado con
las antenitas en color rojo. Parece preocupada al sentirlo en sus manos, como
si pudiera detectar mi intromisión.- ¿Qué harás en la tarde?
- Trabajar.- Otra evasión. La
sangre hierve, pero me contengo.
- Ya somos dos. Tengo que irme,
gracias por la comida.
Me
espero hasta estar en el garaje, tras la puerta mecánica al fondo del comedor.
Poco más de unos metros, lo suficiente para meter mi auto. Golpeo el techo y
tengo ganas de hacer algo peor, pero me contengo. La pared de ladrillos se abre
hacia arriba, el auto sale en horizontal y me alejo a toda prisa. Aún hay
tiempo para verla. Aún hay tiempo para esa espina que duele y agrada, la que
nunca me he quitado por qué sé lo mucho que la extrañaría. Me encuentro con
ella, Clara Fanucci, poli de hackers. Llegamos al estacionamiento del precinto
al mismo tiempo. Lo hacemos en su auto. Terminamos agotados. El estrés se va de
mi sistema. La mirada de mi Catherine mintiéndome no se irá tan fácilmente. Le
doy los números sin identificador de llamadas, ella hará lo suyo. No le gusta,
pero lo hará. Conoce el trato, puramente profesional. Vaya mentira, pero es
útil.
- Ahora mismo.- Dice ella,
colocándose el brasier y la blusa.- ¿Qué desearías?
- Desearía que el agua no
mojara.- Voy diciendo, mientras me visto.- Desearía que me asignaran a otro
compañero y desearía no amar a mi esposa.
- Yo desearía encontrar a alguien
decente en mi vida.
- Los deseos no siempre se hacen
realidad.- Le digo, mientras le doy una nalgada a su falda al salir del auto.
Ella sonríe y nos separamos.
El
caracol está loco. Llamadas y mails. La mayoría basura, la mayoría comerciales.
Los ventanales del precinto muestran a los espectaculares de holograma, todos
son comerciales. Muchos de ellos son tan genéricos que podrían estar vendiendo
el aceite de la última ballena o mera cerveza y uno no se daría cuenta hasta el
final. Me abro paso entre los detenidos, cyberpunks en su mayoría. Inocentes,
en su mayoría. Chavales sin estudios, sin futuro, sin nada en qué apoyarse. El
ascensor de cristal me deja en el quinto piso. Los superiores quieren verme. El
teniente Mark Ackerman es buen amigo mío, de la época de los apagones. No
sonaba muy calmado cuando hablé con él de camino al ascensor. Está acompañado
del capitán Mark DiGiorgio. El capitán es la respuesta a una broma, qué pasaría
si le metes a alguien una escoba por el trasero, ahí lo tienes, recto como
siempre. Algo nunca antes visto, una serpiente que se para como soldado, recto
por completo.
- Vincenzo, caso duro, ¿no?-
Ackerman hace algunos comentarios para aliviar la tensión. No me invitan a
sentarme en uno de sus cómodos sillones de cuero, así que no lo hago.
- ¿Cómo logras tener tres
demandas de brutalidad policiaca en una mañana?- Preguntó el capitán
DiGiorgio.- Eres un salvaje Abruzzo, simple barbarismo. ¿Crees que te asigné a
Rodríguez por nada?
- Pensé que era su sentido del
humor... señor.
- Los cyberpunks son como una
moda, no una maldita cruzada personal. Ya no está en los apagones de hace una
década Abruzzo.
- Sin ánimo de ofender, capitán,
pero usted estaba en la isla. Manhattan tenía todo. Ackerman, es decir, el
teniente Ackerman y yo estuvimos en el Bronx, justo después que se cortaran las
líneas de abastecimiento, cuando las calles se abarrotaron y los malditos
pandilleros decidieron hacerse del poder de Neocity.- Me quito el pesado
abrigo, le muestro mi tatuaje en el brazo, el cuadrado negro. El teniente hace
lo mismo. Los apagones, las noches iluminadas por incendios que no podían ser
apagados. Olor a carne quemada y plástico.
- ¿Qué hay del caso? Al menos
dígame que tienen algo. Rodríguez informa que Rupert Guiness está en el
hospital con hemorragias graves.
- No está fácil el caso capitán,
si quiere que le sea honesto. Hay como una docena de estos al día, estamos
bajos en presupuesto y hombres. Roguemos que Cobalt International pueda
invertir en la policía. No me caería mal algo de horas extras.- DiGiorgio
pareció calmarse, me indicó que me sentara y se encendió un cigarro. Era obvio
que había hablado de eso con el teniente Ackerman.
- ¿Qué queda del gobierno?-
Preguntó el capitán, retóricamente.- Todo ha sido privatizado. La isla debe
tener como cien policías y 1200 policías de seguridad privada. Mejor pagados
que nosotros, por cierto. Todos pagan, como un seguro, vaya, que los impuestos
sólo van a los bolsillos de los pocos burócratas políticos que quedan.
- ¿Qué otra cosa es nueva?- Al
menos el capitán y yo estábamos de acuerdo en algo.
- Tenemos el mayor índice de
criminalidad desde los apagones. Tenemos la mayor cantidad de demandas también.
Al año el departamento gasta 14 mil millones de créditos en esas demandas y tú
eres parte del problema.
- ¿Y qué espera que haga, que use
guantes de algodón? Entrego resultados, estoy seguro que si me asignan a la unidad
élite o a los infiltrados podría brindarles mejores resultados.
- Es un buen punto.- Dijo
Ackerman.- Abruzzo se haría pasar por cualquiera de esos trogloditas con
facilidad. Además, los de infiltración rara vez son demandados en la corte.
- No.- Cortó DiGiorgio. Cortaba
mis alas. Adiós incremento salarial. Hola Regis Murphy, un cuarto de millón más
intereses semanales.- ¿Sacaron algo de esa tienda de empeños además de
demandas?
- El sujeto mueve objetos
robados, usted y yo sabemos que la demanda no prosperará. De todos modos, no
sabía mucho, usan sobrenombres como Delta33.
- Habla con los de infiltración y
anti-pandillas.- Dijo Ackerman.- Podrían tener algo sobre tu muchacho.
Podía
hacer cálculos mentales hasta que estallara mi cabeza. Clara Fanucci, mi
Catherine, su amante, cuarto de millón, Regis Murphy y la rata DiGiorgio.
Cóctel que sabe a ácido de batería pero que me trago de todas formas. La unidad
de infiltración parecía un mundo aparte. Polis con el visor puesto, día y
noche, monitoreando sus redes sociales, metidos en cuatro mundos digitales a la
vez. Me dieron el pésame, Ackerman, su supervisor había dado el visto bueno
pero el capitán DiGiorgio fue muy específico. Habían escuchado de Delta 33, mi
más probable sospechoso en el caso del atraco Guiness, sabían de cierta fábrica
ilegal de hardware para cyberpunks. El pandillero podría estar ahí. Una simple
misión de fisgoneo, no nos daría mucha ventaja, pero valía la pena.
- Mira.- Jonesy me mostró guante
de metal y plástico iridiscente, se conectaba a su visor, como si su cuerpo y
la máquina se unieran cada vez más.- Duele como mil demonios que te lo
injerten, pero los cyberpunks no confían en nadie que tenga carezca de
modificaciones.
- Convertirse en máquina, ésa
sería una manera de escapar a las complicaciones de la vida.
- Buena suerte Vinnie, y de
nuevo, lamento lo de la promoción.
- Olvídalo Jonesy, a cada perro
le toca su día, ya vendrá.
A
cada perro y a cada persona. A veces no sabes si sería tu día de suerte o tu
último día. Esteban Rodríguez tenía toda clase de teorías. Hombres máquinas,
fusiones mente software. No le presté atención. Estacionamos a nivel del suelo,
armados de latas de café y cigarros. Reacomodé los cables de la patrulla de
civil por mero aburrimiento, volví a cerrar su tapa metálica.
- ¿Te acuerdas del Ford Ultima?
Nada de cables, puras antenas.
- Sí, y cualquier interferencia
te convertías en una piedra de dos toneladas cayendo cientos de pisos al
asfalto. Adiós Ultima, adiós Ford, hola japoneses.- Señalé el cartel en neón en
la esquina. Promocionaba algo con dragones y peces, pero no podía leer las
letras.
- Tú realmente que odias a todos.
- No, soy italiano, solamente
odio a todos los que son diferentes, es la manera americana Chico. Tú nunca te
relajas Vinnie, ese es tu problema.- Dijo, con el cigarro en la boca y tomando
fotos de quienes entraban o salían. No faltaban los pelos en picos o en
colores. Toda clase de modificaciones, desde piernas biónicas hasta domos
craneales para mejorar la recepción wifi.- Yo no sé qué pueda ver Fanucci en
ti.
- Lo dices porque te la trataste
de ligar en Navidad y no sirvió.- Llamada en el caracol.- Hablando de la reina
de Roma.
- Dile que le mando saludos.
- Claro.- Aprieto el botón y
escucho su voz.
- Las llamadas que me pediste, van
y vienen de un Omar West. A todas horas, sobre todo cuando tú no estás. No sé
si decirte que lo siento... Sí, sí lo siento.
- Yo también. Chico está aquí, por cierto.
Dice que las italianas deberían rasurarse más.- Chico me suelta un codazo que
tira algo de mi café.- Te hablaré después. Creo que hay problemas.
En
la calle frente a nuestro objetivo una mujer corría tan rápido como sus tacones
de aguja transparentes le permitían. Vestía en líneas de plástico y era
perseguida por dos cyberpunks que se aflojaban los cinturones de picos.
Rodríguez les llamó la atención, placa en mano. Al instante que vi el arma
disparé. Le volé la tapa de los sesos al primero. El segundo puso las manos
arriba. Patada a la entrepierna. Tenía
ojo biónico, una cámara en vivo. Quería enviar por internet la violación. Envió
mi puño golpeándole tan fuerte que el metal del injerto rompió parte del
cráneo.
- Vete de aquí muñeca, y ten
cuidado de tus amistades.
- Realmente eres un fascista, ¿lo
sabías?- Rodríguez estaba histérico.- Aún no hacían nada ilegal, o al menos
nada que valga la pena matarlo.
- Nos iba a matar a los dos. ¿Por
qué no persigues a la víctima y le preguntas si soy un fascista? Neopolicías,
vaya broma.
- Los apagones fueron diez años
atrás.- Me apoyo contra la pared de ladrillo, todos los cyberpunks se han ido,
la investigación al menos había detenido una violación.- Olvidan quiénes son
las víctimas y quiénes los victimarios.
- Sospechosos, Abruzzo, eran
sospechosos. Y este necesita atención médica.- Me enciendo un cigarro, pateo al
que quedó sin ojo, aún se mueve. Chico llama a una ambulancia.- Tú no sabes
cómo fue, no en el Bronx. Nucleus estaba a punto de perder el control, sus
plantas nucleares a kilómetros de los muros, en las zonas nucleares iban a
estallar.
- Eso no es cierto.
- No, claro que no. En cuanto las
explosiones nucleares controladas no bastaban para la ciudad lo primero que
hicieron fue guardarlo todo a treinta pisos bajo tierra en puro hormigón. No
sabíamos eso, vamos, pensábamos que veríamos los hongos nucleares en cualquier
momento. Nucleus tenía sus mensajes, claro, pero nunca admitirían nada, ni
siquiera admitían que estaban en el colapso absoluto. Estos edificios, mira
hacia arriba, estos edificios de cien piso, sin refrigeración ni nada... Hornos
llenos de enfermedades. La luz iba y venía, no había electricidad más que para
los bomberos y las unidades médicas, y obviamente no había suficiente para
todos. Las pandillas se adueñaban de todo lo que el gobierno mandara por naves
no tripuladas. Tomamos las calles a sangre, sudor y sangre. Ahora míranos,
Nucleus promete que no pasa nada, ¿por cuánto tiempo más? Y míralos a ellos,
tan listos para morir, la vida como un virus... Podría pasar de nuevo. Tú me
vienes con tus derechos civiles, ya sabes dónde guardártelos.
- Pues perdóname por ser el
civilizado de la relación.- Asomó la cabeza al ver las luces, no era una
ambulancia, era una limusina a propulsión que estacionó en la callejuela.
-
Quédate el auto, creo que vienen por mí.
- No te metas en problemas,
demasiado tarde.
Abordé
sin protestar, ya me preguntaba cuándo aparecería Regis Murphy y sus matones.
Ahora tenía mi respuesta. Regis tenía cognac en una mano, una pistola entre las
piernas. No tenía opción. Benny Kuan estaba muerto, su muchacho Mathis lo había
dejado frío, no a que nadie le importara demasiado. El chivo expiatorio tendría
que ser sacrificado. Yo tenía el cuchillo sacrificial.
- El caso desaparece, o tú
desapareces.
- Mírate, traje de tres piezas y
aún pareces un bulldog. ¿Te sacan a pasear?- Matón me apunta con su escopeta
láser. Un estallido y recogerían mi cabeza con cucharas de té.- Cálmate, nada
le pasará a la comadreja Mathis.
- Más te vale. Benny Kuan tenía
un compañero de departamento, creo que se llama Fred Armitage, hazlo suceder.
- ¿Siempre eres tan amable?
- No, usualmente rompo un par de
dedos antes de pedir algo.
- El abogado defensor será un
Omar West, dicen que es bueno. ¿Lo conoces?
- Indirectamente.- El amante de
mi esposa. La idea dejaba de ser mala, apestaba a mil demonios, pero no me
quejaba.
Me
dejaron cerca de casa. Catherine trabajaría hasta tarde, yo también. Uno de los
mentía. Quizás los dos. No era trabajo lo que estaba haciendo. Me hice del
expediente del caso. Benny Kuan había sido asesinado en una callejuela húmeda y
sin testigos. El camello, parcialmente empleado en una pescadería japonesa
había masticado más de lo que podía tragar. No lo culpaba, me estaba pasando lo
mismo a mí. Revisé entre las evidencias, había un anillo con sangre aún sin
procesar en la bolsa que tomé con un pañuelo. Bastaría, al menos de momento.
Benny
Kuan y su amigo Fed Armitage no se daban la gran vida. Un complejo de
departamentos, tan feo como el de cualquier otra zona. Estacioné en una
inter-calle. Usé una llave electrónica y una computador antigua para violar los
códigos de acceso. El edificio era viejo, no requería de ADN. El elevador me
llevó hasta su departamento. El lugar estaba divido en dos por una débil
cortina de tela con estampados orientales. El espacio de Armitage era
deprimente, una vieja computadora, un par de visores dañados de internet y una
cama. Dejé el anillo en su clóset, entre su ropa sucia. Un asunto menos, una
mentira menos. Me importaba más la otra. Catherine, mi Kit-Kat no pasaría la
tarde en casa, podía sentirlo. La seguí a prudente distancia en una patrulla de
civil. Manejó hasta un centro comercial. Un bloque de concreto con hologramas
de propaganda y algunos helipuertos de acceso al estacionamiento. Los
propulsores se desactivaron, anduve lento y siguiéndola con la mirada. Mi
Kit-Kat, su hipocresía imitaba la mía, quizás eso era lo que más me dolía. La
esperaba en algún motel de baja calidad, pero esto era peor. No sabía cómo, ni
por qué, pero era peor.
El
abogado la esperaba curioseando entre las tiendas de cristal y anuncios de
neón. Los enormes abanicos industriales pasaban luces intermitentemente. No era
sórdido y vulgar, como mi amorío con Clara Fanucci. Eso lo hacía peor, era una
cita romántica. Ella reía de sus chistes, él le compró un brazalete. Kit-Kat no
lo usaría conmigo, no, lo reservaría para su alguien especial. Me apoyé contra
el riel, entre cientos de compradores. Les miré desde la alturas, caminando
agarrados del brazo. Mi corazón se iba con ellos. Un par de cyberpunks daban de
vueltas. Me pregunté si sus corazones eran menos complicados, si eran realmente
hechos de máquinas. Quizás lo haría más fácil de tragar. El cigarro se consumió
entre sus dedos.
Catherine
mintió de nuevo en el desayuno, no le di importancia. Tenía que ir a los
tribunales, ver el asunto Benny Kuan solucionado y sacarme a Trevor Mathis de
encima de una vez y para siempre. Chico no tenía avances en el atraco Guiness,
eso me daba algo de tiempo. Omar West, de impecable traje estaba en uno de los
bulliciosos pasillos de la corte. Nadie lo decía, pero estaban inundados de
casos. Inundados a tal grado que había corporaciones dispuestas a comprar al
sistema judicial, en su mayoría japonesas. Tenía sentido, ya habían comprado
casi todo lo demás, menos Cobalt, Nucleus y otras más. Mathis me pasó, me
golpeó con el hombro sonriente y feliz. Estaba libre de toda sospecha. No podía
dejarlo así, aunque debí haberlo hecho. No, quería verlo a los ojos. Quería ver
lo que ella veía en él, pues por el momento sólo veía una rata en un traje.
Omar West era un hombre corpulento, de aspecto inteligente y peinado de 500
créditos.
- ¿Oiga, no es usted quien maneja
el caso del homicidio de Benny Kuan?- Me reconoció, ya había visto fotos mías.
Me dio un escalofrío imaginarlo en mi departamento. El departamento donde vivía
mi esposa, cargando con mi hijo donde había una habitación esperándole, con
cuna y empapelado digital ya listo. Me había costado un ojo, pero esos veleros
soplarían de un lado a otro. Harían feliz al bebé. Omar West trató de
disimularlo.
- ¿Detective de homicidios? Tiene
esa pinta.- Dijo, señalando mis baratos tirantes y mi sobaquera.- He cambiado
de cliente, ahora es un Fred Armitage.
- ¿Y cree que lo hizo?
- No creo, tiene una coartada, no
es muy sólida pero creo que puedo venderla al jurado, después de todo, el
tráfico de Neopolis es conocido por todos.
- ¿A qué se refiere?
- Estuvo en Fox Hole, un bar de
strippers una hora antes del asesinato, gastó muchos créditos. Difícil de creer
que cruzara la ciudad para matar a su compañero de cuarto en una hora o menos.
- Buena suerte, de todos modos
ese Benny Kuan era escoria.
- A usted no le importa mucho la
justicia, ¿no es cierto?- Me puse rojo, pero no era vergüenza. Quería agarrarlo
a golpes ahí mismo. Un golpe al hígado, el listillo creía que no sabía quién
era.
- Ustedes trabajan para el
departamento de justicia, ustedes son los que arruinan casos, yo sólo presento
sospechosos. ¿No era así? Le dejo la justicia en sus manos, déjeme la seguridad
de su vida y la de los ciudadanos de Neopolis en la nuestra.
Me
limite, quise decir más, pero tenía mejores cosas que hacer. Cosas como
arruinarle su carrera. Omar West contaba con ganar ese caso. Yo contaba con
arruinarlo por completo. La venganza era vulgar, mi clase de venganza. Fox Hole
quedaba del otro lado de la ciudad. Jalé la cadena, encendí las sirenas. A 200
pisos de altura los circuitos fallan, los motores se enfrían, quería llegar
rápido. Tuve que bajar, prácticamente en bajada, reincorporarme al tráfico. Un
camión detrás de mí tuvo que dar el volantazo. Me sacó el dedo. Le saqué la
pistola. Más efectivo que la sirena o la placa. Dejó de molestar. El bar tenía
su estacionamiento flotante. Tenía seguridad y matones disfrazados de clientes.
Escondí la placa, fui directo al cantinero y pasé mi tarjeta por su lector.
Cien créditos por un vaso de agua. Me alzó una ceja.
- ¿Quiere que invente el agua y
se la traiga? Es gratis, por si no lo sabía y el consumo mínimo es cuarenta.
- No, es cien, quédatelos.- El
cantinero sonrió, se las olía que era policía. Escondió la cocaína que tenía en
la barra, fingí que no lo veía. No era la cocaína lo que me sacaba de mis
casillas, eran esos chips de drogas digitales que escondía en el bolsillo de su
camisa. Se la arranqué de un tajo, las tarjetas de memoria se cayeron a la
barra y las destrocé en su cara. Los matones sacaron sus armas, el cantinero
les detuvo.- Vengo de parte de Regis Murphy.
- Esas tarjetas...
- Me vale un demonio.
Cyberpunks... Ni drogarse como la gente normal pueden hacer. Escucha y escucha
bien. Un abogado de quinta llamado Omar West, o algún compadre suyo vendrá aquí
para hacerte preguntas sobre un Fred Armitage. Él mató a Benny Kuan, ¿me
entiendes?
- Entendido.
- Sí, salió y cruzó la ciudad en
una hora, pero puede hacerse y le dirás que puede hacerse. También le dirás que
estaba nervioso, que tenía un arma encima. Una Eagle de batería de carbono.
¿Entiendes?
- Oye, amigo, claro que entiendo. No hay necesidad de la violencia. Haría
lo que fuera por Trevor Mathis, y Armitage estuvieron aquí toda la noche.
Armitage se fue, como dijiste, pero puedo decirles que pagó remotamente,
ganarle algo de espacio.
- ¿Mathis estuvo aquí?
- Hasta la hora del cierre.
- Bien, ya sabes qué decirles.
Armitage, por cierto, estaba a solas y muy, muy
tenso. ¿Capici?
Trevor
Mathis dijo que él mató a Benny Kuan. Había oído muchas mentiras en mi vida,
pero usualmente iban en sentido contrario. Mentiras como yo no lo maté,
mentiras como me quedé en casa todo el día, mentiras como no, no me acuesto con
Clara Fanucci. Nunca antes una como esa. ¿Por qué mentiría Mathis sobre haber
matado a Kuan? La pregunta tenía su tinte agrio, ¿qué estaba encubriendo? Algo
peor que el homicidio de un traficante, eso era seguro. Era inevitable, estaba
mordido por la curiosidad, tenía que ver a Benny Kuan más de cerca. Mucho más
de cerca. Si Mathis y Regis Murphy pretendían hacerme una trampa, jugar con mi
placa o corromperme como matón era mejor saber la verdad. Toda la verdad y nada
más que la verdad. El peor de los venenos, me lo tragaría también, ya estaba
tragando bastante.
Revisé
su expediente con mi visor policial. Luces azules y rojas que iban de un lado a
otro. Cursi, pero efectivo. Benny Kuan, vendedor de drogas ilgelas y hacks para
pasar el anti-doping. Dos veces arrestado. Departamento endeudado con Globus
créditos, al menos teníamos eso en común. Manejé hasta la pescadería, un barrio
japonés repleto de lámparas chinas que colgaban de pared en pared en las altísimas
torres. El mercado era poco más que tablas de madero y acero. Usé el
estacionamiento más cercano, reservado para policías. El mercado vendía de
todo, los japoneses planeaban invadirnos con chucherías para tenernos ocupados
mientras compraban a las corporaciones más grandes. En la pescadería, al fondo,
uno de los chefs tenía un tatuaje de tigres que subían por su brazo derecho.
Triadas japonesas, lo que me faltaba.
Revisé
los pescados, junto con los orientales que compraban con los pocos créditos que
tenían. Lo bueno, estaba seguro, estaría detrás de las cortinas. Entré en el
descuido de un vendedor. Esperaba ver armas dentro de los róbalos, pero estaba
equivocado. Tenían chips, tarjetas, clonadoras de tarjetas y hardware para
clonar identificaciones, así como discos para buscar información bancaria. Un
adorno frente a mí, un buda dorado, me dejó ver al chef que me atacaba por la
espalda con un enorme cuchillo de carnicero. Me hice a un lado a tiempo. El
cuchillo quedó atrapado en la madera. Codazo a la nariz. Desenfundé cuando otro
trató de balearme. Disparo al estómago, el estallido lo sacó volando hasta
tirarlo sobre los peces. El chef, sangrando de la nariz, se lanzó sobre mí,
tirando abajo la cortina y espantando a los clientes. Usó un pulpo contra mi
cara para tratar de asfixiarme, el arma se resbaló de mis dedos. Rodillazo a la
entrepierna. Giré en el suelo mientras él tomaba otro cuchillo. Disparo al
pecho. Usé su delantal para limpiarme el pulpo de la cara y llamé a Clara
Fanucci.
- El amante pródigo ha regresado.
- No exactamente, estoy metido en
algo. Descubrí algo para delitos digitales, te podría interesar, si te
interesan los Yakuza y las Triadas.
- ¿Es cierto que se unieron?
- No sé, los muertos no hablan.
No debería estar aquí.
- No me digas que te pasaste al
otro lado.
- No. No aún, al menos espero que
no. Era un favor para un conocido, dejémoslo en eso. ¿Puede tu hermoso trasero
hacerse cargo?
- ¿Por qué siempre me hablas
cuando metes la pata o te enfadas con tu mujer?
- No quiero hablar de ella.
- ¿Tan mal?
- Peor. ¿Puedes?
- Iremos para allá.
Le
pasé la dirección y en cuanto vi las patrullas me fui corriendo a mi auto.
Chico Rodríguez me había estado buscando. No podía seguir escondiéndome,
teníamos una crisis entre manos. Los detalles eran parcos, pero no se
necesitaba de mucho. Cyberpunks tratando de entrar a la armería de la
corporación Farnar. No necesitaba más. Llegué en cuestión de minutos. La
armería, en un alto edificio, tenía a tres cyberpunks muertos en la acera.
- Ya era hora, ¿dónde estabas?
- Haciendo mandados, ¿qué pasó?-
Entramos al complejo. Los punks habían logrado llegar hasta el estacionamiento
principal. El enorme logotipo de Cobalt International sobre la puerta de
entrada tenía marcas de láser.
- Un grupito de cyberpunks
intentaron entrar usando códigos defectuosos. Eso alertó al edificio. Mataron a
estos tres, hay otros que lograron escapar.
- Mira.- Me agaché encima de uno
de los muertos. Tenía un mohicano verde, aretes en la nariz y cargaban en su
pecho con cintas de oro.- ¿No dijeron que robaron cintas de oro en la tienda de
los Guiness? Uno menos.
- Ian Miller, según su
identificación. Ya están bien armados de por sí, ¿te los imaginas con rifles de
batería de plutonio? Atravesarían el kevlar-3 como si fuera papel.
- Y dicen que yo estoy paranoico.
De atraco convencional a atraco a armería, algo se tienen entre manos.- Mi
compañero no estaba de acuerdo, pero no le presté atención. Los de análisis de
escena del crimen habían llegado en sus grandes camionetas de propulsión
ionizada. La danza duraría horas. No me apetecía entrevistar a todos los
empleados. Tenía mejores cosas que hacer.- Hazte cargo, tengo otro mandado.
- ¿De nuevo?
- Oye, alguien tiene que vigilar
que las ruedas de la justicia estén bien aceitadas.
- ¿Y eso qué significa?
- Nos vemos después.
Me
fui directo a los tribunales. El caso de Omar West había ido directo al
drenaje. El cantinero dijo lo suyo, la evidencia dijo lo suyo. Al final
Armitage pasaría seis meses, como parte de un trato con la fiscalía debido a la
evidencia insuficiente. Seguí a Omar West hasta un baño. Trabé la puerta detrás
de él. Le metí una patada en la entrepierna, lo metí a un cubículo y lo callé
de un golpe al hígado que le haría orinar sangre.
- Aléjate de mi esposa o perderás
algo más que tu carrera.
Satisfacción
inmediata. No sabía si cumpliría alguna función, pero me bastaba con la
satisfacción. Clara Fanucci también estaba satisfecha. Hablé con ella mediante
el visor. Se veía más hermosa cuando estaba entusiasmada en un caso. No podía
hablar mucho, por temor a los hackers. Esto era algo que debía discutirse con
el capitán DiGiorgio. Llamé a Chico para que me viera ahí, no sacarían nada de
la corporación Farnar y su armería y hasta él mismo lo sabía. La sala de juntas
tenía una mesa de cristal que funcionaba como computadora, Clara Fanucci
dirigía el show. El teniente Ackerman y el capitán DiGiorgio estaban sentados
al frente, Chico y yo nos quedamos de pie. Fanucci había hecho lo suyo. Había
dos muertos que se endilgó a sí misma, sería mucho papeleo, pero lo haría por
mí. Yo haría lo mismo por mí.
- Había algo en común en todas
las tarjetas y en todos los objetivos que los chips y las tarjetas de memoria
que recogimos. Tenían un software para clonar identidades y tarjetas de
crédito.- En la pantalla holográfica aparecieron los nombres y fotografías de
las potenciales víctimas.- Todas estas personas trabajaron, al menos hasta hace
una semana, en Nucleus. Nuestro amado monopolio de electricidad nuclear.
Suficiente para erizarme la piel.
- No nos adelantemos.- Dijo
DiGiorgio.
- Hay que estar ciegos para no
verlo.- No podía contenerme. Ackerman me daba la razón, pero bajó la cabeza y
dejó que el capitán me mirara como si pudiera matarme con sus ojos.- Planean
otro apagón, probablemente con ayuda de los Yakuza o las Triadas.
- Es un caso para delitos
digitales.- Cortó DiGiorgio.
- Tiene razón.- Concedió el
teniente Ackerman antes que pudiera protestar. Clara Fanucci no sería puesta a
cargo, nunca funcionaba así en delitos digitales.
- A menos que hubiese un
homicidio de por medio.
- Los orientales muertos fueron
provocados por una actuación heroica de la detective Fanucci.
- ¿Benny Kuan? Misma pescadería,
muerto otro día.- La conexión era vaga, pero ésta vez tenía a Ackerman de mi
parte.
- Anda con cuidado Abruzzo, estás
bajo correa corta. Detective Fanucci, usted ponga en alerta a los de Nucleus.
Rodríguez y Abruzzo, vayan para allá. Una sola queja detective Abruzzo y se las
verá conmigo.
- ¿Pensé que le caía bien?
- ¡Lárguense de aquí!
- Nada excede como el exceso.-
Dijo Chico, conteniendo la risa mientras salíamos de la oficina.- Tú sí que
sabes fastidiar a una persona Vinnie.
- ¿Qué puedo decir? Es un talento
natural.
Seguimos
a las boyas flotantes en el piso 100, autopista que pasaba por Nucleus, las
enormes chimeneas nuclearas al borde de los cientos de metros de concreto que
separaban Neopolis de las tierras radioactivas. El tráfico era ligero.
Compramos salchichas a un vendedor de carro flotante mientras esperábamos en el
tráfico. Empezaba a llover y bajo nosotros, a cientos de metros de altura, el
smog parecía imitar las nubes grises y cafés del cielo. Comí y fumé en
silencio. No dejaba de pensar en Catherine, abrazada y riendo con Omar West.
Había empezado con nosotros. Años antes de los apagones. Años antes de Clara
Fanucci. Años antes de las complicaciones de la vida. Su vida se hacía simple
de nuevo, en los brazos de un abogado de defensor de los derechos civiles. Mi
vida se hacía complicada por mi compulsión al juego, al sexo y a la violencia.
Uno de los dos iba arriba, el otro hacia abajo. Hacía tiempo que ya no
estábamos a la misma altura. Incluso si cerraba mis ojos tratando de creerlo,
no podía negarlo, yo había caído muchos metros.
El
edificio monolítico de Nucleus tenía su logotipo en holograma. El nombre con
los electrones dando de vueltas. Un bloque de ventanas y lámparas, antenas y
discos que brillaban al comenzar la noche. Una entrada se abrió entre los
bloques de piedra y pudimos estacionar. Oscurecía afuera, pero por dentro todo
era blanco, todo era iluminado y todo olía al ozono de las computadoras.
Fanucci y los de delitos digitales ya habían llegado. Nos dieron el tour
básico. Tenían pisos tras pisos de oficinas, todas con los mismos cubículos y
las mismas computadoras corporativas, totalmente digitales. Incluso el piso
brillaba cuando uno lo pisaba. Energía para dar y regalar, o al menos aquella
era la imagen que querían vender. Nosotros hacíamos lo mismo, patrullas y
carteles holográficos. La verdad era que necesitábamos del dinero de Cobalt
International. La corporación, siendo técnicamente una persona, podía invertir
como cualquier otro ciudadano. Les mostrábamos una mentira que Neopolis pagaba
con el peor índice de criminalidad en décadas. Nucleus podía estar haciendo lo
mismo. El tour era para despistar, necesitábamos ir más allá. Necesitábamos ir
a los laboratorios de los reactores.
Chico
Rodríguez convenció a la ejecutiva. Un elevador nos llevó por una cinta
transportadora que prácticamente nos lanzó contra un lado de la pared.
Gigantescos paneles de cristal y oscurecido plástico mostraban los núcleos,
pequeños soles. Nos pusimos las gafas oscuras, pero aún así resplandecían como
soles. El lugar, de enormes consolas y medidores, nunca recibían invitados. Más
de un científico estaba incómodo. Tal era nuestra intención. Cinco pisos de
rendijas de acero y escaleras de acero. Lejos quedaba la estética lumínica de
las oficinas. Era el corazón de la bestia nuclear. Chico y yo nos separamos,
perdimos a la guía de turistas. Subí algunos pisos, aunque todos eran iguales.
Por el reflejo de una computadora de cristal pude ver a uno de los científicos
rápidamente colocándose la bata larga. Chips en los brazos, conectares entre
ellos como venas verdes. Cyberpunks. Lo seguí hasta una salida de emergencia,
pistola preparada.
- ¿Le puedo ayudar en algo?- Una
científica salió de la misma puerta por la que había entrado el cyberpunk. Puso
su mano en mi pistola, indicando que la guardara.- No aquí, podríamos volar en
un millón de pedazos. Soy Sarah Mills.
- Ese sujeto...
- Cyberpunks, sí, lo sé. Cuando
escucharon la noticia muchos de los empleados se levantaron y se fueron, eso me
puso sospechosa. A este le conozco de lejos, es nuevo, siempre me pareció
sospechoso. ¿Tiene refuerzos? Todos estarían en el mismo estacionamiento.
- ¿Chico, me escuchas?- Hablé por
la concha de mar. Las antenitas tenían mala recepción, pero me escuchó lo
suficientemente bien.
- Garaje 12, el de servicio, el
único que no estaría patrullado.- Dijo ella.
- Garaje 12, envía refuerzos. Hay
infiltrados, y no de nuestra clase.
- Vamos para allá.
- Indique el camino, doctora
Mills.- La seguí por los pasillos de planchas de acero que aplastaban los
potentes cables que nutrían Neopolis. Desenfundé el arma, no sabía si podía
confiar en ella.- ¿Desde cuándo lo sabe?
- Desde hoy, lo juro. Soltaron
los rumores cuando nos llamaron. Hay dos mil empleados en Nucleus. De repente
se va una docena al mismo tiempo...
- ¿Qué no tienen inspecciones de
rutina?
- ¿Bromea? Nucleus está al borde
del colapso financiero, hemos estado despidiendo gente a diestra y siniestra.
No se preocupe, no habrá apocalipsis nuclear, ni apagones.
- No, ahora ya no.- Subimos a un
ascensor que nos empujó a toda velocidad y después ascendió por docenas de
pisos hasta el garaje.
- ¿Cómo piensa hacerlo? No
parecerán Cyberpunks, le vi los chips ayer, antes era más precavido, no le di
importancia. Es una moda, mi hija tiene una nariz biónica, quiere ser doctora.
- Cerraremos el garaje, procesaremos
a todos. Usted quédese lejos. La procesaremos también, es protocolo.
- Adelante, no tengo nada que
esconder.
El
elevador se detuvo en una zona de carga. Pesados camiones de batería de litio y
carbono iban y venían, flotando sobe cientos de metros de altura. Una flecha
indicaba el garaje 12 tras una pesada puerta de metal. Me asomé por la ventana,
el acceso de acero estaba cerrado. Había más de treinta personas quejándose y
llamando a sus supervisores. La caballería no tardó en llegar. Chico y una
docena de policías entraron por el otro acceso. Abrí la puerta y sentí el
culatazo en la nuca que me mandó al suelo. El cyberpunk en bata de laboratorio
mató a Sara Mills de un disparo, Chico disparó desde encima de un auto y lo
mató. La balacera estalló mientras frenéticamente me hacía de mi arma y me
dejaba caer por los escalones hasta refugiarme en las escaleras. Los
infiltrados tomaron rehenes. Tratamos de evitarlo, pero algunas cosas no pueden
evitarse. Los refuerzos querían sangre. Tiros de precisión, los que no murieron
intentaron huir a tiros y fueron abatidos.
- ¡Quiero a cien soldados por
oficina, quiero al maldito alcalde aquí mismo y quiero que registren cada byte
de información!
- Oye, Abruzzo, calma.
- Qué calma ni qué calma.- El
golpe no me había hecho sangrar, pero veía rojo. Veía apagones. Veía mi tatuaje
en el brazo. Aquella caja negra donde cualquier cosa podía pasar y donde todo
pasaba.- Fue un golpe de suerte, de no ser por Clara Fanucci los orientales
tomarían Neopolis.
- Pues ya no va a pasar.- Dijo el
capitán DiGiorgio, saliendo de entre los uniformados. Estaba acompañado de un
batallón de militares.- Odio decirlo, pero Abruzzo tiene toda la razón.
Tendremos a este complejo bajo vigilancia día y noche, que sus CEO’s se vuelvan
loco todo lo que quieran. Me importa poco que bajen aún más sus acciones, no
tendremos otro apagón.
- ¿Necesitas ayuda médica?- Clara
Fanucci revisó mi cabeza. Pasó sus dedos por mi cabello y me besó en la
coronilla cuando nadie estaba viendo.- Eso estuvo jodidamente cerca.
- Sarah Mills, maldita sea, no
tenía que hacerlo y lo hizo.
- Esa Sarah Mills detuvo algo
grande Vinnie. Mejor ve a casa, estás muy tenso.- La escondí detrás de un auto
estacionado y la besé con fuerzas.
- Si no te dan una recomendación
por esto, te la haré yo mismo aunque tenga que hackear la computadora del
alcalde.- Nos levantamos de nuevo. Todos aplaudieron a Fanucci y DiGiorgio
prácticamente me escoltó hasta mi auto patrulla.
Sarah
Mills, una completa extraña. Dejó la mitad de la cara contra el muro de
concreto del estacionamiento. Vaya manera de terminar el día laboral. Si el
cyberpunk hubiera tenido más cerebro que chips me habría matado a mí primero.
Manejé despacio, siguiendo las boyas flotantes, sin usar la sirena. Tenía que
serenarme, tenía que calmarme antes de llegar a casa. No quería que mi Kit-Kat
me viera como estaba, tembloroso y rojo de furia. Busqué entre mis cigarros, me
fumé el último. Estacioné en el garaje de mi departamento, respiré profundo y
me hice de coraje para olvidar la cara de Sarah Mills, muerta de miedo y a
punto de morir.
- Hijo de perra.- El plato se
estrelló a mi lado.- ¿No podías hablarlo conmigo?
- ¿Sobre tú y ese abogado de
pacotilla?, ¿un abogado? Dios mío, pensé que tenías estándares.
- ¿Mejor que tú y esa Fanucci?
- Oye, eso ya no existe.
- No pudiste preguntar, no
pudiste hablar conmigo, ¿pero puedes arruinar su carrera y brutalizarlo?
- Lo quería lejos de ti.
- Eres un idiota. No puedo creer
que me haya casado contigo por admirarte. ¿Qué te pasó? Primero las apuestas,
luego Fanucci, luego la violencia... Te he visto descender al infierno y es
obvio que no quieres salir de ahí. Pero yo quiero más, ¿me escuchaste? Mi hijo
merece más.
- Kit-Kat, podemos hablarlo.-
Otro plato y ésta vez iba acompañado de un florero. Se lanzó a los golpes, dejé
que me diera un par de bofetadas. Tenía razón, no podía quejarme. No me dolían
los golpes, me dolía que ella tuviera razón. Que yo fuera tan idiota. El buen
Vinnie, siempre pensando con la entrepierna primero.
- Quiero el divorcio, habla eso
con mi abogado.
- No, Kit-Kat.
- ¡No me llames así! Perdiste ese
privilegio. ¿Ni siquiera eras lo suficientemente macho para preguntarme sobre
mi vida? Nunca te importó, sólo tu maldita placa y tus malditos recuerdos.
- No todos eran malos, no los
tuyos.
- Por cierto, un tal Murphy habló
para recordarte de tu deuda. Quédate con esto, salda tus deudas, no me importa
porque ésta noche me mudo con Omar.
- No, Catherine, por favor,
puedo...
- ¿Puedes qué? Hay cosas que no
se resuelven a tiros, pero tú no sabrías eso, como tampoco supiste nunca cómo
captar señales.
- ¿Y tú no podías hablar conmigo?
No te juegues a la inocente. ¿Quieres la verdad? La verdad que tanto me echas en
cara. Sí, me tiro a Clara Fanucci, no, no la amo. No amo a nadie más que a ti.
Sí, me quise fastidiar a Omar porque lo vi contigo en esa plaza comercial y los
dos se veían tan... Tan como tú y yo nos veíamos cuando empezábamos. Quería eso
de nuevo.
- Ya es tarde Vinnie, fue tarde
hace mucho. Vives en tu mundo, traté y traté... ¿No te metí en rehabilitación?
Apostabas a mis espaldas y me hacías promesas. Lo dejé pasar pero todos tenemos
un límite y cruzaste el mío.
- ¿Y ese es tan siquiera mi hijo?
- Descarado.- La bofeteada me
volteó la cara y antes de irse me escupió.
Me
quedé ahí, a solas. El departamento se sintió más grande, incómodamente más
grande y mucho más vacío. Con el rostro de Sarah Mills aún fresco en mi mente
me abrí una cerveza y me senté en el cuarto del bebé. Apreté el botón. El
empapelado se movía, los veleros iban y venían. Me pregunté si Omar West
compraría uno mejor y me eché a llorar. Pensé en llamar a Clara, pero sabía que
estaría ocupada. Manejé sin rumbo por Neopolis. Sirena y pedal al fondo.
Deambulé entre los espectaculares de holograma, cruzándolos sólo para ver como
se congelaban en su sitio antes de seguir con el comercial. Bajé hasta el smog,
casi choco contra el pavimento y mis propulsores chamuscaron el techo un auto
estacionado. Estaba demasiado ebrio. Busqué el primer lugar que se me hizo
conocido. El departamento de Ackerman. Estacioné en su porche flotante, tirando
las sillas y empujando la mesa. El estrépito le hizo salir armado. Me caí del
auto, la cerveza giró sobre el pasto falso y cayó al vacío. Me levanté como
pude, el teniente me ayudó hasta su cocina y me sirvió un café caliente para
bajarme lo borracho.
- Esos malditos Mark, esos
cyberpunks y sus vidas virtuales.- Ackerman puso la mano en la mesa. Vieja
táctica policial para pedir silencio. Su hija apareció. Era una rubia guapa que
vestía un vesido de cuero de color naranja y cargaba con una pesada mochila
repleta de papeles y una computadora industrial digital.
- Nena, recuerdas a mi amigo
Vinnie.
- Hola oficial.
- ¿Cómo va todo en la
universidad?- Regina lanzó la carcajada.
- Eso fue hace dos años oficial
Abruzzo. Trabajo en Cobalt, es buen empleo la verdad.
- Tiene su oficina.- Dijo
Ackerman, con orgullo parental.- Nada de cubículos para mi princes.a
- Es aburrido realmente, nada de
perseguir a los malvados y castigar a los culpables. La empresa es sólida, más
que nada son compras y ventas de compañías. Nada excitante. Oí la conmoción en
la radio. ¿Cómo estuvo?
- Sin problemas.- Dijo su padre.
Asentí, no valía la pena mencionar a Sarah Mills. Ella se retiró a su cuarto y
Mark Ackerman me sirvió otro café.- Todos dicen que estás paranoide por los
apagones. Yo también, ¿y quién no? Vaya bala que esquivamos. Era poco probable,
seguro saldrán los de derechos civiles a defender a los punks como
contracultura y llamarnos a nosotros fascistas.
- ¿No es más fascista el
pervertido que le voló la cara a Sarah Mills? Pobre mujer, todo lo que quería
hacer era ayudar.- Reprimí el llanto y Ackerman sonrió.
- No estás aquí por eso, ni por
los cyberpunks. ¿Catherine finalmente te dejó?
- Eres mejor leyendo señales que
yo.
- ¿Qué esperabas? Nunca estabas
en casa.
- Pues que se compre un perro...
Un jodido abogado de derechos civiles.- Ackerman reprimió una sonrisa. Yo me
reí un poco, había cierta ironía en el asunto. Me puse de pie, caminé a la
puerta de su porche. La lluvia llegaba hasta mis pies.- Desearía que la lluvia
no mojara y desearía no amar a mi mujer.
- Y yo desearía que dejaras de
apostar. Sí, sé de eso. Regis Murphy, madre de Dios Abruzzo, ¿qué estabas
pensando?
- ¿En qué crees? En la acción,
ganas un poco, luego tienes que ganar más, pero pierdes y luego juegas para
pagar lo que debes y antes que te des cuenta debes tanto que tienes a Regis el
gangster Murphy encima por cuarto de millón, más intereses. Dejaría de apostar,
por ella lo haría. Por Kit-Kat, por Clara y por la pobre de Sarah Mills que
nunca conocí.
- Eso dijiste hace años, ahora
Regis Murphy te tiene por un buen dinero.- Ackerman se masajeó las sienes, me
acompañó al porche. Mi auto hizo trizas a su colección de gnomos de jardín. La
tormenta arreciaba, ahora me mojaba hasta las rodillas.- Pero has hecho cosas
buenas Vincenzo, enfócate en eso, en la justicia.
- ¿Cuál? Los pescamos, les dejan salir
por falta de evidencias, porque están magullados, porque sonrieron bonito a los
jurados o porque no había maldito ADN en el arma homicida. No, retribución es
lo que hacemos Mark.
- Yo conozco de alguien que
necesita retribución. Soy la última persona en el mundo que te diría esto, pero
somos amigos de muchos años. Hablo de un desvergonzado, no me topes por otro
poli corrupto más.
- No, hay líneas que no quiero
cruzar.
- No hablo de eso, hablo de
retribución. El hijo de perra tiene un salón de opio, drogas sintéticas,
software para los más chicos. Hablo de niños de diez años que se quedan como
hipnotizados con sus visores y sus chips biónicos. Se hacen adictos como otros
al crack, le roban a su padres, brincan a la cocaína y años después les
arrestamos por violar mujeres o asaltar ancianas. Tiene un bar, me enteré por
nuestra unidad de infiltrados. Su nombre es Gus Vander. Todo lindo y bonito por
fuera, todo legal, pero debe manejar cientos de miles de créditos en una noche
cómo ésta. El bar es el Esturión, seguro lo conoces.
- Sí, zona gris, ni muy legal ni
muy ilegal. ¿Lanzarán la red?
- No, aún no. Retribución Vinnie,
y paga esa deuda. Toda, que no te coman intereses. Te ofrecería dinero, pero
eres un orgulloso que seguro se ofendería.
- Sí, en eso tienes razón.
- Sobra decir que no lleves
placa.
- Sí, sobra.
Los
nervios me bajan la borrachera. Hago reversa, termino de destrozar su porche.
Manejo al bar de Gus Vander, no puedo usar sirena y escondo mi placa. Me quedo
con el arma, no sé qué haré, pero sé que cuando lo haga podría necesitarla.
Estaciono en una inter-calle, piso 40. La tormenta arrecia, me cala hasta los
huesos. Trae cenizas, quizás de la devastación más allá de la muralla, quizás
de sueños rotos y malas decisiones. El bar cyberpunk está a reventar. Un
zoológico de chicas en tops de plástico transparente, chaquetas de cuero con
picos por todas partes, los collares de perro con picos también. Visores encima
de visores, como si vieran tres redes sociales a la vez, muchas veces olvidando
cuál es la verdadera. No les culpo, yo hice lo mismo. Gus Vander está al fondo,
entretenido con tres chicas punks con shorts tan cortos que sus tangas les
cubren más. Pienso en mi hijo, el mundo en el que tendrá que crecer. Si es que
llega a ser mi hijo, en manos de alguien que no es su padre.
Eso
me activa, eso levanta del asiento y da toda la decisión que necesito. Cruzo
por cortinas hechas de láser, camino entre hologramas de bailarinas exóticas.
La puerta de la esquina izquierda, vigilada por un gorila bien armado debe ser
el fumadero de opio virtual. Gus deja a las chicas, va hacia la puerta. Mi
cerebro se desconecta, mi entrepierna hace todos los cálculos. Le clavo la
pistola al cuello al gorila, entramos juntos y lo desmayo. Lo coloco debajo de
una de las docenas de camas de rodillos donde los chavales gozan sus drogas,
arropados por haces de láser verdes que suben y bajan. Gus se encierra en su
oficina, los demás de seguridad están dando de vueltas. Los tomo de uno en uno.
Los desmayo, los escondo. Los adictos no se dan cuenta de nada. Abro la puerta
de la oficina e interrumpo a Gus y a su novia.
- Tú, ponte ropa. Tú, aleja esa
mano del rifle o pierdes el brazo.- Mi Eagle en versión silenciosa. Un silbido
que le pasa a centímetros y revienta una lámpara que lanza luces de colores. La
chica se tira al suelo, ha pasado por eso antes. Gus, un sujeto de barba de
candado y semi-desnudo alza las manos.
- Sabes que no puedes robarme.
Tengo amigos.
- No ahora.- Lo azoto contra la
mesa, quito el rifle, acerco su unidad de lector de tarjetas.
- Las voy a cancelar, esos créditos
los voy a cancelar, conozco gente en los bancos.
- No vivirás lo suficiente.- Le
susurro al oído y capta la situación.
Pone
su mano en la pantalla digital de su computadora para encenderla. 129 mil
dólares en un par de minutos. La transferencia es limpia, segura. Directo a mi
cuenta para pagar prestamistas. Trata de defenderse, pero consigo una silla que
lo empuja hasta la ventana. Rompe el cristal y mira hacia abajo. Le tomo del
cuello y deja que vea la lluvia que cae sobre nosotros y el smog.
- ¿Quieres saber qué sabe el
asfalto Gus?
- No, por Dios, no lo hagas, no
lo cancelarás.
- Como si pudieras...
- Mis amigos te matarán, cuando
se enteren de quién eres.
Lo
desmayo como a sus guardias y salgo del lugar junto con la novia, quien se
viste en el camino. Salgo del fumadero de opio, no sin antes dispararle a la
computadora central. No más sueños. Las cálidas sábanas de haces de luz se
apagan y todos despiertan. Mi suerte gira fuera de control. Las puertas del
local se abren de golpe y una pandilla de cyberpunks entran con rifles más
grandes que sus torsos. Todos al suelo. Mala noche para robar un bar. Juego su
juego, nada de hacerme al héroe. Los cyberpunks no van al fumadero de opio
digital, están más interesados en la concurrencia. Seleccionan a varios. Cañón
contra mi cabeza. Levanto mi rostro, una cara con gogles que emiten hologramas
parece leerme el rostro. Me empuja de regreso al suelo. Los que quedaron de pie
se miran a los ojos. No necesitan saberlo. Las enormes armas disparan a toda
potencia, sus cuerpos quedan hechos trizas contra las paredes. Los cyberpunks
celebran, cervezas para todos. Es entonces cuando me doy cuenta de algo que
dejé pasar por alto cuando dejé que el señor miembro hiciera todo por mí. El
lugar tenía infiltrados, al menos tres policías. El color de la semana era
verde, uno llevaba una gorra, otros unos mecates o anillos. Los cyberpunks
sabían quiénes eran. Paranoia justificada. Disparan al techo. Aprovecho la
estampida antes que empiecen a robarnos a todos.
Corro
a mi auto como el cobarde que soy. Diez de ellos contra mi Eagle, mil a uno.
Pero no lo vi venir, pero debí haberlo hecho. Es Sarah Mills otra vez. Dos
veces en un día. Mi noche aún no termina cuando veo que mi auto tiene compañía.
Matones en trajes de tres piezas. Me indican que le siga. Nada de amenazas,
saben que capto el mensaje. Murphy quiere verme. Ahora. Sigo los autos que
toman las autopistas hacia arriba, directo al sector Delta. Lo mejor de lo
mejor. Las torres tienen columnas de luz con gigantescos reflectores que pueden
verse a kilómetros. Tanta luz hace que el cielo se vea morado, y cuando llueve
se ve de rojo. Garaje V.I.P. nos encuentra cerca de la torre más alta. Una nave
con dos pisos para autos. Estacionamos, esperamos que el garaje flote hasta el
restaurante y los matones me hacen entrar. El lugar está vacío, pero tiene a
los suficientes. Regis Murphy al centro, cenando tranquilo. Matones a sus lados
y en las esquinas del restaurante. Me harán cenizas si estornudo demasiado
rápido. Trato de convencer a mi entrepierna que deje que mi cerebro haga todo. No
funciona del todo.
- Alfred Primrose.- Señalo al
matón a su izquierda que mira a su patrón comer almejas y no suelta su arma. Me
muestra su collar de perro con picos, sus guantes también tienen picos.
- Es Bit-bit ahora.
- Regis, no sé si has bajado o
subido de categoría. Lindo lugar por cierto. Lindo verlo sin plástico, ni papel
periódico para matarme.- Regis sonríe y pedazos de comida se caen de sus
labios.
- Dinero.- Le saco mi identificación,
dejo que su hacker verifique todo. Poco más de 200 mil dólares en total. Adiós
ahorros. El hacker es un cyberpunk de peinado mohicano y un visor luminiscente,
casi como una lámpara.
- Hans Elder, te arresté hace
unos años.- Me suelta una bofetada que me hace sonreír.- Mi mujer pega más
fuerte que eso.
- Es Interface ahora.
- Ya sé, ya sé, la vida es un
virus de computadora y la conciencia su fiebre. ¿Qué es esto Regis?
- ¿Qué quieres que te diga? Son
muchos y son baratos. Todos tenemos acreedores Abruzzo, tú tienes suerte, me
tienes a mí, siempre dispuesto al diálogo. Yo tengo acreedores corporativos.
Siempre que el dinero fluya todo estará bien. Tú y yo, ¿estaremos bien?
- Eso es más de los intereses que
te debo Murphy, así que sí, estaremos bien. Tú sí al menos. Yo no. Tú tienes
este edificio, una monada.
- Soy prácticamente dueño de este
sector.
- Linda manera de lavar dinero,
construcciones.
- Los viejos trucos son los
mejores trucos.- Me ofreció un cigarro y acepté.
- No te daré mi placa, prefiero
morir, ¿y entonces quién te pagará?
- Mírate nada más, señor
importante.
- Tus amiguitos cyberpunks pueden
olvidarse de Nucleus.- No levanté ninguna ceja. Valía la pena intentarlo.- No
me llevo bien con ellos.
- Calma, te prefiero vivo y dónde
estás. En cuanto a lo otro... Ya tranquilizaste a Mathis, eso me
tranquiliza a mí. Estaremos bien. Puedes
irte. Y no olvides, a final de mes. No hagas que mis muchachos vayan por ti, la
energía no es gratis.
- Vaya Regis, lo hace sonar como
una cita.- El hacker Hans Elder, ahora renombrado Interface me devuelve la
tarjeta y me pongo de pie.
Regreso
al auto. Regreso a la incertidumbre. Me alejo del sector Delta, no es mi
estilo. Demasiado limpio, demasiado simple. No sé si quiero pasar lo que queda
la noche por mi cuenta o si quiero a Clara. Quiero a Kit-Kat, pero hay cosas
que no sucederán. Chico Rodríguez me saca de dudas. Tenemos uno jugoso.
Angelique Saint fue brutalmente atacada. Lo dice como si significara algo.
Recuerdo los periódicos y me quedo helado. Sí es jugoso, es la hija de Fred
Saint, CEO de Cobalt International. Prácticamente el dueño de la persona que
podría financiar lo que queda de la policía antes del gran colapso. En otros
días me convencería que soy paranoide, no hoy.
Chico
me explica todo en el camino. Sirena a todo volumen. Placa en el pecho.
Angelique Saint había caminado al garaje de la ópera terminando la función
cuando una pandilla de cyberpunks la tomaron por sorpresa. Fue hospitalizada,
pero ella insistió en regresar a su mansión donde tenía mejores doctores. La
chica estaba embarazada, los cyberpunks habían matado al bebé a golpes. Aprieto
más el acelerador, cruzando entre las líneas de avenidas hacia la mansión que
descansa sobre la gigantesca torre Cobalt. En sus últimos cincuenta pisos tiene
la forma de un Atlas, iluminado por haces de colores que cargan un globo
terráqueo. La mansión está en el globo terráqueo. Los patrulleros instalaron
los puentes y las plataformas para ampliar el espacio de estacionamiento. Chico
Rodríguez hace las introducciones.
- Detective Vicenzo Abruzzo, él
es Fred Saint, CEO de Cobalt.- El hombre camina en círculos mordiéndose los
nudillos. Es un hombre corpulento, de barba bien recortada y ojos llorosos.
Eventualmente me da la mano sin mirarme a los ojos.
- A mí hija, mi única hija, ¿es
que no hay orden en Neopolis?
- Los agarraremos, señor Saint.
- Claro que lo harán. Les daré un
millón de créditos a quien agarre a todos. Ya lo aclaré con los abogados y los
del sindicato de policías.- Los ojos casi se me ponen en blanco. Saldaría
cuentas, ajustaría cuentas. Retribución a la máxima potencia.- ¿Y dónde diablos
estaban ustedes cuando pasó?
- Evitando que Nucleus se viniera
a pedazos y causara otro apagón. No podemos estar en otras partes.- Rodríguez
me codea, aunque ya es tarde. No es lo que Fred Saint quería escuchar, pero es
la verdad.
- Mi nieta, Dios mío, mi nieta.-
DiGiorgio salió de la cocina con una taza de café para el señor Saint y me miró
como si fuera escoria.
- El escuadrón de élite se
encargara de esto detectives, gracias por venir.
- ¡No!- Ladró Saint, tirando el
café por toda su alfombra.- Nada de mimados policías cultos. Quiero a Abruzzo,
he leído sobre él.
- Pero señor Saint...
- ¿Es cierto?- Me agarra de los
brazos y se aferra como si así pudiera cambiar el pasado. Si fuera tan fácil
habría apretado a Kit-Kat hasta romperle los huesos. Migraña, resaca,
cansancio, corazón roto, la imagen del embarazo interrumpido mezclado
cruelmente con el de Omar West arropando a mi hijo. Le miro con angustia. No sé
qué decirle.- ¿Es cierto que a usted no se le asignan casos Abruzzo, sino que
más bien se le suelta la correa?
- Sí.
- Pero señor Saint, el detective
no está capacitado.
- Los encontraré, vivos o
muertos. Por usted, por su hija, por su bebé, por la ley y el orden.- El
capitán me mira con odio, pero no queda mucho qué decir.- Por ahora, ¿puedo ver
a su hija?
- Está en su habitación, arriba.
Los
doctores bajan de las escaleras de ébano y pasamanos de oro. Yo subo con la
espalda arqueada y un pésimo humor. La habitación es más grande que mi
departamento. Angelique Saint, acostada en su enorme cama mira al techo en una
expresión hueca. Las enfermeras nos dejan a solas. Arrastro una silla hasta su
lado y le tomo de la mano. Angelique es una mujer rubia y hermosa, de rasgos
perfectos y ojos azules. Me mira sin saber qué decir mientras me acomodo los tirantes. Apesto a
alcohol, cigarros y café, ella huele a Chanel.
- ¿Tiene que hacerlo?
- Lo siento, pero sí.- Ella se
acaricia el vientre, ahora vacío y suelta una lágrima.
- Reconocí a varios antes de
desmayarme. ¿Es cierto que hay recompensa?
- Sí, pero no lo hago por eso.
- ¿No?
- Extrañamente no. Mi esposa está
embarazada, me está divorciando por un... Eso no importa. Ese niño es el centro
de mi universo, estoy perdido sin ellos.
Sin él.
- No le creo, mi papá lo sobornó.
Escuché que ofrecía un millón. ¿Lo aceptaría?
- No todos vivimos en mansiones.
Cobalt la tiene viviendo en el centro del mundo, literalmente.
- Cobalt... Lo único en que mi
padre piensa desde que murió mi mamá. No creo que pensara mucho en mí, tan
absorto en su trabajo.
- Tenemos eso común.
- Menos últimamente, se ha hecho
de un frenesí de compras. Así lo llama. Apuesto que cuando usted hace frenesí
de compras se hace de playeras, camisas, pantalones, libros o muebles.
- Algo así.
- Él se hace Rayvac, Gamalon,
Trebuchet, Farnar, Yokel-1. Es un pino. Engorda, recorta al personal, paga a
sus acreedores, se estabiliza y lo hace de nuevo. Así crecen los pinos.
- ¿Qué compra usted, cuando está en
frenesí?
- Nada, tengo asistentes para
eso. Yo dono dinero a beneficencia. ¿No es irónico? Medio millón para las casas
sin hogar de los cyberpunks. Mi papá dijo que estaba loco. Sólo son chicos,
perdidos y sin lugar en el mundo que se sienten más cómodos en su internet,
modificando sus cuerpos para adaptarse a un mundo que ya de por sí es
inhóspito. Ahora me pasa esto...
- No es su culpa.
- Lo sé.
- No, sólo lo está diciendo.-
Acaricio su vientre vacío y le sonrió con tristeza.- En serio, no es su culpa.
Fueron ellos, pero tendrán su merecido.
- No me importa, ya los perdoné.
- Es la morfina hablando.
- No, es en serio.- Me toma de la
mano, la acaricia y me mira a los ojos.- No quiero vivir con fantasmas en la
mente, viejos rencores y mal de amores.
- ¿Quién es usted para hacer
semejante cosa?- Le quito la mano. Sigo algo borracho así que me tropiezo
contra la silla y la empujo de una patada.
- Los perdono.
- No, no, no... ¿Quién se cree
que es para perdonarlos? Mataron a su bebé y casi la matan a usted. Mírese en
un espejo, le fracturaron una mejilla y tuvo suerte de no morir desangrada.
¿Quién es usted para dejar todas esas cosas atrás como si nada?
- Trato de ser una buena persona,
siempre lo he tratado, a la sombra de un gigante corporativo... Irónico.
- No, ¿qué le da derecho a ser
buena persona? Yo daré con ellos, si no por usted al menos por mí. No podré
dormir si no los encuentro. Por usted, por Kit-Kat, por Clara y por Sarah Mills
que dio su vida por mí a manos de un cyberpunk enloquecido.
- ¿Quiénes son esas personas?
- Fantasmas que vale la pena
recordar. Dígame de ellos.
- Estoy cansada.
- Lo sé, pero haga el intento.-
La morfina sigue haciendo efecto, sus párpados ahora le pesan más. Le tengo de
la mano, me agacho a su lado y le insisto.
- Tres con bats de baseball. Había
uno que no dejaba de reír, tenía maquillaje a la mitad de la cara. Era calvo y
tenía chips que le ascendían desde la frente con horribles venas ennegrecidas
por la inserción biónica. Y todo en lo que podía pensar era, ¿por qué se
lastimaría así una persona?
Ella
se queda dormida y la dejo con los doctores. Saint sigue histérico, imposible
de contener. La descripción ya es algo. El capitán DiGiorgio instaló su
computadora en la sala. La máquina de escribir con la hoja de tableta holográfica.
Un par de clics a los pesados botones y algunos toques en la interface damos
con posibles sospechosos. Una de las caras me parecen conocidas. Órdenes de
busca y captura para todos. Me quedo con uno de ellos, le ubico en la
pescadería, aunque vagamente. Tengo que llegar primero, necesito el dinero
desesperadamente. El feo resulta ser mujer, Marlene Otley alias Holocrash.
Duermo
en la cocina del departamento. Tengo los cojones para golpear a Omar West, pero
no para dormir en mi fría cama de matrimonio. A primera hora me reporto con la
unidad de infiltrados. Están de luto. Han estado cayendo como moscas. Me dejan
ver sus grabaciones en la zona de la pescadería japonesa. Bing. Marlene Otley y
su calva con línea de chips. Chamarra de cuero con cadenas y picos. Dejó a
Chico Rodríguez atrás, esto lo tengo que hacer a solas. Le dpy vueltas al
distrito, salgo de las avenidas aéreas, conduzco por las inter-calles. La veo
entre el gentío, comprando baratijas japonesas. La sigo de cerca pero me capta
a la primera.
La
cyberpunk se convierte en gacela. La persigo entre la gente mientras ella
dispara al aire y revienta cristales para asustar a la gente. Las cloacas de la
callejuela sueltan vapor y los ventiladores industriales bajo el enrejado del
piso han dejado de funcionar. Aún así, escucho sus botas militares en la
lejanía. Salto por encima de un enrejado, pateo a un perro que trata de
atacarme. La chica entra al mercado de electrónicos. Entre las tiendas se da
vuelta y dispara. Un sujeto recibe un rozón en el brazo que lo manda volando.
Me tiro al suelo y disparo contra las tiendas para mantenerla en su lugar. Me
muevo prácticamente a rastras, la veo entrar a un edificio y reviento el seguro
a disparos. Holocrash toma un rehén. La mujer grita, deja caer su bolsa de
comida frente a los ascensores. Son cuatro de ellos. Los cuatro bajan hasta el
nivel del suelo. Piso por segundo. No tengo mucho tiempo. Tic-toc.
- La rata siempre sabe cuando
está con comadrejas. ¿Vas a dispararme, poli?
- No, te necesito viva, pero no
necesariamente sana.- Tercer piso, segundo piso. Cajas repletas de gente.
Elevadores perfectos para escapar y nunca más volver al mercado.
- La conciencia es la fiebre de
una enfermedad, ¿quieres que la cure?
- Lo siento señora, pero el deber
llama. No dolerá.
Es
una mentira y ella lo siente en cuanto le doy directo al muslo. No daño nada,
pero la rehén cae al suelo. Holocrash me apunta, pero es tarde. Disparo contra el extinguidor y el
estallido rebota contra las paredes, lanzándola contra el ascensor que abre sus
puertas y expulsa a docenas de civiles que la pisotean. La arrastro unos
metros, empujando a la gente. La presento a la estación. Chico está que saca
humo. La lanzo a la sala de interrogatorios. Tiene algunos moretones, pero
sobrevivirá. Le doy un par de bofetadas y de un zape le aplasto los chips. Eso
sí que le duele.
- ¿Quiénes eran tus amigos?
Anoche, saliendo de la ópera, Angelique Saint. Sabes de qué hablo.
- Vete al diablo, cerdo fascista.
- ¿Qué me vaya al diablo? Cámaras
nena, cámaras. Tú, y tú horrible pintura, metros de donde ocurrió el ataque,
pero no tengo a los otros.- Se traga la
mentira. Me escupe en la cara. Me han escupido peor.- ¿Crees que ellos no te
venderán?
- No, porque nunca los
encontrarás poli. No diré nada. Yo lo hice, pero no diré nada. ¿Y qué si lo
hice sola? Mándame a prisión fascista, no diré nada.
- Pequeña hija de perra, mataste
a su bebé.
- ¡Abruzzo!- DiGiorgio abre la
puerta y me saca de un jalón. Saint está ahí. Me guiña el ojo, me deja saber
que ha depositado parte del dinero. Chico me delató, fue directo al capitán.
Ackerman nos espera en su oficina, ésta vez no parece tan agradable.
- ¿Sabes qué es esto? Una docena
de demandas civiles. Y tengo al fiscal gritándome al oído.- Ackerman
definitivamente no está feliz.- Dice que de no ser por... bueno, porque se
trata del señor Saint y su hija, esa chica, Holocrash o como sea su nombre,
saldría libre.
- Le disparaste a una civil que
quiere presentar cargos criminales.
- Esa loca iba a despedazar su
cráneo como un melón. Ya lo hicieron con Sarah Mills.
- ¿Quién?
- La mujer que salvó muchas vidas
y de quien no leerá en el periódico capitán, ella. Le salvé la vida, tuve que
tomar una decisión de último momento. Los ascensores estaban por abrirse.
- ¿Al menos le leíste sus
derechos?
- Le dije que tenía derecho a
vivir o morir.
- Actuaste sin el consentimiento
de tu teniente, sin involucrar a tu compañero, civiles salieron lastimados, lo
hiciste por el dinero, le negaste sus derechos civiles, la interrogaste sin preguntarle
si quería un abogado...- DiGiorgio tuvo que tomar aire, la lista era larga.-
Actuaste como un vaquero de película, disparaste sin advertencia sobre vitrinas
comerciales, te negaste a pedir refuerzos y tú y yo sabemos que sabías que era
Oatley desde que la viste ayer en mi computadora.
- Usted disculpe capitán, si
quiere puedo ir a soltarla. Esperar que mate más bebés.
- Estás despedido.
- No tiene buena cara de póker.
Ya sabe lo que dirá Saint. Él quiso me quitaran la correa, no que me dieran el
caso. Eso hice y conseguí resultados. Además, trate de despedirme sin primero
hablar con el sindicato y pasar meses de embarazoso papeleo.
- Estás en suspensión indefinida
genio, y sin paga, de aquí hasta el día del Apocalipsis. Pon tu arma y placa en
el escritorio.- Le tiré la pistola a Ackerman y le mostré mi placa al capitán
DiGiorgio. Una estrella reluciente con mi apellido y número de identificación.
Se la puse en las manos y me acerqué lo suficiente para que oliera mi aliento.
- Cuidado DiGiorgio, es un
supositorio de cinco puntas.
Mi
cerebro estaba en huelga definitiva. Manejé a gritos y golpeando el volante
hasta mi departamento. La peor semana de mi vida. Clara Fanucci llamó un millón
de veces, pero no le contesté. Me escribió textos que leí en el visor de la
policía. Le darían una mención honorífica por detener la conspiración oriental
en Nucleus. Nada de Sarah Mills, al diablo con ella. Revisé mis mensajes, nada
de Kit-Kat. No esperaba menos. Días de interminable cerveza y mala comida
japonesa en el horizonte. Deposité el dinero de Saint en la cuenta de Regis
Murphy, no quería poner ansioso al mafioso. Se enteraría de mi suspensión sin
paga, pero esos miles de créditos me dejarían respirar, por ahora. Lo hice en
la computadora del auto y por un tiempo pensé en no salir del garaje. No lo
habría hecho, de no ser por los golpes en la puerta principal. Corrí para
abrir. Esperaba a Catherine. Un beso, una bofetada, me daba igual. Sólo quería
verla de nuevo.
- ¿Detective Abruzzo?- Eran David
y Mary Guiness. Tardé en reconocerles. Les dejé pasar, les ofrecí algo de
beber, pero no tenían ganas. Se sentaron en la mesa, agarrados de la mano.
Nudillos blancos de tensión.- Papá murió ésta mañana.
- Lamento escucharlo.- Me abrí
una cerveza. No era mediodía aún, pero no es como si tuviera mejores cosas que
hacer con mi vida.- Ladran al árbol equivocado, estoy en suspensión.
- Pero es policía, ¿no es
cierto?, ¿han tenido avances?
- Les seré franco, si quieren
avances, vayan a la policía, estoy en suspensión. Es decir, sí, soy policía,
pero oficialmente, como dije, estoy en suspensión.
- Supongo que papá no es tan
importante como Angelique Saint...- Dijo David, amargamente.
- Más o menos.
- Le pagaremos como detective
privado.
- Uno está muerto, Ian Miller,
alias Delta 33. El genio trató de atracar una armería. Olvídense de él. En
cuanto a los otros dos, qué sé yo... Supongo que podría darle un vistazo.- Las
miradas cambiaron, los nudillos dejaron de estar blancos.
- No es mucho dinero, pero es
algo.- Mary Guiness sacó su tablet holográfica, me depositó mil créditos que
eventualmente irían al gangster.- Mil al día, ¿eso es poco?
- No, déjelo. Mil, nada más. No
quiero explotarles cada centavo, algo de civilidad me queda... Aunque parezca
difícil de creer en estos momentos. Me daré la vuelta a la morgue, a ver qué
sacó. No se hagan muchas esperanzas.
La
sección de forense se encontraba en los primeros pisos del edificio central de
la policía. No cabían los cuerpos, no había suficiente gente y siempre tardaban
siglos en evaluar los cuerpos. Tenía mi placa de emergencia. La había declarado
robada hacía unos años, algo embarazoso para un detective, pero sabía que tarde
o temprano me serviría para algo. La forense, una negra gorda y de mal genio me
llevó entre las frías mesas de metal con cuerpos tapados con plástico.
- Tenemos algo nuevo en el caso
Saint.
- Pero ella no quiere presentar
cargos, pensé que...
- El feto detective, no lo
olvide. Homicidio, así que no está en sus manos. Si ese hijo de perra quiere
darnos dinero para mejores laboratorios es mejor que lo hagamos bien.- No iba
para eso, pero no se lo dije. Le dejé que me llevara hasta su escritorio y me
mostrara las radiografías que no significaban nada para mí.- La golpearon con
bats de baseball y con algo más. Objeto contundente, rastros de una aleación de
acero.
- Martillo.
- No, a menos que los martillos
tengan formas de nudillos. Alguien tiene una mano biónica y está de muy mal
humor. Hablando de malos humores, tengo una espalda que me está matando...-
Accedí a mi cuenta personal, tuve que soltarle los mil pesos que acababa de
ganar.- Vaya, mi espalda se siente mejor.
- Hay otro caso, Rupert Guiness,
murió ésta mañana.
- Lástima, venga la semana
próxima, no es prioridad.
- Lo es, por mil créditos.
- Está bien, está bien.
Cualquier
cosa que significara levantar su gordo trasero le molestaba. Abrió uno de los
refrigeradores, urnas extensas donde hacían pruebas a láser de baja calidad. Un
par de segundos era todo lo que necesitaba, pero sólo había tres operarios para
treinta o cuarenta muertos al día. La gorda se ocupó de ellos de su tajada. El
golpeador había dejado huellas en la sangre del cuerpo de Rupert Guiness. Un
chequeo después y tengo su nombre, Ragnar Kerstin, alias Megabyte. Último
empleo Nucleus, renunció el día antes de la gran conmoción. Escapó de entre
nuestros dedos. Tenía una última dirección conocida que resultó ser una pifia.
El casero, un japonés irritable, sólo recordaba la música a todo volumen y los
tatuadores. Revisé media docena de lugares, sin ninguna suerte. La base de
datos no tenía nada sobre tatuajes o incorporaciones biónicas. A las tres de la
tarde, con el estómago rugiendo me comí algo atorado en el tráfico y usé el
visor de internet. Quizás buscaba en el lugar equivocado. Empecé por tatuadores
o artistas digitales, muchos llamados Megabyte, pero sólo uno de ellos. El auto
se movía en piloto automático, las boyas electrónicas le decían cuánto moverse
y cuándo detenerse. Tardé dos horas buscando en línea. Terminé usando dos
visores, tres bancos de datos y muchos cigarros. Fanucci terminó salvándome el
trasero digital, como siempre hacía. De una lista de mil usuarios con un avatar
llamado Megabyte relacionados al diseño gráfico, encontró a uno que había
trabajado en una planta de químicos.
- Hacen tinta, ¿quizás por eso
los tatuadores?
- Eres mi ángel guardián Clara.-
Podía ver su cara en el visor, era teleconferencia.
- Escuché del divorcio... Por
Ackerman.
- No te lo quería decir así
nomás, no fue por ti. Lo digo en serio, fue por mí.
- ¿Yo no tuve nada que ver? Suena
difícil de creer.
- No, esto es mío Clara. Todo
mío.- Momento incómodo. Viejas heridas que se abren por nuevas heridas.- Y
cambiando de tema, ¿cómo alguien como este Ragnar Kerstin pasa de una fábrica
de tinta a trabajar a Nucleus?
- Aquí dice que fue empleado
técnico de impresoras, las pocas que quedaban en la planta. Estaban por
despedirles. Un día más de trabajo. Decidió faltar al trabajo.
- Buen día para faltar.
Me
salí de la carretera. La computadora del techo escupió una infracción de
tránsito. Lo haría cada minuto. Al diablo, no iba pasar otra hora atorado en la
avenida del piso 50 para llegar a la fábrica. No quería usar la sirena, no
estando tan cerca. La fábrica, una vieja construcción de acero oxidado tenía
módulos añadidos. Nidos de cyberpunks. Dejé el auto flotando sobre un techo,
saqué el arma y me moví entre los tragaluces de la fábrica hacia las casuchas
de latón y partes de máquinas. Un cyberpunk salió a fumar un cigarro. Lanzó el
grito de alarma. Lo tiré al suelo cuando entré disparando como un vaquero hacia
el techo.
Ragnar
me miró desde su sillón y salió despedido. Estaba trabajando en su computadora,
junto con sus cobardes compañeros que se tiraron al suelo. Saltó por una
ventana y, balanceándose por un tubo oxidado trató de llegar a la otra orilla.
Le disparé en la rodilla para que cayera contra el techo a dos pisos bajo él,
pero terminó agarrado del tubo y encima de un baldío a veinte pisos de
distancia. Me acerqué con cuidado, apuntando hacia atrás. Disparé contra la
casa en cuanto uno se asomó. Suficiente para asustarlos. Suficiente para
mandarlos corriendo escaleras abajo.
- Megabyte, ¿el trabajo en
Nucleus no era suficiente?
- Oh Dios mío, yo no hice nada,
lo juro.
- ¿Qué dicen siempre sobre la
vida siendo un virus de computadora? Tengo tu anti-virus.- Le pisé la mano y
seguí apretando. Él no dejaba de mirar hacia abajo, toda una caída.- Guiness.
Dime sobre tus amigos.
- No sé de qué me hablas.
- Ragnar Kerstin, alias Megabyte.
Según tu casero te gusta la música de sintetizador, la tinta y las
computadoras. Arreglabas copiadoras en Nucleus, ¿cuál era el plan exactamente?
- Era trabajo honesto, en serio.
No sabía nada de nada.
- ¿Entonces de qué me sirves?
- No, escucha, sí estuve en el
atraco a esa tienda. Estuvo mal, pero necesitaba el dinero, ¿me entiendes?
- No, porque yo tengo un trabajo
decente y tú eres un malcriado que pasa demasiado tiempo en tu mundo virtual
creyendo que las personas son bits y software. Mataste a ese hombre. Rupert
Guiness. Di su nombre.- Golpeé su mano y una de ellas se soltó.
- Está bien. Rupert Guiness,
ayudé a matarlo. No quería, pero Delta 33 se volvió loco y lo matamos.
- Me estás mintiendo, lo llaman
mártir, he leído sus foros de cyberpunks.
- OK, sí sé que fue de él. Pero
tengo algo, algo que te gustará. Sé de uno de los locos que se la agarraron
contra Angelique Saint. Un sujeto de guante de metal.
- Sigue hablando.
- William Winkler, se hace llamar
binario. Ese tipo está loco. Ya había matado antes, está loco. Yo sólo quería
algo de dinero. Eso tiene que valer algo, ¿no es cierto? Tengo cosas en mi
casa, cosas que biónicas que valen miles.
- No me gusta robar de los
muertos, pero... Mi mundo está de cabeza. El tuyo lo estará también. Esto es
por Rupert Guiness, el viejo que creyó que podía vivir decentemente y le
demostraron que estaba equivocado.- Otro golpe. El cyberpunk cae varios metros
hasta que su cabeza se estrella contra el concreto y se parte en dos.
Ragnar
no mentía, en su casa había toda clase de juguetes que volverían loco a un
cyberpunk. Tenía ojos biónicos, cámaras para las puntas de los dedos, puertos
wifi para la lengua. Recogí todo y regresé al auto. La mala sensación no se
iría, pero me daba la excusa de visitar las tiendas de empeño. Megabyte mentía,
estaba seguro. Mintió sobre Delta 33, claro que sabía de qué modo había muerto.
Se protegían entre ellos, no le habría dado el nombre de otro de los atacantes
en el caso Guiness, pero era claro que le tenía miedo al señor mano biónica,
William Winkler. Aterricé en el asfalto, pero hice una llamada antes de salir
del coche. Volvía a llover y deseaba que no mojara, como deseaba regresar con
Kit-Kat.
- Chico.- Videoconferencia. Chico
Rodríguez se encerró en un cubículo del baño y habló en susurros.
- Oye, no pensé que te dieran
suspensión. No pensé que... Lo siento.
- No, hiciste bien. Tenías que
reportarme o estaríamos los dos fuera del trabajo.
- No suena como que estés fuera
del trabajo.
- No lo estoy. Tengo algo, uno de
los atacantes de Angelique Saint. William Winkler, usa un guante biónico. Eso
también te lo pueden decir en la morgue, pero no preguntes por el origen de la
información.
- Está bien, tendré que pasarlo
por Ackerman.
- Te dará el verde, descuida. Yo
tengo que vender unos cachivaches, cerrar un caso.
- ¿Caso?
- No me quites esto Chico, en
serio, es lo único que me queda.- Rodríguez se enrojeció.- Oye, al menos dame
las gracias.
- Gracias por el dato, ten
cuidado.
- Ya es tarde para eso.
Fui
vendiendo las piezas por dinero e información. El primer piso está repleto de
tiendas de empeño donde es prácticamente imposible encontrar algo que no sea
robado. De haber vendido mi reloj creo
que me habrían arrestado ellos mismos. Dinero. Información. Lavar. Repetir. Más
de una hora después y finalmente tengo a otro que compra con monedas de oro. Un
sujeto de mohicano verde que entró haciéndose la gran cosa.
- Decía estar conectado, eso
decía, yo no hice más preguntas. Compró unos dientes.
- ¿Dientes?- Me mostró una
dentadura falsa, un guante de goma que cambiaba de color y podía enviar
mensajes, como de texto, cada vez que se activaba y golpeaba.- He estado
viviendo en una cueva. ¿Qué más dijo?
- Eso es todo. ¿Quinientos está
bien por estos dedos-cámara?
- Sí, suena como justo.- Puse la
mercancía en el cajón que el dependiente hizo sobresalir y por donde metería el
dinero. Cristal a prueba de bombas. Esperé a que tuviera los dedos adentro y
jalé con todas mis fuerzas.- Una cosa más.
- Mis dedos, hijo de perra.
- ¿Estaba a solas?
- Sí, maldita sea, sí.
- ¿Lo habías visto antes?
- No, me vino a vender algo pero
no puedo mostrártelo con mis manos aquí adentro.
- ¿Qué era?
- Esos cubiertos.- Señaló con la
cabeza. Reconocí la platería, el restaurante de Regis Murphy. Pequeño
ladronzuelo.
- ¿Le habías visto a solas?
- No, con un gorila más, uno de
collar de picos, se puso furioso al ver la platería pero no había nada que
pudiera hacer.
- Bit-bit, el matón de Murphy.-
Le dejé ir, me soltó cien créditos por su computadora y salí de ahí.
Una
llamada después y Bit-bit, antes simplemente conocido con el ridículo nombre de
Alfred Primrose, se apareció en las calles debajo del smog. Le mostré mi
tarjeta, pasé mi autorización, meros centavos para un gangster como Murphy. Al
terminar de revisar su tableta lo golpeé directo a la nariz y le puse mi
pistola en la cabeza.
- Estás loco.
- No, esto no va por Regis
Murphy. Un amigo tuyo, mohicano verde, vendió platería de su restaurante. No te
cayó en gracia y creo que me quieres decir el nombre de tu hermano de cofradía.
- No es ninguna cofradía.- Dijo,
quitándome la pistola de un movimiento rápido y devolviéndomela. Se la jugó
como que no le dolía la cabeza, fingí que me la creía.- Es una moda. ¿O ellos
están a mi altura?
- ¿Esos?- Señalé a los camellos
en la esquina. Botas con picos, hombros biónicos repletos de antenitas y
focos.- No, supongo que no.
- El señor Murphy no sabe de eso,
él y yo éramos amigos cuando me empezó a gustar lo cyber.
- Sí, le dejaste entrar al
restaurante y no contabas con que tu compadre era un idiota y un suicida.
- Algo así.
- ¿Por qué crees que te llamé a
ti? No le diré a Murphy, si me dices su nombre. Mató a un hombre decente,
Rupert Guiness. Él, Delta 33 y un tarado llamado Megabyte.
- Zoran Thompson, Gigabala.
- Vaya nombre.
- Un punk... eso sonó redundante.
- ¿Dónde vive?
Más
infracciones de tránsito. Fanucci podía borrar el rastro digital de tales
infracciones así que dejé que la máquina empujara los papeles rosas como si
fuera nieve. Al menos no estaba bajo la lluvia. La dirección de Bit-bit tenía
un garaje cercano. Zoran Thompson vivía en el piso 49 en un departamento
miniatura. Nada de aparcamiento, nada de porche. Necesitaba el espacio para sus
computadoras. La puerta estaba abierta. Gigabala estaba muerto entre sus doce
computadoras que continuamente descargaban información. Bit-bit se había
cubierto el trasero.
- ¡Zoran!- Gritó un vecino,
empujándome para entrar. Rápidamente se armó la conmoción. Todo el piso era
cyber. Cables en el techo y en las paredes. Pantallas por todas partes. En
menos de un minuto estaba rodeado de punks enojados y gritones que me empujaban
y pateaban. Los picos en sus botas dolían más de lo que hubiera pensado. Uno me
dio un puñetazo que sacó del departamento. Una mujer con una playera con la A
de anarquía me llamó un fascista y con su cadena pesada me dio de golpes hasta
tirarme por unas escaleras.
Escapé
como pude, el mote de fascista me persiguió hasta el coche. Huyendo, como un
asesino, me largué del lugar. La noche caía, la lluvia arreciaba. Le pedí a los
Guiness que me vieran en mi departamento, no tenía ganas de cruzar la ciudad.
Estaban ahí antes que llegara.
- Ian Miller, alias Delta 33,
Ragnar Kerstin alias Megabyte y Zoran Thompson alias Gigabala hackearon la
terminal, robaron a su padre y lo mataron a golpes. No pregunten por ellos,
están muertos. No sé si les sirva de algo.
- Gracias.- Mary Guiness me
abrazó y no supe qué hacer. David me ofreció dinero, pero ya les había robado
de su casa, así que decliné.- Significa mucho para nosotros que haya gente que
le importe. Gente como mi papá, gente buena.
- No sé de eso de buena... No me
refiero a su padre, por supuesto.
- ¿Interrumpo?- Clara se asomó
por la puerta.
- No, los Guiness ya se iban.
Cerré un caso, eso es todo. Nada más. No hay necesidad de agradecerme.- Se
despidieron de nuevo y Mary me obsequió una botella de vino. Debía valer una
fortuna y habría declinado, de no ser que Carla Fanucci se la apañó primero.
- ¿No estabas en suspensión hasta
el día del apocalipsis?
- ¿Y?- Le mostré mi placa de
emergencia.
- ¿Realmente le dijiste al
capitán que se metiera la placa por donde no brilla el sol?
- En términos más elegantes, pero
sí.- Ella abrió la botella mientras yo sacaba sobras del refrigerador y lo
calentaba en el microondas.
- Terminamos de cerrar el caso
Nucleus, por cierto. Todos los que sus identidades habían sido hackeadas tienen
sus vidas de nuevo.
- Señorita importante.- Clara me
besó y la besé de regreso. Bebió de la botella y me dio de beber. No habría
comida. Me detuve en la puerta del dormitorio, no me atrevía a entrar.
- ¿Quieres ir a mi departamento?
- No, ella ya se ha ido.- Señalé
la ventana abierta. La lluvia y el viento habían movido los papeles y las
sábanas. Su aroma ya se había ido. Al menos de mi alcoba. El agua había
empapado la alfombra. No encendí la luz, para no encender los marcos de fotografías
con su rostro. Nos tiramos a la cama mojada, nos besamos y nos quedamos
desnudos bebiendo vino.
- Tarde o temprano Vinnie, tienes
que dejar que tu cerebro tome decisiones, no esto.- Me apretó el miembro y me
salió un chillido que le hizo reír.
- Normalmente me pides lo
contrario.
- Tienes que dejar de auto
flagelarte. No puedo creer que sea yo, de todas las personas en el mundo quien
tenga que decirlo, pero tienes que pelear por ella.
- Vaya, sí, no me esperaba eso...
No, no te sientas culpable.
- No lo hago, es estrictamente
profesional, ¿recuerdas?
- No sé si profesional.- Dije,
acariciando su desnudo cuerpo.- Pero sí hermoso, muy hermoso.
- Sí, hermoso y complicado.
- No, algunas cosas se rompen y
no se pueden reparar. Estaba ahí, en la sala, diciéndome verdades que me negaba
a creer. Nunca fui un buen esposo, ¿qué demencia me hizo pensar que podría ser
buen padre?, ¿en este mundo?
- En este mundo y en cualquiera.
Habla con ella, no esperes a que ella hable contigo, deja de ser tan macho
italiano, arrodíllate y pídele perdón.
- ¿Perdón?- Me encendí un cigarro
y me terminé la botella. La fría agua de la lluvia me llegaba con los fuertes
vientos.- Perdón por haberla puesto en segundo plano, perdón por no leer las
señales, perdón por vivir en una fantasía de macho, perdón por amarte... No
puedo, sobre todo lo último. No me lo pidas porque no puedo hacerlo. Las
apuestas van en contra.
- Tú y tus apuestas.
- Sí, pero ella era un riesgo que
valía la pena y tú también.
- A veces no puedes tenerlo todo
en la vida.
- No te pongas así, te dije que
no es tu culpa y es en serio.
- Algún día lo voy a creer. Ésta
noche no, tendría que vestirme.
- No, por favor, no te vayas. No
quiero estar solo.- Acarició mi rostro, la lluvia disimulaba mis lágrimas.-
Desearía que la lluvia no mojara. La maldita lluvia que no apagó los incendios
durante los apagones, la lluvia que trajo toda ceniza de las tierras
radioactivas y envenenó a tantos... A mi hermano para empezar. Desearía creer
en cosas simples, como que la vida es sólo un virus, como que la justicia y el
orden van de la mano, como que Kit-Kat no me necesita para ser feliz. No todos
los deseos se hacen realidad.
- Algunos sí, como los de los
Guiness, como los de Saint. Chico está rastreando a ese sujeto Winkler, sería el
último.
- ¿Por qué sólo se cumplen los
deseos más oscuros?
- Eso no te lo sabría decir.-
Dijo ella, abrazándome con fuerza y llorando sobre mi espalda.
Dormimos
así, pero me desperté solo. La concha de mar estaba sonando, la recogí del
suelo, la pegué a mi oído. Chico Rodríguez tenía arrestado al engendro de la
mano cibernética, William Winkler alias binario. Me tomé una lata de café
caliente de camino a la mansión Saint, sobre el Atlas que soporta al mundo.
Sirena a todo volumen, no me importaba si DiGiorgio se enteraba. Fred Saint me
abrazó cuando estacioné a un lado de su Bentley. Sabía que el tip había venido
de mí. Winkler lo había confesado todo, hasta los dementes ebrios que habían
seleccionado a su víctima al azar. Terminó de pagarme en la sala. Angelique me
observaba desde las escaleras.
- Regresó tu matón.- Dijo con
frialdad.
- No le digas así hija, es un
héroe.
- No, no soy un héroe, soy un
ladrón y un matón.
- ¿Usted también?- Saint
irradiaba felicidad. Había perdido un millón, que era como nada para él, pero
significaba sacarme a Murphy de mi vida.- Ya hablé con los obtusos de sus
superiores, le han devuelto el puesto. Usted los agarró a todos, además de
evitar nuevos apagones. ¿Qué más puede pedir oficial Abruzzo, qué más puedes
pedir tú Angelique?
- Disculpe.- Dijo ella,
ofreciéndome la mano. El rostro le curaba rápido, pero aún acariciaba su
vientre vacío de vida.- Fui muy duro con usted.
- Y yo con usted cuando le hablé
de esa forma. Está bien si quiere perdonarlos, no es mi vida, no es mi
decisión. Creo que hablaba sobre perdonarme a mí mismo que sobre usted, y usted
estaba en un caso... Bueno, no tenía por qué ventilarme así. Admiro su
decisión.
- Hizo más que eso.- Dijo Saint,
ofreciéndome un café en taza.- Me convenció de construir otra estación de
policía bien armada en zona Delta, incluso antes de firmar los contratos, si es
que llegan a haber contratos. No quiero que esto se vuelva a repetir en ninguna
parte. Es mi única heredera, mi única hija, pero es más que eso, hay mujeres allá
afuera que también son hijas únicas.
- Entiendo lo que dice, es muy
noble su gesto.
- Dígaselo a Angelique, ella
aflojó la billetera.
- Disculpe, me habla mi capitán.
Me
tomé mi tiempo, después de todo el capitán DiGiorgio había sido el de la idea
de mantenerme en el limbo hasta el día del apocalipsis. Primero transferí el
dinero a Regis Murphy, incluía una propina y un mensaje “arigato amigo”.
Eventualmente, a medio cigarro, me decidí a responder.
- ¿Diga?- DiGiorgio se aclaró la
garganta. Tenía un nudo que le trababa y yo disfruté cada segundo de eso.-
Hable más fuerte que no le escucho, ¿quién habla?
- No te hagas al gracioso, sabes
quién habla. Quería hacerte saber que ya no estás en suspensión.
- Ahora nos tuteamos, es un
progreso capitán. Uno de estos días me invitará al cumpleaños de su hijo.
- Sí, uno de estos días. Mire,
detective Abruzzo, se abrió un puesto en infiltrados creo que podría tener una
oportunidad. Sé que ahora le llaman el escuadrón suicida, por eso puede tomar
otro examen, unirse a la clase de élite. Quebró un caso grande en tiempo
récord.
- No, dos casos. No que a nadie
le importe Rupert Guiness, él vive lejos de las torres de marfil.
- ¿Quiere su supositorio de cinco
puntas o no?
- Claro que la quiero. Y quiero
un día libre, tantas emociones me abruman. Tengo que hablar con mi esposa.
- Haga lo que quiera, tiene
abiertos los dos exámenes para este fin de semana. Póngase a estudiar.
Sabía
dónde encontrarla, pero no usé la sirena. No me salí de las avenidas aéreas. No
tenía prisa. Sabía dónde vivía Omar West, no quedaba lejos. Era más que eso,
más profundo que la distancia. Tan profundo como la distancia con mi esposa. El
edificio contaba con su propio parque, en el piso cincuenta, justo por encima
del smog. Estacioné en una inter-calle y esperé en el umbral del edificio,
indeciso a tocar el timbre. Les vi a lo lejos, caminando por el parque y
agarrados de la mano. Me hirvió la sangre, pero por una vez en la vida dejaría
que mi corazón pensara sin interferencia. Me acerqué caminando, alisándomee el
abrigo de cuero falso y la camisa. El abogado fue el primero en verme y la
pareja se quedó congelada entre los árboles. Omar West quería agarrarme a
golpes, pero se contuvo por tener a Catherine aferrándose a su mano y con la
otra sosteniendo su vientre. Me acercó despacio. Kit-Kat me miró con miedo, ¿yo
le producía eso?, ¿qué otra cosa podía ver en mí más que mi sexo, mis
infidelidades, mi violencia y mis apuestas? Una mejor pregunta era, ¿qué podía
ver yo más allá de eso y qué podía ofrecerle que Omar West no tuviera ya?
- Kit-Kat, digo, Catherine. Hola.
Yo pasaba por aquí. No, espera, eso suena estúpido. No, en serio, dame un
segundo.- Le miré a los ojos, luego a su mano apretando a Omar West, su
amante.- ¿Cómo te has sentido con el embarazo?
- Bien, no gracias a ti.
- Perdóname por lo que te hice,
fue una mala jugada y fue infantil, estúpido, inmaduro y... Simplemente estuvo
mal por todas partes.- Omar estaba decididamente sorprendido. Oculté más la
sobaquera, no quería dar una peor impresión.- Vaya que esto es incómodo.
- Tú siempre tienes sentido del
humor cuando las cosas se ponen así. ¿Cómo está el trabajo?
- Casi me despiden, luego me
suspendieron, luego me promovieron.
- Has estado ocupado.
- He estado solo.
- ¿Sin Clara Fanucci?
- No tan solo. No sé por qué te
dije eso. No sé qué estoy haciendo. Sólo sé que te amo, que soy un idiota pero
tengo solución. Ya no tengo deudas y ésta vez no volveré a apostar. Ni siquiera
apostaría a que no volvería a apostar.- La broma no le pareció graciosa.- Kit,
¿qué quieres de mí? Dios mío, estoy a tu merced y no sé qué hacer. Qué hacer
con nuestro hijo... ¿Cómo le vas a poner?
- Vincenzo.- Dijo Omar,
ofreciéndome la mano. Darle la mano fue más difícil que mandar a ese cyberpunk
varios pisos hasta el concreto. Mucho más difícil.- Puedes estar en su vida,
pero no puedes estar en la vida de Catherine. Entiende eso, por favor.
- Estoy limpiando mi acto,
pensando en lo que dijiste, creo que... ¿Qué hace él aquí?- Aparte a la pareja
con cuidado. Bit-bit, el matón de Regis Murphy se acercaba con una chaqueta de
cuero lo suficientemente abierta para dejarme ver el arma.- Bit-bit. Corran.
El
matón corrió hacia mí, sacando el arma. Lancé todo mi cuerpo, pero no contaba
con su brazo biónico. Me lanzó contra un árbol que me dobló la espalda y caí
como un costal. Me agarró del cuello de la camisa y me soltó un golpe que me
dejó en el piso. Escuché gritar a Catherine, eso me despertó. Empujé contra sus
piernas, golpeando sus rodillas. Disparó a un centímetro de mi espalda,
haciendo un agujero en mi abrigo. Traté de sacar mi pistola, pero estábamos en
el suelo, forcejeando histéricamente. Me golpeó con su cabeza, traté de agarrar
su arma, pero él se puso encima de mí y la consiguió primero. Me lancé desde el
suelo, su brazo biónico era demasiado fuerte, tuve que usar ambas manos para
que no me apuntara al pecho. Eso dejó su izquierda, que me soltó un golpe al
hígado. Me tiré de nuevo, aprovechando la gravedad. La pistola se disparó,
escuché un grito. Omar West aullaba de dolor en el suelo, sangre manando de su
pierna. Tomé una piedra, le di un golpe en la cabeza para darme algo de espacio
y desenfundé. Tiro al estómago. Me agarró con ambas manos, tratando de hacerse de mi arma, pero la tiré lejos.
- Hijo de perra, eso duele.-
Golpeé su estómago, haciéndole desangrarse aún más.- Estás muerto, ¿me
entiendes? Regis Murphy te quiere muerto, trata de escapar a eso.
Alfred
Primrose se murió en el piso. La adrenalina dio paso a los sentidos. La gente
huía histéricamente. Sonaban las patrullas y las ambulancias. Me puse de pie,
vacilante y malherido, me hice de las dos armas. Seguí el protocolo como un
robot. Omar seguía gritando, mi Kit-Kat detenía el sangrado con su listón de
pelo mientras la ambulancia aterrizaba, sus chorros de potencia levantando
hojas y pasto. Me acerqué corriendo, bañado en sangre y Catherine gritó de
miedo al verme.
- ¿Estará bien?
- Parece que sí.- Dijo el
paramédico.
- ¿Adónde van? Iré con ustedes.
- ¿No crees que ya hiciste
demasiado?- Me preguntó Catherine. Pasó su mano por la sangre empapada en mi
camisa y me soltó una cachetada. Era un sanguinario modo de decir adiós.
Rendí
la declaración a los patrulleros, me identifiqué como detective y los testigos
me apoyaron. No me quedé para los fuegos artificiales, si el gangster me quería
muerto era mejor irme de ahí. Necesitaba esconderme. Necesitaba bañarme. Clara
me invitó a su departamento. Escondí mi auto en su garaje automático y fui
directo a la minúscula regadera. Me bañé vestido, golpeando las paredes. La
había arruinado, metido la pata hasta el fondo. Adiós Kit-Kat. Adiós con sangre.
Adiós para siempre. Clara ayudó a desvestirme. Tenía el cuerpo golpeado, pero
sobrevivía. Me bañó la sangre sin decir nada. Yo no dejaba de pensar en
Catherine, en mi hijo y en Bit-bit. ¿Qué hacía ahí, por qué me querían muerto?
Ya le había pagado, y con creces. Sabían que apostaría de nuevo, era
inevitable. Piezas que se mueven en un juego que nunca aprendiste a jugar
porque siempre pusiste a tu cerebro a descansar y pensaste con el miembro y no
con la cabeza. Me vestí con la poca ropa que me había dejado en su pequeño
departamento. Me hizo algo de comer, aunque no tenía hambre. Tenía a Regis
Murphy. Tenía a Regis hacedor-de-viudas Murphy. Esto no era por aquella
platería robada, no era por el cyberpunk, Gigabala muerto en su departamento.
Esto era algo peor, una ofensa que nunca vi, o que no vi en su momento del
mismo modo cómo no capté las señales que Catherine me había mandado por meses.
Ahora las veía. Nunca hablábamos, no realmente. Nunca pasábamos el tiempo
juntos, no realmente. Éramos una pareja virtual, una burbuja de fantasía como
en la que los cyberpunks parecían hibernar para no enfrentar las complejidades
de la vida. Fanucci me sacó del trance hipnótico con un beso.
- ¿Y si la peor de las preguntas,
la que no quieres hacerte, tuviera una respuesta que ya sabes?
- No tenías idea que Bit-bit
estuviera ahí. Nunca me habías hablado de tu hermano, lo mencionaste anoche.-
Prácticamente me metió la comida en la boca y acepté darle unos bocados a su
estofado y beber una cerveza.
- Se lo llevó la ceniza, las
unidades médicas no servían, nada como ahora. Cáncer en un oído. Nada heroico,
nada de morir con las botas puestas salvando a una damisela en peligro. Murió
en un camastro y ya. Muerto de miedo y de dolor. Los pandilleros nos negaron
los pocos calmantes que quedaban, ¿sabes para qué los usaban? No en los
enfermos, se drogaban con eso. Disfruté cuando les volteamos el tablero, lo
disfruté muchísimo. No sabes cuánto. Desearía que mi hermano no se hubiera
muerto, él era el bueno, ¿sabes lo que digo? El que no apostaba, el que no
deseaba imposibles.
- Yo desearía que me amaras más a
mí que a tu esposa. Eso es todo. ¿Por qué tiene que ser tan imposible?- La besé
con dulzura y sonrió con tristeza.- Eso que dijiste, de la pregunta que no te
quieres hacer, porque es el peor escenario posible pero que ya tienes la
respuesta. Ahí lo tienes.
- No, no me refería a eso. No soy
tan profundo.
- En eso estamos de acuerdo.
- No puedo pensar, estoy...
Asustado... Esto de estar en contacto con mi corazón es cosa nueva para mí.
- ¿Asustado de los mafiosos?
- No, de ti. Muerto de miedo que
me dejes.
- Oye, no te pongas sentimental,
no me iré a ninguna parte, después de todo, es puramente profesional.
- Sí, como Regis Murphy... O
quizás no.- Me fumé un cigarro y dejé que se quemara hasta mis dedos.- Tengo
que salir de esta Clara, y necesitaré la ayuda de gente poderosa. Esperemos que
el buen señor Saint tenga tiempo para mí.
- ¿Qué puedo hacer yo?
- No le digas a nadie que estuve
aquí, enciérrate y mata a cualquiera que quiera entrar.
- Déjame ayudarte.
- No, no te perderé a ti también.
Fred
Saint, CEO de Cobalt International tenía el día ocupado, como todos los días en
su lujosa oficina, pero hizo una excepción por mí. El espacioso lugar tenía
hologramas para los movimientos en casas de bolsa, pantallas planas con todas
las noticias y un enorme escritorio de pesada madera con una computadora
holográfica. Puso al teniente Ackerman en videoconferencia, como le había
pedido. Mark me aseguró que la línea era segura, había oído los rumores, Regis
Murphy me quería muerto.
- Saint, tú debes conocer a Regis
Murphy.
- Lo siento, pero no, pero si se
trata de una deuda...
- No, saldé mi deuda, no es eso.
Él controla zona Delta, lava dinero ahí, tú construyes allí, ¿no es cierto?
- No controlo cada aspecto de
cada operación mercantil, mucho menos de constructoras. Pueden revisar si
quieren. ¿Lo dice por lo de Angelique, que abriremos otro precinto allí?
- Sí, pero eso no es todo. Los
cyberpunks, sí son una moda, pero hay definitivamente una pandilla. Una muy
peligrosa, una con mucho potencial de riesgo.
- ¿A qué te refieres?- Preguntó
Ackerman.- Ese matón, Bit-bit, el que casi cancela tu boleto trabaja para
Regis, ¿crees que es más que eso?
- Mucho más. Los del atraco a la
tienda Guiness, Ian Miller, Delta 33; Ragnar Kerstin alias Megabyte y Zoran
Thompson alias Gigabala. El último es el que Murphy mandó matar, o Bit-bit, ese
gorila mutante llamado lfred Primrose. Hijo de perra hirió al novio de mi
esposa.
- Pues lo siento por que tu
esposa tenga novio, y me alegra que lo aceptes, ¿me alegra? No sé Vinnie, no
haces mucho sentido.
- El atraco, lo hicieron
hackeando la terminal antes que los créditos fueran depositados en la cuenta de
banco. La terminal era de Gamalon, Saint es dueño de Gamalon.
- No, de hecho no lo soy, soy CEO
de Cobalt, que a su vez compró Gamalon. No sé a dónde va con esto y creo que no
me gustará oírlo.
- Tiene razón, cualquiera en
Gamalon pudo darle las claves. Extraña coincidencia, Delta 33 murió por claves
equivocadas. ¿No es eso lo que alarmó a todos en la armería, que las claves no
funcionaban? Farnar, otra empresa de Cobalt.
- Si insinúa que yo...
- Al contrario Saint, insinúo que
no les dio las claves... No las correctas. No llegaría a tanto. Pero estos
locos no respetan límites, entonces atacan a su hija, lo hacen personal. Ian
Miller, quien sabía de los códigos de Gamalon, él murió en el tiroteo. Extraña
coincidencia. Ragnar, Megabyte, él estuvo en el atraco, pero también trabajó en
Nucleus. Vaya coincidencia. Misma pandilla. Luego tenemos a Marlene Otley,
Holocrash, la loca rapada con chips que atacó a su hija, ella trabajaba en esa
pescadería de las Triadas, ¿no es cierto? Era su zona, en ese mercado de la
mafia oriental, ¿qué más había ahí? Ah, es cierto, esos chips y tarjetas en los
pescados frescos. La pista hacia la conspiración en Nucleus. El plan para tener
otro apagón. Zoran Thompson, Gigabala, a ese le encontramos muerto. Bit-bit se
ocupó de él, o quizás Murphy para evitar que hablara más sobre la conspiración.
Claro, también estaba William Winkler, binario, el de la mano cibernética. Él
habrá cantado en todas las direcciones menos la real. Era un mensaje directo,
usted teme darles demasiado poder, demasiadas armas, ellos se meten con su
hija. Potente. Yo me ocupé de ellos, y con mucho gusto debo añadir.
- ¿Y todo eso qué tiene que ver
conmigo o con Cobalt? Yo nunca haría tratos con cyberpunks, ¿de qué me sirve el
dinero que pudieran robar de tiendas como la de ese tal Guiness.
- Todo habría salido bien, de no
ser por Bit-bit. Demasiada coincidencia, Chico arresta a binario, pero tiene
que hacerlo pasar por ti Mark. Tú, más inteligente que yo, pensaste que lo
habías descubierto. Yo estaba a oscuras por completo, si tan solo me hubieras
dejado en paz no estaría aquí. No, tú pensaste que había unido el asesinato de
Benny Kuan con el otro aspecto de la conspiración con esta pandilla. Los
cyberpunks sabían quiénes eran infiltrados, tú comandas esa división, tú
vendiste la lista, a través de Benny Kuan. Mathis estaba dispuesto a mentirme y
decirme que fue él, eso ya de por si decía mucho. ¿Me equivoco? No me hicieron
nada, porque no estaba en la lista. ¿Esperabas que me mataran en ese bar, Mark
o pensaste que no habrían infiltrados?
- Te estás volviendo loco
Abruzzo, soy tú único amigo ahora. ¿Por qué mandaría matar hermanos policías?,
¿por cyberpunks? Son escoria, menos que eso.
- No, ahora que lo veo claro me
apuesto, diez a uno que Bit-bit, ese monstruo de Primrose mató a Kuan una vez
completada la transacción. Le pongo nervioso, te pones nervioso cuando cae el
último de la pandilla, binario, así que lo mandas a que me mate. Idiota, soy un
idiota y tú lo eres también porque pensaste que era más listo de lo que
realmente era.
- Deberías sentarte Vinnie,
apuntar tus idioteces y darte cuenta, todo gira alrededor de Regis Murphy, si
necesitas ayuda podemos dártela, pero me hablas así de nuevo y te irá muy mal.
- Angelique Saint me explicó la
teoría del pino, comprar, engordar, reducir personal para crecer, vender para
pagar acreedores. Cobalt lo hace todo el tiempo.
- Sí, así es, ¿no sabía cómo se
mueve el mundo de las finanzas?
- Pagar acreedores, ¿qué fue lo
que Regis Murphy me dijo en su restaurante? Ah sí, que hasta él tenía
acreedores corporativos. ¿Quién no tiene acreedores hoy en día? Compra parte de
la policía, usa el dinero de los fondos de pensión o de impuestos para salir
adelante. Todo lindo y bonito, menos un detalle. Tiene que asegurar la compra,
y para eso necesita una crisis. Para eso están los cyberpunks, para eso contaba
con Nucleus. Hacer otro apagón. No serían las Triadas, aunque pensamos eso al
principio, al estar esas identificaciones falsas y clonadoras en un mercado
japonés. No, era Cobalt desde el principio. ¿Qué mejor que pedirle a esta
pandilla a que horroriza y cunda el pánico? Sarah Mills prácticamente me lo
dijo, antes de morir por nada. Nucleus, me dijo, estaba al borde de la quiebra,
en la ruina. Estaban listos para ser adquiridos. Un apagón y nadie se opondría.
Un apagón y Cobalt se quedaría con todo. Yo lo arruiné por mi maldita
curiosidad, quería saber por qué Mathis mintió sobre la muerte de Benny Kuan,
eso me llevó al mercado y eventualmente a la conspiración que detuvimos a
tiempo.
- Está fuera de control, ¿me
entiende? No sabe con quién se está metiendo pedazo de idiota. De no ser por mí
estaría en la coladera. Yo insistí en que usted manejara el caso de mi hija.
- Claro, no esperaba gran cosa de
un hombre marcado por la mafia, fácil de eliminar si me olía gato encerrado.
Claro que no lo hice, no a tiempo. Ackerman realmente dejó caer la pelota en
eso. Si tan solo me habría dejado en paz, todo habría seguido su curso. Habría
encontrado otra manera de comprar Nucleus, u otra manera de ceder ante las
pandillas, darles armas y quizás provocar otro apagón. Ya mató uno así a mi
hermano y a cientos de miles de personas.- Le mostré el cuadrado negro, aunque
no entendía qué signficaba. Ackerman, en la pantalla holográfica mostró el
suyo.- No me salgas con esas Mark, ¿qué te ofrecieron? Tu hija trabaja para
Cobalt, una vez pasados los apagones, acabado el caos, ¿te iban a hacer
vicepresidente de Cobalt o de Nucleus? Todo qué ganar, poco que perder... Poco
que les importe. La policía comprada, no habría investigación después del caos,
todos aplaudirían la compra y usted duerme acobijado en millones de créditos
mientras el resto de nosotros peleamos para sobrevivir.
- Vinnie.- Dijo Mark, pero no
soportó ver su propio tatuaje.
- ¿Así te compraron?
- Era mucho dinero y ésta vez
estaríamos preparados para los apagones.
- Eso dijimos la última vez.
- Lo siento Vinnie, pero eres
hombre muerto. Tú, Fanucci, tu mujer si decides ponerte bravo...
- La regaste Ackerman, admite al
menos eso.
- Sí, debí matarte antes, pero es
que no pensé que fueras lo suficientemente listo. Nunca viste lo que estaba
justo frente a tus ojos.
- Yo no escuché nada de evidencia
sólida. No puedes tocarme Abruzzo, pero yo sí a ti.
- No, no te puedo tocar, y no, no
tengo evidencia. No soy lo suficientemente listo para eso. Pero tengo a tu
única hija, y heredera, detrás de esa puerta escuchando todo lo que ha pasado
aquí. La del buen corazón. En cuanto a ti Mark, no te molestes con las
amenazas. Les di toda la historia a los abogados, a una docena por si acaso, y
sí, entre ellos está Omar West.- La mentira funciona, al menos le pongo
nervioso.- Estarán lanzando toda clase de acusaciones, cargos y demandas.
- Hijo de perra, no vivirás la
semana.
- No, ustedes no vivirán la
semana. ¿Recuerdas la división en la que trabaja Clara? Delitos digitales, eso
de intervenir en llamadas es lo suyo. Le dije que no hiciera nada, que se
quedara en casa... Tanto tiempo libre, no, no es como ella, la conozco muy bien.
¿Quieres esta conversación en los medios? Porque mi primera opción es Regis
Murphy. Un mafiosos expuesto así, parte de una operación corporativa para
destrozar Neopolis. No sé qué hueso le habrán tirado, valdrá poco cuando todos
en Neopolis vean esta teleconferencia. Ah, y antes de irme, tocas a mi Kit-Kat
y personalmente te haré una vasectomía con sierra eléctrica.
Me
fui directo al hospital donde Omar West estaba internado. Los doctores estaban
optimistas, ningún daño severo. Me quedé en su puerta unos cinco minutos, sin
animarme a entrar. Catherine eventualmente abrió la puerta. Les dije todo, pedí
consejo legal a Omar y él estaba más que dispuesto a contactar a todos en su
bufete. Me quedé afuera, pistola en mano, esperando problemas. Catherine se
asomó.
- Vincenzo junior, así se
llamará.- Me tocó en el hombro y le tomé de la mano.
- Yo estoy feliz Kit-Kat, si tú
estás feliz, aunque sea en los brazos de otra persona.
- ¿Sabes una cosa? Eso es lo más
tierno que has dicho en todo el matrimonio.
- Firmaré el divorcio cuando me
lo mandes. Dolerá, pero lo haré.
Catherine
entró a su cuarto. Empecé a dormitar hasta que Chico Rodríguez me invitó una
lata de café caliente. Quería tomar el puesto, me negué. Aquí es donde debía de
estar. Lejos de las calles, lejos de las torres de marfil, lejos de los medios
y de la demencia. Yo me había quitado el teléfono en forma de concha de mar,
pero Chico lo escuchó ya entrada la noche. Ackerman estaba muerto, Regis Murphy
había decidido quemar sus puentes. Tenía que irse, pero otra persona tomó su
lugar. Clara Fanucci se sentó a mi lado, le dije que Omar estaría bien. Le dije
que Catherine estaría bien. Le dije que yo estaría bien. Sabía que decía la
verdad.
- ¿Sabías que lo haría?
- En el fondo, sí. Ustedes
siempre andan hackeando, además te las olías.
- No, hasta que te fuiste con
Saint. Los medios te dejarán en paz, no se interesaron por ti. DiGiorgio tomó
todo el crédito.
- Me lo suponía.
- Arresté al hacker de Regis
Murphy, Hans Elder, alias Interface admitió todo. Enfrentaba pena de 300 años
en prisión por lo que encontramos en su computadora. Dará a Saint, a
Ackerman... No que importe, ahora que está muerto.
- Ahí está, mi muchacho.- El capitán DiGiorgio
salió de la nada para darme la mano y abrazarme.- ¿Tu esposa está bien?
- Ex.
- Hay un sitio en élite que tiene
tu nombre.
- Guárdatelo DiGiorgio, me quedo
en homicidios.- Me puse de pie y me alejé caminando. Salí a la calle del piso
cincuenta. Llovía de nuevo. Me quedé a solas, con la lluvia. Listo para irme. Me
vi a mí mismo, caminando a solas por la oscura calle a la mitad de la lluvia.
Regresé corriendo y me asomé por el pasillo.- Clara, ¿me acompañas a la lluvia?
Dejamos
al capitán a cargo. Clara y yo caminamos por las calles, agarrados de la mano.
Pensando en los deseos, los posibles e imposibles. Pensando en la lluvia que se
llevaba todo al drenaje. Casi todo. No nos llevaría a nosotros. Ya no. Nos
perderíamos caminando, pero estaríamos juntos.
No hay comentarios :
Publicar un comentario