miércoles, 22 de julio de 2015

La muerte no conoce pedigree

La muerte no conoce pedigree.
Por: Juan Sebastián Ohem

Del escritorio de Samuel Agrippa, investigador privado:

                Zoopolis se cocinaba por el calor. El trabajo escaseaba por lo que puso en renta mi departamento y me mudé a la oficina. El calor hace que la gente haga cosas locas, y eso suele ser buenas noticias para nosotros, pero no este verano. Nuestra competencia corporativa se ha llevado todos los buenos casos, dejándonos con nada. Lana incluso consideraba renunciar y trabajar en alguna otra parte. Lo discutíamos esa calurosa mañana de sábado cuando un ruido nos asustó a los dos.
- ¿Qué fue eso?
- Hacía mucho que no escuchaba ese sonido, soy una pollo así que mi sentido auditivo no es tan refinado como el tuyo.- Volvió a sonar.
- Bueno mi amor, solo porque sea un gato no quiere decir…- Sonó una vez más. Lana y yo nos abrazamos temblorosos.
- Vamos, tú eres el valiente.
- ¿Yo? Digo, sí, claro que lo soy.- Me acerqué al escritorio. Sonó de nuevo y descubrí la fuente de ese angelical repiqueteo.- Dios mío, hace tanto que no recibíamos una llamada que olvidé que era el teléfono.- El teléfono tenía tres capas de tierra. Una araña se había ahogado en el polvo. Lo limpié con mi pañuelo antes de contestar.


                Las bromas cesaron en cuanto escuché el nombre. Rupert Pathos. El viejo conejo, industrialista millonario. La noticia era mala. Lawrence estaba muerto. Asesinato. Habíamos sido amigos cercanos por décadas, trabajaba como contador para el viejo Pathos. Cuando se retiró tenía miedo de terminar viviendo en la calle, pues había gastado todo su dinero en alcohol y mujeres. Rupert le ofreció trabajo como cuidador en su mansión. Con el paso del tiempo fuimos perdiendo contacto.
- Déjeme ver si le entiendo señor Pathos, Lawrence y su esposa Patricia han sido asesinados, y…
- El collar, no olvide el collar. Es una herencia familiar. El collar fue robado también, y agradecería si pudiera recuperarlo.
- Fue bueno con Lawrence señor Pathos, y el viejo y yo éramos amigos…
- Lo sé, lo sé. Lawrence hablaba constantemente sobre usted, me dejó su número y me aseguró que era usted un hombre cauteloso y discreto. Eso es lo que necesito, discreción.
- ¿Discreción? Señor Pathos, es un homicidio doble y un robo millonario, ¿qué hay de la policía?
- De eso me encargo yo. Cinco mil dólares es mi oferta.- Los bigotes se me endurecieron. Un brillo se encendió en mis ojos.- ¿Puede venir de inmediato?
- Tan rápido como felinamente posible.
- ¿Y bien?- Preguntó Lana cuando colgué el teléfono.
- Lawrence está muerto, asesinado. El señor Pathos quiere que me encargue del caso, son cinco mil dólares.- Lana bebía su matutina taza de café, la sorpresa le hizo atragantarse.- Lo sé, lo sé. Es mucho dinero.
- Suficiente para que recuperes tu departamento, nos pongamos al corriente en la renta de esta oficina, y en la electricidad. Y en mi salario atrasado de hace tres meses.
- Con suerte sobrarán unos veinte dólares y me podré comer un buen filete de salmón. Hay algo que no te gustará, la mansión queda en Pedigree.- Lana no pudo ocultar la mirada de asco.- Lo sé, lo sé. Detesto ese lugar. Esto es lo que haremos, yo me adelanto, pero tengo que usar tu auto.
- ¿Porqué no te llevas el tuyo?
- Porque vendí toda mi gasolina.
- ¿Hiciste qué?, ¿porqué no vender el volante de una vez?
- La gasolina y las dos llantas traseras.
- Sam…
- Tú puedes comer alpiste un mes entero nena, yo soy un gato y a mí lo único que me hace ronronear es el atún…. Y tú. Así que me adelanto mientras que tú buscas algo de dinero y vas a Pedigree, quiero que rentes una habitación en caso de que se prolongue por varios días este asunto.
- ¿Y de dónde saco el dinero?, los hoteles en ese lugar son muy caros, ¿quieres que venda las puertas de tu auto?
- No, eso no sería suficiente, empieza por los espejos y las luces. Si quieres, puedes vender las ventanas de los autos como cristal, antes de vender la puerta con todo y vidrio. Le sacas el doble.
- No quiero saber cómo es que sabes esas cosas Sam.
- Sale un autobús cada hora con esa ruta, buena suerte pollita.- Y me despedí con un beso.

                Era un viaje de una hora cruzando todo Zoopolis. No podía encender el aire acondicionado, pues gasta demasiada gasolina. Bajé las ventanillas y me refresqué un poco. El aire contaminado de Zoopolis y el ruido ensordecedor me quitaban el hambre. De la guantera saqué mi desayuno. Un viejo sándwich de atún y mi botella de leche condensada. La había comprado hacía dos meses y diario la rebajaba con un poco de agua, para que durara más. A estas alturas estaba bebiendo agua con sabor a leche.

                Pedigree era un pueblo pequeño repleto de mansiones. Ellos le llaman una “comunidad retirada para los socialmente privilegiados”. Un bonito lugar donde los ricos de Zoopolis cuentan su dinero. Un pueblo de puras sangres, de billetes, de mentiras, de oro, de muerte. Rupert Pathos no había sido muy claro en su descripción de los hechos. Entendible, pues su esposa había muerto. Patricia Pathos, una de las mujeres más famosas e importantes de Zoopolis era una filántropa reconocida. Su muerte estaría en todos los periódicos, quizás por eso el viejo Rupert no quería que la prensa se enterara.

                Era una mansión de tipo clásica de tres pisos. Crucé el largo jardín y subí las escaleras hasta la oficina de Rupert sin encontrarme con nadie. La mansión era tan grande que era fácil perderse, pero ya había estado allí en una navidad cuando Lawrence me invitó a cenar. Habíamos sido tantos invitados que nunca llegué a hablar con el viejo Pathos.
- Señor Agrippa, gusto en verle.- Era ya un conejo viejo, su pelaje estaba amarillento, tenía uno de sus dientes delanteros partidos y sus orejas apenas si podían sostenerse.- Una lástima que no fuera en mejores términos.- Al parecer el viejo sí me reconoció de aquella navidad hacía tantos años.- Como le dije por teléfono, quiero discreción. No quiero lidiar con la prensa en este momento.
- Entendible, ¿pero qué hay de la policía? Sé lo que me dijo por teléfono, pero…
- Señor Agrippa, ¿puedo llamarle Sam?
- Por supuesto señor Pathos.
- Rupert, por favor.
- Rupert.
- Sam, Pedigree tiene los mejores restaurantes, las mejores mansiones, los mejores servicios, pero los pura sangres son, como usted sabe, desconfiados. Es por ello que este pueblo tiene a la peor policía del mundo. Es un grupo de ineptos que lidian más que nada en cuestiones de tráfico. No ha habido un asesinato, o un robo, en años. Patricia era pura sangre, una gata siamesa perfecta, y ella siempre decía que era humillante ser protegida por policías de raza mixta.- El lado desconocido de la gran filántropa.- El policía a cargo del caso es un inepto, y hemos convenido en mantener esto en silencio por un par de días, o hasta que usted pueda aclarar el caos.
- Ahora entiendo, no se preocupe señor Pathos… Rupert, haré lo mejor posible.
- No Sam, no lo intente, hágalo. Hablamos de mi Patricia, quien era un ángel a pesar de ser pura sangre. Es cierto, tenía sus defectos como todos, era pretenciosa, avara y chismosa, pero en Pedigree, ¿quién no lo es?
- Por supuesto, por su esposa y por Lawrence.
- Lawrence, fue un gran gato. Puede quedarse en la mansión, mi casa es su casa, por todo el tiempo que quiera, pero le ruego, dese prisa.
- Puede contar conmigo.- Soné más seguro de lo que realmente estaba. Los ricos son personas cautelosas y mentirosas. Aún así, ya no necesitaba rentar una habitación de hotel, era un inicio.
- Si me disculpa, tengo que hacer algunas llamadas, mis familiares, y los de Patricia aún no lo saben y el funeral será esta misma noche. Ese habría sido su deseo.- Me excusé de la oficina y, recorriendo el largo pasillo, me topé con un joven.
- Mi nombre es Emile Pathos, ¿usted es el detective del que habló mi padre?
- Sí, así es.- Le extendí la mano pero no la sacudió. Era un gato debilucho de color marrón claro.- Me gustaría hacer una llamada a mí… Compañera, pero veo que su padre está hablando por teléfono, ¿hay algún teléfono público cerca?
- Pase por aquí.- Me condujo a una de las siete habitaciones de invitados del ala este.- Tenemos dos líneas en cada cuarto, el teléfono plateado es para todos, el dorado es exclusivamente para mi padre.- Bañados en oro y en plata los dos teléfonos habían sido hechos a mano y probablemente valían una fortuna. El lujo estaba por todas partes.
- ¿Nena?
- Sam, ya voy para allá, mi prima me prestó…
- No, no, olvídate de eso. Toma el autobús tan rápido como puedas. No tendremos que pagar un hotel, Rupert Pathos nos ha ofrecido su casa.
- Por Dios, mi padre está cada día más senil.- Susurró Emile. Me miró con desprecio y se fue de la habitación.
- Será mejor que te apures pollita, antes de que mate a alguno de estos pretenciosos.

                Bajé al primer piso para tratar de ubicarme en el lugar de los hechos. El primer piso se componía de dos partes, divididas por la enorme escalera de mármol que conducía al despacho de Rupert, a las habitaciones de las dos alas y a salas de entretenimiento. Después de la escalera se encontraba a la izquierda el comedor y a la derecha la biblioteca, después de eso se encontraba el baño de la planta baja, y luego empezaba el jardín. La policía había trazado, con un adhesivo, la silueta de los cuerpos. En el comedor, al frente de la larga mesa de caoba, se encontraba la silueta de Patricia Pathos. En la biblioteca, tirado al lado de una silla, la del viejo Lawrence.

                Entré primero a la biblioteca  para honrar a una vieja amistad. La mayor parte de la amplia habitación se encontraba dominada por un librero de dos paredes, la izquierda y la sur, dejando la pared del oeste a un gran ventanal y al norte la puerta de entrada. Eran tres columnas en cada pared, con cinco filas de libros. Las columnas se conectaban en la base mediante los cajones inferiores. Una larga alfombra cubría casi todo el piso de madera. Un amplio escritorio al centro, probablemente de Rupert, hacía uso de  la luz del ventanal. A la entrada contra la pared oeste, antes del ventanal, se encontraba un pesado ropero repleto de abrigos.
- ¿Puedo ayudarle en algo?- La criada, una ratoncita de pelaje oscuro y ojos rojos me sorprendió por atrás.
- Agrippa, Sam Agrippa, detective privado. - Esa clase de cosas suele sorprender a los ratones.
- Soy Julia, el señor Pathos me ha dicho que le ayude en todo lo posible.
- ¿Porqué no empezamos por el principio?, ¿qué ocurrió ayer? Y empecemos desde la mañana.
- El viernes… Vaya, parece que fue hace mucho, es que no he dormido luego de… Bueno, desde el principio. El viernes en la mañana fuimos todos al club a un desayuno. Es la primera  vez que voy a un lugar así, es muy bonito. Bueno, le decía, fuimos todos al desayuno, Lawrence también, esa era la manera de Victoria, la señorita Bosch, de mostrar que no había rencor.- Me rasqué detrás de las orejas y me apoyé contra el escritorio. Había una cajetilla de cigarros sobre un cenicero así que aproveche la oportunidad.
- ¿Le molesta?
- Eran de Lawrence. El señor Pathos se lo permitía, aunque su esposa detestaba el olor.- Quedamos en silencio un momento. La tristeza se podía sentir en la habitación. Disfruté ese cigarro como uno de los muchos regalos que Lawrence, con la bondad de su corazón, me había hecho.
- ¿Quién es Victoria y qué rencor necesitaba sanearse?- Le ofrecí un regalo y le hice lugar en el escritorio para que ambos pudiéramos fumar y descansar un momento.
- Victoria Bosch, la viuda de Herbert Pathos, hermano del señor Rupert. Ella se quedó con el collar Pathos después de la muerte de su marido, Rupert decía que las joyas habían sido un préstamo y que con la muerte de su hermano las joyas debían regresar a la familia.
- Ya veo, esas joyas crearon mala sangre entre las familias, Victoria Bosch las devuelve a la mañana y en la noche son robadas, ¿algo por el estilo?
- Oh no, lo lamento Sam, pero es un poco más complicado. Las joyas no eran realmente un problema, Victoria vive a dos cuadras de aquí y nunca se ha peleado con los Pathos, Victoria y Patricia, mi patrona, iban al club una vez por semana. La cosa está en que la sobrina de Victoria, Gail Bosch había tenido un romance apasionado con Emile, ahora Emile se casará con la señorita Danvers y siempre flotaba la tensión entre Gail y la familia… ¿No tendría que estar apuntando esto?- Me sorprendió la pregunta, sobre todo viniendo de un ratón. Aunque tenía razón. Saqué mi pequeño bloc de anotaciones y resumí las cosas.
- Siga Julia, por favor.
- Emile y Gail rompieron y poco después Emile conoció a Ivette, esa es la señorita Danvers. Entre usted y yo, Emile nunca dejó de amar a Gail y ella probablemente aún le adora. En fin, Ivette y Emile van a casarse y Rupert quería darle las joyas a Ivette, como regalo de familia. Eso no cayó bien para Victoria, ni para Patricia, a mi señora no le gustaba mucho Ivette. Es una perra de buena sangre, pero aún así, los gatos y los perros… Ya sabe.
- Me imagino.
- Victoria quiso demostrar que no había rencor entre los Bosch y los Pathos, así que decidió entregar las joyas, pero antes nos invitó a todos al desayuno. Incluso a los criados, Lawrence y yo, todos estábamos ahí, incluso el doctor Drummond, doctor de la familia. En la noche Patricia ofreció una cena… Ahí fue donde pasó.
- ¿Estaban todos en el desayuno?
- Sí.
- ¿Cómo se comportaron Gail y Emile?
- No, no estaba Gail. Victoria la disculpó, está enferma desde el jueves.
- Bueno, siga con el asunto, ¿cómo fue la cena, qué ocurrió exactamente? Y por favor, sea detallada.- Alcé el bloc para darle entender que yo hacía mi papel de detective. Julia parecía asombrada y orgullosa de participar. Afortunadamente era pequeña y no alcanzaba a ver que yo únicamente garabateaba dibujos de ratoncitos comiendo queso.
- Detallada… Muy bien, la cena fue a eso de las diez. Victoria presentó las joyas para que todos las pudiéramos ver. Eran bellísimas, yo nunca las había visto. Victoria insistió en que fueran guardadas en la biblioteca, el lugar más seguro de la casa, y Rupert le prometió que las cuidaría, se las dio a Lawrence para que las vigilara durante la noche. En la mañana las trasladarían al banco, hasta la boda. Así que Lawrence se encerró en la biblioteca con las joyas.
- ¿Cerró por dentro?
- Oh sí señor Agrippa, por dentro. Es de lo más misterioso. El ventanal también cierra por dentro, nadie sabe cómo pudo haber sucedido.
- Bueno, eso lo veremos.
- Serví la cena, todos parecían muy felices. A la medianoche llamó Gail Bosch, tan amable como siempre, se disculpó conmigo por no haber ido al desayuno. Gail siempre fue buena conmigo. Le pasé el teléfono a Patricia. No supe nada más hasta que escuché los gritos.
- ¿Qué clase de gritos?
- Espantosos. La señora estaba en el suelo, tenía convulsiones. Yo también grité. La señorita Danvers se preocupó por las joyas y todos corrimos a la biblioteca, todos menos el señor Pathos por supuesto. Yo tenía la llave para el primer seguro, pero únicamente el señor Pathos tiene la segunda llave, así que regresé al comedor para que me la diera. Pobre hombre, creo que envejeció una década sosteniendo la mano de su esposa. Vimos a Lawrence…- Sofocó su llanto y le ofrecí mi pañuelo para que se lavara las lágrimas que empezaban a mojar el pelaje de su rostro.- Estaba en su silla, el idiota policía no sabía cómo marcar la silueta del “cuerpo del delito” como él le llamó, así que lo dibujó en el suelo.- Me atraganté con el humo.- Sí, lo sé, es difícil de creer. Había un almohadón sobre él, creo que lo sofocaron así. Las joyas ya no estaban.
- ¿Qué ocurrió después?
- Victoria dijo que sabía donde vivía el doctor Drummond, médico de cabecera. Pensamos que quizás  podríamos hacer algo por Patricia, así que se puso su abrigo y salió corriendo hasta su auto. El médico le dio una mirada y supo que era demasiado tarde.
- Vaya…- Me rasqué la cabeza sin saber qué decir.
- Llamamos a la policía después de que el doctor nos informara que era un caso de envenenamiento. Cianuro o algo así. La policía, como ya sabrá, no ha sido de mucha ayuda.
- Un par de preguntas, ¿dónde estabas durante la cena?
- En la cocina, ¿dónde más voy a estar?- Me miró indignada, por un momento recordó que ella era una ratona y yo un gato.
- No, no lo digo por eso, pero quiero saber lo más posible. ¿Dónde queda la cocina?
- Detrás del comedor, y estuve ahí toda la noche, menos cuando tenía que ir al baño, a las once y media, quizás un poco después. No me gusta el baño de la cocina, uso el del corredor, es la puerta después de ésta. Me encontré a Emile, no me dijo mucho sobre la cena, le pregunté si todo estaba bien o si necesitaban de algo. Me ignoró, como de costumbre, y regresó a la fiesta.
- ¿Emile salía del baño?
- ¡Por supuesto que salía del baño!- El susto nos hizo brincar. Emile entró a la biblioteca dando zancadas. Julia y yo apagamos el cigarro en el cenicero tan rápido como pudimos.- ¿Qué es lo que tratabas de insinuar Julia?
- Nada, yo…
- Y para que te lo sepas, ratona de segunda mano, Gail y yo terminamos y no quedan sentimientos entre nosotros, así que deja de esparcir esos rumores de una buena vez.
- ¿Emile?
- ¿Tú qué quieres muerto de hambre?
- ¿Haces un hábito el escuchar las conversaciones ajenas?
- No les estaba espiando, pasaba por aquí cuando la escuché a ella hablando de mí. Fui al baño, ¿qué tiene eso de malo?
- ¿Y sobre Gail?, ¿escuchaste eso también? Debes pasear a la velocidad de una tortuga chico, porque la única otra manera de que hubieras oído eso, habría sido si nos espiaras.- Emile me señaló, furioso, sus rasgos siameses mostraron sus largos colmillos de perla. Sin decir nada más, se fue.
- ¿Qué harás ahora Sam?
- Quiero hablar con Victoria y con Gail, ¿sabe donde viven?
- Sí, a dos cuadras de aquí. Vaya a la derecha, hasta el número quince. Es una mansión de dos pisos, tiene una fuente con leones a la entrada. Es la única de la cuadra.

                Normalmente caminar me ayuda a pensar. Pensar sobre el triángulo amoroso, una ecuación sórdida que pudo haber terminado en muerte. Pensar sobre Emile espiándonos, vigilándome. Pensar sobre una posible rencilla entre familias. El calor hacía imposible pensar en nada. Cada poro de mi cuerpo sudaba y mi pelaje negro no me hacía las cosas más fáciles. Cuando finalmente llegué a la residencia Bosch pedí un vaso de agua al criado. Traté de limpiarme el sudor lo más posible antes de subir las escaleras de madera. La habitación se encontraba medio abierta. Gail Bosch se encontraba en cama, su médico sentado a un lado. Gail era una doberman perfecta. Sus  triangulares orejas alzadas encuadraban perfectamente en su rostro negro y en su respingado hocico café. Su cuerpo también era un espectáculo, atlética, de pelaje brillante. El doctor Drummond, por el otro lado, era una tortuga anciana cuyo caparazón se hacía cada día más pesado y su cuerpo cada día más débil. Se escondía detrás de sus gruesos lentes.
- ¿Puedo pasar?- La tortuga me hizo pasar, mientras Gail bebía una pastilla y acomodaba el vaso en su buró.
- Mi nombre es Sam Agrippa, detective privado, he sido contratado por el señor Rupert Pathos para… clarificar los eventos de anoche. Asumo que usted es Gail Bosch.
- Sí, así es.
- Yo les dejo. Gail querida, recuerda tomar muchos líquidos y tu medicina para el dolor cada seis horas.
- No se preocupe doctor, lo haré.- Gail se mordía las uñas mientras el doctor lentamente se levantaba, recogía su sombrero y salía de la habitación. A su velocidad, Gail fue capaz de morderse las cinco uñas de la mano izquierda, y por lo que pude ver, las uñas de la manos derecha ya habían sido mordidas hacía tiempo.
- Se muerde las uñas, esa es un vicio difícil de encontrar entre los miembros del selecto club de puras sangre.
- El pedigree… Tonterías de ancianos. Hace unas décadas hubiera sido muy mal visto incluso que un gato y un perro se casaran, y sin embargo mi hermana se casó con un pura sangre.
- Los tiempos cambian.
- La gente no, lamentablemente, aún hay tragedias.- Su voz comenzó a temblar.- Patricia era… Una vez en el club de campo, hace un año, alguien hizo un comentario obsceno sobre mí y sobre Emile, se burlaban de semejante relación. Patricia me defendió. Las historias sobre suegras insoportables no se aplican con Patricia.
- ¿Y qué tal ahora? Con Emile me refiero, ¿has hablado con él?
- No. Ya no hablamos. Terminamos bien, “como amigos”, ya sabe cómo es.- Sí, lo sabía, y podían ser dos cosas, quizás era algo honesto, o quizás aún sentían algo entre ellos.- Me alegra que Emile se case, siempre quiso tener una familia e Ivette es una buena perra, tienen algo muy especial, más que lo que nosotros tuvimos.
- ¿Entonces cuando usted no fue ayer a…?
- Estaba enferma, ha sido una gripe terrible. Tuve fiebre el jueves a la noche, no pude ir al desayuno y pensé que podría lograr ir a la cena, pero me fue imposible.- Gail se acostó por completo, sacando algunas almohadas y cubriéndose con las sábanas. Al parecer aquello debió haber sido sumamente doloroso, pues a juzgar por sus muecas ella estaba en un dolor muscular agonizante.
- No le molestaré más señorita Bosch, espero que se recupere pronto.- Para cuando salí de la habitación el viejo doctor aún no alcanzaba las escaleras. Por un momento pensé en lo que pasaría si tuviera que llegar a alguna parte a toda prisa, si la vida de un paciente estuviera en juego. Probablemente llegaría a tiempo para el velorio.- Doctor Drummond, ¿qué le parece Gail, está muy enferma?
- Llámeme Franz. Para nada, ha sido algo ligero. Hasta ahora me he hecho cargo, ella dice que la fiebre estuvo en su peor momento el jueves por la noche, ahora únicamente permanece un malestar general y un terrible cuerpo cortado.- Le vi bajar el primer escalón con tal lentitud que sentí que envejecía con mirarlo.- ¿Sabe una cosa? He sido el doctor de cabecera de la familia Pathos desde que Rupert era un niño.- La sorpresa debió haber sido obvia, mis bigotes se endurecieron.- Tengo noventa y siete años, nosotros envejecemos a otra velocidad.
- Ahora entiendo porque tienen una reputación por ser tan buenos médicos.
- Sí, así es. Conozco a Rupert desde casi toda su vida y le he visto crecer, trabajar, enamorarse… Yo me enteré que le iba a proponer matrimonio a Patricia antes que a sus propios padres, ¿puede creerlo?- Apenas íbamos en el segundo escalón.- Patricia y él eran muy unidos, se necesitaban. Rupert es muy necio y únicamente escucha a su esposa… O escuchaba… Como sea, lo que necesitara de Rupert tenía que ir a través de Patricia, era la única forma
- ¿Estuvo usted presente en el desayuno del club de campo el viernes por la mañana?
- Sí, estábamos todos. Una boda es algo excepcional y Victoria quiere ser parte de ello. Es la viuda de Herbert, el hermano de Rupert, ¿sabía eso? Así que, en cierta forma, sigue siendo de la familia.
- ¿Cómo se comportaron los invitados?, ¿Hubo algún descontento?, ¿hizo Victoria algún comentario sobre la relación que Emile y Gail mantuvieron?
- No, para nada. Es curioso, yo vi florecer ese amor cuando Gail le visitaba diariamente al hospital cada mañana. La verdad es que no presté mucha atención en el desayuno, estuve casi todo el tiempo con Rupert. Canceló la cita que habíamos tenido programada para el lunes. Era urgente que hablara con él.- Cuarto escalón, mis rodillas me dolían de mantenerlas dobladas por tanto tiempo. La vieja tortuga ni se inmutaba, él seguía hablando en su voz baja y calmada.- He estado tratando su hígado por varios años, pero no importa cuántas veces insista sobre algo, él nunca me hace caso. Finalmente tuve que convencer a Patricia de que Rupert no puede comer grasas, ni beber licores, ni tomar nada azucarado.
- Anoche, ¿a qué hora llegó usted a la mansión Pathos?
- Serían la una más o menos. Tenían la esperanza de que… Imposible, Patricia había sido envenenada con dosis concentradas de ricino o estricnina. Murió en minutos a causa de la estricnina, normalmente un infectado tardaría de diez a quince minutos, pero no en el caso de Patricia.
- Vaya, esa debió haber sido una dosis fuerte.
- Muy fuerte, muy concentrada, y probablemente no era únicamente estricnina, sino un coctel de cianuro, estricnina y ricino. Quien haya sido quería asegurarse de matarla. No encontramos la fuente del veneno, y estuvimos buscando por horas. La boca de Patricia olía a huevo podrido, esa es señal del veneno concentrado que le fue administrado. Es un olor fácil de distinguir, sobre todo para un gato, me sorprende no se diera cuenta, pero supongo que el veneno estaba en la comida o bebida y de esa forma se disimuló. Aún así, lo que fuera que estuviese envenenado debía haber producido un olor espantoso.
- ¿Todos estaban felices en el desayuno y en la cena, ese sería su diagnóstico?- La vieja tortuga me sonrió.
- No, no diría eso. Rupert, Patricia y yo nos alejamos en el desayuno. Rupert nunca favoreció a los Bosch, nunca aprobó del matrimonio de su hermano Herbert. No soporta a Victoria, aunque eso nunca se lo admite a Patricia, ella siempre fue amiga de Victoria y de Gail. Emile estaba de un lado a otro, quería complacer a su madre permaneciendo cerca de los Bosch, pero obviamente no podía hacer enojar a su prometida, Ivette Danvers, y por extensión a su padre. Pobre muchacho, no la tiene fácil.- Aún faltaban diez escalones y las piernas me daban de punzadas.- Victoria no le prestó atención a eso, o al menos es buena fingiendo. Es de la alta sociedad, supongo que su hipocresía es diplomacia. Anoche pasó por mi tan rápido que me asustó, ella parecía más asustada.- De alguna forma, pensar en Victoria la doberman correteando al doctor me parecía gracioso.- Estaba sudando terriblemente.
- Bueno, anoche hizo un calor tremendo, ahora también.
- Sí, sí. No pude dormir, cuando ella entró a mi casa con todo y abrigo pensé que estaba teniendo delirios. Vaya que usar semejante abrigo de mink para una noche tan calurosa, y prácticamente me cargó hasta su auto, ella me decía que me apurara, usted entiende…
- Claro, claro.
- Si usted me lo pregunta, únicamente un fantasma podría haber entrado a esa biblioteca, en cuanto al veneno, no tengo idea de cómo fue administrado, mucho menos por quién.
- No, los fantasmas no matan, quien haya sido estaba muy vivo.

                No dijimos nada más. Le acompañé en los escalones tratando de pensar, de poner las cosas en claro. La rencilla familiar que Julia había mencionado cobraba una nueva dimensión. Victoria y Rupert no tenían buena relación entre sus familias desde la boda de su hermano. Rupert favorecía a Ivette Danvers para casarse con su único hijo, quien continuaría su legado. Patricia se oponía terriblemente, siendo amiga tan cercana de Victoria. ¿Por qué mataría Emile a su propia madre? Es un malcriado chismoso y abusivo, eso seguro, pero si no amaba a Gail, si su amor era cosa del pasado, ¿para qué eliminar a su madre que se oponía a la boda? Prácticamente era un asunto cerrado, y no necesita dinero por lo que no tendría sentido robar las joyas. ¿Realmente ama a su prometida o sigue soñando con casarse con Gail?, ¿realmente salía del baño o habrá encontrado una nueva manera de entrar a esa biblioteca, matar a Lawrence y robar las joyas? Lawrence era un gato dormilón, probablemente no dio mucha pelea antes de morir ahogado por el almohadón. Ivette podría pensar distinto. Quizás ella pensaba que Patricia convencería a Rupert, como hacía siempre, para que jalara los hilos y uniera a los Bosch con los Pathos una vez más. No tendría sentido que Victoria matara a su mejor aliada, aunque sí tiene sentido que robara las joyas.

                En la entrada de la casa, a un lado de la fuente con leones de plata, Victoria Bosch se despedía de un grupo de perros que vestían, como ella, todo de negro. Familiares Bosch. Una de las familias pura sangre más antiguas de este continente. Traté de pasar desapercibido y desaparecer, pero un gato se destaca fácilmente entre tantos perros.
- ¿Señor Agrippa?- La viuda era alta y distinguida. La belleza de su juventud no había desaparecido por completo, y aunque su pelaje no era tan brilloso como el de su sobrina Gail, se trataba de una doberman hermosa.
- Llámeme Sam.
- Llámeme señorita Bosch, señor Agrippa.- No fue la mejor manera de presentarnos.- ¿Ha estado molestando a mi hija?
- Le aseguro que…
- Por  el amor de Dios, un gato para resolver un problema como éste…
- Un gato contratado por el señor Pathos, con licencia de detective privado y portación de armas. Este gato tiene uñas, y si usted quiere…
- Disculpe, discúlpeme señor Agrippa.- Victoria se sentó en el borde de la fuente.- Todo este asunto…
- Ha sido difícil, le entiendo.
- No he dormido, han llegado mis parientes para el funeral, las joyas están perdidas, y francamente no sé qué hacer.
- ¿Usted atenderá el funeral?- Me miró como si estuviera loco.
- ¡Por supuesto que sí! ¿Qué clase de pregunta es esa? Patricia era mi mejor amiga.- De su bolso tomó su cigarrera de plata y extrajo un cigarro, al cual le añadió su propio filtro de nácar. Con su sombrero negro, que incluía velo para tapar el rostro, y con el cigarro largo, Victoria Bosch parecía un cliché.- Le diré quién no irá al funeral, Ivette Danvers.
- Yo solo preguntaba porque tengo entendido que Rupert y usted no siempre han visto las cosas de la misma manera.
- ¿Esa es su manera diplomática de decir que nos peleamos?
- ¿Quiere que sea amable o quiere ver a un gato panteonero?
- Está bien, está bien. Rupert y yo nos peleamos desde hace mucho, nunca aprobó del amor que Herbert y yo teníamos. Consideraba que el collar Pathos, probablemente la joyería más cara del país, o del continente, era un préstamo. Eso es ofensivo señor Agrippa, sobre todo cuando las finanzas de mi familia no lograron superar la muerte de mi amado esposo. Preferiría morirme de hambre antes que vender ese collar, tengo mi dignidad. Además, somos ricos, nos tenemos los unos a los otros.- Por alguna razón pensé en Patricia, si todos se tienen los unos a los otros, ¿cómo pudo sucederle eso a Patricia Bosch?- Patricia me convenció, a ella tampoco le gustaba la idea. Dicen que los gatos y los perros no pueden ser amigos, pero se equivocan. Usted es un gato de mundo, usted debe saberlo mejor que yo.
- ¿Patricia compartía su idea sobre el collar?
- Absolutamente. Gata o no, ella era pura sangre, tenía pedigree. En fin, el mundo se está volviendo loco, así que acepté la petición de Rupert. Los invité a desayunar e incluso en la cena, para remarcar que no había ningún rencor entre nosotros propuse un brindis entre Rupert y yo. Todos se lo podrán decir, todos nos vieron. La botella había sido regalo de Ivette, licor de cajeta traído desde Inglaterra, el mejor según ella. Sirvió copas para todos, hice el brindis y Rupert en persona declaró que la familia Pathos y la familia Bosch estaban unidas por un lazo que nada podía romper.
- Ni siquiera la boda de Emile con Ivette Danvers.
- Ni siquiera eso, mi hija ya no ama a Emile… No quiero hablar mal de la gente, pero ese Emile nunca me sentó bien, es demasiado pretencioso.
- Sé a qué se refiere.- Incluso detrás del velo pude ver su sonrisa. Emile era insoportable, no era cosa de pedigree, era sentido común.
- Si me disculpa, tengo que ir al funeral de mi mejor amiga.
- Una última cosa, mencionó que Ivette no irá al funeral, ¿porqué?
- No lo sé, ¿porqué no se lo pregunta a ella? Odiaba a Patricia, y me extraña que Rupert la aceptara a la familia de esa forma. No solo porque los Danvers son unos muertos de hambre, sino porque Rupert adoraba a su Patricia y no gustaba de nadie que hablara mal de ella. Aún así Rupert la considera como su hija. Detestable, realmente detestable.

                Caía la tarde cuando regresé a la mansión. El calor seguía dando batalla. Lana había llegado y me esperaba en la puerta principal en compañía de Julia. Le expliqué a la ratona que ella era mi asistente, una investigadora entrenada y capacitada y que era de vital importancia para mí.
- Prepararé una segunda habitación entonces.
- No, con la mía bastará. La señorita Faisán disfruta comparar notas en la noche, y es más sencillo si ocupamos una misma habitación.

                La conduje a la biblioteca, donde me robé la cajetilla del viejo Lawrence y le expliqué el caso con todos sus pormenores. Pasó media hora. Lana me veía con mirada de aturdimiento y movía la cabeza de atrás para adelante como un pollo. Cuando terminé de explicarle las diplomacias y triquiñuelas de las dos familias, ella se rascó las plumas de la cabeza y yo me rasqué el pelaje.
- No le veo ni pies ni cabeza…
- Lo sé nena, hay muchos motivos y muchos sospechosos.
- No, me refiero a cómo ocurrieron los crímenes. ¿Cómo matas y robas en una habitación cerrada por dentro?
- Con el mismo ingenio con el que puedes envenenar a una mujer con un veneno apestoso frente a todos y sin llamar la atención.
- Bueno, al menos podemos quedarnos a dormir en esta lujosa mansión.- Lana se aferró a mi brazo y me suspiró al oído.- Por muchas, muchas noches juntos.
- En una lujosa mansión donde murieron dos personas de manera violenta, en medio de dos familias potencialmente violentas, o tres si contamos a Ivette Danvers.
- Vaya, tú no detectarías romanticismo aunque te golpeara en la cabeza.
- Yo detecto niña pollo, ese es mi trabajo, detective.- Me propinó un buen coscorrón que me hizo maullar de dolor.- Está bien, está bien, todo esto es romántico.
-  Así me gusta.- Se mordió un dedo con el pico, pensativa.- Has estado hablando con todos, pero ¿has hablado con Ivette?
- No, está en mi lista, junto con deducir el modo en que se cometieron los crímenes.
- Creo que la vi, estaba en el comedor.

                Julia e Ivette se encontraban cargando sillas y recogiendo manteles y platones en el comedor. ¿Estaría Ivette limpiando la evidencia de su crimen o se trataba de ayuda honesta? Ella había decidido no asistir al funeral, y eso la ponía alto en mi lista de sospechosos. Les rogué a las dos que regresaran todo a su lugar cuanto antes, para que el comedor se viera de la misma forma que anoche. Ivette, una stanford cabezona de ojos pequeños y pelaje café oscuro con manchones negros, era de mediana estatura y complexión atlética. No sonrió al verme, algo a lo que ya me he acostumbrado a estas alturas. Se sentó en una de las sillas mientras Julia le ofrecía algo de comer a Lana.
- Veo que prefirió quedarse en casa que ir al funeral.
- No tenía sentido, lo consulté con Emile y me dijo que no habría problema, pues su padre probablemente no se daría cuenta. El señor Pathos está devastado. Seguramente estarán las Bosch, y la señora Pathos no era mi mayor admiradora.
- Tiene sentido.- Nos miramos en silencio pero ella no dijo nada más. Tomé una silla y me senté a su lado, ahora ambos contemplábamos la pared decorada con cuadros de los antepasados de la familia Pathos. Conejos en su mayoría. El retrato de Rupert, de pie detrás de su escritorio en compañía de su amada Patricia, le hacía ver juvenil y lleno de vida. Su pelaje era blanco como la nieve, y sus orejas dejaban ver un interior rosa saludable. De no ser por la inscripción en oro en el marco del cuadro, me hubiera parecido una broma de mal gusto.- Hábleme sobre ayer. ¿Dónde estuvo durante el desayuno y dónde estaban los demás?
- Estuve con Emile todo el tiempo, jugamos un poco de golf. Tratamos de enseñarle a Julia pero los ratones no son buenos para esas cosas. Lawrence no quiso acompañarnos, trataba de hacer conversación con Victoria pero ella no le prestó mucha atención.
- ¿Y el señor y señora Pathos?
- Con su médico, el doctor Drummond. ¿Sospecha de mí?
- ¿Qué hay de la cena? Misma pregunta.
- Eso fue un sí.
- Eso fue una pregunta.
- Estaba con Emile, ¿qué quiere que le diga?
- ¿Toda la noche?
- Sí, ¿qué quiere que le diga?- Evadí su mirada, quería que se soltara y actuara con naturalidad.
- La verdad. ¿Emile siempre estuvo a su lado?
- Sí… Fue al baño, pero eso no es…
- ¿Cómo a qué hora?
- ¿Eso importa?
- ¿Le importa?
- Mire señor Agrippa, no me gusta el juego del gato y el ratón.
- A mí sí. ¿Cómo estuvo la cena, antes de la muerte de Patricia Pathos?
- Victoria se sentó a la izquierda del señor Pathos, Patricia a su derecha, yo estaba al lado de Emile, junto a su madre. Todo parecía estar bien.
- ¿Quiere que le vuelva a preguntar? Yo no me canso.
- ¿Qué quiere saber?
- La verdad. ¿Ve cómo no me canso?
- Está bien, está bien, seré más detallada. Llegamos como a las diez, yo estuve con mi estilista, dejamos los abrigos en el armario de la biblioteca. Hicimos conversación ligera hasta que Julia sirvió la comida. Rupert, es decir, el señor Pathos, me quería hablar sobre sus años en la industria acerera, pero eso aburría a Emile, a él no le importan esas cosas. Patricia no dejaba de hablar sobre las familias más ricas de Zoopolis y los malos matrimonios cuando los hijos buscaban con familias de poco renombre. Se imaginará que eso era difícil para mí, los Danvers hemos sido importantes, pero no tanto como los Pathos o los Bosch. Preguntaba por Gail constantemente. Victoria insistía en que Gail llegaría tarde, eso incomodaba a Emile. No quiero que se dé una mala impresión de él, me ama y estamos comprometidos, pero ese es un tema espinoso. Todos se refieren a ese noviazgo como el momento más importante de la familia Pathos. Es mucha presión sobre mí. Patricia insistía en que Gail era la pareja adecuada.
- ¿Y Victoria?
- Ella decía que su sobrina se iría de viaje un par de meses, ella misma corrigió a Patricia, le dijo que Gail no sentía nada por Emile y era mejor dejar las cosas como estaban.
- ¿A qué hora llamó Gail?
- A las doce.
- ¿Cómo puede estar tan segura?
- Porque más o menos a esa hora salió Emile del comedor. Le rogué que no me dejara sola con su madre, pero era urgente. Julia trajo el teléfono a la señora Pathos. Gail se disculpó por haber faltado a dos compromisos. Está enferma.- Se quedó pensativa, mirando el cuadro de Rupert y Patricia.- Es raro…
- ¿A qué se refiere?
- Las cosas estaban tranquilas, Rupert… Es decir, el señor Pathos, nos contaba sobre su primera empresa ferrocarrilera y cómo unió a Zoopolis con otras grandes ciudades. Ya nos habíamos olvidado de Gail, pero cuando ella llamó el ambiente se volvió tenso. Patricia mencionó algo sobre Gail, que se preocupaba por ella como si fuera parte de su familia. Nada diplomático.- Julia y Lana regresaron de la cocina y la ratona comenzó a barrer el suelo y levantar algunos cubiertos y platones que habían quedado tirados tras el caos nocturno.
- ¿Qué hizo Victoria?
- Propuso un brindis. Quiso hacer oficial que los Bosch y los Pathos tenían un vínculo especial y que, aunque Gail no estuviera presente, ella habría dicho lo mismo. Serví las copas con el licor de cajeta que traje de Escocia, es el mejor del mundo.
- Eso he oído.
- Victoria hizo un gran brindis con el señor Pathos, le abrazó y chocaron copas. Fue muy efusiva y el pobre señor Pathos quedó tambaleante. Seguimos hablando sobre ferrocarriles y después sobre la boda.
- Debió ser difícil… Teniendo en cuenta…
- Lo sé, lo sé. Patricia siempre prefirió a los Bosch, si por ella fuera les dejaba las joyas. Ella habría hecho lo imposible por reunir a Emile con Gail, cuando incluso ella no está interesada.- Desde debajo de la mesa escuchamos un golpe y un grito.
- ¡Julia!, ¿estás bien?- Lana ayudó a Julia a levantarse. Había estado apoyada en el suelo con rodillas y manos limpiando cuando se asustó, instintivamente trató de levantarse y se llevó un golpazo.
- ¡Santo Jesús Ratón! Qué susto me he llevado.
- ¿Qué ocurre?- Julia me indicó debajo de la cabecera de la mesa, a un lado de una de las patas.
- Es una cucaracha. Pensé que las había matado a todas. Si el señor se entera, me matará.
- Bueno, hasta en las mejores residencias. ¿Amor… digo, Sam, encontraste algo?
- Algo más que una cucaracha muerta.- A un lado de la pata de la mesa había una cucaracha muerta sobre  un manchón café en el tapete rojo y azul, y a su alrededor había un fino polvillo blanco. Recogí un poco con una garra y me levanté con cuidado.- Huele esto.
- Qué asco, ¿qué es?
- El veneno que usaron con Patricia Pathos.- Las tres se quedaron inmóviles, como si pudieran ahuyentar el descubrimiento con un movimiento repentino.- Necesitamos saber cómo se administró, y rápido. ¿Dónde guardaron la comida?
- La he tirado toda a la basura, nadie querría un recalentado.
- A la cocina entonces, ayúdenme. Buscamos algún plato, vaso, copa, tenedor, cuchillo, salero o cuchara que tenga este polvo.
- Ya he empezado a lavar.
-Pues esperemos que tus habilidades de limpieza sean tan lentas como tu sentido común.- Lana me metió otro coscorrón y contuvo las ganas de meterme un picotazo en el ojo.- ¿Romántico?
- ¿Quieres otro?
- Vaya nena, estás de buen humor hoy.

                En la enorme cocina de azulejos blancos había dos mesas de preparación y tres lavamanos. Uno de ellos para uso corriente y dos para lavar los trastes. Lana e Ivette se encargarían de las mesas de preparación, donde aún quedaban platones, algunos platos sucios y artículos de cocina. Julia, la ratona que ahora recordaba cuánto odiaba a los gatos, y un servidor, nos ocupamos de los fregaderos. Había sido un festín. Platos, copas, vasos, más platos, platería, más  platos. Parecía que habían alimentado a un regimiento con tanta comida que me hubieran mantenido a mí gordo y ronroneante.

                Analizando objeto por objeto tardaríamos una eternidad. Con la ayuda de Julia pudimos vaciar los dos fregaderos de trabajo. Con el dedo probé el desagüe. Si el veneno había sido administrado en grandes dosis concentradas, entonces tendrían que quedar residuos, incluso luego de un lavado superficial. El primer desagüe estaba limpio. Más bien estaba asqueroso, pero no había rastros del polvo blanco. En el segundo desagüe encontré lo que buscaba.
- Lo que buscamos estaba en este fregadero.- El olor del veneno era nauseabundo, de haber estado mezclado con el paté, la sopa o el filete, habría sido demasiado obvio.
- Aquí está Sam.- Lana sostuvo una de las copas pequeñas contra la luz de la tarde que entraba por la ventana. Había polvo en el fondo y en el borde.- Huele bastante mal, debió haber habido mucho polvo en esta copa.
- ¿Porqué Patricia no podría oler algo tan obviamente apestoso?
- Buena pregunta. ¿Julia, para qué usaron esta copa?- Julia la tomó y la estudió con severidad, luego de unos segundos frunció el ceño.
- Soy una tonta, ya he tirado la botella. Esta es la copa de licores, sin ninguna duda. Es la copa que usaron para el licor de cajeta.- Los tres miramos a Ivette, quien permanecía inmóvil como una estatua. Su hocico comenzaba a producir espuma y sus ojos denotaban terror.
- No, no he sido yo, lo juro.
- ¿Te molestaba que Patricia prefiriera a la familia Bosch sobre la tuya?
- Sí, pero…
- Te iban a regalar el collar, no a prestar, como fue el caso de Victoria, pero tu familia, los Danvers, no tienen tanto dinero, no son tan importantes, y Patricia lo sabía.
- Mi familia está en bancarrota, pero amo a Emile, yo nunca le…
- Patricia era la única que podría detener la boda, impedir que te quedes con el collar.
- No, están locos, ¿me escucharon? ¡Están locos!- Lentamente fue caminando en reversa, hacia la puerta. Saqué mi pistola cuando vi que una de sus manos se posaba en una de las mesas. Una de las mesas que tenía un cuchillo.
- No te muevas. La sangre, pura o no, se derrama igual.- Lana instintivamente se protegió detrás de mí y jaló hacia ella a Julia.
- Rupert lo sabe.
- ¿Sabe qué?
- Que mi familia está en bancarrota, Emile le dijo. Me dijo que no habría problemas, que con el collar en mi familia ésta volvería a ser famosa, que podríamos ser ricos de nuevos.- Otro paso hacia atrás. Tenía miedo. Yo también, sobre todo porque había vendido mis balas a la misma persona a quien le vendí mi gasolina. En retrospectiva, debo admitir, no fue una idea inteligente.
- No te muevas, no lo diré de nuevo.
- Emile guardó sus cartas de amor en su libro favorito.
- ¿Dónde?- Preguntó Lana.
- En “maullidos del corazón”, está en la biblioteca.
- Muy bien, podemos arreglar esto.- Lana se acerco, brazos extendidos, e Ivette comenzó a llorar.- ¿Porqué no te quedas con Julia mientras nosotros buscamos la carta?
- Sí, les juro que no fui yo.
- ¿Y yo?- Preguntó Julia.
- ¿Hay un teléfono?
- ¿Quiere que llame a la policía?
- No, si Danvers se mueve, golpéela con él.- Me miró asustada. No hay nada peor que un ratón asustado frente a un gato enojón.- Por supuesto que quiero que llame a la policía, pero solo si trata de escapar. No intente detenerla, si ella mató a Patricia o a Lawrence, no dudará en lastimarla.- Tomé a la perra de la muñeca, ella trataba de calmar el llanto.- Ivette, entiende una cosa, si tratas de escapar, o de lastimar a Julia, toda la policía de Pedigree te estará buscando. Rupert probablemente llamará a sus amigos policías de Zoopolis y no habrá un lugar en el mundo donde puedas esconderte. Créelo o no, somos tus únicos amigos.
- Tengo malas amistades.- Se lamentó, sentándose en un taburete.
- Miau.

                La noche calurosa empezaba a apoderarse de la mansión. Lana y yo buscamos entre los libros con la insuficiente luz eléctrica. Al parecer nadie leía en esta habitación durante la noche. Lana encontró el pesado volumen de poesía a un lado de un libro de historia de los conejos empresarios del siglo XIX y su impacto en los cultivos de zanahorias. Lana parecía una colegiala leyendo los poemas.
- “Mil razones para pensarte, cien para admirarte y una sola para no olvidarte: Maullarte.” ¿No es tierno Sam?
- ¿Crees que sería posible que Emile e Ivette planearan esto juntos? Emile no está hecho para los negocios, pero un collar de diamantes es suficiente dinero para toda una vida.
- No estás escuchándome Sam, como siempre. Mira este otro: “Maúllo porque maúllo, maúllo por no llorar, maúllo porque te quiero y no te puedo olvidar.”
- Yo te digo eso todo el tiempo.
- ¿Cuándo?, ¿Cuándo te quedas dormido y roncas, o es cuando te emborrachas de leche condensada y te quedas dormido, y roncas?
- Mujeres, mujeres, no aprecian la sinfonía del ronquido.- Le apreté un beso contra su piquito y nos abrazamos.- Con toda esta locura olvidé darte la bienvenida.- Lana dejó caer el libro para besarme de nuevo, y al hacerlo, una carta salió despedida desde el libro.
- Lo encontramos Sam, mira lo que dice.
- No, no, dame eso.- Le arrebaté las dos cartas y las leí tan rápido como pude.- “Amor eterno, bla, bla, bla, no te preocupes por nada, solo hago lo que tú harías por mí…. Bla, bla, maúllo desde el corazón, bla, bla, bla… Mi padre me ha dicho que no tiene inconveniente, los Pathos te cuidaremos hasta que tu familia regrese a su esplendor, nuestra boda será algo histórico.”
- Todo eso sobre amor eterno y bodas… Sam, ¿qué tal nuestra boda?
- Vamos, seamos sensatos mi amor, hagamos labor detectivesca, ¿qué hay en una boda?
- ¿Un hombre y una mujer dispuestos a pasar el resto de sus vidas juntos?
- Me gusta eso, pero no preciosa. Una boda es antes que nada, una fiesta, y de las grandes. Champaña, licor, vino, mucha leche condensada, y me has hecho prometer que no beberé más.
- ¿Y?
- ¿Cómo que “Y”? Pues por deducción no puedo atender una boda, ni siquiera la mía. Pero mándame una postal, seguro que será encantadora.
- Eres la persona menos romántica del mundo.
- Pollita, cuando los gatos maúllan del corazón no matan a sus madres.
- ¿Crees que eso fue lo que pasó?- Le entregué las cartas a Lana para que las siguiera leyendo, por si encontraba algo interesante, mientras que yo me dedicaba a caminar en círculos por la biblioteca.
- No es del todo descabellado que Emile consiguiera una llave de su padre, quizás que la copiara cuando el viejo Rupert no prestaba atención. Sale con la excusa de ir al baño, mata a Lawrence, y roba el collar. Ivette envenena a Patricia y ahora no tienen obstáculos para casarse. Antes de esto, de saber sobre los problemas financieros de los Danvers, no veía razón alguna por la que Emile estaría implicado, pero ahora tiene sentido.
- La copa que conseguimos tenía tanto veneno que me sorprendería que se oliera hasta el otro lado de la mesa, si esa es la copa homicida, ¿no crees que Patricia se daría cuenta?
- ¿Y qué hay del veneno en el suelo, en el tapete?- Algo llamó mi atención frente al librero de la pared sur. Minúsculo, ordinario, pero fuera de lugar en una biblioteca tan bien conservada.
- Ese es un buen punto, pero Sam, si vas a sospechar de todos, ¿qué hay de Julia? Si seguimos tu camino de sospechar de todos, quizás Julia tiene una copia de la llave de esta biblioteca, la que únicamente debería tener Rupert Pathos. Quizás ella robó las joyas.
- Tienes razón, es una buena posibilidad. Quizás tratamos con dos casos diferentes, el robo y Patricia.- Me incliné para ver aquel objeto blanco y duro. Era una uña.
- No tenía buenas relaciones con Ivette, ¿pero estaría lo suficientemente paranoica para esperar que su nuera podría envenenarle?, otra posibilidad, ¿qué tal si Gail y Emile mantenían un romance?, ¿o qué tal si Emile nunca consultó a su padre sobre los problemas financieros de los Danvers? Mil cosas Sam, mil cosas pudieron pasar.
- Mil cosas, pero solo pasó una.- Lo levanté para inspeccionarla más de cerca. Realmente era una uña. Lana se acercó para ver lo que tenía en la mano.- ¿Piensas robarte ese libro?
- Me gustan los poemas felinos, de los pocos románticos que quedan. ¿Qué es eso?
- Esto, mi querida Lana, es un principio.- En cuclillas abrí la puerta del gabinete inferior de la biblioteca, el que conectaba a todos los libreros. Al hacerlo, otra uña cayó al suelo, probablemente atorada en la puerta. Los cajones estaban vacíos y sin paredes, conectando a toda la biblioteca en una sola unidad.
- Espera, creo que los escucho llegar.

                Interceptamos a los Pathos y a los Bosch cuando entraban a la mansión en compañía del policía, un uniformado de nombre Manfred, un viejo sabueso con cara de aburrido. Luego de que Rupert me presentara con el policía, yo les presenté a Lana. Les pedí que todos tomaran asiento en el comedor. Corriendo, avisé a Julia y a Ivette que había resuelto el caso y que sería mejor si nos acompañaban en el comedor.
- ¿Bueno, de qué se trata esto?
- En un momento oficial, quiero asegurarme de algo.- Me agaché bajo la mesa y, haciendo a un lado la cucaracha, examiné con mayor detenimiento la mancha. Había mucho más polvo blanco del que había visto la primera vez. Al pasar mi mano por el tapete hice brincar docenas de granitos blancos apestosos.- Tal y como lo sospechaba.
- Señor Agrippa, Sam, ¿dice que ha solucionado este misterio?
- Misterio no, señor Pathos, crimen. En realidad son crímenes, en plural. Y sí. Puedo decir que estoy particularmente orgulloso de este en particular.- Saqué los cigarros de Lawrence y me preparé para mi momento.- ¿Julia, serías tan amable de darme una copita de leche condensada?
- ¡Sam!
- Me lo merezco pollita, tú misma conoces lo complicado del caso.- Su mirada no parecía convencida.- ¿Leche condensada rebajada con leche regular?- Eso pareció contentarla.
- ¿Y bien?- Preguntó Emile, en su usual tono ácido.
- Esperamos.- Dije yo, con toda la calma del mundo.
- ¿A qué?
- A mi copa. Pensé que era obvio.
- Está disfrutando esto, ¿no es cierto?
- Sí Emile, puedo asegurarle que sí.- Julia me entregó una copa y me la bebí de un sorbo, dejando un enorme bigote de leche en mi pelaje. Le di un par de caladas al cigarro para ganar tiempo y ordenar mis pensamientos.
- Sam, no nos dejes en suspenso.
- Muy bien señor Pathos, aquí está: Este crimen sería imposible sin la ayuda de un cómplice, eso es obvio. No se puede envenenar y robar a la vez. ¿Cómo puedes entrar a una biblioteca cuando la única puerta de acceso es la puerta principal?
- Pero Lawrence hacía de guardia, se quedó dormido, es cierto, pero se habría despertado al escuchar los dos cerrojos. Y se necesitan dos llaves.
- No estuvo de guardia todo el día. En la mañana estaban todos reunidos en el club de campo. Momento perfecto para entrar a la casa y esconderse en la biblioteca sin ser visto. La coartada estaba puesta, Gail estaba en cama.
- Espere un momento….
- ¡No!- Rupert gritó, y con sus dos manos golpeó la mesa con tanta fuerza que el vaso de agua que Julia le había preparado se cayó. Todos pegamos un brinco del susto.- Dejen que termine de explicarme este terrible crimen.
- Gracias señor Pathos. Al caer la noche Gail se escondió en los gabinetes de la biblioteca. Las joyas fueron puestas ahí a petición de Victoria. Gail sale de su escondite cuando el viejo Lawrence se queda dormido y lo sofoca con el almohadón. Roba las joyas y las guarda en uno de los abrigos. Cuando terminó su trabajo llamó a esta casa para luego regresar a su escondite.
- Imposible, estaba en casa, enferma.
- Esta mansión cuenta con dos líneas de teléfono. Ese fue un detalle que me pareció interesante. Nadie sabría dónde estaba usted, todos confiaron ciegamente en su palabra. La llamada era la señal, el plan había sido un éxito, Victoria pidió hacer un brindis con el licor que Ivette había traído de Inglaterra. Ivette sirve el licor pero el veneno no estaba en la copa de Patricia. Estaba en la copa de la asesina. Una dosis tan fuerte que habría sido imposible que pasara por la nariz de Patricia sin causar algún alboroto. Victoria decide hacer un brindis con Rupert, es efusiva y chocan las copas con fuerza. El objetivo era sencillo, derramar de la copa envenenada a su copa. Una dosis mínima habría bastado.
- ¡Mentiras!
- ¡No lo diré de nuevo!- Bramó el conejo. Lanzó una mirada a su retrato, a su esposa, y con un gesto me permitió continuar.
- La costumbre del brindis es de origen medieval, el rey temía que su vino estuviese envenenado, de modo que chocaría su copa contra la de todos. De esa manera, si uno de ellos era traidor, no bebería de la copa. Es el mismo principio, pero aplicado al revés.
- Rupert, por Dios, es que no tiene sentido.
- La mancha en la alfombra es bastante grande, es de cuando usted derramó el contenido de su copa al suelo, para deshacerse de la evidencia inmediata.
- Pero si hubiera hecho eso, la copa de Rupert…
- Lo que nadie sabía es que aquella mañana el doctor Drummond acompañó al señor y señora Pathos. El doctor se preocupaba por el hígado de Rupert, le había prohibido cosas en el pasado pero era inútil, Rupert es un hombre necio. Con una clara excepción, el doctor me confió que el secreto estaba en convencer a Patricia, y así lo hizo. Convenció a Patricia de que Rupert debía dejar los licores y azucares. Es por ello que Patricia le retiró su copa.
- Es cierto, me dio su copa, que tenía agua mineral.- Interrumpió Rupert, pensativamente.
- Lo que hacía complejo a este caso era la víctima, Patricia era la mejor aliada de los Bosch, pero su muerte fue un accidente. No era posible detener el plan a esas alturas, así que Victoria se preocupa por las joyas. Encuentran muerto a Lawrence, ella se pone el abrigo con la excusa de ir por el doctor. Aún cuando la noche fue tan calurosa como el día. Así es como saca las joyas de la casa, estaban en su abrigo. Gail pudo haber escapado cuando el doctor tenía la concentración de todos, u horas después incluso.
- Imposible.- Victoria se puso de pie y se retiró el velo de luto.
- No tenía sentido que matara a Patricia, pero una vez que ella murió, tenía menos sentido aún que usted cometiera estos crímenes. Accidentalmente se dio la mejor coartada posible, y si Ivette cargaba con la culpa, usted se queda con todo. Un accidente suertudo en un plan ingenioso. Quien tuviera esa copa que encontramos habría olido el veneno de inmediato, no era para ser bebida, su función era trasladar gotas de veneno a otra copa. No contaban con que Patricia bebería de esa copa, es por ello que el caso parece confuso, porque mataron a la persona equivocada, era Rupert quien debía morir, asegurarse de las joyas y de la amistad de la familia Pathos a través de Patricia.
- No escucharé ni una palabra más, mi sobrina y yo…
- Su sobrina tiene un mal hábito. Se muerde las uñas. Esperando tantas horas en un espacio tan confinado ella no contuvo su hábito. Fingió gripe, el doctor no encontró nada más que un caso de cuerpo cortado. Le duele el cuerpo porque pasó horas en una posición incómoda.
- Maldita sea, déjalo tía, es demasiado tarde. Tiene razón, solo me importaba el presumido de Emile por su dinero, pero con el collar Pathos ya no le necesitaba.- Por un momento nadie sabía qué hacer. Victoria, viendo que todo estaba perdido, escogió la opción menos honrosa y trató de escapar corriendo. El policía, Manfred, le alcanzó en la puerta y forcejearon. Gail se levantó de un brinco, haciendo caer la silla.- No dejaré que un gato callejero y un pollo muerto de hambre me…- Lana lanzó el libro de “maullidos del corazón” por los aires, el pesado volumen le pegó justo en la cabeza y la hizo caer, tropezándose con su propia silla.
- Pio… Perra.
- Bien dicho preciosa.- Emile ayudó al policía a esposar a una Victoria Bosch histérica que lanzaba tarascadas. Ivette le tomó la mano a Rupert para tratar de calmarlo.
- Es tan difícil de creer… Amigos por años… Tanto tiempo juntos en una comunidad de tan alta alcurnia.
- La ambición es como la muerte, no conoce Pedigree.

                La policía buscó el collar en la mansión Bosch. El collar seguía estando en el abrigo. Rupert no dudó en mandarlo al banco para resguardarlo. Lana y yo pasamos un par de días en la mansión, y ella estaba deleitada ayudando a Ivette a preparar la boda, mientras yo hice las paces con la ratona por haberla insultado. Me ganó el corazón con su filete de salmón y su coctel de atún. Incluso Emile cruzó un par de palabras conmigo durante la cena. Regresamos a Zoopolis el miércoles, con la cajuela repleta de quesos, panes y carne. Fuimos millonarios por unos días, hasta que pagamos todas nuestras deudas, recupere mis balas, mi auto y mi departamento. Al final nos quedó suficiente para una discreta cena en mi departamento y un par de libros de poesía felina para mi pollita.

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