EXPEDICIÓN A LA
OSCURIDAD
PERIÓDICO
EL SOL DE ZACATECAS
Febrero 12 1928
San Leonino, Zacatecas. La mina
de Calafetas fue escenario ayer de un drama que duró por varias horas, que
terminó en una clausura temporal de la quinta mina de plata más importante de
nuestro Estado. Los mineros llevaron a cabo las detonaciones para ampliar la
mina otros cien metros bajo suelo, pero cuando bajaron a inspeccionar el
resultado ya no regresaron. El capataz de la mina, el teniente Teodocio Casitas
mandó a los mercenarios americanos que fueron contratados como seguridad. De
los siete mercenarios que bajaron en busca de los mineros regresaron dos, Percy
Collins y Damian Porter, y de los quince mineros que habían bajado subió uno
solo, Ricardo Prado. Damian Porter presentó heridas graves en el abdomen y el
brazo derecho y murió desangrado poco después. Ricardo Prado presentó fiebre y
heridas lacerantes en las manos y poco después cayó en un profundo coma. Percy
Collins se encontraba relativamente sano, aunque en estado de histeria. Minutos
después de que subieran a la superficie se sintió una segunda detonación que
cimbró el suelo y fue tan fuerte que se sintió hasta Rancho Verde. La policía
ha detenido al mercenario americano Percy Collins. La expedición de rescate de
los mineros y mercenarios ha sido infructuosa. No se han encontrado cuerpos, y
la segunda explosión derrumbó gran parte de los túneles profundos.
PERÓDICO
LA NACIÓN
Enero 20, 1928
Madrid, España. La desaparición
del ciudadano francés Rene Coty ha dejado estupefacto al país, y ha dejado en
ridículo a nuestra fuerza policial. Según reportes de testigos se escucharon
aullidos en la mansión Coty, en la avenida Grazán, cerca de la medianoche. La
policía ha informado que nadie entró, ni salió del edificio. Cuando la mucama
entró a la mañana siguiente, la mansión estaba vacía. La policía no tardó en
arrestar a la mucama, Eleonora Ramírez, pero hasta ahora no han levantado
cargos en su contra. El desaparecido es el hijo único del acaudalado Gerard
Coty, empresario francés, quien ante la ineptitud policial ha contratado a un
detective privado. Gerard Coty, en un breve comunicado desde su mansión en
París, ha insistido en que contrató a un detective privado español, aunque se
negó a revelar su nombre, como muestra de afecto y confianza a las
instituciones españolas.
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
Septiembre 13, 1670
El
Sardam ha navegado por estas costas extrañas por muchos meses. El símbolo de la
compañía Neerlandesa de las Indias Orientales es el único vestigio sólido que
mis hombres y yo tenemos de la civilización. Las rutas principales de India se
encuentran sobresaturadas, y la compañía me ha dado permiso de explorar por
nuevas rutas. Ya lo llevaba haciendo por un buen tiempo, pero ya era hora que
me dieran la bendición oficial.
Mi
padre estaría rabioso si pudiera verme ahora. El profesor de teología no me
reconocería con mis ropas de las indias, con mi piel morena por el inclemente
sol del mar. Seguramente me escupiría en la cara si me viera jugando cartas con
los marinos y robando los cargamentos de mis compatriotas holandeses. Él
escogió una vida de libros y conceptos abstractos, y yo escogido algo más
grande. Una vida de aire salado, sangre en mis manos y una obediente
tripulación.
Vendí
mi último cargamento de esclavas a una tribu de salvajes indios, y me gané su
confianza. Me han prometido nuevas rutas de comercio, que sólo ellos saben. He
ordenado a mis hombres mantener los rifles cargados, solo por si acaso.
Navegamos por la bahía de Daman, hacia el río Madhya Pradesh, el cual se
conecta con el Narmada y, según los mapas de los que dispongo, cruza casi todo
el territorio. El río tiene varios kilómetros de anchura, y el Sardam es fuerte
y con cañones preparados, pero aún así hubo un ambiente tenso en esos días.
Durante el día la tripulación se encargaba del barco y trataba de divisar
posibles enemigos en las costas. Durante la noche fingían no escuchar los
ruidos de la jungla, el poderoso ulular del viento entre las tupidas selvas, el
chillar de animales extraños y jamás antes vistos por los ojos de hombres
blancos. Al tercer día encontramos un pequeño puerto de piratas.
A
cambio de unos cuantos florines nos permitieron anclar y descender. Conmigo
bajaron sólo siete marinos, los demás se quedaron con órdenes de proteger lo
poco que cargábamos en nuestras bodegas. Siguiendo un camino transitado por la
selva encontramos una plantación de más de quinientos campesinos. Pasé la noche
con Dahar, quien parecía ser el líder de los piratas que comandaban la zona.
Durante la noche, cuando el licor aflojaba las lenguas, me hablaron de extraños
rumores locales acerca de vientos sumamente fríos, que atrapa a la gente y se
los lleva. Naturalmente, desdeñé tales creencias como las supersticiones de
salvajes selváticos, pero para mi sorpresa aquellas parecían ser las creencias
de la plantación, desde muchos años antes que esos piratas se adueñaran del
local. Me retaron a seguirlos, mientras se internaban a los cultivos. Mientras
les acompañé, con la mano sobre mi espada, noté que la plantación ya tenía
lista la venta de café, algodón, azúcar y mucha madera.
Había
cien cultistas, quizás más, en aquella selva tupida, congregados alrededor de
la estatua de una diosa de aspecto horrible, con cráneos en sus manos y
serpientes vivas que atravesaban su cuerpo a través de huecos. Los fieles
danzaban al ritmo de tambores escondidos en la penumbra de la jungla. Daban sus
brincos y pisotones en el suelo encima de un centenar de serpientes, y parecían
no sentir las mordidas, ni el terrible veneno. Sacrificaron un becerro a la
estatua y con sus manos ensangrentadas la cubrieron. Los que precedían el oficio,
hombres pintados de azul con puntos rojos, señalaban histéricamente al cielo y
dibujaban extrañas figuras en el suelo. Lentamente, por un proceso intelectual
de asociación, me figuré que quizás dibujaban constelaciones, y que sus cuerpos
azules y esas motas de sangre eran a su vez mapas estelares. Todo aquello me
habría resultado folclórico, gracioso incluso, de no ser por un gélido viento,
tan frío como los inviernos holandeses. Empezó por los pies y fue subiendo, en
cuestión de minutos era un torbellino que parecía girar en torno a la diosa de
las serpientes.
Los
marinos estaban decepcionados cuando les dije que no les robaríamos. No lo
quise admitir, pero había algo macabro en aquella gente y no quería hacerme de
enemigos que no pudiera entender. Compramos todo lo que tenían a un precio
regalado y zarpamos antes que cayera la noche. Uno de los marinos ha
desaparecido y mis hombres me han dicho que ocurrió durante el ventarrón de
gélido viento. No necesité más explicaciones, sabía lo que había pasado aunque
fuera en un nivel intuitivo. Saldremos del río mañana, quizás para no volver
nunca más. No sé cómo explicarlo, pero esos sombríos eventos no despertaron en
mí el temor piadoso que a mi padre le despertaba la lectura del libro de
Revelaciones, sino que han despertado algo aún más aterrador, asombro.
DIARIO
DE JULARDO TREJO
28 de enero, 1928
El
caso Coty empieza a mosquearme. Primero pensé que la policía era inepta, pero
conforme más lo estudio, más dudas se forman. El análisis primario que redacté
para el señor Coty resulta equivocado, la policía ha hecho lo mejor que ha
podido. Le ofrecen al señor Coty enjuiciar y encerrar a la mucama, el francés
no quiere. Él quiere a su hijo. Aún abriga esperanzas de encontrarlo. Nadie
tiene el corazón para decirle que su hijo está muerto.
Las
pocas certezas que tengo no me sirven de mucho. Rene era un solitario, rara vez
salía de su casa. La mucama hacía las compras, y aseaba una vez por semana. He
visto lo que la soledad hace a las personas, pero Rene llegó a niveles
exagerados. No hay pared en las habitaciones principales, a las cuales la
mucama no tenía acceso debido a que se cerraban con llave, ni en el espacioso
ático, el espacio más personal de Rene, que no esté cubierta de papeles y
anotaciones. Por todas partes aparece el nombre “Vander Holt”, un mago de Nueva
Inglaterra de 1776. Encima de su cama no había crucifijo, ni en cualquier otra
parte de la casa, sino un recorte de periódico de Boston, 1776 que habla de la
muerte de un periodista y la sospecha sobre Vander Holt. Cuando no son papeles o notas sobre él, son mapas
estelares y fórmulas mágicas. Rene pasaba sus noches en el ático, eso es por
todos conocido. La mucama encontró el ático cerrado por dentro. Hubo aullidos,
según los vecinos, y nada más. En esto hay magia negra.
Tiene
correspondencia, pero la mayoría no me sirve de nada. Casi todos los que le
escribían usaban apodos y fueron cuidadosos de no dejar nombres, ni alusiones
al lugar de origen. Apodos como “Castillo en llamas”, o “Lemuriano”. El único
nombre que he conseguido de entre todas las cartas es el de James Samuel
Benson, otro amante del misterioso Vander Holt. He reunido todos los papeles
que me parecieron importantes, la mayoría sobre magia, otros sobre el mago de
Nueva Inglaterra y unos extraños dibujos. Los dibujos son recientes, pues el
tipo de papel es típico de las fábricas de papel de Madrid, con dibujos
difíciles de describir, en su mayoría son figuras primitivas que parecen
personas y toros, o búfalos.
Me
han estado siguiendo desde que tomé el caso. El nombre de James Samuel Benson y
mis perseguidores son las dos únicas pistas viables hasta el momento. Si no
consigo nada más trataré de tenderle una trampa a uno de los que me siguen para
extraer información. Son más de ocho, lo cual no me sorprende debido al impacto
del secuestro y el dinero de la familia Coty, pero casi todos los que he podido
ver de cerca llevan anillos con símbolos masónicos. Si esto resulta una conjura
masónica me comeré el sombrero, lo último que necesito es meterme en política.
REPORTE
POLICIAL
Zacatecas, México
12 de febrero, 1928
Transcripción de la declaración
oficial del ciudadano americano Percy Adam Collins. Se hace notar que el
mercenario americano presenta fiebre. El doctor le dará de alta mañana y no se
han levantado cargos en su contra. El americano ha sido cooperativo hasta
ahora.
He
visto batallas, ¿me entiendes? Estuve en Juárez. He visto cosas horribles y
hecho cosas peores, pero nunca había visto algo así. Los mineros hicieron
estallar parte de un túnel, para ir más profundo. Fueron a ver el resultado de
la explosión, pero no subieron. Nos mandaron a investigar. No había luces,
porque se quitaron antes de la explosión, el capataz es un tacaño que no quería
comprar más focos. Avanzamos con lámparas de petróleo. Son quince minutos de
descenso, y no fueron fáciles. Olía a agua de puerto, era inmundo. Escuchamos
los gritos y nos preparamos. El viento era helado y el olor hizo vomitar a
Damian Porter, quizás por eso no recibió lo peor. Los obreros luchaban por su
vida, pero no era suficiente. Había más gente, además de nosotros y los
obreros. Las luces se movían, por el constante viento, y no era fácil verlos.
Pero recuerdo los colmillos, y recuerdo las garras. Me resbalé y tropecé con el
cuerpo de George Macgregor, y tiré mi lámpara. La lámpara rodó entre los
cuerpos y lo que vi no puede ser borrado incluso con la fiebre.
La
explosión descubrió un túnel muy profundo y gigantesco. La lámpara cayó por la
apertura y pude ver un enorme río subterráneo que corría por el túnel. Las
paredes del túnel estaban decoradas en la piedra. Pero eso no era lo único que
habitaba allí. Estaban esas personas, de estatura baja y cabezas largas. Salían
por docenas, como hormigas. Siempre mordiendo y arañando. Tenían cuchillos y
hachas, y dispusieron de los mineros rápidamente. Los mercenarios abrieron
fuego, desde el suelo disparé con mi revólver. No sería suficiente. Algo más
salió de ese hueco, pero como la única luz que sobrevivía era una lámpara a más
de cien metros apenas y pudimos ver qué nos atacaba. Diré esto sobre ese
monstruo, no era como nada que conozcamos en la superficie. Quizás en un
infierno subterráneo tendría cabida, pero no en nuestro mundo. Pude ver que le
brillaban colmillos, pero eso no era una boca, no podía serlo. Se extendía
varios metros y no vi la parte superior de ninguna quijada. No me avergüenza
decir que salí corriendo. El idiota de Damian Porter no se quedó atrás, al
escuchar nuestros gritos trató de ayudar. Esa cosa lo atrapó, como con una garra
sobre algo gelatinoso. Lo tomé del brazo y corrimos juntos. No estábamos en
condiciones para dar explicaciones. Sentí la segunda explosión y me desmayé.
DIARIO
DE JAMES BENSON
30 de enero, 1928
Vernon
Ingersoll es un estuche de monerías. Abrió los cerrojos del departamento del
detective en muy poco tiempo. Vernon se esperaba que el detective fuese
cauteloso, y tenía razón. La caja fuerte detrás de un espejo en su baño sin
duda contenía los papeles más importantes. Encontré algunos papeles del caso en
un compartimento secreto de su escritorio, eran dibujos primitivos de toros y
Vernon se interesó por ellos. Nunca conocí a Rene Coty, pero mantuvimos
correspondencia por poco más de tres meses. No me decía todo lo que sabía sobre
Vander van Soest, de eso estaba seguro. Vernon me ayudaba a recopilar material
de la biblioteca de la Universidad de Cambridge sobre el pirata hechicero,
cuando nos enteramos de la desaparición de Rene Coty. Vernon no quería que lo
acompañara, pero le seguí de todas formas.
Julián
Trejo llegó a su departamento poco después de nosotros. El detective es un
hombre de cincuenta años, aunque bien conservado y en excelente condición
física. Incluso cuando está relajado tiene la misma mirada dura debajo de esas
enormes cejas. Es peludo como un toro y de la misma anchura. En cuanto cerró la
puerta se dio la vuelta con su arma lista. Vernon nos presentó y el detective
reconoció mi nombre de las cartas de Rene Coty. Expliqué mi interés por Vander
van Soest, el mago del 1600’s, y el detective remarcó que no podría ser el
mismo que Coty estudiaba, Vander Holt. El detective no estaba listo para creer
que Vander van Soest había vivido hasta los 1800’s hasta ser por fin aniquilado
en una demoledora explosión en un muelle londinense.
- Hay señales inconfundibles,-
traté de explicarle.- por más de un siglo usó florines de su inmensa riqueza
como comerciante y pirata. Se cambiaba de nombre huyendo de persecuciones, pero
siempre manteniendo el Vander como parte de su orgullo diabólico.
- ¿Y no se le ocurrió a usted, o
a Rene Coty, que quizás esos eran descendientes de algún tipo?
- No tuvo hijos, aunque su
hermano sí. Donde quiera que fuera, le seguían cadáveres y desolación. Si el
diablo no existía, lo inventó él.
- ¿Planeó reunirse con Coty para
comparar notas?- Trejo se sentó en su sillón y le imitamos. Vernon se sirvió un
poco de cognac, lo cual no fue bien visto por el detective. Aunque, como
aprendería rápidamente, a Ingersoll no le importa mucho lo que piensen de él.
- No, estaba en Londres reuniendo
mi propia información.
- Desapareció sin dejar rastro,
muy interesante.- Dijo Vernon mientras se sentaba.- Puedo ayudarle a descifrar
el caso.
- ¿Cómo encontró eso?- Se quejó
el detective señalando los dibujos que Ingersoll tenía en la mano.
- Eso no importa. Yo sé qué son
estos dibujos, también sé quién lo está siguiendo.
- ¿Qué quiere a cambio?
- Lo mismo que el señor Benson,
quiero saber en qué trabajaba Coty. Además, si su desaparición es parte de un
montaje más grande, me gustaría estar enterado.- Vernon sacó un anillo de su
chaqueta y lo tiró sobre la mesita de café.- Le pertenece a uno de los hombres
que le siguen. Son masones, pero no cualquier tipo de masón. Son parte de los
Impuros, que se han ido infiltrando en las logias masónicas desde finales del
siglo pasado.
- ¿Y cómo sabe usted eso?
- Vernon sabe cosas que
sorprenderían a cualquiera.- Contesté.
- ¿Sabe cómo encontrarlos?
Había
mordido el anzuelo. Usamos el auto que alquilamos y fuimos a una logia
escondida entre una enorme iglesia y un edificio de gobierno. La pequeña
entrada estaba resguardada por un guardia, quien revisaba que todos llevaran
anillo. Ingersoll tenía anillos similares que había falsificado hacía un año,
mientras los investigaba y entramos sin problemas. El detective tapó su rostro
con su bufanda y se bajó el sombrero lo más posible para que no le
reconocieran. Trejo señaló que uno de los autos pertenecía a una embajada, la
rumana. Entramos sin problemas a la logia y nos quedamos cerca de la puerta,
mientras que el edificio se llenaba hasta reventar. El detective usó una de las
togas que quedaban disponibles y se ocultó bajo la capucha.
Rápidamente
se hizo obvio que estos no eran masones normales. Mientras que los masones
emplean curiosos saludos, los Impuros ponían sus palmas contra la cabeza como
si fueran peces. Si bien la estancia era masónica, por el piso de cuadros en
blanco y negro, las columnas con inscripciones y el altar, el libro que
descansaba en el atril no era la Biblia, sino un libro prohibido en un lomo de
oscuro cuero de apariencia antiquísimo. El que oficiaba leyó unos párrafos en
un idioma que no pude entender, apenas captando ciertas referencias que
Ingersoll había mencionado anteriormente, palabras como Yig, Sothoth, Leng,
Carcosa, fthagn y otras más. Cambiaban de idioma constantemente, pasando del
español al francés, italiano, español y dialectos africanos que no comprendí. Lo
que fue claro fue una referencia a quien parecía ser su superior, su obispo
máximo, un hombre llamado Antonescu.
En
mis años de estudios teológicos había leído de cultos oscuros que satirizaban
la santa misa, y siempre pensé que se trataba de infantilismos que expresaban
un odio o resentimiento hacia la Iglesia. La consagración que tuvo lugar, sin
embargo, no satirizaba a la santa misa, sin embargo se parecía a ella, lo cual
me hizo pensar en posibilidades demasiado terribles para escribirlas aquí. Aparte
de cantos que no me atrevo a transcribir en este diario, el epicentro de la
ceremonia era una macabra comunión. El oficiante llenó un desfigurado cráneo
humano, o quizás un cráneo anterior al nacimiento del homo sapiens, con la
sangre de un receptáculo de plata y dejo caer al cráneo una piedra con una
extraña inscripción. Únicamente los del círculo más cercano podían beber de la sangre
de lo que ellos llamaban “el pescador”, y ésa fue la referencia que me
estremeció hasta el alma. ¿Acaso no era Jesús el pescador de almas?
- Aquí sobre gente.- Musitó el
guardia de la entrada mientras se hacía pasar y contaba cabezas.- Conté las
sillas yo mismo. Podría haber intrusos.
- ¿Corremos?- Le pregunté a
Vernon, pero él se limitó a sonreír maliciosamente.
Ingersoll
se acercó a otro hombre, quien tenía el anillo colgado como collar. Fingió que
se tropezaba, le arrancó el collar y tomándolo del brazo lo empujó hacia el
guardia gritando que había encontrado a un impostor. Aprovechando la confusión
corrimos al auto alquilado y, aunque yo les rogaba que nos fuéramos lo más
pronto posible, Trejo insistió en quedarnos. Habíamos agitado el avispero y funcionó.
Muchos de los Impuros salieron corriendo, incluido el hombre que manejaba el
auto de la embajada rumana. Decidimos seguirlo, pues después de todo, Antonescu
es un nombre rumano.
DIARIO
DE SILAS EZEKIEL DEWITT
15 de febrero, 1928
Cruzamos
la frontera por Juárez y pasamos varios días tomando trenes y cansados viajes
en camión hasta el pueblo de Zacatecas. Nestor está seguro que los rumores
sobre un sitio arqueológico debajo de las minas de plata son correctos, y que
el mercenario podría ser nuestra única posibilidad de aprender más sobre ellos.
En mi tiempo en el ejército me acostumbré a dormir poco y vivir incómodamente,
Nestor no parece tener problema con ello tampoco, pero no puedo decir lo mismo
de la señorita Fontaine. Su mal genio tampoco le ayuda. No creo que sea el
largo viaje, yo pienso que es la atención de los nativos. Eva Michelle Fontaine
es la única rubia a kilómetros a la redonda, y me apuesto a algo que es la
primera universitaria de Boston en esos pueblos. Debo decir que, a pesar de las
quejas, se aguanta. No deja de repetir que los descubrimientos académicos
valdrán la pena. En cuanto a mí, nunca me gustaron las universidades, lo hago
por el dinero y estaba seguro que el mercenario aceptaría por la misma razón.
Encontramos
a Percy en un maloliente bar repleto de ladrones y borrachos. Afortunadamente
Eva se quedó en el auto. Se alegro al ver que éramos paisanos y se interesó por
mi tatuaje de la marina. Él había servido como infantería dos años antes de
dedicarse a mercenario en la revolución mexicana. Con orgullo me mostró un
tatuaje en el pecho con dos revólveres y una leyenda “Juárez”. No tenía idea de
lo que significaba, así que asentí y sonreí. Incluso sin ver el tatuaje, ni las
dos botellas vacías de barato mezcal pudimos ver que era un tipo duro. Percy
tiene una complexión robusta, acostumbrado al trabajo y al sol, con una cabeza
cuadrada y pelirroja.
- ¿Quieren saber de la mina? Es
de lo único que me preguntan en estos días.
- Encontró un túnel y un río, ¿es
correcto?
- Entre otras cosas que
pertenecen al infierno.- Nestor extrajo varios dibujos de su saco y los puso en
la mesa. Los dibujos eran horribles, idolitos que no podía entender.
- ¿El túnel tenía decoraciones
como éstas?
- Vi esto.- Percy señaló al
dibujo de una diosa sentada con una cuerda bajo el cuello.
- Es la diosa maya Ixtab, esposa
del dios de la muerte. Es la diosa de los suicidas. Los mayas consideraban al
suicidio como una manera honorable de morir.
- ¿Es todo lo que quería saber,
qué me dice de los monstruos que mataron a mis amigos?
- ¿Monstruos?- Pregunté
escéptico. Nestor y Eva hablan mucho de supersticiones, pero no me las creo. Me
duele admitirlo, pero al ver a mi compatriota guerrero creer en cuentos de
hadas me desilusioné un poco.
- Pensé que estaban todos
muertos, pero les he visto. Parecen gente normal, con sus ropas de campesino y
esos sombreros que ocultan sus deformes cabezas.
- No son los mismos que salieron
de esa mina, señor Collins, se lo puedo asegurar. Hay muchos, y le han estado
siguiendo porque es el único sobreviviente que podría poner en riesgo una
cultura de miles de años que ha sobrevivido en canales subterráneos. Me
interesa que menciona a Ixtab, porque eso demuestra que los mayas construyeron
éstas porciones de túneles, o al menos las mantuvieron por siglos.
- Odio arruinar la fiesta,-
interrumpí.- pero ¿qué tal si ese túnel solo mide unos kilómetros hasta un río?
Es muy probable, dado que hay una guerra civil en este país, que estuviera
llena de soldados.
- ¿Me estás llamando un mentiroso?-
No sé de dónde salió el cuchillo, pero me silenció.
- Estos túneles son más antiguos
de lo que pensamos y mucho muy largos. Busco el centro de esos túneles, y creo
que los mayas son la respuesta.
- Hay muchos indios en esta zona,
¿cómo encontrará más puntos del túnel?
- Esa parte es sencilla Silas,
porque los mayas vivieron en Yucatán y Guatemala, no tan al norte. Al menos no
sobre la superficie. Quiero contratar sus servicios, señor Collins. Para viajar
al sur, a las selvas de la península de Yucatán. Será un viaje peligroso, pero
le aseguro que podré recompensar el peligro. Es imperativo encontrar la fuente
de estos túneles y cerrarlos para siempre. El destino de la humanidad depende
de eso.
- ¿De qué recompensa estamos
hablando?
- 300 dólares al mes, depositados
a la cuenta que desee.
Eso
fue suficiente. Percy aceptó de inmediato. Le acompañamos a su hotel y
esperamos a que se bañara e hiciera sus maletas. Nos espera un largo viaje
hasta Ciudad de México.
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
Noviembre 16, 1670
Encontramos
un navío británico en las costas de Pondicherry. Pelearon con fiereza, pero no
soportaron los ataques de los siete cañones. La tempestad nos encontró
abordando el navío. Mis hombres lucharon con más salvajismo que valentía, y eso
nos dio lo ventaja. Después de cargar lo robado y pasar a todos los ingleses
por el filo de mi espada decidimos atracar en puerto Bruss, por lo que nos
dirigimos al sur. Un par de días después la neblina nos encontró. Era verde y
maloliente, y tan espesa como el humo. Escuchamos los cañones antes de escuchar
al barco mismo. Un bote salió sigilosamente para pedir ayuda a los navíos de
guerra cerca del puerto Bruss, pero fue hundido casi de inmediato. Los piratas,
nos dimos cuenta rápidamente, podían ver a través de esa diabólica neblina como
si no estuviera ahí. El mástil principal cayó como madera vieja y comenzamos a
hacer agua antes de poder responder a los cañones. Al ver al barco mis hombres
dispararon todo lo que tenían, pero era demasiado tarde, los piratas habían
sido más veloces. De alguna manera habían navegado seis pequeños botes
alrededor del Sardam y, ayudados con ganchos, dieron una buena pelea. Me
identifiqué como capitán de inmediato, y quizás eso me salvó la vida de la ira
de los piratas. A excepción de unos cuantos, mataron a todos mis marinos. Los
sobrevivientes fueron forzados a cargar la mercancía al otro barco mediante
planchas o en botes.
A
golpes me sometieron delante de su capitán, un fornido indio vestido como
inglés llamado Udeep Omarao. En inglés me informó que era ahora su prisionero y
que probablemente me mataría por diversión. Me arrastraron a golpes a una celda
tan pequeña que no podía ni siquiera sentarme. Tuve que luchar contra otro
prisionero, un campesino hambriento en la celda de al lado, por media hogaza de
pan. Esa noche los piratas satisficieron sus necesidades primitivas con los
pocos marinos que me quedaban y los torturaron antes de matarlos. La muerte
vendría por mí, era inevitable, pero no me daba por vencido.
Después
de matar a mis marinos los piratas cantaron extrañas canciones, no como las de
marinos ebrios, sino ceremoniosas y en un ritmo gutural, creciendo poco a poco
hasta la locura más infernal. El marino a mi lado comenzó a moverse
espásticamente, chillando como un loco. El dolor le debió ser demasiado para
ser tolerado, pues comenzó a golpearse la cabeza contra los barrotes, hasta que
salió sangre. Con sus últimos gramos de esfuerzo se reventó el cráneo y murió.
Los cantos cesaron, la tripulación se volvió loca, corriendo de un lugar a
otro. Estaban desnudos y se golpeaban contra las paredes. Uno de ellos bajó a
la bodega y, viendo el cadáver del marino, abrió la jaula y sacó su cuerpo,
para comer parte de su piel. Le miré horrorizado, mi garganta paralizada e incapaz
de mirar a otra parte. Había descendido al infierno, y no dejaría que me
consumiera.
Al
día siguiente el capitán Udeep decidió divertirse conmigo. Me subieron a golpes
hasta la cubierta y me obligaron a pelear contra otro marino. El pirata sin
duda se esperaba un caballero inglés, porque no fue mucha pelea. Le rompí la
mano, después el codo y le rompí el cuello con tanta fuerza que su cabeza quedó
zafada de su lugar por completo. El silencio me indicó que Udeep me mataría en
persona y que se acercaba. Mi mente trataba de encontrar una salida, pero
estaba embotada. La memoria de la noche anterior estaba tan fresca como si
hubiera pasado hacía unos minutos. El cantar de esas gargantas rasposas se
había plantado en mi mente.
- Nunca me cayó bien de todas formas.-
Dijo Udeep señalando al pirata muerto.
- Matar a mis hombres fue una
buena decisión, habríamos tratado de escapar. No lamento sus muertes, es la
vida de la mar. Matarme a mí, eso sería una mala decisión.
- ¿Y por qué?- Me apuntó con su
pistola y sus piratas rieron.
- Porque entonces no podrían
cobrarle a la compañía el rescate. Valgo mucho para ellos, pues conozco las
líneas ilegales de navegaciones, cada puerto de pirata y contrabando en la
costa occidental y todas las trasgresiones que la compañía ha cometido en estas
aguas.
- Sigo escuchando.
- Holanda querrá tenerme de
vuelta porque sé demasiado. Saben que si no pagan, usted le dará todos esos
secretos a los ingleses. Conocen mi letra, sabrían que la carta es mía. Y
mientras reúnen el dinero y lo mandan hasta aquí, yo podría enseñarle puertos
tan escondidos en el occidente que jamás los encontraría ni con una docena de
navíos como este.
El
capitán me perdonó la vida y redacté las cartas de inmediato. Les aseguré que
el pirata no leía nuestro idioma, lo cual era falso, y exigí sumas exorbitantes
a nombre de Udeep Omarao. Le mostré en sus mapas muchas de mis rutas
preferidas, así como puntos donde los británicos son más débiles. Rápidamente
me gané su amistad y me aceptó como a uno de los suyos. Me gané el respeto de
la tripulación en el pillaje de Karnatka, en la punta sur del continente indio.
Mi sadismo era bienvenido y celebrado, opacado apenas por unos cuantos dementes
que gustaban de profanar a los muertos mientras nosotros llevábamos todo lo que
se pudiera vender y traficar. Después de probar mi valor Udeep me habló de la
cosa bajo el mar, que me pareció muy semejante, por sus tentáculos, a la
leyenda europea del Kraken, aunque Udeep lo llamaba Kuluku el soñador.
Consumiendo
extraños hongos y formando extrañas figuras en la cubierta llamaban a la
neblina verde. Al ver a los marinos adorando a las estatuas negras de esa
criatura espeluznante sentí lo mismo que con el culto de la diosa de las
serpientes. Era la misma sensación de asombro. Estaba frente a una fuerza más
grande que la mía, o que la de cualquier pirata, y era fascinante. A los lados
del barco nadaban criaturas extrañas, grandes como una persona, pero con una
cabeza semejante a la de un pez por lo esbelta, y de manos palmeadas. Los marinos
les tiraban comida y piezas de oro para que pudieran venderlas en extrañas
costas. Eran cultistas de Kuluku y fueron ellos quienes les enseñaron la
extraña magia que practicaban en cada luna llena.
Una
noche le aflojé la lengua a Udeep acerca de Kuluku el soñador. Según él, Kuluku
había reinado sobre todos los mares, y volvería a reinar algún día. Permanecía
dormido y sus sueños podían aparecerse si se invocaban. Le hablé del culto del
viento gélido y me dijo que los hombres-pez los odian y temen a las serpientes
por representar a esa diosa de la selva. Me describió el ritual de invocación,
algo tan arriesgado que si cualquier parte de los siete círculos de sangre
estaba cortado, tendría consecuencias inimaginables. La mera descripción
técnica me erizaba la piel. Requerían de siete niños pequeños, abundante sangre
de peces y de medallas consagradas mediante sacrificios y abominables actos con
cadáveres. Le convencí de hacerlo cuando pasáramos por puerto Kron, para que
nos ayudara a debilitar las defensas, permitiéndonos una rápida incursión.
La
noche antes de llegar a puerto Kron, luego de algunas incursiones a la selva
para obtener lo necesario, el mar estaba tranquilo y estudié cada paso de la
técnica. Copié todos los cánticos, sin duda simplificaciones que los piratas
habían hecho de fórmulas más complejas. Como el ritual requería de muchas velas
y lámparas me aseguré de tener suficiente agua en resguardo por si acaso algo
se prendía fuego. Los cuatro anchos toneles fueron colocados fuera del séptimo
círculo. Extrañas letras en idiomas olvidados fueron escritas en cada círculo y
Udeep se acomodó en la parte central, mientras que sus piratas cantaban en cada
círculo.
Primero
llegó la neblina, después sentí algo debajo del agua, algo que pasaba sus
tentáculos por el barco. Los cánticos se hicieron cada vez más violentos y
escuché algo que venía del agua, desde una profundidad inimaginable. Divisé un
enorme tentáculo que salía del mar, tenía cabellos y en sus aparatos de
succionar tenía dientes filosos. No atacó al barco, sino que parecía
sostenerlo, mientras otros tentáculos salían del mar para la misma razón. El
tamaño de la criatura debía ser enorme. Cuando el canto llegó a su cúspide tomé
un hacha y ataqué los toneles de agua. Cientos de galones se deslizaron sobre
los círculos de sangre, borrando inscripciones y tirando velas. Los piratas
gritaron horrorizados y Udeep entendió demasiado tarde que no hay honor entre
ladrones.
Tomé
el primer bote y corté las amarras. El golpe al mar fue doloroso, pero en ese
momento no me importaba. Remé tan salvajemente como pude, alejándome de la
gigantesca criatura bajo el mar. Urdeep tenía razón, la más mínima alteración
llevaba a resultados terribles. La criatura gritó enojada y los tentáculos que
acariciaban al bote se tensaron. El navío crujió como una rama seca y la bestia
arrastró todo hacia las profundidades. Llegué al puerto al amanecer y me
registré como pescador perdido bajo otro nombre. La sensación de asombro ha
crecido, esa criatura era magnífica y las notas que tomé de su invocación son
ahora mi tesoro más preciado.
DIARIO
DE JULARDO TREJO
1 de febrero, 1928
Seguir
al auto de la embajada dio frutos, su ocupante mantiene una extraña obsesión
por la campiña, a varias horas de cualquier ciudad. Se baja del auto y anota lo
que parecen ser coordenadas, así como la posición de las estrellas. Antonescu
no es el apellido del embajador, ni de nadie que viva en la embajada, según mis
fuentes. Ingersoll se golpeó la frente luego de varias horas de seguir al
curioso hombrecillo en sus viajes por la campiña española. Me mostró los
dibujos primitivos que encontré en la residencia Coty, son pinturas rupestres.
Me
convenció de inmediato, pues había visto esas pinturas cuando era niño en un
libro de la escuela. Aún así, no veía conexión clara entre una cosa y otra.
Tampoco me queda nada clara la naturaleza de este Ingersoll. Justo cuando
pienso que es un charlatán deja ver que es un erudito, pero ¿erudito en qué? No
para de hablar sobre ese pirata holandés y los hombres del Neanderthal. En
cuanto a su compañero Benson, es más fácil de entender. Solía ser sacerdote y
se le nota, por su espíritu pastoral y ánimo afable. Sigue a Vernon como un
cachorro porque cree que le ayudará a entender el misterio de ese condenado
pirata. Al menos su móvil me es claro, el hermano de ese holandés tuvo familia
y el joven parece ser descendiente directo.
Me
aparté de la carretera pese a las protestas de los otros. En una estación de
gasolina compré un librito para turistas sobre pinturas rupestres. No necesito
seguirlo, sé a dónde va. Por la ruta que llevaba el rumano se dirigía a la
cueva de Grazán que, como la cueva de Altamira, es famosa por sus pinturas
rupestres. Para ganar tiempo tomé un atajo y llegamos justo a tiempo.
- Los Impuros tienen mucho
dinero.- Dijo Vernon, señalando la docena de autos estacionados en el prado.-
Ahora que están en la masonería todo les será más fácil.
- ¿Qué hacen?- Pregunté al ver
las luces.
- Una ceremonia. Buscan algo.
- ¿En la cueva?
- En las pinturas.- Me mostró los
dibujos de Coty.- No son toros, son estrellas. Es astrología del Cro Magnon. Un
recuerdo remoto de los Neanderthales.
- Eso lo veremos.- Dije con
escepticismo mientras me asegura que mi pistola estuviera cargada.
- Esto se pondré peligroso Jim,
¿por qué no te quedas en el auto?
Benson
no hizo caso y nos acompañó. Los masones estaban rezando en el suelo con la
cara contra el suelo, lo cual facilitó que nos acercáramos furtivamente. Traté
de ver a las pinturas de animales como estrellas, pero no reconocí ninguna de
las pocas constelaciones con las que estaba acostumbrado. Una bruma surgió de
la caverna, era fría y me dio la impresión de ser extraordinariamente antigua.
Vernon sacó su pistola y señaló a las paredes. La neblina y la mala iluminación
debieron dar la ilusión de que aquellos dibujos se movían como si estuvieran
repletos de vida. Un grito gutural pareció salir de ninguna parte y los masones
notaron nuestra presencia. La mayoría echó a correr a la cueva, pero detuve al
rumano. La neblina se fue, y con ella el espectáculo de las figuras animada.
Vernon le quitó la billetera y me mostró una identificación, Ivan Curiel.
- Tengo inmunidad diplomática.
- No de mí.- Le solté un
derechazo al estómago que le revocó su inmunidad.- Rene Coty. Habla.
- No sé de qué me habla. Éste es
un culto particular, tenemos derecho.- El disparo me tomó por sorpresa y el
señor Curiel cayó al suelo. Vernon le había disparado en el pie.
- Son Impuros y no lo niegues.-
Curiel le miró con rabia y no dijo nada.
- ¿Está usted loco, Ingersoll? Es
mi caso, yo me haré cargo.
- Créame, si la situación fuera
al revés ese monstruo no tendría la menor contemplación en hacerle sufrir.- Le
apuntó al otro pie y falló adrede. El rumano dejó salir un chillido y me miró
aterrado.
- Me matarán.- Lo arrastré fuera
de la cueva y lo apoyé contra un auto.- Yo no maté al chico, fue Antonescu. Él
fue quién alteró la invocación, le envío el sentido de los veinte planetas en
orden equivocado. El chico invocó a la entidad equivocada.
- Habla con sentido renacuajo, o
te arrancaré el corazón por la garganta.
- Digo la verdad, Crin Antonescu
mandó esas cartas.
- Dice la verdad.- Dijo Vernon.-
Pero ¿por qué lo mataron?
- Se acercó demasiado a los
secretos de Vander van Soest, quería seguir sus trabajos.
- ¿Qué tanto sabes de van Soest?-
Interrumpió Benson. Se estaba saliendo de control el interrogatorio.- ¿Qué es
lo que estaban buscando?
- Lo que Vander nunca encontró,
pero no tengo detalles. No soy del círculo interior.
- También debe ser cierto.- Dijo
Ingersoll.- Si lo fuera hubiera preferido la muerte.
- Idioteces.- Le di un par de
cachetadas mientras que Vernon se alejaba y le pedía ayuda a Benson. No podía
estar en dos partes a la vez, así que preferí quedarme con el rumano.- ¿Me
estás diciendo que ese Antonescu le mandó una carta diciéndole que diga Hocus
Pocus, en vez de Abracadabra y Coty simplemente se desvaneció?
- No me lastime, es cierto.
- La magia no existe.- Le di otro
par de cachetadas hasta que su nariz comenzó a sangrar.- ¿Dónde está Rene
Coty?, ¿desapareció para unirse a ustedes?
- Usted es realmente idiota, está
metido en cosas que no entiende.
El
rumano se lanzó contra mi arma, pero no trató de quitármela. Apretó mi dedo, el
gatillo se accionó y la bala lo atravesó. Casi inmediatamente después escuché
las llamas. El loco de Ingersoll había echado gasolina a las pinturas rupestres
y les había prendido fuego. No me esperaron para ir al auto, y alcancé a Vernon
cuando se disponía a sentarse tras el volante. Lo saqué del cuello y le propiné
una buena patada en las costillas. Benson salió del coche, pero ya había
terminado.
- ¿Tiene idea de lo antiguas que
eran esas pinturas rupestres?
- No todo lo antiguo merece ser
conservado.- Vernon se puso dificultosamente de pie.- Usted no lo entiende pero
he dedicado mi vida a asegurarme que gente como los Impuros no despierten cosas
que han dormido desde hace millones de años. Lo que estaba allá adentro era un
mapa estelar de millones de años, cuando había más estrellas. René Coty, a comparación,
es poca cosa. El chico quiso encontrarlo también, pero los Impuros no quieren
competencia, así que lo mataron.
- Aún no sé cómo lo mataron.
- Entonces venga conmigo a
Rumania. Mataré a Crin Antonescu y quizás en el viaje entenderá de lo que le hablo.
Existe algo más allá de las estrellas y enterrado en los abismos más profundos
en un balance muy delicado, me temo que es más grande que cualquier caso que
haya manejado. No pretendo convencerle de nada, ya verá por sí mismo.
- Yo también iré.- Dijo Benson,
muy a pesar de Vernon.- Vander van Soest aún vive, lo puedo intuir.
Probablemente fue él quien dio la orden de matar a Coty.
- James, no puedo venirte que
vengas, pero tampoco te lo puedo prohibir. Nos lanzaremos a un viaje que
seguramente terminará en tragedia.
Le
escribiré ahora una carta a mi patrón, para indicarle que iré a la villa
Donelscu, donde Crin Antonescu tiene su castillo, para conseguir respuestas.
CARTA
DE PERCY COLLINS
20 de febrero, 1928
Querida
hermana,
Miriam, te contentará saber que
ya no trabajo en la mina de Zacatecas, y mi nuevo trabajo me paga el doble que
el anterior. No voy a mentirme, no será seguro y ya hemos tenido un encuentro
hostil hasta ahora. Fui contratado por un Manolo Nestor Cusamano, un sujeto
verdaderamente misterioso. Habla poco, y parece estar meditando todo el tiempo.
Los otros miembros de la expedición es Silas Ezekiel DeWitt, un químico y
experto en explosivos del ejército americano, y Eva Michelle Fontaine, una
rubia de mal humor y académica.
Imagino
que ya habrás leído algo acerca del problema en la mina. Prefiero no asustarte
con detalles violentos, sólo quiero que sepas que estoy bien y sin un rasguño. Lo
que pasó es indescriptible, perdí a muchos amigos y fue terrible. Había algo
allá abajo, y tenía un cráneo alargado y una mirada asesina. Pensé que me había
librado de ellos para siempre. Milagrosamente salí bien librado, pero mi suerte
casi termina en la ciudad de México. En la avenida Hidalgo fuimos emboscados en
dos esquinas. Usaron rifles de cazador y las versiones de bajo presupuesto de
las Smith&Wesson y quizás por eso las puertas metálicas del auto nos
salvaron la vida. Aceleré y traté de evitarlos, pero choqué contra otro auto.
No me gusta describirte la violencia, vives cómodamente en Nueva York, alejada
de estos climas y estos crímenes y no quiero llevarte el infierno a tu casa. El
asunto es que salimos bien librados y me cargué a varios de ellos. Me asusté
más al verlo que durante la pelea. Su cráneo era alargado y sus ojos rasgados,
idéntico a los seres que vivían en esa mina. Silas encontró entre sus
pantalones un boleto de barco de Campeche a Veracruz.
Saldremos
en cualquier momento hacia el puerto de Veracruz para ir a Campeche. Nos
dirigimos a las fauces del lobo, pero ésa es nuestra expedición. Por lo que
entiendo hasta ahora existe un culto muy antiguo de mayas que ha logrado
sobrevivir. Creen en dioses violentos y terribles que duermen, pero que pueden
ser despertados. También descubrí por qué Eva Fontaine tiene tan mal carácter,
su hermana murió a manos de un culto asesino muy semejante.
Nestor
ya ha hecho las compras para el viaje y pude ver entre sus propias maletas.
Carga con extraños amuletos y libros. Por eso quiero pedirte un favor. Siendo
ésta una expedición riesgosa, quizás tan riesgosa como Juárez, te quiero pedir
que investigues algunas cosas. Por lo que he podido dilucidar de las
conversaciones entre Nestor y Eva, hay varias referencias que me gustaría que
buscaras. Lo último que quiero hacer es confiar en una partida de locos.
Pregunta por los Antiguos, en referencia a dioses adorados en el paleolítico y
en cultos macabros, mencionaron también
al sacerdote Cthulhu, y un libro que ellos llaman “los manuscritos Pnakóticos”.
No
me escribas a esta dirección, sino al hotel Provincia en Mérida, Yucatán. De
antemano, muchas gracias. Salúdame a Lawrence y a Nueva York, que cada día la
extraño más.
Un fuerte abrazo,
Percy.
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
29 de julio, 1681
Escribo
este diario desde las costas coloniales inglesas. No deja de parecerme
divertido que puedo codearme con británicos que no tienen ni idea a cuántos de
sus compatriotas degollé en costas asiáticas. Hacía mucho que no escribía,
estaba sumido en una vida ordinaria, hasta hoy. La compañía Neerlandesa pagó el
rescate y contraté marinos vagabundos para que me ayudaran a cobrarlo. Katrien
celebró que regresara a casa como si hubiera sido obra de un milagro, y aunque
tiene razón, no le dije a mi esposa sobre lo que realmente ocurrió en aquellos
extraños mares indios. Hamel se alegró de verme, y se alegró más cuando le
conté de la fortuna que había cosechado. Decidí poner mi reciente fortuna a su
disposición, y no fue mala idea. Hamel tenía preparado todo un negocio de
exportaciones entre las colonias británicas y el viejo mundo.
Los
días más felices de mi esposa seguramente comenzaron desde la preparación para
asentarnos en las colonias. El Nuevo Mundo estaría repleto de nuevas
oportunidades. Por varios meses realmente lo creí. Me alejé de aquellas selvas
con ancestrales demonios, de ese continente de adusta y decadente civilización
y nos instalamos en una Nueva Inglaterra, donde había un aire de novedad en
todo. Nuestro negocio rápidamente creció a todas las colonias y se expandió
hasta los puertos de Portugal e incluso África. Sin necesidad de lanzarme a la
mar comandaba más de veinte navíos desde una gigantesco astillero donde más de
cien colonos construían más barcos para vender. Mi esposa quedó embarazada en
febrero de este año. Pensando que Hamel me había salvado de corromper mi alma
por completo, decidimos llamar a mi primogénito en mi honor.
Me
había equivocado, sin embargo, sobre la novedad del Nuevo Mundo. Vivíamos en
burbujas de civilización rodeados de indios con memorias cientos de veces más
vastas que las nuestras. Haciendo negocios en la ciudad de Dunwich me di cuenta
de lo poco que nosotros los europeos recordamos, si acaso hemos leído la
Biblia. El señor Billings, nuestra mayor competencia en la venta de pimienta,
siempre se acompaña de indios y estos siempre están prestos a declamar sus
mitos con gran orgullo. Su memoria es prodigiosa y me atrevería a decir que
recuerdan sucesos mucho más antiguos que el Hombre mismo, pasados por criaturas
de las que la gente decente no escucharía jamás. Compartí lo poco que sabía
sobre Kuluku y la diosa serpentina del viento helado y rápidamente me gané la
confianza de un excéntrico grupo de mercaderes de Dunwich y Salem.
En
Salem vi a un cadáver caminando y prodigios alquímicos demasiado fantásticos
para ser contados. Esa sensación de magnitud que había sentido en India regresó
a mí con la fuerza fulminante de un rayo. Si podíamos hacer que un cadáver
caminara y relatara su vida, ¿por qué no alcanzar la inmortalidad? La idea me
obsesionó al grado de abandonar mis negocios y adentrarme en el mundo de la
magia de los nativos americanos. Mantuve mis actividades clandestinas en
secreto, argumentando que exploraba el Nuevo Mundo, y como nunca pasaba más de
dos noches lejos de mi Katrien, ella lo dejaba pasar.
Nació
en mí un cierto cinismo y un macabro sentido del humor en esos meses. Hamel y
yo éramos respetados extranjeros, pero en secreto fui responsable de más de
cinco desapariciones de borrachos y niños. Era necesario para realizar nuestros
experimentos. Absorbí todo el conocimiento de Billings con la misma facilidad
que había absorbido la información en los papeles que le robé al pirata indio.
Detrás de las fórmulas y los ritos se escondía una rica mitología desconocida.
Pronto me interesé en Yog Sot, quien parecía ser la clave de toda la magia de
los Antiguos. Reduje los cadáveres a un fino polvo ayudado por sustancias
extrañas que Billings conseguía de un marino africano, ese polvo era esencial
para elaborar aceites espirituosos. Mis primeros experimentos fueron un éxito,
visiones de lugares oscuros y de construcciones primitivas y gigantescas. No
era suficiente. Armé un laboratorio en el ático de mi casa continúe trabajando,
formando extraños humos con habilidades curativas que me permitían ver lugares
muy lejanos e incluso eventos del futuro próximo.
El
pueblo empezó a mirarme con desconfianza, conforme más personas desaparecían y
más viajes hacía a Salem a todas horas de la noche. Hamel prefirió no decir
nada, y decidió viajar a Inglaterra. Su viaje tenía dos motivos, establecer su
compañía en Europa, y alejarse de mi mala influencia. En varias ocasiones
cometí errores en mis cálculos y mi laboratorio se inundó de gases y luces que
fueron observadas por todos. Mi esposa cayó enferma y el roñoso pueblo prefirió
juzgarme por hechicería que preocuparse por mi esposa. El médico dijo que era
una severa intoxicación, dos días después murió en mis brazos. La sepulté tan
lejos de casa y bajo las frías miradas de los colonos. Aquella noche aprendí
más sobre los verdaderos poderes mágicos, pues con ayuda de casi todos los
polvos de muertos, conseguí llenar los sueños del médico con tales horrores que
murió de miedo esa misma noche.
Junté
mi dinero y organicé mis asuntos esa misma mañana. Para cuando una turba se
había formado para buscarme en mi casa, yo ya me había ido. Me registré anoche
en una posada en Kingsport bajo el nombre de Vander Holt. He llorado la muerte
de mi esposa, pero también he llorado la muerte de la esperanza de tener una
vida normal, lo que la gente llamaría decente, yo he nacido para otras cosas.
REPORTE
POLICIAL
7 de febrero, 1928
Guardia nacional de la segunda
región al coronel Slobodan Varnu sobre la muerte del sacerdote Petru Maurer. La
siguiente declaración fue tomada a Marina Kelemen, once años, y fuera de
correcciones de gramática, nada ha sido añadido o quitado. La menor ha probado
ser la mejor testigo, además de la única dispuesta a rendir una declaración
completa.
Viajamos
mi mamá y yo el sacerdote Maurer. Al segundo día comíamos en el carro comedor
con él, cuando el sacerdote encontró algo debajo de una mesa. Estaba muy
asustado, pero no entendía por qué. Era un amuleto, con símbolos muy extraños.
Salió corriendo del comedor, y una hora después, cuando regresamos a nuestro
carro lo encontramos buscando algo entre sus libros. Mi mamá me dijo que no
hiciera preguntas y la ayudé con su bordado. Un extranjero llegó poco después y
ofreció ayudar al sacerdote. Él era rubio, con ojos pequeños y muy alto.
Esa
noche no pude dormir porque el sacerdote no paraba de hablar en sueños. Mi mamá
dice que debo estar inventándolo, pero le escuché hablar claramente. Se agitaba
violentamente y gritaba cosas sobre perros del tártaro que habían comido a
Cristo. Mamá dice que es blasfemia decirlo, pero lo dijo un hombre de Dios, así
que tengo excusa. Me dio miedo despertarlo de su pesadilla porque se movía
mucho. El extranjero llegó, me parece que su nombre era Verningersel o algo
así. Despertó al sacerdote y dijo algo sobre Impuros, pero no escuché bien. Se
fueron juntos, pero ya no pude dormir. Mi mamá se despertó una hora después, su
reloj decían las siete pero era de noche. Dijo que seguramente estaba mal y
regresó a dormir, y fue entonces cuando lo escuchamos.
Mi
mamá quiere olvidarlo, como todos en el tren, pero no sé cómo podrían.
Escuchamos ladridos y aullidos de perros y salimos al corredor. Todos estaban
afuera, gritando y señalando hacia la ventana. Todos los relojes decían lo
mismo, eran la siete con quince minutos, y sin embargo era de noche. Los guardias
corrían de un vagón a otro buscando los perros. Todos miramos a los guardias
alejarse, salir del carro, revisar el siguiente y perderse de vista. Esperamos
ansiosos. Escuchamos los ladridos, después no oímos nada y de nuevo los
ladridos. Los guardias no regresaron. Entonces vimos la luz afuera de la
ventana. Todos teníamos las narices contra el frío vidrio, viendo esa luz que
parecía la de un tren. No era un tren. La luz se acercó a toda velocidad y
pensamos que nos chocarían, pero la luz fue dando forma a algo horrible. Era
como un dragón, pero parecía un gusano, y se acercaba hacia nosotros. Nos
escondimos en nuestras habitaciones, pero del otro lado veíamos lo mismo,
estábamos rodeados.
Escuchamos
disparos, venían de los últimos carros, según dijo un señor. El extranjero
Verningersel apareció en nuestro carro con los ojos en blanco y caminando raro.
Hasta hoy pude entender por qué se veía tan extraño caminando. Hoy vi a unos
títeres, y él caminaba igual, como sostenido por hilos en las rodillas, hombros
y en la cabeza. Se paró casi frente a nuestra puerta y reventó la ventana
cuando el monstruo estaba muy cerca, tenía un hocico enorme, pero parecía
gusano de color carne y muy viscoso. Otros dos extranjeros y el sacerdote
Maurer aparecieron cargando a alguien que gritaba y pataleaba. Lo lanzaron por
la ventana y mi mamá no me dejó ver lo que pasó, aunque escuché el tronido de
huesos y hubo mucha sangre que me salpicó.
Un
enorme perro, grande como un toro, que estaba mojado en algo viscoso y sin piel
en muchas partes corrió desde los últimos carros, atravesaba puertas como si
fueran de papel. Los extranjeros le dispararon, pero eso no lo detuvo. Se lanzó
sobre Maurer y lo despedazó. Algunos viajeros golpeaban al perro con sus
maletas, pero no soltaba al sacerdote. Verningersel se lanzó sobre él, ahora
caminaba normalmente, y lo apuñaló en el cuello. El perro se agitó para
sacárselo de encima, pero los otros dos extranjeros le dispararon. Verningersel
cargó al perro con mucho esfuerzo y lo tiró por la ventana. No pude ver qué fue
lo que lo jaló hacia afuera, pero por poco se cae, de no haber sido rescatado
por sus amigos. No se quedaron ahí mucho tiempo, pues regresaron corriendo a
los últimos carros. El monstruo en forma de gusano se fue y tras pasar un túnel
ya era de día. Todos bajamos en la siguiente estación y corrimos.
Yo
sé que no me van a creer, solo soy una niña, pero les digo la verdad.
DIARIO
DE IFIGENIO BOLÍVAR
27 de febrero, 1928
Redacto
este recuento de los hechos antes que la policía portuaria, o incluso el
ejército, silencien el asunto y cambien las cosas. Esto que escribo ahora
quizás será la única fuente fidedigna de lo que ha ocurrido en el Peninsular,
que zarpó de Veracruz el 25 conmigo como capitán, dirigiéndonos al pequeño puerto
campechano de San José.
He
capitaneado este barco más de 300 veces y lo he visto todo, es por eso que no
me alarmé cuando sucedió el altercado con los marinos que guardaban las
maletas. Me informaron de polizontes y pude ver a uno de ellos huyendo. Los
polizontes no son nada nuevo, y no me pareció nada anormal, al principio, al
hombre vestido de campesino que huía sosteniendo su sombrero de paja sobre su
cabeza. Lo único extraño fue lo que encontramos que entre las maletas donde se
escondía, un cuchillo de mango de piedra y hoja afilada. Era inusual, pero no
lo suficiente para llamar a la policía, ni mucho menos suspender el viaje
programado.
El
viaje fue tranquilo, pero nos vimos rodeados de una bruma verdosa que despedía
un olor inmundo. Hubo muchos enfermos, y en su momento culpamos a la neblina y
a la comida. Pero eso no fue lo único que pasó esa noche. Mis marinos me
vinieron a buscar y recorrimos la cubierta hasta las escaleras que descendían a
la cocina. Entre la bodega y las estufas estaba el cuerpo de un hombre. Estudié
un año de medicina, así que con tan solo inspeccionar al cadáver y al agujero
en su pecho pude determinar lo que faltaba. Le habían matado, roto el esternón,
abierto el pecho y arrancado el corazón. Lo tiramos al mar en ese momento y
alertamos a los tres soldados que viajaban con nosotros. Teníamos a un loco
entre nosotros.
Al
día siguiente nadie preguntó por el desaparecido, y como habíamos limpiado la
sangre, nadie notó nada. A media tarde un marino se puso borracho, tratando
desesperadamente de quitarse esa terrible imagen de la mente, pero se fue de
lengua a varios viajeros. Pronto hubo un ambiente de nervios. La mayoría
culpaba a los gringos que viajaban en un camarote privado. Consulté
personalmente con los soldados sobre cómo manejar la situación, después de todo
al llegar a puerto ellos se harían cargo. Encontré a Hortencio y a Julio, pero
no a Nicanor. Nos pusimos tan nerviosos como los tripulantes y tras una
revisión a conciencia encontramos que ese soldado no era el único que faltaba,
pues no encontrábamos a dos marinos, Emilio Poh y Sergio Yam.
Orillado
por el miedo le ordené a todos a quedarse en sus camarotes, en las sillas por
toda la noche. La neblina verde regresó cuando el sol se puso y nos esperaba
una noche muy inquieta. Para reforzar la seguridad yo mismo hice mis rondas.
Los últimos pisos son los camarotes y las salas de máquinas y como la
iluminación eléctrica es muy deficiente ordené esa tarde instalar lámparas de
petróleo para tener mejor visibilidad. Había dejado a un soldado en las
escaleras para que se asegurará que nadie saliera de los camarotes, ni entrara.
Al cabo de dos horas estaba de regreso en mi ronda y no encontré al soldado.
Pistola en mano fui revisando cada camarote. La segunda puerta que traté de
abrir con mi llave maestra no cedía. Empujé con fuerza, pues empujaba el
cadáver de Julio. Algo allá adentro chilló con voz muy aguda. El barco pareció
golpear algo y el movimiento me tiró de espaldas. Aún bajo la poca luz del
camarote pude ver que había una mujer muerta, con el pecho abierto, y un hombre
le arrancaba el corazón y me gritaba.
Traté
de dispararle, pero salió tan rápido del camarote que me sorprendió y me pateó
en la cabeza. Disparé a ciegas y él me disparó de regreso. Me falló por muy
poco, y yo le pegué a la lámpara de petróleo. La lámpara estalló y la gasolina
le cayó encima. Envuelto en llamas corrió hacia las escaleras a la sala de
máquinas y cayó por los escalones. Un grupo de marinos llegaron a mi ayuda.
Juntos sofocamos el incendio que accidentalmente había provocado y le urgimos a
los viajeros a permanecer en sus camarotes. Uno de mis marinos notó que los
gringos no estaban. Rompieron el toque de queda. En cuanto escuché los disparos
en la sala de máquinas supe que eran ellos. Sofocadas las llamas bajamos
corriendo siguiendo el rastro de sangre que el asesino había dejado.
Hubo
un segundo golpe, pero ahora que estaba a menos de un centímetro del fondo
oceánico pude escucharlo bien. No encallábamos, pues mis coordenadas eran
perfectas y el timón estaba asegurado. Era algo distinto. Había algo allá abajo
que nos golpeaba. El casco interior se dobló a mi lado, justo donde había
golpeado con fuerza. En la penumbra de la sala de máquinas seguí el olor a
quemado. El asesino había ardido hasta los huesos y alguien le había disparado
varias veces y destrozado la cabeza. No puedo demostrarlo, pero estoy seguro
que eran los gringos. En sus últimos momentos el asesino mató a mi ingeniero de
máquinas.
Los
golpes en el agua cesaron después de eso. Al hacer un recuento nos dimos cuenta
que sobrevivíamos cinco marinos y yo, ya no quedaban soldados. Veo el puerto a
media hora de distancia. Hace una hora un niño encontró debajo de las escaleras
a los camarotes un cuchillo de mango de piedra y afilada hoja. El populacho
culpa a los gringos. Yo sé quiénes fueron. Después de todo parece que tuvimos
polizontes.
CARTA
DE JULARDO TREJO
13 de febrero, 1928
Señor
Coty,
Como prometido, le escribo desde
Rumania para reportarme. Como ya sabe, viajo en compañía de dos ingleses,
Benson y Vernon Ingersoll. Ingersoll parece tener en nómina a docenas de
detectives privados alrededor del mundo, organizados por su secretario
particular, un tal Pierre Macri. En sus investigaciones han descubierto
elementos que podrían ser importantes para lo que tengo que hacer.
Crin
Anotenusco es hijo de un antiguo conde y heredero del castillo de Donlescu, así
como muchas otras propiedades. Prácticamente tuvo que escapar de Budapest hace
diez años por cargos de homicidio y corrupción a menores. La villa de Donelescu
sufrió migraciones masivas desde un período mayor de diez años. Las cosechas se
vieron plagadas en cada estación y un número cada vez mayor de gitanos se ha
ido instalando. La gente decente y adinerada hace mucho que se ha ido, ahora
sólo queda la gente pobre y esos perversos gitanos. Ellos parecen llevar a cabo
la voluntad de Crin Antonescu.
No
le escribiré sobre los extraordinarios y terribles eventos que tomaron lugar en
el tren que nos trajo hasta aquí. Son demasiado terribles y usted no necesita
conocer sus espantosos detalles. Baste decir que, tal y como Ingersoll había
dicho, existe un grupo de personas llamados los Impuros, entre cuyos líderes se
encuentra Antonescu, que no se detienen ante nada para eliminar a quienes le
son un peligro. Yo mismo no estoy seguro de lo que vi, pero sí sé que los
Impuros existen, que creen en cosas tan macabras que ningún buen cristiano las
podría imaginar, y más importante aún, que ellos tienen una obsesión enfermiza
con un tal Vander van Soest. Su hijo entró en contacto con ellos, buscando
información sobre este personaje y lo mataron por eso.
Benson
hace derivar de ese personaje van Soest toda clase de maldades y repercusiones
a niveles cósmicos que me resultan muy difícil de creer. Los eventos en el tren
me han hecho dudar de mí mismo en este punto, pero soy un detective antes que
un supersticioso y me dejo llevar únicamente por la razón. Aún así, quiero que
entienda que lo que haré con Crin Antonescu, aunque es racional, es movido en
mí por mi alto sentido del deber. No puedo llevarlo a la justicia, y mató a su
hijo por interesarse en un pirata muerto hace siglos.
A
este respecto el misterioso secretario particular de Ingersoll, Pierre Macri,
ha enviado información útil. La Historia del castillo de Antonescu es muy
interesante, y aporta datos relevantes. Fue usada como iglesia primero, hasta
que el sacerdote se volvió loco al traducir antiguos tomos árabes y mató a
todos. La Iglesia ortodoxa ordenó mantenerla cerrada, pero la villa fue parte
de una batalla y el ganador se quedó con el lugar para hacerlo un castillo. Se
construyó para defenderse de los turcos, pero éstos finalmente ocuparon todo el
territorio y renovaron el castillo para que sirviera como base militar, debido
a su cercanía al río. Esto es importante, porque implica que debe haber un
laberinto de túneles al río que nos permitiría entrar por la parte trasera del
complejo, evitando a los gitanos que guardan el lugar.
Sólo
tendremos una oportunidad para hacerlo bien, por lo que nos tomaremos el tiempo
de planearlo con cuidado. No quiero que cargue usted con la muerte de este
monstruo sobre su conciencia, usted no me lo ordenó y está libre de toda falta
antes Dios. Esto lo hago por mí mismo. Y que Dios nuestro Señor tenga piedad de
mi alma si no salgo con vida de ese castillo.
Siempre a su servicio,
Julardo
Trejo.
PERIÓDICO
EL TRIBUNAL DE CAMPECHE
1 de marzo, 1928
Ésta
mañana fue oficialmente aprehendido el capitán Ifigenio Bolívar pos los crueles
homicidios en su barco “Peninsular” que dejaron como saldo cinco muertos y
siete desaparecidos. La autoridad ha hecho notar que Ifigenio Bolívar padece de
sus facultades mentales derivadas de un alcoholismo crónico, lo cual dio inicio
a su serie de asesinatos brutales. Muchas de las declaraciones de testigos
fueron desestimadas por las autoridades por ser contradictorias o
flagrantemente inventadas, como aquellas declaraciones que publicamos ayer
sobre criaturas marinas que parecían lanzarse contra el barco. Otros
mencionaron la presencia de cuatro gringos, tres hombres y una mujer e incluso
sostienen que en algún punto uno de ellos abrió fuego en la sala de máquinas.
La autoridad, orgullosa de haber resuelto la serie de crímenes sentenciará
mañana al capitán Bolívar.
DIARIO
DE PERCY COLLINS
3 de marzo, 1928
Nos
hemos salvado dos veces milagrosamente. Por si la emboscada en Ciudad de México
no hubiera sido suficiente, había más de ellos en el barco. Logramos matarlo a
tiempo antes que terminara su ritual para llamar a lo que fuera que se alzaba
del lecho oceánico. Afortunadamente el viaje a Mérida pasó sin problemas. Silas
aún trata de explicar lo sucedido desde su mentalidad científica. En mi
opinión, lo hace para impresionar a Eva y no creo que funcione. Después de
todo, ella ha visto cosas tan malignas que le quitan el sueño, y tan terribles
que se llevaron a su hermana.
Nestor
parece estar buscando una ruta, convencido que el túnel de Zacatecas es en
realidad mucho más grande. No sólo llegaría a la península de Yucatán, sino
hasta Argentina o más abajo incluso. Silas se opone a tales suposiciones, duda
que haya más de un túnel, y duda que pueda siquiera existir una obra de
ingeniería de ese tamaño en épocas tan antiguas. Discutieron al respecto hasta
llegar al hotel. Nestor se retrajo a su habitación unos momentos y regresó con
nosotros sosteniendo una larga soga de hilo plateado y una cajita con extrañas
píldoras doradas. Remarcó que el escepticismo de Silas podría ponernos en
peligro si fallábamos al hacer algo que él nos ordenara, aunque sonara ridículo
o absurdo. Por ello nos pidió que nos retirásemos a una misma habitación, nos
atásemos la cuerda por la cintura y esperásemos.
- El hidromiel en esas píldoras
les dormirá en muy poco tiempo.- Dijo Nestor.- Les hará invulnerables al
espacio y al tiempo, pero es muy tóxico, por lo que sólo puede ser tomado en
casos de extrema necesidad. Recuerden atar con fuerza la cuerda.
- ¿Qué clase de químico es este?-
Preguntó Silas mientras bostezaba.
- Uno muy extraño en nuestro
planeta, pero abunda en Yugoth, un planeta más allá de las Pléyades.
- ¿Duele?- Preguntó Eva mientras
apoyaba su cabeza en la almohada.
- No duele para nada, pero hagan
lo que hagan no se suelten.
- ¿Por qué?
- Porque se perderían en lugares
en los que no quieren perderse.
Rápidamente
nos quedamos dormidos. Fue todo en un instante, sentí el sueño y cerré los ojos
e inmediatamente los volví a abrir, para sentirme renovado y vigoroso. La
habitación me pareció difusa y me costaba trabajo centrar la vista en algo.
Estaba alucinando, pues la habitación daba vueltas y de pronto hubo una gran
tiniebla, decorada por manchas de colores. La cuerda se tensó en mi cintura y
me aferré a la cuerda mientras éramos jalados con extraordinaria fuerza hacia
arriba. En un parpadeo nos encontrábamos sobrevolando una inmensa piedra negra,
con gigantescas columnas que parecían hechas con bloques de más de seis metros.
Descendimos sobre la extraña estancia, maravillándonos de nuestros alrededores.
El paraje era desolado, pero el cielo era extraordinario. Los colores que había
visto como manchas borrosas estaban sobre nosotros. Nubes doradas y púrpuras
difusas como el humo y repletas de estrellas. Nestor dijo algo que no escuché
por estar viendo hacia arriba y hubo otro jalón, ésta vez recorrimos cientos de
columnas de lo que debió ser un templo en tiempos muy antiguos. Nos detuvimos
frente a un enorme espejo de plata pulida. Nestor lo roció con agua y nuestro
reflejo cambió. En ese fantástico paraje nunca pensé que algo tan común me
asustaría tanto. Vimos una oficina de universidad, con una mujer que se había
quedado dormida sobre un libro.
- Esperen aquí y no se alejen.-
Dijo Nestor.- No están listos para cruzar.
- ¿Quién anda ahí?- La mujer se
despertó cuando Nestor atravesó el espejo, aún atado de la cintura.
- Te dije que no llegaría tarde.
- No escuché la puerta.- Hablaba
español, pero con un acento diferente al que me había acostumbrado. Eva susurró
que su nombre es Elisa Susana Ellery, una argentina experta en migraciones
americanas.- No pensé que vendrías, el viaje desde Ciudad de México es muy
largo.
- ¿Has tenido oportunidad de
investigar lo que te pedí?- La conversación que vino después la trascribo
idéntica. El plan de Nestor funcionó, los tres captamos eficazmente las
dimensiones de la misión que nos esperaba.- Sé que estoy cerca, pero me he
estado dando de topes.
- El tema es interesantísimo sin
duda. Porteo tiene un capítulo interesantísimo sobre los mayas en Centroamérica
en su “Movimientos de Mesoamérica”.
- ¿Y más antiguo?
- Sabía que preguntaría eso. He
seguido sus lineamientos y sus fuentes, y creo que tiene razón. Hubo una
migración por el norte, el estrecho con Rusia, pero no explica muchos
fenómenos. Creo que se pueden separar dos grandes movimientos, desde 20 mil
años antes de Cristo, más o menos, y una segunda migración. Lo que busca está
ahí.
- ¿Una segunda migración?- Nestor
se golpeó la frente, incrédulo.- ¿Cómo pude ser tan ciego?
- Lo que no entiendo es cuál pude
ser la causa.
- Yo sí. Lemuria quedó sumergida
casi por completo, quienes migraron al este ocuparon lo que hoy es el polo sur.
Conforme la glaciación hacía imposible la vida fueron migrando. La segunda
migración debió ser la última y más desesperada.
- Sabemos de guerras con los
araucanos por su tradición oral, después algunos casos de canibalismo entre los
indios peruanos y finalmente el contacto con los mayas.- Ellery recogió un
libro de su atestado escritorio y se lo mostró a Nestor.- “Astrología y
migraciones” de Batista Menard, fue dificilísimo de conseguir, pero se lo puede
quedar. Sostiene que hubo un pueblo, que no dejaba tras de sí nada escrito, ni
construcciones que perduraran, que no tenía cosechas sino que se dedicaba a la
cacería y robo, que manejaba una tradición oral muy particular. Los documentos
del fraile Amezcua en Perú habla de rituales violentos que usaban una
astrología que, hasta ahora no se ha podido comparar. Muchas de las estrellas
no corresponden, porque no existen. Pero después pensé en lo que usted me
escribió y, si aceptamos su hipótesis, ya no existen porque dejaron de arder
hace millones de años. En las tribus centroamericanas quedan vestigios de mitos
sobre estrellas que cayeron antes que el Hombre. Un poco más al norte y tenemos
Xibalba, a la vez estrella y ciudad subterránea. Literalmente “ciudad del
miedo”. Aparece prominentemente en el Popol Vuh. Al final un par de gemelos
engañan a los dioses que ahí habitan. En esa período cesan los sacrificios
humanos. Años después resurgen en el imperio mexica. Cuando los españoles
conquistaron, si es que sobrevivía aquella estirpe, debieron haberse ido a
todas partes.
- Los encontré en ciudad de
México, pero ésa ciudad es un valle a kilómetros sobre el nivel del mar.
Estaban en Zacatecas, en el río subterráneo, y entendería que estuvieran en las
zonas arqueológicas, ¿pero la ciudad de México? No veo la conexión.
- Yo sí. La ciudad de México era
la Venecia de América, entubaron los ríos después de la conquista. Y toda la
península de Yucatán se sostiene sobre el agua. Está repleto de cenotes.
¿Realmente quedan remanentes de esa migración?
- Sí, pero no son ellos quienes
me preocupan. Son sus intenciones. Quizás Xibalba es la clave, no lo sé, pero
debo encontrarla antes que sea demasiado tarde. Porque no solo sobreviven
ellos, sino sus cultos y se encuentran por todas partes. Hay miles de cultistas
allá afuera que buscan despertar a los Dormidos. Y cuando lo hagan, cuando los
dioses pe humanos regresen, no habrá lugar para nosotros. Gracias por el libro
doctora, se lo devolveré cuando la vea. Si tengo suerte la veré en
circunstancias más pacíficas, si es que encontramos Xibalba y podemos cerrar
esos túneles.
- ¿Qué quiere decir cuando la
vea?
Nestor
jaló de su cuerda plateada y todos jalamos al unísono. Ellery quedó boquiabierto
cuando le vio desaparecer en el aire. Nos levantamos en la mañana siguiente,
Nestor no estaba. Silas, si realmente hubiera sido tan testarudo, habría
desdeñado el asunto como un sueño raro, de no ser porque vimos a Nestor
desayunando y leyendo el libro que Ellery le había prestado.
DIARIO
DE JULIA DELON
17 de febrero, 1928
No
puedo dejar que mi padrastro lo lea. Me mataría si lo leyera. He visto tres
extranjeros que me han puesto nerviosa. No son como los extranjeros del año
pasado, que visitaron tantas veces el castillo y que dejaron de venir. Son
diferentes. ¿Una amenaza o potencial aliado? No he hablado de esto con las
otras chicas. Una parte de mí cree que es porque nuestros planes de escapar de
este infernal lugar son más fantasía que un plan serio. Pero otra parte sabe
que algunas de ellas son tan creyentes como sus padres. El año pasado, cuando
ese jeque árabe quiso hacerse de un harem, ¿no escuché a algunas de ellas
jalando de los pelos a Mirna? De no haber estado tan enferma, quizás yo misma
habría sido mandada con ese demonio.
Maldigo
el día que mi madre se casó con Boiko tras enviudar. Cada paso que doy es con
miedo, cada mirada es acusadora, cada evento es fatal. No dejo de pensar en
ello, ¿los extranjeros vienen por el viento encadenado?, ¿son parte de los
horrores que Boiko masculla mientras duerme? He visto a Crin Antonescu esta
mañana, arriba en su castillo mirando a nuestras tiendas con la mirada de un
demente. Con tan solo verlo doblega mi espalda. La visión de ese monstruo
desfigurado es el yugo que nos aprieta a todos por lo garganta. ¿Sabe Antonescu
que han llegado estos extranjeros?
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
29 de Octubre, 1776
Mi
hermano murió cuando yo estaba en Boston. Murió de vejez, mientras que yo
conservaba mi edad. En sus últimos años no quise verlo, no fuera a ser que
notara mi edad y entonces supiera, como informado por un relámpago, que lo poco
que quedaba de mi alma tras mis años de pirata se ha ido erosionando. Perdí
todo lazo con la humanidad. No lloré, porque me supe liberado. Convertí mis
florines en monedas más actuales, aunque conservé muchas que planeo vender en
unos años como una colección privada. Mis inversiones en los muelles son más
que suficientes para financiar mis costosas investigaciones.
El
laboratorio alquímico en el ático es lo que me ha permitido llegar a mis 135
años con la salud de un toro. Los componentes son costosos y difíciles de
conseguir. Compro en todas las boticas que puedo, pero siempre cambio mis
rutinas y las escojo de modo que no me reconozcan. No quería que sospecharan de
un hombre que compra treinta galones de anticoagulante al mes. Aún así, no
podía quedarme encerrado, tenía que socializar porque los vecinos ya empezaban
a rumorear. Estaba, pero no estaba. Estaba lo suficiente para ser notado, pero
no para ser el centro de atención. Aún así, con los años permanecí joven,
mientras sus cabellos se encanecieron sus rostros se arrugaron. No pensé en
nada sobre sus sospechas, pero debí haberlo hecho.
Fue
en ese año de 1775 cuando entablé contacto con Pierce Marsh, dueño de una
pescadería y doce botes de pesca. Es parte de un culto local a Cthulhu. Fue
Marsh quien me educó sobre el sacerdote de los Antiguos, sobre las grandes
batallas y eventual encierro en su ciudad de R’lyeh, donde duerme hasta que las
estrellas se alineen correctamente y pueda despertar. Éste es el Kuluku de los
piratas bengalíes. He navegado docenas de veces hasta el arrecife frente a
Innsmouth, lo llaman el arrecife del diablo y con justa razón. Secuestramos
gente que nadie extrañaría y los usamos para nuestras ceremonias. Logramos
invocar los sueños de R’lyeh, maravillosas criaturas que nacieron en galaxias
muy distantes. Fue ahí cuando leí los manuscritos pnakóticos. Desnudo y
cubierto en limo leí aquellos fragmentos que hasta ahora me resultan
electrizantes:
“La
gran raza de Yith lo sabía, los Exteriores mantuvieron el caos en las
estrellas. El sacerdote conquistó galaxias. Rhan-Tegoth y sus hermanos lo
adoraron sobre lunas doradas. Cthulhu y sus criaturas llegaron cuando las
estrellas estaban bien. No eran como nada que hubiera antes, hechos de
estrellas no tienen carne ni sangre. En la gran batalla fue encerrado en R’lyeh
y ahí espera. Hecho de carne y sangre y furia. Sus sueños pueblan el mundo,
aunque los vivos no lo sepan.”
Viajaba
en secreto a Innsmouth desde Boston, siempre con Marsh. En esa época aprendí
que el culto estaba diseminado por todo el mundo y todos esperaban su regreso.
En esos tiempos de fiebre y rituales pensé en lo imposible. Si dormía, podía
esperar. Una tarea inmensa, dijo Marsh, pero no la desestimó. Marsh se hizo
cada vez más útil, pero al concentrarme en Innsmouth y el arrecife del diablo
en Boston los rumores crecían. Uno de mis cargamentos de valeriana, yodo,
anticoagulante y venenos africanos tuvo un percance. Cuando se enteraron que el
cargamento era para mí la ciudad bullía en rumores. Traté de minimizarlo,
confeccionando perfumes y maquillajes, argumentando que era un químico
aficionado. No fue suficiente, había un reportero husmeando. Una noche trató de
meterse a mi casa, así que lo maté con una lámpara. Abandoné su cuerpo en una
calle desolada y armé mis maletas. No tenían lo suficiente para acusarme
formalmente, y era demasiado rico para ir a prisión, así que me fui a Dunnwich
mientras pasaban los rumores.
Desde
que maté al reportero pasé gran parte de 1776 en Dunnwich. Marsh se había
agenciado el “Alquimia imperdonable” del alquimista Reimlich y ayudé al culto a
invocar a los Profundos, los cultistas con branquias y caras de peces. Durante
el verano mi idea de despertar al gran Cthulhu fue creciendo. No eran
infrecuentes las menciones dentro del culto sobre el jardín del edén que
quedaría para los fieles cuando Cthulhu recompensase a sus Profundos y sus
fieles. Marsh me mostró un manuscrito incompleto del Necronomicon. Eran
anotaciones hechas a mano, copiando una copia del libro maldito, y tenía muchos
espacios en blanco y aún así un pedazo quedó grabado en mi mente:
“Los
Antiguos fueron, los Antiguos son, y los Antiguos serán. No en los espacios que
conocemos, pero entre ellos, ellos caminan serenos, sin dimensiones y sin ser
vistos. Yog-Sothoth conoce la puerta. Yog-Sothoth es la puerta. Yog-Sothoth es la
llave y el guardián de la puerta. Pasado, presente, futuro, todos son uno en Yog-Sothoth.
Él conoce donde los Antiguos irrumpieron de antaño, y donde irrumpirán de
nuevo. Él conoce donde Ellos han caminado los campos de la Tierra, y donde
Ellos los caminan ahora, aunque nadie los pueda ver. Sus manos están en sus
gargantas, y no los ven. Yog-Sothoth es la llave de la puerta, donde las
esferas se conocen. El Hombre gobierna ahora donde Ellos gobernaron entonces;
Ellos pronto gobernarán donde el Hombre gobierna ahora.”
Marsh
dijo que una copia del Necronomicon podía encontrarse en la Biblioteca de
Londres, y sin duda habría copias en colecciones privadas. Aquella fue una
temporada de mucha actividad. Convertimos a los indios de las montañas en
nuestros cultos. Celebramos las invocaciones a la luz de la luna, mientras la
gente horrorizada escuchaba los gritos y los chillidos. Nadie me reconocía en
Dunnwich, quienes me habían visto eran ahora demasiado seniles para darse
cuenta. Había regresado y estaba hambriento. Como un vampiro necesitaba de
varios litros de sangre para realizar mis infusiones y mantenerme joven. El
culto rápidamente me tomó por su líder. Sabía que la clave era Yog-Sothoth y
encontrar la ciudad sumergida, pero no sería fácil. En mis invocaciones
conseguí visiones de mundos fantásticos y terribles, de cascadas de sangre, de
ciudades hechas con los huesos de los vencidos. Intuí ese otro Universo del que
hablaba el árabe loco, y estaba tan cerca de mi mano que casi podía tocarlo.
Los
pueblerinos se asustaron y pidieron ayuda al ejército, al ver que la policía
era parte del culto. Sacrificamos cinco niños para saciar la sed de
Shub-Nigurrath. Así como los indios de México sacrificaban para alimentar con
sangre, así también nosotros pagábamos por nuestras visiones. Esa misma noche
nos sorprendieron los soldados. Tenía la mitad de un corazón en la boca cuando
empezaron los disparos. No fueron los soldados, sino los cultistas quienes
dispararon primero. Enloquecidos por la sangre los desgarramos hasta saciarnos.
Me
bañé la sangre en mi casa, cerca de los bosques y me fui a Boston. Le escribí a
Marsh una carta con mis intenciones y le solicité que mandara empacar y enviar
las pertenencias que dejaba en Dunwich. Tenía que irme, pero no por miedo a las
subsecuentes investigaciones, sino porque quería ir a Londres y conseguir un Necronomicon
completó.
DIARIO
DE SILAS EZEKIEL DEWITT
6 de marzo, 1928
El
método científico me ha servido de muy poco. Aquel sueño me ha impactado,
quizás más que a los demás. Cuando me contrató me dijo que sería peligroso, y
he visto peligros muy de cerca en ciudad de México y el barco que nos trajo a
Campeche, pero esto pertenece a otra liga. Estamos en el umbral de otro mundo,
y ahora me doy cuenta que ni todas las armas y explosivos del mundo estaríamos
seguros. Le escribí a mi primo Benjaminn en Los Ángeles para que investigara
sobre ese Vander van Soest del que Cusamano habla tanto. Según Eva y él adonde
quiera que fuera se podían observar los mismos patrones, había muertes
misteriosas, se cambiaba únicamente el apellido y siempre pagaba con, o intercambiaba,
florines holandeses del 1600. Benjamin no encontró nada, pero se lo refirió a
un amigo en la Universidad de Oxford y encontró algo.
La
nota que me mandó Benjamin se la ha quedado Nestor, pero recuerdo lo principal.
Hubo un robo a una sociedad cartográfica inglesa en 1779. El principal
sospechoso fue un Vander Hawkings, quien hizo una pequeña fortuna vendiendo los
florines de su bisabuelo. La noticia trascendió debido a que el ladrón,
seguramente Hawkings, se robó los mapas equivocados. Se llevó copias modernas,
sin valor, de mapas de aborígenes de diversas partes del mundo, sobre todo
América. Quizás lo que Vander Hawkings buscaba es lo mismo que hemos estado
buscando nosotros.
Percy
y Eva están sumidos entre registros antiguos de la ciudad de Mérida buscando
casas antiguas y abandonadas en las zonas cercanas a los cenotes. También
buscan historias de horror en esas casas. La teoría de Nestor es brillante, si
ese túnel pasa por Yucatán quizás nunca lo sabríamos sin tener que cavar por
doquier e investigando cada cenote, sin embargo, en Mérida se guardan los
registros celosamente y si una casa está construida en el paso de ese túnel
habría registros de muertos y salvajismo. Nestor y yo nos hemos dedicado a
componer fórmulas químicas de algunas anotaciones terciarias que él ha
conseguido sobre la alquimia del holandés demoníaco.
El
asunto ha picado mi curiosidad más allá de mi contrato y le he hecho preguntas
a Cusamano. Puedo notar que no me dice todo, pues a veces se queda a la mitad
de una oración y prefiere cambiar el tema. No es el holandés quien me interesa,
sino dónde estábamos cuando estuvimos atados con cuerdas y siendo arrastrados
por el espacio sideral. Mi mente es demasiado científica y me cuesta creerlo,
he estado tratando de minimizarlo todo, de ofrecer teorías plausibles y negando
aquellas cuyas implicaciones resultan demasiado terribles. Siempre me ha
costado trabajo el asimilar aquello que es desagradable, siempre le discutí las
órdenes a mis superiores en el ejército, quizás por eso me corrieron. O quizás
lo que yo llamo racionalización ellos llaman cobardía.
Estamos
prontos a concluir nuestros experimentos, y Percy y Eva ya casi terminan.
Pronto nos zambulliremos al horror, y sólo pido que mi cordura no se afecte.
PERIÓDICO
EL TRIBUNAL DE NUEVA INGLATERRA
10 de octubre, 1775
Como
reportamos en este periódico la semana pasada los terribles sucesos en la
colina Moshun a las afueras deDunwich ha sido la preocupación primaria de las
autoridades. 18 soldados muertos y dos desaparecidos fue el saldo de una
investigación a los extraños cultos en las colinas. Uno de los sospechosos,
Vander Holt, desapareció poco después y aún hoy es buscado por las autoridades.
La policía interrogó a otro sospechoso, Pierce Marsh, comerciante local. Ayer
se emitió una orden para su captura, pero el señor Marsh se resistió,
acuartelándose en su casa. El hombre fue abatido por los soldados. Cuando se
disponían a entrar a la residencia los sirvientes del señor Marsh le prendieron
fuego. Aunque pudieron recobrar el cuerpo, nada queda del edificio. El caso de
la desaparición de los soldados queda pues cerrado.
CARTA
DE JAMES BENSON
18 de febrero, 1928
Amada
Ewa,
Te escribo desde la villa de
Donelescu, en Rumania. No sé si mi carta llegará a su destino. Si te llega, no
me escribas a esta dirección. No estaré aquí para cuando llegue la carta. No
hay teléfonos en la villa, y aún si los hubiera no me gustaría usarlos. No
quiero que escuches el temblor en mi voz. Mi amada, si mi fe fue puesta a
prueba por mis investigaciones genealógicas, mi teología ha sido puesta a
prueba por los sucesos ocurridos en el tren que nos trajo aquí. Así como Dios
detuvo el sol para que los israelitas batallaran al mediodía, así los Antiguos
pueden prolongar la noche. Lo que vi por la ventana no tiene nombre, no puede
tenerlo. Vernon lo llamó “gusano de la destrucción” y “aquel que devora a la
Tierra como una manzana”.
Cuando
estudié teología en el seminario leí mucho acerca del mal y sus efectos. Como
buen teólogo tendí a adjudicarlos a un proceso intelectual, al error. Estaba
equivocado. En la penumbra iluminada por aquella criatura que había nacido en
eones pasado y dormido en lugares ocultos, algo me tocó. Por un instante
advertí de las proporciones cósmicas de aquello que nos rodea en esta
expedición. Ése es nuestro enemigo, el enemigo de toda la raza humana, la
oscuridad.
Vernon
no quiso que lo acompañara, pero debo hacerlo. Sé que te será difícil de leer,
pero debo hacerlo Ewa. Lo hago por ti y por todos. Crin Antonescu debe morir.
Sus efectos son palpables en la villa. Las calles adoquinadas y los pintorescos
túneles de alguna manera se ven tétricos. Las miradas de los campesinos, antes
amistosas, ahora son malignas. Los gitanos, pueblo tan lleno de danza, de
juegos y de trucos, son serios y pesados. Las sombras han dejado de ser
sombras, ahora son oscuridad. Quizás esa sea la mejor descripción que pueda
darte.
El detective Trejo
continúa silencioso, aún no ha podido asimilar lo que vivimos en el tren. El
ataque de los Impuros que Ingersoll pudo detener justo a tiempo. Nos hospedamos
en la única posada y compartimos cuarto, por si acaso los Impuros nos
encuentran. Vernon no ha perdido su sentido del humor, probablemente lo hace
para mantener alta nuestra moral. Noté que lleva consigo siempre un medallón,
oculto bajo su camisa, es un círculo grande con la forma de un dragón. Es todo
un estuche de monerías. Trejo ha decidido que nos dividamos para investigar la
comuna gitana y encontrar los túneles que el castillo debe tener contra el río.
Vernon cree que Antonescu podría ser la clave de la conspiración de los Impuros
y su intento de despertar a los Antiguos. El español hará de turista, Vernon
hará de rumano ya que habla el idioma perfectamente y yo me haré pasar por
periodista inglés que entrevista gitanos de toda la Europa oriental sobre la
situación política.
Si no te escribo, no contengas la
respiración. Incluso si sobrevivo, puede pasar un tiempo mientras que huimos de
este lugar maldito. Mientras tanto, duerme con la luz prendida. Que la
oscuridad no te absorba.
Te amo Ewa, y cuando
regrese a Inglaterra me casaré contigo y me harás el hombre más feliz del
mundo. James.
DIARIO
DE ELISA SUSANA ELLERY
7 de marzo, 1928
Mientras
platicaba de mi conversación onírica con Pablo, en la cual omití que he perdido
el libro que él me consiguió, él me habló de otro profesor con una tesis
semejante de 1918 y que se retiró a vivir solo. Por infortunio mío, y del
profesor Genaro Lopresti, se retiró aquí mismo en Buenos Aíres. Traté de contactarlo
por teléfono, pero nunca instaló uno en su casa. Conseguí su dirección por
medio de uno de sus antiguos alumnos, que la había conservado por más de diez
años. Ahora me arrepiento de haberlo
buscado, pero en su momento no podía saber los horrores que desencadenaría mi
visita.
Fui
recibida por una amable y platicadora enfermera en la casa de la avenida Ríos.
Una hermosa casa, de estilo español, con tejas rojas y amplio jardín central. La
enfermera me guió hasta la cocina y mientras me calentaba agua para un mate
platicamos sobre el clima y el nuevo edificio en construcción a una cuadra, al
parecer los obreros trabajaban desde la madrugada y despertaban al profesor. Me
hizo pasar a una sala donde Genaro Lopresti miraba melancólico por la ventana desde
su silla de ruedas. El viejo profesor tenía sus tics, pero no parecía tan
grave. No recuerdo toda la conversación, pero recuerdo que hablamos sobre las
migraciones americanas.
- Gran parte de la tradición oral
de la Patagonia se ha perdido para siempre.- Decía el profesor mientras se
acomodaba su frazada sobre sus rodillas. ¿Cómo se interesó en el tema?
- Correspondencia con un colega.
¿La tesis y los artículos que tiene la Universidad son todas sus publicaciones?
- Sí, me temo que desarrollé un
mal de nervios y eso me apartó de la vida académica. Si puedo darle un consejo
jovencita, olvide el tema. No le llevará a ninguna parte. Créame he estado en
su lugar.
- Sí, probablemente no lleve a
nada, pero es fascinante. El colega que le digo, él tiene las teorías más
disparatadas y entretenidas. Estamos formando una teoría de una segunda
migración desde el sur, registrada únicamente por las civilizaciones
desarrolladas en las que se fueron asentando. Lo vi en sueños, fue de lo más
peculiar. Soñé que hablaba con él y le daba un libro. Ahora no encuentro el
libro. Ese Nestor es todo un brujo, ¿no le parece de lo más divertido?
- Creo que me siento mal, por
favor váyase.
La respuesta me
sorprendió y me quedé sentada sin saber qué hacer cuando la puerta del sótano
se abrió de golpe y me llevé un buen susto. Me levanté para cerrarla, y así
interrumpir el chiflón que los ancianos tanto temen, cuando algo llamó mi
atención. Escuchaba una música en el sótano. El profesor comenzó a toser y con
alguna excusa di unos pasos al oscuro sótano. Era inusualmente profundo y en
perfecto cuadrado. Las escaleras de pierda eran largos escalones resbaladizos,
y no parecía haber iluminación alguna aparte del único foco que no pude ver,
aunque podía ver su luz. La música parecía ser de gaitas, pero muy lejanas.
Bajé el cuadrado por lo que debió ser un piso, pues sobre mí estaban los
escalones superiores, cuando la luz se apagó. Resbalé en un escalón, pero en
vez de caer de espaldas, caí hacia arriba. Al abrir los ojos noté que había otra
fuente de luz, y que el golpe me había hecho un moretón en la mano. Estaba
segura que había caído hacia arriba, pero al ver sobre mi cabeza vi los mismos
escalones que había antes, ¿lo había imaginado o la gravedad había cambiado?
Siendo la escalera igual en su parte de arriba y de abajo, era imposible
saberlo.
Había
tenido suficientes sustos, por lo que regresé corriendo por donde había venido
para regresar con el profesor Lopresti. Subí dos pisos, aunque recordaba haber
bajado uno, y no encontraba la puerta en ninguna parte. La luz, sin embargo, se
hacía más fuerte conforme avanzaba. Imaginé que era la puerta abierta la que
dejaba entrar esa luz, pero estaba terriblemente equivocada. El techo sobre mí,
las escaleras del siguiente piso, temblaron y sus tabiques se desunieron. La
luz se hizo aún más poderosa y vi hacia arriba. Una visión como la que nunca
había tenido en sueños. La clase de visión que solo los locos perdidos pueden
tener y se la reservan tras sus balbuceos y sus gritos. Luces con colores que
nunca había visto antes provenían de nebulosas lejanas, pude ver estrellas
enanas y rojas, y una enorme meseta de piedra tallada por manos extrañas y
torpes en la profundidad inmensurable del espacio. En aquella inmensidad del
abismo estelar había algo más. Más allá de aquella ciudad de extrañas torres y
pilares, había algo que emitía su propia luz. Estaba vivo, aunque con una vida
muy distinta a la que conocemos. No tenía carne, ¿pues qué necesidad tendría de
tener carnes y músculos?; no tenía brazos, ¿pues qué pueden hacer ellos que
aquellos tentáculos cambiantes de forma no pudieran hacer?
Me
pareció a una ameba incandescente y tan grande como la luna, siempre cambiante
de forma, siempre con cientos de ojos que parecían flotar sobre su superficie,
abriendo sus ojos y cerrándolos para aparecer en otra parte. No pude ver dónde
terminaba, pero me daba la impresión que así como podía cambiar de color, podía
hacerse invisible. Se extendía sobre la enorme ciudad como algo gelatinoso,
pero también como una bruma espesa, desarrollaba tentáculos con extraños
órganos y se desplazaba rápidamente agarrándose de los pilares. Me quedé
maravillada frente a esa grandiosa visión y fue cuando me percaté del sonido
que mis músculos se despertaron antes que mi mente. La criatura no estaba sola,
había una infinidad de entidades que parecían nacer en esa bruma gelatinosa, que
a diferencia de su creador, estos parecían tener solidez. Aunque solo en
apariencia, pues su forma cambia constantemente, aunque parecían esqueletos capaces
de amoldarse, más que neblinas gelatinosas. Tenían patas que a veces parecían
de arañas y a veces como las de un marisco. Tenían enormes bocas con infinidad
de colmillos, pero de sus gargantas emergían docenas de larguísimos tentáculos,
y sobre ellos ojos. Constantemente abrían sus bocas, sus tentáculos dando de
zarpazos por doquier hasta que se unían con otros tentáculos, a veces de otras
criaturas, y de ellos se formaba otro cuerpo, con otra boca, con otros
tentáculos. Se creaban a si mismos, y se destruían a sí mismos. De inmediato
supe qué eran, eran locura.
A
veces sus tentáculos, algunos tan finos como cabellos espinosos, alcanzaban la
puerta entre el sótano de esa apacible residencia de Buenos Aires y el espacio
exterior. Cuando eso pasaba, hacían un ruido como el de gaitas. Supe algo de
inmediato. Así como la titánica criatura se aproximaba con relativa lentitud,
esas otras criaturas se acercaban con diabólica agilidad. Antes de pensarlo mi
cuerpo ya estaba corriendo, y justo a tiempo, pues la escalera comenzó a
temblar, la gravedad estaba aflojando los tabiques de los escalones. Corrí tan
rápida como pude y me lancé contra la puerta abierta, cayendo al suelo y
confirmando mi sospecha de haber estado en un sótano donde la ley de gravedad
había cambiado.
Miré
hacia el profesor Lopresti y me congelé por un segundo. La amable enfermera se
había convertido en su verdugo. No había
nada que pudiera hacer por él, y huí. Empujé la puerta de entrada con tanta
fuerza que se aflojó del marco y, una vez en la calle, no dejé de correr hasta
llegar a mi sala. Estaba exhausta, pero no quise dormir, por miedo a ese
infernal sonido de gaitas. Habría logrado convencerme a mí misma, quizás con el
pasar de las décadas, de que todo había sido un sueño. De no ser por la nota en
el periódico.
La
casa se derrumbó del techo hasta su base pocos minutos después de que me fuera.
La policía y los bomberos se sorprendieron primero de no encontrar rastro del
profesor Genaro Lopresti, pero conforme sacaban las toneladas de ruinas, no
encontraron ni señales del piso de planta baja. Lo único que encontraron
correspondía al piso superior, y nada más. Incluso el ingeniero civil mencionó
que “es como si hubiese sido absorbida desde abajo”. Y eso fue exactamente lo
que pasó, pero nadie lo sabrá de mi boca. Así como mataron al profesor, me
matarían a mí. O peor, pues ahora entiendo que hay peores horrores que la
muerte.
CARTA
DE JULARDO TREJO
26 de febrero, 1928
Estimado
señor Coty,
Así como le dejé en claro en la
conversación telefónica que sostuve con usted mientras aguardaba el tren, la
misión de Rumania fue la etapa final de la investigación y, por ende, de mi
contrato con usted. Considere la muerte de su hijo ajusticiada. Siguiendo los
deseos expresados por usted en nuestra conversación telefónica, le daré los
detalles de nuestra misión.
Nuestras
investigaciones clandestinas dieron frutos. En la orilla del río, en la parte
más escarpada, encontramos una gruta que sirvió de túnel para los turcos hace
algunos siglos. Caminamos cerca de una hora por ese laberinto hasta topar con
un callejón sin salida. La salida del túnel había sido tapada hacía siglos, por
fortuna habían empleado piedras en vez de tabiques y cedieron tras muchos
esfuerzos. Entramos al castillo Antonescu por el sótano. Estábamos armados y
listos para matar. Sin embargo, no estábamos listos para el castillo.
En
el sótano encontramos ataúdes apilados como biblioteca, con nombres y fechas de
nacimientos y muertes. Debía haber más de cien. Uno de ellos se encontraba
abierto y contenía un cuerpo momificado y mutilado con mucha precisión. Subimos
por escaleras gastadas por los siglos hasta un segundo sótano. Éste parecía ser
de uso continuo, por la luz eléctrica y la falta de polvo. Fue allí donde
encontramos el despacho de Crin Antonescu, escarbado en un rincón donde antes
solía estar una capilla. Benson montó guardia a un lado de la puerta e
Ingersoll y yo revisamos sus papeles. Encontré correspondencia con su hijo
Rene, con descripciones de macabros rituales que me erizaron la piel y no me
atrevo a plasmar aquí. Ingersoll me mostró cartas de un colaborador de
Antonescu, uno de ellos era de los alias que había visto en casa de Rene, “la
llave estelar” y se refería a Antonescu como otro alias que había visto, el
castillo en llamas. La llave estelar, quien quiera que fuera, felicitaba a
Antonescu por haber mandado la invocación equivocada para sacarse a Rene Coty
de encima. Al cambiar las fórmulas y las sustancias su hijo invocó algo que no
pudo controlar y que se lo llevó. Ésta es la teoría en la que creo con todas
mis fuerzas y le suplico a usted que la crea también, porque por más terrible
que sea, por más odiosa que resulte, es la verdad.
Benson
se robó unos libros para mandárselos a su prometida y dejarlos a buen recaudo.
Mientras montaba guardia en la puerta, pistola en mano, Vernon encontró recibos
de telegramas emitidos en la villa hasta Delhi, India. “Rajendra Hussain es el
único que puede encontrar al Lama rebelde Dorje. Imperativo que lo rescate de
su prisión.” Benson e Ingersoll se emocionaron, estaban seguros que Antonescu
era la clave de la conspiración de los Impuros. La emoción no duró mucho.
Ingersoll encontró una anotación al margen en un cuaderno repleto de fórmulas
de herbolaria. “Demasiado ajenjo, como él dijo. Reducir el amoníaco funcionó,
él tenía razón y por eso seguimos a sus órdenes”. Vernon se puso histérico y
lanzó libros y papeles al suelo. Benson lo tuvo que tranquilizar a empujones,
antes que alguien escuchara el desorden. Vernon se calmó por fuera, pero estaba
furioso por dentro, Antonescu era otro lacayo más de una conspiración que no
podía siquiera delinear con certeza.
Abandonamos
esa sala con despacho y subimos más escaleras. Nos encontrábamos en el ala
este, en el primer piso. Escuchamos ruidos en la parte superior, sin duda el
castillo no estaría solo ni por un segundo. Entre las armaduras antiguas y las
reliquias familiares se encontraban tapices que colgaban polvosos de la pared
sin pintar. No les presté mucha atención, pero le causaron una honda impresión
a Benson. Los dibujos me recordaban al tarot, aunque únicamente lo había visto
una vez. Siendo educado en la fe católica nunca me interesé por los adivinos y
charlatanes. Benson me explicó que el que teníamos de frente era un simulacro
de lo que él llamó “el arcano del Papa”, representado en tapiz por un gordo
sentado sobre una letrina de oro, con una inscripción en árabe que leía
“Azathoth”. Recorrió la sala con la respiración entrecortada y señaló a cada
tapiz. Seguían el orden del tarot, y recuerdo el que Benson dijo debía ser “el
ermitaño”, que representaba a un hombre sin ojos en sus cuencas y con ojos en
las manos y la leyenda “Nyarlathotep”. En vez del arcano del loco había un
pirata con dos caras terribles, éstas caras se extendían del mentón para arriba
y para abajo y tenía la inscripción “Yog-Sothoth”.
Al
escuchar los gritos de quienes debían haber sido gitanos nos quedamos
congelados. Escuchamos pasos por todas partes, y detecté que se acercaban por
la puerta norte. Jalé a Benson del brazo y, junto con Vernon, nos escondimos
debajo de una mesa con mantel largo. Pude ver que eran gitanos, y muchos de
ellos y todos armados. No sabían que estábamos en el castillo, de eso no había
duda. Oímos voces, gritos y cadenas, y tan súbitamente como habían empezado, se
habían detenido. Esperamos quince minutos, aún se escuchaba una voz, pero ya no
oímos gitanos. Salimos del escondite y atravesando la puerta norte encontramos
escaleras. No encontramos a nadie mientras recorríamos un largo pasillo que
daba a una sala inmensa y repleta de ventanas con vitrales rotos. Pegados
contra la pared asomé la cabeza, la voz que escuchábamos era un hombre vestido
de monje declamando algo en un idioma que no era ni rumano, ni nada que hubiese
escuchado antes. Sostenía cadenas y había muchas más a su alrededor. Vernon
alargó el cuello y lo vio por sí mismo.
- No puede ser.- Al regresar a su
puesto estaba pálido.- Los que roban en el viento.
- Eso me suena conocido.- Dijo
Benson.- Las leyendas de la India y las acusaciones contra Vander van Soest.
¿Es por eso que desaparecieron los gitanos?
- Hay que matarlo.- Vernon revisó
que su pistola estuviera cargada, pero le detuve antes que se levantara.
- No, espera. Vinimos por
Antonescu, y sólo por Antonescu. No podemos arriesgarnos.
- No tienes idea de lo que hace
ese monje. Encadenan a las tormentas de Ithaqua, es más poderoso que cualquier
arma que puedas imaginar.
Se
levantó pese a mis reclamos, pero el monje ya se había ido. Vimos las cadenas
que jalaba de regreso, había entrado a un extraño laboratorio. Vernon le
disparó en la cabeza y el monje cayó el suelo. El disparo resonó en ese
laboratorio alquímico como un trueno. Le iba a discutir a Ingersoll, cuando
noté lo macabro que era ese infernal laboratorio. ¿Qué oscuros terrores buscaba
encontrar en esos crisoles al fuego con lo que parecía ser una cabeza de cerdo
adentro? Extraños tubos de cristal daban varias vueltas y conectaban con
recipientes humeantes. Benson tomó un hacha de la pared y destrozó todo el
lugar, incluso reventando botellas de ácido.
- ¿Quieren calmarse? Aún no
encontramos a Antonescu.
En cuanto lo dije el monje se
puso de pie. Era Crin Antonescu, no hay duda. Tenía una horrible marca de
quemadura en su mejilla, al igual que en la fotografía que había observado.
Antonescu recitó unas palabras y jaló de una cadena con la fuerza de un toro.
Pude ver que la cadena se alargaba hasta el amplio ventanal al fondo. Hubo una
tempestad de tanta violenta que el techo de yeso y paja, seguramente quemado
por múltiples accidentes en el laboratorio, se separó en pedazos arrancado por
la furia del viento. Llevaba tanta potencia la ráfaga de viento que me golpeó
en el pecho que me levantó del suelo, por más de dos metros, y pensé que me
lanzaría al vacío, pero me golpeé contra una de las vigas del techo y caí al
suelo. Al levantarme vi que los gitanos habían regresado, cargados por el
viento.
Levanté una de las
mesas de pesado fierro y lo usé como trinchera. El ulular del viento era
insoportable, y juraría que decía algo. Crin gritaba, tratando de hacerse
entender por encima del viento. Vernon sacó unas pequeñas piedras de su mochila
y las lanzó al viento. Las piedras se volvieron serpientes y los gitanos
retrocedieron asustados. Antonescu, al ver que perdía la ventaja, se desesperó.
Gritó algo en rumano que no habría entendido incluso sin el viento, mientras
señalaba a Ingersoll. El inglés lo apuñaló en el corazón, pero supe que no
sería suficiente. Con ese monstruo nada sería suficiente. Antonescu empujó a Vernon,
y se habría escapado con el largo cuchillo en el corazón, de no ser porque me
lancé tras él y lo tomé de las piernas. Una vez en el suelo Benson apareció
gritando desesperado, con el hacha sobre su cabeza y asestó un brutal golpe en
el cuello del demonio. Su cabeza rodó llevado por el viento, pero no hubo
sangre. Crin Antonescu había perdido su sangre hacía mucho tiempo, y ahora
gusanos habitaban sus venas.
- Está hecho pero, ¿qué hacemos
con ellos?- Los gitanos estaban terminando de matar a las víboras y las
noticias de la muerte de su amo se esparcieron veloces. Antes que pudieran
rodearnos Ingersoll disparó la pistola de señales contra los líquidos que
Benson había derramado por el suelo y estos se prendieron fuego de inmediato,
avivados por el viento.
Salimos
corriendo mientras el laboratorio ardía en llamas. Cuando le di el último
vistazo a la cabeza cercenada de Antonescu, ésta se consumía en las llamas.
Nunca había corrido tan rápido como esa vez. En la salida principal nos
abastecimos de rifles que los gitanos habían dejado y robamos tres caballos.
Nos abrimos paso a tiros y cabalgamos hacia la villa de gitanos. La tempestad
continuaba, los vientos habían fortalecido las llamas como un castigo a la
incompetencia humana. Las llamas lamían el cielo y los gitanos estaban
furiosos. Una de las balas mató al caballo de Benson, quien salió volando por
varios metros y encontró escondite debajo de una carreta. Al volver por él ya
no le encontramos. Había sido rescatado por una chica, quien nos invitaba a
entrar a la carreta. Nos ocultó debajo de un mueble sin decir nada.
Eventualmente un par de gitanos preguntaron por nosotros y dijo que no sabía
nada. Le informaron que su padrastro había muerto y ella no fingió tristeza.
Ella nos ayudó a escapar de aquella villa, ahora liberada del demonio que era
Crin Antonescu. Vernon, sin embargo, no estaba tan optimista.
- Antonescu no trabajaba solo, ni
era él quien daba las órdenes. No, nuestro enemigo es más perverso que él, pero
ahora conocemos sus armas.
Como
le dije, mis servicios para con usted han concluido. El asesino de su hijo ha
muerto. No regresaré a España. He decidido unirme a la expedición de Vernon
Ingersoll. Ahora entiendo el peligro que nos amenaza. Haga paces con su hijo,
porque con su conciencia no necesita hacerlo. El mundo es un mejor lugar y todo
lo que hice, lo hice por decisión propia.
Julardo Trejo.
DECLARACIÓN
DE ERIBERTO GRACIA DE JESÚS PATRÓN
17 de julio, 1809
Le
escribo a su señoría para hacer patente mi caso en su honorable corte. Espero
que ésta declaración llegue a la capital de nuestra Nueva España sin demora
alguna, pues como vuestra merced quizás ya habrá oído, mi situación es
delicada. Es mi deseo externarle mis preocupaciones, así como la historia de
cómo ocurrió tan terrible tragedia en una familia de bien, temerosa de Dios y
fiel a España.
Empezó
en diciembre del año pasado, mi hijo más pequeño, Teodorico, jugaba en el
jardín de nuestra propiedad. Disfrutaba del calor decembrino de Yucatán y pasó
días confeccionando una cuerda para bajar al pozo. Me aseguré que fuera seguro
y yo mismo lo bajé cuidadosamente. Alcanzó a tocar el agua y empezó a gritar.
Lo subí de regreso a la superficie y estaba mucho muy frío e histérico. No
dejaba de decir que había algo en el agua, algo que le miraba. Desestimé lo
que, en su momento, adjudiqué a una imaginación activa. Ese fue mi error.
También le dediqué pocos pensamientos a los indios de la finca que laboraban
ahí. Casi nunca iban a misa, aunque mentían diciendo que sí asistían. A medianoche
siempre había luces afuera, y siempre tenían diversas excusas, pero los vecinos
me insistían en que hacían tenebrosas celebraciones diabólicas.
En
enero sorprendí a mi hija mayor, Rodriga, en cama con uno de esos indios.
Perseguí al indio a tiros hasta sacarlo de mi propiedad. Me guardé ese penoso
secreto, pero me aseguré de que mi hija fuera disciplinada a toda costa. Eran
tiempos difíciles para nosotros, los cultivos crecían mal, los cerdos
enfermaron e incluso nosotros teníamos una salud cada vez más delicada. Al
mismo tiempo nuestros obreros parecían gozar de cabal salud. Al principio el
doctor argumentó que era el agua del pozo, y Teodorico insistía en que así era,
pero al ver que los criados y los peones estaban saludables y bebían de las
mismas aguas, desechamos la idea. Los vecinos no parecían tener el mismo
problema, aunque hay que añadir que nuestro pozo bebe de una abertura a los
ríos subterráneos, algo que los indios llaman cenote, de la que no beben los
otros pozos.
En
febrero mi esposa Maribel cayó enferma. Mal de nervios. Gritaba asustada a
todas horas de la noche y durante el día apenas y reaccionaba al mundo
exterior. Mis fuerzas, ya de por si cansadas por las constantes enfermedades,
se agotaron por completo en los cuidados de Maribel. A finales de mes descubrí
a un peón entre los sembrados con una estatuilla de arcilla que tenía por
idolito. Le eduqué con el látigo, que era la única forma de tratar con ellos,
pero antes de dejarlo ir descubrí que llevaba consigo cuerda y velas. Le interrogué
al respecto, y por más que le hice sangrar no me dio respuesta convincente.
Decidí seguirle esa tarde, y me llevó directamente al pozo. Bajó al pozo y
permaneció allí por más de dos horas. Se acercaba la medianoche, y con ella los
otros peones para sus celebraciones paganas. Los ahuyenté a todos y miré hacia
el pozo. No había señales del peón, y descubrí que habían puesto velas en lo
más profundo del pozo.
Lo
medité con la asistencia del padre Hernando y convenimos en una misa para ese
domingo. Quizás el Espíritu Santo podría ser más persuasivo que mi látigo. Tuve
que suspenderlo, pues mi amada Maribel falleció después de uno de sus ataques
nocturnos. El velatorio se llevó a cabo al día siguiente. Con infinita pena
debo confesar que el moldear sus músculos faciales para disimular el
sobrenatural terror que la embargó en sus últimos momentos, fue mucho muy
difícil. Corrí a todos los peones en una mezcla de rabia y confusión. Al día
siguiente fue cuando ocurrió.
Un
grito me despertó y lo reconocí de inmediato, mi segundo hijo, Teodato. Corrí a
su habitación, pero ya no le encontré. Pasé puerta por puerta y encontré que
mis hijos habían muerto. En la habitación de Rodriga encontré a Teodato, y no
había señales de mi hija. Todos mis hijos habían muerto por un hacha. No tenía
tiempo, en ese momento, de llorar sus muertes. Escuché al más pequeño,
Teodorico, gritando y corriendo por el jardín. A caballo me acerqué a toda
prisa, con mi rifle preparado. Le vi correr entre los sembrados hacia el pozo.
Detuve el caballo de golpe al verlo morir bajo el hacha. No pude disparar, pues
era Rodriga.
Mató
a Teodato frente a mis hijos y me miró. Esos eran los ojos de la locura y la
rabia. Le grité que soltara el arma y lo hizo, pero se acercó al pozo. Admito
que estaba oscuro, incluso bajo la luz de la luna, pero lo vi todo con la misma
claridad que veo este documento frente a mí. Del pozo emergió el indio con
quien había copulado. La tomó del pecho y se la llevó a las profundidades.
Fui
arrestado, después de todo nadie creía mi historia. Hasta ahora entiendo el
orden de esos terribles eventos. Mi hija había sido seducida por un siniestro
culto, adoradores del diablo. No habían envenenado las aguas, aunque esa fue la
explicación que le he dado a los magistrados locales. Sé que no lo hicieron,
pues ellos bebían del mismo pozo. Se trataba de algo aún más siniestro. Algún tipo de hechicería
satánica les permitía hacernos enfermar a nosotros para así consumir nuestra
esencia vital. Mi hija, ahora que lo pienso, nunca se enfermó. Cuando corrí a
los peones estalló la locura, y mi hija mató a toda su familia, para reunirse
de nuevo con su amante en las profundidades de ese pozo maldito.
Le
ruego a Dios esta declaración llegue con bien, y a tiempo, pues seré juzgado en
cinco días. Habrán de enviarme a prisión si me encuentran culpable. Usted me ha
conocido de mucho tiempo, desde que éramos infantes y apelo a su misericordia
para atender a un amigo caído en desgracia.
Eternamente
de Dios,
Eriberto Gracia de Jesús Patrón
DIARIO
DE JULIA ANNET DELON
1 de marzo, 1928
El
monstruo ha muerto. Me hubiera encantado que mi madre lo hubiese visto. El
castillo ardió durante todo el día, y no había modo de detener las llamas.
Recogí al refugiado en mi carreta, y después a sus compañeros. Son los
extranjeros por los que tanto me entusiasmé. Salieron huyendo de los gitanos
enloquecidos, pero esconderse en mi carreta no era suficiente. Los gitanos que
vendieron sus almas a Crin Antonescu eran hábiles cazadores y muy pronto
establecieron dos perímetros de vigilancia. Irrumpieron en la villa y se
metieron a los edificios con tal de encontrarlos. Les dejaron hacerlo, pues
ignoraban si el demonio en el castillo había muerto realmente.
Permanecimos
en silencio, y ellos debajo del camastro, por más de una hora. La noticia de la
muerte de Boiko debió llenarme de alegría, y ahora lo hace, pero en su momento
no podía pensar en eso. El líder de los tres, Vernon Ingersoll, me pidió un
cuchillo y una pistola y, vistiéndose con las ropas de mi padrastro, salió a
buscar una ruta de escape. Los otros protestaron, pero al final confiaron en su
guía. Ingersoll tenía razón cuando dijo que los gitanos buscarían a tres
hombres, y quizás no verían a un gitano fuera de lugar. Yo estaba segura que no
regresaría. Lo atraparían sin duda, o una vez escapado del perímetro de
búsqueda ya no regresaría, considerándolo suicida.
- Volverá.- Dijo James Benson
tres horas después, cuando el sol caía. Él y su compañero, Julardo Trejo,
temblaban de miedo, pero era el inglés quien se aferraba a la cruz que colgaba
de su cuello. Había visto al diablo, y por asociación había creído que
realmente hay un Dios.
- Quizás esté muerto.- Dijo el
español ceñudo.
- O quizás esté vivo, pero no
quiera volver.- Dije con mi entrecortado inglés, mientras miraba por la
ventana.- Si logró escapar e hizo lo que tenía que hacer, ¿por qué volvería por
ustedes?
- Descuide, nos iremos en
cualquier momento.- Contestó el español.
- No es eso. Pueden quedarse aquí
el tiempo que quieran, pero he visto a estos gitanos en acción. ¿No escuchan a
los perros? Están hambrientos. Así los tienen para cazar mejor.
- Es usted muy alegre, ¿lo
sabía?- Trejo se decidió a salir de debajo de la cama cuando escuchamos los
golpes en la puerta. Regresó a su lugar justo a tiempo, mientras se abría la
puerta y entraba un gitano. Era Loiker, el mejor amigo de mi padrastro.
- ¿Los has visto Julia?
- ¿A quiénes?
- No te hagas la graciosa, a los
que mataron a tu padrastro. ¿Acaso no quieres justicia?
- Sí, sí la quiero.- Mi cerebro
estaba tan programado para mentir que ni siquiera pensé en la respuesta.- Por
eso me quedé aquí, no quiero estorbarles. ¿Quieren el rifle de Boiko? Lo dejó
en el clóset. Les puedo hacer café, si están cansados.
- No Julia, descuida.- Loiker se
sentó en la silla a un lado de la cama y pasó sus dedos por entre mis pocas
pertenencias sobre el buró a la cabeza del camastro, frente a él. Viéndolo
jugar con mis collares entendí que tenía otros planes en mente.- Estás cómoda y
caliente aquí.
- Pues sí, pero es desesperante.
Voy afuera, estoy segura que necesitan otro par de manos.
- No es necesario. Los perros ya
lo olieron, le están tendiendo una trampa en este momento.
Loiker
jamás se hubiera atrevido a tocarme, pues Boiko planeaba desposarme en cuanto
se curara de su herpes. Afortunadamente siempre fue un cerdo, y su herpes
continuaba empeorando. Se puso de pie y pasó sus dados por mi cabello. Traté de
alejarme, pero me jaló del cabello y me golpeó con tanta fuerza en el pecho que
me tiró al suelo. Mientras me ataba las manos con cordel lo pateé y rodé.
Loiker se enojó y sacó un cuchillo. Se lanzó contra mí, sosteniéndole la mano
asesina a centímetros de mi ojo derecho, cuando escuché el ruido seco. Trejo
había salido de la cama y le había golpeado con la caja de municiones de Boiko.
Benson lo amarró y lo escondió debajo de la cama. Me tranquilizaron, pero era
imposible calmarse. Estábamos atorados, no vendrían refuerzos, Vernon
seguramente habría caído en la trampa, sin lugar para esconderse y con Loiker
amarrado.
El
único otro lugar que quedaba era detrás de la cajonera, y traté de disimular el
espacio abierto con varias telas. Permanecimos en silencio unos momentos hasta
que la puerta se abrió de golpe. Entre las capas de ropa se escondía Vernon
Ingersoll, apestando terriblemente y respirando entrecortadamente. Le seguimos
por entre las tiendas y debajo de una carreta les extendió robas a sus
compañeros. Me pregunté si quería acompañarlo, y le dije sobre Loiker. Mi mundo
había terminado, mis cadenas habían sido rotas y se lo debía a ellos. Mientras
corríamos y nos escondíamos de los jinetes, explicó que había dejado sus ropas
sobre una mula, para que los perros la siguieran. Se había revolcado en
desechos para mimetizar el olor, robado ropa de un tendedero y encontrado el
punto de vigilancia más débil. Un grupo de gitanos habían dejado bajo resguardo
sus caballos a un solo vigía. Los pasos sobre la hierba lo alertarían y tenía
un silbato en la boca dispuesto a tocarlo, y una pistola dispuesto a disparar.
Debatieron sobre cómo matarlo, hasta que me paré de atrás del arbusto y me
acerqué. Saqué uno de mis cuchillos y lo lancé desde una gran distancia directo
al cuello. Había practicado eso por muchos años, y podía hacerlo con los ojos
cerrados.
Cabalgamos
en la oscuridad por muchas horas, hasta estar seguros de no ser seguidos.
Después seguimos las vías del tren y finalmente tomamos uno que, con muchísimas
cansadas paradas, nos llevó a Budapest. Todos dormimos con pesadillas. Vernon
se dio por vencido primero y no durmió en esos días de viaje, argumentando que
habían tenido mala suerte en otro tren. Dos días después de la escapatoria y
aún apestaba, pero por más que se bañaba el olor le quedó por un buen tiempo.
Noté su curioso medallón, no me quiso decir qué significaba, argumentando
únicamente que “ya verás, algún día este medallón me salvará la vida”. Yo
también había renunciado al sueño y platicamos por muchas horas. No me había
dado tiempo de rescatar algo de la carreta, pero quizás era mejor así. Insistí
acompañarles en su expedición, y aunque Vernon sabía que podía cuidarme sola,
no quería. Admito que soy testaruda, y gané esa discusión.
- Eran visitantes de todas partes
del mundo, a juzgar por sus ropas.- Estaba interesado en Antonescu, así que le
dije lo que sabía.- Uno de ellos era un jeque árabe, estoy segura. Ese monstruo
tenía amigos muy extraños.
- Y los gitanos, ¿qué ritos
realizaban?
- Eran adoradores de algo llamado
Cthulhu, al que llaman el gran sacerdote. No es nada como la tradición de los
verdaderos romani. También hablaban con el viento.
- Ithaqua.- Ingersoll lo meditó
por largo tiempo y quedamos en silencio, mirando hacia la ventana.
Hace
poco que nos instalamos en Budapest y ya puedo sentir que nos siguen. No he
cambiado de parecer, seguiré en esta expedición. Lo que me han dicho hasta
ahora me ha dado pesadillas, las implicaciones cósmicas son demasiado vastas
para comprender. ¿En qué me habré metido?
PERIÓDICO
THE GUARDIAN
3 de noviembre, 1777
Londres, Inglaterra. El señor
William Peabody, conocido anticuario de Chelsea fue asesinado hace dos noches
durante un robo a su domicilio. El brutal crimen fue perpetrado bajo el cobijo
de la oscuridad, dejando atrás ninguna pista. Familiares del señor Peabody
señalan que lo que el asesino robó fueron volúmenes invaluables que consideraba
sus tesoros más preciados. El caso también llama la atención por otro elemento.
El viejo señor Peabody había ganado un amigo recientemente, según sus cercanos
colaboradores, un Vander Holt. Aunque la policía no le tiene por sospechoso, es
una coincidencia extraña que el mismo señor Holt fue uno de los sospechosos de
la desaparición de 20 soldados de la corona en tierras coloniales en 1776.
REPORTE
DE PIERRE MACRI
Recibido el 3 de marzo, 1928 en
Budapest
Señor
Ingersoll,
He reunido los reportes más
relevantes de los detectives privados. Me enfocaré sobre todo al continente
americano por razones que pronto explicaré, pero antes quisiera mencionarle
algunos datos relevantes del viejo continente. En España ha habido un resurgimiento
de profanaciones de tumbas en Sevilla. En Gales la policía cerró una logia
masónica tras constantes rumores de sacrificios humanos. Aunque no encontraron
ningún cuerpo, si encontraron idolitos hechos con pedazos de animales. Sin duda
otra logia de los Impuros. La investigación se detuvo por orden expresa del
juez Keane, lo cual demuestra la complicidad a altos niveles de gobierno.
En
México, en el estado de Zacatecas, una mina de plata fue el centro de una
tragedia local. Hicieron detonaciones para hacer más profundos los túneles,
pero nadie regresó. Hubo un único sobreviviente, un Percy Collins. Según las
noticias que han recopilado los investigadores después de la explosión
controlada hubo una segunda, poco después de que emergieran los únicos dos
sobrevivientes, el otro murió poco después. Ahora bien, la razón por la que me
parece que deberíamos concentrarnos en América, es porque el primero de marzo
un barco de pasajeros en Campeche se hizo noticia. El capitán fue arrestado por
una serie de grotescos asesinatos, que incluyen la extirpación de corazones. El
capitán, sin embargo, jura que hubo polizontes en el navío, e incluso mencionó
que un grupo de extranjeros abrieron fuego en la sala de máquinas, mientras el
barco navegaba sobre algo que golpeaba desde abajo y estaban rodeados de niebla
verde. El detalle de la niebla, a mi parecer, indica que su declaración es
plausible.
La
conexión entre ambos sucesos me ha dejado sin sueño. Los detectives
investigaron el asunto del barco y me han mandado una copia del manifiesto. El
mismo sobreviviente de la mina, Percy Adam Collins, viajaba en el “Peninsular”
en compañía de Silas Ezekiel DeWitt, Eva Michelle Fontaine y Manolo Nestor
Cusamano. No tenemos, por el momento, mayor información sobre ellos, pero los
detectives siguen buscando. Sabemos que estaban en el norte, al menos en
Zacatecas, y después se desplazaron a la península de Yucatán. ¿Qué es lo que
están buscando?
La
mantendré informado. Mientras tanto, acudiré a Arkham y quizás me quede ahí
unos días en el departamento que usted mantiene rentado. Recibí su telegrama e
iré a la Universidad del Miskatonic para investigar más sobre el culto de
Ithaqua, y para ver si encuentro más sobre los Impuros. No han cambiado de
bibliotecario, el viejo sigue estando de nuestro lado.
Buena
suerte,
Pierre Macri.
DIARIO
DE PERCY COLLINS
8 de marzo, 1928
Encontrar
la finca de Eriberto Gracia de Jesús Patrón fue más fácil que encontrar qué fue
de ella. Desde su construcción en el 1800 hasta ahora ha ido pasando de manos,
sobre todo después de la muerte de su familia y su ejecución. La enorme
propiedad se fue vendiendo por pedazos, y esos mismos ranchos cambiaron de
nombre y de manos. Finalmente encontramos el predio a las afueras de Mérida,
cerca de un cenote y nos preparamos para investigar. Silas había terminado los
aceites que Nestor le había pedido y en la noche nos adentramos a los caminos
selváticos. Coloqué las sogas con estacas clavadas hasta el fondo, e hice lo
más que pude para disimularlas con hojas y ramas. Nos bañamos con los apestosos
aceites que hasta el mismo Silas admitió que eran abominables y descendimos con
cuidado.
El
cenote era pequeño, de unos cuantos metros de diámetro, y de una profundidad de
siete u ocho metros. No era el más majestuoso de todos, pero era el que
buscábamos. Ayudados con lámparas fuimos esperando a que Eva revisara las
paredes. En virtud de su diligente labor es como dimos con una abertura en la
pared. Era de apenas un metro de diámetro, y quedaba oculta por el follaje y
las piedras que protuberaban justo encima. Tuve que tomar impulso para poderme
sostener y así ayude a los otros. En la pared del túnel Eva encontró
inscripciones del quechua españolizado, y Nestor estaba seguro que había
encontrado lo que buscaba.
Apagamos
las luces al escuchar los pasos que se acercaban. Seguimos a Nestor mientras el
túnel se agrandaba y se convertía en una avenida irregular, con piedras
llagadas a los costados y orificios donde nos escondimos. Podrían habernos
visto con facilidad, pero no lo hicieron. La mano en el revólver me sudaba,
sabía que podría matarlos en ese instante, pero sabía que habría muchos más de
ellos allá abajo. Caminaban agachados y desnudos, con esas cabezas cónicas que
de inmediato me hicieron pensar en los extraños idolitos sudamericanos que
había viso en uno de los libros de Eva, con apariencia casi de reptil. Pensé
que también los dioses de esta región tienen cabezas alargadas, u objetos para
la cabeza con la misma forma. Por alguna misteriosa razón lo relacioné también
a los largos y puntiagudos sombreros de los magos de las leyendas.
Los
nativos nos pasaron de largo y regresaron sin dar señal alguna de haber
encontrado nuestras cuerdas, o de habernos visto. Después nos enteramos que fue
gracias al aceite en el que nos habíamos bañados. Les seguimos por aquella
extraña avenida hacia una fuente de luz. Nos alejábamos del río subterráneo y
de su gélido aire, y el calor se hacía cada vez más insoportable. Les vimos
alrededor de un fuego dentro de una estructura de piedra que debía ser un
horno. Lanzaban chillidos agudos sobre el idolito de metal que se calentaba
sobre el fuego. El idolito parecía tener cola de pez y cuerpo humano, aunque su
cabeza era muy larga. Eva lo reconoció como Dagon, el dios-pez de los sumerios,
y como Sedna de los Inuit del norte de americana, reina del mar y diosa
esquimal de la ultratumba. Sobre el idolito vertieron gotas de su sangre y
mientras bailaban a su alrededor Nestor colocó extraños amuletos de cobre. Eran
discos delgados con un dibujo inscrito en ellos que no pude ver con atención,
pero que me recordó a un toro pero con líneas que se entrecruzaban y una
estrella de cinco puntas sobre su cabeza. Los nativos nos voltearon a ver y les
apunté con mis revólveres, pero no era a nosotros a quienes veían, sino algo
distinto. Debió ser terrible para ellos, pues retrocedieron y se llevaron a su
idolito al rojo vivo con ellos.
Corrimos
detrás de ellos y nos llevaron directo hacia el río subterráneo. El lugar
parecía más bien un puerto, pues había extrañas y pequeñas canoas. Los nativos
se zambulleron y no regresaron. Al acercarnos al puerto encontramos que había
alambre de púas a los costados e incluso en el agua. En ellos había cadáveres,
algunos vestidos como pescadores, y otro con armadura de conquistador español.
Al revisar a uno de los pescadores, con tatuaje en la mano, no pude dejar de
pensar que quizás había investigado lo mismo que nosotros. Nestor dibujó el
tatuaje en su libro de notas, por si acaso. Si la habitación superior era caliente,
el puerto estaba helando.
Silas
notó la luminiscencia y no la pudo explicar, parecía salir de las paredes. Pasó
sus dedos por una de las paredes sobre el río subterráneo y encontró un
amarillento limo que podría ser la causa. Eva se acercó al agua, colocándose de
rodillas para mirar hacia las oscuras profundidades del violento torrente.
Nestor la jaló hacia atrás justo cuando algo salió del agua. El miedo me
paralizó y me impidió disparar. Su cabeza era alargada, cónica, sus ojos
rasgados eran verticales, en vez de horizontales, al igual que su boca con
lengua que se partía en cuatro partes. Su tórax era pequeño y tenía branquias.
Sus brazos eran pequeños, como los de una araña con extraños mecanismos de
succión que se agarraron a la roca. La parte inferior del cuerpo era como la de
un pez, pero terminaba en tentáculos en vez de una cola. La criatura pegó un
brinco tan grande que sobrepasó el metro y medio que separaba al puerto del
agua.
Nestor
me jaló del cuello de la camisa y regresamos corriendo por donde habíamos
venido. Escalamos con nuestras cuerdas con tal velocidad que no tardamos nada
en llegar a la superficie. Mientras quitaba las estacas y guardaba las cuerdas
Nestor pegaba de brincos.
- Encontramos lo que Vander van
Soest nunca encontró, el río subterráneo. Él buscó en el continente equivocado.
Si pudiéramos seguirlo hasta su fuente podríamos cerrar los canales y evitar
que los despierten.
CARTA
DE JAMES BENSON
9 de marzo, 1928
Amada
Ewa,
Te agradezco infinitamente las
cartas que me has enviado. Lamento que hayas leído sobre el incendio en el
castillo de Crin Antonescu. Afortunadamente todos estamos bien. El monstruo ha
muerto y pudimos escapar sin problemas. Robamos algunos de sus papeles y
estamos seguros que él no es el centro de la conspiración de los Impuros.
También estoy seguro que Antonescu murió hace mucho, y que un diablo habitaba
su cuerpo. Le hemos dado muerte como a un monstruo de la literatura, Vernon lo
apuñaló en el corazón y Antonescu le dijo algo en rumano. La manera en que lo
señalaba, era como si lo conociera o lo maldijera. Separamos su cabeza de su
cuerpo y le dimos fin a sus terribles experimentos.
Tu
investigación ha sido prodigiosa, serías una excelente investigadora mi amor.
Esas referencias de 1777 sobre Vander van Soest son de lo más interesante.
Había escuchado rumores sobre la muerte de un periodista, ahora me queda claro.
Por lo que leo el brujo usaba medallones que repelen, que hacen invisible y que
enferman. Es la magia del infierno que existe apenas a milímetros de la
superficie de nuestro mundo. Es como si hubiese todo otro mundo, invisible y
terrible, que amenaza en cualquier momento de volverse visible.
Cambiamos
de hotel todo el tiempo, estamos seguros que estamos siendo seguidos. No puedo
decirte en qué hotel estamos, por miedo a que intercepten esta carta. Para
eludir a nuestros perseguidores Vernon nos mostró que sabe hacerse invisible
por poco tiempo, y si hay poca gente. La nueva adquisición de la expedición, la
gitana Julia también ha mostrado ser muy perspicaz. Te aseguro, mi amor, que no
debes sentirte celosa de esta mujer. Es mal geniuda al extremo y a veces muy
pesada. Huyó de su campamento con nosotros, y no creo que dure mucho en esta
expedición.
El
secretario de Vernon, Pierre Macri, le ha mandado información de que un jeque
del sultanato de Oman visitó Budapest el año pasado. Aunque Trejo quiere seguir
la pista que encontramos entre los papeles de Antonescu hacia India, buscando
al que según Macri es un peligroso contrabandista que recientemente escapó de
prisión, Ingersoll quiere ir a los desiertos de Arabia. No hay aquí embajada de
Oman, lo más cercano es la sociedad de amigos del Oriente. Luego de algunas
furtivas investigaciones hemos encontrado que el jeque se hospedó ahí, un hombre
llamado Farisal ibn Kaliq. Según vimos en una fotografía, el jefe de la
sociedad y el jeque usan anillos masónicos, sin duda de los Impuros. Seguimos
al jefe de la sociedad hasta su logia y espiamos por las ventanitas que daban a
un callejón desolado.
Mientras
menos te diga de lo que vi, mejor. Los escuchamos hablar de aquel que viene del
pasado, para despertar a los Dioses Antiguos antes de tiempo. De inmediato
pensé en van Soest, ¿realmente creo que murió en esa temible explosión en los
muelles de Londres? Sea como fuere, Vernon tradujo el lema de su logia, “los
guardianes de la ciudad sin nombre”. De inmediato decidió nuestro siguiente
paso. Por lo que entiendo la ciudad sin nombre fue una metrópolis, antes de que
el Hombre se separara del mono, o antes de que hubiera monos. Una ciudad
portuaria en la que los adoradores de los Antiguos prosperaron. Lentamente la
arena del desierto cubrió la ciudad y es hasta el día de hoy objeto de temor
entre los árabes. Vernon está seguro que podría emplear una brújula en esa
ciudad para llevarnos al corazón de las tinieblas.
Estos
días hemos estado planeando el viaje y falsificando documentos. Llegaremos a
Bagdad en avión, tras muchas escalas y tomando dos desvíos. En Bagdad tomaremos
otro vuelo escalonado al puerto de Muscat, en el golfo, y de ahí nos
adentraremos al desierto. No sé cuándo pueda escribirte de nuevo, y dudo mucho
que pueda llamarte desde lugares tan remotos.
Comprendo
que estés nerviosa por todos los detalles que he estado omitiendo. Eso es para
evitarte mayores sufrimientos. Los detalles grotescos no compartiré, pero te
puedo decir esto. En esta expedición a la oscuridad el bien más valioso que la
comida, las balas e incluso la salud, es la cordura. He aprendido algo que la
teología nunca me enseñó. Que la cordura está atada a la mente, y que el hilo
que la sujeta se va desgastando lentamente. Estos seres arquetípicos de un
Universo tan lejano que bien podría ser otro Universo, capaces de un salvajismo
y una maldad que desafían a la comprensión de hasta el mejor teólogo, desgastan
poco a poco ese fino hilo.
Vernon
y yo platicamos de algo semejante anoche, mientras mirábamos por la ventana
hacia la metrópolis que es Budapest. No estoy seguro de aceptar enteramente su
descripción, pero él sostiene que esos Dioses, tanto aquellos Exteriores que
habitan en distantes galaxias, como aquellos Antiguos que han sido encadenados
a la Tierra y condenados a un sueño con sueños hasta que las estrellas estén
bien alineadas, no son malvados. Él empleó el ejemplo del huevo. Mientras el
pollito se va gestando el líquido interior forma gérmenes que viven y prosperan
en el cascarón del huevo. Viven plácidas existencias, ignorantes por completo
de la criatura que va creciendo. Eventualmente el pollito rompe el cascarón e
inicia su vida. Los gérmenes no pueden seguir viviendo, y el pollito ni
siquiera se enteró de aquella vasta civilización bacterial. Para Vernon,
nosotros somos esos gérmenes y los Antiguos son el pollito que romperá el
cascarón y pronto olvidará su encierro y, con él, a todos nosotros. He dicho
que me niego a aceptarlo enteramente, no porque pueda esgrimir un argumento
filosófico que lo niegue, sobre todo a la luz de las evidencias que he visto de
primera mano. Violando todos los principios de la filosofía, he preferido la
cordura a la verdad. Me niego a aceptarla, porque si llegara a aceptar
semejante explicación, ¿qué sería del hilo que sostiene mi cordura?
Sé
que estás inquieta porque la expedición ha tomado mucho tiempo, pero ten fe
Ewa. Ten fe en mí, y sobre todo ten fe en el Señor. Refúgiate en el consuelo de
tus amigas monjas. Has dejado los hábitos por amor, y te prometo que no habrá
sido en vano. Mi corazón arde por ti.
No
me olvides,
James.
CARTA
DE SILAS EZEKIEL DEWITT
9 de marzo, 1928
Benjamin,
Nuestra exploración fue un éxito.
Algún día te platicaré de la criatura que saltó del agua, cuando esté más
calmado y pueda explicarlo cabalmente sin recurrir al torrente de imágenes y
asociaciones libres. ¿Podría una especie sobrevivir sin ser vista en
subterráneos canales, evolucionando y degenerándose, hasta nuestros días? No lo
sé, y en este momento cualquier teoría me caería bien. Encontramos a un
conquistador español en esa gruta, y Nestor me habló de un conquistador que se
quedó atrás mientras sus compatriotas se lanzaban a la conquista. Quizás no era
él, pero no deja de ser evocativo.
Aunque
Percy y Eva se burlan de mi amor por la ciencia, ha probado ser útil una vez
más. En ese puerto encontramos, además del español, a varios hombres vestidos
como pescadores, con un raro tatuaje en la mano. Naturalmente las teorías de
extrañas sociedades secretas en las costas proliferaron mientras lo discutíamos
en el hotel. Al principio no dije nada, porque Eva Fontaine no paraba de hablar
de las miles de posibilidades, y debo admitir que me gusta un poco. Pero
finalmente me decidí. Había visto tatuajes semejantes, son tatuajes de prisión.
Útiles para los guardias para poder determinar, no solo si es reo, sino a que
sección pertenece. Comunes en prisiones grandes, como campos de concentración.
A
la mañana siguiente, tras intensa investigación en las bibliotecas de Mérida,
encontramos fotos del enorme campo de concentración que existió durante la
dictadura de Díaz. La jungla de Quintana Roo era un campo de trabajo. Se los
sacaban de encima mandándoles a construir vías de tren que nunca acabarían.
Nestor ha estado buscando entre los registros y sus libros alguna indicación de
Xibalba en Quintana Roo. El método que empleamos aquí no nos serviría de nada
en esas deshabitadas zonas, pues no hay casas ni registros. Nestor está seguro
de haber encontrado algo y nos preparamos para una expedición en grande, por lo
que haremos base aquí por unos días, juntando lo necesario. No te conviene
escribirme, nos iremos pronto y el correo es lento.
Por
cierto, muchas gracias por pedir el favor a tu conocido en Oxford. Todos aquí
te lo agradecemos. Mi razón me impide creer que Vander van Soest haya vivido
tanto tiempo, pero todos parecen creerlo. Gracias a su investigación sabemos
que limitó sus viajes a América a Nueva Inglaterra y a Haití. Nestor está
convencido de que nunca encontró el túnel hasta el corazón de los canales, y a
su vez por eso cree que no ha muerto, sino que los sigue buscando incluso
ahora. No comparto esas conclusiones tan ilógicas.
Te
escribiré pronto, lo prometo. Deséame suerte,
Silas.
Carta
de Microft Sofolk
29 de junio, 1780
Estimado
Robert,
Esto que te escribo es más una
confesión que una carta. Me es imposible, en este momento, confiar en nadie más
y tú, hermano querido, eres la única persona en quien confío. En estas
escalofriantes selvas de Singapur la vida vale poco y la amistad aún menos.
Tus
protestas y preocupaciones tuvieron fundamento Robert, te lo aseguro, aún si en
ese momento estaba lo suficientemente ciego como para no verlo. Vander Hawkings
es pedazo a pedazo el monstruo que pensaste. No tengo el tiempo suficiente para
redactar los detalles de nuestro viaje hasta este paraje olvidado por Dios,
pues escribo furtivamente y a la espera de su regreso. Me ceñiré estrictamente
a los eventos, y descubrimientos, por los cuales rogó a Dios su misericordia
con mi alma pecadora.
El
barco del capitán Hawkings, el que con tanto afecto llama él “Kuluku”, ha sido
el escenario de terribles eventos. No me estoy refiriendo a sus actos de
piratería, sino a los conjuros que le he visto hacer desde lo más bajo de la
nave y en compañía de sus leales marinos. Emocionado por un prospecto de
negocio zarpamos de Sai-Pan hacia un río sin nombre. Inmediatamente empezaron
las deserciones, aunque nunca de sus marinos de confianza, y al cuarto día en
nuestro viaje el ausentismo empezó a convertirse en amenaza. Hawkings no quería
dar marcha atrás, y nos internamos aún más en esa jungla atestada de nativos
violentos. Todos habíamos oído las historias de sus ataques a los barcos, pero
a nosotros nos dejaron pasar sin problema alguno. Descubrí la causa más tarde,
cuando vi a Vander colocar extraños medallones blancos por todo el barco.
Algunos en el suelo, fijados con cera, otros colgando de las velas. Su
explicación fue natural y al punto “es para que no nos vean”.
Al
cabo de una semana atracamos en un puerto pirata. Inmediatamente reclutamos más
marinos, pues a esas alturas tan sólo quedaban los más leales. Acompañé al
capitán Hawkings a sus tratos, nuestro cargo principal era opio, morfina y
maderas exóticas. A cambio de fortunas el capitán compró algo que llamó “ajenjo
de los dioses”, así como toda clase de sustancias y venenos a una bruja en una
cueva. Me ordenó que le esperara en la villa, pero le seguí durante la noche.
Hawkings
se adentró junto con sus marinos y un gran número de nativos. Les seguí hasta
una colina en un claro. Con espanto les miré danzando alrededor del fuego,
comiendo carne cruda, totalmente desnudos y siguiendo el ritmo incesante de
tambores antiguos. Mientras más carne comían, más desesperados se ponían. Les
escuché cantar algo como “Cthulhu ftagn” y muchas cosas más que no puedo
transcribir. Una tormenta se partió sobre ellos y, debido a mis nervios
alterados, me pareció ver algo en la oscuridad. Me he convencido a mí mismo que
ha sido fruto del miedo, pues no puede existir en el mundo una criatura tan
grande como una montaña, con un hocico como mil tentáculos, con ojos sobre sus
extremidades y largas alas. El miedo me obligó a huir en silencio, de regreso a
la villa.
Vander
se sentía renovado después de eso. Zarpamos de regreso y nuevamente tuvimos
entre nosotros a muchos desertores que huían por las noches. No les culpé, los
escabrosos rituales en la bodega se repetían casi diariamente. Humos de
extraños y antinaturales colores ascendían a todas horas desde las planchas de
la bodega y me llenaban de pesadillas en mis sueños. Al cuarto día preferí
mantenerme despierto, y mirando por la borda me pareció ver algo. Pensando que
era un desertor que se ahogaba debido a la vegetación le extendí una cuerda.
Estaba por llamar por ayuda, cuando noté que no era un marino. Grande como un
tiburón, pero de color verde oscuro, tenía cuatro extremidades y en un momento
chocó contra el barco y saltó sobre el agua. Fue rápido, pero la impresión me
ha durado hasta ahora. Las cuatro extremidades no eran lo único que lo
asemejaba a una persona, pues tenía cabeza. Ésta tenía forma de pez, con ojos
saltones y con las manos y los pies palmeados. A la noche siguiente descubrí
que había más de ellos nadando con nosotros, y por alguna razón pensé que nos
protegían de algo.
Alcanzamos
el mar con tan solo un puñado de atemorizados marinos. Más que a los monstruos
marinos, de los que habían escuchado historias en leyendas, le temían a Vander
y al laboratorio en la bodega a estribor. Tenían razón para temer, pues Vander
lo mantenía cerrado y castigaba con látigos a quienes se atrevieran a mirar por
la cerradura. La última noche aproveché que tenía un mensaje legítimo que
entregarle, que nos acercábamos a tierra, para
poder saciar mi curiosidad. Sabiéndole adentro era suicida mirar por la
cerradura y dejar que escuche mi respiración y mis pasos fuera del laboratorio
y sin decir ni una palabra. Traté de abrir la puerta, pero la mantenía cerrada
incluso cuando él estaba dentro. Toqué la puerta y le transmití el mensaje. Al
pegar la oreja escuché mecheros y sustancias hirviendo, pero también escuché
algo más. Sonaba como alguien tratando de hablar, como impedido por una
mordaza. Hawkings me contestó y me despedí. A subir noté que había manchado mis
botas con sangre, misma que salía del laboratorio.
Viéndome
rodeado por esos leales marinos fingí que todo estaba en orden, pero por dentro
mi cabeza giraba a toda velocidad. Corrí hasta mi camarote, argumentando que me
encontraba enfermo. Me enredé con esos endiablados medallones blancos que
colgaban del marco de la puerta e inadvertidamente uno de ellos cayó en mi
bolsillo. Me tranquilicé sentado en mi cama y pensé en aquella voz detrás de la
mordaza, la sangre y las deserciones. ¿Realmente había visto a alguien
desertando? En ningún momento. Mi mente no se detuvo allí, pues recordé aquel
terrible ritual en la colina y pensé en la carne cruda, ¿sería capaz de algo
semejante?
Sobreviví
al viaje, y a Hawkings, por puro milagro. De regreso a casa me bañé y de entre
mis ropas salió el medallón. El capitán había ordenado que todos fueran
removidos y lanzados al mar, yo me había quedado con el último de ellos. Al
inspeccionarlo al sol noté que era blanco, pero también que era de otro color.
La marca primitiva impresa sobre ella, seguramente con una prensa en su
laboratorio, tenía la forma de un pulpo. Más que la inscripción, me intrigaba
el color. No era blanco, ni era marfil, sino hueso. Las deserciones, la carne
cruda, la sangre, los medallones. Mientras más desertaban, más medallones
había.
No
le he dicho a nadie sobre esto, y ése es mi pecado. El diablo camina en el
mundo y soy culpable de la inacción. Que Dios tenga piedad de mi alma, y que el
diablo sea compasivo si encuentra esta carta.
El hermano que te extraña,
Microft.
CARTA
DE MIRIAM COLLINS
Recibido 11 de marzo, 1928
Percy,
Hice como me pediste, y he estado
consultando bibliotecas. Todos me refirieron a un puñado de libros, la mayoría
de los cuales podían leerse en la Universidad del Miskatonic en Arkham, Nueva
Inglaterra. Lo que encontré en Nueva York fueron referencias secundarias, pues
las fuentes directas están en manos de coleccionistas privados. Encontré en la
biblioteca pública de Nueva York, la tercera más grande del país, según me
enteré ahí pude dar con algunos elementos que me ayudaron a entender aquello de
lo que me has hablado por teléfono. En el libro “Mitologías prohibidas” de
Herbert Eaton menciona una tesis doctoral inacabada de un Mircea Eliade,
supuestamente experto en religiones antiguas. Copié un párrafo para plasmarlo
aquí:
“En
sitios con el templo del sapo en Honduras, en sitios arqueológicos al norte de
Rusia y dentro de cultos como el Narne en Mongolia, es posible encontrar
alusiones misteriosas a los otros elementos. Supuestamente estos elementos,
como los cuatro elementos conocidos en occidente, añadirían la mente y el
espacio sideral. Son muchas las razones por las que este punto, tan poco
explorado en las investigaciones actuales, captura nuestra imaginación tanto
como nuestra curiosidad. ¿Qué extrañas mezclas nacerían de la unión de esos dos
elementos foráneos?, ¿qué orden tan ajeno nos describe esta división de la
realidad?, ¿cómo es que esta anomalía se presenta en tantos lugares y tan
distantes entre sí?”
Existen
las alusiones a los Antiguos y a los manuscritos pnakóticos que mencionaste. Me
temo que no es alguna especie de charlatanería y digo que lo temo, porque me
aterraría pensar que semejantes monstruosidades existen aún hoy. Un tal von
Junzt, según una cita en un libro sobre cultos de marinos en el Pacífico, dice
que “existen como en otra dimensión, y muchos de ellos son aún desconocidos para
nosotros. Sin embargo, todos ellos sueltan sus esporas sobre los vivos y se
alimentan de su miedo.” También encontré en esa librería referencias a un
doctor Laban Shrewsbury que desapareció hace unos años en situaciones extrañas,
y se referencia a “los fragmentos de Celaeno”. Según he investigado Celaeno es
una estrella lejana, por lo que probablemente se reseñe a otra cosa. De todos
modos el fragmento es el siguiente:
“Vida
que no es vida. En las regiones más lejanas de nuestro mundo existen cadenas que
se extienden hasta el espacio sideral atravesando dimensiones que nos son
imposibles de entender. ¿Cuántos mundos más existen de la misma precaria
manera? Lo llamaría drama cósmico, pero no es un drama. Es, en una palabra,
innombrable. Conforme más se asciende, o desciende, hacia ese vector originario
la realidad y el sueño se hacen uno mismo. La ciudad de cobre hasta la ciudad
sin nombre, y del paraje del mago Eibon hasta Mu, del valle de Pnath a la
meseta de Leng, de Stonehenge al planeta Shaggai. Todo está conectado de formas
sutiles y terribles por ellos que son más antiguos que el tiempo, por aquellos
que tienen vida que no es vida.”
Después
de leer cosas tan espeluznantes como esas en los solitarios corredores de la
biblioteca convencí a Lawrence de que me llevara a Arkham. Aprovechamos unos
días libres que le dieron en el trabajo para hospedarnos cerca de la
Universidad. El bibliotecario, un viejo que siempre carga un pesado llavero, no
dejó de mirarme con recelo mientras pedía leer los manuscritos Pnakóticos. Al
principio no quería, argumentando que era mejor que una mujer se dedicara a la
cocina que a lecturas tan atrevidas. Finalmente cedió, no sin antes compartir
conmigo la espantosa historia de su origen. Según el viejo son anteriores al hombre
mismo, escritos por la gran raza de Yith, al menos sus primeros cinco
capítulos, y guardado en la ciudad biblioteca llamada Pnakotus, de donde le
quedó el nombre. Hay cultos que lo desean, según me alertó, y hay quienes
pueden visitar a los autores, mientras sus autores lo visitan a él. No entendí
esa última parte, pero la dejo escrita por si tú la entiendes. Todos los
traductores que estos manuscritos han tenido a lo largo de los siglos perdieron
la cordura, o desaparecieron, o ambas. Esto sí lo creo. Tomé notas de lo poco
que leí, las notas del último traductor, y te lo transcribo aquí: “El origen de
la tribu caníbal Tcho-Tcho se remonta al culto de Chaugnar Faugn. El ídolo es
universalmente temido, y hecho a partir de materiales que provienen de una galaxia
lejana. Su grotesca apariencia recuerda a un pulpo, un elefante y a una
persona. Llamado el “elefante del miedo” se dice de él que es capaz de moverse
con gran rapidez, y que posee un tronco en una de sus muchas trompas para
drenar los cuerpos de sus líquidos. También se dice que él creó a los anfibios
Miri Nigri al llegar a nuestro mundo y que estos le sirvieron como esclavos.
Más tarde los Miri Niri se mezclaron con los Hombres más primitivos para crear
los grotescos Tcho-Tcho”.
Como
me pediste, investigué sobre ese tal Vander van Soest. En todas partes donde
era mencionado, sobre todo en historia de la piratería holandesa en Asia, se
aludía a un Vander Hawkings, pirata británico de quien se rumoraba era su
encarnación. Incluso, según algunos expertos en pintura holandesa del 1600, el
retrato del pirata, en el bautizo de su barco “Sardam”, donde aparece
acompañado de la compañía Neerlandesa de las indias orientales, es idéntico a
un retrato hecho a Vander Hawkings. Esto último se pone en disputa, según
aprendí, porque Hawkings odiaba los retratos e incluso se sospecha que mató a
un hombre que le dibujó un retrato para un diario. Las leyendas que se cuentan
sobre Vander Hawkings hacen alusión al “barco de la muerte”, que algunos
nativos describieron como navegando sobre un mar de fuego azul. La violencia y
el sadismo de Hawkings podrían explicar el miedo que le tenían. Un documento
que queda de primera mano proviene de un capitán mercante que le vio realizando
salvajes rituales en medio de una tormenta. Uno de los marinos de Hawkings
escapó del barco y casi se ahoga en la tormenta. Fue rescatado por el capitán
Milligan, y aunque no transmitió lo que el marino había visto, sí dejó escrito
sus propios pensamientos en una única frase: “Conoceremos nuevas clases de
miedo cuando en el solsticio macabro el pirata hechicero abra las puertas al
horror cósmico”. Su testimonio fue desechado cuando cayó presa de una locura
tan violenta que tuvieron que internarlo, donde murió un mes después de un
ataque al corazón.
Durante
mis investigaciones noté que el bibliotecario apuntaba, no solo los libros que
leía, que sería algo normal debido a lo raros que son estos volúmenes, sino
también las páginas. Le vi después hablando por teléfono y pasando la lista de
mis libros y mis páginas. Me pareció muy sospechoso, pero como solo me faltaba
un día más en Arkham decidí no hacer nada al respecto. Aproveché mi último día
para rastrear un profesor en religiones de la universidad, para que me
explicara más sobre la oscura y espeluznante mitología que quedaba implícita en
cada lectura. Mientras cruzaba el campus fui seguida por un hombre. Lawrence se
percató de ello y perdió la cabeza. Lo detuvo a golpes bajo los medievales
arcos de la entrada de la Universidad. Tuve que calmar a mi esposo y ayudé a mi
perseguidor a levantarse. Lawrence levantó su portafolio, que se había volcado,
y revisó entre sus papales. Dijo que su nombre era Pierre Macri, y la
correspondencia que Lawrence leyó así lo confirmaba. Dijo ser catedrático, pero
no le creímos. Tenía pasaporte inglés. Fingió y mintió que no me seguía, y en
cuanto Lawrence le devolvió su portafolio se echó a correr. Naturalmente nos
fuimos de ahí en ese instante de regreso a Nueva York. Mi marido se quedó con
un telegrama y aprendimos que el nombre
de su jefe es Vernon Ingersoll. ¿En qué te has metido, mi pelirrojo testarudo?
Gracias por el envío de dinero,
Lawrence se avergonzó tanto que decidió emplear el dinero para comprarte una
enorme radio. La puso en la sala y dijo que no la encendería hasta que tú
regresaras con nosotros. Y yo estuve de acuerdo. Vuelve a casa Percy,
Miriam.
REPORTE
DE PIERRE MACRI
Siguiendo sus instrucciones he
recopilado el material de nuestros detectives privados que han estado hurgando
entre los diarios del Medio Oriente en busca de su jeque misterioso. El Sol de
Ta’izz, un diario de Yemen, tiene noticia fechada el 8 de marzo, sobre una
caravana de la cual sobrevivió la mitad. Ellos contaron sobre una ciudad en la
arena del desierto rojo. Llama la atención que, según ellos, el desierto era
fío durante el día, y la arena se comió a muchos durante la noche. Tenía razón
señor Ingersoll, la ciudad sin nombre aún perdura.
La
noticia en si misma es prosaica, los que cruzan el desierto siempre cuentan
historias de cosas fantásticas y terribles en las milenarias dunas. Sin
embargo, llegó a nuestra atención debido a que el Fiel de Riyadh, periódico de
Saudi Arabia reportó, el 10 de marzo, que ha habido varias caravanas que
cuentan de extensas selvas en las dunas, incluso sin haber un oasis en el
lugar, y de un jeque dando sermones. Reportaron cientos de seguidores en esos
paraísos terrenales. Según el diario, y traduzco, hubo un altercado “la
caravana fue atacada, la mitad del grupo murió. Los sobrevivientes no han querido
decir quién los atacó. Una cuarta parte de la caravana decidió quedarse en el
lugar, lo cual claramente contradice la teoría del ataque. La cuarta parte que
consiguió escapar regresó enferma a Hafar, frontera con Oman. El ministro de
salud Abdel Furez ha insistido a las caravanas el dejar la bebida y la vida
pecaminosa antes de internarse al desierto.”
El
líder carismático reaparece en las noticias en Iraq el 12 de marzo, el Sultan
de Bagdad tiene el titular “Farisal ibn Kaliq regresa de su retiro espiritual”,
y continúa “tras casi un año de su retiro en el desierto en la frontera con
Oman, el jeque Farisal ibn Kaliq ha regresado a la civilización para reclamar
sus propiedades. Durante su estancia en el desierto se ha hecho de un gran
número de seguidores que, al parecer, le convencieron de regresar a casa. Ibn
Kaliq, siempre envuelto en el misterio, declaró al diario que “la hora está
próxima, el que despierta ha llegado”. No me queda la menor duda que todos esos
reportes, y muchos otros que se extienden hasta el año pasado, están
relacionados.
Finalmente,
me avergüenza decirle que le he puesto a usted, y a su expedición, en peligro
mortal. En la Universidad de Arkham fui agredido con salvajismo mientras le
seguía la pista a una Miriam Collins quien, según el viejo bibliotecario de la
Universidad, estuvo leyendo cosas muy interesantes. Se llevaron uno de sus
telegramas y, estoy seguro, conocen su nombre. Miriam Collins es la única
hermana de Percy Collins, de quien ya le había escrito sobre cierto asunto en
las minas de México y un barco de pasajeros en la península de Yucatán. No
puedo empezar a decirle cuánto lo siento, y a advertirle. Tengo la más absoluta
certeza de que existe una expedición paralela en América de la cual Percy
Collins es la pieza central. Esa figura de la que el jeque habló “el que
despierta”, ¿realmente puede ser otro que alguien en la expedición americana?
El
tiempo se agota, Percy Collins y sus compañeros deben estar tras la pista de
algún misterio arcano que puede ser funesto para la raza humana. Quedo a sus
órdenes,
Pierre Macri.
DIARIO
DE JULARDO TREJO
16 de marzo, 1928
Dejar
el continente en el que vivió Crin Antonescu ha sido liberador. Incluso la
gitana se ha puesto de mejor humor. Llegamos Muscat para quedarnos dos noches.
Aún puede falsificar documentos como el mejor criminal. El puerto es increíble.
No leo árabe, así que no tengo ni idea de nada de lo que leo, pero no es
necesario. Me educaron para pensar que los moros eran seres groseros y
violentos, miserables y jugadores. Estaba equivocado. Las casas están hechas
para el color y son muy coloridas. Las dunas siempre amenazan con avanzar sobre
Muscat y crea una visión bellísima al ver las dunas amarillas de un lado y del
otro el mar de un tono azul que nunca había visto antes.
Ingersoll
habla árabe, y a estas alturas no me sorprende. Compró una lancha con motor
equipada y contrató guías para el desierto. Se rieron de nosotros cuando se
dieron cuenta que planeábamos llevar la lancha al desierto. Yo también me reí.
Vernon es un caso curioso, no se tomó a mal las bromas e incluso las incitaba.
Bromeó con el vendedor e incluso bebieron juntos, aunque técnicamente sea
pecado. Benson y yo deambulamos por los mercados, el teólogo parece estar de
mejor humor. Compró vestidos de telas increíblemente coloridas y festivas para
su prometida e incluso se animó a hablar sobre ella. Nos encontramos a Julia
cerca de ahí bebiendo el café más fuerte que he probado en mi vida. Estaba de
buen humor, pero casi lo arruina al decir que escuchaba una música extraña,
como proveniente del desierto. Ni esa ambigua referencia a los horrores que nos
esperan pudo mermar nuestro ánimo.
En
la noche encontramos a Vernon jugando cartas en un café, comprando bebidas para
todos. Benson lo puso mejor “si hay alguien que podría emborracharse el día del
Juicio y jugar naipes con San Pedro para ganarse un espacio, es Vernon”.
Tuvimos que arrastrar a Vernon fuera de ahí cuando subió el sol, estaba
borracho al punto de caerse, y de alguna manera ganó más dinero de lo que había
apostado. Mandamos todo lo que teníamos que mandar por correo y abordamos el
avión con la lancha y nuestras cosas para un viaje rápido hasta la frontera.
Los guías estaban nerviosos, pero se preciaban de ser los más valientes en la
península arábiga. Ninguno de nosotros les creyó. No les dijimos nuestras
verdaderas intenciones, y ellos mismos hablaron del místico en el desierto.
Ingersoll se ponía serio cuando les escuchaba hablar, y nos traducía, y cuando
le pregunté cómo era que cambiaba de humor tan rápido, pude detectar miedo en
sus ojos mientras habló.
- Hubo otro místico, hace muchos
años, en los desiertos cercanos. Abdul al-Hazred, nació en Yemen en el año 700.
Visitó las ruinas de Babilonia en el Éufrates y recogió suficientes conocimientos
para visitar los subterráneos secretos de Menfis en el Nilo. Pasó diez años en
el desierto Rub Al-Kaliyeh “el espacio vacío”. Que es adonde iremos nosotros,
después de visitar al jeque. En ese desierto entró en contacto con algo tan
terrible y espantoso, tan indescriptiblemente perverso que estuvo poseído esa
década. El místico y poeta perdió la razón, pero algo más residió en su mente,
algo que simplemente no pertenece a la era humana. Apareció en Damasco sin
decir cómo había llegado, y escribió el Al-Azif, que en su versión latina se
llamó Necronomicon. En el 738 fue violado y devorado por un monstruo invisible
en un mercado repleto de gente. Por diez años le susurraron al oído,
memorizándolo todo. De todas las aberraciones que escribió quizás la más
terrible, por su relevancia a nuestra especie fue el verso “No está muerto lo
que duerme eternamente. Y con extraños eones, hasta la muerte puede morir”.
- Vaya, sí que sabes arruinar el
buen humor. ¿Crees que este jeque encontró lo mismo?
- Sin duda, pero es más que eso.
Los reportes indican que ha estado convirtiendo a las masas, haciéndose pasar
por un santo. El Al-Azif ha causado horrores que no podrías creer, ¿qué crees
que causarían cientos, quizás miles, de fieles devotos? Tenemos que terminar el
mal de raíz.
- La ciudad sin nombre,- Benson
se dio vuelta en su asiento de avión para hablar con Ingersoll.- ¿no es ahí
adonde iremos? Vander van Soest estuvo ahí.
- No sabemos eso con certeza.-
Dijo Vernon.- Sabemos que viajó a Arabia, pero es un continente bastante
grande. La ciudad sin nombre no es lo único que sobrevive de esos eones
arcaicos.
- ¿Qué es eso de la ciudad sin
nombre?- La gitana se acercó a nuestros asientos.
- Fue erigida cuando todo esto
era una selva frondosa, y antes de que la raza humana apareciera. Con forme el
desierto fue ganando terreno la tribu sádica de los Tcho-Tcho fue cavando en la
tierra y extendiendo la ciudad hacia abajo. El viento gélido proviene de allí,
es Ithaqua encadenada en el pozo de la ciudad sin nombre. Se dice que
Al-Hazred, al menos su cuerpo, se encuentra allí. Quizás incluso el Al-Azif de
su puño y letra. Pero no es para eso a lo que vamos.
- ¿Entonces por qué querríamos ir
allá?
- Porque si el jeque ha regresado
de su aislamiento y sus peregrinaciones, eso quiere decir una de varias cosas.
O bien ha ganado los suficientes fieles para unirlos a la conspiración de los
Impuros, o regresó porque encontró la manera de resucitar la ciudad,
convirtiéndolo en su macabra versión de la meca. O peor aún, conoce los secretos
de la ciudad, y se prepara para desencadenar al viento y hacer surgir a los
Tcho-Tcho. En cualquier caso, el destino de la raza humana está en peligro.
Aunque
el vuelo llegó sin problemas a su destino, nosotros nos bajamos temblando de
nervios. Nuestra caravana se movió torpemente, debido que dos camellos eran
necesarios para cargar con la lancha motorizada y nuestras reservas de comida.
Ayer llegamos a nuestro destino, estamos a pocas horas de la propiedad del
jeque y dormiremos aquí. No espero dormir mucho, ni dormir sin sueños, pero
debo dormir, para poder matar.
DIARIO
DE PERCY COLLINS
14 de marzo, 1928
No
dejo de pensar en Miriam. Nestor tampoco, se ha ofrecido contratarle
guardaespaldas. Toda la expedición se pregunta, ¿quién es Vernon Ingersoll?
Sabemos que es el enemigo, pero ¿qué planea, dónde está y qué tanto sabe?
Concuerdo con Nestor en que hay que asumir que Ingersoll sabe más que nosotros
en todo momento.
- En Italia estaba terminando mi
investigación cuando me encontré con los Impuros, es un culto muy cerrado pero
que siempre busca nuevos miembros. Se adueñaron de parte de las redes masónicas
de Europa y crecen en poder a cada minuto. Sus redes se extienden hasta este
continente, como los intentos de asesinato han demostrado. Es así como supe de
la conspiración y, armado con mi investigación, viaje a América. Estoy seguro
que les llevamos la misma ventaja que le llevamos a Vander van Soest, sabemos
de los túneles. Si seguimos esa corriente submarina hacia el sur encontraremos
la llave que los despierta y podremos destruirla. No tengo duda que Vernon
Ingersoll es en realidad Vander van Soest.
No
podemos hacer mucho por el momento, nuestras pesquisas sobre ese Ingersoll
tendrán que esperar. Por ahora lo único que nos rodea es la selva. ¿Cómo una
civilización pudo prosperar con este calor? Eso no me lo explico. Pasan horas
sin que veamos el sol, la selva aunque baja es muy tupida, pero sí sentimos el
agobiante calor. Nuestra expedición cuenta con 10 guías locales y muchas armas.
Trajimos un poco de comida, pero los guías comen lo que cazan. Debo admitir que
la carne de Jaguar no sabe tan mal y que el venado es delicioso, pero me reúso
a comer iguana. En las noches escuchamos a la selva, y nos mantiene despiertos.
Eva jura que vio, entre la oscura noche, a un grupo de personas encadenados. No
encontramos ni rastro de ellos, pero los guías tienen su propia teoría. La zona
tuvo prisioneros en este inmenso campo de concentración sin muros, y sus
fantasmas aún caminan en busca del camino que les lleve a escapar esta
sanguinaria jungla. Cuando al medio día encontramos el pedazo de una estela de
siglos de edad, estudié la rudeza de esos trazos, el salvajismo en sus dioses y
la crueldad en sus ritos. Lo entendí entonces, no solo habían podido sobrevivir
al calor, sino que se habían establecido aquí precisamente porque era difícil y
letal. Habían conquistado a la inmisericorde jungla y a su salvajismo amoral
con la misma moneda. Si estos eran tipos duros, ¿qué clase de hombres fueron
quienes migraron hacia el norte? Sin duda les recordaron a sus dioses, con esas
cabezas cónicas, pero ¿no pudieron advertir que no tenían alma, que no eran
agresivos porque hubieran conquistado a un ecosistema tan hostil al organismo,
sino porque venían de una morada al sur más letal que cualquier cosa que estos
mayas hubieran podido imaginar? Al final los mayas pusieron fin a su reinado de
locura y migraron más al norte. Habían conquistado a la selva, y luego a esas
aberraciones.
El
pedazo de estela que encontramos señalizaba la cercanía de la ruina que
buscábamos. Nestor estaba seguro que Xibalba había caído ahí, y que la ruina
tendría la entrada al cenote principal. Al atardecer encontramos la ruina, una
pequeña pirámide de piedra blanca invadida por la vegetación. Éramos los
primeros hombres blancos en posar la mirada en aquella construcción. Acampamos
cerca de ahí, preparándonos para la muerte que nos espera adentro. Eva se ha
traído a un maya muy anciano que dice venir de Guatemala y conoce la entrada
correcta. Tomé el primer turno en la fogata, a un lado de Silas, para poder
estar fresco en la mañana. Con tantas armas no me queda duda que Nestor espera
una batalla. Temo que esto sea como Juárez, pero peor.
- Creo que ya lo tengo todo bien
entendido.- Silas me hizo plática mientas terminaba de armar sus juguetes, unos
poderosos explosivos según pude ver.- Lo que hemos visto son dinosaurios que
han sobrevivido bajo la tierra, calentados por el magma debajo de la corteza
terrestre.
- ¿Realmente crees eso?
- Todo lo sobrenatural viene de
fuentes naturales. Los hebreos creían que había un dios porque escuchaban
truenos en el desierto. Creyeron que había un diablo porque había pestes. Toda
esta lucha contra los Antiguos, este bien contra el mal, es la batalla
evolutiva de una especie superior contra las inferiores en nombre de la
supervivencia.
- Por nuestro bien, espero que
tengas razón.
- La tengo.
- Muy bien genio, entonces
respóndeme esto, ¿por dónde sopla el viento?
- Al oeste, a nuestras espaldas.
- ¿Adónde sopló hace unas horas,
antes de llegar?
- No me acuerdo, ¿qué diferencia
hace?
- Yo sí lo noté, pero no quise
decir nada. Soplaba a nuestras espaldas cuando caminábamos.
- ¿Y? Soplaba del oeste cuando
llegamos, y sigue soplando de ahí.
- No genio, me refiero durante
todo el día. Sin importar cuántas vueltas diésemos, el viento siempre nos
llegaba de la espalda.- Silas me miró sin saber qué decir.- Nos empuja.
DIARIO
DE VANDER VAN SOEST
18 de noviembre, 1780
Todos
me conocen como Vander Hawkings, no solo aquí en Singapur, sino en Londres. Aún
ahora me resulta de lo más gracioso. Me cambié el nombre en Londres, y ni así
han conectado mi anterior persona “Vander Holt”. Sospechoso y todo, nadie
conecta los puntos. Estoy más seguro aquí en esta colonia británica, aquí la
gente blanca solo se preocupa de vivir cómoda, y no les molesta escuchar de los
nativos que desaparecen constantemente. Bendita hipocresía inglesa.
He
cumplido ya 140 años, y me siento tan joven como nunca. Con cada día me vuelvo
más fuerte, con cada año me acerco más y más. He aprendido algo que ni el viejo
Marsh hubiera entendido en dos vidas. La mente debe cambiar de forma para ser
receptáculo de la lógica de los Antiguos, la lógica del caos. Gente como Marsh
son meros cultistas, van y vienen. Se lanzan contra la locura y sirven su
propósito, pero no llegan más allá. Puedo contemplar las visiones del ajenjo de
los dioses sin perder la razón. Puedo atisbar un mundo más allá del mío y aún
viendo la ferocidad de los Antiguos, sigo siendo yo mismo. Ahora entiendo las
tres vías místicas del mundo clásico, la vía de la contemplación, la vía de la
acción y la vía del exceso, la infracción de todas las reglas. La humanidad no
es sino un caparazón de una realidad mucho más grande, cósmica incluso.
Mis
viajes a la selva tienen buena excusa. Hago felices a los otros capitanes y no
hacen muchas preguntas. Necesito la médula ósea y la glándula pituitaria, así
como el sudor que viene del más espantoso temor. No hay otra sustancia como
esa. Mi elixir de la vida funciona, y las dosis son cada vez más fuertes.
Siempre necesito más muertes, pero no dejo de buscar alternativas. Hasta ahora
he podido reemplazar corazones recién extirpados por una mezcla de lo que los
alquimistas árabes conocían como la piedra sucia, y el rodromo de los iraníes.
Al
igual que en India existe en estas selvas el culto de Ithaqua, que ellos llaman
Itata, o Itaca o Ithanqu. El viento encadenado puede ser usado. El misterio de
las riquezas que siempre tengo disponibles para los capitanes jamás saldrá a la
luz. En esas mismas selvas he logrado algo más que simplemente invocar retazos
de los sueños de los Antiguos. He contactado con ellos. Fue semejante a las
experiencias del doctor Dee con los ángeles, pero yo no busqué disfrazarlo con
la teología de la época. Les acepto en toda su gloria y ellos lo saben. Ellos
lo saben.
Al
igual que la goetia de Dee hay palabras mágicas que resuenen en los rincones
del Universo. Dee pensó que era un lenguaje angelical del que provendría el
hebreo de Adán, pero estaba equivocado. No era tan tonto, sin embargo, pues
sabía que el recibirlas desde esa fuente originaria del cosmos sería suficiente
para matar al receptor. No tenía la determinación que tengo. Até a un marino al
mástil e hicimos las invocaciones pertinentes. Sacrificamos un niño y con su
sangre dibujamos los sigilos. Ordené que encendieran los carbones y tiraran las
extrañas hierbas que crecen en las montañas solitarias al norte. El barco
navegaba sobre un mar de llamas que no lo consumían. En el humo pensé ver una
visión, pero era algo más que eso, era una puerta abierta. Criaturas como
cefalópodos tomaban forma gracias al humo. Algunas del tamaño de mi mano, otras
del tamaño de un perro. Algunas tenían el cuerpo duro y geométrico, con
extensiones frontales como alargadas patas de araña con pelos en las puntas.
Otros eran formaciones bulbosas y desagradables, se movían como amebas con un
esqueleto alargado como alas, pero con finas fibras para moverse. Todos los
marinos huyeron del círculo, solo estábamos el sacrificio y yo. Entraron en el
marino por su piel, dejando tras de si aterradoras marcas. Nuevos órganos eran
requeridos para percibir al otro mundo. Pude ver lo que hacían por el modo en
que su piel se alargaba hasta sangrar. Tejían nuevos órganos, tejidos que no
pertenecen a este mundo para contemplar las maravillas transdimensionales de
los Dioses que fueron, son y serán.
El marino gritó,
aullando de dolor y rogándome para que lo matara. Las criaturas no le dejaban
morir, no hasta que cumpliera su cometido. Sus orejas se agrandaron, le
salieron pústulas en la boca y sus dientes crecieron tanto que sus ansías se
partieron en un estallido de sangre. Los ojos se le pusieron negros, no los
necesitaba, y en sus cuencas se formaron órganos que nunca había visto antes.
Parecía tumores carnosos con un espacio en medio, que se abría y cerraba
dejando salir fibras espinosas. La horrible apertura que era su boca se abrió y
pude escuchar una voz inhumana, proveniente de dos o tres cavidades laríngeas.
Era la invocación de Yog-Sothoth, el Todo en Uno y el Uno en Todo. Amo del
espacio y el tiempo, la Apertura, la Llave.
Y’AI’NG’NGAH
YOG-SOTHOTH
H’EE-L’GEB
OGTHROD
AI’F
YOG-SOTHOTH
ZHRO
En
un lugar más allá del espacio y el tiempo Yog-Sothoth se había comunicado conmigo.
De inmediato supe lo que aquello significaba. Él había pensado en mí. Y tan
pronto como lo pensé un trueno estalló en mi mente. El dolor fue
indescriptible, fui jalado desde todas direcciones, como si de cada poro y cada
célula se extendieran cadenas y el excelso Yog-Sothoth jalara de ellas.
Recuerdo las visiones, rápidas como un trueno. Las nubes repletas de tentáculos
y de ojos, de tenazas y de esporas. La vi descendiendo sobre un mundo poblado
por los Antiguos. Vi la luz que resquebraja la tela del espacio y el tiempo. Vi
paraísos de extraños vegetales que a su vez eran animales, viviendo sobres ríos
doradas y lluvias púrpuras. No sabía si podía entenderme, no sabía si podía
escucharme, pero lo dije tan fuerte como pude “A todos. Los voy a despertar a
Todos.”
Mis
marinos me cuidaron durante los dos días que tuve fiebre. El sacrificio humano
había sido quemado, sus restos tirados al río. Ahora Ellos lo sabían. El
contacto me ha dejado nuevos poderes. Siento las tormentas y las corrientes de
mar. A veces escuchó los pensamientos de quienes me rodean, al menos de mis
seguidores y tengo sueños sobre el futuro. He visto a Microft Sofolk, uno de
los capitanes a quienes he enriquecido tanto, traicionándome mandando una
misiva a su hermano en Londres. Le maté ayer y me quedé con la carta porque me
divierte. Pobre Microft, ¿a quién le pedía perdón?, ¿qué dios era ese a quien
se dirigía? Quien quiera que fuese, yo lo maté, como mataré a todos a cambio de
todo.
DIARIO
DE SILAS EZEKIEL DEWITT
28 de marzo, 1928
Aún
tengo fiebre, pero me alegré al abrir los ojos y encontrarme con Eva Fontaine
acariciando mi cabello. Papá siempre pensó que era un vago, sobre todo tras
salir del ejército. He vivido mi vida tratando de demostrarle que se equivoca,
y ahora finalmente lo he logrado. Aún así he perdido algo que me sostenía, mi
fe en la ciencia. Prefiero no pensar en eso y redactar lo que recuerdo, antes
que lo olvide y trate de justificarlo como una pesadilla, pues sin duda fue una
pesadilla, pero una muy real.
Antes
del amanecer, con las cargas listas, Nestor y yo las colocamos alrededor de la
pirámide y en su base. Extendimos el cable con cuidado y me hizo colocar el
interruptor en un lugar donde lo recordaría. Al principio lo dejé a los pies de
un árbol torcido, pero lo sacó de ahí y lo colocó frente a una enorme piedra,
argumentando que ese lugar era más antiguo. De haber sabido por qué hacía tanto
énfasis en ese detalle, habría salido corriendo como un cobarde.
El
anciano que Eva encontró nos señaló la verdadera entrada, de al menos seis, y
se fue corriendo. Cargado cada uno con un rifle y dos pistolas cruzamos la
apertura a gatas. Consciente del extraño comportamiento del viento del que
Collins me había llamado la atención, noté que primero el viento soplaba en mi
cara, y después a mis espaldas. Al salir nos encontramos en lo que parecía un
perfecto estado de preservación al interior de aquella ruina. Percy detectó
huellas y oímos ruidos. Recorrimos un estrecho corredor y esperamos a que Percy
se asomara en la esquina para seguir avanzando. Iluminados desde alguna fuente
misteriosa noté el friso frente a nosotros. Conservaba sus colores y aunque
todos lo vieron, fui el primero en notar la rareza. Por lo que entendía
lidiábamos con una raza prehumana que había sobrevivido de algún modo en
túneles subterráneos. Es por ello que no me asombré al ver que era un mapa, y
que incluso tenía a Sudamérica, pero ¿por qué tenía a América del Norte? Y más
al punto, ¿por qué era un mapa del mundo entero incluyendo islas que pasaron
ignoradas hasta el siglo XVIII? Un miedo religioso me atenazó los músculos.
Había visto miles de mapas en mi vida, pero no tenían lugar en este contexto.
¿Y qué eran esos continentes en el Pacífico sur, al oeste de Australia y
tocando el polo sur, y el otro continente en el Atlántico? No podía pensar en
ninguna explicación racional y mientras trataba de calmarme ese endiablado
viento seguía soplando primero atrás y después frente a mí.
- Escuchen.- Percy se asomó y nos
hizo señas para que pasásemos del otro lado. Nestor me tuvo que arrastrar, pues
mi mirada estaba obsesionada con aquel mapa.- Son al menos cinco.
Percy
quedó en la otra esquina y yo me quedé al frente de la expedición en la otra.
Asomé cuando él me lo indicó y me costó trabajo no disparar mi arma. Era un
sacrificio por sacerdotes de esa repugnante raza de cabezas cónicas. La víctima
era moreno de tez clara, un prisionero a juzgar por el tatuaje en la mano. Con
cuchillos de piedra le rompieron el esternón, matándolo de inmediato y le arrancaron
el corazón. La sala de sacrificios era colorida, con pinturas de sus dioses y
criaturas como moluscos y pulpos. Colocaron el corazón sobre un horno de oro y
cuando se consumió alzaron plegarias en voces chillonas que nos congelaron de
horror. Se llevaron las cenizas ceremoniosamente, abandonando la sala. Entramos
y nos ocultamos tras el altar sacrificial, que aún goteaba de sangre.
Una
criatura que no me atrevo a decir humanoide, entró a la sala y se lanzó al
altar para comer la sangre como un grotesco vampiro. Tenía cuatro extremidades
y una cabeza, pero hasta ahí paraba la semejanza con nuestra especie. Su
mandíbula era enorme y se partía en la parte de abajo en dos extensiones que
podían mascar con más fuerza y romper huesos. En vez de manos tenía pezuñas y
sus patas traseras terminaban en garras. Su cuerpo era peludo, pero solo a
medias, como un perro con sarna. Percy y yo nos hicimos señas para matarlo
antes que nos descubriera. Saltando al mismo tiempo atacamos a la criatura
apuñalándole en la garganta, para que no pudiera dar la alarma. Nos trajimos el
cuerpo de regreso a nuestro escondite, soportando el hedor.
La
mezcla entre curiosidad y espanto es la peor combinación que puede haber en el
Hombre. Miré hacia las pinturas y encontré que tenía más que sus dioses, eran
grabados de sacrificios. Mayas comunes eran víctimas de estos seres y ofrecían
sus corazones a algo que salía del mar. En la otra pared, directamente sobre
nosotros, contaba la historia de Xibalba. Primero había humanos mirando al
cielo y apuntando. Había una referencia a un enorme disco que Eva me susurró
era un calendario. La estrella se hizo más grande y sus rayos se hicieron
tentáculos. En otro, la estrella cae al suelo y se hunde. De aquel agujero
emergieron entidades que aún ahora no sé cómo describirlas, de lo que estoy
seguro es que es fácil advertir de dónde provenían las imágenes escabrosas de
su mitología. En el penúltimo aparecían esos seres de cabezas cónicas caminando
sobre el agua y apuntando al cielo, sin duda la masiva migración-peregrinación.
La última, la más terrible por su cercanía, eran esos seres sobre pirámides
tocando un ojo en el cielo con una mano y con la otra sosteniendo un corazón,
sobre una pila de cadáveres.
Avanzamos
lentamente en aquella cámara repleta de eco y nuevamente la sensación del aire
me crispó los nervios. Adelante y atrás, me recordaba a algo pero no podía
precisarlo en ese momento. Nos asomamos por la puerta y tuve que reprimir un
grito. Era el centro del templo, justo lo que buscábamos, pero nadie estaba
preparado para eso. Al centro se encontraba un cenote al aire libre, la
pirámide no tenía techo, y a su alrededor había cientos de aquellos errores
evolutivos. Bailaban a orillas del cenote, los sacerdotes chillando cánticos y
sosteniendo las cenizas sobre sus cabezas en extraños platos de oro. Algo en
ese cenote estaba vivo, algo que alargó sus tentáculos de una gelatina amorfa.
El tentáculo cayó en un borde, tiró a uno de los cultistas, y su gelatinosa
composición cambió de forma a algo más sólidos, como escamas con cabellos
delgados y negros. Miré hacia arriba, a la noche, y me quedé pasmado. Les hice
señas a los demás para que lo vieran y Eva dejó salir un chillido. Había una
nebulosa en el cielo, era de color dorada y todas esas estrellas estaban mal.
Entonces pasó, perdí mi fe en la ciencia porque, de alguna fantástica y
terrible manera, nos encontrábamos en otro tiempo y en otro espacio. ¿En qué
confines de la Tierra podíamos estar para ver semejantes estrellas y esa enorme
nebulosa?, ¿qué apocalípticos horrores vivían bajo el agua, debajo de nosotros,
que extendía sus tentáculos para ganar cada vez más terreno en nuestro mundo?
Mientras me preguntaba todo eso entendí por qué el viento cambiaba de
direcciones de esa manera. No era el viento, era la criatura en el cenote y
todo el templo. Adelante, atrás, inhalaba y exhalaba. De algún modo todo
aquello estaba vivo y vivía de consumir vida.
Detrás
de nosotros oímos un grito y Nestor se agachó a tiempo, pues una lanza se clavó
justo encima de su cabeza. Nos cercioramos de lo que teníamos que cerciorarnos,
era hora de irnos. Percy se ocupó de los tres guardias con su Thompson
automática. Lancé varios cartuchos de dinamita hacia afuera, y hacia el cenote.
Hicimos nuestra huida a tiros, las explosiones los retrasaron detrás de
nosotros, pero al salir al corredor encontramos que nuestro camino de entrada
estaba obstruido por al menos cincuenta de ellos. Optamos por otro camino
mientras Percy abría camino, Nestor y Eva disparaban sus rifles a los lados y
yo me ocupaba de la retaguardia. En más de una ocasión tuve que empujar a Eva
fuera del camino de dardos venenosos, flechas y lanzas. Debí haber matado al
menos treinta de ellos con la Thompson hasta que se acabaron las balas, después
otros diez con las dos automáticas y otros quince con los explosivos. Aún así,
eran una oleada de ellos.
Los
guías estaban armados, así que contábamos con que tendríamos refuerzos al
llegar a la puerta entre los escalones y bajar corriendo hasta el pasto. La última
parta la pudimos cumplir, pero no íbamos a tener refuerzos. Era de día cuando
salimos, pero no era el mismo lugar. Aquel templo ya no se alzaba solitario en
la selva, sino que nos encontrábamos en una ciudad prehispánica poblada por
aquellas monstruosidades de cabeza cónica y afilados colmillos. Nestor fue
golpeado en la espalda por un mazo, y mientras que Percy trataba de liberarlo
de quienes buscaban llevárselo al templo para otro sacrificio, como seguramente
harían con todos nosotros, él mismo también fue apresado. Se acabaron las
municiones y fue golpeado en el brazo, y después en la cabeza. Agarré a Eva del
brazo y la liberé de dos monstruos que la jalaban del cabello. Le volé la
cabeza a uno con el rifle y al otro le di un buen golpe en las costillas.
Usando
el machete pensé en rescatar a Nestor y Percy, quienes luchaban por no ser
llevados al templo. Eva usó su última bala en el monstruo que estaba por
aplastarme la cabeza con un mazo. Mientras la tomaban prisionera miré a mi
alrededor. No reconocía la jungla para nada, pero sí reconocí la piedra. Nestor
había tenido razón en que memorizara el lugar y en elegir aquella piedra, que
ahora era parte de otra construcción. Eludiendo a los guerreros corrí hacia la
piedra y, justo antes de ser atravesado por las lanzas, salté por los aires y
caí sobre el lugar que yo recordaba estaría el detonador, ahora bajo las
piedras que conformaban la calle. Los guerreros que me rodeaban alzaron sus
lanzas, pero al sentir el estremecimiento del suelo y las explosiones se
alejaron histéricos, tratando de salvar su amado templo.
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