jueves, 23 de julio de 2015

Caronte (Parte 2 de 2)

Continuación de la primera parte


1966:
            Caronte había aprendido, desde hacía años, la importancia del pensamiento lateral. Vudú y Cobra le habían humillado, llevado al extremo y después partido en dos. Sabía que podía encontrarles, pero sabía que era mejor jugarla a la segura. Sabía de muchas casas destinadas al tráfico de narcóticos gracias a sus contactos en “Segunda oportunidad” y pensaba haber descubierto el punto débil de Vudú, un hombre que no parecía tener debilidad alguna. Caronte atacó su entrada de dinero, primero las casas que hacían de bodegas para la heroína y marihuana, y después con los camellos callejeros. El dolor seguía ahí, cada músculo de su cuerpo parecía estar en llamas, pero Milton se había acostumbrado a ese dolor. Su presencia opacaba los demás dolores, los más íntimos y poderosos.


            Aprovechando la oscuridad de la noche les fue tomando por sorpresa, esquina por esquina. Su producto tirado a la coladera, su dinero quemado. Los adictos de Morton respondieron con más fuerza que los camellos mismos, pero Caronte supo cómo tratarlos. No buscaba daños permanentes, pero con su orgullo lastimado no podía negar que quería infligir dolor en quienes vendían veneno a los desesperados. Acechando desde las alturas o en los oscuros callejones, Caronte cobró su venganza por todo Morton, dejando tras de sí una estela de adoloridos camellos tirados en el suelo o tratando de rescatar su producto de las inmundas coladeras. La vio siguiéndolo desde la última cuadra, moviéndose entre las sombras del techo de la calle de enfrente. Desmayó a tres camellos con una combinación de patadas a los costados, bastones a las rodillas y rodillas contra las caras, disparó su pistola de aire contra el techo a un lado de donde Eco le esperaba y dejó que la pistola le llevara hasta ella. Regina tomó el gancho, cuando Caronte había subido al techo y lo examinó de cerca. Ya no era el primitivo gancho, como anzuelos de pescador, sino una garra con extremidades que se amoldaban a la superficie, y disparado con suficiente fuerza como para enredarse en los postes o tubos, así como perforar algunas superficies.
- Una vez te vi usar esta pistola para arrancar una llanta.- Dijo ella, sin saber bien a bien qué decir.- La sacaste con parte del eje y era una camioneta pesada. ¿Fue en el ’57?
- ’58, durante la crisis del sindicato del crimen. Casi me parte la muñeca, no estaba bien calibrada.- Dijo con cariño, mientras acomodaba el arma en su pistolera en el costado y se quitaba el casco para que ella pudiera leer sus labios. Había aprendido lenguaje de señas, pero siempre prefería dejar que ella le viera a los ojos. 
- Ellos venden por necesidad, tú lo sabes. Muchos de ellos son adictos, ¿planeas curarlos a golpes?
- ¿Por qué no? El temor puede generar milagros. Deja que los medios se rían de mí, me conformaré sabiendo que allá afuera hay un violador que no actuará por temor a mí.
- Los periódicos no se burlan de ti.- Dijo Regina, sentándose en un viejo aparato de aire acondicionado dejado al abandono.- Te llaman fascista y tú no ayudas la situación.
- No viniste aquí a decirme eso.
- No.- Regina se encendió un cigarro y sonrió.- Se supone que lo había dejado. Supongo que no te tengo el suficiente temor para pensarlo dos veces... Perdón, eso fue excesivo, es que no sé cómo decirlo. Amo a Carson Hill, ahí está. Lo dije.
- Lo sé.
- Maldita seas Milton, maldito seas.- Regina le dio una bofetada que le dobló la cara.- ¿Eso es todo lo que dirás? Tú y yo hemos tenido algo por veinte años, somos algo y dejamos de serlo, pero siempre somos algo. Estoy cansada de ser algo, quiero ser la prometida de alguien, la esposa de alguien... No sé, quiero hacer la cena y escuchar aburridas historias sobre la oficina o rumores sobre mis vecinos.
- Siempre es más fácil hablar detrás de un casco, ¿sabes? Tienes razón, tenemos una madeja de sentimientos mutuos, todos ellos buenos, al menos de mi lado. No imagino vivir sin ti, pero no me imagino ayudándote a hacer la cena y hablar sobre la oficina y los vecinos. No me pidas que deje de ser Caronte, esta ciudad me necesita demasiado y ellos van primero.
- Hay días que realmente creo que podemos hacerlo funcionar. Yo me retiro, de esto me refiero, no del centro para sordos. Supongo que me retiré desde hace unos años, pero pensé que debía decírtelo. Ya no tenemos veinte años Milton, no puedes hacerte esto, es demencial. Ya sé, ya sé, vidas están en juego y todo eso. Mi puerta está abierta para ti, si crees que tú y yo podemos ser algo más que un algo. Pero por favor, no creas que voy a esperar para siempre.

            Milton la vio alejarse a otro techo, para luego bajar por la escalera de incendios. Ni siquiera el intenso dolor de la paliza del día anterior había ayudado. El dolor seguía allí. Milton se puso el casco y fingió que podía sonreír, pero incluso antes de moverse sabía adónde iría. Tenía que lastimarse un poco más, los viejos sentimientos de culpa no se iban. Cruzó la ciudad hasta el parque en Baltic donde Laura Winslow paseaba a sus hijos cada noche. Los años le habían caído bien y sus hijos se veían saludables y felices. Trató de disimular que se sentía feliz por ella, pero no pudo. En Undercity ese mismo parque tenía a pandilleros y gente común manifestándose a favor de Vudú, de su actitud de Robin Hood, de su violencia contra los ricos para dárselo a los pobres. En el intenso dolor de su corazón se pregunta una sola cosa, ¿podía Malkin olvidarse alegremente de él tanto como Laura podía hacerlo? Él no podía hacerlo, casi todos sus pensamientos iban hacia su Malkin, hacia todos y cada uno de sus habitantes, incluso de quienes se mofaban de él o de quienes le odiaban, como también pensaba mucho en Laura. Se sentó en la orilla, maravillado por la naturaleza del dolor, la paliza no le había doblegado para nada, pero una conversación con Regina, el darse cuenta que se perdía de algo maravilloso y el recordatorio viviente que era Laura le habían arrancado una lágrima. No recordaba la última vez que lloraba de ese modo. Golpeó el tabique a su lado, se puso de pie, infló el pecho y se olvidó de todo eso, Caronte no podía renunciar, incluso si Milton Lufkin lo desease.

            Larry Miller había empezado a trabajar lavando platos en una pequeña cafetería a media cuadra de su minúsculo departamento, donde su esposa hacía lo posible por educar a su hijo Roger. El dinero no era suficiente y con cada plato que accidentalmente rompía su paga se hacía cada vez menor. Los platos eran viejos, todos eran una ruina y se rompían por cualquier cosa. La última quincena no había podido pagar el ortodontista de su hijo, no quería ni imaginar lo que se perdería ésta quincena. La pandilla le soltaba algo de dinero, pero no el suficiente, pues no se había probado ante ellos aún. Le pareció que era desesperado, muchos de esos pandilleros eran jóvenes que estaban totalmente solos en el mundo, no tenían esposa y un hijo en quién pensar. Sabía que le pedirían algo terrible, ya que la iniciación anterior había acabado mal, ahora sería peor. Rogó porque no fuera algo radical, porque no fuera atrapado, y porque Caronte no lo estropeara de nuevo. Su pequeño detalle, el dejarlo huir, le pareció el acto más cobarde de todos. Ya había matado a su padre y ahora se hacía el grandilocuente al tirarle un par de huesos, como si fuera un perro callejero.
- Son otros tres platos Miller, eres un perfecto idiota. Un mono lo haría mejor que tú.- Le espetó el dueño del local. El señor Morris, un obeso cocinero en perpetuo mal humor se la tenía contra él. Los tatuajes de prisión y su récord criminal no ayudaban.- Sólo porque los idiotas de Segunda oportunidad te mandaron aquí no quiere decir que sea tu hada madrina.
- Sí señor, lo pagaré de mi salario.
- Pero claro que lo harás, no tienes opción. ¿Qué pasa, macho?- Larry apretó la quijada y el señor Morris se puso en su cara.- ¿Algo que decir? Has pío y llamo a tu agente de libertad provisional con toda clase de historias. ¿Quieres volver a Blackgate?
- No señor.
- Eso pensé. Anda, lárgate de aquí.
- Sí señor.- Larry se quitó el delantal y salió por la puerta trasera. Un par de manos negras lo tomaron de su sucia playera y lo azotaron contra la pared. Conocía a la mujer, era Cobra, la negra misteriosa que vestía como revolucionaria sexy y tenía máscara con forma de cobra.
- Tienes un trabajo denigrante.- Le dijo ella, sus labios rozando su oreja izquierda.- ¿No te gustaría trabajar para Vudú? Paga mejor.
- Fallamos en la iniciación, o eso me dijeron.
- No para mí, primor.- Cobra se alejó un poco más y lo soltó. Le ofreció un cigarro y un encendedor de oro.- Tómalo, es tuyo. Ésta ciudad está en una revolución, Larry. Los que tienen todo son demasiado pocos, y los que tienen nada son demasiados. La balanza está fuera de lugar. No necesito decírtelo, tú sabes lo mal que está la economía. ¿Quieres hacer dinero?
- ¿Qué tengo que hacer?
- Ésa es la actitud que me gusta. Quiero que me ayudes a hacer algo. Buen dinero por unas pocas horas de trabajo. Además de la oportunidad de quebrar a Caronte, una vez y para siempre.

            La prensa se reunió afuera del cuartel general de las oficinas de la brigada de la justicia. El alcalde Norman Troy no había aparecido, enviado en vez de él a unos cuantos burócratas que podían soportar la mala prensa. Caronte llegó tarde y todo ocurrió tal y como lo esperaba. La prensa estaba histérica. Las opciones que tenía eran pocas, o bien dejó que un disturbio terminara en baño de sangre, o bien había instigado el disturbio, o bien había sido derrotado vergonzosamente por Vudú, o bien era un fascista que golpeaba mujeres y no soportaba el desarrollo de las conciencias revolucionarias que pedían un nuevo orden social en la colapsada economía. Caronte no sabía cual escoger y sabía que todas eran venenosas.
- La policía tiene un reporte completo sobre la situación.- Dijo a los micrófonos en su podio, a la entrada del edificio.- Vudú no es ningún Robin Hood, no es un revolucionario. Es un asesino, líder de pandilla y ladrón. La gente de Malkin no debe nunca caer en la tentación de gente como él, falsos líderes que promueven la paz social mediante la violencia. Todo lo que él conoce es la violencia. Es un criminal, como cualquier otro, y será detenido.
- Walter Travers, el Heraldo de Malkin, ¿cómo justifica el uso de violencia para suprimir movimientos sociales que, solo en algunas ocasiones, caen en esa violencia? Tenemos entendido que no había nadie en la mansión donde irrumpieron originalmente, y que se trató de una demostración pacífica hasta que usted llego.
- El crimen no es un movimiento social.
- ¿Entonces dice que los movimientos sociales son criminales?, ¿qué hay del feminismo y la liberación negra, son crímenes también?
- Eso no es lo que quise decir.

            Caronte no pudo decir nada más. El segundo piso del edificio estalló violentamente, la bomba destrozó todas las ventanas y sacudió el suelo. Caronte fue el primero en entrar, junto con un par de uniformados que ayudaron a los brigadistas de la justicia a salir del edificio y evitar el humo del incendio. Para cuando la ambulancia llegó Caronte ya estaba en el epicentro del incendio, apagándolo con un extintor para encontrar la fuente de los desesperantes gritos. Encontró a Robert Cabot en el suelo, había perdido un brazo en la explosión. Ayudó a los enfermeros a llevarlo a la ambulancia y cuando les vio partir se dio cuenta que estaba rodeado de camarógrafos, tomando su imagen, con sangre por todo el traje y un espejo cubierto del líquido rojo. Se abrió espacio entre los reporteros hasta que alguien empezó a lanzarle basura e insultarlo. Cuando sintió la violenta urgencia de romperle la espalda a un camarógrafo se desapareció, y corrió por las calles de Malkin para alejarse.

            El detective Louis Carver lo vio todo en televisión y emitió el mismo bufido enojado que los demás policías. Sabía lo que los medios harían de todo eso y lo mucho que Milton estaba expuesto. Le conocía bien, sabía que mientras más implacable apareciera al mundo exterior, más cercano estaba al colapso, por dentro de ese casco de espejo. Salió del edificio, con el archivo solicitado en su portafolios, mientras los demás seguían hablando del atentado con bomba y la imagen de Caronte cubierto en sangre. Estaba en la radio también, cuando encendió su auto y manejó al restaurante “Careli’s” que quedaba cerca de ahí. Isaac Haskell ya estaba ahí, con unos ridículos pantalones verde esmeralda y una playera amarilla con puntos rojos.
- ¿Temes que no te vean desde un kilómetro de distancia?
- Hola Louis, te pedí un café.- Le estrechó la mano, se sentaron y pronto apareció Milton.
- ¿Te quedaste ciego cuando escogiste la ropa?- Fue lo primero que preguntó.
- Me muevo con los tiempos, ustedes deberían hacerlo también. ¿Pantalones de vestir y camisa? Vamos, eso es para cuadrados.
- Viniendo de un cuarentón, eso significa mucho.
- Yo me dejaría un afro si pudiera.
- Si tuvieras el pelo, querrás decir.- Isaac se acarició los puntos calvos y sonrió. Louis estaba por decir algo, pero se detuvo de repente y olió el aire alrededor de Milton.- ¿Colonia?
- Y de la cara.- Dijo Isaac.- ¿Regina?
- No es de su incumbencia, pero sí.
- No te ponías colonia cuando salías con esa loca, ¿cómo se llamaba? Caroline algo.
- Sí, y no estaba loca. Solo estaba muy, muy, muy interesada en la taxidermia y... Vaya, ahora que lo pienso sí estaba loca.
- Mejor que esa chica, ¿Jasmine?
- Ni me lo recuerdes, toda una psicópata.
- Esa me cae bien, me recuerda a mi ex-esposa.- Bromeó Louis, aunque no estaba sonriendo. Le mostró el archivo a Milton y a Isaac mientras bebía su café.- Tienes toda una joyita. Una de esas negritas que creen en la igualdad. Con un nombre como Cleopatra sabes que tienes problemas. La señorita Upshaw, además de acostarse con todo lo que se mueva, estudió psicología y realizó una tesis sobre el marxismo aplicado al feminismo. Tiene un alud de cargos, pero nada nunca pegó. Si me lo preguntas, se echó a todos los detectives que trabajaron esos casos. Muy típico de feministas, sobre todo las negras.
- Hay algo muy mal contigo.- Le dijo Isaac, en broma.- Los tiempos cambian, las mujeres quieren sus derechos. Y esta mujer en particular es de lo más interesante. Hay un patrón entre los cargos y los abogados. Los primeros son de una firma prestigiosa, pero cuando fue acusada del homicidio de su entonces novio, entonces contrató a Meyer & Wayans, que son una firma mucho más pequeña y menos exitosa. Es curioso que cambiara de ese modo.
- Trajiste el expediente de su padre, Emmet Wayans, gracias Louis.
- Vivo para servir.- Dijo mientras se encendía un cigarro.
- Una mujer liberada en un nuevo mundo... ¿Por qué todo tiene que reducirse a Freud?
- ¿A qué te refieres?
- Emmet Wayans trabajaba en una fábrica de calzado, tuvo un accidente, no le pagaron seguro ni nada. Trató de demandarlos, mediante la firma en que trabajaba su hermano Frank, pero no llegaron a nada. Escucha esto, dos meses después de la demanda, mientras Cleopatra entraba a estudiar psicología, Emmet muere en circunstancias extrañas en la fábrica. Homicidio no resuelto. La fábrica quedó abandonada, cerró por el caudal de demandas que Meyer & Wayans interpusieron a través de los demás obreros. Cleopatra se convierte en feminista, se burla que los demás son freudianos mientras ella misma haría sonrojar a Freud.
- Sí, esa negra lo haría sonrojar en serio, dudo que sea de su tipo.
- En serio, tienes problemas.
- No me digas eso a mí Isaac. Somos tres hombres blancos juzgando la vida de una mujer negra, los chicos dirían que eso es un poco racista. ¿Qué harás con esto Milton?
- Creo que sé dónde encontrarla, pero tengo que hacerlo bien. Además, tengo una cita.

            Regina no sabía qué decirle a Carson, cuando este apareció en su departamento para sacarla a una cita sorpresa. Él no sabía sobre Milton, ni quería que se enterase. Ni siquiera sabía sobre sus viejas aventuras como Eco. Le convenció que llegara otro día con excusas que ni siquiera ella podía creerse. Salió del departamento en el mismo estado de confusión del que había estado desde que hablara con Milton, o más precisamente, con Caronte. No era lo mismo, hablarle de civil o con su disfraz. Milton usaba esa máscara para esconderse, más que para vivir. Tenía que verlo como era realmente, sin disfraz ni máscara. Escogió el Francis Lounge por pura nostalgia y a Milton le encantó la idea. Lo había robado, hacía muchos años, y cada que veía las fotografías en la pared siempre pensaba que le faltaba una, la suya. La prensa, tras el robo, les había traído más clientes y estaba seguro que sus regulares seguirían hablando del robo muchos años después. Milton lo hacía, pero él no contaba, Milton Lufkin vivía en el pasado.
- Escuché sobre el atentado, fue horrible.- Dijo Regina, mientras comían el postre.- ¿Alguien perdió un brazo?
- Sí, y por fortuna fue todo lo que perdió. Había niños ahí, minutos antes y... No quiero ni pensarlo. ¿Cómo llegamos a este punto? Sonará extraño, viniendo de mí, pero extraño a la Junta. Ellos tenían reglas, nada de niños. Los machetes, las bombas y los pandilleros no tienen reglas.
- Los reporteros tampoco.
- Alguien me llamó travesti sociópata. Otra lindura más a los anales de la historia.
- ¿Sabes a quién extraño? Al zorro de plata, ese era un caballero. Me invitó a una cita una vez, fuimos a la ópera.
- ¿En serio?
- Bueno, la vimos desde el techo, pero fue lindo. Qué lástima que encontraran todos esos cuerpos sepultados en el patio de su casa. ¿Qué fue de él cuando sucedió el motín?
- Murió en Blackgate. El mundo lo extrañará, estoy seguro, además de las amantes de la ópera.
- Escuché que la policía quería hacerte detective honorario. Suena bien.
- En teoría, demasiada burocracia. El sistema puede salvarse, no es tan corrupto como a la gente le gustaría creer, se puede trabajar con él. Aún así, retirarme para ser policía es un paso atrás.
- No estoy tan segura de eso Milton. Vamos, ya tienes más de cuarenta.
- Gracias.- Dijo con sorna.
- Muchos más, de hecho. Mírate, estás hecho un gañapo humano, tantas palizas han dejado secuelas. ¿Cuántos años más antes que tu hígado reviente por los golpes o caigas en una trampa mortal y vueles en pedazos? Tienes algo bueno en Segunda oportunidad, ¿no te gustaría dedicar más tiempo a ayudar a ex-convictos que realmente quieren una oportunidad para rehabilitarse?
- Sí, creo que no le dedicó suficiente tiempo.
- Necesitas una vida real Milton.
- Regina, ésta es mi vida real. Éste es quién soy, quien tengo que ser.
- Siempre hablas sobre tener que ser algo... No tienes que hacer nada, tú lo escogiste y puedes escoger salirte de esa horrible vida que llevas.
- Alguien tiene que estar en esa línea Regina, alguien tiene que meter orden, que repeler a los salvajes, como ese Vudú y todos los que son como él. ¿La policía detuvo al Fantasma antes que soltara todo ese gas venenoso? No, fui yo. La policía no se da abasto.
- Pero hay otras formas Milton, por Dios trato de lanzarte indirectas pero a veces eres el hombre más estúpido del mundo.- Regina no se dio cuenta que gritaba, hasta que todos los clientes les miraron sorprendidos.- Prácticamente me estoy lanzando a tus brazos, humillándome para suplicarte que me escojas a mí.
- La ciudad necesita alguien que pueda sacrificar incluso a alguien tan hermosa como tú.- Dijo Milton, sus labios temblando y sus ojos enrojeciendo.- Te amo Regina, me vuelves loco y te deseo cada vez que te veo. ¿Crees que no me encantaría engordar a tu lado y hacerte el amor, y pelear contigo por tonterías, e ir al mercado contigo y criar niños en alguna casita en Brokner?
- ¿Entonces por qué no lo haces? No tienes que renunciar hoy, puedes hacerlo en un mes o en un año, armar algo con la policía o qué sé yo, pero puedes dejarlo.
- He muerto dos veces, sé que no me vas a creer, pero es cierto. Empezaba a hacer una vida cuando me robaron y me dispararon. Empecé a hacer una vida como policía, pero eso no llegó lejos tampoco. Disparos al estómago, el Alquimista me salvó. Era una decisión, morir definitivamente o convertirme en algo. Escogí la vida, aunque me quede hueco por dentro y todo lo que quede sea el espejo. ¿Sabes qué es lo que veo, cada que me miro en el espejo? Veo que la gente que maté accidentalmente, la gente que dejé que muriera, veo cada error que he cometido y me destroza por dentro. Me mantengo en la cordura sabiendo que me necesitan, y sabiendo que tú existes, aunque sepa que nunca podré tenerte, no realmente.
- Milton, escucha lo que dices, suenas como un loco.
- Tú no eres la única que lanza indirectas Regina. Vete ahora, antes que te consuma por dentro como me he consumido a mí mismo. Ódiame si eso lo hace más fácil. No te amo y nunca lo he hecho. Sabes que eso no es cierto, pero con los años te convencerás. Lo único que existe es el espejo.
- Eres más monstruoso de lo que tus críticos dicen.- Regina le tiró el agua en la cara y se fue del lugar reprimiendo las lágrimas. Milton miró a su alrededor. Quería golpearlos, quería gritar o golpearse a sí mismo. Se puso de pie, pagó por la comida y salió con lágrimas arrastrándose por sus mejillas y saboreando la oportunidad de quebrar a Vudú hasta que no quedara nada de él más que la piel y los músculos.

            Victor Meneti sabía que no era seguro salir con sus hijos, Lucrecia y Alberto, pero confiaba que el pequeño ejército de matones que les rodeaban podrían sortear cualquier dificultad. Visitaron el cine, la vieja tradición familiar. Sus hijos empezaban a convertirse en adolescentes, Lucrecia había aprendido a decir que no a todo, y sabía que no tenía mucho tiempo. Pronto le odiarían, por cualquier motivo, y quería aprovechar cada oportunidad que tenía para imprimirles, en sus jóvenes cerebros, que ellos siempre iban primero en su vida. La función empezó, los acomodadores estaban nerviosos por la presencia de don Meneti. Sus matones se sentaron a su alrededor y otro par quedó afuera de la sala, sus automáticas escondidas por sus sacos. El ruido era ensordecedor, nadie pudo escuchar a los que se abrían lugar por la puerta trasera y entraban a la parte trasera de la pantalla. Cleopatra Upshaw sonrió, la emoción bombeaba adrenalina a su corazón. Tomó su AK-47 y disparó contra la pantalla, tirando hacia el techo. La pantalla se desgarró, mientras la audiencia chillaba de temor y huía en manada. Un segundo grupo entró a la sala, matando a los agentes de seguridad de los Meneti. No tenían miedo de disparar contra la gente inocente, y tampoco los guardaespaldas. La pelea duró poco, los pandilleros consiguieron que todos se tiraran al piso. Larry Miller recorrió las filas, pasando por encima de la gente que se protegía en el suelo. Señaló a los Meneti con su automática y ayudó a sus compañeros a esposar a Lucrecia y a Alberto, colocándoles bolsas encima de la cabeza.
- Todos ustedes están muertos.- Dijo Victor Meneti.- ¿Me escucharon? Todos ustedes.
- ¿Disfrutando los placeres de las masas oprimidas?- Cobra le apuntó con la metralla, como tratando de decidir sobre su vida.- ¿Qué se siente cuando tu vida está en manos de un grupo ajeno, que te odia y hará lo imposible por fastidiarte? Bienvenido al sueño americano.
- Dese vuelta.- Larry Miller lo empujó, le puso las esposas encima y le colocó la capucha.- ¿Estos tres y nadie más?
- ¿Y nadie más? No suenes tan decepcionado. Esto apenas empieza.

1986:

            Milton estudió el expediente sin corregir de Látex. Sabía que tendría la respuesta ahí y no se equivocaba. Todas sus víctimas tenían una cosa en común, habían estado relacionados de alguna manera con la brigada de la justicia, en los 60’s. Alguien borraba su pasado. La madre de algún miembro, el mejor amigo de otro, el hermano, y dos miembros. Horas de análisis, de seguir pistas, de formar teorías que ocupaban todo el espacio disponible en su sala. Todo eso había valido la pena. La policía no lo había encontrado, no había hurgado lo suficiente porque no quería hacerlo. Alguien se beneficiaba, y encontraría a esa persona y la haría pagar por cada uno de sus crímenes. Mientras hacía su rutina de pesas miraba el pizarrón de corcho, con los apuntes, recortes de periódicos y fotografías unidas por hilos y tachuelas. La pista había sido difícil de encontrar, pero lo había hecho. No le decía quién era Látex, ni la identidad de su protector misterioso, con suficiente poder como para asustar a los detectives, empezando por el capitán Louis Carver, su viejo amigo. Quería asegurarse que tuviera todo, y que todo tuviera sentido. Llamó a Isaac Haskell, el genio le había ayudado en el pasado y podía hacerlo de nuevo.
- Milton, que bueno que llamas.- La esposa de Isaac, nunca habían estado en buenos términos. Su tono amistoso le preocupa más que su mensaje.- Isaac está desaparecido. No sé si te dijo, pero tenemos unos problemas financieros, y bueno... Creo que le dio vergüenza o algo así. Espero que no haga nada estúpido.
- Sí, yo también lo espero.- Imposible no verlo. Dinero, subasta, su identidad. Él la conoce, podría aprovecharse. Carver no se atrevería y Regina no podría hacerlo. Isaac tiene contactos en el mundo criminal, él podría hacerlo. Colgó el teléfono y lo lanzó contra la pared. Había sido una linda amistad.

            Halcón había tenido su fotografía en todos los diarios, sobre todo tras su aparición en un talk-show. Su campaña para limpiar las calles había llegado hasta lo alto, y la alcaldesa decidió ofrecerle una medalla. Los medios elogiaron la decisión, pero los reporteros más veteranos sospechaban que el asunto mediático podía tornarse en un fiasco como el de Caronte, a finales de los 60’s. La alcaldesa, Lucrecia Meneti, invitó a unos pocos reporteros a su oficina, abrió la ventana ceremoniosamente y esperó con dedos cruzados para que el disfrazado aventurero apareciera. Halcón llegó a tiempo a su cita con la alcaldía. Lucrecia Meneti pronunció un breve discurso sobre el servicio cívico, le entregó una placa en un lindo estuche de terciopelo y sonrió de oreja a oreja hasta que los reporteros se fueron. Halcón se quedó, pues sospechaba que le pediría algo. Esperó a que ella recuperara sus cigarros de su bolsa y se encendiera uno. Lucrecia era una mujer bonita de rasgos italianos, con algunas canas debidas al estrés y una sonrisa amplia que podía activarse a pedido y mantenerse por horas.
- Estos malditos clavos de ataúd.- Dijo ella, señalando al cigarro.- Nunca lo dejas, no realmente.
- ¿Le dieron una placa así a Caronte?- Preguntó Halcón, examinando la pequeña placa a su servicio cívico y compromiso por la seguridad de Malkin.
- ¿Eres fan?
- Al contrario, quiero poner mis manos sobre el viejo. No sé cómo encontrarlo, no aún. Le dieron unas así, ¿no es cierto? Placas, medallas, promociones...
- Norman Troy lo usó como su perro faldero por sus dos administraciones. Lástima lo que fue de él.- Halcón la miró sin saber qué decir y Lucrecia sonrió.- Claro, no salió la historia completa a los medios. Norman violó a su secretaria, un verdadero adefesio creo que ese era el verdadero crimen. En fin, Caronte se enteró, lo levantó como costal de papas y lo lanzó contra el costado de su escritorio. Le rompió la columna en tres partes y luego una rodilla... Supongo que por diversión. La parte de la violación se mantuvo fuera de los periódicos. Caronte cayó en picada desde entonces, ahora es el hombre más buscado y nadie sabe nada sobre él.
- Me gusta su proposición.
- Cuarto de millón por su identidad, medio por su cadáver y un millón si lo entregas vivo.
- Me gusta.- Halcón sonrió de oreja a oreja y se subió a la cornisa de la ventana, preparando su capa para poder planear lejos del edificio.- No sé quién es, pero estoy a punto de averiguarlo.

            Escondido del resto de la ciudad, en lo más profundo de una línea abandonada de metro   , un ejército de mafiosos, criminales de carrera y asesinos a sueldo fueron poblando el túnel hasta la vieja estación bajo la Vieja Industrial. La plataforma de la estación estaba protegida por un enrejado, con púas en el techo. Isaac Haskell se colocó una cabeza de toro encima de la cabeza, con una rendija para poder ver lo que hacía. Tenía a dos guardaespaldas con rifles automáticos y muy nerviosos. Se habían instalado dos detectores de metales en el acceso del túnel, para evitar las sorpresas, y guardias adicionales filtraban a los criminales, únicamente dejando pasar a quienes llevaban dinero en efectivo y dejaban sus armas detrás.
- Mira este lugar.- Le dijo un mafioso a otro.- Debe haber más de sesenta millones de dólares aquí.
- ¡Atención!- Gritó Haskell, llamando la atención por la cabeza de toro que llevaba encima.- Las reglas son sencillas, es una subasta tradicional y el que más ofrezca será escoltado conmigo. Le daré el nombre, me dará el dinero y nos vamos felices. Puedo entender que desconfíen de mí, pero sabrán mi identidad también y si la información proporcionad no les satisface, siéntanse libres de matarme. Pueden pujar en equipo, si es necesario, no hace diferencia.
- ¡Medio millón!
- Millón y medio.- Anunció Mario Andolini junior, con aires de superioridad.
- Dos millones.- Dijo un asesino a sueldo, mirándole con burla.
- ¡Cuatro millones!

            Caronte escuchó en las sombras del túnel, escondido en un acceso secundario de ventilador. La puja seguía subiendo, cuestión de tiempo antes que todos unieran el dinero. Había instalado un pequeño dispositivo de rastreo en su buen amigo Isaac desde hacía años. Cualquier otro le habría llamado paranoico, pero ahora tenía razón. Le gustaban los amigos, pero prefería las certezas. Aunque el detector de metales era un indicio de buenas noticias no podía estar seguro que no hubiera varios con armas en el lugar. Tampoco los podía tomar a todos, pero no necesitaba hacerlo. La seguridad de Haskell trabajaría a su favor. Había dejado un explosivo pequeño en la caja de fusibles de la línea, necesitaría la sorpresa. Activó el interruptor y ágilmente saltó de una tubería a otra, para luego pasar por encima del enrejado. Las luces regresaron, por el control general de electricidad, pero la ventaja había funcionado. Pateó a uno en la entrepierna y lo desmayó de un bastonazo a la cabeza. El segundo guardia trató de disparar, pero Caronte se agachó y le dio una patada a la rodilla. Saltó sobre él cuando no soltó el arma, preparando un cuchillo para lanzarlo contra la pierna de Isaac, quien prefirió escapar que quedarse a pelear. El guardia era fuerte, era joven y parecía entrenado. Le soltó un codazo al pecho, pero en la trifulca perdió la billetera. Caronte se la robó mientras lanzaba una bomba de humo contra el enrejado, evitando que los otros guardias dispararan. Los criminales salieron huyendo, tratando de proteger su dinero.
- Me preguntaba cuando te vería de nuevo.- Halcón pareció emerger de entre el humo.

            Caronte lanzó un par de golpes, pero Halcón era más rápido y fuerte. Error de novato, patada al estómago. Halcón toma la pierna, la golpea con la rodilla, la suelta y le tira un gancho al hígado. Caronte se defiende con sus cuchillos, pero Halcón es hábil. Sabe que le conviene tener un terreno espacioso, se lanza hacia atrás y prefiere dispararle un par de veces al pecho. Lo ataca rápida y brutalmente para luego retroceder, tratando de hacerle reaccionar hacia una trampa mortal. Caronte se aleja hacia las escaleras, pero Halcón no le deja ir lejos. Logra tomarle el brazo, le da su mejor codazo, pero eso apenas y le afecta. Halcón responde con más golpes a los costados y una patada a la rodilla que lo hinca en el suelo. El mecanismo de jeringas en su guante le inyecta morfina, para alejar el dolor. Caronte consigue colocarle un rastreador pequeño en la parte de atrás de la rodilla durante la brutal paliza. Halcón lo levanta, riendo sobre lo fácil que es, lo azota contra una pared, luego contra su rodilla sacándole el aire.

            Caronte reacciona lento, su pecho está en llamas. Viejo mañoso, piensa para así, sólo un poco más. Le suelta un golpe con un bastón de policía, directo a la entrepierna, se desliza por el suelo y con ambas botas golpea su rodilla izquierda. Le saca un grito de dolor, pero Halcón aprende rápido. No se lanza contra él, su orgullo lastimado no opaca su sentido común. Le dispara de nuevo, mientras trata de levantarse. Caronte queda contra el enrejado, donde las manos de los guardias tratan de hacerse de él, de dispararle a quemarropa. Caronte espera su momento, Halcón apunta contra la entrepierna. Se aferra del enrejado y de un esfuerzo se levanta, el disparo le da uno de los guardias, suficiente para asustarlos. Halcón le sorprende con golpes al pecho y más patadas y Caronte se aleja trastabillando. Dispara su pistola de aire contra una tubería, perforándola, pero Halcón le patea en el codo y luego en un costado para volver a hincarlo. Caronte lanza una bomba de humo mientras Halcón le toma del cuello y lo levanta.
- Lentes infrarrojos, lanza todo el humo que quieras. Debo decir, pensé que sería más difícil.
- Humo, huele como pólvora.- Dijo Caronte, entre jadeos, mientras su corazón se prende fuego y siente un cosquilleo en el brazo izquierdo.- Enmascara el olor del gas. Jala el gatillo, terminemos esto en el infierno. Vamos, chico lindo, termíname.
- No eres suicida.- Caronte le tomó de la mano que sostenía la automática, sus dedos lentamente desplazándose hasta el gatillo.
- Te veré en el infierno, y te acabaré ahí.

            Halcón retrocede, lanza una patada fulminante. Directo al corazón. Milton empieza a ver borroso. Maldita sea, se grita a sí mismo, una última maña viejo perro, una última vez. Jala el gatillo de su pistola de aire. Su cuerpo apenas tiene suficiente fuerza para aferrarse al arma. Sale volando por atrás del enrejado, pero consigue caer de cuclillas. Halcón salta contra la pared, se balancea contra una tubería y cuando está por caer sobre él, Caronte se da vuelta y le deja cae sobre el riel de electricidad. Quisiera que le viera sonreír, pero se conforma con alargar el brazo, tomar la escopeta, usarla para hacer un puente. La lanza contra el riel, la electricidad se traslada a miles de voltios de fuerza, del metal a la tela de su traje. Halcón sale volando, pero no es suficiente para detenerlo. Usa el infrarrojo, Caronte está desaparecido, pero ha dejado un regalo, un pequeño explosivo remoto, y entonces recuerda el gas. Se lanza dentro de un tren abandonado, atravesando la ventana vieja y los asientos le protegen de la oleada de fuego que calcina todo lo demás. Sonríe, sabe que le tiene acorralado, sabe que está viejo y sabe que la próxima vez lo matará.

            Regina Merriweather se cambió el apellido a Hill, por su marido, pero muchas de sus cartas del viejo centro de ayuda para los sordos seguían llegando a su viejo buzón. No le molestaba el viaje diario, le ayudaba a aclarar sus ideas. Ahora que Carson pasaba tantas noches en la oficina podía hacer eso más seguido, aunque la edad le había enseñado que el aclarar la mente usualmente llevaba al dolor. Estacionó frente a su casa en Brokner y de inmediato supo que algo malo pasaba. Un par de rufianes parecían estar interesados en algo en el camino lateral de su casa. Bajó con el revólver que tenía en la guantera y leyó sus labios, sin terminar de entenderles.
- Ya te llegó el día, fenómeno.- Los dos rufianes, uno de ellos con una botella rota habían encontrado una imagen inusual. Caronte estaba tirado entre los botes de basura. Se levantó lenta y tortuosamente al verles llegar. No tenían más de veinte años, vestidos como punks, uno con un mohicano verde y el otro rapado, con la A de anarquía tatuada en su calva.
- He escuchado esa línea unas mil veces, siempre acaba igual. Pero podría estar equivocado, podría ser que ésta sea la ocasión en que un par de sanguijuelas me maten. ¿Quién sabe, quizás las cientos de cucarachas que he enviado al hospital no hayan sido tan fuertes o rápidas como ustedes? Uno nunca sabe, quizás es la primera vez que me enfrento a la espantosa amenaza de una botella rota de cerveza. O podría ocurrir lo contrario. Podría ocurrir que este es el día en que aprendes a qué saben tus dientes y pasan la siguiente década en recuperación. Así que, ¿cuál será?- El de la botella dio un paso atrás, la tiró al suelo y se echó a correr, seguido de cerca por su compañero.
- Madre de Dios, no puedes llegar así, ¿en qué estabas pensando?- Caronte trató de señalizar su respuesta, pero el pecho le ardía demasiado y cuando la presión de sangre llegó a su máximo se desmayó entre la basura. Milton abrió los ojos en la cama de Regina. Lo primero que vio fue la fotografía de Regina y su esposo Carson en el día de su boda, luego la vio a ella arqueada sobre él, pasando un algodón con alcohol sobre sus heridas. La miró como lo había hecho desde el principio, como una mujer hermosa y sonriente, aún pese a las arrugas, las canas y la continua expresión de preocupación que había tenido desde hacía años.
- Estoy bien.
- Te desmayaste en mi basura. No estás bien.
- Nada grave, el viejo tic-toc anda fuera de sintonía.
- 40 años de guerra, ¿qué esperabas?
- No pensé que me desmayaría al llegar, pensé que estarías con Carson... Y no sé que me hizo venir aquí, la verdad. ¿Dónde está Carson?
- Trabajando.- Se miraron en silencio por un largo rato. Compartían algo juntos, algo más que silencio, una intimidad que no necesitaba del sexo, aunque a veces se limitaba a eso.- Este baile que tenemos, tú y yo, no es bueno para ninguno de los dos.
- Isaac venderá mi identidad secreta al mejor postor.- Regina se quedó en blanco.- Sí, mi mejor amigo. Estoy irradiando felicidad.
- ¿Isaac? No sabe en lo que se mete.
- Lo habría detenido, de no ser por Halcón. El nuevo modelo y yo tuvimos un pequeño encuentro. Necesito tu ayuda.- Milton le tomó de las manos y sonrió con tristeza.- Ya sé, ya sé, estás retirada. No puedo hacer esto solo, sabes lo mucho que me cuesta tener que admitirlo. Recogí una cartera, me dio una pista. No puedo estar en dos partes a la vez. Entrada y salida.
- ¿Sabes una cosa Milton? No todos podemos aparecer y desaparecer así nada más. Por Dios, tengo más de sesenta.
- Mucho más de sesenta.
- No empieces conmigo. Y no tengo edad para esta clase de cosas.
- Infiltración, bomba de audio. Nada más.- Milton le explicó lo que necesitaba, tratando de tranquilizarla.- ¿Un par de guardias obesos y mal pagados? Si te atrapan, no es criminal, cosa de una multa.
- ¿Adónde vas cuando desapareces?
- A un lugar que solía ser muy soleado, pero con los años es tan oscuro como Undercity.
- ¿Cómo qué?
- No importa. Lo haría yo, pero mí...- Milton llevó la mano de Regina a su corazón.- Mi tic-toc me está fallando un poco.
- Hago esto y ya, ¿me entendiste? No puede tenerte apareciendo y desapareciendo de mi vida todo el tiempo. Tengo una vida, no es la mejor pero es algo más de lo que tú tienes, y ya me cansé de bailar al son de tu ritmo.
- Tienes un esposo, lo entiendo. Yo...- Milton se puso de pie de un salto al escuchar el otro auto.- Tu esposo. Tengo que irme, gracias.

            Regina tenía razón y lo sabía. Cuarenta años de guerra. No hay trincheras, no hay treguas. Los godos invaden. Hoy es Halcón, pero ya había conocido a muchos más. Muchos más jóvenes y fuertes que él. Todos cometían el error de creer que podían con él. Todos creían que ser más rápido es suficiente, pero Caronte no había sobrevivido por cuarenta años por ser más rápido o fuerte. Él no era el mejor, nunca lo había sido, era el peor. Sin tregua, sin misericordia. Principios básicos que el Alquimista le había enseñado. Vivía por ellos y moriría por ellos. La edad le hacía más lento, pero también más honesto. Visitó Malkin, la casa del matrimonio Winslow. No recordaba su olor, no recordaba su voz ni siquiera recordaba sus tacto. Laura era un fantasma, tanto como él. Miró por el ventanal, un viejo mirón. Cartel sobre la sala donde los hijos, ahora adultos, visitaban a sus viejos padres. El cartel dice “no puede llover para siempre”. Milton sonrió. Ahora era más honesto, ahora sabía que nunca había dejado a Laura, que nunca amaría a Regina de la misma forma. También sabía que era falso, sí podía llover para siempre. En Undercity la lluvia duraba eternidades.

            Regina se sintió estúpida en su viejo traje. Lo había usado por última vez en 1971, cuando Caronte había caído en las trampas del demente doctor Claw. Era de ridículo spandex rojo oscuro, con su máscara de tela del mismo color tinto, con espacio para los ojos y nada más. Era caliente e incómodo, nunca podía acomodarse la ropa interior con él. Ahora le quedaba peor. No había practicado atletismo o gimnasia en más de una década, y además del eterno dolor en la rodilla y el creciente problema de estigmatismo, ya no tenía la figura para usarlo. Pudo haber escogido cualquier otra cosa, y de hecho pensó en eso durante todo el día. Al final el traje resultó lo más natural. Lo tenía escondido en un baúl, nunca había tenido el corazón para deshacerse de él. Decidió protegerse del ridículo con un abrigo largo y un sombrero, aunque al verse al espejo parecía alguna clase de desquiciado pervertido.

            Entró al hospital por un acceso secundario. Milton había tenido razón, luego de las doce los guardias se quedaban mirando televisión y bebiendo café. Entró a las escaleras restringidas, una mano en su revólver y la otra en una de sus granadas de ruido. Otro de sus viejos juguetes que mantenía escondido en el baúl de los recuerdos. La sala de archivos, en el subsuelo, estaba vacía. Los nervios calmaron un poco, aunque estaba totalmente sorda, sabía que los guardias no estarían en la completa penumbra. Revisó los archiveros hasta conseguir lo que quería.
- Parece que dos buscan las mismas pistas.- Halcón avanzó hacia ella entre los corredores de archiveros. Se asomó por una esquina y vio que no reaccionaba.- Caronte debe estar desesperado, enviando a una vieja fofa a hacer el trabajo de un hombre.

            Se acercó aún más y le gritó un par de veces, pero no servía de nada. Ella seguía buscando entre los archivos, cargándolos en un bolso, con la linterna en la boca. Halcón sonrió al darse cuenta que la mujer era totalmente sorda, eso lo haría más fácil. Regina terminó de recogerlos y se dispuso a irse, cuando los archiveros se movieron. Al darse vuelta no tuvo tiempo de sacar el arma cuando Halcón le soltó un golpe a la boca del estomago. Accidentalmente accionó una de las granadas de audio y su atacante retrocedió, con las manos donde debían ir los oídos. Le disparó al pecho hasta que la pistola se quedó sin balas y salió corriendo por las escaleras. Halcón se recuperó, tenía suficiente Kevlar en el pecho para un disparo peor y los audífonos que llevaba podían modificarse para que restringieran más el sonido. Regina salió de las escaleras y se vio rodeada de guardias que le apuntaban. Les advirtió del loco en el subsuelo, pero no estaban interesados hasta que Halcón salió, como volando, abriendo de golpe la puerta y lanzándose sobre Regina. Eco se azotó contra la pared, desesperadamente golpeando la alarma contra incendios hasta encenderla. Halcón quería sus archivos, pero Eco se defendió de una patada para alejarlo. Un guardia atacó a Halcón y cuando recibió una paliza otro le disparó por miedo, olvidando que se trataba del héroe favorito de Malkin.

            Eco corrió hacia la calle, tan rápido como pudo, hasta que al llegar a la cabina de teléfono a dos cuadras de distancia casi se colapsó contra el teléfono. Hacía mucho que no corría tanto, y hacía mucho que su rodilla no le dolía tanto. Usó el teléfono, mientras que miraba hacia el hospital. Le vio salir de él, disparar una pistola de aire y ascender hasta el techo. El lugar era un caos de enfermeros y policías, pero Halcón había logrado evitarse ese caos. Saltó al cielo nocturno que empezaba a llover, sus  alas rígidas como planeador y dirigiéndose directamente hacia ella.

            Halcón se estrelló contra la cabina, botas primero, con tanta fuerza que lo levantó del suelo y lo tiró a un lado. La mujer había desaparecido, pero no podía estar lejos. Escuchó sus pasos, frenéticos y torpes, a lo largo de una callejuela hasta la avenida paralela. La siguió por los tejados, mientras ella se detenía cada ciertos metros por agotamiento. Regina trató de llegar hasta la avenida, pero la cortina de humo le detuvo. Conocía la táctica, la había visto cien veces con Caronte. En vez de ir al otro lado la cruzó, conteniendo los jadeos lo más posible. Sintió su mano en su brazo y luego la patada al estómago que la lanzó al suelo. El cuerpo entero le dolía y no tenía mucho tiempo más. Accionó otra granada mientras que Halcón caía sobre ella, su rodilla muy cerca de su cara. Le dijo algo que no escuchó y cuando los ventanales y cristales se reventaron él salió volando de un lado. Se puso de pie lentamente, con una sonrisa terrible en su boca, acariciando su pistola. Desenfundó y antes de disparar miró a un lado. Un viejo Peugot le golpeó a toda velocidad, lanzando su cuerpo por los aires hasta otro automóvil. Regina subió al auto, gritándole a su marido que acelerara. Nerviosamente miró hacia atrás en las siguientes cuadras y no sintió confiada hasta cruzaron la ciudad.
- No tengo edad para estas cosas.- Nerviosamente buscó por los cigarros de Carson y se encendió uno.- Pensé que me iba a morir. Nunca había entendido lo maravilloso que es estar casada hasta este momento. Vaya viaje, no recordaba la adrenalina.
- ¿Puedo preguntar qué demonios está pasando?, ¿qué traes puesto y qué hacías en ese hospital?
- Detén el auto, creo que tenemos que hablar.

            Carson Hill estacionó frente a una cafetería de toda la noche y comenzaron a hablar. Regina le confesó todo lo que le había escondido de su vida, sobre todo sobre Milton. La pareja habló por horas. Carson tenía sus propias confesiones, los amoríos típicos de un matrimonio en los hielos. Cuando salió el sol y la lluvia se detuvo siguieron hablando. No había nada como la adrenalina como para confesar toda clase de cosas y el matrimonio nunca había estado tan sólido como en ese momento. Se perdonaron mutuamente, en un auténtico deseo de reparar su matrimonio y finalmente Carson apuntó hacia los expedientes del hospital.
- Se los tengo que llevar a mi vieja flama y después, dejará de ser flama en lo absoluto.

1946:

            Milton respondió cientos de preguntas de los detectives, pero no había mucho que aclarar. Testigos habían visto entrar a Freddie Miller, conocido vendedor de muestras de tapetes y rufián, para después verlo corriendo por el techo. Le preguntaron si había visto a Caronte, a quienes algunos testigos apuntaban como el homicida de Freddie Miller, pero ninguno de ellos sospechaba que el ex-oficial Lufkin fuese en realidad el justiciero misterioso. Al final del día lo único que quedaba eran las manchas de sangre en el piso y un funeral barato en el cementerio municipal. Se sentía solo y desorientado, pues en el fondo siempre creyó que contaría con aquel anciano sin nombre. El dolor no se iba, no se iría por mucho tiempo, pero la noche caía y Caronte era necesitado. Su determinación de detener a Minos y a Mentalo y de evitar una guerra abierta en las calles no cesaba en lo absoluto. Su mejor homenaje a su mentor era continuar con su trabajo.

            Salomon Petri corría el riesgo de verse débil frente a las otras familias, un lujo que no podía darse en ese momento. Tenía sus planes de guerra, y un pequeño ejército de matones dispuesto a hacer a lo que sea por dinero. Lamentablemente, sus competidores también tenían sus planes y todo dependía ahora de la velocidad y la contundente violencia. Repartió las armas en la bodega industrial que usaba como frente para lavar dinero. Estaba seguro que las otras familias no sabían de ella y estaría seguro ahí, aunque fuera por un instante. Se retiró a la oficina en el segundo piso, por encima de todas las cajas y contenedores, en la esquina más apartada para llamar a su mansión. No escuchó el tragaluz del techo, abriéndose lentamente, ni los cuidadosos pasos sobre su cabeza. Marcó por el teléfono mientras que Caronte entraba por la venta a su espalda y se acercaba rápida y sigilosamente. Le pateó en las rodillas, para hincarlo al suelo, colgó el teléfono y luego puso su mano en su boca y lo azotó de espaldas al suelo. Don Petri intentó decir algo, pero era imposible. Abrió los ojos al máximo, acostumbrándose a la oscuridad, pero todo lo que veía era su propio rostro. Eventualmente dejó de pelear y estremecerse, y el espejo se acercó aún más, distorsionando su reflejo asustado y sudoroso.
- Tienes un enemigo poderoso, su nombre es Minos. Lo conoces bien, arruinaste su vida, como has hecho con la de cientos de otras vidas. Pero este es diferente, es listo y ya hizo que pelearas con los demás miembros de la Junta. Minos, háblame de él.- Le quitó la mano de la boca, pero cuando no respondió de inmediato le golpeó en el pecho y lo agarró del cuello.- Hoy no es un buen día para hacerme enojar.
- ¿Minos? No conozco a nadie que se llame así...- La expresión en don Petri cambió, algo le venía a la memoria.- Así se llamaba la compañía... Ese hombrecillo cumplió su palabra, no pensé que lo hiciera. Destruí la compañía de sus padres y... Bueno, no fue un trabajo limpio.
- ¿Quién?- Caronte volvió a golpearlo en el pecho y después le tomó de su quijada, apretando cada vez más hasta que Salomon Petri casi no podía hablar.
- Isaac Haskell, pero no sé dónde pueda estar ahora. Me enteraré, de eso puedes estar seguro.
- Mírate en el espejo Petri, ¿le creerías a ese hombre?- Caronte lo golpeó en la frente, haciendo rebotar su cabeza, y para cuando don Petri se puso de pie y encendió la luz, su invitado misterioso ya no estaba ahí.

            Regina entró por la ventana de la sala, columpiándose desde el techo, y mientras lo llamaba, o al anciano, se percató de las manchas de sangre. No tenía que enterarse por nadie más, la policía había marcado la posición del cadáver con tiza. Le esperó sentada en el sillón de la esquina, sin saber qué hacer o qué decir. Milton entró por la puerta principal y se detuvo en las escaleras, frente a la escena del crimen. Estaba petrificado, su rostro enrojeciéndose cada vez más. Vestía la cota de malla bajo un traje barato y guardaba el casco en un portafolio. Regina se acercó sin decir nada, le abrazó y le dejó llorar en su hombro.
- No sé si pueda.- Le dijo mientras se limpiaba las lágrimas.- No soy lo suficientemente rápido, ni inteligente, ni fuerte. Mentalo y Minos no se detendrán, convertirán esta ciudad en una zona de guerra y no hay nada que pueda hacer.
- Sí hay, no tienes que ser el mejor, sólo tienes que ser el más astuto.- Caminaron lejos de la escena, hacia el dormitorio de Milton.- Me quedé pensando desde anoche en todos esos empleados de la feria que se involucraron en la pelea.
- Pensé que no querías tener nada que ver.- Milton se quitó el traje, se aseguró de tener el arma cargada y recogió cuchillos de una caja bajo su cama.
- Si Mentalo cree que estoy involucrada, entonces estoy involucrada. Hice algunas pesquisas, el dueño de la feria es un personaje bastante turbio. El buen Hugh Olmos debería conocer su nombre y su dirección, y sé dónde encontrarlo.
- No será fácil.
- Nada que valga la pena lo es.- Regina se quitó el vestido floral desbrochando sus mangas y Milton quedó boquiabierto. Escondía, bajo su ropa, un entallado vestido color vino tinto con un cinturón donde guardaba su revólver y varias granadas de sonido.- No te has recuperado de la golpiza y creía que podrías necesitar mi ayuda.
- Te ves... Increíble.- Milton le entregó algunos cuchillos y un par de bombas de humo, pequeñas esferas plásticas de color negro.- Si todo sale mal, lanza éstas. Pero con mucha fuerza, aún no le encuentro la forma. En mi primera noche se reventaron cuando corría, habla de nervios de principiantes.

            Milton se rehusó a usar el auto de Regina, temiendo que alguien checara las placas. Tenía un auto reservado para esas ocasiones, lo había robado a un mafioso, tenía placas falsas y un excelente motor. El sol caía sobre la ciudad y los dos quedaron en silencio durante el trayecto, creían saber a lo que se enfrentaban, pero realmente no tenían idea. Únicamente sabían que estarían juntos, y que detendrían a dos peligrosos sociópatas. Ubicaron al manager de la feria en un minúsculo departamento en un hostal que hacía de burdel. Eco le aconsejó que fuera astuto, que evitara las confrontaciones directas. Milton tensaba la quijada cada que pensaba en el Alquimista. Ya no estaba en entrenamiento, su muerte sería su última lección.
- Si crees que pagaré treinta dólares por un saco de huesos, estás equivocada primor.- Olmos era un hombre que rayaba los cincuentas. Vestía una camisa arrugada y sucia que no podía contener su enorme barriga. Era calvo por completo, con una nariz abultada y una sonrisa peligrosa. Se tronó los nudillos y jadeó cuando vio a la esbelta prostituta gritar de miedo. No gritaba por él, sino por la figura que entraba por la ventana sin hacer ruido. Tenía un espejo por cara y se movía como un león cazando. Antes que Hugh Olmos pudiera darse cuenta, Caronte amarró sus pies y de un jalón lo tiró al suelo.- ¿Quién demonios eres tú?
- ¿Quién soy yo? Yo soy tú.- Le dijo apretando sus muñecas e inclinándose sobre su cara.- Y es hora que tengas una conversación contigo mismo y con nuestro amigo la gravedad.

            Milton saltó por la ventana, jalando el hilo metálico. El cuerpo de Olmos salió del departamento, gritando y rogando, el hilo siguió pasando por uno de los tubos del letrero que colgaba del costado del edificio hasta que quedó a seis pisos de altura, colgando como un pescado. Caronte amarró el hilo metálico y ágilmente escaló hasta él. Eco saltó sobre el letrero, hábilmente balanceándose sobre él y le saludó con un gesto de la mano.
- Están locos, no pueden hacer esto.
- ¿Colgarte? Eso es fácil. ¿Sabes cuál es el mejor amigo de la gravedad? Un cuchillo.- Caronte fingió que cortaba la cuerda, asustando a Olmos.- Mentalo, ¿quién es y dónde lo encuentro?
- ¿Ese loco? No tengo idea.- Eco se dejó caer unos metros y se aferró del letrero. Le pateó en la boca del estómago y otra vez en la cara.
- Eco no tiene paciencia, y mi cuchillo tampoco. Adiós, Olmos.
- No, está bien, está bien. Nelson Page, nos tira algo de dinero de nuestro lado y le hacemos favores. Nada ilegal, obviamente.
- Sí, estoy seguro que le hacen las compras.- Caronte se acercó a Olmos, le tomó de la camisa y lo acercó a su casco.- ¿Qué es lo que ves, Hugh Olmos?, ¿puedes ver el miedo?
- Sí... No me suelten.
- ¿Dónde está?
- Tiene una casa, nos pagó para que la pintáramos e instaláramos la electricidad. Es una vieja casona en la parte vieja de Baltic. Está en la 56, en una esquina. Es un enorme caserón, no pueden perderla. ¿Le dirán que se los dije?
- No, le diremos que atienda tu funeral.- Caronte liberó el nudo de la soga y dejó que cayera varios pisos para sostenerla de nuevo, dejándole a centímetros del asfalto. Antes que Hugh Olmos perdiera la conciencia sintió el regalo que Caronte le dejaba, pedazos de espejo que cayeron sobre él y finalmente en la acera.

            La vieja casona de Baltic había sido objeto de innumerables leyendas urbanas. La familia Page había vivido allí desde hacía tres generaciones, cuando la familia de cirqueros se estableció en la ciudad. Nelson era el tercer mentalista en la familia, y el más dotado. Había descubierto que podía hacer más que convencer a alguien de que era una gallina, o de darle datos personales. Tenía una técnica, dolorosa al extremo, para controlar la mente de una persona a distancia, de ver y oír todo lo que la otra persona experimentaba y controlar su cuerpo como un titiritero. Sólo era capaz de hacerlo con una persona a la vez, pero había aprendido muchas maneras de hacer dinero con su truco. Minos había invertido para que perfeccionara su técnica y su plan estaba a punto de dejarle algo mejor que el dinero, un poder absoluto sobre el crimen organizado en Malkin. No le había sido difícil secuestrar a Jack Zucco, capo de la familia Meneti, y el largo proceso para poseer su mente se hacía cada vez más rápido con la experiencia.
- Muy bien, ya está hecho.- Dijo Nelson Page, y Jack Zucco. Liberó al capo de las amarras que lo sostenían a la silla y acomodó en su sillón para concentrarse y hacerlo moverse.

Habitar la mente de otro se había convertido en su único vicio. Exageradamente delgado y narizón le costaba trabajo conocer mujeres, pero el entrar a la intimidad de otro ser humano, al grado de manipularlo como a un muñeco le daba una satisfacción incomparable. Zucco se puso de pie, una sonrisa maliciosa en los abultados labios. El negocio con Minos había sido bueno, el hombre era un genio y su laberinto daba las condiciones perfectas para un golpe de estado. El negocio, sin embargo, ya podía continuar sin él. Jack Zucco tomó el teléfono que descansaba en el polvoso suelo en ese cuarto de la casona abandonada y marcó a su jefe, Victor Meneti. Le advirtió de la presencia de Minos en el abandonado bar Zeus, donde podría encontrar y liquidar a todos sus enemigos. Para un hombre que solo disfrutaba la vida a través de la vida ajena, la idea de mandar a otro a realizar su trabajo sucio le pareció natural. Ahora lo único que tenía que hacer era verse con Minos para recibir su dinero, dejarlo a su muerte, y liquidar a su último sujeto de pruebas, el don nadie que vigilaba su residencia. El sujeto, un vagabundo que había podido secuestrar sin dificultad, había despertado de su trance con la obvia sensación de estar perdido y con vagos recuerdos de lo que había pasado. El cuerpo de Jack Zucco se asomó a la sala, pistola en mano. El vagabundo se levantaba del suelo, sin tener idea de lo que pasaría.
- Lo siento, viejo amigo, pero hasta tus recuerdos me deprimían.- Dijo Zucco, mientras apuntaba. El viejo vagabundo volteó y cerró los ojos.
- Hoy no.- Caronte apareció a su lado y de un golpe le quitó el arma. La casona existía en Malkin, aunque estaba habitada. Había asustado a más de una persona al irrumpir tan sorpresivamente. Había escuchado la conversación de Zucco, pero no podía dejar que matara a un inocente.
- Tú de nuevo, ya te daba por muerto.- Dijo Zucco, lanzándole un golpe al estómago. Caronte se defendió con sus bastones de policía, con miedo de lastimarle permanentemente.- Me mintieron esos vagos del circo.
- Se acabó el juego Mentalo, no te escaparás de mí.- Tomó a Zucco de la muñeca, la torció y azotó su cabeza contra la mesa. Era obvio que no sentía dolor, pero el control de Mentalo se hacía más vago, pues lanzaba golpes alocadamente.
- Me encantaría tenerte en mi silla.- Alejó a Zucco de una patada y con sus bastones le dio un golpe a la cabeza que lo lanzó sobre la mesa. El mafioso abrió los ojos, quejándose del dolor y miró a su alrededor con sorpresa.
- Se te acabaron los trucos.
- No tan rápido, cara de espejo.- Mentalo salió de la habitación con un lanzallamas y jaló el gatillo tratando de incinerar a Caronte. El vagabundo ya había huido y Caronte apenas tuvo tiempo de salvar a Zucco de una muerte segura. Retrocedió hacia la puerta, dejando que Mentalo se acercara, incendiando la vieja casona.
- Tú no eres el único con trucos.

            Un ruido, agudo e insoportable estalló en medio de la sala cuando Eco entró a la casona por el ventanal del jardín. Nelson se cubrió un oído y se dio vuelta tratando de quemarla. Huyó entre las llamas hasta un clóset y hábilmente abrió la compuerta del suelo para desaparecer. Caronte se acercó al clóset, saltando por encima de sillones en llamas y Eco saltó contra él para evitar que una viga de madera cayera sobre su cabeza. Salieron de la casa antes de quedar atrapados y Caronte no se molestó en investigar el túnel en el suelo, tenía una buena idea de dónde podría estar, el bar Zeus.

            Isaac Haskell detestaba los cambios de planes. Su vida había tenido una buena dirección, hasta que hubo un cambio de planes gracias a Salomon Petri. Tenía secuestrado a Luciano, encerrado en una jaula de gallinero sobre la barra del viejo bar Zeus, y esperaba noticias de don Petri, o sus sesos en el suelo o los de su hijo. No esperaba a Ana Petri, quien a espaldas de su marido había jalado cada hilo y revisado debajo de cada roca para encontrar a alguien que pudiera contactar con Minos. Los hombres de Nelson, rufianes de feria con armas automáticas, le llevaron el mensaje. Se ofrecía como sacrificio por la vida de su hijo. Temiendo que fuera una trampa se aseguró que los matones de la feria la tomaran, le cambiaran de auto constantemente, le taparan los ojos y eventualmente la llevasen ante él. La encadenó a un poste al lado de la jaula de su hijo, le puso un calcetín viejo para que no hablara y trató de pensar. Arrastró una mesa hasta el centro de la pista de baile, seleccionó buenos vinos y comida, y se dedicó a esperar y pensar.
- El trato no era ese, no era ese...- Se repetía una y otra vez, más para él que para sus rehenes.- ¡No! Salomon se muere o deja que se muera su hijo. No tiene otra opción. Es una decisión salomónica, y la debe tomar él, no tú.
- Por favor...- Dijo Ana, escupiendo el calcetín.- Déjalo ir, es sólo un niño.
- Está bien alimentado, no tiene por qué quejarse.
- ¡Isaac!- Nelson Page entró al bar, dejando fuera a sus matones, que querían acompañarle.- Todo ha salido de maravilla. Lindo laberinto el que has armados. Tengo a los Andolini creyendo que uno de los asesinos a sueldo de los Meneti mató al precioso George. Ya no era tan precioso cuando le dejé con el hacha en la cara. Escuché que empezaron las balaceras en Morton, no dejarán títere sin cabeza. ¿Qué haces con ella?
- Quiere sacrificarse por su hijo.- Dijo Isaac, limpiando sus lentes con su arrugada corbata negra.
- Haz lo que quieras con ellos, yo vengo por mi dinero.
- Debajo de la mesa.- Nelson se agachó y sacó una maleta repleta de billetes.- Más por venir, tengo algunos mitos que están dejando buen dinero. Algo de Narciso y su reflejo, un poco de las plagas de Egipto y mucho del apocalipsis. Es fácil adoptar al apocalipsis, más en estos días.
- Si tú lo dices... Me tengo que ir, tengo algunos asuntos pendientes.
- Dile a tus matones que dejen de beber el vino bueno, es mío.
- Oye, son tus matones, puedes confiar en ellos ciegamente.
- La confianza suele... ¿Qué fue eso?
- ¿Qué fue qué?- Nelson se puso nervioso y caminó en reversa hacia la puerta. ¿Podía ser que los Meneti llegaran antes de tiempo y le liquidaran a él también?
- Sonó casi como un...- Uno de los rufianes de la feria entró por un sucio ventanal y Minos y Mentalo se prepararon para lo peor.

            El bar Zeus había estado rodeado de un bello parque, ahora un cúmulo de hierbas malas y arbustos sin cortar, y la seguridad era muy fuerte. Haskell lo había escogido por su potencial defensivo, podía huir por la calle trasera o la delantera en cualquier momento, tenía un auto con la marcha encendida de cada lado. Ahora no podía salir por ninguna parte, Eco estaba en la parte trasera y Caronte peleaba su camino hacia el frente. Eco no había entrenado para eso, pero era rápida y ágil, aprovechando las bombas de humo de Caronte para desarmar y moverse entre los rufianes. Aunque era veloz y, siguiendo el consejo de Milton, inutilizaba rápidamente a sus oponentes, disparándoles con sus propias armas en los pies o rodillas, no podía escuchar nada. Alguien más se sentía cómodo en el humo, además de ella, un obrero grande como un ropero y que cargaba con un tubo de metal. Le golpeó un brazo a toda velocidad, tirándola al suelo. Se alejó de un golpe con un empujón por el pavimento mojado y sintió la patada de otro rufián en el suelo. Defendiéndose a cuchilladas se puso de pie y trató de controlar su pánico. Lanzó una granada de sonido, pero no pudo hacerse a un lado cuando uno de los rufianes le tiró un tabique en la cabeza que casi le desmaya. Caronte apareció sobre ella, en el techo, se dejó caer sobre uno que resistía el ruido para tomar su arma y de un rodillazo desmayó a otro.
- No me esperes, ve por ellos.- Gritó Eco, alejándose temblorosamente, pistola en mano para reposar un segundo entre los contendedores de basura.

            Caronte entró al edificio mediante el techo. Decidió honrar las lecciones de su mentor, de modo que pensó como un depredador que enfrentaba a sus oponentes con cuidado y agilidad. El edificio no existía en Malkin, ahí era un hospital para niños, por lo que no contaría con esa ventaja. Se movió en la oscuridad, caminando sobre un cable que cruzaba el techo hasta la puerta de entrada. Lanzó una bomba de humo cuando los rufianes que quedaban afuera entraban para defenderse. Saltó sobre ellos, golpeando en axilas, entrepiernas y costados. Rompió un par de costillas con sus bastones y ágilmente escaló la pared ayudándose de las estatuas de piedra. Minos y Mentalo trataron de huir por la cocina, pero Caronte cayó frente a ellos, pateó a Isaac con tanta fuerza que lo regresó al bar y luego golpeó a Mentalo en la quijada. Reunidos al centro de la pista de baile le esperaron impacientes. Los pocos rufianes que quedaban estaban bien armados, y muy desesperados. Lanzó dos bombas de humo, lanzando una silla a la derecha y él moviéndose por la izquierda. Sabía que esperarían una rutina, por eso dispararon hacia la silla creyendo que le tenían. Saltó ayudado por una mesa, rodó en el suelo, clavó un cuchillo en cada pie del sujeto con la escopeta, se levantó golpeando la entrepierna de otro y finalmente le rompió la nariz al último usando su indestructible casco. Tomó a Minos de la chaqueta de su saco y lo lanzó al suelo. Al voltear por Mentalo, él ya no estaba.

            Sintió el golpe por la espalda, un hacha de incendios a toda velocidad. Mentalo aprovechó la oportunidad para golpearlo de nuevo y recibir la escopeta que le pasaba el sujeto que seguía apuñalado al suelo. Le disparó en el pecho cuando trató de levantarse, los perdigones rebotando hacia todas partes. Nelson Page disparó de nuevo y lanzó a Caronte al suelo, hasta los pies de Isaac Haskell. Se lanzó contra él con el hacha, con Minos tomándole de los hombros para detenerlo. El golpe fue intenso, Milton seguía adolorido de la última golpiza y sentía que su mundo daba vueltas.
- Agárralo fuerte, ahora es cuando.- Nelson se lanzó de nuevo, pero Caronte consiguió hacerse a un lado lo suficiente para evitar el golpe. El hacha se trabó en el suelo, Nelson cayó sobre él y rápidamente le quitó el arma.- Señor héroe, señor no me gusta que mates gente... ¿Qué harás ahora?
- Mentalo, no te mataré pero no caminarás fuera de este bar. Dispárate en la rodilla y prometo no infligirte más dolor.- Mentalo se acercó a Ana Petri y a su hijo Luciano, alternando su puntería.
- No, esa es decisión de Salomon Petri.- Dijo Isaac, aún sosteniendo los brazos de Caronte.
- Despierta Haskell, tu amigo Mentalo te traicionó. Se aseguró que Victor Meneti mandará a su escuadrón de la muerte para que te matara. Ya no te necesita.
- No le hagas caso, sabe que está vencido.
- Es un intento muy vulgar.- Dijo Isaac.
- Si tu amigo es leal, ¿de quién son esos coches?- Las luces de dos autos iluminaron el bar. Podían escuchar a los asesinos gritándose órdenes.
- ¿Nelson?- Isaac dejó ir a Caronte y se estiró para tomar un arma.
- No tan rápido.- Nelson disparó hacia Isaac, fallando por centímetros. Isaac saltó hacia el otro lado, tirando una mesa para protegerse.
- Maldito traidor.
- Mala suerte para ustedes dos.- Dijo Nelson. Apuntó contra Ana mientras Caronte corría hacia él a toda velocidad. Mentalo disparó y la bala dio entre sus ojos. Luciano gritó, agitando histéricamente su jaula. Jaló el martillo, sonrió y tensó el dedo índice. Caronte consiguió interponerse, recibiendo la bala en el pecho. El dolor le hincó y Nelson apuntó a su nuca.- Hay cosas que no puedes controlar Caronte. Yo no, no señor, a mi me gusta el control. Examinaré tu cerebro cuando lo recojan con cuchara.
- Controla esto.- Caronte se activó a toda velocidad. Cada músculo del cuerpo le dolía al extremo, pero todo el entrenamiento al que había estado sujeto, incluso antes de desear ser Caronte, durante su década en prisión peleando diariamente, le llegó a él como en relámpago y pudo moverse con la misma velocidad. Desvió el arma con su casco, la bala golpeando el suelo. Se levantó tomándole de la entrepierna, para luego tomarle del hombro derecho de su saco. Usando su rodilla lo torció como a una rama seca, rompiéndole la columna y después lo alzó de nuevo para azotar su cabeza contra la barra antes de caer al suelo. Sabía que quedaría hecho un vegetal por el resto de su vida, pero no le había dado otra opción.- Te dije que no caminarías fuera de este bar. Debiste hacerme caso.

            La puerta del bar se abrió de golpe y seis sujetos con armas automáticas entraron gritando órdenes. Caronte no podía mantenerse erguido, estaba apoyado contra la barra, frenéticamente liberando a Luciano Petri de su jaula. El niño se tiró de la barra, sin prestarles atención a los asesinos y se refugió con su madre, abrazándola con los ojos cubiertos de lágrimas. Ocho asesinos avanzaron sobre Caronte, preparando sus metrallas y otros dos se acercaron a Isaac Haskell. La cocina se abrió de golpe, Caronte esperaba ver más mafiosos, pero en vez de ello aparecieron dos granadas de sonido seguidas de Eco, quien aún se acariciaba la cabeza. Caronte recogió a Isaac Haskell, mientras que Eco tomaba al pequeño Luciano Petri, quien chillaba a todo pulmón por el insoportable ruido.

            Caronte dejó a Isaac Haskell amarrado en el poste de luz frente a la comisaría. Isaac creyó la amenaza de Caronte de dejarle en el mismo estado que a Nelson Page y confesó por el secuestro de Luciano Petri. El niño fue dejado ahí mismo, los policías ya conocían bien su rostro, le habían estado buscando por todas partes. Caronte no dijo nada desde que dejaran a esos dos en la policía, y cuando finalmente detuvo el auto, subió las escaleras de incendio de un edificio y se sentó en la orilla del techo, se quitó el casco de espejo y se limpió las lágrimas. Eco subió después de él, sorprendida de verle en ese estado. Regina se sentía como si pudiera saltar hasta la luna, como si pudiera detener un auto con sus manos y salvar al mundo.
- Fue una buena noche, con todo.- Se sentó a su lado, le abrazó y lo besó.
- Ahora está mejorando.- Milton la besó de nuevo y sonrió tristemente.
- No te ves muy feliz. Ese Mentalo era maldad concentrada, traicionó a su propio socio.
- Sí, al pobre socio que secuestró a un niño y estaba dispuesto a matarlo. No la pude salvar, no fui lo suficientemente rápido.
- No te culpes, no la mataste, fue Nelson Page, tú salvaste a un niño.
- Yo la maté por haber llevado un arma. El Alquimista me advirtió, fui demasiado terco para hacerle caso. La maté como maté a ese hombre, Freddie Miller.- Señaló hacia la ventana iluminada de uno de los departamentos de la calle de enfrente. Podía ver a una mujer ayudando a su hijo a hacer la tarea.- Pude rescatarlo, pero no lo hice. Pensé que si él no lo hacía por mi mentor, ¿por qué debería enseñarle la misericordia que él no habría dado? Y lo peor es que el Al            quimista trató de decírmelo, supongo que no lo aprendí a tiempo.
- Si pudiste perdonar a Haskell, ¿por qué no te perdonas a ti mismo?
- ¿Siempre eres tan sabia o solamente cuando te ves sexy.
- Y vaya que me veo sexy, me hubieras visto, dando golpes aquí y allá. Ese tabique me tomó por sorpresa, pero no pasará de nuevo. No señor, Eco y Caronte limpiarán esta ciudad.
- Siento que debería inflar el pecho y poner mis puños en mi cadera cuando dices eso. Lo haría, pero creo que vomitaré mis intestinos. Se me ocurre otro lugar donde poner mis manos.

            Milton tomó a Regina de la cintura y se empujaron contra el suelo. Rieron y se besaron mientras torpemente se quitaban sus disfraces. El edificio era el más alto de la cuadra y se sentían en la cima del mundo. Milton lamentó haber escogido un techo con tanta grava suelta, pero no se quejó. Su cuerpo estaba cerca del colapso, pero el amor de Regina le quitaba el dolor y lo reemplazaba por pasión. Hicieron el amor en el techo hasta poco antes del amanecer, y cuando terminaron quedaron abrazados y desnudos. Tenían al mundo a sus pies y todo el tiempo del mundo.

1966:

            Victor Meneti se desmayó durante el traslado y cuando despertó no supo donde estaba. Escuchó a sus hijos llorar de miedo y frenéticamente luchó contra las amarras que lo aferraban a un tubo. Estaba oscuras, pero podía escuchar una respiración poderosa y tranquila, y adivinaba el brillo de un machete que se acercaba a él. Vudú levantó su cabeza con el machete, rozando su garganta y pudo ver sus dientes blancos y brillantes. El ruido de golpes contra el metal se convirtió en un coro cada vez más frenético hasta que alguien encendió una lámpara sobre su cabeza y los pandilleros se detuvieron. Reconocía el lugar, la vieja fábrica de repuestos de locomotoras, había controlado su sindicato por muchos años, al menos hasta la caída de la Junta. Lucrecia y Alberto le miraron aterrados, atados del otro lado de la plataforma metálica. Vudú le tiró un diario frente a él y señaló con su machete.
- ¿No lo has leído?- Preguntó, con su voz profunda y con fuerte acento haitiano.- Somos la revolución, somos las masas oprimidas.
- Deja ir a mis hijos, ellos no te hicieron nada.- Vudú comenzó a reír y luego les señaló con su machete tenían poco menos de veinte, pero ya sabían cómo funcionaba el mundo, al menos lo suficiente para saber que iban a morir.
- Yo no soy un asesino, pero a veces no me dejan otra opción. ¿Dónde está el dinero que no has podido lavar? Yo sé que escondes pirámides de fajos de billetes, y francamente ya me cansé de buscarlos. Dime donde están, y dejo vivir a tus hijos.
- Eres hombre muerto, tú y tus amigos.- Victor Meneti ya superaba los cincuenta años, y aunque su complexión era delgada y refinada, podía tener la fuerza de un león cuando se veía amenazado. Luchó contra sus amarras, pero era inútil, no se iría a ninguna parte.- Déjalos ir y te diré donde está el dinero, no está lejos de aquí.
- Tú no haces los tratos aquí.
- Más de cuarenta millones de dólares... Por supuesto que hago los tratos, los lastimas y nunca verás ni un centavo.- Vudú lanzó la carcajada y se golpeó el pecho como Tarzan antes de levantar su cabeza del cabello y soltarle un fuerte golpe a la quijada. Sus pandilleros aullaron y pidieron por más. La mayoría se habían quitado las camisas para mostrar su pecho, pintado con maquillaje blanca para formar calaveras, como la que Vudú pintaba sobre su rostro.
- No es justo que tantos tengan tan poco mientras ustedes tengan tanto. La Junta es historia, yo les he arrancado su poder y nuestra amiga Cobra se asegurará que sean historias y su viejo enemigo, Caronte, se quiebre como el débil hombrecillo que realmente es. Piense en eso, la próxima vez que trate de darme órdenes... Ahora, una vez más, ¿dónde está el dinero?

            El alcalde Norman Troy había designado un nuevo grupo para hacerse cargo de la brigada de la justicia. Su idea para sobrevivir la tormenta de mala prensa que se agolpaba desde antes del atentado con bomba, era reducir la brigada a una forma de Boy Scouts, al menos por un tiempo. Se aseguraron de mantenerlos distraídos, lejos de las oficinas centrales y los recuerdos. Les llevaron a limpiar basura, escalar paredes con arneses y jugar en el campo de entrenamiento de la policía, y a escuchar viejas historias de Caronte mediante un historiador de la policía que había publicado varios libros sobre él. Habían sido divididos en grupos, de acuerdo a su edad, separando tres conjuntos de poco más de treinta niños cada uno. Los grupos, dependiendo de sus edades, realizaban diferentes actividades, pero la idea era la misma en todos. En el fondo, el alcalde, como muchos otros, tenían la esperanza de entrenar a los más grandes para servir como ayudantes de Caronte y quizás, en un futuro cercano, tener un ejército como él. El plan había sido trazado desde su oficina, pero la selección del personal había sido dejada casi al azar. En ningún momento pensaron en estudiar de cerca al personal, pues de haberlo hecho habrían encontrado que tres de los líderes de grupos tenían por amante a Cleopatra Upshaw. Sacarles la información no fue difícil, en ningún momento pensaron que la vida de esos jóvenes estaría en peligro.

            El grupo de brigadistas de la justicia de entre 14 y 17 años de edad fue transportado en un inmenso camión hasta un viejo gimnasio en Baltic. Los treinta jóvenes entraron emocionados, charlando y riendo, y no repararon en la gente que les esperaba en el edificio. Los pandilleros mataron silenciosamente a los líderes del grupo y velozmente se hicieron de la camioneta. Los jóvenes se vieron rodeados por un pequeño grupo de pandilleros fuertemente armados, liderados por Cobra. Les ataron de las muñecas entre ellos, para controlarlos mejor, y los fueron empujando hasta la camioneta, haciéndoles pasar por encima de los tres cadáveres de sus líderes de grupo. Los pandilleros les llevaron hasta la abandonada fábrica de calzado Royal, donde Cobra tenía una sorpresa para ellos. Marcharon hasta la línea de ensamblaje, donde Mario Andolini junior estaba esposado contra un tubo, con los pies sobre el suelo y sus muñecas sangrando por las esposas sobre su cabeza. Cobra le soltó una bofetada, se quitó la máscara y se colocó una boina de guerrillera mientras animaba a los jóvenes a acercarse.
- No les haremos daños, ustedes son nuestros pequeños hermanos y hermanas. Pero esos líderes de manada tenían que irse, trabajaban para el hombre. ¿Saben a lo que me refiero?- Los muchachos estaban demasiado asustados para responder.- El hombre es quien los mantiene abajo, saben a qué me refiero. Ya son grandes, ya son hombres y mujeres que saben lo difícil que es para sus padres el conseguir un empleo o pagar los gastos mensuales. El hombre los quiere mantener así, en el piso, para que sus amigos puedan hacerse más gordos y ricos. Gente como él, Mario Andolini junior, a quienes ustedes no conocen en persona, pero quien les conoce bien a ustedes. Él puso la bomba en el cuartel general de la brigada de la justicia. Venganza por el modo en que ustedes humillaron a Rosario Andolini. Ustedes son héroes, pero esta escoria es basura, es el enemigo.
- ¿Eso es cierto?- Preguntó uno de los brigadistas.
- No le hagan caso.- Se defendió Mario junior.- Los está manipulando.
- Él mismo lo confesó.- Dijo Cleopatra, sosteniendo una grabadora.- Escuchen esto, “la dinamita no fue difícil de conseguir, pero no estalló como yo quise. Fue demasiado tarde, ya todos se habían ido. Aún así, lo pensarán dos veces antes de meterse con los Andolini, ¿no es cierto?”
- ¡Monstruo!- Gritó una de las muchachas, levantando del suelo un perno y lanzándoselo. Los demás la imitaron, agachándose al unísono pues seguían amarrados.
- Caronte quisiera que no lo hicieran, ¿lo ven ahora? Él quisiera protegerlo, él quisiera que todo se quedara como está pero las cosas no pueden quedarse igual, ¿o me equivoco?- Cleopatra le tronó los dedos a Larry Miller, llamando su atención.- ¿Por qué no les das algo mejor que algunos pernos? Dales un cuchillo largo y desamarra sus muñecas. No son nuestros enemigos después de todo, son nuestros aliados.
- Yo quiero el cuchillo.- Henry Cabot se lo quitó a un muchacho más grande y lo defendió de otros dos.- Mi papá perdió el brazo, el empleo y las ganas de vivir por esa escoria.
- Adelante entonces, todos tendrán su oportunidad. ¡Mátenlo y terminen su ciclo de violencia para siempre! Sean los héroes que la ciudad necesita, liquídenlo.

            Caronte había llegado justo a tiempo. Siguió los gritos enardecidos de los brigadistas en el laberinto que era la fábrica. Moviéndose entre la oscuridad, incapaz de ir y venir a Malkin pues la fábrica no estaba en el mundo de los vivos, fue escogiendo sus blancos con cuidado. Había dos en un piso superior, armados con rifles de francotirador en caso algún muchacho atacase a Cobra o a los pandilleros. Descendió detrás de ellos y en una sola maniobra los desmayó a los dos, azotando sus cabezas contra el riel de metal. Deshabilitó sus rifles y con su pistola de aire ascendió hacia las tuberías gruesas que cruzaban todo el lugar. Noqueó a uno que se escondía detrás de unas máquinas, luego encontró la manera de entrar al subsuelo que llevaba los cables y tenía por techo un enrejado firme. Colocándose del otro lado de la fábrica rompió el enrejado y con sus bastones le rompió la rodilla a otro pandillero, antes de soltarle un contundente golpe contra la pared. Nadie había escuchado sus gritos, los jóvenes se ladraban palabras de ánimo para terminar la ejecución, de un simple tirarle pernos y piedras a finalmente apuñalarlo. Terminó los últimos tres lanzando un cuchillo contra un extintor, haciéndole estallar. Mientras Cobra y los últimos dos pandilleros buscaban por doquier por sus compañeros, Caronte apareció frente a Cabot justo a tiempo y le quitó el cuchillo, para lanzárselo a uno de los pandilleros que preparaba su arma, dándole justo en el hombro.
- ¿Ahora lo ven? Les dije que protegería al asesino de niños.- Se defendió Cobra, alentando a los jóvenes a atacarles.- ¿Cuánta gente más tiene que morir por culpa de Mario Andolini antes que él haga algo al respecto?
- Andolini pagará por sus crímenes, pero matarlo no es la solución. ¿Qué hay de la docena de familiares y amigos inocentes que lamentarán su muerte? Suena fácil, matar a alguien, pero se hace mucho más difícil cuando pasan los años y la conciencia empieza a corroerles. No son adultos aún, no pueden tomar semejante decisión. ¿Quieren ser como Cobra y Vudú, matando a quienes piensan diferente?, ¿cuánto tiempo más antes de que se vuelven en su contra? Sólo los están usando. Se acabó el juego Cobra, no puedes corromperme.
- Entonces pasemos al plan B, dale una lección al reaccionario.- Cleopatra empujó al pandillero que se quitaba el cuchillo del hombro, para que tomara rehén a los jóvenes con su metralla.- Te dije que te quebraría, de una manera o de otra. La sangre está en tus manos Caronte.
- Lo siento chicos, el tour terminó.- Dijo el pandillero que sólo podía usar un brazo. Larry Miller gritó a su lado, golpeándole en la quijada y dejándole en el suelo, donde los brigadistas se le lanzaron a los golpes.
- Amárrenlo, junto con los demás. Pero nadie muere, no esta noche. ¿Y bien, Cleopatra?- Cobra sonrió maliciosamente y apuntó detrás de Caronte.
- Siempre es bueno tener un as bajo la manga. Escoge uno u otro.- Caronte se dio vuelta para ver a Larry Miller sosteniendo un revólver y apuntándolo a la cabeza de Mario Andolini.
- Al diablo tus discursos oficiales Caronte, si él muere ahora, nadie más morirá.
- Buen intento, Cobra.- Ágilmente sacó un cuchillo de su cinturón y lo lanzó contra Cleopatra Upshaw, cortándole en una pierna y tirándola al suelo.
- Anda, bueno para nada, firma tu sentencia de muerte.- Le ladró Mario a Larry Miller.
- No lo mates Miller, no querrás vivir el resto de tu vida con el remordimiento, como hago yo.
- ¡Pero es un asesino y un ladrón!
- Y también lo era tu padre. Pero matar alguien no es sólo robar su vida, si no la de todos a su alrededor. ¿Quieres decirles a sus hijos, sobrinos o nietos que no lo verán en navidad porque tú sentiste que era tu deber matarlo?
- No es justo maldita sea, ¡no es justo! Tú me quitaste a mi padre, pero no me dejas salvarle la vida a muchos otros padres.
- No puedes matar a alguien por lo que podría hacer en el futuro, si abres ese precedente tú también tendrías que morir, o yo, porque somos capaces de muchas cosas. Eso no significa que las llevaremos a cabo. Irá a prisión de por vida, tenemos su grabación.
- Puede seguir operando tras las rejas.
- Le será difícil, en una silla de ruedas.- Larry entendió la indirecta y sonrió. Le disparó en las rodillas y luego con la culata del revólver en la mandíbula con tanta fuerza que la dislocó y lo dejó meciéndose violentamente.
- Tu progreso es corrupción Cleopatra. No sabes hacer otra cosa más  que corromper a las personas, ¿y crees que eso te hace más lista?- Cobra se lanzó contra él sosteniendo un machete, pero estaba demasiado enojada para pensarlo dos veces. Caronte la pateó en la boca del estómago, lanzándola por encima de las escaleras de metal hasta el suelo de concreto de la entrada.
- Golpeando a una mujer, eso no es muy políticamente correcto que digamos.
- Tú lo haces por los medios, yo no.- Le atacó de nuevo, y ésta vez la tomó de la muñeca, la torció para que tirara el arma y le soltó una bofetada que  la hizo retroceder.
- ¿Crees que tendría a todos los niños en el mismo lugar?
- Vudú... ¿Dónde está?
- Cobrando una fortuna, y no hay nada que puedas hacer al respecto. No hablaré.
- Ahí es donde te equivocas. Todos hablan.- La tomó del cuello y con todas sus fuerzas la golpeó en la boca, tirándole un par de dientes. Se defendió de un golpe  y le rompió el brazo. Se hincó de golpe, soltando un golpe a la rodilla izquierda que la dejó en el suelo. La arrastró del cabello hasta las escaleras, donde azotó su cara contra los fríos escalones de metal hasta que prácticamente deshizo su nariz.- Yo soy la conciencia de Malkin, no me puedes corromper. No te mataré, pero soy tan brutal como la conciencia y puedo verla desde aquí, es negra y necesita una lección.
- Eres igual que todos los hombres blancos, como quienes mataron a mi padre.
- Despierta corazón, el mundo es frío y cruel, eso no te da derecho a matar jóvenes que son prácticamente niños.- La golpeó de nuevo contra el escalón y le mostró su reflejo en su casco de espejo.- Todavía tienes más de cien huesos que no he roto, puedo hacer esto toda la noche.
- Los invitados de Vudú no tienen tanto tiempo.- Dijo ella, sonriendo con la boca manchada de sangre.
- ¡Por aquí!- Uno de los brigadistas encendió el incinerador al fondo del pasillo y Caronte la arrastró a golpes hasta el fuego. Los brigadistas ya habían terminado de amarrar a todos y de llamar a la policía, y ahora se mantenían cerca de Caronte con una renovada admiración.
- Ya no está en mis manos Cleopatra. Tú los convertiste en esto, ahora sufre las consecuencias.- Los muchachos la fueron arrastrando hasta el fuego y Caronte se cruzó de brazos.- ¿Querías enseñarles a matar asesinos? Pues lo hiciste muy bien.
- Hora de dorarte un poco.- Dijeron, mientras la cargaban entre todos, mientras ella se removía histéricamente.
- Está bien, está bien, Vudú está en la fábrica de ferrocarriles, la que cerró hace unos años.- Los muchachos la dejaron ir y la amarraron con el cordón de un teléfono cercano.
- No somos como tú.- Dijo uno de los chicos.- Y nunca lo seremos. No te íbamos a lanzar al fuego, pero tú no lo sabías.
- Derrotada por un montón de chicos.- Dijo Caronte, mientras se acercaba a Larry Miller, quien había sido amarrado como los demás.- Esa historia te hará muchos amigos en prisión.
- ¿Qué hacemos ahora?- Preguntó un brigadista.
- Quédense aquí hasta que llegue la policía.- Dijo Caronte, mientras cortaba las amarras de Miller con un cuchillo.- Y tú, espero no verte de nuevo. Ésta fue tu última oportunidad.

            Caronte usó su pistola de aire comprimido para ascender hasta la tubería pesada y desaparecer por un tragaluz. Las patrullas ya habían llegado, los muchachos estarían bien, sólo le restaba Vudú. El teléfono en la oficina de la fábrica comenzó a sonar cuando llegaron los policías, pero nadie le prestó atención. Vudú supo de inmediato que algo estaba mal. Cobra le había sugerido, con esa forma tan íntima suya, que asumiera lo peor si no atendía al teléfono y se prepara para lo peor. Cleopatra le había jurado que nunca revelaría su ubicación, pero Simon Otongo no había sobrevivido tantos años sin una pizca de desconfianza. En el fondo, Cobra era intelectual y débil, creía más en el poder del sexo y el cerebro que en el de las armas. Vudú pensaba lo contrario y conforme se desesperaba por no conseguir la información que quería de don Meneti, decidió que no era realmente avaricioso y se contentaría con la cabeza de Caronte.

            La fábrica era una fortaleza, estaba repleta de escondrijos y plataformas desde la que los pandilleros aguardaban su momento. Caronte había sobrevivido por su astucia, más que por sus habilidades, y sonrió como un niño al ver el lugar. Todas sus fortalezas eran en realidad sus debilidades, y pudo atacar a los pandilleros silenciosamente. La fábrica existía en Malkin, lo cual facilitó su trabajo. Se impulsó entre las cadenas, corrió entre las plataformas y fue atacando a los pandilleros armados de uno por uno. Vudú estaba al centro, con un grupo de brigadistas, menores de 14 años, amarrados en un círculo dentro del cual se encontraba Victor Meneti y sus hijos, quienes habían sido esposados a una tubería de gas. El grupo de asustados niños estaba rodeado de pandilleros fuertemente armados, apuntándoles con sus armas largas.

            Caronte recorrió la fábrica hasta el depósito de viejas piezas descartadas. Accionó todas las palancas que encontró, encendiendo las luces y las líneas de producción, causando un alboroto. El desastre le dejó acercarse, sorprender a los pandilleros armados por la espalda y deshacerse de ellos con la agilidad de un atleta olímpico. Vudú lanzó la carcajada al verlo y luego alzó sus manos para indicarle a sus pandilleros que abrieran fuego, pero nadie respondió.
- Están inconscientes.- Dijo Caronte, mientras cortaba uno de los mecates que ataban a los brigadistas y pasaba un cuchillo para que se liberaran y buscaran ayuda.- Tendrán suerte, entrarán a Blackgate caminando. Tu novia no tendrá la misma suerte, tú tampoco.
- Ya era hora, hombre sin rostro.- Vudú golpeó el machete contra el suelo, sacando chispas.- Ven y defiende el status quo.
- No eres nada sin un ejército y una pistola.

            Caronte se lanzó al ataque, pero Vudú era más rápido. Le tomó por sorpresa, golpeando el costado que aún sufría de una costilla rota y de con su rodilla golpeó su plexo solar. Se hizo a un lado a tiempo, antes de sentir el machete, pero Vudú lo pateó antes que pudiera levantarse del todo, lanzándole contra las escaleras y tirándolo por varios escalones. Caronte se puso de pie, jadeando y sufriendo. Subió de un brinco, pero Vudú le estaba esperando. Le tomó de un brazo y lo azotó contra el suelo. Lo pateó en el casco con todas sus fuerzas y luego aplastó su espalda al suelo. Lamió la hoja de su machete antes de levantarla contra la cabeza de Victor Meneti y de un contundente golpe se la arrancó, dejándola que rodara hasta los pies de sus aterrorizados hijos.
- No tienes el hambre, hombre espejo, no entiendes de desesperación. Todo ha sido fácil para ti, pero yo me forjé en el infierno y eso es lo que traeré.- Lanzó un par de machetazos, haciéndole retroceder.
- ¿Y hay acceso para silla de ruedas en el infierno?- Caronte se lanzó sobre él, rodando por el suelo y con cada bota pateó sus rodillas con tanta fuerza que las dobló del lado equivocado. Le quitó el machete de la mano y le dio un par de golpes a la cara hasta romperle la nariz.- ¿Puedes ver tu miedo Vudú? Yo soy tu miedo.
- No me matarás hombre espejo, y nos veremos de nuevo. Yo soy Malkin, su héroe y maldito redentor. Soy la causa noble y tú no eres nada.
- Nada.- Repitió Caronte, rompiéndole los dedos de la mano derecha.- Nada más que tu miedo, tu dolor, tu agonía, tu vida en prisión y el reflejo en el espejo.
- Hijo de perra.- Vudú se sostuvo la mano, temblando de dolor y tirado en el suelo.- Esto no acaba aquí Caronte, ¡te tendré en mis manos y te haré rogar!
- Y esto es por los niños que aterrorizaste.- Le tiró encima un pedazo de espejo y liberó a los hijos de Victor Meneti.- Siempre estaré cerca, Simon Otongo, no lo olvides.

            Esa la noche la pandilla unificada de Vudú fue procesada para ser enviada a prisión. Aunque la ciudad se enfrentaba a largos meses de interminables juicios para todos y cada uno de ellos, el alcalde Norman Troy aprovechó la oportunidad de apropiarse de la victoria de Caronte, prometiendo a la gente de Malkin una mejor economía y días menos oscuros. En una inmensa ceremonia, frente al edificio de la alcaldía, se presentó a Caronte para entregarle una conmemoración por su servicio cívico, además del rescate de los rehenes. La gente aprovechó el día brillante para acudir, en masas. Caronte saludó a todos, con el pecho inflado y los puños en la cintura, pero sus ojos se centraban en una única pareja. Podía ver, en la distancia y entre muchas otras familias, a Regina abrazada de Carson Hill, quien llevaba una playera de Caronte. Ella saludó, como todos los demás, pero era más una despedida que un saludo. Caronte saludó de regreso y Regina supo que iba dirigido a ella.


1986:
            Había empezado a llover desde temprano. Caronte sabía que debía ser así. No dejaría de llover, porque la noche nunca acabaría, él sabía a lo que se enfrentaba. La cartera había sido la primera pista. Uno de los guardias de Isaac Haskell, un enfermero. Tenía sus sospechas, ahora eran certezas. Eco le había dado las últimas piezas del rompecabezas. Halcón seguía las mismas pistas. Esperaba encontrarlo ahí, o cerca de ahí. El nuevo modelo, más rápido, más astuto. Los trucos que le salvaron la vida no podrían ser repetidos. Él esperaba eso. Él contaba con eso. El viejo perro aún tenía muchas mañas, menos la que más importaba, el sanar su corazón agotado. Cuarenta años de guerra continua, sin treguas ni descansos, era de esperar que el corazón cediera. Ya le habían operado antes, docenas de veces. Tenía cinco costillas que estaban hechas de cerámica frágil, había sanado un hueso roto en un brazo, tenido una donación de hígado y en los días lluviosos sus rodillas chillaban de dolor. Lo hacían ahora, lo seguirían haciendo porque nunca dejaría de llover. La noche era su amante, su única compañía, pero la lluvia era un recordatorio cruel y malvado, le recordaba que era falso, él y todo lo que quería ser. Era falso, porque sí podía llover para siempre.

            La clínica Westfield había quedado abandonada casi por completo. La morgue aún era usada, pero los pisos superiores habían sido abandonados, uno por uno, con forme los pacientes eran remitidos a otras instalaciones. Disparó su rifle de aire, una línea de acero se tensó entre dos edificios, lo suficiente para él. Todavía lo tenía, la agilidad, podía caminar sobre el hilo tensado como un cirquero. Entró al edificio dos pisos arriba de su objetivo y avanzó con cuidado, escondiéndose de los enfermeros que no deberían estar ahí y parecían hacer sus rondas. Podía desvanecerse, la clínica aún existía en Malkin, pero no quería hacerlo. Había renunciado al mundo de los vivos, ya no le quedaba nada allí, lo único que tenía ahora era la guerra y la lluvia.

            Lo había hecho mil veces, se había infiltrado en fortalezas supuestamente inexpugnables, había peleado contra docenas de mercenarios a la vez, pero la edad lo había hecho torpe. Golpeó el mueble contra el que se escondía, accidentalmente dejando caer pesados instrumentos médicos que armaron un escándalo. Eso no le habría pasado hacía quince o veinte años, era un fantasma en esa época. Los enfermeros no estaban sordos y no eran tontos. Supusieron lo peor cuando no vieron a nadie. Caronte se sostuvo en el techo con la espalda contra la pared y las piernas empujando a la pared de enfrente. La oscuridad le cubrió, pero no era un esfuerzo que pudiera continuar. Resbaló accidentalmente, cayendo sobre uno de los enfermeros. Le golpeó contra el suelo hasta desmayarlo y salió corriendo. Bajó las escaleras en un momento de descuido de los enfermeros y lanzó un par de bombas de gas contra los que custodiaban la entrada. Había dejado de pelear hacía muchos años, ahora era más cuidadoso, nada de tomar riesgos. Bastones de policía contra áreas estratégicas, evitar los golpes y moverse rápido. Entró a la larga galería de camas dejando atrás a cinco enfermeros brutalmente golpeados.
- Ya no eres tan misterioso, hombre misterioso.- Dijo uno de los enfermeros que cuidaban el lugar. Haskell apareció entre ellos, con su enorme cabeza de toro y un cuchillo de hoja retráctil preparada.
- Eres una broma Milton.- Dijo Haskell, intercambiando de manos su cuchillo.- Mírate todo de negro, guantes hasta los codos... Es como si estuvieras de luto. No puede ser por Laura, eso es historia antigua, quizás por Regina, sí, eso tendría más sentido. ¿Te sientes solo, cuando te pones ese casco? Ya no te sentirás muy solo, no cuando el mundo sepa quién eres realmente Milton Lufkin.
- Psicología... Nunca me gustó.- Derribó un enfermero de un golpe, evadió un golpe y le azotó la cabeza contra el pie metálico de una cama de enfermo.- No puedes esconderte de mí, sé quién eres, Nelson Page. Así te encontré, el último paciente que quedaba en la clínica. Nunca te movieron, ahora sé por qué. No sé cómo, pero infectaste la mente de un enfermero, luego decidiste quedarte aquí, mayor intimidad. Has mejorado con los años, muchos sujetos a la vez. Bien por ti, algo tenías que hacer, encerrado en ese viejo y destrozado cuerpo. Tomar a Haskell, buena idea.
- ¿Qué te hizo sospechar?- Dijo Isaac debajo de su cabeza de toro.
- Isaac no haría algo así, no es suicida.- Se defendió de otros dos, dejándolos en el suelo con contusiones por sus bastones de policía.
- Tendrás que matarlo, para venir a mí.- Gritó Haskell.

            Las puertas se abrieron detrás de él, otros seis enfermeros entraron armados con tubos y cuchillos. Mentalo lanzó a Haskell primero, pero contaba con que así lo hiciera. Lanzó una bomba de humo para darse tiempo y esposas a Isaac contra una cama. No perdería tiempo peleando, era mejor ir a la fuente. Nelson Page estaba en su cama, en aparente reposo. Era incapaz de cualquier movimiento, pero podía imaginarlo sonriente. Uno de los enfermeros sacó un arma y la apuntó contra Isaac Haskell. Caronte saltó sobre la cama de Mentalo, jalándolo al suelo y puso un cuchillo contra su frente.
- No lo harías, tú no matas.- Dijo Isaac, quitándose la cabeza de toro y sonriendo mientras el enfermero se acercaba aún más.
- Cuarenta años Page, escogiste un mal momento para aparecer.
- ¿Sabes lo que es habitar tu mente por cuarenta años?- Preguntó Isaac, golpeándose el pecho.- Incapaz de hablar, incapaz de ver, incapaz de nada. Tú solo en una celda que tú mismo construiste.
- Mataste a mucha gente, lo mereces.
- Al diablo contigo Milton. Cuando obtuve la mente de Isaac y supe de tu identidad decidí hacerlo divertido. Ahora dile adiós.
- Cuarenta años. Uno lee muchos libros en cuarenta años. ¿Creías que no anticipaba algo así? Tengo planes de reserva para mis planes de reserva. Tengo archiveros llenos de planes de contingencia. Y he leído mucho, sobre todo sobre ti. Sobre tu condición, y aprendí un secreto valioso.
- ¿Y cuál sería ese?- Preguntó el enfermero que tenía el arma y jalaba el martillo.
- Lobotomía.- Caronte hundió la hoja del cuchillo en su lóbulo frontal en un pequeño corte. Todos los enfermeros cayeron al suelo y poco a poco recuperaron sus conciencias.- Adiós, Nelson Page, y que te diviertas en tu mente.
- Mil... Caronte,- Dijo Isaac, viendo hacia las demás personas y sacudiendo su cabeza.- Es como despertar de un mal sueño.
- ¿Estás bien?- Caronte le quitó las esposas y lo ayudó a levantarse.
- Es muy tarde, recuerdo algunas cosas. Caronte, le revelé tu identidad a todo el que preguntara. Nelson no quería dinero, no le servía de nada.- Isaac le miró avergonzado y le tomó de las manos, temblando.- Perdóname.
- No es tu culpa.
- Claro que lo es, es decir, yo fui lo suficientemente tonto para ser secuestrado. Te perseguirán Milton, me refiero a todos.
- He visto peores.
- ¿Cómo puedes estar tan calmado?
- Porque no estamos solos en esta galería. Corre, escóndete en algún hotel y no llegues a casa. Y consíguete un buen abogado, sólo por si acaso.- Isaac acompañó a los enfermeros que salían huyendo. Caronte preparó un par de cuchillos y miró con intensidad al ducto de ventilación. Le había escuchado, mientras esposaba a Isaac. Le escuchó respirar y supo que aguardaba su momento.- ¿Te quedarás ahí, Latex? Sal a jugar.
- ¿Se me hizo tarde para la subasta? No importa, ya escuché lo que quería.

            Látex pateó la rendija de ventilación y saltó a la galería de camas. Vestía látex hasta sobre sus botas, y una máscara de sadomasoquismo en la cara. Se movía rápido, más que Caronte. Saltó contra una cama y le soltó una patada contra el casco. Se tiró sobre él, con un escalpelo en cada mano, pero Caronte consiguió quitárselos de un golpe. Tomó su pierna, cuando le pateó el costado, introdujo un rastreador dentro de los pliegues de cinta negra que cerraban su bota y después de empujó a un lado. Tenía lo que quería, ahora podía dejarlo ir. Látex lanzó una charola contra la ventana, destrozándola, y luego se lanzó a la lluvia, aferrándose a la tubería de lluvia para llegar a un techo. Caronte probó su intuición, tenía que irse para comunicar la noticia de su identidad a alguien y ya sabía a quién. Siguió la señal de su rastreador, Halcón se lo había quitado dentro de esa zona, pero Látex le había llevado al corazón de su demencia. El viejo edificio de oficinas de la brigada de la justicia. Tenía un toque romántico que hizo reír a Milton, de algún modo las cosas terminaban en el mismo lugar donde empezaban.

            Entró al edificio por el techo, conocía cada centímetro del lugar y sabía dónde esconderse. Tenía una serie de oficinas en dos pisos, con una parte delantera y un ala izquierda que había servido de museo y sala de exhibiciones. El frente tenía altas esculturas de yeso con forma de la justicia ciega o de líderes famosos. Escaló por sus cabezas, saltando de una a otra, siguiendo el rastro que se perdía en el viejo museo. Las exhibiciones habían sido retiradas, pero Látex las había reemplazado. Tenía el esqueleto de alguna de sus víctimas en una vitrina, muestras de piel en otras vitrinas en forma de mesas y había redecorado las gárgolas en las esquinas y las esculturas de cera para hacerlas propias, con mucho látex. La escultura de Washington ahora tenía uniforme de sadomasoquista y sostenía, en vez de la bandera, la cabeza decapitada de una víctima.
-  Le quité toda la piel, se me hacía de mal gusto.- Dijo Látex en la oscuridad.
- ¿Llegué temprano?
- Un poco.

            Látex saltó entre las vitrinas grandes y cayó de cuclillas sobre la mesa en la que torturaba a las víctimas que secuestraba. Caronte saltó de la gárgola, donde se escondía, al suelo aunque no con la misma gracia. Látex lanzó sus cuchillos, Caronte se hizo a un lado a tiempo y en eso contaba el asesino en serie. Le soltó un par de patadas para luego saltar hacia atrás. Le hizo perseguirlo por el museo, para cansarlo. Látex tenía un equilibrio perfecto, podía sostenerse con dos dedos sobre un frágil sarcófago de plástico y luego saltar sobre una estatua de piedra sin ningún problema. En cada oportunidad que tenía atacó a Caronte, lanzándolo desde el aire con una patada o dándole un fuerte golpe al casco. Caronte cayó un par de metros al suelo y su cuerpo se quedó inmóvil por unos momentos. Pensó que no se movería de nuevo, hasta que pasó el shock y el dolor le reanimó. Se defendió como pudo y en una ocasión que pudo golpearlo con sus bastones, se lanzó hacia atrás, disparó su pistola de aire al suelo y ascendió. Látex le siguió, saltando de una estatua a otra hasta el pesado ducto de aire acondicionado. Caronte fingió sorpresa, pero le tenía donde quería. Látex corrió para atacarle, hábilmente equilibrándose sobre el ducto, pero antes que pudiera golpearlo, Caronte rompió de una patada los largos tornillos que sujetaban la estructura y, teniéndole cerca, le tomó de un brazo y se lanzó tres metros al suelo, cayendo sobre él. Rodó en el suelo, dejando que una pesada tubería cayera sobre él. Le golpeó salvajemente con su bastón de policía antes de usar un cuchillo para quitarle la máscara. Le reconoció de inmediato y sintió náuseas.
- ¿Sorprendido?- Era Alberto Meneti. Lucrecia estaba en lo más alto de la conspiración. Protegía a su hermano, el pirado asesino en serie.- Lucrecia me pide favores, de vez en cuando, pero no son mucho de mi gusto. No, a mí me gustan los brigadistas y sus seres queridos.
- Vudú mató a tu padre.
- Le arrancó la cabeza y eso fue delicioso. Era un monstruo de por sí. No llegaste a tiempo, fue una linda lección, nunca confíes en otros, menos si se creen grandes íconos morales. Como puedes ver, eso nos cambió a ambos. Lucrecia se obsesionó con la política, yo con la piel. Siendo honestos, mi hermana es peor, al menos yo no finjo que disfruto el dolor.
- Que bueno que lo disfrutas, porque te encantará lo que viene.
- Estoy seguro que sí, a los dos nos encantará.- Alberto Meneti miraba sobre el hombro de Caronte, eso le dio apenas el tiempo suficiente para evitar la patada de Halcón.
- El nuevo modelo.
- Y el viejo modelo, hay cierta progresión natural de las cosas, ¿no crees, Milton Lufkin? Me enteré por mi lado Alberto, pero tengo que decir que son buenas noticias. Tantas maneras de destrozarte. Quizás después, una semana o un mes después, cuando enfrentes cargos criminales.
- Siempre fuiste una sabandija sociópata, Henry Cabot. ¿Así fue como lo encontraste Latex?
- Precisamente, chico listo. Más como chico muerto.- Halcón se quitó la capucha y sonrió. No había cambiado mucho, aunque los esteroides le habían marcado las venas en el cuello y su rostro parecía más pequeño y terrible.
- Tú trataste de matar a don Andolini, su hijo trató de matarte a ti. ¿O es que en tus sueños finges que fui yo quien le quitó el brazo a tu padre?
- Él tenía razón, tú no. Yo soy todo lo que tú no pudiste ser. ¿Qué se siente Milton, saber que tú nos creaste? Tu presencia volvió loca a esta ciudad. Malkin no soporta verse al espejo, y tú siempre estabas ahí, como un mosquito que se niega a morir. Retorciste el alma de esta ciudad, más de lo que ya estaba y nosotros somos tus verdaderos hijos.
- Vamos a hablar, ¿o nos vamos a matar mutuamente?
- Me gusta eso. La hermana de Látex me dará mucho dinero por tu cabeza.
- Ven por ella engendro.

            Látex se lanzó contra él mientras Caronte tiraba una bomba de humo. Eso no detendría a Halcón, y contaba con eso. Tomó a Látex del brazo y lo interpuso en la trayectoria de Halcón. Aprovechando la ventaja pateó a Halcón en la cara, se defendió de un golpe de Látex y de un empujón le tomó el brazo y lo partió en dos. Alberto Meneti gritó a causa del dolor e intentó escapar. Ágilmente saltó sobre una estatua y la usó para impulsarse al techo de las vitrinas del fondo. Caronte sabía que no podía estar en dos partes a la vez. Todo en su cuerpo le exigía que evitara los golpes, pero ésta vez era imposible. Saltó y disparó su pistola de aire, atravesando con su gancho la pierna de Látex. Halcón pudo soltarle una fulminante patada que lo lanzó contra la mesa de operaciones de Alberto Meneti. Oprimió el interruptor de la pistola, jalando el hilo. Látex fue lanzado al suelo y su cuerpo se estrelló contra el de Halcón que estaba casi sobre él. Caronte se deslizó a un lado, pateó a Halcón en la rodilla y lanzó dos cuchillos a la mano de Látex, quien histéricamente trataba de quitarse el gancho que había penetrado en su pierna. Látex estaba fuera de combate, pero Halcón aún comenzaba. Con un fuerte jalón y un extraordinariamente brutal golpe a la nariz de Látex, recuperó su arma, pues sabía que la necesitaría después.

            Caronte se alejó de Halcón, buscando un mejor lugar para pelear. Henry Cabot no cayó en sus trampas. Había visto filmaciones suyas por muchos años y conocía todos sus trucos. Su aparato de jeringas, en su muñeca, le inyectó esteroides y adrenalina, una combinación que le hizo más rápido y fuerte. Le fue dando una paliza por los corredores que salían del museo, azotándolo contra la estatua de la justicia hasta provocarle fisuras. Caronte consiguió evadirle y detenerle un poco mediante sus bastones de policía. No importaba qué tan fuerte le golpeara, nada parecía detenerlo y le persiguió hasta el segundo piso de oficinas. Halcón alzó un pesado archivero y lo lanzó contra él, tumbándole de un escritorio y azotándole contra la pared. Henry Cabot sonrió al verlo en el piso, viejo y desvalido. Había soñado con ese momento por muchísimos años. Le mostró su arma y después la tiró al suelo. No la necesitaba para matarlo.
- La explosión fue en esa esquina.- Dijo Caronte, con apenas un hilo de voz y señalando a un lado de Cabot.- Tu padre estaba justo ahí de donde estás ahora.
- Te haré rogar que hubieses sido tú quien estaba aquí, en vez de mi padre.
- ¿Qué crees que hacía? Yo creo que se masturbaba frenéticamente frente a las fotos de chicos que estaban en esa pared, ¿tú qué crees?- Milton comenzó a reír como un loco, sosteniéndose el pecho que le ardía por oleadas.
- ¡Maldito bastardo!- Halcón lo levantó del suelo y le soltó un golpe al riñón que le hizo gritar.- Eres un fósil. Mírate, incluso ahora lanzas burlas pero estás desesperado. Puedo escuchar las patrullas que llegarán aquí en cualquier momento. Alberto debió llamarlas, sabe que su hermanita le cuidará de todo, pero nadie cuidará de ti. Estás sólo, arrinconado y moribundo. Todos saben que eres Milton Lufkin, ¿es que no entiendes cuando estás vencido?
- ¿Qué ves en el espejo Cabot?, ¿un niño asustado o un psicópata?
- Veo al hombre que te matará.- Le soltó otro golpe, para luego soltarlo y evitar una serie de golpes con gran velocidad.- Eres un fósil, ya no eres un peleador.
- Tienes razón hijo, no soy un peleador.- Caronte se tiró hincado y perforó sus rodillas con cuchillos.- Soy un cirujano.
- Maldito....- Halcón cayó de lado y trató de golpearlo, pero Caronte le tomó de la mano y, luego de destruir su aparato de jeringas, le hundió un cuchillo en un codo.
- Eras un monstruo de niño y eres un monstruo ahora.- Le quitó la máscara y antes  que pudiera golpearlo le dio un golpe a la garganta que le dejó en el suelo peleando para respirar. Lo arrastró de la capa hasta la ventana, desde donde pudo ver que llegaban las patrullas.- Nada puede detener a Caronte, ¿lo entiendes ahora Henry? Alguien tiene que estar dispuesto a pelear hasta la muerte, a nunca rendirse así tenga que sacrificarlo todo. Tú jamás sabrías cómo hacer eso, matas por diversión.
- Estúpido...- Consiguió decir Henry, mientras tosía por el golpe a la garganta.- La policía te arrestará tarde o temprano Lufkin.
- Yo me preocupo por la policía, tú preocúpate por la gravedad.- Lo levantó contra el escritorio, donde desvió un golpe y le rompió una costilla con sus bastones de policía. Reuniendo todas sus fuerzas lo levantó sobre su cabeza y de un tirón lo lanzó por la ventana. Henry Cabot cayó dos pisos hasta el capó de una patrulla.

            Disparó su pistola de aire comprimido desde otra ventana, pero antes que pudiera lanzarse sintió un disparo de escopeta por la espalda que lo empujó a través del vidrio. Consiguió aferrarse de la orilla, pero no tenía las fuerzas necesarias para disparar de nuevo. Se dejó caer contra el techo de una patrulla y se vio rodeado de veinte oficiales que le apuntaban. Se puso de cuclillas, su mente enlistando una docena de formas para escapar de la situación, cuando el dolor en su riñón se hizo insoportable y perdió fuerzas en sus piernas. Cayó de bruces contra el asfalto, su pecho en llamas y perdiendo la conciencia. Un policía le soltó un disparo a la espalda y se desmayó.
- ¿Esto es todo lo que hay?- Lo primero que escuchó fue la voz de la alcaldesa, Lucrecia Meneti.- Me lo imaginaba más alto, no sé por qué. No se ve tan sano como la última vez que le vi en persona, eso es seguro. ¿Por qué no le quitaron el casco?
- No pudimos, aunque intentamos mucho.- Caronte abrió los ojos, estaba boca abajo en el tapete persa de la oficina de la alcaldesa, en el vigésimo piso. Trató de levantarse, aunque no tenía las fuerzas y terminó sentado en el suelo, rodeado de doce trajeados, un par de policías con pistolas listas y Lucrecia Meneti encendiéndose un cigarro, apoyada contra su escritorio.
- Yo no maté a tu padre, no me importa lo que Látex, tu hermano, y tú, puedan creer. Traté de salvarlo, hice lo mejor que pude.
- Curioso, mi padre te detestó toda su vida. Le arruinaste muchos negocios. Siempre decía que eras un bueno para nada, aunque tal idea fuera contradictoria, es decir, te temía más de lo que te odiaba. Él era débil, quizás fue para mejor que no lo salvaras.
- El mundo sabrá de tu hermano.
- No, lo sabrán. Lo tapé antes, lo taparé de nuevo. No creo que pueda recuperarse de sus heridas.
- Dudable. Apunté a su entrepierna. Fallé.
- Milton Lufkin, quedas arrestado por más de 200 cargos de asalto con agravantes. Quítate el casco.
- ¿Lufkin?
- No me hagan sonrojar.
- Entonces quítate el casco y déjanos ver.- Caronte se puso de pie, poniendo nerviosos a los agentes armados. Del otro lado del amplio ventanal la lluvia arreciaba y podía adivinar las luces de varios incendios. Imaginaba que uno sería su casa. Había colocado una bomba para casos como ese, nunca encontrarían la evidencia que buscaban.
- Pueden lanzar lo que sea contra el espejo, pero no sirve de nada, ¿no es cierto? Es decir, el espejo siempre es leal a la verdad.
- ¿Por qué te escondes, entonces?
- Porque no tengo rostro. Esto es todo lo que tengo. Además, podré estar rodeado, podré tener sangre en mi traje, probablemente una hemorragia interna de un riñón perforado y lo que se siente como un leve ataque al corazón, pero al menos tengo cierto decoro.
- ¿De qué demonios estás hablando?- Le preguntó uno de los agentes armados mientras Caronte se pegaba contra el ventanal.
- Tienes una mancha en tu rodilla, más como un punto rojo.- Levantó las manos y luego las bajó de golpe. Nada pasó. Todos le miraron como si estuviera loco, pero luego vieron al agente. Tenía un punto rojo, pero no era una mancha, era un láser.

            El ventanal estalló con el disparo, el agente perdió parte de la rodilla cuando la bala le perforó. Caronte cayó al vacío, agradeciendo las lecciones de tiro al blanco que Isaac había tomado en los últimos años. Siempre decía que podía dispararle las alas a una mosca con un rifle de alto poder. Extraño momento para probar la teoría. Caronte disparó su pistola de aire. Una única oportunidad. Todo o nada, pensó para sí, tu puntería siempre fue buena perro viejo. El gancho se aferró de la saliente de un edificio y se balanceó a toda velocidad por los aires, soltando el gancho cuando llevaba impulso. Rodó por el techo del edificio vecino y le dedicó un saludo a Isaac Haskell, quien estaba frente al edificio mostrándole el rifle.

            El cielo se encendió con las luces de los helicópteros, mientras que toda la fuerza policial se desplegaba para encontrarlo, vivo o muerto, Caronte o Milton Lufkin. La lluvia no paraba. La noche duraría para siempre. Saltó de techo en techo, ayudado de su pistola de aire comprimido. No tenía la misma agilidad, podía tardar diez minutos de una cuadra a otra. Aún así, sabía cómo esconderse en los techos, como evitar a los helicópteros. El costado le dolía cada vez más, hasta que incapacitaba su lado izquierdo debido al dolor. Sentía el acre de la sangre en la boca, había tenido hemorragias antes. No se atrevía a caminar por la cuerda tensada de su rifle de aire, pero se vio obligado en una ocasión, para cruzar Yute por encima, a diez pisos de un mar de patrullas con sirenas encendidas que iban y venían. Pasó el gancho de su cinturón por la cuerda tensada y se deslizó al siguiente techo. No le faltaba mucho y cada paso que daba le acercaba al epicentro del incendio. Escaló varios pisos de un edificio de departamentos. Debía hacerlo lento, con cuidado. La policía, la mafia, los pandilleros y prácticamente cada ciudadano le estaba buscando. Escuchaba su nombre en todas las radios, veía su imagen en cada televisor. Undercity se había detenido en seco y le buscaba. Trató de bromear consigo mismo, pensando que menos personas le habrían perseguido si hubiese incendiado un orfanato y asesinado a la alcaldesa a golpes.

            Olía el humo, sabía que entre el hollín estaban todas sus cosas. Habían incendiado Segunda oportunidad, la policía ya ni trataba de calmarlos. Saltó de un techo a otro, su costado inhabilitado por el dolor y cuando resbaló y cayó por las escaleras de un techo sintió que el brazo izquierdo le hormigueaba. Se arrastró por el suelo, el sabor de la sangre ahora estaba acompañada de sangre de verdad. Se asomó por la orilla, cientos de personas en lo que solía ser el gimnasio, que ahora era Segunda oportunidad, y dentro de su edificio que estaba en llamas y apunto de venirse abajo. Los bomberos los alejaron de las llamas e hicieron lo posible, pero el daño era permanente. Intentó levantarse, quedó hincado y vio cómo todo se caía en pedazos, arrancándole gritos histéricos a la gente. Todo comenzó a volverse negro, la lluvia aún golpeando su casco. Soltó una última lágrima, pues sabía que era el final. Quería un poco más de tiempo, la ciudad aún podía corregirse. Tenía mucho que hacer, pero su cuerpo finalmente se rindió. Cayó de espaldas y todo se hizo negro.
- Nadie entra que no sea su doctora y esos dos enfermeros. Les haré tragarse la placa si dejan pasar a otro. Este maldito hospital está en alerta roja por ese loco, mejor que no pase nada o estaremos dirigiendo el tráfico en Morton por el resto de nuestras miserables carreras.- La voz era carrasposa, sonaba oficial. Sintió sus manos, luego sus brazos. Estaba vivo y para cuando se atrevió a abrir los ojos la luz le cegó por completo. Escuchó a alguien más, alguien que olía a cerveza y aceite para armas, sin duda un policía. Encendió la televisión y luego de un poco de telenovelas Milton se animó a abrir los ojos de nuevo, ésta vez lentamente, para conseguir algunas respuestas. El noticiero tenía noticias de alto impacto. Caronte golpeando gente en una callejuela. En la parte baja de la imagen una cinta con “¿Quién es Caronte?”.
- ¿Ya despertó?- Le preguntó el uniformado. Milton trató de decir algo, pero le dolía demasiado. Intentó mover los brazos, pero era inútil, estaba esposado.- Perfecto, quédese ahí... Es decir, no se mueva, quiero decir... Olvídelo, ahora vengo.
- ¡Milton Lufkin!- Una reportera, con todo y equipo de cámara, entró a la habitación y le puso el micrófono en la boca. El uniformado había recibido diez dólares y la mujer podía tener la primicia de su vida.- ¿Qué se siente de ser perseguido?, ¿a usted le gustaría ser Caronte? La golpiza que le dieron, ¿levantará cargos?
- Por el amor de Dios, ¡saquen a esta gente!- Dos enfermeros entraron para sacar a todos y el uniformado bajó la cabeza y se desapareció. Apagaron el televisor y se acercaron al enfermo. Milton tardó un tiempo en poder enfocar la imagen, la luz aún le molestaba. Se quedó boquiabierto, conocía a los dos rostros. Larry Miller, acompañado de su hijo Roger.
- Larry... Dios mío...
- No vinimos aquí a lastimarte. Mi hijo Roger te encontró, te estaba buscando.
- Ya sabía que eras Caronte. Imaginé que estarías cerca, así que busqué los techos. El casco de espejo se zafó a la primera. ¿Es normal?
- No hay nada de normal en él.
- Espero no le haya molestado, señor Lufkin. Es decir, que me haya disfrazado como usted, sólo quería protegerle. Era la única manera de salvarlo. Mi papá le trajo aquí, inventó una historia de una paliza, algo que sí era cierto.
- Hiciste mucho por mí, cuando era joven me refiero.- Dijo Larry, tomándole la mano.- No lo vi en su momento. Quería ser un asesino, pero tú me salvaste de ser como ellos. Me diste varias oportunidades y ayudaste mucho a mi hijo.
- No pasa un día que no lamente lo que pasó en ese techo.
- Lo sé.- Dijo Larry.
- El traje,- Dijo Milton, casi en un susurro.- tiene algunos bolsillos secretos. Roger, en los guantes hay micrófonos ocultos, están conectados a una grabadora escondida en la espalda baja, en un bolsillo secreto. Grabé a Látex y a Halcón, y a Lucrecia Meneti. Haz lo correcto, haz copias, mándalo a todas partes.
- ¿Usar otra vez su traje?
- El mundo necesita a Caronte, incluso si Milton Lufkin no puede hacerlo. La justicia debe estar servida. Tengo suficiente para echar abajo a Lucrecia Meneti y todo su orden corrupto. Tómalo Roger, si estás dispuesto a cometer el mayor sacrificio.
- Con usted cerca, no puede salir mal.
- Tenemos que irnos, nos disfrazamos de enfermeros y podrían arrestarnos.- Larry jaló a su hijo Roger fuera de la habitación y se alejaron a tiempo antes regresaran los uniformados y llegara la doctora. Milton cerró los ojos, no sabía si quería llorar o suspirar. Las sospechas se irían, la máxima trampa de Mentalo había sido sorteada. Roger sería un excelente Caronte y finalmente podría descansar, pero no sabía si eso era lo que quería.
- Vamos a ver, ataque masivo al corazón, hemorragia interna por un riñón que necesitará de un trasplante... Ah, sí, eso está cubierto, tiene un donante. Un Carson Hill, debe ser su único admirador ahora mismo. Un par de costillas rotas y unos golpes muy feos en el brazo y piernas. Le diré a los policías que le quiten las esposas. Véalo así, al menos aún tiene su salud.
- No tengo casa, no tengo negocio, no tengo... ocupación. No tengo nada.
- Anímese, no puede llover para siempre.

Milton abrió los ojos grandes como platos. Ella estaba sobre él, escuchando su corazón. La identificación en su pecho decía “Laura Sims”. Se levantó lentamente, mirándole a los ojos. Había algo en él, no podía señalarlo pero le pareció como si ya conociese a ese hombre. Milton sonrió, como no había sonreído en muchos años. Se mantuvieron la mirada, era amor a primera vista. Tenía su edad, Milton imaginó que habría muerto recientemente y llegado a Undercity tras una vida plena y feliz. No tenía anillo en el dedo y la doctora incluso parecía reconocer su olor. Milton lanzó una mirada por la ventana, era de día y había dejado de llover. En su interior podía sentirlo, esa bestia implacable que era Caronte se había ido. Laura le tomó de la mano y Milton respiró tranquilo, cuarenta años de violencia habían quedado atrás. Comenzó a reír, había quedado sin hogar y sin trabajo, que su vida había terminado, pero en realidad apenas comenzaba.

No hay comentarios :

Publicar un comentario