jueves, 23 de julio de 2015

Expedición a la oscuridad (Parte 1 de 2) Novela



EXPEDICIÓN A LA OSCURIDAD



PERIÓDICO EL SOL DE ZACATECAS
Febrero 12 1928
San Leonino, Zacatecas. La mina de Calafetas fue escenario ayer de un drama que duró por varias horas, que terminó en una clausura temporal de la quinta mina de plata más importante de nuestro Estado. Los mineros llevaron a cabo las detonaciones para ampliar la mina otros cien metros bajo suelo, pero cuando bajaron a inspeccionar el resultado ya no regresaron. El capataz de la mina, el teniente Teodocio Casitas mandó a los mercenarios americanos que fueron contratados como seguridad. De los siete mercenarios que bajaron en busca de los mineros regresaron dos, Percy Collins y Damian Porter, y de los quince mineros que habían bajado subió uno solo, Ricardo Prado. Damian Porter presentó heridas graves en el abdomen y el brazo derecho y murió desangrado poco después. Ricardo Prado presentó fiebre y heridas lacerantes en las manos y poco después cayó en un profundo coma. Percy Collins se encontraba relativamente sano, aunque en estado de histeria. Minutos después de que subieran a la superficie se sintió una segunda detonación que cimbró el suelo y fue tan fuerte que se sintió hasta Rancho Verde. La policía ha detenido al mercenario americano Percy Collins. La expedición de rescate de los mineros y mercenarios ha sido infructuosa. No se han encontrado cuerpos, y la segunda explosión derrumbó gran parte de los túneles profundos.


PERÓDICO LA NACIÓN
Enero 20, 1928
Madrid, España. La desaparición del ciudadano francés Rene Coty ha dejado estupefacto al país, y ha dejado en ridículo a nuestra fuerza policial. Según reportes de testigos se escucharon aullidos en la mansión Coty, en la avenida Grazán, cerca de la medianoche. La policía ha informado que nadie entró, ni salió del edificio. Cuando la mucama entró a la mañana siguiente, la mansión estaba vacía. La policía no tardó en arrestar a la mucama, Eleonora Ramírez, pero hasta ahora no han levantado cargos en su contra. El desaparecido es el hijo único del acaudalado Gerard Coty, empresario francés, quien ante la ineptitud policial ha contratado a un detective privado. Gerard Coty, en un breve comunicado desde su mansión en París, ha insistido en que contrató a un detective privado español, aunque se negó a revelar su nombre, como muestra de afecto y confianza a las instituciones españolas.

DIARIO DE VANDER VAN SOEST
Septiembre 13, 1670
            El Sardam ha navegado por estas costas extrañas por muchos meses. El símbolo de la compañía Neerlandesa de las Indias Orientales es el único vestigio sólido que mis hombres y yo tenemos de la civilización. Las rutas principales de India se encuentran sobresaturadas, y la compañía me ha dado permiso de explorar por nuevas rutas. Ya lo llevaba haciendo por un buen tiempo, pero ya era hora que me dieran la bendición oficial.

            Mi padre estaría rabioso si pudiera verme ahora. El profesor de teología no me reconocería con mis ropas de las indias, con mi piel morena por el inclemente sol del mar. Seguramente me escupiría en la cara si me viera jugando cartas con los marinos y robando los cargamentos de mis compatriotas holandeses. Él escogió una vida de libros y conceptos abstractos, y yo escogido algo más grande. Una vida de aire salado, sangre en mis manos y una obediente tripulación.

            Vendí mi último cargamento de esclavas a una tribu de salvajes indios, y me gané su confianza. Me han prometido nuevas rutas de comercio, que sólo ellos saben. He ordenado a mis hombres mantener los rifles cargados, solo por si acaso. Navegamos por la bahía de Daman, hacia el río Madhya Pradesh, el cual se conecta con el Narmada y, según los mapas de los que dispongo, cruza casi todo el territorio. El río tiene varios kilómetros de anchura, y el Sardam es fuerte y con cañones preparados, pero aún así hubo un ambiente tenso en esos días. Durante el día la tripulación se encargaba del barco y trataba de divisar posibles enemigos en las costas. Durante la noche fingían no escuchar los ruidos de la jungla, el poderoso ulular del viento entre las tupidas selvas, el chillar de animales extraños y jamás antes vistos por los ojos de hombres blancos. Al tercer día encontramos un pequeño puerto de piratas.

            A cambio de unos cuantos florines nos permitieron anclar y descender. Conmigo bajaron sólo siete marinos, los demás se quedaron con órdenes de proteger lo poco que cargábamos en nuestras bodegas. Siguiendo un camino transitado por la selva encontramos una plantación de más de quinientos campesinos. Pasé la noche con Dahar, quien parecía ser el líder de los piratas que comandaban la zona. Durante la noche, cuando el licor aflojaba las lenguas, me hablaron de extraños rumores locales acerca de vientos sumamente fríos, que atrapa a la gente y se los lleva. Naturalmente, desdeñé tales creencias como las supersticiones de salvajes selváticos, pero para mi sorpresa aquellas parecían ser las creencias de la plantación, desde muchos años antes que esos piratas se adueñaran del local. Me retaron a seguirlos, mientras se internaban a los cultivos. Mientras les acompañé, con la mano sobre mi espada, noté que la plantación ya tenía lista la venta de café, algodón, azúcar y mucha madera.

            Había cien cultistas, quizás más, en aquella selva tupida, congregados alrededor de la estatua de una diosa de aspecto horrible, con cráneos en sus manos y serpientes vivas que atravesaban su cuerpo a través de huecos. Los fieles danzaban al ritmo de tambores escondidos en la penumbra de la jungla. Daban sus brincos y pisotones en el suelo encima de un centenar de serpientes, y parecían no sentir las mordidas, ni el terrible veneno. Sacrificaron un becerro a la estatua y con sus manos ensangrentadas la cubrieron. Los que precedían el oficio, hombres pintados de azul con puntos rojos, señalaban histéricamente al cielo y dibujaban extrañas figuras en el suelo. Lentamente, por un proceso intelectual de asociación, me figuré que quizás dibujaban constelaciones, y que sus cuerpos azules y esas motas de sangre eran a su vez mapas estelares. Todo aquello me habría resultado folclórico, gracioso incluso, de no ser por un gélido viento, tan frío como los inviernos holandeses. Empezó por los pies y fue subiendo, en cuestión de minutos era un torbellino que parecía girar en torno a la diosa de las serpientes.

            Los marinos estaban decepcionados cuando les dije que no les robaríamos. No lo quise admitir, pero había algo macabro en aquella gente y no quería hacerme de enemigos que no pudiera entender. Compramos todo lo que tenían a un precio regalado y zarpamos antes que cayera la noche. Uno de los marinos ha desaparecido y mis hombres me han dicho que ocurrió durante el ventarrón de gélido viento. No necesité más explicaciones, sabía lo que había pasado aunque fuera en un nivel intuitivo. Saldremos del río mañana, quizás para no volver nunca más. No sé cómo explicarlo, pero esos sombríos eventos no despertaron en mí el temor piadoso que a mi padre le despertaba la lectura del libro de Revelaciones, sino que han despertado algo aún más aterrador, asombro.

DIARIO DE JULARDO TREJO
28 de enero, 1928
            El caso Coty empieza a mosquearme. Primero pensé que la policía era inepta, pero conforme más lo estudio, más dudas se forman. El análisis primario que redacté para el señor Coty resulta equivocado, la policía ha hecho lo mejor que ha podido. Le ofrecen al señor Coty enjuiciar y encerrar a la mucama, el francés no quiere. Él quiere a su hijo. Aún abriga esperanzas de encontrarlo. Nadie tiene el corazón para decirle que su hijo está muerto.

            Las pocas certezas que tengo no me sirven de mucho. Rene era un solitario, rara vez salía de su casa. La mucama hacía las compras, y aseaba una vez por semana. He visto lo que la soledad hace a las personas, pero Rene llegó a niveles exagerados. No hay pared en las habitaciones principales, a las cuales la mucama no tenía acceso debido a que se cerraban con llave, ni en el espacioso ático, el espacio más personal de Rene, que no esté cubierta de papeles y anotaciones. Por todas partes aparece el nombre “Vander Holt”, un mago de Nueva Inglaterra de 1776. Encima de su cama no había crucifijo, ni en cualquier otra parte de la casa, sino un recorte de periódico de Boston, 1776 que habla de la muerte de un periodista y la sospecha sobre Vander Holt. Cuando no  son papeles o notas sobre él, son mapas estelares y fórmulas mágicas. Rene pasaba sus noches en el ático, eso es por todos conocido. La mucama encontró el ático cerrado por dentro. Hubo aullidos, según los vecinos, y nada más. En esto hay magia negra.

            Tiene correspondencia, pero la mayoría no me sirve de nada. Casi todos los que le escribían usaban apodos y fueron cuidadosos de no dejar nombres, ni alusiones al lugar de origen. Apodos como “Castillo en llamas”, o “Lemuriano”. El único nombre que he conseguido de entre todas las cartas es el de James Samuel Benson, otro amante del misterioso Vander Holt. He reunido todos los papeles que me parecieron importantes, la mayoría sobre magia, otros sobre el mago de Nueva Inglaterra y unos extraños dibujos. Los dibujos son recientes, pues el tipo de papel es típico de las fábricas de papel de Madrid, con dibujos difíciles de describir, en su mayoría son figuras primitivas que parecen personas y toros, o búfalos.

            Me han estado siguiendo desde que tomé el caso. El nombre de James Samuel Benson y mis perseguidores son las dos únicas pistas viables hasta el momento. Si no consigo nada más trataré de tenderle una trampa a uno de los que me siguen para extraer información. Son más de ocho, lo cual no me sorprende debido al impacto del secuestro y el dinero de la familia Coty, pero casi todos los que he podido ver de cerca llevan anillos con símbolos masónicos. Si esto resulta una conjura masónica me comeré el sombrero, lo último que necesito es meterme en política.

REPORTE POLICIAL
Zacatecas, México
12 de febrero, 1928
Transcripción de la declaración oficial del ciudadano americano Percy Adam Collins. Se hace notar que el mercenario americano presenta fiebre. El doctor le dará de alta mañana y no se han levantado cargos en su contra. El americano ha sido cooperativo hasta ahora.
            He visto batallas, ¿me entiendes? Estuve en Juárez. He visto cosas horribles y hecho cosas peores, pero nunca había visto algo así. Los mineros hicieron estallar parte de un túnel, para ir más profundo. Fueron a ver el resultado de la explosión, pero no subieron. Nos mandaron a investigar. No había luces, porque se quitaron antes de la explosión, el capataz es un tacaño que no quería comprar más focos. Avanzamos con lámparas de petróleo. Son quince minutos de descenso, y no fueron fáciles. Olía a agua de puerto, era inmundo. Escuchamos los gritos y nos preparamos. El viento era helado y el olor hizo vomitar a Damian Porter, quizás por eso no recibió lo peor. Los obreros luchaban por su vida, pero no era suficiente. Había más gente, además de nosotros y los obreros. Las luces se movían, por el constante viento, y no era fácil verlos. Pero recuerdo los colmillos, y recuerdo las garras. Me resbalé y tropecé con el cuerpo de George Macgregor, y tiré mi lámpara. La lámpara rodó entre los cuerpos y lo que vi no puede ser borrado incluso con la fiebre.

            La explosión descubrió un túnel muy profundo y gigantesco. La lámpara cayó por la apertura y pude ver un enorme río subterráneo que corría por el túnel. Las paredes del túnel estaban decoradas en la piedra. Pero eso no era lo único que habitaba allí. Estaban esas personas, de estatura baja y cabezas largas. Salían por docenas, como hormigas. Siempre mordiendo y arañando. Tenían cuchillos y hachas, y dispusieron de los mineros rápidamente. Los mercenarios abrieron fuego, desde el suelo disparé con mi revólver. No sería suficiente. Algo más salió de ese hueco, pero como la única luz que sobrevivía era una lámpara a más de cien metros apenas y pudimos ver qué nos atacaba. Diré esto sobre ese monstruo, no era como nada que conozcamos en la superficie. Quizás en un infierno subterráneo tendría cabida, pero no en nuestro mundo. Pude ver que le brillaban colmillos, pero eso no era una boca, no podía serlo. Se extendía varios metros y no vi la parte superior de ninguna quijada. No me avergüenza decir que salí corriendo. El idiota de Damian Porter no se quedó atrás, al escuchar nuestros gritos trató de ayudar. Esa cosa lo atrapó, como con una garra sobre algo gelatinoso. Lo tomé del brazo y corrimos juntos. No estábamos en condiciones para dar explicaciones. Sentí la segunda explosión y me desmayé.

DIARIO DE JAMES BENSON
30 de enero, 1928
            Vernon Ingersoll es un estuche de monerías. Abrió los cerrojos del departamento del detective en muy poco tiempo. Vernon se esperaba que el detective fuese cauteloso, y tenía razón. La caja fuerte detrás de un espejo en su baño sin duda contenía los papeles más importantes. Encontré algunos papeles del caso en un compartimento secreto de su escritorio, eran dibujos primitivos de toros y Vernon se interesó por ellos. Nunca conocí a Rene Coty, pero mantuvimos correspondencia por poco más de tres meses. No me decía todo lo que sabía sobre Vander van Soest, de eso estaba seguro. Vernon me ayudaba a recopilar material de la biblioteca de la Universidad de Cambridge sobre el pirata hechicero, cuando nos enteramos de la desaparición de Rene Coty. Vernon no quería que lo acompañara, pero le seguí de todas formas.

            Julián Trejo llegó a su departamento poco después de nosotros. El detective es un hombre de cincuenta años, aunque bien conservado y en excelente condición física. Incluso cuando está relajado tiene la misma mirada dura debajo de esas enormes cejas. Es peludo como un toro y de la misma anchura. En cuanto cerró la puerta se dio la vuelta con su arma lista. Vernon nos presentó y el detective reconoció mi nombre de las cartas de Rene Coty. Expliqué mi interés por Vander van Soest, el mago del 1600’s, y el detective remarcó que no podría ser el mismo que Coty estudiaba, Vander Holt. El detective no estaba listo para creer que Vander van Soest había vivido hasta los 1800’s hasta ser por fin aniquilado en una demoledora explosión en un muelle londinense.
- Hay señales inconfundibles,- traté de explicarle.- por más de un siglo usó florines de su inmensa riqueza como comerciante y pirata. Se cambiaba de nombre huyendo de persecuciones, pero siempre manteniendo el Vander como parte de su orgullo diabólico.
- ¿Y no se le ocurrió a usted, o a Rene Coty, que quizás esos eran descendientes de algún tipo?
- No tuvo hijos, aunque su hermano sí. Donde quiera que fuera, le seguían cadáveres y desolación. Si el diablo no existía, lo inventó él.
- ¿Planeó reunirse con Coty para comparar notas?- Trejo se sentó en su sillón y le imitamos. Vernon se sirvió un poco de cognac, lo cual no fue bien visto por el detective. Aunque, como aprendería rápidamente, a Ingersoll no le importa mucho lo que piensen de él.
- No, estaba en Londres reuniendo mi propia información.
- Desapareció sin dejar rastro, muy interesante.- Dijo Vernon mientras se sentaba.- Puedo ayudarle a descifrar el caso.
- ¿Cómo encontró eso?- Se quejó el detective señalando los dibujos que Ingersoll tenía en la mano.
- Eso no importa. Yo sé qué son estos dibujos, también sé quién lo está siguiendo.
- ¿Qué quiere a cambio?
- Lo mismo que el señor Benson, quiero saber en qué trabajaba Coty. Además, si su desaparición es parte de un montaje más grande, me gustaría estar enterado.- Vernon sacó un anillo de su chaqueta y lo tiró sobre la mesita de café.- Le pertenece a uno de los hombres que le siguen. Son masones, pero no cualquier tipo de masón. Son parte de los Impuros, que se han ido infiltrando en las logias masónicas desde finales del siglo pasado.
- ¿Y cómo sabe usted eso?
- Vernon sabe cosas que sorprenderían a cualquiera.- Contesté.
- ¿Sabe cómo encontrarlos?

            Había mordido el anzuelo. Usamos el auto que alquilamos y fuimos a una logia escondida entre una enorme iglesia y un edificio de gobierno. La pequeña entrada estaba resguardada por un guardia, quien revisaba que todos llevaran anillo. Ingersoll tenía anillos similares que había falsificado hacía un año, mientras los investigaba y entramos sin problemas. El detective tapó su rostro con su bufanda y se bajó el sombrero lo más posible para que no le reconocieran. Trejo señaló que uno de los autos pertenecía a una embajada, la rumana. Entramos sin problemas a la logia y nos quedamos cerca de la puerta, mientras que el edificio se llenaba hasta reventar. El detective usó una de las togas que quedaban disponibles y se ocultó bajo la capucha.

            Rápidamente se hizo obvio que estos no eran masones normales. Mientras que los masones emplean curiosos saludos, los Impuros ponían sus palmas contra la cabeza como si fueran peces. Si bien la estancia era masónica, por el piso de cuadros en blanco y negro, las columnas con inscripciones y el altar, el libro que descansaba en el atril no era la Biblia, sino un libro prohibido en un lomo de oscuro cuero de apariencia antiquísimo. El que oficiaba leyó unos párrafos en un idioma que no pude entender, apenas captando ciertas referencias que Ingersoll había mencionado anteriormente, palabras como Yig, Sothoth, Leng, Carcosa, fthagn y otras más. Cambiaban de idioma constantemente, pasando del español al francés, italiano, español y dialectos africanos que no comprendí. Lo que fue claro fue una referencia a quien parecía ser su superior, su obispo máximo, un hombre llamado Antonescu.

            En mis años de estudios teológicos había leído de cultos oscuros que satirizaban la santa misa, y siempre pensé que se trataba de infantilismos que expresaban un odio o resentimiento hacia la Iglesia. La consagración que tuvo lugar, sin embargo, no satirizaba a la santa misa, sin embargo se parecía a ella, lo cual me hizo pensar en posibilidades demasiado terribles para escribirlas aquí. Aparte de cantos que no me atrevo a transcribir en este diario, el epicentro de la ceremonia era una macabra comunión. El oficiante llenó un desfigurado cráneo humano, o quizás un cráneo anterior al nacimiento del homo sapiens, con la sangre de un receptáculo de plata y dejo caer al cráneo una piedra con una extraña inscripción. Únicamente los del círculo más cercano podían beber de la sangre de lo que ellos llamaban “el pescador”, y ésa fue la referencia que me estremeció hasta el alma. ¿Acaso no era Jesús el pescador de almas?
- Aquí sobre gente.- Musitó el guardia de la entrada mientras se hacía pasar y contaba cabezas.- Conté las sillas yo mismo. Podría haber intrusos.
- ¿Corremos?- Le pregunté a Vernon, pero él se limitó a sonreír maliciosamente.

            Ingersoll se acercó a otro hombre, quien tenía el anillo colgado como collar. Fingió que se tropezaba, le arrancó el collar y tomándolo del brazo lo empujó hacia el guardia gritando que había encontrado a un impostor. Aprovechando la confusión corrimos al auto alquilado y, aunque yo les rogaba que nos fuéramos lo más pronto posible, Trejo insistió en quedarnos. Habíamos agitado el avispero y funcionó. Muchos de los Impuros salieron corriendo, incluido el hombre que manejaba el auto de la embajada rumana. Decidimos seguirlo, pues después de todo, Antonescu es un nombre rumano.

DIARIO DE SILAS EZEKIEL DEWITT
15 de febrero, 1928
            Cruzamos la frontera por Juárez y pasamos varios días tomando trenes y cansados viajes en camión hasta el pueblo de Zacatecas. Nestor está seguro que los rumores sobre un sitio arqueológico debajo de las minas de plata son correctos, y que el mercenario podría ser nuestra única posibilidad de aprender más sobre ellos. En mi tiempo en el ejército me acostumbré a dormir poco y vivir incómodamente, Nestor no parece tener problema con ello tampoco, pero no puedo decir lo mismo de la señorita Fontaine. Su mal genio tampoco le ayuda. No creo que sea el largo viaje, yo pienso que es la atención de los nativos. Eva Michelle Fontaine es la única rubia a kilómetros a la redonda, y me apuesto a algo que es la primera universitaria de Boston en esos pueblos. Debo decir que, a pesar de las quejas, se aguanta. No deja de repetir que los descubrimientos académicos valdrán la pena. En cuanto a mí, nunca me gustaron las universidades, lo hago por el dinero y estaba seguro que el mercenario aceptaría por la misma razón.

            Encontramos a Percy en un maloliente bar repleto de ladrones y borrachos. Afortunadamente Eva se quedó en el auto. Se alegro al ver que éramos paisanos y se interesó por mi tatuaje de la marina. Él había servido como infantería dos años antes de dedicarse a mercenario en la revolución mexicana. Con orgullo me mostró un tatuaje en el pecho con dos revólveres y una leyenda “Juárez”. No tenía idea de lo que significaba, así que asentí y sonreí. Incluso sin ver el tatuaje, ni las dos botellas vacías de barato mezcal pudimos ver que era un tipo duro. Percy tiene una complexión robusta, acostumbrado al trabajo y al sol, con una cabeza cuadrada y pelirroja.
- ¿Quieren saber de la mina? Es de lo único que me preguntan en estos días.
- Encontró un túnel y un río, ¿es correcto?
- Entre otras cosas que pertenecen al infierno.- Nestor extrajo varios dibujos de su saco y los puso en la mesa. Los dibujos eran horribles, idolitos que no podía entender.
- ¿El túnel tenía decoraciones como éstas?
- Vi esto.- Percy señaló al dibujo de una diosa sentada con una cuerda bajo el cuello.
- Es la diosa maya Ixtab, esposa del dios de la muerte. Es la diosa de los suicidas. Los mayas consideraban al suicidio como una manera honorable de morir.
- ¿Es todo lo que quería saber, qué me dice de los monstruos que mataron a mis amigos?
- ¿Monstruos?- Pregunté escéptico. Nestor y Eva hablan mucho de supersticiones, pero no me las creo. Me duele admitirlo, pero al ver a mi compatriota guerrero creer en cuentos de hadas me desilusioné un poco.
- Pensé que estaban todos muertos, pero les he visto. Parecen gente normal, con sus ropas de campesino y esos sombreros que ocultan sus deformes cabezas.
- No son los mismos que salieron de esa mina, señor Collins, se lo puedo asegurar. Hay muchos, y le han estado siguiendo porque es el único sobreviviente que podría poner en riesgo una cultura de miles de años que ha sobrevivido en canales subterráneos. Me interesa que menciona a Ixtab, porque eso demuestra que los mayas construyeron éstas porciones de túneles, o al menos las mantuvieron por siglos.
- Odio arruinar la fiesta,- interrumpí.- pero ¿qué tal si ese túnel solo mide unos kilómetros hasta un río? Es muy probable, dado que hay una guerra civil en este país, que estuviera llena de soldados.
- ¿Me estás llamando un mentiroso?- No sé de dónde salió el cuchillo, pero me silenció.
- Estos túneles son más antiguos de lo que pensamos y mucho muy largos. Busco el centro de esos túneles, y creo que los mayas son la respuesta.
- Hay muchos indios en esta zona, ¿cómo encontrará más puntos del túnel?
- Esa parte es sencilla Silas, porque los mayas vivieron en Yucatán y Guatemala, no tan al norte. Al menos no sobre la superficie. Quiero contratar sus servicios, señor Collins. Para viajar al sur, a las selvas de la península de Yucatán. Será un viaje peligroso, pero le aseguro que podré recompensar el peligro. Es imperativo encontrar la fuente de estos túneles y cerrarlos para siempre. El destino de la humanidad depende de eso.
- ¿De qué recompensa estamos hablando?
- 300 dólares al mes, depositados a la cuenta que desee.

            Eso fue suficiente. Percy aceptó de inmediato. Le acompañamos a su hotel y esperamos a que se bañara e hiciera sus maletas. Nos espera un largo viaje hasta Ciudad de México.

DIARIO DE VANDER VAN SOEST
Noviembre 16, 1670
            Encontramos un navío británico en las costas de Pondicherry. Pelearon con fiereza, pero no soportaron los ataques de los siete cañones. La tempestad nos encontró abordando el navío. Mis hombres lucharon con más salvajismo que valentía, y eso nos dio lo ventaja. Después de cargar lo robado y pasar a todos los ingleses por el filo de mi espada decidimos atracar en puerto Bruss, por lo que nos dirigimos al sur. Un par de días después la neblina nos encontró. Era verde y maloliente, y tan espesa como el humo. Escuchamos los cañones antes de escuchar al barco mismo. Un bote salió sigilosamente para pedir ayuda a los navíos de guerra cerca del puerto Bruss, pero fue hundido casi de inmediato. Los piratas, nos dimos cuenta rápidamente, podían ver a través de esa diabólica neblina como si no estuviera ahí. El mástil principal cayó como madera vieja y comenzamos a hacer agua antes de poder responder a los cañones. Al ver al barco mis hombres dispararon todo lo que tenían, pero era demasiado tarde, los piratas habían sido más veloces. De alguna manera habían navegado seis pequeños botes alrededor del Sardam y, ayudados con ganchos, dieron una buena pelea. Me identifiqué como capitán de inmediato, y quizás eso me salvó la vida de la ira de los piratas. A excepción de unos cuantos, mataron a todos mis marinos. Los sobrevivientes fueron forzados a cargar la mercancía al otro barco mediante planchas o en botes.

            A golpes me sometieron delante de su capitán, un fornido indio vestido como inglés llamado Udeep Omarao. En inglés me informó que era ahora su prisionero y que probablemente me mataría por diversión. Me arrastraron a golpes a una celda tan pequeña que no podía ni siquiera sentarme. Tuve que luchar contra otro prisionero, un campesino hambriento en la celda de al lado, por media hogaza de pan. Esa noche los piratas satisficieron sus necesidades primitivas con los pocos marinos que me quedaban y los torturaron antes de matarlos. La muerte vendría por mí, era inevitable, pero no me daba por vencido.

            Después de matar a mis marinos los piratas cantaron extrañas canciones, no como las de marinos ebrios, sino ceremoniosas y en un ritmo gutural, creciendo poco a poco hasta la locura más infernal. El marino a mi lado comenzó a moverse espásticamente, chillando como un loco. El dolor le debió ser demasiado para ser tolerado, pues comenzó a golpearse la cabeza contra los barrotes, hasta que salió sangre. Con sus últimos gramos de esfuerzo se reventó el cráneo y murió. Los cantos cesaron, la tripulación se volvió loca, corriendo de un lugar a otro. Estaban desnudos y se golpeaban contra las paredes. Uno de ellos bajó a la bodega y, viendo el cadáver del marino, abrió la jaula y sacó su cuerpo, para comer parte de su piel. Le miré horrorizado, mi garganta paralizada e incapaz de mirar a otra parte. Había descendido al infierno, y no dejaría que me consumiera.

            Al día siguiente el capitán Udeep decidió divertirse conmigo. Me subieron a golpes hasta la cubierta y me obligaron a pelear contra otro marino. El pirata sin duda se esperaba un caballero inglés, porque no fue mucha pelea. Le rompí la mano, después el codo y le rompí el cuello con tanta fuerza que su cabeza quedó zafada de su lugar por completo. El silencio me indicó que Udeep me mataría en persona y que se acercaba. Mi mente trataba de encontrar una salida, pero estaba embotada. La memoria de la noche anterior estaba tan fresca como si hubiera pasado hacía unos minutos. El cantar de esas gargantas rasposas se había plantado en mi mente.
- Nunca me cayó bien de todas formas.- Dijo Udeep señalando al pirata muerto.
- Matar a mis hombres fue una buena decisión, habríamos tratado de escapar. No lamento sus muertes, es la vida de la mar. Matarme a mí, eso sería una mala decisión.
- ¿Y por qué?- Me apuntó con su pistola y sus piratas rieron.
- Porque entonces no podrían cobrarle a la compañía el rescate. Valgo mucho para ellos, pues conozco las líneas ilegales de navegaciones, cada puerto de pirata y contrabando en la costa occidental y todas las trasgresiones que la compañía ha cometido en estas aguas.
- Sigo escuchando.
- Holanda querrá tenerme de vuelta porque sé demasiado. Saben que si no pagan, usted le dará todos esos secretos a los ingleses. Conocen mi letra, sabrían que la carta es mía. Y mientras reúnen el dinero y lo mandan hasta aquí, yo podría enseñarle puertos tan escondidos en el occidente que jamás los encontraría ni con una docena de navíos como este.

            El capitán me perdonó la vida y redacté las cartas de inmediato. Les aseguré que el pirata no leía nuestro idioma, lo cual era falso, y exigí sumas exorbitantes a nombre de Udeep Omarao. Le mostré en sus mapas muchas de mis rutas preferidas, así como puntos donde los británicos son más débiles. Rápidamente me gané su amistad y me aceptó como a uno de los suyos. Me gané el respeto de la tripulación en el pillaje de Karnatka, en la punta sur del continente indio. Mi sadismo era bienvenido y celebrado, opacado apenas por unos cuantos dementes que gustaban de profanar a los muertos mientras nosotros llevábamos todo lo que se pudiera vender y traficar. Después de probar mi valor Udeep me habló de la cosa bajo el mar, que me pareció muy semejante, por sus tentáculos, a la leyenda europea del Kraken, aunque Udeep lo llamaba Kuluku el soñador.

            Consumiendo extraños hongos y formando extrañas figuras en la cubierta llamaban a la neblina verde. Al ver a los marinos adorando a las estatuas negras de esa criatura espeluznante sentí lo mismo que con el culto de la diosa de las serpientes. Era la misma sensación de asombro. Estaba frente a una fuerza más grande que la mía, o que la de cualquier pirata, y era fascinante. A los lados del barco nadaban criaturas extrañas, grandes como una persona, pero con una cabeza semejante a la de un pez por lo esbelta, y de manos palmeadas. Los marinos les tiraban comida y piezas de oro para que pudieran venderlas en extrañas costas. Eran cultistas de Kuluku y fueron ellos quienes les enseñaron la extraña magia que practicaban en cada luna llena.

            Una noche le aflojé la lengua a Udeep acerca de Kuluku el soñador. Según él, Kuluku había reinado sobre todos los mares, y volvería a reinar algún día. Permanecía dormido y sus sueños podían aparecerse si se invocaban. Le hablé del culto del viento gélido y me dijo que los hombres-pez los odian y temen a las serpientes por representar a esa diosa de la selva. Me describió el ritual de invocación, algo tan arriesgado que si cualquier parte de los siete círculos de sangre estaba cortado, tendría consecuencias inimaginables. La mera descripción técnica me erizaba la piel. Requerían de siete niños pequeños, abundante sangre de peces y de medallas consagradas mediante sacrificios y abominables actos con cadáveres. Le convencí de hacerlo cuando pasáramos por puerto Kron, para que nos ayudara a debilitar las defensas, permitiéndonos una rápida incursión.

            La noche antes de llegar a puerto Kron, luego de algunas incursiones a la selva para obtener lo necesario, el mar estaba tranquilo y estudié cada paso de la técnica. Copié todos los cánticos, sin duda simplificaciones que los piratas habían hecho de fórmulas más complejas. Como el ritual requería de muchas velas y lámparas me aseguré de tener suficiente agua en resguardo por si acaso algo se prendía fuego. Los cuatro anchos toneles fueron colocados fuera del séptimo círculo. Extrañas letras en idiomas olvidados fueron escritas en cada círculo y Udeep se acomodó en la parte central, mientras que sus piratas cantaban en cada círculo.

            Primero llegó la neblina, después sentí algo debajo del agua, algo que pasaba sus tentáculos por el barco. Los cánticos se hicieron cada vez más violentos y escuché algo que venía del agua, desde una profundidad inimaginable. Divisé un enorme tentáculo que salía del mar, tenía cabellos y en sus aparatos de succionar tenía dientes filosos. No atacó al barco, sino que parecía sostenerlo, mientras otros tentáculos salían del mar para la misma razón. El tamaño de la criatura debía ser enorme. Cuando el canto llegó a su cúspide tomé un hacha y ataqué los toneles de agua. Cientos de galones se deslizaron sobre los círculos de sangre, borrando inscripciones y tirando velas. Los piratas gritaron horrorizados y Udeep entendió demasiado tarde que no hay honor entre ladrones.

            Tomé el primer bote y corté las amarras. El golpe al mar fue doloroso, pero en ese momento no me importaba. Remé tan salvajemente como pude, alejándome de la gigantesca criatura bajo el mar. Urdeep tenía razón, la más mínima alteración llevaba a resultados terribles. La criatura gritó enojada y los tentáculos que acariciaban al bote se tensaron. El navío crujió como una rama seca y la bestia arrastró todo hacia las profundidades. Llegué al puerto al amanecer y me registré como pescador perdido bajo otro nombre. La sensación de asombro ha crecido, esa criatura era magnífica y las notas que tomé de su invocación son ahora mi tesoro más preciado.

DIARIO DE JULARDO TREJO
1 de febrero, 1928
            Seguir al auto de la embajada dio frutos, su ocupante mantiene una extraña obsesión por la campiña, a varias horas de cualquier ciudad. Se baja del auto y anota lo que parecen ser coordenadas, así como la posición de las estrellas. Antonescu no es el apellido del embajador, ni de nadie que viva en la embajada, según mis fuentes. Ingersoll se golpeó la frente luego de varias horas de seguir al curioso hombrecillo en sus viajes por la campiña española. Me mostró los dibujos primitivos que encontré en la residencia Coty, son pinturas rupestres.

            Me convenció de inmediato, pues había visto esas pinturas cuando era niño en un libro de la escuela. Aún así, no veía conexión clara entre una cosa y otra. Tampoco me queda nada clara la naturaleza de este Ingersoll. Justo cuando pienso que es un charlatán deja ver que es un erudito, pero ¿erudito en qué? No para de hablar sobre ese pirata holandés y los hombres del Neanderthal. En cuanto a su compañero Benson, es más fácil de entender. Solía ser sacerdote y se le nota, por su espíritu pastoral y ánimo afable. Sigue a Vernon como un cachorro porque cree que le ayudará a entender el misterio de ese condenado pirata. Al menos su móvil me es claro, el hermano de ese holandés tuvo familia y el joven parece ser descendiente directo.

            Me aparté de la carretera pese a las protestas de los otros. En una estación de gasolina compré un librito para turistas sobre pinturas rupestres. No necesito seguirlo, sé a dónde va. Por la ruta que llevaba el rumano se dirigía a la cueva de Grazán que, como la cueva de Altamira, es famosa por sus pinturas rupestres. Para ganar tiempo tomé un atajo y llegamos justo a tiempo.
- Los Impuros tienen mucho dinero.- Dijo Vernon, señalando la docena de autos estacionados en el prado.- Ahora que están en la masonería todo les será más fácil.
- ¿Qué hacen?- Pregunté al ver las luces.
- Una ceremonia. Buscan algo.
- ¿En la cueva?
- En las pinturas.- Me mostró los dibujos de Coty.- No son toros, son estrellas. Es astrología del Cro Magnon. Un recuerdo remoto de los Neanderthales.
- Eso lo veremos.- Dije con escepticismo mientras me asegura que mi pistola estuviera cargada.
- Esto se pondré peligroso Jim, ¿por qué no te quedas en el auto?

            Benson no hizo caso y nos acompañó. Los masones estaban rezando en el suelo con la cara contra el suelo, lo cual facilitó que nos acercáramos furtivamente. Traté de ver a las pinturas de animales como estrellas, pero no reconocí ninguna de las pocas constelaciones con las que estaba acostumbrado. Una bruma surgió de la caverna, era fría y me dio la impresión de ser extraordinariamente antigua. Vernon sacó su pistola y señaló a las paredes. La neblina y la mala iluminación debieron dar la ilusión de que aquellos dibujos se movían como si estuvieran repletos de vida. Un grito gutural pareció salir de ninguna parte y los masones notaron nuestra presencia. La mayoría echó a correr a la cueva, pero detuve al rumano. La neblina se fue, y con ella el espectáculo de las figuras animada. Vernon le quitó la billetera y me mostró una identificación, Ivan Curiel.
- Tengo inmunidad diplomática.
- No de mí.- Le solté un derechazo al estómago que le revocó su inmunidad.- Rene Coty. Habla.
- No sé de qué me habla. Éste es un culto particular, tenemos derecho.- El disparo me tomó por sorpresa y el señor Curiel cayó al suelo. Vernon le había disparado en el pie.
- Son Impuros y no lo niegues.- Curiel le miró con rabia y no dijo nada.
- ¿Está usted loco, Ingersoll? Es mi caso, yo me haré cargo.
- Créame, si la situación fuera al revés ese monstruo no tendría la menor contemplación en hacerle sufrir.- Le apuntó al otro pie y falló adrede. El rumano dejó salir un chillido y me miró aterrado.
- Me matarán.- Lo arrastré fuera de la cueva y lo apoyé contra un auto.- Yo no maté al chico, fue Antonescu. Él fue quién alteró la invocación, le envío el sentido de los veinte planetas en orden equivocado. El chico invocó a la entidad equivocada.
- Habla con sentido renacuajo, o te arrancaré el corazón por la garganta.
- Digo la verdad, Crin Antonescu mandó esas cartas.
- Dice la verdad.- Dijo Vernon.- Pero ¿por qué lo mataron?
- Se acercó demasiado a los secretos de Vander van Soest, quería seguir sus trabajos.
- ¿Qué tanto sabes de van Soest?- Interrumpió Benson. Se estaba saliendo de control el interrogatorio.- ¿Qué es lo que estaban buscando?
- Lo que Vander nunca encontró, pero no tengo detalles. No soy del círculo interior.
- También debe ser cierto.- Dijo Ingersoll.- Si lo fuera hubiera preferido la muerte.
- Idioteces.- Le di un par de cachetadas mientras que Vernon se alejaba y le pedía ayuda a Benson. No podía estar en dos partes a la vez, así que preferí quedarme con el rumano.- ¿Me estás diciendo que ese Antonescu le mandó una carta diciéndole que diga Hocus Pocus, en vez de Abracadabra y Coty simplemente se desvaneció?
- No me lastime, es cierto.
- La magia no existe.- Le di otro par de cachetadas hasta que su nariz comenzó a sangrar.- ¿Dónde está Rene Coty?, ¿desapareció para unirse a ustedes?
- Usted es realmente idiota, está metido en cosas que no entiende.

            El rumano se lanzó contra mi arma, pero no trató de quitármela. Apretó mi dedo, el gatillo se accionó y la bala lo atravesó. Casi inmediatamente después escuché las llamas. El loco de Ingersoll había echado gasolina a las pinturas rupestres y les había prendido fuego. No me esperaron para ir al auto, y alcancé a Vernon cuando se disponía a sentarse tras el volante. Lo saqué del cuello y le propiné una buena patada en las costillas. Benson salió del coche, pero ya había terminado.
- ¿Tiene idea de lo antiguas que eran esas pinturas rupestres?
- No todo lo antiguo merece ser conservado.- Vernon se puso dificultosamente de pie.- Usted no lo entiende pero he dedicado mi vida a asegurarme que gente como los Impuros no despierten cosas que han dormido desde hace millones de años. Lo que estaba allá adentro era un mapa estelar de millones de años, cuando había más estrellas. René Coty, a comparación, es poca cosa. El chico quiso encontrarlo también, pero los Impuros no quieren competencia, así que lo mataron.
- Aún no sé cómo lo mataron.
- Entonces venga conmigo a Rumania. Mataré a Crin Antonescu y quizás en el viaje entenderá de lo que le hablo. Existe algo más allá de las estrellas y enterrado en los abismos más profundos en un balance muy delicado, me temo que es más grande que cualquier caso que haya manejado. No pretendo convencerle de nada, ya verá por sí mismo.
- Yo también iré.- Dijo Benson, muy a pesar de Vernon.- Vander van Soest aún vive, lo puedo intuir. Probablemente fue él quien dio la orden de matar a Coty.
- James, no puedo venirte que vengas, pero tampoco te lo puedo prohibir. Nos lanzaremos a un viaje que seguramente terminará en tragedia.

            Le escribiré ahora una carta a mi patrón, para indicarle que iré a la villa Donelscu, donde Crin Antonescu tiene su castillo, para conseguir respuestas.

CARTA DE PERCY COLLINS
20 de febrero, 1928
            Querida hermana,
Miriam, te contentará saber que ya no trabajo en la mina de Zacatecas, y mi nuevo trabajo me paga el doble que el anterior. No voy a mentirme, no será seguro y ya hemos tenido un encuentro hostil hasta ahora. Fui contratado por un Manolo Nestor Cusamano, un sujeto verdaderamente misterioso. Habla poco, y parece estar meditando todo el tiempo. Los otros miembros de la expedición es Silas Ezekiel DeWitt, un químico y experto en explosivos del ejército americano, y Eva Michelle Fontaine, una rubia de mal humor y académica.

            Imagino que ya habrás leído algo acerca del problema en la mina. Prefiero no asustarte con detalles violentos, sólo quiero que sepas que estoy bien y sin un rasguño. Lo que pasó es indescriptible, perdí a muchos amigos y fue terrible. Había algo allá abajo, y tenía un cráneo alargado y una mirada asesina. Pensé que me había librado de ellos para siempre. Milagrosamente salí bien librado, pero mi suerte casi termina en la ciudad de México. En la avenida Hidalgo fuimos emboscados en dos esquinas. Usaron rifles de cazador y las versiones de bajo presupuesto de las Smith&Wesson y quizás por eso las puertas metálicas del auto nos salvaron la vida. Aceleré y traté de evitarlos, pero choqué contra otro auto. No me gusta describirte la violencia, vives cómodamente en Nueva York, alejada de estos climas y estos crímenes y no quiero llevarte el infierno a tu casa. El asunto es que salimos bien librados y me cargué a varios de ellos. Me asusté más al verlo que durante la pelea. Su cráneo era alargado y sus ojos rasgados, idéntico a los seres que vivían en esa mina. Silas encontró entre sus pantalones un boleto de barco de Campeche a Veracruz.

            Saldremos en cualquier momento hacia el puerto de Veracruz para ir a Campeche. Nos dirigimos a las fauces del lobo, pero ésa es nuestra expedición. Por lo que entiendo hasta ahora existe un culto muy antiguo de mayas que ha logrado sobrevivir. Creen en dioses violentos y terribles que duermen, pero que pueden ser despertados. También descubrí por qué Eva Fontaine tiene tan mal carácter, su hermana murió a manos de un culto asesino muy semejante.

            Nestor ya ha hecho las compras para el viaje y pude ver entre sus propias maletas. Carga con extraños amuletos y libros. Por eso quiero pedirte un favor. Siendo ésta una expedición riesgosa, quizás tan riesgosa como Juárez, te quiero pedir que investigues algunas cosas. Por lo que he podido dilucidar de las conversaciones entre Nestor y Eva, hay varias referencias que me gustaría que buscaras. Lo último que quiero hacer es confiar en una partida de locos. Pregunta por los Antiguos, en referencia a dioses adorados en el paleolítico y en cultos macabros,  mencionaron también al sacerdote Cthulhu, y un libro que ellos llaman “los manuscritos Pnakóticos”.

            No me escribas a esta dirección, sino al hotel Provincia en Mérida, Yucatán. De antemano, muchas gracias. Salúdame a Lawrence y a Nueva York, que cada día la extraño más.

Un fuerte abrazo,
            Percy.

DIARIO DE VANDER VAN SOEST
29 de julio, 1681
            Escribo este diario desde las costas coloniales inglesas. No deja de parecerme divertido que puedo codearme con británicos que no tienen ni idea a cuántos de sus compatriotas degollé en costas asiáticas. Hacía mucho que no escribía, estaba sumido en una vida ordinaria, hasta hoy. La compañía Neerlandesa pagó el rescate y contraté marinos vagabundos para que me ayudaran a cobrarlo. Katrien celebró que regresara a casa como si hubiera sido obra de un milagro, y aunque tiene razón, no le dije a mi esposa sobre lo que realmente ocurrió en aquellos extraños mares indios. Hamel se alegró de verme, y se alegró más cuando le conté de la fortuna que había cosechado. Decidí poner mi reciente fortuna a su disposición, y no fue mala idea. Hamel tenía preparado todo un negocio de exportaciones entre las colonias británicas y el viejo mundo.

            Los días más felices de mi esposa seguramente comenzaron desde la preparación para asentarnos en las colonias. El Nuevo Mundo estaría repleto de nuevas oportunidades. Por varios meses realmente lo creí. Me alejé de aquellas selvas con ancestrales demonios, de ese continente de adusta y decadente civilización y nos instalamos en una Nueva Inglaterra, donde había un aire de novedad en todo. Nuestro negocio rápidamente creció a todas las colonias y se expandió hasta los puertos de Portugal e incluso África. Sin necesidad de lanzarme a la mar comandaba más de veinte navíos desde una gigantesco astillero donde más de cien colonos construían más barcos para vender. Mi esposa quedó embarazada en febrero de este año. Pensando que Hamel me había salvado de corromper mi alma por completo, decidimos llamar a mi primogénito en mi honor.

            Me había equivocado, sin embargo, sobre la novedad del Nuevo Mundo. Vivíamos en burbujas de civilización rodeados de indios con memorias cientos de veces más vastas que las nuestras. Haciendo negocios en la ciudad de Dunwich me di cuenta de lo poco que nosotros los europeos recordamos, si acaso hemos leído la Biblia. El señor Billings, nuestra mayor competencia en la venta de pimienta, siempre se acompaña de indios y estos siempre están prestos a declamar sus mitos con gran orgullo. Su memoria es prodigiosa y me atrevería a decir que recuerdan sucesos mucho más antiguos que el Hombre mismo, pasados por criaturas de las que la gente decente no escucharía jamás. Compartí lo poco que sabía sobre Kuluku y la diosa serpentina del viento helado y rápidamente me gané la confianza de un excéntrico grupo de mercaderes de Dunwich y Salem.

            En Salem vi a un cadáver caminando y prodigios alquímicos demasiado fantásticos para ser contados. Esa sensación de magnitud que había sentido en India regresó a mí con la fuerza fulminante de un rayo. Si podíamos hacer que un cadáver caminara y relatara su vida, ¿por qué no alcanzar la inmortalidad? La idea me obsesionó al grado de abandonar mis negocios y adentrarme en el mundo de la magia de los nativos americanos. Mantuve mis actividades clandestinas en secreto, argumentando que exploraba el Nuevo Mundo, y como nunca pasaba más de dos noches lejos de mi Katrien, ella lo dejaba pasar.

            Nació en mí un cierto cinismo y un macabro sentido del humor en esos meses. Hamel y yo éramos respetados extranjeros, pero en secreto fui responsable de más de cinco desapariciones de borrachos y niños. Era necesario para realizar nuestros experimentos. Absorbí todo el conocimiento de Billings con la misma facilidad que había absorbido la información en los papeles que le robé al pirata indio. Detrás de las fórmulas y los ritos se escondía una rica mitología desconocida. Pronto me interesé en Yog Sot, quien parecía ser la clave de toda la magia de los Antiguos. Reduje los cadáveres a un fino polvo ayudado por sustancias extrañas que Billings conseguía de un marino africano, ese polvo era esencial para elaborar aceites espirituosos. Mis primeros experimentos fueron un éxito, visiones de lugares oscuros y de construcciones primitivas y gigantescas. No era suficiente. Armé un laboratorio en el ático de mi casa continúe trabajando, formando extraños humos con habilidades curativas que me permitían ver lugares muy lejanos e incluso eventos del futuro próximo.

            El pueblo empezó a mirarme con desconfianza, conforme más personas desaparecían y más viajes hacía a Salem a todas horas de la noche. Hamel prefirió no decir nada, y decidió viajar a Inglaterra. Su viaje tenía dos motivos, establecer su compañía en Europa, y alejarse de mi mala influencia. En varias ocasiones cometí errores en mis cálculos y mi laboratorio se inundó de gases y luces que fueron observadas por todos. Mi esposa cayó enferma y el roñoso pueblo prefirió juzgarme por hechicería que preocuparse por mi esposa. El médico dijo que era una severa intoxicación, dos días después murió en mis brazos. La sepulté tan lejos de casa y bajo las frías miradas de los colonos. Aquella noche aprendí más sobre los verdaderos poderes mágicos, pues con ayuda de casi todos los polvos de muertos, conseguí llenar los sueños del médico con tales horrores que murió de miedo esa misma noche.

            Junté mi dinero y organicé mis asuntos esa misma mañana. Para cuando una turba se había formado para buscarme en mi casa, yo ya me había ido. Me registré anoche en una posada en Kingsport bajo el nombre de Vander Holt. He llorado la muerte de mi esposa, pero también he llorado la muerte de la esperanza de tener una vida normal, lo que la gente llamaría decente, yo he nacido para otras cosas.

REPORTE POLICIAL
7 de febrero, 1928
Guardia nacional de la segunda región al coronel Slobodan Varnu sobre la muerte del sacerdote Petru Maurer. La siguiente declaración fue tomada a Marina Kelemen, once años, y fuera de correcciones de gramática, nada ha sido añadido o quitado. La menor ha probado ser la mejor testigo, además de la única dispuesta a rendir una declaración completa.
            Viajamos mi mamá y yo el sacerdote Maurer. Al segundo día comíamos en el carro comedor con él, cuando el sacerdote encontró algo debajo de una mesa. Estaba muy asustado, pero no entendía por qué. Era un amuleto, con símbolos muy extraños. Salió corriendo del comedor, y una hora después, cuando regresamos a nuestro carro lo encontramos buscando algo entre sus libros. Mi mamá me dijo que no hiciera preguntas y la ayudé con su bordado. Un extranjero llegó poco después y ofreció ayudar al sacerdote. Él era rubio, con ojos pequeños y muy alto.

            Esa noche no pude dormir porque el sacerdote no paraba de hablar en sueños. Mi mamá dice que debo estar inventándolo, pero le escuché hablar claramente. Se agitaba violentamente y gritaba cosas sobre perros del tártaro que habían comido a Cristo. Mamá dice que es blasfemia decirlo, pero lo dijo un hombre de Dios, así que tengo excusa. Me dio miedo despertarlo de su pesadilla porque se movía mucho. El extranjero llegó, me parece que su nombre era Verningersel o algo así. Despertó al sacerdote y dijo algo sobre Impuros, pero no escuché bien. Se fueron juntos, pero ya no pude dormir. Mi mamá se despertó una hora después, su reloj decían las siete pero era de noche. Dijo que seguramente estaba mal y regresó a dormir, y fue entonces cuando lo escuchamos.

            Mi mamá quiere olvidarlo, como todos en el tren, pero no sé cómo podrían. Escuchamos ladridos y aullidos de perros y salimos al corredor. Todos estaban afuera, gritando y señalando hacia la ventana. Todos los relojes decían lo mismo, eran la siete con quince minutos, y sin embargo era de noche. Los guardias corrían de un vagón a otro buscando los perros. Todos miramos a los guardias alejarse, salir del carro, revisar el siguiente y perderse de vista. Esperamos ansiosos. Escuchamos los ladridos, después no oímos nada y de nuevo los ladridos. Los guardias no regresaron. Entonces vimos la luz afuera de la ventana. Todos teníamos las narices contra el frío vidrio, viendo esa luz que parecía la de un tren. No era un tren. La luz se acercó a toda velocidad y pensamos que nos chocarían, pero la luz fue dando forma a algo horrible. Era como un dragón, pero parecía un gusano, y se acercaba hacia nosotros. Nos escondimos en nuestras habitaciones, pero del otro lado veíamos lo mismo, estábamos rodeados.

            Escuchamos disparos, venían de los últimos carros, según dijo un señor. El extranjero Verningersel apareció en nuestro carro con los ojos en blanco y caminando raro. Hasta hoy pude entender por qué se veía tan extraño caminando. Hoy vi a unos títeres, y él caminaba igual, como sostenido por hilos en las rodillas, hombros y en la cabeza. Se paró casi frente a nuestra puerta y reventó la ventana cuando el monstruo estaba muy cerca, tenía un hocico enorme, pero parecía gusano de color carne y muy viscoso. Otros dos extranjeros y el sacerdote Maurer aparecieron cargando a alguien que gritaba y pataleaba. Lo lanzaron por la ventana y mi mamá no me dejó ver lo que pasó, aunque escuché el tronido de huesos y hubo mucha sangre que me salpicó.

            Un enorme perro, grande como un toro, que estaba mojado en algo viscoso y sin piel en muchas partes corrió desde los últimos carros, atravesaba puertas como si fueran de papel. Los extranjeros le dispararon, pero eso no lo detuvo. Se lanzó sobre Maurer y lo despedazó. Algunos viajeros golpeaban al perro con sus maletas, pero no soltaba al sacerdote. Verningersel se lanzó sobre él, ahora caminaba normalmente, y lo apuñaló en el cuello. El perro se agitó para sacárselo de encima, pero los otros dos extranjeros le dispararon. Verningersel cargó al perro con mucho esfuerzo y lo tiró por la ventana. No pude ver qué fue lo que lo jaló hacia afuera, pero por poco se cae, de no haber sido rescatado por sus amigos. No se quedaron ahí mucho tiempo, pues regresaron corriendo a los últimos carros. El monstruo en forma de gusano se fue y tras pasar un túnel ya era de día. Todos bajamos en la siguiente estación y corrimos.

            Yo sé que no me van a creer, solo soy una niña, pero les digo la verdad.

DIARIO DE IFIGENIO BOLÍVAR
27 de febrero, 1928
            Redacto este recuento de los hechos antes que la policía portuaria, o incluso el ejército, silencien el asunto y cambien las cosas. Esto que escribo ahora quizás será la única fuente fidedigna de lo que ha ocurrido en el Peninsular, que zarpó de Veracruz el 25 conmigo como capitán, dirigiéndonos al pequeño puerto campechano de San José.

            He capitaneado este barco más de 300 veces y lo he visto todo, es por eso que no me alarmé cuando sucedió el altercado con los marinos que guardaban las maletas. Me informaron de polizontes y pude ver a uno de ellos huyendo. Los polizontes no son nada nuevo, y no me pareció nada anormal, al principio, al hombre vestido de campesino que huía sosteniendo su sombrero de paja sobre su cabeza. Lo único extraño fue lo que encontramos que entre las maletas donde se escondía, un cuchillo de mango de piedra y hoja afilada. Era inusual, pero no lo suficiente para llamar a la policía, ni mucho menos suspender el viaje programado.

            El viaje fue tranquilo, pero nos vimos rodeados de una bruma verdosa que despedía un olor inmundo. Hubo muchos enfermos, y en su momento culpamos a la neblina y a la comida. Pero eso no fue lo único que pasó esa noche. Mis marinos me vinieron a buscar y recorrimos la cubierta hasta las escaleras que descendían a la cocina. Entre la bodega y las estufas estaba el cuerpo de un hombre. Estudié un año de medicina, así que con tan solo inspeccionar al cadáver y al agujero en su pecho pude determinar lo que faltaba. Le habían matado, roto el esternón, abierto el pecho y arrancado el corazón. Lo tiramos al mar en ese momento y alertamos a los tres soldados que viajaban con nosotros. Teníamos a un loco entre nosotros.

            Al día siguiente nadie preguntó por el desaparecido, y como habíamos limpiado la sangre, nadie notó nada. A media tarde un marino se puso borracho, tratando desesperadamente de quitarse esa terrible imagen de la mente, pero se fue de lengua a varios viajeros. Pronto hubo un ambiente de nervios. La mayoría culpaba a los gringos que viajaban en un camarote privado. Consulté personalmente con los soldados sobre cómo manejar la situación, después de todo al llegar a puerto ellos se harían cargo. Encontré a Hortencio y a Julio, pero no a Nicanor. Nos pusimos tan nerviosos como los tripulantes y tras una revisión a conciencia encontramos que ese soldado no era el único que faltaba, pues no encontrábamos a dos marinos, Emilio Poh y Sergio Yam.

            Orillado por el miedo le ordené a todos a quedarse en sus camarotes, en las sillas por toda la noche. La neblina verde regresó cuando el sol se puso y nos esperaba una noche muy inquieta. Para reforzar la seguridad yo mismo hice mis rondas. Los últimos pisos son los camarotes y las salas de máquinas y como la iluminación eléctrica es muy deficiente ordené esa tarde instalar lámparas de petróleo para tener mejor visibilidad. Había dejado a un soldado en las escaleras para que se asegurará que nadie saliera de los camarotes, ni entrara. Al cabo de dos horas estaba de regreso en mi ronda y no encontré al soldado. Pistola en mano fui revisando cada camarote. La segunda puerta que traté de abrir con mi llave maestra no cedía. Empujé con fuerza, pues empujaba el cadáver de Julio. Algo allá adentro chilló con voz muy aguda. El barco pareció golpear algo y el movimiento me tiró de espaldas. Aún bajo la poca luz del camarote pude ver que había una mujer muerta, con el pecho abierto, y un hombre le arrancaba el corazón y me gritaba.

            Traté de dispararle, pero salió tan rápido del camarote que me sorprendió y me pateó en la cabeza. Disparé a ciegas y él me disparó de regreso. Me falló por muy poco, y yo le pegué a la lámpara de petróleo. La lámpara estalló y la gasolina le cayó encima. Envuelto en llamas corrió hacia las escaleras a la sala de máquinas y cayó por los escalones. Un grupo de marinos llegaron a mi ayuda. Juntos sofocamos el incendio que accidentalmente había provocado y le urgimos a los viajeros a permanecer en sus camarotes. Uno de mis marinos notó que los gringos no estaban. Rompieron el toque de queda. En cuanto escuché los disparos en la sala de máquinas supe que eran ellos. Sofocadas las llamas bajamos corriendo siguiendo el rastro de sangre que el asesino había dejado.

            Hubo un segundo golpe, pero ahora que estaba a menos de un centímetro del fondo oceánico pude escucharlo bien. No encallábamos, pues mis coordenadas eran perfectas y el timón estaba asegurado. Era algo distinto. Había algo allá abajo que nos golpeaba. El casco interior se dobló a mi lado, justo donde había golpeado con fuerza. En la penumbra de la sala de máquinas seguí el olor a quemado. El asesino había ardido hasta los huesos y alguien le había disparado varias veces y destrozado la cabeza. No puedo demostrarlo, pero estoy seguro que eran los gringos. En sus últimos momentos el asesino mató a mi ingeniero de máquinas.

            Los golpes en el agua cesaron después de eso. Al hacer un recuento nos dimos cuenta que sobrevivíamos cinco marinos y yo, ya no quedaban soldados. Veo el puerto a media hora de distancia. Hace una hora un niño encontró debajo de las escaleras a los camarotes un cuchillo de mango de piedra y afilada hoja. El populacho culpa a los gringos. Yo sé quiénes fueron. Después de todo parece que tuvimos polizontes.

CARTA DE JULARDO TREJO
13 de febrero, 1928
            Señor Coty,
Como prometido, le escribo desde Rumania para reportarme. Como ya sabe, viajo en compañía de dos ingleses, Benson y Vernon Ingersoll. Ingersoll parece tener en nómina a docenas de detectives privados alrededor del mundo, organizados por su secretario particular, un tal Pierre Macri. En sus investigaciones han descubierto elementos que podrían ser importantes para lo que tengo que hacer.

            Crin Anotenusco es hijo de un antiguo conde y heredero del castillo de Donlescu, así como muchas otras propiedades. Prácticamente tuvo que escapar de Budapest hace diez años por cargos de homicidio y corrupción a menores. La villa de Donelescu sufrió migraciones masivas desde un período mayor de diez años. Las cosechas se vieron plagadas en cada estación y un número cada vez mayor de gitanos se ha ido instalando. La gente decente y adinerada hace mucho que se ha ido, ahora sólo queda la gente pobre y esos perversos gitanos. Ellos parecen llevar a cabo la voluntad de Crin Antonescu.

            No le escribiré sobre los extraordinarios y terribles eventos que tomaron lugar en el tren que nos trajo hasta aquí. Son demasiado terribles y usted no necesita conocer sus espantosos detalles. Baste decir que, tal y como Ingersoll había dicho, existe un grupo de personas llamados los Impuros, entre cuyos líderes se encuentra Antonescu, que no se detienen ante nada para eliminar a quienes le son un peligro. Yo mismo no estoy seguro de lo que vi, pero sí sé que los Impuros existen, que creen en cosas tan macabras que ningún buen cristiano las podría imaginar, y más importante aún, que ellos tienen una obsesión enfermiza con un tal Vander van Soest. Su hijo entró en contacto con ellos, buscando información sobre este personaje y lo mataron por eso.

            Benson hace derivar de ese personaje van Soest toda clase de maldades y repercusiones a niveles cósmicos que me resultan muy difícil de creer. Los eventos en el tren me han hecho dudar de mí mismo en este punto, pero soy un detective antes que un supersticioso y me dejo llevar únicamente por la razón. Aún así, quiero que entienda que lo que haré con Crin Antonescu, aunque es racional, es movido en mí por mi alto sentido del deber. No puedo llevarlo a la justicia, y mató a su hijo por interesarse en un pirata muerto hace siglos.

            A este respecto el misterioso secretario particular de Ingersoll, Pierre Macri, ha enviado información útil. La Historia del castillo de Antonescu es muy interesante, y aporta datos relevantes. Fue usada como iglesia primero, hasta que el sacerdote se volvió loco al traducir antiguos tomos árabes y mató a todos. La Iglesia ortodoxa ordenó mantenerla cerrada, pero la villa fue parte de una batalla y el ganador se quedó con el lugar para hacerlo un castillo. Se construyó para defenderse de los turcos, pero éstos finalmente ocuparon todo el territorio y renovaron el castillo para que sirviera como base militar, debido a su cercanía al río. Esto es importante, porque implica que debe haber un laberinto de túneles al río que nos permitiría entrar por la parte trasera del complejo, evitando a los gitanos que guardan el lugar.

            Sólo tendremos una oportunidad para hacerlo bien, por lo que nos tomaremos el tiempo de planearlo con cuidado. No quiero que cargue usted con la muerte de este monstruo sobre su conciencia, usted no me lo ordenó y está libre de toda falta antes Dios. Esto lo hago por mí mismo. Y que Dios nuestro Señor tenga piedad de mi alma si no salgo con vida de ese castillo.

Siempre a su servicio,
            Julardo Trejo.

PERIÓDICO EL TRIBUNAL DE CAMPECHE
1 de marzo, 1928
            Ésta mañana fue oficialmente aprehendido el capitán Ifigenio Bolívar pos los crueles homicidios en su barco “Peninsular” que dejaron como saldo cinco muertos y siete desaparecidos. La autoridad ha hecho notar que Ifigenio Bolívar padece de sus facultades mentales derivadas de un alcoholismo crónico, lo cual dio inicio a su serie de asesinatos brutales. Muchas de las declaraciones de testigos fueron desestimadas por las autoridades por ser contradictorias o flagrantemente inventadas, como aquellas declaraciones que publicamos ayer sobre criaturas marinas que parecían lanzarse contra el barco. Otros mencionaron la presencia de cuatro gringos, tres hombres y una mujer e incluso sostienen que en algún punto uno de ellos abrió fuego en la sala de máquinas. La autoridad, orgullosa de haber resuelto la serie de crímenes sentenciará mañana al capitán Bolívar.

DIARIO DE PERCY COLLINS
3 de marzo, 1928
            Nos hemos salvado dos veces milagrosamente. Por si la emboscada en Ciudad de México no hubiera sido suficiente, había más de ellos en el barco. Logramos matarlo a tiempo antes que terminara su ritual para llamar a lo que fuera que se alzaba del lecho oceánico. Afortunadamente el viaje a Mérida pasó sin problemas. Silas aún trata de explicar lo sucedido desde su mentalidad científica. En mi opinión, lo hace para impresionar a Eva y no creo que funcione. Después de todo, ella ha visto cosas tan malignas que le quitan el sueño, y tan terribles que se llevaron a su hermana.

            Nestor parece estar buscando una ruta, convencido que el túnel de Zacatecas es en realidad mucho más grande. No sólo llegaría a la península de Yucatán, sino hasta Argentina o más abajo incluso. Silas se opone a tales suposiciones, duda que haya más de un túnel, y duda que pueda siquiera existir una obra de ingeniería de ese tamaño en épocas tan antiguas. Discutieron al respecto hasta llegar al hotel. Nestor se retrajo a su habitación unos momentos y regresó con nosotros sosteniendo una larga soga de hilo plateado y una cajita con extrañas píldoras doradas. Remarcó que el escepticismo de Silas podría ponernos en peligro si fallábamos al hacer algo que él nos ordenara, aunque sonara ridículo o absurdo. Por ello nos pidió que nos retirásemos a una misma habitación, nos atásemos la cuerda por la cintura y esperásemos.
- El hidromiel en esas píldoras les dormirá en muy poco tiempo.- Dijo Nestor.- Les hará invulnerables al espacio y al tiempo, pero es muy tóxico, por lo que sólo puede ser tomado en casos de extrema necesidad. Recuerden atar con fuerza la cuerda.
- ¿Qué clase de químico es este?- Preguntó Silas mientras bostezaba.
- Uno muy extraño en nuestro planeta, pero abunda en Yugoth, un planeta más allá de las Pléyades.
- ¿Duele?- Preguntó Eva mientras apoyaba su cabeza en la almohada.
- No duele para nada, pero hagan lo que hagan no se suelten.
- ¿Por qué?
- Porque se perderían en lugares en los que no quieren perderse.

            Rápidamente nos quedamos dormidos. Fue todo en un instante, sentí el sueño y cerré los ojos e inmediatamente los volví a abrir, para sentirme renovado y vigoroso. La habitación me pareció difusa y me costaba trabajo centrar la vista en algo. Estaba alucinando, pues la habitación daba vueltas y de pronto hubo una gran tiniebla, decorada por manchas de colores. La cuerda se tensó en mi cintura y me aferré a la cuerda mientras éramos jalados con extraordinaria fuerza hacia arriba. En un parpadeo nos encontrábamos sobrevolando una inmensa piedra negra, con gigantescas columnas que parecían hechas con bloques de más de seis metros. Descendimos sobre la extraña estancia, maravillándonos de nuestros alrededores. El paraje era desolado, pero el cielo era extraordinario. Los colores que había visto como manchas borrosas estaban sobre nosotros. Nubes doradas y púrpuras difusas como el humo y repletas de estrellas. Nestor dijo algo que no escuché por estar viendo hacia arriba y hubo otro jalón, ésta vez recorrimos cientos de columnas de lo que debió ser un templo en tiempos muy antiguos. Nos detuvimos frente a un enorme espejo de plata pulida. Nestor lo roció con agua y nuestro reflejo cambió. En ese fantástico paraje nunca pensé que algo tan común me asustaría tanto. Vimos una oficina de universidad, con una mujer que se había quedado dormida sobre un libro.
- Esperen aquí y no se alejen.- Dijo Nestor.- No están listos para cruzar.
- ¿Quién anda ahí?- La mujer se despertó cuando Nestor atravesó el espejo, aún atado de la cintura.
- Te dije que no llegaría tarde.
- No escuché la puerta.- Hablaba español, pero con un acento diferente al que me había acostumbrado. Eva susurró que su nombre es Elisa Susana Ellery, una argentina experta en migraciones americanas.- No pensé que vendrías, el viaje desde Ciudad de México es muy largo.
- ¿Has tenido oportunidad de investigar lo que te pedí?- La conversación que vino después la trascribo idéntica. El plan de Nestor funcionó, los tres captamos eficazmente las dimensiones de la misión que nos esperaba.- Sé que estoy cerca, pero me he estado dando de topes.
- El tema es interesantísimo sin duda. Porteo tiene un capítulo interesantísimo sobre los mayas en Centroamérica en su “Movimientos de Mesoamérica”.
- ¿Y más antiguo?
- Sabía que preguntaría eso. He seguido sus lineamientos y sus fuentes, y creo que tiene razón. Hubo una migración por el norte, el estrecho con Rusia, pero no explica muchos fenómenos. Creo que se pueden separar dos grandes movimientos, desde 20 mil años antes de Cristo, más o menos, y una segunda migración. Lo que busca está ahí.
- ¿Una segunda migración?- Nestor se golpeó la frente, incrédulo.- ¿Cómo pude ser tan ciego?
- Lo que no entiendo es cuál pude ser la causa.
- Yo sí. Lemuria quedó sumergida casi por completo, quienes migraron al este ocuparon lo que hoy es el polo sur. Conforme la glaciación hacía imposible la vida fueron migrando. La segunda migración debió ser la última y más desesperada.
- Sabemos de guerras con los araucanos por su tradición oral, después algunos casos de canibalismo entre los indios peruanos y finalmente el contacto con los mayas.- Ellery recogió un libro de su atestado escritorio y se lo mostró a Nestor.- “Astrología y migraciones” de Batista Menard, fue dificilísimo de conseguir, pero se lo puede quedar. Sostiene que hubo un pueblo, que no dejaba tras de sí nada escrito, ni construcciones que perduraran, que no tenía cosechas sino que se dedicaba a la cacería y robo, que manejaba una tradición oral muy particular. Los documentos del fraile Amezcua en Perú habla de rituales violentos que usaban una astrología que, hasta ahora no se ha podido comparar. Muchas de las estrellas no corresponden, porque no existen. Pero después pensé en lo que usted me escribió y, si aceptamos su hipótesis, ya no existen porque dejaron de arder hace millones de años. En las tribus centroamericanas quedan vestigios de mitos sobre estrellas que cayeron antes que el Hombre. Un poco más al norte y tenemos Xibalba, a la vez estrella y ciudad subterránea. Literalmente “ciudad del miedo”. Aparece prominentemente en el Popol Vuh. Al final un par de gemelos engañan a los dioses que ahí habitan. En esa período cesan los sacrificios humanos. Años después resurgen en el imperio mexica. Cuando los españoles conquistaron, si es que sobrevivía aquella estirpe, debieron haberse ido a todas partes.
- Los encontré en ciudad de México, pero ésa ciudad es un valle a kilómetros sobre el nivel del mar. Estaban en Zacatecas, en el río subterráneo, y entendería que estuvieran en las zonas arqueológicas, ¿pero la ciudad de México? No veo la conexión.
- Yo sí. La ciudad de México era la Venecia de América, entubaron los ríos después de la conquista. Y toda la península de Yucatán se sostiene sobre el agua. Está repleto de cenotes. ¿Realmente quedan remanentes de esa migración?
- Sí, pero no son ellos quienes me preocupan. Son sus intenciones. Quizás Xibalba es la clave, no lo sé, pero debo encontrarla antes que sea demasiado tarde. Porque no solo sobreviven ellos, sino sus cultos y se encuentran por todas partes. Hay miles de cultistas allá afuera que buscan despertar a los Dormidos. Y cuando lo hagan, cuando los dioses pe humanos regresen, no habrá lugar para nosotros. Gracias por el libro doctora, se lo devolveré cuando la vea. Si tengo suerte la veré en circunstancias más pacíficas, si es que encontramos Xibalba y podemos cerrar esos túneles.
- ¿Qué quiere decir cuando la vea?

            Nestor jaló de su cuerda plateada y todos jalamos al unísono. Ellery quedó boquiabierto cuando le vio desaparecer en el aire. Nos levantamos en la mañana siguiente, Nestor no estaba. Silas, si realmente hubiera sido tan testarudo, habría desdeñado el asunto como un sueño raro, de no ser porque vimos a Nestor desayunando y leyendo el libro que Ellery le había prestado.

DIARIO DE JULIA DELON
17 de febrero, 1928
            No puedo dejar que mi padrastro lo lea. Me mataría si lo leyera. He visto tres extranjeros que me han puesto nerviosa. No son como los extranjeros del año pasado, que visitaron tantas veces el castillo y que dejaron de venir. Son diferentes. ¿Una amenaza o potencial aliado? No he hablado de esto con las otras chicas. Una parte de mí cree que es porque nuestros planes de escapar de este infernal lugar son más fantasía que un plan serio. Pero otra parte sabe que algunas de ellas son tan creyentes como sus padres. El año pasado, cuando ese jeque árabe quiso hacerse de un harem, ¿no escuché a algunas de ellas jalando de los pelos a Mirna? De no haber estado tan enferma, quizás yo misma habría sido mandada con ese demonio.

            Maldigo el día que mi madre se casó con Boiko tras enviudar. Cada paso que doy es con miedo, cada mirada es acusadora, cada evento es fatal. No dejo de pensar en ello, ¿los extranjeros vienen por el viento encadenado?, ¿son parte de los horrores que Boiko masculla mientras duerme? He visto a Crin Antonescu esta mañana, arriba en su castillo mirando a nuestras tiendas con la mirada de un demente. Con tan solo verlo doblega mi espalda. La visión de ese monstruo desfigurado es el yugo que nos aprieta a todos por lo garganta. ¿Sabe Antonescu que han llegado estos extranjeros?

DIARIO DE VANDER VAN SOEST
29 de Octubre, 1776
            Mi hermano murió cuando yo estaba en Boston. Murió de vejez, mientras que yo conservaba mi edad. En sus últimos años no quise verlo, no fuera a ser que notara mi edad y entonces supiera, como informado por un relámpago, que lo poco que quedaba de mi alma tras mis años de pirata se ha ido erosionando. Perdí todo lazo con la humanidad. No lloré, porque me supe liberado. Convertí mis florines en monedas más actuales, aunque conservé muchas que planeo vender en unos años como una colección privada. Mis inversiones en los muelles son más que suficientes para financiar mis costosas investigaciones.

            El laboratorio alquímico en el ático es lo que me ha permitido llegar a mis 135 años con la salud de un toro. Los componentes son costosos y difíciles de conseguir. Compro en todas las boticas que puedo, pero siempre cambio mis rutinas y las escojo de modo que no me reconozcan. No quería que sospecharan de un hombre que compra treinta galones de anticoagulante al mes. Aún así, no podía quedarme encerrado, tenía que socializar porque los vecinos ya empezaban a rumorear. Estaba, pero no estaba. Estaba lo suficiente para ser notado, pero no para ser el centro de atención. Aún así, con los años permanecí joven, mientras sus cabellos se encanecieron sus rostros se arrugaron. No pensé en nada sobre sus sospechas, pero debí haberlo hecho.

            Fue en ese año de 1775 cuando entablé contacto con Pierce Marsh, dueño de una pescadería y doce botes de pesca. Es parte de un culto local a Cthulhu. Fue Marsh quien me educó sobre el sacerdote de los Antiguos, sobre las grandes batallas y eventual encierro en su ciudad de R’lyeh, donde duerme hasta que las estrellas se alineen correctamente y pueda despertar. Éste es el Kuluku de los piratas bengalíes. He navegado docenas de veces hasta el arrecife frente a Innsmouth, lo llaman el arrecife del diablo y con justa razón. Secuestramos gente que nadie extrañaría y los usamos para nuestras ceremonias. Logramos invocar los sueños de R’lyeh, maravillosas criaturas que nacieron en galaxias muy distantes. Fue ahí cuando leí los manuscritos pnakóticos. Desnudo y cubierto en limo leí aquellos fragmentos que hasta ahora me resultan electrizantes:
            “La gran raza de Yith lo sabía, los Exteriores mantuvieron el caos en las estrellas. El sacerdote conquistó galaxias. Rhan-Tegoth y sus hermanos lo adoraron sobre lunas doradas. Cthulhu y sus criaturas llegaron cuando las estrellas estaban bien. No eran como nada que hubiera antes, hechos de estrellas no tienen carne ni sangre. En la gran batalla fue encerrado en R’lyeh y ahí espera. Hecho de carne y sangre y furia. Sus sueños pueblan el mundo, aunque los vivos no lo sepan.”

            Viajaba en secreto a Innsmouth desde Boston, siempre con Marsh. En esa época aprendí que el culto estaba diseminado por todo el mundo y todos esperaban su regreso. En esos tiempos de fiebre y rituales pensé en lo imposible. Si dormía, podía esperar. Una tarea inmensa, dijo Marsh, pero no la desestimó. Marsh se hizo cada vez más útil, pero al concentrarme en Innsmouth y el arrecife del diablo en Boston los rumores crecían. Uno de mis cargamentos de valeriana, yodo, anticoagulante y venenos africanos tuvo un percance. Cuando se enteraron que el cargamento era para mí la ciudad bullía en rumores. Traté de minimizarlo, confeccionando perfumes y maquillajes, argumentando que era un químico aficionado. No fue suficiente, había un reportero husmeando. Una noche trató de meterse a mi casa, así que lo maté con una lámpara. Abandoné su cuerpo en una calle desolada y armé mis maletas. No tenían lo suficiente para acusarme formalmente, y era demasiado rico para ir a prisión, así que me fui a Dunnwich mientras pasaban los rumores.

            Desde que maté al reportero pasé gran parte de 1776 en Dunnwich. Marsh se había agenciado el “Alquimia imperdonable” del alquimista Reimlich y ayudé al culto a invocar a los Profundos, los cultistas con branquias y caras de peces. Durante el verano mi idea de despertar al gran Cthulhu fue creciendo. No eran infrecuentes las menciones dentro del culto sobre el jardín del edén que quedaría para los fieles cuando Cthulhu recompensase a sus Profundos y sus fieles. Marsh me mostró un manuscrito incompleto del Necronomicon. Eran anotaciones hechas a mano, copiando una copia del libro maldito, y tenía muchos espacios en blanco y aún así un pedazo quedó grabado en mi mente:
            “Los Antiguos fueron, los Antiguos son, y los Antiguos serán. No en los espacios que conocemos, pero entre ellos, ellos caminan serenos, sin dimensiones y sin ser vistos. Yog-Sothoth conoce la puerta. Yog-Sothoth es la puerta. Yog-Sothoth es la llave y el guardián de la puerta. Pasado, presente, futuro, todos son uno en Yog-Sothoth. Él conoce donde los Antiguos irrumpieron de antaño, y donde irrumpirán de nuevo. Él conoce donde Ellos han caminado los campos de la Tierra, y donde Ellos los caminan ahora, aunque nadie los pueda ver. Sus manos están en sus gargantas, y no los ven. Yog-Sothoth es la llave de la puerta, donde las esferas se conocen. El Hombre gobierna ahora donde Ellos gobernaron entonces; Ellos pronto gobernarán donde el Hombre gobierna ahora.”

            Marsh dijo que una copia del Necronomicon podía encontrarse en la Biblioteca de Londres, y sin duda habría copias en colecciones privadas. Aquella fue una temporada de mucha actividad. Convertimos a los indios de las montañas en nuestros cultos. Celebramos las invocaciones a la luz de la luna, mientras la gente horrorizada escuchaba los gritos y los chillidos. Nadie me reconocía en Dunnwich, quienes me habían visto eran ahora demasiado seniles para darse cuenta. Había regresado y estaba hambriento. Como un vampiro necesitaba de varios litros de sangre para realizar mis infusiones y mantenerme joven. El culto rápidamente me tomó por su líder. Sabía que la clave era Yog-Sothoth y encontrar la ciudad sumergida, pero no sería fácil. En mis invocaciones conseguí visiones de mundos fantásticos y terribles, de cascadas de sangre, de ciudades hechas con los huesos de los vencidos. Intuí ese otro Universo del que hablaba el árabe loco, y estaba tan cerca de mi mano que casi podía tocarlo.

            Los pueblerinos se asustaron y pidieron ayuda al ejército, al ver que la policía era parte del culto. Sacrificamos cinco niños para saciar la sed de Shub-Nigurrath. Así como los indios de México sacrificaban para alimentar con sangre, así también nosotros pagábamos por nuestras visiones. Esa misma noche nos sorprendieron los soldados. Tenía la mitad de un corazón en la boca cuando empezaron los disparos. No fueron los soldados, sino los cultistas quienes dispararon primero. Enloquecidos por la sangre los desgarramos hasta saciarnos.

            Me bañé la sangre en mi casa, cerca de los bosques y me fui a Boston. Le escribí a Marsh una carta con mis intenciones y le solicité que mandara empacar y enviar las pertenencias que dejaba en Dunwich. Tenía que irme, pero no por miedo a las subsecuentes investigaciones, sino porque quería ir a Londres y conseguir un Necronomicon completó.

DIARIO DE SILAS EZEKIEL DEWITT
6 de marzo, 1928
            El método científico me ha servido de muy poco. Aquel sueño me ha impactado, quizás más que a los demás. Cuando me contrató me dijo que sería peligroso, y he visto peligros muy de cerca en ciudad de México y el barco que nos trajo a Campeche, pero esto pertenece a otra liga. Estamos en el umbral de otro mundo, y ahora me doy cuenta que ni todas las armas y explosivos del mundo estaríamos seguros. Le escribí a mi primo Benjaminn en Los Ángeles para que investigara sobre ese Vander van Soest del que Cusamano habla tanto. Según Eva y él adonde quiera que fuera se podían observar los mismos patrones, había muertes misteriosas, se cambiaba únicamente el apellido y siempre pagaba con, o intercambiaba, florines holandeses del 1600. Benjamin no encontró nada, pero se lo refirió a un amigo en la Universidad de Oxford y encontró algo.

            La nota que me mandó Benjamin se la ha quedado Nestor, pero recuerdo lo principal. Hubo un robo a una sociedad cartográfica inglesa en 1779. El principal sospechoso fue un Vander Hawkings, quien hizo una pequeña fortuna vendiendo los florines de su bisabuelo. La noticia trascendió debido a que el ladrón, seguramente Hawkings, se robó los mapas equivocados. Se llevó copias modernas, sin valor, de mapas de aborígenes de diversas partes del mundo, sobre todo América. Quizás lo que Vander Hawkings buscaba es lo mismo que hemos estado buscando nosotros.

            Percy y Eva están sumidos entre registros antiguos de la ciudad de Mérida buscando casas antiguas y abandonadas en las zonas cercanas a los cenotes. También buscan historias de horror en esas casas. La teoría de Nestor es brillante, si ese túnel pasa por Yucatán quizás nunca lo sabríamos sin tener que cavar por doquier e investigando cada cenote, sin embargo, en Mérida se guardan los registros celosamente y si una casa está construida en el paso de ese túnel habría registros de muertos y salvajismo. Nestor y yo nos hemos dedicado a componer fórmulas químicas de algunas anotaciones terciarias que él ha conseguido sobre la alquimia del holandés demoníaco.

            El asunto ha picado mi curiosidad más allá de mi contrato y le he hecho preguntas a Cusamano. Puedo notar que no me dice todo, pues a veces se queda a la mitad de una oración y prefiere cambiar el tema. No es el holandés quien me interesa, sino dónde estábamos cuando estuvimos atados con cuerdas y siendo arrastrados por el espacio sideral. Mi mente es demasiado científica y me cuesta creerlo, he estado tratando de minimizarlo todo, de ofrecer teorías plausibles y negando aquellas cuyas implicaciones resultan demasiado terribles. Siempre me ha costado trabajo el asimilar aquello que es desagradable, siempre le discutí las órdenes a mis superiores en el ejército, quizás por eso me corrieron. O quizás lo que yo llamo racionalización ellos llaman cobardía.

            Estamos prontos a concluir nuestros experimentos, y Percy y Eva ya casi terminan. Pronto nos zambulliremos al horror, y sólo pido que mi cordura no se afecte.

PERIÓDICO EL TRIBUNAL DE NUEVA INGLATERRA
10 de octubre, 1775
            Como reportamos en este periódico la semana pasada los terribles sucesos en la colina Moshun a las afueras deDunwich ha sido la preocupación primaria de las autoridades. 18 soldados muertos y dos desaparecidos fue el saldo de una investigación a los extraños cultos en las colinas. Uno de los sospechosos, Vander Holt, desapareció poco después y aún hoy es buscado por las autoridades. La policía interrogó a otro sospechoso, Pierce Marsh, comerciante local. Ayer se emitió una orden para su captura, pero el señor Marsh se resistió, acuartelándose en su casa. El hombre fue abatido por los soldados. Cuando se disponían a entrar a la residencia los sirvientes del señor Marsh le prendieron fuego. Aunque pudieron recobrar el cuerpo, nada queda del edificio. El caso de la desaparición de los soldados queda pues cerrado.

CARTA DE JAMES BENSON
18 de febrero, 1928
            Amada Ewa,
Te escribo desde la villa de Donelescu, en Rumania. No sé si mi carta llegará a su destino. Si te llega, no me escribas a esta dirección. No estaré aquí para cuando llegue la carta. No hay teléfonos en la villa, y aún si los hubiera no me gustaría usarlos. No quiero que escuches el temblor en mi voz. Mi amada, si mi fe fue puesta a prueba por mis investigaciones genealógicas, mi teología ha sido puesta a prueba por los sucesos ocurridos en el tren que nos trajo aquí. Así como Dios detuvo el sol para que los israelitas batallaran al mediodía, así los Antiguos pueden prolongar la noche. Lo que vi por la ventana no tiene nombre, no puede tenerlo. Vernon lo llamó “gusano de la destrucción” y “aquel que devora a la Tierra como una manzana”.

            Cuando estudié teología en el seminario leí mucho acerca del mal y sus efectos. Como buen teólogo tendí a adjudicarlos a un proceso intelectual, al error. Estaba equivocado. En la penumbra iluminada por aquella criatura que había nacido en eones pasado y dormido en lugares ocultos, algo me tocó. Por un instante advertí de las proporciones cósmicas de aquello que nos rodea en esta expedición. Ése es nuestro enemigo, el enemigo de toda la raza humana, la oscuridad.

            Vernon no quiso que lo acompañara, pero debo hacerlo. Sé que te será difícil de leer, pero debo hacerlo Ewa. Lo hago por ti y por todos. Crin Antonescu debe morir. Sus efectos son palpables en la villa. Las calles adoquinadas y los pintorescos túneles de alguna manera se ven tétricos. Las miradas de los campesinos, antes amistosas, ahora son malignas. Los gitanos, pueblo tan lleno de danza, de juegos y de trucos, son serios y pesados. Las sombras han dejado de ser sombras, ahora son oscuridad. Quizás esa sea la mejor descripción que pueda darte.

El detective Trejo continúa silencioso, aún no ha podido asimilar lo que vivimos en el tren. El ataque de los Impuros que Ingersoll pudo detener justo a tiempo. Nos hospedamos en la única posada y compartimos cuarto, por si acaso los Impuros nos encuentran. Vernon no ha perdido su sentido del humor, probablemente lo hace para mantener alta nuestra moral. Noté que lleva consigo siempre un medallón, oculto bajo su camisa, es un círculo grande con la forma de un dragón. Es todo un estuche de monerías. Trejo ha decidido que nos dividamos para investigar la comuna gitana y encontrar los túneles que el castillo debe tener contra el río. Vernon cree que Antonescu podría ser la clave de la conspiración de los Impuros y su intento de despertar a los Antiguos. El español hará de turista, Vernon hará de rumano ya que habla el idioma perfectamente y yo me haré pasar por periodista inglés que entrevista gitanos de toda la Europa oriental sobre la situación política.

      Si no te escribo, no contengas la respiración. Incluso si sobrevivo, puede pasar un tiempo mientras que huimos de este lugar maldito. Mientras tanto, duerme con la luz prendida. Que la oscuridad no te absorba.
Te amo Ewa, y cuando regrese a Inglaterra me casaré contigo y me harás el hombre más feliz del mundo.    James.

DIARIO DE ELISA SUSANA ELLERY
7 de marzo, 1928
            Mientras platicaba de mi conversación onírica con Pablo, en la cual omití que he perdido el libro que él me consiguió, él me habló de otro profesor con una tesis semejante de 1918 y que se retiró a vivir solo. Por infortunio mío, y del profesor Genaro Lopresti, se retiró aquí mismo en Buenos Aíres. Traté de contactarlo por teléfono, pero nunca instaló uno en su casa. Conseguí su dirección por medio de uno de sus antiguos alumnos, que la había conservado por más de diez años.  Ahora me arrepiento de haberlo buscado, pero en su momento no podía saber los horrores que desencadenaría mi visita.

            Fui recibida por una amable y platicadora enfermera en la casa de la avenida Ríos. Una hermosa casa, de estilo español, con tejas rojas y amplio jardín central. La enfermera me guió hasta la cocina y mientras me calentaba agua para un mate platicamos sobre el clima y el nuevo edificio en construcción a una cuadra, al parecer los obreros trabajaban desde la madrugada y despertaban al profesor. Me hizo pasar a una sala donde Genaro Lopresti miraba melancólico por la ventana desde su silla de ruedas. El viejo profesor tenía sus tics, pero no parecía tan grave. No recuerdo toda la conversación, pero recuerdo que hablamos sobre las migraciones americanas.
- Gran parte de la tradición oral de la Patagonia se ha perdido para siempre.- Decía el profesor mientras se acomodaba su frazada sobre sus rodillas. ¿Cómo se interesó en el tema?
- Correspondencia con un colega. ¿La tesis y los artículos que tiene la Universidad son todas sus publicaciones?
- Sí, me temo que desarrollé un mal de nervios y eso me apartó de la vida académica. Si puedo darle un consejo jovencita, olvide el tema. No le llevará a ninguna parte. Créame he estado en su lugar.
- Sí, probablemente no lleve a nada, pero es fascinante. El colega que le digo, él tiene las teorías más disparatadas y entretenidas. Estamos formando una teoría de una segunda migración desde el sur, registrada únicamente por las civilizaciones desarrolladas en las que se fueron asentando. Lo vi en sueños, fue de lo más peculiar. Soñé que hablaba con él y le daba un libro. Ahora no encuentro el libro. Ese Nestor es todo un brujo, ¿no le parece de lo más divertido?
- Creo que me siento mal, por favor váyase.

La respuesta me sorprendió y me quedé sentada sin saber qué hacer cuando la puerta del sótano se abrió de golpe y me llevé un buen susto. Me levanté para cerrarla, y así interrumpir el chiflón que los ancianos tanto temen, cuando algo llamó mi atención. Escuchaba una música en el sótano. El profesor comenzó a toser y con alguna excusa di unos pasos al oscuro sótano. Era inusualmente profundo y en perfecto cuadrado. Las escaleras de pierda eran largos escalones resbaladizos, y no parecía haber iluminación alguna aparte del único foco que no pude ver, aunque podía ver su luz. La música parecía ser de gaitas, pero muy lejanas. Bajé el cuadrado por lo que debió ser un piso, pues sobre mí estaban los escalones superiores, cuando la luz se apagó. Resbalé en un escalón, pero en vez de caer de espaldas, caí hacia arriba. Al abrir los ojos noté que había otra fuente de luz, y que el golpe me había hecho un moretón en la mano. Estaba segura que había caído hacia arriba, pero al ver sobre mi cabeza vi los mismos escalones que había antes, ¿lo había imaginado o la gravedad había cambiado? Siendo la escalera igual en su parte de arriba y de abajo, era imposible saberlo.

            Había tenido suficientes sustos, por lo que regresé corriendo por donde había venido para regresar con el profesor Lopresti. Subí dos pisos, aunque recordaba haber bajado uno, y no encontraba la puerta en ninguna parte. La luz, sin embargo, se hacía más fuerte conforme avanzaba. Imaginé que era la puerta abierta la que dejaba entrar esa luz, pero estaba terriblemente equivocada. El techo sobre mí, las escaleras del siguiente piso, temblaron y sus tabiques se desunieron. La luz se hizo aún más poderosa y vi hacia arriba. Una visión como la que nunca había tenido en sueños. La clase de visión que solo los locos perdidos pueden tener y se la reservan tras sus balbuceos y sus gritos. Luces con colores que nunca había visto antes provenían de nebulosas lejanas, pude ver estrellas enanas y rojas, y una enorme meseta de piedra tallada por manos extrañas y torpes en la profundidad inmensurable del espacio. En aquella inmensidad del abismo estelar había algo más. Más allá de aquella ciudad de extrañas torres y pilares, había algo que emitía su propia luz. Estaba vivo, aunque con una vida muy distinta a la que conocemos. No tenía carne, ¿pues qué necesidad tendría de tener carnes y músculos?; no tenía brazos, ¿pues qué pueden hacer ellos que aquellos tentáculos cambiantes de forma no pudieran hacer?

            Me pareció a una ameba incandescente y tan grande como la luna, siempre cambiante de forma, siempre con cientos de ojos que parecían flotar sobre su superficie, abriendo sus ojos y cerrándolos para aparecer en otra parte. No pude ver dónde terminaba, pero me daba la impresión que así como podía cambiar de color, podía hacerse invisible. Se extendía sobre la enorme ciudad como algo gelatinoso, pero también como una bruma espesa, desarrollaba tentáculos con extraños órganos y se desplazaba rápidamente agarrándose de los pilares. Me quedé maravillada frente a esa grandiosa visión y fue cuando me percaté del sonido que mis músculos se despertaron antes que mi mente. La criatura no estaba sola, había una infinidad de entidades que parecían nacer en esa bruma gelatinosa, que a diferencia de su creador, estos parecían tener solidez. Aunque solo en apariencia, pues su forma cambia constantemente, aunque parecían esqueletos capaces de amoldarse, más que neblinas gelatinosas. Tenían patas que a veces parecían de arañas y a veces como las de un marisco. Tenían enormes bocas con infinidad de colmillos, pero de sus gargantas emergían docenas de larguísimos tentáculos, y sobre ellos ojos. Constantemente abrían sus bocas, sus tentáculos dando de zarpazos por doquier hasta que se unían con otros tentáculos, a veces de otras criaturas, y de ellos se formaba otro cuerpo, con otra boca, con otros tentáculos. Se creaban a si mismos, y se destruían a sí mismos. De inmediato supe qué eran, eran locura.

            A veces sus tentáculos, algunos tan finos como cabellos espinosos, alcanzaban la puerta entre el sótano de esa apacible residencia de Buenos Aires y el espacio exterior. Cuando eso pasaba, hacían un ruido como el de gaitas. Supe algo de inmediato. Así como la titánica criatura se aproximaba con relativa lentitud, esas otras criaturas se acercaban con diabólica agilidad. Antes de pensarlo mi cuerpo ya estaba corriendo, y justo a tiempo, pues la escalera comenzó a temblar, la gravedad estaba aflojando los tabiques de los escalones. Corrí tan rápida como pude y me lancé contra la puerta abierta, cayendo al suelo y confirmando mi sospecha de haber estado en un sótano donde la ley de gravedad había cambiado.

            Miré hacia el profesor Lopresti y me congelé por un segundo. La amable enfermera se había  convertido en su verdugo. No había nada que pudiera hacer por él, y huí. Empujé la puerta de entrada con tanta fuerza que se aflojó del marco y, una vez en la calle, no dejé de correr hasta llegar a mi sala. Estaba exhausta, pero no quise dormir, por miedo a ese infernal sonido de gaitas. Habría logrado convencerme a mí misma, quizás con el pasar de las décadas, de que todo había sido un sueño. De no ser por la nota en el periódico.

            La casa se derrumbó del techo hasta su base pocos minutos después de que me fuera. La policía y los bomberos se sorprendieron primero de no encontrar rastro del profesor Genaro Lopresti, pero conforme sacaban las toneladas de ruinas, no encontraron ni señales del piso de planta baja. Lo único que encontraron correspondía al piso superior, y nada más. Incluso el ingeniero civil mencionó que “es como si hubiese sido absorbida desde abajo”. Y eso fue exactamente lo que pasó, pero nadie lo sabrá de mi boca. Así como mataron al profesor, me matarían a mí. O peor, pues ahora entiendo que hay peores horrores que la muerte.

CARTA DE JULARDO TREJO
26 de febrero, 1928
            Estimado señor Coty,
Así como le dejé en claro en la conversación telefónica que sostuve con usted mientras aguardaba el tren, la misión de Rumania fue la etapa final de la investigación y, por ende, de mi contrato con usted. Considere la muerte de su hijo ajusticiada. Siguiendo los deseos expresados por usted en nuestra conversación telefónica, le daré los detalles de nuestra misión.

            Nuestras investigaciones clandestinas dieron frutos. En la orilla del río, en la parte más escarpada, encontramos una gruta que sirvió de túnel para los turcos hace algunos siglos. Caminamos cerca de una hora por ese laberinto hasta topar con un callejón sin salida. La salida del túnel había sido tapada hacía siglos, por fortuna habían empleado piedras en vez de tabiques y cedieron tras muchos esfuerzos. Entramos al castillo Antonescu por el sótano. Estábamos armados y listos para matar. Sin embargo, no estábamos listos para el castillo.

            En el sótano encontramos ataúdes apilados como biblioteca, con nombres y fechas de nacimientos y muertes. Debía haber más de cien. Uno de ellos se encontraba abierto y contenía un cuerpo momificado y mutilado con mucha precisión. Subimos por escaleras gastadas por los siglos hasta un segundo sótano. Éste parecía ser de uso continuo, por la luz eléctrica y la falta de polvo. Fue allí donde encontramos el despacho de Crin Antonescu, escarbado en un rincón donde antes solía estar una capilla. Benson montó guardia a un lado de la puerta e Ingersoll y yo revisamos sus papeles. Encontré correspondencia con su hijo Rene, con descripciones de macabros rituales que me erizaron la piel y no me atrevo a plasmar aquí. Ingersoll me mostró cartas de un colaborador de Antonescu, uno de ellos era de los alias que había visto en casa de Rene, “la llave estelar” y se refería a Antonescu como otro alias que había visto, el castillo en llamas. La llave estelar, quien quiera que fuera, felicitaba a Antonescu por haber mandado la invocación equivocada para sacarse a Rene Coty de encima. Al cambiar las fórmulas y las sustancias su hijo invocó algo que no pudo controlar y que se lo llevó. Ésta es la teoría en la que creo con todas mis fuerzas y le suplico a usted que la crea también, porque por más terrible que sea, por más odiosa que resulte, es la verdad.

            Benson se robó unos libros para mandárselos a su prometida y dejarlos a buen recaudo. Mientras montaba guardia en la puerta, pistola en mano, Vernon encontró recibos de telegramas emitidos en la villa hasta Delhi, India. “Rajendra Hussain es el único que puede encontrar al Lama rebelde Dorje. Imperativo que lo rescate de su prisión.” Benson e Ingersoll se emocionaron, estaban seguros que Antonescu era la clave de la conspiración de los Impuros. La emoción no duró mucho. Ingersoll encontró una anotación al margen en un cuaderno repleto de fórmulas de herbolaria. “Demasiado ajenjo, como él dijo. Reducir el amoníaco funcionó, él tenía razón y por eso seguimos a sus órdenes”. Vernon se puso histérico y lanzó libros y papeles al suelo. Benson lo tuvo que tranquilizar a empujones, antes que alguien escuchara el desorden. Vernon se calmó por fuera, pero estaba furioso por dentro, Antonescu era otro lacayo más de una conspiración que no podía siquiera delinear con certeza.

            Abandonamos esa sala con despacho y subimos más escaleras. Nos encontrábamos en el ala este, en el primer piso. Escuchamos ruidos en la parte superior, sin duda el castillo no estaría solo ni por un segundo. Entre las armaduras antiguas y las reliquias familiares se encontraban tapices que colgaban polvosos de la pared sin pintar. No les presté mucha atención, pero le causaron una honda impresión a Benson. Los dibujos me recordaban al tarot, aunque únicamente lo había visto una vez. Siendo educado en la fe católica nunca me interesé por los adivinos y charlatanes. Benson me explicó que el que teníamos de frente era un simulacro de lo que él llamó “el arcano del Papa”, representado en tapiz por un gordo sentado sobre una letrina de oro, con una inscripción en árabe que leía “Azathoth”. Recorrió la sala con la respiración entrecortada y señaló a cada tapiz. Seguían el orden del tarot, y recuerdo el que Benson dijo debía ser “el ermitaño”, que representaba a un hombre sin ojos en sus cuencas y con ojos en las manos y la leyenda “Nyarlathotep”. En vez del arcano del loco había un pirata con dos caras terribles, éstas caras se extendían del mentón para arriba y para abajo y tenía la inscripción “Yog-Sothoth”.

            Al escuchar los gritos de quienes debían haber sido gitanos nos quedamos congelados. Escuchamos pasos por todas partes, y detecté que se acercaban por la puerta norte. Jalé a Benson del brazo y, junto con Vernon, nos escondimos debajo de una mesa con mantel largo. Pude ver que eran gitanos, y muchos de ellos y todos armados. No sabían que estábamos en el castillo, de eso no había duda. Oímos voces, gritos y cadenas, y tan súbitamente como habían empezado, se habían detenido. Esperamos quince minutos, aún se escuchaba una voz, pero ya no oímos gitanos. Salimos del escondite y atravesando la puerta norte encontramos escaleras. No encontramos a nadie mientras recorríamos un largo pasillo que daba a una sala inmensa y repleta de ventanas con vitrales rotos. Pegados contra la pared asomé la cabeza, la voz que escuchábamos era un hombre vestido de monje declamando algo en un idioma que no era ni rumano, ni nada que hubiese escuchado antes. Sostenía cadenas y había muchas más a su alrededor. Vernon alargó el cuello y lo vio por sí mismo.
- No puede ser.- Al regresar a su puesto estaba pálido.- Los que roban en el viento.
- Eso me suena conocido.- Dijo Benson.- Las leyendas de la India y las acusaciones contra Vander van Soest. ¿Es por eso que desaparecieron los gitanos?
- Hay que matarlo.- Vernon revisó que su pistola estuviera cargada, pero le detuve antes que se levantara.
- No, espera. Vinimos por Antonescu, y sólo por Antonescu. No podemos arriesgarnos.
- No tienes idea de lo que hace ese monje. Encadenan a las tormentas de Ithaqua, es más poderoso que cualquier arma que puedas imaginar.

            Se levantó pese a mis reclamos, pero el monje ya se había ido. Vimos las cadenas que jalaba de regreso, había entrado a un extraño laboratorio. Vernon le disparó en la cabeza y el monje cayó el suelo. El disparo resonó en ese laboratorio alquímico como un trueno. Le iba a discutir a Ingersoll, cuando noté lo macabro que era ese infernal laboratorio. ¿Qué oscuros terrores buscaba encontrar en esos crisoles al fuego con lo que parecía ser una cabeza de cerdo adentro? Extraños tubos de cristal daban varias vueltas y conectaban con recipientes humeantes. Benson tomó un hacha de la pared y destrozó todo el lugar, incluso reventando botellas de ácido.
- ¿Quieren calmarse? Aún no encontramos a Antonescu.

En cuanto lo dije el monje se puso de pie. Era Crin Antonescu, no hay duda. Tenía una horrible marca de quemadura en su mejilla, al igual que en la fotografía que había observado. Antonescu recitó unas palabras y jaló de una cadena con la fuerza de un toro. Pude ver que la cadena se alargaba hasta el amplio ventanal al fondo. Hubo una tempestad de tanta violenta que el techo de yeso y paja, seguramente quemado por múltiples accidentes en el laboratorio, se separó en pedazos arrancado por la furia del viento. Llevaba tanta potencia la ráfaga de viento que me golpeó en el pecho que me levantó del suelo, por más de dos metros, y pensé que me lanzaría al vacío, pero me golpeé contra una de las vigas del techo y caí al suelo. Al levantarme vi que los gitanos habían regresado, cargados por el viento.

Levanté una de las mesas de pesado fierro y lo usé como trinchera. El ulular del viento era insoportable, y juraría que decía algo. Crin gritaba, tratando de hacerse entender por encima del viento. Vernon sacó unas pequeñas piedras de su mochila y las lanzó al viento. Las piedras se volvieron serpientes y los gitanos retrocedieron asustados. Antonescu, al ver que perdía la ventaja, se desesperó. Gritó algo en rumano que no habría entendido incluso sin el viento, mientras señalaba a Ingersoll. El inglés lo apuñaló en el corazón, pero supe que no sería suficiente. Con ese monstruo nada sería suficiente. Antonescu empujó a Vernon, y se habría escapado con el largo cuchillo en el corazón, de no ser porque me lancé tras él y lo tomé de las piernas. Una vez en el suelo Benson apareció gritando desesperado, con el hacha sobre su cabeza y asestó un brutal golpe en el cuello del demonio. Su cabeza rodó llevado por el viento, pero no hubo sangre. Crin Antonescu había perdido su sangre hacía mucho tiempo, y ahora gusanos habitaban sus venas.
- Está hecho pero, ¿qué hacemos con ellos?- Los gitanos estaban terminando de matar a las víboras y las noticias de la muerte de su amo se esparcieron veloces. Antes que pudieran rodearnos Ingersoll disparó la pistola de señales contra los líquidos que Benson había derramado por el suelo y estos se prendieron fuego de inmediato, avivados por el viento.

            Salimos corriendo mientras el laboratorio ardía en llamas. Cuando le di el último vistazo a la cabeza cercenada de Antonescu, ésta se consumía en las llamas. Nunca había corrido tan rápido como esa vez. En la salida principal nos abastecimos de rifles que los gitanos habían dejado y robamos tres caballos. Nos abrimos paso a tiros y cabalgamos hacia la villa de gitanos. La tempestad continuaba, los vientos habían fortalecido las llamas como un castigo a la incompetencia humana. Las llamas lamían el cielo y los gitanos estaban furiosos. Una de las balas mató al caballo de Benson, quien salió volando por varios metros y encontró escondite debajo de una carreta. Al volver por él ya no le encontramos. Había sido rescatado por una chica, quien nos invitaba a entrar a la carreta. Nos ocultó debajo de un mueble sin decir nada. Eventualmente un par de gitanos preguntaron por nosotros y dijo que no sabía nada. Le informaron que su padrastro había muerto y ella no fingió tristeza. Ella nos ayudó a escapar de aquella villa, ahora liberada del demonio que era Crin Antonescu. Vernon, sin embargo, no estaba tan optimista.
- Antonescu no trabajaba solo, ni era él quien daba las órdenes. No, nuestro enemigo es más perverso que él, pero ahora conocemos sus armas.

            Como le dije, mis servicios para con usted han concluido. El asesino de su hijo ha muerto. No regresaré a España. He decidido unirme a la expedición de Vernon Ingersoll. Ahora entiendo el peligro que nos amenaza. Haga paces con su hijo, porque con su conciencia no necesita hacerlo. El mundo es un mejor lugar y todo lo que hice, lo hice por decisión propia.

Julardo Trejo.

DECLARACIÓN DE ERIBERTO GRACIA DE JESÚS PATRÓN
17 de julio, 1809
            Le escribo a su señoría para hacer patente mi caso en su honorable corte. Espero que ésta declaración llegue a la capital de nuestra Nueva España sin demora alguna, pues como vuestra merced quizás ya habrá oído, mi situación es delicada. Es mi deseo externarle mis preocupaciones, así como la historia de cómo ocurrió tan terrible tragedia en una familia de bien, temerosa de Dios y fiel a España.

            Empezó en diciembre del año pasado, mi hijo más pequeño, Teodorico, jugaba en el jardín de nuestra propiedad. Disfrutaba del calor decembrino de Yucatán y pasó días confeccionando una cuerda para bajar al pozo. Me aseguré que fuera seguro y yo mismo lo bajé cuidadosamente. Alcanzó a tocar el agua y empezó a gritar. Lo subí de regreso a la superficie y estaba mucho muy frío e histérico. No dejaba de decir que había algo en el agua, algo que le miraba. Desestimé lo que, en su momento, adjudiqué a una imaginación activa. Ese fue mi error. También le dediqué pocos pensamientos a los indios de la finca que laboraban ahí. Casi nunca iban a misa, aunque mentían diciendo que sí asistían. A medianoche siempre había luces afuera, y siempre tenían diversas excusas, pero los vecinos me insistían en que hacían tenebrosas celebraciones diabólicas.

            En enero sorprendí a mi hija mayor, Rodriga, en cama con uno de esos indios. Perseguí al indio a tiros hasta sacarlo de mi propiedad. Me guardé ese penoso secreto, pero me aseguré de que mi hija fuera disciplinada a toda costa. Eran tiempos difíciles para nosotros, los cultivos crecían mal, los cerdos enfermaron e incluso nosotros teníamos una salud cada vez más delicada. Al mismo tiempo nuestros obreros parecían gozar de cabal salud. Al principio el doctor argumentó que era el agua del pozo, y Teodorico insistía en que así era, pero al ver que los criados y los peones estaban saludables y bebían de las mismas aguas, desechamos la idea. Los vecinos no parecían tener el mismo problema, aunque hay que añadir que nuestro pozo bebe de una abertura a los ríos subterráneos, algo que los indios llaman cenote, de la que no beben los otros pozos.

            En febrero mi esposa Maribel cayó enferma. Mal de nervios. Gritaba asustada a todas horas de la noche y durante el día apenas y reaccionaba al mundo exterior. Mis fuerzas, ya de por si cansadas por las constantes enfermedades, se agotaron por completo en los cuidados de Maribel. A finales de mes descubrí a un peón entre los sembrados con una estatuilla de arcilla que tenía por idolito. Le eduqué con el látigo, que era la única forma de tratar con ellos, pero antes de dejarlo ir descubrí que llevaba consigo cuerda y velas. Le interrogué al respecto, y por más que le hice sangrar no me dio respuesta convincente. Decidí seguirle esa tarde, y me llevó directamente al pozo. Bajó al pozo y permaneció allí por más de dos horas. Se acercaba la medianoche, y con ella los otros peones para sus celebraciones paganas. Los ahuyenté a todos y miré hacia el pozo. No había señales del peón, y descubrí que habían puesto velas en lo más profundo del pozo.

            Lo medité con la asistencia del padre Hernando y convenimos en una misa para ese domingo. Quizás el Espíritu Santo podría ser más persuasivo que mi látigo. Tuve que suspenderlo, pues mi amada Maribel falleció después de uno de sus ataques nocturnos. El velatorio se llevó a cabo al día siguiente. Con infinita pena debo confesar que el moldear sus músculos faciales para disimular el sobrenatural terror que la embargó en sus últimos momentos, fue mucho muy difícil. Corrí a todos los peones en una mezcla de rabia y confusión. Al día siguiente fue cuando ocurrió.

            Un grito me despertó y lo reconocí de inmediato, mi segundo hijo, Teodato. Corrí a su habitación, pero ya no le encontré. Pasé puerta por puerta y encontré que mis hijos habían muerto. En la habitación de Rodriga encontré a Teodato, y no había señales de mi hija. Todos mis hijos habían muerto por un hacha. No tenía tiempo, en ese momento, de llorar sus muertes. Escuché al más pequeño, Teodorico, gritando y corriendo por el jardín. A caballo me acerqué a toda prisa, con mi rifle preparado. Le vi correr entre los sembrados hacia el pozo. Detuve el caballo de golpe al verlo morir bajo el hacha. No pude disparar, pues era Rodriga.

            Mató a Teodato frente a mis hijos y me miró. Esos eran los ojos de la locura y la rabia. Le grité que soltara el arma y lo hizo, pero se acercó al pozo. Admito que estaba oscuro, incluso bajo la luz de la luna, pero lo vi todo con la misma claridad que veo este documento frente a mí. Del pozo emergió el indio con quien había copulado. La tomó del pecho y se la llevó a las profundidades.

            Fui arrestado, después de todo nadie creía mi historia. Hasta ahora entiendo el orden de esos terribles eventos. Mi hija había sido seducida por un siniestro culto, adoradores del diablo. No habían envenenado las aguas, aunque esa fue la explicación que le he dado a los magistrados locales. Sé que no lo hicieron, pues ellos bebían del mismo pozo. Se trataba de algo aún  más siniestro. Algún tipo de hechicería satánica les permitía hacernos enfermar a nosotros para así consumir nuestra esencia vital. Mi hija, ahora que lo pienso, nunca se enfermó. Cuando corrí a los peones estalló la locura, y mi hija mató a toda su familia, para reunirse de nuevo con su amante en las profundidades de ese pozo maldito.

            Le ruego a Dios esta declaración llegue con bien, y a tiempo, pues seré juzgado en cinco días. Habrán de enviarme a prisión si me encuentran culpable. Usted me ha conocido de mucho tiempo, desde que éramos infantes y apelo a su misericordia para atender a un amigo caído en desgracia.
            Eternamente de Dios,
Eriberto Gracia de Jesús Patrón

DIARIO DE JULIA ANNET DELON
1 de marzo, 1928
            El monstruo ha muerto. Me hubiera encantado que mi madre lo hubiese visto. El castillo ardió durante todo el día, y no había modo de detener las llamas. Recogí al refugiado en mi carreta, y después a sus compañeros. Son los extranjeros por los que tanto me entusiasmé. Salieron huyendo de los gitanos enloquecidos, pero esconderse en mi carreta no era suficiente. Los gitanos que vendieron sus almas a Crin Antonescu eran hábiles cazadores y muy pronto establecieron dos perímetros de vigilancia. Irrumpieron en la villa y se metieron a los edificios con tal de encontrarlos. Les dejaron hacerlo, pues ignoraban si el demonio en el castillo había muerto realmente.

            Permanecimos en silencio, y ellos debajo del camastro, por más de una hora. La noticia de la muerte de Boiko debió llenarme de alegría, y ahora lo hace, pero en su momento no podía pensar en eso. El líder de los tres, Vernon Ingersoll, me pidió un cuchillo y una pistola y, vistiéndose con las ropas de mi padrastro, salió a buscar una ruta de escape. Los otros protestaron, pero al final confiaron en su guía. Ingersoll tenía razón cuando dijo que los gitanos buscarían a tres hombres, y quizás no verían a un gitano fuera de lugar. Yo estaba segura que no regresaría. Lo atraparían sin duda, o una vez escapado del perímetro de búsqueda ya no regresaría, considerándolo suicida.
- Volverá.- Dijo James Benson tres horas después, cuando el sol caía. Él y su compañero, Julardo Trejo, temblaban de miedo, pero era el inglés quien se aferraba a la cruz que colgaba de su cuello. Había visto al diablo, y por asociación había creído que realmente hay un Dios.
- Quizás esté muerto.- Dijo el español ceñudo.
- O quizás esté vivo, pero no quiera volver.- Dije con mi entrecortado inglés, mientras miraba por la ventana.- Si logró escapar e hizo lo que tenía que hacer, ¿por qué volvería por ustedes?
- Descuide, nos iremos en cualquier momento.- Contestó el español.
- No es eso. Pueden quedarse aquí el tiempo que quieran, pero he visto a estos gitanos en acción. ¿No escuchan a los perros? Están hambrientos. Así los tienen para cazar mejor.
- Es usted muy alegre, ¿lo sabía?- Trejo se decidió a salir de debajo de la cama cuando escuchamos los golpes en la puerta. Regresó a su lugar justo a tiempo, mientras se abría la puerta y entraba un gitano. Era Loiker, el mejor amigo de mi padrastro.
- ¿Los has visto Julia?
- ¿A quiénes?
- No te hagas la graciosa, a los que mataron a tu padrastro. ¿Acaso no quieres justicia?
- Sí, sí la quiero.- Mi cerebro estaba tan programado para mentir que ni siquiera pensé en la respuesta.- Por eso me quedé aquí, no quiero estorbarles. ¿Quieren el rifle de Boiko? Lo dejó en el clóset. Les puedo hacer café, si están cansados.
- No Julia, descuida.- Loiker se sentó en la silla a un lado de la cama y pasó sus dedos por entre mis pocas pertenencias sobre el buró a la cabeza del camastro, frente a él. Viéndolo jugar con mis collares entendí que tenía otros planes en mente.- Estás cómoda y caliente aquí.
- Pues sí, pero es desesperante. Voy afuera, estoy segura que necesitan otro par de manos.
- No es necesario. Los perros ya lo olieron, le están tendiendo una trampa en este momento.

            Loiker jamás se hubiera atrevido a tocarme, pues Boiko planeaba desposarme en cuanto se curara de su herpes. Afortunadamente siempre fue un cerdo, y su herpes continuaba empeorando. Se puso de pie y pasó sus dados por mi cabello. Traté de alejarme, pero me jaló del cabello y me golpeó con tanta fuerza en el pecho que me tiró al suelo. Mientras me ataba las manos con cordel lo pateé y rodé. Loiker se enojó y sacó un cuchillo. Se lanzó contra mí, sosteniéndole la mano asesina a centímetros de mi ojo derecho, cuando escuché el ruido seco. Trejo había salido de la cama y le había golpeado con la caja de municiones de Boiko. Benson lo amarró y lo escondió debajo de la cama. Me tranquilizaron, pero era imposible calmarse. Estábamos atorados, no vendrían refuerzos, Vernon seguramente habría caído en la trampa, sin lugar para esconderse y con Loiker amarrado.

            El único otro lugar que quedaba era detrás de la cajonera, y traté de disimular el espacio abierto con varias telas. Permanecimos en silencio unos momentos hasta que la puerta se abrió de golpe. Entre las capas de ropa se escondía Vernon Ingersoll, apestando terriblemente y respirando entrecortadamente. Le seguimos por entre las tiendas y debajo de una carreta les extendió robas a sus compañeros. Me pregunté si quería acompañarlo, y le dije sobre Loiker. Mi mundo había terminado, mis cadenas habían sido rotas y se lo debía a ellos. Mientras corríamos y nos escondíamos de los jinetes, explicó que había dejado sus ropas sobre una mula, para que los perros la siguieran. Se había revolcado en desechos para mimetizar el olor, robado ropa de un tendedero y encontrado el punto de vigilancia más débil. Un grupo de gitanos habían dejado bajo resguardo sus caballos a un solo vigía. Los pasos sobre la hierba lo alertarían y tenía un silbato en la boca dispuesto a tocarlo, y una pistola dispuesto a disparar. Debatieron sobre cómo matarlo, hasta que me paré de atrás del arbusto y me acerqué. Saqué uno de mis cuchillos y lo lancé desde una gran distancia directo al cuello. Había practicado eso por muchos años, y podía hacerlo con los ojos cerrados.

            Cabalgamos en la oscuridad por muchas horas, hasta estar seguros de no ser seguidos. Después seguimos las vías del tren y finalmente tomamos uno que, con muchísimas cansadas paradas, nos llevó a Budapest. Todos dormimos con pesadillas. Vernon se dio por vencido primero y no durmió en esos días de viaje, argumentando que habían tenido mala suerte en otro tren. Dos días después de la escapatoria y aún apestaba, pero por más que se bañaba el olor le quedó por un buen tiempo. Noté su curioso medallón, no me quiso decir qué significaba, argumentando únicamente que “ya verás, algún día este medallón me salvará la vida”. Yo también había renunciado al sueño y platicamos por muchas horas. No me había dado tiempo de rescatar algo de la carreta, pero quizás era mejor así. Insistí acompañarles en su expedición, y aunque Vernon sabía que podía cuidarme sola, no quería. Admito que soy testaruda, y gané esa discusión.
- Eran visitantes de todas partes del mundo, a juzgar por sus ropas.- Estaba interesado en Antonescu, así que le dije lo que sabía.- Uno de ellos era un jeque árabe, estoy segura. Ese monstruo tenía amigos muy extraños.
- Y los gitanos, ¿qué ritos realizaban?
- Eran adoradores de algo llamado Cthulhu, al que llaman el gran sacerdote. No es nada como la tradición de los verdaderos romani. También hablaban con el viento.
- Ithaqua.- Ingersoll lo meditó por largo tiempo y quedamos en silencio, mirando hacia la ventana.

            Hace poco que nos instalamos en Budapest y ya puedo sentir que nos siguen. No he cambiado de parecer, seguiré en esta expedición. Lo que me han dicho hasta ahora me ha dado pesadillas, las implicaciones cósmicas son demasiado vastas para comprender. ¿En qué me habré metido?

PERIÓDICO THE GUARDIAN
3 de noviembre, 1777
Londres, Inglaterra. El señor William Peabody, conocido anticuario de Chelsea fue asesinado hace dos noches durante un robo a su domicilio. El brutal crimen fue perpetrado bajo el cobijo de la oscuridad, dejando atrás ninguna pista. Familiares del señor Peabody señalan que lo que el asesino robó fueron volúmenes invaluables que consideraba sus tesoros más preciados. El caso también llama la atención por otro elemento. El viejo señor Peabody había ganado un amigo recientemente, según sus cercanos colaboradores, un Vander Holt. Aunque la policía no le tiene por sospechoso, es una coincidencia extraña que el mismo señor Holt fue uno de los sospechosos de la desaparición de 20 soldados de la corona en tierras coloniales en 1776.

REPORTE DE PIERRE MACRI
Recibido el 3 de marzo, 1928 en Budapest
            Señor Ingersoll,
He reunido los reportes más relevantes de los detectives privados. Me enfocaré sobre todo al continente americano por razones que pronto explicaré, pero antes quisiera mencionarle algunos datos relevantes del viejo continente. En España ha habido un resurgimiento de profanaciones de tumbas en Sevilla. En Gales la policía cerró una logia masónica tras constantes rumores de sacrificios humanos. Aunque no encontraron ningún cuerpo, si encontraron idolitos hechos con pedazos de animales. Sin duda otra logia de los Impuros. La investigación se detuvo por orden expresa del juez Keane, lo cual demuestra la complicidad a altos niveles de gobierno.

            En México, en el estado de Zacatecas, una mina de plata fue el centro de una tragedia local. Hicieron detonaciones para hacer más profundos los túneles, pero nadie regresó. Hubo un único sobreviviente, un Percy Collins. Según las noticias que han recopilado los investigadores después de la explosión controlada hubo una segunda, poco después de que emergieran los únicos dos sobrevivientes, el otro murió poco después. Ahora bien, la razón por la que me parece que deberíamos concentrarnos en América, es porque el primero de marzo un barco de pasajeros en Campeche se hizo noticia. El capitán fue arrestado por una serie de grotescos asesinatos, que incluyen la extirpación de corazones. El capitán, sin embargo, jura que hubo polizontes en el navío, e incluso mencionó que un grupo de extranjeros abrieron fuego en la sala de máquinas, mientras el barco navegaba sobre algo que golpeaba desde abajo y estaban rodeados de niebla verde. El detalle de la niebla, a mi parecer, indica que su declaración es plausible.

            La conexión entre ambos sucesos me ha dejado sin sueño. Los detectives investigaron el asunto del barco y me han mandado una copia del manifiesto. El mismo sobreviviente de la mina, Percy Adam Collins, viajaba en el “Peninsular” en compañía de Silas Ezekiel DeWitt, Eva Michelle Fontaine y Manolo Nestor Cusamano. No tenemos, por el momento, mayor información sobre ellos, pero los detectives siguen buscando. Sabemos que estaban en el norte, al menos en Zacatecas, y después se desplazaron a la península de Yucatán. ¿Qué es lo que están buscando?

            La mantendré informado. Mientras tanto, acudiré a Arkham y quizás me quede ahí unos días en el departamento que usted mantiene rentado. Recibí su telegrama e iré a la Universidad del Miskatonic para investigar más sobre el culto de Ithaqua, y para ver si encuentro más sobre los Impuros. No han cambiado de bibliotecario, el viejo sigue estando de nuestro lado.
            Buena suerte,
Pierre Macri.

DIARIO DE PERCY COLLINS
8 de marzo, 1928
            Encontrar la finca de Eriberto Gracia de Jesús Patrón fue más fácil que encontrar qué fue de ella. Desde su construcción en el 1800 hasta ahora ha ido pasando de manos, sobre todo después de la muerte de su familia y su ejecución. La enorme propiedad se fue vendiendo por pedazos, y esos mismos ranchos cambiaron de nombre y de manos. Finalmente encontramos el predio a las afueras de Mérida, cerca de un cenote y nos preparamos para investigar. Silas había terminado los aceites que Nestor le había pedido y en la noche nos adentramos a los caminos selváticos. Coloqué las sogas con estacas clavadas hasta el fondo, e hice lo más que pude para disimularlas con hojas y ramas. Nos bañamos con los apestosos aceites que hasta el mismo Silas admitió que eran abominables y descendimos con cuidado.

            El cenote era pequeño, de unos cuantos metros de diámetro, y de una profundidad de siete u ocho metros. No era el más majestuoso de todos, pero era el que buscábamos. Ayudados con lámparas fuimos esperando a que Eva revisara las paredes. En virtud de su diligente labor es como dimos con una abertura en la pared. Era de apenas un metro de diámetro, y quedaba oculta por el follaje y las piedras que protuberaban justo encima. Tuve que tomar impulso para poderme sostener y así ayude a los otros. En la pared del túnel Eva encontró inscripciones del quechua españolizado, y Nestor estaba seguro que había encontrado lo que buscaba.

            Apagamos las luces al escuchar los pasos que se acercaban. Seguimos a Nestor mientras el túnel se agrandaba y se convertía en una avenida irregular, con piedras llagadas a los costados y orificios donde nos escondimos. Podrían habernos visto con facilidad, pero no lo hicieron. La mano en el revólver me sudaba, sabía que podría matarlos en ese instante, pero sabía que habría muchos más de ellos allá abajo. Caminaban agachados y desnudos, con esas cabezas cónicas que de inmediato me hicieron pensar en los extraños idolitos sudamericanos que había viso en uno de los libros de Eva, con apariencia casi de reptil. Pensé que también los dioses de esta región tienen cabezas alargadas, u objetos para la cabeza con la misma forma. Por alguna misteriosa razón lo relacioné también a los largos y puntiagudos sombreros de los magos de las leyendas.

            Los nativos nos pasaron de largo y regresaron sin dar señal alguna de haber encontrado nuestras cuerdas, o de habernos visto. Después nos enteramos que fue gracias al aceite en el que nos habíamos bañados. Les seguimos por aquella extraña avenida hacia una fuente de luz. Nos alejábamos del río subterráneo y de su gélido aire, y el calor se hacía cada vez más insoportable. Les vimos alrededor de un fuego dentro de una estructura de piedra que debía ser un horno. Lanzaban chillidos agudos sobre el idolito de metal que se calentaba sobre el fuego. El idolito parecía tener cola de pez y cuerpo humano, aunque su cabeza era muy larga. Eva lo reconoció como Dagon, el dios-pez de los sumerios, y como Sedna de los Inuit del norte de americana, reina del mar y diosa esquimal de la ultratumba. Sobre el idolito vertieron gotas de su sangre y mientras bailaban a su alrededor Nestor colocó extraños amuletos de cobre. Eran discos delgados con un dibujo inscrito en ellos que no pude ver con atención, pero que me recordó a un toro pero con líneas que se entrecruzaban y una estrella de cinco puntas sobre su cabeza. Los nativos nos voltearon a ver y les apunté con mis revólveres, pero no era a nosotros a quienes veían, sino algo distinto. Debió ser terrible para ellos, pues retrocedieron y se llevaron a su idolito al rojo vivo con ellos.

            Corrimos detrás de ellos y nos llevaron directo hacia el río subterráneo. El lugar parecía más bien un puerto, pues había extrañas y pequeñas canoas. Los nativos se zambulleron y no regresaron. Al acercarnos al puerto encontramos que había alambre de púas a los costados e incluso en el agua. En ellos había cadáveres, algunos vestidos como pescadores, y otro con armadura de conquistador español. Al revisar a uno de los pescadores, con tatuaje en la mano, no pude dejar de pensar que quizás había investigado lo mismo que nosotros. Nestor dibujó el tatuaje en su libro de notas, por si acaso. Si la habitación superior era caliente, el puerto estaba helando.

            Silas notó la luminiscencia y no la pudo explicar, parecía salir de las paredes. Pasó sus dedos por una de las paredes sobre el río subterráneo y encontró un amarillento limo que podría ser la causa. Eva se acercó al agua, colocándose de rodillas para mirar hacia las oscuras profundidades del violento torrente. Nestor la jaló hacia atrás justo cuando algo salió del agua. El miedo me paralizó y me impidió disparar. Su cabeza era alargada, cónica, sus ojos rasgados eran verticales, en vez de horizontales, al igual que su boca con lengua que se partía en cuatro partes. Su tórax era pequeño y tenía branquias. Sus brazos eran pequeños, como los de una araña con extraños mecanismos de succión que se agarraron a la roca. La parte inferior del cuerpo era como la de un pez, pero terminaba en tentáculos en vez de una cola. La criatura pegó un brinco tan grande que sobrepasó el metro y medio que separaba al puerto del agua.

            Nestor me jaló del cuello de la camisa y regresamos corriendo por donde habíamos venido. Escalamos con nuestras cuerdas con tal velocidad que no tardamos nada en llegar a la superficie. Mientras quitaba las estacas y guardaba las cuerdas Nestor pegaba de brincos.
- Encontramos lo que Vander van Soest nunca encontró, el río subterráneo. Él buscó en el continente equivocado. Si pudiéramos seguirlo hasta su fuente podríamos cerrar los canales y evitar que los despierten.

CARTA DE JAMES BENSON
9 de marzo, 1928
            Amada Ewa,
Te agradezco infinitamente las cartas que me has enviado. Lamento que hayas leído sobre el incendio en el castillo de Crin Antonescu. Afortunadamente todos estamos bien. El monstruo ha muerto y pudimos escapar sin problemas. Robamos algunos de sus papeles y estamos seguros que él no es el centro de la conspiración de los Impuros. También estoy seguro que Antonescu murió hace mucho, y que un diablo habitaba su cuerpo. Le hemos dado muerte como a un monstruo de la literatura, Vernon lo apuñaló en el corazón y Antonescu le dijo algo en rumano. La manera en que lo señalaba, era como si lo conociera o lo maldijera. Separamos su cabeza de su cuerpo y le dimos fin a sus terribles experimentos.

            Tu investigación ha sido prodigiosa, serías una excelente investigadora mi amor. Esas referencias de 1777 sobre Vander van Soest son de lo más interesante. Había escuchado rumores sobre la muerte de un periodista, ahora me queda claro. Por lo que leo el brujo usaba medallones que repelen, que hacen invisible y que enferman. Es la magia del infierno que existe apenas a milímetros de la superficie de nuestro mundo. Es como si hubiese todo otro mundo, invisible y terrible, que amenaza en cualquier momento de volverse visible.

            Cambiamos de hotel todo el tiempo, estamos seguros que estamos siendo seguidos. No puedo decirte en qué hotel estamos, por miedo a que intercepten esta carta. Para eludir a nuestros perseguidores Vernon nos mostró que sabe hacerse invisible por poco tiempo, y si hay poca gente. La nueva adquisición de la expedición, la gitana Julia también ha mostrado ser muy perspicaz. Te aseguro, mi amor, que no debes sentirte celosa de esta mujer. Es mal geniuda al extremo y a veces muy pesada. Huyó de su campamento con nosotros, y no creo que dure mucho en esta expedición.

            El secretario de Vernon, Pierre Macri, le ha mandado información de que un jeque del sultanato de Oman visitó Budapest el año pasado. Aunque Trejo quiere seguir la pista que encontramos entre los papeles de Antonescu hacia India, buscando al que según Macri es un peligroso contrabandista que recientemente escapó de prisión, Ingersoll quiere ir a los desiertos de Arabia. No hay aquí embajada de Oman, lo más cercano es la sociedad de amigos del Oriente. Luego de algunas furtivas investigaciones hemos encontrado que el jeque se hospedó ahí, un hombre llamado Farisal ibn Kaliq. Según vimos en una fotografía, el jefe de la sociedad y el jeque usan anillos masónicos, sin duda de los Impuros. Seguimos al jefe de la sociedad hasta su logia y espiamos por las ventanitas que daban a un callejón desolado.

            Mientras menos te diga de lo que vi, mejor. Los escuchamos hablar de aquel que viene del pasado, para despertar a los Dioses Antiguos antes de tiempo. De inmediato pensé en van Soest, ¿realmente creo que murió en esa temible explosión en los muelles de Londres? Sea como fuere, Vernon tradujo el lema de su logia, “los guardianes de la ciudad sin nombre”. De inmediato decidió nuestro siguiente paso. Por lo que entiendo la ciudad sin nombre fue una metrópolis, antes de que el Hombre se separara del mono, o antes de que hubiera monos. Una ciudad portuaria en la que los adoradores de los Antiguos prosperaron. Lentamente la arena del desierto cubrió la ciudad y es hasta el día de hoy objeto de temor entre los árabes. Vernon está seguro que podría emplear una brújula en esa ciudad para llevarnos al corazón de las tinieblas.

            Estos días hemos estado planeando el viaje y falsificando documentos. Llegaremos a Bagdad en avión, tras muchas escalas y tomando dos desvíos. En Bagdad tomaremos otro vuelo escalonado al puerto de Muscat, en el golfo, y de ahí nos adentraremos al desierto. No sé cuándo pueda escribirte de nuevo, y dudo mucho que pueda llamarte desde lugares tan remotos.

            Comprendo que estés nerviosa por todos los detalles que he estado omitiendo. Eso es para evitarte mayores sufrimientos. Los detalles grotescos no compartiré, pero te puedo decir esto. En esta expedición a la oscuridad el bien más valioso que la comida, las balas e incluso la salud, es la cordura. He aprendido algo que la teología nunca me enseñó. Que la cordura está atada a la mente, y que el hilo que la sujeta se va desgastando lentamente. Estos seres arquetípicos de un Universo tan lejano que bien podría ser otro Universo, capaces de un salvajismo y una maldad que desafían a la comprensión de hasta el mejor teólogo, desgastan poco a poco ese fino hilo.

            Vernon y yo platicamos de algo semejante anoche, mientras mirábamos por la ventana hacia la metrópolis que es Budapest. No estoy seguro de aceptar enteramente su descripción, pero él sostiene que esos Dioses, tanto aquellos Exteriores que habitan en distantes galaxias, como aquellos Antiguos que han sido encadenados a la Tierra y condenados a un sueño con sueños hasta que las estrellas estén bien alineadas, no son malvados. Él empleó el ejemplo del huevo. Mientras el pollito se va gestando el líquido interior forma gérmenes que viven y prosperan en el cascarón del huevo. Viven plácidas existencias, ignorantes por completo de la criatura que va creciendo. Eventualmente el pollito rompe el cascarón e inicia su vida. Los gérmenes no pueden seguir viviendo, y el pollito ni siquiera se enteró de aquella vasta civilización bacterial. Para Vernon, nosotros somos esos gérmenes y los Antiguos son el pollito que romperá el cascarón y pronto olvidará su encierro y, con él, a todos nosotros. He dicho que me niego a aceptarlo enteramente, no porque pueda esgrimir un argumento filosófico que lo niegue, sobre todo a la luz de las evidencias que he visto de primera mano. Violando todos los principios de la filosofía, he preferido la cordura a la verdad. Me niego a aceptarla, porque si llegara a aceptar semejante explicación, ¿qué sería del hilo que sostiene mi cordura?

            Sé que estás inquieta porque la expedición ha tomado mucho tiempo, pero ten fe Ewa. Ten fe en mí, y sobre todo ten fe en el Señor. Refúgiate en el consuelo de tus amigas monjas. Has dejado los hábitos por amor, y te prometo que no habrá sido en vano. Mi corazón arde por ti.
            No me olvides,
James.

CARTA DE SILAS EZEKIEL DEWITT
9 de marzo, 1928
            Benjamin,
Nuestra exploración fue un éxito. Algún día te platicaré de la criatura que saltó del agua, cuando esté más calmado y pueda explicarlo cabalmente sin recurrir al torrente de imágenes y asociaciones libres. ¿Podría una especie sobrevivir sin ser vista en subterráneos canales, evolucionando y degenerándose, hasta nuestros días? No lo sé, y en este momento cualquier teoría me caería bien. Encontramos a un conquistador español en esa gruta, y Nestor me habló de un conquistador que se quedó atrás mientras sus compatriotas se lanzaban a la conquista. Quizás no era él, pero no deja de ser evocativo.

            Aunque Percy y Eva se burlan de mi amor por la ciencia, ha probado ser útil una vez más. En ese puerto encontramos, además del español, a varios hombres vestidos como pescadores, con un raro tatuaje en la mano. Naturalmente las teorías de extrañas sociedades secretas en las costas proliferaron mientras lo discutíamos en el hotel. Al principio no dije nada, porque Eva Fontaine no paraba de hablar de las miles de posibilidades, y debo admitir que me gusta un poco. Pero finalmente me decidí. Había visto tatuajes semejantes, son tatuajes de prisión. Útiles para los guardias para poder determinar, no solo si es reo, sino a que sección pertenece. Comunes en prisiones grandes, como campos de concentración.

            A la mañana siguiente, tras intensa investigación en las bibliotecas de Mérida, encontramos fotos del enorme campo de concentración que existió durante la dictadura de Díaz. La jungla de Quintana Roo era un campo de trabajo. Se los sacaban de encima mandándoles a construir vías de tren que nunca acabarían. Nestor ha estado buscando entre los registros y sus libros alguna indicación de Xibalba en Quintana Roo. El método que empleamos aquí no nos serviría de nada en esas deshabitadas zonas, pues no hay casas ni registros. Nestor está seguro de haber encontrado algo y nos preparamos para una expedición en grande, por lo que haremos base aquí por unos días, juntando lo necesario. No te conviene escribirme, nos iremos pronto y el correo es lento.

            Por cierto, muchas gracias por pedir el favor a tu conocido en Oxford. Todos aquí te lo agradecemos. Mi razón me impide creer que Vander van Soest haya vivido tanto tiempo, pero todos parecen creerlo. Gracias a su investigación sabemos que limitó sus viajes a América a Nueva Inglaterra y a Haití. Nestor está convencido de que nunca encontró el túnel hasta el corazón de los canales, y a su vez por eso cree que no ha muerto, sino que los sigue buscando incluso ahora. No comparto esas conclusiones tan ilógicas.

            Te escribiré pronto, lo prometo. Deséame suerte,
Silas.

Carta de Microft Sofolk
29 de junio, 1780
            Estimado Robert,
Esto que te escribo es más una confesión que una carta. Me es imposible, en este momento, confiar en nadie más y tú, hermano querido, eres la única persona en quien confío. En estas escalofriantes selvas de Singapur la vida vale poco y la amistad aún menos.

            Tus protestas y preocupaciones tuvieron fundamento Robert, te lo aseguro, aún si en ese momento estaba lo suficientemente ciego como para no verlo. Vander Hawkings es pedazo a pedazo el monstruo que pensaste. No tengo el tiempo suficiente para redactar los detalles de nuestro viaje hasta este paraje olvidado por Dios, pues escribo furtivamente y a la espera de su regreso. Me ceñiré estrictamente a los eventos, y descubrimientos, por los cuales rogó a Dios su misericordia con mi alma pecadora.

            El barco del capitán Hawkings, el que con tanto afecto llama él “Kuluku”, ha sido el escenario de terribles eventos. No me estoy refiriendo a sus actos de piratería, sino a los conjuros que le he visto hacer desde lo más bajo de la nave y en compañía de sus leales marinos. Emocionado por un prospecto de negocio zarpamos de Sai-Pan hacia un río sin nombre. Inmediatamente empezaron las deserciones, aunque nunca de sus marinos de confianza, y al cuarto día en nuestro viaje el ausentismo empezó a convertirse en amenaza. Hawkings no quería dar marcha atrás, y nos internamos aún más en esa jungla atestada de nativos violentos. Todos habíamos oído las historias de sus ataques a los barcos, pero a nosotros nos dejaron pasar sin problema alguno. Descubrí la causa más tarde, cuando vi a Vander colocar extraños medallones blancos por todo el barco. Algunos en el suelo, fijados con cera, otros colgando de las velas. Su explicación fue natural y al punto “es para que no nos vean”.

            Al cabo de una semana atracamos en un puerto pirata. Inmediatamente reclutamos más marinos, pues a esas alturas tan sólo quedaban los más leales. Acompañé al capitán Hawkings a sus tratos, nuestro cargo principal era opio, morfina y maderas exóticas. A cambio de fortunas el capitán compró algo que llamó “ajenjo de los dioses”, así como toda clase de sustancias y venenos a una bruja en una cueva. Me ordenó que le esperara en la villa, pero le seguí durante la noche.

            Hawkings se adentró junto con sus marinos y un gran número de nativos. Les seguí hasta una colina en un claro. Con espanto les miré danzando alrededor del fuego, comiendo carne cruda, totalmente desnudos y siguiendo el ritmo incesante de tambores antiguos. Mientras más carne comían, más desesperados se ponían. Les escuché cantar algo como “Cthulhu ftagn” y muchas cosas más que no puedo transcribir. Una tormenta se partió sobre ellos y, debido a mis nervios alterados, me pareció ver algo en la oscuridad. Me he convencido a mí mismo que ha sido fruto del miedo, pues no puede existir en el mundo una criatura tan grande como una montaña, con un hocico como mil tentáculos, con ojos sobre sus extremidades y largas alas. El miedo me obligó a huir en silencio, de regreso a la villa.

            Vander se sentía renovado después de eso. Zarpamos de regreso y nuevamente tuvimos entre nosotros a muchos desertores que huían por las noches. No les culpé, los escabrosos rituales en la bodega se repetían casi diariamente. Humos de extraños y antinaturales colores ascendían a todas horas desde las planchas de la bodega y me llenaban de pesadillas en mis sueños. Al cuarto día preferí mantenerme despierto, y mirando por la borda me pareció ver algo. Pensando que era un desertor que se ahogaba debido a la vegetación le extendí una cuerda. Estaba por llamar por ayuda, cuando noté que no era un marino. Grande como un tiburón, pero de color verde oscuro, tenía cuatro extremidades y en un momento chocó contra el barco y saltó sobre el agua. Fue rápido, pero la impresión me ha durado hasta ahora. Las cuatro extremidades no eran lo único que lo asemejaba a una persona, pues tenía cabeza. Ésta tenía forma de pez, con ojos saltones y con las manos y los pies palmeados. A la noche siguiente descubrí que había más de ellos nadando con nosotros, y por alguna razón pensé que nos protegían de algo.

            Alcanzamos el mar con tan solo un puñado de atemorizados marinos. Más que a los monstruos marinos, de los que habían escuchado historias en leyendas, le temían a Vander y al laboratorio en la bodega a estribor. Tenían razón para temer, pues Vander lo mantenía cerrado y castigaba con látigos a quienes se atrevieran a mirar por la cerradura. La última noche aproveché que tenía un mensaje legítimo que entregarle, que nos acercábamos a tierra, para  poder saciar mi curiosidad. Sabiéndole adentro era suicida mirar por la cerradura y dejar que escuche mi respiración y mis pasos fuera del laboratorio y sin decir ni una palabra. Traté de abrir la puerta, pero la mantenía cerrada incluso cuando él estaba dentro. Toqué la puerta y le transmití el mensaje. Al pegar la oreja escuché mecheros y sustancias hirviendo, pero también escuché algo más. Sonaba como alguien tratando de hablar, como impedido por una mordaza. Hawkings me contestó y me despedí. A subir noté que había manchado mis botas con sangre, misma que salía del laboratorio.

            Viéndome rodeado por esos leales marinos fingí que todo estaba en orden, pero por dentro mi cabeza giraba a toda velocidad. Corrí hasta mi camarote, argumentando que me encontraba enfermo. Me enredé con esos endiablados medallones blancos que colgaban del marco de la puerta e inadvertidamente uno de ellos cayó en mi bolsillo. Me tranquilicé sentado en mi cama y pensé en aquella voz detrás de la mordaza, la sangre y las deserciones. ¿Realmente había visto a alguien desertando? En ningún momento. Mi mente no se detuvo allí, pues recordé aquel terrible ritual en la colina y pensé en la carne cruda, ¿sería capaz de algo semejante?

            Sobreviví al viaje, y a Hawkings, por puro milagro. De regreso a casa me bañé y de entre mis ropas salió el medallón. El capitán había ordenado que todos fueran removidos y lanzados al mar, yo me había quedado con el último de ellos. Al inspeccionarlo al sol noté que era blanco, pero también que era de otro color. La marca primitiva impresa sobre ella, seguramente con una prensa en su laboratorio, tenía la forma de un pulpo. Más que la inscripción, me intrigaba el color. No era blanco, ni era marfil, sino hueso. Las deserciones, la carne cruda, la sangre, los medallones. Mientras más desertaban, más medallones había.

            No le he dicho a nadie sobre esto, y ése es mi pecado. El diablo camina en el mundo y soy culpable de la inacción. Que Dios tenga piedad de mi alma, y que el diablo sea compasivo si encuentra esta carta.
El hermano que te extraña,
Microft.

CARTA DE MIRIAM COLLINS
Recibido 11 de marzo, 1928
            Percy,
Hice como me pediste, y he estado consultando bibliotecas. Todos me refirieron a un puñado de libros, la mayoría de los cuales podían leerse en la Universidad del Miskatonic en Arkham, Nueva Inglaterra. Lo que encontré en Nueva York fueron referencias secundarias, pues las fuentes directas están en manos de coleccionistas privados. Encontré en la biblioteca pública de Nueva York, la tercera más grande del país, según me enteré ahí pude dar con algunos elementos que me ayudaron a entender aquello de lo que me has hablado por teléfono. En el libro “Mitologías prohibidas” de Herbert Eaton menciona una tesis doctoral inacabada de un Mircea Eliade, supuestamente experto en religiones antiguas. Copié un párrafo para plasmarlo aquí:
            “En sitios con el templo del sapo en Honduras, en sitios arqueológicos al norte de Rusia y dentro de cultos como el Narne en Mongolia, es posible encontrar alusiones misteriosas a los otros elementos. Supuestamente estos elementos, como los cuatro elementos conocidos en occidente, añadirían la mente y el espacio sideral. Son muchas las razones por las que este punto, tan poco explorado en las investigaciones actuales, captura nuestra imaginación tanto como nuestra curiosidad. ¿Qué extrañas mezclas nacerían de la unión de esos dos elementos foráneos?, ¿qué orden tan ajeno nos describe esta división de la realidad?, ¿cómo es que esta anomalía se presenta en tantos lugares y tan distantes entre sí?”

            Existen las alusiones a los Antiguos y a los manuscritos pnakóticos que mencionaste. Me temo que no es alguna especie de charlatanería y digo que lo temo, porque me aterraría pensar que semejantes monstruosidades existen aún hoy. Un tal von Junzt, según una cita en un libro sobre cultos de marinos en el Pacífico, dice que “existen como en otra dimensión, y muchos de ellos son aún desconocidos para nosotros. Sin embargo, todos ellos sueltan sus esporas sobre los vivos y se alimentan de su miedo.” También encontré en esa librería referencias a un doctor Laban Shrewsbury que desapareció hace unos años en situaciones extrañas, y se referencia a “los fragmentos de Celaeno”. Según he investigado Celaeno es una estrella lejana, por lo que probablemente se reseñe a otra cosa. De todos modos el fragmento es el siguiente:
            “Vida que no es vida. En las regiones más lejanas de nuestro mundo existen cadenas que se extienden hasta el espacio sideral atravesando dimensiones que nos son imposibles de entender. ¿Cuántos mundos más existen de la misma precaria manera? Lo llamaría drama cósmico, pero no es un drama. Es, en una palabra, innombrable. Conforme más se asciende, o desciende, hacia ese vector originario la realidad y el sueño se hacen uno mismo. La ciudad de cobre hasta la ciudad sin nombre, y del paraje del mago Eibon hasta Mu, del valle de Pnath a la meseta de Leng, de Stonehenge al planeta Shaggai. Todo está conectado de formas sutiles y terribles por ellos que son más antiguos que el tiempo, por aquellos que tienen vida que no es vida.”

            Después de leer cosas tan espeluznantes como esas en los solitarios corredores de la biblioteca convencí a Lawrence de que me llevara a Arkham. Aprovechamos unos días libres que le dieron en el trabajo para hospedarnos cerca de la Universidad. El bibliotecario, un viejo que siempre carga un pesado llavero, no dejó de mirarme con recelo mientras pedía leer los manuscritos Pnakóticos. Al principio no quería, argumentando que era mejor que una mujer se dedicara a la cocina que a lecturas tan atrevidas. Finalmente cedió, no sin antes compartir conmigo la espantosa historia de su origen. Según el viejo son anteriores al hombre mismo, escritos por la gran raza de Yith, al menos sus primeros cinco capítulos, y guardado en la ciudad biblioteca llamada Pnakotus, de donde le quedó el nombre. Hay cultos que lo desean, según me alertó, y hay quienes pueden visitar a los autores, mientras sus autores lo visitan a él. No entendí esa última parte, pero la dejo escrita por si tú la entiendes. Todos los traductores que estos manuscritos han tenido a lo largo de los siglos perdieron la cordura, o desaparecieron, o ambas. Esto sí lo creo. Tomé notas de lo poco que leí, las notas del último traductor, y te lo transcribo aquí: “El origen de la tribu caníbal Tcho-Tcho se remonta al culto de Chaugnar Faugn. El ídolo es universalmente temido, y hecho a partir de materiales que provienen de una galaxia lejana. Su grotesca apariencia recuerda a un pulpo, un elefante y a una persona. Llamado el “elefante del miedo” se dice de él que es capaz de moverse con gran rapidez, y que posee un tronco en una de sus muchas trompas para drenar los cuerpos de sus líquidos. También se dice que él creó a los anfibios Miri Nigri al llegar a nuestro mundo y que estos le sirvieron como esclavos. Más tarde los Miri Niri se mezclaron con los Hombres más primitivos para crear los grotescos Tcho-Tcho”.

            Como me pediste, investigué sobre ese tal Vander van Soest. En todas partes donde era mencionado, sobre todo en historia de la piratería holandesa en Asia, se aludía a un Vander Hawkings, pirata británico de quien se rumoraba era su encarnación. Incluso, según algunos expertos en pintura holandesa del 1600, el retrato del pirata, en el bautizo de su barco “Sardam”, donde aparece acompañado de la compañía Neerlandesa de las indias orientales, es idéntico a un retrato hecho a Vander Hawkings. Esto último se pone en disputa, según aprendí, porque Hawkings odiaba los retratos e incluso se sospecha que mató a un hombre que le dibujó un retrato para un diario. Las leyendas que se cuentan sobre Vander Hawkings hacen alusión al “barco de la muerte”, que algunos nativos describieron como navegando sobre un mar de fuego azul. La violencia y el sadismo de Hawkings podrían explicar el miedo que le tenían. Un documento que queda de primera mano proviene de un capitán mercante que le vio realizando salvajes rituales en medio de una tormenta. Uno de los marinos de Hawkings escapó del barco y casi se ahoga en la tormenta. Fue rescatado por el capitán Milligan, y aunque no transmitió lo que el marino había visto, sí dejó escrito sus propios pensamientos en una única frase: “Conoceremos nuevas clases de miedo cuando en el solsticio macabro el pirata hechicero abra las puertas al horror cósmico”. Su testimonio fue desechado cuando cayó presa de una locura tan violenta que tuvieron que internarlo, donde murió un mes después de un ataque al corazón.

            Durante mis investigaciones noté que el bibliotecario apuntaba, no solo los libros que leía, que sería algo normal debido a lo raros que son estos volúmenes, sino también las páginas. Le vi después hablando por teléfono y pasando la lista de mis libros y mis páginas. Me pareció muy sospechoso, pero como solo me faltaba un día más en Arkham decidí no hacer nada al respecto. Aproveché mi último día para rastrear un profesor en religiones de la universidad, para que me explicara más sobre la oscura y espeluznante mitología que quedaba implícita en cada lectura. Mientras cruzaba el campus fui seguida por un hombre. Lawrence se percató de ello y perdió la cabeza. Lo detuvo a golpes bajo los medievales arcos de la entrada de la Universidad. Tuve que calmar a mi esposo y ayudé a mi perseguidor a levantarse. Lawrence levantó su portafolio, que se había volcado, y revisó entre sus papales. Dijo que su nombre era Pierre Macri, y la correspondencia que Lawrence leyó así lo confirmaba. Dijo ser catedrático, pero no le creímos. Tenía pasaporte inglés. Fingió y mintió que no me seguía, y en cuanto Lawrence le devolvió su portafolio se echó a correr. Naturalmente nos fuimos de ahí en ese instante de regreso a Nueva York. Mi marido se quedó con un telegrama  y aprendimos que el nombre de su jefe es Vernon Ingersoll. ¿En qué te has metido, mi pelirrojo testarudo?

Gracias por el envío de dinero, Lawrence se avergonzó tanto que decidió emplear el dinero para comprarte una enorme radio. La puso en la sala y dijo que no la encendería hasta que tú regresaras con nosotros. Y yo estuve de acuerdo. Vuelve a casa Percy,
Miriam.

REPORTE DE PIERRE MACRI
Siguiendo sus instrucciones he recopilado el material de nuestros detectives privados que han estado hurgando entre los diarios del Medio Oriente en busca de su jeque misterioso. El Sol de Ta’izz, un diario de Yemen, tiene noticia fechada el 8 de marzo, sobre una caravana de la cual sobrevivió la mitad. Ellos contaron sobre una ciudad en la arena del desierto rojo. Llama la atención que, según ellos, el desierto era fío durante el día, y la arena se comió a muchos durante la noche. Tenía razón señor Ingersoll, la ciudad sin nombre aún perdura.

            La noticia en si misma es prosaica, los que cruzan el desierto siempre cuentan historias de cosas fantásticas y terribles en las milenarias dunas. Sin embargo, llegó a nuestra atención debido a que el Fiel de Riyadh, periódico de Saudi Arabia reportó, el 10 de marzo, que ha habido varias caravanas que cuentan de extensas selvas en las dunas, incluso sin haber un oasis en el lugar, y de un jeque dando sermones. Reportaron cientos de seguidores en esos paraísos terrenales. Según el diario, y traduzco, hubo un altercado “la caravana fue atacada, la mitad del grupo murió. Los sobrevivientes no han querido decir quién los atacó. Una cuarta parte de la caravana decidió quedarse en el lugar, lo cual claramente contradice la teoría del ataque. La cuarta parte que consiguió escapar regresó enferma a Hafar, frontera con Oman. El ministro de salud Abdel Furez ha insistido a las caravanas el dejar la bebida y la vida pecaminosa antes de internarse al desierto.”

            El líder carismático reaparece en las noticias en Iraq el 12 de marzo, el Sultan de Bagdad tiene el titular “Farisal ibn Kaliq regresa de su retiro espiritual”, y continúa “tras casi un año de su retiro en el desierto en la frontera con Oman, el jeque Farisal ibn Kaliq ha regresado a la civilización para reclamar sus propiedades. Durante su estancia en el desierto se ha hecho de un gran número de seguidores que, al parecer, le convencieron de regresar a casa. Ibn Kaliq, siempre envuelto en el misterio, declaró al diario que “la hora está próxima, el que despierta ha llegado”. No me queda la menor duda que todos esos reportes, y muchos otros que se extienden hasta el año pasado, están relacionados.

            Finalmente, me avergüenza decirle que le he puesto a usted, y a su expedición, en peligro mortal. En la Universidad de Arkham fui agredido con salvajismo mientras le seguía la pista a una Miriam Collins quien, según el viejo bibliotecario de la Universidad, estuvo leyendo cosas muy interesantes. Se llevaron uno de sus telegramas y, estoy seguro, conocen su nombre. Miriam Collins es la única hermana de Percy Collins, de quien ya le había escrito sobre cierto asunto en las minas de México y un barco de pasajeros en la península de Yucatán. No puedo empezar a decirle cuánto lo siento, y a advertirle. Tengo la más absoluta certeza de que existe una expedición paralela en América de la cual Percy Collins es la pieza central. Esa figura de la que el jeque habló “el que despierta”, ¿realmente puede ser otro que alguien en la expedición americana?

            El tiempo se agota, Percy Collins y sus compañeros deben estar tras la pista de algún misterio arcano que puede ser funesto para la raza humana. Quedo a sus órdenes,
Pierre Macri.

DIARIO DE JULARDO TREJO
16 de marzo, 1928
            Dejar el continente en el que vivió Crin Antonescu ha sido liberador. Incluso la gitana se ha puesto de mejor humor. Llegamos Muscat para quedarnos dos noches. Aún puede falsificar documentos como el mejor criminal. El puerto es increíble. No leo árabe, así que no tengo ni idea de nada de lo que leo, pero no es necesario. Me educaron para pensar que los moros eran seres groseros y violentos, miserables y jugadores. Estaba equivocado. Las casas están hechas para el color y son muy coloridas. Las dunas siempre amenazan con avanzar sobre Muscat y crea una visión bellísima al ver las dunas amarillas de un lado y del otro el mar de un tono azul que nunca había visto antes.
            Ingersoll habla árabe, y a estas alturas no me sorprende. Compró una lancha con motor equipada y contrató guías para el desierto. Se rieron de nosotros cuando se dieron cuenta que planeábamos llevar la lancha al desierto. Yo también me reí. Vernon es un caso curioso, no se tomó a mal las bromas e incluso las incitaba. Bromeó con el vendedor e incluso bebieron juntos, aunque técnicamente sea pecado. Benson y yo deambulamos por los mercados, el teólogo parece estar de mejor humor. Compró vestidos de telas increíblemente coloridas y festivas para su prometida e incluso se animó a hablar sobre ella. Nos encontramos a Julia cerca de ahí bebiendo el café más fuerte que he probado en mi vida. Estaba de buen humor, pero casi lo arruina al decir que escuchaba una música extraña, como proveniente del desierto. Ni esa ambigua referencia a los horrores que nos esperan pudo mermar nuestro ánimo.

            En la noche encontramos a Vernon jugando cartas en un café, comprando bebidas para todos. Benson lo puso mejor “si hay alguien que podría emborracharse el día del Juicio y jugar naipes con San Pedro para ganarse un espacio, es Vernon”. Tuvimos que arrastrar a Vernon fuera de ahí cuando subió el sol, estaba borracho al punto de caerse, y de alguna manera ganó más dinero de lo que había apostado. Mandamos todo lo que teníamos que mandar por correo y abordamos el avión con la lancha y nuestras cosas para un viaje rápido hasta la frontera. Los guías estaban nerviosos, pero se preciaban de ser los más valientes en la península arábiga. Ninguno de nosotros les creyó. No les dijimos nuestras verdaderas intenciones, y ellos mismos hablaron del místico en el desierto. Ingersoll se ponía serio cuando les escuchaba hablar, y nos traducía, y cuando le pregunté cómo era que cambiaba de humor tan rápido, pude detectar miedo en sus ojos mientras habló.
- Hubo otro místico, hace muchos años, en los desiertos cercanos. Abdul al-Hazred, nació en Yemen en el año 700. Visitó las ruinas de Babilonia en el Éufrates y recogió suficientes conocimientos para visitar los subterráneos secretos de Menfis en el Nilo. Pasó diez años en el desierto Rub Al-Kaliyeh “el espacio vacío”. Que es adonde iremos nosotros, después de visitar al jeque. En ese desierto entró en contacto con algo tan terrible y espantoso, tan indescriptiblemente perverso que estuvo poseído esa década. El místico y poeta perdió la razón, pero algo más residió en su mente, algo que simplemente no pertenece a la era humana. Apareció en Damasco sin decir cómo había llegado, y escribió el Al-Azif, que en su versión latina se llamó Necronomicon. En el 738 fue violado y devorado por un monstruo invisible en un mercado repleto de gente. Por diez años le susurraron al oído, memorizándolo todo. De todas las aberraciones que escribió quizás la más terrible, por su relevancia a nuestra especie fue el verso “No está muerto lo que duerme eternamente. Y con extraños eones, hasta la muerte puede morir”.
- Vaya, sí que sabes arruinar el buen humor. ¿Crees que este jeque encontró lo mismo?
- Sin duda, pero es más que eso. Los reportes indican que ha estado convirtiendo a las masas, haciéndose pasar por un santo. El Al-Azif ha causado horrores que no podrías creer, ¿qué crees que causarían cientos, quizás miles, de fieles devotos? Tenemos que terminar el mal de raíz.
- La ciudad sin nombre,- Benson se dio vuelta en su asiento de avión para hablar con Ingersoll.- ¿no es ahí adonde iremos? Vander van Soest estuvo ahí.
- No sabemos eso con certeza.- Dijo Vernon.- Sabemos que viajó a Arabia, pero es un continente bastante grande. La ciudad sin nombre no es lo único que sobrevive de esos eones arcaicos.
- ¿Qué es eso de la ciudad sin nombre?- La gitana se acercó a nuestros asientos.
- Fue erigida cuando todo esto era una selva frondosa, y antes de que la raza humana apareciera. Con forme el desierto fue ganando terreno la tribu sádica de los Tcho-Tcho fue cavando en la tierra y extendiendo la ciudad hacia abajo. El viento gélido proviene de allí, es Ithaqua encadenada en el pozo de la ciudad sin nombre. Se dice que Al-Hazred, al menos su cuerpo, se encuentra allí. Quizás incluso el Al-Azif de su puño y letra. Pero no es para eso a lo que vamos.
- ¿Entonces por qué querríamos ir allá?
- Porque si el jeque ha regresado de su aislamiento y sus peregrinaciones, eso quiere decir una de varias cosas. O bien ha ganado los suficientes fieles para unirlos a la conspiración de los Impuros, o regresó porque encontró la manera de resucitar la ciudad, convirtiéndolo en su macabra versión de la meca. O peor aún, conoce los secretos de la ciudad, y se prepara para desencadenar al viento y hacer surgir a los Tcho-Tcho. En cualquier caso, el destino de la raza humana está en peligro.

            Aunque el vuelo llegó sin problemas a su destino, nosotros nos bajamos temblando de nervios. Nuestra caravana se movió torpemente, debido que dos camellos eran necesarios para cargar con la lancha motorizada y nuestras reservas de comida. Ayer llegamos a nuestro destino, estamos a pocas horas de la propiedad del jeque y dormiremos aquí. No espero dormir mucho, ni dormir sin sueños, pero debo dormir, para poder matar.

DIARIO DE PERCY COLLINS
14 de marzo, 1928
            No dejo de pensar en Miriam. Nestor tampoco, se ha ofrecido contratarle guardaespaldas. Toda la expedición se pregunta, ¿quién es Vernon Ingersoll? Sabemos que es el enemigo, pero ¿qué planea, dónde está y qué tanto sabe? Concuerdo con Nestor en que hay que asumir que Ingersoll sabe más que nosotros en todo momento.
- En Italia estaba terminando mi investigación cuando me encontré con los Impuros, es un culto muy cerrado pero que siempre busca nuevos miembros. Se adueñaron de parte de las redes masónicas de Europa y crecen en poder a cada minuto. Sus redes se extienden hasta este continente, como los intentos de asesinato han demostrado. Es así como supe de la conspiración y, armado con mi investigación, viaje a América. Estoy seguro que les llevamos la misma ventaja que le llevamos a Vander van Soest, sabemos de los túneles. Si seguimos esa corriente submarina hacia el sur encontraremos la llave que los despierta y podremos destruirla. No tengo duda que Vernon Ingersoll es en realidad Vander van Soest.

            No podemos hacer mucho por el momento, nuestras pesquisas sobre ese Ingersoll tendrán que esperar. Por ahora lo único que nos rodea es la selva. ¿Cómo una civilización pudo prosperar con este calor? Eso no me lo explico. Pasan horas sin que veamos el sol, la selva aunque baja es muy tupida, pero sí sentimos el agobiante calor. Nuestra expedición cuenta con 10 guías locales y muchas armas. Trajimos un poco de comida, pero los guías comen lo que cazan. Debo admitir que la carne de Jaguar no sabe tan mal y que el venado es delicioso, pero me reúso a comer iguana. En las noches escuchamos a la selva, y nos mantiene despiertos. Eva jura que vio, entre la oscura noche, a un grupo de personas encadenados. No encontramos ni rastro de ellos, pero los guías tienen su propia teoría. La zona tuvo prisioneros en este inmenso campo de concentración sin muros, y sus fantasmas aún caminan en busca del camino que les lleve a escapar esta sanguinaria jungla. Cuando al medio día encontramos el pedazo de una estela de siglos de edad, estudié la rudeza de esos trazos, el salvajismo en sus dioses y la crueldad en sus ritos. Lo entendí entonces, no solo habían podido sobrevivir al calor, sino que se habían establecido aquí precisamente porque era difícil y letal. Habían conquistado a la inmisericorde jungla y a su salvajismo amoral con la misma moneda. Si estos eran tipos duros, ¿qué clase de hombres fueron quienes migraron hacia el norte? Sin duda les recordaron a sus dioses, con esas cabezas cónicas, pero ¿no pudieron advertir que no tenían alma, que no eran agresivos porque hubieran conquistado a un ecosistema tan hostil al organismo, sino porque venían de una morada al sur más letal que cualquier cosa que estos mayas hubieran podido imaginar? Al final los mayas pusieron fin a su reinado de locura y migraron más al norte. Habían conquistado a la selva, y luego a esas aberraciones.

            El pedazo de estela que encontramos señalizaba la cercanía de la ruina que buscábamos. Nestor estaba seguro que Xibalba había caído ahí, y que la ruina tendría la entrada al cenote principal. Al atardecer encontramos la ruina, una pequeña pirámide de piedra blanca invadida por la vegetación. Éramos los primeros hombres blancos en posar la mirada en aquella construcción. Acampamos cerca de ahí, preparándonos para la muerte que nos espera adentro. Eva se ha traído a un maya muy anciano que dice venir de Guatemala y conoce la entrada correcta. Tomé el primer turno en la fogata, a un lado de Silas, para poder estar fresco en la mañana. Con tantas armas no me queda duda que Nestor espera una batalla. Temo que esto sea como Juárez, pero peor.
- Creo que ya lo tengo todo bien entendido.- Silas me hizo plática mientas terminaba de armar sus juguetes, unos poderosos explosivos según pude ver.- Lo que hemos visto son dinosaurios que han sobrevivido bajo la tierra, calentados por el magma debajo de la corteza terrestre.
- ¿Realmente crees eso?
- Todo lo sobrenatural viene de fuentes naturales. Los hebreos creían que había un dios porque escuchaban truenos en el desierto. Creyeron que había un diablo porque había pestes. Toda esta lucha contra los Antiguos, este bien contra el mal, es la batalla evolutiva de una especie superior contra las inferiores en nombre de la supervivencia.
- Por nuestro bien, espero que tengas razón.
- La tengo.
- Muy bien genio, entonces respóndeme esto, ¿por dónde sopla el viento?
- Al oeste, a nuestras espaldas.
- ¿Adónde sopló hace unas horas, antes de llegar?
- No me acuerdo, ¿qué diferencia hace?
- Yo sí lo noté, pero no quise decir nada. Soplaba a nuestras espaldas cuando caminábamos.
- ¿Y? Soplaba del oeste cuando llegamos, y sigue soplando de ahí.
- No genio, me refiero durante todo el día. Sin importar cuántas vueltas diésemos, el viento siempre nos llegaba de la espalda.- Silas me miró sin saber qué decir.- Nos empuja.

DIARIO DE VANDER VAN SOEST
18 de noviembre, 1780
            Todos me conocen como Vander Hawkings, no solo aquí en Singapur, sino en Londres. Aún ahora me resulta de lo más gracioso. Me cambié el nombre en Londres, y ni así han conectado mi anterior persona “Vander Holt”. Sospechoso y todo, nadie conecta los puntos. Estoy más seguro aquí en esta colonia británica, aquí la gente blanca solo se preocupa de vivir cómoda, y no les molesta escuchar de los nativos que desaparecen constantemente. Bendita hipocresía inglesa.

            He cumplido ya 140 años, y me siento tan joven como nunca. Con cada día me vuelvo más fuerte, con cada año me acerco más y más. He aprendido algo que ni el viejo Marsh hubiera entendido en dos vidas. La mente debe cambiar de forma para ser receptáculo de la lógica de los Antiguos, la lógica del caos. Gente como Marsh son meros cultistas, van y vienen. Se lanzan contra la locura y sirven su propósito, pero no llegan más allá. Puedo contemplar las visiones del ajenjo de los dioses sin perder la razón. Puedo atisbar un mundo más allá del mío y aún viendo la ferocidad de los Antiguos, sigo siendo yo mismo. Ahora entiendo las tres vías místicas del mundo clásico, la vía de la contemplación, la vía de la acción y la vía del exceso, la infracción de todas las reglas. La humanidad no es sino un caparazón de una realidad mucho más grande, cósmica incluso.

            Mis viajes a la selva tienen buena excusa. Hago felices a los otros capitanes y no hacen muchas preguntas. Necesito la médula ósea y la glándula pituitaria, así como el sudor que viene del más espantoso temor. No hay otra sustancia como esa. Mi elixir de la vida funciona, y las dosis son cada vez más fuertes. Siempre necesito más muertes, pero no dejo de buscar alternativas. Hasta ahora he podido reemplazar corazones recién extirpados por una mezcla de lo que los alquimistas árabes conocían como la piedra sucia, y el rodromo de los iraníes.

            Al igual que en India existe en estas selvas el culto de Ithaqua, que ellos llaman Itata, o Itaca o Ithanqu. El viento encadenado puede ser usado. El misterio de las riquezas que siempre tengo disponibles para los capitanes jamás saldrá a la luz. En esas mismas selvas he logrado algo más que simplemente invocar retazos de los sueños de los Antiguos. He contactado con ellos. Fue semejante a las experiencias del doctor Dee con los ángeles, pero yo no busqué disfrazarlo con la teología de la época. Les acepto en toda su gloria y ellos lo saben. Ellos lo saben.

            Al igual que la goetia de Dee hay palabras mágicas que resuenen en los rincones del Universo. Dee pensó que era un lenguaje angelical del que provendría el hebreo de Adán, pero estaba equivocado. No era tan tonto, sin embargo, pues sabía que el recibirlas desde esa fuente originaria del cosmos sería suficiente para matar al receptor. No tenía la determinación que tengo. Até a un marino al mástil e hicimos las invocaciones pertinentes. Sacrificamos un niño y con su sangre dibujamos los sigilos. Ordené que encendieran los carbones y tiraran las extrañas hierbas que crecen en las montañas solitarias al norte. El barco navegaba sobre un mar de llamas que no lo consumían. En el humo pensé ver una visión, pero era algo más que eso, era una puerta abierta. Criaturas como cefalópodos tomaban forma gracias al humo. Algunas del tamaño de mi mano, otras del tamaño de un perro. Algunas tenían el cuerpo duro y geométrico, con extensiones frontales como alargadas patas de araña con pelos en las puntas. Otros eran formaciones bulbosas y desagradables, se movían como amebas con un esqueleto alargado como alas, pero con finas fibras para moverse. Todos los marinos huyeron del círculo, solo estábamos el sacrificio y yo. Entraron en el marino por su piel, dejando tras de si aterradoras marcas. Nuevos órganos eran requeridos para percibir al otro mundo. Pude ver lo que hacían por el modo en que su piel se alargaba hasta sangrar. Tejían nuevos órganos, tejidos que no pertenecen a este mundo para contemplar las maravillas transdimensionales de los Dioses que fueron, son y serán.

El marino gritó, aullando de dolor y rogándome para que lo matara. Las criaturas no le dejaban morir, no hasta que cumpliera su cometido. Sus orejas se agrandaron, le salieron pústulas en la boca y sus dientes crecieron tanto que sus ansías se partieron en un estallido de sangre. Los ojos se le pusieron negros, no los necesitaba, y en sus cuencas se formaron órganos que nunca había visto antes. Parecía tumores carnosos con un espacio en medio, que se abría y cerraba dejando salir fibras espinosas. La horrible apertura que era su boca se abrió y pude escuchar una voz inhumana, proveniente de dos o tres cavidades laríngeas. Era la invocación de Yog-Sothoth, el Todo en Uno y el Uno en Todo. Amo del espacio y el tiempo, la Apertura, la Llave.
            Y’AI’NG’NGAH
            YOG-SOTHOTH
            H’EE-L’GEB
            OGTHROD AI’F
            YOG-SOTHOTH
            ZHRO

            En un lugar más allá del espacio y el tiempo Yog-Sothoth se había comunicado conmigo. De inmediato supe lo que aquello significaba. Él había pensado en mí. Y tan pronto como lo pensé un trueno estalló en mi mente. El dolor fue indescriptible, fui jalado desde todas direcciones, como si de cada poro y cada célula se extendieran cadenas y el excelso Yog-Sothoth jalara de ellas. Recuerdo las visiones, rápidas como un trueno. Las nubes repletas de tentáculos y de ojos, de tenazas y de esporas. La vi descendiendo sobre un mundo poblado por los Antiguos. Vi la luz que resquebraja la tela del espacio y el tiempo. Vi paraísos de extraños vegetales que a su vez eran animales, viviendo sobres ríos doradas y lluvias púrpuras. No sabía si podía entenderme, no sabía si podía escucharme, pero lo dije tan fuerte como pude “A todos. Los voy a despertar a Todos.”

            Mis marinos me cuidaron durante los dos días que tuve fiebre. El sacrificio humano había sido quemado, sus restos tirados al río. Ahora Ellos lo sabían. El contacto me ha dejado nuevos poderes. Siento las tormentas y las corrientes de mar. A veces escuchó los pensamientos de quienes me rodean, al menos de mis seguidores y tengo sueños sobre el futuro. He visto a Microft Sofolk, uno de los capitanes a quienes he enriquecido tanto, traicionándome mandando una misiva a su hermano en Londres. Le maté ayer y me quedé con la carta porque me divierte. Pobre Microft, ¿a quién le pedía perdón?, ¿qué dios era ese a quien se dirigía? Quien quiera que fuese, yo lo maté, como mataré a todos a cambio de todo.

DIARIO DE SILAS EZEKIEL DEWITT
28 de marzo, 1928
            Aún tengo fiebre, pero me alegré al abrir los ojos y encontrarme con Eva Fontaine acariciando mi cabello. Papá siempre pensó que era un vago, sobre todo tras salir del ejército. He vivido mi vida tratando de demostrarle que se equivoca, y ahora finalmente lo he logrado. Aún así he perdido algo que me sostenía, mi fe en la ciencia. Prefiero no pensar en eso y redactar lo que recuerdo, antes que lo olvide y trate de justificarlo como una pesadilla, pues sin duda fue una pesadilla, pero una muy real.

            Antes del amanecer, con las cargas listas, Nestor y yo las colocamos alrededor de la pirámide y en su base. Extendimos el cable con cuidado y me hizo colocar el interruptor en un lugar donde lo recordaría. Al principio lo dejé a los pies de un árbol torcido, pero lo sacó de ahí y lo colocó frente a una enorme piedra, argumentando que ese lugar era más antiguo. De haber sabido por qué hacía tanto énfasis en ese detalle, habría salido corriendo como un cobarde.

            El anciano que Eva encontró nos señaló la verdadera entrada, de al menos seis, y se fue corriendo. Cargado cada uno con un rifle y dos pistolas cruzamos la apertura a gatas. Consciente del extraño comportamiento del viento del que Collins me había llamado la atención, noté que primero el viento soplaba en mi cara, y después a mis espaldas. Al salir nos encontramos en lo que parecía un perfecto estado de preservación al interior de aquella ruina. Percy detectó huellas y oímos ruidos. Recorrimos un estrecho corredor y esperamos a que Percy se asomara en la esquina para seguir avanzando. Iluminados desde alguna fuente misteriosa noté el friso frente a nosotros. Conservaba sus colores y aunque todos lo vieron, fui el primero en notar la rareza. Por lo que entendía lidiábamos con una raza prehumana que había sobrevivido de algún modo en túneles subterráneos. Es por ello que no me asombré al ver que era un mapa, y que incluso tenía a Sudamérica, pero ¿por qué tenía a América del Norte? Y más al punto, ¿por qué era un mapa del mundo entero incluyendo islas que pasaron ignoradas hasta el siglo XVIII? Un miedo religioso me atenazó los músculos. Había visto miles de mapas en mi vida, pero no tenían lugar en este contexto. ¿Y qué eran esos continentes en el Pacífico sur, al oeste de Australia y tocando el polo sur, y el otro continente en el Atlántico? No podía pensar en ninguna explicación racional y mientras trataba de calmarme ese endiablado viento seguía soplando primero atrás y después frente a mí.
- Escuchen.- Percy se asomó y nos hizo señas para que pasásemos del otro lado. Nestor me tuvo que arrastrar, pues mi mirada estaba obsesionada con aquel mapa.- Son al menos cinco.

            Percy quedó en la otra esquina y yo me quedé al frente de la expedición en la otra. Asomé cuando él me lo indicó y me costó trabajo no disparar mi arma. Era un sacrificio por sacerdotes de esa repugnante raza de cabezas cónicas. La víctima era moreno de tez clara, un prisionero a juzgar por el tatuaje en la mano. Con cuchillos de piedra le rompieron el esternón, matándolo de inmediato y le arrancaron el corazón. La sala de sacrificios era colorida, con pinturas de sus dioses y criaturas como moluscos y pulpos. Colocaron el corazón sobre un horno de oro y cuando se consumió alzaron plegarias en voces chillonas que nos congelaron de horror. Se llevaron las cenizas ceremoniosamente, abandonando la sala. Entramos y nos ocultamos tras el altar sacrificial, que aún goteaba de sangre.

            Una criatura que no me atrevo a decir humanoide, entró a la sala y se lanzó al altar para comer la sangre como un grotesco vampiro. Tenía cuatro extremidades y una cabeza, pero hasta ahí paraba la semejanza con nuestra especie. Su mandíbula era enorme y se partía en la parte de abajo en dos extensiones que podían mascar con más fuerza y romper huesos. En vez de manos tenía pezuñas y sus patas traseras terminaban en garras. Su cuerpo era peludo, pero solo a medias, como un perro con sarna. Percy y yo nos hicimos señas para matarlo antes que nos descubriera. Saltando al mismo tiempo atacamos a la criatura apuñalándole en la garganta, para que no pudiera dar la alarma. Nos trajimos el cuerpo de regreso a nuestro escondite, soportando el hedor.

            La mezcla entre curiosidad y espanto es la peor combinación que puede haber en el Hombre. Miré hacia las pinturas y encontré que tenía más que sus dioses, eran grabados de sacrificios. Mayas comunes eran víctimas de estos seres y ofrecían sus corazones a algo que salía del mar. En la otra pared, directamente sobre nosotros, contaba la historia de Xibalba. Primero había humanos mirando al cielo y apuntando. Había una referencia a un enorme disco que Eva me susurró era un calendario. La estrella se hizo más grande y sus rayos se hicieron tentáculos. En otro, la estrella cae al suelo y se hunde. De aquel agujero emergieron entidades que aún ahora no sé cómo describirlas, de lo que estoy seguro es que es fácil advertir de dónde provenían las imágenes escabrosas de su mitología. En el penúltimo aparecían esos seres de cabezas cónicas caminando sobre el agua y apuntando al cielo, sin duda la masiva migración-peregrinación. La última, la más terrible por su cercanía, eran esos seres sobre pirámides tocando un ojo en el cielo con una mano y con la otra sosteniendo un corazón, sobre una pila de cadáveres.

            Avanzamos lentamente en aquella cámara repleta de eco y nuevamente la sensación del aire me crispó los nervios. Adelante y atrás, me recordaba a algo pero no podía precisarlo en ese momento. Nos asomamos por la puerta y tuve que reprimir un grito. Era el centro del templo, justo lo que buscábamos, pero nadie estaba preparado para eso. Al centro se encontraba un cenote al aire libre, la pirámide no tenía techo, y a su alrededor había cientos de aquellos errores evolutivos. Bailaban a orillas del cenote, los sacerdotes chillando cánticos y sosteniendo las cenizas sobre sus cabezas en extraños platos de oro. Algo en ese cenote estaba vivo, algo que alargó sus tentáculos de una gelatina amorfa. El tentáculo cayó en un borde, tiró a uno de los cultistas, y su gelatinosa composición cambió de forma a algo más sólidos, como escamas con cabellos delgados y negros. Miré hacia arriba, a la noche, y me quedé pasmado. Les hice señas a los demás para que lo vieran y Eva dejó salir un chillido. Había una nebulosa en el cielo, era de color dorada y todas esas estrellas estaban mal. Entonces pasó, perdí mi fe en la ciencia porque, de alguna fantástica y terrible manera, nos encontrábamos en otro tiempo y en otro espacio. ¿En qué confines de la Tierra podíamos estar para ver semejantes estrellas y esa enorme nebulosa?, ¿qué apocalípticos horrores vivían bajo el agua, debajo de nosotros, que extendía sus tentáculos para ganar cada vez más terreno en nuestro mundo? Mientras me preguntaba todo eso entendí por qué el viento cambiaba de direcciones de esa manera. No era el viento, era la criatura en el cenote y todo el templo. Adelante, atrás, inhalaba y exhalaba. De algún modo todo aquello estaba vivo y vivía de consumir vida.

            Detrás de nosotros oímos un grito y Nestor se agachó a tiempo, pues una lanza se clavó justo encima de su cabeza. Nos cercioramos de lo que teníamos que cerciorarnos, era hora de irnos. Percy se ocupó de los tres guardias con su Thompson automática. Lancé varios cartuchos de dinamita hacia afuera, y hacia el cenote. Hicimos nuestra huida a tiros, las explosiones los retrasaron detrás de nosotros, pero al salir al corredor encontramos que nuestro camino de entrada estaba obstruido por al menos cincuenta de ellos. Optamos por otro camino mientras Percy abría camino, Nestor y Eva disparaban sus rifles a los lados y yo me ocupaba de la retaguardia. En más de una ocasión tuve que empujar a Eva fuera del camino de dardos venenosos, flechas y lanzas. Debí haber matado al menos treinta de ellos con la Thompson hasta que se acabaron las balas, después otros diez con las dos automáticas y otros quince con los explosivos. Aún así, eran una oleada de ellos.

            Los guías estaban armados, así que contábamos con que tendríamos refuerzos al llegar a la puerta entre los escalones y bajar corriendo hasta el pasto. La última parta la pudimos cumplir, pero no íbamos a tener refuerzos. Era de día cuando salimos, pero no era el mismo lugar. Aquel templo ya no se alzaba solitario en la selva, sino que nos encontrábamos en una ciudad prehispánica poblada por aquellas monstruosidades de cabeza cónica y afilados colmillos. Nestor fue golpeado en la espalda por un mazo, y mientras que Percy trataba de liberarlo de quienes buscaban llevárselo al templo para otro sacrificio, como seguramente harían con todos nosotros, él mismo también fue apresado. Se acabaron las municiones y fue golpeado en el brazo, y después en la cabeza. Agarré a Eva del brazo y la liberé de dos monstruos que la jalaban del cabello. Le volé la cabeza a uno con el rifle y al otro le di un buen golpe en las costillas.

            Usando el machete pensé en rescatar a Nestor y Percy, quienes luchaban por no ser llevados al templo. Eva usó su última bala en el monstruo que estaba por aplastarme la cabeza con un mazo. Mientras la tomaban prisionera miré a mi alrededor. No reconocía la jungla para nada, pero sí reconocí la piedra. Nestor había tenido razón en que memorizara el lugar y en elegir aquella piedra, que ahora era parte de otra construcción. Eludiendo a los guerreros corrí hacia la piedra y, justo antes de ser atravesado por las lanzas, salté por los aires y caí sobre el lugar que yo recordaba estaría el detonador, ahora bajo las piedras que conformaban la calle. Los guerreros que me rodeaban alzaron sus lanzas, pero al sentir el estremecimiento del suelo y las explosiones se alejaron histéricos, tratando de salvar su amado templo.

            La adrenalina y la presión hacían que mi cabeza latiera con tanta fuerza que, tras ver motas de brillantes colores, comencé a perder la conciencia. Vi el templo estallar y derrumbarse en pedazos. Aquellas despiadadas monstruosidades desaparecieron como el humo y mis amigos estaban con vida. Antes de perder la conciencia por completo vi a Nestor soltando algo que parecían semillas, al cenote que había recibido con furia al templo destruido. Cerré los ojos, y al abrirlos, me encontré en un barco. Me explicaron que toda esa tensión me había subido la fiebre. No podían arriesgarse a quedarse ahí por más tiempo, así que me llevaron enfermo al barco y me cuidaron. Ahora cruzamos el canal de Panamá hacia Perú, y aunque no estoy seguro de creer en Dios, aún así le ruego porque nos muestre misericordia en nuestra peligrosa misión.

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