miércoles, 22 de julio de 2015

En el umbral de Xibalba

En el umbral de Xibalba
Por: Sebastián Ohem

Mi hermano Walter y yo nos habíamos distanciado, poco a poco, después de la muerte de nuestros padres. Mi trabajo me llevó a Dallas, mientras que sus estudios continuaron en Austin. Le había visto por última vez en Navidad. Me sorprendió mucho el enterarme que se encontraba en México, y al enterarme de sus problemas con la policía no dudé, siquiera un instante, en hacer mi maleta y tomar el primer vuelo a la ciudad de México, y otro a Mérida, Yucatán. No había profundizado en detalles, únicamente me dijo que se encontraba arrestado por homicidio y me rogó que le ayudara. Nunca antes había necesitado mi ayuda, ni siquiera cuando éramos niños, y tuve una sensación de orgullo al saber que, a pesar de los años, me consideraba su hermana mayor, su protectora y auxiliadora.

                En cierta ocasión había visitado Acapulco, hacía muchos años, y aunque muchos amigos en Dallas son fluidos en el español, yo no había logrado aprender gran cosa. De esta forma la única idea que se me ocurrió al llegar a Mérida fue visitar el consulado de los Estados Unidos. Inmediatamente me sentí como un pez fuera del agua, el calor atronador descendía sobre las calles sin clemencia. El taxista no dejaba de hablar en un español rápido e inentendible, su radio a toda pastilla me ensordecía con música vulgar. Ni el calor, ni el taxi, ni la música ayudaban a mis nervios. Una llamada desesperada de mi hermano había detenido mi mundo y me lanzaba a un nuevo mundo, desconocido, caluroso y misterioso.

                Cuando el taxista apagó la radio sentí que finalmente podía descansar mis nervios, sin embargo lo que vi cuando el taxi se detuvo me dejó sin aliento. Una mujer vendía un periódico cuyo titular decía “masacre en Chuntzalam: 6 muertos”. En el subtítulo aclaraban que tres de los muertos eran americanos, los otros tres eran locales. El nombre de mi hermano en una de las columnas “Walter Reed, ciudadano estadounidense, único sospechoso”. No dejaba de pensar en esas palabras mientras llegábamos al consulado.

                En el consulado me hicieron pasar de inmediato. Juan Carlos Rogers, un hombre moreno de mediana estatura y rostro afable, era el cónsul. Sobre su escritorio se encontraban los distintos periódicos que cubrían el macabro suceso. Su inglés era natural y perfectamente fluido, probablemente habría nacido en Estados Unidos, y al escucharlo sentí que al menos podía contar con cierto consuelo de mi tierra natal. El cónsul fumaba desesperadamente, a pesar de un letrero que pedía lo contrario. Al presentarme me tendió la mano y me ofreció un cigarro.
- No gracias, no fumo.
- Yo tampoco debería, pero dadas las circunstancias…
- ¿Cuáles son exactamente las circunstancias?- Rogers me miró desconcertado, le expliqué que mi hermano había sido críptico y desesperado, no había ahondado en detalles.
- Walter no ha hablado con nadie, ni siquiera conmigo. El que esté dispuesto a abrirse con usted es una gran ventaja. Será mejor que vayamos para allá. Deje aquí su maleta, luego vendrá por ella.

                Nos marchamos a toda velocidad en uno de los autos de la embajada. El cónsul buscaba las palabras adecuadas para darme las terribles noticias, pero al verme desesperada decidió ser franco. Me explicó que Robert Stevenson, Cristina Perez, Michael Stansfield y Walter Reed viajaron de Austin a ciudad de México, de ahí tomaron un autobús a Mérida, donde se hospedaron por una semana para luego hacer un campamento en las selvas cercanas a Chuntzalam, en la municipalidad de Buctzotz. Emplearon la ayuda de tres personas originarias del pueblo, Luis Puc, Manfredo Chan y Celso Lizama. El campamento debía durar cinco o seis días, sin embargo al cuarto día mi hermano regresó caminando a Chuntzalam.
- Su hermano, Walter, se encontraba en shock. La gente se asustó al verlo empapado de sangre, con rasguños por todo el cuerpo. La policía le arrestó de inmediato. Me informaron ayer sobre su detención y los detalles del caso. Encontraron los cuerpos de Robert Stevenson en pedazos, el cadáver de Cristina Perez se encuentra casi completo, como no se han podido identificar los pedazos de cadáver se cree que los demás murieron en semejantes circunstancias, o que quizás fueron ahogados en el cenote alrededor del cual acampaban, Babasosa le llaman, o Barbarosa.

                No sabía qué decir, y el cónsul tampoco. Mi cabeza daba vueltas y pensé que iba a vomitar. Seis muertos. La descripción que Juan Carlos hacía de la masacre me era inimaginable. Al llegar al penal seguí al cónsul y a sus guardaespaldas como un robot, me encontraba en piloto automático, durante la revisión para visitas no parpadeé. Los guardias me hicieron preguntas, pero yo no reaccionaba. Me sentaron en una silla plástico en el largo corredor que une la entrada con el patio central. El cónsul habló con el encargado, Emiliano Kan, un hombre alto de modos rudos. Se sentaron a mi lado y dieron una coca-cola para calmar mis nervios. El alcaide me hizo conversación, sobre sus viajes a Houston con su esposa. Trataba de despejarme la mente, pues únicamente podía pensar en los titulares del periódico y en la cifra, seis muertos.

                Cuando finalmente me repuse Emiliano Kan me condujo a solas por el pasillo que evitaba el patio central, donde habían algunos reos en su hora de descanso. Hombres de miradas duras, sus morenos cuerpos casi desnudos por el calor. Gritaban cosas que no podía detectar, pues mezclaban, según me dijo Kan, el español con el maya. Al final del pasillo había otro punto de seguridad, tras el cual empezaba una galería donde los reos podían hablar, a través de un plástico y bajo supervisión constante, con sus visitantes. Walter, con moretones en la cara y quemaduras en el cuello entró  a la galería en compañía de un guardia. Sus ojos vidriosos se alegraron al verme.
- ¡Dios mío! Walter, ¿qué te han hecho?
- Quieren que confiese algo que no hice. Sarah no sé qué hacer.
- Dime qué pasó.
- Robert, Cristina, Michael y yo estamos, o estábamos, en el último semestre y queríamos hacer una tesis de investigación. Pueblos migratorios de Mesoamérica. Por eso hicimos el campamento…- Su mirada se iba a la distancia, y con el cejo fruncido, trataba de recordar.
- ¿Qué pasó ahí?
- No recuerdo. Queríamos ir al cenote de Babasosa, porque nuestra teoría era que el pueblo que buscábamos pasó por ahí, pero los locales nos decían que estaba maldito. Recuerdo que contratamos a tres personas para ayudarnos, y ellos tenían miedo. Nos decían que las flores que ahí crecen, Babasosas, de donde llamaron el cenote, eran venenosas.
- ¿Comieron algo ahí?
- No sé, no me acuerdo Sarah, ¡no recuerdo nada!
- Trata de recordar, ¿qué es lo último que recuerdas?
- Estábamos enfermos, al menos eso creo, nos enfermamos y… Recuerdo después que estaba en el pueblo, en Chuntzalam, estaba rodeado de policías que me golpeaban.
- ¿Qué tal antes del campamento, recuerdas qué pasó antes?
- Estuvimos una semana, el hermano de Robert, Bill vino de Cancún, donde estaba de vacaciones. Fuimos a los bares y un día fuimos a un baldío, cerca del cementerio, queríamos fumar marihuana y divertirnos con un camello que conocía Michael. Le llamaban Poch, no sé si así se llame. Creo que recuerdo…
- ¿Qué cosa?
- En la selva, creo que le vi en la selva en el primer día de campamento.
- ¿Qué más recuerdas?
- Nada más. Esto es horrible Sarah.- Comenzó a llorar a todo pulmón, temblando de miedo. Los guardias le gritaron y se burlaron de él.- Tengo miedo, aquí todos me odian, no me dejes aquí Sarah.
- No dejaré que te encierren Walter, te lo juro.
- No me dejes Sarah, tienes que ayudarme, estoy desesperado. No hice nada, eran mis amigos, ¿por qué lastimaría a mis propios amigos? Mis amigos eran mi única familia, además de ti, sabes que no tenía a nadie más.
- Lo sé Walter, lo sé. Sé que no lo hiciste, y te juro que te sacaré de aquí.- El tiempo se había acabado. Los guardias lo jalaron del pelo para regresarlo a su jaula, mientras que yo golpeaba el plástico gritando a todo pulmón.- ¡Resiste Walter!, ¡te sacaré de aquí!

                La última vez que había visto a mi hermano, antes de prisión, había sido en una cena navideña. Reservado, pero de buen espíritu, un joven amable y cortés. Aquella imagen quedó relegada en mi mente por la de un Walter tembloroso, torturado y presa del pánico. No dudé ni un segundo en expresar mi horror ante el trato que le procuraban a mi hermano.
- Señorita Reed, le ruego entienda mi posición.- Decía Emilio Kan.- Su hermano es un hombre odiado y temido, y lamentablemente la mitad de mis guardias son primitivos y violentos. Créame que hago todo lo posible por evitar el abuso, pero esto es México.

                El cónsul me convenció de desistir. Viajamos en silencio, el cónsul debía estar pensando en cuestiones legales, mientras que yo trataba de idear un plan para demostrar la inocencia de mi hermano. En el consulado nos encontramos con los familiares de las víctimas americanas. Me sentí incómoda en esa situación, Juan Carlos tuvo la precaución de no presentarme. Los padres de Cristina lloraban desconsoladamente. Bill, el hermano de Robert, despedazaba una revista con la mirada al suelo y en completo mutismo. Francine, la esposa de Michael no dejaba de decir “¿con quién criaré a mi hijo?”. Les miré un segundo en el umbral de la sala de espera del cónsul y me escondí en la silla de uno de los cubículos vacíos. No podía verlos a los ojos. Todos habían muerto, menos Walter, y seguramente pensaban que mi hermano era un monstruo. Se equivocaban, e iba a demostrarlo. Mi hermano no mataría a sus amigos, y la solución al problema seguramente se encontraba en los días previos al campamento. Poch el vendedor de marihuana, su conexión con Bill Stevenson y Michael Stansfield.

                Cuando la adrenalina bajó me di cuenta que estaba cansada y no tenía habitación de hotel. Recuperé mi maleta, dejé el consulado y me registré en el Fiesta Americana. Necesitaba algo que me recordara a casa en medio de aquella jungla de concreto donde todos me eran tan diferentes. En el lobby del hotel todos leían la misma noticia, en la televisión había reportajes al respecto. El homicidio múltiple era ahora un asunto nacional. Aquello me dio más fuerzas. En vez de entrar a mi habitación para tomar una siesta renté un auto en la Hertz del hotel.

Mientras esperaba que me dieran el auto me preparaba para ir al consulado y hablar con Juan Carlos para convencerle de darme el hotel en el que se hospedaba Bill. Obtuve mi deseo cuando le vi entrar al hotel y subir por las escaleras mecánicas que conducen a la recepción. Instintivamente me escondí detrás de una columna. Nunca he sido una mujer chismosa, aunque siempre he sido desconfiada, pero nunca me había escondido instintivamente de alguien. ¿Era sospecha o timidez lo que me hizo esconderme? Cualquiera que fuese la razón, me empujó a seguirle. Recorrió el lobby hasta el elevador y le seguí con la mirada. Desde la recepción circular se aprecian todas las habitaciones, así me fue sencillo saber en cuál encontrarlo. Después de cinco minutos de indecisión me anime a tocar la puerta.
- ¿Diga?
- ¿Bill Stevenson? Necesito hablar con usted.- Escuchar inglés le debió resultar una sorpresa. Me dejó entrar y se sentó en una esquina de la cama para escucharme. Se trataba de un muchacho, no mayor de 27, rubio y chapeado por el sol, principios de una barba rubia y un cuerpo atlético. Estaba nerviosa y no sabía cómo comenzar, así que fui directa.- Mi nombre es Sarah Reed, soy la hermana de Walter.
- ¿La hermana…- Se quedó estupefacto. Cambió de pálido a rojo, hasta que comenzó a llorar. Luchaba contra sus lágrimas mientras hablaba.- Yo no sé qué decirle.
- Es difícil, lo sé. Todos culpan a mi hermano sobre lo que le pasó a tu hermano y a los demás, pero no es cierto. Walter es inocente. Quiero saber qué pasó.
- Todos estamos en el mismo barco. El cónsul dice que la policía federal ha tomado el caso y que le mantendrán informado. Hasta ahora no tienen nada, o al menos eso dicen. Podrían tardar hasta un mes en entregarme a mi hermano para llevármelo de vuelta a casa, mis padres aún están en shock.
- ¿Qué tal antes del campamento?, ¿pasaron una semana juntos?
- Sí, todo estaba normal. Estaban emocionados de poder terminar su tesis con este viaje. Michael y Cristina no dejaban de hablar sobre los distintos mitos mayas sobre las estrellas, y todo parecía estar bien.
- ¿Qué hay Poch?- Bill tragó saliva y parecía incómodo. Se levantó y fingió que estaba interesadísimo por limpiar su cómoda de todas las bolsas de frituras y botellitas de vodka.
- ¿Quién?
- La persona con la que fumaron marihuana.
- Poch…- Se volvió a sentar, esquivando mi mirada.- No sé, me da pena admitirlo.
- Vamos, es solo un poco de marihuana, nada del otro mundo.
- Sí, lo sé. Es tonto sentirse avergonzado de algo así en un momento tan difícil como este. Michael conocía a Poch, no sé cómo. Me imagino que ya habría estado por aquí en alguna ocasión. Era un sujeto raro, siempre de negro y obsesionado con la santa muerte. Le vimos esa vez en el baldío, la verdad es que no le presté mucha atención. Me acuerdo que discutió algo con Walter, pues Poch habla algo de inglés y Walter conoce algunas frases en español.
- ¿Dónde podemos encontrar a Poch?
- No lo sé, Michael no nos dijo cómo contactarlo, y no tengo su número. Además, no quisiera volver a verle, era macabro, estaba lleno de tatuajes y no dejaba de hablar sobre los cultos satánicos que se hacen en la selva.
- ¿Tú crees que habría ido a la selva? Dices que estaba obsesionado con eso.
- Se interesó en el campamento, pero cuando me despedí de todos no le vi, así que asumí que no fue.
- ¿Tomaste fotos? Quizás podríamos llevarlas al consulado, así Juan Carlos podría pedirle a la policía que nos ayude.
- No, lo siento, no traje mi cámara. Michael y Robert tomaron muchas fotos con su celular, me imagino que si los celulares están en el campamento la policía los estaría analizando ahora.

                No había sido una derrota total. Ahora sabía que mi hermano decía la verdad, Poch podría haber estado en la selva. Un sujeto macabro y obsesionado con cultos asesinos debería ser, cuando menos, considerado como sospechoso principal. El local de renta de autos finalmente me dio la llave y firmé los últimos papeles cuando bajé de hablar con Bill. En el estacionamiento, en la zona de autos rentados busqué mi Civic azul y me detuve un momento en el auto estacionado a su lado. Un folder del consulado americano descansaba sobre el asiento del acompañante. Debía tratarse del auto de Bill, sin duda alguna. Al acercarme para ver su interior un reflejo metálico captó mi atención. Me había mentido sobre las fotografías. Debí haberlo supuesto desde el principio, un turista americano en Cancún siempre va armado con su cámara fotográfica. En un principio pensé en romper el vidrio y robar la cámara, pero era demasiado arriesgado.

                Me encontraba en la indecisión absoluta cuando el elevador sonó su timbre y se abrieron las puertas. Bill Stevenson caminaba directamente a su auto. Me agaché de inmediato, pero supe que aquello no era suficiente. Nos separaba un pequeño muro de contención de cincuenta centímetros, no era lo suficientemente alto como para que pudiera escabullirme sin ser detectada. Bill se acercaba cada vez más, el eco de sus zapatos retumbaba cada vez más cerca. Tenía ansias de seguirlo, pero no podía ni siquiera abrir la puerta de mi auto sin ser descubierta. Cuando terminó el tramo de lozas y comenzó en el asfalto del estacionamiento me tiré al suelo y rodé hacia el interior del Civic, jalando mi bolsa  de estambre en el último momento posible.

                Esperé unos momentos antes de salir de abajo del auto, y en cuanto tuve oportunidad le seguí, dejando siempre varios metros de distancia. El Tsuru de Bill recorrió varias avenidas y glorietas hasta detenerse frente a una tintorería. Estacioné a varios autos de distancia y le seguí con la mirada mientras llevaba su ticket y recogía su ropa. No estaba segura de lo que esperaba, pero la adrenalina de la persecución, así como la firme determinación de salvar a mi hermano me mantenía con la mirada fija. Antes de entrar al auto recibió una llamada, desesperadamente buscó dentro del coche una pluma y un periódico sobre el cual anotar lo que se le decía. Corrió hasta la esquina para llamar por el teléfono público, pero al parecer no funcionaba. Volteaba de un lado al otro para buscar un teléfono, hasta que terminó por preguntarle a la empleada de la tintorería. Regresó a la calle y miró primero al auto y después a un teléfono a dos cuadras. Aunque el calor era agotador prefirió correr hacia el teléfono que manejar dos cuadras.

                Estaba intrigada por la llamada. Era imposible acercarme para escuchar la conversación, pero al mirar su auto noté que las ventanillas habían quedado abiertas. Salí del auto y corrí casi en cuclillas escondiéndome detrás de los autos. Bill me estaba dando la espalda, y esperé hasta que la recepcionista de la tintorería se ocupase para que pudiera meter la mitad del cuerpo por la ventana, extraer la memoria de la cámara y correr de regreso al auto sin ser detectada.

                Aunque la idea de seguir a Bill era tentadora no podía resistirme. Necesitaba ver lo que la memoria de la cámara contenía. Manejé de regreso al hotel y extraje mi computadora portátil de la maleta. Había docenas de fotografías narrando sus vacaciones en Cancún, su viaje en camión a Mérida y la visita de su hermano y amigos. Momentos congelados de sonrisas, gestos, fiesta, bromas y besos. Tardé en darme cuenta de lo que acababa de ver, pero cuando lo hice noté que Michael y Cristina, en muchas fotografías, aparecían besándose o abrazados. Muchas de ellas habían sido tomadas para Robert, o Walter, y ellos dos aparecían en la parte de atrás. Ahora había un triángulo amoroso y crecía mi certeza de que había algo sospechoso en todo el asunto. Las fotografías tomadas en el baldío mostraban, finalmente, a Poch. Un joven moreno de largo pelo negro, nariz aguileña y complexión delgada. En la fotografía aparecía detrás de Michael y Cristina (abrazados), Robert y Walter. Poch se encontraba recargado contra una camioneta pickup negra leyendo un libro pesado, una lámina cubría la ventana trasera con un dibujo de la santa muerte.

                Manejé hasta el consulado y me reuní con Juan Carlos. Me invitó a comer algo, aunque yo no tenía hambre. Mientras trataba de acompañarle comiendo lo que él llamó “los mejores papdzules de Yucatán” le hablé de todo lo ocurrido en el hotel, mi aventura, la memoria de la cámara y las fotografías.
- Le seré honesta, la policía de Yucatán quiere cerrar el caso cuanto antes. Su hermano está siendo usado como chivo expiatorio, no les importa si confiesa o no. Afortunadamente no ha cedido ninguna confesión, y ya ha visto usted las técnicas de interrogatorio.
- No puede pedirme que desista.
- No, no, al contrario, estoy de su lado. Walter no es el primer americano, ni el último, que no recibe un juicio justo en México. Sin embargo, todo lo que el consulado puede hacer es… Bueno, dicho de otro modo, las evidencias, de haberlas, que no sean recogidas y analizadas por la policía local, no cuentan como evidencia. ¿Me entiende ahora?
- Perfectamente.- El mensaje era claro, si iba a ver una defensa legal competente para mi hermano debíamos hacerlo nosotros mismos, pero todo en silencio y volando bajo.
- Ahora, lo que usted, una turista americana, haga con su tiempo libre durante su estancia en este bello Estado, no es mi incumbencia, ni la de las autoridades.
- ¿Y si quiero ir a Chuntzalam?
- Nadie puede quitarle ese derecho.
- Eso pensé.
- Thomas irá con usted, puede ser peligroso para una mujer americana vagar por la selva.- Hizo una seña y llamó a uno de sus guardaespaldas. Un hombre alto y fornido de tez morena.- Thomas Gregory fue marine durante cinco años. Conoce todo Yucatán y habla un español yucateco muy fluido, hasta pasa por ser un yucateco más. Vayan juntos, yo preguntaré a unos amigos locales sobre este Poch, y si quiere averiguo algo sobre Bill Stevenson con las autoridades de Estados Unidos.

                El viaje a Chuntzalam fue silencioso. Thomas trató de hacerme conversación, era un hombre apuesto y amable, pero no podía pensar en hombres, estaba distraída. La única manera de llegar era mediante una larga carretera secundaria de dos carriles en pésimas condiciones. La selva parecía a punto de tragarse el camino, los troncos se levantaban tan juntos los unos a los otros que parecía imposible penetrar en ella. Thomas me explicó que Yucatán siempre quedó relegado del resto del país debido a la dificultad para llegar a ella. Hasta relativamente poco era necesario ir en barco, pues la construcción de los ferrocarriles implicaba una batalla constante contra la jungla que, en menos de una semana, volvía a ocupar el sitio de las vías. Yucatán siempre había permanecido solo, separado del resto de México por casi toda su historia, y muchísimos pueblos aún se conservan donde no han conocido cambio alguno por miles de años.
- No hable con ellos, son un poco cerrados y así se evitará frustraciones. Hablo un poco de maya, así que si necesita algo pídame ayuda.
- ¿Has escuchado hablar sobre la santa muerte?
- Es una veneración típica del narcotráfico mexicano. Veneran a la muerte por protección y para vengarse de sus enemigos. Se ha estado popularizando durante estos años. ¿Ese sujeto, Poch, es devoto de la santa muerte?
- Eso creo, así lo describió Bill y en su camioneta tenía una lámina de la santa muerte en el vidrio trasero.
- En todo caso Sarah, váyase con cuidado. Hay muchas cosas sobre estos lugares selváticos que han permanecido inalterados incluso desde la época colonial.

                La gente del pueblo había sido robada de su rutina. Se juntaban en el parque para hablar entre ellos, rumores o chismes nuevos. Habían visto muchos autos, mucha gente extraña y muchísimas descripciones macabras sobre lo sucedido. Thomas me preguntó qué quería hacer primero. La verdad no sabía con seguridad, quería saber quién había encontrado a mi hermano, pero no sabía cómo hacerlo. Thomas sugirió el parque.

                No pude seguir la conversación, pues en mayoría transcurría en maya y en dialectos del español. Según lo que Thomas me traducía, hablaban sobre el cenote maldito, donde crecen plantas mortales. Estaban seguros que no era la primera vez que ocurría algo así, pero el anciano que lo dijo no recordaba cuándo había habido otra matanza, “siglos deben haber pasado”. Se preparaban los familiares de Celso Lizama, uno de los guías muertos, para el funeral. Manfredo Chan no tenía familiares en Chuntzalam, y en cuanto a Luis Puc su viuda aún tenía esperanzas de verlo de nuevo. Cuando preguntó Thomas por la dirección de la viuda no quisieron decirnos nada más. Preguntamos sobre Walter, quién le había encontrado y en qué estado, pero tampoco quisieron divulgar esa información.

                Thomas me pidió paciencia, compró unos dulces en una tienda y caminamos dos cuadras hasta una cantina. Me explicó que muchos de los hombres son ebrios que viven el día entero en la cantina, muchas veces están sus hijos cerca. Sobornó a uno de los niños para que nos dijera dónde vivía Luis Puc y quién había encontrado a Walter. La última casa del pueblo, en dirección norte, frente a la carretera. Un policía municipal, Eferino Barreda, había encontrado “al gringo lleno de sangre”, como le llamó él. Nos alejamos antes de que nos viera el padre de la criatura.

                Pensamos en hablar con la viuda de Luis Puc, quizás si todavía tenía esperanzas de que su marido viviera se encontraría más abierta a la idea de una investigación. Al llegar a la pequeña casa de cemento que guardaba en su parte trasera unas cuantas parcelas para cultivar no encontramos a nadie. Ya caía la tarde y la mitad del pueblo estaba en misa.

                Ambos nos encontrábamos inquietos, ¿qué habíamos descubierto al ir al pueblo? Absolutamente nada. La gente era críptica y temía a los extraños. La única mujer que aún tenía esperanzas de ver a su marido no se encontraba en casa. Decidimos volvernos a Mérida atravesando el pueblo y tomando la carretera secundaria que lleva al norte.

                Estuvimos en silencio y casi me quedé dormida cuando el auto se detuvo en seco. Las llantas chirriaron y el auto zigzagueó levemente. El cinturón de seguridad me atrapó mientras la inercia me lanzaba hacia el frente. Antes de que pudiera gritarle a Thomas por su falta de precaución inició la reversa y a toda velocidad regresamos varios cientos de metros.
- No pensé nada al verla, me acordé lo que dijiste sobre Poch.- Frenó bruscamente en la entrada a un camino polvoriento donde apenas cabía la camioneta negra de Poch.

Era idéntica a la fotografía. Thomas me extendió una linterna cuando me vio salir del auto. La noche nublada sumía todo en penumbras. Entramos en los pastizales que nos llegaban a las rodillas. Los mosquitos zumbaban con fuerza alrededor de mi cabeza. La humedad era tan fuerte que con recorrer cien metros sentía que me faltaba el aire. No había nadie dentro de la camioneta.
- No puede estar lejos.- Advirtió Thomas, instintivamente sacando su pistola automática.- Tengamos cuidado.- Asomé la linterna al interior de la zona de carga de la camioneta.
- ¿Qué es eso?- Virutas plásticas de color blanco habían quedado en el suelo de la camioneta. Thomas se asomó y de un empujón se subió a la camioneta. Pasó sus dedos por el suelo y encontró algo.
- Restos de marihuana.- Me mostró los pedazos de plástico blancos y los trocitos de marihuana con la linterna.- Ha cargado con paquetes enteros. Quizás está negociando algo de drogas en este instante.

                Regresamos al auto sumidos en nuestros pensamientos. Poch parecía más que un simple camello, y su rol en la masacre aún no quedaba determinado, aunque su carácter se iba haciendo cada vez más claro. Luego de pasar quince minutos en silencio advertimos dos patrullas con las sirenas encendidas. Los policías habían dispuesto pequeñas lámparas de vela para indicar una zona de escrutinio. No tuve que decirle nada a Thomas, quien estaba tan perplejo por el misterio como yo. Caminamos a las patrullas y nos asomamos para ver lo que querían proteger.

                Dejé escapar un pequeño grito de horror. Un venado yacía muerto con dos profundas marcas en el cuello que por poco le había cortado la cabeza. En el lomo y en el estómago se encontraban tres franjas, dos paralelas y una en ángulo, en donde se encontraba consumido el pelaje. Como tres tiras donde una grotesca infección de piel había dejado al animal con la piel de color gris y grandes forúnculos negros. Los cuatro policías nos ordenaron regresar al auto, pero Thomas les dijo que trabajábamos para el consulado y regresaron a sus patrullas para reagruparse y decidir un plan de acción. De los cuatro emergió uno que bromeó con los otros tres y se nos acerco sonriente.

                El policía nos alejó de la zona y se presentó como Eferino Barreda. Un hombre gordo y moreno oscuro, con brazos anchos y gran sonrisa. Trató de hacerme conversación, y a juzgar por su mirada se trataba de una plática atrevida. Thomas le convenció que mi conocimiento del español no abarcaba los dialectos yucatecos.
- Usted disculpe, dulce dama.- Su aliento alcohólico me tomó por sorpresa y evadí mi disgusto sonriendo cortésmente.- Lo que tenemos es un caso de ecocidio, algún cazador sádico torturó al pobre venado. Descuiden, estamos entrenados para esto.
- Nunca había visto marcas como esas, oficial Barreda.
- Dígame Eferino, Sarah.
- Pues Eferino, ¿había visto algo así?
- Pues…- Se quedó pensando un momento y finalmente respondió negativamente con la cabeza.
- ¿Conoce usted a un Luis Puc?
- Sí claro, si es que conozco a casi toda la gente de Chuntzalam. Mi mamá era de allá, Dios la guarde. Ese Luis era buena gente, se juntaba con Poch, que es mala gente, pero esa es otra historia.- Encendió un cigarro y pareció relajarse. Altaneramente nos confrontó.- ¿Y a qué tanta pregunta, si puede saberse?
- Bueno, don Eferino- Concilió Thomas.- si quiere usted saber, Sarah y yo estamos haciendo una… Oiga, ¿no le da miedo meterse en problemas por hablar con nosotros?
- A mí nada me asusta, díganme gringos ¿para qué soy bueno?
- Estamos investigando lo sucedido en el cenote de Babasosa, hemos oído que usted encontró a Walter Reed.- El truco de Thomas había funcionado a la perfección. Le hacíamos creer a Eferino que necesitábamos desesperadamente de su ayuda para una aventura ilegal y él, por no dejar de ser el macho, se volvió cooperativo en todo.
- Lo encontré vagando en la carretera sur que lleva a Chuntzalam, estaba caminando como muerto. Pálido y con la camisa rota, también los jeans estaban rasgados. Tenía sangre por todas partes, detuve la patrulla y lo metí para darle algo de tomar en el pueblo. Pensé que era su sangre, pero nos dimos cuenta que no era suya, porque ahí en Chuntzalam vive un doctor que sabe de esas cosas. La viuda de Luis le reconoció, de los gringos que se fueron. Por poquito y lo linchan, lo tuve que meter a la patrulla y llevármelo a Mérida. Llamé a mis compañeros para que fueran al campamento.- Ese hombre había salvado a mi hermano. Tenía el impulso de abrazarlo y agradecerle por haber estado ahí en ese momento, por detener a la turba violenta, pero me contuve.
- Es usted muy noble don Eferino, si no hubiera estado ahí…
- No se preocupa Sarah, es mi trabajo. Y que conste que no tengo problemas con los gringos, mi primo está allá, en los United.- Nos miró sospechosamente a Thomas y a mí, y acercándose como para compartirnos un secreto, nos dijo con toda seriedad- ¿Quieren ver el campamento?

                Manejamos de regreso unos diez minutos, siguiendo a la patrulla, para después introducirnos en la maleza. Eferino iba primero, cortando ramas con un largo machete. Nos condujo bordeando una enorme colina rocosa por un atajo que él conocía. Estuvimos en tinieblas, alumbrados por nuestras débiles linternas, por unos pocos minutos, y después nos encontramos con una brillante luz. La policía federal había dispuestos faroles potentes alrededor del campamento para mantenerlo iluminado a todas horas. Dos policías encapuchados con metrallas nos apuntaron en cuanto salimos de la maleza hacia el claro que bordeaba la entrada al cenote. Eferino nos presentó como “dos amigos gringos” y los federales se calmaron. Los guardias, según nos dijo Barreda, eran amigos suyos y nos permitían echar un vistazo rápido sin tocar nada.

                Las farolas, en trípodes y montadas en los árboles, alumbraban perfectamente el sitio donde se habían erigido tres casas de campaña, rodeadas de cajas, morrales y mochilas de viaje, y en cuyo centro había una fogata apagada en sus cenizas. No había un artículo que no estuviera manchado de sangre seca. Listones de cordón blanco trazaban las figuras de dónde habían encontrado los cuerpos. Mi corazón latía a toda velocidad. Ninguna de las figuras estaba completa, en algunas partes una mano, en otras lo que parecía ser una cabeza, y en muchas otras partes, como en la boca del cenote o encima de una tienda de campaña a medio derrumbarse, se trataban de manchas amorfas, pues habían recuperado varios pedazos. Mi Walter no hubiera hecho eso, no hubiera sido capaz.

                Me acerqué a la boca del cenote, igualmente iluminado por los faroles, para asomarme. Una pequeña caverna en pendiente que llevaba a un río subterráneo. En las paredes de la caverna y en el techo había manchas de sangre. En el pedazo de piedra que se alzaba levemente por encima de la corriente del río subterráneo había otra marca con cinta blanca. Eferino casi me empuja al lanzarse a pisotones sobre una planta a tres centímetros de mi tenis.
- Discúlpeme Sarah, no pensé que la fuera a empujar.- Se aseguró de terminar de machacar con la suela del zapato antes de retirarse.
- ¿Y qué hacía?
- Ah eso, es que es costumbre de acá de Buctzotz.
- ¿Empujar a las mujeres?
- No, eso no. Son esas flores, ¿ve aquella?- Señaló un brote de flor cerca de una de las tiendas de campaña que aún no se derrumbaba por completo. Como el brote era parte de una figura trazada por listón, no tuvo la opción de lanzarse en su ataque. La flor en sí no era ni bella, ni fea. Dos largas hojas en un tallo delgado y débil, dos o tres pétalos de color verde oscuro con el pistilo y los filamentos más largos que los pétalos. En su conjunto parecía una orquídea desnutrida y aplastada.
- ¿Éstas son las Babasosas?
- Sí, esas mismas.
- ¿Podría ser que comieron de ellas?
- ¿A quién se le ocurriría hacer tal cosa? Además, eso de pisarlas es por lo de la mala suerte, pero es pura superstición local.
- ¿A qué se refiere?
- Hubo una expedición de monjes, durante la colonia, para evangelizar el interior del Estado. Venían en el barco Barbarosa y por eso se le llamó así, la expedición Barbarosa. Los mayas lo llamaron Babasosa. Total que nunca volvieron. Según la leyenda la expedición llegó hasta este cenote y les mataron a todos, desde entonces el cenote está maldito y estas flores que crecen tanto aquí son odiados por guadalupanos creyentes como yo.
- De nuevo contigo…- Exclamaron los federales, le gritaron un par de cosas en maya y nos empujaron para salir del área acordonada.

                Cruzando por el medio de la circunferencia que marcaba el campamento me detuve súbitamente frente a una de las cajas de madera. La caja contenía aún comida y botellas  vino y cerveza, pero no fue el contenido el que me llamó la atención. Mientras los federales, Eferino y Thomas me llamaban, me quedé viendo la sombre de la caja.
- La sombra, ¿la ven?- La sombra de la caja se extendía por casi dos metros.
- ¿Y qué tiene?
- Que la caja está justo debajo de ese farol en el árbol y frente a ese otro farol. No debería soltar una sombra, y de hacerlo, tendría que hacerlo en el sentido contrario.

                Todos nos quedamos en silencio. La sombra de la caja estaba, de alguna forma inexplicable, mal puesta. Uno de los federales señaló que uno de los troncos cortados que sostenían una de las tiendas de campaña no proyectaba ninguna sombra, aún cuando se encontraba casi frente a uno de los faroles exteriores. Un temor profundo nos invadió a todos y Eferino, Thomas y yo regresamos por donde habíamos venido.

                En el largo viaje de regreso apenas y dijimos algo. Me fue imposible conciliar el sueño. Lo único que alcanzamos a decir fue que era buena idea el no decirle a Eferino Barreda que habíamos encontrado la camioneta negra de Poch, por si acaso y el policía estuviese coludido con el narcotráfico y nos arrestara por proteger sus intereses económicos. Por horas pensé en la expedición de la que había hablado Eferino, en las extrañas sombras fuera de lugar, en las marcas inexplicables del venado y en la santa muerte. Cuando el celular de Thomas sonó pegué un brinco del susto, había estado tan sumida en aquellos pensamientos inquietantes que mis nervios estaban hechos trizas.
- El cónsul dice que Bill Stevenson fue arrestado en Tucson por posesión con intención de venta, hace unos años. No tiene ningún expediente criminal en México. Poch es el alias de un camello local de baja categoría.
- Eso ya lo sabíamos, pídele la dirección. Aún no tengo sueño, dile sobre Chuntzalam.
- Yo tampoco tengo sueño.- Dijo Thomas. Puso al día al cónsul, sin mencionar el episodio tétrico con las sombras en el campamento.

                Nos dirigimos a la casa de Poch en el fraccionamiento Montejo. Un fraccionamiento enorme que parecía más bien una ciudad satélite de Mérida. Cuadra tras cuadra de casas diminutas y arrimadas las una con otras. En todas ellas dos pisos con pequeños jardines delanteros, un espacio de estacionamiento, ventanas de persianas de vidrio. Fiestas y reuniones nocturnas en los porches. Tanto jóvenes como viejos disfrutando de su cerveza en sus sillas de plástico. El día había sido caluroso y finalmente podían descansar. La casa de Poch se encontraba en una zona peligrosa del enorme fraccionamiento. El pasto amarillento y repleto de malas hierbas, paredes con graffiti y algunas latas de refrescos partidas por en medio y quemadas en los extremos que se usan para fumar crack.
- No hay nadie. ¿Qué quiere hacer? -Me disponía a retirar cada los paneles de vidrio que hacían la ventana cuando Thomas empujó con fuerza la puerta de la casa y ésta cedió.- Más fácil.

                La casa apenas y tenía algún mueble en la cocina, el lavamanos y estanterías que venían con la casa. Una mesa de plástico y dos sillas en una salita y a la derecha un colchón con sábanas mugrientas. Thomas encontró una pequeña bolsita de crack debajo del fregadero y yo encontré algo más interesante. Poch era, al parecer, un obseso con lo esotérico. Una pila de libros, cerca de su closet improvisado en la pared, sobre la santa muerte, cultos esotéricos y rituales sacrificiales. Uno de estos libros se encontraba en inglés, “Arcaicos cultos estelares”.
- Quizás sabe leer bien inglés.
- Quizás, pero entonces ¿porqué tiene el sello de la biblioteca de la universidad de Austin?- En la primera hoja se encontraba el sello de la biblioteca y restos de cinta adhesiva que en algún momento sostuvieron un cartoncito para marcar fechas de salida y de entrada.
- Esto podría probar algo.
- Yo creo que prueba mucho, prueba que Poch sí estuvo en la selva como dijo Walter.
- Quizás sí, quizás no, tal vez lo obtuvo antes de que salieran de Mérida.
- Eso también es posible.
- De todos modos no podemos quedarnos aquí, no olvides que todo lo que estamos haciendo es ilegal y no cuenta en el sistema judicial mexicano. En todo caso llévatelo y después armas con tu abogado una buena defensa.

                Cuando llegué a mi habitación de hotel me di cuenta de lo cansada que estaba. En menos de un día había recorrido miles de kilómetros a un país extranjero, a una ciudad de la que nunca había escuchado, donde corría contra reloj para demostrar la inocencia de mi hermano de una brutal masacre. Ordené algo de cenar por servicio a la habitación y me bañé. Pensé en dormir luego de cenar, pero al terminar mi club sándwich me di cuenta que no tenía sueño. El libro de “Arcaicos cultos estelares” llamaba mi atención. ¿A quién había pertenecido originalmente?, ¿lo habría conseguido Poch después de matar a todos, o incluso antes?, ¿realmente habían discutido Poch y Walter en el baldío como me había dicho Bill?, ¿qué conspiración podía estar formulando Bill Stevenson?

                No podía resolver todas mis dudas, pero podía empezar por el libro. El autor era anónimo, “edición privada, club Miskatonic, 1980”. El índice cubría “estrellas polares y cultos árticos”, “noches eternas de Lemuria”, “movimientos del eje terrestre y cultos Atlantes”, “constelaciones antediluvianas”, “glaciación y cultos del hielo”, “migración del sur y piedras del Pacífico”, “constelaciones postdiluvianas”, y otros títulos semejantes. El libro había sido leído intensamente, eso era obvio, había marcas de anotaciones, subrayados, señalizaciones y referencias a otros libros. Si la masacre guardaba relación con el tema de la tesis que estaban investigando, quizás aquí podría encontrar una respuesta.

                Cada segmento que hablaba sobre migraciones de los pueblos mesoamericanos primitivos, previos al imperio azteca, se encontraba subrayado o marcado de alguna forma. Había docenas de anotaciones del tipo “Cfr. Bruttenholm”, “¿Parker?”, “revisar “Migraciones notables” p.33-38”. Me detuve en una página donde aparecía circulado un nombre “Cthulhu”. Uno de los párrafos leía: “Estas migraciones antárticas siguen el patrón del cambio que hubo en las constelaciones tras el cambio del eje terrestre del gran ajuste diluviano. Kingsley anota que “Lemuria era, sin lugar a dudas, un lugar caliente rodeado de volcanes”. De manera que la migración sudamericana buscaba una estrella, y no el calor primaveral, como otras migraciones. La migración de este pueblo místico asemeja mucho a la leyenda de los magos de los evangelios. Comparten el mismo origen ctónico. Este pueblo terminó en la península de Yucatán que es, según dicen los geólogos más reputados, una formación relativamente reciente. Su origen es desconocido, aunque se teoriza sobre la caída de un meteorito que habría formado su orografía. Este meteorito era “la estrella de Xibalba”, o “casa de los dioses” que buscaron por tantos siglos en sus peregrinaciones.”

                El autor del libro postulaba que este cometa, que además extinguió a los dinosaurios, era igualmente reverenciado como una estrella y como el inframundo. Se le adoró por siglos como estrella que se acercaba hasta que en sus cientos de vueltas por la órbita terrestre fue atrapado por la gravedad y terminó cayendo a la Tierra, formando así a la península. Esta tribu que menciona, y que seguramente sería el tema de la tesis de mi hermano y sus compañeros, la describe de la siguiente manera “tenían profundos conocimiento de Xibalba. Ellos influenciaron el Popol Vuh mediante sus conocimientos secretos. La evidencia más clara la encontramos en las detalladas descripciones de la ciudad sumergida y en sus jerarquías. Esta gran ciudad se conservó intacta en el meteorito a pesar del choque, y la interacción entre los mayas que abrazaron la nueva tribu nómada y los aborígenes guatemaltecos queda ilustrada en el Popol Vuh. En ese libro se detalla la lucha entre los dioses de los indígenas autóctonos contra los dioses y prácticas sacrificiales de esta tribu de Lemuria. La aparente derrota de los señores de Xibalba es en realidad un mito que cubre una verdad histórica. El meteorito al caer se quebró en algunos pedazos que, tarde o temprano, dieron paso al agua y formaron los ríos subterráneos de Yucatán. La ciudad aún seguiría de pie, según autores como Yorkins, Mathews y Golgan, a pesar de que se ha inundado. La realidad es que adoraban a los dioses que ahí moraban y, en sus rituales iniciáticos, nos recuerdan la veneración de Cthulhu en las islas del Pacífico. Estas tribus le conocían como Tulmulum. Sus ritos violentos les ganaron el odio de varias tribus mayas, por lo que fueron forzados a emigrar al norte. Las fechas empatan a la perfección con el período de sacrificios humanos que nace en Tenochtitlán.”

                Cuando cerré el libro me di cuenta que eran más de las cuatro. Apenas y podría dormir si quería visitar a Walter en cuanto el penal abriera sus puertas a visitantes. Tomé una pastilla para dormir mientras pensaba en lo que había leído en “Arcaicos cultos estelares”. Migraciones desde el polo sur que adoraban a un cometa que pasaría cerca de la Tierra cada cierto tiempo, un choque estrepitoso que habría borrado del mapa a gran parte de la vida salvaje pero que, milagrosamente, habían sobrevivido las tribus nómadas. Cultos de sacrificios humanos para agradar a la ciudad-meteorito, grandes monstruos que devoraban humanos. La catástrofe de una inundación subterránea que les habría borrado del mapa para siempre. La consiguiente expulsión de los nómadas hacia el norte, para infectar con sus locuras al imperio azteca. El tema me parecía macabro e inusual para una tesis. Las pocas horas que dormí tuve pesadillas con ciudades sumergidas, monstruos gigantescos, venados con piel grisácea y purulenta y con docenas de hombres como Eferino Barreda que trataban de secuestrarme en la selva mientras oía los gritos de mi hermano.

                Visité la prisión tan temprano como era posible. La mala noche había quedado como recuerdo ante la posibilidad de armar alguna clase de caso que exonerase a mi hermano. Los periódicos publicaban su nombre “Walter Reed, el carnicero de Chuntzalam”. Emiliano Kan salió a recibir a Juan Carlos y a mí, y para espantar a los reporteros que groseramente se lanzaban sobre el cónsul. Afortunadamente no me reconocieron, y el cónsul no reveló mi identidad al mencionarme como su ayudante.
- Esto se está volviendo un circo.- Dijo Kan. Se acomodó la guayabera y se limpió el sudor con su pañuelo rojo.- Anoche se suicidó un guardia. Se encerró en el baño con su escopeta y se voló la cabeza. El condenado no tuvo la decencia de hacerlo en su casa. Para colmo tengo la enfermería repleta de internos con toda clase de suplicios. Si por mí fuera meto a esos reporteros en las celdas.
- ¿Mi hermano ha dicho algo?
- Nada, y me aseguré personalmente de que no sufriera mayor maltrato. A decir verdad no fue difícil, la mayoría de los reos le tienen miedo.- Juan Carlos y yo nos sorprendimos.- Olvídenlo, mejor entren de una vez.
- Sarah…- Walter estaba pálido, a pesar de su exposición al sol, su mirada aún más vidriosa. Parecía que el miedo lo estaba matando.
- Walter, Dios mío, resiste hermanito.
- No puedo…- Se acurrucó en la silla pegándose contra el vidrio, instintivamente buscando un abrazo. Tenía ganas de derribar el vidrio y abrazarlo, sostenerlo en mis manos y protegerlo como a un niño.
- Sí puedes Walter, solo un poco más. Dame un día o dos y te sacaré de aquí, ya voy progresando. Háblame de Cristina.
- Ella venía por Michael, tenían un amorío, nadie hablaba sobre eso.
- ¿Sabes quién es Francine?- Walter se pegaba al vidrio y daba leves golpecitos con la cabeza, su lucidez se estaba yendo. A diferencia de la última vez los guardias no le dijeron nada, se quedaron en respetuoso silencio mientras veían para otro lado.
- La esposa de Michael, está embarazada. Discutieron en el camino a Chuntzalam, Robert y yo fingimos que no escuchábamos.
- Walter, encontré a Poch, o al menos su casa y su camioneta, pronto lo atraparemos y daremos sentido a todo esto. Se robó algo del campamento, ¿no fue así?
- No me acuerdo…
- ¿Robó un libro o alguien se lo dio?- Se tapó el rostro con las manos como tratando de silenciar las voces en su cabeza.
- Tulmulum…- Dijo en un suspiro. Dejó de mecerse y me miró intensamente.- ¿Michael? Quiero decir, ¿crees que él habría hecho…?
- No lo sé. Únicamente sé que todos te culpan a ti y que nadie tiene problemas en imaginar que tú habrías hecho algo así. Piensa en eso, te creen capaz cuando tú no tenías ningún móvil. Michael sí tenía el móvil, al menos para matar a Cristina, conocía además a Poch y nadie sabe cómo.
- Imposible, Michael está muerto y quizás yo lo maté…
- ¡No digas eso! Nunca digas eso, aunque te torturen jamás confieses nada, eso es lo que quieren Walter, quieren confundirte.
- Tú no quieres confundirme.- Parecía un niño asustado, al mirarme con lágrimas en los ojos pensé en mis más viejos recuerdos, cuando él lloraba en su cuna para que mamá le cantara canciones.
- No Walter, no quiero confundirte.
- Pero Michael está muerto.
- ¿Lo está? No saben bien quién está muerto, han identificado a Cristina y a Robert, pero no tienen nada sobre los tres mayas, ni sobre Michael.
- Es… Es una trampa…- Luego de eso comenzó a gritar y patalear hasta que los guardias lo cargaron de regreso a su celda.- ¡Una trampa!, ¡soy inocente!, ¡Sarah, sácame de aquí!

                Al salir del penal traté de aparentar calma frente a los reporteros. Para pasar desapercibida salí después que Juan Carlos y evadí exitosamente a la multitud. Mi hermano tendría un día más en él, antes de que su mente se deshiciera, o incluso peor, antes de que las autoridades terminaran el papeleo y lo encerraran para siempre. Las piezas no terminaban de encajar, quizás Michael Stansfield se pelea con Cristina y la asesina, luego mata a Robert porque es un testigo, trata de hacerlos desaparecer y quizás al ser descubierto arremete contra los demás, dejando vivo a Walter, quien escapa en estado de shock. Michael podría estar escondiéndose en algún pueblo. Súbitamente recordé la llamada breve que había recibido Bill.

                Corrí hasta el auto, que había dejado estacionado a dos cuadras del penal. El sudor empapaba cada centímetro de mi piel. Cuando llegué finalmente a mi Civic azul lo encontré con las cuatro llantas ponchadas. La tensión y la enorme frustración me hicieron gritar y golpear mi bolso contra el auto. La gente me veía como una loca, pero no tenían ni idea del sentimiento de impotencia que me sobrecogía. Era una niña de nuevo, así como mi hermano había sido reducido a un infante. Una patrulla se detuvo para tratar de calmar mi histeria. Pasé varias horas llenando reportes, hablando con los encargados del seguro de la compañía de renta Hertz y firmando docenas de documentos legales para volver a rentar un auto. Aparentaba calma mientras esperaba en el local Hertz del Fiesta Americana, pero en realidad era odio. Estaba siendo impulsada por la rabia ciega hacia la persona que había ponchado mis llantas. Bill seguramente había anticipado que estaría en el penal tan temprano como fuera posible y quería vengarse por haber robado la memoria de la cámara.

                Nadie respondía en el cuarto de Bill. Pregunté en la recepción fingiendo ser su novia. Con extrañeza me informó que había pedido un mapa carretero para ir a Chuntzalam. Argumenté que trataba de cacharlo por sorpresa con las manos en la masa y no mentía. La recepcionista me alentó dándome un mapa carretero y señalándome las mejores rutas para llegar. Manejé tan rápido como podía en mi nuevo Honda negro rentado. Crucé la ciudad con el aire acondicionado a todo poder, como mi venganza personal al calor que convertía Mérida en una ardiente sartén de cocina. Navegué por la autopista y después por los caminos secundarios como indicaba el mapa.

                Le di varias vueltas al pueblo de Chuntzalam pero no encontré a Bill, y se hubiera destacado fácilmente. Supo aprovechar las horas que perdí al rayo del sol por culpa de  las llantas ponchadas. Me estacioné a regañadientes frente a una fonda por culpa del hambre. Podía sentir los ojos de todos los que estaban cerca de mí. Era un bicho raro para ellos. A duras penas me daba entender para pedir la comida y pagarla.

                Bill me había ganado la partida, pero no estaba derrotada aún. Recordé que Eferino Barreda nos había dicho que Luis Puc y Poch eran amigos. La casa de Luis Puc estaba vacía, su viuda estaría probablemente dándose por vencida o rezando en la iglesia. El sol se encontraba en su cúspide y el pueblo estaba en imperturbable paz. La misma sensación de peligro que había sentido en el estacionamiento del hotel se apoderaba de mí. Me brinqué el primitivo muro de piedras escalándolas con relativa facilidad, aunque derribando dos piedras que descansaban hasta arriba. La casa de tabiques estaba cerrada con llave, pero había un pequeño camino de un lado que conducía a su parcela. La puerta trasera también estaba cerrada con llave y no había modo de empujarla, pues eran puertas de acero pesadas. Lo interesante, sin embargo, se encontraba en las parcelas. Una de ellas había sido quemada recientemente, y bajo un cobertizo al fondo del terreno se encontraban las latas de gasolina que se usaron para la quema. Entre las herramientas para el arado que se encontraban sobre una mesita encontré los mismos restos que Thomas había encontrado en la camioneta de Poch. Luis Puc sembraba marihuana y se la vendía a Poch. Una enorme pieza del rompecabezas se ajustaba en mi mente.

Regresé por el mismo camino cuando escuché una bicicleta que se acercaba, seguida de voces. Un pequeño grupo de personas consolaban a la viuda. Me refugié a un lado de la puerta trasera, pensé en correr hacia el fondo del terreno y brincar al otro lado pero los bordes se encontraban bien delimitados con alambre de púas. Seguramente me verían batallando contra el alambre al tratar de escapar. Las voces entraron a la casa y escuché el movimiento de los muebles y una televisión. No podía entender lo que decían pero entendí que eran preguntas. Guardaron silencio de repente y hablaron en susurros. Habían descubierto que dos piedras en el porche estaban fuera de lugar. Oí que corrían la cortina de la ventana de la cocina, del otro lado de la puerta. Me fui deslizando, silenciosamente, hacia la esquina de la pared, aunque no era una ruta de escape pues el camino lateral que recorrí me quedaba del otro lado, pasando frente a la ventana. La puerta trasera se abrió de golpe, pero no se asomó una cabeza. Quien haya sido se contentó con mirar por el umbral sin dar un paso hacia el sol. No podía recriminárselos.

A lo largo de quince minutos me fui deslizando lenta y silenciosamente por la pared hasta la puerta semi abierta. Conversaban animadamente, por lo que deduje que su curiosidad había quedado satisfecha. En un momento de decisión pasé del otro lado y me agaché en cuclillas para no mostrar la cabeza a través de la ventana. Recorrí el pasillo lateral en la misma posición, pero tarde o temprano llegaría a la misma barda del porche y me verían sin duda. Afortunadamente la casa del al lado estaba cercada por una barda de tabiques, la cual me llegaba a la cintura. Una vez que pude pasarme a la otra propiedad salí corriendo hacia el Honda y el aire acondicionado.

Salí del pueblo hacia el norte, como había hecho con Thomas. Traté de recordar dónde habíamos visto la camioneta de Poch, pero la noche había sido oscura y la jungla se veía igual por todas partes. No necesité mucha memoria pues la camioneta pickup de Poch seguía en el mismo camino de tierra, en la misma exacta posición. Esta vez no había penumbra para disuadirme de regresar al auto. Exploré los alrededores alejando los mosquitos con las manos y tratando de no rasparme con los troncos y ramas que se escondían en el pastizal.

No sabía qué buscaba, pero imaginaba que Poch estaba muerto, o quizás escondido, en cuyo caso seguramente no estaría ahí. Sin embargo, al ver entre los matorrales que una víbora se abría camino me asusté e instintivamente di varios pasos hacia atrás, hasta tropezar con un tronco hueco. Las moscas se apilaban y era imposible caminar sin tragarlas o chocar con ellas. Debajo del tronco estaba el cadáver de Poch. Agachándome lo más posible levanté el tronco hueco que, casi como una cáscara cubierta de palmas, rocas y pedazos de madera, escondía el cuerpo del camello. Una clara herida en el pecho, como de un cuchillo. No se parecía en nada a lo que había visto con el venado. No tenía tampoco aquellas tiras de decrepitud, llagas y supuraciones. Claro caso de homicidio. Su camiseta negra se encontraba cubierta de sangre, gusanos y hormigas que ya empezaban con el gran festín. No podía mirarlo de frente, el asco era demasiado fuerte. Traté de calmarme para no vomitar y bruscamente fui presa del pánico, temí dejar alguna huella de mi presencia que quizás me convirtiera en sospechosa del crimen. Por un momento pensé en tapar el cadáver de nuevo, pero me detuve al ver que parte del cascarón de madera estaba roto. Al agacharme para ver si podía cargarlo de nuevo me encontré con un pedazo de tela que se había rasgado. La tela no era más grande que la palma de mi mano y era de color rojo con un patrón probablemente de cuadritos, aunque como la tela no era tan grande me era imposible saberlo con certeza.

                Manejé de regreso al consulado hablando en voz alta. Era un diálogo desesperado conmigo misma para terminar de reunir las piezas. ¿Quién conocía realmente a Poch? El que había estado anteriormente en Yucatán era Bill, aunque éste decía que era Michael, sin embargo recibió la llamada después de hablar conmigo y de saber que yo estaba en posesión de las fotografías. Bill podía estar negociando algo con el pequeño negocio de Poch y Luis Puc, después de todo tenía un historial criminal en Estados Unidos. No terminaba de ver la relación entre aquel posible triángulo y el triángulo amoroso entre Michael y su intento de terminar la relación con su amante para prepararse a un futuro de paternidad. Careciendo de tacto decide decirle el día en que viajan al campamento, y no en el regreso, dejando a Cristina desconsolada y rencorosa por varios días en la mitad de una jungla repleta de bichos y enfermedades. Eran dos triángulos plausibles que no parecían embonar en lo absoluto, pues Luis Puc había ido con ellos al campamento, ¿no indicaba eso que podría tratarse en realidad de algo relacionado con drogas? Quizás descubrieron más parcelas de cultivo de drogas cerca del cenote del que todos temían y rehuían. Walter había mencionado que Poch había estado ahí, quizás entre él y Luis Puc habían matado a todos, amenazando a Michael de seguirles la corriente o sufrir una muerte semejante.

                Las tres horas de recorrido hacia Mérida fueron una cacofonía de hipótesis, evidencias encontradas, teorías plausibles y recuerdos de mi hermano menor. Cuando llegué al consulado ya había preparado un discurso más o menos conciso que compartir con Juan Carlos Rogers. Mi decisión se esfumó de un solo golpe al ver a Francine, Bill y a Michael en la oficina del cónsul. Francine, con sus rulos impecables le tomaba de la mano a su marido, de mediana estatura, complexión robusta, largo cabello negro y una incipiente barba.
- Francine, Micheal, les presentó a Sarah Reed, es la hermana de Walter. Pasa Sarah, toma asiento.- La sorpresa de ver a Michael Stansfield con vida me dejó muda. Tomé una silla y me acerqué, evitando el contacto visual con Bill, quien hacía lo mismo conmigo.- Como se  imaginarán Sarah está pasando por un momento difícil, tiene a su hermano torturado en una cárcel. Me gustaría, si no es molestia, que le repitieran a grandes rasgos lo que me acaban de decir.
- Sarah…- La voz de Michael era calmada y casi paternal, la clase de voces que se usan al darle el pésame a alguien en un funeral.- Sé que te es difícil aceptar que a veces…
- ¿Estás vivo?
- Sí, eso es lo que intento… No, mejor empiezo por…- Michael no sabía por dónde empezar.
- Michael me habló ayer por la tarde.- Dijo Bill.- Me dio un número al cual marcar y me lo ha contado todo.
- Pasé un día en la selva y otro robando comida de las chozas. Tenía miedo de que me vieran y me arrestaran. Cuando finalmente decidí pedir por ayuda. En una tienda pedí usar el teléfono y le pagué todo el dinero que me quedaba. Le di el número a Bill y él me llamó, cuando en la radio escuché que hablaban sobre nosotros sentí miedo y me fui. En la mañana decidí que no podía seguir así y le hablé a Bill y a Francine para que me ayudaran.
- Y ellos me hablaron a mí. Fueron a Chuntzalam para recogerlo sin llamar a la policía y lo han traído aquí. Tendrá que declarar, espero que entiendas eso Sarah.
- ¿Declarar qué?
- Dile cariño.- Francine me miró apenada y casi avergonzada.
- Walter no estaba bien.- Comenzó con tono conciliador.- Estaba obsesionado con la tribu que, según él, había comenzado a emigrar desde la antártica y seguía a Xibalba. Por poco hace que nos invaliden la tesis, tuvimos que matizar muchas de sus ideas locas. El viaje fue idea de todos, pero él estaba obsesionado con los rituales psicodélicos que los nativos realizaban en ese cenote usando Babasosa, o Barbarosa, para adorar a Xibalba. Pensamos que no lo haría, pero fumó una de esas flores, aún después de que nuestros guías  le advirtieran que son venenosas.
- No…- Empecé a combatir el llanto.- No…
- Walter perdió la cabeza.
- No, eso no es cierto…
- Sarah, lo siento pero hace mucho que no hablas con tu hermano. Se fue obsesionando con los antiguos cultos a Cthulhu y los prehispánicos rituales de Tulmulum. Usó el machete para matar a Cristina, Robert intentó detenerlo…- Los cuatro empezamos a llorar desconsoladamente.- Él no se detenía, yo estaba en el cenote con Manfredo, uno de los guías. Los otros dos subieron, pero Walter no se detenía. Ahorcó a los dos y cuando subimos los lanzó al cenote. La verdad es que tenía miedo y salí corriendo. Me persiguió por varios metros y pensé que me iba a atrapar, pero se regresó a seguir torturando.
- Sabemos que esto es muy difícil para ti Sarah.- Francine trató de consolarme al tomarme de las manos, pero no podía contenerme. Mi hermano iba a morir en aquel agujero miserable.
- ¿Puedo hablar con Michael y Bill a solas?
- Sarah, yo creo…
- Juan Carlos, te lo pido por favor.- El cónsul nos ofreció una sala de conferencias a la derecha de su oficina.
- Sarah, imagino lo difícil que debe ser, pero tu hermano no estaba en sus cabales. Mi papá conoce un excelente abogado americano, podría argumentar demencia.
- ¿Para que en vez de morir golpeado en una prisión muera golpeado en un manicomio? No gracias. ¿Qué pasó con Luis Puc?
- Debió haberlo matado también, le vi ahogar a uno, y atacar a los otros dos guías, supongo que…
- Es conveniente.
- Sarah, por favor, ya basta.- Bill estaba desesperado.- Tu hermano masacró a mi hermano y tú tuviste el atrevimiento de seguirme y robarme.
- Se acabó, lo lamento Sarah, pero mientras más rápido te enfrentes con la verdad, mejor.- Bill y Michael se acercaron a la puerta para irse. Todo había acabado, en cuanto salieran por esa puerta rendirían una declaración oficial que sellaría para siempre el destino de Walter.
- Cristina Pérez.- Se me ocurrió decir. Se detuvieron un momento.- ¿Qué me dicen de Poch? Tú le conocías Bill, probablemente hablaron sobre vender drogas, algo por lo que te arrestaron en Texas. Tenía un libro en su casa sobre esoterismo, Xibalba y todo eso, con el sello de la universidad de Austin.
- Se lo regaló tu hermano cuando fumábamos hierba. Dijo que ya no lo necesitaba, porque estaba en casa. Ahora, si nos disculpas, tenemos que declarar.
- Cristina y tú tenían un amorío, tú trataste de terminarlo en el viaje de ida al campamento.
- Eso no es cierto Sarah, no sé de dónde…
- Tengo las fotografías para demostrarlo.- Se detuvieron en la puerta y lentamente giraron hacia mí.
- Sí tuve un amorío con Cristina y planeo decírselo a Francine en cuanto nos vayamos de este país, pero no pensé en terminarlo. Tu hermano arrancó a Cristina de mi vida cuando yo aún no había tenido la ocasión de despedirme de ella. Me la robó, así como se robó al hermano de Bill. Puedes decírselo a mi esposa si quieres.- Sin decir nada más regresaron a la oficina.

El chantaje no había funcionado. Se apegaban a su historia con todas sus fuerzas sabiendo que tenían todas las de ganar. No podía regresar a la oficina del cónsul. No lo hubiera soportado. Preferí esperarlo sentada en el fresco del aire acondicionado de mi auto. Tenía que decirle a Walter, tenía que encontrar la manera de darle la noticia de que su hermana le había fracasado. Le juré que le sacaría de ahí y ahora tenía que regresar y admitir derrota. Thomas Gregory pasaba por mi auto cuando se detuvo a darme el pésame por las malas noticias. Era como si mi hermano estuviese muerto, solo que peor, pues aún vivía. Me dijo que el cónsul pensaba darle las malas noticias en persona. Le pedí que le avisara al cónsul que me viera en el penal, yo no podía esperar más.

                En cuanto me acerqué al penal patrullas, ambulancias y un camión de bomberos me rebasaron a toda velocidad, sirenas aullando a todo volumen. Una turba de reporteros y curiosos trataba de averiguar la causa de la conmoción. Estacioné aún más lejos el auto y mientras caminaba soportando el calor escuché los gritos de la policía y las órdenes que se ladraban por las radios. Había habido un motín, según explicaba una vendedora callejera de elotes, no había sido muy grande, pero llamaron a las patrullas por si acaso, a las ambulancias por los heridos y al camión de bomberos por un pequeño incendio, aunque ya había pasado. El camión de bomberos fue el primero en salir de la escena. Una pequeña columna de humo grisáceo se alzaba al cielo. Emiliano Kan hablaba con los reporteros y me acerqué para escuchar, aunque no entendí gran cosa. Decía básicamente lo mismo que la vendedora ambulante, pero no decía lo que yo quería escuchar, si mi hermano estaba sano y salvo. Cuando terminó de hablar con los reporteros le pidió a los policías que habían llegado que hicieran una valla y les alejaran. De entre la multitud me reconoció y personalmente vino a mi auxilio.
- Ya he hablado con el cónsul. Me ha dicho que vendría y preguntó por Walter.
- ¿Le ha sucedido algo?
- No, él está bien. Bueno, en lo que cabe.- Los guardias de revisión de los distintos puntos de seguridad ya no se encontraban, estaban todos en el patio. El corredor de invitados había sido clausurado por guardias armados con rifles de balas de goma que desde las rejas les dispararían a los reos. Ya no quedaban reos, había dos en el suelo que estaban siendo esposados y los demás habían desaparecido.- Ha sido un motín inesperado y por ello mal organizado. Llamamos a los servicios de emergencia porque es nuestro protocolo rutinario en caso de motines. No eran necesarios en lo absoluto, no querían escapar.
- No lo entiendo, ¿no son los motines para escapar?- Cruzamos el patio, evitando a los dos reos malheridos que estaban siendo inspeccionados por un guardia, mientras que otros tres les apuntaban a la cabeza y les gritaban obscenidades. Un cobertizo había sido incendiado, así como parte del pastizal. Entre los parches de vegetación insipiente que crecen en ese lugar espantoso, y que sobrevivieron al incendio, me sorprendió ver la misma flor desabrida que había visto en el cenote, Babasosa.- ¿Qué querían?
- A su hermano. Descuide, él está bien. Le temen demasiado como para tratar de golpearlo. Estaba  cuidando de esos hierbajos cuando le trataron de prender fuego. Los guardias lo protegieron de inmediato y lo trajeron a esta zona, es parte de la enfermería. La usamos para los reos de baja peligrosidad.- El edificio albergaba celdas grandes para cinco o seis reos, aunque en éstas habían hasta quince. Los dos pisos de celdas retumbaban con el sonido de los chiflidos y vulgaridades que me daban. Los guardias les amenazaron con sus garrotes y a varios lograron meterles un duro golpe entre las barras. Emiliano caminaba como si no escuchara nada.- Está en la última celda, no creo que pueda hablar con él. Ha estado teniendo episodios extraños, está catatónico por largo tiempo y después se convulsiona y grita cosas en inglés. Los reos están muertos de miedo.
- ¿Walter?- En la última celda todos los reos se encontraban en un extremo mirando fijamente a mi hermano como si fuera el diablo. Él se encontraba acostado en el suelo dibujando cosas en la pared mojando su dedo con su saliva. Al verme apenas y me reconoció, se detuvo un segundo y siguió pintando.- ¿Walter, puedes oírme?- Los demás reos hablaron entre ellos y Walter se dio media vuelta, viéndolos desde el suelo. De inmediato guardaron silencio.- Walter, no sé cómo decirte… ¿Fumaste esa flor?, ¿fumaste Babasosa?
-  Cthulhu…- Dijo con una voz ronca.
- ¿Es cierto lo que dicen sobre ti y Xibalba?
- Cthulhu.- Repitió. Traté de hablarle de nuevo pero empezó a gritar como un loco y zarandearse hasta terminar en una esquina de la celda.

                No pude soportarlo un segundo más y salí de ahí. Emilio Kan me acompañó hasta la puerta sin decirme nada. El regreso al hotel fue silencioso, ya no trataba de armar el rompecabezas, ahora todo había terminado. Me bañé para quitarme el olor a sudor y lloré por una hora. No tenía hambre, pero pedí comida de todas formas. Traté de recordar cuál de mis amigos tenía un buen abogado. El juicio no sería hasta de un mes o más, y para entonces todo lo que quedaría de Walter sería un amasijo de neurosis y tics nerviosos. Contemplé la posibilidad de que mi hermano realmente fuera el loco obsesionado que Michael Stansfield decía, hasta que me acordé de Poch. Walter no podría haber asesinado a Poch, eso era seguro. Había gato encerrado.

                Al buscar una pluma para firmar mi servicio a domicilio tiré mi bolso accidentalmente, al recogerlo encontré el pedazo de tela. Despedí al mesero firmando tan rápido como pude y encendí la computadora. Busqué entre las fotografías hasta encontrar la fotografía del día en que se habían marchado al campamento. Michael Stansfield usaba una camisa roja con patrón de cuadritos. La pieza encajaba a la perfección. Tenía que hablar con el cónsul. Me lancé sobre el teléfono y marqué a la operadora para que me conectara con el consulado.
- ¿Sarah? Hablé con Emiliano Kan, no pude ir pero me he enterado.
- Sí, no queda mucho de mi hermano. Pero no es sobre eso que le hablo, es sobre Michael Stansfield.
- Creo que sería conveniente que te pusiera al día, han encontrado dos cuerpos más, Manfredo Chan y Celso Lizama. No queda mucho de ellos, pero fueron identificados de inmediato. Las corrientes les empujaron hasta otro municipio.
- No han encontrado a Luis Puc.
- No, aún no. Si hablas por el testimonio de Michael, las autoridades ya…
- Solo le pido que me escuche. Creo que sé cómo se conecta casi todo. Luis Puc plantaba marihuana que le vendía a Poch.
- ¿Cómo sabes eso?
- Porque estuve en su propiedad.- Juan Carlos exclamó varios improperios en dialecto yucateco antes de que me permitiera seguir.- Eso no es todo, la camioneta de Poch seguí ahí donde la vimos Thomas y yo. Poch está muerto y puedo demostrar que ha sido Michael.
- Le escucho.
- En la escena del crimen, más bien, sobre el tronco que fue usado para tapar el crimen, encontré un pedazo de camisa. La misma camisa que Michael usó durante el campamento, según las fotografías que recuperé de la memoria de la cámara de Bill Stevenson.- El cónsul no dijo nada por un momento, después suspiró preocupado.
- Esas son al menos cuatro cosas ilegales que me dices. En primer lugar alteraste una escena del crimen, en segundo lugar encontraste un cadáver y no lo reportaste, en tercer lugar invadiste propiedad privada y, no nos olvidemos, robaste esa memoria de cámara digital. No estoy contando la invasión a la propiedad de ese vendedor de drogas, Poch.
- Eso no importa, dejemos los escrúpulos éticos…
- Le evidencia que dices, porque eso es lo que importa aquí, nunca será admitida en corte mexicana. Pero dime más, ¿qué crees que pasó?
- Bill conoce a Poch de un viaje anterior y lo conecta con Michael, se les ocurre plantar esa flor psicotrópica de la que había leído para la tesis. Puc haría la siembra y Poch la distribución, y seguramente se llevarían semillas de Babasosa para plantarla cuando regresaran a Estados Unidos.
- Es posible, sí, pero ¿porqué la masacre?
- No lo sé, quizás alguien vio algo que no debía, quizás cuando rompió su relación con Cristina ésta amenazó con dar el pitazo a las autoridades y alguno de los tres la mató, y después las cosas se salieron de control.
- ¿Pero cómo sabemos que esta conspiración dependía únicamente de Bill y Michael? Después de todo Robert era hermano de Bill y Cristina la amante de Michael. No me dirá ahora que le indujeron un estado de shock a su hermano y cometieron el crimen perfecto.
- No, no lo sé. No lo podemos probar… aún.

                Colgué el teléfono sin despedirme y salí de mi habitación. Bajé dos pisos hasta la habitación de Bill pero me detuve antes de tocar. Escuchaba dos voces, era una discusión con Michael. No podía entenderlo todo, pero estaban desesperados por encontrar a Luis Puc, Bill trataba de calmarlo diciéndole que con Poch muerto no habría suficiente para una investigación a fondo, pero le urgía para recuperar la memoria de la cámara. Me parece que escuché a Michael sugerir que podrían seguirme para averiguar mi hotel. En cierto sentido tenía su gracia, no tenían ni idea de lo cerca que estaba. Llamé a la puerta y les dije quién era.
- Abran de una vez, sé que están adentro.- Tardaron un momento en abrir la puerta, luego de discutirlo entre cuchicheos.
- ¿Qué quieres?- Me espetó Bill.
- Sé dónde encontrar a Luis Puc.- Estaba en trance, como si estuviera interpretando un papel en una serie de televisión. Empujé la puerta y me hice pasar, manteniendo el aire de suspenso. Micheal se encontraba sentado en un silloncito de mimbre bebiendo cerveza.- Cuando ponchaste mis llantas pregunté en el hotel por ti y me dijeron que habías ido a Chuntzalam. Me ganaste en llegar, para cuando llegué ya te habías ido. Pero tuve la oportunidad de visitar a la viuda de Luis Puc, o no tan viuda. Una mujer intensa, por cierto. La soborné con quinientos dólares para que me dijera cómo encontrar a Puc.
- ¿Por qué nos dices esto?- Preguntó Michael escépticamente.
- Porque sé la verdad. Sé que ustedes dos se traían algo de drogas que salió mal, pero también sé que mi hermano estará en esa celda por el resto de su vida si no encontramos un mejor chivo expiatorio.
- ¿Chivo expiatorio? Te estoy diciendo que tu hermano está loco, eso no es invención. Siempre ha estado obsesionado con civilizaciones arcaicas y…
- Déjate de juegos Michael, no estamos en el consulado, hay que ser realistas.
- Es que no es un juego Sarah, Michael te está diciendo la verdad.
- Bueno, ¿quieren saber dónde está o no?
- Y nos dirías para hacer de Luis Puc un chivo expiatorio, ¿esa es la idea?
- Precisamente, testificas que fue Luis Puc junto con Poch quienes trataron de secuestrarles. Las cosas se salen de control y tú y Walter escapan, solo que mi hermano pierde la razón. El cónsul se asegura de presionar a la gobernadora argumentando que el proceso contra mi hermano ha sido irregular y violatorio de sus derechos humanos. Encierran a Puc y todos ganamos.
- ¿Dónde estará?
- Su esposa le llevará comida y ropa entre las once y la media noche, tenemos cuatro o cinco horas. Le verá en un camino que sale de Chuntzalam en paralelo con la carretera, yo sé dónde está, les estaré esperando. Medítenlo.

                Informé al cónsul y éste de inmediato ofreció a sus guardaespaldas, Thomas Gregory y Jeff Romney. Thomas actuaría como mi amigo de Dallas, quien llegó en la tarde para ayudarme en lo que hiciera falta. Jeff nos estaría siguiendo, por si acaso. De esa forma si algo salía mal estaba cubierta por el factor sorpresa. Bill y Michael habían visto a Jeff en el consulado, pero no habían visto a Thomas quien estaba entregando papeles en otras oficinas. Los tres estaríamos usando un micrófono debajo de la ropa para grabar cada detalle, y Jeff estaría armado también con equipo de vigilancia a distancia, para grabarlo todo en video y captar el sonido desde lejos.
- Hay algo más Sarah.
- ¿Qué sucede?
- Emiliano Kan me hizo el favor de llamar. Ha habido tres muertos más en el penal, dos guardias y un reo. Mañana trasladarán a tu hermano al psiquiátrico, en parte porque le tienen miedo, le culpan de alguna forma por todo lo que ha estado ocurriendo. Les gusta alentar así a la gente, de manera que no acepten responsabilidad por sus malas condiciones o falta de seguridad o disciplina. Así que tienes que conseguir una confesión grabada o no habrá esperanzas. Puedes recoger a mis hombres en quince minutos en la estación de gasolina, la que te queda a una cuadra saliendo del estacionamiento.

                Thomas y su compañero llegaron temprano, yo había salido en cuanto colgué el teléfono. Me ayudaron a colocarme el micrófono y ellos conectaron los suyos. Cuando salí del estacionamiento aún se encontraba el auto de Bill, por lo que aún teníamos ventaja. Manejamos en silencio por la ciudad casi vacía. De vez en cuando Thomas o Jeff me contaban sobre experiencias en el campo de batalla, yo no les prestaba atención, estaba nerviosa. Mi última oportunidad de mantener mi promesa de liberar a mi hermano se encontraba en aquella densa jungla.

                En la carretera nos empezó a seguir una patrulla que nos hacía señales para detenernos. Nerviosamente nos detuvimos y la patrulla se estacionó detrás, con las luces encendidas para cegarnos. Respiramos tranquilos al ver que se trataba de Eferino Barreda.
- Vaya, mis amigos gringos están de vuelta.
- Nos gusta la ecología.- El policía se rió y nos señaló divertidamente.
- No se diga más, no se diga más. Por cierto, ¿preguntaban ustedes por Luis Puc?
- Sí, ¿le han encontrado?- Mi corazón se detuvo por un momento y sentí que me hundía.
- No, todavía no, pero encontramos a su amigo, Alfredo “Poch” Canul. Estaba muerto cerca de aquí, como a cinco minutos, a unos metros de su camioneta.
- Vaya, este lugar es peligroso.- No sé porqué lo dije, pero Thomas y Jeff me miraron nerviosos, tratando de sonreír. Eferino parecía divertido pensando que le estaba tomando aprecio.
- No, como va ser, descuida Sarah. Ah, pero eso sí, tengan cuidado porque hay un animal suelto. Murieron dos cerdos y cinco gallinas en una granja de por acá. Igual que el venado de anoche, así que si van a darse una caminada, les aconsejo vayan armados.

                Le agradecimos y dejamos que se alejara. La imagen del venado regresó a mi mente tan vívidamente como cuando le vi la noche anterior. Avanzamos un poco más y dejamos que Jeff se bajara y se alejara un poco, armado con su cámara e instrumento de escucha, una especie de antena parabólica en miniatura con un largo micrófono en su centro. Thomas y yo esperamos afuera del auto. Tarde o temprano iba tener que enfrentarme a la naturaleza, a la temible humedad y a los mosquitos, por lo que era mejor acostumbrarse desde antes.
- Sarah, quiero que guardes esto.- Sacó un cuchillo de hoja retráctil de su bolsillo posterior y me lo entregó.- Imagino que no sabes usar una pistola, por lo que el cuchillo te sería de mayor utilidad.
- Gracias.- Quise decirle algo más, pero los nervios me lo impidieron. Él también quiso decir algo, pero se trabó por un momento con las palabras.
- Nunca había visto a nadie hacer lo que tú haces. Nunca te das por vencida, ¿no es cierto?
- Nunca.- El tsuru de Bill se acercó y se estacionaron a un par de metros. Se encontraban visiblemente sorprendidos al ver a Thomas.- Este es mi amigo Thomas, vino desde Dallas.
- No le había visto antes.
- Llegué esta tarde.- Se miraron por un momento. Pensé que detectarían una trampa y se irían, pero se quedaron. Seguramente planeaban con matarme y al ver a Thomas se les arruinó el plan.
- ¿Dónde está el lugar?
- Es por aquí.- Nos internamos en la jungla cargando con linternas pesadas de batería de auto. Era la única manera de no caer en los hormigueros, panales y demás trampas naturales.
- ¿Y él sabe?
- Sarah me ha dicho todo. No conozco a ese tal Luis Puc, pero si con eso sale su hermano de prisión, por mí que lo manden a la silla.
- No hay silla eléctrica en México.
- Como sea.- Me sentí protegida por el aire de confianza que emanaba de Thomas, y por saber que Jeff estaría cerca de nosotros, armado si era necesario.
- Tenías razón Sarah- Comenzó a decir Michael.- ésta es la única manera. De hecho me siento mucho mejor así. Walter era muy querido.
- No hables de él como si estuviera muerto.
- En cierto sentido lo perdimos hace tiempo. A principios del semestre nos habló de la tesis de investigación que deberíamos hacer. Por semanas nos habló sobre el cambio de eje polar, cuando el eje de la Tierra se movió de tal forma que se congelaron los polos. No dejaba de hablar sobre cultos antediluvianos en lugares remotos.
- ¿Cthulhu?
- En Yucatán, según lo que él había investigado, le llamaban Tulmulum. Probablemente sea otra divinidad, pero era de los señores de la muerte de Xibalba. Según su investigación la península de Yucatán fue formada por actividad volcánica y el choque de un cometa, el cual probablemente cambió el eje terrestre de posición, extinguiendo a los dinosaurios. Vivieron en su ciudad siendo adorados por nómadas provenientes de Lemuria. El meteorito se fue debilitando con los siglos hasta que sus paredes se derrumbaron y la ciudad subterránea quedó inundada. Eran locuras pero él estaba convencido. Nos convenció de venir porque leyó sobre una expedición de misioneros a bordo del barco Barbarosa, quienes murieron de maneras misteriosas. Sacrificios humanos para los dioses que bajaron del cielo y que habitaban debajo de la superficie. Estaba seguro que en ese cenote se había dado el último sacrificio a Tulmulum y los dioses antediluvianos. No pensé que…
- Esa no fue la razón por la que aceptaron venir, ¿no es cierto?- Los dos lo aceptaron haciendo gestos con la cabeza.
- Se suponía que Babasosa era una planta de propiedades psicotrópicas. Pensamos que podríamos plantarla y hacernos de un dinero extra. Bill conocía a Poch y este nos contactó con Luis Puc. En cuanto supo qué planta era se negó a cultivarla, pues todos en esta zona la pisotean en cuanto la ven. Es como si aún temieran a los dioses antiguos.
- ¿Fue así como empezó todo?
- No, pero así debería haber empezado. Lamentablemente convencimos a Puc de quedarse. Sí se hubiera mantenido firme en su miedo a los dioses nada de esto habría pasado. Cuando lo atrapemos y lo llevemos a la policía hay que tener bien claro que el dirá cosas que quizás no quieras oír.
- ¿Te refieres a que podría dejar en evidencia sus lazos con Poch? O aún peor, pues conocer a un camello no es ilegal en sí mismo, ¿darles la idea a la policía que mataron a Poch?- Guardaron silencio un momento.- Dejaste un pedazo de tela cuando cubriste el cadáver.- Michael se sentó sobre una piedra y todos nos detuvimos. La noche sin luna nos dejaba a solas, un islote de luz en un océano de oscuridad.
- Si alguien estaba entusiasmado por las ideas de Walter, ese era Poch. Adoraba a la santa muerte y se obsesionaba con los señores de la muerte del Popol Vuh. Desde el principio congeniaron, le encantaba la idea de recrear un ritual psicotrópico para los dioses de Xibalba. Cuando te dije que tu hermano le regaló ese libro, lo decía en serio. No se quedó para el ritual, tuvo el sentido común de… Me encontró en la selva y me protegió. Quemó la parcela de Luis cuando escuchó lo que había pasado. Decía que no necesitaba ya del viejo, él mismo plantaría esa planta mágica. Le dije que no tenía nada de Babasosa y se puso histérico. Me amenazó con chantajearme, dijo que los gringos aquí son arrestados sin juicios ni nada, que él diría que fue testigo de cómo entre Walter y yo matamos a todos. Le quité el cuchillo y lo maté. Estaba desesperado.
- Tan desesperado que testificaste de la misma forma como él te había amenazado.
- Sarah, por el amor de Dios…- Bill se contuvo y levantó a Michael jalándole del brazo.- Muéstrale de una vez.
- ¿Adónde vamos?
- Quiero que veas donde pasó todo. No fue en el campamento, fue cerca de ahí. Todos huimos al campamento, pero era...- Thomas caminaba a un paso delante de mí, siempre mostrándome la pistola automática en el cinto, en caso de que tuviera que extraerla. Ya habíamos conseguido la confesión a un crimen, pero faltaba más.- En fin, tienes que verlo.
- Encima de esa piedra.- Bill señaló una enorme roca, verdosa por el musgo, que permitía su ascenso mediante una pendiente poco empinada, casi como una escalera. La piedra era del tamaño de una colina, midiendo seis o siete metros de altura. En su cúspide era lo suficientemente grande como para que cupiéramos los cuatro. Bill y Michael mostraron el camino, escalaron con facilidad alternando un pie en la pendiente, otro en las piedras a su orilla y sosteniéndose de los huecos que había en la roca. Seguí yo mientras Thomas me seguía a centímetros de distancia.
- Hizo todos los encantamientos y palabras raras. Fumó de esa hierba hasta que le dieron arcadas. No era maya, sino algo como… No lo sé, se lo habrá inventado o no sé cómo consiguió aprendérselos. Pusimos velas negras alrededor de la piedra y Walter pintó esto con crayolas.- Iluminó el suelo y pudimos observar el trazo de un pentagrama invertido cuyos puntos tocaban la cera derramada de donde estuvieron las velas.- Entró como en trance, y después…- Trataba de encontrar las palabras adecuadas y era obvio que los recuerdos le pesaban.- No le pasó nada. Quería despertar a Tulmulum, pero algo salió bien en ese ritual, o terriblemente mal. Nos persiguió hasta el campamento.
- ¿Por qué entonces mentiste en la declaración y no dijiste que mi hermano les persiguió?, ¿no podían controlarlo entre todos ustedes? Sin importar qué tan drogado estuviera…
- No era tu hermano el que nos perseguía.- Al decir eso se agachó y arrancó varios hierbajos, eran flores de Babasosa, la piedra estaba repleta de esos brotes.
- Michael, mira allá. ¿Ese es Luis?- Hacia el norte, saliendo de entre varios troncos torcidos, se acercaba caminando un hombre mayor de cuarenta.
- Ese es Luis Puc. No pensé que le gustaría volver a este lugar.

                No pensé que nos lo encontraríamos, pero parecía ser una agradable coincidencia. Podíamos terminarlo todo de una vez. No habíamos conseguido la confesión perfecta, pero era suficiente para llamar la atención y argumentar que el caso no era tan sencillo como se había estado manejando. Al asomarme al borde de la piedra noté que había algo extraño en su manera de andar. No era que caminara perfectamente erguido, o siquiera que no volteara hacia la luz como habría hecho cualquier  otra persona de encontrarse con cuatro desconocidos sosteniendo linternas sobre una piedra del tamaño de una casa. Daba la impresión de que caminaba como si sus articulaciones, cadera, rodillas, pies y manos, se encontraran impulsadas por el retraimiento de un hilo invisible. Parecía un títere humano que avanzaba lentamente hacia nosotros, torpemente haciéndose paso por entre los árboles.

                Michael enfocó con su linterna y me acerqué a él, dejando a Bill y a Thomas detrás. La marioneta humana caminaba sin camisa, mostrando en su pecho las mismas tiras largas de corrupción dérmica que había visto en el venado. De escasos centímetros de ancho pero que le envolvían tanto el pecho como la espalda, su piel quedaba gris con grandes granos y llagas de color negruzco. Debían ser al menos tres tiras en su pecho y una que le cruzaba por el muslo izquierdo. Sus ojos eran de color negro, totalmente negros sin ninguna parte blanca ni de ningún otro color.

Me quedé estupefacta sin saber qué decir y Bill debió pensar que Thomas se encontraba en el mismo estado, pues sacó un revólver que guardaba en su cinturón. Antes de que tuviera oportunidad de disparar Thomas le tomó del brazo y le torció la muñeca. Michael me miró asustado, reflejando mi propio susto, y tras un segundo me empujó hacia atrás  y saltó de la piedra hacia el piso, para alejarse corriendo. Pensé que había escuchado un disparo desde los árboles, pero no había señales de Jeff, el ruido había sido un árbol que caía.

Bill no se rindió cuando perdió el revólver, sino que trató de sacarle la pistola automática de las manos, y en el forcejeo se cayeron los dos de la piedra hasta golpearse de costado contra la vegetación y algunas piedrecillas que les hicieron gemir de dolor. Antes de saltar para ayudar a Thomas miré hacia los árboles, la linterna de Michael había terminado en el suelo apuntando a Luis Puc, quien seguía avanzando con la misma tétrica parsimonia.

                Cuando bajé y corrí hacia la pareja que seguía forcejeando en el suelo se desató una tormenta violenta y con vientos tan fuertes que doblaban a los árboles. Un relámpago cayó cerca de nosotros, la luz y el ruido fueron tan violentos que sacudieron la tierra. Aprovechando la conmoción Bill se empujó encima de Thomas apretando sus manos para jalar el gatillo. La pistola se descargo antes de que yo pudiera llegar con mi cuchillo y clavarlo en la espalda de Bill, justo entre los omóplatos. Bill Stevenson se dejó caer, sin vida. Le quite el cuchillo y miré mis manos cubiertas de sangre.
- Nunca había hecho eso…- El viento aullaba entre los árboles, el estrépito de la tormenta era ensordecedor.
- ¿Dónde está Jeff?- Thomas se agarró del estómago, perdía sangre a borbotones. Apuntó con su linterna hacia Juan Puc, quien estaba a menos de diez metros de distancia.- Deténgase ahí.
- No queremos lastimarte.- No me escuchaba. Su cuerpo de títere caminaba torpemente en medio de la lluvia. Las tiras de piel decrépita nos asquearon a los dos, vistas de cerca eran aún más impresionantes. Thomas disparó contra el pecho y Luis cayó de espaldas.- Necesito ir al hospital, Sarah tienes que ayudarme.- Le ayudé a levantarse, protegiéndole de las ramas, hojas y frutos que salían volando a causa de los vientos. Antes de dar un paso escuchamos ruidos en el pasto, al darnos vuelta vimos que Luis Puc se levantaba de nuevo, el agujero en su pecho aún sangraba.
- Dispárale antes de que nos toque.- Thomas le disparó cuatro veces, dos de ellas directo al corazón, y cuando Luis Puc cayó al suelo aún se movía.

                En la distancia se escucharon los gritos de Michael, lo que fuera le que había ocurrido había sido muy doloroso. Corrí cargando a Thomas, quien a cada segundo iba perdiendo sangre y vida. Mi mente no podía procesarlo todo, mi instinto me llevaba entre los árboles tratando desesperadamente de recordar por dónde habíamos llegado. La tempestad había creado tanto lodo que resbalé al tropezarme contra un tronco caído. Thomas cayó de mis brazos, el color le había abandonado de las mejillas. Desesperadamente traté de resucitarlo empujando su pecho para que respirara, pero era inútil. Grité furiosa abrazando su cabeza con mis manos, Thomas había sido un verdadero amigo desde el principio.

                Cerca de mí, aunque en la completa penumbra no podía precisar la dirección, cayó otro árbol e inmediatamente después un relámpago iluminó la selva y a la criatura. Ese breve instante de luz quedó grabado en mi mente, como el flash de una fotografía que alumbra la oscuridad y deja marcada las figuras. La criatura era gigantesca, midiendo tres o cuatro pisos. De sus extremidades inferiores no recuerdo nada, probablemente estaban tapadas por los árboles, pero su tórax era gigantesco y sus dos brazos se extendían casi tanto como su torso, haciéndole parecer un gorila con largas garras en vez de manos. La semejanza con los simios terminaba allí, pues su cabeza era ovalada, con la punta superior coronada por al menos seis ojos de resplandeciente color jade. Su quijada parecía incompleta, pues no tenía la parte de abajo para cerrarla, en vez de eso sobresalía una docena de largas lenguas babosas que se agitaban frenéticamente. Su piel era escamosa y de color castaño claro, mientras que sus lenguas eran negras brillosas. No pude dejar de relacionar las marcas de Luis Puc y del venado, con aquellas lenguas largas.

                El espanto se apoderó de mí, impulsándome a correr ciegamente. Afortunadamente no había soltado la linterna, pero no la usaba para alumbrarme, sino que corría tan rápido como pudiera, sin fijarme en la dirección. Tropecé docenas de veces, resbalándome por el fango, golpeándome contra los troncos, rasguñándome con las ramas que se agitaban violentamente por el viento. En una ocasión me tropecé con algo y salí volando un par de metros, al darme vuelta iluminé el cadáver de Jeff Romney. Gigantescas garras le habían cortado desde el hombro derecho hasta el ombligo, y su rostro estaba desfigurado por la misma descomposición terrible que las otras víctimas.

                Seguí corriendo hasta que mis pulmones ardieron, y entonces corrí un poco más. La tempestad fue aminorando hasta detenerse por completo. No sé cómo lo hice, pero terminé en la carretera. Encontré mi Honda rentado y sin pensarlo dos veces me subí en él y manejé tan rápido como fue posible, dejando tras de mí el tsuru de Bill y Michael, y la jungla mortífera.

                Fui bajando la velocidad lentamente a medida que la adrenalina abandonaba mi sistema nervioso. Llegué a Mérida faltando unas pocas horas para el amanecer, cuando caía una llovizna constante. No puedo decir que pasaba por mi mente, los tímpanos me vibraban por la conmoción y esta sorda por completo. Finalmente me estacioné, no recuerdo dónde, aunque recuerdo la oscuridad débilmente alumbrada por los faroles ámbar. Salí a la lluvia para sacarme la mayor cantidad de barro posible, aunque no era fácil pues estaba cubierta de pies a cabeza. Me saqué la camisa, arrancándome el micrófono y su batería y lo dejé en el auto. Escurrí la camisa con el agua que se acumulaba en la calle y logré quitarme lodo del cabello, las manos y el rostro. Un par de vagabundos me veían desde la esquina, pero algo les decía que no era buena idea molestarme.

                Regresé al auto y, con la calefacción encendida, me fui secando durante las dos o tres horas que vagué sin rumbo por la ciudad, tratando de ubicar el hospital psiquiátrico con ayuda de un mapa y las pésimas señalizaciones callejeras. Aguardé en silencio el amanecer. El zumbido bajaba de intensidad, pero continuaba en mi mente, era como si hubiera perdido la señal y no hubiera nada más que estática.

                Esperé hasta las ocho de la mañana, cuando un pequeño convoy policíaco escoltó una camioneta en la que llevaban a mi hermano. Emiliano Kan bajó de una de las camionetas e informó por radio. Bajé del auto y me reconoció en seguida.
- Pensé que vendría con Juan Carlos.
- Llegará en cualquier momento.- Kan me miró de arriba para abajo, aún estaba repleta de sudor y tierra.- Ha sido una noche larga. ¿Mi hermano está bien?
- Pues está vivo, que ya es ganancia. Luego de ayer no podíamos esperar para trasladarlo. Los reos querían lincharlo, se volvieron locos cuando uno de los perros de los guardias comenzó a morderse a sí mismo hasta matarse a escasos metros de donde su hermano cuidaba de sus flores.
- ¿Puedo hablar con él?
- Acompáñenos.- Llevaron cargando a mi hermano de los brazos. Estaba flaco y demacrado, las esposas y cadenas que llevaba pesaban más que él. Caminé junto con Emiliano hasta la recepción, donde firmó varios papeles para oficializar el traslado. Les pidió a los encargados que me dieran un minuto con Walter en una de sus celdas. Cuando finalmente nos dejaron solos en la celda la estática de mi cerebro comenzó a dar paso a una forma de lucidez, los recuerdos de la noche regresaban por oleadas.
- Hola Walter.- Sentado en su banquito metálico, a un metro de distancia, babeaba con la mirada perdida.- Sé que puedes oírme. Sé lo que hiciste, tu extraña obsesión con Tulmulum y los señores de la muerte de Xibalba. Estuve en el lugar donde fumaste Babasosa para hacer el ritual para invocarlo.
- Sarah…- Walter dejó de babear y sonrió de oreja a oreja.- Fue maravilloso contemplar las estrellas antiguas, las constelaciones primitivas. No tienes idea de las cosas que he visto. Los dioses me llamaron a Xibalba, pero la puerta quedó inundada, Tulmulum me mostró las flores, ellas son la puerta de Xibalba, ese era el secreto que encontró la expedición y por el que murieron todos.
- Estás loco Walter, eres un asesino manipulador.
- Quizás, pero tú eres una pésima hermana. No pudiste sacarme de prisión, pero no importa Sarah, te perdono.
- Monstruo, me hiciste creer que Michael Stansfield te había tendido una trampa, me mentiste desde el principio.
- No te preocupes Sarah, Tulmulum te perdona, ¿sabes por qué? Porque este psiquiátrico tiene un jardín enorme, no como ese penal con su tierra árida. Babasosa es fácil de cultivar, pero los dioses necesitan mucha.

                Walter me miró divertido, me había usado como un títere, como Luis Puc. Saqué el cuchillo que Thomas me había dado, donde conservaba la sangre seca de Bill Stevenson, y de un solo movimiento me lancé hacia él y le corté la garganta. La sangre manó como una fuente, Walter dio un par de espasmos y cayó al suelo. Los guardias entraron junto con un doctor, pero era demasiado tarde, había metido toda la hoja del cuchillo en su garganta.

                Me sacaron con jalones y me esposaron con cintas plásticas. La descarga de adrenalina, el cansancio acumulado y la liberación del estrés fue tan fuerte que perdí la conciencia. Me desperté en la noche, cuando estaba en el hospital bajo arresto. El cónsul estaba histérico por la muerte de sus guardaespaldas y amigos. Levantó cargos en mi contra por los homicidios de Thomas Gregory, Jeff Romney, Bill Stevenson, Luis Puc y Michael Stansfield, a quien encontraron rebanado en dos pedazos. Salí en todos los diarios como “Sarah Reed, la hermana psicópata del asesino serial Walter Reed”. Los peritos de la policía federal estudiaron las grabaciones de los micrófonos clandestinos, así como los instrumentos de Jeff. Quedó en claro que había matado únicamente a Bill en defensa propia, y a mi hermano con alevosía y ventaja. Las demás muertes quedaron sin resolver. La cámara de video de Bill no detectó nada útil.

                A lo largo de un año los procesos judiciales sufrieron toda clase de reveses. A mi hermano lo mostraron como la mente maestra detrás de una operación del narcotráfico en compañía de sus amigos y dos traficantes locales. Mis abogados defendieron que había perdido la razón y que sufrí torturas de todo tipo durante mi arresto y arraigo. Me rogaban que no confesara, pero yo siempre dije la verdad. Es cierto que me torturaron, casi tanto como a mi hermano, aunque las autoridades locales estaban siendo vigiladas de cerca debido a lo polémico del caso. No me importaba a donde fuera a dar, pues durante la primer semana me fui enterando que en otro disturbio del penal de Mérida se quemaron todas las flores, y los habitantes de Chuntzalam provocaron grandes  incendios que consumieron gran parte de la selva que rodea el cenote de Babasosa. Las autoridades no tuvieron otra opción, dados los alegatos de mis abogados, que dejarme en un hospital psiquiátrico de baja seguridad. No puedo quejarme, es mejor que estar en prisión, y además tengo la oportunidad de dedicarme finalmente a la jardinería de las exóticas plantas que crecen en Yucatán, el umbral de Xibalba.



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