La muerte no conoce pedigree.
Por: Juan Sebastián Ohem
Del escritorio de Samuel Agrippa, investigador
privado:
Zoopolis se cocinaba por el
calor. El trabajo escaseaba por lo que puso en renta mi departamento y me mudé
a la oficina. El calor hace que la gente haga cosas locas, y eso suele ser
buenas noticias para nosotros, pero no este verano. Nuestra competencia
corporativa se ha llevado todos los buenos casos, dejándonos con nada. Lana
incluso consideraba renunciar y trabajar en alguna otra parte. Lo discutíamos
esa calurosa mañana de sábado cuando un ruido nos asustó a los dos.
- ¿Qué fue
eso?
- Hacía mucho
que no escuchaba ese sonido, soy una pollo así que mi sentido auditivo no es
tan refinado como el tuyo.- Volvió a sonar.
- Bueno mi
amor, solo porque sea un gato no quiere decir…- Sonó una vez más. Lana y yo nos
abrazamos temblorosos.
- Vamos, tú
eres el valiente.
- ¿Yo? Digo,
sí, claro que lo soy.- Me acerqué al escritorio. Sonó de nuevo y descubrí la
fuente de ese angelical repiqueteo.- Dios mío, hace tanto que no recibíamos una
llamada que olvidé que era el teléfono.- El teléfono tenía tres capas de
tierra. Una araña se había ahogado en el polvo. Lo limpié con mi pañuelo antes
de contestar.
Las bromas cesaron en cuanto
escuché el nombre. Rupert Pathos. El viejo conejo, industrialista millonario. La
noticia era mala. Lawrence estaba muerto. Asesinato. Habíamos sido amigos
cercanos por décadas, trabajaba como contador para el viejo Pathos. Cuando se
retiró tenía miedo de terminar viviendo en la calle, pues había gastado todo su
dinero en alcohol y mujeres. Rupert le ofreció trabajo como cuidador en su
mansión. Con el paso del tiempo fuimos perdiendo contacto.
- Déjeme ver
si le entiendo señor Pathos, Lawrence y su esposa Patricia han sido asesinados,
y…
- El collar,
no olvide el collar. Es una herencia familiar. El collar fue robado también, y
agradecería si pudiera recuperarlo.
- Fue bueno
con Lawrence señor Pathos, y el viejo y yo éramos amigos…
- Lo sé, lo
sé. Lawrence hablaba constantemente sobre usted, me dejó su número y me aseguró
que era usted un hombre cauteloso y discreto. Eso es lo que necesito,
discreción.
-
¿Discreción? Señor Pathos, es un homicidio doble y un robo millonario, ¿qué hay
de la policía?
- De eso me
encargo yo. Cinco mil dólares es mi oferta.- Los bigotes se me endurecieron. Un
brillo se encendió en mis ojos.- ¿Puede venir de inmediato?
- Tan rápido
como felinamente posible.
- ¿Y bien?-
Preguntó Lana cuando colgué el teléfono.
- Lawrence
está muerto, asesinado. El señor Pathos quiere que me encargue del caso, son
cinco mil dólares.- Lana bebía su matutina taza de café, la sorpresa le hizo
atragantarse.- Lo sé, lo sé. Es mucho dinero.
- Suficiente
para que recuperes tu departamento, nos pongamos al corriente en la renta de esta
oficina, y en la electricidad. Y en mi salario atrasado de hace tres meses.
- Con suerte
sobrarán unos veinte dólares y me podré comer un buen filete de salmón. Hay
algo que no te gustará, la mansión queda en Pedigree.- Lana no pudo ocultar la
mirada de asco.- Lo sé, lo sé. Detesto ese lugar. Esto es lo que haremos, yo me
adelanto, pero tengo que usar tu auto.
- ¿Porqué no
te llevas el tuyo?
- Porque
vendí toda mi gasolina.
- ¿Hiciste
qué?, ¿porqué no vender el volante de una vez?
- La gasolina
y las dos llantas traseras.
- Sam…
- Tú puedes
comer alpiste un mes entero nena, yo soy un gato y a mí lo único que me hace
ronronear es el atún…. Y tú. Así que me adelanto mientras que tú buscas algo de
dinero y vas a Pedigree, quiero que rentes una habitación en caso de que se
prolongue por varios días este asunto.
- ¿Y de dónde
saco el dinero?, los hoteles en ese lugar son muy caros, ¿quieres que venda las
puertas de tu auto?
- No, eso no
sería suficiente, empieza por los espejos y las luces. Si quieres, puedes
vender las ventanas de los autos como cristal, antes de vender la puerta con
todo y vidrio. Le sacas el doble.
- No quiero
saber cómo es que sabes esas cosas Sam.
- Sale un
autobús cada hora con esa ruta, buena suerte pollita.- Y me despedí con un
beso.
Era un viaje de una hora
cruzando todo Zoopolis. No podía encender el aire acondicionado, pues gasta
demasiada gasolina. Bajé las ventanillas y me refresqué un poco. El aire
contaminado de Zoopolis y el ruido ensordecedor me quitaban el hambre. De la
guantera saqué mi desayuno. Un viejo sándwich de atún y mi botella de leche
condensada. La había comprado hacía dos meses y diario la rebajaba con un poco
de agua, para que durara más. A estas alturas estaba bebiendo agua con sabor a
leche.
Pedigree era un pueblo pequeño
repleto de mansiones. Ellos le llaman una “comunidad retirada para los
socialmente privilegiados”. Un bonito lugar donde los ricos de Zoopolis cuentan
su dinero. Un pueblo de puras sangres, de billetes, de mentiras, de oro, de
muerte. Rupert Pathos no había sido muy claro en su descripción de los hechos.
Entendible, pues su esposa había muerto. Patricia Pathos, una de las mujeres
más famosas e importantes de Zoopolis era una filántropa reconocida. Su muerte
estaría en todos los periódicos, quizás por eso el viejo Rupert no quería que
la prensa se enterara.
Era una mansión de tipo clásica
de tres pisos. Crucé el largo jardín y subí las escaleras hasta la oficina de
Rupert sin encontrarme con nadie. La mansión era tan grande que era fácil perderse,
pero ya había estado allí en una navidad cuando Lawrence me invitó a cenar.
Habíamos sido tantos invitados que nunca llegué a hablar con el viejo Pathos.
- Señor
Agrippa, gusto en verle.- Era ya un conejo viejo, su pelaje estaba amarillento,
tenía uno de sus dientes delanteros partidos y sus orejas apenas si podían
sostenerse.- Una lástima que no fuera en mejores términos.- Al parecer el viejo
sí me reconoció de aquella navidad hacía tantos años.- Como le dije por
teléfono, quiero discreción. No quiero lidiar con la prensa en este momento.
- Entendible,
¿pero qué hay de la policía? Sé lo que me dijo por teléfono, pero…
- Señor
Agrippa, ¿puedo llamarle Sam?
- Por
supuesto señor Pathos.
- Rupert, por
favor.
- Rupert.
- Sam,
Pedigree tiene los mejores restaurantes, las mejores mansiones, los mejores
servicios, pero los pura sangres son, como usted sabe, desconfiados. Es por
ello que este pueblo tiene a la peor policía del mundo. Es un grupo de ineptos
que lidian más que nada en cuestiones de tráfico. No ha habido un asesinato, o
un robo, en años. Patricia era pura sangre, una gata siamesa perfecta, y ella
siempre decía que era humillante ser protegida por policías de raza mixta.- El
lado desconocido de la gran filántropa.- El policía a cargo del caso es un inepto,
y hemos convenido en mantener esto en silencio por un par de días, o hasta que
usted pueda aclarar el caos.
- Ahora
entiendo, no se preocupe señor Pathos… Rupert, haré lo mejor posible.
- No Sam, no
lo intente, hágalo. Hablamos de mi Patricia, quien era un ángel a pesar de ser
pura sangre. Es cierto, tenía sus defectos como todos, era pretenciosa, avara y
chismosa, pero en Pedigree, ¿quién no lo es?
- Por
supuesto, por su esposa y por Lawrence.
- Lawrence,
fue un gran gato. Puede quedarse en la mansión, mi casa es su casa, por todo el
tiempo que quiera, pero le ruego, dese prisa.
- Puede
contar conmigo.- Soné más seguro de lo que realmente estaba. Los ricos son
personas cautelosas y mentirosas. Aún así, ya no necesitaba rentar una
habitación de hotel, era un inicio.
- Si me
disculpa, tengo que hacer algunas llamadas, mis familiares, y los de Patricia
aún no lo saben y el funeral será esta misma noche. Ese habría sido su deseo.-
Me excusé de la oficina y, recorriendo el largo pasillo, me topé con un joven.
- Mi nombre
es Emile Pathos, ¿usted es el detective del que habló mi padre?
- Sí, así
es.- Le extendí la mano pero no la sacudió. Era un gato debilucho de color
marrón claro.- Me gustaría hacer una llamada a mí… Compañera, pero veo que su
padre está hablando por teléfono, ¿hay algún teléfono público cerca?
- Pase por
aquí.- Me condujo a una de las siete habitaciones de invitados del ala este.-
Tenemos dos líneas en cada cuarto, el teléfono plateado es para todos, el
dorado es exclusivamente para mi padre.- Bañados en oro y en plata los dos
teléfonos habían sido hechos a mano y probablemente valían una fortuna. El lujo
estaba por todas partes.
- ¿Nena?
- Sam, ya voy
para allá, mi prima me prestó…
- No, no,
olvídate de eso. Toma el autobús tan rápido como puedas. No tendremos que pagar
un hotel, Rupert Pathos nos ha ofrecido su casa.
- Por Dios,
mi padre está cada día más senil.- Susurró Emile. Me miró con desprecio y se
fue de la habitación.
- Será mejor
que te apures pollita, antes de que mate a alguno de estos pretenciosos.
Bajé al primer piso para tratar
de ubicarme en el lugar de los hechos. El primer piso se componía de dos
partes, divididas por la enorme escalera de mármol que conducía al despacho de
Rupert, a las habitaciones de las dos alas y a salas de entretenimiento. Después
de la escalera se encontraba a la izquierda el comedor y a la derecha la
biblioteca, después de eso se encontraba el baño de la planta baja, y luego empezaba
el jardín. La policía había trazado, con un adhesivo, la silueta de los
cuerpos. En el comedor, al frente de la larga mesa de caoba, se encontraba la
silueta de Patricia Pathos. En la biblioteca, tirado al lado de una silla, la
del viejo Lawrence.
Entré primero a la
biblioteca para honrar a una vieja
amistad. La mayor parte de la amplia habitación se encontraba dominada por un
librero de dos paredes, la izquierda y la sur, dejando la pared del oeste a un
gran ventanal y al norte la puerta de entrada. Eran tres columnas en cada
pared, con cinco filas de libros. Las columnas se conectaban en la base
mediante los cajones inferiores. Una larga alfombra cubría casi todo el piso de
madera. Un amplio escritorio al centro, probablemente de Rupert, hacía uso
de la luz del ventanal. A la entrada
contra la pared oeste, antes del ventanal, se encontraba un pesado ropero
repleto de abrigos.
- ¿Puedo
ayudarle en algo?- La criada, una ratoncita de pelaje oscuro y ojos rojos me
sorprendió por atrás.
- Agrippa, Sam Agrippa, detective privado. - Esa
clase de cosas suele sorprender a los ratones.
- Soy Julia,
el señor Pathos me ha dicho que le ayude en todo lo posible.
- ¿Porqué no
empezamos por el principio?, ¿qué ocurrió ayer? Y empecemos desde la mañana.
- El viernes…
Vaya, parece que fue hace mucho, es que no he dormido luego de… Bueno, desde el
principio. El viernes en la mañana fuimos todos al club a un desayuno. Es la
primera vez que voy a un lugar así, es
muy bonito. Bueno, le decía, fuimos todos al desayuno, Lawrence también, esa
era la manera de Victoria, la señorita Bosch, de mostrar que no había rencor.-
Me rasqué detrás de las orejas y me apoyé contra el escritorio. Había una
cajetilla de cigarros sobre un cenicero así que aproveche la oportunidad.
- ¿Le
molesta?
- Eran de
Lawrence. El señor Pathos se lo permitía, aunque su esposa detestaba el olor.-
Quedamos en silencio un momento. La tristeza se podía sentir en la habitación.
Disfruté ese cigarro como uno de los muchos regalos que Lawrence, con la bondad
de su corazón, me había hecho.
- ¿Quién es
Victoria y qué rencor necesitaba sanearse?- Le ofrecí un regalo y le hice lugar
en el escritorio para que ambos pudiéramos fumar y descansar un momento.
- Victoria
Bosch, la viuda de Herbert Pathos, hermano del señor Rupert. Ella se quedó con
el collar Pathos después de la muerte de su marido, Rupert decía que las joyas
habían sido un préstamo y que con la muerte de su hermano las joyas debían
regresar a la familia.
- Ya veo,
esas joyas crearon mala sangre entre las familias, Victoria Bosch las devuelve
a la mañana y en la noche son robadas, ¿algo por el estilo?
- Oh no, lo
lamento Sam, pero es un poco más complicado. Las joyas no eran realmente un
problema, Victoria vive a dos cuadras de aquí y nunca se ha peleado con los
Pathos, Victoria y Patricia, mi patrona, iban al club una vez por semana. La
cosa está en que la sobrina de Victoria, Gail Bosch había tenido un romance
apasionado con Emile, ahora Emile se casará con la señorita Danvers y siempre
flotaba la tensión entre Gail y la familia… ¿No tendría que estar apuntando
esto?- Me sorprendió la pregunta, sobre todo viniendo de un ratón. Aunque tenía
razón. Saqué mi pequeño bloc de anotaciones y resumí las cosas.
- Siga Julia,
por favor.
- Emile y
Gail rompieron y poco después Emile conoció a Ivette, esa es la señorita
Danvers. Entre usted y yo, Emile nunca dejó de amar a Gail y ella probablemente
aún le adora. En fin, Ivette y Emile van a casarse y Rupert quería darle las
joyas a Ivette, como regalo de familia. Eso no cayó bien para Victoria, ni para
Patricia, a mi señora no le gustaba mucho Ivette. Es una perra de buena sangre,
pero aún así, los gatos y los perros… Ya sabe.
- Me imagino.
- Victoria
quiso demostrar que no había rencor entre los Bosch y los Pathos, así que
decidió entregar las joyas, pero antes nos invitó a todos al desayuno. Incluso
a los criados, Lawrence y yo, todos estábamos ahí, incluso el doctor Drummond,
doctor de la familia. En la noche Patricia ofreció una cena… Ahí fue donde
pasó.
- ¿Estaban
todos en el desayuno?
- Sí.
- ¿Cómo se
comportaron Gail y Emile?
- No, no
estaba Gail. Victoria la disculpó, está enferma desde el jueves.
- Bueno, siga
con el asunto, ¿cómo fue la cena, qué ocurrió exactamente? Y por favor, sea
detallada.- Alcé el bloc para darle entender que yo hacía mi papel de
detective. Julia parecía asombrada y orgullosa de participar. Afortunadamente
era pequeña y no alcanzaba a ver que yo únicamente garabateaba dibujos de
ratoncitos comiendo queso.
- Detallada…
Muy bien, la cena fue a eso de las diez. Victoria presentó las joyas para que
todos las pudiéramos ver. Eran bellísimas, yo nunca las había visto. Victoria
insistió en que fueran guardadas en la biblioteca, el lugar más seguro de la
casa, y Rupert le prometió que las cuidaría, se las dio a Lawrence para que las
vigilara durante la noche. En la mañana las trasladarían al banco, hasta la
boda. Así que Lawrence se encerró en la biblioteca con las joyas.
- ¿Cerró por
dentro?
- Oh sí señor
Agrippa, por dentro. Es de lo más misterioso. El ventanal también cierra por
dentro, nadie sabe cómo pudo haber sucedido.
- Bueno, eso
lo veremos.
- Serví la
cena, todos parecían muy felices. A la medianoche llamó Gail Bosch, tan amable
como siempre, se disculpó conmigo por no haber ido al desayuno. Gail siempre
fue buena conmigo. Le pasé el teléfono a Patricia. No supe nada más hasta que
escuché los gritos.
- ¿Qué clase
de gritos?
- Espantosos.
La señora estaba en el suelo, tenía convulsiones. Yo también grité. La señorita
Danvers se preocupó por las joyas y todos corrimos a la biblioteca, todos menos
el señor Pathos por supuesto. Yo tenía la llave para el primer seguro, pero
únicamente el señor Pathos tiene la segunda llave, así que regresé al comedor
para que me la diera. Pobre hombre, creo que envejeció una década sosteniendo
la mano de su esposa. Vimos a Lawrence…- Sofocó su llanto y le ofrecí mi
pañuelo para que se lavara las lágrimas que empezaban a mojar el pelaje de su
rostro.- Estaba en su silla, el idiota policía no sabía cómo marcar la silueta
del “cuerpo del delito” como él le llamó, así que lo dibujó en el suelo.- Me
atraganté con el humo.- Sí, lo sé, es difícil de creer. Había un almohadón
sobre él, creo que lo sofocaron así. Las joyas ya no estaban.
- ¿Qué
ocurrió después?
- Victoria
dijo que sabía donde vivía el doctor Drummond, médico de cabecera. Pensamos que
quizás podríamos hacer algo por
Patricia, así que se puso su abrigo y salió corriendo hasta su auto. El médico
le dio una mirada y supo que era demasiado tarde.
- Vaya…- Me
rasqué la cabeza sin saber qué decir.
- Llamamos a
la policía después de que el doctor nos informara que era un caso de
envenenamiento. Cianuro o algo así. La policía, como ya sabrá, no ha sido de
mucha ayuda.
- Un par de
preguntas, ¿dónde estabas durante la cena?
- En la
cocina, ¿dónde más voy a estar?- Me miró indignada, por un momento recordó que
ella era una ratona y yo un gato.
- No, no lo
digo por eso, pero quiero saber lo más posible. ¿Dónde queda la cocina?
- Detrás del
comedor, y estuve ahí toda la noche, menos cuando tenía que ir al baño, a las
once y media, quizás un poco después. No me gusta el baño de la cocina, uso el
del corredor, es la puerta después de ésta. Me encontré a Emile, no me dijo mucho
sobre la cena, le pregunté si todo estaba bien o si necesitaban de algo. Me
ignoró, como de costumbre, y regresó a la fiesta.
- ¿Emile
salía del baño?
- ¡Por
supuesto que salía del baño!- El susto nos hizo brincar. Emile entró a la
biblioteca dando zancadas. Julia y yo apagamos el cigarro en el cenicero tan
rápido como pudimos.- ¿Qué es lo que tratabas de insinuar Julia?
- Nada, yo…
- Y para que
te lo sepas, ratona de segunda mano, Gail y yo terminamos y no quedan
sentimientos entre nosotros, así que deja de esparcir esos rumores de una buena
vez.
- ¿Emile?
- ¿Tú qué
quieres muerto de hambre?
- ¿Haces un
hábito el escuchar las conversaciones ajenas?
- No les
estaba espiando, pasaba por aquí cuando la escuché a ella hablando de mí. Fui
al baño, ¿qué tiene eso de malo?
- ¿Y sobre
Gail?, ¿escuchaste eso también? Debes pasear a la velocidad de una tortuga
chico, porque la única otra manera de que hubieras oído eso, habría sido si nos
espiaras.- Emile me señaló, furioso, sus rasgos siameses mostraron sus largos
colmillos de perla. Sin decir nada más, se fue.
- ¿Qué harás
ahora Sam?
- Quiero
hablar con Victoria y con Gail, ¿sabe donde viven?
- Sí, a dos
cuadras de aquí. Vaya a la derecha, hasta el número quince. Es una mansión de
dos pisos, tiene una fuente con leones a la entrada. Es la única de la cuadra.
Normalmente caminar me ayuda a
pensar. Pensar sobre el triángulo amoroso, una ecuación sórdida que pudo haber
terminado en muerte. Pensar sobre Emile espiándonos, vigilándome. Pensar sobre
una posible rencilla entre familias. El calor hacía imposible pensar en nada. Cada
poro de mi cuerpo sudaba y mi pelaje negro no me hacía las cosas más fáciles.
Cuando finalmente llegué a la residencia Bosch pedí un vaso de agua al criado.
Traté de limpiarme el sudor lo más posible antes de subir las escaleras de
madera. La habitación se encontraba medio abierta. Gail Bosch se encontraba en
cama, su médico sentado a un lado. Gail era una doberman perfecta. Sus triangulares orejas alzadas encuadraban
perfectamente en su rostro negro y en su respingado hocico café. Su cuerpo
también era un espectáculo, atlética, de pelaje brillante. El doctor Drummond,
por el otro lado, era una tortuga anciana cuyo caparazón se hacía cada día más
pesado y su cuerpo cada día más débil. Se escondía detrás de sus gruesos
lentes.
- ¿Puedo
pasar?- La tortuga me hizo pasar, mientras Gail bebía una pastilla y acomodaba
el vaso en su buró.
- Mi nombre
es Sam Agrippa, detective privado, he sido contratado por el señor Rupert
Pathos para… clarificar los eventos de anoche. Asumo que usted es Gail Bosch.
- Sí, así es.
- Yo les
dejo. Gail querida, recuerda tomar muchos líquidos y tu medicina para el dolor
cada seis horas.
- No se
preocupe doctor, lo haré.- Gail se mordía las uñas mientras el doctor
lentamente se levantaba, recogía su sombrero y salía de la habitación. A su
velocidad, Gail fue capaz de morderse las cinco uñas de la mano izquierda, y
por lo que pude ver, las uñas de la manos derecha ya habían sido mordidas hacía
tiempo.
- Se muerde
las uñas, esa es un vicio difícil de encontrar entre los miembros del selecto
club de puras sangre.
- El
pedigree… Tonterías de ancianos. Hace unas décadas hubiera sido muy mal visto
incluso que un gato y un perro se casaran, y sin embargo mi hermana se casó con
un pura sangre.
- Los tiempos
cambian.
- La gente
no, lamentablemente, aún hay tragedias.- Su voz comenzó a temblar.- Patricia era…
Una vez en el club de campo, hace un año, alguien hizo un comentario obsceno
sobre mí y sobre Emile, se burlaban de semejante relación. Patricia me
defendió. Las historias sobre suegras insoportables no se aplican con Patricia.
- ¿Y qué tal
ahora? Con Emile me refiero, ¿has hablado con él?
- No. Ya no
hablamos. Terminamos bien, “como amigos”, ya sabe cómo es.- Sí, lo sabía, y
podían ser dos cosas, quizás era algo honesto, o quizás aún sentían algo entre
ellos.- Me alegra que Emile se case, siempre quiso tener una familia e Ivette
es una buena perra, tienen algo muy especial, más que lo que nosotros tuvimos.
- ¿Entonces
cuando usted no fue ayer a…?
- Estaba
enferma, ha sido una gripe terrible. Tuve fiebre el jueves a la noche, no pude
ir al desayuno y pensé que podría lograr ir a la cena, pero me fue imposible.- Gail
se acostó por completo, sacando algunas almohadas y cubriéndose con las
sábanas. Al parecer aquello debió haber sido sumamente doloroso, pues a juzgar
por sus muecas ella estaba en un dolor muscular agonizante.
- No le
molestaré más señorita Bosch, espero que se recupere pronto.- Para cuando salí
de la habitación el viejo doctor aún no alcanzaba las escaleras. Por un momento
pensé en lo que pasaría si tuviera que llegar a alguna parte a toda prisa, si
la vida de un paciente estuviera en juego. Probablemente llegaría a tiempo para
el velorio.- Doctor Drummond, ¿qué le parece Gail, está muy enferma?
- Llámeme
Franz. Para nada, ha sido algo ligero. Hasta ahora me he hecho cargo, ella dice
que la fiebre estuvo en su peor momento el jueves por la noche, ahora
únicamente permanece un malestar general y un terrible cuerpo cortado.- Le vi
bajar el primer escalón con tal lentitud que sentí que envejecía con mirarlo.-
¿Sabe una cosa? He sido el doctor de cabecera de la familia Pathos desde que
Rupert era un niño.- La sorpresa debió haber sido obvia, mis bigotes se
endurecieron.- Tengo noventa y siete años, nosotros envejecemos a otra
velocidad.
- Ahora
entiendo porque tienen una reputación por ser tan buenos médicos.
- Sí, así es.
Conozco a Rupert desde casi toda su vida y le he visto crecer, trabajar,
enamorarse… Yo me enteré que le iba a proponer matrimonio a Patricia antes que
a sus propios padres, ¿puede creerlo?- Apenas íbamos en el segundo escalón.- Patricia
y él eran muy unidos, se necesitaban. Rupert es muy necio y únicamente escucha
a su esposa… O escuchaba… Como sea, lo que necesitara de Rupert tenía que ir a
través de Patricia, era la única forma
- ¿Estuvo
usted presente en el desayuno del club de campo el viernes por la mañana?
- Sí,
estábamos todos. Una boda es algo excepcional y Victoria quiere ser parte de
ello. Es la viuda de Herbert, el hermano de Rupert, ¿sabía eso? Así que, en
cierta forma, sigue siendo de la familia.
- ¿Cómo se
comportaron los invitados?, ¿Hubo algún descontento?, ¿hizo Victoria algún
comentario sobre la relación que Emile y Gail mantuvieron?
- No, para
nada. Es curioso, yo vi florecer ese amor cuando Gail le visitaba diariamente
al hospital cada mañana. La verdad es que no presté mucha atención en el
desayuno, estuve casi todo el tiempo con Rupert. Canceló la cita que habíamos
tenido programada para el lunes. Era urgente que hablara con él.- Cuarto
escalón, mis rodillas me dolían de mantenerlas dobladas por tanto tiempo. La vieja
tortuga ni se inmutaba, él seguía hablando en su voz baja y calmada.- He estado
tratando su hígado por varios años, pero no importa cuántas veces insista sobre
algo, él nunca me hace caso. Finalmente tuve que convencer a Patricia de que
Rupert no puede comer grasas, ni beber licores, ni tomar nada azucarado.
- Anoche, ¿a
qué hora llegó usted a la mansión Pathos?
- Serían la
una más o menos. Tenían la esperanza de que… Imposible, Patricia había sido
envenenada con dosis concentradas de ricino o estricnina. Murió en minutos a
causa de la estricnina, normalmente un infectado tardaría de diez a quince
minutos, pero no en el caso de Patricia.
- Vaya, esa
debió haber sido una dosis fuerte.
- Muy fuerte,
muy concentrada, y probablemente no era únicamente estricnina, sino un coctel
de cianuro, estricnina y ricino. Quien haya sido quería asegurarse de matarla.
No encontramos la fuente del veneno, y estuvimos buscando por horas. La boca de
Patricia olía a huevo podrido, esa es señal del veneno concentrado que le fue
administrado. Es un olor fácil de distinguir, sobre todo para un gato, me
sorprende no se diera cuenta, pero supongo que el veneno estaba en la comida o
bebida y de esa forma se disimuló. Aún así, lo que fuera que estuviese
envenenado debía haber producido un olor espantoso.
- ¿Todos
estaban felices en el desayuno y en la cena, ese sería su diagnóstico?- La
vieja tortuga me sonrió.
- No, no
diría eso. Rupert, Patricia y yo nos alejamos en el desayuno. Rupert nunca
favoreció a los Bosch, nunca aprobó del matrimonio de su hermano Herbert. No
soporta a Victoria, aunque eso nunca se lo admite a Patricia, ella siempre fue
amiga de Victoria y de Gail. Emile estaba de un lado a otro, quería complacer a
su madre permaneciendo cerca de los Bosch, pero obviamente no podía hacer
enojar a su prometida, Ivette Danvers, y por extensión a su padre. Pobre
muchacho, no la tiene fácil.- Aún faltaban diez escalones y las piernas me
daban de punzadas.- Victoria no le prestó atención a eso, o al menos es buena
fingiendo. Es de la alta sociedad, supongo que su hipocresía es diplomacia. Anoche
pasó por mi tan rápido que me asustó, ella parecía más asustada.- De alguna
forma, pensar en Victoria la doberman correteando al doctor me parecía
gracioso.- Estaba sudando terriblemente.
- Bueno,
anoche hizo un calor tremendo, ahora también.
- Sí, sí. No
pude dormir, cuando ella entró a mi casa con todo y abrigo pensé que estaba
teniendo delirios. Vaya que usar semejante abrigo de mink para una noche tan
calurosa, y prácticamente me cargó hasta su auto, ella me decía que me apurara,
usted entiende…
- Claro,
claro.
- Si usted me
lo pregunta, únicamente un fantasma podría haber entrado a esa biblioteca, en
cuanto al veneno, no tengo idea de cómo fue administrado, mucho menos por
quién.
- No, los
fantasmas no matan, quien haya sido estaba muy vivo.
No dijimos nada más. Le acompañé
en los escalones tratando de pensar, de poner las cosas en claro. La rencilla
familiar que Julia había mencionado cobraba una nueva dimensión. Victoria y
Rupert no tenían buena relación entre sus familias desde la boda de su hermano.
Rupert favorecía a Ivette Danvers para casarse con su único hijo, quien
continuaría su legado. Patricia se oponía terriblemente, siendo amiga tan
cercana de Victoria. ¿Por qué mataría Emile a su propia madre? Es un malcriado
chismoso y abusivo, eso seguro, pero si no amaba a Gail, si su amor era cosa
del pasado, ¿para qué eliminar a su madre que se oponía a la boda?
Prácticamente era un asunto cerrado, y no necesita dinero por lo que no tendría
sentido robar las joyas. ¿Realmente ama a su prometida o sigue soñando con
casarse con Gail?, ¿realmente salía del baño o habrá encontrado una nueva
manera de entrar a esa biblioteca, matar a Lawrence y robar las joyas? Lawrence
era un gato dormilón, probablemente no dio mucha pelea antes de morir ahogado
por el almohadón. Ivette podría pensar distinto. Quizás ella pensaba que
Patricia convencería a Rupert, como hacía siempre, para que jalara los hilos y
uniera a los Bosch con los Pathos una vez más. No tendría sentido que Victoria
matara a su mejor aliada, aunque sí tiene sentido que robara las joyas.
En la entrada de la casa, a un
lado de la fuente con leones de plata, Victoria Bosch se despedía de un grupo
de perros que vestían, como ella, todo de negro. Familiares Bosch. Una de las
familias pura sangre más antiguas de este continente. Traté de pasar
desapercibido y desaparecer, pero un gato se destaca fácilmente entre tantos
perros.
- ¿Señor
Agrippa?- La viuda era alta y distinguida. La belleza de su juventud no había
desaparecido por completo, y aunque su pelaje no era tan brilloso como el de su
sobrina Gail, se trataba de una doberman hermosa.
- Llámeme
Sam.
- Llámeme
señorita Bosch, señor Agrippa.- No fue la mejor manera de presentarnos.- ¿Ha estado
molestando a mi hija?
- Le aseguro
que…
- Por el amor de Dios, un gato para resolver un
problema como éste…
- Un gato
contratado por el señor Pathos, con licencia de detective privado y portación
de armas. Este gato tiene uñas, y si usted quiere…
- Disculpe,
discúlpeme señor Agrippa.- Victoria se sentó en el borde de la fuente.- Todo
este asunto…
- Ha sido
difícil, le entiendo.
- No he
dormido, han llegado mis parientes para el funeral, las joyas están perdidas, y
francamente no sé qué hacer.
- ¿Usted
atenderá el funeral?- Me miró como si estuviera loco.
- ¡Por
supuesto que sí! ¿Qué clase de pregunta es esa? Patricia era mi mejor amiga.-
De su bolso tomó su cigarrera de plata y extrajo un cigarro, al cual le añadió
su propio filtro de nácar. Con su sombrero negro, que incluía velo para tapar
el rostro, y con el cigarro largo, Victoria Bosch parecía un cliché.- Le diré
quién no irá al funeral, Ivette Danvers.
- Yo solo
preguntaba porque tengo entendido que Rupert y usted no siempre han visto las
cosas de la misma manera.
- ¿Esa es su
manera diplomática de decir que nos peleamos?
- ¿Quiere que
sea amable o quiere ver a un gato panteonero?
- Está bien,
está bien. Rupert y yo nos peleamos desde hace mucho, nunca aprobó del amor que
Herbert y yo teníamos. Consideraba que el collar Pathos, probablemente la
joyería más cara del país, o del continente, era un préstamo. Eso es ofensivo
señor Agrippa, sobre todo cuando las finanzas de mi familia no lograron superar
la muerte de mi amado esposo. Preferiría morirme de hambre antes que vender ese
collar, tengo mi dignidad. Además, somos ricos, nos tenemos los unos a los
otros.- Por alguna razón pensé en Patricia, si todos se tienen los unos a los
otros, ¿cómo pudo sucederle eso a Patricia Bosch?- Patricia me convenció, a
ella tampoco le gustaba la idea. Dicen que los gatos y los perros no pueden ser
amigos, pero se equivocan. Usted es un gato de mundo, usted debe saberlo mejor
que yo.
- ¿Patricia
compartía su idea sobre el collar?
-
Absolutamente. Gata o no, ella era pura sangre, tenía pedigree. En fin, el
mundo se está volviendo loco, así que acepté la petición de Rupert. Los invité
a desayunar e incluso en la cena, para remarcar que no había ningún rencor
entre nosotros propuse un brindis entre Rupert y yo. Todos se lo podrán decir,
todos nos vieron. La botella había sido regalo de Ivette, licor de cajeta
traído desde Inglaterra, el mejor según ella. Sirvió copas para todos, hice el
brindis y Rupert en persona declaró que la familia Pathos y la familia Bosch
estaban unidas por un lazo que nada podía romper.
- Ni siquiera
la boda de Emile con Ivette Danvers.
- Ni siquiera
eso, mi hija ya no ama a Emile… No quiero hablar mal de la gente, pero ese
Emile nunca me sentó bien, es demasiado pretencioso.
- Sé a qué se
refiere.- Incluso detrás del velo pude ver su sonrisa. Emile era insoportable,
no era cosa de pedigree, era sentido común.
- Si me
disculpa, tengo que ir al funeral de mi mejor amiga.
- Una última
cosa, mencionó que Ivette no irá al funeral, ¿porqué?
- No lo sé, ¿porqué
no se lo pregunta a ella? Odiaba a Patricia, y me extraña que Rupert la
aceptara a la familia de esa forma. No solo porque los Danvers son unos muertos
de hambre, sino porque Rupert adoraba a su Patricia y no gustaba de nadie que
hablara mal de ella. Aún así Rupert la considera como su hija. Detestable,
realmente detestable.
Caía la tarde cuando regresé a
la mansión. El calor seguía dando batalla. Lana había llegado y me esperaba en
la puerta principal en compañía de Julia. Le expliqué a la ratona que ella era
mi asistente, una investigadora entrenada y capacitada y que era de vital
importancia para mí.
- Prepararé
una segunda habitación entonces.
- No, con la
mía bastará. La señorita Faisán disfruta comparar notas en la noche, y es más
sencillo si ocupamos una misma habitación.
La conduje a la biblioteca,
donde me robé la cajetilla del viejo Lawrence y le expliqué el caso con todos
sus pormenores. Pasó media hora. Lana me veía con mirada de aturdimiento y
movía la cabeza de atrás para adelante como un pollo. Cuando terminé de
explicarle las diplomacias y triquiñuelas de las dos familias, ella se rascó
las plumas de la cabeza y yo me rasqué el pelaje.
- No le veo
ni pies ni cabeza…
- Lo sé nena,
hay muchos motivos y muchos sospechosos.
- No, me refiero
a cómo ocurrieron los crímenes. ¿Cómo matas y robas en una habitación cerrada
por dentro?
- Con el
mismo ingenio con el que puedes envenenar a una mujer con un veneno apestoso
frente a todos y sin llamar la atención.
- Bueno, al
menos podemos quedarnos a dormir en esta lujosa mansión.- Lana se aferró a mi
brazo y me suspiró al oído.- Por muchas, muchas noches juntos.
- En una
lujosa mansión donde murieron dos personas de manera violenta, en medio de dos
familias potencialmente violentas, o tres si contamos a Ivette Danvers.
- Vaya, tú no
detectarías romanticismo aunque te golpeara en la cabeza.
- Yo detecto
niña pollo, ese es mi trabajo, detective.- Me propinó un buen coscorrón que me
hizo maullar de dolor.- Está bien, está bien, todo esto es romántico.
- Así me gusta.- Se mordió un dedo con el pico,
pensativa.- Has estado hablando con todos, pero ¿has hablado con Ivette?
- No, está en
mi lista, junto con deducir el modo en que se cometieron los crímenes.
- Creo que la
vi, estaba en el comedor.
Julia e Ivette se encontraban
cargando sillas y recogiendo manteles y platones en el comedor. ¿Estaría Ivette
limpiando la evidencia de su crimen o se trataba de ayuda honesta? Ella había
decidido no asistir al funeral, y eso la ponía alto en mi lista de sospechosos.
Les rogué a las dos que regresaran todo a su lugar cuanto antes, para que el
comedor se viera de la misma forma que anoche. Ivette, una stanford cabezona de
ojos pequeños y pelaje café oscuro con manchones negros, era de mediana
estatura y complexión atlética. No sonrió al verme, algo a lo que ya me he
acostumbrado a estas alturas. Se sentó en una de las sillas mientras Julia le
ofrecía algo de comer a Lana.
- Veo que
prefirió quedarse en casa que ir al funeral.
- No tenía
sentido, lo consulté con Emile y me dijo que no habría problema, pues su padre
probablemente no se daría cuenta. El señor Pathos está devastado. Seguramente
estarán las Bosch, y la señora Pathos no era mi mayor admiradora.
- Tiene
sentido.- Nos miramos en silencio pero ella no dijo nada más. Tomé una silla y
me senté a su lado, ahora ambos contemplábamos la pared decorada con cuadros de
los antepasados de la familia Pathos. Conejos en su mayoría. El retrato de
Rupert, de pie detrás de su escritorio en compañía de su amada Patricia, le
hacía ver juvenil y lleno de vida. Su pelaje era blanco como la nieve, y sus
orejas dejaban ver un interior rosa saludable. De no ser por la inscripción en
oro en el marco del cuadro, me hubiera parecido una broma de mal gusto.-
Hábleme sobre ayer. ¿Dónde estuvo durante el desayuno y dónde estaban los demás?
- Estuve con
Emile todo el tiempo, jugamos un poco de golf. Tratamos de enseñarle a Julia
pero los ratones no son buenos para esas cosas. Lawrence no quiso acompañarnos,
trataba de hacer conversación con Victoria pero ella no le prestó mucha
atención.
- ¿Y el señor
y señora Pathos?
- Con su
médico, el doctor Drummond. ¿Sospecha de mí?
- ¿Qué hay de
la cena? Misma pregunta.
- Eso fue un
sí.
- Eso fue una
pregunta.
- Estaba con
Emile, ¿qué quiere que le diga?
- ¿Toda la
noche?
- Sí, ¿qué
quiere que le diga?- Evadí su mirada, quería que se soltara y actuara con
naturalidad.
- La verdad.
¿Emile siempre estuvo a su lado?
- Sí… Fue al
baño, pero eso no es…
- ¿Cómo a qué
hora?
- ¿Eso
importa?
- ¿Le
importa?
- Mire señor
Agrippa, no me gusta el juego del gato y el ratón.
- A mí sí.
¿Cómo estuvo la cena, antes de la muerte de Patricia Pathos?
- Victoria se
sentó a la izquierda del señor Pathos, Patricia a su derecha, yo estaba al lado
de Emile, junto a su madre. Todo parecía estar bien.
- ¿Quiere que
le vuelva a preguntar? Yo no me canso.
- ¿Qué quiere
saber?
- La verdad.
¿Ve cómo no me canso?
- Está bien,
está bien, seré más detallada. Llegamos como a las diez, yo estuve con mi
estilista, dejamos los abrigos en el armario de la biblioteca. Hicimos
conversación ligera hasta que Julia sirvió la comida. Rupert, es decir, el
señor Pathos, me quería hablar sobre sus años en la industria acerera, pero eso
aburría a Emile, a él no le importan esas cosas. Patricia no dejaba de hablar
sobre las familias más ricas de Zoopolis y los malos matrimonios cuando los
hijos buscaban con familias de poco renombre. Se imaginará que eso era difícil
para mí, los Danvers hemos sido importantes, pero no tanto como los Pathos o
los Bosch. Preguntaba por Gail constantemente. Victoria insistía en que Gail
llegaría tarde, eso incomodaba a Emile. No quiero que se dé una mala impresión
de él, me ama y estamos comprometidos, pero ese es un tema espinoso. Todos se
refieren a ese noviazgo como el momento más importante de la familia Pathos. Es
mucha presión sobre mí. Patricia insistía en que Gail era la pareja adecuada.
- ¿Y
Victoria?
- Ella decía
que su sobrina se iría de viaje un par de meses, ella misma corrigió a
Patricia, le dijo que Gail no sentía nada por Emile y era mejor dejar las cosas
como estaban.
- ¿A qué hora
llamó Gail?
- A las doce.
- ¿Cómo puede
estar tan segura?
- Porque más
o menos a esa hora salió Emile del comedor. Le rogué que no me dejara sola con
su madre, pero era urgente. Julia trajo el teléfono a la señora Pathos. Gail se
disculpó por haber faltado a dos compromisos. Está enferma.- Se quedó
pensativa, mirando el cuadro de Rupert y Patricia.- Es raro…
- ¿A qué se
refiere?
- Las cosas
estaban tranquilas, Rupert… Es decir, el señor Pathos, nos contaba sobre su
primera empresa ferrocarrilera y cómo unió a Zoopolis con otras grandes
ciudades. Ya nos habíamos olvidado de Gail, pero cuando ella llamó el ambiente
se volvió tenso. Patricia mencionó algo sobre Gail, que se preocupaba por ella
como si fuera parte de su familia. Nada diplomático.- Julia y Lana regresaron
de la cocina y la ratona comenzó a barrer el suelo y levantar algunos cubiertos
y platones que habían quedado tirados tras el caos nocturno.
- ¿Qué hizo
Victoria?
- Propuso un
brindis. Quiso hacer oficial que los Bosch y los Pathos tenían un vínculo
especial y que, aunque Gail no estuviera presente, ella habría dicho lo mismo.
Serví las copas con el licor de cajeta que traje de Escocia, es el mejor del
mundo.
- Eso he oído.
- Victoria
hizo un gran brindis con el señor Pathos, le abrazó y chocaron copas. Fue muy
efusiva y el pobre señor Pathos quedó tambaleante. Seguimos hablando sobre
ferrocarriles y después sobre la boda.
- Debió ser
difícil… Teniendo en cuenta…
- Lo sé, lo
sé. Patricia siempre prefirió a los Bosch, si por ella fuera les dejaba las
joyas. Ella habría hecho lo imposible por reunir a Emile con Gail, cuando
incluso ella no está interesada.- Desde debajo de la mesa escuchamos un golpe y
un grito.
- ¡Julia!,
¿estás bien?- Lana ayudó a Julia a levantarse. Había estado apoyada en el suelo
con rodillas y manos limpiando cuando se asustó, instintivamente trató de
levantarse y se llevó un golpazo.
- ¡Santo
Jesús Ratón! Qué susto me he llevado.
- ¿Qué
ocurre?- Julia me indicó debajo de la cabecera de la mesa, a un lado de una de
las patas.
- Es una
cucaracha. Pensé que las había matado a todas. Si el señor se entera, me
matará.
- Bueno,
hasta en las mejores residencias. ¿Amor… digo, Sam, encontraste algo?
- Algo más
que una cucaracha muerta.- A un lado de la pata de la mesa había una cucaracha
muerta sobre un manchón café en el
tapete rojo y azul, y a su alrededor había un fino polvillo blanco. Recogí un
poco con una garra y me levanté con cuidado.- Huele esto.
- Qué asco,
¿qué es?
- El veneno
que usaron con Patricia Pathos.- Las tres se quedaron inmóviles, como si
pudieran ahuyentar el descubrimiento con un movimiento repentino.- Necesitamos
saber cómo se administró, y rápido. ¿Dónde guardaron la comida?
- La he
tirado toda a la basura, nadie querría un recalentado.
- A la cocina
entonces, ayúdenme. Buscamos algún plato, vaso, copa, tenedor, cuchillo, salero
o cuchara que tenga este polvo.
- Ya he
empezado a lavar.
-Pues
esperemos que tus habilidades de limpieza sean tan lentas como tu sentido
común.- Lana me metió otro coscorrón y contuvo las ganas de meterme un picotazo
en el ojo.- ¿Romántico?
- ¿Quieres
otro?
- Vaya nena,
estás de buen humor hoy.
En la enorme cocina de azulejos
blancos había dos mesas de preparación y tres lavamanos. Uno de ellos para uso
corriente y dos para lavar los trastes. Lana e Ivette se encargarían de las
mesas de preparación, donde aún quedaban platones, algunos platos sucios y
artículos de cocina. Julia, la ratona que ahora recordaba cuánto odiaba a los
gatos, y un servidor, nos ocupamos de los fregaderos. Había sido un festín.
Platos, copas, vasos, más platos, platería, más
platos. Parecía que habían alimentado a un regimiento con tanta comida
que me hubieran mantenido a mí gordo y ronroneante.
Analizando objeto por objeto
tardaríamos una eternidad. Con la ayuda de Julia pudimos vaciar los dos
fregaderos de trabajo. Con el dedo probé el desagüe. Si el veneno había sido
administrado en grandes dosis concentradas, entonces tendrían que quedar
residuos, incluso luego de un lavado superficial. El primer desagüe estaba
limpio. Más bien estaba asqueroso, pero no había rastros del polvo blanco. En
el segundo desagüe encontré lo que buscaba.
- Lo que
buscamos estaba en este fregadero.- El olor del veneno era nauseabundo, de
haber estado mezclado con el paté, la sopa o el filete, habría sido demasiado
obvio.
- Aquí está
Sam.- Lana sostuvo una de las copas pequeñas contra la luz de la tarde que
entraba por la ventana. Había polvo en el fondo y en el borde.- Huele bastante
mal, debió haber habido mucho polvo en esta copa.
- ¿Porqué
Patricia no podría oler algo tan obviamente apestoso?
- Buena
pregunta. ¿Julia, para qué usaron esta copa?- Julia la tomó y la estudió con
severidad, luego de unos segundos frunció el ceño.
- Soy una
tonta, ya he tirado la botella. Esta es la copa de licores, sin ninguna duda.
Es la copa que usaron para el licor de cajeta.- Los tres miramos a Ivette,
quien permanecía inmóvil como una estatua. Su hocico comenzaba a producir espuma
y sus ojos denotaban terror.
- No, no he
sido yo, lo juro.
- ¿Te
molestaba que Patricia prefiriera a la familia Bosch sobre la tuya?
- Sí, pero…
- Te iban a
regalar el collar, no a prestar, como fue el caso de Victoria, pero tu familia,
los Danvers, no tienen tanto dinero, no son tan importantes, y Patricia lo
sabía.
- Mi familia
está en bancarrota, pero amo a Emile, yo nunca le…
- Patricia
era la única que podría detener la boda, impedir que te quedes con el collar.
- No, están
locos, ¿me escucharon? ¡Están locos!- Lentamente fue caminando en reversa,
hacia la puerta. Saqué mi pistola cuando vi que una de sus manos se posaba en
una de las mesas. Una de las mesas que tenía un cuchillo.
- No te
muevas. La sangre, pura o no, se derrama igual.- Lana instintivamente se
protegió detrás de mí y jaló hacia ella a Julia.
- Rupert lo
sabe.
- ¿Sabe qué?
- Que mi
familia está en bancarrota, Emile le dijo. Me dijo que no habría problemas, que
con el collar en mi familia ésta volvería a ser famosa, que podríamos ser ricos
de nuevos.- Otro paso hacia atrás. Tenía miedo. Yo también, sobre todo porque
había vendido mis balas a la misma persona a quien le vendí mi gasolina. En
retrospectiva, debo admitir, no fue una idea inteligente.
- No te
muevas, no lo diré de nuevo.
- Emile
guardó sus cartas de amor en su libro favorito.
- ¿Dónde?-
Preguntó Lana.
- En
“maullidos del corazón”, está en la biblioteca.
- Muy bien,
podemos arreglar esto.- Lana se acerco, brazos extendidos, e Ivette comenzó a
llorar.- ¿Porqué no te quedas con Julia mientras nosotros buscamos la carta?
- Sí, les
juro que no fui yo.
- ¿Y yo?-
Preguntó Julia.
- ¿Hay un
teléfono?
- ¿Quiere que
llame a la policía?
- No, si
Danvers se mueve, golpéela con él.- Me miró asustada. No hay nada peor que un
ratón asustado frente a un gato enojón.- Por supuesto que quiero que llame a la
policía, pero solo si trata de escapar. No intente detenerla, si ella mató a
Patricia o a Lawrence, no dudará en lastimarla.- Tomé a la perra de la muñeca,
ella trataba de calmar el llanto.- Ivette, entiende una cosa, si tratas de
escapar, o de lastimar a Julia, toda la policía de Pedigree te estará buscando.
Rupert probablemente llamará a sus amigos policías de Zoopolis y no habrá un
lugar en el mundo donde puedas esconderte. Créelo o no, somos tus únicos
amigos.
- Tengo malas
amistades.- Se lamentó, sentándose en un taburete.
- Miau.
La noche calurosa empezaba a
apoderarse de la mansión. Lana y yo buscamos entre los libros con la
insuficiente luz eléctrica. Al parecer nadie leía en esta habitación durante la
noche. Lana encontró el pesado volumen de poesía a un lado de un libro de
historia de los conejos empresarios del siglo XIX y su impacto en los cultivos
de zanahorias. Lana parecía una colegiala leyendo los poemas.
- “Mil
razones para pensarte, cien para admirarte y una sola para no olvidarte:
Maullarte.” ¿No es tierno Sam?
- ¿Crees que
sería posible que Emile e Ivette planearan esto juntos? Emile no está hecho
para los negocios, pero un collar de diamantes es suficiente dinero para toda
una vida.
- No estás
escuchándome Sam, como siempre. Mira este otro: “Maúllo porque maúllo, maúllo por no llorar, maúllo
porque te quiero y no te puedo olvidar.”
- Yo te digo
eso todo el tiempo.
- ¿Cuándo?,
¿Cuándo te quedas dormido y roncas, o es cuando te emborrachas de leche
condensada y te quedas dormido, y roncas?
- Mujeres,
mujeres, no aprecian la sinfonía del ronquido.- Le apreté un beso contra su
piquito y nos abrazamos.- Con toda esta locura olvidé darte la bienvenida.-
Lana dejó caer el libro para besarme de nuevo, y al hacerlo, una carta salió
despedida desde el libro.
- Lo
encontramos Sam, mira lo que dice.
- No, no,
dame eso.- Le arrebaté las dos cartas y las leí tan rápido como pude.- “Amor
eterno, bla, bla, bla, no te preocupes por nada, solo hago lo que tú harías por
mí…. Bla, bla, maúllo desde el corazón, bla, bla, bla… Mi padre me ha dicho que
no tiene inconveniente, los Pathos te cuidaremos hasta que tu familia regrese a
su esplendor, nuestra boda será algo histórico.”
- Todo eso
sobre amor eterno y bodas… Sam, ¿qué tal nuestra boda?
- Vamos,
seamos sensatos mi amor, hagamos labor detectivesca, ¿qué hay en una boda?
- ¿Un hombre
y una mujer dispuestos a pasar el resto de sus vidas juntos?
- Me gusta
eso, pero no preciosa. Una boda es antes que nada, una fiesta, y de las
grandes. Champaña, licor, vino, mucha leche condensada, y me has hecho prometer
que no beberé más.
- ¿Y?
- ¿Cómo que
“Y”? Pues por deducción no puedo atender una boda, ni siquiera la mía. Pero
mándame una postal, seguro que será encantadora.
- Eres la
persona menos romántica del mundo.
- Pollita,
cuando los gatos maúllan del corazón no matan a sus madres.
- ¿Crees que
eso fue lo que pasó?- Le entregué las cartas a Lana para que las siguiera
leyendo, por si encontraba algo interesante, mientras que yo me dedicaba a
caminar en círculos por la biblioteca.
- No es del
todo descabellado que Emile consiguiera una llave de su padre, quizás que la
copiara cuando el viejo Rupert no prestaba atención. Sale con la excusa de ir
al baño, mata a Lawrence, y roba el collar. Ivette envenena a Patricia y ahora
no tienen obstáculos para casarse. Antes de esto, de saber sobre los problemas
financieros de los Danvers, no veía razón alguna por la que Emile estaría
implicado, pero ahora tiene sentido.
- La copa que
conseguimos tenía tanto veneno que me sorprendería que se oliera hasta el otro
lado de la mesa, si esa es la copa homicida, ¿no crees que Patricia se daría
cuenta?
- ¿Y qué hay
del veneno en el suelo, en el tapete?- Algo llamó mi atención frente al librero
de la pared sur. Minúsculo, ordinario, pero fuera de lugar en una biblioteca
tan bien conservada.
- Ese es un
buen punto, pero Sam, si vas a sospechar de todos, ¿qué hay de Julia? Si
seguimos tu camino de sospechar de todos, quizás Julia tiene una copia de la
llave de esta biblioteca, la que únicamente debería tener Rupert Pathos. Quizás
ella robó las joyas.
- Tienes
razón, es una buena posibilidad. Quizás tratamos con dos casos diferentes, el
robo y Patricia.- Me incliné para ver aquel objeto blanco y duro. Era una uña.
- No tenía
buenas relaciones con Ivette, ¿pero estaría lo suficientemente paranoica para
esperar que su nuera podría envenenarle?, otra posibilidad, ¿qué tal si Gail y
Emile mantenían un romance?, ¿o qué tal si Emile nunca consultó a su padre
sobre los problemas financieros de los Danvers? Mil cosas Sam, mil cosas
pudieron pasar.
- Mil cosas,
pero solo pasó una.- Lo levanté para inspeccionarla más de cerca. Realmente era
una uña. Lana se acercó para ver lo que tenía en la mano.- ¿Piensas robarte ese
libro?
- Me gustan
los poemas felinos, de los pocos románticos que quedan. ¿Qué es eso?
- Esto, mi
querida Lana, es un principio.- En cuclillas abrí la puerta del gabinete
inferior de la biblioteca, el que conectaba a todos los libreros. Al hacerlo,
otra uña cayó al suelo, probablemente atorada en la puerta. Los cajones estaban
vacíos y sin paredes, conectando a toda la biblioteca en una sola unidad.
- Espera,
creo que los escucho llegar.
Interceptamos a los Pathos y a
los Bosch cuando entraban a la mansión en compañía del policía, un uniformado
de nombre Manfred, un viejo sabueso con cara de aburrido. Luego de que Rupert
me presentara con el policía, yo les presenté a Lana. Les pedí que todos
tomaran asiento en el comedor. Corriendo, avisé a Julia y a Ivette que había
resuelto el caso y que sería mejor si nos acompañaban en el comedor.
- ¿Bueno, de
qué se trata esto?
- En un
momento oficial, quiero asegurarme de algo.- Me agaché bajo la mesa y, haciendo
a un lado la cucaracha, examiné con mayor detenimiento la mancha. Había mucho
más polvo blanco del que había visto la primera vez. Al pasar mi mano por el
tapete hice brincar docenas de granitos blancos apestosos.- Tal y como lo
sospechaba.
- Señor
Agrippa, Sam, ¿dice que ha solucionado este misterio?
- Misterio
no, señor Pathos, crimen. En realidad son crímenes, en plural. Y sí. Puedo
decir que estoy particularmente orgulloso de este en particular.- Saqué los
cigarros de Lawrence y me preparé para mi momento.- ¿Julia, serías tan amable
de darme una copita de leche condensada?
- ¡Sam!
- Me lo
merezco pollita, tú misma conoces lo complicado del caso.- Su mirada no parecía
convencida.- ¿Leche condensada rebajada con leche regular?- Eso pareció
contentarla.
- ¿Y bien?-
Preguntó Emile, en su usual tono ácido.
- Esperamos.-
Dije yo, con toda la calma del mundo.
- ¿A qué?
- A mi copa.
Pensé que era obvio.
- Está
disfrutando esto, ¿no es cierto?
- Sí Emile,
puedo asegurarle que sí.- Julia me entregó una copa y me la bebí de un sorbo,
dejando un enorme bigote de leche en mi pelaje. Le di un par de caladas al
cigarro para ganar tiempo y ordenar mis pensamientos.
- Sam, no nos
dejes en suspenso.
- Muy bien
señor Pathos, aquí está: Este crimen sería imposible sin la ayuda de un
cómplice, eso es obvio. No se puede envenenar y robar a la vez. ¿Cómo puedes
entrar a una biblioteca cuando la única puerta de acceso es la puerta
principal?
- Pero
Lawrence hacía de guardia, se quedó dormido, es cierto, pero se habría
despertado al escuchar los dos cerrojos. Y se necesitan dos llaves.
- No estuvo
de guardia todo el día. En la mañana estaban todos reunidos en el club de
campo. Momento perfecto para entrar a la casa y esconderse en la biblioteca sin
ser visto. La coartada estaba puesta, Gail estaba en cama.
- Espere un
momento….
- ¡No!-
Rupert gritó, y con sus dos manos golpeó la mesa con tanta fuerza que el vaso
de agua que Julia le había preparado se cayó. Todos pegamos un brinco del
susto.- Dejen que termine de explicarme este terrible crimen.
- Gracias
señor Pathos. Al caer la noche Gail se escondió en los gabinetes de la
biblioteca. Las joyas fueron puestas ahí a petición de Victoria. Gail sale de
su escondite cuando el viejo Lawrence se queda dormido y lo sofoca con el
almohadón. Roba las joyas y las guarda en uno de los abrigos. Cuando terminó su
trabajo llamó a esta casa para luego regresar a su escondite.
- Imposible,
estaba en casa, enferma.
- Esta
mansión cuenta con dos líneas de teléfono. Ese fue un detalle que me pareció
interesante. Nadie sabría dónde estaba usted, todos confiaron ciegamente en su
palabra. La llamada era la señal, el plan había sido un éxito, Victoria pidió
hacer un brindis con el licor que Ivette había traído de Inglaterra. Ivette
sirve el licor pero el veneno no estaba en la copa de Patricia. Estaba en la
copa de la asesina. Una dosis tan fuerte que habría sido imposible que pasara
por la nariz de Patricia sin causar algún alboroto. Victoria decide hacer un
brindis con Rupert, es efusiva y chocan las copas con fuerza. El objetivo era
sencillo, derramar de la copa envenenada a su copa. Una dosis mínima habría
bastado.
- ¡Mentiras!
- ¡No lo diré
de nuevo!- Bramó el conejo. Lanzó una mirada a su retrato, a su esposa, y con
un gesto me permitió continuar.
- La
costumbre del brindis es de origen medieval, el rey temía que su vino estuviese
envenenado, de modo que chocaría su copa contra la de todos. De esa manera, si
uno de ellos era traidor, no bebería de la copa. Es el mismo principio, pero
aplicado al revés.
- Rupert, por
Dios, es que no tiene sentido.
- La mancha
en la alfombra es bastante grande, es de cuando usted derramó el contenido de
su copa al suelo, para deshacerse de la evidencia inmediata.
- Pero si
hubiera hecho eso, la copa de Rupert…
- Lo que
nadie sabía es que aquella mañana el doctor Drummond acompañó al señor y señora
Pathos. El doctor se preocupaba por el hígado de Rupert, le había prohibido
cosas en el pasado pero era inútil, Rupert es un hombre necio. Con una clara
excepción, el doctor me confió que el secreto estaba en convencer a Patricia, y
así lo hizo. Convenció a Patricia de que Rupert debía dejar los licores y
azucares. Es por ello que Patricia le retiró su copa.
- Es cierto,
me dio su copa, que tenía agua mineral.- Interrumpió Rupert, pensativamente.
- Lo que hacía
complejo a este caso era la víctima, Patricia era la mejor aliada de los Bosch,
pero su muerte fue un accidente. No era posible detener el plan a esas alturas,
así que Victoria se preocupa por las joyas. Encuentran muerto a Lawrence, ella
se pone el abrigo con la excusa de ir por el doctor. Aún cuando la noche fue
tan calurosa como el día. Así es como saca las joyas de la casa, estaban en su
abrigo. Gail pudo haber escapado cuando el doctor tenía la concentración de
todos, u horas después incluso.
- Imposible.-
Victoria se puso de pie y se retiró el velo de luto.
- No tenía
sentido que matara a Patricia, pero una vez que ella murió, tenía menos sentido
aún que usted cometiera estos crímenes. Accidentalmente se dio la mejor
coartada posible, y si Ivette cargaba con la culpa, usted se queda con todo. Un
accidente suertudo en un plan ingenioso. Quien tuviera esa copa que encontramos
habría olido el veneno de inmediato, no era para ser bebida, su función era
trasladar gotas de veneno a otra copa. No contaban con que Patricia bebería de
esa copa, es por ello que el caso parece confuso, porque mataron a la persona
equivocada, era Rupert quien debía morir, asegurarse de las joyas y de la
amistad de la familia Pathos a través de Patricia.
- No
escucharé ni una palabra más, mi sobrina y yo…
- Su sobrina
tiene un mal hábito. Se muerde las uñas. Esperando tantas horas en un espacio
tan confinado ella no contuvo su hábito. Fingió gripe, el doctor no encontró
nada más que un caso de cuerpo cortado. Le duele el cuerpo porque pasó horas en
una posición incómoda.
- Maldita
sea, déjalo tía, es demasiado tarde. Tiene razón, solo me importaba el
presumido de Emile por su dinero, pero con el collar Pathos ya no le
necesitaba.- Por un momento nadie sabía qué hacer. Victoria, viendo que todo
estaba perdido, escogió la opción menos honrosa y trató de escapar corriendo.
El policía, Manfred, le alcanzó en la puerta y forcejearon. Gail se levantó de
un brinco, haciendo caer la silla.- No dejaré que un gato callejero y un pollo
muerto de hambre me…- Lana lanzó el libro de “maullidos del corazón” por los
aires, el pesado volumen le pegó justo en la cabeza y la hizo caer,
tropezándose con su propia silla.
- Pio… Perra.
- Bien dicho
preciosa.- Emile ayudó al policía a esposar a una Victoria Bosch histérica que
lanzaba tarascadas. Ivette le tomó la mano a Rupert para tratar de calmarlo.
- Es tan
difícil de creer… Amigos por años… Tanto tiempo juntos en una comunidad de tan
alta alcurnia.
- La ambición
es como la muerte, no conoce Pedigree.
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