jueves, 23 de julio de 2015

La casta de Yug

La casta de Yug
Por: Juan Sebastián Ohem


              El lechero del edificio König en la calle Dreiberg repartió las botellas de leche y recuperó las vacías de departamento en departamento. Tocó la puerta del departamento de Linda Peter, aunque no tenía por qué hacerlo. La había visto en un par de ocasiones y su belleza le había impresionado en gran medida. La puerta no estaba cerrada y se abrió lo suficiente para incitar su natural curiosidad. Asomó la cabeza como los gatos suelen hacer y el espanto de lo que vio le golpeó con tanta fuerza que retrocedió torpemente, soltando las botellas de leche y tropezando al suelo. Sus gritos alertaron a los vecinos, quienes llamaron a la policía y su natural decencia impidió que los vecinos se asomaran a ver el estado en que había encontrado a Linda Peter. La policía inspeccionó el lugar y le agradeció el haber impedido que los vecinos se entrometieran. Le exigieron que se quedara sentado en la escalera mientras llamaban a una unidad especializada. Agentes de la S.S., marchando en sus impecables uniformes grises miraron el interior, dieron un silbido y le informaron al lechero que tenía prohibido hablar de lo que había visto. Le amenazaron enérgicamente, advirtiéndole que si su memoria no borraba esa imagen inmediatamente le detendrían indefinidamente hasta que el caso se resolviera. El lechero, aún horrorizado asintió con la cabeza y se marchó tembloroso. Los agentes entonces procedieron a llamar a los hermanos Müller, los agentes especializados en los casos que el partido nacionalsocialista no podía admitir que existieran. Los hermanos, aunque registrados oficialmente con la S.S., carecían de división propia y conocían bien la importancia de su labor.

- Señores Müller, soy el agente Roack, éste es mi compañero el agente Schmidt.- Franz y Rudolf saludaron de mano a los nerviosos agentes y notaron su ansiedad. No soportaban estar cerca de ese departamento ni un segundo más.- Tengo entendido que conocen las cláusulas de discreción.
- Perfectamente. Ciertas atrocidades no pueden ocurrir en una sociedad saludable de ciudadanos arios. ¿Algún testigo?
- Uno solo, pero ya ha sido advertido. No creo que repita lo que vio y, para serle franco señor Müller, no creo que nadie le crea.
- Muy bien agentes, gracias por llamar.- Dijo Rudolf con una sonrisa.- Pueden irse.

            Los agentes se despidieron con los saludos formales, la mano derecha alzada y hasta la mirada puesta en la eternidad y después desaparecieron. Los Müller podían vestir de civiles, pero el traje de Rudolf siempre estaba mejor ajustado. Franz no tenía paciencia para sutilezas como la sastrería o la moda, había sido detective de homicidios antes de pertenecer a la S.S. y la vida militar le sentaba mejor. Rudolf no se había atemperado con la vida policial y militar, había estado encargado de algunos grupos de estudios culturales y ganados sus flamantes rayos en forma de S.S. por publicar una tesis y dar clase a unos cuantos aburridos agentes incapaces de entender hasta los conceptos más simples de la antropología. Ambos, sin embargo, se estaban acostumbrando a las violentas escenas de crímenes cuyas patologías serían imposibles de explicar por medios comunes. Cierto talento para asumir lo peor e imaginar los escenarios más perversos y malvados les habían dado la fama necesaria dentro de la organización para llevar sus propios casos.

            El departamento de Linda Peter se encontraba en pequeño orden, era poco más que una sala, cocineta, baño y recamara, pero los muebles hablaban de cierto provincialismo y no era posible encontrar una molécula de polvo. Linda se encontraba en la sala, sentada contra el respaldo de la silla frente a ella. El cuerpo estaba atado de los tobillos a las patas de la silla, los brazos asegurados contra la vieja mesa astillada y su cuerpo estaba vestido únicamente con sus bragas. La piel de la espalda había sido abierta en un solo corte, lo que sugería un pulso seguro y profesional, y la carne se encontraba expuesta. Largas y finísimas agujas habían sido insertadas en sus músculos, una serie de manera horizontal y otra de manera vertical. Incisiones en los músculos, pequeñas y muy específicas, habían permitido al asesino llegar hasta la columna vertebral, donde pequeños objetos metálicos habían sido colocados cuidadosamente. Los cortes en los músculos de la espalda siempre iban para arriba y con un poco de ayuda los hermanos Müller detectaron incrustaciones cerca de la nuca. Era obvio que la operación había tardado algunas horas y ya estaba por terminar, pues el macabro cirujano había regresado los músculos a su lugar natural y comenzado a quemarlos con una herramienta para realizar tatuajes. El inacabado tatuaje tenía forma circular y las extrañas letras parecían runas que darían toda la vuelta a la espalda.
- Una de las agujas perforó los pulmones.- Dijo Franz, mientras se quitaba los guantes clínicos y trataba de limpiarse la sangre que copiosamente se había desangrado en el suelo y en la silla.- Hay marcas en el suelo que sugieren que trató de moverse, pero debía estar demasiado desangrada para defenderse o liberarse.
- Quizás no estaba demasiado desangrada, sino demasiado drogada. Nadie puede operar de esa forma sin que la víctima se retuerza por todas partes.- Rudolf encendió un cigarro y masajeó sus sienes. La escena era chocantemente macabra, pues hablaba de una mente incalculablemente fría y sádica.- Estamos buscando a un profesional, alguien con un buen trabajo, una buena educación y que ha hecho esta clase de cosas antes.
- Vamos Rudolf, ¿eso es todo? Pensé que tu tiempo en la Anhenerbe te habría hecho más perspicaz. Cualquier policía sabe eso. También sabría que el asesino conocía a la víctima, pues no hay señales de pelea ni de cerradura forzada.
- Obviamente el motivo no fue monetario, pero tampoco sexual. Los sádicos sexuales no dejarían a una víctima con bragas y habría señales de violación. El asesino tiene una idea muy fija, su fracaso le obligó a huir pero tiene en mente un perfil específico de víctimas. La chica es recién llegada, estos muebles son de provincia, su obsesión por la limpieza, la ropa que vi en el cesto del baño así como los jabones que utiliza hablan de una chica que llega a la capital. El asesino no discriminará sobre el género, pero sí sobre la edad. Necesita víctimas lo suficientemente desarrolladas para poder ejercer sus macabras operaciones.- Franz aplaudió y le obsequió una reverencia a su hermano menor.- No encontraremos huellas, ni testigos, sería demasiado inteligente para eso. Yo creo que la sedujo diciéndole que estaba casado, y que por la misma razón no podía dejarse ver por sus vecinos. La drogó cuando fue apropiado y comenzó su trabajo, pero Linda despertó de su coma narcótico y se desangró. El sujeto no la lastimó post-mortem, de modo que no estaba enojado, pero tampoco destrozó el lugar para cubrir sus huellas, por lo que no sucumbió al pánico.
- ¿Y su signo zodiacal?
- Todavía trabajo en ello.- Bromeó Rudolf.

            Los investigadores hablaron con los vecinos cuando el forense recuperó el cuerpo. La liberaron de sus amarras y posicionaron en el suelo, de modo que los enfermeros no supieran todos los detalles. Ninguno de los vecinos preguntó por el método de su muerte, asumieron que debía ser espantoso si agentes de la S.S. solicitaban auxilio de otros agentes de la S.S. Nadie la conocía bien, pero los pocos que hablaron con ella la describieron como una joven activa y optimista, una maestra de música que disfrutaba sus días en Berlín. Al revisar entre sus cosas encontraron extraños libros sobre folklore y leyendas, unos tomos revestidos de cuero que desentonaban con el resto de la literatura, novelas ligeras y revistas de moda. Las cartas se encontraban a nombre de otra persona, la anciana señora Schillinger que le rentó el departamento. La señora sólo podía agregar que Linda había dicho que llegaba de Frankfurt donde había estudiado música, aunque su lugar de nacimiento era otro que no lograba recordar.

            Rudolf recurrió a sus amigos en la Anhenerbe para que estudiaran el extraño tatuaje en la rosada carne de Linda Peter. El estudio de las runas resultó en una de dos posibilidades, o bien estaban mal escritas, donde por ejemplo la Y debía estar totalmente vertical en vez de formar un ángulo, o bien se trataban de runas típicas de ciertas lugares pesqueros donde culturas paganas sedentarias fueron asimiladas por vikingos. Franz no obtuvo resultados en sus pesquisas, los cirujanos capaces de tales operaciones tenían buenas coartadas, no encontró alumnos desequilibrados en las escuelas de medicina que pudieran haber cometido el asesinato, ni obtuvo nada provechoso de las entrevistas a Linda Peter.
- Nuestro monstruo se esconde bien.- Se quejó Franz mientras se servía una cerveza y se quitaba la corbata. Rudolf seguía leyendo pesados libros de historia en su mesa de leer en la sala de su casa. El hogar Müller era más un museo, o una oficina, que una casa. Los artefactos que su padre había desenterrado en tierras lejanas descansaban sobre repisas polvorientas.- No es un pirado cualquiera.
- Escucha esto Franz, podría ser relevante.- Rudolf se alejó del libro y recibió una cerveza de su hermano.- El equivalente alemán de la inquisición reportó casos de cirugías aberrantes.
- Pensé que las cirugías medievales ya eran aberrantes de por si.
- Sí, imagínate el grado de sadismo para que un torturador católico lo considere excesivo. Abrían la piel del sujeto, insertaban extraños aparatos y los cosían de nuevo. Les veían caminar jorobados por un par de días, hasta que esos artículos dejados en la nuca iban subiendo hasta la glándula pineal y perdían la motricidad para finalmente caer muertos. Las persecuciones de brujas protestantes reportaron casos similares en pescadores que eran arrastrados a la orilla.- Rudolf le pasó el libro a su hermano y señaló las arcaicas ilustraciones anatómicas. Agujas en los músculos, muy parecidas a las de Linda Peter, así como discos y pirámides metálicas alojadas en las vértebras.
- Nuestro bicho es un lector.- Franz dejó el libro sobre la barra a un lado de las botellas y suspiró cansado.- ¿Dijiste que esas runas podían ser típicas del norte?
- Sí, de pueblos costeros como en los que se llevaron a cabo esas operaciones. Quizás nuestro bicho no es local. De todos modos esas operaciones de hace siglos eran diferentes, no había drogas para anestesiar, las herramientas eran burdas y los objetos eran diferentes. El forense me dijo que Linda tenía un par de discos alojados contra las vértebras en un lugar donde no harían daño alguno, a menos que se desplazaran por contusiones o alguna enfermedad. Pero tenía un objeto, como una pirámide, con la base contra la nuca, la punta hacia abajo y dos protuberancias, como colmillos, ligeramente curvos que salían de dos esquinas de la base por algunos milímetros. Es un extraño cambio, quizás pensó que sería más estético.
- O quizás está mejorando los viejos diseños. Los tatuajes sobre la carne no aparecían tampoco... No sé Rudolf, me da la impresión que ha ido adaptando la técnica por algún oscuro motivo. Sólo espero que lo encontremos antes que pueda seguir practicando.- El teléfono soltó y ambos brincaron del susto. Sus mentes vagaban por territorios terribles y violentos, buscando a ciegas la lógica del despiadado asesino.- Sí comandante, entiendo. De inmediato comandante. Heil Hitler.
- ¿Y?
- Tenemos otro.

            Los hermanos Müller acudieron a toda velocidad a la escena del crimen. La pequeña casa de una planta estaba acordonada por elementos de la S.S. en su uniforme oficial. Les saludaron al llegar y se alegraron de no tener que lidiar con el desastre. Hans Bender se encontraba en la misma posición que Linda Peter, con los tobillos atados a la silla con el respaldo contra el pecho, los brazos atados a la mesa con cintas de cuero y un charco de sangre empapando la silla y el suelo. La piel, sin embargo estaba parcialmente cocida, como si el asesino ya hubiese terminado su trabajo. Cuidadosamente Franz cortó los hilos y fue abriendo la amoratonada piel. El tatuaje sobre los músculos estaba terminada y Rudolf se aseguró de tomar una fotografía. Franz señaló las cuatro marcas en los pies consistentes con inyecciones de anestésicos, era obvio que no quería repetir el mismo error que con Linda Peter. Las agujas eran casi imperceptibles dentro de la carne, pero Rudolf encontró un punto donde había habido mayor hemorragia, una de las jeringas había cortado varios nervios y probablemente penetrado alguna arteria.

            Los hermanos entrevistaron a los vecinos e inspeccionaron la casa para darse una idea de quién fue Hans Bender, y el retrato les recordó en gran medida a Linda Peter. Hans Bender era un profesor de Historia recién mudado desde Frankfurt. Tenía pocos amigos y contaba con los mismos libros curiosos que habían encontrado en el domicilio de Linda Peter. Libros arcanos sobre cultos olvidados y peligrosos, un retrato de una era pagana muy distinta a la que el partido trataba de resucitar. Dioses, mitos y hechizos que el mundo olvidó, y con buenas razones. De acuerdo a los amigos de Rudolf dentro de la Anhenerbe las runas pertenecían a ese mundo olvidado por las misericordiosas nieblas de los tiempos. El tatuaje, completado en el cuerpo de Hans Bender, era un rezo hacia Yug, una deidad poco conocida de ciertos pueblos pesqueros que los vikingos asimilaron a Loki, aunque así perdiendo su connotación de “devorador de la sangre y amante de las mujeres”, como rezaba uno de esos curiosos libros.

            Franz y Rudolf decidieron viajar a Frankfurt y seguir la pista desde el origen de las víctimas. Hans Bender y Linda Peter habían vivido cerca y atendido clases a la misma universidad. Franz solicitó los archivos de homicidios del último año que tuvieran cualquier parecido con el caso actual. Los policías entregaron tres archivos y Franz perdió la voz de tanto gritarles, los tres habían sido despellejados de la espalda y sufrido semejantes alteraciones en los músculos, y a nadie se le había ocurrido solicitar ayuda a la S.S. Las tres víctimas de Frankfurt aportaron nuevas pistas a su investigación, uno había estudiado filosofía, otra había atendido clases sobre mitología y religiones comparadas y el tercero era un profesor de matemáticas de la universidad de Frankfurt. Las entrevistas a los familiares de los fallecidos aportaron el elemento crucial, Jürgen Vatz, ex-novio de Linda Peter, fue muy insistente al aclarar que Linda se había vuelto distante desde que había estado en su club de lectura en la Universidad de Frankfurt. Nuevas entrevistas revelaron que las cinco víctimas habían atendido el mismo club de lectura, y que los cinco provenían del mismo sitio, un pueblo pesquero al norte llamado Unzel.
- Todo esto es terrible, de lo más terrible digo yo.- El decano, Reinhold Schmidt, les mostró el amplio salón anfiteatro que había sido usado para el club de lectura y después les llevó a su oficina, donde se bebió un licor fuerte antes de sentarse a hablar.- Ese club de lectura... No pensé que fuera importante. Los alumnos solicitaron el espacio todas las tardes, de lunes a viernes, por quince días. No solicitaron maestros, al parecer ya tenían quien condujera la discusión.
- Además de estos cinco nombres, ¿quiénes más atendieron?
- No lo recuerdo, a esa hora yo estaba del otro lado del campus dando un curso sobre filosofía oriental. Linda y Hans eran alumnos tan destacados que simplemente les tomé por la palabra. Es de lo más terrible, de lo más terrible.
- ¿Qué me dice de esto?- Franz puso fotografías de las autopsias sobre la mesa, mostrando el tatuaje que se repetía, inacabado en la mayor parte, a excepción de Hans Bender.
- Déjeme ver.- Reinhold se puso de pie y buscó entre sus libros hasta que dio con uno. Al llevarlo a la mesa los hermanos Müller le reconocieron al instante, era uno de los curiosos libros de Linda y Hans. Se miraron a los ojos sin decir nada, ambos pensaban lo mismo.- Es parte de una oración a un dios llamado Yug. No es mi especialidad, como sabrá mi especialidad es el oriente.
- Muchas gracias por su tiempo decano Schmidt. Estaremos en contacto.
- En contacto, digo yo.- Añadió Rudolf mientras salían de la oficina.

            Presionaron al rector de la universidad, preguntándole sobre cualquier afiliación judía en el decano Scmidt y solicitando sus papeles de pureza de sangre. Entrevistaron profesores y alumnos, siempre vagos en sus intenciones, pero en un tono lo suficientemente amenazador para saber que todas aquellas conversaciones llegarían a oídos de Reinhold. Al tercer día la estrategia fue exitosa. Lo mantenían vigilado a cada momento del día, y ese miércoles al anochecer Reinhold salió nervioso del campus. Intercambió unas palabras con un consternado profesor y caminó pálidamente hasta una caseta de teléfonos. Franz ya había ordenado intervenir sus teléfonos, en casa y en la oficina, y no había obtenido nada comprometedor, pero estaba seguro que ésta llamada sería diferente. Había quebrado finalmente, y ahora tendría que reportarse con sus cómplices. Se acercó cautelosamente desde la espalda y, escondido detrás un frondoso árbol, pegó el oído al cristal para escuchar la conversación.
- Se están acercando mucho, demasiado diría yo. ¿Qué tanto podemos dejar que sepan antes que... No, te digo que descubrirán el aquelarre subterráneo si siguen así. No me importa eso... Ya entiendo, sí soy el único que queda en Frankfurt... Sí, entiendo el peso de mi juramento, sólo espero haberle servido bien.- Reinhold sacó una pequeña pistola de un bolsillo de su abrigo y Franz entró de una patada al cubículo para evitar que se suicidara.
- No será tan fácil Schmidt.
- No, déjame hacerlo.- Forcejó por el arma, pero fue inútil, Franz se la arrancó, lo golpeó en la nariz con la culata y después disparó al techo con el cañón a un lado de su oreja. El estruendo fue tan temible que le dejó incapacitado en el suelo, aullando de dolor.
- ¿Con quién hablabas?- Rudolf entró a la cabina para sacar al decano de la manga del abrigo y tirarlo al suelo. Reinhold les miró, derrotado por completo y forzó una sonrisa triste.
- ¿Qué importancia tiene? Van a morir de todas formas. Todos lo harán.
- ¿De qué estás hablando?, ¿qué era ese grupo de lectura realmente?
- Ocultistas de todo el mundo reunidos con un solo propósito, limpiar al mundo de su insolente tecnocracia. Gente preparada y capaz que llevara este siglo XX al sitio donde pertenece, a uno de magia y poder. Los planes ya se trazaron y muchos de ellos pueden esperar mucho tiempo, incluso derrotas temporales. Genios como Anatoly Yashin no pueden ser detenidos. Es demasiado tarde, ¿no lo entienden? Lo que han visto es la punta del iceberg. Ahora jugarán un juego que no podrían entender ni en un millón de año. Ajedrecistas cósmicos mueven las fichas desde ahora.
- Si quisiera discursos melodramáticos encendería la radio Schmidt.- Rudolf lo arrastró hasta una banca y le propinó una bofetada.- Danos nombres, ¿quién es el cirujano?, ¿quiénes son los otros?
- El salón,- dijo en tono cansado y con los ojos inundados de lágrimas.- tiene un acceso a las catacumbas subterráneas de la universidad, el aquelarre. El pacto se selló allí. Los más brillantes decidieron el destino de la humanidad en ese lugar, ¿quieren verlo?
- Llévanos hombrecillo.

            Siguieron a Reinhold por el campus, tomándole de los brazos y dejando que docentes y alumnos le miraran y se estremecieran, pues sabían que no le volverían a ver. El decano empujó el pesado escritorio medieval del salón anfiteatro y abrió la trampilla que daba a una escalera oscura. Bajaron con él, las armas listas y los nervios tensos y empujaron la pesada puerta de roble que daba a las catacumbas. Iluminados por una serie de focos caminaron entre los restos de olvidados cristianos que descansaban en sus tumbas de piedra hasta un recinto iluminado por una lámpara de gas. El lugar era un círculo abovedado con viejas y extrañas inscripciones en un idioma que Rudolf estaba seguro que no era humano. Las frases comenzaban en lo más alto de la bóveda y la daban varias vueltas al recinto, hasta terminar en el suelo donde llevaban al centro de la habitación. El centro, rodeado de velas agotadas casi por completo, tenía dorados cuadrados y círculos dispuestos como lo que Rudolf sabía era la magia enochiana. Podía imaginarse ocultistas, modernos y ancestrales, llamando a los demonios con sus extraños cantos y gritos para someterles a su voluntad. Franz se estremeció, algo malévolo persistía en aquel lugar, algo primitivo e innombrable, como si la perversa voluntad de los magos que la habitaron por siglos persistiera aún con ellos.

            Reinhold chilló de terror y señaló el túnel que tenían frente a ellos. Los hermanos Müller se distrajeron tratando de encontrar lo que el decano había visto, pero no pudieron ver nada más que las paredes de piedra con los agujeros para los momificados cadáveres. Al darse vuelta se encontraron con que el decano había escapado. Le persiguieron de regreso al túnel y a la puerta, pero aunque les había ganado cierta distancia, le encontraron golpeando sus manos contra la puerta. Sin embargo, ya no era una puerta, sino un muro de viejos ladrillos con la apariencia de haber pertenecido a ese lugar desde siempre. Las luces se apagaron, incluso la lámpara de gas, y algo chilló desde lo más profundo de las catacumbas, algo inimaginablemente viejo y diabólico. Reinhold se echó a correr en la dirección contraria y los hermanos lo persiguieron en la oscuridad. Pasaron por la habitación abovedada y siguieron corriendo, siguiendo los ecos hasta que los ecos terminaron. El académico gritó de miedo y después se escuchó el inconfundible sonido de huesos que rompen y de la sangre que cae al suelo. Franz desenfundó su arma y siguió corriendo mientras disparaba ciegamente. El brevísimo segundo de luz no delataba la presencia de la criatura que, indiscutiblemente, moraba por aquel satánico lugar. Rudolf se tropezó con los restos mortales de Reinhold Schmidt, sintió la sangre contra sus manos y sus nervios estallaron. La luz que emitían los disparos parecía hacerse cada vez más pequeña, incluso cuando alcanzó a su hermano. El haz de luz y la distancia que la luminiscencia de la pólvora rasgaba de la terrorífica mortaja de oscuridad se reducía cada vez más hasta que, estaban seguros los hermanos, quedaran atrapados en una oscuridad maldita, en una oscuridad que era más sustancia de algo inefable que negación de luz.

            Franz se detuvo de golpe, mirando hacia el techo, los cables de electricidad que habían alimentado a la serie de focos, ascendía por la húmeda pared hasta una rendija. Empujó a su hermano Rudolf contra la oxidada escalera de mano y subió inmediatamente después de él. Rudolf disparó contra los seguros de la rendija de cloaca y empujó, presa del pánico, hasta que la vieja rendija cedió. Rudolf salió al jardín sur del campus como si saliera a presión, pero al voltear no pudo ver a su hermano. Se arrastró por el húmedo césped y extendió los brazos buscando a Franz, pero no le sentía por ninguna parte. Franz sintió que algo le agarraba del tobillo y le impedía bajar. Escuchó pasos detrás de él, cientos de ellos. Disparó hacia atrás, pero ya no tenía balas y se limitó a empujarse con las manos tratando de alcanzar a Rudolf. Sintió que sus pantalones se rasgaban y algo duro, seco y maloliente rasguñaba su pierna. Rudolf se empujó aún más dentro del hueco, temeroso de caer a la oscuridad, y encontró el brazo de su hermano. Empujó con una fuerza que desconocía que tuviera y consiguió liberar a Franz de las perversas garras de quienes estuvieran allá abajo. Instintivamente se alejaron de la rendija tras cerrarla y calmaron sus nervios con un cigarro.
- ¿Estás bien?
- Sí, sólo unos rasguños.- Franz se fijó en sus heridas y había algo más que rasguños en su tobillo derecho, habían marcas de dientes.- Debemos ir a Unzel hermanito.
- Nos estarán esperando.
- Mejor, quiero que vean de donde les viene el golpe.

            Los hermanos llegaron en tren hasta Unzel y se asombraron al ver el pueblo pesquero. Esperaban un sitio oscuro, deprimente, con casonas abandonadas y un aire de malignidad que diera continuidad a aquel espantoso y mortífero aquelarre bajo la universidad de Frankfurt, pero la realidad parecía completamente diferente. Unzel era un pequeño pueblo medieval gótico, completamente amurallado, con una hermosa abadía convertida en universidad, un par de góticas torres puntiagudas, un pequeño cementerio ancestral entre dos parques y un pequeño castillo cerca de la muralla que daba contra el mar. Poseía un colorido muelle antiguo, repleto de barcas para la pesca, y un puerto moderno al otro extremo de la muralla para barcos más grandes. Sus empedradas calles formaban toda clase de laberintos con hermosas casas medievales, algunas con sus techos de dos aguas de pajas, y con edificios góticos acondicionados para la vida moderna. Los habitantes de Unzel parecían alegres, se les podía ver saliendo de las tradicionales tabernas o de los nuevos negocios, y muchos de ellos vestían las tirolesas tradicionales. Tenían un aire similar todos ellos, con el fino cabello rubio, los ojos hundidos y una barbilla casi inexistente, y Rudolf se decepcionó un poco al no verles alas de murciélago o largos colmillos.

            Luego de registrarse en el hotel los hermanos visitaron los familiares de las cinco víctimas. Ya habían sido notificados de los fallecimientos, y aunque estaban visiblemente consternados no pudieron aportar nada nuevo a la investigación. Los Müller no podían informarles nada específico del modo en el que habían muerto, ni del misterioso club de lectura que era un frente para una elaborada conspiración ocultista, de modo que no tenían manera de dilucidar quiénes habían estado en ese aquelarre que pudiera ser el asesino en serie. Rudolf, como Franz, estaba absolutamente seguro que el perverso cirujano era un nativo de Unzel y tenía una corazonada que le llevó a la abadía. El edificio gótico, ahora completamente remodelado por dentro para cumplir sus nuevas funciones, contaba con una torre sin ventanas que servía de biblioteca. Dejando a su hermano detrás se dejó guiar por el bibliotecario por interminables escaleras de caracol de piedra maciza, ahora limadas y parcialmente erosionadas por siglos de uso. Le mostró los libros más viejos que tenía de medicina, especialmente de cirugías y tras una breve inspección encontró lo que buscaba. El autor era local, según la portada del libro, y formaba parte de los innumerables tomos de pueblos y ciudades pequeñas que nunca eran reimpresos en nuevas ediciones. La cirugía era explicada paso a paso, incluso detallando las herramientas que serían necesarias. La explicación en antiguo latín era concisa en cuanto al cómo, pero revelaba poco sobre el porqué. Aludía a primitivas prácticas de alteraciones corporales, comunes entre los vikingos, que de alguna manera tenían efectos espirituales muy específicos.
- El otro libro está en la sala de arriba, acompáñeme.- Siguió pacientemente al decrépito bibliotecario por las escaleras mientras se imaginaba al cirujano de Unzer leyendo esos mismos libros y sacando copiosas notas.- Intereses peculiares los suyos, si me permite la intrusión.
- ¿No mucha gente solicita esos libros de cirugía?
- Yo diría que nadie. Ahora todos esos estudiantes de medicina consultan sus propios libros... Y deberían joven, por amor a Dios esos tomos tienen siglos. No desde el flautista han sido... Disculpe mi regionalismo, quise decir que desde hace mucho que esos libros salen de sus anaqueles.
- ¿Qué hay del otro?- Llegaron a la desierta sala de lectura y el viejo pacientemente fue pasando los dedos por los tomos de cuero hasta encontrar uno.
- Ese von Juntz se cree muy listo, con su nuevo libro de los cultos innombrables, pero ésta fue una de sus fuentes, o algo parecido a este libro. El recuento de un monje, mensajero del Papa, sobre los cultos alemanes de la primera edad media.- Lo colocó sobre una mesita y Rudolf velozmente lo escaneó en busca de cualquier referencia a Yug. Leyó el capítulo, o lo que pudo leer por el mal estado de las viejas hojas y por el oscuro latín antiguo.
- No desde el flautista había oído de Yug... Historia peculiar.
- Sí, aquí dice que fue un culto perseguido en 1313.
- Ése fue el final.- El viejo tomó aire como si se preparara a contar una larga historia y comenzó.- En el 1200 y 1300 el culto de Yug fue la excusa perfecta para quienes no se querían bautizar. Los católicos podían objetar, pero nadie los tocaba por la mala fama que tenía el culto. Se decía que llevaban a cabo sacrificios humanos. Yug mismo parece ser anterior a los dioses nórdicos del ciclo de Odín y Thor y compañía. Una deidad irracional, devoradora de sangre, protector de los pescadores y algunos otros lo suficientemente locos para vender sus almas a ese dios. No era ni siquiera humana cuando los vikingos primero se enfrentaron a ese culto. Trataron de fingir que era Loki, pero ¿cómo conciliar el aspecto salvaje, animal, de Yug con un dios tan humano como Loki? En fin, los caballeros prusianos finalmente se armaron de valor y los mataron a mansalva. Echaron venenos a las piras para enrarecer el aire y alimentaron las llamas con carbón para que ardiera más fuerte. En cuanto al sumo sacerdote... Bueno, no haré más largo el cuento. Terminó en el mar. Eso fue en 1313 aquí mismo en Unzel. Ya quedó olvidado todo eso, por supuesto.
- Por supuesto.- Dijo Rudolf con cierto escepticismo.

 Devolvió el libro y notó algo fuera de lugar. Era algo que no debería estar ahí. ¿Acaso no era estaba la torre desprovista de ventanas? Así lo había visto desde abajo, pero entonces ¿de dónde salía ese aire fresco? Siguió la luz natural hasta la ventana a un lado de altos libreros y miró hacia los tejados de dos aguas del pueblo de Unzel. Estaba por retirarse cuando reconoció una figura en la calle, mirándole fijamente. Pensó que era su hermano Franz y le saludó, y la otra figura hizo lo mismo sólo que no era Franz, era él mismo. El parecido era tan increíble que era innegable, incluso su modo de saludar, de estar de pie y la sonrisa era idéntica. El Rudolf en la calle sonrió y le mostró el arma en su mano. Antes que Rudolf pudiera decidirse entre decir algo o alejarse de la ventana, su doble perfecto apuntó contra su sien y se voló la tapa de los sesos. Rudolf emitió un grito ahogado y se dio vuelta. La macabra aparición le había puesto los nervios de punta y por más que buscó el bibliotecario ya no estaba. Le habría escuchado caminar detrás de él, mientras miraba por la ventana, y no quedaba ni rastro de su presencia. Escuchó el sonido de flautas en lo que le pareció una canción medieval que casi podía recordar. La melodía para surgir de todas partes, pero en cuanto comenzó a enfocarse a un sitio, al fondo de la sala de lectura, supo que era momento de irse. No se quedaría a averiguar si el bibliotecario le había jugado una trampa, de modo que sacó el arma y corrió tan rápido como pudo por las escaleras. La música de flautas definitivamente le estaba siguiendo. Escuchó además un ruido peculiar que le hizo pensar en el ruido del metal contra la piedra. La puerta que había permanecido abierta en la segunda serie de escaleras ahora estaba cerrada, y de hecho parecía ser increíblemente antigua. La madera parecía haberse podrido por completo, formando una masa compacta unida al acero de los remaches y del seguro. Sintiendo la música del flautista cada vez más cerca y ese insoportable chillido del metal contra la piedra pateó y empujó contra la puerta, pero sin ningún resultado. Escuchó la voz de su hermano y comprendiendo las instrucciones disparó contra los remaches del marco al mismo tiempo que Franz y consiguieron tirar abajo la puerta.
- Desapareciste así nomás, pensé que te había pasado algo. ¿Cómo cruzaste esa puerta la primera vez?- Preguntó Franz. Rudolf le escuchó, pero estaba más interesado en la música del flautista, que ahora había desaparecido.- Nadie me supo decir dónde estabas en la biblioteca.
- Pasé enfrente de todos ellos.- Dijo Rudolf en voz alta para llamar la atención de los lectores, pero todos fingieron que estaban muy ocupados.- Mejor cataloguémoslo, como decía papá, en la M de muy extraño y vámonos de aquí. Creo que aprendí un par de cosas útiles.

            Los hermanos Müller no pudieron evitar ser observados por los pobladores de Unzel, e incluso atraparon a varios que no conseguían apartar su vista a tiempo. Antes que pudieran decidir su siguiente paso la singular visión de camiones del ejército lo decidió por ellos. Una inmensa caravana militar ocupó las calles de Unzel y sus habitantes fueron prontos a extender las banderas y colgarlas de ventanas, balcones y postes. Un mar de suásticas daban la bienvenida a los soldados y oficiales de la S.S. Franz y Rudolf se cambiaron a su uniforme oficial antes de seguir a la caravana hasta el castillo. El oficial a cargo de al S.S., Erich Ecke ya había oído de ellos y no estaba del todo feliz de saber que se encontraban en el pueblo. Sabía que, por donde fueran los Müller los cadáveres les seguían muy de cerca. Ecke explicó que el gobierno de la ciudad había cedido al castillo para que hicieran de él uno de sus centros de comando. Ecke, un hombre estricto pero de mirada infantil, estaba absorto por la gótica belleza del pueblo, donde los ciudadanos parecían dar un apoyo absoluto. Un auto de lujo se detuvo cerca del patio delantero, donde conversaban amenamente y una familia se hizo pasar entre los soldados para saludar al comandante Ecke.
- Mi nombre es Günther Albrecht, ésta es mi esposa Maria y nuestro hijo mayor William.- Ecke y los Müller intercambiaron formales saludos y Rudolf se asombró del fuerte parecido típico de Unzel, de ojos hundidos y barbillas casi inexistentes.- Soy el dueño de la fábrica que hace cubiertos y me honra decir que mis obreros solicitaron un día libre para verlos venir a nuestro pueblo. No es cualquier día que Alemania nos honra con algo así. Nosotros en Unzel no salimos mucho, pero sí recibimos diarios y nos mantenemos informados.
- ¿Nunca salen del pueblo?- Preguntó Rudolf.
- Aquí en Unzel, eso es honorable.- Contestó William, con orgullo.- Por eso la estación de trenes queda tan lejos. No nos hace falta mucho para ser felices.
- Tiene que venir a cenar, comandante Ecke, un festín le estará esperando. Franz, Rudolf, ustedes también pueden venir.- Franz sonrió al escuchar su nombre, no se habían nombrado y mucho menos con sus nombres cristianos.- Está el asunto de la fiesta de Yug que nos gustaría discutir con ustedes. La fiesta de la niebla será en pocos días y lamentablemente los católicos siempre han conseguido cancelar el festival.
- Considérelo hecho.- Dijo Ecke, mientras observaba el reloj de Günther. El industrialista, casi calvo por la irremediable finura del rubio cabello, se lo quitó de la muñeca para mostrarlo. Tenía una suástica en la portada bañada de oro.
           
- Había visto relojes así,- dijo Franz con seriedad glacial.- en Berlín y Frankfurt.

            Tan rápido como pudieron separarse buscaron la iglesia católica. Supusieron que cualquiera que diera migrañas a los Albrecht era un aliado potencial. La gente fingía no estar enterada de la existencia de semejante iglesia y de no haber sido por las campanadas no la habrían encontrado metida en una callejuela entre casonas que casi le superaban de tamaño. La iglesia estaba vacía, a excepción de unos cuantos parroquianos que discutían acaloradamente con el sacerdote. El sacerdote, un hombre joven con el labio partido, se les enfrentó pero rápidamente fue vencido por los atacantes que le dieron de patadas. Los Müller los separaron y levantaron al cura. Se sentó en la primera banca que encontró y se limpió la sangre mirando al edificio vacío. Explicó que los ataques eran cada vez más comunes por sujetos que se hacían llamar protestantes, pero que no lo eran. Conocía bien al pastor evangélico, un sujeto peligroso que había abandonado la Biblia por un grimorio espantoso y que era capaz de la peor degeneración espiritual.
- La fiesta de Yug se acerca.- El cura se encendió un cigarro y notó por primera vez los uniformes oficiales.- Creo que no me presenté, soy el padre Gramlich, Sigmund Gramlich.
- Franz Müller, éste es mi hermano Rudolf. Decía que la fiesta de Yug está próxima, escuchamos de ella. ¿Era un culto popular en Unzel?
- Siempre lo fue, pero siempre fue mantenido en silencio si sabe a lo que me refiero. Es decir, siempre hubo esos rumores de luces nocturnas en las viejas ruinas. Todos apuntaban a los muchachos y a los locos, pero nadie hablaba demasiado. Las ruinas se destruyeron cuando el gobierno vino a construir un puerto en forma. Destruyeron lo último que quedaba de sus ruinas pre-cristianas. Las cacerías católicas de brujas no lo lograron, cuando mataron a cientos de personas, ni las cacerías protestantes cuando mataron a miles. Los burócratas de Berlín, con un tachón de la pluma lo lograron, benditos sean. Es la historia con Unzel, todos se hacen a los ciegos hasta que ya es intolerable. Sé que mi sucesor así es, el viejo padre Erhardt. Igual que los caballeros cristianos, siempre haciéndose a los ciegos sobre los sacrificios humanos hasta que en el 1313 el flautista lo hizo todo peor. Sí señor, ya no pudieron omitirlo.
- ¿El flautista?- Preguntó Rudolf, recordando el sonido de flautas en la biblioteca.
- Sí, el sacerdote de Yug. Ernst raptó muchísimos niños, y se dice que los ahogó todos en el mar. Si el flautista de Hamelin tiene un origen, es con Ernst. Los caballeros, después de la matanza contra los cultistas de Yug decidieron darle un castigo ejemplar. Le pusieron una jaula metálica en forma de pirámide en la cabeza para que ya no tocara la flauta, y de la parte delantera y trasera tenía estos dos colmillos que salían y rozaban su pecho y espalda. Le dejaron caminar por Unzel, haciendo equilibrios. Cada que se cansaba, aunque fuera por un momento, la afilada saliente perforaba su pecho o su espalda. Eventualmente se le fueron las fuerzas y el metal le perforo por el pecho. Lanzaron su cadáver al agua, donde había dejado a esos pobres niños. Lo mismo está pasando ahora, estos paganos irán demasiado lejos y cuando eso pase todos se preguntarán por qué no les detuvieron cuando tenían la oportunidad.

            Al caer la noche los hermanos se despidieron de los encargados del hotel, pidieron la cena y furtivamente escaparon. Aprovecharon una escalera de servicio para salir del edificio por la puerta trasera vistiendo abrigos largos con los cuellos alzados y sombreros. La intuición de estar siendo observados resultó verdadera, frente al edificio se encontraba un joven que se hacía señas con los encargados del hotel y que miraba hacia la oscura habitación en el tercer piso. Le vigilaron entre las sombras de un callejón y esperaron pacientemente por más de una hora hasta que el joven consultó su reloj y se fue en bicicleta. Los Müller no tuvieron problemas para seguirlos en las góticas y neblinosas calles de Unzel, pues aún sonaban los autos militares y quedaban algunos transeúntes. Rudolf se asomó hacia el norte, hacia la alta muralla que protegía del mar y reflexionó sobre la neblina que le llegaba hasta las rodillas pensando que debía de surgir de la nada y que no querría ver cuando la neblina rebasase aquella muralla.

            El entrenamiento militar de Franz permitió seguir al joven en bicicleta por calles paralelas y sin llamar la atención hasta que su objetivo se detuvo en una casa. La residencia poseía una puerta principal a más de un metro del suelo con escalones medievales, y el sótano emergía del subsuelo con algunas sucias ventanas brillantemente iluminadas. Lentamente se acercaron a la puerta redonda que daba al sótano, había quedado abierta y daba a una reunión de al menos veinte personas. Pegados contra la pared escucharon las risas, la música de flautas y las extrañas encantaciones a Yug. Los Müller escucharon claramente el reporte del joven, afirmaba que los agentes se encontraban dormidos y los celebrantes se rieron diciendo que el flautista les mataría. Tratando de oír algún detalle de sus planes pasaron por alto a la anciana que se acercaba a la casa desde la otra cuadra. Al verles buscó frenéticamente en su bolso por un silbato y alertó al aquelarre mientras huía tan rápida como la artritis le dejaba.

            Franz y Rudolf entraron al sótano, armados y ladrando órdenes. Los celebrantes usaban máscaras hechas con cráneos de animales y la mitad estaba armada. Se lanzaron detrás de una mesa de café utilizada como altar para protegerse de las balas. En el centro se encontraba una vieja estatuilla de algo que parecía un oso con el pecho y la cabeza de pez. Mientras Rudolf devolvía el fuego Franz salió del escondite para tratar de detener a los conspiradores que velozmente entraban a la casa. Saltó sobre uno de ellos que llevaba el cráneo de un venado, pero no sirvió de mucho. El hombre le soltó un poderoso codazo que lo lanzó volando, pero no antes que tratara de aferrarse a su muñeca. Franz terminó en el suelo, sin aire, pero con el reloj del oficiante y podía reconocer la marca. Era el reloj de Günther Albrecht. Los paganos armados lograron desaparecer del sótano, no sin antes derribar la enorme hoya de potaje que habían dejado en el suelo. Rudolf persiguió a los atacantes hasta el umbral de la calle y al regresar por su hermano se tropezó por el agua aceitosa del potaje. Encontró pedazos de tela en el caldo, así como un dedo humano y descocidos detalles de la sotana de un sacerdote. Se habían comido al padre Sigmund Gramlich.
- ¡No pueden huir por mucho tiempo!- Les gritó Franz apuntando hacia la casa, en apariencia abandonada. Escuchó la respiración entrecortada de su hermano y al voltear le vio sosteniendo algunos dedos humanos y una zanahoria.
- Se lo comieron Franz.- Rudolf lo tiró todo al suelo y comenzó a patear las sillas y muebles. Los altares secundarios, con criaturas de arcilla que retaban cualquier clasificación se cayeron al suelo junto con sus velas y sus dorados adornos. Se tiró de rodillas y justo cuando Franz pensaba que se había vuelto loco por el shock, que comenzaba a invadirlo a él también, se dio cuenta que jalaba y descorría los tapetes y que limpiaba el suelo del espantoso potaje.
- ¿Qué es eso?- Se acercó a su hermano, quien seguía las líneas pintadas en el suelo por todo el sótano. Eran intrincados círculos y cuadrados vagamente irregulares repletos de extrañas letras que les recordaron a aquellas del aquelarre bajo la universidad de Frankfurt.- El potaje borró gran parte de sus... no sé cómo llamarlas.
- Son círculos de invocación... Parece que creían que en su aquelarre traían a este mundo seres que estos cuadrados podrían retener... Para obtener de esos demonios su sapiencia, sus poderosos o... sus apetitos.

            Rudolf no terminó su frase que las velas se apagaron, dejándoles en la oscuridad y las puertas se cerraron de golpe. Los hermanos corrieron a las puertas, Franz a la puerta de la casa y Rudolf a la de la calle y trataron con todas sus fuerzas de abrirlas. Una fuerza sobrehumana las mantenía cerradas, pero Rudolf puso la pierna contra la pared y jaló hasta mantenerse suspendido en el aire hasta que venció al espectral esfuerzo y consiguió salir. Llamó a su hermano, pero la puerta se cerró de nuevo y parecía imposible abrirla de nuevo. Empujó y disparó contra las bisagras, pero no sirvió de mucho. La neblina le cubría por entero y estaba débilmente iluminado por las lámparas medievales que pendían de las esquinas con sus frágiles velas dentro de sus caparazones de vidrio color ámbar. Se sentía observado por una miríada de ojos apenas centímetros más allá de su zona de visión. Al escuchar la música del flautista supo que tenía que correr, su cuerpo no esperó al veredicto de la razón y huyó en el sentido contrario de la dulce, y a la vez espantosa, música. Sus pasos, la música y un tercer elemento le tensaban los nervios. Escuchaba algo metálico que chocaba contra las paredes de las casas de madera y edificios de piedra. Cuadras tras cuadras, incluso si doblaba azarosamente por las estrechas calles, ese sonido metálico no se alejaba mucho. La imagen de ese flautista homicida, Ernst el sacerdote de Yug, con la cabeza dentro de una pirámide de metal y con esas temibles salientes se cristalizaba en su mente hasta ocupar todos sus pensamientos.

            No tenía idea de dónde estaba, pero aunque no reconocía nada a su alrededor podía oler el mar y escuchar las olas detrás de él. Se figuró que no podía estar demasiado lejos de las puertas del pueblo así que decidió correr para allá con la esperanza de encontrar civilización y, de preferencia, soldados bien armados. En la niebla escuchó voces delicadas, jóvenes, como la de los niños. Le gritaban, helados de miedo con la voz quebrada por el pánico, tratando de dirigirlo hacia su salvación. Contó las cuadras que llevaba y las que recordaba que faltarían de la casa donde siguieron al muchacho hasta las puertas, y las matemáticas no le funcionaban. Ya debía estar allí, de hecho ya debía estar fuera de Unzel. Se dio cuenta que las calles formaban curvas y que las aparentes salidas eran en realidad callejones. Unzel se había convertido en un laberinto medieval y la música del flautista se hacía cada vez más fuerte con cada callejón con que se topaba. Los niños le urgían doblar a la derecha y decidió confiar en esas criaturas invisibles. Si sus delicadas voces provenían de las ventanas de las casas o si estaban corriendo a su lado no podía saberlo, la neblina lo cubría todo.

            Los niños le guiaron entre laberínticas callejuelas, logrando distanciarse de la música de la flauta. A lo lejos pudo ver una puerta abierta con un recinto luminoso en su interior. Gracias a la luz pudo ver el contorno de niños, más de diez de ellos, que le señalaban la casa y le urgían darse prisa para que ellos también lograran escapar del flautista. Cansado al borde del colapso corrió el último trecho con todo lo que podía dar de sí, hasta que reconoció la circular puerta del sótano y sintió la gélida punzada en el corazón que alerta de peligro. Los niños corrieron hacia él, sintiendo su titubeo, y le agarraron de brazos y piernas. Tropezó por los empujones y cayó de regreso al temible sótano. Al voltear hacia arriba contempló los  rostros de los niños, pálidos como muertos y de filosos colmillos. Disparó lo que quedaba de sus municiones contra las paredes y las ventanas, pero no se sintió capaz de dispararle a los niños. Cuando las balas se agotaron se levantó del suelo, evadiendo a los niños, con la música del flautista ya tan cerca que ahora oía sus pasos acercándose al umbral, y desesperadamente se lanzó contra la puerta que daba a la casa. Su cabeza se golpeó primero y después arañó histéricamente la puerta. Rudolf gritó, presa del pánico, un alarido de terror tan espantoso que llevó a su mente al extremo y estuvo a punto de desmayarse cuando la puerta se abrió y su cuerpo cayó al suelo.
- ¿Rudolf?- Franz lo cargó de brazos y salió a la calle para que tomara aire. Su hermano comenzó a responder y le dejó sentado sobre una banca de madera.- Te desapareciste de la nada, te busqué por todas partes y de pura suerte regresé al edificio. Escuché los disparos y supe que había problemas.
- El flautista Franz...- Rudolf miró a su hermano mayor con lágrimas en los ojos y tembló de miedo. Franz lo abrazó y trató de calmarlo.- Nunca había tenido tanto miedo.

            Franz llevó a Rudolf a un bar para que tomara licores fuertes y regresara en calor. No dijo nada de su espantosa experiencia y prefirió enfocarse al futuro, preferiblemente uno donde terminarían su asignación y regresarían a casa. Franz nunca había visto a su hermano de esa forma, completamente robado de su buen humor y su mente analítica. Aprovechando que ninguno de los dos volvería a dormir en un par de días fueron a la estación de policía, pero rápidamente se dieron cuenta que era inútil. El gordo e inútil encargado hacía coartadas para muchos de los sospechosos, especialmente sobre Günther Albrecht. Nadie había reportado los disparos y negaba cualquier confrontación en esa casa, llegando al extremo de sugerir que los hermanos Müller habían quedado locos por algún susto ordinario, como un perro atacándoles en la niebla. Temprano en la mañana hablaron con el comandante Ecke, pero fue inútil. Günther Albrecht era el nuevo mejor amigo del tercer Reich, había firmado los papeles para convertir su fábrica en una de municiones y donar más de la mitad de las ganancias al partido. A su parecer, si Albrecht tenía un aquelarre entonces era sólo una muestra más del saludable paganismo germánico que rebrotaba en estas épocas de bonanza y expectación. Franz sintió ganas de decirle que era un idiota, pero recordaba el viejo chiste que su hermano solía hacer, según el cual para insultar a un superior había que llenar formatos por triplicado y hacer cola en cinco dependencias separadas.
- Albrecht...- Masculló Franz mientras salían del castillo.- Ha cubierto bien sus bases. Esas herramientas quirúrgicas tendrían que ser hechas a pedido, ¿qué mejor si tú tienes la fábrica? Quiero revisar todos los registros de su fábrica, quizás encuentre algún judío y consiga convencer a Ecke que su nuevo amigo es un lobo vestido de oveja.
- Ve tú, yo quiero hablar con el padre Erhardt. Por lo que Gramlich dijo el viejo no interfería demasiado y eso podría explicar por qué vive aún.- Franz le miró consternado, Rudolf estaba ojeroso y aún temblaba de nervios.- Estaré bien. Tomaré té con un viejo sacerdote, lo peor que me puede pasar es que ponga una hostia en mi sándwich y me convierta sin querer.
- Está bien,- dijo Franz, resignándose a la idea de separarse de su hermano.- pero no le cuentes el chiste del sacerdote, la virgen María y la ramera del pueblo.
- Bueno, ahí se fue mi entrada.- Bromeó Rudolf.

            Rudolf acudió a la vieja abadía y preguntó por los domicilios del padre Erhardt hasta que dio con una edificación al fondo, más pequeña que la rectoría. Se anunció un par de veces hasta que la mucama le dejó entrar y le señaló el camino hasta el oscuro dormitorio. La mujer, que Rudolf pensó era el cliché de las mucamas alemanas, más vaca que humana, desempolvaba los muebles, retiraba las telas de los cuadros y espejos y abría las ventanas para oxigenar la deprimente estancia. Erhardt se encontraba leyendo en un pequeño escritorio en una esquina y le invitó a pasar, sonriendo al ver su uniforme oficial de la S.S. Rudolf pensó que sería porque el uniforme le diferenciaba de los paganos pobladores de Unzel, y tal había sido su intención. Le informó del fallecimiento de su sucesor, el padre Gramlich, pero ya lo sabía. No le dijo del canibalismo, pensó que no necesitaba saberlo, y se sorprendió al ver que el viejo lo tomaba con mucha filosofía.
- ... No me mataron hace años cuando... No, no me matarán hoy. Al menos no hoy, lo harán cuando Yug mate a todos los alemanes cristianos como prometió desde hace siglos.- Rudolf se sentó en la esquina de la cama y le dejó hablar un poco sobre sus miedos. Era obvio que necesitaba de alguien que pudiera oírlo y algo en la calmada voz, y en la venerable apariencia del viejo le calmaban.- Tú no eres de aquí, y disculpe que te tuteé pero suelo hacer eso con los jóvenes. ¿Eres católico?
- No señor, protestante.
- Bueno, nadie es perfecto hijo. En fin, decía que no eres de aquí de modo que seguramente no conoces los mitos de Yug. Poca gente los conoce fuera de las murallas de esta ciudad y eso me alegra. Creo que si un día el mundo se olvida de Yug, quizás entonces él se olvide de nosotros. Solía darle comida a los pobladores locales, demasiado débiles para ser vikingos y demasiado estúpidos para asimilarse a los pueblos germánicos. Por eso le pintan como mitad oso y mitad pez, o pulpo o lo que sea. Pero ésa no es su verdadera apariencia y algunos mitos van tan lejos como admitir que alteraron su imagen. Hay quien dice que su verdadera forma es imposible de experimentar en nuestro mundo de tres dimensiones. Tendría sentido, si todas estas tonterías sobre la nueva física que he estado leyendo son correctas, que esta bestia es de otras dimensiones y que necesita  una forma tridimensional para ser vista. Llegaba a la costa por sangre, dando a cambio su protección y comida. Los vikingos empezaron a atacar, aprovechando que aquí había mucha comida y Yug debía protegerlos. Resulta que el maldito tiene su sentido del humor y empezó a pedir más sangre y dejar que los vikingos los masacraran. Casi extinta la estirpe de Unzel rogó por misericordia, pero Yug pensaba que los vikingos le harían suyo. Se habla de una batalla de dioses, donde Thor destierra a Yug junto a los titanes de hielo, pero esas son floridas maneras de decir que los vikingos lo concibieron como Loki y lo olvidaron. Ahora Yug regresa y fortalece a estos pobladores, un nuevo pacto si quieres... Con razón los primeros cirstianizadores creían ver en todo eso una prefiguración cristiana. Por eso les dejaron en paz al principio. La cosa se salió de control con el flautista. Demasiados niños, demasiadas atrocidades para dejarlas impunes...
- Y ahora ocurre de nuevo.
- No tienes una idea. Hay un nuevo resurgimiento, un refortalecimiento de este culto en proporciones más terribles que en el 1300. Yo sé por qué no salen del pueblo, yo sé por qué pagaron miles de marcos para mantener a Unzel fuera de los mapas comerciales, yo sé por qué ciertos habitantes echaron a otros habitantes, y no me refiero a los judíos que nunca hubo de esos. Secretos tan terribles que ya no tienen poder alguno, no ahora que ellos han ganado.
- No han ganado aún.- Rudolf se encendió el cigarro y se dobló hacia el viejo que trataba de reprimir las lágrimas.- ¿De qué secreto hablas viejo?
- No puedo...
- ¿Por qué gastaron tanto para mantenerse excluidos de los mapas?, ¿por qué no salen del pueblo?
- ¿Has visto el cementerio?
- Sí... No de cerca, pero sí. Es un pequeño cementerio típico de pueblo.
- No tiene nada de típico. Los pueblos pequeños tienen otros cementerios, después de todo mucha gente se muere en siglos y siglos de historia y no todos caben en esa media hectárea.
- Si el cementerio que vi es el único, ¿adónde van los muertos?
- ¿Adónde va toda la comida?- Rudolf abrió la boca y el cigarro cayó al suelo. Se puso de pie y sintió que no podía respirar. Era demasiado terrible para ser pensado, demasiado escalofriante. Miró al viejo sacerdote y no vio seña alguna de estar mintiendo. Caminó en círculos tapándose el horrorizado rostro con las manos tratando de creer que nada de eso era verdad.- Creen que son una raza sagrada, porque Yug hizo más que venir aquí y devorar sangre. Sus oscuros apetitos se extendían a otras cosas. Y la casta de Yug se come esa carne sagrada para mantener su pureza. ¿Has comido potaje de Unzel?
- Dios mío... Madre de Dios... Te sacaré de aquí viejo, a ti y a tu mucama. Los llevaré a la estación de tren. El mundo debe saberlo, el Reich debe estar enterado.
- ¿Mucama? Yo vivo solo, no tengo mucama.
- ¿De qué está hablando padre Erhardt? Yo la vi cuando llegué, me dejó entrar. Quizás la contrató la universidad para usted, estaba descubriendo las pinturas y los espejos.
- ¡Los espejos!- El viejo sacerdote se paró de un brinco y le señaló para que huyera delante de él.- ¡El flautista vendrá por mí!

            Rudolf le ayudó a correr por la sala y frente a ellos se encontraba el amplio espejo circular. Rudolf lanzó un chillido al ver al flautista. Era un hombre vestido en harapos, con una pirámide de acero sobre la cabeza y con el pecho atravesado por la hoja filosa que sobresalía del frente. En su mano derecha sostenía una vieja flauta, que hacía sonar al atravesarla por un agujero en su garganta, y en su izquierda tenía una hacha. Rudolf miró el reflejo, con el flautista detrás de ellos, y se dio vuelta para dispararle pero no se encontró con nada más que la sala y las puertas al dormitorio. Erhardt le empujó hacia la puerta, mientras que el flautista salía del espejo como si fuera una ventana. Rudolf, en la tempestad de ideas y terrores, pensó vagamente en el comentario del viejo sacerdote sobre una criatura que existe en otras dimensiones y es por tanto invisible a nuestro mundo, y pensó que el flautista debía existir en el mundo visible tan solo en espejos. Erhardt le volvió a empujar para sacarlo del domicilio y antes que Rudolf pudiera darse vuelta y disparar el viejo sacerdote cerró la puerta para alejarle. Escuchó sus gritos mientras el hacha lo destrozaba en pedazos y supo que estaba muerto.

            A lo lejos pudo ver a la mucama, observándolo todo detrás de unos setos y Rudolf corrió hacia ella. La vieja vaca no era muy ágil y mientras que Rudolf brincaba sobre bancas de parque y esquivaba alumnos y docentes, la mujer no consiguió alejarse demasiado del campus. La acorraló en una calle a punta de pistola y la mucama se detuvo de golpe. Se dio vuelta lentamente mientras Rudolf se acercaba para someterla y apresarla, y le miró con una sonrisa en la boca. De la camioneta estacionada a un lado salieron dos sujetos armados y escuchó el amartillar de un revólver detrás de él. Había caído en la trampa. Antes que pudiera decir algo sintió el golpe de la culata en la nuca. Cayó hincado al suelo y después su rostro se golpeó contra los adoquines. Su último pensamiento fue sobre el pequeño cementerio y los afilados dientes en esos niños fantasmales.

            Franz se ocupó de los registros de propiedad de Günthr Albrecht en el palacio municipal dentro de una enorme sala de lectura con altísimos anaqueles repletos de viejos legajos. No encontró nombres judíos en los papeles de compra del inmueble, ni nombres judíos en los registros de hacienda, como tampoco encontraba nombre hebraico alguno en su registro de impuestos y de obreros. Pensó que el viaje había sido en vano, hasta que se topó con una mujer y su hija que entraban al palacio para hacer preguntas. La mujer explicó que era reportera, venía a cubrir la llegada de los altos mandos de la S.S. a Unzel para la inauguración de su centro de comando durante la fiesta de la niebla. El empleado del escritorio principal le dio largas y se desapareció, y Franz aprovechó la oportunidad para hablar con ella. Pensó que si podía mandar información al mundo exterior la presión caería sobre Ecke para que dejara de proteger a los Albrecht y se les pudiera investigar apropiadamente. La hija jaló del pantalón de su madre para señalarle la puerta principal del edificio, había sido cerrada. El instinto de Franz se ocupó de su mente y desenfundó automáticamente, colocando a la madre y a su hija detrás de él. Esperaba un escuadrón de asesinos, pero se encontró con un incendio. Los libreros del primer piso estallaron en llamas y guió a las asustadas visitantes al segundo piso. Una segunda bomba incendiaria estalló en la sala de registros de actas de nacimiento y defunción, y de no haberlas tirado al suelo cuando escuchó el estallido se habrían calcinado vivas.

            El humo cubrió todo el edificio, los asesinos habían cerrado y trabado casi todas las ventanas con la intención de matarlos con el humo si el fuego no funcionaba. Tirados en el suelo fueron avanzando hasta unas viejas escaleras de podrida madera que daban a la puerta del techo. Los gritos histéricos de la criatura mantenían la mente de Franz alerta y ágil. No estaba dispuesto a morir ahí, no en Unzel y no en un incendio, y mucho menos estaba dispuesto a dejar que mataran a una niña inocente. La puerta no cedía, como si algo la trabase en el exterior. Retrocedió hacia el corredor, dejándolas solas y rogando que volviese. Disparó contra las ventanas de la sala de registros de actas de nacimiento y defunción para que el aire le permitiera a las famas extenderse por fuera del edificio. Pensó que eso alarmaría a las autoridades lo suficiente para enviar bomberos, y redujo la espesura del tóxico humo. Se acercó lo suficiente a la ventana del corredor y arrancó el pesado cortinero. Corrió sin respirar el humo de  regreso a la puerta y usó las cortinas en llamas para debilitar la madera del centro. Golpeó una y otra vez con el cortinero, sintiendo que las llamas se acercaban cada vez más conforme devoraban los tapetes en el suelo. Sintió que se hacía débil, producto del dióxido de carbono, pero la madera logró romperse y debilitarse lo suficiente para ceder unos centímetros. Regresó por la reportera y su hija para llevarlas al techo, pero el calor, el esfuerzo y la intoxicación no les permitió avanzar. Subieron las escaleras y Franz lanzó un tapete contra las llamas para sofocarlas, pero apenas lograron abrir la puerta colapsaron en el suelo. Dos fornidos bomberos les rescataron del suelo y les regresaron a la calle.

            Franz despertó en la ambulancia, junto con la reportera y su hija. Se imaginaba que había sido su uniforme de la S.S. lo que había logrado el rescate. Estaba seguro que esos bomberos pertenecían a la misma casta maldita que el resto de los paganos, y que no vieron más opción que rescatarles teniendo en cuenta que afuera se paseaban cientos de soldados y agentes de la S.S. Franz tosió violentamente, pero declinó el uso de oxígeno para que las dos sobrevivientes pudieran aprovecharlo. Franz rogó porque su hermano estuviese bien, tratando de imaginarlo conversando con el viejo sacerdote y probablemente contando más de un chiste subido de tono como gustaba hacer con figuras de autoridad. Pensó en el miedo que le había invadido el día que casi estrechan la mano del Führer, temiendo que a Rudolf se le ocurriera mofarse de Wagner y la interminable burocracia del fascismo. Al ver a la reportera y a su hija dormidas buscó su Luger instintivamente, pero no la encontró. La ambulancia se detuvo en un callejón y uno de los paramédicos le empujó fuera de una patada. Se encontró con la familia Albrecht sonriendo de oreja a oreja.
- Nosotros tenemos que volver.- Dijo el paramédico, mientras le entregaba su arma a Günther.
- No se preocupen, estaremos bien.- Günther apuntó al cielo, como refiriéndose a los cohetes y fuegos artificiales y después le disparó a la reportera en la cabeza.
- Hijo de perra.- Franz se lanzó contra Günther, pero William le golpeó en un costado y el patriarca Albrecht le dio un cachazo contra la cara que lo lanzó a la otra pared y al suelo.
- No debiste entrometerlas en esto Franz, no fue inteligente.- Dijo Maria Albrecht.- Sobre todo cuando estamos tan cerca. ¿No puedes verlo por todo el pueblo? Las decoraciones ya están listas para la fiesta de la niebla. Los arreglos que faltan... Bueno, de eso se encargará William.
- Hijo, llévate a la niña. Su sangre será bien recibida en el mar.- Franz trató de detenerlo desde el suelo, pero William se liberó de su mano de una patada. Cargó a la niña inconsciente y la metió en su auto.- Tenemos a tu hermano Rudolf, así que no puedes esperar mucha ayuda.
- Van a pagar por esto.- Franz se puso de pie, temblorosa y dolorosamente.- Son todos una sub-especie, hasta sus mujeres son más feas que las cerdas que les dieron vida.
- Tantas palabras valientes... Rudolf no fue tan valiente.- Maria le acarició el rostro y Günther le escupió. Franz esperó el momento, temblando más de nervios que de dolor. Maria se paseó frente a él, como seduciéndole en su folclórico vestido nativo y cuando el momento fue propicio y la tuvo frente a la pistola de Günther la tomó del brazo izquierdo, jalándoselo por la espalda, y la tomó del cuello.- ¡Déjame ir!
- Suelta el arma Günther, y patéala hacia aquí.
- No lo escuches mi amor, mátalo.- Gritaba Maria. Günther nos veía y después se asomaba a la calle en busca de ayuda. Era claro que cualquier habitante de Unzel era su aliado, pero en el momento no conseguía a nadie. Habían escogido aquel callejón precisamente porque estaba lejos de las calles infestadas de visitantes y curiosos.
- Suéltala Müller, o a tu hermano le irá peor. No olvides que con una orden mía puedo hacer que lo partan en pedazos.
- ¿Mi hermano? Par de idiotas, ustedes no se dan cuenta pero mi hermano es el fuerte de los dos. Él es un bastardo difícil de matar y nada de lo que ustedes le hagan le hará ni cosquillas. ¡Tira el arma!- Günther se resignó, pero lanzó la pistola a un costado.
- Suelta a mi esposa y huye como un perro, no llegarás lejos. Tu hermano tampoco.
- No se dan cuenta, pero Rudolf querría que yo hiciera esto. Entre ustedes y yo, ese demente tiene un retorcido sentido del humor.- Franz sonrió, lamió la oreja de Maria y después le jaló la cabeza de un tirón hasta tronarle el cuello.- ¡Se morirá de la risa cuando se entere!

            Günther no se quedó paralizado por mucho tiempo. Se lanzó hacia la pistola, torpemente recogiéndola del piso y se dio vuelta de repente para disparar, pero Franz había derribado una puerta de una patada y corría por una tienda de abarrotes hasta la calle para correr hacia el norte, hacia el mar, hacia el sacrificio humano que William Albrecht tenía preparado. Corrió hasta un auto para detenerlo y a golpes bajó a su ocupante. Manejó en dirección norte tan rápido como pudo, evitando las calles repletas de curiosos y el desfile que Unzel había preparado. A lo lejos podía ver, en el viejo puerto, a las barcas coloridas siendo cargadas de flores y monedas para lanzar al mar. Era imposible cruzar el desfile, en auto o a pie, y decidió ir al puerto nuevo. Los guardias lo habían dejado abandonado y no tuvo problemas para encontrar una lancha a motor. Soportando los fríos vientos del mar rezó por su hermano y por esa inocente niña que William llevaba en un bulto en su lancha a lo lejos. Detrás de él podía ver las lanchas de remos partiendo del viejo puerto, lanzando flores en su camino. Delante de él podía escuchar, incluso por encima del rugido de su motor, los desvaríos místicos de William Albrecht. El primogénito de los Albrecht dejó de remar y alzó sobre su cabeza un extraño cuchillo curvo que resplandecía frente al sol de mediodía.

            Franz disparó lo mejor que pudo, pero estaba lejos y la lancha se movía demasiado. Sabía que la fiesta de la niebla era demasiado ruidosa para permitir escuchar los disparos y enviar ayuda. Debajo del agua pudo ver ciertas luminiscencias que se hacían cada vez más grande. Pensó que sólo estaban a su izquierda, pero rápidamente se percató que le rodeaban por completo y que se extendían más allá de su ubicación en todas direcciones. Mientras que las luces verdosas se hacían cada vez más grandes y brillantes algo frente a él, ya a pocos cientos de metros de William, se hacía cada vez más grande. Pensó que era una ola más en el picado mar, pero en realidad era una forma, una gigantesca criatura que se hacía cada vez más grande. Disparó de nuevo contra William, llamando su atención. El primogénito sacó a la niña del saco y se burló de Franz. La lancha se golpeó contra el inmenso cuerpo submarino y Franz salió volando por los aires. Se estrelló contra el frío mar a pocos metros de William y le habría alcanzado de no ser por algo que se aferró a su tobillo y violentamente le jaló a las profundidades. Perdió el arma y la presión comenzó a aplastar sus pulmones mientras descendía hacia la oscuridad. Las luminiscencias estaban a su alrededor y a tal corta distancia pudo reconocer lo que eran. Se enfrentó a los cientos de niños que el flautista había ahogado y que sus temibles cultistas habían seguido sacrificando, como el perverso William Albrecht. Los niños y niñas nadaron hacia él, sus rostros muertos mostrando miedo y tensión. Sintió sus frías manos sobre su cuerpo, deslizándose hasta sus tobillos para liberarlos de los fuertes tentáculos de la innombrable bestia del lecho submarino. Las víctimas de la casta de Yug le ayudaron a subir a flote, y cuando ya podía ver el cielo azul sobre su cabeza pudo reconocer las gotas rojas de sangre que caían al mar y supo que la niña estaba muerta. Emergió del agua luchando por respirar y aferrándose de la lancha de William pero este le estaba esperando. Le golpeó con todas sus fuerzas con su remo y lo desmayó.

            Los anestésicos fueron perdiendo su poder, Günther debía inyectarle cuatro dosis a Rudolf, pero prefirió darle solo dos. Se despertó gritando, o tratando de gritar, pues su rostro estaba casi inmovilizado por un bozal. La sensación de ardor era insoportable, como si su espalda estuviera en llamas. Günther no dejó que su odio por los hermanos Müller forzara su mano para enterrarle una de las agujas, ni para quemar demasiado su carne al hacer el tatuaje. Era precisamente su odio lo que mantuvo su mano firme y su concentración perfecta. Ahora era personal, y faltando tan pocas horas para el golpe de gracia no iba a permitir que nada saliera mal. Le ató contra una mesa, brazos y piernas atadas en lo que hacía siglos debía ser una mesa de tortura. Tenía todas sus herramientas cerca, colgando del techo como los instrumentos de un chef. Rudolf gritó, o intentó gritar desde su bozal, su cuerpo tratando de liberarse, pero Günther estaba asistido por varios pueblerinos que le mantuvieron quieto. Utilizó una pinza irregular, con dos pares de patas con agujas para crear espacio entre los músculos, y colocó las piezas en sus huesos. Cuando el dolor era tan intenso que Rudolf perdía sus fuerzas el diabólico cirujano le permitió otra inyección de heroína para disminuir el dolor. Aunque el dolor se reducía, podía sentir cada momento de la operación. Günther terminó el tatuaje y cerró la piel cosiéndola con hilo común y cauterizando la herida, que iba casi de la nuca a la espalda baja, con un metal al rojo vivo.
- No deberías moverte mucho, las piezas todavía no están estables del todo. No querrías empujar una de las jeringas hasta perforarte el pulmón, ¿o sí?- Günther arrastró una vieja silla hasta el extremo de la mesa donde sobresalía la cabeza de Rudolf. Señaló por la ventana cerrada con floridas cortinas hacia el atardecer en Unzel. El ruido del desfile militar ya había pasado y ahora sonaba la música tradicional, las risas de los borrachos, los fuegos artificiales y las risas de los niños. Rudolf trató de levantar la cabeza, pero estaba demasiado cansado para semejante esfuerzo.- Ya casi es hora, y deberías estar feliz que serás parte del evento. Tu hermano, por otra parte, él no será parte de nada. Ahora su cadáver está en lo más profundo del mar.
- ¿Por qué me torturas así?- Preguntó Rudolf, tras un largo silencio después que Günther le quitara el bozal. Varios pueblerinos habían entrado y salido de la casa para pasarle noticias a Albrecht, y para mofarse del agente de la S.S.- ¿Por qué mataste a esas personas de una manera tan elaborada? Eran tus propios aliados.
- ¿Matarlos? No seas ingenuo, no fue mi intención hacerlo. Fueron experimentos, antes que pudiera perfeccionar la técnica.- Una mujer, apoyada contra la pared, que observaba a Rudolf con expresión neutral, se quitó el vestido para que pudiera ver su espalda. El panadero, el carnicero y dos sujetos con apariencia de burócratas le mostraron sus espaldas también. Todos tenían las marcas de una operación invasiva y reciente.- Las ruinas eran nuestra conexión a Yug, pero desde que el gobierno decidió entrometerse en nuestros asuntos y construyó ese nuevo puerto, hemos tenido que recurrir a otra conexión, una psíquica.
- Están locos.
- ¿Locos? Por siglos los filósofos han deliberado sobre el punto de unión entre el cuerpo y el alma. Descartes pensó que se encontraba en la glándula pineal, en la base de la nuca, aunque no fue el primero en pensar tal cosa.- El panadero se agachó a un lado de Rudolf y le mostró la pieza que estaba alojada en su nuca, la misma que habían extraído de los cuerpos. Rudolf reconoció esa pirámide con dos colmillos, ¿no era acaso lo mismo que cargaba el flautista sobre su cabeza?- Yug vendrá esta noche y gracias a nuestra conexión podrá hacerse físico.
- Y matarán así a gran parte del partido y de la S.S., además de oficiales militares.- Terminó Rudolf, con lágrimas en los ojos.- Imagino que gran parte del pueblo ha sufrido esta operación, ¿para qué me necesitan a mí entonces?
- El idiota de tu hermano mató a mi esposa.- Günther lo golpeó con tanta fuerza en la cara que casi lo desmaya.- Pensé en matarte, pero esto era mejor.
- Ya veo,- Rudolf comenzó a reír y volteó la cabeza para observarla con la mirada de un loco.- ¿y te la comerás con salsa de tomate o al vinagre?
- No deberías hacer bromas como esa, no cuando recién sales de una operación.- Günther le golpeó en la espalda y los destrozados nervios estallaron al unísono, lanzando a Rudolf a la inconsciencia.

            Se despertó horas después, por lo noche que podía verse a través de las ventanas. Se encontraba en el mismo sótano de la carnicería, con el cuello atado a una vieja tubería. Manos torpes y crueles le habían vestido de nuevo en su uniforme de la S.S., y el intenso dolor en la espalda le impedía ponerse de pie. Imaginó que la niebla del mar, más allá de las altas murallas, ya había rebasado las fortificaciones del pueblo, pues comenzaba a filtrarse por debajo de la puerta a lo alto de las escaleras y por los orificios en las ventanas. El carnicero, que nerviosamente leía en el diario en una esquina, notó que el prisionero se despertaba y se le acercó con una temible sonrisa. Le desamarró de la tubería y le fue arrastrando del cuello, como a un perro, por las escaleras del sótano hasta su negocio. Un intenso e insoportable dolor de cabeza le golpeó en la tienda, donde la niebla ya llegaba a la rodilla, y a él le llegaba al cuello pues avanzaba jorobado como un simio. Un extenso grupo de pueblerinos esperaban en la puerta y en cuanto le vieron se echaron a reír. No podía ponerse de pie, ni erguirse, y el dolor de cabeza era tan poderoso que a duras penas podía soportar mirar hacia arriba y enceguecerse por las tímidas luces de las lámparas.

En la constante y ensordecedora estática de su mente empezó a sentir algo diferente, algo que no era suyo. El terror le hizo imaginar fuerzas ajenas a él dentro de su mente, como si su espacio más íntimo hubiera sido violado por una presencia antinatural, ajena e incomprensible. Se golpeó la cabeza, como si pudiera alejar aquella presencia y regresar a la ensordecedora estática, pero no sirvió de nada. Tratando de centrarse miró hacia arriba, hacia los diabólicos cultistas que charlaban animosamente y nerviosamente revisaban sus relojes, sus figuras se deformaban por la espesa neblina que no dejaba de recordarle de su espantoso episodio huyendo del flautista en el gótico laberinto de calles y edificios. La presencia en su mente se hizo aún más fuerte conforme se vio envuelto en la niebla, luego que el carnicero le jalara de la correa hacia la calle. No era una simple fuerza ajena a su voluntad, sino voces y muchas de ellas. Estando cerca de los cultistas les miró atentamente, y lo que pensó que había sido una charla era en realidad un simple intercambio de miradas y gestos. Nadie estaba hablando y sin embargo escuchaba sus voces tan claramente como podía sentir el punzante dolor en su espalda.
- Parece que estamos todos listos.- Dijo Günther acercándose trotando. Su boca no se movía, pero no necesitaba hacerlo para comunicarse telepáticamente con sus seguidores. Le dedicó una patética mirada a Rudolf y le pateó polvo de la calle.- Ya está despierto, perfecto. No sobrevivirá la descarga. El momento esperado ha llegado.
- Sólo desearía que mi madre pudiese verlo.- Dijo William, corriendo detrás de su padre y cargando una pesada lámpara de aceite para alumbrar su camino en la espesa niebla.- Me contentaré con este. Su hermano está fuera de combate, morirá en ese castillo junto a sus camaradas.
- Llévate a este hermano, ya sabes qué hacer con él. Yo debo regresar con esos nazis idiotas y sonreír un rato. Iä, Iä Yug Hunerun.
- Iä, Iä Yug Hunerun.- Respondieron todos sin mover los labios y Rudolf reconoció la expresión de la runa circular tatuada en las espaldas de las víctimas de Günther Albrecht, y ahora en la suya.

            William se llevó a Rudolf jalándole de su correa. Los transeúntes le saludaban amablemente y se burlaban del hermano Müller, era obvio que todo el pueblo estaba en la misma conspiración y no podría servirse de nadie para ayudarle. No, Rudolf estaba completamente solo, acompañado quizás por los tenebrosos pensamientos de los cultistas que pasaban cerca y de William, ideas sádicas y violentas que le daban escalofríos. Le jaló calles arriba, alejándole de los soldados que pululaban por las calles centrales donde aún se tiraban flores y perfumes como parte de la fiesta. A lo lejos la neblina comenzaba a vencer a la muralla y caía sobre Unzel como una cascada.
- ¿Puedes ver las flores a lo lejos? Representan todas las tribus y casas reales que las familias primigenias de Unzel consiguieron aniquilar con la ayuda del protector Yug. Tus amigos deben creer que se trata de una simple costumbre vulgar, y no pensarán nada cuando las mujeres lancen las últimas flores, rojas, blancas y negras.- William jaló de la correa, ahorcando momentáneamente a Rudolf y le mostró su cuchillo curvo aún empapado en sangre que guardaba en una bolsa de cuero dentro de su abrigo. El mensaje era claro, le mataría en cuanto dejara de ser útil, pero Rudolf aún no entendía exactamente qué era lo que estaba por pasar.- Ahí está, Iä, Iä Yug Hunerun.

            Rudolf no pudo ver nada más allá de la niebla que no dejaba de subir de nivel y devorar a la ciudad. Albrecht no señalaba algo físico, sino algo psíquico y una oleada de pensamientos ajenos, incomprensibles, perversos y en un idioma no humano golpearon la frágil mente de Rudolf con tanta fuerza que cayó sentado sobre el suelo. Sentía la presencia de Yug, gigantesca, temible y cruel. Sus pensamientos eran pesados, como anclas que se dejaban caer sobre las distintas almas como un barco que se detiene en un punto en el mar. Rudolf tembló de miedo al escuchar esas ancestrales e intraducibles palabras que penetraban su mente como taladros poderosos. Escuchó también las voces humanas de cientos de personas, todos ellos levantando plegarias a Yug Hunerun como invitándole a acercarse. Entre todas esas voces, abultadas como en un mercado, escuchó la de William y cuando sintió que la tensión de la correa se debilitaba decidió que era su única oportunidad. Concentrándose con todas sus fuerzas, su cabeza temblando del esfuerzo y su nariz sangrando por la presión, navegó entre las cientos de voces. Lanzó su mente como la línea de un pescador hacia el mar del norte, navegando entre los rezos y también entre los pensamientos inocuos y vulgares de los soldados. La visión se nubló al escuchar los pensamientos del comandante Ecke y sus compañeros, pero en vez de desistir decidió dar su último esfuerzo estando tan cerca. Buscó la mente de su hermano Franz de entre todas esas interminables corrientes psíquicas y finalmente le ubicó en un sótano del castillo.

            Franz, somnoliento aún por el golpe, sintió algo en su mente que le despertó de golpe. Escuchó la voz de su hermano y al reconocer el tono de urgencia y terror supo de inmediato que no era alguna clase de alucinación. Rudolf le dijo exactamente lo que debía de hacer y Franz rápidamente se arrastró por el suelo hasta dar con un vidrio roto para liberarse de las crudas amarras que le limitaban. Abrió la puerta del sótano y se escabulló de entre los distraídos guardias cuando la voz de Rudolf se desvaneció. William notó que Rudolf había caído de rodillas, se distrajo de sus rezos para darse cuenta de lo que estaba pensando y reaccionó de inmediato. Trató de dar un paso atrás, pero Rudolf ya sostenía un adoquín suelto con el que le rompió la rodilla izquierda. Saltó sobre él como un jorobado demente y buscó en su abrigo por el cuchillo. William consiguió patearlo para sacárselo de encima, pero fue demasiado tarde. Rudolf le apuñaló en un muslo, y después en la entrepierna y finalmente hundió la hoja en el estómago para abrirle las entrañas. William trató de gritar de dolor, pero todo ocurrió tan deprisa que no tuvo la oportunidad. Un instante de gloria y satisfacción nublaron la conciencia del dolor, pero no duró mucho. Escuchó la música de flauta y supo que se acercaba a él, y ésta vez no cedería hasta matarlo.

            Rudolf huyó torpemente por las laberínticas calles empedradas de Unzel, con la música del flautista cada vez más cercana. Pensó guiarse por las risas y las festividades, pero el miedo bloqueaba todos los ruidos, a excepciones de esos espantosos rezos, las irrepetibles palabras de la infrahumana criatura que se hacía más fuerte en las mentes de sus creyentes, el sonido de la flauta y el raspar constante de la pirámide de acero contra las paredes. Acercándose a las luces, con la gracia de un adolorido jorobado, decidió alejarse de la oscuridad del pueblo al sur para refugiarse entre las luces de las casas y las lámparas decorativas de la calle. Se escabulló detrás de una familia que reía y señalaba los fuegos artificiales para entrar a su casa sin hacer ruido. Algunos de los celebrantes se disfrazaban de flautistas medievales y andaban por las calles animando a los disfrazados a bailar. La música le era terriblemente conocida, era la del flautista Ernst. Se escondió en la sala de la casa, y miró por la ventana mientras que los rezos en su mente alcanzaban un clímax antinatural. A lo lejos, más allá de las grandes piras y los potentes reflectores del centro del pueblo los remolinos de niebla cobraban forma. Algo existía en esa zona, cerca del castillo y en medio de la niebla, que paulatinamente se materializaba y daba así forma a la niebla. En cuanto a la forma de la criatura no podía decidirse, era casi tan alta como el castillo sin duda, y muy robusta, pero sus rasgos particulares eran difíciles de adivinar. Por momentos, cuando los cohetes ascendían alto y se cruzaban esporádicamente con los reflectores del castillo podían adivinarse ciertas sugerentes formas, como largos tentáculos en su inmenso pecho o extremidades anchas y que le hacían pensar en inútiles alas de murciélago. Lo único que sabía era que esa criatura emitía oscuros y temibles pensamientos que no parecían irse, y que amenazaban con ocupar toda su mente, un fenómeno que los cultistas esperaban ansiosos pero que Rudolf encontraba aterrador. Si esa bestia era traída a nuestro mundo material de tres dimensiones, sabía Rudolf Müller, abriría una puerta imposible de cerrar por medios humanos.

            Distraído mirando por la ventana no advirtió que, de entre todas las flautas que sonaban para la fiesta, había una en especial que venía de adentro de la casa. Alargó el brazo para hacerse del atizador de la chimenea y dándose vuelta de golpe lo blandió con todas sus fuerzas. El flautista había llegado muy cerca, y el golpe le arrancó el hacha de la mano. Rudolf lo atravesó con el atizador, pero no tuvo mucho efecto. La monstruosidad le agarró de los brazos y con una fuerza sobrehumana lo levantó del suelo y lo lanzó contra la pared. Antes que Rudolf pudiera levantarse de nuevo el flautista, con su pirámide de acero en la cabeza, se lanzó contra él. Retrocedió dando traspiés contra el espejo, pero en vez de romperlo lo cruzaron juntos como si fuera una puerta. Recordó los espejos en el aquelarre que interrumpieron, que tenían marcas sobre la superficie con forma de pirámides y extraños símbolos místicos. Al lugar al que llegaron, tras atravesar el espejo era idéntico a la sala de esa casa, pero donde el espejo no reflejaba se encontraban otras salas, cocinas, baños y demás reflejos de otras casas y edificios. Era un mundo cocido burdamente, donde el flautista había permanecido encerrado por muchos siglos.
- Cuando me mataron encontré la manera de regresar.- Le dijo el flautista mientras lo perseguía lentamente, mientras Rudolf se desplazaba por los trozos de mundo que estaban unidos caóticamente. Su voz estaba llena de ira, pero Rudolf comprendió sus palabras en alemán arcaico.- Seguí sacrificando niños trayéndolos aquí. Sus padres sólo podían verlos a través del espejo, y por un tiempo muy breve. Ahora que puedo salir, podría dejarte atorado aquí una eternidad a ver si te gusta tanto como a mí.

            Rudolf corrió por una habitación hasta alcanzar el espejo sobre una cómoda y se lanzó sin dudarlo. La mitad de su cuerpo estaba atravesando el espejo hacia la habitación de verdad, cuando sintió las manos del flautista jalándole. Hizo un esfuerzo más, sabiendo que no podría atravesarlo y liberarse del monstruo, pero consiguió asomarse lo suficiente por la cómoda para tomar unas tijeras. Se dejó arrastrar violentamente y clavó las tijeras contra el tobillo del flautista para disminuir su velocidad. Huyó entre oscuros baños, dormitorios iluminados por la fiesta y salas decoradas para la fiesta de la niebla. Lanzó muebles y tiró estanterías, pero eso no le iban a salvar. El flautista conocía bien esta espantosa dimensión y podía seguirle sin problemas. Rudolf, sin embargo, ya tenía un plan. Trató de orientarse en un mundo sin orden, buscando espejos que dieran a la fábrica. Se guió por los frenéticos pensamientos de su hermano Franz, tan quedos como el sonido de un arroyo al lado de una catarata. Al dar con un amplio espejo en el comedor de la fábrica sintió cerca la presencia del flautista, escuchó su flauta mientras se acercaba desde ángulos imposibles de conseguir. Se tiró contra el espejo y chocó contra una de las mesas del comedor. Levantó dolorosamente un saco de harina y lo tiró contra el espejo tratando de romperlo pero fracasando.

            Atravesó la oscura fábrica mirando por las amplias ventanas polvosas, la criatura ya se había manifestado. Lo que antes había sufrido en la forma de la estática eran ahora todas invocaciones terribles en un idioma que el hombre no recordaría nunca. Yug estaba libre y podía ver su espantoso cuerpo, en parte oso y en parte pez, destruyendo algunas casas en medio de horribles alaridos de terror. El flautista le alcanzó mientras bajaba las escaleras, le dio una fuerte patada que lo hizo darse de tumbos contra los escalones de acero. El flautista ahora tenía otra arma, un hacha contra incendios que había encontrado en uno de los pasillos superiores. Levantó el arma y antes que pudiera cortarlo en dos sintió el golpe de una pala de carbón contra su torso. Franz le tomó por sorpresa, escondido en un oscuro rincón, y el golpe lanzó volando al flautista. Franz levantó a su hermano y se lo llevó corriendo cargándole del hombro.
- Ya es demasiado tarde.- Amenazó el flautista, mientras les perseguía por la oscuridad mientras los hermanos Müller llegaban a los potentes hornos de carbón.- Yug ha atravesado a este dominio. He advertido a todos sobre ti Rudolf, ¿crees que no pueden oír tus pensamientos como tú escuchaste los de tu hermano? Estarán rodeados en segundo, y tú los trajiste hasta aquí.
- Que vengan.- Rudolf se separó de su hermano a un lado de los hornos para hacerse de un enorme atizador que parecía una pica medieval.
- Quédense donde están, estoy armado.- Günther Albrecht entró a su fábrica, pistola en mano y subió los escalones de piedra hasta los hornos. Franz se le enfrentó, pala en mano, mientras el flautista les rodeaba por atrás. El patriarca de los Albrecht señaló hacia los ventanales, los soldados no podían combatir a Yug quien se acercaba peligrosamente al castillo para matar a todos los oficiales.- Esa pala no servirá de mucho contra una pistola.
- Sí, pero quizás esto sí.- Rudolf caminó unos pasos, auxiliado con su pica como un bastón y le tiró dos envases vacíos de litro y medio de cloro.
- ¿Y eso qué?- Se mofó Günther.
- Están vacíos, ¿quieres adivinar qué hice con todos los químicos que encontré en la fábrica? Directo al horno. Nadie notó el humo, con toda esa neblina en el pueblo. ¿No habían hecho algo muy parecido los caballeros cristianos en 1313?
- ¡No! Yug se tambalea.- Günther señaló por la ventana a la inmensa bestia que daba de tumbos y caminaba mareada. Rudolf aprovechó su distracción para lanzarse contra él y clavarle el larguísimo atizador atravesándole el pecho.
- Ah, y maté a tu hijo William. Pensé que querrías saberlo antes de mandarte al infierno.- Comandando sus últimas fuerzas lo empujó contra un horno y lo metió para que ardiera hasta los huesos.

            El flautista atacó con todas sus fuerzas mientras que afuera Yug se envenenaba con los químicos que ya producían vómitos a algunos de los pobladores. Cuando la bestia aulló y gimió de dolor todos los que fueron operados por Günther Albrecht para comunicar pensamientos sintieron la descarga. Un intenso dolor sacudió a Rudolf hasta desmayarlo. El flautista blandió su hacha contra Franz, pero él consiguió agacharse a tiempo y enterrar la pala de carbón en un costado. De una patada y un empujón lo metió al horno. Antes que pudiera cerrar la portezuela el diabólico flautista intentó escapar y en el intenso calor la pirámide con la que los caballeros cristianos le habían flagelado se deshizo y liberó su cabeza. Franz reconoció ese rostro, era el de los Albrecht, y el de todos los nativos de Unzel, con sus ojos hundidos y su falta de barbilla. El verdadero patriarca había sido Ernst Albrecht, y desde entonces sus descendientes se habían multiplicado entre ellos y devorado sus cuerpos tras morir. Le vio arder hasta convertirse en cenizas y comenzó a reír como un loco. La descarga de adrenalina estaba pasando y mientras cargaba a su hermano a la calle y veía al monstruoso Yug desvanecerse entre las explosiones de los militares sintió la tentación de desmayarse él también.

            Rudolf se despertó en una cama de hospital, su memoria aún neblinosa. Miró por la ventana y reconoció a Berlín. Su hermano entró por la puerta con una caja de chocolates y una sonrisa. Se sentó a su lado para explicarle que había estado fuera de combate por más de una semana, y que un equipo de los mejores cirujanos alemanes había removido todas las agujas y piezas metálicas que Günther le había insertado.
- Te quedará una herida, pero siempre puedes inventar algo heroico.
- Así que ya no soy el guapo de los Müller.
- No, parece que no.- Erich Ecke abrió un poco la puerta y tocó un par de veces antes de entrar. El comandante vestía su uniforme de gala y sonrió al ver despierto a Rudolf.- Vino aquí todos los días para ver si estabas mejor.
- Trataron de advertirme de los Albrecht y no los escuché.- Colocó un sobre manila sobre la cama y les guiñó el ojo.- Transferencia para que trabajen conmigo, necesito a hombres como ustedes.
- No se ofenda comandante, pero ya tenemos una asignación.- Rudolf se sentó adolorido sobre las almohadas y se estiró para quitarle un cigarro a su hermano de su cigarrera de plata.- ¿Qué hay del pueblo y de la criatura?
- Nadie vio nada, es la versión oficial. Químicos en el aire para tratar de hacernos alucinar. Hemos arrestado a todos los que tenían cocida la piel de la espalda. Les enviaremos a un lugar muy, muy lejano del que nunca saldrán. Son todos culpables de traición y sedición, pero tu hermano Franz se ha asegurado que eso nunca salga a la luz pública. No existe registro oficial de lo que ocurrió en Unzel, sólo el reporte que elaboró para el Führer.
- No todo ha sido silenciado, sin embargo.- Añadió Franz.- Soldados y reporteros han encontrado señales de canibalismo generalizado. Muchos de los oficiales que comieron con los Albrecht y otras familias no han dejado de vomitar desde entonces. Vegetarianos por siempre.
- Mencionaste una asignación.- Dijo Ecke, reflexivamente.- ¿Qué misión es esa?
- La conspiración de Frankfurt tenía a más gente que los Albrecht. Algo me dice que sólo hemos rasguñado la punta del iceberg. La mente maestra sigue libre, planeando su siguiente movimiento y algo me dice que tiene planes aún más terribles.- Ecke conversó un poco más y se fue, dejando a solas a los hermanos Müller.- Así que Franz, reporte directamente al Führer, ¿le diste la mano?
- Brevemente. Lástima que estuvieras inconsciente.- Bromeó Franz.
- Sí, había un par de chistes subidos de tono que me habría gustado contarle. Como el del judío, el polaco y el alemán que entran a un bar en Berlín.- Franz le miró sonriente y le apretó la mano. Irradiaba felicidad, sabiendo que su hermanito estaba de vuelta y a toda potencia.
- ¿Quién sabe? Quizás tengas tu oportunidad Rudolf, quizás tengas tu oportunidad. La mente maestra está allá afuera, esperándonos. Mejor no hacerlo esperar.


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