Los tres trenes
Por: Sebastián Ohem
1.-
Ahora:
El letrero neón que leía “Jaula de
billar” estaba apagado, pero eso no desanimó a Ian Madison. Sacó la automática
de su cinto y entró al callejón que daba a una parte trasera con espacio para
un par de autos. Estaba uno de ellos, creía que era el de Danielle. La noche
pareció hacerse más oscura, la farola de la calle apenas iluminaba la zona.
Revisó la puerta trasera, era acero reforzado pero podía abrir la cerradura.
Intentó ver si las ventanas tenían barrotes, pero los pisos superiores estaban
devorados por la oscuridad. Incluso si ella no estaba, podía esperarla adentro.
La esperaría lo que fuera necesario.
Patrick Schnapp, el viejo Snap, estacionó
a media cuadra y siguió los sonidos en la desierta calle y oscura callejuela.
Se acomodó los guantes antes de tomar el revólver. Le había puesto cinta canela
al mango y al gatillo. Pensaba tirar el arma en alguna alcantarilla después de
matarlo, pero prefería ser más cuidadoso que de costumbre. Nada podía salir
mal. Se apoyó contra la pared de ladrillo hacia el espacio de estacionamiento.
Podía ver la figura agachada a un lado de la puerta. Se figuró que estaría
forzando la cerradura. No le importaba realmente, pero necesitaba saber que
realmente era Ian Madison. Snap era un profesional, sabía que cualquier cosa
podía pasar en los segundos decisivos, de modo que salió del escondite y se
colocó detrás del sujeto. La luz de la farola iluminaba su rostro, pero no le
importaba. Madison no tendría la oportunidad de decirle a nadie. Jaló el
martillo. El ruido familiar y a la vez terrible. Casi absoluto. Rompió el
completo silencio. Ian Madison se dio vuelta, se puso de pie y miró el cañón
del revólver. Todos miraban el cañón. La luz le daba ahora. No quedaba duda,
era él. Era el hombre que tenía que matar.
Danielle Dillon había seguido al
asesino profesional y, luego de perderlo de vista le dio unos treinta segundos
antes de salir de su auto. Automática en mano se acercó con cautela. Había oído
de Snap y sabía que era peligroso. Rápido y certero. Ella no estaba acostumbrada
al arma. No estaba acostumbrada a su peso, a su olor y cuando jalara el gatillo
sabía que quedaría ensordecida por la explosión. No le importaba que le había
llevado a la Jaula de billar. No le importaba tampoco, aunque un pensamiento
fugaz le hizo cuestionarse si de alguna forma sabía que iba a matarlo. Podía
ser una trampa. Avanzó de todas formas. Iba agachada, escuchando los ruidos de
las calles lejanas. Pudo oír el martillo de un revólver. Se movió otros pasos
más y se colocó a su costado. Snap tenía acorralado a un sujeto que ella no
conocía, aunque era obvio que el viejo asesino a sueldo le conocía. No le
importaba. Patrick Schnapp tenía una cita con una bala.
El hechizo que el revólver de Snap
producía sobre Ian se rompió cuando vio a Danielle. Ya no tendría que violar la
cerradura. Si es que el viejo fornido no le volaba la cabeza con ese cañón. Ian
tardó un latido de corazón en darse cuenta que Danielle no le conocía. Él
simplemente no existía en su universo, aunque ella consumía el suyo. Danielle
Dillon apuntaba al viejo profesional. Snap se dio cuenta que estaba en la mira.
Cualquier cosa podía salir mal, lo sabía. No la conocía, aunque ella le conocía
lo suficiente para querer matarle. Se figuró que sería la novia de Ian Madison.
No que importara, una bala duele igual sin importar quién la dispare. La volteó
a ver por una fracción de segundo. Suficiente tiempo para que Ian le apuntara a
Danielle con su automática.
El tiempo se dilató. Los sonidos de
las lejanas calles se silenciaron por completo. Ni siquiera el zumbido
eléctrico de la farola que teñía de pálido amarillo sus rostros producía ruido
alguno. El cosmos les había devorado. Existían sólo esas tres armas. Pistolas
en un triángulo mortal. Lo demás era irrelevante. La cadena de eventos quedaba
resumida en la mera existencia de las tres armas. Una dispararía a la otra.
Snap sabía que estaban demasiado cerca los tres, no había manera en que alguno
fallara. Ian se preguntó quién dispararía primero, y después se figuró que una
pregunta más importante era quién dispararía al final. Danielle podía ver el
futuro. Tres cadáveres en un callejón. Más adelante un amanecer sobre ellos.
Luego los policías. Imaginó velozmente a los detectives tratando de entender lo
que había pasado. No sabía si llegarían a saberlo. Concluyó que nunca lo
sabrían. Nunca sabrían por qué tenía que matar a Snap. Por qué Snap mataría al
sujeto del tatuaje del dragón en su cuello. Por qué, finalmente, el del tatuaje
la mataría a ella. Por lo que pareció una eternidad hasta las estrellas se
apagaron. Dedos sobre gatillos. Sin nervios. Decididos y decisivos. Las balas
darían el epílogo a sus vidas. Schnapp fue quien rompió el silencio al
aclararse la garganta. Súbitamente las estrellas se encendieron. La farola
volvió a zumbar y en las calles lejanas regresó el tráfico ligero de la noche.
El tiempo existía otra vez. No se contaba en horas o minutos, sino en segundos.
Su voz era un susurro pero rasgaba el silencio como un trueno.
- Malkin siempre fue una ciudad ferrocarrilera.
Cuando era niño vivía en la 70, por la estación Mercer a contra esquina de esa
plancha de vías, donde había 3 principales líneas de trenes. El urbano que dos
cuadras después se hace elevado y llega hasta Baltic norte, el de pasajeros que
cruza en diagonal hasta la estación central y el de carga que va por el oeste
hasta Nueva Industrial.
Cuando era niño solía imaginar
que los conductores sólo podían ver hacia atrás y hacia adelante en la vía que
les había tocado. Si llegaba otro por el costado no lo verían, e incluso si
vieran a uno no podrían frenar a tiempo. Mi papá decía que era Dios el que se
encargaba de que no chocaran, porque cada noche, más o menos a esta hora, los 3
pasaban a toda velocidad uno tras otro. Era niño, no tenía idea sobre la infraestructura
que vigila y monitorea cada línea, era solamente un niño.
Dios debió cerrar los ojos el
años en que los 3 chocaron. Fue un año después del terror de Indrid Cold.
Ninguno de ustedes se acordaría, Malkin aún temblaba de miedo por ese monstruo.
Algunos lo llamaron su último zarpazo de terror. Como si esa cosa pudiera
atacarnos desde el infierno. Pocos se acuerdan del accidente por eso. Creciendo
así pensé que todos éramos trenes, todos teníamos vías de nuestra propia
creación, escogimos nuestro destino y no podemos salir de esas vías.- Miró a
los ojos a Ian y a la mujer que le apuntaba. Estaban tan decididos como él.-
No, no podemos.
2.-
Hace 5 años: Danielle Dillon
Danielle estacionó su auto en el
garaje de la Jaula de billar mientras dos borrachos eran echados por la puerta
trasera por su tío Mario Aguilar. No era realmente su tío, pero lo quería como
uno. Ciertamente lo hubiera preferido como padre adoptivo, pero la vida
simplemente es injusta. El calvo Aguilar la saludó y le mantuvo la puerta abierta
para que entrara. Ella no preguntó que habían hecho esos dos rufianes para
merecer lo que Mario llamaba “el tratamiento”. Unas gotas de golpiza en el baño
y una tableta de lanzarlos varios metros contra el cemento en la parte de
atrás. Mario le silbó y se señaló su muñeca derecha. Danielle se dio cuenta del
detalle y se bajó la manga sobre la gaza. No quería que su padre adoptivo viera
el tatuaje. No le gustaría. Los clientes regulares se esforzaron en no notarla,
los nuevos la miraron de arriba para abajo como si desencajara y unos cuantos
babearon por ella. La verdad es que era delgada y de cuello largo. No era muy
alta, de modo que no asustaba a los hombres comunes. Tenía ojos grandes y
expresivos, aunque un poco hundidos y una nariz de gancho que era difícil de
ignorar. Nadie le dijo nada cuando Mario la acompañó a la oficina de su padre
adoptivo. Todos ahí, incluso los nuevos, conocían a Jesús Aburto. Los
habituales sabían que su verdadero dinero no estaba en ese billar de mala
muerte sino en sus actividades de prestamista. Aburto era un hombre delgado, parecía
incluso desnutrido pese a la energía que solía mostrar, y la chispa en los ojos
que mostraba inteligencia. Era de cabello enchinado corto, con varias canas y
una frente constantemente arrugada.
La oficina no era mucho, y no
necesitaba serlo. Podía ver el billar desde el espejo de doble vista. Rara vez
tenía problemas, sobre todo desde que Danielle puso un cartel en el espejo que
leía “es de doble vista, te estoy observando imbécil. Atte. La gerencia”. El
usurero vestía una camisa arrugada y pantalones humildes, mientras que su hija
adoptiva parecía tener un contrato de exclusividad con Ralph Laurent. No le
molestaba. Siempre y cuando no fuera su dinero, ella podía vestirse como
quisiera.
-
Mario dice que la fiesta fue en grande. ¿Bebiste?
-
Whisky con agua, luego Ginger Ale que dije era champaña.- Se encendió un
cigarro y se sentó en una de las viejas sillas de plástico frente al pequeño
escritorio de Jesús Aburto y subió las piernas.- Sabes que no me emborracho
cuando trabajo.
-
Y últimamente has estado trabajando día y noche. No contestaste ayer, ni
antier.
-
Gracias por preocuparte.- Dijo agriamente. Jesús no hacía secreto alguno que si
ella perdía un brazo su única preocupación sería monetaria. No la había
adoptado para abrazos y besos, tenía trabajo que hacer. Y ahora que tenía 25
esperaba mucho de ella. Mucho dinero.- La marca no tiene idea, es lo mismo que
las veces anteriores.
-
Sí, pero los muchachos anteriores eran unos pueblerinos nuevos ricos que te
confiaron con su dinero en una semana. Llevas tres meses con el mismo, este
sujeto, Nathan. Creo que deberías recoger las ganancias de una vez, estudiar al
siguiente.
-
Pueblerinos o no, los ricos hablan. Sobre todo entre ellos. La clave siempre es
la sutilidad, no los dejo en la pobreza, no me culpan y siguen con sus vidas
cuando les consigo a otra. No puedo seguir así.- Danielle rápidamente se
corrigió.- No puede seguir así.
-
¿No puedes o no quieres?
-
Jesús, puedo casarme con Nathan.- La risa estalló en cascadas. Su tío Mario
Aguilar le dijo que esperara esa reacción, pero aún así le dolió.- Ríete en tu
propio tiempo, tengo que ver a sus papás en un par de horas.
-
¿Casarte y divorciarte? Esa clase de gente pone todo tipo de cláusulas
prenupciales.
-
No estás viendo la pintura más grande, podré tener sus cuentas. Podemos sacar
mensualmente lo que saco cada seis meses. Quizás más. Y eso sin contar con las
joyas y autos.- Jesús lo pensó con cuidado. La conocía muy bien. Era una
estafadora de primera, pero no podía estafarle a él. Algo le ocultaba. La
inspeccionó con cuidado y señaló la gaza que se transparentaba a través de su
liviana camisa. Danielle suspiró, se arremangó un poco y se quitó la gaza para
mostrar un tatuaje en forma de Ying y Yang en el antebrazo a la altura de la
muñeca.- Fue hoy en la mañana, Nathan está loco por mí. Si me pide matrimonio y
le digo que no, puedes apostar lo que sea que publicará nuestras fotos en redes
sociales y se acabó el juego. Ningún otro pueblerino me va a confiar. Como
dije, la gente habla. La gente rica habla más. Y los perdidamente enamorados
hablan aún más.
-
Háblame de su familia.
-
Petróleo en Texas y maquiladoras en Malkin y Chicago. Viajan constantemente. No
puedo hacerme pasar por la millonaria, pero puedo ser la maestra de
cinematografía con herencia de varias generaciones. Mi acento inglés es bueno,
mejor de lo que esos palurdos sabrían distinguir. Es conveniente que mi familia
esté fuera del país, pero habría que contratar a alguien para que sea mi tío o
algo así. Tú puedes ser mi abogado, Mario puede ser el chofer de la familia o
algo por el estilo.- Sabía que el último detalle le gustaría. Rechazaría lo de
Mario, pero siendo abogado podría tener acceso a todo y estaría seguro que su
hija adoptiva no le mentía.
-
No, Mario no puede ser un chofer. Aunque yo podría ser el albacea de la familia
Dillon en América. Tengo algunos muertos de hambre que no me pagarán nunca que
podrían cancelar intereses actuando para nosotros.
-
Perfecto, que estén listos mañana. Dales el guión y todo eso, estos texanos les
gustan las conversaciones. Siempre que sean engreídos, pasarán la prueba.
-
OK, no hay problema. ¿Qué pasa mañana?
-
Fiesta en la mansión de sus padres. Por el amor de Dios, que usen trajes
decentes.- Bajó los pies y de su bolso le tiró un fajo de billetes. Nathan se
lo había dado para que se fuera de compras, pero su padre adoptivo esperaba ver
verde todo el tiempo.- Me tengo que ir.
-
La distinguida dama. Te eduqué bien.
Danielle se tragó la rabia. La había
adoptado para que fuera una ladrona y una estafadora. Había sido mejor que el
refugio en el que había vivido hasta los 17, pero aún así le enfermaba la idea
de llamarlo un padre. No tuvo problemas en tragarse el enojo. Faltaba poco para
quitárselo de encima. Mario le tocó el vidrio de su ventanilla y se apoyó
contra el auto.
-
Sé honesta conmigo Danny.- Podía serlo. Por eso era su tío, no su tío adoptivo.
El cobrador de su padre adoptivo siempre había sido más paternal que Jesús
Aburto.- Dejó de ser una estafa, ¿no es cierto?
-
No, sigue siéndolo, pero no en contra de Nathan. Es mi billete fuera de esta
vida Mario, lejos de Jesús. Él se quedará revisando papeles y sacándoles
dinero, Nathan y yo viajaremos por el mundo.- Mario la miró con tristeza. Iba a
pasar, lo sabía. No significaba que doliera menos.- ¿Crees que me voy a olvidar
de ti?
-
No puedo hacerme pasar por un inglés.
-
Pero sí por gringo. Tienes esa vibra Boris Karloff.
-
¿Quién?
-
Un actor que me gusta mucho.
-
Yo pensé que me parecía más a Antonio
Banderas o Raúl Julia.- Tenía el corazón de oro, la cara de matón y una cabeza
calva por completo. Lo decía en serio, sin embargo, y eso era lo que más
ternura le daba a Danielle.
-
Banderas es guapo y nada más, Karloff… Él es una leyenda.
-
Algo es algo D.D..- Se separó del auto y se despidió.- Ten cuidado allá afuera.
-
Siempre señor Karloff, siempre.- Bromeó ella con su acento inglés.
Nathan Burke era diferente a todos
los hombres con los que había estado en su vida. Todas las mujeres morían por
ese mentón de Ben Affleck, pero para ella eran los ojos grandes y joviales. Se
parecía poco o nada a sus padres, aunque había visto fotos de su abuelo, un
montañés texano que vivía de lo que cazaba hasta que sus hijos descubrieron
petróleo por accidente. Lo defendió de las bromas pesadas de su padre y no dejó
de acariciar su rodilla mientras retiraba la conversación sobre su propia
familia hacia las películas de moda y la época de los autores en los 70’s.
Conoció a los muertos de hambre que
su padre había mencionado al día siguiente. Les preparó personalidades e
historias a todos. Sorprendentemente los siete se transformaron en actores del
método y en menos de una hora estaban en sus personajes. La reunión en la
mansión se convirtió en fiesta rápidamente. Sus “tíos” soltaron algunas bromas
elitistas sobre los tatuajes y la gente en las artes liberales que los padres
texanos de Nathan aceptaron como auténtico humor británico. Nathan, por su
parte, no dejaba de aislarla de sus actores para pasar tiempo con ella a solas.
Caminaron por los jardines iluminados y entre las réplicas de estatuas famosas.
Nathan las detestaba, le confesó que sus padres las habían visto en un libro
sobre arte y pidieron reproducciones sin saber nada de su historia.
-
Jardín renacentista y mansión moderna. No tiene sentido.
-
Creo que es lindo. Creo que eres lindo. Y creo que estas estatuas dejan de ser
horribles si estás cerca de ellas.- Le besó en la mejilla y él le robó un beso.
-
Mis papás casi se desmayan cuando vieron mi tatuaje.- Le mostró el tatuaje
idéntico en su antebrazo.- El abuelo tenía la bandera confederada tatuada en un
brazo y una calavera en su espalda. Pero no digas que te dije.
-
Mis labios están cerrados, como se dice por aquí, honor de scout.
-
Tus tíos parecen maravillosos, qué bueno que vinieron. Realmente me alegra.
-
Pensé que vendría tu hermano.
-
¿Kyle? No, gracias a Dios. Nunca te lo dije que pero es uno de esos bikers
aficionados. Se cree un chico malo, no sé si conozcas la clase. Se juntó con
una pandilla en Houston, hasta que lo golpearon y le robaron la moto. Se mudó
aquí a la semana. Tiene otra moto y le gusta fingir que es gran cosa.- Nathan
dejó de caminar y la tomó de las manos.- Realmente me alegro que no estuviera
aquí. No quería que arruinara este momento.
-
Nada podría.
-
¿Te puedo hacer una pregunta?
-
Lo que quieras mi amor.
-
Danielle,- Se hincó y produjo un anillo de matrimonio con un enorme diamante.-
¿me harías el hombre más feliz del mundo y te casarías conmigo?
-
Oh Dios sí, sí.- No pudo reprimir las lágrimas de alegría. Se puso el anillo,
lo besó y lo abrazó con todas sus fuerzas. Era más que el hombre que amaba y
que amaría toda su vida. Era su nueva vida. Fuegos artificiales iluminaron el
cielo. La familia y los amigos aplaudieron sonoramente.
Los dos días tras la proposición se
sintieron eternos. Fueron días de sexo, besos y andar desnudos por el hogar de
Nathan, pronto el hogar de ambos. Viajes al refrigerador cubiertos por la
frazada de la cama y de regreso a la cama. No le importaba si Nathan empobrecía
al día siguiente, era la primera vez que amaba a alguien sin tener que
fingirlo. Perdieron sentido del tiempo hasta que sonó el timbre y después la
puerta. Danielle se cubrió con una sábana y trató de alisarse el cabello
castaño. Los padres de Nathan entraron llorando y no la vieron escabullirse a
la habitación para ponerse algo de ropa. Acompañó a Nathan, quien lloraba en
silencio sentado en la cocina. Lo abrazó de los hombros y preguntó lo qué
pasaba.
-
Kyle está muerto.- Dijo Nathan entre sollozos.
-
Lo siento muchísimo…- Le dijo a los padres y abrazó con más fuerza a Nathan.-
¿Cómo puedo ayudar?
-
No es problema.- Dijo el padre.- No te preocupes D.D.
-
El funeral será en una semana, eso dijo la policía.
-
¿Policía?
-
Fue asesinado hijo, no te lo dije. Aún no puedo entenderlo. Kyle era especial,
pero no era un peligro para nadie. Alguien lo mató, a mi bebé especial…- La
madre rompió en llanto.
Danielle ayudó a la familia Burke
con el funeral. La oficina del forense se tomó su tiempo en liberar el cuerpo.
Nathan le dijo que tuvieron que intervenir los abogados de la familia Burke en
Texas. La investigación, como era usual en Malkin, no llevó a ninguna parte. Un
número más y listo. D.D. sabía cómo funcionaba. Tomarían a un yonqui infraganti
y le harían firmar confesiones por algunos cuerpos. Tuvo el tacto de no
mencionar la boda, sabía que la familia, aunque en vida se habían distanciado
de Kyle Burke, en la muerte habían descubierto lo mucho que realmente lo
amaban. Jesús Aburto, por supuesto, no tenía paciencia para el luto, el tacto o
cualquiera de esas convenciones sociales.
-
Hiciste bien en ir a la misa y funeral y esas cosas.- Fue todo lo que le dijo.
Estaba apoyado contra la barra de la Jaula del billar bebiendo cerveza. Mario
discutía con quienes le debían dinero a Aburto. Él los asustaría, Jesús se
haría un ángel hablando de planes de pago y comisiones excepcionales.- ¿Cómo te
ven ahora?
-
Más de la familia que nunca.
-
Qué bueno, qué bueno. Estuve investigando.- Eso no le sorprendía a D.D. para
nada.- Tienen dos maquiladoras y un restaurante texano que no anda muy bien,
pero están por comprar… O estaban, esto del niño muerto retrasó las cosas, un
cine. Eso podría gustarte, ¿no es cierto? Te gusta el cine, solía llevarte.
-
Sí, cuando tenía 17.
-
Es más de lo que el sistema hizo contigo en esos años.
-
No lo olvido Jesús.- Se acabó el cigarro y le dio un trago a la cerveza de
Aburto.- Tengo que irme, quiero comprarle algo a Nathan que lo anime un poco.
-
Nada demasiado caro espero.- Le soltó un fajo de billetes de cien y Aburto
sonrió.- Buena chica. Anda, diviértete.
Le compró un box set de doctor Who,
se figuró que una serie inglesa continuaría la fantasía, y además unos lentes
negros de diseñador. No se decidía entre las esposas de cadena larga en la
tienda erótica o unos zapatos cuando recibió la llamada. Era el celular de
Nathan, pero no era su voz.
-
Habla el detective Pershing, ¿la señorita Danielle Dillon?
-
Ajá…- El estómago se le hundió en ese momento. No podía ser bueno.
-
Necesitamos hablar con usted, alguien robó y asesinó a Nathan Burke.
Le dijo dónde verles y sus
condolencias, pero la verdad es que el mundo parecía haberse desquebrajado, el
bullicio del celular y los compradores apenas audible. Fue al precinto lo más
rápido que pudo y le hicieron las preguntas de rutina. No sabía de nadie que se
la tuviera jurada y de hecho no conocía enemigo alguno. Los padres de Nathan
dijeron más o menos lo mismo.
-
¿Le puedo preguntar dónde estuvo usted?
-
En el Daven casi todo el día.- Les mostró las bolsas y un uniformado revisó los
recibos. Eso pareció satisfacer las sospechas del detective.
-
¿Le molestaría que le tomáramos una muestra rápida?
-
¿Para qué?
-
Pólvora.
-
Haga lo que quiera.- Dijo fastidiada. Era obvio que trataban de tirarle el
muerto al primero que pudieran. Los padres de Nathan se enojaron pero ella les
dijo que sería más fácil así. Se quitó el anillo de compromiso y se lo dio a su
suegra.
-
Dijo que había sido suyo, debería regresar a usted.- Un técnico llegó con un
algodón y un líquido y le revisó las dos manos.- ¿Les dijeron de Kyle?
-
Podría ser algo separado.- Dijo el detective.
-
¿Dos robos y homicidios son cosas separadas?, ¿a tan poco tiempo?, ¿siendo
hermanos?
-
Limpia, detective.- Dijo el técnico, antes de desaparecer por entre los
cubículos.
-
Les dijimos eso mismo D.D., no nos hicieron caso. Pero oirán de nuestros
abogados, eso sí. ¿Qué clase de ciudad tienen aquí?- El padre de Nathan, ahora
sin hijos, siguió gritando hasta que D.D. le calmó.
-
Déjelo señor Burke, es Chinatown… Maldita ciudad.
Atendió el funeral y poco a poco se
fue alejando de ese mundo. Le dijo a Jesús que no podía estar en el mismo
circuito. La verdad es que ya no quería, no quería enamorarse otra vez. Jesús
sólo quería saber, e insistió constantemente, si habían preguntado por él. Se
contentó la novena vez que le dijo que no. Mario la invitó a un bar para
tragarse las penas con licor.
-
Lo siento D.D., en serio. Mereces el mundo, pero lamentablemente Malkin está en
este mundo.
-
Gracias tío Mario. ¿Por qué a Nathan? Me dijo que Kyle era un biker aficionado,
entendería que volvería a tratar de estar en una pandilla y que ésta vez
recibiera más que una golpiza. Aún así… ¿Nathan? Ese pobre chico no hacía más
que trabajar manejando los negocios, la gente en las maquiladoras lo adoraban
porque de hecho pagaba honesto. No como las otras.
-
¿Otro dueño de maquilas? Malkin está lleno de ellas.- Le sirvió otro trago de
Tequila que ella bebió de un golpe.
-
No creo, el negocio no era próspero, más un hobby que otra cosa. Y si quisieran
terminar con su maquiladora la incendiarían, como las tres que quemaron el año
pasado. Trece muertos. Maldita ciudad.
-
¿Qué vas a hacer ahora D.D.?
-
Estafas más baratas y por un largo tiempo pasar debajo de todos los radares. No
quiero que la policía sospeche de mí.
-
No me refería a eso.
-
Lo sé. ¿Sabes lo que me da más miedo?
-
¿Qué?
-
Recordar. No me refiero ahora. Me refiero en unos años, que el recuerdo me
recuerde a mí. En algún momento, tarde o temprano, cuando encuentre paz y
felicidad me acordaré de él y será como si acabara de ocurrir.
-
Trata de no pensar en eso. Cuando recuerdo a mi ex y me pongo triste… Vamos, no
es lo mismo, la deseo muerta a la perra esa, pero creo que entiendes lo que
quiero decir. Cuando estoy triste juego billar, saco algunos dólares en
apuestas a los novatos, esa clase de cosas. Eres buena en el billar, no
esperarán que ganes. El truco está en dejarles ganar un par de veces, herir su
hombría, triple o nada y limpiar la mesa con ellos.- D.D. empezó a reír.- ¿Qué?
-
Tienes tus momentos tío, tienes tus momentos.
-
No, es el tequila.
Danielle pasó días enteros en la
Jaula de billar. Su tío tenía razón, era divertido y nadie la amenazó. Nadie
quería amenazar a una mujer. Mucho menos a la sobrina de Mario Aguilar.
Deudores, y futuros deudores, entraban y salían del lugar todo el tiempo. No
era difícil saber quiénes eran, tenían esa mirada de haberlo perdido todo y
estar perdidos por completo. Se encerraban en el despacho de Jesús Aburto, a veces
con Mario y a veces a solas. Mario abrió la puerta y le hizo señas a Danielle
para que entrara.
-
Roger Fang.- Le susurró, como si significara algo para ella. Fang era un hombre
negro y barbón que permanecía en silencio mientras Aburto se masajeaba las
sienes. Hacía eso cuando trataba de serenarse.
-
¿Quién es?- Le susurró a su tío y su padre adoptivo la escucho.
-
Roger debo-hasta-mi-camisa Fang. Un hijo de perra que se cree un listo hijo de
perra.
-
Señor Aburto, por favor, la operación ya no existe. Sin Kyle Burke no tengo
quien cocine las anfetas. No sé hacerlas yo mismo.- Danielle quedó
impresionada. Aquella era la razón por la que a Nathan no le gustaba hablar de
él. Biker aficionado a gángster aficionado.- Al menos los intereses…
-
Nadie te puso una pistola en la cabeza y te obligó a apostar, ¿o sí? Yo presto
dinero y espero ver ese dinero de vuelta, con algo de intereses porque tengo
que comer. No lo hago para que andes apostando lo que no tienes y ciertamente
no lo hago por la bondad de mi corazón. Ya son quince mil de intereses, más los
originales 30.
-
Debe haber algo que pueda hacer.
-
¿Sabes quién mató a Kyle Burke?- Interrumpió Danielle Dillon. Jesús la miró
furioso, pero tenía que preguntar. Tenía que saber.
-
No, si supiera ya lo habría matado. Robó todo el dinero y todo el producto y me
dejó sin nada.
-
No sin nada, espero.- Dijo Aburto.- Y en cuanto a lo que decías sobre hacer
algo por mí… ¿Cómo esperas que confíe en un apostador degenerado? Los que
llevan apuestas caen rápido, gente como yo estamos en área gris en cuanto a
legislación se refiere y por debajo del radar de la policía. Es algo que me
gusta de hecho. Así que si me dices que podrías matar a alguien por mí sabré
que trabajas para la policía. ¿Eso ibas a decir?
-
Dios no.- Aunque era obvio que eso estaba por decir.
-
Tienes casa, tienes auto, tienes muebles. Véndelos.
-
Podría reunir algo de dinero para el lunes, sé que debía pagarle hace dos
semanas, pero deme hasta el lunes y habré vendido el producto que me queda, mi
auto y sacar otra hipoteca a mi departamento. El lunes. Al menos 7, 8 mil
dólares puedo darle.
-
Si no fuera una buena persona te rompería las piernas. Tienes hasta el lunes…
¿Esperas que te acompañe a tu auto?- Fang se fue y Aburto se calmó un poco.
Quedó en silencio unos segundos antes de hablar.- Rómpele las piernas el lunes
Mario. No importa si paga completo, le rompes las piernas. Sé cuando me mienten
y detesto esa sensación.
-
Sí jefe, no hay problema.- Dijo Mario, señalando el bat detrás de la silla
giratoria de Aburto.
-
Agárralo de una vez. Y consígueme otra docena de láminas.- Le pasó un pequeño
fajo de billetes. El LSD se estaba volviendo una constante para él. Decía que
le ayudaba a relajarse, pero Danielle se figuraba que le habría gustado ser
hippie.
El lunes llegó y Danielle insistió
en acompañar a su tío. No tenía nada mejor que hacer y además se figuro que
quizás con dos rodillas rotas recordaría mejor el caso de Kyle Burke, pues sin
duda era el mismo asesino que mató a Nathan. Mario la dejó seguirle hasta la
puerta del departamento, no quería que viera lo que pasaría a continuación.
Tocó insistentemente con la punta del bat y se escondió el arma en la parte
trasera de los jeans. Roger Fang destrabó la puerta y la abrió por completo,
mostrando una mochila en son de paz.
-
Conseguí más de lo que creí poder conseguir.- Danielle se quedó afuera,
asomándose cuidadosamente para no ser detectada. No quería disminuir el temor
que Mario infundía.
Roger Fang quiso darle la mochila
pero Mario la tiró al suelo a un lado de la hija de dos años de Fang. La
mochila estaba vacía, se notaba al caer. Era una trampa. Roger sacó un cuchillo
y fue directo a su cara. Mario gritó de dolor y lo alejó con el bat en una mano
y la otra sobre su ojo. Tiró el bat y sacó su automática. Roger corrió hacia
él, Mario no podía ver nada porque la sangre manaba por chorros y ya tenía el
rostro cubierto. Disparó a ciegas hacia los ruidos que podía detectar. Fang
cayó muerto con dos balas en el pecho. D.D. entró corriendo para agarrar el bat
revisar a Mario. El corte le había dado en el ojo izquierdo. Se quitó la
sudadera y se la pasó para que se quitara la sangre. Intentó jalarlo a la
salida, rogándole porque huyeran de ahí antes que los vecinos les vieran.
Mario, era demasiado grande y no se movió. Se quitó la sangre del otro ojo.
Entendió la urgencia en la voz de Danielle. Roger estaba muerto a un lado de su
hija Nora. Le había disparado accidentalmente.
-
La niña…- Mecánicamente siguió a Danielle por las escaleras hasta el auto.
Mario lo repetía una y otra vez.- La niña se llama Nora. Nora. Se llama Nora.
-
Mantén presionada la herida y agáchate, no quiero que la policía te vea así. Te
llevaré con el doctor Winstock, ¿lo recuerdas? Es buen tipo, “perdí la
licencia, no la habilidad”, ¿lo recuerdas?
-
Dios mío Nora… No veía nada.
D.D. aceleró por las calles
laterales y callejuelas tan rápido como le fue posible. Llegaron a la clínica
del doctor Winstock en un callejón a un lado de un restaurante chino. Winstock
lo revisó y comenzó a tratarlo. Incluso antes de dar la noticia se notaba, por
su semblante sombrío, que perdería el ojo para siempre. Le inyectó morfina para
dormirlo y hacerle olvidar el dolor. D.D. notificó a su padre adoptivo quien
fue a verlo y a pagarle al doctor. Se quedaron a un lado de Mario toda la noche
y él despertó mientras Jesús iba por la cena. Se removió asustado. D.D. le
agarro la manaza con su mano femenina y trató de calmarlo. Sabía que le dolía
como el demonio, pero sabía lo que realmente pasaba por su cabeza.
-
Ya lo entendí…- Dijo Mario, luego de varios balbuceos y gemidos de dolor.
-
¡Doctor! Necesita más morfina.
-
D.D., entendí lo que querías decir. Tengo miedo que este recuerdo me recuerde a
mí. No puedo creer que… Oh Dios, no creo poder hacer esto por más tiempo
Danielle.
-
Jesús fue por algo de comer, volverá en cualquier momento.
-
No le digas que te dije eso D.D., por favor.
-
Por supuesto.
Mario perdió el ojo y el doctor le
puso uno de vidrio. Aburto pagó por todo, pero empezó a exigirle más a Danielle,
quien terminó de rentar el departamento que había usado con la estafa anterior
para poder darle algo de dinero a su padre adoptivo. Se mudó con Mario quien,
conforme pasaban los meses tenía cada vez menos apetito por la violencia.
Danielle estaba volviendo a ganar buen dinero, podía mudarse, pero prefería
quedarse con su tío. Lo escuchaba en las noches, teniendo pesadillas. Una noche
fue más brutal que las otras y empezó a gritar descontroladamente.
-
Mario… ¡Mario!- El cobrador despertó abruptamente gritando y lanzando
manotazos. Le dio una bofetada a Danielle que la tiró al suelo.
-
¿Qué demonios… ¿D.D.? Perdón, estaba… creo que estaba soñando algo, no me
acuerdo.
-
Lo mismo que anoche y la noche antes de esa y antes de esa.
-
Prefiero no hablar de ello.
-
Orgullo masculino.- Se sentó en la cama a su lado y le robó un cigarro.
-
Algo así… ¿Qué hora es?
-
Las 5.
-
Tengo que estar a las ocho con tu papá… padre adoptivo.- Se corrigió antes que
Danielle le reprimiera. Se encendió un cigarro y se sentó en la cama.- ¿Te
dolió?
-
No, eres una marica cuando se trata de golpes.
-
¿Tienes algo en contra del orgullo masculino?
-
¿Tú qué crees?
-
No espero que lo entiendas D.D., eres una buena persona… No como yo.
-
No hay santos en este mundo Mario, creo que tienes que morirte antes que te
califiquen como uno y ni tú ni yo nos vamos a ir de este mundo en muchos,
muchos, años.
-
¿Vas a trabajar hoy?- Mario desaprobaba de la nueva estafa de su sobrina.
-
Tengo cuatro marcas, entregas mensuales. Mañana… Hoy, tengo uno nuevo. Tengo
que pedirle a Emma otro bebé.
-
¿De dónde los consigue?
-
Es niñera y me quiere cobrar como si fueran de oro. Una vez me dio uno negro
por equivocación, casi se me cae el asunto entero.
-
No me gusta, lo sabes.
-
Sólo tengo que estudiar al sujeto, acostarme con él, esperar 10 meses y
sorpresa, quedé embarazada y este retoño es tuyo, ¿por cierto, podrías
ayudarme? Los hombres casados pagan lo que sea. Debe ser orgullo masculino.
-
Te levantaste del lado izquierdo de la cama.
-
Jackie Brown no soportaría a estos sujetos, siempre lloran al principio y te
ruegan. Luego de eso… pan comido.
-
¿Quién demonios es Jackie Brown?
-
Tarantino.
-
Ya estás grande para jugar veinte preguntas.
-
Tienes que ver más películas tío M., te la regalé en Navidad.
-
Ya la veré.- D.D. se rió ligeramente. Mario parecía estar mejor.
-
Regreso a la cama, trata de no despertarme cuando te vayas.
-
Te dejo el desayuno donde siempre D.D., nos vemos al rato.
Emma le dio un bebé que, por única
vez, de hecho se parecía al supuesto padre, Phil Hickman. Phil Hickman era un
hombre negro de tez extrañamente pálida con puntos más oscuros en el rostro,
era delgado y mantenía un afro que parecía una segunda cabeza. Lo había
conocido en el bar, pero había sido su idea. Ella le habría mandado al demonio
de no haber sido por el curioso detalle de una breve mención a una futura
señora Hickman, Joan algo. Eso había sido hacía un año, se figuraba que ya
estaría casado. Le vio en el área de restaurante del centro comercial, D.D.
volvió a pensar en Jackie Brown. Pam Grier era su heroína, era fuerte y en
control. Algo que el vacío de Nathan le había quitado por muchos meses. En
Jackie Brown estafa a los federales y hacen que maten a su jefe. No quería
muerto a Jesús, al menos no siempre o no en serio, pero era su fantasía. El
bebé actuaba también y cuando Hickman lo vio se le formaron lágrimas que no
llegó a llorar. No tenía argolla de casado. Aquello era un problema, aún así
decidió intentarlo.
Hickman lo cargó y le rogó que no le
dijera a nadie. Joan ya estaba por divorciarse, cosa de tiempo y sabía que era
la mujer para él. Danielle le dijo que quería criar sola a su hijo a quien, por
supuesto, llamó Phillip. Un detalle extra que siempre funcionaba. Hickman se
alegró de oírlo, aunque lo disimuló. Tras cinco minutos sobre la difícil
situación de la madre soltera actual lanzó el gancho.
-
La verdad no te habría buscado otra vez Phil. No lo tomes a mal, no considero
la noche que tuvimos un error. No si me dio a esta preciosidad. Tengo prospectos
de trabajo en Denver, creo que me mudaré si me dan el trabajo, pero realmente
necesito la experiencia en este bufete. No me pagan nada, pero Denver no me
dará la oportunidad a menos que tenga la experiencia. Ya sabes lo difícil que
es encontrar trabajo en estos días.
-
Sí, vendo alfombras ahora. De hecho me preguntaron si tenía experiencia, cuando
cualquier mono entrenado puede hacerlo.
-
No es fácil, más si eres madre soltera. Sólo necesito pagar la renta de mi
departamento y las cuentas, ya le pedí demasiado a mis hermanas.- Ahí fue
cuando Hickman la miró despectivamente. No se sentía amenazado, se sentía
enojado. Nunca le había pasado. Había plantado muchísimas semillas, tenía
cuatro regulares y a partir de un mes tendría a otros cinco. Éste era el primero
que parecía dispuesto a arrancarle la cabeza y matar al bebé con tal de no
soltarle ni un centavo.- Como dije, era una emergencia y no te habría molestado
de otra manera.
-
Joan no puede saberlo. No tengo dinero… Joan tiene una llave de emergencia,
podría sacar de ahí. No me llames otra vez. Te veré en el estacionamiento de
este lugar pasado mañana a las 4… No, el jueves por si acaso no hay dinero ahí,
estará de visita en prisión. El jueves.
-
Gracias Phil, verás que…- La dejó con la palabra en la boca y se fue.
Se lo dijo a Mario. Estaría ahí el
jueves y quizás no sería para darle dinero, sino para matarla. No llevaría al
bebé, sino a su automática. Mario insistió en acompañarle, se escondería en la
parte trasera del auto. Danielle se sintió terrible, su tío seguía teniendo
pesadillas sobre Nora, la pequeña Nora muerta de un balazo en el piso y ahora
le pedía que, en caso de ser necesario, matara a Phil Hickman. Para Mario
Aguilar no había discusión, estaría ahí. Escondido, pero estaría preparado para
lo que fuera.
-
¿Dijo a las 4?- El estacionamiento estaba más oscuro de lo que a ella le habría
gustado. Mario volvió a preguntar desde el asiento trasero del auto de Danielle
con la automática preparada en la mano.
-
4.- Dijo Danielle, tratando de ser Jackie Brown cuando Samuel L. Jackson trata
de sorprenderla en la oscuridad con un arma. La verdad es que no se sentía así.
Se sentía nerviosa y asustada.- ¿Te dije de una película noir llamada “La
cicatriz”?
-
¿Qué es “noir”?
-
Violento, triste y trágico.
-
¿Quieres hablar de eso ahora mientras esperamos a un comodín?
-
Buena película, sujeto huye de la justicia, encuentra a alguien que es idéntico
a él en todo menos en una cicatriz y se la hace. Lo hace a partir de una foto,
de modo que está en el lugar equivocado. Nadie nota el detalle. Una chica,
alguien como yo, se da cuenta. Se da cuenta de la estafa. Tiene una parte muy
buena, los dos quieren huir, de la vida, de la ciudad… La clase de cosas con
las que me puedo identificar. Él le dice que eso de la virtud es para los
idiotas, que cada quien se rasca por sus propias uñas, es una selva donde
tienes que traicionar para avanzar y aplastar para sobresalir. Le dice que el
amor es un cuento de hadas, que es una carta que tienes que saber jugar pero no
dejarte manipular, porque en el fondo todos manipulan. Le dice todo eso.- D.D.
se encendió un cigarro y respiró profundo.- Le dice todo ese discurso. Ella se
exaspera, ¿sabes qué le dice?
-
Ya te dije que no sé ni que es eso de noir, así que no.
-
Le dice que ya lo sabe, pero que quiere dejar de saberlo. Quiere creer en todas
esas cosas que los demás idiotas creen, ser una marca más, que le gustaría
olvidar eso que aprendió. Quiere volver a correr la cortina que esconde la fea
realidad de la vida cotidiana. ¿Crees que se pueda?
-
No, honestamente no.
-
No, eso pensé…- Quedaron en silencio, terminó su cigarro y lo apagó.
-
¿Tienes la pistola en el bolso?
-
No se ha movido de lugar desde la última vez que preguntaste.
-
Mantén la mano en el bolso en todo momento y no tapes mi línea de fuego.
-
Ahí viene.- Susurró Danielle. Hickman estacionó en la mitad de la vía con autos
atrás. Les sacó el dedo y del auto sacó un maletín de doctor que estaba
rebosando de billetes.
-
Danielle, perdón, el tráfico.
-
Mi hermana se quedó con Phil en su casa, me hizo el favor.
-
Hablando de favores…- Le abrió la bolsa de doctor, estaba repleta de billetes
de billetes de 100 dólares en fajos unidos con ligas.- Ahí hay más de 200 mil
dólares Danielle, si eso no te pone en un avión a Denver o donde demonios sea,
te aseguro que el pequeño Phil, o como se llame el mocoso, crecerá muy
solitario.
-
Gracias Phil, no volverás a oír de mí.- No oyó lo que le contestó por los
cláxones que sonaban en larga fila detrás de su auto. Entró al auto y le pasó
la bolsa a Mario.
-
Realmente te quiere fuera de su vida.
-
Necesito otro cigarro.- Se encendió un cigarro y le pasó otro a su tío.- Hazme
un favor, saca dos fajos de 50 mil, uno para ti y otro para mí. El resto se lo
voy dando a Jesús por cuotas.
-
Ya puedes rentarte otro departamento D.D., pero en serio, si otro de estos
papás falsos son tan intensos como ese sujeto, salte del juego lo más rápido
que puedas.
-
¿Para qué crees que ahorro, tío? Para salirme del juego.
3.-
Hace 5 años: Ian Madison
Ian llevaba media cerveza observando
la mancha de moho en el techo de su sala desde su cómodo sillón reclinable.
Odiaba el moho. El moho le hacía recordar a la casa en la que creció. Esa casa
le hacía recordar a su padre. Eso le hacía enojar. Siempre que se enojaba
encontraba a alguien a quien gritarle. Su esposa Joan se lo decía todo el
tiempo. Joan era la que más gritos recibía. Terminó la cerveza, pero el moho
seguía ahí. Joan le llamó a la cocina para cenar. Le había visto espiándole
desde el rabillo del ojo.
-
Sí, la bañera debe tener una fuga, ya llamé para que el plomero se encargara.
-
Puedo hacerlo yo Joan, no es necesario.
-
Sí, ¿pero el moho?
-
¿Y tus plomeros también pintan?
-
Pues no.
-
¿Entonces no es lo mismo, no es cierto?- Le gritó. Joan bajó la cabeza e Ian se
calmó respirando profundamente. Algo que había visto en televisión. Su padre le
gritaba a su madre todo el tiempo. Odiaba eso también.- Perdón amor, no es tu
culpa. A veces pierdo el control.
-
No te preocupes.- Puso las chuletas de cerdo en el plato y empezaron a comer.
Ian le sonrió a Joan, realmente la amaba. Sabía que la lastimaba a veces, pero
sólo cuando se convertía en su padre. Joan lo entendía. Ella era una mujer
negra de tez ligera y largo cabello rizado. No sabía qué había hecho bien para
conseguirse a una mujer como ella. Él era un pelirrojo de cabeza cuadrada,
labios finos y, para no parecerse a su padre en al menos un aspecto físico,
tenía un cuerpo atlético.
-
Realmente lo siento.- Joan sonrió y le acarició la mano.- ¿Qué pasa?
-
Eres más tierno de lo que crees Ian. Siempre haces eso. Te quedas callado
después de estallar y te das cuenta de por qué estallas y me lo explicas. No es
el moho, no son los plomeros, ni la pintura.
-
No, no es eso. Es sólo que… No quiero que esta casa sea la de mi padre y yo no
quiero ser como mi padre. Lo mejor que pudo haber hecho fue morir en prisión.
-
Oye…
-
¿Me vas a decir que miento?- Joan se rió un poco. Le había conocido una sola
vez, lo único que le preguntó fue si tuvo que ir a África para cazar al
chimpancé o si lo compró por Amazon.
-
Morir es un poco fuerte Ian, mejor… Dejar nuestras vidas.
-
Ojalá algún día lo haga.- Dijo él, pensando en su mal temperamento. Podía ser
peligroso, sobre todo en su línea de trabajo como ladrón de casas. No podía
darse el lujo de una rabieta y si algo fallaba y había alguien en casa su
instinto de pelear o huir tenía que ser el de huir, aunque temía que algún día
encontraría a algún pobre diablo amenazándole con un bat de baseball y terminaría
dándole una golpiza. No, no podía dejar nada para la policía y menos un buen
testigo furioso.
-
Estaba pensando amor… porque el otro día mencionaste la mansión de Highview
park, que podría ayudarte. Una casa está a la venta a un lado y tendrá un Open
House, cosa de ir al balcón del segundo piso y dejar ese aparato que tienes
para neutralizar la alarma. Es una ADT estándar, a un brinco del jardín de la
mansión.
-
Joan…
-
La has estado viendo por casi seis meses. ¿No dijiste que estaban preparando un
viaje de pesca?
-
Joan…
-
Me hago pasar por alguien interesado en la casa a la venta, desactivo la alarma
y me voy…
-
Joan, no, en serio. No quiero involucrarte. Sé que no te gusta mi otro negocio
de anfetas, pero esos cristales me están dejando más dinero últimamente y
necesito menos a mi mediador. Sé que Phil odiaría saber esto, pero creo que el
negocio de las anfetas es más seguro.
-
¿Con tus antecedentes?
-
Joan, por Dios, me agarran en una casa y Dios sabe de qué me van a acusar.
Además, esa mansión es de un juez. Me costó averiguarlo, pero lo hice.
-
Estoy segura que la agencia de viajes que me llamó me va a contratar, con ese
dinero extra podrías…
-
¡Joan!- Estalló Ian otra vez. Maldijo a su padre. Maldijo que siempre pensará
en él como padre y no papá. Maldijo cada vez que le dijo que el único pecado
era la debilidad.- Nena, con las casas es… Una buena, dos malas. Phil siempre
habla de subir su prima y la gente ya no deja efectivo dando de vueltas por
ahí. Ésta noche pruebo suerte otra vez. La casa en Eton bridge que te dije la
otra vez. La gente y sus redes sociales, prácticamente anunciaron sus
vacaciones.
-
No se estarán tomando selfies cuando vean la casa limpiada.- Joan se rió.
-
Sin duda, y cuando sea navidad… Estaba pensando, ¿por qué no vamos a Maui?
-
Ya entendí lo de los plomeros, no quieres gastar para tener otra luna de miel.
Te dije, por dentro eres un oso de felpa.
-
El encanto irlandés, mi amada señora.- El celular desechable vibró y lo revisó
rápido. Tenía otra venta.- ¿Lo ves? Tres veces al día mi amor, tres. Ni
siquiera me conocen, pero yo conozco su dinero que pasa a ser nuestro dinero.
-
¿Te tienes que ir?
-
De una vez. Termino la cena más en la noche. Voy por mis herramientas y me
voy.- Se besaron, corrió al garaje y
volvió corriendo para darle otro beso.- ¡Maui, nena, Maui! Sol, playas, bebidas
para maricas y tú en tanga.
-
En el cuarto pervertido, no afuera.
-
Funciona para mí.
Ian recogió la mochila negra que
escondía debajo un panel oculto en el garaje detrás del boiler y subió al auto.
Tenía el carácter de su padre, pero no su inteligencia. El viejo Madison
necesitaba solamente una máscara y un revólver. Asaltaba tiendas sin estilo ni
gracia. La policía tenía un archivo del tamaño de la guía telefónica para
cuando lo atraparon con las manos en la masa, después que matara al chino que
no entendía lo que le decía. Ian era cuidadoso al robar casas, las estudiaba
por semanas y a veces meses. Podía hacerlo con todos durmiendo, aunque prefería
que no estuvieran en casa. Sabía lo que haría ruido y lo que no, era un gato
silencioso con sus gogles de visión nocturna. Su negocio de anfetas era aún más
inteligente, por eso consideraba dejar de lado la emoción de entrar a una casa
ajena. Tenía buzones, en casas abandonadas, donde los clientes dejaban el
dinero. Diferentes buzones para diferentes clientes. Recogía el dinero primero
antes de dejar las anfetas en otro buzón. No tenía nada de ilegal recoger
dinero, y en cuanto a las anfetas nunca cargaba más de las que la orden pedía y
era precavido, siempre sabía distinguir un policía de un civil común paseando
en la noche. Cualquier señal sospechosa y tiraba la droga por la ventana.
Prefería asumir la pérdida que terminar en prisión como su padre.
Ambos buzones estaban libres esa
noche. Ni un solo auto a cuadras de distancia. Nadie paseando al perro, ni
trotando. Ya era muy tarde para eso y no vio ni a una patrulla en mucho tiempo.
Incluso si lo atrapaban era poco probable que le llevaran a prisión por esas
cantidades. Los fiscales preferían imponer multas que perder millones de
dólares en un juicio por poco menos de mil dólares en producto. El cocinero era
el que se exponía más y tenía un sistema parecido con él. Era “I” para sus
clientes y hasta para el pseudo-biker que cocinaba los cristales. No confiaba
que no se iría de lengua, confiaba en que era demasiado cobarde como para
antagonizar a sus vendedores y, más aún, en la siempre confiable pereza del
departamento de policía.
Manejó pensando en Maui, sería un
buen lugar para arreglar las cosas con Joanie, ella no siempre le decía lo que
sentía y era su princesa. Pensó en la arena entre los dedos de sus pies y hasta
en cosas que su padre odiaría por cursis como agarrarse de la mano de su esposa
y ver el atardecer con el agua hasta sus tobillos. Poco a poco fue dejando de
pensar en eso. Tenía una casa que robar.
Eton bridge era una buena colonia
para ancianos e Ian sabía por experiencia, ellos siempre tenían joyas y dinero
en efectivo por la casa. El sistema de vigilancia había sido comprado en los
90’s, era cuestión de trepar por el muro y cortar el cable dentro de una caja
blanca. Sabía que tenían un perro aunque no lo veía aún. Lanzó los pedazos de
carne con pastillas para dormir. Un escuálido perro pequeño apareció oliendo la
comida y en cuestión de segundos estaba dormido. La cerradura era fácil de
violar. La pareja estaba dormida, oía los ronquidos de uno en el piso superior.
Navegó entre los muebles usando sus gogles de visión nocturna para no golpearse
con nada, pues por alguna razón la pareja creía que mantener las cortinas
cerradas durante la noche era otro sistema de defensa. Sacó la bolsa militar de
su mochila y empezó a buscar la platería. Tenían dos sets completos de
cubiertos y platos, un par de armas antiguas del siglo XIX y algo de efectivo.
Siguió con la estancia, buscando entre los sillones por algo que pudiera
vender, aunque no encontró mucho. Subió las escaleras por los costados para no
hacer crujir la madera bajo el tapete. Pasó frente a la puerta del dormitorio
como una sombra más en un mar de oscuridad. Había una segunda habitación donde
guardaban, entre inútiles álbumes familiares y souvenirs de sus viajes, una
pequeña fortuna en joyería. Debía haber más en la habitación, pero aunque la
tentación era grande, prefirió jugarla a la segura.
Había una sensación casi erótica en
estar en una casa ajena, el curiosear entre los pedazos de la vida de algún
desconocido. Nunca engañaría a su esposa, no necesitaba esa sensación de peligrosa
excitación pues tenía algo mejor. Le sería difícil dejar de robar casas, era
una droga extraña. Se detuvo, en su salida, en la cocina, donde se quitó los
gogles y los metió a la mochila. Paseó las manos enguantadas por las fotos
imantadas al refrigerador, la pareja tenía hijos y nietos. Habían viajado por
el mundo y tenido una vida plena. Aún debatía con Joan sobre tener hijos, temía
convertirse en el viejo Madison. Viendo las fotos, sin embargo, soñó con algún
día tener un refrigerador como ese, repleto de recuerdos placenteros. Entró al
garaje, destrabó el mecanismo automático que supuso haría mucho ruido, y abrió
la puerta lo suficiente para arrastrarse fuera cargando la pesada bolsa verde
del ejército y su mochila. Caminó a su auto con calma y con la cabeza algo
ligera. No había sido un reto, y se abstenía de los retos, pero había sido un
buen robo y sacaría bastante con ese dinero. Lo suficiente para ir a Maui con
algo de sus ahorros.
Encendió el Mustang negro y todos
sus nervios estallaron al oír las sirenas de la policía. Regresó al mundo real
en una fracción de segundo. Aceleró con el pedal hasta el metal. Tenía una ruta
de escape, como siempre, en caso que una patrulla lo captara saliendo de una
casa cargando con su bolsa del ejército, pero tenía cuatro patrullas detrás de
él. Sabían que estaba ahí. Le bloqueaban el paso al final de la calle. Siguió
acelerando y dobló a la derecha, atravesando el jardín de una casa y saliendo a
una paralela. Conocía las calles como la palma de su mano, pero había calculado
mal. No había solamente cuatro patrullas, tenían dos autos de civil. El Mustang
rugió por una avenida, saltando entre los baches y los topes. Cruzó los rojos
sin mirar a los lados, esquivando los autos con destreza. Los policías le
siguieron de cerca, no se rendirían. Dobló sobre la MLK, era un riesgo pues
siempre había patrullas, pero conocía una callejuela que le dejaría cortar
varias cuadras. Evadió un auto que salía de un cruce, pero la patrulla no se
movió a tiempo y golpeó el costado con el frente. El aparatoso accidente no
detuvo a sus perseguidores. Tenía a siete carros tras de él cuando entró a la
callejuela, reventando los espejos laterales por lo angosto de la vía. Las
patrullas no pudieron avanzar, pero los autos de civil sí pudieron. Estaba a
medio camino cuando los faros iluminaron un contenedor de basura rectangular y
de acero. Lo evadió lo mejor que pudo, la callejuela se había ensanchado, pero
no fue suficiente y golpeó el costado de un edificio. La bolsa de aire estalló
frente a él, el cinturón de seguridad se hizo tenso y sintió que su cuerpo
rebotaba, su mente se reiniciaba para evadir el dolor. Abrió los ojos y vio las
pistolas apuntando la ventanilla del auto.
Le leyeron los derechos después de
darle una golpiza y lo subieron esposado al auto que salía de la callejuela en
reversa. Su cerebro no podía procesar lo que ocurría. Alguien había bajado el
volumen y sus oídos zumbaban por el choque. No podía sentir la golpiza, aunque
sabía que su cuerpo le pasaría factura en unas horas. Lo procesaron y le
hicieron esperar en una sala de interrogatorio. Antes que los detectives
entraran empezó a repetir en voz alta “abogado y llamada”, una y otra vez. Lo
dejaron ahí por cuatro horas pero él siguió repitiéndolo una y otra vez. Lo
hacía mecánicamente porque su mente se concentraba en Joan. Habían hablado
sobre eso, pero le había jurado a Joanie
que no sería como su padre y no terminaría en prisión. No sabía lo que
ella diría, si lo soportaría, si lloraría por él. Cuando los detectives entraron
fue para quitarle las esposas y llevarlo a una celda en el subsuelo.
-
Al demonio tú, tu abogado y tu llamada. Te tenemos hijo de perra.- Eso fue lo
único que le dijeron antes de cerrar la celda y dejarlo con los borrachos y los
yonquis.
A medida que todo su cuerpo aullaba
de dolor se dio cuenta de lo grave de la situación. Su primer arresto no había
llevado a nada, había robado droga de una casa y los policías prefirieron
venderla a procesarlo, aunque dejaron marca en su expediente y procesaron su ADN
y sus huellas. La segunda vez fue por robo a un departamento, pero no le habían
agarrado con las manos en la masa, tenían únicamente una testigo y nada de lo
robado y el juez lo dejó irse con una advertencia. Éste era un juego
completamente distinto. Ahora le tenían, y lo tenían bien. Joan le localizó al
alba, había estado llamando por todas partes hasta que se dignaron a decirle
dónde estaba. El detective Mark Chandler, a quien había conocido en su segundo
arresto, bajó para decirle que su esposa le buscaba.
-
Tienes que entender Madison, estás fregado. No hay otra manera cómo ponerlo.
Jodido por completo.- Chandler era corpulento con una sonrisa malvada y
entradas de calvicie.- Sabía que caerías, te lo dije además. ¿Te acuerdas de
nuestra conversación? Quizás no te agarré yo, quizás no termines siendo una
convicción más para mí, pero aún así quiero que sepas… desde el fondo de mi
corazón, jódete y vete al infierno.
-
Quiero ver a mi esposa.
-
La última vez tenías toda una letanía de bromas para mí, ¿qué pasa Madison, ya
no tienes el humor irlandés? Supongo que al final eres igual que tu padre.
-
¡Hijo de perra!- Saltó contra los barrotes pero Chandler retrocedió riéndose
mientras Ian lo insultaba.
-
Hazte un favor, no lo arrastres a un juicio y cálmate un poco, tu esposa ya
viene.- Dejaron pasar a Joan, no sin antes revisarla por armas y pasarle las
manos por todas partes. Madison quiso gritarles pero se calmó. No quería
asustar más a su esposa.
-
¿Joanie?- Ian apenas podía verla a los ojos.
-
Oh Ian, ¿qué vamos a hacer amor?- Le tomó de las manos y se besaron.- ¿Qué tan
mal, amor?
-
Mal, no te voy a mentir. Robo a casa habitación, tienen lo robado y lo que
necesitan.
-
Llamaré a un abogado Ian, no te preocupes. Esto es Malkin, la gente culpable
sale libre todo el tiempo, vas a ganar esto. Podemos ganarle a esto, mi amor. Lo
importante es estar juntos.
-
No me dejaron llamarte.
-
Lo sé, dijeron que no querías llamar a nadie, ni que querías a un abogado, pero
ni para mentir son buenos los cerdos.
-
Chandler, ¿te acuerdas de él? Es el que me arrestó hace seis años, me dijo que
me declarara culpable… Habrá que ver qué clase de trato puede hacer el abogado.
-
Conozco a un abogado criminal, con la golpiza que te dieron tendrán que bajarle
los años. Y no quiero que te preocupes, estaré a tu lado en todo momento.
Los días pasaron entre
conversaciones con su abogado y negociaciones con un asistente al fiscal de
distrito. El abogado fue claro y preciso, lo tenían por todas partes. Esperaba
que la fiscalía tomara en cuenta la golpiza que le habían dado y el accidente
que uno de los patrulleros había tenido. En la audiencia el juez fue estricto y
lo mandaron a la prisión del condado por su récord criminal. No era su primer
arresto y tenía cargos por robo, invasión de propiedad privada, resistencia al
arresto, asalto a un oficial de policía e intento de soborno. La pareja de
ancianos reportó que la mitad de lo robado había sido regresado y la policía
culpó a Ian quien, según ellos, había ido tirando el botín por la ventana. Las
negociaciones clausuraron en la corte, el asistente del fiscal negó haber
hablado con el abogado y pedía la pena máxima. Se había declarado culpable para
evitar eso, ahora estaba en manos del juez. Ian pasó varias noches en vela
hasta que el juez dictaminó sentencia por quince años en el penal de máxima
seguridad Wendell Wynn. Joan estalló en lágrimas y abrazó a Ian, quien seguía
conmocionado al escuchar el veredicto.
Bajó del autobús, encadenado de
piernas y manos, con ganas de estrangular a alguien. No era por los guardias
que tenían la rutina de gritar y amenazar al primero que le viera feo, y no era
la compañía de asesinos y violadores con la que viajaba. No, era el viejo
Madison. El detective Mark Chandler era un hijo de perra, pero tenía razón, al
final la manzana no caía lejos del árbol. Había oído historias de la prisión de
máxima seguridad a la que nadie llamaba por su nombre de Wendell Wynn, un
burócrata que nadie recordaba, sino por su viejo y más siniestro nombre,
Blackbird. Era el cuervo que decía “Nunca más”.
Nunca más una vida normal. Nunca más bajar la guardia. Nunca más
debilidad. Nunca más… o sufrir las consecuencias. Una verdadera moledora de
carne donde los internos entraban por un lado y animales sociópatas salían por
el otro. Una de las prisiones más violentas del país y conocida por sus bajos
estándares humanitarios. Los guardias lo habían explicado en el camino, ya no
eran personas, eran números. Y la cosa con los números es que los números no
cuentan. Más entrarían a llenar su espacio si morían. El único pecado,
recordaba la voz de su padre mientras entraba al edificio con los demás en fila
india, es la debilidad. Y en verdad, Blackbird no era un lugar para los
débiles.
Lo primero que sintió fue el olor.
Fue un golpe directo al estómago. Heces, orina y vomito. Quince años para
olerlo, mañana, tarde y noche. Las celdas tenían un escusado a la mitad, dos
literas en los costados y seis reos por celda. Dos dormirían en el piso, por
regla general, los novatos y las perras. Ian no terminaría como uno de ellos,
se les detectaba en seguida. Los ojos vacíos por la vergüenza de las
violaciones y los abusos, el nerviosismo en cada movimiento. No sería perra de
nadie. El olor se concentraba en las celdas y no tenía un solo segundo de
privacidad. En Blackbird todos podían verte y, peor aún, ver en tu interior.
Su padre le había dicho algunas
cosas sobre Blackbird, sus rituales y su costumbre. Le había dicho que eso que veía en las
películas, sobre agarrar al primer matón y darle una golpiza para mostrar
fuerza era un mito. Todos tenían tribus, las tribus se mataban entre ellas y
tendría que escoger una y rápido. Normalmente era el color de la piel lo que
decidía las cosas. Le había dicho de la primera noche y la primera hora de
comida. Las peores horas en toda la experiencia. Si no lo violaban en la noche
tendría que tener cuidado de dónde sentarse por primera vez para comer. Ian se
formó con su charola escuchando los chiflidos y las amenazas. El lugar era un
estruendo. La tensión siempre palpable en el aire. Escogió una mesa alejada
donde vio a más gente blanca y comió en silencio.
-
Dame eso perra.- Un gorila tatuado le arrebató la inmunda comida e Ian vio
rojo. Se convirtió en su padre. Se levantó de golpe y se le lanzó con un codazo
a la cabeza para después azotarlo contra la comida una y otra vez.
-
Asfíxiate con ella, ¡hijo de perra!- El estruendo se hizo peor, los guardias no
hicieron nada. Tres convictos le tomaron por la espalda agarrándole de los
brazos y escuchó sobre el estruendo, quizás por lo poco convencional del ruido
en un infierno como ese, aplausos.
-
Ian el-irlandés Madison.- Reconoció al de los aplausos cuando lo tuvo
enfrente.- ¿Qué les dije? Es un tipo duro, está húmedo, pero es duro.
-
¿Clay Thomas?- Lo había conocido sin la suástica en el cuello, ni los las
telarañas en los codos. Había cocinado anfetas antes de acabar en Blackbird,
antes de Kyle Burke.- ¿Tu idea?
-
No me creían. ¿Estás bien Fred?
-
Tu amigo tiene buenos reflejos.- El gorila no se inmutó demasiado y no tenía ni
un rasguño. Le soltó un codazo en la boca del estómago que Ian tuvo que
soportar sin que nadie viera que sus rodillas temblaban.- Aunque la próxima vez
no vayas por el cráneo, ve por el cuello o los costados. ¿Nunca habías estado
en una pelea?
-
Ian es violento, como su padre, pero creo que no ha reventado su cereza, ¿o
sí?- Preguntó Clay. Ian nunca había matado a nadie, pero Blackbird no era para
débiles.
-
Solamente dos veces y con un arma. No tenía una, así que opté por otro medio.-
Lo soltaron y Clay lo abrazó afectuosamente. No le había visto en siete años.
-
¿Cómo va el negocio con ese maricón Burke?
-
Iba bien que yo sepa. No me agarraron por eso, simple allanamiento y robo.
Añadieron otro par de cosas y aquí estoy.
-
¿Cuánto te dieron?
-
Quince.- Burke sonrió.
-
Me faltan un par a mí. Estoy con la nación aria, mi hermano Mike, ¿te acuerdas
de él?
-
Sí, ¿cómo está?
-
Bien, fuera de aquí así que considerablemente mejor. En fin, mi hermano Mike
trae contrabando de vez en cuando, por eso me dejaron unirme. Necesitas
protección Madison.
-
Siempre trabajamos bien juntos.- No quería estar en ninguna pandilla, pero iba
con el territorio, si eras blanco eras nación aria y parte de los “skins”, una
facción más débil. Estratégicamente le convenía, y cada día sería una guerra.-
Estoy en el bloque B, celda 707, ¿y tú?
-
Mismo bloque, te vi ayer, estoy a un piso arriba de ti. No parecías asustado.
-
Está en mi sangre.
-
Ahora la nación aria está en tu sangre, o lo estará.
Sabía que no sería fácil, Clay
Thomas no había sido parte de ellos afuera y eso significaba mucho adentro. No
le darían protección sólo porque Clay les trajera cosas de vez en cuando. Le
pedirían algo y tendría que hacerlo. Siguió durmiendo en el piso, pero al menos
podía comer con Clay y pasar las horas de aire libre con él y su gente. Tenía
que mentirles, reírse de sus chistes y fingir que eran personas. Eran animales
salvajes, pero sabía que no debía juzgarlos pues él sería un animal también. Pasaron
pocos días para que iniciara la metamorfosis.
-
¿Es tu amigo, Thomas?
-
Sí, es de confianza. Tiene temperamento, pero pertenece.- Uno de los líderes de
la nación aria, tatuado por todas partes, le examinó para arriba y para abajo.
-
Está bien, pero tú te haces responsable de la mascota, si se orina lo limpias
tú. Dale la cosa del judío, es hora que se muestre. Sangre por sangre.
-
Ven.- Caminaron por el patio evadiendo a las orejas. Era difícil, aunque el
patio siempre se dividía entre los blancos, los negros y los latinos. Nadie
salía de su área y rara vez interactuaban, a excepción de algunos juegos de
basketball que, normalmente, daban por resultado heridos que iban a la
enfermería para recibir una aspirina y nada más.- Le dicen Fif, no sé cómo se
llama y no importa. Le debe a alguien que es amigo de alguien y parece que
ofendió a otro que es amigo de alguien más. Política de prisión Ian, no los
hagas enojar y, sobre todo, no los dejes mal. Puse las manos al fuego por ti
ahí.
-
Todavía no me has dicho lo que tengo que hacer. ¿Ves a esos tres sujetos
haciendo pesas? Charlie, Mondo y Frizzie. Ellos le dijeron a este sujeto Fif
que podían darle el privilegio de no matarlo si pagaba a tiempo. Lo ha estado
haciendo pero, como dije, hizo enojar a muchos alguien. Fif confía en ellos,
los verá en la tintorería, ¿ahí te asignaron, no es cierto?
-
Sí.
-
Mejor aún, no desencajas. Vas con ellos, Fif estará ahí y luego lo violas y lo
matas, asegúrate que le duela mucho. No me dejes mal, ve con ellos.
No llevaba una semana y ya tendría
que matar a alguien. No quería violarlo y no lo haría, pero la nación aria le
daría un infierno de dolor si no mataba a un sujeto que no conocía y que nunca
le había hecho daño. Los tres fisicoculturistas eran prácticamente retrasados
mentales, pero encajaban en la rutina de Blackbird porque eran fuertes y
dispuestos a todo. No le dirigieron la palabra, pero le acompañaron a su área
de trabajo. Ellos sobornaron a los guardias para que les dieran privacidad. Fif
era un sujeto pálido y de barba canosa, no parecía judío ni árabe, pero no
hacía la menor diferencia.
-
¿Quién es él?
-
Ian Madison, será tu guardaespaldas. ¿Tienes lo que queremos?- Fif les pagó con
paquetes de cigarros. Todos se encendieron uno.- Está en tu bloque, así que
estarán más cerca.
-
Podríamos compartir celda.- Dijo Fif.
-
Estaría bien.- Ian estaba nervioso aunque no se le notaba. Terminó su cigarro y
Mondo le dio un ligero codazo, era hora de hacerlo. Frizzie se paró entre las
dos ruidosas máquinas de lavado para avisar si venía alguien, pero los guardias
no vendrían.
-
Hazlo Madison.
Quiso decirle que lo sentía. Quiso
decirle que no era personal, sino supervivencia. Quiso decirle que Blackbird no
era para débiles y que el único pecado era la debilidad. Las palabras se quedaron
en su garganta. Fif se puso nervioso y antes que pudiera echar a correr Ian lo
tomó del brazo y se lo quebró. Lo empezó a golpear la cara y en los costados
hasta hacerlo vomitar. Los gorilas le urgían que violara al judío, pero Ian
siguió rompiéndole huesos. Fif terminó como un pretzel humano. Mondo sacó una
navaja y miró a Ian, él se dio cuenta que la orden debió ser clara, o lo hacía
o lo mataban. Madison tomó una escoba, la rompió en dos con la rodilla y le
clavó una de las estacas en la garganta y después en un ojo.
-
Sangre por sangre, si quieres echarte a un judío queda en tu conciencia, es
todo tuyo.- Mondo sonrió y guardó el cuchillo casero.
Pasó otro par de días en la
incertidumbre. Clay no quería hablar de ello, lo cual podía significar cualquier
cosa. Rumores circularon de la tortura de Fif, cada vez más elaboradas y cada
vez más grotescas. Eso debió complacer a la jerarquía porque lo aceptaron como
parte de la nación aria. Esa noche un compañero de celda le cedió el camastro.
No duraría mucho el privilegio, los convictos iban siendo movidos de celda en
celda constantemente y al azar. Normalmente entre los mismos miembros raciales,
para evitar disturbios como el del ’91 donde murieron más de cien y una docena
de guardias. El camastro era tan incómodo como el suelo, pero al menos pudo
dormir un par de horas sin temer ser violado entre los otros cinco. Recibió la
visita de Joan al día siguiente.
-
¿Cómo estás Ian? Dios, qué pregunta más estúpida.- Ella puso la mano contra el
cristal y él puso la mano en el mismo lugar. No había visitas conyugales desde
el ’91, esto era lo más cercano que tendría de volver a tocar a su esposa en
quince días.
-
No te preocupes, yo tampoco sabría qué preguntar. Clay Thomas está aquí, así
que al menos tengo eso. No es tan malo como te imaginas.
-
Te voy a escribir todos los días Ian, quiero que sepas que los dos estamos
haciendo tiempo. Los dos estamos juntos en esto y saldremos juntos de esto.
-
Sólo hay dos días que importan cuando estás preso, el día que entras y el día
que sales, lo demás no importa.
-
¿Hay algo que te pueda entregar, comida o cigarros o algo?
-
Los guardias se quedan con casi todo. Comida estaría bien, aunque seguramente
no llegará. Extraño tu comida bebé.
-
Yo te extraño a ti.
-
Oye nena, quiero que… Sólo para casos de emergencia, no quiero que te quedes
sin nada.
-
Me dieron el trabajo, no te preocupes.
-
No, hablo en serio. Dinero que tengo guardado. Tengo una unidad de depósito en
U-Junk, la llave está debajo del cajón de cubiertos, asegurada con cinta
adhesiva. Hay bastante dinero en un baúl.
-
Dinero que gastaremos juntos.
-
Sí, pero sólo por si acaso… Quería que supieras, quería que lo tuvieras.- Sonó
una campana, era hora de despedirse. Joan empezó a llorar.
-
Te voy a esperar Ian, te voy a esperar.
-
Cuídate mi amor, te amo.
Los meses pasaron lentamente. El
tiempo funciona distinto en prisión. Ian trataba de no pensar en ello, pero la
verdad es que no dejaba de pensar en ello. Clay le dijo que al cabo de uno o
dos años dejaría de pensar en eso y darse cuenta que era del día al día. La
nación aria jugó contra una pandilla de latinos que terminó en golpiza e Ian
fue de los primeros en responder. Aprendió a pelear rápido. Los guardias
separaron la golpiza a punta de golpes y el temperamento le ganó, golpeando a
un par de guardias. Lo encerraron en solitario por cuatro días en una jaula sin
ventanas, con un foco que no apagaba nunca y sin suficiente espacio para
levantarse del todo ni abrir los brazos del todo. Sintió que había pasado
semanas allí. El respeto, aprendió rápidamente, se ganaba infligiendo dolor y
soportando dolor. Al cabo de unos meses los guardias lo presionaron con
preguntas sobre contrabando de la nación aria prometiéndole toda clase de
beneficios, como estar en un bloque separado y mucho más seguro. Mantuvo la
boca cerrada, no confiaba en nadie, y le dieron una golpiza y una semana en
aislamiento.
Tuvo a Clay por compañero de celda
por un par de semanas, pero aún así no podía relajarse. Jugaron cartas por
horas y hablaron de cualquier tontería para pasar el rato. Le dijo que había
más de cincuenta reos que disfrutarían haciéndole sufrir, era otra manera de
ganar respeto. Aquella era la moneda más valiosa de todas. Nunca sería
enteramente de confianza en la nación aria, pero lo protegerían siempre que
continuara rompiendo huesos y manteniéndose callado. Clay esperó a que sus
otros compañeros de celda estuvieran en las regaderas para susurrarle. No se
podía hablar libremente, pues había orejas por doquier.
-
Dile a Joan que no te mande fotos, no le caes bien a Mondo y si se entera que
tu esposa es negra será la excusa para cosas que no quieres ni pensar. Están
locos y saliendo de aquí me quito los tatuajes, pero ya entiendes cómo es.
-
¿No lo saben?
-
¿Crees que estarías con ellos si lo supieran? No, claro que no lo saben. No les
diré, pero Mondo está en el correo, abre tus cartas y si ve una foto se pondrá
furioso.
-
Gracias Clay.
-
¡Tú!- Uno de los guardias entró a la celda y levantó a Ian del brazo.- Visita.
Ahora.
El guardia lo llevó a empujones. Era
negro, de modo que odiaba a todos los de la nación aria. No podía decirle que
no era racista, que su esposa era negra y que no podía importarle menos. No,
con tal de fastidiarlo le diría a todo el mundo. Le llevó hasta una sala de
interrogación que, como todo en Blackbird, era una jaula dentro de otra jaula.
Lo encadenó al suelo y el detective Mark Chandler entró con su sonrisa que, sin
duda, él consideraba de lo más simpática. Le saludó, puso papeles sobre la mesa
y señaló la foto de Kyle Burke, alguien lo había matado. Ian miró la foto y
fingió que no lo conocía.
-
¿Pariente Chandler?
-
No te pases de listo, mi primo trabaja aquí, puede hacerte la vida difícil.
¿Quién lo mató?
-
No sé si esté enterado, pero he estado un tanto… ocupado. Más que nada
evadiendo violaciones, cuchilladas y esas cosas.
-
Sí, dos viajes al tanque. Vaya que
tienes el temperamento de tu padre.- Ian le mostró el dedo y Chandler se rió.-
Te tenía maldito bastardo. Te tenía por toda una serie de cosas, incluyendo
narcotráfico… ¿Sorprendido? Estabas en mi radar bastardo y ahora esto, me lo
echaron a mí aunque el caso está frío y apesta a viejo…
-
Tengo una coartada, estaba aquí.
-
Entonces sí lo conoces.
-
Al diablo, sí, es Kyle Burke. Cocinero de anfetas. Nunca las probé así que no
sé si eran buenas. Cristal, cranck, meth, metanfetaminas, como le quieras
llamar Chandler.
-
Eso ya lo sé.
-
¿Y qué quieres entonces?
-
¿Quién más vende para él?
-
No, no funcionaba así. ¿Crees que nos reuníamos en seminarios de trabajo en
grupo? Yo lo conocí a él, me suplía, lo vendía y listo. Él lidiaba con los
otros. Nunca supe y nunca quise saber.
-
Sí, porque eres tan inteligente, ¿no es cierto? Es la diferencia con tu padre,
¿no es cierto?
-
Y los dos acabamos en el mismo lugar, así que supongo que te terminas
convirtiendo en lo que odias.- Chandler se encendió un cigarro y le pasó otro a
Ian.- Joan no sabe de los clientes y no creo que estés interesado. Nadie
pesado, más que nada yuppies y chicos parranderos.
-
¿Te contrató él?
-
Sí.- Mintió Ian. Había sido referido por Clay Thomas pero no se lo daría.- Hace
años iba al Bongo todo el tiempo, estaba buscando dinero extra y una cosa llevo
a la otra.
-
¿Sabes por qué tenía tantas ganas de agarrarte?
-
¿Hobby?
-
No, porque asaltaste la casa de los papás de un amigo. El viejo tuvo un ataque
cardiaco a la mañana siguiente cuando vio que le habían robado hasta la
televisión. Sé que fuiste tú, no puedo probarlo, pero sé que fuiste tú.
-
Nunca quise lastimar a nadie Chandler… No estoy diciendo que sepa de lo que
hables, pero no quise lastimar a nadie. No quería ser como mi padre, pero la
verdad es que lastimé a Joan. Lo oculta bien, pero la fastidié. Ésta vez sí que
la jodí en serio.
-
Quince años.- Silbó Chandler.- Quince en Blackbird. ¿Nadie le dice Wynn, no es
cierto?
-
No, he visto que los de-por-vida se tatúan todo el dedo medio de negro, pájaro
negro. Están locos esos tipos, capaces de cualquier cosa.
-
¿Recuerdas ese pobre hombre que sufrió un infarto?
-
¿Lo inventaste?
-
No, de hecho no. Papá de un amigo, Stu junior. Stuart senior murió ayer.-
Terminó el cigarro y lo apagó contra la mesa metálica.- ¿Nunca quisiste
lastimar a nadie Ian? Pues yo sí, porque ayer fui a su funeral. Stu no tenía a
nadie más en el mundo. Pero ya estás en el peor hoyo del infierno, ¿qué puedo
hacer? Sólo una cosa…. ¿Sabes por qué te esperaban? Porque te delataron. Piensa
en eso genio, y pasa los siguientes quince años tratando de averiguar quién fue.
-
¿Quién fue Chandler?- El detective recogió sus cosas y se fue mientras Ian
repetía la pregunta cada vez más histérico.
Chandler había encontrado el nervio
correcto. Los meses pasaron e Ian se fue enfadando más y más. Cada que peleaba
veía al hijo de perra que le había dado a la policía, que lo había puesto en
prisión. Clay tuvo que separarlo varias veces porque su temperamento estallaba
y no quedaba satisfecho con una golpiza y buscaba siempre matar a su oponente.
La nación aria le tenía de soldado. En seis meses recibió seis cuchilladas y se
rompió una costilla en una pelea donde toda la cafetería estalló como volcán de
ira. Los guardias disiparon a los convictos con gases lacrimógenos. Ian pasó un
mes en la enfermería, donde Clay trabajaba para robar drogas de vez en cuando.
-
Esos espalda-mojadas no se van a levantar otra vez en un buen tiempo. Están
orgullosos de ti.- Le dijo Clay, sentándose a su lado.- Mondo te sigue odiando,
pero la gente es rara de esa manera, a veces odia a una persona por ninguna
razón.
-
Este lugar está hecho de odio Clay, cada ladrillo es odio. Es lo único que hay.
-
Ese detective, Chandler, realmente se metió en tu cabeza Ian. No puedes dejar
que haga eso. No puedes dejar que nadie haga eso.- Ian no quiso verlo, pero
Clay insistió.- Mírame maldito irlandés terco. Lo que tienes aquí arriba, eso
es tuyo, es lo único que no pueden quitarte. No lo pierdas. Hablo como esos
dementes porque sé las consecuencias de decir lo que pienso, pero somos amigos.
Hay pocos de esos en este maldito lugar. ¿Sabes cómo sobreviví tanto tiempo?
Escondiendo lo que tengo arriba. Mentir se vuelve fácil, pero sabes que es
mentira. Sales de nuevo al mundo, te quitas la tinta y sigues adelante.
Ian dejó de pensar en el tiempo. Ya
no contaba días, ni años. Buscaba venganza. Mataría a quien le había puesto
ahí. Varios meses después, por sugerencia de Clay, se dejó tatuar un dragón en
el cuello. No quería nada racista, pero le hicieron un dragón medieval que no
quedó tan mal. Dolió como el demonio, pero el dolor se volvía ira y esa ira se
canalizaba en cada pelea. Joan dejó de escribir, aunque le visitaba casi todas
las semanas. Era un pequeño oasis de tranquilidad, pero la fachada no podía
caerse. No podía decirle lo horrible que era Blackbird. Tenía que fingir que
todo iba bien, haciendo amigos y conexiones. La semana siguiente no le visitó
ella, sino un abogado. Le entregó papeles del divorcio.
-
La señorita Sellers me pidió que le explicara que….
-
Señora Madison hijo de perra.- Golpeó el cristal y el abogado retrocedió
asustado.
-
Que le explicara… Lo tengo aquí apuntado…- Buscó entre sus papeles una carta
breve.- “Ian, sé que te dije que te esperaría y lo haré. Pero no puedo estar
casada con el hombre que eres ahora, te has convertido en lo que odias. Tú
crees que no lo veo, pero se veía cada vez más. Más enojado y más violento que
nunca. Tuvimos unos malos años antes que te agarraran, no malos del todo pero
eras radicalmente distinto. Te esperaré mi amor, porque sé que es Blackbird el
problema y no tú. Cuando salgas lo intentaremos de nuevo. No he gastado tu
dinero porque quiero reservarlo para que vayamos a Maui cuando salgas y nos
hayamos dado tiempo, algunas citas, para conocernos de nuevo. Por favor no me
odies, y si me odias quiero que sepas que te amo y que no me importa que me
odies. Te amo Ian Madison.”
-
Firmaré los papeles…
-
Ella dejó en claro que si quiere tiempo para…
-
¡Firmaré los malditos papeles!
Tenía que decirle a alguien en el
mundo real, fuera de su pesadilla. Pensó en el mediador, Phil Hickman, le
compraba lo robado y habían sido cercanos por muchos años. Le llamó para
decirle que tenía problemas, pero Phil ya sabía del divorcio. Lo demás encajó
por sí sólo, ella había encontrado a alguien más, a su amigo Phil. Sentía la
daga en la espalda. No dijo más nada por teléfono. Colgó y la rabia se acumuló
en su interior. Llegaría el día, estaba seguro, en que encontraría a Phil y
tendrían la conversación cara a cara. Saldría del infierno, si tan sólo para
matar a Phil Hickman, quien probablemente fue quién lo reportó a la policía.
Los días se siguieron acumulando
hasta cumplir otro año. Ian Madison se había vuelto su padre. Estallaba por
cualquier cosa y en la noche, cuando debería dormir, miraba al techo imaginando
las torturas que le haría a quien le hubiese delatado. Imaginaba y observaba,
atentamente observaba el moho en el techo. El moho que le hacía saber que
estaba en casa. Estaba donde merecía estar. Estaba en el lugar del que no
escaparía, pues nunca había podido escapar, no del todo. Incluso Clay Thomas,
violento por naturaleza, era precavido con él. Había sido demasiado. Toda su
vida había sido como un rottweiler masticando la correa y Blackbird, en vez de
quebrarlo a él, quebró la correa.
-
Hay un novato que quiere ser parte de la nación.- Dijo Frizzie en el comedor.-
Ya sabes cómo va Madison. Tú y Mondo, confía en Mondo porque cree que son
amigos.
-
Fuimos amigos en secundaria.- Dijo Mondo mientras comía.- Hijo de perra cree
que significa algo… Además, siempre me fastidió porque se burlaba de mí, decía
que era gordo.
-
Pues aprenderá un par de cosas, ¿no es cierto Madison?
-
¿Cuál es?- Le mostraron sutilmente a un hombre fornido con aspecto de tipo duro
que comía en un rincón.- ¿Y no lo van a admitir?
-
No, dicen que afuera cooperó con los chicos de azul.- Dijo Frizzie.- Tú avisas
si viene alguien, aunque ya nos ocupamos del guardia. Mondo se lo quiebra. Le
asignaron mantenimiento, así que estará en el corredor que da a la escalera B,
en el segundo piso. Te quedas en la puerta por si acaso. Y si quieres
divertirte, adelante. Se llama Eric, no que importe.
-
Lo tendré en cuenta.- Lo miró de pasada y se imaginó que él le había delatado,
eso lo haría fácil. Aunque matar ya se había vuelto mucho más fácil.
Se vio con Mondo a la hora del
trabajo en la puerta de la escalera. Eric esperaba en el descanso, hablando de
la secundaria y viejos recuerdos. No hay lugar para eso en Blackbird y Madison
susurró para sí que el único pecado es la debilidad y la memoria, sobre todo la
memoria de mejores momentos, es una debilidad. Mondo le aseguró que estaría
bien, sería parte de la nación aria aunque afuera no hubiera pertenecido. Le
dio la señal a Ian, quien se quedó en el umbral de la puerta, como si la
sostuviera, echando un ojo al corredor vacío y mirando también a la futura
víctima. Mondo le sorprendió jalándolo del brazo y tirándolo por las escaleras,
donde Eric lo pateó en la cabeza. Mondo se burló de él, diciendo que había sido
amigo de Eric desde la secundaria y esto era sobre la negrata con la que se
había casado.
-
Debiste decirlo a tiempo imbécil, sabía que había algo raro en ti, como que
hueles a jungla. Tienes que pagar el peaje hijo de perra.
Ian lo pateó en la entrepierna y
se levantó de golpe dándole en la nariz. Eric le golpeó en la quijada, pero
soportó los golpes y le dio uno en la garganta que lo hizo toser. Lo jaló del
brazo y lo levantó sobre el riel de seguridad para dejarlo caer dos pisos.
Mondo chocó contra él como un jugador de football y le soltó varios golpes a
los costados y a la boca del estómago. Lo lanzó contra la pared y le azotó la
cabeza contra el ladrillo hasta reventarle la nariz. Ian gritó de dolor, pero
Mondo no había acabado. Usando su cinturón para atarle las manos en la espalda
le bajó los pantalones y lo violó. Aquel era el peaje, el precio que debía
pagar por mentirle a esas bestias racistas. Mondo no dejó de golpearlo mientras
abusaba de él y cuando terminó le pateó la cabeza, desmayándolo. Despertó horas
después en la enfermería, rodeado de guardias y el alcaide. Le preguntaron
sobre el atacante pero no dijo nada. No mencionaron a Eric, por lo que supuso
que estaría bien.
-
Dejen que se cure la nariz.- Dijo el alcaide Smith.- Después métanlo al tanque.
Tres días de aislamiento le despejarán la mente. No somos el enemigo hijo,
ellos lo son. Quienes te hicieron esto, ellos son tus enemigos. ¿Me escuchas?
-
No escucha nada alcaide, es en vano.- Dijo un guardia. Clay barría el suelo y
espero a que se fueran para acercarse.
-
¿Qué tan grave?- Le preguntó Ian adolorido por todas partes. Los sedaban muy
rara vez, evitando adicciones y por sadismo puro.- ¿Qué tanto me quieren matar,
del uno al diez?
-
No, nada como eso. Cosa de Mondo, pero el hijo de perra era de ellos antes de
entrar y eso hace toda la diferencia. No te harán nada más.
-
¿Eric?
-
Se desguinzó el tobillo, nada más. De hecho los otros te respetan más ahora. No
serás la perra de nadie, eso seguro. Ojalá Eric hubiera caído cabeza primero,
no merece vivir el hijo de perra, y pensar que tengo que lamerle la suela de
los zapatos… Es de los grandes, de los que no tienen tatuajes pero no los
necesitan. Sabe de todos aquí, revisa antecedentes porque tuvieron a un policía
entre ellos hace como cinco años y desde entonces revisan a todos. Por eso no
te aceptan de inmediato. Eric sabía que Joan es negra, pero no lo dijo en ese
instante, se lo guardó en caso que necesitara crédito extra si lo atrapaban en
sus negocios. Lo encerraron y soltó un montón de tierra sobre un montón de
gente.
-
Me duele todo Clay, ¿podrías conseguirme algo? Lo que sea es bueno.- Clay le
mostró una jeringa con una mínima dosis de tranquilizante. Expertamente se la
inyectó y le sostuvo de la mano.- Gracias hermano… ¿En quién podemos confiar
aquí?
-
En nadie, gracias a Dios que apareciste Ian. Bueno, qué lástima, pero a la vez
qué bueno para mí. Me estaban volviendo loco. Hacen negocios con negros e
hispanos todo el tiempo, pero para los foráneos como nosotros es Mein Kampf,
poder blanco y esas idioteces. Eres la primera persona con la que puedo hablar
en muchísimos años.- Le susurró, temiendo ser descubierto de alguna forma.- Se
burlarán un poco de ti, pero no estalles contra ellos hermano, te matarán.
-
Moho…- Dijo Ian, drogado casi por completo y viendo el techo mohoso sobre
ellos.- Maldito moho… ¿Sabes lo que es el moho?
-
Ian…- Se rió Clay.- estás drogado hermano.
-
No… Sí, pero no… El moho es hongo, la humedad y las bacterias lo alimentan.
Difícil de quitar. Había moho en mi casa cuando era niño. Mi papá era moho…
Maldito viejo… Me habría gustado verlo aquí para matarlo yo mismo. Odio y
resentimiento, eso nos alimenta… ¿o nosotros nos alimentamos de ellos? Una boca
que devora a la otra.
-
Sigue viendo el moho, me tengo que ir.
La nariz rota de Mondo significaba
que Ian Madison era de cuidado. Nadie trató nada de eso otra vez, aunque él no
podía saber lo que pasaría al siguiente minuto. Eric se lo tomó a broma todo el
asunto, o al menos así lo jugaba. Le confirmó lo que Clay le había dicho, lo
llamó daño colateral. Ian resistió el impulso de arrancarle la garganta y
decirle que su esposa se había divorciado de él y que daría sus piernas y
brazos con tal de estar en casa con ella aunque fuera una noche. Fue una
cuestión de un mes, una pelea brutal contra una pandilla negra en la tintorería
y todo fue olvidado como si nunca hubiera pasado.
Clay no mentía sobre la política de
la pandilla. Aquellos que habían sido iniciado desde afuera tenían más
privilegios, incluso entre los guardias. Ellos llevaban dinero y tomaban una
parte de todo. Los demás, los foráneos, nunca serían parte del grupo central
por más que intentarán y esperaban ver resultados a cambio de protección. Clay
tenía a su hermano gemelo Mike quien traía negocio con un guardia para meter
cigarros y pastillas, además de lo que Clay podía robar en la enfermería. En el
caso de Ian era violencia lo que querían, y violencia era lo que obtenían. Otro
año más arrastró los pies e Ian se hacía de nombre en Blackbird. En Navidad un mexicano
apuñaló a Mondo hasta matarlo e Ian le rompió el cuello. No porque quisiera, de
hecho le habría gustado darle las gracias, sino por la política. La prisión era
una versión pequeña del mundo exterior, y la política era aún más determinante.
-
No lo creí cuando lo dijeron.- Le dijo Eric, quien ahora compartía celda con
él.- Pensé que dejarías que su asesino se fuera impune. Le faltaban tres años a
Mondo. Pobre imbécil.
-
Yo todavía no puedo creer que un flacucho como ese pudiera apuñalar tanto a un fisicoculturista.
El cuello se rompió a la primera.
-
Entramos gritando al mundo y salimos de la misma manera. Es cierto, al menos en
el caso de Mondo. No se queda así, lo sabes, ¿no es cierto?
-
Bizlats, son como cien de ellos en nuestro bloque.
-
Más de cien, y tienen refuerzos. ¿Te gustan los retos?
-
Que se lancen los muy…
-
¡Madison!- Le interrumpió un guardia.- Vienes conmigo. Visita.
-
Nos vemos al rato Eric.
Quería matarlo, quería matar a
Frizzie, a Fred, a toda la cúpula, a los negros, a los latinos, a todos.
Recordó la carta, ella había tenido razón, se había transformado. La
metamorfosis había sido completa. No estaba seguro de poder regresar a la
normalidad al salir en once años. No sabía ya qué era lo normal. Acompañó al
guardia quién le guió hasta la oficina del alcaide. No se preocupó por el
latino que había matado, los homicidios nunca se resolvían en Blackbird. Si uno
era muy notorio se sobornaba a uno de-por-vida para que lo admitiera y así
saciar a los medios. Se trataban, sin embargo, de casos excepcionales y muy
raros. Entró a la oficina acompañado del guardia, quien le puso grilletes en
los pies y manos. Ya estaba acostumbrado a ser tratado como un animal, pues eso
era en realidad. Vio a su abogado, Flint, y al alcaide Smith platicando en la
oficina. Le sentaron en una esquina, lejos de los civilizados.
-
Tengo noticias del caso.- Dijo Flint. Si Joan no hubiera tenido por amigo de la
infancia a un abogado, jamás habría tenido a alguien que siguiera su caso.
Incluso no sabía que seguía siendo un caso.- Hay algo que debes saber, ya
informé al alcaide y también quiere hablar contigo.
-
Son buenas noticias hijo, descuida.- Le aseguró el alcaide, aunque no le
confiaba nada.
-
Tu oficial de arresto fue un Charles Bront, el detective a cargo de la
investigación y de hacer oficiales los cargos fue Gabriel Muntz y el asistente
del fiscal Román Montes…
-
Sí, lo recuerdo vívidamente.- Interrumpió Ian.- Dudo que hayan cambiado de
parecer.
-
Tienen algo en común.- Continuó Flint como si no le hubiera interrumpido. Era
obvio que lo había practicado y probablemente le habría dado el mismo discurso
al viejo alcaide Smith.- Junto con otros tres fueron encontrados culpables de
corrupción, trata de blancas y narcotráfico. Montes no pasó el anti-doping
aleatorio y de hecho hay testigos que muestran que estuvo usando crack los
últimos diez años. Bront y el detective Muntz tienen además una lista larga de
abuso de poder, plantar evidencias y sacar confesiones a golpes. Lo peor de lo
peor.
-
Sí, fueron amables conmigo.
-
He estado hablando con un juez muy preocupado a los derechos de los convictos y
derechos constitucionales. Creo que podemos desechar el caso, el récord
criminal quedaría igual, pero si los recursos legales que aún quedan en mi
poder funcionan, creo que puedo sacarte de aquí en un año. Debería ser menos,
pero es Malkin y la justicia se mueve lenta.
-
¿Es en serio?- Ian sintió vértigo y casi se cae de la silla.
-
Muy en serio.- Dijo el alcaide.- Tu abogado, el señor Flint, quiso verme
personalmente para saber cómo estabas. Le dije que no estabas bien, de hecho
vas de mal en peor. No creo en los rumores de los presos, pero incluso así sé
que has dejado tu marca en mucha gente. También has sido tratado por costillas
rotas, cuatro instancias de acuchillamiento, quince golpizas serias, una
violación y más de diez viajes al tanque. Sé lo que el aislamiento produce en
la gente. Pero Ian, cada que la vida te golpea, tú golpeas más fuerte. Te dije
una vez que yo no era el enemigo, la gente con la que te has juntado son el
enemigo.
-
¿Y voy a cantar Kumbaya con la hermosa colección de desviados y maniáticos que
hay aquí? Conoce la política de Blackbird alcaide, o al menos debería. No
sobrevives mucho sin una pandilla que te ofrezca protección, y no lo harán de a
gratis. Eres una perra o eres alguien y no pienso ser violado otra vez.
-
¿Por qué mataste a Héctor Bojórquez?
-
¿Quién?
-
Ni siquiera conoces su nombre, no me sorprende. No hay evidencia suficiente,
pero este es un rumor que sí creo. El hombre que mató a Mondo, tu violador.
-
Porque mató a Mondo.
-
¿Por qué eres tan violento? Estallas a la mínima provocación.
-
¿Va a ser mi psicólogo ahora?
-
Cada vez que haces algo, y no es exclusivo de ti Ian, lo veo a diario, le echas
la culpa a los demás. Sé lo que hacía tu padre y cómo acabó. No tienes que
acabar igual. No eres tu padre y no tienes por qué serlo. Crees que tienes que
hacerlo y culpas a otro, pero lo haces porque tú lo decides. Cada paso que das
es tu decisión.- Le ofreció un cigarro y una lata de refresco.- Medítalo, no me
digas nada ahora. Quiero que pienses en la extraordinaria oportunidad que el
señor Flint está logrando para ti. Quiero que pienses en lo que he dicho.
-
Un año Ian, un año más y eres libre.- Dijo Flint.
-
¿Qué sabes de… No, olvídalo… Vaya, no esperaba escuchar esto… Últimamente las
visitas son mal augurio.- Fumó tranquilo, quizás la primera vez que había
podido descansar en Blackbird y bebió su refresco.- Estoy cansado.
-
Ya casi es hora de cerrar.- Dijo el alcaide.
-
No… No, no es eso. Es… Dios mío, es todo. Es como acostumbrarse al bullicio, al
ruido ensordecedor y al nauseabundo y asqueroso olor de esta pocilga y de
pronto, por un instante, dejar de oler y oír. No había podido… Ni siquiera en
aislamiento, no, es peor ahí. Ahí odias más. Ahí sientes más resentimiento.
Estoy cansado alcaide. Quizás pueda vivir un año más aquí, pero nada más. No
voy a durar y no puedo seguir así.- Se quedaron en silencio por un rato y
finalmente Ian habló.- ¿Puede colocarme en la biblioteca? Es más silencioso que
la tintorería y me gustaría leer. Es curioso, nunca me gustó mucho la lectura
pero me gustaría leer.
-
Lo arreglaré mañana. Es trabajo duro, como la tintorería, pero creo que te
vendría bien.
Regresó a la celda. Le dijo a Eric
las noticias y que el alcaide había demandado que le pusieran en la biblioteca.
Eric disimuló que se alegraba por él. La verdad es que lo querían lo más sucio
posible, hasta el cuello en lodo para no soltarlo nunca. La situación actual,
además, lo hacía peor. Estaban al borde de una guerra interracial y uno de sus
mejores peleadores daba señales de flaqueza. Ian empezó a trabajar en la
biblioteca, bajo las miradas perversas de unos latinos y algunos negros. No se
metían con él, pero si les daba la oportunidad planearían algo.
El comedor se volvió un campo de
batalla. Al día siguiente el patio de ejercicio. En ambas instancias Ian hizo
lo más posible por mantenerse al margen. Se defendió de tres sujetos y los dejó
bastante golpeados, pero no los mataría. Estaba harto de ser el viejo Madison.
Harto de la nación aria y su estúpida política. Harto de la vida que se había
forjado en cuatro años a punta de golpes y dolor. Decidió entonces convertirse
en un fantasma. Trabajar en silencio, pasar el tiempo en el patio en un rincón
leyendo algún libro, comiendo en un rincón sin hablar con nadie y durmiendo con
un ojo abierto.
Una noche lo trataron de violar.
Pensaron, como decían los rumores, que Madison se había vuelto débil. El único
pecado, después de todo, era la debilidad. Entre dos lo agarraron de los brazos
y le abrieron la boca. Cedió fácil, pero se soltó de un brazo y agarró al
hombre que quería sexo oral de los testículos. Apretó con todas sus fuerzas
hasta que los otros dos entendieran que les arrancaría los órganos en orden
alfabético si volvían a despertarlo. Clay habló con él unas semanas después,
cuando se dio cuenta que no se trataba de una fase.
-
¿Qué demonios haces?- Dijo, señalando el rincón donde pasaba el tiempo en el
patio.- No comes con nosotros, no pasas el tiempo con nosotros. ¿Crees que no
se dan cuenta? Cuando tuvimos esos problemas con los latinos casi ni hiciste
nada.
-
Son unas bestias Clay, lo has dicho tú mismo. No voy a jugar su juego. Salgo en
un año, tú sales en unos meses, ¿te gustaría que te atraparan haciendo algo y
te levantaran cargos? Créeme, eso me lo harán a mí si hago algo que llame la
atención.
-
Eres hombre muerto, cuando me vaya… No sé qué será de ti si nos das la espalda
ahora.
-
No Clay, no estoy muerto, soy un fanstasma.
Luego que Clay fuera liberado hubo
más ataques. Lo acuchillaron en la regadera, le dieron una golpiza en las
escaleras e incluso trataron de asfixiarlo con una almohada. Negros, latinos y
blancos. Se defendió y sobrevivió, poco a poco el mensaje fue recibido. Ian
Madison es un bastardo loco capaz de cualquier cosa que sólo quiere que lo
dejen en paz. Una píldora difícil de tragar para la nación aria. Frizzie y Eric
le confrontaron con cuchillos en las escaleras, acompañados de uno de los
guardias que metía contrabando para ellos a cambio de una buena cantidad. El
guardia bloqueaba hacia la puerta de arriba en el tercer piso, Frizzie y Eric
avanzaban al descanso de la escalera en el segundo. Ian sabía que era inútil
explicar la situación y, pasara lo que pasara, el guardia le diría al alcaide
que Ian Madison era un asesino y estaría dispuesto a levantar cargos como
testigo presencial. Ian le dio una sonrisa triste, era por eso mismo que tenía
que matarlo. Pateó a Frizzie en la cara y lo lanzó por las escaleras. Le rompió
el brazo a Eric, le quitó la navaja hecha con un cepillo de dientes y, tras
acuchillarlo en la garganta, se lanzó sobre el guardia. Lo apuñaló en el
costado y, luego de forcejear por varios segundos, consiguió romperle el cuello
y lanzarlo tres pisos hasta el suelo.
Ian reportó a Frizzie por los dos
asesinatos, aunque no aceptó aparecer como testigo. El rumor se corrió y la
nación aria se olvidó de él, para concentrarse en el traidor Frizzie. No
sobrevivió la semana. Ian Madison se enterró entre libros y dejó de existir. Ya
no era su padre, el viejo Madison, pero tampoco el rottweiler enloquecido, Ian.
Era la cáscara de algo que había existido lleno de ira y odio. Lo prefería así,
muerto por dentro. No podía sentir felicidad, estaba prohibido en el infierno
tener esperanzas, pero sí podía estar sordo a todas sus emociones. Un muerto
ambulante. Únicamente sabía que saldría de Blackbird, regresaría con Joan y
encontraría quién lo había traicionado.
4.-
Hace 5 años: Patrick Schnapp
Angie le pasó la pipa de cristal a
Snap para que le diera un buen golpe a las anfetas que aún humeaban. Pocos le
llamaban por su nombre, Patrick Schnapp. El ruso Rezner, en sus días de gloria
en los 90’s le había tenido como asesino altamente pagado. Tras su muerte se
había convertido en asesino a sueldo. Era cuidadoso, pero hasta él mismo no se
creía las leyendas que algunos contaban sobre él. Snap el rápido, te truena en
un chasquido. Pocos lo recordaban a decir verdad y últimamente había estado
pasando buenos trabajos para mantenerse drogado con su esposa Angie.
No eran jóvenes, Angie había
adquirido el apetito por las anfetas hacía diez años. Aunque todos decían que
había cambiado, avejentado, Snap no la veía diferente. Era alta y esbelta,
incluso su rostro era alargado y tenía una constitución que la hacía parecer
frágil aunque estaba llena de buen humor y energía. Snap era robusto, encanecía
y perdía cabello, que trataba de disimular al peinarse de un costado a otro,
aunque a nadie engañaba. Tenía las cejas rubias y levantadas en los costados,
lo cual le hacía parecer más amenazador. Siempre habían fumado hierba, de hecho
así se habían enamorado, y al principio no entendió lo que Angie veía en esos
cristales que quemaba en su pipa de vidrio. Se tornó en una adicción para ella,
el padre Morrow se lo había advertido. Le ofreció el grupo de ayuda de AA que
tenía en el sótano de la iglesia, pero Snap no admitía derrotas en esas épocas.
No, Snap nunca se daba por vencido. Trató de limpiarla, pero cayó en el mismo
agujero que ella. Ahora aceptaba trabajos fáciles por poco dinero y gastaban
ese dinero en anfetas que Angie conseguía, aunque la casa necesitaba mejoras
por todas partes. El lugar se caía a pedazos, pero ellos pasaban los días
encerrados y fumando.
-
Mira.- Angie señaló con la punta del dedo gordo de su pie hacia unos folletos
sobre asistencia a los adictos. No podía levantarse para mostrárselos, de hecho
no estaba segura de poder moverse mucho, y tampoco quería hacerlo. Snap se
asomó un poco, con el mínimo esfuerzo necesario y se rieron juntos.- El cura
los trajo.
-
Padre Morrow, ¿qué estará haciendo ahora?- Angie fumó más para terminar los
cristales y tosió riendo.
-
¿Cómo puedes creer en esas cosas?
-
No preguntes eso, haces llorar al niño Dios.- Bromeó Patrick Schnapp.- ¿Queda
algo?
-
No, vinieron unos ángeles y se la fumaron.
-
Eres una aspiradora Angie, ¿cuánto dinero nos queda?- Se levantó y revisó
debajo de las revistas enmohecidas y las cajas de pizza en un cenicero. Había
un billete de cincuenta y nada más.- Toma, pide algo de comer, esa cosa me da
hambre. Y creo que esa sombra me vigila.
-
No te pongas paranoico.- Snap lo decía en serio, creía que la sombra detrás del
viejo televisor parecía observarle. Le tomaron varios segundos darse cuenta que
era un efecto secundario de la metanfetamina. Lo ponía más vivaz, después lo
calmaba y podía darse un mal viaje si no tenía cuidado.- ¿Qué vas a hacer tú?
No quiero desperdiciar mi viaje.
-
Tómate tu tiempo preciosa, tengo que hablar con su alteza Bobongo.- Angie se
echó a reír. Siempre se reía al escuchar eso. Snap ya no lo encontraba
divertido pero amaba su risa y le era contagiosa. El dueño del Bongo se llamaba
Robert y, como la tradición dictaba, eliminaba su apellido para asumir el de
Bongo. Alguien le llamó Bobby, y de ahí pasaron a Bob Bongo y, finalmente, a
Bobongo.- Me llamó hace… ¿qué día es hoy?
-
Jueves.- Respondió Angie acurrucándose más en el sillón. Snap revisó el
celular, era sábado.
-
Sábado, me llamó el martes o lunes creo. Bobongo quería que conectarme.
-
¿Y le vas a dar su porcentaje?
-
¿Para qué? No es como si hiciera el trabajo.- Llamó a Bobongo mientras revisaba
entre los platos sucios que hacían una pila en el lavamanos y en la polvosa
alacena.- Bobongo.
-
No me digas así Schnapp.
-
No me digas así Bobongo y no te digo así… Bobongo.
-
Snap.
-
Bob, apenas veo mi cel.
-
¿Crees que soy tu secretaria, viejo rabo verde?
-
No hay nada de verde en mi rabo, ni rabo en mi verde.
-
¿Estás drogado, maldito alemán demente?
-
No, claro que no.- Trató de hablar normal, pero siempre hablaba más rápido de lo
normal cuando estaba drogado y siempre mezclaba las palabras. Encontró una caja
de galletas detrás de los platos y se la mostró a Angie como si hubiese
encontrado el santo grial.
-
¡Comida!- Gritó Angie y Snap se la lanzó a su esposa.- Un buen proveedor como
siempre, ya sé en qué gastar esos 50.
-
Imagino que no llamaste para que te hablara de los días viejos cuando nosotros
éramos y seremos mejores que tu generación.
-
Alguien quiere conocerte, y no te preocupes por lo mío. Sé que no me lo darás,
como las últimas dos veces así que se lo cobré al chico.
-
¿Chico?
-
Joven, desesperado y rico. Me lo quise sacar de encima antes que lo asaltaran.
No es lugar para los de su clase, no señor.
-
¿Tienes un número?
-
No lo traigas aquí.- Le pasó el número varias veces porque Snap lo apuntaba
mal, hasta que por quinta ocasión lo anotó, se lo repitió y Bobongo le dijo que
estaba bien.- Trata de no dispararte en el pie anciano.
-
Trata de no orinar las sábanas chamaco.- Bobongo le colgó y Snap salió a la
calle mientras Angie buscaba su celular. El aire fresco le haría bien, al menos
lo haría sonar sobrio. No trabajaba drogado, pero en el fondo sabía que era
cuestión de tiempo.
-
¿Quién habla?
-
Hablaste con Bobongo y te refirió a mí. Lamento no llamar antes, estaba ocupado
en negocios.
-
¿Quién?
-
¿Este es Burke?
-
Depende, ¿quién habla?
-
Bobongo te refirió… Bob Bongo, el que maneja el Bongo…
-
Ah…- Finalmente comprendió por donde iba y de inmediato tembló su voz. Estaba
nervioso, probablemente era la primera vez que se ensuciaba y eso significaba
dinero.- ¿Señor Snap?
-
El mismo, ¿por qué no nos reunimos mañana en el baño turco?
-
¿No puede ser hoy? Es urgente.
-
Lo urgente sale caro. Son las tres de la tarde, baño turco de la 45 en Baltic
sur en dos horas. ¿Lo conoces?
-
Lo busco en el GPS del teléfono.
-
Dos horas.
-
Espere, espere, ¿cómo lo voy a reconocer?
-
Estaré en el sauna, busca a un hombre sin meñique derecho. Dudo que haya
confusión.
-
Muy bien.
-
Y muchacho… No te pases de listo.
-
Sí señor, no señor.- Entró de vuelta a la casa para despedirse de Angie.-
Lotería nena, joven, rico, todo lo que busco en estos días.
-
Ten cuidado.- Le besó y le pasó las llaves del auto.
Le gustaba hablar con sus clientes
en el sauna, de preferencia desnudos. Los micrófonos no podían esconderse y la
humedad los arruinaba. Tenía la sospecha que con el nuevo milenio los policías
tendrían micrófonos más resistentes y pequeños, pero los viejos hábitos no
morían. Se santiguó antes de arrancar el auto y se encaminó al baño turco que
le quedaba a veinte minutos. Siempre se santiguaba antes de conocer a un
cliente, nuevo o conocido. Le habían criado católico estricto y en cierta forma
aún lo era. Recordó las horas que pasaba platicando con el padre Morrow sobre
su línea de trabajo después de confesarse. Nunca le dijo a Nicolai Rezner, pues
habría matado al sacerdote. Ese ruso era un demente y capaz de cualquier cosa.
Snap no mataba niños, sacerdotes o mujeres embarazadas. Prefería que sus
víctimas fueran tan pecadoras como él, aunque no siempre discriminaba.
Llegó al baño turco y revisó que no
hubiera nada sospechoso. Le gustaba llegar antes, ver quiénes entraban,
adivinar si eran policías. Difícilmente lo serían, pues ese baño turco era
infame por ser sitio de reunión de algunos matones rusos y el de la puerta no
dejaba entrar a policías. Aquel era un sitio neutral, muchos negocios se
cerraban allí y la policía era bien pagada para no meter las narices. Estaba
sólo en el sauna, sudando lo que quedaba de la droga y adivinó a la primera quién
era su cliente. El único sin tatuajes, el único nervioso. Le señaló la toalla
para que se la quitara antes de sentarse en los mosaicos a su lado. Le hizo una
seña para que guardara silencio y le vació una botella de agua en la cabeza. A
menos que el micrófono estuviera en su trasero, y no planeaba una laparoscopía,
el chico no era informante.
-
Lo siento, es necesario. Soy Snap.
-
Nathan Burke.- Se dieron la mano y Burke miró el espacio vacío donde debía ir
un meñique en su mano derecha.
-
Casi no se nota la cicatriz, ¿no es cierto? Un japonés se creyó samurái y me
cortó el dedo. Le puse una botella en la boca y se la cerré. Lo terminé luego
que llorara un poco y, para cuando llegué al hospital, me dijeron que no podían
colocarlo de nuevo. Me enseñó a no ensañarme y siempre ser rápido. Chasquido,
chasquido.- Se acomodó para que Nathan se explicara, pero estaba demasiado
nervioso.- No vine a verte desnudo, ¿qué necesitas?
-
Voy a casarme, o al menos espero que acepte…
-
¿Y quieres pena máxima si te rechaza? Eso es sangre fría… Bromeaba, tranquilo,
continúa. Boda, luna de miel, toda una pintura de Rockwell, ¿y cuál es el
problema?
-
Mi hermano Kyle, podría decir que es la oveja negra de la familia y siempre lo
ha sido. Es narcotraficante aunque Dios sabe que tenemos dinero como para no
hacer nada y tiene la posibilidad de manejar la compañía que quiera de las que
tiene mi papá.
-
Prefiere ser un gángster de mentiras… Jóvenes, qué se le va a hacer.
-
No quiero que sufra. Siempre tiene dinero con él, drogas también. Son suyas, no
quiero ni verlas. No lo haga sufrir.
-
No soy sádico.
-
Hay una cuestión de tiempo, el señor Bongo me dijo que se pondría en contacto
con usted de inmediato, pero parece que…
-
Bobongo… ¿Dónde tiene la cabeza? Rápido, ¿qué tan rápido?
-
Tiene que ser esta noche.- Snap suspiró y miró al techo decorado con mosaicos
de colores en formas geométricas. Era rápido en sus ejecuciones, pero lento
para medir el trabajo y ver los ángulos. No le gustaba esto para nada.- El
dinero no es problema, ¿cuánto cobra normalmente?
-
¿Para poner a dormir a un mafioso?, ¿en un lapso de nuevo o doce horas? No
menos de 100.- Nunca cobraba tan caro, pero con esa clase de dinero podría
quedarse en casa con Angie por semanas. Nathan no parpadeó.
-
Como tenía que ser hoy traje 200 mil, están en el auto. Son suyos.
-
Yo iré por ellos, ¿dónde están?
-
Maletero, es el BMW estacionado detrás del Taurus oxidado.
-
¿Y el pronto a fallecer?
-
Vive en su laboratorio, está en Nueva Industrial, avenida E, entre la fábrica
de helados y la cementera. Tengo una llave, está con el dinero.
-
¿Cuánta gente está con él?
-
Siempre lo veo sólo.
-
¿Dónde dejaste tus cosas?
-
Casillero 20, ¿qué pasa ahora?
-
Voy por las llaves de tu auto, agarro el dinero y la llave de su impenetrable
fortaleza y dejo la llave sobre la llanta trasera. Si llamas a tu hermano
porque cambiaste de parecer voy a saberlo y voy a ponerme creativo contigo y la
futura señora Burke.
-
No lo haré.- Por el miedo en su voz supo que decía la verdad.
No se sentía mal de matar a un niño
rico que juega al narco, pero tendría que ser cuidadoso de no dejar ninguna
evidencia. No podía saber si estaba conectado y desde la muerte del ruso ya
casi no mataba gente conectada, sobre todo desde que las anfetas lo habían hecho
más lento de lo que había sido hacía diez años. La década le pasaba factura, no
solamente las drogas. Sabía que tenía que ahorrar, pero por más que planeara
siempre terminaba gastándolo todo en anfetas. Pronto no tendría nada más que
una adicción y una pistola. Pensó en esconder los 200 mil dólares de Angie,
pero sabía que era inútil, los terminaría gastando. Esperaba que Kyle Burke
tuviera mucho dinero y muchas anfetas, pues este podría ser el mejor trabajo
que hubiera tenido en muchísimos años.
Revisó las fábricas de Nueva
Industrial, en tres horas saldrían los obreros y habría tráfico. Luego de eso
no habría nadie. Tenía que esperar y tenía que estudiar el lugar en la avenida
E. El edificio parecía parte de la fábrica de helados, la cual despedía un
inmundo olor que enmascaraba el hedor de orina de gato que producía el cocinar
metanfetaminas. Le cementera tampoco olía tan bien. Lo único que delataba que
había algo extraño era la cámara en la entrada. Incluso con el pasa montañas
tendría que ubicar dónde se guardaban los videos para eliminarlos. No había
cámaras de tráfico por varias cuadras, lo cual eran buenas noticias. Estacionó
en la acera de enfrente y dentro del auto revisó las herramientas que tenía en
el maletero. Las dos .45 con silenciador, el revólver, una macana eléctrica,
pasamontañas y guantes de cuero con un meñique artificial en la mano derecha.
Vació una maleta repleta de partes de auto para su Taurus oxidado, así como
botellas de aceite, anticongelante y demás. Podía cargar bastante dinero y
drogas allí. Se alejó una cuadra para fumarse un cigarro. Si alguien vigilaba
hacia afuera notarían a un extraño con guantes fumando un cigarro por horas.
Nadie entró, ni salió del edificio
en el tiempo en que estuvo esperando. No pasaron patrullas tampoco y los
obreros salieron poco antes de que pasaran los últimos autobuses que recorrían
la contaminada zona industrial. Le dio la vuelta a la manzana, fumando su
último cigarro para calmar sus nervios. Odiaba el trabajo, aunque el dinero era
bueno. Cualquier cosa podía salir mal y siempre surgían imprevistos cuando no
estudiaba a su presa. Habría preferido matarlo en un callejón o incluso su
casa, para luego tomarse el tiempo de robarle todo lo que tuviera en ese
edificio. Lo haría de todos modos, el dinero era demasiado bueno.
Estacionó frente a la fábrica de
helados con el pasamontañas puesto y salió con una automática con silenciador
en la mano. Usó la llave para dejarse entrar y escuchó atentamente. Podía oír
un televisor al fondo de un enorme espacio vacío. Nadie vigilaba la cámara, eso
era bueno. Caminó en silencio hasta la pared del fondo, a un lado de las sucias
cortinas de plástico que a menudo tenían esas propiedades industriales. Asomó
la cabeza y el arma a ambos lados, pudo ver el resplandor de la tele a su
izquierda y a su derecha un laboratorio de metanfetaminas. Sabía lo explosivo
que eran esas sustancias, de modo que rezaba porque no tuviera que dispararle a
nadie allí dentro. Descorrió una de las gruesas mangas de plástico traslúcido
para pasar al corredor sin hacer ruido. Sacó la otra automática, cubriendo
ambas puertas y se dirigió al laboratorio. Entró apuntando a todas partes, pero
las luces estaban apagadas y no había nadie. Había dos bolsas repletas de
metanfetaminas en una mesa metálica, aunque no veía dinero. Agudizó el oído,
notó que se escuchaban ronquidos además del televisor. Avanzó a la habitación
con el televisor de pantalla plana y sonido estéreo. Tenía una cama grande y
varias consolas de videojuegos. Había visto la serie del profesor de química
que hacía anfetas y se figuró que sería igual de sencillo. No contaba con que
su hermano era un desgraciado de sangre fría. Kyle Burke estaba dormido en la
cama y se parecía mucho a su hermano Nathan. Antes de despertarlo ubicó la
computadora, en cuyo monitor estaba lo que captaba la cámara exterior. Borró
los archivos de video, desconectó la computadora y decidió quemar el disco duro
acabando el trabajo.
-
¿Kyle?- Le rascó la frente con uno de los silenciadores y volvió a preguntar
con más fuerza. Apagó la televisión de un tiro y le quemó la frente con el
silenciador.
-
¿Qué demonios…- La mancha en las sábanas se esparció desde su entrepierna.
-
Las manos hijo de perra, quiero verlas, ¡ahora!
-
Está bien, está bien, por favor no me mates, llévatelo todo pero no…
-
¿Dónde está el dinero? Me das el dinero y te dejo en paz.
-
Debajo de la cama.- Las sábanas cubrían hasta el suelo y tenía la experiencia
de nunca quitarle los ojos a su víctima. Cuando acorralas alguien, le había
enseñado su vasta experiencia, es capaz de cualquier cosa. Sacó la macana
eléctrica y le metió miles de vatios en la cara para paralizarlo. Revisó rápido
y en efecto estaban las pilas de dólares.
-
Kyle Burke…- Revisó la cartera de diseño europeo apoyada en su buró y en efecto
eso decían sus identificaciones. No quería cometer errores. Kyle empezó a rogar
de nuevo y le disparó entre los ojos, esparciendo sus sesos por la pared.
Rompió el CPU sin hacer ruido, sacó
el disco duro y lo quemó con la gasolina del zippo de Kyle. Regresó a la primera
área por su maleta y empezó a meter el dinero debajo de la cama, para luego
meter las dos bolsas de anfetas. Salió corriendo al auto y se quitó el
pasamontañas. Manejó con calma hasta su casa, rezando el rosario como
agradecimiento por un trabajo fácil en condiciones que normalmente habrían
llevado al desastre. Las patrullas en su casa le pusieron nervioso y dejó de
rezar. No entró a su calle, sino que manejó a un parque donde podía esconder la
maleta de Nathan y la maleta de lo robado para recuperarla después. Escondió
también las armas, guantes y pasamontañas. Llegó a su casa como si nada hubiera
pasado. Los oficiales salieron de la patrulla y le hicieron señas. No entendía
al principio, pero vio que uno de ellos mostraba un celular. Lo había apagado desde
que entrara al baño turco.
-
Le llamamos toda la noche señor Schnapp.
-
¿Pasa algo oficiales?
-
Me temo que hubo un accidente.- Patrick Schnapp bajó la cabeza y cerró los ojos
respirando profundo. Creía que podía estar listo para cualquier noticia, pero
no lo estaba.- Se trata de su esposa Angela Majors Schnapp.
-
¿Qué pasó?, ¿dónde está?
-
Está en el Mercy, colisionó con una patrulla estando bajo la influencia de
metanfetaminas. Fue grave y creo que sigue en cirugía.
Snap manejó a toda velocidad. La
patrulla iba delante de él con las sirenas encendidas para abrirle paso. Preguntó
a gritos por su esposa en el área de emergencia hasta que los uniformados
tuvieron que calmarlo. Una enfermera le tomó la presión pues pensó que se
moriría en ese pasillo. Le explicaron que, durante una persecución Angie se
había saltado un semáforo y chocado contra una patrulla.
-
El frente de la patrulla dio contra el costado del asiento del conductor.
-
Hijos de…
-
Pero ella estaba bajo el influjo de metanfetaminas. ¿Entiende eso? Podría
complicar la situación para ella y para usted. Evítese el problema, ya tiene
bastantes. Encontramos drogas en el auto y una pipa. ¿Podemos revisar su auto?
-
¿Qué dijo el doctor?- El policía no reaccionó y Schnapp le dio las llaves de su
Taurus.- Vea todo lo que quiera, no voy a demandar nadie. ¿Qué dijo el doctor?
-
La última vez que lo vi fue cuando la prepararon para cirugía. Vayamos afuera,
pueden tardar, tome aire mientras revisamos su auto.- Se encendió un cigarro
afuera mientras inspeccionaban el Taurus. No encontraron absolutamente nada,
pero no se trataba de eso. Si les demandaba los pondrían bajo el microscopio y
terminaría en Blackbird. Sabía lo que le convenía y le repitió que no
demandaría a nadie.
-
¿Levantarán cargos?
-
Creo que ha sufrido suficiente. Buenas noches, señor Schnapp.
Snap pasó un par de horas esperando
oír algo del doctor. Le dijo que tardarían, el daño era severo a su columna y
brazo izquierdo. Le sugirieron dormir y Snap casi lo golpea por decirlo. No
dormiría de nuevo hasta que Angie no saliera de cirugía y estuviese estable.
Manejó de vuelta al parque cerca de su casa por sus cosas y las escondió en su
casa. Necesitaría el dinero para el hospital, habían dejado de pagar su seguro
médico y no tenían nada ahorrado. Regresó al hospital para pasar la noche
sentado en las sillas plásticas entre gente llorando y esperando escuchar malas
noticias. La movieron a una habitación y empezó a pagar en efectivo las
cuentas. El doctor le explicó que pasaba de crítica a grave y que la anestesia
la dejaría dormida toda la noche. Snap se acomodó en el sillón y no se movió de
ahí hasta que se despertó.
-
Angie ángel, estás bien mi amor.- Le besó las manos temblando por todas partes.
Tocó el botón de la enfermera para que la viera un doctor, pero pasaron más de
una hora antes que eso pasara.- Dicen que el choque fue feo, pero lo importante
es que estás viva.
-
¿Tú?
-
No te preocupes por mí Angie, ¿cómo te sientes?
-
No muy bien…- Volvió a dormirse y eventualmente llegó el doctor.
-
Hicimos lo que pudimos, pero el daño… Su esposa no sentirá nada de la cintura
para abajo por el resto de su vida señor Schnapp. Me temo que tendrá que
emplear a una enfermera, necesitará usar pañales y cuidados constantes. Tiene
una fractura en el codo, podría dar problemas aunque la movilidad es casi
normal.- Snap se sintió mareado y el doctor le miró consternado.- Sus huesos se
quebraron como el vidrio, reparamos lo que pudimos pero estará con esos yesos
por un largo tiempo. Tendremos que insertarle clavos cuando en un futuro no muy
lejano. ¿Se siente bien?
-
¿Cómo cree que me siento doctor?
-
Si gusta puede avisarme cuando despierte de nuevo para que…
-
No, no, yo se lo digo. Tengo que ser yo.
Angie despertaba aullando de dolor
cuando los sedantes se agotaban y cuando no gritaba tenía pesadillas. Su cuerpo
pedía metanfetaminas y no paraba de temblar. Tenía una o dos horas de relativa
calma al día, entre el peso de la adicción, el dolor intenso y lo que quedaba
de anestésicos en la vía intravenosa. Snap le explicó lo que pasaría después,
tendría más cirugías, tendría rehabilitación física, pero nunca usaría sus
piernas y tendría que usar pañales. Angie lloró y gritó mientras su marido la
abrazaba. La pesadilla, se dio cuenta Angie, apenas había comenzado. Snap le
repetía que tenían dinero para todos sus gastos, que se limpiaría él también,
trabajaría el doble y que no le faltaría nada, pero no aliviaba su dolor.
Pasó los días con ella, Angie estaba
aterrorizada de quedarse sola y Snap no se movía de su lugar. Él también sufría
a causa del síndrome de abstinencia. La tentación era demasiado grande, tenía
demasiado en la cabeza y todo el cuerpo le picaba. Aprovechó que Angie estaba
dormida para ir a su casa y deshacerse de la tentación, echando por el inodoro
las dos bolsas de metanfetaminas que había robado. Necesitaba del padre Morrow,
sabía que él no lo dejaría atrás. Sabía que podía contar con él y que les
ayudaría a ambos. Salió de su casa para ir a la iglesia cuando lo detuvo un
hombre blanco, ancho, con poco cuello y cabeza rapada por la calvicie que le
afectaba a su joven edad.
-
Mike Thomas, Snap. ¿Te acuerdas?
-
Lo siento, no sé quién eres. Tengo que irme.- Le mostró una pistola que
escondía en el bolsillo de su sudadera y lo hizo retroceder hasta su auto. Snap
no podía arrancarle la manzana de Adán en un movimiento como podría haberlo
hecho hacía diez años. Menos aún cuando tenía la abstinencia haciéndole temblar
con fiebres.
-
Claro que me conoces, porque conoces a Kyle Burke. Mi socio de negocios.- Hijo
de perra. Es posible que Nathan no lo supiera, el yuppie podía no saber nada
del negocio de la oveja negra, pero precisamente por eso le gustaba estudiar a
sus víctimas. No debió haber aceptado el trabajo, aunque sin él no habría
podido pagar el hospital para Angie, pues ella habría salido a ver a su camello
de todas formas.- ¿No vas a preguntar cómo lo sé?
-
Bobongo, ese hijo de perra.
-
Mataste a mi cocinero y mi hermano está en Blackbird. Como yo lo veo me debes
mucho dinero.
-
¿Quieres ver mi casa? Si mi auto no te lo dice, quizás deberías. Es una pocilga
porque no tengo dinero. Mi esposa está en el hospital y ya me gasté el dinero.
Revisa si no me crees.
-
Viejo duro, ¿no te asusta la pistola, verdad? Pero estás temblando.
-
Fiebre. Tengo que regresar con mi esposa, tuvo un accidente.
-
¡No me importa tu esposa, ni tus accidentes!- Le sacó el arma y le apuntó a la
rodilla.- Si no tienes el dinero, tienes que hacerlo a la antigua. Tienes que
enfriar al que te dio el contrato.
-
Nathan Burke.
-
¿El hermano?
-
Sangre fría, lo sé. Va a casarse o algo así. No escribo su biografía, era sólo
otro trabajo. No sabía que existías.
-
No, nunca conocí a Nathan y Kyle, aunque era un perfecto idiota para muchas
cosas, al menos no le decía a su familia con quiénes se codeaba. Ponlo en la
morgue o te pongo en la morgue. A la antigua anciano. Nathan tiene dinero en su
departamento, además de joyas. Quiero una parte, para que veas que no soy
avaro, sólo tomaré una parte.
-
Está bien.
-
Hazlo rápido, no tengo mucha paciencia Snap. Ah, por cierto,- Le soltó un
gancho al estómago que lo dobló.- eso es de parte de Bobongo, que ya no te
aparezcas por el Bongo.
Angie estaría despertando, era su
hora habitual de despertar gritando por las pesadillas. No le vería, pasaría
una hora despierta y estaría muerta de miedo. Se sentía culpable. Schnapp nunca
se había sentido particularmente culpable por matar personas. No era un
psicópata, sabía que estaba mal y sabía que se iría al infierno, pero por lo
general sus víctimas se lo merecían. Incluso Nathan merecía morir por
fratricidio. A su manera de ver mataba gente que, como él, se iría al infierno
también. Angie nunca había matado a nadie y ahora pasaría un día, o quizás más,
despertando en una habitación sola, acompañada únicamente de otros pacientes
que le rogaban que se callara de una buena vez. Estaría asustada y él no podría
sostenerle las manos y mentirle diciéndole que todo estaría bien. No lo
estaría, pero deberían estar juntos y ahora no lo estarían. Lo racionalizó mientras
buscaba la dirección de Nathan en línea en un café internet, se quedaría con
parte del botín del asesinato y robo para conseguirle a los mejores terapeutas
que pudiera. Le daría su propia habitación, la haría feliz en lo que pudiera
pero, por al menos un día, tendría que sobrellevar el infierno a solas.
Tenía la dirección y tenía que
hacerlo ahí. No podía matarlo en la calle porque necesitaba acceso a su
departamento. Mike Thomas quería dinero. El riesgo era enorme ahora. Nathan era
rico y su edificio tendría cámaras, si no es que tenía seguridad privada. Sólo
podía saberlo de una manera. Rentó un uniforme de entregas a domicilio y entró
al edificio de lujo. Había un guardia en el lobby que hacía firmar a
desconocidos. Llamaba a quien viviera en el departamento deseado para avisarle
de las visitas. Tres cámaras, una en la entrada, una en el lobby y otra en el
elevador. No estarían en la computadora del lobby, y tampoco quería aumentar el
número de muertos. Escogió a otra persona que vivía en el mismo piso y
corroboró lo que ya sabía, le esperaba con la puerta abierta. Le entregó un
plato decorativo que había encontrado en su casa, y limpiado de huellas, en un
paquete de entrega. No había cámaras en ese piso, aunque no podía estar seguro
del departamento. Si le veía con máscara se asustaría, tenía que verle la cara.
Se podía inventar una historia.
Lo más rápido que pudo bajó por las
escaleras hasta el sótano para revisar el sistema de alarmas. Seguramente el
guardia del lobby tenía el botón, pero la terminal siempre estaba en otra
parte. Tendría que cortar los cables, no necesitaba sutileza para eso. Pasó la
noche y la mañana estudiando por internet a la compañía de alarmas, era
sofisticada y la policía estaría ahí en menos de tres minutos si algo salía
mal. La policía investigaba el asesinato de Kyle Burke con muchos encabezados
donde se omitía su profesión, era un entusiasta de las motocicletas y nada más.
Heredero, además, de la fortuna Burke junto con su hermano Nathan. La policía
indagaría bajo cada piedra. No tenían nada sobre él en el caso de Kyle, estaba
seguro de ello porque había sido precavido y los únicos que sabían, Mike Thomas
y Bobongo, no hablarían con la policía. Tenía que evitar al guardia de
seguridad, Nathan le abriría la puerta sin problemas, pero subir era el riesgo.
Nathan podía insistir en verlo afuera o en el estacionamiento y eso no era
suficiente. No podía dejar el cuerpo escondido en el estacionamiento y subir a
robar, tenía que subir con él o dejar que Nathan le dijera al guardia que
confiara en él. Había usado un buen disfraz, incluso escondido el meñique,
necesitaría otro para este trabajo.
-
¿Nathan? Habla Snap.
-
¿Snap?- Sonaba nervioso y hablaba en susurros, como escondiéndose de alguien en
su departamento. Seguramente su esposa o futura esposa.- ¿Cómo conseguiste este
número?
-
A través de la mafia siciliana… Relájate chico, estás en las páginas amarillas
en internet. Hay un problema, y no quiero que creas que te voy a extorsionar o
algo así. No soy esa clase de gente. Quiero mostrarte fotos de personas y
quiero que me digas si las reconoces. Han estado por mi casa desde el trabajo,
creo que eran socios de tu hermano. No son policías, ya verifiqué. Quizás te
vigilan a ti también.
-
¿Mi hermano tenía socios?- Estaba sorprendido. No sabía de Mike Thomas.
-
Bobongo dice que sí.- Escuchó que se encerraba en el baño y encendía la
regadera.
-
¿Quién?
-
¡Bobongo! El sujeto del Bongo.- Snap actuaba despreocupado y profesional,
aunque temblaba de nervios y ansiaba fumar metanfetaminas como un maniático.
Tenía que tener cuidado, tenía que hacerlo bien, hacerlo por Angie.
-
¿Es de confianza?
-
¿Bromeas? Bobongo y yo somos como hermanos, crecimos juntos. Además, sé de sus
otras actividades y la última persona con la que hablaría es la policía. No, el
que está en peligro soy yo.- Escuchó su alivio.- No es la primera vez que pasa.
Voy camino a tu departamento.
-
¿No podemos vernos en otra parte?
-
Estoy prácticamente afuera, ¿le digo al guardia que soy tu tío lejano o algo
así? Tienes una dirección bastante ostentosa, asumo que hay un guardia.
-
No, yo te meto por la entrada de autos. Hay una escalera de emergencia, pero
dame una hora, no, dame dos horas. No, te llamo en dos horas.- No vería a Angie
otra vez cuando despertara. Es por ella, se repitió, pero la culpa no se iba.
Le necesitaba ahora más que nunca.- Mi novia se va en un rato, pero no puedo
arriesgarme.
-
Llámame, estoy estacionándome en frente del edificio, atrás del Starbucks.
Le llamó media hora más tarde. Sacó
el auto y lo metió como contrabando, usando sus llaves para entrar al acceso de
mantenimiento y servicio donde no había cámaras. Nathan le ayudó a eludir la
seguridad de su propio edificio. Subieron por las escaleras mientras Snap hacía
conversación ligera. Había impreso fotos de personas que habían paseado por el
parque y gente en sus autos. No se las dejaba ver, aunque le dejaba ver que las
tenía. Traía pantalones y una playera no muy larga, de modo que creyera que no
iba armado. El revólver estaba escondido dentro de sus pantalones en la
entrepierna. Lo metió a su departamento y Snap le mostró las impresiones. Le dio
una mirada al departamento. Parecía vacío, no podía estar seguro de no estar en
una trampa de la policía. Simplemente no podía estar seguro de muchas cosas.
-
No, no los reconozco.
-
¿Qué tal a este, pero sin la gorra? Capaz que sólo es mi imaginación. Odio
fastidiar así a mis clientes, es muy poco profesional, sobre todo a alguien que
está en duelo.
Miró más de cerca y Snap le soltó un
golpe al costado que le tiró al suelo. Lo mantuvo en el suelo con su zapato
contra su cuello mientras sacaba el revólver. Le advirtió que mataría a su
novia si gritaba y lo llevó a su habitación. Le hizo sacar el dinero y las
joyas, así como una mochila para llevárselas. Le dio una golpiza con la culata
del revólver para que se dejara de mover. Lloraba, sangraba y suplicaba por su
vida. Schnapp le reventó la mandíbula, le puso una almohada en la cara y
apretando contra ella jaló el gatillo del revólver para silenciar el disparo.
Se hizo a un lado para no mancharse de sangre. Le quitó la funda a la almohada
y se la llevó consigo, pues tenía sus huellas. Se robó un saco y un sombrero
para no desentonar cuando saliera del edificio. El sombrero opacó la cámara del
elevador y en el lobby mantuvo la cabeza agachada. Se despidió del guardia con
un gesto con la mano izquierda como si se conocieran y se fue corriendo a su
auto y de vuelta a su casa.
Separó parte del botín, que era
bastante generoso, pues no confiaba en Mike Thomas. Le dijo que le viera y
estaba ahí esperándole. Como anticipado le robó lo que creía era todo el botín.
Dijo que estaban a mano, que podían hacer negocios en el futuro y se fue.
Schnapp reprimió las ganas de vomitar. Guardó la joyería y el dinero, sacó lo
que necesitaba para seguir pagando las cuentas del hospital. Fue por el padre
Morrow quien de inmediato le acompañó al Mercy. Angie lloraba enloquecida,
había estado así por dos días le explicaron las enfermeras. Snap le juró que no
la dejaría nunca más. Le dio a entender lo que había pasado, ella entendía pero
seguía asustada y enojada.
El codo fracturado nunca terminó de
sanar y, mientras que podía doblar el brazo, le dolía como mil demonios. El
padre Morrow les acompañó lo más que pudo y les inscribió en su grupo de
autoayuda para adictos en el sótano de la iglesia. Angie salió meses después y
Snap le sorprendió con una casa limpia por completo. Afortunadamente era de una
sola planta, de modo que no tendrían problemas con la silla de ruedas. La
llevaba de paseo y a la iglesia. Angie llamó a su prima, que era enfermera,
para que se mudara con ellos y le ayudara. La chispa de alegría en sus ojos,
sin embargo, ya no estaba.
-
Patrick,- Sólo le llamaba así cuando estaban hablando muy en serio. Snap no
estaba sorprendido, sabía que había un golfo entre los dos.- no quiero que
pienses que te odio. Fue mi culpa, todo esto fue mi culpa. Yo te enganché y
creo que las cosas… Las cosas se salieron de control. No recuerdo el accidente,
ni quiero recordarlo. No tenemos 29 tú y yo, tenemos 55 años. Sabes que nunca
tuve ningún problema con tu trabajo, pero ya no puedo más Patrick. No puedo
estar rodeada de tanta muerte, drogas e incertidumbre. No sé si el siguiente
trabajo te matará o te arrestarán… La terapia en ese grupo ayuda, pero no
quiero engancharme y si eso pasa sé que te vas a enganchar otra vez. Es quien
eres, soy quien soy. No me lo perdonaría.
-
Angie, amor, haría lo que fuera por ti.
-
Entonces dame tiempo, tengo que pensar sobre mi vida. Quiero mudarme con mi
prima, al menos por un tiempo.
Snap les ayudó a mudarse, pero sabía
que ese breve tiempo sería duradero. Siguió yendo a misa, aunque no era lo
mismo sin Angie. Hablaban de vez en cuando, su prima le odiaba así que lo
hacían en secreto. Poco a poco, mes tras mes, tenían menos cosas de qué hablar.
Snap había pasado más de veinte años matando gente por dinero. Y en los últimos
años, si no estaba en un trabajo, se estaba drogando. Al menos seguía yendo a
AA, aunque no en la iglesia. Ella había tenido razón, y no era lo
suficientemente orgulloso como para no admitirlo. Su vida había sido sobre
negocio. Su negocio era matar gente. No tenía mucho que ofrecerle. Sin embargo
la amaba y, aunque casi no hablaban y podía adivinar una petición de divorcio
en el futuro, sabía que Angie lo amaba a él. Le demostraría que la amaba,
cambiaría su vida. Aunque no estaba seguro de cómo hacerlo, o de si podía
hacerlo.
-
Hacía mucho que no te quedabas hasta el último Patrick.- Dijo el padre Morrow.
-
Tengo mucho en la cabeza padre. Mucho en la conciencia también.
-
Nunca había conocido a un católico tan devoto y a la vez tan alejado de las
leyes de Dios. La ley más importante, ni más ni menos.
-
No mienta padre, es pecado. No vine a la iglesia por muchísimo tiempo.
-
Sí, pero el hijo pródigo regresa.
-
No soy prodigioso… No en nada útil al menos.
-
¿Nuevo reloj?
-
La última persona que maté tenía mucha joyería, ya la vendí toda por diferentes
contactos. Me quedé con este reloj, tiene una inscripción atrás con su nombre,
y el de D.D., se iba a casar con ella. Creo que la amaba.
-
¿Orgullo?
-
Al contrario padre, lo uso por vergüenza. Así cada vez que miro mi muñeca me
recuerdo a mí mismo lo que he hecho. Era orgulloso antes, cuando era joven.
Cuando perdí mi dedo estaba orgulloso, ¿no es estúpido? Pude haber muerto pero
estaba orgulloso. Una herida de guerra, como si matar gente fuera algo de que
estar orgulloso. Crecí supongo.
-
No dejaste de hacer lo que haces.
-
No, pero… No estaba orgulloso. Tampoco tan avergonzado como ahora, supongo que
es una clase de orgullo.
-
En efecto.- El cura se encendió un cigarro y le extendió uno.- Tengo que
dejarlos uno de estos días, la carne no es eterna y menos si sigo fumando.
Debería seguir tu ejemplo, dejaste de matar.
-
Sí, pero no sé qué hacer padre. Quiero hacerla orgullosa, ¿me entiende? Sé que
necesita espacio y tiempo. Lo tendrá, la esperaré.
-
¿Como la novia espera a Cristo?
-
Amén, padre.
-
¿Qué crees que hace la novia de Cristo durante su espera?- Snap se quedó
pensando. El padre Morrow había oído todas sus confesiones, hasta los detalles
más aterradores y de sangre fría. Aún así lo trataba como a un hombre decente.
Aquello le daba esperanza.
-
No sé padre.
-
Hace del mundo un lugar mejor. Tenemos nuestras actividades aquí en la iglesia,
como las reuniones de AA, tenemos un equipo de baloncesto en Morton, tenemos a
unos chicos que ventilan sus disputas
haciendo rap. No que yo entienda nada de eso, pero funciona y la música
libera al alma.
-
Nunca he tenido un empleo padre, no uno real. Nada oficial. Cuando estaba con
el ruso tenía una compañía de traslado y así saqué papeles para la casa, el
auto y demás.
-
Hace unos años se echó a perder la camioneta de la iglesia, ¿lo recuerdas?
Llegaste muy preocupado a ver el problema. “Estos chicos llegarán al circo así
tenga que construir un motor a partir de piedras” dijiste tú, con una solemnidad
que jamás había oído en ti. Sonabas… No sé, como si fuera el problema más
urgente del planeta. Y dicho y hecho, lo compusiste. Nunca tomaste ese tono
durante la confesión, ni en nuestras charlas sobre tu desafortunada línea de
trabajo. Cristo perdona a quien se quiere perdona y quien busca su perdón.
-
Es un poco tarde para eso padre, sé que me iré al infierno. Lo sé, lo he
aceptado. No veré a Angie ahí. La muerte nos separará definitivamente.
-
Nadie está tan alejado del amor de Dios que su Gracia no pueda alcanzarlo.
Nadie, ni siquiera tú. Ni si quieras Judas después de traicionar a Nuestro
Señor.
-
¿Mecánico?
-
¿Por qué no?
-
Angie se va a reír cuando lo sepa.
-
No creo que se burle, la conozco bien.
-
No, me refiero en un buen sentido. Hace tiempo que no ríe. Le hace falta. Y a
mí me falta el aire, salirme de esta vida, de este juego. Ahora, antes de ser
demasiado viejo como para tener un taller. Tengo dinero ahorrado, mal habido
como todo mi dinero, pero lo puedo poner a hacer algo bueno.
-
¿Lo ves? Sólo falta el nombre.
-
Algo que no me deje olvidar, tiene que ser algo mío, algo de Angie y algo que
no le guste a usted.- El padre Morrow se rió.- La clase de cosa de la que
desaprobaría aunque no fuera pecado… Snappie.
-
Hijo mío…- Le puso la mano en el hombro y se rió de buena gana.- Si quisieras
presionar mis botones sabrías cómo hacerlo.
Snap vendió la casa y el Taurus,
sacó un crédito y usó lo que le quedaba del dinero para poner su taller mecánico.
El padre Morrow lo bendijo en la inauguración y empezó a mandar a sus
feligreses con Schnapp. Se dio cuenta lo mucho que le gustaba. Era sucio, era a
veces molesto y agotador, pero le gustaba resolver problemas y sentía orgullo
profesional, por primera vez desde que fuera muy joven, en hacer algo honesto
sin desplumar a los clientes ni dejarlos mal con partes de inferior calidad. Su
vida se había reducido a trabajar en el taller y dormir en la trastienda.
Incluso le había puesto rampa para silla de ruedas, por si Angie venía a
visitarle. Ella lo hizo una vez, muchos meses después. Se enteró que andaba de
novio con un enfermero y Snap no se molestó. La esperaría, contaría los minutos
en el reloj de oro que narraba una historia violenta y la muerte de miles de
sueños que nunca se llevarían a cabo.
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