jueves, 23 de julio de 2015

Fiebre Cyberpunk

Fiebre Cyberpunk
Por: Juan Sebastián Ohem


            El tráfico era brutal, como todos los días en Neopilos. Esteban Rodríguez no habría jalado la cadena en el techo de la patrulla de no ser que la víctima aún vivía. Jaló la cadena, se encendieron las sirenas en el techo y en los lados. Adiós tráfico de la tercera línea. El espacio estaba prácticamente desierto, a excepción de las ambulancias y otras patrullas. Mi compañero Esteban, alias Chico, conduce como un maniático. Los edificios están repletos de callejuelas que nuestra computadora puede medir a la perfección. Nunca toma las rutas preferenciales, como cualquier otro detective sabe que tales rutas son una broma pesada de algún programador sádico. La concha no deja sonar. Montado en mi oreja izquierda, como una concha de mar con antenas, cruje las órdenes policiales. Neopolis estalla en actividad. No somos suficientes, la familia Guiness lo sabe demasiado bien. Asalto de rutina, cyberpunks. No lo digo en voz alta Chico estudió sociología, es del tipo liberal, todo bonito y legal, yo soy de la vieja escuela, de los apagones.


            Navegamos entre la niebla de los espacios dentro de los edificios, golpeando botes de basura, dejando que nuestros propulsores dejaran marcas en el pavimento. La tienda, ubicada en una bulliciosa en una inter-calle tenía ya a otra patrulla que nos hacía espacio para aterrizar. La zona había bajado de calidad, grafiteros y cyberpunks dominaban las calles. La familia Guiness se conformaba con una tienda de abarrotes. El herido, brutalizado y moribundo era trasportado a una ambulancia vieja. Los hijos de Rupert Guiness, David y Mary nos esperaban fuera de la tienda. Estaban desesperados. Desesperados por su padre, desesperados por el vandalismo, el robo y por no poder entrar a la tienda en la que prácticamente vivían. Mary me agarra de la chaqueta de cuero falso, me pide algo que no alcanzo a oír por las sirenas. Ya lo he oído todo, ahora me falta ver el desastre. El lugar quedó todo revuelto, manchas de sangre de donde tomaron a Rupert Guiness, le levantaron de la barra y lo azotaron contra los anaqueles. Chico silbó sorprendido, era más caótico de lo que pensaba. Me mostró las bolsas de azúcar y arroz, habían sido cortadas.
- Cyberpunks.
- Siempre son cyberpunks contigo.
- No les basta con robarle a la gente decente, tienen que arruinarlo todo.- Paso del otro lado de la barra. La veja computadora muestra que todos los créditos fueron vaciados. No hay sorpresa ahí.
- Cyberpunk es una cultura alternativa más compleja de lo que crees Abruzzo.- Señalo la cámara en el techo, la consola está debajo de la registradora, pero la pantallita sólo muestra estática.
- Tienen hardware para interferir con las cámaras, malditos cyberpunks.
- Ya pueden pasar, pero traten de no robar nada. Debo sacarles las huellas digitales, para descartarlas.- Chico preparó el aparatejo que parecía un guante de plástico pesado, en dos segundos tenía todas sus huellas.
- Usaron guantes.- Sonrió al ver la cara de Chico.- Llegaron una hora antes de transferir los créditos vía Gamalon. Hackearon y se llevaron todo. También estuvieron atrás, papá compraba mucho oro, ¿se llevaron todo?
- Me asomaré, luego les llamaré.- La trastienda tiene poco. Un viejo televisor holográfico, un catre y algunas estanterías. No me siento orgulloso de llenarme los bolsillos de monedas de oro, pero necesito el dinero. Las deudas son como los viejos rencores, nunca parecen irse, siempre aumentan hasta ahogarte.- ¿Mary Guiness? Ya puede pasar. Díganos si falta algo. Por cierto, con tanta conmoción creo que no nos identificamos. Soy el detective Vincenzo Abruzzo, Vinnie. Él es Esteban Rodríguez, le encanta que le digan Chico. Somos detectives de robos y homicidio.
- No me encanta, no tengo otra opción.- Mary revisó por las partes. Mis manos cubriendo los bolsillos pesados en monedas de oro.
- Se llevaron las monedas y las cintas de oro. Unas cintas para el pecho, papá no creía mucho en los créditos, quería hacerse de oro para casos de emergencia.
- Alguien está gastando oro allá afuera, eso lo hará más fácil.

            Salimos a la calle y nos fumamos un cigarro. Comunicación por miradas. No era necesario decirlo. Atracos rutinarios, otro caso frío. Frío como el metal. Le señalo a los Guiness, de jeans y playera mientras cierran la tienda. Nosotros andamos en pantalones de vestir, camisa con tirantes y largos abrigos de cuero falso con placa y sobaquera de pistola láser. Con el cigarro le señalo a los cyberpunks. Grupito de mirones. Botas militares con picos en la punta. Visores morados para mantenerse en línea en todo momento. Doble concha de mar en los oídos, siempre acompañados de su música de sintetizador. Peinados salvajes, uno tiene un mohauk verde brillante, otra tiene cabello puntiagudo y rosa. Usan modificadores, algunos tienen ojos que son cámaras, otros tienen brazos mecánicos y otras payasadas. Los escojo al azar. Lo alzo del cuello de su playera de plástico, lo azoto contra un enrejado. El payaso no sabe nada, al menos le temerá a la placa. Al menos tengo eso. No es mucho, pero aunque Chico no lo quiera ver, se tiene que empezar por alguna parte.
- Vamos Abruzzo, deja al chico.
- Lo estoy grabando todo.- Dijo el del ojo biónico. Le solté una leve bofetada  a la cámara insertada hasta su cráneo que le dejó tirado en el suelo.
- Graba eso, payaso de circo.
- Fascistas.
- Y yo soy el extremista.- Señalo un poster. Un rostro con pelo de puntas. El lema cyberpunk “la vida es un virus de computadora, la conciencia es su fiebre”.- Regresan a sus vidas virtuales.
- Vamos Vinnie, hay poco que hacer aquí.

            Rodríguez es de la neopolicía, tiene cinco años menos que yo y me hace sentir un dinosaurio. Todos con sus títulos universitarios. Los dioses me castigaron con un sociólogo. Nunca había escuchado de algo más inútil, y eso que mi tía Louis solía diseñar unicornios de porcelana en una de las fábricas de la zona Gama. Él quiere regresar al precinto, yo quiero hacer una parada. Ésta vez yo manejo. Ésta vez yo hago sonar la sirena. Ésta vez bajamos, en vez de subir. Chico sabe adónde vamos, pero no dirá nada. No es un mal compañero, cuando te acostumbras a los sermones. No fue fácil al principio, se tomaba los casos demasiado en serio. Difícil no hacerlo cuando ves las rameras partidas en dos por fuego cruzado entre bandas que cargan cañones láser. Ahora sabe la diferencia entre los casos que pueden cerrarse y los que no. Se resigna, como el resto de nosotros, a la demencia de Neopolis. Él lo hace mejor que yo. Por eso tengo un hobby, uno muy costoso. Estaciono en un garaje ambulante. Una plataforma adherida a la inter-calle por mecanismos de engranes. Cruzo la calle, confundiéndome con el vapor de las cloacas. Apesta a ozono mezclado de suciedad, es el piso veinte de un distrito rojo. La calle, veinte pisos abajo, prácticamente le pertenece a los cyberpunks, al menos en esta parte de la ciudad, en el Bronx. Siempre fue así, incluso antes que hubiera cyberpunks, durante los apagones.
- ¿Tú de nuevo?- Pregunta el gorila. Patada en la entrepierna. Jalo su brazo contra el panel en la puerta en el lector de palmas.
- Es oficial tú, o detective tú... Mono.

            Sala de apostadores. No importa si son pantallas de plasma u hologramas, la acción es la misma. Caballos, carreras, football, baseball, soccer y hasta carrera de ratones. Enormes pizarrones digitales. Puntos, intereses, el jugo mismo te puede ahogar o hacer rico. Soy de la primera categoría. Uno no puede tenerlo todo. Quiero meterle mil a los Yankees, es 3 a 2, no es gran cosa pero necesito estabilizarme antes de hacer el verdadero dinero. En la caja me espera Trevor Mathis, mi acreedor. No parece feliz de verme. Nunca lo está. Poli o no, todos pagamos de una forma u otra. Tengo mi placa, al menos por ahora. Aún así, me cavé un agujero demasiado grande. Mathis tiene la cara de un perro y el carisma de una lápida. Se lo he dicho varias veces, se ríe siempre. Cree que bromeo. Ésa es la cosa con Mathis, cree que todo es broma, menos el dinero.
- ¿Y adónde crees que vas?
- A verte a ti. Tengo tu dinero, al menos los intereses.
- Siempre dices eso. Ya me estás cansando.- Le muestro el oro y sonríe como un tiburón.- Está bien, está bien, muy bien. Esto cubre los intereses. Aún así, es casi... Vaya, es un número grande.
- ¿Alguna vez te he dejado de pagar?- Me enciendo un cigarro y le soplo el humo.- Ustedes los prestamistas, odian que les paguen todo junto, prefieren centavos a la vez con tal de tener a uno amarrado para siempre.
- Nadie te obliga a apostar.
- Dijiste que la pelea estaba arreglada.
- Sí, pero no dije para quién.- Le agarro de las solapas de su traje, lo empujo a través del holograma de las carreras hasta la pared del fondo.
- Veinte mil malditos créditos Mathis, no la clase de dinero que uno puede andar despilfarrando.
- Tranquilo Abruzzo, olvida mi deuda conmigo. Ce fini. ¿Se dice así?
- Más o menos. ¿Qué quieres?- Se arregla la cola de caballo antes de continuar. Trato de calmarme, pero es imposible. La sangre me hierve.
- Maté a un traficante de poca monta llamado Benny Kuan.
- ¿Y por qué harías algo así?
- La gente que debe más de lo que puede pagar son como... piedras en tu cuello. Vamos, eres italiano, sabes a lo que me refiero. Es como lanzarse al puente con una piedra ahorcándote.
- Mala suerte por Benny Kuan.- Me arreglo el cabello engominado hacia atrás y pongo los tirantes en su lugar.- ¿Qué hay con eso?
- Caerá a tu división, haz que se vaya. Benny tenía amigos poco menos que amistosos. Empieza por Fred Armitage, un buen chivo expiatorio.
- Dijiste que mi deuda contigo se iría, ¿qué planeas Mathis?
- Nada, ya lo planeé. Un buen inversor sabe cuándo es hora de vender lo que tengo. Todo lo que tengo son deudas, y la tuya es muy buena, cuarto de millón.
- Sabes que te pagaré, a mensualidades de ser necesario.
- Ésa discusión ya no es conmigo.
- ¿Qué hiciste, cara de perro?
- La vendí a Regis Murphy, ¿te suena el nombre?- Se me baja la presión. Regis hijo-de-perra Murphy. Mafioso a la quinta potencia. Él no te rompe las rodillas, las separa con láser industrial.- Vendí tu deuda, casi tan buena como el dinero, casi tan buena como el oro que me has dado. ¿No es lo que hacemos siempre, comprar y vender deudas? Dicen que los créditos son eso, no quiero ni preguntar de dónde sacaste dinero real, oro.
- Entonces no lo hagas.
- Benny Kuan. ¿Capich?
- Algo así.

            Regis Murphy es mi nuevo Espíritu Santo, tiene mi vida en sus manos. ¿Cuánto tiempo antes de que tenga mi placa también? No es la clase de personaje a quien le dices que no. Nada de zarandearlo un poco, meterle un susto. Cuarto de millón, he visto a gente hacer cosas raras por muchísimo menos que eso. Chico Rodríguez me regaña desde que entro al garaje flotante y subo al auto. No quiero subir, como si no quisiera seguir con mi vida. Me apoyó contra la puerta, me termino el cigarro. Los viejos modelos han regresado, el siglo XX se puso de moda y sus autos también. Rodríguez tiene toda una teoría sociológica al respecto, me podría importar menos. Se ven mejores que esos bodrios de hace unos años. El futuro nos dejó atrás, nos depositó en el basurero llamado Neocity y se olvidó de nosotros. La recita de todas formas, las modas cíclicas y demás. Yo miro a los altos edificios, a los autos de propulsión a chorro, a las ventanas de pequeños departamentos llenos de vida, a los centros comerciales con entradas de cristal bajo más departamentos y debajo de bodegas industriales a nivel del suelo. No quiero ni pensar en mi mujer, mi Kit-Kat. Ella no tiene idea, Catherine es demasiado buena para saber de apuestas y mafiosos. Planeo mantenerlo de esa forma.
- Oye, tipo duro, si ya terminaste de quemar el filtro de ese cigarro tenemos trabajo.
- ¿Ahora qué?
- La unidad de tiendas de empeño tiene algo, cyberpunks vendiendo oro por unos miserables créditos, podría estar relacionado.

            Montamos la patrulla y acelero a toda velocidad. Esquivo los autos como si vida dependiera de eso. La computadora hace la mayor parte del trabajo, de otro modo en ésta ciudad lloverían autos del cielo. Sería como regresar a los apagones. Ahora descendemos a la calle, pero lejos del distrito rojo y a medio camino de la tienda de los Guiness. Es de día, aunque no te darías cuenta, la calle se ilumina con el neón de los letreros porque el sol no llega hasta aquí. Los coches lo tapan, los irregulares edificios de cientos de pisos también lo hacen. La gente en la calle es pálida, en parte por falta de sol, en parte por miedo a los pandilleros que ya no respetan horarios. La tienda de empeño es un pequeño local de tres puertas de seguridad. Mostramos las placas, el gordo nos hace pasar. Se protege con un enrejado electrizado y no parece feliz de vernos. Trata de ocultar los relojes robados con una tela, Chico mete la mano por la pequeña apertura y los muestra. Dos de ellos tiene  marcas de sangre. El gordo piensa en huir, lo veo en sus ojos. Los corredores siempre tienen la misma mirada intensa. Disparo a la caja de luz, arranco el enrejado de un jalón y disparo contra la puerta trasera. El laser deja un lindo souvenir, una marca de quemadura que bien pudo haber sido su cara. Lo aplasto contra el mostrador con tanta fuerza que el vidrio cruje y está por partirse.
- Tengo mis derechos, malditos fascistas.
- Vinnie, tiene razón. Cálmate.
- ¿Quiénes y cuándo bola de grasa? No finjas demencia, vinieron con oro. No la clase de botín que ves todos los días.
- Están en esa caja.- Dijo el gordo, cuando le dejé libre porque Chico Rodríguez me jaló del hombro. Mi compañero revisó lo robado, hasta ahora no mentía.- ¿Por qué los iba a proteger?
- Nombres.
- ¿Nombres? No me salga con esas, detective Abruzzo. Cyberpunks, no usan nombres. Ésta pandilla menos, parecían muy unidos. Usan términos de computadora, cosas como Megabyte, Delta 33, Omicron, payasadas por el estilo. Disculpe, su alteza si no pedí por identificaciones realistas.
- Anda, bromea de nuevo.- Pistola en la nariz. Me mira a los ojos y sonrío. No lo haría, pero él no lo sabe, Chico tampoco.
- Voy a reportar todo lo robado.- Dijo Chico y enfundé la pistola.
- No te molestes, es un crimen menor. Recibirá libertad provisional en un año, luego de dos años de esperar juicio. Para entonces el banco le habrá embargado el local y lo tendremos en la calle, robando y matando. Terminaremos arrestándolo por algo peor que esto.
- Gracias, Abruzzo, gracias.- El gordo puso en mi mano un anillo de plata y brillantes falsos que no rechacé. Esteban Rodríguez no estaba satisfecho.
- Está bien, pero si regresan, tú nos llamas.- Usó la concha de mar en su oído para marcarle al gordo, tenía su concha en una esquina.- Ahora tienes mi número. Aprietas un botón y nadie sabrá que fuiste tú. ¿Entendido?
- Sí oficiales, claro oficiales.- Salimos a la calle. Más cyberpunks. Uno me mostró el dedo mientras nos rodeaban en patinetas. Le metí una patada a la patineta que lo lanzó volando.
- Eres un enigma Vinnie Abruzzo, cualquier otro día y le habrías puesto las esposas tú mismo. ¿Siquiera te importa el sistema?
- Claro que me importa, pero el sistema es un asco y hasta que no llegue alguien a repararlo nos las tendremos que apañar como podamos. Derechos civiles o no, ésta ciudad es nuestra Chico, que no se te pierda de vista. Son casi las tres, ¿me dejas en mi departamento? Tengo auto allá.
- Vamos.

            No hablamos en el camino, dejamos que la radio y el tedioso tráfico nos aburriera hasta un coma casi vegetativo. Mi departamento no era gran cosa, pero tenía un garaje que se desprendía de la pared y puente para salir del auto. Catherine me esperaba con la comida hecha y una barriga a punto de estallar. Sería padre muy pronto, eso si Regis Murphy no decidía que era más prudente dejarme en una bolsa de plástico y olvidarse de  mí. Mi Kit-Kat sabe cómo complacerme, nada como pasta, vino en caja y muchas especias para un día ajetreado. Puse la mesa mientras terminaba su trabajo. Organizadora de eventos. Tenía su computadora, último modelo, una máquina de escribir que en vez de hojas usaba una interface holográfica de presión táctil. Parecida a la de los polis, pero con mayor ancho de banda. Me aflojé los tirantes y dejé que me abrazara por la espalda mientras comía. Aún apestaba a cigarro y suciedad, pero esas cosas se olvidan con un buen abrazo.
- La boda será un éxito, en el Hilton ni más ni menos. Revisé el lugar en la mañana.
- Ya era hora Kit-Kat, te lo mereces.
- ¿Qué tal tu mañana?
- Ocupada.- Medias verdades, el fundamento de un matrimonio de policías. Kit-Kat se sirvió una gota de vino y demás. Tenía sus jugos, unos canales de plásticos que venían de quién sabe dónde en el edificio, parte de la razón por la que la renta era tan alta. Dos habitaciones, comedor y cocina. Un ojo de la cara, pero un buen vecindario. Había un parque flotante para Vincenzo junior y escuelas de categoría. No quise pensar en el cuarto de millón en números rojos. Rojos como en deuda. Rojos como en sangre. Rojos como en turbios favores y cero negociaciones.
- Ya deberían promoverte, sería hora.
- Eso espero, necesitaremos cada centavo para el bebé. ¿Hablaste con el banco para un posible préstamo? Me las huelo que los del seguro tratarán de pasar tu embarazo por enfermedad hereditaria. Eso pasa todo el tiempo.
- No he podido, he estado encerrada toda la mañana.

            Algo cruje que no me hubiera gustado que crujiera. Bebe de su vaso sin mirarme a los ojos. Sabe que habló de más. Me está mintiendo, pero no sé por qué. Su mirada vaga por todas partes, vaso en los labios. No estuvo en el Hilton, o al menos espero que no en el sentido que yo lo pienso. Aprovecho el postre para revisar el caracol que dejó en la mesa. Muchas llamadas sin identificador. No podría haber nada más sospechoso. La sangre me hierve de nuevo. La miro, pero ya no a los ojos, miro a Vincenzo junior, sé que faltan varios meses pero siento que ya está con nosotros. Catherine, por el otro lado, ella está en otra pate, o quizás con alguien más.
- Dijiste que dejarías de apostar, llamó Mathis otra vez.
- Le pagué en la mañana... Oye, está bajo control.- Se coloca el caracol en la oreja, es de color rosado con las antenitas en color rojo. Parece preocupada al sentirlo en sus manos, como si pudiera detectar mi intromisión.- ¿Qué harás en la tarde?
- Trabajar.- Otra evasión. La sangre hierve, pero me contengo.
- Ya somos dos. Tengo que irme, gracias por la comida.

            Me espero hasta estar en el garaje, tras la puerta mecánica al fondo del comedor. Poco más de unos metros, lo suficiente para meter mi auto. Golpeo el techo y tengo ganas de hacer algo peor, pero me contengo. La pared de ladrillos se abre hacia arriba, el auto sale en horizontal y me alejo a toda prisa. Aún hay tiempo para verla. Aún hay tiempo para esa espina que duele y agrada, la que nunca me he quitado por qué sé lo mucho que la extrañaría. Me encuentro con ella, Clara Fanucci, poli de hackers. Llegamos al estacionamiento del precinto al mismo tiempo. Lo hacemos en su auto. Terminamos agotados. El estrés se va de mi sistema. La mirada de mi Catherine mintiéndome no se irá tan fácilmente. Le doy los números sin identificador de llamadas, ella hará lo suyo. No le gusta, pero lo hará. Conoce el trato, puramente profesional. Vaya mentira, pero es útil.
- Ahora mismo.- Dice ella, colocándose el brasier y la blusa.- ¿Qué desearías?
- Desearía que el agua no mojara.- Voy diciendo, mientras me visto.- Desearía que me asignaran a otro compañero y desearía no amar a mi esposa.
- Yo desearía encontrar a alguien decente en mi vida.
- Los deseos no siempre se hacen realidad.- Le digo, mientras le doy una nalgada a su falda al salir del auto. Ella sonríe y nos separamos.

            El caracol está loco. Llamadas y mails. La mayoría basura, la mayoría comerciales. Los ventanales del precinto muestran a los espectaculares de holograma, todos son comerciales. Muchos de ellos son tan genéricos que podrían estar vendiendo el aceite de la última ballena o mera cerveza y uno no se daría cuenta hasta el final. Me abro paso entre los detenidos, cyberpunks en su mayoría. Inocentes, en su mayoría. Chavales sin estudios, sin futuro, sin nada en qué apoyarse. El ascensor de cristal me deja en el quinto piso. Los superiores quieren verme. El teniente Mark Ackerman es buen amigo mío, de la época de los apagones. No sonaba muy calmado cuando hablé con él de camino al ascensor. Está acompañado del capitán Mark DiGiorgio. El capitán es la respuesta a una broma, qué pasaría si le metes a alguien una escoba por el trasero, ahí lo tienes, recto como siempre. Algo nunca antes visto, una serpiente que se para como soldado, recto por completo.
- Vincenzo, caso duro, ¿no?- Ackerman hace algunos comentarios para aliviar la tensión. No me invitan a sentarme en uno de sus cómodos sillones de cuero, así que no lo hago.
- ¿Cómo logras tener tres demandas de brutalidad policiaca en una mañana?- Preguntó el capitán DiGiorgio.- Eres un salvaje Abruzzo, simple barbarismo. ¿Crees que te asigné a Rodríguez por nada?
- Pensé que era su sentido del humor... señor.
- Los cyberpunks son como una moda, no una maldita cruzada personal. Ya no está en los apagones de hace una década Abruzzo.
- Sin ánimo de ofender, capitán, pero usted estaba en la isla. Manhattan tenía todo. Ackerman, es decir, el teniente Ackerman y yo estuvimos en el Bronx, justo después que se cortaran las líneas de abastecimiento, cuando las calles se abarrotaron y los malditos pandilleros decidieron hacerse del poder de Neocity.- Me quito el pesado abrigo, le muestro mi tatuaje en el brazo, el cuadrado negro. El teniente hace lo mismo. Los apagones, las noches iluminadas por incendios que no podían ser apagados. Olor a carne quemada y plástico.
- ¿Qué hay del caso? Al menos dígame que tienen algo. Rodríguez informa que Rupert Guiness está en el hospital con hemorragias graves.
- No está fácil el caso capitán, si quiere que le sea honesto. Hay como una docena de estos al día, estamos bajos en presupuesto y hombres. Roguemos que Cobalt International pueda invertir en la policía. No me caería mal algo de horas extras.- DiGiorgio pareció calmarse, me indicó que me sentara y se encendió un cigarro. Era obvio que había hablado de eso con el teniente Ackerman.
- ¿Qué queda del gobierno?- Preguntó el capitán, retóricamente.- Todo ha sido privatizado. La isla debe tener como cien policías y 1200 policías de seguridad privada. Mejor pagados que nosotros, por cierto. Todos pagan, como un seguro, vaya, que los impuestos sólo van a los bolsillos de los pocos burócratas políticos que quedan.
- ¿Qué otra cosa es nueva?- Al menos el capitán y yo estábamos de acuerdo en algo.
- Tenemos el mayor índice de criminalidad desde los apagones. Tenemos la mayor cantidad de demandas también. Al año el departamento gasta 14 mil millones de créditos en esas demandas y tú eres parte del problema.
- ¿Y qué espera que haga, que use guantes de algodón? Entrego resultados, estoy seguro que si me asignan a la unidad élite o a los infiltrados podría brindarles mejores resultados.
- Es un buen punto.- Dijo Ackerman.- Abruzzo se haría pasar por cualquiera de esos trogloditas con facilidad. Además, los de infiltración rara vez son demandados en la corte.
- No.- Cortó DiGiorgio. Cortaba mis alas. Adiós incremento salarial. Hola Regis Murphy, un cuarto de millón más intereses semanales.- ¿Sacaron algo de esa tienda de empeños además de demandas?
- El sujeto mueve objetos robados, usted y yo sabemos que la demanda no prosperará. De todos modos, no sabía mucho, usan sobrenombres como Delta33.
- Habla con los de infiltración y anti-pandillas.- Dijo Ackerman.- Podrían tener algo sobre tu muchacho.

            Podía hacer cálculos mentales hasta que estallara mi cabeza. Clara Fanucci, mi Catherine, su amante, cuarto de millón, Regis Murphy y la rata DiGiorgio. Cóctel que sabe a ácido de batería pero que me trago de todas formas. La unidad de infiltración parecía un mundo aparte. Polis con el visor puesto, día y noche, monitoreando sus redes sociales, metidos en cuatro mundos digitales a la vez. Me dieron el pésame, Ackerman, su supervisor había dado el visto bueno pero el capitán DiGiorgio fue muy específico. Habían escuchado de Delta 33, mi más probable sospechoso en el caso del atraco Guiness, sabían de cierta fábrica ilegal de hardware para cyberpunks. El pandillero podría estar ahí. Una simple misión de fisgoneo, no nos daría mucha ventaja, pero valía la pena.
- Mira.- Jonesy me mostró guante de metal y plástico iridiscente, se conectaba a su visor, como si su cuerpo y la máquina se unieran cada vez más.- Duele como mil demonios que te lo injerten, pero los cyberpunks no confían en nadie que tenga carezca de modificaciones.
- Convertirse en máquina, ésa sería una manera de escapar a las complicaciones de la vida.
- Buena suerte Vinnie, y de nuevo, lamento lo de la promoción.
- Olvídalo Jonesy, a cada perro le toca su día, ya vendrá.

            A cada perro y a cada persona. A veces no sabes si sería tu día de suerte o tu último día. Esteban Rodríguez tenía toda clase de teorías. Hombres máquinas, fusiones mente software. No le presté atención. Estacionamos a nivel del suelo, armados de latas de café y cigarros. Reacomodé los cables de la patrulla de civil por mero aburrimiento, volví a cerrar su tapa metálica.
- ¿Te acuerdas del Ford Ultima? Nada de cables, puras antenas.
- Sí, y cualquier interferencia te convertías en una piedra de dos toneladas cayendo cientos de pisos al asfalto. Adiós Ultima, adiós Ford, hola japoneses.- Señalé el cartel en neón en la esquina. Promocionaba algo con dragones y peces, pero no podía leer las letras.
- Tú realmente que odias a todos.
- No, soy italiano, solamente odio a todos los que son diferentes, es la manera americana Chico. Tú nunca te relajas Vinnie, ese es tu problema.- Dijo, con el cigarro en la boca y tomando fotos de quienes entraban o salían. No faltaban los pelos en picos o en colores. Toda clase de modificaciones, desde piernas biónicas hasta domos craneales para mejorar la recepción wifi.- Yo no sé qué pueda ver Fanucci en ti.
- Lo dices porque te la trataste de ligar en Navidad y no sirvió.- Llamada en el caracol.- Hablando de la reina de Roma.
- Dile que le mando saludos.
- Claro.- Aprieto el botón y escucho su voz.
- Las llamadas que me pediste, van y vienen de un Omar West. A todas horas, sobre todo cuando tú no estás. No sé si decirte que lo siento... Sí, sí lo siento.
 - Yo también. Chico está aquí, por cierto. Dice que las italianas deberían rasurarse más.- Chico me suelta un codazo que tira algo de mi café.- Te hablaré después. Creo que hay problemas.

            En la calle frente a nuestro objetivo una mujer corría tan rápido como sus tacones de aguja transparentes le permitían. Vestía en líneas de plástico y era perseguida por dos cyberpunks que se aflojaban los cinturones de picos. Rodríguez les llamó la atención, placa en mano. Al instante que vi el arma disparé. Le volé la tapa de los sesos al primero. El segundo puso las manos arriba. Patada a  la entrepierna. Tenía ojo biónico, una cámara en vivo. Quería enviar por internet la violación. Envió mi puño golpeándole tan fuerte que el metal del injerto rompió parte del cráneo.
- Vete de aquí muñeca, y ten cuidado de tus amistades.
- Realmente eres un fascista, ¿lo sabías?- Rodríguez estaba histérico.- Aún no hacían nada ilegal, o al menos nada que valga la pena matarlo.
- Nos iba a matar a los dos. ¿Por qué no persigues a la víctima y le preguntas si soy un fascista? Neopolicías, vaya broma.
- Los apagones fueron diez años atrás.- Me apoyo contra la pared de ladrillo, todos los cyberpunks se han ido, la investigación al menos había detenido una violación.- Olvidan quiénes son las víctimas y quiénes los victimarios.
- Sospechosos, Abruzzo, eran sospechosos. Y este necesita atención médica.- Me enciendo un cigarro, pateo al que quedó sin ojo, aún se mueve. Chico llama a una ambulancia.- Tú no sabes cómo fue, no en el Bronx. Nucleus estaba a punto de perder el control, sus plantas nucleares a kilómetros de los muros, en las zonas nucleares iban a estallar.
- Eso no es cierto.
- No, claro que no. En cuanto las explosiones nucleares controladas no bastaban para la ciudad lo primero que hicieron fue guardarlo todo a treinta pisos bajo tierra en puro hormigón. No sabíamos eso, vamos, pensábamos que veríamos los hongos nucleares en cualquier momento. Nucleus tenía sus mensajes, claro, pero nunca admitirían nada, ni siquiera admitían que estaban en el colapso absoluto. Estos edificios, mira hacia arriba, estos edificios de cien piso, sin refrigeración ni nada... Hornos llenos de enfermedades. La luz iba y venía, no había electricidad más que para los bomberos y las unidades médicas, y obviamente no había suficiente para todos. Las pandillas se adueñaban de todo lo que el gobierno mandara por naves no tripuladas. Tomamos las calles a sangre, sudor y sangre. Ahora míranos, Nucleus promete que no pasa nada, ¿por cuánto tiempo más? Y míralos a ellos, tan listos para morir, la vida como un virus... Podría pasar de nuevo. Tú me vienes con tus derechos civiles, ya sabes dónde guardártelos.
- Pues perdóname por ser el civilizado de la relación.- Asomó la cabeza al ver las luces, no era una ambulancia, era una limusina a propulsión que estacionó en la callejuela.
-  Quédate el auto, creo que vienen por mí.
- No te metas en problemas, demasiado tarde.

            Abordé sin protestar, ya me preguntaba cuándo aparecería Regis Murphy y sus matones. Ahora tenía mi respuesta. Regis tenía cognac en una mano, una pistola entre las piernas. No tenía opción. Benny Kuan estaba muerto, su muchacho Mathis lo había dejado frío, no a que nadie le importara demasiado. El chivo expiatorio tendría que ser sacrificado. Yo tenía el cuchillo sacrificial.
- El caso desaparece, o tú desapareces.
- Mírate, traje de tres piezas y aún pareces un bulldog. ¿Te sacan a pasear?- Matón me apunta con su escopeta láser. Un estallido y recogerían mi cabeza con cucharas de té.- Cálmate, nada le pasará a la comadreja Mathis.
- Más te vale. Benny Kuan tenía un compañero de departamento, creo que se llama Fred Armitage, hazlo suceder.
- ¿Siempre eres tan amable?
- No, usualmente rompo un par de dedos antes de pedir algo.
- El abogado defensor será un Omar West, dicen que es bueno. ¿Lo conoces?
- Indirectamente.- El amante de mi esposa. La idea dejaba de ser mala, apestaba a mil demonios, pero no me quejaba.

            Me dejaron cerca de casa. Catherine trabajaría hasta tarde, yo también. Uno de los mentía. Quizás los dos. No era trabajo lo que estaba haciendo. Me hice del expediente del caso. Benny Kuan había sido asesinado en una callejuela húmeda y sin testigos. El camello, parcialmente empleado en una pescadería japonesa había masticado más de lo que podía tragar. No lo culpaba, me estaba pasando lo mismo a mí. Revisé entre las evidencias, había un anillo con sangre aún sin procesar en la bolsa que tomé con un pañuelo. Bastaría, al menos de momento.

            Benny Kuan y su amigo Fed Armitage no se daban la gran vida. Un complejo de departamentos, tan feo como el de cualquier otra zona. Estacioné en una inter-calle. Usé una llave electrónica y una computador antigua para violar los códigos de acceso. El edificio era viejo, no requería de ADN. El elevador me llevó hasta su departamento. El lugar estaba divido en dos por una débil cortina de tela con estampados orientales. El espacio de Armitage era deprimente, una vieja computadora, un par de visores dañados de internet y una cama. Dejé el anillo en su clóset, entre su ropa sucia. Un asunto menos, una mentira menos. Me importaba más la otra. Catherine, mi Kit-Kat no pasaría la tarde en casa, podía sentirlo. La seguí a prudente distancia en una patrulla de civil. Manejó hasta un centro comercial. Un bloque de concreto con hologramas de propaganda y algunos helipuertos de acceso al estacionamiento. Los propulsores se desactivaron, anduve lento y siguiéndola con la mirada. Mi Kit-Kat, su hipocresía imitaba la mía, quizás eso era lo que más me dolía. La esperaba en algún motel de baja calidad, pero esto era peor. No sabía cómo, ni por qué, pero era peor.

            El abogado la esperaba curioseando entre las tiendas de cristal y anuncios de neón. Los enormes abanicos industriales pasaban luces intermitentemente. No era sórdido y vulgar, como mi amorío con Clara Fanucci. Eso lo hacía peor, era una cita romántica. Ella reía de sus chistes, él le compró un brazalete. Kit-Kat no lo usaría conmigo, no, lo reservaría para su alguien especial. Me apoyé contra el riel, entre cientos de compradores. Les miré desde la alturas, caminando agarrados del brazo. Mi corazón se iba con ellos. Un par de cyberpunks daban de vueltas. Me pregunté si sus corazones eran menos complicados, si eran realmente hechos de máquinas. Quizás lo haría más fácil de tragar. El cigarro se consumió entre sus dedos.

            Catherine mintió de nuevo en el desayuno, no le di importancia. Tenía que ir a los tribunales, ver el asunto Benny Kuan solucionado y sacarme a Trevor Mathis de encima de una vez y para siempre. Chico no tenía avances en el atraco Guiness, eso me daba algo de tiempo. Omar West, de impecable traje estaba en uno de los bulliciosos pasillos de la corte. Nadie lo decía, pero estaban inundados de casos. Inundados a tal grado que había corporaciones dispuestas a comprar al sistema judicial, en su mayoría japonesas. Tenía sentido, ya habían comprado casi todo lo demás, menos Cobalt, Nucleus y otras más. Mathis me pasó, me golpeó con el hombro sonriente y feliz. Estaba libre de toda sospecha. No podía dejarlo así, aunque debí haberlo hecho. No, quería verlo a los ojos. Quería ver lo que ella veía en él, pues por el momento sólo veía una rata en un traje. Omar West era un hombre corpulento, de aspecto inteligente y peinado de 500 créditos.
- ¿Oiga, no es usted quien maneja el caso del homicidio de Benny Kuan?- Me reconoció, ya había visto fotos mías. Me dio un escalofrío imaginarlo en mi departamento. El departamento donde vivía mi esposa, cargando con mi hijo donde había una habitación esperándole, con cuna y empapelado digital ya listo. Me había costado un ojo, pero esos veleros soplarían de un lado a otro. Harían feliz al bebé. Omar West trató de disimularlo.
- ¿Detective de homicidios? Tiene esa pinta.- Dijo, señalando mis baratos tirantes y mi sobaquera.- He cambiado de cliente, ahora es un Fred Armitage.
- ¿Y cree que lo hizo?
- No creo, tiene una coartada, no es muy sólida pero creo que puedo venderla al jurado, después de todo, el tráfico de Neopolis es conocido por todos.
- ¿A qué se refiere?
- Estuvo en Fox Hole, un bar de strippers una hora antes del asesinato, gastó muchos créditos. Difícil de creer que cruzara la ciudad para matar a su compañero de cuarto en una hora o menos.
- Buena suerte, de todos modos ese Benny Kuan era escoria.
- A usted no le importa mucho la justicia, ¿no es cierto?- Me puse rojo, pero no era vergüenza. Quería agarrarlo a golpes ahí mismo. Un golpe al hígado, el listillo creía que no sabía quién era.
- Ustedes trabajan para el departamento de justicia, ustedes son los que arruinan casos, yo sólo presento sospechosos. ¿No era así? Le dejo la justicia en sus manos, déjeme la seguridad de su vida y la de los ciudadanos de Neopolis en la nuestra.

            Me limite, quise decir más, pero tenía mejores cosas que hacer. Cosas como arruinarle su carrera. Omar West contaba con ganar ese caso. Yo contaba con arruinarlo por completo. La venganza era vulgar, mi clase de venganza. Fox Hole quedaba del otro lado de la ciudad. Jalé la cadena, encendí las sirenas. A 200 pisos de altura los circuitos fallan, los motores se enfrían, quería llegar rápido. Tuve que bajar, prácticamente en bajada, reincorporarme al tráfico. Un camión detrás de mí tuvo que dar el volantazo. Me sacó el dedo. Le saqué la pistola. Más efectivo que la sirena o la placa. Dejó de molestar. El bar tenía su estacionamiento flotante. Tenía seguridad y matones disfrazados de clientes. Escondí la placa, fui directo al cantinero y pasé mi tarjeta por su lector. Cien créditos por un vaso de agua. Me alzó una ceja.
- ¿Quiere que invente el agua y se la traiga? Es gratis, por si no lo sabía y el consumo mínimo es cuarenta.
- No, es cien, quédatelos.- El cantinero sonrió, se las olía que era policía. Escondió la cocaína que tenía en la barra, fingí que no lo veía. No era la cocaína lo que me sacaba de mis casillas, eran esos chips de drogas digitales que escondía en el bolsillo de su camisa. Se la arranqué de un tajo, las tarjetas de memoria se cayeron a la barra y las destrocé en su cara. Los matones sacaron sus armas, el cantinero les detuvo.- Vengo de parte de Regis Murphy.
- Esas tarjetas...
- Me vale un demonio. Cyberpunks... Ni drogarse como la gente normal pueden hacer. Escucha y escucha bien. Un abogado de quinta llamado Omar West, o algún compadre suyo vendrá aquí para hacerte preguntas sobre un Fred Armitage. Él mató a Benny Kuan, ¿me entiendes?
- Entendido.
- Sí, salió y cruzó la ciudad en una hora, pero puede hacerse y le dirás que puede hacerse. También le dirás que estaba nervioso, que tenía un arma encima. Una Eagle de batería de carbono. ¿Entiendes?
- Oye, amigo, claro que  entiendo. No hay necesidad de la violencia. Haría lo que fuera por Trevor Mathis, y Armitage estuvieron aquí toda la noche. Armitage se fue, como dijiste, pero puedo decirles que pagó remotamente, ganarle algo de espacio.
- ¿Mathis estuvo aquí?
- Hasta la hora del cierre.
- Bien, ya sabes qué decirles. Armitage, por cierto, estaba a solas y muy, muy  tenso. ¿Capici?

            Trevor Mathis dijo que él mató a Benny Kuan. Había oído muchas mentiras en mi vida, pero usualmente iban en sentido contrario. Mentiras como yo no lo maté, mentiras como me quedé en casa todo el día, mentiras como no, no me acuesto con Clara Fanucci. Nunca antes una como esa. ¿Por qué mentiría Mathis sobre haber matado a Kuan? La pregunta tenía su tinte agrio, ¿qué estaba encubriendo? Algo peor que el homicidio de un traficante, eso era seguro. Era inevitable, estaba mordido por la curiosidad, tenía que ver a Benny Kuan más de cerca. Mucho más de cerca. Si Mathis y Regis Murphy pretendían hacerme una trampa, jugar con mi placa o corromperme como matón era mejor saber la verdad. Toda la verdad y nada más que la verdad. El peor de los venenos, me lo tragaría también, ya estaba tragando bastante.

            Revisé su expediente con mi visor policial. Luces azules y rojas que iban de un lado a otro. Cursi, pero efectivo. Benny Kuan, vendedor de drogas ilgelas y hacks para pasar el anti-doping. Dos veces arrestado. Departamento endeudado con Globus créditos, al menos teníamos eso en común. Manejé hasta la pescadería, un barrio japonés repleto de lámparas chinas que colgaban de pared en pared en las altísimas torres. El mercado era poco más que tablas de madero y acero. Usé el estacionamiento más cercano, reservado para policías. El mercado vendía de todo, los japoneses planeaban invadirnos con chucherías para tenernos ocupados mientras compraban a las corporaciones más grandes. En la pescadería, al fondo, uno de los chefs tenía un tatuaje de tigres que subían por su brazo derecho. Triadas japonesas, lo que me faltaba.

            Revisé los pescados, junto con los orientales que compraban con los pocos créditos que tenían. Lo bueno, estaba seguro, estaría detrás de las cortinas. Entré en el descuido de un vendedor. Esperaba ver armas dentro de los róbalos, pero estaba equivocado. Tenían chips, tarjetas, clonadoras de tarjetas y hardware para clonar identificaciones, así como discos para buscar información bancaria. Un adorno frente a mí, un buda dorado, me dejó ver al chef que me atacaba por la espalda con un enorme cuchillo de carnicero. Me hice a un lado a tiempo. El cuchillo quedó atrapado en la madera. Codazo a la nariz. Desenfundé cuando otro trató de balearme. Disparo al estómago, el estallido lo sacó volando hasta tirarlo sobre los peces. El chef, sangrando de la nariz, se lanzó sobre mí, tirando abajo la cortina y espantando a los clientes. Usó un pulpo contra mi cara para tratar de asfixiarme, el arma se resbaló de mis dedos. Rodillazo a la entrepierna. Giré en el suelo mientras él tomaba otro cuchillo. Disparo al pecho. Usé su delantal para limpiarme el pulpo de la cara y llamé a Clara Fanucci.
- El amante pródigo ha regresado.
- No exactamente, estoy metido en algo. Descubrí algo para delitos digitales, te podría interesar, si te interesan los Yakuza y las Triadas.
- ¿Es cierto que se unieron?
- No sé, los muertos no hablan. No debería estar aquí.
- No me digas que te pasaste al otro lado.
- No. No aún, al menos espero que no. Era un favor para un conocido, dejémoslo en eso. ¿Puede tu hermoso trasero hacerse cargo?
- ¿Por qué siempre me hablas cuando metes la pata o te enfadas con tu mujer?
- No quiero hablar de ella.
- ¿Tan mal?
- Peor. ¿Puedes?
- Iremos para allá.

            Le pasé la dirección y en cuanto vi las patrullas me fui corriendo a mi auto. Chico Rodríguez me había estado buscando. No podía seguir escondiéndome, teníamos una crisis entre manos. Los detalles eran parcos, pero no se necesitaba de mucho. Cyberpunks tratando de entrar a la armería de la corporación Farnar. No necesitaba más. Llegué en cuestión de minutos. La armería, en un alto edificio, tenía a tres cyberpunks muertos en la acera.
- Ya era hora, ¿dónde estabas?
- Haciendo mandados, ¿qué pasó?- Entramos al complejo. Los punks habían logrado llegar hasta el estacionamiento principal. El enorme logotipo de Cobalt International sobre la puerta de entrada tenía marcas de láser.
- Un grupito de cyberpunks intentaron entrar usando códigos defectuosos. Eso alertó al edificio. Mataron a estos tres, hay otros que lograron escapar.
- Mira.- Me agaché encima de uno de los muertos. Tenía un mohicano verde, aretes en la nariz y cargaban en su pecho con cintas de oro.- ¿No dijeron que robaron cintas de oro en la tienda de los Guiness? Uno menos.
- Ian Miller, según su identificación. Ya están bien armados de por sí, ¿te los imaginas con rifles de batería de plutonio? Atravesarían el kevlar-3 como si fuera papel.
- Y dicen que yo estoy paranoico. De atraco convencional a atraco a armería, algo se tienen entre manos.- Mi compañero no estaba de acuerdo, pero no le presté atención. Los de análisis de escena del crimen habían llegado en sus grandes camionetas de propulsión ionizada. La danza duraría horas. No me apetecía entrevistar a todos los empleados. Tenía mejores cosas que hacer.- Hazte cargo, tengo otro mandado.
- ¿De nuevo?
- Oye, alguien tiene que vigilar que las ruedas de la justicia estén bien aceitadas.
- ¿Y eso qué significa?
- Nos vemos después.

            Me fui directo a los tribunales. El caso de Omar West había ido directo al drenaje. El cantinero dijo lo suyo, la evidencia dijo lo suyo. Al final Armitage pasaría seis meses, como parte de un trato con la fiscalía debido a la evidencia insuficiente. Seguí a Omar West hasta un baño. Trabé la puerta detrás de él. Le metí una patada en la entrepierna, lo metí a un cubículo y lo callé de un golpe al hígado que le haría orinar sangre.
- Aléjate de mi esposa o perderás algo más que tu carrera.

            Satisfacción inmediata. No sabía si cumpliría alguna función, pero me bastaba con la satisfacción. Clara Fanucci también estaba satisfecha. Hablé con ella mediante el visor. Se veía más hermosa cuando estaba entusiasmada en un caso. No podía hablar mucho, por temor a los hackers. Esto era algo que debía discutirse con el capitán DiGiorgio. Llamé a Chico para que me viera ahí, no sacarían nada de la corporación Farnar y su armería y hasta él mismo lo sabía. La sala de juntas tenía una mesa de cristal que funcionaba como computadora, Clara Fanucci dirigía el show. El teniente Ackerman y el capitán DiGiorgio estaban sentados al frente, Chico y yo nos quedamos de pie. Fanucci había hecho lo suyo. Había dos muertos que se endilgó a sí misma, sería mucho papeleo, pero lo haría por mí. Yo haría lo mismo por mí.
- Había algo en común en todas las tarjetas y en todos los objetivos que los chips y las tarjetas de memoria que recogimos. Tenían un software para clonar identidades y tarjetas de crédito.- En la pantalla holográfica aparecieron los nombres y fotografías de las potenciales víctimas.- Todas estas personas trabajaron, al menos hasta hace una semana, en Nucleus. Nuestro amado monopolio de electricidad nuclear. Suficiente para erizarme la piel.
- No nos adelantemos.- Dijo DiGiorgio.
- Hay que estar ciegos para no verlo.- No podía contenerme. Ackerman me daba la razón, pero bajó la cabeza y dejó que el capitán me mirara como si pudiera matarme con sus ojos.- Planean otro apagón, probablemente con ayuda de los Yakuza o las Triadas.
- Es un caso para delitos digitales.- Cortó DiGiorgio.
- Tiene razón.- Concedió el teniente Ackerman antes que pudiera protestar. Clara Fanucci no sería puesta a cargo, nunca funcionaba así en delitos digitales.
- A menos que hubiese un homicidio de por medio.
- Los orientales muertos fueron provocados por una actuación heroica de la detective Fanucci.
- ¿Benny Kuan? Misma pescadería, muerto otro día.- La conexión era vaga, pero ésta vez tenía a Ackerman de mi parte.
- Anda con cuidado Abruzzo, estás bajo correa corta. Detective Fanucci, usted ponga en alerta a los de Nucleus. Rodríguez y Abruzzo, vayan para allá. Una sola queja detective Abruzzo y se las verá conmigo.
- ¿Pensé que le caía bien?
- ¡Lárguense de aquí!
- Nada excede como el exceso.- Dijo Chico, conteniendo la risa mientras salíamos de la oficina.- Tú sí que sabes fastidiar a una persona Vinnie.
- ¿Qué puedo decir? Es un talento natural.

            Seguimos a las boyas flotantes en el piso 100, autopista que pasaba por Nucleus, las enormes chimeneas nuclearas al borde de los cientos de metros de concreto que separaban Neopolis de las tierras radioactivas. El tráfico era ligero. Compramos salchichas a un vendedor de carro flotante mientras esperábamos en el tráfico. Empezaba a llover y bajo nosotros, a cientos de metros de altura, el smog parecía imitar las nubes grises y cafés del cielo. Comí y fumé en silencio. No dejaba de pensar en Catherine, abrazada y riendo con Omar West. Había empezado con nosotros. Años antes de los apagones. Años antes de Clara Fanucci. Años antes de las complicaciones de la vida. Su vida se hacía simple de nuevo, en los brazos de un abogado de defensor de los derechos civiles. Mi vida se hacía complicada por mi compulsión al juego, al sexo y a la violencia. Uno de los dos iba arriba, el otro hacia abajo. Hacía tiempo que ya no estábamos a la misma altura. Incluso si cerraba mis ojos tratando de creerlo, no podía negarlo, yo había caído muchos metros.

            El edificio monolítico de Nucleus tenía su logotipo en holograma. El nombre con los electrones dando de vueltas. Un bloque de ventanas y lámparas, antenas y discos que brillaban al comenzar la noche. Una entrada se abrió entre los bloques de piedra y pudimos estacionar. Oscurecía afuera, pero por dentro todo era blanco, todo era iluminado y todo olía al ozono de las computadoras. Fanucci y los de delitos digitales ya habían llegado. Nos dieron el tour básico. Tenían pisos tras pisos de oficinas, todas con los mismos cubículos y las mismas computadoras corporativas, totalmente digitales. Incluso el piso brillaba cuando uno lo pisaba. Energía para dar y regalar, o al menos aquella era la imagen que querían vender. Nosotros hacíamos lo mismo, patrullas y carteles holográficos. La verdad era que necesitábamos del dinero de Cobalt International. La corporación, siendo técnicamente una persona, podía invertir como cualquier otro ciudadano. Les mostrábamos una mentira que Neopolis pagaba con el peor índice de criminalidad en décadas. Nucleus podía estar haciendo lo mismo. El tour era para despistar, necesitábamos ir más allá. Necesitábamos ir a los laboratorios de los reactores.

            Chico Rodríguez convenció a la ejecutiva. Un elevador nos llevó por una cinta transportadora que prácticamente nos lanzó contra un lado de la pared. Gigantescos paneles de cristal y oscurecido plástico mostraban los núcleos, pequeños soles. Nos pusimos las gafas oscuras, pero aún así resplandecían como soles. El lugar, de enormes consolas y medidores, nunca recibían invitados. Más de un científico estaba incómodo. Tal era nuestra intención. Cinco pisos de rendijas de acero y escaleras de acero. Lejos quedaba la estética lumínica de las oficinas. Era el corazón de la bestia nuclear. Chico y yo nos separamos, perdimos a la guía de turistas. Subí algunos pisos, aunque todos eran iguales. Por el reflejo de una computadora de cristal pude ver a uno de los científicos rápidamente colocándose la bata larga. Chips en los brazos, conectares entre ellos como venas verdes. Cyberpunks. Lo seguí hasta una salida de emergencia, pistola preparada.
- ¿Le puedo ayudar en algo?- Una científica salió de la misma puerta por la que había entrado el cyberpunk. Puso su mano en mi pistola, indicando que la guardara.- No aquí, podríamos volar en un millón de pedazos. Soy Sarah Mills.
- Ese sujeto...
- Cyberpunks, sí, lo sé. Cuando escucharon la noticia muchos de los empleados se levantaron y se fueron, eso me puso sospechosa. A este le conozco de lejos, es nuevo, siempre me pareció sospechoso. ¿Tiene refuerzos? Todos estarían en el mismo estacionamiento.
- ¿Chico, me escuchas?- Hablé por la concha de mar. Las antenitas tenían mala recepción, pero me escuchó lo suficientemente bien.
- Garaje 12, el de servicio, el único que no estaría patrullado.- Dijo ella.
- Garaje 12, envía refuerzos. Hay infiltrados, y no de nuestra clase.
- Vamos para allá.
- Indique el camino, doctora Mills.- La seguí por los pasillos de planchas de acero que aplastaban los potentes cables que nutrían Neopolis. Desenfundé el arma, no sabía si podía confiar en ella.- ¿Desde cuándo lo sabe?
- Desde hoy, lo juro. Soltaron los rumores cuando nos llamaron. Hay dos mil empleados en Nucleus. De repente se va una docena al mismo tiempo...
- ¿Qué no tienen inspecciones de rutina?
- ¿Bromea? Nucleus está al borde del colapso financiero, hemos estado despidiendo gente a diestra y siniestra. No se preocupe, no habrá apocalipsis nuclear, ni apagones.
- No, ahora ya no.- Subimos a un ascensor que nos empujó a toda velocidad y después ascendió por docenas de pisos hasta el garaje.
- ¿Cómo piensa hacerlo? No parecerán Cyberpunks, le vi los chips ayer, antes era más precavido, no le di importancia. Es una moda, mi hija tiene una nariz biónica, quiere ser doctora.
- Cerraremos el garaje, procesaremos a todos. Usted quédese lejos. La procesaremos también, es protocolo.
- Adelante, no tengo nada que esconder.

            El elevador se detuvo en una zona de carga. Pesados camiones de batería de litio y carbono iban y venían, flotando sobe cientos de metros de altura. Una flecha indicaba el garaje 12 tras una pesada puerta de metal. Me asomé por la ventana, el acceso de acero estaba cerrado. Había más de treinta personas quejándose y llamando a sus supervisores. La caballería no tardó en llegar. Chico y una docena de policías entraron por el otro acceso. Abrí la puerta y sentí el culatazo en la nuca que me mandó al suelo. El cyberpunk en bata de laboratorio mató a Sara Mills de un disparo, Chico disparó desde encima de un auto y lo mató. La balacera estalló mientras frenéticamente me hacía de mi arma y me dejaba caer por los escalones hasta refugiarme en las escaleras. Los infiltrados tomaron rehenes. Tratamos de evitarlo, pero algunas cosas no pueden evitarse. Los refuerzos querían sangre. Tiros de precisión, los que no murieron intentaron huir a tiros y fueron abatidos.
- ¡Quiero a cien soldados por oficina, quiero al maldito alcalde aquí mismo y quiero que registren cada byte de información!
- Oye, Abruzzo, calma.
- Qué calma ni qué calma.- El golpe no me había hecho sangrar, pero veía rojo. Veía apagones. Veía mi tatuaje en el brazo. Aquella caja negra donde cualquier cosa podía pasar y donde todo pasaba.- Fue un golpe de suerte, de no ser por Clara Fanucci los orientales tomarían Neopolis.
- Pues ya no va a pasar.- Dijo el capitán DiGiorgio, saliendo de entre los uniformados. Estaba acompañado de un batallón de militares.- Odio decirlo, pero Abruzzo tiene toda la razón. Tendremos a este complejo bajo vigilancia día y noche, que sus CEO’s se vuelvan loco todo lo que quieran. Me importa poco que bajen aún más sus acciones, no tendremos otro apagón.
- ¿Necesitas ayuda médica?- Clara Fanucci revisó mi cabeza. Pasó sus dedos por mi cabello y me besó en la coronilla cuando nadie estaba viendo.- Eso estuvo jodidamente cerca.
- Sarah Mills, maldita sea, no tenía que hacerlo y lo hizo.
- Esa Sarah Mills detuvo algo grande Vinnie. Mejor ve a casa, estás muy tenso.- La escondí detrás de un auto estacionado y la besé con fuerzas.
- Si no te dan una recomendación por esto, te la haré yo mismo aunque tenga que hackear la computadora del alcalde.- Nos levantamos de nuevo. Todos aplaudieron a Fanucci y DiGiorgio prácticamente me escoltó hasta mi auto patrulla.

            Sarah Mills, una completa extraña. Dejó la mitad de la cara contra el muro de concreto del estacionamiento. Vaya manera de terminar el día laboral. Si el cyberpunk hubiera tenido más cerebro que chips me habría matado a mí primero. Manejé despacio, siguiendo las boyas flotantes, sin usar la sirena. Tenía que serenarme, tenía que calmarme antes de llegar a casa. No quería que mi Kit-Kat me viera como estaba, tembloroso y rojo de furia. Busqué entre mis cigarros, me fumé el último. Estacioné en el garaje de mi departamento, respiré profundo y me hice de coraje para olvidar la cara de Sarah Mills, muerta de miedo y a punto de morir.
- Hijo de perra.- El plato se estrelló a mi lado.- ¿No podías hablarlo conmigo?
- ¿Sobre tú y ese abogado de pacotilla?, ¿un abogado? Dios mío, pensé que tenías estándares.
- ¿Mejor que tú y esa Fanucci?
- Oye, eso ya no existe.
- No pudiste preguntar, no pudiste hablar conmigo, ¿pero puedes arruinar su carrera y brutalizarlo?
- Lo quería lejos de ti.
- Eres un idiota. No puedo creer que me haya casado contigo por admirarte. ¿Qué te pasó? Primero las apuestas, luego Fanucci, luego la violencia... Te he visto descender al infierno y es obvio que no quieres salir de ahí. Pero yo quiero más, ¿me escuchaste? Mi hijo merece más.
- Kit-Kat, podemos hablarlo.- Otro plato y ésta vez iba acompañado de un florero. Se lanzó a los golpes, dejé que me diera un par de bofetadas. Tenía razón, no podía quejarme. No me dolían los golpes, me dolía que ella tuviera razón. Que yo fuera tan idiota. El buen Vinnie, siempre pensando con la entrepierna primero.
- Quiero el divorcio, habla eso con mi abogado.
- No, Kit-Kat.
- ¡No me llames así! Perdiste ese privilegio. ¿Ni siquiera eras lo suficientemente macho para preguntarme sobre mi vida? Nunca te importó, sólo tu maldita placa y tus malditos recuerdos.
- No todos eran malos, no los tuyos.
- Por cierto, un tal Murphy habló para recordarte de tu deuda. Quédate con esto, salda tus deudas, no me importa porque ésta noche me mudo con Omar.
- No, Catherine, por favor, puedo...
- ¿Puedes qué? Hay cosas que no se resuelven a tiros, pero tú no sabrías eso, como tampoco supiste nunca cómo captar señales.
- ¿Y tú no podías hablar conmigo? No te juegues a la inocente. ¿Quieres la verdad? La verdad que tanto me echas en cara. Sí, me tiro a Clara Fanucci, no, no la amo. No amo a nadie más que a ti. Sí, me quise fastidiar a Omar porque lo vi contigo en esa plaza comercial y los dos se veían tan... Tan como tú y yo nos veíamos cuando empezábamos. Quería eso de nuevo.
- Ya es tarde Vinnie, fue tarde hace mucho. Vives en tu mundo, traté y traté... ¿No te metí en rehabilitación? Apostabas a mis espaldas y me hacías promesas. Lo dejé pasar pero todos tenemos un límite y cruzaste el mío.
- ¿Y ese es tan siquiera mi hijo?
- Descarado.- La bofeteada me volteó la cara y antes de irse me escupió.

            Me quedé ahí, a solas. El departamento se sintió más grande, incómodamente más grande y mucho más vacío. Con el rostro de Sarah Mills aún fresco en mi mente me abrí una cerveza y me senté en el cuarto del bebé. Apreté el botón. El empapelado se movía, los veleros iban y venían. Me pregunté si Omar West compraría uno mejor y me eché a llorar. Pensé en llamar a Clara, pero sabía que estaría ocupada. Manejé sin rumbo por Neopolis. Sirena y pedal al fondo. Deambulé entre los espectaculares de holograma, cruzándolos sólo para ver como se congelaban en su sitio antes de seguir con el comercial. Bajé hasta el smog, casi choco contra el pavimento y mis propulsores chamuscaron el techo un auto estacionado. Estaba demasiado ebrio. Busqué el primer lugar que se me hizo conocido. El departamento de Ackerman. Estacioné en su porche flotante, tirando las sillas y empujando la mesa. El estrépito le hizo salir armado. Me caí del auto, la cerveza giró sobre el pasto falso y cayó al vacío. Me levanté como pude, el teniente me ayudó hasta su cocina y me sirvió un café caliente para bajarme lo borracho.
- Esos malditos Mark, esos cyberpunks y sus vidas virtuales.- Ackerman puso la mano en la mesa. Vieja táctica policial para pedir silencio. Su hija apareció. Era una rubia guapa que vestía un vesido de cuero de color naranja y cargaba con una pesada mochila repleta de papeles y una computadora industrial digital.
- Nena, recuerdas a mi amigo Vinnie.
- Hola oficial.
- ¿Cómo va todo en la universidad?- Regina lanzó la carcajada.
- Eso fue hace dos años oficial Abruzzo. Trabajo en Cobalt, es buen empleo la verdad.
- Tiene su oficina.- Dijo Ackerman, con orgullo parental.- Nada de cubículos para mi princes.a
- Es aburrido realmente, nada de perseguir a los malvados y castigar a los culpables. La empresa es sólida, más que nada son compras y ventas de compañías. Nada excitante. Oí la conmoción en la radio. ¿Cómo estuvo?
- Sin problemas.- Dijo su padre. Asentí, no valía la pena mencionar a Sarah Mills. Ella se retiró a su cuarto y Mark Ackerman me sirvió otro café.- Todos dicen que estás paranoide por los apagones. Yo también, ¿y quién no? Vaya bala que esquivamos. Era poco probable, seguro saldrán los de derechos civiles a defender a los punks como contracultura y llamarnos a nosotros fascistas.
- ¿No es más fascista el pervertido que le voló la cara a Sarah Mills? Pobre mujer, todo lo que quería hacer era ayudar.- Reprimí el llanto y Ackerman sonrió.
- No estás aquí por eso, ni por los cyberpunks. ¿Catherine finalmente te dejó?
- Eres mejor leyendo señales que yo.
- ¿Qué esperabas? Nunca estabas en casa.
- Pues que se compre un perro... Un jodido abogado de derechos civiles.- Ackerman reprimió una sonrisa. Yo me reí un poco, había cierta ironía en el asunto. Me puse de pie, caminé a la puerta de su porche. La lluvia llegaba hasta mis pies.- Desearía que la lluvia no mojara y desearía no amar a mi mujer.
- Y yo desearía que dejaras de apostar. Sí, sé de eso. Regis Murphy, madre de Dios Abruzzo, ¿qué estabas pensando?
- ¿En qué crees? En la acción, ganas un poco, luego tienes que ganar más, pero pierdes y luego juegas para pagar lo que debes y antes que te des cuenta debes tanto que tienes a Regis el gangster Murphy encima por cuarto de millón, más intereses. Dejaría de apostar, por ella lo haría. Por Kit-Kat, por Clara y por la pobre de Sarah Mills que nunca conocí.
- Eso dijiste hace años, ahora Regis Murphy te tiene por un buen dinero.- Ackerman se masajeó las sienes, me acompañó al porche. Mi auto hizo trizas a su colección de gnomos de jardín. La tormenta arreciaba, ahora me mojaba hasta las rodillas.- Pero has hecho cosas buenas Vincenzo, enfócate en eso, en la justicia.
- ¿Cuál? Los pescamos, les dejan salir por falta de evidencias, porque están magullados, porque sonrieron bonito a los jurados o porque no había maldito ADN en el arma homicida. No, retribución es lo que hacemos Mark.
- Yo conozco de alguien que necesita retribución. Soy la última persona en el mundo que te diría esto, pero somos amigos de muchos años. Hablo de un desvergonzado, no me topes por otro poli corrupto más.
- No, hay líneas que no quiero cruzar.
- No hablo de eso, hablo de retribución. El hijo de perra tiene un salón de opio, drogas sintéticas, software para los más chicos. Hablo de niños de diez años que se quedan como hipnotizados con sus visores y sus chips biónicos. Se hacen adictos como otros al crack, le roban a su padres, brincan a la cocaína y años después les arrestamos por violar mujeres o asaltar ancianas. Tiene un bar, me enteré por nuestra unidad de infiltrados. Su nombre es Gus Vander. Todo lindo y bonito por fuera, todo legal, pero debe manejar cientos de miles de créditos en una noche cómo ésta. El bar es el Esturión, seguro lo conoces.
- Sí, zona gris, ni muy legal ni muy ilegal. ¿Lanzarán la red?
- No, aún no. Retribución Vinnie, y paga esa deuda. Toda, que no te coman intereses. Te ofrecería dinero, pero eres un orgulloso que seguro se ofendería.
- Sí, en eso tienes razón.
- Sobra decir que no lleves placa.
- Sí, sobra.

            Los nervios me bajan la borrachera. Hago reversa, termino de destrozar su porche. Manejo al bar de Gus Vander, no puedo usar sirena y escondo mi placa. Me quedo con el arma, no sé qué haré, pero sé que cuando lo haga podría necesitarla. Estaciono en una inter-calle, piso 40. La tormenta arrecia, me cala hasta los huesos. Trae cenizas, quizás de la devastación más allá de la muralla, quizás de sueños rotos y malas decisiones. El bar cyberpunk está a reventar. Un zoológico de chicas en tops de plástico transparente, chaquetas de cuero con picos por todas partes, los collares de perro con picos también. Visores encima de visores, como si vieran tres redes sociales a la vez, muchas veces olvidando cuál es la verdadera. No les culpo, yo hice lo mismo. Gus Vander está al fondo, entretenido con tres chicas punks con shorts tan cortos que sus tangas les cubren más. Pienso en mi hijo, el mundo en el que tendrá que crecer. Si es que llega a ser mi hijo, en manos de alguien que no es su padre.

            Eso me activa, eso levanta del asiento y da toda la decisión que necesito. Cruzo por cortinas hechas de láser, camino entre hologramas de bailarinas exóticas. La puerta de la esquina izquierda, vigilada por un gorila bien armado debe ser el fumadero de opio virtual. Gus deja a las chicas, va hacia la puerta. Mi cerebro se desconecta, mi entrepierna hace todos los cálculos. Le clavo la pistola al cuello al gorila, entramos juntos y lo desmayo. Lo coloco debajo de una de las docenas de camas de rodillos donde los chavales gozan sus drogas, arropados por haces de láser verdes que suben y bajan. Gus se encierra en su oficina, los demás de seguridad están dando de vueltas. Los tomo de uno en uno. Los desmayo, los escondo. Los adictos no se dan cuenta de nada. Abro la puerta de la oficina e interrumpo a Gus y a su novia.
- Tú, ponte ropa. Tú, aleja esa mano del rifle o pierdes el brazo.- Mi Eagle en versión silenciosa. Un silbido que le pasa a centímetros y revienta una lámpara que lanza luces de colores. La chica se tira al suelo, ha pasado por eso antes. Gus, un sujeto de barba de candado y semi-desnudo alza las manos.
- Sabes que no puedes robarme. Tengo amigos.
- No ahora.- Lo azoto contra la mesa, quito el rifle, acerco su unidad de lector de tarjetas.
- Las voy a cancelar, esos créditos los voy a cancelar, conozco gente en los bancos.
- No vivirás lo suficiente.- Le susurro al oído y capta la situación.

            Pone su mano en la pantalla digital de su computadora para encenderla. 129 mil dólares en un par de minutos. La transferencia es limpia, segura. Directo a mi cuenta para pagar prestamistas. Trata de defenderse, pero consigo una silla que lo empuja hasta la ventana. Rompe el cristal y mira hacia abajo. Le tomo del cuello y deja que vea la lluvia que cae sobre nosotros y el smog.
- ¿Quieres saber qué sabe el asfalto Gus?
- No, por Dios, no lo hagas, no lo cancelarás.
- Como si pudieras...
- Mis amigos te matarán, cuando se enteren de quién eres.

            Lo desmayo como a sus guardias y salgo del lugar junto con la novia, quien se viste en el camino. Salgo del fumadero de opio, no sin antes dispararle a la computadora central. No más sueños. Las cálidas sábanas de haces de luz se apagan y todos despiertan. Mi suerte gira fuera de control. Las puertas del local se abren de golpe y una pandilla de cyberpunks entran con rifles más grandes que sus torsos. Todos al suelo. Mala noche para robar un bar. Juego su juego, nada de hacerme al héroe. Los cyberpunks no van al fumadero de opio digital, están más interesados en la concurrencia. Seleccionan a varios. Cañón contra mi cabeza. Levanto mi rostro, una cara con gogles que emiten hologramas parece leerme el rostro. Me empuja de regreso al suelo. Los que quedaron de pie se miran a los ojos. No necesitan saberlo. Las enormes armas disparan a toda potencia, sus cuerpos quedan hechos trizas contra las paredes. Los cyberpunks celebran, cervezas para todos. Es entonces cuando me doy cuenta de algo que dejé pasar por alto cuando dejé que el señor miembro hiciera todo por mí. El lugar tenía infiltrados, al menos tres policías. El color de la semana era verde, uno llevaba una gorra, otros unos mecates o anillos. Los cyberpunks sabían quiénes eran. Paranoia justificada. Disparan al techo. Aprovecho la estampida antes que empiecen a robarnos a todos.

            Corro a mi auto como el cobarde que soy. Diez de ellos contra mi Eagle, mil a uno. Pero no lo vi venir, pero debí haberlo hecho. Es Sarah Mills otra vez. Dos veces en un día. Mi noche aún no termina cuando veo que mi auto tiene compañía. Matones en trajes de tres piezas. Me indican que le siga. Nada de amenazas, saben que capto el mensaje. Murphy quiere verme. Ahora. Sigo los autos que toman las autopistas hacia arriba, directo al sector Delta. Lo mejor de lo mejor. Las torres tienen columnas de luz con gigantescos reflectores que pueden verse a kilómetros. Tanta luz hace que el cielo se vea morado, y cuando llueve se ve de rojo. Garaje V.I.P. nos encuentra cerca de la torre más alta. Una nave con dos pisos para autos. Estacionamos, esperamos que el garaje flote hasta el restaurante y los matones me hacen entrar. El lugar está vacío, pero tiene a los suficientes. Regis Murphy al centro, cenando tranquilo. Matones a sus lados y en las esquinas del restaurante. Me harán cenizas si estornudo demasiado rápido. Trato de convencer a mi entrepierna que deje que mi cerebro haga todo. No funciona del todo.
- Alfred Primrose.- Señalo al matón a su izquierda que mira a su patrón comer almejas y no suelta su arma. Me muestra su collar de perro con picos, sus guantes también tienen picos.
- Es Bit-bit ahora.
- Regis, no sé si has bajado o subido de categoría. Lindo lugar por cierto. Lindo verlo sin plástico, ni papel periódico para matarme.- Regis sonríe y pedazos de comida se caen de sus labios.
- Dinero.- Le saco mi identificación, dejo que su hacker verifique todo. Poco más de 200 mil dólares en total. Adiós ahorros. El hacker es un cyberpunk de peinado mohicano y un visor luminiscente, casi como una lámpara.
- Hans Elder, te arresté hace unos años.- Me suelta una bofetada que me hace sonreír.- Mi mujer pega más fuerte que eso.
- Es Interface ahora.
- Ya sé, ya sé, la vida es un virus de computadora y la conciencia su fiebre. ¿Qué es esto Regis?
- ¿Qué quieres que te diga? Son muchos y son baratos. Todos tenemos acreedores Abruzzo, tú tienes suerte, me tienes a mí, siempre dispuesto al diálogo. Yo tengo acreedores corporativos. Siempre que el dinero fluya todo estará bien. Tú y yo, ¿estaremos bien?
- Eso es más de los intereses que te debo Murphy, así que sí, estaremos bien. Tú sí al menos. Yo no. Tú tienes este edificio, una monada.
- Soy prácticamente dueño de este sector.
- Linda manera de lavar dinero, construcciones.
- Los viejos trucos son los mejores trucos.- Me ofreció un cigarro y acepté.
- No te daré mi placa, prefiero morir, ¿y entonces quién te pagará?
- Mírate nada más, señor importante.
- Tus amiguitos cyberpunks pueden olvidarse de Nucleus.- No levanté ninguna ceja. Valía la pena intentarlo.- No me llevo bien con ellos.
- Calma, te prefiero vivo y dónde estás. En cuanto a lo otro... Ya tranquilizaste a Mathis, eso me tranquiliza  a mí. Estaremos bien. Puedes irte. Y no olvides, a final de mes. No hagas que mis muchachos vayan por ti, la energía no es gratis.
- Vaya Regis, lo hace sonar como una cita.- El hacker Hans Elder, ahora renombrado Interface me devuelve la tarjeta y me pongo de pie.

            Regreso al auto. Regreso a la incertidumbre. Me alejo del sector Delta, no es mi estilo. Demasiado limpio, demasiado simple. No sé si quiero pasar lo que queda la noche por mi cuenta o si quiero a Clara. Quiero a Kit-Kat, pero hay cosas que no sucederán. Chico Rodríguez me saca de dudas. Tenemos uno jugoso. Angelique Saint fue brutalmente atacada. Lo dice como si significara algo. Recuerdo los periódicos y me quedo helado. Sí es jugoso, es la hija de Fred Saint, CEO de Cobalt International. Prácticamente el dueño de la persona que podría financiar lo que queda de la policía antes del gran colapso. En otros días me convencería que soy paranoide, no hoy.

            Chico me explica todo en el camino. Sirena a todo volumen. Placa en el pecho. Angelique Saint había caminado al garaje de la ópera terminando la función cuando una pandilla de cyberpunks la tomaron por sorpresa. Fue hospitalizada, pero ella insistió en regresar a su mansión donde tenía mejores doctores. La chica estaba embarazada, los cyberpunks habían matado al bebé a golpes. Aprieto más el acelerador, cruzando entre las líneas de avenidas hacia la mansión que descansa sobre la gigantesca torre Cobalt. En sus últimos cincuenta pisos tiene la forma de un Atlas, iluminado por haces de colores que cargan un globo terráqueo. La mansión está en el globo terráqueo. Los patrulleros instalaron los puentes y las plataformas para ampliar el espacio de estacionamiento. Chico Rodríguez hace las introducciones.
- Detective Vicenzo Abruzzo, él es Fred Saint, CEO de Cobalt.- El hombre camina en círculos mordiéndose los nudillos. Es un hombre corpulento, de barba bien recortada y ojos llorosos. Eventualmente me da la mano sin mirarme a los ojos.
- A mí hija, mi única hija, ¿es que no hay orden en Neopolis?
- Los agarraremos, señor Saint.
- Claro que lo harán. Les daré un millón de créditos a quien agarre a todos. Ya lo aclaré con los abogados y los del sindicato de policías.- Los ojos casi se me ponen en blanco. Saldaría cuentas, ajustaría cuentas. Retribución a la máxima potencia.- ¿Y dónde diablos estaban ustedes cuando pasó?
- Evitando que Nucleus se viniera a pedazos y causara otro apagón. No podemos estar en otras partes.- Rodríguez me codea, aunque ya es tarde. No es lo que Fred Saint quería escuchar, pero es la verdad.
- Mi nieta, Dios mío, mi nieta.- DiGiorgio salió de la cocina con una taza de café para el señor Saint y me miró como si fuera escoria.
- El escuadrón de élite se encargara de esto detectives, gracias por venir.
- ¡No!- Ladró Saint, tirando el café por toda su alfombra.- Nada de mimados policías cultos. Quiero a Abruzzo, he leído sobre él.
- Pero señor Saint...
- ¿Es cierto?- Me agarra de los brazos y se aferra como si así pudiera cambiar el pasado. Si fuera tan fácil habría apretado a Kit-Kat hasta romperle los huesos. Migraña, resaca, cansancio, corazón roto, la imagen del embarazo interrumpido mezclado cruelmente con el de Omar West arropando a mi hijo. Le miro con angustia. No sé qué decirle.- ¿Es cierto que a usted no se le asignan casos Abruzzo, sino que más bien se le suelta la correa?
- Sí.
- Pero señor Saint, el detective no está capacitado.
- Los encontraré, vivos o muertos. Por usted, por su hija, por su bebé, por la ley y el orden.- El capitán me mira con odio, pero no queda mucho qué decir.- Por ahora, ¿puedo ver a su hija?
- Está en su habitación, arriba.

            Los doctores bajan de las escaleras de ébano y pasamanos de oro. Yo subo con la espalda arqueada y un pésimo humor. La habitación es más grande que mi departamento. Angelique Saint, acostada en su enorme cama mira al techo en una expresión hueca. Las enfermeras nos dejan a solas. Arrastro una silla hasta su lado y le tomo de la mano. Angelique es una mujer rubia y hermosa, de rasgos perfectos y ojos azules. Me mira sin saber qué decir  mientras me acomodo los tirantes. Apesto a alcohol, cigarros y café, ella huele a Chanel.
- ¿Tiene que hacerlo?
- Lo siento, pero sí.- Ella se acaricia el vientre, ahora vacío y suelta una lágrima.
- Reconocí a varios antes de desmayarme. ¿Es cierto que hay recompensa?
- Sí, pero no lo hago por eso.
- ¿No?
- Extrañamente no. Mi esposa está embarazada, me está divorciando por un... Eso no importa. Ese niño es el centro de  mi universo, estoy perdido sin ellos. Sin él.
- No le creo, mi papá lo sobornó. Escuché que ofrecía un millón. ¿Lo aceptaría?
- No todos vivimos en mansiones. Cobalt la tiene viviendo en el centro del mundo, literalmente.
- Cobalt... Lo único en que mi padre piensa desde que murió mi mamá. No creo que pensara mucho en mí, tan absorto en su trabajo.
- Tenemos eso común.
- Menos últimamente, se ha hecho de un frenesí de compras. Así lo llama. Apuesto que cuando usted hace frenesí de compras se hace de playeras, camisas, pantalones, libros o muebles.
- Algo así.
- Él se hace Rayvac, Gamalon, Trebuchet, Farnar, Yokel-1. Es un pino. Engorda, recorta al personal, paga a sus acreedores, se estabiliza y lo hace de nuevo. Así crecen los pinos.
- ¿Qué compra usted, cuando está en frenesí?
- Nada, tengo asistentes para eso. Yo dono dinero a beneficencia. ¿No es irónico? Medio millón para las casas sin hogar de los cyberpunks. Mi papá dijo que estaba loco. Sólo son chicos, perdidos y sin lugar en el mundo que se sienten más cómodos en su internet, modificando sus cuerpos para adaptarse a un mundo que ya de por sí es inhóspito. Ahora me pasa esto...
- No es su culpa.
- Lo sé.
- No, sólo lo está diciendo.- Acaricio su vientre vacío y le sonrió con tristeza.- En serio, no es su culpa. Fueron ellos, pero tendrán su merecido.
- No me importa, ya los perdoné.
- Es la morfina hablando.
- No, es en serio.- Me toma de la mano, la acaricia y me mira a los ojos.- No quiero vivir con fantasmas en la mente, viejos rencores y mal de amores.
- ¿Quién es usted para hacer semejante cosa?- Le quito la mano. Sigo algo borracho así que me tropiezo contra la silla y la empujo de una patada.
- Los perdono.
- No, no, no... ¿Quién se cree que es para perdonarlos? Mataron a su bebé y casi la matan a usted. Mírese en un espejo, le fracturaron una mejilla y tuvo suerte de no morir desangrada. ¿Quién es usted para dejar todas esas cosas atrás como si nada?
- Trato de ser una buena persona, siempre lo he tratado, a la sombra de un gigante corporativo... Irónico.
- No, ¿qué le da derecho a ser buena persona? Yo daré con ellos, si no por usted al menos por mí. No podré dormir si no los encuentro. Por usted, por Kit-Kat, por Clara y por Sarah Mills que dio su vida por mí a manos de un cyberpunk enloquecido.
- ¿Quiénes son esas personas?
- Fantasmas que vale la pena recordar. Dígame de ellos.
- Estoy cansada.
- Lo sé, pero haga el intento.- La morfina sigue haciendo efecto, sus párpados ahora le pesan más. Le tengo de la mano, me agacho a su lado y le insisto.
- Tres con bats de baseball. Había uno que no dejaba de reír, tenía maquillaje a la mitad de la cara. Era calvo y tenía chips que le ascendían desde la frente con horribles venas ennegrecidas por la inserción biónica. Y todo en lo que podía pensar era, ¿por qué se lastimaría así una persona?

            Ella se queda dormida y la dejo con los doctores. Saint sigue histérico, imposible de contener. La descripción ya es algo. El capitán DiGiorgio instaló su computadora en la sala. La máquina de escribir con la hoja de tableta holográfica. Un par de clics a los pesados botones y algunos toques en la interface damos con posibles sospechosos. Una de las caras me parecen conocidas. Órdenes de busca y captura para todos. Me quedo con uno de ellos, le ubico en la pescadería, aunque vagamente. Tengo que llegar primero, necesito el dinero desesperadamente. El feo resulta ser mujer, Marlene Otley  alias Holocrash.

            Duermo en la cocina del departamento. Tengo los cojones para golpear a Omar West, pero no para dormir en mi fría cama de matrimonio. A primera hora me reporto con la unidad de infiltrados. Están de luto. Han estado cayendo como moscas. Me dejan ver sus grabaciones en la zona de la pescadería japonesa. Bing. Marlene Otley y su calva con línea de chips. Chamarra de cuero con cadenas y picos. Dejó a Chico Rodríguez atrás, esto lo tengo que hacer a solas. Le dpy vueltas al distrito, salgo de las avenidas aéreas, conduzco por las inter-calles. La veo entre el gentío, comprando baratijas japonesas. La sigo de cerca pero me capta a la primera.

            La cyberpunk se convierte en gacela. La persigo entre la gente mientras ella dispara al aire y revienta cristales para asustar a la gente. Las cloacas de la callejuela sueltan vapor y los ventiladores industriales bajo el enrejado del piso han dejado de funcionar. Aún así, escucho sus botas militares en la lejanía. Salto por encima de un enrejado, pateo a un perro que trata de atacarme. La chica entra al mercado de electrónicos. Entre las tiendas se da vuelta y dispara. Un sujeto recibe un rozón en el brazo que lo manda volando. Me tiro al suelo y disparo contra las tiendas para mantenerla en su lugar. Me muevo prácticamente a rastras, la veo entrar a un edificio y reviento el seguro a disparos. Holocrash toma un rehén. La mujer grita, deja caer su bolsa de comida frente a los ascensores. Son cuatro de ellos. Los cuatro bajan hasta el nivel del suelo. Piso por segundo. No tengo mucho tiempo. Tic-toc.
- La rata siempre sabe cuando está con comadrejas. ¿Vas a dispararme, poli?
- No, te necesito viva, pero no necesariamente sana.- Tercer piso, segundo piso. Cajas repletas de gente. Elevadores perfectos para escapar y nunca más volver al mercado.
- La conciencia es la fiebre de una enfermedad, ¿quieres que la cure?
- Lo siento señora, pero el deber llama. No dolerá.

            Es una mentira y ella lo siente en cuanto le doy directo al muslo. No daño nada, pero la rehén cae al suelo. Holocrash me apunta, pero  es tarde. Disparo contra el extinguidor y el estallido rebota contra las paredes, lanzándola contra el ascensor que abre sus puertas y expulsa a docenas de civiles que la pisotean. La arrastro unos metros, empujando a la gente. La presento a la estación. Chico está que saca humo. La lanzo a la sala de interrogatorios. Tiene algunos moretones, pero sobrevivirá. Le doy un par de bofetadas y de un zape le aplasto los chips. Eso sí que le duele.
- ¿Quiénes eran tus amigos? Anoche, saliendo de la ópera, Angelique Saint. Sabes de qué hablo.
- Vete al diablo, cerdo fascista.
- ¿Qué me vaya al diablo? Cámaras nena, cámaras. Tú, y tú horrible pintura, metros de donde ocurrió el ataque, pero no tengo  a los otros.- Se traga la mentira. Me escupe en la cara. Me han escupido peor.- ¿Crees que ellos no te venderán?
- No, porque nunca los encontrarás poli. No diré nada. Yo lo hice, pero no diré nada. ¿Y qué si lo hice sola? Mándame a prisión fascista, no diré nada.
- Pequeña hija de perra, mataste a su bebé.
- ¡Abruzzo!- DiGiorgio abre la puerta y me saca de un jalón. Saint está ahí. Me guiña el ojo, me deja saber que ha depositado parte del dinero. Chico me delató, fue directo al capitán. Ackerman nos espera en su oficina, ésta vez no parece tan agradable.
- ¿Sabes qué es esto? Una docena de demandas civiles. Y tengo al fiscal gritándome al oído.- Ackerman definitivamente no está feliz.- Dice que de no ser por... bueno, porque se trata del señor Saint y su hija, esa chica, Holocrash o como sea su nombre, saldría libre.
- Le disparaste a una civil que quiere presentar cargos criminales.
- Esa loca iba a despedazar su cráneo como un melón. Ya lo hicieron con Sarah Mills.
- ¿Quién?
- La mujer que salvó muchas vidas y de quien no leerá en el periódico capitán, ella. Le salvé la vida, tuve que tomar una decisión de último momento. Los ascensores estaban por abrirse.
- ¿Al menos le leíste sus derechos?
- Le dije que tenía derecho a vivir o morir.
- Actuaste sin el consentimiento de tu teniente, sin involucrar a tu compañero, civiles salieron lastimados, lo hiciste por el dinero, le negaste sus derechos civiles, la interrogaste sin preguntarle si quería un abogado...- DiGiorgio tuvo que tomar aire, la lista era larga.- Actuaste como un vaquero de película, disparaste sin advertencia sobre vitrinas comerciales, te negaste a pedir refuerzos y tú y yo sabemos que sabías que era Oatley desde que la viste ayer en mi computadora.
- Usted disculpe capitán, si quiere puedo ir a soltarla. Esperar que mate más bebés.
- Estás despedido.
- No tiene buena cara de póker. Ya sabe lo que dirá Saint. Él quiso me quitaran la correa, no que me dieran el caso. Eso hice y conseguí resultados. Además, trate de despedirme sin primero hablar con el sindicato y pasar meses de embarazoso papeleo.
- Estás en suspensión indefinida genio, y sin paga, de aquí hasta el día del Apocalipsis. Pon tu arma y placa en el escritorio.- Le tiré la pistola a Ackerman y le mostré mi placa al capitán DiGiorgio. Una estrella reluciente con mi apellido y número de identificación. Se la puse en las manos y me acerqué lo suficiente para que oliera mi aliento.
- Cuidado DiGiorgio, es un supositorio de cinco puntas.

            Mi cerebro estaba en huelga definitiva. Manejé a gritos y golpeando el volante hasta mi departamento. La peor semana de mi vida. Clara Fanucci llamó un millón de veces, pero no le contesté. Me escribió textos que leí en el visor de la policía. Le darían una mención honorífica por detener la conspiración oriental en Nucleus. Nada de Sarah Mills, al diablo con ella. Revisé mis mensajes, nada de Kit-Kat. No esperaba menos. Días de interminable cerveza y mala comida japonesa en el horizonte. Deposité el dinero de Saint en la cuenta de Regis Murphy, no quería poner ansioso al mafioso. Se enteraría de mi suspensión sin paga, pero esos miles de créditos me dejarían respirar, por ahora. Lo hice en la computadora del auto y por un tiempo pensé en no salir del garaje. No lo habría hecho, de no ser por los golpes en la puerta principal. Corrí para abrir. Esperaba a Catherine. Un beso, una bofetada, me daba igual. Sólo quería verla de nuevo.
- ¿Detective Abruzzo?- Eran David y Mary Guiness. Tardé en reconocerles. Les dejé pasar, les ofrecí algo de beber, pero no tenían ganas. Se sentaron en la mesa, agarrados de la mano. Nudillos blancos de tensión.- Papá murió ésta mañana.
- Lamento escucharlo.- Me abrí una cerveza. No era mediodía aún, pero no es como si tuviera mejores cosas que hacer con mi vida.- Ladran al árbol equivocado, estoy en suspensión.
- Pero es policía, ¿no es cierto?, ¿han tenido avances?
- Les seré franco, si quieren avances, vayan a la policía, estoy en suspensión. Es decir, sí, soy policía, pero oficialmente, como dije, estoy en suspensión.
- Supongo que papá no es tan importante como Angelique Saint...- Dijo David, amargamente.
- Más o menos.
- Le pagaremos como detective privado.
- Uno está muerto, Ian Miller, alias Delta 33. El genio trató de atracar una armería. Olvídense de él. En cuanto a los otros dos, qué sé yo... Supongo que podría darle un vistazo.- Las miradas cambiaron, los nudillos dejaron de estar blancos.
- No es mucho dinero, pero es algo.- Mary Guiness sacó su tablet holográfica, me depositó mil créditos que eventualmente irían al gangster.- Mil al día, ¿eso es poco?
- No, déjelo. Mil, nada más. No quiero explotarles cada centavo, algo de civilidad me queda... Aunque parezca difícil de creer en estos momentos. Me daré la vuelta a la morgue, a ver qué sacó. No se hagan muchas esperanzas.

            La sección de forense se encontraba en los primeros pisos del edificio central de la policía. No cabían los cuerpos, no había suficiente gente y siempre tardaban siglos en evaluar los cuerpos. Tenía mi placa de emergencia. La había declarado robada hacía unos años, algo embarazoso para un detective, pero sabía que tarde o temprano me serviría para algo. La forense, una negra gorda y de mal genio me llevó entre las frías mesas de metal con cuerpos tapados con plástico.
- Tenemos algo nuevo en el caso Saint.
- Pero ella no quiere presentar cargos, pensé que...
- El feto detective, no lo olvide. Homicidio, así que no está en sus manos. Si ese hijo de perra quiere darnos dinero para mejores laboratorios es mejor que lo hagamos bien.- No iba para eso, pero no se lo dije. Le dejé que me llevara hasta su escritorio y me mostrara las radiografías que no significaban nada para mí.- La golpearon con bats de baseball y con algo más. Objeto contundente, rastros de una aleación de acero.
- Martillo.
- No, a menos que los martillos tengan formas de nudillos. Alguien tiene una mano biónica y está de muy mal humor. Hablando de malos humores, tengo una espalda que me está matando...- Accedí a mi cuenta personal, tuve que soltarle los mil pesos que acababa de ganar.- Vaya, mi espalda se siente mejor.
- Hay otro caso, Rupert Guiness, murió ésta mañana.
- Lástima, venga la semana próxima, no es prioridad.
- Lo es, por mil créditos.
- Está bien, está bien.

            Cualquier cosa que significara levantar su gordo trasero le molestaba. Abrió uno de los refrigeradores, urnas extensas donde hacían pruebas a láser de baja calidad. Un par de segundos era todo lo que necesitaba, pero sólo había tres operarios para treinta o cuarenta muertos al día. La gorda se ocupó de ellos de su tajada. El golpeador había dejado huellas en la sangre del cuerpo de Rupert Guiness. Un chequeo después y tengo su nombre, Ragnar Kerstin, alias Megabyte. Último empleo Nucleus, renunció el día antes de la gran conmoción. Escapó de entre nuestros dedos. Tenía una última dirección conocida que resultó ser una pifia. El casero, un japonés irritable, sólo recordaba la música a todo volumen y los tatuadores. Revisé media docena de lugares, sin ninguna suerte. La base de datos no tenía nada sobre tatuajes o incorporaciones biónicas. A las tres de la tarde, con el estómago rugiendo me comí algo atorado en el tráfico y usé el visor de internet. Quizás buscaba en el lugar equivocado. Empecé por tatuadores o artistas digitales, muchos llamados Megabyte, pero sólo uno de ellos. El auto se movía en piloto automático, las boyas electrónicas le decían cuánto moverse y cuándo detenerse. Tardé dos horas buscando en línea. Terminé usando dos visores, tres bancos de datos y muchos cigarros. Fanucci terminó salvándome el trasero digital, como siempre hacía. De una lista de mil usuarios con un avatar llamado Megabyte relacionados al diseño gráfico, encontró a uno que había trabajado en una planta de químicos.
- Hacen tinta, ¿quizás por eso los tatuadores?
- Eres mi ángel guardián Clara.- Podía ver su cara en el visor, era teleconferencia.
- Escuché del divorcio... Por Ackerman.
- No te lo quería decir así nomás, no fue por ti. Lo digo en serio, fue por mí.
- ¿Yo no tuve nada que ver? Suena difícil de creer.
- No, esto es mío Clara. Todo mío.- Momento incómodo. Viejas heridas que se abren por nuevas heridas.- Y cambiando de tema, ¿cómo alguien como este Ragnar Kerstin pasa de una fábrica de tinta a trabajar a Nucleus?
- Aquí dice que fue empleado técnico de impresoras, las pocas que quedaban en la planta. Estaban por despedirles. Un día más de trabajo. Decidió faltar al trabajo.
- Buen día para faltar.

            Me salí de la carretera. La computadora del techo escupió una infracción de tránsito. Lo haría cada minuto. Al diablo, no iba pasar otra hora atorado en la avenida del piso 50 para llegar a la fábrica. No quería usar la sirena, no estando tan cerca. La fábrica, una vieja construcción de acero oxidado tenía módulos añadidos. Nidos de cyberpunks. Dejé el auto flotando sobre un techo, saqué el arma y me moví entre los tragaluces de la fábrica hacia las casuchas de latón y partes de máquinas. Un cyberpunk salió a fumar un cigarro. Lanzó el grito de alarma. Lo tiré al suelo cuando entré disparando como un vaquero hacia el techo.

            Ragnar me miró desde su sillón y salió despedido. Estaba trabajando en su computadora, junto con sus cobardes compañeros que se tiraron al suelo. Saltó por una ventana y, balanceándose por un tubo oxidado trató de llegar a la otra orilla. Le disparé en la rodilla para que cayera contra el techo a dos pisos bajo él, pero terminó agarrado del tubo y encima de un baldío a veinte pisos de distancia. Me acerqué con cuidado, apuntando hacia atrás. Disparé contra la casa en cuanto uno se asomó. Suficiente para asustarlos. Suficiente para mandarlos corriendo escaleras abajo.
- Megabyte, ¿el trabajo en Nucleus no era suficiente?
- Oh Dios mío, yo no hice nada, lo juro.
- ¿Qué dicen siempre sobre la vida siendo un virus de computadora? Tengo tu anti-virus.- Le pisé la mano y seguí apretando. Él no dejaba de mirar hacia abajo, toda una caída.- Guiness. Dime sobre tus amigos.
- No sé de qué me hablas.
- Ragnar Kerstin, alias Megabyte. Según tu casero te gusta la música de sintetizador, la tinta y las computadoras. Arreglabas copiadoras en Nucleus, ¿cuál era el plan exactamente?
- Era trabajo honesto, en serio. No sabía nada de nada.
- ¿Entonces de qué me sirves?
- No, escucha, sí estuve en el atraco a esa tienda. Estuvo mal, pero necesitaba el dinero, ¿me entiendes?
- No, porque yo tengo un trabajo decente y tú eres un malcriado que pasa demasiado tiempo en tu mundo virtual creyendo que las personas son bits y software. Mataste a ese hombre. Rupert Guiness. Di su nombre.- Golpeé su mano y una de ellas se soltó.  
- Está bien. Rupert Guiness, ayudé a matarlo. No quería, pero Delta 33 se volvió loco y lo matamos.
- Me estás mintiendo, lo llaman mártir, he leído sus foros de cyberpunks.
- OK, sí sé que fue de él. Pero tengo algo, algo que te gustará. Sé de uno de los locos que se la agarraron contra Angelique Saint. Un sujeto de guante de metal.
- Sigue hablando.
- William Winkler, se hace llamar binario. Ese tipo está loco. Ya había matado antes, está loco. Yo sólo quería algo de dinero. Eso tiene que valer algo, ¿no es cierto? Tengo cosas en mi casa, cosas que biónicas que valen miles.
- No me gusta robar de los muertos, pero... Mi mundo está de cabeza. El tuyo lo estará también. Esto es por Rupert Guiness, el viejo que creyó que podía vivir decentemente y le demostraron que estaba equivocado.- Otro golpe. El cyberpunk cae varios metros hasta que su cabeza se estrella contra el concreto y se parte en dos.

            Ragnar no mentía, en su casa había toda clase de juguetes que volverían loco a un cyberpunk. Tenía ojos biónicos, cámaras para las puntas de los dedos, puertos wifi para la lengua. Recogí todo y regresé al auto. La mala sensación no se iría, pero me daba la excusa de visitar las tiendas de empeño. Megabyte mentía, estaba seguro. Mintió sobre Delta 33, claro que sabía de qué modo había muerto. Se protegían entre ellos, no le habría dado el nombre de otro de los atacantes en el caso Guiness, pero era claro que le tenía miedo al señor mano biónica, William Winkler. Aterricé en el asfalto, pero hice una llamada antes de salir del coche. Volvía a llover y deseaba que no mojara, como deseaba regresar con Kit-Kat.
- Chico.- Videoconferencia. Chico Rodríguez se encerró en un cubículo del baño y habló en susurros.
- Oye, no pensé que te dieran suspensión. No pensé que... Lo siento.
- No, hiciste bien. Tenías que reportarme o estaríamos los dos fuera del trabajo.
- No suena como que estés fuera del trabajo.
- No lo estoy. Tengo algo, uno de los atacantes de Angelique Saint. William Winkler, usa un guante biónico. Eso también te lo pueden decir en la morgue, pero no preguntes por el origen de la información.
- Está bien, tendré que pasarlo por Ackerman.
- Te dará el verde, descuida. Yo tengo que vender unos cachivaches, cerrar un caso.
- ¿Caso?
- No me quites esto Chico, en serio, es lo único que me queda.- Rodríguez se enrojeció.- Oye, al menos dame las gracias.
- Gracias por el dato, ten cuidado.
- Ya es tarde para eso.

            Fui vendiendo las piezas por dinero e información. El primer piso está repleto de tiendas de empeño donde es prácticamente imposible encontrar algo que no sea robado. De  haber vendido mi reloj creo que me habrían arrestado ellos mismos. Dinero. Información. Lavar. Repetir. Más de una hora después y finalmente tengo a otro que compra con monedas de oro. Un sujeto de mohicano verde que entró haciéndose la gran cosa.
- Decía estar conectado, eso decía, yo no hice más preguntas. Compró unos dientes.
- ¿Dientes?- Me mostró una dentadura falsa, un guante de goma que cambiaba de color y podía enviar mensajes, como de texto, cada vez que se activaba y golpeaba.- He estado viviendo en una cueva. ¿Qué más dijo?
- Eso es todo. ¿Quinientos está bien por estos dedos-cámara?
- Sí, suena como justo.- Puse la mercancía en el cajón que el dependiente hizo sobresalir y por donde metería el dinero. Cristal a prueba de bombas. Esperé a que tuviera los dedos adentro y jalé con todas mis fuerzas.- Una cosa más.
- Mis dedos, hijo de perra.
- ¿Estaba a solas?
- Sí, maldita sea, sí.
- ¿Lo habías visto antes?
- No, me vino a vender algo pero no puedo mostrártelo con mis manos aquí adentro.
- ¿Qué era?
- Esos cubiertos.- Señaló con la cabeza. Reconocí la platería, el restaurante de Regis Murphy. Pequeño ladronzuelo.
- ¿Le habías visto a solas?
- No, con un gorila más, uno de collar de picos, se puso furioso al ver la platería pero no había nada que pudiera hacer.
- Bit-bit, el matón de Murphy.- Le dejé ir, me soltó cien créditos por su computadora y salí de ahí.

            Una llamada después y Bit-bit, antes simplemente conocido con el ridículo nombre de Alfred Primrose, se apareció en las calles debajo del smog. Le mostré mi tarjeta, pasé mi autorización, meros centavos para un gangster como Murphy. Al terminar de revisar su tableta lo golpeé directo a la nariz y le puse mi pistola en la cabeza.
- Estás loco.
- No, esto no va por Regis Murphy. Un amigo tuyo, mohicano verde, vendió platería de su restaurante. No te cayó en gracia y creo que me quieres decir el nombre de tu hermano de cofradía.
- No es ninguna cofradía.- Dijo, quitándome la pistola de un movimiento rápido y devolviéndomela. Se la jugó como que no le dolía la cabeza, fingí que me la creía.- Es una moda. ¿O ellos están a mi altura?
- ¿Esos?- Señalé a los camellos en la esquina. Botas con picos, hombros biónicos repletos de antenitas y focos.- No, supongo que no.
- El señor Murphy no sabe de eso, él y yo éramos amigos cuando me empezó a gustar lo cyber.
- Sí, le dejaste entrar al restaurante y no contabas con que tu compadre era un idiota y un suicida.
- Algo así.
- ¿Por qué crees que te llamé a ti? No le diré a Murphy, si me dices su nombre. Mató a un hombre decente, Rupert Guiness. Él, Delta 33 y un tarado llamado Megabyte.
- Zoran Thompson, Gigabala.
- Vaya nombre.
- Un punk... eso sonó redundante.
- ¿Dónde vive?

            Más infracciones de tránsito. Fanucci podía borrar el rastro digital de tales infracciones así que dejé que la máquina empujara los papeles rosas como si fuera nieve. Al menos no estaba bajo la lluvia. La dirección de Bit-bit tenía un garaje cercano. Zoran Thompson vivía en el piso 49 en un departamento miniatura. Nada de aparcamiento, nada de porche. Necesitaba el espacio para sus computadoras. La puerta estaba abierta. Gigabala estaba muerto entre sus doce computadoras que continuamente descargaban información. Bit-bit se había cubierto el trasero.
- ¡Zoran!- Gritó un vecino, empujándome para entrar. Rápidamente se armó la conmoción. Todo el piso era cyber. Cables en el techo y en las paredes. Pantallas por todas partes. En menos de un minuto estaba rodeado de punks enojados y gritones que me empujaban y pateaban. Los picos en sus botas dolían más de lo que hubiera pensado. Uno me dio un puñetazo que sacó del departamento. Una mujer con una playera con la A de anarquía me llamó un fascista y con su cadena pesada me dio de golpes hasta tirarme por unas escaleras.

            Escapé como pude, el mote de fascista me persiguió hasta el coche. Huyendo, como un asesino, me largué del lugar. La noche caía, la lluvia arreciaba. Le pedí a los Guiness que me vieran en mi departamento, no tenía ganas de cruzar la ciudad. Estaban ahí antes que llegara.
- Ian Miller, alias Delta 33, Ragnar Kerstin alias Megabyte y Zoran Thompson alias Gigabala hackearon la terminal, robaron a su padre y lo mataron a golpes. No pregunten por ellos, están muertos. No sé si les sirva de algo.
- Gracias.- Mary Guiness me abrazó y no supe qué hacer. David me ofreció dinero, pero ya les había robado de su casa, así que decliné.- Significa mucho para nosotros que haya gente que le importe. Gente como mi papá, gente buena.
- No sé de eso de buena... No me refiero a su padre, por supuesto.
- ¿Interrumpo?- Clara se asomó por la puerta.
- No, los Guiness ya se iban. Cerré un caso, eso es todo. Nada más. No hay necesidad de agradecerme.- Se despidieron de nuevo y Mary me obsequió una botella de vino. Debía valer una fortuna y habría declinado, de no ser que Carla Fanucci se la apañó primero.
- ¿No estabas en suspensión hasta el día del apocalipsis?
- ¿Y?- Le mostré mi placa de emergencia.
- ¿Realmente le dijiste al capitán que se metiera la placa por donde no brilla el sol?
- En términos más elegantes, pero sí.- Ella abrió la botella mientras yo sacaba sobras del refrigerador y lo calentaba en el microondas.
- Terminamos de cerrar el caso Nucleus, por cierto. Todos los que sus identidades habían sido hackeadas tienen sus vidas de nuevo.
- Señorita importante.- Clara me besó y la besé de regreso. Bebió de la botella y me dio de beber. No habría comida. Me detuve en la puerta del dormitorio, no me atrevía a entrar.
- ¿Quieres ir a mi departamento?
- No, ella ya se ha ido.- Señalé la ventana abierta. La lluvia y el viento habían movido los papeles y las sábanas. Su aroma ya se había ido. Al menos de mi alcoba. El agua había empapado la alfombra. No encendí la luz, para no encender los marcos de fotografías con su rostro. Nos tiramos a la cama mojada, nos besamos y nos quedamos desnudos bebiendo vino.
- Tarde o temprano Vinnie, tienes que dejar que tu cerebro tome decisiones, no esto.- Me apretó el miembro y me salió un chillido que le hizo reír.
- Normalmente me pides lo contrario.
- Tienes que dejar de auto flagelarte. No puedo creer que sea yo, de todas las personas en el mundo quien tenga que decirlo, pero tienes que pelear por ella.
- Vaya, sí, no me esperaba eso... No, no te sientas culpable.
- No lo hago, es estrictamente profesional, ¿recuerdas?
- No sé si profesional.- Dije, acariciando su desnudo cuerpo.- Pero sí hermoso, muy hermoso.
- Sí, hermoso y complicado.
- No, algunas cosas se rompen y no se pueden reparar. Estaba ahí, en la sala, diciéndome verdades que me negaba a creer. Nunca fui un buen esposo, ¿qué demencia me hizo pensar que podría ser buen padre?, ¿en este mundo?
- En este mundo y en cualquiera. Habla con ella, no esperes a que ella hable contigo, deja de ser tan macho italiano, arrodíllate y pídele perdón.
- ¿Perdón?- Me encendí un cigarro y me terminé la botella. La fría agua de la lluvia me llegaba con los fuertes vientos.- Perdón por haberla puesto en segundo plano, perdón por no leer las señales, perdón por vivir en una fantasía de macho, perdón por amarte... No puedo, sobre todo lo último. No me lo pidas porque no puedo hacerlo. Las apuestas van en contra.
- Tú y tus apuestas.
- Sí, pero ella era un riesgo que valía la pena y tú también.
- A veces no puedes tenerlo todo en la vida.
- No te pongas así, te dije que no es tu culpa y es en serio.
- Algún día lo voy a creer. Ésta noche no, tendría que vestirme.
- No, por favor, no te vayas. No quiero estar solo.- Acarició mi rostro, la lluvia disimulaba mis lágrimas.- Desearía que la lluvia no mojara. La maldita lluvia que no apagó los incendios durante los apagones, la lluvia que trajo toda ceniza de las tierras radioactivas y envenenó a tantos... A mi hermano para empezar. Desearía creer en cosas simples, como que la vida es sólo un virus, como que la justicia y el orden van de la mano, como que Kit-Kat no me necesita para ser feliz. No todos los deseos se hacen realidad.
- Algunos sí, como los de los Guiness, como los de Saint. Chico está rastreando a ese sujeto Winkler, sería el último.
- ¿Por qué sólo se cumplen los deseos más oscuros?
- Eso no te lo sabría decir.- Dijo ella, abrazándome con fuerza y llorando sobre mi espalda.

            Dormimos así, pero me desperté solo. La concha de mar estaba sonando, la recogí del suelo, la pegué a mi oído. Chico Rodríguez tenía arrestado al engendro de la mano cibernética, William Winkler alias binario. Me tomé una lata de café caliente de camino a la mansión Saint, sobre el Atlas que soporta al mundo. Sirena a todo volumen, no me importaba si DiGiorgio se enteraba. Fred Saint me abrazó cuando estacioné a un lado de su Bentley. Sabía que el tip había venido de mí. Winkler lo había confesado todo, hasta los dementes ebrios que habían seleccionado a su víctima al azar. Terminó de pagarme en la sala. Angelique me observaba desde las escaleras.
- Regresó tu matón.- Dijo con frialdad.
- No le digas así hija, es un héroe.
- No, no soy un héroe, soy un ladrón y un matón.
- ¿Usted también?- Saint irradiaba felicidad. Había perdido un millón, que era como nada para él, pero significaba sacarme a Murphy de mi vida.- Ya hablé con los obtusos de sus superiores, le han devuelto el puesto. Usted los agarró a todos, además de evitar nuevos apagones. ¿Qué más puede pedir oficial Abruzzo, qué más puedes pedir tú Angelique?
- Disculpe.- Dijo ella, ofreciéndome la mano. El rostro le curaba rápido, pero aún acariciaba su vientre vacío de vida.- Fui muy duro con usted.
- Y yo con usted cuando le hablé de esa forma. Está bien si quiere perdonarlos, no es mi vida, no es mi decisión. Creo que hablaba sobre perdonarme a mí mismo que sobre usted, y usted estaba en un caso... Bueno, no tenía por qué ventilarme así. Admiro su decisión.
- Hizo más que eso.- Dijo Saint, ofreciéndome un café en taza.- Me convenció de construir otra estación de policía bien armada en zona Delta, incluso antes de firmar los contratos, si es que llegan a haber contratos. No quiero que esto se vuelva a repetir en ninguna parte. Es mi única heredera, mi única hija, pero es más que eso, hay mujeres allá afuera que también son hijas únicas.
- Entiendo lo que dice, es muy noble su gesto.
- Dígaselo a Angelique, ella aflojó la billetera.
- Disculpe, me habla mi capitán.

            Me tomé mi tiempo, después de todo el capitán DiGiorgio había sido el de la idea de mantenerme en el limbo hasta el día del apocalipsis. Primero transferí el dinero a Regis Murphy, incluía una propina y un mensaje “arigato amigo”. Eventualmente, a medio cigarro, me decidí a responder.
- ¿Diga?- DiGiorgio se aclaró la garganta. Tenía un nudo que le trababa y yo disfruté cada segundo de eso.- Hable más fuerte que no le escucho, ¿quién habla?
- No te hagas al gracioso, sabes quién habla. Quería hacerte saber que ya no estás en suspensión.
- Ahora nos tuteamos, es un progreso capitán. Uno de estos días me invitará al cumpleaños de su hijo.
- Sí, uno de estos días. Mire, detective Abruzzo, se abrió un puesto en infiltrados creo que podría tener una oportunidad. Sé que ahora le llaman el escuadrón suicida, por eso puede tomar otro examen, unirse a la clase de élite. Quebró un caso grande en tiempo récord.
- No, dos casos. No que a nadie le importe Rupert Guiness, él vive lejos de las torres de marfil.
- ¿Quiere su supositorio de cinco puntas o no?
- Claro que la quiero. Y quiero un día libre, tantas emociones me abruman. Tengo que hablar con mi esposa.
- Haga lo que quiera, tiene abiertos los dos exámenes para este fin de semana. Póngase a estudiar.

            Sabía dónde encontrarla, pero no usé la sirena. No me salí de las avenidas aéreas. No tenía prisa. Sabía dónde vivía Omar West, no quedaba lejos. Era más que eso, más profundo que la distancia. Tan profundo como la distancia con mi esposa. El edificio contaba con su propio parque, en el piso cincuenta, justo por encima del smog. Estacioné en una inter-calle y esperé en el umbral del edificio, indeciso a tocar el timbre. Les vi a lo lejos, caminando por el parque y agarrados de la mano. Me hirvió la sangre, pero por una vez en la vida dejaría que mi corazón pensara sin interferencia. Me acerqué caminando, alisándomee el abrigo de cuero falso y la camisa. El abogado fue el primero en verme y la pareja se quedó congelada entre los árboles. Omar West quería agarrarme a golpes, pero se contuvo por tener a Catherine aferrándose a su mano y con la otra sosteniendo su vientre. Me acercó despacio. Kit-Kat me miró con miedo, ¿yo le producía eso?, ¿qué otra cosa podía ver en mí más que mi sexo, mis infidelidades, mi violencia y mis apuestas? Una mejor pregunta era, ¿qué podía ver yo más allá de eso y qué podía ofrecerle que Omar West no tuviera ya?
- Kit-Kat, digo, Catherine. Hola. Yo pasaba por aquí. No, espera, eso suena estúpido. No, en serio, dame un segundo.- Le miré a los ojos, luego a su mano apretando a Omar West, su amante.- ¿Cómo te has sentido con el embarazo?
- Bien, no gracias a ti.
- Perdóname por lo que te hice, fue una mala jugada y fue infantil, estúpido, inmaduro y... Simplemente estuvo mal por todas partes.- Omar estaba decididamente sorprendido. Oculté más la sobaquera, no quería dar una peor impresión.- Vaya que esto es incómodo.
- Tú siempre tienes sentido del humor cuando las cosas se ponen así. ¿Cómo está el trabajo?
- Casi me despiden, luego me suspendieron, luego me promovieron.
- Has estado ocupado.
- He estado solo.
- ¿Sin Clara Fanucci?
- No tan solo. No sé por qué te dije eso. No sé qué estoy haciendo. Sólo sé que te amo, que soy un idiota pero tengo solución. Ya no tengo deudas y ésta vez no volveré a apostar. Ni siquiera apostaría a que no volvería a apostar.- La broma no le pareció graciosa.- Kit, ¿qué quieres de mí? Dios mío, estoy a tu merced y no sé qué hacer. Qué hacer con nuestro hijo... ¿Cómo le vas a poner?
- Vincenzo.- Dijo Omar, ofreciéndome la mano. Darle la mano fue más difícil que mandar a ese cyberpunk varios pisos hasta el concreto. Mucho más difícil.- Puedes estar en su vida, pero no puedes estar en la vida de Catherine. Entiende eso, por favor.
- Estoy limpiando mi acto, pensando en lo que dijiste, creo que... ¿Qué hace él aquí?- Aparte a la pareja con cuidado. Bit-bit, el matón de Regis Murphy se acercaba con una chaqueta de cuero lo suficientemente abierta para dejarme ver el arma.- Bit-bit. Corran.

            El matón corrió hacia mí, sacando el arma. Lancé todo mi cuerpo, pero no contaba con su brazo biónico. Me lanzó contra un árbol que me dobló la espalda y caí como un costal. Me agarró del cuello de la camisa y me soltó un golpe que me dejó en el piso. Escuché gritar a Catherine, eso me despertó. Empujé contra sus piernas, golpeando sus rodillas. Disparó a un centímetro de mi espalda, haciendo un agujero en mi abrigo. Traté de sacar mi pistola, pero estábamos en el suelo, forcejeando histéricamente. Me golpeó con su cabeza, traté de agarrar su arma, pero él se puso encima de mí y la consiguió primero. Me lancé desde el suelo, su brazo biónico era demasiado fuerte, tuve que usar ambas manos para que no me apuntara al pecho. Eso dejó su izquierda, que me soltó un golpe al hígado. Me tiré de nuevo, aprovechando la gravedad. La pistola se disparó, escuché un grito. Omar West aullaba de dolor en el suelo, sangre manando de su pierna. Tomé una piedra, le di un golpe en la cabeza para darme algo de espacio y desenfundé. Tiro al estómago. Me agarró con ambas manos, tratando de  hacerse de mi arma, pero la tiré lejos.
- Hijo de perra, eso duele.- Golpeé su estómago, haciéndole desangrarse aún más.- Estás muerto, ¿me entiendes? Regis Murphy te quiere muerto, trata de escapar a eso.

            Alfred Primrose se murió en el piso. La adrenalina dio paso a los sentidos. La gente huía histéricamente. Sonaban las patrullas y las ambulancias. Me puse de pie, vacilante y malherido, me hice de las dos armas. Seguí el protocolo como un robot. Omar seguía gritando, mi Kit-Kat detenía el sangrado con su listón de pelo mientras la ambulancia aterrizaba, sus chorros de potencia levantando hojas y pasto. Me acerqué corriendo, bañado en sangre y Catherine gritó de miedo al verme.
- ¿Estará bien?
- Parece que sí.- Dijo el paramédico.
- ¿Adónde van? Iré con ustedes.
- ¿No crees que ya hiciste demasiado?- Me preguntó Catherine. Pasó su mano por la sangre empapada en mi camisa y me soltó una cachetada. Era un sanguinario modo de decir adiós.

            Rendí la declaración a los patrulleros, me identifiqué como detective y los testigos me apoyaron. No me quedé para los fuegos artificiales, si el gangster me quería muerto era mejor irme de ahí. Necesitaba esconderme. Necesitaba bañarme. Clara me invitó a su departamento. Escondí mi auto en su garaje automático y fui directo a la minúscula regadera. Me bañé vestido, golpeando las paredes. La había arruinado, metido la pata hasta el fondo. Adiós Kit-Kat. Adiós con sangre. Adiós para siempre. Clara ayudó a desvestirme. Tenía el cuerpo golpeado, pero sobrevivía. Me bañó la sangre sin decir nada. Yo no dejaba de pensar en Catherine, en mi hijo y en Bit-bit. ¿Qué hacía ahí, por qué me querían muerto? Ya le había pagado, y con creces. Sabían que apostaría de nuevo, era inevitable. Piezas que se mueven en un juego que nunca aprendiste a jugar porque siempre pusiste a tu cerebro a descansar y pensaste con el miembro y no con la cabeza. Me vestí con la poca ropa que me había dejado en su pequeño departamento. Me hizo algo de comer, aunque no tenía hambre. Tenía a Regis Murphy. Tenía a Regis hacedor-de-viudas Murphy. Esto no era por aquella platería robada, no era por el cyberpunk, Gigabala muerto en su departamento. Esto era algo peor, una ofensa que nunca vi, o que no vi en su momento del mismo modo cómo no capté las señales que Catherine me había mandado por meses. Ahora las veía. Nunca hablábamos, no realmente. Nunca pasábamos el tiempo juntos, no realmente. Éramos una pareja virtual, una burbuja de fantasía como en la que los cyberpunks parecían hibernar para no enfrentar las complejidades de la vida. Fanucci me sacó del trance hipnótico con un beso.
- ¿Y si la peor de las preguntas, la que no quieres hacerte, tuviera una respuesta que ya sabes?
- No tenías idea que Bit-bit estuviera ahí. Nunca me habías hablado de tu hermano, lo mencionaste anoche.- Prácticamente me metió la comida en la boca y acepté darle unos bocados a su estofado y beber una cerveza.
- Se lo llevó la ceniza, las unidades médicas no servían, nada como ahora. Cáncer en un oído. Nada heroico, nada de morir con las botas puestas salvando a una damisela en peligro. Murió en un camastro y ya. Muerto de miedo y de dolor. Los pandilleros nos negaron los pocos calmantes que quedaban, ¿sabes para qué los usaban? No en los enfermos, se drogaban con eso. Disfruté cuando les volteamos el tablero, lo disfruté muchísimo. No sabes cuánto. Desearía que mi hermano no se hubiera muerto, él era el bueno, ¿sabes lo que digo? El que no apostaba, el que no deseaba imposibles.
- Yo desearía que me amaras más a mí que a tu esposa. Eso es todo. ¿Por qué tiene que ser tan imposible?- La besé con dulzura y sonrió con tristeza.- Eso que dijiste, de la pregunta que no te quieres hacer, porque es el peor escenario posible pero que ya tienes la respuesta. Ahí lo tienes.
- No, no me refería a eso. No soy tan profundo.
- En eso estamos de acuerdo.
- No puedo pensar, estoy... Asustado... Esto de estar en contacto con mi corazón es cosa nueva para mí.
- ¿Asustado de los mafiosos?
- No, de ti. Muerto de miedo que me dejes.
- Oye, no te pongas sentimental, no me iré a ninguna parte, después de todo, es puramente profesional.
- Sí, como Regis Murphy... O quizás no.- Me fumé un cigarro y dejé que se quemara hasta mis dedos.- Tengo que salir de esta Clara, y necesitaré la ayuda de gente poderosa. Esperemos que el buen señor Saint tenga tiempo para mí.
- ¿Qué puedo hacer yo?
- No le digas a nadie que estuve aquí, enciérrate y mata a cualquiera que quiera entrar.
- Déjame ayudarte.
- No, no te perderé a ti también.

            Fred Saint, CEO de Cobalt International tenía el día ocupado, como todos los días en su lujosa oficina, pero hizo una excepción por mí. El espacioso lugar tenía hologramas para los movimientos en casas de bolsa, pantallas planas con todas las noticias y un enorme escritorio de pesada madera con una computadora holográfica. Puso al teniente Ackerman en videoconferencia, como le había pedido. Mark me aseguró que la línea era segura, había oído los rumores, Regis Murphy me quería muerto.
- Saint, tú debes conocer a Regis Murphy.
- Lo siento, pero no, pero si se trata de una deuda...
- No, saldé mi deuda, no es eso. Él controla zona Delta, lava dinero ahí, tú construyes allí, ¿no es cierto?
- No controlo cada aspecto de cada operación mercantil, mucho menos de constructoras. Pueden revisar si quieren. ¿Lo dice por lo de Angelique, que abriremos otro precinto allí?
- Sí, pero eso no es todo. Los cyberpunks, sí son una moda, pero hay definitivamente una pandilla. Una muy peligrosa, una con mucho potencial de riesgo.
- ¿A qué te refieres?- Preguntó Ackerman.- Ese matón, Bit-bit, el que casi cancela tu boleto trabaja para Regis, ¿crees que es más que eso?
- Mucho más. Los del atraco a la tienda Guiness, Ian Miller, Delta 33; Ragnar Kerstin alias Megabyte y Zoran Thompson alias Gigabala. El último es el que Murphy mandó matar, o Bit-bit, ese gorila mutante llamado lfred Primrose. Hijo de perra hirió al novio de mi esposa.
- Pues lo siento por que tu esposa tenga novio, y me alegra que lo aceptes, ¿me alegra? No sé Vinnie, no haces mucho sentido.
- El atraco, lo hicieron hackeando la terminal antes que los créditos fueran depositados en la cuenta de banco. La terminal era de Gamalon, Saint es dueño de Gamalon.
- No, de hecho no lo soy, soy CEO de Cobalt, que a su vez compró Gamalon. No sé a dónde va con esto y creo que no me gustará oírlo.
- Tiene razón, cualquiera en Gamalon pudo darle las claves. Extraña coincidencia, Delta 33 murió por claves equivocadas. ¿No es eso lo que alarmó a todos en la armería, que las claves no funcionaban? Farnar, otra empresa de Cobalt.
- Si insinúa que yo...
- Al contrario Saint, insinúo que no les dio las claves... No las correctas. No llegaría a tanto. Pero estos locos no respetan límites, entonces atacan a su hija, lo hacen personal. Ian Miller, quien sabía de los códigos de Gamalon, él murió en el tiroteo. Extraña coincidencia. Ragnar, Megabyte, él estuvo en el atraco, pero también trabajó en Nucleus. Vaya coincidencia. Misma pandilla. Luego tenemos a Marlene Otley, Holocrash, la loca rapada con chips que atacó a su hija, ella trabajaba en esa pescadería de las Triadas, ¿no es cierto? Era su zona, en ese mercado de la mafia oriental, ¿qué más había ahí? Ah, es cierto, esos chips y tarjetas en los pescados frescos. La pista hacia la conspiración en Nucleus. El plan para tener otro apagón. Zoran Thompson, Gigabala, a ese le encontramos muerto. Bit-bit se ocupó de él, o quizás Murphy para evitar que hablara más sobre la conspiración. Claro, también estaba William Winkler, binario, el de la mano cibernética. Él habrá cantado en todas las direcciones menos la real. Era un mensaje directo, usted teme darles demasiado poder, demasiadas armas, ellos se meten con su hija. Potente. Yo me ocupé de ellos, y con mucho gusto debo añadir.
- ¿Y todo eso qué tiene que ver conmigo o con Cobalt? Yo nunca haría tratos con cyberpunks, ¿de qué me sirve el dinero que pudieran robar de tiendas como la de ese tal Guiness.
- Todo habría salido bien, de no ser por Bit-bit. Demasiada coincidencia, Chico arresta a binario, pero tiene que hacerlo pasar por ti Mark. Tú, más inteligente que yo, pensaste que lo habías descubierto. Yo estaba a oscuras por completo, si tan solo me hubieras dejado en paz no estaría aquí. No, tú pensaste que había unido el asesinato de Benny Kuan con el otro aspecto de la conspiración con esta pandilla. Los cyberpunks sabían quiénes eran infiltrados, tú comandas esa división, tú vendiste la lista, a través de Benny Kuan. Mathis estaba dispuesto a mentirme y decirme que fue él, eso ya de por si decía mucho. ¿Me equivoco? No me hicieron nada, porque no estaba en la lista. ¿Esperabas que me mataran en ese bar, Mark o pensaste que no habrían infiltrados?
- Te estás volviendo loco Abruzzo, soy tú único amigo ahora. ¿Por qué mandaría matar hermanos policías?, ¿por cyberpunks? Son escoria, menos que eso.
- No, ahora que lo veo claro me apuesto, diez a uno que Bit-bit, ese monstruo de Primrose mató a Kuan una vez completada la transacción. Le pongo nervioso, te pones nervioso cuando cae el último de la pandilla, binario, así que lo mandas a que me mate. Idiota, soy un idiota y tú lo eres también porque pensaste que era más listo de lo que realmente era.
- Deberías sentarte Vinnie, apuntar tus idioteces y darte cuenta, todo gira alrededor de Regis Murphy, si necesitas ayuda podemos dártela, pero me hablas así de nuevo y te irá muy mal.
- Angelique Saint me explicó la teoría del pino, comprar, engordar, reducir personal para crecer, vender para pagar acreedores. Cobalt lo hace todo el tiempo.
- Sí, así es, ¿no sabía cómo se mueve el mundo de las finanzas?
- Pagar acreedores, ¿qué fue lo que Regis Murphy me dijo en su restaurante? Ah sí, que hasta él tenía acreedores corporativos. ¿Quién no tiene acreedores hoy en día? Compra parte de la policía, usa el dinero de los fondos de pensión o de impuestos para salir adelante. Todo lindo y bonito, menos un detalle. Tiene que asegurar la compra, y para eso necesita una crisis. Para eso están los cyberpunks, para eso contaba con Nucleus. Hacer otro apagón. No serían las Triadas, aunque pensamos eso al principio, al estar esas identificaciones falsas y clonadoras en un mercado japonés. No, era Cobalt desde el principio. ¿Qué mejor que pedirle a esta pandilla a que horroriza y cunda el pánico? Sarah Mills prácticamente me lo dijo, antes de morir por nada. Nucleus, me dijo, estaba al borde de la quiebra, en la ruina. Estaban listos para ser adquiridos. Un apagón y nadie se opondría. Un apagón y Cobalt se quedaría con todo. Yo lo arruiné por mi maldita curiosidad, quería saber por qué Mathis mintió sobre la muerte de Benny Kuan, eso me llevó al mercado y eventualmente a la conspiración que detuvimos a tiempo.
- Está fuera de control, ¿me entiende? No sabe con quién se está metiendo pedazo de idiota. De no ser por mí estaría en la coladera. Yo insistí en que usted manejara el caso de mi hija.
- Claro, no esperaba gran cosa de un hombre marcado por la mafia, fácil de eliminar si me olía gato encerrado. Claro que no lo hice, no a tiempo. Ackerman realmente dejó caer la pelota en eso. Si tan solo me habría dejado en paz, todo habría seguido su curso. Habría encontrado otra manera de comprar Nucleus, u otra manera de ceder ante las pandillas, darles armas y quizás provocar otro apagón. Ya mató uno así a mi hermano y a cientos de miles de personas.- Le mostré el cuadrado negro, aunque no entendía qué signficaba. Ackerman, en la pantalla holográfica mostró el suyo.- No me salgas con esas Mark, ¿qué te ofrecieron? Tu hija trabaja para Cobalt, una vez pasados los apagones, acabado el caos, ¿te iban a hacer vicepresidente de Cobalt o de Nucleus? Todo qué ganar, poco que perder... Poco que les importe. La policía comprada, no habría investigación después del caos, todos aplaudirían la compra y usted duerme acobijado en millones de créditos mientras el resto de nosotros peleamos para sobrevivir.
- Vinnie.- Dijo Mark, pero no soportó ver su propio tatuaje.
- ¿Así te compraron?
- Era mucho dinero y ésta vez estaríamos preparados para los apagones.
- Eso dijimos la última vez.
- Lo siento Vinnie, pero eres hombre muerto. Tú, Fanucci, tu mujer si decides ponerte bravo...
- La regaste Ackerman, admite al menos eso.
- Sí, debí matarte antes, pero es que no pensé que fueras lo suficientemente listo. Nunca viste lo que estaba justo frente a tus ojos.
- Yo no escuché nada de evidencia sólida. No puedes tocarme Abruzzo, pero yo sí a ti.
- No, no te puedo tocar, y no, no tengo evidencia. No soy lo suficientemente listo para eso. Pero tengo a tu única hija, y heredera, detrás de esa puerta escuchando todo lo que ha pasado aquí. La del buen corazón. En cuanto a ti Mark, no te molestes con las amenazas. Les di toda la historia a los abogados, a una docena por si acaso, y sí, entre ellos está Omar West.- La mentira funciona, al menos le pongo nervioso.- Estarán lanzando toda clase de acusaciones, cargos y demandas.
- Hijo de perra, no vivirás la semana.
- No, ustedes no vivirán la semana. ¿Recuerdas la división en la que trabaja Clara? Delitos digitales, eso de intervenir en llamadas es lo suyo. Le dije que no hiciera nada, que se quedara en casa... Tanto tiempo libre, no, no es como ella, la conozco muy bien. ¿Quieres esta conversación en los medios? Porque mi primera opción es Regis Murphy. Un mafiosos expuesto así, parte de una operación corporativa para destrozar Neopolis. No sé qué hueso le habrán tirado, valdrá poco cuando todos en Neopolis vean esta teleconferencia. Ah, y antes de irme, tocas a mi Kit-Kat y personalmente te haré una vasectomía con sierra eléctrica.

            Me fui directo al hospital donde Omar West estaba internado. Los doctores estaban optimistas, ningún daño severo. Me quedé en su puerta unos cinco minutos, sin animarme a entrar. Catherine eventualmente abrió la puerta. Les dije todo, pedí consejo legal a Omar y él estaba más que dispuesto a contactar a todos en su bufete. Me quedé afuera, pistola en mano, esperando problemas. Catherine se asomó.
- Vincenzo junior, así se llamará.- Me tocó en el hombro y le tomé de la mano.
- Yo estoy feliz Kit-Kat, si tú estás feliz, aunque sea en los brazos de otra persona.
- ¿Sabes una cosa? Eso es lo más tierno que has dicho en todo el matrimonio.
- Firmaré el divorcio cuando me lo mandes. Dolerá, pero lo haré.

            Catherine entró a su cuarto. Empecé a dormitar hasta que Chico Rodríguez me invitó una lata de café caliente. Quería tomar el puesto, me negué. Aquí es donde debía de estar. Lejos de las calles, lejos de las torres de marfil, lejos de los medios y de la demencia. Yo me había quitado el teléfono en forma de concha de mar, pero Chico lo escuchó ya entrada la noche. Ackerman estaba muerto, Regis Murphy había decidido quemar sus puentes. Tenía que irse, pero otra persona tomó su lugar. Clara Fanucci se sentó a mi lado, le dije que Omar estaría bien. Le dije que Catherine estaría bien. Le dije que yo estaría bien. Sabía que decía la verdad.
- ¿Sabías que lo haría?
- En el fondo, sí. Ustedes siempre andan hackeando, además te las olías.
- No, hasta que te fuiste con Saint. Los medios te dejarán en paz, no se interesaron por ti. DiGiorgio tomó todo el crédito.
- Me lo suponía.
- Arresté al hacker de Regis Murphy, Hans Elder, alias Interface admitió todo. Enfrentaba pena de 300 años en prisión por lo que encontramos en su computadora. Dará a Saint, a Ackerman... No que importe, ahora que está muerto.
- Ahí  está, mi muchacho.- El capitán DiGiorgio salió de la nada para darme la mano y abrazarme.- ¿Tu esposa está bien?
- Ex.
- Hay un sitio en élite que tiene tu nombre.
- Guárdatelo DiGiorgio, me quedo en homicidios.- Me puse de pie y me alejé caminando. Salí a la calle del piso cincuenta. Llovía de nuevo. Me quedé a solas, con la lluvia. Listo para irme. Me vi a mí mismo, caminando a solas por la oscura calle a la mitad de la lluvia. Regresé corriendo y me asomé por el pasillo.- Clara, ¿me acompañas a la lluvia?

            Dejamos al capitán a cargo. Clara y yo caminamos por las calles, agarrados de la mano. Pensando en los deseos, los posibles e imposibles. Pensando en la lluvia que se llevaba todo al drenaje. Casi todo. No nos llevaría a nosotros. Ya no. Nos perderíamos caminando, pero estaríamos juntos.



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