jueves, 23 de julio de 2015

El increíble viaje de Marcus Polun

El increíble viaje de Marcus Polun
Por: Juan Sebastián Ohem


1 Marzo año 15 de Wercer
            Este es el diario de Marcuss Polun, navegante y comerciante. Mi viaje será largo, como larga fue la preparación, pues dignatarios han sido enviados hasta las regiones más remotas del nuevo continente. Mi misión me alejará de mi hogar por varios años me temo, de modo que he decido iniciar este diario. Hemos zarpado ya de Aquileia, la ciudad en el mar. La joya de los Barsel y la ciudad del comercio. A lo lejos, desde las redondas ventanas de mi camarote se aprecian las flotillas comerciales con las banderas de Cthulhu. La dinastía Wercer controla el mar y el comercio, aún así hemos oído de reinos mil veces más ricos y mil veces más poderosa. Mi misión, si he de llevarla a cabo, tendrá un informe de tales rumores.

            Los días se hacen cansados en altamar. La nave, de la pesada madera únicamente conseguible en los bosques norteños de nuestro reino se mueve poco, pero anoche hubo una tormenta y no conseguí conciliar el sueño. Decidí salir de mi refugio, mi lujoso camarote, para charlar con los viajeros. Comerciantes, en su mayoría, y de charla vana y aburrida. Noté a un joven, no más viejo que yo, que parecía haber abordado el barco sin papeles. Su figura me pareció escandalosa, pues semejante trasgresión no solamente era moralmente reprochable, sino que parecía lanzarse a una aventura desconocida.


3 de Marzo, año 15 de Wercer
            Le he vuelto a ver. Roba comida cuando puedo, duerme en los botes de emergencias y tiene talento para robar carteras. El hombre me ha visto, pero me parece que nota en mí un aliado. Ambos, después de todo, nos lanzamos a la tierra de la incógnita. Conocida por los millones de personas que la habitan, en complejas civilizaciones bárbaras, pero totalmente enigmática a nuestros ojos. He de hablar con él.

8 de Marzo, año 15 de Wercer
            El intruso, Erik Valgar, finalmente ha hablado conmigo. No tenía mucha opción, los guardias le estaban buscando. Le escondí en camarote y me aseguré que comiera bien. Le prometí un oficio como cartógrafo para mi convoy. Erik, vulgar por naturaleza, no sabía nada sobre hacer mapas y mucho menos de las tierras a las que estábamos por arribar. Una conversación interesante ocurrió anoche que pensé que sería interesante apuntar aquí. No tengo conmigo una máquina de escribir, prefiero hacerlo todo a mano. Además, no la habría incluido en mis memorias.
- Mi madre murió en la guerra, alguien calculó mal con el cañón y quedó enterraba bajo el edificio. Eso pone las cosas en perspectiva.
- La correcta, espero yo.- Mostrándole de mi colección de brandy que afanosamente bebió como un marino mercante.
- No entiendo nada de política, sólo sé que un unicornio se acuesta a los pies de nuestra majestad Aldrich Wercer, con eso me basta.- Un hombre simple, vulgar, como he dicho, pero con cierto brillo en los ojos que le daban un aire de misterio.
- ¿Planeas vivir en Kuntra?
- No lo sé.- Dijo, poniendo sus sucias botas sobre mi sillón y sirviéndose más brandy.- Estoy solo en el mundo... Curioso, nos educaron para creer eso, que únicamente estábamos nosotros. Que el resto del mundo era un desierto inhóspito repleto de monstruos. Que nosotros, vaya audacia, éramos el epicentro de una tregua cósmica entre los Antiguos y los Exteriores. Entre Cthulhu y Yog-Sothoth. Ahora resulta que no, ¿qué pudo haber pasado?
- Nadie tiene la respuesta a esa pregunta... Ya veo por dónde vas, buscas aventura y acción.
- Algo así, es mejor que trabajar en las calderas del subsuelo en Königsport por unos enmohecidos panes y un catre donde dormir. No, no sé nada de política, pero sí de trabajo. Lo suficiente para no volverlo a hacer. ¿Usted comparte mi opinión? No parece un comerciante común.
- Huérfano, igual que tú. Hice mi fortuna en Aquilania. Arreglé todo para este viaje. A mí sí me importa la política, el reino no me habría confiado tanto dinero si no confiase en mi racional juicio y en mis conocimientos en lenguas extrañas.
- Yo aprendí un poco, siempre hay inmigrantes en las calderas.- Abrió la ventana circular de mi camarote y mostró las estrellas de la noche oscura.- Tantas estrellas, tantas personas, ¿realmente importa la política? Esa estrella que ve ahí, ella no puede hacer nada contra el sol.
- ¿Resignarse y morir entonces?
- Nadie dijo nada de morir. Tomaré su posición de aprendiz, no me molestaría trabajar para un filósofo como usted, tan versado en el mundo y en la aventura. Aún así, debo admitir, no me gusta eso de las líneas en los mapas. ¿Dónde queda el misterio si todo se explora, si todo se estudia?
- Pero hombre, que el progreso tiene por enemigo al misterio. Una mentalidad así nos tendría asustados de los fantasmas y los banshees, ni qué decir de los wampyr o los shoggoth que cruzan por las montañas del sur. No, los mapas te dicen dónde estás en cualquier momento y adónde puedes ir.- Lancé una carcajada, finalmente lo comprendía.- Tú no quieres llegar a ninguna parte.

Junio, año 15 de la dinastía Wercer
            La letra ha cambiado, pues no son los mismos puños. Es Erik Valgar quien escribe, una confesión más que un diario. La confesión de un detestable crimen, pues he asesinado a Marcuss Polum como señal de mi cobardía y pobre carácter. Los guardias contaban cabezas de más. No era el único sin un pase. Las velas se cubrieron a la mitad conforme en el horizonte podía verse la ciudad portuaria de Kuntra, el límite occidental del imperio drario. Revisarían a todos. ¿Y realmente podía confiar en Marcuss Polun para salvarme de ésta? Una infracción grave, prisión... No, nada de eso son excusas. Lo asesiné mientras dormía, con el busto de Cthulhu hecho de maciza piedra. Tiré su cuerpo por la borda y asumí su identidad.

            Papeles en regla, tomé sus cosas y arribé a Kuntra. Usé ese dinero bañado en sangre para esconderme unos días. Tomé este diario como recuerdo de mi crimen. Si llegasen a apresarme, sin duda sería la mejor de las confesiones. La muerte de un hombre honrado a manos de  un vagabundo sin destino. Me pensé libre, pero Kuntra se parece más a Königsport que a los primeros dibujos de la ciudad. Comparé los viejos mapas que Marcuss llevaba consigo. A lo lejos, en la citadela flotante de domo de cristales de colores se asomaban, como tóxicas cortinas de humo negro el inicio de la industrialización. Los tuleanos, como nos conocemos, poblamos aquella tierra con mayor naturalidad que los drarios mismos, quienes han adoptado nuestras costumbres y nuestras ropas. Algunos incluso han abandonado sus castas para pertenecer a nuestro reino.

            Pensé poco en sus castas, en sus extraños hábitos y con el paso de los días me concentré en la supervivencia. Marcuss tenía suficiente dinero encima, pero no me duraría para siempre. La conversión a rupias, en los apestosos mercados siempre era desigual. Encontré, entre sus papeles, una reservación de hotel. Me sentí como un estúpido por no haberlo pensado antes, después de todo, ya era yo, para efectos prácticos, Marcuss Polun.


            He cometido muchos pecados en mi vida, he robado, he mentido, estafado e incluso asesinado a un hombre indefenso, pero quizás el peor de mis pecados ha sido el de la ingenuidad. Un hombre se hizo pasar a mi lujosa habitación a la mitad de la noche. Escuché el martillo en su enorme revólver y esperé a que encendiera las luces de gas. El hombre estaba tan sorprendido como yo. Él esperaba a Marcuss, era obvio que había recibido descripciones de él, pero no me esperaba a mí. Tomándole por gendarme preferí mentir y apelar a su mejor naturaleza. Él, el sujeto armado y sin nombre, parecía carecer de ella.
- Me salvó de unos ladrones y con su último aliento señor, con su último y lastimero aliento me hizo prometer que llevara a cabo su misión. ¿Estaría yo aquí, vistiendo sus ropas, cargando su equipaje y durmiendo en su cama de no ser así?
- No me sirve de nada el matarte, y bien podría entregarte a las autoridades. No lo haré. No, alguien cumplirá la misión, de una manera o de otra.- Apoyó su bota de cuero contra la cama. Yo estaba sentado y pálido. Se ajustó el largo sombrero de copa de terciopelo verde y sonrió una sonrisa macabra.- Tenemos gente en todas partes, sabremos si has decidido escapar.
- ¿Yo? Imposible señor, he sido cartógrafo desde niño.
- Entonces Marcuss no te dijo toda la verdad... Interesante. ¿Crees que reunió todas esas coronas para su maravilloso viaje hasta la otra punta del océano con una mano de caridad y algo de negocios? No, mi falso Marcuss, mi falso amigo. No.
- Tengo su ruta, está entre sus cosas. ¿Qué es lo que quiere de mí? Jamás habría pensado en desviarme de ella.- Era una mentira más grande que el hotel de viejas piedras de templos drarios en desuso con tabiques pesadísimos en forma de elefantes y monos. El extraño acarició una planta apostada en la maceta del rincón y buscó las palabras adecuadas.
- La verdadera misión de Marcuss Polun era asesinar a Krula, la embajadora de paz que Salem, en Hiperbórea ha enviado a todas las regiones del mundo. Mera ficha de ajedrez, movida por manos que ni ella misma conoce. Se encuentra en Ash-Gali, un calfa al sur de la frontera Xue... Claro, de haber leído los mapas y sus rutas lo sabrías.
- Pensé que mi deber consistiría en encontrar nuevas rutas de comercio, hacer mapas y asistir a los demás miembros que amablemente asistirían a mi expedición.
- Pues amablemente o no...- Puso el cañón en mi nariz. Era más grande que ella.- Krula debe morir, si es que quieres conservar tu charada. No olvides, cualquier desviación y las autoridades se las verán contigo. Y no creas que esconderte de los tuleanos te garantizará protección alguna. Tenemos espías en todas partes, asesinos esperando órdenes. Ella planea reunirse contigo, falso Marcuss Polun, es cuestión de un poco de veneno y una muerte indolora.
- ¿Son espías suyos, esos que debo ver mañana? El tal Indira Gapuna y Tanjib.
- Si yo fuera tú cuidaré mi lengua, hablas como un obrero, y nuestro asignado asesino habría sabido mejor. Él habría sabido que Indira Gapuna, el shatriya comandante del imperio es un hombre de buena reputación y valioso espía de los Wercer. En cuanto al otro, un mercenario muy peligroso. Shatriya igual, ¿sabes qué es eso?
- La casta guerrera, he leído sus libros.
- Pues bien. Buena suerte y...espero no tener que sostener esta conversación de nuevo.

Escribo estas líneas en mano temblorosa. Mi víctima estaba indefensa, por Cthulhu que lo estaba, pero no se trataba de ningún santo. Yo tampoco, soy un cobarde y un asesino, ¿pero mataría para estos ajedrecistas invisibles? De una manera u otra está decidido. He de continuar su obra, lanzarme a la aventura con el pecho inflado y la imaginación preparada.

            Les he conocido, a estos dos drarios, y finalmente tengo la noche libre para escribir un poco más. No tanto como Marcuss solía hacerlo, pero me parece justo honrar su memoria, al menos la parte inocente de ella. Indira Gapuna es un shatriya, un noble guerrero vestido de telas rojas decoradas de ornamentos de gemas. El sujeto es agradable, tiene una panza de barril, canas en su amplia barba y manos que podrían aplastarme la cabeza como a una fruta. Le necesito, y a su mercenario también, el silencioso Tanjib. El mercenario es un moreno con cicatrices de guerra y un tatuaje en forma de cobra en su pecho, que usualmente lleva desnudo. Semejante barbarismo me resulta un contraste muy poderoso a compañía del decoroso Indira, o del decoro de cualquier tuleano. Necesito de ambos, pues debíamos partir al sur, a través de una provincia Xue.

            Abordamos un barco ligero en un astillero que trabajaba a máxima potencia con grúas mecánicas y extraños aparatos. Podía oler las calderas en la distancia, alimentando a la bestia con ardiente carbón, sin cesar ni ceder. Los barcos comerciales drarios no podían tomar el océano, debido a su madera inferior, y no podían tampoco tomar los grandes ríos pues al parecer les habían perdido en alguna gran guerra que reestructuró todo el continente. Pensé en nuestra guerra, en el triunfo de los Wercer, en la guerra mundial. Así le llamábamos entonces, no teníamos idea que el mundo estaba más allá de los mares y parecía girar sin control, sin necesidad de nuestra existencia. El barco tenía, como todos los demás, una pesadísima losa de piedra lunar. Una piedra gris comprada a los Xue, expertos mineros. La piedra, de acuerdo a la temperatura del agua y a otros químicos podía alzarse cientos de metros sobre el suelo. No había pasado un mes desde mi cobarde asesinato que me encontraba navegando por los aires, justo por debajo de una potente tormenta. Indira me tomó cariño y, cuando la tormenta comenzó, me tomó del brazo y me indicó que mirara por el lente de telescopio. A la distancia, bajo las cortinas de agua, podían verse pequeños ríos.
- El Ganges, lo hemos perdido en la gran guerra. Eso cambiará pronto. Nosotros iremos a Guptra, allí cruzaremos la frontera.- Destapó el corcho de una botella y con los brazos al cielo bramó como los truenos que crujían peligrosamente cerca. Pequeños barcazas nos rodeaban, todas ellas cubierta de metales y picos para atraer a los truenos. Vi arder a más de la mitad, pero Indira es la clase de sujeto que uno sabe, a distancia, que sin importar el obstáculo podrá sobrevirir todo.- Tanjib y yo vendemos armas de los Wercer, los yitianos están débiles. Se desunieron en la guerra, sin espíritu nacional. Meros calfas que controlan camellos y desiertos. Salvajes todos ellos.
- ¿Y los yitianos se dejarán?- Grité, por encima de la tormenta.
- ¿Y qué opción tendrán contra mis cañones? Salvajes, todos ellos son salvajes.- Bebió aún más mientras los truenos crujían a nuestro alrededor.- Sus rifles serán como mosquitos. Ellos y su Yith... Tienen más dioses, por supuesto y su mentada filosofía de Averros. Filosofía, ¿qué saben ellos de ella si carecen de los Vedas y el libro de Ébano, el libro de nuestra casta? Basura racionalista y nada más. Monstruoso ese Yith, con cuerpo de pirámide escamosa, con tentáculos para moverse y muchos cuellos que unen ojos que nunca se cierran. Miran todo lo que haces, esa es la idea.
- Mi Dios tiene tentáculos en vez de boca.
- Ja, y ustedes se quejan de nuestros mil avateres, la Trimurti, los dioses regionales y nuestras castas... ¿Qué hay de malo en un elefante gigante con colmillos de marfil que todo lo destrozan? En cambio ustedes y su Dagón... He visto dibujos de ese inmundo reptil y de los sacrificios humanos de su enloquecido culto.

            A la mañana siguiente, cuando la tormenta se calmó atracamos en el dominio Xue. Era una provincia de la línea de sangre de los Lascar. Nunca había visto vampiros así, eran como nosotros aunque de ojos totalmente negros. Había arrogancia en ellos, son seres petulantes que nos miran con desprecio. Nuestro guía apareció al caer la noche, nos llevó en bote hasta la villa de Rashkong en una isla. Xan-re Ming, nuestro guía, es un ser misterioso que le encanta hablar en enigmas y acertijos que ni ellos entienden. Me parecen una civilización muy adornada, muy rica, pero que tiene más preguntas que respuestas. Viven todos en villas, no hay ciudades pues no convierten a cualquiera. Se trata de un club exclusivo. Xian-re trató de explicarme la maraña de líneas antiguas, aceptadas, comunes y demás, pero no sirvió de nada. Además, todos esos nombres me parecen iguales. Mis compañeros no veían con desagrado sus festines de sangre, pero no pude evitar sentirme como el ganado debe sentirse en una granja.

            Nos quedaremos en Rashkong por un tiempo, quizás eso me haga apreciar la belleza del lugar. Quizás eso me haga olvidar mi cobarde homicidio y el cobarde homicidio que tendré que hacer para salvar mi mugroso cuello sin valor. Por ahora, descanso y mucha observación.


Julio año 15 de la dinastía Wercer
            Nuestra estancia ha sido más que agradable. Me estaban esperando, como también a Indira y sus poderosas armas. Los familiares, los sirvientes humanos, nos han cocinado extraños platos basados en arroz. Existe poco de éste en el Miskatonic y pareciera serles tan importante como el plan lo es a nosotros. Comemos en el suelo, piernas cruzadas, con una mesa muy baja. Ellos comen con madera, dos pequeños palos. Nosotros, la gente civilizada, exigimos por cubiertos que rápidamente nos trajeron.

            Gente curiosa estos familiares, hacen formas de animales con papel y durante el día, aunque muy discretos y decorosos, quizás el pueblo más decoroso que yo conozca, le tienen reverencia a algunos animales como si tuvieran poderes mágicos. No hablo de aquellos que descienden de los Antiguos, como la progenie de Dagón, sino de películanos y hasta algunos perros. Copié su sistema de calendario y lo envíe por correo, junto con todos mis mapas a mi misión, en Kuntra... Vaya, ahora es mí misión. No lo hice por el temor a los asesinos, me nació hacerlo. Estaba acompañado de un amigo, Indira, de un peligroso mercenario que daría su vida por protegernos y mimado como si fuera de la realeza. Todo parecía ir bien.
- No hay de estos árboles en mi tierra.- Le dije a una señorita vistiendo kimono, una especie de bata de seda con raras inscripciones. Llevaba un tocado en el cabello, muy a su estilo, con palos de madera para sostener el chongo. Los árboles soltaban, al soplar el viento, unas flores blancas que cubrían el suelo con un aroma exquisito.
- La tierra del metal y el vapor.- Dijo ella. No me veía a la cara, se cubría con un paraguas hecho de papel y miraba hacia el mar.
- Sí bueno, al menos no somos la servidumbre de un montón de cadáveres ambulantes.- Ella rió, una risa modesta. Me miró como uno ve a un niño que dice tonterías.
- Los vampiros son compasivos... en su mayoría. Algún día alguno de mis hijos será un vampiro, estudia las Nocturnalias en un convento. En veinte años será convertido.
- ¿Veinte años? Vaya... No puedo quejarme, yo tardé veinte años para sufrir la burocracia real cuando papá murió en una fábrica y se negaban a darnos su pensión. Disculpe usted por lo de los muertos ambulantes, no estoy acostumbrado. Además hay uno en particular que me molesta. Ese Xian-re val Ming, siento que me vigila.
- Lo hace. Lo hace ahora mismo desde la oscura ventana de ese edificio.

            La noche era otra historia. Los vampiros despertaban, gente arrogante, difícil hablar con ellos. Hay un estatus de acuerdo a su edad. Estábamos en una provincia dominada por una línea Antigua, de las reacias a las nuevas tecnologías. Fueron fríos con nosotros, es obvio que el gordo Indira no comerciaba con ellos. Constaté que era cierto, Xian-re me estaba vigilando desde cada esquina y oscura ventana. Traté de no darle importancia, yo cumplía mis funciones como Marcuss Polun y ese espía no tenía nada malo que reportar a sus verdaderos dueños. Indira no parecía preocuparse nunca, pero Tanjib era otra historia. Me acerqué un día, a final de mes, cuando el barco estaba listo para llevarnos más al sur, hacia la árida tierra de los yitios.
- Míralos, con sus encajes y adornos... Los banqueros del mundo.- Dijo Tanjib, afilando un largo cuchillo y fumando de un cigarro cuyo humo era azul. Me encargué de mandar un paquete a mi misión, sólo por si no lo conocían.- He visto sus granjas de humanos. Se niegan a cazarnos, dicen que somos presas fáciles... Eso los civilizados, siempre los hay de sangre impura que acechan los bosques de sus dominios.
- Toma Tanjib, mi reloj. He notado que el tuyo no funciona.- El mercenario dejó de afilar su cuchillo y bajo sus pies descalzos de la silla, mirándome atónito.- Disculpa, ¿es ofensivo?
- Nunca había conocido a un tuleano que simplemente regalara cosas... Perdón, claro, lo acepto, se nota que es muy bueno.- Se lo puso en la muñeca, su carátula era grande, mostraba la procesión de las constelaciones de Yog, cuando era de noche y un sonriente sol cuando era de día. No sabía cómo agradecérmelo, de modo que me extendió la mano y se la estreché. No era mi reloj de todas formas, y ya tenía otro de bolsillo.
- Ansío ver tu imperio Tanjib, y alejarme de estas... cosas.
-  No hables así, pueden escucharte desde muy lejos... Sobre todo Xian-re.

            Abordamos le barco en los últimos días del mes. Era momento de resolver algunas dudas. Entré a la habitación de Xian-re Ming a la mitad del día, él dormía en un humilde sarcófago de madera. Revisé entre sus libros y anotaciones. Encontré cartas que me horrorizaron. Marcuss Polun era mencionado, descrito hasta el último detalle. Él sabía la verdad. Rápidamente las quemé y pensé en matarlo. Ya había matado antes, pero ahora se sentía justificado. Me di vuelta, cuchillo en mano para atravesarle el pecho, cuando Xian-re apareció de la nada y de un golpe me mandó volando hasta la pared. Sus ventanales estaban cerrados con pesadas cortinas y con una gran velocidad se colocó frente a la puerta.
- Tú no eres Marcuss Polun, el gran explorador merecedor de mi respeto.
- No, soy Erik Valgar. Marcuss murió salvándome la vida, he retomado su misión. Habría sido demasiado papeleo para esclarecer las cosas y la misión era tan importante que...
- ¿La misión?- Me agarró del cuello y le clavé el cuchillo, errándole por muy poco.

            Salí corriendo, con Xian-re siguiéndome de cerca, evitando el sol. En un estrecho y oscuro corredor tropecé contra unas cajas. Xian-re, con aquellos ojos negros y afilados colmillos hizo como una hiena, preparada para matarme. Los silbidos le detuvieron. Silbidos agudos, seguidos de estremecedoras explosiones. Estábamos bajo ataque. Subí a cubierta, el sol estaba descendiendo y piratas yitianos nos habían tomado por sorpresa. Corrí para tomar refugio y escribir estas notas. No sé si pueda escribir de nuevo.



Agosto año 15 de la dinastía Wercer
            Escribo desde una libertad parcial, pues aunque el cielo está sobre mí me siento tan encerrado como cuando estábamos en aquellas jaulas. Los piratas pretendían vendernos. En cuanto la gente del calfato de Ash-Galí se enteró que estaba en la lista de prisioneros mandaron una caravana por nosotros. Tanjib estaba tenso, pero Indira no paraba de sonreír y cantar extrañas canciones en una lengua desconocida para mí. La caravana se detuvo en una estación de tren. Xian-re no dijo nada, siempre ocultándose del sol. Estábamos rodeados de guardias armados y no parecía el momento de denunciarme, después de todo, yo había quemado la evidencia. Al ver el tren me emocioné aún más que Indira, finalmente, algo que reconocía. La poderosa locomotora estaba adornada de mosaicos y, aunque cada carro estaba repleto de gente, consiguieron meternos a todos en un vagón de lujo.

            Es muy curiosa la forma en que cada cultura se adapta a lo que nosotros damos por sentado. Nosotros, los tuleanos, quienes hace quince años no teníamos más nombre que la Humanidad, así con acento, pensamos el tren como meras máquinas. Los yitianos lo veían como algo diferente, nada mágico por supuesto, pero expresaban su forma de vida en cada detalle. Las paredes estaban adornadas por frisos de yeso y metal, extraños dioses y formas geométricas. Incluso en los vagones de mejor calidad. En la primera noche, cuando Xian-re me tomó desprevenido me propuso una tregua, ya casi llegábamos a Ash-Galí, le sería suicida tratar de matarme. No se creía mi mentira, pero siendo un Xue en un territorio tan hostil no tuvo otra opción más que establecer la paz entre nosotros.

            No pasábamos por poblados, como en el reino del Miskatonic, más bien por tiendas de campañas de tribus que nos miraban asombrados. Los más jóvenes lanzaban piedras, una de ellas entró a nuestro vagón. Tanjib estuvo tentado a lanzarla de regreso, aunque el tren ya se había alejado bastante. Le detuve, había algo en la piedra, un listón que amarraba a un extraño escarabajo. Era completamente negro, tan negro que parecía azul. Me pareció como el unicornio de los insectos, pues llevaba un cuerno y, por más que trataba de levantarse, sus alas habían quedado amarradas.
- Supersticiones locales.- Dijo Indira, abriéndose una botella de un extraño licor yitio que me supo asqueroso.- Los escarabajos son de buena suerte, también se llevan sus sueños al cielo para ser bendecidos por Yith, su deidad principal. Ahí es adónde creen que va este tren.

            El calfato era una gigantesca ciudad y sus habitantes, adornados de finas telas en lo que me parecían vestidos, de largas telas coloridas, se comportaban corteses con todos, inclusive con el vampiro. Usaron luces negras, parches de oscuridad emitidos por una lámpara que le permitía a Xian-re seguirnos hasta el monumental palacio Ash-Galí. Las ciudades-reino, los calfatos, llevaban por nombre a su patriarca quien se aseguraba de tener muchos hijos, con hijos que tenían aún más hijos. Todo estaba gobernado por una familia. La situación, lamentablemente, producía terribles anillos de pobreza no muy diferentes a los del reino. No había así en el dominio Xue, no recordé ver a ningún pobre, aunque seguramente a esos se los comían.

            En la entrada del palacio, con cuatro arcos de herradura con joyas y gemas me esperaba un misterioso hombre que colocó en el bolsillo de mi sudado saco una botella de veneno. Era hora de que Marcuss honrara su parte del trato, era momento de matar a la embajadora de paz. Nos invitaron a una comilona, con muchos frutos del desierto y carnes con extrañas especias que picaban a la lengua. Esta gente usa turbantes, pero no durante la comida. No eran como los silenciosos Xue, hablaban fuerte y con voz de mando. Todos sabían de su extraña filosofía, parecía ser un orgullo nacional. Uno de ellos, quien supuse sería alguna especie de embajador del calfa, me cuestionó sobre la filosofía en mi reino. Yo, obrero, no tengo ni idea de esas cosas.
- Tenemos Universidad, el conjunto de saberes del mundo. Somos alquimistas, de hecho una de nuestras jerarquías, la de lord alquímico, provino de ésta. Pero ya hay libros de eso aquí, hablen mejor ustedes que soy todo oídos.- Saqué mis anotaciones y traté de apuntar todo, aunque no dominaba el yitio del todo bien. No pensaba decirlo en voz alta, pero parecía que todas las palabras terminaban con A y parecía que todo lo que decían era shala, shala, shala. Indira me ayudó un poco.
- Ja, educación para obreros. No, mi estimado amigo, has llegado a la civilización. Nosotros separamos la educación en las artes liberales, en trívium y quatrivium. El trívium son las artes de la mente, las tres vías enseñadas por la antigua raza de Yith a los hombres. La elocuencia, el arte de hablar. La dialéctica, el arte de razonar y la retórica, el arte de embellecer las palabras. Ustedes y sus ciencias... Lo que nosotros llamamos ciencia no son magias ni supersticiones. El quatrivium son la aritmética para numerar, la geometría para ponderar las dimensiones y volúmenes de las cosas, para construir y para organizar al mundo. La astronomía, que nos cultiva en la sabiduría de los astros y la música, que en el fondo, es el resultado de todas las demás. No encontrará, mi amigo, sabio alguno en esta tierra que no sea también un músico.

            Me habló más de su educación, me parecía fascinante. Nunca había conocido a un músico que supiera de geometría, mucho menos de astronomía. Aquellos astrólogos del Miskatonic, aunque versados en la dialéctica y la aritmética, me parecían ahora como unos estudiosos que tenían al animal por partes sin saber cómo unirlo. Me aseguré de anotar los detalles, estaba seguro que la Universidad del Miskatonic estaría muy interesado en estas cosas.

            Yo, por mi parte, estaba más interesado en sus hábitos. Rara vez comían con cubiertos, nunca se llevaban la comida con la mano izquierda y eran muy supersticiosos en cuanto a muchas cosas. No comían cuando había tormentas, fenómenos poco conocidos para le gente del desierto. Llevaban consigo espadas y puñales, pero la mayoría eran para decoración de sus ropas. Una parte de su comida siempre era destinada a sus camellos, en señal de respeto y una gota de sus licores siempre era mojada entre  sus dedos y tirada al suelo, en señal de respeto a sus muertos. Tiré algunas, en señal de respeto para Marcuss Polun, a quien le había robado, ahora entendía, más que un simple nombre y una ambiciosa misión.

            Al día siguiente me llevaron ante la embajadora de paz en un cómodo salón repleto de cojines. Había sido un harén, algo así como un prostíbulo según entendí yo. Gente rara que tiene rameras en sus palacios... Oh bueno, al menos lo hacen descarada y honestamente. Una fuente de plata con rostros humanos soltaba agua desde sus ojos. La embajadora, una mujer grande y hermosa de cabellera rojiza miraba por la ventana hacia las casas de terracota y las fábricas al fondo. Parecía que habíamos llegado para infectarles de algo, algo con carbón y vapor. Una jarra de agua estaba dispuesta, y tenía mi frasco de veneno en la mano. Ella se dio vuelta, se presentó como Krula en mi idioma y rudamente me estrechó la mano.
- Soy  cimmeria, nosotros apretamos según el honor de la visita. ¿Le lastimé?
- No, claro que no.- Era una mentira, pero no se lo iba a decir a una mujer. Vestía un sencillo vestido floreado que mostraba la voluptuosidad de su cuerpo. Había oído de las salvajes en la gigantesca isla de Hiperbórea. Salvajes que habían sido dominados por completo por mi reino, reducidos a esclavos para construir Salem, el segundo puerto más importante del mundo.
- Soy una pieza, nada más. Cimmeria, mi amada cimmeria, la tierra de luz... Convertida en lo que es ahora, una extensión de su reino. Me entrenaron, como a un perro, para que pudiera viajar por el mundo prometiendo que los tuleanos tenían las mejores intenciones.
- Si usted no lo cree, entonces porque...
- Porque creo en Salem, ¿no es ridículo? Nos conquistan y les creo. Creo aún en Crom, nuestro viejo dios, débil para contener la furia de su Cthulhu. Aún así, Salem recibe a los parias drarios, recibe a los pobres y ofrece oportunidades para aquellos dispuestos a trabajar. En eso creo yo, en segundas oportunidades.
- ¿Lo dice en serio?- Pregunté, acariciando la botella de veneno, cada vez más cerca del agua.
- No estaría aquí si no fuera así. El mundo no necesita colapsar solo porque ha colapsado. Ustedes se creían únicos, no lo son, los drarios esperaban que Tul fuese un rostro de metal que comería la Tierra por mil años y resultaron ser ustedes que descubrieron el viejo mundo por un completo error. Los cambios son buenos... Aunque extraño mi indumentaria, me gustaba tener algunos paños, estos es.. demasiado decoroso.- Perdí la concentración un segundo, si aquellas cimmerias eran tan hermosas como éstas debió ser como un paraíso para los hombres. Me guardé la botella. No lo haría. No me importaban las consecuencias.
- Mi nombre es Erik Valgar, el verdadero Marcuss Polun murió salvándome la vida de unos ladronzuelos. Juré llevar a cabo su misión, sin saber que parte de su misión era envenenarla. No tenía idea de tal agenda, de haberlo sabido... Pero no lo haré.
- Es un hombre muy valiente. Soy una pieza de ajedrez demasiado estorbosa para algunos que prefieren la guerra a la paz.- Le mostré la botella de veneno en su envase de cristal y lo tiré al suelo. Ella me tomó las manos y me besó la mejilla como agradecimiento.

            Con el paso de la semana nos hicimos amantes y los yitianos no aprobaron de eso. Nos descubrieron en cama y sin dudarlo arrojaron a todo el equipo a prisión. Mi cobardía había matado a un hombre, mi lujuria había condenado a Indira, Tanjib, Xian-re y a Krula. Era una distracción, yo lo sabía, vendrían por Krula para matarla y echarnos la culpa. Tanjib, fingiendo estar enfermo, logró engañar al guardia de su celda y rápidamente lo desmayó a golpes. Indira, Krula y yo escapamos de prisión, dejando atrás a Xian-re, quien había sido puesta en otra celda, donde el sol le daba apenas una esquina para sobrevivir. Traté de regresar a él, pero era imposible, había demasiados guardias. Tanjib le lanzó las llaves por el corredor. El vampiro se liberó y comió de la sangre de los guardias hasta saciarse. Indira se hizo de un carruaje, nuestra única opción era viajar al sur, seguir la caravana comercial. Xian-re me agarró del cuello, asfixiándome y con la otra empujó a Krula con todas sus fuerzas. Juró venganza, pues no había regresado por él, sino que le había dejado para que muriera. No viajó con nosotros, prefirió apañárselas a su modo. De algún modo presentí que le vería de nuevo.

            Avanzamos ahora por las dunas del sur, donde los oasis y pozos son controlados por señores de la guerra con fuertes camellos y rifles. Estamos libres de nuevo, y a la vez no lo estamos, pues no podemos alejarnos de la caravana que tan amablemente nos comparte lo más preciado en el mundo, su agua. He cambiado una prisión por otra, ésta sin barrotes ni tabiques, únicamente arena, ardiente sol y frías noches. La aventura continúa.


Septiembre año 15 de la dinastía Wercer

            El viaje ha sido cansado y, de no ser por los últimos eventos, completamente monótono. Krula me sorprendió la más grande de mis emociones, está embarazada de mi hijo. Indira lo celebró con extraños licores e incluso Tanjib parecía feliz por nosotros. He tratado de cuidar de ella lo más posible en el carro de ligeras cortinas, pero ella se rehúsa a ser mimada de esa forma, incluso expulsándome de nuestro lecho. Así es como conocí a Ashwar, un joven yitiano, un coqueto que conoce las faldas de casi todas, pero profundamente devoto. Las mujeres, tapadas casi por completo, o al menos con pañoletas le toman a broma, y en el fondo creo que Ashwar también. Él me habló del gran Hishma Khan, el profeta del sur y su gran revelación. Sabía de la gran raza de Yith, según nuestras tradiciones unos seres estelares capaces de dominar el espacio y el tiempo. Habían tomado a Hishma Khan y le habían mostrado la fe verdadera. La mayoría de los caravaneros, casi 700 en total comparten su fe. Sólo hay un Dios, dicen ellos, y Khan es su profeta. Aguardo impaciente para conocer a semejante figura religiosa.

            Realizan rezos, al salir el sol y al ponerse, siempre en la misma dirección. Tirados, hincados, en sus lenguas extrañas repitiendo su texto sagrado, las Repeticiones. Mi grupo no es el único de extranjeros, hay drarios por todas partes en busca de iluminación espiritual. La promesa de este profeta, de su nueva religión de Yith, es que las puertas del cielo están abiertas a todos aquellos que se sometan a su fe, sin distinción de raza o de rango. Esto, por supuesto, ha motivado a los parias del imperio drario. Los pobres desgraciados que no parecen tener un lugar en el mundo.

            Cruzamos por los oasis, pagándoles a los señores feudales que allí gobiernan en amplios campamentos. Indira me mostró sus mapas, que copié diligentemente. No había muchos oasis y pozos, aunque había algunos infecciosos pantanos.
- Aquí la línea de ferrocarril. Por aquí las dragadoras para hacer de esos pantanos unos ríos fértiles.
- ¿Para qué tanto gasto? Estamos a la mitad de la nada, en camino a conocer a alguien que se quemó el cerebro estando demasiado tiempo al sol.- Indira lanzó una carcajada y me puso la mano en el hombro.
- Ah, Marcuss, tú no sabes mucho de política. Esos calfas odian a los desiertos del sur, y el sentimiento es mutuo. Anima a ambos mandos, saca provecho y deja que se maten. Este tal Khan es una mina de oro. Ya he enviado emisarios para traer armas e ingenieros, empezar cuanto antes.

            Había una lógica macabra en sus palabras. En cierto modo tenía razón, los yitianos eran más salvajes que civilizados. Comían con sus manos disfrazaban a sus mujeres y había algo rudo en ellos que me parece difícil de explicar. Aún así, no podía dejar de sentir que jugaban con fuego, que desestimaban a su enemigo con demasiada facilidad. Aún así, la caravana siguió y mi bebé continuó creciendo en el vientre de Krula.

            La relativa paz de este mercado ambulante se detuvo ayer. Fuimos atacados por extrañas bestias que forman nidos en las cavernas bajo metros de arena. Gusanos de arena, enormes fauces que devoran todo a su paso. Nos habían advertido ya, por la falta de flores del desierto, ricas en exquisitas mieles, pero la ruta era la más directa y habíamos decidido ignorar tales supersticiones. Estábamos muy equivocados y 200 personas perdieron la vida por semejante error. Lo hemos perdido casi todo. El agua es insuficiente, apenas y hay camellos para mujeres y ancianos, un par de asnos y nada más. Salvé mi trabajo de las fauces redondas y dientonas de estas criaturas. El tan solo pensar que Krula podría haber sido devorada me ha dejado la sangre helada. Huimos de quienes desean matarla, pero ¿en brazos de quién estamos acudiendo?

Octubre, año 15 de Wercer
            El cobarde asesinato, el peor de mis pecados, ha recibido un castigo parcial. En verdad Cthulhu no mora en estos extraños desiertos repletos de ilusiones y magia. Nos hemos turnado, algunos cazan de noche y otros empujan de día. Serpiente y armadillo en su mayoría, pues se agotan nuestras reservas de comida. No sé si sobrevivamos, pues sé que aún faltan semanas para llegar a nuestro destino, la ciudad más sagrada del Yith.

            Una tormenta de arena se alzó en una noche tranquila. Grandes temores dieron paso a gritos y supersticiones. Se trataba de un jinn. Una anciana me explicó que había de dos formas, el maridy el ifrit, ambas criaturas infernales. Algunos hechiceros, temidos por su poder, eran capaces de encerrarlos en anillos y doblegar sus voluntades. Sin embargo aquí a la merced del desierto, había poco que pudiéramos hacer. El jinn marid cobró forma humana, aunque siempre oculto por las arenas y la oscuridad. Todos le adulamos, cosa que parecía funcionar. Se trata de geniecillos capaces de grandes milagros o grandes calamidades. Nos habíamos desviado mucho, en busca de agua, y necesitábamos de él para hacernos de guía. El jinn, con su voz de trueno nos dio direcciones, pasos ocultos entre áridas montañas de roca blanca, insoportablemente resplandeciente contra el sol.

            Había omitido otro detalle. Las cuevas, si bien acortaban el camino, estaban repletos de nasnas. Yo había visto ghouls antes, cadáveres carnívoros que infestan los cementerios, haciendo agujeros de una tumba a otra. Los nasnas son medias personas, todo en ellos son medios. Caminan con una pierna y un brazo, con la agilidad de las arañas y tienen medio rostro con un solo ojo. Tanjib se puso al frente, aunque estábamos rodeadas. Se ocupó de una docena de ellos con su rifle y cuchillo. Me encerré en el carruaje de Krula, pero ella salía, hacha en mano para defender a los camellos, de quienes dependíamos tanto. Era veloz y fuerte, y no parecía impresionarse fácilmente.

            Conseguimos huir a tiempo, los nasnas, moradores de cavernas, salían por docenas. Llegamos a un extenso valle donde pudimos avanzar más rápido que ellos, disparando tras nosotros y eventualmente les perdimos. Habíamos perdido a muchos peregrinos. El agua se agotó al tercer día, los jinetes fueron cayendo de uno en uno, y les pusimos en los pesados carruajes de mercancía. Lejos de los nasnas y su diabólica hambre. A lo lejos, entre los caminos de fango quebrado podían verse más gusanos que salían de la tierra y regresaban a ella. Parecíamos estar encerrados.
- ¡Miren, estamos salvados!

            A lo lejos, más allá de los gusanos, vimos el resplandor de los escudos de metal. Los yitianos del sur, armados con extrañas lanzas espantaron a los gusanos para que pudiéramos pasar. El hipnótico ruido del tambor y sus extraños hechizos parecieron calmar a los gusanos de tierra. El grupo de cien soldados nos escoltó en lo que faltaba del camino. Nos compartieron de su agua, pero estábamos demasiado cansados y hambrientos para continuar. Al menos yo lo estaba, pues todas mis raciones eran para Krula.
- Esa hacha tuya.- Le dijo un soldado a Krula, tomándola en sus manos. Era de hierro, pero estaba hueca en una parte.- ¿Sirve para algo?
- Mira más de cerca soldado.- Le dijo Tanjib, el espacio vacío también tenía filo.- Te desgarrará por dentro y estarás muerto antes de caer.
- ¿Adónde es que nos escoltan?- Preguntó Indira quien, como yo, sufría espantosas fiebres por el insoportable calor y la incesante marcha.
- Al valle de Mena, ¿adónde más?
- ¡No!- Grité horrorizado, cayendo del carruaje. Krula me cargó a uno de los carruajes de heridos  enfermos. Mi horror no había curado mis fiebres, sólo las hacía peor. Ella, la cimmeria que hasta hacía quince años vivía de cazar en los bosques junto con rudos hombres de su estatura, antes de ser domesticada y civilizada, no comprendía mi horror.

            Conocía la historia como una leyenda, todos los niños en el reino del Miskatonic la habían escuchado. En el valle de Mena se había alzado la ciudad innombrable, populada por extraños seres reptiles, adoradores del Antiguo Bokrug, del mismo poder que el mismísimo Dagón. Una espantosa guerra con humanos había aniquilado hasta el último de estos hombres-serpientes. Los edificios, primitivas construcciones de piedra, se convirtieron en palacios y el nombre de Bokrug, antes susurrado con temor, era ahora olvidado por completo. El dios, una criatura de enorme barriga, cabeza de reptil y poderosos brazos había sido desterrada a las lagunas alrededor de la ciudad innombrable que ahora recibía su nombre Sarnath. Generaciones pasaron, y con ellas una niebla verde comenzó a emerger de las aguas. Lo tomaron por los desechos típicos de una avanzada civilización, pero estaban equivocados. Bokrug se alzó y Sarnath fue destruida por completo. El Antiguo no había sido desterrado, simplemente dormía y esperaba con infinita paciencia.

            Hishma Khan había formado su capital en Sarnath, la tierra de Bokrug. La tierra maldita en el folclore de los adoradores de Cthulhu. Krula escuchó mi relato, entre mis delirios y cuando sonaron las campanas corrió las cortinas y me mostró el lugar paradisíaco de frondosos árboles con muchas sombras, de ríos de agua cristalina y de inmensos minaretes y extraños templos de domos dorados. No podía contenerme. Salté de la ventana del carruaje, mi cuerpo se golpeó contra la arena, más vivo que muerto. Entonces lo vi. Bokrug, aquel dios primigenio, uno de los Antiguos, hermano de Dagón, progenie de Cthulhu que en R’lyeh espera para juzgar y devorar nuestras almas. Estaba muerto. Un gigantesco cadáver de enormes huesos y nada más, pues los nasnas se ocupaban de sus carnes. Desperté en una habitación, escribí estas líneas cuando las fiebres me dejaron pero las siento de nuevo. Khan había matado a un primigenio. Y si un dios podía morir, ¿qué significaba todo aquello?

Enero año 16 de la dinastía Wercer
            La terapia de varios meses han obrado milagros en mi persona. Krula y yo somos huéspedes distinguidos en un lujoso palacio repleto de gemas. Para esta gente del desierto las gemas valen muy poco, pues lo que más necesitan es agua. Todos estos meses he elaborado mapa y hablado con la gente. Rashid ibn Khan, uno de los hijos del profeta ha cuidado de mí, pues el nombre Marcuss Polun ha viajado de muy lejos. Eso, claro está, sin contar con los cargamentos de armas que Tanjib e Indira han conseguido procurarle a estos yitianos del sur. A Krula la he visto pocas veces, el embarazo, por gracia de Yog, sigue su curso y está bien atendida.
- Camine conmigo, Marcuss ibn Polun.- Me dijo Rashid ibn Khan, quien estaba acompañado de Anwar, el devoto con quien formara una entrañable amistad. Todos vestían de blanco, incluso yo dejé atrás mi sombrero de copa y mi camisa. Sandalias, en vez de botas, mejor para resistir el calor.
- Es una ciudad maravillosa esta Sarnath, ahora que Bokrug, el antiguo dios que la regía está muerto.- Rashid llamó mi atención y señaló un humilde edificio donde los peregrinos y ciudadanos hacían filas para entrar.
- Es por ley del profeta que una décima parte de lo que ganes sea destinado a los pobres y a los viejos en retiro. Entiendo que, como tuleano, nos tome por salvajes. Venga con nosotros, vea la Ummah.
- ¿La qué?
- El imperio de la fe, Marcuss ibn Polun, el imperio de la fe.

            Las Recitaciones, su libro sagrado, contenía toda clase de reformas legales y sociales que no terminé de entender. El acusador, por ejemplo, enfrenta cargos él mismo si se trata de meros rumores y no puede proveer de testigos o evidencias. Sus juicios son orales, como en mi reino, pero todo su gobierno es distinto. Entiendo ahora el temor de los Ash-Galí y los demás calfas. No son gobernados por familias, como las primitivas sociedades de los yitianos. Tienen a sus legisladores, a sus regidores, a sus soldados y a sus burócratas. Los pobres eran atendidos, pues su fe era una de paz y caridad. No había diferencia en castas o apellidos, contrario al imperio drario y a los calfatos yitios. Todos eran iguales a los ojos de Yith, su único Dios, el dios que incluso mató al Antiguo Bokrug. Sus fieles predicaban en los osasis, entre los señores feudales pero mientras la Ummah avanzaba entre los pobres, aquellos que controlaban el agua estaban reacios a ceder el poder.
- El tren será la clave, tenemos carbón y si pueden realmente hacer ríos como han prometido entonces... Más al sur está en el mar.
- Lo sé, lo he copiado a mis mapas. Y gracias por permitir enviarlos.
- Es un gusto para mí. No hay más Dios que Yith y Khan es su profeta, pero ellos no lo quieren ver así, están cegados por el poder. Ciegos al amor de Yith.
- Los Antiguos fueron, serán y son.- Dije, con cierto honor patrótico.- Yog-Sogoth es la puerta, el candado y la llave... Bokrug era uno de los descendientes del gran Cthulhu.
- Vaya ingenuidad amigo, ¿y qué religión tenían aquellos antes de tales dioses?
- No había nada antes de ellos.
- Nada antes de Yith, correcto, pero si tus dioses son reales, ¿cómo explicas todo un continente poblado de gente que nada sabe de ellos? Ciertas semillas de sabiduría, he oído, se esparcieron por el aire, y ustedes las confundieron. Descuida, no hay compulsión en la fe. No son de la Ummah, pero eso es todo.

            Pasamos varios meses en Sarnath, entre la gente del desierto. Curiosamente me parecieron más civilizados que los yitianos del norte. Carecían de los mismos lujos, aunque compartían el mismo gusto estético. Existe entre ellos una obsesión por los patrones geométricos, tienen prohibido reproducir la imagen de su dios, o de su profeta, pues le consideran idolatría, una falta grave dentro de la Ummah. Indira Gapuna estaba repleto de planes, pero Krula y yo preferimos conocer a la gente.

            Cada mes separaban a las mujeres durante su menstruación, tenían prohibido entrar a sus mezquitas y parecían culpar al diablo de semejante situación completamente natural. Interpretaban las estrellas, no muy diferente a como nosotros lo hacemos, aunque con otros nombres. Para ellos las estrellas fugaces son los deseos de Yith, profecías que están por venir. En esas épocas esperan cualquier fenómeno, por más mundano que fuera para atribuirlo a un movimiento celeste común. Por más extraños que me parecieran no podía dejar de admirar su atributo más virtuoso de todos, la caridad. Los drarios conocen poco de eso, las castas son estrictamente establecidas, pero entre los fieles a Yith, a quienes conforman el imperio de la fe la caridad es uno de los pilares fundamentales de su civilización. Y así pasan nuestros días en Sarnath, donde Yith derrotó al Antiguo Bokrug y convirtió el valle de Mena en una tierra santa.

Junio año 16 de la dinastía Wercer
            El nacimiento de nuestro hijo Cimmus, debía ser una celebración pero todo salió mal. Krula fue arrestada por idolatría. Encomendó su alma a su dios Crom, como era costumbre entre los salvajes cimmerios de hiperbórea. Ashwar fue arrestado tambén, por ayudarle a esconder su idolatría. El profeta Khan no estaba complacido, a sus ojos le habíamos escupido a su hospitalidad. Una ofensa que no perdonaría fácilmente. La cobardía quedó atrás, ahora era la mujer de mi vida y mi propia progenie la que me empujó a actuar con valentía. Le prometí al profeta una  Ummah poderosa, todo el sur de los desiertos de Yith. Su hijo Rashid me apoyó e Indira ayudó con sus armas. Un imperio, por la vida de mi esposa. Un trato justo.

            Salimos en caravana para hablar con los lores del agua, señores de la guerra que controlaban los pozos. Las negociaciones tardaron semanas, sus súbditos y familiares ya se  habían convertido a la fe simple, pero el poder parecía más fuerte que la fe. Uno de ellos, un hombre con cicatrices de guerra que vivía en una tienda con tapetes y cofres repletos de oro, me invitó a pasar y me sirvió el té de menta. Tenía a dos soldados detrás de mí, apuntándome con sus afiladas espaldas. Un huésped que debía depender de su lengua.
- Honorable Ahmed, ¿no tenemos nosotros un enemigo en común? Los calfas, todos ellos.
- Vaya sujeto este, un tuleano que me dice lo que ya sé. Cañones, pólvora y muerte nos esperan al norte, cruzando las estepas más allá de las montañas de hierro.
- No si las tribus beres se unifican.
- ¿Y cómo harán eso?- Saqué un revólver de entre mis ropas y lo puse en mis manos.- A tiros de ser necesario, pero sugiero algo mejor. La Ummah ya existe.
- No me hables así, y mucho menos de la Ummah. Verles rezar ya es lo suficientemente malo, mis dioses no estarán felices. Los beres hemos sobrevivido en el desierto por siglos y siglos. Siempre desunidos, siempre en guerra.
- No les ofrezca guerra, sino oro. Más oro del que pueda imaginar. El Khan necesita generales, necesita expandirse. ¿No es el calfa de Rawid el calfa más al sur y el que tiene un poderoso río?

            Por semanas recorrimos los desiertos, de un campamento a otro, ofreciendo siempre lo mismo. Rashid, uno de los hijos del profeta me veía con orgullo y asombro. Un tuleano que ayudaba a los yitianos, tales cosas no se veían todos los días. Yo no lo veía así, lo hacía por Krula, lo hacía por elevadísimos impuestos que gordos e inútiles calfas imponían sobre tribus en tierras que ni siquiera ellos mismos podrían ubicar en un mapa. Gente simple, ganaderos en su mayoría. Controlaban kilómetros y hectáreas, algunos controlaban más territorio que todo el ducado de Arkham, pero no era más que tierra y algunas plantas que a duras penas sobrevivían y mantenían flacas a sus vacas. Recorrimos los desiertos, siempre yendo y viniendo, siempre en comitivas y fuertes discusiones. Estos no eran hombres débiles, pero necesitaban saber que podían ser indetenibles si se unían. Necesitaban saber que eran más salvajes los yitianos del norte que poco conocían de la caridad y mucho conocían del abuso y la explotación.

            Las unificaciones eran asambleas de miles de personas. Ganaderos que se daban las manos y ya marcaban con mapas sus propios territorios. Ahmed me invitó como un observador. Tenían mapas de la península y ardientemente peleaban el control de las costas. Arranqué el mapa de la mesa, y lo hice trizas. Lo hice por Krula, ella me daba las fuerzas para hacerlo. Les mostré otro mapa, todos los dominios de los calfas. Todo. El mensaje era claro y les hizo estremecerse.
- Tenemos las armas, marcharemos a Rawid para controlar su río y toda la ciudad. Lo que encontremos será nuestro, que el Khan sepa esto. Pero que también sepa que nos convertiremos. Ah, y si esto falla, hombrecillo, tendré tu cabeza en una estaca.
- Si esto falla mi mujer y mi hijo morirán apedreados en una plaza. ¿Qué tanto valor tiene mi cabeza?

            Nunca había visto una guerra como ésta. No había pelotones, ni formaciones. Nada de eso importaba, no en el desierto.  Rodearon Rawid, a kilómetros del horizonte, acampando en cuevas y en tiendas de vendedores. Las armas sobraban, pero la batalla no sería justa. Rawid estaba fuertemente fortificada por ataques de desesperados señores de la guerra. Inmensos edificios de piedra franqueaban toda la ciudad. Nuestros cañones tendrían que servir, o todo habría valido para nada. Los lores de la guerra se preparaban para una guerra de un mes, yo pensé que estaba terminado, pero no. Ellos me querían en la batalla, para probar mi coraje. Traté de explicarles que no tenía ninguno, pero fue inútil. Los bereberes no cedían, yo tenía que estar en la carnicería. Rashid, el hijo del Khan me apartó la noche antes de la batalla, me llevó hasta su carroza.
- Quédate cerca de mí, y de mis hombres, todo estará bien, hijo de Tul.

            Cabalgando los camellos descendieron de entre las mesetas levantando una polvareda inmensa que, de lejos parecía una violenta tormenta de arena provocada por algún djin enojado. Los cañones de las fortificaciones tronaron a toda potencia y los bereberes siguieron avanzando y disparando. El sitio duró dos días. Nuestros cañones fueron abriendo la ciudad y lentamente tomamos el río. Me oculté con Rashid, como me había ofrecido, pero los recuerdos de la gran guerra en mi propio reino, hacía tan solo quince años me mantenían congelado.

            Sitiado el calfa comenzaron los ataques selectivos. La Ummah, a través de las Recitaciones tenía claras leyes de guerra. No podían quemar los cultivos, ni matar al ganado. Debían evitar el ataque a los civiles a toda costa. Debían matar por Yith, y nunca por venganza. Los soldados del calfa Rawid desconocían estas reglas. Incendiaron sus cultivos, mataron a mucho de su ganado con tal de no darles nada. No lo entendían, no podían darse cuenta que este imperio no era material, era espiritual. Los pobres, sin embargo, sí lo comprendieron. Y cuando a la tercer semana las tropas ingresaron a la fortificada ciudad los pobres ayudaron a tomar las carpas y sitiar las fortalezas.

            Una caravana se alejó del calfato, viajaba a solas y Rashid, desde lo alto de una colina, arreció a su camello. Yo le seguí, por miedo a quedarme a solas. La caravana se defendió, pero era tarde, el cochero había sido atravesado por una flecha, los guardianes habían sido baleados. Un hombre, muerto de miedo y con manos repletas de monedas de oro salió de uno de los carruajes.
- Tú.- Me dijo a la cara, escupiéndome y lanzándome las monedas.- Tómalas, que en ningún lugar del mundo te servirán. No, los mercenarios tienen tu nombre y saben dónde encontrarte.
- Habla su nombre.- Le demando el hijo del profeta, apuntándole con su espada.
- Ashmed Faraban, es el único que conozco.- ¿Eran los autores intelectuales del intento de asesinato de Krula, o quizás se trataba de la venganza de Xian-re val Ming.
- ¿Qué esperas?- Le pregunté.- Mátalo.
- No, que vague a solas por el desierto cargando con su dinero. No puedo matarlo si hay odio en mi corazón. Si no hay defensa propia, sería un pecado y Yith, alabado sea su nombre, no lo toleraría.
- ¡Aquí!- Gritó un soldado y galopamos hacia las ruinas del calfato. Había cadáveres por todas partes. La guerra seguiría por muchos días más en la ciudad. Sin embargo habían encontrado la tesorería y había lores de la guerra que literalmente se bañaban en oro.- Díganle al Khan que quiero convertirme de corazón y alma, frente a él... También díganle que todo esto es suyo.
- No.- Le corrigió Rashid ibn Khan.- Es de la Ummah, los pobres lo necesitan más.
- ¿Qué ocurre tuleano?- Vomité al ver los cuerpos amontonados de los soldados. Las fortalezas no durarían contra los cañonazos y el lugar entero apestaba a muerte y desolación.- Pensé que te gustaba la guerra.
- Me gusta la vida, la de mi esposa y la de mi hijo.
- Estarán bien.- Me aseguró Rashid.- Ve con ellos, que este no es lugar para ti Marcuss Polun. Pero escribe sobre esto, pues la Ummah leerá tu libro.

            Cabalgué por días y por noches. Un camello para mí, otro para cargar el agua, los mapas y la comida. Me llevé dinero del calfa, como rubíes y anillos, todos muestras de la victoria. El viaje de regreso fue lento y mi corazón estaba pesado. Yo había ayudado a matar a todas esas personas, defensa personal, expansión imperial, ¿qué sabe un cobarde asesino de tales cosas? No, cabalgué hacia mi esperanza. Ashmed Faraban, el nombre del mercenario yitiano no abandonaba mi nombre. Estaría seguro en Sarnath, pero mi aventura pronto me alejaría del sur del continente, hacia el extremo oriente. Yo, mi esposa y mi bebé.

            El profeta había pospuesto el castigo de mi esposa, pues nunca pensaba en llevarlo a cabo. Se lo dijo a ella cuando le vio llorando, según me contó. Yith es misericordioso ante todo y aquellos que son extraños a su cultura merecen más paciencia que los yitianos. Se vio complacido con el botín, pero más aún con las noticias. Ya las había visto yo en el viaje de regreso. En cada uno de los campamentos de bereberes había minaretes, altas torres donde se recitaban las oraciones al caer el sol y al ponerse. La Ummah, podía sentirlo, se agrandaba.
- Sabía que regresarías.- Ashwar me abrazó después de mi esposa.- El profeta me ha regañado, pero también me ha condecorado. Por Yith, sagrado sea su nombre, nadie te olvidará Marcuss.
- Mira lo crecido que está.- Ya era Octubre, sostenía a mi bebé entre mis brazos, quitándole la arena de los ojos, con Kuntra abrazándome la espalda. Hishma Khan apareció en la habitación y sonrió.
- Entiendo que se van. Les deseo las bendiciones de Yith, sagrado sea su nombre. Bendiciones sobre ustedes, viajeros, y sobre el bebé y su futuro.
- Parece que estamos listos.- Dijo Tanjib, revisando sus cosas.- Ansío la selva, estoy harto de esta arena. Extraño el Ganges.
- Con el calfato sureño bajo el poder del Khan, el tren será cosa de tiempo.- Dijo Indira, señalando sus cargamento.- He mandado órdenes, además de tus papeles, nos están esperando.
- Mejor no hacerles esperar.

            Nos dirigieron una escuadra de soldados por el sur del desierto hasta un puerto donde tomaríamos el Ganges. Krula no podía dormir, y no era por el bebé. Las palabras del profeta le habían calado hasta el alma, podía verlo en sus ojos. No era su creciente devoción a Yith la que la mantenía despierta, ni los llantos del bebé, era un pensamiento que me pareció apropiado escribir aquí. Ella me miró a los ojos y me hizo una pregunta que no pude contestarle. ¿No estaremos, todos nosotros, jugando con fuerzas que están más allá de nuestra comprensión.


Octubre, año 16 de la dinastía Wercer.
            Tanjib e Indira, su superior, ya habían sido convocados al puerto de Gupatra, donde la eterna batalla por el Ganges contra el poder de los Xue no parecía detenerse nunca. El cambio cultura fue un shock tremendo. Vestíamos ahora de pantalones, sandalias cubiertas y telas que se cruzaban en el pecho. La influencia de mi reino era más que obvia. Por las bases militares se desplazaban los elefantes de vapor, gigantescas máquinas con cañones en la trompa y en los costados. En la ciudad selvática podían verse aplicaciones extraordinarias a nuestros inventos mecánicos. Pude ver antiquísimos templos que eran movidos por maquinaria en la base para alinearse con las fases de la luna. Lejos estábamos del frenesí de Köngsport, capital de mi reino, pero la industria estaba ahí, rediseñada en las manos de una cultura que difícilmente podía comprender. Nuestros viajes, sin embargo, eran escasos pues la guerra de varios meses nos mantenía atados a nuestros compañeros, Indira y Tanjib.

            Las fuerzas drarias eventualmente cruzaron el Ganges, tomando una gran fracción de este. Un río mágico según ellos, como el río del Miskatonic es para nosotros. Les veía bañándose en él en ciertos días considerados como sagrados, incluso en medio de una batalla. Los Xue eran oponentes formidables. Peleaban de noche, los familiares diurnos eran fáciles de combatir y a ellos se debieron tantas victorias. Los samurái sin embargo, podían perder un brazo y seguir peleando. Se trataba de monstruos y comprendí el afán de los shatriyas, la casta de los nobles guerreros, en imponer el orden en un mundo poblado de semejantes muertos vivientes.

            Avanzamos sobre territorio Kantemir. Los vampiros atacaban desde la jungla, con la agilidad de una bestia salvaje y con la misma fuerza, pero nuestra base era segura. No me habría quedado en ella de no ser así. Nuestros barcos, flotillas de guerra con poderosísimos cañones eran capaces de reducir las colinas y derribar la jungla, dificultando los ataques sorpresivos. Los drarios usaban cañones de fuego para eliminar a sus enemigos, así como potentes rifles que podrían matar a un elefante, pero con la misma capacidad repetidora de un revólver. Debían, sin embargo, atinarle al corazón o de nada le serviría. Los vampiros, por su parte, se rehusaban a usar armas convencionales. Enviaban primero a sus líneas comunes, vampiros salvajes sin voluntad propia y los demás usaban espadas de un filo excepcional.

            Sobre las tierras conquistadas los drarios rápidamente llevaron a cabo rituales que llamaron mi atención. Formaban círculos o cuadrados alrededor de las bases militares y las casas que velozmente construían con las pesadas herramientas de mi reino. La mayoría de tabiques y techos de paja. La práctica de formar líneas alrededor de los asentamientos era también aplicada para las casas. Ellos me dijeron que así civilizaban la zona, la hacían limpia de nuevo.
- Míralo.- Dijo Krula, señalando la espesa jungla de extrañas flores y animales.- No había visto nada como eso... Aunque podría vivir sin los mosquitos.
- Dicen que los Ming controlan este territorio, que su último castillo quedó reducido a cenizas por los elefantes mecánicos y los tigres de metralla. Sólo espero que la guerra termine. No quiero alejarme mucho del asentamiento.
- Eres un cartógrafo ahora.- Dijo ella, señalando mis mapas sobre la mesa.- Líneas y fronteras.
- ¿Hay líneas en la jungla? Crece sin control... Mucho como mi hogar, con esos enormes edificios de piedra y acero, y mucho vapor.

            Krula decidió acompañar a los cazadores que buscaban pieles exóticas. Mi cobardía me dejó en casa, pero pronto me arrepentí. Ella levaba al bebé a la usanza de los cimmerios, en una bolsa creada por telas en la espalda. Seguí sus pasos, a través de los pastizales y las marcas en las paredes. Encontré pedazos de cuerpos y rápidamente saqué mi arma, gritando su nombre. Un grupo de soldados chifló y me indicó que la tenían. Estaba regresando, escalando entre las raíces de altísimos altos cuando sentí el golpe en la espalda. Un Wampyr nos había rodeado a todos con ayuda de otro compañero. Corrí a los brazos de mi amada y señalé con mi revólver. Los soldados dispararon, pero sirvió de poco. Mataron a uno, pero ahora estábamos ella y yo. Krula atacó con su hacha, pero la bestia, con la forma de un murciélago antropomorfo le soltó un golpe que la lanzó volando. El wampyr atrapó al bebé y le disparé en la cabeza. Rescaté al bebé, lo puse en brazos de su madre y seguí disparando.
- Tómame a mí, pero déjalos ir. Sáciate conmigo, pero no te lleves al brillo de mis ojos.

            La bestia, por supuesto, no entendía nada. Era como un lobo, y ahora estaba más enojado. Se lanzó contra mí, pero una flecha le atravesó la espalda, dándole directo al corazón. Un samurái apareció de entre los árboles. Le grité a Krula que saliera corriendo, de regreso a la base cuyas altas paredes la mantendrían a salvo. El samurái, quien vestía una extraña armadura con casco de cuernos y un rostro diabólico le cortó la cabeza al wampyr y con el mismo movimiento le sacó el arma de la mano, cortando el cañón del revólver. Me aferré de mi bolso como protección, tenía mis diarios y mapas, pero no me servirían de nada.
- Un hombre que se sacrifica ante animales salves es verdaderamente un hombre de honor.
- Soy Marcuss Polun, por favor no me mate, no soy un dario, ni siquiera un soldado.
- No.- Dijo el guerrero, quitándose la máscara. Su rostro era increíblemente pálido. Tenía los ojos completamente negros y afilados colmillos que sobresalían de sus labios.- Los Ming te esperaban, no, ahora eres mi prisionero.
- ¿Ming?- Recordé que la línea de sangre de Xan-re era precisamente esa. ¿Habría viajado de regreso a casa o muerto en el desierto? Rodeado de selva, de serpientes venenosas e insectos pensé que mi mundo terminaba, pero el samurái guardó su larga espada. Era su prisionero ahora, y escribo esto en el camino hacia su villa. Mi captor no quería hablar conmigo, pero le insistí tanto con el paso de los agotantes días, que finalmente cedió cuando nos ocultábamos del sol en una caverna profunda.
- Otro ha preguntado por ti, un Ashmed Faraban. Ahora calla, necesito dormir.


Enero año 17 del imperio Wercer.
            He pasado el invierno en la villa de Rashomun, una villa muy grande, no muy lejos de la zona de conflicto pero protegida por altísimas montañas que se elevan más allá de las nubes. La hospitalidad era fría, como fría eran sus pieles. Los familiares, sus sirvientes humanos, me dedicaron una habitación en una elegante casa decorada de dragones y tigres de oro. Extraños patrones, como lengüetas de fuego hechas con madera adornaban las paredes. Pude ver las granjas de humanos, muy semejantes a las del ganado. Les mantenían vivos y sanos para sacarles sangre sin matarlos. Traté de alejarme de aquellos lugares, concentrarme en la ruta de la seda que cruzaba precisamente por allí. Una familia de vampiros, de la línea aceptada Ming decidió hacer negocios comerciales con la gente de Tule mediante tales rutas y me permitieron despachar mis cartas. Casi todas ellas iban destinadas a Krula, pese a no recibir noticia alguna de ella. ¿Había el ejército Xue tomado las bases y asentamientos, había escapado a tiempo o se encontraría en cualquier otro remoto escondrijo de la Tierra, lejos de mis cartas? Cierto era que estaba siempre cerca de mi corazón.

            Rashomun es un lugar hermoso. Tiene árboles que sueltan sus marchitadas flores amarillas cuando la nieve cae. Una neblina que desciende de las montañas en cada fría mañana. Aprendí un poco de su caligrafía, que también era el arte de su espada. Ellos no la usan como nosotros, como machetes rudos, han perfeccionado un arte del movimiento a través de los siglos de experiencia y entrenamiento que sus inmortales cuerpos les han permitido. Las luces negras permiten a los vampiros de menor categoría el alargar sus noches en los ruidosos mercados, siempre atiborrados de gente, de chucherías y toda clase de supersticiones. Los de las líneas Antiguas, sin embargo, no salían más que cuando el sol se ponían. Seres arrogantes y despectivos, incluso con sus iguales. Existía sabiduría en ellos, basada en la paciencia y en la humildad, aunque pocos de ellos la practicaban. Lejos estaban ya los días del desierto, de la compasión y la ayuda al prójimo. No había pobres, pero no debido a su poderosa economía, sino a su proceso de conversión. No admitían a cualquiera, para evitar la creación de aquellos wampyr, sus perros de guerra que, en el fondo, detestaban profundamente.

            Una raza dedicada al arte y a los sentidos. Un erotismo muy extraño, siempre recatado y de movimientos sutiles. Las damas me mostraron su lenguaje secreto mediante sus abanicos, secretos que prometí no divulgar a nadie mientras viviera. Aquellos días habrían sido idílicos en verdad, de no haber sido por la arrogancia de las líneas Antiguas, y por la falta de mi amada Krula. Una noche cometí el error de mirar a un Kantemir a los ojos. Me levantó del suelo como si no pesara nada y me olisqueó como uno hace con una presa.
- ¿Qué sabes tú?- Me preguntó.- ¿Del desierto nocturno y eterno en que nuestras almas se encuentran siempre en paz? Ustedes los tuleanos, siempre avanzando, siempre devorando el espacio y el tiempo con sus extrañas máquinas. Apurados por sus cortas vidas. ¿Qué sabes de las Nocturnalias?

            Me dejó ir y corrí de regreso a mi habitación, buscando refugio. No lo encontraría. Un cuchillo estaba clavado sobre el ataúd que me habían dado por cama, y podía leer el nombre de Xian-re val Ming escrito con sus propias uñas. ¿Él había mandado a mi  mercenario fantasma, el misterioso Asmed Faraban? Recogí mis cosas y velozmente salí de ahí. Los caminos, sin embargo, estaban bloqueados por la nieve. No quería quedarme en la calle, como un vago, pues sabía que los Kantemir me harían parte de su macabro ganado. Vestía como un familiar, de larga batón negro con blanco, me había dejado el cabello largo como ellos y amarrado como una coleta, incluso tenía uno de sus gorritos negros.

            Encontré refugio en un lejano monasterio donde meditabundos monjes oníricos podían pasar días enteros en la misma incómoda posición. Lo había visto antes, entre los drarios, y me pareció una forma de yoga por la flor de loto que formaban con sus pies. Haciéndome pasar por familiar de una importante familia de comerciantes rogué por su santuario. Necesitaban de alguien que cuidará de las flores durante las nevadas, pero pronto mi posición se vio absurda y estorbosa. Era ruidoso y torpe a los ojos de sus silenciosos y aburridos hábitos.
- Las Nocturnarlias.- Le planteé a un monje, cuando trataba de convencerme de irme.- Deme una oportunidad para reproducirlas.
- Tenemos copistas, hijo mío. Tuleanos no tienen lugar en el dominio Xue, lo siento.
- Pero puedo hacer más que eso. Hablo de reproducir cien, mil copias en cuestión de semanas. Bueno, semanas para prepararlo todo y luego de eso... Tanta tinta como puedan tener.
- Los vampiros nos impresionamos difícilmente, a mis 489 años creo que he visto todo lo que puede pasar en un monasterio.

            Con la ayuda de un humilde artesano les mostré el modo de formar imprentas. Cada letra era un pequeño cubo, un trabajo fastidioso y aburrido, pero perfecto para un vampiro. En unas cuantas semanas teníamos las letras para la primera hoja. Apretamos la prensa y terminamos la primera hoja, ahora era cuestión de repetir la operación, cambiando las letras. En menos de un mes teníamos cien de esas máquinas, trabajando día y noche. Yo dormía en el taller, temeroso de Xian-re. Temeroso de no estar ahí cuando una carta de mi amada llegara hasta a mí. Temeroso hasta de mi propia sombra decidí hacer un facsímil de la edición para mandarla más tarde. Transcribo aquí uno de los 81 brevísimos capítulos.

Lo humillado será engrandecido.
Lo inclinado será enderezado.
Lo vacío será lleno.
Lo envejecido será renovado.
Lo sencillo y puro será alcanzado,
pero lo complicado y extenso causará confusión.
Por esto, el sabio abraza la unidad
y es el modelo del mundo.
Destaca porque no se exhíbe.
Brilla porque no se guarda.
Merece honores, porque no se ensalza.
Posee el mando, porque no se impone.
Nadie le combate porque él a nadie hace la guerra.
¿Son acaso vanas las palabras del antiguo proverbio:
«lo humillado será engrandecido»?
Por esto mismo, el sabio preservará su grandeza.

            Sin quererlo me produje suficiente fama para ser admitido al castillo como sirviente del artesano de la imprenta, Shu-xian. La servidumbre, para mi sorpresa, cayó bien para mis humores negros. Lejos estaban los días de los infernales hornos y el interminable carbón de las enloquecidas ciudades sobreindustrializadas del reino del Miskatonic. Le servía sangre en una copa, le traía de sus compuestos mágicos y básicamente permanecía cerca de él en todo momento. Recibí entonces una carta de Krula y mi corazón se encendió. El sabio Shu-xian me dio el día libre para dejarme contestarle. Mi amada tenía noticias. Ella se encontraba a salvo en el imperio. El profeta Khan había tomado prácticamente todos los calfatos, Ash-Galí había sido el último en caer. Le escribí sin demora, haciéndole saber que me encontraba en Rashomun y aguardaba impaciente el abrazar a mi bebé. Shu-xian sonrió al verme despachando la carta.
- Nosotros no tenemos bebés, a mi edad no recuerdo cómo nací. No la primera vez.
- ¿Y la segunda?
- Ríos de sangre en un desierto de noche eterna. La estrella Magra era mi única guía y los sigue estando hasta hoy. Las locuras de estos yitianos... ¿Cómo un Xue podría creer en algo que no ha visto? La noche la hemos visto todos, la noche es lo que mantiene todo unido, es...

            El venerable quedó en silencio y las ventanas de madera se reventaron. Alguien alertó que había una bruja, pero yo nunca había visto nada semejante. Era una cabeza removida de su cuerpo que cargaban con sus órganos internos, una lengua viperina y fuego en sus ojos. Los necromagos aparecieron rápidamente, lanzándole líquidos que parecía detestar. Otro más utilizó una trampa trazando en el suelo extraños símbolos. La bruja escupió fuego y quemó varios muebles, pero rápidamente se consumió en llamas. El venerable Shu-xian me tocó el pecho, el corazón se salía de mi pecho. Él hacía mucho que no sentía eso, pues su corazón ya no latía. Sin decir palabra me llevó a su pequeño santuario. Tenía una estantería de piedra antigua que desentonaba con las coloridas maderas de los pisos, techos y paredes.
- Las brujas, en busca de conocimiento, hacen pactos diabólicos que las dejan en ese estado... Lamentable.- Me mostró una pequeña botellita de cristal con algo que al principio pensé era un pixie, por el modo en que brillaba. Estaba equivocado.- Es un poe, un fantasma. ¿Sabes lo que es?
- Un fantasma son recuerdos, no saben que lo son, se asustan más fácilmente de lo que ellos nos asustan a nosotros... Al menos en mi tierra.
- No, un poe es un alma desencarnada que está dispuesta a escuchar tus trasgresiones. Regresar el balance a la noche. Haz eso Marcuss Polun, y estarás en paz contigo mismo.

            Me enseñó el método básico y me encerré en mi habitación. Me senté sobre mi ataúd de acero y abrí la botella. El poe tenía un rostro vagamente humano y parecía mirarme directamente al alma. Al borde de las lágrimas le dije todo, confesando mi cobardía y mis temores. El poe cambió de colores  hasta quedar de un morado intenso. Lo he usado como un colguije desde entonces.

Febrero, año 17 de la dinastía  Wercer
            Mala fortuna y misterio cayeron sobre mí como un trueno. Sirviendo gustosamente a Shu-xian, quien para siempre había quitado de mi mente los terribles prejuicios sobre los vampiros, esperé ansioso por noticias de mi Krula. En vez de eso, a través de una ventana pude ver a Xin-re val Ming, acompañado de algunos sujetos de baja reputación y haciendo preguntas. Yo era, después de todo el único tuleano en tierras tan orientales. Shu-xian me regaló su único caballo y por los lores de la oscuridad bendijo mi viaje. Encomendado a Cthulhu viajé por los orientales y brumosos bosques. Hacía mapas para pasar el tiempo, describiendo las altísimas montañas comúnmente llamadas Dali-xian. En una base militar fui sorprendido, el nombre de Marcuss Polun significaba poco, pero los samurái se negaron a tirarme a los wampyr, a quienes tenían en jaulas tapadas cubiertas, de día, por las luces negras como el resto del campamento. Me hicieron su sirviente para lustrar sus armaduras y preparar sus armas.

            Mi nuevo amo era Peng, un samurái tatuado por toda su piel con dragones y tigres. Había aprendido algo de su caligrafía y, cuando él estaba aburrido, me enseñó algunas cosas sobre el uso de su espada. Días lentos y tensos fueron esos. Lentos para mí, tensos para ellos, pues temían a los Dalis, los antiguos Kantemir que tenían una fortaleza en la montaña. No comprendí sus nervios hasta que fue demasiado tarde. En vez de eso les enseñé a jugar póker y ellos me mostraron una forma extraña de ajedrez. Un tablero con líneas, interior y exterior, y tres espacios en cada una, así como un espacio adicional fuera de la línea frente al espacio del centro. Se mueve el disco por turnos, un espacio a la vez, tratando de formar tres en línea. Pude ver juegos que tardaban días enteros. Los Xue, después de todo, tenían mayor paciencia que yo.

            Los Dalis, según nos avisaron las campanas, se habían terminado su comida. El invierno había acortado sus cosechas, sus altísimos impuestos en sangre no eran los suficientes. Las granjas de humano fueron protegidos, aquellos que trabajan en terminar los trenes hacia Rashomun y otras villas fueron regresados, cual ganado. Eran Kantemir, una de las líneas antiguas, que bajaban de sus montañas para matar a todo el que se opusiera y tomaran lo que quisieran. No entendía la situación y temeroso traté de esconderme en el cuartel de Peng, el nombre samurái que me había dado refugio. Me encontró escuchando los latidos de mi corazón dentro de un baúl y me sacó de un jalón.
- Son sus amos, ¿no es así?, ¿por qué les tratan así?
- Son líneas antiguas, o eso dicen ellos. Los Dalis son sanguinarios hombres santos que cuando no están meditando vienen aquí para matar. Es por ellos que la guerra nos es un arte. Y no te esconderás aquí, serás mi escudero.

            Teníamos tres días y pude despachar las letras que necesitaba. Indira estaría interesado, sin duda, en vendernos de sus armas, más aún si eso lastimaba a los Kantemir. Las batallas eran espectaculares, cada movimiento diseñado para matar o defender. Incluso sin sus armas no peleaban como nosotros, a meros puños. Conocían de los centros nerviosos del cuerpo y tenían modos de moverse que no había visto nunca. Los Kantemir atacaron el tren, el símbolo de todo cuánto odiaban. Peng fue lanzado de su caballo por tres flechas que casi atinan a  su corazón. Corrí a ayudarle, cuando sentí un brazo que me tomaba de mi kimono de sirviente. Extendí el brazo, tomé la espada y el corté el brazo al samurái, luego las patas del caballo y finalmente hundí esa espada en su corazón. Peng, recuperado, no me dijo nada. Sonrió, antes de ponerse la máscara y recibir su arma. Nunca me había sonreído antes.

            Los samurái soportaron el ataque, pero habría otros. Al segundo ya estábamos preparados, las armas, directamente del arsenal del Miskatonic probaron ser perfectas. Cañones de fuego y balas, rifles repetidoras de venenosas flechas que traspasaban cualquier armadura. Avanzamos hacia las montañas. Sitiamos el castillo en las nubes. Las armas, que habían llegado por tren, barco y carruaje, venían con una nota, pero no era de Krula y aquello destrozó mi corazón. Ahora, en el sitio del castillo de los Dali Kantemir espero mi muerte, o quizás un destino peor que la muerte.


Mayo año 17 de la dinastía Wercer

            La enorme base de piedra daba soportaba al enorme castillo Kantemir, con sus techos que parecían ondularse hacia arriba en sus puntas. Delgadas ventanas para sus arqueros y rifles, aunque de estos había pocos. No era un solo edificio, como los castillos que yo conocía, parecía tener módulos muy semejantes, muchos de ellos con cañoneras en forma de enormes dragones de cobre. Los cañones eran viejos, pero nos mantenían a raya, el sitio duró meses, pero al menos nos hicimos de sus villas. Tenían vampiros, seres como ellos, supuestamente hermanos, viviendo peor que los esclavos y recibiendo un trato incluso peor. Peng, el samurái a quien yo era su leal escudero, me mantuvo cerca. Los sitios, me explicó no se ganaban únicamente con cañones. No les mataríamos de hambre, podían estar encerrados una centuria. No, sus armas principales eran los necromagos.

            Lanzaron primero a sus wampyr y a sus muertos vivientes, fáciles de eliminar con los rifles repetidores. Cuando las flores brotaron y las cálidas brisas soplaron sobre nosotros apareció un Hubei, lo que nosotros llamaríamos un fénix, pero no era águila alguna. Tenía nueve cabezas en el cuerpo de un colibrí una larga cola de pavorreal. El Hubei estaba con nosotros, pues se posó sobre los árboles cercanos a nuestro sitio, alto en las montañas neblinosas.

            Atacaron después con los Qilin, venados con escamas en el pecho, pelo de fuego en sus crestas rojas y largas, de pelaje amarillo y capaces de gran destrucción. Aquellos que no aplastaban el pasto eran vistos como bendiciones, éste lo quemaba. Peng explicó que los necromagos tenían que estar muy cerca para poderles manejar con sus extrañas magias. Aquellas no eran las únicas criaturas mágicas que emplearon. Tenían una docena de Jou Shen, leones con pezuñas y cuernos. Los samurái perdieron gran parte de su terreno, pues carecían de necromagos. La derrota parecía inminente. Yo me separé de Peng, huí de regreso a la base en las faldas de la montaña. Detrás de mí las risas y las burlas. No era cobardía lo que me impulsaba. No, yo soy leal sirviente de un solo señor, mi rey Aldrich Wercer y, sobre todo, de sus poderosas máquinas de guerra.

            Usamos cañones de pareja, con bolas de ardiente acero unidas por cadenas que partieron en dos a los Jou Shen que parecían indetenibles al cazar a los samurái. Aquellos venados, los Qilin, no soportaron cien samuráis disparando sus rifles repetidores a la vez. Vendrían más, estaban seguros, pues los necromagos no tenían el límite, como nosotros, de municiones. Peng, quien ahora me invitaba a su caballo, un grandísimo honor para un tuleano, me hizo acompañarle en una aventura por los bosques que rodeaban y protegían la fortaleza. Seguimos la pista de los necromagos. No fue difícil, necesitaban estar bien abastecidos de extrañas sustancias y mucha sangre. Algún esclavo descuidado nos había dejado un rastro de gotas de sangre hasta su pequeño campamento en una cueva. Los necromagos lanzaron hechizos, pero no fue suficiente.

            Era una trampa aquella cueva, detuvo a sus monstruosas criaturas, pero los ninjas nos esperaban en la oscuridad. Asesinos a sueldo, expertos en mantenerse invisibles y totalmente letales. Peng se lanzó del caballo, arrastrándome con él para resistir el embate de las estrellas plateadas y envenenadas. Con su cuerpo inconsciente encima conseguí liberarme un poco. Tres ninjas saltaban entre los árboles hacia nosotros, para matarnos desde las alturas. Disparé con ambos revólveres, hiriendo a uno en el estómago que cayó entre las ramas hasta el suelo. A los otros dos los pude matar cuando estaba más cerca. Los refuerzos llegaron a tiempo, para cuidar de Peng. Me acerqué al ninja en el suelo cuando la batalla del bosque había terminado a nuestro favor. Les había visto perder brazos, parte de la cara e incluso a uno que perdió la cabeza y siguió peleando. Este era humano. Le quité las telas que cubrían su rostro. Era un tuleano.
- Ashmed Faraban sabe dónde estás, soy su hermano y no estará muy feliz de saber que estoy herido.
- No estás herido, estás muerto.- Disparo a la cabeza. Los samurái aplaudieron y me incliné, como había visto que ellos hacían.

            El resto de la batalla fue más fácil. Derribamos las puertas a cañonazos, nos hicimos pasar con escupidoras de fuego y los samurái tomaron el castillo en una noche. La batalla había sido ganada, los Ming ahora controlaban la provincia, ya no los Kantemir siempre sedientes de violencia. Peng se recuperó y me adoptó como sirviente. El lazo entre nosotros era muy extraño, una amistad de silencios y medias sonrisas. Me compartía de lo que cazaban, la mayoría para mantener a los wampyr que comían cualquier sangre, y lo demás para los familiares. Las noticias llegaron lejos y finalmente una carta de Krula llegó a mis manos.
            “Amado mío, estoy en camino a Rashomun. He oído de un tuleano valiente y supe que serías tú. Nuestro amado hijo crece formidablemente. En Cimmeria ya escalaría por los árboles. He estado con Indira todo este tiempo. Los drarios siguen en su batalla por recuperar el Ganges, su río sagrado y ahora los Khan han enviado ayuda. El odio de la Ummah hacia los vampiros es bien conocida y los shatriyas no temen una invasión yitiana, después de todo el profeta aún sigue batallando con los calfas rebeldes. Espera por mí, espera por Cimmus Polun. Te amo por todas las estrellas en el cielo, Krula”.

            Días de alegría fueron esos, rodeado de samuráis nobles y respetuosos con mi persona, prometiéndome protegerme de la ira de Xian-re val Ming. Me enseñaron sus formas de meditación, me hablaron de los espíritus de sus ancestros y de la vía del guerrero y su código superior de conducta. Su alquimia se parecía a la tuleana, y temo que mis apuntes sobre su astrología sean imposibles de entender allá en casa, pues he recurrido a mis propios dioses para explicar una filosofía que carece de ellos, al menos para los intelectuales.


Junio año 17, de la dinastía Wercer.
            La espera por Krula fue una tortura para mi alma. Los vampiros no sueñan, pero yo sí y les envidio. Sueño con pasar mis dedos por su cabello. Sueño con el calor de su piel y la sonrisa de mi hijo, quien ya tendría un año de vida. Y vaya vida. Los días de ensueño terminaron violentamente. Ninjas se infiltraron en el castillo. Los wampyr devoraron a las granjas de humanos, creando una carnicería indescriptible. Acompañé a Peng para salvar su granja con la ayuda de pistolas y rifles de flechas envenenadas, para salvar la poca sangre que quedaba. El ataque, violento y veloz, había sido insuficiente. Alguien les había dejado entrar y Peng descubrió quién había sido. Xian-re val Ming les había dejado entrar por las puertas traseras, escondidas en los árboles.

            En la granja me atacó un ninja humano. Estaba a solas, tratando de ayudar a la gente y curar a los heridos. No saltaba metros sobre el aire, no podía aferrarse a las piedras, pero era igualmente peligroso. Me desarmó a golpes, me lanzó al lodo de la granja y con la espada sobre mi cuello se descubrió la cara yitiana.
- He viajado meses para esto, Marcuss Polun, o como sea que te llames. La mujer vive, tú mueres.- Del umbral de la granja apareció Xian-re, brazos metidos en sus anchas mangas y sonriendo con largos colmillos. Era un hombre marcado, pero tendría su venganza.- Debiste haber matado a esa embajadora de paz, en vez de eso procreaste con esa cimmeria.
- Su nombre es Cimmus y juro por Yog que tendrá tu cabeza.
- El trato era simple, mata a la mujer y te dejamos vivir.
- Soy un asesino cobarde, pero no soy cruel. Ella no lastimaba a nadie.
- ¿Quién dijo algo sobre matar?- Interrumpió Xian-re val Ming.- Marcuss, el verdadero Marcuss era un hombre honorable cuyo nombre manchó este... este criminal común.
- Esto no te concierne humano, nos has dejado entrar y con eso basta. Yo pagué por los ninjas, tú ya puedes irte. Me llevaré el corazón de este hombre, se lo daré de comer a los wampyr.

            Xian saltó por los aires, empujando al mercenario Ashmed Faraban y hundió sus colmillos en su garganta hasta hacerla pedazos. Devoró su sangre hasta mancharse por completo. Me odiaba, pero odiaba más la idea de matar a un hombre que se había rehusado a cometer un homicidio por contrato. Me defendió a mí, el cobarde Erik, incluso cuando yo le  habría dejado en aquella cárcel para pudrirse al sol. Peng nos encontró y estaba por cortarle la cabeza cuando le detuve. Su vida estaba a mi juicio, me explicaron ellos. Xian-re val Ming bajó la cabeza, esperando ser decapitado. En sus manos puse mi poe.
- Sé libre del rencor Xian-re. He matado a tu amigo, y no por causas nobles, pero he tratado de cambiar, de ser más honorable que el mismo Marcuss Polun. Toma este poe, acepta mi acto de contrición y encuentra un lugar en tu oscura alma para perdonarme. Haz esto y serás salvado.
- Jamás abriré esta botella... Honorable Marcuss Polun.

            Xian-re y yo continuamos nuestro servicio al samurái Peng. Los días se arrastraban. De pronto carretas ascendieron la montaña, eran drarios. Venían cargados de toneles de sangre y más armas. Indira Gapuna me saludó con un abrazo que me sacó el aire. Tanjib miró a su alrededor, estaba rodeado de samurái Xue, su mano no se alejaba mucho de su espada. Pregunté por Krula, pensando que estaría escondida para sorprenderme. Me vieron con extrañeza. Ella había partido antes que ellos, navegando el Ganges en una nave comercial.
- Honorable Peng, debo irme, regresar a los míos.
- Ve, honorable Marcuss. Tú también eres libre Xian-re. No olviden que el mayor orgullo es la humildad del honrado y en ti Marcuss, hay mucho orgullo bien merecido.

            Indira Gapuna, Tanjib y Xian-re viajamos de regreso. Un barco cruzó el río amarillo y nos incorporamos al Ganges. Aprendimos rápidamente la cruda realidad. El barco de Kuntra estaba a medio hundir. Indira explicó que los corsarios de los brahmanes a veces perdían el control, y mataban a todos. No, ella tiene que seguir viva. Puedo sentirla como los vampiros sienten una conexión a quienes les convierten. Acudimos al brahman encargado de tales corsarios en una ciudad pequeña y costera llamada Tarajuba. Abordamos un barco flotante de piedra lunar. Xian-re permanecía en las sombras, ocultado por la luz negra que prácticamente iluminaba de oscuridad a la mitad del barco. La citadela brahamánica no quedaba lejos. Una isla flotante con un domo de octágonos de cristales multicolores. Atracamos en el puerto aéreo. Con la ayuda de Indira encontramos al brahman Sarajan en un viejo templo con los tres rostros de la trimurti, sus dioses principales de creación, mutación y destrucción. El templo repleto de vegetación era humilde por dentro y Sarajan, quien ya había oído las noticias, nos hizo pasar a un salón de cómodos cojines. Me dieron ropas apropiadas para un drario, pantalones, camisa y las telas cruzadas. Ya me había acostumbrado a mi bata, mis pantalones de lana y mis sandalias de madera.
- Tanto tiempo entre los salvajes, es... inaudito.
- No son ningunos salvajes. He visto gente cobarde, gente mala y gente buena. ¿Acaso no lo somos todos? Sus corsarios no debe ser diferentes.- Indira, el shatriya, bajó la cabeza hasta el pecho, jugando con su barba, era obvio que había hablado demasiado.
- Peleamos contra la Ummah, cada día los malditos parias se convierten... No era de extrañar, gente sin lugar a dónde ir que ve en Sarnath al centro del mundo. Mis corsarios fueron demasiado severos. Están en la ciudad de Juntape, bien escondidos en la jungla, al oriente de aquí.
- Por Cthulhu, espero que nada les haya pasado.

            El brahman, rapado y vestido humildemente de ropas amarillas y naranjas se acercó lentamente. Me hizo escribir mi deseo más profundo, el encontrar a mi esposa e hijo en buenas condiciones, sanos y salvos sobre una servilleta. La hizo entrar dentro del pesado anillo de plomo y le prendió fuego sobre un plato de oro. La tela ardió hasta que no quedó más nada que el anillo. Yo tomé un papel y le mostré un origami, era una gruya, de buena suerte, según le expliqué y según me había explicado el venerado Shu-xian con quien había impreso miles de copias de las Nocturnalias.


Agosto, año 17 de la dinastía Wercer.

            Tanjib, el mercenario del tatuaje de cobra en el pecho se sentía completo en la jungla. Navegamos parte del Ganges y pudimos avistar a Makara, lo que yo asumí sería como Dagón para ellos. Era una protectora del mar, una criatura del mar debajo del agua, pero con cuerpo de animales y cabeza humana. Ella nos guiaría hasta los riachuelos que llevaban hasta Juntape. El resto del camino, sin embargo, lo haríamos de noche. Cargábamos el ataúd de Xian-re de día, él cazaba de noche para nosotros y podía recorrer el triple del camino y regresar antes del amanecer. Me ayudó a mejorar mis mapas sobre el oriente del imperio. Una noche nos despertó a todos para que nos escondiéramos en un antiguo templo de Vishnu, una construcción de pesados tabiques que por fuera tenía un rostro humano, pero que cada tabique tenía inscripciones de legendarias batallas. ¿Serían éstas más antiguas que mi civilización adoradora de Cthulhu y Yog-Sothoth?, ¿más antiguas que la creación del hombre, la tregua entre ambas facciones divinas?

            Nos ocultamos de Chaugnar Faugn, un monstruoso elefante que destrozaba la jungla y demolía edificios enteros. No estaba feliz, explicó Tanjib, por los infieles que adoraban a Yith. Conseguimos rodear la ira del Antiguo y encontrar Juntape. Se trataba de una ciudad de casas de madera a la mitad de la jungla. Los corsarios hacían su base allí, los demás eran cazadores y algunos tenían plantíos. Krula me vio entre la gente y corrió a mis brazos, besándome con todas sus fuerzas. Sostuve a mi hijo por primera vez en muchísimos meses. Explicó que en Juntape la gente se había convertido a la Ummah, a Yith. Ella fingió ser una devota, de modo que los corsarios le perdonaron la vida y la llevaron con su hijo. Se había probado como guerrera, por eso no era botín de guerra. Xian-re salió de su sarcófago en la noche, pero Krula convenció a todos que era un Xue inofensivo y yo mismo gasté de mi dinero para comprarle la sangre necesaria para mantenerle fuerte. Indira y Tanjib no podían quedarse, eran fieles al imperio y el Brahma Sarajan esperaría noticias. Harían lo mejor posible por guardar las apariencias, por mantenerlos a salvo, pues los corsarios, aunque no tenían apresada a Krula, no la dejaban escapar.

            Recorríamos las junglas con los cazadores durante el día y Xian-re cazaba de noche, para compensar por el permiso que los corsarios le habían dado de quedarse allí. Ellos de frondoso y largo bigote, de sucio turbante adornado de gemas, preferían a Yith que a un Xue, pero nuestro amigo probó ser útil y con eso salvó su vida. La villa, de casas de madera, con sus piras en la noche y rodeados de espesa jungla parecía tranquila, pero había algo que bullía en su interior.

            Estábamos en un crisol de culturas. Estando tan al oriente podía notar palabras en Xue, además del drario, y por la expansión de la fe del profeta Khan había también costumbre yitianas. Quizás el aspecto más rescatable, para este diario, se encuentra en la heterodoxa espiritualidad que se formulaba en aquella oriental jungla. El yoga, típico de los drarios, era mezclado con la imagen Xue de los vacíos y la acción en la no acción, de la acción sin interés y su propia forma de meditación. Todo aquello estaba unido al mapa celestial yitiano, de los grandes palacios. Tales palacios, dentro de este crisol, correspondían a los puntos nerviosos del cuerpo conocido a los drarios, y la ascensión del espíritu estaba influenciada por la sexualidad Xue. El yoga tántrico era muy popular y Krula parecía tener un talento para las 300 posiciones sexuales y las recompensas espirituales de tales prácticas. Teníamos una pequeña habitación en lo alto de un frondoso árbol que se conectaba, por sus gruesas ramas, a otros árboles donde había más casetas de vigilancia.
- Amor mío, todos estos meses quise decirte la verdad, pero no podía. Yo no soy Marcuss Polun.
- ¿De qué hablas?, ¿no reconocería yo a mi propio marido?
- Marcuss Polun había financiado su viaje con la promesa de matarte con veneno, en el calfa de Ash-Galí. Yo no lo sabía cuando le conocí en el barco. No, yo lo maté por  su dinero y por aventuras imaginarias. Soy un cobarde y un asesino.
- ¿Me mentiste sobre tu propio nombre?
- Erik Valgar... Y no hay nada de extraordinario en él, somos de familia de humildes obreros y nada más. El código samurái de la vía recta, de decir la verdad... No sé, alimentó mi necesidad de serte honesto. Anda, déjame si lo crees conveniente. Has procreado con un cobarde matón.
- No, he dado a luz al hijo de Marcuss Polun. De no haberlo matado, por cobardía o por lo que fuera, yo estaría muerta.- Me besó largamente y nos acostamos desnudos.- Tú eres Marcuss Polun, quizás un mejor Marcuss Polun que el verdadero.

            Nos  besamos un tiempo hasta que sonaron las campanas. Nos asomamos desde las ventanas y a los lejos pudimos ver a una monstruosidad. Los corsarios lo identificaban como un Rakshashi, una criatura diabólica de cuencas vacías pero llenas de fuego. Tenía una larga lengua de serpiente, caminaba desnudo con una barriga enorme y con la fuerza de un elefante comenzó a matar y devorar. Su mera presencia enfermaba al ganado hasta matarlo. A lo lejos pude ver, y no era cosa de mi imaginación, a los yoguis de la villa en posición de loto levitando metros en el aire y en completa concentración. El Rakshashi parecía debilitado, un par de cañonazos y fue destruido. Aquel, sin embargo era tan solo el principio.

            Las fuerzas imperiales llegaron por barcos aéreos, disparando sus cañones y rápidamente avanzando sobre Juntape para colocarnos a todos en el mismo grupo. Los brahmas no estaban dispuestos a ser retados espiritualmente. Les mataron, de uno en uno, en fila india. Yo abracé a Krula y cerré los ojos. Tanjib cortó las amarras que nos unían a los demás, me indicó que vendrían más refuerzos y que era buen momento de huir. Indira no había podido mentir por mucho tiempo, y nos tenía preparado un barco en dirección al oriente. Dirección hacia el final de la misión de Marcuss Polun. Le entregué todas mis cartas que guardaba en mi bulto y él prometió que las despacharía mientras nos llevaba, con la cabeza gacha y silenciando al bebé hasta el río donde Xian-re ya nos esperaba. 

Octubre, año 17 de la dinastía Wercer
            Abordamos de barco en barco hasta llegar al Ganges, rumbo al río amarillo que cruzaba por los dominios Xue. La población del barco era muy variada, había de todas las razas y rincones del mundo, pero yo era el único tuleano y Krula la única cimmeria. En el barco comercial hicimos amistades superficiales para pasar el rato. Todos llamaban a todos los demás salvajes, mientras que yo había visto barbarie y santidad en todas partes por igual. Los vashas, la casta de los comerciantes imperiales, nos ofrecieron sueños lúcidos que recreaban nuestras fantasías. La mía era Krula, la suya era una batalla en Cimmeria conmigo a mí lado. Probamos de las diferentes infusiones de un mercader de gnomos y duendes que buscaba hacer fortuna con los Xue, quienes usaban a las criaturas mágicas como mascotas, destinando a los perros y gatos para alimentar a su feroces wampyr.

            El primer mes pasó muy lento y yo les enseñé a todos los juegos que había aprendido en el camino. Tenía las damas Xue, un ajedrez de fichas de dos colores que podían comer a otras y avanzar un espacio en cualquier dirección. Les mostré los juegos de los niños drarios, las carreras de duendes y la cacería de hadas, usando pequeñas redecillas recubiertas de mantequilla, sustancia maravillosa para ellos. Cimmus estaba fascinado con las hadas y Xian-re, el más ágil de la tripulación le consiguió un hada de mar, una fantástica criatura con cuerpo de sirena y halas de mariposa. Al menos detuvo sus llantos constantes.

            A fin de mes se aproximó, en la frontera, un barco imperial e Indira subió al barco. Nos dejarían pasar la frontera con una condición, que viajásemos al sureste, hasta Shang-ri que costeaba con el océano del otro lado del mundo. Quería que hablara con los Antiguos Sho-run para convencerles de hacer un ferrocarril y para que dejaran de negociar con los yitianos. Lo segundo, estaba seguro, sería lo más fácil. Los Xue veían con asco la idea de Yith siendo el único Dios y Khan su profeta. Cruzamos así la frontera al dominio Xue.

            El barco, con todas sus velas izadas avanzaba con agonízate lentitud. Sin embargo lo habría preferido a lo que vino después. Un dragón de mar rodeo al barco, asomó su gigantesca cabeza y comenzó a atacar. Los cañones no podían contra él, sus escamas eran demasiado duras. El barco comenzó a agitarse hasta que finalmente colapsó. Xian-re nos salvó la vida, prácticamente cargándonos a los tres hasta el mástil principal, que ahora flotaba por el río amarillo.

            Eventualmente llegamos a las orillas de la provincia más oriental y sagrada de los Xue, la de los Sho-run, donde los Ming eran mal vistos, al igual que los extranjeros. Caminamos por días en la jungla, ahora avanzábamos de noche y a ciegas, dejando que Xian-re nos guiase y alertara del peligro. Mi poe brillaba en la oscuridad, amarrado a su pálido cuello. Eventualmente encontramos un camino y nos sentimos salvados.

            A lo lejos, entre las montañas, con una escalera de oro que ascendía hasta un majestuoso y antiquísimo castillo se encontraba la morada de los Sho-run. La montaña estaba protegida por enormes dragones que volaban. No eran para nada como los dragones legendarios que nadie había visto en el Miskatonic, se trataba de escamosas criaturas, casi como serpientes, con algunas plumas y pesadas cabezas de largos colmillos que parecían sonreír. El viaje, parecía, terminaba allí. Estábamos equivocados. Una caravana se aproximó, eran yitianos que, al igual que nosotros, buscaban llegar a Shang-ri. De una carroza se asomó Rashid ibn Khan, el hijo del profeta que, con un poco de mi ayuda, había unido a las salvajes tribus de bereberes.
- Pero qué pequeño es el mundo, por Yith, santo sea su nombre. Vaya lugar, ¿no es cierto? Poblado de salvajes de ojos negros y esas cosas voladoras.
- No son salvajes, hijo del profeta. Ni ellos tienen razón al decir que ustedes son los salvajes.
- Miren.- Dijo Xian-re, que con su mirada vampírica podía ver el triple de lo que nosotros veíamos. Una comitiva de monjes bajaba las escaleras de oro durante la noche. Ming se hizo a un lado, temiendo que le mataran ahí mismo. Le usaron de traductor. Nadie podía entrar a la ciudad prohibida, pero eran libres de quedarse y hacer comitiva.
- Parece que tendremos que regresar.- Dijo Rashid.
- No, he pasado mucho tiempo con ellos, conozco su lógica inversa. Si te dice que no, debes esperar. Son pacientes después de todo. ¿Qué es para ellos esperar una semana o un mes si ellos viven siglos? No, nos quedaremos. Al menos hasta que yo vea el océano de la otra punta del mundo.

Diciembre año 17 de la dinastía Wercer
            Las semanas se hicieron meses, pero no nos movimos de nuestro campamento. Krula me acompañó por los altos bosques hasta la playa. Habíamos llegado al extremo del mundo. ¿Había algo más allá?, ¿Era la tierra plana y bordeada de montañas como muchos creíamos o era realmente redonda?, ¿si un barco zarpase  desde estas costas llegaría hasta el reino del Miskatonic? Nuevas y excitantes rutas de comercio estaban ahí, esperando a ser descubiertas. Confiaba en Tanjib, mis notas y mapas llegarían hasta Kuntra, hasta el reino del Miskatonic incluso. Eventualmente los familiares de los Sho-run bajaron las escaleras. Habían escuchado de mí y nos permitirían ascender, pero no así a los yitianos, quienes debían esperar aún más.

            Shang-ri, la ciudad sagrada, sólo era accesible por barcos flotantes. Las escaleras eran una trampa, los dragones se alimentaban en ellas, de los venados montañeses o de gente lo suficientemente loca para ascender por las montañas y ver las maravillas. La ciudad era de oro y de gemas. Los Xue no nos recibieron, siguiendo revisando sus granjas de humanos como si no existiéramos, incluso Xian-re no parecía bienvenido. No veríamos a los Antiguos, pero un Sho-run, vestido de bata roja de seda con dragones que ascendían nos permitió dormir durante el día en una cabaña pequeña. Le dije de las peticiones de Indira, pero no me hizo caso, ellos harían lo que vieran necesario hacer y nada más.
- Extraño.- Dijo finalmente Yukichi, el mensajero de 832 años.- Un humano que no es terco.
- Respeto su voluntad, honorable Yukichi, su hospedaje es un lujo inmerecido.- Me miró sorprendido, con aquellos ojos negros y brillantes.- Aprendí algunas de las maneras de los Xue, disculpe si mi acento le incomoda.
- Respetaremos sus cosas, hemos leído y examinado sus mapas, no nos conciernen.
- ¿Pero ha visto esto?- De entre las ropas drarias le mostré las Nocturnalias impresas. No eran todos los dichos y las gemas de la sabiduría, únicamente los capítulos básicos. Miró el libro sin entender bien a bien qué era aquello. Estaban acostumbrados a los pergaminos, cerrados en estuches cilíndricos de cera. La imprenta era, para alguien de su edad, la primer sorpresa que había tenido en más de 200 años.- Lamento si he desacrado las Nocturnalias.
- Enseña a mis hombres cómo hacer esto y tendrán un final diferente al de sus amigos allá abajo.
- ¿Qué significa eso?- Interrumpió Krula.
- Yith... Unos dicen que es otra palabra para Magra, nosotros sabemos la verdad, ¿qué saben ellos? Les convertiremos a todos, pero prometo que estarán a salvo allá abajo hasta que ustedes me muestren esto de la imprenta.

            Laboramos en un taller con vampiros que no se dignaban a hablar. Con el tiempo entendí que no debían hacerlo, aquella era la tierra más sagrada de todas. Shang-ri era como Sarnath para los Xue y cada palabra debía tener un motivo honorable, o no tenerlo en lo absoluto. Les mostré cómo hacer los cubos de arcilla con las letras, cómo ordenarlas en la prensa y como rociar la tinta para imprimir los libros. Krula y Xian-re se hacían pasar por ayudantes, pero en realidad buscaban una manera de escapar.

            Los Xue eran muy intuitivos, una vez que comprendieran el modo en que la máquina operaba dejaríamos de ser útiles. Retrasé el proceso a propósito, con toda clase de excusas, pero eso no salvaría al hijo del profeta, de quien me enorgullecía decir que era mi amigo. Krula encontró un puerto de barcos de piedra lunar donde movían al ganado humano. La hora había llegado. A la mitad del día escapamos hasta el puerto. Xian-re val Ming, cubierto por completo como un familiar para alejar el sol de su piel, nos siguió hasta un barco.

            Krula mató al capitán por la espalda con una larga y dorada lanza. La dorada ciudad sagrada de altísimos templos Xue quedó lejana ahora, mientras los vientos nos dirigían hacia la comitiva que no tenía ni idea del horror que les esperaba. Los dragones, oliendo humanos, atacaron la nave y la piedra lunar se zafó de uno de los anillos que la sujetaban de la base. Xian-re sostuvo la tonelada con todas sus fuerzas mientras Krula navegaba como podía y yo inútilmente disparaba contra los dragones que, al alejarnos, nos dejaron en paz. El barco estrelló entre los árboles. Rashid ibn Khan corrió para ayudarme. Le pusimos al día, haciendo planes para escapar.

            Con los camellos listos avanzamos a toda velocidad, dejando atrás todo aquello que era innecesario. Cargué mi bulto como Krula cargaba a nuestro hijo. El hijo del Khan había desembarcado en un puerto cercano, y podíamos llegar antes de la noche. La huida había sido demasiado fácil, Krula lo sabía bien. Al llegar al camino al puerto se encendieron las luces negras y un par de samuráis de los Sho-run aparecieron de entre los árboles.
- Lo siento, pero los Ming y los Sho-run hemos estado en guerra por generaciones, era la única manera.- Dijo Xian-re, protegido por los samuráis que ya habían extendido sus filosas armas.- Si te sirve de consolación no matarán a tu hijo, lo crecerán como ganado.
- ¿Cómo pudiste?- Le gritó Krula.
- Marcuss era buen amigo mío, no sabía de su misión, pero aún así.- Se retiró despacio, dejándonos con los guerreros, pero de pronto se dio vuelta y señaló al poe que cargaba en su cuello.- El mundo sabrá la verdad sobre ti.
- Salvajes Xue.- Dijo Rashid, tirándose al suelo y nosotros le imitamos.- ¿Esperaban que el hijo del profeta no viniera bien armado?

            El barco yitiano en el puerto abrió fuego con sus cañones. Tenían Xue entre ellos, que se habían convertido a la Ummah, a la religión universal. Los samurái quedaron hechos pedazos y no demoramos en abordar el barco.

Septiembre año 18 de la dinastía Wercer.

            Los yitianos ya tenían barcos navegables para alta mar, es así como pudimos cruzar el Ganges y es así como abordamos otro barco, tan grande como cualquiera de los tuleanos, en dirección a Aquilania. Indira Gapuna y Tanjib nos acompañaron desde Kuntra. El larguísimo viaje se hizo más ameno con su compañía. Mi hijo cumplió dos años en altamar. Yo, el obrero y cobarde asesino de Marcuss Polun que había recorrido al continente de una punta a otra, regresaba a mi puerto de origen, sin saber qué pasar. Había partido en Marzo del año 15, nosotros llegamos en septiembre del año 18 y todos quienes hubieran conocido a Marcuss, me aseguró Krula, me tomarían por él, después de todo habían sido tres excitantes años que me habían cambiado el rostro y el alma.

            La ciudad flotante había cambiado con los años. Tenía un puerto flotante de piedra de luna. No podía pasar por agua, pero lo usaban para manejar las toneladas de cargamento que a diario pasaba por aquella maravillosa ciudad de canales y góndolas. La bandera seguía teniendo el rostro de Cthulhu, pero era un crisol de culturas separado por barrios, cada uno con sus propias costumbres. Estando tan lejos de casa por tanto tiempo me sentía atrapado. Había estado en estepas desérticas más grandes que el reino mismo, ahora estaba rodeado de edificios de cuatro o cinco pisos, todos pegados unos contra otros, todos muy coloridos y repletos de gente con sombrero, turbante o sombrero Xue. La nave yitiana no era la única en el puerto, parecía que cada día que pasaba los yitianos tenían más y más barcos comerciales, disputando los inescrutables mares contra el poderío del Miskatonic.

            Cruzamos la ciudad en una góndola. Habíamos sido invitados a una fiesta por Armin Barsel, la familia más poderosa de la ciudad del agua. En el palacio nos recibieron con aplausos. Yo vestía como tuleano, luego de tantos años, con un traje de gala que Barsel me regaló, junto con una casa y un guardarropas completo. Los mapas habían llegado a sus manos y estaba impresionado. Según la moda todos ocultaban sus rostros con máscaras que sostenían de una varita. Indira y Tanjib se miraron como si los demás estuvieran locos. Krula y yo tampoco les imitamos. Nadie parecía reconocer a Marcuss, al menos no al verdadero. Eso, al menos, hasta después de la comilona, cuando Xian-re val Ming se presentó frente a todos los invitados sosteniendo la botella con mi poe. Explicó que los Xue depositaban parte de su alma en ella, sus misterios, recuerdos y trasgresiones.

            Los invitados, más intrigados que interesados, le animaron a abrir la botella. El poe, una luminiscencia esférica comenzó a hablar. Habló sobre las criaturas fantásticas, sobre la guerra en el desierto, sobre Bokrug el Antiguo, pariente de Cthulhu, muerto y devorado por los diabólicos nasnas. Habló sobre el honor de los Xue humildes y la arrogante crueldad de los Xue poderosos. Habló sobre mis viajes y aventuras. Nada dijo sobre mi homicidio, pero sí sobre el complot para matar a la embajadora de paz. Todo aquello fue tomado como payasada, yo incluso fui el centro de burlas. Krula entregó todas mis notas, que había mecanografiado y editado, pero nadie las creía. Nadie imaginaba a los djin, a los nasnas, a los dragones, al yoga tántrico, a las enormes batallas y a los poderosos dalis.
- Ánimo amigo, hay quienes sí sabemos.- Me dijo Tanjib, aunque yo no lloraba al salir de la fiesta.
- No Tanjib, es mejor así.- No entendió mis palabras, ni cuando se las repetí al despedirme de ellos en el puerto.

            Nos acomodamos en nuestro nuevo hogar. Krula, mi amado Cimmus y mis mapas. Los más detallados aún estaban en mis manos, pero ella no entendía por qué no los había entregado. Abrí la ventana de plástico, el olor a pescado era inmundo, pero la ciudad en sí era bellísima. Tenía sus plazas y sus callejuelas adoquinadas. Un verdadero laberinto. Tomé los mapas y los lancé por la ventana para que cayeran al agua y para siempre se perdieran.
- El mundo debe permanecer así Krula, Marcuss estaba equivocado. No deberíamos quitarle su misterio o dejará de ser el mundo que es. Tenemos nuestra casa, nuestros negocios y nuestro hijo, ¿por qué no hacer algo por ese extraño mundo, más allá del mar y simplemente lo dejamos ser? Sueño de un loco y un idiota, lo sé, pero al menos por ahora, el mundo merece existir sin fronteras.


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