El barco de los idiotas
Por: Juan Sebastián Ohem
Thomas Kenway no podía quedarse en
el mismo sitio por mucho tiempo, terminado el invierno decidió viajar al norte.
Fue aceptado por un grupo de comerciantes y viajó entre los barriles de aceite
de oliva y las cajas de carnes. En su soledad le acompañó otro comerciante
quien tenía ganas de platicar. Arribaban al condado de Westmor, un lugar
próspero para los comerciantes itinerantes como ellos. Kenway se asomó entre
las cajas cuando la carreta fue descendiendo de una alta colina. A lo lejos
podía verse un pequeño castillo, una villa separada por un río y un
asentamiento del otro lado del río que era tan ancho que tenían un barco en el
muelle. El comerciante ya había escuchado las noticias sobre la terrible
batalla que había ocurrido hacía unos pocos días. Westmor estaba dividida por
el río, y por la sangre. De un lado estaban los Dane, familia de antiguo
linaje, y del otro lado del río los Calum, poderosa familia ganadera que había
llegado hacía una generación y competían por orgullo y por dinero. Kenway gruñó,
esperaba un verano tranquilo, pero el Señor tenía otros planes para él. Se bajó
de la carreta, agradeciendo la caridad de los comerciantes y caminó por la
villa. La mayoría de las casas eran de piedra y con techos de pasto o paja.
Algunos edificios de dos pisos, con yeso y tabique ocupaban el centro de la
villa, sin duda las propiedades de la familia Dane. Kenway preguntó por una
posada y le dirigieron a una casona de madera y yeso, con dibujos de
cervatillos y cazadores.
Los signos de la batalla eran evidentes.
A lo lejos, en las colinas antes del río, se encontraba un granero que había
quedado reducido prácticamente a cenizas. Podían verse signos de incendio en
otros edificios, pero la marca distintiva era la propia población de Westmor.
Pocos eran los siervos que no portaban alguna clase de arma. Los extensos
campos de cultivo, a las orillas del río habían sido incendiados y el ambiente
era tenso, como la calma antes de la tormenta. El cementerio, en el otro
extremo de la villa tenía muchas tumbas recién cavadas, e incluso podían verse
los montículos de tierra típicos de las tumbas clandestinas para quienes no
podían pagarse una parcela, o para los desconocidos. Un villano chocó contra su
hombro, podía ver el fuego en sus ojos y el cuchillo en su mano. Kenway le
siguió, pero el villano echó a correr y atacó a otro por la espalda,
acuchillándole hasta matarlo.
-
¡Mataste a mi hermano!- Gritaba el villano, una y otra vez, mientras que los
espectadores trataban de detenerlo, o matarlo.
-
¡Basta!- Un hombre a caballo separó a
los villanos con un pesado mazo. El caballo estaba vestido con telas azules y
bordados de venados y cervatillos, que parecía ser el símbolo de Westmor. Se
trataba de un hombre que no era corpulento, pero estaba bien alimentado. Tenía
una barba cuidada y un tono de autoridad. La gente parecía conocer su dignidad
y se apartaron de la escena del crimen. Uno tenía al asesino agarrado del
cuello y se lo entregó.
-
Barón Kinsey, él lo mató por la espalda.- Un par de soldados aparecieron de la
nada y apresaron al homicida.
-
Pero él mató a mi hermano, no tenía por qué hacerlo.
-
Era la guerra, pero ya ha terminado.- Dijo el barón Kinsey.- El asesino será
ahorcado, servirá como ejemplo. La batalla fue brutal para todos, pero tenemos
que detener estas venganzas si queremos la paz.
-
Pero barón, mi hermano sólo cuidaba de su cosecha cuando ese desgraciado lo
mató por la espalda con un tridente.
-
La guerra es injusta.- Respondió el barón.- Dios hace que llueva sobre los
justos y los injustos. La calamidad entre los Dane y los Calum se salió de
control y ustedes sufrieron las consecuencias, es injusto, pero es mi deber
mantener la paz, resolver el conflicto y designar las apropiadas
indemnizaciones. Y si alguno de ustedes planea hacer algo así quiero que miren
al puerto, verán que el barco de los idiotas aún no zarpa y juro por el conde y
por Dios que los meteré allí por la fuerza.
El prisionero empujó a un soldado y,
liberándose, salió huyendo. Alguien en la masa de curiosos logró empujarlo hacia
el lodo y el asesino se arrastró hasta un montón de paja. Los soldados
corrieron tras él, pero no era necesario. El asesino comenzó a gritar de
espanto. Apresaron al asesino y con una espada removieron la paja. Kenway se
acercó por curiosidad y al ver el cadáver supo que una mano divina le había
llevado hasta Westmor.
-
Es Clifford Yonwin, yo reconozco esas ropas y ese anillo.- Dijo una mujer.
-
Por Dios….- El barón se acercó a caballo y se santiguó al ver el cuerpo. Tenía
la cara y la cabeza destrozadas por completo, el cráneo se había partido como
un melón.- Otro más para el cementerio, si es que aún queda lugar.
-
Ha sido un mazo con picos.- Dijo Kenway, examinando el cuerpo.- Y no ha sido un
robo, pues cargaba con ducados en sus bolsillos y aún tiene sus anillos. Le
tomó por sorpresa, seguramente por atrás, a juzgar por las heridas…
-
¿Y quién es usted?
-
Thomas Kenway, señor barón.
-
John Kinsey.- Le estrechó la mano y suspiró cansado.- Mantener la paz es más
difícil que armar una batalla.
-
¿Los Dane y los Calum batallaron?
-
Mala sangre desde hace mucho tiempo. Los siervos y los comunes recibieron la
peor parte. ¿No es así siempre? Que los religiosos se ocupen de él, yo me
llevaré al asesino y lo colgaré yo mismo. Westmor no puede desmoronarse por los
caprichos de dos patriarcas.
Se llevaron al asesino amarrándole
del caballo del barón John Kinsey, pero Kenway estaba más interesado en
Clifford Yonwin, no parecía ser una venganza por la mala sangre que toda
batalla deja como secuela, como herida abierta y expuesta. Alguien chifló y
Kenway pensó que era para él. Pudo ver entre los techos a un arquero
apuntándole al asesino. No le pudo ver bien, pues lanzó su flecha y le falló al
convicto por tantos metros que la flecha penetró en Thomas en el hombro y le
tiró al suelo. Lanzó un grito de dolor y luego de eso se desmayó.
Thomas despertó en una cama, tenía
vendado el hombro y un médico curaba su herida con hierbas y extrañas pociones.
Se presentó como Paul Kent, y le advirtió de no moverse mucho, la herida había
sido superficial, pero necesitaría descanso. Sentado en una silla en la esquina
de la húmeda habitación de piedra se encontraba el arquero.
-
Lo siento muchísimo, yo quería flechar al arrestado entre los pies, era amigo
del fallecido, pero…- Señaló su ojo derecho, parecía nublado.- En la batalla me
dieron un buen golpe y casi me dejan sin ojo. Solía ser el mejor arquero, soy
cazador desde que era niño. Parece que mi puntería no es la misma. Me llamo
Humphrey Courtland.
-
Thomas Kenway.- Se sentó apoyando la espalda contra la pared y el doctor se
despidió. Humphrey le acercó sus ropas y siguió disculpándose.- No lo tomaré
personal, pero en el futuro… Dedique su arco a los animales, no a la gente.
¿Cómo es que el barón Kinsey…
- Por poco y me cuelga, pero el padre logró
convencerlo de que fue un accidente. Le debo mi vida al padre Wilmer, le debo
mucho, incluso antes de mi tontería de disparar esa flecha.
-
¿Wilmer?- Preguntó Kenway, su voz temblorosa.- ¿Harold Wilmer?
-
El mismo.
-
Tengo que irme. Dígale que agradezco la habitación, pero me encontraré una
posada.- Se puso de pie y se vistió con las ropas de un común, con botas y
doble pantalón para el frío, con sus dos playeras y se colgó su bolso del
hombro izquierdo. La puerta se abrió de golpe y casi le pega en la nariz. Allí
estaba él, Harold Wilmer. Los años le habían caído bien. Tenía el cabello
canoso en los costados y la misma mirada inteligente que había tenido siempre.
No había cambiado mucho desde que le ordenara al sacerdocio.
-
Thomas, es bueno verte en buena salud. ¿Ya te ibas?
-
No me gustan las camas de las iglesias, me las apañaré. Gracias por todo.- Le
hizo a un lado y a paso apresurado cruzó la inmensa iglesia hasta la calle. El
padre Wilmer le siguió hasta afuera.
-
Han pasado muchos años Thomas, desde que te inicié al sacerdocio, antes que te
apartaras del sendero correcto.
-
Mis ojos se abrieron, padre Wilmer, si a eso se refiere.- Se miraron en un
silencio incómodo. Wilmer había sido un maestro para él, un experto en teología.
-
Bogomilismo, yo no te enseñé eso. Tu alma peligra Thomas, debes…
-
¿Debo hacerme al ciego y seguir a la Iglesia? No, mi peregrinaje me ha llevado
a otros lugares.
-
Oscuros, según he oído.- El padre Harold le mostró una carreta con una jaula,
donde un condenado chillaba de horror.- El asesino de Clifford Yonwin.
-
¿Y le mandarán allí?- Thomas señaló el barco en el ancho río.
-
Ahí, o a la horca. Le debía mucho dinero a Clifford.- Thomas corrió en el lodo
hasta la carreta y pidió examinar al sospechoso.
-
Ahorcarán a un hombre inocente.
-
¿Y quién se cree que es usted?- Le preguntó el cochero. Thomas tomó al
sospechoso del brazo izquierdo y mostró las heridas de látigos y reglas que,
con el paso de los años parecían como terribles cicatrices.
-
Este hombre es zurdo.- El sospechoso confirmó su conclusión.- Lo he visto
antes, la mano del diablo, le dicen a la izquierda, y a quienes escriben con
ella. Alguna monja decidió enseñarle a escribir con la derecha. Es muy común.
-
¿Y?
-
Los golpes a Clifford fueron producidos por un diestro, la fuerza del golpe así
lo indica.
-
¿Padre Wilmer?- Preguntó el cochero. El cura miró a Kenway y después al
sospechoso.
-
Déjenlo ir, Kenway tiene razón.- Kenway abrió el mecanismo de la jaula y el
sospechoso salió corriendo.- He oído que te has dedicado a estas cosas.
-
Voy a donde el espíritu me lleva, eso es todo.- Dijo Thomas, viendo al inmenso
barco en el muelle.- Nunca había visto un barco de idiotas.
-
Vamos pues, que hay mucho de qué hablar.- Kenway
gruñó y no dijo nada. No se esperaba encontrarle, le traía recuerdos amargos de
sus crisis de fe. Tomaron dos caballos y cabalgaron hacia el muelle.
-
Son los casos sin remedio, histéricos que gritan y muerden, gente peligrosa.
Las familias no pueden con ellos y nosotros tenemos las manos llenas ahora que
ha habido una batalla. Tenemos a muchos hijos del Señor con graves problemas
mentales.
-
Me sorprende que les considere así, y no como posesiones diabólicas.
-
No, no soy como los curas que estaban antes que yo, raza de supersticiosos.
Ellos les habrían torturado brutalmente. Temían más al diablo de lo que amaban
a Dios. No, el barco zarpa en la noche, irá a un priorato al sur que hace de
asilo para estas pobres almas.
La escena en el puerto era
desgarradora. Familiares despedían a su propia sangre, algunos estaban en tan
malas condiciones que llevaban bozales, otros caminaban sin rumbo como en un
mundo aparte. El capitán del barco, un desaliñado gordinflón recibía unas
cuantas piezas de oro por cada uno de los locos. Kenway se acercó al puente de
madera que daba al barco y su corazón se estrujó. Algunos llevaban máscaras y
jaulas en la cabeza, estaban encadenados a las paredes, con pequeños sacos en
las manos bien amarrados para que no pudieran rasguñar. Todos gritaban y lloraban.
Se preguntó cómo era que el capitán William Rogers no se volvía loco. El padre
Wilmer le apartó cuando más locos entraron, encadenados y caminando sin
personalidad propia, babeando y sacudiéndose alocadamente. Kenway no soportaba
estar ahí, el hedor era inmundo, apestaba a heces, sudor y cerveza. En la
orilla del puerto las familias se despedían chillando y rezando. El padre
Wilmer detectó la tristeza en los ojos y le condujo hasta una pequeña capilla
en el puerto donde se trataban aquellos que parecían salvables.
-
Los sacerdotes que estuvieron a cargo de Westmor antes que yo eran una jauría
de supersticiosos ignorantes. Discernimos entre el idiota natural y el que lo
es por posesión. Aquellos que podemos curar, curamos.
-
Si a eso llaman cura…- Tenían a una docena de personas atadas a mesas, con
rostros cubiertos por telas recibiendo cubetadas de agua helada. Otros más se
encontraban en potros y eran latigueados sin descanso con fuetes de caballo.
-
Hacer que el cuerpo sea tan incómodo que el demonio que le habita no deseé
habitar más en él.- El padre suspiró frustrado.- La batalla fue encarnizada, el
conde hizo como Pilatos y los siervos y los comunes pelearon entre sí, de un
lado del río y del otro. Muchos quedaron trastocados, a esos no les sometemos a
estas torturas.
-
¿Y qué ha hecho el conde ahora?
-
Se ha limitado a asignar al barón Kinsey como juez y fiscal. El conde Alvar
Utteridge es débil, pretende casar a sus hijas Miriam y Helena con algún
muchacho de las dos familias para no tener que enfrentarlos.
-
Este lugar es inmundo.- Dijo Kenway, sintiéndose mareado por los gritos de los
torturados, por los llantos de las familias y los gritos histéricos de los
locos. Salió corriendo, su cabeza dando vueltas y sus vendajes empapados en
sangre.
-
Thomas, ¿Thomas?- El sacerdote le alcanzó antes que cayera al suelo y Kenway se
desmayó en sus brazos.
Despertó algunas horas después en
una rústica cama. El arquero, Humphrey Courtland parecía aliviado de verle. Una
mujer terminaba de rellenar el agujero con extrañas hierbas y le prometió que
la infección ya estaba curada. Humphrey la presentó como Daisy Dane, la
curandera del pueblo. Thomas miró por la ventana, caía la tarde y más allá de
las colinas el barco de los idiotas seguía su demencial proceso. Mientras que
Humphrey era un hombre corpulento, Daisy Dane era una mujer de muy baja
estatura y complexión muy delgada. Pensó que se rompería en cualquier momento,
pero le pareció de gran inteligencia.
-
Un poco de valeria y arsénico le haría bien.
-
No, gracias.- Thomas estiró su brazo y palpó en el suelo hasta encontrar su
bolso, que cargó como un bebé.
-
No te he robado nada.
-
No estaba pensando en eso.- Le pagó unos ducados y Daisy se retiró agradecida.
-
Parece que viene una tormenta.- Dijo Humphrey, cerrando el ojo dañado para ver
mejor a través de sus sucias ventanas.
-
No debiste revisar entre mis cosas, ¿no bastaba con dispararme? Todo está en
desorden.
-
Está todo ahí, es que me dio curiosidad. El único otro hombre de letras que
conozco es el padre Wilmer, pero nunca había hablado de esas cosas que tienes
escritas.
-
No me sorprende.- Su anfitrión le llevó potaje caliente y una taza de caldo de
res. Parecía muy acongojado por el asunto de la flecha y Thomas pensó que
estaba siendo demasiado duro con él.- No hay nada de malo en leer Humphrey. Es
mejor leer que pelear.
-
Ni me lo diga…- Dijo, señalándose el ojo nublado.- Los Calum se vieron
obligados a recomponer un poco el daño, me permiten cazar en sus bosques más
allá del río. No era justo lo que me hicieron, atendía un herido cuando recibí
un mazo contra la cara.
-
¿Y sabes quién fue?
-
Robert Calum. Enloqueció en la batalla, mató a gente inocente y no dejaba
heridos. Pero enloqueció, al menos tiene explicación. Ahora que Declan Calum…
Él sí no tiene excusa, no respetó ninguna de las leyes caballerescas de la
guerra. Y todo por tonterías… Vinieron del norte, una generación atrás y ha
habido una mala sangre desde entonces. Los Dane los acusan de cualquier cosa,
los Calum hacen lo mismo. Hasta de si una vaca da leche agria culpan a la otra
familia.- Se sentó a un lado del herido, mirando la tormenta y las luces del
barco.- No es cristiano lo que pasó, como tampoco lo es lo que he leído. Las
Escrituras enseñan diferente. El Antiguo Testamento no menciona nada de los dos
hijos de Dios.
-
No, no lo hace para quien no sabe interpretarla, para quien no conoce la
doctrina que Jesús enseñó en secreto. Dios tuvo dos hijos, Satanail y Miguel.
El mayor se rebeló y creó la Tierra, pero no pudo crear al Hombre por sí mismo,
hasta Dios creó en él el alma. El creador de la materia hizo un pacto con la
humanidad, uno que Miguel tuvo que romper al elegir a Jesús en el bautismo.
Rompió el antiguo pacto a través de la redención y el recto sendero,
convirtiendo a Satanail, dios del mundo, en Satán, dueño del inframundo. Fueron
las conspiraciones de Satán las que crucificaron a Jesús, pero su cuerpo era
tan sólo un cascarón de algo más grande. Ahora la Iglesia enseña que el
cascarón de la gallina vale más que lo que tiene adentro.
Humphrey no quiso escuchar nada más.
Quedaron en silencio viendo la tormenta eléctrica. Los truenos estremecieron a
ambos, pero cuando un trueno cayó sobre el mástil del barco de los locos e
incendió las velas los dos se pusieron de pie y corrieron hasta la puerta. El
barco no había avanzado mucho y ahora estaba fuera de control. En la oscuridad
era imposible de verlo, pero los relámpagos mostraban escenas del demencial
caos. Los locos se habían rebelado de alguna forma, y cuando el barco encalló
contra las piedras de la orilla muchos huyeron hacia los bosques. Podían
escuchar los gritos, por encima de la tormenta y cuando cesaron los relámpagos
el viento acarreaba los histéricos gritos de los locos que huían
descontroladamente. Thomas regresó a la cama, no había nada que pudiera hacer.
Despertó por el cuchicheo y los
rumores. Podía sentir las miradas sobre él. Se levantó con calma, los mirones
salieron de la pequeña casa. Los vecinos querían conocer al extraño que el
torpe Humphrey Courtland había herido. Mientras que el arquero disimulaba, la
mujer y su hijo adolescente se disculparon por haberle levantado.
-
Soy Chelsea Winbolt, éste es mi hijo Colby.- Chelsea era una mujer entrada en
años que sostenía a su hijo por los hombros, como si fuera su gran tesoro.
Colby no vestía como los demás, o como Thomas, llevaba un cota de malla y su
camisa tenía a los cervatillos y siervos de Westmor.- Es escudero del caballero
Yarrick Dane.
-
No tienes que presentarme mamá. Soy Colby.- Le estrechó la mano y parecía
decepcionado.- Humphrey había dicho que estaba al borde de la muerte.
-
Bueno, eso pensé.- Se defendió al arquero.- Iremos al mercado señor Kenway,
¿gusta acompañarnos para comer algo?
-
La batalla, parece que no ha terminado aún.- Dijo Thomas, viendo a su
alrededor. Los villanos parecían tensos y miraban a los demás con desconfianza.
Ya había habido más de una retaliación y temían por más.
-
No lo hará hasta que los excesos sean castigados.- Dijo Colby.- Testificaré
contra Declan Calum, no tenía necesidad de matar a los heridos salvables, sobre
todo cuando no eran soldados.
-
Primero eso y luego ese barco. Me asustan que los locos anden sueltos.- Dijo
Chelsea, mientras se internaban entre los tendederos y compraban su comida.
Thomas se contentó con algo de jamón, pan y leche.- Les atraparán a todos sin
duda, o morirán en el bosque. Pobre gente. No que yo sea chismosa, pero hay
varios que debían estar en ese barco y no les llevaron. Los vi en la batalla,
cuando la locura de la sangre empieza, cosa terrible. Les esconden los
familiares, pasa todo el tiempo.
-
Tengo que irme, el caballero Yarrick puede necesitarme.- Dijo Colby, con mucho
orgullo.
-
¿Ve a esa mujer? Toda una pícara, de nuevo, no que yo sea una chismosa.
-
Nunca pensaría eso de usted.- Le señaló una mujer atractiva de cabellos rubios
que tenía la mano izquierda de un color verduzco y los dedos fuera de lugar.-
¿Qué le pasó?
-
Corin Brock, le gusta paseare desnuda por su casa cuando su marido Unger sale
de cacería. Era lavandera, y ya saben lo que dicen de ellas. Su marido le hizo
eso, le destrozó la mano.- Bajó la voz cuando Corin le saludó desde lejos y,
levantándose la falda, corrió para saludarla. Su marido, un oso barbudo,
parecía seguirle a todas partes.
-
Usted debe ser el extraño.- Le espetó Unger.- Pues sígalo siendo con mi esposa.
Está enferma y no necesita de más cuidados que el de la curandera, ¿me
entendió?
-
Unger, no seas así.- Se cubrió la mano rota con su larga manga y dejó que su
marido fuera para otra parte a comprar carnadas, antes de seguir hablando.-
Disculpe a mi marido. Me la merecía, la verdad. Pero es que Clifford era un
coqueto.
-
¿Conoció a Clifford Yonwin?
-
En el sentido bíblico.- Susurró Corin y Chelsea se sonrojó.- Era un sátiro el
pobre hombre. Luego le vendió vacas enfermas a mi marido y casi vivimos de la
caridad. No nos damos la gran vida ahora, pero tengo mis ahorros ahora que los
necesito. Esa Daisy cobra muy caro, si a usted le cobró unos cuantos ducados
fue por los muchos favores que le debe al padre Harold. Primero Clifford, en
paz descanse, luego esos locos sueltos… ¿Qué sigue?
-
Y hablando de tragedias.- Se alejaron del bullicioso mercado cuando Chelsea
saludó a un hombre de aspecto melancólico. Tenía una calva casi completa y una
nariz aguileña.
-
Señor Kenway, le presento a Carling Cobbald. El mejor sastre en el condado, se
lo puedo asegurar.- Carling compró algo y regresó corriendo para entregárselo a
Chelsea.
-
Un nuevo velo para ir a la iglesia, es lo menos que puedo hacer. Eras íntima
amiga de mi amada Aileen, y espero amiga mía también.
-
Por supuesto que sí, muchas gracias. ¿Cómo sigues?
-
Sin mi Aileen estoy algo perdido. La perdí a ella y a mi hijo. Aún así.- Dijo,
con buen ánimo, haciendo sonar su bolso repleto de monedas.- Siempre hay que
buscar oportunidades. Mi mujer se encargaba de los teñidos, pero puedo hacer
mucho más.
-
¿Cómo conseguiste tanto dinero?
-
Vendió su caballo y su cerdo.- Contestó Corin.- ¿Qué harás sin tu caballo?
-
¿Andarás cargando las cosas de un lado a otro?- Bromeó Humphrey.
-
No sé, pero pensaba unirme a una guilda o algo semejante. A usted no lo
conozco.
-
Thomas Kenway, se me olvidó presentarme. Soy… huésped de Humphrey, sólo iba de
paso.
-
Algo apesta aquí más que los cerdos y las vacas.- Humphrey se olió la axila y puso
cara de asco.- Necesito un baño.
Kenway, Humphrey y Carling fueron al
baño público. Se cubrieron la desnudez con algunos trapos mientras que el
encargado echaba agua a los carbones y los clientes se pasaban los jabones de
mano en mano. Humphrey le señaló a Yarrick Dane, el caballero de quien tanto
había hablado Colby. Se encontraba en compañía de Alston Dane, el patriarca de
la familia. Se trataba de un hombre calvo y de mirada inteligente, con algunas
arrugas debido a la edad pero de complexión sana. El patriarca lamentaba la
muerte de su hermano Mark Dane durante la batalla, era el encargado del
aserradero familiar, el cual ahora caía en manos de Dorset Dane. El único
problema era que Dorset era un hombre lento y tonto que no quedó bien de la
cabeza tras la pelea. Podían mantenerlo, pero él no podía mantener un
aserradero funcionando apropiadamente. El caballero Yarrick, muchos años menor
que el patriarca, le importaba poco el asunto de Dorset y el aserradero, en lo
único que podía pensar era en la venganza contra Barclay Calum, el patriarca de
la familia que llegó las tierras altas al norte.
-
No frente a los extraños Yarrick.- Le regañó Alston, señalando a los demás.-
Pensarán que somos rencorosos como esos norteños.
-
Para nada señor.- Se apresuró a decir Carling.
-
¡Carling Cobbald! Ahora te reconozco, hiciste un buen trabajo en la boda de mi
hija.- Se puso de pie para retirarse, pero antes de secarse del todo se volteó
sonriente y le señaló.- Tú diles Cobbald, diles de esos Calum y sus perversiones.
-
Lo haré señor… Perversiones ni qué perversiones. Ambas familias son más o menos
lo mismo.- Un hombre entró al baño público y los demás le reconocieron de
inmediato entre el vapor, se trataba del médico de Westmor, Paul Kent. Un
hombre maduro y hablador que cojeaba de una pierna y parecía tener problemas de
visión. Le ayudaron a sentarse en las gradas de madera y antes que pudiera
iniciar una conversación dos siervos entraron al baño, peleando y riñendo con
botellas rotas de cristal. Humphrey olvidó su desnudez y corrió para
separarles.
-
Thomas Kenway, un gusto.
-
Demasiado coléricos en este pueblo señor Kenway. Males de riñón diría yo. Tome
ahora a un hombre como Humphrey Courtland, impulsivo pero fanáticamente
religioso, eso es al menos más sano.- Kenway sonrió y el médico le miró sin
entenderle.
-
El padre Wilmer no entraría aquí a desnudarse frente a extraños, por eso está
Humphrey conmigo.
-
¿Y a qué se dedica usted?
-
Normalmente resuelvo problemas, homicidios. Quería un verano tranquilo, parece
que me equivoqué de lugar. Ese Clifford, ¿le conoció usted?
-
En vida y muerte. Tenía herpes avanzada, eso es todo lo que quiero saber sobre
él.
-
A mí me gustaría saber quién lo mató. ¿Ha sabido de los locos que escaparon?
-
Muchos de los pobres idiotas han sido atrapados de nuevo.
-
¿Robert Calum?- Preguntó Carling.- Quedó en un estado de histeria salvaje
después de la batalla. Se dice que mató a una campesina y a sus tres bebés con
un hacha de guerra y desde entonces…
-
No, de él no sé nada. Espero no volver a saber de él.- Colby Winbolt entró
corriendo y vestido. Era obvio que buscaba a alguien.
-
Si buscas a Yarrick, se acaba de ir.- Se quitó la ropa y se sentó entre ellos.
Kenway notó su sortija, una esmeralda en un anillo grueso.
-
Regalo de sir Yarrick en mi cumpleaños. No sé si le estoy buscando o buscando
maneras de no encontrarlo. No me entusiasma mucho la idea de salir a cazar a
esos idiotas. Menos aún en los bosques de los Calum. Muchos desafortunados
accidentes pueden ocurrir allí.
-
Pues miren nada más.- Dos hombres entraron desnudos y señalaron al joven Colby.
-
Declan Calum y Digby Calum.- Le susurró Humphrey.- El escudero con la boca
floja.
-
No estaban tan alegres cuando sir Yarrick le arrancó la cabeza a tu primo.-
Declan, un hombre fornido y de gran estatura pasó por entre los carbones
ardientes con tal de saltar sobre él. Kenway le detuvo con el pie y Digby, un
hombre con cara de rata, le jaló del brazo para que se sentaran lejos de ellos.
-
Mejor no hablar de la batalla.- Dijo Carling.- Trae malos recuerdos. Mi hermano
Drake murió de un flechazo. A veces la vida es así. Éramos muy unidos, crecimos
huérfanos, como Humphrey. Y según recuerdo, esos dos hacían travesuras todo el
tiempo.
-
Otra época Carling. Esos sacerdotes fueron buenos con nosotros. Tuvimos una
infancia feliz. Mejor pensar en eso que en la batalla.
-
Hay negocio para un sastre del otro lado del río.- Le dijo Declan a Carling.
-
Gracias, lo consideraré.
-
¿Cómo puedes siquiera pensarlo?- Le espetó Colby.
-
Yo me curé de la mala sangre, he visto demasiada en mi vida.
-
Eso es Colby, aprende de tu amigo. Tiene talento y no se va de boca.- Humphrey
detuvo a Colby de decir otra cosa.
-
Vaya, que el ambiente es tenso.- Bromeó Digby.- Quizás si permitieran mujeres…
Como esa Corin, con o sin mano, vaya mujer.
-
No es una de las rameras Calum.- Dijo Colby Winbolt y Humphrey prácticamente le
puso de pie para irse.
-
Ustedes los Dane y sus amigos… Nunca saben cuándo callarse la boca.- Dijo
Declan.- Por eso el molino se construirá del otro lado del río, ya están los
cimientos puestos. Quiero verlos a ustedes cruzando con las barcazas para ir a
nuestro molino.
-
Cantarás otra canción cuando el conde me dé una audiencia y el barón te ponga
en tu lugar.- Humphrey empujó al muchacho y recogió su ropa para que se fuera
de ahí.
-
Un gusto conocerle doctor. No es que tenga apuro alguno, pero no puedo esquivar
al padre Wilmer para siempre.
Se vistió y salió junto con
Humphrey, quien le pagó al dueño con una bolsa llena de relucientes monedas de
oro. El padre Wilmer estaba en la calle, era obvio que le había estado
esperando. Le prestó un caballo y le invitó a ver el desastre. Salieron de la
villa hacia los ferrys, plataformas de madera para cruzar el ancho río, y se
detuvieron ante el colgado. El barón había cumplido su promesa, el asesino
había servido de lección. Sin embargo, no era eso lo que veían. Alguien le
había cortado la mano derecha.
-
La mano de gloria.- Dijo Kenway, con un gruñido.- Abre cualquier puerta y el
portador puede cometer cualquier crimen con impunidad.
-
Esos curas hicieron un gran daño… No me dirás ahora que crees en esas cosas.
-
No, pero el asesino sí.
-
¿Qué asesino?
-
El que mató a Clifford y volverá a matar.- Cabalgaron en tenso silencio. Thomas
comía del pan que había comprado en el mercado y podía mantener la boca cerrada
durante todo el trayecto. Eventualmente el padre Wilmer estalló.
-
Siempre me he sentido culpable Thomas, fue por mi culpa que tu alma se desvió
de la Iglesia y de los cielos. Yo te mostré estas herejías, para que supieras
cómo combatirlas, no para que las creyeras. La tradición apostólica claramente
las desmiente.
-
El fiscal rara vez defiende a su acusado.- Dijo Thomas.- La tradición
apostólica es todo lo que Roma diga que es. No podían ni ponerse de acuerdo con
qué libros quedarse y cuáles dejar fuera. Ese concilio debería ser la mayor
evidencia Harold. Existe una tradición más antigua y apegada a la fe de las
Escrituras.
-
Gnósticos, ¿qué saben ellos Thomas que no sean secretos y falsedades?- Abordaron
la plataforma de madera y el padre le tomó del brazo, era notorio en su mirada
que sentía un gran pesar.- He oído de tu peregrinaje Thomas, ¿cuándo acabará?,
¿existe alguna tierra Santa para alguien como tú, un bogomil?
-
No me dirijo a tierra Santa, mi peregrinaje es el sendero recto, nada más. He
visto las obras del diablo, de la carne, y muchos de sus horrores.- Thomas
señaló a los obreros que desesperadamente rescataban el navío.- Esto apenas y
empieza Harold. Puedo sentir las alas de murciélago batiendo en el aire.
Satanail está aquí.
-
No cometas semejante herejía Thomas, no es ningún dios el demonio.- La
plataforma llegó al otro lado con ayuda de cuerdas y cuando se acercaron al
muelle Thomas señaló.
-
Míralo con tus propios ojos Harold, antiguo mentor, y dime que no es el amo y
señor del mundo material.
William Rogers y sus marinos, con
ayuda de los soldados habían atrapado a la mayoría de los idiotas. El barco
estaba siendo reparado y los idiotas estaban siendo tratados, en potros o en extraños
aparatos para torcer sus cuerpos o para ahogarlos en aguas heladas por unos
momentos. Chillaban y gritaban, la mayoría no sabía lo que pasaba. Como niños
pequeños se encontraban en una pesadilla de la que no podían escapar. El padre
Wilmer no soportó la escena tampoco. Tenía una responsabilidad con ellos, la de
expulsar sus demonios, pero sus métodos le crispaban la piel. Los familiares de
los pobres idiotas lloraban también, viendo el dolor al que eran sujetos, pero
era la impotencia la que les hacía caer al suelo, de rodillas chillando y
rogando para que el padre Wilmer se apiadara de ellos.
-
No es castigo alguno.- Les dijo el padre Wilmer.- Debemos expulsar los demonios
que los poseen. No todos ellos están poseídos, muchos son simplemente idiotas o
locos, pero hay otros que necesitan purgarse de los demonios que les habitan.
-
¿Cuándo tendrá listo el barco?- Le preguntó Kenway al capitán Rogers,
alejándose de su antiguo mentor y de los insoportables gritos.
-
Días, pero ya no puedo esperar. El asilo nos espera, no me pagarán lo que es
debido, estoy seguro que algún pretexto van a sacar.- Thomas miró a los locos
que estaban amarrados con mecates en el lodo de lo que solía ser una granja de
cerdos antes que se quemara todo en la batalla. Ellos no eran torturados,
simplemente se quedaban ahí, como ausentes, o no paraban de llorar en voz baja,
meciéndose continuamente. Estaban amarrados de pies y manos y Kenway les notó
desnutridos.
-
¿Y no pueden darles de comer aunque sea?
-
No me pagan para eso.- Kenway le chifló a un marino, le depositó unos ducados y
le ordenó que alimentaran a los pacientes.- No se ponga sentimental con ellos.
-
¿Siquiera sabe sus nombres?
-
No llevo registro, la mayoría ni sabe su propio nombre… Aunque debí hacerlo, no
sé exactamente cuántos locos había y cuántos escaparon. La mayoría, creo yo, ha
sido capturada fácilmente. Los deformes no se fueron lejos, muchos simplemente
vagaban y de no haberlos recogido habrían muerto de hambre o por los lobos.
-
Juramento hipocrático… Supongo que no se aplica a los capitanes de barco.-
Thomas bajó del caballo y tomó una jaula que servía para poner en la cabeza de
algunos pacientes, de modo que no pudieran morder.
-
No sé de juramentos, pero sé que hay un tal Robert Calum aún sin aparecer. Tuvimos
que ponerle esa máscara que tiene ahí y los mitones de lana bajo las esposas
para que no atacara a nadie. Estaba histérico y sin remedio, los Calum trataron
de regresarlo al mundo de los cuerdos.
-
¿Dónde hay cordura en todo esto?- Thomas regresó a su caballo, listo para
regresar a la plataforma de madera y alejarse lo más posible de insoportable
escena, pero en el muelle tuvo que esperar detrás del caballero Yarrick Dane,
quien discutía con el patriarca de los Dane, Alston. El caballero era de la idea
de poner a Dorset en el barco, pero el patriarca no estaba de acuerdo,
argumentando que podían encargarse de él.
-
Somos familia, es mi sobrino por el amor de Dios. En cuanto al aserradero…
quedará en manos familiares. Y no quiero volver a tocar el tema. De todas las
personas no pensé que fueras tú quien insistiera con eso.
-
¡Thomas! Ahí estás, pensé que te habías escapado.- El padre Wilmer le acompañó
a la plataforma y cruzaron juntos el río.- Quiero llevarte al castillo, tienes
cierta fama con algunos duques, quizás el conde quiera conocerte.
-
¿Les diste la homilía a esos pobres desgraciados?
-
Cuerpo y sangre de Cristo, la necesitan como todos los demás. Dios será
compasivo con ellos, hay un lugar especial en el cielo para esa clase de gente.
¿O es que tu herejía prohíbe pensar en ellos como personas?
-
Si están enfermos es por la carne, no por el espíritu.
En el pequeño castillo de Westmor
conoció al conde Alvar Utteridge, un hombre débil y cobarde que prefería
pretender que todo estaba en orden. Tenía además un plan para terminar con las
hostilidades, casar a sus hijas con cada clan. Sir Yarrick le presentó a
Helena, hija del conde y su futura esposa, una hermosa dama de dorados
cabellos. Sir Yarrick pidió mano dura con los Calum, pero el conde no dejaba de
insistir que el barón John Kinsey era el mejor candidato para negociar con
ambas familias por reparaciones, incluyendo el molino que los Calum quemaron y
el granero que Alston Dane mandó destruir. Sentados en la corte de su pequeño y
húmedo castillo, en una larga mesa repleta de comida Thomas Kenway pidió la
palabra, muy a pesar del padre Wilmer.
-
Debo advertirle, el asesino no ha terminado. Ha robado una mano de gloria y la
muerte de Clifford Yonwin ocurrió en un día muy especial, el primer lunes de
abril, que algunos dicen es cuando Caín mató a Abel, un día nefasto.
-
Supersticiones.- Condenó Wilmer, mientras el conde lo meditaba comiendo una
pata de pollo con sus manos y limpiándose con sus ropas.
-
En efecto, pero el asesino cree en estas supersticiones, y cuando el barco fue
destrozado en la tormenta ese mismo lunes creerá que las viejas supersticiones
son reales.
-
Ese tal Clifford Yonwin,- Dijo el conde con tranquilidad.- era un mero
comerciante como los hay muchos. Tengo cosas más importantes en qué pensar. No
perderé mi tiempo, ni el de mi corte en lo que es obviamente un ajuste de
cuentas.
Thomas Kenway sabía que cometía un
grave error y el padre Wilmer comenzaba a convencerse de ello. Tras la gran
comilona logró zafarse del cura por unos momentos. El castillo, de viejas
piedras enmohecidas y adornado con viejos tapices, en su mayoría enmohecidos o
prácticamente indescifrables. El lugar era frío, incluso en el cálido verano.
Tenía pequeñas ventanas para los arqueros y mínimos adornos. Los ventanales, en
su mayoría, no tenían vidrios y se contentaban con rejas negras y sin
ornamentación. No reflejaba de ningún modo las grandes casas de ladrillos y
yeso pintado de los Calum o los Dane. Recorrió los pasillos alrededor de la
corte interior, pudo escuchar los ecos de una discusión, pues todo el castillo
parecía estar lleno de ecos. El barón John Kinsey salió de una habitación, rojo
de furia y se tropezó con Thomas.
-
Ese Yarrick Dane…- Dijo, con amargo rencor.- Es imposible de tratar, para él la
batalla sólo está suspendida. Nuestro caballero andante se siente inquieto
cuando no tiene algo que golpear.
-
La sangre no lava la sangre.
-
Exactamente señor Kenway. He oído cosas buenas de usted, que es un hombre de
mente abierta y dispuesto al diálogo. Estoy seguro que con su ayuda podríamos
terminar este conflicto.
-
Este conflicto me parece que tendrá otro cariz muy pronto.- El barón se rascó
el mentón y se apoyó contra la ventana, desde la que podía verse el río y, más
allá, los dominios del clan Calum.- ¿Conoció usted a Clifford?
-
No creo que nadie le extrañe demasiado, en la batalla se quedó hasta atrás,
peleando contra quienes ya estaban heridos.
-
¿Y Drake Cobbald?
-
¿El hermano del sastre. Murió heroicamente si me lo pregunta, salvó a muchos y
recibió una flecha por la espalda. Así es la guerra creo yo, injusta en su
misma naturaleza. Aunque esto no fue una guerra, sino un ajuste de cuentas.
Usted es un hombre inteligente, me lo ha dicho el padre Wilmer. Usted lee entre
líneas. El condado es débil, dos familias quedarían casadas pero esa no es
manera de solucionar el conflicto. Existe sólo un trono, no dos. El conde… Él
se lava las manos, prefiere ver quién queda arriba.
-
Hasta ahora pareciera que están en igualdad de condiciones, a no ser que las
reparaciones…
-
Soy imparcial, señor Kenway, tenemos leyes de guerra después de todo.
-
¿Y Declan Calum?
-
Excesos, en efecto, y los tomaré en cuenta incluso si vienen de la boca de ese
sir Yarrick o de su escudero de poco cerebro y mucho ímpetu. ¿Por qué no se
queda a dormir en el castillo?
-
No, me temo que eso ofendería a mi anfitrión, Humphrey Courtland y al padre
Wilmer.
-
Humphrey… Tenga cuidado con ese, a veces parece que no está bien en su cabeza…
Aunque en estos días, ¿quién lo está?
El barón estaba ocupado y Thomas
pensó en regresar a la corte. Escondido detrás de una columna pudo ver al padre
Wilmer, en una esquina de las escaleras, conversando en susurros con Humphrey.
Ya se figuraba que era su espía, su mentor no le quitaría el ojo de encima en
ningún momento. Regresó a la villa con Humphrey, Thomas quería saber más sobre
Clifford Yonwin, y el cazador tuerto sabía exactamente a dónde ir. Le llevó a
la taberna del sapo, donde se encontró con Carling Cobbald, Chelsea Winbolt y
Corin Brock. Se sentaron con ellas en una apartada mesa y Kenway trató de comer
algo, pero la verdad era que desde había visto al padre Wilmer había perdido el
apetito en gran medida.
-
¿Está de luto por Clifford Yonwin?- Le preguntó Thomas a Chelsea, al ver que
ésta llevaba una banda negra atada a su brazo. La mujer no se lo tomó a bien.
Había bebido un poco y se puso roja de furia.
-
¿Clifford? No me ofenda señor Kenway, que si guardo luto es por mi amiga
Aileen. Nunca fui su amante, aunque él lo intentó. Mi hijo Colby lo puso en su
lugar, le dio una golpiza que casi lo mata.- Los patrones de la taberna se
echaron a reír, al parecer todos conocían las historia.- Sir Yarrick estaba
orgulloso de él, hasta le regaló una sortija.
-
Disculpe si la ofendí, no era esa mi intención.
-
Estoy de luto.- Siguió hablando, como si Thomas no hubiese dicho nada.- Por
Aileen, yo la cuidé durante su embarazo. Una mujer hermosa y talentosa.
-
Mucho.- Dijo Carling, con tristeza.
-
Ella teñía la ropa con sus propios métodos.- Dijo Corin, tratando de cortar una
papa con ambas manos, sin lograrlo.- Nunca me quiso decir su secreto en el río.
Chelsea fue buena con ella durante el embarazo, pero el resto del tiempo ella
era quien era buena con nosotras, siempre preocupándose. Ahora que estoy enferma,
sin duda estaría tomándome de la mano esa santa.
-
Sí, buenas eran esas épocas.- Se lamentó Carling.- Si fuimos sastre del barón
Kinsey en una ocasión. Ahora que tengo este dinero extra puedo comprar más
materiales, pero sin mi Aileen y sus teñidos, no sé si saldré adelante. Aún
así, hay que ser optimistas.
-
Ese Clifford, déjame decirte algo.- Dijo Corin, quien ya había bebido demasiada
cerveza.- Se creía mejor que los demás, intocable. Vendía cosas echadas a
perder y caballos enfermos a Calum y Dane por igual. Si tenía un ángel de la
guardia, se quedó dormido en el momento equivocado. Humphrey debería saberlo,
en una ocasión discutieron tanto que casi lo mata.
-
Me vendió un arco defectuoso, ese lobo casi y me mata.- Dijo Humphrey, en tono
de broma.- Pero Chelsea, no deberías guardar luto para siempre, y no hablo de
Aileen, Dios la tenga su gloria, me refiero a tu marido. Lo que tú necesitas es
un hombre fuerte, un hombre que pueda proveer por ti, para que no dependas de
tu hijo.
-
¿Tú?- Chelsea Winbolt lanzó la carcajada y escupió un poco de cerveza.- Queda
algo de vida en estos huesos y le prometí a mi marido que no me casaría de
nuevo. Ciertamente no con un cazador cegatón que va de salida. ¿Realmente
pensabas que me echaría a tus brazos?
-
Bueno, yo…- Carling y Corin hicieron como que no escuchaban y Thomas se puso de
pie.
-
Creo que ésta noche dormiré en el castillo, bajo invitación del barón Kinsey.
Las pesadas rejas con picos que
hacían de entrada al castillo del conde Utteridge se abrieron en cuanto el
barón Kinsey dio su aprobación. La habitación no tenía cama, tan sólo un cúmulo
de paja con algunas frazadas y un viejo mueble con espejo. Tenía una ventana, o
más bien un hueco cuadrado, hacia el jardín interior. Podía escuchar a los grillos
y las ranas, y una brisa cálida le relajó lo suficiente para echarse a dormir y
tratar de no pensar en el escandaloso ruido de la taberna, o en el corazón roto
de Humphrey Courtland. Le fue imposible dormir por algunas horas, por todo el
castillo podían escucharse los ecos de pisadas y murmullos. Se asomó por la
ventana, prácticamente con medio cuerpo hacia afuera y pudo ver al barón Kinsey
apagando una de las antorchas en una esquina alejada. Kenway salió de su
habitación y tras cruzar un largo corredor vagamente iluminado por una antorcha
lejana fue bajando las escaleras de enmohecida madera hacia los arcos de piedra
que le dejaban ver el jardín. Kinsey estaba ahora a oscuras, pero otra figura
cruzaba por el jardín, levantando las faldas de su vestido, era Helena, la
prometida de Yarrick Dane. Bajó un poco más, hasta la salida al jardín y pudo
escucharlos, en gemidos y gruñidos, rápidamente desvistiéndose sobre el húmedo
pasto. Kenway se sonrojó, pero no se fue. Esperó pacientemente hasta que
eventualmente el barón Kinsey apareció de nuevo entre las antorchas. El barón
cruzó el corredor lateral del castillo y Kenway corrió de regreso por las
escaleras hasta el hall principal. Le siguió fuera del castillo, manteniéndose
lejos de las antorchas y las piras.
Al verle cruzar por los campos de
cultivo del conde estuvo por darse por vencido, hasta que escuchó los gritos y
chiflidos. Entre los trigales aparecieron villanos lanzándole rocas y palos. El
barón Kinsey cayó de su caballo y se acercaron corriendo para patearlo antes
que pudiera defenderse. Un chiflido más y salieron corriendo. Todos, menos uno.
John Kinsey sacó un cuchillo y apuñaló a uno de ellos en el muslo y después en
el estómago. Pidió a gritos por el doctor Kent, pero para cuando este apareció el
atacante ya estaba muerto. Thomas encontró entre sus posesiones una bolsa de
cuero con muchas monedas de oro. Kinsey logró calmarse cuando le llevaron de
regreso al castillo. No perseguiría a los demás, de eso estaba seguro, pues era
una trampa muy obvia. El doctor aceptó su decisión y la alabo, pero en susurros
le dijo lo que había visto a Kenway. Declan Calum les había pagado para
asustarle.
Terminada la conmoción Kenway
regresó a dormir, pero tan solo consiguió un par de horas de sueño. El padre
Harold Wilmer le despertó agitándole de un brazo. Su corazonada había sido
correcta, el asesino atacaba de nuevo. Comieron pan de camino al ferry, a la
plataforma de madera y de ahí cabalgaron a toda prisa a los fundamentos del
molino que estaban por construir. Tirado entre los tabiques gruesos y los
costales de cal se encontraba Declan Calum, sus ojos habían sido removidos y
reemplazado por granos de trigo. Kenway examinó el cuerpo, no tenía marcas de
haber peleado, pero sí tenía sangre en la nuca.
-
Le desmayaron antes de matarlo.
-
¿Por qué hablas en plural?- Preguntó el padre Wilmer.
-
En el camino dijiste que había sido uno de los locos, que alguien vio a un
sujeto con una de esas jaulas en la cabeza…- Kenway le mostró los dedos de la
mano derecha de Declan al padre y con cuidado extrajo aserrín.- También lo
tiene en las botas. Fue movido de lugar Harold. No, aquí hay un títere y un
titiritero. La familia Dane celebrará la ocasión, sin duda.
-
Sí…- Meditó el sacerdote, santiguándose y aferrado a su ensuciada sotana.- Y
hay cierto caballero que cree que la batalla no terminó, sino que simplemente
se interrumpió.
-
Conozco a los Winbolt, quizás el escudero tenga algo que decir… Y lo haré solo.
Regresó a la villa y se encontró con
que Chelsea Winbolt estaba sentada en el huerto de su casa, comiendo pequeños
tomates y de mal humor. Explicó que su propio hijo le había echado de su casa,
para poder hablar a solas con su sir Yarrick. Thomas rodeó la casa de techo de
pasto, había una ventana abierta y una puerta de paja que daba a la cocina
exterior. Se aventuró a abrir la puerta un poco y espiar en la conversación.
-
Sir Yarrick, por favor entienda, no podemos hacer tal cosa.
-
Eres mi escudero muchacho, te espero a mi lado en todo momento.
-
Por supuesto que sí, sir Yarrick, pero matar a Barclay Calum podría desatar una
tormenta. No me escuché a mí, noble caballero, escuche al sentido común.
-
Los venenos de mi prima Daisy harían el trabajo que nosotros no pudimos hacer
en el campo de batalla. Quizás si pudiéramos tenerlo a solas. ¿Has oído de la
muerte de Declan?
-
Sí, todos en la villa.
-
Es posible, joven escudero, matar a cualquier persona.
-
No puedo hacerlo, menos de esa forma.
Kenway fue empujado hacia atrás
por Chelsea, quien en susurros le regañó por estar espiando. Prácticamente le
fue empujando por la calle de tierra y lodo hasta la casa de Corin y Unger
Brock. Se topó con el doctor en la puerta, Paul Kent no estaba preocupado. No
dejaba de insistirle a Unger que se trataban de fiebres pasajeras y no una severa
descompostura de sus humores flemáticos. Prometiendo no volver a espiar fue a
casa de Daysi Dane. La curandera tenía una casa de piedras y madera de dos
pisos con ventanas circulares y un frondoso huerto en la parte trasera. Daysi
era una mujer hermosa, de enchinado cabello y prominentes labios.
-
Los Dane…- Dijo, en tono sarcástico mientras encendía su chimenea y ponía un
potaje a hervir.- Me tratan como si no fuera de la familia, hasta que necesitan
un favor, claro está.
-
¿Y si le pidieran algo ilegal y peligroso?- Preguntó Thomas, curioseando entre
las cosas de su mesa. En un platón de madera encontró varias sortijas y monedas
de oro, entre ellas estaba la sortija de Colby Winbolt.- Como, digamos, matar a
un Calum.
-
Yo no tuve nada que ver con la muerte de Declan. Además, si yo hiciera algo
así.- Thomas dejó de curiosear en cuanto la mujer se dio vuelta.- ¿Qué
seguridades tengo yo que mi propia familia me protegería?
-
¿Nunca trató con Declan?
-
Sí, y eso no me hizo popular con mis hermanos y primos, mucho menos con el
viejo Alston. Tenía un mal de amores y algunas infecciones, nada grave. Eso
ocurre cuando escondes secretos de tu propia familia, de tu propia sangre, te
enfermas y entonces sí vienen conmigo.
-
¿Qué clase de secretos?
-
¿Qué es esto, me está interrogando?
-
No, pero alguien lo hará y muy pronto.
Decidió hablar con los Calum, del
otro lado del río, para medir sus reacciones ante la muerte de Declan Calum.
Alston, el patriarca de los Dane ya estaba ahí. Trataba de convencer al barbudo
Barclay Calum que ellos no habían tenido nada que ver. Los Dane, repitió
constantemente, sólo estaban interesados en enterrar el conflicto. Barclay
Calum no le creyó. Le empujó al lodo y desenvainó su espada, dándole la
oportunidad de irse ahora, y no atender al funeral, o morir. Alston se puso de
pie, se limpió un poco del lodo y se fue sin decir nada.
-
Lamento lo que pasó con su pariente. Mi nombre es Thomas Kenway.
-
¿Y por qué debería importarme?
-
Por dos razones, primero porque estoy interesado en descubrir quién mató a
Declan y por qué.- Siguió a Barclay a su casa, que parecía más el hall de
alguna población vikinga con su techo de paja en dos aguas y sus decoraciones
de madera.
-
Muy bien, pero no sé de qué pueda servirle. ¿Y cuál es la segunda?
-
Tenga cuidado con lo que come.- Dijo Kenway, en un tono que daba a entender que
no debía hacer más preguntas.- El homicidio de Clifford y el de Declan están
unidos. He oído de un Robert Calum, que escapó del barco de los idiotas cuando
encalló en el lunes nefasto.
-
Cuide su lengua Kenway, mi Robert es inocente, jamás mataría a su propia
sangre. Y no tiene que repetírmelo, el barón Kinsey ya lo hace diariamente. Y
hablando del barón…
-
Kenway, veo que usted tiene talento para estar en todas partes. Barclay, no
quiero ningún ajuste de cuentas, no podemos saber si algún Dane mató a tu
pariente y hasta que no quede resuelto el asunto tú no matarás a nadie.
¿Entendido?
-
Ajá.
-
Y por cierto, podrían tratar de envenenarte.- Barclay miró a Kenway y lanzó la
risotada. Thomas sonrió, estaba seguro que la mejor naturaleza en Colby Winbolt
había alertado al barón sobre el posible atentado.
Siguió a Kinsey afuera, indeciso
sobre lo que podía decirle o si debía mencionar su amorío con la prometida de
sir Yarrick. Antes que pudiera decidirse fue interrumpido por Digby Calum, un
hombre esbelto y de facciones angulosas. Había escuchado de su falta de
escrúpulos, la oveja negra del clan Calum. Tenía los ojos puestos en el
aserradero de los Dane, dispuesto a pagar fortunas por él. El barón insistió en
que no estaba en sus manos, pero Digby sabía que sí, pues a fin de cuentas el
aserradero era propiedad del conde. Digby le amenazó y se fue cabalgando y
lanzando improperios.
Thomas regresó al ferry, estaba
interesado en el aserradero, y no únicamente por las amenazas de Digby Calum.
El crimen se había cometido allí y tenía la esperanza de contar con testigos o
alguna evidencia. El aserradero era un edificio a un lado del río con una
poderosa rueda de agua que activaba la sierra. Los trabajadores usaban ganchos
para poner los pesados troncos y cortarlos, y otros más los cortaban en
secciones más pequeñas. La mitad de los trabajadores holgazaneaban y bebían,
apoyados contra los troncos, mientras que Dorset Dane estaba muy contento
sentado en un tronco y mirando a las hormigas en sus manos.
-
¿Dorset Dane? Mi nombre es Thomas Kenway.
-
Las hormigas me hacen cosquillas.
-
Veo que la mitad de sus trabajadores no hacen nada.- Escuchó las burlas y
Dorset rió con ellos. Era un hombre grande y corpulento, Kenway podía
imaginarlo cortando árboles de un solo golpe, pero ahora parecía más un niño.-
Digby Calum, ¿ha hablado contigo?
-
Me regaló un tesoro.- Dijo, en tono conspirativo y buscó entre sus bolsillos
hasta mostrarle vidrios de colores.- Gemas y rubíes.
-
¿Y te pagará con esto para hacerse del aserradero?
-
No estoy seguro todavía, no quiero enojar a mi tío Alston.
-
¿Él sabe de este trato?
-
Sí, le encantó.- Era obvio que estaba mintiendo.
-
¿Estabas aquí anoche?
-
No, estaba en casa, la oscuridad me asusta.
Kenway interrogó a todos, pero nadie
se quedaba hasta tarde en el aserradero, la mayoría ni se tomaba la molestia de
ir a trabajar. Buscó por todas partes, la plataforma donde se cortaban los
troncos y entre las casuchas con las herramientas de trabajo, hasta que dio con
sangre fresca, la de Declan, justo debajo de unos troncos, había mojado el
aserrín. Se decidió a avisarle a Alston Dane, pero a medio camino a la villa
pudo ver a Digby Calum, quien le pagaba a unos cuantos villanos para que le
entregaran paquetes que diligentemente colocó en la carreta que su caballo
empujaba. Le siguió de lejos, pero era difícil no ser notado, pues Digby tomaba
senderos poco conocidos hasta otro muelle, a varias millas de distancia. Se detuvo
de pronto en un área boscosa y se internó entre los árboles. Kenway apresuró a
su caballo, aprovechando la oportunidad. Se acercó hasta la carreta y se detuvo
de golpe cuando una flecha se clavó contra la pared de la carreta. Era una
trampa. Digby le apuntaba con su arco y pudo escuchar a los encargados del
apartado ferry que corrían hacia él. Le tomaron de los brazos y Digby le soltó
un golpe al estómago que lo dobló. Los encargados del ferry se tomaron turnos
golpeándolo. Kenway trató de sacar su cuchillo, pero era tarde, recibió un
golpe a la quijada que le levantó del suelo y prácticamente lo montó sobre la
carreta. Logró aferrarse de un paquete y quiso usarlo como un arma, pero eran
tan solo pescados. Le jalaron de las piernas y lo patearon en el suelo hasta
que se desmayó.
Despertó en su habitación en el
castillo, aullando de dolor y confundido por completo. El doctor Kent atendió a
sus heridas y untó varias sustancias inmundas en sus moretones para que dejaran
de doler. Kenway trató de levantarse, pero se sintió mareado y calló sentado
sobre la paja. Explicó lo que había pasado y Kent no parecía muy sorprendido.
-
¿Cuánto tiempo estuve así?
-
Una cuidadora de ovejas te encontró mientras sus ovejas pastaban y nos alertó.
Eso fue ayer. No es lo único que ha pasado, por cierto. El barón John Kinsey
fue envenenado.
-
¿Envenenado?
-
Calma, no te levantes. No fue mortal, la dosis de arsénico y valeria fue
mínima. Digby, estoy seguro, perdió la paciencia.
-
El barón advirtió a Barclay Calum de una intriga para envenenarlo. Los Dane son
sospechosos también. Me da la impresión que los Calum y los Dane pueden
insultarle, amenazarle e incluso envenenarle, pero parecen ver en él un mejor
conde que el conde Utteridge.
-
¿Y quién no?
Thomas permaneció en su cuarto por
varias horas, leyendo y pensando. Al caer la tarde regresó a la villa, Humphrey
le esperaba a las afueras del castillo. Thomas no tocó el tema de Chelsea
Winbolt y su desamor y al juzgar por la mirada del cazador tuerto, él se lo
agradeció. Una gran conmoción sacudía la villa. Chelsea Winbolt estaba
histérica, en brazos de su amiga Corin. Unger Brock y varios otros buscaban al
hijo de Chelsea, al escudero Colby Winbolt. Carlin Cobbald les pasó a un lado,
cabalgando a toda prisa para buscar a sir Yarrick. Thomas dejó a Humphrey para
que ayudara a los demás y cabalgó velozmente hasta la iglesia del padre Harold
Wilmer. Esperó a que terminara la misa, pero en cuanto el padre le vio la cara
sombría y angustiada supo que algo andaba mal.
-
Colby Winbolt está muerto, es cosa de tiempo antes que lo encuentren.- Le dijo
Thomas, en la rectoría.- Es la misma persona, o mejor dicho, es satanail.
-
¡Padre Wilmer!- Gritó sir Yarrick por la ventana de la rectoría, montando su
elegante caballo.- En el granero de los Dane, le hemos encontrado.
Kenway entró al edificio de madera.
La primera puerta daba a una bodega con algunas herramientas. En la segunda
puerta se encontraba clavada la mano de gloria, ahora ya negra y verde por la
putrefacción. Al pasar el umbral hacia la bodega de sacos se encontró con el
cuerpo de Colby. Había sido golpeado en la cabeza y en la cara por un mazo con
picos, y su oreja derecha había sido removida con extrema violencia. Chelsea
lanzó un alarido y se desmayó en los brazos del sastre. El padre Wilmer sacó a
todos del granero. Carling prometió cuidarla, como ella había hecho con su
esposa y Humphrey y Corin juraron lo mismo.
-
¿Ese loco matará a cualquiera?- Preguntó Corin, con terror en su voz.
-
No,- Dijo Kenway.- alguien le está ayudando.
-
Vamos Corin, será mejor que llevemos a Chelsea al doctor.- Dijo Carling y les
dejaron a solas.
-
Dios lo tenga en su gloria, ¿alguna idea en esa mente herética?
-
Kinsey le dijo a Barclay Calum que alguien planeaba asesinarlo, no fue Daysi
Dane, de eso estoy seguro. El muchacho se lo dijo, pero en ese caso, ¿por qué
no mejor matar al caballero? Por otro lado, el barón fue envenenado, quizás por
la misma mano que mató a este muchacho, la misma mano que quiere que los Calum
se vayan o al menos se debiliten.
-
Un testigo afirma haber visto algo raro por aquí, una de esas jaulas para la
cabeza.
-
Nuestro demente asesino ataca de nuevo, ahora con mayor virulencia y se cree
libre de toda consecuencia, a juzgar por la mano de gloria. ¿Quién le jala los
hilos a este títere?
-
Si es un loco, estará en los bosques, lejos de aquí. Lejos de los ojos mirones.
Tenemos que buscar en los bosques y en las montañas, encontrar su cueva. Es
obvio que está bien alimentado.
A la mañana siguiente el barón
Kinsey y el conde Utteridge designaron a cincuenta soldados, más voluntarios,
para buscar al responsable. Digby Calum montó un espectáculo sobre la intrusión
en los bosques que los Calum consideraban como suyos. Kenway le hizo saber que
si no les dejaba buscar, entonces Alston Dane se enteraría que trataba de
engañar al idiota de Dorset Dane para comprar el aserradero. Luego de eso no
dijo mucho, pero sí insistió, como todos en la familia Calum, que Robert Calum
no podría haber cometido tales actos de violencia, añadiendo que la última vez
que le vieron le costaba trabajo comer por sí mismo. Humphrey Courtland, quien
cazaba en esos bosques les ayudó en la búsqueda. Los soldados encontraron a
varios de los locos que habían escapado del barco, la mayoría vivía en una
gruta, sobreviviendo de moras salvajes y otros más yacían muertos por
inanición, violencia o ataque de animales. Recorrieron los bosques por largas
horas hasta que eventualmente, a kilómetros de donde habían comenzado,
encontraron la cueva que buscaban.
Los supersticiosos soldados y los
asustados voluntarios se quedaron atrás. Kenway y Wilmer entraron a solas.
Colocada sobre una roca se encontraba el pesado cubo de rejas y una bolsa de
cuero repleta de comida fresca. El padre Wilmer encendió una antorcha crudamente
amarrada a una de las paredes y pudieron ver los dibujos con gis y pinturas.
Eran crudos, casi infantiles, pero eran discernibles. Se trataba del cuerpo
humano, con símbolos en ciertas partes del cuerpo.
-
Cada parte del cuerpo encierra el símbolo a una virtud espiritual.- Dijo
Kenway.
-
Te eduqué bien, al menos hasta cierto punto.
-
Cabeza, símbolo de la mente y del reinado de Cristo, quien está a la cabeza de
todos. Clifford quedó con la cabeza destrozada por completo. Ojos, la visión
espiritual y la luz del alma. Declan Calum. Oreja, la receptora de la fe, Colby
Winbolt.
-
Eso no es todo Thomas. Mira, hay otros símbolos, nuestros asesinos aún no
terminan su misión. Los muslos, símbolo del equilibrio al andar. Las rodillas,
símbolo de reverencia y humildad. Los pies, símbolo de seguir a Jesús. Las
vísceras, el hombre interno, símbolo de piedad… ¿A cuántos más planea matar
antes de conseguir lo que quiere?
-
Los que sean necesario. Es obvio que nuestro titiritero no es sino Satanail
vestido de hombre.- Harold se dio vuelta y le soltó una bofetada tan fuerte que
le marcó el cachete en su anguloso rostro.
-
No permitiré que deifiques al demonio de esa forma.
-
Lo sé, Jesús rompió el pacto que hizo con Adán, con su propia sangre, pero
tengo mis momentos de duda Harold.- Dijo Thomas, sentándose sobre una piedra y
tratando de unir los pedazos.
-
Todos tenemos crisis de fe. Yo también las tenía hijo, pero esos apócrifos son
falsos y no solamente por la tradición apostólica.
-
¿Realmente fue suficiente Harold?, su sangre me refiero, porque veo sangre por
todas partes, adonde quiera que vaya me sigue y de donde sea que me vaya el
imperio de mentiras se viene estrepitosamente abajo cuando la luz de la verdad
derrumba las intrigas del engañador.
-
Fue suficiente Thomas, suficiente para que encuentres la salvación.
-
Realmente te afecta, ¿no es así? Y no me refiero al tuteo. ¿Sabes que por años
hice el esfuerzo consciente de evadirte cuando escuchaba que estabas en alguna
otra parte? Luego me olvidé y… no esperaba encontrarte aquí.
-
He salvado muchas almas y expulsado muchos demonios, pero tú siempre…
-
¿Una espina en el costado?
-
No, mi demonio personal. Fue mi culpa y tendré que enfrentarme a eso cuando
muera.
-
Estoy seguro que Dios te perdonará.- Dijo Thomas, con una sonrisa triste.- Al
ver lo que equivocado que estabas, pero lo bien intencionado que eras. Mira
este lugar, la tierra es el dominio del demonio y estamos hechos de él. Quien
sea que jale los hilos Harold, hace mucho que perdió su alma, su única conexión
con lo divino.
-
Sospechas de Digby.
-
Sí, y no solamente por la golpiza. Pero aún así, ¿qué es lo que persigue? Matar
a Declan no le sirve de nada, y matar a la persona que testificaría en contra
de Declan tampoco parece beneficiarle. Un hombre como nuestro asesino sería
fácil de sugestionar, de manipular. Quizás exista otro que tenga los hilos en
la mano.- La noche caía y comenzó un aguacero que llenó el incómodo silencio.- Beliar
es el verdadero enemigo, el enemigo de Isaías, Belkira es su falso profeta con
una jaula por cabeza.
-
La ascensión de Isaías. Conozco el texto no canónico. Alusiones al emperador
Nerón.
-
Quizás, pero en cada letra sagrada se esconde un enigma, en cada frase hay un
misterio y un escalón más hacia los siete cielos. Dudo que el asesino regrese,
pero será mejor dejar un guardia o dos, por si acaso.
-
No es tarde para ti Thomas, para ver la luz y tus errores. Te has equivocado
antes, estoy seguro, ¿qué te inspira, si no la vanidad, a creerte más sabio que
nuestra tradición apostólica?
-
Lo mismo podría decirte a ti Harold, pero no me escucharías. ¿Lo ves? Eres mi
espina en el costado como yo soy la tuya.
Regresaron al castillo bajo la
lluvia y protegiendo sus antorchas y lámparas. Llegaron tarde, pero el conde
estaba en la corte tratando de cenar, junto con sus cortesanos y miembros de
ambas familias. El ambiente era tenso, incluso cuando el barón John Kinsey
apareció de nuevo, una vez sanado de su veneno. Kenway se sentó a un lado del
padre, podía mirar desde su esquina a Yarrick Dane quien discutía con su futura
esposa, quien estaba siendo fría con él. Se enteró, por susurros, que el conde
ya no estaba tan seguro de las bodas.
-
¿Pero cómo es esto, señor mío?- Preguntó Yarrick Dane.- Pensé que…
-
Declan está muerto.- Bramó Barclay Calum.- Futuro esposo de Miriam. ¿Qué han
perdido los Dane? Un escudero es fácil de conseguir, un pariente no lo es.
-
Ese muchacho tenía más sentido del honor que toda tu familia puesta junta.
-
¿Pudo testificar Colby Winbolt sobre los excesos en batalla de Declan?-
Preguntó Kenway, cambiando de tema.
-
No,- Respondió el conde Alvar Utteridge.- nunca tuvo la oportunidad de
presentarse ante mí y el barón Kinsey.
-
¿Qué clase de negocios tenía Clifford Yonwin con los Calum?- Le preguntó Kenway
al patriarca Barclay.
-
Nada especial, nada especial, era una comadreja que habría vendido a su madre
de haber podido. Iba y venía todo el tiempo, era como una mosca que uno no
podía quitarse de encima. Comerciaba con Digby más que nada. Pero que no se te
ocurran ideas raras, pues también hacía tratos con la familia Dane.
-
Thomas, escucha.- Wilmer le jaló del brazo y le señaló al mensajero que llegaba
hasta el conde. Los guardias en la cueva fueron encontrados muertos por sus
relevos. Los objetos ya no estaban.- Encontrará otra cueva.
-
U otra casa.- Respondió Kenway con gravedad.
-
¿Crees que se podría esconder tan fácilmente?
-
Pocas cosas son imposibles para el creador de la Tierra, Satanail.- Ésta vez
detuvo la cachetada y le puso la mano en la mesa.- Aprendo rápido, padre
Wilmer.
-
¿Y dónde está ese desgraciado de Digby Calum?- Alston Dane apareció en la
corte, pero no parecía tener ganas de comer.- Me acabo de enterar, por Dorset,
de todas las personas, que lo ha estado presionando para vender su aserradero
por meros vidrios coloreados.
-
Yo no sabía nada de eso.- Dijo Barclay, con tranquilidad.
-
Deberían haberlo puesto en ese barco.- Dijo el conde, minimizando el problema.-
Hágase lo que la ley dicte.
-
Pero su señoría…
-
Hágase lo que la ley dicta.
-
Nosotros construimos ese aserradero. Dorset no puede cumplir sus funciones, de
modo que la herencia irá a mí, pero quiero a un escribano antes que esa rata de
Digby le presione demasiado.
-
Como sea.- Dijo el conde, sin levantar la vista de su platón de potaje.
-
Creo que no dormiré en el castillo esta noche. Me gustaría saber cómo está
Chelsea Winbolt. Nunca tuve demasiada paciencia para los actos protocolarios.
Humphrey Courtland le esperaba
saliendo del castillo. Thomas gruñó, el padre Wilmer le quería vigilado en todo
momento. Le explicó que Chelsea se sentía mejor, gracias al doctor, y ahora
estaban todos cenando en la taberna. Humphrey no sabía qué hacer o qué decir
frente a Chelsea, tras haber sido despachado amorosamente. Chelsea, quien ahora
vestía toda de negro, estaba acompañada del doctor Kent, Corin y Carling.
-
El hombre del castillo.- Le saludó Chelsea, con lágrimas en los ojos, tratando
de comer algo de comida caliente, aunque le era imposible.- ¿Viene a disfrutar
el aroma de la cerveza y la composta?
-
Ese ruinoso castillo huele peor. Mi más sentido pésame.
-
Gracias.
-
Vamos,- Dijo Corin.- al menos un par de papas calientes, te hará bien.
-
Es bueno tener amigos.- Dijo Humphrey finalmente.- Carling está ahí para ti,
Corin, todos.
-
Luego de Aileen, ¿cómo podría negarte mi hombro?
-
¿Cuál es su hipótesis?- Le interrogó el doctor Paul Kent.- ¿Actúa solo?
-
No, alguien le lleva comida, pero podría haber más de un titiritero… O quizás
sea incontrolable. No lo sé. No aún. Lo sabré por sus obras, así conoce uno a
una persona, por sus obras. Lo encontraré Chelsea, te lo prometo.
-
Si me lo pregunta,- Dijo el doctor terminando su tarro de cerveza y masticando
una manzana.- me parece que hay un desbalance de los humores en su mente
maestra. Yo diría que está afectado del bazo, de la bilis amarilla, pues es
colérico e idealista, es fogoso. Flemático también, debe tener flema en los
pulmones, pues es cerebral, sin emociones y parece moverse entre las dos
familias sin problemas. ¿No estaría de acuerdo?
-
No soy médico, pero sé que existe el bien y existe el mal. Sé que el mal no es
la ausencia del bien, que es algo diferente, amorfo, seductor, engañador… Es
fácil perderse en él, incluso en las más nobles de las intenciones.
A la mañana siguiente Humphrey
despertó a Thomas Kenway con malas noticias, Dorset Dane estaba muerto.
Cabalgaron al aserradero, donde el padre Wilmer y el barón Kinsey trataban de mantener la paz entre las dos
familias, quienes se acusaban mutuamente. Dorset había sido atacado por la
espalda, tenía los muslos cortados y uno de ellos había sido llenado de pesos
de plomo.
-
A juzgar por el golpe… Él lo sintió.- Dijo Kenway en tono lúgubre.- Le quitó el
equilibrio al andar en la senda del Señor.
-
Ahora los Dane han perdido a alguien.- Dijo el padre Wilmer en voz baja. Quizás
no trata de eliminar a los Callum.
-
Nunca pensé que quisiera tal cosa. No, quizás Clifford Yonwin se enteró de algo
que no debía. Algo que le valió la vida al joven Colby, algo más grande.
-
¿Qué es más grande que destruir a la familia más adinerada del condado?
-
Poner a unos contra otros.- Thomas señaló a Alston Dane, quien se lanzó contra
Digby en cuanto le vio. Sus costosas ropas de seda y terciopelo se estropearon
por el fango y el aserrín. El barón Kinsey los separó a golpes desde su
caballo.
-
No es justo.- Decía Digby.- Yo invertí dinero, dinero de verdad, en este molino
y quiero que me lo devuelvan.
-
¿Quién es más tonto,- Le preguntó Kinsey.- el tonto o quien hace tratos con
tontos?
-
Robert Calum, todos sabemos que fue él.- Gritaba Alston.- ¿Dónde están los
soldados revisando los bosques barón Kinsey? Sea esa mi reparación y no habrá
retaliación.
-
Tiene razón. Volveremos a buscar. Kenway, padre Wilmer, vengan conmigo.
Humphrey les esperaba del otro lado
del río. Los cazadores de la familia Calum no estaban muy felices de verles, de
tener que esperar otro día más para continuar con su trabajo. Humphrey les pagó
con mucho oro para que callaran y ayudaran a la búsqueda. La mañana pasó y
llegada la tarde no encontraron nada. Acudieron a la cueva del dibujo, donde
los dos guardias habían sido tomados por sorpresa y apuñalados por la espalda.
La jaula ya no estaba, pero no tenían muchas esperanzas de encontrar nada nuevo
allí.
-
Esto empezó con Clifford.- Le dijo Thomas a Humphrey, mientras regresaban a la
villa.- Es hora de conocerle más de cerca. ¿Sabes dónde vivía?
-
Sí, y creo que todo estaría en su lugar. Clifford no tenía familia, únicamente
esa casa y su huerto.
Entraron a la minúscula casa de
Clifford Yonwin, una construcción de piedras con techo de pasto y paja. Kenway
encontró, enterrado bajo la paja donde solía dormir, su libro de compras y
ventas. Se acomodó en la única silla que había e inspeccionó las entradas.
Clifford hacía negocios con todos y tenía nombres marcados con negro que, según
Humphrey eran clientes insatisfechos.
-
Una semana antes de morir le vendió un atrio al padre Wilmer. ¿De dónde sacaría
tal cosa?
-
No lo sé señor Kenway, seguramente se lo robó de otra iglesia, era esa clase de
gente. Fue para la confirmación de lady Miriam. Me parece que es la única
ocasión en que las dos familias no discutieron por más de dos horas.
-
Hay dos nombres con corazones, ¿enamoradas quizás?
-
O más bien amantes señor Kenway. Nadie vende una docena de herraduras a dos
ducados.- Humphrey contuvo la risa.- El herrero tiene cuernos que no le caben
al entrar a casa, en cuanto a la otra… La conozco también, cría gallinas y al
parecer le vendía muy barato.
-
Interesante, deudas y préstamos.- Fue siguiendo los nombres, en negro o en
rojo.- Declan, Yarrick, Unger Brock…
-
No le pagarían ni en un millón de años, Clifford podía vender leche de un mes
como tónico para el baño.- Thomas examinó el resto de la casa y encontró
tallado, contra las piedras que hacían de chimenea el nombre de la curandera
Daisy Dane.
-
La pregunta es, ¿amante o amor platónico?
Thomas encontró al padre Wilmer en
los campos del señor, sentado en un árbol cortado mirando a los siervos.
Humphrey dejó de seguirlo y le dejó en paz. El padre Wilmer le compartió de su
pan y de sus frutas. A lo lejos otros dos villanos peleaban por viejas
rencillas y los soldados les apartaron con la amenaza de la horca.
-
Estamos todos en el barco de los idiotas.- Dijo Thomas, finalmente.
-
¿No hay pues, salvación para los idiotas?
-
La hay, para quienes se mantienen en el sendero.
-
Hablas estas palabras Thomas, pero desconoces su significado. Hablas de Dios,
pero no es el verdadero Dios, trinitario, cuya tradición es la institución
viviente de la Iglesia, su novia.
-
No, no es el mismo Dios.- Admitió Thomas. Sonrió por un momento, no se lo
habría admitido a nadie más.- Hay tradiciones más antiguas que la apostólica.
Toma el apocalipsis de Adán. He oído de él, de buenas fuentes que lo citan casi
textualmente. Al cumplir 700 años le dijo a Seth, su hijo después de Abel, cómo
aprendió una palabra de conocimiento del Dios eterno de Eva, y que él y Eva
eran en verdad más poderosos que su supuesto creador, el demonio. Ese
conocimiento se perdió cuando el demiurgo separó a Adán de Eva. Le habló
también de los tres misteriosos extraños que acudieron al parto de Seth, de
modo que el conocimiento fuera preservado. Adán le advirtió entonces que el
falso dios, Satanail, crearía trece reinos con trece diferentes y conflictivas
creencias, pero que sólo la tradición de la “generación sin un rey” proclamaría
la verdad. Ustedes tienen a su rey, nosotros tenemos al sendero.
-
Y Westmor tiene a un asesino hábil y diabólico.- Dijo Wilmer con voz cansada,
pues sabía que su antiguo discípulo se había alejado ya mucho de él.
-
¿Le compraste a Clifford Yonwin un nuevo atril?
-
Sí, fue más por caridad cristiana que por otra cosa. Fue algo hermoso aquella
ceremonia, la confirmación atrajo a ambas familias de un modo que ahora… que ahora
es imposible de imaginar, sobre todo después de la batalla. Los dos patriarcas
se estrecharon la mano y me prometieron la paz. Promesas incumplidas, no que
les moleste mucho, cada uno culpa al otro de sus desgracias. Critican la paja
en el ojo ajeno y no se dan cuenta de la viga en su propio ojo.
-
La siguiente víctima es obvia. El titiritero siente demasiada presión. No puede
arriesgare a que encontremos a Robert Calum. Pues es cuestión de tiempo,
escuché que habría otra incursión para buscarle, este vivo o muerto.
-
Quizás se volvió incontrolable y quien fuera que le manipulaba ha perdido el
control.
-
En ese caso, que Dios nos ampare.
-
Sí… el verdadero Dios. No las ficciones de dioses detrás de dioses y demás
tonterías gnósticas. Este condado ya tuvo suficiente con los sacerdotes
supersticiosos que le temían hasta a los gatos negros. Te habrían quemado a ti
también.
-
Encontré algo más en la casa de Clifford Yonwin, el nombre de Daisy Dane, la
curandera que pudo haber envenenado a Barclay Calum de no haber sido por Colby,
o que bien pudo haber enfermado al barón Kinsey. Lo tenía tallado en su
chimenea, posibles amantes o al menos estaba enamorado.
-
¿Y planeas hablar con ella?
-
Ya lo hice una vez y…- Kenway recordó la sortija de Colby, el regalo de sir
Yarrick. Pago suficiente para un aborto, la repentina enfermedad de Corin
Brock.- Unger, tenemos que hablar con él cuánto antes.
-
¿Unger Brock?
-
Cualquier cabeza cabe en esas jaulas.
El padre Wilmer sabía dónde
encontrarle, en los bosques de los Dane, pues le había pedido que bendijera su
cabaña y rezara el rosario por buena cacería. Unger se encontraba destazando a
ciervo cuando se acercaron. No parecía muy feliz de verles, el inmenso cazador
clavó el cuchillo en su mesa y se cayó sentado en un tronco cortado.
-
¿Qué pasa ahora?
-
Decidí prestar más atención a la víctima inicial. ¿Conocías bien a Clifford
Yonwin?
-
Tú sabes la respuesta a eso.
-
Sí, le destrozaste la mano a tu mujer.- Al ponerse de pie quedó a una cabeza
por encima de Thomas, pero él no estaba impresionado.- Me preguntaba de qué más
serías capaz de hacer.
-
Lo dices por Colby Winbolt. Sí, mi mujer es una coqueta sin remedio, una
lujuriosa ramera, pero la amo. En verdad lo hago, por eso le perdono sus
excesos. ¿No creerán que yo maté a ese idiota de Dorset o a esa alimaña de
Clifford?
-
¿Y Declan? Lo dejaste afuera de tu lista
de imposibilidades.
-
Admito que me debe dinero, o me debía. Barclay nunca me pagará ahora.
-
¿Declan Calum te debía dinero?
-
Por supuesto que sí. Les vendía buenas pieles y nunca me pagaban. Esos Calum
viven en un mundo de fantasía. La fortuna, la famosa fortuna Calum no existe.
Era malgastada por Declan y sigue siendo despilfarrada por Digby y los demás.
Barclay no está muy contento con eso, es de la idea que si consigue más oro que
los Dane se harán del condado, pero simplemente no lo tienen. Para eso
necesitaban de ese aserradero tan desesperadamente. Ahí lo tienen. Con todo
respeto padre, pero tienen a la persona equivocada. Quizás Dorset Dane vio algo
que no debía ver, qué sé yo.
El padre Wilmer y Thomas Kenway
pasaron el resto del día preguntando a posibles testigos de los brutales
homicidios, pero sin ningún resultado. La gente prefería encerrarse en sus
casas, por temor a una invasión de locos que contagiaran su locura. A la mañana
siguiente, tal y como Kenway lo había dicho apareció el cadáver de Robert Calum
en una callejuela entre los tomates de un cultivo pequeño. El sujeto había sido
brutalizado con un mazo con picos y sus pies habían sido cortados. Digby Calum
lloraba por la muerte de su hermano, jurando que él jamás habría lastimado a
nadie. Al ver a Humphrey se le echó encima y el barón Kinsey consiguió
detenerlo tras mucha pelea.
-
No parezcas tan sorprendido Humphrey, mi anfitrión.- Dijo Thomas.- Te pagaban
para cuidarlo, ¿no es así?
-
No, por supuesto que no.
-
Te pagaban bien a juzgar de todo ese oro que andas cargando y mostrando. El
padre Wilmer no te pagaría por ser su espía, pero Digby te pagaría bien para
asegurarse que nunca encontráramos a su hermano durante las búsquedas en los
bosques. No eras el único que le llevaba comida, Digby le llevaba comida
también, por eso me dieron una paliza.
-
Tratan de hacer parecer a los Calum como salvajes.- Gritó Barclay Calum
bajándose del caballo para consolar a Digby.- Los Dane hicieron esto, no les
bastaba con matar a Declan. Alston está detrás de todo esto, ¿por qué no le
arrestan?
-
Quizás por qué sí son unos salvajes.- Le respondió sir Yarrick.- Ese Declan
habría tenido que pagar muchísimo oro por los excesos cometidos. Hay leyes de
batalla que no se respetaron, les habría dejado en bancarrota mi escudero y
amigo Colby. Por eso lo silenciaron.
-
¿Y qué hay de sus excesos?- Respondió Barclay.- ¿Quién responderá por ellos? Tú
te casas con Helena, ¿y Miriam? Ha perdido a un prometido, ¿o será que nuestro
amado conde planea casarlo con otro Dane?
-
Eso no ha sido resuelto.- Dijo el barón, cortando la discusión que no llevaba a
ninguna parte.
-
Estoy teniendo mi propia crisis de fe.- Le dijo el padre Wilmer a Thomas,
alejándole de la trifulca.- Ahora me cuestiono, como tú, si la sangre de Cristo
fue suficiente para lavar el pecado del mundo. Tenías razón, es diabólico… El
asesino no permite que sus cuerpos de gloria resuciten en el día de la segunda
venida. Uno no tendrá cabeza, otro no tendrá pies… Pies, ¿será que nos manda un
mensaje? Robert nunca fue un católico comprometido, siempre ansiaba la pelea y
las mujeres. Jesús bendito, Dios hecho carne, ¿qué es lo que ocurre?
-
Jesús no era Dios, sólo su carne murió y la divinidad en él nunca lo hizo.
-
Y ahora sigues con tus herejías, éste no es el momento.
-
Jesús era como una máscara.- Siguió Thomas con la vista perdida en el
horizonte.- Una máscara.
-
¿Thomas?
-
Ya sé quién está detrás de todo esto. Vamos a la taberna, necesito desayunar
algo.
Por unos ducados desayunó un denso
potaje con papas, dejando al padre en completo estado de ansiedad. Luego de eso
se retiró a una silla cerca de la chimenea y pensó en silencio, sin atender al
padre Wilmer, quien le suplicaba porque le dejara saber la verdad de tal
misterio. Al terminar la jornada laboral, mientras la taberna se llenaba de
nuevo mandó al padre Wilmer para que llamara al barón Kinsey, a Alston Dane y a
Barclay Calum. No querrían ir a semejante lugar, pero podía decirles con
seguridad que tendrían las respuestas que tanto ansiaban. Cenó ahí mismo en la
taberna, pacientemente esperando. Eventualmente apareció el barón y los
patriarcas. Chelsea también estaba ahí, vestida toda de negro y suplicando por
respuestas. Carling la consolaba en compañía de Corin, su marido y Humphrey
Courtland.
-
Desde el principio debió serme obvio que la jugarreta del loco era una charada.
El primer crimen, el más importante, ocurrió antes de que los locos escaparan,
incluyendo a Robert Calum y no veo qué razón tendría para matar a Clifford de
esa manera tan brutal. No, el barco encalló y nuestro asesino decidió enterrar
un crimen sobre otro, además de ejercer su venganza. El simbolismo del cuerpo
era sólo una distracción. También lo era la idea de manejar a un loco como un
asesino a sueldo.
-
Se los dije, Robert era inocente.- Dijo Barclay.
-
En verdad lo era.- Respondió Thomas.- El asesino mató a Clifford Yonwin,
destrozándole la cabeza con una impresionante rabia y planeaba abordar el barco
de los locos y desaparecer junto con ellos, probablemente con el plan de
escapar en el siguiente puerto y empezar una nueva vida. Pero no todos los
crímenes fueron azarosos.
-
Trató de ponernos uno contra otro.- Concluyó Alston Dane.
-
En su mente, sí, pero sabía poco de las decisiones de los Calum sobre el
molino. Mató a Declan y llevó su cuerpo hasta el molino que, él pensaba,
construían del otro lado del río. La disputa, sin embargo, ya se había zanjado
hacía tiempo, era tan solo un farol.
-
Es cierto.- Dijo Barclay.
-
Incluso llegué a sospechar de Colby Winbolt por la muerte de Declan, pero
difícilmente le habría matado. Se negaba a matar a Barclay Calum, y además,
tenía las manos llenas siendo amante de Corin Brock. Pagó su aborto con Daisy
Dane con su sortija. En cierto sentido nunca hubo un loco, pero en otro sentido
sí lo hubo. La caverna era donde se convertía en alguien capaz de matar. Su
prognosis, doctor Kent, estaba totalmente equivocada. Nuestro asesino es
profundamente supersticioso. El barco, como el homicidio de Clifford Yonwin,
encalló en el lunes nefasto en el que, según ciertas tradiciones, Caín mató a
Abel. Aquello debió reforzar sus creencias sobrenaturales y su estancia en el
barco debió ser el último empujón que necesitaba para transformarse por
completo en un asesino brutal y sádico. Un extremo sadismo, pues una de las
víctimas le era muy especial. Colby Winbolt, el depravado acto en el que
decidió usar la mano de gloria que, tradicionalmente, luego de ser cortada de
un colgado convicto le permite a su usuario abrir cualquier puerta y cometer
cualquier crimen con impunidad.
-
¿Pero por qué matar al escudero?- Preguntó Alston Dane.- ¿Y no a sir Yarrick?
-
Porque su venganza era más personal que otra cosa, no le importaban las
políticas sucias, los ataques al barón Kinsey o los vulgares juegos de poder.
Por sus obras les conocerás, tan cierto en las Escrituras como lo es ahora.
Alguien que planea semejante cosa debe dejar todo detrás, no puede ser un
hombre casado, ni un joven con una lustrosa carrera por delante y una candente
amante. No, alguien que se despediría de sus bienes terrenales con la esperanza
de usar el dinero en el siguiente puerto, alguien como Carling Cobbald, quien
vendió su caballo y su cerdo.
-
¿Quién?- Preguntó Barclay Calum. Chelsea miró a Carling y él a su turno miró a
todos los demás.
-
No sé qué decir, no fui yo. La mera idea me enferma.
-
Encontramos comida en la cueva porque escuchaste la conversación. Dejaste a
Declan en la construcción del molino del otro lado del río porque escuchaste
sus faroleadas. Matar a Colby debió serte la más dulce de tus víctimas, el
poder ver a Chelsea Winbolt morir por dentro y sufrir como tú sufriste en
silencio. Cuando Clifford Yonwin murió tenía señales visibles de herpes, las
mujeres también les muestran. Chelsea, su gran amiga durante el embarazo, sabía
que el bebé era de Clifford y no le dijo a Carling hasta que él lo descubrió
por sí mismo. Una oreja inútil, y por eso se la arrancaste al joven Colby, para
acercarte a ella y verla sufrir.
-
No, es imposible.
-
Debiste ver el herpes en tu Aileen, la debiste ver desnuda, debiste haber visto
los síntomas y Clifford, sabías muy bien, como todos los demás, era un coqueto
amante de muchas. Encontré al menos dos en sus anotaciones, pero estoy seguro
que Aileen le vendía más baratas las prendas que hacían. Tú lo guardaste y
cuando ella murió, y luego tu hermano, estallaste por dentro. La nave encalló y
en esa caverna te convertías en algo nuevo. La comida nos hizo pensar que eran
dos, cuando en realidad era uno solo. Criado como huérfano por supersticiosos
padres la maldad se apoderó de ti por completo y bajo la fachada de un hombre
honesto y amable se esconde Beliar, Satanail, el engañador.- Carling lanzó la
carcajada y después trató de huir. El barón le tomó del cuello y lo lanzó al
suelo.
-
Está bien, está bien. Pensé que podía ver a otra parte como el idiota de Unger
lo hace todo el tiempo, pero cuando me di cuenta del herpes, cuando eso mató al
bebé que me juré a mí mismo amaría como propio… Algo se apoderó de mí. Chelsea
sufrió como yo sufrí y cuando rechazó a Humphrey de esa manera tan vulgar, como
vulgar es ella, pensé que sería buen momento para matar al muchacho y hacerle
ver sospechoso.
-
Ahí lo tienen.- Kenway lo levantó jalándole de un brazo y aplastando su cabeza
contra la mesa, poniendo su cara contra el padre Wilmer, quien no soportaba
verle.- Ahí tiene su crisis de fe, padre Wilmer, ahí tiene mis noches sin vela
y mi peregrinaje solitario. Mírelo bien, ésta es la cara del engañador, una de
las miles de caras que he visto aquí en Westmor.
-
Le colgaremos frente a todos.- Prometió el barón, cuando Kenway empujó al
histérico Cobbald hacia él. Le arrastraron fuera, tirándole de cosas, mientras
él gritaba y amenazaba. Uno a uno se fueron yendo de la taberna. Thomas se
retiró también, para alejarse del ruido y encontró una banca entre dos huertos
donde robó algunos tomates para saciar su hambre. El padre Wilmer salió
eventualmente y se sentó a su lado.
-
No era una estratagema para poner al barón Kinsey como nuevo conde, ni una
estrategia de alguna de las dos familias. No, al final todo se redujo a un
hombrecillo que estalló y lanzó su violenta locura hacia todas partes. No sé si
haya lugar para él en el cielo, incluso si en verdad se arrepiente.
-
No lo hará, en el fondo, él ansía la muerte, pues Satanail no es dador de vida,
sino de muerte.
-
Un hombrecillo así, nadie le tomaría como amenaza. Podría acercarse a sus
víctimas sin provocarles temor. O quizás les tomaba por la espalda.
-
Eso hacía, esa máscara que seguro tendrá bien guardada en su casa, esa jaula
era la fuente de su poder, su anticristo. Una jaula que no pudo contener su
rabia.
-
Nada lo habría hecho, de no ser por ti… No quiero ni imaginármelo.- Pasaron un
tiempo en silencio, pero no fue incómodo. Dejaron que la fría brisa nocturna
jugara con las antorchas y miraron pasar a la gente y a los caballos.- ¿Y qué
harás finalmente? Buscabas descanso, puedes quedarte aquí. No te daré más
sermones, te lo prometo.
-
No puedo. Debo seguir adelante, seguir en el sendero del Señor porque él está
allí fuera, planeando y envenenando. Además,- Añadió con una sonrisa.- si me
quedo más tiempo no haré otra cosa más que volverte loco con lo que tu
consideras escrituras apócrifas.
-
Buena suerte Thomas, y que Dios tenga misericordia de tu alma.
-
Que Dios tenga misericordia de todos.- Dijo, levantándose con calma.
El mentor despidió a su alumno a la
madrugada, luego de entregarle un bolso de cuero repleto de comida, de parte
del barón Kinsey. Cabalgó despacio, alejándose de Westmor, de su lujuria, de su
locura y su violencia. Le perdió de vista eventualmente, pero para el padre
Wilmer nunca estaría lejos de su mente, pues aunque no comulgaba con sus
herejías, sabía que recorría el sendero correcto, uno solitario, oscuro y lleno
de peligro.
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