Los dos gringos
Por: Juan Sebastián Ohem
Del
escritorio del detective privado Martin Felton
Algunas
cosas son iguales donde quiera que uno vaya, por ejemplo, el licor es negocio
donde sea. Existe otra verdad que se aplica a Brasil tanto como en América, la
vida no tiene precio, pero cuando la muerte es barata muchos la ofrecen.
Aprendí eso a la mala. Una novia muerta por la que nadie llora, tres clientes
peligrosos y un juego macabro. Río de Janeiro me mostró su lado sombrío en una
noche tan oscura que lo único que se ve es el resplandor del disparo.
Kelly
la china abrió su bar en frente a la playa de Copacabana en Río de Janeiro como
siempre había soñado. Huimos como fugitivos pensando que podíamos colgar
nuestro pasado como un abrigo en un perchero. Puedes huir miles de kilómetros
de Malkin y las órdenes de arresto a un país sin extradición, pero no puedes
huir de ti mismo. La china no necesita trabajar, tiene suficiente dinero para
vivir asoleándose en la playa. El tráfico de heroína le dejó buenos ahorros. Yo
llegué a Río con el traje que vestí el día que fui al tribunal. Kelly no cabía
de felicidad al verme, la protegí en Malkin y ella no me traicionó. Aún así,
uno no escapa de sí mismo y Kelly abre su antro que coquetea entre ambos lados
de la ley. Yo, nací para policía. El viejo Lionel, un policía de los Ángeles,
abrió su agencia de detectives privados y prácticamente regalaba los permisos.
Lionel lo hizo como un favor a Kelly, y realmente lo único que quiere a cambio
es que alguien se siente a escuchar sobre sus años de gloria. Todos los gringos
aquí somos iguales, llenos de años de gloria y terribles secretos ocultos que
nos empujaron a huir a Río, de los cuales nadie suelta la sopa. No desde lo que
le pasó a Ronald Keyes, buscado por doble homicidio y robo millonario. Una
atractiva muchacha le invitó un trago, escuchó sobre la recompensa de la que
siempre se mofaba Ronald, le puso un regalo químico en su trago y lo siguiente
que Keyes pudo ver fue la frontera de Tijuana y sonrientes agentes federales.
Negocio lucrativo la traición, quizás por eso todos desconfían de los
detectives privados, sobre todo los gringos, pero algunos no tienen opción.
Me
gano unos cuantos reales, mi oficina es el bar de Kelly, el “Buda de oro”. No
es como mi antiguo trabajo policial, a veces es más lento, a veces se escapan
sin pagar y a veces desearía nunca haber pedido mi licencia. Tengo mi mesa
reservada casi al fondo del lugar, puedo ver la playa al fondo y el vitral con
dragones de la oficina de Kelly en el piso de arriba. La clientela es variada,
desde el muchacho moreno por el sol que lustra zapatos de día, hasta turistas
europeos y políticos locales. La música es en vivo, solía ser una noche para
música local y otra para jazz, yo mismo escogí a los músicos, pero últimamente
es una mezcla entre las dos. El de la marimba quiso hacer huelga de hambre.
Kelly le metió la cabeza en la enorme pecera que divide los privados de las
mesitas hasta que se puso azul y tuve que intervenir. Debí haberme tirado a la
pecera cuando llegó mi nuevo cliente. Le conocía de cara, Cristian Aguilar, un
hombre regordete que siempre trae la misma camisa sudada, los mismos tirantes y
el mismo pañuelo en la mano. Echándole besitos a las chicas locales que
enamoran fácil a los gringos con sus grandes caderas y sus grandes ojos, y
bailando unos pasos de ese jazz mestizo se acercó a mi privado.
- Linda oficina.- Acomodó su
cuerpo para entrar al privado y se limpió el sudor. Había sido un día caluroso
y las nubes de tormenta no se decidían a llover.
- Tiene linda vista.
- He escuchado de ti Felton, me
dicen que eres un profesional.- Saca un cigarro de su cigarrera de oro y me
ofrece uno. Lo enciendo con cerillas del bar, un buda dorado idéntico al que
está empotrado en la pared del fondo. Cristian Aguilar lo enciende con un
encendedor de oro. Aguilar tiene un pequeño club privado en Ipanema, del otro
lado de la bahía. La clase de lugar a la que siempre le va mal, pero nunca
quiebra, con la clase de dueño que nunca tiene dinero pero siempre gasta.- Y
necesito un profesional.
- ¿Qué problema tiene señor
Aguilar?- Se sorprende de mi portugués y me aplaude.- Se aprende fácil cuando
tienes que lidiar con la burocracia brasileña. Casi un año para sacar permiso
para conducir, lo mismo para dar de alta mi luz y agua. Pero no creo que tenga
problemas burocráticos.
- No, me temo que no. No es tan
sencillo, es un asunto urgente.
- Empiece por decirme cuál es y
por qué no ha ido a la policía.
- Alguien tiene algo que me
pertenece y lo quiero de regreso.
- ¿Quiere que lo robe?
- No, no es tan sencillo.- La
mesera le trae un coctel y Aguilar se lo acaba de un trago.- El objeto en
cuestión será vendido esta misma tarde. Quiero que investigue quién lo compra y
lo adquiera de regreso. El dinero no es problema.
- Suena sencillo, ¿con qué lo
tienen agarrado?
- ¿Agarrado?
- Tengo la premonición que el
objeto en cuestión no es un artefacto del oriente medio con valor sentimental
para usted. Necesito saber qué es, cuánto pesa, si el objeto está en un maletín,
si es evidencia de algún crimen, esa clase de detalles.
- Es una hoja de papel, es todo
lo que necesita saber. Ya verá de qué se trata cuando la consiga. Y no es
evidencia en un juicio, ni mucho menos, así que puede quitarse esa idea de la
cabeza.- Con muchos esfuerzos batalla con el bolsillo de su pantalón y cuando
la batalla épica entre su gorda mano y los apretados bolsillos concluye,
produce dos fajos de dinero unidos por clips de oro.- Este es suyo, 300 reales
y otros 300 cuando termine. Este dinero es para el nuevo dueño de mi pedazo de
papel, son 1,500 reales. Si quiere más dígale que estoy dispuesto a pagar más.
- ¿Y si no está dispuesto a
vender?
- Hágalo entrar en razón por
cualquier medio.- Me guardo el dinero en el bolsillo interior de mi saco de
lino y calculo las probabilidades. Cristian me está mintiendo, pero es
imposible saber de qué o por qué hasta que no vea de qué trata el chantaje.
- Mencionó una venta, ¿quién lo
venderá?
- Vaya a esta dirección, es todo
lo que sé.- Me entrega el pedazo de papel con la dirección apuntada en apuro,
embarrada por el sudor.- Trabajo de una sola noche, para mañana en la mañana
estará invitando los tragos en mi club privado.
- He oído del lugar.
- ¿Entonces irá?
- Como dije, he oído del lugar.
Metamorfosis,
de policía a matón, de prófugo a detective privado. Solía arrestar gente como
Aguilar, ahora me paseo con su dinero en el bolsillo. La brisa me recibe con su
cálido abrazo, no hay nada parecido en Malkin. El sol termina de ponerse y
pienso sobre lo que Cristian dijo del trabajo, una noche, doce largas horas.
Extraño la sirena de policía, pero me las arreglo para salir del tráfico
turístico de viernes por la noche. La dirección es de los suburbios en la
montaña, mansiones para americanos con historias más falsas que una moneda de
tres reales y nuevos ricos con menos escrúpulos que un perro rabioso. Aún así,
el lugar tiene su propia vibra. La jungla se mezcla con la urbe, todas las
casas, incluso las más humildes, tienen extensos jardines con árboles frutales.
Tarántulas anidan en las luces de las rejas delanteras, iguanas detienen
tráfico cuando cruzan las calles, coloridos pericos vuelan en grupo para
descansar en los árboles de los parques. Río es como la manzana envenenada de
Blanca Nieves, tiene tanto color y jugo que es difícil de creer que es mortal. El
burócrata de tránsito lo explicó mejor, dijo que Río es como una mujer, hay que
caer en sus brazos pero no en sus manos.
La
dirección es una mansión a la española que se alza después de un serpenteante
camino. Estaciono sin saber qué es lo que espero. Asomo la cabeza y apenas veo
las luces de la entrada de la mansión, pero no veo autos. Un auto me pasa a
toda velocidad, pude ver a la chofer, una morena de labios frondosos y largo
cabello negro arreglado bajo un prendedor con flores coloridas. Un sujeto abre
la reja y mira dentro del auto con un revólver en la mano. No tiene facha de
jardinero, eso es seguro. Viste uno de esos trajes casuales que los brasileños
les venden a los turistas completo con su sombrero de Panamá de colores y una
sobaquera de cuero. El toro sigue al auto hasta la mansión, puedo ver que la
chica y otro sujeto entran y después el guardia. Hago una nota mental mientras
los grillos acompañan la noche, el comprador vino sin su auto. Eso quiere decir
que confía en ella, quien quiera que ella sea, y que lo más probable es que le
lleven a su destino. La chica es lista, no se presenta con el papel, sino que
le lleva a su mansión donde un guardia armado vigila el intercambio.
La
espera se alarga y mis ojos van y vienen entre la casa y la lagartija
empecinada en escalar la llanta del auto. Pienso en bajarme del auto y ayudarla
con una pluma, quizás llevarla de paseo, y después pienso que estoy tan
aburrido que congeniar con el reptil suena como buena idea. El aburrimiento
termina abruptamente cuando escucho algo que suena como un disparo. Mis nervios
se tensan cuando escucho más y acercándose. Salgo del auto y preparo mi
automática. El guardia sale por la puerta principal y corre por el costado de
la casa disparando a la oscuridad. Instinto de policía. Escalo la reja. Corro a
la casa. Todas las luces apagadas menos una, el estudio. La chica está muerta,
un disparo al pecho. La excitación me hace sordo porque cuando volteo veo al
guardia y muy de cerca veo el mango de la pistola. Se hace oscuro después de
eso.
- No es la primera vez que lo
veo, pero sí la primera que le veo dormido.- Conozco esa voz.- Extrañas
parejas, ¿no crees Felton?
- ¿Cuánto tiempo llevo así?
- No mucho, los vecinos llamaron
por los disparos. Imagina mi sorpresa cuando no encuentro a nadie más que a ti
y a la víctima.- La cabeza a punto de estallar. Escupo parte de la alfombra y
cuando volteo olvido mi dolor de cabeza. Ella me mira sin decir nada, sus ojos
vidriosos.- ¿No me va a ayudar detective?
- No.- Detective Lucio Santos, se
cree hecho a mano porque alguien le dijo que se parecía a un actor. Ahora tiene
un ridículo bigote de dos líneas y hace lo posible por vestir como galán.-
Descuida amigo, te ayudaré con un viaje a la estación de policía.
- ¿Has estado inhalando esas
flores Lucio?
- Detective Lucio.
- Ajá. ¿Y me vas a arrestar por
homicidio?- Lucio sonríe como un tiburón.- Claro, la maté y después me desmayé
a mí mismo. ¿Algo así?
- Déjame hacerte entender una
cosa gringo,- me apunta con el dedo con tanta fuerza que me pega contra la
pared y puedo oler la marca de su pasta dental.- no me caes bien. El hecho que
tengas licencia para portar armas no lo hace mejor. ¿El viejo Lionel te dio tu
permiso?
- No, Santa Claus. Ya entendí, te
caigo mal, ¿ahora me dejarás respirar o vas a morderme?
- ¿Qué pasó aquí?- Me enciendo un
cigarro y le acompaño fuera del estudio donde le explico todo lo que vi, menos
la identidad de mi cliente.- Ustedes y su privilegio entre detective y cliente.
- Él no fue, no tendría sentido.
Además, si fue mi cliente serás el primero en saberlo.
- No me gusta cuando me hablas de
“tu”.
- Sí bueno, todos tenemos
problemas. ¿Quién es la chica?
- Diane Oliveira, ésta no es su
casa pero imagino que es de su novio. Un gringo como tú, Alfred Marchek, Alfie
tiene toda clase de esqueletos en el clóset. Pensándolo bien, casi todos
ustedes gringos tienen esqueletos en el clóset.
- Sí, tenemos clósets amplios.
Solía ser policía en Malkin, aunque no lo creas Lucio sé cómo funciona una
investigación oficial.
- Y tú no eres parte de ella,
recuérdalo.- Me alcanza en el camino sinuoso a las rejas y me detiene de un
leve empujón.- Sabes más de lo que dices Felton, pero te dejaré ir con una
advertencia. No olvides, hasta los gringos criminales como tú tienen gente
amada. Las licencias de bares van y vienen en Río, el papeleo es siempre muy
confuso.
- El panfleto turístico no mentía
Lucio, Río es la tierra de la gente cálida y amable.
Lucio
no es mi fan número uno, pero ahora está desesperado. Hay algo que no me está
diciendo, algo que él cree que yo sé. La juego a la Bogart, le miro como si
fuera cierto y sigo caminando. La amenaza era excesiva, es parte de un trato
del que no estoy enterado. Sé algo con certeza, la moneda es alta, vale más que
la vida de Diane Oliveira.
La
mención de Alfie Marchek no fue casual y puedo ver su auto a tres carros de
distancia mientras regreso a la bahía al club Alfie, un lujoso y exclusivo club
privado para los ricos, los apostadores y las prostis que ganan más que yo en
un año en apenas una noche de vender su dignidad. El edificio tiene la forma de
un hotel, con más de veinte pisos del art decó más caro de Brasil. El edificio
forma una herradura, con una alberca en medio, un casino sin licencia del que
todos conocen menos la policía y un bar con muros de cristal que nunca
descansa. Los gorilas de la entrada se susurran entre ellos y me dejan pasar.
Una modelo vestida con pareo y una pegada playera me lleva hasta el bar de
cristal. Cuento quince guardias entre la multitud y al menos otros seis de
traje en las puertas. Alfie Marchek es un americano esbelto con entradas de
calvicie, sienes plateadas y una sonrisa tan falsa que debe insertarla con
destornilladores en la mañana.
- Me dijeron que el gringo había
llegado.- El otro en su mesa es el guardia que me disparó en la mansión. Me
mira con tanto odio como yo le miro a él.- Por favor, toma asiento. ¿De qué
parte vienes? Yo soy de Nueva York.
- Malkin. Si usted es Alfie,
¿quién es su amigo de pocas palabras?
- Roger Austin, es mi mano
derecha para ciertas transacciones digamos peligrosas.
- Hay muchas de esas esta noche.
Lo lamento por su novia.
- ¿La conocía?
- No en vida.
- Una lástima, era buena chica.-
Alfie cree que el luto es una forma de neumonía. Le habría dolido más si
alguien le hubiese destrozado la flor que cuelga del bolsillo de su chaqueta.-
He escuchado de ti y quiero ofrecerte trabajo, quiero que encuentres a Silvio
Carume.
- ¿Por qué no manda a su bestia?
Me encontró a mí, y casi me mata del golpe.
- ¿Quién te dijo que podías
entrar así nomás?
- Los disparos Austin, los
disparos.
- No debí encomendarle algo tan
peligroso a mi novia, ni había visto antes a Silvio. Debí olerme una rata,
quería comprarme el papel, Austin se encargó de todo. ¿No es cierto?
- Sonaba decente por teléfono
jefe, además ella se empecinó en quedarse a solas con Silvio.
- Como sea, prefiero contratarte
a ti.- Alfie saca un fajo de billetes del bolsillo interior de su saco y pone
500 reales sobre la mesa que no tengo empacho en agarrar.- Encuéntralo y
avísame.
- Mató a esa pobre chica por nada,
si lo encuentro te llamo.- Trajes de lino, vestidos de seda, sonrisas, besos y
coca en espejos. El bar está a reventar, pero la seguridad opera
impecablemente. No me sorprende que Santos me usara como carnada.- ¿La policía
ya habló contigo?
- Por teléfono, sí. No vi la
necesidad de dejarles pasar.- El dinero de Alfie llega lejos.
- Lucio Santos, detective, estaba
muy interesado en el asunto. ¿Alguna idea?
- Santos….- Alfie pierde la
sonrisa por un momento, bufa enojado y vuelve a sonreír.- Un patán que piensa
lo peor de mí. Santos debe andar tras la pista, ¿te siguió hasta aquí?
- Intentó, pero lo perdí.- Es
convincente y espero que lo crea.- Ésa es mi competencia.
- Y Cristian Aguilar, un bueno
para nada que tiene un antro de perdición que en su mejor día no es como el bar
de tu novia, ni qué decir de mi club. Le gusta delegar responsabilidad, así que
mantén el ojo abierto por si acaso.- Me levanto y Alfie me señala.- Me caes
bien, siempre hay más trabajo aquí para refugiados como yo. No lo olvides.
Salgo
del bar y rodeo la alberca. Imposible hacerme invisible a los guardias, pero me
aseguro de estar lejos de Alfie y Roger Austin para ubicar una caseta de
teléfonos y poner a mi cliente al corriente. Decir que no está feliz es como
decir que el calor en Río es apenas perceptible. Grita en el teléfono. La mitad
no lo entiendo. Su humor se apacigua cuando le digo que Silvio Carume es un hombre
buscado. Omito la parte en que hice un nuevo cliente. Ahora Cristian quiere lo
mismo y añade una vaga amenaza.
- Ten cuidado con ese Alfie, es
un usurero que convierte a una monja en una deudora. Tiene su propio banco, con
papeles y todo. Es ponzoñoso por completo. Encuentra a Silvio o encuentra mi
hoja de papel, la noche es joven Martin. No olvides, hasta las chinas tienen
puntos débiles.
- Japonesa Aguilar, ella es
japonesa y te aseguro que su punto débil está armado y sabe cómo usar su
herramienta. Te mantendré informado.
El
aire viciado me acompaña a la calle. No puedo ver a Santos, pero estoy seguro
que él se mostrará cuando le parezca conveniente. Reviso los reflejos en los
espejos de autos y en los lentes oscuros del vendedor callejero para ubicar mi
cola. En cuanto abro la puerta del auto alguien en la multitud corre en sentido
inverso, hacia su propio auto. Respiro tranquilo sabiendo que no es una
profesional, pero aún así la idea de apilar colas me pone nervioso como ratón
rodeado de búhos. La vuelvo a ver a una cuadra de distancia, es una negra que
fuma temblorosa y no me despega los ojos. Santos no está por ninguna parte,
pero un auto deportivo empieza a acelerar en cuanto me alejo de la playa y
entro a los barrios. Mi plan de preguntar en las cantinas por Silvio Carume se
viene abajo cuando el auto misterioso pone las altas y se pega a mi carril.
Preparo el arma, pero sé que es inútil, como un monje con un crucifijo en medio
de un huracán. Dejo que se acerque y entonces freno con todas mis fuerzas y me
orillo con la cabeza contra el asiento. El auto choca contra un coche
estacionado y las dos balas me pierden por un pelo. Una revienta el cristal del
copiloto, la otra se estrella contra el marco de la puerta. Al escuchar que un
segundo auto frena quemando llantas salgo del auto con la pistola lista, es mi
perseguidora misteriosa.
- No dispares.- La negra pone las
manos en alto y le hago una seña para que salga.
- ¿Quién eres y por qué me estás
siguiendo?
- Me llamo Marina Curay.- Las
sirenas suenan cerca, a Santos le encantaría verme de nuevo.- Estoy alojada en
un hotel, Punta del Mar, no queda cerca. ¿Me sigues?
- Vamos.
Marina
me lleva por callejuelas y rumbos poco conocidos y en el camino mi mente se
llena de posibilidades y sospechas. ¿Cristian se olió una rata y decidió
matarme? Alfie mencionó que a Cristian le gusta delegar, quizás la chica es
parte de un montaje más elaborado. Decido seguirle el juego porque después de
todo, encontrar a Silvio será imposible sin ayuda. El hotel es un edificio de
tabiques y yeso pintado con playas, gaviotas y sirenas curvilíneas. El anciano
en la recepción apenas y nos dedica una mirada. Sostengo la pistola en el
bolsillo de mi saco de lino y lentamente la amartillo mientras Marina abre la
puerta y me deja pasar. No es mucho, una cama con una maleta abierta, un baño y
una diminuta ventana con vista a las luces de la ciudad.
- ¿Has visto a Silvio?
- Muñeca, empieza por el
principio y no te acerques a esa maleta.- Le arranco el bolso de un jalón y le
muestro la pistola. Marina me mira con miedo y se pega a la pared. La bolsa no
tiene nada fuera de lo común, pero sí tiene una identificación. La negra no
mentía.
- Vine a Río en cuanto supe que
Silvio estaría en problemas.
- ¿Quién es Silvio Carume y por
qué mató a Diane Oliveira?
- ¿Mató a alguien?
- Tengo a dos rufianes que
quieren encontrarlo, a un detective y a ti. Se está haciendo una fila larga
para este Silvio y quisiera saber quién es.
- Era mi novio en Sao Paolo, pero
le dejé por Rigoberto Caleria. Fue un error. Ahora quiero ayudarlo. Pensé que
sólo era la policía quien lo buscaba, Silvio y Rigoberto solían hacer asaltos.
Rigoberto está muerto y me imaginé que Silvio también. Rigo le robó a la
persona equivocada, alguien bien conectado.- Se sienta en la cama y se enciende
un cigarro.- Tu turno.
- No quiero matarlo.
- Buen inicio.
- Aunque todos quieren que lo
encuentre para poderlo matar.- Me apoyo contra la ventana y disfruto de la
brisa.- Pero si el detective Santos me presiona tendré que decirle donde está.
- Entonces es bueno que te salvé
de la policía.
- ¿Alguna idea de dónde
encontrarlo?
- Traté con sus primos en las
favelas, pero no lo encontré. A Silvio le encanta apostar, así que fue al lugar
de Alfie y te vi a ti adentro. No tienes facha de parrandero o apostador y
tenía razón. Silvio tiene un tío a quien adora, podemos tratar ahí.
- ¿Sabes dónde vive?
- No, pero sé donde pasa el
tiempo.
El
tío Alan no tiene gustos caros, pero es una criatura de hábitos. Lo buscamos en
un billar de techo de lámina, en un bar que aún mantiene sus adornos navideños
y en un llanero improvisado para jugar football en la favela. Las casas se
apilan en los lados y por encima, la ciudad devora la montaña y los habitantes
forman traicioneros senderos laberínticos que esconden toda clase de tesoros,
desde casas, hasta librerías, iglesias, bares y extensas casas de retiro. Los
jugadores detienen todo al ver a la negra Marina. Saca más respuestas de las
que yo podría sacar y lo hace con un par de miradas, contoneo de caderas y
cumplidos. Con Silvio en problemas el tío Alan no ha salido a jugar, pero el
portero sabe donde vive, un obeso brasileño con más cabello enchinado que cara.
Manejar por las favelas es como una pesadilla de Kafka, las calles que suben
pueden convertirse súbitamente en callejones peligrosos, o en retornos cerrados
que llevan hasta abajo. Sigo el auto de Marina hasta la cúspide de la montaña,
o al menos eso parece por lo empinada de la subida. El resto del trayecto es a
pie, Marina se pierde un par de veces hasta que da con las escaleras que llevan
a la vecindad. Las ancianas toman el fresco mientras los niños, con apenas
shorts y playeras gastadas, juegan con los perros callejeros.
- ¿Qué quieren?- Alan Carume es
un hombre de más de sesenta con el cuerpo fornido por el trabajo duro y la piel
quemada por el sol.- ¡Marina! No te reconocí. Espera un momento, ¿tú eres
gringo?
- Culpable.- Alan me mira de los
pies a la cabeza y me muestra el revólver metido en los pantalones. Sólo por si
se me ocurría alguna idea brillante.
- ¡Silvio, llegó el gringo!
- Ya era hora. Tengo el dinero
preparado.- Silvio aparece de la sala y al verme toma una escopeta de atrás del
sillón y la entierra contra mi estómago.- ¿Quién eres tú?
- Martin Felton, tenemos amigos
en común, como Cristian Aguilar y Alfie, pero no soy de su calaña.- Marina
intercede y desatora la escopeta que empezaba a trabar amistad con mis
costillas.
- Él está bien Silvio, confía en
mí.- Silvio la mira en silencio y guarda la escopeta. No la saluda, pero es
obvio por la mirada que hay mucha historia entre los dos.- Estás en graves
problemas.
- No necesito que me lo digas,
pero no puedo irme de Río aún.
- ¿Qué hay de Diane Oliveira,
Silvio? La policía te encontrará tarde o temprano.- Alan no me quita los ojos
de encima y prefiero no entrar a la sala y romper alguna frontera invisible.
- Necesito hablar por teléfono
con ese perro Aguilar, pero no con el gringo en mi casa. ¿Te envío Aguilar?
- Sí, pero no por eso...- Alan
Carume me empuja a la puerta con su arma.
- Cuidado gringo, por aquí hay
muchos asaltos.
- Lo tendré en cuenta.
Necesito
escuchar esa llamada, pero si he aprendido algo en Río es que aquí siempre hay
dos maneras de llegar al mismo sitio. Escalo entre las cajas de madera y los
tubos de gas hasta el tejado de lámina y vigas con yeso. Los niños me echan
porras y las ancianas me miran en silencio como si nada pudiese sorprenderlas.
No pude ver mucho de la casa, pero calculo cuántos pasos tiene la sala y con
cuidado de no hacer ruido llegó al otro extremo, enterrado en la montaña y
frente a un edificio más grande de casas aún más pequeñas. Al parecer a Alan le
gusta tener el aire fresco porque se ha diseñado su propio quemacocos encima de
su casa con un poco de hilo y un par de palos. Empujo las láminas con cuidado y
por tratar de sostenerme de la viga me resbalo y caigo a los colchones. Ubico
el teléfono lo más rápido que puedo y tapando la bocina escucho en la oscura
habitación.
- No te hagas al santo, tú siempre
dejas atrás un cochinero.- Es mi primer cliente, Cristian Aguilar.
- Tú también tienes mucho que
perder Aguilar, tú soltaste la correa del perro sin conocer su pedigree así que
te tengo un trato, mi silencio por el premio.
- Eres un hombre buscado Silvio,
no lo empeores.
- Hago lo que puedo para
sobrevivir, no gracias a gente como tú o Alfie.
- Está bien Silvio, pero no
olvides quién está abajo y quién está arriba.
La
llamada es como un balde de agua fría recordándome que nadie me quiere hablar derecho.
No puedo regresar a Aguilar con las manos vacías, pero no pienso vender a
Silvio a esos mafiosos, así que me contento con lo que el papel que robó en la
mansión de Alfie. Al menos así tendré alguna excusa en lo que descubro el hilo
que amarra todo el asunto. Reviso la habitación bajo la débil luz de una noche
nublada con lejanas farolas, pero no encuentro nada relevante. Alan Carume no
cree en el orden y la higiene, y cuando en la oscuridad confundo un ratón
por un zapato tiro un anaquel repleto de
libros. Saco el arma y calculo mis posibilidades de subir por donde bajé.
Calcular las probabilidades las disminuyó drásticamente. En menos de un segundo
escucho el martillo del revólver de Alan y me doy vuelta para mostrar mi arma y
recibir la culata de la escopeta en la cara.
- Eso era innecesario...- Silvio
y Alan me llevan de los brazos a la sala mientras Marina trata de convencerlos
de calmarse.- Soy tu único aliado Silvio, te puedo ayudar si tú...
- Cállate gringo.- Alan me
mantiene sentado en la silla mientras Silvio me amarra de brazos y piernas con
una la sábana que ha estado usando en el sillón donde duerme.
- Silvio, piensa lo que haces,
¿quieres matarlo? Hay mucha gente y la policía ya sabe de Rigoberto.
- Rigoberto era un idiota y tú
también por quedarte con él.
- Marina tiene razón sobrino, no
podemos matarlo así.- Silvio me apunta con la escopeta contra la cabeza y mi
vida se sucede en un segundo. Lo único en lo que puedo pensar es en el perfume
de Kelly que huelo cada mañana.- Hay que asfixiarlo para que no haga ruido y
después cortarlo para llevarlo en bolsas a la basura. Nadie lo encontrará ahí.
- Hay que hacer espacio,- dijo
Silvio.- y tenemos mucho de qué hablar tú y yo Marina.
- Lo siento chico, pero esto va a
doler.- Alan usa el arma para golpearle en la nuca y veo negro.
Al
principio no sueño, sólo existe un limbo con un lejano dolor. La segunda vez
que me desmayan, se va haciendo costumbre. El dolor empieza a crecer. Imposible
saber cuánto tiempo paso en ese estado. Escucho el jazz de la jungla. Escucho
al de la marimba quejándose mientras escuchamos discos de jazz en la cocina
para que aprendan. Huelo la brisa del mar. La pólvora en el cuerpo sin vida de
Diane Oliveira. El chirrido de llantas de mi atentando. El ruido de la favela,
indetenible y salvaje. Cambié un Morton por otro. Camino en una jungla de
cristal, filos por todas partes. El dolor se hace más fuerte. Escucho una
discusión. Sigo vivo. Mi cuerpo nace de nuevo, no sé cómo moverme. Mis músculos
siguen en coma y poco a poco despiertan. Niños jugando afuera. El dolor se hace
más fuerte y abro los ojos. Todo empieza a enfocarse. La sala con los santos en
una repisa repleta de telarañas. Hay una virgen al lado de la caja de
municiones. Hago fuerza con los brazos y siento que el nudo empieza a moverse.
No lo asimilo de inmediato, como si fuera parte de mis delirios dolorosos, pero
se hace cada vez más real. Son disparos, no muy lejos de la vecindad. Escucho
dos armas, escucho gritos, gente corriendo y autos acelerando.
- ¿De dónde vienen?- Bajo la
cabeza y finjo que sigo desmayado cuando Silvio sale de la cocina acompañado de
su tío y de Marina.
- Vienen de arriba, de subiendo
la escalera.- Dice una anciana. Hago fuerza con mis brazos y piernas y me zafo
del nudo. Tomo mi arma de la mesa y salgo de la casa. Silvio y Marina están
desaparecidos, pero Alan está al pie de las escaleras de concreto.
- Lo siento viejo, pero esto va a
doler.- No le golpeo en la nuca, sino en medio de los omoplatos. El viejo
suelta el arma y aplico lo que Oz me enseñó. Riñones, mandíbula y dos dedos
rotos antes de golpearlo con fuerza en la base del cráneo.- ¿Asfixiarme y cortarme en pedazos Alan?
- ¿Qué cree que hace?- Un hombre
de sesenta se levanta de su silla de jardín y me reta con un gesto. Le apunto
al pecho con mi arma y la de Alan con los ojos llenos de violencia.
- Sienta tu vejestorio trasero
antes que te deje quince centímetros más chaparro.
Subo
las escaleras corriendo, pero no encuentro a Silvio o Marina. Encontrar el
lugar de la balacera no es difícil. Es como buscar el bufet en una convención
de obesos, sólo hace falta seguir la manada. Nadie resultó herido, menos el
auto de Silvio. Sé que es el de Silvio porque hay un juguete en el debajo de
él, abandonado en medio del tiroteo, es una bomba de tres palos de dinamita. No
tiene reloj, es la clase que se acciona cuando el motor se enciende. Alguien
quiso ponerle una bomba y alguien lo impidió.
- Estás en todas partes esta
noche.- El detective Lucio Santos.
- ¿Salió de la coladera o me
estuvo esperando?- Le hace señas a un auto de la policía militar para que se
empareje y me abre la puerta.- Intrigantes sus invitaciones.
- No es pregunta de opción
múltiple.
- Lucio, no creo que entiendas
una pregunta de opción múltiple.- Me acomodo en el sillón y el chofer acelera
cuando Santos le da la orden con una mirada.- ¿Es parte de la atención al
turismo?
- Sí, eso es lo que es, nos
deshacemos de criminales como tú.
- ¿Y cómo Silvio Carume? Él no
hizo esto. ¿Crees que se pondría una bomba a sí mismo?
- La bomba será analizada a su
debido momento.- De un maletín extrae un expediente, pero antes de mostrármelo
me mira como si quisiera detectar mi pelo creciendo.- Eso debe de doler.
- Bastante. ¿Tiene una aspirina?
- Se me acabaron.- Me limpio la
sangre de la nuca y me acomodo el sombrero mientras me enciendo un cigarro.-
¿Extrañas Malkin Felton?
- En este instante sí, nuestras
patrullas no huelen a perro muerto. ¿Estoy bajo arresto?
- ¿Deberías estarlo? No es como
si tuvieses información para la policía que no has querido revelar, como la
ubicación de Silvio Carume y Rigoberto Caleria.
- No juegues al inocente Santos,
sabes que si ese es el auto de Silvio su escondite no puede estar lejos y su
tío vive bajando las escaleras. Lo encontrarás fácil, está en el suelo por una
paliza que le debía. Él me hizo este souvenir de la favela. En cuanto a
Rigoberto Caleria, sabes muy bien que está muerto en Sao Paolo.
- Ayer en la mañana sí, y quizás
ya sepas que esos dos eran pandilla. Le han dado a la policía de Sao Paolo un
enorme dolor de cabeza.- Abre el expediente y me muestra una fotografía de dos
figuras disfrazadas de carnaval saliendo de una joyería.- Finalmente le robaron
a la persona equivocada, parece que ayer Silvio decidió romper la comparsa y
esconderse aquí.
- Entonces ya sabes que Alfie y
un sujeto llamado Cristian Aguilar lo quieren muerto.- Me guardo algunas
cartas, este poker es de apuestas altas.- Parece que se te escapó por poco.
- Quizás con tu ayuda.
- Vamos Santos, tú no
encontrarías ni la silla dónde estás sentado, ¿no ves mi herida en la nuca?
Trató de asfixiarme y cortarme en pedazos. No quería venderlo a esos dos
rufianes, pero no le importó ni a él ni a su tío. Créeme Lucio, si lo atrapas
está bien por mí. No me pagan lo suficiente para que me desmayen dos veces,
traten de matarme dos veces y para colmo tenga que oler tu colonia barata. No
sé adónde fue Silvio, te ayudaría si lo supiera.
- Algo me escondes Felton.- El
chofer se detiene a un lado de mi auto y Lucio me abre la puerta sin quitarme
los ojos de encima.- Y ten por seguro, esa es la piedra que te hundirá.
- Gracias por la preocupación.
Manejé
de regreso a la playa tratando de enlistar mis posibilidades. Silvio mató a
Diane Oliveira, me trató de matar a mí y además es un criminal de carrera. No
quiero que esos mafiosos saquen provecho de su situación y lo maten, prefiero
verlo en prisión, pero aún así con tal que pague por la chica me doy por bien
servido. Mis clientes son tan traicioneros como Silvio, puedo excusarme usando
la verdad. Además, todo lo que le diga a mis clientes es información que la
policía ya conoce. La noche aún no terminaba, pero tenía la sensación que las
horas dejarían de arrastrarse si renunciaba al caso. La transición entre la
favela y la playa es notable, las casas de palos y tabiques se transforman en
barrios residenciales donde la vegetación ocupa los cables de luz y las
patrullas hacen sus rutinas.
Los
casinos legales de Ipanema usan reflectores para llamar la atención. Cada
entrada tiene su alfombra roja y todos los que entran son como celebridades.
Meseras de faldas entalladas, cocteles con nombres exóticos y deudas de juego
con las que podrían reconstruir las favelas. El club de Cristian Aguilar no es
como esos edificios con clase, es más bien el negrito en el arroz. El club de
Alfie al menos tiene un bar donde todas las paredes son de cristal, la “Iguana”
de Cristian Aguilar es una cueva oscura donde su máximo atractivo son las
carreras de iguanas atadas a rieles metálicos. La música es pésima, reconozco al
de la marimba que tocaba en el Buda, ahora destrozando el ritmo en la Iguana.
Subo por las escaleras metálicas de caracol pero no abro la puerta de la
oficina, una voz me resulta conocida. Aguilar está teniendo una conversación
muy interesante con Alfie. Con el oído pegado a la puerta de cristales de
colores me quedo quieto como una estatua, escondido de las luces detrás de una
enorme iguana de cartón que mimetiza la escalera.
- Es mí sello distintivo Aguilar,
jamás salgo en las noches de los fines de semana. Los clientes lo saben, ahora
mismo creen que estoy en el casino o en la playa. No disfruto de romper la
rutina como tampoco disfruto viniendo aquí.- No necesito ver dentro para saber
que Alfie no está sonriendo.- Es insultante que me arrastres hasta aquí para no
decirme alguna novedad.
- Me lo debiste haber vendido a
mí Alfie, como decimos aquí en Brasil, más vale pájaro en mano que cien
volando. La policía ya pasó por aquí.
- Sí, me imaginé, Santos habló
conmigo por teléfono.
- La ventana de oportunidad se
cierra y aún así no quieres trabajar en equipo. Dinero compartido es mejor que
nada de dinero. Como dije, más vale pájaro en mano que cien volando.
- ¿Qué hay del gringo?
- Yo me ocupo del gringo.
- Silvio muerto o el papel, y no
tenemos mucho tiempo.
- ¿Entonces trabajamos juntos?
- Por más desagradable que sea,
trabajamos juntos. Podemos ayudarnos mutuamente cerrando cabos sueltos, de
manera permanente. El gringo traicionero es uno de ellos. Está demasiado
involucrado.
- Como dije, yo me ocupo del
gringo. Aún podría encontrar a Silvio, quizás incluso robarle lo que te compró
a la mala.
En
cuanto escucho que se despiden sé que es hora de irme. Alfie lo dejó claro,
estoy demasiado involucrado en una trama que aún no entiendo del todo. Bajo las
escaleras y me escondo con un grupo de turistas en una esquina. Ellos enumeran
todos los licores que han probado, necesitando hasta los dedos de los pies,
mientras yo hipnotizo la puerta de la oficina. Alfie sale primero, su mano
derecha le espera en la puerta con un paraguas para la tormenta que empieza a
arreciar. Roger Austin y su patrón intercambian un par de palabras y Austin se
asegura que su automática esté cargada. Cristian Aguilar sale después,
limpiándose el sudor con el mismo pañuelo amarillento. Aprovecho cuando discute
con un par de meseras para escabullirme. Las convence de subirse la falda, bajarse
el escote y sonreír más. Que no se diga que Aguilar no es un tipo con clase.
Atorado
entre la espada y la pared. Salgo a la tormenta y el agua es lo último en mi
mente. Choque de dos trenes, los maquinistas saben que están en la misma vía en
sentidos opuestos kilómetros antes de chocar, pero no hay nada que puedan
hacer. Alfie, Aguilar, Silvio y Lucio. Nombres en la ruleta de la muerte. Gira
y gira mientras que la pelotita Martin rebota de un lado a otro. Mi única
esperanza es caer en el azul, en la policía. Lucio me detesta, pero no soy un
cabo suelto para él. Me miente y me utiliza, pero ésta vez yo también lo puedo
utilizar a él. Es curioso lo que puede pasar por la mente de una persona
mientras camina en las atestadas calles que dan a la playa de Ipanema, bajo la
torrencial lluvia y entre pedazos de conversaciones en todos los idiomas.
Turistas, apostadores, trabajadores, familias y criminales. Todos ocupamos la
misma reducida acera. Todos entre los autos atorados en el tráfico y las
paredes de los hoteles, clubes y casinos. Escaneo rostros buscando a Roger
Austin, a Aguilar, a Silvio o a su tío Alan, pero no los encuentro. Eso no
significa que no me estén siguiendo. Odio tener la razón, alguien en la
muchedumbre a mis espaldas aprovecha el ruido de la tormenta para preparar el
arma y jalar el gatillo. El disparo suena como un cohete en carnaval, pero el
olor de la pólvora no se pierde con la lluvia. La sangre me salpica, pero no es
mía. Me lanzo al suelo y saco mi automática. Un turista a mi lado cae
agarrándose el hombro y aullando de dolor. La gente con sentido común sale
corriendo, los otros se preguntan de dónde salió.
- ¡Deténganlo!- Grita una señora
apuntándome a mí y a mi automática. Escucho los silbatos de la policía y sé que
no es momento de contradecir a la chismosa.
Los
nervios hacen que me resbale en el pavimento mojado, pero el miedo me hace
seguir avanzando. La bala era para mí, no hay duda. Un cabo suelto que necesita
amarrarse. La policía de civil me persigue hasta una callejuela entre dos
hoteles, pero los pierdo momentáneamente cuando me brinco una valla y corro
hasta la calle. Esperaba encontrarme con Silvio, tratando de terminar el
trabajo, pero me tope con Marina. Se asomó del auto a la tormenta y me hizo
señas para que subiera. Las sirenas sonando por todas partes supe que no
faltaría mucho para que la policía cerrara toda la zona en una red de la que no
podría escapar a pie o en mi auto. Como el maquinista sabía que no tenía otra
opción.
- Vaya momento para que no sirva
mi ventana.- Bromeó Marina mientras usaba una toalla de manos para secar todo
su cuerpo.- Estás hecho una sopa Martin.
- Tú también, pero no es
competencia.- Marina acelera y me agacho cuando pasamos las patrullas.
- Sabía que tenías que estar aquí
o en el club de Alfie, no podías ir lejos.
- Reconfortante. ¿Por qué no
estás con tu novio?
- Silvio perdió los estribos con
el atentado a su auto. Me dejó atrás. Lo perdí de nuevo. Pensé que me ayudarías
a encontrarlo. No quiero hacer esto sola y necesito alguien en quien confiar.
- Suena como una misión suicida,
al menos para mí.
- No lo juzgues por esta noche,
en realidad es un hombre muy dulce.
- El arsénico también es dulce.
No sé dónde esté, pero lo quiero encontrar.
- No dejaré que lo envíes a la
policía, ¿me entiendes?
- La policía y yo no tenemos una
buena relación ahora mismo.- Le miento, tengo que hacerlo.
- Ayúdame a sacarlo del embrollo,
te pagaré bien. ¿Es lo que haces, no es cierto?
- Algo así.- Marina saca un fajo
de billetes de su bolso y me los entrega. Un tercer cliente. Lealtades
divididas. Aprovecho que Marina está concentrada en el tráfico para revisar su
bolso, pero no encuentro un arma y dudo que en ese vestido floreado,
transparentado por el agua, esconda una automática.- No sé dónde pueda estar,
ésa es tu área de experticia.
- No está con su tío, eso es
seguro. Los vecinos lo llevaron al hospital después de lo que hiciste.
- Sí, ese Alan es toda una
víctima.
- Silvio usaba una casa hace unos
años, una verdadera ruina, pero aún se mantiene. No lo encontré ahí la primera
vez que fui, pero quizás haya llegado después. No quiero hacer esto sola.
- ¿Me quieres usar como
protección? A mí me quería matar, a ti al menos te tiene cariño.
- No te preocupes, le convencí
que eres amigo. No te hará nada.
Martin
el maquinista tiene demasiados clientes y una sola vía. Aún me duele la cabeza,
pero la incertidumbre pega más, como agua helada a mis nervios. La noche se
prolonga hasta la eternidad. La tormenta no cesa en todo el recorrido. Intento
memorizar la ruta, pero son demasiadas curvas, callejuelas y atajos. El agua no
ayuda, es imposible ver los letreros. Atravesamos la ciudad hasta la zona
industrial, colmada de tabernas para que cansados obreros pasen el viernes por
la noche lentamente embruteciéndose. Ahora mismo los envidio. Ellos sienten que
no tienen opción, pero yo estoy en un túnel sin luz con la única esperanza que
si corro lo suficiente vea un final a ese túnel, y con el miedo que esa luz sea
el resplandor de un disparo.
- Llegamos.- La negra Marina
estaciona frente a una choza construida a partir de sobrantes industriales y
apretada entre bodegas repletas de carteles políticos.- Veo la luz, al menos
hay alguien adentro.
- Muy bien, adelántate y dile que
no me mate.- Marina empuja la puerta de tablones de madera y veo a Silvio
discutiendo con ella. Silvio está desarmado y me hace señas para que me
acerque.
- De hecho es justo a tiempo.-
Entro con el arma en la mano, pero Silvio no parece darse cuenta porque camina
de un lado a otro mientras fuma compulsivamente.- Tú te vendes por dinero, ¿no
es cierto? Pues te tengo un trabajo.
- ¿Quieres me sofoque y me corte
en pedazos yo mismo?
- Ahora no es momento de bromear.
Acabo de hablar con alguien que tiene la solución a todos mis problemas. Quiero
que te adelantes y me avises si es una trampa.- Me apoyo contra el marco de la
puerta, el ruido de la lluvia tranquilizando mis nervios.
- ¿Quién te habló?
- Eso no importa Marina, lo que
importa es que ya casi acaba. Esa maldita deuda ha sido la cruz sobre mis
hombros, pero todo cambiará. Felton, te daré mil reales si vas al punto de
reunión y le echas una mirada.- Silvio pone un paquete de cerillas en la mesa
que Marina me alcanza.- Voy a estar ahí, en el Curasao, llámame cuando tengas
noticias.
- Me sorprende que confíes en mí,
¿qué tal si se me ocurre robar ese desgraciado papel?
- Entonces lidiaré contigo, pero
no puedo mandar a Marina por si las cosas se ponen peligrosas.
- Eres un tipazo Silvio. ¿Dónde
será la reunión?
- En la última curva del camino
al Cristo Redentor. No me dijo su nombre, pero tengo una idea de quién puede
ser. Si es una trampa mátalo y tráeme el papel. No intentes nada a menos que lo
veas con el papel en la mano, no puedo arriesgarme a que mantenga mi tesoro en
otra parte.
- Está bien, pero quiero un
adelanto. No me gusta caminar al matadero con un par de monedas en el bolsillo.
Me gustaría tener un par de billetes para el funeral.- Silvio murmura un par de
insultos y pone 200 reales en la mesa que Marina me pasa.- Usaré tu auto
Marina.
La
tormenta no se detiene. El reloj se arrastra. La noche llegó para quedarse.
Manejo lo más rápido que puedo hasta el camino a la montaña donde la enorme estatua
de Cristo vigila sobre Río de Janeiro. Cristo debió tomarse una siesta cuando
todos decidieron chantajearse y matarse mutuamente. Todo empezó sencillo, ir al
intercambio de un chantaje. De algún modo es justo que termine de la misma
manera. Avanzo detrás de una caravana de embriagados turistas. Una chica vomita
desde la ventana. La lluvia se lo llevará. La subida es tan empinada que se
llevará mi sangre también. La policía detiene los autos hasta arriba y discute
con los borrachos. No pueden pasar en ese estado, y además está cerrado. Se
contentan con quedarse en el parque con la mejor vista de toda la ciudad. Me
uno a ellos para revisar a la concurrencia. Hay algunas parejas y un hombre
solitario que mira su reloj cada cinco segundos y tiene una maleta alargada
entre las piernas. A veces mi trabajo se hace sencillo. El rubio no me presta
atención, espera nervioso con los ojos en Río, la manos frotándose y un
revólver en la sobaquera.
- Oficiales,- aprovecho que el
americano está absorto con la vista para acercarme a los dos policías que
protegen a la estatua de borrachos y vagabundos.- uno de los locos que entraron
antes que yo se brincaron al techo de la cafetería. Dijeron que querían ver a
la estatua de cerca.
- Estos malditos gringos, sin
ofender.
- No, yo vivo aquí y tiene razón,
uno no puede realmente creer en un gringo.- Los dos guardias echan a correr y
pongo mi plan en acción. Me acerco al rubio y antes que se dé cuenta le pongo
el cañón de la automática en el cuello y le quito el revólver de encima.- Linda
vista, ¿no es cierto?
- Tú debes ser el famoso gringo,
¿qué pasa, Silvio no confía?- Le quito la maleta y la abro en la mesa. Los demás se levantan de las mesas de picnic
y se echan a correr. El rubio trajo un rifle de francotirador con silenciador y
suficientes cartuchos como para licuificar a una persona.
- Podrías matarlo desde los
árboles encima de la última curva, bien pensado.- En el bolsillo del saco
encuentro el papel por el que vale la pena matar. Una nota de deuda emitida
ayer por Alfie para Silvio por 2 mil reales. Es mucho dinero, pero no imposible
de pagar. Las deudas pueden comprarse y acumular intereses, pero Silvio podría
pagar eso más los intereses sin mucho problema. No me esperaba eso, pero en
cierta forma tiene completo sentido.- Vamos a mi auto.
- Si tú lo dices.- Espero a que
se levante para golpearlo en la nuca. Ahora le toca a alguien más. Reviso su
cartera y encuentro su identificación, Patrick Madden investigador privado. Es
cierto lo que Lucio siempre dice, a cualquiera le dan esa licencia.
Hago
un par de llamadas y me llevo al auto, cargándole como si fuera mi amigo
borracho. Amarro sus manos y piernas con cinta adhesiva que encuentro en la
guantera y manejo con una mano en la automática. Uno puede cerrar los ojos y
fingir que está desmayado, pero la respiración nunca miente. Abro su ventana y
cada que reacciona a la lluvia que entra le meto un gancho al hígado con el
cañón de mi pistola. Llegamos al Curasao, una cafetería que es una mezcla entre
un diner americano y una cantina brasileña. El lugar está desierto, a excepción
de Silvio y Marina. Entro con Patrick Madden y lo empujo contra una mesa para
que se caiga al suelo. Silvio quiere hablar, pero le muestro el arma y les pido
paciencia. Cristian Aguilar llega primero, después Alfie y su mano derecha,
Roger Austin.
- Soy detective privado, es común
que actualice a mi cliente. En este caso todos son mis clientes y a todos les
he cumplido, y con creces.
- Ésta es la segunda vez que me
arrastran fuera de mi club y no puedo decir que me guste.
- Ahora yo tengo la deuda y a
Silvio, créeme Alfie, quieres escuchar esto.
- Lo que sea que Alfie te
ofrezca, te daré el doble.- Dice Aguilar mientras se limpia el sudor.- Silvio
pagará eso y más.
- Parece que ya no soy un cabo suelto.
- Me puse nervioso, es
entendible.
- Sí, es entendible.- Enciendo un
cigarro y me siento apuntándoles con las dos pistolas.
- ¿Cuál es el precio inicial de
tu pequeña subasta?
- ¿Mi precio? Nada. Bueno, quizás
un pequeño detalle. Al asesino de Diane Oliveira.
- ¿De nuevo con esto? A nadie le
importa esa chica.
- A sus padres sí y a mí también.
Silvio Carume es un hombre buscado, sospechoso de haber matado a Rigoberto
Caleira ayer en Sao Paolo, sólo que él no fue. No pudo haber sido porque
contrajo deuda contigo Alfie. Ahora ese papelito con la fecha y tu firma es lo
único que lo mantendrá fuera de las rejas. Así que lo extorsionas, ¿por qué no?
Cristian se entera y quiere ser parte del juego, él tiene el mismo plan solo
que Alfie no le tiene mucho aprecio. ¿Para qué vendérselo a Cristian para que
él haga dinero? Así que Cristian contrata a alguien para comprarla o robarla,
alguien que Alfie no conozca y no le crea unido a Cristian.
- Sí, te contraté a ti y por lo
que veo fue un error.
- No, esa es la cosa. En este
juego hay dos gringos. Silvio me reconoció como el gringo, pero al verme supo
que no era yo. Todos asumimos que Silvio mató a Diane Oliveira, pero no pudo
haber sido él porque Silvio seguía escapando y buscando esa nota de deuda. Si
la hubiese robado, ya no estaría en Río, o habría ido directo a la policía. No,
fue otra persona. Cristian contrató a otro gringo, el gringo famoso, que es el
sujeto que está en el suelo, Patrick Madden. Sólo que a él se le ocurre
traicionar a su cliente, por eso me contrató a mí. Madden se dio cuenta del
potencial de esa deuda y así convenció a Roger Austin para que le ayudara a
robarla.
- Eso no es cierto.- Austin
acerca su mano a la pistola en su sobaquera, pero amartillo el revólver y se
queda quieto.- Silvio mató a tu novia Alfie, yo lo vi.
- Claro que sí, yo estaba ahí
también. Austin miró dentro del auto y le abrió la reja, después salió
disparando para que los vecinos llamaran a la policía. Tú mismo lo dijiste
Alfie, tu novia no conocía a Silvio y fue Austin quien se encargó del asunto.
Tu especialista en transacciones peligrosas. Madden se reparte el dinero con
Austin y escapa. Ahora Madden necesita matar a Silvio, él puso la bomba y
Cristian lo detuvo a disparos. No pudo haber sido Alfie porque él nunca sale de
su club, además que Alfie piensa que Silvio mató a su novia. Austin tampoco
pudo haber sido, también necesita a Silvio muerto. Fue Cristian quien al ver a
Madden trató de matarlo.
- Cristian, eres un hijo de
perra.
- Vamos Alfie, te dije que me la vendieras.
Además, ni te importaba tu novia ni fue mi plan que la matara. Martin, hasta
ahora tienes razón, me retracto por lo de cabo suelto.
- Sí, pero no es tan sencillo.
¿Cómo fue que Madden y Cristian supieron dónde encontrar a Silvio? Nadie lo
sabía, yo estaba amarrado a una silla y desmayado. Piénsalo Silvio, no fue tu
tío.
- No le hagas caso Silvio, te he
estado ayudando todo este tiempo.
- Buena actuación hermana, pero
con sus fallas. Tú los llamaste para que mataran a Silvio, pero no te esperabas
que se cancelarían mutuamente. También trataste de matarme cuando salía de la
Iguana. Ese cuento de la ventana abierta no convence a nadie, estabas empapada
de los pies a la cabeza. Trataste de matarme y después cubriste sospechas
fingiendo que me ayudabas. Rigoberto hizo ese asalto con otra persona
disfrazada de carnaval, la policía asumió que era Silvio pero eras tú.
Necesitabas que la policía lo encontrara muerto o sin coartada posible. Tú
mataste a Rigoberto y en cuanto me conociste trataste de usarme y luego de
matarme.
- Debí matarte cuando tuve la
oportunidad en el coche. Yo nunca había visto a esa persona antes.- Austin se
pone de pie y señala a Madden, quien empieza a reír como un demente.
- Fue su idea, hasta nos
repartimos el dinero a la mitad.- Austin saca su arma y Marina toma un cuchillo
de la mesa y usa a Silvio como escudo humano.
- Cálmense, ¿me ven una placa de
policía? Pueden irse si quieren. Yo sólo quería terminar mi caso con todos mis
clientes.- Marina soltó a Silvio y echó
a correr a la puerta junto con Austin.
- Maldita perra traicionera, la
dejaste escapar Felton.
- Yo no tengo placa, pero Lucio
Santos y sus muchachos sí tienen y esperan afuera.- Silvio, Alfie y Cristian se
miran en silencio como tres gatos rodeando al mismo ratón.- La deuda irá a la
policía, Silvio será un maldito criminal de tercera, pero no mató a Rigoberto
Caleria. Ustedes dos pueden despedirse del chantaje o ir a prisión por él.
- Bien jugado Felton, como yo lo
veo Roger Austin no puede implicarme, como tampoco Madden por haber
desobedecido órdenes de Cristian. Te quedas con nuestro dinero, con nuestro
chantaje y hasta salvas cara con los policías. Deberías trabajar para mí, sin
Austin podría necesitar otra mano derecha.
- No te ofendas Alfie, pero
después de esto empezaré a ser más cuidadoso con mis clientes.
Lucio
Santos nos arrestó a todos, pero la confesión de Madden fue la que nos liberó.
Admitió que vio negocio en el chantaje y decidió trabajar con Roger Austin a
espaldas de su empleador, Alfie Marchek. Alfie apoyó la coartada de Silvio y
engrasó manos para que su nombre no apareciera en el diario. En cuanto a mí, me
contenté con ver con los primos rayos del sol. La noche había terminado y yo
estaba exhausto. Los jazzistas practicaban cuando llegué al Buda de oro,
estaban tercos con tocar samba con un saxofón y trompeta. Alguien tímidamente
sugirió regresar la marimba. Kelly por poco y le arranca la cabeza. Me preguntó
cómo estuvo mi noche. No le dije de las dos veces que me desmayaron, de los dos
atentados, de la vez que Alan Carume quería asfixiarme y cortarme en pedazos.
Le dije que la noche estuvo caliente, tormentosa y que por sus calles
transitaban dos gringos armados en ruta de colisión.
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