jueves, 23 de julio de 2015

La muerte roja en: El día de lágrimas

La muerte roja en:

El día de lágrimas
Por: Sebastián Ohem


            Entró a mi cabaña mientras me quedaba dormido. Murió un lunes en la noche. Me pregunta qué día es. Cruzo los dedos, quizás tenga suerte. Le pregunto si pudo ver a su asesino. Me dice que sí. Se sumaría a una larga lista de casos fáciles. Incluso antes de que continúe, una sensación en el estómago me dice que será distinto. Que será peligroso y brutal. La persona tenía una máscara. No se le hizo raro verle, sólo que tenía guantes, chamarra negra y máscara. Pistola con silenciador. Rápido e indoloro. Mary Anne Robins era soltera, su hermano era su única familia. No vino al funeral, pero cuando pregunta le miento. Un bueno para nada con problemas de deudas, parte de su salario iba hacia él. La otra parte para su solitaria vida como criada en la lujosa mansión de Nikos Menopolus. Acaudalado griego coleccionista de libros y antigüedades. Se topó con el asesino en el segundo piso, entrando a la colección privada del señor Menopolus. Ella habla toda la noche, sobre los sueños que nunca cumplió, sobre su otro hermano muerto en la guerra, las curiosas excentricidades de su empleador y los años de cansancio acumulado. Demasiado cansada para renunciar y cumplir sus sueños, siempre apostando al futuro. Alguien se lo quitó.


            Nikos Menopolus descubrió el cuerpo a la mitad de la noche. Salió por un vaso de leche y se la encontró muerta en el suelo, en el umbral de su biblioteca de colección privada. Se desmayó del susto y cuando despertó habló con la policía. Le interrogaron y volvió a desmayarse. El único sospechoso, no se ve muy bien para el señor Menopolus. Lo llevaron al hospital, pero tiene dos uniformados custodiando la entrada. Me presento como el detective Ulises Belkin y me dejan pasar. Una peluca canosa, un bigote, una placa robada y algo de actuación es todo lo que se necesita. Me siento a un lado de Nikos y lo despierto a jaloneos.
- Tiene que creerme...
- No mataste a Mary Anne Robins, lo sé.- Le tapo la boca. Le indico que hable en voz baja. Los verdaderos detectives podrían llegar en cualquier momento.- Ella me lo dijo. Encontró a un ladrón entrando a tu colección privada, pero la policía cree que no hubo robo, tú no denunciaste nada.
- Sí hubo robo, pero no pude decirle a la policía porque el... artículo, no figura en el seguro, ni ningún otro registro.- Me mira y sonríe con sus largas cejas peinadas hacia arriba y su rostro regordete.- Tú no eres policía.
- Y tú no eres un asesino. Si quieres quedarte fuera de prisión, te recomiendo que me ayudes.
- Está bien, está bien. El ladrón robó el “Codex Gigas”.- Me lo susurra como si eso por si solo explicara todo el asunto. Aún así, con el mero nombre intuyo que el clan está involucrado.- No el primero, por supuesto, una transcripción posterior del siglo XVI. Valioso, pero no tanto.
- ¿Y qué es ese libro?- Sus ojos se encienden. Le regresa el color al rostro.
- En inglés quiere decir el “libro gigante”. El original fue escrito por Herman el recluso, monje benedictino de un monasterio en Bohemia. Contiene la Biblia Vulgata y varios documentos históricos del siglo XIII. Conocida como la Biblia del diablo por un enorme grabado del diablo y por la leyenda negra que le rodeó. Fue cambiando de manos hasta que los suecos se lo apropiaron como botín de guerra en 1648, en la guerra de los 30 años. Se supone que estaba prohibido hacer copias de él, pero supongo que los monasterios tenían mucho tiempo libre. Se hicieron varias copias, la última y más reciente la del siglo XIII. Considerada de menor valor por las láminas agregadas, dibujos esotéricos al estilo medieval.
- Me arrepentiré de preguntar, pero mencionaste una leyenda negra.
- Cuenta la leyenda que el buen Herman el Recluso rompió sus votos monásticos y fue sentenciado a ser emparedado vivo. Para salvarse de la condena prometió la Biblia más bella jamás producida para la media noche. Los monjes aceptaron, supongo que tenían un macabro sentido del humor. Era obvio que no terminaría a tiempo, así que le rezó al diablo e hizo un trato. Su alma por la Biblia. A la media noche entraron a su estudio, el Libro Gigante ya estaba terminado. Es llamado así porque es el manuscrito más extenso de la edad media. 92 centímetros de alto, por 50 de ancho y 22 de grueso. Pesa 74 kilos. El ladrón debe tener problemas de espalda ahora. Reproducirlo, incluso sin los dibujos tomaría 5 años. Y te diré una cosa, el monje tuvo mucho menos de tiempo que eso.
- Sabía que me iba a arrepentir. El ladrón sabía que lo tenías, ¿a quién se lo robaste?
- Fue hace muchos años, en Suecia a un huérfano adolescente millonario. Lo tenía guardado en el sótano para apoyar una cava de vinos. Lo cambié por varios libros y lo cargué hasta mi habitación. Nadie me vio.- Nikos cierra los ojos y se abofetea a sí mismo.- Alfred Randolph, hace tres meses. Es un especialista en libros antiguos. Quería que lo tazara, por si acaso necesitaba venderlo. Randolph tiene sus oficinas en el edificio Fletcher de Marvin Gardens, en la 60.
- Conozco el lugar.- Reviso sus cosas y encuentro un libro viejo.
- ¿Qué estás haciendo?
- No puedo llegar con las manos vacías.
- Ese libro es viejo, pero no vale nada. Son las fábulas de Esopo en griego, siglo XIX.
- Entonces que me lo diga él.

            Espero en la antesala de Randolph preguntándome si el pegamento de mi bigote se está aflojando y si mi maquillaje para arrugas se ve normal en la columna dorada frente a mí. Absorbo todo lo que puedo. Dos secretarias. Antesala y oficina. Alfred es un hombre de mediana edad, cabello castaño y ojos verdes. La típica distinción de Harvard, completa con su corbatín de moño. Me hace esperar porque discute con otro hombre, mucho mayor. Su padre, Austin Randolph, arrugas que esconden su rostro. Camina encorvado, sus manos tiemblan y su hijo no le tiene paciencia. Austin sale de la oficina para hablar con las secretarias, es mi turno. Alfred me recibe de mala gana. Una mirada al libro y sabe lo que es. Con la periferia del ojo reviso los libreros de ébano en las paredes de su lujosa oficina de madera y mármol. Ningún libro gigante. Alargo la conversación. Pido ver catálagos. Austin se interesa en la conversación. Alfred la corta y se lleva al viejo afuera. Mi oportunidad. Me estiro hacia el rolodex. Memorizo su posición original. Dedos ágiles, reviso los nombres. Docenas de tarjetas. Una llama mi atención. Detective Robert Swan. Seguido de Robert Swan, director de Aries ingeniería urbana. Regreso todo a su lugar al escuchar pasos. En la esquina del escritorio un relicario de oro con arena. Otra coincidencia desagradable. Mr. Black murió con bolsillos repletos de arena. Me robo un poco de la arena del relicario para compararla con la de Black. Husmeo por el catálogo, le agradezco el tiempo y me voy de ahí.

            ¿Qué quiere el clan de la lámpara roja con el codex Gigas?, ¿qué tan involucrado estaba Swan en el clan antes que lo matara en ese silo de granero? Pongo en alerta a Ava. Una potencial historia para ella. Un caso para mí. Buscará familiares de Robert Swan y más sobre su compañía, Aries, mientras yo voy a la Universidad. Le entrego dos muestras al geólogo del laboratorio, un hombre con aspecto de tortuga y con lentes de fondo de botella. Me aburro de esperar.
- Ya tengo algo.- Mastica mientras lee de sus papeles, yo me enciendo un cigarro en el teléfono público afuera del edificio de laboratorios y hago esperar a los estudiantes. Me miran con desgano. Sonrío y les muestro la placa falsa. Uno a uno se van. Extrañaba la prepotencia.- Aries realizó renovaciones a las cisternas y cloacas de San Francisco hace unos años, nada en Malkin. Nada oficial, al menos. La compañía se formó en 1938 y el apellido Swan no aparece en ninguna parte, menos en un registro de propiedad en San Francisco, en las oficinas principales de allá. Parece que es el dueño, pero silencioso.
- El modus operandi del clan. ¿Qué hay de sus familiares?
- Todos son de Nueva York y San Francisco, menos su hermano. ¿Quieres revisar sus cosas?
- ¿Cómo supiste?
- Tu modus operandi. Si no invades la privacidad de alguien no estás contento. Joseph Franklin Swan, ginecólogo, padre de cuatro. Calle 32 por 21, Brokner. Nos vemos allá.

            No fue una sugerencia. Ella llegó primero, no me explico cómo. Revisamos la casa, no hay nadie. La pareja trabaja y los niños están en la escuela. Adoro los horarios fijos. La colonia es silenciosa como un cementerio a estas horas de la mañana. Entramos por la puerta de la cocina y la intuición femenina de Ava cobra resultados, el ático. Los artículos personales de Robert Swan en cajas al fondo del ático, debajo de arreglos navideños. Quitamos los renos de plástico, el santa Claus con focos internos y el árbol sintético. Abrimos las cajas y revisamos con cuidado. La gente tiene rutinas, la gente guarda cosas sin querer, incluso cuando se trata de conspiraciones criminales. Bobby Swan no era la excepción. Nada judicialmente comprometedor, pero una pista nos cae en el regazo como regalo del cielo.
- Vamos Perry, no es necesariamente algo malo.- Le muestro el diploma masónico por haber alcanzado el grado de caballero de Jerusalén. Ojos que todo lo ven, águilas bicéfalas. Inscripciones en latín y una pirámide al fondo de un piso de lozas blancas y negras.- Quizás la logia Ojo de Luz era como su club social.
- Sí, y mira sus amigos.- Una fotografía de Swan siendo aceptado en una ceremonia con mandiles, herramientas de trabajo, individuos con copas de calaveras y un sujeto al fondo que es idéntico al finado señor Brown.- Hay que encontrar este lugar.
- Eso sonó como un “tienes que encontrar ese lugar”.
- Sí, ¿qué curiosos no?- La beso y sonrío. Ella sonríe conmigo.

            Regresamos todo a su lugar. Regreso a la universidad. El geólogo no tiene mucho. Arena típica del Medio Oriente, nada fuera de lo común. El viejo está nervioso. Le tiemblan las manos cuando me da el estudio en un fólder. Nuevo asistente sentado en una esquina. Finge leer “geología bimestral” con un espejo frente a él desde donde puede verme. El deformado reflejo en un gabinete metálico me deja ver su pistola. Parece que el viejo llamó al clan. Tendría sentido. Sonrío y me despido. Escucho los pasos del agente detrás de mí mientras bajo las escaleras. Dejo que me siga.

            La Universidad no ha cambiado mucho desde que estudié ahí. Conserva sus callejones para amantes nocturnos. Besos y caricias en los boscosos parches entre edificios de salones. Uno de ellos, los arcos, parece un corredor medieval que va de la facultad de filosofía hasta el estacionamiento. Escuchó sus pasos en el piso de piedra. Me desaparezco detrás de una columna. Camino por el pasto sin hacer ruido. El agente cruza de una columna a otra. El golpe que le doy en los riñones, por la espalda, lo deja hincado. Trata de sacar el arma. Soy más rápido. Se la quito de un manotazo. Lo llevo al parche boscoso de una patada. Me siento sobre su pecho, mi revólver rojo hundiéndose en su entrepierna. Es joven, pero no está asustado. Es rubio, con cara cuadrada y ojos pequeños. Muestra sus manos en señal de rendición.
- Quien quiera seas, estás arrestado. Mi nombre es Rick Hawk, soy agente de la OSS.- Oficina de Servicios Estratégicos, mala mentira.
- La OSS no opera domésticamente, están todos en Europa. Además, ese es el nombre falso más ridículo que he escuchado.- Se lleva la mano al bolsillo trasero y hundo mi revólver hasta que estoy seguro que lo siente. Saca una identificación de la OSS. Reviso sus bolsillos y encuentro la llave de su hotel. Sonrío. Él no.
- Buenas y malas noticias amigo.
- El doctor Fern trabaja para nosotros, él me llamó. ¿Qué haces con esa arena?
- Soy aficionado a la arena, todos necesitamos hobbies. Te llevaré conmigo, con vida, porque no creo poder cargar un cadáver fuera de la universidad, pero te volaré la tapa de los sesos si tratas de huir. Iremos a tu hotel, si no me convences, te volaré la tapa de los sesos. Y debo advertirte, soy desconfiado por naturaleza.

Lo levanto del cinturón, uso mis esposas y las cubro con su saco deportivo. Lo llevo a punta de pistola al auto y manejo sin decir una palabra. Trata de sacarme información. Dejo que lo intente. Le golpeo las piernas cada vez que trata de liberarse de las esposas. Le digo que mi nombre es Mike Falcon, es Troy Strange, es Lincoln Rockwell Washington. Le amarro en el estacionamiento del hotel Bilmore con las sogas que guardo en mi cajuela. Sabía que me vendrían bien algún día. Subo a la habitación como si perteneciera allí, leyendo una guía de turistas. Un panfleto deprimente con tres sugerencias. Quisiera añadir la mía, no vengan a Malkin. La clase de ciudad que conocen por trabajo, pero se quedan por el homicidio. Quienquiera que la haya escrito debió sentirse sucio después de hacerlo. Abro su habitación y aprendo la lección. A veces la gente no miente. Hawk no mentía. Expedientes militares para sus ojos sobre la cama. Fotografías de un alemán de cachetes abultados con el nombre Klaus Hauer dispuestos en la mesa con manchas del vaso con cognac. Está en Malkin, según algunas fotos que me guardo. Expedientes alemanes y americanos. No saben cómo entró al país, pero sabían que vendría desde que hizo sus maletas en Berlín. El buen Klaus debe hablar demasiado. Fotografía con su uniforme militar. ¿Porqué las dictaduras saben vestirse?

            No lo veo, pero escucho el crujir de la madera. La puerta del baño se abre lentamente. El espejo muestra un sujeto brande como un oso. Está sentado en el suelo, sudando como un cerdo, pálido como una hoja. No me preocupa la gripe, sino la autómatica en su mano. El pulso le tiembla porque falla un par de veces. Me lanzo de espaldas contra el suelo a un lado de la cama. La alfombra no contiene el golpe. El asesino trata de salir del baño, arrastrándose como puede. Apunto desde debajo de la cama. Rick aparece por la puerta y le patea la pistola.
- Me deshice de los nudos hace diez minutos, quería que lo vieras por ti mismo. No podía dejar que mataras a nuestra pista.- Lo levanta con muchos esfuerzos y lo sienta en la cama.- Llamaré al lobby, que disculpen nuestros disparos. El hotel es la OSS.
- No me sorprende.-  Cartera en el saco. Leo su identificación mientras el oso respira cada vez más rápido.- Victor Dietrich según esta identificación sindical. Más vale que llames a un doctor.
- Espera un segundo.- Rick me jala del cuello del saco y me aleja del asesino muerto.- No te acerques mucho, murió envenenado. ¿Nazi?
- No creo.- Le paso la cartera y revisa sus bolsillos. Cerillos de un bar de sindicalistas frente a la estación de trenes.
- Deben venir a los mismo y eliminar la competencia.
- Creo que es hora que me digas lo que pasa Rick.
- Tú primero, ¿para quién trabajas?- Me apunta con su arma y sonríe. Ahora le toca a él.
- Perry Murdoc, detective privado. Trabajo un caso para Mary Anne Robins.- No reacciona al nombre.- Fue la criada de Nikos Menopolus, coleccionista de libros raros. Murió durante un robo.
- No, no puede ser.- Se sienta a un lado del bar y se sirve un cognac. Me sigue apuntando, pero me acerco de todos modos y me apropio de la botella de whisky.- No puede ser un libro.
- Uno muy pesado, como 70 kilos.- Rumea la idea y niega con la cabeza.- Ábrete sésamo.
- Trabajo solo.- Le arrebato la pistola. No lo vio venir. La tiro al baño y él suspira.- Está bien. Parece que podemos usarnos mutuamente. Klaus Hauer, de la SS, está en Malkin para alguna especie de presentación de algo. Algo grande, no cabría en una maleta. Estoy aquí para arrestarlo. Un artefacto mágico que los nazis creen les dará la ventaja definitiva. Hitler está loco por lo esotérico, tiene miembros de la SS visitando todos los países en busca de reliquias que pueda usar. Si el muerto en la cama es ruso, eso sólo lo hace peor. Maldita sea, ahora tengo que cambiar la sábanas.

            Le hablo de Nikos Menopolus, de la Biblia del diablo y su leyenda negra. No está interesado. Le hablo sobre el clan de la lámpara roja. Se han adueñado del crimen organizado y la política. Vive en un mundo de intrigas y desconfianzas, y aún así no puede creer que el clan exista. Rick es una carta que puedo usar más adelante. Por ahora, tengo mejores cosas que hacer. Rick no puede ver los hilos que lo mueven. El clan se quiere deshacer de Klaus Hauer, eso sólo significa una cosa, él les ha traído algo, ha aportado algo que pretendo descubrir antes del gran show.

            Ava escucha la palabra “espías” y todas sus antenas se disparan. No puede escribir nada. El tío Sam le quitaría todos sus papeles, la humillarían en público y terminaría escribiendo el horóscopo. Aún así, ella puede sacar sangre de las piedras. Encontrará el ángulo, está segura de eso. Me acompaña en busca de Klaus. Reconoce un lugar en una de las fotografías. Conoce el restaurante al fondo en Marvin Gardens. La zona más lujosa, tiene sentido. Anochece mientras le buscamos como a un perro que ha huido. Estamos a una hora más de fastidio de colgar posters con su rostro cuando Ava se echa a reír. Carnes y embutidos alemanes. Una casa decorada como una postal suiza, con todo y tirolés de cartón en el techo. Reloj cucú en la entrada. Casi me quita un ojo. El pájaro sale y le falta un resorte porque sale escupido y regresa como lengua de sapo. Ha visto mejores años. El del mostrador lee una revista en alemán y su ayudante corta el jamón de una manera novedosa. O acaba de descubrir cómo cortar una pata de cerdo con una sierra, o el sujeto no tiene ni idea de lo que hace. Ava está por mostrar la foto y la detengo. Pedimos salchichas, pagamos y nos vamos. Como esperaba, son asquerosas.
- Mi papá era carnicero, algo aprendí con los años de verlo trabajar.
- ¿Espías nazis?
- Trata de sonar preocupada muñeca. No es la clase de personas a quienes le pides autógrafos.
- Muy bien, señor humor, ¿qué hacemos ahora?
- ¿Hacemos? No hacemos nada, dejamos que la muerte roja obre su magia.

            El ayudante saca la basura por atrás. Se sorprende de verme. No lo suficiente como para no sacar su arma. Le disparo en el pie. Quiero que haga ruido. El del mostrador saca una escopeta. Le disparo en el hombro. Le azoto la cabeza hasta que sangra. Lo lanzo a la mesa de carnes y entierro el largo cuchillo frente a él. Aún no le pregunto nada y ya está rezando. El asistente entra cojeando. Le disparo en la cabeza. Cuando pregunto por la lista de sus entregas especiales, el encargado no lo duda. Compartimiento secreto en el suelo. Una lista larga de nombres alemanes. Klaus Hauer está ahí. Me ataca por la espalda. Me desarma y me patea en el suelo. Toma su escopeta y lo pateo a tiempo, se dispara en la pierna y ésta sale volando a la altura de su rodilla. A este punto no es homicidio, es sacarlo de su miseria. Ava manda la lista al hotel de Rick por un servicio de mensajería urbana. Para cuando los investigue ya se habrán ido, pero de algo servirá. Nada como los regalos para hacer amigos.

            Hacía mucho que no intervenía una línea de teléfono, pero es como aprender a andar en bicicleta. La caja es más como un panal de cables en un húmedo sótano. Encuentro la línea del departamento de Hauer. Tengo suerte, está al teléfono. A veces la vida te da una mano.
- ...Los americanos ya se probaron, herr Hauer.- No reconozco la voz, pero apuesto que la respiración pesada es de mi amigo Klaus.- Usted no dice quiénes pueden atender a nuestra fiesta privada. El clan lo hace. Y no olvide, su presencia está condicionada.
- Tengo el paquete, pero me pone nervioso tener un espía americano tras de mí. El Reich, sin embargo, está muy emocionado y yo no viajé a territorio enemigo para quedarme sin una demostración. Tendrán el paquete, pero quiero usar un intermediario. Por aquello de las trampas americanas, usted comprenderá.
- Adelante, los rusos lo han hecho también.- Klaus casi se muere de una embolia. El otro sujeto parece disfrutarlo.- Bienvenido a América, la tierra de las oportunidades. El clan no cree en las subastas, les tenemos una sorpresa y le garantizo que quedará satisfecho, usted y el Führer.

            La sangre corre como aceite, aún tiene el paquete. Todos mis músculos se activan. Ava se me queda viendo mientras corro tan rápido como puedo. Desearía teletransportarme, pero estoy atorado en el ascensor por varios pisos. Se abre cada segundo piso. La muerte roja, con sus pistolas rojas y su anillo incandescente asustaría a cualquiera. Llego a su piso y camino ligero. Luz debajo de la puerta. No hay tiempo para ganzúas. Uso el ácido. No hace tanto ruido, pero apesta a óxido. No hay razón para jugarla lenta, para jugarla como caballero. Le volaré la tapa de los sesos y rogaré que haya pistas útiles en su cadáver. No puedo arriesgarme, necesito el paquete.

            Pateó la puerta y abro fuego. Klaus está en el corredor a su habitación y cierra la puerta de la sala. Pude verlo en su mano. El paquete. Un estuche metálico de diamantes. El estuche. El que fue enviado a Berlín con diamantes falsos mientras Elli y Black vendían los diamantes falsos. Klaus fue invitado desde Berlín, ¿los vidrios que hacían de diamantes eran el mensaje que necesitaba? Curioso cómo funciona la mente. Adrenalina bombeando el corazón como el motor de un auto deportivo. Mucho tiempo para pensar, poco tiempo para escuchar. No escuché los pasos. Sólo sentí el golpe en la espalda. Bat de baseball. Golpea mis brazos. Tiro las armas. La puerta del corredor se abre sola, al fondo hay un agujero con escalera de mano. Klaus huyó desde el piso de abajo.
- Ésta es una sorpresa inesperada.- Es una mujer. No cambia nada. Escuchó el martillo en su automática.- No hay detectives como tú en Chicago. Mi nombre es Elizabeth Manning. ¿El tuyo?
- Vete al infierno.- Elizabeth es una rubia platinada. Pecas alrededor de una sonrisa traviesa. Viste con chamarra de cuero café. ¿Mary Anne la confundió en la oscuridad?, máscara y guantes. Esconden identidad. Esconden género.
- La gente de Malkin es muy violenta, ¿por qué será?- Calculo la distancia a mis armas. Soy rápido, pero no soy un relámpago. Más lento que una bala, eso seguro.- Klaus debe estar casi fuera del edificio para ahora. Paranoico, pero con buenas razones.
- No sabía que las espías nazis eran tan parlanchinas.
- No soy espía, soy detective privada, como tú. Me especializo en cosas raras, en lo arcano. Irrumpir y robar colecciones privadas es mi especialidad. Cuando mis compatriotas me abordaron me prometieron suficiente dinero para soportar a Klaus y su temperamento.
- Será traicionado por los americanos. Si entrega la reliquia que trae, será arrestado y tú también. Sólo quiero el paquete, ustedes dos pueden largarse de Malkin.
- Aún no me han pagado, así que estoy abierta a las sugerencias. Marcaré el buzón en la avenida Mendoza, el que está frente a la catedral y a una caseta telefónica con mi número. Aunque por otro lado...- Duda por un segundo y sonríe. Sus muñecas se tensan. El dedo en el gatillo tiene picazón. Es curioso el cuerpo humano. Miedo y adrenalina en mis venas, aún así puedo oler.
- Algo que huele como orquídeas, pero más frutal, por encima de un aroma más masculino, como almizcle o avellana.- Manning no lo entiende.- Combinado con su shampoo de rosas.
- Se refiere a mí, muñeca.- Ava aparece por la puerta. Mi salvadora. Tiene su revólver listo y no le tiembla la mano.
- Tranquila chica, no te estoy robando a tu novio.- Se aleja en reversa hacia el agujero. De la cama recoge una granada larga y nos la muestra como su juguete.- Tienen cinco segundos, háganlos contar.

            Lanza la granada y se lanza por el agujero. Me lanzo como un puma, una mano sobre el cilindro, la otra hunde sus garras en la alfombra en busca del pin. Tres segundos, aún no lo encuentro. Lo siento apenas por debajo del guante. Cuatro segundos. Lo tomo en mis manos pero tiemblan de miedo. Cinco segundos. No pasa nada y me doy cuenta que es un juguete. Bien jugado.

            Nos pasamos el susto en el departamento de Ava. Cerveza, carne y una docena de cigarros. Ninguno de los dos lo admitirá, pero llegamos temblorosos a su cocina. Ya me dispararon en el pecho una vez. No es placentero. Mi cuerpo se repuso después de semanas de terapia y un dolor que hace parecer al dolor de muelas un piquete de mosquito. No sé si perder la mitad del cuerpo me mataría. No quiero probarlo. Preferimos concentrarnos en otra cosa. Un elemento debajo del juego del gato y el ratón entre los tres lados de un sanguinario triángulo. Rusos, alemanes y americanos se persiguen las cosas. El clan así lo desea. Hora de saber más sobre el clan. Hacerlo por debajo del radar. Una ventaja, cualquier ventaja, en lo que ha sido un juego desequilibrado, para su beneficio.

El tío de Ava, Ross, es un viejo masón parlanchín. Nos consigue la dirección, no sin antes una larga plática. No ve a Ava en navidades, Ross se mudo a Arizona y puso un sauna. No la mejor inversión del mundo. Resulta que la gente que vive en desiertos no les gusta estar rodeados de agua hirviente. Le pregunta por algún novio. Todos lo hacen. Ava se hace la difícil. Le dice que conoce a un detective privado, sus pasatiempos son la jardinería y la terapia a personas de luto. Una linda versión. Me siento orgulloso y me sonrojo como niño de primaria. Omite que ya maté dos personas en una noche. Que mataré más si la oportunidad se presenta. Que Malkin está al borde del precipicio y yo corro de un extremo a otro del jardín del clan de la lámpara roja, como perro buscando huesos. También le dice que me pongo filosófico cuando bebo.

            Le consigue la información a fin de cuentas. No fue fácil. En 1939 cambió su nombre a Oasis de Entendimiento. Alteraron todos los registros de su existencia y en su momento fue un escándalo entre los masones veteranos. El nombre Ojo de luz se usó muy pocas veces, para documentos oficiales de los miembros más viejos de la logia. Un edificio que pasaría desapercibido cualquier día de la semana. Ladrillos rojos en una apretada entrada. Ilusión óptica, los edificios contiguos solo aplastan su entrada, pero tiene mucho más espacio en la parte de atrás. Espiamos por un tiempo. Alfred Randolph es el último en salir y cerrar con llave. Tres cerrojos, pero tengo que ser cuidadoso. No puedo dejar marcas. Operación fantasma. Ava se asegura que no haya nadie en la desolada calle y diez minutos después estamos dentro.

            No me atrevo a encender mi linterna. La luz de la luna baña el lugar desde un tragaluz a lo lejos. Un hall con mesas largas y sillas de madera de altos respaldos. Habitaciones cerradas para sus rituales. Pisos con lozas en blanco y negro y extrañas columnas. Simbolismo en cada centímetro. No hay un solo papel. Se toman el anonimato con mucha seriedad. La impresión se va yendo y nos damos cuenta, tenemos las manos vacías. Inspeccionamos cada recinto, sin encontrar nada sospechoso. Ninguna señal del clan. Quizás Swan y Alfred Randolph eran hermanos masones y nada más. Podría ser una coincidencia, pero de alguna manera lo dudo. La masonería es una hermandad secretiva, con muchas oportunidades para quienes desean formar sus propios círculos, bañándolos del misticismo masónico para alegar que son todas metáforas. Ava me hace señas de un salón con dos altas columnas y un trono. Puede sentir un aire muy frío viniendo del suelo. El trono está sobre una base de madera y hay un espacio hueco en el suelo. Empujamos el trono lentamente y bajamos por escaleras de piedra hasta un edificio subterráneo.
- Cuidado con el último escalón.- La voz nos paraliza y las luces se enciende. Protejo a Ava y saco una automática roja. Austin Randolph señala el escalón y sonríe plácidamente.- Es más bajo que los otros. Solía tener un hilo, del mismo color que la piedra para que hiciera de alarma. Lo quitaron por mí, ya estoy demasiado viejo para saltar sobre él.
- ¿Qué es este lugar?- Bajamos, con cuidado, y no podemos evitar quedar boquiabiertos. Es como una cueva de techo abovedado. Una rueda en el centro, acostada sobre un pedestal de oro. La reconozco, es una réplica de la rueda del destino. Impresiones de manos con pinta de doce colores forman un camino hacia las doce sillas al fondo. Frente a ellas hay una escultura de tres esqueletos que danzan. Uno tiene un reloj de arena, el otro una espada y el tercero una corona en su mano.
- Memento mori.- Dice Austin al seguir mi mirada.
- Recordar que te vas a morir. Más como recordar que matarás a todos en la ciudad.
- Perspectiva, eso cambia todo. Al menos eso creía.- Seguimos a Austin Randolph hasta una sala contigua, iluminada por lámparas chinas de doce colores diferentes. Un enorme escritorio al centro tiene viejos libros que Austin lee cada noche, perdiendo su visión poco a poco.- Esto solía ser una cisterna, durante la época de la guerra civil. Ahora ha caído en desuso, ya no se juntan aquí. Me dejan pasar las noches leyendo.
- ¿Y qué lee?- Ava me muestra largos rotafolios con extraños símbolos. Son círculos dentro de los cuales hay líneas, algunas forman cosas como estrellas de cinco puntas, otras son sólo dos rectas, o una recta cruzada por dos líneas que se curvean en ángulos pronunciados.
- Los sellos goéticos. El diagrama del plan, aunque posee un nombre más apropiado. La geografía de la tierra del Edén. He tratado de unirlos de una manera o de otra, pero nunca conseguí entenderlos. Nadie puede, solo los jerarcas, pero ellos han confiado todo en manos de sus doce discípulos.- Austin me sonríe y trata de sentarse. Ava le ayuda y con su temblorosa mano agarra mi brazo.- Nadie debería verlos, pero me dejan hacerlo a mí. White no olvida que me debe todo a mí.
- Interesante. ¿Entonces los conoce a todos?
- Hijo, no haces las preguntas correctas.- Austin tose hasta quedarse rojo. Le sirvo un vaso de agua y nos sentamos a su lado. El viejo bien pudo haber ayudado a armar al apocalipsis, pero nos sentamos a oírlo como al abuelo y sus locas historias de guerra.- El cáncer me está llegando. Supongo que nadie escapa de la muerte, sobre todo a la muerte roja.

            Austin habla. Se quita un peso de encima. Al final sus ojos se ven más vivaces. Al final mis ojos se ven más viejos. Ava y yo envejecemos ahí. Warren White llegó a la logia del Ojo de luz cuando Austin Randolph era un millonario aficionado al misticismo. Lo inició y le tomó bajo su ala cuando se dio cuenta que había más sobre Warren de lo que parecía. Ajedrecista brillante, estudioso de filosofía y teología. Una enciclopedia humana con acceso a una sabiduría milenaria. Tan vieja como el tiempo, dice Austin con una sonrisa macabra. Randolph le ayudó a formar un círculo interno bajo tierra. Warren develó la existencia de un clan muy antiguo y poderoso. Los miembros con más promesa fueron aleccionados en secreto por White. Austin nunca quiso dejar su faceta pública así que White no lo involucra demasiado, pero siempre le mantiene cerca porque con los años forman una amistad entrañable. Austin aún era joven, su hija no había muerto en el accidente de auto que terminó también con su primo y sus sobrinos pequeños, y él aún no tenía cáncer. La promesa del paraíso al alcance de la mano fue como un exilir para él, White era hipnótico. En la segunda iniciación, que White le dio a Austin pese a los reclamos de los otros, le expuso a la rueda del destino. No hubo nunca nadie que no tocara esa rueda, sintiera el poder de incontables eones y la iluminación que prometía, y pudiera resistirse. Todos, menos yo. Austin lo sabe y me guiñe el ojo como si estuviera orgulloso.

            White trabajaba con otros, once como él, cada uno muy silencioso y muy cuidadoso. El plan era celestial. Sólo los tres jerarcas conocen todos y cada uno de los aspectos del plan. Ningún miembro conoce siquiera la identidad de los otros miembros. White le dejó saber que había traído la sabiduría del clan desde China. Le mostró uno de los varios anillos de almas. Nunca le develó la operación completa, pero la mera presencia del anillo hacía sonar campanas celestiales en su cabeza. Brown tenía razón, después de todo, sólo pospuse lo inevitable al deshacerme de los pedazos del anillo de almas que hicieron traer desde India.
- El objetivo ha sido siempre el mismo, el día de lágrimas.
- ¿Qué es eso?
- El día que Malkin recibe un castigo ejemplar, bíblico. El día que todos los miembros del clan, dependiendo de su grado, reciben su justa compensación. El edén. Salvación. Nirvana. El cielo. Para lograrlo deben romper el sello del abismo. Usarán para eso la llave de profecía, un dispositivo que necesita de tres elementos. No sé cuáles son exactamente, pero sé que ya poseen el más importante. Algo que trajeron de Medio Oriente, posiblemente Persia. Lo trajeron junto con la arena que le rodeaba, llamada lágrimas de ángel, de muy buena suerte. Activado el dispositivo el sello se rompe y entonces usan las tres llaves del abismo. Guerra, conquista y plaga. La conquista ya la tienen, desde que consiguieron extorsionar su camino a la política y el crimen organizado.
- Esto es espantoso.- Ava habla primero. Habla por ambos.- ¿Cómo puede ser parte de algo así?
- Era joven. Sé que no es buena disculpa, pero es todo lo que hay. Ahora me arrepiento, pero no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Aunque no lo crean, lo que acabo de decirles es todo lo que sé. Era como acelerar lo que pasará de todas formas. Ya ha pasado antes. El clan nunca ha fallado. El plan es perfecto.
- Sodoma y Gomorra, Jerusalén, Alejandría, Roma, India, París, China.- Flashbacks del viejo, no son buenos.- Ahora Malkin.
- Por favor señorita, no juzgue tan estrictamente. No soy el único que está involucrado. ¿No es cierto, Mr. Red?- Un escalofrío me recorre la espalda.- El original fue quien trabajó años en estos dibujos que ahora tengo, tratando de darle forma a los sellos. Lo consumió. No sé exactamente cómo murió, pero si hay alguien, además de los tres jerarcas, que logró ver la geografía del Edén, fue él. Ahora el manto pasa a ti.
- Tengo que colaborar para ser parte del clan, eso no pasará.- Austin agarra mi mano derecha y observa el anillo incandescente.
- El ojo de la muerte... Interesante.- Intenta ponerse de pie, pero no puede y en cambio señala hacia un librero.- Nadie toca mis libros, White me protege. El tomo amarillo, el de canciones de cuna.
- ¿Este?- Ava le pasa el libro y me lo entrega como regalo de navidad.
- Warren fue mi amigo, hasta que la vida me hizo darme cuenta que la vida vale la pena, incluso la de Malkin. Sin que se diera fui apuntando los nombres de todos los que Warren inició a su círculo interno. Muy pocos de los colores fueron iniciados aquí, pero sí inició a un pequeño ejército en 1939. Le llamó los durmientes. Siguen con sus vidas cotidianas hasta recibir una señal para activarse. Su as bajo la manga. Como dije, era un ajedrecista brillante. Quiero que la tengas, mr. Red. Quizás algunos cambiaron de nombre, pero les será de mayor utilidad a mí que a ustedes.
- Esto sí que es interesante.- Talladas entre las hojas hay un cuadernillo con varias páginas de nombres, a veces en doble columna.

            Dejamos a Austin con sus fantasmas. Nadie quiere hablar. Ava no quiere ir a su departamento. Terminamos en mi cabaña. Mary Anne Robins me espera sentada en una esquina. Ava se arropa conmigo, aún vestida, y comienza a llorar. Está muerta de miedo y me gustaría ser sir Gallahad para asegurarle que todo estará bien. No puedo. No todo estará bien. No soy tan fuerte. Tiembla de miedo y llora hasta quedarse dormida.

            No encuentro su cuerpo cuando abro los ojos. Mis manos recorren las frías sábanas. El timbre del teléfono me levanta. Mary Anne me dice que Ava se fue temprano. Sé que es ella antes de contestar. Emocionada como preparatoriano con su primera cerveza. La imagino brincando de emoción mientras que me dice que Victor Dietrich, el asesino enfermo fue dejado en el callejón por Rick como regalo a los muchachos de azul. Murió de botulismo. Vaya manera de empezar el día.

            Desayuno mientras me baño. Rick ya estaba enterado. Me deja acompañarle por la lista que regalé con nombres de agentes alemanes. Victor se hospedaba en el Altran, un hotel de tres estrellas donde te mienten sobre las primeras dos y negocian la tercera. El lugar ya era una amenaza biológica antes que a Dietrich le diera botulimia. Si acaso, los gérmenes en las sábanas de ese lugar serían medicinales. Rick tiene contactos. Sus contactos dicen que Victor vino de Francia para no despertar sospechas. La habitación ya está usada por alguien más. Un turista engañado por un panfleto. Le miro con lástima, me entiende. Los contactos mágicos de Rick ya no sirven de nada. Le muestro mi método. Derribo la endeble puerta de la jaula donde habita el troll que cobra y maneja el lugar. Uso su caja de seguridad para limpiarle la nariz y los dientes. Le pregunto con fuerza. El tipo es duro, pero no es de metal. Es cuando le quito la cartera que suelta la sopa. Jake Celvich pagó la habitación, en cuanto Victor apareció en el diario vendió su maleta a un callejero y rento el lugar. Celvich pagó con cheque personal, contra las reglas pero también tenía un arma. Rick sonríe, no es el estilo de la OSS, pero le doy un rastro para que sus amigos espían hagan lo suyo.

            Jake Celvich, hijo de padre polaco y madre cubana, activista del sindicato ferrocarrilero de Malkin desde que se formó en 1937, con su nombre en el encabezado de la lista de fundadores. Rick prácticamente babea. Activista con pistola. Las balas suenan más que las palabras. Más efectivas también. Reconozco el auto del líder del pueblo de la información que Hawk obtuvo por teléfono. Una de esas cucarachas de Europa Oriental de las que uno se burla hasta que su Ford se echa a perder y el yugoslavo sigue andando cuando llueve fuego del cielo. Durables, pero fáciles de abrir sin llave. Rick quiere verlo en persona. Dejo que se divierta. Entra al edificio de obreros ferrocarrileros con su peinado militar y sonrisa de idiota. Será muy popular. Quiero ver su auto antes que los camaradas adviertan a Celvich, huya por la puerta trasera y se vaya para siempre. Mi navaja y un poco de presión y la puerta se abre como por arte de magia. El auto es como un departamento, tiene ropa y una maseta con algo que ya germinó hace tiempo. Nada interesante en los lugares obvios. Los espías, sin embargo, son más rutinarios de lo que creen. Basta pensar todo al revés. Un bolsillo artificial en el asiento del pasajero tiene su revólver y una caja de municiones. Un número apuntado con lápiz en la tapa de la caja. Lo borró, pero lo recuperó con un papel y un lápiz.
- Desapareció o lo tienen muy bien escondido.- Me encuentra saliendo del auto.- ¿Algo bueno?
- Un número, podría ser interesante.
- ¿Sabes que es botulimia?
- Algo que ver con el estómago.
- No, mi estimado Perry.- Alzo las cejas y él sonríe.- ¿Soy un espía, recuerdas?
- Está bien, está bien. ¿Decías?
- La toxina botulínica proviene de tres bacterias que normalmente se encuentran en comida, carne de cerdo particularmente. Es una de las toxinas más peligrosas del mundo. Quiero saber a quién van a envenenar. Es fácil de cultivar, si se tienen las precauciones necesarias y no puede haber muchas granjas de cerdos alrededor de Malkin.
- Buena suerte, yo seguiré este número, a ver a donde me lleva.
- Estaremos en contacto a través de Ava.
- Rick, en serio, me asusta cuando haces eso.

            Asclepio Med, buenas tardes. Una fábrica de medicamentos. Un escalofrío. Un mal presentimiento. El dueño es un Apollo Martins, al parecer un gigante del mundo fármaco en Malkin. Me dan el tour por la fábrica y trato de no bostezar. Filas y filas de máquinas que distribuyen penicilina en pequeños frasquitos de vidrio. Otra máquina pone la etiqueta, otra el sello de seguridad. La guerra trae violencia, trae plagas y necesita medicinas. Apollo no está, pero consigo desaparecerme y llego hasta su oficina en el corazón de la fábrica. El sujeto está loco por los griegos. Tiene laboratorios Perseo, farmacias Heracles y artículos ortopédicos Zeus. Una estatua de Asclepio de bronce decora su escritorio. Trabajo lo más rápido que puedo. Difícil cuando no sabes lo que buscas. Cesto de la basura. Demasiados espías me hacen ciego a lo obvio. Una servilleta con horarios de trenes. ¿Porqué el dueño de una farmacéutica se reuniría con espía obrero ferrocarrilero en contacto con grandes cantidades de toxina botulínica? La clase de preguntas que me quitan el apetito.

            La ventana de oportunidad se cierra. Escapo por la ventana. Huyo entre las máquinas. Quiero encontrar a Apollo, antes que abra las puertas del Hades. Plaga, una de las llaves del abismo. Ya tienen la conquista. ¿La guerra que planean fomentar entre los tres lados del triángulo contaría como la llave de la guerra? Un arma mágica, arcana, profética. Naciones que entran a una nueva carrera armamentística. La sobriedad me pone apocalíptico. En busca de un teléfono público recuerdo una de las perlas de sabiduría de mi padre “descuida hijo, ya serás adulto y no tendrás que estar sobrio nunca más”.

            Ava salió, pero dejó recado. Granja porcina “Amanecer”. Acelero a fondo. Bebo a fondo. Calmo mis nervios. Sus autos ya están ahí. Pareja que quiere comprar cerdos. Me presentan como el primo Billy. El dueño del lugar, varias acres con extensos chiqueros y algunas procesadoras, es un cubano llamado Alberto Fernández que habla, mastica tabaco y gesticula, todo a la vez. Fijan precios, hacen promesas. Los ojos de Rick van hacia todas partes. Lo absorbe como esponja. Se despide y me jala del brazo. Fuera manos, propiedad de la OSS.
- Tranquilo matador, el granjero no puede inyectar la bacteria así como así, no rompería el sello de seguridad. Estará bien vigilado, te lo prometo. Detendremos esta cosa mientras detenemos la otra cosa, la dichosa presentación.
- ¿Militares americanos planean ir a verla?
- Vamos Perry, no me preguntes cosas que no puedo responderte. Yo le respondo a ciertas personas.- Su manera de decir que sí. Tengo que hablar con mis superiores, pero no se pierdan del mapa. Por cierto, tu novia haría una excelente espía.
- Agente Margo, ¿cómo suena eso?- Sonríe de nuevo. Quizás ya no tiene miedo. Quizás lo enmascara mejor. Plaga, la tercera llave. Asustaría a cualquiera.

            Me sigue en su auto de regreso a la ciudad. Casi me choca cuando freno en seco. Avenida Mendoza, Manning marcó el buzón con una X de tiza. Estaciono y busco su número en la caseta telefónica. Al principio no puedo creer que sea tan fácil, pero la vida tiene sus sorpresas. Tallado en la madera “para un buen rato” y un número de teléfono. Cafetería Catedral, justo detrás de mí. Elizabeth se asoma y me hace una seña. La sigo adentro sintiendo la mirada de muerte de Ava.
- ¿La señora me está apuntando con algo?
- ¿Tú qué crees?- Reviso por debajo de la mesa, ninguna granada de juguete.- Lindo truco.
- Oye, no me puedes culpar por ser cuidadosa.- El dueño de la cafetería no le quita los ojos de encima. ¿Vives cerca o tienes un amigo aquí?
- Eso es entre él y yo, y mi ginecólogo.
- Demasiada información.
- Es lo que extraño de Chicago, es más liberal. Y hablando de liberal... Pensé dos veces el asunto, y creo que podríamos ayudarnos mutuamente. El negocio me pone nerviosa. Pensé que eran diamantes lo que Klaus traía consigo, son puros vidrios.
- Dime más sobre Klaus y todo el negocio.

            El dueño del lugar nos trae la comida. Mastico preguntándome si me dará botulimia. Elizabeth suelta la sopa. Klaus Hauer es miembro de la SS, pero de una división muy interesante, estudios culturales. La Ahnenerbe. Académicos que viajan por el mundo en busca de civilizaciones perdidas y artefactos mágicos. Klaus realizó una expedición a India, y sea lo que sea que hayan encontrado ahí le valió fama y fortuna. La SS le da condecoraciones y muchos apretones de mano. La sospecha por el Reich es que se quedó con algo. Sumamente valioso, pero relativamente pequeño. Se me ilumina la mente como un amanecer, es lento pero cuaja a la perfección. Nada de ilegal traer pedazos de vidrio al país, pero lo que importa está en el estuche de metal. Klaus lo llamó el “loto dorado”. Manning se dio cuenta que el juego iba en serio. Se termina el café y habla en apenas un susurro. Me dice que cuando Buda nació se puso de pie y caminó siete pasos al norte. Cada paso formó un loto de oro. Un artefacto que, según la leyenda, puede traer cualquier cadáver o pedazo de cadáver a la vida. Imagino ejércitos de zombie nazis, vaya día.
- Mi paisano es un pesado y francamente estoy segura que me van a quemar después de cumplir mi trabajo. Estos de la SS pueden ser tacaños cuando quieren. El problema es que ya estoy demasiado metida. Hago mis maletas de regreso a Chicago y apareceré en pedazos en el río. Necesito reclinarme sobre alguien local, alguien que no tenga superiores.- Me enciendo un cigarro. Ava entra y se sienta a mi lado. Debajo de la servilleta tiene su revólver. Las dos se miran a los ojos, pero no dicen nada. El hielo empieza a darme hipotermia.
- Está bien. ¿Dónde será la presentación y cuándo?
- Klaus no lo sabe. Le harán saber y necesito estar ahí cuando suceda.- Me muestra una nota en el periódico. Reconozco la fotografía, es Nikos Menopolus.- Aquí dice que era coleccionista de arte y libros raros. Malkin está muy caliente para mi gusto. Se suicidó en su habitación dejando una nota donde confiesa el homicidio de su mucama. La habitación cerrada desde dentro. Me hace ruido.
- Mr. Green. Funcionó con Brenda Upshaw, funcionará ahora. Suicidios es algo así como su especialidad. ¿Qué has hecho para Klaus? Y espero que tu ginecólogo no esté involucrado.
- No caigo tan bajo... No siempre. Seguridad personal, más que nada, pero me hizo investigar a una persona. Austin Randolph, se enojó con mi reporte inicial. Quería información sobre un pequeño taller de vidriería que tiene, pero yo no leo mentes. Le llevé lo básico.
- ¿Dónde queda Elizabeth?- Me dice la dirección y la reconozco de inmediato. Los hermanos Williams, los incendiario, trataron de matarme ahí. Lo usaron como base de operaciones mientras aterrorizaban la ciudad inyectando gasolina en focos.
- Por favor, llámame Liza, y no he ido para allá. ¿Quieres compañía?
- No gracias.- Le responde Ava.
- Tres es mejor que dos, vamos.

            Ava deja su auto y viaja conmigo. Le explico que es más fácil tenerla cerca y matarla al primer problema, que mandarla lejos y andarla buscando. Le explico que Manning piensa lo mismo. Es una prueba. Ava me besa en la mejilla. Por una vez se alegra que no confíe en nadie. Seguimos a Liza. No soltamos nuestras armas en todo el recorrido. El taller aún tiene marcas del incendio. La reconstrucción debió costar una fortuna. Hay tres artesanos celebrando con champán. Llegamos tarde. Nos hacemos pasar por clientes, pero les apuntamos desde el bolsillo de nuestros abrigos, sólo por si acaso. Los artesanos están de buen humor y no se contienen. Nos dicen del último trabajo. Una estructura de tubos de cristal, con partes como botellas y una enmarañada red conductos. El clan ya tenía la primera pieza, ahora tienen la segunda y Klaus les entregará la última. Uno de ellos nos muestra los planos. Recuerdo los papeles de Austin Randolph, sus sellos goéticos. Son inquietantemente parecidos. Tuvieron que reconstruirlo, porque el diseño original estaba en unos extraños folios de piel muy antiguos. La Biblia del diablo. Los folios añadidos de los que habló el griego.
- Y aquí llega el maestro, les presento Francis Bellamie.

            Ava se pone pálida. No lo relaciono. No hasta que es demasiado tarde. Francis Bellamie no salió a comprar refrescos y sándwiches para los demás. Fue por su arma al auto. Ava dispara primero, pero falla. Me llega de golpe. Uno de los nombres de la lista de durmientes. Ava los memorizo. Francis tiene en claro sus prioridades. Mata a sus trabajadores. Ava dispara un par de veces más, Liza y yo nos unimos. No quiero matarlo, le disparo en el estómago. Liza le vuela una rodilla. Buena puntería. Lo tendré en mente.
- Inútil...- Francis sonríe en el suelo. Sangre escapa de su boca.- Ya tienen la palabra del caballo.
- Dios mío, ¿lo maté?- Ava tiembla al verlo morir y la abrazo.
- Tranquila vaquera,- bromea Liza.- tú mataste al vidrio de atrás y a esa cubeta. Creo que escucho patrullas, hora de irnos.

            Ava piensa rápido. Corre hasta la oficina del fondo y regresa corriendo mientras se mete papeles en los bolsillos. La beso en la salida. No puedo contenerme. Liza se ofrece llevarme. Ava no quiere, pero tengo que hacerlo. Ella se va con los papeles en busca de más respuestas. Liza maneja rápido y brusco. Las patrullas llegan cuando ya estamos lejos. No puedo evitar revisar dónde tiene su arma. Le hago el trato. Dejar de estar en la lista negra de la OSS y ayudarme a mí y a Rick, o vérselas a solas. Acepta a la primera. La pongo al corriente de camino al hotel de Rick. No le digo de mis automáticas rojas. No le digo de la muerte roja. No le digo muchas cosas.
- Le haces a tu país un gran servicio.- Rick acepta sonriente. Se dan la mano. Cualquiera diría que son dos embajadores. Somos matones con neuronas. Cada uno sigue lo suyo. Cruzo mis dedos porque no choquemos al final. Cruzo mis dedos porque evitemos la destrucción de Malkin.
- ¿El griego estaba involucrado?- Pregunta Liza.
- ¿Qué griego?
- Nikos Menopolus, el dueño de la Biblia del diablo que usaron para hacer esa artesanía Rick, ¿Mary Anne Robins?, ¿te acuerdas?
- Sí tu clienta...
- ¿No es la criada muerta?- Pregunta Liza mientras busca una botella de buen cognac. Rick ya se las terminó.- ¿Cómo es que una mujer muerta contrata a un detective? He visto casos raros, nunca eso.
- Gracias.- Rick hace una reverencia y me mira desconfiado.
- Me contrató estando muerta. Es... difícil de explicar. Él estaba involucrado sólo porque tenía una copia del codex gigas, una que contenía folios añadidos. Mary Anne murió durante el robo. Mr. Green mató a Menopolus porque ya no lo necesitan.
- ¿Y no se te hace más creíble que Menopolus vendiera el volumen y matara a su criada porque fue testigo?- Rick enciende un cigarro y sonríe con su sonrisa de campesino lento.- Más creíble que creer que un fantasma se escabulló dos pisos en una casa vigilada por la policía hasta la habitación del griego, lo mató simulándolo un suicidio, dejó una confesión seguramente a puño y letra de Nikos y se esfumo en la noche.
- Creíble o no, no es suicidio. Ese es mi ángulo. El de Liza parece ser sobrevivir y robar lo que pueda en el camino.- Liza hace una reverencia como una dama mientras bebe cerveza de la botella.- Me preocupas tú Rick, tenemos que evitar la demostración, no llevar a tus generales de la mano hasta las fauces del lobo.
- Pospongamos eso por un momento. Concentrémonos en la botulimia.- Liza nos mira como un par de marcianos. Olvidé ponerla al corriente en eso. Rick señala un registro en una esquina de la cama. Las propiedades e impuestos de Alberto Fernández, el criador de cerdos, desde que emigró al país en 1920. Hay que admitirlo, la burocracia tiene sus momentos.- ¿Adivina qué compró en 1940?
- Bodega cerca del aeropuerto.- La reconozco. Maté a Elli en ella. Maté a Black.

            Seguimos a Rick mientras mi cerebro trabaja al mil por hora. La geografía del Edén. El plan. Todo está conectado de maneras que no puedo entender. Laberinto de posibilidades. Me arrepiento de no haber traído más cerveza al auto. Prefiero ponerme filosófico a ponerme apocalíptico. Rick entra por la parte trasera, Liza y yo hacemos nuestro número del salvaje oeste. Pateamos la puerta y abrimos fuego. Los espantamos hacia Rick en la parte trasera. La bodega es un laberinto de cajas y autos puestos a depósito. Muchos lugares para esconderse. Son fáciles de reconocer, todos tienen trajes baratos y cara de matones. No duran mucho. Les cazamos en el laberinto, poco a poco. Encuentro dinamita y me quedo con unos cuantos palos, uno nunca sabe.
- ¡Por aquí!- Seguimos los gritos hasta Rick. Encontró a Jake Celvich arrinconado entre autos cubiertos de lona. Celvich trató de disparar, pero Rick le dio en un costado.
- ¿Dónde está la toxina?- Celvich escupe sangre. Rick trata de nuevo. Le hundo mi navaja en la pierna. Me aseguro de tocar nervios y evitar arterias. No necesito escucharlo para saber que está en agonía. Pregunta una sola vez.
- Ahí está.- Rick quita unas lonas y encuentra dos columnas de cajas repletas de frascos sin etiquetas.- Iban a ir a la Habana. Enfermar a los soldados imperialistas.
- ¿Dónde será la reunión?- Apuñalo su otra pierna. Liza no puede mirar. Rick traga saliva. Lo he hecho docenas de veces. Ya no me afecta. Lo remuevo con fuerza. Serrucheo el músculo circundante y Celvich desearía no haber nacido. Habla. Todo el mundo habla.
- Ya los metieron al país, están en la ciudad. Mataron a los operadores, imbéciles capitalistas.
- No contestaste mi pregunta.- Cervich se remueve y lanza manotazos. No trata de golpearme, trata de alcanzar el martillo sobre su cabeza. Le apuñalo en un muslo, luego en otro.
- No sé donde será, no era mi trabajo. Tenía que recibir las cajas de Alberto, ponerle los sellos y llevarme las cajas al aeropuerto. Ellos iban a meterlo al avión, los operadores que mataron lo iban a hacer. Por favor, ya basta, no sé nada más. Causar una plaga, empezar la revolución.
- ¿Cómo les contactó el clan?- Le arrebato el martillo, le apuñalo con la parte de atrás en su costado sangrante. Rick no puede seguir viendo. Cervich me implora con la mirada. Le muestro el arcano de la muerte y se lo pongo en el bolsillo. Estaba por matar cientos de soldados por una causa que apenas entiende. Al diablo las causas. Al diablo la guerra. Al diablo todos ellos, sólo quiero Malkin.
- No sé de qué me hablas.- Agarra mi mano con el cuchillo y se lo entierra en el cuello.
- Madre de Dios Perry, ¿qué hacías antes de ser detective?
- Te diría, pero te daría pesadillas.
- Mira, algunas tienen etiquetas en español, “penicilina”.- Rick cambia de tema. Me cree un perro rabioso, útil al menos por ahora.- Apuesto que algunas sí tienen penicilina y otras tienen además la bacteria. No las habrían analizado, no viniendo de un país amigo.
- Más como un país dueño.- Corta Liza, evitando ver el cadáver de Celvich.
- Como sea. Las mandaré analizar, quizás algunas sirvan. Tengo que quedarme y explicar el desastre. ¿Qué harán ustedes?
- Tengo que esperar una llamada.- Dice Liza.

            La acompaño a su departamento. El pasado me regresa por oleadas. Hice cosas peores por mucho menos. No me afecta, pero a la vez lo hace. Estoy tranquilo, eso es trágico de por sí. Liza lo maquilla, lo racionaliza, era necesario y salvamos vidas. Fumo uno tras otro porque los gritos que escucho en la cabeza no son de Celvich, son de muchos antes de él. Estamos en guerra. Liza tiene razón. Malkin ha estado en guerra muchos años. Ahora es por su sobrevivencia. Llegamos al edificio frente a la catedral y me sorprende al ver su departamento. No sé qué esperaba, pero tiene una cama, un teléfono y las cortinas.
- Apenas llegué el martes, dame una oportunidad. Hay comida en bolsas, en la cocina. También cervezas, por si quieres ponerte más amable.
- Tengo que hablar con Ava.
- Tú sí que sabes cómo alegrar a una mujer.
- Ya pareces bastante alegre sin mi ayuda. Y en serio, te daría pesadillas.

            Ava habla en susurros. Usa toda clase de códigos. Diez minutos para convencerla que todo está bien, que Liza no me ha traicionado y que no estoy desnudo en su cama. La última, en particular, es la más difícil. Cuando finalmente se tranquiliza regresa a su buen humor. La pongo al corriente, pero ella también ha estado ocupada. Revisó algunos nombres. Robert Marsh estaba en esa lista. Fingía ser diabético y Brenda Upshaw decidió detener su tratamiento, fue demandada pero el juez estuvo de su lado. La demanda contra el hospital, sin embargo, consiguió llamar la atención del juez Herman Barnes. Un juez que casi pierde su trabajo cuando se vio implicado en la muerte de una niña, exhumada del edificio Athena y colgada junto con otros cuerpos. El juez le transfirió a otra prisión. Otra pieza más que sólo tendrá sentido cuando sea demasiado tarde. Los tres reyes magos les vendieron algunas propiedades y está segura que la diabólica artesanía de vidrio fue enviada a una de ellas. No sabe cuál, pero sí sabe quién la movió. El taller tenía una factura reciente de Stevens & Stevens, una empresa de mudanzas y transportes. El dueño está en la lista de los bellos durmientes.
- ¿Qué pasó?
- No lo creerías. Parece que tenemos una pista.- Me acerca una cerveza y una silla. Ella se sienta en una esquina de la cama. Está cansada. La pistolera en la axila se le hace pesada y se arquea. No le quita los ojos de encima al teléfono.
- No puede esperar mucho más. Klaus teme salir a la calle sin mí. ¿Quién eres, realmente?, ¿puedes ver fantasmas?- Lo dice con una serie que me levanta una ceja.- He visto muchas cosas en Chicago. Como te dije, detective de lo arcano. La mitología está incómodamente cerca, es todo lo que diré. El dueño de la cafetería en el piso de abajo dice que en Malkin hay un fantasma. Las calles lo llaman la Muerte roja. Pocos sobreviven después de verlo. Tiene automáticas pintadas de rojo, cómo tú. Algunos dicen que la muerte le da una lista.
- No es tan fácil. Soy un detective privado, mis clientes son fantasmas. Aunque no lo creas, la mayoría de mis casos son sencillos. Le vieron la cara o le reconocieron de alguna forma. Tengo al mejor testigo de un homicidio, la víctima. La policía no tiene eso. Ellos me prestan tiempo, yo termino el tiempo de sus victimarios. Y claro, de vez en cuando me topo con el clan y... sus planes.
- Me alegro de haberte pedido ayuda. Necesito a un emisario de la muerte de mi lado.- El teléfono suena y los dos brincamos. La conversación es breve. Liza no está feliz.- Klaus está muerto de miedo. Hicieron contacto directo con él, me saltaron por encima. Aún así, no quiere ir sin mí. Y yo no quiero ir sin ti.
- ¿Dónde y cuándo?
- Nos llevarán al lugar, vendados de los ojos imagino, por una compañía de transportes llamada Stevens & Stevens. Los otros agentes de la SS llegaron sin avisar. Viajarán del mismo modo. Sonó como que sabe que nos harán esperar, nos estarán vigilando un par de horas. No sé cuándo nos iremos, ¿después de la diez o antes? Esto me pone nerviosa. Ven conmigo, les diré que me has ayudado.
- No puedo, cualquier cosa se desvía del plan y te matarán a ti primero. Estaré ahí.- Me ruega con la mirada.- Estaré ahí, te lo prometo. No trates de llamar por teléfono, no llames la atención. Haz lo que quieran. Te dejarán vivir al menos hasta después de la demostración. Averiguaré donde es. Lo prometo Liza.

            Rusos, nazis y americanos. Todos estarán ahí, pero los que lo hicieron posible no durarán mucho. Klaus será entregado a Rick. Ésta noche o al día siguiente cuando los jerarcas regresen a Alemania. Celvich ya está en prisión, también gracias a Rick. ¿Cuál es el plan contra Rick Hawk? Aún no lo sé y la ventana de posibilidad se está cerrando. El tic-tac me está dejando sordo. En el departamento de Ava trato de hablar con Rick, ya no está en su hotel.
- Tengo una corazonada muñeca. Necesito las placas de autos que eran rentados de esa compañía que Black operaba. Tienen que estar en algún registro de la policía o del seguro, por cuestiones de responsabilidad legal pero no sé por dónde empezar.
- ¿No irás a la compañía de mudanzas?
- No aún, tengo que planear esto bien.- Veo por la ventana. Ya es de noche. El tiempo corre. Se me va de las manos. Lo entiendo ahora, más que en mi vida anterior, porque ahora vivo en tiempo prestado.

            Ava usa sus contactos en la policía. Los mantiene bien engrasados con lo saca de sus reportajes de investigación. Rick le dio la primicia con el asunto de Jake Celvich, eso le dejará suficiente grasa para engrasar a los de azul. La lista no es larga. La leo y releo mientras me alisto para irme. Me asalta en la puerta. Me abraza y me besa como si fuera nuestra última vez.
- Por favor regresa. No dejes que se acabe el mundo.
- Regresaré, no te dejaría.

            Ya es tarde. Stevens & Stevens ya debe estar cerrado. Una tormenta azota Malkin. Lava sus pecados con agua sucia. Prepara el sacrificio. Voy directo a su casa. Sin tiempo para jugarla seguro. Sin tiempo. Entro por la puerta trasera. Escucho dos voces. Está en la sala con su esposa. Veo su sombra caminando a la cocina. La golpeo por la espalda, justo en la nuca. La cargo para que no caiga. La amarro con el cordón del teléfono. No tengo tiempo. Estoy nervioso. Manos torpes. La encierro en un clóset. Rupert Stevens se desespera. La llama un par de veces. Antes que pueda voltear le azoto la cabeza sobre las chuletas de cerdo. Lo quemo con mi anillo incandescente. Agarra un cuchillo y se lo arrebato para clavarle la mano a la mesa. Tapo su boca. No quiero que los vecinos llamen a la policía.
- ¿Adónde lo llevaste? No me hagas repetirme, odio cuando hacen eso.- Trata de morder mi mano y lo azoto a la mesa otra vez. Se cae de la silla, pero la mano sigue clavada y le duele lo suficiente para liberar adrenalina y pensar con claridad.- Sé que eres uno de los durmientes y sé que transportaste ese mecanismo de vidrio. Sé del loto de oro, de la máquina de cristal, ¿cuál es la tercera?
- No la vi en persona.- Se quita el cuchillo de la mano. Trata de impedir la hemorragia. Lo pateo en la entrepierna con tanta fuerza que cae al suelo. Ahora habla rápido, muerto de miedo.- Los templarios lo adoraron cuando llegaron a Jerusalén, es todo lo que me dijeron. Les ayudé a transportar el mecanismo al rascacielos. Avenida Franklin #78. Lo dejé en el sótano. ¿Qué hiciste con mi esposa?
- La maté.- Le susurro al oído. El edificio fue vendido por los tres reyes magos. Más puntos que se unen.- No sufrió, pero tú sí.
- No puedes detenerlos muerte roja, ¡nadie puede! Toqué la rueda del destino en el ’38 y lo vi todo. El clan sabía de la guerra, sabe cosas del futuro que nadie podría saber.
- Yo también veo el futuro.- Le tiro un arcano de la muerte. Caliento mi anillo de reloj de arena y lo marco en la frente. Mi mensaje al clan. Esto viene por ustedes. Nadie escapa de la muerte. Le clavo un cuchillo en el pecho. Fallo su corazón a propósito. Sus pulmones se llenarán de sangre antes de morir. No es una buena manera de irse de este mundo, pero Rupert Stevens no era una buena persona.- Memento mori.

            Tic-tac. La lluvia sigue. Ríos de luces rojas avanzan sobre arterias mal planeadas. Ciudad laberinto. Estaciono cuando deja de llover. Entro por el estacionamiento. Busco placas. Planto mi sorpresa. Avanzo por las escaleras de servicio. Retiro a un matón con escopeta. Usan mafiosos como seguridad. No me sorprende. El clan se ha adueñado de la ciudad. Abro el cubo del ascensor y subo aferrado de las gruesas cuerdas de acero apoyado contra las paredes. Un ascensor me ayuda una docena de pisos y luego continúo por mi cuenta.

            Abro la puerta en el penthouse. Lo suficiente para ver hacia adentro. Redecoraron el lugar como su logia. Quitaron todos los muebles para la presentación. Emisarios americanos, soviéticos y nazis hombro con hombro. Puedo ver a Rick, a Klaus, a Liza. Todos mirando al centro del penthouse bajo un inmenso tragaluz. Un vitral con la forma de un reloj con un globo terráqueo en su centro. Mensaje poderoso. Sólo la figura delante de los emisarios entendería el simbolismo. Viste un traje de tres piezas todo de blanco. Warren White, un hombre mayor de 50 con aspecto de dignatario. Salgo del cubo como una lombriz usando un tubo para mantener las puertas abiertas y evitar el ruido. Me escondo detrás de un muro con una abertura en el centro con doce lámparas chinas colgadas en columna hacia arriba. Cuento al menos diez de seguridad. Ninguno me presta atención. Todos están hipnotizados al centro.

            Los artesanos no mintieron, es una obra de arte. El cuerpo tiene la forma de un altar, pero su interior es un complejo conjunto de canales, algunos tan delgados como venas, y relojes de arena, algunos de los cuales parecen obedecer sus propias leyes. Los conductos llevan la arena, animan los relojes y es dirigida a una especie de pileta al frente donde la arena cobra vida y revela distintas formas. Sobre el altar se encuentra el loto de oro, una placa en forma de loto que sostiene una cabeza cercenada. La cabeza está viva y balbucea algo que no logro escuchar. Reconozco la cabeza de mis lecturas universitarias, los templarios la adoraron y para algunos es Bafomet, pero ellos tenían otro nombre para ella. La cabeza de Juan el Bautista. Sostenida por Salomé, perdida en la corte de Herodes. Ahora en posesión del clan de la lámpara roja.

            La cabeza empieza a gritar en arameo y White traduce. Lanza profecías de destrucción y los emisarios de la guerra se relamen. Dicta los elementos necesarios para llevar a cabo los rituales. La arena les muestra los diseños. Les promete el arma más poderosa de todos. La capacidad de ver el futuro a través de algo que él llama el “Ojo con lágrimas”. Copian todo. Registran cada sílaba. Idiotas. Construirán sus propias llaves de la destrucción. Traerán para sus ciudades el día de las lágrimas. El último golpe del clan. La llave de la guerra. Les entregan el mecanismo de su propia destrucción y la aceptan gustosos. Mercaderes de la muerte a un nuevo nivel. Camellos del apocalipsis. Espadas flamígeras. Paraíso macabro.
- No ha terminado de dictar el diseño.- Se quejó un general americano cuando Juan el Bautista se queda callado.- Que nos diga qué es lo que ve. Ya pagamos lo que querían. Denos todo.
- Todo- traduce White el murmullo de la cabeza cercenada.- lo... que... veo... es... muerte roja.

            Salgo de atrás de la pared. Ya no hay reservaciones. No me contengo. Es el final. El día esperado. El día de todo o nada. Bala tras bala. Mato a los guardias primero. Disparo contra el altar de cristal y todo cae como la torre de Babel. El cielo estalla en una tormenta eléctrica que revienta el tragaluz. Hay pánico en los ojos de White mientras huye a una esquina, protegido por sus matones. Es mi gasolina. Es mi diesel. La recompensa de mi trabajo. Liza mata a Alfred Randolph cuando este trata de rodearme. Klaus trata de salvar la máquina, pero es inútil. La cabeza cae y sin el soporte del loto de oro envejece hasta convertirse en calavera. Ataca a Liza y la salvo, lo tacleo y lo uso como escudo humano. Un trueno reviente a pocos metros. La luz es cegadora y es como un fuego blanco que enciende las alfombras y cortinas. Los emisarios tratan de huir, pero no llegan lejos. Liza mata a los rusos y alemanes. Rick intenta salvar a sus superiores, pero cuando el edificio se tambalea les cae parte del techo. La arena sagrada se prende fuego y el lugar entero se llena de humo hasta Rick dispara contra los ventanales.
- No estés tan feliz Murdoc.- White y sus guardaespaldas se esconden detrás de un pilar derribado mientras que nosotros tres estamos con la espalda contra el incendio.- La cabeza hizo lo suyo, ya rompió el sello y ya nos dijo la palabra del caballo.
- Ustedes y su sentido de superioridad. Ya maté al menos dos miembros del clan, Brown y Black. Los generales y emisarios no tendrán el día de lágrimas en sus ciudades.- Rick quiere que siga hablando, trata de matar a los guardaespaldas pero apenas y asoman la mano para disparar.
- Con el sello roto despiertan nuestros tres líderes, ahora serán proactivos.- Liza combate las llamas con un extintor, tratando de abrir paso hacia las escaleras pero los guardaespaldas de White tienen cubierta esa salida. Los ventanales rotos nos salvaron del humo, pero el viento alimenta el fuego y la tormenta eléctrica no está ni cerca de calmarse. Parece que todos los cielos se enardecieron.- ¿Dónde quedó tu sentido de justicia Perry?, ¿o te has olvidado de tu clienta?
- Mary Anne Robins.- Los guardaespaldas usan un extinguidor y Liza mata a uno de tres balazos en la espalda.- Tú la mataste Rick, porque tú robaste el codex gigas. Le dijeron a Klaus que los americanos ya habían puesto de su parte. Liza ni siquiera estaba aquí el lunes y tú sabías que la casa tenía dos pisos pese a negar conocimiento de todo el asunto.
- Por el amor de Dios Perry, soy empleado del gobierno y ahora tengo otras preocupaciones.- Así es como el clan se desharía de Rick, a través de mí. Rick mata al último guardaespaldas y me le tiro encima. Le quito la pistola de un manotazo y le meto el cañón de mi automática roja tan profundo que se provoca. White aprovecha la confusión para huir a las escaleras. Jalo el martillo de la pistola. Rick suelta una lágrima. Me incorporo y disparo contra White. Disparo hasta terminar mi clip y le doy en una pierna.- ¿Estás loco? Has perdido la cabeza Perry, lo dejaste huir.
- Confía en mí. No correrá fuera del edificio.
- ¡Encontré una salida!- Liza nos lleva al otro extremo del departamento, hacia otras escaleras. Regreso corriendo. Salto entre las flamas. No podía irme sin el loto y el cráneo de Juan el Bautista. El loto se está derritiendo sobre una pila de ruinas de cristal en un mar de arena convertida en fuego, pero el cráneo rodó lo suficiente para salvarse.
- No me mataste.- Dice Rick cuando regreso con ellos y les acompaño docenas de pisos de escaleras huyendo del incendio y de los truenos.
- Muy observador.- Lo arrincono con la pistola apretada contra su entrepierna.- Te dejé vivir por qué solo tú puedes detener el cargamento de penicilina y botulismo. Los sellos estaban intactos, eso sólo lo podría hacer la fábrica. Apollo Martins. Conquista, guerra y plaga. Las tres deben caer sobre Malkin, no sobre Cuba. Siempre fue sobre Malkin. Por eso enviaron al asesino enfermo. Querían que los encontraras. Querían que mandaras esas cajas a análisis y me apuesto un dedo que serán analizadas por Apollo Martins y enviadas a hospitales locales. El clan siempre piensa un movimiento más adelante. Una llamada tuya será suficiente, yo no podría hacerlo a tiempo.
- ¿Les molestaría? Faltan muchos pisos.- Liza nos jala para que sigamos corriendo con ella y con los asustados inquilinos.
- ¿Cómo sabes que no huiré después de hacer eso?- Pregunta finalmente cuando la manada humana nos acarrea.
- Mataré a tu familia y amigos para llamar tu atención. Vendrás a mí por las buenas o las malas.

            Llegando al lobby hay una explosión que sacude la entrada. Entramos al estacionamiento y me echo a reír. Le disparé en la pierna cuando no pude dispararle en otra parte. Quería que usara su auto. Suficiente dinamita para volar a un ejército a la luna. El cuerpo se quema en las brazas y su pulcro traje blanco se consume. Le tiro una tarjeta del tarot y regreso a mi auto riendo.

            Ava salta sobre mí en cuanto salgo del auto en el cementerio. Me hace el amor en el húmedo pasto. Demasiada pasión para quejarnos. Vivir en tiempo prestado es nunca saber cuándo te jalarán el tapete debajo de los pies. Ganar tan siquiera una hora es un afrodisiaco sin igual. Algo que el clan no entiende. Esperan que me quiebre por cansancio o por miedo. No podría. Cada respiro, cada segundo, incluso en una cloaca como Malkin es un trozo de cielo. Ava me recuerda eso cada vez que la veo a los ojos. Cada vez que se ríe y cada vez que sonríe con malicia. Terminamos encima de una tumba y estoy casi seguro que el padre Shane nos escuchó. Todos en la colonia debieron hacerlo. Nadie lo sabe. Sólo ella y yo. Nuestro secreto. Contra reloj y conmovidos por el miedo, pero llegamos al umbral y le ganamos más tiempo a Malkin, tan siquiera unas horas.

            Ava quiere saberlo todo. Le evito las partes que le darían pesadillas. White era un ajedrecista, eso lo hizo predecible. Pensé como él, me adelanté por un movimiento. No lo vio venir hasta que la dinamita conectada a la batería de su auto se activó. No habrá paraíso para él. Se le acabó el tiempo.
- ¿Cómo nos encontraste?- Liza llega en la mañana y Ava la saluda con su revólver en la nariz.
- Le dijiste a tu vecina que vendrías al cementerio, eso fue anoche. Veo que tienes la misma ropa desabrida que ayer. Traje donas.
- Es tu amiga Perry, y viene a despedirse.
- De hecho, creo que me quedaré en Malkin un poco más de tiempo. Parece un lugar agradable.
- Juro que lo hace para enojarme.- Susurra Ava. Saco un par de sillas de mi choza y unas cervezas. Mary Anne se sienta con nosotros, aunque nadie pueda verla. Le explico lo que ocurrió mientras Liza me mira como si estuviera loco.
- ¿Cómo sabes que regresará?
- Ava siempre dice que debo confiar en las personas.
- Y ahora me arrepiento.- Liza me entrega el periódico que carga con ella bajo el brazo.
- Rick cumplió al menos parte del trato. Apollo Martins fue arrestado. Las medicinas llegaron al laboratorio Perseo, dieron un falso negativo en la prueba de bacterias. Estaban listas para ser distribuidas a los laboratorios. Nadie lo habría atado a Apollo, al menos no al principio, habría entregado otras muestras al ejército para su destrucción. Eventualmente mr. Green le haría suicidarse cuando el daño ya estuviera hecho.
- Empiezas a pensar como ellos, eso asusta.
- No, el hecho que beba cerveza sin desayunar es lo que asusta.
- Aún no saca el whisky.- Bromea Ava antes de darse cuenta con quién estaba hablando.
- Aún no es hora del lunch.
- No hubieras matado a mi familia.- Rick sale de la nada. Está serio, como un hombre condenado.
- Creo que necesitamos estar solos los tres.
- ¿Vas a matarme, o al menos intentarlo?- Me pregunta cuando estamos solos.
- No depende de mí, depende de Mary Anne.

            Le dejo ver al fantasma. Rick cambia de color. La mató cumpliendo una misión. Por encima de la ley. No tenía idea del daño que causaría su robo. Sus superiores lo mandaron a una misión, como cualquier otra. Ver a su víctima lo quiebra. El dolor se refleja en su cuadrado rostro y se hinca a su lado. Le dice todo lo que ha hecho y Mary Anne también llora. Le dice que irá a la policía y confesará. Lo dice en serio. Me paro detrás de él. Preparo mi arma. Pienso en lugares donde hacer desaparecer el cadáver y cómo quitarme de encima a la OSS. Él escucha el martillo de la automática y le suena como a salvación. Mary Anne le dice todo lo que nunca pudo hacer, gracias a él. Rick le pregunta su sentencia. Mary Anne le pone una mano en el hombro y eso le duele más que todos los huesos rotos. Mary Anne le sonríe y desaparece. Puede descansar de nuevo y le perdona la vida. Mary Anne es mejor que la mayoría en Malkin. Mejor que los bellos durmientes. Mejor que el clan. Demuestra que Malkin tiene salvación, que no es muy tarde. La balanza del viejo no está del toda cargada. Aún hay tiempo. El tic-tac se hace más débil.


            En la tarde comemos con el padre Shane. Se alegra de mi buen humor. Me gané dos aliados. Pensé dos movimientos más adelante. El clan no sabe que estuvimos en su logia. No sabe de nuestra conversación con Austin Randolph. El padre me lo dice primero. Salió en la radio hace una hora. Austin murió de cáncer antes que pudiera saber sobre la muerte de su hijo en el misterioso incendio iniciado por una tormenta eléctrica. Un paquete llega a la iglesia al caer la noche. Tiene la temblorosa letra de Austin. Es un disco y Ava lo pone en el tocadiscos del padre en su oficina. Es una pieza de jazz. Cambio de color. Se va el buen humor.
- ¿Qué pasa Perry?
- Conozco esa música. La he oído antes.
- La etiqueta del disco sólo dice “cuarteto”. ¿Qué significa?
- El tiempo se acabó.

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