jueves, 23 de julio de 2015

La maldición de la gárgola

La maldición de la gárgola
Por: Juan Sebastián Ohem

            El obispo de Ackland viajaba constantemente, pero su mirada, incluso el ojo en su mente, nunca se apartaba de la magnífica catedral en el feudo de Fairfax que ya llevaba 25 de construcción. El duque Frederick Alwin, quien podía verla desde su alto castillo, regía los años de su vida conforme la construcción avanzaba, de los cimientos hacia arriba. No la vería terminada, su hijo mayor Victor probablemente tampoco, pero tenía la esperanza que su hijo menor, Mallory podría verla terminada, quizás en su vejez. Siempre había problemas, los obreros de la guilda, secretivos por naturaleza, parecían tener siempre algún motivo de queja. Algunos decían que la cantera de Francis Woodmarch era demasiado cara, otros que los accidentes eran continuos y demandaban reparación del duque. El duque, por supuesto, se negaba a ceder. Si la guilda de masones deseaba conservar su secretismo profesional, y espiritual, entonces se le hacía justo que también se ocuparan de sus propios problemas.


            El obispo llegó a Fairfax y se vieron en el sitio en construcción. Más de cien trabajadores laboraban desde la salida del sol hasta entrada la noche. La amistad del duque Frederick con la de Ansley Wyberg, el obispo de Ackland rebasaba ya las palabras. En un mutuo silencio de profunda admiración contemplaron los altísimos pilares y el sudor de los carpinteros y masones que no parecían prestarles atención alguna. Entraron por uno de los muros que estaban casi por completar, cruzando el andamiaje de madera hasta el centro de la obra. El gran maestro de la guilda de masones, Orrick Walsh, les saludó de acuerdo a su dignidad, y así también lo hizo Martin Davidson, su compañero maestro y segundo al mando.
- Alvin y su esposa Ema están por terminar las vigas de soporte provisional.- Dijo, mientras la pareja descendía del andamiaje y señalaban las poderosas vigas.- Todo sigue su curso, su santidad. ¿Le gustaría ver los diseños de los vitrales?
- Después.- Dijo el duque, mirando hacia una de las gárgolas en el suelo.
- Ah, nuestro masón Ordway es bueno con la cantera, y no sólo comprándola. ¿Le gusta?- La gárgola era un monstruoso dragón con rostro humano que haría correr el agua por su boca. Tenía el tamaño de un metro y podían verse otras gárgolas sin terminar en su esquina de trabajo. Bradley Ordway siguió, martillo y cincel, dando de golpes a la grisácea piedra con la precisa cantidad de fuerza.
- Es temible.- Contestó el duque. El obispo sonrió, con manos cruzadas en la cintura, como hacía cuando enseñaba a los párvulos.
- Las gárgolas demuestran que el mal no puede entra a la casa del Señor.- Dijo el obispo Wyberg, con toda calma.- Se dice que san Román, se topó con un dragón, un monstruo llamado en francés gargouille. Le sometió con un crucifijo y destruyeron a la bestia, pero su cabeza y cuello no pudo destruirse, pues estaba acostumbrada al calor. El arzobispo de Rouen usó su cabeza como gárgola, iniciando la tradición.
- Tenemos una sorpresa, señor obispo.- Dijo el maestro masón, quitando una lona y mostrándole los planos de un largo atril con hermosas decoraciones pintadas que harían como un cubo de cristal.- Perfecto para la reliquia de la santísima cruz. Me parece que los peregrinos la verán mejor aquí que en la iglesia que Fairfax siempre ha tenido.
- Y confío en que esta devoción… ¿Se transmita en su obra?- El gran maestre no dijo nada, era una pregunta retórica. Sabían que eran bogomiles y aunque nada podía ser demostrado se trataba de un tema espinoso.- No quiero que este se convierta en un monumento a la herejía.
- No, por supuesto que no, todo se ha hecho de acuerdo a número y medida. No somos bogomiles y no hay nada de gnóstico aquí, únicamente las enseñanzas de las sagradas escrituras convertidas en piedra y vidrio. Insisto, venga a ver los cimientos con mi compañero, no querríamos que pensara usted mal de nosotros. La reputación de la guilda, después de todo, es lo más preciado que tenemos.- El obispo y el duque discutieron al respecto. El duque no tenía edad para escalar por entre los fundamentos, y mientras estaban ocupados con sus cuchicheos, el gran maestre Orrick Walsh le murmuró a Davidson.- Tenlo entretenido a este idiota, iré a esconder nuestro cubo con el sagrado cubo del sol y nuestras herramientas espirituales.

            El compañero Davidson guió al obispo mientras el duque se paseaba por entre los obreros. La construcción emitió un crujido espantoso un minuto después, un andamio se vino abajo tirando cal y herramientas al suelo. Una mujer gritó, era Ema Leavins cuya pierna había quedado atrapada entre las maderas. La cal produjo una nube espesa difícil de respirar. Davidson y el obispo regresaron corriendo, gritando por el duque por su nombre. No obtuvieron respuesta. Los obreros corrieron directamente al andamio, les importaba poco el duque.
- Ema, gracias al cielo.- Su esposo Alvin corrió hasta ella y ayudó a sacarla.- ¿Hay algún herido?
- El duque Frederick, Dios mío, ¡el duque!- Gritó un obrero y el obispo corrió, tropezándose entre las herramientas, hasta el cuerpo sin vida del duque Frederick Alwin de Fairfax. Su cuerpo yacía en el piso, sucio por la cal enrojecida de sangre. Tenía una gárgola, alargada y en forma de dragón de fauces abiertas alojada hasta lo más profundo de su pecho.
- Frederick.- Ansley se agachó para sostener la mano de su amigo muerto, pensó en llamar a un doctor, pero era demasiado tarde. Lo único que pudo decir, frente a la atónita mirada de los masones fue un apellido que nadie conocía.- Kenway.

            El obispo Ansley Wyberg tardó tres días en escuchar de Thomas Kenway. Había estado ocupado en un feudo al sur, y no había podido enviar misiva sobre su viaje. Llegó poco después del funeral y el entierro. El obispo, quien le conocía por fama y a través de su hermano, no sabía qué esperar de él. Sabía que había sido sacerdote, más tarde amigo de algunos prominentes duques y señores feudales, pero nada más. Deseaba entrevistarle en la iglesia de Fairfax, pero un mensajero le hizo saber que ya estaba en la catedral en construcción, iniciando su trabajo, aunque nadie sabía exactamente cuál era su trabajo. No sabía que esperar de él, y se sorprendió al encontrarse con un hombre de hombros anchos, rostro anguloso y mirada penetrante e inteligente. Vestía como un vasallo, protegido tan solo por un cuchillo y parecía viajar ligero, con apenas unos abrigos para las frías noches de invierno. El obispo Wyberg decidió esperarle afuera para verle entre los masones. Ningún forastero había podido, en muchos años, entablar conversación con el gran maestre o su compañero, que durara más de cinco minutos. Eran discretos al extremo, pero de algún modo Thomas Kenway consiguió una entrevista de más de una hora, así como hablar con docenas de obreros.
- Nada de inusual realmente.- Le dijo Bradley Ordway, un hombre ancho como un toro y que parecía tener la misma inteligencia.- El andamio se cayó porque el frío congeló las amarras exteriores la otra noche. Siempre pasa, una docena de veces al menos por temporada.
- Y en la confusión…- Comenzó a decir Kenway.
- Alguien mató al duque.- Terminó el gran maestro masón. Kenway le miró y sonrió.
- Todos estaban por allá, por el andamio o eso creemos pues había una nube de polvo. Aquella pobre mujer, Ema Leavins estaba atrapada, ¿se encuentra bien?
- Sí, un esguince y nada más. Normalmente no aceptamos mujeres, pero mantiene sobrio a Alvin y son buenos carpinteros.
- Me alegra saberlo. Entonces, todos por allá, su segundo al mando tenía al hereje revisando entre los fundamentos, ¿y dónde estaba usted?- Orrick Walsh le miró sorprendido. Se había referido al obispo como un hereje. Se había identificado como hermano bogomil desde un principio, pero aquella parecía una prueba de fuego. Le había salido natural, y eso bajó sus defensas, convenciéndole que no era espía alguno.
- Yo estaba al fondo, pero no podía ayudar.
- Ajá… Y supongo que no había cubo alguno que tuviera que estar enterrando.- Orrick lanzó una carcajada y afirmó con la cabeza.- Tiene el cuadro del sol, no podíamos dejarlo a la vista. Ésta catedral será un faro para todos los verdaderos creyentes.
- ¿Y está seguro que nadie de su guilda tenía buenos motivos para matar al duque?, ¿quizás era libidinoso o era cruel?
- No, nada de eso. Era nuestro empleador, nuestros trabajos están en peligro ahora. Se equivoca Kenway, si cree que alguno de nosotros lo hizo.
- Eso espero, hermano en la fe, eso espero.

            Salió de la catedral y saludó al obispo Ansley Wyberg. Kenway no quería ir a su iglesia, prefería caminar por Fairfax, darse una idea del lugar. La catedral se encontraba en el centro de la ciudad amurallada, tenía un castillo viejo y ruinoso sobre una colina, los burgos a su alrededor y una villa de congeladas huertas con apenas unos cuantos molinos. Fairfax, entendió de inmediato, podía convertirse en una ciudad, y no un mero feudo como muchos otros, una vez terminada la construcción de la catedral. Eventualmente se detuvieron en la posada que el maestro masón le había recomendado, un edificio de argamasa y madera con pinturas de cacería en las paredes. Se guarecieron de la leve nevada sentándose a un lado de la enorme chimenea al centro del lugar y ambos se quitaron las pesadas pieles de oso que llevaban.
- Mi hermano habló bien de usted, también algunos duques… Es por eso que le hice venir.
- Por esa razón, señor obispo, y porque teme que no se trate de algún masón mal empleado.- El obispo recibió la copa de vino y el potaje y pretendió que no había escuchado esa última parte.- El duque Frederick Alwin, se convirtió en el duque de Woodton tras su matrimonio con la duquesa Clarice. Engendraron a un hijo, hace 25 años llamado Victor, ahora Victor Alwin.
- ¿Falleció la duquesa?
- Muerte natural, se resbaló de las escaleras del castillo. Ese lugar tiene más goteras que el sitio en construcción y nunca parece que terminan de arreglarlo… Pero bueno. Fallecida la duquesa, mi estimado Frederick se casó seis años después con lady Edolina Kerich. Tienen un hijo, Mallory. Un buen muchacho, interesado en el sacerdocio le haré saber. Un buen cristiano.
- Toda historia tiene su lado oscuro.- Dijo Kenway, comiendo el potaje como un salvaje, pues no había comido nada en días.
- No exactamente. El duque Peter de Woodton, hermano de Clarice y nuestro vecino del norte no quedó muy contento tras el fallecimiento de su hermana.
- Piensa que Fairfax debería tener un solo líder.- Concluyó Kenway y el obispo asintió.- Interesante, pero si la duquesa dio a luz a un heredero, Victor, quien tiene edad suficiente para el cargo, ¿cuál es el problema?
- Por eso le llamé Kenway. No le veo el problema. El duque y Victor, su sobrino después de todo, están en excelentes condiciones diplomáticas. Por mi parte hago lo mejor que puedo para hacer de Fairfax un feudo próspero. Anualmente recibimos a cientos, si no es que miles de devotos que desean ver la reliquia en mi iglesia. Es propiedad de Victor, quien ahora es el duque o señor feudal al menos. La consiguió en una guerra, no recuerdo en cuál. Una astilla de la cruz en que fue muerto nuestro redentor. Los campos del señor son próspero, la campiña más allá de los muros es fértil durante el verano y es posible que se haya encontrado una mina de oro. Al menos según rumores. La muerte de mi amigo me ha dejado perplejo por completo. 
- Una astilla de la cruz…- Meditó Kenway con una sonrisa. Había suficientes de esas para formar quince cruces si todas las reliquias de Europa se unían en un mismo lugar.
- Mire señor Kenway, ya tengo suficiente con tener bogomiles trabajando en mi catedral, no quiero escuchar herejía alguna viniendo de sus labios. Sí, tiene usted esa reputación también.
- Le entiendo perfectamente, pero estos masones no se abrirán con un miembro del clero tan fácilmente. Déjemelo hacer a mi manera, llegaré al meollo de esta maldad, se lo aseguro.
- Si necesita hospedaje puede recurrir a Victor Alwin, el castillo tiene habitaciones de sobra, o bien puede dormir en mi iglesia.
- La posada estará bien, por ahora.- El obispo se puso rojo de furia y se levantó de golpe.- Prometo colgar un crucifijo sobre mi cama.

            El obispo y su ofensa se fueron de la posada y todos los ojos se pusieron sobre Thomas Kenway. Pagó sus ducados por la comida, otros más por alojamiento. La dueña del lugar, una gorda llamada Mathilda Wax se negó a recibir dinero y le aceptó por su amistad con los bogomiles. Le advirtió, entre murmullos, que el doctor Roger Mulligan estaba entusiasmado de verle y no debía dejarle hablar, pues podría tenerle ocupado por horas. La advertencia llegó tarde. El doctor, un hombre esbelto y barbudo que caminaba sostenido de un palo de rama vieja, en compañía de su hija Elisa se sentaron a su lado en la barra.
- No empieces tú.- Le dijo Mathilda Wax, mientras atendía a sus clientes.- No nos aburras a muerte, suficiente tenemos con este frío.
- Soy el médico que examinó al fallecido duque. Mi nombre es Roger Mulligan y ésta es mi hija Elisa.- Mientras que Roger era un hombre de facciones fuertes, aunque decaídas por los años y las enfermedades, Elisa Mulligan era una joven atractiva y pelirroja que no dejaba de mirarle intrigada.- Pensé que quizás querría hablar conmigo. ¿Para qué necesitamos doctor? Dijeron todos, si el hombre está claramente muerto.
- Y lo estaba, según escuché, pero quisiera escucharlo de usted.
- La gárgola le atravesó el pecho.- Golpeó su puño contra la barra, haciendo saltar los tarros de madera e hizo una expresión de terror.- El pobre hombre debía estar en el suelo cuando alguien le dejó caer aquella horripilante cosa. 
- ¿Y viene a resolver el crimen?- Preguntó Elisa.
- Sí, así es.- Le miró con suspicacia, parecía como cualquier otro vasallo. No tenía armadura, ni cota de malla.- No necesito nada de eso jovencita, me basta con mi cerebro.
- ¿Y qué piensa hacer mañana?- Preguntó el doctor Mulligan, quien era obvio que quería seguirle los pasos.
- Visitaré el castillo, me gustaría conocer a la familia.- La helada ventisca de la entrada congeló las conversaciones. Los masones habían llegado con muchas monedas para gastar y Mathilda Wax aplaudió agradecida. El maestro Orrick le saludó de nuevo, pero fue directo a la chimenea al fondo de la posada. El compañero se quedó en la barra, ordenando seis tarros de cerveza. No estaba a solas, tenía a Bradley Ordway a una pareja con él. Ordway, el enorme oso rapado se sentó y le calibró con la mirada como si tratara de medir si estaba inclinado. El hombre apestaba a cerveza y licores.
- Déjalo en paz Bradley. No estamos ya en el trabajo, no todo es medir y calcular.
- Usted debe ser Ema Leavins.- Dijo Kenway, notando el modo en que cojeaba.- El maestro de la guilda me habló de su accidente.
- Tres pisos se cayó.- Le defendió su esposo, quien de inmediato se presentó como Alvin Leavins.- Mi esposa es amuleto de buena suerte, incluso entre los desastres, por eso la dejan trabajar contigo.
- Y porque tú eres un vago.- Dijo Ordway, simulando que peleaba con él.
- No le haga caso al borracho.- Gritó Davidson, el compañero albañil sentado a un lado del maestro a un lado del fuego.- Él es el vago.
- Acreedores, ¿qué saben ellos de lo que gano? Eso es lo que digo.
- Es de humor saturnino.- Explicó el doctor Mulligan.- Mi propio diagnóstico.
- Diagnósticos, no empieces papá.- Le regañó Elisa, quien le cedió su banca a Ema Leavins.
- Un hijo, es lo que necesitan esos dos.- Dijo Ordway, mientras deambulaba ebrio entre las mesas. Los Leavins se miraron acongojados y trataron de disimularlo, abrazándose mutuamente.
- Tuvimos un hijo, no sobrevivió el día. Debimos hacerle caso al doctor Mulligan. Dos décadas, pero no tenemos el coraje de intentarlo de nuevo. No somos como los demás, que pueden tener hasta seis o siete. No, la guilda se ocupará de nosotros cuando seamos viejos.- Dijo Alvin.- Todos aquí creen que el buen doctor está loco, pero no lo está.
- Ajá, finalmente alguien con sentido común. Que ve más allá de lo evidente.- Kenway sonrió ante la referencia eminentemente gnóstica.
- Más allá de los que se ríen.- Dijo Kenway, citando de los apócrifos y los Leavins parecieron iluminarse de alegría al ver un compañero bogomil entre ellos.
- No entiendo.- Dijo Elisa.
- No tienes edad para eso.- Le reprimió su padre, mostrando su crucifijo.- Soy católico, es decir, universal. Pero no me meto en esas cosas, no, la realidad es lo mío. Pongamos, por ejemplo, lo que será de Fairfax ahora que tenemos a un líder tan joven. Su tío bien podría hacerse de la naciente ciudad.- Alvin y Ema suspiraron cansados, era obvio que lo había mencionado ya en repetidas ocasiones.- Hay muchas maneras de tomar una ciudad, es todo lo que digo.
- Anda papá, ve al fuego, te hace falta… ¿Qué es eso de los que se ríen?
- Cuando Jesús fue muerto en el árbol.- Explicó Thomas.- Él se reía y todos se reían de él. Le dijo a su discípulo amado que aquellos que reían veían a un hombre moribundo, pero él se reía de su ignorancia, pues meramente era la encarnación de Dios y fácilmente podía habitar otro cuerpo, como la revelación de Pablo nos enseña. Pero quizás tu padre tiene razón, y eres muy joven para estas cosas.


            Durmió sobre su cúmulo de paja, protegido por su abrigo de piel de oso y a primera luz de la mañana visitó al castillo. Era obvio que había sido construido por etapas. Se alzaba, como construido por etapas, en lo alto de un rocoso desfiladero. Le parecieron como agujas negras y grises que se perdían entre la nieve que caía pesada en la mañana. Lejos estaba de ser el castillo de leyenda popular, pues sus muros eran desiguales, sus piedras oscuras y sus ventanas, en su mayoría, eran de gruesa madera o meros enrejados. Recorrió los campos del señor a caballo, el silencio de la nieve, perturbado por el escandaloso ventarrón que se azotaba contra el desfiladero dotaban al lugar de una incómoda soledad. La corte exterior estaba cerrada, pero los soldados el dejaron entrar, pues el obispo de Ackland había dejado recado. El hall principal tenía una enorme chimenea en su centro y todos parecían congregarse a su alrededor. Colgado sobre un muro, por encima del escudo de armas del ducado de Woodton se encontraba el retrato de la fallecida duquesa Clarice Woodton, su marido e hijo pequeño, Victor. Podía escuchar sus gritos a través de las gruesas puertas de madera, se encontraba, según explicó un sirviente, en conversaciones con el obispo, y Kenway no necesitaba deducir nada para saber que la conversación sería agria y breve.
- Usted debe ser Thomas Kenway. Mi nombre es Arden Litwin, he sido familia del duque Victor desde que éramos niños. Su padre, en paz descanse, me trató como a su hijo.- Arden era un hombre de recortada barba y vestido en telas finas. Se trataba de un hombre fornido, con una cicatriz bajo su ojo derecho y una mirada inteligente. Él se encargó de presentar a la noble familia.- Lady Edolina Kerich y su hijo Mallory.
- Un gusto.- Se inclinó y Mallory, de unos 19 años y pelirrojo como su madre le invitó a sentarse a un lado de la cálida chimenea.- Lamento mucho su pérdida, lady Edolina.
- Pobre de mí Frederick, aunque temo aún más por Victor.- La mujer pelirroja era rozagante, incluso en el frío, pero estaba distante y su mirada vagaba por entre los amplios ventanales hacia las altísimas torres del castillo y hacia las frías escaleras, desnudas casi por completo de todo adorno.- Sin él, este castillo se me hace lúgubre. Sin él… Aún no me acostumbro. Su primera esposa ocupó la torre norteña durante todo su embarazo, me parece justo que yo pase allí lo que me quede de vida. Al menos durante mi luto.
- No hables así madre, eres joven y fuerte.- Le dijo Mallory y Edolina acarició su cabellera pelirroja. Todos vestían de negro y fingían que no escuchaban los rumores de los gritos y de los muebles que eran lanzados de un lado a otro durante la amigable conversación del obispo con el nuevo duque.- Son esos masones, herejes todos ellos. ¿Y qué hay de usted?
- El obispo envió por mí. Ansley Wyberg confía en mi intelecto, no planeo dejar mal al obispo. Llegaré al fondo del asunto.
- ¿Y comparte la opinión de mi madre, que estamos todos en peligro?- Kenway señaló la pesada puerta hacia la sala, donde la conversación parecía tranquilizarse y asintió con gravedad.
- Más aún la guilda de constructores, a la mitad del invierno, a una cuarta parte de su obra… Ellos tienen demasiado que perder. No, joven Mallory, hay aquí algo más perverso que la mera heterodoxia de los apócrifos de las Escrituras.
- El duque de Woodton, Peter, tío de Victor. He ahí un lobo disfrazado de cordero.- Dijo lady Edolina. No necesitaba explicar nada más. Ella carecía de título nobiliario y la nobleza de Victor era lo único que mantendría a Fairfax libre de la influencia del duque más poderoso de la región.- Mi Frederick se hizo duque por matrimonio, un arreglo que jamás dejó satisfecho a Peter de Woodton.
- Mejor no pensar en eso.- Otro más se agregó a la concurrencia, luego de saludar a Arden Litwin, dándole el pésame nuevamente. Era obvio que se trataba de un cortesano, pues vestía como la gente de los burgos, con ropas que no era hiladas por fuera, con abrigos que no eran meras pieles de osos y lobos. Se presentó como Francis Woodmarch, y Kenway se lo imaginó más como un espantapájaros, con alargados brazos y piernas y una cabeza extrañamente ovalada.- Veo que la discusión aún no termina. ¿Cuál es su opinión, señor Kenway? Para eso está aquí, no es cierto.
- Dale un segundo para que pueda respirar, apenas llegó ayer.- Le defendió Arden.
- Espero, tan solo espero, no haya sido alguna conjura de esa guilda.- Dijo Francis Woodmarch.
- Malo sería para las canteras en tu propiedad.- Dijo Mallory Alwin, con cierta sorna. Woodmarch sonrió de manera hipócrita y le dio una reverencia digna de un rey.
- Es bueno que vengas así Francis, como si hubieras sido su amigo desde siempre.- Le dijo Arden, con cierto rencor.- Aún lo recuerdo, a Victor, de cuando cazábamos gatos y ratones en el monasterio, sin hacer ningún ruido. Volvíamos locos a los monjes. Quizás no te acuerdes Francis, tú estabas muy ocupado jugando los niños ricos del burgo.
- Basta.- Dijo lady Edolina, quien estaba visiblemente cansada.

            Abruptamente se abrieron las puertas de la sala. El obispo Ansley Wyberg salió apurado, uno de sus sirvientes le fue vistiendo con su pesado abrigo antes de salir, y sin despedirse de nadie. Victor salió de la sala y se alisó sus ropas, tratando de calmarse. Un sirviente le ofreció comida o bebida, pero no estaba de humor. Miró a Kenway como a un bicho raro, destacaba por sus humildes ropas, pero sabía quién era.
- ¿Hijo?- Lady Edolina Kerich le tomó de la mano, le acercó al fuego, pero Victor parecía estar en la luna. Repitió la pregunta y después, con cierta vergüenza y tapándose el cabello con su pañoleta cambió la pregunta.- ¿Hijastro?
- Toda la guilda será excomunicada.- Dijo finalmente, mientras le quitaba a Francis Woodmarch su copa de oro de vino y se la bebía de un trago.- Me cansé de todo esto. Los chismes, los rumores. Todo acaba, ¿la sangre de mi padre no es suficiente? La tendré, esa excomunión.
- Pero, mi señor,- Dijo Francis Woodmarch.- Se quedará todo estancado, sin esa catedral.
- Pues construiremos otra, no me importa. Las guildas de constructores no son tan difíciles de conseguir, con algo de suerte y nos topemos con una que no esté repleta de herejes y asesinos.
- Victor, recapacita.- Le dijo Arden y Victor pareció calmarse. Poniéndole la mano en el hombro apretó con todas sus fuerzas, su rostro rojo de dolor.
- Haz traer a un escribano, le daré al obispo la reliquia que tanto ansía. Que se quede con sus diezmos y todo eso. Si eso no basta acudiré a mi tío Peter.
- El obispo estará muy agradecido.- Dijo Mallory.
- Lo dice el monaguillo.- Le reprendió Victor y de inmediato se disculpó.- Disculpa Mallory, eres mi hermano y no debería tratarte de esa forma.
- Al menos tendremos la mina de oro.- Dijo lady Edolina.- Si nos quedamos sin la comisión de la reliquia, de los peregrinos, quizás esos hermanos Goodwin puedan proveernos de oro.
- Una cosa a la vez. Tú, Kenway, ven conmigo.- Le llevó a la sala donde la servidumbre reacomodaba las sillas y los sillones. Se había apagado la chimenea, reducida a carbones que no combatían las ventiscas que se colaban de entre los ventanales. Se apoyó contra una ventana y señaló una de las varias torres de piedra ennegrecida por la humedad y los años.- Mi madrastra vivirá ahí, y tú puedes ocupar la habitación de abajo. Temo por Fairfax… Es curioso, eres un extraño y puedo sentirme sincero contigo.
- Sus secretos me llevaré a la tumba, duque de Fairfax.
- No te quedes en la posada, temo por la seguridad de mi familia. Temo por mi tío, por lo que pueda hacer. Temo por Mallory y la influencia que el obispo, hombre de buena fe aunque humano después de todo, pueda tener sobre él. Temo que sea muy pesado el título que ha caído sobre mis hombros.
- Su madrastra mencionó cierta mina…
- Los Goodwin, Beldon y James, dicen ser prospectores, dicen haber encontrado una mina de oro. La noticia sin duda llegará a oídos de mi tío.
- ¿Y estos hermanos son amigos de su tío o provienen de las tierras de Woodton?
- No, pero ahora que lo mencionas… No estaría mal saber más al respecto.- Señaló hacia los techos donde los tabiques dentados se venían en pedazos y los techos de tejas rojas necesitaban reparaciones.- Lo pospusimos demasiado, ahora tendremos masones reparando el castillo. Hipocresía mía, lo admito, pero lo harán de a gratis, es lo menos que pueden hacer.
- ¿Y su padre no tenía acreedores o enemigos?
- Ninguno. No lo parece ahora, pero tuvimos excelentes cosechas. Suficientes para el invierno y el comercio.- Siguió el rastro de un escarabajo que subía por el congelado cristal con su dedo, su mente estaba en otras cosas.- Ahora los rumores una posible mina… A veces, cuando estás hasta arriba sólo queda un lugar adónde ir.

            De un golpecito tiró al insecto y lo aplastó con su zapato. Kenway decidió investigar a los hermanos Goodwin y se topó, a medio camino por los congelados campos señoriales, con Elisa Mulligan, la hija del doctor. Trató de deshacerse de ella, pero era imposible. Tenía un abrigo que apenas y le tapaba. Le prometió que podría encontrar a Beldon Goodwin en el pueblo, si le dejaba subirse a su caballo. Lo montó como un hombre, de piernas abiertas y abrazó a Thomas durante el trayecto. No intercambiaron palabras, ella simplemente señalaba con el dedo hacia las calles de los burgos, donde las casas se apretaban entre sí y la tierra compacta, cubierta de nieve  gris y café, parecía formar un laberinto. Elisa le tocó el hombro y señaló a un hombre fornido y de aspecto galán que acompañaba a una mujer. Elisa la reconocía, era Eden Walsh, la esposa del gran maestro de la guilda de constructores, Orrick Walsh. Les siguieron de lejos hasta perderlos entre las callejuelas y Kenway emitió un gruñido.
- ¿Sospecha de todos y de todo? Bien podría ser una amistad.
- Bien podría ser un amorío.
- He escuchado de ustedes, los  bogomiles me refiero, son dualistas.- Kenway cabalgó hasta una pira afuera de los baños de vapor del burgo para calentarse un poco y le compartió de las nueces que traía en su abrigo.- ¿Acaso cree que la mujer es algo malo?
- No, el hombre y la mujer somos materia y la materia es el dominio de satanail, es mala de por sí. Jesús encarnó a Dios para liberarnos de su tiranía, pero yo tengo mis momentos de duda… Mis momentos de incertidumbre sobre su sacrificio.- La calle estaba prácticamente vacía, se podía ver la vida dentro de las casas, en su mayoría familias reunidas alrededor de los fuegos. Kenway emitió otro gruñido.- He visto demasiada maldad en demasiados ropajes, joven Elisa. Demasiada como para caer en el peor de los engaños.
- ¿El amor carnal?- Preguntó ella, abrazándole con fuerza y oliendo su cabeza. Thomas se quedó en su lugar, sin moverse ni acariciara.
- No, no al amor carnal. Aunque habiendo sido sacerdote soy torpe con las mujeres. No le temo a la maldad tampoco. Le temo a las decisiones que la maldad te presenta en la forma de bendiciones. Vamos, tu padre debe estar preguntando por ti.

            Aunque comió en la posada, con la excusa de charlar con el médico y verse con Elisa, pasó su noche en la torre norteña del castillo. Las ventanas eran de barrotes, pero no había cerrado las ventanas de madera. Le gustaba la vista, las piras en el pueblo, la vida en los burgos. Recogió sus notas de su mochila, repasó aquellos textos apócrifos que ya conocía de memoria. No había nada sobre Elisa, de eso estaba seguro, pero Kenway sabía que ella estaría pensando en él, más aún de lo que él pensaba de ella. Se apoyó contra la ventana, dejando que la nieve cayera sobre su rostro  y entonces vio el incendio. A lo lejos, cerca de los muros de la ciudad, el monasterio lanzaba lenguas de fuego. Sin demora bajó corriendo y cabalgó a un lado de la guardia del duque hasta el monasterio. A gritos pidió por el doctor Mulligan, incluso sabiendo que eso atraería a Elisa.

            El incendio había sido controlado para cuando llegó hasta un tercer piso donde los monjes rezaban por la pobre ánima del monje Brewster, quien yacía a medio calcinar. Un par de libreros de pesados legajos habían ardido también. El doctor Mulligan, siguiendo sus instrucciones, revisó sus dedos y su lengua. Estaban negros, había sido envenenado. Buscó debajo de los escritorios hasta dar con el tintero que habría caído y rodado. Podía oler el ácido del veneno. Elisa subió corriendo las escaleras y emitió un chillido. Los monjes la empujaron fuera del monasterio, no era lugar para chiquillas como ella y menos en una noche como esa. Los monjes explicaron que Brewster solía trabajar siempre de noche y era justo el cambio de guardia. Al inquirir sobre los legajos los monjes respondieron que se trataban de títulos de compra, de herencias, de certificados de defunción y nacimiento, así como de negocios con otros condados y ducados. El desorden causaría una gran molestia a Fairfax, Kenway lo sabía, pero no se atrevía decirlo en voz alta frente a los afligidos monjes y al muerto Brewster.
- Esto nunca había pasado. Es inaudito.- Dijo un monje que le seguía de un lado a otro del tercer piso. Kenway eventualmente encontró lo que buscaba. Las escaleras principales podían tener a monjes yendo y viniendo, pero suponía que habría un acceso secundario. Se hincó en el suelo revisó la cerradura, había sido violada.- Violada, eso también es inaudito.
- No es difícil realmente, cuchillo y martillo y nada más. ¿Cuál era su nombre completo?
- No lo sé, todos le conocíamos como hermano Brewster. Había sido ordenado recientemente, y se había hecho cargo de  algunos papeles del ducado desde hacía una semana.
- Un hombre lunar.- Dijo el doctor, Roger Mulligan, como si aquello explicase todo.- Noctámbulo, su perdición. Era eso o la ceguera, no es sano trabajar a la luz de las velas.
- Tampoco es sano pasarse el dedo a la lengua si tiene tinta, pero nuestro monje no lo sabía. Es curioso.- Dijo Kenway, mirando las cenizas de los legajos y el cadáver a medio calcinar, rodeado de histéricos monjes.- Muy curioso.
- ¿Y me dirá qué están curioso?
- No.- Respondió Kenway mientras usaban el acceso secundario hasta un patio y después salían del monasterio, donde Elisa lloraba apoyada contra la pared.- Sólo quería saber si era veneno, eso es todo doctor. Muy curioso.
- Hija, no debiste haberme seguido. No deberías ver estas cosas.
- ¿Satanail?- Le preguntó Elisa y Kenway afirmó con la cabeza. Se acercó a ella, Elisa abrió los brazos pero no la abrazó. Se pasó de largo, mirando hacia las ventanas chamuscadas y revisando entre los matorrales.
- En mis momentos más oscuros es cuando dudo del sacrificio, cuando satanail dejó de ser dios de este mundo para hacerse demonio, simplemente Satán. Ahora… ahora no estoy tan seguro.- Dijo, buscando entre los matorrales hasta dar con una soga gruesa y larga conectada a un gancho.- De lo más curioso.
- ¿Qué es lo que es tan curioso?- Insistió el doctor.
- Por lo general las gárgolas vuelan.- Dijo Kenway, alejándose silenciosamente.

            Tal y como todos se temían los registros habían provocado un caos. Tan pronto como corrió la noticia salieron toda clase de gente demandando tierras que no eran suyas, alegando a herencias que habían quedado reducidas a cenizas. Kenway averiguó por su parte, los negocios de la cantera se encontraban en otro librero y no habían sufrido daño alguno. Se paseó por las canteras, unas enormes colinas de piedra franca, más allá de los muros del castillo. Tenía la esperanza de toparse con Francis Woodmarch en la casa en el camino a la cantera, pero no se encontraba allí. Incluso en el inclemente frío los constructores minaban y daban forma a la piedra franca, llevando cargamentos en mulas en completo silencio.
- Kenway, vaya relajo el de anoche.- La voz le tomó por sorpresa, era un Bradley Ordway sobrio y de mejor aspecto que cuando le había conocido en la posada.- ¿No se encuentra el cortesano?
- Me temo que no.
- Ésta gente, te piden que pagues y no están. Yo me encargo de comprar la piedra, le haré saber. Nada mal para alguien que ha dado diez años a la guilda, ¿no es cierto?- Ordway miró al horizonte y aplaudió divertido.- Ahora veo, mejor dejarles en paz, amantes.
- No es mi…- Era muy tarde, ya se había ido y Elisa cabalgaba a toda velocidad hasta frenar a su lado. Kenway gruñó y subió a su caballo.
- ¿Por qué querrían los masones quemar aquellos legajos?
- No lo sé. ¿Por qué querría Arden Litwin o Francis Woodmarch, o el duque, o el obispo o Mallory? No lo sé.- Cabalgaron juntos de vuelta a Fairfax. Elisa le convidó una manzana y Kenway aceptó con gusto.
- Mi padre tiene un montón de teorías…
- Pues que se las guarde y tú también Elisa. Estamos cara a cara con el engañador.
- Usted simplemente no sabe tratar a una mujer, ¿lo sabía?
- Sí, me lo habían dicho antes… Estoy en un peregrinaje espiritual muy frío y desolado, rodeado de maldad y codicia. Lo he estado así desde hace años, joven Elisa. ¿Aquel monje? He visto cosas mucho peores. Y usted no debería verlas, no tiene la edad, y en verdad ¿quién la tiene si es que hay edad para eso?
- Pues si tomará esa actitud entonces no le diré algo que usted no sabe… Yo sé por qué Francis Woodmarch no está en su cantera haciéndose rico. Mi padre le vio saliendo en secreto, rumbo a la mina se dice.- Kenway se detuvo y miró sobre su hombro, hacia el camino que llevaba a la mina en el bosque. Thomas gruñó y aceptó a regañadientes.

            A lo lejos se escuchaban los hambrientos lobos y detrás de ellos el bullicioso Fairfax no parecía silenciarse sobre la blanca cobija de la silenciosa nieve. Atravesaron parte de los bosques en tenso silencio. Thomas miró a Elisa de reojo, ella lo miraba todo con una picardía especial, como si en todo aquello viese alguna belleza especial. Thomas podía ver la belleza en la naturaleza, en el espíritu que Dios suspiró sobre ella, pero era obvio que veían dos cosas radicalmente diferentes. Los muertos árboles del silencioso sendero le eran inhóspitos, oscuros y como las fauces de un león. Veía, a lo lejos, los muros de Fairfax y todo lo que podía ver era la codicia, la lujuria y la ambición. Elisa no lo veía, no le culpaba de eso. De hecho, en cierto perverso modo, se sentía orgulloso de contar con la amistad de alguien que tenía poca o nula idea de las insondables profundidades de la maldad que puede llegar a anidar en el alma del Hombre. Desmontaron entre los árboles al escuchar la conversación rebotando por los ecos y caminaron en silencio, evitando las ramas secas. Pudieron ver, desde una rocosa colina, el inicio de la mina, poco más que una cabaña en la boca de una profunda cueva. Francis Woodmarch se encontraba afuera, apoyado contra una carreta donde tenía tres pepitas de oro y una balanza. Mallory Alwin, hermanastro del duque, parecía pesar las pepitas para verificar su valor.
- ¿Un pago?
- ¿Por tres pepitas de oro? No. Por la mina, quizás, pero en cierto modo ya es suya. Es su dominio, o al menos el de su familia.- Les vieron alejarse y Thomas se quedó en la nieve por unos momentos más, tratando de ordenar sus pensamientos. Elisa trazaba figuras en la nieve con una rama. Era el anguloso rostro de Thomas Kenway, o al menos trataba de serlo. Kenway se puso de pie y sin mediar palabra regresó a su caballo.
- ¿Qué haremos ahora?
- Tú regresarás a tu padre, yo debo ir al castillo. El dique de Woodton llegará hoy o mañana, me gustaría estar ahí.
- No le vendría mal, de vez  en cuando.- Le dijo Elisa, mientras se abrían las puertas de la ciudad.
- ¿Qué cosa?
- El pensar en cosas positivas.
- Eso hago todo el tiempo.
- No es cierto, todo lo que ve es maldad y viles pasiones humanas. No es cierto.
- Si no fuera cierto, no la dejaría acompañarme.

            El duque Peter de Woodton era un hombro regordete y de larga barba que abrazó a Victor como si fuera su propio hijo, y le dedicó un frío saludo a lady Edolina y a su hijo, Mallory. Cenaron en un frío hall, con goteras cayendo sobre el cerdo rostizado. Lo  mejor había sido utilizado para impresionar al duque, pero éste se encontraba meditabundo. Kenway permaneció en silencio, mirando los cuervos que se posaban en la ventana y picoteaban hacia los cristales por algo de comida. Trató de imaginarse al duque de la misma forma, pero luego empezó a imaginarlos a todos, a lady Edolina, Mallory y a los cortesanos de la misma forma. Terminado el sobrio festín el duque pidió hablar en privado con su sobrino y se retiraron a una sala en el piso superior. Kenway se quedó en las escaleras, ocultó detrás de un pesado pilar y pudo oler la fragancia de lady Edolina, quien subía de puntitas sobre la raída alfombra de los escalones. Le sorprendió espiando por una cerradura y la pelirroja casi se muere del susto. El salón se encontraba en los laberínticos pasillos del segundo piso, adornado con viejas armaduras y armas que aún tenían la sangre seca de la última brutal batalla.
- No puedo quedarme sin hacer nada, señor Kenway. ¿Podría hacerlo por mí? Me aseguraré que nadie suba por las escaleras.- Kenway aceptó con un gesto, quería hacerlo de todas formas. Se agachó de cuclillas y pegó el ojo a la cerradura. El duque se encontraba tirado en un sofá a un lado de la chimenea y su sobrino, muchos años menor que él, permanecía de pie acariciando el busto del fallecido duque que adornaba una pequeña mesa.
- Nuestro ganado es fuerte y saludable. El frío se ha llevado a muchos, pero menos de los esperados y no hemos tenido problemas con los lobos.
- ¿Y el asesino de mi hermano?
- Exterminaré a esos herejes de ser necesario hasta dar con el responsable tío Peter, puedes tenerlo por seguro. Era tu hermano, pero era también mi padre y la honra de Fairfax está en entredicho. En cuanto al incendio y la muerte de ese monje… No sé qué pensar. Kenway no ha dicho mucho.
- ¿Kenway?, ¿se encuentra aquí?- Thomas se sorprendió al ver que le reconocía. El duque lanzó una sonora carcajada y aplaudió.- Finalmente, algo de sentido común. El bogomil es astuto, espero pueda dar con el problema antes que esto se salga de las manos. Esos registros, sobrino mío, ¿crees que no afectan a Woodton también? Años se perdieron, años, y además de la incertidumbre de mis mercaderes tú le regalas a ese obispo la  reliquia de la astilla de la santísima cruz. ¿Tienes idea cuántos ducados al año producía semejante fruslería?
- Caridad cristiana, era muy buen amigo de mi padre. Deja que el viejo Ansley se quede con su juguete, el dinero no nos falta.
- Pero nunca sobra.- Le ladró su tío, poniéndose de pie de un golpe. La conversación ahora cambiaba, parecía que regañaba a un niño, y no al duque de una naciente ciudad.- Quizás estás demasiado inmaduro para estas cosas Victor. 25 años… Aún eres un muchacho. Si necesitas cualquier consejo, no dudes en preguntarme. Y por favor, visita más seguido a tu tío, los Woodton debemos mantenernos cercanos después de todo. Tu hermanastro tiene razón, por cierto, no dejes a medio terminar esa catedral. Si el asesino en verdad es masón, Kenway dará con él. No tires el dinero invertido a la basura. Tampoco digo que les dejes tener la gran vida.

            Al ver que el duque se acercaba Thomas se puso de pie y trató de alejarse. Lady Edolina entablaba conversación con la servidumbre, para no dejarles pasar por las escaleras y frenéticamente recorrió los pasillos en busca de una puerta sin seguro y que estuviese vacía. Ocultándose en una esquina pudo ver a Francis Woodmarch, quien salía de sus habitaciones y se dirigía directamente al duque Peter de Woodton. El duque le prestó oído y le pagó con una pesada bolsa de ducados. Regresó a las escaleras, diez minutos después y sin querer parecer sospechoso apenas y se acercó a lady Edolina.
- Woodmarch es un espía del duque Peter, tenga cuidado con lo que dice frente a él.

            No pasó mucho tiempo más en el castillo. Cabalgó al centro de Fairfax, donde la catedral parecía cobrar vida, tabique por tabique. Tocó la puerta de la logia del gran maestre, su cabaña dentro del enorme perímetro de construcción y Orrick Walsh y le invitó de inmediato. Martin Davidson, su compañero maestro y segundo al mando le ofreció un licor fuerte para entrar en calor y disimuladamente escondió los papeles y diagramas de la construcción. Kenway sonrió para sus adentros, aquellos secretos de ingeniería eran lo único que les mantendría a flote.
- Están en hielo delgado, pero parece que el duque convenció a Victor Alwin de no excomunicarles. Menos aún de despedirles.- Orrick suspiró aliviado y se dejó caer sobre su silla con una sonrisa nerviosa.- Pueden esperar que les suspendan la paga por cualquier detalle, por más ínfimo que sea.
- Estos católicos… ¿Alguna vez fueron católicos, es decir, universales? Una camarilla que decide qué sí y qué no, hace siglos y desde entonces te amenazan con la excomunión. Eso me vale poco o nada Kenway, poco o nada. Es el despido. Tengo a más de 200 obreros en la guilda, perderíamos todo, moriríamos de hambre. Todo a manos de la ramera de babilonia. Por ahora, sólo es cuestión de…- Se quedó con la boca abierta, mirando por una de las ventanas, entre los amplios libreros repletos de libros y su camastro. Ordway estaba afuera, peleando contra cinco personas y en claro estado de ebriedad.
- Basta de estas tonterías.- Orrick tomó de un brazo al borracho Bradley Ordway e intentó empujarlo.- ¿Quieres que nos echen?
- Yo sólo quiero el dinero que me debe.- Se defendió uno que había terminado en la sucia nieve.
- Pues vengan por él.- Bradley tiró al gran maestre al suelo y de una patada se zafó de otro acreedor. Elisa y el doctor Mulligan ayudaron a los masones para detener el alboroto y en el zafarrancho Elisa recibió un golpe de una piedra.
- ¡Elisa!- Kenway sometió a uno de una patada en la entrepierna y después le soltó un puñetazo a Bradley en la nariz que le hizo caer en el suelo y tranquilizar un poco la situación. Roger, el padre de Elisa, revisaba el golpe, no era nada severo.
- Un poco de lodo en la espalda, nada que no se cure.
- ¿Estás bien?- Kenway le ofreció la mano y de un chiflido llamó a su caballo.- Vamos, será mejor largarnos de aquí por si esto empeora.
- Fue galante de su parte, el rescatarme así.
- No le rescaté de nadie, sólo quiero llevarla a un lugar caliente por un estofado.- Elisa rió entre dientes y abrazó a Thomas.
- ¿Por qué hace esto?  Y no me refiero a mí.
- Alguien tiene que hacerlo… Alguien sufrió mucho porque yo no estuve a la altura de la circunstancia.- Kenway quedó callado por un largo tiempo y al sentir los dedos de Elisa en su cabello se ruborizó.- No sé, me recuerdas a ella. A lo bueno que hay en todos. A Sofía.
- ¿Así se llamaba?
- No, es un término gnóstico.- Se adentraron por los burgos y Kenway se quedó en silencio por un instante, haciéndole una seña para que le imitara. Se bajaron del caballo y siguieron las voces de lo que parecía ser una pelea callejera.

            En un oscuro callejón Elisa reconoció a James Goodwin y Kenway ya conocía a Arden Litwin. El minero era ancho como un oso, pero Arden había servido como soldado y era más rápido. Esquivó un par de golpes y, ayudado por una piedra, le dio un par de golpes a la cara y después le pateó el estómago hasta dejar a James Goodwin sin aire y estremeciéndose en el estiércol. Escondidos detrás de barriles siguieron a Arden hasta que cruzó una esquina y luego le siguieron a caballo. El amigo de la infancia de Victor parecía irradiar orgullo. Podía ver su rostro complacido, aunque enojado, cada que pasaba a un lado de una pira o una antorcha. Con sangre en las manos llegó hasta la caballeriza exterior del camino que llevaba al castillo. Alguien parecía esperarle. Se apearon del caballo y, escondiéndose entre la paja asomaron sus cabezas como dos niños traviesos. Elisa lo hacía por travesura, pero el semblante de Kenway era serio y sombrío, pues una mujer esperaba a Arden Litwin, una mujer que se desnudó rápido y le tentó con sus carnes. La reconoció estando tan cerca de una antorcha, era lady Edolina Kerich, segunda esposa del fallecido duque y madre de Mallory Alwin. Kenway se alejó un poco entre la paja, para esconderse mejor. Estaba tenso y su quijada se encontraba trabada. Elisa se preocupó al verle, tenía una mirada centelleante y hacía mucho tiempo, si es que alguna vez le había visto, tenía una emoción a flor de piel.
- ¿Es que te gusta más lady Edolina que yo?- Preguntó Elisa, ingenuamente.
- Los gusanos se comen a su marido y ella… El engañador está aquí, por todas partes. Ha descendido sobre Fairfax como la nieve y congelado la virtud de esta ciudad.- Kenway no había escuchado la pregunta, así que Elisa la formuló de nuevo, ésta vez quitándose la pesada chamarra de piel de lobo y lentamente quitándose la blusa roja de  gruesa lana.
- ¿Te gusta más que yo?- Kenway cambió de expresión por completo y estaba ruborizado.
- No, no, claro que no.- Dijo, tartamudeando. Elisa le besó lentamente y él respondió a sus caricias con ternura.- No quiero enredarte Elisa.
- ¿A los bogomiles no les gustan los placeres?- Preguntó ella, levemente ofendida.
- No creemos en el matrimonio, ni en ninguna institución eclesiástica. Pero creemos, creo, en el amor.

            Torpemente se desnudaron entre la paja e hicieron el amor bajo una cálida antorcha. Se taparon con sus abrigos al terminar exhaustos. Kenway abrazó a Elisa y la puso sobre su pecho. Había, podía adivinarlo, un tono de oscuridad en todo cuánto percibía, que ella no tenía. Una lente, traída por la sabiduría de los supuestos textos apócrifos. La materia nunca le relucía tanto como a Elisa, ni siquiera el oro o la plata. Todo a su alrededor, sobre todo en Fairfax, parecía teñido de pecado. Era una realidad que había llegado a aceptar con los años, con sus casos. No era la mera fe del devoto, podía sentirlo en su piel como quien camina en una húmeda cueva y siente el agua incluso cuando no está ahí.
- Pablo fue llevado por los anillos del cielo.- Le susurró al oído.- Guiado por un ángel, hasta el séptimo cielo donde le esperaban los apóstoles. En esas sucesivas etapas pudo ver el juicio de las almas y sus reencarnaciones. Pudo ver también la unión entre espíritu y alma, entre hombre y mujer. Justo antes de darle la señal que sólo los gnósticos conocen para acceder al último cielo. Es el apocalipsis de Pablo, es decir, su revelación.
- Siete cielos, señales secretas, sexo… Puedo ver por qué la Iglesia no querría incluirlo en la Biblia. Les temen, ¿lo sabías? Les temen porque saben, no porque creen, sino porque saben.
- Nada hay más devastador que el saber. Eso que Edolina y Arden hicieron, fue la antítesis de tan sagrada comunión. Una perversión temible. Le tendré bien vigilada, por eso debo regresar al castillo Elisa, pero te prometo que no me alejaré de ti.- La besó tiernamente y jugó con su cabello enmarañado en la paja.- Tengo que advertirte, siempre dejo una estela de destrucción a mi paso. Por eso fui tan frío contigo.
- No tengo miedo.
- Cuando Jesús estaba por ser crucificado en el árbol, le dijo a Pedro que se cubriera los ojos y mirara. No podía ver nada, por supuesto. Le dijo que así eran ellos, incluso sus propios creyentes, que lloraban al verlo morir, mientras él reía durante su ejecución, pues no tenía velo y podía ver el mundo espiritual por encima del material. Una vez que el velo de las mentiras cae se destruye el mundo de las mentiras del demonio. Se derrumba porque se basa en la maldad, en los vicios y en lo peor del ser humano.
- No temo a tus advertencias.
- Deberías, pero quizás sí eres demasiado joven para entenderlo.

            Thomas tomó refugio en su habitación en la torre norteña, a pocos escalones de donde lady Edolina permanecía en aparente viudez. Aguardaba su momento, leyendo distraídamente de las Escrituras, con las ventanas y la puerta abierta. El aire ya no era tan frío, pero le era imposible concentrarse con el golpeteo del martillo y el cincel, y con el chirrido de las poleas que subían materiales. Podía ver una de las cuerdas, justo frente a su ventana, lentamente ascendiendo. Un soldado, agarrado a la plataforma de madera y pálido de miedo era subido lentamente por el sistema de poleas. La polea se detuvo en su ventana y Kenway se asomó. El soldado llevaba herramientas, tabiques y cajas pesadas.
- No sé cómo lo hacen estos masones.
- El truco está en no ver hacia abajo.- Naturalmente, eso fue lo primero que hizo el soldado y rápidamente se aferró a una de las cuerdas que terminaban la pirámide de cuerdas.
- ¿Lady Edolina?- Gritó el soldado.
- ¿Sí?- Kenway se asomó por su ventana y la pudo ver a ella, mirando hacia abajo.
- Subiremos algunos materiales, lo digo por si quiere cerrar la ventana.- Lady Edolina cerró la ventana y pasó el cerrojo y el soldado miró a Kenway por algo de valor. Thomas se estiró fuera de la ventana y le ofreció de las castañas calientes que tenía guardadas en un bolsillo. El soldado agradeció y añadió.- Primera y última vez que lo hago. Que los masones arriesguen su vida si quieren, para eso le pagan.
- Curioso comentario, viniendo de un soldado.- Dijo Thomas y el soldado lanzó la carcajada. Poco después le vio descender de la misma forma, mirada en el desfiladero que prometía una espantosa muerte. La plataforma descendió hasta el muro y el soldado saltó con cuidado.

            Regresó a sus lecturas, sin poder concentrarse. Tenía un ojo en el libro, el otro en la puerta, pero el amante nocturno no aparecía. Las horas pasaron lentamente y al consultar la sombra que proyectaba su ventana se dio cuenta que la hora de la comida había llegado. Lady Edolina no había hecho sonar su campana, pero la sirvienta de todas formas subió con una bandeja para Thomas y otra para lady Edolina. Thomas se preparó para comer cuando escuchó los gritos. Subió los escalones, de dos en dos, y encontró a la sirvienta arrinconada afuera, sus manos tapando su rostro y los gritos de los soldados acercándose velozmente. Llegaban tarde, lady Edolina estaba muerta.

            La escena era grotesca. El cuerpo había caído de espaldas, su cabeza se había zafado casi por completo del golpe, y parte del cuello aún estaba unido en un charco de sangre. Afanosamente buscó algo que pudiera servir de arma homicida, pero no había ningún mazo ni nada que se le pareciera. La habitación, sobriamente decorada con una cama, una cómoda, un espejo de tamaño completo y un par de tapices, no le decían nada. La ventana estaba cerrada con seguro, según se aseguró. Los soldados llegaron a la escena y gritaron también. Siguieron subiendo hasta el techo de la torre y a golpes arrastraron a Alvin Leavins y Orrick Walsh. Les hincaron a punta de patadas frente al cuerpo de lady Edolina y ambos chillaron de horror.
- Les tenemos, señor Kenway.- Dijo un soldado, con claro orgullo.
- ¿Tienen qué?
- El techo, por Dios que era mi trabajo. Yo estaba diseñando el pico para los tejados, soy carpintero.- Se defendió Alvin.- Pregúntenle a mi superior.
- Es cierto.- Dijo Orrick, su vista hipnotizada ante el cuerpo de lady Edolina y en lo que quedaba de su rostro.- He estado revisando las obras y Alvvin no ha hecho nada malo, de eso estoy seguro. El asesino habrá subido las escaleras.
- No.- Dijo Thomas.- Estoy seguro que no.
- El duque…- Los soldados trataron de prevenir a Victor Alwin, pero era imposible. Miró a su madrastra y de una patada tiró a los dos sospechosos al tiro. Sin demora buscó entre las paredes, hasta dar con una panel secreto donde se escondía un cofre. El cofre estaba vacío.
- El oro, todo el oro de herencia… ¡Robado!
- ¿Qué clase de oro?- Inquirió Kenway.
-  Un yelmo, escudo, espada, copas, platos y la armadura dorada que mi tío le regaló a mi padre en el día de la boda con mi madre. ¿Qué han hecho con él? Hablen herejes, o haré que hablen.
- Su alteza.- Dijo Kenway, con tranquilidad, dirigiéndose a la ventana. Abrió el pesado cerrojo y se asomó al desfiladero.- Busque si quiere en el desfiladero, pero oro de ese tamaño y peso sin duda habrían hecho mucho ruido. ¿Cómo espera que estos dos lo robaran cuando yo mismo vigilaba mi puerta y los soldados la base de la torre? Además, estas heridas… No, se necesitaría de una fuerza tremenda.
- Se acabó con ustedes, ¿me han entendido? Lárguense de aquí, pero si abandonan las murallas de la ciudad serán cazados como animales. Tomaré acciones Kenway, me importa un rábano lo que el obispo o mi tío tengan que decir al respecto.

            Una fortísima nevada cayó durante el ceremonioso funeral. Mallory, ahora huérfano por completo, hundió su cabeza en el pecho de su hermano Victor y el duque de Woodton rindió homenajes a la difunta. Kenway esperaba afuera, junto con Orrick Walsh y Davidson. Alvin Leavins había sido encadenado afuera de la iglesia y humillado públicamente. Victor Alwin defendió la medida de la excomunión a todos los miembros de la guilda de constructores. El obispo, por más que intentó, no consiguió hacerle cambiar de opinión. Los masones serían escoltados fuera, al frío e inhóspito bosque más allá de los caminos por una brigada de soldados. Tales eran los deseos de Victor y tal era su sed de venganza. Orrick Walsh, el gran maestre, trató de defenderse frente a Arden Litwin, quien siendo mejor amigo de Victor confiaba que tendría su oreja. Se defendía diciendo que sus secretos no eran gnósticos, sino de ingeniería. Que si había símbolos e iniciaciones eran para proteger los secretos de su arte. Kenway sabía que sería inútil, la amante de Arden, al menos de aquella noche, dos días antes de su muerte, pesaba sobre su semblante y fijaba una mirada de retorcida ira hacia ellos. Decidido a demostrar las diabólicas maquinaciones de la guilda, Arden Litwin condujo a su amigo Victor, a Mallory y al obispo hacia el sitio en construcción. Rápidamente desenterraron un cubo perfectamente plano que contenía números, del 1 al 36 en extrañas combinaciones. Los soldados tenían los mazos preparados para destruir el cubo, pero antes de hacerlo Mallory Alwin quería conocer su significado.
- Pecado y herejía es todo lo que significa, hermanastro.
- No.- Respondió Kenway y con mirada suplicante le rogó al obispo Ansley que le dejase hablar.- No tiene nada de diabólico, es el cubo del sol. Está hecho de todos los números del 1 al 36 en seis filas y seis columnas. Se coloca y esconde cerca de los fundamentos como un talismán de poder que haga de esta catedral una pieza más en el cosmos ordenado. Si se suman los números, 1 más dos, más tres, etc., hasta llegar al 36 el resultado es 666. El número de la Bestia, pero también el número del Hombre. Los 36 dígitos están compuestos de tal forma que cada columna sume una sexta parte de 666. Es geometría sagrada, símbolo solar desde tradiciones muy antiguas, incluyendo aquellas que la iglesia toma por tradiciones paganas santas, como las de Hermes. Las cuatro esquinas, 6+1+36+31 da por resultado 74, así como en el centro. Ambos números solares, y si mal no recuerdo es en el salmo 74 donde los piadosos claman por Dios por que defienda a su pueblo de aquellos que destruyeron sus templos y sus cubos.
- Palabras vanas. Es el número del anticristo.- Exclamó Mallory.
- La palabra número 74 en el primer capítulo del evangelio es el de Jesús. ¿Cómo podría ser…
- ¡Suficiente!- Exclamó Victor.- Destrúyanlo todo.
- ¡No!- Gritaron los masones, armando una tremenda trifulca contra los guardias.
- Podemos llegar a un acuerdo.- Dijo el obispo Ansley Wyberg.- Todos y cada uno confesará sus pecados ante mí. El cubo dejará de existir, pero juzgaré por sus pecados si la excomunión puede practicarse de inmediato o si debería dejarlo en manos de Roma.

            Los constructores se alinearon alrededor de la iglesia del obispo, dando tres vueltas a la manzana. Los soldados les mantenían en su lugar con largas lanzas. Victor no había quedado del todo satisfecho, pero sabía que había ciertos procedimientos legales a seguir, por ley canónica y no podía, así como así, borrar sus nombres del libro de San Pedro. Kenway permaneció oculto entre la concurrencia, acercándose lentamente hacia Orrick, el gran maestre. Era obvio que tenía un plan con su segundo al mando, Davidson. Escuchó que conocían de cierta muchacha, hermana de uno de los obreros que era monja y que, hacía muchos años, había sostenido un amorío con el obispo. Kenway no estaba seguro si lo mejor que podían hacer era chantajearle de esa forma, pero prefirió no decir nada. Alvin fue soltado de sus cadenas y empujado a la fila. Las confesiones duraron todo el día y toda la noche. La nieve caía sobre todos como copos de purísimo blanco, pero pronto se manchaban por las sucias botas de os obreros. Kenway quedó afuera de la iglesia, resguardado junto a Elisa y al doctor Mulligan, quien llevaba una antorcha para calentarse. Cierto barullo se convirtió en un escándalo y Orrick fue corrido a patadas de la iglesia durante la tarde, su chantaje no había sido bien recibido. Cerca de la madrugada el obispo salió, agotado y aturdido. Desayunó un poco de pan y pollo que le trajo un sacerdote. Orrick y una camarilla eran los únicos que aguardaban el veredicto a un lado de Kenway, así como Victor y Mallory. Los únicos dos varones a cargo de Fairfax.
- La deliberación,- Dijo finalmente, con media pata de pollo en la boca.- se hará en Roma. No me lavo las manos como hizo Pilatos, aconsejaré que se lleve a cabo. Entre tanto tengamos respuesta tendrán que seguir trabajando. Ahora mismo escribiré la carta.

            Kenway fue el único que no se movió de su lugar. Sabía que el obispo no saldría corriendo y nadaría el mar hasta llegar a Roma. Esperó, paciente y hambreado, hasta la llegada de un monaguillo que llevaba un costal en una mula, repleta de cartas. Disimuladamente, y con la ayuda de Elisa, se hizo de la carta. Elisa Mulligan fingió acariciar la mula, hacerle conversación y después fingió que había sido mordida. Thomas revisó entre las cartas, mirando sobre sus hombros en caso que hubiese espías, pero no había nadie en aquella vaciada y congelada calle. La carta tenía el sello aún caliente y, tomando provecho, la abrió antes que secara. La hoja estaba en blanco. Cerró la carta, enfrío el sello y la regresó al costal para alejarse caminando. Elisa dejó que el monaguillo siguiera su camino, pero al buscar a Thomas, ya no le encontró. Estarían seguros los masones, al menos por el momento, ¿pero realmente era tan sólida la amenaza del chantaje de Orrick Walsh que le había hecho cambiar de opinión o había algo más que no podía ver aún?

            Decidido a darle la noticia a los bogomiles se abrió paso entre los obreros hasta la logia principal, la cabaña del gran maestre. No era miembro de la guilda, por lo que los dos fornidos obreros que hacían de guardias no le dejaron pasar. Mezclándose con los curiosos que miraban por las ventanitas logró apoyar la oreja y escuchar parte de una conversación entre el gran maestre y su compañero.
- Es hora de cerrar filas.- Decía Orrick, quien sonaba nervioso e inseguro.- Poner la casa en orden.
- ¿Qué hay de la mina?- Dijo Davidson.- Quizás si pudiéramos unirnos a su logia.
- No, los mineros, esos dos hermanos no pretenden hacer logia alguna. La venderán, a ese salvaje de Victor o al salvaje de su tío, según les convenga. No, la comunidad bogomil está en peligro en Fairfax Davidson, aquí hubo una rata. Yo mismo enterré el cubo.
- ¿Espías católicos?
- Espías y con esto, pepitas de oro. Hay pecados que debo meditar, todos deberíamos hacer eso. Nuestras vidas corren peligro, tan sólo espero que esa carta se pierda en alta mar.
- Una locura Orrick, ¿por qué morderíamos la mano que nos da de comer? El duque Frederick era tacaño, como todos los ricos, pero era bueno con nosotros y se hacía al ciego. No, te equivocas Orrick, hay católicos entre nosotros que buscan destruirnos desde dentro.
- Con más razón he de poner en orden la casa. Y lo haré pronto.

            Kenway rumió lo que sabía y gruñó ante lo que no sabía. Tomó refugio en la posada, algo de pan, potaje de papas y lentejas y el calor de la chimenea. El viejo doctor Mulligan, asistido por su bastón le hizo de compañía. Tenía teorías sobre la pronta despedida del duque Peter de Woodton. El médico no tenía idea de si era algo bueno o malo, pero tenía teoría para ambas posibilidades. Lady Edolina siempre había sido su rival, pero al mismo tiempo la sucesión, asegurada por Victor parecía fortalecida por la natural riqueza de Fairfax. También opinaba que aquellos incendios harían, como ya habían empezado a hacer, un desbarajuste tremendo en la vida de una ciudad reinada por un joven inexperto que fácilmente podría recurrir, por consejo o por sumisión, ante su poderoso tío o ante el astuto obispo. Kenway no le prestó atención, su mirada, concentrada en las llamas, no dejaba de pensar en Elisa, en el imposible asesinato de lady Edolina y la misteriosa muerte del monje Brewster. Escuchó su nombre, sin prestar atención hasta finalmente sintió las palmadas en la espalda. Eran Alvin y Emma Leavins, dos de los carpinteros de la guilda.
- Gracias por salvarme la vida.
- El sentido común te salvó la vida, nada más.
- Arden Litwin irá tras el duque, nadie sabe para qué.- Dijo Emma, en tono conspirativo.- Davidson es de la idea que habríamos de apelar a él, una protesta para pedir clemencia.
- Piedras e insultos servirán de poco.
- Nos hincaremos entonces.
- No es necesario.- Thomas no les dijo de la carta en blanco que el obispo Ansley había enviado.
- Es la maldición de la gárgola.- Dijo Roger Mulligan, sostenido por su bastón con el rostro tan cerca al fuego que podían verse las líneas que demostraban su edad.- No seré de la guilda, pero es bien conocida. Las gárgolas cobran vida cuando es necesario, atacan sobre aquellos que ponen en aprietos a sus creadores. Son protectores de secretos, protectores del cubo que seguramente harán de nuevo y de todos los extraños símbolos que estos bogomiles dejarán para la posteridad. Una gárgola ha hecho todo esto.
- ¿Qué razón tendría?- Objetó Kenway.- Si acaso, esa gárgola legendaria ha traído la desgracia a la guilda. En estas nevadas intensas he oído que las raciones se harán aún más patéticas.
- Y qué lo diga.- Intervino Alvin.- Ya murieron dos por el frío y nos han quitado una cabaña, pues la logia no estaba propiamente en el terreno oficial de la construcción. Cualquier excusa, la que sea, nos condena cada vez más. Por eso es que Davidson tiene razón.
- ¿Y Orrick Walsh?- Preguntó Kenway.- ¿Es de la misma idea?
- No le ve objeto alguno, pero no ha objetado que yo sepa. Mañana en la mañana iremos a hablar con Litwin, con algo de suerte y le venda miel al oído de Victor Alwin.
- O hiel.- Concluyó Kenway, quien permaneció en pétreo silencio.

            Antes de la salida del sol ya se encontraba buscando a Arden Litwin. Bajó corriendo por las escaleras hasta la sala principal del castillo, en parte para preguntarle a Victor por su amigo, en parte por tratar de convencerle. Aquello parecía inútil. Victor estaba confiado en la misiva del obispo Ansley y no le importaba esperar hasta el verano para oír respuesta. El preocupado regidor miraba un mapa de Fairfax con ojos llorosos, era la tierra de sus antepasados y podía verla teñida de rojo.
- Era mi madrastra, pero era como mi madre. ¿Quién la mató Kenway y cómo?, ¿y quién logró robarse todo ese oro que tenía en su habitación? Tráeme las respuestas y yo me dejaré convencer por tus palabras. Tus conocimientos en los números sagrados, peligrosos de por sí, no me inspiran mucha confianza.
- No me confíe entonces, pero confíe en su sentido común. ¿Dónde está Arden Litwin? Entiendo que saldrá hoy mismo.
- Debería estar en la caballeriza.- Kenway conocía muy bien el lugar, por la carne de Elisa y por el pecado de lady Edolina.- A nadie más le confiaría los arcones, nadie mejor que él puede mostrarle a mi tío la prosperidad de Fairfax. Llevará los libros de los administradores de mis tierras, así como los registros de los impuestos a las guildas. Le colmará de regalos también, pues mi tío Peter es fácil de adular. Anda Kenway, estorba con él si de algo sirves.

            Arden Litwin y una pequeña comitiva esperaban temblando de frío en las caballerizas. Tenían ya montadas las carretas con los símbolos de Fairfax y sus tiendas. Parecían nerviosos, se figuró que sabrían de los planes de los masones y estarían ansiosos por partir. Arden parecía atribulado por la muerte de su amante, pero también parecía tener mejor disposición que Victor.
- No esperaba que tardaran tanto los arcones, algunos ya están conmigo.- Abrió uno de los arcones de madera y mostró la platería de la familia.- Un intento vulgar, lo admito, pero no queremos que el duque juzgue Fairfax por el estado lamentable del castillo. Los demás arcones nos lo han traído aún de la campiña. Llevaré los mapas de la mina… Espero eso no abra demasiado el apetito del duque de Woodton.
- Los masones vendrán a suplicar.
- Patético. Sí, imaginaba que harían algo así. Crudo ha sido el invierno, con justos e injustos por igual. Los designios del Señor son misteriosos.
- No así los del asesino.- Musitó Kenway.- Y tampoco los designios de los albañiles que se acercan. Dígale a sus guardias que bajen sus armas, no les harán nada.
- Más les vale.- Concluyó Litwin. Los masones imploraron rezando rosarios y besando crucifijos. Serviría de poco y Kenway prefirió no intervenir. Entre la concurrencia se encontraba Emma, quien parecía más preocupada que suplicante.
- Señor Kenway, qué bueno que se encuentra aquí.
- ¡Saquen a esta gente!- Bramó Alvin Litwin y los albañiles se alejaron, apenas espacio suficiente para dejar pasar a los corceles con los pesados arcones.
- No hay tiempo que perder, señor Kenway. El borracho ese de Bradley Ordway se tiene algo entre manos. Quiere detenerles en la puerta de la ciudad, tomarles prisioneros hasta que les paguen el salario que les ha sido retenido con la excusa del funeral.

            Kenway tomó a su caballo y Emma se sentó, cual dama, detrás de él. Cabalgó por la nieve mientras que Alvin realizaba las últimas preparaciones. Rodeando los huertos de las casas en las villas, ahora de pasto congelado, avanzaron velozmente apurando al malnutrido caballo. La gente les miraba con asombro, pero también con hambre. Ojos desnutridos y niños tristes era todo lo que Thomas podía ver. También podía ver sangre, si Bradley Ordway conseguía lo que quería. Llegaron a las puertas, donde una docena de albañiles se repartían monedas de oro que Ordway parecía desembolsar, llenándoles así del coraje necesario.
- No seas terco.- Le insistía Alvin Leavins a Ordway.- Ésta no es la manera.
- Ya veremos, nos deben dinero y no podemos dejar que se vayan sin pagar.
- ¿Alvin?- Preguntó Emma, apeándose del caballo.- ¿Dónde están Orrick y Davidson?
- Pensé que el gran maestre estaría con ustedes o en el castillo, he enviado palabra al compañero Davidson. Espero llegue antes que sea tarde.- Los carruajes se acercaron y los albañiles comenzaron su protesta, lanzando bolas de estiércol y lodo.
- ¡Bradley!- Martin Davidson corrió entre los soldados y le planteó una bofetada que asombró a todos.- Nadie hace nada hasta que el gran maestre ordene lo contrario.
- Pero…
- Pero nada. Adelante, señor Litwin y buen viaje.- Davidson le dedicó una reverencia, pero Litwin no le prestó atención y apresuró a su comitiva, el viaje sería largo.

            Thomas se alejaba de la puerta cuando Elisa cruzó los charcos de enlodada nieve sosteniéndose las faldas y de un jalón ayudó a subirla. Los albañiles se dividieron, algunos fueron a la posada para embriagarse con el poco dinero que tenían y los demás regresaron a sus logias y al trabajo. Pasaron el día juntos. Thomas recorrió el monasterio con calma, las señales del incendio aún continuaban allí. Pasó varias horas rodeando al edificio en busca de algo que no sabía exactamente qué era. Fueron después a la torre norteña donde lady Edolina había perdido la cabeza casi por completo. Una mancha de negra sangre se había filtrado en la alfombra y no saldría nunca. Con la ayuda de Elisa tiró pesados utensilios de cocina, de plomo en su mayoría, por el barranco y corroboró que el ruido le habría llamado la atención y aún más a los guardias que miraron hacia arriba desde el muro del barranco como si el hombre estuviese completamente loco. Examinó por último la catedral en construcción. El andamio ya estaba de vuelta en su lugar y le fue difícil recrear la escena. Podía imaginar la confusión y el polvo, el cuerpo del duque Frederick Alwin con una gárgola atravesándole el pecho, pero nada más. Fue ahí donde escuchó de los rumores y haciendo caso omiso de las quejas de su estómago, y el de Elisa, cabalgaron al castillo. Cediendo ante sus apetitos fueron a la cocina. Los sirvientes habían recuperado sus utensilios, pero no estaban felices de verles. Les sirvieron un potaje frío y comieron en silencio. La cocina, de piedra con mesas de gruesa y astillada madera producía un infernal eco en los ires y venires de los cocineros debidos a sus enclaustrados muros y las pocas ventanas.
- ¿Y bien?- Preguntó Elisa. La pelirroja estaba enfadada, no había dicho nada en todo el día.
- ¿No los escuchas?- Elisa miró a la gorda cocinera que servía las lentejas y al muchacho que cortaba las papas en un barril y se alzó de hombros.- No, no eso. El aleteo de Satanail. Es ensordecedor. Lo escucharás pronto, en las voces de los albañiles.
- ¿De qué hablas?
- Los rumores en la catedral, no encontraban a Orrick.
- Ha pasado casi todo el día…
- Así es.
- No puede ser.
- Y lo es. Orrick Walsh, el gran maestre, está muerto. No hay duda.- Se levantó del pesado banco en cuanto escuchó la voz de Martin Davidson solicitando una audiencia con el duque y prácticamente arrastró afuera a Elisa, quien aún no terminaba de comer. Los guardias no dejaban pasar al compañero masón, pero Kenway tuvo la oportunidad de entrar al salón del castillo, donde Mallory y Victor discutían en susurros. Victor parecía devastado, sus ropas estaban en mal estado, tenía una botella de vino en una mano y un puñal en la otra. Mallory, su hermanastro, interrumpió su conversación al ver a Thomas Kenway.
- Tremendo incendio ha traído hasta nosotros.- Le culpó el joven Mallory.
- Déjalo.- Dijo Victor, reuniendo las fuerzas para vestirse con su elegante abrigo.- Él no ha hecho nada, y ese es parte del problema. No, está fuera de sus manos.
- Orrick Walsh está muerto.
- Le hemos buscado por todas partes.- Dijo Mallory.- En cada rincón de la ciudad y en los campos extramuros. No hemos dado con él aún, pero no hay razón…
- ¡Está muerto!- Gritó Victor, lanzando la botella contra la chimenea.- No sé dónde, pero está muerto. Y no culpes de esto a Kenway, hermanastro… Mi único familiar en quien puedo confiar. No le culpes, es tan solo otro bogomil de orejas grandes e inescrutable mirada.
- Puedo hablar con Martin Davidson, su segundo al mando, si a su majestad le parece…
- No. Soy el señor de Fairfax. Lo haré yo mismo.

            Victor cobró fuerzas en el umbral de la puerta del salón, tranquilamente acariciando el escudo y las espadas que colgaban en la pared a su lado. Thomas le indicó a Elisa que no dijera nada y se limitaron a seguirle, cabizbajos, hasta la entrada del castillo donde Davidson esperaba ansiosamente. Victor Alwin decidió pagarles lo que les era debido, así como incrementar su salario. Prometió que no forzaría la excomunión. Davidson estaba más que complacido y en cuanto Victor le indicó que podía irse se echó a correr, prácticamente lanzando la noticia a gritos. Mallory confrontó a su hermanastro en el corredor hacia las escaleras, pero Victor no tenía paciencia alguna.
- El obispo no estará feliz. Las apariencias después de todo, ¿ayudar a estos bogomiles que tan tranquilamente infectan nuestra catedral con sus herejías como su trofeo que les durará por siglos?
- ¡El obispo Ansley no manda aquí!- Le gritó, tomándole del cuello.- Ansley Wyberg, cómodo en su iglesia, ansiando su propio castillo… Sí, amigo de mi padre, pero nada más. Más padre es él para ti que el mío propio. Lejos está de ti la corona que pesa sobre mi cabeza Mallory y lejos estará siempre del obispo. Que se mantenga así.
- Fue él, ¿no es cierto?- Preguntó Elisa, mientras cabalgaban hacia la posada para pasar la noche.- Victor Alwin, ¿él mató al gran maestre?
- No.
- Pero sabes quién fue.
- Sí. También sé quién mató al monje Brewster y a lady Edolina.
- Satanail.- Le reprochó ella, golpeándole en la espalda.- Muy específica tu conclusión.
- Orrick murió por sus propias manos. Asesinado, no hay duda, pero muerto por sus pecados.
- ¿Y el duque Frederick, él también murió por sus pecados?
- Somos todos de carne, hechos de pecado… No.- Cedió finalmente, cuando llegaron a la posada. Evitaron al doctor Mulligan y se apresuraron a la habitación que compartían.- No, el duque fue tan sólo el inicio de la macabra maquinaria puesta en acción. No, la sangre que alimenta a la bestia que ha cometido estas muertes no es suficiente para saciarle. Aún quedan… Misterios por resolver, pecados por expiar.

            Al cabo de dos días se corrió la voz. Orrick Walsh, o lo que quedaba de él, había sido encontrado a medio día de la carretera fuera de Fairfax. Enterrado parcialmente los lobos olieron su carne y comenzaron con la carroña hasta ser detenidos por los soldados. Thomas y el doctor Mulligan acudieron veloces. El rostro congelado de Orrick Walsh había quedado intacto, parcialmente por la nieve, y a su modo parecía que dormía plácidamente.
- Los lobos empezaron por sus piernas.- Explicó un soldado que orgullosamente sostenía su ballesta y acariciaba al lobo que había matado con ella.
- No lo enterraron a seis pies.- Dijo Kenway.- Seis pies es el mínimo de superficie para que los carroñeros no detecten el olor de un cuerpo en descomposición.
- ¿Y qué haría un hombre, que no fuera médico o cazador, sabiendo esas cosas?- Dijo el doctor Roger en tono jovial.
- El conocimiento nunca estorba.- Dijo Thomas, revisando entre sus pertenencias. Portaba aún su alianza de matrimonio y en el bolsillo de su chamarra un dorado compás típico a su dignidad.- No fue un robo, fue una ejecución. ¿Esa herida es de espada?
- No, a menos que tenga madera.- El doctor logró meter los dedos en la profunda herida y extrajo una flecha rota.- ¿De quién estaría huyendo?
- ¿Quién dijo que huía de alguien? Vamos doctor, necesitamos comer para pensar. Regresemos a la posada. No queda nada que hacer aquí.

            Elisa les esperaba en la puerta de la ciudad y les siguió hasta la posada. La macabra noticia se había esparcido por Fairfax como un incendio forestal. Un luto generalizado, aunque silencioso y secreto, se extendió por los miembros de la guilda. La posada no tenía la misma usual jovialidad de siempre. Comieron y Thomas no dijo nada. Una vaga idea se formaba en su mente, elusiva y terrible. Elisa le sacó de aquel estado hipnótico frente al fuego de la chimenea.
- ¿Qué estaría haciendo Orrick tan lejos?, ¿hacía de polizonte en la caravana del señor Litwin y para qué? No veo por qué Arden Litwin querría matarlo.
- Litwin.- Repitió Thomas lentamente, bebiendo de su vino frutal y mirando a todos en la posada. En una esquina lejana, alumbrados apenas por una antorcha alta podía ver a Martin Davidson y a la viuda de Orrick Walsh, Eden, sirviéndose copiosas cantidades de vino tinto.- Las preciadas minas de oro, el voraz tío del señor de Fairfax… Litwin… Edolina… Mallory… No. Nadie lo sabía, al menos creo que nadie lo sabía y quizás fue una sola vez. Nada que indique…
- ¿Thomas? Te has ido a la luna de nuevo.
- Eden Walsh. Esa es una mujer que es fácil para conversar, ¿no es cierto?- Elisa les miró y sonrió torcida, recordaba aquella plática misteriosa con el minero Goodwin que había convencido a Thomas Kenway de los más terribles pecados.
- Sólo están hablando. Además, es de día aún.
- Las cosas malas no sólo se hacen de noche.- Kenway se levantó y se abrió paso entre la concurrencia. Cazadores en su mayoría, hombres regios con abrigos crudamente confeccionados de pieles de animales. Interrumpió la conversación tirando el compás de oro de Orrick Walsh.- Estaba entre sus cosas, pensé que lo querrían. Mis condolencias, señora Walsh. Y felicitaciones, señor Davidson, parece que se ha hecho gran maestre.
- Eres una agradable persona Thomas.- Le dijo Elisa, algo bebida, invitándole a regresar.- Muy en lo profundo, pero una agradable persona.
- Dormiré en el castillo por unos días Elisa, pero nos estaremos viendo.
- ¿Esperas que ocurra algo?
- Una audiencia.

            Kenway estaba en lo correcto. El día después del católico funeral del bogomil Orrick Walsh, el nuevo gran maestre solicitó una audiencia con todos los honores. Kenway se había alojado en la torre norteña con la intención de verificar la profundidad de la lujuria entre lady Edolina y Arden Litwin. Lo único que verificó fue una gárgola por cabeza. Ahora tenía sus ojos, ya no en la puerta, sino en tres individuos. El joven Mallory, a su huésped el obispo Ansley Wyberg, y a Francis Woodmarch, el espía del duque de Woodton. La tensión entre los hermanastros se cortaba con un cuchillo y cuando Victor aceptó la audiencia en su salón de la corte el obispo parecía fuera de sí. Victor no pareció inmutarse. Mantuvo a su hermanastro a su lado, incluso agarrándole de la mano para que no se levantara cuando el gran maestre entró a la sala. Kenway se sentó en otra mesa, a un lado de Francis Woodmarch, el espía y vendedor de cantera que parecía entretenido con todo aquello, devorando un platón de uvas. Martin Davidson se hincó, lanzó algunas alabanzas y le permitieron aproximarse a la mesa de los Alwin sobre la que se encontraba su cresta y un decorado escudo de plata con dos espadas con mangos adornados de brillantes.
- Nuestros obreros señor, necesitan más protección para el invierno. Necesitamos construir otra logia, una más grande. Y como ya sabe, en el verano, cuando comencemos a construir los contrafuertes, necesitaremos de más herramientas.- Victor bebió de su copa y con un ademán de su mano lo aceptó todo. Mallory estaba rojo de furia y al obispo le temblaba la quijada.- Igualmente tenemos enfermos y nos preguntábamos, si no era mucha molestia, que los doctores que suelen visitar el monasterio pudieran revisarles. Cosas menores, accidentes laborales y algunas malas toses.
- Concedido. Los doctores estarán ahí para la noche.
- Gracias, su alteza la logia quedará en deuda con usted por siempre.

Terminada la audiencia Mallory se deshizo del agarre que su hermano tenía sobre su antebrazo. Thomas sabía que no se dirían nada, no rodeados de tantos cortesanos, y fue el primero en salir de la corte para esperar, detrás de una columna por la aparición de Mallory. El joven, rojo de furia y maldiciendo bajo su aliento salió dando de pisotones. Estuvo por chocar contra él cuando Francis Woodmarch le detuvo con una mano al hombro y le puso en sus manos una llave. Thomas se alejó de la columna, dando un rodeo por las desnudas escaleras y regresó a la corte cuando casi todos se habían ido. Apostado contra el umbral escuchó la conversación de Victor y el obispo.
- Estos, estos… No encuentro palabras.
- Me las arreglaré con mi tío si es que mi amigo Arden no puede. En el fondo, todo lo que al duque de Woodton le importan son las minas.
- Pero Victor, no puedes…
- No creo tener nada más que discutir con usted.- Le cortó fríamente.- Puede retirarse… su eminencia.

            Thomas siguió a Mallory Alwin de vista por todo el castillo, y luego a las caballerizas. Siguió su noble carruaje hasta los burgos, donde se detuvo frente a una guilda de artesanos y un siervo se bajó para pedir una docena de herraduras. Le había perdido. Lo sabía en peligro, a manos de un asesino o por sus propias manos, pero había perdido el rastro del joven y la misteriosa llave. Cabalgó lento por las pocas calles adoquinadas, pero fue en vano. Un atardecer rosáceo caía sobre el burgo y en vez de encontrar a Mallory, a la llave, o a Francis Woodmarch, fue Elisa quien le encontró a él. Cansado de buscar tomó refugio del frío en el umbral de una casa de piedra. El soldado que en ella vivía tenía su mazo con picos colgado en la puerta, confiando en su perro, en un inmenso labrador que a causa del frío y del hambre les miró una sola vez y regresó a dormir. Se apearon contra la antorcha sobre la entrada.
- No estoy muy joven.- Dijo Elisa, de pronto.- Mi papá dice que estoy muy joven, los de la guilda dicen lo mismo. ¿Tú qué crees?
- Hay edades para el conocimiento Elisa, pero algunos lo perciben más jóvenes que otros. Fui sacerdote, devoto además, por muchos años antes… antes de abrir los ojos al pecado.- Elisa se aferró de su brazo y Thomas le convidó una manzana que había tomado del castillo.
- Siempre tan sombríos ustedes…
- ¿Qué sentirías si tuvieras un mejor amigo, un mentor incluso, que es acusado falsamente y es asesinado? Peor aún, ¿qué sentirías si su supuestos amigos hablasen mentiras sobre él?- Elisa entendió el sentido de sus palabas y asintió.- Toda esta institución… Me protege y me deja ser, pues les soy útil por el momento. Aún así, sus muros se tiñen de pecado. Esparcen mentiras bajo el halo de la santidad y perversión bajo la promesa de virtud. Tergiversaron la tradición apostólica según sus gustos y tejieron una linda historia, mayormente falsa.
- ¿Mayormente?- Kenway le mostró el bolso que siempre cargaba con él recelosamente y le mostró anotaciones de antiguos textos.
- Sabiduría llegada de Bulgaria, donde la verdad aún se conoce, al menos en parte. No soy experto alguno, pero más que el obispo. Mira esto.- Extendió algunas de sus hojas y fue leyendo los fragmentos que seguían siendo visibles, lo demás lo conocía de memoria.- Pablo es detenido en su camino a Jerusalén por un niño y asciende por los siete cielos hasta encontrarse con los apóstoles, en el séptimo cielo. No he dejado de pensar en el apocalipsis de San Pablo desde la muerte de lady Edolina.
- ¿Qué es lo que dice?
- Dice que en el cuarto cielo vio a los ángeles, de acuerdo a sus clases, semejantes a dioses. Ellos trajeron un alma de la tierra de los muertos y le colocaron en la entrada del cuarto cielo. Le latiguearon con violencia y el alma, desesperada, comenzó a preguntarse qué pecados había cometido en el mundo. El recolector de deudas, el gran acreedor, él respondió “no es correcto los actos sin ley que hay en el mundo de los muertos”. El alma quería testigos, diciendo “Que muestren en qué cuerpo he cometido tales actos, que lean del libro”. Tres fueron los testigos convocados. El primero  dijo en que la segunda hora él se aproximó a él y el alma cayó en la furia, la envidia y la violencia. El segundo habló diciendo “¿No estaba yo en el mundo? Y tú llegaste a la quinta hora, y te vi y te desee. Y contempla ahora, que te culpo de los asesinatos que has cometido”. La tercera habló diciendo, “¿Acaso no acudí a ti a la duodécima hora del día, cuando el sol estaba a punto de caer? Te di oscuridad hasta que tú cumplieras tus pecados”. Cuando el alma escuchó todo esto miró hacia abajo con gran pesar. Fue lanzado desde allí a un cuerpo que le había sido preparado. Y los testigos habían terminado…
- ¿Y reencarnan las almas, qué más dice?
- La Iglesia se encargó de destruirlos casi a todos, llamándoles apócrifos. Lo poco que tenemos es la verdad que brilla como esta antorcha sobre nosotros. ¿Entiendes ahora mi peregrinaje? No quiero que los testigos afirmen que no soy merecedor de los cielos y la bendición eterna.
- ¿Y cómo sé si ya encarné antes?
- No lo sabes, no lo debes saber. Vive tu vida Elisa, como si estuviera en juicio. Pues lo está.- Kenway terminó su manzana y quedó contemplativo.- Me hizo pensar en lady Edolina y todo cuánto ocurrió antes. Éstas almas, cambiando de cuerpos como la serpiente cambia de piel. La serpiente del Edén, ella tiene infinitas pieles qué cambiar, una más atrayente que la otra. Una más perversa que la otra. Su trabajo está pronto a terminarse y temo Elisa, temo por todo cuánto considero virtuoso y libre de pecado en el mundo, que su imperio de mentiras lo derrumbe todo al imponerse la luz de la verdad.
- ¿Ésta noche terminará?
- Esta noche. Y yo lo perdí.

            Tan pronto como Kenway dijo estas palabras se escucharon los gritos de los soldados, a pocas cuadras de allí. Siguiendo el desorden, y a los vecinos chismosos, se toparon con una singular escena. Francis Woodmarch, en el tejado de su casa, parecía tratar de descender de ella con una agilidad que no tenía. Eventualmente resbaló por las húmedas tejas y terminó en el lodazal. Empujado por los soldados le hicieron marchar de regreso a su casa, donde Kenway se abrió paso. Un soldado descendió del segundo piso, cargaba al cuerpo sin vida de Mallory Alwin que Woodmarch había tratado, torpemente, de esconder en el techo antes de ser sorprendido. Dejaron el cuerpo de Mallory sobre el piso de piedra y paja. Kenway notó que tenía piedras en la boca y un poderoso golpe en la nuca. Eran piedras típicas en las gárgolas. La maldición se cumplía de nuevo. La noticia se esparció rápido, los soldados tocaron sus campanas y Woodmarch, aterrado y pálido, rogó porque se llamase a Bradley Ordway, el albañil. El obispo Ansley llegó antes y se hincó ante su protegido, rezando el rosario y dándole los últimos ritos.
- ¿Qué pasó Woodmarch?- Preguntó Kenway, antes que el obispo se le lanzara encima. El cortesano le parecía temer más al obispo que a los soldados que le sujetaban de los brazos.
- Yo no lo maté, lo juro.
- Entonces dime qué pasó.
- Nos vimos aquí, por separado, le di la llave de mi casa. Teníamos negocios que discutir, sólo eso. Nada más que eso.- Bradley Ordway apareció borracho y al ver al cuerpo de Mallory vomitó sobre las botas de un soldado.- Ahí está, que les diga.
- A mí no me metan en esto.- Se defendió Ordway.- Él estaba solo. No había nadie más.
- ¿Qué hacías aquí?
- Pidiendo un préstamo de su cantera, sólo eso pero no estaba el hermanastro del duque, lo juro por Jesús, él ya estaría muerto.
- Sin duda.- Dijo el obispo.- Y este cobarde trató de deshacerse de él.
- Está bien.- Las rodillas de Francis cedieron y los soldados le mantuvieron de pie.- Yo no lo maté, lo encontré en el segundo piso y ya estaba muerto. Mi recamara está en el segundo piso, buscaba un libro. Yo le dejé por un instante para hablar con este borracho. Regresé a Mallory y.. y ya estaba así. No sabía qué hacer. Pensé en subirlo a mi carreta, llevarlo lejos, pero Ordway seguía en la puerta principal. Pensé en la puerta del costado pero una carreta de paja pasaba por allí y por la cocina estaban los soldados que… bueno, que eventualmente me escucharon en el tejado. Yo no lo maté, ¿por qué haría algo así?
- Victor debe estar devastado.- Le susurró Elisa.- Su único rival al poder se ha ido.
- Por ésta no te salvarás.- El obispo se hizo de un cuchillo y Kenway lo detuvo.
- No creo que lo haya matado, señor obispo, pero tampoco digo que sea inocente. ¿Por qué no lo reportó a los soldados que se guarecían en su cocina exterior frente a sus carbones?- Thomas sonrió y tomó a Francis Woodmarch de la oreja, obligándole ascender las escaleras de astillada madera hasta el segundo piso. Una cama pequeña, un espejo y una pequeña ventana era todo lo que había. Revisó entre los libros y encontró la respuesta.
- Victor tendrá mi cabeza.- Aceptó Francis, visiblemente derrotado. Kenway leyó la misiva, iba dirigida al duque de Woodton y pedía que removiera a Victor de su dignidad, por la fuerza de ser necesario y le dejase gobernar Fairfax a cambio de la mina de oro y los bosques norteños.- Pero aún así, juro que yo no lo maté.
- No veo su firma señor obispo, sólo la de este cobarde y el hermanastro del señor de Fairfax.- El obispo le miró ofendido y le quitó la carta de las manos.
- Irá directo al castillo. Cuánto antes. Venga conmigo Kenway, yo le he convocado a Fairfax y no quisiera que nuestro señor pensara que yo estaba involucrado.
- Llevaremos al prisionero también, y al cuerpo de su hermanastro.- Dijo uno de los soldados que preparaba una carreta para ambos.
- Mallory se deshizo de su propia casta.- Musitó el obispo.- ¿Tan grande era su sed de poder?
- No.- Dijo Kenway, visiblemente preocupado.- No, él nunca fue un hombre sediento. No más que cualquier otro. Adelántense ustedes. Les veré en el castillo. Dejaré a Elisa en brazos de su padre, no me parece correcto que una joven vea la ejecución de un traidor.
- Nos ha salvado Kenway.- Admitió el obispo, avergonzado.- Detuvo el complot antes que llegara a manos del voraz Peter de Woodton.
- Yo no hice nada de eso.- Dijo, subiéndose a su caballo y ayudando a Elisa.- La gárgola lo hizo.

            Galopando a toda prisa recorrió los burgos hasta llegar a la villa. Elisa se aferró a su espalda, una gélida ventisca se levantaba esa noche y las antorchas y piras de Fairfax se hicieron débiles, muchas de ellas apagándose. Elisa quería saber por qué no iban al castillo, pero Kenway insistía, una y otra vez, que la serpiente del pecado había cambiado de piel por última vez y todos en la logia corrían terrible peligro. En la cabaña principal Martin Davidson le dejó entrar, junto con su acompañante. La logia era de un tamaño formidable, tenía catres para una docena y tenía dos cocinas exteriores. Los lugares estaban todos ocupados, pero Thomas no sentía ganas de sentarse. Los masones ocultaron rápidamente los planos de los contrafuertes enrollando sus papeles y protegieron sus secretos en pesados muebles de pino con tres cerraduras.
- Deberían escucharle.- Protestó Elisa, cuando los masones trataron de echarle. La última comunicación con el ahora gran maestre no había sido en buenos términos. Alvin y su esposa Ema Leavins apoyaron a los fuereños y el gran maestre, exhalando un suspiro frustrado atizó los carbones de la chimenea y cayó sentado sobre su cómodo sillón de cuero y telas.
- Mallory Alwin está muerto.- Varios de los albañiles se sorprendieron, pero otros ya lo sabía. Los sorprendidos emitieron chiflidos para llamar a sus compañeros albañiles a la abarrotada logia.- Otro en una serie de homicidios imposibles. El duque Frederick fue el primero. A la vista de todos, pero oculto a la vez por la cal y el polvo del andamio que se vino abajo y casi le parte la pierna a Ema Leavins. El gran maestre, perdón, el ahora gran maestre, elegantemente alejó al obispo, separándole del duque. El finado Orrick, el único sin coartada, dijo que escondería el cubo pero bien podría haberlo hecho en otro momento.
- Acusaciones.- Sin valor, dijo Davidson, sirviéndose una copa de licor.- No hubo nada de elegante en la separación, Orrick simplemente me lo pidió.
- Y le creo.
- Pues más la vale.- Gruñó Ordway, quien amenazadoramente se tronaba los dedos en una esquina.
- Poco después murió aquel monje, sin duda a manos de Arden Litwin. Él conocía el lugar, había cazado ratones y gatos con su amigo Victor durante su infancia. Él tenía que ocultar la verdad, violó la cerradura y quemó los registros. Pero era tarde, demasiado tarde. No, dos crímenes se cometieron en la misma noche. Uno fue el de Litwin, otro fue mucho más sutil. Escalando con soga y gancho el ladrón envenenó a Brewster y tomó de los registros aquello que sería vital. Quizás una hora más tarde y todo habría sido en vano. La siguiente muerte imposible fue la de Edolina Kerich. Orrick estaba ahí, ¿no es cierto?
- No se atreva a hablar mal de nuestro amado Orrick. ¿Y qué si él estaba supervisándolo todo? La mujer perdió la cabeza por una gárgola, pero sólo un fantasma podría haber cometido semejante acto. ¿No estaba cerrada la ventana, no estaba robado una cantidad de oro que usted mismo probó imposible que fuese simplemente lanzado al desfiladero?
- En verdad lo hice, pero la ventana cerrada, que yo mismo escuché al soldado pidiéndole cerrar con seguro, podía abrirse de nuevo. Leves golpecitos contra la ventana de madera. Lady Edolina abre las ventanas y el siguiente golpe es el de una gárgola atada a un mecate. Suficiente fuerza para arrancarle la cabeza casi por completo. Tan preocupado estaba porque nadie subiera las escaleras que olvidé que alguien podía bajarlas desde el techo de la torre. Cerrado las ventanas con seguro una vez más y regresado.
- Orrick no está aquí para escuchar de semejantes mentiras.- Le espetó Davidson.
- Sí, así es. ¿Será que la serpiente cambia de piel, gran maestre?
- No diga tonterías, ¿por qué haría yo todas estas monstruosidades de las que habla?
- No, no usted Davidson. No hay un asesino, hay más de uno. Debió serme obvio desde el principio. No, Orrick fue accidental, no debía estar ahí.
- Pero usted dice…
- Sí, Alvin y Ema Leavins. Alvin estaba en ese techo, fue él quien mató a lady Edolina. Fueron ellos quienes robaron del monasterio. Ema Leavins provocó la caída del andamio cuando el duque estaba a solas. Alvin lo atravesó y corrió a los brazos de su mujer para darse coartada.
- No puede acusarme de barbarie semejante. ¿Por qué lo haría?, ¿por qué mataría además a lady Edolina?, yo soy carpintero, las tejas de la torre se estaban viniendo abajo no hay misterio en eso.
- El soldado subió cajas pesadas, sin duda la gárgola estaba entre ellas. No contabas con que Orrick vería más de la cuenta. No dijo nada, y esos fueron los secretos a los que aludió en su conversación con Davidson, su compañero. Aquella era su idea de meter orden en la logia, por eso no podía vivir mucho más. Ema hizo un excelente trabajando manteniéndome ocupado el día que Arden Litwin salió de Fairfax, me convenció que estarías en la puerta de la ciudad donde Ordway planeaba una acción más directa. Arden no mató a Orrrick, habrían usado una espada, él además no se habría subido a su carruaje como un vulgar polizonte. Lo mataste de un flechazo y guardaste su cuerpo en uno de los arcones que tanto tiempo tardaban en llegar de la campiña. Arden Litwin se llevó su cuerpo en uno de los arcones. Si le descubrió por el olor o por mera ociosidad no lo sé, pero tenían que enterrarlo. Arden era inocente, pero cargaba con un cadáver que no podría explicar. Mallory… Él sí tenía que morir, pero es más complicado que eso, pues ésta vez alguien les dijo que estaría allí. Les dijo dónde encontrarle. Alvin lo mató cuando Ordway tenía ocupado al espía del duque, sin duda ignorando el plan maestro. La carreta de paja que mencionó Woodmarch, me apuesto que eras tú Ema quien la conducías y tú Alvin, quien se ocultaba en ella.
- A mí no me metan en asesinatos.- Se defendió Ordway.- No fueron ellos, estoy seguro, pero yo no fui pieza alguna en el macabro plan que este simplón no puede explicar del todo. ¿Qué hay de la pregunta más importante?
- La espera.- Le dijo Thomas a Ema, mirándole intensamente hasta penetrar en su alma.- Debió ser una tortura.
- ¿De qué está hablando?- Demandó Davidson.
- La fallecida esposa del duque Frederick pasó los nueve meses del embarazo recluida en su torre norteña. No había tal embarazo, pero tenían que fingirlo. No, el obispo les compró el bebé. No murió como ustedes dijeron, le dieron en adopción. Victor Alwin es en realidad Victor Leavins. Era imposible saberlo al principio, pero había un patrón en todo esto, muy típico de aquel que es chantajeado. Robaron el registro de nacimiento, el mismo día que el de Victor y sin duda con alguna compensación firmada por el obispo Ansley en persona. Él no esperaba que yo llegase a esa conclusión, él no esperaba que esto llegara tan lejos. Tras la muerte del duque el obispo se lo dijo a Victor, le habló de su verdadera familia y vaya que estaba atribulado. Lanzando zarpazos como un animal juró venganza sobre todos ustedes. Pero robado el documento, entonces salvaban sus cuellos. Envió a su mejor amigo a destruir la evidencia, pero era tarde. Tras la muerte de lady Edolina el obispo les hizo confesarse, el chantaje del entonces gran maestre Orrick era demasiado burdo y no funcionó. Pero ustedes dos mostraron el documento y entonces los humores cambiaron. Dijo que lo dejaría en manos de Roma, pero la misiva estaba en blanco. No podía decir la verdad, no sin que el duque de Woodton se quedara con Fairfax. Edolina debía morir, todos debían morir para mostrarle a Victor la verdad, ¿no es cierto? O mejor dicho la astucia de su artimaña. Incluso cuando Ordway les dijo dónde encontrar el cubo del sol, y no pretendas ahora que escupes monedas de oro oso borracho, incluso entonces nadie se atrevía a tocarlos. La muerte de Edolina, y la de Orrick, eso le dejó en claro a Victor que no tenía otra opción. Se hizo amigo de ustedes, concedió todo en un cambio de humor que dejó a Mallory tan enojado que selló su destino. Les hizo saber dónde estaría, sin duda adivinando sus intenciones y se encargaron de él. Todos los chantajeados se comportan igual, muestran su fuerza y cuando se ven esquinados, como lo está ahora, cambian de humor por completo. Después de todo, pueden demostrar que no era hijo biológico del duque Alwin, duque además tan sólo por matrimonio con la duquesa de Woodton. Ustedes pueden deponerlo cuando quieran, le tienen donde querían.
- No, tonterías.- Se defendió Alvin.- ¿Qué hay del oro robado?
- Eso es fácil, demasiado fácil. Los hermanos Goodwin son unos tramposos. Lady Edolina les dio su oro para que ellos hicieran sus pepitas, para fingir que tenían algo. Por eso no harían una guilda, pese a que eso les habría hecho inconmensurablemente ricos. Arden Litwin discutió con James Goodwin, pues supo de la verdad y le dio una paliza. Le seguí ahsta lady Edolina, quien le sedujo con su pecado y le vendió la idea con sus carnes. Venderle la mina al duque Woodton, venderla por mucho oro y después culpar a los Goodwin, quien seguramente estarían muy lejos de aquí para entonces. Litwin estaba entusiasmado sobre aquellas minas, según me dijo en nuestra última conversación.
- Sea como sea, se equivoca señor Kenway.
- Una persona en ese techo, usted señor Alvin Leavins. Quizás dos, si es que Orrick vio el homicidio. Piénsenlo, es la única manera de cometer tan brutal muerte. ¿Así que quién fue Alvin, Orrick o fuiste tú?
- Está bien, yo atravesé a Orrick con una ballesta en los campos y lo metí en un arcón, ¿pero es que están ciegos a lo que tenemos? Victor no tendrá otra opción. Le dimos en adopción sabiendo que este día llegaría, que cumpliría una sana edad para gobernar como uno de nosotros, un bogomil. Ema y yo no les quisimos incluir en algo tan terrible, ni queríamos que se enteraran, pero ustedes han visto lo que la supuesta iglesia de los apóstoles es capaz de hacer con los herejes. ¿Cuánto tiempo pasará, una vez terminada la catedral, antes que nos branden como al ganado, nos quemen vivos o nos maten a todos en una masacre? Lo hicimos por la fe, por la verdadera fe.
- ¡Mataste a Orrick!- Tres fornidos obreros tuvieron que someter al bruto Ordway, quien quería matar a la pareja. Davidson llamó a la calma, aunque era imposible, los rumores y gritos ya se habían encendido como un fuego imposible de tranquilizar con meras palabras.
- Orrick era mi mentor y mi amigo y  estos dos recibirán su justo castigo.
- ¡No!- Ema y Alvin se tiraron al suelo y besaron las botas de Davidson, en busca de clemencia.- Por favor, no estaba planeado pero era necesario. Orrick era demasiado terco.
- Lo era, pero era mi amigo y el gran maestre de esta guilda.- Davidson tiró la copa que sostenía y trató de pensar por encima del ruido.- Tendremos un ducado bogomil.
- ¿Se han vuelto locos?- Dijo Kenway, calmadamente.- Únicamente se hará bogomil porque está siendo chantajeado. Sus posibles herederos fuera del camino, ¿cuánto tiempo antes que se haga de ese documento o les ponga una trampa? No, el asesinato no es presagio para tiempos de paz.
- ¿No lo ves Thomas? Podemos tener una comunidad en Fairfax, como los albagineses ya han hecho. Podemos hacer la diferencia.
- Tiene razón.- Dijo Elisa.- Es terrible, pero es cierto.
- No Elisa, no te dejes seducir.- Acarició su rostros mientras los obreros peleaban sobre la muerte de Orrick, sobre el duque chantajeado y las vías de acción.- ¿Recuerdas mi mayor temor? Debería ser el tuyo también. Las decisiones que se adornan con ambiciones y promesas, pero están podridas por dentro. La luz de la verdad destruye al imperio de las mentiras.
- ¿Y dejarás una estela de destrucción a tu paso, cómo haces siempre?
- Nada hay que le pueda decir al obispo o al duque que no sepan. No, yo no provocaré esta estela de destrucción. Míralos Elisa, peleando como los judíos pelearon para matar a Jesús. El árbol envenenado no da frutos buenos.
- Quédate entonces, conmigo, con nosotros.
- Kenway.- Le dijo Davidson, ahora más sereno.- No lo hagas peor.
- Sólo pido una cosa, que los dos asesinos sean colgados por la familia Alwin, creo que hasta Orrick habría preferido eso.
- Así se hará. Quédate te necesitamos aquí.
- No.- Señaló hacia las peleas de los obreros, la guilda estaba en extremo desorden. Salió de la logia y Elisa corrió hasta aferrarse a su brazo cuando subió a su caballo.
- Thomas, Satanail ganará si los bogomiles no tomamos una posición.
- ¿La posición del mismo demonio que buscamos combatir? Ven conmigo Elisa, dejemos que Fairfax se destruya por sí sola, pues la guilda no soportará la maldición de la gárgola. Ven, antes que Victor consiga la manera de esconder su pasado, antes que el duque de Woodton haga algo peor. Recorre el peregrinaje de la virtud, pues la sangre no convierte a nadie, sólo la virtud y la piedad.
- Tu peregrinaje es oscuro, teñido de pecado y oscuridad.
- ¿Y no lo ves ahora?- Dijo Kenway, señalando las riñas entre los obreros y al castillo al fondo.
- No puedo Thomas, no puedo dejarlo todo y enfrentarme a Satanail. No seré tu consolación en tus días oscuros.- Se despidió besando su mano y cabalgó rápido, hacia las puertas de la ciudad.

            Aquella noche una leve nevada cayó sobre Fairfax. Se permitió mirar hacia atrás por un instante. Los gritos de los albañiles y los soldados era llevada por el viento. A un lado de la pira de la puerta Elisa le miraba en silencio. Thomas se dio vuelta y siguió avanzando. La maldición de la gárgola había caído sobre ellos, aquellas criaturas de piedra defenderían la verdadera fe, incluso de aquellos que se vanagloriaban de seguirla, incluso de aquellos que adoptaban la máscara de la institución que tan vehemente detestaban. Un escalofrío recorrió su cuerpo, imaginando las maquinaciones en la atribulada mente de Victor Leavins. El imperio de las mentiras caería por su propio peso, pero su peregrinaje no había terminado. Avanzó en la oscuridad del camino, su única consolación el Señor y el recto sendero.



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