jueves, 23 de julio de 2015

Los tres trenes (Parte 1 de 2)

Los tres trenes
Por: Sebastián Ohem

 1.- Ahora:
            El letrero neón que leía “Jaula de billar” estaba apagado, pero eso no desanimó a Ian Madison. Sacó la automática de su cinto y entró al callejón que daba a una parte trasera con espacio para un par de autos. Estaba uno de ellos, creía que era el de Danielle. La noche pareció hacerse más oscura, la farola de la calle apenas iluminaba la zona. Revisó la puerta trasera, era acero reforzado pero podía abrir la cerradura. Intentó ver si las ventanas tenían barrotes, pero los pisos superiores estaban devorados por la oscuridad. Incluso si ella no estaba, podía esperarla adentro. La esperaría lo que fuera necesario.

            Patrick Schnapp, el viejo Snap, estacionó a media cuadra y siguió los sonidos en la desierta calle y oscura callejuela. Se acomodó los guantes antes de tomar el revólver. Le había puesto cinta canela al mango y al gatillo. Pensaba tirar el arma en alguna alcantarilla después de matarlo, pero prefería ser más cuidadoso que de costumbre. Nada podía salir mal. Se apoyó contra la pared de ladrillo hacia el espacio de estacionamiento. Podía ver la figura agachada a un lado de la puerta. Se figuró que estaría forzando la cerradura. No le importaba realmente, pero necesitaba saber que realmente era Ian Madison. Snap era un profesional, sabía que cualquier cosa podía pasar en los segundos decisivos, de modo que salió del escondite y se colocó detrás del sujeto. La luz de la farola iluminaba su rostro, pero no le importaba. Madison no tendría la oportunidad de decirle a nadie. Jaló el martillo. El ruido familiar y a la vez terrible. Casi absoluto. Rompió el completo silencio. Ian Madison se dio vuelta, se puso de pie y miró el cañón del revólver. Todos miraban el cañón. La luz le daba ahora. No quedaba duda, era él. Era el hombre que tenía que matar.

            Danielle Dillon había seguido al asesino profesional y, luego de perderlo de vista le dio unos treinta segundos antes de salir de su auto. Automática en mano se acercó con cautela. Había oído de Snap y sabía que era peligroso. Rápido y certero. Ella no estaba acostumbrada al arma. No estaba acostumbrada a su peso, a su olor y cuando jalara el gatillo sabía que quedaría ensordecida por la explosión. No le importaba que le había llevado a la Jaula de billar. No le importaba tampoco, aunque un pensamiento fugaz le hizo cuestionarse si de alguna forma sabía que iba a matarlo. Podía ser una trampa. Avanzó de todas formas. Iba agachada, escuchando los ruidos de las calles lejanas. Pudo oír el martillo de un revólver. Se movió otros pasos más y se colocó a su costado. Snap tenía acorralado a un sujeto que ella no conocía, aunque era obvio que el viejo asesino a sueldo le conocía. No le importaba. Patrick Schnapp tenía una cita con una bala.


            El hechizo que el revólver de Snap producía sobre Ian se rompió cuando vio a Danielle. Ya no tendría que violar la cerradura. Si es que el viejo fornido no le volaba la cabeza con ese cañón. Ian tardó un latido de corazón en darse cuenta que Danielle no le conocía. Él simplemente no existía en su universo, aunque ella consumía el suyo. Danielle Dillon apuntaba al viejo profesional. Snap se dio cuenta que estaba en la mira. Cualquier cosa podía salir mal, lo sabía. No la conocía, aunque ella le conocía lo suficiente para querer matarle. Se figuró que sería la novia de Ian Madison. No que importara, una bala duele igual sin importar quién la dispare. La volteó a ver por una fracción de segundo. Suficiente tiempo para que Ian le apuntara a Danielle con su automática.

            El tiempo se dilató. Los sonidos de las lejanas calles se silenciaron por completo. Ni siquiera el zumbido eléctrico de la farola que teñía de pálido amarillo sus rostros producía ruido alguno. El cosmos les había devorado. Existían sólo esas tres armas. Pistolas en un triángulo mortal. Lo demás era irrelevante. La cadena de eventos quedaba resumida en la mera existencia de las tres armas. Una dispararía a la otra. Snap sabía que estaban demasiado cerca los tres, no había manera en que alguno fallara. Ian se preguntó quién dispararía primero, y después se figuró que una pregunta más importante era quién dispararía al final. Danielle podía ver el futuro. Tres cadáveres en un callejón. Más adelante un amanecer sobre ellos. Luego los policías. Imaginó velozmente a los detectives tratando de entender lo que había pasado. No sabía si llegarían a saberlo. Concluyó que nunca lo sabrían. Nunca sabrían por qué tenía que matar a Snap. Por qué Snap mataría al sujeto del tatuaje del dragón en su cuello. Por qué, finalmente, el del tatuaje la mataría a ella. Por lo que pareció una eternidad hasta las estrellas se apagaron. Dedos sobre gatillos. Sin nervios. Decididos y decisivos. Las balas darían el epílogo a sus vidas. Schnapp fue quien rompió el silencio al aclararse la garganta. Súbitamente las estrellas se encendieron. La farola volvió a zumbar y en las calles lejanas regresó el tráfico ligero de la noche. El tiempo existía otra vez. No se contaba en horas o minutos, sino en segundos. Su voz era un susurro pero rasgaba el silencio como un trueno.
-  Malkin siempre fue una ciudad ferrocarrilera. Cuando era niño vivía en la 70, por la estación Mercer a contra esquina de esa plancha de vías, donde había 3 principales líneas de trenes. El urbano que dos cuadras después se hace elevado y llega hasta Baltic norte, el de pasajeros que cruza en diagonal hasta la estación central y el de carga que va por el oeste hasta Nueva Industrial.
Cuando era niño solía imaginar que los conductores sólo podían ver hacia atrás y hacia adelante en la vía que les había tocado. Si llegaba otro por el costado no lo verían, e incluso si vieran a uno no podrían frenar a tiempo. Mi papá decía que era Dios el que se encargaba de que no chocaran, porque cada noche, más o menos a esta hora, los 3 pasaban a toda velocidad uno tras otro. Era niño, no tenía idea sobre la infraestructura que vigila y monitorea cada línea, era solamente un niño.
Dios debió cerrar los ojos el años en que los 3 chocaron. Fue un año después del terror de Indrid Cold. Ninguno de ustedes se acordaría, Malkin aún temblaba de miedo por ese monstruo. Algunos lo llamaron su último zarpazo de terror. Como si esa cosa pudiera atacarnos desde el infierno. Pocos se acuerdan del accidente por eso. Creciendo así pensé que todos éramos trenes, todos teníamos vías de nuestra propia creación, escogimos nuestro destino y no podemos salir de esas vías.- Miró a los ojos a Ian y a la mujer que le apuntaba. Estaban tan decididos como él.- No, no podemos.


2.- Hace 5 años: Danielle Dillon
            Danielle estacionó su auto en el garaje de la Jaula de billar mientras dos borrachos eran echados por la puerta trasera por su tío Mario Aguilar. No era realmente su tío, pero lo quería como uno. Ciertamente lo hubiera preferido como padre adoptivo, pero la vida simplemente es injusta. El calvo Aguilar la saludó y le mantuvo la puerta abierta para que entrara. Ella no preguntó que habían hecho esos dos rufianes para merecer lo que Mario llamaba “el tratamiento”. Unas gotas de golpiza en el baño y una tableta de lanzarlos varios metros contra el cemento en la parte de atrás. Mario le silbó y se señaló su muñeca derecha. Danielle se dio cuenta del detalle y se bajó la manga sobre la gaza. No quería que su padre adoptivo viera el tatuaje. No le gustaría. Los clientes regulares se esforzaron en no notarla, los nuevos la miraron de arriba para abajo como si desencajara y unos cuantos babearon por ella. La verdad es que era delgada y de cuello largo. No era muy alta, de modo que no asustaba a los hombres comunes. Tenía ojos grandes y expresivos, aunque un poco hundidos y una nariz de gancho que era difícil de ignorar. Nadie le dijo nada cuando Mario la acompañó a la oficina de su padre adoptivo. Todos ahí, incluso los nuevos, conocían a Jesús Aburto. Los habituales sabían que su verdadero dinero no estaba en ese billar de mala muerte sino en sus actividades de prestamista. Aburto era un hombre delgado, parecía incluso desnutrido pese a la energía que solía mostrar, y la chispa en los ojos que mostraba inteligencia. Era de cabello enchinado corto, con varias canas y una frente constantemente arrugada.

            La oficina no era mucho, y no necesitaba serlo. Podía ver el billar desde el espejo de doble vista. Rara vez tenía problemas, sobre todo desde que Danielle puso un cartel en el espejo que leía “es de doble vista, te estoy observando imbécil. Atte. La gerencia”. El usurero vestía una camisa arrugada y pantalones humildes, mientras que su hija adoptiva parecía tener un contrato de exclusividad con Ralph Laurent. No le molestaba. Siempre y cuando no fuera su dinero, ella podía vestirse como quisiera.
- Mario dice que la fiesta fue en grande. ¿Bebiste?
- Whisky con agua, luego Ginger Ale que dije era champaña.- Se encendió un cigarro y se sentó en una de las viejas sillas de plástico frente al pequeño escritorio de Jesús Aburto y subió las piernas.- Sabes que no me emborracho cuando trabajo.
- Y últimamente has estado trabajando día y noche. No contestaste ayer, ni antier.
- Gracias por preocuparte.- Dijo agriamente. Jesús no hacía secreto alguno que si ella perdía un brazo su única preocupación sería monetaria. No la había adoptado para abrazos y besos, tenía trabajo que hacer. Y ahora que tenía 25 esperaba mucho de ella. Mucho dinero.- La marca no tiene idea, es lo mismo que las veces anteriores.
- Sí, pero los muchachos anteriores eran unos pueblerinos nuevos ricos que te confiaron con su dinero en una semana. Llevas tres meses con el mismo, este sujeto, Nathan. Creo que deberías recoger las ganancias de una vez, estudiar al siguiente.
- Pueblerinos o no, los ricos hablan. Sobre todo entre ellos. La clave siempre es la sutilidad, no los dejo en la pobreza, no me culpan y siguen con sus vidas cuando les consigo a otra. No puedo seguir así.- Danielle rápidamente se corrigió.- No puede seguir así.
- ¿No puedes o no quieres?
- Jesús, puedo casarme con Nathan.- La risa estalló en cascadas. Su tío Mario Aguilar le dijo que esperara esa reacción, pero aún así le dolió.- Ríete en tu propio tiempo, tengo que ver a sus papás en un par de horas.
- ¿Casarte y divorciarte? Esa clase de gente pone todo tipo de cláusulas prenupciales.
- No estás viendo la pintura más grande, podré tener sus cuentas. Podemos sacar mensualmente lo que saco cada seis meses. Quizás más. Y eso sin contar con las joyas y autos.- Jesús lo pensó con cuidado. La conocía muy bien. Era una estafadora de primera, pero no podía estafarle a él. Algo le ocultaba. La inspeccionó con cuidado y señaló la gaza que se transparentaba a través de su liviana camisa. Danielle suspiró, se arremangó un poco y se quitó la gaza para mostrar un tatuaje en forma de Ying y Yang en el antebrazo a la altura de la muñeca.- Fue hoy en la mañana, Nathan está loco por mí. Si me pide matrimonio y le digo que no, puedes apostar lo que sea que publicará nuestras fotos en redes sociales y se acabó el juego. Ningún otro pueblerino me va a confiar. Como dije, la gente habla. La gente rica habla más. Y los perdidamente enamorados hablan aún más.
- Háblame de su familia.
- Petróleo en Texas y maquiladoras en Malkin y Chicago. Viajan constantemente. No puedo hacerme pasar por la millonaria, pero puedo ser la maestra de cinematografía con herencia de varias generaciones. Mi acento inglés es bueno, mejor de lo que esos palurdos sabrían distinguir. Es conveniente que mi familia esté fuera del país, pero habría que contratar a alguien para que sea mi tío o algo así. Tú puedes ser mi abogado, Mario puede ser el chofer de la familia o algo por el estilo.- Sabía que el último detalle le gustaría. Rechazaría lo de Mario, pero siendo abogado podría tener acceso a todo y estaría seguro que su hija adoptiva no le mentía.
- No, Mario no puede ser un chofer. Aunque yo podría ser el albacea de la familia Dillon en América. Tengo algunos muertos de hambre que no me pagarán nunca que podrían cancelar intereses actuando para nosotros.
- Perfecto, que estén listos mañana. Dales el guión y todo eso, estos texanos les gustan las conversaciones. Siempre que sean engreídos, pasarán la prueba.
- OK, no hay problema. ¿Qué pasa mañana?
- Fiesta en la mansión de sus padres. Por el amor de Dios, que usen trajes decentes.- Bajó los pies y de su bolso le tiró un fajo de billetes. Nathan se lo había dado para que se fuera de compras, pero su padre adoptivo esperaba ver verde todo el tiempo.- Me tengo que ir.
- La distinguida dama. Te eduqué bien.

            Danielle se tragó la rabia. La había adoptado para que fuera una ladrona y una estafadora. Había sido mejor que el refugio en el que había vivido hasta los 17, pero aún así le enfermaba la idea de llamarlo un padre. No tuvo problemas en tragarse el enojo. Faltaba poco para quitárselo de encima. Mario le tocó el vidrio de su ventanilla y se apoyó contra el auto.
- Sé honesta conmigo Danny.- Podía serlo. Por eso era su tío, no su tío adoptivo. El cobrador de su padre adoptivo siempre había sido más paternal que Jesús Aburto.- Dejó de ser una estafa, ¿no es cierto?
- No, sigue siéndolo, pero no en contra de Nathan. Es mi billete fuera de esta vida Mario, lejos de Jesús. Él se quedará revisando papeles y sacándoles dinero, Nathan y yo viajaremos por el mundo.- Mario la miró con tristeza. Iba a pasar, lo sabía. No significaba que doliera menos.- ¿Crees que me voy a olvidar de ti?
- No puedo hacerme pasar por un inglés.
- Pero sí por gringo. Tienes esa vibra Boris Karloff.
- ¿Quién?
- Un actor que me gusta mucho.
- Yo pensé  que me parecía más a Antonio Banderas o Raúl Julia.- Tenía el corazón de oro, la cara de matón y una cabeza calva por completo. Lo decía en serio, sin embargo, y eso era lo que más ternura le daba a Danielle.
- Banderas es guapo y nada más, Karloff… Él es una leyenda.
- Algo es algo D.D..- Se separó del auto y se despidió.- Ten cuidado allá afuera.
- Siempre señor Karloff, siempre.- Bromeó ella con su acento inglés.

            Nathan Burke era diferente a todos los hombres con los que había estado en su vida. Todas las mujeres morían por ese mentón de Ben Affleck, pero para ella eran los ojos grandes y joviales. Se parecía poco o nada a sus padres, aunque había visto fotos de su abuelo, un montañés texano que vivía de lo que cazaba hasta que sus hijos descubrieron petróleo por accidente. Lo defendió de las bromas pesadas de su padre y no dejó de acariciar su rodilla mientras retiraba la conversación sobre su propia familia hacia las películas de moda y la época de los autores en los 70’s.

            Conoció a los muertos de hambre que su padre había mencionado al día siguiente. Les preparó personalidades e historias a todos. Sorprendentemente los siete se transformaron en actores del método y en menos de una hora estaban en sus personajes. La reunión en la mansión se convirtió en fiesta rápidamente. Sus “tíos” soltaron algunas bromas elitistas sobre los tatuajes y la gente en las artes liberales que los padres texanos de Nathan aceptaron como auténtico humor británico. Nathan, por su parte, no dejaba de aislarla de sus actores para pasar tiempo con ella a solas. Caminaron por los jardines iluminados y entre las réplicas de estatuas famosas. Nathan las detestaba, le confesó que sus padres las habían visto en un libro sobre arte y pidieron reproducciones sin saber nada de su historia.
- Jardín renacentista y mansión moderna. No tiene sentido.
- Creo que es lindo. Creo que eres lindo. Y creo que estas estatuas dejan de ser horribles si estás cerca de ellas.- Le besó en la mejilla y él le robó un beso.
- Mis papás casi se desmayan cuando vieron mi tatuaje.- Le mostró el tatuaje idéntico en su antebrazo.- El abuelo tenía la bandera confederada tatuada en un brazo y una calavera en su espalda. Pero no digas que te dije.
- Mis labios están cerrados, como se dice por aquí, honor de scout.
- Tus tíos parecen maravillosos, qué bueno que vinieron. Realmente me alegra.
- Pensé que vendría tu hermano.
- ¿Kyle? No, gracias a Dios. Nunca te lo dije que pero es uno de esos bikers aficionados. Se cree un chico malo, no sé si conozcas la clase. Se juntó con una pandilla en Houston, hasta que lo golpearon y le robaron la moto. Se mudó aquí a la semana. Tiene otra moto y le gusta fingir que es gran cosa.- Nathan dejó de caminar y la tomó de las manos.- Realmente me alegro que no estuviera aquí. No quería que arruinara este momento.
- Nada podría.
- ¿Te puedo hacer una pregunta?
- Lo que quieras mi amor.
- Danielle,- Se hincó y produjo un anillo de matrimonio con un enorme diamante.- ¿me harías el hombre más feliz del mundo y te casarías conmigo?
- Oh Dios sí, sí.- No pudo reprimir las lágrimas de alegría. Se puso el anillo, lo besó y lo abrazó con todas sus fuerzas. Era más que el hombre que amaba y que amaría toda su vida. Era su nueva vida. Fuegos artificiales iluminaron el cielo. La familia y los amigos aplaudieron sonoramente.

            Los dos días tras la proposición se sintieron eternos. Fueron días de sexo, besos y andar desnudos por el hogar de Nathan, pronto el hogar de ambos. Viajes al refrigerador cubiertos por la frazada de la cama y de regreso a la cama. No le importaba si Nathan empobrecía al día siguiente, era la primera vez que amaba a alguien sin tener que fingirlo. Perdieron sentido del tiempo hasta que sonó el timbre y después la puerta. Danielle se cubrió con una sábana y trató de alisarse el cabello castaño. Los padres de Nathan entraron llorando y no la vieron escabullirse a la habitación para ponerse algo de ropa. Acompañó a Nathan, quien lloraba en silencio sentado en la cocina. Lo abrazó de los hombros y preguntó lo qué pasaba.
- Kyle está muerto.- Dijo Nathan entre sollozos.
- Lo siento muchísimo…- Le dijo a los padres y abrazó con más fuerza a Nathan.- ¿Cómo puedo ayudar?
- No es problema.- Dijo el padre.- No te preocupes D.D.
- El funeral será en una semana, eso dijo la policía.
- ¿Policía?
- Fue asesinado hijo, no te lo dije. Aún no puedo entenderlo. Kyle era especial, pero no era un peligro para nadie. Alguien lo mató, a mi bebé especial…- La madre rompió en llanto.

            Danielle ayudó a la familia Burke con el funeral. La oficina del forense se tomó su tiempo en liberar el cuerpo. Nathan le dijo que tuvieron que intervenir los abogados de la familia Burke en Texas. La investigación, como era usual en Malkin, no llevó a ninguna parte. Un número más y listo. D.D. sabía cómo funcionaba. Tomarían a un yonqui infraganti y le harían firmar confesiones por algunos cuerpos. Tuvo el tacto de no mencionar la boda, sabía que la familia, aunque en vida se habían distanciado de Kyle Burke, en la muerte habían descubierto lo mucho que realmente lo amaban. Jesús Aburto, por supuesto, no tenía paciencia para el luto, el tacto o cualquiera de esas convenciones sociales.
- Hiciste bien en ir a la misa y funeral y esas cosas.- Fue todo lo que le dijo. Estaba apoyado contra la barra de la Jaula del billar bebiendo cerveza. Mario discutía con quienes le debían dinero a Aburto. Él los asustaría, Jesús se haría un ángel hablando de planes de pago y comisiones excepcionales.- ¿Cómo te ven ahora?
- Más de la familia que nunca.
- Qué bueno, qué bueno. Estuve investigando.- Eso no le sorprendía a D.D. para nada.- Tienen dos maquiladoras y un restaurante texano que no anda muy bien, pero están por comprar… O estaban, esto del niño muerto retrasó las cosas, un cine. Eso podría gustarte, ¿no es cierto? Te gusta el cine, solía llevarte.
- Sí, cuando tenía 17.
- Es más de lo que el sistema hizo contigo en esos años.
- No lo olvido Jesús.- Se acabó el cigarro y le dio un trago a la cerveza de Aburto.- Tengo que irme, quiero comprarle algo a Nathan que lo anime un poco.
- Nada demasiado caro espero.- Le soltó un fajo de billetes de cien y Aburto sonrió.- Buena chica. Anda, diviértete.

            Le compró un box set de doctor Who, se figuró que una serie inglesa continuaría la fantasía, y además unos lentes negros de diseñador. No se decidía entre las esposas de cadena larga en la tienda erótica o unos zapatos cuando recibió la llamada. Era el celular de Nathan, pero no era su voz.
- Habla el detective Pershing, ¿la señorita Danielle Dillon?
- Ajá…- El estómago se le hundió en ese momento. No podía ser bueno.
- Necesitamos hablar con usted, alguien robó y asesinó a Nathan Burke.

            Le dijo dónde verles y sus condolencias, pero la verdad es que el mundo parecía haberse desquebrajado, el bullicio del celular y los compradores apenas audible. Fue al precinto lo más rápido que pudo y le hicieron las preguntas de rutina. No sabía de nadie que se la tuviera jurada y de hecho no conocía enemigo alguno. Los padres de Nathan dijeron más o menos lo mismo.
- ¿Le puedo preguntar dónde estuvo usted?
- En el Daven casi todo el día.- Les mostró las bolsas y un uniformado revisó los recibos. Eso pareció satisfacer las sospechas del detective.
- ¿Le molestaría que le tomáramos una muestra rápida?
- ¿Para qué?
- Pólvora.
- Haga lo que quiera.- Dijo fastidiada. Era obvio que trataban de tirarle el muerto al primero que pudieran. Los padres de Nathan se enojaron pero ella les dijo que sería más fácil así. Se quitó el anillo de compromiso y se lo dio a su suegra.
- Dijo que había sido suyo, debería regresar a usted.- Un técnico llegó con un algodón y un líquido y le revisó las dos manos.- ¿Les dijeron de Kyle?
- Podría ser algo separado.- Dijo el detective.
- ¿Dos robos y homicidios son cosas separadas?, ¿a tan poco tiempo?, ¿siendo hermanos?
- Limpia, detective.- Dijo el técnico, antes de desaparecer por entre los cubículos.
- Les dijimos eso mismo D.D., no nos hicieron caso. Pero oirán de nuestros abogados, eso sí. ¿Qué clase de ciudad tienen aquí?- El padre de Nathan, ahora sin hijos, siguió gritando hasta que D.D. le calmó.
- Déjelo señor Burke, es Chinatown… Maldita ciudad.

            Atendió el funeral y poco a poco se fue alejando de ese mundo. Le dijo a Jesús que no podía estar en el mismo circuito. La verdad es que ya no quería, no quería enamorarse otra vez. Jesús sólo quería saber, e insistió constantemente, si habían preguntado por él. Se contentó la novena vez que le dijo que no. Mario la invitó a un bar para tragarse las penas con licor.
- Lo siento D.D., en serio. Mereces el mundo, pero lamentablemente Malkin está en este mundo.
- Gracias tío Mario. ¿Por qué a Nathan? Me dijo que Kyle era un biker aficionado, entendería que volvería a tratar de estar en una pandilla y que ésta vez recibiera más que una golpiza. Aún así… ¿Nathan? Ese pobre chico no hacía más que trabajar manejando los negocios, la gente en las maquiladoras lo adoraban porque de hecho pagaba honesto. No como las otras.
- ¿Otro dueño de maquilas? Malkin está lleno de ellas.- Le sirvió otro trago de Tequila que ella bebió de un golpe.
- No creo, el negocio no era próspero, más un hobby que otra cosa. Y si quisieran terminar con su maquiladora la incendiarían, como las tres que quemaron el año pasado. Trece muertos. Maldita ciudad.
- ¿Qué vas a hacer ahora D.D.?
- Estafas más baratas y por un largo tiempo pasar debajo de todos los radares. No quiero que la policía sospeche de mí.
- No me refería a eso.
- Lo sé. ¿Sabes lo que me da más miedo?
- ¿Qué?
- Recordar. No me refiero ahora. Me refiero en unos años, que el recuerdo me recuerde a mí. En algún momento, tarde o temprano, cuando encuentre paz y felicidad me acordaré de él y será como si acabara de ocurrir.
- Trata de no pensar en eso. Cuando recuerdo a mi ex y me pongo triste… Vamos, no es lo mismo, la deseo muerta a la perra esa, pero creo que entiendes lo que quiero decir. Cuando estoy triste juego billar, saco algunos dólares en apuestas a los novatos, esa clase de cosas. Eres buena en el billar, no esperarán que ganes. El truco está en dejarles ganar un par de veces, herir su hombría, triple o nada y limpiar la mesa con ellos.- D.D. empezó a reír.- ¿Qué?
- Tienes tus momentos tío, tienes tus momentos.
- No, es el tequila.

            Danielle pasó días enteros en la Jaula de billar. Su tío tenía razón, era divertido y nadie la amenazó. Nadie quería amenazar a una mujer. Mucho menos a la sobrina de Mario Aguilar. Deudores, y futuros deudores, entraban y salían del lugar todo el tiempo. No era difícil saber quiénes eran, tenían esa mirada de haberlo perdido todo y estar perdidos por completo. Se encerraban en el despacho de Jesús Aburto, a veces con Mario y a veces a solas. Mario abrió la puerta y le hizo señas a Danielle para que entrara.
- Roger Fang.- Le susurró, como si significara algo para ella. Fang era un hombre negro y barbón que permanecía en silencio mientras Aburto se masajeaba las sienes. Hacía eso cuando trataba de serenarse.
- ¿Quién es?- Le susurró a su tío y su padre adoptivo la escucho.
- Roger debo-hasta-mi-camisa Fang. Un hijo de perra que se cree un listo hijo de perra.
- Señor Aburto, por favor, la operación ya no existe. Sin Kyle Burke no tengo quien cocine las anfetas. No sé hacerlas yo mismo.- Danielle quedó impresionada. Aquella era la razón por la que a Nathan no le gustaba hablar de él. Biker aficionado a gángster aficionado.- Al menos los intereses…
- Nadie te puso una pistola en la cabeza y te obligó a apostar, ¿o sí? Yo presto dinero y espero ver ese dinero de vuelta, con algo de intereses porque tengo que comer. No lo hago para que andes apostando lo que no tienes y ciertamente no lo hago por la bondad de mi corazón. Ya son quince mil de intereses, más los originales 30.
- Debe haber algo que pueda hacer.
- ¿Sabes quién mató a Kyle Burke?- Interrumpió Danielle Dillon. Jesús la miró furioso, pero tenía que preguntar. Tenía que saber.
- No, si supiera ya lo habría matado. Robó todo el dinero y todo el producto y me dejó sin nada.
- No sin nada, espero.- Dijo Aburto.- Y en cuanto a lo que decías sobre hacer algo por mí… ¿Cómo esperas que confíe en un apostador degenerado? Los que llevan apuestas caen rápido, gente como yo estamos en área gris en cuanto a legislación se refiere y por debajo del radar de la policía. Es algo que me gusta de hecho. Así que si me dices que podrías matar a alguien por mí sabré que trabajas para la policía. ¿Eso ibas a decir?
- Dios no.- Aunque era obvio que eso estaba por decir.
- Tienes casa, tienes auto, tienes muebles. Véndelos.
- Podría reunir algo de dinero para el lunes, sé que debía pagarle hace dos semanas, pero deme hasta el lunes y habré vendido el producto que me queda, mi auto y sacar otra hipoteca a mi departamento. El lunes. Al menos 7, 8 mil dólares puedo darle.
- Si no fuera una buena persona te rompería las piernas. Tienes hasta el lunes… ¿Esperas que te acompañe a tu auto?- Fang se fue y Aburto se calmó un poco. Quedó en silencio unos segundos antes de hablar.- Rómpele las piernas el lunes Mario. No importa si paga completo, le rompes las piernas. Sé cuando me mienten y detesto esa sensación.
- Sí jefe, no hay problema.- Dijo Mario, señalando el bat detrás de la silla giratoria de Aburto.
- Agárralo de una vez. Y consígueme otra docena de láminas.- Le pasó un pequeño fajo de billetes. El LSD se estaba volviendo una constante para él. Decía que le ayudaba a relajarse, pero Danielle se figuraba que le habría gustado ser hippie.

            El lunes llegó y Danielle insistió en acompañar a su tío. No tenía nada mejor que hacer y además se figuro que quizás con dos rodillas rotas recordaría mejor el caso de Kyle Burke, pues sin duda era el mismo asesino que mató a Nathan. Mario la dejó seguirle hasta la puerta del departamento, no quería que viera lo que pasaría a continuación. Tocó insistentemente con la punta del bat y se escondió el arma en la parte trasera de los jeans. Roger Fang destrabó la puerta y la abrió por completo, mostrando una mochila en son de paz.
- Conseguí más de lo que creí poder conseguir.- Danielle se quedó afuera, asomándose cuidadosamente para no ser detectada. No quería disminuir el temor que Mario infundía.

            Roger Fang quiso darle la mochila pero Mario la tiró al suelo a un lado de la hija de dos años de Fang. La mochila estaba vacía, se notaba al caer. Era una trampa. Roger sacó un cuchillo y fue directo a su cara. Mario gritó de dolor y lo alejó con el bat en una mano y la otra sobre su ojo. Tiró el bat y sacó su automática. Roger corrió hacia él, Mario no podía ver nada porque la sangre manaba por chorros y ya tenía el rostro cubierto. Disparó a ciegas hacia los ruidos que podía detectar. Fang cayó muerto con dos balas en el pecho. D.D. entró corriendo para agarrar el bat revisar a Mario. El corte le había dado en el ojo izquierdo. Se quitó la sudadera y se la pasó para que se quitara la sangre. Intentó jalarlo a la salida, rogándole porque huyeran de ahí antes que los vecinos les vieran. Mario, era demasiado grande y no se movió. Se quitó la sangre del otro ojo. Entendió la urgencia en la voz de Danielle. Roger estaba muerto a un lado de su hija Nora. Le había disparado accidentalmente.
- La niña…- Mecánicamente siguió a Danielle por las escaleras hasta el auto. Mario lo repetía una y otra vez.- La niña se llama Nora. Nora. Se llama Nora.
- Mantén presionada la herida y agáchate, no quiero que la policía te vea así. Te llevaré con el doctor Winstock, ¿lo recuerdas? Es buen tipo, “perdí la licencia, no la habilidad”, ¿lo recuerdas?
- Dios mío Nora… No veía nada.

            D.D. aceleró por las calles laterales y callejuelas tan rápido como le fue posible. Llegaron a la clínica del doctor Winstock en un callejón a un lado de un restaurante chino. Winstock lo revisó y comenzó a tratarlo. Incluso antes de dar la noticia se notaba, por su semblante sombrío, que perdería el ojo para siempre. Le inyectó morfina para dormirlo y hacerle olvidar el dolor. D.D. notificó a su padre adoptivo quien fue a verlo y a pagarle al doctor. Se quedaron a un lado de Mario toda la noche y él despertó mientras Jesús iba por la cena. Se removió asustado. D.D. le agarro la manaza con su mano femenina y trató de calmarlo. Sabía que le dolía como el demonio, pero sabía lo que realmente pasaba por su cabeza.
- Ya lo entendí…- Dijo Mario, luego de varios balbuceos y gemidos de dolor.
- ¡Doctor! Necesita más morfina.
- D.D., entendí lo que querías decir. Tengo miedo que este recuerdo me recuerde a mí. No puedo creer que… Oh Dios, no creo poder hacer esto por más tiempo Danielle.
- Jesús fue por algo de comer, volverá en cualquier momento.
- No le digas que te dije eso D.D., por favor.
- Por supuesto.

            Mario perdió el ojo y el doctor le puso uno de vidrio. Aburto pagó por todo, pero empezó a exigirle más a Danielle, quien terminó de rentar el departamento que había usado con la estafa anterior para poder darle algo de dinero a su padre adoptivo. Se mudó con Mario quien, conforme pasaban los meses tenía cada vez menos apetito por la violencia. Danielle estaba volviendo a ganar buen dinero, podía mudarse, pero prefería quedarse con su tío. Lo escuchaba en las noches, teniendo pesadillas. Una noche fue más brutal que las otras y empezó a gritar descontroladamente.
- Mario… ¡Mario!- El cobrador despertó abruptamente gritando y lanzando manotazos. Le dio una bofetada a Danielle que la tiró al suelo.
- ¿Qué demonios… ¿D.D.? Perdón, estaba… creo que estaba soñando algo, no me acuerdo.
- Lo mismo que anoche y la noche antes de esa y antes de esa.
- Prefiero no hablar de ello.
- Orgullo masculino.- Se sentó en la cama a su lado y le robó un cigarro.
- Algo así… ¿Qué hora es?
- Las 5.
- Tengo que estar a las ocho con tu papá… padre adoptivo.- Se corrigió antes que Danielle le reprimiera. Se encendió un cigarro y se sentó en la cama.- ¿Te dolió?
- No, eres una marica cuando se trata de golpes.
- ¿Tienes algo en contra del orgullo masculino?
- ¿Tú qué crees?
- No espero que lo entiendas D.D., eres una buena persona… No como yo.
- No hay santos en este mundo Mario, creo que tienes que morirte antes que te califiquen como uno y ni tú ni yo nos vamos a ir de este mundo en muchos, muchos, años.
- ¿Vas a trabajar hoy?- Mario desaprobaba de la nueva estafa de su sobrina.
- Tengo cuatro marcas, entregas mensuales. Mañana… Hoy, tengo uno nuevo. Tengo que pedirle a Emma otro bebé.
- ¿De dónde los consigue?
- Es niñera y me quiere cobrar como si fueran de oro. Una vez me dio uno negro por equivocación, casi se me cae el asunto entero.
- No me gusta, lo sabes.
- Sólo tengo que estudiar al sujeto, acostarme con él, esperar 10 meses y sorpresa, quedé embarazada y este retoño es tuyo, ¿por cierto, podrías ayudarme? Los hombres casados pagan lo que sea. Debe ser orgullo masculino.
- Te levantaste del lado izquierdo de la cama.
- Jackie Brown no soportaría a estos sujetos, siempre lloran al principio y te ruegan. Luego de eso… pan comido.
- ¿Quién demonios es Jackie Brown?
- Tarantino.
- Ya estás grande para jugar veinte preguntas.
- Tienes que ver más películas tío M., te la regalé en Navidad.
- Ya la veré.- D.D. se rió ligeramente. Mario parecía estar mejor.
- Regreso a la cama, trata de no despertarme cuando te vayas.
- Te dejo el desayuno donde siempre D.D., nos vemos al rato.

            Emma le dio un bebé que, por única vez, de hecho se parecía al supuesto padre, Phil Hickman. Phil Hickman era un hombre negro de tez extrañamente pálida con puntos más oscuros en el rostro, era delgado y mantenía un afro que parecía una segunda cabeza. Lo había conocido en el bar, pero había sido su idea. Ella le habría mandado al demonio de no haber sido por el curioso detalle de una breve mención a una futura señora Hickman, Joan algo. Eso había sido hacía un año, se figuraba que ya estaría casado. Le vio en el área de restaurante del centro comercial, D.D. volvió a pensar en Jackie Brown. Pam Grier era su heroína, era fuerte y en control. Algo que el vacío de Nathan le había quitado por muchos meses. En Jackie Brown estafa a los federales y hacen que maten a su jefe. No quería muerto a Jesús, al menos no siempre o no en serio, pero era su fantasía. El bebé actuaba también y cuando Hickman lo vio se le formaron lágrimas que no llegó a llorar. No tenía argolla de casado. Aquello era un problema, aún así decidió intentarlo.

            Hickman lo cargó y le rogó que no le dijera a nadie. Joan ya estaba por divorciarse, cosa de tiempo y sabía que era la mujer para él. Danielle le dijo que quería criar sola a su hijo a quien, por supuesto, llamó Phillip. Un detalle extra que siempre funcionaba. Hickman se alegró de oírlo, aunque lo disimuló. Tras cinco minutos sobre la difícil situación de la madre soltera actual lanzó el gancho.
- La verdad no te habría buscado otra vez Phil. No lo tomes a mal, no considero la noche que tuvimos un error. No si me dio a esta preciosidad. Tengo prospectos de trabajo en Denver, creo que me mudaré si me dan el trabajo, pero realmente necesito la experiencia en este bufete. No me pagan nada, pero Denver no me dará la oportunidad a menos que tenga la experiencia. Ya sabes lo difícil que es encontrar trabajo en estos días.
- Sí, vendo alfombras ahora. De hecho me preguntaron si tenía experiencia, cuando cualquier mono entrenado puede hacerlo.
- No es fácil, más si eres madre soltera. Sólo necesito pagar la renta de mi departamento y las cuentas, ya le pedí demasiado a mis hermanas.- Ahí fue cuando Hickman la miró despectivamente. No se sentía amenazado, se sentía enojado. Nunca le había pasado. Había plantado muchísimas semillas, tenía cuatro regulares y a partir de un mes tendría a otros cinco. Éste era el primero que parecía dispuesto a arrancarle la cabeza y matar al bebé con tal de no soltarle ni un centavo.- Como dije, era una emergencia y no te habría molestado de otra manera.
- Joan no puede saberlo. No tengo dinero… Joan tiene una llave de emergencia, podría sacar de ahí. No me llames otra vez. Te veré en el estacionamiento de este lugar pasado mañana a las 4… No, el jueves por si acaso no hay dinero ahí, estará de visita en prisión. El jueves.
- Gracias Phil, verás que…- La dejó con la palabra en la boca y se fue.

            Se lo dijo a Mario. Estaría ahí el jueves y quizás no sería para darle dinero, sino para matarla. No llevaría al bebé, sino a su automática. Mario insistió en acompañarle, se escondería en la parte trasera del auto. Danielle se sintió terrible, su tío seguía teniendo pesadillas sobre Nora, la pequeña Nora muerta de un balazo en el piso y ahora le pedía que, en caso de ser necesario, matara a Phil Hickman. Para Mario Aguilar no había discusión, estaría ahí. Escondido, pero estaría preparado para lo que fuera.
- ¿Dijo a las 4?- El estacionamiento estaba más oscuro de lo que a ella le habría gustado. Mario volvió a preguntar desde el asiento trasero del auto de Danielle con la automática preparada en la mano.
- 4.- Dijo Danielle, tratando de ser Jackie Brown cuando Samuel L. Jackson trata de sorprenderla en la oscuridad con un arma. La verdad es que no se sentía así. Se sentía nerviosa y asustada.- ¿Te dije de una película noir llamada “La cicatriz”?
- ¿Qué es “noir”?
- Violento, triste y trágico.
- ¿Quieres hablar de eso ahora mientras esperamos a un comodín?
- Buena película, sujeto huye de la justicia, encuentra a alguien que es idéntico a él en todo menos en una cicatriz y se la hace. Lo hace a partir de una foto, de modo que está en el lugar equivocado. Nadie nota el detalle. Una chica, alguien como yo, se da cuenta. Se da cuenta de la estafa. Tiene una parte muy buena, los dos quieren huir, de la vida, de la ciudad… La clase de cosas con las que me puedo identificar. Él le dice que eso de la virtud es para los idiotas, que cada quien se rasca por sus propias uñas, es una selva donde tienes que traicionar para avanzar y aplastar para sobresalir. Le dice que el amor es un cuento de hadas, que es una carta que tienes que saber jugar pero no dejarte manipular, porque en el fondo todos manipulan. Le dice todo eso.- D.D. se encendió un cigarro y respiró profundo.- Le dice todo ese discurso. Ella se exaspera, ¿sabes qué le dice?
- Ya te dije que no sé ni que es eso de noir, así que no.
- Le dice que ya lo sabe, pero que quiere dejar de saberlo. Quiere creer en todas esas cosas que los demás idiotas creen, ser una marca más, que le gustaría olvidar eso que aprendió. Quiere volver a correr la cortina que esconde la fea realidad de la vida cotidiana. ¿Crees que se pueda?
- No, honestamente no.
- No, eso pensé…- Quedaron en silencio, terminó su cigarro y lo apagó.
- ¿Tienes la pistola en el bolso?
- No se ha movido de lugar desde la última vez que preguntaste.
- Mantén la mano en el bolso en todo momento y no tapes mi línea de fuego.
- Ahí viene.- Susurró Danielle. Hickman estacionó en la mitad de la vía con autos atrás. Les sacó el dedo y del auto sacó un maletín de doctor que estaba rebosando de billetes.
- Danielle, perdón, el tráfico.
- Mi hermana se quedó con Phil en su casa, me hizo el favor.
- Hablando de favores…- Le abrió la bolsa de doctor, estaba repleta de billetes de billetes de 100 dólares en fajos unidos con ligas.- Ahí hay más de 200 mil dólares Danielle, si eso no te pone en un avión a Denver o donde demonios sea, te aseguro que el pequeño Phil, o como se llame el mocoso, crecerá muy solitario.
- Gracias Phil, no volverás a oír de mí.- No oyó lo que le contestó por los cláxones que sonaban en larga fila detrás de su auto. Entró al auto y le pasó la bolsa a Mario.
- Realmente te quiere fuera de su vida.
- Necesito otro cigarro.- Se encendió un cigarro y le pasó otro a su tío.- Hazme un favor, saca dos fajos de 50 mil, uno para ti y otro para mí. El resto se lo voy dando a Jesús por cuotas.
- Ya puedes rentarte otro departamento D.D., pero en serio, si otro de estos papás falsos son tan intensos como ese sujeto, salte del juego lo más rápido que puedas.
- ¿Para qué crees que ahorro, tío? Para salirme del juego.


3.- Hace 5 años: Ian Madison
            Ian llevaba media cerveza observando la mancha de moho en el techo de su sala desde su cómodo sillón reclinable. Odiaba el moho. El moho le hacía recordar a la casa en la que creció. Esa casa le hacía recordar a su padre. Eso le hacía enojar. Siempre que se enojaba encontraba a alguien a quien gritarle. Su esposa Joan se lo decía todo el tiempo. Joan era la que más gritos recibía. Terminó la cerveza, pero el moho seguía ahí. Joan le llamó a la cocina para cenar. Le había visto espiándole desde el rabillo del ojo.
- Sí, la bañera debe tener una fuga, ya llamé para que el plomero se encargara.
- Puedo hacerlo yo Joan, no es necesario.
- Sí, ¿pero el moho?
- ¿Y tus plomeros también pintan?
- Pues no.
- ¿Entonces no es lo mismo, no es cierto?- Le gritó. Joan bajó la cabeza e Ian se calmó respirando profundamente. Algo que había visto en televisión. Su padre le gritaba a su madre todo el tiempo. Odiaba eso también.- Perdón amor, no es tu culpa. A veces pierdo el control.
- No te preocupes.- Puso las chuletas de cerdo en el plato y empezaron a comer. Ian le sonrió a Joan, realmente la amaba. Sabía que la lastimaba a veces, pero sólo cuando se convertía en su padre. Joan lo entendía. Ella era una mujer negra de tez ligera y largo cabello rizado. No sabía qué había hecho bien para conseguirse a una mujer como ella. Él era un pelirrojo de cabeza cuadrada, labios finos y, para no parecerse a su padre en al menos un aspecto físico, tenía un cuerpo atlético.
- Realmente lo siento.- Joan sonrió y le acarició la mano.- ¿Qué pasa?
- Eres más tierno de lo que crees Ian. Siempre haces eso. Te quedas callado después de estallar y te das cuenta de por qué estallas y me lo explicas. No es el moho, no son los plomeros, ni la pintura.
- No, no es eso. Es sólo que… No quiero que esta casa sea la de mi padre y yo no quiero ser como mi padre. Lo mejor que pudo haber hecho fue morir en prisión.
- Oye…
- ¿Me vas a decir que miento?- Joan se rió un poco. Le había conocido una sola vez, lo único que le preguntó fue si tuvo que ir a África para cazar al chimpancé o si lo compró por Amazon.
- Morir es un poco fuerte Ian, mejor… Dejar nuestras vidas.
- Ojalá algún día lo haga.- Dijo él, pensando en su mal temperamento. Podía ser peligroso, sobre todo en su línea de trabajo como ladrón de casas. No podía darse el lujo de una rabieta y si algo fallaba y había alguien en casa su instinto de pelear o huir tenía que ser el de huir, aunque temía que algún día encontraría a algún pobre diablo amenazándole con un bat de baseball y terminaría dándole una golpiza. No, no podía dejar nada para la policía y menos un buen testigo furioso.
- Estaba pensando amor… porque el otro día mencionaste la mansión de Highview park, que podría ayudarte. Una casa está a la venta a un lado y tendrá un Open House, cosa de ir al balcón del segundo piso y dejar ese aparato que tienes para neutralizar la alarma. Es una ADT estándar, a un brinco del jardín de la mansión.
- Joan…
- La has estado viendo por casi seis meses. ¿No dijiste que estaban preparando un viaje de pesca?
- Joan…
- Me hago pasar por alguien interesado en la casa a la venta, desactivo la alarma y me voy…
- Joan, no, en serio. No quiero involucrarte. Sé que no te gusta mi otro negocio de anfetas, pero esos cristales me están dejando más dinero últimamente y necesito menos a mi mediador. Sé que Phil odiaría saber esto, pero creo que el negocio de las anfetas es más seguro.
- ¿Con tus antecedentes?
- Joan, por Dios, me agarran en una casa y Dios sabe de qué me van a acusar. Además, esa mansión es de un juez. Me costó averiguarlo, pero lo hice.
- Estoy segura que la agencia de viajes que me llamó me va a contratar, con ese dinero extra podrías…
- ¡Joan!- Estalló Ian otra vez. Maldijo a su padre. Maldijo que siempre pensará en él como padre y no papá. Maldijo cada vez que le dijo que el único pecado era la debilidad.- Nena, con las casas es… Una buena, dos malas. Phil siempre habla de subir su prima y la gente ya no deja efectivo dando de vueltas por ahí. Ésta noche pruebo suerte otra vez. La casa en Eton bridge que te dije la otra vez. La gente y sus redes sociales, prácticamente anunciaron sus vacaciones.
- No se estarán tomando selfies cuando vean la casa limpiada.- Joan se rió.
- Sin duda, y cuando sea navidad… Estaba pensando, ¿por qué no vamos a Maui?
- Ya entendí lo de los plomeros, no quieres gastar para tener otra luna de miel. Te dije, por dentro eres un oso de felpa.
- El encanto irlandés, mi amada señora.- El celular desechable vibró y lo revisó rápido. Tenía otra venta.- ¿Lo ves? Tres veces al día mi amor, tres. Ni siquiera me conocen, pero yo conozco su dinero que pasa a ser nuestro dinero.
- ¿Te tienes que ir?
- De una vez. Termino la cena más en la noche. Voy por mis herramientas y me voy.-  Se besaron, corrió al garaje y volvió corriendo para darle otro beso.- ¡Maui, nena, Maui! Sol, playas, bebidas para maricas y tú en tanga.
- En el cuarto pervertido, no afuera.
- Funciona para mí.

            Ian recogió la mochila negra que escondía debajo un panel oculto en el garaje detrás del boiler y subió al auto. Tenía el carácter de su padre, pero no su inteligencia. El viejo Madison necesitaba solamente una máscara y un revólver. Asaltaba tiendas sin estilo ni gracia. La policía tenía un archivo del tamaño de la guía telefónica para cuando lo atraparon con las manos en la masa, después que matara al chino que no entendía lo que le decía. Ian era cuidadoso al robar casas, las estudiaba por semanas y a veces meses. Podía hacerlo con todos durmiendo, aunque prefería que no estuvieran en casa. Sabía lo que haría ruido y lo que no, era un gato silencioso con sus gogles de visión nocturna. Su negocio de anfetas era aún más inteligente, por eso consideraba dejar de lado la emoción de entrar a una casa ajena. Tenía buzones, en casas abandonadas, donde los clientes dejaban el dinero. Diferentes buzones para diferentes clientes. Recogía el dinero primero antes de dejar las anfetas en otro buzón. No tenía nada de ilegal recoger dinero, y en cuanto a las anfetas nunca cargaba más de las que la orden pedía y era precavido, siempre sabía distinguir un policía de un civil común paseando en la noche. Cualquier señal sospechosa y tiraba la droga por la ventana. Prefería asumir la pérdida que terminar en prisión como su padre.

            Ambos buzones estaban libres esa noche. Ni un solo auto a cuadras de distancia. Nadie paseando al perro, ni trotando. Ya era muy tarde para eso y no vio ni a una patrulla en mucho tiempo. Incluso si lo atrapaban era poco probable que le llevaran a prisión por esas cantidades. Los fiscales preferían imponer multas que perder millones de dólares en un juicio por poco menos de mil dólares en producto. El cocinero era el que se exponía más y tenía un sistema parecido con él. Era “I” para sus clientes y hasta para el pseudo-biker que cocinaba los cristales. No confiaba que no se iría de lengua, confiaba en que era demasiado cobarde como para antagonizar a sus vendedores y, más aún, en la siempre confiable pereza del departamento de policía.

            Manejó pensando en Maui, sería un buen lugar para arreglar las cosas con Joanie, ella no siempre le decía lo que sentía y era su princesa. Pensó en la arena entre los dedos de sus pies y hasta en cosas que su padre odiaría por cursis como agarrarse de la mano de su esposa y ver el atardecer con el agua hasta sus tobillos. Poco a poco fue dejando de pensar en eso. Tenía una casa que robar.

            Eton bridge era una buena colonia para ancianos e Ian sabía por experiencia, ellos siempre tenían joyas y dinero en efectivo por la casa. El sistema de vigilancia había sido comprado en los 90’s, era cuestión de trepar por el muro y cortar el cable dentro de una caja blanca. Sabía que tenían un perro aunque no lo veía aún. Lanzó los pedazos de carne con pastillas para dormir. Un escuálido perro pequeño apareció oliendo la comida y en cuestión de segundos estaba dormido. La cerradura era fácil de violar. La pareja estaba dormida, oía los ronquidos de uno en el piso superior. Navegó entre los muebles usando sus gogles de visión nocturna para no golpearse con nada, pues por alguna razón la pareja creía que mantener las cortinas cerradas durante la noche era otro sistema de defensa. Sacó la bolsa militar de su mochila y empezó a buscar la platería. Tenían dos sets completos de cubiertos y platos, un par de armas antiguas del siglo XIX y algo de efectivo. Siguió con la estancia, buscando entre los sillones por algo que pudiera vender, aunque no encontró mucho. Subió las escaleras por los costados para no hacer crujir la madera bajo el tapete. Pasó frente a la puerta del dormitorio como una sombra más en un mar de oscuridad. Había una segunda habitación donde guardaban, entre inútiles álbumes familiares y souvenirs de sus viajes, una pequeña fortuna en joyería. Debía haber más en la habitación, pero aunque la tentación era grande, prefirió jugarla a la segura.

            Había una sensación casi erótica en estar en una casa ajena, el curiosear entre los pedazos de la vida de algún desconocido. Nunca engañaría a su esposa, no necesitaba esa sensación de peligrosa excitación pues tenía algo mejor. Le sería difícil dejar de robar casas, era una droga extraña. Se detuvo, en su salida, en la cocina, donde se quitó los gogles y los metió a la mochila. Paseó las manos enguantadas por las fotos imantadas al refrigerador, la pareja tenía hijos y nietos. Habían viajado por el mundo y tenido una vida plena. Aún debatía con Joan sobre tener hijos, temía convertirse en el viejo Madison. Viendo las fotos, sin embargo, soñó con algún día tener un refrigerador como ese, repleto de recuerdos placenteros. Entró al garaje, destrabó el mecanismo automático que supuso haría mucho ruido, y abrió la puerta lo suficiente para arrastrarse fuera cargando la pesada bolsa verde del ejército y su mochila. Caminó a su auto con calma y con la cabeza algo ligera. No había sido un reto, y se abstenía de los retos, pero había sido un buen robo y sacaría bastante con ese dinero. Lo suficiente para ir a Maui con algo de sus ahorros.

            Encendió el Mustang negro y todos sus nervios estallaron al oír las sirenas de la policía. Regresó al mundo real en una fracción de segundo. Aceleró con el pedal hasta el metal. Tenía una ruta de escape, como siempre, en caso que una patrulla lo captara saliendo de una casa cargando con su bolsa del ejército, pero tenía cuatro patrullas detrás de él. Sabían que estaba ahí. Le bloqueaban el paso al final de la calle. Siguió acelerando y dobló a la derecha, atravesando el jardín de una casa y saliendo a una paralela. Conocía las calles como la palma de su mano, pero había calculado mal. No había solamente cuatro patrullas, tenían dos autos de civil. El Mustang rugió por una avenida, saltando entre los baches y los topes. Cruzó los rojos sin mirar a los lados, esquivando los autos con destreza. Los policías le siguieron de cerca, no se rendirían. Dobló sobre la MLK, era un riesgo pues siempre había patrullas, pero conocía una callejuela que le dejaría cortar varias cuadras. Evadió un auto que salía de un cruce, pero la patrulla no se movió a tiempo y golpeó el costado con el frente. El aparatoso accidente no detuvo a sus perseguidores. Tenía a siete carros tras de él cuando entró a la callejuela, reventando los espejos laterales por lo angosto de la vía. Las patrullas no pudieron avanzar, pero los autos de civil sí pudieron. Estaba a medio camino cuando los faros iluminaron un contenedor de basura rectangular y de acero. Lo evadió lo mejor que pudo, la callejuela se había ensanchado, pero no fue suficiente y golpeó el costado de un edificio. La bolsa de aire estalló frente a él, el cinturón de seguridad se hizo tenso y sintió que su cuerpo rebotaba, su mente se reiniciaba para evadir el dolor. Abrió los ojos y vio las pistolas apuntando la ventanilla del auto.

            Le leyeron los derechos después de darle una golpiza y lo subieron esposado al auto que salía de la callejuela en reversa. Su cerebro no podía procesar lo que ocurría. Alguien había bajado el volumen y sus oídos zumbaban por el choque. No podía sentir la golpiza, aunque sabía que su cuerpo le pasaría factura en unas horas. Lo procesaron y le hicieron esperar en una sala de interrogatorio. Antes que los detectives entraran empezó a repetir en voz alta “abogado y llamada”, una y otra vez. Lo dejaron ahí por cuatro horas pero él siguió repitiéndolo una y otra vez. Lo hacía mecánicamente porque su mente se concentraba en Joan. Habían hablado sobre eso, pero le había jurado a Joanie  que no sería como su padre y no terminaría en prisión. No sabía lo que ella diría, si lo soportaría, si lloraría por él. Cuando los detectives entraron fue para quitarle las esposas y llevarlo a una celda en el subsuelo.
- Al demonio tú, tu abogado y tu llamada. Te tenemos hijo de perra.- Eso fue lo único que le dijeron antes de cerrar la celda y dejarlo con los borrachos y los yonquis.

            A medida que todo su cuerpo aullaba de dolor se dio cuenta de lo grave de la situación. Su primer arresto no había llevado a nada, había robado droga de una casa y los policías prefirieron venderla a procesarlo, aunque dejaron marca en su expediente y procesaron su ADN y sus huellas. La segunda vez fue por robo a un departamento, pero no le habían agarrado con las manos en la masa, tenían únicamente una testigo y nada de lo robado y el juez lo dejó irse con una advertencia. Éste era un juego completamente distinto. Ahora le tenían, y lo tenían bien. Joan le localizó al alba, había estado llamando por todas partes hasta que se dignaron a decirle dónde estaba. El detective Mark Chandler, a quien había conocido en su segundo arresto, bajó para decirle que su esposa le buscaba.
- Tienes que entender Madison, estás fregado. No hay otra manera cómo ponerlo. Jodido por completo.- Chandler era corpulento con una sonrisa malvada y entradas de calvicie.- Sabía que caerías, te lo dije además. ¿Te acuerdas de nuestra conversación? Quizás no te agarré yo, quizás no termines siendo una convicción más para mí, pero aún así quiero que sepas… desde el fondo de mi corazón, jódete y vete al infierno.
- Quiero ver a mi esposa.
- La última vez tenías toda una letanía de bromas para mí, ¿qué pasa Madison, ya no tienes el humor irlandés? Supongo que al final eres igual que tu padre.
- ¡Hijo de perra!- Saltó contra los barrotes pero Chandler retrocedió riéndose mientras Ian lo insultaba.
- Hazte un favor, no lo arrastres a un juicio y cálmate un poco, tu esposa ya viene.- Dejaron pasar a Joan, no sin antes revisarla por armas y pasarle las manos por todas partes. Madison quiso gritarles pero se calmó. No quería asustar más a su esposa.
- ¿Joanie?- Ian apenas podía verla a los ojos.
- Oh Ian, ¿qué vamos a hacer amor?- Le tomó de las manos y se besaron.- ¿Qué tan mal, amor?
- Mal, no te voy a mentir. Robo a casa habitación, tienen lo robado y lo que necesitan.
- Llamaré a un abogado Ian, no te preocupes. Esto es Malkin, la gente culpable sale libre todo el tiempo, vas a ganar esto. Podemos ganarle a esto, mi amor. Lo importante es estar juntos.
- No me dejaron llamarte.
- Lo sé, dijeron que no querías llamar a nadie, ni que querías a un abogado, pero ni para mentir son buenos los cerdos.
- Chandler, ¿te acuerdas de él? Es el que me arrestó hace seis años, me dijo que me declarara culpable… Habrá que ver qué clase de trato puede hacer el abogado.
- Conozco a un abogado criminal, con la golpiza que te dieron tendrán que bajarle los años. Y no quiero que te preocupes, estaré a tu lado en todo momento.

            Los días pasaron entre conversaciones con su abogado y negociaciones con un asistente al fiscal de distrito. El abogado fue claro y preciso, lo tenían por todas partes. Esperaba que la fiscalía tomara en cuenta la golpiza que le habían dado y el accidente que uno de los patrulleros había tenido. En la audiencia el juez fue estricto y lo mandaron a la prisión del condado por su récord criminal. No era su primer arresto y tenía cargos por robo, invasión de propiedad privada, resistencia al arresto, asalto a un oficial de policía e intento de soborno. La pareja de ancianos reportó que la mitad de lo robado había sido regresado y la policía culpó a Ian quien, según ellos, había ido tirando el botín por la ventana. Las negociaciones clausuraron en la corte, el asistente del fiscal negó haber hablado con el abogado y pedía la pena máxima. Se había declarado culpable para evitar eso, ahora estaba en manos del juez. Ian pasó varias noches en vela hasta que el juez dictaminó sentencia por quince años en el penal de máxima seguridad Wendell Wynn. Joan estalló en lágrimas y abrazó a Ian, quien seguía conmocionado al escuchar el veredicto.

            Bajó del autobús, encadenado de piernas y manos, con ganas de estrangular a alguien. No era por los guardias que tenían la rutina de gritar y amenazar al primero que le viera feo, y no era la compañía de asesinos y violadores con la que viajaba. No, era el viejo Madison. El detective Mark Chandler era un hijo de perra, pero tenía razón, al final la manzana no caía lejos del árbol. Había oído historias de la prisión de máxima seguridad a la que nadie llamaba por su nombre de Wendell Wynn, un burócrata que nadie recordaba, sino por su viejo y más siniestro nombre, Blackbird. Era el cuervo que decía “Nunca más”.  Nunca más una vida normal. Nunca más bajar la guardia. Nunca más debilidad. Nunca más… o sufrir las consecuencias. Una verdadera moledora de carne donde los internos entraban por un lado y animales sociópatas salían por el otro. Una de las prisiones más violentas del país y conocida por sus bajos estándares humanitarios. Los guardias lo habían explicado en el camino, ya no eran personas, eran números. Y la cosa con los números es que los números no cuentan. Más entrarían a llenar su espacio si morían. El único pecado, recordaba la voz de su padre mientras entraba al edificio con los demás en fila india, es la debilidad. Y en verdad, Blackbird no era un lugar para los débiles.

            Lo primero que sintió fue el olor. Fue un golpe directo al estómago. Heces, orina y vomito. Quince años para olerlo, mañana, tarde y noche. Las celdas tenían un escusado a la mitad, dos literas en los costados y seis reos por celda. Dos dormirían en el piso, por regla general, los novatos y las perras. Ian no terminaría como uno de ellos, se les detectaba en seguida. Los ojos vacíos por la vergüenza de las violaciones y los abusos, el nerviosismo en cada movimiento. No sería perra de nadie. El olor se concentraba en las celdas y no tenía un solo segundo de privacidad. En Blackbird todos podían verte y, peor aún, ver en tu interior.

            Su padre le había dicho algunas cosas sobre Blackbird, sus rituales y su costumbre. Le  había dicho que eso que veía en las películas, sobre agarrar al primer matón y darle una golpiza para mostrar fuerza era un mito. Todos tenían tribus, las tribus se mataban entre ellas y tendría que escoger una y rápido. Normalmente era el color de la piel lo que decidía las cosas. Le había dicho de la primera noche y la primera hora de comida. Las peores horas en toda la experiencia. Si no lo violaban en la noche tendría que tener cuidado de dónde sentarse por primera vez para comer. Ian se formó con su charola escuchando los chiflidos y las amenazas. El lugar era un estruendo. La tensión siempre palpable en el aire. Escogió una mesa alejada donde vio a más gente blanca y comió en silencio.
- Dame eso perra.- Un gorila tatuado le arrebató la inmunda comida e Ian vio rojo. Se convirtió en su padre. Se levantó de golpe y se le lanzó con un codazo a la cabeza para después azotarlo contra la comida una y otra vez.
- Asfíxiate con ella, ¡hijo de perra!- El estruendo se hizo peor, los guardias no hicieron nada. Tres convictos le tomaron por la espalda agarrándole de los brazos y escuchó sobre el estruendo, quizás por lo poco convencional del ruido en un infierno como ese, aplausos.
- Ian el-irlandés Madison.- Reconoció al de los aplausos cuando lo tuvo enfrente.- ¿Qué les dije? Es un tipo duro, está húmedo, pero es duro.
- ¿Clay Thomas?- Lo había conocido sin la suástica en el cuello, ni los las telarañas en los codos. Había cocinado anfetas antes de acabar en Blackbird, antes de Kyle Burke.- ¿Tu idea?
- No me creían. ¿Estás bien Fred?
- Tu amigo tiene buenos reflejos.- El gorila no se inmutó demasiado y no tenía ni un rasguño. Le soltó un codazo en la boca del estómago que Ian tuvo que soportar sin que nadie viera que sus rodillas temblaban.- Aunque la próxima vez no vayas por el cráneo, ve por el cuello o los costados. ¿Nunca habías estado en una pelea?
- Ian es violento, como su padre, pero creo que no ha reventado su cereza, ¿o sí?- Preguntó Clay. Ian nunca había matado a nadie, pero Blackbird no era para débiles.
- Solamente dos veces y con un arma. No tenía una, así que opté por otro medio.- Lo soltaron y Clay lo abrazó afectuosamente. No le había visto en siete años.
- ¿Cómo va el negocio con ese maricón Burke?
- Iba bien que yo sepa. No me agarraron por eso, simple allanamiento y robo. Añadieron otro par de cosas y aquí estoy.
- ¿Cuánto te dieron?
- Quince.- Burke sonrió.
- Me faltan un par a mí. Estoy con la nación aria, mi hermano Mike, ¿te acuerdas de él?
- Sí, ¿cómo está?
- Bien, fuera de aquí así que considerablemente mejor. En fin, mi hermano Mike trae contrabando de vez en cuando, por eso me dejaron unirme. Necesitas protección Madison.
- Siempre trabajamos bien juntos.- No quería estar en ninguna pandilla, pero iba con el territorio, si eras blanco eras nación aria y parte de los “skins”, una facción más débil. Estratégicamente le convenía, y cada día sería una guerra.- Estoy en el bloque B, celda 707, ¿y tú?
- Mismo bloque, te vi ayer, estoy a un piso arriba de ti. No parecías asustado.
- Está en mi sangre.
- Ahora la nación aria está en tu sangre, o lo estará.

            Sabía que no sería fácil, Clay Thomas no había sido parte de ellos afuera y eso significaba mucho adentro. No le darían protección sólo porque Clay les trajera cosas de vez en cuando. Le pedirían algo y tendría que hacerlo. Siguió durmiendo en el piso, pero al menos podía comer con Clay y pasar las horas de aire libre con él y su gente. Tenía que mentirles, reírse de sus chistes y fingir que eran personas. Eran animales salvajes, pero sabía que no debía juzgarlos pues él sería un animal también. Pasaron pocos días para que iniciara la metamorfosis.
- ¿Es tu amigo, Thomas?
- Sí, es de confianza. Tiene temperamento, pero pertenece.- Uno de los líderes de la nación aria, tatuado por todas partes, le examinó para arriba y para abajo.
- Está bien, pero tú te haces responsable de la mascota, si se orina lo limpias tú. Dale la cosa del judío, es hora que se muestre. Sangre por sangre.
- Ven.- Caminaron por el patio evadiendo a las orejas. Era difícil, aunque el patio siempre se dividía entre los blancos, los negros y los latinos. Nadie salía de su área y rara vez interactuaban, a excepción de algunos juegos de basketball que, normalmente, daban por resultado heridos que iban a la enfermería para recibir una aspirina y nada más.- Le dicen Fif, no sé cómo se llama y no importa. Le debe a alguien que es amigo de alguien y parece que ofendió a otro que es amigo de alguien más. Política de prisión Ian, no los hagas enojar y, sobre todo, no los dejes mal. Puse las manos al fuego por ti ahí.
- Todavía no me has dicho lo que tengo que hacer. ¿Ves a esos tres sujetos haciendo pesas? Charlie, Mondo y Frizzie. Ellos le dijeron a este sujeto Fif que podían darle el privilegio de no matarlo si pagaba a tiempo. Lo ha estado haciendo pero, como dije, hizo enojar a muchos alguien. Fif confía en ellos, los verá en la tintorería, ¿ahí te asignaron, no es cierto?
- Sí.
- Mejor aún, no desencajas. Vas con ellos, Fif estará ahí y luego lo violas y lo matas, asegúrate que le duela mucho. No me dejes mal, ve con ellos.

            No llevaba una semana y ya tendría que matar a alguien. No quería violarlo y no lo haría, pero la nación aria le daría un infierno de dolor si no mataba a un sujeto que no conocía y que nunca le había hecho daño. Los tres fisicoculturistas eran prácticamente retrasados mentales, pero encajaban en la rutina de Blackbird porque eran fuertes y dispuestos a todo. No le dirigieron la palabra, pero le acompañaron a su área de trabajo. Ellos sobornaron a los guardias para que les dieran privacidad. Fif era un sujeto pálido y de barba canosa, no parecía judío ni árabe, pero no hacía la menor diferencia.
- ¿Quién es él?
- Ian Madison, será tu guardaespaldas. ¿Tienes lo que queremos?- Fif les pagó con paquetes de cigarros. Todos se encendieron uno.- Está en tu bloque, así que estarán más cerca.
- Podríamos compartir celda.- Dijo Fif.
- Estaría bien.- Ian estaba nervioso aunque no se le notaba. Terminó su cigarro y Mondo le dio un ligero codazo, era hora de hacerlo. Frizzie se paró entre las dos ruidosas máquinas de lavado para avisar si venía alguien, pero los guardias no vendrían.
- Hazlo Madison.

            Quiso decirle que lo sentía. Quiso decirle que no era personal, sino supervivencia. Quiso decirle que Blackbird no era para débiles y que el único pecado era la debilidad. Las palabras se quedaron en su garganta. Fif se puso nervioso y antes que pudiera echar a correr Ian lo tomó del brazo y se lo quebró. Lo empezó a golpear la cara y en los costados hasta hacerlo vomitar. Los gorilas le urgían que violara al judío, pero Ian siguió rompiéndole huesos. Fif terminó como un pretzel humano. Mondo sacó una navaja y miró a Ian, él se dio cuenta que la orden debió ser clara, o lo hacía o lo mataban. Madison tomó una escoba, la rompió en dos con la rodilla y le clavó una de las estacas en la garganta y después en un ojo.
- Sangre por sangre, si quieres echarte a un judío queda en tu conciencia, es todo tuyo.- Mondo sonrió y guardó el cuchillo casero.

            Pasó otro par de días en la incertidumbre. Clay no quería hablar de ello, lo cual podía significar cualquier cosa. Rumores circularon de la tortura de Fif, cada vez más elaboradas y cada vez más grotescas. Eso debió complacer a la jerarquía porque lo aceptaron como parte de la nación aria. Esa noche un compañero de celda le cedió el camastro. No duraría mucho el privilegio, los convictos iban siendo movidos de celda en celda constantemente y al azar. Normalmente entre los mismos miembros raciales, para evitar disturbios como el del ’91 donde murieron más de cien y una docena de guardias. El camastro era tan incómodo como el suelo, pero al menos pudo dormir un par de horas sin temer ser violado entre los otros cinco. Recibió la visita de Joan al día siguiente.
- ¿Cómo estás Ian? Dios, qué pregunta más estúpida.- Ella puso la mano contra el cristal y él puso la mano en el mismo lugar. No había visitas conyugales desde el ’91, esto era lo más cercano que tendría de volver a tocar a su esposa en quince días.
- No te preocupes, yo tampoco sabría qué preguntar. Clay Thomas está aquí, así que al menos tengo eso. No es tan malo como te imaginas.
- Te voy a escribir todos los días Ian, quiero que sepas que los dos estamos haciendo tiempo. Los dos estamos juntos en esto y saldremos juntos de esto.
- Sólo hay dos días que importan cuando estás preso, el día que entras y el día que sales, lo demás no importa.
- ¿Hay algo que te pueda entregar, comida o cigarros o algo?
- Los guardias se quedan con casi todo. Comida estaría bien, aunque seguramente no llegará. Extraño tu comida bebé.
- Yo te extraño a ti.
- Oye nena, quiero que… Sólo para casos de emergencia, no quiero que te quedes sin nada.
- Me dieron el trabajo, no te preocupes.
- No, hablo en serio. Dinero que tengo guardado. Tengo una unidad de depósito en U-Junk, la llave está debajo del cajón de cubiertos, asegurada con cinta adhesiva. Hay bastante dinero en un baúl.
- Dinero que gastaremos juntos.
- Sí, pero sólo por si acaso… Quería que supieras, quería que lo tuvieras.- Sonó una campana, era hora de despedirse. Joan empezó a llorar.
- Te voy a esperar Ian, te voy a esperar.
- Cuídate mi amor, te amo.

            Los meses pasaron lentamente. El tiempo funciona distinto en prisión. Ian trataba de no pensar en ello, pero la verdad es que no dejaba de pensar en ello. Clay le dijo que al cabo de uno o dos años dejaría de pensar en eso y darse cuenta que era del día al día. La nación aria jugó contra una pandilla de latinos que terminó en golpiza e Ian fue de los primeros en responder. Aprendió a pelear rápido. Los guardias separaron la golpiza a punta de golpes y el temperamento le ganó, golpeando a un par de guardias. Lo encerraron en solitario por cuatro días en una jaula sin ventanas, con un foco que no apagaba nunca y sin suficiente espacio para levantarse del todo ni abrir los brazos del todo. Sintió que había pasado semanas allí. El respeto, aprendió rápidamente, se ganaba infligiendo dolor y soportando dolor. Al cabo de unos meses los guardias lo presionaron con preguntas sobre contrabando de la nación aria prometiéndole toda clase de beneficios, como estar en un bloque separado y mucho más seguro. Mantuvo la boca cerrada, no confiaba en nadie, y le dieron una golpiza y una semana en aislamiento.

            Tuvo a Clay por compañero de celda por un par de semanas, pero aún así no podía relajarse. Jugaron cartas por horas y hablaron de cualquier tontería para pasar el rato. Le dijo que había más de cincuenta reos que disfrutarían haciéndole sufrir, era otra manera de ganar respeto. Aquella era la moneda más valiosa de todas. Nunca sería enteramente de confianza en la nación aria, pero lo protegerían siempre que continuara rompiendo huesos y manteniéndose callado. Clay esperó a que sus otros compañeros de celda estuvieran en las regaderas para susurrarle. No se podía hablar libremente, pues había orejas por doquier.
- Dile a Joan que no te mande fotos, no le caes bien a Mondo y si se entera que tu esposa es negra será la excusa para cosas que no quieres ni pensar. Están locos y saliendo de aquí me quito los tatuajes, pero ya entiendes cómo es.
- ¿No lo saben?
- ¿Crees que estarías con ellos si lo supieran? No, claro que no lo saben. No les diré, pero Mondo está en el correo, abre tus cartas y si ve una foto se pondrá furioso.
- Gracias Clay.
- ¡Tú!- Uno de los guardias entró a la celda y levantó a Ian del brazo.- Visita. Ahora.

            El guardia lo llevó a empujones. Era negro, de modo que odiaba a todos los de la nación aria. No podía decirle que no era racista, que su esposa era negra y que no podía importarle menos. No, con tal de fastidiarlo le diría a todo el mundo. Le llevó hasta una sala de interrogación que, como todo en Blackbird, era una jaula dentro de otra jaula. Lo encadenó al suelo y el detective Mark Chandler entró con su sonrisa que, sin duda, él consideraba de lo más simpática. Le saludó, puso papeles sobre la mesa y señaló la foto de Kyle Burke, alguien lo había matado. Ian miró la foto y fingió que no lo conocía.
- ¿Pariente Chandler?
- No te pases de listo, mi primo trabaja aquí, puede hacerte la vida difícil. ¿Quién lo mató?
- No sé si esté enterado, pero he estado un tanto… ocupado. Más que nada evadiendo violaciones, cuchilladas y esas cosas.
- Sí, dos viajes al tanque.  Vaya que tienes el temperamento de tu padre.- Ian le mostró el dedo y Chandler se rió.- Te tenía maldito bastardo. Te tenía por toda una serie de cosas, incluyendo narcotráfico… ¿Sorprendido? Estabas en mi radar bastardo y ahora esto, me lo echaron a mí aunque el caso está frío y apesta a viejo…
- Tengo una coartada, estaba aquí.
- Entonces sí lo conoces.
- Al diablo, sí, es Kyle Burke. Cocinero de anfetas. Nunca las probé así que no sé si eran buenas. Cristal, cranck, meth, metanfetaminas, como le quieras llamar Chandler.
- Eso ya lo sé.
- ¿Y qué quieres entonces?
- ¿Quién más vende para él?
- No, no funcionaba así. ¿Crees que nos reuníamos en seminarios de trabajo en grupo? Yo lo conocí a él, me suplía, lo vendía y listo. Él lidiaba con los otros. Nunca supe y nunca quise saber.
- Sí, porque eres tan inteligente, ¿no es cierto? Es la diferencia con tu padre, ¿no es cierto?
- Y los dos acabamos en el mismo lugar, así que supongo que te terminas convirtiendo en lo que odias.- Chandler se encendió un cigarro y le pasó otro a Ian.- Joan no sabe de los clientes y no creo que estés interesado. Nadie pesado, más que nada yuppies y chicos parranderos.
- ¿Te contrató él?
- Sí.- Mintió Ian. Había sido referido por Clay Thomas pero no se lo daría.- Hace años iba al Bongo todo el tiempo, estaba buscando dinero extra y una cosa llevo a la otra.
- ¿Sabes por qué tenía tantas ganas de agarrarte?
- ¿Hobby?
- No, porque asaltaste la casa de los papás de un amigo. El viejo tuvo un ataque cardiaco a la mañana siguiente cuando vio que le habían robado hasta la televisión. Sé que fuiste tú, no puedo probarlo, pero sé que fuiste tú.
- Nunca quise lastimar a nadie Chandler… No estoy diciendo que sepa de lo que hables, pero no quise lastimar a nadie. No quería ser como mi padre, pero la verdad es que lastimé a Joan. Lo oculta bien, pero la fastidié. Ésta vez sí que la jodí en serio.
- Quince años.- Silbó Chandler.- Quince en Blackbird. ¿Nadie le dice Wynn, no es cierto?
- No, he visto que los de-por-vida se tatúan todo el dedo medio de negro, pájaro negro. Están locos esos tipos, capaces de cualquier cosa.
- ¿Recuerdas ese pobre hombre que sufrió un infarto?
- ¿Lo inventaste?
- No, de hecho no. Papá de un amigo, Stu junior. Stuart senior murió ayer.- Terminó el cigarro y lo apagó contra la mesa metálica.- ¿Nunca quisiste lastimar a nadie Ian? Pues yo sí, porque ayer fui a su funeral. Stu no tenía a nadie más en el mundo. Pero ya estás en el peor hoyo del infierno, ¿qué puedo hacer? Sólo una cosa…. ¿Sabes por qué te esperaban? Porque te delataron. Piensa en eso genio, y pasa los siguientes quince años tratando de averiguar quién fue.
- ¿Quién fue Chandler?- El detective recogió sus cosas y se fue mientras Ian repetía la pregunta cada vez más histérico.

            Chandler había encontrado el nervio correcto. Los meses pasaron e Ian se fue enfadando más y más. Cada que peleaba veía al hijo de perra que le había dado a la policía, que lo había puesto en prisión. Clay tuvo que separarlo varias veces porque su temperamento estallaba y no quedaba satisfecho con una golpiza y buscaba siempre matar a su oponente. La nación aria le tenía de soldado. En seis meses recibió seis cuchilladas y se rompió una costilla en una pelea donde toda la cafetería estalló como volcán de ira. Los guardias disiparon a los convictos con gases lacrimógenos. Ian pasó un mes en la enfermería, donde Clay trabajaba para robar drogas de vez en cuando.
- Esos espalda-mojadas no se van a levantar otra vez en un buen tiempo. Están orgullosos de ti.- Le dijo Clay, sentándose a su lado.- Mondo te sigue odiando, pero la gente es rara de esa manera, a veces odia a una persona por ninguna razón.
- Este lugar está hecho de odio Clay, cada ladrillo es odio. Es lo único que hay.
- Ese detective, Chandler, realmente se metió en tu cabeza Ian. No puedes dejar que haga eso. No puedes dejar que nadie haga eso.- Ian no quiso verlo, pero Clay insistió.- Mírame maldito irlandés terco. Lo que tienes aquí arriba, eso es tuyo, es lo único que no pueden quitarte. No lo pierdas. Hablo como esos dementes porque sé las consecuencias de decir lo que pienso, pero somos amigos. Hay pocos de esos en este maldito lugar. ¿Sabes cómo sobreviví tanto tiempo? Escondiendo lo que tengo arriba. Mentir se vuelve fácil, pero sabes que es mentira. Sales de nuevo al mundo, te quitas la tinta y sigues adelante.

            Ian dejó de pensar en el tiempo. Ya no contaba días, ni años. Buscaba venganza. Mataría a quien le había puesto ahí. Varios meses después, por sugerencia de Clay, se dejó tatuar un dragón en el cuello. No quería nada racista, pero le hicieron un dragón medieval que no quedó tan mal. Dolió como el demonio, pero el dolor se volvía ira y esa ira se canalizaba en cada pelea. Joan dejó de escribir, aunque le visitaba casi todas las semanas. Era un pequeño oasis de tranquilidad, pero la fachada no podía caerse. No podía decirle lo horrible que era Blackbird. Tenía que fingir que todo iba bien, haciendo amigos y conexiones. La semana siguiente no le visitó ella, sino un abogado. Le entregó papeles del divorcio.
- La señorita Sellers me pidió que le explicara que….
- Señora Madison hijo de perra.- Golpeó el cristal y el abogado retrocedió asustado.
- Que le explicara… Lo tengo aquí apuntado…- Buscó entre sus papeles una carta breve.- “Ian, sé que te dije que te esperaría y lo haré. Pero no puedo estar casada con el hombre que eres ahora, te has convertido en lo que odias. Tú crees que no lo veo, pero se veía cada vez más. Más enojado y más violento que nunca. Tuvimos unos malos años antes que te agarraran, no malos del todo pero eras radicalmente distinto. Te esperaré mi amor, porque sé que es Blackbird el problema y no tú. Cuando salgas lo intentaremos de nuevo. No he gastado tu dinero porque quiero reservarlo para que vayamos a Maui cuando salgas y nos hayamos dado tiempo, algunas citas, para conocernos de nuevo. Por favor no me odies, y si me odias quiero que sepas que te amo y que no me importa que me odies. Te amo Ian Madison.”
- Firmaré los papeles…
- Ella dejó en claro que si quiere tiempo para…
- ¡Firmaré los malditos papeles!

            Tenía que decirle a alguien en el mundo real, fuera de su pesadilla. Pensó en el mediador, Phil Hickman, le compraba lo robado y habían sido cercanos por muchos años. Le llamó para decirle que tenía problemas, pero Phil ya sabía del divorcio. Lo demás encajó por sí sólo, ella había encontrado a alguien más, a su amigo Phil. Sentía la daga en la espalda. No dijo más nada por teléfono. Colgó y la rabia se acumuló en su interior. Llegaría el día, estaba seguro, en que encontraría a Phil y tendrían la conversación cara a cara. Saldría del infierno, si tan sólo para matar a Phil Hickman, quien probablemente fue quién lo reportó a la policía.

            Los días se siguieron acumulando hasta cumplir otro año. Ian Madison se había vuelto su padre. Estallaba por cualquier cosa y en la noche, cuando debería dormir, miraba al techo imaginando las torturas que le haría a quien le hubiese delatado. Imaginaba y observaba, atentamente observaba el moho en el techo. El moho que le hacía saber que estaba en casa. Estaba donde merecía estar. Estaba en el lugar del que no escaparía, pues nunca había podido escapar, no del todo. Incluso Clay Thomas, violento por naturaleza, era precavido con él. Había sido demasiado. Toda su vida había sido como un rottweiler masticando la correa y Blackbird, en vez de quebrarlo a él, quebró la correa.
- Hay un novato que quiere ser parte de la nación.- Dijo Frizzie en el comedor.- Ya sabes cómo va Madison. Tú y Mondo, confía en Mondo porque cree que son amigos.
- Fuimos amigos en secundaria.- Dijo Mondo mientras comía.- Hijo de perra cree que significa algo… Además, siempre me fastidió porque se burlaba de mí, decía que era gordo.
- Pues aprenderá un par de cosas, ¿no es cierto Madison?
- ¿Cuál es?- Le mostraron sutilmente a un hombre fornido con aspecto de tipo duro que comía en un rincón.- ¿Y no lo van a admitir?
- No, dicen que afuera cooperó con los chicos de azul.- Dijo Frizzie.- Tú avisas si viene alguien, aunque ya nos ocupamos del guardia. Mondo se lo quiebra. Le asignaron mantenimiento, así que estará en el corredor que da a la escalera B, en el segundo piso. Te quedas en la puerta por si acaso. Y si quieres divertirte, adelante. Se llama Eric, no que importe.
- Lo tendré en cuenta.- Lo miró de pasada y se imaginó que él le había delatado, eso lo haría fácil. Aunque matar ya se había vuelto mucho más fácil.

            Se vio con Mondo a la hora del trabajo en la puerta de la escalera. Eric esperaba en el descanso, hablando de la secundaria y viejos recuerdos. No hay lugar para eso en Blackbird y Madison susurró para sí que el único pecado es la debilidad y la memoria, sobre todo la memoria de mejores momentos, es una debilidad. Mondo le aseguró que estaría bien, sería parte de la nación aria aunque afuera no hubiera pertenecido. Le dio la señal a Ian, quien se quedó en el umbral de la puerta, como si la sostuviera, echando un ojo al corredor vacío y mirando también a la futura víctima. Mondo le sorprendió jalándolo del brazo y tirándolo por las escaleras, donde Eric lo pateó en la cabeza. Mondo se burló de él, diciendo que había sido amigo de Eric desde la secundaria y esto era sobre la negrata con la que se había casado.
- Debiste decirlo a tiempo imbécil, sabía que había algo raro en ti, como que hueles a jungla. Tienes que pagar el peaje hijo de perra.

Ian lo pateó en la entrepierna y se levantó de golpe dándole en la nariz. Eric le golpeó en la quijada, pero soportó los golpes y le dio uno en la garganta que lo hizo toser. Lo jaló del brazo y lo levantó sobre el riel de seguridad para dejarlo caer dos pisos. Mondo chocó contra él como un jugador de football y le soltó varios golpes a los costados y a la boca del estómago. Lo lanzó contra la pared y le azotó la cabeza contra el ladrillo hasta reventarle la nariz. Ian gritó de dolor, pero Mondo no había acabado. Usando su cinturón para atarle las manos en la espalda le bajó los pantalones y lo violó. Aquel era el peaje, el precio que debía pagar por mentirle a esas bestias racistas. Mondo no dejó de golpearlo mientras abusaba de él y cuando terminó le pateó la cabeza, desmayándolo. Despertó horas después en la enfermería, rodeado de guardias y el alcaide. Le preguntaron sobre el atacante pero no dijo nada. No mencionaron a Eric, por lo que supuso que estaría bien.
- Dejen que se cure la nariz.- Dijo el alcaide Smith.- Después métanlo al tanque. Tres días de aislamiento le despejarán la mente. No somos el enemigo hijo, ellos lo son. Quienes te hicieron esto, ellos son tus enemigos. ¿Me escuchas?
- No escucha nada alcaide, es en vano.- Dijo un guardia. Clay barría el suelo y espero a que se fueran para acercarse.
- ¿Qué tan grave?- Le preguntó Ian adolorido por todas partes. Los sedaban muy rara vez, evitando adicciones y por sadismo puro.- ¿Qué tanto me quieren matar, del uno al diez?
- No, nada como eso. Cosa de Mondo, pero el hijo de perra era de ellos antes de entrar y eso hace toda la diferencia. No te harán nada más.
- ¿Eric?
- Se desguinzó el tobillo, nada más. De hecho los otros te respetan más ahora. No serás la perra de nadie, eso seguro. Ojalá Eric hubiera caído cabeza primero, no merece vivir el hijo de perra, y pensar que tengo que lamerle la suela de los zapatos… Es de los grandes, de los que no tienen tatuajes pero no los necesitan. Sabe de todos aquí, revisa antecedentes porque tuvieron a un policía entre ellos hace como cinco años y desde entonces revisan a todos. Por eso no te aceptan de inmediato. Eric sabía que Joan es negra, pero no lo dijo en ese instante, se lo guardó en caso que necesitara crédito extra si lo atrapaban en sus negocios. Lo encerraron y soltó un montón de tierra sobre un montón de gente.
- Me duele todo Clay, ¿podrías conseguirme algo? Lo que sea es bueno.- Clay le mostró una jeringa con una mínima dosis de tranquilizante. Expertamente se la inyectó y le sostuvo de la mano.- Gracias hermano… ¿En quién podemos confiar aquí?
- En nadie, gracias a Dios que apareciste Ian. Bueno, qué lástima, pero a la vez qué bueno para mí. Me estaban volviendo loco. Hacen negocios con negros e hispanos todo el tiempo, pero para los foráneos como nosotros es Mein Kampf, poder blanco y esas idioteces. Eres la primera persona con la que puedo hablar en muchísimos años.- Le susurró, temiendo ser descubierto de alguna forma.- Se burlarán un poco de ti, pero no estalles contra ellos hermano, te matarán.
- Moho…- Dijo Ian, drogado casi por completo y viendo el techo mohoso sobre ellos.- Maldito moho… ¿Sabes lo que es el moho?
- Ian…- Se rió Clay.- estás drogado hermano.
- No… Sí, pero no… El moho es hongo, la humedad y las bacterias lo alimentan. Difícil de quitar. Había moho en mi casa cuando era niño. Mi papá era moho… Maldito viejo… Me habría gustado verlo aquí para matarlo yo mismo. Odio y resentimiento, eso nos alimenta… ¿o nosotros nos alimentamos de ellos? Una boca que devora a la otra.
- Sigue viendo el moho, me tengo que ir.

            La nariz rota de Mondo significaba que Ian Madison era de cuidado. Nadie trató nada de eso otra vez, aunque él no podía saber lo que pasaría al siguiente minuto. Eric se lo tomó a broma todo el asunto, o al menos así lo jugaba. Le confirmó lo que Clay le había dicho, lo llamó daño colateral. Ian resistió el impulso de arrancarle la garganta y decirle que su esposa se había divorciado de él y que daría sus piernas y brazos con tal de estar en casa con ella aunque fuera una noche. Fue una cuestión de un mes, una pelea brutal contra una pandilla negra en la tintorería y todo fue olvidado como si nunca hubiera pasado.

            Clay no mentía sobre la política de la pandilla. Aquellos que habían sido iniciado desde afuera tenían más privilegios, incluso entre los guardias. Ellos llevaban dinero y tomaban una parte de todo. Los demás, los foráneos, nunca serían parte del grupo central por más que intentarán y esperaban ver resultados a cambio de protección. Clay tenía a su hermano gemelo Mike quien traía negocio con un guardia para meter cigarros y pastillas, además de lo que Clay podía robar en la enfermería. En el caso de Ian era violencia lo que querían, y violencia era lo que obtenían. Otro año más arrastró los pies e Ian se hacía de nombre en Blackbird. En Navidad un mexicano apuñaló a Mondo hasta matarlo e Ian le rompió el cuello. No porque quisiera, de hecho le habría gustado darle las gracias, sino por la política. La prisión era una versión pequeña del mundo exterior, y la política era aún más determinante.
- No lo creí cuando lo dijeron.- Le dijo Eric, quien ahora compartía celda con él.- Pensé que dejarías que su asesino se fuera impune. Le faltaban tres años a Mondo. Pobre imbécil.
- Yo todavía no puedo creer que un flacucho como ese pudiera apuñalar tanto a un fisicoculturista. El cuello se rompió a la primera.
- Entramos gritando al mundo y salimos de la misma manera. Es cierto, al menos en el caso de Mondo. No se queda así, lo sabes, ¿no es cierto?
- Bizlats, son como cien de ellos en nuestro bloque.
- Más de cien, y tienen refuerzos. ¿Te gustan los retos?
- Que se lancen los muy…
- ¡Madison!- Le interrumpió un guardia.- Vienes conmigo. Visita.
- Nos vemos al rato Eric.

            Quería matarlo, quería matar a Frizzie, a Fred, a toda la cúpula, a los negros, a los latinos, a todos. Recordó la carta, ella había tenido razón, se había transformado. La metamorfosis había sido completa. No estaba seguro de poder regresar a la normalidad al salir en once años. No sabía ya qué era lo normal. Acompañó al guardia quién le guió hasta la oficina del alcaide. No se preocupó por el latino que había matado, los homicidios nunca se resolvían en Blackbird. Si uno era muy notorio se sobornaba a uno de-por-vida para que lo admitiera y así saciar a los medios. Se trataban, sin embargo, de casos excepcionales y muy raros. Entró a la oficina acompañado del guardia, quien le puso grilletes en los pies y manos. Ya estaba acostumbrado a ser tratado como un animal, pues eso era en realidad. Vio a su abogado, Flint, y al alcaide Smith platicando en la oficina. Le sentaron en una esquina, lejos de los civilizados.
- Tengo noticias del caso.- Dijo Flint. Si Joan no hubiera tenido por amigo de la infancia a un abogado, jamás habría tenido a alguien que siguiera su caso. Incluso no sabía que seguía siendo un caso.- Hay algo que debes saber, ya informé al alcaide y también quiere hablar contigo.
- Son buenas noticias hijo, descuida.- Le aseguró el alcaide, aunque no le confiaba nada.
- Tu oficial de arresto fue un Charles Bront, el detective a cargo de la investigación y de hacer oficiales los cargos fue Gabriel Muntz y el asistente del fiscal Román Montes…
- Sí, lo recuerdo vívidamente.- Interrumpió Ian.- Dudo que hayan cambiado de parecer.
- Tienen algo en común.- Continuó Flint como si no le hubiera interrumpido. Era obvio que lo había practicado y probablemente le habría dado el mismo discurso al viejo alcaide Smith.- Junto con otros tres fueron encontrados culpables de corrupción, trata de blancas y narcotráfico. Montes no pasó el anti-doping aleatorio y de hecho hay testigos que muestran que estuvo usando crack los últimos diez años. Bront y el detective Muntz tienen además una lista larga de abuso de poder, plantar evidencias y sacar confesiones a golpes. Lo peor de lo peor.
- Sí, fueron amables conmigo.
- He estado hablando con un juez muy preocupado a los derechos de los convictos y derechos constitucionales. Creo que podemos desechar el caso, el récord criminal quedaría igual, pero si los recursos legales que aún quedan en mi poder funcionan, creo que puedo sacarte de aquí en un año. Debería ser menos, pero es Malkin y la justicia se mueve lenta.
- ¿Es en serio?- Ian sintió vértigo y casi se cae de la silla.
- Muy en serio.- Dijo el alcaide.- Tu abogado, el señor Flint, quiso verme personalmente para saber cómo estabas. Le dije que no estabas bien, de hecho vas de mal en peor. No creo en los rumores de los presos, pero incluso así sé que has dejado tu marca en mucha gente. También has sido tratado por costillas rotas, cuatro instancias de acuchillamiento, quince golpizas serias, una violación y más de diez viajes al tanque. Sé lo que el aislamiento produce en la gente. Pero Ian, cada que la vida te golpea, tú golpeas más fuerte. Te dije una vez que yo no era el enemigo, la gente con la que te has juntado son el enemigo.
- ¿Y voy a cantar Kumbaya con la hermosa colección de desviados y maniáticos que hay aquí? Conoce la política de Blackbird alcaide, o al menos debería. No sobrevives mucho sin una pandilla que te ofrezca protección, y no lo harán de a gratis. Eres una perra o eres alguien y no pienso ser violado otra vez.
- ¿Por qué mataste a Héctor Bojórquez?
- ¿Quién?
- Ni siquiera conoces su nombre, no me sorprende. No hay evidencia suficiente, pero este es un rumor que sí creo. El hombre que mató a Mondo, tu violador.
- Porque mató a Mondo.
- ¿Por qué eres tan violento? Estallas a la mínima provocación.
- ¿Va a ser mi psicólogo ahora?
- Cada vez que haces algo, y no es exclusivo de ti Ian, lo veo a diario, le echas la culpa a los demás. Sé lo que hacía tu padre y cómo acabó. No tienes que acabar igual. No eres tu padre y no tienes por qué serlo. Crees que tienes que hacerlo y culpas a otro, pero lo haces porque tú lo decides. Cada paso que das es tu decisión.- Le ofreció un cigarro y una lata de refresco.- Medítalo, no me digas nada ahora. Quiero que pienses en la extraordinaria oportunidad que el señor Flint está logrando para ti. Quiero que pienses en lo que he dicho.
- Un año Ian, un año más y eres libre.- Dijo Flint.
- ¿Qué sabes de… No, olvídalo… Vaya, no esperaba escuchar esto… Últimamente las visitas son mal augurio.- Fumó tranquilo, quizás la primera vez que había podido descansar en Blackbird y bebió su refresco.- Estoy cansado.
- Ya casi es hora de cerrar.- Dijo el alcaide.
- No… No, no es eso. Es… Dios mío, es todo. Es como acostumbrarse al bullicio, al ruido ensordecedor y al nauseabundo y asqueroso olor de esta pocilga y de pronto, por un instante, dejar de oler y oír. No había podido… Ni siquiera en aislamiento, no, es peor ahí. Ahí odias más. Ahí sientes más resentimiento. Estoy cansado alcaide. Quizás pueda vivir un año más aquí, pero nada más. No voy a durar y no puedo seguir así.- Se quedaron en silencio por un rato y finalmente Ian habló.- ¿Puede colocarme en la biblioteca? Es más silencioso que la tintorería y me gustaría leer. Es curioso, nunca me gustó mucho la lectura pero me gustaría leer.
- Lo arreglaré mañana. Es trabajo duro, como la tintorería, pero creo que te vendría bien.

            Regresó a la celda. Le dijo a Eric las noticias y que el alcaide había demandado que le pusieran en la biblioteca. Eric disimuló que se alegraba por él. La verdad es que lo querían lo más sucio posible, hasta el cuello en lodo para no soltarlo nunca. La situación actual, además, lo hacía peor. Estaban al borde de una guerra interracial y uno de sus mejores peleadores daba señales de flaqueza. Ian empezó a trabajar en la biblioteca, bajo las miradas perversas de unos latinos y algunos negros. No se metían con él, pero si les daba la oportunidad planearían algo.

            El comedor se volvió un campo de batalla. Al día siguiente el patio de ejercicio. En ambas instancias Ian hizo lo más posible por mantenerse al margen. Se defendió de tres sujetos y los dejó bastante golpeados, pero no los mataría. Estaba harto de ser el viejo Madison. Harto de la nación aria y su estúpida política. Harto de la vida que se había forjado en cuatro años a punta de golpes y dolor. Decidió entonces convertirse en un fantasma. Trabajar en silencio, pasar el tiempo en el patio en un rincón leyendo algún libro, comiendo en un rincón sin hablar con nadie y durmiendo con un ojo abierto.

            Una noche lo trataron de violar. Pensaron, como decían los rumores, que Madison se había vuelto débil. El único pecado, después de todo, era la debilidad. Entre dos lo agarraron de los brazos y le abrieron la boca. Cedió fácil, pero se soltó de un brazo y agarró al hombre que quería sexo oral de los testículos. Apretó con todas sus fuerzas hasta que los otros dos entendieran que les arrancaría los órganos en orden alfabético si volvían a despertarlo. Clay habló con él unas semanas después, cuando se dio cuenta que no se trataba de una fase.
- ¿Qué demonios haces?- Dijo, señalando el rincón donde pasaba el tiempo en el patio.- No comes con nosotros, no pasas el tiempo con nosotros. ¿Crees que no se dan cuenta? Cuando tuvimos esos problemas con los latinos casi ni hiciste nada.
- Son unas bestias Clay, lo has dicho tú mismo. No voy a jugar su juego. Salgo en un año, tú sales en unos meses, ¿te gustaría que te atraparan haciendo algo y te levantaran cargos? Créeme, eso me lo harán a mí si hago algo que llame la atención.
- Eres hombre muerto, cuando me vaya… No sé qué será de ti si nos das la espalda ahora.
- No Clay, no estoy muerto, soy un fanstasma.

            Luego que Clay fuera liberado hubo más ataques. Lo acuchillaron en la regadera, le dieron una golpiza en las escaleras e incluso trataron de asfixiarlo con una almohada. Negros, latinos y blancos. Se defendió y sobrevivió, poco a poco el mensaje fue recibido. Ian Madison es un bastardo loco capaz de cualquier cosa que sólo quiere que lo dejen en paz. Una píldora difícil de tragar para la nación aria. Frizzie y Eric le confrontaron con cuchillos en las escaleras, acompañados de uno de los guardias que metía contrabando para ellos a cambio de una buena cantidad. El guardia bloqueaba hacia la puerta de arriba en el tercer piso, Frizzie y Eric avanzaban al descanso de la escalera en el segundo. Ian sabía que era inútil explicar la situación y, pasara lo que pasara, el guardia le diría al alcaide que Ian Madison era un asesino y estaría dispuesto a levantar cargos como testigo presencial. Ian le dio una sonrisa triste, era por eso mismo que tenía que matarlo. Pateó a Frizzie en la cara y lo lanzó por las escaleras. Le rompió el brazo a Eric, le quitó la navaja hecha con un cepillo de dientes y, tras acuchillarlo en la garganta, se lanzó sobre el guardia. Lo apuñaló en el costado y, luego de forcejear por varios segundos, consiguió romperle el cuello y lanzarlo tres pisos hasta el suelo.

            Ian reportó a Frizzie por los dos asesinatos, aunque no aceptó aparecer como testigo. El rumor se corrió y la nación aria se olvidó de él, para concentrarse en el traidor Frizzie. No sobrevivió la semana. Ian Madison se enterró entre libros y dejó de existir. Ya no era su padre, el viejo Madison, pero tampoco el rottweiler enloquecido, Ian. Era la cáscara de algo que había existido lleno de ira y odio. Lo prefería así, muerto por dentro. No podía sentir felicidad, estaba prohibido en el infierno tener esperanzas, pero sí podía estar sordo a todas sus emociones. Un muerto ambulante. Únicamente sabía que saldría de Blackbird, regresaría con Joan y encontraría quién lo había traicionado.


4.- Hace 5 años: Patrick Schnapp
            Angie le pasó la pipa de cristal a Snap para que le diera un buen golpe a las anfetas que aún humeaban. Pocos le llamaban por su nombre, Patrick Schnapp. El ruso Rezner, en sus días de gloria en los 90’s le había tenido como asesino altamente pagado. Tras su muerte se había convertido en asesino a sueldo. Era cuidadoso, pero hasta él mismo no se creía las leyendas que algunos contaban sobre él. Snap el rápido, te truena en un chasquido. Pocos lo recordaban a decir verdad y últimamente había estado pasando buenos trabajos para mantenerse drogado con su esposa Angie.

            No eran jóvenes, Angie había adquirido el apetito por las anfetas hacía diez años. Aunque todos decían que había cambiado, avejentado, Snap no la veía diferente. Era alta y esbelta, incluso su rostro era alargado y tenía una constitución que la hacía parecer frágil aunque estaba llena de buen humor y energía. Snap era robusto, encanecía y perdía cabello, que trataba de disimular al peinarse de un costado a otro, aunque a nadie engañaba. Tenía las cejas rubias y levantadas en los costados, lo cual le hacía parecer más amenazador. Siempre habían fumado hierba, de hecho así se habían enamorado, y al principio no entendió lo que Angie veía en esos cristales que quemaba en su pipa de vidrio. Se tornó en una adicción para ella, el padre Morrow se lo había advertido. Le ofreció el grupo de ayuda de AA que tenía en el sótano de la iglesia, pero Snap no admitía derrotas en esas épocas. No, Snap nunca se daba por vencido. Trató de limpiarla, pero cayó en el mismo agujero que ella. Ahora aceptaba trabajos fáciles por poco dinero y gastaban ese dinero en anfetas que Angie conseguía, aunque la casa necesitaba mejoras por todas partes. El lugar se caía a pedazos, pero ellos pasaban los días encerrados y fumando.
- Mira.- Angie señaló con la punta del dedo gordo de su pie hacia unos folletos sobre asistencia a los adictos. No podía levantarse para mostrárselos, de hecho no estaba segura de poder moverse mucho, y tampoco quería hacerlo. Snap se asomó un poco, con el mínimo esfuerzo necesario y se rieron juntos.- El cura los trajo.
- Padre Morrow, ¿qué estará haciendo ahora?- Angie fumó más para terminar los cristales y tosió riendo.
- ¿Cómo puedes creer en esas cosas?
- No preguntes eso, haces llorar al niño Dios.- Bromeó Patrick Schnapp.- ¿Queda algo?
- No, vinieron unos ángeles y se la fumaron.
- Eres una aspiradora Angie, ¿cuánto dinero nos queda?- Se levantó y revisó debajo de las revistas enmohecidas y las cajas de pizza en un cenicero. Había un billete de cincuenta y nada más.- Toma, pide algo de comer, esa cosa me da hambre. Y creo que esa sombra me vigila.
- No te pongas paranoico.- Snap lo decía en serio, creía que la sombra detrás del viejo televisor parecía observarle. Le tomaron varios segundos darse cuenta que era un efecto secundario de la metanfetamina. Lo ponía más vivaz, después lo calmaba y podía darse un mal viaje si no tenía cuidado.- ¿Qué vas a hacer tú? No quiero desperdiciar mi viaje.
- Tómate tu tiempo preciosa, tengo que hablar con su alteza Bobongo.- Angie se echó a reír. Siempre se reía al escuchar eso. Snap ya no lo encontraba divertido pero amaba su risa y le era contagiosa. El dueño del Bongo se llamaba Robert y, como la tradición dictaba, eliminaba su apellido para asumir el de Bongo. Alguien le llamó Bobby, y de ahí pasaron a Bob Bongo y, finalmente, a Bobongo.- Me llamó hace… ¿qué día es hoy?
- Jueves.- Respondió Angie acurrucándose más en el sillón. Snap revisó el celular, era sábado.
- Sábado, me llamó el martes o lunes creo. Bobongo quería que conectarme.
- ¿Y le vas a dar su porcentaje?
- ¿Para qué? No es como si hiciera el trabajo.- Llamó a Bobongo mientras revisaba entre los platos sucios que hacían una pila en el lavamanos y en la polvosa alacena.- Bobongo.
- No me digas así Schnapp.
- No me digas así Bobongo y no te digo así… Bobongo.
- Snap.
- Bob, apenas veo mi cel.
- ¿Crees que soy tu secretaria, viejo rabo verde?
- No hay nada de verde en mi rabo, ni rabo en mi verde.
- ¿Estás drogado, maldito alemán demente?
- No, claro que no.- Trató de hablar normal, pero siempre hablaba más rápido de lo normal cuando estaba drogado y siempre mezclaba las palabras. Encontró una caja de galletas detrás de los platos y se la mostró a Angie como si hubiese encontrado el santo grial.
- ¡Comida!- Gritó Angie y Snap se la lanzó a su esposa.- Un buen proveedor como siempre, ya sé en qué gastar esos 50.
- Imagino que no llamaste para que te hablara de los días viejos cuando nosotros éramos y seremos mejores que tu generación.
- Alguien quiere conocerte, y no te preocupes por lo mío. Sé que no me lo darás, como las últimas dos veces así que se lo cobré al chico.
- ¿Chico?
- Joven, desesperado y rico. Me lo quise sacar de encima antes que lo asaltaran. No es lugar para los de su clase, no señor.
- ¿Tienes un número?
- No lo traigas aquí.- Le pasó el número varias veces porque Snap lo apuntaba mal, hasta que por quinta ocasión lo anotó, se lo repitió y Bobongo le dijo que estaba bien.- Trata de no dispararte en el pie anciano.
- Trata de no orinar las sábanas chamaco.- Bobongo le colgó y Snap salió a la calle mientras Angie buscaba su celular. El aire fresco le haría bien, al menos lo haría sonar sobrio. No trabajaba drogado, pero en el fondo sabía que era cuestión de tiempo.
- ¿Quién habla?
- Hablaste con Bobongo y te refirió a mí. Lamento no llamar antes, estaba ocupado en negocios.
- ¿Quién?
- ¿Este es Burke?
- Depende, ¿quién habla?
- Bobongo te refirió… Bob Bongo, el que maneja el Bongo…
- Ah…- Finalmente comprendió por donde iba y de inmediato tembló su voz. Estaba nervioso, probablemente era la primera vez que se ensuciaba y eso significaba dinero.- ¿Señor Snap?
- El mismo, ¿por qué no nos reunimos mañana en el baño turco?
- ¿No puede ser hoy? Es urgente.
- Lo urgente sale caro. Son las tres de la tarde, baño turco de la 45 en Baltic sur en dos horas. ¿Lo conoces?
- Lo busco en el GPS del teléfono.
- Dos horas.
- Espere, espere, ¿cómo lo voy a reconocer?
- Estaré en el sauna, busca a un hombre sin meñique derecho. Dudo que haya confusión.
- Muy bien.
- Y muchacho… No te pases de listo.
- Sí señor, no señor.- Entró de vuelta a la casa para despedirse de Angie.- Lotería nena, joven, rico, todo lo que busco en estos días.
- Ten cuidado.- Le besó y le pasó las llaves del auto.

            Le gustaba hablar con sus clientes en el sauna, de preferencia desnudos. Los micrófonos no podían esconderse y la humedad los arruinaba. Tenía la sospecha que con el nuevo milenio los policías tendrían micrófonos más resistentes y pequeños, pero los viejos hábitos no morían. Se santiguó antes de arrancar el auto y se encaminó al baño turco que le quedaba a veinte minutos. Siempre se santiguaba antes de conocer a un cliente, nuevo o conocido. Le habían criado católico estricto y en cierta forma aún lo era. Recordó las horas que pasaba platicando con el padre Morrow sobre su línea de trabajo después de confesarse. Nunca le dijo a Nicolai Rezner, pues habría matado al sacerdote. Ese ruso era un demente y capaz de cualquier cosa. Snap no mataba niños, sacerdotes o mujeres embarazadas. Prefería que sus víctimas fueran tan pecadoras como él, aunque no siempre discriminaba.

            Llegó al baño turco y revisó que no hubiera nada sospechoso. Le gustaba llegar antes, ver quiénes entraban, adivinar si eran policías. Difícilmente lo serían, pues ese baño turco era infame por ser sitio de reunión de algunos matones rusos y el de la puerta no dejaba entrar a policías. Aquel era un sitio neutral, muchos negocios se cerraban allí y la policía era bien pagada para no meter las narices. Estaba sólo en el sauna, sudando lo que quedaba de la droga y adivinó a la primera quién era su cliente. El único sin tatuajes, el único nervioso. Le señaló la toalla para que se la quitara antes de sentarse en los mosaicos a su lado. Le hizo una seña para que guardara silencio y le vació una botella de agua en la cabeza. A menos que el micrófono estuviera en su trasero, y no planeaba una laparoscopía, el chico no era informante.
- Lo siento, es necesario. Soy Snap.
- Nathan Burke.- Se dieron la mano y Burke miró el espacio vacío donde debía ir un meñique en su mano derecha.
- Casi no se nota la cicatriz, ¿no es cierto? Un japonés se creyó samurái y me cortó el dedo. Le puse una botella en la boca y se la cerré. Lo terminé luego que llorara un poco y, para cuando llegué al hospital, me dijeron que no podían colocarlo de nuevo. Me enseñó a no ensañarme y siempre ser rápido. Chasquido, chasquido.- Se acomodó para que Nathan se explicara, pero estaba demasiado nervioso.- No vine a verte desnudo, ¿qué necesitas?
- Voy a casarme, o al menos espero que acepte…
- ¿Y quieres pena máxima si te rechaza? Eso es sangre fría… Bromeaba, tranquilo, continúa. Boda, luna de miel, toda una pintura de Rockwell, ¿y cuál es el problema?
- Mi hermano Kyle, podría decir que es la oveja negra de la familia y siempre lo ha sido. Es narcotraficante aunque Dios sabe que tenemos dinero como para no hacer nada y tiene la posibilidad de manejar la compañía que quiera de las que tiene mi papá.
- Prefiere ser un gángster de mentiras… Jóvenes, qué se le va a hacer.
- No quiero que sufra. Siempre tiene dinero con él, drogas también. Son suyas, no quiero ni verlas. No lo haga sufrir.
- No soy sádico.
- Hay una cuestión de tiempo, el señor Bongo me dijo que se pondría en contacto con usted de inmediato, pero parece que…
- Bobongo… ¿Dónde tiene la cabeza? Rápido, ¿qué tan rápido?
- Tiene que ser esta noche.- Snap suspiró y miró al techo decorado con mosaicos de colores en formas geométricas. Era rápido en sus ejecuciones, pero lento para medir el trabajo y ver los ángulos. No le gustaba esto para nada.- El dinero no es problema, ¿cuánto cobra normalmente?
- ¿Para poner a dormir a un mafioso?, ¿en un lapso de nuevo o doce horas? No menos de 100.- Nunca cobraba tan caro, pero con esa clase de dinero podría quedarse en casa con Angie por semanas. Nathan no parpadeó.
- Como tenía que ser hoy traje 200 mil, están en el auto. Son suyos.
- Yo iré por ellos, ¿dónde están?
- Maletero, es el BMW estacionado detrás del Taurus oxidado.
- ¿Y el pronto a fallecer?
- Vive en su laboratorio, está en Nueva Industrial, avenida E, entre la fábrica de helados y la cementera. Tengo una llave, está con el dinero.
- ¿Cuánta gente está con él?
- Siempre lo veo sólo.
- ¿Dónde dejaste tus cosas?
- Casillero 20, ¿qué pasa ahora?
- Voy por las llaves de tu auto, agarro el dinero y la llave de su impenetrable fortaleza y dejo la llave sobre la llanta trasera. Si llamas a tu hermano porque cambiaste de parecer voy a saberlo y voy a ponerme creativo contigo y la futura señora Burke.
- No lo haré.- Por el miedo en su voz supo que decía la verdad.

            No se sentía mal de matar a un niño rico que juega al narco, pero tendría que ser cuidadoso de no dejar ninguna evidencia. No podía saber si estaba conectado y desde la muerte del ruso ya casi no mataba gente conectada, sobre todo desde que las anfetas lo habían hecho más lento de lo que había sido hacía diez años. La década le pasaba factura, no solamente las drogas. Sabía que tenía que ahorrar, pero por más que planeara siempre terminaba gastándolo todo en anfetas. Pronto no tendría nada más que una adicción y una pistola. Pensó en esconder los 200 mil dólares de Angie, pero sabía que era inútil, los terminaría gastando. Esperaba que Kyle Burke tuviera mucho dinero y muchas anfetas, pues este podría ser el mejor trabajo que hubiera tenido en muchísimos años.

            Revisó las fábricas de Nueva Industrial, en tres horas saldrían los obreros y habría tráfico. Luego de eso no habría nadie. Tenía que esperar y tenía que estudiar el lugar en la avenida E. El edificio parecía parte de la fábrica de helados, la cual despedía un inmundo olor que enmascaraba el hedor de orina de gato que producía el cocinar metanfetaminas. Le cementera tampoco olía tan bien. Lo único que delataba que había algo extraño era la cámara en la entrada. Incluso con el pasa montañas tendría que ubicar dónde se guardaban los videos para eliminarlos. No había cámaras de tráfico por varias cuadras, lo cual eran buenas noticias. Estacionó en la acera de enfrente y dentro del auto revisó las herramientas que tenía en el maletero. Las dos .45 con silenciador, el revólver, una macana eléctrica, pasamontañas y guantes de cuero con un meñique artificial en la mano derecha. Vació una maleta repleta de partes de auto para su Taurus oxidado, así como botellas de aceite, anticongelante y demás. Podía cargar bastante dinero y drogas allí. Se alejó una cuadra para fumarse un cigarro. Si alguien vigilaba hacia afuera notarían a un extraño con guantes fumando un cigarro por horas.

            Nadie entró, ni salió del edificio en el tiempo en que estuvo esperando. No pasaron patrullas tampoco y los obreros salieron poco antes de que pasaran los últimos autobuses que recorrían la contaminada zona industrial. Le dio la vuelta a la manzana, fumando su último cigarro para calmar sus nervios. Odiaba el trabajo, aunque el dinero era bueno. Cualquier cosa podía salir mal y siempre surgían imprevistos cuando no estudiaba a su presa. Habría preferido matarlo en un callejón o incluso su casa, para luego tomarse el tiempo de robarle todo lo que tuviera en ese edificio. Lo haría de todos modos, el dinero era demasiado bueno.

            Estacionó frente a la fábrica de helados con el pasamontañas puesto y salió con una automática con silenciador en la mano. Usó la llave para dejarse entrar y escuchó atentamente. Podía oír un televisor al fondo de un enorme espacio vacío. Nadie vigilaba la cámara, eso era bueno. Caminó en silencio hasta la pared del fondo, a un lado de las sucias cortinas de plástico que a menudo tenían esas propiedades industriales. Asomó la cabeza y el arma a ambos lados, pudo ver el resplandor de la tele a su izquierda y a su derecha un laboratorio de metanfetaminas. Sabía lo explosivo que eran esas sustancias, de modo que rezaba porque no tuviera que dispararle a nadie allí dentro. Descorrió una de las gruesas mangas de plástico traslúcido para pasar al corredor sin hacer ruido. Sacó la otra automática, cubriendo ambas puertas y se dirigió al laboratorio. Entró apuntando a todas partes, pero las luces estaban apagadas y no había nadie. Había dos bolsas repletas de metanfetaminas en una mesa metálica, aunque no veía dinero. Agudizó el oído, notó que se escuchaban ronquidos además del televisor. Avanzó a la habitación con el televisor de pantalla plana y sonido estéreo. Tenía una cama grande y varias consolas de videojuegos. Había visto la serie del profesor de química que hacía anfetas y se figuró que sería igual de sencillo. No contaba con que su hermano era un desgraciado de sangre fría. Kyle Burke estaba dormido en la cama y se parecía mucho a su hermano Nathan. Antes de despertarlo ubicó la computadora, en cuyo monitor estaba lo que captaba la cámara exterior. Borró los archivos de video, desconectó la computadora y decidió quemar el disco duro acabando el trabajo.
- ¿Kyle?- Le rascó la frente con uno de los silenciadores y volvió a preguntar con más fuerza. Apagó la televisión de un tiro y le quemó la frente con el silenciador.
- ¿Qué demonios…- La mancha en las sábanas se esparció desde su entrepierna.
- Las manos hijo de perra, quiero verlas, ¡ahora!
- Está bien, está bien, por favor no me mates, llévatelo todo pero no…
- ¿Dónde está el dinero? Me das el dinero y te dejo en paz.
- Debajo de la cama.- Las sábanas cubrían hasta el suelo y tenía la experiencia de nunca quitarle los ojos a su víctima. Cuando acorralas alguien, le había enseñado su vasta experiencia, es capaz de cualquier cosa. Sacó la macana eléctrica y le metió miles de vatios en la cara para paralizarlo. Revisó rápido y en efecto estaban las pilas de dólares.
- Kyle Burke…- Revisó la cartera de diseño europeo apoyada en su buró y en efecto eso decían sus identificaciones. No quería cometer errores. Kyle empezó a rogar de nuevo y le disparó entre los ojos, esparciendo sus sesos por la pared.

            Rompió el CPU sin hacer ruido, sacó el disco duro y lo quemó con la gasolina del zippo de Kyle. Regresó a la primera área por su maleta y empezó a meter el dinero debajo de la cama, para luego meter las dos bolsas de anfetas. Salió corriendo al auto y se quitó el pasamontañas. Manejó con calma hasta su casa, rezando el rosario como agradecimiento por un trabajo fácil en condiciones que normalmente habrían llevado al desastre. Las patrullas en su casa le pusieron nervioso y dejó de rezar. No entró a su calle, sino que manejó a un parque donde podía esconder la maleta de Nathan y la maleta de lo robado para recuperarla después. Escondió también las armas, guantes y pasamontañas. Llegó a su casa como si nada hubiera pasado. Los oficiales salieron de la patrulla y le hicieron señas. No entendía al principio, pero vio que uno de ellos mostraba un celular. Lo había apagado desde que entrara al baño turco.
- Le llamamos toda la noche señor Schnapp.
- ¿Pasa algo oficiales?
- Me temo que hubo un accidente.- Patrick Schnapp bajó la cabeza y cerró los ojos respirando profundo. Creía que podía estar listo para cualquier noticia, pero no lo estaba.- Se trata de su esposa Angela Majors Schnapp.
- ¿Qué pasó?, ¿dónde está?
- Está en el Mercy, colisionó con una patrulla estando bajo la influencia de metanfetaminas. Fue grave y creo que sigue en cirugía.

            Snap manejó a toda velocidad. La patrulla iba delante de él con las sirenas encendidas para abrirle paso. Preguntó a gritos por su esposa en el área de emergencia hasta que los uniformados tuvieron que calmarlo. Una enfermera le tomó la presión pues pensó que se moriría en ese pasillo. Le explicaron que, durante una persecución Angie se había saltado un semáforo y chocado contra una patrulla.
- El frente de la patrulla dio contra el costado del asiento del conductor.
- Hijos de…
- Pero ella estaba bajo el influjo de metanfetaminas. ¿Entiende eso? Podría complicar la situación para ella y para usted. Evítese el problema, ya tiene bastantes. Encontramos drogas en el auto y una pipa. ¿Podemos revisar su auto?
- ¿Qué dijo el doctor?- El policía no reaccionó y Schnapp le dio las llaves de su Taurus.- Vea todo lo que quiera, no voy a demandar nadie. ¿Qué dijo el doctor?
- La última vez que lo vi fue cuando la prepararon para cirugía. Vayamos afuera, pueden tardar, tome aire mientras revisamos su auto.- Se encendió un cigarro afuera mientras inspeccionaban el Taurus. No encontraron absolutamente nada, pero no se trataba de eso. Si les demandaba los pondrían bajo el microscopio y terminaría en Blackbird. Sabía lo que le convenía y le repitió que no demandaría a nadie.
- ¿Levantarán cargos?
- Creo que ha sufrido suficiente. Buenas noches, señor Schnapp.

            Snap pasó un par de horas esperando oír algo del doctor. Le dijo que tardarían, el daño era severo a su columna y brazo izquierdo. Le sugirieron dormir y Snap casi lo golpea por decirlo. No dormiría de nuevo hasta que Angie no saliera de cirugía y estuviese estable. Manejó de vuelta al parque cerca de su casa por sus cosas y las escondió en su casa. Necesitaría el dinero para el hospital, habían dejado de pagar su seguro médico y no tenían nada ahorrado. Regresó al hospital para pasar la noche sentado en las sillas plásticas entre gente llorando y esperando escuchar malas noticias. La movieron a una habitación y empezó a pagar en efectivo las cuentas. El doctor le explicó que pasaba de crítica a grave y que la anestesia la dejaría dormida toda la noche. Snap se acomodó en el sillón y no se movió de ahí hasta que se despertó.
- Angie ángel, estás bien mi amor.- Le besó las manos temblando por todas partes. Tocó el botón de la enfermera para que la viera un doctor, pero pasaron más de una hora antes que eso pasara.- Dicen que el choque fue feo, pero lo importante es que estás viva.
- ¿Tú?
- No te preocupes por mí Angie, ¿cómo te sientes?
- No muy bien…- Volvió a dormirse y eventualmente llegó el doctor.
- Hicimos lo que pudimos, pero el daño… Su esposa no sentirá nada de la cintura para abajo por el resto de su vida señor Schnapp. Me temo que tendrá que emplear a una enfermera, necesitará usar pañales y cuidados constantes. Tiene una fractura en el codo, podría dar problemas aunque la movilidad es casi normal.- Snap se sintió mareado y el doctor le miró consternado.- Sus huesos se quebraron como el vidrio, reparamos lo que pudimos pero estará con esos yesos por un largo tiempo. Tendremos que insertarle clavos cuando en un futuro no muy lejano. ¿Se siente bien?
- ¿Cómo cree que me siento doctor?
- Si gusta puede avisarme cuando despierte de nuevo para que…
- No, no, yo se lo digo. Tengo que ser yo.

            Angie despertaba aullando de dolor cuando los sedantes se agotaban y cuando no gritaba tenía pesadillas. Su cuerpo pedía metanfetaminas y no paraba de temblar. Tenía una o dos horas de relativa calma al día, entre el peso de la adicción, el dolor intenso y lo que quedaba de anestésicos en la vía intravenosa. Snap le explicó lo que pasaría después, tendría más cirugías, tendría rehabilitación física, pero nunca usaría sus piernas y tendría que usar pañales. Angie lloró y gritó mientras su marido la abrazaba. La pesadilla, se dio cuenta Angie, apenas había comenzado. Snap le repetía que tenían dinero para todos sus gastos, que se limpiaría él también, trabajaría el doble y que no le faltaría nada, pero no aliviaba su dolor. 

            Pasó los días con ella, Angie estaba aterrorizada de quedarse sola y Snap no se movía de su lugar. Él también sufría a causa del síndrome de abstinencia. La tentación era demasiado grande, tenía demasiado en la cabeza y todo el cuerpo le picaba. Aprovechó que Angie estaba dormida para ir a su casa y deshacerse de la tentación, echando por el inodoro las dos bolsas de metanfetaminas que había robado. Necesitaba del padre Morrow, sabía que él no lo dejaría atrás. Sabía que podía contar con él y que les ayudaría a ambos. Salió de su casa para ir a la iglesia cuando lo detuvo un hombre blanco, ancho, con poco cuello y cabeza rapada por la calvicie que le afectaba a su joven edad.
- Mike Thomas, Snap. ¿Te acuerdas?
- Lo siento, no sé quién eres. Tengo que irme.- Le mostró una pistola que escondía en el bolsillo de su sudadera y lo hizo retroceder hasta su auto. Snap no podía arrancarle la manzana de Adán en un movimiento como podría haberlo hecho hacía diez años. Menos aún cuando tenía la abstinencia haciéndole temblar con fiebres.
- Claro que me conoces, porque conoces a Kyle Burke. Mi socio de negocios.- Hijo de perra. Es posible que Nathan no lo supiera, el yuppie podía no saber nada del negocio de la oveja negra, pero precisamente por eso le gustaba estudiar a sus víctimas. No debió haber aceptado el trabajo, aunque sin él no habría podido pagar el hospital para Angie, pues ella habría salido a ver a su camello de todas formas.- ¿No vas a preguntar cómo lo sé?
- Bobongo, ese hijo de perra.
- Mataste a mi cocinero y mi hermano está en Blackbird. Como yo lo veo me debes mucho dinero.
- ¿Quieres ver mi casa? Si mi auto no te lo dice, quizás deberías. Es una pocilga porque no tengo dinero. Mi esposa está en el hospital y ya me gasté el dinero. Revisa si no me crees.
- Viejo duro, ¿no te asusta la pistola, verdad? Pero estás temblando.
- Fiebre. Tengo que regresar con mi esposa, tuvo un accidente.
- ¡No me importa tu esposa, ni tus accidentes!- Le sacó el arma y le apuntó a la rodilla.- Si no tienes el dinero, tienes que hacerlo a la antigua. Tienes que enfriar al que te dio el contrato.
- Nathan Burke.
- ¿El hermano?
- Sangre fría, lo sé. Va a casarse o algo así. No escribo su biografía, era sólo otro trabajo. No sabía que existías.
- No, nunca conocí a Nathan y Kyle, aunque era un perfecto idiota para muchas cosas, al menos no le decía a su familia con quiénes se codeaba. Ponlo en la morgue o te pongo en la morgue. A la antigua anciano. Nathan tiene dinero en su departamento, además de joyas. Quiero una parte, para que veas que no soy avaro, sólo tomaré una parte.
- Está bien.
- Hazlo rápido, no tengo mucha paciencia Snap. Ah, por cierto,- Le soltó un gancho al estómago que lo dobló.- eso es de parte de Bobongo, que ya no te aparezcas por el Bongo.

            Angie estaría despertando, era su hora habitual de despertar gritando por las pesadillas. No le vería, pasaría una hora despierta y estaría muerta de miedo. Se sentía culpable. Schnapp nunca se había sentido particularmente culpable por matar personas. No era un psicópata, sabía que estaba mal y sabía que se iría al infierno, pero por lo general sus víctimas se lo merecían. Incluso Nathan merecía morir por fratricidio. A su manera de ver mataba gente que, como él, se iría al infierno también. Angie nunca había matado a nadie y ahora pasaría un día, o quizás más, despertando en una habitación sola, acompañada únicamente de otros pacientes que le rogaban que se callara de una buena vez. Estaría asustada y él no podría sostenerle las manos y mentirle diciéndole que todo estaría bien. No lo estaría, pero deberían estar juntos y ahora no lo estarían. Lo racionalizó mientras buscaba la dirección de Nathan en línea en un café internet, se quedaría con parte del botín del asesinato y robo para conseguirle a los mejores terapeutas que pudiera. Le daría su propia habitación, la haría feliz en lo que pudiera pero, por al menos un día, tendría que sobrellevar el infierno a solas.

            Tenía la dirección y tenía que hacerlo ahí. No podía matarlo en la calle porque necesitaba acceso a su departamento. Mike Thomas quería dinero. El riesgo era enorme ahora. Nathan era rico y su edificio tendría cámaras, si no es que tenía seguridad privada. Sólo podía saberlo de una manera. Rentó un uniforme de entregas a domicilio y entró al edificio de lujo. Había un guardia en el lobby que hacía firmar a desconocidos. Llamaba a quien viviera en el departamento deseado para avisarle de las visitas. Tres cámaras, una en la entrada, una en el lobby y otra en el elevador. No estarían en la computadora del lobby, y tampoco quería aumentar el número de muertos. Escogió a otra persona que vivía en el mismo piso y corroboró lo que ya sabía, le esperaba con la puerta abierta. Le entregó un plato decorativo que había encontrado en su casa, y limpiado de huellas, en un paquete de entrega. No había cámaras en ese piso, aunque no podía estar seguro del departamento. Si le veía con máscara se asustaría, tenía que verle la cara. Se podía inventar una historia.

            Lo más rápido que pudo bajó por las escaleras hasta el sótano para revisar el sistema de alarmas. Seguramente el guardia del lobby tenía el botón, pero la terminal siempre estaba en otra parte. Tendría que cortar los cables, no necesitaba sutileza para eso. Pasó la noche y la mañana estudiando por internet a la compañía de alarmas, era sofisticada y la policía estaría ahí en menos de tres minutos si algo salía mal. La policía investigaba el asesinato de Kyle Burke con muchos encabezados donde se omitía su profesión, era un entusiasta de las motocicletas y nada más. Heredero, además, de la fortuna Burke junto con su hermano Nathan. La policía indagaría bajo cada piedra. No tenían nada sobre él en el caso de Kyle, estaba seguro de ello porque había sido precavido y los únicos que sabían, Mike Thomas y Bobongo, no hablarían con la policía. Tenía que evitar al guardia de seguridad, Nathan le abriría la puerta sin problemas, pero subir era el riesgo. Nathan podía insistir en verlo afuera o en el estacionamiento y eso no era suficiente. No podía dejar el cuerpo escondido en el estacionamiento y subir a robar, tenía que subir con él o dejar que Nathan le dijera al guardia que confiara en él. Había usado un buen disfraz, incluso escondido el meñique, necesitaría otro para este trabajo.
- ¿Nathan? Habla Snap.
- ¿Snap?- Sonaba nervioso y hablaba en susurros, como escondiéndose de alguien en su departamento. Seguramente su esposa o futura esposa.- ¿Cómo conseguiste este número?
- A través de la mafia siciliana… Relájate chico, estás en las páginas amarillas en internet. Hay un problema, y no quiero que creas que te voy a extorsionar o algo así. No soy esa clase de gente. Quiero mostrarte fotos de personas y quiero que me digas si las reconoces. Han estado por mi casa desde el trabajo, creo que eran socios de tu hermano. No son policías, ya verifiqué. Quizás te vigilan a ti también.
- ¿Mi hermano tenía socios?- Estaba sorprendido. No sabía de Mike Thomas.
- Bobongo dice que sí.- Escuchó que se encerraba en el baño y encendía la regadera.
- ¿Quién?
- ¡Bobongo! El sujeto del Bongo.- Snap actuaba despreocupado y profesional, aunque temblaba de nervios y ansiaba fumar metanfetaminas como un maniático. Tenía que tener cuidado, tenía que hacerlo bien, hacerlo por Angie.
- ¿Es de confianza?
- ¿Bromeas? Bobongo y yo somos como hermanos, crecimos juntos. Además, sé de sus otras actividades y la última persona con la que hablaría es la policía. No, el que está en peligro soy yo.- Escuchó su alivio.- No es la primera vez que pasa. Voy camino a tu departamento.
- ¿No podemos vernos en otra parte?
- Estoy prácticamente afuera, ¿le digo al guardia que soy tu tío lejano o algo así? Tienes una dirección bastante ostentosa, asumo que hay un guardia.
- No, yo te meto por la entrada de autos. Hay una escalera de emergencia, pero dame una hora, no, dame dos horas. No, te llamo en dos horas.- No vería a Angie otra vez cuando despertara. Es por ella, se repitió, pero la culpa no se iba. Le necesitaba ahora más que nunca.- Mi novia se va en un rato, pero no puedo arriesgarme.
- Llámame, estoy estacionándome en frente del edificio, atrás del Starbucks.

            Le llamó media hora más tarde. Sacó el auto y lo metió como contrabando, usando sus llaves para entrar al acceso de mantenimiento y servicio donde no había cámaras. Nathan le ayudó a eludir la seguridad de su propio edificio. Subieron por las escaleras mientras Snap hacía conversación ligera. Había impreso fotos de personas que habían paseado por el parque y gente en sus autos. No se las dejaba ver, aunque le dejaba ver que las tenía. Traía pantalones y una playera no muy larga, de modo que creyera que no iba armado. El revólver estaba escondido dentro de sus pantalones en la entrepierna. Lo metió a su departamento y Snap le mostró las impresiones. Le dio una mirada al departamento. Parecía vacío, no podía estar seguro de no estar en una trampa de la policía. Simplemente no podía estar seguro de muchas cosas.
- No, no los reconozco.
- ¿Qué tal a este, pero sin la gorra? Capaz que sólo es mi imaginación. Odio fastidiar así a mis clientes, es muy poco profesional, sobre todo a alguien que está en duelo.

            Miró más de cerca y Snap le soltó un golpe al costado que le tiró al suelo. Lo mantuvo en el suelo con su zapato contra su cuello mientras sacaba el revólver. Le advirtió que mataría a su novia si gritaba y lo llevó a su habitación. Le hizo sacar el dinero y las joyas, así como una mochila para llevárselas. Le dio una golpiza con la culata del revólver para que se dejara de mover. Lloraba, sangraba y suplicaba por su vida. Schnapp le reventó la mandíbula, le puso una almohada en la cara y apretando contra ella jaló el gatillo del revólver para silenciar el disparo. Se hizo a un lado para no mancharse de sangre. Le quitó la funda a la almohada y se la llevó consigo, pues tenía sus huellas. Se robó un saco y un sombrero para no desentonar cuando saliera del edificio. El sombrero opacó la cámara del elevador y en el lobby mantuvo la cabeza agachada. Se despidió del guardia con un gesto con la mano izquierda como si se conocieran y se fue corriendo a su auto y de vuelta a su casa.

            Separó parte del botín, que era bastante generoso, pues no confiaba en Mike Thomas. Le dijo que le viera y estaba ahí esperándole. Como anticipado le robó lo que creía era todo el botín. Dijo que estaban a mano, que podían hacer negocios en el futuro y se fue. Schnapp reprimió las ganas de vomitar. Guardó la joyería y el dinero, sacó lo que necesitaba para seguir pagando las cuentas del hospital. Fue por el padre Morrow quien de inmediato le acompañó al Mercy. Angie lloraba enloquecida, había estado así por dos días le explicaron las enfermeras. Snap le juró que no la dejaría nunca más. Le dio a entender lo que había pasado, ella entendía pero seguía asustada y enojada.

            El codo fracturado nunca terminó de sanar y, mientras que podía doblar el brazo, le dolía como mil demonios. El padre Morrow les acompañó lo más que pudo y les inscribió en su grupo de autoayuda para adictos en el sótano de la iglesia. Angie salió meses después y Snap le sorprendió con una casa limpia por completo. Afortunadamente era de una sola planta, de modo que no tendrían problemas con la silla de ruedas. La llevaba de paseo y a la iglesia. Angie llamó a su prima, que era enfermera, para que se mudara con ellos y le ayudara. La chispa de alegría en sus ojos, sin embargo, ya no estaba.
- Patrick,- Sólo le llamaba así cuando estaban hablando muy en serio. Snap no estaba sorprendido, sabía que había un golfo entre los dos.- no quiero que pienses que te odio. Fue mi culpa, todo esto fue mi culpa. Yo te enganché y creo que las cosas… Las cosas se salieron de control. No recuerdo el accidente, ni quiero recordarlo. No tenemos 29 tú y yo, tenemos 55 años. Sabes que nunca tuve ningún problema con tu trabajo, pero ya no puedo más Patrick. No puedo estar rodeada de tanta muerte, drogas e incertidumbre. No sé si el siguiente trabajo te matará o te arrestarán… La terapia en ese grupo ayuda, pero no quiero engancharme y si eso pasa sé que te vas a enganchar otra vez. Es quien eres, soy quien soy. No me lo perdonaría.
- Angie, amor, haría lo que fuera por ti.
- Entonces dame tiempo, tengo que pensar sobre mi vida. Quiero mudarme con mi prima, al menos por un tiempo.

            Snap les ayudó a mudarse, pero sabía que ese breve tiempo sería duradero. Siguió yendo a misa, aunque no era lo mismo sin Angie. Hablaban de vez en cuando, su prima le odiaba así que lo hacían en secreto. Poco a poco, mes tras mes, tenían menos cosas de qué hablar. Snap había pasado más de veinte años matando gente por dinero. Y en los últimos años, si no estaba en un trabajo, se estaba drogando. Al menos seguía yendo a AA, aunque no en la iglesia. Ella había tenido razón, y no era lo suficientemente orgulloso como para no admitirlo. Su vida había sido sobre negocio. Su negocio era matar gente. No tenía mucho que ofrecerle. Sin embargo la amaba y, aunque casi no hablaban y podía adivinar una petición de divorcio en el futuro, sabía que Angie lo amaba a él. Le demostraría que la amaba, cambiaría su vida. Aunque no estaba seguro de cómo hacerlo, o de si podía hacerlo.
- Hacía mucho que no te quedabas hasta el último Patrick.- Dijo el padre Morrow.
- Tengo mucho en la cabeza padre. Mucho en la conciencia también.
- Nunca había conocido a un católico tan devoto y a la vez tan alejado de las leyes de Dios. La ley más importante, ni más ni menos.
- No mienta padre, es pecado. No vine a la iglesia por muchísimo tiempo.
- Sí, pero el hijo pródigo regresa.
- No soy prodigioso… No en nada útil al menos.
- ¿Nuevo reloj?
- La última persona que maté tenía mucha joyería, ya la vendí toda por diferentes contactos. Me quedé con este reloj, tiene una inscripción atrás con su nombre, y el de D.D., se iba a casar con ella. Creo que la amaba.
- ¿Orgullo?
- Al contrario padre, lo uso por vergüenza. Así cada vez que miro mi muñeca me recuerdo a mí mismo lo que he hecho. Era orgulloso antes, cuando era joven. Cuando perdí mi dedo estaba orgulloso, ¿no es estúpido? Pude haber muerto pero estaba orgulloso. Una herida de guerra, como si matar gente fuera algo de que estar orgulloso. Crecí supongo.
- No dejaste de hacer lo que haces.
- No, pero… No estaba orgulloso. Tampoco tan avergonzado como ahora, supongo que es una clase de orgullo.
- En efecto.- El cura se encendió un cigarro y le extendió uno.- Tengo que dejarlos uno de estos días, la carne no es eterna y menos si sigo fumando. Debería seguir tu ejemplo, dejaste de matar.
- Sí, pero no sé qué hacer padre. Quiero hacerla orgullosa, ¿me entiende? Sé que necesita espacio y tiempo. Lo tendrá, la esperaré.
- ¿Como la novia espera a Cristo?
- Amén, padre.
- ¿Qué crees que hace la novia de Cristo durante su espera?- Snap se quedó pensando. El padre Morrow había oído todas sus confesiones, hasta los detalles más aterradores y de sangre fría. Aún así lo trataba como a un hombre decente. Aquello le daba esperanza.
- No sé padre.
- Hace del mundo un lugar mejor. Tenemos nuestras actividades aquí en la iglesia, como las reuniones de AA, tenemos un equipo de baloncesto en Morton, tenemos a unos chicos que ventilan sus disputas  haciendo rap. No que yo entienda nada de eso, pero funciona y la música libera al alma.
- Nunca he tenido un empleo padre, no uno real. Nada oficial. Cuando estaba con el ruso tenía una compañía de traslado y así saqué papeles para la casa, el auto y demás.
- Hace unos años se echó a perder la camioneta de la iglesia, ¿lo recuerdas? Llegaste muy preocupado a ver el problema. “Estos chicos llegarán al circo así tenga que construir un motor a partir de piedras” dijiste tú, con una solemnidad que jamás había oído en ti. Sonabas… No sé, como si fuera el problema más urgente del planeta. Y dicho y hecho, lo compusiste. Nunca tomaste ese tono durante la confesión, ni en nuestras charlas sobre tu desafortunada línea de trabajo. Cristo perdona a quien se quiere perdona y quien busca su perdón.
- Es un poco tarde para eso padre, sé que me iré al infierno. Lo sé, lo he aceptado. No veré a Angie ahí. La muerte nos separará definitivamente.
- Nadie está tan alejado del amor de Dios que su Gracia no pueda alcanzarlo. Nadie, ni siquiera tú. Ni si quieras Judas después de traicionar a Nuestro Señor.
- ¿Mecánico?
- ¿Por qué no?
- Angie se va a reír cuando lo sepa.
- No creo que se burle, la conozco bien.
- No, me refiero en un buen sentido. Hace tiempo que no ríe. Le hace falta. Y a mí me falta el aire, salirme de esta vida, de este juego. Ahora, antes de ser demasiado viejo como para tener un taller. Tengo dinero ahorrado, mal habido como todo mi dinero, pero lo puedo poner a hacer algo bueno.
- ¿Lo ves? Sólo falta el nombre.
- Algo que no me deje olvidar, tiene que ser algo mío, algo de Angie y algo que no le guste a usted.- El padre Morrow se rió.- La clase de cosa de la que desaprobaría aunque no fuera pecado… Snappie.
- Hijo mío…- Le puso la mano en el hombro y se rió de buena gana.- Si quisieras presionar mis botones sabrías cómo hacerlo.


            Snap vendió la casa y el Taurus, sacó un crédito y usó lo que le quedaba del dinero para poner su taller mecánico. El padre Morrow lo bendijo en la inauguración y empezó a mandar a sus feligreses con Schnapp. Se dio cuenta lo mucho que le gustaba. Era sucio, era a veces molesto y agotador, pero le gustaba resolver problemas y sentía orgullo profesional, por primera vez desde que fuera muy joven, en hacer algo honesto sin desplumar a los clientes ni dejarlos mal con partes de inferior calidad. Su vida se había reducido a trabajar en el taller y dormir en la trastienda. Incluso le había puesto rampa para silla de ruedas, por si Angie venía a visitarle. Ella lo hizo una vez, muchos meses después. Se enteró que andaba de novio con un enfermero y Snap no se molestó. La esperaría, contaría los minutos en el reloj de oro que narraba una historia violenta y la muerte de miles de sueños que nunca se llevarían a cabo.

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