El memorioso
Por: Juan Sebastián
Ohem
Los
ancianos estaban reunidos y los guardias en las puertas aguardaban con
paciencia absoluta. Cuando vieron a Niklaus Merovian se hicieron a un lado y
dejaron pasar al inspector en jefe de Merrimack. El inspector siempre notaba
las miradas, ya no le daba importancia, pero las notaba. Sus pesadas botas
resonaron en el suelo de planchas de madera. Los ancianos le miraron de reojo y
continuaron su discusión. Los conocía a todos y cada uno de ellos a profundidad,
pero ellos seguían fascinados por el inspector en jefe. Tenía sentido, razonó
Niklaus, todos los ancianos vestían trajes de cuero y telas coloridas, como
símbolo de la unión entre los poderosos ganaderos y la colorida y diversa
población de Merrimack. El único que desentonaba era el inspector en jefe, con
sus pesadas botas de cuero, los pantalones de lona ajustados dentro de las
botas por correas, el peto negro y dorado que fijaba la tela de lona que
conformaba la parte superior, y el casco ajustado con gruesos tornillos y
cabeza de cristal y metal. Los niños decían que parecía un buzo, los adultos
tenían el sentido común de no mencionar que Niklaus era un fantasma y que aquel
traje era su prisión y su vehículo. El concilio de ancianos le trataba como a
un igual, después de todo Niklaus era el único que recordaba y en Merrimack,
eso significa todo.
- Oiga, Niklaus.- El anciano cuidador del edificio,
Denholm Gala, le hizo señas para que se acercara a la banca de la esquina, a un
lado del ventanal redondo.- Ayúdeme con la ventana.
- Aquí tiene.- El inspector empujó la ventana y Denholm
Gala encendió su pipa. El viejo era el peor chismoso de Merrimack y vivía en el
edificio, por lo que le convenía al inspector tenerlo de su lado.- ¿Disfruta la
vista?
- Ese teatro parece que no se construirá nunca.- El
edificio del otro lado de la calle ya contaba con fachada y los lados
descansaban sobre gruesos robles, pero aún faltaba mucho por hacer.
- ¿Qué tanto discuten aquí?
- ¿Qué más?- Denholm Gala se acarició la barba y miró a
los ancianos debatir furiosamente.- Ha bajado la producción en ciudad fantasma.
No hay manera de competir contra Dunwich. La magia se sigue vendiendo, tenemos
a las mejores escuelas de magia, pero Königsport está abandonando la magia por
la psicología.
- ¿Y siguen discutiendo por eso? Pensé que había un trato
sólido por la fertilidad de las tierras con el dios-sapo Tsathoggua.
- Lo hay, pero se ha tornado político. Han llegado
representantes de Dunwich y Königsport. Dunwich quiere ciudad fantasma,
Königsport quiere que se exploten las minas bajo nuestros cultivos más
importantes.
- Gracias por el aviso, ¿pero no es problema de Drakar
Mers? Él es el jefe de concilio de ancianos.
- Drakar quiere que los acompañes en todo momento, me
pidió que te lo dijera. Ahora se encuentran en los terrenos de ganado, donde
quieren explotar las minas.
- Niñero de un montón de aristócratas, lo que me faltaba.
- Ah, y hay otra sorpresa, pero será mejor que la
descubras por ti mismo.- El anciano comenzó a reír en voz baja y el inspector
fantasma se levantó para irse.
En la
puerta volteó a ver al jefe del concilio, Drakar Mers. El ventilador dentro del
casco iba a toda velocidad, que era lo más cercano que tenía a un pulso
sanguíneo. Salió del edificio acompañado de varios policías. El edificio de la
junta, como casi todos los edificios del barrio viejo, había sido tallado
dentro de gigantescos árboles. El teatro, frente al edificio de la junta, por
el otro lado, representaba el progreso en una población que se encontraba
incierta ante esos avances. Mientras avanzaba el carruaje por los caminos de
tierra el inspector se asomó para que los niños lo pudieran ver. El policía a
su lado no dijo nada, sabía que el inspector en jefe amaba a los niños y había
quedado traumatizado por su obvia incapacidad de tener familia.
Niklaus
Merovian podía ver al policía a su lado mirándole intensamente, a diferencia de
los vivos podía ver en todas direcciones a la vez. Pensó que el policía estaría
imaginando lo que se sentiría ser un fantasma, la incapacidad de dormir y
soñar, no ser capaz de sentir, ni oler ni saborear. Niklaus pensaba en cosas
más importantes, pensaba en Merrimack. Habían sido bendecidos por los dioses
exteriores por su ubicación geográfica, la ciudad se encontraba a orillas del
río Miskatonic, pero sus caminos se extendían al norte, al río del mismo nombre
en cuya salida al mar se encontraba la ciudad más rica del reino, la costera
Newburyport, gobernada por el macabro culto de Dagon. La bendición había sido
también una maldición. Merrimack se encontraba justo a la mitad de la disputa
entre los industriales de Dunwich y la capital Königsport y su psicología.
Pocos recordaban la revolución, pocos recordaban la industrialización exagerada
de Merrimack, la ley de ánimas, los excesos del duque y su aristocracia. La
gran huida al bosque, el nacimiento de ciudad fantasma. La revuelta por la
independencia de la corona. Pocos recordaban la sangre y la pólvora, la muerte
y la carnicería. Ahora era fácil olvidar, era obligatorio. Tsathoggua les
permitía vivir, a cambio del sacrificio más radical, la memoria. Solo los
ancianos y algunos cultistas poseían intacta su memoria, aunque todos se habían
aumentado recuerdos de hombres más sabios. El único que conservaba su memoria
intacta era el inspector en jefe.
- Llegamos señor. Y tenemos problemas.- Una congregación
de casi cien cultistas, con sus ropas doradas y verdes, lanzaban insultos hacia
los campos bardeados con primitivos maderos. Los extranjeros les miraban con
más curiosidad que miedo.
- Se acabó la diversión, dejen en paz a los extranjeros.-
Los cultistas pensaron en tirarle una piedra, pero Niklaus apoyó su guante
metálico sobre su arma y dejaron las piedras en el suelo.
- Es una afrenta al gran Tsathoggua.
- El concilio de ancianos se encargará de la bomba
política, ustedes encárguense de Tsathoggua. Todo lo demás, déjenmelo a mí.
El paso
del bosque al claro nunca dejaba de asombrar a Niklaus. Los árboles que medían
más de diez metros de alto y, muchos de ellos, tenían muchos metros de
diámetro, dejaban poco espacio para la luz natural. El claro comenzaba
abruptamente y terminaba abruptamente. Se trataban de docenas de hectáreas de
ganado y cultivos, interrumpidos por mortales barrancas repletas de minerales
preciosos. Antes de conocer a los tres extranjeros ya sabía quién venía de
Königsport, un hombre bajo, con frondoso bigote y muchas preguntas acerca de
los minerales. Se presentó como Aricin Molne, médico. Le estrechó la mano
fingiendo no estar nervioso, infló el pecho como un aristócrata y se alisó el
largo abrigo de terciopelo violeta. El segundo extranjero era alto y ancho como
un toro, vestía un pulcro traje de negocios que lo separaba rápidamente del
médico de la capital. El ingeniero industrial era Markuse Roclan y no paraba de
hablar sobre su nuevo vehículo a vapor y lo rápido que realizó el trayecto. El
tercer hombre era un joven delgado, con rasgos afilados y vestido de casaca
roja.
- Inspector Larse Skel, de Königsport.- Niklaus le
estrechó la mano y notó el arma en la pistolera de la axila. En vez de soltar
la mano apretó y, cuando lo tuvo hincado y a su merced le despojó de su arma.-
¿Qué cree que hace?
- Están en Merrimack, no tienen jurisdicción. Y las armas
de fuego son ilegales en nuestro territorio.- Niklaus se la entregó a uno de
sus policías y soltó al joven inspector.
- El inspector,- explicó Aricin Moln.- está aquí como
gesto de buena voluntad.
- Tiene su nariz intacta, ese es mi gesto de buena
voluntad. Si quiere acompañarme puede hacerlo, respetando nuestras leyes.
- Está bien, disculpe.- Larse se aferró de la mano pero
no mostró dolor alguno.
- Debí imaginar que si venía alguien de Königsport
traerían al menos a un policía, por si acaso.
- Le aseguro, inspector en jefe, que el inspector Larse
está muy bien capacitado.
- Sería interesar conocer los métodos de investigación de
Königsport. Siempre y cuando no sea uno de esos estudiantes de psicología que
no ven más allá de sus libros de texto, todo estará bien.
- Soy estudiante de psicología.
- Me alegra no tener cara, no me gustaría que me viera
sonrojado. Detrás de mí vienen los ancianos, así que le diré algo camarada
inspector, le haré un favor. Si quiere que respeten su rango en Merrimack,
recoja un poco de tierra y estrécheles su mano como un hombre de campo.
- ¿Eso funciona?
- Como una maravilla.- Los ancianos llegaron y se
presentaron ante los extranjeros. El inspector Larse hizo como Niklaus le había
recomendado y estrechó sus manos con tierra.
- Inspector Larse Skel de Königsport, vengo a compartir
experiencias con su inspector en jefe.
- Todo eso es muy interesante,- dijo el anciano Thorfin
Horing sosteniendo su bastón con tanta fuerza que temblaba.- pero ¿por qué me
embarró de tierra?
- Pero pensé... Ya veo.- El médico y el ingeniero se
rieron y Niklaus los acompañó.
- Déjeme adivinar, fue idea de Niklaus. No perdió su
sentido del humor infantil.
- No se lo tome a mal, inspector.- Medió Drakar Mers.- Es
más inteligente de lo que parece.
- Gracias por el voto de confianza.
- Ya que se ha roto el hielo, podemos hablar en serio.-
Dijo Thorfin Horing. Su arrogado rostro acentuaba su mueca de asco.- ¿Les gusta
lo que ven?
- Éstas podrían ser las minas más ricas de todo el reino,
y de su nación soberana, por supuesto.
- Por sesenta años hemos vivido sin que Königsport, o
Dunwich, o cualquiera de las provincias, se molestara en meter sus narices en
nuestros asuntos.
- Entiendo, anciano Horing que éstas son sus tierras,
pues le puedo prometer...
- Pues serán mis tierras, pero esto es un colectivo.
Nunca habrá propiedad privada para nuestros campos.- Señaló hacia un montículo
en una colina con un ventanal piramidal en la parte superior.- Ésa es mi casa,
y no me molesta vivir rodeado de brillos y luces sabiendo que valen una
fortuna.
- Al menos consideren nuestros tractores.- Dijo el
ingeniero Markuse Roclan.- El trabajo de veinte hombres por una sola máquina.
- Deberían ver nuestro mercado.- La voz sorprendió a
todos, menos a Niklaus quien la vio acercarse desde el camino. Era Jayten
Namal, un hermosa mujer de rubios cabellos y vestida con túnica transparente y
dorada. Los tres hombres extranjeros desviaron la mirada de inmediato.- Buenos
días, soy Jayten Namal, seré su representante. Soy la nueva embajadora a
Königsport.
- Bueno...- El médico Aricin Molne hizo un esfuerzo
sobrehumano de no bajar la mirada y se quedó pasmado. Finalmente le ofreció la
mano y la estrechó como si fuera un hombre.
- En Merrimack las mujeres ocupan puestos políticos
importantes.- Explicó el anciano Drakar Mers.- Sus primitivas ideas de decoro
no aplican aquí.
- ¿Papá?- Thorfin Horing miró a su hijo y sus músculos se
relajaron. Sormun era ciego y, aunque nadie se atrevía a decirlo, algo estaba
mal con su cabeza.- No te oí llegar.
- Acompañaba a estos extranjeros.- Sormun olió el aceite que
Niklaus usaba para pulir su casco y se acercó tanteando con un bastón. Niklaus
le estrechó la mano y dejó que Sormun pasara sus manos por su casco, como hacía
cada vez que se encontraban.- Regresa a la casa hijo.
- Si vamos al mercado te traerá algo, ahora escucha a tu
padre.
- Esperen un segundo.- Una alarma sonó de entre los
árboles del otro lado del clero. Los extranjeros se miraron nerviosos. El jefe
del concilio de ancianos trató de hacerse escuchar entre el ruido.- Es alarma
de banshee. No hace nada, si nadie la ve. Miren al suelo.
- Es hermosa.- Markuse Roclan fue el único, de entre más
de cien personas en aquel claro, que no pudo quitarle los ojos de encima. La
banshee en verdad era hermosa, flotando pálida y acuática. Al mirar a Markuse a
los ojos, sin embargo, todo cambió. Comenzó a gritar y aletear violentamente.
Los insoportables chillidos no se detendrían por horas.
Un par
de policías se acercaron cargando espejos y, con la ayuda de Niklaus, se
acercaron a la aparición, tranquilizándola con la imagen en la superficie. La
banshee se acercó a los espejos y se contempló tan maravillada como el
ingeniero la había mirado a ella. Cuando la mujer estaba por tocarlos, los
policías rompieron los espejos. Asustada, la banshee se alejó flotando. Luego de
aquella imprudencia el ingeniero dijo poco. Durante el trayecto la
representante Jayten les fue explicando más sobre los fantasmas. Les explicó
que un fantasma es un recuerdo intenso o valorado que se queda atorado en el
plano físico. Los fantasmas no saben que existen, después de todo un recuerdo
no sabe que es un recuerdo, así que los espejos les causan una fascinación
total. Los magos de Merrimack habían logrado construir cajas de espejos,
artilugios tan pequeños que caben en la palma de la mano, y que son capaces de
almacenar a un fantasma. Cuando el ingeniero finalmente habló, preguntó sobre
los obreros fantasmas de la ciudad fantasma. Jayten Namal explicó, a pesar de
las horrorizadas expresiones de los extranjeros, que los seres que habitaban
aquellos trajes, no muy diferentes al del inspector en jefe, no eran un
recuerdo, sino cientos de fantasmas en el mismo lugar, lo cual les robaba de
toda voluntad y les hacía los esclavos perfectos. Al llegar al mercado vieron a
algunos sirvientes fantasmas y quedaron maravillados ante la tecnología mágica.
- Poco queda del régimen antiguo, si acaso los relojes.-
Thorfin sacó su reloj de bolsillo, un aparato del tamaño de la palma de su
mano.- Será viejo, pero le instalé algo para mi mala visión.
- Que lugar más fascinante.- Aricin Molne quedó
maravillado ante el colorido caos del mercado. Las cientos de tiendas, las
escaleras en los árboles, el piso superior de apartamentos, hoteles y tiendas
tallados dentro de los inmensos robles. Niklaus hubiera deseado poder sonreír,
pues al ver el mercado siempre pensaba en la maravilla en los ojos de los
niños. Había juglares vestidos con todos los colores, magos de pócimas que
demostraban sobre un tapete raido, los místicos que vendían sus meditaciones un
párrafo a la vez, los medallones colgando en las lianas entre los árboles, y el
ruido ensordecedor de cientos de personas.
- Ahí está el bribón que me estafó con pastillas para la
tos, ahora verá.- Thorfin los dejó atrás, y nadie lo extrañó. Merrimack estaba
orgulloso de su mercado y, conforme se adentraban cada vez más, los extranjeros
comenzaron a sentir que eran parte de un sueño.
- Esto es increíble,- decía Larse Skel.- ¿pero dónde
están los borrachos y los ladrones?
- No hay muchos ladrones en el mercado, en cuanto a los
borrachos, sabemos cómo lidiar con ellos. Un encantamiento por una de nuestras
policías mujeres y duermen todo el día.
- Vaya, no pensé que vería esto aquí.- Markuse Roclan
infló el pecho y señaló a un puesto sobre el que habían distintos motores y
aparatos.
- Deme dos hadas de fuego.- Decía el cliente. El vendedor
le mostró una esfera con una mecha que, al causar fricción con una piedra, la
mecha empapada en aceite se encendía.
- ¿Por qué le ha llamado un hada de fuego?
- Aquí en Merrimack,- explicaba la representante.- no nos
fijamos en lo utilitario. No valoramos las cosas por su utilidad o su precio,
sino por lo metafórico. Ese encendedor será vulgar en su ciudad, aquí es un
hada que provee de fuego.
- Sí, pero no es un hada, es una combustión.
- ¿Y qué? Eso es el cómo, a la gente le importa el
porqué, la poesía de la cosa. Si no les recuerda a algún dios o algún ser
mágico, no les interesa.
- ¿Y qué me dice de este motor de aceite?- El ingeniero
tomó en sus manos un aparato plateado con tuercas y mecanismos de bronce, donde
una pipeta de cristal mostraba el nivel de aceite y el interior del ancho
cilindro efectuaba la combustión.
- Les decimos flamables, ¿usted inventó esta bomba de
tiempo? Tengo tres clientes que me lo quieren regresar. No valen el dinero que
invertí en robármelo de la carretera a Dunwich.
- No me hagas arrestarte Geltre.
- Inspector en jefe, no le vi. Disculpe mi insolencia.
- Veo que el miedo ha cautivado las mentes de los
pobladores, eso explica porqué le temen tanto.
- No me temen, me respetan. Quizás en su reino los
policías son vistos con desprecio, pero aquí hay muy poco crimen. Las penas son
duras, y yo soy el verdugo. Saben que les compraré regalos a sus hijos o los
mandaré a que sean despachados por los cultistas de Tsathoggua.
- ¿Qué hace ese hombre?- Aricin Molne señaló a un hombre
que dejaba su puesto desatendido y colocaba en su lugar un muñeco de madera.
- Hacer dobles es de buena suerte. Así el vendedor sabe
que nadie le robará, pues todos consideramos que es la misma persona.
- Sí, pero no lo es. Además, yo podría construir diez mil
de esos muñecos y venderlos aquí en menos de dos días.
- De nada le serviría. Merrimack odia a las fábricas, y
esos artículos los hacemos nosotros en el concilio, para que su magia sea más
poderosa.
- ¡Magia! Me lo dice como si eso significara algo.-
Markuse compró una bolsa de comida, pero le detuvo el médico.
- Markuse, presta más atención. Eso tiene nueces, no
olvides tu alergia.
- Es cierto. ¿Qué es eso?- Markuse señaló a un Voormis,
un homúnculo de metro sesenta, peludo y desnudo que caminaba por el mercado
cargado de bolsas.
- Un Voormis, son servidores de Tsathoggua. Hacen los
mandados de los cultistas. Son inofensivos.
- Eso no es inofensivo.- Larse Skel sacó un cuchillo y
antes que pudiera dar otro paso, Niklaus lo aferró del hombro.- ¿Qué haces,
hombre? Eso es un ghoul. Debió escapar del cementerio.
- Todas las criaturas mágicas tienen derechos en
Merrimack. Somos parte del bosque, no sus propietarios. Los ghoul son seres
carroñeros, no molestan a nadie si están bien alimentados. Cada año hay casos
de niños que le tiraron demasiadas piedras, adultos que los patean demasiado, y
cosas así, reciben mordiscos y arañazos. Muy pocos mueren, pero todos aprenden
la lección.
- Pero señor Mers, usted es un hombre sabio, seguramente
estará de acuerdo con que las ciudades ofrecen más que... esto. No he visto una
sola muralla, no sé dónde empieza y dónde acaba.
- La ciudad fantasma tiene murallas. Antes le llamábamos
Merrimack, y las murallas era para evitar que la gente entre. Ahora están ahí
para que nuestros recuerdos no escapen y nos torturen. Ahora Merrimack es todo
el espacio boscoso entre el Miskatonic y el río Merrimack. No hay murallas, no
las necesitamos. Los dos ríos son nuestras murallas.
- ¿Pero qué me dice de las instituciones? En Königsport
todo es ordenado, hay jerarquía. Aquí solo hay un concilio, las representantes
y la policía que actúa de juez.
- Yo viví en Königsport.- Interrumpió Niklaus Merovian.-
Según recuerdo hay partes de la ciudad que ningún ciudadano respetable se
atrevería a tocar. ¿Qué me dicen del mercado del Percy o del barrio fantasma
cerca del puerto? Están atrapados entre los dioses exteriores sobre nuestras
cabezas, viviendo más allá de las estrellas y en conflicto eterno a los dioses
Antiguos, cuyo sacerdote Cthulhu vive no muy lejos de sus costas. Por si no
fuera posible tienen conspiraciones en la corte, conspiraciones entre lores
alquímicos y conspiraciones con otros ducados. Mi estimado señor, nosotros
seremos gente simple, pero con Tsathoggua y el bosque, tenemos todo lo que
necesitamos.
El
recorrido duró todo el día y, a juzgar por el tono de Drakar Mers, el inspector
en jefe estaba seguro que se decidía algo más que potenciales inversiones
extranjeras. Al terminar el día el anciano le pidió a Niklaus que se mantuviera
cerca en todo momento. Durante la noche el inspector en jefe realizó sus
recorridos a caballo. Solía aburrirse por su incapacidad de dormir, pero le
había tomado un gran afecto al bosque nocturno. En más de una ocasión se
encontraba a sí mismo jugando cartas con ghouls tan horribles que no podían
abandonar sus cuevas durante el día, o sosteniendo conversaciones filosóficas
con los varios Entos, árboles vivientes, que viajaban por el bosque sin rumbo
alguno. Conforme salía el sol y los ciudadanos de Merrimack emergían de sus
casas subterráneas o de las construcciones en los árboles, o de las elegantes
casas de ladrillos, Niklaus dio por terminado su descanso.
Viajaron
a la ciudad fantasma en uno de los pocos trenes que quedaban del régimen
anterior. Los extranjeros fueron aleccionados nuevamente sobre lo que podían
hacer y lo que no podían hacer en la ciudad fantasma. Markuse prestó poca
atención, estaba más interesado en los fantasmas que viajaban con ellos, todos
ellos sirvientes de los pobladores del bosque. Las paredes de la ciudad habían
sido reforzadas por fuera y en cada kilómetro se encontraba un enorme pulmón
artificial que respiraba tungsteno, para hacer visibles a los fantasmas. Al
llegar a la estación fueron recibidos por diez capataces que registraron a
todos a conciencia, mientras los fantasmas entraban sin siquiera un saludo, y
después les entregaron sus trajes de lona para no inhalar tungsteno. El capataz
en jefe, un gorila llamado Trive Lor, salió de la entrada principal y saludó
ceremoniosamente a todos.
- En Merrimack,- le explicó Merovian a Skel.- los que trabajan
a los fantasmas en las fábricas son llamados inmundos. Por eso se esfuerzan
tanto en parecer seres educados, después de todo representan lo último del
antiguo régimen.
- ¿Haremos nuestro recorrido en privado o el inspector en
jefe nos acompañará?
- El inspector en jefe no estará lejos, tampoco el
inspector Skel.- Respondió Jayten.
- Recuerden, hagan lo hagan no realicen movimientos
extraños, eso asusta a los fantasmas. No se quiten el traje. Entiendo es
difícil respirar y el visor de cristal es muy pequeño, pero el tungsteno en
grandes cantidades puede ser tóxico. Si se pierden, toquen cualquiera de las
campanas, hay cientos en la ciudad. Tenemos capataces por todas partes.
Inspector en jefe, inspector Skel, ustedes vengan conmigo.
- Un consejo Larse, prepárese.
- ¿Me pedirá que me ponga tierra en las manos?
- Bueno, yo intenté.
Entraron
después de la comitiva, pero no llegaron más lejos. La vista era espectacular.
La ciudad entera, donde antes habían vivido más de cien mil habitantes, había
quedado por completo abandonada. Gran parte de los edificios conservaban a
penas la fachada, pues el lugar entero había sido acondicionado para albergar
una de las zonas industriales más grande de la región. Cuando no había calles
empedradas y casas abandonadas se erigían monstruosas fábricas donde cientos de
fantasmas entraban y salían realizando sus operaciones cotidianas. Día y noche.
Eternamente esclavizados e iluminados por el gas azuloso del tungsteno. No
todos los fantasmas, sin embargo, se encontraban contenidos en sus trajes. Aún
quedaban recuerdos de la ciudad de Merrimack. Algunos eran cocheros sin rumbo,
otros eran soldados muertos en la gran revolución, y otro tanto eran niños
pequeños que se escondían debajo de bancas y chillaban lastimosamente.
- No veas a los niños, son los peores.- Larse había
quedado hipnotizado. La pequeña niña se acercó sosteniendo su oso de felpa.
Cuando estaba tan cerca que Larse se agachaba para acariciar su cabello, la
niña mostró sus colmillos y se lanzó contra el joven inspector. Trive Lor hizo
ruido con castañuelas y el fantasma desapareció, por ahora.- Traté de
decírtelo.
- ¿Qué clase de recuerdo fue ese?
- Tú también tendrías recuerdos así si hubieras muerto a
su edad, aterrorizada frente a la revolución.
- Vamos a mi oficina.- Las
oficinas centrales de los capataces se encontraba en el edificio del reloj en
el centro de la plaza central. Cuando llegaron a la oficina el capataz se quitó
la parte superior del traje y respiró más tranquilo. Larse le acompañó, pero
quedo fijo frente a la ventana.
- ¿Cómo lo hacen, todos esos recuerdos son de la
revolución?
- No, imposible.- Trive se encendió un cigarro y acomodó
sus pies sobre el escritorio, mientras el inspector en jefe leía expedientes
sobre problemas de seguridad y rendimiento.- Un recuerdo está estacionado en el
tiempo, corresponde a una personalidad. Difícil trabajar con eso, a menos que
toda tu ánima esté conservada, como en el caso de nuestro ilustre inspector en
jefe. No, esos obreros son nuestros recuerdos, molidos todos juntos.
- No termino de entender eso, ¿todos tienen amnesia?
- ¿Amnesia?- Trive comenzó a reír como una hiena y
estirándose extrajo un medallón de entre varios libros polvorientos en la
estantería detrás de él. Le lanzó el medallón y Larse lo miró sin saber qué
decir. Eran líneas, algunas rectas y otras curvas, sin ningún patrón aparente.-
A los 15 años, todos los jóvenes son llevados ante los cultistas, ellos te
roban tus recuerdos con extrañas máquinas viscosas. Una parte va para el gran
Tsathoggua, otra parte va para los obreros. Eso que tienes ahí es un diagrama
mnemótico. Un recuerdo prefabricado. No sé qué significa, pero mi subconciente
lo sabe, lo asimila y cuando lo hace parte de él, se hace parte de mi memoria.
Todos en Merrimack tenemos los mismos recuerdos. Todos menos los ancianos, y el
viejo Merovian.
- Suertudo yo.- Bromeó Niklaus sin levantar el casco y
siguió leyendo.
- Largas primaveras en los pantanos, la educación en el
templo, la rebeldía de juventud... Todo igual. Recuerdos de 70 años de historia
en la mente de un adolescente de 15 años. En el mercado venden otros recuerdos,
tórridos romances, aventuras a galope, lo que quieras. Ese medallón que tienes
ahí son mis vacaciones de seis meses en Königsport.
- Pero no son reales.- Larse dejó el colguije como si le
diera asco y miró hacia afuera.
- ¿Por qué no? La memoria de cualquiera está llena de
exageraciones, ¿por qué hay que considerar al pasado como algo fijo? Ustedes
fuereños son todos iguales, siempre buscando el sentido literal de las cosas,
olvidando el aspecto metafórico. Ganamos recuerdos hermosos, lo demás se
convierte en fuerza de trabajo sin personalidad, con una voluntad totalmente
quebrada. Tan buenos como las personas, aunque más débiles.
- Pero... Todo lo que has vivido hasta los 15 años...
- Perdido para siempre.
- Siempre hay chicos que hacen promesas incumplibles a
sus novias,- Interrumpió Niklaus.- les dicen que las recordarán. Créeme, nunca
las recuerdan.
- Lo que eso debe hacer a la psique de un joven...
- No me salgas con eso Larse, he escuchado de esas
criaturas que usan para adivinar el futuro.
- Sí, inspector en jefe, adivinan el futuro a partir de
la psicología del individuo. No agregan, ni quitan. Aunque ahora entiendo el
desprecio generalizado por la Universidad del Miskatonic.
- ¿Universidad? Todos fuimos a la Universidad.- El
capataz se levantó de inmediato.- ¿Todo bien inspector en jefe?
- Veo que sigue habiendo problemas con vagancia.
- Chicos, ya sabe como es. Se meten para hacer locuras
antes de olvidarlas. Los fantasmas no responden bien cuando ven a alguien sin
un traje o frente a caras desconocidas. Aúllan y tocan las campanas. Me tengo
que ir. Usted conoce el lugar mejor que nadie. Quiero ver si esos buitres están
cómodos mientras juzgan la productividad de mis fábricas, como si todo fuera mi
culpa.
Se
separaron al salir del edificio. Los inspectores no tardaron en reconocer a uno
de los trajes de lona de los invitados. El ingeniero Markuse se retrasó,
inspeccionando de cerca los trajes que los fantasmas animaban. A su juicio eran
demasiado primitivos y Dunwich podía, en cuestión de semanas, producir en masa
trajes más eficientes que acelerasen la productividad. Dejó a los inspectores
para reincorporarse a los demás en la fábrica de ropa, un conjunto de enormes
telares en lo que antes había sido una catedral. Un fantasma asustó al
inspector de Königsport. Llevaba consigo un mensaje, el capataz en jefe quería
hablar con el inspector Merovian en las oficinas secundarias. El tranvía,
operado por fantasmas, les llevó en quince minutos. Esperaron frente a la
antigua casa por otros quince minutos.
- Disculpe la tardanza inspector en jefe.- Trive se sentó
a su lado y se quitó la máscara para poder respirar tranquilo.- Tuve que
corretear a un borracho. Pensé que era más grave, por eso mandé al fantasma. No
era nada importante, pero le ruego nos asigne más policías. Mis capataces son
insuficientes.
- Dudo que cualquiera de mis hombres quiera trabajar
aquí, pero haré el intento.
- ¿Los espías no han salido?- Larse le miró con la ceja
arqueada y el capataz se corrigió de inmediato.- Es decir, los extranjeros.
- No, no han salido. Ya es hora. Vamos a la salida.
- Tomemos el tren elevado.
Los tres
tomaron un globo que, mediante ganchos, se aferraba a un riel y, mediante
escapes de gas, salía disparado a toda velocidad. Cruzaron parte de la ciudad y
el globo se detuvo en la estación que daba al final de la fábrica de ropa. Al
bajar el inspector Niklaus escuchó los gritos. Las protestas les habían
encontrado. Tranquilizó a los cultistas que aguardaban del otro lado de la
muralla y les ordeno que se dispersaran.
- Son acusaciones fuertes.- Dijo Larse Skel.- Esperan una
invasión de ambos flancos.
- Están preocupados sí. Amenazan con mudarse al norte,
más cerca de Newsbury y esos dementes.
- Solamente soy un inspector, pero le aseguro que no
habrá tal invasión. No he oído ni siquiera rumores fuertes. La corona quiere
saber si el reino está partido en dos, Dunwich se beneficiaría con ello. Lo más
seguro es que cualquier regalo que Dunwich les haga, para fomentar su odio a
Königsport, la corona dará el doble, con tal de no tenerlos por enemigos. Nadie
sabe mucho de Merrimack, no desde la rebelión. Tampoco se sabe mucho de la
rebelión. Es normal estar nerviosos.
- Política cortesana, eso es algo que no extraño.
- ¿Fue parte de la corte?
- Prefiero no hablar de eso.
- A mí me parece fascinante. Usted es el único fantasma
completo, por así decir, que yo haya visto. Y se encuentra en una posición de
gran importancia, lo cual es más raro. Usted sabe algo que Merrimack no debe
olvidar, pero me pregunto qué es.
- La psicología le ha enseñado a usted más preguntas que
respuestas.- Larse iba a contestar algo cuando se escuchó el chillido agudo del
tren. Un cargamento salía de la fábrica de ropa en un pequeño tren de vagones
de un color rojo intenso.
- ¡Capataz Lor!- Thorfin Horing salió de entre la bruma
dejada por el tren de vapor y los gases de tungsteno.- ¿Soy el primero en
salir?
- Sí, así es.
- Nos hemos separado. ¿No ha visto a Jayten Namal y a los
demás?
Esperaron
en silencio, a un lado de la salida y vigilando a la enorme catedral. Al cabo
de unos minutos apareció el ingeniero Markuse Roclan y poco después el médico
Aricin Molne. Niklaus no tenía piel para sentir que se enchinara, pero
recordaba la sensación. Markuse dijo que la vio despedirse de él, cuando él
bajaba a los motores. Le agitó la mano y siguió su camino sin pensarlo dos
veces. Aricin Molne no la había visto, pero aventuró que quizás se había
quedado inspeccionando algo.
- Quédense aquí. No salgan sin mí. Es por su bien. Los
cultistas siguen ahí y es cuestión de tiempo antes de que esto se sepa.
- ¿Espera malas noticias?
- Así es inspector Skel. Iré a buscarla. Quédese con los
extranjeros.
- Iré con usted.
- Como sea. Trive, quédese aquí. Si alguien trata de
salir, amárrelo si es preciso.
- ¡Señor Lor!- Un capataz salió corriendo de la catedral
agitando los brazos.- Tenemos un problema. La representante, está muerta. La
encontré detrás de las calderas.
- Esto es terrible.- Aricin Molne fue el primero en
resumir la situación. Los cultistas se habían vuelto a reunir y la policía no
podía contenerlos. Niklaus le ordenó a sus hombres que escoltaran a los
extranjeros y al anciano Thorfin a sus habitaciones y dispersó a la turba con
disparos al aire.
- Fue ese ingeniero,- gritó uno de los monjes mientras se
escondía detrás de un árbol.- la hermana encontró la razón de la baja
productividad y Dunwich no quiere que se sepa, para poderlo comprar barato.
Niklaus, si fueras tan valiente, lo ahorcarías ahora mismo.
Larse
Skel siguió al inspector en jefe y no se separó ni un segundo. Niklaus sabía
que era parte de la buena voluntad de Königsport, quería asegurarse de que el
médico no fuese incriminado de ninguna manera. La catedral conservaba solo su
fachada, por dentro había sido acondicionada para interminables telares,
contracciones industriales y enormes máquinas que solo los capataces sabían
operar. Los pisos se distribuían desde lo que antes habían sido las mazmorras
hasta el techo de ventanales. Los inspectores no sabían por dónde empezar.
Merovian reunió a los capataces de la fábrica. Pocos tenían algo interesante
que decir, no estaban prestando mucha atención. Uno de los capataces, sin
embargo, vio a un fantasma caminando por los pisos superiores de manera
extraña, con los hombros caídos y las rodillas dobladas. Otro capataz mencionó
haber visto a Jayten Namal saliendo de los pisos superiores a los ventanales,
seguramente por algo de aire.
- Así que aquí fue el crimen.- Larse salió junto con el
inspector en jefe al techo. Había algunas gotas de sangre en el suelo y muchas
pisadas.
- Los fantasmas están programados a responder ante la
violencia o las cosas fuera de lo común. Si la mujer fue asesinada aquí, ¿cómo
cargaron su cuerpo hasta las calderas sin ser vistos?
- Buena pregunta.- Larse se detuvo al escuchar el cristal
que acababa de reventar con su bota.- Se puede deducir, a través de la
psicología, que tratamos con un hombre violento y corpulento, capaz de
descender con el cuerpo envuelto en telas. Y que usa lentes, por supuesto.
- ¿No me diga, y qué más?
- Es todo por ahora.
- Y dígame, doctor en psicología, ¿qué arma usó este
individuo despreciable?
- Algo con filo, naturalmente. Un cuchillo muy afilado, a
juzgar por la poca sangre.
- ¿Y cómo metió el arma a la ciudad fantasma si todos
fueron revisados a conciencia?
- Buena pregunta... ¿Quizás alguien íntimo con la
seguridad de la fábrica?
- Quizás.- Niklaus y Larse regresaron a la fábrica y el
inspector en jefe le ordenó a un capataz a que le avisara a todos los capataces
que usan lentes que se reportaran con la policía.
- Ya verá, con esa interrogación tendrá usted al asesino.
- ¿Dijo usted un cuchillo muy afilado y con pulso
preciso?
- Sí, eso dije.
- ¿El doctor Aricin, es cirujano?- Larse empalideció y
buscó las palabras correctas, pero Niklaus no le prestó atención. Trive Lor
subía corriendo las escaleras.
- Inspector en jefe, ha pasado otra cosa. Uno de nuestros
trenes de carga internos acaba de ser desrielado. Nadie salió herido.
- Vamos para allá.
- Por cierto, ¿preguntó usted por los capataces que usan
lentes?
- Sí, ¿tiene una lista?
- Una corta. Nadie que use lentes está calificado para
ser capataz... Menos yo. El doctor me los recetó hace un mes, para leer.
- Sí, imagino que lee usted mucho. No se aleje mucho.
Viajaron
en tren a la zona del desastre. Los trenes internos eran pequeños, su única función
era la de mover los productos a la frontera para ser almacenados en bodegas y
recibir los últimos retoques. Las vías eran nuevas y no estaban fijadas al
suelo. Alguien aplicó un par de palancas y desvencijó las vías lo suficiente
para volcar el tren. Los vagones habían sido abiertos y todas las cajas habían
sido revisadas. Había quedado ropa tirada por todas partes. Niklaus ordenó a
sus policías que registrarán en todas direcciones en un radio de seis
kilómetros. Esperó sentado, acompañado de Larse quien seguía apelando a la
inocencia del médico. Tras un par de horas los policías regresaron cargando
cajas repletas de cosas.
- Aquí lo tiene, inspector en jefe. No sabíamos qué
buscar, así que agarramos prácticamente toda la basura que encontramos. Arrestamos
a una pandilla de ladrones de Dunwich que descansaban en un campamento, al
menos habrá una buena noticia hoy.
- ¿Qué tienen ahí?
- Un hacha común con sangre, probablemente de animal.
Deshechos de lo que parece ser uno de esos motores caros de Dunwich. Hay una
caja de espejos rota, de calidad barata de mercado. Una botella de costoso vino
de Königsport. Una gruesa cuerda de diez metros. Cuchillo de cazador, limpiado.
Frasco de cloroformo. Algunas joyas a medio enterrar, seguramente de la
pandilla de ladrones. Escalera retráctil. Guantes de cuero. Creo que eso es
todo.
- Eso no es nada.- Se quejó Larse Skel.
- Al contrario, creo que eso es mucho. Más de lo que
necesitamos.
- ¿Va a compartir su teoría?
- No.
- ¿No porque me detesta, o no cómo parte de su absurdo
sentido infantil del humor?
- Lo segundo. Descuide Skel, no busco chivos expiatorios
pero si su amiguito tiene algo que ver, estará fuera de mis manos. Tengo
entendido que faltan actividades en las agendas de los forasteros, veremos que
se cumplan. Quiero tenerlos lo más cerca posible.
Para
cuando cayó la noche ya todos los involucrados y sospechosos habían rendido sus
declaraciones. Niklaus no encontró nada novedoso. Estaba programada una junta
con el concilio para discutir los resultados de la inspección, pero una
violenta manifestación de cultistas les obligó a reagruparse en el Hotel de las
Copas, el más lujoso de Merrimack. El hotel, tallado en un gigantesco roble,
contaba con un salón con una impresionante vista de las copas de los árboles. Los
invitados y el concilio se sentaron en mesas y sufrieron juntos los largos
discursos de los ancianos más reputados. El jefe del concilio, Drakar Mers,
habló por más de una hora de la historia de Merrimack. Describió el veneno de
la ambición burguesa que se había apoderado de la corte, las reformas del
trabajo que convertía en delincuentes a los desempleados mayores de 17 años,
mencionó la ley de ánimas que hacía de ellas la servidumbre obligada al duque
por un período no menor de un siglo. Externó su eterna admiración a los
valientes rebeldes, en su mayoría cultistas y miembros del concilio, que se
opusieron a la dictadura y forjaron la gloriosa revolución.
- Es un poco injusto,- se quejó Aricin Molne en voz baja
en la mesa en la que se sentaban los forasteros, Thorfin y el inspector en
jefe.- pareciera que la corona encerró a todos en fábricas.
- Tiene suerte doctor, ésa es la versión del discurso más
suave. La única sin groserías.
- Me confundo con la historia,- dijo Markuse.- ha dicho
que todos los que habitan los bosques formaron parte de la revolución. Pero,
¿no sucedió hace como sesenta años?
- Así es, durante el reinado de Bruss IV de Vandrecker.-
Explicó Thorfin.- Yo era muy joven en esa época. Niklaus no tanto. Todos los
jóvenes recuerdan la revolución como si hubieran estado ahí. Es la mejor manera
de mantener vivos los ideales.
- Me muero por saber la diferencia entre ésta versión, y
lo que usted sabe inspector en jefe.- Susurró Larse Skel. Niklaus hubiera
sonreído de tener rostro.
- Y puede hacerlo joven, yo ya lo hice hace sesenta
años.- El salón estalló en aplausos cuando Drakar bajó de la tarima. Pocos
aplaudían por el discurso que habían escuchado mil veces antes. Drakar sonrió a
todos los ancianos y se sentó en la mesa con los forasteros.
- Son los trajes.- Markuse no esperó a que Drakar bebiera
algo de las copas de vino.- No son más que manta y mecanismos de lo más
austeros. Sin ofender al presente. Nuestras artes mecánicas pueden reproducir
esos mecanismos para hacerlos más eficientes y mucho más pequeños. Hablo de una
mayor dexteridad, fuerza, velocidad, todo eso.
- Si lo consideran demasiado intrusivo, consideren al
menos a la Universidad del Miskatonic. Educación para todos. No pude ver muy de
cerca a las máquinas, olvidé mis gafas, pero me parece que podrían mejorarse si
invierten en una educación profesional.
- ¿Meterles ideas ajenas a los jóvenes? No gracias.- Se
apuró Thorfin, quien estaba tan enojado que se levantó y fingió que buscaba
otra botella de vino. Niklaus le alcanzó, pero el viejo no se calmó.- Niklaus
por favor, ¿no te parece extraño el asunto? Jayten murió porque encontró algo.
Aquí hay gato encerrado. ¿Cuándo harás arrestos?
- Estoy en eso.- El viejo regresó a la mesa y el
inspector se sentó a su lado.
- Perdón que le interrumpa de nuevo, doctor Molne, pero el
concilio se opone a toda intervención foránea. Drakar, por favor, no puedes
tomar esto en serio.
- No hace daño escuchar a nuestros vecinos.
- Eso dijeron en la corte y mira donde estamos.
- Estamos aquí como gesto de buena voluntad.- El médico
comenzaba a irritarse. Terminó su vino y le sirvió más a Thorfin y otra copa
para él.- No hace falta recordarles que la embajadora está muerta y que la
corona no puede descansar hasta que se resuelva. Es un gesto de generosidad el
que la corona no se apodere de la ciudad fantasma como es su derecho según el
libro de leyes.
- ¡Su libro de leyes no importa aquí!- Bramó Thorfin.
- Ven conmigo.- Niklaus jaló a Larse del brazo y
recorrieron el salón hasta ocultarse detrás de la entrada. El inspector le
apretó el brazo y Larse trató de zafarse con todas sus fuerzas.- Ésa fue su
idea desde el principio, ¿no es cierto? Invadir por causa de irregularidades
judiciales.
- Espere un segundo, no es así.
- No me mientas Larse. Sólo soy un inspector, ¿no fue eso
lo que dijiste?
- Está bien, está bien. Déjeme ir y le diré.- Niklaus le
soltó el brazo, pero posó su mano en la pistolera de la cadera. Larse entendió
el mensaje.- Jayten nació en Königsport. Legalmente era ciudadana de la corona
y por eso empujaron para que ella fuese la embajadora. Pero le juro que no
vinimos con intención de matar a nadie.
- Guardaré el secreto porque ya de por sí está tenso el
ambiente. Ruéguele a sus dioses que no encuentre evidencia en su contra, o en
contra del médico. Los mataré yo mismo, leyes o no leyes.
- Para un hombre con sentido del humor infantil, usted no
es muy alegre.
- 110 años de vida te hacen eso.
Los
demás ancianos, viendo que el ambiente en la mesa del jefe del concilio no
mejoraba, decidieron intervenir. Los forasteros expusieron sus conclusiones y
posibles soluciones. En más de una vez Drakar Mers le tendió un pisotón a
Thorfin Horing para que se callara. Los demás miembros del concilio, si bien no
eran tan radicales como Thorfin, no estaban dispuestos a ninguna alianza,
comercial o de otro tipo, que significara una dependencia a la corona, o a la
provincia de Dunwich, que era prácticamente un país aparte. Justo cuando la
discusión no parecía llegar a ninguna parte Drakar decidió invitar a los forasteros
a un festín en el templo de Tsathoggua. Niklaus se aseguró de que sus hombres
mantuvieran seguro el lugar, alejando a las turbas de violentos cultistas. El
templo, una estructura de madera con la forma de una enorme rana con pequeñas
alas de murciélago, había sido acondicionada con mesas y velas para sorprender
a los invitados. Un pacto secreto se forjó con apenas unas cuantas miradas,
todos harían lo posible para mantenerse alejados de temas espinosos y callarían
a Thorfin por la fuerza, si era necesario. Niklaus mandó a un par de sus más
sagaces policías a registrar los cuartos de los extranjeros mientras
disfrutaban de la cena y de más vino.
- Todo el asunto es de lo más misterioso.- Decía Larse a
los extranjeros en la mesa. Thorfin se encontraba contorsionado, hablando con
otros ancianos detrás de él. Drakar Mers miraba a Niklaus, implorándole con los
ojos porque diera una buena impresión de Merrimack a los forasteros.- La
víctima fue asesinada sin ser visto, pero el cuerpo debió descender en algún
momento. Quizás poleas, quizás oculta en telas, quizás oculta dentro de una
caja.
- Imposible, los fantasmas darían la alarma si vieran a
una persona cargando una enorme caja, o avisarían a los capataces si alguien
estuviera fuera de su estación cargando telas.
- Entonces, ¿qué es lo que tienen inspector Merovian?
- Más allá de la sangre, el lente roto y el sabotaje al
tren, no tenemos mucho por el momento. Es cuestión de tiempo, casi todas las
piezas están puestas.
- Coincido con el inspector en jefe.- Dijo Larse. Drakar
suspiró tranquilo.- La psicología del criminal se ha hecho evidente en sus dos
actos violentos hasta el momento.
- Discúlpenme un momento.- El inspector fantasma vio al
policía que, desde la entrada, le hacía discretas señas para que se acercara.-
¿Encontraron algo en sus cuartos?
- Sí, pero no fuimos los primeros. Los ayudantes del
concilio nos ganaron. Ellos ya sabían y no compartieron la información.
- ¿Saber qué?
- El ingeniero parece ser quién dice ser, el médico es
otra cuestión.
- Lo sabía, no es médico ¿no es cierto?
- Médico es, eso es cierto. Aricin Molne será muy médico,
pero se le olvidó mencionar que es duque y consejero del rey.
- Entonces es cierto, es una invasión.
- ¿Qué hacemos señor?
- El asesinato parece ser la clave, el catalizador.
Déjenmelo a mí, ya se me ocurrirá algo. Mientras tanto, mantengan a esos
cultistas bajo control. Si nos descuidamos en cualquier momento empiezan algo
que no podrán terminar.
- Inspector en jefe,- Aricin no parecía haber notado a
los policías, y lo invitaba a regresar con una copa en la mano. Niklaus se
alegró de no tener que fingir que sonreía. Ahora le quedaba claro por qué
Drakar Mers se empecinaba tanto en agradarle al médico de Königsport.- Larse
nos comentaba que es usted policía y juez, ¿es cierto?
- Tenemos leyes en Merrimack y según las leyes los cultistas actúan de intermediarios con el
único juez, Tsathoggua. Yo soy otro intermediario, pero en mis manos está el
decidir la gravedad del asunto. Es un sistema que funciona, hay muy poco crimen
en Merrimack. Además, llevo más de setenta años de experiencia como inspector.
- Que sorprendente lugar es este templo.- El ingeniero,
quien se sentía abandonado en la plática, interrumpió señalando la detallada
artesanía en la madera y la multitud de lámparas que colgaban de todas partes.-
De donde yo vengo no tenemos esto. No hay máquina capaz de labrar esos
detalles. ¿Es cierto que posee inscrita toda la historia de los dioses
Antiguos?
- Es cierto,- Contestó Drakar Mers.- pero en un idioma
que solo se encuentra en los manuscritos Pnakoticos. Algunos cultistas lo
pueden leer.
- Y esas lámparas crean todo un ambiente. Parece de día,
aunque distinto, como un sueño. Mitad de la noche y apuesto que alumbrarían
como si fuera de día. ¿Qué hora?- Aprovechando que Thorfin hablaba con otro
anciano, el ingeniero le quitó el enorme reloj de bolsillo y leyó la hora.
Thorfin pegó un brinco y lo miró con desencajada sorpresa. Todos en la mesa,
menos Niklaus, desviaron cansadamente la mirada.
- ¡Deme eso!- Thorfin le quitó el reloj y se lo escondió
en los bolsillos.- Sujeto maleducado.
- Disculpe, no fue mi intención.
- Vamos Thorfin,- Dijo Drakar Mers en tono
conciliatorio.- creo que te enojas demasiado cuando bebes.
- ¿Qué? Sí, discúlpenme.- Señaló la botella vacía y bebió
lo que le quedaba de vino.- Los males de la edad, ustedes entenderán.
Después
de eso Thorfin se fue de la mesa, lo cual todos agradecieron. Niklaus no lo
perdía de vista, el viejo fue pasando de una mesa a otra, siempre con una copa
en la mano. Los extranjeros se levantaron para husmear por el templo y Drakar
les acompañó. En cuestión de una hora todos habían bebido lo suficiente como
para entablar conversación con todos los presentes. Los únicos que permanecían
sentados eran los dos inspectores, vigilando a los invitados sin decir una
palabra. Al cabo de otra hora decidió que había bebido demasiado y arrastró los
pies hasta Niklaus, para pedirle que sus policías lo llevaran a su casa. Cuando
Markuse y Aricin se fueron Niklaus se aseguró de que sus carrozas fueran
seguidas por más agentes. En cuanto se fueron todos los presentes pudieron
respirar más tranquilos y una oración fue ofrecida al gran dios sapo por el
ánima de su Jayten Namal. Larse Skel se quedó, sin duda otro gesto más de buena
voluntad. Niklaus aprovechó un descuido para desaparecer detrás de una turba de
ancianos borrachos y de un empujón arrinconó a Drakar Mers.
- ¿Por qué no me dijiste?
- ¿De qué me hablas?
- Aricin Molne, no te hagas al gracioso, nunca te quedó
Drakar. Sabías quién era.
- Por supuesto, todos sabíamos quién era desde el momento
en que dejó su habitación desatendida.
- ¿Es cierto lo que dicen, se trata de una invasión?
- No sé, aún. Nos hacemos los duros ahora, pero en cuanto
se vayan y suframos la incertidumbre haremos un trato. Compraremos a Dunwich y
dejaremos que una comitiva de Königsport se establezca aquí. Es asqueroso, pero
necesario. El problema es que, siendo el consejero, si regresa con historias de
salvajismo y barbarie, estaremos más expuestos que nunca. El terco de Thorfin
no lo entiende, ha sido una pésima idea dejar que se uniera al asunto. Resuelve
este caso Niklaus, es lo que mejor haces.
- ¡Inspector!- Un uniformado se acercó corriendo y Larse
Skel se apuró para alcanzarlos.- Es el ingeniero, lo perdimos. Mejor dicho, nos
perdió. Es bueno, sabía que estábamos ahí.
- ¿Hiciste seguir al ingeniero?
- No te hagas al sorprendido Larse. Ustedes, vigilen más
de cerca a Trive Lor, el capataz. Solo por si acaso. Nosotros dos iremos a
molestar al buen doctor.
Larse
protestó durante todo el trayecto, mientras Niklaus jalaba a los caballos de un
lado a otro de la calle sin empedrar. Alcanzaron la posada donde habían
acomodado a los huéspedes y los policías de civil se sorprendieron al verlos.
Niklaus preguntó por el médico e insistió en despertarlo. Los agentes tocaron a
la puerta, pero no hubo respuesta. Los inspectores derribaron la puerta, pero
no había nada. Aricin Molne había eludido a sus guardias.
- ¿Y bien?
- No sé qué decirte Niklaus. Espero que esté bien.
- Sí, ya lo creo.- Salieron de la posada y, aunque los
agentes esperaban una tunda, Niklaus ni siquiera se refirió a ellos.- Me
imagino que debes estar preocupadísimo. Después de todo, uno de los consejeros
leales está perdido en la barbarie.
- ¿Cómo supieron?
- Por favor, esas cosas se descubren. Están aquí para
evaluar la invasión. Creen que tienen más cañones que nosotros, ¿no es cierto?
- Ésa es una exageración.
- No necesitamos cañones, tenemos al bosque entero. Lo
que ustedes quieren son las minas, imponer la propiedad privada, comprarlas por
miseria y hacerse ricos.- El fantasma chasqueó los dedos y un patrullero se
acercó con la mirada baja.- Vayan a los campos, a las futuras minas, quizás lo
encuentren ahí en compañía del ingeniero.
- Inspector en jefe, mire.- Un patrullero señaló a un
jinete que galopaba a toda velocidad sosteniendo un banderín de color verde, la
señal del médico.- Alguien necesita un doctor.
- Deténganlo. Si éste se les escapa también los encerraré
con doce banshees a ver si les gusta.
- Humo verde señor.- Explicó el jinete.- El anciano
Horing requiere de un médico.
- Vaya y encuéntrele uno. Larsen, sube a la carroza.
Cuando
llegaron a la casa del anciano ya se había presentado un doctor que le
consolaba en su cama. Niklaus no podía oler, pero por la expresión de Larse se
imaginó lo que había en el basin. Sormun apareció en pijama, asustado y se
tranquilizó al ver a Niklaus. Se acercaron a la cama mientras el doctor
guardaba sus herramientas en su bolso.
- Vaya susto.- Se quejó Thorfin.- No deberían dejarme
beber tanto.
- Vomitó un poco, pero estará bien.- Concluyó el médico.
- Lo siento viejo, pero estabas insoportable. Supuse que
era eso o dispararte en el pie.
- Sormun, vuelve a dormir. ¡Sormun!- Su hijo se despidió
de todos y, agarrado a un hilo, encontró su camino de vuelta a su dormitorio.-
Ha empeorado desde que murió su madre.
- Tú también, deberías beber menos y pensar más.- Niklaus
le estrechó la mano y los inspectores salieron de la casa.- Vaya susto, pero la
noche aún no acaba.
- No he visto a nadie en Merrimack hablarle de ese modo a
un anciano.
- Por el amor de Tsathoggua, no empieces conmigo. No
puedo cansarme, pero desearía poder hacerlo.- Niklaus quería decir algo más,
pero la explosión lo silenció a él y a todo el bosque.
El
edificio en construcción del teatro ardía hasta sus cimientos. El desorganizado
cuerpo de bomberos luchaba contra lo poco que quedaba de las llamas y una turba
de curiosos se había congregado alrededor del fuego. Niklaus pensó de inmediato
en Denholm Gala, el anciano chismoso que vivía en el edificio de la junta,
frente a la construcción. El anciano lo estaba esperando, sentado en los
escalones del edificio. Denholm vio salir el carruaje del ingeniero poco
después de las dos, pero no le vio regresar. El ingeniero parecía muy tenso y
le indicó hacia donde se había ido. Dos horas después había estallado el
edificio y no sabía quién estaba adentro. Niklaus ordenó a sus hombres buscar
más testigos en esa dirección. Cuando los bomberos terminaron de sofocar las
llamas los inspectores entraron al edificio.
- Cuidado con la cabeza,- les decía un bombero mientras
subían al segundo piso.- las llamas chamuscaron las sogas que sostienen las
poleas. ¿No quieren esperar a que...
- No, tendremos cuidado.- Niklaus evadió una de las
tablas que pendían del techo con tabiques, la soga parecía estar en sus
últimas.- ¿Dónde está?
- Éste es el cuerpo que encontramos.
- Gracias a Sogoth no es Molne.- Larse suspiró alegrado
al ver que el cuerpo era del ingeniero Markuse.
- Me alegra que se sienta mejor.
El
cuerpo de Markuse estaba muy quemado, pero era reconocible. El inspector en
jefe quitó la soga quemada de su pecho y notó las heridas de cuchillo y el
golpe en la cabeza. Por el incendio no quedaban rastros de sangre, por lo que
era imposible determinar cuánta sangre había perdido o la dirección de las
cuchilladas. Larse estaba seguro que el asesino debía medir más que el enorme
ingeniero, pues las cortadas eran perfectas y sugerían que la víctima había
sido acorralada y no había ofrecido mucha resistencia.
- Es la misma
persona, estoy de acuerdo. Espero que haya olvidado el cuchillo.- El inspector
en jefe pisó un cristal y retiró la bota. Lo que quedaba de un tubo de cristal
había sido repartido por la pisada.- Nos persigue el vidrio. ¿Encontraron el
arma?
- No señor.- Los bomberos siguieron buscando entre
escombros, pero sin suerte.
- Niklaus, mire esto.- Larse señaló hacia un conjunto de
láminas que cubrían un hueco. Con la mano despejó las tuercas de cobre y las
piedras pequeñas y retiró las láminas.
- Es un peñasco de construcción. Los obreros tiran ahí
los tabiques no sirven. Aquí en Merrimack son hechos a mano.- Niklaus se asomó
a un lado de Larse y notó las moscas que revoloteaban sobre los tabiques. Larse
fue el primero en pensarlo.
- Hay alguien más.- Pálido como una banshee esperó a que
los bomberos removieran los tabiques.
- Aquí no hay nada.
- Ya puedes respirar Larse, no es tu jefe. ¿Qué hay del
arma homicida?
- No veo nada, inspector en jefe.
- Inspector en jefe, encontramos a otro testigo.- Los
inspectores acompañaron al patrullero. Una mujer, vestida en largas faldas
multicolores y llamativos adornos de cabello. Larse tardó en relacionar que la
mujer era una prostituta, una muy diferente a las que veía en Königsport.
- Yo vi el carruaje. Era el extranjero, no hay duda. Con
lluvia o sin ella le vi sentado en el interior, muy pensativo.
- ¿Cómo sabe que estaba pensativo?
- Meditabundo diría yo.
- Debe ser usted psicóloga, quizás le enseñe un par de
cosas a mi amigo.
- Estaba muy quieto, como quien pondera algo. Pero sé lo
que vi, hasta la chamarra era de alta alcurnia. Le dije a sus monos a dónde se
dirigía.
- ¿Y el chofer?
- No me fijé en el chofer.
- ¿Encontraron la carroza?- El patrullero asintió con la
cabeza.- Déjame adivinar, no hay nada.
- Un folleto del teatro, nada más.- Niklaus se alejó y se
sentó sobre una roca, mirando hacia el sol naciente detrás de miles de hojas
verdes que se hacían transparentes.- Por cierto, sobre anoche...
- Todos cometemos errores. Dudo mucho que el ingeniero
haya sido un santo.
- ¿Sospecha chantaje?- Preguntó Larse.- Fue al teatro,
después se fue y regresó para ser asesinado. ¿Qué hay del capataz en jefe?
- Trive Lor no salió de su casa, tengo dos patrulleros
que lo vieron en todo momento. El médico regresó a su habitación hace una hora.
- Arresten al médico. Tráiganlo al teatro, pero no dejen
que la turba lo vea.
- ¡Inspector!- Larse se irguió y le miró con toda la
solemnidad de un soldado.- Comete usted un error.
- Calma Larse, le dije que no quiero chivos expiatorios y
lo sostengo. Solamente quiero captar su atención. Necesito hablar con él en
privado, sin Drakar Mers respirando sobre mi hombro.
- Espero que sepa lo que hace.
- Yo también.- Esperaron en silencio hasta que los
patrulleros escoltaron al extranjero, escondido bajo largos abrigos, dentro del
teatro incendiado y lejos de la turba de curiosos.
- ¿Qué significa todo esto? Exijo que me dejen ir.
- Suéltenlo muchachos, ésa no es manera de tratar a un
consejero real.
- No sé de qué me está hablando.
- Guárdeselo. ¿Qué hizo anoche?
- Supongo que no tiene sentido ocultarlo. Sabía que me
estaban vigilando, así que eludí a mis guardianes saliendo por la ventana. No
fue difícil. Ni crea que tuve nada que ver en esto. Salí a pasear. Quería saber
más sobre esta comarca para dar un reporte más completo. Y le adelanto que no
es bueno. Una ciudadana muerta, ahora un ciudadano de Dunwich... Nada bueno.
- Si creen que pueden tener nuestras minas quiero que
sepa que les cortaremos las manos antes de lanzarlos al abismo de Tsathoggua.
- Usted no entiende, Dunwich es mucho más rico que
Königsport, su enfermedad de industrias se extiende. Han jugueteado con la idea
de separarse desde que Merrimack dejó de existir. Nosotros somos sus únicos
aliados, porque Dunwich podría aprovechar que es parte de la corona, al menos
por ahora, y exigir que la corona meta orden hasta encontrar al asesino de
Markuse Roclan. Han vivido en una burbuja por demasiado tiempo, pero estas dos
muertes la han reventado.
- Encontraré al culpable de una manera o de otra. Váyase
de mi vista.
- No puedes hablarle así, él es de la casa real.
- ¿Cómo puedo estar seguro que la corona no montaría el
asesinato de un reputado ingeniero de Dunwich para que sean ellos quienes
carguen con el peso político de la invasión. No olvide inspector, no soy
extraño a las conspiraciones cortesanas.
- Sí, lo recuerdo, usted estuvo en una.
- No, era comisario y sé de la corte porque abrí las
puertas para que los revolucionarios decapitaran a los duques y mataran a sus
hijos.- Larse se irguió y quedó boquiabierto por unos momentos.- Yo estuve ahí
en los años de pólvora.
- En Königsport escuchamos mucho de la rebelión auto
destructiva, pero no sabía... Así que, eso es lo que sabe.
- No sea ingenuo. Yo sé quién trajo la peste y la
ambición ciega. Fueron los ancianos y los cultistas que presionaron a los
duques hasta el punto de la violencia. Los ancianos levantaron el acta de
ánimas, fueron ellos quienes encontraron las justificaciones teológicas. Cuando
se salió de las manos había que escapar. Habíamos forjado una prisión tan
perfecta que devoraba a sus carceleros. El duque no podía permitirlo, así que
los matamos a todos. Me dispararon en la toma de la catedral. Con mis
intestinos saliéndose me hicieron los ritos y todos los procesos. Me
encarcelaron aquí por toda la eternidad. No me quejo, es mi sentencia.
- Y por eso lo respetan... Usted los mantiene honestos.
- Ahora lo entiende. Ahora puede...
- ¿Niklaus?
- ¡Tú!- El patrullero se cuadró y Niklaus bajó las
escaleras para hablar con él.
- ¿Señor?
- Que se reúna el concilio. Dile a Drakar que es urgente,
sé quién es el asesino.
Los
ancianos se reunieron en el edificio de la junta y el inspector en jefe entró a
la sala en compañía del inspector Skel. Drakar se opuso a su presencia, pero el
inspector fantasma dejó en claro que Larse se quedaría en su lugar.
- Hace setenta años nos preguntábamos qué pesaba más, las
tradiciones o las fortunas. Con fortunas se pueden tener más tradiciones, eso fue
lo que concluimos. Nos mentimos, queríamos dinero.
- Niklaus, por favor, no frente al extranjero.
- He estado debatiendo entre serle leal a Merrimack o
exigir justicia. Haré ambas. Empezaré por el primer homicidio. Meter el arma a
la ciudad fantasma fue el primer obstáculo, pues revisan a todos. Sin embargo,
no revisan a los fantasmas y tres de ellos venían de la ciudad, como criados de
alguien. El problema del asesinato como tal no eran los capataces, sino los
fantasmas, pues estos responden a la violencia y a lo inusual. La clave de todo
es lo que fue recogido del vagón de tren. El asesinato como tal fue fácil,
nadie vigila el techo. Jayten salió para respirar aire libre, pues no estaba
acostumbrada al tungsteno, y ahí fue acuchillada. Lo difícil es cargar un
cadáver sin ser visto. La solución se encuentra en la caja de espejos
encontrada cerca del tren saqueado y que fue destruida, el ánima disuelto para
siempre. El asesino despoja a su fantasma ayudante con la caja de espejos y se
pone el traje del fantasma. Con él mata a la embajadora. El asesino ahora
intercambia trajes, colocando el cuerpo en el traje del fantasma y liberándolo
para que cargara con el peso. De esta forma puede transportar un cuerpo sin ser
notado.
- Eso se ajusta a lo que el capataz dijo,- intervino
Larse.- el fantasma que caminaba con las rodillas dobladas y los hombros
caídos.
- Así es. Los fantasmas no tienen la misma fuerza que una
persona y es un peso muerto. Vistiendo el traje de la embajadora se despide del
ingeniero. Al llegar a las calderas encierra al fantasma de regreso a su caja.
El asesino recupera su traje, que seguramente cargaba el fantasma o él mismo.
Viste a Jayten Namal por última vez y la esconde detrás de las calderas. No
podía liberar al fantasma en ese momento, pues se habría visto con el
tungsteno, de manera que esconde la caja de espejos en un envío para detenerlo
más tarde.
- El asesino no requería de fuerza.- Concluyó Larse.
- Así es, solo requería de mucha inteligencia. Las únicas
pistas que dejó detrás fueron las gotas de sangre y un lente destruido.
- ¿Qué hay del chantaje del ingeniero?- Preguntó
Denholm.- Los policías mencionaron eso. ¿Y qué hay del médico?
- Airicin Molne usa lentes y es diestro con el cuchillo.-
Dijo Niklaus.- No olvidemos al capataz, quizás no quería parecer obsoleto
frente a la embajadora. Después de todo, él sabría cómo burlar la seguridad y
es muy diestro en el manejo de fantasmas. Por no contar que usa lentes también.
- Así es,- dijo Drakar.- ¿pero qué hay del segundo
homicidio?
- El primer asesinato muestra el móvil, el segundo
asesinato muestra un descuido que revela la identidad del asesino. El segundo asesinato
fue también brillante. Nos hizo pensar que había chantaje de por medio, o al
menos espionaje, pero el ingeniero nunca salió del edificio. El ingeniero se da
cuenta de algo muy peligroso, algo que el asesino había pasado por alto. Es
llevado bajo engaño al edificio en construcción, donde cuelgan por todas partes
poleas con tabiques. El asesino suelta uno sobre su cabeza y lo mata. Eso
explica la cuerda sobre el cuerpo. Lo acuchilla cuando está muerto, descarta el
tabique ensangrentado y lo lanza al hueco, tapándolo con láminas. Y éste fue su
peor error, pues al quedar protegido de las llamas conservó la sangre, que es
lo que las moscas ansiaban. Esto revela dos cosas, por un lado sabía que no
podría someterlo por la fuerza, por el otro que prefirió matarlo con
inteligencia que con fuerza bruta. Dejó un motor de aceite, las piezas de cobre
y el tubo de cristal eran pistas obvias, una verdadera bomba de tiempo como lo
llamó el dependiente de la tienda en el mercado, para hacernos pensar que los
sucesos ocurrieron en una línea de tiempo, cuando en realidad ya todo había
pasado.
- Yo sé lo que vi, Niklaus.- Se quejó el chismoso Denholm.-
¿Qué hay con eso?
- Dos
testigos vieron una carroza y a alguien vestido como la víctima, era la mitad
de la noche y llovía, así que no podían estar seguros. El asesino cometió el
error de ser demasiado inteligente. Asumió que si alguien se acercaba lo
suficiente lo vería a él disfrazado como a nuestra víctima, así que usó un
modelo, un objeto inerte que les hizo creer a los testigos que nuestra víctima
estaba tensa e inmóvil por los nervios.
- Entonces sí pudo ser el capataz en jefe.- Dijo Larse.-
Quizás no él directamente, pero a través de subordinados. Si el ingeniero
hablaba sobre los problemas en la fábrica, lo mismo que sabría la embajadora,
entonces todos los capataces quedarían sin trabajo. O peor aún, la baja en
productividad fue adrede, parte de una conspiración con Dunwich.
- No, ése no es el móvil. El motivo parece claro, una
invasión de la corona, obligar a Merrimack a abandonar la propiedad colectiva y
explotar las minas, ofendiendo al gran Tsathoggua.
- Lo sabía, malditos extranjeros.
- No Denholm, fue alguien de
Merrimack. Alguien que sabía que Aricin Molne era consejero real y que, por lo
tanto, si una ciudadana moría entonces
la corona podría intervenir.
- ¿Quién haría semejante locura?-
Preguntó Drakar.
- No nos sorprendamos tanto, ya ha
pasado antes. Setenta años antes. ¿Por qué no por el jefe de concilio de
ancianos? Alguien que entró a la ciudad fantasma y desapareció.
- Absurdo. Me fui porque odio ese lugar. Estaban bien
cuidados. Además, un pacto de esa naturaleza no se puede esconder. Todos
sabrían que los vendí.
- Es cierto, por eso sé que no fuiste tú Drakar. Markuse
se beneficiaba, como Aricin, de una invasión. El único que no tiene motivo es
Thorfin Horing. Férreo opositor a toda intervención extranjera. Borracho que
pasó la madrugada vomitando mientras el ingeniero era asesinado.
- ¿Entonces quién queda?- Preguntó Larse.
- Thorfin en realidad es quien tiene mayores motivos. La
lente que encontramos en la fábrica no eran de gafas. Thorfin tenía un lente de
aumento en su reloj de bolsillo, cometió el error de mencionárselo a los
extranjeros en el mercado.- Thorfin se levantó para protestar, pero el
inspector en jefe le apuntó al pecho.- Si crees que no te mataré dónde estás,
es porque no me conoces. Ese mismo reloj fue el que el ingeniero Markuse Roclan le
arrebató para ver la hora, de ese modo uniendo las pistas que habíamos
discutido en la cena. Por eso tenía que morir. Fingió salir borracho, pidió que
lo llevaran, para después escaparse con holgura, luego regresar y pedir un médico,
provocándose a sí mismo el vómito, naturalmente el médico no encontró nada.
- Estás cruzando la línea Niklaus, ¿dónde está la
evidencia?
- Solo
un local a Merrimack sería tan diestro con una caja de espejos. Probablemente
no hay mayor misterio en la baja productividad que lo que el ingeniero dijo,
pero se aseguró de plantar la duda, hacer pensar que la embajadora había
descubierto algo. Solo pudo haber sido alguien que, como miembro del concilio,
ya sabría que Aricin Molne era duque y consejero real y que sería él quien
decidiría, a partir de la muerte de una ciudadana de la corona la invasión.
Esos maniquíes que tanto interesaban a nuestros visitantes en el mercado, son
hechos por ancianos. Thorfin usó uno de esos y los vistió, actuando como
cochero.
- Pero sin el motivo, nada está
completo. El hermano Thorfin ha sido el mayor crítico de todo lo que tenga que
ver con intervención foránea.
- Thorfin sabe perfectamente que
no importa cuánto se critique algo, si la gente con poder quiere que pase,
entonces pasará y punto. El motivo no podía ser más grande y noble, a su
manera, pues si se instaura la propiedad privada él es el dueño de los campos,
así que sería dueño de las minas. Pero no quiere la fortuna para él, sino para
su hijo Sormun, es ciego y lento y no sobreviviría sin su padre, que está viejo
y enfermo.
- Todos miraban hacia el pasado.- Dijo Thorfin.- Yo me
atreví a mirar hacia adelante y no me gustó lo que veía para mi hijo.
- Viejo idiota, ¿tienes idea de lo que has hecho? Una
ciudadana de Königsport y un ciudadano de Dunwich están muertos por tu culpa.
Homicidio. Dirán que somos unos salvajes.
- No será así.- Dijo Larse Skel.- No si me lo entregan.
- Nunca.- Ladró Drakar.- Él es uno de los nuestros.
- Traje al inspector Larse para que no trataran de
enterrar el asunto. Es algo que no puede olvidarse fácilmente. Ya traicioné
para ustedes, ahora les pido que hagan lo correcto.
- Niklaus,- le imploraba Thorfin.- te lo ruego. Haz una
excepción en la ley de traidores. Sé que la ley indica que mis posesiones deben
ser repartidas, pero piensa en Sormun. Hazlo por él.
- Así se hará. No es servilismo, es lealtad a Merrimack.
Recuerden la última vez que sacrificamos a todos por nuestras propias nobles
motivaciones. Se hará justicia y Königsport verá que en Merrimack hay ley y
determinación.
- Vamos.- Thorfin se puso de pie y caminó con la cabeza
gacha hacia el inspector en jefe.
- ¿Quieres ver a tu hijo por última vez?
- No quiero que me recuerde de esta manera. Drakar, por
favor, dale buenos recuerdos y dile que morí de manera noble.
- ¿Satisfecho Larse?- Preguntó Niklaus mientras bajaban
las escaleras.
- Usted sería un gran inspector en Königsport.
- Usted también, si fuera inspector.
- ¿Cómo lo dedujo?
- Lo adiviné, pero tiene sentido. Habría estado pegado a
Aricin Molne de haber sido inspector. Me siguió a mí porque usted está
evaluando también.
- Soy conde. ¿No quiere saber qué pondré en mi reporte?
- Mentiría si le dijera que no.
- Recomendaré que se mantenga el mismo trato con
Merrimack que siempre, es decir, no se les considerará independientes pero no
se les exigirá impuestos por vivir en los bosques. En cuanto a las minas, es
una situación peligrosa, si Königsport se involucra Dunwich querrá hacerlo
también. Será otro ámbito donde esos aburguesados industrialistas harán todo
por ganarnos. ¿Te puedo hacer una pregunta?
- Adelante.
- ¿En cuánto tiempo Merrimack olvidará todo esto?
- En un par de años, o menos. Nadie recordará la
traición. Hablarán de la muerte heroica y del valor frente a la adversidad. Todos
lo olvidarán.
- Todos menos tú. Estás maldecido. No te está permitido
olvidar.
Los
extranjeros, y el prisionero, se fueron ese mismo día. La noticia sacudió a
Merrimack, pero aunque todos estaban preocupados, Niklaus ni se inmutó. Los
magos que manufacturaban supresores de recuerdos hicieron una fuerte ganancia.
No se escuchó nada sobre Königsport por varios meses. Asesores fueron y
vinieron. Se realizaron algunos tratos comerciales con Dunwich y con la
capital, pero nadie mencionó las minas. El concilio rezaba porque se hubieran
olvidado de las minas, pero Niklaus estaba seguro que no era así. La lluviosa
noche en que Thorfin Horing fue ahorcado en una prisión en Königsport nadie en
Merrimack se enteró, y pocos se acordaron. El inspector en jefe, sin embargo,
recordaría todo.
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