La casta de Yug
Por: Juan Sebastián Ohem
El
lechero del edificio König en la calle Dreiberg repartió las botellas de leche
y recuperó las vacías de departamento en departamento. Tocó la puerta del
departamento de Linda Peter, aunque no tenía por qué hacerlo. La había visto en
un par de ocasiones y su belleza le había impresionado en gran medida. La
puerta no estaba cerrada y se abrió lo suficiente para incitar su natural
curiosidad. Asomó la cabeza como los gatos suelen hacer y el espanto de lo que
vio le golpeó con tanta fuerza que retrocedió torpemente, soltando las botellas
de leche y tropezando al suelo. Sus gritos alertaron a los vecinos, quienes
llamaron a la policía y su natural decencia impidió que los vecinos se asomaran
a ver el estado en que había encontrado a Linda Peter. La policía inspeccionó
el lugar y le agradeció el haber impedido que los vecinos se entrometieran. Le
exigieron que se quedara sentado en la escalera mientras llamaban a una unidad
especializada. Agentes de la S.S., marchando en sus impecables uniformes grises
miraron el interior, dieron un silbido y le informaron al lechero que tenía
prohibido hablar de lo que había visto. Le amenazaron enérgicamente,
advirtiéndole que si su memoria no borraba esa imagen inmediatamente le
detendrían indefinidamente hasta que el caso se resolviera. El lechero, aún
horrorizado asintió con la cabeza y se marchó tembloroso. Los agentes entonces
procedieron a llamar a los hermanos Müller, los agentes especializados en los
casos que el partido nacionalsocialista no podía admitir que existieran. Los
hermanos, aunque registrados oficialmente con la S.S., carecían de división
propia y conocían bien la importancia de su labor.
- Señores Müller, soy el agente
Roack, éste es mi compañero el agente Schmidt.- Franz y Rudolf saludaron de
mano a los nerviosos agentes y notaron su ansiedad. No soportaban estar cerca
de ese departamento ni un segundo más.- Tengo entendido que conocen las
cláusulas de discreción.
- Perfectamente. Ciertas
atrocidades no pueden ocurrir en una sociedad saludable de ciudadanos arios.
¿Algún testigo?
- Uno solo, pero ya ha sido advertido.
No creo que repita lo que vio y, para serle franco señor Müller, no creo que
nadie le crea.
- Muy bien agentes, gracias por
llamar.- Dijo Rudolf con una sonrisa.- Pueden irse.
Los
agentes se despidieron con los saludos formales, la mano derecha alzada y hasta
la mirada puesta en la eternidad y después desaparecieron. Los Müller podían
vestir de civiles, pero el traje de Rudolf siempre estaba mejor ajustado. Franz
no tenía paciencia para sutilezas como la sastrería o la moda, había sido
detective de homicidios antes de pertenecer a la S.S. y la vida militar le
sentaba mejor. Rudolf no se había atemperado con la vida policial y militar,
había estado encargado de algunos grupos de estudios culturales y ganados sus
flamantes rayos en forma de S.S. por publicar una tesis y dar clase a unos
cuantos aburridos agentes incapaces de entender hasta los conceptos más simples
de la antropología. Ambos, sin embargo, se estaban acostumbrando a las
violentas escenas de crímenes cuyas patologías serían imposibles de explicar
por medios comunes. Cierto talento para asumir lo peor e imaginar los
escenarios más perversos y malvados les habían dado la fama necesaria dentro de
la organización para llevar sus propios casos.
El
departamento de Linda Peter se encontraba en pequeño orden, era poco más que
una sala, cocineta, baño y recamara, pero los muebles hablaban de cierto
provincialismo y no era posible encontrar una molécula de polvo. Linda se
encontraba en la sala, sentada contra el respaldo de la silla frente a ella. El
cuerpo estaba atado de los tobillos a las patas de la silla, los brazos
asegurados contra la vieja mesa astillada y su cuerpo estaba vestido únicamente
con sus bragas. La piel de la espalda había sido abierta en un solo corte, lo
que sugería un pulso seguro y profesional, y la carne se encontraba expuesta.
Largas y finísimas agujas habían sido insertadas en sus músculos, una serie de
manera horizontal y otra de manera vertical. Incisiones en los músculos,
pequeñas y muy específicas, habían permitido al asesino llegar hasta la columna
vertebral, donde pequeños objetos metálicos habían sido colocados
cuidadosamente. Los cortes en los músculos de la espalda siempre iban para
arriba y con un poco de ayuda los hermanos Müller detectaron incrustaciones cerca
de la nuca. Era obvio que la operación había tardado algunas horas y ya estaba
por terminar, pues el macabro cirujano había regresado los músculos a su lugar
natural y comenzado a quemarlos con una herramienta para realizar tatuajes. El
inacabado tatuaje tenía forma circular y las extrañas letras parecían runas que
darían toda la vuelta a la espalda.
- Una de las agujas perforó los
pulmones.- Dijo Franz, mientras se quitaba los guantes clínicos y trataba de
limpiarse la sangre que copiosamente se había desangrado en el suelo y en la
silla.- Hay marcas en el suelo que sugieren que trató de moverse, pero debía
estar demasiado desangrada para defenderse o liberarse.
- Quizás no estaba demasiado
desangrada, sino demasiado drogada. Nadie puede operar de esa forma sin que la
víctima se retuerza por todas partes.- Rudolf encendió un cigarro y masajeó sus
sienes. La escena era chocantemente macabra, pues hablaba de una mente
incalculablemente fría y sádica.- Estamos buscando a un profesional, alguien
con un buen trabajo, una buena educación y que ha hecho esta clase de cosas
antes.
- Vamos Rudolf, ¿eso es todo?
Pensé que tu tiempo en la Anhenerbe te habría hecho más perspicaz. Cualquier
policía sabe eso. También sabría que el asesino conocía a la víctima, pues no
hay señales de pelea ni de cerradura forzada.
- Obviamente el motivo no fue
monetario, pero tampoco sexual. Los sádicos sexuales no dejarían a una víctima
con bragas y habría señales de violación. El asesino tiene una idea muy fija,
su fracaso le obligó a huir pero tiene en mente un perfil específico de
víctimas. La chica es recién llegada, estos muebles son de provincia, su
obsesión por la limpieza, la ropa que vi en el cesto del baño así como los
jabones que utiliza hablan de una chica que llega a la capital. El asesino no
discriminará sobre el género, pero sí sobre la edad. Necesita víctimas lo
suficientemente desarrolladas para poder ejercer sus macabras operaciones.-
Franz aplaudió y le obsequió una reverencia a su hermano menor.- No
encontraremos huellas, ni testigos, sería demasiado inteligente para eso. Yo
creo que la sedujo diciéndole que estaba casado, y que por la misma razón no
podía dejarse ver por sus vecinos. La drogó cuando fue apropiado y comenzó su
trabajo, pero Linda despertó de su coma narcótico y se desangró. El sujeto no
la lastimó post-mortem, de modo que no estaba enojado, pero tampoco destrozó el
lugar para cubrir sus huellas, por lo que no sucumbió al pánico.
- ¿Y su signo zodiacal?
- Todavía trabajo en ello.-
Bromeó Rudolf.
Los
investigadores hablaron con los vecinos cuando el forense recuperó el cuerpo.
La liberaron de sus amarras y posicionaron en el suelo, de modo que los
enfermeros no supieran todos los detalles. Ninguno de los vecinos preguntó por
el método de su muerte, asumieron que debía ser espantoso si agentes de la S.S.
solicitaban auxilio de otros agentes de la S.S. Nadie la conocía bien, pero los
pocos que hablaron con ella la describieron como una joven activa y optimista,
una maestra de música que disfrutaba sus días en Berlín. Al revisar entre sus
cosas encontraron extraños libros sobre folklore y leyendas, unos tomos
revestidos de cuero que desentonaban con el resto de la literatura, novelas
ligeras y revistas de moda. Las cartas se encontraban a nombre de otra persona,
la anciana señora Schillinger que le rentó el departamento. La señora sólo
podía agregar que Linda había dicho que llegaba de Frankfurt donde había
estudiado música, aunque su lugar de nacimiento era otro que no lograba
recordar.
Rudolf
recurrió a sus amigos en la Anhenerbe para que estudiaran el extraño tatuaje en
la rosada carne de Linda Peter. El estudio de las runas resultó en una de dos
posibilidades, o bien estaban mal escritas, donde por ejemplo la Y debía estar
totalmente vertical en vez de formar un ángulo, o bien se trataban de runas
típicas de ciertas lugares pesqueros donde culturas paganas sedentarias fueron
asimiladas por vikingos. Franz no obtuvo resultados en sus pesquisas, los
cirujanos capaces de tales operaciones tenían buenas coartadas, no encontró
alumnos desequilibrados en las escuelas de medicina que pudieran haber cometido
el asesinato, ni obtuvo nada provechoso de las entrevistas a Linda Peter.
- Nuestro monstruo se esconde
bien.- Se quejó Franz mientras se servía una cerveza y se quitaba la corbata.
Rudolf seguía leyendo pesados libros de historia en su mesa de leer en la sala
de su casa. El hogar Müller era más un museo, o una oficina, que una casa. Los
artefactos que su padre había desenterrado en tierras lejanas descansaban sobre
repisas polvorientas.- No es un pirado cualquiera.
- Escucha esto Franz, podría ser
relevante.- Rudolf se alejó del libro y recibió una cerveza de su hermano.- El
equivalente alemán de la inquisición reportó casos de cirugías aberrantes.
- Pensé que las cirugías
medievales ya eran aberrantes de por si.
- Sí, imagínate el grado de
sadismo para que un torturador católico lo considere excesivo. Abrían la piel
del sujeto, insertaban extraños aparatos y los cosían de nuevo. Les veían
caminar jorobados por un par de días, hasta que esos artículos dejados en la
nuca iban subiendo hasta la glándula pineal y perdían la motricidad para
finalmente caer muertos. Las persecuciones de brujas protestantes reportaron
casos similares en pescadores que eran arrastrados a la orilla.- Rudolf le pasó
el libro a su hermano y señaló las arcaicas ilustraciones anatómicas. Agujas en
los músculos, muy parecidas a las de Linda Peter, así como discos y pirámides
metálicas alojadas en las vértebras.
- Nuestro bicho es un lector.-
Franz dejó el libro sobre la barra a un lado de las botellas y suspiró
cansado.- ¿Dijiste que esas runas podían ser típicas del norte?
- Sí, de pueblos costeros como en
los que se llevaron a cabo esas operaciones. Quizás nuestro bicho no es local.
De todos modos esas operaciones de hace siglos eran diferentes, no había drogas
para anestesiar, las herramientas eran burdas y los objetos eran diferentes. El
forense me dijo que Linda tenía un par de discos alojados contra las vértebras
en un lugar donde no harían daño alguno, a menos que se desplazaran por
contusiones o alguna enfermedad. Pero tenía un objeto, como una pirámide, con
la base contra la nuca, la punta hacia abajo y dos protuberancias, como
colmillos, ligeramente curvos que salían de dos esquinas de la base por algunos
milímetros. Es un extraño cambio, quizás pensó que sería más estético.
- O quizás está mejorando los
viejos diseños. Los tatuajes sobre la carne no aparecían tampoco... No sé
Rudolf, me da la impresión que ha ido adaptando la técnica por algún oscuro
motivo. Sólo espero que lo encontremos antes que pueda seguir practicando.- El
teléfono soltó y ambos brincaron del susto. Sus mentes vagaban por territorios
terribles y violentos, buscando a ciegas la lógica del despiadado asesino.- Sí
comandante, entiendo. De inmediato comandante. Heil Hitler.
- ¿Y?
- Tenemos otro.
Los
hermanos Müller acudieron a toda velocidad a la escena del crimen. La pequeña
casa de una planta estaba acordonada por elementos de la S.S. en su uniforme
oficial. Les saludaron al llegar y se alegraron de no tener que lidiar con el
desastre. Hans Bender se encontraba en la misma posición que Linda Peter, con
los tobillos atados a la silla con el respaldo contra el pecho, los brazos
atados a la mesa con cintas de cuero y un charco de sangre empapando la silla y
el suelo. La piel, sin embargo estaba parcialmente cocida, como si el asesino
ya hubiese terminado su trabajo. Cuidadosamente Franz cortó los hilos y fue
abriendo la amoratonada piel. El tatuaje sobre los músculos estaba terminada y
Rudolf se aseguró de tomar una fotografía. Franz señaló las cuatro marcas en
los pies consistentes con inyecciones de anestésicos, era obvio que no quería
repetir el mismo error que con Linda Peter. Las agujas eran casi imperceptibles
dentro de la carne, pero Rudolf encontró un punto donde había habido mayor
hemorragia, una de las jeringas había cortado varios nervios y probablemente
penetrado alguna arteria.
Los
hermanos entrevistaron a los vecinos e inspeccionaron la casa para darse una
idea de quién fue Hans Bender, y el retrato les recordó en gran medida a Linda
Peter. Hans Bender era un profesor de Historia recién mudado desde Frankfurt.
Tenía pocos amigos y contaba con los mismos libros curiosos que habían
encontrado en el domicilio de Linda Peter. Libros arcanos sobre cultos
olvidados y peligrosos, un retrato de una era pagana muy distinta a la que el
partido trataba de resucitar. Dioses, mitos y hechizos que el mundo olvidó, y
con buenas razones. De acuerdo a los amigos de Rudolf dentro de la Anhenerbe
las runas pertenecían a ese mundo olvidado por las misericordiosas nieblas de
los tiempos. El tatuaje, completado en el cuerpo de Hans Bender, era un rezo
hacia Yug, una deidad poco conocida de ciertos pueblos pesqueros que los
vikingos asimilaron a Loki, aunque así perdiendo su connotación de “devorador
de la sangre y amante de las mujeres”, como rezaba uno de esos curiosos libros.
Franz
y Rudolf decidieron viajar a Frankfurt y seguir la pista desde el origen de las
víctimas. Hans Bender y Linda Peter habían vivido cerca y atendido clases a la
misma universidad. Franz solicitó los archivos de homicidios del último año que
tuvieran cualquier parecido con el caso actual. Los policías entregaron tres
archivos y Franz perdió la voz de tanto gritarles, los tres habían sido
despellejados de la espalda y sufrido semejantes alteraciones en los músculos,
y a nadie se le había ocurrido solicitar ayuda a la S.S. Las tres víctimas de
Frankfurt aportaron nuevas pistas a su investigación, uno había estudiado
filosofía, otra había atendido clases sobre mitología y religiones comparadas y
el tercero era un profesor de matemáticas de la universidad de Frankfurt. Las
entrevistas a los familiares de los fallecidos aportaron el elemento crucial,
Jürgen Vatz, ex-novio de Linda Peter, fue muy insistente al aclarar que Linda
se había vuelto distante desde que había estado en su club de lectura en la
Universidad de Frankfurt. Nuevas entrevistas revelaron que las cinco víctimas
habían atendido el mismo club de lectura, y que los cinco provenían del mismo
sitio, un pueblo pesquero al norte llamado Unzel.
- Todo esto es terrible, de lo
más terrible digo yo.- El decano, Reinhold Schmidt, les mostró el amplio salón
anfiteatro que había sido usado para el club de lectura y después les llevó a
su oficina, donde se bebió un licor fuerte antes de sentarse a hablar.- Ese
club de lectura... No pensé que fuera importante. Los alumnos solicitaron el
espacio todas las tardes, de lunes a viernes, por quince días. No solicitaron
maestros, al parecer ya tenían quien condujera la discusión.
- Además de estos cinco nombres,
¿quiénes más atendieron?
- No lo recuerdo, a esa hora yo
estaba del otro lado del campus dando un curso sobre filosofía oriental. Linda
y Hans eran alumnos tan destacados que simplemente les tomé por la palabra. Es
de lo más terrible, de lo más terrible.
- ¿Qué me dice de esto?- Franz
puso fotografías de las autopsias sobre la mesa, mostrando el tatuaje que se
repetía, inacabado en la mayor parte, a excepción de Hans Bender.
- Déjeme ver.- Reinhold se puso
de pie y buscó entre sus libros hasta que dio con uno. Al llevarlo a la mesa
los hermanos Müller le reconocieron al instante, era uno de los curiosos libros
de Linda y Hans. Se miraron a los ojos sin decir nada, ambos pensaban lo
mismo.- Es parte de una oración a un dios llamado Yug. No es mi especialidad,
como sabrá mi especialidad es el oriente.
- Muchas gracias por su tiempo
decano Schmidt. Estaremos en contacto.
- En contacto, digo yo.- Añadió
Rudolf mientras salían de la oficina.
Presionaron
al rector de la universidad, preguntándole sobre cualquier afiliación judía en
el decano Scmidt y solicitando sus papeles de pureza de sangre. Entrevistaron
profesores y alumnos, siempre vagos en sus intenciones, pero en un tono lo
suficientemente amenazador para saber que todas aquellas conversaciones
llegarían a oídos de Reinhold. Al tercer día la estrategia fue exitosa. Lo
mantenían vigilado a cada momento del día, y ese miércoles al anochecer
Reinhold salió nervioso del campus. Intercambió unas palabras con un
consternado profesor y caminó pálidamente hasta una caseta de teléfonos. Franz
ya había ordenado intervenir sus teléfonos, en casa y en la oficina, y no había
obtenido nada comprometedor, pero estaba seguro que ésta llamada sería
diferente. Había quebrado finalmente, y ahora tendría que reportarse con sus
cómplices. Se acercó cautelosamente desde la espalda y, escondido detrás un
frondoso árbol, pegó el oído al cristal para escuchar la conversación.
- Se están acercando mucho,
demasiado diría yo. ¿Qué tanto podemos dejar que sepan antes que... No, te digo
que descubrirán el aquelarre subterráneo si siguen así. No me importa eso... Ya
entiendo, sí soy el único que queda en Frankfurt... Sí, entiendo el peso de mi
juramento, sólo espero haberle servido bien.- Reinhold sacó una pequeña pistola
de un bolsillo de su abrigo y Franz entró de una patada al cubículo para evitar
que se suicidara.
- No será tan fácil Schmidt.
- No, déjame hacerlo.- Forcejó
por el arma, pero fue inútil, Franz se la arrancó, lo golpeó en la nariz con la
culata y después disparó al techo con el cañón a un lado de su oreja. El
estruendo fue tan temible que le dejó incapacitado en el suelo, aullando de
dolor.
- ¿Con quién hablabas?- Rudolf
entró a la cabina para sacar al decano de la manga del abrigo y tirarlo al
suelo. Reinhold les miró, derrotado por completo y forzó una sonrisa triste.
- ¿Qué importancia tiene? Van a
morir de todas formas. Todos lo harán.
- ¿De qué estás hablando?, ¿qué
era ese grupo de lectura realmente?
- Ocultistas de todo el mundo
reunidos con un solo propósito, limpiar al mundo de su insolente tecnocracia.
Gente preparada y capaz que llevara este siglo XX al sitio donde pertenece, a
uno de magia y poder. Los planes ya se trazaron y muchos de ellos pueden
esperar mucho tiempo, incluso derrotas temporales. Genios como Anatoly Yashin
no pueden ser detenidos. Es demasiado tarde, ¿no lo entienden? Lo que han visto
es la punta del iceberg. Ahora jugarán un juego que no podrían entender ni en
un millón de año. Ajedrecistas cósmicos mueven las fichas desde ahora.
- Si quisiera discursos
melodramáticos encendería la radio Schmidt.- Rudolf lo arrastró hasta una banca
y le propinó una bofetada.- Danos nombres, ¿quién es el cirujano?, ¿quiénes son
los otros?
- El salón,- dijo en tono cansado
y con los ojos inundados de lágrimas.- tiene un acceso a las catacumbas
subterráneas de la universidad, el aquelarre. El pacto se selló allí. Los más
brillantes decidieron el destino de la humanidad en ese lugar, ¿quieren verlo?
- Llévanos hombrecillo.
Siguieron
a Reinhold por el campus, tomándole de los brazos y dejando que docentes y
alumnos le miraran y se estremecieran, pues sabían que no le volverían a ver. El
decano empujó el pesado escritorio medieval del salón anfiteatro y abrió la
trampilla que daba a una escalera oscura. Bajaron con él, las armas listas y
los nervios tensos y empujaron la pesada puerta de roble que daba a las
catacumbas. Iluminados por una serie de focos caminaron entre los restos de
olvidados cristianos que descansaban en sus tumbas de piedra hasta un recinto
iluminado por una lámpara de gas. El lugar era un círculo abovedado con viejas
y extrañas inscripciones en un idioma que Rudolf estaba seguro que no era humano.
Las frases comenzaban en lo más alto de la bóveda y la daban varias vueltas al
recinto, hasta terminar en el suelo donde llevaban al centro de la habitación.
El centro, rodeado de velas agotadas casi por completo, tenía dorados cuadrados
y círculos dispuestos como lo que Rudolf sabía era la magia enochiana. Podía
imaginarse ocultistas, modernos y ancestrales, llamando a los demonios con sus
extraños cantos y gritos para someterles a su voluntad. Franz se estremeció,
algo malévolo persistía en aquel lugar, algo primitivo e innombrable, como si
la perversa voluntad de los magos que la habitaron por siglos persistiera aún
con ellos.
Reinhold
chilló de terror y señaló el túnel que tenían frente a ellos. Los hermanos
Müller se distrajeron tratando de encontrar lo que el decano había visto, pero
no pudieron ver nada más que las paredes de piedra con los agujeros para los
momificados cadáveres. Al darse vuelta se encontraron con que el decano había
escapado. Le persiguieron de regreso al túnel y a la puerta, pero aunque les
había ganado cierta distancia, le encontraron golpeando sus manos contra la
puerta. Sin embargo, ya no era una puerta, sino un muro de viejos ladrillos con
la apariencia de haber pertenecido a ese lugar desde siempre. Las luces se
apagaron, incluso la lámpara de gas, y algo chilló desde lo más profundo de las
catacumbas, algo inimaginablemente viejo y diabólico. Reinhold se echó a correr
en la dirección contraria y los hermanos lo persiguieron en la oscuridad.
Pasaron por la habitación abovedada y siguieron corriendo, siguiendo los ecos
hasta que los ecos terminaron. El académico gritó de miedo y después se escuchó
el inconfundible sonido de huesos que rompen y de la sangre que cae al suelo.
Franz desenfundó su arma y siguió corriendo mientras disparaba ciegamente. El
brevísimo segundo de luz no delataba la presencia de la criatura que,
indiscutiblemente, moraba por aquel satánico lugar. Rudolf se tropezó con los
restos mortales de Reinhold Schmidt, sintió la sangre contra sus manos y sus nervios
estallaron. La luz que emitían los disparos parecía hacerse cada vez más
pequeña, incluso cuando alcanzó a su hermano. El haz de luz y la distancia que
la luminiscencia de la pólvora rasgaba de la terrorífica mortaja de oscuridad
se reducía cada vez más hasta que, estaban seguros los hermanos, quedaran
atrapados en una oscuridad maldita, en una oscuridad que era más sustancia de
algo inefable que negación de luz.
Franz
se detuvo de golpe, mirando hacia el techo, los cables de electricidad que
habían alimentado a la serie de focos, ascendía por la húmeda pared hasta una
rendija. Empujó a su hermano Rudolf contra la oxidada escalera de mano y subió
inmediatamente después de él. Rudolf disparó contra los seguros de la rendija
de cloaca y empujó, presa del pánico, hasta que la vieja rendija cedió. Rudolf
salió al jardín sur del campus como si saliera a presión, pero al voltear no
pudo ver a su hermano. Se arrastró por el húmedo césped y extendió los brazos
buscando a Franz, pero no le sentía por ninguna parte. Franz sintió que algo le
agarraba del tobillo y le impedía bajar. Escuchó pasos detrás de él, cientos de
ellos. Disparó hacia atrás, pero ya no tenía balas y se limitó a empujarse con
las manos tratando de alcanzar a Rudolf. Sintió que sus pantalones se rasgaban
y algo duro, seco y maloliente rasguñaba su pierna. Rudolf se empujó aún más
dentro del hueco, temeroso de caer a la oscuridad, y encontró el brazo de su
hermano. Empujó con una fuerza que desconocía que tuviera y consiguió liberar a
Franz de las perversas garras de quienes estuvieran allá abajo. Instintivamente
se alejaron de la rendija tras cerrarla y calmaron sus nervios con un cigarro.
- ¿Estás bien?
- Sí, sólo unos rasguños.- Franz
se fijó en sus heridas y había algo más que rasguños en su tobillo derecho,
habían marcas de dientes.- Debemos ir a Unzel hermanito.
- Nos estarán esperando.
- Mejor, quiero que vean de donde
les viene el golpe.
Los
hermanos llegaron en tren hasta Unzel y se asombraron al ver el pueblo
pesquero. Esperaban un sitio oscuro, deprimente, con casonas abandonadas y un
aire de malignidad que diera continuidad a aquel espantoso y mortífero
aquelarre bajo la universidad de Frankfurt, pero la realidad parecía
completamente diferente. Unzel era un pequeño pueblo medieval gótico,
completamente amurallado, con una hermosa abadía convertida en universidad, un
par de góticas torres puntiagudas, un pequeño cementerio ancestral entre dos
parques y un pequeño castillo cerca de la muralla que daba contra el mar.
Poseía un colorido muelle antiguo, repleto de barcas para la pesca, y un puerto
moderno al otro extremo de la muralla para barcos más grandes. Sus empedradas
calles formaban toda clase de laberintos con hermosas casas medievales, algunas
con sus techos de dos aguas de pajas, y con edificios góticos acondicionados
para la vida moderna. Los habitantes de Unzel parecían alegres, se les podía
ver saliendo de las tradicionales tabernas o de los nuevos negocios, y muchos
de ellos vestían las tirolesas tradicionales. Tenían un aire similar todos
ellos, con el fino cabello rubio, los ojos hundidos y una barbilla casi
inexistente, y Rudolf se decepcionó un poco al no verles alas de murciélago o
largos colmillos.
Luego
de registrarse en el hotel los hermanos visitaron los familiares de las cinco
víctimas. Ya habían sido notificados de los fallecimientos, y aunque estaban
visiblemente consternados no pudieron aportar nada nuevo a la investigación.
Los Müller no podían informarles nada específico del modo en el que habían
muerto, ni del misterioso club de lectura que era un frente para una elaborada
conspiración ocultista, de modo que no tenían manera de dilucidar quiénes
habían estado en ese aquelarre que pudiera ser el asesino en serie. Rudolf,
como Franz, estaba absolutamente seguro que el perverso cirujano era un nativo
de Unzel y tenía una corazonada que le llevó a la abadía. El edificio gótico,
ahora completamente remodelado por dentro para cumplir sus nuevas funciones,
contaba con una torre sin ventanas que servía de biblioteca. Dejando a su
hermano detrás se dejó guiar por el bibliotecario por interminables escaleras
de caracol de piedra maciza, ahora limadas y parcialmente erosionadas por
siglos de uso. Le mostró los libros más viejos que tenía de medicina,
especialmente de cirugías y tras una breve inspección encontró lo que buscaba.
El autor era local, según la portada del libro, y formaba parte de los
innumerables tomos de pueblos y ciudades pequeñas que nunca eran reimpresos en
nuevas ediciones. La cirugía era explicada paso a paso, incluso detallando las
herramientas que serían necesarias. La explicación en antiguo latín era concisa
en cuanto al cómo, pero revelaba poco sobre el porqué. Aludía a primitivas
prácticas de alteraciones corporales, comunes entre los vikingos, que de alguna
manera tenían efectos espirituales muy específicos.
- El otro libro está en la sala
de arriba, acompáñeme.- Siguió pacientemente al decrépito bibliotecario por las
escaleras mientras se imaginaba al cirujano de Unzer leyendo esos mismos libros
y sacando copiosas notas.- Intereses peculiares los suyos, si me permite la
intrusión.
- ¿No mucha gente solicita esos
libros de cirugía?
- Yo diría que nadie. Ahora todos
esos estudiantes de medicina consultan sus propios libros... Y deberían joven,
por amor a Dios esos tomos tienen siglos. No desde el flautista han sido...
Disculpe mi regionalismo, quise decir que desde hace mucho que esos libros
salen de sus anaqueles.
- ¿Qué hay del otro?- Llegaron a
la desierta sala de lectura y el viejo pacientemente fue pasando los dedos por
los tomos de cuero hasta encontrar uno.
- Ese von Juntz se cree muy
listo, con su nuevo libro de los cultos innombrables, pero ésta fue una de sus
fuentes, o algo parecido a este libro. El recuento de un monje, mensajero del
Papa, sobre los cultos alemanes de la primera edad media.- Lo colocó sobre una
mesita y Rudolf velozmente lo escaneó en busca de cualquier referencia a Yug.
Leyó el capítulo, o lo que pudo leer por el mal estado de las viejas hojas y
por el oscuro latín antiguo.
- No desde el flautista había
oído de Yug... Historia peculiar.
- Sí, aquí dice que fue un culto
perseguido en 1313.
- Ése fue el final.- El viejo
tomó aire como si se preparara a contar una larga historia y comenzó.- En el
1200 y 1300 el culto de Yug fue la excusa perfecta para quienes no se querían
bautizar. Los católicos podían objetar, pero nadie los tocaba por la mala fama
que tenía el culto. Se decía que llevaban a cabo sacrificios humanos. Yug mismo
parece ser anterior a los dioses nórdicos del ciclo de Odín y Thor y compañía.
Una deidad irracional, devoradora de sangre, protector de los pescadores y
algunos otros lo suficientemente locos para vender sus almas a ese dios. No era
ni siquiera humana cuando los vikingos primero se enfrentaron a ese culto.
Trataron de fingir que era Loki, pero ¿cómo conciliar el aspecto salvaje,
animal, de Yug con un dios tan humano como Loki? En fin, los caballeros
prusianos finalmente se armaron de valor y los mataron a mansalva. Echaron
venenos a las piras para enrarecer el aire y alimentaron las llamas con carbón
para que ardiera más fuerte. En cuanto al sumo sacerdote... Bueno, no haré más
largo el cuento. Terminó en el mar. Eso fue en 1313 aquí mismo en Unzel. Ya
quedó olvidado todo eso, por supuesto.
- Por supuesto.- Dijo Rudolf con
cierto escepticismo.
Devolvió el libro y notó algo fuera de lugar.
Era algo que no debería estar ahí. ¿Acaso no era estaba la torre desprovista de
ventanas? Así lo había visto desde abajo, pero entonces ¿de dónde salía ese
aire fresco? Siguió la luz natural hasta la ventana a un lado de altos libreros
y miró hacia los tejados de dos aguas del pueblo de Unzel. Estaba por retirarse
cuando reconoció una figura en la calle, mirándole fijamente. Pensó que era su
hermano Franz y le saludó, y la otra figura hizo lo mismo sólo que no era
Franz, era él mismo. El parecido era tan increíble que era innegable, incluso
su modo de saludar, de estar de pie y la sonrisa era idéntica. El Rudolf en la
calle sonrió y le mostró el arma en su mano. Antes que Rudolf pudiera decidirse
entre decir algo o alejarse de la ventana, su doble perfecto apuntó contra su
sien y se voló la tapa de los sesos. Rudolf emitió un grito ahogado y se dio
vuelta. La macabra aparición le había puesto los nervios de punta y por más que
buscó el bibliotecario ya no estaba. Le habría escuchado caminar detrás de él,
mientras miraba por la ventana, y no quedaba ni rastro de su presencia. Escuchó
el sonido de flautas en lo que le pareció una canción medieval que casi podía
recordar. La melodía para surgir de todas partes, pero en cuanto comenzó a
enfocarse a un sitio, al fondo de la sala de lectura, supo que era momento de
irse. No se quedaría a averiguar si el bibliotecario le había jugado una
trampa, de modo que sacó el arma y corrió tan rápido como pudo por las
escaleras. La música de flautas definitivamente le estaba siguiendo. Escuchó
además un ruido peculiar que le hizo pensar en el ruido del metal contra la
piedra. La puerta que había permanecido abierta en la segunda serie de
escaleras ahora estaba cerrada, y de hecho parecía ser increíblemente antigua.
La madera parecía haberse podrido por completo, formando una masa compacta
unida al acero de los remaches y del seguro. Sintiendo la música del flautista
cada vez más cerca y ese insoportable chillido del metal contra la piedra pateó
y empujó contra la puerta, pero sin ningún resultado. Escuchó la voz de su
hermano y comprendiendo las instrucciones disparó contra los remaches del marco
al mismo tiempo que Franz y consiguieron tirar abajo la puerta.
- Desapareciste así nomás, pensé
que te había pasado algo. ¿Cómo cruzaste esa puerta la primera vez?- Preguntó
Franz. Rudolf le escuchó, pero estaba más interesado en la música del
flautista, que ahora había desaparecido.- Nadie me supo decir dónde estabas en
la biblioteca.
- Pasé enfrente de todos ellos.-
Dijo Rudolf en voz alta para llamar la atención de los lectores, pero todos
fingieron que estaban muy ocupados.- Mejor cataloguémoslo, como decía papá, en
la M de muy extraño y vámonos de aquí. Creo que aprendí un par de cosas útiles.
Los
hermanos Müller no pudieron evitar ser observados por los pobladores de Unzel,
e incluso atraparon a varios que no conseguían apartar su vista a tiempo. Antes
que pudieran decidir su siguiente paso la singular visión de camiones del
ejército lo decidió por ellos. Una inmensa caravana militar ocupó las calles de
Unzel y sus habitantes fueron prontos a extender las banderas y colgarlas de
ventanas, balcones y postes. Un mar de suásticas daban la bienvenida a los
soldados y oficiales de la S.S. Franz y Rudolf se cambiaron a su uniforme
oficial antes de seguir a la caravana hasta el castillo. El oficial a cargo de
al S.S., Erich Ecke ya había oído de ellos y no estaba del todo feliz de saber
que se encontraban en el pueblo. Sabía que, por donde fueran los Müller los
cadáveres les seguían muy de cerca. Ecke explicó que el gobierno de la ciudad
había cedido al castillo para que hicieran de él uno de sus centros de comando.
Ecke, un hombre estricto pero de mirada infantil, estaba absorto por la gótica
belleza del pueblo, donde los ciudadanos parecían dar un apoyo absoluto. Un
auto de lujo se detuvo cerca del patio delantero, donde conversaban amenamente
y una familia se hizo pasar entre los soldados para saludar al comandante Ecke.
- Mi nombre es Günther Albrecht,
ésta es mi esposa Maria y nuestro hijo mayor William.- Ecke y los Müller
intercambiaron formales saludos y Rudolf se asombró del fuerte parecido típico
de Unzel, de ojos hundidos y barbillas casi inexistentes.- Soy el dueño de la
fábrica que hace cubiertos y me honra decir que mis obreros solicitaron un día
libre para verlos venir a nuestro pueblo. No es cualquier día que Alemania nos
honra con algo así. Nosotros en Unzel no salimos mucho, pero sí recibimos
diarios y nos mantenemos informados.
- ¿Nunca salen del pueblo?-
Preguntó Rudolf.
- Aquí en Unzel, eso es
honorable.- Contestó William, con orgullo.- Por eso la estación de trenes queda
tan lejos. No nos hace falta mucho para ser felices.
- Tiene que venir a cenar,
comandante Ecke, un festín le estará esperando. Franz, Rudolf, ustedes también
pueden venir.- Franz sonrió al escuchar su nombre, no se habían nombrado y
mucho menos con sus nombres cristianos.- Está el asunto de la fiesta de Yug que
nos gustaría discutir con ustedes. La fiesta de la niebla será en pocos días y
lamentablemente los católicos siempre han conseguido cancelar el festival.
- Considérelo hecho.- Dijo Ecke,
mientras observaba el reloj de Günther. El industrialista, casi calvo por la
irremediable finura del rubio cabello, se lo quitó de la muñeca para mostrarlo.
Tenía una suástica en la portada bañada de oro.
- Había visto relojes así,- dijo
Franz con seriedad glacial.- en Berlín y Frankfurt.
Tan
rápido como pudieron separarse buscaron la iglesia católica. Supusieron que
cualquiera que diera migrañas a los Albrecht era un aliado potencial. La gente
fingía no estar enterada de la existencia de semejante iglesia y de no haber
sido por las campanadas no la habrían encontrado metida en una callejuela entre
casonas que casi le superaban de tamaño. La iglesia estaba vacía, a excepción
de unos cuantos parroquianos que discutían acaloradamente con el sacerdote. El
sacerdote, un hombre joven con el labio partido, se les enfrentó pero
rápidamente fue vencido por los atacantes que le dieron de patadas. Los Müller
los separaron y levantaron al cura. Se sentó en la primera banca que encontró y
se limpió la sangre mirando al edificio vacío. Explicó que los ataques eran
cada vez más comunes por sujetos que se hacían llamar protestantes, pero que no
lo eran. Conocía bien al pastor evangélico, un sujeto peligroso que había
abandonado la Biblia por un grimorio espantoso y que era capaz de la peor
degeneración espiritual.
- La fiesta de Yug se acerca.- El
cura se encendió un cigarro y notó por primera vez los uniformes oficiales.-
Creo que no me presenté, soy el padre Gramlich, Sigmund Gramlich.
- Franz Müller, éste es mi
hermano Rudolf. Decía que la fiesta de Yug está próxima, escuchamos de ella.
¿Era un culto popular en Unzel?
- Siempre lo fue, pero siempre
fue mantenido en silencio si sabe a lo que me refiero. Es decir, siempre hubo
esos rumores de luces nocturnas en las viejas ruinas. Todos apuntaban a los
muchachos y a los locos, pero nadie hablaba demasiado. Las ruinas se
destruyeron cuando el gobierno vino a construir un puerto en forma. Destruyeron
lo último que quedaba de sus ruinas pre-cristianas. Las cacerías católicas de
brujas no lo lograron, cuando mataron a cientos de personas, ni las cacerías
protestantes cuando mataron a miles. Los burócratas de Berlín, con un tachón de
la pluma lo lograron, benditos sean. Es la historia con Unzel, todos se hacen a
los ciegos hasta que ya es intolerable. Sé que mi sucesor así es, el viejo
padre Erhardt. Igual que los caballeros cristianos, siempre haciéndose a los
ciegos sobre los sacrificios humanos hasta que en el 1313 el flautista lo hizo
todo peor. Sí señor, ya no pudieron omitirlo.
- ¿El flautista?- Preguntó
Rudolf, recordando el sonido de flautas en la biblioteca.
- Sí, el sacerdote de Yug. Ernst
raptó muchísimos niños, y se dice que los ahogó todos en el mar. Si el
flautista de Hamelin tiene un origen, es con Ernst. Los caballeros, después de
la matanza contra los cultistas de Yug decidieron darle un castigo ejemplar. Le
pusieron una jaula metálica en forma de pirámide en la cabeza para que ya no
tocara la flauta, y de la parte delantera y trasera tenía estos dos colmillos
que salían y rozaban su pecho y espalda. Le dejaron caminar por Unzel, haciendo
equilibrios. Cada que se cansaba, aunque fuera por un momento, la afilada
saliente perforaba su pecho o su espalda. Eventualmente se le fueron las
fuerzas y el metal le perforo por el pecho. Lanzaron su cadáver al agua, donde
había dejado a esos pobres niños. Lo mismo está pasando ahora, estos paganos
irán demasiado lejos y cuando eso pase todos se preguntarán por qué no les
detuvieron cuando tenían la oportunidad.
Al
caer la noche los hermanos se despidieron de los encargados del hotel, pidieron
la cena y furtivamente escaparon. Aprovecharon una escalera de servicio para
salir del edificio por la puerta trasera vistiendo abrigos largos con los
cuellos alzados y sombreros. La intuición de estar siendo observados resultó
verdadera, frente al edificio se encontraba un joven que se hacía señas con los
encargados del hotel y que miraba hacia la oscura habitación en el tercer piso.
Le vigilaron entre las sombras de un callejón y esperaron pacientemente por más
de una hora hasta que el joven consultó su reloj y se fue en bicicleta. Los
Müller no tuvieron problemas para seguirlos en las góticas y neblinosas calles
de Unzel, pues aún sonaban los autos militares y quedaban algunos transeúntes.
Rudolf se asomó hacia el norte, hacia la alta muralla que protegía del mar y
reflexionó sobre la neblina que le llegaba hasta las rodillas pensando que
debía de surgir de la nada y que no querría ver cuando la neblina rebasase
aquella muralla.
El
entrenamiento militar de Franz permitió seguir al joven en bicicleta por calles
paralelas y sin llamar la atención hasta que su objetivo se detuvo en una casa.
La residencia poseía una puerta principal a más de un metro del suelo con
escalones medievales, y el sótano emergía del subsuelo con algunas sucias
ventanas brillantemente iluminadas. Lentamente se acercaron a la puerta redonda
que daba al sótano, había quedado abierta y daba a una reunión de al menos
veinte personas. Pegados contra la pared escucharon las risas, la música de
flautas y las extrañas encantaciones a Yug. Los Müller escucharon claramente el
reporte del joven, afirmaba que los agentes se encontraban dormidos y los
celebrantes se rieron diciendo que el flautista les mataría. Tratando de oír
algún detalle de sus planes pasaron por alto a la anciana que se acercaba a la
casa desde la otra cuadra. Al verles buscó frenéticamente en su bolso por un
silbato y alertó al aquelarre mientras huía tan rápida como la artritis le
dejaba.
Franz
y Rudolf entraron al sótano, armados y ladrando órdenes. Los celebrantes usaban
máscaras hechas con cráneos de animales y la mitad estaba armada. Se lanzaron
detrás de una mesa de café utilizada como altar para protegerse de las balas.
En el centro se encontraba una vieja estatuilla de algo que parecía un oso con
el pecho y la cabeza de pez. Mientras Rudolf devolvía el fuego Franz salió del
escondite para tratar de detener a los conspiradores que velozmente entraban a
la casa. Saltó sobre uno de ellos que llevaba el cráneo de un venado, pero no
sirvió de mucho. El hombre le soltó un poderoso codazo que lo lanzó volando,
pero no antes que tratara de aferrarse a su muñeca. Franz terminó en el suelo,
sin aire, pero con el reloj del oficiante y podía reconocer la marca. Era el
reloj de Günther Albrecht. Los paganos armados lograron desaparecer del sótano,
no sin antes derribar la enorme hoya de potaje que habían dejado en el suelo.
Rudolf persiguió a los atacantes hasta el umbral de la calle y al regresar por
su hermano se tropezó por el agua aceitosa del potaje. Encontró pedazos de tela
en el caldo, así como un dedo humano y descocidos detalles de la sotana de un
sacerdote. Se habían comido al padre Sigmund Gramlich.
- ¡No pueden huir por mucho
tiempo!- Les gritó Franz apuntando hacia la casa, en apariencia abandonada.
Escuchó la respiración entrecortada de su hermano y al voltear le vio sosteniendo
algunos dedos humanos y una zanahoria.
- Se lo comieron Franz.- Rudolf
lo tiró todo al suelo y comenzó a patear las sillas y muebles. Los altares
secundarios, con criaturas de arcilla que retaban cualquier clasificación se
cayeron al suelo junto con sus velas y sus dorados adornos. Se tiró de rodillas
y justo cuando Franz pensaba que se había vuelto loco por el shock, que
comenzaba a invadirlo a él también, se dio cuenta que jalaba y descorría los
tapetes y que limpiaba el suelo del espantoso potaje.
- ¿Qué es eso?- Se acercó a su
hermano, quien seguía las líneas pintadas en el suelo por todo el sótano. Eran
intrincados círculos y cuadrados vagamente irregulares repletos de extrañas
letras que les recordaron a aquellas del aquelarre bajo la universidad de
Frankfurt.- El potaje borró gran parte de sus... no sé cómo llamarlas.
- Son círculos de invocación...
Parece que creían que en su aquelarre traían a este mundo seres que estos
cuadrados podrían retener... Para obtener de esos demonios su sapiencia, sus
poderosos o... sus apetitos.
Rudolf
no terminó su frase que las velas se apagaron, dejándoles en la oscuridad y las
puertas se cerraron de golpe. Los hermanos corrieron a las puertas, Franz a la
puerta de la casa y Rudolf a la de la calle y trataron con todas sus fuerzas de
abrirlas. Una fuerza sobrehumana las mantenía cerradas, pero Rudolf puso la
pierna contra la pared y jaló hasta mantenerse suspendido en el aire hasta que
venció al espectral esfuerzo y consiguió salir. Llamó a su hermano, pero la
puerta se cerró de nuevo y parecía imposible abrirla de nuevo. Empujó y disparó
contra las bisagras, pero no sirvió de mucho. La neblina le cubría por entero y
estaba débilmente iluminado por las lámparas medievales que pendían de las
esquinas con sus frágiles velas dentro de sus caparazones de vidrio color
ámbar. Se sentía observado por una miríada de ojos apenas centímetros más allá
de su zona de visión. Al escuchar la música del flautista supo que tenía que
correr, su cuerpo no esperó al veredicto de la razón y huyó en el sentido
contrario de la dulce, y a la vez espantosa, música. Sus pasos, la música y un
tercer elemento le tensaban los nervios. Escuchaba algo metálico que chocaba
contra las paredes de las casas de madera y edificios de piedra. Cuadras tras
cuadras, incluso si doblaba azarosamente por las estrechas calles, ese sonido
metálico no se alejaba mucho. La imagen de ese flautista homicida, Ernst el
sacerdote de Yug, con la cabeza dentro de una pirámide de metal y con esas
temibles salientes se cristalizaba en su mente hasta ocupar todos sus
pensamientos.
No
tenía idea de dónde estaba, pero aunque no reconocía nada a su alrededor podía
oler el mar y escuchar las olas detrás de él. Se figuró que no podía estar
demasiado lejos de las puertas del pueblo así que decidió correr para allá con
la esperanza de encontrar civilización y, de preferencia, soldados bien
armados. En la niebla escuchó voces delicadas, jóvenes, como la de los niños.
Le gritaban, helados de miedo con la voz quebrada por el pánico, tratando de
dirigirlo hacia su salvación. Contó las cuadras que llevaba y las que recordaba
que faltarían de la casa donde siguieron al muchacho hasta las puertas, y las
matemáticas no le funcionaban. Ya debía estar allí, de hecho ya debía estar fuera
de Unzel. Se dio cuenta que las calles formaban curvas y que las aparentes
salidas eran en realidad callejones. Unzel se había convertido en un laberinto
medieval y la música del flautista se hacía cada vez más fuerte con cada
callejón con que se topaba. Los niños le urgían doblar a la derecha y decidió
confiar en esas criaturas invisibles. Si sus delicadas voces provenían de las
ventanas de las casas o si estaban corriendo a su lado no podía saberlo, la
neblina lo cubría todo.
Los
niños le guiaron entre laberínticas callejuelas, logrando distanciarse de la
música de la flauta. A lo lejos pudo ver una puerta abierta con un recinto
luminoso en su interior. Gracias a la luz pudo ver el contorno de niños, más de
diez de ellos, que le señalaban la casa y le urgían darse prisa para que ellos
también lograran escapar del flautista. Cansado al borde del colapso corrió el
último trecho con todo lo que podía dar de sí, hasta que reconoció la circular
puerta del sótano y sintió la gélida punzada en el corazón que alerta de
peligro. Los niños corrieron hacia él, sintiendo su titubeo, y le agarraron de
brazos y piernas. Tropezó por los empujones y cayó de regreso al temible
sótano. Al voltear hacia arriba contempló los
rostros de los niños, pálidos como muertos y de filosos colmillos.
Disparó lo que quedaba de sus municiones contra las paredes y las ventanas,
pero no se sintió capaz de dispararle a los niños. Cuando las balas se agotaron
se levantó del suelo, evadiendo a los niños, con la música del flautista ya tan
cerca que ahora oía sus pasos acercándose al umbral, y desesperadamente se
lanzó contra la puerta que daba a la casa. Su cabeza se golpeó primero y
después arañó histéricamente la puerta. Rudolf gritó, presa del pánico, un
alarido de terror tan espantoso que llevó a su mente al extremo y estuvo a
punto de desmayarse cuando la puerta se abrió y su cuerpo cayó al suelo.
- ¿Rudolf?- Franz lo cargó de
brazos y salió a la calle para que tomara aire. Su hermano comenzó a responder
y le dejó sentado sobre una banca de madera.- Te desapareciste de la nada, te
busqué por todas partes y de pura suerte regresé al edificio. Escuché los
disparos y supe que había problemas.
- El flautista Franz...- Rudolf
miró a su hermano mayor con lágrimas en los ojos y tembló de miedo. Franz lo
abrazó y trató de calmarlo.- Nunca había tenido tanto miedo.
Franz
llevó a Rudolf a un bar para que tomara licores fuertes y regresara en calor.
No dijo nada de su espantosa experiencia y prefirió enfocarse al futuro,
preferiblemente uno donde terminarían su asignación y regresarían a casa. Franz
nunca había visto a su hermano de esa forma, completamente robado de su buen
humor y su mente analítica. Aprovechando que ninguno de los dos volvería a
dormir en un par de días fueron a la estación de policía, pero rápidamente se
dieron cuenta que era inútil. El gordo e inútil encargado hacía coartadas para
muchos de los sospechosos, especialmente sobre Günther Albrecht. Nadie había
reportado los disparos y negaba cualquier confrontación en esa casa, llegando
al extremo de sugerir que los hermanos Müller habían quedado locos por algún
susto ordinario, como un perro atacándoles en la niebla. Temprano en la mañana
hablaron con el comandante Ecke, pero fue inútil. Günther Albrecht era el nuevo
mejor amigo del tercer Reich, había firmado los papeles para convertir su
fábrica en una de municiones y donar más de la mitad de las ganancias al
partido. A su parecer, si Albrecht tenía un aquelarre entonces era sólo una
muestra más del saludable paganismo germánico que rebrotaba en estas épocas de
bonanza y expectación. Franz sintió ganas de decirle que era un idiota, pero
recordaba el viejo chiste que su hermano solía hacer, según el cual para
insultar a un superior había que llenar formatos por triplicado y hacer cola en
cinco dependencias separadas.
- Albrecht...- Masculló Franz
mientras salían del castillo.- Ha cubierto bien sus bases. Esas herramientas
quirúrgicas tendrían que ser hechas a pedido, ¿qué mejor si tú tienes la
fábrica? Quiero revisar todos los registros de su fábrica, quizás encuentre
algún judío y consiga convencer a Ecke que su nuevo amigo es un lobo vestido de
oveja.
- Ve tú, yo quiero hablar con el
padre Erhardt. Por lo que Gramlich dijo el viejo no interfería demasiado y eso
podría explicar por qué vive aún.- Franz le miró consternado, Rudolf estaba
ojeroso y aún temblaba de nervios.- Estaré bien. Tomaré té con un viejo
sacerdote, lo peor que me puede pasar es que ponga una hostia en mi sándwich y
me convierta sin querer.
- Está bien,- dijo Franz,
resignándose a la idea de separarse de su hermano.- pero no le cuentes el
chiste del sacerdote, la virgen María y la ramera del pueblo.
- Bueno, ahí se fue mi entrada.-
Bromeó Rudolf.
Rudolf
acudió a la vieja abadía y preguntó por los domicilios del padre Erhardt hasta
que dio con una edificación al fondo, más pequeña que la rectoría. Se anunció
un par de veces hasta que la mucama le dejó entrar y le señaló el camino hasta
el oscuro dormitorio. La mujer, que Rudolf pensó era el cliché de las mucamas alemanas,
más vaca que humana, desempolvaba los muebles, retiraba las telas de los
cuadros y espejos y abría las ventanas para oxigenar la deprimente estancia.
Erhardt se encontraba leyendo en un pequeño escritorio en una esquina y le
invitó a pasar, sonriendo al ver su uniforme oficial de la S.S. Rudolf pensó
que sería porque el uniforme le diferenciaba de los paganos pobladores de
Unzel, y tal había sido su intención. Le informó del fallecimiento de su
sucesor, el padre Gramlich, pero ya lo sabía. No le dijo del canibalismo, pensó
que no necesitaba saberlo, y se sorprendió al ver que el viejo lo tomaba con
mucha filosofía.
- ... No me mataron hace años
cuando... No, no me matarán hoy. Al menos no hoy, lo harán cuando Yug mate a
todos los alemanes cristianos como prometió desde hace siglos.- Rudolf se sentó
en la esquina de la cama y le dejó hablar un poco sobre sus miedos. Era obvio
que necesitaba de alguien que pudiera oírlo y algo en la calmada voz, y en la
venerable apariencia del viejo le calmaban.- Tú no eres de aquí, y disculpe que
te tuteé pero suelo hacer eso con los jóvenes. ¿Eres católico?
- No señor, protestante.
- Bueno, nadie es perfecto hijo.
En fin, decía que no eres de aquí de modo que seguramente no conoces los mitos
de Yug. Poca gente los conoce fuera de las murallas de esta ciudad y eso me
alegra. Creo que si un día el mundo se olvida de Yug, quizás entonces él se
olvide de nosotros. Solía darle comida a los pobladores locales, demasiado
débiles para ser vikingos y demasiado estúpidos para asimilarse a los pueblos
germánicos. Por eso le pintan como mitad oso y mitad pez, o pulpo o lo que sea.
Pero ésa no es su verdadera apariencia y algunos mitos van tan lejos como
admitir que alteraron su imagen. Hay quien dice que su verdadera forma es imposible
de experimentar en nuestro mundo de tres dimensiones. Tendría sentido, si todas
estas tonterías sobre la nueva física que he estado leyendo son correctas, que
esta bestia es de otras dimensiones y que necesita una forma tridimensional para ser vista.
Llegaba a la costa por sangre, dando a cambio su protección y comida. Los
vikingos empezaron a atacar, aprovechando que aquí había mucha comida y Yug
debía protegerlos. Resulta que el maldito tiene su sentido del humor y empezó a
pedir más sangre y dejar que los vikingos los masacraran. Casi extinta la
estirpe de Unzel rogó por misericordia, pero Yug pensaba que los vikingos le
harían suyo. Se habla de una batalla de dioses, donde Thor destierra a Yug
junto a los titanes de hielo, pero esas son floridas maneras de decir que los
vikingos lo concibieron como Loki y lo olvidaron. Ahora Yug regresa y fortalece
a estos pobladores, un nuevo pacto si quieres... Con razón los primeros
cirstianizadores creían ver en todo eso una prefiguración cristiana. Por eso les
dejaron en paz al principio. La cosa se salió de control con el flautista.
Demasiados niños, demasiadas atrocidades para dejarlas impunes...
- Y ahora ocurre de nuevo.
- No tienes una idea. Hay un
nuevo resurgimiento, un refortalecimiento de este culto en proporciones más
terribles que en el 1300. Yo sé por qué no salen del pueblo, yo sé por qué
pagaron miles de marcos para mantener a Unzel fuera de los mapas comerciales,
yo sé por qué ciertos habitantes echaron a otros habitantes, y no me refiero a
los judíos que nunca hubo de esos. Secretos tan terribles que ya no tienen
poder alguno, no ahora que ellos han ganado.
- No han ganado aún.- Rudolf se
encendió el cigarro y se dobló hacia el viejo que trataba de reprimir las
lágrimas.- ¿De qué secreto hablas viejo?
- No puedo...
- ¿Por qué gastaron tanto para
mantenerse excluidos de los mapas?, ¿por qué no salen del pueblo?
- ¿Has visto el cementerio?
- Sí... No de cerca, pero sí. Es
un pequeño cementerio típico de pueblo.
- No tiene nada de típico. Los
pueblos pequeños tienen otros cementerios, después de todo mucha gente se muere
en siglos y siglos de historia y no todos caben en esa media hectárea.
- Si el cementerio que vi es el
único, ¿adónde van los muertos?
- ¿Adónde va toda la comida?-
Rudolf abrió la boca y el cigarro cayó al suelo. Se puso de pie y sintió que no
podía respirar. Era demasiado terrible para ser pensado, demasiado
escalofriante. Miró al viejo sacerdote y no vio seña alguna de estar mintiendo.
Caminó en círculos tapándose el horrorizado rostro con las manos tratando de
creer que nada de eso era verdad.- Creen que son una raza sagrada, porque Yug
hizo más que venir aquí y devorar sangre. Sus oscuros apetitos se extendían a
otras cosas. Y la casta de Yug se come esa carne sagrada para mantener su
pureza. ¿Has comido potaje de Unzel?
- Dios mío... Madre de Dios... Te
sacaré de aquí viejo, a ti y a tu mucama. Los llevaré a la estación de tren. El
mundo debe saberlo, el Reich debe estar enterado.
- ¿Mucama? Yo vivo solo, no tengo
mucama.
- ¿De qué está hablando padre
Erhardt? Yo la vi cuando llegué, me dejó entrar. Quizás la contrató la
universidad para usted, estaba descubriendo las pinturas y los espejos.
- ¡Los espejos!- El viejo
sacerdote se paró de un brinco y le señaló para que huyera delante de él.- ¡El
flautista vendrá por mí!
Rudolf
le ayudó a correr por la sala y frente a ellos se encontraba el amplio espejo
circular. Rudolf lanzó un chillido al ver al flautista. Era un hombre vestido
en harapos, con una pirámide de acero sobre la cabeza y con el pecho atravesado
por la hoja filosa que sobresalía del frente. En su mano derecha sostenía una
vieja flauta, que hacía sonar al atravesarla por un agujero en su garganta, y
en su izquierda tenía una hacha. Rudolf miró el reflejo, con el flautista
detrás de ellos, y se dio vuelta para dispararle pero no se encontró con nada
más que la sala y las puertas al dormitorio. Erhardt le empujó hacia la puerta,
mientras que el flautista salía del espejo como si fuera una ventana. Rudolf,
en la tempestad de ideas y terrores, pensó vagamente en el comentario del viejo
sacerdote sobre una criatura que existe en otras dimensiones y es por tanto
invisible a nuestro mundo, y pensó que el flautista debía existir en el mundo
visible tan solo en espejos. Erhardt le volvió a empujar para sacarlo del
domicilio y antes que Rudolf pudiera darse vuelta y disparar el viejo sacerdote
cerró la puerta para alejarle. Escuchó sus gritos mientras el hacha lo
destrozaba en pedazos y supo que estaba muerto.
A
lo lejos pudo ver a la mucama, observándolo todo detrás de unos setos y Rudolf
corrió hacia ella. La vieja vaca no era muy ágil y mientras que Rudolf brincaba
sobre bancas de parque y esquivaba alumnos y docentes, la mujer no consiguió
alejarse demasiado del campus. La acorraló en una calle a punta de pistola y la
mucama se detuvo de golpe. Se dio vuelta lentamente mientras Rudolf se acercaba
para someterla y apresarla, y le miró con una sonrisa en la boca. De la
camioneta estacionada a un lado salieron dos sujetos armados y escuchó el
amartillar de un revólver detrás de él. Había caído en la trampa. Antes que
pudiera decir algo sintió el golpe de la culata en la nuca. Cayó hincado al
suelo y después su rostro se golpeó contra los adoquines. Su último pensamiento
fue sobre el pequeño cementerio y los afilados dientes en esos niños
fantasmales.
Franz
se ocupó de los registros de propiedad de Günthr Albrecht en el palacio
municipal dentro de una enorme sala de lectura con altísimos anaqueles repletos
de viejos legajos. No encontró nombres judíos en los papeles de compra del
inmueble, ni nombres judíos en los registros de hacienda, como tampoco
encontraba nombre hebraico alguno en su registro de impuestos y de obreros.
Pensó que el viaje había sido en vano, hasta que se topó con una mujer y su
hija que entraban al palacio para hacer preguntas. La mujer explicó que era
reportera, venía a cubrir la llegada de los altos mandos de la S.S. a Unzel
para la inauguración de su centro de comando durante la fiesta de la niebla. El
empleado del escritorio principal le dio largas y se desapareció, y Franz
aprovechó la oportunidad para hablar con ella. Pensó que si podía mandar
información al mundo exterior la presión caería sobre Ecke para que dejara de
proteger a los Albrecht y se les pudiera investigar apropiadamente. La hija
jaló del pantalón de su madre para señalarle la puerta principal del edificio,
había sido cerrada. El instinto de Franz se ocupó de su mente y desenfundó
automáticamente, colocando a la madre y a su hija detrás de él. Esperaba un
escuadrón de asesinos, pero se encontró con un incendio. Los libreros del
primer piso estallaron en llamas y guió a las asustadas visitantes al segundo
piso. Una segunda bomba incendiaria estalló en la sala de registros de actas de
nacimiento y defunción, y de no haberlas tirado al suelo cuando escuchó el
estallido se habrían calcinado vivas.
El
humo cubrió todo el edificio, los asesinos habían cerrado y trabado casi todas
las ventanas con la intención de matarlos con el humo si el fuego no
funcionaba. Tirados en el suelo fueron avanzando hasta unas viejas escaleras de
podrida madera que daban a la puerta del techo. Los gritos histéricos de la
criatura mantenían la mente de Franz alerta y ágil. No estaba dispuesto a morir
ahí, no en Unzel y no en un incendio, y mucho menos estaba dispuesto a dejar
que mataran a una niña inocente. La puerta no cedía, como si algo la trabase en
el exterior. Retrocedió hacia el corredor, dejándolas solas y rogando que
volviese. Disparó contra las ventanas de la sala de registros de actas de
nacimiento y defunción para que el aire le permitiera a las famas extenderse
por fuera del edificio. Pensó que eso alarmaría a las autoridades lo suficiente
para enviar bomberos, y redujo la espesura del tóxico humo. Se acercó lo
suficiente a la ventana del corredor y arrancó el pesado cortinero. Corrió sin
respirar el humo de regreso a la puerta
y usó las cortinas en llamas para debilitar la madera del centro. Golpeó una y
otra vez con el cortinero, sintiendo que las llamas se acercaban cada vez más
conforme devoraban los tapetes en el suelo. Sintió que se hacía débil, producto
del dióxido de carbono, pero la madera logró romperse y debilitarse lo
suficiente para ceder unos centímetros. Regresó por la reportera y su hija para
llevarlas al techo, pero el calor, el esfuerzo y la intoxicación no les
permitió avanzar. Subieron las escaleras y Franz lanzó un tapete contra las
llamas para sofocarlas, pero apenas lograron abrir la puerta colapsaron en el
suelo. Dos fornidos bomberos les rescataron del suelo y les regresaron a la
calle.
Franz
despertó en la ambulancia, junto con la reportera y su hija. Se imaginaba que
había sido su uniforme de la S.S. lo que había logrado el rescate. Estaba
seguro que esos bomberos pertenecían a la misma casta maldita que el resto de
los paganos, y que no vieron más opción que rescatarles teniendo en cuenta que
afuera se paseaban cientos de soldados y agentes de la S.S. Franz tosió
violentamente, pero declinó el uso de oxígeno para que las dos sobrevivientes
pudieran aprovecharlo. Franz rogó porque su hermano estuviese bien, tratando de
imaginarlo conversando con el viejo sacerdote y probablemente contando más de
un chiste subido de tono como gustaba hacer con figuras de autoridad. Pensó en
el miedo que le había invadido el día que casi estrechan la mano del Führer,
temiendo que a Rudolf se le ocurriera mofarse de Wagner y la interminable
burocracia del fascismo. Al ver a la reportera y a su hija dormidas buscó su
Luger instintivamente, pero no la encontró. La ambulancia se detuvo en un
callejón y uno de los paramédicos le empujó fuera de una patada. Se encontró
con la familia Albrecht sonriendo de oreja a oreja.
- Nosotros tenemos que volver.-
Dijo el paramédico, mientras le entregaba su arma a Günther.
- No se preocupen, estaremos
bien.- Günther apuntó al cielo, como refiriéndose a los cohetes y fuegos
artificiales y después le disparó a la reportera en la cabeza.
- Hijo de perra.- Franz se lanzó
contra Günther, pero William le golpeó en un costado y el patriarca Albrecht le
dio un cachazo contra la cara que lo lanzó a la otra pared y al suelo.
- No debiste entrometerlas en
esto Franz, no fue inteligente.- Dijo Maria Albrecht.- Sobre todo cuando
estamos tan cerca. ¿No puedes verlo por todo el pueblo? Las decoraciones ya
están listas para la fiesta de la niebla. Los arreglos que faltan... Bueno, de
eso se encargará William.
- Hijo, llévate a la niña. Su
sangre será bien recibida en el mar.- Franz trató de detenerlo desde el suelo,
pero William se liberó de su mano de una patada. Cargó a la niña inconsciente y
la metió en su auto.- Tenemos a tu hermano Rudolf, así que no puedes esperar
mucha ayuda.
- Van a pagar por esto.- Franz se
puso de pie, temblorosa y dolorosamente.- Son todos una sub-especie, hasta sus
mujeres son más feas que las cerdas que les dieron vida.
- Tantas palabras valientes...
Rudolf no fue tan valiente.- Maria le acarició el rostro y Günther le escupió.
Franz esperó el momento, temblando más de nervios que de dolor. Maria se paseó
frente a él, como seduciéndole en su folclórico vestido nativo y cuando el
momento fue propicio y la tuvo frente a la pistola de Günther la tomó del brazo
izquierdo, jalándoselo por la espalda, y la tomó del cuello.- ¡Déjame ir!
- Suelta el arma Günther, y
patéala hacia aquí.
- No lo escuches mi amor,
mátalo.- Gritaba Maria. Günther nos veía y después se asomaba a la calle en
busca de ayuda. Era claro que cualquier habitante de Unzel era su aliado, pero
en el momento no conseguía a nadie. Habían escogido aquel callejón precisamente
porque estaba lejos de las calles infestadas de visitantes y curiosos.
- Suéltala Müller, o a tu hermano
le irá peor. No olvides que con una orden mía puedo hacer que lo partan en
pedazos.
- ¿Mi hermano? Par de idiotas,
ustedes no se dan cuenta pero mi hermano es el fuerte de los dos. Él es un
bastardo difícil de matar y nada de lo que ustedes le hagan le hará ni
cosquillas. ¡Tira el arma!- Günther se resignó, pero lanzó la pistola a un
costado.
- Suelta a mi esposa y huye como
un perro, no llegarás lejos. Tu hermano tampoco.
- No se dan cuenta, pero Rudolf
querría que yo hiciera esto. Entre ustedes y yo, ese demente tiene un retorcido
sentido del humor.- Franz sonrió, lamió la oreja de Maria y después le jaló la
cabeza de un tirón hasta tronarle el cuello.- ¡Se morirá de la risa cuando se
entere!
Günther
no se quedó paralizado por mucho tiempo. Se lanzó hacia la pistola, torpemente
recogiéndola del piso y se dio vuelta de repente para disparar, pero Franz
había derribado una puerta de una patada y corría por una tienda de abarrotes
hasta la calle para correr hacia el norte, hacia el mar, hacia el sacrificio
humano que William Albrecht tenía preparado. Corrió hasta un auto para
detenerlo y a golpes bajó a su ocupante. Manejó en dirección norte tan rápido
como pudo, evitando las calles repletas de curiosos y el desfile que Unzel
había preparado. A lo lejos podía ver, en el viejo puerto, a las barcas
coloridas siendo cargadas de flores y monedas para lanzar al mar. Era imposible
cruzar el desfile, en auto o a pie, y decidió ir al puerto nuevo. Los guardias
lo habían dejado abandonado y no tuvo problemas para encontrar una lancha a
motor. Soportando los fríos vientos del mar rezó por su hermano y por esa
inocente niña que William llevaba en un bulto en su lancha a lo lejos. Detrás
de él podía ver las lanchas de remos partiendo del viejo puerto, lanzando
flores en su camino. Delante de él podía escuchar, incluso por encima del
rugido de su motor, los desvaríos místicos de William Albrecht. El primogénito
de los Albrecht dejó de remar y alzó sobre su cabeza un extraño cuchillo curvo
que resplandecía frente al sol de mediodía.
Franz
disparó lo mejor que pudo, pero estaba lejos y la lancha se movía demasiado.
Sabía que la fiesta de la niebla era demasiado ruidosa para permitir escuchar
los disparos y enviar ayuda. Debajo del agua pudo ver ciertas luminiscencias
que se hacían cada vez más grande. Pensó que sólo estaban a su izquierda, pero
rápidamente se percató que le rodeaban por completo y que se extendían más allá
de su ubicación en todas direcciones. Mientras que las luces verdosas se hacían
cada vez más grandes y brillantes algo frente a él, ya a pocos cientos de
metros de William, se hacía cada vez más grande. Pensó que era una ola más en
el picado mar, pero en realidad era una forma, una gigantesca criatura que se
hacía cada vez más grande. Disparó de nuevo contra William, llamando su
atención. El primogénito sacó a la niña del saco y se burló de Franz. La lancha
se golpeó contra el inmenso cuerpo submarino y Franz salió volando por los
aires. Se estrelló contra el frío mar a pocos metros de William y le habría
alcanzado de no ser por algo que se aferró a su tobillo y violentamente le jaló
a las profundidades. Perdió el arma y la presión comenzó a aplastar sus
pulmones mientras descendía hacia la oscuridad. Las luminiscencias estaban a su
alrededor y a tal corta distancia pudo reconocer lo que eran. Se enfrentó a los
cientos de niños que el flautista había ahogado y que sus temibles cultistas
habían seguido sacrificando, como el perverso William Albrecht. Los niños y
niñas nadaron hacia él, sus rostros muertos mostrando miedo y tensión. Sintió
sus frías manos sobre su cuerpo, deslizándose hasta sus tobillos para
liberarlos de los fuertes tentáculos de la innombrable bestia del lecho
submarino. Las víctimas de la casta de Yug le ayudaron a subir a flote, y
cuando ya podía ver el cielo azul sobre su cabeza pudo reconocer las gotas
rojas de sangre que caían al mar y supo que la niña estaba muerta. Emergió del
agua luchando por respirar y aferrándose de la lancha de William pero este le
estaba esperando. Le golpeó con todas sus fuerzas con su remo y lo desmayó.
Los
anestésicos fueron perdiendo su poder, Günther debía inyectarle cuatro dosis a
Rudolf, pero prefirió darle solo dos. Se despertó gritando, o tratando de gritar,
pues su rostro estaba casi inmovilizado por un bozal. La sensación de ardor era
insoportable, como si su espalda estuviera en llamas. Günther no dejó que su
odio por los hermanos Müller forzara su mano para enterrarle una de las agujas,
ni para quemar demasiado su carne al hacer el tatuaje. Era precisamente su odio
lo que mantuvo su mano firme y su concentración perfecta. Ahora era personal, y
faltando tan pocas horas para el golpe de gracia no iba a permitir que nada
saliera mal. Le ató contra una mesa, brazos y piernas atadas en lo que hacía
siglos debía ser una mesa de tortura. Tenía todas sus herramientas cerca,
colgando del techo como los instrumentos de un chef. Rudolf gritó, o intentó
gritar desde su bozal, su cuerpo tratando de liberarse, pero Günther estaba
asistido por varios pueblerinos que le mantuvieron quieto. Utilizó una pinza
irregular, con dos pares de patas con agujas para crear espacio entre los
músculos, y colocó las piezas en sus huesos. Cuando el dolor era tan intenso
que Rudolf perdía sus fuerzas el diabólico cirujano le permitió otra inyección
de heroína para disminuir el dolor. Aunque el dolor se reducía, podía sentir
cada momento de la operación. Günther terminó el tatuaje y cerró la piel
cosiéndola con hilo común y cauterizando la herida, que iba casi de la nuca a
la espalda baja, con un metal al rojo vivo.
- No deberías moverte mucho, las
piezas todavía no están estables del todo. No querrías empujar una de las
jeringas hasta perforarte el pulmón, ¿o sí?- Günther arrastró una vieja silla
hasta el extremo de la mesa donde sobresalía la cabeza de Rudolf. Señaló por la
ventana cerrada con floridas cortinas hacia el atardecer en Unzel. El ruido del
desfile militar ya había pasado y ahora sonaba la música tradicional, las risas
de los borrachos, los fuegos artificiales y las risas de los niños. Rudolf
trató de levantar la cabeza, pero estaba demasiado cansado para semejante
esfuerzo.- Ya casi es hora, y deberías estar feliz que serás parte del evento.
Tu hermano, por otra parte, él no será parte de nada. Ahora su cadáver está en
lo más profundo del mar.
- ¿Por qué me torturas así?-
Preguntó Rudolf, tras un largo silencio después que Günther le quitara el
bozal. Varios pueblerinos habían entrado y salido de la casa para pasarle
noticias a Albrecht, y para mofarse del agente de la S.S.- ¿Por qué mataste a
esas personas de una manera tan elaborada? Eran tus propios aliados.
- ¿Matarlos? No seas ingenuo, no
fue mi intención hacerlo. Fueron experimentos, antes que pudiera perfeccionar
la técnica.- Una mujer, apoyada contra la pared, que observaba a Rudolf con
expresión neutral, se quitó el vestido para que pudiera ver su espalda. El
panadero, el carnicero y dos sujetos con apariencia de burócratas le mostraron
sus espaldas también. Todos tenían las marcas de una operación invasiva y
reciente.- Las ruinas eran nuestra conexión a Yug, pero desde que el gobierno
decidió entrometerse en nuestros asuntos y construyó ese nuevo puerto, hemos
tenido que recurrir a otra conexión, una psíquica.
- Están locos.
- ¿Locos? Por siglos los
filósofos han deliberado sobre el punto de unión entre el cuerpo y el alma.
Descartes pensó que se encontraba en la glándula pineal, en la base de la nuca,
aunque no fue el primero en pensar tal cosa.- El panadero se agachó a un lado
de Rudolf y le mostró la pieza que estaba alojada en su nuca, la misma que
habían extraído de los cuerpos. Rudolf reconoció esa pirámide con dos
colmillos, ¿no era acaso lo mismo que cargaba el flautista sobre su cabeza?-
Yug vendrá esta noche y gracias a nuestra conexión podrá hacerse físico.
- Y matarán así a gran parte del
partido y de la S.S., además de oficiales militares.- Terminó Rudolf, con
lágrimas en los ojos.- Imagino que gran parte del pueblo ha sufrido esta
operación, ¿para qué me necesitan a mí entonces?
- El idiota de tu hermano mató a
mi esposa.- Günther lo golpeó con tanta fuerza en la cara que casi lo desmaya.-
Pensé en matarte, pero esto era mejor.
- Ya veo,- Rudolf comenzó a reír
y volteó la cabeza para observarla con la mirada de un loco.- ¿y te la comerás
con salsa de tomate o al vinagre?
- No deberías hacer bromas como
esa, no cuando recién sales de una operación.- Günther le golpeó en la espalda
y los destrozados nervios estallaron al unísono, lanzando a Rudolf a la
inconsciencia.
Se
despertó horas después, por lo noche que podía verse a través de las ventanas.
Se encontraba en el mismo sótano de la carnicería, con el cuello atado a una
vieja tubería. Manos torpes y crueles le habían vestido de nuevo en su uniforme
de la S.S., y el intenso dolor en la espalda le impedía ponerse de pie. Imaginó
que la niebla del mar, más allá de las altas murallas, ya había rebasado las
fortificaciones del pueblo, pues comenzaba a filtrarse por debajo de la puerta
a lo alto de las escaleras y por los orificios en las ventanas. El carnicero,
que nerviosamente leía en el diario en una esquina, notó que el prisionero se
despertaba y se le acercó con una temible sonrisa. Le desamarró de la tubería y
le fue arrastrando del cuello, como a un perro, por las escaleras del sótano
hasta su negocio. Un intenso e insoportable dolor de cabeza le golpeó en la
tienda, donde la niebla ya llegaba a la rodilla, y a él le llegaba al cuello
pues avanzaba jorobado como un simio. Un extenso grupo de pueblerinos esperaban
en la puerta y en cuanto le vieron se echaron a reír. No podía ponerse de pie,
ni erguirse, y el dolor de cabeza era tan poderoso que a duras penas podía
soportar mirar hacia arriba y enceguecerse por las tímidas luces de las
lámparas.
En la constante y
ensordecedora estática de su mente empezó a sentir algo diferente, algo que no
era suyo. El terror le hizo imaginar fuerzas ajenas a él dentro de su mente,
como si su espacio más íntimo hubiera sido violado por una presencia
antinatural, ajena e incomprensible. Se golpeó la cabeza, como si pudiera
alejar aquella presencia y regresar a la ensordecedora estática, pero no sirvió
de nada. Tratando de centrarse miró hacia arriba, hacia los diabólicos
cultistas que charlaban animosamente y nerviosamente revisaban sus relojes, sus
figuras se deformaban por la espesa neblina que no dejaba de recordarle de su
espantoso episodio huyendo del flautista en el gótico laberinto de calles y
edificios. La presencia en su mente se hizo aún más fuerte conforme se vio envuelto
en la niebla, luego que el carnicero le jalara de la correa hacia la calle. No
era una simple fuerza ajena a su voluntad, sino voces y muchas de ellas.
Estando cerca de los cultistas les miró atentamente, y lo que pensó que había
sido una charla era en realidad un simple intercambio de miradas y gestos.
Nadie estaba hablando y sin embargo escuchaba sus voces tan claramente como
podía sentir el punzante dolor en su espalda.
- Parece que estamos todos
listos.- Dijo Günther acercándose trotando. Su boca no se movía, pero no
necesitaba hacerlo para comunicarse telepáticamente con sus seguidores. Le
dedicó una patética mirada a Rudolf y le pateó polvo de la calle.- Ya está
despierto, perfecto. No sobrevivirá la descarga. El momento esperado ha
llegado.
- Sólo desearía que mi madre
pudiese verlo.- Dijo William, corriendo detrás de su padre y cargando una
pesada lámpara de aceite para alumbrar su camino en la espesa niebla.- Me
contentaré con este. Su hermano está fuera de combate, morirá en ese castillo
junto a sus camaradas.
- Llévate a este hermano, ya
sabes qué hacer con él. Yo debo regresar con esos nazis idiotas y sonreír un
rato. Iä, Iä Yug Hunerun.
- Iä, Iä Yug Hunerun.-
Respondieron todos sin mover los labios y Rudolf reconoció la expresión de la
runa circular tatuada en las espaldas de las víctimas de Günther Albrecht, y
ahora en la suya.
William
se llevó a Rudolf jalándole de su correa. Los transeúntes le saludaban
amablemente y se burlaban del hermano Müller, era obvio que todo el pueblo
estaba en la misma conspiración y no podría servirse de nadie para ayudarle.
No, Rudolf estaba completamente solo, acompañado quizás por los tenebrosos
pensamientos de los cultistas que pasaban cerca y de William, ideas sádicas y violentas
que le daban escalofríos. Le jaló calles arriba, alejándole de los soldados que
pululaban por las calles centrales donde aún se tiraban flores y perfumes como
parte de la fiesta. A lo lejos la neblina comenzaba a vencer a la muralla y
caía sobre Unzel como una cascada.
- ¿Puedes ver las flores a lo
lejos? Representan todas las tribus y casas reales que las familias primigenias
de Unzel consiguieron aniquilar con la ayuda del protector Yug. Tus amigos
deben creer que se trata de una simple costumbre vulgar, y no pensarán nada
cuando las mujeres lancen las últimas flores, rojas, blancas y negras.- William
jaló de la correa, ahorcando momentáneamente a Rudolf y le mostró su cuchillo
curvo aún empapado en sangre que guardaba en una bolsa de cuero dentro de su
abrigo. El mensaje era claro, le mataría en cuanto dejara de ser útil, pero
Rudolf aún no entendía exactamente qué era lo que estaba por pasar.- Ahí está,
Iä, Iä Yug Hunerun.
Rudolf
no pudo ver nada más allá de la niebla que no dejaba de subir de nivel y
devorar a la ciudad. Albrecht no señalaba algo físico, sino algo psíquico y una
oleada de pensamientos ajenos, incomprensibles, perversos y en un idioma no
humano golpearon la frágil mente de Rudolf con tanta fuerza que cayó sentado
sobre el suelo. Sentía la presencia de Yug, gigantesca, temible y cruel. Sus
pensamientos eran pesados, como anclas que se dejaban caer sobre las distintas
almas como un barco que se detiene en un punto en el mar. Rudolf tembló de
miedo al escuchar esas ancestrales e intraducibles palabras que penetraban su
mente como taladros poderosos. Escuchó también las voces humanas de cientos de
personas, todos ellos levantando plegarias a Yug Hunerun como invitándole a
acercarse. Entre todas esas voces, abultadas como en un mercado, escuchó la de
William y cuando sintió que la tensión de la correa se debilitaba decidió que
era su única oportunidad. Concentrándose con todas sus fuerzas, su cabeza
temblando del esfuerzo y su nariz sangrando por la presión, navegó entre las
cientos de voces. Lanzó su mente como la línea de un pescador hacia el mar del
norte, navegando entre los rezos y también entre los pensamientos inocuos y
vulgares de los soldados. La visión se nubló al escuchar los pensamientos del
comandante Ecke y sus compañeros, pero en vez de desistir decidió dar su último
esfuerzo estando tan cerca. Buscó la mente de su hermano Franz de entre todas
esas interminables corrientes psíquicas y finalmente le ubicó en un sótano del
castillo.
Franz,
somnoliento aún por el golpe, sintió algo en su mente que le despertó de golpe.
Escuchó la voz de su hermano y al reconocer el tono de urgencia y terror supo
de inmediato que no era alguna clase de alucinación. Rudolf le dijo exactamente
lo que debía de hacer y Franz rápidamente se arrastró por el suelo hasta dar
con un vidrio roto para liberarse de las crudas amarras que le limitaban. Abrió
la puerta del sótano y se escabulló de entre los distraídos guardias cuando la
voz de Rudolf se desvaneció. William notó que Rudolf había caído de rodillas,
se distrajo de sus rezos para darse cuenta de lo que estaba pensando y
reaccionó de inmediato. Trató de dar un paso atrás, pero Rudolf ya sostenía un
adoquín suelto con el que le rompió la rodilla izquierda. Saltó sobre él como
un jorobado demente y buscó en su abrigo por el cuchillo. William consiguió
patearlo para sacárselo de encima, pero fue demasiado tarde. Rudolf le apuñaló
en un muslo, y después en la entrepierna y finalmente hundió la hoja en el
estómago para abrirle las entrañas. William trató de gritar de dolor, pero todo
ocurrió tan deprisa que no tuvo la oportunidad. Un instante de gloria y
satisfacción nublaron la conciencia del dolor, pero no duró mucho. Escuchó la
música de flauta y supo que se acercaba a él, y ésta vez no cedería hasta
matarlo.
Rudolf
huyó torpemente por las laberínticas calles empedradas de Unzel, con la música
del flautista cada vez más cercana. Pensó guiarse por las risas y las
festividades, pero el miedo bloqueaba todos los ruidos, a excepciones de esos
espantosos rezos, las irrepetibles palabras de la infrahumana criatura que se
hacía más fuerte en las mentes de sus creyentes, el sonido de la flauta y el
raspar constante de la pirámide de acero contra las paredes. Acercándose a las
luces, con la gracia de un adolorido jorobado, decidió alejarse de la oscuridad
del pueblo al sur para refugiarse entre las luces de las casas y las lámparas
decorativas de la calle. Se escabulló detrás de una familia que reía y señalaba
los fuegos artificiales para entrar a su casa sin hacer ruido. Algunos de los
celebrantes se disfrazaban de flautistas medievales y andaban por las calles
animando a los disfrazados a bailar. La música le era terriblemente conocida,
era la del flautista Ernst. Se escondió en la sala de la casa, y miró por la
ventana mientras que los rezos en su mente alcanzaban un clímax antinatural. A
lo lejos, más allá de las grandes piras y los potentes reflectores del centro
del pueblo los remolinos de niebla cobraban forma. Algo existía en esa zona,
cerca del castillo y en medio de la niebla, que paulatinamente se materializaba
y daba así forma a la niebla. En cuanto a la forma de la criatura no podía
decidirse, era casi tan alta como el castillo sin duda, y muy robusta, pero sus
rasgos particulares eran difíciles de adivinar. Por momentos, cuando los
cohetes ascendían alto y se cruzaban esporádicamente con los reflectores del
castillo podían adivinarse ciertas sugerentes formas, como largos tentáculos en
su inmenso pecho o extremidades anchas y que le hacían pensar en inútiles alas
de murciélago. Lo único que sabía era que esa criatura emitía oscuros y
temibles pensamientos que no parecían irse, y que amenazaban con ocupar toda su
mente, un fenómeno que los cultistas esperaban ansiosos pero que Rudolf
encontraba aterrador. Si esa bestia era traída a nuestro mundo material de tres
dimensiones, sabía Rudolf Müller, abriría una puerta imposible de cerrar por
medios humanos.
Distraído
mirando por la ventana no advirtió que, de entre todas las flautas que sonaban
para la fiesta, había una en especial que venía de adentro de la casa. Alargó
el brazo para hacerse del atizador de la chimenea y dándose vuelta de golpe lo
blandió con todas sus fuerzas. El flautista había llegado muy cerca, y el golpe
le arrancó el hacha de la mano. Rudolf lo atravesó con el atizador, pero no
tuvo mucho efecto. La monstruosidad le agarró de los brazos y con una fuerza
sobrehumana lo levantó del suelo y lo lanzó contra la pared. Antes que Rudolf
pudiera levantarse de nuevo el flautista, con su pirámide de acero en la
cabeza, se lanzó contra él. Retrocedió dando traspiés contra el espejo, pero en
vez de romperlo lo cruzaron juntos como si fuera una puerta. Recordó los
espejos en el aquelarre que interrumpieron, que tenían marcas sobre la
superficie con forma de pirámides y extraños símbolos místicos. Al lugar al que
llegaron, tras atravesar el espejo era idéntico a la sala de esa casa, pero
donde el espejo no reflejaba se encontraban otras salas, cocinas, baños y demás
reflejos de otras casas y edificios. Era un mundo cocido burdamente, donde el
flautista había permanecido encerrado por muchos siglos.
- Cuando me mataron encontré la
manera de regresar.- Le dijo el flautista mientras lo perseguía lentamente,
mientras Rudolf se desplazaba por los trozos de mundo que estaban unidos
caóticamente. Su voz estaba llena de ira, pero Rudolf comprendió sus palabras
en alemán arcaico.- Seguí sacrificando niños trayéndolos aquí. Sus padres sólo
podían verlos a través del espejo, y por un tiempo muy breve. Ahora que puedo
salir, podría dejarte atorado aquí una eternidad a ver si te gusta tanto como a
mí.
Rudolf
corrió por una habitación hasta alcanzar el espejo sobre una cómoda y se lanzó
sin dudarlo. La mitad de su cuerpo estaba atravesando el espejo hacia la
habitación de verdad, cuando sintió las manos del flautista jalándole. Hizo un
esfuerzo más, sabiendo que no podría atravesarlo y liberarse del monstruo, pero
consiguió asomarse lo suficiente por la cómoda para tomar unas tijeras. Se dejó
arrastrar violentamente y clavó las tijeras contra el tobillo del flautista
para disminuir su velocidad. Huyó entre oscuros baños, dormitorios iluminados
por la fiesta y salas decoradas para la fiesta de la niebla. Lanzó muebles y
tiró estanterías, pero eso no le iban a salvar. El flautista conocía bien esta
espantosa dimensión y podía seguirle sin problemas. Rudolf, sin embargo, ya
tenía un plan. Trató de orientarse en un mundo sin orden, buscando espejos que
dieran a la fábrica. Se guió por los frenéticos pensamientos de su hermano
Franz, tan quedos como el sonido de un arroyo al lado de una catarata. Al dar
con un amplio espejo en el comedor de la fábrica sintió cerca la presencia del
flautista, escuchó su flauta mientras se acercaba desde ángulos imposibles de
conseguir. Se tiró contra el espejo y chocó contra una de las mesas del
comedor. Levantó dolorosamente un saco de harina y lo tiró contra el espejo
tratando de romperlo pero fracasando.
Atravesó
la oscura fábrica mirando por las amplias ventanas polvosas, la criatura ya se
había manifestado. Lo que antes había sufrido en la forma de la estática eran
ahora todas invocaciones terribles en un idioma que el hombre no recordaría
nunca. Yug estaba libre y podía ver su espantoso cuerpo, en parte oso y en
parte pez, destruyendo algunas casas en medio de horribles alaridos de terror.
El flautista le alcanzó mientras bajaba las escaleras, le dio una fuerte patada
que lo hizo darse de tumbos contra los escalones de acero. El flautista ahora
tenía otra arma, un hacha contra incendios que había encontrado en uno de los
pasillos superiores. Levantó el arma y antes que pudiera cortarlo en dos sintió
el golpe de una pala de carbón contra su torso. Franz le tomó por sorpresa,
escondido en un oscuro rincón, y el golpe lanzó volando al flautista. Franz
levantó a su hermano y se lo llevó corriendo cargándole del hombro.
- Ya es demasiado tarde.- Amenazó
el flautista, mientras les perseguía por la oscuridad mientras los hermanos
Müller llegaban a los potentes hornos de carbón.- Yug ha atravesado a este
dominio. He advertido a todos sobre ti Rudolf, ¿crees que no pueden oír tus
pensamientos como tú escuchaste los de tu hermano? Estarán rodeados en segundo,
y tú los trajiste hasta aquí.
- Que vengan.- Rudolf se separó
de su hermano a un lado de los hornos para hacerse de un enorme atizador que
parecía una pica medieval.
- Quédense donde están, estoy
armado.- Günther Albrecht entró a su fábrica, pistola en mano y subió los
escalones de piedra hasta los hornos. Franz se le enfrentó, pala en mano,
mientras el flautista les rodeaba por atrás. El patriarca de los Albrecht
señaló hacia los ventanales, los soldados no podían combatir a Yug quien se
acercaba peligrosamente al castillo para matar a todos los oficiales.- Esa pala
no servirá de mucho contra una pistola.
- Sí, pero quizás esto sí.-
Rudolf caminó unos pasos, auxiliado con su pica como un bastón y le tiró dos
envases vacíos de litro y medio de cloro.
- ¿Y eso qué?- Se mofó Günther.
- Están vacíos, ¿quieres adivinar
qué hice con todos los químicos que encontré en la fábrica? Directo al horno.
Nadie notó el humo, con toda esa neblina en el pueblo. ¿No habían hecho algo
muy parecido los caballeros cristianos en 1313?
- ¡No! Yug se tambalea.- Günther
señaló por la ventana a la inmensa bestia que daba de tumbos y caminaba
mareada. Rudolf aprovechó su distracción para lanzarse contra él y clavarle el
larguísimo atizador atravesándole el pecho.
- Ah, y maté a tu hijo William.
Pensé que querrías saberlo antes de mandarte al infierno.- Comandando sus
últimas fuerzas lo empujó contra un horno y lo metió para que ardiera hasta los
huesos.
El
flautista atacó con todas sus fuerzas mientras que afuera Yug se envenenaba con
los químicos que ya producían vómitos a algunos de los pobladores. Cuando la
bestia aulló y gimió de dolor todos los que fueron operados por Günther
Albrecht para comunicar pensamientos sintieron la descarga. Un intenso dolor
sacudió a Rudolf hasta desmayarlo. El flautista blandió su hacha contra Franz,
pero él consiguió agacharse a tiempo y enterrar la pala de carbón en un
costado. De una patada y un empujón lo metió al horno. Antes que pudiera cerrar
la portezuela el diabólico flautista intentó escapar y en el intenso calor la
pirámide con la que los caballeros cristianos le habían flagelado se deshizo y
liberó su cabeza. Franz reconoció ese rostro, era el de los Albrecht, y el de
todos los nativos de Unzel, con sus ojos hundidos y su falta de barbilla. El
verdadero patriarca había sido Ernst Albrecht, y desde entonces sus
descendientes se habían multiplicado entre ellos y devorado sus cuerpos tras
morir. Le vio arder hasta convertirse en cenizas y comenzó a reír como un loco.
La descarga de adrenalina estaba pasando y mientras cargaba a su hermano a la
calle y veía al monstruoso Yug desvanecerse entre las explosiones de los
militares sintió la tentación de desmayarse él también.
Rudolf
se despertó en una cama de hospital, su memoria aún neblinosa. Miró por la
ventana y reconoció a Berlín. Su hermano entró por la puerta con una caja de
chocolates y una sonrisa. Se sentó a su lado para explicarle que había estado
fuera de combate por más de una semana, y que un equipo de los mejores
cirujanos alemanes había removido todas las agujas y piezas metálicas que
Günther le había insertado.
- Te quedará una herida, pero
siempre puedes inventar algo heroico.
- Así que ya no soy el guapo de
los Müller.
- No, parece que no.- Erich Ecke
abrió un poco la puerta y tocó un par de veces antes de entrar. El comandante
vestía su uniforme de gala y sonrió al ver despierto a Rudolf.- Vino aquí todos
los días para ver si estabas mejor.
- Trataron de advertirme de los
Albrecht y no los escuché.- Colocó un sobre manila sobre la cama y les guiñó el
ojo.- Transferencia para que trabajen conmigo, necesito a hombres como ustedes.
- No se ofenda comandante, pero
ya tenemos una asignación.- Rudolf se sentó adolorido sobre las almohadas y se
estiró para quitarle un cigarro a su hermano de su cigarrera de plata.- ¿Qué
hay del pueblo y de la criatura?
- Nadie vio nada, es la versión
oficial. Químicos en el aire para tratar de hacernos alucinar. Hemos arrestado
a todos los que tenían cocida la piel de la espalda. Les enviaremos a un lugar
muy, muy lejano del que nunca saldrán. Son todos culpables de traición y
sedición, pero tu hermano Franz se ha asegurado que eso nunca salga a la luz
pública. No existe registro oficial de lo que ocurrió en Unzel, sólo el reporte
que elaboró para el Führer.
- No todo ha sido silenciado, sin
embargo.- Añadió Franz.- Soldados y reporteros han encontrado señales de
canibalismo generalizado. Muchos de los oficiales que comieron con los Albrecht
y otras familias no han dejado de vomitar desde entonces. Vegetarianos por
siempre.
- Mencionaste una asignación.-
Dijo Ecke, reflexivamente.- ¿Qué misión es esa?
- La conspiración de Frankfurt
tenía a más gente que los Albrecht. Algo me dice que sólo hemos rasguñado la
punta del iceberg. La mente maestra sigue libre, planeando su siguiente
movimiento y algo me dice que tiene planes aún más terribles.- Ecke conversó un
poco más y se fue, dejando a solas a los hermanos Müller.- Así que Franz,
reporte directamente al Führer, ¿le diste la mano?
- Brevemente. Lástima que
estuvieras inconsciente.- Bromeó Franz.
- Sí, había un par de chistes
subidos de tono que me habría gustado contarle. Como el del judío, el polaco y
el alemán que entran a un bar en Berlín.- Franz le miró sonriente y le apretó
la mano. Irradiaba felicidad, sabiendo que su hermanito estaba de vuelta y a
toda potencia.
- ¿Quién sabe? Quizás tengas tu
oportunidad Rudolf, quizás tengas tu oportunidad. La mente maestra está allá
afuera, esperándonos. Mejor no hacerlo esperar.
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